Esp

HUGO DIEGO AKAITURRI, sm
Me cautivó esa atención especial en los pequeños o grandes detalles, con naturalidad, con familiaridad: siempre el primero que me felicitaba
el día de mi cumpleaños era un marianista que,
Al entrar con 14 años a mi primer colegio marianista recuerdo que me llamó la
atención que a los profesores, a los religiosos, se les llamaba Teo, Chema, Benigno, Samuel… y no Don Saturnino, Don
Germán, Don Bautista… como estaba
habituado en el colegio anterior.
Me cautivó esa atención especial en los
pequeños o grandes detalles, con naturalidad, con familiaridad: siempre el
primero que me felicitaba el día de mi
cumpleaños era un marianista que, de
maneras poco ortodoxas, me tiraba de la
cama –estaba interno– dándole la vuelta
al colchón pero con una felicitación que
me esponjaba el corazón y me recordaba
que era importante para ellos.
Preparar con los “frailes” alguna salida al
monte, echar un trago juntos o cantar
hasta tarde fue haciéndome descubrir
otra forma de vivir el evangelio, más de
andar por casa, más “normal”, desde las
pobrezas, llena de humanidad y sencillez, sin grandes pretensiones.
Sí, creo que aquellos gestos sencillos,
aquellas invitaciones a formar parte de
la familia me animaron a conocer la vida
religiosa marianista, a dar el paso:
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el que no se tienta, el que no le da una
oportunidad a Dios puede dejarse lo más
bonito de la vida en el camino por falta
de valentía, de generosidad, de locura
sana.
Empecé a caminar poco a poco entre los
marianistas. Desde aquellos 18 años hasta los 44 actuales son muchas las vivencias que se me acumulan,
de maneras poco ortodoxas, me tiraba de la cama
dándole la vuelta al colchón pero con una felicitación que me esponjaba el corazón y me recordaba que era importante para ellos.
increíbles los regalos que Dios me tenía
preparados para el camino: una relación
profunda con el Señor que cada mañana me esponja; una sensibilidad especial
con los más pobres –con los minusválidos, con los marginados, con los de la
India o con los de Colombia…–; un sentido de vida que brota desde dentro y que
camina seguro porque sabes de quien te
has fiado;
”
pero sobre todo, una comunidad de hermanos en la que me siento querido, valorado, potenciado, estimado y enviado
a una misión, su misión, la de María: llevar Jesús, llevar paz, alegría, humanidad,
cercanía, confianza … es decir, el espíritu
de familia, a tantos hombres y mujeres,
niños y jóvenes para recordarles que todos somos hermanos, hijos de un mismo
Padre que nos quiere con locura.
Sí, ser marianista es lo más grande que
me podía haber pasado. Gracias a los
que, con vuestros gestos sencillos –cumpleaños, papeles higiénicos, arreglos
de escobas…– me acercasteis a Él y me
mostrasteis el camino. Eternamente
agradecido.
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