LAS GENERACIONES EN LA HISTORIA DEL MISMO AUTOR Medicina e Historia, Editora Nacional. Madrid, 1941. Estadios de Historia de la Medicina y de Antropología Médica, Editora Nacional. Madrid, 1943. Sobre la Cuitara Española, Editora Nacional. Madrid, 1943. Menéndez Pelayo: Historia de sas problemas intelectuales, Instituto de Estudios Políticos. Madrid, 1944. PEDRO LAIN ENTRALGO LAS GENERACIONES EN LA HISTORIA ¿ T - / A - <?r INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÍTICOS MADRID • MCMXLV ES PROPIEDAD Queda hecho el depósito que marca la ley. DIANA. Artes Gráficas.—Larra, 6. Madrid. ÍNDICE Págs. Carta a Xavier Zubiri 8 CAPITULO I. EL APOYO DEL HOMBRE EN LA HISTORIA.—El hombre como ser histórico.—Los problemas de la Historiología.—Modos de vivir la mudanza histórica.—La seglaridad completiva. El optimismo del progreso.—El pesimismo de la regresión.— La inseguridad crítica.—Regresión y crisis 17 CAPÍTULO I I . LA INSEGURIDAD DEL HOMBRE.—Muerte, dolor y flnitud. El hombre, "animal enfermo".—Finitud y angustia.—Seguridad animal, inseguridad humana.—El hiato entre el hombre y el mundo 41 CAPÍTULO III. LA SALIDA DE SI MISMO.—La salida mística.—La salida instintiva.—La salida agónica.—La aventura ideal.—La compañía del hombre.—Fama y acción histórica.—La fama mundana.—La fama trágica.—La fama trascendente 331 69 Págs. CAPITULO IV. LA CREACIÓN HISTÓRICA, EL HASTIO Y LA NOVEDAD. Recapitulación.—La creación histórica.—Seguridad y posibilidad.—Esencia de las crisis históricas.—Psicología de la insatisfacción histórica.—El hastío.—El afán de novedad.—Sinopsis. 101 CAPITULO V. BIOLOGÍA E HISTORIA. EL INGRESO DEL JOVEN EN LA VIDA HISTÓRICA.—Biología e Historia.—Edad e Historia.—La vida juvenil.—El adolescente y la vida histórica.—Lo impuesto al joven.—Lo depuesto por el joven.—Lo puesto por el joven.—Lo propuesto por el joven.—El estilo juvenil 131 CAPÍTULO VI. LA GENERACIÓN COMO CONCEPTO HISTORIOLOGICO. HISTORIA DEL CONCEPTO.—I. Período precientífico del vocablo.—II. Período científico del vocablo.—Ranke.—Dilthey.— Ottokar Lorenz.—Ortega y Gasset.—Petersen.—Pinder.— Wechssler.—Drerup.—Resumen: Mannheim y Petersen CAPÍTULO 207 VH. LA GENERACIÓN COMO CONCEPTO HISTORIOLOGICO. TEORÍA DE LA GENERACIÓN.—Discontinuísmo histórico y vida personal.—La semejanza generacional.—Estructura de las generaciones.—Curso de las generaciones.—Historiografía de las generaciones 332 265 Pertenecemos a la misma genera* ción los que percibimos el sentido trágico de la época en que vivimos y no sólo aceptamos, sino que reca~ bamos para nosotros la responsabilidad del desenlace. JOSÉ ANTONIO CARTA A XAVIER ZUBIRI Induamuv arma lucís. (San Pablo, Rom. XIII, S I nuestra 12.) inteligencia toma su pábulo de una frecuente amistad con los hombres y las cosas-^de ti, Xavier, he aprendido yo esta vieja lección helénica-^, ¿por qué los libros, obras de la inteligencia, no han de mostrar la huella grabada en su figura por la total situación amistosa de que nacieron? Complacíanse en ostentarla los autores antiguos, y todavía hoy es un gozo descubrirla, bajo el solemne indumento de la antigua retórica, en esas páginas iniciales de los infolios, colmadas de ofrecimientos, dedicatorias, elogios, protestas de amistad y hasta discretas ironías. Luego el hombre puso más su orgullo en ser racional que en ser amistoso, y así se ha hecho de árido, esquinado y pedante el contorno de sus libros. Procedían los autores 9 como si su propia y personal minerva hubiese brotado directamente del cerebro de Júpiter, más directamente aún y más armada que la mismísima Palas Atenea. No quiero yo incurrir en esa insipiente fatuidad. Siendo más humilde, quiero tener el orgullo de ser más verdadero. Sé muy bien que todas las obras de la inteligencia nacen de una situación personal, aquella en que ha vivido y vive su autor. Sé, también» que esa situación personal sólo llega a dar alguna experiencia útil cuando la persona que en ella existe ha puesto amorosa afección, afición, como dice nuestro pueblo, en la tarea de percibirla y cultivarla. Sé, por fin, que la condición de "bien nacido", la más honrosa ejecutoria de cuantas reconoce la estimativa española, sólo es merecida por quienes en todo momento declaran, con la palabra o con la conducta, las personas, las acciones y los objetos a que se aficionaron y de que obtuvieron granjeria. Pues bien; dentro de la situación personal en que este librillo ha tenido regazo — España es su nombre, tal como puede y debe vivirla un español sediento de verdadera concordia entre sus hombres y de cristiano decoro en sus destinos—•, ha sido tu amistad, Xavier, monte todo orégano, venero indeficiente y benéfico. Porque es así, y sólo porque es así, permíteme decir en alta voz lo que a tu amistad deben estas páginas. Hay en ellas, por de contado, no pocas cosas malas: errores, imprecisiones, omisiones, excesos, insistencias. No me jacto de lo malo; mas tampoco me sonrojo demasiado, que aprendiz soy y ningún defecto me es ajeno. 10 No es lo malo del aprendiz errar, sino empecatarse en el yerro. Creo, sin embargo, que no todo es malo en estas páginas, y si no fuese así, no las daría a la estampa. Sobre lo menos malo de este libro se proyecta la huella de tu magisterio y tu amistad. La cual huella no consiste tanto en el empleo de alguna de tus ideas, cuanto en la fidelidad o, por lo menos, en el propósito de fidelidad del libro a dos actitudes fundamentales de la mente. Ellas son las que ahora quiero comentar. De ti he aprendido la lección más importante para todo el que aspira a una vida intelectual medianamente eficaz: que sólo es vivo y verdadero nuestro saber cuando, sin poner en duda nuestra posibilidad de conocer algo con firmeza, contemplamos como permanente problema aquello que sabemos o aprendemos. El haber de nuestra mente está en gran parte edificado con guijarros de aluvión, rutinariamente aceptados como evidentes de suyo o impuestos al ánimo por la sugestiva influencia de la novedad. Por eso, la ardua y constante discriminación entre la usualidad, el deslumbramiento y la evidencia es una de las primeras reglas de la vida intelectual, si no la primera. Así lo he entendido yo, viéndote muchas veces indagar, con denodada resolución, los últimos supuestos históricos y los últimos estratos esenciales de una cuestión cualquiera, fuese vieja o reciente. De ejercitar modesta y discentemente tal hábito ha nacido este libro. Había de ser la primera parte de otro mayor, dedicado a comprender con mente histórica y alma española la llamada "generación del 98", Así 11 como mi estudio acerca de Menéndez Pelayo fué precedido de unas reflexiones sobre el problema de la bio" grafía, juzgué conveniente meditar sobre el problema historiológico de la generación antes de meterme a describir las vicisitudes y andanzas de una de ellas, aunque fuese tan reciente y aireada como esta del 98. Tenía yo en mi espíritu o creía tener una idea de lo que es una generación histórica: vestigios de esa idea quedan esparcidos en mis escritos, tantas veces volanderos o urgidos por diversos apremios, y muy especialmente en unos artículos que bajo el título "Tres generaciones y su destino" publiqué durante el inolvidable estío de 1937. Mas cuando me he hecho radical problema de aquella idea mía, la he hallado harto insuficiente y más que menesterosa de revisión. Entré en lecturas, acampé reiteradamente en las zonas caliginosas del problema, escribí, taché buena parte de lo escrito, volví con humildad a la tarea, medró el volumen de mi engendro, y lo que había de ser introducción metódica al estudio de una generación, se ha convertido en libro hecho y derecho sobre el tema de las generaciones. No pretendo con él haber dejado exhausta la cuestión, ni le creo en franquía de rectificaciones y pulimentos; aspiro, eso sí, a situar este problema en su lugar natural y a tratarlo conforme a su peculiar índole. Otra lección tuya, Xavier, late en estas páginas: la obediencia al imperativo del concepto. El saber humano comienza por ser puro asombro y vaga intuición adivinatoria; no merece, empero, la preclara dignidad de su 12 nombre, mientras lü originaria intuición no se ha convertido en concepto riguroso, bien articulado, completo, transparente, escueto de aristas. No trato de negar el enorme valor histórico de los intuitivos y metaforistas geniales, como lo fueron, por ejemplo, Nietzsche, DiU they y Bergson; pero su mérito intelectual y su eficacia histórica no llegan a los de esos acuñadores de conceptos que saben aunar en sus obras la gracia de la fecundidad y el heroísmo de la ascesis: el mérito y la eficacia de Aristóteles, Santo Tomás, Galileo, Descartes o Kant. Casi me arrepiento, abrumado, de haber traído los anteriores nombres al atrio de este librejo, y aún más de haberlos escogido como modelos, "Vermis sum." Ni siquiera me reconozco con derecho a cobijarme bajo la fronda de árboles tan venerables, porque la personal insuficiencia unas veces, la prisa otras, la pereza algunas y'—'¿por qué no decirlo?—'Una invencible debilidad de escritor por la digresión, el adjetivo y la metáfora, me han vedado la severa observancia del mandamiento que antes proclamé. Mas ni la parvedad de mi aliento ni la blandura de mi ánimo, logran apartarme de reconocer la excelencia de un mandato cuya grandeza, tú, Xavier, me has hecho sentir con fuerza por mí no conocida. La inquietud problematizante—perdóname el vocablo, en gracia a su expresividad*—, la lectura de todo cuanto sobre el tema ha venido a mis manos, cierta preocupación conceptual y la instante presión del tema mismo, tan vivo y actual para todos los conmovidos por la 13 Historia, han hecho crecer y configurarse este pequeño libro. ¿Merecerá alguna atención? ¿Se perderá su menuda vo¿ entre el estruendo de las armas, éstas armas de la destrucción y de la tiniebla? Muy vivamente lo temo. Mas tampoco debemos cerrar el corazón a la esperanza. También es posible que algo quede del esfuerzo cumplido hoy por quienes, como tú, como yo, como otros españoles, como muchos cristianos de este mundo amenazado ~-dé jame compensar mi pequenez con la valía y la muchedumbre de los otros—*, no tenemos otras armas que ceñir sino aquellas que nuestro San Pablo ofrecía a los romanos: las armas de la luz. PEDRO LAÍN ENTRALGO. Madrid, en el Segundo Domingo de Adviento de 1944. 14 N O T A S I Tal vez moleste a los puristas del lenguaje ver escrita la palabra "generacional". Deben pensar que, usado él sustantivo "generación" para expresar técnicamente un concepto historiológico, el adjetivo "generacional" era inevitable, aunque no lo reconozca la Academia. Y, por otra parte, cuando de excepción se deriva "excepcional", de nación "nacional", de función "funcional" y de fundación "fundacional", ¿por qué no decir "generacional" para expresar lo relativo á las generaciones? II Dificultades de orden tipográfico impiden que la transcripción de los vocablos griegos a nuestra grafía sea enteramente correcta. Por una parte, el signo de cantidad sobre la e y la o cuando corresponden a la eta y a la omega no es la barra, sino el acento circunflejo. Por otra, ha habido necesidad de prescindir de los acentos sobre la e y la o cuando transcriben a la eta y a la omega. CAPÍTULO I EL APOYO DEL HOMBRE EN LA HISTORIA EL HOMBRE COMO SER HISTÓRICO V_y ON más o menos hondura, precisión y elegancia, todos hemos pensado o escrito desde hace no pocos decenios esta gastadísima verdad: "el hombre es un ser histórico". Un zóion histotikón, como diría un heleno, dicen los helenopedantes y decimos, que la sinceridad nunca sobra, los helenoaprendices. Lo cual es decir muy poco, si la frase queda en rótulo, o muy mucho, si vale como definición acabada. Porque el hombre es, ciertamente, un ser histórico, pero también es un ser eterno. Más aún: su modo de ser un ente histórico, su humana historicidad, es rigurosamente incomprensible e inexplicable sin su condición de ente inmortal y eterno, sin su humana inmortalidad y eternidad. Quede ahí el sobrecogedor problema de las relaciones entre la historicidad y la eternidad del hombre, y miremos más cavilosamente el doble filo semántico de 17 2 la perogrullesca aserción citada: "el hombre es un ser histórico". ¿En qué sentido es el hombre un ser histórico? Es histórico el hombre en cuanto hace la Historia. Desde que se conserva memoria de sus vicisitudes, el hombre ha sido y sigue siendo lo mismo: hombre. Pero el modo de ser hombre, por obra del libre albedrío que distingue a los/ humanos y de una rara necesidad que les impele, ha ido cambiando con el tiempo. Esas mudanzas en el modo de ser hombres que los hombres, sin dejar de ser tales, han ido experimentando, constituyen lo que llamamos su "Historia". En cuanto el hombre hace esa Historia suya, esto es, en cuanto es hombre mudando libre y menesterosamente el modo de serlo, es un ser histórico. Es histórico el hombre, por otra parte, en tanto cuenta historias: quiero decir, en cuanto escribe la Historia. Las mudanzas en el modo de ser hombre sólo se hacen "Historia" —pasan a ser "históricas"—por el hecho de que un hombre las cuente o relate. Según su etimología, "historia" vale tanto como investigación o exploración, mas también es el relato de lo que se ha aprendido o investigado. Es precisamente el hombre, entre todos los seres, el que tiene esta extraña tendencia a contar lo que le va ocurriendo y lo que ocurrió a quienes ya murieron; y esta condición de narrar las vicisitudes propias y ajenas hace doble y más complejamente verdadera la ya repetida frase: el hombre es un ser histórico. 18 El hombre, en suma, es actor y relator de sí mismo. Si bien se mira, la condición de hacer la Historia, tal como la hace el hombre, y la de contar la Historia, tal como el hombre la cuenta, revelan una y la misma constitución del ser humano: su capacidad de despegarse de lo que ocurre y tomar postura frente a ello. Para que el hombre haga su historia queriendo y pudiendo hacerla, es preciso que desde un escondido centro de su ser, misteriosamente ajeno a su propio acontecer, invente de antemano, sueñe o proyecte lo que quiere hacer entre todo lo que en su opinión puede hacer. Para que un hombre, sea historiador de oficio o mero conversador, cuente su historia o la ajena, es necesario que en él exista un secreto centro exterior a esa historia, en el cual y desde el cual contemple las mudanzas que pretende relatar. La Historia escrita no es otra cosa que el relato de una serie de mudanzas históricas, tal como éstas se reflejan en la conciencia de un hombre, el historiador. Que esta conciencia, por el hecho mismo de existir humanamente, se halle a su vez históricamente situada, detenida en un punto de su propio mudar y configurada por la ocasional singularidad "histórica" de dicho punto temporal—creencias, supuestos estimativos, modos estilísticos propios de; la época y del medio en que se vive^—, no excluye esa su constitutiva exterioridad al acontecer de que antes hablé 1. Las pinturas 1 Apenas es preciso indicar el carácter metafórico que cobran estas expresiones espaciales—"exterioridad", por ejemplo—cuando se refieren a la constitución ontológica del ser humano. 19 con que fué pintado un paisaje pueden estar hechas con la tierra de ese paisaje mismo, pero no por ello dejará de ser el cuadro constitutivamente exterior al trozo de naturaleza que representa. A ese último centro de la vida humana en el cual y desde el cual se proyectan y se contemplan las mudanzas del propio vivir y del vivir ajeno es a lo que suele llamarse espíritu. Quiere todo ello decir que los hombres sienten, perciben su propio mudar. De otro modo no podrían contarlo y, probablemente, tampoco hacerlo. Pero el sentimiento de la propia mudanza*—o, cuando menos, el modo expreso de ese sentimiento, la "cuenta" que el hombre se da de él, como suele decirse—varía según la índole personal y la situación histórica del sujeto que la percibe. Me refiero, como es obvio, a las mudanzas en el propiq existir que en virtud de su carácter más genuinamente "histórico" son compartidas simultáneamente por varios hombres: una guerra, un cambio de régimen, una crisis política cualquiera; y no a las intransferibles vicisitudes de la propia intimidad personal. Siempre, frente a un suceso político cualquiera, unos pensarán que "se armó la gorda" y otros dirán "aquí no ha pasado nada". Un ejemplo. Para los hombres atentos a la zona más superficial de la Historia, los años que transcurren entre 1868 y 1875 son marco cronológico de mudanzas nada livianas en la vida histórica de los españoles. Muchos pensaron que la revolucioncita de 1868 cortó el hilo de la auténtica historia española, y por eso pudo 20 decirse luego que la Restauración vino a "reanudar la Historia de España". Instalado en otra visión de la Historia, piensa Unamuno, en cambio, que la vicisitud histórica castizamente llamada "la Gloriosa" fué sólo un accidente ajeno a la verdadera historia de España. "No fué la restauración de 1875—dice—lo que reanudó la historia de España; fueron los millones de hombres que siguieron haciendo lo mismo que antes, aquellos millones para los cuales fué el mismo el sol después que el de antes del 29 de septiembre de 1868, las mismas sus labores, los mismos los cantares con que siguieron el surco de la arada. Y no reanudaron en realidad nada, porque nada se había roto" 2. LOS PROBLEMAS DE LA HISTORIOLOGIA Hemos de pensar, por tanto, que en la total interrogación planteada a la mente por las mudanzas del hombre que llamamos históricas^*las vicisitudes de una vida humana compartidas por otros, merecedoras de que se las relate y efectivamente narradas o relatadas—cabe distinguir una triple estructura. 1. Está en primer término el problema de lo que en sí misma sea esa mudanza^su índole y su alcance— respecto al real y verdadero ser del hombre. A la onto2 "En torno al casticismo", Ensayos, ed. de Aguilar, I, 20. 21 logia y a la teología de la Historia toca debatirse en torno a este problema cardinal. 2. Constituye un segundo problema la vivencia de esa mudanza por parte del hombre que la promueve, la padece o, más sencillamente, la experimenta. Muchos españoles sintieron que su modo de existir cambió con el tránsito del régimen monárquico a la República de 1931. ¿Cómo vivieron aquellos españoles'—los agentes y los pacientes^el cambio experimentado por su vida? ¿Qué cuenta se dieron de él? ¿Qué alcance le concedieron? ¿Cómo lo estimaron? Las memorias, las crónicas, las cartas y, en general, todos los documentos autobiográficos son las "fuentes" en que puede saciarse la sed de saber que esas preguntas delatan. Construir la teoría de la referida vivencia es tarea perteneciente a la psicología del acontecer histórico. 3. El tercer problema que ofrece el mudar histórico viene planteado por la vivencia refleja de esa mu~ danza en la conciencia del historiador. Puesto un historiador actual ante la vicisitud de la historia de España llamada "Restauración de Sagunto", ¿cómo la ve, cómo la valora, cómo la describe desde su concreta situación de hombre y de historiador? Más aún: ¿cómo debe verla, valorarla y describirla? La ciencia que nos enseña a dar respuesta idónea y suficiente a estas preguntas recibe el nombre de Historiografía o doctrina sistemática del relato histórico. Y el conjunto de estas cuatro disciplinas del saber^Teología de la Historia, Ontología de la Historia, Psicología de la Historia, His22 toriografía—constituye la más general que Ortega, con evidente acierto, propuso llamar Historiología o ciencia general del acontecer histórico. MODOS DE VIVIR LA MUDANZA HISTÓRICA Esta visión panorámica, casi baedekeriana, de los problemas que la mudanza histórica plantea, no sirve aquí sino de soporte a otra meditación más próxima al tema de mi libro. Me refiero al modo de sentir el hombre esa peculiar mutación de su existencia que llamamos acontecer histórico. Puesto que, como sabemos, varía con la índole personal y con la situación histórica de cada hombre su modo de percibir directa o reflejamente—como actor o como historiador—las mudanzas en su modo de existir que constituyen el curso de la Historia, ¿cabe distinguir en esa variedad modos genéricamente distintos? ¿Puede ser reducida a unos cuantos modos típicos la enorme variabilidad que forzosamente presenta la percepción de las vicisitudes históricas propias o ajenas? ¿Cómo siente el hombre la inserción de su existencia en el tiempo histórico? Tal vez consigamos una respuesta aceptablemente ordenada y suficiente analizando la vivencia básica de ese elemental sentimiento del existir humano: la vivencia del apoyo que el hombre tiene en su propia situación histórica. 23 LA SEGURIDAD COMPLETIVA Hay épocas históricas en las cuales se cree el hombre más seguro de si mismo, más suficiente. Hay en ellas un más denso y firme arraigo de los hombres en su propia situación. Sienten que su vida está seguramente apoyada en la Historia, y esta seguridad les hace ver en su propia época una suerte de madurez, como si los tiempos hubiesen alcanzado ya una altura casi definitiva. El correr de los años no es entonces carrera consuntiva y apremiante, sino mansa y previsible andadura del hombre sobre la planicie de su tiempo. No se tiene prisa ni se conoce la provisionalidad, y los hombres ven su misión histórica en continuar y completar la obra de sus padres. Tiempos conservadores, gobernados por hombres de senescente madurez: son las "épocas de historia aburrida", que Montesquieu consideraba tan felices. La juventud no tiene entonces valor por sí misma: es un modo deficiente de ser hombre, un "todavía no", y el brote de las generaciones apenas alcanza relieve histórico. Ortega habló de "épocas cumulativas". Tal vez sea preferible llamarlas épocas completivas, si se atiende a la conciencia que el hombre tiene de completar o perfeccionar un modo de existir sentido como casi suficiente. No debió ser otra la conciencia del romano en la época de Augusto. Virgilio, por ejemplo, tiene la seguridad de habitar en un mundo histórico firmísimo, casi definitivo. Las murallas de su ciudad son para él áltae 24 moenia Romae, bastiones seguros de una urbe que, para dar hechura y consistencia históricas al mundo, se alza entre todas quantum lenta solent ínter viburna cupressi, (Egl. I, 25.) como el ciprés sobre el flexible mimbre. Todavía en tiempo de Plinio el Joven, antes de que se advirtiesen gérmenes de podredumbre en los cimientos mismos de Roma, podía escribirse así: "Me deleita que, como la cierta carrera de¡ los astros, así esté dispuesta la vida de los hombres, los viejos sobre todo" {Ep. III, 1). El curso temporal de la existencia humana se le ofrece entonces al romano con una suerte de seguridad cósmica. La res publica tiene un orden casi tan firme como una res coelestis, como un sistema sideral. También cree estar a los alcances de una edad semejante el español del siglo xvi, cuando parece ir llegando a su siempre inacabado cénit nuestra empresa imperial: Ya se acerca, Señor, o ya es llegada la edad gloriosa..., escribirá el animoso Hernando de Acuña. Y otro tanto puede decirse del francés a fines del siglo xvn. No es un azar lingüístico que la palabra con que el francés moderno ha expresado el sentimiento de sentirse seguro 25 {sécurité) en el seno de una seguridad objetiva (süreté), naciese en el siglo xvil, el siglo de la previsibilidad natural y del equilibrio europeo. Escribía en 1647 el gramático Mr. de Vaugelas acerca de la palabra sécurité: "Je prévois que ce mot sera un jout fort en usage, á cause qu'il exprime bien cette confiance asseurée que nous ne sgaurions exprimer en un mot que par celuylá." El historiador ve entonces a la¡ Historia como una ascensión hacia la levantada llanura en que como hombre existe. Basta tomar en la mano, a guisa de único ejemplo, el Discurso sobre la Historia Universal, de Bossuet. Las doce épocas que Bossuet distingue en la historia de los hombres son para él, además de "lugares de reposo", en los que uno se detiene para considerar lo que ha sucedido antes o después 3, otros tantos peldaños en el ascenso del hombre hacia el Grand Siécle. Habla Bossuet de la Historia, y lo que con significativa reiteración ve en ella es "orden" y "continuación"; tanto orden ve en ella, que para ilustrar claramente al Delfín acerca de lo que va a ser su relato histórico, no vacila en compararlo con una carta geográfica. El historiador Bossuet contempla el acontecer histórico como una procesión de sucesos firme, ordenada y bien conducida por una "razonable" Providencia. Si la existencia humana pudo ser comparada por Plinio el Joven con la carrera de un astro, la Historia es para Bossuet un armonioso y bien compuesto dibujo cartográfico. 3 Véase como prueba suficiente la dedicatoria del libro al Delfín. 26 EL OPTIMISMO DEL PROGRESO No es este el único modo de sentir la mudanza de nuestro existir que solemos llamar tiempo histórico. Otras veces, en las épocas sentidas como progresivas, y a merced de una más o menos explícita creencia de su alma, pone el hombre esa venturosa "madurez de los tiempos", hecha ya flagrante utopía, en una hora siempre por venir. Vive entonces a la vez oprimido y espoleado por una rara conciencia de tránsito y provisionalidad, como si cada época sólo adquiriese valor y firmeza por acercarse sucesivamente a esa futura, siempre inasible plenitud; la cual, a diferencia de la plenitudo temporis del Cristianismo, asienta en una remota y esperada posibilidad de la existencia natural e histórica del hombre, y no en un modo sobrenatural y gratuito del humano existir. El hombre se apoya entonces en su situación histórica sólo fugaz y apresuradamente, para saltar desde ella hacia otra ulterior, más próxima al deseado "estado final" en que se cree y se espera. Así ha sucedido, por ejemplo, mientras dominó en las almas el progresismo de los siglos xvm y xix, tanto en la forma positiva de los comtianos y spencerianos, como en la metafísica de Hegel y los suyos, o en la materialista del marxismo. Este desmedido optimismo progresista, esta fe quiliástica en el despliegue espontáneo de la mera naturaleza humana a lo largo de la Historia apuntan con el orto de los llamados "siglos modernos" y se configuran con precisión en la primera mitad del 27 décimooctavo, por obra de Fontenelle, del Abate de Saint-Pierre, de Turgot, de Voltaire. Léase el Esqaisse de Condorcet y se advertirá con plena claridad el reflejo de esta actitud del hombre sobre la obra del historiador. Las nueve épocas que Condorcet distingue en la historia de la Humanidad, desde que les hommes sont réunis en peuplades, hasta el momento en que escribe, el de la Revolución Francesa, son por él consideradas, más que desde el punto de vista de la situación histórica en que realmente vive—-"republicano independiente" de 1793, perseguido por la propia República—', desde el creído sueño en una edad dorada a que la Humanidad se acerca. El tiempo histórico sería una continua carrera progresiva del hombre, de curso más o menos regular, en derechura hacia una indefinida derniére époque de luz, libertad y virtud; en la cual, como con pasmosa fe declara Condorcet, hasta "la duración media de la vida debe crecer sin cesar". Unos lustros más tarde, Víctor Hugo, embriagado ya por este vino de la fugacidad de la Historia y por la fe en la próxima bienaventuranza, cantará con inigualado entusiasmo el viaje infinito de la nave del progreso: splendide, elle introduit les peuples, marcheurs dans la communion des aigles. lourds, EL PESIMISMO DE LA REGRESIÓN Rudo contraste hay entre la Historia vista desde la optimista fe del progresista y la que se escribe desde 28 el pesimismo antropológico de la contrarrevolución romántica o desde cualquiera de las épocas sentidas como regresivas. Apóyase entonces el hombre en su situación histórica como en una superficie descendente y resbaladiza, al término de la cual amenaza la caída en una catástrofe histórica. Donoso, por ejemplo, interpretando con pesimista y casi protestante ligereza la idea católica sobre el origen del mal, no vacila en afirmar que "el pecado corrompió en el primer hombre a la naturaleza humana" i. De ahí que vea en la vida histórica del hombre una terrible urdimbre de mal y dolor. "El hombre nace apenas—dice en otro lugar—, y no parece sino que viene al mundo por la virtud misteriosa de un conjuro maléfico, y cargado con el peso de una condenación inexorable. Todas las cosas ponen sus manos en él... Los pocos que por ventura resisten, comienzan a andar el camino de su dolorosa pasión, y después de guerras continuas y de varios sucesos van a parar a la * Ensayo, II, 8 (ed. de Madrid, 1851, pág. 205). Tomada a la letra, esta expresión está con la tesis luterana (natura hominis intrinsice corrupta est) y contra la tomista y tridentina, según la cual no fué la secuela del pecado original una corrupción de la naturaleza humana, sino spolatio in gratuitis, vulneratio- in naturalibus (Summa, I, 2, q. 85, a 1). La corrupción producida por el pecado original sería de los hábitos del hombre, no de su naturaleza. Uno de los problemas cardinales de la antropología católica es explicar el alcance de esa vuíneratio de modo que no llegue a ser corruptio naturae. Si el progresismo peca por pelagiano, la contrarrevolución —tal vez sin saberlo, como le sucedía al ardiente y bienintencionado Donoso—peca por maniquea. La idea de una corrupción esencial de la naturaleza humana por obra del pecado original conduce lógicamente a una especie de maniqueísmo. 29 última catástrofe..." °. No debe extrañar, por tanto, que Donoso vea en el curso del acontecer histórico, y más en el de su tiempo, la continua inminencia de una catástrofe, un doloroso despeñamiento del hombre desde la felicidad anterior al corruptor pecado original. "Preguntad al mundo por qué está lleno de terror y espanto, por qué los aires están llenos de lúgubres y siniestros rumores, por qué las sociedades están todas turbadas y suspensas como quien sueña que le va a faltar el pie, y que allí donde le va a faltar está un abismo." No cabe una metáfora más clara y directa para expresar el sentimiento que el contrarrevolucionario romántico tiene de su "apoyo" en su propia situación histórica. 5 Ensayo, III, 4. Está todavía por estudiar el carácter "contrarrevolucionario" de la definición que Bichat dio de la vida ("el conjunto de funciones que resisten a la muerte"; el vitalismo de Bichat es un vitalismo "pesimista", con una "fuerza vital" en retirada ante el avance de las "fuerzas mecánicas"), así como su posible influencia sobre el pensamiento antropológico y político de los contrarrevolucionarios anteriores al 48. Habla Donoso del hombre y dice: "la primera brisa que le toca y el primer rayo de luz que le hiere, es la primera declaración de guerra de las cosas exteriores. Todas sus fuerzas vitales se rebelan contra la presión dolorosa..." Hay en esas palabras una versión oratoria y enfática de la definición de Bichat. Si la actividad vital del hombre es para el progresista—Hegel, Comte, Darwin— un perdurable y prometedor despliegue evolutivo, para el contrarrevolucionario no pasa de ser dolorida resistencia a las fuerzas desatadas de la destrucción, del dolor y del mal. 6 En el caso más ortodoxo—aunque siempre con una visión excesivamente pesimista de la culpa original—, ese "estado previo" es el Paraíso perdido; en algunos, una inconcreta y arcádica Edad de Oro; otros, en fin, concretan ese estado de pasada felicidad en una Grecia transfigurada por el ensueño (A. Chénier, Hólderlin, Byron, Shelley), en la Edad Media (medievalismo de los románticos cristianos) o, más modesta y políticamente, en el Anden Régime. 30 Distinguen a la mentalidad contrarrevolucionaria (Bonald, Lamennais, Donoso, Lasaulx) dos notas fundamentales: una antropológica, el pesimismo y la desconfianza del hombre respecto a su actividad puramente "natural"; otra histórica, la creencia implícita o declarada en un más feliz estado anterior, desde el cual, por obra del pecado, vendría dando la Humanidad dolorosos tumbos 6. En la historiografía progresista, el centro de referencia desde el cual reciben su más hondo sentido los sucesos históricos es siempre el esperado "estado final", la derniére époque de Condorcet; en la historiografía contrarrevolucionaria, un supuesto y añorado "estado anterior", desde el cual se habría despeñado el hombre por obra de su falaz y corrompida libertad. Léanse con cuidado las reflexiones polémicas de Donoso en torno al origen de las ideas de libertad, igualdad, fraternidad y solidaridad, y se le verá interpretarlas, bronco y nostálgico, como reminiscencias "de sucesos acaecidos en aquella época primitiva que precede a todos los tiempos históricos". LA INSEGURIDAD CRITICA Junto a la vivencia completiva, progresiva y regresiva de las mudanzas históricas propias o ajenas cabe distinguir, en fin, una vivencia crítica del mudar histórico. Esto es: del propio mudar, en lo que tiene de histórico. ¿Cuándo el propio mudar es sentido como crí31 tico, cuándo se hace crisis la continua mudanza? Ortega contestaba hace poco: "hay crisis histórica cuando el cambio de mundo que se produce (de una generación a otra) consiste en que al mundo o sistema de convicciones de la generación anterior sucede un estado vital en que el hombre se queda sin aquellas convicciones, esto es, sin mundo. El hombre vuelve a no saber qué hacer porque vuelve a de verdad no saber qué pensar sobre el mundo. Por eso el cambio se superlativiza en crisis y tiene el carácter de catástrofe" 7. De otro modo: siéntese como crítica una mudanza histórica cuando, al término de ella, no puede apoyarse la existencia en la propia situación. Los supuestos básicos con que uno se orientaba en la situación anterior, las creencias y convicciones históricas sobre que se apoyaba 8, son radicalmente insuficientes para dar cuenta de la situación a que tras la "mudanza crítica" llega la propia existencia. Aparece entonces ante los hombres con patencia y dramatismo excepcionales la constitutiva imprevisibilidad de su destino. No importa que los soportes natu7 Esquema de las crisis, Madrid, 1942, pág. 38. Subrayo con toda deliberación la palabra históricas, para indicar en qué me aparto de la doctrina orteguiana. Creo que el hombre es capaz de creencia en realidades trans o sobrehistóricas. En el tránsito de la Edad Media a los tiempos modernos no falla la creencia en un Dios personal, uno y trino, sino, a lo sumo, un modo histórico—el medieval, y sólo en lo que tenía de medieval—de creer en la realidad sobrehistórica de un Dios personal, uno y trino. La devotio moderna difiere de la devotio antiqua sólo en ser forma histórica distinta de una misma devoción. 8 32 rales de ese destino—complexión y salud del cuerpo y del alma, medio físico en que transcurre la vida, etcétera—sean óptimos, ni que la voluntad se aplique con tenaz energía a cumplir los propios planes de vida; ni siquiera que la fe religiosa sea viva y operante, si esa fe no llega a conceder una "santa indiferencia" absoluta. El hombre corriente y moliente no se apoya sólo en su cuerpo (naturaleza viviente), en su suelo (naturaleza cósmica) y en su cielo (fe religiosa), mas también en su tiempo, en su propia época; y cuando ésta se conmueve, su vida tórnase tan incierta como cuando tiembla la tierra bajo el pie. Nadie podrá edificar su casa sobre el seísmo, por inteligente que sea el plano y firme la piedra de construcción, ni logrará dar coherente hechura a su vida durante una época estremecida y crítica, por recias que sean su naturaleza y su voluntad. Los años y los días son entonces desiguales e imprevistos, yérguense las generaciones con acusado perfil y el ser joven, a diferencia de lo que acontece en las épocas que llamé completivas, se convierte en necesidad o en consigna hasta para muchos sexagenarios. Domina a los hombres, incluso a los que descansan sobre una tradición, una rara y dúplice conciencia de inseguridad y de adanismo. Tanto vale esto como decir que esos hombres son desgraciados y orgullosos: les da infelicidad el saberse permanentemente amenazados por lo desconocido y orgullo el sentirse cada día a la cabeza de un siglo inédito. ¿Cómo no recordar el orgullo y la infelicidad del revolucionario europeo en el tiempo incierto de 1790 33 3 a 1848, o el dolor esperanzado y combativo, dramático y edificante, de tantos hombres de nuestra época? Otras veces sobrecoge al hombre una entrañable nostalgia o le espolea un exultante afán de aventura. La desazón que forzosamente inocula en el alma la súbita presencia del misterio del tiempo histórico es para unos signo de tiniebla y para otros vislumbre de aurora. No se entendería la obra de Quevedo sin tener en cuenta la amarga y desengañada nostalgia del hombre que ve cuartearse su vivienda histórica. La constancia del tema de la muerte y aquel sentimiento suyo de inseguridad existencial, tan patente a veces: ¿Quién, cuando con dudoso pie, y incierto piso la soledad de aquesta arena me puebla de cuidados el desierto? sólo pueden entenderse viéndole instalado en una situación histórica capaz de inspirar el famoso Miré los muros de la Patria mía. Frente a esta nostálgica zozobra, póngase, por ejemplo, la esperanza confiada de Acuña en el "Ya se acerca, Señor.,.", cuanto se erguía nuestro Imperio, o aquella conciencia auroral con que el editor de Galileo encabezaba en 1638 los Discorsi e dimostrazioni maternatiche intorno a due nuove scienze, del atlante pisano: "Di queste due nuove scienze,..—la mecánica racional y la resistencia de los cuerpos sólidos al desplazamiento— in quesío libro si aprono le prime porte." Mas cuan34 do para un hombre se abre una puerta, para otro se cierra: esas puertas que abrían a la aventura del hombre moderno un horizonte nuevo eran las mismas cuya sombra poblaba de oscuros cuidados el mundo español del español Quevedo 9. REGRESIÓN Y CRISIS Conviene hacer aquí un necesario distingo entre la vivencia del mudar histórico que antes llamé regresiva, basada sobre un formal pesimismo antropológico e histórico, y la que ahora llamo crítica. El pesimista de las épocas percibidas como regresivas—el romántico contrarrevolucionario, por ejemplo—-siente que su propia existencia, puesta en aquella situación histórica, resbala inexorablemente hacia la iniquidad y la destrucción: recuérdense los textos de Donoso. El hombre que vive como crítica su situación en la Historia nota con azoramiento la radical desorientación de su existencia, pero 9 En su ya citado Esquema de las crisis hace Ortega una rápida, agudísima y vivaz enumeración de las vivencias propias de las crisis históricas. La vivencia fundamental es la de azoramiento o desorientación: Petrarca, el madrugador Petrarca, habló, por ejemplo, de una perplexiías animorum. Esta radical desorientación puede conducir, según los casos, al autoflngimlento de soluciones, a la frialdad escéptica, a la angustia, a la desesperación (un heroísmo a la desesperada, por ejemplo), al cinismo, a raptos de furia y frenesí, a la amargura, a la resignación, a súbitas alegrías y entusiasmos orgiásticos. 10 En mi Menérídez Pelago he intentado mostrar la clara conciencia que tuvo don Marcelino de vivir en una época de crisis. 35 se afana por salir de esa desorientación, mediante una serie de ensayos a tientas, hacia un suelo histórico inédito y más firme. El hombre en crisis es un desorientado, no un pesimista. Basta leer a cualquiera de los que en el último tercio del siglo xix perciben la honda crisis histórica que por entonces apunta-—la crisis del llamado "mundo moderno"—-para advertir con claridad esta profunda y sutil diferencia entre crisis y regresión: Dilthey y Brentano, Bergson y Unamuno, Nietzsche y Menéndez Pelayo 10 sienten o interpretan sus mudanzas históricas de modo muy distinto que Donoso o Hólderlin. "Si uno se pregunta en la actualidad—decía Dilthey— dónde tienen puesto su fin las acciones de una persona individual o las de la Humanidad, pronto aparece la profunda contradicción que encierra nuestra época. Frente al gran enigma del origen de las cosas, del valor de nuestra existencia y del último valor de nuestras acciones, no se halla esta época nuestra más orientada que un griego en las colonias jónicas o itálicas o un árabe en la época de Averroes" 11. No obstante, este desorientado Dilthey expresará en otra ocasión su segura confianza en "la continuidad de la fuerza creadora" 12 y empeñará su vida en descubrir nuevos horizontes al saber filosófico. No es muy distinta la actitud de Brentano. Sabe muy bien que vive al término de una 11 Ges. Schr., VIII, 197. Ges. Schr., VII, 291. En mi ulterior exposición de las ideas de Dilthey acerca de la "generación", podrá verse con claridad el ánimo fimdacional con que desde su juventud miró su obra filosófica. 12 38 época crítica, en la cual "se cree saberlo todo y no se sabe nada"; pero junto a esas palabras, tan cargadas de humildad y desorientación, no vacila en estampar estas otras: "Nuestra época será celebrada por haberse rejuvenecido en ella la filosofía" 13, El hombre en crisis histórica siente la inconsistencia del suelo que pisa, mas no sin intentar ipso [acto construirse otro más seguro 14. Que este intento sea unas veces, a la postre, vana esperanza o alcance otras a ser creación histórica perdurable, no afecta a la actitud fundamental del hombre que en torno a él se afana. Cuatro son, en definitiva, los modos cardinales que adopta en la Historia la vivencia del mudar con ella: la seguridad completiva, la inseguridad crítica, el optimismo progresista y el pesimismo de la regresión. Todos ellos representan, casi huelga indicarlo, modos puros y típicos de sentir cómo muda históricamente la propia existencia. En la vivencia que cada hombre concreto tiene de su propio m u d a r l o de su personal apoyo en 13 El porvenir de la filosofía, trad. esp. Madrid, 1935, págs. 23 y 24. Esta distinción entre la vivencia crítica y la vivencia pesimista y regresiva del mudar histórico no excluye que ambas aparezcan una junto a otra en las épocas de crisis. La época abierta por la Revolución Francesa fué vivida como crisis por unos y como regresión por otros. "Mi pensamiento más secreto es que la vieja Europa está en los comienzos de su fin", decía Metternich, con la evidente conciencia de una destrucción regresiva, mientras "los hijos del siglo", llenos de esperanza, iban ensayando al galope formas de vida capaces de sustituir a las ya insuficientes del "Antiguo Régimen". La peculiaridad temperamental y biográfica de cada hombre determinará que una crisis histórica sea vivida por unos como mera crisis y por otros como amenazadora o caótica regresión. 14 37 la Historia, como quiera decirse—se dará uno de ellos con mayor o menor pureza, o se implicará el temple de ánimo peculiar de varias, tal vez de todas ellas. ¿Por cuántos modos de vivir la Historia pasan, por ejemplo, los que la hacen durante las épocas de crisis? ¿De cuántos motivos aislados, poco congruentes a veces entre sí, está entretejida la compleja vivencia de su propio acontecer histórico? Debo advertir también que estos cuatro modos de vivir la propia mudanza histórica son; si se me permite la expresión, "históricamente puros"; relativamente neutros, por tanto, respecto al modo religioso de interpretar el suceder humano. Dentro de ciertos límites, caben una versión completiva de la visión cristiana de la Historia (testigos, San Buenaventura y Bossuet) y una actitud regresista (la de Donoso y la del Menéndez Pelayo polemista, para no ir más lejos), como son posibles un optimismo y un pesimismo históricos más o menos acusados. Sólo cuando la ilusión progresista o el temor regresista pretenden ser a un tiempo históricos y absolutos (así fué, por ejemplo, el optimismo de Hegel), puede romperse la vinculación religiosa de la vivencia histórica. Un cristiano puede ser más o menos pesimista u optimista, pero no absolutamente pesimista ni absolutamente optimista 15. 15 Pueden leerse muy bellas cosas sobre la actitud del cristiano ante el problema de la Historia en Der Christ una die Gesch:¡chte, de Th. Haecker, Leipzig, 1935. Pero la verdad es que nos falta todavía, pese a la urgente necesidad que de él tenemos, un libro fundamental y al día acerca de la visión cristiana de la Historia. 38 No abandonemos todavía el tema de la mudanza histórica. Situémonos otra vez frente a él y preguntémonos con insistencia: sea segura o insegura, optimista o pesimista la vivencia del mudar histórico, ¿cuál es la causa de ese mudar? ¿Por qué el mudar histórico es sentido unas veces como segura y prometedora perfección y otras como insegura crisis? 39 CAPÍTULO n LA I N S E G U R I D A D DEL H O M B R E MUERTE, DOLOR Y F1NITUD S. i r OR qué el hombre vive en el constante drama de mudar históricamente? ¿Por qué su existencia histórica es un continuo ensayar formas de vida distintas? Varia et multimoda encontraba San Agustín a su propia vida y ubique inquieta, nusquam secura al alma humana. "Lo que hace la mutabilidad del hombre en todo el tiempo de su vida mortal, si es que debe llamársela vida, es que se acabe por llegar la muerte", dice en otro lugar {de Civ. Dei, XIII, 10). Si el hombre muda en la Tierra, piensa San Agustín, es porque ha de morir, porque su existencia terrenal es constitutivamente perecedera, porque su vivir es un ir muriendo. Escribía Ortega hace pocos años: "La vida (humana) es, por lo pronto, radical inseguridad, sentirse náufrago en un elemento misterioso, extranjero y frecuen41 temente hostil: se encuentra con esas cosas que .llama enfermedades, hambre, dolor..., con el rayo y el fuego, la sequía y la lluvia torrencial, con el temblor de tierra, con el asta que otro hombre le hunde en el flanco; se encuentra sobre todo con que a las personas queridas, a los otros hombres, les pasa de pronto una cosa muy extraña... Su cuerpo se queda inmóvil y rígido—-como mineralizado. Me dirijo al prójimo que me acompañaba y no me responde. Responderme es el acto típico y esencial en que percibo que existo yo para el prójimo. Ahora ya no me responde: he dejado de existir para él; por tanto, ya no estoy en compañía con él. Y descubro con un escalofrío, que con respecto a él me he quedado solo" 1. Todos estos desazonadores enigmas y problemas son los que obligan al hombre a ensayar frente a ellos una reacción práctica y una actitud interpretativa; una conducta y una ciencia. Esos problemas y enigmas son, en suma, los que le fuerzan a irse haciendo su propia vida y, por tanto, a mudar, a ir cambiando individual e históricamente. Una y otra meditación sobre el mudadizo existir del hombre, la del ardoroso creyente tagasteño y la del templado espectador castellano, tienen sin duda una raíz común. Uno y otro ven la causa del mudar humano -—comprendido en él esa manera de mudar que llamamos "histórica"—en la elemental percepción que el hombre hace de la muerte y del dolor. Ve morir a los 1 Esquema de las crisis, págs. 21 y 25. 42 demás y sabe que él va acercándose a su propia muerte; ve sufrir y siente que sufre. No muda históricamente por el hecho primario de morir y sufrir, porque también el animal está sujeto a muerte y sufrimiento, sino por el hecho secundario o reflejo de advertir la muerte y el dolor propios y ajenos, por la inexorable necesidad de tener que tomar postura activa e interpretativa ante el espectáculo de esa muerte y ante el sentimiento de ese dolor. Y como la muerte, el dolor y el advertimiento de la muerte y el dolor son vicisitudes esencialmente unidas a la naturaleza misma del hombre, éste va mudando y mudando a lo largo de las generaciones y a lo ancho de los pueblos, desde que como tal hombre existe sobre la haz de la Tierra. Tal vez se haga más patente la verdad de estas consideraciones trasponiéndolas a su plano ontológico. La nota ontológica a que apuntan las reflexiones de San Agustín y de Ortega es la aparente fínitud del ser del Hombre. Si hubiésemos de definir con una sola palabra la índole común de todos los modos en que se nos muestra el concreto existir del hombre, ninguna hallaríamos más idónea que esta: finitud. La inexorabilidad de la muerte hace a la vida humana temporalmente limitada, finita en el tiempo; la ineludible necesidad que para "realizarse" tiene del cuerpo esa vida del hombre, la hace localmente limitada, finita en el espacio. Hay un segundo en que se acaba la vida, por muy hábiles que sean nuestros recursos higiénicos y terapéuticos; hay también una infinidad de puntos espaciales a los que no 43 puede llegar la mano del hombre, por eficaces que sean las técnicas del desplazamiento local; hay, en fin, un ingente haz de posibilidades de existencia que el hombre puede imaginar, pero no asumir. Nadie me impide conjeturar lo que pueden ser en sí mismas la existencia real del caballo y del ángel, o la existencia fantástica de la sirena y del centauro, o la existencia pasada de un hombre de Neanderthal, o la existencia posible de un español en el siglo xxv; pero, de hecho, me está terminantemente negada la posibilidad de asumir cualquiera de esos múltiples modos de ser. La muerte, el espacio y, sobre todo, el inexorable imperativo de mi propia identidad—'la necesidad de no poder ser sino aquello que soy—me convencen eficaz y despiadadamente de mi finitud. Finitud, grillete del hombre. La enfermedad, el dolor y la amargura de renunciar nos irán haciendo penosa y opresora la conciencia de esa entitativa limitación. Mas no basta la finitud para que el hombre mude personal e históricamente. También el animal es un ente vivo y finito, también está limitado por la muerte, por el espacio, por la contingencia y por la identidad; y, sin embargo, el animal no tiene historia, en el sentido actual del vocablo 2. En la concreta existencia del hombre hay 2 Tienen "historia" el animal o la planta en el sentido helénico, etimológico de la palabra: el hombre puede "contar" cosas de uno y otra, y eso es la "Historia Natural". Pueden tener también "historia"-—en el sentido actual del término—, pero sólo alcanzan a tenerla adjetivamente, en cuanto llegan a formar parte del mundo en que el hombre hace su vida. Puede 44 algo más que su inexorable finitud: hay también la percepción, el advertimiento de esa finitud. Dije antes que esa finitud del hombre es aparente. Quise decir con ello, por lo pronto, que al hombre se le aparece su finitud, se le hace patente sin necesidad de razonamiento ni silogismo. El hombre tiene el sentimiento de su finitud: sabe que es finito por el hecho de ser como es. En cuanto un nacido de mujer piensa lúcidamente en sí mismo—'mejor: en cuanto se queda solo consigo-— advierte, con articulación intelectual más o menos perfecta, su propia finitud. Este advertimiento tiene un doble rostro. Positivamente considerado, indica que el hombre existe según ese modo de ser que llamamos finitud. Pero tal positividad está circundada por un contorno negativo. Sólo puede el hombre percibir su propia finitud en cuanto es capaz de concebir modos de ser no sujetos a la finitud. Si yo digo "esto es una silla", quiero decir dos cosas: que el objeto a que me refiero es positivamente y por sí mismo una silla; y, además, que yo soy capaz de concebir objetos que no son sillas o, por lo menos, algo que no sea silla. Lo que una cosa es se recorta y aisla entre todo lo que no es: una mujer es hermosa en cuanto hay mujeres que no son hermosas. Del mismo modo, si yo advierto mi finitud, es porescribirse, por ejemplo, una "Historia del caballo" contando lo que ha ido siendo del caballo en la vida "histórica" del hombre. E n un sentido analógico, "Historia Natural" es también el estudio de las modificaciones que con el tiempo va sufriendo la Naturaleza: los dinosaurios no existen hoy, la corteza terrestre cambia, etc. 45 que al mismo tiempo advierto, con claridad mayor o menor, que cabe existir sin ñnitud. Ese "vaciado" de infinitud posible en que ontológicamente descansa mi finita existencia puede ser también concebido real y po~ sitivamente: es, mirado desde la menguada mente del hombre, el singular "sobreser" que llamamos Dios. La revelación nos dirá luego que el "sobreser" infinito de Dios es el creador ex nihilo de todos los seres finitos. Hay, por tanto, en la existencia lúcida del hombre una sutilísima y entrañable tensión entre el sentimiento de la propia finitud y la posibilidad de concebir modos de ser—el modo de ser de ese "sobreser" que llamamos Dios—no sujetos a la finitud que nos encadena. ¿Qué nombre dar a esta tensión ontológica? Los hombres han elegido vocablos cuyo significado dentro del lenguaje vulgar y cotidiano fuese capaz de expresar o sugerir la limitación a que se ve forzado un ser capaz de concebir modos de ser ontológicamente trascendentes del suyo. Unos, como San Agustín y Unamuno, han hablado de enfermedad; otros, como Kierkegaard y Hei~ degger, de angustia; quiénes, como Donoso, de condenación 3. 3 Cuando Hegel dijo: "El que está condenado por Dios a ser filósofo...", no se refería, en el fondo, a cosa distinta de esa "tensión" ontológica entre la finitud sentida y la infinitud concebida como posible. Es filósofo aquel a quien se hace claro el problema de su propia finitud. 46 EL HOMBRE, "ANIMAL ENFERMO" En cuanto San Agustín se enfrenta con su propia vida, esto es, con la vida del hombre en este mundo, pronto descubre en ella una nota fundamental: la "inquietud", Inquietum est cor tneum, escribe en el primer capítulo de sus Confesiones y repite con largueza en otras partes. Esta "inquietud", ingénita en la naturaleza humana tras la culpa original, se expresa psicológica y éticamente como una continua lucha del hombre consigo mismo. Con singular energía lo expresa San Agustín: Exsutgit, opprimo; renititut, refreno; repagnat, expugno...: quis in me seminavit hoc bellum? (Contra JuL, V, 7, 26). Por el pecado se apartó voluntariamente el hombre del lugar ontológico que en el orden total de la creación le estaba asignado. Por eso su vida será inquietud permanente e interna lucha mientras la gracia no le devuelva, redimido y renovado, al puesto que perdió. La instancia promotora de esa constante lucha que es la vida terrena se llama "concupiscencia", y el estado del hombre a ella sometido es aegritudo, "enfermedad". "Nacer aquí en cuerpo mortal, es comenzar a estar enfermo", exclama San Agustín (En. in Ps„ CII, 6); y en otro lugar insiste: "No te juzgues sano... pues larga enfermedad es esta vida" (Serm., LXXXVII, 4 ) . El pecado original es la causa de esta esencial aegritudo, piensa San Agustín, y la inquietud su síntoma permanente. Pero el daño fundamental de la enfer47 medad del hombre, ese daño del cual la inquietud es síntoma, consiste en la mortalidad de su condición. La muerte de los hombres, entendida como una privación de la inmortalidad original, es la primera consecuencia del primer pecado: Dios creó a los hombres "de tal condición que... siendo desobedientes, incurriesen en la pena de morir" (de Civ. Dei, XIII, 1). Esta pérdida de la primitiva inmortalidad angustia vivamente a San Agustín: siente que es "un hombre que lleva en derredor de sí el andrajo de la mortalidad", y así se define cuando, penetrado por una hondísima sed de sinceridad, se acerca a Dios en sus Confesiones (Conf., 1,1). Por eso la "salud" hacia que natural y sobrenaturalmente tiende la aegritudo humana, término último de nuestra "inquietud", es una inmortalidad restaurada por la gracia. Sanitas inmovtalitas erit, dice a seguida de proclamar la condición morbosa de la vida humana (Setm., LXXXVII, 4); y en otro lugar lo confirma con mayor decisión: "Pues sólo hay una verdadera salud (sanitas) y ésta es la inmortalidad" (En. in Ps., X X X V I I ) . No quiere San Agustín la inmortalidad espiritada de un alma separada del cuerpo, sino la vida inextinguible del hombre entero. "Quiero que todo yo sea sano—-dice expresamente—, porque todo soy yo. No quiero que mi carne sea eternamente separada de mí, como cosa extraña a mí mismo, sino que toda ella sea sanada conmigo" (Serm., X X X , 3). El ansia de íntegra e interminable vida pasa como una ardiente vena a través de toda la obra de San Agustín: "No quere48 naos despojarnos del cuerpo, sino llegar con él a la inmortalidad", afirma resueltamente en otro lugar (de Civ. Dei, XIV, 3 ) . Ahora vemos que la "enfermedad" impuesta a la naturaleza por la culpa original—'vulnetatio, "herida", la llamará Santo Tomás—-consiste muy inmediatamente en una entrañable y angustiosa tensión: la tensión entre la seguridad del dolor y de la muerte y el ansia de una feliz inmortalidad perdida y recobrable. De esta tensión nace la peculiar mutabilidad del hombre y, por lo tanto, su historia. En el ámbito de estas ideas y de estos sentimientos quiere también moverse nuestro Unamuno. También él llama al hombre "un pobre animal enfermo, que hasta almacena sus muertos" 4. Esta constitutiva "enfermedad" del hombre tiene para Unamuno un nombre: el de "conciencia". Sus palabras son terminantes: "el hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o a un cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad" 5. La cual enfermedad es tanto más grave, debe añadirse, cuanto que lleva por naturaleza aparejado el apetito de su constante ejercicio. Aristóteles lo dijo con gozosa serenidad en el comienzo mismo de su Metafísica y Unamuno lo repite con herido estremecimiento: "es una verdadera enfermedad, y trágica, la que nos da él apetito de conocer por gusto del conocimiento mismo, por el deleite de pro4 5 Sentimiento trágico, II (Ensayos, S. t, I (Ensayos, II, 668). edición de Aguilar, II, 672). 49 4 bar de la fruta del árbol del bien y del mal" 6. ¿Qué consecuencia inmediata tiene para el hombre esa radical "enfermedad" de su ser? Por lo pronto, la Historia: "acaso la enfermedad misma sea la condición esencial de lo que llamamos progreso, y el progreso mismo una enfermedad" 7, dice expresamente Unamuno, El hombre muda y progresa en la Historia porque conoce o, mejor, porque conoce que conoce. El "conocer del conocer mismo" es, en efecto, lo que distingue a la conciencia humana. Pero ¿qué es en su raíz eso que llamamos conciencia y por qué Unamuno puede llamarla "enfermedad"? Mediante la conciencia advierte el hombre las situaciones en que su existencia va encontrándose a lo largo de su permanente mudar: tener conciencia es advertir la propia vida, saber algo de ella, comenzando, desde luego, por el hecho elemental de que esa vida se va hacia la muerte. El sentimiento de que vivir es ir muriendo es, piensa Unamuno, la entraña misma de esa peculiaridad de la existencia humana que llamamos conciencia. He aquí sus propias palabras: "el pensamiento de que me tengo que morir y el enigma de lo que habrá después, es el latir mismo de mi conciencia" 8. En cuanto la conciencia consiste en un saber de mi vida, es también eo ipso un saber de mi muerte. 8 7 8 S. t, II (Ensayos, II, 673). S. t, II (Ensayos, II, 671). S. t, III (Ensayos, II, 691). 50 Mas no es esto sólo la conciencia. Tiénela el hombre en cuanto es titular de un modo de ser llamado espirita, una de cuyas notas esenciales consiste en la transmundanidad, en ser distinto del mundo y poder encararse con él. Y desde el momento en que el hombre se siente distinto del mundo, ¿no aspirará a ser y a vivir según un modo de ser y vivir distinto del que en el mundo ve? Por lo menos, así lo piensa Unamuno; "así que un espíritu animal, desplacentándose del mundo, se ve frente a éste, y como distinto de él se conoce, ha de querer otra vida que no la del mundo mismo" 9. Ahora vemos claramente, más claramente quizá que su propio autor, el sentido de las palabras de Unamuno* La conciencia puede ser llamada "enfermedad" porque mediante ella advierte dolorosamente el hombre la ten^ sión que en su ser existe entre el sentimiento de ir muriendo y un ansia de vivir más allá del mundo, de existir plena e inacabablemente. "El hambre de Dios, de sobrevivir, nos ahogará siempre ese pobre goce de la vida que pasa y no queda" 10. La enfermedad del hombre es tener hambre de Dios: de ahí que ella sea también el aguijón que le incita hacia un nuevo y más vigoroso modo de salud. "¿Enfermedad?—pregunta Unamuno —. Tal vez; pero quien no se cuida de la enfermedad descuida la salud, y el hombre es un animal esencial y sustancialmente enfermo. ¿Enfermedad? Tal vez 9 10 S. t. III (Ensayos. II, 692). S. t, III (Ensayos, II, 694). 51 lo sea, como la vida misma a que va presa, y la única salud posible, la muerte; pero esa enfermedad es el manantial de toda salud poderosa" n . Esta tan agustiniana interpretación de la "enfermedad" antropológica es lo que permite a Unamuno ver en la existencia histórica del hombre•—la "enfermedad del progreso", le hemos oído llamarla—"el camino de Dios, de llegar a El, de ser en El" 12. Coinciden San Agustín y Unamuno en ver al hombre como un "animal enfermo". Coincide también su modo de interpretar esa "enfermedad". Los griegos llamaron al hombre "animal locuaz" o dotado de logos, y los latinos, traduciendo a su modo el dicho helénico, "animal racional", que vale tanto como decir animal calculador. Más tarde le dirán "animal sapiente" y "animal instrumentífico" o hacedor de instrumentos. San Agustín y Unamuno, el africano padre de Europa y el vasco europeizado y africanizante, prefieren bucear en la profundidad y atienden más al modo de hablar y saber que al hecho mismo de que el hombre hable y sepa. Si el hombre habla según su modo de hablar y sabe según su modo de saber, es porque en los senos 11 S. (., III (Ensayos, II, 692). S. t., II (Ensayos, II, 671). Mídase en estas últimas palabras la distancia inmensa que hay entre la consideración religiosa y, a la postre, optimista que Unamuno hace de la "enfermedad humana", y el pesimismo radical de la tesis de Klages. La perturbación que el "espíritu" produce en la vida del "alma" no tiene ningún sentido dentro del pensamiento de Klages, y mucho menos ese sentido salvador que vemos en los textos de Unamuno. 12 52 de su naturaleza hay un radical desequilibrio, un morboso desconcierto agónico entre la seguridad de vivir con dolor hacia la muerte y el ansia de vivir inacabable y plenamente, sin la muerte a la vista y siendo él mismo todo lo que ve y sueña que se puede ser. A esta plenitud del ser hombre es a lo que Unamuno llama "llegar a Dios y ser en Dios" 13, y no otra cosa es la sanitas que apetece San Agustín. El existir terreno del hombre es la inestable tensión entre la ñnitud que se siente y la infinitud que se espera 14. Hay hombres que esperan esa infinitud creyendo en ella: tales, San Agustín o Santa Teresa, la del "vivo sin vivir en mí". Otros, menos afortunados, la esperan queriendo agónicamente creer en ella: es el caso de Unamuno. Espérenla, sin embargo, de un modo o de otro, esa recóndita tensión del ser humano es el supuesto ontológico de su mutabilidad histórica. Muda el hombre biológicamente, desde su nacimiento hasta su muerte, por su condición de ser vivo; muda históricamente por obra de ese íntimo desequilibrio de su ser. 13 Dice Unamuno: "quiero ser yo y, sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo. De no serlo todo y por siempre, es como si no fuera; y por lo menos ser todo yo, y serlo para siempre jamás. Y ser todo yo, es ser todos los demás. ¡O todo o nada!" S, í., III (Ensayos, II, 689-90). N o cabe una expresión más abierta y elocuente del ansia de infinitud que distingue a la naturaleza humana, hasta cuando se halla máximamente adocenada. 14 Santo Tomás dijo que la existencia del hombre es "una suerte de horizonte entre el tiempo y la eternidad". 53 FINITUD Y ANGUSTIA La desequilibrada tensión de nuestra existencia entre la finitud sentida y la infinitud supuesta es también lo que Kierkegaard y Heidegger llaman angustia. Mírase Kierkegaard a sí mismo y se ve como "una criatura creada de finitud e infinitud y siempre, por tanto, en un estado de tensión" 15. Es este un pensamiento insistentemente repetido por aquel a quien Unamuno llamaba "el hermano Kierkegaard". Esa tensión entre finitud e infinitud es precisamente la que existe entre la temporalidad y la eternidad del hombre: "El sujeto existente—dice en otra ocasión el danés—es eterno, pero en tanto que existente es temporal" 16. ¿Cómo se le manifiesta al hombre esa su entitativa tensión entre finitud e infinitud, entre temporalidad y eternidad? Después del pecado original, piensa Kierkegaard, esa tensión se revela como angustia 17. "En lo más íntimo del hombre habita siempre la angustia ante la idea de pasar inadvertido a Dios... El sentirse junto a muchos, unido a ellos 15 Abschliessende unwissenschaftliche Nachschvitt, trad. alemana de Gottsched, pág. 179. ™ Ibid., pág. 169. 17 Kierkegaard admite que también en la inocencia de Adán había una cierta angustia. "Soñando proyecta el espíritu de antemano su propia realidad, pero esta realidad es nada; y la inocencia ve continuamente delante de sí esa nada" (El concepto de la angustia, trad. esp., pág. 65). Situarse ante la propia nihilidad sería el supuesto ontológico de la angustia. "El efecto del pecado original—añade Kierkegaard—o la existencia del mismo en el individuo es una angustia que sólo se diferencia cuantitativamente de la de Adán" (ibíd., pág. 81). 54 con vínculo de sexo o amistad, disimula tal vez esta angustia. Pero, a pesar de todo, la angustia continúa, y uno apenas es capaz de ponerse a pensar lo que le ocurriría si se quedara solo" 18. Más claramente que en otros textos aparece en éste la raíz ontológica de lo que la angustia es para Kierkegaard. Angustia al hombre el temor de pasar inadvertido ante Dios y, por tanto, quedar reducido a la nada de su origen, no ser eterno. Con otras palabras: la angustia es el temor de que la muerte sea para la propia existencia, además de muerte, aniquilación, reducción a la nada. Esta esencial relación entre la angustia y lo que "puede acontecer"—con el futuro, en último extremo—la convierte, según veremos, en el motor humano de la Historia. Si la angustia es el temor del hombre a que Dios no le vea, la acción histórica viene a ser el recurso del hombre para que Dios le vea. La "enfermedad" de la existencia humana es la angustia de su propia finitud. El hombre se angustia ante el riesgo de ser totalmente perecedero sabiendo que, cuando menos, puede y quiere no serlo. Estas dos frases resumen cuanto Kierkegaard y Unamuno nos dicen acerca de la "enfermedad" o de la "angustia" que el ser del hombre padece. Su sentido ¿será también el sentido de la angustia heideggeriana? La angustia, viene a decirnos Heidegger 19, es él Die Tagebücher, trad. alemana de Haecker, I, pág. 249. Sein und Zeit, págs, 180, sqq. 55 fundamental temple de la existencia humana, el modo de hallarse a sí misma cuando se sitúa ante la unidad y la totalidad de su propio ser. La existencia del hombre tiene la curiosa condición de "encontrarse o hallarse a sí misma": encuéntrase, a sí misma triste o alegre, exaltada o deprimida, dispuesta o perezosa. Pero todos estos modos de encontrarse a sí misma los advierte o infiere nuestra existencia cuando va haciéndose a través del mundo y sus cosas. En ellos se encuentra a sí misma la existencia en función de lo que hace. ¿Cómo se encuentra, cuál es el temple de su ser cuando se sitúa ante sí misma, no en función de sus quehaceres en el mundo, sino por lo que ella misma es; cuándo se coloca ante la unidad y la totalidad de su ser? Vese entonces la existencia del hombre como un continuo ir haciéndose distendido temporalmente entre dos cabos: el cabo inicial del nacimiento y el cabo final de la muerte. Existir humanamente es, por lo pronto, salir de la nada con el nacimiento e ir acercándose a la muerte, ir temporalmente muriendo. Y cuando la existencia se ve así, instalada fugitivamente en su propia temporalidad, rodeada por la nada de que salió y amenazada por la nada hacia que va, su modo de encontrarse a sí misma es la angustia. La "angustia" heideggeriana es el supuesto ontológico de las consideraciones psicológicas de Kierkegaard sobre la angustia del hombre y el modo de ser correspondiente a la idea unamuniana del hombre como "animal enfermo". Hay, no obstante, una mínima, pero de56 cisiva distancia desde la "angustia" de ICierkegaard y la "agonía" de Unamuno hasta la "angustia" de Heidegger. La "agonía" de Unamuno cuando se queda a solas con su existencia de hombre nace de la tensión entre la finitud temporal que en su vida ve y una inmortalidad en la cual quiere creer y de la que no acaba de dudar. Es una angustia ante la finitud temida, después de advertir que uno, sin dejar de ser hombre, puede ser infinito. La "angustia" de Heidegger es el modo de hallarse a sí misma la existencia cuando advierte que sólo puede hacerse ontológicamente inteligible desde su propia finitud, desde su radical atenimiento a la nada: "el concepto de la finitud es la base de los problemas fundamentales de la metafísica", dice textualmente Heidegger 20. Si la "agonía" de Unamuno es una angustia ante la nada que se teme, la "angustia" de Heidegger es el modo de encontrarse el hombre ante la nada que sabe. Pero ¿por qué se revela como angustia, precisamente como angustia, ese modo de encontrarse la existencia del hombre cuando, mirándose a sí misma, se descubre en el horizonte de la nada? ¿Por qué es precisamente angustioso el asentimiento de la existencia humana a su finitud? ¿No será porque el advertimiento de la propia finitud pone a nuestra existencia, teorética y existencialmente, ante el problema de la infinitud y le hace ver de otro modo esa finitud aparente de su ser? En cuanto somos entes—dice la filosofía existencial— 20 Kant und das Problem der Metaphysik, pág. 220. 57 arrancamos el ser a la nada, entreissen wir dem Nichts gleichsam das Sein. ¿Con qué fuerza lo arrancaremos, si el único ámbito ontológico en que apoya nuestra existencia es, también, la nada? ¿O es que no somos nosotros los que verdaderamente arrancamos nuestro ser a la nada? ¿Qué fuerza es, entonces, la que nos hace ser? 2 1 . Sea cualquiera la respuesta a tales preguntas, me importa subrayar la íntima relación entre la "angustia", entendida según el concepto ontológico que Heidegger propone, y la "historicidad" de la existencia humana. Se angustia nuestra existencia ante la finitud de su temporalidad y sale o intenta salir de esa angustia suya resolviéndose a ser según una de las distintas posibilidades de ser que le están ofrecidas. Existir humanamente es, por lo pronto, resolverse precursoramente, decidir de antemano ser algo de lo que en el futuro puede uno ser 22. ¿Y cuándo la posibilidad elegida será en verdad atañedera al destino más propio de la propia existencia; cuándo la existencia se verá exenta de todo adocenamiento nivelador y cotidiano? La respuesta es ob21 Quien se interese por la ardua y grave cuestión ontológica que las anteriores interrogaciones plantean—"el tácito fondo religioso del existencialismo", como dice R. Heiss en su artículo La ¡üosoíía existencial—hará bien leyendo el trabajo de X. Zubiri En torno al problema de Dios, recogido en su libro Naturaleza, Historia, Dios. 22 Uno puede ser: 1. Algo que otros fueron antes que él, en cuanto ese "algo" está conservado en una "tradición". 2. Algo de lo que "se es" en el medio humano en que uno vive. 3. Algo rigurosamente propio y creador. Repetición, imitación y creación son los tres fundamentales modos de ser históricamente. 58 via, después de lo expuesto: cuando la existencia se comprenda a sí misma, relativamente a ese su poder ser, teniendo a su vista la muerte: "con la muerte bajo los ojos", dice gráfica y vigorosamente Heidegger 23; sin que la muerte al ojo estorbo sea, dijo, desde la pura acción, nuestro capitán Francisco de Aldana. Finitud, temporalidad, muerte, historicidad e Historia son conceptos reciamente trabados entre sí dentro del agudísimo y coherente pensamiento de Heidegger. "La historia, en tanto modo de ser de la humana existencia, tiene sus raíces tan esencialmente ahincadas en el futuro, que la muerte, como posibilidad la más caracterizada de ese existir, revierte a la existencia precursora a su condición facticia de estar arrojada (a ser en el mundo), y de ese modo presta al pasado su peculiar jerarquía en el dominio de lo histórico. El auténtico ser a muerte, esto es, la finitud de la temporalidad, es el oculto fundamento de la historicidad de la existencia humana" 24. SEGURIDAD ANIMAL, INSEGURIDAD HUMANA Tal vez sea ya posible reducir a clara y ordenada sinopsis los apuntes de nuestro recorrido. El animal nace, muda y muerte; pero su mudanza biológica, regida 23 24 Sein und Zeit, 382. Sein und Zeit, 386. 59 por el seguro timón del instinto, no constituye una "historia". También el hombre nace, vive biológicamente y muere; también la vida humana es una mudanza biológica. Pero la existencia concreta del hombre nos muestra un nuevo modo de mudar superpuesto al biológico o finamente imbricado con él: es el mudar "histórico", a través del cual van ensayando los hombres diversos modos de serlo. ¿En virtud de qué muda el hombre históricamente? La raíz más honda y común de todas las respuestas dice así: muda el hombre históricamente porque en el fondo de su ser hay una peculiar "tensión" ontológica, cuya raíz es el advertimiento de que su vida es un ir muriendo. Esa tensión ha sido bautizada en la historia con distintos nombres, según la situación personal e histórica del ocasional bautista: inquietudo, "agonía", insecuritas, "angustia" son tal vez los más caracterizados. ¿Cómo se expresa de hecho esa desacordada tensión ontológica? ¿Cuál es su traducción óntica? Miremos de cerca la acción del animal y comparemos con ella la acción humana. La nota más característica de la existencia animal es tal vez la "seguridad". Hállase el animal en permanente e inmediata conexión funcional con el conjunto de estímulos específicos que le rodean y constituyen "su" ambiente; y llega a hacer algo, rompe a moverse animalmente cuando, directamente incitada por una cierta constelación de estímulos ambientales, la potencia vital de uno de sus instintos—hambre, sueño, apetito sexual, tendencia al movimiento, et60 cétera— alcanza un cierto nivel, que puede ser llamado "de efectuación". Pues bien: contemplando desde fuera la conducta de un animal, advertiremos sin esfuerzo que para él, en el momento de hacer algo, no hay sino aquello que hace. Si ponemos a un perro hambriento ante su pitanza, acude a ella prendido, absorto por el estímulo en que el alimento consiste. Condúcese aquel perro como si entonces no existiese para él cosa distinta de la presa que le atrae: nada se interpone, por tanto, entre el estímulo y el apetito, y esta inmediatez entre el animal y su ambiente—representado en cada momento por la parcela cuyo estímulo desencadena la reacción instintiva: presa, hembra, látigo, etc.'—es,lo que permite hablar de su "seguridad". El ambiente en que el animal se mueve le impedirá a veces satisfacer su instinto, hará incómoda otras esta satisfacción e incluso podrá ser para él causa de muerte. Pero hasta cuando se mueve hacia la muerte va "seguro" el animal, porque entonces no existe para él otro camino sino aquel a cuyo término ha de morir. Basta tal vez haber contemplado la soberbia seguridad con que el toro, ciegamente atraído por el engaño del matador'—esto es: no viendo entonces sino ese engaño—, se adelanta amenazador hacia el hierro que ha de matarle. Miremos ahora una acción humana. Hay ocasiones en que la acción del hombre se acerca bastante a la pura instintividad de la acción animal: el orgasmo sexual o el acto de beber un sediento pueden servir como ejemplo. Hállase el hombre entonces casi inmediatamente 61 fundido con la parcela de su mundo que estimula su movimiento instintivo; pero, desde luego, sólo casi. En todas las acciones auténticamente humanas—y esto las separa toto coelo de las acciones meramente instintivas—hay siempre una "distancia" medianera entre el hombre y la parcela de su mundo que constituye la materia de su acción, y hasta entre el hombre y su acción misma. He dicho una "distancia", no un "vacío". Ese hiato está "lleno". ¿De qué? Voy a decirlo con una frase poética, que inmediatamente trataré de reducir a conceptos: ese hiato entre el hombre y lo que hace está lleno de ensueños; o, mejor aún, de ensueños y de cadáveres de ensueños. Cuando el hombre hace algo por su propia voluntad—describir una carta, montar una máquina o disparar un arma—, hace ese "algo" porque es lo que entonces quiere hacer. Quiere hacer aquello, puede hacerlo y lo hace. Bien. Pero ¿quiere hacer el hombre, en el momento de hacer algo, sólo ese "algo" que en aquel momento hace? Basta tal vez preguntarlo para advertir que la respuesta ha de ser forzosamente negativa. Tácita o expresamente, con turbia imprecisión o con articulada lucidez, todo hombre querría hacer, en el momento de hacer algo, muchas más cosas de las que entonces hace. Sea más precisa la expresión: querría hacer una infinidad de cosas y, por imperativo de su propia temporalidad—la vida temporal del hombre consiste en un rosario de acciones anudadas una a una—, sólo una le es hacedera. Entre el hombre y aquello que hace se inter62 pone á modo de impalpable y perturbadora argamasa todo cuanto quisiera y no puede hacer. ¿Cómo está constituida esa masa de ensueños—vagos o precisos, urgentes o livianos—que el hombre quisiera y no puede actualizar? Las respuestas individuales serían extremadamente diversas. Mas también cabe tomar la pregunta con radicalidad y rigor intelectual. Quien así se disponga ante ella, distinguirá en la respuesta dos ámbitos estrictamente distintos entre sí. Veámoslos. 1. El hombre quisiera hacer, en principio, todo lo que piensa o sueña que se puede hacer. O, transportando la idea al dominio ontológico: el hombre quisiera ser todo lo que piensa o sueña que se puede ser. Recordemos aquello de Unamuno: "quiero ser yo y, sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo..." Muchos siglos antes había dicho Solón que cuando el hombre posee lo más que puede poseer, extiende su mano para alcanzar el doble. Y cuando al comienzo de la Historia hubieron de ser tentados los hombres, no les prometió la serpiente el goce de tal o cual bien concreto, sino la posesión de todos los posibles: "Seréis como dioses", les dijo. De otro modo: el hombre, en principio, anhela su propia infinitud. Quiere ser, en expresión de San Pedro, "participante de la naturaleza divina" {II Petr., I, 4 ) , aunque muchas veces no sepa decirlo con estas palabras. 63 2. En otro ámbito más reducido, quisiera el hombre hacer gran parte de lo que en el momento de hacer algo podría él mismo hacer, si no se viese forzado a elegir una sola cosa, el singular "algo" que en aquel momento hace. La biografía de un hombre—dotes nativas, educación, mundo histórico-social en que vive—• otórgale en cada momento la posibilidad de hacer muchas cosas o, por lo menos, la de elegir entre algunas. Ahora mismo, sin salir de la habitación en que estoy, puedo seguir escribiendo estas superfluidaes en que ahora me ocupo, leer un libro agradable o descansar cómodamente, soñando mil y mil personales utopías. Todo esto y algo más me es enteramente apetecible y hacedero. Y, sin embargo, por ser mi existencia humana como es, por tener que hacer una cosa tras otra, he de resignarme a ejecutar un único programa, en este caso el duro programa de seguir escribiendo. El hombre hace lo que hace y es lo que es eligiendo entre otros igualmente posibles un modo de ser y una acción personal. Cada modo de ser y cada acción que elijo llevan en torno, a modo de invisible e inquietante orla, los cadáveres virginales de todas las acciones y de todos los modos de ser en aquella sazón apetecidos y no usados. Esta irrenunciable condición de ver como posibles y soñar como imposibles muchas cosas antes de hacer y ser una sola, crea la antes mentada "distancia" entre el hombre y su acción. Entre el animal y la parcela de su ambiente que le estimula no hay distancia. Entre el hombre y su mundo se interpone siempre una zona me64 dianera extraordinariamente compleja. La fracción de esa zona medianera más próxima al mundo presente —desde un punto de vista ontológico, ya se entiende'— está constituida por la idea de lo que se ve y el proyecto de lo que se hace. Nada vemos sin interpretarlo teóricamente y nada hacemos como hombres sin proyectarlo precursoramente, aunque la interpretación sea a veces rudísima o errónea y el proyecto vago o torpe. La necesidad ineludible de interpretar lo que ve conducirá al hombre a una teoría del mundo y de sí mismo; el imperativo de proyectar lo que hace imprime necesariamente a lo hecho un cierto artificio y da lugar, cuando los artificios están sistemáticamente ordenados, a esos repertorios de proyectos de acción que llamamos técnicas. Entre todos los ingredientes que "rellenan" el hiato interpuesto entre el hombre y su mundo, la teoría y el artificio son los dos ontológicamente más próximos a la realidad: en el mejor de los casos pueden ser hasta una adaequatio intellectus et rei, como diría un escolástico. No son, sin embargo, los únicos, aunque sean los más vivos y operantes. Junto a los ingredientes que el hombre inventa y actualiza — teoría y artificio—están los que crea y se ve obligado a matar: proyectos de existencia posibles y no actualizados, proyectos de existencia imposibles y soñados. Una tupida e impalpable mixtura de teorías, artificios, posibilidades muertas y ensueños imposibles se interpone siempre entre el hombre y su mundo, hasta en aquellos momentos en que más vital65 mente se funde con él. Esta movediza zona intermedia da una radical e ineludible "inseguridad" al contacto del hombre con su mundo. El animal vive "seguramente", aun en medio de la amenaza, porque en el momento de hacer algo no hay para él sino aquello que hace. El hombre vive "inseguramente", aun en medio de la bonanza, porque, haciendo su vida, siente con más o menos claridad que podría y querría hacer al mismo tiempo una infinidad de vidas distintas de la que hace. Vivir humanamente es siempre decidirse y resignarse a ser un hombre, el hombre concreto y perecedero que uno es, pudiendo uno ser mucho más y queriendo ser infinitamente más de lo que es. Por eso puede decir Peter W u s t que el hombre es un animal insecurum 25, y por eso Unamuno, siguiendo a San Agustín, puede llamarle "animal enfermo". La "inseguridad" del hombre, como su original y originaria "enfermedad", proceden de la misma raíz: la ya descrita tensión discordante entre la finitud sentida y la infinitud creída o soñada. La relación del hombre con su mundo lleva siempre la huella de la inseguridad. ¿Y la relación del hombre consigo mismo? Está el hombre inseguro porque, haciendo algo, podría y querría hacer cosas que no hace. Pero ¿por qué no puede hacerlas? La respuesta es inmediata. No puede hacerlas porque, siendo hombre, vese forzado por imperativo de su identidad a no poder dejar de ser hombre: si yo sé algo del águila, no es haciénUngewissheit uncí Wagnis, Salzburgo, 1937. 66 dome águila, porque entonces dejaría de ser hombre, sino viendo águilas y teorizando en mi mente acerca del águila 2e. No puede, además, porque el espacio y el tiempo de su cuerpo tienen un límite: ni sus manos llegan a todas partes, ni puede dejar de morir 27. La inseguridad frente al mundo revela la angustia de la propia fínitud que el hombre siente cuando se queda solo consigo mismo. Si uno se halla a sí mismo "inseguro" cuando se enfrenta con el mundo, hállase "angustiado" cuando se encara con su propia existencia. Y se angustia, se siente "angosto", porque su humana existencia advierte con claridad mayor o menor la angostura de tener que vivir finitamente en el mundo queriendo vivir infinitamente y, como decía San Pedro, "participar de la naturaleza divina". El hombre solo consigo mismo se angustia, se siente angosto. Dice Valéry que un hombre solo está siempre en mala compañía. Si esa "soledad" se interpreta con radicalidad metafísica, tiene razón el poeta, porque uno 26 Dijo Platón que para que el ojo pueda ver al Sol es preciso que él mismo sea helioidés, semejante al Sol. Goethe parafraseó la idea platónica en sus dos conocidos versos: Wár' nichí das Auge sonnenhaft, Die Sonne kónní es nie erblicken. Para que yo sepa del Sol o del águila es preciso que yo, en alguna medida, pueda ser "helioideo" y "aquíleo". Pero ¿me satisfacen, por ventura, los saberes que acerca del Sol y del águila me da esta lejanísima imitación mental que yo hago del ser del Sol y del ser del águila? 27 Los "cuerpos gloriosos" de los que se salvan serán plenamente satisfactorios por BU inmortalidad (ilimitación temporal) y por su agilidad (ilimitación espacial). 67 está entonces con la angustia, y la angustia no es compañía buena. "No es bueno que el hombre esté solo", dijo Yahvé (Gen., II, 18) viendo la soledad de Adán, y hasta antes de que éste hubiese pecado. Por eso el hombre no se queda radicalmente solo consigo mismo, ni siquiera cuando más solo parece estar. Espoleado por la angustia de su soledad, impelido por esa discordante tensión de su ser entre la finitud sentida y la soñada infinitud, el hombre sale de sí mismo. Saliendo de sí, hace el hombre su vida, se hace a sí mismo; y, a la vez, busca compañía sosegadora y suficiente a su soledad. 68 CAPÍTULO III LA SALIDA D E SI MISMO ÓMO sale el hombre de sí? ¿Qué compañía busca ¿c y encuentra? Es fácil encontrar una respuesta genérica a la primera de estas dos interrogaciones: el hombre sale de sí mismo mediante la acción. La acción humana es el movimiento desde un modo de ser hombre y uno mismo a otro modo de ser hombre y uno mismo. La acción de leer un libro, por ejemplo, no me impide seguir siendo hombre y yo mismo, pero mi modo de serlo es distinto después de la lectura. Pero decir que el hombre sale de sí mismo mediante la acción no es decir mucho, porque la oración y el pensamiento son acciones, tanto como pueden serlo pintar un cuadro o comer una naranja. Habremos de preguntarnos, en consecuencia, por los modos típicos de que el hombre dispone para salir de sí mismo. Cinco son estos, según mi cuenta. 69 1. LA SALIDA MÍSTICA Mueve al hombre a salir de sí mismo la discordante tensión que en los senos de su ser existe entre la fínitud sentida y la infinitud querida y soñada. Pues bien: además de querer la propia infinitud, puede uno creer en ella. Por la revelación sabe el hombre que está hecho "a imagen y semejanza de Dios"; y así, para todos aquellos que verdaderamente creen en la verdad revelada, la infinitud no es sólo un concepto o una mera posibilidad, sino un ser real, el ser realísimo de Dios. El ser infinito de Dios ha creado de la nada el ser finito del hombre; pero, haciéndole a su imagen y semejanza, le dota de una cierta infinitud que podríamos llamar "de segunda mano". Más aún: la creación es también permanente sustentación. Existe el hombre y sigue existiendo en cuanto su existencia, en su más recóndito hondón ontológico, descansa permanentemente en la realidad infinita de Dios. El ser de las criaturas, y por modo eminente el del hombre, echa sus últimas raíces en el ser creador de Dios. "He aquí que Vos estabais dentro de mí", dice a Dios San Agustín (Conf,, X, 27). Cuando un hombre sabe creyentemente que en el fondo mismo de su persona está la realidad personal e infinita de Dios, dando a su ser última sustentación ontológica—esto es, haciendo que sea^—, puede muy bien enderezar su vida hacia la conquista de esa divina infinitud desde lo que de infinito hay en su espíritu humano y creado. El tipo más puro de estos conquistadores de 70 Dios es el místico. El místico sale de sí mismo a través de sí. A fuerza de ensimismarse vive sin vivir en sí, porque ha llegado a advertir sobrenaturalmente el descanso natural de su persona en Aquel que la hace ser. Ascendat (homo) per semetipsum supra semetipsum, per cognitionem sui ad cognitionem Dei, decía Ricardo de San Víctor, y repiten con él todos los místicos. "He aquí que yo—había escrito San Agustín—, subiendo por mi alma a Vos, que permanecéis muy por encima de ella, traspasaré esta potencia mía que se llama memoria en mi anhelo de llegar a Vos por el lado por donde sois accesible..." (Conf,, X, 17). Asciende el místico a través de sí mismo para salir de su soledad y hallar la más plenaria de las compañías. Métese en sí mismo y a fuerza de ensimismarse, negando todo lo que es adjetivo en su ser, llega a encontrar la realidad divina en que ese ser suyo descansa y hace de ella su compañía. Apenas es necesario decir que la acción mística, considerada en sí misma, está situada allende la Historia. Los arrobos místicos de San Juan de la Cruz, por ejemplo, son acciones personales formalmente ajenas a la trama de sucesos convividos que llamamos históricos; tan ajenos, que si San Juan de la Cruz no los hubiese contado-—y los contó en tanto era místico escritor, no por el simple hecho de ser místico-—no habrían tenido influencia alguna sobre el curso de la Historia Universal 1. Sólo cuando el místico sale de su trance y vierte El paso de Rubicón por César figura en nuestras "Historias Univer- 71 su persona hacia los demás—escribiendo, fundando Ordenes religiosas, aconsejando a gobernantes, etc.—existe como verdadero actor de la Historia. Cuando el hombre busca la infinitud dentro de sí mismo, se pone por encima del acontecer histórico, se extrahistorinca por sublimación. 2. LA SALIDA INSTINTIVA Si el hombre puede salir de sí mismo por la vía escondida de su intimidad, también puede salir de sí y derramar su existencia por las calientes acequias de su vida instintiva. El místico sale de sí mismo hacia dentro; el hombre instintivo sale de sí mismo hacia fuera. Quien habitualmente se entrega a la satisfacción de su instinto, intenta anular la angustia de su soledad confundiéndose con las parcelas de su mundo que ocasionalmente sirven de estímulo a su vida instintiva: la compañía se trueca en confusión. Ahora ya no existe en el alma aquella discordante tensión entre la sentida finitud del vivir terreno y la anhelada infinitud de un vivir plenario y eterno 2; pero así como el místico anula la sales" porque alguien lo contó. Pero, aunque nadie lo hubiese relatado, la Historia Universal no sería la que ha sido sin esa acción de César. La historia del Oriente Antiguo está llena de sucesos muy importantes para el curso de la Historia Universal, de los cuales apenas tenemos noticia. 2 La eternidad, según Boecio, es a la vez una "vida interminable" y una "posesión entera y perfecta" de esa vida. 72 angustia de esa tensión a fuerza de buscar en sí mismo la infinitud en que cree, el hombre instintivo intenta matarla sepultándose en la pura finitud de la vida somática 3. En rigor, el movimiento instintivo puro—en cuanto el hombre es capaz de deshombrecerse, como decía Quevedo, y cumplir actos instintivos puros—está al margen de la Historia. Buscar el placer de un plato sabroso, desvivirse por gozar "fembras placenteras" y complacerse en dominar a los otros hombres o al mundo pueden no ser acciones históricas, sobre todo si el hombre que las cumple busca exclusivamente el placer instintivo que el puro hecho de cumplirlas lleva consigo. Mas como la vida del hombre, por imperativo de la propia naturaleza humana—-esto es, por el hecho de ser el hombre una persona actualizada a través de un cuerpo—, está organizada social e históricamente, los actos instintivos humanos tienen casi siempre una proyección genuinamente histórica. La economía, la familia, la política, etc., son los cauces por los cuales llegan a la Historia los actos instintivos del hombre, hasta cuando éste quiere limitar a la mera instintividad su salida de sí mismo 4. 3 Los panteístas de la Vida ("eterno retorno", freudismo metafísico, etcétera) no vacilarán en afirmar que también saliendo de uno mismo por la vía del instinto se llega, por "confusión", a una cierta infinitud, 4 Quiero eliminar de quien me lea un posible error interpretativo. N o se me oculta que todo hombre, por el hecho de serlo, sea místico o sibarita, cumple acciones instintivas y, por lo tanto, "sale de sí" por la vía de la instintividad. La diferencia está en que el hombre religioso cumple la acción 73 3. LA SALIDA AGÓNICA El místico, dije, sale de sí a fuerza de quedarse consigo mismo. Busca a través de sí mismo la sosegadora e infinita compañía de Dios, persigúela creyentemente y la encuentra. Pero ¿y el hombre que anhela la infinitud sin acabar de creer en ella? Quiere creer en Dios, busca tal vez un descanso en El y no encuentra fuerza propia ni ajena para creer en algo más que en sí mismo. Son estos hombres místicos en extravío, angustiada y instintiva con intención de salvación—así el santo en cuanto tal—, el político de veras poniéndola al servicio de su intención histórica y el hombre instintivo con intención puramente instintiva, de puro placer. Pero el hombre, por muy instintivo que quiera ser, es siempre una persona y nunca puede reducirse a un manojo de instintos biológicos. Pocos problemas antropológicos están peor planteados que el del instinto. La tendencia a interpretar biológicamente la vida humana y convertir la biografía en biología—tan tentadora cuando se trata de estudiar la actividad del instinto—, ha llevado a ver los instintos del hombre como si fuesen zoología pura; como si no hubiese instintos privativamente humanos, no zoológicos, en la vida personal del hombre. Si un instinto es, en su raíz, la tendencia natural y espontánea de un ser viviente a su operación, el ser viviente llamado "hombre" es titular de "instintos" diferentes del hambre, el sexo y el ansia de poderío; y, por otra parte, ejercita de modo esencialmente distinto del zoológico su natural tendencia a satisfacer sus apetitos nutricio, sexual y de poderío. Para una discusión fundamental de la instintividad humana podría servir como base la enumeración que hace Aristóteles de los bienes exteriores o móviles externos del apetito humano. Distingue cinco: la riqueza f'pZotitos), el honor (timé), el placer (hedoné), el poder (politiké dynamis) y la gloria o fama (dóxa) (Ethic. Nic, I, 3, 8 et passim). Sobre el apetito de gloria véase lo que luego se dice. Para no complicar mi exposición con una digresión demasiado amplia e importante, en toda ella uso la palabra "instinto" en el sentido hoy habitual. 74 agónicamente instalados en la tensión de saberse finitos y querer creer en la propia infinitud. ¿No es ésta la idea que acerca del hombre Unamuno se obtiene leyendo su obra literaria, y la interpretación que él mismo da acerca de Pascal, de Kierkegaard o de Senancour? Si se sabe entender la expresión conceptual y no estimativamente, podría decirse que estos hombres son "ensimismados intrascendentes". Viven consigo mismos, mas no logran pasar de sí mismos; y de este quedarse en vilo, apoyados en la radical insuficiencia ontológica de su propio ser humano, nace su permanente congoja. Decía Platón que la filosofía es un secreto diálogo de un hombre consigo mismo. Entonces ¿serán los filósofos puros—-esto es, aquellos que no tienen algo de místicos—hombres ensimismados que no saben trascenderse a sí mismos? No otra es, si bien se mira, la última raíz de aquel pensamiento de Ortega y Gasset, según el cual la Filosofía habría nacido de la "desesperación" 5. 4. LA AVENTURA IDEAL También pueden salir los hombres de sí mismos hacia el mundo del ensueño. La condición libre y espiritual de la naturaleza humana le permite al hombre ma5 Vide el prólogo a la trad. castellana de la Historia de la Filosofía, de Bréhier. La afirmación de Ortega debe ser entendida, claro está, cum grano salís. 75 nejar, aparte las cosas reales de su entorno, más o menos modificadas por el artificio técnico, también las imágenes de las cosas, las ideas de las cosas y las arbitrarias modificaciones que su interna libertad introduce en las imágenes y las ideas de esas cosas reales. Además de manejar su mundo real con las manos de su cuerpo y su capacidad de artificio, maneja el hombre, merced a las invisibles manos de su espíritu, un trasmundo o mundo ideal compuesto de imágenes, imaginaciones, fantasías, intuiciones de la inteligencia, conceptos e imaginaciones o ensoñaciones conceptuales. Es el mundo en que viven el poeta y el intelectual en el momento de su creación y el mundo a que se sienten conducidos quienes, por obra de lectura o audición, penetran de verdad en los senos de una obra poética e intelectual ajena. Ved a ese hombre que, sentado en un sillón, se entrega, absorto, a la lectura de un libro imaginativo. ¿Dónde está verdaderamente ese hombre, dónde vive su alma en el momento de la lectura? Los observadores superficiales dirán: está ensimismado. No aciertan. Ese hombre no está en sí mismo, sino fuera de sí. Mas no como el frenético o el orgiasta, que están "fuera de sí" en el mundo exteror. El lector absorto está "fuera de sí" en su mundo interior. Vive en un mundo imaginario, utópico, y durante la fugaz estancia de su alma en el fingido reino de su ensueño siente calmarse la congoja de tener que vivir en este mundo real, finito y esencialmente insatisfactorio. El hombre ha salido de sí, bus76 cando la compañía de sus propios sueños. Pronto debe volver, sin embargo, a la áspera realidad de que se evadió 6. 5. LA COMPAÑÍA DEL HOMBRE Puede el hombre, en fin, salir de sí mismo buscando la compañía de otros hombres. Es cierto que muchos de nuestros actos instintivos tienen en otros hombres el término natural de su acción. Pero, en tal caso, el hombre exterior a nosotros no actúa como persona, sino 6 Todo hombre dispone de un mundo utópico, hacia el cual se evade de cuando en cuando. Unos lo encuentran leyendo novelas, otros haciendo matemáticas o lingüística, otros ideando mundos política y socialmente más felices. Todos ellos—el lector de novelas, el teórico de la ciencia y el soñador político—salen de sí para vivir ocasionalmente en un mundo soñado más o menos próximo a la realidad.. Esta salida de uno mismo hacia un mundo ideal es la raíz común de las acciones humanas más específicamente creadoras, poéticas, como diría un griego. La creación o poiesis puede adoptar tres modos fundamentales: 1. El modo evasivo, propio de las creaciones imaginativas (literarias, plásticas, etc.). El poeta stricto sensu, el pintor, el músico creador, etc., se evaden siempre desde el mundo real hacia el mundo de su utopía. ¿Qué buscan? Sépanlo o no lo sepan, buscan a Dios. En el peor de los casos, el "Dios desconocido" de que San Pablo habló a los atenienses. 2. El modo teorético: creaciones intelectuales propiamente dichas. El filósofo y el hombre de ciencia se evaden también del mundo real, pero lo hacen a otro que, en la intención de su creador, al menos, está unívocamente relacionado con la realidad. La mecánica atómica o las categorías kantianas son creaciones que tratan de expresar lo que en la realidad "es" o "sucede". 3. El modo técnico: creación de instrumentos al servicio inmediato de los fines vitales. Con su acción creadora, no intenta ahora el hombre evadirse del mundo real, sino modificarlo con arreglo a sus fines. 77 como mero estímulo de nuestra instintividad. Cuando un acto sexual, por ejemplo, es puramente instintivo—lo cual sólo acontece en la medida en que un hombre puede hacerse puro instinto—, la mujer no es tal "mujer", sino "hembra"; no es una persona femenilmente sexuada, sino un cuerpo vivo sexualmente apetecible. Mas no es éste el modo de buscar y hallar a los otros hombres a que ahora me refiero. Sólo halla el hombre compañía propiamente dicha cuando trata con realidades personales, con "personas": la realidad personal de Dios o la realidad personal de los otros hombres. El trato con la realidad personal de Dios es dado al hombre cuando sabe vivir religiosamente, y por modo eminente al místico. Alcanzamos trato con la realidad personal de los otros hombres a merced de nuestra convivencia con ellos. Pero aquí se nos adelantan con urgencia un problema ineludible y una distinción necesaria. ¿Cómo convivimos con los otros hombres, en tanto personas? La respuesta es por demás evidente: convivimos con los otros hombres haciendo una vida común con ellos, o haciéndoles participar en nuestra vida propia, o participando de alguna manera en la suya. Convivo, por ejemplo, con todos los que oyen un concierto al mismo tiempo que yo, o con aquellos de mis alumnos que verdaderamente participan de mi pensamiento cuando me oyen una lección, o con el amigo cuya desgracia verdaderamente me apena. Mas la pregunta anterior subsiste íntegra: ¿cómo convivimos con los otros 78 hombres, cómo llega a ser efectiva esa "participación" en la vida ajena? En otro lugar 7 he intentado demostrar que la única respuesta suficiente dice así: el hombre convive como persona con otras personas humanas coejecutando los mismos actos espirituales. Hallaré, pues, verdadera compañía humana, cuando la persona que está conmigo ejecute los mismos actos espirituales que yo. Más precisamente: cuando yo crea que los ejecuta; cuando, por el hecho de hallarse apoyadas nuestras personas en el suelo de una misma creencia—histórica o trascendente, poco importa a este respecto—, sentimos los dos una comunidad en nuestro destino capaz de hacernos creer que es verdadera esa coejecución de nuestros actos espirituales. Toda convivencia, para ser verdadera, ha de apoyarse en una confidencia y en una confianza; esto es, en una comunidad de fe y de esperanza entre las personas que conviven. Las vías a través de las cuales se convive con otras personas son tan varias como las acciones del hombre. La acción vital, cuando no es puramente instintiva; la palabra hablada o escrita; la obra de arte, en tanto se halla intencionalmente enderezada a la contemplación de los demás; la caricia y la agresión material; la expresión mímica, son otros tantos cauces por los cuales puede el hombre buscar y hallar la compañía de otros hombres. Impónese aquí, sin embargo, la distinción de que 7 Medicina e Historia, Madrid, 1941, cap. III. 79 antes hablé. Porque la convivencia con otras personas adopta dos modos fundamentalmente distintos: puede ser privada; puede ser también pública o histórica. El hombre que departe con sus hijos o sus amigos en una sobremesa familiar y el que conversa con la mujer amada acerca de temas sólo a ellos dos concernientes, ejercitan un modo de convivencia estrictamente privado. Ni hay en ellos voluntad de "hacer Historia", ni de hecho la hacen. La convivencia se agota en la mera coejecución de actos espirituales: ninguno de los que así conviven trata de proyectar su personal acción a ese ámbito de acciones humanas colectivas que llamamos Historia 8. En tales casos, el hombre que convive ha salido de sí buscando la nuda y simple compañía de los demás. Mas la convivencia puede ser también pública o histórica. El político que habla a sus fieles, el general que da una orden de ataque y el pintor que muestra sus cuadros conviven pública o históricamente con sus secuaces, sus soldados y sus admiradores. La acción coejecutada está intencionalmente dirigida a la publi8 N o quiere esto decir que el modo privado de la convivencia humana sea enteramente ajeno a la Historia. Los que conviven privadamente existen y coexisten en una determinada situación histórica: hablan un cierto idioma, hállanse instalados sobre ciertas creencias, etc. Lo que falta a la convivencia privada es la intención de "hacer Historia". Aristóteles (Ethic. Nic, I, 3, 1095 b) distingue tres modos fundamentales de vivir: la vida hedonística o biológica, la vida política y la vida teorética. El bios politikós de Aristóteles es el modo de hacer la propia vida que ha llamado convivencial, y singularmente su variedad pública o histórica. 80 cidad, y en sus senos late el ánimo de modificar poco o mucho el destino histórico de los demás hombres. Cuantas veces haga publicar sus versos el poeta, y sus especulaciones el filósofo; cuantas veces exponga el pintor, enseñe el docente, venda el industrial y hable el político, ellos y los que con ellos participan en su mismo empeño-— leyendo, viendo, oyendo, comprando, etcétera—cumplen una acción genuinamente histórica. La convivencia no se agota ahora en la simple coejecución de actos espirituales: quienes así conviven quieren, con voluntad más o menos expresa y alertada, que esa coejecución tenga importancia suficiente para influir en el curso de la Historia. Y este influjo no depende primariamente de la índole del acto coejecutado, sino de su pública trascendencia: una comida, un discurso, una batalla—cualquier acción humana, en suma—pueden ser ejecutados con intención de hacer Historia y alcanzar importancia histórica verdadera. FAMA Y ACCIÓN HISTÓRICA El hombre "hace Historia" saliendo de sí: haciendo Historia, intenta eludir la angustia de su propia soledad mediante una acción convivida pública o históricamente por otras personas. Esta acción puede consistir, como ya dije, en repetir algo que otros hicieron anteriormente, en imitar algo que otros están haciendo en aquel momento o en crear algo que los demás coejecu81 6 ten luego por comprensión admirativa, repetición o imitación. Pero, sea cualquiera el modo típico y la singular peculiaridad de esa acción, ¿qué busca el hombre con ella? ¿Busca la compañía de otras personas, como acontece en el modo de convivir que he llamado privado? La respuesta tiene que ser negativa, por poco que se la medite. En la acción y en la convivencia histórica no busca el hombre la compañía de las personas que con él conviven. Estas no pasan de ser pretextos necesarios para el logro de otro propósito más empeñado y secreto. Dichas las cosas en corto y por derecho: con sus acciones intencionalmente históricas no busca el hombre sino la compañía actual o posible de su propia "[ama". Al hombre que hace algo con intención genuinamente "histórica" sólo le importa la compañía de los demás en cuanto, por el hecho de coejecutar con él ese "algo", se convierten en portavoces de su nombre y coautores de su destino; esto es, en cuanto contribuyen activa o pasivamente a su prestigio en el presente y a su inmortalidad en el futuro. Claro es que tan escandaloso aserto necesita ser inmediatamente aclarado. No pretendo afirmar, quede esto claro, que sólo por buscar fama ejecute el hombre acciones efectivamente históricas. La vida del hombre está inserta en un mundo histórico-social, y ello determina que casi todos sus actos, por muy privado que su ámbito sea o muy instintiva su intención, tengan o puedan tener una proyección eficaz en la pública escena de la Historia. Cuando Carlos V engendró a Don Juan de Austria no parece que 82 buscara en Bárbara de Blomberg-una voceadora de su fama, ni Esaú vendió a Jacob su primogenitura para que luego se contase. Muchas veces, es cierto, llega el hombre a la Historia a contrapelo de su propia intención; mas la frecuencia de este hecho no merma la validez de la tesis antes propuesta. No niego con ella que muchas acciones intencionalmente instintivas o dirigidas hacia una convivencia personal rigurosamente privada, tengan o puedan tener efectiva consecuencia histórica; me limito a sostener que la intención específicamente histórica de las acciones humanas es el apetito de fama e inmortalidad. Un hombre puede "hacer Historia" cuando en realidad no intenta otra cosa que satisfacer su sed; mas cuando "hace Historia" con voluntad tácita o expresa de hacerla, su intención—tácita o expresa, también—es el logro de una cierta fama y, por consiguiente, de una módica o tonante inmortalidad 9. Pero esa "fama" y esta "inmortalidad", por usar la expre8 Un alfarero que se limita a hacer sus vasos por ganar el personal sustento está movido por un impulso fundamentalmente instintivo, el nutricio. Pero en cuanto piense que uno de sus vasos puede ser admirado al cabo de cientos de años, si llega a ser descubierto en alguna excavación, pone en la fabricación la intención "histórica" de ser mínimamente famoso, de que "se le nombre". Viceversa: muchas de las acciones genuinamente históricas cumplidas por los protagonistas de la Historia fueron engendradas por un impulso no histórico, sino instintivo o privado. En la motivación de la Historia—en la Historia visible y contada por los historiadores o en la desconocida por falta de "fuentes"—se imbrican siempre los impulsos instintivos (hambre, sexo, poderío, etc.) y la intención propiamente histórica: el anhelo de fama e inmortalidad. 83 sión de Aristóteles, pueden decirse de muchos modos. La tesis no es precisamente nueva. En su discurso del Banquete, refiere Sócrates su diálogo inmortal con Diótima, la forastera de Mantinea. Habla Diótima del impulso amoroso, cuenta a Sócrates el mito del nacimiento del Amor (Evos), defínele como una tendencia natural hacia la inmortalidad y añade: "¿piensas, por ventura, que Alcestes habría muerto por Admeto, y Aquiles por la muerte de Patroclo, y vuestro Codro por la futura realeza de sus hijos, si no hubiesen creído que perduraría una imperecedera memoria de su virtud, ésta que de ellos tenemos?" (Symp., 208 c). Hay en todos los hombres, dice Platón por boca de Diótima, "un potente impulso de hacerse famosos y alcanzar un nombre inmortal por los siglos de los siglos". La acción histórica sería para Platón fruto de una suerte de fecundidad del alma. Cuanto más excelentes son los hombres, más aman y anhelan la inmortalidad; y son estos hombres excelentes los que, en virtud de la singular fecundidad de su alma, engendran las virtudes ejemplares: la justicia, la serenidad del ánimo, la sabiduría, el valor prudente y lúcido 10. La tesis platónica es bien clara. Los hombres, situados entre la sabiduría perfecta y la ignorancia total, 10 Según Platón, todos los poetas—esto es, los hombres "creadores"-— tienen esta fecundidad del alma: poetas en el sentido actual de la palabra, pensadores originales, inventores, etc. Pero quienes por modo más excelente la poseen son los políticos que saben regir justa y hábilmente la ciudad. 84 sienten su propia manquedad y tratan de salir de ella saliendo de sí mismos. El impulso o arrebato en cuya virtud salen de sí mismos es el amor (érós). El érós corporal mueve al hombre a la procreación y, por lo tanto, a la inmortalidad, porque los hijos perpetúan al padre. El érós de las almas es una fecunda tendencia ascendente hacia la verdad, la belleza y el bien. Movidos los hombres por este impulso erótico, engendran acciones virtuosas y ejemplares, y así pueden elevarse a la inmortalidad (athanasía) que la fama [dóxa) de sus hechos les procura. Por eso ha podido decir Diótima a Sócrates que el érós es un fecundo anhelo de inmortalidad. Las ideas que antes expuse en torno a la acción histórica vendrían a ser una versión "moderna" de las que con mente específicamente "griega" enseña Platón en el Banquete. Mejor dicho: pueden ser una versión moderna del pensamiento platónico si se tiene en cuenta el profundo cambio que los textos revelados y la Historia europea han introducido eñ el modo de entender la gloria de los hombres (dóxa) y su inmortalidad. A la historia de tales cambios semánticos me refería cuando, con palabras de Aristóteles, advertí que la "fama' y la "inmortalidad" pueden decirse de muchos modos. Tres son, en mi entender, los fundamentales y típicos de entender la fama: el modo humano, el modo trágico y el modo trascendente. 85 LA FAMA MUNDANA Llamo mundano a un modo de entender la fama que la reduce a ser negocio puramente terrenal. El hombre que así la entiende, aspira con sus acciones intencionalmente históricas a que se hable de él en el mundo, a "dar que hablar" en las conversaciones o en las crónicas de su tiempo y en las Historias de los tiempos futuros u . Quiere vivir y pervivir de tejas abajo, y con satisfacer los apetitos de su vida instintiva, hallar compañía en las personas de su entorno y que se hable de él en vida y después de muerto, tiene más que bastante para ser feliz. El ámbito de la fama buscada no trasciende, en suma, del mundo histórico-social presente y futuro; aunque, según el decir de Virgilio, llegue a meter su cabeza entre las nubes: Fama parva metu primo, mox sese aítollií in auras ingrediturque soto et caput ínter nubila condit. (Aen., IV, 174 sqq.) "Me debo a mi gloria—decía Napoleón a Mole, en 1814—. De ella proceden todos mis derechos..." Apenas cabe dar una expresión más contundente al 11 Aspira a ello con sus acciones intencionalmente históricas. Y lo logra, tanto con ellas como con las consecuencias históricas de sus acciones intencionalmente instintivas y de las enderezadas al modo de convivencia que llamé privado. En tal caso, estas acciones son electivamente históricas, aunque no sea histórica su intención original. N o creo necesaria mayor insistencia. 86 modo mundano de entender la fama. Desde que comienza a secularizarse el mundo, allá en la baja Edad Media, menudea en la Historia esta actitud mundana del hombre ante la fama de su propia hazaña. Más diré: apenas falta del ánimo de los hombres, incluidos los más honda y sinceramente religiosos. El honrado Bernal Díaz del Castillo ha ido al Nuevo Mundo—él nos lo dice, sin salirse una línea de su maravillosa naturalidad—con el propósito de "ganar esta nueva España, sirviendo a Dios, al rey y a toda la Cristiandad". Esa religiosa intención no le impide, sin embargo, escribir sus propias hazañas "para que digan en los tiempos venideros: Esto hizo Bernal Díaz del Castillo para que sus descendientes gocen las loas de sus heroicos hechos". En Bernal el anhelo de fama se une todavía a una voluntad de salvación eterna. Mas cuando la secularización de la vida sea total, la dóxa del hombre quedará en ser pura nombradla: es la gloria mundi o vana gloria de la ascética cristiana 12. Tal es el sentido de la fama en el mundo histórico habitualmente llamado "moderno" 13. 12 Cuando se consagra a un nuevo Pontífice, se quema sobre su cabeza un velloncito de estopa, a la vez que se pronuncian las tan repetidas palabras: Sic íransic gloría mundi! El Papa va a ser mundanamente famoso y se le previene acerca del verdadero valor de esa fama mundana que le aguarda. 13 Esta idea de la Historia como ámbito de una lama puramente mundana es la que crispaba los nervios de Unamuno y le hacía vituperar la obra de "los que meten bulla en la Historia". "La Historia, la condenada Historia —decía, aludiendo a este modo mundano de entenderla—nos oprime y ahoga, impidiendo que nos bañemos en las aguas viva»' de la humanidad eterna" (Ensayos, I, 269). "El enredar a los hombres en la vida histórica de la 87 LA FAMA TRÁGICA Más sutil y profundo es el modo de entender la fama que antes he llamado trágica. En el modo mundano de entenderla, el ámbito de la fama es el mundo histórico-social, esto es, el mundo exterior. En el modo que ahora llamo trágico, ese ámbito es el mundo interior del que ejecuta la acción histórica. Mas no debe pensarse que esa "fama" existente en el mundo interior del protagonista es tan sólo una complacida o disgustada reacción personal a la noticia de su fama externa. La "fama", si se me permite usar esta palabra en una acepción bien distinta de la usual, consiste ahora en la participación expresa de la existencia humana en su propia hazaña. Me explicaré. ¿Qué es la "fama", en el sentido habitual del vocablo? Algo nos dice para la respuesta la etimología: "fama" viene de pHémé, "lo que ha sido revelado o manifestado por la palabra". ¿Qué será, entonces, la "fama" de una hazaña o de un hombre? El Diccionario de la Academia responde: "Opinión que el común tiene de la excelencia de un sujeto en su profesión o arte." nación—escribió otra vez—¿no les distrae y aparta de luchar por su propia vida eterna?" (Ensayos, I, 216). Luego comentaré más detenidamente estas ideas de Unamuno. La conexión de senticlo que para el hombre "moderno" existe entre ¡ama e inmortalidad aparece con impresionante claridad en un pasaje de Shakespeare. Cuando Casio advierte que su embriaguez ha sido públicamente conocida, dice a lago: "¡He perdido mi reputación!... ¡He perdido la parte inmortal de mi ser, y lo que me resta es bestial!..." (Ótelo, acto II, escena III.) 88 La definición es harto restrictiva, porque no sólo a través de su profesión o arte conquistan los hombres su fama, ni ésta se refiere sólo a su "excelencia" ~ h a y también "mala fama", como la que Cervantes dio al pintor Orbaneja—, ni las cosas y las obras, como el Vesubio o "las Meninas", dejan de tener su fama. Digamos, pues, corrigiendo a la Academia, que "fama", en este sentido, es la "opinión que el hombre tiene de una persona, una obra o una cosa". Y como esa opinión lo es en tanto ha sido expresada, diremos, en fin, que la fama de un hombre, de una obra humana o de una cosa natural es lo que el mundo dice acerca del hombre, la obra o la cosa. La etimología nos plantea, sin embargo, un problema semántico bastante más fino. Fama es lo que ha sido manifestado por la palabra, y en este caso por la palabra de las gentes, del "mundo". ¿Qué es, entonces, lo que nos revelan las palabras con que el mundo expresa su opinión acerca de una persona, una obra o una cosa? Creo que la respuesta es obvia: nos revelan el sentido y la importancia que para el mundo tienen. Mejor aún: el sentido y la importancia que van teniendo, puesto que las opiniones del mundo cambian en el curso de la Historia. La fama del Quijote será, por tanto, la historia del sentido y la importancia que el Quijote ha ido teniendo para las generaciones transcurridas desde su publicación. En suma: la ocasional fama de una hazaña pasada nos dice cómo los hombres entienden en aquel momento la influencia que tal remota hazaña tiene sobre 89 el contenido y la figura de su actual existencia histórica. Lo que el Greco supone en la configuración de la existencia histórica de los hombres de hoy—o, al menos, del común de los hombres cultos—'nos lo revelan el volumen y la índole de la fama actual del Greco. Esta raíz semántica de la fama nos pone sobre la pista de otra posible acepción del término. La hazaña de un hombre no sólo tiene sentido e importancia para el mundo que la conoce, mas también para el propio hombre que la cumple. Pues bien: el modo de entender la fama que antes llamé trágico se refiere a esa proyección de lo hecho sobre la existencia del hombre que lo hace. El ámbito de la fama es ahora el mundo interior del protagonista, y la "fama" el advertimiento que su existencia hace dentro de sí misma del sentido y de la importancia que para ella tiene su propia acción. V a haciendo el hombre su vida a través de una sucesión discontinua de episodios que llamamos "sus acciones". Todas estas acciones van siendo singularmente planeadas y decididas dentro del proyecto o plan general de vida que cada hombre tiene. Mas por virtud de una constitutiva insuficiencia del hombre frente a su propia vida, la situación en que nuestra existencia se halla después de ejecutada la acción no corresponde exactamente a las "previsiones" que respecto a tal acción nos hicimos antes de emprenderla. La discrepancia podrá ser máxima o mínima, pero nunca dejará de existir. Un cuento muy sabido nos habla de cierto mal pintor que contestaba así a quienes le preguntaban por el 90 tema de su cuadro: "Si sale con barbas, San Antón; si no, la Purísima Concepción." Más o menos, todos necesitamos acabar nuestras acciones, hasta las más livianas y acostumbradas, para saber si nuestra vida ha venido a ser tras ellas un hirsuto San Antón o una lampiña Inmaculada. Esta invencible condición de la vida humana exige que, consumada una acción, se repliegue el hombre en sí mismo y trate de entender el estado en que quedó su existencia como resultado de la acción cumplida. Mira el hombre a su pasado, tiende su vista hacia el incierto futuro, en tanto éste se halla precursoramente configurado en su proyecto de existencia, e inquiere el sentido y la importancia que la acción acabada tiene dentro de esa distensión temporal de sí mismo. Con otras palabras: pregúntase el hombre por la significación que lo hecho tiene en orden a su propio destino. Sin una respuesta medianamente satisfactoria a tan urgente pregunta, nadie podría continuar haciendo su vida. Cuando uno "no sabe qué pensar" acerca de su propia situación, el resultado es un estancamiento de la existencia en la perplejidad. No cabe entonces sino sentarse, adelantar una rodilla, apoyar el codo sobre ella, descansar el mentón sobre la palma de la mano, entornar los ojos y, como el Penseur de Rodin, pensar y pensar antes de erguirse de nuevo y desgranar en nuevos pasos la vida propia. Mas ¿cómo es posible advertir con lucidez suficiente el sentido y la importancia que la acción cumplida 91 tiene respecto al destino de la propia existencia? Concede al hombre tal posibilidad una maravillosa condición de su naturaleza: la de hacerse expresa a sí misma. La existencia humana tiene la necesidad y la virtud de interpretarse, y lo consigue en cuanto el temple que primariamente traduce el modo de encontrarse a sí misma se ordena y articula—se expresa—en un coherente sistema de noticias. En el mejor de los casos, de palabras. Entiende el hombre la situación en que se halla su propia existencia cuando es capaz de "darse cuenta" de ella, de "contársela" a sí mismo en forma bien clara y articulada. He aquí una nueva pheme, un insospechado modo de la "fama". Es ahora la opinión que el hombre tiene de sus propias acciones, lo que "se dice" a sí mismo acerca de lo que hace. Si la fama de una hazaña en el mundo exterior revela el sentido y la importancia que esa hazaña va teniendo para el mundo, esta "fama" íntima revela con expresa claridad el sentido y la importancia que la hazaña cumplida tiene—mejor: va teniendo—para la existencia temporal del hombre que la cumplió u. Todavía no está suficientemente contestada mi anterior pregunta. ¿Cómo advierte el hombre el sentido y la importancia de su acción respecto al destino de su 14 Los teólogos llaman a la buena fama clara noíitia cum laude. La fama a secas es, pues, clara noíitia. Y en cuanto esa "clara noticia" de lo que significa lo que se hace la adquiere uno en sí y por sí mismo, la "fama" de la propia acción es ésta que llamo trágica. 92 existencia? Antes dije: colocándola mentalmente en la línea que forman la vida ya hecha y la incierta vida por hacer, el recuerdo del propio pasado y lo que uno estima hacedero de sus esperanzas acerca de sí mismo. El sentido de la acción cumplida transparecerá, por tanto, si examinamos la situación en que tal acción nos deja respecto a la totalidad temporal de nuestra propia existencia; esto es, si miramos esa situación nuestra desde el punto de vista de dicha totalidad. Pero la totalidad de la propia existencia sólo puede ser abarcada considerando la propia muerte; tanto más, cuanto que la muerte es el único suceso de-nuestro futuro sobre cuya seguridad no podemos dudar. Todo auténtico conocimiento de sí mismo viene a ser una verdadera praemeditatio mortis. En resumen: el sentido provisional que una acción tiene respecto a la propia existencia sólo puede ser percibido poniendo mentalmente ante la propia muerte la situación a que tal acción nos condujo 15. La "fama" de nuestras propias acciones en nuestro mundo interior nos revela el sentido que tienen frente a la muerte, a nuestra propia muerte. Por eso he querido llamar trágico a este segundo modo de entender la fama. ¿No alcanza 15 Uno sabe que ha de morir, mas no cómo ha de morir. Por eso, la operación mental de poner ante la propia muerte una situación nuestra sólo puede ser ejecutada "de hecho" prefigurando imaginativamente uno de los modos de morir posibles y probables dentro del propio destino, en cuanto ese destino está a su vez prefigurado en un proyecto de existencia. Esos diversos modos de morir—unos más que otros, desde luego—constituyen lo que Rilke llamaba dec eigene Tod, la muerte idónea. 93 a serlo verdaderamente cuando el hombre ve en la muerte el término absoluto de su propia existencia? La angustia de pensar que. el ser de nuestra existencia es un "ser a muerte" hace radicalmente trágica la fama que ante uno mismo tienen sus propias acciones. Ser "famoso" es en tal caso una auténtica tragedia: la tragedia del hombre a quien no satisface pensar que sólo puede ser inmortalizado por la granjeria y la fama mundana de sus obras 16. LA FAMA TRASCENDENTE He llamado trascendente al tercer modo de entender la fama. Cuando el hombre tiene certidumbre de que su vida personal no acaba con su muerte, descubre eo ipso la existencia de un tercer ámbito para su "fama"; un ámbito que puede ser llamado trascendente. En la interpretación mundana de la fama, el ámbito de su propagación era el mundo exterior: es la Pheme que como diosa inmortal, nuncio de Zeus y pregonera de la victoria, veneraron los atenienses y luego, bien ar16 N o es otro el subsuelo antropológico del género literario llamado "tragedia". ¿Por qué, por ejemplo, es una verdadera "tragedia" la vida de Macbeth? H e expuesto algunas ideas ajenas y propias acerca del tema en mi análisis de la "catarsis ex auditu" (en Estudies de Historia de la Medicina y de Antropología médica, Madrid, 1943, pág. 200 sqq.). Claramente percibió San Pedro el sentido trágico de la fama puramente terrena. Omnis caro—escribió—ut {oenam, et omnis gloria eius tanquam [los foeni: exaruit [oenum, et líos eius decidit (I Peí., I, 24). 94 mada de trompeta, han reproducido los escultores mitologizantes y los fabricantes de tanagras en serie 17. En la interpretación trágica, el ámbito de la fama es el mundo interior y aún íntimo del protagonista de una acción. La fama es ahora una secreta voz, que en los senos de nuestro ser nos ilustra acerca del sentido que nuestras acciones van teniendo para nuestra vida. ¿Cuál es el ámbito de la fama cuando se la entiende de modo trascendente? Lo diré con muy pocas palabras: el ámbito de la mirada de Dios 1S. Si el ser del hombre ha sido sacado de la nada por un acto creador de Dios y si su existencia personal no acaba con la muerte, ésta será, desde luego, término inexorable de sus acciones terrenales, mas no punto de referencia para determinar el último sentido y la verdadera importancia de esas acciones. Su sentido definitivo sólo podrá ser establecido desde el punto de vista de esa vida perdurable que tras la muerte comienza. 17 Hesiodo cita como diosa a Phéme, "poderosa e inmortal"; pero, según Wilamowitz, parece entenderla como la maledicencia pública de que el hombre debe sonrojarse. En Baquílides es la pregonera divina, anunciadora de la victoria. Sófocles, en el Edipo Rey, la llama Phama, y por boca de los ancianos de Tebas la declara inmortal. La Phama, "la buena mensajera", como la llama una inscripción de Tusculum, es considerada hija de la esperanza en la victoria. 18 Es el ámbito de la fama en que pensaba San Pablo cuando decía a los tesalonicenses: loquimur non quasi hominibus placentes, sed Deo, qui probat corda nostra... nec quaerentes ab hominibus gloriam, ñeque a vobis, ñeque ab alus (I Thess., II, 4-6). Quiere San Pablo obrar, no para que los hombres hablen de él con alabanza, sino para que le vea y apruebe Dios, "que sondea nuestros corazones". 95 ¿Quién definirá ese sentido y aquella importancia? No el hombre, limitado a ver parcial y turbiamente su propia vida desde dentro de ella misma, sino quien sea capaz de verla, íntegra y acabada, desde dentro y desde fuera de ella: Dios, un Dios personal, eterno, creador y omnividente. El sentido último, definitivo, y la importancia verdadera de cada una de las acciones humanas son los que éstas adquieren a los ojos de Dios cuando la muerte ha quitado al hombre toda posibilidad de emprender otras acciones nuevas y de revisar con su conducta las antiguas. La formulación expresa de ese sentido y esa importancia, el "juicio" acerca de entrambos es justamente lo que los teólogos llaman juicio particular: el que Dios pronuncia acerca de cada hombre inmediatamente después de su muerte 19. ¿Qué podrá ser la "fama" para el creyente en una vida perdurable y en un Dios personal y judicativo, un Dios que ha querido expresar a los hombres algo de su verdad y de su ley mediante la Encarnación, la Revelación y la ley naturalmente "escrita en el corazón 19 Los juicios del hombre—como tal hombre—sobre el sentido que sus acciones tienen respecto a su propia existencia son siempre provisionales y turbios. Son provisionales, porque necesariamente ha de hacerlos antes de su propia muerte y, por lo tanto, sin contar con una fracción de su vida—su futuro—capaz de modificar el sentido definitivo de todas las acciones precedentes: el incrédulo puede hacerse creyente, el adepto a una religión puede convertirse a otra, etc., etc. Son turbios, además, porque la existencia del hombre puede hacérsele "expresiva", mas no "transparente". Para la mente humana, el propio ser y hasta su misma expresión en la "conciencia" tienen siempre un fondo radicalmente misterioso. Nos non possumus capere nos, decía San Agustín (de an„ IV, 6, 8). 96 de los hombres", como decía San Pablo? Apenas puede dudarse en la respuesta. Para ese hombre, la fama verdadera estará en el relieve que sus acciones obtengan P los ojos de Dios: su "buena fama" será la proclamación del mérito de esas acciones suyas respecto a la vida eterna, su "mala fama" el pregón de su demérito. La dóxa, que en su interpretación mundana pudo ser entendida como pura nombradia~\a gloria mundi de la ascética cristiana—•, hácese ahora para el hombre gloria aeterna o gloria apud Deum, como dicen los teólogos 20. Mostré antes el tipo de hombre que sale de sí a través de sí mismo para buscar la suprema compañía de Dios: es el místico, el homo religiosus de la intimidad. Estos otros hombres buscan también a Dios saliendo de sí; pero su salida es ahora "hacia fuera", hacia el mundo. Buscan a Dios a través del mundo en que viven: son los homines religiosi de la acción exterior privada y pública 21. El místico, santo de la acción interior, busca 20 El sano y crudo realismo de los ascetas españoles les llevaba a despreciar la fama mundana tanto por su insignificancia respecto a la vida eterna como por ser totalmente inane respecto a la realidad de la propia vida personal. Decía Fray Luis de Granada: "aunque después de la vida permanezca todavía la gloria (refiérese Fray Luis, ya se entiende, a la fama mundana), ¿qué aprovecha esa gloria al que nada siente de ella? ¿Qué provecho le viene a Homero de que le alabes tú agora mucho sus Iliadas?" (Libro de la oración y meditación, I, 3.) 21 Esta distinción no supone una diferencia estimativa. Uno y otro, el místico y el activo hacia fuera, pueden ser santos magníficos. El gusto de cada cual inclinará su piedad hacia San Juan de la Cruz y Santa Teresa o hacia Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Sales. Sobre el mérito verdadero de unos y otros, sólo Dios puede decir la última palabra. 97 7 a Dios atravesando lo que de natural y de histórico hay en su alma: potencias y facultades, hábitos adquiridos, etc. El santo de la acción exterior busca a Dios a través de la Naturaleza y de la Historia que le rodea: cosmos físico y viviente, personas con las que convive, situación histórica en que se halla. La Historia aparece entonces como el universal conjunto de las acciones con que los hombres justifican ante Dios su existencia temporal; la existencia histórica es, en consecuencia, una antropodicea, una justificación del hombre. El hombre se angustia, oímos decir a Kierkegaard. "ante la idea de pasar inadvertido a Dios". Esa angustia ontológica ante la posibilidad de dejar de ser es el motor más radical de la acción humana, el aguijón que impele al hombre a salir de sí haciendo algo en el tiempo y, por lo tanto, señalándose como ser histórico. ¿Para qué hace el hombre lo que con deliberada voluntad de Historia hace? "Para que hablen de mí", contesta el mundano. "Para cumplir el destino que he querido darme", responde el hombre trágico, fija su mirada en la propia muerte. "Para que Dios me vea", dice todo hombre que adivina o ve el último sentido de su acción exterior. Cada acción humana es entonces un verso del poema con que el hombre, cada hombre, expresa y justifica su razón de haber llegado a ser algo distinto de la nada. ¿Ante quién expresa y justifica esa razón de ser? En parte, ante sí mismo, porque por sí mismo decide y conoce parcialmente su vida. En última instancia, ante el "Ser" creador que le hizo ser el hombre que 98 es y le da fuerza para seguir siéndolo: ante Dios. La vida temporal del hombre es, vista en su más honda realidad, un hacerse a sí mismo buscando a Dios: siempre buscando a Dios entre la niebla, dijo un hondo poeta que quería creer; buscándole entre las criaturas que "proclaman la gloria de Dios", cantó otro que creía 22. 22 La historia semántica de la "fama" en el mundo moderno es enteramente paralela a la historia de la secularización de la vida del hombre. En una primera etapa, se escinde la fama en dos ámbitos apenas relacionados entre sí por vínculo distinto del precepto moral: el "siglo", ámbito de la fama mundana—"este mundo", como suele decir nuestro pueblo—y un mundo trascendente en que se cree. El progreso de la secularización puede correr luego dos caminos distintos. Es uno el de oponer dilemáticamente esos dos mundos y quedarse sólo con el visible, linde si anima est inmovtalis—escribía bien tempranamente Pomponazzi—tercena despicienda sunt, et aetecna prosequenda; ai si moríalis existat, contrarius modus prosequendus est. Mas también cabe que el hombre intente asumir en su existencia histórica la realidad del mundo trascendente y se vea a sí mismo como "Dios hecho Historia". N o otra cosa representa la Historiología del idealismo absoluto hegeliano. Hegel no ve en la Historia una antropodicea, sino una verdadera Teodicea: la Historia Universal es, dice, "la justificación de Dios, la verdadera Teodicea, la obra que Dios hace de sí mismo". La fama mundana que los hombres llegan a alcanzar sería el brillo de su propia justificación. Así debió considerar Hegel, por ejemplo, la gloria histórica de Napoleón; "el espíritu del mundo a caballo", como él le llamó. 99 CAPITULO IV LA C R E A C I Ó N HISTÓRICA, EL H A S T I O Y LA N O V E D A D RECAPITULACIÓN tal vez, antes de dar otro paso, ordenar compendiosamente los resultados del capítulo anterior. Lo haré en una serie de concisas proposiciones. 1. El hombre, por obra de la tensión que en el seno de su ser existe entre la finitud que siente y la infinitud que anhela, no puede permanecer quiescente en sí mismo y sale de sí a través de la acción personal; aquella que ejecuta como persona, y no como cuerpo físico o como mero ser viviente. 2. Con cada una de sus acciones personales propónese el hombre alcanzar una situación personal menos insatisfactoria que aquella en que tales acciones fueron emprendidas. Lo cual no equivale a decir que dicho empeño sea siempre logrado, porque el hombre puede errar en sus decisiones acerca de sí mismo. 3. Esta salida de sí mismo que es la acción perV^ONVIENE 101 sonal del hombre puede acontecer a través de cuatro vías diferentes y en busca de distintas metas. Puede el hombre salir de sí: a) A través de su propia intimidad y en busca de Dios: acción mística, si el hombre encuentra verdaderamente a Dios; acción agónica, si le persigue y no le encuentra, b) Por la vía de sus respuestas instintivas a los estímulos de su ambiente biológico y en busca de una "confusión" vital con el mundo: acción instintiva o vital en sentido estricto, c) Hacia un mundo ideal creado por su propio espíritu: acción creadora propiamente dicha. La acción creadora puede ser evasiva (creaciones imaginativas: literarias, plásticas, etcétera), teórica (creaciones intelectuales en sentido estricto) y técnica (creación de instrumentos al servicio de los fines vitales), d) Hacia las personas que le rodean: acción convivencial privada y pública. En la acción convivencial que suele llamarse privada busca el hombre la "compañía" de las personas de su contorno. En la acción convivencial pública persigue el eco de su propia fama. 4. Todas las acciones exteriores del hombre 1 están históricamente configuradas y pueden tener, aunque el que las cumple no se lo proponga, una consecuencia genuinamente histórica 2. Hay, sin embargo, un tipo de 1 Es decir, todas las que no quedan en la pura intimidad. lina acción personal se hace efectivamente histórica—háyalo intentado o no el hombre que la ejecuta—cuando el ámbito de su influencia pública, por la calidad de la persona ejecutora o por la importancia facticia de la misma acción, llega a ser suficientemente dilatado. 2 102 acciones cuya intención está específicamente enderezada a "hacer Historia": son las acciones convivenciaÍes que antes he llamado públicas. 5. Quiere ello decir que el motivo más específico de la acción histórica es el apetito de prestigio y fama. Con otras palabras: el ansia de la inmortalidad precaria o verdadera que la fama procura. Si no existe este anhelo de fama, la acción exterior del hombre puede llegar a ser histórica "de hecho", pero no lo es "de intento". Lo cual no excluye, naturalmente, que en casi todas las acciones intencionalmente históricas se sumen al anhelo de fama otros estímulos de la acción humana (satisfacción instintiva del mando, incentivos sexuales y familiares, móviles religiosos, etc.). 6. La "fama" que el hombre persigue en sus acciones intencionalmente históricas puede ser entendida de tres modos distintos, correspondientes a otros tantos ámbitos posibles de esa fama: a) El modo mundano. El ámbito de la fama que se busca es ahora el mundo histórico-social. b) El modo trágico. Quien así entiende la fama, búscala—como expresión del sentido de la propia hazaña para la existencia del que la ejecuta—en los senos más personales de su mundo interior, c) El modo trascendente. La fama es entonces el relieve personal que el propio nombre alcanza, por obra de las personales acciones, ante los ojos de Dios. Todas estas proposiciones contestan, siquiera sea de modo aproximado, a mi pregunta por las causas de ese mudar humano que llamamos histórico". Sigamos pre103 guntándonos: ¿por qué la mudanza histórica es percibida unas veces como segura y prometedora perfección y otras como insegura crisis? ¿Cómo se manifiesta en la conciencia del hombre, antes de llegar a hacerse expreso apetito de fama, esa angustiosa tensión entre la finitud de su situación facticia'—existencia en una circunstancia natural y en una situación histórica, disponibilidad de ciertas facultades naturales—y la infinitud a que por su propia naturaleza tiende? LA CREACIÓN HISTÓRICA Dije antes que el cumplimiento de la acción histórica puede adoptar tres modos típicos distintos: la repetición de lo que otros hicieron en tiempos pasados (existencia histórica tradicional); la imitación de lo que alguien hace en el medio histórico-social en que se vive (existencia histórica adocenada); la creación, menuda o grandiosa, de modos de existencia nuevos (existencia original o creadora). Todo hombre, por muy adocenado o muy genial que sea, repite, imita y crea algo con sus acciones personales. Detengámonos un momento a considerar el modo "creador" de hacer Historia, el más pertinente a nuestro empeño: sólo creando algo verdaderamente nuevo y verdaderamente eficaz sobre el destino de los otros hombres 3 es, en efecto, como va cum3 Como ya dije, la condición histórica de una acción humana depende del ámbito que adquiere esa eficacia sobre el destino de los otros hombres. 104 pliendo el hombre ese modo de mudar que llamamos "histórico". Las "creaciones" del hombre pueden tener la más dispar importancia, desde la mínima y fugaz de un cuento periodístico—por recurrir al ejemplo de la creación literaria—a la inmensa y perdurable de la litada. ¿De qué depende esa "importancia"? Sin abordar de lleno este tema de la importancia de las acciones y de las creaciones históricas, creo que puede hacerse un fundamental distingo cualitativo entre dos órdenes de la creación humana 4 : la creación de "modos de existir" (modos de ver las cosas, modos de hacerlas, modos de pensar o de expresarse, etc.) y la creación de "resultados". Consideremos, por ejemplo, esa creación histórica que los matemáticos llaman "serie de Taylor". ¿Qué hizo con ella Taylor? Simplemente, hallar una receta elegante para resolver el problema matemático planteado por el desarrollo en serie de una función. Taylor llegó a un "resultado", y como tal se conserva su creación: acabada, imperfectible, disponible siempre para todo el que quiera usarla. La serie de Taylor "está ahí", casi como un objeto físico. Muy otro es el caso de la creación de "modos de existir". Valga como ejemplo la obra de Galileo. Galileo creó, desde luego, no pocos "resultados", mas no 4 ¿Hasta qué punto puede ser un hombre "creador" y debe ser llamada "creación" una obra humana? Me limito aquí a dejai planteada la cuestión. 105 se limitó a ello su obra creadora. Dio Galileo además expresión acabada y precisa a un nuevo "modo de ver" los movimientos de la Naturaleza, consistente en atribuirles una rigurosa y exacta determinabilidad matemática. Esta hazaña de Galileo será fundamento y pábulo de toda la Física moderna, y en ello consiste la peculiar índole de su grandeza. La obra creada no se limita ahora a "estar ahí", acabada y siempre disponible, como acontece con los "resultados", por muy originales que éstos sean: por razón de su índole, el genial invento de Galileo será durante tres siglos el suelo fecundante de una casi invariable situación intelectual. Cuantas veces, desde el siglo xvn hasta los primeros años del XX, se ha planteado un físico tal o cual problema de su disciplina, descansaba su mente sobre la idea de que el libro del Universo é scritto in lingua matemática, como el pisano dijo 5. No es difícil advertir que la creación de un "resultado" reposa siempre sobre la creación anterior del "modo de existir" en que ese resultado está inserto. El resultado intelectual que solemos llamar "leyes de Van t'Hoff" se apoya en el modo galileano de interpretar la naturaleza, como el resultado literario titulado Sonata de estío descansa, sin mengua de su originalidad, sobre el modo "modernista" de entender la creación lite5 En el tercer decenio del siglo X X comenzará, por obra de Heisenberg, Schródinger, de Broglie y Dirac, un nuevo modo de entender la "ley" de los movimientos físicos. Ellos han iniciado—no está conclusa aún—una nueva situación histórica del pensamiento físico. 106 raria. Cada hombre va haciendo su vida adocenada o creadora, inmerso y apoyado en la "situación" histórica que determinan unos cuantos modos de existir previamente inventados. Sólo a los grandes creadores de la Historia está reservada la invención de modos de existir dilatadamente válidos. Viviendo sobre esos modos de existir, labrarán luego los hombres mediocres la modesta originalidad de sus personales resultados y repetirán sus adocenadas imitaciones y copias los hombres vulgares 6. SEGURIDAD Y POSIBILIDAD Va implícita en lo dicho la idea de que las situaciones históricas pueden ser nuevas y viejas, vivaces y ca- 6 El orgullo del hombre y la fe en su propia suficiencia pueden llevarle a ver como "resultados" definitivos creaciones que no son sino transitorios "modos de existir". Recuérdese, como ejemplo máximo, el escalofriante i?esultat con que Hegel cierra su Historia de la Filosofía. N o hay ahí un resultado, sino un "modo de interpretar" la Historia. H a y resultados humanamente válidos: consigúelos el hombre por el mero hecho de serlo, y se mantendrán en vigencia mientras haya hombres. Ejemplo, el binomio de Newton. Otros resultados lo son de una situación histórica y su vigencia, si llegan a alcanzarla, dura sólo lo que la situación en que se hallan insertos. De este tipo es el pretendido Resultat de Hegel, sólo vigente para los hombres instalados sobre el modo de pensar hegeliano. Cada situación histórica del hombre, con sus aciertos y sus errores, es un intento del hombre para alcanzar, desde este mundo y en este mundo, la verdad y el bien a que como hombre puede aspirar. Y, en última instancia, un modo de interpretar a Dios. 107 ducas. La "vejez" de una situación histórica llega con el transcurso del tiempo; mas, como la vejez de las personas, no depende primariamente de su "edad" cronológica, sino del caudal de sus "posibilidades" de vida: vida biológica y personal en el caso de un hombre, vida histórica en el de una situación 7. Ofrécese joven y prometedora una situación histórica cuando brinda a los hombres que en ella existen un gran caudal de posibilidades de acción; es vieja y opresora cuando sólo presenta escasos recursos a la necesidad y al gusto que el hombre tiene de hacer inéditamente su vida. Reconstruyamos mentalmente, por vía de ejemplo, la situación histórica del intelectual europeo en el corazón del siglo xvn. Acaban de existir Galileo y Descartes; existen creadoramente Newton y Leibniz, Huygens y Locke, Harvey y Spinoza. ¿Cómo vivirá ese hombre su propia situación espiritual? Un nuevo y muy vigoroso modo de existir históricamente acaba de ser estrenado por el hombre europeo. Inicióse el aliento de esa nueva vida en la baja Edad Media, balbuceó sus primeras palabras en el siglo XV, dio sus primeros pasos en el xvi y llega a briosa y completa juventud en la primera mitad del xvn. Trátase de un ambicioso modo nuevo de situarse el hombre ante su propio existir y 7 Sobre la fecunda idea de la "posibilidad" en el acontecer histórico y sobre su fundamento ontológico, véase el trabajo de X. Zubiri "Grecia y la pervivencia del pasado filosófico", recogido en su libro Naturaleza, Historia, Dios. 108 frente a los problemas que ese existir le plantea. Los europeos de entonces van a intentar la magna empresa de hacer y entender su vida terrenal, histórica, sin otro recurso que el atenimiento a sus propias fuerzas humanas. Antaño ayudaba al hombre a hacerse su vida la fe en un Dios razonable y comunicativo; tan razonable y comunicativo, que se había dignado "hablar" a su criatura predilecta de modo que ésta le entendiera. La razón del hombre venía a ser un espejillo, infinitesimalmente reducido, de la absoluta Razón divina. Hogaño sigue el hombre creyendo en Dios; mas le ha puesto tan alto, tan lejos de sí, que ya no se cree capaz de entender su palabra expresa o piensa que es impropio de Dios hacerse locuaz y "razonable". Dios sería puro arbitrio, pura voluntad omnipotente y libérrima, y la razón cosa exclusivamente humana. De esta "razón" se siente el hombre titular: humildemente, porque es tan poca cosa la razón que Dios no se digna tenerla; orgullosamente, también, porque sólo él la posee. Equipados con esta desligada razón y movidos por su propia voluntad, empéñanse los hombres en hacerse a radice una vida históricamente nueva. Viven entonces como descubridores que acabaran de arribar a una tierra inexplorada y fecunda. Para ellos todo el monte es orégano, según suele decirse. Basta a los hombres vivir a la altura de su tiempo para que su existencia contemple ante sí un espléndido abanico de sendas prometedoras. Pénese la razón humana ante el cosmos físico, y crea la Astronomía y la Física "modernas". Medita IOS sobre su noción de cantidad, racionaliza mediante la idea de infinitésimo la variación continua, y construye la espléndida Matemática "moderna". Reflexiona en torno a su modo de saber y acerca de su propio conocimiento, y pone en marcha la Filosofía "moderna". Esfuérzase en ordenar con precisión y seguridad racionales el mudadizo y azaroso curso de la vida histórica —la fortuna, como decían los renacentistas—•, y edifica el Estado "moderno". Es entonces la aurora de los siglos que por antonomasia llamamos "modernos", y el europeo un rey Midas de la acción histórica: dondequiera que pone sus manos, nace una novedad portentosa. Viven esos hombres, en consecuencia, con la íntima sensación de holgura del que puede hacer muchas cosas y casi todas con un éxito inmediato y fabuloso. ¿Cómo puede ser percibida la fracción propiamente histórica del mudar humano, sino como un despliegue cómodo, seguro y completivo de la situación en que su existencia echa raíces? Será suficiente un pequeño avance en el proceso de secularización del vivir para que el europeo, seguro de sí mismo y de que el sentido de la vida humana se agota en la Historia, sueñe optimistamente con un progreso indefinido hacia el "estado final" de su petulante autosuficiencia: los progresismos hegeliano, positivista, marxista, proudhoniano, etc., son otras tantas versiones concretas de esta estupenda fe de los hombres en su propia fuerza. En suma: la abundancia de posibilidades de exis110 tir viables y prometedoras, propia de las situaciones históricas jóvenes, es el suelo sobre que crecen la seguridad completiva y la vivencia progresista del propio mudar. Razones biológicas y biográficas (temperamento individual, familia, educación, etc.) matizarán hasta el infinito—excitando, inhibiendo, coloreando diversamente—estos modos de vivir la Historia que de manera tan inmediata proceden de la situación en que uno existe y de la "edad" de esa situación. ESENCIA DE LAS CRISIS HISTÓRICAS Examinemos ahora, por contraste, la situación histórica del europeo entre 1900 y 1930. Continúa viviendo, no hay duda, según el modo de existir que inventaron sus abuelos en el alba de los tiempos "modernos". Como ellos, quiere hacerse su vida sin más recurso que el de sus propias fuerzas humanas. Mucho ha conseguido desde entonces en su servicio a tal empeño: su ciencia y su técnica son estupendas; la perfección de sus organizaciones políticas, pasmosa. ¿Puede moverse, en cambio, con la misma holgura que los hombres de 1650 o 1700? En modo alguno. Siéntese oprimido por sus propias creaciones y, lo que es más grave, amenazado por mil diferentes peligros. Hállase oprimido porque ha hecho ya tantas y tan maravillosas cosas con su razón, que muchas veces ya no sabe cómo emplearla: el caudal de 111 sus posibilidades históricas está considerablemente amenguado respecto al opulento del siglo xvn 8. Vive, además, inseguro y amenazado, porque los caminos que emprende le conducen muchas veces al dolor, al fracasó o a la ruina. El libre y espontáneo empleo de la razón humana en orden a los problemas económicos, tan fecundo otrora, trae en esta sazón la lucha de clases y los cracks financieros. La consideración mensurativa del cosmos, antaño cifra y compendio de la razonabilidad humana y de la exacta determinabilidad de la Naturaleza, conduce ahora al principio de indeterminación, de Heisenberg, y a la humilde noción del "observable", de Dirac. El intento de ordenar racional y razonablemente la convivencia histórica de los hombres termina en las guerras mundiales y totales. Y la fe optimista en la razón viene a dar en el irracionalismo de la vida o de la existencia. Si la vida espiritual—-cuidado: no quiero decir la vida religiosa^ tuvo tan holgada comodidad para el europeo en el siglo XVII, ahora, no obstante ser tan rica y sutil, muéstrasele angosta e insegura. Vive inquieto, azorado, incierto, y siente muchas veces que al dar un nuevo paso falla el suelo bajo su planta. La situación histórica que tres siglos antes ofrecía tan prometedoras perspectivas, aparece ahora tan vieja y gas8 Me refiero, como es obvio, a las posibilidades de creación histórica que entre 1900 y 1930 ofrece al hombre la situación histórica llamada "mundo moderno". Las posibilidades de repetición son, en cambio, infinitamente más numerosas, porque todo lo hecho en el pasado puede ser repetido en el presente. El problema está en si el mero repetir satisface o hastía. 112 tada como la capa de la copla: "que sólo porque se va—puede decirse que es capa". ¿Cómo será entonces vivida la propia mudanza histórica? Por lo pronto, de un modo crítico. Un modo de existir se va, se agota. Los hombres—'primero unos pocos, los vigías del destino histórico luego, todos o casi todos—advierten que ha entrado en crisis el soporte histórico de su existencia. Mientras no inventen un modo de existir fundamentalmente nuevo, haciendo de corazón cabeza, sus vidas se agitarán sobre un congojoso vacío. Algunos, más animosos, se aprestarán a la necesidad de inventar ese nuevo modo de existir, y en la empresa quemarán su vida. Otros, más cobardes o menos capaces, se dejarán ganar por la sensación de abismo que les invade el alma y pensarán que la Historia es o va a ser una regresión hacia la catástrofe. La acción histórica del hombre es percibida en el primer caso como un auroral arranque creador, y en el segundo como un penoso esfuerzo permanente para detener o aplazar la catástrofe que se teme. La índole del temperamento individual, las dotes nativas del espíritu y la singularidad biográfica de cada hombre le llevarán hacia una actitud creadora o hacia una postura regresista cuando se halle en una situación crítica; esto es, en una situación dentro de la cual apenas ve para su existencia posibilidades históricas viables 9. 9 La vivencia crítica puede a veces depender exclusivamente de motivos singulares y biográficos. En cualquier situación histórica, hasta en las más seguras y prometedoras para el resto de los mortales, puede un hombre caer 113 8 El modo de vivir la propia situación histórica depende, en suma, del caudal de posibilidades de existencia que nos brinda y de la índole de esas posibilidades. • Pero, sea cualquiera la situación en que la Historia coloque al hombre, éste siempre tendrá ante sí dos permanentes recursos: el de recluirse en su intimidad y contemplar desde ella él acontecer histórico como cosa ajena a sí mismo—así hacen el místico y el estoico, por no citar sino los ejemplos más demostrativos—y el de afrontar heroica y creadoramente, inventando caminos nuevos o prosiguiendo los antiguos, la situación despejada o angosta en que a uno le ha tocado existir. Una mudanza histórica, acabamos de verlo, es vivida completiva o críticamente en función de las posibilidades que la situación a que tal mudanza pertenece ofrece a la acción del hombre. Con ello han aparecido ante nuestros ojos los dos cabos extremos de la acción histórica. A un lado, la tensión ontológica que fuerza al hombre a hacerse a sí mismo saliendo de sí. Al otro, la figura visible de la acción misma: repetición, imitación, creación de resultados o de modos de existir. Pertenece también a este último cabo la vivencia singular y la vivencia típica o genérica de la propia acción. El contenido de la acción—escribir, pintar, mandar políticamente, etc.—y su relación con la biografía del que por razones personales muy diversas en crítica confusión. Un converso, por ejemplo, ha pasado por un momento en que no sabía qué hacer con su vida; su existencia singular carecía de "salidas" satisfactorias, vivía en crisis. 114 la ejecuta determinan lo que de singular tiene el modo de vivirla. Genérica o típicamente considerado, el cambio que la acción histórica supone para la existencia del que la ejecuta es vivido de modo completivo o crítico y como progresión optimista o como pesimista regresión. PSICOLOGÍA DE LA INSATISFACCIÓN HISTÓRICA Queda por estudiar un eslabón intermedio, acaso el más importante desde el punto de vista de mi actual empeño. ¿Cómo se manifiesta psicológicamente la tan mencionada tensión ontológica del ser humano entre la sentida finitud de su existencia natural e histórica y la infinitud a que naturalmente aspira? Con otras palabras: en la acción histórica propiamente dicha ¿qué impulsos psicológicos hacen posible la proyección activa y creadora del apetito de fama e inmortalidad? La más inmediata traducción psicológica de la insuficiencia ontológica del hombre es el inesquivable sentimiento de insatisfacción que toda situación, cualquiera que sea la comodidad y la abundancia de sus posibilidades, suscita en el alma del que la vive. "Nadie está contento con su suerte", suele decir nuestro pueblo. Y acierta; porque lo insatisfactorio de una situación no depende de la objetividad de su contenido, sino del simple hecho de ser lo que es: la situación de un hombre en "su historia" y en "la Historia". No es una situación marco de la existencia humana que en ella vive, 115 sino forma de esa vida suya: mi condición de europeo del siglo xx, español, profesor universitario, etc., no es, vetbi gratia, un ropaje de mi vida personal—a lo más lo será de mi espíritu, pensando paulina y agustinianamente—, sino la madera de que esa vida mía está hecha. Y si todas las diversísimas formas históricas que va adoptando el ser del hombre son siempre insatisfactorias para él, ¿no deberá buscarse la causa de tal insatisfacción, más que en el contenido de esas diversas situaciones, en el hecho de ser hombre quien las vive? Ser hombre en la Tierra puede ser, en efecto, motivo de orgullo, pero no manantial de satisfacción plenaria y duradera. Nuestro problema es ver cómo esa radical insatisfacción se expresa en la conciencia y en la conducta humanas. El modo de expresarse la permanente y esencial insatisfacción del hombre se halla originariamente informado por la condición temporal y sucesiva de la existencia humana. Si uno está insatisfecho porque no es cuanto quiere ser, ni siquiera cuanto piensa que puede ser; y si el no ser cuanto se quiere ser depende muy esencialmente de que la vida pasa, entonces ese inevitable pasar, esa constitutiva sucesividad de la existencia humana informarán, antes que todo otro momento configurador, la insatisfacción de ser hombre en la Tierra. Por eso, la fracción genuinamente histórica de la insatisfacción humana—el no sentirse satisfecho con lo que uno recibe de su medio histórico, por el hecho de hacer su vida en él—adopta dos modos de expresión 116 fundamentales, tenuemente distintos entre sí: el hastío de lo pasado, sólo por ser pasado, y el anhelo de novedad. EL HASTIO Todo cuanto se hace pasado-—obras, vivencias, etcétera—hastía 10 tan pronto como comienza a serlo. Hastíase el hombre, en efecto, cuando se ve obligado a permanecer en una situación cualquiera y, pasado el deslumbramiento inicial en que su novedad pudo ponerle, advierte la radical insatisfactoriedad de esa situación en que se halla. Sólo el trato con realidades capaces de crear permanentemente situaciones nuevas —tal es el secreto de las personas y de las obras que se hacen amar—está exento de hastío. Dicho de otro modo: esas personas y esas obras no llegan a hastiar porque la permanente novedad que ofrecen a los hombres que con ellas tratan las exime de hacerse pasadas y, por lo tanto, de convertirse en objetos muertos u . 10 Nuestro pueblo, con un hondo y certero sentido, emplea la palabra aburrirse, de ab y horrere, apartarse con horror de una cosa. ¿Por qué aburre lo pasado, por qué el hombre se aparta con horror de ello? La respuesta es simple y honda: porque lo pasado es lo muerto. El aburrimiento es, en su raíz, el horrorizado advertimiento de que la vida del hombre en la tierra es un ir muriendo. 11 La Iliada o el Quijote no son obras "pasadas", porque desde que fueron escritas conservan la virtud de ofrecer estímulos nuevos, siempre nuevos, a los hombres que las van leyendo. Por eso puede tener una "his- 117 La producción de hastío es el inexorable destino de todas las obras humanas o, mejor, de todas las vivencias que se hacen insistentemente invariables, pasadas, muertas. Uno podría vestir, comer, solazarse como se hacía en 1900. ¿Nos impide una imposibilidad absoluta, por ventura, usar siempre trajes del mismo corte o leer novelas del mismo género? Indudablemente, no. Mas nos lo impide el hastío, temprano revelador de que toda situación histórica es radicalmente insatis factoría para el hombre que la vive. El hastío ante lo que ya ha sucedido es el más trivial y sensible síntoma de la angustia humana frente a la finitud y a la propia mortalidad; una angustia latente siempre, por debajo de las más diversas apariencias del alma, en el fondo mismo del ser humano. toria" la interpretación que los hombres hacen de las obras que "no pasan". Un Quijote—o su contenido espiritual al menos—no es un objeto, sino una inagotable fuente de posibles estímulos espirituales. Valga otro tanto, y por más eminente manera, para las realidades personales. Una persona amada no hastía, porque nuestro amor nos hace convivir con ella, coejecutándolos, todos o gran parte de los actos personales con que su persona y la nuestra se van actualizando en el tiempo. La constitutiva "novedad" de los actos coejecutados—todo acto personal, aunque sea Imitativo, es constitutivamente inédito—es la que impide el hastío junto a la persona amada. Tan pronto como el amor desaparece, cesa la coejecución de actos personales, rómpese la convivencia propiamente personal y esa persona a la que habíamos amado se convierte en un simple objeto animado, en un ser viviente y locuaz, más o menos agradable o disciplente. Un hombre sin amor a los otros hombres va haciendo su vida entre animales parlantes, cuando no entre piedras más o menos utilizables. 118 EL AFÁN DE NOVEDAD El anverso del hastío ante lo pasado es el anhelo de lo nuevo. Entrambos estados de ánimo son, en efecto, las dos caras de una jánica situación personal 12: el hastío es el rostro negativo de la insatisfacción de ir pasando, el afán de novedad su faz positiva; el rostro del hastío mira hacia el pretérito de la propia existencia, la faz del afán de novedad hacia su futuro. ¿Qué delata este permanente afán de novedad, esta constitutiva novelería de la vida humana? El citado carácter anversivo del afán de novedad nos pone también sobre la pista de la respuesta. Inmediatamente, el afán de novedad expresa de un modo positivo la radical insatisfactoriedad de todas las posibles situaciones temporales del hombre. Si uno desea, por ejemplo, comprar un sombrero nuevo, no sólo puede hacerlo cuando su sombrero anterior está roto-—esto es, cuando ha dejado de tener un sombrero—, sino cuando le hastía, le aburre ese sombrero anterior. Con otras palabras: cuando la situación de usar el sombrero viejo le resulta penosamente insatisfactoria. Pero el afán de novedad tiene también un sentido último, además de tener esa significación inmediata. Desde el punto de vista de la ultimidad de su sentido, el afán de novedad es un signo revelador de nuestro 12 Todas las situaciones del hombre son necesariamente jánicas. Asi lo exige la sucesividad de su existencia terrena. 119 entrañable anhelo de vida eterna. Si el hombre se afana por "lo nuevo", es porque desde el fondo mismo de su ser anhela una situación de su existencia que no delude ser nueva, que no pase. "No pasar", no sentir que se gasta la propia existencia ha sido nota constante y esencial en la idea que los hombres tuvieron siempre de la suma felicidad. Los griegos, por ejemplo, vieron en la insenescencia o condición de no envejecer (agératos), la virtud principal que conseguiría el hombre si lograra aproximarse a la condición de los dioses. Cuenta Calipso a Hermes, mensajero de Zeus, la lisonjera acogida que dispensó al zarandeado Ulises, y pondera su divina solicitud de ninfa con estas significativas palabras: Le acogí amistosamente, cuidé de él y le prometí la inmortalidad y una juventud nunca senescente. (Od., V, 135-136.) Pretende la solitaria ninfa hacer su esposo al hombre, y para lograr tal propósito le promete una vida semejante a la de los dioces. Eran éstas, sin duda, las palabras que más seductoramente debían sonar en el oído de un griego. Los textos sagrados del Cristianismo llaman a la suma beatitud "vida eterna" (Mtt„ XIX, 29; loan., III, 15, 16, 36; etc., etc.), "herencia incorruptible e inmarcesible" (/ Peí., I, 3-4), "tesoro indeficiente" (Luc, XII, 33 y XVIII, 22)..., palabras todas que expresan, en una acepción nueva y sobrenatural, la idea helénica de 120 la insenescencia que alcanza el hombre deificado 13. "Posesión entera y acabada de una vida interminable", dice Boecio que es la eternidad u. La vida eterna del hombre será, en consecuencia, un vivir interminable, en el cual tendrá acabada y totalmente en su mano, puestas en acto y sin corrupción ni deficiencia, todas las posibilidades de actividad de su propia vida. No morir y no pasar son, a la vez que promesas divinas, anhelos permanentes de la naturaleza humana desde que existe condenada a la muerte, al dolor y al tránsito. ¿De qué modo compensa la novedad querida, siquiera sea huidiza tal compensación, esa radical insatisfacción humana que sirve de pábulo y espuela al deseo de lo nuevo? El hastío, dije, delata nuestro horror por lo muerto: lo que en rigor nos hastía es advertir con opresora sorpresa que a nuestra espalda hay un cadáver nuestro, el cadáver de una situación pasada incapaz de renovación y renacimiento. Si esa situación pasa a la zona de nuestro ser que San Agustín llamaba abditum mentís—a la condición de recuerdo meramente potencial, no actualizado ~ n o perturba nuestra vida con su pertinaz cadáver; si persiste en nuestra conciencia psicológica—el conspectus mentís de San Agustín—engendra ineludiblemente el hastío. Lo que no nos 13 Véase una exhaustiva colección de nombres y conceptos profanos y cristianos acerca de la suma beatitud en J. M. Ramírez, O. P., De hominia beaíitudine, T. II, p. 3 sqq. Matriti, 1943. 14 De consol, phil, lib. V, prossa VI. Iníenninabilis vitae tota simul er perfecta possessio, dice el texto de Boecio. 121 recrea, lo que no nos hace, por re-creación, inéditos, nos hastía. Pues bien; la satisfacción producida en nosotros por la vivencia de lo nuevo deseado—aun cuando luego, pasada su fugaz novedad, nos defraude o nos hiera—consiste en revelarnos que nuestro ser personal vive creadoramente 15 y, por lo tanto, tiene una puerta abierta a la esperanza de seguir viviendo. La vivencia de la novedad viene a ser un adelanto de la vida eterna que el hombre anhela y una prenda de la viabilidad de nuestra esperanza en ella 16. Esta secreta entraña de la novedad determina la índole de la satisfacción que su vivencia produce 17. ¿Cómo y hasta cuándo nos satisface, en la medida que sea, la novedad de una cosa? Las dos preguntas tienen una 16 La vida de toda persona es siempre una actividad "creadora": verdaderamente creadora en el caso de las personas divinas, analógicamente creadora en el caso de la persona humana. 16 Dice San Juan de la Cruz con gran insistencia (Subida del Monte Carmelo, III, 7, 2; III, 9, 1; III, 15, 1, eí passim) que el alma se ha de unir con Dios, según la memoria, en esperanza. Para ello la memoria ha de ser purgada de su contenido—los cadáveres de nuestra vida pasada, si se me permite esta expresión—, y así queda expedita para recibir la gran novedad de la visión de Dios. Es nuevo para nosotros, según la psicología de San Juan de la Cruz, aquello que no recordamos haber visto o vivido; lo que no está en nuestra memoria y, por tanto, podría estar en nuestra esperanza. La novedad de las cosas es como un espejo de la infinita y absoluta novedad de Dios, y su vivencia prenda mínima, pero prometedora, de nuestra esperanza en El. 17 La novedad satisface cuando ha sido buscada o cuando nos sorprende agradablemente. De modo más general, cabe decir que la novedad interesa: interesa satisfactoriamente cuando agrada el contenido de lo que como nuevo se nos ofrece; interesa displicentemente (horrorizando, asqueando, etc.) cuando ese contenido es hostil a la vida personal del que vive la novedad. 122 respuesta común. Nos satisface la novedad de una cosa deslumhrándonos, poniéndonos en sorprendente y súbito contacto con el pequeño misterio que tal novedad supone; y esa parva satisfacción dura mientras la cosa que estimamos nueva sigue ofreciéndonos un rostro problemático y misterioso. Cada situación nueva es para el hombre ya hecho lo que un juguete para el niño: interesa—por la vía del encantamiento o por la del desagrado—hasta que uno rompe su incitadora superficie y reduce a conocimiento el misterio albergado en su entraña. La vivencia de novedad es, en efecto, un tenue y fugaz contacto del alma humana con el misterio. Es nuevo para nosotros todo lo que excede de nuestra existencia, tal como ésta se halla actualizada en el momento de percibir esa novedad. Yo soy lo que soy en mi presente; y soy ahora lo que he sido en tanto mi pasado es susceptible de recordación memorativa o habitual en ese presente. No es nuevo el libro que tengo ante mí, porque cuando le veo recuerdo memorativamente haberlo visto alguna otra vez en mi pasado; mi acción de ir escribiendo las letras de nuestro alfabeto no es nueva para mí, porque, trazándolas sobre el papel, actualizo el hábito adquirido que llamamos "saber escribir". Todo lo que rebasa la actualidad de mi presente es para mí nuevo, y se me ofrece, por lo pronto, como problemático o misterioso. Mínimo o grandioso, toda novedad es un deslumbramiento. ¿Qué hace el hombre frente a la novedad? Si es un 123 sibarita de la novelería, tal vez se demore un poco paladeando el inicial deslumbramiento, al menos cuando la novedad es agradable. Mas, con demora o sin ella, pronto se empeña en que la novedad deje de serlo. Afánase por comprender esa situación suya y trata de reducirla a noticias claras, bien sabidas y bien articuladas. Quiere, en suma, que todo lo nuevo se le convierta en "habas contadas". Es justamente ahora cuando se puede definir con cierta precisión la satisfacción que la novedad deseada produce en nosotros: esa satisfacción no consiste en la simple vivencia de un deslumbramiento ante lo nuevo, sino en la vivencia de un deslumbramiento que uno estima comprensible. Cabe distinguir, en efecto, entre la novedad de una situación vivida como absolutamente incomprensible y la de aquellas otras que uno espera poder comprender en todo o en parte. Si el deslumbramiento espiritual producido por la situación nueva es invencible por la mente del hombre que la vive—y, en el caso extremo, absolutamente invencible por la mente de cualquier hombre—, la reacción a la novedad no es ni puede ser nunca la satisfacción, sino el espanto: en el orden sobrenatural, es el espanto de los tres Apóstoles testigos de la Transfiguración 18; en el puramente natural, el espanto del rús18 En la Transfiguración—como, por otra parte, en la experiencia mística verdadera—el deslumbramiento es absoluto. "Los discípulos—dice San Lucas—fueron sobrecogidos por el terror mientras entraban en la sombra de la nube" (Luc, IX, 34). Textos análogos no son infrecuentes en la Escritura. 124 tico o del primitivo ante la aparición de un cometa. La total incomprensibilidad de una situación, aterra. Muy otras son las cosas cuando se estima vencible el deslumbramiento que la novedad produce. Más aún, cuando esa novedad es querida y creada por uno mismo, como acontece en el caso de las mudanzas genuinamente históricas. La novedad de la propia situación deslumhra; y si el contenido no es formalmente desagradable, ese deslumbramiento satisface por serlo y porque nos consideramos capaces de vencerle con las armas de nuestra comprensión 19. En el ejercicio de ordenar y comprender nuestro deslumbramiento es precisamente en lo que consiste la satisfacción engendrada por la novedad. Trátase, en fin de cuentas, de una autointerpretación, porque, hasta en el caso del deslumbramiento producido por un objeto exterior—la aparición de un cometa, por ejemplo-—, no es la realidad exterior lo que comprendemos o interpretamos, sino la situación personal en que el hecho de experimentarla nos ha sumido. El ejercicio de esta autointerpretativa comprensión de la novedad 20 puede conducir a dos metas distintas. 18 Hay, sin embargo, ocasiones—en las situaciones históricas críticas, sobre todo—en que una novedad querida y planeada como agradable conduce a la ruina o al dolor del que la busca. Es el momento en que el hombre "no puede contar con su mundo", por la crisis en que a la sazón se encuentra la fracción histórica de ese "mundo". 20 En otro lugar (Estudios de Historia de la Medicina y de Antropología Médica, Madrid, 1943, págs. 173 y sigs.) he tratado con alguna amplitud este tema de la interpretación psicológica dé las situaciones vividas como 125 Es una la vivencia de haber comprendido totalmente la novedad que nos deslumhró. Lo que fué deslumhrado asombro, se ha trocado en un articulado y claro ensamblaje de noticias expresas. Es el momento en que, frente a un problema cualquiera, dice el hombre: "ya está". La dinámica vivacidad de nuestra alma en el momento de la sorpresa se convierte en el ordenado estatismo de "lo que ya está". Es entonces, precisamente entonces, cuando la situación que fué nueva comienza a ser muerta y "pasada": la novedad ha "pasado", y la satisfacción que pudo suscitar en nosotros aquel vivir productivo a que nos llevó deja su puesto al hastío de tratar con una porción cadavérica de nuestra propia vida. El alma, situada sobre el suelo de un pasado ya estéril, incapaz de recrearnos e imposible de ser recreado, sentirá otra vez el anhelo de una deslumbradora novedad ulterior, capaz de convencerla de que aún vive y puede seguir viviendo. Puede ocurrir también que el hombre, después de haber agotado su capacidad de comprender, descubra que en la entraña misma de su situación hay un invencible resto de misterio. Este hombre no conocerá el hastío. El espectáculo del mundo y el de sí mismo ofrecerán permanentemente problemas a su espíritu, y connuevas. Cuatro coordenadas ordenan y gobiernan esta interpretación: el objeto o estímulo específico de la situación, el total contenido de la conciencia, el sistema de fines o proyecto personal y la idea que de sí misma tiene la persona en cuestión. Esta idea de sí mismo va inserta en una visión del mundo más o menos articulada y verdadera: la del bosquimano o la del sabio europeo, la del cristiano o la del marxista. 126 sumirá su vida en la inacabable tarea de intentar resolverlos—así el filósofo "puro", "fáustico", como le llamaría Spengler—-, o en un devoto y humilde reconocimiento de ese quid ignotum que constituye el fondo misterioso de toda posible situación—así el hombre sencillo y piadoso—, o, como el filósofo creyente, en el arduo empeño de acordar esas dos actitudes del espíritu humano 21. En cualquiera de los tres casos, la situación en que se vive nunca deja de ser nueva: no muere, no se estatiza jamás. SINOPSIS Hagamos aquí una breve estación y tratemos de reducir a escueta sinopsis la estructura esencial de la acción histórica. Punto de partida de esta acción, como de todas las humanas, es la inestable tensión ontológica del hombre entre la finitud que siente y la infinitud a que aspira. Tal tensión ontológica se expresa psicológicamente en la vivencia de la propia situación, y adopta dos formas cardinales, conexas íntimamente entre sí: 21 Este vivo y vivificante contacto del espíritu con el misterio en que cree—el misterio por excelencia, el de la Divinidad—es el que permite al cristiano verdadero cantar y seguir cantando el himno litúrgico: Recedant vecera, nova sint omnia; corda, voces et opera. Por obra de la Redención, el mundo es para el cristiano siempre capaz de incitante "novedad". El cristiano, en cuanto tal, no debe conocer el hastío. 127 el hastío de lo pasado y el afán de novedad. Movido el hombre por ese hastío y este afán, sale de sí mediante una acción personal. La acción personal del hombre puede adoptar diversas formas, por razón de su contenido y según la vía que la persona elija para salir de sí. Todas las acciones del hombre proyectadas hacia fuera pueden tener una consecuencia histórica, cuando su pública eficacia sobre las personas presentes o futuras adquiere ámbito suficiente. Pero, entre todas, un tipo merece singularmente el nombre de "acción histórica". La acción intencionalmente histórica va enderezada a un fin remoto a través de un fin próximo: el fin próximo es una eficacia pública sobre el destino temporal o eterno de las personas con que se convive o de las que han de vivir en el futuro; el fin remoto o último es la obtención de gloria o fama. Ya sabemos que esta gloria o fama puede ser entendida según tres acepciones fundamentalmente distintas. La esperanza de la gloria o fama producida por su acción histórica otorga a la persona que la cumple la prenda de una cierta inmortalidad y compensa más o menos—según sea la gloria vera o vana, como dicen los teólogos'—la angustia que engendra el hecho de vivir la propia finitud. Las acciones históricas son ejecutadas según tres modos típicos diferentes: pueden ser repetición, imitación y creación de resultados o de modos de existir. Sólo la acción creadora—'evasiva, teórica o técnica--' merece verdaderamente el nombre de "acción históri128 ca". No obstante, la singularidad personal y temporal que distingue a los actos humanos imprime un seilo de rigurosa ineditez hasta a las más adocenadas acciones de repetición e imitación. Todo acto humano es, en mayor o menor medida, una verdadera e inédita creación personal. La índole consciente y autointerpretativa de la humana existencia permite, en fin, que los hombres contemplen desde su propio espíritu la mudanza objetiva cumplida en la propia vida y en el ámbito del acontecer histórico por obra de sus acciones intencionalmente históricas y como resultado de sus acciones efectiva^ mente históricas; aquellas que, sin pretenderlo originariamente, influyen de hecho sobre el curso de ese acontecer. Esta mudanza puede ser vivida de cuatro modos típicamente distintos entre sí: la seguridad completiva, la inseguridad crítica, el optimismo progresista y el pesimismo de la regresión. La ocasional coyuntura de la situación histórica en que uno existe y la peculiaridad nativa y biográfica de cada hombre determinarán el modo de vivir subjetivamente la mudanza objetiva y dinámica que las acciones personales esculpen sobre el movedizo cuerpo de la Historia. 129 9 CAPÍTULO V BIOLOGÍA E HISTORIA. EL I N G R E S O DEL J O V E N E N LA V I D A H I S T Ó R I C A Xlv L esquema de la acción histórica que da remate al capítulo anterior no pasa de ser eso, un esquema*. La estructura de la acción histórica en él diseñada está todavía excesiva y artificiosamente abstraída de la varia, compleja y coloreada realidad. Muéstranos al hombre actuando históricamente. Bien. Pero ese hombre ¿es varón o hembra, rico o pobre, culto o salvaje, viejo o joven? Nada de esto se nos dice. Y aunque todos los hombres, varones o hembras, ricos o pobres, cultos o selváticos, viejos o mozos, cumplan sus acciones históricas de modo genéricamente idéntico ¿no cabe pensar que influirá en ese modo de cumplirlas, diversificándolo, la diversidad de condiciones humanas que los precedentes adjetivos expresan? A tres grandes vectores puede referirse, en mi en131 tender, la variadísima influencia que la diversa condición humana ejerce sobre el modo de hacer la Historia: el vector social, el biológico y el religioso. Una misma acción histórica tendrá diferente rostro según la condición social (clase, profesión, etc.), la peculiaridad biológica (sexo, edad, temperamento, etc.) y las creencias religiosas del hombre que la cumple. Dejaré a un lado el problema de cómo se implican la Sociología, la Religión y la Historia, y consideraré con alguna atención el de las relaciones entre la condición biológica y el suceder histórico. Muda el hombre en su vida por ser un zóion his~ torikón,. mas también simplemente por ser zóion, ser viviente. ¿Cómo interfieren y se articulan en la vida del hombre estos dos órdenes de su mudar: el biológico y el histórico? BIOLOGÍA B HISTORIA Para resolver el grave problema que esta interrogación plantea, debe comenzarse por distinguir y precisar las grandes categorías de la existencia biológica. Cinco cabe señalar en un primer examen: la especie o constitución específica, el sexo, la edad, la constitución individual y la higidez x. Un ser viviente adquiere su 1 Con la palabra "higidez" pretendo nombrar la raíz biológica de lo que se llama habitualmente "estado de salud", una de cuyas posibilidades es, 132 existencia concreta y actualizada en cuanto pertenece a tal especie, posee tal sexo, vive en tal edad, está individualmente constituido de tal modo y goza salud o sufre enfermedad. Estas cinco variables determinan el status estático y dinámico del ser viviente en cada momento de su vida 2. Pero, entre todos los seres vivientes, una especie, el hombre, se señala por una singular condición de su existencia: la de vivir históricamente. Esto supuesto, ¿cómo las restantes categorías de la vida biológica influyen sobre la historicidad del existir humano? Tal es el problema o, mejor, el venero de problemas que aquella interrogación suscita. ¿Cómo se manifiesta el sexo en la acción histórica del hombre? ¿Qué pone en la fracción propiamente histórica del destino de una persona el hecho de ser esa persona varón o hembra? ¿Influye el sexo sobre el conpor supuesto, la enfermedad. E n este sentido, es la "higidez" la ocasional disposición de los hábitos operativos animales relativamente a su ejercicio, y depende de una ecuación entre la ocasional peculiaridad del ambiente y el estado en que, relativamente a él, se encuentra la totalidad fisiológica del ser viviente. 2 El estado del animal es un concepto analógicamente equivalente a la situación de la persona humana. Con otras palabras: la situación es el estado correspondiente a un animal personal e histórico, esto es, al hombre. Estado y situación pueden también ser considerados como secciones transversales de la vida temporal del animal y del hombre. Los médicos, exclusiva y, por lo tanto, abusivamente atenidos a una visión biológica, zoológica, de sus enfermos, llaman, por ejemplo, status praesens a la sección transversal de la vida biológica de sus enfermos en el momento de explorarlos. Mucho se ganaría si, en lugar de status praesens, dijesen situs praesens y describiesen, no sólo el "estado" biológico del enfermo, mas también su "situación" personal. Debe decirse, sin embargo, que algo se va haciendo en este sentido. 133 tenido de la acción humana? ¿Hay acciones históricas, aparte las directamente dependientes de la vida sexual, privativas de uno u otro sexo? ¿O se limita la influencia del sexo al modo, a la forma exterior o estilo de hacer la Historia? ¿Virilízase la mujer por el hecho de intervenir directamente en la Historia o hay un modo femenino de hacer lo que masculinamente hace el varón? He aquí una serie de incitantes preguntas para una ciencia de la Historia que de veras quiera hacer honor a su nombre. Análogas cuestiones pueden plantearse en orden a las influencias de la constitución individual y del estado de salud o enfermedad sobre la acción y la obra histórica del hombre. ¿Cómo influye el tipo constitucional de un hombre sobre su obra histórica? ¿En qué se distinguen las diferentes razas y los distintos tipos constitucionales—el pícnico y el leptosomático, por ejemplo—relativamente al modo de "hacer la Historia" los hombres que a unas y otros pertenecen? ¿Qué influencia tuvo, por ejemplo, el hábito corporal y el temperamento nativo de Napoleón sobre el contenido y sobre la forma de su hazaña histórica? ¿Qué relaciones existen, en fin, entre la salud y la enfermedad de los actores de la Historia y la obra histórica por ellos cumplida? Confesemos que apenas se ha iniciado la tarea de responder con alguna suficiencia a todas estas preguntas, no obstante ser todas ellas rigurosamente ineludibles para una doctrina sistemática del acontecer histórico. Por mi parte, me limito a proponerlas, luego de 134 haberlas situado en su lugar natural. Harto haré si consigo explanar con cierta claridad una parte del problema que ahora me interesa: el de las relaciones entre la edad biológica y la acción histórica. EDAD E HISTORIA Desde que los hombres han hecho de su propia existencia un objeto de conocimiento—lo cual vale tanto como decir: desde que existen los hombres—, han visto partido en "edades" biológicamente distintas el curso continuo de su vida entre el nacimiento y la muerte: puericia o infancia, adolescencia o pubertad, juventud, madurez y senectud o vejez son los períodos más frecuentemente señalados como característicos 3. ¿Cómo influyen estas diversas edades en la obra histórica de un hombre? Si todas las cosas que un hombre va haciendo a lo largo de su vida tienen el sello característico y permanente que les da el haber sido hechas por uno y el mismo hombre, ¿qué diferencias hay entre las obras que ese hombre cieó en su juventud y las de su madurez o su senectud? ¿En qué se parecen las obras 3 En el artículo de Ortega Los tres "hoy" diferentes de cada "hoy". El concepto de generación. La edad como modo de vivir (publicado en La Nación, de Buenos Aires, 10-IX-1933) expone su autor, junto a sus propias ideas sobre el tema, una excelente selección de opiniones antiguas y modernas en torno a la ordenación de la vida humana en edades biológicamente diversas. 135 y las acciones históricas de todos los jóvenes, por razón de serlo, y en qué se distinguen de las obras y de las acciones históricas propias de los hombres maduros y de los viejos? 4. La consideración de la edad infantil debe ser de antemano excluida cuando se trata de la relación psicológica entre la edad y la acción histórica, porque el niño no es sujeto de acciones propiamente históricas. No vive el niño fuera de la Historia; pero su relación con ella no es de acción, sino de pasión, de pasividad: el infante no pasa de aceptar, traduciéndolos a su mentalidad infantil, algunos de los componentes del mundo histórico-social en que hace su vida. ¿Qué componentes del mundo histórico del adulto son los que selectivamente capta la vida del niño? ¿Cómo los transforma y los adapta a la pecularidad de su vivir infantil? ¿Cómo, 4 La psicología diferencial de las edades ha sido tratada con un doble error inicial. Por una parte, se ha hecho una psicología analítica del niño o del adulto (estudio aislado de la percepción, de la memoria, de la inteligencia, etc., etc.), olvidando que el todo del alma infantil o del alma adulta no puede ser reducido a un mosaico de funciones psíquicas aisladas. Por otra parte, se ha visto en la sucesión de las edades una suerte de progresiva maduración biológica, como si en el adulto llegasen a madurar gérmenes de vida biológica y personal ya contenidos en el alma del niño. La visión maturativa y biológica del crecimiento del hombre debe ser sustituida por una visión creativa y personal. En la vida del hombre hay una maduración, mas también una sucesiva creación de modos personales de vida. Algo ha hecho Spranger por romper la limitación biológista de los antiguos esquemas conceptuales, pero no lo suficiente. Basta sin duda advertir la frecuencia con que apela a las metáforas biológicas: adolescencia como floración, descubrimiento del yo como apertura del cáliz, etc. 136 en fin, influyen sobre la vida ulterior del niño esos componentes del mundo histórico que penetraron en el suyo propio? Tales son las preguntas a que han de respondernos los psicólogos de la infancia. La participación activa del hombre en la Historia comienza cuando descubre la realidad del mundo histórico en que vive—el niño, como acabo de decir, conoce sólo una imagen puerilmente falseada de esa realidad—y cuando, a la vez, despierta a vida autónoma su propia persona. Ambos decisivos sucesos tienen su orto en la adolescencia o primera juventud. Es, pues, entonces cuando el niño comienza o, mejor, puede comenzar a ser sujeto activo de la vida histórica. No constituye precisamente un azar que también sea entonces cuando el hombre adquiere—súbitamente, muchas veces—la noción de la finitud de su existencia. Para el niño no existe una idea del tránsito de la vida hacia la muerte. Oye hablar y habla de la muerte, sabe que alguien ha perecido, mas no refiere esa noción a su propio existir, ni al de las personas vivas que integran su mundo. Un día, cuando su infancia va dejando de serlo, descubre súbitamente que la vida "pasa" y corre hacia la muerte. Con gran nitidez lo expresó Adolfo Stahr en un pasaje de sus Lebenserinnerungen: "Por raro que parezca, la idea de que también nuestros padres pueden morir no se me había ocurrido nunca. Entonces, de golpe, surgió como realidad en mi conciencia, y con ella el sentimiento de la finitud de todas 137 las cosas" 5. Tan pronto como el niño descubre que vivir'—su propio vivir y el de las personas de su entorno— es un ir muriendo, puede comenzar a ser persona histórica, agonista de la Historia, porque su entera vida personal, sépalo él o no lo sepa, va a ser edificada sobre su modo de reaccionar a ese elemental y hondísimo sentimiento de su propia finitud 6. Cualquiera que sea, sin embargo, la índole de la mutua relación, parece claro que es en la adolescencia, o en el tránsito desde la infancia hacia ella, cuando se inician y cumplen estos tres magnos sucesos de la vida del hombre: el hallazgo y la creación de la propia personalidad, el descubrimiento de la continuidad y de la fugacidad de la vida, la capacidad de intervenir per5 Cit. por Spranger, Psychologie des Jugendalters, 7. a ed„ Leipzig, 1926, página 35. La idea de la fugacidad de la vida puede surgir de muchos modos, y a veces muy precozmente. En el curso de una conversación familiar nada grave, se me ocurrió decir a una hija mia de ocho años la tan repetida frase tópica: "Creces mucho, hija. ¡Cómo me vas haciendo viejo!" Súbitamente apareció en la conciencia de la niña la idea del envejecimiento, asociado tal vez al leve sentimiento de culpabilidad que la frase sugiere. Estaba alegre hasta entonces; mas, de repente, su cara comenzó a ensombrecerse y rompió a llorar con gran desconsuelo. En el curso de los meses subsiguientes, este tema de la edad paterna suscita en ella una sonriente gravedad, que contrasta de modo muy vivo con su indiferencia en la época anterior al suceso referido. 6 Con toda claridad expresa Spranger esta llegada del adolescente a la vida histórica activa: "Sólo con la adolescencia llega a ser posible una colaboración activa en la cultura... Aunque no sea sino un granito lo que añade el joven al acervo de la cultura preexistente, es también entonces cuando comienza su capacidad de procrear en sentido espiritual" (op. cit., página 50). Sobre los supuestos de esta posibilidad, véase lo que ahora he apuntado y lo que luego diré. 138 sonal y creadoramente en el curso de la Historia. ¿En qué forma tiene lugar aquella iniciación y este cumplimiento? He aquí el problema. LA VIDA JUVENIL Nadie, que yo sepa, ha descrito el alma del joven con tanta profundidad, sutileza y precisión como Spranger. Cuantas veces se encuentre uno frente a tal o cual problema psicológico de la edad juvenil—si se entiende por psicología la descripción y la comprensión científica de la vida del alma—hará bien volviendo al precioso libro del profesor tudesco. Y para predicar con el ejemplo, no pasaré adelante sin tomar de él algunas ideas pertinentes a mi actual propósito. El enorme y delicado tránsito desde la infancia hasta la primera madurez—no otra cosa es la adolescencia, vista con criterio biográfico—se expresa, según Spranger, en tres decisivos procesos psicológicos: el descubrimiento de la propia personalidad, la formación paulatina de un plan de vida y la creciente penetración en los distintos dominios de la vida. Al cabo de la adolescencia, el alma del joven ha ganado, a través de las tormentas del tránsito, un modo de ser hombre esencialmente distinto del infantil y caracterizado por una doble vertiente, interna y externa. La vertiente interna consiste en ser y en saber que se es una persona singular; la externa, en la capacidad de intervenir crea139 doramente, conforme a esa personal singularidad, en la vida del mundo circundante. Ser en acto una persona 7, saber que se es y mostrarlo con acciones y obras propias: tal es el término del proceso biográfico que llamamos adolescencia. Consideremos más atentamente la vertiente interna del proceso 8. Consiste ésta, acabo de decirlo, en descubrir la personal singularidad de la propia existencia. Acaba la infancia propiamente dicha cuando el niño, a través de muy diversas vivencias, comienza a descubrir la elemental noción metafísica de que es "él mismo"; o, si se quiere decir con otras palabras, cuando empieza a asombrarse ante el espectáculo de sí mismo. Posee el niño muchas cosas, nativas unas, aprendidas otras, y hace su vida ejercitando ese derecho de propiedad sobre lo que su naturaleza y su educación le otorgaron. Pero este ejercicio de sus "propiedades" es para el niño un don absolutamente natural e incuestionable. Entrégase a él, en consecuencia, plena e ingenuamente, y jamás piensa que podría carecer de lo que posee: es el egoísmo impecable e inocente de los años infantiles. Muy otras son las cosas en la adolescencia. No es preciso que el haber vital del adolescente sea superior 7 El niño es también una persona singular; pero lo es sólo en esbozo y, por otra parte, apenas siente que lo es. 8 Advertiré aquí que mi exposición de las ideas cardinales de Spranger es deliberadamente libre, y ello en doble sentido: esas ideas están ordenadas y expuestas según mis propios puntos de vista y entre ellas van, inevitablemente, algunas de mi modesta minerva. 140 al del niño. Un niño inteligente, por ejemplo, puede saber infinitamente más y mejor que un adolescente mal dotado o mal educado. La diferencia está en el modo de poseer lo que se tiene y se sabe. El adolescente comienza a serlo cuando advierte, con más o menos lucidez, que "es" algo que podría "no ser". Entre la oscura conciencia de ser quien es y la percepción de ser lo que concretamente se ve obligado a ser—por tener lo que tiene, hacer lo que hace y saber lo que sabe—, se abre una delgada, pero abismal fisura. ¿Cómo se expresa psicológicamente esta íntima situación de la vida personal? Hay, ante todo, un cambio de orientación en la mirada. La mirada del alma, fija e inmersa hasta entonces en lo que se tiene, se hace o se sabe, va a experimentar un giro radical: desde entonces, además de contemplar sus haberes biológicos y psíquicos, va a iniciarse en el extraño ejercicio de preguntarse, temblorosa y problemáticamente, por el íntimo centro desde el cual sabe uno lo que sabe, hace lo que hace y tiene lo que tiene. El lenguaje familiar expresa este decisivo paso con una frase sencilla y significativa: el niño, suele decirse, comienza a ser reflexivo. ¿Qué ve dentro de sí el niño cuando, por haber comenzado a mirar hacia el centro de su alma, deja de serlo y se convierte en adolescente? Ve tan sólo un vacío. V e no más que su necesidad de ver en sí mismo algo propio. No ve, en suma, sino el problema de llegar a ser hombre con personal autonomía. Este inicial sentimiento de la propia personalidad como vacío, necesidad y 141 problema supone un rompimiento del adolescente con lo que antes era—luego volveré a este tema del rompimiento con su vida anterior y con el mundo—y determina dos de sus vivencias fundamentales: la soledad y la inseguridad. El adolescente comienza a serlo cuando empieza a sentirse solo, radical e irremediablemente solo. Vive su propia existencia—dice Spranger—"como un mundo por sí, para siempre separado, como una isla, de todos los demás seres—cosas, hombres—que componen el mundo exterior" 9. Penetra en el adolescente "la conciencia de que se ha abierto una honda sima entre su yo y todo lo demás: no sólo todas las cosas, mas también todos los hombres están infinitamente lejanos y son infinitamente extraños, y, en lo más hondo de sí, está solo consigo mismo" 10. ¿De qué depende, en qué consiste este raro y penetrante sentimiento de soledad? Spranger no nos lo dice. Por mi parte, creo que puede ser verdaderamente comprendido si se piensa en la experiencia del joven cuando por vez primera vuelve la mirada hacia su propio ser. ¿Qué ve el joven? Antes lo dije: un vacío, una necesidad de ver algo propio. ¿Y 0 Op. cií., pág. 38. El niño no se siente "solo". Cuando no advierte en su entorno la presencia de ninguna otra persona, su reacción es el miedo, no el sentimiento de soledad. Siente miedo; y no ante el vacío personal, sino ante la proyección imaginada de sus propias vivencias o ante la deformación catatímica del medio: es la conversión del árbol en fantasma durante la noche. La vida del niño es, pues, rigurosamente "excéntrica": el infante vive "fuera de sí". 10 Op. cií., págs. 40-41. 142 no brota el sentimiento de soledad cuando el hombre vive dentro de un mundo material y personal en que no ha puesto nada propio o en el cual se ha hecho "pasado"—muerto, incapaz de recreación—lo que en otro tiempo pudo poner? El adolescente se siente solo porque ni en sí mismo ni en el mundo descubre nada suyo n . Al sentimiento de soledad se asocia la inseguridad en el empeño de conocerse a sí mismo y de manejar la propia vida. Si siempre es problemática la realidad de la propia vida personal, en cuanto se halla distendida hacia un incierto futuro, en modo superlativo habrá de serlo cuando el joven no ha empezado a existir personalmente por cuenta propia. La "anarchie des tendances", de que habla Mendousse, y las "oscilaciones en el estado de ánimo" del joven, descritas por Stanley Hall, son otras tantas expresiones vivenciales de esa super11 Recuerdo ahora un verso escrito por su autor en un momento "crítico" de su vida: ¿Quién seré yo? ¿Qué puedo llamar mío?, decía. Este sentimiento de no poder llamar suyo a nada—o, por lo menos, el de tener que preguntarse a sí mismo si puede llamarlo a algo—es la raíz antropológica del sentimiento de soledad. Tampoco resisto a la tentación de anotar la curiosa coincidencia que existe entre los rasgos psicológicos de la adolescencia, tales como, por ejemplo, les describe Spranger, y la caracterización de la conducta de los hombres durante los períodos de crisis histórica, tal como la expone Ortega en su Esquema de las crisis. Lo anteriormente dicho permite comprender la analogía. Podría decirse que las crisis históricas convierten en adolescentes a los hombres que en verdad las viven. Por eso es tan amplio el margen de la "coetaneidad" en las generaciones históricas de las épocas críticas: en ellas todos pueden ser jóvenes y muchos vuelven a serlo de hecho. 143 lativa inseguridad ontológica del hombre joven. Siente el adolescente que puede serlo todo, y el hervor de tan innumerables posibilidades de existir le llena de confusa y anhelante inseguridad. "Cuanto más se embravecen las tormentas de la pubertad—escribe Spranger—, tanto más surge en el alma la impresión de que en ella hay material para todo". El joven no se comprende a sí mismo, y de ahí su punzante ansiedad de "ser comprendido" por quienes le rodean. No sabe quién es, ni acierta a elegir, a querer algo entre todo lo que puede ser. Todavía no sabe querer ser. Por eso los primeros actos verdaderamente personales de su voluntad—unamente lo observó Carlota Bühler—no están enderezados a la consecución de fines concretos, sino al ejercicio de contrastar "personalmente" la nueva, recién estrenada facultad de afirmarse a sí mismo. Como los atletas en el estadio, el adolescente, antes de comenzar su personal "carrera" en la vida, ejercita la virtud de sus nacientes e intactas "facultades". Este descubrimiento de sí mismo como vacía soledad e inseguridad hirviente y problemática determina, hombre adentro, las tres actitudes del alma que Spranger considera cardinales en el orto de la vida adolescente: la autor reflexión, la hipersensibilidad y la tendencia a la autonomía. El adolescente ha empezado a mirarse a sí mismo. Quiere encontrar su propio ser personal y, según la nativa finura de su espíritu y la educación recibida, se pregunta con mayor o menor explicitud: ¿por qué exis144 to yo?, ¿en qué consiste mi propio ser y mi propio valer? Búscase a sí mismo, lleno de extrañeza y anhelo, y a la vez trata de huir de sí, proyectándose hacia un mundo irreal, fantástico. Mejor dicho: trata de llenar de ensueño y fantasía el vacío que siente en lo más íntimo de su incipiente vida personal. No otra cosa hay, a la postre, en la tan conocida tendencia de los adolescentes vivaces a huir desde su medio habitual hacia lo desconocido: son los Wanderjahre, los años de inquieta peregrinación del esquema biográfico goethiano. Esta anhelante vivencia del propio vacío, nacida junto a la impresión o la creencia de poder serlo todo y esencialmente enlazada con ellas, engendra la enorme, casi enfermiza sensibilidad del adolescente. Bastará que las personas adultas del contorno vulneren sin delicadeza o menosprecien esa hipersensibilidad para que el joven intente "vivir su propia vida", en hostilidad más o menos expresa con la vida ya "hecha" que le rodea. Tal es la raíz más profunda de los movimientos juveniles de secesión, desde las pandillas de jóvenes aventureros hasta las organizaciones de mayor calado, como la Jugendbewegung, aquel significativo "Movimiento de la Juventud" en la Alemania de Weimar. Unida a la autorreflexión y a la hipersensibilidad del adolescente descúbrese, en ñn, su tendencia a la autonomía personal. Pronto advierte el joven que sólo podrá ser "alguien" si se propone y cumple determinados fines personales, aunque éstos queden en ser el 145 10 modestísimo de coleccionar sellos o el de leer más novelas de aventuras que los amigos. Lo importante es, como dice Spranger, "poseer algo propio, disponer de un dominio en el que ningún otro tenga voz ni voto". La vivencia del mundo en torno, que en el niño dependía fundamentalmente del "modelo" impuesto por los padres y las personas ejemplares del medio más inmediato vt, hácese ahora estrictamente personal. El adolescente vive "a su modo" sus relaciones familiares y siente por sí mismo su contacto con la naturaleza y el comercio humano con la sociedad que le rodea. V e las cosas a través de ventanas propias, y esta personal singularidad de su visión es justamente la que le permite descubrir la "verdad" y la "realidad" objetivas del mundo. El descubrimiento de la propia personalidad, cumplido a merced de la naciente autorreflexión y testificado por la hipersensibilidad del adolescente y por su tendencia a la autonomía personal, exige imperativamente del joven llenar el menesteroso vacío que siente ser en su más secreta intimidad. Necesita hacer algo que en verdad pueda llamar "suyo", y se propone hacerlo. La autoproposición de fines personales y la presión creciente del mundo exterior conducen, en conse12 En tesis general, el niño sólo tiene "gustos" individuales en lo tocante a los estímulos de la vida instintiva: gusto por tal o cual comida, inclinación espontánea hacia tal o cual tipo de juego, etc. En su relación con el mundo histórico-social—mejor dicho: con los componentes del mundo históricosocial que penetran en el suyo infantil—el niño "piensa" y "estima" como sus padres y maestros. Vive "excéntricamente", como antes dije. 146 cuencia, a la paulatina elaboración de un plan de vida. El mero hecho de que, más o menos lúcidamente, se presente en el alma del joven la idea de ordenar en un proyecto su vida futura, supone un descubrimiento de capital importancia, conexo con el de la propia personalidad: descubre el joven que el transcurso de la vida personal posee una constitutiva continuidad. Además de advertir con sorpresa que es "él mismo", percibe que seguirá siendo "él mismo" y que sólo distendiendo proyectivamente su existencia hacia el futuro'—no importa a este respecto que el proyecto de vida sea fantástico o desmesurado—puede ser en verdad algo estrictamente personal. Se llega a ser "alguien", tal es la conclusión, haciendo "algo" valioso y original, aunque la originalidad y el valor de lo que se hace no monten mucho. Siente confusa y hervorosamente el joven—-antes lo apunté—que en su alma hay material para todo. Pues bien: poco a poco, bajo la constante incitación del medio—familia, maestros, figuras ejemplares del entorno personal—ese material informe y multivalente se concreta en un vago plan de vida, que el muchacho proclama en su alma con exaltado entusiasmo o aquiescente secuacidad: "quiero ser esto", tal es la fórmula ritual de ese trance. En el alma del adolescente, y sin que su conciencia tenga forzosamente que percibirlo con claridad, "ha sido ensalzado el yo rey—escribe Spranger—entre los muchos yos posibles que uno tiene entonces dentro de sí". La persona ha elegido o inven147 tado el camino para su propio e íntimo afán de singularidad y de valimiento. Es entonces, en fin, cuando el joven puede ingresar creadoramente en los diversos dominios de la vida en torno: la economía, el saber intelectual, la vida política, la creación estética. El problema que plantea al adolescente el inicial vacío de su propia personalidad y el descubrimiento de que la vida "se hace" y "pasa" continuamente, son los supuestos de esta creciente penetración del joven en cada una de las provincias de la vida histórica y social. Una vida rigurosamente original va a comenzar para él. Aunque esa originalidad haya de quedar muchas veces reducida a un modesto mínimo: el invento de un modo personal de vivir y hacer lo que las gentes de su alrededor repiten o imitan adocenadamente. EL ADOLESCENTE Y LA VIDA HISTÓRICA Este apretado escorzo del despertar juvenil a la vida personal nos permite abordar con decorosa suficiencia el tema de la relación entre la adolescencia y la Historia. El niño, dije, no es ni puede ser sujeto activo de la Historia. El adolescente lo es en tanto ha descubierto el problema que le plantea la existencia temporal de su propia personalidad. Percibe que sólo puede existir constituyéndose en gerente de su propia vida, y en virtud de su activa y ejecutiva gerencia es capaz de desgranar esa vida suya en una serie sucesiva de res 148 gestae, de hazañas privadas e históricas. El adolescente, por el simple hecho de serlo, puede hacer Historia y, en parva o magna medida, la hace. Esto supuesto, ¿cómo se hace patente esa activa participación del joven en la vida histórica? Con otras palabras: ¿cómo se configura la fracción histórica de la persona a lo largo de la edad juvenil, durante los años en que la persona entera va tomando su propia y definitiva figura espiritual? La lectura de las páginas anteriores hace obvia la siguiente aserción fundamental: cualquiera que sea el camino definitivo que el hombre siga en su acción histórica, ésta ha comenzado siendo una continuación de la vida histórica con que en su adolescencia se encontró y, al mismo tiempo, un rompimiento con ella. Dicho de otro modo: el joven es lo que es prosiguiendo la obra de sus padres y rompiendo a la vez con ella. La índole de la época en que el joven existe y la de sus condiciones nativas y habituales—temperamento y educación—determinará un ocasional predominio de la actitud prosecutiva o una preponderancia de la postura polémica. Ha de haber, desde luego, continuación. El joven tiene que comenzar necesariamente su vida histórica operando sobre los componentes de la que encuentra hecha: la creación de que el hombre es capaz, por muy genial que su condición sea, no puede ser una creatio ex nihílo. Ha de haber, por otra parte, rompimiento, porque el joven no puede llegar a ser "alguien"—esto es, una 149 persona singular más o menos original y valiosa-—si no hace, piensa y siente algo distinto de lo que hacen, piensan y sienten los hombres con quienes se encontró al salir de la infancia. Ha de ser, en suma, lo que en torno suyo no se es; y, para conseguirlo, debe empezar forzosamente no siendo, no queriendo ser lo que en torno suyo se es. No es otro, en mi entender, el trasfondo ontológico del instinto psicológico que suele llamarse de valimiento y poderío. En ese no querer ser lo que los otros son—los otros: esto es, los adultos, los "mayores" —consiste, vistas las cosas por su faz activa y positiva, el tácito o expreso rompimiento generacional del joven con su mundo, la disolvente negación de "lo otro" que necesariamente ha de preceder a la edificante afirmación de "uno mismo". Consideremos con más insistente atención este tema de la ruptura del joven con su mundo. Hácese patente la ruptura en dos frentes distintos, correspondientes a los dos grandes ámbitos en que se parte el mundo personal: el privado y el público. En el orden privado, manifiéstase la ruptura bajo la forma de un cambio fundamental en la relación del hijo con sus padres. Las relaciones entre el niño y sus padres son, salvo anormalidad, la obediencia, la secuacidad y la imitación: el padre suele ser para el niño el modelo ideal de sus actos 13. Mas, cuando llega la ado13 Un niño puede ser terco y desobediente; pero en la terquedad y la desobediencia infantiles ha de verse un modo de ser fundamentalmente distinto de la Incipiente autonomía personal del adolescente. Asientan mucho 150 lescencia, cambia fundamentalmente el modo de esa relación. No es necesario, ni siquiera frecuente, que el adolescente llegue al desamor o a la aversión por sus padres. Muchas veces—sobre todo en medios sociales y en épocas de vida cómoda—, seguirá amándoles y obedeciéndoles, y hasta más entrañable y delicadamente que durante su puericia. Otras, singularmente cuando en el muchacho apunta una vigorosa personalidad y cuando la vida pública, la privada o las dos van mal, aparecerán una discordia o una reserva más o menos acres entre el padre y el hijo u. Sea, empero, pacífico o polémico el rostro visible del cambio en la relación paternofilial, lo importante es la verdadera esencia del cambio mismo. Quiero decir: la aparición de una dis~ tancia personal entre el hijo y el padre 15. El hijo, que vivía hasta entonces inmediatamente vinculado a la existencia del padre, comenzará a mirarle desde el remás en la estructura temperamental e instintiva de la vida humana que en su condición propiamente personal. Un niño terco no es una persona tenazmente fija a sus propios fines, sino, como dicen los alemanes, una trotzige Natur, una naturaleza renuente. 14 "Donde no hay harina, todo es mohína", dice la experiencia de nuestro pueblo. Especialmente visible se hace la verdad del refrán con motivo de la crisis de la adolescencia. Ni siquiera es preciso interpretar esa "harina" de un modo exclusivamente económico. 15 He aquí un significativo pasaje autobiográfico de Goethe: "Llegó por fin San Miguel, la fecha tan impacientemente esperada. Abandoné entonces y dejé tras de mí con la más absoluta indiferencia la respetable ciudad que me había engendrado y educado... H a y cierta época en la cual los hijos se apartan de sus padres, los servidores de sus dueños, los favorecidos de sus bienhechores; y este movimiento de independencia, este intento de vivir una vida propia está siempre, triunfe o no, en los planes de la Naturaleza." 151 cien descubierto y todavía inédito centro de su adolescente persona. Las condiciones nativas del adolescente, su educación, la peculiaridad de la vida familiar y la ocasional coyuntura de su mundo hisíórico-social, determinarán que esa mirada suya sea más o menos amorosa u hostil. Entre las aludidas condiciones nativas del joven hállase en primer término la sexual; bien sabido es que el sexo matiza muy ostensiblemente el modo de establecerse la distancia personal entre el hijo y los padres 16. 16 Cuatro tipos fundamentales deben estudiarse, desde el punto de vista del sexo, en la relación paterno-filial: hijo-padre, hijo-madre, hija-padre e hija-madre. Como es sabido, pertenece al psicoanálisis el mérito de haber propuesto científicamente este problema de las relaciones entre padres e hijos, mas también le corresponde el demérito de haber falseado, por unilateralidad fanática, los términos de su planteo y las vías para su tratamiento. Los freudianos ortodoxos nos hablarán de "complejos de Edipo" y "de Electra", los adlerianos de "protestas viriles", etc. Las cosas son a un tiempo más sencillas y más complejas. Trátase, sencillamente, de la íntima tendencia del adolescente a constituir de manera autónoma su propia vida personal. Esta tendencia se configurará luego psicológicamente según las figuras más diversas y bajo la acción conjunta de los momentos causales antes apuntados: condiciones nativas del adolescente, educación anterior, índole de la vida familiar, situación histórica en que se vive. N o excluyo, pues, la posibilidad d e que en algunos casos sea vivida como un "complejo de Edipo" más o menos vivo y articulado la "distancia personal" entre el adolescente y sus padres. Mas también existe la posibilidad de que esa "distancia personal", originariamente vivida de modo, por así decirlo, "neutro" o "puro", sea luego sexualizada en su interpretación por la acción sugestiva del medio (médicos psicoanalistas, audición de conferencias, lecturas, etc.). En mi trabajo "La obra de Segismundo Freud" (en Estudios de Historia de la Medicina y Antropología Médica, Madrid, 1943) he tratado con amplitud esta posibilidad de sexualizar interpretativa y sugestivamente vivencias que en su origen eran "neutras" desde el punto de vista de la sexualidad. 152 La ruptura del adolescente con el mundo de su infancia—el mundo con que se encuentra cuando empieza a ver las cosas desde su recién descubierta personalidad'—acontece también en el ámbito público o histórico de ese mundo. Con la adolescencia, nos dijo Spranger, se inicia una creciente penetración personal del joven en cada uno de los dominios de la vida. No importa a este respecto que tal penetración sea mínimamente original y creadora. Es cierto que el adolescente puede dar sus primeros pasos rígidamente orientado por la autoridad o la seducción de las personas adultas que le rodean; mas aunque se limite a obedecer órdenes o a imitar servilmente modos genéricos de vivir, siempre habrá algo inédito en su incipiente vida personal: por el lado de su intimidad, un modo no usado de vivir sus propias acciones; por el lado de su conducta visible, una "variante personal" en la ejecución de todo lo que hace. Junto a las menudas diferencias que singularizan la vida de cada uno de los aprendices de un mismo oficio mecánico, pongamos la inmensa distancia existente entre la originalidad de cualquier muchacho vulgar y la de un adolescente verdaderamente genial y creador, un Pascal o un Mozart, por ejemplo. Pues bien; pese al abismal contraste, entrambas desemejanzas son dos expresiones cuantitativa y cualitativamente diversas de una misma condición genéricamente humana: la exquisita singularidad que, por razón de su propio ser, posee siempre la vida personal de todos los hombres. El hecho de no parecerse entre sí los dis153 tintos individuos que le componen figura también—'en cuanto cada hombre es una persona—-entre las notas constitutivas del género humano 17. Sea grande o chica, sin embargo, la incipiente originalidad histórica de cada joven, el simple hecho de su existencia denota una previa ruptura del adolescente con el mundo histórico y social que halló frente a sí y dentro de sí al despertar a la vida personal. Tampoco ahora debe ser necesariamente interpretada esa ruptura como una pura negación nihilista de los valores, los hábitos y las obras visibles que integran el mundo histórico con que el adolescente se encuentra: la ruptura no ha de ser por necesidad un rompimiento total, aunque siempre lo sea parcial. Como acontecía en el ámbito privado de la convivencia personal, la raíz del suceso es, inicialmente, la distancia, el apartamiento'-'el "paso atrás", diría un aficionado a los toros—que se establece entre la recién despierta persona del adolescente y todo "lo otro". Hasta los hábitos más sólidamente esculpidos por la educación en el alma infantil tórnanse extraños a uno mismo, siquiera sea fugazmente, cuando se les contempla desde el inédito y acu17 Los "géneros" de las realidades naturales se definen sólo por las notas en que se parecen todos los individuos que los componen. El "género humano", en cuanto está constituido por personas singulares, realizadas a través de cuerpos vivientes individuales, se define también por el hecho de que todos los individuos que lo componen tienen que ser personalmente singulares. Nada se opone a que dos caballos gemelos univitelinos sean iguales; en cambio, dos gemelos univitelinos humanos tienen que ser personalmente distintos, por mucho que se parezcan sus caracteres somáticos. 154 ciante vacío que es para el adolescente su tierna personalidad. Como dice Goethe, hay en la vida del niño un momento en el cual "comienzan a hacerse sospechosas todas las cosas que hasta entonces veneraba". El problema cardinal del hombre joven es ir llenando de cosas suyas, personal e intransferiblemente suyas, ese inicial "vacío" en que, por lo pronto, consiste su persona. Desde el punto de vista de su vida personal, el haber del adolescente no consiste sino en la punzante necesidad de tenerlo, y cuanto personalmente hace desde su despertar está enderezado al logro de ese haber propio. La delicada trama de vivencias y acciones verdaderamente personales que integran la vida propia del joven—pensamientos, estimaciones, sentimientos, hábitos nuevos, proyectos, obras visibles—llena poco a poco el turbador vacío de su intimidad y constituye la sustancia de su naciente persona 18. La índole y el volumen de esas creaciones personales irán haciendo del joven una "persona de mucha sustancia" o un "hombre insustancial". La fracción histórica de la personalidad juvenil sólo puede ser científicamente comprendida partiendo de aquel hiato personal entre el adolescente y el mundo histórico con que se encuentra. Así lo advierte el joven, aunque tal advertimiento de su propia situación sea a veces sobremanera turbio e indirecto; y, en efecto, por18 La "sustancia" propia de una persona está constituida por su repertorio y su capacidad creadora de "originalidades". 155 que así se ve, cuidará de ir llenando con su vida ulterior el íntimo vacío de su alma que ese hiato denuncia: "la interior bodega", diría San Juan de la Cruz. ¿Cómo y de qué lo llena? No es difícil la respuesta: aceptando parte de los elementos que componen el mundo histórico "viejo"; rechazando definitivamente otros; creando obras nuevas y modos de existir inéditos; proyectando y soñando futuras obras, acciones y situaciones personales. La aceptación de lo ya hecho permite que en la Historia haya "continuidad" y "tradición"; el arrumbamiento de lo viejo e inservible hace posible la existencia de un "pasado histórico"; la creación de resultados y de modos de existir originales determina la "novedad" del acontecer, el "cambio" de la existencia humana en el sentido del progreso, de la regresión o, sencillamente, de la mera alteración; los proyectos y ensueños ponen, en fin, algún "orden" en el incierto futuro de la existencia personal y engendran la "utopía" histórica. El presente de la vida personal es una permanente y creadora línea divisoria entre las dos vertientes temporales del acontecer: a un lado, la existencia pretérita, que aporta al presente la actualidad de lo que "se continúa" y el recuerdo de lo que "pasó"; a otro, la existencia futura, prefigurada por un "proyecto de vida", ordenador del presunto porvenir, e incitada por una "utopía" más o menos histórica. El hombre que hace su vida tiene siempre a su espalda un camino ya andado y un "Paraíso perdido", y frente a sí—-salvo en los 156 casos de pesimismo absoluto'—un camino por andar y un "Paraíso esperado" 19. En suma: el adolescente acepta algo que el medio le impone o le ofrece, rechaza o depone lo que no conviene a su vida y no se ve obligado a aceptar, pone en su vida y en el mundo circunstante el resultado de su vivaz presencia y de sus acciones creadoras y se propone planes de vida futura y ensueños utópicos o evasivos. Lo impuesto por el medio al joven, lo depuesto de su vida y del medio por él, lo puesto por él en el medio y en su vida y lo propuesto por él a sí mismo y a los demás son, pues, los cuatro elementos sistemáticos de la autoconfiguración del joven como persona histórica 20. Veamos con más atención cada uno de ellos. LO IMPUESTO AL JOVEN Llega el niño a su adolescencia y comienza a hacerse problema de sí mismo y de cuanto le rodea. Sin saber que se lo dice, dícese lo que, ya adulto y sabiéndolo, 19 Las diferencias comenzarán cuando se trate de precisar el "lugar" de esos "Paraísos": unos, como el progresista o el reaccionario, lo pondrán en la Historia; otros en una existencia escatológica. Recuérdese lo dicho en el primer capítulo. 20 El orden de esta enumeración no debe ser considerado como un orden cronológico. Aun cuando esos cuatro elementos se hallan finamente imbricados entre sí, tal vez deba darse cierta prioridad cronológica a la autoproposición del joven. Tan pronto como el adolescente percibe el vació de su vida personal, se propone—clara o turbiamente—algo con que llenarlo. Luego volveré a tratar este tema. 157 se decía a sí mismo San Agustín: "No es cosa de tanta maravilla que esté lejos de mí todo lo que no soy yo" (Con/., X, 16). Sitúase el adolescente en la intacta y vacía atalaya de su propio espíritu y mira desde ella —anhelante, menesteroso, confundido—todo lo que hasta entonces ha constituido su existencia. ¿Qué descubre su mirada? Descubre, por lo pronto, tres campos distintos en que mirar: su naturaleza biológica, el haber psicológico que el medio le ha ido dando y el mundo exterior en que vive 21. Su naturaleza biológica le impone un sexo, una determinada constitución individual, un temperamento conexo con ella y un habitual estado de salud o de enfermedad 22. Se ve varón o hembra, alto o bajo, rubio o moreno, vivaz o calmoso, fuerte o enfermizo. La naturaleza biológica, sólo muy escasamente modincable por obra de la voluntad y del ejercicio, proporciona al adolescente el instrumento somático con que necesariamente ha de ir haciendo su vida personal. Son muy diversos los modos de sentir la posesión de ese instrumento: 21 Apenas es necesario advertir que las cosas no aparecen de modo tan claro y ordenado en la conciencia del adolescente. En muchos casos no habrá en ella sino un vago sentimiento de lo que expongo como expresa y bien recortada noticia. Describo ahora sistemáticamente el contenido del alma del adolescente cuando éste empieza a mirar desde sí mismo; luego intentaré precisar la forma que adopta ese contenido. O, con otras palabras, el estilo del alma adolescente. 22 Es decir: una vida biológica constituida por ciertos hábitos corporales sanos o morbosos. Son, como diría un escolástico, los hábitos de la primera naturaleza: funciones fisiológicas, canalizaciones instintivas de la vida, etc. 158 vivencias, actitudes y reacciones determinadas por el sexo, sentimientos de suficiencia o inferioridad, etc. Mas no es este un tema pertinente a mi actual propósito, y debe quedar sólo enunciado 23. El segundo de los campos que en su propia vida descubre la mirada del adolescente es el haber psicológico que el medio, operando sobre sus condiciones nativas, ha puesto en sus manos. Este haber psicológico, obsérvese, es suyo en cuanto puede manejarlo, mas no por lo que atañe a la originaria peculiaridad de su contenido. El niño se ha limitado a recibir todo lo que su medio ha ido esculpiendo o incrustando en su vida a partir del punto y hora en que salió del vientre de su madre. Nada ha hecho por su cuenta personal para que los elementos de ese haber psicológico y el conjunto en que se ordenan sean lo que son y como son, y por esto, llegado a la adolescencia, puede mirarlos con radical extrañeza: son suyos por donación, no por creación. Como antes dije, el haber verdaderamente personal del adolescente no consiste sino en la necesidad de tenerlo. Este acervo psicológico que el adolescente halla en su propia vida está constituido por tres órdenes de elementos: creencias, noticias y hábitos espirituales. Las creencias, que pueden ser estrictamente históricas y religiosas o seudorreligiosas, formarán, si son aceptadas, 23 El momento más importante para la determinación de ese modo de sentir la "imposición" es la relación entre la vivencia del propio cuerpo y los fines que el adolescente se propone cumplir en su vida. 159 el soporte de la vida personal 2i. Las noticias son la huella que en forma de "especies", como diría un aristotélico, ha dejado de su "paso" toda la pasada experiencia infantil; y los hábitos psicológicos—habilidades prácticas, hábitos intelectuales, verbales, estimativos y sentimentales—la huella de ese pasado en orden a la operación del alma. El adolescente tiene en su haber, por ejemplo, la noticia de que la tierra es redonda, porque así lo aprendió de niño, y el hábito de hablar castellano o de saludar a sus mayores. Encuéntrase el joven, en fin, con su mando, compuesto por una fracción cósmica (mundo físico stricto sensu), otra biológica (mundos vegetal y animal) y otra humana (mundo personal, personas del entorno). Ya sabemos que el mundo personal posee un ámbito privado y otro público. Antes expuse someramente la reacción del adolescente al "descubrimiento" de los padres, la más importante de todas cuantas suscita el encuentro con su mundo personal privado. Queda por considerar su visión del mundo personal público que le rodea: el mundo histórico y social. La situación histórica a que el adolescente abre sus ojos personales le muestra un conjunto más o menos 2 * Creer en un Dios personal o en la realidad de la gracia sacramental son, evidentemente, creencias religiosas. Creer en el destino patrio o en la fatalidad del progreso humano son creencias históricas. Como se sabe, la secularización moderna ha historificado las creencias religiosas y ha divinizado las creencias históricas. Nunca se entenderá a Hegel, por ejemplo, si no se ve en su obra un titánico esfuerzo por divinizar e historiflcar a la naturaleza humana. 160 ordenado de creencias vigentes, formas de vida, hábitos históricos usuales y trillados, instituciones histórico-sociales y obras o productos de la acción humana. Las creencias vigentes en el medio histórico no han de coincidir por necesidad con las que la educación infantil imprimió en el alma del joven. ¿Cuántos son los muchachos que, educados, por ejemplo, en un fervoroso catolicismo, deben vivir luego en un medio escasa o nulamente católico? Valga otro tanto para las formas de vida (modos ocasionales de la religiosidad, de la vida social, política y económica, del pensamiento filosófico y científico, etc.) y para los hábitos históricos (modas, costumbres cotidianas) en que se expresa y actualiza la situación histórica y social. Tal es, apretadísimamente dibujada, la estructura sistemática del paisaje que desde su inédita personalidad descubre la interrogante mirada del joven. ¿Cuál puede ser, vista también con esta esquemática generalidad, su personal reacción ante él? Comenzaré a responder haciendo observar que cada uno de los tres mencionados campos se presenta en la vida del adolescente de modo específicamente distinto; con un diferente grado de "adherencia", si se me permite esta plástica expresión. La naturaleza biológica le está rigurosamente impuesta: ha de hacer su vida con ella, quiera o no, y apenas es dado a su arbitrio la posibilidad de modificarla. Frente a la naturaleza biológica que, como suele decirse, le ha tocado a uno en suerte, el problema está, sobre 161 ii todo, en el modo de reaccionar a la forzosidad de su imposición. El haber psicológico hállase impreso en su vida. Las creencias, las noticias y los hábitos que la educación le dio están esculpidos con profundidad diversa en la corteza o en la albura de su alma, a la cual, como suele decirse, "imprimen su carácter". La crisis puberal trae inevitablemente consigo una cierta "extrañeza" del joven ante los hábitos y creencias de su edad infantil: si unos y otros fueron impresos con arraigo y hondura en el muchacho por la educación de los primeros años y, por otra parte, no contrarían de modo muy ostensible los vigentes en el medio histórico, no es infrecuente que perduren hasta la madurez; si la impresión fué laxa y pugnan por su índole con los usuales en el mundo circunstante, caerán muchas veces como una corteza seca cuando el adolescente se apreste a hacer por sí mismo su vida. Entra también en juego el vigor propio de la personalidad que apunta. Por ejemplo: sólo los jóvenes de personalidad muy vigorosa son capaces de arrancar de su alma hábitos operativos y creencias firmemente enraizados en ella. En cualquier caso, la personal revisión que el joven hace de su vida anterior —aunque, en tantas ocasiones, sin conciencia clara del proceso revisivo—altera inexorablemente el contenido y la figura de su haber psicológico. Si la naturaleza biológica está "impuesta" al adolescente y a su haber psicológico lo encuentra "impreso" en su alma, el mundo exterior a que abre sus ojos y, en 162 máxima medida, la fracción histórico-social de ese mundo, se hallan ofrecidos a su contemplación y a su acción personales. Claro que la índole de este "ofrecimiento" puede ser muy diversa. Cuando el medio familiar, social o político es rudamente coactivo, el ofrecimiento puede hacerse imposición o exigencia difícilmente eludibles, y en tal caso el adolescente se ve obligado a aceptar en su ulterior existencia los hábitos o las formas de vida que se le imponen o se le exigen. Otras veces, en cambio, puede el adolescente tomar o dejar a su antojo cada uno de los elementos que integran su mundo histórico y social. Supuesta tal libertad~y siempre existe en alguna medida, al menos por lo tocante a la "intimidad" de la aceptación y del apropiamiento—¡ ¿qué elementos del mundo histórico son los que el adolescente selectivamente acepta? ¿Por qué y cómo los acepta y se los apropia? Apenas es necesario ponderar la inmensa diversidad de los casos individual y típicamente posibles. En lo que atañe a la intensidad del afecto por lo aceptado, la divergencia puede ir desde una recepción "obvia y sin gratitud alguna", como dice Spranger, hasta el entusiasmo más caluroso y explosivo; y por lo que toca a la peculiar condición de los elementos que se aceptan o se buscan, la caprichosidad individual dará realidad a cuantas variantes pueda imaginar el hombre más imaginativo, no contando los casos rigurosamente inimaginables. Creo, no obstante, que, sin mengua de esta casi infinita diversidad, es posible señalar una línea ge163 neral al "qué", al "por qué" y al "cómo" de las preferencias del adolescente ante su medio histórico. Hablando en términos muy generales, el joven aceptará sin violencia o con entusiasmo todos aquellos elementos en que vea una prometedora posibilidad para su vida presente y futura. Cada uno de los elementos aislados que componen nuestro mundo histórico se distingue de los restantes, así por la peculiaridad de su contenido objetivo como por el caudal de las "posibilidades" que ofrece a nuestra vida personal. Para un chamarilero, por ejemplo, un cuadro de Zurbarán no ofrece sino las posibilidades económicas que le presta su condición de objeto vendible: puesto ese chamarilero en un medio humano donde sea imposible la venta del cuadro—porque no interese Zurbarán, porque no haya dinero, etc.—, éste será para él un objeto vacío de posibilidades. Un aficionado a la pintura, en cambio, las hallará en el mismo cuadro a cualquier hora y en cualquier lugar. Pues bien: el adolescente aceptará selectivamente de su mundo las creencias, las formas de vida y los hábitos históricos que desde su juvenil punto de vista estime vivos, prometedores, llenos de posibilidades para su vida actual y para su entrevista vida por venir. Claro que esto es decir muy poco, a fuerza de decir muy mucho. El problema de señalar líneas generales en la inmensa diversidad no está todavía resuelto: cada adolescente elegirá o aceptará los elementos que ofrezcan más posibilidades a sus fines personales, y éstos 164 pueden ser diversísimos. Tampoco se trata ahora de señalar tipológicamente los elementos históricos que mejor convienen a los distintos "tipos" de los fines personales humanos—religiosos, políticos, profesionales, estéticos, intelectuales, etc.—, sino de precisar en alguna medida la índole de aquellos que de hecho son aceptados con más frecuencia y entusiasmo por el joven en cuanto tal. ¿En qué ingredientes del mundo histórico ve el joven, en tanto joven, más prometedoras posibilidades para su existencia presente y futura? Tal es nuestro tema. Doble respuesta tiene, en mi entender, esa pregunta. La primera dice así: serán preferentemente aceptados por el joven los elementos de su mundo históricosocial que objetivamente 2o, por el hecho de su singular peculiaridad o de su pertenencia a una situación histórica joven y vivaz, ofrezcan más abundantes o más seductoras posibilidades a la vida personal e histórica. Una misma disciplina intelectual es mejor aceptada por los jóvenes cuando se la enseñan maestros de alma férvida y entusiasta. Una situación histórica reciente y germinal, como, por ejemplo, lo fueron el mundo moderno en el siglo xvi y el Romanticismo en lSSO—recuérdese lo antes dicho—, ofrecerá muchos más elementos al anhelo de los jóvenes que otra fosilizada y bizantina a fuerza de acabamiento. De ahí el inexora25 En cuanto quepa hablar de la "objetividad" de un componente del acontecer histórico: una forma de vida, un hábito, una creencia. 165 ble auge de los jóvenes en las situaciones históricas verdadera y ostensiblemente críticas. Mas también interviene en la selección el alma del joven, y por eso puede darse a la precedente interrogación una segunda respuesta. Cualquiera que sea la índole o la edad de la situación histórica a que despierta, el adolescente aceptará de ella y aun buscará entre sus elementos: aquellos en que la vida interna y la fuerza prevalezcan sobre la forma y la perfección expresiva; los que ofrezcan a su actividad una participación por relación directa de persona a persona, y no a través de fórmulas técnicas intermediarias; y, en fin, aquellos otros cuya aceptación suponga para él una "distinción" visible y aún chillona dentro del mundo en que vive. Un político que, como Prim, ofrezca con voz tonante y entusiasta "destruir en medio del estruendo los obstáculos", tendrá siempre más adeptos juveniles que quienes, a la manera de Metternich, se propongan triunfar por la perfección y la sutileza de sus acciones 26. No es otro el fundamento de la seducción que la vida he20 A veces predomina la influencia de otros momentos selectivos. Puede ocurrir muy bien que, después de una época Stucm und Dtang, el afán de distinguirse prevalezca en muchos jóvenes sobre el gusto por lo tempestuoso e impulsivo. Aparecen entonces grupos o subgrupos generacionales de jóvenes "superfinos", que tratan de señalarse personalmente mediante la exquisitez. En no pocas ocasiones creen alcanzar la buscada finura imitando los modos de vivir y los gustos de sus abuelos: tratan de afirmar su juventud, en consecuencia, senilizándose artificiosamente. ¿No hubo mucho de esto en la vida parisiense tras el Terror, durante el Directorio y el Consulado? ¿No hemos visto algo parecido en España, durante los últimos años? 168 roica y aventurera—o, cuando menos, sus trasuntos literarios—ejercen sobre las almas adolescentes. La aventura difícil y esforzada es un modo de vivir que, por definición, no puede configurarse en fórmulas hechas: de ahí su aire tan esencialmente "prometedor" y el encanto que ofrece a la vida vacía y anhelante del joven. Esa tierna y palpitante desnudez del alma juvenil es también lo que determina su preferencia por las acciones y por las formas de vida históricas en que domine la relación personal directa y cálida sobre la indirecta y formularia. El hombre soporta la fórmula como medio de relación cuando es él quien la ha creado o, por lo menos, cuando ha puesto algo personal en ella: cuando la crea o cuando la re-crea. Sólo esa creída presencia de una porciúncula de su vida personal en la fórmula "hecha" y convenida permite al hombre admitir sin reserva la real eficacia comunicativa de los artificios convencionales. ¿Cómo puede aceptarlos, entonces, un alma inédita, virginal, cuyo único patrimonio personal es el de no haber hecho nada con su persona? Sólo un contacto directo y caliente con la desnuda realidad de otras personas 27 satisface el ansia de compañía y comprensión que hierve en el alma del joven, apenas ha descubierto su radical e inerme soledad. El grito: "¡Camaradería: abajo las convenciones!" fué, y no por azar, 27 Antes dije en qué consiste el "contacto" de una persona con otra "realidad personal" exterior a ella: es, como se recordará, la creencia en que "el otro" coejecuta los actos personales propios, y uno mismo los del otro. 167 la consigna más central del movimiento juvenil alemán tras el hundimiento del Segundo Imperio. Acepta el joven con avidez, por fin, los elementos de su mundo histórico y social que le garanticen una cierta "distinción". Quiero decir: que le hagan distinto de los demás, que le señalen personalmente dentro del medio en que vive. Distinguiéndose, siendo "distinto", tiene el joven la certidumbre de poseer una personalidad y ser "él mismo". La peculiaridad de la situación histórica, las condiciones nativas del muchacho y la índole de su educación anterior decidirán en cada caso qué elementos históricos del medio son elegidos por esta ansia juvenil de distinción y valimiento personales. A veces intentará distinguirse el adolescente conduciéndose de modo convencionalmente caballeresco; otras adoptando un aire chillonamente desembarazado y deportivo, o cultivando con llamativo artificio sus nacientes recursos capilares; algunas jactándose ostensiblemente de "estar de vuelta de todo" y no creer en nada. La diversidad, ya se ve, puede ser casi infinita. Resumiré sinópticamente. Puesto el joven ante el medio histórico en que se hizo y pasó su infancia, comienza su vida propiamente personal "extrañándose" de él, mirándolo como cosa más o menos ajena a su inédita persona. A este inicial extrañamiento siguen un movimiento de aceptación y otro de repulsa. Salvada la frecuente posibilidad de la excepción, el joven acepta de preferencia los siguientes elementos de su mundo histórico: 1.° Los que por razón de su singular peculiari168 dad o por su pertenencia a una situación histórica "joven" ofrezcan objetivamente un gran caudal de posibilidades a la vida personal de cualquier hombre. 2.° Aquellos en que la fuerza interna predomina sobre la perfección formal. 3.° Los que le garantizan una relación directa y viva con las otras personas. 4.° Los que le permiten distinguirse o "causar sensación" dentro del medio en que vive. Todos los jóvenes, por el hecho de serlo, abrevan la sed de su naciente vida personal en estos cuatro veneros. Las condiciones nativas de cada uno, su educación anterior, la índole de los ñnes que autónomamente o por sugestión ajena haya propuesto a su vida y la peculiaridad de la situación histórica y social en que habita, decidirán luego cuál es el filón preferido por cada muchacho, la singularidad de los elementos históricos que irá incorporando a su ulterior existencia personal y el modo o estilo de esta incorporación. Veamos ahora lo que el adolescente, por el hecho de ser joven, rechaza o depone de su propia vida y del mundo histórico circundante. LO DEPUESTO POR EL JOVEN La relativa explicitud con que he descrito el movimiento de aceptación del joven ante su mundo histórico, me permite tratar con mayor concisión su movimiento de repulsa. Acepta el joven con entusiasmo, 169 resistencia o pasividad tales elementos de su mundo histórico, deja de percibir otros 28 y rechaza abiertamente los restantes. ¿Qué elementos entre los vigentes en su medio no acepta el joven en su vida? ¿Por qué los rechaza, por qué, irremisiblemente, los convierte en "pasados"? Puede contestarse a la primera de estas dos interrogaciones leyendo por su envés las antes mencionadas razones de la aceptación juvenil. Rechazará el joven, por lo tanto: 1.° Los elementos de su mundo que, por hallarse históricamente muy "gastados", apenas ofrezcan posibilidades a una vida deseosa de cierta originalidad personal. Abundan tales elementos en las situaciones históricas viejas y bizantinamente conservadas, y de ahí la rebelión juvenil contra ellas cuando esa "vejez" llega a hacerse perceptible. 2." Aquellos en que el acabamiento de la forma expresiva prepondera sobre la interna y todavía informe tendencia a la acción y a la expresión. 3.° Cuantos supongan una relación indirecta y artificiosa entre persona y persona. 4.° Los ya vulgarizados, a fuerza de uso y de difusión, dentro del medio histórico o social en que vive el joven 29. 28 He aquí un problema importante, que sólo puedo enunciar de pasada: ¿a qué elementos de su mundo histórico-social es ciego el joven, por razón de su juventud? 29 Algunos usos pueden ser a la vez vulgarísimos en un medio social y "distinguidos"—en sentido genérico, no meliorativo—en otro. Baste citar como ejemplo suficiente el voluntario aplebeyamiento de la aristocracia española a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX: casticismo de la manóla y el chispero, etc. 170 Todos los jóvenes, por el simple hecho de serlo, ejercitan según estos cuatro cauces genéricos su juvenil impulso a la negación del mundo histórico con que se encuentran. Las condiciones nativas de su humana existencia (sexo, temperamento, higidez), la índole de la educación recibida durante la infancia, la peculiaridad de los fines personales que espontánea o inducidamente cada uno se proponga y, en fin, la ocasional singularidad de la situación histórica y social en que el adolescente vive, irán decidiendo de consuno el cauce preferido por la rebeldía de cada joven, la naturaleza de los elementos que repele y el estilo—suave o agrio, manso o violento, tenaz o inconstante—'de la juvenil repulsa 30. Para hacer su vida propia, vese el joven en la dura y gozosa necesidad de rechazar algún elemento del mundo histórico y del haber psicológico con que se encuentra. Estos cadavéricos despojos del acontecer son 30 En su conocido ensayo sobre los deberes de las edades, y entre no pocos aciertos, confundió Marañón—seducido tal vez por aquella coyuntura histórica—la natural existencia de un impulso juvenil a la rebeldía con el deber de rebeldía del joven. Había bajo las páginas de Marañón la optimista hipótesis de una "natural" coincidencia entre la espontaneidad psicológica y la norma ética. Las cosas no son tan sencillas y cómodas. Existe para todo hombre el deber de rebelarse contra lo injusto y lo falso, y para el joven, reduplicativamente, el de orientar contra la injusticia y la falsedad su "natural" tendencia hacia la rebeldía; lo cual no quiere decir que a toda rebeldía juvenil, por el hecho de ser juvenil, haya que considerarla justa y debida. Sólo si se profesa una ingenua y optimista fe progresista—para el progresista extremado todo cambio histórico es naturalmente bueno y progresivo—puede afirmarse que el impulso a la rebeldía es por sí mismo un deber. 171 los que constituyen el "pasado". Si existe un "pasado histórico" en continuo crecimiento es, en efecto, porque siempre hay unos cuantos hombres jóvenes coetáneos que, para afirmarse a sí mismos, necesitan relegar a la condición de "pasados" tales y tales componentes del mundo en que viven. Conocemos ya las líneas generales de ese movimiento de repulsa. Sigamos preguntándonos: ¿por qué el joven rechaza de su vida y de su mundo esos, precisamente esos elementos? Apenas puede darse una respuesta unívoca a tal interrogación. Muchos jóvenes adoptan una actitud renuente frente a su mundo histórico movidos por una servil tendencia a la imitación, algunos por resentimiento, otros por congénita indocilidad, no pocos sin saber por qué. Hay, sin embargo, casos que bien pueden ser llamados "históricamente puros". Son aquellos en los cuales la repulsa está condicionada por motivos predominantemente históricos: pasan a segundo plano las instancias dependientes de la personal biografía del joven y deciden las dimanadas de la situación histórica en que ese joven existe. ¿Cuál es, entonces, la negativa instancia común de todos los elementos históricos que por razón de su histórica peculiaridad, y sólo por ella, son selectivamente depuestos de la vida y del mundo juveniles? En el capítulo precedente quedó apuntada la respuesta. El joven rechazará preferentemente de su propio haber psicológico y de su mundo los elementos que producen en él una de las dos fundamentales vivencias del acontecer 172 histórico: la vivencia del hastío. Incorpora el joven a su vida los ingredientes del mundo presente capaces de prometedora e incitante novedad; depone de él y de su infantil acervo psicológico aquellos que ofrecen a su alma menesterosa, por todo estímulo, la insoportable experiencia del hastío. Conocemos también la raíz psicológica y el trasíondo ontológico del hastío. Hastían al hombre aquellos elementos de su mundo público o privado que, incorporados a su existencia personal, ponen a ésta en una situación en la cual no descubre posibilidades de vida original y satisfactoria. Son esas situaciones de la vida personal en que uno, como suele decir el vulgo, no halla "perspectivas" o "salidas". Una costumbre, una acción o un espectáculo dejan de "recrearnos"—y, por lo tanto, nos hastían—cuando ya no nos sentimos capaces de "recrearlos"; esto es, cuando ya no sabemos hacer de ellos algo que pueda ser otra vez vivido como nuevo. La acción o el espectáculo nos parecen agotados, muertos, y esa subjetiva impresión del agotamiento de un elemento histórico es la que le hace hastioso, aburrido y, en último extremo, "pasado". Obsérvese que lo decisivo para la repulsa de un elemento histórico es la vivencia de su agotamiento. Una costumbre histórica—por ejemplo: la moda masculina de llevar barba crecida o la femenina de usar falda corta, para atenernos a lo más menudo y trivial—estará realmente agotada cuando no quepa modificarla novedosamente y sólo ofrezca al hombre la posibilidad de 173 repetir en forma monótona y rutinaria alguna de sus ocasionales variantes. ¿Puede decirse, sin embargo, que una costumbre histórica se encuentra real y verdaderamente agotada? ¿No cabrá siempre ejecutarla o mirarla según un ángulo de acción o de visión distinto e inédito? El agotamiento histórico de un hábito o de una forma de vida consiste menos en su objetiva incapacidad de renovación o recreación que en nuestra personal incapacidad para renovarlo o recrearlo 31. Si un físico de 1920 percibía la insuficiencia de la Física tradicional y se veía impotente para- recrearla o renovarla, en su impotencia había, más que una "imposibilidad" por razón del objeto, una "insipiencia", una insuficiencia suya para salir de su perplejidad intelectual. Rechaza el joven, en suma, aquellos elementos de su mundo histórico que no sabe recrear personalmente y aquellos otros que, por una peculiar razón biográfica, no quiere incorporar a su personal existencia. Las variantes de este "no querer" son prácticamente ilimitadas. Los modos del "no saber" juvenil pueden ordenarse, en cambio, en tres grupos típicamente diversos. Refiérese el primero a los hábitos y formas de vida cuyo agotamiento histórico sea prácticamente real: no "sabe" el hombre recrear la ejecución o la vivencia de esos hábitos porque apenas "se puede" hacerlo. El hábito es entonces una suerte de fósil operativo, frente al 31 A veces no será lo decisivo nuestra incapacidad, sino nuestra falta de "ganas" de renovarlo. Véase lo que luego se añade. 174 cual apenas cabe otra cosa que aceptarlo como es o rechazarlo definitivamente. Constituyen un ejemplo extremado las costumbres rituales. La esencia del rito exige que su ejecución formal sea siempre la repetición invariable de unas y las mismas acciones. Mientras las personas que practican un rito están vivamente adheridas a lo que el rito representa, cada repetición es siempre vivida de modo inédito y, si vale hablar así, recreador. ¿Qué sucederá, en cambio, si esa adhesión se hace rutinaria o forzada? La respuesta es obvia: al cabo de un lapso temporal variable, el rito será hastiosamente vivido y, a la postre, resueltamente abandonado. La fosilización del hábito histórico es en tal caso real y verdadera, porque un rito apenas admite renovación. Toda nueva promoción de jóvenes es nueva, entre otras cosas, porque se siente alejada de muchas formas de convivencia humana a las que sus padres se hallaron cordialmente adheridos; y, por obra de esta íntima lejanía, esos jóvenes arrumban, alegres e inmisericordes, los ritos sociales con que fueron expresados aquellos pretéritos modos de convivir. Cualquiera puede hallar en su propia existencia un buen manojo de ejemplos concretos. Manifiéstase el segundo modo típico del "no saber" juvenil, frente a ciertos elementos del mundo históricosocial (hábitos operativos, formas de vida) cuya incorporación es casi inaccesible para la naciente vida personal del joven. Tales elementos ofrecen no pocas "perspectivas" originales a la vida personal del hom175 bre. Son todavía, si quiere repetirse la expresión antes usada, muy susceptibles de recreación; pero esas posibilidades no aparecen ante los ojos juveniles, y por eso los jóvenes suelen dejarlos de lado y, en ocasiones, hasta rechazarlos definitivamente de su vida. Valga como ejemplo el hábito de comprender "históricamente" ciertos elementos del mundo histórico circunstante. Quien sepa comprender un concepto usual o una costumbre según la historia de ese concepto o de esta costumbre, lleva mucho adelantado para incorporarlos a su vida con personal originalidad 32. Tal hábito comprensivo es, empero, muy ajeno a las normales posibilidades del alma juvenil. "Propende la juventud—dice con razón Spranger—a edificar su existencia sobre los menos supuestos posibles." Todo joven se siente un poco Adán. Más aún: lo es verdaderamente. Y si este adanismo le permite hacer inéditamente muchas cosas, impídele también hallar el filón de originalidad que el conocimiento histórico de los problemas brinda a la voluntad creadora del hombre maduro. Queda por mencionar el tercer tipo de la insipiencia juvenil. Muchas veces rechazan los jóvenes un elemento de su mundo histórico-social por error respecto a las 32 Un ejemplo concreto: la innegable originalidad creadora de Brentano débese en buena medida a su intimidad con la verdadera historia del pen» Sarniento europeo. Su profundo conocimiento de Aristóteles, por ejemplo, le permitió ser un pensador original, o al menos contribuyó a permitírselo. Si la originalidad de un hombre es hija, por una parte, de la nativa condición creadora de su genio, débese, por otra, a su intimidad con la historia de aquello que pretende hacer: filosofía, matemática, pintura o arte culinario. 176 posibilidades de originalidad que ese elemento ofrece. Este elemento queda entonces preterido; pasa al "pasado", si se me permite la redundancia. Mas como no se halla definitivamente exhausto, permanece en el pasado como en reserva, hasta que, con el tiempo, un hombre o una generación descubren sus todavía inéditas posibilidades históricas y lo incorporan a renovada y fecunda actualidad. Todas las actitudes "neo"'—neoplatonismo, neohipocratismo, neokantismo, neotomism o - s o n posibles por la insipiencia de ciertas generaciones pretéritas respecto a las posibilidades históricas que Platón, el hipocratismo, Kant o Santo Tomás seguían ofreciendo a la mente humana durante la preterición subsiguiente al primer auge de su prestigio 33. Quien de veras redescubre y reactualiza a Platón, recobra posibilidades de Platón desconocidas o preteridas por sus inmediatos seguidores; y, en verdad, no cabe ser eficazmente fiel a una tradición si no es recobrando de continuo posibilidades históricas latentes en el pasado. "Lo que no es tradición, es plagio", dice un agudo aforismo de Eugenio d'Ors; "lo que no es original, no es verdaderamente tradicional", podría estamparse en el reverso esa aforística verdad. La actitud negativa o repelente del joven no atañe 33 Este redescubrimiento de las posibilidades históricas contenidas en actitudes humanas pasadas es muchas veces suscitado por situaciones ulte^ riores al olvido de dichas actitudes. En ese caso, no es imputable el olvido, sin más, a las generaciones que subsiguieron a la invención de lo más tarde xedescubierto. 177 12 tan sólo a los elementos integrantes del mundo histórico con que se encuentra al iniciar su vida personal. Refiérese también—antes he procurado consignarlo—a ciertos componentes del haber psicológico que le dio su educación infantil. Creencias, noticias y hábitos infantiles son implacablemente sometidos al inquieto cedazo selectivo que es la vida personal del joven. Cuanto he dicho acerca de la repulsa del joven frente a su mundo histórico y social, puede ser repetido, mutatis mutandis, respecto de los ingredientes del haber psicológico que el medio le dio 34. LO PUESTO POR EL JOVEN No se queda el adolescente en aceptar con más o menos entusiasmo ciertos elementos de su mundo y de su haber psicológico y en rechazar otros con más o menos violencia y definitividad. Su incipiente vida personal exige más. La mera aceptación original de algunos elementos del medio histórico y del acervo infantil no logra colmar el inquietante vacío que el joven descubrió en sí mismo al despertar a la vida personal. Al 34 Una consecuencia práctica: si se quiere que el adolescente no abandone una enseñanza infantil—hállese ésta enderezada a conseguir una creencia, una noticia o un hábito operativo—cuídese de que aparezca del modo menos cerrado, menos formulizado o, como diría Unamuno, menos "notariesco" posible. ¡Cuánto me hace pensar en esta prescripción el problema que plantea la enseñanza de la Religión a los jóvenes! 178 llegar a la adolescencia, el niño pasa de ser una persona en potencia—-o en posibilidad—a ser una persona en acto. Mas ya dije que este paso no consiste tanto en saber que se es algo, cuanto en advertir que uno podría no ser aquello que hasta entonces es—salvo en lo que atañe a la naturaleza biológica—y ser algo o mucho de lo que entonces no es. Una vida intelectual propiamente dicha comienza cuando el hombre es capaz de discernir lúcidamente lo que las cosas son de lo que no son. Del mismo modo, y por razones más hondas, iniciase la verdadera vida personal cuando el adolescente alcanza a percibir con claridad lo que "él mismo" no es. La noción del "no ser", diáfana o turbiamente percibida, permite que se recorte y defina la humana noción del "ser" e indica a la vez la llegada del hombre a su vida propia 35. Esta punzante percepción del "poder ser" lo que "no se es" impide hallar una satisfacción plenaria aceptando o rechazando lo ya hecho. En el íntimo y exigente vacío que es la vida personal del adolescente, esos elementos gustosa o pasivamente aceptados no pasan de ser, como diría un humanista, rati nantes in gutgite vasto; y no precisamente por su insuficiencia cuantitativa, que siempre otros hombres fueron e hicieron más de lo que uno tiene tiempo, posibilidad y deseo de hacer, sino porque 86 Esta originaria condición de la vida personal del hombre—percibir lo que "él no es"—constituye el supuesto de su vida intelectual—percibir lo que "no es"-—. La actividad intelectual de un hombre no es sino la proyección de su vida personal hacia el dominio del saber. 179 la edificación de una vida personal exige de suyo materiales cuya novedad no quede en un modo personal de aceptar y vivir lo que otros anteriormente hicieron. En el alma del joven, apunta de pasada Spranger, "desplázase el acento de la vivencia hacia aquello de que se carece, hacia las zonas que perduran vacías en el interior y en el mundo comunal. Lo no creado reclama su derecho a existir" 38. Sólo una serie de acciones y obras estrictamente personales—-mínimas o grandiosas, no importa al caso—puede llenar un vacío subjetivo cuya esencia consiste en percibir que uno no ha hecho todavía nada verdaderamente original y propio. El joven no puede limitarse a incorporar y rechazar: con necesidad de ser o no ser, necesita poner algo en su vida y en el mundo. Necesita, en suma, ser "creador" de algo. ¿Qué ponen los jóvenes en su vida y en el mundo? Dos cosas, en mi entender: su propia presencia y sus obras; el estímulo que supone la existencia de hombres jóvenes para quienes ya no lo son y, por otro lado, las acciones y las obras que visiblemente atestiguan su operación creadora. Examinemos sumaria y sucesivamente los dos problemas. Por innegable que sea la capacidad creadora de las almas jóvenes—'no me refiero, como es obvio, al caso excepcional de los jóvenes precozmente geniales—, debe juzgarse con cautelosa reserva la importancia verdaOp. cit„ pág. 153. 180 dera, el "rendimiento" efectivo de esa juvenil capacidad de creación. La acción creadora de un iiombre sólo alcanza verdadera importancia entre sus treinta y sus sesenta años. Antes de los treinta, la capacidad de creación se halla habitualmente en estado de posibilidad apenas actualizada. Tiene el alma del joven turbios y vagos presentimientos de lo que en la vida puede hacer; mas, a la postre, esa impresión adolescente no suele quedar confirmada por el volumen y la calidad de la obra futura. En principio, todo joven "va a comerse el mundo", como suele decirse; luego, apenas es necesario advertirlo, queda en muchísimo menos el bulto de lo realmente ingerido. Harto más infrecuente es el caso contrario: que el joven no sospeche la importancia de ía obra creadora de su futura madurez 37. La operación creadora de los jóvenes se manifiesta en forma de acciones personales y de obras o productos visibles. En el caso más afortunado, las acciones originales perduran como hábitos históricos y las obras como perenne hontanar de enseñanza e incitación. Alguien—tal vez un hombre joven, descontento con las fórmulas pretéritas—inventó un día la acción de estrechar la mano a modo de salutación, y su invento ha perdurado como hábito en todos los pueblos europeos y europeizados. Otro tanto puede decirse de las obras cuya excelencia ensalza a la condición de "clásicas": 87 Así sucedió, por no citar sino un solo ejemplo, en el caso de don Santiago Ramón y Cajal. 181 las obras "clásicas" lo son, en efecto, por la perennidad de su magisterio y de su capacidad sugestiva. En el caso más infortunado, la vigencia de la acción y de la obra originales perece al tiempo mismo de su creación. Cada día nacen y mueren o se olvidan para siempre infinidad de acciones y de obras personales, rigurosamente originales y nuevas; mas nunca han muerto sin llenar de modo inédito e insustituible un íntimo vacío en la existencia personal del hombre que las creó. Sean, empero, perdurables o fugitivas, las creaciones del joven conciernen a todas las provincias de la actividad humana: el arte, la ciencia, la economía, la política, la vida religiosa. ¿Cómo se expresa la juventud del autor en la creación artística, en el trabajo científico, en la acción política, en el modo de vivir la religiosidad? ¿En qué se distingue de la originalidad creadora adulta y provecta la originalidad creadora del joven? No puedo detenerme a contestar con mínima suficiencia documental cada uno de estos seductores problemas 38. Describiré, en cambio, los tipos que a mi juicio pueden distinguirse en la operación creadora. 3S En cuanto alcanza mi información, tengo por seguro que todavía hay mucho por decir a este respecto. Sobre la influencia de la edad en el estilo de la producción artística, puede verse el libro Spáíwevke gvosser Meisíer, de A. E. Brinckmann. Acerca del modo juvenil en las creaciones de Ja fantasía, en la acción política, en la vida profesional, en el saber científico y en la religiosidad, dan una primera información y muchas sugestiones los capítulos correspondientes del ya citado libro de Spranger. La bibliografía sobre las relaciones entre el estilo literario y la edad del autor está recogida en el libro de J. Petersen, Die Wissenschaft von der D'chíung, Berlín, 1938, página 486. También se leerá con gran fruto el libro de Carlota Bühler Der 182 Si uno atiende a la relación existente entre la acción o la obra originales y el pasado inmediatamente anterior a su creación, cabe distinguir en ésta dos modos distintos: la creación continuadora y la creación originante. Me apresuro a reconocer que toda creación humana está siempre en continuidad completiva o polémica con su pasado inmediato; pero los lazos en que se manifiesta esa continuidad pueden tener visibilidad e importancia muy variables. Cuando la creación personal pertenece al tipo de las1 que he llamado continuadoras, su autor se ha limitado, en general, a proseguir completiva o adversativamente la elaboración de un elemento histórico preexistente. Toda obra humana, por muy conclusa y exhaustiva que parezca, deja, en efecto, cabos sueltos, vías abiertas a una continuación creadora —o recreadora—de su contenido: lo que hay de creación en la dialéctica marxista es una continuación prosecutiva y unilateral de la dialéctica hegeliana; ValleInclán es un original creador continuando a D'Annunzio y a Barbey d'Aurevilly; Adler, negando polémicamente a Freud, continúa el camino por Freud iniciado. Más pura es la creación cuando apenas son perceptibles los lazos que unen a la obra original con sus precedentes inmediatos. La crítica minuciosa descubrirá raíces venecianas en la pintura del Greco y antecedenmenschliche Lebenslaul ais psychologisches Problem (trad. esp. en EspasaCalpe Argentina, Buenos Aires, 1943), en el cual se aborda con intención científica, creo que por vez primera, el problema de estudiar empírica e idóneamente el curso de la vida humana. 183 tes del kantismo en Hume (o en Luis Vives, como pretendió Menéndez Pelayo). Todo ello es o puede ser cierto; pero, aun siéndolo, no impide que la obra de Doménico Theotocópuli y la de Manuel Kant alcen abrupta e insospechadamente en la Historia su genial originalidad creadora. Todos los actos humanos verdaderamente personales son siempre, cuando menos, mínimamente creadores, y por tanto mínimamente geniales. Mas cuando la genialidad es de veras patente, y mejor cuando alcanza a ser ostentosa, la originalidad creadora del hombre crece, y sin salvar, como es obvio, la infinita distancia, se asemeja pasmosamente a la creatio ex nihilo de Dios. El genio lo es, entre otras cosas, por convertir en casi evidente la misteriosa verdad de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. "Donde quiera que se encuentre el sello de lo genial y creador—escribió Menéndez Pelayo-—, allí está el soplo y aliento de Dios, que es el creador por excelencia..." Vale esto tanto para las obras del genio maduro y esplendente como para las incipientes creaciones del genio juvenil. Los jóvenes geniales son, pues, quienes en verdad cumplen la más honda y entrañable de todas las ansias juveniles: destacarse con originalidad absoluta o casi absoluta del medio en que existen y hacen su vida. Ser de veras joven equivale, en el fondo, a querer ser genial. Cabe distinguir en la operación creadora del joven otros dos modos típicos, atendiendo a la determinación genética de aquello que se crea. Me explicaré. ¿De qué 184 depende la índole propia, el peculiar contenido de una obra original? Una breve meditación acerca de este problema permite responder aislando dos típicas posibilidades. Según la primera, el contenido de la creación está equívoca o multívocamente determinado por la negatividad de la ruptura juvenil con el mundo histórico circunstante. La voluntad y aun la necesidad juvenil de acciones originales tienen como supuesto ese inicial y provisional "¡no!" que el joven ha dicho a su mundo al comenzar su existencia personal. Hállase el joven bajo el imperativo de hacer algo que en verdad pueda llamar "suyo"; mas, para cumplirlo, su primera norma es puramente negativa: "no hacer lo que se hace", no ser lo que se es en torno a su naciente vida personal. Muchos hombres no aciertan a salir de esta equívoca situación y desgranan de por vida su originalidad personal en acciones poco o nada coherentes, determinadas no más que por la negativa disposición de su autor frente al mundo. Son, en suma, personas sin "conducta". Mas no es preciso recurrir a casos tan extremados para advertir esta multívoca y negativa determinación de la operación creadora. ¿Cuántas veces buscaron los hombres una improvisada originalidad personal mostrando con obras que "no eran" o, cuando menos, que "no querían ser" románticos, católicos, hugonotes o comunistas? La determinación de las acciones originales no es siempre negativa y multívoca; puede ser también positiva y unívoca. La norma de la operación creadora deja 185 entonces de sei4 un vago "no hacer lo que se hace" y se convierte en un exigente y preciso "hacer lo que uno quiere". Galileo hizo y dijo no pocas cosas para mostrar que no era aristotélico 39; pero las creaciones de Galileo verdaderamente importantes y decisivas no fueron determinadas por esa negativa razón, sino por una creyente adhesión positiva de su mente a la fecunda concepción matemática de los movimientos naturales. Una adhesión personal turbiamente presentida en su primera juventud, cuando oyó a un Christian W u r s teisen hablar de las novedades copernicanas; clara y lúcidamente cultivada más tarde, cuando veía el libro del Universo escrito en triángulos, círculos ed altre figure geometriche senza i quali mezzi é impossibile intenderne umanamente parole. La orientación positiva y unívoca de las acciones originales tiene su nervio más íntimo en la libre capacidad del hombre para inventar, elegir y decidir. Cuando los hombres viven intensamente la verdad o la justicia de algo, se adhieren con una cierta forzosidad a eso que tan de veras creen verdadero o justo. Galileo, por ejemplo, nos cuenta haber dejado a Ptolomeo por Copérnico mosso, per non dir forzato, da ragioni piú efficaci. Mas por grande que sea el impulso natural del alma hacia tales o cuales acciones personales, la causa eficiente de éstas será siempre una libre decisión, un "porque así lo quiero" de su autor. 89 Aunque lo fuese más de lo que él creía. 186 Claro que esa humana libertad dista de ser arbitrariedad pura. La orientación de las acciones originales y creadoras con que el joven llena el vacío de su intimidad y comienza su vida propia se halla predispuesta y hasta regida por un sistema de instancias coordenadas. Son éstas, según mi cuenta: 1. Las condiciones naturales y nativas del hombre, su "primera naturaleza": sexo, raza, constitución y temperamento individuales, estado habitual de su salud. 2. La educación recibida hasta la adolescencia: familia, enseñanza, relaciones sociales, etc. 3. El vago proyecto inicial con que el joven prefigura su vida ulterior. 4. La situación histórica y social que el joven descubre en torno a sí, recortando el vacío de sí mismo, cuando inicia su existencia personal. La singular originalidad de Galileo y el contenido de su obra'—por no abandonar el iniciado ejemplo—'fueron en algún modo determinadas por ser él varón, por su individual temperamento nativo, porque su padre le permitió dejar los estudios médicos y dedicarse exclusivamente a la Matemática y a la Física, por haber vivido en la Italia del xvi, por estar ya históricamente "madura" la disolución nominalista del aristotelismo escolástico, etc., etc. Si las acciones personales lo son por nacer de una libre intimidad, no lo son menos por esta constitutiva coacción que el mundo 40 Es el hombre "persona" tanto por la condición racional y libre de su intimidad como por coexistir y "coactuar" con otras personas igualmente racionales y libres. La coexistencia es una constitutiva dimensión de la persona humana. 187 social e histórico ejerce en la génesis de su figura visible y acabada 40, La "circunstancia", diría Ortega, entra en la constitución misma del "yo" que yo soy. Pone el joven en su vida y en el mundo acciones creadoras y estímulos. He descrito sumariamente la estructura de la creación juvenil, dentro de una idea general acerca de la creación humana. Veamos ahora en qué consiste y cómo opera el estímulo que el joven es. Hállase el mundo histórico y social constituido por los niños, jóvenes, adultos y viejos contemporáneos. No contando el ingrediente infantil, inactivo desde el punto de vista histórico, viven los jóvenes entre los adultos y los viejos contemporáneos con ellos. Mejor: conviven con ellos, coparticipan con ellos en la tarea de hacer la Historia. ¿En qué consiste esta activa participación de los jóvenes? Por una parte, ya lo sabemos, en lo que los jóvenes hacen por sí mismos. No es preciso insistir acerca del tema. Por otra, en lo que hacen los adultos y los viejos respondiendo al estímulo que para ellos supone la activa, operante y, en ocasiones, urgente presencia de los jóvenes contemporáneos. Librémonos, ante todo, de creer que la importancia de tal estímulo es igual en todas las épocas históricas. Hay algunas-—son las épocas que antes llamé completivas-—en que la juventud no existe con entidad propia. Vese entonces en el joven, más que lo que él, como joven, es, lo que como hombre todavía no es: un "no adulto", un aprendiz en camino de ser hombre grave y maduro. La ontología helénica expresaría esa situa188 ción diciendo que el joven es un me ón, algo que "no es" por no haber completado todavía el paso de su estado potencial a su estado actual. No es otra la situación de los jóvenes en los pueblos tradicionalmente gobernados por ancianos, como algunos de la Antigüedad clásica. El joven Telémaco es, sin duda, el tipo literario más representativo de estos jóvenes que sólo ejercitan su juventud aprendiendo a continuar la obra de sus padres y abuelos: ningún otro ha usurpado tu dignidad; mas en paz sigue cultivando Telémaco la herencia del rey, (Od. XI, 184-5.) dice a Ulises Penélope, la "honrada madre" del aprendiz de adulto. Esto no acontece siempre. Hay situaciones históricas'—son singularmente, las que solemos llamar críticas—en las cuales posee la juventud consistencia propia. Más que un "aprendiz de adulto", el joven es entonces un "hombre joven", positivamente caracterizado por la peculiaridad de su juvenil contribución a la Historia. La juventud existe como tal y reclama petulante y hasta agresiva su derecho a la operación histórica. ¿Qué pueden hacer los adultos y los viejos cuando tan de continuo les urgen las promociones juveniles? Difícilmente se llegará en tales casos a una cooperación armónica entre jóvenes, adultos y viejos. Mucho más probable será que se establezca entre los jóvenes y los no 189 jóvenes una sorda y prolongada colisión, con uno de los dos posibles y contrarios resultados finales: la victoria de los no jóvenes, el triunfo real o aparente de los jóvenes 41. Cuando es efectiva la victoria de los adultos, siguen éstos detentando el poder de decisión e imponiendo a la Vida histórica y social el estilo por ellos alcanzado a lo largo de su ya pasada juventud. No quedan entonces al joven, vistas esquemáticamente las cosas, sino dos salidas: o una entrega resignada al efectivo mando de los adultos, esto es, su automática conversión en "aprendiz" de adulto (del modo de ser adulto que encarnan sus vencedores); o retirarse a sus propios cuarteles, quiero decir, recluirse artificiosamente en un modo de vivir juvenil, ajeno, todo cuanto sea posible, a las formas de vida dominantes en torno a él. No es otra la génesis de los movimientos juveniles de secesión: el movimiento Sturm und Drang en la Alemania de 1775, los conventículos de los jóvenes románticos en la Francia reaccionaria de 1825 a 1830, la Jugendbewegung en la Alemania de Weimar, la Falange originaria en la España de 1933 a 1936. A veces dominará en la orientación del movimiento secesivo juvenil una ambición política, otras un propósito de renovación intelectual o de 41 Cuando se produce esa escisión entre jóvenes y no jóvenes, no debe pensarse que está libre de excepciones el imperativo de la edad. Siempre habrá jóvenes por la edad alistados como aprendices en las ñlas de los adultos, y adultos o viejos de "alma joven", voluntaria y fervorosamente adscritos al movimiento juvenil. Todos recordarán algún patente ejemplo procedente de su personal experiencia. 190 revolución estética. El diverso contenido ocasional de los fines a que los jóvenes tienden, no excluye, sin embargo, la formal coincidencia genética de todos los movimientos de juventud: todos están constituidos por una legión de hijos resueltos a no vivir como a la sazón viven sus padres y a imponer, si pueden, su inédito y reprimido estilo. En el seno mismo de todos los movimientos secesivos juveniles late siempre la rebelde voluntad de imponer—"cuando llegue nuestra hora", dicen los jóvenes como consigna—el inédito estilo de vida que puso en reclusión la decisiva y pírrica victoria de los adultos. Sólo muy excepcionalmente tendrá lugar el caso inverso: un triunfo total de los jóvenes sobre los adultos y los viejos. La edad de mandar—en política, en la vida intelectual, en el arte, en la economía—es la madurez; y si por un extraordinario azar histórico fallan a favor de los jóvenes los supuestos en que los adultos y los viejos apoyaban su existencia y su efectivo mandato, nunca será duradero ese ineludible ascenso de los jóvenes a los puestos de dirección: fracasará la "gestión de los jóvenes, aunque parezca haber triunfado el "espíritu" juvenil, y pronto surgirán nuevos hombres adultos al frente de la triunfante y seudotriunfante juventud. Usemos una expresiva metáfora militar: los jóvenes son muy capaces de "romper el frente", pero no saben—mejor, no pueden saber—"explotar la ruptura". Las victorias de los jóvenes sobre los adultos, supuesta la colisión entre ellos, apenas pueden ser victo191 rias "totales" e inmediatas. Serán totales a la larga, cuando los victoriosos jóvenes vayan dejando de serlo. De aquí que el signo de estas victorias juveniles no sea la ascensión de los jóvenes triunfantes a los puestos de dirección, sino un curioso apetito de "juvenilización" —valga el vocablo 42—-extendido, como incontenible onda, a través de las filas de los adultos y ancianos. Los no jóvenes imitan y tratan de hacer suyo el nuevo estilo de vivir; unas veces con entusiasmada convicción, otras por táctica, algunas, en fin, por inadvertido contagio. El éxito final del esfuerzo imitativo puede ser, naturalmente, harto variable 43. ¿Será necesario citar ejemplos de este curioso mimetismo, tan frecuente en todas las latitudes desde que ha comenzado la crisis contemporánea de la Historia Universal? LO PROPUESTO POR EL JOVEN En la obra de configurar su propia persona no limita el joven su juvenil actividad a la empresa de tomar * 2 Prefiero decir "juvenilización" a "rejuvenecimiento". El adulto no pretende "rejuvenecerse", volver a ser el joven que fué, sino vivir como los jóvenes que le rodean: ser, en la apariencia, al menos, un joven distinto del que fué. i3 E s obvio que, llegado el trance de esta cuasi imperativa "juvenilización", triunfarán de preferencia los adultos congénita o educativamente dotados de "jugosidad" y de soltura juveniles. Por ejemplo: cuando la vida exige movilidad, capacidad de improvisación y osadía para decidirse "a todo"-—cualidades juveniles, virtudes de hombre "poco hecho"-—, prevalecerá el adulto tipo Hitler o Churchill sobre el adulto tipo Brünning o Chamberlain. 192 algunos elementos de su mundo y de su vida anterior, rechazar otros y poner en su vida y en el mundo los resultados de su operación creadora y de su condición de estímulo para los demás. Empléase, por otra parte, en proponerse algo para su propio futuro y, a veces, en proponer algo para el futuro de sus prójimos. La existencia del hombre, y más aún la del hombre joven, es esencialmente "propositiva". Para que su vida no sea una azarosa sucesión de inconexos "palos de ciego", necesita el hombre poner ante sí, proponerse lo que esa vida suya puede ser. Conjúganse en lo propuesto tres instancias: la ambición de ser algo, la idea que el hombre tiene de sí mismo y del mundo en que vive y, en fin, una cierta previsión acerca de lo que en el futuro le irán permitiendo hacer sus propios instrumentos vitales y las sucesivas situaciones de su mundo. Con todos estos elementos a la vista, propónese el hombre in mente lo que posible o probablemente llegará a ser su vida venidera. No siempre será lúcida y bien articulada la autoproposición de fines, ni siempre se ensamblarán armónicamente la ambición, la previsión y la idea de sí mismo; pero, clara o turbia, coherente o disparatada, nunca falta en la vida del hombre esa imaginativa prefiguración de su existencia por venir. Detengámonos un momento a considerar el posible contenido de lo que el hombre se propone. Dos diversos componentes forman, en mi entender, la urdimbre de toda humana autoproposición; tan íntimamente trabados, que muchas veces no es factible la empresa de dis193 13 criminarlos. Llamaré proyecto u al primero de esos dos aludidos componentes: es la parcela de la autoproposición cuya futura actualización puede conjeturarse probable o, cuando menos, posible. Mas los hombres no se conforman con poner ante sí proyectos de vida más o menos actualizables en el futuro. El hombre es un ser utópico; y, por serlo, propónese también, secreta u ostensiblemente, modos de existencia imposibles o de ardua y remotísima probabilidad. Nadie, y mucho menos los jóvenes, se conforma con proponerse los ñnes que por sus condiciones personales y por las del medio en que vive aparecen más llanos y hacederos: ser médico, ingeniero, militar o comerciante. Además de proponerse uno de tales proyectos, cada hombre querrá ser conquistador de ínsulas remotas y pingües, poeta o músico excelso, Napoleón o Don Juan, y hasta asumirá imaginativamente modos de ser jamás usados por hombre alguno. En suma: junto al proyecto de existencia, fundido en ocasiones con él, hay en toda autoproposición humana un nuevo ingrediente, el ensueño, constituido por los imposibles que uno quisiera ser. En todo ideal humano se traban con indiscernible sutileza las razonables hebras de un proyecto viable y las vedijas inasibles de un imposible ensueño. Deciden acerca de la posibilidad del p r o y e c t ó l o de su probabilidad, en el caso más favorable^la particu44 Detrás de esta palabra castellana está, como todo buen entendedor sabe, el Entwutí de la analítica existencial. No trato, pues, de plagiar este concepto, sino de apropiarme de él. 194 lar verdad y la mutua adecuación de las varias instancias que en él se conjugan: el fin a que se aspira, la idea acerca de uno mismo y la personal visión del mundo propio. La imposibilidad del ensueño puede depender, en cambio, de dos causas esencialmente distintas. Veámoslas por separado. Hay ensueños personales cuya imposibilidad es sólo una cuestión "de hecho": el ensueño es entonces un imposible físico o histórico, no un imposible metafísico. Tal acontece, por ejemplo, cuando un hombre de inteligencia mediana sueña despierto con eclipsar a Leibniz, o cuando un atribulado por el dolor y la inseguridad se extasía con el ensueño de una futura y utópica edad dorada. Las diversas utopías que de siglo en siglo van encendiendo la ilusión en el alma de los hombres son casi siempre ensueños histórica o físicamente imposibles. Otras veces, en cambio, la imposibilidad del ensueño es rigurosamente ontológica; no dimana de ser uno quien es y de vivir en el mundo histórico y social que le ha tocado en suerte, sino de ser él un hombre y de ser el hombre lo que es. Si uno sueña con poseer en la Tierra las propiedades que la mente humana atribuye a los ángeles o a los cuerpos gloriosos, aspira a un imposible ontológico. La utopía determinante de la caída original—el evitis sicut dii de la serpiente—es el máximo ejemplo imaginable de estos ensueños ontológicamente imposibles. La imposibilidad de los ensueños puede ser, en fin, bien percibida por el hombre soñador o totalmente inad195 vertida por él. Hay ocasiones en que los hombres se empeñan ahincadamente en hacer realidad sus personales ensueños. El contenido de la autoproposición es en absoluto imposible, pero el sujeto que la concibe no advierte tal imposibilidad: trátase, por tanto, de una utopía o, si se quiere, de un seudoproyecto. Las utopías son ensueños vividos como proyectos—muy noblemente, a veces—por el alma creadora de su inventor o por las almas imitadoras de sus secuaces. La baldía actividad de los alquimistas a la caza de la piedra filosofal y el noble esfuerzo de quienes elaboran planes de paz universal y perdurable, ejemplifican diáfanamente esta bella e ingenua condición humana de tomar los ensueños por proyectos 45. Mas no siempre se engaña el hombre respecto a la real imposibilidad de los ensueños que se propone; muchas veces la percibe, y entonces se trata de ensueños puros. El soñador conoce casi siempre la radical inviabilidad de sus sueños; ello, sin embargo, no es óbice para que el soñador—el hombre, en último extremo—se entregue con siempre inédita fruición al indecible consuelo de soñar imposibles. En la vida de todos los hombres, por muy realistas que sean, hay un momento al menos en que se dicen a sí mismos, con plena convicción, aquellas significativas palabras de Azorín: "la realidad no importa; lo que importa es el ensueño". 45 H a y dos contrapuestos tipos humanos: los hombres "realistas", que propenden a tomar los proyectos por ensueños, y los "idealistas" o "soñadores , que tienden a considerar los ensueños como viables proyectos. 196 No es difícil advertir que este ejercicio de la autoproposición—con sus dos dimensiones, la proyectiva y la ensoñadora—es, sin duda, el primario en la vida personal del hombre. El niño, pese a lo que tantas veces ha dicho una chirle y seudorromántica literatura, no sueña despierto ni proyecta. Los llamados ensueños infantiles son, dichas las cosas técnicamente, proyecciones catatímicas, actualizaciones imaginativas de sus deseos: el niño "soñador" vive sin reservas, frontal e ingenuamente, el contenido de sus "ensueños", y jamás ve en ellos creaciones autopropuestas, meramente posibles o imposibles del todo. Tampoco proyecta, porque no se dan en él los supuestos que el proyecto personal exige. El curso temporal de su existencia no se le aparece como una continua sucesión de situaciones personales, distendida hacia un futuro posible, sino "como una serie de momentos primitivamente desligados entre sí e infinitos en sí mismos; de los cuales es gozado cada uno tan intensamente, que falta casi por completo la conciencia del flujo y de lo irreparable" (Spranger). No hay en la existencia del niño un proyecto stricto sensu, sino, a lo sumo, el momentáneo deseo de una situación futura: así "proyectan" los niños la recepción de los juguetes de Reyes o la delicia incitante de un futuro veraneo. El adolescente, en cambio, comienza a serlo cuando, con mayor o menor explicitud, se dice para su coleto: "soy algo que yo, en el presente y en el futuro, podría no ser, y no soy algo que yo, en el futuro, podría ser"; 197 es decir, cuando concibe un proyecto o un ensueño ligados con su presente de modo continuo y sucesivo, y vividos, no obstante, como invención personal meramente posible 4?. La creación de un proyecto personal más o menos viable, más o menos orlado de ensueños es, por lo tanto, la primera de todas las creaciones personales con que el joven procura llenar el inicial vacío de su propia intimidad. Uno comienza a ser persona soñando y creyendo en los propios sueños: el hombre, en cuanto persona terrenal, está hecho—Shakespeare lo adivinó'—de la estofa de los sueños, y sus acciones personales no son sino esfuerzos por dar viviente y vivida actualidad real a los ensueños y proyectos que en su personal intimidad va concibiendo. Somnia Dei per hispanos, ensueños de Dios por medio de los españoles, llamó Línamuno a la Historia de España; un ensueño de Dios y del hombre, por cada hombre cumplido, vendría a ser, en último extremo, el curso temporal de cada existencia humana. Si los proyectos y ensueños de cada adolescente constituyen la primera de sus creaciones personales, podrá decirse de ellos, mutatis mutandis, cuanto acerca 46 La percepción de la nuda posibilidad del proyecto tiene como fundamento ontológico la vivencia de la fugacidad y de la mortalidad del humano existir. La adhesión del hombre a sus ensueños, no obstante la bien advertida imposibilidad de éstos, tiene como último supuesto una implícita fe—o, cuando menos, una implícita "voluntad de fe"—en la inmortalidad de la propia persona: es una indirecta expresión del non omnis moriav! cristiano. 198 de la operación creadora del adolescente dije en el apartado anterior. Se dirá que un proyecto es continuador cuando, por la índole de su contenido, prosiga completiva o adversativamente la línea de otros proyectos personales antes inventados. Predominará en un proyecto, por contraste, su carácter originante, cuando la capacidad inventiva del joven reduzca al mínimo las ataduras de ese proyecto con todos los proyectos personales del pasado. El joven Augusto se propuso vivir continuando la obra política de César; Paracelso, en cambio, decía de sí mismo, con jactancia renacentista: "estoy solo, soy nuevo". Augusto quería crear una obra política continuando; Paracelso pretendía crear una ciencia médica originando, innovando. Puede repetirse también a propósito de los proyectos juveniles cuanto antes expuse sobre la determinación de las creaciones del adolescente. El contenido de un proyecto juvenil está, en ocasiones, negativa y muU tívocamente determinado por la ruptura del adolescente con su mundo y su vida anterior: el joven pretende, simplemente, llegar a ser y soñar lo que en su mundo no se es ni se sueña. Otras veces será la determinación positiva y unívoca: afina entonces el joven la puntería de su elección y se propone ser y soñar lo que él, afirmativamente, quiere soñar y ser. La distinción personal no radica ahora en la vanidad de ser lo que "no se estila", sino en el orgullo de ser y querer ser lo que "uno mismo es". Apenas será necesario recordar las instancias que 199 gobiernan y orientan la radical libertad personal para proyectar y soñar. Uno proyecta y sueña para su vida lo que libremente quiere. Los caminos de ese libérrimo albedrío para el proyecto y el ensueño hállanse, sin embargo, limitados y orientados por tres coordenadas: las condiciones nativas del joven 47, la influencia educativa del medio en que se formó, la peculiaridad de la situación histórica y social a que despierta. Si Paracelso dijo de sí mismo "soy nuevo", no poco influyó sobre la pretensa novedad de su proyecto personal el hecho de haber vivido él en la primera mitad del siglo xvi; es decir, durante el fastigio de la petulancia renacentista. No sería difícil encontrar multitud de ejemplos a cada una de las tres mencionadas influencias orientadoras. Con este análisis de los proyectos y ensueños que el adolescente se propone, termina mi sinóptica exposición del procesó espiritual según el cual van configurando los jóvenes la incipiente vida de su persona. Acepta el joven con variable entusiasmo lo que su medio le impone y una parte de lo que le ofrece, rechaza con blandura o violencia la parte restante, estimula a los que con él conviven y va creando personalmente, en su misma vida y en su mundo, proyectos, acciones, hábitos, obras visibles y ensueños. La existencia personal del joven, vacía cuando se descubre como autor de 47 Todos conocen, por ejemplo, las sugestivas investigaciones de Kretschmer sobre la relación entre las creaciones del hombre de genio y su iipo constitucional. 200 sí mismo, va poblándose de inédito contenido, y el anhelante e inseguro adolescente se trueca, como suele decirse, en hombre "hecho y derecho". EL ESTILO JUVENIL Alguien podrá objetar que el esquema precedente no es privativo de la edad juvenil. En todas sus edades, pasado el decisivo trance de la adolescencia, hace el hombre su vida personal aceptando, rechazando y creando proyectos y acciones personales. La objeción es indudablemente certera. La peculiaridad de la edad juvenil, en lo que atañe a la configuración de la vida personal, no consiste tanto en la estructura del proceso configurador cuanto en el modo formal, en el estilo con que ese proceso es cumplido por los jóvenes. Entonces, ¿qué notas esenciales definen el estilo del joven en la tarea de edificar la vida personal? Intentaré contestar a esta pregunta distinguiendo cuatro modos de considerar las posibles diferencias en el cumplimiento del proceso configurador. 1. Según el "tempo" con que dicho proceso es cumplido. En un plazo de cinco, de diez, de veinte años a lo sumo, el joven, partiendo del tantas veces mencionado vacío inicial, debe dar remate a una figura de su persona relativamente invariable. Los hombres siguen enriqueciendo su vida personal pasados los treinta o los treinta y cinco años, mas no es frecuente que, traspuesto 201 ese cabo, cambien de un modo fundamental el rostro de su alma. Quiere ello decir que, de ordinario, durante los quince o los veinte años subsiguientes a la adolescencia entra a formar la "sustancia" de la vida personal mayor copia de materiales que en todo el resto de la vida 48. El tempo de la aceptación, de la repulsa y de la creación juveniles habrá de ser, en consecuencia, considerablemente más vivo que en cualquier otra edad: la juventud biológica de un hombre es una espuela para el movimiento histórico de su existencia. 2. Según la importancia relativa de los diversos componentes del proceso. Durante la juventud queda en un segundo plano la creación de obras y acciones verdaderamente originales. Predominan, en cambio, la aceptación más o menos recreadora de lo que el medio ofrece, la repulsa de lo que hastía y desplace y la autoproposición de proyectos y ensueños. El alma juvenil es, por necesidad, un constante manantial de ensoñaciones y esperanzas. 3. Según el modo de cumplir cada una de las acciones que integran los componentes del proceso. Un joven y un adulto pueden aceptar, rechazar y crear los mismos elementos históricos y psicológicos: una moda indumentaria, por ejemplo, puede ser simultáneamente aceptada por miembros de todas las edades. ¿Será igual el modo de aceptarla unos y otros? Evidentemente, no. 48 Sobre la cronología de las edades y su diferencia psicológica, véase el articulo de Ortega El pasado, entraña de lo actual. Las cinco edades del hombre (publicado en La Nación, de Buenos Aires, 24-IX-1933). 202 Supuesta, entonces, tal diferencia, ¿cómo acepta, cómo rechaza, cómo crea el joven lo que personalmente quiere y puede aceptar, rechazar y crear? Dos notas creo posible distinguir en el modus fa~ ciendi juvenil; la inseguridad y la radicalidad. La vida del joven transcurre, en el plano de la existencia personal, según el esquema que en el plano de la existencia biológica llaman los biólogos conductistas "ensayo y error". Apenas sabe el joven hacer su vida personal; sus actos son meros ensayos en la obra de ser el hombre que quiere ser—'dramáticos ensayos unas veces, lúdicos otras—y, como tales, muy expuestos al error. "Los jóvenes tienen derecho a equivocarse", oí decir a un agudo conversador. Esta condición de la vida juvenil, ayudada por el gusto deportivo de "probar de todas las cosas", como escribió el Arcipreste, da una vivaz y movible inseguridad al "modo de hacer" de los jóvenes. En todo momento puede un joven dejar de hacer lo que personalmente hace, y hasta emprender un acto de sentido contrario al que abandona. Extrañamente unida a esta inseguridad operativa hállase otra nota del modo de hacer juvenil: la radica* lidad de las acciones personales del joven. Cuando un joven actúa como tal 49, se entrega a sus acciones personales poniéndolo todo, como suele decirse, a la carta de lo que hace. La juventud apenas discierne matices y 49 No siempre sucede así. Ya sabemos que en ocasiones los jóvenes se ven constreñidos a imitar a los viejos, y hasta lo estiman distinguido en otras. 203 términos medios. Una fanática y excluyente radicalidad, un esquematismo rígido y simple suelen regir la intervención de los jóvenes en los distintos dominios de la vida: la acción política, la creación artística, la producción o la secuacidad intelectuales. Como las fibras musculares del corazón, el alma de los jóvenes se pone en ejercicio según la más extrema de las leyes: el "todo o nada". Todo joven, puesto a hacer algo que personalmente siente, podría tal vez decir respecto a su personal empresa lo que en orden a la acción política escribió en 1840, a los catorce años, el estudiante Fernando Lassalle: "No, no quiero convertirme en un lisonjero sonriente y cobarde, aun cuando tuviera talento para ello. Quiero anunciar la libertad a los pueblos, aunque haya de morir en el empeño. ¡Lo juro por el Dios que gobierna a las estrellas, y sea yo maldito si soy infiel a mi juramento!" 50. 4. Según el contenido de las acciones personales integrantes del proceso configurados Antes expuse alguna de las notas que definen el contenido de las acciones personales preferidas por el joven. No creo necesario insistir sobre ello. Mas no quiero abandonar este tema sin aludir a una nota que caracteriza mucho el contenido de las acciones juveniles: la confusión. Es la acción juvenil, no obstante la esquemática radicalidad con que su autor la cumple, constitutivamente incierta y confusa. Dijo una vez Ortega que el amTomo estas frases de Spranger, op. cit., pág. 217. 204 biente de las aulas infantiles "debe mantenerse perennemente antiguo, primitivo, siempre entre luces y rumores de aurora". El alma del adolescente vive también—'mucho más, tal vez, que la del niño—en incierta confusión auroral. Si todas las acciones del joven son, en cuanto al modo de hacerlas, radicales y esquemáticas, son también, por razón de su contenido, germinales e imprecisas. La enorme riqueza de posibilidades que encierra la vida de cada joven hace que en la esquemática simplicidad de sus acciones se agolpen confusamente atisbos y esbozos de todo cuanto él, movido por su juvenil ambición y servido por su educación y sus talentos nativos, podría llegar a ser. Por eso el vivir juvenil es constitutivamente incierto y confuso, además de ser inseguro y radical. La paulatina madurez de su persona irá despojando de sus acciones tanto adventicio esbozo y dará, por fin, ordenada nitidez a la figura exterior e interior de lo hecho 51. Así va tomando cuerpo sustantivo y forme la existencia personal de cada joven. Mas con él y junto a él viven cientos y cientos de jóvenes coetáneos. Son aque51 El curioso lector podrá ilustrar con ejemplos todas estas notas definitorias del estilo juvenil. Deberá asimismo tener bien presente que esta exposición mía de las relaciones entre la edad y la Historia es deliberadamente abstractiva, aunque en todo momento me haya esforzado por destacar, junto a la edad y con la edad, los restantes momentos que intervienen en la configuración de las acciones históricas: los biológicos (sexo,, constitución individual, higidez) y los sociológicos. En la realidad se implican inextricablemente todos estos momentos configuradores, y con ellos el componente psicológico de la actitud religiosa. 205 líos con quienes ha compartido la educación, el juego, las vicisitudes históricas del pueblo a que todos ellos pertenecen. ¿No se parecerán en algo, por razón de esta convivida coetaneidad, las vidas definitivas de todos esos jóvenes? ¿No se distinguirán todos del mismo modo, frente a las promociones que les precedieron en la tarea de hacerse la vida y hacer, con ello, la Historia en curso? He aquí, emergente en su lugar natural, el tema de la generación. Mirémoslo ahora más de cerca. 206 CAPITULO VI LA G E N E R A C I Ó N C O M O C O N C E P T O HIST O R I O L O G Í C O . HISTORIA DEL C O N C E P T O UÉ es una generación? ¿En qué consiste? DejeiQ mos previamente de lado un significado de la palabra que pudiéramos llamar tradicional: "generación" en el sentido de "génesis" física u ontológica. Atendiendo sólo a la acepción estrictamente historiológica del vocablo, hay que distinguir dos etapas fundamentales en la historia de su empleo: una precientífica, científica otra. I. PERIODO PRECIENTIFICO DEL VOCABLO Tomemos, a guisa de ejemplo, textos de un par de escritores recientes, ilustres los dos por su manejo del castellano y nada sospechosos de pedantería científica: Bécquer y Zorrilla. En las primeras páginas de la Historia de los Templos de España, dice el aéreo poeta sevillano: "cuando nos hayan revelado sus secretos las artes, cuando descifremos el Apocalipsis de granito que escribió el sacerdote en el santuario y aparezcan a núes207 tros ojos esas generaciones gigantes que duermen bajo las losas de los sepulcros..." Oigamos ahora el parlamento del locuaz escultor en la Segunda Parte de Don Juan Tenorio: y al mirar de este panteón las enormes proporciones, tendrán las generaciones la nuestra en veneración. En los dos casos es usada la palabra "generación" con un propósito claramente alusivo al curso histórico de la sociedad y, por lo tanto, de la vida humana. Bécquer y Zorrilla entienden por "generaciones" las sucesivas "hornadas" de hombres—si se me permite ese expresivo vocablo familiar—que vivieron antaño o que contemplarán en el futuro la pasmosa obra del artífice. En el texto de Zorrilla hay todavía más: las "generaciones" futuras podrán ver en el panteón, aparte una creación de su autor, también una obra de la "generación" a que el escultor pertenece. Pero en uno y otro caso carece el término de toda intención técnicamente acuñada. Su significado es, sin más, el cuarto de los que consigna el Diccionario de la Real Academia: "Conjunto de todos los vivientes coetáneos" 1. Este sentido vagamente histórico de la palabra "generación" ofrece por sí mismo un pequeño problema a la mente del historiador y aun a la del simple curioso. 1 La Academia no entiende por "coetáneos" a los hombres que tienen una misma edad (todos los jóvenes, todos los viejos, etc.), sino a los que 208 ¿Por qué, en una determinada sazón de los tiempos, cobra significado específicamente humano e histórico una palabra genéricamente referida antes a la génesis de todos los seres naturales, tratárase de individuos o de especies? El vocablo latino generatio hereda los significados del griego genea, como el genus latino traduce al genos helénico. La palabra genea fué muchas veces empleada por los clásicos griegos con una intención más concreta que la genéricamente natural y muy estrictamente referida al curso de la vida humana y al conjunto de todos los seres humanos de todos los tiempos, al "género humano" 2. Homero, por ejemplo, suele usar el vocablo con una evidente acepción de unidad de medida para el curso temporal de la vida humana individual y del conjunto de los hombres: Este había visto fenecer a dos generaciones (geneai) de mortales, (11, I, 250.) dice Néstor en la Iliada, Y en la Odisea se lee: También de Mises supe allí. Di jome Feidon... que su estirpe sería atendida hasta la décima generación (geneén), (Od„ XIV, 321-25.) "viven o coinciden en una misma edad o tiempo". Según la Academia, en 1900 son "coetáneos" Ortega, con sus diecisiete años, y Valera, que entonces cumple sus setenta y seis. Ortega deslindará luego más precisamente la "coetaneidad" (condición de tener la misma edad) y la "contemporaneidad" (condición de vivir en el mismo tiempo). En 1900, Ortega y Valera serían contemporáneos, mas no coetáneos. 2 Basta recurrir al socorrido y benemérito Bailly. 209 14 Herodoto, por su parte, contrapone la "generación o género de los hombres" {gema anthrópéíe) —en el sentido de "la edad de los hombres" o "del género humano"'—a las edades heroicas o míticas 3. La acepción métrica de la genea se repite en Platón (Tim., 23 c), y Dionisio de Halicarnaso restringe a su propio tiempo, a la edad o "generación" a que su vida pertenece (epi tés hémetéras geneás, "de nuestra generación", escribe), el uso del vocablo. Todas estas acepciones de la palabra griega pasan a la generatio latina; y así, cuando se traduce al latín el texto griego de los Evangelios, el término genea, usado en este sentido de unidad de medida y de época histórica, se dirá generatio. Non praeteribit generatio haec~genea, en el original helénico—-doñee omnia haec fiant, dice Cristo en el Evangelio de San Mateo (Mtt., XXIV, 34) 4. El vocablo generatio viene a ser una dinamización, una procesalización del genus; más que el "género" es el "proceso de engendrar", y en ese matiz procesal va incoada su futura significación histórica. El Cristianismo sobrenaturaliza el modo de enten3 Cuenta asimismo Herodoto (II, 141) cómo los sacerdotes egipcios le revelaron el secreto de que la duración de tres "generaciones" constituye un siglo. Mas no debe pensarse que los antiguos estuvieran acordes acerca de lo que dura cada "generación". Sobre este problema, véase a Ed. Meyer, Forschungen zar alien Geschichfe I, 1892, págs. 169 y sigs., así como el libro de Drerup que luego menciono (págs. 9-10). 4 La misma traducción de genea por generatio se lee en San Lucas (Luc, XXI, 32). 210 der la acepción antropológica de la genea griega y la generatio latina. La "naturalidad" de la "generación" humana va a ser sobrenaturalmente vista, sin mengua de su arraigo en una génesis natural y biológica. Dentro del pensamiento cristiano, llámase generatio al conjunto de todos los descendientes de Adán, unidos entre sí por comunidad natural genética, y más todavía por haber sido todos creados a imagen de Dios y sobrenaturalmente redimidos por la sangre de Cristo. Con este significado parece usar San Jerónimo, por ejemplo, la palabra generatio, y ese es el sentido del genus humanum en los comentaristas cristianos de la Historia, San Agustín y Orosio primero, San Buenaventura más tarde. En La Ciudad de Dios usa San Agustín el término generatio con el sentido de unidad de medida del acontecer histórico, y evalúa su duración en treinta años (de civ. Dei, XV, 20 y 21; XVI, 3). Y puesto que San Agustín y San Buenaventura ven la historia de la Humanidad como la vida temporal de un solo hombre —sicut in uno homine assignantur aetates diversae ita et in mundo, dice San Buenaventura—, vendrá a ser la generatio la unidad elemental para contar las "edades" de esa Humanidad, creciente siempre, como un solo hombre, hacia su fin sobrenatural 5. El "tiempo histórico", según la metáfora agustiniana, es la distensión temporal de esa universal biografía. 5 San Agustín: de vera relig., X X V I I , 50; de civ. Dei, X, 14. San Buenaventura: In IV Sent., 40, dub. 3. 211 Más tarde—en los siglos modernos, sobre todo—se irá secularizando la visión del "género humano", hasta llegar a la idea puramente natural de la "Humanidad": el cuerpo o conjunto de todos los individuos pertenecientes al género natural homo sapiens. La idea cristiana de una unidad natural y sobrenatural del "género humano" perdura, enteramente secularizada ya, en esa concepción unitaria y natural de la "Humanidad". Pero esa hipotética "Humanidad" tiene una historia, hipotéticamente unitaria también: la "Historia de la Humanidad" o Historia Universal. La filosofía y la ciencia histórica del Romanticismo percibirán con toda agudeza esta secularizada historicidad del "género humano" 6. ¿Podría ser ajena a este proceso de secularización e historificación del "género humano" la idea que en el siglo xix late bajo el vocablo "generación"? La respuesta negativa es obvia. La "generación" del "género humano" se irá viendo partida en "generaciones" temporal e históricamente separadas: cada "generación", según este nuevo significado de la palabra, es el "conjunto de todos los vivientes coetáneos", como nos dice la Real Academia. Debajo de tal concepto se adivina la metáfora biológica de una "Humanidad" unitaria; la cual, como una madre fecunda y gigantesca, iría dando a la vida, en partos sucesivos, "hornadas" de mellizos históricos. Estas "hornadas" se hallarían infinitesimal6 La historiología del Romanticismo seculariza biológica o dialécticamente la ya mencionada metáfora de San Agustín y Orosio. 212 mente próximas entre sí, y cierto número de ellas compondrían el conjunto de todos los hombres que conviven en un momento dado; esto es, la "generación" correspondiente a tal momento 7. Bécquer y Zorrilla son inconscientes testigos de esta acepción secularizada e historificada de la vieja generatio. No queda ahí, sin embargo, este parcelamiento temporal de la "generación". Renace la vieja acepción mensurativa de la genea griega y la generatio latina, y el "conjunto de todos los vivientes coetáneos" será más rigurosamente partido en grupos homogéneos por la edad, en "generaciones" contemporáneas entre sí. Coincidirían siempre, en consecuencia, una generación de viejos, otra de hombres maduros y otra de jóvenes. No sé quien habrá sido entre nosotros el adelantado en la tarea de distinguir y, por lo tanto, de contraponer expresamente—aun sin intención propiamente científica— las distintas generaciones en cualquier momento coexistentes. Por mi parte, he encontrado en los textos del Menéndez Pelayo joven y polemista evidentes muestras de esta más concreta acepción del término. Hasta tres veces habla en La Ciencia Española de "nuestra generación", refiriéndose a la suya y contraponiéndola a la de los hombres—adultos cuando él escribe—que hicieron la República española de 1870. 7 Claramente se advierte que los hombres del siglo XIX—unos más lúcidamente que otros, claro está—veían en la Historia una consecuencia espontánea de la Naturaleza. Luego intentaré deshacer este error. 213 II. PERIODO CIENTÍFICO DEL VOCABLO Todas estas vicisitudes del vocablo y otras muchas que se me escapan constituyen la historia de su período precientífico 8. Tras él viene otro en el cual se intentará convertir en concepto científico y riguroso esta vaga idea de la generación como "unidad" de la mudanza histórica. RANKE El primero en sospechar que la idea de "generación" podría convertirse en un concepto historiográfico precisa y técnicamente definido fué, según lo que yo alcanzo a saber, el historiador Leopoldo von Ranke. En el apéndice a la edición definitiva de su Historia de los pueblos románico^germánicos léese este inequívoco programa de trabajo: "Sería tal vez una tarea historiográfica presentar la serie de las generaciones, en cuanto fuese posible, tal y como se ensamblan y se singularizan en la escena de la Historia Universal. Se debería hacer plena justicia a cada una de ellas; podría describirse una serie de figuras preclaras, las que en cada generación tienen más estrechas relaciones entre sí, y mediante cuyos antagonismos sigue progresando la evolución del 8 Me refiero, tal vez no sea ocioso repetirlo, a la acepción intencional mente historiológica, no sr la que he llamado tradicional o genética. 214 mundo: los sucesos corresponden a su naturaleza" 9. Ottokar Lorenz cuenta haber oído decir a Ranke, en el curso de un diálogo, que el término "generación" podría servir para expresar "ciertas ideas activas durante el lapso temporal medio de una vida humana". D1LTHBY La idea de Ranke debía estar muy en la atmósfera espiritual siglo xix, como suele decirse, cuando, con entera independencia del gran historiador, vamos a verla conceptual y prácticamente propugnada por un joven ambicioso y sediento de creadora novedad: el filósofo Guillermo Dilthey 10. En 1867 pronunció en Basilea su 9 Sámíliche Wevke, 33, pág. 323. Conozco tres exposiciones de conjunto, alemanas las tres, acerca de la historia de la "generación" como concepto historiográflco. Es una la de J. Petersen, y se halla en Die litera* rischen Generationen, contribución suya al libro Die Philosophie dev Lite* raturwissenschaft, dirigido por Ermatinger (Berlín, 1930, págs. 130-184). Otra es la de K. Mannheim, en los Kólner Viertelja,hrshefte füv Soziologie, VIL Es la tercera la de E . Drerup, al comienzo de su monografía Das Ge* neraíionspvoblem in der griechischen und griechisch-rómischen Kultur, Paderborn, 1933. Las tres toman como punto de partida el programa de Ranke, tal como él lo expuso en el lugar citado y como lo comentó luego su discípulo Ottokar Lorenz, y los cálculos biológico-demográficos de Rümelin, en 1875. 10 En 1861, el francés Justin Dromel publicó un libro titulado La loi des révolutkms, en el cual, apoyado en la idea de la generación, pretendió establecer un sistema "científico" para la predicción del futuro. Basábase Dromel en consideraciones biológico-político-electorales, y pretendía que cada unos quince años acaece un importante suceso político generacionalmente determinado: así interpreta Dromel la presentación de eventos revolucionarios en los años 1789, 1800, 1815, 1830 y 1848. 215 lección inaugural acerca de El movimiento poético y filosófico en la Alemania de 1770 a 1800 n. "Movido por una serie de condiciones históricas constantes—decía Dilthey, resumiendo su pensamiento—brotó en Alemania, durante el último tercio del siglo XVIII, un movimiento espiritual cuyo curso, cerrado y continuo, se extiende como un todo desde Lessing hasta la muerte de Schleiermacher y Hegel. Y la fuerza propulsora, permanentemente activa en todo el transcurso de este movimiento, consistió en el empeño, históricamente fundado, de poner los cimientos a una visión de mundo y de la vida en la cual encontrase su satisfacción el espíritu alemán." Dilthey ve cumplido ese movimiento hacia un nuevo "ideal de la vida"'—tales son sus propias palabras—en tres etapas históricamente discernibles, correspondientes a otras tantas generaciones de alemanes: la de Klopstock y Lessing, la de Goethe y Schiller, y una tercera constituida por dos grupos, el berlinés (Gentz, Tieck, Bernhardi, Schleiermacher) y el que centran Schelling y Hegel, Con este ensayo historiográfico inicia Dilthey, que por entonces cumple sus treinta y cuatro años, lo que explícitamente llama "la tarea de nuestra generación": "fundar una ciencia empírica de los fenómenos espirituales". Este leve apunte basta sin duda para atisbar las dos ideas cardinales del ensayo. Una de ellas puede formularse así: la obra filosófica y literaria de un hombre 11 Gesammelte Schriften, V, 12-27. 216 está parcialmente determinada, en su contenido y en su estilo, por la generación a que ese hombre pertenece. La segunda dice: sólo pueden ser comprendidas la obra de un hombre y la de la generación a que pertenece si se las sitúa en conexión con el acontecer histórico general. Las mencionadas generaciones de literatos y pensadores son generaciones de literatos y pensadores alemanes, y el esfuerzo individual y colectivo de todos ellos estaba enderezado a conseguir, por el camino de la producción espiritual, la máxima felicidad humana a que entonces, por su situación histórica de alemanes, podrían aspirar 12. Un anhelo de mayor felicidad es lo que lleva a los hombres, piensa Dilthey, a configurar sucesivamente su mundo exterior y su mundo interior; esto es, a hacer la Historia. El concepto de "generación" que emplea Dilthey para construir la mencionada lección inaugural había sido apuntado por él en su trabajo acerca de Schleiermacher (1860). Seis años después lo explanó algo más precisa y articuladamente en un ensayo biográfico sobre Novalis, recogido en su libro Das Erlebnis und die Dichtung 13. Examinemos las nociones metodológicas que preceden al retrato literario de Novalis. 12 En uno de los párrafos del ensayo (loe. cií., pág. 15) apunta Dilthey las razones por las cuales se orientó principalmente hacia la actividad creadora del espíritu—-literaria, filosófica, musical-—ese esfuerzo de los alemanes de entonces por conseguir la felicidad históricamente posible. 18 El trabajo sobre Novalis apareció el año 1866 en los Preuss. ]ahr~ bücher, pág. 596 y sigs. Yo citaré su reproducción en Das Erlebnis und die Dichtung, 8.a ed., Leipzig y Berlín, 1922, págs. 268 y sigs. 217 Comienza Dilthey aislando dos tipos de creadores literarios: el de los que ven el mundo tal como éste es (Homero, Shakespeare, Cervantes) y el de aquellos que, como Novalis, lo contemplan a través del cristal de su ánimo. Estos nos conceden la posibilidad de entablar con su alma una relación personal, amistosa u hostil; aquéllos-—los grandes poetas de la objetividad— no, porque, "como los reyes, no tienen amigos". La acusada "subjetividad" de los poetas como Novalis—piensa tácitamente Dilthey—no depende tan sólo de su personal singularidad, mas también de una mayor impregnación de su espíritu por los supuestos estrictamente históricos del mundo en que viven. Esa mayor historicidad de su obra y de su alma exige para su estudio, de modo más perentorio que en otros casos, el empleo de métodos y conceptos históricos propiamente dichos; y entre ellos, muy en primer término, el de "generación". ¿Qué es para Dilthey una "generación"? Es un compromiso entre "la arbitrariedad de la naturaleza creadora"—quiere decir: la libertad personal de cada individuo—y las condiciones históricas que presiden la formación espiritual de los hombres. Estas condiciones exteriores pueden ser desdobladas en dos factores: "el haber intelectual de la época" y, por otra parte, "la vida ambiente, las relaciones de la vida real, las concretas situaciones sociales, políticas y de toda índole". "Sólo bajo estas condiciones—piensa Dilthey—se cumple la formación de la serie de individuos que otorgan su ca218 rácter a la cultura espiritual de una época." Cada uno, evidentemente, a su modo, según su individual libertad. Entonces, ¿vese reducido a perseguir arbitrariedades individuales el historiador que pretenda describir la cultura de esa época? ¿Habrá de rendirse—se pregunta Dilthey, mostrando con evidencia cómo el significado histórico de la "generación" tiene siempre detrás la metáfora biológica de una Humanidad unitaria y maternal— "a la arbitrariedad de la naturaleza creadora, de cuyo misterioso regazo se alzan los individuos según un cierto orden y una determinada selección"? ¿O se halla de algún modo determinado el libre empleo que cada individuo hace de esas condiciones exteriores? Dilthey contesta afirmativamente: existe esa determinación, mas no por modo positivo, sino negativo; no como orden ejecutiva, sino como cauce limitante. Uno de tales límites o cauces es la "generación" a que el individuo pertenece: el conjunto de los hombres "que se formaron bajo la actividad de las mismas condiciones". La obra creadora de cada individuo se ordena e integra en la del conjunto generacional a que pertenece. En cuanto es un miembro operante de ese conjunto, cada individuo contribuye libremente a "crear" con su acción histórica la obra de su propia generación; mas, al propio tiempo, su libertad de creación se halla en algún modo determinada a operar dentro del límite, solo relativamente variable, que la real existencia de ese conjunto le impone. La generación, entendida como concepto histórico, sería a la vez obra de los hombres y 219 límite de su albedrío histórico, producto y tope de su libre acción. Esta idea de la generación como obra y como límite preside el método historiográfico propuesto por Dilthey para la descripción de los conjuntos generacionales. "La marcha de nuestra investigación histórica y de nuestro conocimiento riguroso es muy análoga—dice—a la que Hippel promete emplear en una futura novela: propónese Hippel caminar hacia atrás, metiéndose cada vez más profundamente en el pasado, desde la muerte hacia el nacimiento, desde los efectos hacia las causas." En consecuencia, una generación sólo podrá ser descrita mediante una "alternante consideración de los individuos y sus condiciones, por una parte, y del complejo de las condiciones exteriores presentes a esos individuos, por otra". Entre el manojo de todas las biografías coetáneas y la descripción de las condiciones históricas exteriores a ellas aparecerá, como límite y producto de todas las hazañas históricas individuales, el concepto de generación y la ocasional peculiaridad de aquella que se estudia. Por eso piensa Dilthey que su ensayo biográfico sobre Novalis será útil para aprehender el espíritu de la prodigiosa generación histórica a que Novalis pertenece: la integrada por él y por Schleiermacher, Alejandro de Humboldt, Hegel, Novalis, los Schlegel, Hólderlin, Wackenroder, Tieck, Fries y Schelling. Todavía vuelve Dilthey a enfrentarse con el concepto de generación. Es en 1875, fecha de un opúsculo 220 Sobre el estadio de la historia de las ciencias del hombre, de la sociedad y del Estado u. Veamos con algún detalle las precisiones que añade al pensamiento de diez años antes. Parte ahora nuestro pensador de considerar la Historia como un movimiento continuo 15. Este movimiento tiene un curso visible: es el acontecer histórico. Pues bien, se pregunta Dilthey, con una evidente contaminación naturalista de su naciente historicismo, ¿no necesitaremos una unidad de medida para estudiar el curso de ese movimiento de la "Humanidad"? Contemplado ese movimiento "desde fuera", parece transcurrir según las unidades de medida del tiempo físico: horas, meses, años, decenios, siglos. Pero la unidad idónea para estudiar el curso del movimiento histórico "debe radicar en él mismo", es decir, en la vida del hombre, tomada según su duración media y la sucesión de sus edades 16. Lo que las horas y los minutos del reloj son respecto al tiempo vivido o psicológico, son, respecto a las curvas vitales de los hombres, los decenios y los siglos del calendario de la Historia. La duración media de la vida del hombre debe ser, pues, la unidad de medida 14 Ges, Schr., V, 36 y sigs. Luego veremos el error de principio que hay en este concepto, desde el Romanticismo y "logiflcado" por Hegel. 16 N o es un azar que fuesen dos físicos—primero Priestley Chati of biography, luego Poggendorf en sus Lebenslinien—quienes sieron hacer de la duración media de la vida humana la unidad de del tiempo histórico. La idea historiológica de la "generación" nace visión todavía naturalista de la Historia. 15 221 vigente en su propumedida de una del tiempo histórico. Mas como el hombre convive para vivir, y más para vivir históricamente, esa unidad de medida cobra forma histórica ordenándose en un nuevo concepto: el de "generación". Dos son, entonces, las acepciones historiológicas de este vocablo. Es, por una parte, un lapso temporal que puede servir como interna unidad de medida para ordenar el curso del acontecer histórico, lapso subordinado a la idea de la vida temporal del hombre. "Este lapso temporal—prosigue Dilthey—extiéndese desde el nacimiento hasta aquella edad a la cual se añade, por lo común, un nuevo anillo de crecimiento al árbol de la generación 17, y abarca alrededor de treinta años. La historia intelectual de Europa, desde Tales... comprende no más de 84 generaciones." Al lado de esta acepción cronológica hay otra más pertinente al contenido de la Historia: es la que hemos visto definida en el ensayo sobre Novalis. Según ella, es la generación "una relación de simultaneidad entre individuos, aquellos que en cierto modo crecieron juntos... Nace de ello una más profunda relación entre tales personas. Quienes durante los años receptivos experimentaron las mismas influencias directrices, constituyen juntos una generación. Así entendida, una generación 17 Obsérvese la pertinacia de las metáforas naturalistas, botánicas en este caso. La Humanidad es vista como un árbol, y su Historia como la sucesiva adición de anillos de crecimiento al tronco de ese árbol. Así como podemos calcular la edad de un árbol contando esos anillos en una sección transversal de su tronco, podremos medir la Historia de la Humanidad por las generaciones en que va transcurriendo. 222 es un estrecho círculo de individuos que por su común dependencia de los mismos grandes sucesos y de las mismas mudanzas'—los sucesos y mudanzas acaecidos durante su máxima receptividad'—, y a pesar de la disparidad de otros factores adventicios, se hallan unidos en un todo homogéneo". A continuación repite textualmente Dilthey las ideas que ya había expuesto en su biografía de Novalis. Cuidará nuestro autor de subrayar que esta discontinuidad impuesta al curso histórico por la realidad de las generaciones es una discontinuidad ficticia, sólo aparente. "La serie de las generaciones que han creado la ciencia europea forma, dentro de ciertos límites, un todo continuamente ligado." La continuidad histórica ofrecerá distinto rostro según el dominio histórico de que se trate—'la ciencia o la moralidad, por ejemplo'—, pero sin mengua de su ineludible vigencia. Las generaciones, diría Dilthey, son "frases" sucesivas de una misma y continua melodía. La idea de la Historia como "movimiento" exige, consecuentemente, una rigurosa "continuidad" de su curso 18. Estos germinales pensamientos de Ranke, Dromel y Dilthey en torno a la idea de generación, entendida ya como un concepto historiográfico más o menos riguro18 H a y en todo ello una subrepticia "biologización"—naturalización— de la vida personal y, por tanto, del acontecer histórico. La idea de que el curso histórico es un todo continuo es hija del natura, non ¡acit saltas leibniziano. Luego intentaré corregir el error de principio contenido en estas aserciones. El curso de la Historia, contra lo que afirmaba Dilthey, tiene una estructura rigurosamente discontinua. 223 sámente definido, han sido elaborados luego, con un apoyo expreso en los textos originales o con independencia absoluta de ellos, por una serie de pensadores: Ottokar Lorenz y Ortega y Gasset han atacado el problema de la generación desde la historiología general; K. Mannheim, desde la sociología; Kummer, Petersen, Hans von Müller, Wechssler y Jechske han aplicado el concepto a la historia de la Literatura; Pinder, Al. Lorenz y otros, a la historia del Arte; Drerup, a la historia de la Antigüedad clásica. La palabra "generación", usada con una intención política o como arma de combate, se ha hecho luego expresión tópica, latiguillo de moda. Algunos han llegado hasta a inventar su propia generación antes de comenzar a vivir. Dejemos de lado tan pintorescas manifestaciones de esta vivísima, casi opresora conciencia histórica del hombre actual, e indaguemos de cerca el pensamiento de los más caracterizados tratadistas del concepto: Ottokar Lorenz, Ortega y Gasset, Petersen, Wechssler, Pinder, Drerup y Mannheim. OTTOKAR LORENZ Ottokar Lorenz 19 se propuso muy temáticamente conciliar la Biología y la Historia mediante la idea de la generación. La unidad objetiva o física del tiempo histórico—el siglo—hállase en relación con la vida hu19 Die Geschichíswissenschaft in Hauptrichtungen und Auígaben, Berlín, 1886 y 1891. Lorenz se apoyaba de modo muy taxativo en el programa 224 mana por el hecho de constituir la duración media de tres generaciones sucesivas, entendiendo por generación, cronológicamente, el lapso a que se extiende la actividad vital de una vida humana media. Cada tres generaciones ~ tres unidades historiométricas—formarían una unidad superior, el siglo; tres siglos juntos darían origen a otra más amplia unidad del curso histórico~una época~; y pasados tres veces tres siglos, veintisiete generaciones en total, se cumpliría un petíodo de la Historia Universal. Lorenz pretendió confirmar su tesis con las elucubraciones aritmético-histórico-literarias de W . Scherer. No merecen más larga mención todas estas arbitrarias construcciones, indignas del valioso libro a que pertenecen. "Pura cabala", dice de ellas, a modo de epitafio, E. Troeltsch. ORTEGA Y GASSET Mejor será examinar otros ensayos más serios acerca del tema, y en primer término el reiterado de nuestro Ortega y Gasset. Si se prescinde de ciertos atisbos muy madrugadores, en 1914, la primera formulación bien explícita que Ortega da a sus ideas sobre el tema de la generación acontece en 1921 y es impresa en El tema de su maestro Ranke; pero, evidentemente, va mucho más lejos de lo que éste quería, sobre todo eti lo tocante a la sistematización aritmética de las generaciones. 225 15 de nuestro tiempo, el año 1923 20. Distínguense los hombres entre sí, comienza diciendo Ortega, por la situación histórica de su espíritu, y lo más primario y elemental en esa diferencia es el modo, históricamente variable, de un componente de la existencia humana que Ortega llama "sensibilidad vital": es la "sensación radical ante la vida", el modo de "sentir la existencia en su integridad indiferenciada", el "fenómeno primario de la Historia". La primera tarea, cuando se intenta comprender una época, debe ser, por tanto, la definición de su sensibilidad vital. Si la variación en la sensibilidad vital afectase a un solo individuo, el suceso no tendría trascendencia histórica; las variaciones de sensibilidad vital decisivas en la Historia adoptan la forma de la generación 21. "Una generación—precisa Ortega—no es un puñado de hombres egregios, ni simplemente una masa: es como un nuevo cuerpo social íntegro, con su minoría selecta y su muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ámbito de la existencia con una trayectoria vital determinada. La generación, compromiso dinámico entre masa e individuo, es el concepto más importante de la Historia, y, por decirlo así, el gozne sobre que ésta ejecuta sus movimientos." Ya se ve que Ortega no se conforma 20 Obras, 2. a ed. Madrid, 1936, II, págs. 832 y sigs. E n 1933 reiterará este pensamiento: "Si se tratase de uno o pocos jóvenes nuevos que reaccionan al mundo de los hombres maduros, las modificaciones a que su meditación les lleve serán escasas; tal vez importantes en algún punto, pero, en fin de cuentas, parciales. No podría decirse que su actuación cambia el mundo," 21 226 con hacer de la generación un mero concepto historiográfico. Radicalizando, ontologizando el programa de Ranke, pretende convertir a la generación en una categoría fundamental de la existencia histórica. Adviértese sin esfuerzo el excesivo biologismo del pensamiento historiológico de Ortega. La historia es una entre "todas las demás disciplinas biológicas", dice textualmente. "Una generación—añade, a poco—es una variedad humana, en el sentido riguroso que dan a este término los naturalistas. Los miembros de ella vienen al mundo dotados de ciertos caracteres típicos..." Las metáforas que emplea Ortega son, también, deliberadamente biológicas: cada generación es "un latido impermutable en la serie de pulso..., un proyectil biológico lanzado al espacio en un instante preciso, con una violencia y una dirección determinadas". He aquí, sinópticamente, las notas fundamentales de este primer contacto de nuestro pensador con el problema de la generación: 1. La generación es la unidad primaria y fundamental del acontecer histórico. Debe ser, en consecuencia, el concepto historiográfico más elemental y básico. 2. Toda generación se define por el peculiar modo de su sensibilidad vital, y debe ser considerada como una variedad humana, una suerte de mutación biológica de la especie. 3. En toda generación hay una masa y "una escasa minoría de corazones en vanguardia". La minoría es la que otea las metas de la acción común y acierta a expresar con lucidez la 227 sensibilidad vital de la generación 22. 4. Dentro de una generación, sin mengua de la profunda unidad vital de todos los miembros que la componen, pueden existir divergencias y hasta antagonismos. 5. El vivir de cada generación "es una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste en recibir lo vivido—ideas, valoraciones, instituciones, etc.—- por la precedente; la otra, en dejar fluir la propia espontaneidad". El espíritu de la generación "depende de la ecuación que esos dos ingredientes formen". 6. Cada generación percibe frente al mundo su peculiar verdad, y representa una ventana histórica abierta a la verdad común a todos los hombres. "Cada individuo, cada generación, cada época aparecen como un aparato de conocimiento insustituible..., son puntos de vista esenciales. Yuxtaponiendo las verdades parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta." Ortega, como Dilthey, vuelve en la madurez sobre el tema de la mocedad. En 1933 dio un curso de lecciones, bajo el título En torno a Galileo (1550-1650). Ideas sobre las generaciones decisivas en la evolución del pensamiento europeo. La primera de estas lecciones estuvo dedicada a la idea de generación y no ha sido recogida en Esquema de las crisis, libro en el cual apa22 Obsérvese una clara diferencia entre la idea que Ortega tiene de generación y la de Dilthey. Para Dilthey, una generación es un puñado hombres egregios, un "estrecho círculo de individuos": los que "otorgan carácter a la cultura espiritual de una época". Dilthey restringe la idea generación a la "minoría" de que habla Ortega. 228 la de su de recen impresas todas las restantes 23. En cambio, ese mismo año publicó Ortega en La Nación, de Buenos Aires, una serie de artículos consagrados al tema de la generación. Esos artículos transcriben, indudablemente, la mencionada primera lección del curso en torno a Galileo 2i. Veamos cómo nuestro filósofo elabora a los cincuenta años un pensamiento barruntado a los treinta y expresamente formulado a los cuarenta. ¿Qué es, para el Ortega de 1933, una generación? Una variación en la sensibilidad vital de los hombres, había dicho en 1921; "el órgano visual con que se ve en su efectiva y vibrante autenticidad la realidad histórica", precisa en 1933. "La generación—'prosigue, resumiendo su pensamiento—-es una y la misma cosa con la estructura de la vida humana en cada momento. No se puede intentar saber lo que de verdad pasó en tal o cual fecha, si no se averigua antes a qué generación 2t Esquema de las crisis y otros ensayos, Madrid, 1942. Creo que no ha sido todavía publicado en España el pensamiento de Ortega acerca de la generación. Si se prescinde de reseñas fragmentarias en El Sol y de alusiones en algún libro de Julián Marías (en sus notas a la antología de textos de Dilthey Teoría de las concepciones del mundo, Madrid, 1944), sólo conozco el atinado compendio de María Luisa Caturla en su libro Arte de épocas inciertas (Madrid, 1944, págs. 151 y sigs.). En Esquema de las crisis se refiere alguna vez el propio Ortega al texto aparecido en La Nación. De los artículos publicados por Ortega en este diario, los más importantes en orden al problema de la generación son: El método de las generaciones. El hombre, creador de universos, y la Historial (27-VIII1933); Los tres "hoy" diferentes de cada "hoy". El concepto de generación. La edad como modo de vivir (10-IX-1933); El pasado, entraña de lo actual. Las cinco edades del hombre (24-IX-1933); El cometido de la nueva ciencia histórica (8-X-1933). 24 229 le pasó, esto es, dentro de qué figura de existencia humana aconteció. Un mismo hecho acontecido a dos generaciones diferentes es una realidad vital y, por tanto, histórica completamente distinta... Un hecho aislado, así sea el de más enorme calibre, no explica ninguna realidad histórica; es preciso antes integrarlo en la figura total de un tipo de vida humana" 25. Existe constitutivamente el hombre, ha dicho siempre Ortega, en una determinada circunstancia. Esta se halla primariamente compuesta "de puros y desazonadores enigmas, que obligan al hombre a reaccionar buscándoles una interpretación; en suma: le obligan a pensar, a hacerse ideas, los instrumentos por excelencia, con que vive. El conjunto de esas ideas forman nuestro horizonte vital o mundo" 26. Ese "mundo" del hombre cambia, porque cambia su modo de reaccionar ante los "enigmas" que constantemente le propone su "circunstancia", y a ese cambio del mundo humano es a lo que llamamos "Historia". Pues bien; para Ortega hay "dos formas de cambio vital histórico: 1.a Cuando cambia algo en nuestro mundo. 2.a Cuando cambia el mundo. Esto último—'concluye nuestro pensador—acontece normalmente en cada generación" 27. La generación sería, por tanto, el cambio histórico elemental del mundo. O bien, vistas las cosas desde el punto de vista de la 25 26 27 Esquema de las crisis, págs. 13-14. Ibíd., pág. 26. Ibíd., pág. 37. 230 permanencia y no desde el punto de vista del cambio: una generación es un "presente histórico" elemental. "El presente del destino humano es el que es, dice Ortega, porque sobre él gravitan todos los otros presentes, todas las otras generaciones" 28. El curso del acontecer histórico sería, esquemáticamente, una sucesión discontinua de cambios súbitos elementales en "el cariz total del mundo", separados por períodos relativamente constantes, aquellos en que la generación nueva e innovadora explana y da vigencia histórica al cambio de que es protagonista. Esos activos remansos del acontecer serían los "presentes históricos" elementales. La idea que Ortega tiene acerca de la mudanza histórica queda muy plásticamente expresada por una metáfora suya, aquella en que compara el curso del acontecer histórico con el de las representaciones escénicas de los teatros por horas. "Un automático mecanismo trae irremisiblemente consigo—escribe—que en una cierta unidad de tiempo la figura del drama vital cambia, como en esos teatros de obras breves, en que cada hora se da un drama o comedia diferentes" 29. Cada generación es la protagonista de un cambio súbito elemental y dura un "presente elemental", el lapso durante el cual despliega en acciones creadoras la inédita peculiaridad de su sensibilidad y la impone al mundo precedente. Trataré de exponer con precisión el pensamiento de Ortega. Su punto de partida es un análisis de la 28 29 Art. El pasado, entraña de lo actual. Art. Los tees "hoy" diferentes de cada 231 "hoy!". estructura histórica del "hoy" y una idea de la edad como situación vital. "Todo hoy—'dice gráficamente Ortega, explanando su pensamiento de 1921 y recogiendo el de Pinder—envuelve tres hoy diferentes": el "hoy" de los que ese día son muchachos, el de los hombres maduros y el de los viejos. Esta trina estructura vital del "hoy" impone una rigurosa distinción entre "contemporaneidad" y "coetaneidad". Los jóvenes, los hombres maduros y los ancianos que viven en un mismo "hoy" cronológico son contemporáneos entre sí, mas no coetáneos. El término "coetaneidad" debe reservarse para expresar la relación temporal entre los hombres contemporáneos de la misma edad vital y, por lo tanto, de la misma generación. Ya se ve que la edad es para Ortega la nota más definitoria de la historicidad del hombre; es, dice textualmente, "la razón y el período de los cambios históricos". Pero ¿qué es la edad, dentro del pensamiento de Ortega? ¿Cómo se relaciona con la Historia? "La edad es estar el hombre en un cierto trozo de su escaso tiempo—es ser comienzo del tiempo vital, ser ascensión hacia su mitad, ser centro de él, ser hacia su término—o, como suele decirse, ser niño, joven, maduro o anciano." No es lo importante, desde el punto de vista de la edad, tener tantos años, sino ser niño, joven, maduro o viejo. "El concepto de edad no es de sustancia matemática, sino vital. La edad, originariamente, no es una fecha"; es, añade en otro artículo, "una etapa en la trayectoria vital del hombre". 232 Cinco edades, cinco etapas cabe aislar, según Ortega, en la trayectoria vital del hombre: niñez, juventud, iniciación, predominio y vejez. Durante la niñez y toda la porción de juventud corporal que corre hasta los treinta años "se entera el hombre del mundo en que ha caído, en que tiene que vivir". El niño no interviene en la historia; el joven, hasta los treinta años, apenas, aunque "juegue a preocuparse de lo colectivo". El joven vive para sí; su vida actuante es personal, no histórica, y la juventud "la etapa formidablemente egoísta de la vida". Cambian las cosas a los treinta años. "A esa edad el hombre comienza a reaccionar por cuenta propia frente al mundo que ha hallado; inventa nuevas ideas sobre los problemas de ese mundo: ciencia, técnica, religión, política, industria, arte, modos sociales. El mismo u otros hacen propaganda de toda esa innovación e integran sus creaciones con las de otros coetáneos obligados a reaccionar como ellos ante el mundo que encontraron. Y así, un buen día, se encuentra con que su mundo innovado, el que es obra suya, queda convertido en mundo vigente. Es lo que se acepta. Lo que rige en ciencia, política, arte, etc. En ese momento empieza una nueva etapa de la vida: el hombre sostiene el mundo que ha producido, lo dirige, lo gobierna, lo defiende. Lo defiende porque unos nuevos hombres de treinta años comienzan, por su parte, a reaccionar ante ese nuevo mundo vigente." Vale esto tanto como decir que la madurez se parte en dos períodos de quince años: uno, desde los treinta 233 a los cuarenta y cinco años, de iniciación y polémica; otro, desde los cuarenta y cinco años a los sesenta, de predominio y mando. Pasados los sesenta, comienza la vejez, la jubilación de la actividad histórica. El hombre de más de sesenta años sería "superviviente de una vida que murió". No vive en esta vida, está fuera de hecho, vive ajeno a las luchas y pasiones. "De aquí que los hombres de treinta, que están en lucha con la vida impuesta por los de cuarenta y cinco, busquen con frecuencia a los ancianos para que les ayuden a combatir contra los hombres dominantes." La edad, piensa Ortega, determina el mudar de la historia, es "la razón y el período de los cambios históricos". Mas para que la edad determine el "período" de los cambios históricos'—dando como cierta y demostrada la existencia de esos "períodos" elementales^, la coetaneidad no debe ser cosa matemática o cronológica, sino vital. "La edad no es una fecha, sino una zona de [echas, y tienen la misma edad, vital e históricamente, no sólo los que nacen en un mismo año, sino los que nacen dentro de una zona de fechas." Pertenecen a la misma generación, por tanto, los nacidos dentro de la misma zona de fechas 30. Mas ¿cuál es la anchura de esta zona? Las reflexiones de Ortega sobre las edades del hombre le conducen a fijar para la "zona de fechas" 30 Ya se ve que la "zona de fechas" es el expediente de que se vale Ortega para convertir a la edad—modo de existir biológico y personal tocante a la vida del individuo—en el fundamento del acontecer histórico, en "la razón y el período de los cambios históricos". 234 una duración de quince años. Por tanto, en un mismo "hoy" coincidirían: una generación infantil, históricamente inactiva; otra juvenil, en período de aprendizaje; dos históricamente activas, aspirante la una y dominante la otra; y, por fin, la generación senil, compuesta por los mayores de sesenta años. Insiste mucho Ortega en que las generaciones no se sustituyen ni se suceden, como los antiguos pensaban, sino que se solapan o ensamblan. "Siempre hay dos generaciones actuando al mismo tiempo, con plenitud de actuación, sobre los mismos temas y en torno a las mismas cosas, pero con distinto índice de edad y, por ello, con distinto sentido." La agrupación de los hombres en conjuntos vital e históricamente homogéneos haría de la edad el "período" de los cambios históricos; la constante polémica de estos conjuntos humanos entre sí convertiría a la edad en la "razón" de los cambios históricos. "Si todos los contemporáneos fuésemos coetáneos'—dice Ortega-—, la historia se detendría anquilosada, petrefacta, en un gesto definitivo, sin posibilidad de innovación radical alguna" 31. 31 Esta frase nos muestra con singular nitidez cómo Ortega superlativiza •—inadmisiblemente, en mi entender—la importancia histórica de la edad. La causa más radical del suceder histórico no consiste en la mutua y sucesiva polémica de las generaciones contemporáneas, sino en la insatisfacción que toda situación histórica produce en el hombre que la vive, hasta en aquellos que más directamente la crearon. Remito a lo dicho en los capítulos II y III. La sucesión de las edades no es el "motor" del acontecer histórico; es tan sólo uno de los momentos determinantes de la "figura" adoptada en con- 235 ¿Qué es, entonces, una generación? Mirada en sí misma, es "el conjunto de los coetáneos en un círculo de actual convivencia. El concepto de generación no implica, pues, primariamente, más que estas dos notas: tener la misma edad (vital, no matemática) y tener algún contacto vital". Pero desde el punto de vista del acontecer histórico, una generación sería mucho más: "cada generación representa un trozo esencial, intransferible e irreparable del tiempo histórico". Con otras palabras, un cambio y un presente elementales del acontecer histórico. El año 1911, en una conferencia acerca del pensamiento matemático, anunciaba Ortega que frente al continuismo, al evolucionismo y al inñnitismo, dominantes a la sazón en todas las disciplinas científicas, surgicreto por la operación histórica del hombre, junto a otros momentos biológicos (sexo, constitución individual, higidez), a los sociológicos (clase social, profesión, agrupación humana a que se pertenece, etc.) y a los dependientes de las creencias religiosas que se profesan. Aunque Ortega extrema la interpretación biográfica de las edades, es la edad el portillo por el cual se le mete la Biologia en la Historia, hasta constituirse en su "razón" y determinarla imperativamente. N o en vano ve en el rítmico juego de las generaciones "un automático mecanismo". Lo primario en el pensamiento historiológico de Ortega, como en el de todos los que hacen de la generación el concepto fundamental y elemental del acontecer histórico, es su radical vitalismo. Pero la Historia es resultado de acciones "personales", aunque esas acciones hayan de ser ejecutadas por cuerpos vivientes. Por eso la idea de una "zona de fechas" no es un hallazgo empírico, sino una construcción al servicio de un a prior/; el a pn'ori de la coetaneidad "vital", de la generación y, en último extremo, de la concepción biológica de la Historia. Si Ortega no hubiese pensado que "la Historia es una más entre las restantes disciplinas biológicas", como nos dice en El tema de nuestro tiempo, seguramente no hubiese llegado a esta idea de la generación. 236 rían pronto un fínitismo y un discontinuísmo. La idea de generación vendría a mostrar el triunfo del discontinuísmo sobre el continuismo en el dominio del pensamiento historiológico. Falta, no obstante, lo más inexcusable para hacer de la generación "un riguroso método de investigación histórica". Falta "precisar de qué fecha cronológica o cuál otra fecha se extiende una generación". ¿Cómo distribuiremos concretamente en grupos de quince años los años del tiempo histórico? Supongamos que un joven cumple los treinta años en 1945. "Como la generación no es una fecha—-dice Ortega—, sino una zona de lechas que hemos fijado en quince años, ese joven no puede saber si su fecha actual de treinta años pertenece a los quince años hacia atrás o a los quince años hacia adelante, o bien si se está en medio de la zona de su generación, teniendo a ambos lados dos series de siete años." Desde la perspectiva individual, el hombre no puede estar seguro de si en su fecha de edad comienza una generación o si acaba, o bien si es ella el centro de la generación. ¿Cómo puede resolverse el problema? La estimación de la edad del hombre como "razón y período de los cambios históricos" conduce a Ortega a dos rotundos asertos: primero, el curso de la Historia está realmente ordenado por generaciones; segundo, el período de cada generación es exactamente, con un "automatismo matemático", el quinquenio. Cada generación está polémicamente situada entre otras dos. Por tanto, "la gene237 ración implica ineludiblemente la serie toda de las generaciones. De ahí—concluye Ortega—que determinar la zona de fechas cronológicas que a una generación corresponden sólo puede hacerse determinando la totalidad de la serie". He aquí el modus operandi. Deslícese la mirada a lo largo de un gran ámbito histórico. Hay un momento en que el hombre vive tranquilamente instalado en su mundo. Por ejemplo, en 1650. Esa tranquilidad contrasta con la indecisión en que vivía uno o dos siglos antes. Pues bien, piensa Ortega, esa tranquilidad de 1650 ha comenzado en una fecha determinada, la fecha en que fueron definidos los principios sobre los cuales se funda la vida histórica de 1650. "Esta fecha es la decisiva en la serie de las fechas que integran la Edad Moderna. En ella vive una generación que por vez primera piensa los nuevos pensamientos con plena claridad y completa posesión de su sentido: una generación, pues, que ni es todavía precursora ni es ya continuadora. A esa generación—concluye nuestro filósofo—llamo generación decisiva." ¿Cómo señalarla con precisión? Búsquese, se nos dice, "la figura que con mayor evidencia representa los caracteres sustantivos del período. En nuestro caso, no parece discutible que ese hombre es Descartes... Con esto tenemos el epónimo de la generación decisiva, logrado lo cual, el resto es obra del automatismo matemático". Anotará el historiador la fecha en que dicho epónimo cumplió sus treinta años, y esa será la fecha 238 cronológica de la generación decisiva. Lo demás es cosa bien sencilla. Puesto que la sucesión de las generaciones tiene un ritmo quindenial, bastará ir añadiendo o restando períodos de quince años a la fecha decisiva —el año 1626, en este caso—- para obtener las fechas cronológicas a que corresponden las sucesivas generaciones europeas. En resumen: los cambios históricos están primariamente determinados por el hecho de que los hombres vayan creciendo en edad y convivan con otros de edad vital distinta; el curso del mudar histórico es discontinuo; la unidad elemental de ese mudar es la generación; la duración de cada cambio generacional es el quindenio. Es la generación el trasunto histórico de la edad vital, y puede serlo mediante el expediente de la "zona de fechas". Sólo gracias a la hipótesis de una "zona de fechas" quindenial puede definirse el tan impreciso concepto de la coetaneidad; sólo así puede adquirir duración o sucesividad históricas un concepto originariamente biológico-cronológico 32. La edad vital y la generación vendrían a ser, en consecuencia, las categorías fundamentales de la "realidad" histórica y del conocimiento de esa realidad. Debe hacerse de la generación, por tanto, el concepto fundamental de la Historiogafía. Creo que la ulterior exposición de mis propios pun32 La idea de la "zona de fechas", precontenida en el a priori de una estructura generacional y rítmica del acontecer histórico, permite llenar de duración histórica un lapso temporal tocante a la duración biológica. 239 tos de vista me eximirá de añadir a cada particular concepción una crítica pormenorizada. Prefiero, en consecuencia, seguir mostrando con alguna precisión las sucesivas vicisitudes de este tan favorecido concepto historiológico. Y, muy en primer término, las que ha experimentado en las diestras manos de J. Petersen 33. PETERSEN Tres veces distintas se emplea Petersen en definir el concepto de generación y en aplicarlo a la historia de la Literatura. La primera en el libro Determinación de la esencia del Romanticismo; por tanto, frente al mismo tema histórico que Dilthey en su biografía sobre Novalis 34. La segunda en su contribución a la Filosofía de la 33 En 1909 había publicado Kummer una "Historia de la literatura alemana del siglo XIX, expuesta por generaciones" (Deutsche Liíevaturgeschichte des neunzehnten ]ahrhu.nderts, dargestellt nach Genecationen, Dresde, 1909). Dice Kummer apoyarse en Ranke, Rümelin y O. Lorenz. Mas, sin nombrar a Dilthey, da una definición de las generaciones parecida a la de éste: "Una generación, dice Kummer, comprende todos los hombres vivos aproximadamente coetáneos, nacidos de las mismas situaciones económicas, políticas y sociales, y, por tanto, equipados con una visión del mundo, una formación, una moral y una sensibilidad artística semejantes." La diferencia fundamental consiste en la amplitud atribuida al grupo generacional: Dilthey piensa en un "estrecho círculo de individuos", Kummer habla de "todos los hombres vivos aproximadamente coetáneos". Kummer atiende más a la fecha de aparición del hombre en la Historia que a la de su nacimiento, y se pierde en una artificiosa y compleja tipología de los miembros de cada generación: precursores, exploradores o "pioneros", talentos conductores, talentos independientes, talentos dependientes, talentos "industriales", etc., etc. 34 Die Wesensbestimmung der deutschen Romantik, Leipzig, 1926, ca- 240 ciencia literaria, de Ermatinger 35. La tercera, muy compendiosamente, en el primer tomo de su manual La ciencia de la literatura 36. Petersen, ya lo he dicho, se mueve exclusivamente dentro del ámbito de la historia de la literatura. Veamos sumariamente su punto de vista y las precisiones a que llega. Elige Petersen como punto de arranque el pensamiento de Dilthey. Quiere manejar un concepto de generación adecuado a la historia del espíritu humano y distinto, en consecuencia, del concepto biológico que suele emplearse para hacer la historia de las familias. Trátase-—dice'—de una unidad histórica complementaria de la idea de "sociedad"; "apoyada, ciertamente, en las propiedades hereditarias del hombre, y hasta emergente de ellas, pero afecta y dirigida con intensidad mucho mayor por el espíritu de la época y antagónicamente movida contra las actitudes históricas precedentes; de todo lo cual surgen mudanzas y despliegues regulares y periódicos". Si la vida humana se compara, según costumbre trivial, a un barco movido por el viento, será la sociedad quien orienta el timón y la generación la vela que recibe el viento propulsor de la navegación histórica. "El tipo generacional y el tipo sociológico se cruzan—añade Petersen—y de su acción pitulo VI, págs. 132-170. También Petersen dice haber apuntado un concepto historiológico de la generación en su lección inaugural, pronunciada en Basilea, el año 1913, acerca del tema Literaturgeschichte ais Wissenschalt. 85 "Die literarischen Generationen", en la Philosophie der Literaturwis-. senschalí, dirigida por Ermatinger, Berlín, 1930, págs. 130-187. 36 Die Wissenschalt von der Dichíung, Bd. I, Berlín, 1939, pág. 202. 241 16 recíproca nace el tipo histórico propiamente dicho. Para conocerle, debe completarse la investigación de los tipos sociológicos con la investigación de los tipos generacionales." Las ideas que acerca de la generación expone Petersen en su inicial trabajo sobre el Romanticismo pueden ordenarse en tres epígrafes: consistencia, estructura y curso del suceso generacional 37. ¿En qué consiste la generación? Acepta Petersen, sin mayor precisión científica, la idea de una disposición hereditaria (Anlage), especificadora, en cierta medida, de la actividad espiritual de los hombres. Sobre esta nativa disposición actúan las influencias formativas (Bildung) del medio histórico; y así, la nuda potencia del genotipo humano logra su actualidad fenotípica por la acción incitadora y configuradora de la Historia. Pasemos por alto ciertas ligerezas conceptuales de Petersen—'por ejemplo: no puede aceptarse sin grave reserva la idea de una "disposición genotípica romántica" (romantische Anlage) -—y atengámonos a la línea general de su pensamiento. Provistos de su correspondiente disposición hereditaria, meramente potencial todavía, todos los niños coetáneos entran en contacto con la Historia por obra de la educación. Todos ellos son sometidos a condiciones educativas semejantes. ¿Cómo se hará visible y 87 No creo ilícito exponer el pensamiento de Petersen dándole, sin alterarlo en nada, un orden de que carece en la exposición original. 242 operante aquella disposición hereditaria de los muchachos? Según su especificidad, responde Petersen. Cuando la especificidad genética del joven case bien con la índole de la educación recibida y, por lo tanto, con el espíritu de la época a la sazón reinante, ese joven continuará prosecutivamente la obra histórica de los padres. Si, por el contrario, existe un antagonismo entre la potencial "tendencia" de la disposición genética infantil y el tipo de la educación recibida, surgirá una oposición, más o menos grave y manifiesta, entre esa naciente vida y el medio en que se forma. Esto acontece siempre. Mas la definitiva consecuencia histórica será distinta según el vigor, la frescura y la capacidad de encantamiento de la situación histórica en que el joven es educado. Dos casos extremos pueden imaginarse. Cuando es grande el vigor de la situación histórica—esto es, cuando los padres viven con fructífero entusiasmo su propia situación'—, la leva infantil se parte en tres fracciones: una, la de disposición hereditaria más idónea, ve potenciada esa disposición suya y prosigue con ardoroso y aún redoblado empeño la obra paterna; otra, medianamente dotada para aquella particular coyuntura histórica, se adapta más o menos pasivamente a la acción de los bien dispuestos; una tercera, en fin, mal equipada genotípicamente frente a tal quehacer—con otras palabras: bien dotada para triunfar en una situación histórica distinta—, soporta a contracorriente, haciendo lo que puede, la victoriosa actividad de los fa243 vorecidos. Truécase el resultado cuando la situación histórica es vieja y fosilizada, como hacia 1785 sucedía con la situación histórica que llamamos "Ilustración"; entonces triunfan como rebeldes los inadecuados, súmanse a ellos los adaptables y prosiguen los idóneos, convertidos ahora en vencidos y caducos epígonos, la obra ya agotada de sus desfallecientes educadores 38. Dicho de otro modo: nace a la vida histórica una nueva generación. Este modo de nacer las generaciones condiciona su interna estructura. Hay, en efecto, tres tipos humanos distintos en cada generación: el tipo generacional de los conductores, el de los dirigidos y el de los oprimidos. Lo antes dicho evita ulteriores explicaciones y ejemplos 39. El curso del suceso generacional—o, mejor, la visión que de él tiene Petersen—depende igualmente de ese modo de nacer a la vida histórica los grupos generacionales. Aparece en primer término la vanguardia de los más dotados para la rebeldía histórica; viene 38 Los mal dotados para la situación en que viven son, pues, epígonos o precursores, según se les mire desde la generación anterior o desde la siguiente a esa situación. 39 Petersen aplica esta trina ordenación tipológica al conjunto de hombres que forman la generación romántica alemana. Fr. Schlegel, Novalis, Werner, Wackenroder y Brentano habrían sido conductores; A. W. Schlegel y Tieck, dirigidos. A ellos se une una cohorte de seudorrománticos, que sigue la moda del tiempo, y entre ellos viven, oprimidos, los antirrománticos por temperamento, acechando la hora de su triunfo. Este habría comenzado hacia 1830, año terminal del ya gastado Romanticismo. 244 luego una nueva onda, acaso de más brillante rendimiento histórico, integrada por aquellos que por su situación temporal y por la índole de su disposición hereditaria pueden beneficiarse ampliamente de la previa rotura del frente; sigue, en fin, un período de vencimiento y rutina, y tras él fenece históricamente la generación. El mecanismo de esa muerte quedó suficientemente declarado. Ese mecanismo nada nos dice, empero, respecto a la verdadera causa del agotamiento generacional. ¿Por qué se agota la vigencia de una generación? No por fatiga, piensa Petersen, porque una generación es siempre una minoría selecta, y en la espuma de la sociedad hay siempre "hambre de nuevas excitaciones". Las generaciones morirían por dos causas distintas: o por la vulgarización y el embotamiento de la novedad que trajeron, tan selecta y aguda al tiempo de nacer, o por el definitivo incumplimiento de los ensueños y promesas que los miembros de la decadente generación amasaron durante su oprimida rebeldía y proclamaron, con petulancia mal contenida, en la primera hora de su triunfo. Petersen no vacila en aplicar al presunto curso generacional de la Historia el esquema dialéctico de la tesis, la antítesis y la síntesis, aunque no sin admitir la posibilidad y hasta la frecuencia de graves excepciones. A una actitud histórica puede seguir otra generacionalmente antitética y a ésta una que intente conciliar sintéticamente las posturas de sus padres y ábue245 los 40. Las últimas promociones de la Ilustración, por ejemplo, son antitéticamente combatidas en Alemania por el irracionalismo del grupo Sturm und Drang, y tras éste viene la tendencia armónica del clasicismo aleman. Mas ¿qué podrá intentar la generación subsiguiente a la síntesis? Apenas otra cosa que adherirse vehementemente a una de las dos actitudes armonizadas y extremarla, desorbitarla: es, por ejemplo, la "exaltación" (Steigerung) que el Romanticismo hizo de la tendencia Sturm und Drang. Otras veces no llega la síntesis, y las generaciones se suceden en permanentes antítesis con la que las precede: realismo e idealismo, naturalismo y neorromanticismo, impresionismo y expresionismo, se contraponen generacional y sucesivamente en el siglo xix, desde el ocaso del período romántico. Tal es, en esquema, el pensamiento que Petersen expone en su libro sobre la esencia del Romanticismo 40 Algo parecido a esto habría apuntado Eugenio d'Ors en su trabajo de 1910 sobre La fórmula biológica de la lógica, y esto me venía a decir en una sabrosa carta de 1937, comentando el ritmo de las más recientes generaciones de españoles. Spranger escribe, por su parte, en la Psychologie des ]ugendalters: "Nace siempre la juventud con la totalidad de las fuerzas humanas, llena del anhelo de obrar y gozar. Cuando esa totalidad desborda a las formas de vida preexistentes, impónese con especial intensidad el impulso vital. Por eso se hacen oficiales los hijos de los pastores y pastores los hijos de los militares. Por eso sigue al racionalismo el romanticismo (con el Sturm und Drang como preludio), y a las épocas orientadas por la Historia la hostilidad contra la Historia. El principio hegeliano de la evolución no es un movimiento de conceptos, sino un movimiento de la vida misma (op. cit., pág. 153). Recuérdese, en fin, el esbozo de hipótesis biológica con que Menéndez Pelayo pretende explicar el ritmo dialéctico del acontecer histórico. (Cf. mi Menéndez Pelayo, págs. 265 y sigs.) 246 alemán. En su ulterior trabajo sistemático acerca de las generaciones literarias recoge y amplía nuestro autor las ideas que sirvieron de esqueleto a su comprensión generacional del grupo romántico. Luego de discutir ampliamente la duración cronológica de las generaciones históricas, concluye: "la generación no puede ser considerada como una medida regular del tiempo, dada en la duración media de la actividad individual, ni es una semejanza determinada por el nacimiento, sino una unidad producida por comunidad de destino, que encierra en sí una igualdad de experiencias y de fines... La serie de las generaciones significa la cadencia del destino, y mediante ella son compelidas a un mismo ritmo en el trabajo innumerables existencias individuales". El acento fundamental del concepto que Petersen propone no recae, pues, sobre la biología del suceso generacional, sino sobre su fracción más propiamente histórica. Ocúpase muy especialmente Petersen en precisar los momentos constitutivos de toda generación literaria propiamente dicha. Ocho son los que distingue: 1. Herencia, Los ejemplos que ahora aduce no añaden nada a las ideas expuestas en su libro sobre la generación romántica. 2. Nacimiento. El año en que nacen los miembros de un equipo generacional influye, evidentemente, en la ulterior configuración de éste. No es indiferente el hecho de que fuese ochó años la máxima diferencia de edad entre los jóvenes de la generación romántica alemana. 3. Elementos formativos de la vida 247 personal. "Los tipos históricos de la educación^dice Petersen—deben ser comprendidos como tipos generacionales." Todos los miembros de una generación recibieron en sus almas los mismos o parecidos elementos formativos. Y, por otra parte, sólo surge a la Historia una generación cuando tales elementos, gastados ya, habían perdido "la forma y la norma". 4. Comunidad personal, trato directo entre los miembros del conjunto. Resume Petersen en este concepto los tres momentos estructurales aislados por K. Mannheim, desde un punto de vista sociológico, en el suceso generacional: la sede geográfica generacional {Lagerung) o ámbito espacial común de toda la generación; la conexión generacional o comunidad de destino entre los individuos residentes en el mismo ámbito; y las unidades generacionales, grupos concretos (literarios, políticos, etc.) que elaboran a su manera las experiencias comunes a toda la generación. La convivencia universitaria, las relaciones amistosas y epistolares, la colaboración en las mismas revistas, etc., son las formas concretas de esta comunidad personal. 5. Experiencias generacionales comunes. Refiérese Petersen a los grandes sucesos por todos convividos, y distingue entre experiencias formativas, de acción lenta y paulatina, y experiencias catastrofales, tormentosa y súbitamente activas sobre la figura histórica de la generación. 6. Caudillaje o influjo de una personalidad poderosa o de un tipo humano sugestivo sobre el conjunto generacional: como organizador del grupo unas veces (A. W . Schlegel, por ejemplo), como 248 mentor otras (Herder), como héroe venerado algunas (Stefan George, Ricardo W a g n e r ) . Esta acción sugestiva o conductora puede ser ejercida después de muerto el "conductor"; así en los casos del maestro Eckhart, de Nietzsche, de Dilthey. 7. Lenguaje generacional. Toda generación literaria se define por una innovación en el lenguaje (neologismos, peculiaridades estilísticas, etcétera). 8. Fosilización de la generación anterior. El triunfo del grupo juvenil exige, ya lo sabemos, la ineficacia histórica de sus padres y abuelos. La coincidencia de todos estos factores engendra y constituye una generación histórica. Debe pensarse, sin embargo, que, aun siendo tantas las condiciones simultáneas, nunca es un cuerpo cerrado y rígido el conjunto generacional. En la generación debe verse "una cadencia, no una melodía—advierte Petersen—; y así, partiendo del principio de ordenación que ella representa, es imposible concluir forzosamente el color y la luminosidad de las aportaciones individuales. Es sólo un esquema lineal del cuadro, una disposición de su figura total y un plano de su real estructura. Pero nunca podrá ser agotadoramente explicada la obra de un individuo por la de su generación". Tanto menos podrá explicarse, cuanto que, aun no contando con la libre personalidad de la operación creadora, la realidad misma de la generación es harto movediza y lábil. Tres razones se concitan para hacer imprecisa la figura de una generación. Es una la existencia de unidades subordinadas (literarias, políticas, artísticas, etcé249 tera), no siempre fáciles de deslindar entre sí, dentro de cada conjunto generacional. Otra consiste en la indeterminabilidad del ámbito espacial y de la profundidad social a que se extiende cada generación. Es la tercera la incalculabilidad del lapso temporal que separa a cada generación de la que le precede y de la que le sigue. La unidad interna, la demarcación geográfica, la figura social y la situación cronológica de la generación son siempre inciertas. ¿Podrá esperarse que sea escueto y firme el contorno del grupo humano por todos esos caracteres definido? Eppur si muove. No obstante tales reservas y restricciones, la idea de generación es hoy ineludible en todo intento historiográfico serio y delicado. P1NDER Hasta aquí, Petersen, tal como yo lo veo. El mismo año en que Petersen dio a la luz su libro sobre la esencia del Romanticismo alemán, publicó W . Pinder, dentro de un volumen en honor de J. Volkelt, un trabajo titulado Historia del Arte por generaciones 41. Este ensayo se convirtió pronto en un libro famoso: El proble* ma de la generación en la Historia del Arte europeo 42. 41 Kunstgeschichte nach Geneeaíionen, en el libro Zwischen Phitosophie und Kunst, dedicado a Joh. Volkelt con motivo del centesimo semestre de su docencia, Leipzig, 1926. 42 Das Problem der Generation in der Kunstgeschichte Europas. Yo he manejado la 3.a edición, Leipzig, s. a. Alfred Lorenz, hijo de Ottokar, aplicó en 1928 a la Historia de la Música (Musikgeschichte in Rhyíhmus der Ge- 250 Tratábase, como el título claramente indica, de exponer la historia del Arte europeo según una personal idea de la generación. He aquí, muy concisamente, lo fundamental del pensamiento de Pinder. Propónese Pinder, frente a la moda de las Historias del Arte "sin autores"—nómbrase en ellas la obra y su época, no al autor—, volver a la Historia "por autores"; pretende hacerlo, sin embargo, según un nuevo punto de vista, mejor fundado que el antes habitual, tan pura e ingenuamente biográfico. Su punto de partida es la ya conocida distinción entre "contemporaneidad" (Gleichzeitigkeit) y "coetaneidad" (Gleichalírigkeit): "la incontemporaneidad de los contemporáneos" es el título y el motivo constante del capítulo fundamental. Cada uno de los mal llamados "puntos temporales" es en verdad, históricamente considerado, una neraíionen) las cabalísticas ideas de su padre. También en 1928 publicó Hans von Müller, ampliando un trabajito suyo de 1917 (Die namhalteren deuíschen Dichíer und Denker seií Reimarus and Günther, in Altersgrappen geordnet. Ein Voischlag zitr Ordnung von Privatbibliotheken), un ensayo de ordenación de la literatura alemana por generaciones (Zehn Generaiionen deatscher Dichíer and Denker, Berlín, 1928). El ensayo de H. v. Müller es un correlato literario del de Pinder para la Historia del Arte. Su principio de ordenación es el año del nacimiento. Este ensayo tiene "el involuntario mérito—comenta irónicamente Petersen—de reducir al absurdo, a fuerza de consecuencia en su empleo, el principio de que las tendencias comunes proceden únicamente del imperativo de la fecha natal, y el de ordenarlas, según un sistema de tipo linneano, por paquetes de años". Pinder acepta el ensayo de H. v. Müller •—con algunas reservas, sin embargo—como "una confirmación experimental". Las inoperantes fantasías biológicas con que W . Scheidfc criticó los ensayos de H. v. Müller y Pinder (Lebensgesetze der Kulíur. Biologische Betrachtungen zam Problem der Generaíion in der Geisíesgeschichte, Berlín, 1928) apenas si merecen cosa distinta de una simple mención. 251 "línea vertical", una suerte de sonda del tiempo. Esta sonda marca niveles cualitativa y coetáneamente distintos, y cada uno de esos niveles es una generación diferente. Usemos el símil musical a que con tanta frecuencia y tan significativa fruición recurre Pinder. Cada "punto temporal" viene a ser un acorde aparente y vertical de varios sonidos; los cuales, horizontalmente enlazados con sus homólogos de los acordes verticales anteriores y posteriores, componen un sistema de notas sucesivas ordenadas en fuga. La comprensión histórica sería en muy buena parte el arte de percibir esta acordada o discordante polifonía, que, contra las primeras apariencias, no llega a ser unidad, mas tampoco es un caos. He aquí una diáfana representación gráfica del pensamiento de Pinder, basada, para recurrir a lo más próximo, en una consideración de María Luisa Caturla. En los años 1920 y 1930 conviven en el arte español, dando aparente unidad, con su diversidad polifónica, a cada uno de esos dos "puntos temporales", varias generaciones de pintores: la de Moreno Carbonero, la de Zuloaga, la de Picasso. Hacia 1930 se añade al acorde —o a la disonancia—vertical de esas generaciones una generación pictórica nueva, la sobrerrealista, que podemos personificar en Dalí. He aquí la versión gráfica de esa realidad. Los puntos A, B, C y A', B', C D son los sonidos aislados que, juntándose, componen las dos aparentes unidades polifónicas llamadas "pintura española de 1920" y "pintura española de 1930"; y las lí252 neas A A ' , B B ' , C C ' y D D ' son otros tantos sistemas horizontales, ordenados en fuga, representativos del curso temporal de las distintas generaciones. 1920 1930 La idea de generación sería, en consecuencia, el eje de toda Historia del Arte verdaderamente "científica". Así lo postula Pinder, y en el año del nacimiento del artista ve a la vez el criterio discriminativo de su generación y el momento determinante de su peculiaridad creadora. He aquí, textualmente, sus dos asertos fundamentales: "I. La fecha del nacimiento de un artista condiciona el despliegue de su esencia, y en parte hasta su esencia misma. La esencia del artista depende, por tanto, de cuándo ha nacido. Sus problemas nacen con él, hállanse determinados por el destino. II. Los artistas no son puestos en aislamiento por virtud de este 253 hecho, sino agrupados. Hay, en efecto, generaciones, y en el carácter de los problemas de éstas domina normalmente la unidad. La generación no es todavía un estilo, pero sí un valor estilístico." El ritmo interno de las "épocas" estaría determinado por el ritmo y por la polifonía de las generaciones. Esta suerte de predestinación histórica del artista —misteriosa, como el destino mismo—es entendida por Pinder con una mente crasamente vitalista. Es muy significativo el hecho de que en el prólogo a la primera edición de su libro vea en él Pinder una contribución a "la unidad biológica de la nueva Europa". Cree además que el destino de su generación—'Klages, Spengler, Dacqué, Nadler, él mismo—consiste en superar vitalistamente el antagonismo o, mejor, la antinomia entre las ciencias naturales y las ciencias del espíritu. La elección del año del nacimiento como criterio supremo para el deslinde de las sucesivas generaciones afirma también la tendencia biologista de su pensamiento, y no es ajena a ella la inequívoca complacencia con que en el prólogo a la segunda edición recoge y subraya los párrafos más medularmente biológicos del pensamiento de Ortega acerca de la generación 43. "Espera el autor—léese, en fin, a modo de programa, en la página segunda del libro de Pinder—'hacer perceptible un suceso biológico, una regularidad viviente; misteriosa, i3 Subraya, por ejemplo, aquello de que "los miembros de una generación vienen al mundo dotados de ciertos caracteres típicos". Cita Pinder la traducción alemana de El tema de nuestro tiempo, publicada en 1928. 254 pero eficaz." Las generaciones serían, en suma, "unidades biológicas" 4A, Tan decisiva es para Pinder esta supuesta primacía del nacimiento sobre la experiencia, que según él, en la configuración de la personalidad artística de un pintor apenas contarían las influencias educativas: "El filósofo de una generación de pintores—'afirma, escorzando un poco la expresión—no es aquel que esa generación lee y en el que tal vez cree, sino el que ha nacido con ella y del que tal vez nada sabe." Quiere decir: la filosofía de un pintor es la que él vive, aunque no la sepa, y no la que lee, aunque la sepa. Por innegable que sea la presencia de cierta dosis de verdad en el meollo del precedente aforismo—-Eugenio d'Ors ha mostrado cómo sucedía esto en Cézanne y en Juan Gris—-, esa verdad no es toda la verdad. Y, por otra parte, lo que de verdadero tiene el dicho mentado no es susceptible de tan simple explicación cronobiológica: si un pintor tiene, implícitamente, la filosofía del filósofo coetáneo, no debe verse en la mera coetaneidad la causa del parecido, sino en la coeducación y en la convivencia que tal coetaneidad determina. Decididamente, nada hay tan propicio 44 Tampoco es un azar que Pinder tenga a las generaciones por "entelequias", en un sentido entre aristotélico y driescheano del vocablo. Acerca del sistema de "entelequias" que, según él, determinan la singularidad histórica de un artista (género del arte, expresión hablada, estilo, generación, individualidad, nacionalidad), no puedo entrar aquí. Todo ello me parece, contra lo que Pinder anuncia, muy necesitado de claridad conceptual y verdadero orden. Quien tenga interés por el tema vea el "Resumen" que del libro hace su autor en las páginas 145 a 156. 255 al olvido o tan vocado al menosprecio como las evidencias más elementales e inmediatas. Opera con máxima eficacia sobre el pensamiento de Pinder la metáfora de una Humanidad unitaria y maternal. Por razones estrictamente misteriosas—piensa Pinder—, manifestaríase según un cierto ritmo la potencia genitriz de la Humanidad. Hay ocasiones en que su fertilidad se hace pródiga, y en el lapso de poquísimos años—dos, cuatro, seis—pone en el mundo un manojo o una apretada serie de generaciones de grandes maestros: las fechas natales de Miguel Ángel (1475), Giorgione (1478), Tiziano (1477) y Rafael (1483) patentizan uno de tales momentos. Otras veces, como si la naturaleza se hallase fatigada, pasan largos años horros de artistas geniales o poblados, a lo sumo, por alguna figura aislada: son los "maestros intercalares" (Zwischenmeister), monolíticamente solitarios, como Piero di Cosimo, epigonalmente tardíos, como Burne, o madrugadoramente precursores, como Manet. Una generación de artistas sería, dentro del pensamiento de Pinder, un parto múltiple de la "Humanidad"—de la "Naturaleza", en última instancia—, especialmente afortunado. Perdóneseme la deliberada tosquedad de la imagen, en gracia a la fidelidad con que desenmascara los últimos supuestos de la concepción vitalista de la Historia. 256 WECHSSLER Con lo dicho, todo buen entendedor entenderá sin duda lo que piensa Pinder sobre el problema de la generación 45. Quedan todavía por exponer, si he de cumplir el programa de esta ya dilatada retrospección, las ideas del romanista Eduardo Wechssler 46. El pensamiento de Wechssler se apoya en Ranke y Dilthey. "Surgen con intervalos desiguales'—escribía en 1923'— nuevos grupos de levas juveniles o, por mejor decir, portavoces y conductores de una nueva juventud. Todos ellos están enlazados entre sí: interiormente, por la se45 El contenido del libro de Pinder es, evidentemente, mucho más rico. Por ejemplo: en un "Excurso" aplica esa consideración "polifónica" de la Historia al problema de la "no coetaneidad" de las distintas Artes. La "edad" histórica de cada una de ellas sería diferente, según la serie decreciente arquitectura-escultura-pintura-música absoluta. Una sinfonía de Beethoven es a la Listoria de la Música lo que una catedral gótica a la historia de la Arquitectura; mas como la música es un arte mucho más joven que la Arquitectura, la sinfonía se presenta históricamente quinientos años después. Desde el punto de vista artístico, la Arquitectura, reducida a imitar o a cumplir funciones de pura utilidad, sería hoy un arte agotado. 46 En un artículo de 1923 ("Die Auseinandersetzung des deutschen Geistes mit der franzosischen Aufklarung", Deutsche Vieríeljahrschriit für Liíeraturwiss. u. Geistesgesch., I, 615) declara Wechssler haber construido durante veinte años sus lecciones sobre historia de la Literatura mediante el concepto de generación, según la visión diltheyana de ésta. Cuatro años más tarde expuso su propio pensamiento acerca de la generación en su artículo Die Generation ais Jugendgemeinschaít (en el volumen de homenaje a Breysig Geist un Gesellschaft, 1927, I, págs. 66-102). En 1929 volvió Wechssler a enfrentarse con el tema en "Das Problem der Generationen in der Geistesgeschichte", Davoser Revue, IV, 8. Léese una exposición del pensamiento de Wechssler en Die literarischen Generationen, de Petersen, y otra, más bien polémica, en el prólogo de Pinder a la segunda edición de su libro. 257 17 mejanza de los supuestos que a todos impuso la común situación histórica, y exteriormente por la ocurrencia de su nacimiento en un breve lapso temporal." Más tarde añadirá un par de importantes precisiones a su idea de la generación: la noción de "punto de emergencia" (Quellpunkt) y la de "comunidad juvenil" (/«gengdgemeinschafí). No es la fecha en que un hombre nació el momento verdaderamente decisivo para decidir su pertenencia a un grupo generacional, piensa Wechssler, sino el momento de su emergencia, la oportunidad (kairós) de su aparición en la escena histórica. Mucho más que un equipo de coetáneos, una generación sería un grupo de hombres nacidos simultáneamente a la vida histórica. Y como es en la juventud cuando se nace a la Historia, una generación será siempre—sálvense las ineludibles excepciones individuales—una "comunidad juvenil". He aquí cómo es definida esa comunidad humana en que la generación consiste: es "la suma de aquellas promociones juveniles de una estirpe, de un pueblo o del mundo que, por el imperativo externo de la proximidad de su nacimiento y por la exigencia interna de las comunes impresiones, experiencias y hazañas de su infancia y de su adolescencia, crecieron con análogo temple de su vida, en actitud espiritual parecida y con un repertorio de problemas semejante; en los cuales fueron luego confirmadas, hasta el momento de su primera madurez y de su aparición en la Historia, tanto por el trato diario y por el mutuo aliento, como también, no 258 raramente, por la resistencia que el mundo les opone". Una generación nueva expresaría siempre una colisión entre el "espíritu juvenil" y el "espíritu de la época" {Zeitgeist). Aparece una nueva generación, concluye Wechssler, cuando está ya agotada la obra histórica de la anterior, y halla su primer camino en llenar las lagunas que descubre en esa ya periclitada obra de sus predecesores. De ello se desprende que los intervalos entre las distintas generaciones sean, para nuestro autor, muy irregulares y absolutamente incalculables. Cada generación es un asalto renovador contra la vida histórica precedente; y en cada uno de esos asaltos se revela, dice Wechssler, "la fuerza misteriosa de todas las cosas divinas" 47. DRERUP En su libro antes mencionado intenta el filólogo E. Drerup aplicar a la historia de la Antigüedad clásica el concepto de la generación como período fundamental y elemental del acontecer histórico. Apóyase en un somero comento de las diversas actitudes ante el problema y, sin mucha discriminación personal, adopta una vaga idea de la generación en la que se mezcla y con47 Me limito aquí a transcribir las ideas cardinales más aprovechables de la construcción de Wechssler. Acerca de otros pormenores más arbitrarios (por ejemplo: la distinción de los cuatro modos del pensamiento entre los cuales han de elegir las sucesivas comunidades juveniles) he preferido no decir nada. 259 funde la influencia de Ortega—el Ortega de El tema de nuestro tiempo-*, Pinder y Petersen. Es cierto—dice Drerup—que cada año y aun cada día nace una nueva generación y que, en consecuencia, el cambio histórico debe cumplirse por pasos mínimos, sin un relieve espiritual de este o el otro grupo generacional; también es cierto que la aparición de personalidades geniales o de sucesos exteriores revolucionarios es capaz de producir cambios históricos al margen del ritmo de las generaciones. Mas, a pesar de ello, "una simple y superficial observación de ciertas series evolutivas de la cultura humana debe conducir al descubrimiento de un cambio periódico, cuya sucesión se cumple con sorprendente regularidad y justamente en correspondencia con la serie de las generaciones". El curso de la Historia sería, por lo tanto, un rítmico latido de cambios históricos de primer orden, los propiamente generacionales, integrados por minúsculos cambios históricos de segundo orden, los anuales y cotidianos. Este ritmo constituiría el cañamazo fundamental del acontecer histórico, y se hallaría ocasionalmente alterado por la imprevisible aparición de personalidades geniales o por la súbita emergencia de eventos incalculables. No se atreve a decidir Drerup si el carácter típico de cada generación está biológicamente determinado o se adquiere en el curso de la vida; si es genotípico o fenotípico, como él dice, con un erróneo entendimiento de los conceptos de Johansen. Admite, en cambio, que el período del ritmo generacional puede ser fijado en 260 treinta años y afirma, como preparándose una vía de escape, la posibilidad de una discordancia temporal entre las generaciones políticas, las intelectuales y las artísticas. Armado de estas sumarísimas ideas y de pocas más, bebidas en Petersen, lánzase valientemente Drerup a ordenar por generaciones periódicas la historia de la Antigüedad clásica. A los filólogos e historiadores dejo la revisión y la crítica del ensayo de Drerup. Yo lo encuentro sumamente artificioso, no contando la endeblez de los conceptos en que lo basa. Para Drerup, como para todos los que hacen de la generación el período fundamental del acontecer histórico, no es la generación un hallazgo empírico, sino un molde conceptual forjado a pvioti y proyectado sobre el curso de ese acontecer. Si se prescinde de otras aportaciones mucho menos importantes y novedosas (las de R. Alewyn y Jechske, por ejemplo), las páginas anteriores dan, creo yo, una idea bastante aproximada de la situación en que actualmente se encuentra este asendereado problema de la generación. Los nombres de Ranke, Dilthey, Ortega, Petersen, Pinder, Wechssler y Mannheim señalan, indudablemente, los hitos fundamentales de su historia 48. ¿Cabe, por ventura, distinguir en esa historia algunas líneas generales? 48 No debo cerrar esta exposición histórica sin aludir a dos tentativas españolas para hacer de la generación un mito y un concepto políticos: la de Ledesma Ramos y la de José Antonio Primo de Rivera. Ledesma Ramos 261 RESUMEN: MANNHEIM Y PETERSEN Aisla Mannheim dos tendencias dominantes en el modo de tratar el problema: la positivista o biológica y la romántica e historista. El positivismo halla en la generación un medio cómodo para cuantificar el curso del acontecer histórico. Para un historiador positivista de mentalidad biológica, la generación es la unidad de medida del tiempo histórico y, a la vez, el ascenso de un escalón en el movimiento inexorable del progreso 49. llamó "mesianismo de las juventudes" a la conciencia generacional de los jóvenes en los momentos revolucionarios y críticos de la Historia. "Advierte entonces la conciencia de las juventudes—escribe—que su mera presencia, su sola aparición significa ya una posibilidad de salvación y de grandeza, una aurora para el mundo." José Antonio empleó taxativamente la palabra "generación". Tenía de la generación un concepto genuinamente histórico y misional, definido proyectiva y no biológicamente. Definiría a una generación, según él, la común voluntad histórica frente a un problema comúnmente sentido, y no la edad ni otra nota biológica cualquiera. "Cuando hablo de nuestra generación —decía—ya entendéis que no aludo a ningún valor cronológico: esto sería demasiado superficial. La generación es un valor histórico y moral: pertenecemos a la misma generación los que percibimos el sentido trágico de la época en que vivimos y no sólo aceptamos, sino que recabamos para nosotros la responsabilidad del desenlace. Los octogenarios que se incorporen a esta tarea de responsabilidad y de esfuerzo, pertenecen a nuestra generación..." José Antonio admite, como Ortega, la posibilidad de graves discrepancias en el seno de una misma generación, sin menoscabo de cierta unidad de afán y de estilo en todos los miembros que la componen: "esta conciencia de la generación está en todos nosotros—añade, dirigiéndose a todos los españoles—. Y, sin embargo, andamos ahora partidos en dos bandos..." 49 El positivista de mentalidad biológica sustituye al "siglo" por la "generación" y respira satisfecho, creyendo haber hallado la unidad de medida rigurosamente adecuada al acontecer histórico. Mas aunque su criterio mensurativo haya pasado del giro de los astros al ciclo generativo de 262 El histerismo romántico atiende, más que a la duración externa, al contenido histórico de la generación, y ve en ella un expediente para sustraer el curso de la Historia al molde exterior de los años y los siglos. Cada generación es entonces un elemento cualitativamente distinto del acontecer histórico, y en ella no importa tanto su extensión temporal, siempre irregular e indeterminable, como la índole de su contenido espiritual. La duración del suceso generacional no dependería en tal caso del ritmo genealógico,, sino de la fuerza histórica que la pone en movimiento contra lo viejo y hacia lo inédito. No dista mucho de esta sinopsis de Mannheim la que hace Petersen en su trabajo sistemático sobre las generaciones literarias. ¿Nace la generación o se hace? Esta y no otra es, dice Petersen, la cuestión fundamental. Dos actitudes contrapuestas pueden distinguirse en la respuesta: 1. La generación nace. En tal caso, lo importante es la fecha del nacimiento. La elaboración consecuente de este principio conduciría a una suerte de astrología histórica. 2. La generación se hace. Lo decisivo es la aparición de una simultánea y común voluntad de operación histórica, y el peligro está ahora en una las estirpes humanas aisladas, no por ello es menos flagrante su truco intelectual. La Historia no es una expansión temporal de la Biología, sino la obra de un gran número de vidas personales simultáneas y sucesivas. El bios del acontecer histórico no es el bios de la bio-logía, sino el de la bio-grafía; la vida histórica no es vida biológica, sino vida personal. He aquí una perogrullada olvidadísima durante los últimos decenios. 263 especie de mistagogía de la Historia. A estas dos actitudes puede añadirse una tercera; para la cual, háganse las generaciones o nazcan ya hechas, lo importante del suceso generacional es la posibilidad de utilizarle como medida elemental para la ordenación de la Historia en épocas y períodos. La generación se convierte entonces en instrumento o pretexto de ese quiliasmo secularizado que es, a la postre, la periodización sistemática del curso histórico. No vacilo yo en aceptar como buenos los tipos que deslindan Mannheim y Petersen. Mas a pesar de la diametral distancia que parece existir entre una actitud y su contraria—positivismo e histerismo en el caso de Mannheim; nativismo y creacionismo en el de Petersen—', me atrevo a sugerir que todas ellas reposan sobre supuestos comunes: la secularización y la naturalización, más o menos biológica, del pensamiento historiológico. Las ideas vigentes acerca de las generaciones históricas tienen en su fondo, de modo más o menos perceptible y bajo especie más o menos biológica o dialéctica, una visión secularizada y naturalizada del acontecer histórico. No es lo fundamental preguntarse si las generaciones nacen o se hacen, como piensa Petersen, sino inquirir, mucho más ingenua y radicalmente, si existen o no; y, en el caso de que existan, indagar en qué consiste y cómo debe ser entendida su realidad. A ello se endereza el siguiente capítulo. 264 CAPÍTULO VII LA GENERACIÓN COMO CONCEPTO HISTORIOLOGICO. TEORÍA DE LA GENERACIÓN y^, OMENCÉ la primera parte de este capítulo preguntando con ignorante y curiosa honradez: ¿qué es una generación? Comienzo ahora la segunda repitiendo la misma pregunta; tal vez con menos ignorancia, pero, indudablemente, con más perplejidad. Las diversas meditaciones sobre el tema difieren entre sí tan desconsoladoramente, que si uno viese la verdad en la concordancia, al modo de Stuart Mili, se quedaría al fin con este paupérrimo resultado entre sus manos: una generación es un conjunto de hombres más o menos coetáneos, cuya vida histórica se parece entre sí. En todo lo demás—-anchura del grupo humano, rigor de la coetaneidad, índole y causa del parecido, etc., etc.—'discrepan ampliamente las opiniones. Esta hondísima discrepancia en cuanto al sentido y 265 al contenido del concepto es en sí misma harto sospechosa. Tanto, que uno llega a preguntarse con cierta escama si la idea de generación, entendida en su acepción historiológica, no pasará de ser un fantasma, un embeleco, un ente de razón procedente de aplicar ligeramente al curso de los sucesos históricos un concepto nacido de los hechos biológicos. Esta impresión se robustece cuando se examinan con atenta ingenuidad las fuentes primeras de la nueva acepción, y muy especialmente los textos de Ranke y de Dilthey. Sin hacerse cuestión de la licitud de su proceder, e incurriendo en una metábasis eis alio genos, creen uno y otro—-más Ranke que Dilthey, sin embargo—- que un concepto biológico, vulgarmente usado desde la Antigüedad en relación con el curso biológico de la vida humana, puede ser convertido en concepto historiológico—focante, por lo tanto, a la coexistencia sucesiva y personal de los hombres-—con sólo "inyectar" contenido histórico dentro de su nuda y vacía formalidad. Sólo analógicamente puede darse una acepción histórica al concepto de "generación", como sólo analógicamente puede usarse la misma palabra—'"naturaleza", por ejemplo-— para designar la "naturaleza" de la piedra y la "naturaleza humana". El problema está en precisar el modo y los límites de esa analogía. Intentaré lograrlo en lo tocante al concepto historiológico de la generación. 1 Recuerdo un Discurso de Apertura de mi maestro de Química, A. Ipiéns, hace ahora veinte años, acerca de La discontinuidad, estructura fundamental del Universo. 266 DISCONTINUÍSIMO HISTÓRICO Y VIDA PERSONAL Recordé antes una predicción histórica de Ortega. Barruntaba nuestro pensador, allá por los días de 1911, que, tras el avasallador imperio del continuismo, del evolucionismo y del inñnitismo sobre el pensamiento científico, iba entrando este pensamiento en una época de discontinuísmo y finitismo. La historia de la ciencia contemporánea parece confirmar esta temprana intuición 1, y no ha sido la ciencia histórica ajena a tan general y decisivo cambio en la actitud del pensamiento humano. Durante todo el siglo xix, bajo el peso de la historiología del Romanticismo y de la vivencia romántica de la Historia, vióse el acontecer humano como un continuo despliegue, en el que se irían actualizando sucesivamente las potencias de la naturaleza humana. Poco importa que la interpretación teórica de ese despliegue fuese lógica y dialéctica, como la de Hegel, o biológica, como la de los naturalistas y antropólogos del evolucionismo y la de los organicistas de la "escuela histórica". "La Naturaleza no da saltos", había dicho Leibniz; la Historia, despliegue sucesivo de la "naturaleza humana", tampoco los dará, piensan todos los historiólogos del siglo pasado y no pocos de éste. El resultado fué la visión del acontecer histórico como una evolución continua, en la cual, partiendo de una indiferenciación siempre potencial, irían tomando forma sucesiva los conceptos, las instituciones, las for^ 267 mas de vida, los saberes del hombre. Desde Winckelmann, que por vez primera escribe una "Historia del Arte antiguo", en lugar de una historia de los artistas, coma hasta entonces era habitual 2, hasta Dilthey, de cuyos alegatos en pro de la continuidad de la ciencia europea he dado breve cuenta—pasando, naturalmente, por Hegel y Augusto Comíe—, apenas hay excepción, ni siquiera entre los que creen que las generaciones representan "cortes" naturales en el curso de la Historia 3. Cada vez serán más abundantes y se cree2 Paradigma, el Vasari. Hemos oído decir a Dilthey que la serie de las generaciones "forma, dentro de ciertos límites, un todo continuamente ligado". Lo mismo puede decirse de Cournot, otro de los primeros en hacer de la generación una unidad de medida histórica. Cree Cournot (Considerations sur la marche des idees eí des événements dans les íemps modernes, París, 1872, I, 8) que el "siglo", entendido en el sentido no estrictamente cronológico en que lo usaron los romanos—el mismo con que se dice: el siglo de Pericles, el de Augusto, el de Luis XIV—, es una unidad que "se presta sin violencia a las exigencias de una cronología artificial y al fondo real de la historia". Esta conexión con "el fondo real de la historia" dependería de que el siglo es la duración aproximada de tres generaciones viriles sucesivas. N o obstante este carácter de coupure que la generación tiene, según literal expresión de Cournot, el curso del acontecer histórico sería rigurosamente continuo. "En la sociedad—dice—todas las edades se mezclan, todas las transiciones son continuas y las generaciones no están dispuestas cabo con cabo, como sobre un cuadro genealógico. Sólo la observación de los hechos históricos nos puede enseñar exactamente cómo la renovación gradual de las ideas resulta de la insensible sustitución de unas generaciones por otras y qué tiempo es necesario para que el cambio se haga sensible, hasta el punto de permitirnos distinguir una época de otra. N o tengo la pretensión de probar teóricamente que sea necesario un siglo para esto; nos basta con demostrar que, si el cambio nos parece especialmente sensible de un siglo a otro, esto podría depender de alguna razón más arraigada en la naturaleza de las cosas que en los hábitos de nuestra cronología usual." 3 268 rán más justificadas las Historias de la Pintura, de la Literatura o del Derecho. Los conceptos abstractos de la Pintura, la Literatura y el Derecho, vistos en constante y continua evolución histórica, se irán tragando a los concretos pintores, literatos y juristas que con su personal esfuerzo creador fueron haciendo la historia de sus correspondientes disciplinas. Aquellas Historias del Arte "sin nombres", contra las que hemos visto rebelarse a W . Pinder, representan el término del proceso. La Historia, esa imponente, casi temible obra del siglo xix, ha deglutido a su autor, al hombre. Frente a esta concepción continuísta y evolucionista de la Historia ha ido levantándose la discontinuísta. Mas la discontinuidad del acontecer histórico no debe ser vista en un fraccionamiento de su curso por generaciones, como tan categóricamente pretenden Dilthey, Ortega y Pinder—- por elegir los más caracterizados partidarios de la regularidad histórica del suceso generacional—, sino en algo mucho más inmediato y radical. Quiero decir: en el hecho de que la Historia sea "hecha" por hombres, por personas corpóreas individuales. La realidad histórica está constituida por los hombres singulares que con su operante coexistencia, haciéndose su vida, hacen la Historia; no por otra cosa. La mente del historiador podrá fingir una historia de la Arquitectura, y escribirla como un proceso continuo y evolutivo de ese ente de razón así llamado; mas la "realidad" correspondiente a esa historia estará constituida por una serie de edificaciones arquitectónicas singulares 269 y por las singulares vidas personales de los arquitectos que las crearon. La historia de la Arquitectura es, "en realidad", una historia de los arquitectos en cuanto tales y, por lo tanto, una historia rigurosamente discontinua 4. Doble fundamento tiene esta radical discontinuidad del acontecer histórico. Uno, el más radical, es la ya mencionada constitución de la realidad histórica por personas rigurosamente singulares: en este sentido es la Historia una discontinua conexión de biografías. No se agota ahí, sin embargo, la estructura de la discontinuidad histórica. Cada biografía es la distensión temporal de un ser personal, y esto da al curso de la Historia —conexión simultánea y sucesiva de un conjunto de biografías—su constitutiva discontinuidad real; pero, a su vez, esa distensión temporal en que la biografía consiste acontece en forma de una sucesión discontinua de acciones personales. La singular intimidad de una vida personal, constituida por la trabadísima articulación de un proyecto de existencia, una vocación y una idea de sí mismo, se actualiza temporalmente en una serie de acciones personales sucesivas. Estas acciones personales hállanse ligadas entre sí en cuanto se integran en un proyecto pre o intemporal; pero su sucesión es discontinua, porque cada una de ellas supone un previo replie4 Lo cual no impide que, en virtud del parecido que tienen entre sí las obras de los arquitectos, pueda construirse una Historia de la Arquitectura. Véase lo que luego se dice acerca del parecido entre las vidas de los hombres. 270 gue de la persona a su intimidad, y es cada vez inventada, decidida y ejecutada por la individual persona que con ella actualiza sus posibilidades. El curso de la Historia viene a ser, pues, una conexión sucesiva y discontinua de actividades personales discontinuamente sucesivas. La conexión histórica más elemental de acciones personales es el suceso o evento; el evento es la unidad —una unidad sucesiva y operativa, no métrica—del cambio histórico 5. Mas no debe verse en esta afirmación una vuelta al atomismo asociacionista del positivismo sociológico. De nada están más lejos los anteriores asertos que de un retorno a Taine y Ribot. Basta pensar que a la estructura ontológica de la persona humana pertenece la coexistencia con otras personas. El hombre existe libre e individualmente; pero en la constitución misma de esa individualidad y en su viviente actualización entra de modo primario—no como una consecuencia secundaria 5 Toda reflexión sobre el curso efectivo de la Historia debe partir de dos nociones elementales: la noción de la totalidad del acontecer humano (la Historia es la totalidad de las acciones personales de cuantos en ella simultánea y sucesivamente participan) y la noción del evento, la unidad operativa de que está integrada esa totalidad. Un fino espíritu, ajeno a la profesionalidad y a la técnica de la historiología, denunciaba hace poco esta ruda y culposa indiferencia de los historiadores respecto a la esencia del "suceso" o "evento". "Sin duda—escribe P. Valéry, que él es a quien aludo—la crítica histórica ha hecho grandes progresos; pero su papel se limita en general a discutir los hechos y a establecer su probabilidad; no se inquieta por su cualidad... La noción de evento (événement), que es fundamental, no parece haber sido recogida y repensada como convendría" (Regarás sur le monde actuel, París, 1936, págs. 26-27). 271 y más o menos azarosa de su actividad, según afirma el individualismo positivista—'la existencia de los demás. Para ese individualismo, la convivencia humana es un choque armónico o inarmónico de átomos vivientes y pensantes; para el discontinuísmo personalista de que hablo, la convivencia es una mutua y personal instancia, un mutuo estar en la persona con que se convive. En este sentido debe entenderse la relación personal de los hombres. Pero los hombres, haciendo su vida temporal y espacialmente, actualizándose a lo largo de su proyecto de existencia y a través de su cuerpo y de su mundo, no sólo se relacionan; también se parecen. Detengámonos un momento a considerar este problema del parecido entre los hombres. Cada hombre posee una singular e intransferible intimidad personal y una peculiaridad somática que le hacen aparecer, visto desde fuera, como individuo. Pero la estricta singularidad de los individuos humanos no impide que todos se relacionen y se parezcan más o menos entre sí, y justamente en virtud de esa relación y de este parecido puede existir una ciencia del hombre, una Antropología. ¿En qué se parecen los hombres? ¿Cabe ordenar sistemáticamente su parecido? Una somera meditación sobre el tema de esas dos interrogaciones nos enseña que los hombres pueden parecerse entre sí según tres distintos modos de semejanza, correspondientes a los tres modos que el hombre tiene de ser "individuo". El primer modo del parecido es el biológico. Cada 272 hombre es un individuo biológico; pero, a la vez, se parece biológicamente a los demás hombres. Este parecido puede ser genérico, y por eso son posibles una Anatomía, una Fisiología y una Psicología genéricamente humanas. Puede ser también típico: el sexo, la raza, la edad, el tipo constitucional y temperamental y el estado de salud o de enfermedad son los más importantes criterios para ordenar sistemáticamente las semejanzas y las diferencias biológicas de los hombres. Un hombre puede parecerse a otros y distinguirse de los demás, en lo tocante a su biología, por ser varón, indoeuropeo, joven, asténico y ulceroso del estómago. Apenas es necesario advertir que el parecido biológico se refiere tanto a la figura estática del individuo como a su figura dinámica, a la índole y al curso de sus funciones vitales. El segundo modo fundamental del parecido es el social. Siendo un hombre individuo social, puede parecerse a otros por su situación y su actividad dentro del sistema de relaciones sociales en que se diversifica y concreta la coexistencia humana. La situación familiar (tipo de familia, lugar que se ocupa dentro de ella), la clase social, la forma de vida (en el sentido de Spranger), la profesión y las agrupaciones institucionales (Estado, ciudad, grupo confesional, instituciones diversas) son otras tantas unidades sistemáticas del parecido social. Parécense entre sí los hombres, además de por altos o rubios, por ser solteros o padres de familia, ricos o pobres, médicos o ingenieros, comerciantes o 273 18 filósofos, ciudadanos de tal o cual tipo de Estado, vecinos de una gran ciudad o granjeros, socios de una entidad deportiva o de una asociación benéfica. Tercer modo de parecerse los hombres es, en fin, el histórico. Dos hombres pueden ser entre sí semejantes por pertenecer a la misma época o por seguir la misma moda; esto es, por configurar de modo análogo la fracción histórica de su vida personal. Las edades, las épocas, los "pueblos" (en el sentido histórico del vocablo: el "pueblo" griego, el "pueblo" de Israel), los "siglos" (en una acepción más o menos astronómica: el siglo xvn o el "siglo de Luis XIV", el siglo xvi o el "siglo de O r o " ) , las generaciones y los años son las unidades más frecuentemente empleadas para ordenar el posible parecido entre las situaciones históricas del hombre. Desde un punto de vista histórico, pueden asemejarse los hombres por ser griegos de la Grecia antigua, hombres del Renacimiento o del siglo xm, o por ser miembros de la generación romántica, o, más precisamente aún, por haber convivido las vicisitudes del año 1848 o de la Noche Triste. Todos estos modos de parecerse los hombres a hállanse en la realidad de su vida muy trabados entre sí. La Biología, la Sociología y la Historia interfieren y se 6 Para el cristiano hay todavía otro orden de semejanzas y diferencias entre los hombres, determinado por la situación personal de éstos respecto a la vida sobrenatural. El hombre fiel, el infiel, el hereje y el apóstata, por un lado, y el hombre sárcico, el psíquico y el neumático, siguiendo la terminología paulina, por otro, son otros tantos modos típicos de ser hombre según el punto de vista de la sobreñaturalidad cristiana. 274 influyen mutuamente en todo momento y en forma no bien discernióle siempre 7. Dejemos, sin embargo, ese problema y atendamos al que nos plantea la ordenación sistemática de cada uno de esos tres modos de parecerse. La ordenación sistemática del parecido biológico es relativamente fácil y segura; y, por otra parte, las notas típicas en que se apoya son constitutivamente biológicas. Dicho con menos palabras: la ordenación del parecido biológico es en sí misma biológica. Más dificultades ofrece la ordenación sistemática del parecido social; a pesar de ello, y no obstante encontrarnos muy lejos de una Sociología mínimamente satisfactoria, también la ordenación del parecido social es en sí misma sociológica. La mente humana puede, en consecuencia, construir un sistema científico válido de los parecidos biológico y social. ¿Es posible decir lo mismo respecto a la ordenación del parecido histórico entre los hombres? ¿Cabe ordenar sistemáticamente, mediante criterios ordenadores tomados del acontecer histórico mismo, este posible e incuestionable parecido en la actividad histórica de los hombres? ¿Puede construirse un 7 En el capítulo IV estudié, por ejemplo, las relaciones entre un carácter biológico, la edad, y la vida histórica de la persona. Una historiología que de veras pretenda ser científica, deberá describir con claridad y precisión las figuras resultantes de la mutua implicación de estos tres modos de parecerse los hombres. Uno de ellos es la generación, entendida como el "suceso" de una semejanza histórica. En ella confluyen la edad (aunque no decisivamente), ciertas condiciones sociológicas (luego aludiré a ellas), la situación histórica y la libre y común voluntad de operación. 275 sistema genuinamente histórico y verdaderamente científico del suceder histórico de los hombres? Mi respuesta reza así: toda ordenación del suceder histórico basada en el contenido de la Historia, no puede ser absolutamente válida, ha de pecar de indefinida y de arbitraria; toda ordenación absolutamente válida del acontecer histórico, no puede ser histórica, ha de venirle a la Historia desde una realidad sobrenatural en que se cree, o desde las fracciones cósmica o biológica del mundo humano. La Historia, dije, es la conexión discontinuamente sucesiva de la libre y singular actividad biográfica de todos los hombres. Esas dos notas de la operación histórica personal, la libertad y la singularidad, hacen esencialmente indefinida a toda agrupación humana basada en la semejanza^ histórica de sus miembros. Pensemos, por ejemplo, en la unidad del acontecer histórico que llamamos "Renacimiento". ¿Cabe definir rigurosamente, científicamente, el modo 'renacentista" de parecerse los hombres? ¿Dónde están y cuáles son los límites conceptuales y reales del período histórico de ese nombre? La unidad histórica llamada Renacimiento está indudablemente construida con sustancia histórica; pero, no menos indudablemente, tiene un contorno harto indefinido. ¿Qué la eleva, entonces, a ser tal unidad del acontecer histórico? Dos cosas: de una parte, la semejanza histórica—si indefinida, innegable—'de los hombres que llamamos "renacentistas"; y, por otra, la importancia que ciertos historiadores han concedido a 276 ese modo histórico de parecerse algunos hombres entre sí y de distinguirse de todos los restantes. Pero esa importancia, ese relieve de una tan indefinida semejanza, ¿no dependerá, en buena parte, del punto de vista desde el cual la mira el historiador? ¿No ha nacido de ciertos supuestos históricos e historiográficos el concepto mismo del Renacimiento? Sin duda; y esto que aquí digo del Renacimiento, aplícase con igual razón a cualquiera otra de las "épocas" históricas históricamente singularizadas. En resumen: la situación personal y el arbitrio del historiador son parte en la ordenación histórica del acontecer humano. Los conceptos históricos con que habitualmente se ordena el curso de la Historia—Renacimiento, Romanticismo, Ilustración, etc.-—no son puro arbitrio, pero son arbitrarios; en consecuencia, la ordenación histórica de la Historia ha de pecar forzosamente de indefinida y de arbitraria. Con otras palabras: por innegable que sea la existencia de semejanzas y de conexiones históricas entre los hombres, los únicos componentes elementales del acontecer humano son las acciones históricas singulares con que cada hombre va haciendo su vida; y éstas, por razón de su estricta singularidad, no pueden ser convertidas en unidades de ordenación. Toda ordenación del suceder histórico [andada en el contenido mismo de la Historia —esto es, en el parecido histórico de los hombres--'sólo tiene, en última instancia, el valor de una convención historiográfica. 277 Entonces, ¿qué puede hacer el hombre frente a su apremiante necesidad intelectual de ordenar la sucesión de los eventos históricos? Dos caminos se le ofrecen. Puede resignarse a fraccionar el curso histórico de su coexistencia mediante una sistematización más o menos arbitraria y convencional de los parecidos históricos sucesivos: Renacimiento, Barroco, Ilustración, Revolución, Romanticismo, etc., etc. Lo que acabo de decir hace bien patente el carácter resignatorio de este proceder. Puede también recurrir a un expediente distinto: el de referir sus vicisitudes históricas sucesivas a ciertos hitos singulares o seriados, extraídos de zonas de la realidad ajenas a la Historia. Este es el método que bien puede llamarse tradicional. Un suceso histórico sobrenaturalmente determinado, el nacimiento de Jesucristo, sirve a los cristianos para ordenar en dos fracciones sucesivas el curso de la Historia 8. Unos jalones temporales, extraídos del tiempo cósmico y totalmente exteriores, por tanto, a las mudanzas históricas —los días, los años y los siglos—úsanse como puntos de referencia para ordenar los sucesos de la Historia. 8 La validez ordenadora de este punto de referencia depende de la creencia en su origen extrahistórico, sobrenatural. Cuando el hombre deja de creer en esa sobrenaturalidad y cifra su orgullo en ser consecuente con sus creencias y sus descreencias, aparece el enjambre de las "eras" nuevas, históricamente inventadas y, por lo tanto, rigurosamente arbitrarias, convencionales y fugaces: años I, II, etc., de la Revolución Francesa, de la Revolución Soviética, etc. En lo que atañe a la ordenación del acontecer histórico —la periodización de la Historia, como suele decirse—, ha de atenerse el historiador, en última instancia, a un terminante dilema: o Naturaleza y Sobrenaturaleza, o arbitrariedad y convención. 278 El siglo, concepto astronómico, es convertido en concepto histórico vaciándole de su contenido sideral e inyectando sustancia histórica en su vacía y abstracta formalidad. Todo esto es muy obvio, y a nadie se le oculta que dividir en siglos el curso de la Historia es una pura convención. A ningún historiador, por muy positivista que sea, le pasará por las mientes la ingente osadía de identificar con el movimiento cósmico el presunto "movimiento" de la Historia. Pero ¿y cuando se trata del movimiento biológico? La probabilidad del desliz intelectual será entonces, indudablemente, mucho más grave. Tanto, que casi toda la historiología del siglo xix ha confundido el curso discontinuo de la Historia con un movimiento continuo biológico, más o menos ontológicamente visto y dialécticamente logificado. Hiciéronse visibles las consecuencias de este error de principio cuando los filósofos e historiadores de los últimos cien años, deliberada o inconscientemente apoyados en tal supuesto historiológico, pretendieron ordenar "científica e históricamente" el curso del acontecer humano. Sin discernir entre la vida biológica del hombre y su vida personal 9, tomaron una unidad cíclica procedente de la primera, vaciáronla de su contenido biológico, la colmaron de sustancia histórica y afirmaron, archiconvenci9 Por muy imbricados que ambos modos de vivir estén en la realidad de la vida humana, es evidente que pueden deslindarse. Todo el mundo sabe que hay en la vida del hombre procesos biológicos cuyo cumplimiento es ajeno al modo de vivir propiamente llamado "personal". 279 dos: "he aquí la unidad verdaderamente histórica del suceder histórico del hombre". Esa unidad fué la "generación". La generación, un período de la vida biológica del hombre, fué proclamada la unidad más elemental e idónea, y hasta el concepto fundamental de la vida histórica 10. Con tanto derecho como el lapso temporal de la generación pudieron aspirar el período biológico del ritmo alimenticio o el del ciclo vigilia-sueño a esta doble dignidad de metro y categoría fundamental del suceder histórico. Nada se violenta la realidad de las cosas con pensarlo así. ¿Por qué, entonces, se pensó en la generación como "unidad" y "categoría" del mudar histórico? Sólo por las tres siguientes razones, relativamente accesorias las tres: 1. La relativa duración del período generacional da más volumen al cambio histórico que en él se cumple y le hace, por tanto, más fácilmente visible; 2. El proceso generacional, sin dejar de ser genuinamente biológico, es mucho más "convivencial", valga la expresión, que las restantes actividades vitales del hombre n ; y 3. El ritmo temporal de las generaciones en una estirpe humana aislada permite esquematizar cómodamente—artificiosamente, también— 10 Mediante el expediente de la generación, se proyecta sobre el curso de los sucesos históricos la idea del "ritmo", inadecuada a ellos y atañente al curso de los procesos biológicos. La idea del ritmo procede de la realidad biológica, no de la realidad personal e histórica. 11 La vida familiar, las relaciones paternofiliales, etc., se hallan naturalmente implicadas en el ritmo biológico de las generaciones. 280 la contemporaneidad de niños, jóvenes, adultos y ancianos. No obstante estas salvedades, el truco intelectual subsiste. Quien toma a la generación como unidad elemental de la mudanza histórica y como categoría fundamental del acontecer, da, sépalo o no lo sepa, gato biológico por liebre histórica y personal; y si es equívoco hablar de "el siglo de Luis XIV"—implicando, como hizo Voltaire, la Historia con la Astronomía—•, tan equívoco es interpretar el Romanticismo como la vicisitud de una "generación romántica", como han hecho Dilthey y Petersen, y no ver que con ello se inventa un centauro conceptual, empalmando en aparente y falaz unidad la Biología y la Historia 12. ¿Qué debe hacerse, según eso, con el concepto de generación? ¿Habrá que raerlo de la historiografía? En modo alguno. Mi solución, menos despiadada, consiste en no entender la generación como una categoría histoviológica, sino como un suceso histórico de contorno más o menos convencional. Sólo analógicamente puede llamarse "generación" a una gavilla parva o numerosa de personas históricamente parecidas y activas. Sigúese de ahí un imperativo historiográfico. Puesto que la generación, así entendida, es un suceso histórico, habrá que describirla con mente muy ajena a cualquier inter12 Lo cual, como es obvio, no equivale a decir que el suceder histórico sea independiente de la biología del hombre. Se halla conexo con la biología humana, pero no determinado por ella. Lo anteriormente expuesto hace innecesaria la insistencia en torno a este esencial distingo. 281 pretación biológica o sociológica de la Historia. En estos sucesos históricos que llamamos generaciones se cruzan, ciertamente, lo biológico, lo social y lo histórico. Mas no es la Biología quien configura a la Historia, dando al misterioso curso del acontecer la estructura cíclica, el "ritmo" propio de los procesos vitales; al contrario, es la Historia quien da singular y ocasional figura al hecho biológico de la edad o, por mejor decir, de la coetaneidad. ¿Cómo se cruzan la Biología y la Historia en el suceso histórico de cada generación? ¿Cómo deberá describirse una generación histórica, sin recurrir en un falaz biologismo? He aquí el problema. LA SEMEJANZA GENERACIONAL Para entender con rectitud y precisión el significado analógico que cobra la palabra "generación" cuando se la refiere a una de las llamadas "generaciones históricas"—generación del 98, generación romántica, generación de Miguel Ángel, etc.—, desembaracémonos por un momento de toda lectura y situémonos mentalmente ante la puerta de una Universidad cualquiera. Cada año, con la tierna verdura de las acacias, sale de ella una nueva promoción de jóvenes. Todos ellos son distintos entre sí. Distínguense unos de otros por la forma de sus cuerpos y por el metal de sus almas: uno es alto y grave, otro breve y jocundo, éste locuaz, aquél silen282 te; distínguense también por la Facultad de que proceden; distínguense, sobre todo, por la singular intimidad de su vida personal. Mas también se parecen: tienen una edad semejante, han oído a los mismos maestros, han conversado entre sí, han descubierto juntos el amor, la ambición y el ensueño, han vivido las mismas vicisitudes históricas de su país y del mundo. Hay entre todos, aparte otros posibles parecidos, una innegable semejanza histórica. Alguno se asemejará más, tal vez, a quienes salieron el curso anterior o a los que saldrán el curso próximo; pero, en principio, cada uno de esos recientísimos licenciados tendrá mayor parecido histórico con sus compañeros y amigos de curso que con los graduados inmediatamente anteriores o posteriores. Miremos ahora esa misma realidad por su reverso. Quiero decir: desde el punto de vista del contraste, no desde el punto de vista de la semejanza. Si existe ese mayor parecido histórico entre los amigos y compañeros de un mismo curso, tanto vale decir que existirá una leve diferencia histórica entre los miembros de una promoción universitaria y los de la siguiente. La diferencia es, sin duda, minúscula, pero incuestionable. Entre una promoción y otra se ha cumplido una menudísima mudanza histórica. Sabemos que esa mudanza no es la mínima y elemental, porque los verdaderos elementos del cambio histórico son los eventos en que se implican y conectan las acciones históricas singulares y sucesivas de unos cuantos hombres. Mas también sa283 bemos que si comparamos dos promociones tres años distantes entre sí, la diferencia histórica será mayor, y mayor todavía si la distancia entre ambas es de cinco años o de siete. Cada una de las sucesivas promociones universitarias aporta creadoramente un leve cambio, infinitesimal, si se quiere, al curso discontinuo de la Historia; o, por lo menos, testifica imitativamente su ya producida existencia. Es el curso de la Historia una conexión sucesiva y discontinua de actividades personales discontinuamente sucesivas. Bien. Pero esas singulares e irreductibles discontinuidades se ordenan estructural y sucesivamente en los conjuntos humanos titulares de cierto parecido histórico: una promoción universitaria, la generación romántica, el conjunto de todos los "ilustrados". Año tras año van mudando históricamente los hombres. ¿Y por qué no día tras día? De un día a otro puede inventarse una nueva palabra, ser lanzada una moda, publicarse un libro sensacional, promoverse una guerra o una revolución; y cuando esto acaece, el cambio histórico que en el curso de un par de semanas sufre la vida de los hombres agentes o pacientes de tales sucesos puede ser mayor que el experimentado por otros hombres, los actores de edades pacíficas, durante el transcurso de años y años. Los cambios históricos que los hombres libremente suscitan o aceptan en sus vidas pueden ser lentísimos o fulminantes: la diferencia entre el francés de 1740 y el de 1770 es relativamente escasa; el contraste entre la vida histórica de un 284 mismo francés en 1788 y en 1793, casi increíble. Cosas son éstas olvidadas de puro sabidas. Hay que caer, no obstante, en el fastidio de repetirlas si uno quiere entender recta y precisamente lo que en verdad se dice cuando se habla de una "generación histórica". Volvamos para ello al espectáculo de las sucesivas promociones universitarias. Cuando el curso de la Historia es tranquilo—pensemos, por vía de ejemplo, en la vida histórica de Francia, Alemania e Inglaterra entre 1880 y 1900—•, la mudanza histórica de un año a otro será, en principio, casi imperceptible. En 1878 muere Claudio Bernard a los sesenta y cinco años; en 1880 cumple Jules Tannery treinta y dos años; Henri Poincaré, veintiséis, y Pierre Duhem, diecinueve. Pues bien, esa gran diferencia de edades no impide que la actitud intelectual de Cl. Bernard en su última madurez —hoy lo sabemos bien, a la vista de sus papeles postumos—y la de los otros tres "críticos de la ciencia" sea históricamente análoga, tenga el mismo "nivel" histórico 13. Otras son las cosas cuando el curso del acontecer histórico es tormentoso. Atengámonos a un lapso temporal de diez años. Si la distancia histórica entre la mentalidad del licenciado en 1890 y la del promovido en 1880 es relativamente escasa, ¿podrá decirse lo mismo de la existente entre los de 1915 y 1925? El contraste es ahora, sin duda alguna, mucho más patente. En el curso de esos diez años han acontecido cuatro 15 El ejemplo es válido, porque tanto Duhem como Poincaré y Tannery viven creadoramente y al día. 285 enormes sucesos históricos: la primera Guerra Mundial, el nacimiento del Estado Soviético y del Estado Fascista, la decisiva aparición de los Estados Unidos en la vida política y cotidiana de Europa. Todos estos sucesos y algunos más moldean las almas entonces juveniles y determinan esa honda diferencia que existe entre los europeos formados antes y después de 1918, De intento he recurrido al ejemplo de dos lapsos temporales relativamente cortos y muy próximos a nosotros. Si la diferencia entre uno y otro cambio es perceptible, no obstante la brevedad y la cercanía de entrambos plazos, mucho más lo será cuando la duración de los dos lapsos temporales sea mayor y su distancia más holgada. ¿Qué diferencia histórica hay, por ejemplo, entre la Física de 1720 y la de 1770? Muy escasa. ¿Cuál es la existente entre la Física de 1600 y la de 1650, o entre la de 1880 y 1930? Indudablemente, enorme. A la vista de esta empírica e incuestionable realidad, tratemos de ordenar por generaciones el irregular curso de la mudanza histórica. Tres distintas posibilidades pueden presentarse, y a ellas corresponden otros tantos tipos, historiográficamente distintos, de la agrupación generacional: las generaciones convencionales, las generaciones sobrevenidas y las generaciones planeadas. Intentaré exponer con claridad lo que quiero decir con estas tres expresiones. Cuando el curso del suceder histórico es llano y sosegado—el de las épocas que antes he llamado com286 pletivas—, sólo mediante un doble artificio podrá aislarse un grupo de hombres coetáneos parecidos entre sí y relativamente distintos de quienes les preceden y les siguen u: el artificio de establecer un parecido unitario y el de destacar cronológicamente el grupo generacional de los hombres que de modo inmediato les anteceden y les siguen. Es, tnutatis mutandis, lo que se hace para aislar un "tipo" de azul—el "azul marino", el "azul celeste" o el "azul cobalto", por ejemplo—en una serie discontinua y cuantiosa de azules muy próximos entre sí. La "contaminación" históriconatural de tal proceder historiográfico—una tipificación generacional del acontecer humano—es por demás evidente. A las generaciones históricas así delimitadas cuadrará bien la denominación de generaciones convencionales. Tales serían, por no citar sino un ejemplo, las cinco "generaciones" aisladas por Wechssler en el curso de la historia intelectual y literaria francesa inmediatamente anterior a la Enciclopedia 15. 14 Parecidos y distintos desde un punto de vista histórico, ya se entiende. El curso llano y sosegado del acontecer histórico no excluye la aparición de personalidades geniales y la constitución de generaciones "sobrevenidas", consecutivas a la obra del hombre genial. Lo cual, por otra parte, no equivale a decir que las creaciones del hombre de genio sean ajenas a su tiempo. 15 Esas cinco generaciones estarían constituidas por los siguientes nombres: 1." Richelieu, Descartes, Gassendi, marquesa de Rambouillet, Balzac, Voiture. 2." Corneille, Magdalena de Scudéry, Conrart. 3." A. Arnauld, La Rochefoucauld, Cyrano de Bergerac, St. Evremond, Scarron. 4.a Bossuet, Pascal, Moliere, La Fontaine, Racine, Malebranche, Boileau. 5." P. Bayle, Fontenelle, Fenélon, B. de Saint Pierre. Wechssler ha aislado otras cinco generaciones intelectuales entre los alemanes nacidos desde 1708 a 1777. 287 No siempre es mansa y suave la andadura de la Historia: recuérdese cuanto al comienzo dije acerca de las épocas críticas. Cuando tal ocurre, el nervioso y mudadizo curso del acontecer permite que determinados grupos humanos se singularicen con relativa limpieza de quienes en el tiempo histórico les anteceden y les suceden. Estos equipos históricos sucesivos mostrarán, además, cierta coetaneidad, condicionada por la estructura social de la vida moderna 16. Todo se concita para sugerir al historiador la idea fácil y equívoca de una "generación histórica". Mas llámese al grupo "generación" o como se quiera, lo importante es que existe y se dibuja con una relativa singularidad en el curso del acontecer histórico. A tales generaciones, por oposición a las que antes adjetivé de convencionales, puede muy bien llamárselas generaciones históricas reales o verdaderas. El origen concreto de cada uno de estos grupos generacionales verdaderos permite distinguir en su total diversidad dos tipos muy diferentes. El primero es el de las generaciones sobrevenidas. En cuanto la generación es un suceso histórico, hállase constituida por las acciones históricas, libres o semilibres, de las personas que la integran. Ello no es óbice, sin embargo, para 16 Pertenece a tal estructura el hecho de que los hombres coetáneos se traten entre sí con especial frecuencia: jóvenes con jóvenes, adultos con adultos, viejos con viejos; mas no es forzoso que siempre haya ocurrido y siga ocurriendo así. Es perfectamente imaginable una sociedad humana en que los jóvenes traten más frecuentemente con los adultos y los viejos que entre sí, y acaso se haya dado realmente. 288 que el conjunto de todas esas acciones personales pueda ser suscitado por un suceso estrictamente ajeno a la voluntad de cuantos componen el grupo generacional y, por lo tanto, más o menos azarosamente sobrevenido en la vida individual y colectiva de todos ellos: una rápida catástrofe histórica, una revolución o la aparición de un hombre genial y seductor. La llamada "generación del 98" está muy esencialmente determinada por un suceso histórico 17; la "generación romántica" alemana está parcialmente promovida—Petersen lo demuestra—por la resonancia de la Revolución Francesa en el ámbito alemán; al magisterio de Bergson sigue una pléyade de jóvenes bergsonianos, y hasta una "generación bergsoniana" de la vida francesa, como tras la sugestiva aparición de Stefan George viene en Alemania un George-Kreis 18. Estas generaciones que llamo sobrevenidas, tan frecuentes en las coyunturas críticas, deben su origen a la radical y misteriosa azarosidad—o al orden providencial, como quiera decirse—del acontecer histórico. Sería 17 Este suceso histórico no es tanto la catástrofe de 1898 como la situación histórica a que esa catástrofe da tan detonante patencia: la rápida y justificada consunción de las esperanzas que había suscitado en los corazones españoles la Restauración de Sagunto. 18 No deberá confundir el lector el movimiento que llamo "generación bergsoniana" con la generación, más o menos convencional, a que el propio Bergson pertenece; ni tampoco el George-Kreis con la generación de Stefan George. La hipotética generación de St, George estaría compuesta, según Pinder—el cual la construye polemizando con Wechssler—, por el propio St. George y por Claudel, Maeterlinck, A. Gide, Paul Ernst, Busoni, Minne. Llámala Pinder "la generación del 60". 289 19 inútil buscar una regularidad cíclica en su presentación; y si uno cree encontrarla, deberá preguntarse cauta y reflexivamente si no ha proyectado con demasiada energía en la interpretación del material histórico sus propios supuestos interpretativos 19. En el origen de todas ellas hay una vigorosa y operante experiencia común que yo me atrevería a llamar, siempre con mente analógica, "centro de cristalización" generacional. Muchas de las "generaciones" hasta ahora descritas'—literarias, intelectuales, pictóricas, etc.'—han cristalizado en torno a uno de tales azarosos centros: un suceso histórico, la sugestiva operación de una persona o la acción conjunta de entrambas instancias 20. La común voluntad de operación que el suceso generacional testifica tiene como supuesto esa extrema agudización de la conciencia histórica que desde hace siglo y medio padece el hombre europeo. He aquí la razón por la cual son desde entonces más frecuentes y 19 Lo que llama Heidegger die Votstruktuv det Auslegung o "preestructura de la interpretación". En el curso de la Historia, contra lo que el hombre a veces imagina, no hay fisuras periódicas, ni ciclos, ni cambios rítmicos. 20 Como vimos, Petersen hace del "caudillaje" (Fühvevtwn) una de las notas constitutivas de la generación literaria. No puede negarse que hay siempre una jerarquía—intelectual, organizadora, etc.—entre los miembros componentes de todo conjunto generacional. Mas también cabe pensar que ese "caudillaje" sea en ocasiones, más que una nota constitutiva de la generación, el motivo de su origen. Así ocurre, en las "generaciones" suscitadas por la influencia de una personalidad poderosa, cuando la edad de esa persona-centro no es muy superior a la de sus secuaces. ¿No ha ocurrido esto en España con una parte de la "generación" a que Ortega pertenece, el grupo de los que más se le aproximan en edad entre todos los españoles orientados por su influencia? 290 más fácilmente aislables los conjuntos generacionales. ¿Será extraño verles erguirse con especial frecuencia y definición cuando a esa exaltada vivacidad de la conciencia histórica se une un sentimiento de inseguridad y crisis? Las generaciones históricas más fácilmente delimitables—'la romántica en Alemania y en Francia, la del 98 en España—, lo son por la prieta intimidad con que en el alma de sus miembros se entraman la conciencia histórica y el sentimiento de crisis. El sentimiento de crisis dice a cada uno: "lo que te dieron, no te sirve"; la conciencia histórica añade: "debes hacer lo que tu tiempo te exige"; la convivencia con los jóvenes coetáneos dará al "he de hacer" la figura del "hemos de hacer", trocará el "yo" en un "nosotros". He ahí, formada y operante, una generación histórica. No es sólo una mayor frecuencia de las generaciones históricas lo que engendra esta coyunda entre el sentimiento de crisis y la agudización de la conciencia histórica. En las líneas anteriores se dibujó como posibilidad la deliberada congregación de un grupo de hombres más o menos coetáneos en torno a una empresa histórica comúnmente sentida: una revolución política, un nuevo modo del sentimiento o de la expresión, una nueva actitud intelectual. El "centro de cristalización" de tales grupos generacionales puede muy bien no ser un evento azarosamente sobrevenido; bastará en muchos casos que se levante la voz del más adelantado en percibir y expresar la honda y latente exigencia común. Son éstas las generaciones planeadas. 291 En 1914 habla a los españoles un hombre "en el medio del camino de su vida". ¿De qué les habla? El nos lo dirá: "de ideas, de sentimientos, de energías, de resoluciones comunes, por fuerza, a todos los que hemos vivido sometidos a un mismo régimen de amarguras históricas; de toda una ideología y de toda una sensibilidad yacente, de seguro, en el alma colectiva de una generación... Una generación que, al escuchar la palabra España, no recuerda a Calderón ni a Lepante.., sino que meramente siente, y esto que se siente es dolor" 21. Propónese Ortega, que éste es el español de quien hablo, congregar a unos cuantos hombres, más o menos coetáneos, en nombre de una ideología y de una sensibilidad "yacentes" en el fondo de sus almas. Intenta Ortega, en suma, promover deliberadamente un movimiento generacional. En 1935 suena en España otra voz, la voz de José Antonio Primo de Rivera. "Pertenecemos a la misma generación—dice a todos los corazones españoles'—los que percibimos el sentido trágico de la época en que vivimos y no sólo aceptamos, sino que recabamos para nosotros la responsabilidad del desenlace. Los octogenarios que se incorporen a esta tarea de responsabilidad y de esfuerzo, pertenecen a nuestra generación." También José Antonio proclama un movimiento generacional, cuya nota definitoria consiste en la libre decisión de asumir cierta responsabilidad histórica. ¿Dón21 presión Ortega y Gasset, "Vieja y nueva política", Obras, I, 85-86. La exalma colectiva" debe entenderse, claro está, metafóricamente. de queda lo biológico, dentro de tal idea de la generación, si es la libertad lo que la constituye y si hasta los octogenarios pueden formar parte de ella? En uno y otro caso se trata de generaciones planeadas, y en lasados se descubre el mismo proceso genético. En los dos momentos de España es tan hondo el sentimiento de vivir en crisis y tan viva la conciencia histórica individual, que, sin necesidad de un "centro de cristalización" azarosamente sobrevenido, con sólo la voz rectora y admonitoria del primero en expresar sugestivamente la común exigencia, surge de la mera posibilidad a la operante actualidad de la Historia un incuestionable grupo generacional 22. Las generaciones históricas surgidas en época de crisis, pertenezcan al tipo de las que llamé sobrevenidas o sean de estas otras que ahora llamo planeadas, suelen ofrecer al historiador un contorno histórico relativamente escueto. Con ellas se ha cumplido una honda y rapidísima mudanza en el curso de la Historia, en virtud de la cual es muy vigoroso el contraste entre todos sus miembros y los hombres del tiempo inmediatamente anterior. Mas por muy acusado y fulminante que sea el contraste, la condición histórica del agrupamiento—esto es, su última dependencia de acciones personales biográficas, libres o semilibres—impone una ra22 No pretendo decir que hayan sido iguales en su contenido y en su estilo los grupos generacionales promovidos por Ortega y por José Antonio. Afirmo tan sólo, sin entrar en un espinoso problema de parecidos y diferencias, que los dos casos coinciden en ser generaciones planeadas. 293 dical indefinición al conjunto generacional y le impide ser "una variedad de la especie, dotada de caracteres típicos", como pretendió Ortega en El tema de nuestro tiempo. Contra los historiólogos del evolucionismo continuísta, habremos de proclamar, junto a Ortega y Pinder: Historia facit saltus; pero los "saltos" en que consiste la discontinuidad del curso histórico no son las "generaciones", sino cada una de las acciones personales y creadoras de cada uno de los hombres que "hacen la Historia 23. Esta infinitesimal estructura de la discontinuidad histórica M da a la figura de todo grupo generacional, por muy delimitado que parezca, una compleja indefinición. He aquí las cinco vertientes por las que se inde23 El parecido histórico de los hombres no debe ser entendido como un "alma colectiva" de los grupos históricamente semejantes, ni como un estado ocasional del "espíritu objetivo" en su evolución, sino como un hábito personal" común a todos los hombres que históricamente se parecen, producido por repetición o imitación y referible, en último término, al hecho dt que todos ellos tienen que hacerse la vida dentro de una situación, histórica y social en algún modo semejante. 24 N e w t o n y L e i b n i z a n a l i z a r o n la v a r i a c i ó n idealmente continua de las c u r v a s g e o m é t r i c a s y d e las funciones a l g e b r a i c a s m e d i a n t e l a ficción del infinitésimo, e s t o es, m e d i a n t e la idea d e u n a v a r i a c i ó n d i s c o n t i n u a p o r saltos infinitamente p e q u e ñ o s . E l h i s t o r i a d o r de h o y , c o n m u c h a m á s r a z ó n , debe a n a l i z a r la v a r i a c i ó n realmente discontinua d e ese fingido "movimiento de la Historia, reduciéndolo a las variaciones elementales que son los actos históricamente creadores de los hombres. La acción personal históricamente creadora—o, mejor dicho, la conexión elemental de acciones personales determinada por cada acción creadora, el evento—es, si se me permite la expresión, el infinitésimo real de la Historia. Estos infinitésimos son los que constituyen las figuras aparentemente unitarias del acontecer histórico: la generación romántica, el Renacimiento, la Ilustración, etc. 294 finen esos conjuntos humanos que llamamos generaciones históricas. 1. Indefinición geográfica.~HL\ ámbito geográfico de una generación es siempre radicalmente indefinido. Puesto que la generación consiste en un parecido histórico ¿no podrán perseguirse matices de ese parecido hasta en los últimos parajes a donde llega la Historia Universal? Llamamos "generación del 98" en sentido estricto a un grupo de españoles históricamente parecidos, integrado por Unamuno, Azovín, Machado, Baroja, Maeztu, Bueno, Valle-Inclán, Benavente. Claro que esto es una pura convención historiográfica y española. Trátase de una rotulación cómoda y, si se quiere, útil; pero, en último término, convencional. Si uno quiere afinar su mirada, ¿no descubrirá un sutil parecido entre estos hombres y otros muchos españoles? Más aún: ¿no se parecen a muchos de los europeos postnietzscheanos, postdannunzianos, postmaeterlinckianos, aunque Unamuno deteste a D'Annunzio e interprete a Nietzsche según su real arbitrio? El ámbito geográfico real de una generación histórica es indefinido; sólo convencionalmente pueden trazarse las lindes del contorno. El intento de definir geográficamente una generación es el de poner puertas al campo. 2. Indefinición social. —'Dilthey entendía a la generación como "un estrecho círculo de individuos", los protagonistas de la vida histórica. Ortega ve en la generación "un nuevo cuerpo social íntegro, con su mi* 295 noria selecta y su muchedumbre". ¿Quién tiene razón? Indudablemente, Ortega. Los grupos históricos restrictamente llamados "generaciones" son la expresión, el rostro visible y gesticulante de una tácita muchedumbre humana. La actitud histórica que expresaron los hombres del 98 era mudamente compartida por una masa de españoles; todos los que en el pensamiento y en el estilo de esos hombres hallaron la voz que oscuramente les pedía una inquietud de sus almas. El ámbito social de una generación histórica es, como el geográfico, realmente indefinido; mas como la descripción histórica de las generaciones exige un límite, el historiador se ve obligado a trazarlo convencionalmente, y sólo en este sentido puede admitirse la restricción conceptual que Dilthey propone. 3. Indefinición cronológica.—Por la misma razón, sólo mediante un arbitrio convencional puede deslindarse en el tiempo una generación histórica. Por rápida que sea la mudanza que imprimen al curso de la Historia los hombres de una generación, por fulgurante que parezca su tránsito, siempre tendrán "precursores" y "epígonos" o "continuadores" difícilmente separables del grupo cardinal. Clarín, Ganivet, la Pardo Bazán, M. Reina y M. B. Cossío preludian, por ejemplo, el llamado "espíritu del 98" 25. La "zona de fechas" de que habla Ortega es rigurosamente indefinida, y sólo con25 En .mi Menéndez Peíayo he señalado rasgos "noventayochistas"—casticismo, interiorismo, etc.—en Cajal y en Menéndez Pelayo. 296 vencionalmente puede ser reducida a quince años. El propio Ortega, tan distinto en muchas cosas de los hombres del 98, expresaba en 1914, al comienzo de Vieja y nueva política, un sentimiento de España estrictamente noventayochista. Si el intento de definir geográficamente una generación histórica es poner puertas al campo, limitar cronológicamente su ámbito y, en consecuencia, el grado de la coetaneidad de sus miembros, equivale a poner puertas al tiempo. 4. Indefinición temática. — ¿Pueden considerarse privativos de una generación ciertos temas o determinados modos estilísticos de tratarlos? Evidentemente, no, y por dos razones. Siempre habrá concordancias temáticas y estilísticas entre los miembros de una generación y otros hombres ajenos a ella. Por otra parte, siempre existirán diferencias temáticas y estilísticas en el seno del equipo generacional, por muy estrictamente que se le delimite. Por ejemplo: ni todos los críticos de la "España oficial" de 1900 y todos los modernistas pertenecen a la llamada "generación del 98", ni todos los hombres habitualmente incluidos en el grupo del 98 son críticos de aquella "España oficial" y modernistas. Valle-Inclán y Benavente apenas hacen crítica del patriotismo oficial; Baroja y Unamuno no son nada modernistas 26. Las generaciones históricas están siempre compuestas por subgrupos generacionales que difieren 26 Escribía Unamuno: "Rubén Darío dice de mis versos que son demasiado sólidos; prefiero esto a que sean demasiado gaseosos, a la america- 297 entre sí por los temas y el estilo de su operación histórica, sin mengua de la general comunidad. 5. Indefinición de la convivencia,—'Petersen exige, para hablar de una generación literaria, una "comunidad personal", un trato directo y amistoso entre los miembros que la componen. Ortega, en cambio, escribe: "Dentro de ese marco de identidad (el de la generación) pueden ser los individuos del más diverso temple, hasta el punto de que, habiendo de vivir los unos junto a los otros, a fuer de contemporáneos, se sienten a veces como antagonistas." También aquí acierta Ortega. El parecido histórico del grupo generacional no excluye un antagonismo entre las personas que lo componen y hasta entre los temas por ellas cultivados. El comunismo y el fascismo son sucesos políticos que pueden darse y de hecho se han dado en una misma generación, partiéndola en bandos implacablemente hostiles. Ni siquiera es necesario recurrir a tan amplias perspectivas. Los hombres de la "generación del 98" y los chismosos exteriores o posteriores al grupo—hoy tan frecuentes—contarán discrepancias y enemistades entre ellos hasta colmar las medidas del más aficionado a entrambas. na..." En otra ocasión, criticando a Valle-Inclán y aludiendo, evidentemente, a su modernismo, habla "del veneno que les han vertido—a las inteligencias juveniles—espíritus como el de Valle-Inclán..." (Ensayos, II, págs. XVII y XXI), Sobre el deslinde de dos grupos en la llamada "generación del 98", el de los "modernistas" y el de los "intelectuales", véase Vida y literatura de Valle-Inclán, el excelente libro de Melchor Fernández Almagro. 298 Esta múltiple imprecisión de los grupos humanos que llamamos "generaciones históricas" nos debe hacer sumamente cautos frente al empeño de darles definid ción conceptual. Yo me conformaría con decir que una generación histórica es un grupo de hombres más o menos coetáneos entre sí y más o menos parecidos en los temas y en el estilo de su operación histórica. La delimitación del grupo ha de ser siempre, forzosamente, algo convencional, hasta en aquellos más escuetamente diferenciados temporal, social, geográfica, temática y estilísticamente. La presentación histórica de los grupos generacionales es rigurosamente imprevisible. Tan sólo puede decirse que se halla favorecida por la frecuencia del trato entre coetáneos, lo cual acaece muy visiblemente en la sociedad "moderna". Los grupos generacionales son especialmente próximos entre sí cuando domina en las almas un hondo sentimiento de crisis y es muy viva y aguda la conciencia histórica individual. No sé si esto es decir mucho. Temo que sea decir muy poco. Pero creo honradamente que apenas es posible decir más si uno se propone con cierta seriedad eludir la arbitrariedad y la ligereza. ESTRUCTURA DE LAS GENERACIONES Aun con todas las anteriores restricciones y cautelas, el historiador hallará en la generación un concepto muy útil y eficaz para dar figura descriptiva al inmenso 299 y delicado curso de la Historia. Necesitará, sin embargo, la imprescindible adehala de unas cuantas precisiones. ¿En qué consiste real y verdaderamente el parecido entre los miembros de una generación? ¿Tiene ese parecido alguna estructura? ¿Cómo transcurren en el tiempo esos sucesos históricos que llamamos generaciones, si es que puede señalarse a su transcurso alguna línea general? Veamos primero el problema del parecido y su estructura sistemática. ¿En qué consiste realmente el parecido de los miembros de una generación entre sí? Sabemos que este parecido es histórico, no biológico ni social. Tratemos ahora de precisar esa historicidad de la semejanza. Dos distintos elementos pueden integrar el parecido: los temas y el estilo de la operación histórica. No todas las generaciones se señalan por inventar temas nuevos o campos inéditos para la existencia histórica de los hombres. Ni siquiera son frecuentes esos inventos colectivos, porque las grandes creaciones históricas del hombre suelen ser obra de personalidades geniales aisladas. Sólo con un violento artificio se podrá incluir en un cuadro generacional la obra de Descartes o la de Kant. Descartes, por ejemplo, logró dar una respuesta personal e históricamente oportuna—su éxito inmediato es el mejor signo de esa histórica oportunidad—a determinados problemas intelectuales de su época, demasiado larga e inconcretamente sentidos para ser tan lindamente colgados de una espetera genera300 cional; y si puede hablarse de una "generación cartesiana"—muy mal delimitada geográfica y cronológicamente, desde luego—, no es aludiendo a la "generación de Descartes", sino a la de aquellos que tempranamente se congregan en torno a él: desde el holandés De Roy, que nace en 1598, a los franceses A. Arnauld (1612), Clerselier (1614) y }. Poisson, nacido ya en 1637 27. Más frecuente es que las generaciones históricas se distingan por un peculiar estilo colectivo en el modo de vivir temas previamente inventados. La operación 27 Después de escrito este párrafo me ha sido dado leer los artículos de Ortega El cometido de la nueva ciencia histórica, ya reseñado antes, y Del humanismo y de la generación cartesiana.. En los dos habla Ortega de una "generación cartesiana". "Esta generación cartesiana—dice—es la primera que se siente mayor de edad, que se da de alta y toma sobre sí misma la plena responsabilidad de su pensamiento..." Ya se ve que a lo que Ortega llama "generación cartesiana" es, sencillamente, a la persona individual de Descartes. "Descartes—añade luego—, con un formidable gesto de Robinsón, hace en torno de sí la plena soledad cultural, convierte un mundo cubierto de complicaciones eruditas en la virginidad de una isla desierta." Muy cierto y maravillosamente dicho. Pero ¿dónde están los restantes Robinsones de la "generación cartesiana"? En otro artículo (El método de las generaciones) dice Ortega: "Las ideas del tiempo, las convicciones ambientes son tenidas por un sujeto anónimo, que no es nadie en particular, que es la sociedad." Esa sociedad—traducción sociológica del das Man heideggeriano— no puede ser sino el conjunto de todas las personas individuales titulares de las "ideas del tiempo". Entonces ¿eran Robinsones espirituales, como lo fué Descartes, todos sus coetáneos y sólo ellos? Y si quiere llamarse "Robinsones" a todos los hombres "modernos"—lo cual no carece de fundamento—, es tan artificioso reservar el mote a los coetáneos de Descartes como pensar que la cartesiana madurez de la "robinsonidad" fué compartida por esos coetáneos del gran filósofo. Si quiere hablarse de una "generación cartesiana", debe referirse la expresión, en mi entender, a la de los inmediatos discípulos y seguidores de Descartes. 301 creadora—existente siempre en toda vida personal, por mínimo que sea el alcance de las creaciones originales"-' se expresa bajo la forma de un estilo común en la tarea de hacer personal y singularmente la vida. La obra de las generaciones históricas no suele consistir en la colaboración armónica de sus miembros al servicio de una gran creación unitaria—un sistema filosófico, una institución política, etc.—, sino en un modo de expresar, a través de acciones personalmente creadoras, una actitud histórica por muchos compartida. La creación es casi siempre negocio muy personal; y la generación consiste, más que en la mutua articulación de las distintas creaciones personales, en el parecido estilístico o "aire" común que todas ellas poseen por haber sido logradas frente a la misma situación histórica y al servicio de proyectos personales análogos entre sí. En suma: no se distinguen las generaciones por la índole de su quehacer, sino por el modo de hacer lo que hacen. Invenían estilos y actitudes históricas, no quehaceres. Apenas es necesario advertir que el estilo o parecido generacional puede adoptar los más diversos modos expresivos: literarios, intelectuales, políticos, religiosos, éticos, sociales, etc. Tal diferencia en el modo del parecido no merma en nada la identidad de su consistencia psicológica. Parécense entre sí los miembros de una generación en cuanto sus vidas personales—distintas todas por la individualidad biológica, social y vocacional de cada uno<—van adquiriendo un repertorio de hábitos operativos semejantes. El hecho de que todos ac302 tualicen en un mismo medio histórico y social sus respectivos proyectos personales de existencia—con otras palabras: el hecho de que todos hayan de resolver sus problemas biográficos en el mismo mundo históricosocial-— hace que sus almas adquieran hábitos psicológicos parecidos entre sí. Estos hábitos podrán ser intelectuales, expresivos, estimativos, prácticos. Una mirada fina y atenta descubrirá siempre en todos ellos una secreta unidad de sentido, y a tal unidad aludirán luego los hombres, siempre dispuestos a aumentar sin necesidad el número de los entes, cuando hablan de un "alma colectiva", de un "espíritu de generación" o de un Volksgeist. Y si el parecido en los hábitos adquiridos coincide con una semejanza o una analogía en los proyectos personales, todavía será más enérgica y visible la comunidad en el estilo generacional. Azoún, Baroja y A. Machado se parecen entre sí por ser hombres del 98, mas también por ser literatos. El estilo de una generación debe ser visto como una semejanza de los hábitos personales de sus miembros. Consecuentemente, la estructura sistemática del estilo generacional deberá ser reducida a la de los hábitos que le integran. Mas ¿cuándo y de qué modo adquiere un hombre los hábitos que le definen como persona histórica? En uno de los capítulos anteriores procuré dar cumplida respuesta a esta interrogación. Fórmase el hombre como persona histórica durante su adolescencia y su juventud. Lo hace libre o semilibremente, situando frente al mundo y a su vida anterior la des303 nuda y vacía problematicidad de su recién descubierta persona. Puesto en ese mundo y ante esa vida, va el joven edificando su existencia personal, y para ello acepta de mejor o peor grado parte de lo que uno y otro le imponen o le ofrecen, rechaza lo restante, pone algo en su vida y en su mundo mediante su operación creadora, sueña y proyecta para sí y para los demás. Este esquema descriptivo nos permite captar con cierta suficiencia la estructura psicológica de un estilo generacional. Frente a una generación histórica—de modo más preciso: frente a un grupo de hombres provisionalmente concebido como una generación histórica'—iremos preguntándonos: ¿en qué se parece lo que cada uno acepta de su mundo y de su vida infantil?, ¿en qué coincide lo que cada uno rechaza?, ¿qué hay de común en lo que cada uno crea?, ¿qué tienen de semejante los proyectos personales y los ensueños de todos? Y tras haber respondido a cada una de tales preguntas, nos haremos esta otra: ¿qué parecido existe entre todos los modos individuales de aceptar, rechazar, crear, proyectar y soñar? Cuando hayamos cumplido este esquemático programa, podremos decir que conocemos el "espíritu de la generación". Si no hemos logrado obtener un manojo de respuestas medianamente satisfactorias, se nos planteará con urgencia un terminante dilema: o aquel grupo de hombres no constituye una verdadera generación histórica, no obstante su apariencia generacional, o uno carece por completo de mente historiográfica. El esquema de Petersen, modi304 ficado por las salvedades que antes consigno, puede servir como primera orientación para circunscribir la "minoría" de una generación; el plan descriptivo que ahora propongo puede ser útil para definir con cierta precisión el estilo característico de cada conjunto generacional. Aparte la estructura sistemática del estilo común, tienen las generaciones una estructura real. Aludo con estas dos palabras a la mutua conexión de los hombres que constituyen el conjunto. Las diversas concreciones singulares de tal conexión son, indudablemente, numerosísimas; mas no es imposible describir elementos constantes y ordenaciones típicas en la mencionada estructura real de las generaciones. Para determinar unos y otros, cortemos imaginativamente el conjunto según dos planos de sección, vertical uno y transversal otro. Miradas en profundidad, según ese corte vertical, todas las generaciones tienen una "masa" y una "minoría". La minoría expresa creadoramente, de palabra y de obra, el estilo común; la masa, copartícipe en la actitud histórica de la minoría e incapaz de manifestarla con obras y expresiones inéditas, imita adocenadamente las inventadas por sus conductores 28. Cuanto antes he dicho acerca de este tema me exime de entretenerme en una descripción pormenorizada. Me limito 28 A la relación entre la minoría y la masa de una generación puede referirse aquella distinción de Petersen entre los miembros "conductores" y los "dirigidos" del grupo generacional. La interpretación de Petersen era, como se recordará, abusivamente biológica. 305 20 a añadir que la minoría de una generación puede situarse frente a la masa subyacente con dos ademanes conductores diversos: el pedagógico y el revelador. "Para nosotros—decía Ortega en 1914, con muy expresa intención pedagógica—es lo primero fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas." Fichte, en cambio, aspiraba a "declarar lo que es", y creía revelar con sus palabras algo existente de modo confuso e inarticulado en las almas de sus oyentes 29. Una sección transversal en la minoría de la generación permitirá aislar la serie de subgrupos generacionales que la componen. Difieren estos subgrupos entre sí por el tema en que empeñan su vida personal los hombres que los integran. Habrá, en consecuencia, subgrupos literarios, políticos, intelectuales, etc. La llamada "generación del 98" es, en rigor, el subgrupo intelectual y literario—más literario que intelectual—de una generación española. Bonilla y San Martín, Menéndez Pidal y Asín Palacios, cada uno a su manera, representan otro subgrupo de la misma generación, más intelectual que literario; y aun sería posible señalar, si no subgrupos bien definidos, al menos tendencias políticas "no29 Apenas es preciso advertir que las dos actitudes tienen algo de común entre sí y que pueden darse juntas en la misma persona o en la misma minoría. También Ortega creía expresar "toda una sensibilidad y toda una ideología yacentes en el alma colectiva". El problema consiste en decidir si educar es "revelar lo potencial" o "innovar"; si ser hombre es "llegar a ser Jo que uno es", según aquello de Werde, ivas da bist!, o "renovarse", conforme al Rinovarsi o moriré! 306 ventayochistas" representadas por personas nada literarias. La sección transversal de la minoría nos hará ver también las relaciones "funcionales" que dentro del conjunto generacional pueden existir entre sus miembros: quiénes inventan o dirigen, quiénes organizan, quiénes defienden polémicamente la actitud del grupo. Sólo en muy contados casos—aquellos en que sea muy continua y trabada la relación personal entre los miembros del conjunto—será posible, sin embargo, hallar en una generación esta trama de relaciones funcionales. La ya mencionada tipología "funcional" de Kummer no pasa de ser una construcción arbitraria y artificiosa. CURSO DE LAS GENERACIONES Puesto que la generación es un suceso histórico, tendrá necesariamente un curso temporal. La delineación de este curso sólo podrá hacerse a merced de cierta convencionalidad, la misma de que echamos mano para definir el grupo. Pero, supuesta la necesaria e inicial convención, es posible reducir a un esquema general, relativamente válido, el ritmo temporal, la melodía del suceso 30. 30 El uso de metáforas musicales para describir el curso de la vida humana o de la Historia-—la metáfora de la melodía, sobre todo—supone una mentalidad continuísta: vida e Historia como "movimiento" continuo. Sólo en la mente abstractiva del historiador puede aparecer como "melodía" el curso realmente azaroso y discontinuo del acontecer. Otras son las cosas si se admite un orden providencial en la Historia: 307 La indefinición cronológica de la generación impone necesariamente la existencia de "precursores". Por muy súbita e insospechada que sea una mudanza histórica, siempre irá precedida de avisos y anticipaciones en el alma de algún madrugador vigía:'todo Renacimiento tendrá siempre su Petrarca y todo Romanticismo su Sterne y su Rousseau. Creo un error de Petersen ver en estos precursores los "oprimidos" de la generación anterior, porque el curso de la Historia no está sistemáticamente ordenado por generaciones ni por ciclos téticos y antitéticos. Lo propio de los precursores no es tanto la condición vivir oprimidos, como la rara sensibilidad con que sienten el agotamiento de las formas de vida a la sazón imperantes y presienten o ventean la futura novedad. Eso fueron Sterne, Rousseau y Hamann para la generación romántica, y eso pretendieron ver en Larra los hombres de nuestro 98. Pasada la indecisa aurora de los precursores, acaece el nacimiento de la generación. Será éste muy bien determinable cuando la generación cristaliza súbitamente en torno a una persona o tras la huella de un suceso conmovedor. Podrá decirse entonces, a lo sumo, que el "espíritu generacional" se hallaba latente con anterioridad al suceso determinante o a la sugestión de la voz entonces es el curso de la Historia una ordenada melodía real y Dios, como decía San Agustín, su ineffabilis modulaíor. Pero el orden de la "melodía" es en tal caso rigurosamente inaprensible e inefable por parte del hombre. Tampoco debe olvidarse que una melodía, no obstante la impresión de continuidad que su audición produce, es una serie sucesiva y discontinua de "notas" distintas. También la Música "da saltos". 308 convocadora; pero la aparición del grupo tendrá la celeridad necesaria para poderle situar historiográficamente dentro de un breve lapso temporal. Otras veces, en cambio, será enteramente convencional el señalamiento de una fecha. Surge a la vida histórica un grupo generacional cuando comienza a ser creadora la existencia personal de cada uno de sus miembros. Es.en el tránsito desde la mocedad a la primera madurez cuando todos y cada uno de ellos sienten más agudamente la insuficiencia de la situación histórica en que existen. No les basta para vivir personalmente el pábulo histórico que les ofrece su mundo, y se aprestan a modificarlo o, cuando menos, a modificarse en el sentido de su urgente e insatisfecha exigencia. Hieren y hastían las formas de expresión y de operación definidoras de la situación histórica precedente, y se levanta en la entraña de las almas un acuciante afán de novedad. "Hacer lo que no se hace y como no se hace", consigna de todas las vidas verdaderamente juveniles, truécase en agudísima y permanente espuela para todos los miembros de la naciente generación. La vida histórica se ha hecho en el alma de todos ellos un problema urgente e irresuelto, ante el cual se enciende su ambición reciente y se hace más aguda esa inédita sed de proyectos y de ensueños en que consiste la existencia juvenil. "Hay en toda generación joven—escribe Spranger—una nueva espiritualidad. Las formas de vida ya configuradas y establecidas (la vida que uno encuentra, dice Ranke) son 309 aceptadas en su parte esencial como comprensibles de suyo y sin gratitud alguna. Pero el acento de las vivencias se desplaza hacia aquello de que se carece, hacia las zonas que perduran vacías en el mundo interior y en el mundo comunal. Lo no creado reclama su derecho a existir. Y así, el movimiento de las generaciones hacia su propia definición procede de un impulso hacia la vida no vivida" 3i . Todas las promociones juveniles, hasta las que crecen en las épocas más tranquilas, atraviesan por esa experiencia. Hay momentos, sin embargo, en que reciben en sus vidas casi todo lo que el medio les ofrece. Mas cuando una difusa legión de jóvenes apenas halla en su mundo algo que merezca ser aceptado, el paso impaciente de una nueva generación está franqueando los umbrales de la Historia. Un suceso histórico más importante que los cotidianos, una voz adelantada e incitadora, un leve incremento de la insatisfacción o del hastío, y pronto se alzará sobre la vida preexistente la acción innovadora de una minoría generacional. Esa minoría estará habitualmente integrada por hombres coetáneos, mas la coetaneidad rigurosa no puede ser un carácter esencial. El "punto de emergencia" de la generación, según la expresión de Wechssler, no está cronológica y biológicamente determinado por la fecha del nacimiento, sino por la sensibilidad y la capacidad de reacción de las almas ante una situación 31 Op. cií., pág. 153, 310 histórica vivida como insuficiente, hastiosa o vacía de posibilidades. Ganivet, por ejemplo, tiene la sensibilidad y las reacciones típicas del 98, no obstante la distancia geográfica y los trece años que le separan de Maeztu y A. Machado, los dos más jóvenes del grupo, Al brote de la generación sigue su crecimiento y su acmé. El incremento de la operación creadora de cada uno de sus miembros traza el curso ascendente del suceso generacional. No debe pensarse, sin embargo, que el acmé de la generación trae necesariamente consigo su victoria sobre el mundo caduco que la rodea. Hay generaciones históricas que cumplen todo su curso oprimidas, iba a decir sepultadas por el medio humano en que viven. Cuando el grupo generacional, aun incluyendo en él masa y minoría, no afecta sino a una escasa parcela del mundo humano de que brota, entonces está irremisiblemente condenado a cumplir todo su curso —'nacimiento, acmé y extinción—vencido y soterrado por la situación histórica contra la cual se alzó. Sus hombres habrán cumplido su obra, mas no sin recalar, al término de su derrota, en la amargura, en el resentimiento o en el ensueño. Tras el acmé, el descenso y la extinción. ¿Por qué muere, vista como suceso histórico, una generación? Petersen distingue dos distintos modos de morir: el embotamiento y el incumplimiento. Trataré de explicar a mi modo estas dos atinadas ideas de Petersen. Hay un momento en que la aguda novedad aportada por una generación a la vida histórica de los hom311 bres pierde vigor y encantamiento, hácese obtusa, vulgar e improductiva. Cuando el lenguaje del sentimentalismo romántico ha pasado de los poemas de Novalis, de Lamartine o de Bécquer a la prosa amatoria de los jóvenes menestrales o medioburgueses, bien puede decirse que el Romanticismo ha fenecido. Podrá ser, a lo sumo, un "resultado" susceptible de repetición por figuras mediocres y epigonales, y será con certeza un ingrediente tópico de la vida indiferenciada del vulgo; una reliquia terminal, en ambos casos, de lo que años antes fué licor novísimo e incitante. El suceso de la generación puede morir también por incumplimiento de sus promesas. No olvidemos que el "espíritu" de una generación se anuncia como problemática inquietud, hácese luego ambición inconcreta y toma inicial figura como proyecto de existencia en el alma de todos cuantos componen su minoría más sensible y adelantada. Problematicidad, ambición y proyecto son las tres instancias inaugurales de todo suceso generacional. Pero un proyecto es al mismo tiempo una promesa. La pro-yección de la existencia hacia el incierto futuro es también una pro-misión para esa existencia y para todas las que con ella coexisten y coparticipan, aunque sólo sea en pura y remota posibilidad, en el contenido de la proyección, en el proyecto. El hombre, decía Nietzsche, es el único ser que puede prometer. ¿Puede cumplir siempre sus proyectos y promesas la proyectiva y promisiva existencia del hombre? Esta 312 dolorida nostalgia de todos los hombres ante lo que pudo ser y no fué se adelanta a dar la respuesta. Mientras el hombre viva sobre la Tierra, siempre estará fracasando, aun en el momento de sus mayores y mejores logros. Hay ocasiones, empero, en que el fracaso es la regla, y no son las generaciones históricas ajenas a esta posibilidad. Toda generación, como todo hombre, va tejiendo su vida con las hebras del logro y con las hebras del fracaso; con las dos vive y por las dos muere históricamente. La muerte de los logros se llama vulgarización; la muerte por fracaso, desvío y olvido. En uno y otro evento, por debajo de tan aparente diferencia, trátase, sin embargo, de un mismo proceso; en la entraña de los dos hay una terminal incapacidad de la actitud generacional para suscitar en los hombres situaciones personales susceptibles de ser vividas como nuevas. El incumplimiento de una promesa convierte a lo prometido en un oneroso e inmutable quiste de la vida espiritual; la vulgarización de un hallazgo operativo o expresivo—una costumbre social, un hábito intelectual, un estilo literario, un neologismo o la encantadora reviviscencia de una palabra preterida—hace de él un estribillo fastidioso e ineludible; un "disco", como suele decir ahora nuestro pueblo. Hace veinticinco años era pluscuamdistinguido usar la palabra "envergadura" y adjetivar de "interesante" a lo valioso. ¿Quién, entre los que estiman la distinción de su lenguaje, se atrevería hoy a usar sin cierta reticencia esas dos palabras? 313 La ingenua contemplación empírica del acontecer demostrará que la vida histórica de las generaciones se extingue muchas veces según alguno de estos dos modos. No debe pensarse, sin embargo, que el curso real de un suceso histórico—y no otra cosa es la operación de un grupo generacional'—quede agotadoramente aprisionado en un par de moldes típicos. Una generación histórica puede también fenecer aplastada por el mundo contra que intenta levantarse, desleída por dispersión de su minoría rectora o mixtificada por la intervención de un ingrediente histórico ajeno al proyecto de sus miembros y al mundo en que todos existen. Cuanto más fina y penetrantemente se escrute la vida histórica de un conjunto generacional, más y más se advertirá la estricta singularidad de su curso. La obra de los grupos humanos, como la de los hombres que los constituyen, es siempre rigurosamente inédita e irrepetible. Por rápido y terminante que parezca ser el agotamiento histórico de una generación, siempre dejará ésta tras de sí una estela de continuadores y epígonos. Hasta hace no muchos años era posible seguir en las letras españolas el rezagado vestigio del naturalismo y del modernismo. En el seno de un mundo nuevo, dotado ya de los recursos expresivos y operativos que su inédita peculiaridad necesita, se esfuerzan tenaz y estérilmente los epígonos por sostener en pie soluciones y actitudes antaño lozanas. Toda moda deja siempre como secuela el reguero de los "pasados de moda". Tal es, muy en esquema, el curso típico del suceso 314 generacional. Inmediatamente después de trazarlo, una objeción fundamental se levanta. ¿Curso típico? ¿Es que puede ser descrito un "curso típico" de los sucesos históricos sin proyectar sobre ellos un "molde" figurativo tomado de la realidad natural? Lo que antes dije respecto a los modos "típicos" de extinguirse las generaciones puede ser repetido aquí. Más diré. La descripción "típica" que del curso histórico de una generación he dado lleva como molde éste, tan ineludible, de la vida temporal de un ser viviente cualquiera. Todo lo que empieza y acaba-—el movimiento físico de una piedra cadente, el curso visible de una acción personal, los procesos biológicos de los animales y las plantas—- suscita automáticamente en nosotros, puestos ante el empeño de describirlo, la imagen del nacimiento, la vida y la muerte de un ser vivo; todo se ve "nacer" de la potencia a la actualidad, "crecer" en energía, pasar por un acmé y, finalmente, "morir", dejar de ser. ¿De dónde nos viene este tan arraigado hábito intelectual? ¿Lo tendremos por ser herederos de los griegos? Yo pienso qud sí 32. Aun cuando, venga a nuestra mente de donde viniere, lo más importante ahora es que el hábito existe. Trátase de un expediente útil y cómodo, indudablemente, y en este caso sirve muy bien para dar figura genérica a una serie de procesos históricos estrictamente singulares. Pero la utilidad que como recurso descriptivo ofrece este esquema intelectual no 32 Basta tal vez considerar despacio la famosa definición aristotélica del movimiento (Phys., 201 a 9). 315 debe hacernos olvidar el carácter personal del discontinuo y presunto "movimiento" histórico, ni la condición creadora de las acciones que constituyen el curso de la Historia, ni, en fin, la singularidad rigurosa de cada una de ellas. HISTORIOGRAFÍA DE LAS GENERACIONES La descripción historiográfica de un suceso generacional no puede ser sometida a una regla metódica fija, como la descripción fitográfica de una flor o de una hoja. Mas como no puede haber ciencia humana sin universalización, aunque ésta sea un poco fingida, forzoso será fingir, siquiera sea levemente, un método descriptivo generalmente válido. ¿En qué consiste una generación histórica? Ya lo sabemos: en una fuerte semejanza histórica de varios hombres coetáneos. ¿Cómo habrá que describir, por tanto, una generación histórica? La respuesta es inmediata: contando buena y verdaderamente la historia de esa semejanza y de su proyección sobre el mundo de que nace y en que actúa. Describir el suceso histórico de una generación es, si se me permite usar analógicamente esta palabra, hacer la biografía de un parecido, seguir paso a paso las vicisitudes que la semejanza histórica de un grupo de hombres va sufriendo en el tiempo, desde que se revela a los ojos del historiador hasta que acaba el vivir de esos hombres; o, mejor aún, 316 hasta que se extingue la vigencia de esa semejanza en el mundo histórico-social sometido a su influjo. El esquema que acabo de trazar acerca del curso histórico de una generación puede servir también como pauta historiográfica. Ya se ve cuál es en este caso la ficción descriptiva. Sobre un fondo pintado en clarooscuro—el mundo viejo, vacío de posibilidades históricas capaces de seducir a los jóvenes nuevos—se irá viendo dibujarse, como en un film, la figura luminosa de la generación. Poco a poco se la verá configurarse y alumbrar al medio en que nace. Por fin, cumplido su acmé, declinará hasta desaparecer, no sin haber dejado una huella permanente, más o menos intensa, en el medio contra el cual nació y sobre el que derramó la luz inédita de su obra. He aquí el modus operandi. Se comenzará describiendo el medio histórico inmediatamente anterior al nacimiento de la generación, y sobre ese fondo se irán estudiando sucesivamente las biografías de todos y cada uno de los componentes del grupo que mejor define al suceso generacional. El historiador ha de apoyar su obra resurrectora—-escribir Historia es "un entusiasta ensayo de resurrección", dice espléndidamente Ortega—sobre vestigios expresivos, y los de una generación están constituidos por la obra visible de su minoría. Sobre el fondo del mundo caduco aparecerán los agonistas de la nueva generación, como emergen las figuras de Rembrandt de la semioscuridad que las circunda y define. 317 Ya sabemos que toda biografía nos conducirá siempre a la singularísima intimidad personal del biografiado. Vale esto tanto como decir que las figuras de nuestros agonistas se distinguirán inconfundiblemente entre sí. Pero no es la singularidad biográfica lo que en este caso perseguimos, sino el parecido histórico de esos hombres. ¿Cómo lograremos determinarlo y describirlo? Remito a mis reflexiones sobre el método biográfico 33. En toda biografía, luego de recogido y ordenado el material de trabajo, ha de emprender la mente del historiador dos aventuradas excursiones hermenéuticas: una desde los testimonios biográficos al mundo histórico-social del biografiado, otra hacia su intimidad personal. La primera de estas dos excursiones pondrá ante nuestros ojos lo que he llamado "significado histórico" de los testimonios biográficos; la segunda nos mostrará el "significado personal" de esos mismos testimonios. En la biografía de un hombre aislado, sin menoscabo del significado histórico de su obra, habrá que poner el acento descriptivo sobre lo que de original e inédito tiene la vida de ese hombre, esto es, sobre el "significado personal" de los testimonios que nos la revelan. No será éste el proceder del historiador cuando haga una descripción biográfica desde el punto de vista de la generación histórica a que el biografiado pertenece o pudo pertenecer. En tal caso, sin desconocer ni meHállanse en la Parte Primera de mi Menéndez 318 Pelayo. nospreciar la decisiva importancia de la singularidad personal, atenderá preferentemente al significado histórico de los testimonios biográficos, es decir, a su sistemática conexión con el mundo histórico-social en que esos testimonios fueron creados por su autor. Enunciaré una a una la serie de cuestiones a que metódicamente ha de responder el historiador: 1. ¿Qué podía hacer un hombre en el mundo histórico del cual y contra el cual brotó la generación que se estudia? Más precisamente: ¿qué podían hacer en él todos y cada uno de los hombres concretos integrantes de su minoría adelantada y definidora? La respuesta a la primera interrogación nos dará el cuadro de las po-* sibilidades históricas que ofrecía el mundo en que nació la generación estudiada; o, cuando menos, la imagen que como historiadores conseguimos acerca de ellas. El esclarecimiento del segundo problema nos mostrará el repertorio de las posibilidades biográficas accesibles a cada uno de nuestros hombres 34. 2. ¿Qué hizo cada uno de los agonistas de la minoría generacional entre todo lo que entonces pudo hacer? La respuesta estará constituida por el manojo de las distintas y singulares biografías de todos ellos. Mas para obtener una respuesta suficiente, la interrogación anterior deberá ser desglosada en una serie de cuestiones más concretas. A riesgo de cosechar el fastidio y 34 Por sus talentos nativos, por su temperamento, por su educación anterior, por su salud, etc. 319 la cólera del lector, las repetiré de nuevo: ¿qué acepta de su mundo y de su vida precedente cada uno de nuestros hombres?; ¿qué rechaza?; ¿qué va poniendo creadoramente en su vida y en su mundo?; ¿qué proyecta y sueña para sí y para los demás? 3. Todavía deberá contestar el historiador—o intentarlo, al menos—a otra pregunta fundamental. ¿Por qué, para qué y cómo hizo cada uno lo que realmente hizo—aceptando, rechazando, respondiendo, creando, proyectando, soñando—•, y no cualquiera otra de las cosas que en aquel momento pudo hacer? La respuesta a todas estas interrogaciones pondrá a nuestra vista, paralelamente ordenadas, las singulares biografías de cuantos componen la minoría rectora del grupo generacional. Estas biografías se hallarán anudadas entre sí por una serie de relaciones convivencíales: amistad, colaboración, intercambio epistolar, disidencias, etc. No es esto, sin embargo, lo que en verdad constituye el suceso generacional, sino el posible parecido histórico entre todas las curvas biográficas individuales. El momento verdaderamente decisivo en la historiografía de una generación consiste en indagar minuciosa y metódicamente en qué se asemejan las respuestas dadas por el historiador a cada una de las anteriores preguntas respecto a cada uno de los miembros que componen la minoría del grupo generacional. El cuadro historio gráfico de una generación debe estar constituido, visto en profundidad, por tres planos distintos: un fondo, un cuerpo y un tenue primer plano 320 o, tal vez mejor, sobreplano. Será el fondo del cuerpo una sobria y suficiente pintura del mundo histéricosocial de que la generación emerge; la descripción del parecido histórico entre las biografías de los protagonistas ocupará el cuerpo de la composición; y sobre ella, como un fino y transparente dosel de figuras aisladas, se dibujará la personal e intransferible singularidad de todos los que integran el grupo. Me atrevería a comparar este esquema descriptivo con la composición pictórica del San Mauricio y la legión tebana, del Greco. Vese en el fondo del cuadro el mundo histórico sobre que se alza y destaca la hazaña de San Mauricio y sus jóvenes; las figuras del santo y sus secuaces, vigo^ rosas, adelantadas, compactamente trabadas entre sí, forman y colman con su heroica y comunal humanidad el cuerpo del cuadro; y en lo alto, recibiendo el sentido de la acción conjunta, un cielo hacia el que se levantan, como llamas de cirio, obras e intenciones, y en que se discierne el mérito singularísimo de cada uno de los voluntarios del sacrificio. La descripción del parecido no puede quedar limitada a la determinación de su estructura, según el sistema de interrogaciones historiográficas que anteriormente expongo. La semejanza generacional no es un hecho, como el parecido anatómico entre dos rostros, ni un proceso, como el parecido entre dos modos de andar o de gesticular, sino un suceso histórico. Más que parecerse entre sí, los hombres integrantes de una generación se van pareciendo por obra de sus sucesivas 321 21 acciones personales, libre o semilibremente cumplidas, y pueden dejar de parecerse en cualquier momento de su vida. Por eso dije que la historiografía de una generación debe ser vista como la biografía de una semejanza o, si se me permite este expresivo neologismo, como una cobiografía. La tarea del historiador de una generación consiste en aprehender y describir cómo nacen, se configuran y se proyectan sobre el medio los hábitos históricos comunes a todos los miembros del conjunto, tal y como se expresan en la vida de los que componen su minoría definidora. Expuse antes como típico un curso posible y aún frecuente del suceso generacional. Haría mal, no obstante, quien, metido a describir la vida histórica de una generación, se dejase llevar por ese o por cualquier otro esquema típico. La descripción del suceso se habrá de atener a la estricta singularidad de su curso real, y el historiador deberá limitarse a seguir con su método las vicisitudes que de hecho haya experimentado la semejanza del grupo. ¿Cuándo y cómo ha podido nacer esa semejanza? Apenas puede decirse nada de antemano. Unas veces será temprana y brotará de la relación directa entre adolescentes, otras tardía y nacida sin trato inmediato entre los que se asemejan. Es en estos casos cuando más inequívocamente se muestra la raíz del parecido generacional: si dos hombres que no se tratan y apenas se conocen se parecen históricamente entre sí, su parecido depende necesariamente de una común actitud funda322 mental ante su situación histórica. Esta actitud se desgranará temporalmente en las acciones personales más diversas. Cualquiera que sea, sin embargo, el modo de expresarla, la peculiar constitución de la vida humana permitirá siempre distinguir en ella tres momentos diversos más o menos separables y distantes entre sí: la inquietud, la autoproposición y la operación. Empleo la palabra inquietud en el mismo sentido con que se la usaba hace años diciendo, que una persona "tenía inquietudes". Quería decirse que aquella persona no se hallaba satisfecha con su situación espiritual, y se inquietaba por buscar acá y allá, dispersa y desorientadamente, un modo de vivir más acorde con su inexpresa ambición 35. Esta inquietud es, en último término, el equivalente histórico de la religiosa inquietudo agustiniana— inquietum est cor meum..J~-'y en modo alguno incompatible con ella: toda inquietud histórica es en su más entrañada raicilla un anhelo de reposar en Dios, aunque el inquieto no lo sospeche. Dios nos libre del hombre que no tiene "inquietudes"; tanto, por lo menos, como del que no sabe tener reposo. La inquietud es el temple psicológico en que se expresa la radical problematicidad de la vida personal cuando, sedienta ésta de propia y auténtica consistencia, 35 La inquietud humana es al proyecto de existencia lo que el autosentimiento a la clara idea de sí mismo. Pueden leerse algunas ideas acerca de este problema en mis Estudios de Historia de la Medicina y de Antropología médica, Madrid, 1943, págs. 151 y sigs. 323 se encuentra a sí misma distante de todo lo que ha recibido, vacía y menesterosa a un tiempo. Por eso es la tarea de indagarla la primera entre todas las que debe cumplir el historiador de una generación. La buscará con delicadeza en el alma de cuantos componen la minoría, estudiará con ahinco sus relaciones con la situación histórica en que todos viven y, por fin, cuidará de aprehender la posible semejanza existente entre todas esas individuales inquietudes. Nada más difícil que percibir un parecido entre lo que, como esta inquietud precursora, no tiene todavía "figura". En el tierno y vago estremecimiento inicial de las almas de una generación apenas podrá describirse otra cosa que la semejanza de su "sentido". Toda generación histórica comienza, en efecto, por una semejanza en el "sentido", todavía inexpreso, que unos cuantos jóvenes coetáneos quieren dar a sus incipientes vidas individuales. Nadie puede vivir en inquietud permanente, ni siquiera los inquietos. La ambición personal que la inquietud revela—"ambición", de amb~ire, ir de un sitio a otro, dar vueltas en torno a una cosa, buscar inquietamente una "salida" o un "reposo"—acaba por concretarse en una autopvoposición más o menos firme y satisfactoria. Sobre la dúplice estructura de toda autoproposición humana (el proyecto y el ensueño, la probabilidad y la utopía), dije antes lo suficiente para no insistir ahora. El historiador de una generación histórica, después de haber precisado la semejanza en la inquietud, se esforzará por aprehender el posible, suce324 sivo y siempre inseguro parecido entre las autoproposiciones personales de quienes integran su minoría. Todas ellas serán, por supuesto, rigurosamente distintas entre sí; pero si el conjunto generacional es algo más que una ficción del historiador, todas ellas mostrarán una innegable semejanza estilística. Las personales inquietudes de los miembros de una generación se parecen en su "sentido"; las personales autoproposiciones de todos ellos, más configuradas ya, se asemejan en su "estilo" 36. Muchas veces no será claramente perceptible en la vida de un hombre la formulación preoperativa de sus proyectos y sus ensueños. De su inquietud y su autoproposición no veremos sino las acciones personales que sucesivamente las actualizan. Cada acción personal, una cuenta individua dentro de ese rosario de acciones en que se distiende el proyecto de existencia, comienza por un repliegue del hombre a su personal intimidad y 36 En la base de todo "proyecto personal"—la fracción posible de la autoproposición—se articulan en forma más o menos identificable los siguientes supuestos suyos: 1. La idea que el hombre tiene de sí mismo, inserta a su. vez en una idea—científica, vulgar, religiosa, supersticiosa, etc.—de la existencia humana, en una tácita antropología. 2. La idea que del mundo y de su posible curso temporal tiene ese hombre: una Física, una Biología, una Sociología y una Historia rudimentarias o elaboradas. 3. La adscripción personal, el amor del hombre a su vida futura y posible; la intensidad de la "vocación" con que se siente "llamado" a hacer lo que proyecta. Estos tres supuestos del proyecto personal descansan a su vez sobre un último plinto de creencias—religiosas o seudorreligiosas—constitutivamente necesarias para que la existencia humana no pare en el suicidio o en la desesperación absoluta. 325 se halla integrada por varios elementos descriptivamente distintos entre sí: el propósito o sentido intencional de la acción, lo que su autor quiere hacer con ella; la decisión selectiva y operativa, acto por el cual prescinde el hombre de lo que no hace, se queda con lo que va a hacer y pone en marcha la intención definitivamente adoptada, la figura expresiva y operativa, rostro visible de la acción personal; y, por fin, el sentido impletivo, el significado y la importancia que la acción, una vez cumplida, tiene para su autor y para los que de ella reciben noticia 37. El historiador de una generación describirá la serie de acciones personales con que cada uno de sus personajes va distendiendo su autoproposición, procurará aprehender la figura que todas ellas forman y estudiará con cauteloso desvelo el posible parecido que las acciones singulares y sus totales figuras tengan entre sí. El "estilo" común que apuntaba en el parecido de las autoproposiciones queda ahora perfectamente configurado y definido; siempre, claro es, que el grupo descrito constituya una verdadera generación histórica. Las preguntas concretas que nuestro historiador deberá ir haciéndose y contestándose, enunciadas quedaron en las páginas anteriores. 3T El inicial repliegue del hombre a su intimidad constituye una cierta "suspensión" de la vida personal. Cada acción deliberada y libre es, en cierto modo, un "empezar a vivir"—a vivir personalmente, claro es—, y por esto es radicalmente discontinuo el curso de la existencia humana. Sólo a saltos vive el hombre en cuanto tal. 326 He dicho repetidamente que el curso histórico concreto del parecido generacional puede ser extremadamente diverso. Mas, cualquiera que sea la línea temporal del parecido, y aunque se aparte mucho de todos los posibles modos típicos antes reseñados, siempre se hallará integrada por los tres momentos sucesivos que acabo de exponer: semejanza en la inquietud inicial, semejanza en las autoproposiciones personales, semejanza de las figuras dibujadas por las acciones que dan temporal actualidad al proyecto. Si a la descripción de esta sucesiva semejanza se añade la de su huella histórica, desde que comenzó a influir sobre el mundo en torno hasta el momento en que el historiador escribe, estará completo el cuadro historiográfico de una generación. El acabamiento de la descripción no supone, sin embargo, la terminación definitiva del empeño. Tiene el historiador a su vista el despliegue o, mejor aún, la edificación de un parecido histórico. ¿Puede ser reducida esa curva a la unidad de un centro intencional? ¿Existe un centro desde cuya unidad pueda ser comprendida la diversidad sucesiva de la semejanza? ¿Cuál es—por usar palabras más comunes, aunque menos precisas-—el "espíritu" de la generación descrita? Sólo puede alcanzarse respuesta a tales preguntas paseando una y otra vez la mirada—una mirada sensible, amorosa e instante—sobre la superficie en que se distiende temporalmente el parecido generacional. Múltiple puede ser el resultado de la pesquisa. Habrá oca327 siones en que el parecido nazca de una sola intención y ésta sea fácilmente conjeturable. Otras veces habrá necesidad de referir la semejanza a un complejo de intenciones más o menos discernibles, pero constantes desde su nebulosidad inicial hasta su ñnal desgranamiento en acciones concretas. Algunas mostrará el parecido etapas cualitativamente distiritas entre sí, equivalentes a las "unidades sucesivas" de que hablé en mis reflexiones sobre el problema de la biografía. Todo ello no contando la posible ordenación descriptiva del parecido general en "unidades sistemáticas"—literarias, intelectuales, políticas, etc.'—, coincidentes o no con los subgrupos humanos en que, como sabemos, se diversifica a veces el conjunto generacional. En tratándose del parecido generacional surge por todas partes la misma diversidad volandera y tornadiza. Las quiebras, las transiciones y las hendiduras de la semejanza histórica entre los hombres no alcanzan, ciertamente, a negar la posible aparición de tal semejanza en el curso real de la Historia. Demuestran, en cambio, y muy eficazmente, que la descripción aislada de un conjunto generacional es siempre una convención historiográfica más o menos acusada. Conviviendo con otros hombres hacen los hombres su vida. Esta convivencia puede consistir en una relación personal y en un parecido biológico, histórico o social. A veces, de modo muy poco previsible, coinciden entre sí la relación y el parecido histórico, y surgen, entre otros, los grupos huma328 nos que llamamos generaciones. ¿Quién podrá negar que la generación, así entendida, es una realidad del acontecer humano y un precioso concepto para entender y describir adecuadamente la vida histórica? Lo cual, evidentemente, dista mucho de afirmar que sean las generaciones las unidades fundamentales de la mudanza histórica 38. Dos unidades elementales, que no métricas, tiene el curso discontinuo de la Historia. Una es real: la existencia personal de cada uno de los hombres que, haciendo su vida, hacen la Historia. Otra es sucesiva: la unidad de cada una de las acciones históricas con que los hombres van cumpliendo como pueden sus proyectos y sus ensueños. De la conexión de estas acciones nacen 38 E n sus prescripciones historiográflcas de El cometido de¡ la nueva ciencia histórica, parte Ortega de un a priori: la real ordenación del acontecer histórico en el ritmo polémico de las generaciones. La serie quindenial de las generaciones es la retícula con que el historiador debe contemplar el curso de la Historia. El problema del historiador se reduce, por tanto, a conseguir que su retícula coincida sin error de paralaje con la presunta estructura generacional de la Historia. Pero esa realidad de un ritmo quindenial en el acontecer histórico ¿no será muchas veces la sombra de la retícula interpretativa que el historiador maneja? ¿No habrá en lo interpretado una proyección demasiado vigorosa de lo que Heidegger llama "preestructura de la interpretación"? Creo muy preferible que el historiador edifique su descripción del curso de la Historia sobre el fundamento de la biografía. Con tal proceder, las "unidades" de la semejanza histórica—y, entre ellas, las generaciones—son más bien "problemas" y "hallazgos" que construcciones previas. Sé muy bien que no puede escribirse la Historia sin supuestos, ni interpretar sin una "preestructura de la interpretación"; el wie eigenílich gewesen de Ranke puede ser una aspiración, mas no un método. Ello, sin embargo, no excluye la ascética exigencia de reducir al mínimo los supuestos interpretativos. 329 los eventos, elementos operativos del acontecer histórico. La unidad real que es cada existencia humana va edificándose, piedra sobre piedra, mediante una serie sosegada o anhelante de acciones personales. Un hombre, un hombre que con ojos luminosos o con ojos ciegos '—"vestido de Cristo" o "a tientas", decía San P a b l o va buscando a través de la Tierra su reposo en Dios. 330 ÍNDICE Págs. Carta a Xavier Zubiri 8 CAPITULO I. EL APOYO DEL HOMBRE EN LA HISTORIA.—El hombre como ser histórico.—Los problemas de la Historiología.—Modos de vivir la mudanza histórica.—La seglaridad completiva. El optimismo del progreso.—El pesimismo de la regresión.— La inseguridad crítica.—Regresión y crisis 17 CAPÍTULO I I . LA INSEGURIDAD DEL HOMBRE.—Muerte, dolor y flnitud. El hombre, "animal enfermo".—Finitud y angustia.—Seguridad animal, inseguridad humana.—El hiato entre el hombre y el mundo 41 CAPÍTULO III. LA SALIDA DE SI MISMO.—La salida mística.—La salida instintiva.—La salida agónica.—La aventura ideal.—La compañía del hombre.—Fama y acción histórica.—La fama mundana.—La fama trágica.—La fama trascendente 331 69 Págs. CAPITULO IV. LA CREACIÓN HISTÓRICA, EL HASTIO Y LA NOVEDAD. Recapitulación.—La creación histórica.—Seguridad y posibilidad.—Esencia de las crisis históricas.—Psicología de la insatisfacción histórica.—El hastío.—El afán de novedad.—Sinopsis. 101 CAPITULO V. BIOLOGÍA E HISTORIA. EL INGRESO DEL JOVEN EN LA VIDA HISTÓRICA.—Biología e Historia.—Edad e Historia.—La vida juvenil.—El adolescente y la vida histórica.—Lo impuesto al joven.—Lo depuesto por el joven.—Lo puesto por el joven.—Lo propuesto por el joven.—El estilo juvenil 131 CAPÍTULO VI. LA GENERACIÓN COMO CONCEPTO HISTORIOLOGICO. HISTORIA DEL CONCEPTO.—I. Período precientífico del vocablo.—II. Período científico del vocablo.—Ranke.—Dilthey.— Ottokar Lorenz.—Ortega y Gasset.—Petersen.—Pinder.— Wechssler.—Drerup.—Resumen: Mannheim y Petersen CAPÍTULO 207 VH. LA GENERACIÓN COMO CONCEPTO HISTORIOLOGICO. TEORÍA DE LA GENERACIÓN.—Discontinuísmo histórico y vida personal.—La semejanza generacional.—Estructura de las generaciones.—Curso de las generaciones.—Historiografía de las generaciones 332 265 ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN LOS TALLERES TIPOGRATICOS DE LA IMPRENTA "DIANA", LARRA, 6, MADRID, EL DÍA VIII DE ENERO DEL AÑO DE GRACIA DE MCMXLV DE LA ERA CRISTIANA LAVS DEO
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