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QUÉDATE CONMIGO
Ebony Clark
Página 1 de 265 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
1.ª edición: octubre, 2016
© 2016 by Ebony Clark
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-562-3
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Contenido
Portadilla
Créditos
Prólogo
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas. Dos días después
Las Vegas
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas
Nota de la autora
Promoción
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Prólogo
McKenzie: adjunto justificante de transferencia contra la cuenta corriente
facilitada. Espero que todo esté a la altura de las expectativas. Kitty Barret.
El hombre sonrió mientras releía aquellas líneas y bajó de inmediato la tapa del
portátil al escuchar los pasos de Tyler a su espalda. Había conocido muchas clases de
mujeres, pero aquella Kitty era sin duda la más sorprendente de todas. Acababa de
sellar un trato con ella en el que se comprometía a proporcionar a su mejor amiga una
aventura que jamás olvidaría. La idea era divertida. Y se sentía un poco miserable por
prestarse a los manejos de una británica medio chiflada. Pero así estaban las cosas.
—¿Algún problema? —preguntó Tyler.
Contuvo una carcajada. Problema no era precisamente la palabra que describía lo
que se avecinaba.
—Todo en orden, Ty.
—Me alegro. —El otro hombre ni se despidió, tan solo agitó la mano en el aire en
un gesto distraído.
—Ya veremos si te alegras tanto dentro de un par de días —murmuró para sus
adentros.
***
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Londres, estudios de la BBC One
—¡Quédate conmigo! —exclamó el chico mostrando la claqueta—, episodio 135...
¡Acción!
Las luces parecieron cobrar más intensidad, y empezó la acción. De pronto, estaban
en el plató de rodaje de una de las series de mayor audiencia de la cadena británica.
Los actores interpretaban a sus personajes bajo la atenta y, en ocasiones, eufórica
dirección del director de la serie. Durante algo más de media hora, la perversa Elora
trataba de recuperar a su marido, el atractivo doctor Lockarne, mientras Wendy, su
amante ingenua a la que el público adoraba, contemplaba la escena desolada.
En la siguiente toma, el doctor Lockarne suplicaba a Wendy otra oportunidad,
mientras ella se debatía entre el amor que sentía por él y el remordimiento por la
traición a Elora.
—Quédate conmigo, Wen...
—Adiós, Andrew.
Una voz en off dio por concluida la grabación.
¿Podrá Wendy separarse del único hombre al que ha amado ?Y si lo hace, ¿resistirá
su amor al paso del tiempo, la distancia y las maquinaciones de Elora...? Quédate
conmigo... Descubre el desenlace en el último episodio de la temporada. Mañana a las
nueve de la noche, después de las noticias, en tu canal favorito...
—¡Corten! —gritó el director—. Ha quedado perfecto. ¡Sois geniales, chicos!
Alguien se sorbió las lágrimas ruidosamente y suspiró, contagiada por la atmósfera
de dramatismo y romance que había impregnado el ambiente.
Los aplausos llenaron el estudio de grabación, y, al instante, la enfermera, el médico
y la embustera paciente abandonaron sus puestos y se unieron al resto del equipo.
—Grabaremos la escena de la despedida en el aeropuerto y después... ¡unas
merecidas vacaciones! —Ewan los señaló con su amuleto, una pulsera que había
pertenecido a Grace Kelly y que había comprado en una subasta por una cantidad
astronómica que jamás había querido revelar—. Os quiero a todos de vuelta en media
hora, estáis advertidos.
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Al pasar junto a la mujer que interpretaba el papel de Elora, Ewan se detuvo.
—Tenemos que hacer algo con tu papel, querida —informó—. Los telespectadores
no han dejado de llamar durante toda la semana. Te odian con un odio irracional. Han
enviado cientos de mensajes a la cadena pidiendo tu cabeza. Te quieren muerta en la
próxima temporada.
—Eres un cerdo, Ewan. Y sabes que no puedes rescindir mi contrato. Aún quedan
dos años —se jactó ella, encendiendo un cigarrillo mentolado y echándole el humo en
la cara—. Tengo una idea. ¿Por qué no hacemos que sufra de amnesia, olvido que soy
una arpía y Andrew se enamora de mí otra vez?
—Andrew ama a Wendy, Elora.
—Ese es tu problema, querido mío. ¿Qué opinas, Kitty?
—Que no escribiré otro guion absurdo para salvarte el culo —informó la otra mujer,
dedicándole su mejor sonrisa forzada. Se dirigió hacia la joven que en ese momento
trataba de escabullirse en busca de un poco de intimidad y la abrazó para felicitarla—.
Has estado genial. Tu hermana Chelsea ha llamado hace un minuto, a cobro revertido,
ya la conoces. Ha dicho que ha llorado a moco tendido durante todo el episodio...
Vamos, te invito a comer.
***
—Dame una buena razón por la que no deba romperle la nariz a ese gilipollas.
Amanda sonrió para sus adentros mientras contemplaba con cierta fascinación a
Kitty. Era menuda como ella y sus pies pequeños siempre parecían dispuestos a patear
el trasero de alguien que lo mereciera. El cabello castaño le caía en desorden sobre las
sienes y la frente, huyendo de algo que Kitty solía llamar recogido de guionista
indigente sin tiempo para la peluquería y que, en definitiva, era una coleta de caballo
que nacía un poco más arriba de su nuca y se deslizaba con rebeldía sobre su espalda.
Sus ojos color avellana, enmarcados por unas espesas pestañas, brillaban intensamente
y no auguraban nada bueno.
Amanda suspiró. Hizo un breve repaso mental de los motivos por los que adoraba a
su mejor amiga. Porque tenía aquel encantador acento americano y porque, como ella,
odiaba el té. Porque era su caballero de la brillante armadura a pesar de que solo
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medía un metro cincuenta y poco. Porque estaba dispuesta a liquidar a Jason a pesar de
los testigos y a pesar de que Jason era cinturón negro en karate. Sorbió un poco de su
helado de chocolate haciendo más ruido del habitual y disculpándose cuando algunas
personas las miraron con curiosidad. Por supuesto, hubo dos que ni siquiera giraron la
cabeza, ya que permanecían absortos el uno con el otro, haciéndose arrumacos sin
importarles quien pudiera observarlos.
—Kitty... déjalo estar. Jason y yo solo hemos salido un par de veces. No hay nada
entre nosotros —comentó fingiendo que la escena no la afectaba. En realidad, sentía
que las suelas de los zapatos se le derretían de rabia.
Jason le había dicho en su última cita que ella era su preciosa muñeca... Menudo
cabrón mentiroso. No es que estuviera perdidamente enamorada de él, pero esperaba un
poco más de respeto del tipo que decía ser tu otra mitad mientras te pintaba las uñas de
los pies. Así que, para qué negarlo, tenía el estómago revuelto desde que aquellos dos
se habían sentado un par de mesas más allá de la suya. Era una cuestión de amor propio
más que de sentimientos. Para ser sinceros, Jason estaba destrozando su dignidad
públicamente.
—Eso no es una razón —insistió Kitty, apretando inconscientemente su vaso de
helado hasta que la tapa plástica saltó sobre la mesa.
—Está bien, te daré varias... Mide treinta centímetros más que tú. Practica artes
marciales. Estamos en un lugar público. Todos nos conocen. Tiene derecho a salir con
quien quiera. Es el protagonista principal de la serie. Y si le tocas un pelo, su agente,
que por cierto es la mujer que acaba de meterle la lengua en la boca, te denunciará —
añadió, molesta al comprobar que algunos de los presentes ya habían descubierto su
presencia y le dedicaban compasivas miraditas de reojo.
Era lo peor de las rupturas, incluso en aquellas en las que tu ex solo había sido un
capítulo casual que desearas cerrar cuanto antes. Sentir aquellos pares de ojos sobre la
nuca vigilando tus movimientos, deseando ver en tu interior, cebándose en tu mala
suerte... Jason no era tan importante como para provocarle rencor. Sin embargo, no
podía evitar el azote de la humillación.
Era bastante guapo, la verdad. Lo miró de reojo. Un bombón relleno de nada bajo
cualquier ángulo desde el que se lo observara, incluso con la lengua de aquella
pelirroja haciéndole una limpieza bucal. Sacó la pajita del helado con brusquedad y, al
hacerlo, unas gotitas de chocolate salpicaron su inmaculado uniforme de enfermera que
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era parte del vestuario.
—¡Mierda...! —exclamó, mojando de inmediato la tela con un poco de agua sin gas
de la botella de Kitty.
Kitty era adicta al líquido elemento. Bebía al menos tres litros diarios, por lo que
siempre tenía una buena excusa para ir al lavabo. Solo que en aquel momento parecía
querer ir en una única dirección. Y era hacia la mesa donde Jason examinaba las
amígdalas de su pelirroja acompañante.
—¿Lo ves? Estás cabreada —afirmó como si acabara de descubrir la fórmula de la
Coca-Cola.
Pues claro que estaba cabreada. ¿Qué esperaba? Su pareja pública hasta hacía una
semana estaba a punto de montárselo delante de sus narices, en la cafetería de los
estudios donde ambos trabajaban, con una mujer que era la versión humana de Jessica
Rabbit.
Kitty se levantó, arrastrando la silla con ella.
—Voy a partirle la cara a ese memo, Amanda. No lo aguanto más.
Amanda la siguió. Sujetó su mano con fuerza para detenerla en el instante justo en
que Kitty, con su mano libre, le colocaba a Jason el plato de macarrones con tomate por
sombrero. La verdad es que estaba muy gracioso con aquellos regueros carmesí con
motitas de orégano deslizándose lentamente por sus patillas recién cortadas por el
estilista de la serie. Tenía la boca abierta como si quisiera protestar, pero se hubiera
quedado paralizado por la sorpresa.
Kitty le metió un palito de pan de cereales entre los labios y le palmeó el cachete
con una sonrisa triunfal en el rostro.
—Ahora sí que estás para comerte, Doctor.
—¿Cómo te atreves...? Haré que te despidan, foca entrometida… —la voz de Ronda
Swanson, la pelirroja que se comía a Jason con sus labios tan rojos como el cabello, se
perdió entre las carcajadas de los compañeros de rodaje.
—Por desgracia para ti, golfa con tetas de silicona, no tienes tanto poder. Soy la
mejor guionista de la serie, así que cierra tu boquita de colágeno operada por un
cirujano plástico ciego... Y en cuanto a ti...
—Kitty, cálmate… —Jason retuvo con la punta de la lengua un poco de tomate y,
aunque estaba bastante ridículo, su gesto tenía un cierto toque sensual, a pesar de
aquellos macarrones en la coronilla.
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«No tengo remedio, lo sé», pensó Amanda. Jason aún ejercía un peligroso poder
sobre ella y estaba dispuesta a probar cualquier cosa para vacunarse contra aquella
enfermedad. Quizá no fuera mala idea que Kitty lo vapuleara un poco antes de rodar la
última escena.
—No me pidas que me calme, gusano. Le has roto el corazón a mi amiga. —Kitty
miró su reloj, contando los segundos y calculando mentalmente el tiempo del que Jason
disponía para arreglar el desastre de su rubio y lacio cabello ahora teñido de rojo—.
Date por muerto si no desapareces de mi vista en menos de un minuto.
Jason no necesitó que Kitty repitiera la amenaza. La conocía muy bien y sabía que
era capaz de arrancarle los párpados con los dientes si no obedecía. Pasó junto a
Amanda sin mirarla, seguido de su agente/amante, quien aún mascullaba algunas
palabrotas entre dientes.
—No debiste hacer eso —la regañó Amanda mientras se dejaba conducir hasta el
plató donde todos aguardaban su reacción ante la escena anterior. Los despreció por ser
tan carroñeros; lo cierto era que tenía que reconocer que el ataque de Kitty había
contribuido a echar más carnaza para la prensa del corazón.
—Eso es verdad. Tú tenías que haberlo hecho —replicó Kitty.
—Tal vez Jason no me importa lo suficiente —confesó, y su amiga la miró fijamente.
Amanda no era precisamente una belleza de Hollywood, pero aquella era en
realidad su mejor arma, lo que la convertía en alguien misterioso y al mismo tiempo
cercano para la audiencia.
Había algo en Amanda que conmovía profundamente a su público y a cualquiera que
la conociera; una dulzura innata, una fuerza interior y algún ingrediente secreto que
tenía que ver con el modo cautivador en que modulaba las palabras durante una escena.
Tenía el cabello castaño oscuro y la tez pálida salpicada por algunas graciosas
pecas sobre la nariz. Sus ojos color miel ejercían de poderoso imán y atrapaban las
miradas de los hombres incluso contra la voluntad de Amanda. Su sonrisa era natural,
muy distinta a la artificiosa aunque hermosa sonrisa de la mujer que interpretaba a
Elora en la serie. Era una excelente actriz que había encontrado aquella vocación por
casualidad y que de ningún modo permitía que eso la convirtiera en una diva
caprichosa. Pequeña y curvilínea, Amanda había conquistado los corazones de los
telespectadores de la BBC con su sencillez.
Kitty la quería por muchos motivos y la admiraba, pero odiaba que no supiera ver
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cuando un hombre no le convenía. La abrazó, le colocó el pelo tras las orejas y la besó
en la frente.
—Te quiero, pero a veces pienso que eres de otra galaxia. Mírate bien. Eres bonita,
eres famosa... Podrías tener al hombre que quisieras. Sin embargo, tu currículum
sentimental es un desastre. Y Jason ha sido el colofón, la guinda del pastel… un idiota
presumido con el coeficiente intelectual de un guisante... ¿por qué?
Amanda lo meditó un segundo y después sonrió. Kitty tenía razón, como siempre.
—Quizá porque sigo buscando al hombre perfecto... —bromeó, haciendo alusión al
título del episodio que rodaban aquel día en la serie de televisión para la que ambas
trabajaban en la BBC One.
Amanda había logrado un papel principal como actriz mientras que el brillante
talento de Kitty como guionista la había convertido en una de las guionistas preferidas
de los productores de la serie.
—Entonces, querida amiga... Deja de buscar en los lugares equivocados. —Kitty se
sacó algo del bolsillo de la chaqueta y lo pensó un instante.
Kitty sabía que Amanda necesitaba un cambio de aires, eso era incuestionable. Pero
si se marchaba, la echaría de menos. Y si, además, decidía no volver, los productores
de la serie la matarían por haber sido instigadora y cómplice. Suspiró, regañándose
mentalmente por plantearse siquiera aquella duda. Lo único que importaba era que
Amanda huyera de aquel ambiente que comenzaba a afectar su criterio emocional y
aprendiera a distinguir un buen tipo de un cerdo con cazadora de pana. Era esencial
evitar que Amanda se convirtiera en una cuarentona amargada y ácida que se arrastraría
en camas ajenas para lograr papeles de villana con nombres como Elora. Depositó lo
que había sacado del bolsillo en la mano de su amiga.
Amanda contempló el billete de avión con expresión bobalicona, y Kitty suspiró.
—Es un billete para Estados Unidos. Quiero que te largues mañana mismo y pases
tus vacaciones bien lejos de ese donjuán con pretensiones escénicas.
Amanda se fijó en el destino que señalaba el billete y después miró nuevamente a su
amiga.
—¿Texas?
—No me mires así. Lo necesitas. He hablado con unos primos postizos que tienen un
pequeño rancho en Loving. Es una especie de hotel rural y están encantados de
recibirte.
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—¿Postizos? ¿Loving? —repitió Amanda sin entender nada.
—Postizos. Mi madre se casó en segundas nupcias con el tío de los McKenzie
cuando abrió su restaurante grill la Ternera Loca en Picadilly, ¿recuerdas? Mentone es
un pequeño pueblo del condado de Loving, en Texas. Necesitas desintoxicarte de Jason
y de este ambiente frívolo y superficial... antes de que te conviertas en una Ronda
Swanson cualquiera —advirtió con seriedad.
—Pero no puedo marcharme así, sin más… —protestó.
—¿Qué apostamos a que sí? El rodaje ha terminado, dentro de poco será Navidad, y
tu hermana odia esa fecha, ya lo sabes. Ha dicho que la pasará con unas amigas en
España. No puedes quedarte para escuchar las campanadas de fin de año mientras ves
ese programa aburrido en compañía de alguna vieja gloria británica.
—Pensé que lo veríamos juntas —replicó con una media sonrisa.
—Yo soy la vieja gloria británica —informó con una expresión teatral y añadió—:
Dijiste que querías otra vida, una que fuera tuya de verdad, haciendo algo que te gustara
de verdad. Te encanta la fotografía, siempre lo has dicho. Esta es tu oportunidad. Te vas
a Texas. No pienses, no protestes, no me des las gracias, y feliz cumpleaños.
La besó fugazmente y la empujó hacia las cámaras, apartándose para que la
maquilladora diera unos últimos retoques a su cara pálida.
Amanda seguía pensando en ello algunos segundos después y no escuchó la primera
llamada de la joven ayudante de producción. ¿Texas? Y, además, no era su cumpleaños.
Pero Kitty ya le había hecho su regalo, qué buena amiga era... Y qué original. Pero
¿Texas?
—Señorita Chase... ¿le importaría dejar de pensar en las musarañas y concentrarse
en su diálogo? —la voz estridente de Ewan Preston, director de la mayoría de los
capítulos de la serie, le llegó esta vez clara e impaciente.
Le hablaba a ella. Ella era Lori Chase, la estrella principal de aquel culebrón
británico en el que Jason era su oponente masculino. Ewan estaba furioso con ella. Por
su culpa, Jason tendría aquel aspecto horrible en la grabación del último capítulo de la
temporada. Amanda asintió, recobrando la compostura.
—Bien, muchas gracias, Lori. Todos a sus puestos... ¡Por Dios! Que alguien le quite
al Dr. Lockarne esos macarrones de encima.
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***
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Mentone, Texas. Dos días después
Amanda apoyó su maleta de color rojo chillón sobre la tierra, repitiéndose por
octava vez en aquella mañana que tenía que matar a Kitty cuando regresara a Londres.
—Aquí nos separamos, guapa.
Murmuró un gracias entre dientes, mientras recordaba la hora y media de viaje que
había compartido con aquel hombre sudoroso que hablaba por los codos y le deslizaba
la mano con disimulo sobre la pantorrilla al menor descuido.
Escuchó cómo hacía rugir el motor para impresionarla, derrapando las ruedas y
levantando una polvareda que la dejó cubierta de tierra hasta las cejas. ¡Estupendo! Era
lo que le faltaba. Miró en todas direcciones siguiendo las indicaciones que le había
dado su buen amigo el conductor maloliente y pulpo. Pero lo cierto era que en mitad de
la nube de polvo apenas podía distinguir su propia nariz del resto del paisaje. Se
descalzó los tacones y se sacudió como pudo el abrigo color blanco roto DKNY que
ahora estaba hecho un asco gracias a su amigo manos largas Mac.
Trató de pensar con claridad y se ordenó no dejarse impresionar por el cielo
encapotado que amenazaba tormenta, por el cansancio o por la tela de su vestido que se
pegaba como una segunda piel a su espalda sudorosa bajo el abrigo. Ahora no podía
echarse atrás. Estaba allí. En Harmony Rock. Un lugar en mitad de la nada en el
condado de Loving, Texas. Y no se veía un alma.
Pero no se rendiría. Era una Abbot, de los Abbot de Bournemouth en el condado de
Dorset. Su familia había reinventado el término supervivencia cuando el primer Abbot,
procedente del norte de América y desertor de la guerra de Secesión, se instaló en
aquella costa inglesa de más de cinco millas, echando raíces contra todo pronóstico.
Era una mujer adulta que había decidido cambiar de vida y eso incluía dejar de
preocuparse porque sus mejores zapatos hubieran perdido las tapas o porque su abrigo
tuviese el mismo aspecto que si la hubiese atropellado una manada de búfalos furiosos.
Tomó aire y lo soltó, emprendiendo la marcha hacia cualquier lugar, arrastrando la
pesada maleta que apenas contenía un tercio de la ropa que solía llevar en sus viajes.
Siempre en dirección recta... Eso había dicho el camionero. Qué tipo tan gracioso.
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Como si trazar una línea recta en un lugar donde no había nada significara algo. Caminó
sin mirar y sin desviarse, convencida de que tarde o temprano tropezaría con la casa o
con una serpiente o con otro camionero que querría enseñarle su colección de tatuajes.
Cuando llevaba una eternidad andando sin rumbo —en realidad, habían sido cinco
minutos, pero para alguien como ella, una eternidad era apropiado—, lo vio.
Se cubrió los ojos con la palma de la mano para cerciorarse.
Allí estaba.
El rancho de los McKenzie se dibujaba ante ella en toda su magnitud. Observó hasta
donde la vista le alcanzaba. ¿Cuántos acres podía tener? Lo calculó mentalmente y
pensó que no le iba mal al señor McKenzie después de todo. Se alegraba de que en el
último momento Kitty hubiera confesado que había tenido que pagar a aquellos
familiares lejanos por aquel regalo que le hacía.
Puede que fuera una frívola, pero prefería pagar por casi todo. La hacía sentir más
segura el hecho de que aquellos desconocidos no pudieran arrojarla a la nada en mitad
de la noche. Aunque igualmente mataría a Kitty cuando volviera a verla.
Se alegró de todos modos de estar allí. Eso permitiría que pasara por aquella crisis
existencial en el único lugar donde nadie la buscaría, ni siquiera su letal agente,
Brittany Thomson.
Brittany le había dicho: «No queremos un escándalo, ¿está claro? Supera esa
tontería de quiero ser una mujer normal y dedicarme a mis labores. No eres normal,
querida. Eres Lori Chase. Muchas mujeres venderían su alma al diablo por tener lo que
tú tienes. Así que supera esta crisis y vuelve a ser Lori Chase, la mujer que paga tus
facturas, la protagonista de la serie de mayor audiencia en los últimos tres años, y
regresa a Londres para cumplir tu contrato en las dos próximas temporadas. Te lo
advierto, Amanda, no soy de las que se quedan de brazos cruzados cuando alguien trata
de romper un acuerdo millonario».
Brittany había pronunciado el párrafo entero sin pestañear y sin detenerse para
respirar. La verdad, daba miedo cuando hablaba así. Pero Amanda la había dejado allí
plantada, sentada en su extravagante y frío sofá con tapicería de leopardo que
desentonaba con el resto de la decoración de su también frío y victoriano despacho. Por
descontado, no le había confesado que esa era justamente su intención. Romper con una
vida vacía, solitaria y superficial, y, tal vez, dedicarse a cultivar un huerto y contemplar
los atardeceres del mes de julio mientras veía cómo alguien rescataba una bota vieja en
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su amada playa de Bournemouth. Brittany carecía de la sensibilidad de otros mortales y,
en consecuencia, no podía comprenderlo.
Amanda solo era actriz por un error del destino. Su madre había muerto cuando ella
y su hermana aún estaban en la escuela, un episodio del que jamás hablaban, pero que
las había convertido en adultas y responsables adolescentes a la tierna edad de diez y
doce años.
Su padre, Marion Abbot, había sido un buen padre. Un tipo algo despistado que
solía olvidarlas en algún pasillo del supermercado hasta que alguien las llamaba desde
caja cuando él recordaba que no había ido solo a hacer la compra. Trabajaba como
fotógrafo en bodas y bautizos.
Algunos fines de semana, Marion las llevaba a casa de la tía Mary en Londres y
colocaba chocolatinas para usarlas de cebo y fotografiar ardillas en Hyde Park.
Amanda solía recordar aquellas mañanas de principios de diciembre, sentada en un
banco cubierto por la primera escarcha del mes, sosteniendo entre el índice y el pulgar
congelados un pedazo de Mars mientras Chelsea contenía la respiración y susurraba
«ahí viene una...».
Habían sido felices entonces. Los tres se conformaban con su mutua compañía, y
aunque Marion tenía talento para realizar exposiciones en las mejores galerías, solía
decir que aquel era su verdadero objetivo en la vida: ver crecer a sus hijas, pasar cada
segundo libre con ellas y retratar los momentos felices de otras familias.
Y procurar no olvidarlas en el supermercado.
Eran las pequeñas cosas que llenaban su mundo. Lo decía con aquella mirada
entrañable que hacía que las pequeñas cosas adquirieran mayor importancia. Un buen
día, Marion había tardado más de la cuenta en su cuarto de revelado. Ella y Chelsea
habían bajado con la intención de darle un buen susto y llevaban puestas las caretas de
Halloween: ella era el asesino de las películas de Jamie Lee Curtis, Michael Mayers, y
Chelsea, un horrible zombi mutante.
Solo que, al abrir la puerta, ninguno de las dos había dicho «buuu». Se quedaron
paralizadas, con las máscaras puestas y los ojos clavados en el cuerpo de Marion que
había caído al suelo arrastrando la cámara y una cubeta de líquido de revelado sobre su
cuerpo. Un infarto. Eso había sido todo. El principio del fin.
Chelsea no habló durante seis largos meses. Por suerte, la tía Mary se había hecho
cargo de ellas a pesar de que era demasiado mayor hasta para cuidar de sí misma. Y
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otro buen día, la tía Mary también les había dicho adiós. Chelsea tenía entonces veinte
años y las dos habían renunciado a la idea de ir a la universidad.
No había dinero, Marion nunca había sido tan previsor y la tía Mary vivía de una
pensión como bibliotecaria que apenas sufragaba los gastos de la compra. Así que las
dos habían encontrado trabajo en un Starbucks. Como la tía Mary no tenía más familia
que ellas, les había dejado su pequeño piso en la zona del Soho londinense. El
problema del alquiler estaba solucionado, pero dos jóvenes en edad de desear todo lo
que vendían los escaparates necesitaban un golpe de suerte...
Una tarde, había acompañado a Chelsea a los estudios de la BBC One en
Marylebond. Chelsea se presentaba a un casting para hacer de extra en un conocido
programa de televisión de la cadena, pero los nervios la habían obligado a correr hacia
los lavabos, y Amanda había ido detrás para evitar que se desmayara si se encontraba a
alguno de sus ídolos por el camino. Solía fantasear imaginando que Rod Stewart la
escogía como protagonista de su último vídeo musical. Finalmente, Chelsea le había
pedido que hiciera el turno por ella mientras vomitaba el almuerzo. Amanda había
obedecido a regañadientes. Después de esperar más de una hora a que alguien le dijera
en qué cola tenía que ponerse, un tipo alto, medio desvestido —la otra mitad la cubría
una malla de lycra de color violeta— y con el cabello teñido de rubio platino, la había
confundido con una de las chicas del casting.
De nada había servido explicarle que era más bien tímida y que estaba allí por
Chelsea. Todo había sido inútil. El tipo estrafalario no paraba de chillar entusiasmado
mientras la hacía girar una y otra vez bajo el grito de «la encontré».
¿Qué elección había tenido? Debían algunas mensualidades de la compañía del gas y
les habían cortado el teléfono la semana anterior por falta de pago. Demasiadas facturas
como para renunciar a aquel dinero fácil y rápido. Y honrado, gracias a Dios. Ya no
recordaba la de veces que había colgado el teléfono espantada después de descubrir
que un inocente anuncio de empleo en la prensa era en realidad un oficio en el que
tendría que desnudarse delante de unos cuantos borrachos babeantes.
Y eso había sido todo. El fin de Amanda Abbot, camarera de Starbucks coffee, y el
nacimiento de Lori Chase, la estrella de la televisión londinense, la musa de los
perfumes de Chantel, la mujer que no era ella y a la que detestaba.
Pero ahora, por fin, había decido volver a tomar las riendas de su vida. No más
grabaciones de capítulos de series interminables, no más sesiones de fotos en lo alto de
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la torre de un castillo perdido de Austria, vestida con una túnica, muerta de frío y
sometida a la humillación de fingir que disfrutaba mientras un mamarracho con mallas
la rescataba. No más fiestas aburridas donde los ejecutivos sexagenarios de la cadena
intentaban ligar con ella en los recodos de cualquier pasillo. No más sonrisas forzadas.
Ni una más.
Estaba allí, en Texas. Y seguía sin ver un alma. Avanzó un poco y elevó los ojos
hacia el magnífico techo natural que había sobre su cabeza. El sol se ponía y el cielo se
tornaba gris oscuro. Estaba cansada y helada. Con seguridad sería víctima de un buen
resfriado por culpa de los cambios de temperatura. Y estaba hambrienta. Pero tuvo que
reconocer que era la puesta de sol más hermosa que había visto.
Entrecerró los párpados para ampliar su campo de visión y, de pronto…, tragó
saliva con dificultad.
Estaba claro que llevaba demasiado tiempo sin probar bocado y sin tomar agua. Era
la única explicación posible a la maravillosa estampa que recreaba su vista a escasos
pasos. Una figura masculina se recortaba contra la mezcla de tonos grises y arena. El
hombre debía medir metro noventa y se agachaba de cuando en cuando sujetando un
martillo en la mano con el que golpeaba con mecánica destreza los tablones de madera
que inmovilizaba bajo su bota.
Amanda sintió que se le secaba la boca mientras recorría con mirada ávida aquellos
hombros anchos, aquella espalda que se marcaba bajo la camiseta de algodón, aquel
conjunto de músculos, todos perfectamente colocados en su sitio, prisioneros bajo la
tela vaquera de sus pantalones tejanos, moviéndose en sensual armonía a cada golpe de
martillo sobre la madera.
Sin duda debía tratarse de algún espejismo provocado por el ayuno y el cansancio.
«Eso debe ser», pensó mientras afianzaba los pies sobre la tierra húmeda para evitar
que la turbación la hiciera perder el equilibrio. No era posible que existiera un hombre
tan increíblemente atractivo como el que tenía delante y que, además, fuera real.
Y dado que no lo era, podía contemplarlo abiertamente cuanto quisiera sin riesgo de
parecer maleducada. Así que lo hizo y se alegró de que el tipo levantara ligeramente la
barbilla y tocara el ala de su sombrero con los dedos.
Desde aquella nueva perspectiva, podía analizar también sus interesantes facciones.
Se deleitó con aquellos rasgos tremendamente viriles que parecían esculpidos en un
rostro donde el bronceado no tenía nada que ver con unas cuantas sesiones de rayos uva
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en un gimnasio. Los ojos del hombre, de un verde intenso, se enmarcaban por unas
espesas pestañas negras que hacían juego con el cabello que caía con cierto descuido
sobre la frente. De entre sus pobladas cejas oscuras descendía una nariz recta cuya
punta se erguía sobre unos labios gruesos hechos para besar hasta la locura... Unos
labios que ahora se torcían en una sonrisa descarada que denotaba al tiempo cierto
desdén hacia la recién llegada.
«Qué extraño», pensó Amanda. El espejismo la miraba ahora directamente a los
ojos, como si la viera de verdad.
Sí, era muy raro todo aquello. Aquel vaquero de casi dos metros, que parecía haber
salido de un póster erótico de la revista Cosmopolitan, acababa de quitarse el
sombrero y se limpiaba el sudor de la frente, sin apartar su verde mirada de ella.
—¿Busca algo, encanto?
La voz la desarmó por completo. En cualquier otra circunstancia habría enviado al
diablo a cualquiera que se dirigiera a ella con aquella expresión sexista y pasada de
moda. Estaba harta de que los hombres utilizaran apelativos como aquel, como si
dieran por sentado que una mujer no fuera capaz de comprender otro lenguaje. Sin
embargo, había algo en el modo en que lo había dicho que lo hacía menos ofensivo...
Quizá fuera su acento, o su timbre de voz, grave y seductor...
—Nena... ¿puedo ayudarla en algo? —insistió él con impaciencia.
Amanda le tendió su mano como saludo, esperando que no se hubiera llevado una
impresión equivocada.
No era su estilo desvestir vaqueros con la mirada —aunque aquel estuviera para
desvestirlo y materializar con él cualquier fantasía— y no quería que él pensara que lo
era.
—Amanda Abbot —se presentó con una sonrisa, pero dejó caer la mano al
comprender que el tipo no tenía intención de estrecharla.
El hombre se limitó a dejar lo que tenía entre manos y cruzar los vigorosos brazos
sobre el pecho. Parecía incómodo y molesto por la forma en que ella lo había
observado.
«Vaya, un estrecho», pensó Amanda. Pero no se dejó intimidar e insistió.
—¿Llego en mal momento?
Él no contestó. Después de todo, cabía la posibilidad de que aquel sujeto sí fuera
producto de su imaginación, ya que no parecía incapaz de articular más que una especie
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de gruñido malhumorado mientras se dirigía hacia la casa. Amanda lo siguió,
arrastrando su maleta con dificultad después de esperar unos instantes y comprobar que
tampoco tenía la menor intención de ayudarla.
—Oiga... espere...
El hombre ni siquiera se inmutó al atravesar la puerta y soltarla para que cayera sin
contemplaciones sobre ella. Por suerte, una joven salió a su encuentro antes de que su
aristocrática y respingona nariz salpicada de pecas fuera aplastada por el golpe.
—¡Ty! —lo regañó, pero él se encogió de hombros y se adentró en la casa.
La chica la ayudó con la maleta hasta que la dejaron en el amplio salón con
chimenea. La tomó de la mano y siguieron al hombre hasta una cocina gigantesca donde
debían preparar comida para todo el séptimo de caballería a juzgar por el gran número
de platos que habían sido apilados en el fregadero.
Se volvió hacia Amanda con una sonrisa amplia, estrechándole con efusividad la
mano en cuanto ambas estuvieron a salvo de la mirada glacial de aquel tipo.
—Soy Brooke McKenzie. Bienvenida a Harmony Rock.
—Así que Brooke… —repitió, observando con disimulo los movimientos del
hombre que bebía una cerveza sin tener la amabilidad de ofrecer una a su sedienta
invitada.
—Y el vaquero bruto y maleducado es Tyler. Mi hermano mayor... Tyler, saluda a la
señorita Abbot —ordenó, lo mismo que si en lugar de hablarle a su hermano lo hiciera
a un gracioso monito de feria. El hombre emitió un sonido gutural por respuesta.
Amanda los contempló, encontrando enseguida rasgos familiares entre ambos. Los
dos tenían los ojos verdes y la boca gruesa. El labio superior de Brooke estaba
coronado por un sugestivo lunar a la altura de la comisura. El de Tyler estaba cruzado
por una pequeña cicatriz que incitaba a acariciarla y que de inmediato provocó en
Amanda la curiosidad por saber cómo se la habría hecho. Los dos tenían el cabello
negro y ligeramente ondulado. Los dos eran altos y corpulentos, aunque la figura de
Brooke se llenaba solo en los lugares exactos para conferirle un aspecto sexy recién
estrenado por la edad que le adivinaba.
Por su parte, Tyler McKenzie también resultaba tremendamente sexy y su poderosa
mirada actuaba como un irresistible imán que la mantenía hipnotizada. Amanda intentó
apartar aquella idea de su cabeza y ordenó a sus hormonas que se comportaran mientras
fingía que el semblante de pocos amigos del hombre y su impresionante anatomía la
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traía sin cuidado.
—Es un placer. —Amanda lo intentó de nuevo. Pero era inútil. Por más amistosa que
se mostrara, aquel tipo no estaba dispuesto a que congeniaran.
—No le hagas caso. A Tyler le gusta fingir que es un tipo duro, pero no mataría una
mosca. ¿No es así, Tyler? —La joven le dio un codazo en el costado, y, como respuesta,
el hombre se terminó la cerveza de un trago, la alzó hacia Amanda y, apuntándola con
ella, la aplastó entre sus largos dedos.
—No en la primera cita —sentenció, como si le informara que debía darse por
advertida después de aquella demostración de cómo se las gastaban en el salvaje oeste.
De nuevo, Amanda pensó que era la voz más sexy que había escuchado. Lo malo era
que la voz también denotaba su hosquedad, y Tyler ni siquiera se molestó en
disimularlo
—¿Y quieres explicarme de qué va todo esto, Brooke? Creo que te dejé bien claro
lo que pensaba de tu brillante idea de convertir nuestra casa en un museo.
—Venga ya, Tyler... ¿un museo? Dije turismo rural, pedazo de bruto... Aunque está
claro que, de haber sido un museo, serías la pieza principal. —La chica abrió la puerta
de la nevera y le ofreció una cerveza. Amanda la aceptó de buen grado. Un segundo más
y se habría desplomado en el suelo víctima de un golpe de deshidratación.
La bebió con demasiada rapidez, notando al instante cómo el alcohol hacía estragos
en su estómago vacío. Se aclaró la garganta, rezando porque ninguno de los dos
hermanos lo notara. Como regla general, no toleraba la bebida. Pero sin haber comido,
los efectos de aquella cerveza podían ser fatales. Y sospechaba que aquel tipo estaría
encantado de que se hospedara en el hospital más cercano si se desmayaba,
dondequiera que estuviese, con tal de librarse de ella.
La mirada de Amanda iba de uno a otro sin comprender una palabra. Kitty había
dicho que los McKenzie se habían ofrecido amablemente a hospedarla el tiempo que
fuera necesario. ¿Acaso se lo había inventado? Por la cara del hombre, supo que Kitty
no había sido del todo sincera.
—A ver si lo entiendo… —Tyler se rascaba el mentón ligeramente cubierto de barba
oscura—. ¿Pretendes que meta a una extraña en nuestra casa y me porte como un
perfecto caballero inglés después de que hiciste exactamente lo contrario a lo que te
pedí? Te dije que enviaras al diablo a esa prima Henrieta a la que, por cierto, ni
siquiera conocemos.
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—Yo la conozco —se defendió la joven.
—Por Internet —le recordó Tyler a su vez, como si fuera lo mismo que decir que el
contacto con la tal Henrieta lo había establecido a través de una cristalera en una
prisión de máxima seguridad.
—La prima Kitty es muy simpática. Si te molestaras en conocer a la gente antes de
juzgarla...
—Por mí como si es el maldito Winnie The Pooh. Dije no, Brooke. ¿Acaso no
escuchas nunca cuando te hablo?
¿Henrieta? ¿Kitty Barret era Henrieta? Amanda comenzaba a impacientarse. Sabía
el aspecto que tenía con los bajos de su abrigo de dos mil libras llenos de lodo y sus
tripas rugiendo de manera incontrolable. Para colmo, aquel tipo parecía haber
escuchado los sonidos celestiales de su estómago y la observaba con el ceño fruncido.
—¡Tyler! —Brooke hizo un puchero—. ¿Por qué eres así? Dylan me lo advirtió...
Dijo que seguías siendo el mismo idiota cabeza de alcornoque de siempre y que eras
incapaz de distinguir un buen negocio aunque te mordiera en el culo.
—No me digas. —Él parecía realmente enfadado. La miró con expresión rabiosa—.
Brooke, dame una buena excusa para que no ponga a esta ricura de patitas en la calle.
Y que sea buena, que no tengo todo el día.
La chica lo pensó un segundo.
—Ty... Necesitamos el dinero —murmuró entre dientes, disimulando para que la otra
mujer no percibiera el tono desesperado en sus palabras—. Maldito cabezota... Sabes
que tengo razón. Además, me aburro. ¡Siempre me aburro! ¿No podrías hacerlo… por
mí, por tu hermana favorita?
—Brooke, no eres mi hermana favorita. Eres mi única hermana —puntualizó muy
serio—. Y confieso que estoy un poco harto de ejercer de hermano mayor contigo.
Diablos... ¿por qué no torturas a Cam o a Dylan cuando están por aquí? ¿Es que
disfrutas volviéndome loco cuando me toca hacerte de niñera?
—No necesito una niñera. Y Dylan piensa que eres un imbécil...
—Sé muy bien lo que piensa Dylan. —Cuando Brooke había pronunciado aquel
nombre, una especie de interruptor que encendía la furia de Tyler McKenzie había
hecho click. La apuntó con el sombrero, apretándolo con tanta fuerza que Amanda pensó
que lo desintegraría antes de terminar otra frase—. Pero está demasiado ocupado
dilapidando su parte de la herencia en los casinos, así que su opinión me importa un
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rábano. Y en cuanto a Cameron...
—Un momento, hermanito... No dispares contra mí. Acabo de llegar y sea lo que sea
de lo que se me acuse, soy inocente.
Amanda giró la cabeza hacia la puerta de la cocina y se quedó de una pieza al
descubrir que Tyler McKenzie acababa de clonarse en aquel tipo atractivo y sonriente
que lucía una reluciente placa en su uniforme y le besaba la mano al tiempo que hacía
una teatral reverencia.
***
El recién llegado y Tyler McKenzie eran como dos gotas de agua, excepto por la
expresión de sus rostros y la ligera sombra de barba que cubría el mentón y la barbilla
del primero. El nuevo tenía la gracia de los conquistadores natos, mientras que la cara
de Tyler era una máscara de arrogancia y antipatía que aniquilaba de inmediato
cualquier posibilidad de protagonizar las fantasías románticas de una mujer.
Ciertamente, Tyler McKenzie era, a primera vista, un tipo atractivo y sexy. Pero en
cuanto Cameron había hecho su aparición estelar, el encanto de Tyler había quedado
reducido a unas cuantas imágenes sórdidas en las que Amanda lo había desvestido en su
mente, única y exclusivamente porque incubaba un resfriado.
—Amanda, este es Cameron, mi hermano y sheriff del condado. Y no, no es un
espejismo. El y Tyler son gemelos... Cameron, te presento a la señorita Amanda Abbot.
Es amiga de Henrieta, ¿te acuerdas de la prima Henrieta? Ha viajado desde Inglaterra
solo para disfrutar de nuestra hospitalidad... ¿Puedes explicarle a Tyler lo que significa
la palabra hospitalidad, hermano? —La chica se cruzó de brazos con expresión
colérica. Era increíblemente bonita, con el cabello oscuro sujeto en una trenza que le
caía por el hombro y los ojos que pasaban del verde al color miel, brillantes y curiosos
—. Vamos, dile que estás conmigo en esto.
—¿Estabas al tanto? —Los ojos verdes de Tyler relucían peligrosamente cuando se
clavaron en su gemelo—. Es una broma, ¿no?
—Deja que te lo explique antes de que empieces a dar gritos como un loco.
—Demasiado tarde, ya ha empezado —observó Brooke con disgusto.
—Brooke... soy tu hermano mayor y hoy ha sido un día duro. No discutamos más,
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¿quieres? —el tono de Tyler pareció suavizarse, pero a Amanda le recordó el que
utilizaban los actores cuando interpretaban un papel.
—¿Eso significa que puede quedarse? —preguntó Brooke emocionada.
—Significa que puede quedarse... hasta que se termine la cerveza —concluyó tajante
y clavó la mirada en su gemelo—. Contigo quiero hablar. Ahora. Te espero arriba.
Amanda creyó que la mantendría al margen y que descargaría toda su munición
contra los miembros de la familia. Pero, por lo que se veía, Tyler McKenzie tenía
suficiente para todos, incluso para una pobre turista inglesa inofensiva y muerta de
hambre.
—En cuanto a usted… Espero no encontrarla cuando vuelva. Aquí no es bien
recibida.
Amanda no contestó. Brooke la tomó del brazo, sonriendo de nuevo en cuanto él
desapareció.
—No te preocupes. Se le pasará.
—En serio, Brooke… —se atrevió a decir al fin—. No quiero causar problemas.
Puedo buscar algún motel donde alojarme…
—¿Bromeas? —Brooke negó con la cabeza—. Oye, Amanda... Que mi hermano no
sepa que te lo he dicho, ¿vale? Pero es cierto que necesitamos este dinero. Cameron
tuvo una idea genial al pensar que podíamos convertir el rancho en una especie de hotel
durante un tiempo. Seguiremos adelante con lo pactado... aunque tenga que atizar a ese
cabeza hueca de Tyler para hacerlo entrar en razón.
—Pero ¿por qué está tan enfadado? —preguntó.
—Porque odia no poder controlarlo todo ni cuidar de todos. Porque Dylan no está.
Porque Cameron aceptó ese puesto de sheriff y lo espera despierto cada noche por si le
pegan un tiro. Y porque es un tonto —simplificó Brooke, aunque había un deje cariñoso
al referirse a él—. Mi hermanito tiene un genio de mil demonios. Pero es un gran tipo
en el fondo. Ven, te ensañaré el resto de la casa.
Amanda la acompañó, consciente de que Cameron McKenzie le había dedicado un
guiño disimulado al pasar junto a él. Era obvio que Tyler y Cameron solo compartían
cierta información genética que no incluía la glándula de la simpatía. Y, además, no
podía apartar de su mente la idea de que Tyler McKenzie volvería en unas horas y tal
vez quisiera echarla a patadas de allí. Ensayó mentalmente los argumentos que
esgrimiría si se daba el caso, lo cual era más que probable con aquel tipo.
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***
Amanda se sentía mejor después de haber tomado los emparedados que Brooke
había preparado. La había instalado en un magnífico cuarto con amplias ventanas desde
la que podía contemplar una increíble panorámica del rancho McKenzie. Tras darse una
buena ducha caliente y enfundarse unos vaqueros viejos, su camiseta de Rod Stewart y
una rebeca de lana, estaba preparada para enfrentarse a lo que fuera. Incluso a la
expresión ceñuda y malhumorada del hombre que en esos momentos se detenía frente a
ella para intimidarla con su imponente estatura.
Como Brooke estaba exhausta por el interrogatorio al que la había sometido durante
varias horas, se había retirado pronto a descansar, con la promesa de que al día
siguiente sería su guía para mostrarle la apasionante vida en Harmony Rock. Había
anochecido y Amanda se había tomado la libertad de acomodarse en el balancín del
porche. Estaba medio adormecida a pesar del relente nocturno, cuando él lo empujó con
brusquedad, obligándola a levantarse para no caer al suelo de madera. Al principio, lo
había confundido con su gemelo, pero le bastó que le dedicara una de sus miradas de
villano de película del oeste para que se diera cuenta del error.
—Sigue aquí. —Él solo confirmaba lo evidente, lo cual no era precisamente un
halago para su inteligencia. Por el tono, Amanda comprendió que su humor no había
mejorado demasiado desde el último encuentro desagradable—. ¿Acaso las mujeres
inglesas no tienen dignidad? Creo recordar que fui muy claro antes. Le dije que no
quería verla cuando regresase.
—Oh. Perdóneme por no tener el don de la invisibilidad. Pero Brooke… —se
defendió, furiosa por la agresividad que percibía.
—Brooke es una mocosa irresponsable —la interrumpió—. Pero usted ya es
mayorcita. Y me parece que los dos hablamos el mismo idioma. ¿O es que en Londres
se utiliza otra expresión para decir lárguese?
—¡Un momento! —Amanda reaccionó con la misma animadversión—. Si quiere que
me vaya, me iré. Pero no voy a permitirle…
—No voy a permitirle... —se burló de su tono digno e incluso moduló su voz para
imitar la de la mujer. Después, lanzó una maldición y clavó en ella sus ojos chispeantes
—. No me venga con esas, señorita como se llame. Y cierre el pico, por Dios. Solo
lleva un día aquí y ya tengo metido su flemático timbre en el maldito cerebro.
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Ella se quedó de una pieza al escucharlo. ¿Cómo se atrevía? Era evidente que Tyler
McKenzie no estaba acostumbrado a tratar con mujeres o con cualquier cosa que
tuviera vida y no se arrastrara a cuatro patas. Le haría entender que ella no era una de
sus terneras y que no podía pisotearla solo porque le diera la gana.
—¿Cómo ha dicho? —lo retó con la mirada, poniendo los brazos en jarras.
—He dicho que se calle —repitió, presionando sus hombros para obligarla a
sentarse de nuevo—. ¿Qué le pasa, está sorda?
—Oiga…
—Mire, señorita Abbot… ¿se llama así, verdad?
—Amanda para los amigos. —Ella lo fulminó con la mirada—. Pero para usted,
señorita Abbot estará bien.
—Muy bien, Amanda. —Él ignoró su comentario deliberadamente—. Le seré franco.
A mí, sus vacaciones, sus trapitos de alta costura europea y su vida de burguesita en la
campiña inglesa me importan un rábano.
—No soy una burguesa y no vivo en la campiña —replicó, furiosa porque no tenía
por qué darle explicaciones y, a pesar de todo, se las estaba dando. Y comprendiendo
contra su propia voluntad que una de las cosas que más le molestaba de Tyler
McKenzie era que no cayese rendido al hechizo Lori Chase—. Y usted es un arrogante
lleno de prejuicios que...
—Por Dios... ¿nunca se calla? —la cortó—. Se lo voy a decir muy claro: quiero que
se largue de mi casa. No me gustan los extraños. Y usted me gusta todavía menos,
señorita Amanda Abbot.
—¿Porque soy inglesa? —le preguntó exasperada.
—Y porque tiene esas dos... cantimploras operadas y pretende lucirlas todo el
tiempo por aquí —acusó señalando los senos de Amanda que se apretaban bajo la
camiseta provocando un extraño efecto de alargamiento en las letras que componían el
nombre de su cantante favorito.
Amanda contuvo una exclamación ahogada de vergüenza al escucharlo.
No solo era un orgulloso y un maleducado, sino que, además, no tenía la menor idea
sobre anatomía femenina. De haberla tenido, no habría confundido sus... sus... ¿cómo
hacía dicho... cantimploras? Por supuesto que eran completamente naturales. De hecho,
una de las principales discusiones con los productores de la serie había sido por aquel
motivo. Tanto ellos como Ewan habían estado presionándola para que aumentara su
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talla de pecho, alegando que su personaje requería un toque de erotismo añadido y que
los senos como sandías estaban de moda. Por suerte, Kitty había salido en su defensa y,
con la delicadeza que la caracterizaba, les había dicho que podían operarse ciertos
aparatos reproductores y que, si volvían a molestarla, los denunciaría al sindicato de
actrices.
—No puedo creer que haya dicho algo así —sentenció, roja de ira.
Impulsivamente, tomó las manos del hombre, obligándolo a presionar las palmas
sobre su camiseta para que comprobara que estaba equivocado con respecto a eso y a
todo lo demás.
Durante un breve instante, aquel acto espontáneo logró que Tyler abandonara su
expresión jactanciosa y colocara en su rostro una imagen de total estupefacción. Apartó
las manos rápidamente, confuso y un poco mareado al tacto de aquella carne cálida y
blanda que, en efecto, no parecía haber visto jamás un bisturí.
Ella hizo un mohín triunfal con los labios.
—¡Ajá! ¿Lo ve?... Tendrá que tragarse sus palabras, amigo.
—Pero ¿qué…? Está... definitivamente chiflada... —Se apartó de ella como si el
contacto le hubiera quemado—. Y, en cualquier caso, quiero que se largue. Harmony
Rock no es un destino turístico apropiado para muñequitas como usted. Esto no es
Hawai, nena. Será mejor que lo entienda antes de que se haga daño en ese respingón
trasero inglés.
«Vaya», pensó Amanda… Así que también había reparado en su trasero. Qué
farsante.
—Señor McKenzie…
—Además, no creo que su presencia sea una buena influencia para Brooke —añadió
sin pestañear—. No la conocemos de nada... Podría ser una peligrosa asesina en serie y
liquidarnos a todos mientras dormimos.
¿Eso había sido un chiste? Amanda espió su rostro. Era posible que sí, aunque era
difícil saberlo con seguridad, ya que Tyler McKenzie había vuelto a ponerse su máscara
de tipo duro en cuanto había apartado las manos de sus cantimploras.
—Por favor, no me haga reír... Mírese bien. ¿Cree que alguien como yo podría
tocarle un pelo? Pero si parezco una ciudadana liliputiense a su lado.
Tyler lo valoró. La señorita Abbot no daba el perfil de psicópata, esa era la verdad.
Era menuda, pero tenía curvas en los lugares precisos y aunque llevaba una sencilla
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camiseta y los ajustados vaqueros habían perdido el color por los lavados, aún se
podía leer la chapita con una conocida marca de ropa en uno de los laterales.
Escudriñó las facciones de la mujer. El cabello lacio peinado con un elegante moño
en la nuca del que ya habían escapado unos cuantos mechones muy finos para situarse
justo sobre unas cejas perfectamente depiladas. Amanda Abbot tenía los ojos castaños
y aquella nariz llena de diabólicas pequeñas pecas... Desvió la mirada hacia la boca,
grande... que se abría ahora para dedicarle unas cuantas florituras con su aristocrático
acento de dama británica. ¿Si podía tocarle un pelo? ¿Ella? Imposible. Antes se
acostaría con una serpiente que tocar a esa ricura.
—Y no se preocupe por mi trasero inglés. Sé cuidar de mí misma. —Amanda le
dedicó una sonrisa de su repertorio para tipos prepotentes y machistas.
—No quiero verla aquí mañana —advirtió Tyler con seriedad.
—Pues es una pena. —Ella sonrió con malicia—. Porque resulta que estoy aquí y mi
amiga ha pagado por ello. Y por cierto, no ha sido barato.
Aquello había sido un farol en toda regla, ya que no tenía la menor idea de cuánto le
había costado a Kitty su regalo.
Amanda reprimió el impulso de decirle a aquel tipo insufrible que con el mal genio
que se gastaba era una estafa pretender cobrar un solo dólar a los huéspedes.
¿Vacaciones? ¿Turismo rural? Aquellas palabras asociadas al rostro de Tyler McKenzie
la hacían imaginar escenas horribles en las que la obligaba a realizar trabajos forzados
mientras el muy desgraciado se bebía su cerveza y escupía tabaco negro cerca de sus
zapatos.
—Les devolveré su maldito dinero —dijo con tono controlado.
—Gracias, pero no. Me quedo a pesar de todo, incluso de su cara de pocos amigos.
Le guste o no, hicimos un trato y tendrá que respetarlo, señor McKenzie.
—Oiga... Usted no me cae bien. ¿Quiere que le cuente lo que les pasa a los intrusos
que se meten en mi propiedad contra mis deseos? —la amenazó Tyler, preguntándose
mentalmente cómo había sido capaz de lanzar aquella ridícula expresión de malo de
película del oeste, y ocultó la mirada al ver como ella se reía en su cara.
—Uy, qué miedo... —se burló Amanda.
Tyler McKenzie no sabía con quien se medía. No podía saber que, como Lori Chase,
había recibido un entrenamiento de marine que incluía los mecanismos de defensa
necesarios contra todos los aprovechados y machistas egocéntricos que pululaban por
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el mundo de la televisión. Y los mismos mecanismos podían ser empleados contra
vaqueros desfasados y excesivamente atractivos.
—A mí no me impresiona con esas frases sacadas del refranero del cowboy
fanfarrón.
—¿Se lo está tomando a broma? —Tyler no daba crédito. Los ojos de él la
recorrieron con desdén—. ¿Pretende retarme?
—Pretendo hacer lo que he venido a hacer —lo corrigió.
—Que es… —Las cejas del hombre se arquearon con cinismo.
—Ya lo sabe.
«No, no lo sé», se dijo Tyler al mirarla. Tenía sus métodos para averiguar lo que se
escondía tras aquel rostro hermoso que lo desafiaba a escasos centímetros. ¡Demonios!
Era tan incómodo que ella estuviera allí. Era la chica más interesante que había
conocido, sin duda, con aquel aire melancólico y aquella piel clara que en dos días se
secaría como piel de vaca si alguien no le daba una buena crema para el sol de
invierno. Agitó la cabeza inconscientemente. Reconoció que Amanda Abbot lo ponía
nervioso. Parecía la lotería de cualquier hombre y, al mismo tiempo, justo el tipo de
mujer que solía evitar para proteger su corazón: bonita, sofisticada y un poco cabezota.
De esa clase de mujeres que te hacían girar la cabeza cuando pasaban a tu lado. De esa
clase de mujeres que no pertenecían a Harmony Rock. ¡Justo lo que necesitaba! Una
sabelotodo de la ciudad que le llenaría la cabeza de pájaros a Brooke… y que podría
hacer peligrar la suya propia.
—Bueno, ¿qué piensa hacer conmigo?
La voz de ella lo devolvió a la realidad. Reprimió el impulso inicial de confesarle
lo que le apetecía hacer con ella en aquel momento. Besarla. Desvestirla. Besarla.
Desvestirse. Besarla. Domarla. Besarla. Besarla. Besarla… ¿Ya lo había dicho?
Sacudió la cabeza. «Contrólate, Tyler», se dijo. Lo último que quería era que ella
supiera lo mucho que le inquietaba su presencia.
—Está bien —se resignó, convencido de que se arrepentiría de lo que iba a decir—.
Puede quedarse... unos días.
—Estupendo. —Amanda sonrió contra su voluntad y, por un momento, creyó ver un
atisbo de amabilidad en los ojos del hombre.
—Pero procure no estorbarme —le advirtió, y Amanda supo que no estaba
bromeando—. Y no le cuente tonterías a mi hermana acerca de Europa. No quiero que
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se convierta en otra jovencita tonta que se escapa de casa para ver mundo con su
mochila al hombro, ¿está claro? Ya he visto demasiadas películas en las que ese tipo de
aventuras terminan con una turista que vuelve a su casa cortada en trocitos.
—Perdone que le diga... Pero son ustedes, los americanos, los que tienen el récord
en cortar en trocitos a la gente —le recordó, comprendiendo por su expresión
circunspecta que Tyler no estaba de humor para críticas—. Oiga... No se arrepentirá,
McKenzie. Se lo prometo.
Amanda rozó su brazo, y Tyler la miró con dureza.
—Nena… Ya estoy arrepentido —dijo y desapareció con rapidez.
***
—Kitty, me has enviado a un lugar en mitad de la nada, y ese primo postizo tuyo
quiere convertirme en comida para perros —se quejó, escuchando al instante la risa
seca de su amiga al otro lado de la línea de teléfono.
—No exageres, Amanda. Acepto que Tyler pueda ser un poco bruto. Pero no te
dará de comer a sus perros, créeme.
—No estés tan segura. Me parece que la única razón por la que no haría algo así es
porque detestaría que los infectara con mi horrible ADN inglés —se burló, aplastando
un bicho de un tamaño que prefería ignorar y una especie que no aparecía en sus libros
de biología del instituto contra la pernera de su pantalón.
Apartó el cadáver de un manotazo, con cara de asco, mientras se preguntaba qué
demonios comían los bichos de Texas para alcanzar aquellas dimensiones que
aterrorizarían al mismísimo Indiana Jones.
Se sentía patética, sorbiéndose los mocos y matando bichos mutantes en lugar de
agradecer a su buena amiga el regalo que le había hecho. Elevó los ojos al cielo que se
oscurecía y presagiaba lluvia en unas horas. Perfecto. Como en Londres. Corrigió.
Quizá no una suave llovizna londinense, sino una verdadera tormenta, de las que hacían
mención en las noticias cuando hablaban de camionetas volcadas sobre la carretera y
techos de hormigón volando por los aires. Genial.
—Además, por las noches hace frío —continuó—. Y tengo que decirte que al
Neanderthal de tu primo no solo le gustaría deshacerse de mí. Parece tener aterrorizada
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a toda la familia, el muy tirano… Tenías que ver cómo se puso cuando llegué…
—Déjate de rodeos y vayamos al grano —la cortó—. ¿Es cierto que mis primos
son los tíos más macizos de todo Texas?
—No puedo creerlo... ¿Me has hecho venir hasta aquí solo para buscarme un
marido?
—¿Un marido? Amanda… Voy a darte un consejo y espero que tengas la sensatez
de aplicártelo a la primera —le advirtió con aquel tono que era una mezcla de
autoridad y afecto—. El mercado de hombres guapos, honrados y disponibles escasea.
Mis primos son una ganga y todos tienen el cartel de libre por el momento. Soy tu
amiga. Y te quiero. Escoge a uno y pásatelo bien.
Amanda suspiró. Kitty era imposible. Y en cuanto a lo de que sus primos fueran una
ganga... Por lo poco que sabía, el tal Dylan era una especie de ludópata despilfarrador;
Cameron, un ligón sin remedio con un trabajo que podía convertirte en viuda la noche
de bodas, y Tyler... Tyler McKenzie era un extraño espécimen masculino con la
sensibilidad de un calabacín y el sentido del humor de un sepulturero. «Sí, una
verdadera ganga», pensó esbozando una sonrisa.
—Haré que no te he oído. ¿Has tenido noticias de Chelsea? —Amanda gritaba, ya
que el teléfono le devolvía su propia voz como un eco lejano y apenas escuchaba con
claridad la de su amiga.
—Ella y su amiga Lola están recorriendo las Islas Canarias en el velero de un
millonario italiano —informó Kitty, guardándose la opinión que le merecía el que
Chelsea se comportara como un parásito que vivía a cuerpo de reina sobre las espaldas
de su amiga.
—Me preocupa… ¿Sabemos algo de ese tipo? ¿Dónde lo conoció… a qué se
dedica…? —La inquietud la invadía siempre que Chelsea decidía recorrer el mundo en
compañía de algún desconocido.
—Amanda… No se dedica a nada. Es millonario, ya te lo he dicho.
—No me gusta.
—A Chelsea sí. Ya la conoces. Le gusta todo lo que tú desapruebas —le recordó—.
Pero no sufras. Tendrás noticias suyas en cuanto se canse del italiano y se le acabe
el dinero.
—Kitty... ¿sigues ahí...? —preguntó, dando unos golpecitos en la palma de su mano
con el teléfono móvil. Encima, la conexión era desquiciante. Había tenido que dar una
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docena de vueltas por todo el rancho hasta encontrar el punto exacto donde el indicador
de cobertura marcara una mísera rayita. Echó una ojeada a su alrededor. Ni un alma.
Nadie a quien pudiera quejarse porque no funcionara su teléfono última generación.
Caminó unos pasos, dando vueltas en círculos y levantando hacia el cielo el móvil de
cuando en cuando, con la esperanza de que la ansiada cobertura regresara y lo hiciera
antes de que comenzara a llover. Lo pegó a su oreja en un último intento fallido—.
¿Kitty?
Nada. Repitió la operación, alejándose un poco más de la casa. Encontró un cercado
vacío y se subió a la valla de madera desgastada, manteniendo el equilibrio con
dificultad.
Por fin, la aparición de una tenue línea en la pantalla la hizo recobrar la esperanza...
justo antes de perder el equilibrio y dar con las posaderas sobre una tierra
sospechosamente blanda y de un color que prefirió ignorar.
—Oh, Dios… —Notó como algo húmedo traspasaba la tela hasta sus glúteos. Apoyó
las palmas de las manos a ambos lados de las caderas y trató de impulsarse hacia
arriba, retirándolas al instante al percibir aquella misma humedad en los dedos. Arrugó
la nariz, mareada. ¿Qué era aquel olor?
—Señorita Abbot. —Unas manos fuertes se cerraron sobre sus hombros y la
ayudaron a levantarse.
Amanda elevó la mirada hacia su salvador, torciendo los labios en una mueca de
disgusto al reconocer aquella expresión arisca.
Tyler la soltó una vez hubo comprobado que la joven lograba mantener el equilibrio,
observándola con una mezcla de diversión y repugnancia
—¿Está probando algún nuevo tratamiento de belleza?
—Muy gracioso... —Amanda miró sus manos y las mantuvo lejos de su rostro para
no aspirar aquel fuerte olor. Apretó los párpados con fuerza, rezando porque aquello no
fuera lo que creía que era—. Por favor, dígame que no acabo de caer sobre un montón
de estiércol.
—No acaba de caer sobre un montón de estiércol —repitió él como un autómata,
dando media vuelta y dispuesto a continuar su camino.
Amanda abrió los ojos y lo siguió, furiosa porque él había sujetado la rienda de su
caballo y caminaba sin aminorar el paso a pesar de que ella apenas se mantenía en pie a
causa del horrible olor que la envolvía. Le gritó.
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Tyler se detuvo en seco, girando sobre los talones para mirarla nuevamente, esta vez,
con un deje de lástima.
—No me mienta —lo increpó Amanda—. ¿Cree que soy tonta? ¡Míreme!
Tyler McKenzie encogió los hombros y se tocó el ala de su sombrero con la punta
del dedo índice. El espectáculo era bastante divertido, a decir verdad. Esbozó una leve
sonrisa contra su voluntad.
—¿Encima se ríe de mí? —Amanda sintió que las mejillas le ardían de rabia y
vergüenza.
—Oiga, póngase de acuerdo, ¿quiere? No me he levantado esta mañana con el único
objetivo de cumplir los deseos de su Alteza Real —se burló, cruzó los brazos sobre el
pecho y la observó con fingida seriedad—. ¿Es que nunca sabe lo que quiere, Amanda
Abbot?
—No se haga el inocente conmigo —lo amenazó con su teléfono móvil con cero
cobertura, y él lo apartó con un suave gesto de su mano—. Y sí, sé muy bien expresar lo
que quiero. Por ejemplo, ahora. De hecho, me encantaría ver cómo reacciona si tiene la
desgracia de dar con sus huesos sobre un montón de boñigas de caballo.
—Vaca —la corrigió Tyler—. Nena, lamento su mala suerte. Pero no esperará que se
declare luto nacional porque su culito respingón ha caído sobre un poco de caca de
ternera, ¿verdad?
—¡Váyase al diablo! —Era más que evidente que a Tyler le divertía que su invitada
recibiera lo que él consideraba un buen escarmiento—. Lo está pasando en grande, ¿no
es cierto? ¿Cree que esto es divertido? ¿Le parece que me estoy riendo?
—Me parece que no puedo pensar con el estómago vacío, milady. Así que si me lo
permite… Le presento mis excusas y me retiro a mis aposentos. —Se inclinó
teatralmente, tocándose la sien con la punta de los dedos.
«Maldito», pensó Amanda. El muy miserable era capaz de devorar su desayuno
como si nada mientras ella se debatía entre las ganas de atizarlo con el teléfono y el
deseo de arrancarse la piel para eliminar el mal olor.
Tyler le dirigió una miradita sarcástica
—Y usted debería hacer lo mismo —le dijo él—. Quizá su humor mejore con una
buena ración de huevos con tocino.
—Muy bien. Pero dígame dónde puedo encontrar un teléfono donde comunicarme
con el mundo civilizado cuando me haya quitado esta porquería de encima…
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—Sígame, señorita quieroelmundoamispies.
Amanda aceleró el paso, resbalando en un par de ocasiones antes de llegar a la casa
y sintiéndose desolada al ver que el perro la olisqueaba y bizcaba los ojos con
repugnancia antes de echar a correr en dirección opuesta. Lo miró sorprendida cuando
él ató la cinta del caballo a la valla de madera y se interpuso entre ella y la puerta,
evitando que la cruzara.
—No puede entrar así —le avisó Tyler, torciendo sus labios en un gesto natural.
Sin duda, desconocía el efecto que causaba sobre las mujeres. Sobre todas sin
excepción, incluso sobre las que olían a excremento y decían odiarlo. Amanda no pudo
evitar que sus ojos recorrieran la pequeña cicatriz ni que sus dedos quisieran
acariciarla. Se contuvo, enfadada consigo misma.
—Espere y verá… Todo esto es por su culpa. —Se dispuso a continuar su camino en
dirección al aseo más cercano y lo oyó mascullar entre dientes al tiempo que la
sujetaba por el brazo.
—¿Por mi culpa? —La enfrentó, mirándola a los ojos antes de continuar con tono
humillante—. Nena, le advertí que esto no era Hawai. Y tampoco es Londres, por
cierto. Perdone si no tenemos por costumbre recoger en bolsitas las boñigas de nuestros
animales.
—Muy gracioso. Cuando me haya convertido otra vez en yo misma como antes de
caer sobre prefiero no recordar qué, le diré lo que puede hacer con todo ese derroche
de simpatía suyo.
Acercó la mano a su pecho para apartarlo, pero Tyler la inmovilizó por la muñeca
antes de que rozara su cazadora. Amanda la retiró con cautela, levantando la barbilla.
—Mire —continuó—, ya sé que no es un caballero ni nada que se le parezca. De
hecho, no creo que se parezca a nadie que conozca, porque si hubiera dos tipos como
usted, la humanidad estaría condenada a extinguirse. Pero, aun así, haga honor a ese
pequeñísimo cromosoma que debe haber en algún lugar de su duro pellejo de vaquero,
el que lo diferencia de ese caballo, ya me entiende, y sea educado. Déjeme pasar para
que pueda reponerme cuanto antes de este episodio humillante de mi vida.
—No puedo —repitió y parecía realmente que alguien hubiera clavado sus botas en
el sitio—. Brooke nos mataría y, en su caso, puede que me hiciera un favor. Pero
prefiero conservar mi duro pellejo de vaquero.
—¿Y qué quiere que haga? ¿Pretende que me dé un baño aquí afuera? Oiga, ¿me
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toma el pelo o qué? —Soltó una carcajada forzada ante la gracia de su ocurrencia
mientras echaba una ojeada distraída hacia el depósito de agua que había junto a la
casa. Había visto que él lo usó el día anterior para asearse después del trabajo. La
sonrisa se heló en sus labios al ver que Tyler se aproximaba peligrosamente. Su
expresión era demasiado seria, y Amanda retrocedió hasta que sus caderas rozaron el
borde del tanque de agua. «Por supuesto, solo bromeaba», se dijo… Ni siquiera alguien
como él se atrevería a hacer algo como lo que Amanda estaba imaginando en aquel
momento. Sin embargo, todas las esperanzas de que el musculoso pecho de Tyler
McKenzie albergara un corazón quedaron reducidas a cero al leer en sus ojos sus
intenciones
—Ni se le ocurra hacer eso, McKenzie, se lo advierto.
—Amanda, es por su bien. Confíe en mí.
«¿Que confíe en él?». Aquello debía ser una broma de mal gusto. Ella no estaba allí
en realidad, sino en su restaurante turco favorito en Picadilly. Todo aquello no era más
que una horrible pesadilla y Tyler McKenzie no dirigía la mirada hacia el depósito
mientras la apuntaba con su sombrero lo mismo que si se tratara de un rifle de asalto.
Sin pestañear, Tyler la sujetó por los tobillos y la miró una última vez antes de
impulsarla hacia atrás.
Amanda recibió el remojón como si hubiese sido introducida en un bidón de ácido.
Cerró los ojos, furiosa. Se imaginó a sí misma reaccionando al líquido elemento y, por
alguna fusión química de su ADN con el agua, convirtiéndose en una especie de súper
heroína cuyo poder era arrancar mentalmente los ojos a tipos como Tyler McKenzie.
Podía haberlo hecho de no ser porque aquel bruto sin sentimientos la mantenía inmóvil,
sujetando uno de sus brazos con su mano libre mientras, el muy desgraciado, contenía
aquella estúpida sonrisa seductora que Amanda habría borrado con gusto a bofetadas.
Cuanto todo terminó y Amanda creía que su dignidad ya no podía ser más degradada,
Tyler se apartó para que ella saliera dando tumbos del depósito, calada hasta los huesos
y lanzando juramentos que ni siquiera sabía que existían hasta ese día.
Tyler se quedó frente a ella, inmóvil, contemplando su obra.
Amanda temblaba de rabia. Lo habría matado allí mismo. Pero la mirada de Tyler la
desconcertaba otra vez. Sintió los ojos verdes recorriendo cada una de sus facciones,
su boca... deteniéndose unos segundos en la tela de su camiseta que se adhería como
una segunda piel y revelaba sus pezones erguidos al contacto con el agua.
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Por su parte, Tyler no se sentía mejor. De hecho, le pareció que se mareaba a causa
de la visión. Sacudió la cabeza y se despojó de la cazadora, colocándola sobre los
hombros de la mujer y presionando con los dedos más tiempo del necesario.
—Lo siento. —Sus ojos verdes se clavaron en los de Amanda buscando el perdón.
—Usted… No... ¡No lo siente en absoluto y lo sabe! —Ella trató de quitarse la
cazadora para devolvérsela, pero las manos de él se posaron nuevamente sobre sus
hombros y al ver como ella lo fulminaba con la mirada, las apartó enseguida. Amanda
le tiró la chaqueta a la cara, furiosa—. Ha hecho esto para demostrarme quien está al
mando, ¿no es cierto?
—No —respondió con sequedad, ocultando los ojos para que ella no descubriera la
intensidad del deseo que despertaba su camiseta empapada.
—Já... ¿Sabe qué, McKenzie? —Amanda se puso de puntillas y le habló con el
rostro literalmente pegado a la barbilla del hombre.
Tyler contuvo la respiración cuando algunas gotas del cabello salpicaron en su
dirección.
—Tendrá que aguantarse si no le gusto. No tengo por costumbre achicarme solo
porque un matón de tres al cuarto me ponga en remojo... Ahora, más que nunca, pienso
quedarme. Toda la temporada... Puede que incluso me compre una casita por aquí...
solo para fastidiarlo.
—Abbot...
—Lo digo muy en serio, gallito del oeste. —Amanda puso los brazos en jarras.
Tyler se encontró sin querer valorando el peso de la mujer y lo fácil que sería
echársela al hombro y subir con ella a su cuarto... Un momento. Eso no estaba nada
bien. Aunque, por otro lado, no se le ocurría nada mejor para librarse de ella que
convencerla de que era un salvaje sin modales. A decir verdad, ya había ganado
bastantes puntos en ese sentido con lo que acababa de suceder. Arqueó una ceja con
malicia y estaba a punto de llevar a cabo su plan, cuando Amanda le arrebató el
sombrero y comenzó a golpearle compulsivamente el pecho con él
—Si cree que voy a echar a correr solo porque pone esa cara suya de póker, es que
no me conoce...
No. No la conocía. Y no quería conocerla, ¿qué parte de eso no entendía aquella
mujer? «Todo iba casi bien hasta que ella llegó», pensó con sarcasmo. El rancho iba
directo a la quiebra. Su familia se había desmembrado por culpa del malentendido con
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aquella streaper. Brooke se hacía mayor y no podía hacer nada por evitarlo. Casi bien
le parecía una expresión demasiado optimista. Lo último que necesitaba era una intrusa
europea volviéndolo loco con sus quejas. Y sí, quería que desapareciera de su vista y
de sus vidas, y despertarse a la mañana siguiente con la certeza de que aquella Amanda
Abbot, deliciosa, protestona y de paso, solo había existido en su imaginación.
—Además...
—¿Aún hay más? Diablos, cómo se pone por un poco de agua... Ni que fuera usted
alérgica —se mofó Tyler.
—Lo único que me produce alergia es esa expresión fanfarrona suya, McKenzie —le
increpó ella.
—No me diga. —Tyler inclinó la cabeza hasta que sus bocas quedaron a unos
milímetros de tocarse.
—Se lo estoy... diciendo... —Amanda tragó saliva con nerviosismo cuando una
ráfaga de aire llevó hasta su nariz el aroma del hombre. Tyler McKenzie olía a cuero y
madera y el breve recuerdo de sus músculos tensándose bajo la camisa hizo que sus
sentidos despertaran… Claro que solo duró un instante. Lo justo para recuperar la
cordura. Y recordar que el objeto de sus fantasías era el mismo tipo que la había
convertido en una bolsita de té con olor nauseabundo. Se recuperó como pudo de la
incómoda sensación de sentirse atraída por el enemigo y agradeció interiormente que
Tyler contribuyera con el comentario siguiente.
—Pues para producirle alergia, señorita Abbot, cualquiera diría por esa expresión
anhelante que está deseando que la bese —sentenció, y la idea le provocó un ligero
cosquilleo en el estómago que no tenía nada que ver con el hecho de que se moría de
hambre y sí mucho que ver con lo bonita que la encontraba a pesar del agua, el mal olor
y las moscas que comenzaban a volar en círculo a su alrededor.
—Eso prueba, una vez más, que es usted el eslabón perdido en la cadena evolutiva
—lo pinchó Amanda. Aunque, por desgracia, no resultaba muy convincente en el tono,
ya que la cercanía de aquellos labios hacía que olvidara en parte la humillación
anterior. Trató de superarlo utilizando sus excelentes dotes como actriz de culebrón—.
Lo detesto, McKenzie. Representa todo contra lo que las mujeres han luchado durante
generaciones. Es orgulloso, egoísta, cabezota, insoportable… un bruto desconsiderado
con la sensibilidad de una sandía. Por no hablar de su pésimo sentido del humor y de su
tendencia a despertar en cualquiera que lo rodea la urgente necesidad de poner tierra de
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por medio. Le aseguro que besaría un cactus antes que plantearme siquiera que usted...
que yo... usted y yo...
—Menudo alegato, Abbot —la interrumpió y se apartó con desgana al escuchar
alboroto en el interior de la casa. La miró con el ceño fruncido, analizando contra su
voluntad lo inquietante que le resultaba su cercanía—. Había captado la indirecta desde
lo detesto, así que puede ahorrarse el resto del discurso.
Amanda lo aniquiló con la mirada y se alegró cuando Cameron McKenzie salió al
encuentro de ambos.
Sin entender una palabra de lo que sucedía, Cameron se limitó a rodearla con los
brazos para consolarla.
Amanda observó de reojo la reacción de Tyler y su expresión sombría. Sabía que
era mezquina, pero le había encantado que Tyler encajara fatal el hecho de que su
hermano sí la encontraba encantadora e irresistible. Se colgó del brazo de Cameron en
una pose tan divina que tuvo que recordarse mentalmente que no se encontraban en los
estudios de la BBC.
—Tyler... Creo que ni siquiera voy a preguntar qué has hecho con nuestra invitada.
—Los ojos del sheriff lanzaban chispas.
Cameron detuvo a su hermano en el momento en que se disponía a entrar en la casa.
Tyler desvió la mirada de la mano fuerte que sujetaba su antebrazo y encontró la de
ella, desafiante y rencorosa. Sacudió el brazo con brusquedad.
—Cameron... Será mejor que no te metas en esto y te centres en atrapar a tus
ladrones de ganado —le advirtió y añadió con una nota de ironía—: Una actividad muy
poética, por cierto, aunque no hará que nuestras deudas desaparezcan.
—Buen disparo, hermano. Recuérdame que hablemos de ello en otra ocasión. Pero
no ahora. Tengo trabajo y le debes una disculpa a la señorita Abbot. —El tono de
Cameron era tan imperativo como el de su hermano.
Amanda se preguntó en cuántas ocasiones habrían medido aquellos dos sus fuerzas y
quién habría ganado la mayoría de las veces.
—No la quiero en casa, te lo dije. Te dije que solo traería problemas. —Tyler lo
apuntó con el sombrero y después, como si lo pensara mejor, lo dejó caer y les dio la
espalda.
Cameron no dijo nada, convencido de que, por el momento, ninguno obtendría una
disculpa. Se volvió hacia ella con una sonrisa amable, y Amanda la devolvió,
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olvidando por un momento su enfado.
—Sea lo que sea lo que ha hecho Tyler, y, conociéndolo, seguro que ha sido mucho,
le pido disculpas por él. —La arropó bajo su chaqueta en un gesto protector, y Amanda
agradeció que no huyera despavorido al percibir el mal olor—. Le prometo que lo
mantendré a raya.
—No creo que eso sea posible. —Se sintió cómoda de inmediato con aquel vaquero
atractivo que, siendo tan parecido, era la antítesis de Tyler McKenzie—. Me temo que
ese hermano suyo pasa demasiado tiempo entre sus vacas.
«Sin embargo», pensó Cameron, «Tyler no la estaba mirando como un animal cuando
los sorprendí en plena discusión». Interesante.
—Venga conmigo. Cogerá una pulmonía si no se quita esa ropa húmeda. —La
acompañó hasta el interior e hizo un gesto a Brooke cuando esta abrió la boca para
interrogarla por su aspecto—. No preguntes.
—Ni falta que hace. Ty acaba de entrar jurando y maldiciendo. —Pataleó en el suelo
con rabia y dejó que Cameron la besara en la punta de la nariz—. Tenemos que hacer
algo. Pronto.
—Ya sabes lo que hay que hacer, hermanita. Ty perderá el juicio si sigue
comportándose así, y no quiero tener que detenerlo cuando pase a la fase de voy a
coger mi escopeta para solucionar este asunto… —se interrumpió al ver como
Amanda abría la boca espantada y sonrió—. Tranquila, esto no tiene nada que ver con
usted. Es por esos tipos que lo presionan para vender el rancho. Ha sido un mal año
para él, para todos en realidad…
—Vaya, me alegro… bueno, no de lo del mal año, ya me entienden, sino… —
Amanda soltó aire, parcialmente aliviada porque Tyler no tuviera intenciones de
emprenderla a tiros contra ella.
—No se preocupe, Amanda. Con nosotros está segura. Y Brooke… —Le revolvió el
cabello a su hermana y se atusó el propio, atrayendo un instante la mirada de Amanda
hacia los fuertes músculos de su brazo. La verdad era que el uniforme le sentaba de
maravilla—. Localiza a Dylan, ¿quieres? Dile que su hermano mayor está a un paso de
convertirse en Wyatt Earp o en un fiambre con mi misma cara, lo que antes suceda.
Vendrá.
—¿Después de cómo lo trató la última vez?
Los ojos de Amanda volaban de uno a otro sin comprender una palabra. Aquella
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familia era, al parecer, bastante más extraña que la suya, lo cual no la tranquilizaba
nada. Pero sentía curiosidad por ver cómo resolvían el hecho de que Tyler McKenzie
tenía un genio horrible que lo conduciría, con toda seguridad, a convertirse en un
ermitaño huraño que comía hormigas y coleccionaba pieles de conejo. La idea le
arrancó otra sonrisa.
—Amanda, perdona por alarmarte con nuestros problemas. —Brooke tiró de su
mano—. Como recompensa, esta noche te llevaré a bailar.
—Brooke… —Cameron se detuvo en la puerta al escucharla—. No es buena idea,
ya lo sabes.
—Un par de horas, Cam. No me mires así... Te prometo que volveremos sanas y
salvas... Vaya, no me había dado cuenta de lo guapo que estás con el uniforme. —Le
colocó la placa derecha y le palmeó el cachete.
—Brooke... Eres tremenda. Un par de horas y después pasaré a buscaros a las dos,
¿de acuerdo? —La besó y se despidió de Amanda con uno de sus guiños.
***
Brooke había cumplido su promesa y lo habían pasado en grande bailando durante
horas en un garito donde servían los mejores tacos y el mejor tequila que había
probado. Amanda casi había olvidado el incidente con Tyler el despiadado y, entre
vaso y vaso, Brooke le había contado algunos detalles de sus vidas. Que su madre había
muerto cuando ella era una niña y que a menudo se sentía culpable porque no podía
recordarla. Que la pérdida de su padre estaba aún reciente y que, desde entonces, Tyler
tenía verdadera fijación por sustituirlo en todos los ámbitos de la vida familiar. Se
sentía responsable de ellos y por ese motivo había dejado de tener vida propia y
atormentaba la del resto comportándose como un auténtico tirano. Aunque lo
perdonaban porque lo querían y porque eran los únicos capaces de soportar su
insufrible arrogancia. Una gran estrategia por su parte, qué gran embaucador era…
Por otro lado, estaba aquel pequeño asunto del pasado amoroso de Tyler... Já. ¿El
señor tengo una piedra por corazón tenía pasado amoroso? Amanda había estado a
punto de correr de vuelta al rancho solo para gastarle alguna broma pesada al respecto,
pero se le ocurrió que podría ser más mortífera si le sonsacaba el resto de la
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información a Brooke. Para su sorpresa, y sin que la joven entrara en demasiados
detalles, había existido una época en la que Tyler McKenzie utilizaba su mejor loción
de afeitar para conquistar a las chicas. A una en concreto. Una historia llena de frases
como era guapa aunque superficial y le gustaba que los hombres pelearan por ella
que hicieron que Amanda tuviera enseguida una mala opinión de la chica misteriosa que
había tenido el valor de desafiar al azote McKenzie.
Y luego estaba lo de Lana Jackson. Al parecer, la señorita Jackson había puesto sus
expectativas en el mayor de los McKenzie, y los otros hermanos aprovechaban la menor
oportunidad para mortificarlo con aquel asunto, mientras que Tyler juraba y perjuraba
que no cedería al acoso y derribo y que ella no le interesaba lo más mínimo.
Amanda no se lo había dicho a Brooke, pero pensaba que, en el fondo, Tyler había
encontrado la excusa perfecta para no andar justificando a los demás que no tuviera
corazón. Peor para él.
Por suerte, Tyler McKenzie no había aparecido por allí para arruinarles la velada,
por lo que esta se había prolongado hasta el instante en que Cameron había asomado su
atractivo rostro para señalar la hora en su reloj de muñeca. Brooke había hecho un par
de pucheros, pero todo había sido inútil. «A dormir la mona, Cenicientas», había dicho
Cameron antes de abrir la puerta de su camioneta y tomar la mano de Amanda para
ayudarla a entrar. También rescató a una Brooke algo tambaleante, con una expresión
tierna que hizo que Amanda deseara haber tenido un hermano como él.
En su caso, siempre le había tocado hacer el papel de rescatadora cuando Chelsea
regresaba de alguna de sus locas fiestas. Y aunque adoraba a Chelsea y se preocupaba
por ella, muchas veces se había preguntado lo que se sentiría estando al otro lado del
bote salvavidas en lugar de remando sobre él.
Definitivamente, Cameron era un defensor nato. Y era cierto que el uniforme le
sentaba de maravilla. De hecho, después había tenido sueños bastantes raros en los que
Cameron McKenzie hacía juegos malabares con su placa y su porra de policía y ella
permanecía sentada en la misma valla del cercado donde Tyler había aniquilado su
dignidad, contemplando el espectáculo. En su sueño, todo sucedía en mitad de una
extraña calma, como a cámara lenta... y, de repente, Tyler irrumpía en la escena con su
habitual cara de pocos amigos y, sin decir una palabra, comenzaba a desnudarse y a
lanzar su ropa al interior del cercado. En conclusión, necesitaba recobrarse del alcohol
ingerido la noche anterior.
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Durmió poco y mal. Después de martirizarse gracias a las surrealistas fantasías con
sus anfitriones como protagonistas, había soñado con Jason. En realidad, no había sido
un sueño. La escena de la despedida que se repetía en su mente era real. Todo lo real
que podía ser cuando era interpretada por Jason O’Neil, el único galán de la BBC
capaz de mantener su perenne y mil veces ensayada sonrisa adorable mientras le
extirpaban el hígado.
Recordó que incluso en el estado soporífero que proporcionaba el sueño, la
expresión abatida de Jason había logrado arrancarle un suspiro, mezcla de fastidio y
nostalgia…
—Ronda no significa nada, Amanda. —Jason estaba en la puerta de su
apartamento, fingiendo que quería detenerla, fingiendo que la noticia de su marcha
le destrozaba el corazón…
Era un buen tipo. Un tanto superficial y dado a sobreactuar, pero, a su manera, la
había hecho feliz durante un tiempo. La acompañaba a las fiestas y la ayudaba a
librarse del acoso mediático con su encantador don de gentes. Mientras todos los
consideraban una pareja feliz, Amanda pasaba casi desapercibida y los
conquistadores de su misma especie abandonaban la idea de convertirla en otra
muesca en la cabecera de sus camas. Había estado bien. Jason no era precisamente
un dechado de virtudes. Más bien estaba a años luz de esa descripción. Era
vanidoso. Mucho. Y ambicioso en la misma medida. Su agenda tenía anotados más
nombres de mujer que toda la guía telefónica de Gran Bretaña. Jason no podía
evitarlo. Era un auténtico príncipe azul, con su cabello rubio y sus ojos que
recordaban un mar en calma, y aquella voz suave que parecía recitar un poema
incluso cuando pedía la cuenta en un restaurante. Un príncipe azul que conducía un
Ferrari y se despeinaba el pelo a propósito, solo para despertar en las mujeres el
irrefrenable deseo de peinar su dorada cabeza.
—Amanda… —dijo él un tanto confuso—, ¿estás escuchando?
—Te escucho, Jason…, pero mi avión sale dentro de dos horas y aún tengo que
recoger mi pobre dignidad pisoteada del desagüe del retrete —bromeaba, pero Jason
se lo tomó bastante en serio. Cerró la puerta para evitar que su vecina curiosa
espiara y la miró, utilizando aquella mirada de cachorrito abandonado que
conquistaba a la audiencia femenina.
—He sido un estúpido. Lo he estropeado todo, ¿verdad
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—Jason… los dos sabíamos que esto no duraría —dijo con sinceridad—. Era una
cuestión de tiempo que alguien como Ronda se cruzara en nuestro camino. Y, en
realidad, no es por ella… ni por ti. Es por mí, Jason. Esto no funciona… nada
funciona, ¿sabes?
—La cadena te adora. El público te adora… yo te adoro, Amanda —confesó, y
Amanda sabía que, a su manera, decía la verdad. Bajo la superficie, el Dr. Lockarne
ocultaba a un hombre que algún día podría llegar a amar de verdad a una mujer.
Pero sería a otra, no a ella. Amanda no estaba tan interesada como para esperarlo
hasta que su agenda repleta de conquistas llegara a la letra Z. En consecuencia, le
dio la espalda y continuó repasando el interior del bolso por si se le olvidaba algo.
Oyó como Jason exhalaba un profundo suspiro—. Ya veo que estás decidida a
hacerlo. ¿Ni siquiera vas a decirme a dónde vas?
—Mejor no, Jason. Eres débil y sobornable —sonrió—. No me arriesgaré a que
un batallón de paparazzi me estropee las vacaciones.
—Está bien. Pero dime al menos que no me odias.
Amanda lo besó fugazmente, empujándolo hacia la puerta.
—No te odio. Pero te odiaré si me haces perder el avión.
—¿Seguro que no me echarás de menos? —insistió.
—Seguro. No destroces muchos corazones en mi ausencia, ¿quieres? Adiós,
Jason...
Amanda se sintió repentinamente animada por lo fácil que había sido. Había temido
que la despedida desembocara en un aluvión de reproches y mentiras. Pero no. En el
fondo, Jason tenía estilo. Era un embaucador nato y el hombre más infiel con diferencia.
Pero tenía estilo…
***
Aún lo pensaba al despertar por la mañana, mientras se estiraba en la cama con
pereza y odiaba al responsable de que su ventana no tuviera una buena persiana que
impidiera la luz solar.
Cualquier atisbo de remordimiento que pudiera sentir hacia el género masculino
desapareció al escuchar un golpe de nudillos y una voz autoritaria que le anunciaba a
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gritos que aquello no era un hotel de la cadena Hilton.
—Si no quiere compartir la alfalfa de los caballos, tiene cinco minutos, alteza.
«Qué tipo tan cargante…». Se duchó con rapidez y se colocó unos vaqueros y una
camiseta blanca de algodón. Anudó sus zapatillas deportivas con cámara de aire y se
quedó un rato examinando los restos de hierba verde en la suela. Un recuerdo agradable
de sus paseos matutinos por Hyde Park. Uno de los pocos recuerdos que aún podía
asociar a la Amanda de siempre, a la mujer real que era y que no tenía nada que ver con
el producto televisivo en que Brittany Murphy la había convertido.
Corrió hacia la cocina. Antes de llegar, Brooke le interceptó el camino y le puso un
dedo en los labios, indicándole que guardara silencio.
—¿Qué pasa?
—Ssshhhh —Brooke hablaba en voz muy baja—. Tengo una noticia buena, una mala
y una peor. ¿Cuál prefieres primero?
—Dispara, Brooke. —Amanda sonrió por lo cómico de la situación.
—Está bien. La buena es que Tyler se ha levantado de mejor humor y me ha
prometido que no hará sushi con su invitada si nos portamos bien. —Sonrió, satisfecha
por lo que consideraba un pequeño avance que la conduciría a la victoria.
Amanda tragó saliva, aliviada por la parte que le tocaba. Se acordó del tono que
Tyler había empleado hacía unos minutos frente a su puerta. Si aquel era su mejor
humor, no quería ni imaginar cómo sería verlo realmente furioso.
—La mala es que está preparando sus famosas tortas para demostrarlo. Y está
decidido a que nos las comamos sin rechistar.
—¿Tyler sabe cocinar? —arqueó las cejas sorprendida.
Lo último que esperaba por la mañana era ver a aquel bruto de casi dos metros
vestido con un delantal para ella. Quizás en alguna fantasía anterior al episodio del
remojón podría haberlo imaginado solo con el delantal y las botas… Pero ya no.
Definitivamente, Tyler no era su tipo. De hecho, no era el tipo de ninguna mujer sensata
que poblara el planeta.
—Y no lo hace mal —aseguró Brooke—. Excepto las tortas… Oh, Dios… No seré
capaz. Nunca he sido capaz...Y, para colmo, Cameron ha desaparecido y se librará,
como si lo hubiera sospechado el muy granuja... ¿Me guardarás el secreto, verdad?
Amanda hizo una señal sobre su pecho para sellar su promesa.
—¿Y la peor? —preguntó, y Brooke se golpeó la frente como si de repente
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recordara algo.
—Tienes razón. —Tiró de ella—. Lana Jackson está ahí adentro y amenaza con
quedarse a desayunar. Como ves, las noticias vuelan por aquí.
Amanda frunció el ceño.
—Tú, Amanda. —Brooke la abrazó por los hombros—. Lana debe estar comiéndose
las uñas en este momento. En este pueblo no hay muchos solteros y la competencia es
dura, créeme. No creo que le divierta la idea de que estés aquí… Y me alegro.
—Brooke… —Amanda la regañó con la mirada, sospechando cuales eran las
expectativas de Brooke con respecto a su estancia en Harmony Rock—. No quiero tener
problemas con Tyler, ¿vale? Apenas nos conocemos, pero pareces una buena chica. Así
que no inventes cosas que puedan molestar a la señorita Jackson. No estaría bien.
—No sé a qué…—La joven puso cara de inocente, pero no la engañó.
—No estaría bien —repitió con firmeza—. No entra en mis planes practicar la lucha
en el barro contra una novia furiosa que pretenda arrancarme mi pobre pellejo inglés.
No estoy interesada en tu hermano, y ya te habrás dado cuenta, por cómo me trató ayer,
que él tampoco lo está en mí. Y, por supuesto, no quiero que los vecinos practiquen el
tiro a la turista roba novios cada vez que me vean. ¿Lo entiendes, verdad?
—Claro. —Brooke suspiró y le hizo un simpático guiño—. Pero no me negarás que
mis hermanos están para comérselos. Y eso que aún no conoces a Dylan.
—Brooke…
—Está bien, me callaré. Y prometo no hacer de Cupido. Pero ni tú ni Tyler podéis
evitar que me alegre porque a Lana Jackson se le atragante el desayuno al verte.
Amanda se dio por vencida.
—Por mi parte, no tengo intención de crearme enemigos el primer día. Pienso
comerme esas tortas aunque muera en el intento. ¿Vamos?
—Vamos.
***
Lana Jackson era tal y como se la había imaginado. Toda una mujer, de pies a
cabeza. Nada más verla, supo que era la perfecta compañera para un duro vaquero
como Tyler. Increíblemente alta, casi tanto como él. El cabello del color del fuego que
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le caía como una cascada por la erguida espalda. Delgada y esbelta, con aquellas
sugerentes formas que se adivinaban bajo su precioso vestido de algodón salpicado de
flores. Parecía la portada de un disco de Faith Hill.
Amanda tuvo un poquito de celos al comprobar que Tyler parecía haber olvidado
que le debía una disculpa y que su expresión revelaba un buen humor que seguro tenía
que ver con la visita de la pelirroja.
Al notar su presencia, Lana se volvió, dejando la bandeja que llevaba sobre la mesa
para saludarla efusivamente. Sus ojos eran de un azul intenso y se clavaron en Amanda
con evidente curiosidad.
—¡Señorita Abbot! —Estrechó su mano, y de no ser por el recelo contenido que
percibió en el gesto, Amanda habría caído en la trampa de pensar que aquella mujer era
un encanto—. Es un placer conocerla por fin… Pensará que somos unos paletos
curiosos, pero lo cierto es que este es un pueblo pequeño y tenemos pocas
oportunidades de ver gente nueva por aquí. Desde que Mac, ese bruto que la trajo en su
camión, lo contó en el bar de Ray, los vecinos no hablan de otra cosa.
—¿En serio? —Amanda temió que la hubieran descubierto y que su idea de pasar
desapercibida se fuera al traste.
—¡Pues claro! Todos quieren conocer a la guapa turista inglesa que se hospeda en
Harmony Rock.
Amanda agradeció en silencio que se hubieran tragado su historia. Era una suerte
que aquellas buenas personas no estuvieran al día de la actualidad de la prensa del
corazón londinense. Por el momento, nadie parecía relacionarla con la famosa Lori
Chase, la mujer que había protagonizado la noticia más reciente y sonada en el ámbito
de la televisión inglesa. Eso la hizo sentirse segura y relajada. Aunque no se le escapó
el tono sarcástico que Lana había utilizado al referirse a ella. Y tampoco, el modo en
que Tyler la observaba con disimulo mientras servía el café en las tazas.
Se sentaron a la mesa, y Brooke rechazó con amabilidad el plato con las tortas que
Tyler le ofrecía.
—¿No? —Él parecía extrañado.
—Tomaré solo café, Tyler. Anoche comí algo que me sentó mal y no quiero
arriesgarme —mintió, golpeando el pie de Amanda por debajo de la mesa.
—¿Quieres que vayamos a ver al doctor? —preguntó Tyler con expresión
preocupada.
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—No será necesario. —Brooke negó con la cabeza, interpretando a la perfección su
papel de enferma—. No es más que una pequeña indigestión. Ya me conoces, nunca sé
decir basta.
—¿Qué te he dicho, Tyler? —Lana intervino y su voz era tan dulce como el almíbar
al dirigirse a él—. Alguien debería decirle a Brooke cómo alimentarse.
—¿Alguien como tú, Lana? —Por su parte, la voz de Brooke estaba cargada de
veneno—. No, gracias. Prefiero que me exploten las tripas antes de convertirme en una
flacucha con las piernas como palillos, créeme.
—¡Brooke! Discúlpate ahora mismo. —Tyler no se lo estaba pidiendo. Se lo
ordenaba. Colocó una taza de humeante café delante de Brooke y se cruzó de brazos,
esperando aquella disculpa.
«Qué conmovedor», se dijo Amanda para sus adentros… Cómo se ponía aquel tipo
por defender el honor de su dama y, sin embargo, ni una sola mirada de arrepentimiento
por haberse pasado de la raya el día anterior. Se abstuvo de opinar sobre eso y lo
apuntó en su agenda mental para recordárselo más tarde, cuando la sensacional e
increíblemente hermosa Lana no estuviera en escena.
Brooke pareció dudar un instante. Sin embargo, al cabo de unos segundos, se volvió
hacia Lana y sonrió.
—Perdona, Lana. —Ahora su actuación dejaba mucho que desear—. No quise ser
grosera y, por supuesto, no me refería a tus preciosas piernas kilométricas cuando
hablaba de tener las piernas como palillos.
—No importa. —Pero por la forma en que brillaban sus ojos, Amanda supo que sí le
importaba. Y mucho. Y aunque era obvio que la pelirroja deseaba hacer tragar
literalmente aquel plato de tortas a Brooke, se limitó a mirarla con aire
condescendiente de hermana mayor—. Todos sabemos lo que es tener dieciocho años,
¿no es así, señorita Abbot?
Amanda estaba a punto de decirle que sus dieciocho años probablemente no habían
sido como el del resto de las chicas. Lo cierto era que recordaba su infancia y su
posterior adolescencia como una larga cadena de acontecimientos insólitos que la
conducían a una vida que, de algún modo, no era la suya. La muerte prematura de sus
padres y el carácter independiente —quizá por supervivencia y autoprotección— de su
hermana Chelsea habían hecho que siempre tuviera una imagen un poco distorsionada
de la familia, de las etapas vitales y de sí misma.
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Marion Abbot le había enseñado muchas cosas, pero se había ido antes de enseñarle
lo que más necesitaba. No le había dicho nada sobre cómo resistir a la sensación de
soledad cuando todo lo que posees es un nombre falso y un puñado de admiradores a
quienes no les importa quién eres realmente. Una ligera punzada de tristeza se instaló en
su corazón y sonrió para apartar los recuerdos penosos de su mente.
—He oído que en Londres las chicas hacen todo lo que quieren. Llevan botas
militares con correas, se colocan pearcings y se tiñen el pelo a la moda punk —
comentó Lana con una sonrisa.
—No somos bichos raros, señorita Jackson…
—Lana, por favor.
—Lana… No tenemos seis ojos ni practicamos sexo a través de un orificio en mitad
de la nuca —explicó Amanda con la mayor amabilidad posible, a pesar de que la otra
mujer parecía dispuesta a declararle la guerra si se atrevía a ponerse de parte de
Brooke. Suavizó el tono—. La verdad es que no soy experta en la materia. Debido a la
profesión de mi padre, mi hermana y yo teníamos que cuidar de nosotras mismas la
mayoría de las veces, por lo que nos quedaba poco tiempo para teñirnos el pelo. No sé
si pertenecemos a esa gente rara de la que ha oído hablar. Pero creo que sé una cosa. Y
es que no importa el color de tu pelo o cómo te vistas. Las personas que te quieran, te
querrán de todos modos… Y tu aspecto no cambiará eso.
—Señorita Abbot… Logrará que me emocione de verdad —se burló Tyler y le
sirvió más café sin dejar de mirarla, como si realmente analizara la posibilidad de
encontrar algún par de ojos extra en su rostro—. Y dígame, Amanda, ¿a qué se dedicaba
su padre?
—Era fotógrafo. Y muy bueno, por cierto —explicó con orgullo—. Su frase favorita
era «una imagen vale más que mil palabras».
—¿Por ejemplo? —Tyler parecía interesado.
—Ustedes dos… es una imagen elocuente —dijo refiriéndose a Tyler y a Brooke.
Entornó los párpados y colocó sus manos como si enmarcara a los dos hermanos entre
sus dedos.
—¿Es que le parecemos tan atractivos? —preguntó, fingiendo que no le importaba su
respuesta. Pero Amanda había podido leer entre líneas lo que escondía realmente su
pregunta. Tyler había querido decir «¿te parezco tan atractivo?». Y aunque se lo
parecía, jamás se lo habría confesado, mucho menos mientras la mirada asesina de Lana
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Jackson se clavaba en ella—. ¿Qué cree que diría su foto de Brooke y de mí?
Tyler alargó su mano para untar con miel una enorme torta y se la ofreció. Amanda la
mordisqueó distraída.
—Creo que diría que son cabezotas y que hay algo muy especial entre ambos… Los
dos se dejarían cortar el brazo por el otro si fuera necesario.
—Ah, pero se equivocaría en algo, señorita Abbot. —Tyler chasqueó la lengua
divertido—. Brooke es cabezota. Yo solo soy sensato. Y por nada del mundo pondría
mi brazo en peligro por defender a mi hermana caprichosa y desobediente.
—Oh, cállate, Tyler. Eres un aguafiestas. —Brooke sonrió y la miró entusiasmada—.
¿Nos harás unas fotos con tu cámara? Tyler, ¿te imaginas que nuestra foto pudiera estar
en alguna de esas elegantes galerías de Inglaterra?
—Brooke, solo soy una aficionada —confesó con modestia, aunque, interiormente,
fantaseaba con que algún día podría dedicarse a ello y abandonar su nada deseada
carrera como actriz, de la que vivía para pagar las malditas facturas y los viajes de
Chelsea por todo el mundo.
Su hermana llevaba varios años intentando decidir qué quería hacer con su vida y si
no lo hacía pronto, Amanda tendría que dejar de ser su mecenas turístico y cortaría el
suministro a su cuenta corriente.
—Di que sí, por favor, por favor...
Lana carraspeó. Al parecer, se habían olvidado de ella durante la conversación.
—Solo si Lana acepta ser mi primera modelo —ofreció Amanda, esperando que su
invitación enterrara el hacha de guerra. Por la expresión radiante de la mujer, supo que
había logrado su propósito y añadió zalamera—. Debo confesarle que nunca antes
había visto un rostro tan perfecto, tan fotogénico como el suyo… Me permitirá que le
saque unas cuantas fotos, ¿verdad? Puede que con ese material de primera calidad, mi
carrera como fotógrafa novata se dispare al estrellato definitivamente.
—Qué tontería…, pero será un honor para mí. —Lana se mostraba agradecida y, por
fortuna, había bajado la guardia—. Usted dirá cuándo le viene bien, Amanda. Ahora
tengo que irme a hacer unas compras. Pero, si quiere, puedo volver esta tarde.
—Esta tarde entonces. —Amanda la vio salir de la cocina, y Tyler, solícito, la
acompañó hasta la puerta. Cuando regresó, su expresión era pensativa.
Brooke estaba recogiendo los platos, y Amanda se levantó enseguida para ayudarla.
—Oh, no. Eres nuestra clienta. —Brooke la empujó hacia su hermano—. ¿Por qué no
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llevas a Amanda a dar una vuelta por el rancho, Tyler?
—¿Ahora?
—No quiero ser una molestia, de verdad. —Amanda tenía por costumbre no aceptar
las invitaciones hechas por cortesía. Y, de todos modos, la expresión disgustada de él
era todo menos cortés.
—Venga, Tyler —se impacientó Brooke y le lanzó un poco de espuma del fregadero
sobre la cara en actitud traviesa—. Confiesa que no tienes nada mejor que hacer. Es
sábado.
—Está bien. Si ella lo soporta… —Se volvió dispuesto a marcharse, y Amanda lo
siguió detrás, casi pegada a su espalda.
—Lo soporto —dijo de inmediato y la sonrisa se le congeló en los labios al
comprobar que la mirada de él era severa—. Es decir, solo si no tiene nada mejor que
hacer.
—Nena, no tiente su suerte —le advirtió de camino de la puerta. La abrió para
hacerla pasar primero y, justo cuando ya lo había hecho, bajó su brazo, pronunció su
nombre en voz baja. Amanda lo miró a los ojos, quedando paralizada—. ¿De verdad
quiere vérselas con Lana Jackson esta tarde?
Amanda encogió los hombros, fingiendo que no sabía a qué se refería. Escapó de su
sombra y lo esperó fuera. Tyler le hizo un gesto para que caminara a su lado.
—Tyler… —empezó a decir, pero se arrepintió al instante. Quizás a él no le
gustaban las preguntas y no quería que se enfadara con ella antes de lo que prometía ser
un interesante paseo.
—¿Qué? —Para su sorpresa, él le prestaba toda su atención a pesar de su gesto
aparentemente distraído.
—No es nada.
—Vamos, Amanda. No sea tímida —él se burlaba otra vez—. Porque no lo es,
¿verdad?
—No, no lo soy —confesó. «Al menos, no lo era hasta ayer», estuvo a punto de
confesarle.
—Bien. Entonces, ¿de qué se trata?
—Yo… —Amanda dudó. ¿Y si se ponía hecho una fiera y la enviaba de vuelta a
casa? Se arriesgaría, ya que él insistía tanto—. Me ha parecido que le divertía la
situación.
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—¿Situación? ¿Qué situación?
«Qué gran farsante es», pensó Amanda. Si se lo propusiera, podría tener un papel
estelar en su serie de la BBC. Pero solo si ella estuviera en otro continente y Ewan
hubiera perdido el juicio. Y lo último no era del todo improbable considerando que a
estas alturas ya debía estar interrogando a Kitty para sonsacarle el paradero de Lori
Chase. Trató de no pensar en ello y se concentró en la conversación.
—Ya sabe… Brooke me contó que Lana y usted son buenos amigos —murmuró.
—¿Y?
—Bueno… tuve la sensación de que a ella no le gustaba que yo estuviera aquí.
—¿Y?
—Oh, déjelo ya —suspiró exasperada—. Sabe muy bien de qué estoy hablando.
—Señorita Abbot. —Tyler señaló un sendero oculto tras unos arbustos y tiró de su
mano. Amanda aceleró el paso para avanzar al mismo ritmo, ya que él daba grandes
zancadas y estaba segura de que lo hacía a propósito. Sin duda, Tyler McKenzie estaba
acostumbrado a que los demás lo siguieran sin rechistar. «Un día de estos, señor
McKenzie, alguien hará que sea usted quien corra», sonrió ante la idea, pero no se lo
dijo—. ¿Quiere saber si me divierte que Lana me considere de su propiedad?
—Básicamente… sí.
—¿Por qué? ¿Le molesta que sea así?
—En general —ella tomó aire para contestar. La carrera la estaba dejando exhausta
a pesar de que siempre había creído estar en buena forma—, me molesta que la gente
vea a los demás como una propiedad.
—Qué alivio. Pensaba que se trataba solo de mí.
—No diga tonterías —lo reprendió Amanda y cuando lo alcanzó, agradeció con una
mirada que se hubiera detenido a esperarla—. Pero es evidente que la señorita Jackson
no opina lo mismo que yo, ¿no cree?
—Eso es porque la señorita Jackson tiene una visión más práctica. —Tyler alargó
sus dedos hacia ella, y Amanda contuvo la respiración. Sintió cómo le recorrían la
mejilla durante unos segundos que le parecieron eternos—. Tenía restos de miel en la
cara.
—Ah, —Amanda tragó saliva con dificultad. Por un momento… mejor que no
pensara en lo que se le había ocurrido que él haría.
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—Y volviendo a lo de antes… —Él cruzó los brazos sobre el pecho y, al hacerlo, su
elevada estatura se hizo aún más patente. A su lado, Amanda parecía insignificante—.
¿Qué es lo que le molesta en realidad? ¿Que me divierta lo que Lana piensa o que sea
cierto lo que piensa?
—¿Es un acertijo? —Amanda sonrió para aliviar la tensión entre ellos.
—Conteste, Amanda Abbot. Me interesa mucho su respuesta.
—Es que… —Amanda tenía que ser cuidadosa o él terminaría pensando que solo
era otra mujercita con… ¿cómo había dicho?, «la cabeza llena de pájaros»—. Bueno,
es que no es asunto mío en realidad.
Tyler no dijo nada, lo que demostraba que, después de todo, había sido la respuesta
adecuada.
—Qué discreta… y qué mentirosa —se burló finalmente—. Ahora dígame, Abbot…
¿Cómo le gustaría que fuera su estancia en Harmony Rock? ¿Prefiere pasar unos días
ociosos, paseando y sacando fotos de mis feos vecinos? ¿O por el contrario le gustaría
integrarse de verdad en la vida del rancho?
—Vaya… conociéndolo, seguro que cualquier cosa que diga me colocará en un
aprieto. —Amanda ya se veía recogiendo estiércol para él o realizando cualquier tarea
que contuviera las palabras madrugar, sucio o insecto en la atractiva boca de Tyler—.
Pero no quiero un trato especial… Aunque seguro que no serviría de nada si lo pidiera,
¿no es así?
—Muy lista.
Tyler no quería pasarlo bien junto a aquella desconocida, pero muy a su pesar, ella
le resultaba encantadora. Se fijó en los pequeños hoyuelos que se marcaban en sus
mejillas cuando sonreía. Se fijó en que su cabello era tan fino que nunca se quedaba
quieto por más que lo anudara con una cinta y que los mechones le caían a ambos lados
de la cara, enmarcando su expresión melancólica y a veces ausente. A decir verdad, se
fijaba en demasiados detalles tratándose de Amanda Abbot. Y él no era un tipo
especialmente observador, maldita sea. Removió la tierra bajo su bota con la punta y se
acomodó mejor el sombrero, como si eso sirviera para poner en orden sus ideas.
—Tiene que decidir en qué quiere gastar su dinero, Abbot. Dijo que no había sido
barato, y no soportaría que se sintiera estafada.
—Vamos, no sea embustero. Sabe muy bien que está deseando que haga la maleta. —
Amanda no se ofendió por el comentario. Los ojos verdes del hombre irradiaban algo
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especial y le decían que solo bromeaba esta vez—. Está bien, Tyler… Mañana lo
decidiré y se lo haré saber.
—¿A la hora del té? —bromeó de nuevo, y Amanda le habría atizado de no ser
porque se sentía cómoda y porque, para variar, McKenzie estaba siendo… ¿amable era
la palabra adecuada? Tyler señaló hacia el horizonte—. ¿Qué le parece?
Tyler apuntaba hacia el increíble paisaje que se extendía ante ellos. Amanda asintió
en silencio, incapaz de decir una palabra que rompiera el hechizo de aquella hermosa
visión.
—Hasta donde le alcanza la vista, es Harmony Rock.
—Fascinante —murmuró.
—Lo es. Cuando mi madre murió, yo apenas era un muchacho —continuó él, y
Amanda percibió cierta nostalgia en su voz—. Brooke era solo una cría y mi padre no
tenía la menor idea de cómo tratarla. Ninguno la tenía, en realidad. Pero yo quería que
Harmony Rock fuera su legado. Todo ha sido por y para ella. Siempre. El año pasado,
al morir el viejo, la mayoría de nuestros vecinos me aconsejaron que encontrara un
comprador y vendiera.
—Pero no lo hizo. Eso lo honra.
—¿Me honra? —La miró fijamente, de un modo extraño que hacía que el paisaje y
todo lo demás se desdibujaran inexplicablemente—. Abbot… No sé si podré
acostumbrarme a esa jerga suya tan elegante.
—Déjelo, McKenzie. No va a engañarme —replicó—. Sé que tiene sentimientos, no
lo niegue. Aunque hasta ahora se haya comportado como un androide sacado de la
Guerra de las Galaxias. Y en cuanto a Brooke, quizá no sabe cómo tratarla. Por
desgracia, los seres humanos no venimos al mundo con un manual de instrucciones.
Pero ¿qué más da? Seguro que Brooke lo comprende. Ya no es una niña —observó ella.
«Brillante, Amanda. Has estado brillante», pensó contrariada. Tyler McKenzie le
abría una pequeña rendija del corazón que parecía ocultarse bajo aquel musculoso
pecho que se elevaba bajo su camiseta de algodón y del que no podía apartar la mirada.
Y en lugar de exigirle la disculpa que pretendía arrancarle, solo se le ocurría ponerle
ojitos presa de la emoción porque compartiera con ella aquel pequeño detalle de su
vida. Perfecto.
—No, no es una niña. —Él la sorprendió gratamente al no hacer ninguna
observación jocosa—. Es una mujer, fuerte y valiente. Vaya… creo que no lo había
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asumido hasta ahora y puede que usted no me caiga bien por ser la culpable. Pero, aun
así, me gusta pensar que he conservado Harmony Rock para ella, para todos. Era una
cuestión personal, señorita Abbot. ¿Sabe a qué me refiero?
—Me hago una idea —respondió algo molesta porque él la consideraba poco menos
que retrasada mental.
—Bien. —Parecía encantado por la contemplación de su obra, aunque tal vez no
tanto por el reciente descubrimiento sobre Brooke del que la hacía responsable.
Amanda rezó porque aquello no le valiera algún tipo de venganza al estilo del
salvaje oeste, del tipo convertirla en carne picada y ponerla en una parrilla.
—Yo quería que Brooke despertara algún día y me dijera: «Gracias, Tyler. Estoy
muy orgullosa de ti. Conservaste nuestro hogar» —añadió él.
Amanda frunció el ceño, sospechando que había moraleja en toda aquella historia.
—Y ya ve. Cuando Brooke despierta por la mañana, todo lo que dice es —imitó el
tono chillón de su hermana—: «Ey, Ty, grandísimo bruto, a ver cuándo me llevas a la
ciudad. Me aburro como una ostra».
—¿Se arrepiente de lo que hizo?
—Nunca. —Tyler giró sobre los talones para mirarla directamente—. Es por eso
que no quiero que le llene la cabeza de tonterías acerca de lo bien que se vive en su
Londres, en Europa… Ese mundo no haría feliz a Brooke. Sé muy bien cómo se vive
allí, créame. No es para ella, para nadie en realidad. Muy pronto, tal vez antes de que
me dé cuenta, Brooke querrá escribir su propia historia. Pero espero que lo haga aquí,
junto a las personas que la quieren. Donde nunca tendrá que soportar a ningún tipo que
se crea su dueño, porque siempre tendrá un hogar que la confortará cuando lo necesite.
Y como dijo antes, siempre me tendrá a mí.
—Es muy hermoso. —Amanda estaba emocionada, a pesar de que Tyler lo había
planteado como si ella quisiera secuestrar a su hermana y venderla en algún mercado de
esclavos muy lejos de su idolatrado paraíso árido.
Lo pasó por alto. No sabía si se debía a sus palabras, a que los dos estaban tan cerca
o, sencillamente, a la inquietante revelación de que Tyler McKenzie resultaba un tipo
encantador cuando no estaba de un humor de perros. De cualquier modo, sus rodillas se
habían convertido en un par de postres de gelatina.
Tyler sonrió, y, al hacerlo, Amanda sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
Definitivamente, él no poseía el típico atractivo de los hombres de la ciudad que
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acudían tres veces por semana al gimnasio para fortalecer sus músculos y adquirir un
esmerado bronceado. El gimnasio de Tyler era la propia vida, y su bronceado, el
resultado de muchas horas de trabajo bajo un sol brillante que les hacía de techo en
verano. Sin embargo, su aspecto no podía ser más seductor. Observó su rostro con
detenimiento. Los rasgos varoniles, el mentón pronunciado y la nariz recta. La boca
arrogante, con aquella pequeña cicatriz que incitaba a una caricia, y los ojos verdes que
invitaban a mirarse en ellos y perderse del mundo durante horas.
—Si promete no hacer un chiste, algún día le contaré un secreto —susurró él junto a
su oído.
—¿Por qué no ahora? —Amanda no podía esperar un minuto para saber más.
—Porque, por hoy, mi curiosa señorita Abbot, ya le he contado demasiado —
convino Tyler—. ¿Seguimos nuestro paseo? Ahora le toca a usted el turno de las
confidencias. Tiene que explicarme eso de practicar sexo por el orificio de su nuca.
Amanda supo que le esperaba un largo día de alusiones humillantes sobre ese
comentario. Le estaba bien empleado por pasarse de lista. Se preparó para ello con el
ánimo que le proporcionaba ver la perfecta musculatura de su acompañante en
movimiento.
***
Querida Kitty: ante la imposibilidad de hablar contigo por teléfono, ya que mi
móvil murió después de un humillante episodio que prefiero olvidar, te escribo este
correo electrónico desde el portátil de Cameron. Antes de nada, quiero pedirte
disculpas por lo que te dije sobre tus primos. Es cierto que me enviaste a esta versión
de La Ponderosa1 con engaños, pero sé que lo hiciste con la mejor intención. Y puede
que esto termine gustándome si antes no muero por la mordedura de una serpiente o
aplastada por una estampida. Resulta que Brooke es una chica estupenda, y
Cameron, un tipo encantador. Las chicas de Mentone se lo rifan en este momento y
seguro que alguna le echa el lazo antes de que termine el año. Dicho esto, te
perdono.
Otra cosa. ¿Se te ocurre algo peor que caer sobre un montón de boñiga de vaca
mientras haces malabarismos con el teléfono para hablar con tu amiga del alma? Ni
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siquiera alguien con tu talento podría imaginarlo. Te voy a responder. Lo hay. Hay
algo peor. Caer sobre un montón de boñiga de vaca y que un lunático que se cree
Clint Eastwood —no en su época encantadora de Los Puentes de Madison, sino en la
de antes, la de macarra del oeste— te lance al interior de un depósito de agua sucia.
¿Sorprendida? Seguro que te estás riendo mientras lees estas líneas, pero también te
perdono. Dejando este asunto a un lado… Brittany debe estar furiosa. Ya sé que no
lograría que confesaras donde estoy aunque te ofreciera toda su colección de
visones. Pero hazme un favor. Ten cuidado con ella. Y una cosa más. ¿Chelsea se ha
puesto en contacto contigo? La adoro. Pero reconozco que, a veces, desearía tener
más pistas sobre su vida que esas postales que manda en las que solo se le ve una
mano sosteniendo la torre Eiffel. Te quiero. Amanda.
Pdta: echo de menos nuestra noche del viernes viendo la reposición de Jayne Eyre.
Ojalá estuvieras aquí, esto te gustaría. Te gusta todo lo excéntrico, y créeme, no hay
nada más excéntrico que ese primo vaquero tuyo con tendencias homicidas.
***
Brooke la observó divertida mientras Amanda luchaba por conservar su dignidad en
el interior de aquellos pantalones enormes con tirantes, moviendo los pies dentro de las
botas de agua.
—Amanda… ¿Se puede saber qué haces? —Brooke contuvo la risa ante el aspecto
que presentaba la otra mujer.
—Tyler dijo que tenía que integrarme en las actividades del rancho… Cielos, no
sabía que eso incluiría desfilar vestida de payaso por todo Harmony Rock…
«Así que se trata de eso», pensó Brooke. Tyler había dejado aquella ropa de trabajo
en la habitación de su huésped y era obvio lo que pretendía. Quería que Amanda huyera
despavorida en cuanto la obligara a realizar un par de tareas degradantes. Antes de que
Cameron se despidiera por la mañana, lo había escuchado apostar con él que aquella
turista no aguantaría dos días después de que terminara con ella. Aquel era el primer
paso. Vestirla como si fuera una paleta y permitir que se diera un par de vueltas por los
alrededores e hiciera el ridículo si recibían la visita de algún vecino.
«Qué desgraciado…». Estuvo a punto de contarle la verdad, pero justo en ese
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instante, su maquiavélico hermano se detuvo frente a la puerta entreabierta.
Tyler empujó la puerta con la punta de su bota y se apoyó en el marco, cruzando los
brazos sobre el pecho y disfrutando con el espectáculo. Sostenía una taza de humeante
café en una de sus manos.
Amanda aspiró sin querer el aroma, escuchando como sus tripas rugían. Menudo
tirano. La había despertado aporreando su puerta nada más amanecer y había anunciado
que quería verla en planta en diez minutos. Y ni siquiera tenía la amabilidad de
ofrecerle algo caliente.
—¿Está lista para empezar? —preguntó Tyler, enviando una orden silenciosa a
Brooke para que no estropeara sus planes.
—Ty… no te pases —le advirtió Brooke, pero el hombre encogió los hombros con
una expresión inocente que no engañaba a nadie.
—Brooke…, ella dijo que no quería un trato especial. No te metas. —Torció los
labios en una mueca y apuntó a Amanda con su taza—. Usted. La espero abajo. Tenemos
mucho trabajo.
—Oiga… Tenga paciencia, ¿quiere? Aún tengo que ponerme mi peluca roja y mi
nariz con bocina —bromeó, aunque Tyler no se inmutó.
—Ahora. —La señaló de nuevo con su taza y su cara de pocos amigos, y bajó las
escaleras que conducían a la cocina.
Las dos mujeres lo siguieron, y los ojos de Amanda se iluminaron al ver como Tyler
había preparado un apetecible desayuno compuesto por huevos revueltos, tostadas,
zumo de naranja y café. Se dispuso a devorar una tostada de la montaña que había sobre
uno de los platos, pero la mano de él fue más rápida. Se la arrebató y la sujetó del
brazo, apartándola del festín y arrastrándola literalmente hasta la puerta.
—No sea impaciente, hombre… todavía no he desayunado. —Trató de soltarse
inútilmente, mientras su mirada seguía con avidez el manjar de la mesa.
—No tenemos tiempo. Habría desayunado si se hubiera levantado a mi primera
llamada en lugar de ser una perezosa y quedarse refunfuñando entre las sábanas —le
recordó, y Amanda le sacó la lengua aprovechando que la soltaba y estaba de espaldas.
Pero él se giró para despedirse de Brooke y la pilló in fraganti, arqueando una ceja
con aquella expresión autosuficiente que la sacaba de quicio—. Que aproveches,
Brooke.
—Déspota —murmuró entre dientes Amanda, escuchando como él reía quedamente
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mientras daba grandes zancadas en dirección hacia el cobertizo que estaba junto a la
casa.
Lo siguió, esforzándose por olvidar que estaba hambrienta y recordando que tenía
que demostrarle lo buena que podía ser en cualquier cosa que se propusiera. Era un
aliciente extra para su orgullo pensar que Tyler McKenzie se tragaría aquella expresión
fanfarrona.
Tyler había llevado consigo dos cubos de aluminio. Uno estaba vacío y en el otro
había hecho una mezcla con agua y un desinfectante a base de cloro.
Amanda vio como los dejaba a un lado antes de comenzar a darle instrucciones con
expresión de aburrimiento. Peor para él si no ponía de su parte para que aquel fuera un
día agradable. El primer cometido no presentaba grandes complicaciones. Se trataba de
limpiar toda la porquería que aquellas vacas desconsideradas habían dejado la noche
anterior. Retirar paja sucia, amontonarla en una esquina y meterla con una pala en una
carretilla para su evacuación. Después, esparcir la paja limpia y listo. Parecía fácil.
Tyler le había facilitado una especie de mascarilla, que se sujetaba tras las orejas,
para evitar que el mal olor hiciera que se desmayara. «Qué galante». Le habría dado las
gracias de no ser porque estaba ocupada. Apartando las moscas de su cara, esquivando
la materia orgánica con los pies y vigilando que ninguna de las vacas confundiera su
trasero enfundado en los gigantescos pantalones con una diana enorme sobre la que
podían abalanzarse.
Por su parte, Tyler observaba en silencio los esfuerzos de la mujer por realizar la
tarea del modo más eficiente mientras recortaba un pedazo de madera con su navaja
para darle forma. Era cabezota aquella Amanda Abbot, de eso no cabía duda. La pobre
levantaba como podía el enorme rastrillo, que debía pesar la mitad que ella, sin
rechistar.
De cuando en cuando, le lanzaba una miradita de ya le dije que podía hacerlo y
entonces, sus ojos se encontraban en la distancia y Tyler se sentía inexplicablemente
incómodo y se concentraba en sacar, compulsivamente, astillas de su pedazo de madera.
A este paso, montaría una exposición de figuritas al final del día si Abbot no se daba
antes por vencida.
—Listo, ¿qué me dice, McKenzie? Estas vacas no han tenido una suite más limpia en
su vida.
La voz de ella lo sobresaltó y, aunque estuvo a punto de cortarse un dedo, fingió que
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no la había estado observando todo el tiempo.
Echó una ojeada a su alrededor y asintió con indiferencia, ignorando la pose
orgullosa de la mujer. Amanda tenía un codo apoyado sobre el extremo del rastrillo y lo
miraba con las mejillas arreboladas por el esfuerzo. Con aquella pinta, no parecía en
absoluto una chica de ciudad. Pero lo era, no debía olvidarlo. Y tenía que librarse de su
presencia, ese era el plan. Así que se acercó hasta ella y le quitó el rastrillo, haciendo
que perdiera el equilibrio unos segundos. Sonrió para sus adentros. Ya verían cuanto
aguantaba la señorita Abbot cuando descubriera los pasatiempos que tenía en mente
para ella.
Se aproximó a una de las vacas y comenzó a masajearle el lomo con delicadeza.
¿Delicadeza? Amanda se sobrepuso al descubrimiento de que Tyler McKenzie tuviera
sentimientos y los empleara a fondo con aquella vaca. Lo vio alcanzar uno de los cubos
y sumergir en el interior un paño limpio, retorciéndolo para entregárselo después como
si compartieran algún ritual. Qué tipo tan extraño. No decía una palabra y esperaba que
ella lo comprendiera todo como si llevara toda la vida haciendo aquello. Lo miró con
el ceño fruncido.
—Ahora viene la parte más divertida, Abbot. El ordeño de nuestra frisona —
anunció y había en su tono un deje de malicia que no le pasó desapercibido—. Vamos,
no sea tímida… Tiene que limpiar las ubres antes de tocarlas. Para prevenir las
bacterias y la mastitis.
«Oh, claro… Como si supiera de lo que está hablando», pensó Amanda. Se limitó a
obedecer y restregó con cuidado las ubres del animal.
—Con suavidad… eso es —indicó él, francamente divertido por el modo en que ella
tocaba las ubres, como si fueran a morderla en cualquier momento.
Cuando consideró que el proceso de desinfección estaba completado, le quitó el
paño húmedo de las manos. Colocó una banqueta detrás de la vaca y dio unas
palmaditas sobre la madera, indicándole con aquel gesto que se sentara.
Amanda obedeció, expectante. Arrugó la nariz al comprobar que la vaca tampoco
parecía sentirse cómoda con aquella invasión de su intimidad. Agitaba el rabo delante
de su cara, inquieta y más que dispuesta a defender su honor ante aquella intromisión.
Tyler le tomó las manos y las condujo hasta las ubres del animal. Amanda contuvo la
respiración.
—Oiga… no necesito aprenderlo todo el primer día, ¿no? —Trató de escabullirse,
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pero Tyler clavó sus ojos desafiantes en el rostro espantado y fue suficiente para que
Amanda decidiera que no podía echarse atrás.
Eso era exactamente lo que él esperaba que hiciera, que se rindiera ante el menor
desafío. Ni hablar. Los Abbot de Bournemouth no se rendían. Los Abbot de
Bournemouth no conocían la palabra derrota. Y ella podía demostrarle a aquel vaquero
presumido que hasta la vaca más reacia a dar leche sería pan comido si Amanda Abbot
se lo proponía.
Muy bien.
Presionó las ubres con determinación, y como respuesta, el rabo le propinó un buen
latigazo en plena cara, haciendo que cayera de la banqueta. Se levantó con toda la
elegancia que le permitía su ridícula vestimenta y se sentó nuevamente. Quizás el
animal y ella no habían empezado con buen pie su relación. Pero eso no quería decir
que no pudieran ser amigas.
Miró al hombre, aguardando instrucciones.
Tyler puso el cubo vacío bajo el animal y se colocó a su espalda, inclinándose sobre
su cabeza y elevando los fuertes brazos sobre los de Amanda. Cubrió con sus manos las
de la mujer y las guió otra vez hasta la vaca, cerrando sus dedos en un gesto que
pretendía infundirle seguridad.
Por el contrario, aquel gesto solo logró que el corazón de Amanda latiera a mil por
hora.
—Así es… despacio, suave pero firme… —La voz de Tyler era como una caricia
que resbalaba por el lóbulo de su oreja, provocando que los dedos femeninos se
agarrotaran sobre la dura piel del animal—. No presione tanto, Abbot… Suave y
firme… Eso está mejor.
«¿Y quién lo decía?». Amanda sentía aquel cálido aliento en su cuello y apenas
podía concentrarse en otra cosa que no fuera aquello. Y su voz… suave y firme…
Aquellas dos únicas palabras comenzaban a dibujar escenas en su mente en las que la
vaca desaparecía por arte de magia y ambos se revolcaban sobre la paja. Agitó la
cabeza, confusa. Aquel tipo de pensamientos estaban completamente prohibidos. Rezó
porque él no percibiera el leve temblor de sus manos ni la gota de sudor que empezaba
a deslizarse por su frente.
—¿Ve qué fácil? —Tyler le hablaba en voz baja—. Ahora puede presionar un poco,
con cuidado… Hacia arriba y hacia abajo, eso es… Imagine que toca el piano, Abbot,
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con sutileza…
Hacia arriba, hacia abajo… ¿Tocar el piano? Dios, a esas alturas se sentía inspirada
para interpretar La Novena Sinfonía mientras daba volteretas en el aire agitando un par
de pompones de animadora.
Ese Tyler era un verdadero peligro. No podía imaginar a ningún otro hombre que
pudiera seducirla inconscientemente mientras las manos de ambos se movían en
perfecta armonía sobre las ubres colgantes de una vaca.
Giró el rostro hacia él, los ojos empañados aún por las tórridas e inquietantes
escenas que se desarrollaban en su cerebro gracias a su portentosa imaginación, los
labios entreabiertos…
Tyler clavó la mirada en aquella boca que se humedecía en un gesto involuntario y
que parecía atraer la suya en la misma dirección. Diablos… Esa Abbot no tenía la
menor idea de lo sugerente que era su aspecto. Cierto que aquella ropa le venía fatal y
la vaca había dejado algunos pelos sobre su mejilla al golpearla con el rabo… Los
retiró con la yema del dedo índice y dejó que permaneciera allí unos segundos,
deleitándose con su tacto. Y entonces, ella parpadeó, y como si accionara algún
interruptor en la mente del hombre, Tyler se separó y sustituyó como pudo la expresión
de desconcierto de su rostro.
—No está mal. Pero con esto no llenaríamos una taza de café —dijo con tono neutro,
mostrándole el cubo con menos de una cuarta de leche.
Amanda la contempló con una mezcla de satisfacción y fastidio. Estupendo. Tyler
acababa de hacerla aterrizar en el mundo real, donde, por cierto, volvía a ser el tipo
frío y distante que disfrutaba haciéndola sentir una inútil.
—Veremos qué tal se le da con los caballos.
La dejó plantada. Amanda seguía sentada en el taburete, avistando el panorama que
era el trasero de la vaca mientras comprendía que aquel vaquero se había propuesto
desanimarla el primer día.
Vacas, caballos… sus intenciones estaban muy claras. Y aunque Tyler McKenzie
parecía saberlo todo sobre los animales, no tenía la menor idea sobre mujeres. En
especial, no sabía nada de ella. Y si creía que era del tipo que salían huyendo al
mínimo inconveniente, iba listo. Lo siguió, sonriendo al ver como él analizaba su
expresión buscando un atisbo de cansancio o esperando escuchar alguna protesta.
—Preparada, jefe. ¿Dónde están esos caballos?
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«Perfecto», pensó Tyler con ironía. Aquella mujer parecía dispuesta a cualquier
cosa menos a claudicar. Sabía lo que eso significaba. Un día más invadiendo su
propiedad con su perfume de limón y su sonrisa desinhibida. Un día más volviéndolo
loco con sus preguntas y su inquietante presencia, viviendo bajo su mismo techo…
Mataría a Cameron cuando regresara de su viaje. No tenía derecho a endosarle a
aquella corona de espinas y largarse sin más. Cameron era quien debía estar allí,
divirtiéndola con sus anécdotas sobre ladrones de ganado y mostrándose todo lo
encantador que podía ser, llevándola al pueblo y exhibiéndola para que sus buenos
vecinos congeniaran con el continente del príncipe Carlos.
Sí, Cameron tenía la culpa de todo. Pero no estaba allí. Y ahora le tocaba entretener
a la señorita Abbot en contra de sus propios deseos. Porque no lo deseaba. No, señor…
De ninguna manera estaba interesado en aquellos ojos ni en aquella boca, ni en aquellos
hoyuelos diabólicos que se marcaban en sus mejillas cuando sonreía… Ni hablar.
La miró con disimulo. Abbot seguía enfundada en aquella vestimenta grotesca y le
esperaba en una pose de lo más cómica. Estaba realmente ridícula. Y, aun así, una
especie de descarga eléctrica le había recorrido el espinazo, lo mismo que si su
invitada llevara puesto el último grito en la colección de lencería de Victoria Secret.
Genial. «Gracias, Cameron». Por su propio bien, y hasta que su testosterona recobrase
la calma, la indultó de sus obligaciones, enviándola derechita a desayunar.
***
—Háblame de tus hermanos. —Amanda ayudó a Brooke a doblar la última sábana y
ambas se dejaron caer en el sofá con expresión aburrida.
—Veamos… —Brooke entornó los párpados y sonrió, seguramente recordando
algunas anécdotas familiares del pasado. Levantó los pies y los cruzó sobre la mesa—.
Cameron es genial… Es atento y considerado, uno de tus gentleman en versión
americana. De los que abren la puerta del coche a las chicas mientras las seduce con
una de sus sonrisas encantadoras. Aunque nunca he sabido realmente si alguna le
interesa de verdad… hubo una época en que se le metió en la cabeza que tenía que ver
mundo fuera de Harmony Rock. Siempre quiso estar del lado de la ley, ¿sabes? De
pequeños, los tres jugaban a policías y ladrones, y Cam se adjudicaba la estrella de
sheriff a la menor oportunidad… Estaba la mar de gracioso cuando lo hacía, y Tyler y
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Dylan no descansaban hasta que lo tenían maniatado en el suelo y se la arrancaban
como trofeo…
Cuando se fue a Nueva York, los demás nos lo tomamos bastante mal, esa es la
verdad. Temíamos que se dejaría enredar por ese ambiente y no volveríamos a verle el
pelo. Encontró trabajo enseguida. Como guardaespaldas de una cantante pop, Sandy
Mane, seguro que has oído hablar de ella. ¿Recuerdas aquella canción… Lista para
amar...? Fue número uno en todas las emisoras. Una chica muy bonita, una verdadera
diva, caprichosa y voluble… Cam nunca habla de ello, pero estoy segura de que
tuvieron algo. Cuando regresó, estaba insoportable. Y, con el tiempo, lo superó y se
colocó la estrella en serio. Cam es así…
—¿Dylan?
—Bueno… Dylan es Dylan —simplificó y añadió risueña—: Nuestro indio. Un
potro salvaje. Indomable, misterioso… Nunca sé lo que piensa realmente, pero lo
quiero y me adora. De niño, solía buscar pelea con los otros chicos, y Tyler y Cam
acudían al rescate en cuanto lo vapuleaban… Cuando volvía a casa, me buscaba para
que mamá no le viera los morados… Y cuando era yo quien peleaba, entonces Dylan
me frotaba la herida con su nudillo mágico de guerrero indio y de pronto, ya no me
dolía…
»A veces sigue haciéndolo, ¿sabes? El día que papá murió, me encontró sentada en
el porche llorando… Los demás estaban hechos pedazos y lo sufrían a su manera. Tyler,
con sus silencios. Cam, con su optimismo. Ninguno de los dos sabía cómo afrontarlo,
mucho menos cómo consolarme… Dylan es distinto, siempre lo fue. Se sentó a mi lado
y sostuvo mi mano durante horas, toda la noche… No dijo nada. Solo estaba allí, a mi
lado. Era como si su alma y la mía llorasen al mismo tiempo… Al día siguiente, se
había marchado. Estuvo algunos días fuera, vagando por ahí, bebiendo y sabe Dios qué
más… Y una noche, volvió. Apareció con Troy, nuestro perro, un cachorrito feo y
muerto de hambre que había encontrado en la carretera. Me miró con sus ojos negros y
me dijo: «Ha perdido a su madre. Te necesita, ahora es tu responsabilidad. No hay
tiempo para más lágrimas, Brooke». Pobre Dylan… había atropellado sin querer a la
mamá del cachorrillo. Ni siquiera puedes imaginar lo que sentí cuando lo miré y
comprendí cuánto echaba de menos a papá…
Amanda dio un profundo suspiro. Le había gustado escucharlo. Sin embargo,
retrasaba a propósito el momento de hablar de Tyler. Se decía mentalmente que no le
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interesaba conocer ninguna historia en la que Brooke lo beatificaría a pesar de su
rudeza. Prefería no humanizarlo demasiado, por el bien de su estabilidad emocional. Ya
era bastante peligroso siendo un vaquero maleducado, ni pensar en convertirlo en un
santo con sentimientos…
—En cuanto a Ty… —Brooke se disponía a hacerlo, la veía venir.
—Es suficiente. Seguro que es un gran tipo cuando no está dando órdenes, gruñendo
y lanzando turistas desvalidas a depósitos de agua sucia —la interrumpió, levantándose
del sofá con agilidad.
Brooke frunció el ceño. Era astuta y no se dejaba engañar por la aparente
indiferencia de Amanda.
—Amanda… No sabes nada de Tyler. Él es… —Brooke parecía buscar las palabras
adecuadas—. Se preocupa demasiado, siempre está pensando, ideando fórmulas para
mantenernos a flote. El año pasado, el gobierno logró restablecer por fin la exportación
de ganado a México después de una larga temporada de prohibición. Los ganaderos de
Texas llevaban varios años sin poder vender su carne por culpa de aquel brote de
EBB2. Todo ese tiempo supuso un duro golpe para la economía de los ranchos
ganaderos, también para Harmony Rock… Cuando el departamento de agricultura abrió
la veda de nuevo, Tyler trabajó más duro que nadie… Quería estar en el mercado y
había bastante competencia en los ranchos de Arizona y California. Pero logró vender
una buena partida de carne, comprar algunas cabezas de ganado de cruce… Es un
luchador, Amanda. Hay muchas cosas en él que no pueden verse a simple vista.
—Así que un luchador… —Amanda intuía que los McKenzie lo eran, todos ellos.
Aunque era evidente que los anchos y musculosos hombros de Tyler habían soportado
más peso que el resto, sencillamente, porque alguien tenía que asumir las riendas y no
había nadie a quien se le diera tan bien dar órdenes. O, tal vez, porque era un buen tipo
en el fondo. La idea le produjo un ligero cosquilleo.
—Ya lo has comprobado. Le encanta mandar. Mi hermano es un auténtico incordio,
pero puede resultar encantador si se lo propone —aseguró Brooke.
—Y no se lo propone a menudo, ¿no es así?
—Eso es porque no tiene un objetivo —sentenció la chica.
—Oh, pero te equivocas… Sí que lo tiene. Quiere que me largue, ¿recuerdas?
—Ay, Amanda… no creas todo lo que veas. A veces, la vida puede darnos una
sorpresa cuando menos lo esperamos.
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Amanda chasqueó la lengua. Seguro que sí. Seguro que Tyler era un tipo fascinante
cuando no estaba preparándole alguna encerrona humillante que la obligaría a hacer las
maletas. Pero no estaba interesada.
—Venga, acompáñame a la cocina. Aprovecharemos que el ogro está fuera y no
puede amenazarme con hacerme tragar la lata si me ve con una cerveza en la mano.
—Mejor tomemos una limonada. Tu hermano es capaz de arrancarme la cabellera si
piensa que te he inducido al alcohol y la perversión —bromeó y la siguió, evitando que
los descubrimientos sobre la personalidad de Tyler hicieran flaquear su voluntad y la
opinión que aún tenía de los tipos como él.
***
Tyler entró a tientas en la cocina. Era media noche, estaba oscuro y apenas podía ver
nada, pero se arriesgó. Tenía la boca reseca y los músculos entumecidos. Reprimió un
quejido cuando se golpeó accidentalmente el muslo al pasar junto a la mesa de roble.
—¡Jod…! —maldijo entre dientes mientras abría la puerta del refrigerador y cogía
una bolsa de hielo para colocársela sobre el ojo amoratado.
La luz del interior iluminó la habitación y entonces la vio. Durante unos segundos,
aquella imagen lo dejó paralizado. Ella llevaba puesto un pijamita de los que podían
provocar un infarto, dos piezas muy cortitas de algodón gris con un ribete de encaje
blanco, inocente y provocador. ¿Quién los diseñaba, maldita sea? Este lo había cosido
el mismo Diablo con sus negras pezuñas, estaba seguro. Y no le gustaba nada el efecto
que causaba en él. Apartó la mirada con fastidio.
Abbot lo observaba con expresión interrogante desde el otro lado de la mesa. Al ver
sus magulladuras, acortó la distancia entre ellos. Trató de sostener la bolsa de hielo por
él, pero Tyler la evitó con terquedad y cerró bruscamente la puerta de la nevera.
—Por todos los Santos… —Amanda parpadeó, confusa—. ¿Qué ha pasado?
—No es nada, vuelva a la cama —ordenó de mal humor.
—¿Ha estado bebiendo? —insistió, dispuesta a no dejarse amedrentar por su
habitual falta de cortesía.
Amanda encendió la luz del extractor de humos para verle mejor la cara y se mordió
los labios al comprobar que era peor de lo que creía. Si aquello era el resultado de una
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noche de juerga, le pediría que no le recomendara el lugar donde había estado. Frunció
el ceño sin dejar de mirarlo. Pobre… Sintió lástima a pesar de que Tyler, el tipo más
insoportable y bruto de todo Texas, no merecía ni quería su compasión. Contempló con
estupor el pequeño corte en la ceja que aún sangraba y el tono amoratado de su pómulo.
Además, tenía el labio superior hinchado, lo que convertía la atractiva cicatriz en un
bultito prominente sobre su boca. Como siempre le sucedía, deseó acariciarla, esta vez
con la sana intención de aliviar su dolor. Levantó los dedos para tocarla, pero Tyler se
apartó.
—He dicho que vuelva a la cama, Abbot —gruñó, sentándose con dificultad y
destapando una botella de zumo para beberla casi de un trago.
—Antes, explíqueme qué ha sucedido —exigió con firmeza, cruzando los brazos
sobre el pecho y, de paso, evitando que los ojos furtivos de Tyler siguieran traspasando
la tela de su pijama.
Sintió que los pezones se le endurecían involuntariamente. Sería el frío. «Mentirosa,
mentirosa», se dijo… No tenía remedio. Despreciaba a los tipos como McKenzie.
Arrogantes y seguros de sí mismo, gritando siempre a los cuatro vientos lo machitos
que eran y lo bien que se las apañaban sin una mujer. Sin embargo, no podía evitar que,
al mirarlo, incluso con aquel aspecto devastado, sus hormonas se revolucionaran. Tomó
aire para recuperar el control de la situación.
—Tyler…
—Lárguese, Abbot. —Estiró el brazo para coger uno de los paños de cocina que
colgaban del fregadero, pero se arrepintió cuando sus costillas crujieron con el
movimiento. Amanda lo humedeció y se lo dio en silencio—. Gracias. Y adiós.
—De nada. Y ahora, ¿va a contármelo?
Tyler elevó la mirada un centímetro, arriesgándose de nuevo al tentador panorama
que eran aquellos senos embutidos bajo el malvado y minúsculo pijama. Qué ironía…
Acababa de recibir la paliza de su vida y no se le ocurría otra cosa que pensar en hacer
manitas con su huésped británica y entrometida. Definitivamente, iba a celebrar que
Amanda Abbot y su inquietante lencería se fueran cuando terminaran sus vacaciones.
—¿Y bien? —reclamó ella, colocando ahora los brazos en jarras, de manera que el
algodón de la camiseta se estiró sobre su pecho, dibujando a la perfección la totalidad
de su contorno.
Por un momento, Tyler creyó ver cómo un letrero luminoso rojo se encendía justo
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sobre aquella zona de la anatomía femenina, incitándolo… Pero no. Solo había sido una
ilusión, quizá producto de los golpes y el escaso alcohol que había ingerido. Estuvo
tentado a volver sobre sus pasos. Prefería otra paliza antes que aquella tortura. Aunque
comprendió que Abbot no era de las que se retiraban. Ni siquiera cuando su oponente
estaba hecho trizas.
—Me caí —explicó con escaso poder de convicción.
—Pues ha debido rodar por el Gran Cañón, McKenzie. Está hecho un asco. —Le
quitó el paño de las manos y se colocó junto a él, ignorando sus protestas. Limpió la
herida de la ceja con suavidad y alargó la mano para buscar el desinfectante. Lo aplicó
sin piedad, sonriendo para sus adentros cuando lo escuchó contener un gemido—.
Déjeme ver ese labio. —Lo recorrió con los dedos, tocando apenas la hinchazón y
comprobando que comenzaba a disminuir gracias al efecto del hielo—. Sobrevivirá —
comentó con una expresión sarcástica que desapareció enseguida al ver las marcas de
nudillos en su mandíbula—. ¿Seguro que ha sido una caída? Porque si es así, tengo una
mala noticia que darle, McKenzie. Su cara parece un mapa en el que asoma un nuevo
país llamado el puño de alguien.
—No pregunte, Abbot. No es usted mi madre ni mi hermana ni nada mío… y no
estoy de humor —le advirtió con tono quejumbroso.
—Pues menuda novedad. —Amanda lo obligó a dejarse hacer y metió las manos
bajo su camiseta, elevándola y conteniendo una exclamación que no tenía nada que ver
con la visión de sus magníficos abdominales. «Pero, ¿qué…?». Dios, le habían hecho
papilla las costillas. Se preguntó cómo demonios podía haber llegado por su propio pie
hasta la casa. Las palpó con preocupación y tuvo que recordarse mentalmente que su
papel de la enfermera Wendy no era más que eso, un personaje. Clavó los ojos en él,
enfadada—. Voy a despertar a Brooke. Tiene que verlo un médico.
—No… —Retuvo las manos de Amanda contra su estómago, sintiéndose
inexplicablemente mejor solo por el contacto de aquellos dedos cálidos. La miró a la
cara, un poco avergonzado por su reacción, aunque no la había soltado—. Por favor.
—Tyler…
—Abott…, otro día podemos pelear hasta que uno de los dos tire la toalla… Pero no
hoy —pidió—. Creo que no hay nada roto. No quiero que Brooke monte una escena por
unos cuantos golpes.
—¿Unos cuantos golpes? Por Dios, parece como si Chuck Norris lo hubiera usado
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como saco de entrenamiento —replicó, apartando las manos de su estómago—. Y no se
atreva a insultar mi inteligencia con ese cuento de antes. O me dice qué ha pasado o
empiezo a gritar como una loca hasta que me oigan en Nueva York.
Tyler echó otra breve ojeada a sus senos. Solo para comprobar la capacidad de su
caja torácica y ver si podía cumplir su amenaza. Volvió a marearse y lo achacó al
cansancio, a la paliza y al número de meses que llevaba sin tocar a una mujer.
—¿Y bien? —Amanda se mostró inflexible.
—Está bien, maldita sea… Prometa que no le dirá nada a Brooke. Y tampoco a
Cameron. —Esperó a que ella asintiera con un gesto—. Cuando salía del bar de Ray
hace una media hora, tres tipos me arrinconaron junto a la camioneta. No logré verles la
cara, pero seguro que no eran de por aquí. Se acercaron a mí, me provocaron y empezó
la fiesta.
—Pero… ¿por qué…?
—¿Y cómo quiere que lo sepa, Abbot? Antes de que pudiera decir hola, ya estaban
sacudiéndome esos cobardes hijos de perra… Supongo que habían bebido más de la
cuenta.
—No es cierto y lo sabe. Me está ocultando algo, McKenzie… ¿Quiere que
probemos el volumen de mis pulmones? —Abrió la boca decidida a llevar a cabo su
ultimátum.
Tyler se levantó de repente y se apoyó ligeramente en ella. Sus cuerpos estaban tan
cerca que Amanda podía sentir contra su pecho los fuertes latidos del corazón del
hombre.
—Abbot…, por favor. Le digo que solo eran un par de borrachos buscando pelea…
¿No podemos dejar esta charla para otro momento?
—Pero debería verlo un médico…
—Solo necesito descansar un poco —zanjó la conversación, dirigiéndose hacia la
escalera que conducía al piso superior y añadió—: Los oídos me retumban como
cuando desafina en la ducha con esa canción de Barry White.
Amanda se convenció de que Tyler estaba realmente afectado por la paliza, aunque
no había perdido su encantador y humillante toque de humor. ¿Dos por favor en tan
corto espacio de tiempo? ¿Y un solo comentario jocoso? Sí, era un mal síntoma. Lo
ayudó a caminar y se dijo que ya hablarían otro día sobre ese asunto de espiar lo que
cantaba en la ducha. Las escaleras fueron un suplicio. Tyler medía al menos dos metros
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y aunque intentaba no cargar su peso sobre ella, no podía evitarlo. Amanda empujó con
la punta del pie la puerta de su cuarto y lo acompañó hasta la cama. Decidió que era
mejor no tentar la suerte y le dejó la ropa puesta. Le quitó las botas con cuidado y las
colocó junto a la cama. Se sentó en el borde, pensativa. Giró la cabeza hacia él cuando
sintió sus dedos deslizándose con sorprendente delicadeza sobre su brazo desnudo.
—Gracias.
«¿Gracias?». Amanda confirmó sus sospechas con una sonrisa. Algún golpe debía
haberle acertado en su dura cabeza. Aunque la suya no parecía funcionar mejor. Esa era
la explicación al torbellino de emociones que la había asaltado al escuchar aquella
única palabra.
—¿Seguro que estará bien? —preguntó.
—En cuanto me deje en paz —su respuesta pretendía ser grosera. Pero no era eso lo
que leía en sus ojos. Tyler la observaba con aquella expresión reservada que ella nunca
sabía cómo interpretar.
—Claro. —Se dispuso a dejarlo solo, aunque él retuvo su mano una vez más.
—Abbot… —La soltó, y Amanda huyó, comprendiendo que no estaba tan malherido
ni ella era lo bastante sensata para ser inmune a aquella simple caricia entre… ¿amigos
era demasiado precipitado?
—¿Sí, Tyler? —lo dijo en voz baja y lo oyó reír quedamente.
Cielos… su estómago se contraía cada vez que escuchaba aquella risa que él no
prodigaba a menudo.
—Mañana… debería ir con Brooke al pueblo —comentó con somnolencia—.
Compre un pijama de su talla, ¿quiere? Yo corro con todos los gastos…
Amanda suspiró antes de cerrar la puerta a su espalda y se apoyó en la madera unos
segundos, analizando con los ojos cerrados el delicioso cosquilleo que su petición le
producía.
***
1 N.A.: La Ponderosa era el nombre del rancho en una conocida serie televisiva
norteamericana emitida en España en la década de los sesenta.
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2 N.A.: Encefalopatía Espongiforme Bovina, enfermedad comúnmente conocida como
mal de las vacas locas. En el año 2003, México prohibió el ganado de cría de Texas
después de que se detectara un solo caso de esta enfermedad en una vaca del estado de
Washington nacida en Canadá. El comercio bovino quedó bloqueado hasta el año 2008,
en el que las negociaciones de varios estados hicieron posible el levantamiento de la
prohibición siguiendo indicaciones de la normativa de la Organización Mundial de
Sanidad Animal (OIE) y se comercializó nuevamente la carne de res de Texas y otros
estados norteamericanos.
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Las Vegas
Cameron se acercó con sigilo a la mesa de juego y permaneció tras el asiento que
ocupaba el jugador más hábil de la mesa. Lo observó detenidamente. Tenía el cabello
demasiado largo, necesitaba un buen corte y, como diría Brooke, una mascarilla de
aceite de nueces para hidratar esas puntas. Sonrió de manera inconsciente y, del
mismo modo, se apoyó en el respaldo sin percatarse de que el ocupante del asiento ya
lo había descubierto. Este se volvió hacia él, y Cameron esperó a que se levantara,
reprimiendo el impulso inicial de abrazarlo y llevárselo de aquel lugar que el resto de
los McKenzie odiaban. En aquel casino de Las Vegas, rodeado de luces brillantes y
envuelto en los cientos de sonidos metálicos que llenaban el ambiente, Dylan se movía
como pez en el agua. Sin embargo, Cameron solo quería sacarlo de allí, darle un buen
puñetazo para que volviera a ser el de antes y llevárselo a casa.
Dylan se apartó convenientemente de la mesa de juego y le hizo una seña para que lo
acompañara a un lugar más apartado, donde los demás jugadores no pudieran escuchar
la conversación.
—¿Qué demonios haces aquí, Cam? —lo increpó, alisándose el cabello con la
palma de la mano en un gesto que denotaba su cansancio—. Le dije a Brooke que no
necesitaba una niñera.
—¿Cuánto dinero has perdido? —Cameron desvió la mirada un segundo hacia los
hombres de la mesa y les dedicó una sonrisa forzada para tranquilizarlos.
—No se trata de dinero —respondió un poco avergonzado, clavando la mirada en
sus zapatos. No era propio de un McKenzie avergonzarse de sus actos, pero, en los
últimos meses, Dylan se había convertido en un experto en la materia.
—No me iré de aquí sin ti, indio —aseguró Cameron.
Dylan supo que lo decía completamente en serio. Sintió aquella mano amiga,
entrañable, presionando su hombro.
—Dylan..., tienes que parar esto. Lo sabes, ¿verdad? Brooke te necesita... Tyler te
necesita.
La risa amarga de Dylan se clavó en el corazón de su hermano.
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—Ty no necesita a nadie, Cam.
—Te equivocas. Te necesita. Y te quiere. —Le quitó la copa que acababa de robar
de una de las bandejas de las camareras que pasaban junto a ellos sin cesar—. Y yo
también. Y tú no necesitas beber más ni convertirte en alguien que no eres. Él ya te ha
perdonado, Dylan.
—¿En serio? —A diferencia del resto de los hermanos McKenzie, los ojos de Dylan
no eran verdes. En ocasiones, se oscurecían y pasaban a un tono castaño oscuro o negro
de acuerdo con las emociones que asaltaran a su dueño en cada momento.
En aquel instante, parecían dos oscuras esferas brillantes en perfecta armonía con su
tez morena. De pequeño, lo habían apodado indio porque, en conjunto, sus rasgos
recordaban a un apuesto guerrero indio. De adulto, Dylan nunca había ocultado que se
había sentido así, un guerrero. Un hombre en conflicto consigo mismo y con el mundo,
que anhelaba las cosas que no podía tener y que no podía conformarse con las que la
fortuna le había brindado.
—Vamos a casa —insistió Cameron
—¿Para qué? ¿Para sentirme un mierda por lo que hice? ¿Para que me sienta
miserable y rastrero? No, gracias. Todo eso ya lo tengo aquí.
—Dylan... Tyler no estaba enamorado de Brenda —le aseguró y nunca antes había
estado tan seguro de algo.
Era cierto que había sido un gran error por parte de Dylan dejarse enredar por
aquella chica aspirante a bailarina. Pero ella no valía lo suficiente para separar a
aquella familia. De eso también estaba seguro.
—Lo sé. Y él lo sabe. Pero le fallé igualmente. —Dylan sonrió con tristeza—.
Porque confiaba en mí. Y lo estropeé. Y, ¿sabes qué, Cam? Esa confianza era algo
bueno, me gustaba tenerla.
—Entonces, ¿por qué tuviste que acostarte con ella, maldita sea? —Cameron no
pudo evitar aquel reproche, aunque bajó la voz para que no los oyeran. Después de
todo, aquella absurda situación tenía que significar algo, o, sencillamente, dos de las
personas que más quería se habían vuelto locas de remate.
—Porque si no lo hacía, el idiota de Tyler iba a terminar metido en un buen lío. —
Dylan no quería hablar del tema, pero supo por la expresión de Cameron que había
llegado el momento de dar algunas explicaciones.
—Tendrás que tomarte un café bien cargado y explicarme eso, indio.
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—De acuerdo. —Se disculpó con los hombres de la mesa con alguna excusa poco
creíble y lo condujo al exterior. Se ajustó el abrigo al cuello y señaló una cafetería
cerca de allí. Cameron lo seguía obediente y decidido. Era un buen hombre. Le tocó el
brazo para llamar su atención, y Cameron lo miró—. Gracias por venir, Cam.
—No hay de qué, hermano. Ahora, cuéntame de qué va tu historia.
***
—No estás enamorada de él.
—¿Y a quién le importa?
Dylan contemplaba fascinado el movimiento de aquellos dedos largos que se
deslizaban con suavidad sobre su antebrazo, dibujando serpientes imaginarias que
podrían haber sido ella misma. Una auténtica serpiente. Muy venenosa. Una víbora
que contaminaría el alma de Tyler y lo convertiría en un tipo desgraciado e infeliz.
—A mí me importa —enfatizó.
—Dylan… ¿De verdad crees que eso me hará cambiar de opinión? —Brenda
suspiró como si aquella conversación le produjera un enorme aburrimiento y cambió
de posición en la cama, apoyándose sobre el codo para mirarlo directamente a los
ojos con aquella expresión traviesa y perversa—. Cariño…, no pienso pasarme el
resto de mi vida bailando para una pandilla de babosos en un tugurio de mala
muerte. Tyler me cae bien. Y le gusto. Tiene demasiadas cosas en la cabeza y es
bueno para él que salgamos. Le distrae de sus obligaciones. Ya ves. Soy perfecta para
él, y Tyler es un tipo comprensivo. Somos tal para cual.
—Entiendo… Si es tan comprensivo, ¿por qué no le has hablado de tu pasado?
Mejor aún, ¿por qué no le hablas de tu presente y de los planes que tienes para él?
—Dylan…, dije comprensivo, no idiota. ¿En serio esperas que haga algo así? No
lo entendería, créeme.
—Claro. —Apresó con distracción uno de los senos de la mujer y lo presionó con
una mezcla de excitación y rechazo—. Pero te acuestas conmigo.
—Porque me encuentro sola, cariño. No es fácil para una chica de ciudad. —Se
estiró mimosa sobre las sábanas y arrastró los dedos del hombre hasta su estómago
plano y apretado—. Y ahora que vamos a ser una gran familia…
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—Sabes que no podrás mantener esa mentira eternamente, Brenda.
—No sé de qué me hablas. —Ella se revolvió como una gata en celo. Chasqueó la
lengua cuando él le mostró la tableta de píldoras anticonceptivas que había
descubierto en el bolsito que había lanzado sobre la mesita de noche—. Eso no
significa nada. Tyler querrá casarse conmigo de todas formas cuando le diga que
estoy embarazada. Es un McKenzie, ¿no? Quiere hijos… Quizá le dé alguno más
adelante… ¿Qué importa que no sea ahora? Fingiré un aborto, y nunca sabrá que
utilicé una pequeña mentirijilla para pescarlo… oh… ¿por qué te importa tanto? Le
gusto, ¿no puedes dejar las cosas como están?
—Entonces, cuéntaselo todo. Si te quiere, te perdonará. —Tiró las píldoras dentro
del bolso, ignorando las protestas de la mujer, y añadió—: Si tú lo quisieras, yo no
estaría aquí.
—Ya sabes por qué estás aquí, Dylan… Tyler es un cascarrabias y a veces… no
sabe que una mujer necesita…
Se detuvo cuando la mano de Dylan se deslizó hasta el pubis, permaneciendo allí
como si meditara su siguiente movimiento.
—¿Esto? —Él sonrió vagamente, preguntándose por qué Tyler se había empeñado
en enredarse con la única mujer que jamás podría hacerlo feliz.
La había conocido una noche en la que había bebido demasiado. Ella estaba de
paso, y Ray la había contratado en el bar porque Darleen, su esposa, tenía uno de
sus ataques de reuma. Brenda servía copas como nadie, y los clientes estaban
encantados de que lo hiciera mientras se inclinaba demasiado en la barra para
mostrar sus artificiales encantos. Y aunque los demás pensaban que Tyler era una
especie de androide sin necesidades humanas, era un hombre. No podía culparle
porque deseara a Brenda y tuviera un par de encuentros en la cama con ella. Pero lo
otro estaba fuera de cualquier discusión. ¿Pescarlo? ¿A Ty? Esa mujer pisaba un
terreno peligroso. Desconocía que los McKenzie tenían sus propias armas para
defenderse de gente sin escrúpulos como ella. Cambió el tono de voz al hablar de
nuevo:
—Voy a contárselo, Brenda. Quería que lo supieras. Hasta el último momento he
creído que no serías capaz de joderle la vida a mi hermano. Pero ¿sabes qué? Te has
vuelto demasiado ambiciosa. Una cosa es que te acuestes con él de cuando en
cuando. Y otra muy distinta es que quieras endosarle un bebé imaginario y que ponga
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un anillo en tu dedo.
—Qué gesto tan caballeroso… —se burló—. Aunque es un poco tarde para fingir
que tienes principios, ¿no te parece? Te recuerdo que Tyler es tu hermano y que fuiste
tú quien viniste a mi cama.
—Después de que me arrastraras insistentemente a ella, no lo olvides —
puntualizó.
—Estás celoso. Pero te perdono —ella ronroneó, reteniendo la mano que él
comenzaba a retirar de su cuerpo.
Dylan tiró de ella con brusquedad y se incorporó en la cama, recogiendo del suelo
su camiseta y sus vaqueros. Se vistió con lentitud, consciente de que el silencio de
Brenda auguraba problemas.
—Hablo en serio, Brenda. Mañana, cuando Tyler regrese de Laredo, voy a
contarle lo nuestro —le advirtió con seriedad, inclinándose para calzarse las botas.
La oyó contener el aliento a su espalda y, al mirarla de nuevo, los ojos azules
brillaban con intensidad.
—No te atreverás, Dylan. Sabes que Tyler nunca te lo perdonaría. Hay cosas que
ni siquiera los hermanos comparten. Ni la montura ni el caballo ni las chicas, no lo
olvides.
—Nena… —Se preparó para lanzar el farol de su vida—. Cuando éramos
pequeños, mis hermanos y yo nos partíamos la nariz por cosas mucho menos
importantes que una muñequita como tú. Y al cabo de una hora, compartíamos un
buen filete en la mesa como los mejores amigos. ¿Crees que voy dejar a Tyler en tus
manos solo porque dejará de hablarme durante unos días?
—Te lo advierto, Dylan…, no me conoces tanto. No sabes hasta dónde puedo
llegar si intentas joderme.
—Brenda…, yo ya te he jodido. Varias veces. —Le lanzó a la cara su vestido y
esquivó el zapato que ella le arrojaba al dirigirse hacia la puerta. Quitó el cerrojo y
abrió, sintiendo que necesitaba con urgencia respirar un poco de aire fresco.
—Me alegra oír eso, hermano. Así podré romperte la cara sin sentir
remordimientos.
La voz de Tyler había sido lo último que había escuchado antes de que aquel puño
se estrellara con violencia contra su rostro. De hecho, lo último que recordaba era el
pequeño grito de sorpresa de Brenda al descubrir a Tyler en la puerta y los ojos
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verdes de su hermano clavándose en ambos como si quisiera desintegrarlos y
borrarlos de la faz de la tierra.
***
—Y más o menos… eso fue todo. —Dylan apuró de un trago el resto de su whisky y
miró a Cameron a través del cristal, aguardando su reacción.
—Un momento… ¿Brenda no estaba embarazada, pero quería endosarle un crío a
Tyler? —Cameron se rascó, en un gesto inconsciente, el mentón, y Dylan sonrió al
reconocer aquel tic que sus hermanos gemelos compartían con él desde la niñez.
—Y creo que Tyler lo sospechó todo el tiempo. De hecho, parece que se alegró de
confirmarlo aquella noche. No creo que sintiera nada por Brenda, Cam —confesó,
encogiendo los hombros.
—Yo tampoco. —En realidad, ya no estaba seguro de nada. Por aquella época,
Cameron aún no se había presentado a las elecciones para el puesto de sheriff en
Loving y llevaba varios meses trabajando en la ciudad como guardaespaldas de la
joven promesa del pop Sandy Mane. Una época que, por cierto, quería olvidar cuanto
antes—. Sin embargo, sí sé una cosa, indio. Traicionaste la confianza de Tyler.
—Lo protegí —replicó con voz ronca.
—Le mentiste —insistió Cameron, presionando el hombro de su hermano para evitar
que abandonara su asiento—. Te metiste en este lío de cabeza, cuando todo lo que
tenías que hacer era hablar con Ty.
—Lo intenté —se defendió—. Pero Brenda era demasiado hábil, Cam. Cada vez que
intentaba descubrirla, ella inventaba una nueva postura en la cama con la que, al
parecer, volvía loco a nuestro hermano.
—Subestimaste a Tyler. ¿De verdad lo conoces tan poco? Me sorprendes, indio.
Puede que Ty se viera con esa chica un par de veces, pero ¿en serio crees que es tan
estúpido para dejarse enredar por alguien así? ¿Tyler? ¿Nuestro Ty? ¿El hombre de la
armadura de hierro? Está furioso contigo, de acuerdo. Pero no es por Brenda, te lo
aseguro. Te estabas trajinando a la misma mujer, joder, eso es grave. Pero le mentiste. Y
eso es mucho peor —repitió con terquedad y se sirvió otra copa, bebiendo con lentitud
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sin apartar los ojos de Dylan.
—Hice lo que tenía que hacer.
Cameron sonrió a medias. Lo sabía. Sabía que el indio tenía por costumbre hacer las
cosas a su manera. Siempre había sido así. Pero no siempre había abierto una brecha
tan profunda ni había creado tanta distancia entre Tyler y él.
—¿Recuerdas cuando Tyler le pinchó las ruedas de la camioneta a aquel maestro
idiota? —Cameron le pasó su mismo vaso, y Dylan rechazó el ofrecimiento. Buena
señal. La fase de auto destrucción había llegado a su fin.
—Yo tenía ocho años, y Tyler y tú, diez. Aquel tipo me llamó apestoso mestizo
ignorante delante de toda la clase. El muy cabrón la había tomado conmigo… Sí, Ty le
dio su merecido. Después de pincharle las ruedas, le lanzó al asiento delantero un par
de globos que había rellenado con excrementos de Daisy. —Dylan le devolvió otra
sonrisa mientras recordaba cómo se habían reído entonces los dos preparando las
bombas mortíferas en los establos y animando a la yegua a que les proporcionara
relleno suficiente.
El viejo Dylan estaba ahí por fin, y Cameron podía verlo. Al otro lado de aquella
oscura mirada, su hermano Dylan luchaba contra sus propios fantasmas para salir al
exterior.
—Ese mismo día, nuestro padre me contó como mamá y él me habían encontrado
cuando tenía un año en aquel hogar para niños abandonados de Arizona.
—Lo recuerdo. Recuerdo que no dijiste nada. No gritaste, ni lloraste, ni hiciste
ninguna de las cosas que habría hecho cualquier niño de ocho años —lo miró,
maravillado aún ahora por el valor que Dylan había demostrado siendo tan pequeño.
Sin duda, no había sido fácil para él asimilar una noticia así. Pero lo había hecho. De
un modo sorprendentemente adulto—. Recuerdo que avisaste a Tyler y nos reuniste en
nuestro escondite secreto del árbol del ahorcado… ya entonces eras bastante rarito, ¿lo
sabías?
—Muy gracioso. —Dylan le tiró un cacahuete, y Cameron lo atrapó en el aire con la
mano, haciéndolo girar entre los dedos con distracción.
—Nos miraste con esa cara seria tuya y nos preguntaste: ¿sois mis hermanos? —
continuó Cameron, entornando los párpados mientras hacía memoria. No le costaba
demasiado. Aquella noche había sido una de las más extrañas de su vida. Aquella
noche se habían forjado lazos de unión entre los hermanos McKenzie que ninguna
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información genética que se transmitiera de padres a hijos podía superar—. Te
empeñaste en cortarnos el maldito pulgar para sellar nuestros destinos como hermanos
de sangre… Y mamá se enfadó porque se te fue la mano con mi herida y tuvieron que
darme cinco puntos para detener la hemorragia, ¿lo has olvidado? Todavía no te lo he
perdonado, indio.
—¿Aún lo sois? —lanzó la pregunta como si no le diera importancia y aclaró—:
Mis hermanos.
La duda dejó a Cameron de una pieza. ¿De qué estaba hablando? Escudriñó la
expresión de Dylan y vio algo que nunca había percibido antes. Inseguridad. Miedo.
Dylan McKenzie… ¿Inseguridad? Eso decía mucho en su favor. Tratándose de alguien
como él, lo decía todo en realidad. Lo golpeó con los nudillos el pecho, y Dylan fingió
que se doblaba de dolor.
—¿Acaso lo has dudado alguna vez? Maldito idiota. —Cameron agitó la cabeza,
pasmado porque bajo aquel disfraz de chico rebelde e independiente vivía un niño
asustado al que acababan de confesar que era adoptado.
—Creo que no. —Dylan era sincero.
—Me alegro. Porque te voy a llevar a casa y no me gustaría tener que emplear la
fuerza contigo —bromeó.
—Cam…, no tienes jurisdicción en Las Vegas —le recordó de buen humor.
—Es cierto… Lo que me recuerda que aún tenemos otro asunto que tratar —bajó la
voz para que la camarera no los escuchara—. ¿Cuánto debes?
Dylan metió la mano en el bolsillo derecho de su cazadora de cuero y dejó un par de
billetes para la cuenta. Abandonó su taburete, y Cameron lo siguió hasta la salida.
—Dylan… —Cameron se interrumpió al ver como su hermano rebuscaba en el otro
bolsillo de la cazadora y extendía delante de sus narices un cheque con una cifra que no
se atrevía a pronunciar—. ¿Qué significa…?
—Solo he perdido hoy, unos pocos dólares en realidad. Llevo varias semanas en
racha, Cam. ¿Me crees tan tonto para gastarlo todo?
—Pero hay…
—Lo suficiente para comprar unas cabezas más de ganado y ganar ventaja con unas
mensualidades del banco. Pero no lo bastante para que se acaben nuestros problemas.
—Lo miró fijamente, y Cameron sabía a lo que se refería—. Cam, Brooke y yo hemos
hablado regularmente por teléfono, aunque le pedí que lo mantuviera en secreto. No
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quería que vinieras por mí antes de que hubiera ganado unos dólares. Brooke me lo
contó todo. Tenemos que atrapar a esos desgraciados. Tarde o temprano, irán
demasiado lejos... No quiero esperar a que ocurra.
—Yo tengo que atraparlos, Dylan —puntualizó sin que su tono admitiera réplica—.
Esta no es otra aventura del Club de los Cinco3. Este asunto es serio y muy peligroso. Y
por aquí, el único que va armado soy yo. Ni se te ocurra pensar que voy a permitir que
Tyler y tú os entrometáis en esto. Que te quede claro, Dylan. Ahora, y sin que sirva de
precedente, me acompañarás a hacer unas indagaciones. Eso nos llevará un par de días.
Después, volveremos a casa y te quedarás allí, ayudarás a Tyler y cuidarás de Brooke.
Y mantendrás las manos lejos de nuestra invitada.
—No te prometo nada… —De pronto, Dylan arqueó sus espesas cejas negras y
sonrió—. ¿Invitada? ¿Me he perdido algo?
—Ni te lo imaginas. Pero será mejor que te lo cuente por el camino.
***
Tyler la observaba desde su posición, fingiendo que no prestaba atención a los
grititos de alegría cada vez que acertaba en la diana. Tenía los codos apoyados en la
barra y bebía lentamente el refresco de soda que había pedido. Aún le dolía la cabeza y
el resto del cuerpo por la paliza del día anterior. Agradecía que Abbot hubiera sido
discreta y no dijera nada. Le había contado a Brooke que Jack Monroe le había pedido
ayuda con la doma de un nuevo caballo y que habían tenido problemas para
tranquilizarlo.
Brooke simulaba haberse tragado la historia, aunque analizaba con expresión
desconfiada el corte de su ceja y los morados de su cara. Por el momento, había
logrado contener la avalancha de preguntas acompañándolas al pueblo en un acto de
galantería que solo había logrado despertar más sospechas en su astuta hermana. Sabía
que tarde o temprano Brooke se enteraría del altercado y pondría el grito en el cielo.
«Mejor tarde», pensó. Ahora tenía el cerebro como si una orquesta interpretara a
Mozart en su cabeza. Y esa Abbot… su puntería era un desastre. Cantaba victoria y
daba saltos de júbilo cuando sus dardos atinaban en algún lugar de la diana. Al parecer,
nadie le había explicado que solo ganaba puntos cuando acertaba en los números que se
encendían en la parte superior de la máquina al iniciar la partida.
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Abbot parecía la mar de contenta solo con que los dardos no hubieran lesionado de
momento a ninguna de las personas que tomaban su cerveza en la mesa más próxima.
Buena chica… y obediente. No lo había delatado. Le debía una y eso lo ponía de peor
humor. Se terminó la soda y agradeció con un gesto distraído cuando Darleen le sirvió
otra.
—Tu huésped es bastante guapa —comentó Darleen con malicia.
—No está mal —murmuró sin apartar la mirada del refresco.
La veía venir. La esposa de Ray era mundialmente conocida y temida por su fama de
casamentera. Si alguna soltera de Texas tenía dificultades para cazar un marido,
Darleen era con seguridad la persona más capacitada para solventar su problema. Por
suerte, los McKenzie siempre habían logrado esquivarla. Aunque a Darleen no se le
escapaba que la invitada de Harmony Rock despertaba el interés de al menos uno de
ellos.
—Tyler McKenzie… —le advirtió la mujer con expresión divertida, apoyándose
sobre la barra para hablarle en voz baja—. No te confíes. Incluso los tipos
insoportables como tú necesitan un cuerpo cálido cuando termina el día.
—Gracias, Darleen. Pero de momento, creo que prefiero mi insoportable compañía.
La mujer refunfuñó, y Ray sonrió mientras la apartaba del mostrador.
—Déjalo en paz, mujer. —La besó, pero Darleen le dio un manotazo, contrariada.
—Vamos, díselo tú… Dile a este cabezota que no es tan malo estar casado.
—Olvídalo, muchacho. Mírame bien. Desde que caí en la trampa de esta bruja hace
veinte años, no he vuelto a ser el mismo —bromeó, recibiendo otro manotazo de su
esposa como recompensa—. Amor mío… Si estoy loco por ti, ya lo sabes.
—Vete al cuerno, Ray Brennan. Veremos si estás tan chistoso cuando te toque dormir
en el sofá esta noche —lo amenazó, alejándose para atender una mesa.
Tyler torció los labios en una mueca cuando Brooke le hizo señas para que se uniera
a ellas.
—Vamos, hombre. No te morderá —lo pinchó Ray. Tyler dejó el refresco y se
acercó con desgana.
—¡No te lo vas a creer, Tyler! Amanda nunca había jugado a los dardos —anunció
Brooke.
—Qué emocionante —fue su única respuesta.
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Amanda se disponía a intentarlo de nuevo. Había adelantado ligeramente una pierna
y apuntaba con expresión decidida hacia su objetivo. Varias personas se encogieron en
sus asientos cuando realizó su tiro. Tyler contempló estupefacto cómo el dardo se
clavaba en el respaldo de madera de una silla, logrando que su ocupante la abandonara
antes de que aquella loca le acertara en plena cabeza.
—Vaya… Es más difícil de lo que creía. —Amanda aún sostenía entre los dedos dos
flechas, y Tyler se las arrebató con brusquedad. Las lanzó, insertándolas con arrogante
destreza en mitad de la diana. Amanda lo miró enfadada, sacándole la lengua en un
claro gesto que reflejaba lo que pensaba de su buena puntería—. Aguafiestas.
—Tenía que impedir que liquidara a alguien, Abbot. —Tyler vio cómo las protestas
de Brooke se unían a la mirada rencorosa de Amanda.
Brooke se entretuvo escogiendo una canción en la máquina de discos mientras
Amanda se disponía a recuperar sus dardos de la diana para declararle la guerra a
Tyler.
—Abbot… ¿Pretende vaciar el local de Ray? Suelte eso.
—Ni lo sueñe, McKenzie. He sido campeona de mi club de bolos en Londres, he
practicado alpinismo en Suiza y he participado en dos regatas por el Támesis… ¿En
serio cree que no soy capaz de acertar?
—Nena…, seguro que es la heroína de su barrio —se burló—, pero tenga
compasión de toda esa pobre gente. Los seguros de por aquí no cubren que una turista
chiflada haga pinchos con sus cabezas.
—Retire eso, McKenzie.
—Abbot… —Viendo que ella no cedía un milímetro en sus intenciones, Tyler
suspiró.
—Está bien. Le enseñaré cómo se hace antes de que acabe con el maldito pueblo. —
Se colocó tras ella y deslizó su mano bajo el brazo de Amanda para elevarlo.
Ignoró la sensación que le producía un mechón del cabello femenino que se había
enredado accidentalmente en la incipiente barba de su mentón. Ignoró que las yemas de
los dedos le ardían al primer contacto con su piel y el agua de colonia con aroma de
limón que lo envolvía mientras intentaba concentrarse en pensar en otra cosa… Atrapó
la mano femenina entre las suyas con determinación.
Amanda contuvo el aliento al percibir el pecho musculoso contra su espalda, los
fuertes brazos alrededor de sus hombros, la respiración levemente agitada en su sien…
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Lo miró de reojo, consciente de su poderoso atractivo. Tyler McKenzie estaba
completamente fuera de su alcance, lo sabía. Pero no podía evitar que se le erizara la
piel al sentirlo tan cerca, al recorrer con los ojos aquella diminuta y seductora cicatriz
en su labio.
—Primero, sujete con firmeza el dardo. Eso es. Ahora… fije la vista en el objetivo.
Retroceso… lanza. Retroceso… lanza. ¿Lo ha comprendido?
Amanda se sentía mareada. La mano de Tyler movía la suya en el aire y su voz grave
le daba aquellas instrucciones al oído, proporcionándole un suave cosquilleo en el
lóbulo de la oreja. El pulso le tembló en el primer intento, y el dardo cayó al suelo
junto a sus pies.
Tyler chasqueó la lengua con cinismo.
—¿Se rinde?
—Antes muerta que darle esa satisfacción —replicó, llenando los pulmones de aire
antes de intentarlo de nuevo.
—Cuánta vehemencia, Abbot… ¿Espera ganar otra medalla para su colección de
trofeos? —preguntó, mofándose.
—Ríase, McKenzie. —Lo apartó para ocultar su nerviosismo.
Siguió al pie de la letra sus indicaciones y se preparó para el segundo intento. Lanzó
una exclamación de victoria cuando el dardo acertó de pleno en la zona de la diana
correspondiente a uno de los dígitos iluminados en el panel. Se volvió hacia el hombre
con expresión triunfal
—¡Ja! Le dije que era pan comido. Me debe una disculpa.
Tyler no contestó. Seguía trastornado por su proximidad. Hechizado por el
movimiento de aquellos labios mientras le hablaban, luchando contra el deseo de
apoderarse de su boca, de arrastrarla hacia algún rincón oscuro del bar y darle la
recompensa que a juicio de un bruto como él merecía su hazaña… Maldita sea. Todo en
Abbot era un acontecimiento extraordinario que deseaba celebrar de una única y
lujuriosa manera.
Sacudió la cabeza, molesto consigo mismo, con ella… con Ray y Darleen por haber
colocado la diabólica máquina de dardos el mes pasado. Con Brooke, que ahora se
empeñaba en abalanzarle sobre Abbot para que bailaran una estúpida canción que
hablaba del amor, de la pasión y de aquella sarta de pamplinas que él no había
experimentado nunca.
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—Vamos, patoso. —Brooke lo enviaba derecho al purgatorio y para no despertar
suspicacias en Darleen Brennan, permitió que el cuerpo de Amanda se acoplara al
suyo. Se movieron con torpeza. Amanda se sentía tan incómoda como él, pero lo
disimulaba como podía.
—Es un bailarín horrible, McKenzie.
—Y usted ha hecho diana por casualidad, confiéselo —la instigó para hacerla rabiar
—. Acabo de salvar su honor inglés.
—¡Ja! —Amanda notó que las manos de él se tensaban en su cintura al escucharla.
Lo cierto era que aquel jactancioso monosílabo que ella solía utilizar en sus
discusiones lo sacaba de quicio. Le irritaba que se saliera siempre con la suya, que se
ganara la simpatía de todos mientras que para él solo tenía miraditas de censura.
Reconoció que las buscaba y las merecía todas. Pero tenía sus motivos. Mientras Abbot
siguiera considerándolo… ¿cómo había dicho?... el eslabón perdido en la cadena
evolutiva, todo iría bien
—Acéptelo, McKenzie —volvió a la carga—. Soy una mujer increíble. Es lo que
está pensando en este momento, pero no lo dirá. Antes dejaría que le arrancaran las
uñas con unas tenazas, ¿no es así?
—Abbot…
—Por Dios, deje de pronunciar mi nombre como si fuera sinónimo de la peste,
¿quiere? Sé lo que pretende.
—¿En serio?
Tyler lo dudaba. Él mismo no tenía la menor idea de lo que pretendía, bailando con
ella, disfrutando de la alarmante sensación de aquellos senos apretándose contra su
pecho… Demonios, Abbot lo seducía inconscientemente. ¿O acaso lo hacía a
propósito? La hizo girar violentamente y la dejó plantada entre las otras parejas que
disfrutaban de la música. Mejor que pusiera algo de distancia entre ambos. Mejor que
convenciera a Brooke para regresar a casa. Mejor… mejor no pensaba nada. La cabeza
le dolía el doble que al empezar la noche. Y ahora, encima, tendría que solucionar el
otro problema. Había tenido una erección involuntaria mientras se movía con Amanda y
ella lo embrujaba con su palabrería… totalmente involuntaria. Solo porque Abbot era
una mujer y él un hombre, y porque no tenía sexo desde hacía meses. Nada más. Abbot
no era su tipo. Ni siquiera le caía bien. Una ducha fría, eso lo ayudaría…
—Brooke, nos vamos.
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—Tyler…
—Nos vamos —ordenó, y las dos lo siguieron con la misma expresión con que
seguirían al carcelero que pretendía recluirlas en las mazmorras de su castillo.
Mucho mejor, sí señor. Que Abbot tuviera muy claro que no era de los que se
ablandaban con unos cuantos mohines. Que tuviera claro que no era la clase de hombre
que se derretía por una mirada… aunque se había derretido. Entero. De la cabeza a los
pies, maldita sea.
***
Tyler contempló con desagrado a los dos hombres, elegantemente trajeados, que se
aproximaban a su mesa. Partió un pedazo del pastel de manzana que acababan de
servirle y lo masticó lentamente, clavando la vista en los lustrados mocasines de piel
que se detenían a escasos centímetros.
—Señor McKenzie —se anunció uno de los hombres, apoyando su maletín en la
mesa y retirándolo enseguida al ver como Tyler elevaba la mirada para fulminarlo con
ella—. Lamentamos importunarlo con nuestra visita. Pero nuestro cliente piensa que tal
vez no ha valorado suficientemente su oferta.
Tyler dio cuenta del resto del pastel sin prisas, saboreando cada porción y
acompañándolos de pequeños sorbos de humeante café. Al terminar, apartó el plato
vacío, se estiró en el asiento y cruzó los brazos sobre el pecho, observando a los
hombres con una clara expresión de desprecio en el rostro.
—Señor McKenzie, nuestro cliente opina…
—Lo que opine su cliente me importa una mierda —atajó Tyler, sin despegar apenas
los labios al hablar.
Los dos hombres se miraron y sonrieron de un modo que hizo que a Tyler se le
revolvieran las tripas.
—Entendemos su postura, de verdad. Sin embargo, nuestro cliente le hace una oferta
que nadie en su sano juicio podría rechazar. Al menos, tenga la amabilidad de echarle
un vistazo.
Abrieron su maletín de cierres dorados y lanzaron sobre la mesa unos cuantos
papeles que Tyler ignoró intencionadamente.
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—No me interesa —concluyó.
—Señor McKenzie… Por favor, lleve el contrato a casa, consúltelo con la almohada
si quiere.
—No necesito consultar nada. —Tyler empezaba a cansarse de aquellos dos
mamarrachos.
—McKenzie…
«Vaya, vaya… Ahora ya no me llaman señor, esto empieza a ponerse divertido»,
pensó Tyler, preguntándose cuánto tardarían en huir despavoridos y subirse a su
Mercedes plateado.
—… No encontrará una oferta mejor que la que le hace Texco Oil y lo sabe. Son
cuatrocientos dólares por acre de arrendamiento más el dieciocho por ciento de los
ingresos brutos que se generen. Eso son unos mil ochocientos dólares por cada cien
barriles de crudo, McKenzie. No es una cifra desdeñable. ¿Ni siquiera va a pensarlo?
—Lo único que estoy pensando es cómo enviarlos de vuelta a Austin con mi
respuesta en forma de puño escrita en sus caras de picapleitos.
—Oiga…
Tyler se levantó, y su imponente estatura, unida a su expresión furiosa, fue lo
bastante elocuente para hacer que los dos tipos se apartaran unos pasos de la mesa.
—No. Óiganme ustedes. Hace un año respondí educadamente a su cliente y le dije
dónde podía meterse su oferta. Dije que no meterían sus malditos pozos de fracturación
hidráulica en Harmony Rock y lo mantengo. No permitiré que quiebren esta tierra, ni
que esquilmen el agua hasta provocar una sequía permanente o la contaminen con
benceno y metano para que mis reses mueran o no puedan reproducirse. De ninguna
manera, eso no pasará aquí, no mientras yo viva. Harmony Rock no está en venta. Y yo
tampoco. ¿Les ha quedado claro? Llévenles el mensaje a esos cabrones de la Texco y
digan que si vuelven a enviarlos por aquí, no respondo ni seré tan educado.
Tyler rompió los papeles y los lanzó a la cara de los abogados.
El que parecía más joven recogió el contrato que Tyler había hecho pedazos y volvió
a guardarlo en el maletín, esbozando otra sonrisa petulante.
—Señor McKenzie —añadió con tono solemne—. Está claro que no sabe nada de
negocios. Desconoce hasta qué punto una gran empresa puede presionar a un don nadie
con aires de grandeza. Y no quiero decepcionarlo, pero mi cliente no puede tolerar una
derrota. Todos tenemos un precio, incluso los que nos llenamos la boca de orgullo sin
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pensar en las consecuencias. Pero las hay, siempre las hay... Consecuencias, McKenzie.
A veces ocurren cosas, accidentes desgraciados… Nadie quiere que esas cosas
sucedan, ¿me entiende? Pero pasan. Y mi cliente conseguirá lo que quiera, a pesar de
usted.
Tyler endureció la mandíbula. No le gustaba su tono ni el modo en que lo había
dicho. Sonaba a amenaza y aunque podía emprenderla a golpes hasta que no les quedara
un diente sano, tenía que pensar a largo plazo.
—¿Me estás amenazando, pedazo de mierda con traje de Armani? —se lo preguntó
abiertamente, para que no le quedara ninguna duda sobre el destino que iban a sufrir sus
huesos si se atrevía a repetirlo.
—Tómelo como un consejo, McKenzie. Un consejo de amigo. —El otro se apartó
convenientemente.
—Yo no soy tu amigo, saco de mierda —Tyler lo insultó otra vez, conteniéndose
para no dar rienda suelta a la ira que lo embargaba por momentos. Lo sujetó por las
solapas de la chaqueta y, durante un instante, se deleitó imaginando que lo despeinaba a
golpes. Sin embargo, lo pensó mejor, lo soltó y sacudió la chaqueta con falsa
amabilidad antes de añadir—: Hablo en serio, chicos. No quiero problemas. Pero si
vienen a joderme, a joder a mi familia… De verdad, si buscan pelea, la van a encontrar.
—Está bien, McKenzie. Hemos captado el mensaje. Pero no diga que no le
advertimos.
—Lárguense de una maldita vez. —Tyler se cubrió con el sombrero y los escoltó
hasta la puerta, solo para asegurarse que subían al coche y desaparecían por la
carretera trescientos, una lengua inmensa de asfalto que con un poco de suerte acabaría
por tragárselos.
Ahora estaba aún más de acuerdo con aquel eslogan que se había puesto de moda
entre sus vecinos: «Aquí no hay abogados». Gracias a Dios.
Se quedó un buen rato allí de pie, pensativo, valorando la posibilidad, casi la
certeza, de que todo aquello empeorase y tuviera que confiarle a Cam sus inquietudes.
No quería preocuparlos. Pero tenía que protegerlos.
***
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Amanda empezaba sentirse parte de aquello. En Mentone, los vecinos la saludaban
al pasar y Brooke se había encargado de presentarles a todos, que eran amables,
curiosos y… reales, para variar. Se había corrido la voz de que Amanda era una
fotógrafa aficionada. Armada, con su objetivo y feliz porque representaba el papel que
siempre había querido, descubrió que los amables habitantes de aquel lugar habían
nacido para ser retratados por ella. No había hombre, mujer, niño, animal o insecto
gigantesco —y esa parte la odiaba— que no quisiera hacer de musa para su cámara.
Era un alivio por un lado y un tormento por otro, pues se sentía continuamente como si
usurpara la identidad de otra persona.
Cameron se había tomado unos días libres, y aunque Brooke no desvelaba el destino
de aquellas mini vacaciones, tanto ella como Tyler sospechaban que su partida tenía
mucho que ver con cierto sentimiento de añoranza hacia el miembro ausente de su
familia.
Por su parte, Tyler la evitaba cuanto podía, y Amanda lo achacaba a su advertencia
inicial de no estorbarlo. Le había guardado el secreto por lo de aquella paliza, pero aún
esperaba descubrir algo más sobre el asunto. Apenas lo veía en todo el día, salvo
cuando se dirigía a ella con gruñidos para decirle que su bono de turista incluía alguna
actividad y le repetía aquello de no quiero que se sienta estafada.
Por las noches, llegaba tarde a casa, y Brooke y ella se conformaban con cenar
juntas y charlar hasta que el sueño las vencía. Aquella era una de esas noches en las que
el sueño aún no la vencía. Brooke y ella habían pasado la tarde repasando viejas
fotografías de la familia McKenzie. Más tarde, Brooke le había dicho que podía
quedarse en el salón y echar un vistazo por si encontraba alguna que quisiera utilizar en
un futuro reportaje cuando fuera famosa.
Amanda había sonreído, sintiéndose como una traidora… Pero ¿y si fuera posible?
¿Y si pudiera quedarse allí para siempre, tener sus propias fotos, crear sus propios
recuerdos como Amanda, una mujer corriente que adoraba aquel lugar mágico?
Fantaseó con aquella idea deliciosa. Estaba hipnotizada contemplando lo hermosa que
había sido Lillian McKenzie en su juventud. En una fotografía descolorida, aparecía
con un apuesto vaquero que debía ser Abraham McKenzie. La sostenía por la cintura y
besaba su cabello con ternura, los dos listos para posar, los dos enamorados…
Sin querer, sintió pena por ella misma. Su madre se había ido demasiado pronto y no
recordaba cómo había sido la relación entre su padre y ella salvo por lo que Marion le
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contaba. La entristeció pensar que, como todo, también las grandes historias de amor se
desdibujaban con el paso del tiempo. Se volvió al escuchar unos pasos tras el sofá, y el
retrato cayó al suelo. Amanda se agachó para recogerlo, pero Tyler fue más rápido. Se
la arrebató de los dedos con brusquedad, la colocó con cuidado en el álbum y lo puso
fuera del alcance de la mujer.
—No sabía que había vuelto. —Amanda se agazapó en el sofá, intuyendo que algo
malo sucedía.
La expresión de Tyler era de rabia, y se preguntó qué habría ocurrido para que la
mirara de aquel modo.
—Ya veo. —Él se paseó por la habitación como un animal enjaulado y al cabo de
unos segundos volvió a plantarse frente a ella con el rostro desencajado—. Por eso, ha
estado husmeando en nuestra intimidad.
—Yo no pretendía… —se defendió, pero se interrumpió enseguida, sintiéndose
ridícula. No había nada de malo en revisar unas cuantas fotografías. Pero por la forma
en que la miraba, parecía que acabara de robar los planos secretos del último reactor
para entregárselos a los rusos.
—¿No lo pretendía? —Él estaba casi gritando y, al darse cuenta de ello, bajó el tono
de voz para no despertar a Brooke—. Escúcheme bien, Abbot. No permitiré que use
nuestra vida privada para ilustrar un álbum de frívolos recuerdos de sus vacaciones.
Pero… ¿quién demonios se ha creído que es?
—Se está equivocando, Tyler. Deje que le explique…
Él levantó la mano en un gesto que indicaba claramente que no pensaba escucharla.
—Será mejor que no lo haga. Porque, ¿sabe qué? Eso de ahí —dijo señalando el
álbum de fotos—, no le interesa. Mi vida, nuestra vida… No se confunda, Abbot. Eso
no forma parte del programa tengo una turista entrometida merodeando por mi casa.
—Oiga... No sé qué diablos le ha pasado hoy. —Amanda se levantó y se enfrentó a
él, intentando mostrarse serena y controlada. Pero le costaba un esfuerzo sobrehumano
conseguirlo mientras la miraba con aquella rabia contenida, aproximándose tanto a ella
que su aliento acariciaba su cara en cálidas corrientes. Aun así, no se dejó intimidar—.
Pero tanto si quiere escucharlo como si no, voy a explicárselo. Brooke y yo solo
echábamos un vistazo a esas viejas fotografías. Se emocionó recordando a sus padres…
Me habló de la epidemia que había mermado el ganado un invierno, de los ladrones de
caballos a finales de los noventa, del verano en el que Cameron, Dylan y usted se
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enfrentaron solos a aquellos timadores que robaron los ahorros a la pobre señora
Blade… Por favor, no se enfade con Brooke. Ni conmigo. Yo solo quería…
Amanda iba a continuar, pero su propia irritación le impedía darle más
explicaciones a aquel necio insensible que no tenía oídos más que para escucharse a sí
mismo.
—Está borracho —lo acusó.
—No lo estoy. Al menos, no lo bastante.
Tyler se aproximaba peligrosamente a ella, y Amanda colocó las palmas de sus
manos entre ambos, percibiendo la rigidez del pecho masculino bajo sus dedos. «No
pienses en ello, Amanda», se ordenó a sí misma y retrocedió hasta que su espalda tocó
la pared. Tyler se deslizaba sigilosamente en su misma dirección. La miraba fijamente,
imponiéndole su presencia con el único poder de aquellos ojos cristalinos que le
devolvían su propia imagen como en un espejo.
—Si fuera así, señorita Abbot, estaría en un serio problema. Si estuviera borracho,
haría lo que me apeteciera con usted. Puede que le hiciera el amor y quizá… solo quizá,
no se entusiasme…, puede que hasta me gustara. Y mañana, con un poco de suerte,
tendría uno de esos vahídos de damisela inglesa y correría como un conejillo asustado
a hacer sus maletas. Porque los hombres como yo, Abbot…, definitivamente, no son el
tipo de las mujeres como usted.
—Tyler…, váyase a la cama, ¿quiere? —Amanda volvió el rostro hacia un lado,
tratando de detener la carrera de fondo que había iniciado su corazón al escuchar sus
palabras.
—¿Eso es una invitación?
—Vaya a la cama —repitió y añadió—: Solo. Si obedece, tal vez le haga un favor y
prepare las maletas de todas formas.
—¿Y perderme el resto de su explicación? —se burló él, inclinando lentamente la
cabeza para recorrer, solo con la caricia de su aliento, el cuello femenino.
—Ya se lo he dicho. Pensé… Brooke pensó… —musitó con un hilo de voz.
No había duda. Tyler estaba completamente borracho. O completamente loco. Era lo
mismo, ambas cosas le traerían problemas si no lo enviaba rápidamente a su cuarto.
—¿Quién quiere hablar de Brooke ahora?
—Es que ella dijo… pensó que…
—¡Demonios! ¿Es que nunca se calla?
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Tyler la silenció apresando los labios palpitantes bajo los suyos. Deseaba hacer
aquello desde que la conoció, no pensaba en otra cosa en realidad, y la idea empezaba
a obsesionarlo… Se había resistido cada minuto desde entonces, pero ni un monje
podría ser inmune a la tentación de aquel suave acento, al hechizo de su mirada… Ella
se lo había buscado, provocándolo, retándolo todo el tiempo con su jerga incansable y
sus inagotables virtudes, que ahora también incluían demoler todas las barreras que
Tyler había levantado para protegerse de su influjo.
Su boca hambrienta la redujo de inmediato, la desarmó. Era cálida y apremiante y
requería una rendición total. La lengua de Tyler se abrió paso entre los dientes de la
mujer y atrapó la suya, una y otra vez, abandonándola después a su suerte para trazar un
ardiente recorrido en las comisuras, en la línea superior del labio...
Amanda se abandonó momentáneamente al placer y a la sorpresa de que Tyler
besaba como nadie que hubiera conocido antes. Acarició con la punta de la lengua la
cicatriz de su labio, lamiéndola con suavidad y escuchando al instante un ronco gruñido
que brotaba de la garganta de Tyler. Sintió cómo apretaba las caderas contra ella.
Tyler no podía pensar con claridad. Amanda Abbot sabía a mujer, a ternura, a coraje
y a problemas... Estaban peligrosamente cerca; su pecho contra aquellos senos
colmados que se elevaban con agitación bajo la camiseta, su pelvis contra la cintura de
ella, descendiendo y elevándose en un rítmico movimiento que era preciso detener
antes de que le arrancara la ropa e hiciera con ella lo que quería hacer desde el primer
momento en que la había visto.
No supo cuánto duró. Amanda había perdido la noción del tiempo desde la frase
haría lo que me apeteciera con usted. Cuando la soltó, se alegró de que Tyler hubiese
bebido y por la mañana, no pudiera recordar la pasión con que había correspondido a
sus caricias. De momento, la observaba con una mezcla de culpa y diversión en la
mirada que la crispó a pesar de la excitación.
—Eso está mejor —comentó complacido por su mutismo, aunque frustrado porque la
excitación no desaparecía para dar paso a los remordimientos—. Entonces, ¿de qué
estábamos hablando?
Amanda lo empujó con fuerza. Así que se trataba de eso. ¡Maldito arrogante! Ese era
el modo en que aquel tipo daba por concluida sus discusiones. Pues le demostraría que
se equivocaba de mujer. Aunque tal vez no ahora. Tal vez lo hiciera al día siguiente,
cuando su cuerpo y su cerebro estuvieran de acuerdo sobre las partes de Tyler que
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merecían sobrevivir a su furia.
—Tyler McKenzie…, espero que tenga una buena excusa para esto.
Él encogió los hombros en aquel gesto suyo que la enervaba.
—Nena, la única excusa es que habla demasiado.
—Ya veo que no. —Amanda escapó de su lado y se dirigió a su habitación, cerrando
la puerta en sus narices al ver como la seguía hasta allí.
Lo oyó detenerse al otro lado de la puerta y llamarla en voz muy baja:
—Abbot…
Rezó porque no la derribara a patadas. Aún trataba de poner en orden sus ideas. Y
analizar aquello de los hombres como yo no son para las mujeres como usted. Pero
¿qué se había creído aquel engreído? ¿Acaso pensaba que iba a caer rendida a sus pies
solo porque… era fuerte y atractivo y pronunciaba su nombre de aquel modo que
seduciría a una santa?
De ninguna manera. Tyler McKenzie estaba muy equivocado si creía que ella
sucumbiría a cualquier tentación que tuviera su nombre asociado. Por supuesto que no
era su tipo. Por supuesto que no tenía intenciones de llegar a aquella clase de intimidad
con él. Sin embargo… Se mantuvo pegada a la puerta, por si seguía al otro lado.
Respiraba agitadamente y lo achacó a su enfado. Aunque siendo sincera, no estaba
segura de si le apetecía echarlo de su cuarto o invitarlo a pasar para terminar lo que
habían empezado. Por fortuna, él ya se había marchado y no tuvo que tomar esa
decisión. Suspiró, resignada a pasar otra noche más en vela gracias a su fastidioso
aunque atractivo anfitrión.
***
Brooke había madrugado mucho y, a las seis y media, ya tenía preparado todo un
manjar para las dos personas que se sentaban cabizbajas a la mesa.
—¿Has pasado mala noche, Tyler? —preguntó, tan observadora como era costumbre
en ella. Se volvió hacia Amanda con expresión ceñuda—. ¿Amanda? ¿Estás bien?
—Muy bien, gracias. —Concentró su rabia en engullir todo lo que Brooke iba
depositando en su plato.
Tyler, por su parte, solo tomó café y mordisqueó una tostada con desgana. Ante tal
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panorama, Brooke anunció que, como ya había desayunado antes que ellos, iría al
establo a ver a los caballos. «Muy lista, Brooke. Pero preferiría que te quedaras»,
quiso decirle. Aunque Brooke ya salía por la puerta canturreando una vieja canción
country. Amanda recogió los platos y los llevó al fregadero, remangando su camisa para
comenzar a lavarlos.
«Qué ilusión», pensó sarcástica. Siempre había soñado con pasar sus vacaciones
realizando todo tipo de tareas domésticas en un rancho de Texas donde el lavavajillas
era el gran ausente y un vaquero con mal genio le hacía proposiciones indecentes bajo
los efectos del alcohol. Aunque no lo veía, supo que Tyler también había abandonado la
mesa y se colocaba tras ella. Podía sentir su respiración lenta y acompasada muy cerca
de su nuca. Recogió sin mirarlo la taza que él había utilizado para el café y la dejó caer
con brusquedad en el agua, salpicándolo a propósito.
Tyler la tomó por los hombros con sospechosa delicadeza, obligándola a darse la
vuelta para mirarla a la cara.
Vaya. Tyler McKenzie empezando el día sin sus habituales modales de lunático
organizador. Aquello sí era una novedad. Amanda se preguntó si se trataba de otro truco
en el que, una vez más, su dignidad terminaría convertida en conejo en el interior de su
gastado sombrero de cowboy.
—¿Está enfadada? —preguntó, y de no ser por el brillo de sus ojos, Amanda habría
caído en la trampa.
El muy desgraciado… Lo estaba pasando en grande interpretando para ella el papel
de arrepentido que no se arrepentía de nada.
—Claro que no —mintió, consciente de que eso le dolería más que cualquier
bofetada. Sin duda, el mejor golpe era el que le propinaba directamente a su ego—.
¿Por qué habría de estarlo?
Tyler arqueó las cejas, confuso.
—Porque ayer me comporté justo como esperaba que lo hiciera. —Y añadió al ver
que ella no decía nada—: Como un vaquero bruto y sin modales.
—Cuanta benevolencia consigo mismo, McKenzie… Bruto y sin modales ha sido su
tarjeta de presentación desde que lo conozco —comentó mordaz y le fue pasando los
platos para que los secara y los colocara en su sitio.
—Así que una mujer rencorosa.
—Así que un perfecto grosero —contraatacó, golpeándole a propósito los dedos con
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la vajilla.
—Grosero es una palabra muy… inglesa —observó Tyler con una pizca de
diversión que desapareció al ver como ella apretaba los labios.
—Soy inglesa, McKenzie.
—Aun así, está enfadada —insistió.
—¿Y qué si lo estoy?
Tyler colocó el último plato y sonrió.
—Dígame qué quiere.
Amanda encogió los hombros.
—Vamos, diga algo —la instó él—. Haré lo que sea con tal de que no me denuncie
ante el sheriff cuando regrese. O ante Brooke, que es mucho peor que la maldita Santa
Inquisición. Cameron y ella se harán un llavero con mis genitales si les cuenta lo de
anoche.
—Entiendo. Entonces es por Cameron y Brooke —concluyó, furiosa porque en el
fondo, a él le importaba un rábano si ella se sentía violenta por lo del día anterior.
Siendo sincera, furiosa porque no había pegado ojo, imaginando todo tipo de
escenas muy picantes en las que Tyler descubría lunares y sabores nuevos en el hueco
de su garganta.
—Y por mis buenos vecinos, que organizarán un motín si su preciosa fotógrafa
inglesa interrumpe sus vacaciones por mi culpa —rectificó Tyler.
«Qué desgraciado…», seguro que había dormido a pierna suelta.
—¿Tanto le preocupa lo que piensen? —ahora era ella quien se burlaba.
—Menos que nada, en realidad —confesó Tyler—. Pero usted se irá dentro de unos
días. Y yo tengo intención de pasar aquí el resto de mi vida. No sería inteligente por mi
parte ganarme el odio de mis vecinos.
—Claro. ¿Por qué si no?
—Está bien, negociemos. Él le apartó un mechón que le caía sobre los ojos, y
Amanda lo fulminó con la mirada. Tyler retiró su mano al instante—. Su silencio a
cambio de…
—Una disculpa... y que parezca sincera —contestó ella, plenamente convencida de
que vería derretirse la nieve antes de que él aceptara. El señor me tragué un barril de
orgullo cuando era pequeño… ¿disculpándose? Por supuesto, no la decepcionó.
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—Nena…, yo nunca me disculpo —dijo Tyler sin dejar de sonreír—. Por si lo ha
olvidado, esta es mi casa. Y en mi casa, todo cuanto hay en ella es mío. Y anoche, eso
también la incluía a usted.
—¿Eso cree? —Amanda se humedeció los labios, ignorando que aquel único gesto
ya hacía que Tyler se sintiera tentado a repetir lo que motivaba aquella discusión—. Ni
se le ocurra pensar que soy una de sus vacas, Tyler McKenzie. Quiero esa disculpa o
tendrá que explicarle a Brooke y Cameron por qué voy a hacer mis maletas ahora
mismo.
—¿Bromea? —Él apenas podía pensar en otra cosa que no fuera el movimiento de
aquella lengua sobre sus labios carnosos.
—¿Le parece que esté bromeando? —Amanda imitó el tono grave de su voz.
—¿Qué tal una avería en la furgoneta, tres terneras enfermas y un par de cervezas en
el bar de Ray? ¿Vale como disculpa?
Tyler comprendió que su conato de chiste no había tenido el efecto deseado a juzgar
por la seriedad de la expresión de ella. Abbot merecía esa disculpa solo por el valor
que tenía al exigírsela. Pero no la conocía tanto como para sincerarse hasta la médula.
No podía confiarle sus inquietudes y arriesgarse a que las largase a los cuatro vientos a
la menor oportunidad.
—¿Qué tal… lo siento?
Amanda le quitó el paño de cocina de las manos y lo colgó. Para ser la primera vez,
Tyler no lo había hecho tan mal. Conociéndolo, haría una muesca en la pata de su cama
para recordar aquel simulacro de humillación el resto de su aburrida vida de vaquero.
—Me valía lo de la avería. Pero me alegro de que haya picado. —Sonrió y tiró de
su brazo para que la siguiera al exterior de la casa—. Y ahora, señor McKenzie, quiero
que me haga de guía sin rechistar. O después de todo, me veré obligada a delatarlo. Lo
del llavero con sus genitales es demasiado tentador.
Tyler no rechistó. Estaba cansado. Había sido una semana muy dura. Y, qué diablos,
¿por qué no? Amanda Abbot prometía ser mucho más interesante que su rutinaria
partida al billar de los sábados.
—Eso es extorsión. Pero acepto. —Le tendió la mano para sellar el trato, y el leve
apretón de los dedos femeninos lo trastornó seriamente. Los apartó de inmediato,
aunque no tan rápido para no apreciarlo. Allí estaba otra vez. Aquella especie de
descarga eléctrica que hacía que quisiera salir corriendo en otra dirección. Ella
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también parecía haberlo sentido y, para no ser menos, fingía lo contrario—. Y ya que
tengo que soportar su compañía… creo que ha llegado el momento de tutearnos…
Amanda. ¿Te parece bien?
Amanda no lo había pensado. Por supuesto, era lo normal. De hecho, acababa de
caer en la cuenta de que seguía dirigiéndose a él con aquella formalidad tan inglesa, la
que solía emplear con los demás cuando necesitaba mantener las distancias. Reconoció
que había sido una estrategia de su subconsciente, tal vez porque la presencia de Tyler
amenazaba seriamente su equilibrio emocional.
—Supongo que sí —aceptó, desconfiando sin querer de sus buenas intenciones.
Era obvio que Tyler aún no había cejado en su empeño de desanimarla para que se
largase y que aún la consideraba una intrusa. Pero le había gustado besarla. O era el
mejor actor que conocía. También a ella le había gustado. Lo meditó un instante,
alarmada. ¿Un trato más familiar era sensato? ¿Qué tipo de libertades esperaba tomarse
aquel vaquero a partir de ahora? No es que le preocupara, claro.
No estaba buscando una aventura y aunque así fuera, McKenzie estaba
completamente fuera de la lista de posibles candidatos. Su desastroso currículum
sentimental, como lo había llamado Kitty, aún no incluía el tipo vaquero arrogante y
emocionalmente impotente. Podía manejar a los tipos como él y mantenerse a salvo,
segura… Solo había respondido a su beso porque se sentía vulnerable y sola y porque
uno de los dos había bebido más de la cuenta. Ni pensar en que aquello podría ser el
preludio de… ¿De qué podía serlo? Vaya… comenzaba a tener jaqueca con tantos
planteamientos. Lo miró con el ceño fruncido, preguntándose si estaría pensando lo
mismo.
—Aunque eso no significa que te haya perdonado.
Tyler esbozó una sonrisa.
«Una de esas que hacen que una mujer quiera perder la compostura y portarse de un
modo escandaloso», pensó Amanda.
—Amanda…, cuando acabe contigo, dirás que soy el tipo más encantador de todo
Texas —sentenció con teatralidad.
Amanda tragó saliva. Aquello de cuando acabe contigo podía interpretarse de
muchas maneras. Por desgracia, todas sus interpretaciones incluían una imagen
indecente y ligera de ropa de aquel vaquero, y, en todas, ella era una chica mala que lo
animaba a quitarse todo excepto las botas.
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Tyler le hizo una seña para que lo siguiera. Se dijo que mantendría firme su
propósito de no acercarse a ella más de lo necesario. Y eso equivalía a una distancia lo
bastante prudente como para no oler su cabello ni sentir sus manos pequeñas y suaves
apoyándose en su brazo. Pero no había nada de malo en pasear junto a ella y mostrarle
algunos lugares hermosos de los que podría sacar unas buenas fotos. No había nada de
malo en escuchar su parloteo durante un par de horas. Eso no era peligroso. Excepto si
ella lo miraba con aquellos ojos color miel que invitaban a la lujuria. «Pequeña
tramposa, me quiere en su terreno… No dejaré que lo haga», se dijo mientras le abría
la puerta de su furgoneta y la invitaba a pasar.
***
Amanda se cubrió los ojos con las manos para no verlo. Por su parte, Brooke reía
abiertamente y animaba a gritos al intrépido jinete que cabalgaba sobre la arena. Tyler
había caído tres veces, pero era cabezota y se levantaba en cada ocasión con más ganas
de dominar la voluntad del animal.
—Señorita Abbot…, se está perdiendo el espectáculo.
Amanda retiró las manos con cautela y miró de reojo al recién llegado abriendo un
único ojo. Wes Johnson, el joven veterinario local al que todos apodaban familiarmente
Doc, la observaba con expresión divertida.
—Hola, Doc —lo saludó, mordiéndose los labios cuando el caballo pinto de Tyler
relinchó y estuvo a punto de lanzarlo por los aires.
No es que le importara que aquel engreído acabara con los huesos en la arena. Tyler
McKenzie podía hacerse papilla practicando cualquiera de sus habituales actividades
de vaquero pedante. No le importaba. Pero… ¿era totalmente necesario que la obligara
a mirar mientras sudaba y se contoneaba como un loco a lomos del pobre animal?
Por Dios, ahora comprendía porqué al Salvaje Oeste lo llamaban el Salvaje Oeste.
No concebía nada más salvaje —en todos los sentidos— que la imagen de Tyler sobre
su caballo, un brazo sujetando las crines y el otro agitando su sombrero en el aire como
si fuera la viva estampa de un anuncio de cigarrillos Marlboro. Soltó el aire de los
pulmones al ver que Tyler recuperaba el equilibrio en el animal.
—No sufra, Abbot. El año pasado, Tyler obtuvo la puntuación más alta en Fort
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Worth. En dos categorías: la monta a pelo y el paso de la muerte —informó Doc,
tirando de la trenza de Brooke para hacerla rabiar.
—¿El paso de la muerte? Creo que ni siquiera quiero saber qué es eso. —Amanda
se inclinó sobre la valla de madera que cercaba el terreno, fingiendo que la atractiva
pose de Tyler no atrapaba su mirada en la distancia.
—Te lo va a contar de todas maneras. —Brooke empujó a Doc, obligándolo a
permanecer entre ambas, pegado a la valla.
—Está bien, si no queda más remedio… dispara —se resignó Amanda, segura de
que su explicación contendría todos los ingredientes que convertirían al todopoderoso
Tyler en un héroe nacional.
—El paso de la muerte es la prueba más peligrosa de los rodeos. —Doc puso cara
de médico sabelotodo—. El jinete monta a pelo su caballo y corre paralelamente a una
yegua bruta hasta colocarse lo más cerca posible. Entonces, salta sobre ella,
sosteniéndose únicamente por las crines de los dos animales, y recorre la arena entre
ambos hasta que lo tiran o se lanza al ruedo.
—Qué interesante —comentó Amanda sin ocultar que el acontecimiento no
despertaba en ella mayor interés, básicamente porque toda su atención se centraba en la
dominante musculatura de Tyler en movimiento.
—Y rentable. Cinco mil dólares por cada prueba ganada. Tyler se está preparando
para la próxima temporada. Quiere el botín de los cincuenta mil.
—¿Cincuenta mil? —los ojos de Amanda se abrieron de par en par al escuchar la
cifra.
—Si vence en todas las categorías, sería un hito en la historia —asintió Brooke.
—Eso será si antes no lo mata ese jamelgo rebelde que pretende domar —observó
Doc, quitándose la cazadora con galantería para cubrir los hombros de Brooke—. Hace
frío, mocosa. Vas a pillar un resfriado con ese modelito de infarto que llevas. ¿Tyler lo
ha autorizado?
Brooke le sacó la lengua como respuesta. Llevaba un vestido sin mangas que
Amanda le había regalado después de comprobar que los estofados caseros, los tacos y
el tequila habían aumentado una talla en su cintura y caderas. Aunque no sentía pena por
ello. A Brooke le quedaba genial y, al parecer, Doc pensaba lo mismo.
Espió sus miraditas furtivas… Vaya, el romanticismo planeaba sobre sus cabezas sin
que ninguno de los dos fuera consciente de ello. Amanda temió que Tyler también lo
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apreciara y cabalgara hacia ellos, saltara la valla haciendo alarde de sus
acostumbrados modales de hombre de las cavernas, y se abalanzara sobre Doc para
hacerle tragar todos los dientes de su atractiva sonrisa.
Por suerte, Tyler estaba concentrado en la doma del animal y no podía oír la
orquesta de violines que se desataba entre aquellos dos. Amanda les dejó algo de
intimidad y siguió con los ojos los movimientos del jinete. Con sorprendente destreza,
en unos minutos había logrado controlar la situación y el caballo parecía dispuesto a
rendirle pleitesía a cambio de una triste zanahoria que él le ofrecía al desmontar.
«Muy propio», pensó con fastidio. Los hombres como Tyler McKenzie siempre se
salían con la suya y obtenían del mundo cuanto querían a cualquier precio. Estaba en
sus genes indómitos que fuera de aquel modo y que, además, la observara con aquella
expresión autosuficiente como si esperase que ella le aplaudiera por la hazaña. Lo vio
aproximarse y saludar a Doc con un gesto, mirar a Brooke con desaprobación,
seguramente a causa del vestido, y gruñir algo parecido a un adiós dirigido a ella.
—Está loco por mí —bromeó Amanda cuando Tyler se alejó lo bastante para no
escucharla.
—No se lo tomes a mal, Amanda. Tyler no está acostumbrado a tener tanta compañía
femenina. —Brooke rozó la mano de Doc por casualidad, y él se alejó con evidente
turbación.
—Tengo que irme. Dile a Tyler que volveré mañana para ver cómo sigue la yegua
preñada —murmuró y huyó hacia la camioneta como si lo persiguiera el diablo. Brooke
sonrió con malicia.
—Creo que lo tienes en el bote —sentenció Amanda, caminando con ella hacia la
casa.
—Tiene miedo de que Ty quiera matarlo si se entera. —Brooke suspiró—. Aunque
tendrá que enterarse. Porque quiero a Doc. Y no permitiré que ese cabeza de chorlito
espante al único hombre que se atreve a cortejarme en este pueblo.
—Seguro que no es tan grave —la tranquilizó, pero sus palabras perdieron
credibilidad en cuanto la voz autoritaria de Tyler comenzó a oírse desde la casa.
Añadió de buen humor—: En cualquier caso, tienes todo mi apoyo.
—Gracias, Amanda. —Brooke apretó sus dedos.
—¡Brooke! ¿Quién demonios ha dejado la puerta abierta? El maldito perro acaba de
comerse mi cena. —Tyler intentaba expulsar al traidor, un infeliz de raza indeterminada
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y ojos tristones, de sus dominios. Amanda tragó saliva, rezando porque Tyler no
descubriera a la responsable del descuido.
—Vamos. Mi hermano está a punto de sufrir un infarto y aún no se fabrican fármacos
que funcionen con él. —Brooke asió al animal por el cuello y lo convenció con una
ración de carantoñas que pusieron de peor humor a su hermano mayor—. Ven conmigo,
Troy..., el tío Tyler tiene un mal día.
—Eso es, anímalo a que vuelva a hacerlo —le recriminó, pero Brooke ya se había
marchado canturreando en compañía del perro. Amanda se escabullía hacia el lavabo, y
Tyler la interceptó, clavando sus ojos astutos en ella—. Un momento. De aquí no se va
nadie más hasta que alguien confiese.
—Hombre, Tyler… No es para tanto. No pretenderás que le apliquemos la pena de
muerte a Troy solo porque te ha dejado sin cena —se burló—. Seguro que tu manual de
supervivencia de vaquero trae algún apartado sobre cómo preparar unos bocadillos en
caso de emergencia.
—No te pases de lista, Abbot. —Tyler frunció el ceño, estudiando la expresión de
culpabilidad que se ocultaba tras la fachada socarrona de la mujer—. Eres culpable.
Puedo leerlo en esos ojos tramposos.
—Está bien, lo confieso, he sido yo. —Amanda levantó las manos con teatralidad—.
¿Qué piensas hacer? ¿Vas a darme unos azotes o qué?
Tyler lo meditó unos segundos. ¿Unos azotes? Debía estar bromeando. La doma del
caballo lo había dejado exhausto y le dolían músculos de los que ni siquiera sabía
deletrear el nombre. Y, gracias a ella, estaba hambriento. Sin embargo, la idea de darle
unos azotes no resultaba tan atractiva como había esperado. Abbot lo retaba con aquella
expresión petulante que lo sacaba de sus casillas. Y solo podía pensar en lo mucho que
le apetecía probar su boca nuevamente... ya estaba otra vez. Fantaseando con ella.
Imaginándola con aquel pijama diminuto que revelaba toda su feminidad…
Imaginándola sin el maldito pijama o con su propia camisa después de hacerle el
amor…
—¿Y bien? —insistió Amanda.
—Voy a asearme… —anunció Tyler, conmocionado por el torrente de sensaciones
que lo atravesaban cada vez que aquella mujer se ponía en su camino—. Y cuando baje
de nuevo, quiero que tengas preparado un manjar digno de alguno de tus pomposos
reyes, ¿estamos?
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—Un momento… ¿Qué te has creído? —Amanda no podía dar crédito. ¿Cómo se
atrevía a tratarla como si fuera su criada? Exclamó para fastidiarlo—: ¡Ja! Ni lo
sueñes. He pagado por tu hospitalidad, McKenzie. No lo olvides.
—En ese caso, Abbot…, pon un plato más y no te acostarás con el estómago vacío
—ordenó, inclinando el ala de su sombrero para ocultar la expresión victoriosa de su
rostro.
***
Tyler había engullido un insignificante bocadillo de carne y un litro de zumo de
naranja sin pestañear. «Abbot se ha tomado muy en serio mi petición de preparar un
manjar digno de reyes», pensó con ironía mientras la veía recoger con gesto combativo
los restos de aquella copiosa cena. Aunque Brooke había querido ayudarla, el orgullo
de Abbot le impedía compartir con ella su castigo por lo de aquel viejo perro ladrón.
Muy bien, así aprendería la lección. Le gustó aquel pequeño triunfo. Complacido,
aunque seguía hambriento en todos los aspectos, estiró las piernas y cruzó los brazos
sobre el pecho con la intención de disfrutar plenamente del espectáculo. Abbot
refunfuñaba y murmuraba todo el tiempo.
Al terminar su tarea, clavó sus ojos chispeantes de rabia en el hombre para que
apartara las botas de su camino.
—Si no desea nada más, milord, esta plebeya se retira a sus aposentos —le dijo con
tono chirriante y al ver que Tyler no se movía, señaló sus pies—. Tyler…, ya has visto
cumplido tu sueño. Te he servido como una obediente mujer india, ¿qué más quieres de
mí?
Tyler la observó en silencio. Era inquietante que lo preguntara. «¿Qué más quería de
ella?» Cielos, la lista podía llegar a ser interminable… Cerró los ojos un instante, y una
imagen que pertenecía al pasado se dibujó con claridad en su mente.
De repente, tenía veinte años. Conducía una vieja camioneta a la que había reparado
el motor en cinco ocasiones, una que conservaba porque en el asiento trasero había
besado por primera vez a una chica de la que no recordaba el nombre… un tonto. Un
iluso. Aún creía que los sueños podían hacerse realidad en lugares recónditos como
Mentone.
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Por aquella época, la vida era relativamente fácil. Había que trabajar duro. Pero
tenía su recompensa. Los chicos, la familia, la sensación de algo bien hecho que daría
frutos y permanecería siempre en sus vidas… Aquellos sueños sobre un hogar propio y
unos hijos y una buena chica que haría que el corazón le latiera desbocado al terminar
la faena diaria… Entonces, nada era igual.
No había hipotecas ni gente ambiciosa que pretendía hacerse con el rancho para
excavar la tierra. No había silencios. Ni rencores. No sentía aquella agobiante presión
que lo impulsaba a ser una especie de superhombre carente de emociones… Se
conformaba. Asumía su papel y lo interpretaba lo mejor que su condición de tipo duro
le permitía, acallando las protestas del chico ingenuo que había sido, el que aún
recordaba vagamente los besos en la vieja camioneta… Sin embargo, no era más que un
hombre. Y en ocasiones como aquella, una simple pregunta lanzada al aire podía hacer
que su pequeño mundo, imperfecto pero ideal a su manera, se tambaleara a su
alrededor.
No le gustaba cuando sucedía. Y sucedía a menudo cuando Abbot estaba cerca. Lo
debilitaba que ella le hiciera recordar aquellas cosas. Lo ponía fuera de juego cada vez
que ella era encantadora y animosa, cada vez que sonreía para todo el maldito pueblo y
reservaba su ácido y flemático sentido del humor para él. Abrió los ojos y comprobó
que Amanda aún esperaba su respuesta.
—Aún no he terminado contigo, señorita Abbot… Dime por qué una mujer como tú
vendría sola a un lugar como este —fingió que lo soltaba sin pensarlo… otra vez se
mentía.
Había meditado aquella pregunta desde que la conocía. Porque, ¿para qué
engañarse? Era un hecho que Abbot lo atraía como la miel a la abeja. Era obstinada e
impulsiva. Y sincera en todas las ocasiones en las que lo obsequiaba con alguna
opinión que él no quería escuchar o alguna observación sarcástica sobre su mal
carácter.
La miró a los ojos, intrigado. Abbot ocultaba la mirada y se mordía el labio inferior
en un gesto involuntario. Mala señal. Empezaba a conocerla y sabía que la contención
no era una de sus virtudes. Ahora, ella se examinaba la punta de los pies como si
esperase encontrar en ellos la respuesta. Así que tenía sus secretos…
Interesante. Inquietante. Aquello no tenía por qué alarmarlo, pero lo hacía. Le
preocupaba que los pensamientos que se guardaba lo hicieran sentir inseguro. No la
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conocía tanto, después de todo. ¿En qué pensaba mientras espiaba su rostro tenso a
hurtadillas? Abbot se mostraba visiblemente nerviosa. ¿Un hombre quizá...? La idea no
le gustó. Contra su voluntad, se torturó imaginando de cuantas maneras le habría hecho
el amor aquel tipo desconocido que no había sabido retenerla… La sangre le hirvió en
las venas, y atrapó en el aire la mano que pretendía apartarlo para romper la barrera
que eran sus piernas extendidas frente a ella.
Tiró de ella y la obligó a inclinarse hasta que pudo sentir su aliento entrecortado en
el mentón apretado. Le habló al oído, suavemente, peligrosamente… «Pequeña
tramposa…». Quiso arrancarle una confesión, la que fuera… Una que la convirtiera en
una mujer débil, en una cobarde, en alguien a quien no pudiera desear… la odió un
poco por no dársela, por dejarle el mismo sabor de boca de siempre, aquella sensación
frustrante… «Eso es, Tyler…, busca en su interior, tal vez encuentres algo que no te
guste en ella, tiene que haber algo…».
Pero no. Abbot era preciosa. Era valiente y terca. Demasiado mujer, demasiado
femenina incluso cuando la obligaba a vestirse como un payaso para aplacar las
tentaciones. Todo en ella era deseable de un modo que apenas podía controlar. Insistió
con el arma que solía utilizar cuando los labios cercanos de Abbot lo volvían blando y
vulnerable.
—Tarde o temprano, Abbot, tendrás que quitarte tu careta… Nnadie es tan
encantador. Ni siquiera tú, nena.
—Suéltame… —murmuró Amanda.
Tyler no se movió. La acercó más a él, dejándola caer con brusquedad sobre sus
rodillas y rodeándola con los brazos para evitar que se escabullera. El suave cabello se
enredó en su boca de manera deliciosa. Lo olió y contuvo la respiración, enterrando la
nariz en el hueco entre los mechones que conducían a su nuca. «Bruja…».
—Tyler, suéltame…
—Antes, contesta a mi pregunta —pronunció las palabras contra la piel y percibió
cómo ella se estremecía en sus brazos—. ¿De qué huyes, Amanda Abbot?
—No tienes derecho… No puedes hurgar en mi mente… —replicó Amanda,
cerrando los ojos con fuerza para detener el impulso de girar sobre su regazo y besarlo.
No estaba bien… Polos opuestos no podían atraerse tanto, a pesar de las estupideces
que decían los test de las revistas del corazón. Sin embargo, los fuertes latidos del
pecho de Tyler golpeaban contra su espalda. Su aliento acariciaba suavemente la piel
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de su cuello, enviando intensas oleadas de placer a todo su cuerpo. Los malditos test no
decían nada sobre cómo resistirse a algo así.
—Hay algo en ti que me desconcierta, Abbot. Porque... —su boca se movía como
una sinuosa serpiente sobre su pelo—… todo el tiempo te deseo… y todo el tiempo
sospecho que me meteré en un lío si te hago el amor…
—Nadie te ha… invitado…, vaquero… —Amanda apenas podía articular las
sílabas. No podía pensar con claridad. Bajo sus nalgas, toda la hombría de Tyler latía
para demostrarle que no exageraba una palabra.
—Mientes. Me invitas, me seduces… Sabes que lo haces… cada vez que me
miras… Siempre que estás cerca… o lejos, da igual… Puedo notar tu presencia, en la
casa, en la cocina, en cada palmo de tierra que pisas... aunque no estés… Eres una
auténtica embaucadora, Abbot. Una mentirosa vendedora de sueños, una araña tejiendo
su tela para hacerme caer en ella... Pero te deseo. Me muero por estar dentro de ti, por
borrar con mi boca el rastro de cualquier amante que hayas tenido antes… ¿Crees que
estoy loco?
Amanda gimió. Escuchó su risa grave y estaba a punto de dar media vuelta y
colocarse a horcajadas sobre sus muslos, cuando Tyler la liberó repentinamente.
Parpadeó confusa. No entendía nada…
—Puede que lo esté —Tyler se respondió a sí mismo. La observaba con una mezcla
de resentimiento y apetito que la desconcertó—. Pero no lo estoy tanto, Abbot.
—¿Y eso es… todo lo que tienes que decir? —Se incorporó de un salto y lo miró
fijamente, aturdida aún por la sensualidad de su caricia.
—No. —Tyler también se puso en pie. Su elevada estatura la dominó al instante. Sus
bocas estaban muy cerca, pero no la besó.
«Cuánta fuerza de voluntad», pensó Amanda con ironía.
—Tengo algo más que decirte, Abbot. Te deseo, ya lo sabes. Y puedo tenerte, eso
también lo sabes. Así que te daré un consejo y, por tu bien, espero que lo aceptes.
Mantente alejada de mí. Porque soy un lobo hambriento y, desde que te conozco, eres el
maldito primer plato de mi menú. Estás advertida. Y ahora sí he terminado contigo.
Huye, huye, Abbot…
Amanda iba a decirle algo. Iba a decirle que estaba equivocado, que no podía
manejarla a su antojo, ni encenderla como la antorcha de los juegos olímpicos y
enfriarla con una declaración cargada de vanidad… Pero no habló.
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Sabía que Tyler tenía razón. Podía hacer todo aquello que había descrito. También lo
deseaba. Como se desean las cosas prohibidas, las que te harán daño a pesar de las
advertencias y las voces de la razón… Polos opuestos. Diametralmente. Tyler no sabía
o no quería utilizar su corazón. Ella lo protegería a toda costa con tal de no sentir
nuevamente la sensación de vacío que quedaba cuando lo que te importaba desaparecía.
Sabía estar sola y fingir que era fantástico ser un espíritu libre e independiente. Se le
daba muy bien en realidad. Era Lori Chase, experta en interpretar la vida de otros,
experta en el arte de la supervivencia.
—No vuelvas a jugar conmigo —le advirtió Amanda, añadiendo con expresión
enigmática—: Me subestimas… y no deberías. Incluso los tipos duros y arrogantes
tienen un minuto de flaqueza. ¿Alguna vez has oído hablar de Judit y Holofernes4?
Cuidado, McKenzie… A veces, una sola noche es suficiente para vencer cualquier
resistencia.
Tyler apretó la mandíbula. ¿De qué diablos estaba hablando? ¿Quién rayos era ese
Holofernes? Estuvo tentado en preguntárselo, pero temía que si la retenía de nuevo,
todo su autocontrol se iría al infierno. La dejó marchar. Qué lista era. Volvía a
abandonarle perplejo, con ganas de discutir sobre aquel asunto del que hablaba, sobre
la flaqueza y la resistencia. Impresionado hasta la médula por su habilidad para decir la
última palabra, a pesar de que ambos sabían muy bien adonde los conduciría el
próximo encuentro. Sacudió la cabeza, aturdido. Lo tenía merecido. Por… ¿cómo había
dicho?, subestimarla.
***
—Aún no hemos recibido nuestra pasta. —El tipo giró el rostro ligeramente para
escupir muy cerca de las botas de su socio, quien las apartó con fastidio—. Mi socio
está cabreado. No le gusta esperar.
—Tendrán su dinero cuando el trabajo esté hecho —aseguró la voz al otro lado de
la línea de teléfono—. Puede decirle a su socio…
—Dígaselo usted mismo. —El tipo le pasó el auricular al otro y echó un vistazo
alrededor. La cabina estaba situada en uno de los laterales de la gasolinera y una
camioneta se detuvo cerca para repostar. Esperó a que terminara y le hizo una seña al
hombre para que hablara.
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—Lo escucho. Pero más le vale que lo que vaya a contarme me guste, amigo —
advirtió con tono peligroso.
—Señor…
—Nada de nombres. Dígame que ha efectuado esa transferencia y sus problemas con
los McKenzie habrán acabado.
—Escuche… —el volumen disminuyó notablemente antes de continuar. Muy astuto.
Los peces gordos se cuidaban de que nadie escuchara los detalles de sus transacciones
al margen de la ley—. Mis clientes son gente muy influyente. Y muy rica. Pero no
soltarán un dólar hasta que tengamos alguna prueba tangible de que son ustedes
competentes para llevar a cabo este encargo. Esto no es un intercambio de
cigarrillos en esa prisión federal donde cumplía condena. Deme algo que pueda
ofrecer a mis clientes y tendrán su dinero.
—Joder…, le dimos una buena paliza a ese cabrón —siseó entre dientes—. No es
culpa nuestra que el tipo tenga dura la mollera.
—No es suficiente. Tyler McKenzie no venderá solo porque un par de matones le
enseñen los dientes en una pelea callejera.
—¿Y qué quiere? ¿Que lo matemos y le enviemos su cabeza en una bolsa de Happy
Meal? —acompañó su chiste de mal gusto con una risa seca.
—No se pase de listo —la voz del teléfono se impacientaba—. Digamos que…
preferimos que nadie salga herido. Pero aceptaríamos algún daño colateral si fuese
absolutamente necesario.
—¿Cómo de colateral? Explíquese.
—Mis clientes opinan que los McKenzie necesitan una señal inequívoca, algo que
les haga comprender a quien se enfrentan… Ya me entiende.
Los ojos del hombre se entornaron con expresión maliciosa. Así que una señal…
Malditos ricachones. Se quedarían allí sentados, en sus elegantes despachos de la
Quinta Avenida, esperando como aves de rapiña un buen cadáver al que hincar el
diente. Lo tendrían, podían estar seguros.
—Tendrán su maldita señal. Y tendrán a los McKenzie contra las cuerdas. Pero
queremos nuestra pasta. Y no olvide añadir un suplemento por enviarnos a este pueblo
de mala muerte —le advirtió amenazador antes de colgar. Miró a su socio. Se entretenía
soltando piropos soeces a una mujer que acababa de detener su vehículo cerca de ellos
—. Déjalo ya, pedazo de imbécil. Estás en libertad condicional. ¿Quieres que todo el
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mundo se quede con tu fea cara?
—No te pongas así, hombre. Estaba matando el rato…
—Cállate. Tenemos trabajo.
***
3 N.A.: Popular serie literaria juvenil de aventuras publicada por la escritora inglesa
Enid Blyton a partir de 1940.
4 N.A.: Personajes de origen bíblico. Los textos cuentan como el rey Nabucodonosor
ordenó a su general Holofernes el asedio de la ciudad de Betulia. Judit, mujer judía,
viuda, bella y virtuosa, derrota finalmente al general, embaucándolo con su hermosura y
la sabiduría de sus palabras, y cortándole la cabeza con su propia espada.
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Londres, estudios de la BBC One
—A ver. Repíteme otra vez eso que has dicho. Y esta vez, despacio, que tengo
jaqueca.
La voz de Ewan sonaba peligrosamente tranquila mientras tomaba sorbitos de
capuchino con nata y repiqueteaba con su lápiz sobre el denso cuaderno.
—Ya me has oído. Esto es lo que opino del guión del capítulo trescientos uno. —
Kitty le arrebató el lápiz, arrancó las primeras páginas de la encuadernación y las hizo
pedazos ante la atónita mirada del director.
Los ojos azules de Ewan se convirtieron en dos delgadas líneas en mitad de su
pálido y operado rostro aniñado.
—John Larabee es uno de los mejores guionistas de la BBC, cariño —le recordó,
recuperando su lápiz y retorciéndolo entre los dedos.
«Mala señal», pensó Kitty. Presagiaba que en cualquier momento Ewan empezaría a
dar gritos como un energúmeno pidiendo su inhalador para el asma imaginaria que
sufría ocasionalmente.
—No puedes afirmar que su trabajo es mediocre y quedarte tan fresca, Kitty…
querida.
—No he dicho mediocre, Ewan. Lo que he dicho, exactamente, es que su capítulo
era una mierda —replicó Kitty y decidió acelerar el estallido de Ewan, quitándole
nuevamente su lápiz, partiéndolo por la mitad y arrojando ambas partes sobre la mesa.
Apoyó las palmas y se inclinó para demostrarle al director que, puestos a montar un
circo, ella era capaz de domesticar leones mucho más fieros—. Escucha, Ewan, voy a
ser muy sincera y asumiré que esto puede costarme el puesto y a ti otra crisis de
ansiedad. Pero ya me conoces, soy implacable con la basura, me gusta barrerla antes de
que contamine la casa. Si aceptas que Larabee ponga sus manos decrépitas sobre la
serie y la convierta en otro culebrón del montón, lo dejo.
—¿Comparas el ingenio de Larabee con basura? Querida Kitty, eso es presuntuoso
incluso para alguien con tu talento —advirtió, protegiendo con su vida el guión ante la
sospecha de que la mujer pretendía lanzarlo por la ventana del edificio al menor
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descuido.
—Ewan, seamos francos. John Larabee no ha escrito una sola palabra con chispa
desde aquel capítulo de Los Ropper. Y eso fue hace más de cuarenta años —le recordó
con una sonrisa—. Lo siento, pero no lo permitiré. No dejaré que ese carcamal con
almidón en los calzoncillos y bombín tire por la borda el éxito de Quédate Conmigo.
—Es mi serie, no lo olvides. —Ewan apretó los labios y la nata de su capuchino le
dejó un gracioso bigote que arrancó a Kitty otra sonrisa, esta vez divertida.
—Muy bien. Entonces, ya está todo dicho.
—Me alegra que seas sensata. Larabee goza de una reputación en la cadena. Y tiene
una gran influencia sobre otros señores que también se almidonan los calzoncillos y,
por cierto, pagan nuestras facturas —comentó, complacido por la aparente victoria.
—Pues qué bien por él. Y por ti. Haréis buena pareja. Bésalo en la boca de mi parte,
¿quieres? Con lengua. —Recogió el bolso y se lo colgó al hombro, dirigiéndose hacia
la puerta del elegante despacho.
—¿Y eso qué significa?
Kitty suspiró, clavando los ojos en la placa dorada de la pared, un premio otorgado
al equipo por el éxito apoteósico de la serie de mayor audiencia en la última década.
—Ya conoces la respuesta.
—Ni te atrevas a decirlo, Kitty Barret —la amenazó Ewan, más pálido que de
costumbre.
—Ya lo he dicho, Ewan. Abandono. ¿Quieres La Casa de La Pradera, Con Ocho
Basta…? Muy bien, contrata a Larabee. Pero no cuentes conmigo para eso —dijo
mientras parecía la mujer más segura del mundo.
—No puedes abandonar. Tienes un contrato —chilló el hombre con rabia.
—Diez capítulos, Ewan. Y después, lo dejo.
—¡Te demandaré si firmas con otra cadena!
—Y yo le contaré a la prensa lo de tu operación de párpados y esa aventurilla con el
chico cubano que interpretaba a Paco la temporada pasada… —Kitty le lanzó un beso
al aire, y otra sonrisa al ver como ahora su piel adquiría una tonalidad azul violeta—.
¿A qué no adivinas a quién harán picadillo en las revistas, Ewan… querido?
—¡Zorra!
—Ewan, contrólate. Te subirá la tensión arterial. —Se detuvo un instante y giró
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sobre los talones para añadir algo. En el fondo, sentía un poco de aprecio por aquel
lunático y lamentaba el fin de una relación profesional que había durado cinco largos
años. Pero convertir la serie en una suma de gags copiados de culebrones del siglo
pasado era algo inaceptable. Tuvo la certeza de que había llegado el momento de cerrar
aquella etapa. Lástima por Ewan. Y bravo por el octogenario señor Larabee, de vuelta
a las andadas tras rehabilitarse por su adicción a las jovencitas y los antidepresivos.
Otro suspiro.
—Te prometo que serán los mejores diez capítulos que he escrito nunca, pero eso
será todo. Creo que necesito probar cosas nuevas. Tal vez escriba una novela o un
guión inolvidable.
—Kitty. Ten piedad.
—La tengo, Ewan. Y te comprendo, aunque quiera matarte. Es una cuestión de
dinero, lo sé. Ellos lo tienen, y tú lo necesitas. Así funciona este mundo. Pero abandono
de todas formas. Nos vemos después de Navidad.
Ewan se derrumbó sobre la mesa de mármol recién pulido. Qué zorra…, pero tenía
razón. Así funcionaba.
***
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Mentone, Texas
Tyler empujó la puerta del lavabo que rebotó contra la pared. Había tenido un día de
perros y tenía ganas de asearse y emborracharse para no pensar en nada más. Dos
ganaderos de Tucson habían negociado con la American Food un contrato millonario
que lo dejaba al margen. No había podido competir con sus magníficos ejemplares
cruzados con terneras de la raza Santa Gertrudis. Sus reses Brahman de grisáceo pelaje
eran mejor que buenas y disponía de una buena partida lista para ser enviada. Pero «no
ofrecían garantía de distribución, la producción es menor, y la carne, más cara», habían
dicho llenándose las malditas bocas de excusas... ¡Al diablo con ellos! Malditos
especuladores. «Otra pérdida que sumaré al balance negativo del año», pensó
malhumorado, levantando la mirada.
Sus facciones se helaron al descubrir los ojos de la mujer observándolo desde la
bañera. Estaba completamente desnuda. El agua aún le caía por el cabello y los
hombros, deslizándose lentamente por la prominente curva de los senos que intentaba
cubrir con un brazo mientras, con el otro, abrigaba a duras penas el diabólico triángulo
entre las piernas que atrapaba la mirada del hombre. La visión le provocó un ligero
mareo que ocultó tras su máscara de dureza. ¿Qué hacía allí? Solo le faltaba aquello
para que su mal genio explotara… para que todo él explotara, porque, ¿a quién quería
engañar? La deseaba, esa era la verdad. Abbot lo ponía a mil por hora. Y no se trataba
de algún pequeño detalle que lo emocionara remotamente porque se sentía solo o
agotado. Es que ella lo aniquilaba. Absolutamente. En conjunto, con ropa, sin ella,
refunfuñando, canturreando con sus desafinados alaridos aquella canción de los ochenta
de Bon Jovi… Absolutamente.
—¿No sabes llamar a la puerta, McKenzie? —Amanda hacía esfuerzos por alcanzar
la toalla que había dejado sobre el lavabo.
Tyler sacudió la cabeza, irritado y excitado a pesar de todo. Cogió la toalla y se la
lanzó con rudeza sin apartar un segundo los ojos. Amanda se envolvió en ella
rápidamente y sacó los pies de la bañera, enfrentándose a la ávida mirada del hombre.
—Brooke me dijo que podía utilizar cualquier aseo. El de mi dormitorio tiene
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alguna cañería obstruida. Dijo que lo mirarías cuando regresaras de la ciudad.
—No soy tu maldito criado, Abbot —replicó sin apartar los ojos de aquellas gotas
que resbalaban por el hueco de su garganta y morían entre sus senos.
—Ya veo. Tienes uno de esos días. Está bien. No lo hagas. Pero no entres sin llamar
para otra vez —pidió, dándole la espalda y tomando su cepillo para desenredarse el
cabello.
Tyler seguía tras ella, podía verlo reflejado en el espejo, con las facciones
contraídas, los labios apretados y las pupilas dilatadas por algún pensamiento que
debía cruzar su mente y que no compartiría con ella.
—¿Me das órdenes en mi propia casa? —se lo preguntó al oído, y Amanda sujetó
con fuerza el extremo del cepillo para evitar que cayera.
—No es una orden, Tyler. Es el modo en que las chicas inglesas pedimos las cosas.
Con sutileza y determinación —le informó, manteniéndole la mirada a través del
espejo.
—No me digas. Así que sutileza y determinación… —Tyler se había aproximado un
poco más. Apoyó las manos sobre la cerámica del lavabo, empujándola ligeramente
con su pecho hacia delante—. A lo mejor, Abbot…, un día, te doy una sorpresa.
—¿En serio? ¿Qué harás, Tyler, desaparecer a un chasqueo de dedos? —se burló,
consciente de su cercanía, de su olor, de la silenciosa lucha que se libraba en su interior
mientras ambos se resistían a la evidente atracción que surgía en cuanto estaban cerca
el uno del otro.
—A lo mejor, Abbot… —repitió Tyler, arrebatándole el cepillo de la mano y
dejándolo caer al lavabo—, decido silenciar esa boquita respondona con una buena
ración de mi propia sutileza. Y a lo mejor, me olvido de mis buenas intenciones a pesar
de que te paseas en cueros por mi casa y de que mis hermanos me liquidarán si te
toco…
—Tyler… —Amanda tenía suficiente, y al parecer, sus cuerdas vocales pensaban lo
mismo, ya que su voz sonó como si perteneciera a otra persona.
Todas sus terminaciones nerviosas se habían colapsado peligrosamente con el
simple contacto de su aliento en la nuca. No importaba lo que dijera o hiciera Tyler a
partir del si te toco… Solo con que pronunciara una sola palabra más (y daba igual la
que fuera), Amanda corría el grave riesgo de desplomarse contra su pecho y ser víctima
de su propia debilidad. Se aclaró la voz, tratando de mantener la calma. «Respira
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hondo, Amanda, no es más que un hombre…». Está bien, puede que Tyler McKenzie
tuviera aquellos hombros magníficos sobre los que cualquier camiseta desearía
descansar hasta que se borrase la etiqueta de las instrucciones de lavado. Puede que
aquella diminuta cicatriz en su labio fuera lo más sensual que había visto y deseado
besar en su vida. Puede que sus ojos verdes tuvieran la tonalidad exacta para perderse
en ellos durante una eternidad… «Un hombre, Amanda, por Dios…».
—… y a lo mejor…
—Tyler…, dijiste que no me convenías…
Tyler suspiró. Era cierto, lo había dicho. Y se había prometido que mantendría las
manos lejos de ella. Pero Abbot se empeñaba en cruzarse en su camino. Precisamente
aquel día.
Resopló. Un mal día, un mal año, un mal todo. Un humor de perros que se había
aplacado al llegar a casa y encontrarla desnuda, como un suculento manjar de una carta
sofisticada y diferente. Un festín prohibido para alguien que tenía demasiadas cosas en
la cabeza como para ser considerado y hacer promesas que seguramente no podría o no
querría cumplir. La miró con curiosidad, sintiendo de nuevo aquella extraña sensación,
aquella advertencia de peligro que lo obligaba a retroceder antes de que fuera
demasiado tarde. Sin embargo, no se apartó un milímetro. Se preguntaba por qué le
daba tantas vueltas en lugar de aprovechar la oportunidad. Era un hombre. Abbot era
una mujer, saltaba a la vista, y tendría que estar ciego para no darse cuenta del modo en
que transpiraba bajo la suave capa de agua que aún la cubría, bajo la toalla…
desnuda…
Nadie podía culparlo si echaba el cerrojo a la puerta y zanjaba aquel asunto de una
vez por todas. Podía sacársela de la cabeza y dormir a pierna suelta toda la noche, algo
que no hacía desde que aquella intrusa se metiera en sus vidas. Con suerte, Abbot lo
añadiría a la larga lista de razones por las que despreciaba a los tipos como él y
adelantaría el final de sus vacaciones. Con suerte, Abbot pondría tierra de por medio y
él no volvería a pensar en todas las cosas que le hacía sentir…
—Tyler…, no puedo… respirar —murmuró Amanda, fingiendo que le molestaba la
proximidad y la postura, cuando lo que en realidad quería era comprobar si su boca
tenía el mismo sabor de la última vez.
Tenía que recuperar la dignidad y dejar de jadear. Pero no se lo estaba poniendo
fácil y hasta para una actriz como ella, interpretarse a sí misma convertida en bloque de
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hielo inanimado, resultaba una misión imposible.
Tyler pareció reparar de pronto en lo violenta que era la situación. Se apartó
lentamente, llevándose en el mentón parte de la humedad del cabello femenino.
Diablos. Se frotó la barbilla, confuso. Se sentía como si Abbot lo hubiese marcado con
un hierro candente…
—Echaré un vistazo a esa cañería —«cuando me haya recobrado de este momento»,
añadió mentalmente para sí mismo. Al escuchar un «gracias» que sonaba a victoria, no
pudo reprimir el siguiente comentario—: Pero hasta que esté arreglada, evita pasearte
por la casa con tu disfraz de Eva, ¿quieres? Un hombre podría considerar eso como una
invitación, Abbot.
—Gracias por el consejo. —Se volvió, furiosa por la advertencia que leía en su
mirada. Así que esas tenían. «Muy bien, McKenzie, también puedo jugar a ser dura»—.
Lo recordaré cada vez que algún vaquero maleducado pretenda tirar la puerta abajo y
reclamar su derecho al baño.
—Qué graciosa… ¿Se supone que esta es la parte del chiste en la que me parto de
risa? —Tyler cruzó los brazos sobre el pecho y, contra su voluntad, sus comisuras se
torcieron en algo que recordaba bastante a una sonrisa.
—No, Tyler. —Amanda recuperó su cepillo y lo empujó hasta la puerta—. Esta es la
parte en la que te disculpas por tu grosería, te largas y nos ahorramos el resto de la
discusión…
Tyler no dijo nada. Seguía conmocionado porque llevaba su olor en la piel y no se le
ocurría ninguna tortura peor que aquella para rematar el día.
—Está bien, no digas nada. —Suspiró Amanda, cepillándose el cabello con tanta
fuerza que se diría que pretendía arrancarlo del cuero cabelludo—. Ya sé que lo de la
disculpa queda descartado. No lo esperaba en realidad.
—Bien. Porque no pensaba dártela —comentó desde la puerta, echando otro vistazo
fugaz a las curvas que se marcaban bajo la toalla. «Diabólica»—. Quiero el lavabo
libre en cinco minutos, Alteza.
Y solo para que padeciera la mitad de su tormento, comenzó a sacarse la camiseta
por los hombros con ceremoniosa parsimonia.
Amanda le miró espantada en parte, aunque, siendo honesta, completamente aturdida
por la visión de su pecho ligeramente cubierto de vello oscuro. Pero ¿qué…? Aquel
desgraciado era muy capaz de quitarse hasta la última prenda con tal de salirse con la
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suya y quedarse el baño para él solito. Por Dios, qué hombre…
—Ya me voy, ya me voy… —Amanda pasó frente a él, poniendo especial cuidado
en no rozar ninguno de los atractivos músculos que dejaba al descubierto, y salió todo
lo deprisa que sus piernas de gelatina le permitieron.
***
—No acompañarás a Doc a Abilene. Fin de la discusión. —Tyler cepilló con fuerza
el lomo del caballo y empujó con la bota el cubo de agua jabonosa para colocarlo lejos
de su hermana.
Los ojos de Brooke lanzaban chispas de rabia, valorando mentalmente cuánto podía
correr antes de que Tyler la alcanzara si decidía ponerle el cubo por sombrero.
—No puedes prohibirme nada, Ty. Ya soy mayorcita —le recordó, los brazos
cruzados sobre el pecho en una pose muy McKenzie.
Tyler arrojó el cepillo al agua y la miró fijamente. Observó el ceño fruncido, las
mejillas encendidas y la mirada orgullosa y honesta que tanto recordaba a la de Lillian.
Reparó en las formas que le decían que ya era una mujer. Sin embargo, cuando pensaba
en Brooke, seguía viendo a la niña de expresión asustada que tiraba de su mano, «Tyler,
ven rápido…», y le pedía que la acompañara a su cuarto y matara un oso de dos metros
que había bajo su cama… «Está aquí, Ty, lo he visto, lo juro».
La pequeña Brooke, creciendo con la única compañía de tres hombres que no sabían
nada de chicas, regresando de la escuela, haciéndole sorprendentes preguntas sobre los
besos y viendo películas de terror con los dedos en los ojos, «Tyler, cuéntame el final,
es horrible, ¿no?».
Dios, no podía creer que se hubiera convertido en aquella mujer hermosa y decidida
que le exigía un poco de libertad, con la velada amenaza de arrancársela de las manos a
base de golpes. ¿Cuándo había crecido tanto? El pánico se apoderaba de él por
momentos, pero lo disimulaba como podía. La quería. Y deseaba protegerla, ser su
héroe siempre. Pero comprendía que Brooke necesitaba su propio espacio y estaba
dispuesto a dárselo. Aunque no tanto ni tan rápido.
—¿Qué parte de no te irás de viaje durante dos días con un tipo no has entendido?
—preguntó con voz grave, ocultando las emociones.
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—Doc no es un tipo. Es un buen hombre y un buen amigo. Venga ya, Ty… Si lo
conoces de toda la vida. —Brooke dominó su malhumor y se concentró en acariciar el
hocico del caballo.
—Que lo conozca no quiere decir que me fíe de él. Es un hombre. Y tú estás muy
rarita últimamente, Brooke. No me fío —sentenció—. Además, si somos tan amigos,
¿cómo es que no ha venido a pedírmelo personalmente?
Brooke desvió la mirada a su espalda. Le había pedido a Doc que la esperase en la
camioneta, previendo la reacción exagerada de su hermano ante un inocente viaje.
—Porque yo le he pedido que me dejara hablar antes contigo —confesó—. En
realidad, Doc… Bueno, él tampoco me ha invitado exactamente. Pero yo pensé…
Bueno, solo serán dos días, Tyler. Doc tiene que recoger material nuevo para la
consulta, y yo…
—Entiendo —atajó Tyler—. La respuesta sigue siendo no.
—¡Oh! No puedo creer que seas tan bruto… ¿Crees que si quisiera darme un
revolcón con Doc o con cualquiera no lo habría hecho ya?
—Sabes que no, Brooke. Nadie de por aquí se atrevería a ponerte la mano encima. Y
tú eres una buena chica McKenzie.
—¡Madura, Ty! Estamos en el siglo veintiuno.
—Pues me importa una mierda, Brooke. —Recuperó el cepillo y siguió acicalando
al animal, a un paso de arrancarle las crines con el entusiasmo que ponía en la tarea—.
En esta casa, seguimos siendo tradicionales en algunos aspectos. Y si un tipo pretende
llevarse a mi hermana en su camioneta y pasar la noche fuera, tendrá que ser poniendo
antes un anillo en su dedito.
Brooke iba a gritarle, pero se detuvo al captar el significado oculto de sus palabras.
Suspiró. Sonrió. «Una pequeña victoria», pensó. Pero cómo quería a aquel tremendo
cabezota…
—Tú ganas. Me quedo. Pero solo porque soy una buena chica McKenzie —le
revolvió el cabello y giró sobre los talones, canturreando alegremente.
—Brooke. No te hagas ilusiones, ¿quieres? Estaré vigilando de cerca a ese
matasanos —le advirtió Tyler satisfecho. Eso estaba mejor. Cediendo y acotando. Si
Doc quería llevarse lo más valioso que había en aquella casa, tendría que demostrar
que estaba a la altura.
Se tocó el ala del sombrero para saludarlo en la distancia con su habitual expresión
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fúnebre y amedrentadora. Bajo ella, el hermano mayor estaba profundamente
complacido por cómo iban sus planes. «Muy bien, amigo. Si la quieres, merécela».
—Interesante —sonó una voz a pocos pasos.
Tyler ladeó la cabeza y recorrió con los ojos la silueta que se recortaba contra la
luz, al otro lado del caballo más limpio de todo Mentone.
—La que faltaba. —Tyler elevó los ojos al cielo con sarcasmo—. Espero por tu
bien, Abbot, que no hayas tenido nada que ver con ese acto de rebeldía.
—Ya te gustaría. Pero no. —Amanda alargó el brazo para arrebatarle el cepillo y
masajeó con suavidad el grueso pelo cobrizo, arrancando un sonido de placer de la
garganta del animal.
Tyler dejó que su mirada recorriera con distracción las manos de la mujer, y una
ligera punzada de celos lo atravesó al comprobar el mimo que ponía en su caricia.
—Dime una cosa, Tyler… ¿Cómo se hace?
—¿El qué? —lo preguntó sin prestar demasiada atención. Todos sus sentidos
permanecían atrapados en aquellas manos que dibujaban círculos de espuma blanca
sobre el lomo.
—Ser el líder de la manada —añadió pensativa—. Controlarlo todo, organizar las
cosas de tal manera que cada una esté en su sitio, perfectamente protegida… en su sitio.
Conseguirlo. Tener una familia y lograr que permanezca unida. Que te quieran tal y
como eres y no importe quien seas en realidad.
Tyler frunció el ceño, clavando los ojos en los de ella. Había algo, quizás el modo
en que lo había dicho. Como si viera todo aquello, como si estuviera convencida de que
era así. Abbot lo dejaba sin palabras aquellas veces. Entonces no funcionaba la ironía.
Solo quedaban ellos dos y una distancia demasiada corta que podía menguar
peligrosamente. Un leve roce de la punta de sus dedos que sería como una descarga
eléctrica y que evitaría para no ponerse sentimental. Sin darse cuenta, había estado a
punto de tocarlos, pero los apartó con rapidez.
—Ya veo —murmuró Amanda para sí misma.
Tyler McKenzie no era un tipo hablador. Lo sabía y no esperaba respuestas. Pero las
tenía a pesar de todo. Allí, en su mirada y en la sensación que su tacto fugaz le dejaba
en la yema de los dedos.
—Abbot. ¿Acaso pretendes que este caballo te pida matrimonio? —bromeó Tyler,
arqueando las cejas con sorna, controlando aquel incómodo cosquilleo en la boca del
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estómago—. Nena, te aseguro que lo tienes en el bote con tanto arrumaco.
Amanda le devolvió el cepillo con lentitud.
—No te hagas el duro, Tyler —lo regañó, apoyando la barbilla en el pelo húmedo
del animal—. Ha estado bien, reconócelo.
—¿Y ahora ya no crees que sea un vaquero maleducado? Conmovedor —se burló,
salpicando de agua la cara de la mujer—. Tendré que hacer algo al respecto. Tiemblo
de pensar qué será lo próximo. Pero te aviso: no tomaremos té con pastas ni jugaremos
al cricket.
—Ya veremos, hermano mayor. —Amanda esbozó una sonrisa—. Sé bueno el resto
del día y puede que te ayude si se produce alguna otra rebelión familiar.
Tyler iba a contestar que no la necesitaba. Se las apañaba bastante bien solo. Aunque
le daría la razón en que no era tan divertido. O mejor no. Era un riesgo que flaqueara,
que se dejara enredar en la calidez de sus palabras.
—Me voy con Brooke. Aún tenemos que planear alguna perversión con la que
ocupar tus pesadillas —se mofó ella, y en respuesta, Tyler frotó compulsivamente con
el cepillo, siguiendo con la mirada la figura que se alejaba en dirección a la casa.
***
Aquella tarde, Tyler le había hecho una extraña petición. Le había pedido que lo
acompañara en su camioneta y que no le dijera nada a Brooke. Sabía aprovechar un
buen trato aquel vaquero, no había duda. Amanda suspiraba de vez en cuando mientras
él conducía en silencio. Se sentía inexplicablemente feliz por el hecho de que él
quisiera compartir un secreto con ella. Intuía que, en el fondo, Tyler buscaba una aliada.
Pretendía redimirse por comportarse como un tirano después de la discusión con
Brooke. Lo iba conociendo. Tyler no era de los que se disculpaban. Pero bullía en sus
ojos la clara intención de reconciliarse con Brooke y, aunque ya la tenía medio ganada,
quería su colaboración.
—Para ser mujer, no eres demasiado curiosa. —Él interrumpió su silencio. Al ver
que no contestaba, sonrió—. Ni siquiera me has preguntado a dónde vamos.
—No me importa. Me apetecía pasear —confesó, esperando que su respuesta no
delatara su emoción—. Pero ya que lo dices, ¿adónde vamos?
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—A buscar un regalo para Brooke. Mañana es su cumpleaños y voy a organizarle
una fiesta sorpresa. Pensé que podrías ayudarme a elegir algo bonito para ella. —La
miró de reojo—. Ya sabes, un vestido, unos pendientes… algo especial para alguien
especial.
Amanda estuvo a punto de echarse a llorar. Desde que perdiera a su familia y su
hermana Chelsea decidiera vivir una vida nómada en la que no había tiempo para
sentimentalismos, a excepción de su buena amiga Kitty, nadie había hecho nunca nada
especial por ella. Pero Brooke tenía a Cameron, Dylan y Tyler. Su trío de ases, como
solía llamarlos cariñosamente. La envidió por un instante.
—¿Cuántos años cumple? —preguntó, tratando de ocultar sus emociones.
—Diecinueve. Ya es toda una mujer, aunque odio reconocerlo.
—¿Porque ya no puedas ejercer de hermano mayor?
—Y porque cada vez es más difícil impedir que haga todo lo que le viene en gana.
—Eso es egoísta por tu parte, Tyler McKenzie —le recriminó con suavidad y sonrió
al ver como se encogía de hombros.
—Solo quiero lo mejor para ella.
—Lo sé. Y me parece que, en el fondo, no eres tan duro como pareces.
—¿Fantaseando de nuevo, Abbot? —La miró un momento, con un deje de burla en
los ojos verdes.
Se preguntó qué era lo que veía Abbot cuando lo miraba. En ocasiones, le intrigaba
tanto la respuesta que se quedaba despierto durante horas tanteando las opciones. Esas
veces, tenía que recordarse a sí mismo que, para Amanda Abbot, Harmony Rock era
solo un alto en el camino. Un camino que conducía a otro lugar, sofisticado y lleno de
comodidades, que no era aquel. Se quedó callado el resto del trayecto hasta la tienda de
la señora Tracy.
Estuvieron curioseando un rato hasta que Amanda encontró algo que le pareció
perfecto para Brooke. Era un vestido de gasa en tonos lilas, con delgadas tiras a los
hombros, y un chal que hacía juego del mismo color. Se lo mostró a Tyler con orgullo.
Él arrugó la nariz.
—Demasiado atrevido, ¿no crees?
—Claro que no. Tyler, es precioso —insistió ella y se lo colocó por encima para
que él captara cómo quedaría puesto.
—Muy escotado.
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—No seas ridículo. Brooke se volverá loca cuando lo vea.
—Yo me volveré loco si tengo que vigilar a todo el que se le acerque. —Tyler
extendió hacia ella una prenda que había cogido antes, y Amanda negó repetidamente
con la cabeza.
—¿Volantitos al cuello? Tyler, ese vestido es para una cría.
Él lo dejó a un lado refunfuñando.
—Está bien. Tú ganas. —Le quitó el chal de las manos y le hizo un gesto para que la
acompañara hasta la señora Tracy—. Pero si alguien le pone las manos encima a
Brooke, te hago responsable.
—Trato hecho —aceptó ella con alegría—. Y ahora, busquemos unos zapatos.
—¿Unos zapatos? Abbot, no estamos en Harrods. No te emociones.
—Hazme caso, y Brooke te obedecerá hasta el fin de sus días —prometió.
Él la siguió, en el fondo, esperanzado porque fuera como ella aseguraba. Cuando
regresaron a la camioneta, ya había anochecido y Amanda parloteaba todo el rato sobre
las buenas compras que habían hecho. Y una vez más, se vio envuelto en la magia que
ella desprendía al hablar. Chasqueó la lengua, contrariado. Le pidió que escondiera en
su habitación los regalos de Brooke y rezó porque ella estuviera agotada y se acostara
temprano. Aquel día, estaba especialmente hermosa. Con aquel brillo intenso en los
ojos y aquella expresión risueña que se estrellaba contra todas sus barreras.
Sí, definitivamente, Amanda Abbot no parecía la misma. Aunque en realidad, lo era.
Una mujer preciosa, con una vitalidad desbordante que a veces lo envolvía como un
cálido abrigo. Comenzaba a resultar demasiado peligrosa. Había descubierto que
Abbot era justo el tipo de mujer del que él podría enamorarse si se lo propusiera. La
cuestión era: ¿quería proponérselo realmente?
******
Amanda se dejó llevar por aquella calma que siempre la invadía cuando creía que
todos dormían. Disfrutó en silencio de una noche mágica más, mientras se inclinaba en
la valla y fantaseaba con los destellos que la luna irradiaba en su misma dirección.
Entornó las palmas de las manos en el aire, tratando de capturar el perfil de aquella
luna hermosa y plena. Una ráfaga de aire pasó sobre ella y se estremeció ligeramente.
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Sintió como unos dedos fuertes colocaban en sus hombros una manta y la sujetó,
cruzando los brazos sobre el pecho. Ladeó la cabeza y sonrió al ver a Tyler, apoyando
los codos sobre la barandilla de madera del porche, muy cerca de ella.
—Gracias.
Él no contestó.
—No podía dormir. ¿Te he despertado? —Amanda lo vio negar con un gesto. Sus
ojos se perdían en la distancia, quizás en un lugar donde ella jamás llegaría por más
que esforzara la vista—. ¿Brooke está dormida?
—Como un tronco —la voz de Tyler era un susurro en el silencio de la noche—.
¿Qué hacéis todo el día para que siempre esté muerta?
—Para serte sincera, hoy me ha sometido a un interrogatorio sobre tu regalo. Incluso
ha intentado sobornarme con unas galletas y un tazón de chocolate caliente. Pero he sido
una tumba, palabra de honor. —Sonrió.
—Tendrá que servir. Eso del honor es muy inglés, Abbot —apreció sin mirarla.
—Haré que no te oído. Por cierto, esta semana hemos comprado mucha tela donde la
señora Tracy —le informó ella, sonriendo otra vez—. Espero que no te importe. Pero
Brooke y yo hemos pensado que la casa necesitaba renovar las cortinas. No te
preocupes, hemos gastado lo mínimo en la tela y vamos a coserlas nosotras mismas.
—El dinero no es problema —la tranquilizó.
Ahora la observaba con incredulidad, y Amanda adivinó que no tenía mucha
confianza en sus dotes como costurera.
—Brooke me enseñará. Te prometo que tus ventanas tendrán esas cortinas aunque
pierda los dedos en el intento —ella bromeó y añadió en el mismo tono—: Quiero
ganarme el sustento, vaquero.
Tyler se atusó el cabello, y Amanda lo miró. Sus miradas se encontraron durante un
instante.
—¿Hay algo que no sepas o no te atrevas a hacer? —preguntó Tyler en voz baja, y
tal vez fue solo una ilusión, pero a Amanda le pareció que su cuerpo se había
aproximado al suyo al hablar.
«No sé llegar a ti», pensó ella. Claro que no se lo dijo. Estaba segura de que si lo
hacía, Tyler desaparecería con tanta rapidez que no tendría tiempo de decir nada más. Y
no deseaba que lo hiciera. Estaba disfrutando del momento, de la conversación a media
voz y de la noche que se cernía sobre ellos para envolverlos con su extraordinaria
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quietud.
—Te dije que te demostraría que te equivocabas conmigo, Tyler McKenzie —
contestó con orgullo.
—¿Y si te digo que ya casi me has convencido? —Tyler frotó su mentón contra el
cabello de ella, complacido al ver que no se movía ni hacía ningún gesto que estropeara
la espontaneidad de su caricia. Eso le gustaba en ella. Le gustaba que aceptara aquella
caricia sin pretender nada más, sin malinterpretarla y echarse en sus brazos—. Abbot,
hay algo en ti que me desconcierta.
—¿Porque soy una rata de ciudad que se adapta bien a la vida en un rancho? —
bromeó, consciente de su proximidad.
—Eres todo menos una rata de ciudad, Abbot.
Tyler estaba ahora tras ella y sus manos se aferraban a la madera a ambos lados de
su cuerpo, apresándolo bajo su enorme estatura. Sintió el aliento de él sobre la nuca y
volvió a estremecerse.
—¿Cómo lo sabes? —Amanda coqueteaba sin querer.
Era cierto. No quería provocar situaciones incómodas entre ambos y se lo había
propuesto desde el principio. Sin embargo, él estaba tan cerca… Podía sentir los
latidos de su pecho golpeando su espalda, desarmando sus buenas intenciones.
—Lo sé porque nunca he querido besar a una rata… —la voz de Tyler se perdió a
medida que ella giraba para recibir su boca en la suya.
Tyler abrió sus labios con suavidad, invadiendo el interior y explorándolo con
lentitud.
Amanda se aferró a sus brazos y notó como las manos de él se cerraban sobre su
cintura, arrastrándola hacia él de forma posesiva. Su lengua buscaba la suya y la
enredaba, la seducía irremediablemente a pesar de aquella vocecita en su cerebro que
le ordenaba que se detuviera.
Tyler no podía pensar. Ella vibraba en sus manos, sus alientos se entremezclaban y
los senos se apretaban contra su pecho, enloqueciéndolo, obligándolo a continuar con
aquella caricia que parecía la respuesta a cualquier deseo que albergara en el pasado…
y aunque se resistía, su boca descendió por el cuello femenino, en un lento recorrido
que arrancaba silenciosos gemidos de su garganta. La besó en el punto donde latía su
pulso, rozándola apenas con los labios, dejando que permanecieran en aquel lugar
exquisito que no estaba hecho para un hombre rudo como él… Los apartó con desgana,
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levantando la mirada para encontrar la de ella, limpia y sin reproches… sin reproches.
Amanda acarició con ternura las facciones de Tyler, sonriendo al ver como el cuerpo
de él se endurecía bajo el suyo. Tyler estaba intentando mantener el control, pero
comprendió que no era fácil para él.
—Te advertí que esto sucedería… ¿Quieres una disculpa? —preguntó Tyler con voz
grave. Parecía confundido, y eso la conmovió.
—No —lo dijo con naturalidad—. ¿Y tú?
Las manos de él continuaban sobre su cintura y las apartó como si le quemaran.
—No debimos hacerlo —masculló entre dientes—. Nos dejamos llevar por esa
maldita luna y ahora lo hemos complicado todo. Y esta vez estoy sobrio, no tengo
excusa.
—Tyler…, relájate. —Dejó que su mano descansara sobre el poderoso brazo
masculino—. Por una vez en tu vida, solo vive el momento, ¿quieres? No ha pasado
nada.
Tyler la miró como si estuviera loca. ¿Que no había pasado nada?, pero ¿qué clase
de mujer era? Desde luego no era demasiado lista. No lo suficiente observadora como
para advertir el temblor que recorría su cuerpo mientras la miraba. No supo si
descubrirlo lo hacía sentir mejor o simplemente hería su orgullo. ¿Es que era habitual
para ella besar a cualquiera sin que tuviera la menor importancia? La idea, aunque
debía alegrarle porque lo eximía de cualquier responsabilidad, le molestó.
—Así que lo de ganarte el sustento iba en serio —dijo con dureza. Aunque se
arrepintió enseguida de haberlo dicho, ya era tarde.
Las mejillas de ella se habían encendido y sus labios palpitaban. «Que no se eche a
llorar, por favor», pensó, sintiéndose miserable. Aunque, en el fondo, sabía que era
mejor para los dos que ella lo considerase un gusano. Esperó con resignación que le
lanzara unos cuantos insultos y quizás unos golpes para responder a su insulto. Sin
embargo, una vez más, Amanda lo sorprendió con su silencio.
—¿No dices nada? —espetó, interpretando su papel de tipo despreciable para ella.
—¿Y para qué? —Amanda empujó su pecho con firmeza pero sin brusquedad.
Eso le dolió más que si le hubiera estrellado el pequeño puño contra la nariz. La vio
caminar hacia la puerta con paso seguro. La siguió, apresando su mano antes de que
alcanzara la entrada. Ella se volvió, el rostro sereno y la mirada amable. La visión lo
dejó deshecho. Pero fingió que no le importaba.
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—¿Eso quiere decir que ya no habrá más besos a la luz de la luna? —preguntó con
sarcasmo—. ¿No más escenas de seducción, Abbot?
Ella le sonrió con una dulzura que asustaba.
—Una gran actuación, McKenzie.
La voz femenina se metía en sus oídos y llegaba hasta su cerebro, martilleando con
sus palabras en él, volviéndolo loco.
Soltó su mano, enfadado. Lo único que deseaba en ese momento era levantarla en sus
brazos y llevarla hasta su dormitorio para materializar todas las fantasías que lo
atormentaban desde que la conocía. ¿Cómo era posible que ella lo retara con la mirada
a hacerlo a pesar de cómo la había tratado… a pesar de que no tenía la menor idea
sobre cómo tratar a una mujer como ella?
—No se volverá a repetir —aseguró con la voz ronca por el deseo.
—Bien. Entonces, no lo repitas —soltó ella con indiferencia.
—¿No te importa? —Luchaba contra el impulso de hacerla callar de una vez.
Esa Abbot tenía la extraña facultad de sacarlo de quicio con aquella manía de tener
siempre la última palabra en todas sus discusiones. Por un momento, pensó en olvidar
el peligro que ella representaba y silenciar su boca rebelde con un beso. Uno más, solo
uno para demostrarle quien estaba al mando. Pero no. Por suerte, la razón venció sobre
sus impulsos
—Nena…, siempre logras sorprenderme.
—Tyler McKenzie —ella pronunció su nombre con peligrosa dulzura y añadió con
cinismo—: Confío en mis otras virtudes.
«¿Sus otras virtudes… aún había más?». Tyler se mareaba solo con pensar la mitad
de las cosas que estaba imaginando. Amanda lo dejó allí, desconcertado, recogiendo
los pedazos de sí mismo que ella había hecho trizas con sus palabras amables.
******
Para demostrarle a la señorita Abbot que lo de la noche anterior no había
significado nada, se le ocurrió que Lana Jackson fuera su pareja en la fiesta de
cumpleaños. Amanda se había llevado a Brooke con la excusa de revisar su correo en
la oficina postal y a esa hora debían estar a punto de llegar.
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Aún mantenía la esperanza de que Cameron regresara a tiempo para la fiesta, pero
cabía la posibilidad de que no fuera así. Por supuesto, que Dylan apareciera ya sería un
milagro dado las circunstancias en las que se habían despedido la última vez. Se sentía
culpable porque sabía que para Brooke no sería lo mismo sin ellos. Pero era demasiado
tarde para hacer examen de conciencia.
Cuando llegase el momento, arreglaría las cosas con Dylan quien, por cierto, parecía
no echar de menos a ninguno de ellos. No estaba orgulloso de lo sucedido. Y conocía a
Dylan lo bastante para saber que él tampoco lo estaba. Pero las aguas volverían a su
cauce cuando el indio comprendiera que, algunas veces, tener una familia requería una
humildad que no se aprendía liándose con la chica de tu hermano.
Aunque eso tendría que esperar. Era el día de Brooke y quería asegurarse de que
todo estuviera perfecto. Con ayuda de Doc, había montado unas mesas plegables en el
exterior y Lana lo había ayudado a adornarlas con los manteles y las flores que Amanda
había dejado preparados antes de servirle de cómplice para distraer a Brooke. La
comida estaba en su sitio; la bebida, fresca, y los farolillos, brillando a punto para
alumbrar cuando cayera la noche, que sería enseguida.
—Brooke se llevará una buena sorpresa. —Doc le palmeó la espalda y le puso unos
cuantos discos en las manos. Tyler lo miró extrañado—. He conectado mi equipo de
música y he traído unos discos de casa. No puede haber fiesta sin baile, amigo… ¡Ahí
llegan!
Amanda dejó que Brooke se adelantara. La vio gritar como una chiquilla al ver las
luces y los adornos y saltar sobre Tyler, derribándolo casi al hacerlo.
—¡Mentiroso! —le chilló, besuqueándolo y dirigiéndole a Doc una mirada de
complicidad—. Me has hecho creer que te habías olvidado de mi cumpleaños. ¿Dónde
está mi regalo?
—En tu cuarto. —Tyler se zafó del abrazo, avergonzado.
Brooke no esperó. Arrastró a Amanda escaleras arriba y, al descubrir el paquete
sobre su cama, lo desenvolvió a toda prisa.
—¡Es precioso! —Le enseñó a Amanda el vestido, y ella asintió, suspirando
aliviada al comprobar que había dado con la talla exacta—. ¿Has sido tú, verdad? ¡Lo
sabía! ¡Eres la mejor, Amanda!
—¿A qué esperas para ponértelo? Tus invitados están impacientes. —Era cierto.
Amanda se asomó por la ventana y vio como algunas camionetas se detenían frente a la
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casa.
—Ayúdame a abrocharlo.
Amanda le dio algunos consejos sobre el maquillaje. «Suave, natural», le había
dicho en tono maternal, recordando con nostalgia que nunca había tenido la oportunidad
de que su madre la aconsejara en aquellas cuestiones. «Que nadie vea el maquillaje,
solo tú sabes que está ahí...». Cuando Brooke le mostró el resultado, Amanda se sintió
tan orgullosa como si realmente fuera su hermana Chelsea quien la estuviera mirando
boquiabierta.
—Esta noche pareces una verdadera señorita, Brooke McKenzie —le dijo, y Brooke
la abrazó de repente.
—Eres la mejor, Amanda.
—Vamos, vamos. Vas a hacerme llorar. —La empujó hacia la puerta, ocultando la
humedad de sus ojos y sonriendo.
—¿No vas a cambiarte? —Brooke se detuvo al pasar junto al cuarto de Amanda—.
Ponte algo bonito para la ocasión. Por favor, por favor…
Amanda asintió, en realidad, porque quería contentar a Brooke en todo esa noche.
Era su fiesta. Todo cuanto Brooke quisiera, lo merecía. Incluso si lo que quería era que
Amanda brillara. Aunque lo que ella deseaba en realidad era estrangular a Tyler por
pavonearse delante de todos del brazo de Lana Jackson. Aun así, cambió sus vaqueros
por un vestido sencillo con la espalda y los hombros al aire y la falda amplia que le
cubría hasta las rodillas. Se soltó el cabello de la trenza que lo recogía y después lo
sujetó en las sienes con unas graciosas trabas en forma de mariposa que Brooke se
apresuró a prestarle. Dio una pincelada de color rosa tenue a los labios y se miró al
espejo.
—Ahora sí que estamos perfectas —dijo Brooke y la arrastró nuevamente con los
demás.
Amanda no se sorprendió cuando Doc tragó saliva al verlas salir y unirse al grupo.
A estas alturas, ya había descubierto su pequeño secreto. No era por ella por quien
suspiraba el veterinario. Y por el modo en que Brooke se colgaba de su brazo y
entornaba los párpados con coquetería, sus sentimientos eran correspondidos.
Desvió la mirada hacia Tyler que los espiaba desde el otro lado de la mesa y fruncía
el ceño. Amanda comprendió que le tocaba hacer de carabina con ellos, al menos hasta
que Tyler bajara la guardia. Sabía que Tyler apreciaba a Doc, pero no estaba segura de
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si aquel afecto llegaba al punto de permitir que le arrebatara a Brooke de su lado.
Por si acaso, decidió no arriesgarse. Charló con los dos animadamente durante toda
la noche, alternando la vigilancia entre las piezas de baile. Por suerte, sus buenos
vecinos se compadecieron de ella y restó importancia al hecho de que Tyler la ignorara
a propósito durante toda la noche. Además, ya lo había visto pisotear los pies de Lana
en un par de ocasiones. Así que, si no quería bailar con ella, mucho mejor.
Sin embargo, cuando todos habían comido y bebido hasta reventar y la música
comenzó a sonar de nuevo, supo que había llegado el momento de dejarles algo de
intimidad a los tortolitos. Se apartó con disimulo y observó satisfecha como Doc y
Brooke se perdían entre los demás para unirse al baile. Doc era respetuoso y delicado,
y Brooke parecía realmente sacada de un cuento de hadas con su vestido nuevo. Sonrió.
Hacían buena pareja.
Ladeó la cabeza al descubrir la mirada de Tyler, astuta y vigilante, buscando la suya
en la distancia. Lo vio deshacerse de Lana con un gesto y caminar hacia ella con paso
decidido. Amanda aprovechó la oportunidad que el ayudante de Cameron le brindaba y
lo tomó del brazo, aceptando su invitación.
—Graves, ¿me acompaña?
El hombre la miró con sorpresa. Era un tipo atractivo, de unos treinta y cinco años.
Los ojos grises y el cabello castaño perfectamente cortado y brillante, a juego con su
placa reluciente. Había escuchado rumores sobre ellos. En el pueblo, se decía que él y
Tyler no se llevaban demasiado bien desde que Lana Jackson plantara al ayudante del
sheriff y pusiera sus ojos sobre Tyler McKenzie. Le pareció que Graves se pegaba a su
cuerpo más de la cuenta mientras Tyler se acercaba a ellos.
—Graves —Tyler lo saludó con indiferencia—. ¿Puedo robarte a la señorita Abbot
un momento?
—Estamos bailando, McKenzie. ¿No tienes modales? —el tono de Graves era
hostil.
—Ya sabes que no. —El hombre la soltó, y Tyler la atrajo hacia él con brusquedad
—. ¿Nos perdonas?
Amanda vio como Graves se alejaba a disgusto. Claro que el disgusto solo le duró
unos segundos, justo el tiempo que tardaba en recorrer la distancia hasta Lana Jackson y
apartarse con ella del resto. Elevó la barbilla por encima del hombro de Tyler y los
espió mientras discutían acaloradamente pero sin levantar la voz.
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—McKenzie, creo que Graves intenta robarte la chica —murmuró, y él inclinó la
cabeza para aspirar el aroma de su cabello.
—Ya no —la voz de él también era un murmullo que acariciaba el lóbulo de su oreja
peligrosamente.
Amanda no entendió lo que quería decir. Estaba demasiado concentrada controlando
las sensaciones que él le producía con su cercanía. Tyler no era el mejor bailarín, de
acuerdo. Pero sabía cómo hacer que una chica perdiera la cabeza solo con el lento
recorrido de aquellos dedos sobre su espalda.
—No mires ahora, Tyler. Pero creo… creo que deberías volver con Lana —insistió
contra su voluntad.
—Lana no es asunto mío —contestó él con voz grave. Todavía intentaba
sobreponerse al golpe emocional que había sufrido al verla aparecer en la fiesta,
radiante y hermosa, con toda aquella piel que él deseaba tocar, al descubierto—. Pero
tú sí, Abbot. Estás… diferente… ¿Qué pretendías bailando y coqueteando con todos los
tipos de la fiesta…, sonriendo para todos?
—Vaya… Perdóname por tener piernas y por sonreír. No sabía que tenía que poner
cara de funeral para agradarte —se defendió y notó como las manos de él se cerraban
aún más alrededor de su cintura. Suspiró—. Y además, no he coqueteado.
—¿Ah, no? —Él arqueó las cejas con expresión burlona—. Entonces, dime qué
hacías bailando con ese idiota de Graves hace un momento. ¿Acaso no sabes que tiene
la extraña fijación de querer todo lo que cree que es mío? Me declaró la guerra cuando
Lana comenzó a frecuentar el rancho, ¿no has escuchado los chismes que circulan sobre
eso? El muy cabezota no entiende nada.
—¿A qué te refieres?
—Nena, ¿de verdad no lo sabes? —preguntó con evidente sarcasmo.
Amanda trató de desprenderse de su abrazo, pero Tyler se lo impidió, obligándola a
moverse junto a él al compás de la música.
—Lana Jackson solo tontea conmigo porque está furiosa con él. El idiota de Graves
no se decidía a poner un anillo en su dedo, y Lana me utiliza para darle celos. ¿En serio
no te habías dado cuenta?
—Pero ella… bueno, se puso furiosa cuando supo que viviría en el rancho —le
recordó—. Pensé que tú… que tú y ella… Ya me entiendes.
—Abbot, Lana Jackson quiere un anillo en su dedo. —Y añadió—: Cualquier anillo
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a estas alturas, ¿comprendes? Y por Dios, que rezo todas las noches para que ese
cretino se decida.
—Ya veo. —Supuso que Tyler quería decir que cuanto antes desapareciera Graves
de escena, antes podría ofrecerle su propio anillo sin tener remordimientos de
conciencia—. Me alegra que no estés preocupado.
—Y yo me alegro de que seas tan buen perro guardián —comentó él, y Amanda supo
que estaba hablando de Brooke—. No creas que soy tonto, Abbot. Y tampoco estoy
ciego. He visto cómo se miran esos dos.
—Tyler, son jóvenes… —Amanda se dispuso a interceder por ellos.
—Lo sé —su tono era ambiguo al hablar—. Por eso no me entrometeré a menos que
sea estrictamente necesario.
—¿Qué quieres decir? —Lo oyó suspirar en su cuello y cerró los ojos para recibir
su respuesta… o lo que fuera.
—Quiero decir que no le romperé la crisma a Doc siempre y cuando se comporte
como un caballero.
«¿Estaba bromeando?». Amanda no estaba segura. Tyler seguía siendo un misterio
para ella.
—¿Desilusionada?
Su pregunta la desconcertó y escuchó su risa tenue que se mezclaba con el sonido de
la música.
—Porque Doc no está interesado en ti —aclaró él.
—Lo superaré —contestó de buen humor, esperando que él captara la nota
humorística de su comentario. Al parecer lo hizo, porque aflojó la presión de sus manos
y la miró directamente a los ojos.
—La lista de hombres disponibles para ti se va reduciendo, Abbot —observó él—.
¿Imaginas el desastre cuando solo quede mi nombre en ella?
—También puedo superar eso —replicó, enfadada y excitada a la vez por lo que él
estaba insinuando.
—¿Qué harás cuando suceda, Abbot? —Tyler aprovechó que se habían alejado un
poco de los farolillos y, en la oscuridad, dejó que los labios rozaran su cabello—.
¿Volverás a tu querido Londres, lluvioso, bullicioso y divertido?
—Eso no me preocupa, Tyler —respondió, permitiendo, a pesar de su enojo, que los
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dedos de él acariciaran la línea de su nariz—. La pregunta es: ¿qué harás tú cuando eso
suceda?
—Creo que te echaré de menos —confesó él con una sonrisa—. No hay nadie por
aquí que me haga perder los estribos como tú.
—¿Eso es un insulto o un piropo?
—Es un hecho, Abbot.
Ella creyó que iba a besarla.
En el último segundo, Tyler apartó el rostro del suyo, fiel a la promesa que le había
hecho. Se deslizó con ella hasta quedar entre los demás bailarines nuevamente.
La música dejó de sonar un momento, y Amanda recordó que había olvidado algo.
Se golpeó la frente con la palma de la mano y corrió hacia la casa.
Tyler la siguió, preocupado y algo fastidiado porque tenerla en sus brazos había sido
un placer y una auténtica tortura.
—Se me olvidaba. La tarta… —destapó el pastel y colocó cuidadosamente las velas
en el centro. Buscó con la mirada un encendedor y sonrió cuando Tyler sacó uno de sus
bolsillos y encendió las velas—. ¿Vamos?
—Abbot, eres mi salvación —comentó él, quien también había olvidado el motivo
de aquella fiesta.
La vio salir para unirse al resto, con su pastel en las manos y los ojos brillantes. En
ese instante, se le ocurría que no había sido demasiado acertado en su frase. Debía
haber dicho: «Abbot, eres mi perdición». Claro que entonces, ella le habría puesto la
tarta de Brooke por sombrero y habría tenido que explicárselo a los invitados. Lo dejó
estar y la acompañó, tratando de no pensar en lo hermosa que se la veía con aquella
sonrisa que podría iluminar la noche más oscura.
Cuando Brooke sopló sus velas, fingió que no advertía el ligero beso en la mejilla
de Doc. Por esa vez lo pasaría por alto. Soportó estoicamente hasta el final, consciente
cada minuto de la felicidad de su hermana y de que Amanda era en parte responsable de
aquella felicidad. Cuando tuvo la oportunidad de estar cerca de ella, le susurró algo al
oído:
—Gracias.
Amanda se volvió, extrañada.
—¿Por qué?
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—Por hacer que esta fiesta de cumpleaños sea menos triste. Echa de menos a Cam y
Dylan, pero está haciendo lo que puede para sonreír a pesar de todo —observó y
añadió—: No lo habría logrado sin ti.
—Ha sido un placer, Tyler. —Amanda se escabulló de su lado.
Tyler estuvo tentado a ir tras ella y darle las gracias del modo en que realmente le
apetecía hacerlo. Pero sabía que era un error. Amanda le había tomado cariño a
Brooke, de eso estaba seguro. Pero un buen día, uno no muy lejano, se aburriría de
aquella vida y regresaría a su vida anterior.
Por suerte para Brooke, se estaba convirtiendo en toda una mujer que era capaz de
entender eso. Y por otro lado, tenía a Doc. Tarde o temprano, sospechaba que aquellos
dos se presentarían en casa y le harían saber que eran mayorcitos para andar solos por
la vida. Sin embargo, él no tenía nada de eso. Cameron y Dylan parecían haberse
distanciado últimamente y aún no los había perdonado por no llegar a tiempo a la fiesta
de cumpleaños de su única hermana.
Y así estaban las cosas. No tenía a nadie más que a Brooke, su responsabilidad, el
motor que lo había impulsado todos esos años a luchar. Esa Abbot solo era un
accidente, algo pasajero que desaparecería de sus vidas cualquier día. Ya lo sabía.
Entonces… ¿por qué no podía apartar de ella su mirada? Antes de que tuviera tiempo
de responderse a sí mismo, y quizá de decir alguna tontería, ocurrió algo que lo
impidió. «Salvado por la campana», pensó. Y desvió la mirada de Amanda para
clavarla en los recién llegados.
***
—¡Cam, Dylan!... —Brooke había noqueado prácticamente a los invitados para
abrirse camino hasta ellos. Saltó sobre ambos con ímpetu y la recogieron entre sus
brazos para evitar que los lanzara al suelo.
Amanda observó la escena, divertida. Cameron fingía asfixiarse por el abrazo y el
otro tiraba del pelo de Brooke y hacía bromas sobre su aspecto, provocando que la
joven le diera con los nudillos en la coronilla. Se fijó en él. Así que aquel era Dylan…
Otro McKenzie atractivo y, al parecer, un poco cabezota.
Kitty no había exagerado. Los genes McKenzie debían poseer algún ingrediente
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mágico que convertía a sus hombres en tipos altos, increíblemente guapos e
increíblemente peligrosos. Examinó detenidamente las facciones del recién llegado.
Tenía el cabello mucho más oscuro que el resto y los ojos como el ébano, y cuando
descubrió que ella lo estaba analizando, le mostró una espléndida sonrisa que tardó una
fracción de segundo en conquistar a Amanda.
Allí estaban. El clan McKenzie al completo. O casi al completo. Amanda espió la
reacción de Tyler, que se mantenía a una distancia prudencial y apuraba de un trago el
resto de su cerveza. Cómo no. Tyler McKenzie. El hombre al que le habían tatuado al
nacer, la cara de Clint Eastwood a punto de liquidar a uno de los extras de sus películas
del Oeste. Chasqueó la lengua. ¿No podía al menos fingir que se alegraba? Qué
cargante, por Dios… Le hizo una seña con disimulo, y Tyler respondió encogiendo los
hombros. Amanda insistió, inclinando la cabeza en dirección a Brooke y el resto. Esta
vez, Tyler arqueó las cejas, y Amanda se las habría arrancado con gusto de no ser
porque había testigos. Comprendiendo que era una batalla perdida, decidió que daría el
primer paso. Se aproximó a él, se colgó de su brazo, tenso como una correa, y lo
arrastró hasta los demás. Tyler trató de zafarse, pero Amanda, aun arriesgándose a que
la enviara al diablo, lo retuvo a su lado. Levantó la barbilla para murmurarle algo al
oído.
—No te atrevas a estropearlo.
—No pensaba hacerlo —se defendió en voz baja, aunque por su expresión, se diría
que era justo lo que pretendía.
—Entonces, camina —ordenó Amanda con una sonrisa forzada que solía utilizar en
su serie, en las escenas en las que el Dr. Lockarne la presentaba a Elora como su
excelente enfermera Wendy. En la televisión, funcionaba. Tendría que servir ahora o
tantos años practicándola habrían sido un fracaso.
Los pies de Tyler se movieron pesadamente, como si de pronto alguien le hubiera
gastado una broma de mal gusto untando las suelas de sus botas con pegamento rápido.
Recorrieron juntos la escasa distancia que los separaba de Brooke, Cam y Dylan. La
expresión de Tyler era la de un condenado dirigiéndose hacia el corredor de la muerte.
—Así que eres la famosa Amanda. —Dylan se hizo a un lado para estrecharle la
mano, y Amanda percibió enseguida la misma calidez que había encontrado en la de
Cameron. «Estoy salvada», pensó. Otro espécimen masculino con la marca McKenzie
que parece un ser humano. «Sufre, Tyler». Dos contra uno.
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—Vaya… Espero que lo de famosa no sea por mi habilidad practicando el lazo —
bromeó, recordando que aquella semana había protagonizado un par de caídas
memorables que habían hecho las delicias de un impasible Tyler.
—Me han dicho que haces milagros con tu cámara, inglesa. Parece que hasta has
conseguido que Ty saliera guapo en las fotos. —Miró a su hermano y como respuesta,
Tyler le dedicó una mirada glacial—. Aunque por lo visto, el efecto solo dura un
segundo.
—También me alegro de verte, Dylan. —Tyler aceptó su mano, la apretó fugazmente,
evitando más cercanía, y se mezcló con los demás para eludir la conversación.
Amanda lo siguió con la mirada. Cobarde… Había corrido a refugiarse en brazos de
Lana Jackson. Bailaba tan pegado a ella que al pobre Graves se le salían los ojos de las
cuencas cada vez que pasaban junto a él, mientras que Lana parecía a punto de chillar
para que alguien detuviera aquella masacre de las botas de Tyler sobre sus pies.
—Déjalo estar, indio. No está preparado para hablar. —Cam rodeó con su brazo los
hombros de su hermano menor—. Tomemos algo… y dale a Brooke nuestro regalo antes
de que salga a registrar la camioneta, ¿quieres?
—Mier… Casi lo había olvidado. —Dylan se metió la mano en el bolsillo de sus
tejanos y colocó algo en la palma de la mano de una expectante Brooke. La joven lo
contempló con ojos húmedos por la emoción. Se los mostró a Amanda. Un par de
dados… Era su manera de decirle que estaba en casa y que no volvería a abandonarla.
—Siento haberte hecho daño, hermanita. —La abrazó con ternura, y Brooke se
limpió las lágrimas con un rápido ademán.
También era una McKenzie, fuerte como un roble, inquebrantable como el acero…
Aunque en ese instante solo era una mujer joven y hermosa que adoraba a su hermano y
se alegraba de haberlo recuperado.
—Idiota… —Le plantó un sonoro beso en la mejilla y miró a Amanda—. Te lo
advierto, este es el más peligroso de los tres. No dejes que te enrede o acabarás colada
por él hasta los huesos.
Amanda rió. Ninguno se percató de la expresión de sobresalto que las palabras de
Brooke acababan de provocar en el hombre que observaba la escena.
Tyler apretó los labios y echó una miradita cuando ellos no lo observaban. Amanda
parecía hipnotizada. Los ojos color miel brillaban mientras el indio le contaba alguna
entretenida anécdota de esas que había protagonizado cuando era el hermano ausente.
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Seguro que todas eran ciertas. Seguro que eran muy divertidas. Y cómo se reía ella,
qué buena pareja hacían bailando tan juntos… Tyler se mareó de repente. Sintió que le
faltaba el aire en los pulmones. Diablos… Tendría que hablar con el matasanos local
sobre aquello. Últimamente, le sucedía a menudo y comenzaba a ser alarmante.
—El teléfono ha sonado. Voy a ver quién es… —anunció a Lana, quien frunció el
ceño en un signo evidente de que no se había tragado la excusa.
—Yo no he oído nada. —Lana le apretó el antebrazo para retenerlo y bajó la voz
para evitar que los demás los escucharan—. Tyler. Todo el pueblo está aquí. ¿Quién
crees que llama a estas horas?
—Pues ha sonado… ¿cómo demonios quieres que sepa quién es? No soy un maldito
vidente. —Se soltó y la dejó plantada.
Amanda lo descubrió después de la segunda cerveza, justo cuando intentaba huir con
unas cuantas botellas de propina en dirección a los establos. Le interceptó el paso en la
cocina.
Tyler se peleaba con la tapa de una botella de cerveza, intentando levantarla con una
de las varas del respaldo de una silla de madera. Amanda se la quitó de las manos antes
de que destrozara todo el mobiliario.
—Tyler… ¿Estás bien?
—De fábula —contestó con rudeza—. Una fiesta estupenda. Todo es perfecto,
Abbot.
Tendió la mano para que le devolviera su cerveza, y ella lo hizo, suspirando.
—Sería perfecto si en lugar de estar aquí, emborrachándote en soledad, estuvieras
ahí afuera, con tus hermanos —le reprochó con suavidad.
—Dylan ha venido, ¿no? Eso es lo que importa. El indio es un fuera de serie, Abbot.
Unas palabras… y todo olvidado, ¿qué me dices?
—Digo que te convendría aprender un poco de él —lo hostigó—. Tal vez, serías
mejor hermano, mejor hombre y mejor persona, Tyler McKenzie. Y quizá, si olvidaras
tu rencor y pusieras un poco, solo un poquitín de tu parte, te darías cuenta de la
maravillosa familia que tienes.
Tyler la apuntó con las cervezas, los ojos encendidos de rabia y desconcierto.
—Y yo digo, Abbot, que te metas en tus asuntos y dejes que los McKenzie
arreglemos nuestras cosas a nuestra manera —recalcó el nuestra para que no tuviera
dudas de lo que quería decir.
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Ella no era uno de ellos, Amanda había captado el mensaje. Pero se lo perdonaba
porque sabía que estaba dolido y decepcionado. Y aunque no lo reconocería, Tyler
estaba en realidad hecho polvo.
—¿Y cuál es esa manera, Tyler? —insistió con terquedad, dispuesta a hacerlo entrar
en razón—. ¿Emborracharse, portarse como un idiota y volver más tarde en busca de
pelea?
Lo oyó reír por lo bajo.
—Cuánta imaginación, Abbot. —La apartó sin miramientos—. De momento, solo
emborracharme. Y en cuanto a lo de la pelea… Nena, todo depende de si te encuentro
aquí para sermonearme cuando regrese.
—¿Es una amenaza? —Amanda lo siguió, y Tyler le lanzó una última mirada
colérica desde la puerta.
—Ponme a prueba.
Amanda le tiró la tapa de una botella, furiosa. Dylan acaba de cruzarse con Tyler en
el camino y la atrapó en el aire con la mano.
—Qué mala puntería. Y vaya humos con los que salía mi hermano —observó y le
acarició la mejilla con afecto—. No sufras, Amanda. Volverá en un par de horas y se irá
derechito a la cama. Lo conozco.
—¿Lo conoces y sigues queriéndolo? ¿Cómo lo consigues? —rompió la tensión que
Tyler había dejado en el ambiente.
Dylan torció los labios, resignado.
—Practico técnicas de relajación cuando está cerca —bromeó—. Pero no funciona
siempre.
—Eso me tranquiliza. —Amanda le entregó un par de platos con bocadillos y señaló
la puerta—. Pero si tengo que enfrentarme a ese lunático, será mejor que tenga algo
sólido en el estómago. Ayúdame a sacar esto.
***
—Una mujer pensativa… me aterroriza.
Amanda sonrió al escuchar la voz de Cameron a su espalda. Se giró hacia él, que la
observaba con expresión divertida mientras le colocaba una cerveza en la mano. Apoyó
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los codos en el porche. Hacía frío, pero su sangre aún hervía por el comportamiento
anterior de Tyler.
—Debe ser mi noche de suerte. —Amanda lo apuntó con la bebida—. Dos de los
tres McKenzie desplegando todo su encanto para mí. ¿Cuál es el truco?
—Dylan y yo hemos valorado la posibilidad de devolverle su dinero a tu amiga. Tus
vacaciones están siendo una pesadilla gracias a ya sabes quién. No sería tan malo,
¿sabes? Harmony Rock está a un paso de la ruina y mi otra mitad genética se ha vuelto
loco. ¿Crees que puede ser contagioso? —preguntó, destapando otra cerveza y
fingiendo que la idea lo sobrecogía. Después, informó con el mismo buen humor—: Si
estás pensando en matar a Ty, tendrás que ponerte a la cola.
—¿Matar a Tyler? —Arqueó las cejas con sarcasmo—. Tendría que ser humano. Por
desgracia, olvidé mi juego de estacas y mi crucifijo en Londres. Y además, ¿por qué
querría hacer yo algo así?
—Porque has pronunciado al menos diez veces las palabras cabezota, insensible,
orgulloso y tirano cuando Ty ha entrado hace un rato dando traspiés. Y porque, para
qué negarlo —sonrió encantadoramente—, todos en esta casa tenemos últimamente el
mismo pensamiento. Aunque no logramos ponernos de acuerdo sobre el modo de
liquidarlo.
—¿Has probado con balas de plata? Funciona en las películas. —Amanda se
terminó la cerveza y miró a Cameron a través del cristal de la botella vacía.
Qué curioso. Tyler y él eran como dos gotas de agua. Altos, atractivos, imponentes.
Sin embargo, Cameron le transmitía una extraña sensación de seguridad que no tenía
nada que ver con su placa, mientras que la compañía de Tyler era un sangriento campo
de batalla donde frecuentemente salía herida de gravedad. Sí, muy curioso.
Preocupante. Todas las voces de su juicio le enviaban mensajes de alerta sobre Tyler.
«Aléjate, aléjate». Pero siempre encontraba una buena excusa para esquivarlos. A
veces era un roce casual; otras, una mirada furtiva.
En ocasiones, era la forma en que le pedía que se apartara y no estorbara su trabajo.
«A un lado, Abbot», solía decir con aquella voz grave y seductora. Un delicioso
mensaje velado que enseguida se descifraba en sus profundos ojos verdes y que solo
decía, «quiero besarte». Aunque Tyler se dejaría matar antes que reconocerlo. Se
aventuró a conocer más del hombre que se escondía tras aquellos mensajes.
—¿Siempre ha sido así?
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—¿Huraño y desconsiderado? —Cameron negó con la cabeza.
—¿Y qué pasó? —indagó con curiosidad—. ¿Una mujer?
Otra negativa que hizo que Amanda suspirase disimuladamente de alivio.
—Los años, la responsabilidad, el miedo a sentir, la vida misma. Podría seguir toda
la noche y en realidad, no sé si sería la respuesta correcta. Un buen día, Tyler se
convirtió en Tyler.
—¿Así? ¿Sin más?
—Amanda. —Cameron le quitó la cerveza de la mano y la dejó sobre la barandilla
—. Tienes que saber algo sobre mi hermano. Cuando llegó el momento de asumir las
riendas de Harmony Rock, el clan McKenzie era un completo caos. Brooke, demasiado
joven. Dylan nunca había querido ser ranchero, y yo trabajaba en Nueva York como
guardaespaldas. Tyler se hizo cargo de todo. A pesar de sus sueños, de sus esperanzas y
de sus verdaderos deseos. Aquellos que, por cierto, nunca nos molestamos en
averiguar. Toda su vida ha sido una larga lista de propósitos encaminados a hacer más
cómoda la existencia de los que lo rodeamos. Tyler es como una roca maciza que
sostiene a esta familia, Amanda. Nuestra piedra angular. Lo dejamos hacer. Nos
dejamos llevar. Lo queremos. Como se quiere a las cosas que están siempre ahí, aunque
no siempre puedas verlas.
—Así que una roca —murmuró pensativa, recreando en su mente la imagen que Cam
describía. Clavó los ojos en él—. ¿Y qué quería él realmente?
La pregunta dejó al hombre un poco descolocado. Cameron lo meditó un instante y
una ligera sombra de tristeza nubló su mirada.
—Pues… creo que aún no lo sé —confesó avergonzado.
—Entonces, será mejor que se lo preguntes, ¿no te parece? A lo mejor, sigue
esperando que lo hagas.
Cameron le acarició la mejilla con suavidad.
—Amanda Abbot. ¿Dónde has aprendido a ser tan sabia?
—Te sorprendería. —Le dio un ligero codazo en el costado y entró en la casa.
***
Amanda se había acostumbrado a madrugar como el resto y reconocía que había algo
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de masoquismo en el hecho de que se sintiera inexplicablemente en calma.
Lo cierto era que el menor roce con Tyler provocaba una batalla dialéctica que, a
menudo, él zanjaba enviándola a realizar alguna tarea en la que terminaba sucia,
magullada o humillada, o las tres cosas simultáneamente. Pero asumía que formaba
parte del giro radical que pretendía dar a su vida.
Una prueba de fortaleza. Un pulso a la tentación que ocasionalmente la asaltaba
cuando tiraba de las ubres de una vaca demasiado fuerte, arriesgándose a perder unos
cuantos dientes si el animal se ponía terco. Y por otro lado, Tyler parecía haber
abandonado momentáneamente la idea de arrojarla a los lobos, siempre que ella no se
inmiscuyera demasiado en su trabajo y en su vida. Generalmente, se mantenía a
distancia y aceptaba su presencia como la de uno más entre ellos. Pero la realidad es
que no lo era. Era alguien viviendo una vida que le encantaba mientras su vida anterior
podía estar a punto de explotarle en la cara.
Ese día estaba algo más que deprimida ante el hecho inminente de que no podía
esconderse eternamente en Harmony Rock. Tarde o temprano, algo lo estropearía todo y
se le acabarían las excusas convincentes para quedarse. La idea la entristeció. En ese
momento, mientras veía las manos expertas de Doc moviéndose sobre la ternera,
pensaba que no le importaría quedarse allí para siempre.
Doc pareció adivinar sus pensamientos. La miró y le guiñó un ojo, invitándola con
un gesto a que se acercara para contemplar al recién llegado.
Amanda lo hizo, emocionada hasta el punto que las lágrimas amenazaron con brotar
de sus ojos.
Doc se limpió las manos, dejó al pequeño ternero junto a su madre y comenzó a
guardar sus utensilios de cirujano en el maletín. Amanda lo observó, calculando
mentalmente su edad.
Al principio, y por como hablaban de él todos, con plena confianza sobre sus
habilidades como veterinario, había creído que Doc debía ser poco menos que un
anciano a punto de jubilarse. Sin embargo, al conocerlo, había descubierto con agrado
que aquel veterinario no tenía más de veinticinco años. Habían congeniado desde el
principio y a esas alturas, Amanda ya lo consideraba un buen amigo a quien contarle
sus inquietudes. Sospechaba, por la amabilidad que él le demostraba, que Doc sentía lo
mismo.
—Casi he llorado al verlo asomar la cabeza —confesó, y Doc sonrió.
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Era lo bastante atractivo como para que cualquier mujer intentara coquetear con él.
Pero a Amanda no le interesaba en ese sentido y no tenía intención de estropear una
bonita amistad. «Vamos, confiésalo. No es a Doc a quien echarás terriblemente de
menos cuanto te vayas», pensó, molesta consigo mismo.
—En el fondo eres una sentimental, señorita Abbot —bromeó él para animarla—.
¿Estás bien?
Amanda asintió, pero no fue muy convincente.
—¿Seguro?
Ahora ella negó con sinceridad.
—Pronto será Navidad. Siempre me deprimo por estas fechas —fue una confesión a
medias, pero estaba siendo todo lo sincera que podía dadas las circunstancias—. Y
para colmo, he agotado todos mis carretes. Necesito ocupar mi tiempo, pero si se lo
digo a Tyler, es muy capaz de ponerme a contar hormigas en el porche solo para
fastidiarme.
—Bueno, por la parte que me toca, espero que me hayas sacado bien guapo en tus
fotos.
—Ya sabes que sí.
Doc la tomó del brazo y juntos salieron del establo.
—¿Estás triste porque te aburres o lo estás porque nos has tomado cariño? —
preguntó él mientras se dirigía a su camioneta. Entrecerró los párpados para observarla
—. No quieres irte, ¿verdad?
—Tengo que volver algún día, ¿no?
—No te pregunto lo que tienes que hacer. Te pregunto lo que quieres hacer —
enfatizó Doc.
—Es que… bueno, ambas cosas no son compatibles —explicó con vaguedad. Lo
apreciaba, pero no podía contarle toda la verdad sin sentirse una usurpadora.
—¿No lo son?
—Hay que ganarse la vida, ¿sabes? En Londres, tenía un trabajo. Lo odiaba en
realidad. Supongo que forma parte del juego. —Amanda se mordió los labios—. Y no
hay mucho que una chica como yo pueda hacer para ganarse la vida por aquí, ¿no crees?
—Podrías ayudarme con la consulta —sugirió Doc de buen grado, y a Amanda se le
hizo un nudo en la garganta a causa de la emoción—. O podrías montar tu propio
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negocio. La gente de por aquí estaría encantada de que les hicieras el álbum familiar
para la posteridad, ya los conoces.
—Estoy segura de que lo harían solo para hacerme feliz —aceptó ella.
Lo cierto es que también sus buenos vecinos le habían tomado cariño y estaba
convencida de que harían cualquier cosa para convencerla de que se quedara. Todos,
excepto Tyler, por supuesto. Él ya le había dejado bien claro que solo estaba allí de
paso y que su marcha no le causaría ningún trauma insuperable.
—También podrías trabajar para los McKenzie. —Doc sonrió como si, de pronto, se
le hubiese ocurrido una gran idea—. He oído que Tyler está buscando a alguien que lo
ayude. Brooke se pasa el día quejándose, dice que el rancho necesita otro par de manos
femeninas.
—¿Bromeas? —Amanda lo miró como si hubiera perdido el juicio—. Tyler se
cortaría las venas.
—No lo creo. —Doc abrió la puerta de la camioneta y encendió el contacto, sin
dejar de observarla sonriente—. Le gustas, Amanda. Nunca lo reconocerá, pero es así.
—Te equivocas, Doc. La única razón por la que es amable conmigo es porque sabe
que me iré en unos días.
—Entonces, dale una buena sorpresa. Quédate y demuéstrale a ese cabeza de
chorlito lo que vales.
Amanda lo pensó. ¿Y por qué no? Tyler no era dueño del pueblo, no podía obligarla
a abandonarlo solo porque él se sintiera más seguro si lo hacía.
—Lo pensaré —le prometió y lo vio alejarse en mitad de la polvareda de tierra que
levantaban las ruedas de su vieja camioneta.
***
Muy a su pesar, estaba cumpliendo la promesa hecha a Doc.
A decir verdad, no podía pensar en otra cosa. La cuestión era, ¿cómo plantearle a
aquel tipo insoportable su deseo de quedarse? ¿Qué le diría? No podía contarle las
verdaderas razones. No podía confesarle que les había tomado demasiado cariño y que
la idea de regresar a su antigua vida llena de vacíos la deprimía. Conociendo a Tyler,
podía interpretarlo como una declaración. Y era más que probable que ensillara su
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caballo y no regresara hasta estar seguro de que Amanda se había montado en algún
autobús con destino a cualquier parte menos aquí.
Tampoco podía decirle que a pesar de que su padre le había dado más de lo que
podía agradecerle, nunca le había dado un hogar. Por algún motivo, ahora consideraba
que lo había encontrado. Un hogar. No una habitación de hotel que solía abandonar
cuando terminaba un rodaje, ni un piso vacío con una vecina cotilla que pretendía
hacerse millonaria robándole fotos bajo el rellano de la escalera.
Un verdadero hogar. Con personas que tenían una vida real, con problemas reales,
que sentían de verdad… Todo aquello no tenía nada que ver con el frívolo mundo al
que ella pertenecía y, sin embargo, anhelaba ser parte de algo así. Cerró los ojos,
armándose de valor mientras se dirigía hacia los establos para buscarlo. Dios, él no
podía ser consciente de lo atractivo que resultaba incluso con aquel aspecto sudoroso
por el trabajo. Esperó a que Tyler terminara de clavar las maderas nuevas, sustituyendo
las rotas que ponían en peligro la seguridad de los caballos.
Carraspeó levemente, y Tyler giró el rostro hacia ella, sorprendido por su presencia.
—No te había oído llegar.
—Pensé que tendrías sed. —Le ofreció la limonada recién hecha, y él se quitó los
guantes para coger el vaso.
La bebió de un trago y le devolvió el vaso, secándose el sudor con la parte inferior
de su camiseta.
Amanda ignoró la visión de sus abdominales que habían quedado al descubierto en
aquel movimiento. Podía llamarlo como quisiera, pero para aquella visión solo existía
una palabra: PECADO.
—¿Ya has terminado? —preguntó con una sonrisa, y él frunció el ceño con
desconfianza. No entendía mucho de mujeres, pero reconocía cuando una quería algo a
cambio de una limonada. Y estaba claro que Amanda quería algo.
—Por ahora sí —contestó su habitual parquedad y señaló el otro portón de madera
que, a juzgar por su aspecto, también necesitaba algunas reformas. Uno de los caballos
asomó la cabeza para saludarla, y Amanda le acarició el hocico con distracción—.
Aguantará hasta mañana. ¿En qué puedo ayudarte, Abbot?
Amanda sonrió. Ya se había acostumbrado a que él la llamara de aquel modo. Era su
manera de convertirla en alguien que, aunque tenía formas y modales de mujer, no
representaba un peligro para él. Era su manera de llamarla para dejarle bien claro que
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nunca escucharía de sus labios palabras amables y, por descontado, que no esperaba
que ella las tuviera hacia él. No se lo dijo, pero había adivinado, casi desde el primer
día, que Tyler se sentía más seguro si la trataba como a uno de sus amigos vaqueros.
—Pronto se acabarán mis vacaciones —anunció con voz firme, aguardando su
reacción. Se sintió decepcionada y estúpida a la vez por ello. Tyler no dijo nada. No
parecía en absoluto triste o apenado por la noticia. El maldito ni siquiera fingía que la
echaría de menos.
—Eso quiere decir que te vas, ¿no? —Tyler no la miraba. Estaba recogiendo sus
herramientas y las metía en una bolsa de lona, como si tuviera prisa por llegar a casa y
celebrarlo.
—Supongo que eso es lo que quiere decir —murmurórabiosa. Kitty le había
ordenado que no regresara hasta que pasara la Navidad. Pero le dolió que Tyler no se
inmutara siquiera ante su inminente marcha, así que añadió un farol por si picaba—.
Puede que tengas suerte y me marche antes de Navidad. Quizá no tengas que escuchar
mi flemático acento británico mientras recibes el nuevo año. Pero gracias, Tyler. Han
sido unas vacaciones… diferentes.
—¿Es lo que querías, no?
—Claro, ¿por qué lo preguntas?
—No sé. —Tyler se irguió, y Amanda alzó la barbilla para mirarlo directamente—.
No pareces contenta.
«Y no lo estoy, bruto insensible», estuvo a punto de gritarle.
—Has hecho fotos muy buenas. A lo mejor te haces famosa y nos haces famosos a
todos —comentó con su sarcasmo habitual—. Anímate, Abbot. Por fin dejarás de
madrugar.
—No me he quejado —replicó.
—No, no lo has hecho. —Tyler le retiró un mechón que le caía sobre la cara, pero
apartó los dedos enseguida—. Has sido una chica valiente, tengo que reconocerlo. Has
madrugado, has ayudado en la casa, has aprendido a ordeñar vacas y lo has hecho todo
como una verdadera heroína. Y no has llorado una sola vez.
—Muy gracioso. Pero se te olvida una cosa —le recordó ella—. También me he
comido tu asqueroso estofado sin protestar y he aguantado todas tus bromas de mal
gusto sobre mí.
—Eso son dos cosas —rectificó él, esbozando al fin una sonrisa—. Pero tienes
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razón. Aunque cuando te vayas, ya no tendrás que aguantar nada de eso. ¿No te parece
que eres una chica con suerte?
—Sí, con mucha suerte —masculló. Aquel tipo no se ablandaba con nada.
—Entonces, ¿por qué estás enfdada?
—No lo estoy —mintió.
—A mí me parece que sí —insistió él y la obligó a levantar aún más la barbilla para
poder leer la expresión de sus ojos—. Lo estás.
—Tyler…, estaba pensando…
—Oh, no. No me lo digas. —Tyler sacudió la cabeza—. Sé que no me va a gustar.
Ella no contestó.
—No va a gustarme, ¿verdad? —Tyler ya estaba seguro de que era así.
—Es que… Doc y yo hemos estado charlando…
—¿Vas a casarte con Doc? —Las facciones de Tyler se habían endurecido de
repente.
—Pero ¿qué tonterías dices? —Amanda abrió los ojos desmesuradamente.
—Se me acaba de ocurrir. —El tono de él tenía algunos matices que Amanda no
percibió—. He visto que os habéis hecho muy amigos. Creí que ibas a invitarme a
vuestra boda.
—Menuda idea… Lo que iba a decirte es que me ha ofrecido que lo ayude en la
consulta.
—Entiendo. —Aseguró el tablón de madera sobre la puerta del establo y empezó a
andar en dirección a la casa.
Amanda lo siguió.
—Pero ¿qué te ocurre? —lo increpó, y Tyler se detuvo en seco, volviéndose hacia
ella con expresión seria—. ¿He dicho algo malo?
—¿Es que eres ciega, Abbot? —Tyler dejó caer la bolsa y se acercó a ella
peligrosamente. Al ver cómo retrocedía, se contuvo y apartó las manos de su cuerpo—.
Todos los tipos solteros de por aquí querrían que fueras su ayudante en lo que fuera.
Doc es un buen hombre, Abbot. Pero no es para ti. Y este no es tu lugar… y además,
¿qué sabes tú de animales?
—Nada. Pero Doc dice… Bueno, sugirió que podría quedarme y ayudarle hasta que
encontrara alguna ocupación.
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—¿Alguna ocupación? —se burló—. ¿Algo como qué, Abbot? ¿Dar clases de piano
en el bar de Ray?
—Muy gracioso. —Amanda le sacó la lengua, y Tyler hizo acopio de voluntad para
no claudicar en el acto a cualquier proyecto surrealista que ella quisiera plantearle.
Era una embaucadora nata. Pero él estaba vacunado contra las mujeres como ella.
Incluso cuando le asaltaba el loco deseo de apresar su boca para silenciarla del único
modo que conocía, la vacuna tenía que funcionar… ¿o no?
—¿Es que no hay nadie que te espere en la ciudad? —preguntó para distraerse del
hechizo de su boca. Si su respuesta le importaba lo más mínimo, y le importaba, no lo
parecía—. Brooke me dijo que no tenías familia, salvo una hermana a la que apenas ves
y esa medio prima nuestra que te envió aquí. Pero tendrás a alguien. Amigos, un novio.
Algo, Abbot, que te haga volver a tu verdadera vida.
—Tú no sabes cuál es mi verdadera vida —le reprochó furiosa.
—¿En serio? —Tyler torció los labios en una mueca y añadió—: Sé que no es esta,
créeme.
—Mira, Tyler. Ya sé que no te importa. Pero me gusta todo esto. Creo que…
necesitaba algo así para recuperar el control de mi vida —admitió con sinceridad. Se
detuvo al comprender que estaba a punto de cometer el error de confiar plenamente en
él—. Nunca entenderías los motivos que tengo para quedarme y no esperaba que lo
hicieras en realidad. Ya sé que tu capacidad de comprensión solo funciona con vacas y
caballos y que tu manual del vaquero impasible no incluye un apartado emocional. Y de
verdad siento mucho que la idea de tenerme como vecina te moleste tanto. Pero no es tu
decisión.
—Al grano, Abbot —la interrumpió, fascinado por el movimiento de sus labios.
—Eso era el grano, Tyler… Creo que voy a quedarme, a pesar de ti.
Tyler la contemplaba como si hubiese perdido el juicio. De hecho, él mismo
comenzaba a perderlo mientras analizaba sus palabras. ¿Quedarse en Harmony Rock…
para siempre o solo hasta que recobrase la sensatez?
Tenía que prohibirle a Abbot que siguiera tomando aquel brebaje de hierbas que
Brooke le había recomendado para la indigestión. Y él tomaría un par de tazas para
calmar los espasmos que se habían producido en su estómago mientras la escuchaba.
Ella debía estar bromeando. No podía hablar en serio cuando decía que se quedaba.
No era su ambiente. No era el marco perfecto para una bonita foto donde Abbot
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aparecería arrebatadora con uno de los trajes que ocultaba en su equipaje. Y sí, era
culpable, lo reconocía. Había husmeado en su maleta. Una sola vez y solo porque la
había dejado abierta sobre la cama el primer día. Pero había sido suficiente. Dolce
Gabana, Vittorio Luchino. No había nada de eso en Harmony Rock. Ni siquiera sabía
cómo se pronunciaban aquellos nombres.
—¿Crees que la vida por aquí es fácil? —Tyler entornó los ojos para observarla con
fijeza—. Presiento que la amabilidad de la gente y las noches estrelladas te han
confundido, Abbot. Pero no te engañes. Esto no es para ti. Aunque te quedes, no
tardarás en darte cuenta de eso y querrás volver.
—¿Por qué estás tan seguro, Tyler?
—Porque mi buen amigo Doc nunca lograría retenerte junto a él —lo dijo como si
no le afectara y continuó la marcha. Amanda corrió tras él y agarró su brazo para
hacerlo girar.
—Te demostraré que te equivocas. —Lo retó con la mirada—. No estoy interesada
en Doc y él no está interesado en mí. Pero me quedaré de todas formas, Tyler
McKenzie.
—¿Siendo su ayudante? Que Dios nos ayude. —Él arqueó las cejas con cinismo.
—¿Tienes una oferta mejor?
Tyler se rascó el mentón.
—No te hagas el huidizo —le dijo a sabiendas de que él ya había adivinado lo que
se proponía y buscaba la manera de evitarlo. La expresión de Tyler era de pánico,
aunque el maldito la disimulaba bastante bien—. Doc me ha dicho que estás buscando
otro par de manos en el rancho.
—¿Tú? —Él no ocultó la burla que había en su tono.
—¿Por qué no?
—Porque no —Tyler fue rotundo en su respuesta.
—Ya lo imaginaba. —Amanda sonrió, consciente de que cuanto más segura se
mostrara, más lo tendría en sus manos—. Imaginaba que dirías algo así.
Tyler puso cara de no tener idea de lo que hablaba. Pero no era tan buen actor. Lo
había hecho, Amanda lo sabía. Había despertado en él la curiosidad.
—Sé que te doy miedo, Tyler McKenzie —le soltó para acelerar su reacción.
—Perdona… ¿cómo dices? —Él estaba perplejo.
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—Tienes miedo de que te demuestre que puedo ser tan dura como tú. Y de tener que
tragarte tus palabras cuando eso suceda —lo pinchó.
—Abbot… —titubeó, sin saber qué decir. Ella tenía razón. Aunque por suerte,
Amanda no sabía que lo que de verdad le aterrorizaba era el presentimiento de que
podía lograr cualquier cosa que se propusiera, con o sin su colaboración. Y tendría que
estar chiflado para colaborar. Solo un chiflado se arriesgaría un minuto más con aquella
mujer a riesgo de perder la cabeza por ella—. No puedes hablar en serio… ¿Miedo de
ti?
—Por eso quieres que me vaya. Y por eso no me ofrecerás que trabaje para ti.
—Estás como una cabra, Abbot. —Tyler empujó la puerta con brusquedad,
soltándola sin esperar a que ella entrara.
Amanda no se dejó intimidar y lo siguió nuevamente en el interior de la casa.
—Entonces, ¿qué me dices? —insistió.
Tyler la apuntó con el dedo. Iba a decir algo, pero, finalmente, se limitó a mirarla
con aquella expresión extraña que solía utilizar con ella.
—Digo que estás loca —respondió después de un buen rato—. Pero puedes
quedarte. Ya veremos cuánto aguantas.
Y la dejó plantada, como si esperase que ella se transformara en estatua de sal solo
porque le daba la espalda.
Amanda esperó a que él estuviera lejos para emitir un gritito de alegría. Y al
hacerlo, Brooke levantó la cabeza de la revista que estaba ojeando y la miró.
—No sabía que estabas ahí. —Amanda se sentó a su lado.
—Déjame adivinarlo. —Brooke lanzó la revista contra la mesa y puso cara de perro
policía—. Le has dicho a Ty que te vas, y está furioso.
—No exactamente —la corrigió sin dejar de sonreír—. Le he dicho que me quedo, y
está furioso.
—¿Te quedas? ¿Cómo es eso de que te quedas? ¿Te quedas para siempre? —Brooke
estaba fuera de sí de felicidad y se lo demostró abrazándola con fuerza—. Ya me lo
contarás todo. ¡Estoy tan contenta! Será como tener una hermana mayor…
Amanda reprimió el impulso de decirle que era exactamente así como se sentía ella.
Como Chelsea se había convertido en una especie de vampiro succionador de su cuenta
corriente, casi había olvidado lo que era tener una hermana pequeña. Aunque, si era
sincera, no se trataba solo de Brooke. «No debes pensar en eso», se ordenó a sí misma.
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Estaban tan concentradas haciendo planes sobre las cosas que podían hacer juntas,
que ninguna de las dos se percató de la presencia del hombre.
Escondido tras la puerta de la cocina, Tyler ya se estaba arrepintiendo de lo que
había hecho. ¿Y qué había hecho? Dejar que ella entrara en sus vidas, en la de Brooke,
en la suya.
Esa Amanda Abbot iba a ser un serio problema. Lo había adivinado la primera vez
que la había visto. Sin embargo, al verla allí, abrazada a Brooke, charlando
animadamente con ella como si realmente fueran dos hermanas que se contaban sus
secretos, algo sucedió en su interior.
La imagen lo desarmó por completo. No supo qué era. No quiso saberlo. No era
bueno, de eso estaba seguro. Ella desbarataría sus vidas, estaba convencido. Y un buen
día anunciaría que no estaba hecha para aquello y haría su maleta. Y le rompería a
Brooke el corazón. Y quizá, solo quizá, también a él. Se apartó antes de que lo
descubrieran y tuviera que explicar cosas para las que aún no tenía explicación.
***
—¿Que no vuelves? ¿Cómo que no vuelves?
Amanda separó un poco el auricular para evitar que los gritos de Brittany Murphy le
rompieran los tímpanos.
—Me quedo. Lo digo en serio, Britt. —Amanda suspiró—. Ha sido estupendo
trabajar contigo, de verdad. Ha sido casi bonito mientras duró. Pero no puedo volver a
Londres. Ahora no.
—Escúchame bien, diva desagradecida… —Imaginó que Brittany enrojecía de ira
al otro lado de la línea—. Me convertí en tu agente cuando nadie apostaba por ti. Lo
hice porque conocía a Kitty y porque, de no ser por mí, la cadena te habría
conseguido por cien libras a la semana…
—Y porque te interesaba que tu pequeño filón, tonta, inexperta y poco ambiciosa,
ganara dinero para ti, no lo olvides —le recordó, ya que Brittany se empeñaba en
canonizarse a sí misma como si su nombre fuera sinónimo de una ONG para actrices
debutantes.
—¿Te atreves a acusarme de ser una oportunista contigo? —ahora empleaba su
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tono despechado, seguramente ensayado durante años mientras pedaleaba sobre su
bicicleta estática y un tipo latino con tatuajes chinos le daba masajes cervicales.
—No, Britt, aún no he utilizado ese adjetivo. En realidad, lo reservaba para el final
de mi lista de argumentos por los que no quiero regresar —comentó con sarcasmo,
oyendo como Brittany soltaba un taco, furiosa—. En serio, Britt. He tomado una
decisión. No quiero ser Lori Chase. Nunca más. Quiero volver a mi antigua vida.
—Oh, sí, tu antigua vida. Deja que haga memoria. Te refieres a esa en la que tu
derrochadora hermana en el paro y tú compartíais un apartamento de treinta metros
cuadrados. Esa vida llena de glamur proletario, haciendo la lista de la compra con el
folleto de las ofertas del mes en una mano y los cupones de descuento del detergente
en la otra.
—Esa misma, Britt —aceptó con una sonrisa, recordando todas aquellas cosas que
su agente mencionaba y que, de pronto, ya no tenían tanta importancia—. Me lo debo a
mí misma. Me lo debes. Desde que me convertiste en Lori Chase, Amanda Abbot
parece haber sido tragada por el enorme agujero negro de tu codicia.
—Espera un momento —chilló—. Explícame eso de que has sufrido un trastorno
de la personalidad durante las vacaciones, porque aún estoy intentando digerirlo
mientras hago vudú con una de tus fotos. Querida, puede que no te hayas dado
cuenta todavía, pero no existe ninguna Amanda Abbot. Esa chica, que por cierto no
sabía nada de estilismo hasta que cayó en mis manos, murió en el mismo instante en
que firmaste el contrato con mi agencia. ¿Y quieres revivirla justo ahora, cuando
toda la cadena espera tu vuelta para la próxima temporada de la serie?
Definitivamente, estás para que te encierren en un manicomio. Y me encantaría verlo,
de veras. Pero resulta que tengo un director histérico y un bufete de abogados
carroñeros contratados por la BBC que amenazan con demandarme si no cumples lo
acordado. Perdona si no me emociono cuando planteas dejarme con el culo al aire
porque quieres resucitar a tu estúpido alter ego.
—No dramatices, ¿quieres? —la atajó. Ella mentía y lo sabía—. Tienes un seguro
que cubre cualquier contratiempo. Es cierto que no sabía nada de estilismo cuando te
conocí, Britt. Pero sabía leer, y la letra pequeña de nuestro contrato no era tan pequeña
para no observar ese detalle. Diles que busquen a otra. No será tan difícil. Londres está
lleno de mujeres que, como yo, recortan los cupones de descuento del detergente.
—Ewan me matará.
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—No lo hará, Britt —la tranquilizó sin resultar demasiado convincente. Conociendo
a Ewan, lo más probable es que quisiera matarla, matarse y grabarlo todo en vídeo por
si le salía buen material para alguna escena de la serie.
—Lo hará —insistió descorazonada—. Estoy acabada, joder.
—No digas eso. Eres Brittany Murphy, ¿recuerdas? Los productores marcan tu
número cuando quieren un personaje perfecto. —Y añadió de buen humor—: ¿Qué más
da quien interprete a Wendy? Haga lo que haga el Dr. Lockarne, la muy tonta se quedará
con él.
—Ahora que lo pienso, tengo que hablar con Kitty. Elora podría ser la respuesta a
mis plegarias. —El tono de Brittany había cambiado de registro. Su portentosa mente
diseñada para triunfar en los negocios, había superado el shock y estaba nuevamente en
marcha. «Aleluya», pensó Amanda.
—Kitty es la mejor ,y lo sabes. Si alguien puede convertir a una arpía como Elora en
un encanto con alma de misionera, es ella —aceptó.
—Tengo que dejarte. Pero te lo advierto, si yo caigo, tú caes. Así que no te
prometo nada.
Brittany colgó antes de que ella pudiera decir nada más. Amanda miró el teléfono,
preguntándose si había hecho lo correcto. ¿Y si ella tenía razón? ¿Y si era lo bastante
tonta como para equivocarse? ¿Y si no había tomado la decisión correcta? No tuvo
tiempo de seguir planteándoselo. Brooke ya tiraba de su mano para que la escoltara a
hacer unas compras.
***
—¿Por qué no te has casado, Tyler? —se lo había preguntado con naturalidad. Pero
él se atragantó con el bocado que acababa de introducir en su boca al escucharla.
Ya sabía que aquello había sido un gran error. Se lo había dicho a Brooke cuando
ella prácticamente lo había empujado a llevar a Abbot consigo en su viaje. Pero le
debía una por como se había portado en la fiesta de cumpleaños de Brooke. Por como
se había portado todo el tiempo en realidad.
Amanda no le había exigido una disculpa, y él no pensaba dársela. Sin embargo, le
parecía que ella podría perdonarlo si obviaban el tema y se comportaba
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civilizadamente a pesar de que la presencia de Dylan lo mantenía fuera de juego. Ahora
comprendía que aquella idea había sido un tremendo error. Aún estaban a más de tres
horas de camino hasta el pueblo más cercano, donde Tyler esperaba hacer un buen
negocio con el ganado. Y por si fuera poco, la maldita camioneta se había averiado. Sin
las herramientas necesarias y con la noche a punto de caer sobre ellos, era imposible
que continuaran su camino. Eso significaba que Abbot tendría unas cuantas horas de
cancha libre para someterlo a todo tipo de incómodo interrogatorio.
Decidió encender fuego y acampar junto a la camioneta. Y era una suerte que Brooke
hubiera echado en el asiento trasero aquella bolsa con un par de bocadillos de carne.
Pero no era lo peor. Lo peor era que ella lo miraba como si todavía esperase una
respuesta. Esa Abbot era más que curiosa. A Tyler no le atraía la idea de conversar
sobre temas tan íntimos en aquellas circunstancias. Era peligroso. Muy peligroso. Sobre
todo porque hacía algunos días que no podía dejar de pensar en ella.
Claro que se mostraba siempre distante y trataba de no confraternizar demasiado con
el enemigo. Pero, por alguna extraña razón, Brooke estaba empecinada en hacer de
ellos dos un bonito muñeco sobre la tarta nupcial. Y a decir verdad, la idea lo ponía
cada vez más nervioso.
—Esa es una pregunta muy personal, ¿no crees? —Lanzó el resto de su bocadillo
sobre la hoguera, ocultando la mirada—. ¿Y tú, por qué no lo has hecho?
—Yo he preguntado primero. Háblame de esa tal Brenda —soltó de sopetón,
arriesgándose a que Tyler la utilizara como combustible en la hoguera.
—¿Quién te ha contado lo de Brenda? ¿Dylan? —Tyler se movió, ocultando la
mirada y fiel a su estilo. A la defensiva.
—Brooke en realidad —confesó.
—Pues no hay nada más que añadir —zanjó.
—Entonces, no te importará que hablemos de ella. —Amanda se cerró la chaqueta
en un gesto decidido—. Veamos… Salías con la tal Brenda que, al parecer, era un
bombón relleno de veneno.
¿Es que estaba sorda? Tyler comenzaba a impacientarse. Supuso que si no decía
nada, ella entendería que daba por terminada la conversación. Craso error.
—Dylan y tú discutisteis por culpa de esa chica, y ahora no hay chica y no hay Dylan
para ti. Explícame eso, Tyler —lo pinchó.
Él la miró desconcertado.
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No pensaba darse por vencida, estaba claro. Quería la historia completa, con todo
lujo de detalles. Y él no era un tipo conversador. Pero Abbot quería respuestas y, de
pronto, temía que pudiese confiar en ella lo bastante para compartir algunos
pensamientos que le rondaban la cabeza.
—Hace frío, Abbot. Volvamos a la camioneta.
Ella lo siguió. Tyler palmeó el asiento junto a él para indicarle que se sentara más
cerca.
—Sabes que insistiré hasta el amanecer —lo amenazó divertida.
—Diablos. ¿De verdad quieres que estropeemos esta velada romántica hablando de
eso? —bromeó para no pensar en lo alterado que le ponía imaginar que se trataba
realmente de ese tipo de velada. Ella asintió—. Ya veo. Está bien, te lo contaré. Conocí
a Brenda hace algo menos de un año. Salimos un par de veces, nada importante. Ya me
conoces, ninguna mujer en su sano juicio querría repetir. Pero el idiota de mi hermano
estaba convencido de que Brenda quería echarme el lazo. Y se le ocurrió que sería una
buena idea liarse con ella para apartarla de mí. Lo descubrí, discutimos, le rompí la
nariz y se marchó. Fin de la historia.
—¿Brenda quería echarte el lazo? ¿Lo sabías?
—Abbot… Aunque no lo creas, algunas mujeres me encuentran irresistible —
comentó de buen humor—. Y sí, lo sabía.
—¿Y por qué sencillamente no se lo dijiste a Dylan para que dejara de preocuparse?
—le increpó—. Permitiste que todo se enredara, y ahora no tienes la menor idea de
cómo arreglarlo, ¿no es cierto? Típico de ti, McKenzie. Apartar de tu lado a las
personas que te quieren.
—¿Más sermones, Abbot? —Su buen humor se disipaba, y Amanda cedió,
suavizando su expresión.
—Solo uno más. Promete que arreglarás las cosas con Dylan.
Tyler lo meditó en silencio. En el fondo, le enternecía que Amanda quisiera mediar
entre ellos. Confiar, meditar y enternecerse no eran actividades a las que estuviera
acostumbrado. Una enorme señal de peligro planeaba sobre él, debilitando el estrecho
y vigilado paso que conducía a su corazón. Necesitaba con urgencia recuperar el
control.
—Y tú promete que no participarás en la carrera de barriles —cambió de tercio,
esperando que ella tuviera la delicadeza de dejar de husmear en su interior.
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—Ni lo sueñes. Brooke ha estado dándome algunas clases y piensa que soy una gran
amazona —replicó con orgullo, ignorando a propósito la parte en que casi se había
fracturado las costillas y ocultando que Brooke le había arrancado la misma promesa el
día anterior.
—Abbot. Vas a romperte la crisma un día de estos —sentenció, preocupado porque
sabía que haría lo que quisiera de todos modos.
—Ya lo veremos. Soy una Bournemouth —le recordó con orgullo, estremeciéndose
cuando una leve ráfaga de aire se coló por la ventanilla.
—¿Cómo era tu padre, Abbot? —Él se movió, aparentando que se trataba de un
movimiento casual.
Pero no lo era. Ella tenía frío y agradeció que le rodeara los hombros con su brazo y
la estrechara ligeramente contra su cuerpo.
—Era un buen hombre —respondió y clavó los ojos en las estrellas—. Marion era
especial. No le importaba hacer grandes cosas. Solía decir que prefería sumar cosas
pequeñas en su caja de los recuerdos. Ojala lo hubieras conocido, Tyler. Tú y él os
habríais llevado muy bien. Siempre que no intentaras amedrentarlo con tu cara de
vaquero fanfarrón.
—Muy graciosa. Creo que en eso te pareces a él. También eres especial —Tyler lo
dijo sin querer y se arrepintió enseguida de haberlo dicho.
Quizás Abbot lo interpretara como… ¿Cómo podía interpretarlo alguien como ella?
Hubiera querido tener el valor de preguntárselo. Pero, a pesar de su corta estatura y de
la dulzura de su expresión, aquella chica le daba miedo. Para ser más exacto, las cosas
que ella le hacía sentir en ese momento le ponían la piel de gallina. De haber sido un
poco más listo, habría salido corriendo con la promesa de regresar en su busca en
cuanto alguien le prestara una camioneta. Una vez más, la profunda mirada de ella lo
retuvo en el sitio. Intentó ponerse a salvo antes de que Abbot lo sedujera
irremediablemente.
—Quiero decir que eres una buena chica, Abbot. Un poco charlatana, eso tienes que
reconocerlo. Pero, en conjunto, no estás mal.
—¿No estoy mal, Tyler? —Amanda se dejó caer sobre el respaldo de su asiento, y
Tyler la imitó. Se giró hacia él y ambos quedaron mirándose fijamente a los ojos—.
Nunca pensé que pasaría los últimos minutos de mi vida contemplando las estrellas con
el señor cascarrabias en persona.
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—Nena, no dramatices —la tranquilizó, aunque sabía de sobra que ella estaba
menos asustada que él—. Solo nos hemos detenido porque está demasiado oscuro para
continuar a pie. En cuanto amanezca, te llevaré de vuelta a casa.
—¿Nada de serpientes esta noche, McKenzie? —bromeó.
—No son venenosas por esta zona. —Sonrió él—. Pero no te prometo nada sobre
los escorpiones.
—Me tomas el pelo —lo regañó, notando como el sueño comenzaba a vencerla a
pesar de lo agradable de la conversación. Se acurrucó en el hueco de su hombro.
—Siempre, nena. —La observó mientras ella luchaba porque sus párpados no se
cerrasen.
Después de un buen rato en el que la noche se cernía poderosamente sobre ellos,
Tyler comprendió que ella había dejado de luchar. Dormía como un ángel. O como un
demonio, a juzgar por el efecto que causaba en él, con la cabeza apoyada en su pecho y
el ligero sonido de su respiración golpeando su cerebro.
Abbot estaba preciosa cuando no abría la boca para pelear o decir cualquier cosa
que lo pusiera nervioso. Murmuró algo, recordando la pregunta que ella le había hecho
al principio, aquella sobre su estado civil. Se alegró de que durmiera como un tronco y
no pudiera escuchar la tontería que acababa de soltar. Había dicho: «no te había
conocido». Sí, una verdadera tontería…
***
Querida Kitty: puede que hablar contigo por correo electrónico llegue a
convertirse en un hábito. Te he llamado varias veces y en la última he dejado un
mensaje bastante obsceno en tu contestador. ¿Cómo es que nunca estás en casa? No
puedo creer que llegue la Navidad y no tengas preparado ese horrible villancico tuyo
con el que me torturas todos los años. Pero te quiero y te perdono. Por cierto, ¿has
sabido algo de Chelsea? Tampoco he tenido noticias suyas desde que llegué aquí.
¿Seguro que está bien? Por favor, intenta contactar con ella y dile que la quiero. Se
me olvidaba, tengo otra exclusiva para ti: tu primo Dylan ha vuelto. Y antes de que lo
preguntes, la respuesta es sí. Tenías razón. Tus primos son los tíos más macizos de
Texas. Pero no envíes más turistas desesperadas a Mentone. Tyler te mataría. Tengo
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que dejarte. Brooke está intentando meter un abeto de dos metros por la puerta.
Kitty, te echo mucho de menos. Tengo tantas cosas que contarte. Coge el teléfono la
próxima vez, ¿quieres? Este ordenador es muy frío y no se deja abrazar por ti.
***
Brooke le hacía gestos con disimulo, mientras colocaba los últimos adornos en el
árbol de Navidad. Cam y Dylan habían salido a tomar unas cervezas al bar de Ray y
aunque no habían tenido esa conversación, Amanda intuía que la tormenta amainaba
paulatinamente a medida que Dylan se mostraba paciente y no forzaba a Tyler a
perdonarlo.
Por su parte, Amanda apenas podía creer que el tiempo hubiera pasado tan rápido.
Apenas hacía un mes, era una persona solitaria que pasaba las noches libres frente al
televisor viendo reposiciones de series interminables y rellenando cheques para el
fondo turístico de su hermana. Y de pronto, ya era Navidad.
La nostalgia la invadió. Echaba de menos a papá. Y a Chelsea. Reconoció que sus
últimas Navidades no habían sido exactamente tradicionales. Solían pillarla de viaje,
en alguna habitación de hotel o en mitad de algún importante reportaje en el que nadie
tenía tiempo para curiosear en las tiendas buscando el regalo perfecto para alguien
querido.
Volvió a pensar en Marion. Había sido un hombre bastante peculiar, algo
extravagante y sin visión de futuro. Pero estaban juntos durante la Navidad. A veces,
incluso preparaban su árbol especial, como solía llamarlo. Un arbolito en miniatura que
decoraba y colgaba del retrovisor de su coche de alquiler cuando visitaban a la tía
Mary por aquellas fechas. Sonrió para sus adentros y se acercó a Brooke para ayudarla
con las luces.
Tyler permanecía silencioso, sentado en su sofá favorito mientras leía con
detenimiento los papeles que tenía entre las manos. Amanda ya se había acostumbrado a
verlo en aquella postura. Por las noches, el resto del clan McKenzie y ella se
entretenían jugando a las cartas o simplemente charlando y escuchando discos, mientras
Tyler ojeaba la prensa o simplemente permanecía en silencio, observándolos. Le
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gustaba verlo así, relajado y tranquilo. Aunque no dijera una sola palabra, ella sabía
que Tyler también se iba acostumbrando a tenerla en casa. Sin embargo, en aquella
ocasión, su expresión era preocupada.
—¿Ocurre algo? —preguntó Amanda en voz baja. Brooke se colocó el dedo índice
sobre los labios.
—Son esos tipos de la ciudad otra vez —comentó Brooke y al ver como ella
arqueaba las cejas, le explicó—: Los de la Texco, la compañía de petróleo. El año
pasado vinieron por aquí y le hicieron una buena oferta a Tyler para que les vendiera el
rancho. Al parecer, creen que hay petróleo por estas tierras. Pero Tyler no quiere ni oír
hablar del tema, y Cameron y Dylan piensan lo mismo. Y esta mañana, ha recibido otra
carta de los del banco. Lo presionan por culpa de Texco, y eso lo enfurece.
—¿Pueden hacerlo? —Amanda bajó la voz para evitar que él la escuchara—.
Obligarlo a vender, ¿pueden?
—No lo sé. —Brooke parecía inquieta—. El año pasado no fue demasiado bueno.
Tyler tuvo que solicitar un préstamo y… bueno, él no me cuenta nada. No quiere que me
preocupe de esas cosas. Pero he interceptado algunos recibos del banco y no pinta nada
bien. Algo va mal. Lo sé por la cara que ha puesto al abrir la carta.
—Tal vez deberíamos…
—Ni se te ocurra decirle que te lo he contado. Me mataría si se entera. —La mirada
de Brooke era suficiente para saber que debía guardar el secreto—. No te ofendas,
Amanda. Pero ya conoces a Tyler. Se pondría hecho una furia.
—Está bien. —Desvió la atención de Brooke hacia el árbol—. Mira. ¿No te parece
que ha quedado perfecto?
—A mí me lo parece. —Las dos se sorprendieron al escuchar la voz de Tyler a sus
espaldas. Lejos de parecer preocupado, sonreía abiertamente—. Recuérdame que te
aumente el sueldo, Abbot.
—¿Y yo qué? —replicó Brooke divertida.
Amanda estuvo a punto de decirle que no necesitaba aquel aumento. Le habría dicho
que trabajaría gratis para él con tal de que le permitiera estar siempre junto a ellos.
Pero recordó lo que Brooke le había pedido. Y recordó que para los McKenzie, ella
era Amanda Abbot. Una mujer corriente que debía ganarse el pan con el sudor de la
frente, y tal vez, una buena amiga.
Tyler le palmeó el trasero a su hermana y le pidió que saliera a tomar el aire un rato.
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Amanda adivinó sus intenciones. Había escuchado detenerse hacía un momento la
camioneta de Doc frente a la casa. Era delicioso el modo en que, contra todo
pronóstico, propiciaba sus encuentros. En el fondo, Tyler era un sentimental, pero nunca
lo reconocería. Cuando estuvieron a solas, se paseó alrededor del árbol, dando su
aprobación con la mirada.
—Es el mejor árbol de Navidad que hemos tenido, lo confieso.
—Tengo mis trucos, McKenzie —bromeó y aceptó la copa de vino que le servía—.
¿Vino? ¿Qué celebramos, jefe?
—Que mañana es Navidad —contestó sin dejar de mirarla—. Que estás con
nosotros. Que Cam y Dylan están en casa. Que han salido a emborracharse y tendré que
meterlos en la cama. Que Brooke ha encontrado a la hermana que siempre soñó. Que
ese Doc está siendo un buen chico y no tendré que ir a la cárcel por atizarlo. Que estás
con nosotros…
—Eso ya lo habías dicho —lo interrumpió con dulzura, y Tyler, como era costumbre
en él, señaló su amplio sofá para indicarle que se sentara junto a él.
Era una especie de ritual entre ellos. Algunas noches, cuando los demás se iban a la
cama y Tyler estaba de buen humor, aceptaba su compañía. Mientras fingía que se
aburría, Amanda le contaba lo que habían hecho durante el día. Le relataba los cambios
que se le iban ocurriendo para la casa y sonreía cuando él encogía los hombros como
única respuesta. Cuando Tyler hacía ese gesto, quería decir «está bien», Amanda ya
había aprendido a interpretar su peculiar lenguaje de signos.
Otras veces, la retaba a una partida de cartas y la dejaba hacer trampas, simulando
que no se daba cuenta. Incluso la dejaba ganar y se hacía el ofendido antes de retirarse
a dormir.
En ocasiones, la conversación se centraba en Brooke y en los progresos de su
relación con Doc. Por supuesto, Tyler no quería saber los detalles íntimos. Decía que
prefería no saber lo que aquellos dos hacían a sus espaldas, aunque, en su interior,
sabía que no tenía de qué preocuparse. Tanto Brooke como Doc eran dos personas
responsables y se tomaban muy en serio el que Tyler y sus hermanos aprobaran su
relación. Lo respetaban, y eso era muy importante para él.
Aquella noche no decía nada. Solo miraba el fuego que crepitaba en la chimenea y,
de cuando en cuando, la miraba cuando creía que ella no lo veía.
—Es hora de decirte algo, Abbot —la voz de Tyler sonaba lejana. Amanda se
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acurrucó en su lado del sofá y encogió las rodillas en el estómago para acomodarse—.
Nunca pensé que te diría algo así. Me alegro de que estés aquí.
—Eso suena bien —aceptó ella, sin moverse de su sitio—. Aunque sospecho que
ahora viene la parte del discurso que comienza con un pero.
—Siempre hay un pero, ¿verdad? —Tyler se mostraba inseguro para variar.
Comprobarlo, la hizo sentirse bien.
—Tratándose de ti, sí. —Sonrió—. Tyler, seamos realistas. Tus cumplidos suelen ir
seguidos de algún comentario que lo estropea todo.
—Esta vez no. —Él se movió, apoyando su brazo en el respaldo del sofá y quedando
completamente girado hacia ella.
Diablos, sí que era difícil. Llevaba varios días preparando aquello y ahora que la
tenía delante y a solas… estaba claro que no tenía experiencia con las mujeres, porque
no tenía ni la más remota idea de cómo decirle lo que quería decir. ¿Y qué quería
decirle? Lo había ensayado durante toda la noche anterior.
«Verás, Abbot… Ya que pareces decidida a quedarte, y como Brooke y tú habéis
congeniado tan bien…». No, no era eso. La otra parte… «Quiero decir que como te
hemos tomado cariño, Brooke, Cameron, Dylan y yo, y todo el maldito pueblo…».
Era inútil, no se le daban bien las palabras y ni siquiera sabía si eran las correctas.
Y por si fuera poco, tenía la cabeza hecha un lío con el asunto de la petrolera y los
anónimos que había recibido la última semana. Pero ella estaba allí. No se había ido.
Dios, cómo deseaba besarla a pesar de todo. A pesar de la maldita petrolera, de los
ladrones de ganado y de los chiflados que amenazaban con quemarle el rancho. A pesar
de su preocupación por Brooke, quien seguramente estaría afuera haciendo con Doc lo
mismo que él deseaba desesperadamente hacer con ella. Sacudió la cabeza y se pasó la
mano por el cabello desordenado.
—Verás, Abbot… He estado pensando… No, se me ha ocurrido que… quiero decir
que…
—Tyler McKenzie —pronunció su nombre con aquella calidez que lo volvía loco de
deseo—. ¿Estás tratando de decirme algo? Porque si es así, será mejor que lo hagas
antes de que nos hagamos viejos.
Tyler recorrió con la mirada las facciones de la mujer. Los ojos brillantes y
sinceros. La nariz ligeramente respingona y la boca perfecta para los besos. Su mirada
se detuvo en los labios entreabiertos, desafiantes. Los apresó con suavidad. Apenas
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duró un instante, pero tuvo que controlarse para no hacerle el amor allí mismo al
comprobar como ella respondía con lánguida pasión.
—¿Qué era lo que ibas a decirme, Tyler? —Ella le apartó al cabo de unos segundos,
jadeante. Tyler la miró, incapaz de articular una sola palabra. Era lista aquella mujer.
Lo tenía justo donde ella quería. Saberlo lo enfurecía y lo excitaba a la vez.
—Yo… solo quería desearte una feliz Navidad —contestó entre dientes, esperando
que ella no notara su nerviosismo.
—Aún no es Navidad, Tyler… ¿Y…?
—Demonios, solo eso… Feliz Navidad, Abbot —casi estaba gritando, tan tenso
como las cuerdas de una guitarra.
Escuchó la risa femenina y exhaló un profundo suspiro, consciente de que ella ya lo
había descubierto. Había descubierto que lo tenía en sus redes y ahora solo cabía
esperar. Por lo poco que sabía sobre las mujeres, a ellas les gustaba jugar. Muy bien,
jugarían.
Pero después la llevaría a su cuarto y le haría el amor hasta dejarla rendida a sus
pies. Y si ella quería marcharse dentro de una semana o de un mes o de un año, no le
importaba… ¿A quién quería engañar? Si ella decidía algo así, Tyler McKenzie solo
sería otro tipo hecho polvo que suspiraría y se emborracharía mientras escuchaba
viejas y deprimentes canciones de amor en el bar de Ray.
No tuvo tiempo de decirle cuáles eran sus intenciones con respecto a ella. Los gritos
de Brooke sonaron en el exterior, y Tyler se levantó con un movimiento felino para
correr hacia la puerta. Amanda lo siguió, pisándole los talones.
Llegaron hasta los establos en cuestión de segundos. La escena que les esperaba era
escalofriante, no estaba preparada para algo así. Nadie podía estarlo. Brooke sollozaba
sin parar, y Doc trataba de tranquilizarla como podía.
—Lo siento, amigo. No hemos podido hacer nada… —Doc también estaba asustado,
aunque trataba de controlar su miedo por Brooke—. Nos alejamos a dar una vuelta en
mi camioneta y, al volver, escuchamos a los perros ladrar. Los animales no han tenido
tiempo de nada. Esos hijos de perra han debido utilizar silenciador y… Dios, ¿quién es
capaz de una atrocidad así?
¡Los perros! ¿Cómo no los habían oído? Tyler no lo escuchaba. Había golpeado la
puerta de cada compartimento con la esperanza de encontrar supervivientes, sin éxito.
Ahora permanecía de pie, con las mandíbulas y los puños apretados y el rostro
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descompuesto por la furia. Echó una última ojeada a los cadáveres de los animales. Se
inclinó un segundo al ver como uno de los caballos aún seguía con vida. Miró a Doc, y
este se unió a él, dejando que Amanda se ocupara de Brooke.
—¿Puedes hacer algo? —la voz de Tyler era un silbido de rabia en mitad de la
noche. Doc negó con la cabeza, y Tyler le hizo un gesto. Doc fue hasta la casa,
regresando al instante con la escopeta de Tyler.
—Llévatelas adentro, ¿quieres? —el tono de Tyler era glacial.
Doc obedeció y arrastró a duras penas a Brooke.
Tyler encañonó al animal cuando creyó estar solo. Lo pensó un instante antes de
apuntar directamente a la cabeza, justo entre los ojos de mirada anhelante y oscura.
—Maldita sea…
Amanda cerró los ojos y se tapó los oídos al escuchar el disparo. Los dedos le
temblaban al posarlos sobre el hombro de él.
—Tyler…
—Déjame en paz. —Él se sacudió, volviéndose hacia ella con el arma aún en la
mano. La miró colérico, y Amanda retrocedió, sorprendida por su reacción—. Tenía
que haber estado alerta, en lugar de… de…
—No te atrevas a echarte la culpa de esto, Tyler… No podías saber que esto iba a
pasar… Nadie podía saberlo —intentó calmarlo, pero él se apartó, demasiado furioso
para aceptar su consuelo.
—Yo tenía que saberlo, Abbot. Han estado presionándome todo el tiempo, y ahora…
—El intenso reflejo de sus ojos verdes presagiaba lo peor—. Voy a matar al
responsable aunque tenga que registrar el pueblo toda la maldita noche.
—¡Tyler! —le llamó, consciente de que tenía que hacerlo entrar en razón o
cometería una locura—. ¿Qué vas a hacer?
—Buscar a esos desgraciados… —Se detuvo al ver como ella se plantaba frente a
él decidida a no dejarlo marchar—. Abbot, quítate de mi camino. Te lo advierto.
—Tyler, esperemos a Cameron… —le suplicó—. Él sabrá qué hacer.
—Abbot —el tono de su voz se volvía peligroso por momentos—. He dicho que te
quites de mi camino. Ahora.
Ella se apartó, incapaz de pensar. El Tyler McKenzie que la había besado al calor de
la chimenea había desaparecido. El que tenía ante sí estaba fuera de sí y quería
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venganza. Y ella solo era un obstáculo en aquel momento.
—Vuelve adentro y dile a Doc que espere a que lleguen los demás. —Ella no se
movió. De repente, el tono de Tyler se suavizó—: Por favor, vuelve a casa. Quédate
con Brooke y Doc. Estaré más tranquilo.
—No pienso volver si no vienes conmigo —replicó y vio como Tyler apretaba los
labios con fuerza.
—Te aseguro que no haré ninguna tontería —dijo él, y Amanda escudriñó su
expresión para valorar su sinceridad—. ¡Diantres, Abbot, iré a buscar a Cameron, lo
juro! ¿Quieres entrar en la casa?
Amanda suspiró.
—Prométeme que irás con cuidado.
—Lo prometo. —Y desapareció en su camioneta, alejándose a gran velocidad.
***
Brooke se había quedado dormida hacía apenas media hora, y Doc estaba recostado
en el sofá, luchando contra el sueño que amenazaba con vencerlo de un momento a otro.
Aún quedaban un par de horas para que amaneciera, pero no podía siquiera pensar en
acostarse mientras no tenía noticias de los hermanos.
Aprovechó un momento en que Doc cerraba los ojos para deslizarse hasta la puerta.
La cerró con cuidado a sus espaldas y se sentó en las escaleras, vigilante. No supo
cuánto tiempo había pasado así, pero un roce en el brazo la devolvió repentinamente a
la realidad. Tyler estaba sentado a su lado. Parecía cansado.
—¿Los han encontrado? —le preguntó somnolienta.
—Ni rastro —respondió él con expresión ausente—. Esos desgraciados lo tenían
todo bien planeado. Han hecho el trabajo y se han esfumado.
—¿Qué ha dicho Cam?
—Que mañana abrirá una investigación. Y si piensas que yo estoy loco, tenías que
haber escuchado sus gritos en la oficina del sheriff. Dylan se ha quedado con él para
evitar que interrogara a todos los vecinos.
—Lo siento tanto, Tyler…
Él se desprendió de su chaqueta y se la colocó por encima.
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—No es culpa tuya. Estás helada, Abbot —observó y algo parecido a una sonrisa
asomó a sus labios—. Te dije que te quedaras dentro. ¿Es que nunca obedeces una
orden?
—Ya me conoces. Soy inglesa, Tyler. Nosotros inventamos la guerra —bromeó con
lasitud.
—Lamento lo de antes. —Tyler ocultó la mirada—. No quería hablarte como lo hice.
—Claro que querías. —Ella presionó su mano bajo la chaqueta y sonrió al ver como
él la apartaba avergonzado—. Pero estoy segura de que no lo sentías.
—¿Siempre eres así de comprensiva?
—Casi siempre. Lo oyó reír con cierta tristeza.
—Me habías asustado. —Tyler intentó bromear y se restregó los ojos—. Creí que lo
hacías para…
—¿Para qué, Tyler? ¿Para hacer que te enamores de mí?
Él la miró, maravillado por el modo en que ella lo conducía a su terreno
nuevamente.
—Nena, tú no te rindes nunca, ¿verdad? —Tyler dejó que esta vez fuera su mano la
que buscara la de ella. La acarició levemente y después, sus dedos dibujaron con
lentitud la mejilla femenina—. Y en realidad, no sé qué esperas de mí.
—Entonces, no pienses tanto en ello. —Amanda cubrió con su mano los dedos de él,
obligándolos a permanecer en su rostro durante unos segundos antes de apartarlos con
suavidad—. Seamos amigos, Tyler McKenzie. A lo mejor, te doy una sorpresa y hasta te
resulto simpática.
—Abbot, ya me pareces simpática —bromeó Tyler, quizá para eliminar la atmósfera
de intimidad que se estaba creando.
—Pero no quieres que seamos amigos —le reprochó con un mohín.
—Porque no tengo amigos a los que quiera meter en mi cama… Santo Cielo, Abbot,
eres más cabezota que yo… —Tyler estaba lo bastante cansado como para ceder. Tenía
que retirarse antes de que ella lo descubriera. Se levantó. Tiró de su mano y, de un
salto, la hizo ponerse también de pie—. Vamos a dormir un poco. Pronto amanecerá.
Ella asintió. En el salón, Tyler sonrió al ver como Doc lo saludaba medio en sueños.
—¿Brooke está bien?
—Un poco nerviosa. Pero la obligamos a echarse un rato. ¿Habéis descubierto algo?
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—Doc hizo ademán de erguirse, pero Tyler negó con la cabeza.
—Descansa, Doc. Hablaremos por la mañana.
La acompañó hasta la puerta de su habitación, y Amanda aguardó, preguntándose si
la despediría con frialdad. Tyler cruzó los brazos sobre el pecho, observándola con
curiosidad.
—Algún día, Abbot, me invitarás a pasar —dijo en voz muy baja—. Y ese día, los
dos tendremos un serio problema.
—Ya veo que te obsesiona la idea —observó, ocultando la mirada para que no viera
cuanto lo deseaba en realidad.
—Me obsesiona que no te preocupe.
Amanda se apoyó en la puerta y cerró los ojos. Estaba cansada. Y herida. Sentía el
dolor de Tyler como si fuera propio. Sentía su pérdida en lo más profundo y no sabía
qué hacer para consolarlo. Excepto escuchar su silencio, que era tan revelador como el
discurso más elocuente. Había aprendido a interpretarlo y eso también la obsesionaba,
porque significaba que él le importaba más de lo que podía imaginar.
Percibió el cálido aliento sobre su mejilla. Iba a besarla. En cualquier momento
sucedería y, nuevamente, ella perdería el control. Se humedeció los labios
entreabiertos.
Tyler recorrió con los ojos aquella boca que se abría levemente, provocándolo,
incitándolo a olvidar sus buenas intenciones, seduciéndolo de un modo tan perverso que
había que estar loco para no sucumbir a la tentación.
—¿Es cierto? ¿No te preocupa? —insistió, pronunciando las palabras muy cerca de
la boca femenina.
Amanda no contestó y durante unos segundos sus alientos se confundieron. Un
estremecimiento la sacudió interiormente.
—Algún día, Abbot…
Amanda comprendió que ambos estaban demasiado cerca, peligrosamente… Corrían
el riesgo de cruzar aquella delgada línea tras la cual ya no había posibilidad de retorno.
Uno de los dos tenía que hacer algo antes de que se precipitaran al interior de aquel
volcán en erupción que se alimentaba del deseo y el instinto más primitivo. Un volcán
al que se habría lanzado gustosa de no ser porque Tyler había bajado la guardia, era
vulnerable y ella se odiaría por aprovechar la situación a la mañana siguiente.
Colocó su mano en aquel pecho donde el corazón del hombre latía desbocado y lo
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apartó con suavidad.
—Pero no hoy, Tyler McKenzie. No esta noche.
Amanda cerró la puerta despacio, consciente de que él estaba aún al otro lado. Lo
oyó murmurar algo y sonrió quedamente. Él había dicho: «Abbot», con aquel tono que
revelaba claramente que Tyler no era inmune a ella.
***
Amanda estaba colgando la última de las cortinas cuando su taburete se tambaleó
peligrosamente. Cameron y Dylan estaban realizando algunas averiguaciones, Brooke
había salido a tomar un refresco con Doc y le había hecho prometer que esperaría a que
llegara para ayudarla. Sin embargo, estaba tan emocionada por ver la cara que ponían,
que no había podido esperar más.
Y por otro lado, sabía que estaría agotado esa noche. Después de lo sucedido, Tyler
no dejaba de vigilar todo el tiempo. Apenas había dormido unas horas y se había
levantado cuando aún no había amanecido. Ella no quería entrometerse, pero intuía que
los apuros económicos de Tyler iban en aumento. Por lo que conseguía sonsacarle a
Brooke, el banco le había negado un nuevo crédito y se preguntó cuál sería el momento
adecuado para proponerle lo que tenía en mente.
Y era Navidad. Estaba decidida a que Brooke, el resto de los McKenzie y ella
misma tuvieran la mejor Navidad de sus vidas. «Y la tendremos si no termino
escayolada de pies a cabeza», pensó al tiempo que caía y sentía unas manos fuertes que
la sujetaban en el aire. Sonrió con nerviosismo, esquivando los reproches de su mirada
y dejándose llevar por él hasta quedar a salvo y con los pies sobre el suelo.
—¡Tyler! No te esperaba tan pronto… —Lo vio cruzar los brazos sobre el pecho en
actitud desaprobadora—. Quería darte una sorpresa.
—¿Cómo, rompiéndote el cuello? —su tono era controlado—. Has podido matarte,
¿en qué estabas pensando?
—Ya te lo he dicho —insistió, furiosa porque él ni siquiera había comentado lo
bonitas que habían quedado las dichosas cortinas ni lo bien que le sentaba el vestido—.
Quería darte una sorpresa.
—Pues no me des más sorpresas, Abbot —le advirtió enfadado—. No quiero tener
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que preocuparme también de una chica tonta que se cree el hombre araña y se dedica a
trepar por mis paredes.
—¡Muchas gracias! —explotó ella.
—De nada. —Él no se movía, y Amanda permanecía contra la pared, a punto de
gritarle que no necesitaba que nadie se preocupara por ella. Había aprendido a cuidarse
solita hacía mucho tiempo. Y desde luego, no tenía intención de matarse por el
momento.
—¿Y ahora qué te pasa? —le espetó—. ¿Quieres decírmelo o prefieres seguir
discutiendo el resto de la noche?
Tyler la miró con fijeza, recreándose en lo bien que encajaba aquel sencillo vestido
negro sobre su cuerpo. Apenas se sujetaba con un par de finísimas tiras sobre los
hombros y por un momento, le asaltó el loco deseo de arrancarlas con los dientes.
Sacudió la cabeza, disgustado porque no podía controlar lo que sentía.
Aunque sus ojos echaban fuego, Amanda fue consciente de que ocultaba algo tras
aquella expresión rabiosa. Un delicioso hormigueo le recorrió la espalda al
comprender de qué se trataba. Estaban solos en la casa. Y él lo sabía. Aunque
normalmente Tyler evitaba quedarse a solas con ella, en aquella ocasión no podía
escapar a la realidad. Ni ella tampoco.
—Tyler. —Él se tensó al escuchar su nombre en los labios femeninos—. ¿Estás
bien?
—No, no estoy bien —el tono de él era brusco, y Amanda extendió los dedos para
acariciar la incipiente barba de su mentón—. Pero no me hagas preguntas, Abbot.
—De acuerdo —ella asintió obediente, clavando en él sus ojos sinceros—. Solo
dime cómo puedo ayudarte.
—No quieres saberlo, créeme. —Tyler cubrió con su mano la que ella mantenía
sobre su rostro, y Amanda sintió el áspero contacto de su palma encallecida sobre la
piel.
Quiso decirle que quería todo de él, incluso sus comentarios mordaces y sus
regaños. Quiso decirle que cualquier cosa le parecería bien siempre que confiara en
ella. En lugar de eso, se conformó con dejar que la observara en silencio, disfrutando
del placer que le proporcionaba la intimidad de aquella caricia.
—Tyler…
—¿Quién eres, Amanda Abbot?
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Deslizó su mano hasta la garganta y rodeó su nuca para atraerla hacia sí. Apresó sus
labios con avidez, y Amanda se pegó a su cuerpo, ansiosa por sentirlo aún más cerca.
Un instante después, él aflojó ligeramente la presión en su cuello y la apartó para
estudiar su expresión con detenimiento.
—Abbot…, esto no está bien —dijo con voz ronca.
—¿Y a quién le importa? —replicó, frotando su nariz contra la barbilla de él.
—A mí me importa —contestó, aunque no apartó las manos de ella al hablar—. Y a
ti también debería importarte, Abbot.
—¿Por qué? ¿Acaso eres realmente el chico malo que dicen por ahí? —lo provocó
intencionadamente.
—Abbot…
—No, Tyler. —Ella rozó levemente los labios de Tyler con los suyos, notando como
las mandíbulas de él se endurecían de inmediato—. Di mi nombre.
—Abbot…
—Mi nombre, Tyler —le ordenó, tan dulcemente que el hombre pensó que perdería
la cabeza de un momento a otro.
—Amanda —dijo al fin, enredando los dedos en el cabello de ella y aspirando
fuertemente su aroma—. Amanda Abbot…, vas a volverme loco, ¿lo sabías?
—Y eso que aún no has probado el pavo que he preparado para esta noche. —
Amanda sonrió, resignada cuando él la soltó y esbozó una media sonrisa.
No estaba mal. Lo había hecho reír, era un gran paso adelante. Pero la magia había
desaparecido y no supo si alegrarse o entristecerse por ello.
—¿Has preparado la cena? —Tyler arqueó las cejas, fingiendo estar sorprendido y,
de paso, insinuando que la consideraba una nulidad en la cocina.
—Pues claro. ¿Qué te creías? —No se dejó engañar por su aparente incredulidad. Y
añadió, aprovechando el buen humor de él—: Y además, si quiero pescar un marido,
debo hacer méritos, ¿no te parece?
Lo oyó toser ruidosamente y sonrió. Tyler la observaba con una mezcla de estupor y
terror en la mirada, y Amanda tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sucumbir a la
tentación de seguir pinchándolo solo por ver la cara que ponía.
Escuchó el ruido del motor de la camioneta de Doc al detenerse frente a la casa.
«Salvado, Tyler», pensó con fastidio. Poco después, el todo terreno del sheriff anunció
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también que Cam y Dylan estaban en casa. Empujó a Tyler con suavidad y le advirtió
que no los dejara pasar al salón hasta que ella le avisara. Tenía apenas unos minutos
para terminar de colocar la mesa y quería que estuviera perfecta.
Cuando ella lo llamó, Tyler hizo los honores y guió al resto hasta la mesa, apartando
incluso las sillas para que cada uno ocupara la suya.
Amanda observó la reacción de Brooke al desdoblar la servilleta que ella
cuidadosamente había doblado haciendo una pajarita y colocarla sobre las rodillas.
Depositó la bandeja con el pavo y esperó unos segundos antes de servir y ocupar su
propio asiento. Aún continuaba esperando un halago cuando Tyler carraspeó.
—¡Oh, Amanda, soy un desastre! —Brooke alargó la mano sobre el mantel y apretó
la de Amanda con fuerza—. Estaba tan distraída saliendo de mi asombro, que ni
siquiera te he dado las gracias por… por todo esto. Es… ¡Es maravilloso, Amanda!
¿Podrás perdonarme?
—Es cierto. Somos una panda de desagradecidos, familia. —Cameron le dio un
codazo a Dylan para que soltara el tenedor, y este obedeció con expresión divertida.
—Así son los McKenzie, Amanda. Tienes que estar loca para querer quedarte por
aquí —bromeó y la señaló con su cubierto—. Pero, por favor, quédate. Porque es la
mejor cena de Navidad que hemos tenido en mucho tiempo.
Amanda exhaló un profundo suspiro.
—Menudos farsantes… —comentó sonriendo—. Pero os perdono.
Por supuesto, no les contó que el pavo casi se le había quemado en el horno y que no
había más copas en la mesa porque las había roto al colocarlas. Rezó porque ninguno
de ellos eligiera agua en lugar de vino.
Miró de reojo a Cam, quien le hacía un gesto sospechoso a Dylan cuando este trató
de escupir la parte más dura de la piel de su enorme pedazo de pavo. Dylan tragó
ruidosamente y bebió un sorbo de vino a continuación.
—Está delicioso, Abbot —mintió Cam y comió un par de trozos seguidos para
aliviar la expresión avergonzada del rostro de la mujer.
—Sí, es lo mejor que he probado en… mucho tiempo. —Tyler acabó con el
contenido de su plato en un abrir y cerrar de ojos.
Amanda decidió que Tyler merecía una lección por ser tan mentiroso. Odiaba las
mentiras, aunque fueran piadosas.
—¿Has terminado, Tyler? —le preguntó con excesiva amabilidad—. Te serviré un
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poco más.
Y antes de que pudiera protestar, lo hizo y se sentó a contemplar como él enrojecía
mientras devoraba otra buena ración de pavo medio chamuscado. Se sintió culpable
durante una fracción de segundo, pero pensó que a Tyler le venía bien que ella le bajara
los humos. Aunque no tanto a su estómago.
—Gracias por invitarme a pasar la Navidad con vosotros —comentó Doc cuando
todos hubieron terminado y degustaban una botella de vino caro que él mismo había
traído—. En realidad, no me sentía en familia desde que mi madre murió.
Amanda pensó que así se sentía ella. Parte de aquella familia. Una piña, una misma
muralla, con algunas grietas poco importantes que el tiempo y el amor podrían reparar.
Doc y ella no tenían nada de eso y quizá por ello Amanda sentía que había una especial
empatía entre los dos.
Ambos estaban solos, prácticamente sin familia. Nadie podía comprender lo duro
que era mejor que ellos. Pero no esa vez. No esa Navidad. Miró a Tyler de reojo.
«Pobrecillo, será capaz de pedirme que le guarde el resto de pavo para mañana con tal
de ser amable esta noche», pensó, henchida de felicidad. Al menos, Tyler se mostraba
más humano que de costumbre y se lo agradeció en silencio. Él no podía saber lo
importante que era para ella, pero se lo agradeció de todos modos.
—¡Feliz Navidad a todos! —Brooke levantó su copa y el resto la acompañó,
sonriendo cuando ella se dirigió a cada uno para transmitirles personalmente su
mensaje navideño. Estaba muy graciosa ejerciendo su papel de perfecta anfitriona para
sus invitados. Parecía Dorothy a punto de solicitar los dones de sus compañeros de
viaje a Oz—. Deseo para todos mucha felicidad. Para Doc, un futuro próspero y muchas
vacas y caballos enfermos que curar. Para mi guapo sheriff, un trabajo menos peligroso.
Para Dylan, un proyecto que mantenga su mente ocupada. Para mi querido y a veces
insoportable Tyler, un golpe de fortuna que acabe con sus quebraderos de cabeza y una
buena chica que lo soporte.
Brooke había mirado en dirección a Amanda al decir lo último, y ella se sonrojó.
—Y para mi queridísima y recién adquirida amiga… —La joven hizo chocar su
copa contra la de ella, con expresión afectuosa en el rostro—. Deseo que todos tus
sueños se hagan realidad. Y deseo que te quedes con nosotros. Pero si no es así, deseo
que nos lleves en el corazón y que nos consideres tu familia, siempre, estés donde estés.
Amanda estaba a punto de llorar. Disimuló como pudo su emoción y agradeció que
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Doc estuviera tan emocionado como ella.
—Ah, se me olvidaba… —Brooke sonrió, y su sonrisa iluminó la habitación como
la más brillante de las estrellas. Pero después, su expresión se volvió más seria—.
Deseo que esos desgraciados que asesinaron a nuestros caballos tengan la peor
Navidad de sus vidas y acaben con sus huesos en la cárcel. Y eso es todo. ¡Os quiero
mucho!
—De verdad, gracias por tu hospitalidad, Tyler. Cam, Dylan. —Doc no era tan
elocuente como Brooke a la hora de expresar sus deseos. Pero no importó. Todos
habían captado el mensaje de agradecimiento en su mirada.
—Siéntete como en tu casa, Doc. —Tyler le palmeó el hombro al pasar junto al
joven, haciendo un gesto a sus hermanos y tirando antes de la mano de Amanda para
arrastrarla con él.
Amanda entendió la señal. Tyler les regalaba un poco de intimidad en aquella noche
tan especial. ¡Era tan romántico! Los envidió un poco. ¿Qué le depararía a ella la
noche? Conociendo a Tyler, le propondría una partida de cartas. Y seguramente, y solo
para hacerla rabiar, le ganaría y se reiría después para fastidiarla. Pero no. Se había
equivocado.
Tyler había tomado su mano y. en aquellos momentos, colocaba un abrigo sobre sus
hombros y la conducía fuera de la casa. Se detuvo bajo el muérdago que pendía de la
madera y que ella misma había puesto allí con la esperanza de que algo mágico
sucediera. Pues bien. Ahora era la oportunidad perfecta.
—Aún no has expresado tu deseo por Navidad —le recordó él de pronto—. ¿No
tienes ninguno, Abbot?
—¿Y tú?
—El mío es un secreto. —El tono de Tyler era indescifrable—. Vamos, Abbot, no
seas tímida. Algo querrás pedir, ¿no? Es la costumbre.
Amanda dudó un instante. Cerró los ojos y entreabrió los labios, aguardando el
momento en que él los apresaría y la besaría apasionadamente. Al cabo de unos
segundos en que no sucedía nada y sentía que todas sus ilusiones se esfumaban, volvió a
abrir los ojos. Tyler mantenía la vista clavada en su boca, pero no se movía.
—Tyler… —murmuró, conteniendo la rabia que crecía en su interior—. He
decorado la casa, he colgado las cortinas nuevas y me esforzado mucho porque esta
noche fuera perfecta para todos. Llevo todo el día peleándome con el maldito pavo en
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tu maldita cocina y casi he tenido que llamar a los bomberos para que apagaran el
maldito horno. Y por si no te has dado cuenta, llevo un vestido nuevo.
Él pareció reparar en ello de repente. Amanda pataleó en el suelo.
—Y eso que está ahí —señaló la planta que pendía sobre sus cabezas— es el
maldito muérdago tradicional de Navidad. Y si crees que voy a dejar que vuelvas a
entrar en la casa sin darme mi maldito beso, es que estás loco.
Agarró con los dedos las solapas de la cazadora del hombre y lo atrajo hacia ella
con brusquedad. Buscó su boca, ansiosa y furiosa al mismo tiempo. Lo besó largamente,
rompiendo con facilidad la barrera inicial que eran los dientes del hombre Alcanzó
enseguida el interior y la boca de Tyler, se fundió con la suya finalmente. Cuando lo
soltó, Tyler respiraba agitadamente.
—Gracias. —Sonrió con naturalidad, fingiendo que el temblor de sus piernas se
debía solo al frío que hacía allí afuera.
Y como única respuesta, Tyler la abrazó y se apoderó de su boca nuevamente, esta
vez llevando las riendas de la caricia y obligándola a arquearse contra él hasta quedar
alojada en el hueco de su pecho.
—No hay de qué —dijo Tyler al aflojar la presión de sus brazos. Sonreía
maliciosamente—. Pero para otra vez, cuelga mejor tu maldito muérdago, Abbot.
Ella frunció el ceño. Pero al instante, comprendió a qué se refería. Vio como él
retiraba algo de encima de su cabeza y le mostraba el adorno entre los dedos.
—Espero que hayas asegurado bien las cortinas —bromeó, y Amanda refunfuñó.
Tyler le dio unos golpecitos en la punta de la nariz con su dedo índice, divertido—.
Abbot, no seas tan arisca.
—Vete al cuerno, Tyler. Ya sé que me consideras un desastre —replicó a punto de
atizarlo y borrar de su cara aquella expresión victoriosa.
—¿Un desastre? Claro que no. —Él lo estaba pasando en grande mofándose de su
descuido—. Un poco charlatana y algo chapuzas. Pero no un desastre, nena. Nunca un
desastre.
Tyler estaba a punto de confesarle que realmente la consideraba todo menos eso.
Aquella noche incluso le habría dicho dos o tres piropos amables para sonrojarla o
sonrojarse con su respuesta. Pero la música que provenía del interior de la casa llamó
su atención.
Tiró de ella para que lo siguiera y la obligó a bailar con él a regañadientes, mientras
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Brooke y Doc hacían lo propio muy cerca de ellos. Así le gustaba, que se comportaran
como dos chicos buenos y no le hicieran tener más preocupaciones de las que ya tenía.
Porque, y para qué negarlo, la proximidad del cuerpo de Abbot era una tremenda
preocupación. A juzgar por el cosquilleo que le recorría el estómago, adivinó que
aquello no había hecho más que empezar. Aún quedaba toda la noche por delante para
que ella lo atormentara con el suave aroma de su cabello, con la promesa de su
mirada… Trató de no pensar en ello y de concentrarse en la música. Pero, diablos, no
era fácil. Si ella continuaba pegándose a él como una ventosa, no podría resistir mucho
más tiempo. Cameron y Dylan charlaban animadamente. Espió de reojo a Brooke y
Doc. Aquellos dos no tenían pinta de querer retirarse a dormir. Se resignó.
—Eres el peor bailarín que conozco, Tyler —le susurró ella al oído—. Estás muy
tenso. Relájate, ¿quieres? No voy a morderte.
¿Qué se relajase? Como si pudiera hacerlo. Ella lo decía con ligereza, seguramente
porque no lo conocía lo bastante como para saber que no había estado con ninguna
mujer desde hacía mucho tiempo. A menos, claro estaba, que Brooke se lo hubiese
contado. Su hermana tenía muchas virtudes, pero la discreción no era una de ellas. ¿Lo
habría hecho?
—¿Sabes lo que estás haciendo? —le preguntó Tyler en voz baja, y sus labios
rozaron el cuello de ella.
—Estamos bailando, Tyler.
—Te lo diré de otro modo. ¿Sabes lo que me estás haciendo?
—Tyler, te preocupas demasiado —lo tranquilizó, fascinada por la manera en que él
se derretía en el abrazo.
—Y tú te comportas como Eva ofreciendo la manzana del pecado en el Edén —le
reprochó, pero no resultó convincente. ¿Era tan evidente que le encantaba que ella se
comportara así para él?—. Dime una cosa, Abbot. ¿Cómo esperas que acabe esta
noche?
Amanda sonrió y se soltó para correr en dirección a los otros hermanos. Obligó a
Dylan a bailar con ella y disfrutó enormemente al comprobar que Tyler no apartaba la
mirada de ellos ni una sola vez. Dylan era mejor bailarín con diferencia, y Tyler
parecía sufrir en silencio cada vez que ella reía uno de sus chistes o le tocaba la mejilla
en un simple gesto afectuoso. Sabía muy bien que Amanda no era Brenda y, en el fondo,
estaba seguro de que solo flirteaba con Dylan para obligarlo a reaccionar. Pero eso no
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lo tranquilizaba y estaba empezando a considerar seriamente la posibilidad de
arrebatarle la pareja de baile a Dylan, echársela al hombro como un cavernícola y
llevársela arriba.
—¿Una última copa? Parece que la necesitas —comentó Cameron.
Tyler se volvió y no le gustó nada ni el tono ni la mirada de su gemelo. ¿Qué era
aquello, una conspiración? ¿Se habían puesto todos de acuerdo para lanzarlo en los
brazos de aquella mujer? Parecía que entre más se resistía a que sucediera algo entre
ellos, más se confabulaban todos en la casa para que ocurriera. ¿Es que se habían
vuelto locos? ¿No comprendían que estaba aterrorizado por lo que sentía por ella?
—Dame la maldita copa y no te pongas en plan poli misterioso. Me pone de los
nervios que hagas eso —ocultó la mirada y aceptó la bebida que le ofrecía. Bebió con
rapidez, pero el líquido se quedó atascado en su garganta al escuchar el siguiente
comentario.
—Qué curioso. Creí que lo que te ponía de los nervios era ver como otro está
bailando con la mujer que quieres.
—No sé de qué me hablas —replicó, aclarándose la voz.
—Ty… —Cameron le echó el brazo por los hombros para murmurarle algo al oído
—. Amanda es una mujer especial. Seguro que hasta un idiota que guarda su corazón
bajo llave puede ver eso.
Tyler iba a decirle que podía meterse sus conjeturas de casamentero por donde
mejor le viniera. Cameron no esperó su reacción. En lugar de eso, se acercó Dylan y le
robó la chica. Y dirigiendo un guiño malicioso al hombre que permanecía silencioso en
el salón, bailó el resto de la noche con ella, desplegando todo su encanto McKenzie y
logrando que a Tyler le hirviera la sangre de celos.
***
Amanda se despidió de Doc con un abrazo y bromeó con Brooke cuando dijo que
estaba cansada justo después de marcharse su galante pretendiente. Se fue a la cama
entre risas, mientras Cameron y Dylan echaban su segunda partida de dardos.
Amanda les dio las buenas noches, advirtiéndoles con fingida seriedad que no
desviaran por error ninguna de aquellas flechitas en la dirección donde se encontraba
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Tyler. Ambos pusieron cara de inocentes y se despidieron de ella con un beso en la
frente.
Amanda caminó despacio hasta su habitación. Cerró la puerta y se quedó allí un
buen rato, con la espalda contra la madera. «No conozco a nadie más terco que Tyler»,
pensó. Llevaba horas en la misma postura arrogante, estudiándola en la distancia,
analizando cada uno de sus movimientos como si valorara la posibilidad de echar a
correr en cuanto ella se le acercara. Sin embargo, había algo en su mirada, un brillo
especial.
Sonrió al escuchar unos pasos inseguros al otro lado de la puerta. No supo cuánto
tiempo permaneció allí, inmóvil y expectante. Después de un momento que le pareció
eterno, oyó como unos nudillos golpeaban la puerta con suavidad.
—¿Tyler…? —le habló a través de la madera, manteniendo la hoja cerrada a
sabiendas que eso lo haría rabiar. Tyler no podía ver la expresión maliciosa que había
en su rostro.
—Abbot, abre la puerta —no era una petición. Era una orden y, a juzgar por su tono
de voz, Tyler McKenzie no estaba acostumbrado a que nadie desobedeciera una orden
suya.
—Es muy tarde. Y estoy cansada —mintió.
—Abbot, abre la puerta —repitió él y añadió en tono más amable—: Por favor.
Amanda lo hizo al cabo de unos segundos. Estaba frente a ella y la empujó con una
rudeza que no la engañó. Aquel brillo en sus ojos verdes lo delataba y sabía que estaba
perdido.
—¿Quieres algo, Tyler McKenzie?
Tyler se agitó de placer. Se le erizaba la piel cada vez que ella pronunciaba su
nombre de aquel modo tan… endiabladamente diplomático.
—Tramposa —murmuró con voz ronca—. Me has hecho pasar un verdadero infierno
esta noche. He querido matar a mis hermanos cada vez que te reías, cada vez que les
dedicabas una de esas sonrisas encantadoras.
Mientras hablaba, Tyler jugueteaba con el tirante del vestido. Finalmente, lo apartó
del hombro y lo dejó caer a un lado con lentitud.
Amanda contuvo el aliento al sentir el contacto de los dedos sobre la piel. Aquel
leve roce había tenido el mismo efecto que si la desnudara completamente, logrando
que cada fibra de su ser se estremeciera.
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—Me preguntaste cuál era mi deseo por Navidad, ¿no? —preguntó él.
Amanda asintió, y eso bastó para que el hombre cerrara la puerta a su espalda y la
levantara como una pluma en sus brazos.
La depositó con delicadeza sobre la cama y se recostó junto a ella, apoyando la
cabeza en un codo para contemplarla. Le daba miedo tocarla por si se desvanecía en el
aire, por si se rompía entre sus dedos torpes y se iba con la brisa de la mañana.
Aun así, se arriesgó. Recorrió su rostro solo con el aliento, en un lento ritual de
exploración que tanteaba el hermoso territorio de sus facciones. Quería ser paciente,
aunque necesitaba con urgencia saborear cada centímetro, y la excitación comenzaba a
provocarle una sensación muy parecida al vértigo.
Amanda intentó acariciarlo, pero Tyler sujetó sus manos con suavidad y las colocó
sobre la almohada, inmovilizándola. Se inclinó sobre ella y deslizó la boca hacia la
línea de su cuello, haciéndola suspirar de placer. Trazó círculos con la lengua en aquel
hueco delicioso y cálido y ascendió perezosamente hasta encontrar la boca entreabierta,
dispuesta, una cueva dulce que quería invadir y explorar.
Tyler había decidido cuál era su deseo por Navidad. Pero no le confesaría que
también lo era para la primavera, para el verano, para el otoño. No le confesaría que
era su deseo hacerla suya cada noche de cada estación y hacerle el amor de tantas
maneras que ella nunca deseara marcharse de su lado. No le dijo nada. Solo quería
tenerla donde la tenía ahora. Anhelante y callada para variar. Tremendamente excitante
bajo aquel precioso vestido que, por otro lado, se interponía demasiado entre ambos.
Enredó los dedos en los tirantes y arrastró la tela hacia abajo, descubriendo los
senos henchidos, la piel inflamada. Los cubrió con las palmas encallecidas por el
trabajo y deseó que fueran más suaves para ella, pero Amanda no se quejó.
Lo miró a los ojos, como si adivinara sus pensamientos y retuvo las manos sobre su
pecho, respirando agitadamente.
Tyler bajó la cabeza, y su boca se deslizó apenas rozando los duros pezones. La oyó
gemir y no pudo evitar atrapar sus labios húmedos. La besó con la boca y con la
mirada, bebiéndola con la ansiedad de un náufrago sediento y desesperado. Así se
sentía. Como si toda su vida hubiera sido un inmenso y solitario paisaje árido que ahora
se iluminaba solo porque ella estaba allí. Se apartó un segundo para terminar de
quitarle el vestido, sacándolo por los pies mientras sus ojos verdes no perdían detalle
de cada segmento nuevo de piel al descubierto.
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Tyler se esforzaba en controlar la rudeza a que estaban acostumbrados sus dedos y la
tocaba con tanta ceremonia que Amanda pensó que iba a desmayarse.
Se sacó las botas con rapidez y las dejó volar sin importarle donde caían. Cuando
comenzó a desabrocharse la camisa, Amanda sonrió para sus adentros. Los dedos le
temblaban al manipular los botones, pero logró deshacerse de ella y la lanzó al suelo.
Amanda se irguió en la cama para ponerse de rodillas frente a él. La cegó el brillo
metálico de la hebilla de su cinturón y cerró los ojos, extasiada, arrebatándoselo de un
tirón. A tientas, los dos intentaban desabrochar el pantalón, pero los cierres se resistían.
Sus dedos se tocaron con nerviosismo, con urgencia. Después de una breve lucha,
aquella prenda también hizo compañía a las otras.
Amanda abrió los ojos, mareada. Metió las manos con timidez bajo el elástico de
los calzoncillos, y Tyler las envolvió con las suyas para animarla a continuar. Cuando
estuvo totalmente desnudo, Amanda regresó a la postura inicial. Tyler se tumbó junto a
ella, pero no la tocó enseguida.
Se mantenía apoyado en un codo y le traspasaba la piel con sus ojos verdes,
haciéndole el amor con la mirada. Le retiró un mechón de la cara, maravillado por lo
suave que era su cabello y por lo bien que se amoldaba su cuerpo a sus caricias.
—He querido hacer esto desde el primer día… —susurró.
Amanda se giró hacia él y quedaron uno frente al otro.
—¿Y por qué has esperado tanto? —preguntó, suspirando cuando su dedo índice
recorrió el contorno de su cintura para descansar en su ombligo.
—Porque yo… —Iba a retirar la mano, pero Amanda la rescató en el aire y la
depositó sobre su pecho. Tyler se estremeció involuntariamente, mirándola a los ojos
—. Toda mi vida he esperado encontrar a alguien como tú. Temía que no fueras real.
—Soy real, Tyler. Y estoy aquí. Tócame —lo instó, y Tyler, sorprendentemente
obediente, la atrajo para volver a besarla.
Cuando separó los labios para tomar aire, ella emitió un leve gemido de protesta y
enredó sus piernas en las caderas del hombre. Notó cómo se tensaba. Su pelvis
endurecida presionaba los muslos de Amanda, y ella respondió ansiosa, apretándose
más contra él.
—Tyler…
—No hables, Abbot. —La silenció con sus labios, pero ella apartó el rostro,
insistente, terriblemente excitada, terriblemente… enamorada.
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Ya lo había dicho.
Aunque solo había pronunciado las palabras en su mente por temor a que su
descubrimiento le asustara.
—¿Por qué lo estropearía? —preguntó.
—Porque me estás volviendo loco, Abbot —respondió Tyler con voz ronca de deseo
—. Y porque voy a explotar si no eres mía esta noche.
Ella rió bajito. Y al contrario de lo que Tyler imaginaba, dejó de luchar y se rindió a
sus caricias. Presionó sus hombros con insistencia, obligándolo a colocarse sobre ella,
entre sus piernas. Estaba preparada para recibirlo, para recibir de él lo que estuviera
dispuesto a dar, lo que fuera.
Sintió como entraba en ella, invadiéndola despacio pero con firmeza, rígido y
contenido, dejando que se adaptara a la intromisión, encantador.
Tyler quería que aquello durase una eternidad. Se movió con lentitud en su interior,
manteniendo el ritmo y controlando como podía su propia excitación. Le hablaba al
oído mientras lo hacía, repitiendo su nombre como una oración, quemando su cuello
con su aliento, dibujando una y otra vez con su lengua un tortuoso sendero que siempre
finalizaba apresando su boca. Tyler apretó los dientes con fuerza al escuchar como
gemía profundamente. Sintió como su parte más íntima palpitaba al alcanzar el orgasmo
y buscó su boca, sin dejar de moverse dentro de ella.
Amanda temblaba y cerraba las manos en su nuca, apretándole el rostro contra el
suyo, respirando en su propia boca…
Tyler se rindió a ella. Aumentó el ritmo de sus movimientos y le pareció que
explotaba en mil pedazos cuando se derramó. Apoyó su frente perlada de sudor en la de
ella, sorprendido por la intensidad de lo que acababa de suceder. Estaba tan absorto en
todas aquellas sensaciones que no podía pensar en otra cosa. Es que no quería pensar
en realidad. Le aterraba el hecho de que, por la mañana, ella seguiría siendo ella. Una
mujer que le encendía los sentidos, que le tocaba el alma con cada mirada… Una
extraña que había llegado a su vida para complicarla, para despertar sentimientos y
deseos nuevos.
Amanda lo había arrasado por completo. Había conquistado el corazón de todos.
«También el tuyo», le decía una vocecita perversa, y Tyler no quería escucharla, porque
hacerlo implicaba tener en cuenta los pros y los contras de hacer el amor con ella. Y
siendo sincero, al diablo con todos aquellos argumentos. La amaba. Y la odiaba al
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mismo tiempo vez por hacerlo sentir tan especial. Por hacerle sentir que cuando ella se
fuera —y se iría, era un temor constante, angustioso—, él volvería a ser el tipo rudo y
sin modales que una mujer como ella no necesitaba.
Aquel pensamiento lo paralizó, le quitó al aire y quiso huir. «También el tuyo…».
Intentó levantarse de la cama. Pero ella se lo impidió, tirando de él para retenerlo y
recostar la cabeza en el hueco de su hombro. Acarició su pecho con aquellos dedos
finos que Tyler ya echaba de menos aunque todavía seguían allí.
—Tyler… Feliz Navidad —la oyó susurrar antes de quedarse dormida entre sus
brazos.
No contestó.
No podía hacerlo a causa de la confusión, a causa de aquella opresión extraña en el
pecho.
Se dijo que aquello no podía repetirse nunca más. Era peligroso. Para él, para los
dos… para él. ¿Ya lo había dicho antes?
***
Aquella mañana, dos acontecimientos extraordinarios hacían que su rostro
resplandeciera. Aún conservaba el olor de Tyler en la piel y recordaba la manera en
que le había hecho el amor durante la noche. Ese ya era motivo suficiente para que se
sintiera feliz. Se desperezó con lentitud sobre las sábanas y sonrió al comprobar que no
estaba a su lado. Ya imaginaba que no encontraría a Tyler junto a ella. Pero no estaba
enfadada. Sabía que él jamás se quedaba en la cama un minuto más de lo necesario. Se
lo perdonó y se vistió a toda prisa, corriendo hasta el salón al escuchar las voces.
—Date prisa, tienes una llamada —Brooke la apremiaba. Amanda bajó las escaleras
de dos en dos y se abalanzó sobre el teléfono que Brooke le tendía con expresión
divertida.
—¿Diga… Kitty…? Oh, Dios, creí que te habías olvidado… Cielos, es peor que el
del año pasado. —Alejó el auricular para que Brooke escuchara como Kitty entonaba
Blanca Navidad con su voz melodiosa—. Déjalo ya, ¿quieres? Tendría que matarte por
esto… ¿Y te llamas amiga?... No, no quiero escuchar que has tenido una semana
horrible… ¿Qué… Elora ha muerto… cómo…?
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—¿Pasa algo, Amanda? ¿Quién ha muerto? —Brooke se alarmó, y Amanda sacudió
la mano en aire para tranquilizarla mientras atendía a la conversación con Kitty.
Al parecer, Ewan había decidido suprimir a Elora de la serie y la había sustituido
por una hermana gemela, que interpretaba la misma actriz y de la que el Dr. Lockarne se
enamoraba. Solo habían rodado un par de episodios y Ewan esperaba ansioso la
reacción de la audiencia. Kitty decía que aún intentaban solucionar la misteriosa
desaparición de la enfermera Wendy. Se disculpaba porque había tenido que escribir un
guion en el que la convertía en una calculadora traficante de medicamentos a la que
había liado con un antiguo celador del hospital. Menudo lío. Amanda sonrió.
—Está bien, te perdono… ¿cómo que tienes que dejarme…? Es Navidad, Kitty…
Nadie trabaja en Navidad… Está bien, sé que tú sí… Bien, te llamaré… Te quiero…
—Amanda colgó y se quedó mirando un buen rato el teléfono.
Contempló a los McKenzie reunidos alrededor del árbol. El día anterior se había
prometido que sería la primera en llegar hasta los calcetines colgados de la chimenea
para dejar sus regalos. Sin embargo, los acontecimientos de la noche habían variado
sus planes. Aunque no lo suficiente. Contuvo el primer impulso de echarse en sus
brazos al verlo, recién duchado y vestido, de pie junto al árbol de Navidad. Tenía que
ser precavida y no adelantarse a él. A Tyler no le gustaba que nadie se le adelantara, así
que esperó paciente y trató de imaginar la reacción de Brooke y los demás cuando él
les contara la nueva situación entre ellos.
Supuso que la joven daría saltos de alegría, y los hermanos, su bendición, no sin
antes hacer un chiste sobre la condena que le había caído al enredarse con un tipo como
Tyler. Amanda había comprado regalos para todos y estaba ansiosa por empezar a
repartirlos. Estaba segura de que ellos habían descubierto sus sentimientos y
sospechaba que sentían, como ella, que definitivamente era la pieza perfecta que
completaría su familia feliz.
Cam y Dylan se habían reunido también junto al árbol. Miró a Tyler de soslayo y
observó su expresión ceñuda. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no parecía emocionado o
turbado o siquiera nervioso por lo que habían compartido? Intentó no obsesionarse con
la idea de que quizá Tyler la estaba evitando a propósito.
—Esto es para ti, Amanda. —Brooke sonreía como una chiquilla traviesa mientras
la observaba abrir su regalo.
Eran unas botas de caña alta que ella había visto en una de las visitas a la señora
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Tracy y Amanda se apresuró a quitarse sus zapatillas y calzárselas. Las mostró a Tyler,
sonriendo estúpidamente cuando él se limitó a asentir y encoger los hombros. «Tyler,
soy yo, la chica con la que pasaste la noche... ¿no te acuerdas?», quiso gritarle. Pero se
mordió los labios, furiosa por el modo en que él la ignoraba.
Se conformó con la alegría de Brooke mientras iba descubriendo sus propios regalos
y repartiendo besos sin parar. Amanda había comprado un par de camisetas con
graciosos dibujos para todos, y para Brooke había añadido, además, unos pendientes de
plata con forma de herradura. Como era de esperar, Cam y Dylan se colocaron las
camisetas enseguida y se mofaron de su habilidad para tomar medidas cuando
comprobaron que les venían demasiado estrechas.
Amanda los ignoró, aguardando la reacción de Tyler mientras lo veía rasgar el papel
que envolvía su regalo. Lo había reservado para el final a propósito. No era nada
ostentoso, pero había puesto en él su corazón. Tyler permaneció impasible, sosteniendo
el portarretratos de madera tallada que enmarcaba una hermosa imagen de los hermanos
McKenzie al completo, una fotografía que Amanda había sacado unos días antes.
—Está… bien.
Clavó los ojos en ella durante una fracción de segundo y lo colocó sobre la
chimenea sin decir una palabra. Amanda supuso que era su manera de decir gracias y le
bastó de momento.
—Amanda, es el regalo más bonito que le han hecho, aunque nunca lo reconocerá…
¡Me encanta, en serio!... Y en cuanto a ti, Tyler, te diré que hasta el último momento he
dudado con tu regalo. Pero, al final, creo que te sorprenderé. —Brooke se frotó las
manos—. ¡Vamos, ábrelo ya! ¿A qué esperas?
Tyler rasgó el papel con la misma ilusión con que liaría un pitillo. Pero por mucho
que se hiciera el duro, no pudo engañarlas. ¿Era un atisbo de emoción lo que asomaba a
sus pupilas? Amanda lo vio abrir el broche de la delgada cadena y colocarla alrededor
de su cuello, haciendo girar después entre los dedos las dos alianzas. Ahora su
expresión era confusa.
—Es muy bonito, Brooke. —Sonrió a medias y miró a su hermana—. Dejando eso a
un lado, ¿qué significa?
—Ty, estamos empezando a creer que tienes una calabaza en donde deberías llevar
la cabeza. —Cam le propinó un codazo—. Sonríe un poco, hombre. Es Navidad.
—No te hagas el tonto. —Brooke lo apuntó con el dedo cuando él siguió sin
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comprender—. Es un mensaje, bruto. Quiere decir: «Hermano, ya es hora de que sientes
la cabeza». Te haces mayor, Ty. Y yo también. Quiero tener mi propia vida y no quiero
sentirme culpable cada vez que te deje solo o con este par de memos…
—Gracias, hermanita. —Dylan le tiró del pelo, y ella le sacó la lengua.
—… y quiero tener compañía femenina, ¿sabes? Y sobrinos. Muchos sobrinos. Una
docena al menos.
—Eso está muy bien, Brooke. Y te agradezco que te preocupes por mí, de verdad. —
Tyler se mostraba tranquilo. Tal vez demasiado—. Pero es que realmente creo que hay
un problema…
—¿Ah, sí? —Brooke empujó a Amanda hacia él, obligando a Tyler a sujetarla por
los brazos—. Ya me he dado cuenta como os miráis. No me vengas con tonterías ahora.
Sed dos buenos chicos y convertidme en una guapa dama de honor, ¿vale?
Tyler se alejó y aunque había intentado no ser brusco en su movimiento, Amanda
sintió una punzada de dolor al percibir su rechazo. Inmediatamente, su dolor se
transformó en ira, pero se reprimió para no disgustar a Brooke y al resto.
—Brooke, te estás portando como una niña —la voz de Tyler era fría al hablar—. Y
estás haciendo que Amanda se sienta incómoda, ¿es lo que quieres?
—Claro que no. Yo solo… —Los ojos de Brooke se nublaron.
De pronto, la situación era algo más que incómoda y parecía que todos, excepto
Brooke, habían captado que algo había sucedido para marcar un antes y un después en
la relación de Tyler y Amanda.
Tyler se ablandó un poco al ser consciente de la confusión que reflejaba el rostro de
su hermana. Le alzó la barbilla con los nudillos y sonrió.
—Brooke, te quiero —su tono se dulcificó al hablar, aunque su expresión seguía
siendo seria—. Pero odio que hagas de Cupido. Y me avergüenzas cuando lo haces.
—No era mi intención…
—Lo sé. Por eso, te doy las gracias por tu regalo a pesar de todo. —La besó en la
frente con ternura—. Pero promete que dejarás de lanzar tus dardos de amor en mi
dirección.
—Ty…
—Brooke —su tono no admitía réplica.
—Está bien, está bien… —Brooke se zafó de sus brazos y se volvió hacia ella—.
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Espero que tengas más suerte que yo. Es un grandísimo cabezota. Y a este paso se
convertirá en un viejo solterón, gruñón y amargado.
Y una vez dicho eso, salió de la casa para recibir a un Doc completamente cargado
de regalos.
Amanda aprovechó el momento para enfrentarse a Tyler.
—¿No te ha gustado mi regalo? —se lo preguntó sin rodeos, la voz temblorosa a
causa de la decepción y la furia.
—No he dicho eso —contestó él, y Amanda tuvo la sensación de que también estaba
furioso con ella por algo—. He dicho gracias, ¿no?
—Pues podías haberlo dicho con algo más de emoción —le reprochó—. Con el
mismo esfuerzo podías haber fingido que significaba algo para ti.
«Que yo significo algo para ti», quiso añadir, pero no lo hizo.
—¿Qué se supone que debía hacer? —explotó él—. ¿Tirarme a tus pies y derramar
unas cuantas lágrimas? ¿Es así como se hace en tu querido Londres? Lo siento, Abbot.
Por aquí no tenemos por costumbre hacer el idiota cada vez que alguien nos hace un
regalo.
—Un simple gracias pronunciado con sinceridad habría bastado, Tyler.
—¡Pues gracias! ¡Muchas gracias! —Tyler lo había dicho con un gesto exagerado y
teatral que era todo menos una señal de agradecimiento—. Te aseguro que he sido muy,
muy sincero. ¿Satisfecha?
—¡Vete al diablo! —Amanda estaba a punto de marcharse cuando él apresó su mano.
Tiró de ella, haciendo que se tambaleara y se aferrara a sus hombros para no caer.
—¡Suéltame, Tyler! Está claro que no tienes un buen día.
—Espera un momento… —su expresión se suavizó apenas al mirarla fijamente—.
No quería herir tus sentimientos, Abbot… No sé qué me pasa.
—Yo te lo diré, McKenzie. No hay que ser muy lista para darse cuenta, ¿no crees?
El arqueó las cejas.
—Lo de anoche fue un error. —Ella esperó que lo negara. No sucedió y eso la
enfureció aún más—. Es lo que estás pensando, ¿no? Pues bien, mira qué sorpresa,
estoy de acuerdo contigo. Fin de la discusión.
—¿Así… sin más? —Él apretó las mandíbulas hasta que su rostro quedó convertido
en una dura máscara que no dejaba ver lo que ocultaba tras ella.
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—Déjame en paz, Tyler. No has entendido nada.
—Entonces, explícamelo.
Amanda lo pensó durante unos segundos. «¿Explicárselo? Antes muerta que soportar
por más tiempo sus humillaciones».
—Si lo hago, ya no valdrá la pena, Tyler.
—Abbot…
—No, Tyler. —Ella lo silenció con la mirada—. Voy a salir ahí afuera y disfrutar de
la Navidad. Te guste o no. Y voy a hacerlo con mi mejor sonrisa. Y tú… tú harás lo
mismo. Se lo debes a Brooke. Y me lo debes a mí.
Tyler iba a protestar, pero ella se lo impidió otra vez.
—Me lo debes, Tyler —repitió—. He sido amable contigo, incluso cuando no lo
merecías, que es casi todo el tiempo. Pero no te permito que estropees el día de hoy
solo porque anoche cometimos el peor error de nuestras vidas. ¿He sido lo bastante
clara?
—Como el agua, Abbot. —Pero no había escuchado nada, excepto la palabra error.
—Bien. Salgamos y finjamos que somos los mejores amigos. —Sujetó su mano con
fuerza y abrió la puerta de la casa de par en par.
—¿Y no lo somos? —le recordó, refiriéndose a la intimidad que habían compartido.
Amanda lo fulminó con la mirada.
—No te equivoques conmigo, McKenzie. No soy de las que lloran con facilidad.
—Ya lo veo. Pero tendrás que explicarme más tarde eso que has dicho —insistió,
obsesionado por aquella palabra de cinco letras que en los labios de Amanda había
sido como una bofetada.
—Tyler… —Amanda pensó con rapidez.
Estaba a un paso de perder la dignidad y abalanzarse en sus brazos para suplicarle
que fuera capaz de ver lo que sentía. Pero prefirió ahorrarse la decepción de que le
confirmara que aquella noche no había significado lo mismo para él que para ella.
Utilizó sus dotes artísticas para convencerlo.
—No eres el primero con el que me acuesto. Y, por supuesto, espero que no seas el
último. Así que deja de darle tantas vueltas y no estropees este día con un ataque de
remordimiento, ¿quieres?
Como colofón a su brillante interpretación, Amanda le dedicó una sonrisa
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encantadora.
Tyler sintió deseos de hacérsela tragar, mientras la imaginaba repitiendo lo de la
noche anterior con otro que no fuera él.
—¿Lo dices en serio? ¿De verdad puedes mirarme a la cara y decirme algo así?
Amanda le obsequió con otra de sus sonrisas frívolas.
Tyler apretó los labios. Muy bien. También podía jugar a ser cruel.
—Gracias por la confesión, Abbot. Me alivia saber que no seré el último hombre en
tu cama, ya que no tengo intención de volver a pisarla el resto de mi vida. Y para serte
franco, tampoco soy de los que lloran.
—Pues perfecto.
—Pues bien —Tyler imitó su tono orgulloso y fingió que no le importaba.
—¡Bien!... —casi estaba gritando y trató de controlar su voz a pesar de la rabia que
sentía.
—He dicho bien —repitió el hombre, exasperado.
—Entonces, volvamos con los demás y hagamos como si no hubiera pasado nada…
Pero si lo estropeas, no volveré a dirigirte la palabra el resto de mi vida —le advirtió.
—Dame eso por escrito y te creeré —se burló Tyler, cerrando después la boca al
ver la expresión furiosa de ella—. Está bien, nena. Tú ganas.
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Amanda iba a decirle que estaba a un paso de matarlo, y él pareció entenderlo,
puesto que cumplió su promesa de ser un buen chico el resto del día. Eso incluía nada
de comentarios mordaces, nada de miradas desconfiadas y nada de referencias
humillantes sobre su breve pero intensa relación sexual. Por el momento, Amanda se
conformaría con que fuera así.
***
Finalmente, la Navidad fue también un episodio fugaz que desapareció una mañana
fría. El buen humor de Tyler se fue con ella y en su lugar, el viejo Tyler McKenzie
reapareció en escena. Gruñía todo el tiempo. Todo cuanto ella decía o hacía le parecía
mal. Si cambiaba algo de sitio, gritaba como un histérico porque no podía encontrarlo.
Si Cameron o Dylan se retrasaban, deambulaba por la casa como un animal enjaulado.
Si llovía, se encerraba en casa y la observaba a ella fijamente, como si fuera la
causante de la maldita lluvia. Y si ella hacía algún comentario acerca de las noches en
vela que pasaba haciendo guardia en la puerta, escopeta en ristre, entonces era peor.
Tyler estaba convencido de que algún peligro terrible los acechaba y sin duda, la
falta de sueño comenzaba a afectarle el cerebro. Definitivamente, Tyler comenzaba a
comportarse como un desequilibrado mental. Amanda no sabía cuánto podrían soportar
aquella situación. De no haber sido por Brooke, probablemente habría hecho las
maletas durante la primera semana de enero. Sin embargo…
No. Se engañaba nuevamente. No estaba allí por Brooke, aunque su cariño hacia ella
y hacia el resto de aquellas personas era sincero. Estaba allí por aquel bruto insensible
de Tyler McKenzie. Porque a pesar de que fingía que ella era invisible para él, Amanda
había aprendido a interpretar las señales que le enviaba sin darse cuenta. Eran señales
silenciosas. Mensajes que le decían sin palabras que la necesitaba.
Tyler McKenzie jamás le confesaría algo así. Él se consideraba una especie de
héroe invencible. Por eso, jamás le pediría directamente que se quedara. Pero lo hacía
con su mirada. Era un gesto inconsciente, a veces en la cena, a veces en mitad de las
tres o cuatro palabras que le dirigía antes de desaparecer durante el resto del día. Y así
iba pasando el tiempo sin que ninguno de los dos rompiera las reglas de aquel extraño
juego. Hasta ese momento.
Estaban solos en la casa e intuyó, por el modo en que Tyler golpeaba la puerta al
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entrar, que la tormenta estaba a punto de desatarse. Amanda cocinaba unas galletas en el
instante en que la figura de Tyler se recortó amenazante frente a ella. Se preparó para lo
peor.
—Tyler. —Levantó la mirada y se irguió, limpiando la harina de sus manos en el
delantal. Después lo desató con lentitud y se quedó muy quieta a escasos pasos del
hombre, aguardando lo que fuera que tuviera que decir. Por la expresión de su cara, no
era nada agradable—. Llegas pronto.
—¿Sorprendida? —su tono era irónico, y Amanda frunció el ceño.
—¿Por qué habría de estarlo? Solo digo que llegas pronto. Solo eso. —Empezaba a
cansarse de tanto misterio.
—Si su Alteza Real lo prefiere, puedo volver más tarde —de nuevo, aquel deje de
sarcasmo que no presagiaba nada bueno.
—Tyler, ¿has tenido un mal día? —comprendió que la pregunta era estúpida.
Últimamente, Tyler solo conocía malos días. Y tenía la habilidad de contagiar a los
demás cuando eso sucedía.
—No, Abbot. Esta vez eres tú la que tiene un mal día. Sorpresa —mientras hablaba,
sacó algo del bolsillo trasero de su pantalón y se lo lanzó a la cara, haciéndola
retroceder por la brusquedad de su gesto.
Amanda recogió con disgusto el sobre grande y arrugado a causa de los pliegues. Iba
dirigido a ella, aunque ya había sido abierto.
Enseguida reconoció las señas del destinatario y frunció los labios con disgusto.
Brittany Murphy había cumplido su amenaza. Miró en el interior y extrajo la revista,
comprobando su propia imagen sonriente en la portada. Jason la abrazaba en actitud
cariñosa. El titular rezaba: Lori Chase tragada por la tierra, Jason O’Neil desolado.
—¿Ahora te dedicas a espiar la correspondencia de los demás, McKenzie? —
inquirió, ocultando la revista a su espalda.
—Tuve la ridícula idea de ser amable contigo, Abbot —contestó él y su furia crecía
a medida que aquella vena gruesa latía y se hinchaba en su sien—. Me sentía culpable
por haberte tratado mal después de lo que pasó. Culpable, ¿puedes creerlo? Me dije:
«Ey, Tyler, haz algo amable por ella…», y tan campante, fui hace un rato a la oficina de
correos a buscar tu correspondencia, pensando hacer las paces contigo… ¿Y qué crees
que me encuentro?
—No lo sé, Tyler. Dímelo tú —lo instó, controlando a duras penas el impulso de
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enviarlo al diablo.
—¿No lo sabes? —Le arrebató la revista y la puso delante de su cara—. Esto es lo
que encontré, Amanda Abbot. ¿O debería decir Lori? Seguro que ha sido divertido para
ti… tomarnos el pelo y hacerte pasar por otra persona mientras medio mundo buscaba a
la famosa Lori Chase… ¿Y quién demonios es Jason O’Neil?
Amanda lo entendió por fin. Tyler estaba furioso. Puede que celoso. Hubiera reído
de no ser porque Tyler estaba histérico y la vena que latía en su sien parecía a punto de
explotar.
—Tyler, deja que te explique… —intentó calmarlo colocando una mano sobre su
brazo, pero él se apartó de un salto—. No sé lo que estás pensando, pero te equivocas.
—¿En serio? —Agitó la revista en el aire—. ¿Eres Lori Chase o no?
—Lo soy… lo era antes. Pero siempre he sido Amanda y todo… todo lo demás, ha
sido real —le explicó con total sinceridad.
¿Por qué no le creía? ¿Acaso estaba ciego? ¿No comprendía que Harmony Rock era
ahora su hogar… no comprendía que lo amaba a pesar de su indiferencia, sus modales y
su horrible carácter?
—Yo te diré lo que es real, Amanda, Lori o como quiera que te llames… —La
apuntó con su sombrero—. Media docena de periodistas vienen en este momento hacia
aquí. Han estado haciendo preguntas sobre ti, sobre nosotros… ¡Han intentado sacarme
fotos, demonios! Casi he tenido un accidente en la carretera para evitar que uno de los
coches me interceptara el paso… Harmony Rock se ha convertido en un circo y,
nena…, tú eres la responsable.
—Lo lamento, Tyler… yo… no quería que esto sucediera… Pensaba contaros la
verdad cuando… cuando…
—¿Cuándo, Abbot? ¿Cuando todo el maldito pueblo fuera asediado por tus
reporteros carroñeros? —increpó—. Tienes que haberlo pasado en grande… actuando
para tu público, mintiendo, engañando, convirtiéndome en un payaso para gloria de tu
maldita portada.
Amanda siguió con su mirada la del hombre, que se clavaba de nuevo en la portada
de la revista.
—¿Y ese tipo… O’Neil...? Ahí dice que ibas a casarte con él… ¿Eso también ibas a
contármelo o pensabas guardártelo para el final?
—No tengo que darte explicaciones sobre Jason… ni sobre nada —se defendió.
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—Pues vas a tener que dar algunas, Abbot —informó entre dientes—. Porque ese
mamarracho también está aquí y he querido partirle la cara mientras lo escuchaba
contar divertidas anécdotas de vuestra relación en el bar de Ray.
—¿Jason está aquí… en Mentone…? —Amanda tragó saliva. Mataría a Brittany por
esto.
Había desatado el caos y había arruinado cualquier posibilidad de arreglar las
cosas. Y lo peor, había sembrado en Tyler la semilla de la desconfianza, lo que
significaba que nada volvería a ser nunca como antes. «Gracias, Brittany».
—¿Sorprendida? ¿Qué esperabas, Abbot? —escupió las palabras—. ¿Creías que
podrías mantener esta mentira eternamente? Nena, todo ese mundo de glamur y
sofisticación te persigue… ¿Creías que ibas a engañarnos siempre? Te metiste con una
sarta de mentiras en nuestra casa, en nuestras vidas, en mi cama… ¿Cómo pudiste?...
Demonios… Sería capaz de matarte por esto, Abbot.
—Te equivocas de parte a parte, Tyler. No sigas, o los dos diremos cosas que no
queremos decir —le avisó con labios temblorosos.
No quería llorar y no quería odiarlo, pero él se lo estaba poniendo difícil. Y ni
siquiera todas las advertencias que su padre le había hecho sobre los príncipes azules
que se convertían en sapo se aproximaba a lo que tenía delante.
—Oh, no. Tú eres la que se equivoca, Abbot. Esto sí que quiero decirlo. Es más,
tenía muchas ganas de decírtelo mientras conducía de camino a casa —comentó con
tanta frialdad que Amanda sintió que su corazón se helaba al escucharlo. Vio como la
apuntaba con su dedo muy erguido y le daba unos ligeros golpecitos en el hombro—.
Quiero que recojas tus cosas ahora mismo y saques tu culo y tu boca mentirosa de
nuestra casa, ¿me oyes? Y quiero que lo hagas tan rápido que parezca que nunca hayas
estado aquí, ¿entiendes?
—Tyler…
—¿No me has oído, Abbot? —Él la sujetó con fuerza por el brazo y la arrastró
literalmente hasta su habitación.
En menos de un minuto había vaciado su armario sin que ella pudiera hacer nada
para evitarlo. Arrojó la ropa sobre la cama y lanzó a sus pies la maleta que ella había
traído consigo al llegar. Y después hizo lo único que Amanda no podría perdonarle en
la vida. Estrelló su cámara fotográfica contra la pared, haciéndola añicos ante la
mirada atónita de ella
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—Tienes diez minutos para desaparecer. Del rancho, de nuestras vidas. De mi vida.
Y por Dios que si vuelves a acercarte a esta casa o a alguno de nosotros, no respondo
de lo que pase. En cuanto a tus amigos… ya puedes inventar algo para que
desaparezcan de mis tierras, me importa un rábano lo que les digas. Eso no será un
problema para ti, Abbot. Eres experta en eso de mentirle a la gente.
Amanda apretó los labios. Era inútil que intentara siquiera explicarle que estaba en
un error. Tyler estaba completamente fuera de sí y no escucharía nada de lo que dijera.
Y francamente, ya no estaba segura de que él mereciese una explicación. Recogió los
fragmentos en que se había roto su cámara con lentitud, sin mirarlo una sola vez.
—Abbot —lo oyó decir desde la puerta—. Hablo en serio cuando digo que no
quiero que te acerques a mi familia. En especial, no te acerques a Brooke. Será mejor
para ella que le ahorres esta decepción, ya está sufriendo bastante. Algún desgraciado
envenenó anoche a Troy y aún estoy pensando cómo diablos voy a contárselo.
Amanda vio como la puerta se cerraba tras él y no pudo contenerse por más tiempo.
Lanzó contra la puerta lo que quedaba de su maltrecha cámara.
—¡Maldito seas, Tyler McKenzie! —le gritó.
Claro que Tyler no la escuchaba. Estaba demasiado ocupado riñéndose a sí mismo
por lo ingenuo que había sido. Se paseaba como un tigre enjaulado, recorriendo una y
otra vez el espacio que iba desde el salón hasta la cocina.
De repente, un fuerte olor a chamuscado le hizo correr hasta el horno. Al abrirlo, las
malditas galletas carbonizadas lo saludaban como si nada hubiera sucedido. Cogió la
bandeja caliente y maldijo en voz alta al sentir el intenso calor en las yemas de los
dedos. Tiró las galletas al fregadero, girándose sobre los talones al escuchar los pasos
de ella a su espalda. La miró fijamente, con una mezcla de rabia y algo que Amanda no
supo descifrar en la mirada.
—Tyler, deja que me despida de los demás, deja que hable con Brooke… —pidió,
controlando su propio enfado.
No quería pedirle nada, pero no quería marcharse antes de que llegaran los otros.
Tenía que explicarles todo antes de que creyeran que habían sido engañados. Seguro
que la versión distorsionada de Tyler no la colocaría en buen lugar. Y por otro lado,
estaba aquel asunto de Troy… pobre animal. ¿Quién habría querido hacerle daño
intencionadamente? Sin lugar a dudas, Tyler estaba paranoico. Pero eso no cambiaba el
hecho de que algo extraño estaba sucediendo en Harmony Rock y que quizá no tenía
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nada que ver con Lori Chase.
—Por favor. Deja que hable con ellos —insistió, sosteniendo la pesada maleta y
apoyándola contra el costado.
—Lárgate, Abbot —dijo él y su voz sonaba ronca al hablar.
—Está bien… ya me voy. Pero quiero que sepas que… —Amanda se mordió los
labios con nerviosismo. Quería decirle muchas cosas. Pero, finalmente, decidió que
Tyler McKenzie no se había ganado el derecho de verla derramar unas cuantas
lágrimas. Decidió que Tyler McKenzie solo se había ganado a pulso el que ella lo
borrara rápidamente de su memoria. Y quizá de su corazón. Sí, también de su corazón
—. Buena suerte, Tyler.
Y lo dejó allí con su mal humor e inventando tal vez más fantasías sobre lo malvada
y embustera que ella había sido.
Al marcharse, no pudo ver cómo Tyler descargaba su puño contra la pared ni la
expresión de su rostro mientras pronunciaba su nombre como una maldición.
***
Lana Jackson la había sorprendido al acceder a esconderla en su casa hasta que
Amanda decidiera qué iba a hacer.
Por supuesto, no había entrado en detalles acerca de lo sucedido, aunque era un
secreto a voces que la actriz Lori Chase había sido descubierta en aquel pequeño lugar
de apenas cien habitantes llamado Mentone. Después de la discusión con Tyler, Amanda
había caminado en dirección opuesta a la de los vehículos que se apostaban a la salida
del rancho y esperaba la llegada de algún samaritano que la llevara hasta el pueblo.
Lana Jackson había detenido su coche en la carretera justo cuando estaba a punto de
derrumbarse. No le había hecho preguntas, y ella se lo había agradecido.
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Amanda —le había dicho, con un
tono distinto al que había utilizado cuando se conocieron.
Por suerte, Lana ya no la consideraba su enemiga. Graves y ella habían arreglado sus
diferencias y Lana le había contado que tenían pensado casarse pronto. Así que ahora,
Lana le tendía una mano amiga. Quizá porque intuía que a aquella chica de ciudad le
faltaba menos que nada para desmoronarse. O quizá porque en el fondo, Lana Jackson
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era mejor persona cuando no tenía que pelear para que alguien colocara el famoso
anillo en su dedo. Fuera como fuera, Amanda quería marcharse cuanto antes.
Brittany, Jason y el resto de su séquito acampaban por el pueblo a sus anchas, la
buscaban, buscaban la foto que querían llevar a Londres. No podía evitarlos por mucho
tiempo. Y, además, temía que, tarde o temprano, Brooke y los demás fueran a buscarla y
no sabría qué decirles. No quería crear tensiones entre Tyler y ellos.
Y también, tarde o temprano, se tropezaría con él. Era inevitable que ocurriera en un
lugar tan pequeño como aquel. Amanda no quería pensar en ello. Después de pasar dos
días prácticamente encerrada en el cuarto de invitados de Lana Jackson, creyó que
había llegado el momento de dejar de esconderse. Brooke y Doc estaban en la cocina.
Sonrió ante la idea de que, por fin, Brooke y Lana habían escondido el hacha de guerra.
Y ella era la responsable. Abrazó a Brooke con fuerza y trató de disimular su tristeza.
—Amanda, ¿por qué has hecho algo así? —Leyó el reproche en la mirada de la
joven—. ¿No sabes que nos tenías a todos preocupados? Tyler no decía nada, y tú te
fuiste así… ¿Quieres contarme qué ha pasado? Tyler está como loco, no quiere ni
escuchar tu nombre… Amanda, di algo… Estoy empezando a asustarme.
—No pasa nada, Brooke —la tranquilizó, pero percibió la censura en los ojos de
Doc.
No sabía lo que le había contado Tyler, pero le rogó en silencio que no interviniera.
—¿Cómo que no pasa nada? ¿Crees que me chupo el dedo? He visto la revista y he
tenido que utilizar la escopeta para espantar a esos tipos de la prensa —explotó Brooke
—. Amanda. Mi hermano parece haber perdido el juicio, lleva dos días sin dormir y sin
comer. Y tú te marchas de esa manera, sin despedirte siquiera… Aquí está pasando algo
raro. Y no me importa si eres Amanda Abbot, Lori Chase o la doble de Madonna, vas a
contármelo aunque tenga que arrancarte una confesión a puñetazos, ¿me oyes?
Amanda asintió. Lana sirvió un poco de café y, haciendo alarde de su discreción, los
dejó solos. Como pudo, relató a Brooke y Doc su vida en Londres mientras era Lori
Chase, su breve relación con Jason y la idea de Kitty de apartarla de todo lo que no
lograba llenar sus vacíos. Le contó lo que había ocurrido entre Tyler y ella… Trató de
no mostrarse demasiado resentida con él, aunque le costaba un gran esfuerzo al
recordar cómo la había tratado. Esperaba que ellos la juzgaran o la miraran con
desconfianza. Pero no fue así. La primera reacción de Brooke fue estallar en
carcajadas. Después, su expresión se tornó más seria. Por su parte, Doc estaba
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perplejo.
—Así que eres la chica de la revista… —observó—. Por cierto, Cam y Dylan
quieren que les firmes esas camisetas que les regalaste en Navidad.
—¡Doc! —lo regañó Brooke
—Es cierto. Han amenazado a Tyler con no volver a dirigirle la palabra si Amanda
no está de vuelta en el rancho mañana. —Ahora, Doc sonreía abiertamente—.
Conociendo a Tyler, lo consideraría una ventaja.
—Ty está loco… —comenzó a decir Brooke—. ¿Todo esto porque has resultado ser
otra persona y ni siquiera se atrevía contigo cuando eras la que él creía que eras…?
—Por favor, no lo culpes —la interrumpió Amanda—. Tiene muchas cosas en la
cabeza, los problemas del rancho y esa gente de la Texco… Bueno, ellos no han dejado
de presionarlo, tú misma lo dijiste. No pararán hasta conseguir su propósito. Brooke,
Tyler te necesita más que nunca. Si yo puedo olvidar que es un bruto con una sandía por
cabeza, tú también.
—Eso ni lo sueñes —el tono de Brooke era firme—. Tyler tendrá que escuchar unas
palabritas. Y tendrá que explicarme qué es eso de echarte de casa como si la opinión de
los demás le importara un rábano. Y por supuesto, tendrá que venir arrastrándose a
pedirte perdón. O no volveré a mirarlo a la cara, te lo prometo.
—Brooke, por favor…
—Ni hablar. No voy a dejar que se porte como un idiota. —Su expresión se suavizó
al mirarla de nuevo—. Amanda, tienes que entenderlo. Ya no es por ti. Es por Tyler.
Esto lo está superando, ¿sabes? Puede que te parezca una tontería. Pero creo que Ty
tiene tanto miedo de estar equivocado contigo, que prefiere pensar que está en lo cierto.
—No sé qué…
—Vamos, Amanda… ¿No sabes que está loco por ti?
—Oh, no. Sin duda, está loco. Pero no por mí, te lo aseguro. —Amanda sonrió para
aliviar la tensión—. Y esta vez tendré que darle la razón en algo, Brooke. Disparas tus
flechas en la dirección equivocada.
—Ya lo veremos. Conozco a mi hermano, Amanda. Tiene miedo que seas realmente
la mujer perfecta para él. Le aterroriza la idea de amar algo que no pueda ordenar o
controlar. Ty es así.
—Pues lo siento por él. —Amanda no quería parecer insensible. Pero él había sido
más que cruel. Había destrozado la cámara de Marion Abbot. Y le había destrozado a
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ella el corazón. No era precisamente una demostración de amor—. Brooke, te quiero,
de verdad. Os quiero mucho a todos. Pero me marcho la semana que viene. Ya está
decidido.
—¡No puedes hacer eso!
—No lo hagas más difícil. Ya es bastante duro para mí. —Amanda parpadeó para
evitar que percibieran la humedad en sus ojos.
—Pero no tienes que irte. Quédate un tiempo. Pensaremos en algo.
—Ya está bien, Brooke. —Doc acudió en su ayuda como el galante caballero que
era. Amanda pensó que, dado que iban a ser familia, Tyler podría aprender modales de
aquel muchacho—. Deja que Amanda tome sus propias decisiones. No puedes obligarla
a hacer lo que tú quieras solo para sentirte bien. Eso es bastante egoísta por tu parte,
¿no?
—¿Dejarás que Tyler se salga con la suya? —Brooke se enfrentó a él con ojos
chispeantes de furia—. Entonces, es que no eres mejor que él.
—Brooke, no seas chiquilla —la regañó con dulzura, tirando de ella hacia él.
Brooke se resistió al principio, pero enseguida sucumbió al refugio de sus brazos—.
Dejemos que Tyler y Amanda solucionen sus problemas a su manera, ¿quieres?
—¿Lo harás, hablarás con él?
Amanda asintió, sintiéndose fatal por mentirle. No podía decirle que Tyler había
amenazado con hacerla papilla si volvía a aparecer por el rancho. Era justo lo que
Brooke necesitaba para terminar llorando a moco tendido.
—Muy bien. Pero hablaré con él de todas formas —sentenció—. Y más le vale a ese
cabeza de chorlito ser sensato o yo… bueno, hablaré con él.
Brooke se volvió hacia Lana que acababa de entrar para servirles más café. En un
gesto totalmente espontáneo, Amanda vio cómo la joven se ponía de puntillas para
besar a Lana en la mejilla.
—No eres una serpiente venenosa, Jackson —comentó sonriente.
Lana se frotó la mejilla, confundida. Aunque por su expresión alegre, Amanda
comprendió que había captado el mensaje. Después de prometer una docena de veces
más que arreglaría el malentendido con Tyler, Brooke la dejó en paz.
Amanda suspiró aliviada cuando se fueron y aceptó la taza de café que Lana le
ofrecía.
—Siento decirte esto, Amanda —comentó Lana—. Pero me alegro de no estar en tu
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pellejo. Es una suerte que Graves se decidiera al fin, ¿no crees?
Amanda no pudo contener una carcajada. Lana Jackson tenía razón. Era una suerte
que Tyler no estuviera loco por ella. McKenzie tenía una forma muy extraña de amar a
las mujeres.
Reconocerlo no la tranquilizó.
***
En un par de días, el revuelo que había ocasionado la llegada de aquellos
periodistas ingleses se había disipado. Después de buscar hasta debajo de las piedras a
su famosa actriz y de que Amanda se ocultara hábilmente como un camaleón sin que
pudieran dar con ella, se habían dado por vencidos.
Tyler se alegraba. Sus hermanos también se alegraban, aunque no perdían
oportunidad de decirle lo que opinaban del modo en que había echado a Amanda del
rancho. En aquel momento, Tyler intentaba relajarse y poner sus ideas en orden. Bebía
despacio la última cerveza que Ray había jurado servirle.
Qué buen amigo era Ray. Parece que las noticias sobre sus malos modales con la
señorita Abbot volaban por allí. Hasta el bueno de Ray había tenido que pensarse si lo
seguía queriendo como cliente, después de que su mujer lo amenazara con dormir en la
calle si le servía una sola copa a ese hermano McKenzie en especial. Suerte que Dylan
se había sentado cerca y le hacía de intermediario.
—No te he pedido que me acompañes —comentó sin mirarlo.
—Este es un país libre, hermano. Así que me tomaré aquí esta cerveza, te guste o no.
—Para demostrarle que no se sentía intimidado, acercó más su taburete y lo empujó con
los codos para que le hiciera hueco en la barra.
—¿También vas a sermonearme? No te molestes, Cam ha dicho que me volará la
cabeza de todas formas —se mofó, recordando la última conversación con el sheriff.
Había sido muy claro al respecto.
—Y haría bien, para lo que te sirve.
Tyler estaba a punto de enviarlo al diablo, pero al mirarlo, supo que Dylan solo
bromeaba.
Le gustó que estuviera allí solo para acompañarlo con el trago, a pesar de que no
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habían cruzado más de dos palabras desde su regreso. Tenía motivos para buscar pelea.
Los dos tenían motivos suficientes. Sin embargo, Dylan no pretendía juzgarlo. Eso
estaba bien.
—¿Sigues enfadado conmigo? —preguntó Dylan con fingida distracción, lanzando al
aire un cacahuete y atrapándolo con la boca en un movimiento felino.
—¿Sigues queriendo devolverme el puñetazo?
—Me rompiste la nariz —le recordó Dylan.
—Apenas te toqué. Siempre fuiste el más blandito de los tres —se burló, ocultando
la emoción que lo embargaba al compartir con él aquella cerveza, como en los viejos
tiempos.
—El golpe no dolió tanto como lo otro —confesó Dylan, clavando sus ojos de indio
en su hermano—. Aunque me lo merecía.
—En eso estamos de acuerdo. Dylan… —Tyler tomó el último sorbo y también lo
miró fijamente. Quería decirle muchas cosas. Por desgracia, su repertorio de excusas
por comportarse como un idiota comenzaba a agotarse. Así que lo simplificó todo en
una sola frase—. Lo siento.
—Yo también lo siento. —Dylan encogió los hombros—. Fui un estúpido.
—Vaya. Resulta que estamos de acuerdo en todo. —Tyler esbozó una media sonrisa
—. Recuérdame que te pegue más fuerte la próxima vez. Parece que funciona.
—Muy gracioso… Hablo en serio, Ty… Yo no quería… Ya me entiendes. —Dylan
evitaba mirarlo ahora.
Tyler le rozó el hombro ligeramente con el suyo. ¿Y para qué hablar más? De la tal
Brenda no recordaba ni el color de pelo. Pero Dylan era su hermano y estaba allí
sentado, soportando su mal humor y ofreciéndole un poco de compañía cuando el resto
en el pueblo le rehuía como si fuera un apestado.
Una cosa estaba clara. Fuera lo que fuera lo que los hubiera separado, ya no estaba
entre ellos. No le importaba. Solo importaba que Dylan seguía siendo parte de su
familia y no quería que volviera a desaparecer de sus vidas.
—Y yo tampoco quería… Somos dos idiotas, hermano. Siempre hacemos y decimos
las cosas que no queremos —concluyó, apurando de un trago el resto de su bebida.
—¿Lo dices por Amanda?
Tyler no contestó. Pero por la forma en que se le envaraba la espalda, Dylan supo
que sí se trataba de ella.
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—Aún tiene solución, Ty —lo animó, poniendo especial cuidado en que no captara
la desesperación en sus palabras. Lo cierto era que el resto del clan lo había enviado
como portador de su mensaje, bajo amenaza de no dejarlo entrar en casa si no
regresaba con un Tyler calmado y arrepentido.
—No la tiene, créeme —murmuró—. Esa Abbot o Lori… es historia. Nos ha tomado
el pelo a todos y ha convertido este pueblo en un manicomio…
—Tyler… ¿Qué más da cómo se llame o quién sea? Estás enamorado de ella —
sentenció Dylan, palmeándole la espalda.
—¿Qué dices? ¿Crees que me he vuelto loco? —Tyler reaccionó con brusquedad.
—Creo que te volverás loco si no haces algo por recuperarla, Ty. Y más te vale que
sea pronto. He oído que ese antiguo novio suyo, el que se parece a Greg Kinnear, sigue
rondando por aquí —añadió Dylan, solo por el placer de ver como Tyler palidecía de
pánico.
Pagó la cuenta y lo arrastró hasta la calle
—Vamos a casa, hermano. Ya has bebido bastante por hoy.
***
Cameron dio un volantazo para esquivar la motocicleta que acababa de adelantarle
peligrosamente. Tocó el claxon y encendió la luz intermitente de patrulla para indicar al
conductor que se detuviera en la cuneta. Cerró la puerta del vehículo con brusquedad y
se acercó a la motocicleta, sorprendido porque el desgraciado ni siquiera se había
quitado el casco para recibirlo.
Desde que aquellos periodistas chiflados pululaban por allí, el pueblo se había
convertido en un infierno. Había realizado más detenciones por borracheras y peleas
callejeras que en toda su trayectoria como sheriff del condado. Tomó aire y contó hasta
diez, sosteniendo con firmeza el manillar para evitar que el conductor manipulara
nuevamente el acelerador.
—¿Sabe a qué velocidad iba? He estado a punto de arrollarlo, amigo.
Documentación —ordenó con expresión cansada. El otro metió la mano enguantada en
el bolsillo de su cazadora de piel y le entregó lo que le pedía, observándolo a través de
aquellas enormes gafas oscuras que protegían sus ojos.
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Cameron echó un vistazo y después volvió a mirarlo, esta vez con sorpresa.
«¿Henrietta Barret… su prima postiza Kitty…?». Analizó su figura con detenimiento,
buscando en ella algo que le recordara a la pequeña Kitty de cinco años a la que en una
ocasión había dejado colgada de un tronco de árbol. Por suerte, ella no parecía
recordar aquel episodio de la infancia.
Kitty soltó el volante y se llevó las manos al casco, desprendiéndose de él con un
ademán impaciente. El cabello ondulado cayó sobre su espalda y sus ojos color
avellana se clavaron en el hombre.
—¿Estoy detenida, sheriff? —preguntó con sarcasmo.
Cameron aún trataba de asimilar la información. ¿Aquella mujer era la misma que lo
había convencido para engañar a Tyler y convertir Harmony Rock en un circo? Le
estaba bien empleado tropezar con ella de aquel modo. Como no tenía suficientes
problemas con la que se había organizado, la encantadora prima Henrietta, por cierto,
bastante más educada en sus correos, aparecía por allí. Conduciendo como una loca y
haciendo caso omiso cuando un agente de la ley le hacía señas para que se detuviera.
—Oiga, decídalo pronto, ¿quiere? Tengo asuntos importantes que tratar y quiero
hacerlo antes de jubilarme.
Cameron frunció el ceño. Así que no lo había reconocido. No tenía la menor idea de
quién era él. «Qué poco observadora», pensó.
—Ha sobrepasado el límite de velocidad —apuntó con seriedad—. Tendré que
ponerle una multa.
—Mire…, jefe, es así como los llaman por aquí, ¿no?
«Vaya, una graciosilla». Cameron cruzó los brazos sobre el pecho. La noche
prometía.
—Verá… No es culpa mía que me hayan alquilado esta motocicleta espantosa. Les
pedí una Harley, pero me aseguraron que esta iría bien… —ella se deshacía en excusas
y ni siquiera lo miraba al hablar.
—Y supongo que el alquiler no incluía un par de frenos, ¿me equivoco? —preguntó,
seguro de que la mujer encontraría también un pretexto razonable para eso.
—Ahora que lo dice. Me temo que he sido estafada en toda regla. Tendrá que hablar
con esos tipos de la gasolinera, sheriff. Qué vergüenza… engañar así a una pobre
turista…
—Baje de la moto —la interrumpió con sequedad.
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Kitty obedeció, maldiciendo entre dientes.
Perfecto. Justo lo que necesitaba. Uno de esos tipos con uniforme que se creían los
reyes del mundo y disfrutaban humillando a pobres civiles como ella.
—Oiga, tampoco es para tanto… ¿Qué va hacer?
—Estoy pensando —exageró el tono solo por el placer de ver como la mujer
palidecía indignada.
—Un momento… No pensará pegarme un tiro solo porque he apretado el acelerador,
¿verdad? Jefe…, seguro que podemos arreglar esto de otra manera.
—¿Ahora quiere sobornarme? —Cameron contuvo una sonrisa. Menudo elemento
era la prima Henrietta. No le extrañaba que hubiera ideado aquel plan enviando a su
mejor amiga a Mentone. Parecía capaz de cualquier cosa con tal de hacer que el mundo
funcionara según sus reglas—. Mire, señorita… Barret, ¿no? Voy a pasar por alto lo
que ha dicho. Pero su documentación está requisada.
—¿Cómo que requisada? Escuche…
—No, escuche usted —la interrumpió, convencido de que aquella mujer era de las
que podían pasarse media vida discutiendo sin llegar a ningún punto—. Estoy cansado,
hambriento y de mal humor. Un cóctel fatal para usted, señorita Barret. Si no quiere
pasar la noche entre rejas, será mejor que cierre ese piquito de oro que tiene, ¿estamos?
—Pero no puede…
—Oh, sí. Claro que puedo. —Guardó la cartera de la mujer en su bolsillo—. ¿Ha
visto qué fácil? Puede retirarla mañana en mi oficina, después de que haya pagado su
multa. Y dé gracias a que no la detengo por intento de soborno.
—Qué amable —murmuró Kitty con sarcasmo.
—Y otra cosa —añadió Cameron antes de meterse en el coche patrulla—. Esto no es
el circuito de Montecarlo, nena. Vaya más despacio, la estaré vigilando.
Kitty le hizo un gesto con su dedo anular cuando el coche pasó junto a su
motocicleta. Cameron lo había visto por su espejo retrovisor. Estuvo tentado a dar
media vuelta para detenerla, pero lo pensó mejor. Sonrió. Ya le daría su merecido a la
prima Henrietta en otra ocasión. Ahora tenía asuntos mucho más urgentes que
solucionar.
***
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—¿Cómo que qué estoy haciendo aquí? Soy tu amiga y me necesitas. Déjame entrar
antes de que esa panda de cotillas siga sacando fotos de mi magnífico trasero. —Kitty
la obligó a hacerse un lado y saludó con una sonrisa a Lana, quien había apartado la
escopeta de la ranura al comprobar que no se trataba de ninguno de los periodistas que
vigilaban su puerta desde hacía dos días—. Vaya, ya veo cómo se las gastan en el
salvaje oeste. Hola, soy Kitty Barret.
Lana la saludó con la mano libre.
—Amanda, si me necesitas, estaré juntando cartuchos por si alguno de esos listillos
pretende meterse en casa —comentó antes de perderse en la cocina—. Un placer, Kitty.
Amanda aún se reponía del shock de la llegada de Kitty. Dios… A este paso, todo el
maldito Londres se trasladaría a Mentone para participar de algún modo en aquel
enredo.
Kitty dejó caer al suelo su bolsa de viaje y la abrazó.
—Tranquila, ya estoy aquí… —La apartó al momento para contemplar con
expresión de disgusto las ojeras en el rostro de su amiga—. Estás horrible, ¿has estado
llorando?
—Jason está aquí, con Brittany Murphy y unos cuantos cámaras que no dejan de
atosigar a todo el mundo con sus flashes… Estoy perdida, es el fin —anunció pesarosa
—. Y Tyler me odia.
—Seguro que no, querida.
—No lo conoces… Parecía dispuesto a emprenderla a tiros conmigo cuando
descubrió que era Lori Chase —aseguró, ofreciendo una cola a Kitty.
—Todo se arreglará, ya lo verás. Pero lo primero es lo primero. Tenemos que hacer
que Brittany se lleve de aquí a toda esa gente —pensó en voz alta.
—¿Bromeas? Quiere que dé la cara. Quiere que pose con Jason como si fuéramos la
pareja feliz y que los acompañe de regreso a Londres. Ewan ha pedido su cabeza, ¿no
es cierto?
—Yo me encargaré de Ewan. Ese arrogante aspirante a director hará lo que le diga
si no quiere que convierta su serie en un plomo con cero audiencia —rió Kitty—. Pero
tenemos que negociar con esa cucaracha de Brittany y devolverla a su agujero. Con ella
cerca, el escándalo estará servido. Y no queremos que eso ocurra, ¿verdad?
—Kitty, no quiero irme…, pero no puedo quedarme. —La miró a los ojos,
consciente de que nadie más que Kitty podía desnudar sus sentimientos con solo
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mirarla.
Kitty suspiró largamente.
—Está bien… ¿Cuál de ellos ha sido? —La interrogó hábilmente e insistió al ver
que Amanda vacilaba—. ¿Cuál de mis primos es el culpable de que tengas esa cara de
funeral?
—No es eso, Kitty…
—No me engañes, Amanda. Sabes que me haré un collar con sus orejas si alguno se
ha pasado de la raya contigo —le advirtió bromeando y la abrazó de nuevo.
—Kitty. —Amanda se deshizo del abrazo, consternada—. De verdad, me siento
fatal. He mentido a todo el mundo. Y ahora, todo el mundo me odia.
—No exageres. —La miró con determinación—. Escucha. Me he arrodillado delante
de media docena de ejecutivos de la BBC para evitar que te vapulearan públicamente.
He volado toda la noche para estar contigo, he montado en una motocicleta infernal y
hasta he intentado sobornar a un poli de camino. El muy desgraciado me ha requisado la
documentación y si me descuido, acabo entre rejas… ¿En serio crees que no puedo
arreglar esto?
—Ya sé por qué te quiero, Kitty. —La besó en la mejilla.
—¿Porque estoy dispuesta a infringir la ley por ti?
—Exacto. —Amanda sonrió.
—Bien, porque si ese lunático viene a por mí, espero que pagues mi fianza.
***
Había aceptado acompañar a Kitty hasta la comisaría, solo porque Kitty la había
obligado literalmente y porque le había prestado un casco que ocultaba su rostro de las
miradas curiosas.
Kitty conducía como una loca, era cierto. Pero era una ventaja cuando una huía del
acoso mediático. Así que enfundada en unos viejos pantalones de hombre que habían
pertenecido al señor Jackson —cortesía de Lana— y con las gafas de sol gigantescas y
el casco facilitados por su amiga, era imposible que nadie reconociera a quien
atravesaba la puerta de las oficinas del sheriff en aquel instante.
Por suerte, Cameron aún no había llegado. No tenía ganas de enfrentarse a ninguno
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de los McKenzie hasta que aquellos molestos reporteros se hubieran largado de
Harmony Rock. No quería dar explicaciones ni sentirse rastrera por haber fingido ser
quien no era… Menudo lío. En realidad, había sido ella misma todo el tiempo. Amanda
Abbot, nunca Lori Chase. Por más que a Tyler le molestara reconocerlo. Por más que
Amanda estuviera completa e irremediablemente enamorada de aquel bruto sin
sentimientos. Saludó al ayudante del sheriff con la mano, y Graves la miró confuso.
Amanda inclinó las gafas oscuras sobre la nariz, y entonces Graves la reconoció.
—¡Amanda! Santo Cielo, no te he reconocido… ¿Sabes la que has montado? Todo el
pueblo anda preguntando por ti… —La abrazó con afecto, y Amanda encogió los
hombros. Graves la apartó para observarla—. Lana me ha contado que te escondes en
su casa hasta que todo este asunto se calme. Cuenta conmigo para lo que necesites.
—Por favor, mi amiga necesita recuperar sus cosas —le explicó, y Graves registró
hábilmente los cajones de Cam, preguntándose por qué su jefe no había depositado la
documentación de la mujer en el lugar correspondiente—. No lo entiendo, tendrían que
estar por aquí…
—Es igual, agente. Tenga mi tarjeta de crédito y cobre esa maldita multa. Pasaré en
otro momento a recoger mis papeles.
—Lo lamento de veras, señorita. —Graves examinó la tarjeta que Kitty extendía
hacia él y sonrió avergonzado—. No disponemos de esa tecnología en Mentone. Aquí
las multas solo se abonan en efectivo… Y ahora que lo pienso, no recuerdo haber
puesto ninguna en mi vida.
—¿Efectivo? Oiga… ¿Cree que una mujer como yo atraviesa un continente con los
bolsillos cargados de monedas? Oh, por todos los Santos… —Kitty se volvió hacia
Amanda con expresión de fastidio—. Está bien, nos vamos. Necesito una copa con
urgencia.
—Kitty, no podemos pasear por todo Mentone como dos turistas. Los fotógrafos de
Brittany acechan, ¿recuerdas?
Kitty lo meditó un segundo. Se quitó la cazadora de piel y se la entregó a la otra
mujer, ajustándole al tiempo las gafas y el casco.
—Tomemos esa copa, querida. Estoy a punto de sufrir un bloqueo, la necesito —
informó con determinación.
Amanda la siguió y juntas cruzaron la distancia que separaba la oficina del sheriff
del bar de Ray.
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Nada más entrar, Kitty ocupó un asiento en la barra y después de pedir un tequila, se
lo tomó de un solo trago. Amanda rechazó la copa que le ofrecía y para no
desperdiciarla, Kitty se la bebió también. Vaya, sí que la necesitaba…
—Tengo que ir al lavabo. Y estos pantalones almidonados me están provocando
urticaria ya sabes dónde… —se disculpó Amanda con una sonrisa y se dirigió a los
aseos.
Forcejeó con el manillar de la puerta y chasqueó la lengua contrariada al escuchar
una voz femenina al otro lado. «Ocupado…». Perfecto. Echó una ojeada a su alrededor.
Bueno, nadie miraba. Empujó la puerta de los aseos masculinos y entró con rapidez. Se
metió en uno de los retretes libres y cerró la puerta.
Estaba soltando los botones del pantalón cuando unas voces la sobresaltaron.
Alguien había entrado. Qué mala suerte. Contuvo el aliento, rogando porque no la
descubrieran. Solo faltaba que la acusaran de ser una mirona pervertida para que Tyler
propusiera su linchamiento en el pueblo. Con sigilo, subió los pies sobre la tapa del
retrete y se mantuvo en silencio, esperando que aquellos tipos terminaran lo que tenían
que hacer y desaparecieran.
—No podemos volver a joderla, socio. —La voz era seca, ligeramente pastosa a
causa del alcohol—. Ese hijo de puta de McKenzie no ha captado el mensaje. Acabo de
hablar con ese abogado de Nueva York y dice que insiste en no vender. El muy cabrón
no ha aceptado la oferta que le han hecho… Joder, joder, joder. Hay que hacer algo o ya
podemos olvidarnos de nuestra pasta.
Amanda se inclinó con cuidado hacia la puerta y acertó a distinguir un par de caras a
través de la ranura bajo las bisagras.
—¿Algo como qué…? ¡Mierda, nos hemos cargado a su perro! —exclamó el otro.
Amanda reprimió un grito cuando su mente procesó lo que acababa de escuchar.
Desgraciados. Apretó las manos contra el pecho y cerró los ojos, tan quieta como una
estatua. Si la descubrían, la cosa podía llegar a ponerse muy fea para todos. El pobre
Ray y Darleen, su esposa, eran demasiado mayores para hacer frente a aquellos
delincuentes. Quizá estaban armados. Y aunque gritaran con todas sus fuerzas para
alertar a Graves al otro lado de la calle, alguien podía resultar herido mientras Graves
acudía al rescate.
—Pues no basta, joder. Hay que hacer algo más. —El hombre parecía meditarlo.
Amanda aprovechó para echar otra ojeada a las facciones de ambos. Era muy buena
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fisonomista y no pensaba perderse un solo detalle que le permitiera identificarlos. Los
anotó todos mentalmente y casi perdió el equilibrio cuando la voz habló nuevamente.
Amanda se sujetó con fuerza, apoyando ambas manos contra los azulejos de la pared—.
Algo que hará que esos McKenzie salgan corriendo con el rabo entre las piernas.
Amanda se habría reído en su cara de no ser porque el miedo la mantenía paralizada.
¿Los McKenzie con el rabo entre las piernas…? Já. Aquel tipo no los conocía en
absoluto. No sabía nada de aquella familia. No tenía ni idea de hasta qué punto los
McKenzie constituían una fortaleza infranqueable. Ella sabía bastante del tema. Y eso
que solo se había enamorado de uno de ellos.
—Me temo que no hay otra alternativa. Le demostraremos a Tyler McKenzie que ese
perro muerto es la menor de sus preocupaciones. No me mires así, joder. Ya sabes lo
que hay que hacer —ordenó con brusquedad a su amigo.
Amanda apretó los labios, furiosa. Troy. Malditos asesinos. Oyó como abandonaban
el lavabo y se cercioró en la distancia de que salían del local de Ray. Esperó unos
minutos antes de correr en busca de Kitty.
Su mente trabajaba a toda velocidad. Tenía que encontrar a Cameron y contarle lo
que había descubierto. Tenía que evitar que… Se detuvo en seco. ¿Evitar qué? No tenía
nada contra ellos en realidad. Era su palabra contra la suya. Y como mucho, podía
acusarlos de envenenar a un pobre animal. No era lo bastante grave, no como para
enviarlos a la cárcel…
«Piensa, Amanda, piensa…». Tenía que hacer algo… Tenía que proporcionar a
Cameron las pruebas suficientes para que encerrara a esos desgraciados una buena
temporada.
De pronto, algo comenzó a tomar forma en su mente. Una idea, un plan descabellado.
—Santo Cielo, Amanda, estás pálida como un cadáver —soltó Kitty al verla
regresar del lavabo, y Amanda agitó la cabeza, indicándole con un gesto silencioso que
tenían que irse.
Aquella idea seguía bullendo sin parar y ocupaba toda su atención. Ni en un millón
de años iba a consentir que nadie le hiciera daño a aquella familia.
***
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La visita de Brittany no la cogió por sorpresa.
En realidad, ella y Kitty esperaban que aquella visita se produjera tarde o temprano.
Por ese motivo, cuando escuchó su voz melosa al otro lado de la puerta, se mostró
tranquila y confiada. Ahora conocía el juego y ambas podían jugar en igualdad de
condiciones.
—Querida Amanda…
—Brittany. Ojalá pudiera decir que es una sorpresa verte —la voz de Amanda sonó
mucho más dura de lo que ella misma esperaba y se alegró por ello—. Claro que no lo
es, ¿no es así?
—¿No es qué, querida?
—No te hagas la inocente. Sabes muy bien de lo que hablo —Amanda controló su
rabia—. Me has utilizado. Y me has mentido.
—Amanda, no sé por qué te pones así…
—Arpía. Déjamela a mí, Amanda. —Kitty se acercó a ella con la clara intención de
arrancarle hasta el último mechón de su rubia y corta cabellera.
Amanda se interpuso para evitar que Brittany regresara a Londres convertida en una
graciosa muñeca pelona.
Brittany suspiró teatralmente.
—Está bien, ¿qué quieres? —se lo preguntó directamente, ya que no tenía nada más
que hablar con ella.
—De acuerdo. Lo confieso. He organizado todo este circo, soy culpable. —Brittany
torció sus labios rojos en una mueca. Se había rendido, pero de manera muy sofisticada,
eso sí—. Pero no es tan malo. He hecho mis averiguaciones, Amanda. Y ese McKenzie
es el reclamo perfecto. Imagínate las portadas… Lori Chase tiene una aventura con un
atractivo vaquero, Jason O’Neil atraviesa el Atlántico por amor… Pensé que vender
unas cuantas fotos de tu reconciliación con Jason me resarcirían por la pérdida de tu
contrato. ¿Por qué estás tan enfadada? En el fondo, esto es parte de tu trabajo. Te debes
a tus fans, Amanda, ¿qué te preocupa?
—Herir a las personas que confiaban en mí no forma parte de mi trabajo —replicó,
furiosa consigo mismo por haber caído en la trampa, por haber esperado que Brittany
dejaría las cosas como estaban.
—¿Y qué más da? ¿Qué te importa lo que estos paletos piensen de ti? —Brittany reía
ahora con naturalidad—. Vuelve a Inglaterra, Amanda. Aún quiero que trabajes para mí.
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—¿Bromeas? ¿Qué será lo siguiente? ¿Salir desnuda en alguna portada para
satisfacer tu inagotable y rastrera ambición? —Amanda casi gritaba al hablar—. Eso no
es lo que quiero. No quiero terminar odiando lo que soy. Quiero que Lori Chase
desaparezca de mi vida. Y quiero dedicarme a otra cosa que no implique vender cada
vez que alguien me bese, cada ruptura… Quiero sentirme orgullosa de mi trabajo, de mi
vida…
—¿Como tu padre? —el tono de Brittany era sarcástico.
—¿Qué quieres decir?
—Ah, vamos. Eres tan ingenua como él. Por eso nunca se hizo rico. Por eso, ahora
no tienes nada, ya que tu carrera como actriz está acabada después del plantón a tu
agente. Y por eso, te marchitarás en este lugar de mala muerte.
Amanda pensó que no valía la pena hablarle de su buen olfato para los negocios ni
de los ahorros que la convertían en una mujer muy rica a pesar de que todas las puertas
del mundo de la televisión se cerraran para ella gracias a Brittany. A decir verdad, le
importaban un comino Brittany Murphy, la agencia y el resto del mundo. Pero aún la
necesitaba para solventar un pequeño asunto.
—Tienes razón. Ese Tyler McKenzie no es más que un paleto. Hazme un favor,
¿quieres? Dile a Jason donde estoy, tengo que hablar con él. Y Brit… Si prometes
marcharte y dejarnos en paz, te doy mi palabra de que Jason regresará a Londres con
una estupenda portada para ti. —La oyó emitir un gritito de sorpresa y sonrió. La había
engañado.
Le cerró la puerta en las narices, y Kitty asintió complacida por cómo había llevado
su amiga la situación y porque no había tenido que intervenir sacándole los ojos a la
agente, como era su deseo.
Brittany Murphy era todo un hombre de negocios con fisonomía de mujer. Pero tenía
un enorme defecto. Había olvidado lo que significaban las palabras honestidad y
respeto. Y eso era inaceptable.
Amanda se alegró de no tener que volver a verla jamás.
***
Tyler entrecerró los párpados para observarla mejor, oculto bajo el ala de su
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sombrero y agazapado en la barra del bar. Ella jugaba al billar sin demasiada suerte en
una de las mesas cercanas.
Su compañera de partida era la mismísima Lana Jackson. Sí que habían cambiado
las cosas. ¿Quién iba a decirlo? Nada menos que esas dos compartiendo partida como
las mejores amigas. Tyler ahogó una sonrisa amarga en la tercera cerveza que tomaba
esa noche. Graves las custodiaba, alejando a los patanes borrachos de la mesa y
defendiendo el territorio como el perro guardián que era. Cameron y Dylan estaban a
punto de llegar y se alegró de que no pudieran ver su cara de abatimiento.
El grupo de Amanda aún no lo había descubierto. ¡Qué suerte! Sus chicos preferidos
pasándolo en grande. Y él, mientras tanto, reventando por dentro a causa de la rabia que
le provocaba la visión. Y una vez más, solo. En la barra del maldito bar de Ray.
Quizá Brooke y sus hermanos tenían razón y era su destino terminar sus días como
aquellos tipos horribles que asediaban a las chicas en la puerta de los lavabos. Pero no.
Sorpresa, otra vez. Lana Jackson sonrió al mirar en su dirección, haciéndole señas
reiteradas para que se uniera a ellos. ¿Después de cómo la había tratado? ¿Acaso había
perdido el juicio? Amanda esgrimía su palo de billar con su peculiar estilo de dama
inglesa. Lo hacía para impresionarlo. Solo que a Tyler le daba la sensación de que la
mujer valoraba las muchas posibilidades de utilizar su palo contra él. Lo pensó un
instante. Se acercaría. Solo para saludarlos y limar asperezas. Nada más.
—Lana. Graves… Abbot. —Tocó el ala de su sombrero con la punta de los dedos,
levantándolo ligeramente.
Sus ojos se encontraron con los de ella. ¡Diablos, estaba radiante! Llevaba un
vestido con los hombros al descubierto y una única tira que se anudaba en su nuca. El
cabello suelto y una ligera pincelada de carmín rosa en los labios que se abrían para
mostrar su perfecta dentadura. Deseó que Amanda Abbot tuviera una verruga enorme en
la nariz y un par de dientes picados por las caries. Tal vez así, él no habría hecho el
ridículo al mirarla embelesado como un idiota.
Pero no era el caso. Era preciosa, y eso lo hacía todo más difícil. Esperó resignado
que ella lo ignorara o le atizara con el palo de billar en respuesta a sus insultos
pasados. Y nuevamente, ella le puso el mundo del revés al no hacer ninguna de las dos
cosas.
—McKenzie. —Le tendió la mano y sonrió. ¿Ya estaba? ¿Olvidado, amigos otra
vez?
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Estaba a punto de preguntárselo, cuando ella le dio la espalda para continuar la
partida, soltando su mano con rapidez. A pesar de lo breve del contacto, Tyler sintió
que aún conservaba el tacto cálido de aquellos dedos sobre los suyos. La tocó
ligeramente en el hombro, y ella se giró sobre los talones, impaciente.
—¿Podemos hablar… cuando termines la partida, quizá?
Ella asintió. Iba perdiendo, eso ya lo había previsto Tyler. Era muy listo. Las dos
jugaban contra Graves, que se jactaba de su victoria. Al final, Lana lo arrastró rabiosa
hasta la pista de baile y lo obligó a moverse, tan patoso como siempre, al ritmo de la
música.
Eso le dio la oportunidad de abordarla. Tyler dejó su cerveza sobre el tapete de la
mesa de billar y apoyó ambas manos alrededor de ella, acorralándola entre el hueco de
sus fuertes brazos y la pared.
—¿Me odias, Abbot? —preguntó en un susurro contra el oído femenino —Menuda
pregunta estúpida… Claro que me odias. Yo también me odiaría si estuviera en tu lugar.
—No te odio, Tyler —contestó y, sin querer, sus dedos acariciaron la áspera mejilla
de él levemente cubierta de vello. Lo vio reaccionar a su caricia como lo haría alguien
hambriento ante unas migajas. Su expresión sombría la conmovió contra su voluntad—.
Has sido cruel e injusto conmigo. Y me has hecho mucho daño, lo confieso. Pero hoy
estás aquí. Has vencido tu orgullo y has cruzado la distancia desde esa barra hasta mí.
Supongo que quiere decir algo, ¿no? Tratándose de ti, es más de lo que esperaba.
—Entonces… ¿No me guardas rencor?
—No tan rápido, McKenzie. —Amanda se humedeció los labios, consciente de que
la mirada de él seguía cada uno de sus movimientos con nerviosismo—. Aún me debes
una disculpa.
—Lo siento —lo soltó con rapidez, como si temiera que las buenas intenciones de
ella se esfumaran en cuanto comprendiera que no las merecía—. Brooke y mis
hermanos… Ellos… Yo mismo… Bueno, he reflexionado mucho sobre lo que sucedió,
¿sabes? En realidad, estoy bastante avergonzado… Demonios, esto es muy difícil,
Abbot… ¿No podríamos ahorrarnos esta parte?
—Ni en sueños, McKenzie —lo dijo con suavidad, pero existía la velada amenaza
de que si se rendía, lo enviaría al diablo.
—Fue por culpa de esa revista… Creí que habías mentido sobre todo… Sobre
nosotros… No tengo excusa, ¿verdad? —La miró suplicante al ver cómo ella no cedía
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un milímetro a sus explicaciones.
—Me temo que no, Tyler. —Aunque la tenía media convencida solo con la primera
mirada desde la barra, fingió que no era así—. Pero te perdono. Claro que rompiste mi
cámara. Y eso sí tendrás que resarcírmelo. Era un regalo de mi padre, McKenzie.
—Te compraré una nueva… ¡Mierda! Lo he estropeado todo, ¿no es cierto?
—Digamos que eres como eres —murmuró, aspirando con disimulo el fresco aroma
que emanaba de él y se mezclaba muy cerca de su boca con el olor de la cerveza—.
Pero no eres el hombre de mis sueños, Tyler. Ni siquiera te pareces un poco.
Mentía descaradamente. Él estaba demasiado confuso para advertirlo y se alegró de
ello.
—Amanda…, no me importa quién seas o quien crean los demás que eres. Yo sé
quién eres… ¿Vendrás conmigo? —su tono de voz pretendía ser controlado, pero no lo
conseguía—. Brooke te echa de menos… Y la casa está hecha un desastre. Nadie la
llena de flores ni prepara galletas chamuscadas para merendar. Y nadie consigue que
mejore mi mal humor. Y ahora, encima, no podría permitirme pagarte un sueldo, aunque
he oído por ahí que eres rica, pero eso tampoco me importa, porque yo… En fin,
¿vendrás conmigo o no?
—Eso sí es una buena oferta, Tyler —se burló—. Pero llega un poco tarde. ¿No te
has enterado?
Él arqueó las cejas sin entender a qué se refería.
—Lo he pensado mejor y voy a establecerme por aquí definitivamente —anunció
orgullosa—. Pienso abrir un pequeño estudio fotográfico. ¿Recuerdas la vieja barbería
de Harry Jackson, el padre de Lana?
Claro que la recordaba. Solía recortarse el pelo allí cuando todavía le importaba
tener un aspecto decente. Es decir, antes de que ella apareciera en su vida y la pusiera
patas arriba. Asintió con un gesto.
—El señor Jackson me ha alquilado el local, y Brooke y Lana han estado
ayudándome con los preparativos. Con suerte, en un par de días podré trasladar mis
cosas. Hay una habitación en el piso superior y creo que será perfecta para las dos.
—¿Las dos?
—Para mí y para mi maleta viajera. Ya sé lo que vas a decirme. No es un negocio
como para hacerse millonaria. Seguramente, estaré arruinada antes de que pase la
primavera porque en un pueblo de noventa habitantes no se celebran muchas bodas,
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bautizos y comuniones. Aunque confío en vender alguna buena fotografía en Europa.
Vale la pena intentarlo, ¿no crees? —Sonrió al ver cómo él torcía la boca con disgusto
—. Voy a sentar la cabeza. Y tú deberías pensar en hacer lo mismo. Ya no eres un niño,
Tyler McKenzie.
—¿Lo de establecerte por aquí…? ¿Es una venganza personal? —lo preguntó en voz
baja, mirándola directamente a los ojos.
Ella le mantuvo la mirada con serenidad.
—¿Por qué lo dices, Tyler? Pensé que querías que fuéramos amigos.
—Yo supuse… Es igual. —Bajó los brazos y la dejó libre, aunque no tanto como
para perderla de vista.
Amanda no se movió de su sitio. Le gustaba estar así, cerca de él y manteniéndolo a
raya al mismo tiempo. Oh, qué grandísima mentirosa estaba hecha… Lo que en realidad
deseaba era que él la tomara entre sus brazos y la levantara en el aire para secuestrarla
delante de todos y llevarla hasta su casa. Claro que eso era una ridiculez y le habría
dado a Tyler la victoria demasiado pronto. Sus planes eran otros.
Tyler la observaba perplejo. ¿Verla todos los días? ¿Sin tocarla, sin hacerle el
amor? Sería un infierno. Peor aún. ¿Y si ella decidía salir con alguno de aquellos tipos
desesperados como él, los que la rondaban desde que él había cometido la torpeza de
echarla de casa y colocarle el cartel de disponible? Ya podía verlo. Media docena de
vaqueros —por suerte, el censo de solteros de Mentone no contaba con más— con cara
de idiota haciendo cola en la puerta de su estudio, merodeando como aves de rapiña.
Solo pensarlo hizo que se mareara. Tomó aire y al volver a mirarla, ella ya no estaba.
Uno de aquellos donjuanes la hacía girar en la pista mientras ella reía a mandíbula
partida. ¡Y solo era el principio! Se aproximó a ellos, palmeando la espalda del
hombre.
—Amigo. Ella está conmigo —dijo, rezando porque el tipo, que debía sacarle al
menos cinco centímetros de estatura y algo más de peso, no discutiera.
Esa noche no le apetecía terminar con los huesos molidos por una pelea. El hombre
se volvió, gruñendo. En el fondo lo comprendía. No todos los días uno tenía la suerte
de bailar con la famosa Lori Chase. Pero nadie la conocía como él.
—¿Quién lo dice? —esta vez, el gruñido se acentuó cuando lo reconoció—.
Piérdete, McKenzie.
—Tranquilo, Jimmy. Te debo un baile. —Amanda presionó el musculoso brazo y se
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disculpó con la mirada. Después, aceptó que Tyler rodeara su cintura en un gesto
posesivo y lo regañó con un gesto—. ¿Qué pretendes, Tyler? ¿Es que quieres
suicidarte?
—Estábamos hablando —replicó malhumorado—. ¿Qué tienes tú con Jimmy?
—Me hace unos arreglos de carpintería en el local —le informó, incómoda porque
él ya empezaba a comportarse como el Tyler McKenzie que conocía—. ¿Te molesta?
—Me molesta que todos los hombres del maldito pueblo te coman con los ojos —
confesó, furioso—. ¿Lo de sentar la cabeza iba en serio? No me digas que te has
planteado siquiera casarte con alguno de ellos.
—¿Por qué no? Son tus vecinos, McKenzie. Antes te parecían buenas personas —lo
atormentaba a sabiendas de que él lo estaba pasando fatal imaginando con cuál de ellos
se había acostado.
—Antes no tenía que preocuparme de que ninguno te pusiera la mano encima —Tyler
escupió las palabras contra su cuello, rozándolo con los labios—. ¿Es lo que quieres,
que me parta la cara con todos hasta que solo quede yo y no tengas más remedio que…?
—¿Qué, Tyler? —lo desafió con voz sugerente.
—Ya lo sabes, Abbot —los labios de él se movían sobre su piel, ascendiendo
lentamente por la línea de la garganta y recorriendo la mejilla hasta casi tocar la
comisura de la boca femenina—. Quiero hacerte el amor… ahora. Apenas puedo
contener mis manos sobre ti.
—McKenzie…, los amigos no hacen cosas como esa —lo reprendió con suavidad
—. ¿Qué van a pensar de nosotros?
—No quiero ser tu amigo. Quiero ser tu amante, Abbot. Quiero estar dentro de ti y
quedarme ahí hasta que uno de los dos necesite comer o ir al lavabo o cambiar de
postura… —lo dijo con la boca apretada contra su frente—. Solo sé que tengo que
hacerte mía. Esta noche, Abbot. Voy a volverme loco si no lo hago, ¿sabes?
—Tyler…, no podemos. —De repente, sonaba algo más romántico.
Faith Hill interpretaba Breathe… Tyler pensó que nunca antes había sentido su
aliento más cercano, envolviéndolo como una deliciosa telaraña, mareándolo,
excitándolo... Sonrió para sus adentros al sentir la fuerte presión en sus vaqueros a la
altura de las ingles.
—Podemos, Abbot, te lo aseguro. Deja que te lleve a casa. Por favor… —Notó
como ella abría los labios, incitante, y lo dejaba entrar en su boca. La tomó con
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ansiedad, presionando el cuerpo menudo contra el suyo para demostrarle que no estaba
bromeando. Un minuto más moviéndose con ella de aquel modo y terminaría haciéndole
el amor sobre la mesa de billar.
Ella permitió que disfrutara de la caricia durante unos segundos, los mismos que
necesitaba para planear una estrategia. No, no podía ser de aquel modo. Tyler tenía que
confiar en ella. Tenía que amarla. No bastaba con que la deseara. Él debía comprender
que ella había llegado allí con un motivo que ahora entendía. Tyler McKenzie era el
motivo. Era la mitad incompleta que había andado buscando siempre. Decidida, lo
empujó suavemente.
Tyler la miró como si estuviera a punto de estrangularla por llevarlo hasta el paraíso
y hacerlo descender otra vez al mundo real.
—Abbot, no te resistas. Lo deseas tanto como yo. Puedo leerlo en esa mirada
tramposa.
—Entonces, también podrás leer esto. —Le dio un beso fugaz en los labios y lo dejó
plantado, maldiciendo entre dientes como de costumbre.
***
—Así que también te diviertes… —Kitty entrecerró los párpados con expresión
maliciosa mientras espiaba al hombre que acababa de ocupar un taburete a unos pasos
de ella. Kitty se había separado del grupo de la mesa de billar para acercarse a la barra
y daba golpecitos insistentes con la palma de la mano, sin dejar de observarlo.
—¿Qué vas a tomar, guapa?
Miró al viejo que le hablaba moviendo los labios bajo aquel enorme bigote gris. No
se acostumbraba a la manera de hablar de aquellos tipos. ¿Guapa? Kitty repasó
mentalmente su atuendo. Unos vaqueros azules desgastados, unas botas planas Barbara
Bui que había comprado en París y un jersey de punto de cuello alto que se le cerraba
bajo la barbilla. Llevaba el pelo recogido en la nuca y apenas se había maquillado.
Echó una ojeada a su alrededor. Bueno, no es que fuera precisamente un bombón si se
comparaba con el resto de las chicas de por allí, sus cabellos ondeando salvajes sobre
la espalda, envueltas en sus vaporosos vestidos de algodón a la rodilla y sus cazadoras
tejanas. Pero no estaba mal. Al menos, el hombre del bar lo pensaba, sonrió.
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—Un refresco de cola sin azúcar —pidió y al ver que el viejo fruncía el ceño,
suspiró—. Está bien, una cerveza.
—Marchando, guapa. —Le sirvió una bebida con mucha espuma, y Kitty tomó un par
de tragos, apartando un instante la mirada del hombre misterioso. Al volver a mirar en
la misma dirección, él había desaparecido.
Bien, mejor así. No tenía ganas de soportar sus sermones, así que buscó en la
distancia el grupo de Amanda. Por suerte, habían convencido a Jason para que se
quedara en el motel. No era conveniente para sus planes que paseara su aristocrático
porte inglés por todo el pueblo.
—Tenga. Olvidó pasar por mi oficina a recogerlo, señorita Barret.
Kitty se volvió y encontró unos ojos verdes que la observaban con diversión
mientras le tendía la cartera que contenía su documentación. Se los quitó de la mano
con brusquedad y los guardó en el bolsillo trasero de su pantalón.
—¿Ni un simple gracias? Me lo esperaba —reconoció Cameron, sintiéndose un
poco culpable porque ella tenía el labio superior cubierto de espuma de cerveza y no le
había dicho nada para divertirse—. ¿Está siendo una buena chica, señorita Barret?
—Oiga. No me venga con amenazas. No es un delito que me tome una cerveza con
unos amigos, ¿no? Y usted también está aquí
—No estoy de servicio.
Kitty reparó en su vestimenta. No llevaba el uniforme, era cierto. Pero seguía
teniendo la misma expresión vanidosa, y ella odiaba los tipos así, con o sin uniforme.
—Pues enhorabuena —dijo, dispuesta a dejarlo plantado.
—La invito a una copa. —Cameron la sujetó por el codo, apartando la mano cuando
los ojos de la mujer le lanzaron una velada advertencia.
—Gracias, pero no. Los tipos como usted me producen alergia. Ya sabe, pistolas,
esposas y todo eso relacionado con la violencia —se burlaba de él intencionadamente,
pero el muy arrogante no parecía afectado. Seguía mirándola con aquellos ojos
seductores que la hubieran puesto en situación de jaque mate de no ser porque ella no
creía en los flechazos que escribía para sus guiones.
—¿Tampoco un baile? —insistió Cameron, seguro de que la mujer iba a echar a
correr en cualquier momento. Deslizó el índice por sus labios para retirar la espuma, y
ella retrocedió sobresaltada—. Estaba muy graciosa con ese bigote de cerveza. Ha sido
perverso, lo reconozco.
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—Jefe… —Kitty escudriñó su expresión lisonjera—. ¿Está intentando ligar
conmigo?
—Tendría que estar loco, señorita Barret —respondió, cediéndole el paso.
—Me alegra escuchar eso, sheriff. Porque existe una probabilidad de uno contra
cien de que una mujer como yo se deje seducir por un hombre como usted. —Kitty lo
empujó al pasar junto a él.
Cameron sonrió. Uno contra cien. No estaba tan mal. Quizá en otra ocasión se
sintiera tentado a averiguar si podía inclinar aquel porcentaje a su favor.
Por su parte, Kitty había llegado hasta Amanda, que en aquellos momentos trataba de
evitar que la bola negra alcanzara antes de tiempo uno de los agujeros. Le entregó la
cerveza con un gruñido.
—¿Sucede algo, Kitty?
—Será mejor que te tomes mi cerveza, Amanda. Solo he bebido un sorbo y el efecto
ha sido desastroso. Hasta empiezo a tener visiones.
—¿Visiones?
—Fíjate en ese tipo, el alto que está en la barra…
Amanda siguió con disimulo la mirada de su amiga. Al descubrir a Cameron, lo
saludó con la mano, y él correspondió levantando la botella en su dirección.
—¿Lo conoces? Es el tipo del que te hablé. Me persigue como un fantasma por lo
visto…
—Kitty. No es ningún fantasma. Es Cameron McKenzie, tu primo y sheriff del
condado. ¿Aún no se ha presentado? Espera un momento, le diré que se acerque…
—Ni se te ocurra hacer eso. —La detuvo y apretó los labios, rabiosa.
Qué bromista. Seguro que lo había pasado en grande divirtiéndose a su costa,
interpretando a la perfección su papel de poli impasible, sabiendo todo el tiempo quién
era ella.
—¿Estás bien, Kitty? —Amanda comenzaba a preocuparse por el brillo asesino que
había en los ojos de su amiga.
—Perfectamente, querida. —Pero no la escuchaba.
Su mente trabajaba a toda velocidad imaginando mil maneras de vengarse del
humorista primo Cameron. «Le ajustaré las cuentas antes de regresar a Londres», pensó
con una sonrisa malévola en los labios.
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***
Amanda no sabía cómo había logrado llegar hasta ese punto.
Era una locura y, al mismo tiempo, sentía que debía hacerlo.
Por los McKenzie, por aquella familia maravillosa cuyos cimientos se tambaleaban
a causa de unos tipos sin escrúpulos. Por Harmony Rock, que era su hogar a pesar de
que Tyler no confiara en ella lo bastante. Y, sobre todo, por Tyler. Porque creía que él
merecía conservar su pequeño mundo donde podía ejercer de tirano el resto de sus días
de atractivo vaquero. Se lo debía a todos ellos.
Le había costado un poco que Jason se prestara al juego. Pero después de
convencerlo de lo mucho que elevaría su caché un reportaje en el que él apareciera
como un héroe, no había tenido más remedio que aceptar. Y por último, estaba Kitty y
su increíble ingenio.
Ella había sido la última pieza del puzzle que Amanda había decidido llamar
Operación Cowboy. Como guionista, solo alguien como Kitty podía inventar una
historia lo bastante creíble para lograr que aquellos enviados por la petrolera cayeran
en la trampa. «No ha sido tan difícil», pensó. O quizá ella era mejor actriz de lo que
esperaba.
Después de procurarse un buen disfraz que consistía en una peluca pelirroja, un
uniforme de camarera y una buena sesión de maquillaje, su aspecto no recordaba en
absoluto al de la mujer de las portadas. Hasta se había procurado un nombre que no
despertara sospechas, aprovechando que todos en el pueblo conocían la historia de la
misteriosa Brenda, la mujer que había puesto en jaque a dos de los McKenzie.
Por su parte, Jason estaba interpretando a la perfección su papel de borracho
conspirador. Estaba muy gracioso con aquella dentadura postiza y la grasa que Kitty le
había esparcido por el lacio cabello. Ewan se hubiera sentido orgulloso de él o se
habría muerto del susto al ver a su apuesto Dr. Lockarne con aquella pinta.
Y allí estaban los dos, mientras Kitty se mantenía oculta, con su smartphone Sony
con cámara de trece megapíxeles, dispuesta a grabarlo todo para la posteridad y las
autoridades si era necesario.
Amanda puso el alma en su papel de amante despechada. Durante toda la
conversación, se mostró fría y les hizo saber cuánto rencor le guardaba a McKenzie por
cómo la había tratado. Tyler la había utilizado, y ella quería revancha. De pronto, se
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convertía en una mujer vengativa y para aquellos tipos era razón más que suficiente
para que fuera su aliada.
Solo que no contaban con un pequeño detalle por suerte para ella. Y es que amaba a
Tyler McKenzie. Y por él estaba dispuesta a interpretar aquel papel de amante traidora.
Se despidió de ellos en el camino más recóndito de la carretera, donde, escondida tras
unos arbustos, Kitty la aguardaba en su coche. Su plan iba sobre ruedas. Le sonrió
cuando comprobó que los hombres habían desaparecido, y Jason y ella subieron al
coche.
—¿Todo ha ido como esperabas? —preguntó.
—Mejor aún —suspiró complacida—. Benson se pondrá como loco cuando vea el
material que le hemos conseguido.
Patrick Benson era un viejo conocido de Kitty. Por lo que su amiga solía contarle,
era el mejor aireando los trapos sucios de los demás. Sin duda, había ido a parar al
lugar idóneo. El acoso a los rancheros de la zona por parte de las petroleras era un
enorme trapo sucio justo a su medida. Pensó que había sido afortunada al localizarlo
tan pronto y despertar su interés por la historia.
—Supongo que es lo bastante importante para interrumpir mis vacaciones —le
había dicho cuando lo había llamado por teléfono.
—Lo es, Benson —le contestó Kitty—. Esos tipos no son trigo limpio. Justo ahora,
cuando presionan a los rancheros para vender, comienzan a sucederse las desgracias,
¿no te parece demasiada casualidad? Primero, acaban con el ganado de McKenzie. El
mes pasado, dos ranchos fueron quemados en otro condado a cuarenta kilómetros de
Mentone. En ninguna ocasión han podido coger a los responsables. ¿Simple casualidad?
No lo creo, Benson. No eran vulgares delincuentes. Hay algo detrás de todo que huele
mal, créeme. Te lo enviaremos en cuanto lo tengamos.
Más o menos así había sido la conversación con Patrick Benson.
—¿Piensas que toman medidas desesperadas para obligarlos a vender? —inquirió
Jason, deshaciéndose de su disfraz mientras Kitty ponía en marcha el motor y se
adentraba en la carretera.
—Estoy segura de ello. —Amanda lo miró con expresión afectuosa.
Era extraño, pero ya no le parecía que Jason fuera la mitad de peligroso para su
corazón. De hecho, Jason le parecía ahora un tipo casi entrañable, con sus ojos
brillantes y su boca delicada. Maldito Tyler. Esa sería su penitencia. Un antes y un
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después en el que, para Amanda, cualquier tipo comparado con cierto vaquero
empequeñecía hasta desaparecer.
Trató de no pensarlo, recordando lo que Tyler le había dicho en una ocasión.
Aquello de los hombres como yo no son el tipo de las mujeres como tú. Puede que
tuviera razón. Puede que no fuera su tipo. Pero lo amaba de todos modos. Y no dejaría
que unos empresarios codiciosos pusieran sus manos en Harmony Rock.
—Has estado genial, Jason. Y aunque te haya puesto en peligro…, gracias por
ayudarme.
—De nada. Ha sido un placer en realidad. La verdad es que ha sido toda una
experiencia trabajar, y gratis, en un papel en el que no tuviera que hacerme la manicura.
—La miró divertido—. Tú sí has estado superior, Amanda. Si no supiera que Kitty
haría paté con mi hígado, intentaría conquistarte de nuevo. Eres sensacional. Más
valiente que la mayoría de los hombres que conozco y bastante más guapa, por cierto.
—Te escucho, Jason. —Kitty dio un volantazo gratuito, provocando que la cabeza de
Jason golpeara levemente contra el cristal. Lo miró sonriente por el retrovisor—. Pero
sabes que no aprovecharía de ti ni tu hígado.
—¿Por qué me odias, Kitty? —El hombre fingió que aquello le causaba una
profunda consternación.
El muy granuja sabía que Kitty no lo odiaba. Y es que, para Kitty, los hombres como
él eran sencillamente invisibles. Tan solo le parecía un tipo sin contenido, como
aquellos muñecos Ken que daban la réplica a Barbie en las jugueterías, pero nunca
estaban del todo a su altura.
Jason refunfuñó.
—Te gusto un poco, reconócelo. Siempre estuviste celosa porque me fijé en Amanda
y no en ti cuando Ewan nos presentó en aquella fiesta…
—Ay, por Dios. Lo que hay oír. —Kitty se reía ahora a carcajadas—. Amanda, dile
a ese idiota que cierre el pico si no quiere que lo abandone en la cuneta.
—Gracias por el piropo, Jason, pero te olvidas de algo… —bromeó Amanda—.
Tuviste tu oportunidad y preferiste a la chica de la silicona. Y además, no quiero
parecer grosera, pero… estás echando barriga, ¿no lo has notado?
—De acuerdo… touché. —Jason encogió un poco el estómago bajo la camisa,
fingiendo estar ofendido. Volvió a mirarla, esta vez con expresión seria—. Tenía que
intentarlo, querida.
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—Gira a la derecha —indicó Amanda a Kitty y, tras unos minutos, hizo que
detuviera el coche frente al local que sería su estudio.
—Amanda. ¿En serio quieres pasarte el resto de tu vida fotografiando vacas en este
lugar? —Jason se mostraba todavía conmocionado por la noticia.
—No lo entenderías. Yo nunca tuve un hogar, ¿sabes? Marion fue un buen padre y me
sentí querida mientras él vivió. En cuanto a Chelsea, ya la conoces. —Su mirada su
nubló al hablar—. Y al llegar a aquí… Es algo muy extraño, Jason. Pero siento que este
será mi hogar. Aquí hay personas a las que les importo, ¿entiendes?
—Ese McKenzie… ¿tiene algo que ver con todo eso? —Jason podía ser muchas
cosas, pero no era tonto. Había leído el mensaje oculto en el brillo de la mirada de
Amanda. Como ella no dijo nada, sonrió—. Ya veo. ¿Sabe lo afortunado que es?
—Eh… —Amanda titubeó. ¿Tyler lo sabía?—. Digamos que es algo duro de
mollera.
—Amanda, ¿estás poniendo en peligro tu propia seguridad y la mía por alguien que
es lo bastante tonto como para no darse cuenta que estás colada por él? —Jason estaba
a un paso de estallar en carcajadas—. ¡Quién lo iba a decir! Amanda Abbot, la chica de
la armadura de acero…
—Oye, Jason, no creo que… —Se había sonrojado—. Tú, solo échame un cabo,
¿vale? Quiero que la gente sepa lo que esos tipos son capaces de hacer.
—¿Y después?
—Después, tu cara ocupará la portada del Times, el Daily Mirror y El Guardian…
Serás Jason O’Neill, la estrella que atravesó la pequeña pantalla para enfrentarse a
toda una peligrosa trama de corrupción y mafia en el negocio del crudo en Texas. Lo
demás es cosa mía —respondió misteriosa.
Aún no sabía cómo iba a conseguir que Tyler McKenzie viera lo mismo que ella
veía cuando estaban juntos. O, lo que era lo mismo, no sabía cómo convencerlo de que
juntos no habría nada que pudiera destruirlos.
***
Estaba enseñándole a Jason la decoración del estudio, cuando la campanilla de la
puerta sonó de repente.
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¡Estupendo! Faltaban un par de días para inaugurar el negocio y ya tenía su primer
cliente. La inesperada visita la animó de inmediato. Ella y Jason se volvieron para
recibirla. Sin embargo, su ánimo se esfumó cuando su mirada se topó con la de Tyler.
La expresión de él era de furia. Las noticias debían correr como la pólvora por allí.
Ella misma había lanzado el chisme de que su antiguo novio seguía por allí. El embuste
no despertaría sospechas, ya que todos consideraban de lo más normal que una actriz
como ella tuviera un pasado repleto de amantes. Aunque fuera una tremenda mentira,
prefería que fuera así. Le venía bien a sus planes que nadie se preguntara por qué el
atractivo Jason O’Neil no había hecho su equipaje junto con el resto de su comitiva
frívola.
Por nada del mundo quería que Tyler sospechara el lío en que ella iba a meterse.
Solo Lana y Kitty sabían la verdad. Y a juzgar por el modo en que él contraía ahora las
mandíbulas, Tyler se había tragado el cuento completamente.
—Hola, Tyler —lo saludó, conteniendo ligeramente la respiración. El parecía a
punto de asesinarla con la mirada—. Acércate. Quiero presentarte a alguien…
Lo vio caminar vacilante hacia ellos, con el ceño fruncido y los labios torcidos en
un mohín que solo conseguía hacerlo parecer más atractivo.
—Jason, él es Tyler McKenzie —comentó sin perder la compostura—. Tyler. Él es
Jason O’Neil, un viejo… amigo.
Los ojos de él lanzaban destellos de fuego. En ellos le decía claramente «no me
digas» en un tono que era todo menos conciliador.
—Así que tú eres el famoso… —comenzó a decir Jason, pero ella le propinó un
codazo como advertencia—. Vaya, vaya…
—Sí. Vaya, vaya… —Tyler lo imitó con sarcasmo. Estrechó la mano del hombre con
fuerza, y Amanda se mordió los labios cuando el pobre Jason movió los dedos para que
la circulación sanguínea volviera a ellos—. Dígame, amigo, ¿a qué debemos el honor
de esta visita? ¿O solo pasaba por aquí? Londres queda un poco lejos, ¿no?
—Esto… —Jason la miraba sin saber qué decir. Probablemente, ya había
comprendido que, para Tyler, él era el enemigo a partir de ese instante—. Bueno…
Amanda y yo teníamos asuntos comunes que resolver.
—¿Cómo de comunes? —preguntó Tyler, controlando la rabia en el timbre de su voz
—. ¿Son socios o algo por el estilo?
Amanda sabía perfectamente que no era eso a lo que él se refería. Claro que Tyler
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también tenía su orgullo. Por más que deseara romperle la nariz a su amante imaginario,
nunca lo haría sin darle antes la oportunidad de quitarse de en medio. Tyler McKenzie
era un poco bruto. Pero no era un salvaje… Al menos, ella esperaba que no lo fuera por
el bien de Jason.
—En realidad, sí. ¿Verdad, nena? —Jason cometió la torpeza de rodearle los
hombros con el brazo.
Los ojos de Tyler siguieron el movimiento, y Jason se apartó con rapidez. «¿Nena?».
Tyler entrecerró los párpados, reprimiendo el impulso de sacarlo a rastras de allí.
¿Quién se había creído ese tipo? Abbot no era su nena. No era la nena de nadie. Y por
supuesto, nadie la llamaba nena, excepto él.
—Tyler, le decía a Jason que…
—Ven conmigo. Tenemos que hablar. —La sujetó por la muñeca y la llevó hasta una
zona aislada de la tienda, ignorando sus protestas.
Al soltarla, ella ya estaba tan indignada por su comportamiento que no le importó
que Jason los oyera.
—Pero ¿qué te pasa, Tyler McKenzie? —le recriminó—. ¿Lo haces a propósito?
¿Eres grosero con los demás por algún motivo en especial? En serio, Tyler. Así nunca
harás amigos.
—Nena… —dijo con voz grave—. Ese tipo no es mi amigo. Si lo fuera, no estaría
intentando levantarme la chica.
—Para tu información, no soy tu chica. —Se frotó la muñeca dolorida, y un ligero
atisbo de arrepentimiento cruzó la mirada de él—. No tenías derecho a portarte como
un animal con Jason.
—Y tú, no tenías derecho a meterlo en tu casa..., en tu vida, otra vez. —La apuntó
con el dedo, amenazante—. Te dije que no quería partirme la cara con nadie durante un
tiempo.
—Y yo te dije, McKenzie, que no te atrevieras a tratarme como a una de tus terneras
—le recordó furiosa.
—Pues no te comportes como ellas —sentenció.
—Y tú… Oh, está bien, déjalo. Grandísimo egoísta… —Amanda lo miró, dolida en
realidad por el sinfín de sospechas que leía en sus ojos.
—¿No podías esperar, verdad? —le reprochó Tyler, echando una rápida ojeada al
hombre que curioseaba objetos a pocos pasos de ellos—. Tenías que restregármelo por
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las narices.
—Mira, Tyler…
—Ya me lo temía. —Tyler se rascó el mentón, un gesto que era muy propio de él
cuando no sabía cómo reaccionar ante algo—. Sabía que lo harías. Sabía que en cuanto
tuvieras la menor ocasión, aprovecharías para demostrarme lo que me estoy perdiendo.
¿Es eso, Abbot? ¿Es tu venganza por haber sido un idiota y no darme cuenta de…?
¡Diablos! Lana Jackson tuvo más estilo con Graves. Y ella se ha criado entre vacas.
—Piensa lo que quieras, McKenzie. Siempre lo haces.
—¿Qué quieres que piense, maldita sea? Todos están comentando desde ayer lo
buena pareja que hacéis los dos. —Ahora clavaba los ojos sobre Jason con rencor—.
Un poco joven para ti, ha dicho la señora Tracy, pero muy guapo. Y Brooke no deja de
decirme que se parece a ese actor, el de Mejor Imposible…
—¿Greg Kinnear? —Amanda contuvo la risa.
Brooke podía llegar a ser muy creativa cuando se lo proponía. Al parecer, había
decidido poner su granito de arena en la difícil tarea de hacer que Tyler abriera los ojos
por fin.
—¡Como se llame! Me han dado ganas de estrangularla cuando lo ha dicho. A mi
propia hermana, Abbot…
—Tyler…, cálmate, ¿quieres? Solo piensa en la suerte que has tenido de no quedar
el último en la lista —le refrescó la memoria.
Era lo que él le había comentado en una ocasión, era cierto. La miró como si
quisiera decirle que borrara de su memoria todo lo dicho anteriormente y que se
quedara solo con el mensaje de ahora. El mensaje era muy claro: haz que desaparezca.
Y tal vez, si profundizaba un poco, no seas terca, vuelve a casa conmigo y deja de
pelear. Era lo que Tyler pensaba mientras aquel intruso se paseaba por la tienda sin que
él pudiera hacer nada por evitarlo. Claro que Abbot no era de las que se rendían, ya lo
sabía.
En realidad, sabía mucho más de ella que cualquiera. Sabía que adoraba el
chocolate, que le gustaba contemplar las estrellas cuando todos dormían. Que se colaba
en las conversaciones de los demás aunque nadie la invitara. Que tenía un lunar en
forma de media luna en el centro de la espalda y una cicatriz en la rodilla de una
travesura de la infancia. Y sabía que estaba hecha para ser suya… cuando fuera capaz
de convencerla, lo cual era todo un desafío.
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—¿A qué has venido, Tyler?
—A pedirte que seas mi pareja en el baile que se celebra mañana por la noche,
después de la carrera de barriles —contestó con más calma—. Por cierto, Brooke me
ha contado que has abandonado la idea de participar.
Qué farsante. Seguro que había dado saltos de alegría cuando se había enterado.
Aunque Amanda no podía explicarle los verdaderos motivos de su retirada, no tenía
nada que ver con que él se lo hubiera prohibido.
—¿Has venido a jactarte porque me he retirado de la carrera?
Tyler sabía que cuanto más furioso se mostrara, más la alejaría de él, así que decidió
probar la táctica de ser sincero.
—Y también porque la curiosidad me estaba matando, lo confieso. Pero ya veo que
tienes otros planes.
«No lo sabes bien», pensó ella, ahogando una sonrisa.
—¿Quieres que sea tu pareja en el baile, McKenzie? —preguntó maliciosa.
—No hay nadie más disponible. Y lo digo en serio, Abbot. Ningún hombre de por
aquí se atreve a vérselas contigo.
—Di mejor que has amenazado con matar a quien lo intente —replicó y añadió al
ver cómo encogía los hombros en actitud inocente—: Está bien. Acepto, Tyler. Pero le
diré a Jason que nos acompañe.
Él soltó un ronco gruñido.
—¿Pretendes que un antiguo novio tuyo nos haga de carabina? —Tyler no salía de su
asombro.
—No, Tyler. Tú nos harás de carabina —le dijo para desinflarle aquel enorme ego
que por momentos no le cabía en el interior de la ropa.
—Está bien. Sea como sea, no te pondrá las manos encima.
Tyler cerró de un portazo, haciendo que la campanilla cayera de la puerta a sus pies.
Amanda la recogió con expresión triunfal, haciéndole un guiño a Jason cuando por
fin tuvo el valor de volver junto a ella.
***
Aquellos tipos elegantes se habían citado con Jason a escasos veinte metros de la
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carretera trescientos del condado de Mentone, un camino polvoriento y solitario donde
apenas se avistaba a lo lejos un viejo cartel con el nombre del pueblo y otro ingenioso
que aludía a la sequía sufrida recientemente y que «decía trae tu propia agua».
Por suerte, Amanda había encontrado una de las tarjetas del bufete de abogados que
representaba a la Texco y de la que Tyler aún no se había deshecho. Haciéndose pasar
por Brenda, la stripper vengativa, no le había costado nada que los dos abogados al
servicio de Texco se dieran prisa en venir. Estaban ansiosos por conocer a alguien que,
de manera discreta, pudiera dar jaque mate por fin a la jugada que pretendían, ya que
los dos ex convictos contratados con anterioridad parecían no tener éxito ni valor para
intentar nada excepto matar animales.
Amanda les había contado que su amigo conocía bien a los McKenzie, que había
sido despedido por ellos debido a su afición al juego y la bebida y que, en definitiva,
estaba muy dispuesto a desquitarse y, de paso, hacerse con unos cuantos miles y
largarse para siempre de aquel pueblo de mala muerte.
Los abogados de la Texco eran muy listos, pero no tanto como para no tragarse la
historia. O eso o estaban desesperados por zanjar aquel asunto para su cliente.
Así que no habían faltado a la cita. Allí estaban. No demasiado cerca para que
alguno de los vecinos los viera, aunque sí lo bastante para que Amanda, escondida tras
un viejo cobertizo abandonado, pudiera sacar unas buenas fotos.
Jason estaba perfecto en su papel de mercenario sin escrúpulos. Sus ropas sucias, su
cabello grasiento y su expresión de estar de vuelta de todos los delitos habidos y por
haber habían logrado engatusar a los pobres imbéciles. Por supuesto, ellos no tenían
ningún motivo para dudar de que el sucio Vic Malloy fuera quien decía ser.
En esos instantes, el falso Malloy grababa toda la conversión en su grabadora oculta
en el bolsillo de su cazadora oscura.
Por su parte, y gracias a la providencial cámara que incorporaba el móvil última
tecnología de Kitty, Amanda realizaba el mejor reportaje fotográfico de su vida
mientras los hombres daban instrucciones a Malloy.
—No la fastidie, Malloy. Ya hemos gastado mucho dinero en este asunto, y nuestro
cliente está empezando a cabrearse. Y cuando digo cabrearse, significa que los cheques
que pagan estos trajes, estos zapatos y las zorras con las que nos vamos de fiesta están
en peligro —dijo uno de ellos, sacudiéndose con desagrado el polvo de la pernera de
sus pantalones grises de Gucci.
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—Si me hubieran encargado el trabajo desde el principio, se habrían ahorrado
mucha pasta —replicó Jason/Malloy, tratando de sonsacarles más información—. He
oído que unos aficionados se cargaron unos caballos y un perro piojoso hace poco.
Seguro que no fue barato.
—Diez mil dólares —confesó el otro abogado—. Pero los tipos eran unos chapuzas.
En lugar de meterles el miedo en el cuerpo, parece que esa maldita familia se haya
hecho más fuerte.
Jason silbó al escuchar la cifra, interpretando su papel de alguien que nunca había
visto juntos tantos billetes.
—Joder, tíos… Por esa pasta, yo ya habría liquidado a la familia entera.
—Eso no será necesario, Malloy. Mi cliente quiere resultados, pero desea evitar…
ya me entiende.
—Ya veo. Nada de fiambres —Jason se aseguraba, con disimulo, de que la tela de la
su ropa no cubriera el micro de su grabadora, por si la cámara de Amanda fallaba o se
quedaba sin batería.
—Nada de fiambres… Por el momento —puntualizó el de mayor edad—. Aunque mi
cliente no lo descarta si resulta absolutamente necesario.
—Esos de la Texco deben estar desesperados, ¿no es así?
Jason era muy astuto, había sacado a relucir el nombre de la petrolera, y los
abogados no lo negaban. Perfecto.
—Eso no le importa, Malloy. Haga lo que ha convenido y tendrá su dinero. Y
después, no queremos volver a verlo nunca más, ¿está claro?
Amanda apretó los labios. Querían que Harmony Rock volara por los aires y que a
los hermanos no les quedara otra opción que vender las tierras donde se asentaba el
rancho. Desgraciados. No podían imaginar la sorpresa que se llevarían cuando
Cameron los arrestara con pruebas tangibles suficientes para que pasaran una buena
temporada a la sombra. Tan segura estaba de sí misma que no se percató cuando,
disimuladamente, Jason comenzó a hacer señas en su dirección.
—He oído algo… por allí… —Uno de los tipos caminó en dirección al cobertizo
abandonado, y Amanda se golpeó bruscamente contra las paredes en su desesperación
por no ser vista.
Las maderas crujieron contra su hombro y reprimió un grito de dolor. El hombre
estaba muy cerca, aunque en la penumbra no era capaz de distinguir su rostro. Por
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suerte, Amanda había tomado prestados unos vaqueros de Jason y un grueso jersey de
lana. Lejos de reconocerla, el tipo debía haberla tomado por algún fornido vaquero y,
sin pensarlo, le lanzó el puño contra la cara, obligándola a retroceder unos cuantos
pasos hasta casi perder el equilibrio.
Sujetó el móvil de Kitty contra el pecho y corrió tan rápido como pudo. No se
detuvo hasta cerciorarse de que estaba bien lejos de ellos. Con la respiración
entrecortada y los pómulos ardiendo por el golpe, se agazapó protegida por la
oscuridad. Era mejor no moverse hasta que Jason llegara y le hiciera saber que todo
estaba en orden.
Oyó el alboroto que armaban los hombres y cómo Jason los tranquilizaba con la
mejor interpretación de su vida.
—Seguramente era algún borracho de por aquí —comentó despreocupado—.
Duermen la mona en cualquier parte…
—No me gusta, Malloy —lo interpeló uno de ellos, el que la había golpeado.
Por suerte, el tipo no debía estar acostumbrado a utilizar la fuerza física, porque el
golpe había sido un tanto infantil, aunque escocía, y sus elegantes nudillos también
estaban hechos un asco, lo cual alegró a Amanda, quien seguía oculta y expectante.
—Como quieran, amigos. Si no quieren cerrar el trato, no hay problema. De todas
formas, quiero mi pasta. He estado dos años en chirona y no pienso largarme con las
manos vacías —el tono amenazante de su voz ya los había convencido, pero para
añadir más peligro a su mirada, presionó ligeramente la grabadora que ocultaba bajo la
ropa. Sin duda, los tipos creyeron que se trataba de un arma, porque enseguida
accedieron a ultimar los detalles de su fechoría. Y Jason añadió, imitando a uno de sus
actores preferidos—: Han sido muy sensatos. No se arrepentirán.
Amanda los vio alejarse con ademanes nerviosos. Después de unos minutos que se
le hicieron interminables, Jason le palmeó el hombro herido al tropezar con las
maderas.
—Ey… ¿Estás bien?
Ella asintió. Nunca en su vida había pasado tanto miedo. Pero no podía decírselo.
Sospechaba que Jason estaba igual o más asustado que ella y le tocaba hacer el papel
de chica dura para que no se derrumbara.
—¿Y tú? —preguntó, aceptando su mano para levantarse.
—Creí que era hombre muerto cuando ese tipo casi te descubre —confesó con una
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media sonrisa.
Amanda también sonrió y lo acompañó hasta el coche. Jason arrancó como si los
persiguiera el mismísimo diablo y tardó menos que un suspiro en dejarla frente a la
puerta de su recién estrenado negocio. Frunció el ceño cuando la luz tenue de la entrada
iluminó el rostro de la joven. Tenía un ojo completamente amoratado y un ligero corte
en la mejilla que sangraba débilmente. Sacó un paquete de kleenex de la guantera del
todo terreno y le frotó con delicadeza la zona lastimada.
—Cielos, Amanda… El desgraciado te ha machacado —observó conmovido por el
valor que ella mostraba al no quejarse una sola vez.
—Bah. Es solo un rasguño. Pero tengo la piel delicada, y un simple roce… Ya ves,
mi cutis inglés. —Sonrió—. ¿Lo has grabado todo?
—Puedes confiar que sí. —Le mostró la grabadora con satisfacción—. Esta amiguita
no puede fallarnos.
—¿Los hemos cogido?
—Eso espero. —Le guiñó un ojo—. O tendrán que escribir un bonito epitafio sobre
nosotros.
—No sé cómo darte las gracias, Jason. —Lo besó fugazmente, sin que ninguno de
los dos se percatara de que alguien los espiaba a escasos metros de allí.
Miró su reloj de pulsera y chasqueó la lengua, contrariada por lo tarde que era.
—Maldita sea, Tyler vendrá a recogerme en menos de media hora. —Se bajó del
coche de un salto y cerró de un portazo—. Y aún tengo que vestirme. ¿Nos vemos
dentro de… quince minutos?
—¿Hablabas en serio cuando le decías a McKenzie que nos haría de carabina? —
Jason arqueó las cejas, divertido.
—Claro que sí, ¿qué te creías? Te debo un baile.
—Me debes más que eso, querida. Han podido matarme, con balas de verdad, por
Dios…, pero me conformaré.
Ella se despidió feliz y subió de dos en dos los escalones que conducían a su nuevo
y estrecho hogar. Una habitación con una cama y un armario donde apenas le cabían los
calcetines. No estaba tan mal. Se desvistió y se dio una ducha rápida. Después, se
colocó un sencillo vestido con tirantes al cuello y se maquilló con esmero para
disimular los morados de los ojos. Finalmente, se mordió los labios al ver el resultado
en el espejo. Con aquella pinta no engañaría a nadie, así que trató de inventar una buena
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excusa para contestar a los cientos de preguntas que le lloverían durante la noche. Se
apresuró a bajar para abrir la puerta en el instante en que escuchó el repiqueteo de la
campanilla en la planta baja.
***
Tyler la observaba con expresión curiosa y algo más que ella no supo identificar.
Por suerte, las luces estaban apagadas y tiró de él para alejarlo del farolillo de la
entrada al salir. Sin embargo, Tyler era lo bastante astuto como para no morder el
anzuelo.
La sujetó por los hombros y la obligó a colocarse justo bajo la luz para contemplarla
con detenimiento.
—Pero ¿qué…? —Por momentos, sus facciones se contraían y su rostro adquiría un
tono violáceo al descubrir los hematomas en la cara de ella—. ¿Puedes decirme qué
diantres te ha pasado?
—Tyler, no montes una escena, ¿quieres? —lo apaciguó, pero la respiración de él se
agitaba a medida que reparaba en los cortes de la mejilla y en los rasguños del hombro
—. Me caí…
—¿De dónde, del Empire State? Diablos, Abbot, parece que te haya pasado un
camión por encima… Lla miró confundido al principio y furioso más tarde.
Sus ojos brillaban intensamente mientras examinaba cada centímetro de la piel
femenina que quedaba al descubierto, buscando más heridas.
—Ya te he dicho que…
—Nena, será mejor que no me mientas… —su tono de voz era amenazante—. Hace
un rato he visto como te despedías de ese… como se llame…
—¿Jason? ¿Acaso estabas espiándome? —Amanda no pudo evitar sonreír por las
ridículas sospechas que leía en su mirada—. ¿No pensarás que él…? Tyler, por favor…
—Abbot, si ese tipo te ha hecho esto… —A estas alturas, Tyler ya estaba
convencido de que era así.
—Tyler McKenzie —lo interrumpió con firmeza, emocionada en el fondo por el
instinto de protección que despertaba en él. Aunque, por otro lado, no podía contarle
cómo se había hecho aquellos morados. Eso sí lo pondría realmente furioso. Y,
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probablemente, la sacaría del estado antes de que pudiera protestar—. Te prohíbo que
sigas. Y por cierto, que no tengo que darte explicaciones si me apetece que un antiguo
novio me ponga un ojo a la funerala. Así que, asunto resuelto. Por ahí viene Jason…
Señaló la puerta del motel, y Tyler apretó los labios al ver cómo el inglés se
acercaba a ellos.
—No te atrevas a hacerle preguntas, ¿está claro? —le advirtió—. O tendrás que
bailar con la señora Tracy toda la noche.
—Abbot…
—McKenzie… —Ella lo imitó y se colgó del brazo de ambos, uno por cada lado,
dispuesta a no perderse una sola pieza.
El resto de la noche fue más bien estresante.
Por un lado, su preocupación por la oferta que aquellos abogados de la petrolera le
habían hecho a Malloy el impostor. Nada menos que quemar el rancho de Tyler. Esta
vez no pensaban andarse con chiquitas y, a juzgar por lo que Jason le había contado,
querían el lote completo. Nada de errores. Querían a Tyler fuera de juego para siempre.
Por otra parte, estaba el propio Tyler, quien valoraba positivamente en qué momento
exacto de la noche iba a matar al pobre Jason por lo que erróneamente juzgaba que
había hecho.
Y finalmente, pero no por ello menos importante, estaba ella misma. Solo había
bailado tres piezas y ya sentía que tenía los huesos hechos puré. Y por nada del mundo,
quería privarse del placer del momento en que Tyler se decidiera de una vez a sacarla a
bailar. Para su deleite, aquel momento llegó antes de lo que esperaba.
Dolly Parton entonaba con su peculiar estilo y su timbre de niña que no ha crecido,
una hermosa balada. Tyler la arrastró literalmente hasta la pista y apretó su cuerpo
contra el de ella, siendo todo lo delicado que era capaz dadas las circunstancias.
Seguía furioso y las dos cervezas que había tomado hacían que su enfado fuera en
aumento.
Aun así, Amanda intentó que se relajara y, de paso, relajarse también. El fuerte
pecho de Tyler bajo su mentón era el mejor ungüento para sus heridas.
—¿Vas a contármelo o prefieres que se lo pregunte a él directamente? — preguntó
Tyler, con los labios muy cerca de su frente.
—Ay, Tyler, no lo estropees… —le pidió, adormecida por la deliciosa sensación
que era balancearse junto a él al ritmo de la suave música.
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—Quiero matarlo de todas formas, Abbot —comentó él con total naturalidad—.
Pero si me das una buena excusa, me sentiré mejor después de hacerlo.
—McKenzie…, ¿por qué eres tan agresivo? —le preguntó mimosa.
—Abbot, te juro que en este momento no estoy siendo ni la mitad de agresivo. —Él
recorrió con ternura los rasguños de su hombro, palideciendo cuando ella reprimió un
gemido de dolor. Apartó los dedos para deslizarlos por su brazo—. Si lo fuera, ese
Jason ya estaría en la consulta de Doc con los dientes incrustados en la nuca.
—¿En la consulta de Doc? —Ella le miró risueña. «Tyler McKenzie, ¿dónde estabas
antes de conocerte?», pensó riendo para sus adentros.
—Es donde merece acabar un animal como él —explicó él, besando con ternura sus
cabellos.
—Tyler…
—Abbot, deja que lo mate —su voz era grave a causa del enfado y del deseo al
mismo tiempo—. Después, te llevaré a casa y te haré el amor de tantas maneras que no
volverás a acordarte de él.
—McKenzie… —le susurró con los labios presionando levemente la línea del
cuello masculino. Bromeó para aliviar la tensión entre ellos—. Si fuera una inocente
dama sureña, estaría escandalizada.
—Si fueras una inocente dama sureña, no te haría ese tipo de proposiciones —
replicó Tyler de mejor humor a pesar de que la idea de liquidar a O’Neil seguía
rondando por su cabeza.
—¿Eso es un insulto? —inquirió en voz baja, provocándolo intencionadamente.
—¿Bromeas? Es un piropo, nena. —Tyler dejó que su boca cubriera durante un
segundo la de ella, complacido al ver cómo se estremecía ante la breve caricia—.
¿Entonces… tengo tu aprobación? ¿Puedo liquidar a ese rubito sin que me odies por
ello?
—Ni lo sueñes, McKenzie.
—Abbot, no estás enamorada de él. No puedes estarlo —murmuró, rabioso en el
fondo porque temía estar equivocado.
Peor aún, temía estarlo y que ella fuera tan sincera como para confesárselo allí
mismo, en mitad de la pista, mientras él la estrechaba entre sus brazos deseando que el
resto del mundo desapareciera para tener un poco de intimidad.
—¿Por qué estás tan seguro? —La situación la divertía enormemente.
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—Porque es más joven que tú. Podría ser tu hermano, Abbot —le recriminó con la
mirada nublada por la pasión que ella encendía en él, incluso con el rostro medio
desfigurado por aquel hematoma.
—Pero no lo es. —Lo retó a que continuara con su larga lista de motivos por los que
el pobre Jason jamás sería su príncipe azul.
—Y tiene muy mal gusto. Fíjate con quien está bailando. —Señaló con disimulo a
Jason, que ahora se movía ágilmente de la mano de una de las gemelas Tracy.
«Menudo donjuán». La chica era justo como Brooke la había descrito en una
ocasión. Una larguirucha con cara de mula y cejas demasiado pobladas. Claro que
Jason era un perfecto caballero inglés y nunca negaba un baile a una señorita, aunque la
señorita en cuestión fuera lo más parecido a un cuadrúpedo.
—McKenzie, eres perverso. —Amanda sonrió de aquel modo encantador que hacía
que a Tyler se le doblaran las rodillas sin remedio.
—Y además, no puedes estar enamorada de un tipo que mañana estará fiambre en la
funeraria. —Tyler le recordó sus intenciones—. No sería práctico, Abbot.
—Creo que me arriesgaré de todos modos. —Amanda tembló cuando él la estrechó
con más fuerza en una clara actitud posesiva—. Pero no sufras, McKenzie. Si me
conviertes en una viuda desconsolada, serás el próximo candidato en mi lista.
—Nena… —Él dejó que sus dedos recorrieran nuevamente la curva de su espalda
con lentitud—. No me provoques y dejaré que tu ex viva un par de días más.
Amanda no contestó. Pensaba en lo ingrato que era Tyler McKenzie con el hombre
que estaba a punto de salvarlo de las garras de aquellos mal nacidos de la petrolera.
Aunque, en el fondo, sabía que Tyler solo quería convencerla de lo arrepentido que
estaba… a su manera.
—¿Cómo van las cosas por el rancho, Tyler? —preguntó desviando la conversación
hacia temas menos peligrosos—. Brooke me ha dicho que los del banco aún no han
aprobado ese préstamo que pediste.
Si él estaba molesto por las confidencias que Brooke le había hecho, no lo demostró.
Encogió los hombros con fingida indiferencia.
—Es posible que tenga que solicitar otra hipoteca sobre la propiedad. Pero creo que
saldré adelante.
—Si no fueras tan cabezota… —le recriminó con suavidad, tanteando el terreno
para sus planes futuros—. ¿Qué hay de la oferta de Dylan? No puedes ser tan orgulloso,
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tienes que aceptar su oferta de quedarse.
—No me convence. Siempre ha sido un espíritu libre y no puedo encadenarlo a
Harmony Rock de por vida. Quiero a Dylan, tengo que estar seguro de que es lo quiere.
—Está bien, olvida a Dylan. Brooke dijo que Doc te ofreció ser tu socio. Al parecer,
dispone de algunos ahorros. Tyler, piensa en lo bien que te iría algo de ayuda… y
podrías reponer parte del ganado.
—Ni hablar —atajó él con voz tensa—. Ya le dije a Brooke lo que opinaba del
tema. Lo último que me apetece es convertir a mi hermana en la contable marimandona
de los negocios de su futuro marido. Doc no aguantaría una semana, créeme. No quiero
tener la culpa del divorcio de esos dos.
—Eso es injusto, Tyler. Brooke también tiene derecho a preocuparse y a hacer algo
al respecto.
—No mientras pueda evitarlo. Prometí a mis padres que siempre cuidaría de ella. Y
jamás rompo una promesa, Abbot. —La miró como si pretendiera que ella no volviera
a tener dudas sobre eso—. Lo cual me hace recordar…
—Oh, no… McKenzie, si te acercas a Jason, no cuentes con que vuelva a dirigirte la
palabra —le advirtió en un murmullo, viendo como su amigo se les acercaba—. Jason,
¿nos vamos?
Se sintió fatal al comprobar el efecto que causaban en Tyler sus palabras. Sin duda,
debía pensar que ella no podía esperar más para reunirse a solas con su amante. «Qué
pena, Tyler, pero aún no puedo confiar en ti».
—Te acompañaré a casa —se ofreció rápidamente Tyler, conteniendo las ganas de
aplastar bajo la suela de su bota a aquel tipejo presumido.
—No es necesario, Tyler. Jason lo hará, ¿no es así? —Besó a Tyler en la mejilla y
antes de que pudiera protestar, tiró de la mano de Jason para abandonar el local.
—Oye, Amanda, no quiero parecer indiscreto, pero… —Jason echó una breve
ojeada a sus espaldas—. Parece que ese McKenzie quiere matarme, ¿no?
—No te preocupes, es inofensivo —lo tranquilizó—. Él no lo sabe, pero ya he
aprendido a manejarlo.
—Eso espero. Porque, ¿sabes qué? Empieza a preocuparme el hecho de que todo el
mundo en este pueblo tenga algún motivo para querer verme muerto.
—Qué gracioso eres, Jason. En realidad —le explicó—, Tyler cree que me has dado
una paliza y ha jurado liquidarte en cuanto tenga oportunidad.
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Jason palideció. Comprendió que no era buen momento para bromear. Pero se sentía
tan feliz que no pudo evitarlo.
—No temas. Ha dicho que te dejaría vivir.
—Qué bien.
Amanda sonrió, contenta por el cariz positivo que tomaban sus maquinaciones. En un
par de semanas, el asunto de la petrolera estaría resuelto. Y después, ella y Tyler
podrían dedicar toda su atención a otras cuestiones. Como hacerle entender a aquel
cabezota que el amor no se medía por la cantidad de órdenes que podía obligar a acatar
a la persona amada.
***
Había llamado a Jason en cuanto había descubierto lo sucedido en el estudio durante
su ausencia. Pero, al regresar, el desastre la había dejado sin palabras.
Los dos observaban ahora el desalentador espectáculo mientras pensaban qué hacer
para no perder los nervios. Amanda temió, por la expresión de Jason, que no le había
contado algo.
Intuyó que era peor de lo que esperaba.
—Lo han destrozado todo… excepto esto. —Amanda le mostró unos carretes de su
vieja cámara, la que Tyler había destrozado y que aún no había revelado porque los
había olvidado en el hueco bajo el mostrador la mañana anterior. Recordó que se
trataba de las fotografías que había tomado a Lana Jackson. Lana estaba preciosa, pero
no le servían de mucho para atrapar a aquellos desgraciados—. El resto está hecho
trizas.
Señaló el material de revelado, las estanterías, los adornos y… el smartphone de
Kitty hecho papilla en el suelo. La expresión de Jason no presagiaba nada bueno.
—¿Qué ocurre, Jason…? —Lo miró espantada—. Aún tenemos las grabaciones,
¿verdad? Dime que las tenemos.
Jason le enseñó la grabadora hecha pedazos que acababa de encontrar en su
habitación del motel donde se hospedaba.
—¿Y la cinta?
—Estaba dentro, Amanda. No tuve tiempo de sacarla y esconderla. ¡Diablos, no
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pensé que fuera necesario! Oye, no tengo una dilatada experiencia en esto de hacer de
investigador privado —explotó, más preocupado que furioso.
En ese momento, la campanilla de la puerta los hizo volverse hacia ella. Aquellos
tipos enchaquetados, los abogados de la Texco, estaban ahora acompañados por otro
tipo que parecía recién salido de la prisión federal de máxima seguridad de Colorado.
En la cara del nuevo no cabía ni una sola cicatriz más y en cada uno de los brazos
musculosos y al descubierto, un dragón azul se enroscaba hacia la muñeca donde la
cola terminaba en forma de puñal. Solo mirarlo ponía los pelos de punta. Para ser
francos, Anibal Lecter al lado de aquel tipo era un madurito adorable e inofensivo. Y
Amanda lo había reconocido enseguida. Era el tipo de los lavabos del bar de Ray.
Los tres los observaban con expresión maliciosa mientras agitaban en el aire la cinta
de la grabadora que habían robado en la habitación de Jason.
—Una pena, Malloy… ¿o debería decir, señor O’Neil? —comentó uno de los
abogados con sarcasmo—. Y usted, señorita Abbot, nos ha decepcionado enormemente.
Fue una suerte que la señorita Murphy, de su agencia de Londres, contestara tan
amablemente a nuestras preguntas, cuando la sorpresa de reconocerla en la televisión
de esa cafetería inmunda nos condujo a ella. En cuanto la llamamos para pedir
información sobre su amigo y lo describimos tan cuidadosamente, no tardó en
relacionar la descripción con un viejo amigo común. Nada menos que Jason O’Neil, el
popular Dr. Lockarne de la BBC y su atractiva enfermera Wendy. Debo decirles a
ambos que es un honor para nosotros que nos hayan dedicado su atención.
—No se saldrán con la suya —ladró Jason, aunque no estaba en posición de hacerse
el gallito. Ellos eran tres.
—¿En serio creyó que éramos tan idiotas? —El tipo de los tatuajes sacó su mechero
y prendió fuego a la cinta con rapidez para después lanzarla a los pies de la mujer—.
Estúpida zorra… ¿Creías que tú y tu actorcillo de telenovela podrían engañarnos? En
cuanto mis amigos me avisaron de que me había salido un competidor, comprendí que
algo raro estaba pasando aquí… Y aunque no fuera así, ¿pensabas que dejaría que un
mierda como este me robara mi dinero? Yo maté a los caballos de los McKenzie y me
cargué al maldito perro… Ese dinero es mío y pienso borrar del mapa a cualquiera que
se interponga, ¿te queda claro, zorra?
—No me dan miedo, matones de medio pelo —casi gritó Amanda—. Veremos cómo
explican todo esto al sheriff y a su ayudante. Estoy segura de que les encantará escuchar
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su historia.
—No tan rápido, señorita Abbot. —El más alto de los hombres torció los labios en
una mueca que podía haber sido una sonrisa de no ser porque sus ojos lanzaban chispas
al hablar. Y no eran de alegría precisamente—. No somos estúpidos. Hemos pasado
toda la noche en ese bar de la esquina. Y hemos hecho el suficiente ruido como para
que medio pueblo afirme habernos visto. ¿Me capta, nena?
Amanda comprendió. Ellos no harían aquel trabajito. Seguramente, lo habían
encargado a algún rufián de los alrededores, a otro matón con cara de Pittbull como el
que les hacía ahora de guardaespaldas, seguramente al que lo acompañaba en los
lavabos cuando urdía su miserable plan.
Y eso se traducía en una enorme sensación de pánico que hizo que se le encogiera el
estómago. En ese momento, los McKenzie podían estar a merced de algún desalmado
sin escrúpulos dispuesto a quemar la casa con ellos dentro. La cabeza comenzó a darle
vueltas.
—No sufra. —el desgraciado que parecía ser el portavoz de los otros dos sonrió de
nuevo—. Si mantiene la boca cerrada, nadie saldrá herido. ¿Entiende lo que quiero
decir?
Lo entendía. Quería decir que si permitía que terminaran lo que habían venido a
hacer, quizá observaran la posibilidad de que el rancho ardiera cuando sus dueños
estuvieran fuera. Si esperaban que aquello la tranquilizara, es que estaban realmente
locos. Aunque, en cierto modo, era así.
—Vamos, señorita Abbot. No es tan difícil —insistió el hombre—. ¿Cómo prefiere
al señor McKenzie, arruinado o muerto? Usted decide.
—Váyase al diablo. —Amanda le escupió en la cara, y él se limpió
ceremoniosamente con el dorso de la mano sin perder su estúpida sonrisa—. Tyler
McKenzie lo matará, ¿sabe? Está lo bastante loco para hacerlo sin que ni siquiera le
tiemble el pulso al apretar el gatillo de su escopeta.
—¿De verdad?
—Haga la prueba. Si llega a tocarle un pelo a su hermana, puede darse por muerto.
—Por primera vez desde que habían entrado, Amanda sintió que se llenaba de auténtico
valor. Esos bravucones no sabían cómo se las gastaban Tyler y el resto de los
McKenzie.
El hombre de los tatuajes clavó sus ojos rojizos en ella y se despidió con un guiño,
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haciendo un gesto a los abogados para que lo siguieran.
En cuanto hubieron desaparecido, Amanda empujó a Jason hacia la puerta.
—Avisa a Cameron —le pidió al tiempo que ella misma salía tras el—. Y busca a
Kitty en el baile.
—¿Qué te propones? —Jason sospechaba que iban a meterse en líos otra vez.
—Tienen una coartada y se saldrán con la suya si no hacemos algo —explicó—. Han
dicho que medio pueblo los ha visto. El otro medio está en el baile. Y Tyler y los demás
también. El otro cómplice está al tanto y, probablemente, esta es la ocasión perfecta
para que haga su encargo. ¿Me sigues?
—Amanda, no…
—Tengo que ir allí. —Amanda le rogó con la mirada que no tratara de impedírselo
—. Tú avisa a Cameron y que se lleve a Graves con él. Dile que los espero en el
rancho.
—¿Y los McKenzie?
Amanda lo meditó unos segundos. Tyler era muy capaz de liarse a tiros con todo lo
que se moviera en sus propiedades.
—Que vengan con ellos, pero no los alarmes, por lo que más quieras. No quiero que
haya ningún funeral mañana.
—Está bien… —La contempló un instante antes de obedecer sus instrucciones—.
Ten mucho cuidado, Amanda. ¿Lo prometes?
Ella asintió. Tenía que tenerlo. Aún no le había confesado a Tyler que ella era la
mujer ideal para él. Y aún no había cumplido su promesa de demostrarle que era allí
donde iba a pasar el resto de su vida. Y en eso los dos se parecían mucho. Ella también
tenía intención de cumplir todas sus promesas.
***
Había cogido el todo terreno de Jason hasta el rancho, apagando las luces a una
distancia lo bastante prudencial como para que el intruso no notara su presencia.
Aguardó tras la casa, agazapada en el asiento, esperando la más mínima señal para
actuar.
Echó una rápida ojeada a su alrededor. Estaba demasiado oscuro para distinguir
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nada a menos de cinco metros de donde se encontraba. Suspiró, comenzando a sentir
que la angustia se apoderaba de ella. «Cameron, ¿dónde te has metido?». Y tampoco
había señales de Graves. Rezó porque Lana Jackson y él no se hubieran retirado pronto
a practicar arrumacos para la vida de casados. Por fin, le pareció que algo se movía
junto al coche y dio un respingo sobresaltada.
—¡No se mueva! —gritó, intentando cerrar a toda prisa la ventanilla del todo
terreno.
Demasiado tarde. Aquel hombre intentaba verter el contenido de la garrafa que tenía
en una de las manos en el interior del vehículo. El fuerte olor a gasolina la mareó y
abrió la puerta con brusquedad, golpeando al hombre al hacerlo.
El tipo la miró, tambaleándose, y trató de sujetarla por el brazo, esgrimiendo su
enorme mano en alto antes de descargarle el puño en plena cara.
Amanda recibió el primer golpe en el hombro magullado. Lo empujó con toda la
fuerza que le fue posible. El segundo golpe casi le cayó en plena cara y aunque apenas
la había rozado porque se apartó a tiempo, hizo que cayera de bruces frente a él. Lo vio
levantar una vez más el puño con el que Amanda ya se había resignado a que la hiciera
papilla. Todo se oscureció de repente. Comprendió que estaba a punto de desmayarse y
aunque no quería, se rindió ante la evidencia de que nadie podía ayudarla.
—Ni se te ocurra, amigo.
Amanda escuchó la voz de Cameron como si proviniera de algún lugar muy lejano.
—Aléjate de la chica y pon las manos en alto, donde pueda verlas —ordenó Cam
otra vez.
Unos brazos robustos la alzaron del suelo con la misma facilidad con que
levantarían una pluma. Amanda se acurrucó contra ellos, temblando de pies a cabeza.
—Amanda… ¿estás bien? —Reconoció enseguida la voz grave y afectada de Tyler
—. Quédate aquí… vuelvo en un minuto…
—Tyler, por favor… —quiso impedir que se moviera.
Pero Tyler ya se había alejado y antes de que Graves pudiera evitarlo, tenía al
intruso bajo su cuerpo y le golpeaba la cara con violencia. Parecía haber perdido el
control, y Graves intentó arrancarle al desgraciado de las manos antes de que fuera
tarde.
—Déjalo ya, Ty. Vas a matarlo —pidió Cam, quien en el fondo tenía tantas ganas
como Tyler de convertirlo en comida para perros.
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Cameron escuchó el rugido de una motocicleta y se giró. Perfecto. La que faltaba
para que la fiesta estuviera completa. Se dijo que su informe oficial tendría todos los
ingredientes para una buena película de Woody Allen. Vio como Kitty Barret lanzaba su
casco por los aires y corría en dirección a su amiga para abrazarla.
—Amanda… Santo Cielo…
—Estoy bien, Kitty… Por casualidad…, ¿no llevarás en tu bolso un filete de
ternera? Me vendría genial para este ojo —intentó bromear, pero gimió de dolor, y
Kitty aflojó la presión de su abrazo. Se acercó a Cameron con expresión furiosa.
—Dime para qué demonios llevas esa maldita placa, sheriff —le increpó.
—Será mejor que te calmes —Cameron habló en voz baja, pero su tono era firme.
Al comprobar que Kitty pretendía aporrear con el casco al hombre que yacía en el
suelo molido por los golpes de Tyler, la detuvo sujetándola por detrás y asiéndola por
las axilas. Los pequeños pies de Kitty pataleaban en el aire.
—¡Suéltame! Deja que le dé su merecido a ese… Deberíamos ahorcarlo, arrancarle
la yugular…
—Nadie va a ahorcar a nadie mientras yo sea el sheriff en Mentone. —Cameron
intentó aplacarla, pero a pesar de su corta estatura, Kitty se movía como una tigresa—.
Si prometes no liquidar a mi testigo, te dejaré en el suelo, ¿qué dices?
—¡Vete al cuerno! Y dame tu pistola. Al parecer, uno de los dos tendrá que portarse
como un hombre por aquí —lo atacó.
¿Qué le pasaba a aquel tipo? Su mejor amiga acababa de recibir la peor paliza de su
vida y él pretendía que el culpable se fuera de rositas. Echó una rápida ojeada al otro
McKenzie. Vaya con el primo Tyler. Quizá aquel tipo no se fuera de una pieza después
de todo. Tyler parecía dispuesto a arrancarle la cabeza al asaltante. Sonrió satisfecha y
golpeó con el casco, accidentalmente, al gemelo de uniforme.
—Algún día, jefe, te diré lo que pienso sobre tus métodos. Pero ahora, ¡apártate de
mi camino! —Lo empujó sin contemplaciones—. Quiero consolar a mi amiga, a la que,
por cierto, tenías que haber protegido.
Cameron se apartó y decidió detener a Tyler antes de que matara a aquel
desgraciado.
—¡Asquerosa sabandija! —Tyler le propinó un último puñetazo que debió romperle
el tabique, porque ahora fue su agresor el que perdió la consciencia. Al comprender
que, por más que lo golpeara, el desgraciado no iba a decir una palabra, le soltó
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enfurecido—. Llévate esta basura de nuestra casa, Cam. Si vuelve a despertarse, acabo
con él. Lo juro.
Corrió hacia Amanda, obligándola a mirarlo a la cara para examinar sus heridas.
Kitty lo dejó hacer, comprendiendo, por el modo en que la miraba, que Tyler no estaba
de humor para discutir cuál de los dos merecía más cuidar de Amanda.
—¡Hijo de…! —Tyler no terminó la frase. Apretó los labios con tanta fuerza que su
mentón se endureció como el granito al hacerlo.
Por un momento, Amanda temió que regresara para rematar al tipo que le había
hecho aquello.
Pero Tyler no se movió. Solo contemplaba su piel amoratada por los golpes sin
articular palabra. Los ojos le brillaban intensamente en mitad del rostro sombrío.
—Estoy bien, Tyler… —murmuró Amanda, aunque sentía como la cara le latía y
comenzaba a hincharse justo donde el puño le había acertado.
Se volvió al escuchar la voz de Jason y se soltó, abrazando a Jason en cuanto lo tuvo
cerca. No quería llorar delante de Tyler, pero Jason… Bueno, él ya la había visto llorar
un millón de veces ante las cámaras. Así que dio rienda suelta a las lágrimas.
—Vaya heroína estás hecha, Amanda… —Jason sonreía, pero Amanda percibió que
estaba tan impresionado como ella—. Nos has dado un buen susto, ¿sabes? Ese
McKenzie no paraba de maldecir todo el camino… Dijo que si no te mataba el tipo
contratado por los de la petrolera, lo haría él mismo.
—¿Le has contado…? —Se apartó un poco al ver como Tyler los miraba a ambos
con cara de pocos amigos.
—Sí, me lo ha contado todo. ¡Un plan perfecto! —rugió Tyler, mientras el coche
patrulla de Cameron se alejaba con la pieza que habían cazado esposada en el asiento
trasero. Dylan los acompañaba—. Y no esperes que te dé las gracias, Abbot… ¡Te
daría una buena paliza de no ser porque ya no te queda espacio en la cara donde
colocar los golpes!
—¿Brooke está a salvo? —preguntó, ignorando su comentario.
—Lana y Doc están con ella. ¿No me has oído? —Él iba a explotar de un momento a
otro, era evidente.
Jason se hizo a un lado para evitar que dirigiera su furia contra él.
—¡Te he oído, no hace falta que grites! —replicó llorosa y añadió, restregándose el
cabello con ansiedad—: Me duele todo.
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—Es lo que suele ocurrir cuando alguien te machaca la cara a puñetazos, Abbot —la
reprendió con dureza—. ¿O acaso esperabas que solo por ser tú sería distinto? ¡Vaya
par de idiotas! Los justicieros, Batman y el pequeño Robin. ¡No sé cuál de los dos está
más loco!
—Ey, McKenzie… —Jason iba a decir algo, pero enmudeció cuando la mirada de
Tyler lo fulminó.
—Cierra el pico —sentenció y clavó nuevamente los ojos en ella—. Y tú… Abbot,
tú…
—Tyler McKenzie…, podrías ser más delicado, ¿no crees? —intervino Kitty, pero
Amanda le señaló con un gesto que no se metiera.
—Tranquila, Kitty. Lo he entendido. «Desaparece de mi vista», ¿es eso lo que
quieres decir, Tyler? —le preguntó Amanda indignada. ¿Qué se había creído?
Arrogante, presuntuoso y testarudo—. Llévame a casa, Jason. No pienso quedarme a
ver como este bruto insensible me da las gracias al estilo del salvaje oeste…
—Nena, ni se te ocurra moverte —el tono de Tyler no admitía protestas—. Kitty,
estás en tu casa. O’Neil, puedes hacer dos cosas. Volver al motel o aceptar mi
hospitalidad y pasar la noche aquí. De cualquier manera, ella se queda.
—¿Pero qué…? —Amanda tosió ruidosamente, y Tyler se apresuró a cubrirle los
hombros con su cazadora. Ella aceptó a regañadientes—. No soy de tu propiedad,
Tyler. No puedes obligarme a hacer nada que no quiera.
—¿Apostamos algo? —Tyler no se limitó a amenazarla.
La levantó en brazos con cuidado y la llevó hasta la casa, subiendo decididamente
las escaleras que conducían a su antigua habitación y dejándola sobre la cama con
delicadeza.
—Tyler McKenzie…, si vuelves a…
—Kitty, ¿puedes quedarte con ella un segundo? Creo que esa chatarra que se oye
fuera es el coche de Doc.
Lo era. Brooke apenas esperó a que el motor se detuviera para correr hacia la casa.
Sollozó al ver el estado en que ella se encontraba. La besó repetidamente y después, la
abrazó angustiada.
—Estás loca, Amanda Abbot, pero gracias por todo. Solo pensar que… —Brooke
estalló en llantos otra vez.
—Prepararé una habitación para el señor O’Neil —informó Tyler, y su tono no
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admitía réplicas—. Brooke y Kitty, que esa cabeza de chorlito se duerma en cuanto Doc
la haya examinado.
Amanda los dejó hacer y, finalmente, permitió que el sueño la venciera mientras
Kitty la arropaba entre las sábanas con infinita ternura.
***
—Buenos días —la voz de Tyler hizo que abriera con desgana los ojos y se estirara
perezosamente sobre la almohada, reprimiendo un gemido cuando una punzada de dolor
le atravesó la sien.
Tocó con los dedos el apósito que Doc le había puesto la noche anterior. Tyler se
hizo un hueco en la orilla de la cama y se sentó, depositando junto a ella una bandeja
con su desayuno. La miró con contenida emoción. En realidad, aún estaba furioso por el
modo en que había puesto en peligro en su vida. Sin contar con él si le sucedía algo. Sin
pensar en lo mucho que iba a echar de menos que alguien como ella lo sacara de quicio
a la menor oportunidad. Dios, realmente, podría matarla por algo así
—Mírate, Abbot. Estás hecha un asco.
—Muchas gracias. Es justo lo que necesitaba oír —murmuró, bostezando—. Pero
gracias, Tyler, de verdad. Viniendo de ti, es todo un piropo.
—No quiero pelear, Abbot. Al menos, hasta que estés recuperada —había un matiz
de velada amenaza en su tono de voz.
—Ni yo —aceptó, saboreando el delicioso café y echando una mirada desdeñosa a
las tortas recién cocinadas de Tyler—. Pero puedes estar seguro de que no voy a
comerme tus tortas pringosas, McKenzie. Y si eso es motivo de discusión, lárgate y
déjame tomar mi café en paz.
Tyler no pudo evitar sonreír al escucharla. Condenada mujer… Siempre lograba
salirse con la suya. A estas alturas, ya se había convencido de que si ella enmudeciera
de repente, le nacerían labios en cualquier parte de su encantadora anatomía para poder
decir la última palabra.
—¿Jason ha dormido bien? —preguntó maliciosa, observando a hurtadillas la
reacción del hombre—. No te ofendas, Tyler. Pero siempre me preocupa que mis ex
amantes pasen una buena noche…, aunque sea lejos de mi cama.
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—Muy graciosa, Abbot. Pero te esfuerzas inútilmente. —Tyler esperó a que
terminara de devorar una tostada y apartó la bandeja. Después se quedó largo rato
observándola sin decir nada hasta que, finalmente, chasqueó la lengua—. Jason me ha
explicado que lo vuestro es historia.
—¿En serio? —Amanda arqueó las cejas, contrariada porque se estaba divirtiendo
de lo lindo—. Qué embustero. ¿No te ha contado nuestros planes… lo de
Hollywood…?
Al ver que él no contestaba, continuó maquiavélica.
—¿Roma, Madrid… no? ¡Con lo bien que íbamos a pasarlo! —Entornó los párpados
como pudo, ya que la hinchazón del ojo apenas le permitía moverlos.
—No insistas, Abbot. Sabes muy bien que no habrá nada de eso —Tyler se jactaba,
y eso la hizo enfurecer—. ¿En serio quieres volverme loco? ¿Por qué, Abbot? Aún no
he sido un bruto insensible esta mañana.
Amanda recordaba vagamente haber pronunciado aquellas palabras la noche
anterior.
—Porque crees que me tienes en el bote —contestó rabiosa, empujándolo—. Y no
soporto ver esa expresión tuya victoriosa, Tyler McKenzie.
—¿No es lo que querías? —Él recorrió con los dedos su nariz cubierta de arañazos,
con tanta ternura que Amanda creyó que aún estaba soñando—. Metiéndote en mi casa,
en mi cama, en mi vida. Obligándome a disfrutar de la Navidad, a besarte bajo el
muérdago. ¿No era eso lo que pretendías, Abbot?
Quiso decirle que no. Quería de él algo más que unas cuantas anécdotas divertidas
que se esfumarían en el recuerdo. Al parecer, Tyler no lo había comprendido.
—Bah… —Ella fingió que sus palabras la dejaban indiferente—. Déjate de
pamplinas, Tyler McKenzie. A mí no me engañas. En cuanto salgas por esa puerta,
volverás a ser el mismo cabezota de siempre.
—Esta vez no, Abbot. —Él sonrió, dejando bien claro que sería justo como ella
había descrito. Pero añadió—: Algunas cosas pueden cambiar.
—¿Qué cosas? —preguntó con falso desinterés.
—Por ejemplo, puedo ser ese tipo de tus sueños al que, según tú, ni siquiera me
parezco —informó de buen humor.
—Bah… —repitió, intrigada en el fondo por lo que tenía que decirle—. Tendría que
ocurrir un milagro. Y ya sabes que no creo en los milagros.
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—Y por ejemplo… —continuó él—, podría aceptar que estaba completamente
equivocado con respecto a ti. Y podría pensar que realmente te quedarás con nosotros.
—Podrías —aceptó ella, complacida por el giro que tomaba la conversación.
—Y podría suponer que, ya que tu negocio y el cuchitril que te hacía de hogar están
temporalmente fuera de servicio, estarías dispuesta a aceptar nuestra hospitalidad como
antes.
—Es posible.
—Y siendo como soy un tipo tradicional y considerando que tengo una deuda enorme
contigo, podría proponerte algo que te convertiría en una chica decente delante de
nuestros vecinos.
Amanda arqueó las cejas.
—Tyler McKenzie —suspiró—. Exactamente, ¿qué intentas decirme?
—Bueno, yo… —Tyler titubeó.
Realmente, no había ensayado como debía su discurso. De haber sido así,
encontraría las palabras adecuadas y ella no lo miraría con aquella expresión mezcla de
estupor y diversión. Esa Abbot no tenía piedad. Estaba dispuesta a permitir que hiciera
el más completo ridículo con tal de salirse con la suya.
—Escucha, Abbot… —comenzó, tratando de recordar las notas que había escrito la
noche antes, después de que se le pasase el enfado. ¿Cómo era? Ah, sí…—. He estado
pensando…
—¿Sí, Tyler?
—Es que estos últimos meses… Brooke y los chicos… Había pensado… —La miró,
pensando si no sería mejor meterse con ella en la cama y no dar más rodeos.
Ella tenía que entender lo que eso significaba, ¿no? Cualquier mujer podría leer en
su expresión que se moría por besarla. ¿Por qué esa Amanda Abbot tenía que ser tan
endemoniadamente complicada? Casi había logrado que la mataran. Cualquiera en su
lugar estaría deshecha y, a esas alturas, se habría arrojado en sus brazos desconsolada.
Pero no. Ella tenía que permanecer impasible. Un ojo amoratado, magullada, hecha
pedazos…, pero impasible. ¡Condenada mujer! Lo intentó de nuevo:
—Verás, Abbot…, he pensado que tal vez tú… tal vez yo…
Se levantó de la cama para alejar de si la tentación de terminar su declaración de un
modo menos caballeroso.
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—¿Tyler?
—¿Quieres que nos casemos? —lo soltó de sopetón, sin mirarla siquiera.
Estaba muy cerca de la puerta y tenía las manos incrustadas en los bolsillos traseros
de su pantalón. «Listo para huir», pensó ella divertida.
—¿Cómo dices? —Amanda reprimió el impulso de echarse a reír. La vacilación de
él la conmovía y la enfurecía a partes iguales.
—¡Diablos! Ya lo has oído, ¿no? —rugió él impaciente.
—Eso… ¿Era una propuesta de matrimonio? —Amanda pensó que era la menos
delicada que se había hecho en la historia de las declaraciones.
Tyler lo había soltado como si la invitara a tomar una cerveza o a jugar una partida
de billar. Como si se sintiera obligado a ello. Por aquella deuda de la que hablaba. En
el fondo, sabía que no era así. Pero deseaba tanto que él pronunciara las palabras
mágicas… La idea de que Tyler jamás daría su brazo a torcer la hizo rabiar.
—¿En serio esperas que acepte, McKenzie?
—¿Por qué no? —Tyler se volvió, paseándose inquieto por la habitación—.
Físicamente somos compatibles, Abbot. Eso ha quedado claro. Y por otro lado, los dos
somos tercos y luchadores. Y tú no tienes a nadie más… excepto a esa hermana loca
tuya que ahora está en algún lugar de España y a ese Jason que nunca ha sido nada tuyo.
Ah…, me olvidaba… Mi buena y desconocida prima lejana Henrieta, la culpable de
todos mis males… Como ves, no tienes a nadie en realidad. Y Brooke y los chicos te
adoran.
¿Eso era todo? Amanda no podía creer que estuviera hablando en serio.
—¿Los chicos me adoran? —repitió furiosa—. ¿Y eso es todo?
—¿Crees que resulta fácil? Eres peor que un dolor de muelas, Abbot. —Él se pasó
la mano por el cabello con nerviosismo—. Podrías colaborar un poco, ¿no?
—¿Colaborar, dices? —Amanda le lanzó la taza del desayuno justo en el momento
en que él cerraba la puerta al salir, maldiciendo entre dientes—. ¡Y no vuelvas por
aquí, Tyler McKenzie! Idiota presuntuoso…
Él ya no escuchaba sus gritos. Había salido afuera y en ese instante, recuperaba el
aliento después de la ardua tarea que había sido tratar de convencer a aquella chica
endiablada. ¿Qué más quería? Se giró sobre los talones al escuchar los pasos tras él.
Jason O’Neil lo observaba con expresión condescendiente.
—No te atrevas a decir nada, O’Neil. —Lo apuntó con el dedo, amenazante—. Esa
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mujer está completamente loca, ¿sabes? Como un cencerro. Sí, señor.
—Amanda no está loca, McKenzie —aclaró Jason—. Está enamorada.
—¿Y no es lo mismo? —Por fin, Tyler suavizó su tono y sonrió, comprendiendo—.
Yo la quiero. Y también estoy loco por ella.
—¿Lo sabe ella?
Tyler metió la mano en la chaqueta, encendió un cigarrillo y le ofreció uno al
hombre.
—Acabo de pedirle que se case conmigo —comentó—. ¿Sabes lo que me ha
contestado? Nada. Me ha tirado todo lo que encontró a mano y me ha echado a patadas.
¿Te parece que el golpe de ayer puede haber afectado su cerebro?
—Creo, McKenzie, que ella espera que seas su hombre.
—Y lo soy. Tal vez la conozcas hace más tiempo, pero no la conoces como yo. —
Tyler frunció el ceño, siendo plenamente consciente por primera vez de la fortaleza de
sus sentimientos—. Lo digo de verdad, O’Neil. Quiero cuidarla, amarla y respetarla y
todo eso, hasta que la muerte nos separe. Y quiero estar cerca de ella si vuelve a
meterse en líos. Quiero ser su maldito príncipe azul, O’Neil. ¿Cómo demonios se hace
eso?
Jason le palmeó el hombro.
—No tengo ni idea, amigo. Llevo años interpretando ese papel y sigo soltero. —
Sonrió—. Pero te deseo suerte. Vas a necesitarla.
***
Amanda se había recuperado pronto de sus heridas.
En un par de semanas, unos cuantos vecinos del pueblo habían reparado los
desperfectos en el estudio y ahora se disponía a abandonar el rancho.
Por su parte, Tyler se había mantenido alejado durante los días que había
permanecido convaleciente. «Fue muy amable que siguiera al pie de la letra sus
palabras», pensó con sarcasmo. Al parecer, era demasiado pedir que el orgulloso Tyler
McKenzie insistiera más de una vez en la extraña petición que le había hecho, llevado
seguramente por sentimientos de gratitud. ¡Al diablo con él! Si no era capaz de entender
que ella era algo más para él, no lo necesitaba. Seguiría viviendo allí, pondría en
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marcha su negocio y lo saludaría educadamente cada vez que se tropezara con él.
Subió a la camioneta que Doc le había prestado a Kitty para llevarla, malhumorada.
Kitty la esperaba al volante. Brooke presionó su mano con cariño.
—¿No vas a esperar que vuelva Tyler? —preguntó con la esperanza de que la haría
cambiar de opinión.
—No —fue rotunda—. Brooke, si Tyler quiere algo de mí, ya sabe dónde
encontrarme.
—Kitty, haz algo. —Los ojos de la joven se clavaron ansiosos en los de la otra
mujer.
—No conoces a los británicos, querida. —Encogió los hombros.
—Amanda. ¿Por qué eres así de terca? Lo quieres, él te quiere, ¿no podéis
simplemente olvidar el protocolo y estar juntos de una buena vez?
—Ni hablar. Oye, Brooke. Ya sabes que te adoro. Pero esto es entre Tyler y yo,
¿vale? Y será a mi manera. Me lo debe.
—¿Entre Tyler y tú? —Brooke estalló en carcajadas—. Chica, medio pueblo no
habla de otra cosa. La gente se pregunta quien matará al otro primero.
—No me importa. —Amanda recordó con rencor que, después de su ridícula
proposición, él no le había dirigido una sola palabra amable. En una ocasión, durante la
cena, ella le había pedido que le pasara el pan, y Tyler había gruñido al hacerlo. Pero
eso no contaba.
Claro que ella no sabía que Tyler también tenía su propio plan.
Él había decidido dejarla respirar y reflexionar sobre ellos dos mientras se
recuperaba. Tyler esperaba que uno de los dos explotara para poner las cosas en su
sitio. De hecho, era lo que pensaba mientras observaba la camioneta de Doc alejarse
por la polvorienta carretera. Brooke lo descubrió y lo regañó con la mirada.
—¿Qué te propones, hermanito? Has dejado que se vaya, bobo.
—Tengo mis razones. —Encogió los hombros.
—Pues más vale que sean buenas, Tyler —le advirtió Brooke—. Porque si no te das
prisa, esa mujer acabará por largarse. Y cuando eso ocurra, no habrá quien te aguante.
—Brooke, deja que haga las cosas a mi manera, ¿quieres?
—No sé dónde he oído eso antes. —Brooke sonreía al entrar en la casa.
Menudo par de cabezotas. Al final, tendría que intervenir o esos dos no se decidirían
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nunca.
***
—Pasa, Lana. Kitty está haciéndose millonaria ganando al billar a medio Mentone, y
yo estaba a punto de salir a tomar algo. —Amanda apartó las cajas con la pierna y llegó
hasta la mujer que la esperaba con cara de traer buenas noticias—. ¿Vienes a echarme
una mano o es una visita de cortesía?
—Mejor aún. —Los ojos de Lana brillaron intensamente. Después de que se
hicieran amigas, Amanda había detectado que, a menudo, Lana resplandecía como una
diosa de la mitología. Sin duda, su compromiso con el ayudante del sheriff la había
hecho cambiar—. ¿A qué no adivinas?
Amanda ya imaginaba lo que ella iba a contarle.
—Esa rata despreciable que intentó matarte ha implicado a los tipos de la petrolera.
Ha reconocido, en una confesión completa, que ellos le pagaron para hacerlo —anunció
satisfecha—. A estas horas, ya debe haber una orden de busca y captura contra ellos.
¿No te parece una gran noticia?
—Lo es. —Amanda suspiró—. Esa gente tiene el suficiente dinero como para pagar
un buen abogado y salir indemnes, Lana. Pero al menos, no volverán a intentar nada por
aquí. Sería demasiado arriesgado después de lo sucedido. Sobre todo, después de que
Jason entregara a mi agente de Londres la mejor portada de su vida. ¿Puedes creerlo?
Lori Chase ha muerto y el famoso Jason O’Neil convertido en héroe de la prensa rosa.
¿Qué ha dicho Tyler?
—Que habría preferido matar a ese tipo cuando lo cogieron.
—Eso es muy propio de él —reconoció ella, dejando que Lana la ayudara a subir
una pesada caja sobre el mostrador—. Pero me alegro de todas formas.
—Hay algo más, y no te enfades, solo soy la mensajera. —Por su expresión
preocupada, Amanda sospechó de qué se trataba—. Te aviso de que Tyler viene hacia
aquí con un humor de perros. Brooke ha tenido que confesarle la verdad sobre ese otro
asunto. Ya sabes a lo que me refiero.
Amanda lo sabía. Le había arrancado a Brooke la promesa de que jamás le contaría
a Tyler la procedencia del dinero que milagrosamente había liberado la hipoteca de la
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casa.
Había sido muy clara al respecto. «Lo convencerás de que Doc ha insistido y de que
no puede ofenderlo rechazando su ayuda», le había dicho. «Bajo ningún concepto debes
contarle la verdad. Tyler me mataría». De hecho, ya escuchaba el sonido de sus botas
acercándose a la puerta. Lana se despidió con rapidez, consciente de que el tono
encendido de las mejillas de Tyler al entrar no auguraban nada bueno.
—Hola, Tyler —lo saludó con naturalidad, ignorando la brusquedad con que él
cerraba la puerta, colocando después el cartel de cerrado sobre el cristal. Añadió con
ironía—: También me alegro de verte. Y sí, estoy mucho mejor, gracias.
Tyler no contestó. Lanzó algo sobre el mostrador. Estaba realmente molesto. Amanda
echó una ojeada a la portada del último número de Vanity Fair que él acababa de
arrojar. Encogió los hombros con indiferencia.
—¿No dices nada, Abbot? —el tono de Tyler era peligrosamente suave.
—Diga lo que diga, vas a enfadarte. Así que, ¿para qué molestarme? —Amanda se
rindió ante el hecho evidente de que había descubierto su pequeño engaño.
Lo miró abiertamente. Estaba increíblemente atractivo incluso con aquella expresión
rabiosa en el rostro. Analizó sus facciones varoniles, el cabello ligeramente largo que
le caía con rebeldía sobre la frente, sus hombros anchos y todo su cuerpo atlético
exhibiéndose ante ella como un luchador a punto de aniquilar a su contrincante. Se odió
porque el conjunto le resultaba verdaderamente deseable, a pesar de su mal genio.
—Abbot… —la voz de él vibraba, y Amanda creyó que era a causa de la ira. Pero
Tyler no estaba tan ciego. Aunque sí se sentía ridículo—. Dime que eso que está ahí no
es mi maldito trasero.
Amanda repasó otra vez la fotografía de la portada. Era una de las que había tomado
a Tyler mientras trabajaba. Al principio, no las había hecho con el propósito de que
estuvieran en aquella revista. Las había tomado para deleite personal, tal y como había
reconocido después avergonzada a Kitty. Pero más tarde, había encontrado aquellos
carretes que los matones no habían descubierto bajo el mostrador. Había unas cuantas
fotografías de Lana y de otros vecinos…
Pero al ver las fotos de Tyler trabajando, sacudiendo su sombrero, elevando la
mirada hacia el cielo anaranjado del atardecer… La idea había surgido sola. Y a juzgar
por la suma que la editorial le había ofrecido, era su mejor fotografía con diferencia.
Un primer plano del trasero de Tyler enfundado en sus desgastados vaqueros de faena.
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Siendo realista, estaba para comérselo. Sonrió para sus adentros.
—Lo es, Tyler —confesó, pensando que había valido la pena. ¿Qué le pasaba? Solo
era una fotografía donde ni siquiera se le veía la cara. Nadie podría reconocerlo aunque
quisiera—. No sabía que estabas suscrito a Vanity.
—Y no lo estoy. Digamos que Brooke se vio obligada a contarme la verdad. Cuando
al pobre Doc se le acabaron los argumentos sobre cómo, con su sueldo miserable de
veterinario y esa herencia imaginaria, había logrado ahorrar el dinero que me prestó —
Tyler se mostraba sarcástico—. Es que, ¿sabes qué, Abbot?, yo no conseguía
entenderlo, y mis hermanos son peores que tú mintiendo. Algo me decía que había gato
encerrado. Así que después de presionar, amenazar y gritar un poco, ya me conoces, fiel
a mi estilo, he logrado arrancarles la verdad.
—Me asombras, McKenzie. ¿Todo eso lo has deducido mientras conducías hasta
aquí para darme las gracias? Porque, ¿es a lo que vienes, no?
Tyler quiso decir que no. Lo cierto es que las merecía, aunque lo había convertido en
el hazmerreír del pueblo. Ella lo había salvado una vez más. Pero no estaba allí por
eso. En realidad, Brooke le había proporcionado la excusa perfecta para volver a verla.
Y tal vez si ella dejaba de portarse como una damisela ofendida, él tendría la
oportunidad de darle las gracias como era debido.
—Abbot, eres una embustera —la acusó—. Dijiste que no querías volver a verme.
—Y no quiero, Tyler —replicó orgullosa.
—Mientes. ¿Por qué si no harías algo así por mí? —preguntó, confiando en que,
pronto, las barreras que ella había levantado se debilitarían.
—Oye, Tyler. No te lo tomes a mal. Pero no he hecho esto solo por ti. No podía
permitir que por culpa de tu orgullo, Brooke y los demás también lo perdieran todo.
—Claro. Brooke y los demás… —se burló—. Pero es mi trasero el que está ahí.
—Mira, Tyler, no seas tan quisquilloso. Míralo por el lado bueno —ella también se
burlaba—. Ahora, tu trasero es el más famoso de Estados Unidos.
El número llevaba por titular: Por qué las mujeres siguen viendo películas del
oeste. Solo con echar un vistazo a la imagen era evidente por qué lo hacían. Ella misma
apenas podía resistir la tentación de pedirle a Tyler que diera un par de vueltas para
contemplar el lujurioso espectáculo que eran sus posaderas.
—Es un consuelo que digas eso, Abbot. Porque es justo lo que espero que le cuentes
a nuestros hijos cuando tengamos que explicarles este episodio humillante de mi vida.
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—No querías aceptar el dinero de Doc y nunca hubieras aceptado el mío, así que
hice lo único que se me ocurrió. El dinero es tuyo, Tyler. Lo has ganado por ti mismo.
Te han pagado una fortuna por esa foto y, de todas formas, no te preocupes. Nadie sabe
que eres tú… —se detuvo al reaccionar, de repente, a lo que él acababa de decir.
Parpadeó confusa. ¿Había oído bien?—. Perdona, Tyler… ¿Has dicho nuestros hijos?
—Eso he dicho, nena. —Tyler se acercó hasta ella, colocando las manos sobre el
mostrador alrededor de ella.
Amanda no se movió.
—¿Nuestros… de los dos… tuyos y míos…? —preguntó otra vez, sintiéndose como
una estúpida porque, al fin, él iba por buen camino, y, sin embargo, ella había perdido
el norte al escucharlo—. Quiero decir que eso es… bueno, que entonces tú… que yo…
y los dos…
—Abbot, ¿estás intentando decirme algo? —preguntó, imitando el modo en que ella
lo había acorralado la última vez.
La besó con una ternura que solo ella lograba despertar en alguien tan rudo como él.
Cuando se apartó, ella respiraba agitadamente. Pero no gritaba ni discutía. Ni siquiera
parecía tener intención de hacerlo. «Perfecto, McKenzie. Por fin, la tienes donde
querías», pensó, «quieta, callada y desconcertada. Con esa combinación ganadora es
imposible que se resista».
—¿Y bien?
—¿Bien? —Ella frunció el ceño.
—Dijiste que no permitirías que te tratara como a mi ganado —le recordó con
dulzura—. Y como eres una chica tan rara, he pensado que te gustaría hacer las cosas a
tu manera.
Ella no contestó.
—Estoy esperando, Abbot —insistió él y la apartó para mirarla a los ojos—.
¿Quieres llevar los pantalones? Muy bien. Acepto que fueras esa Lori Chase que ya no
existe. Y lo confieso. Siento celos de todos los tipos que has besado siendo ella, pero
me estoy esforzando como nunca para superarlo, créeme.
»Acepto que seas la más fuerte de los dos. Acepto que te enfrentes a todos los
malhechores del mundo por mí. Acepto que hagas de mi trasero las delicias de todas
esas mujeres perversas que compran Vanity Fair. Acepto que seas mi hada madrina y
que soluciones mis problemas económicos con tu varita mágica o tu cámara o lo que
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sea. Y acepto que digas cómo y cuándo serás mía. En realidad, Abbot, lo acepto todo
de ti.
—Tyler McKenzie… —ella comenzó al hablar, intuyendo que debía haber sucedido
algo para que, de pronto, Tyler se mostrara tan sentimental.
—Nena, acabemos con esto cuanto antes —su voz era ronca al hablarle y su aliento
le rozaba la mejilla—. Estoy loco por ti, por tu boca y por tu sonrisa, por tu cuerpo, por
tu coraje y hasta por esa jerga tuya que a veces no entiendo. No pienso dejarte escapar
esta vez. Y si decides volver a Londres, te advierto que tendrás que comprar otra
maleta más grande para hacerme un hueco, porque pienso seguirte hasta allí, no me
rendiré. Te seguiré al fin del mundo si es necesario. Seré tu sombra solo para estar
cerca de ti. Te querré en la distancia y aguantaré las ganas de matar a cualquiera que
pretenda pedirte un autógrafo. Seré tu maldito príncipe azul, aunque no sé cómo diablos
se hace eso y seguro que lo estropeo todo mientras lo intento. Pero te amo. Te necesito
en mi vida. Te quiero tanto que me duele. Todo lo que soy te pertenece, aunque si me
abandonas, tampoco será mucho. Porque sin ti, Abbot, no soy nada.
Ella lo vio retomar el aliento y sonrió henchida de felicidad. ¿Regresar a Londres?
Ahora comprendía. Pobre Tyler. Brooke debía haberlo torturado con aquella idea para
obligarlo a detenerla.
—¿Me amas y quieres ser mi príncipe azul? —preguntó con un deje de burla,
conteniendo el impulso de abalanzarse sobre él.
—Si eso es lo quieres, sí —aceptó esperanzado.
—¿Y confías en mí?
—A ciegas —contestó con rapidez, buscando su boca y gimiendo cuando ella la
esquivó.
—¿Y serás un buen chico y dejarás que te ayude cuando lo necesites?
—Seré tu esclavo, tu amigo, tu amante. Seré cualquier fantasía que ronde por tu
hermosa cabeza. Incluso estoy dispuesto a desnudarme unas cuantas veces para que
saques más fotos y nos conviertas en millonarios. Pero quédate conmigo. Quiero
hacerte el amor cada noche hasta que seamos dos viejos gruñones. Y sí, sí quiero,
Abbot…
—¿Sí quieres? —repitió burlona—. ¿Y eso qué significa?
—¡Demonios, ya lo sabes! —Clavó sus ojos verdes en el rostro de Amanda—.
Nena, ¿quieres pedírmelo de una vez?
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Amanda lo besó fugazmente, ignorando aquella lengua que buscaba la suya con
avidez.
—Tyler McKenzie, ¿me harás el honor de ser mi esposo?
—¿Y amarte, cuidarte y respetarte hasta que la muerte nos separe? —preguntó con
zalamería mientras sus manos rodeaban el cuello femenino para atraerla.
—No, Tyler —replicó divertida—. Yo cuidaré de ti.
Tyler suspiró, comprendiendo que sus días nunca serían aburridos mientras Amanda
mantuviera aquella deliciosa costumbre de contradecirlo en todo. Besó con ternura el
ojo ligeramente amoratado de ella y le apartó los mechones desordenados que le
cubrían la cara.
—Abbot, ¿aún no te lo he dicho? —murmuró cerca de su oído—. Eres mi héroe.
***
Apenas habían pasado un par de meses desde que el asunto de la petrolera quedara
finalmente zanjado. Por lo que habían sabido a través de Cameron, el tipo que habían
contratado para incendiar el rancho estaba entre rejas. Y, al parecer, algunos más habían
caído con él, incluidos los abogados tan elegantes de aquel bufete que representaba a la
Texco.
Por desgracia, la compañía de crudo mantenía lazos muy estrechos con ciertos
nombres influyentes relacionados con el Congreso, así que, de momento, la causa contra
ellos languidecía en el archivo de algún juzgado de Nueva York. Pero eso no
importaba. Al menos, aquellos hombres habían comprendido lo peligroso que era
acercarse al rancho McKenzie.
Tyler sonrió, observando a la mujer que no era más suya porque lo dijera un pedazo
de papel. Lo había sido siempre, mucho antes, desde el primer momento, desde el
primer día. Ella lo saludó con la mano. Charlaba con los invitados. Estaba radiante con
el sencillo vestido blanco que dejaba sus hombros al descubierto y con el cabello
recogido y adornado con unas flores que ella misma había engarzado en una diadema. Y
aquel ligero abultamiento en su estómago que no había sido premeditado, pero que
completaba su círculo y hacía realidad sus sueños. Un acontecimiento inesperado que
lo llenaba de orgullo y de amor y le recordaba que deseaba desesperadamente llevarla
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hasta el dormitorio.
Sabía, por el modo en que lo miraba, que ella estaba pensando lo mismo. Abbot
cumpliría su promesa. Iba a cuidar de él siempre. Con Abbot en casa, no necesitaba
perro guardián. Sonrió de nuevo cuando ella se le acercó y besó su mejilla con
expresión traviesa.
—Ey, McKenzie… —le susurró al oído—. ¿Crees que nuestros amigos se enfadarán
si desaparecemos de repente?
—¿Te importa? —Él se colocó tras ella y le rodeó la cintura con las manos,
complacido al notar bajo ellas el vientre levemente hinchado. Vaya, sí que estaba
emocionado. Quién iba a decirlo. Nada menos que Tyler McKenzie, papá. Abbot sabía
bien cómo atrapar a un hombre. Y a él le encantaba sentirse atrapado.
—¿Y a ti?
—¿Bromeas? —Se fue deslizando con ella hasta quedar ocultos en el pasillo que
conducía al piso superior. Tyler la miró, sonrió y la levantó en brazos, todo al mismo
tiempo. Así era él, un hombre de acción—. Nena, pesas como si llevaras a mi hijo ahí
adentro.
Ella le besó los labios con ternura.
—Es porque llevo a tu hijo aquí adentro, pedazo de animal —bromeó y se apretó
contra él, ignorando las voces que los llamaban. «¿No van a marcharse nunca?», pensó
con fastidio. Los apreciaba, pero todo tenía un límite, y la mirada de Tyler albergaba
promesas que caldeaban peligrosamente el ambiente.
—Soy muy feliz, Tyler, aunque no le he perdonado a Chelsea que no cogiera su avión
a tiempo para nuestra boda.
—No te preocupes, ella está bien, sabe cuidarse sola, y sobre eso que has dicho de
ser feliz… espera a ver lo que te tengo reservado. —La miró con malicia. Amanda
sonrió y se acordó de algo.
—Aún tenemos que arreglar otro asunto, vaquero…
—Otro día. Quiero hacerte el amor y mataré a cualquiera que nos interrumpa.
Amanda lo creía muy capaz, pero insistió.
—Cameron y Kitty se odian. ¿Has visto cómo se miraban durante la fiesta? Y no han
bailado juntos ni una sola vez, con lo buen bailarín que es tu hermano…
—Nena, eso es porque tu querida amiga ha amenazado con despellejarlo si se
acercaba. Pero me importa un bledo si se matan o se adoran. Diablos, tengo una mujer y
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exijo mis derechos, Abbot. Así que ahora… quiero que te quites ese vestido sin
rechistar. He husmeado esta mañana en tu ropa interior y tengo palpitaciones cada vez
que recuerdo lo que he visto —confesó con voz ronca de deseo.
—Imposible. Kitty es inmune a los hombres, en especial al tipo vaquero
rompecorazones, la conozco. Nada de adorarse, créeme. —Aunque Amanda ya no
estaba tan segura de eso dada su propia experiencia.
—Abbot… —la interrumpió—. Ya veo que estás muy charlatana. Tendré que darte tu
regalo antes de lo previsto para ganarme mi noche de bodas.
Tyler empujó la puerta de su cuarto y la cerró a su espalda. La dejó sobre la cama y
se quedó un buen rato de pie frente a ella, observándola embelesado. Pensó que era un
tipo con suerte. Abbot era el premio gordo de cualquier lotería, eso saltaba a la vista.
Sacudió la cabeza, mareado por la sensación que le producía el saber que ella estaba
por fin donde tenía que estar.
Recordó que aún tenía un asunto pendiente y se volvió hacia el armario, donde unas
horas antes había escondido su paquete sorpresa. Se lo mostró, y ella se irguió un poco
sobre la cama para abalanzarse sobre él y arrebatárselo de las manos.
Amanda tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar como una tonta al descubrir
el contenido.
—Tyler… —Era una réplica exacta de la cámara que había roto durante aquella
discusión. Un modelo antiguo que ya no era fácil conseguir, ni siquiera en las tiendas
especializadas—. ¿Cómo has…?
Tyler le guiñó un ojo, divertido.
—Tengo mis contactos, nena. —No le dijo que, en realidad, su contacto había sido
una prima postiza llamada Henrietta. Ni que le había costado un ojo de la cara
conseguir justo el mismo modelo que, tan mezquinamente, había destrozado aquella vez.
¿Qué importancia tenía? La expresión de ella era más que suficiente para que sintiera
que todos sus esfuerzos se veían recompensados.
Amanda hizo girar la cámara un par de veces ante su cara, cerciorándose de que era
real. Comprobó que todo estaba en orden y que alguien había tenido la brillante idea de
incluir en el paquete un carrete sin estrenar. Lo colocó y se arrodilló sobre las sábanas
sin importarle que su bonito vestido se arrugara, enfocando con el objetivo a su
hombre.
—Tyler…, esta foto… en Vanity… —Ella reía con picardía y agitaba las manos
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hacia él, indicándole algo con su gesto—. ¿Podrías darte la vuelta un momento?
Tyler arqueó las cejas.
—¿Ahora?
—Vamos, no seas aguafiestas… —le pidió mimosa y la vio morderse los labios
cuando él comenzó a despojarse lentamente de la elegante camisa. Los dedos de él se
detuvieron un segundo en la hebilla del cinturón, y ella refunfuñó—. Tyler… los
pantalones también…
—Nena. —Él suspiró impaciente—. Te juro que estoy deseando meterme en la cama
contigo. Suelta ese trasto…
—Tyler…
—Está bien. —Tyler se quitó los zapatos y dejó caer los pantalones, girando varias
veces frente a ella. Después, se volvió hacia ella y cruzó los brazos sobre el pecho,
clavando sus ojos brillantes de amor en la mujer que hacía que su corazón latiera a mil
por hora—. Abbot…, esto es humillante.
—No seas llorica, McKenzie. —Contempló el sugerente espectáculo que era el
cuerpo masculino.
Un minuto más y él correría al lavabo a cubrirse con una toalla, avergonzado como
una virgen.
Tyler obedeció la orden silenciosa de su mirada, y Amanda palmeó la cama,
invitándolo a unirse a ella. Tyler se tumbó a su lado y apoyó la cabeza sobre su mano
para continuar admirándola.
—Nena, promete que de ahora en adelante, solo tomarás fotos decentes de mí. —
Besó la punta de su nariz y después, sus labios recorrieron la curva de su cuello con
lentitud—. Serás una buena esposa, obediente y recatada. Y dejarás que tu fuerte
marido te proteja. Y bajo ningún concepto, volverás a meter la nariz en nada que
suponga un riesgo para tu vida. ¿Lo prometes, Abbot?
—Ey, McKenzie… —Amanda restregó la mejilla contra la de él—. Eso son muchas
promesas. Solo soy una chica de ciudad, ¿recuerdas?
Tyler la abrazó, aspirando el aroma de las flores que se habían desprendido de su
cabello y se esparcían ahora sobre la almohada.
—Ahora ya no, Abbot —murmuró en su oído y añadió con una mezcla de humor y
orgullo—: Mi valiente Amanda Florence Abbot.
Ella gruñó.
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—Ese cura quisquilloso tuvo que decir mi nombre completo… —rezongó, y él la
silenció con su propia boca.
—Pero me encanta, Abbot. Una mujer con un nombre tan rimbombante tiene que ser
capaz de cumplir al menos una promesa.
—Dispara, Tyler. Pero ten cuidado. Quizá me convenga cumplirla. —Ella ya sabía
lo que iba a pedirle y estaba deseando decirle que sería un placer.
—Que siempre serás mi preciosa heroína. Sencillamente perfecta. —La miró a los
ojos con fijeza. Ella parpadeó, feliz. Era el modo en que Tyler le decía que esperaba
envejecer junto a ella. Le pareció que no podía expresar de mejor manera el amor que
brillaba en sus ojos.
—Siempre —asintió con vehemencia y deslizó su dedo para dibujar la encantadora
sonrisa de satisfacción en los labios del hombre—. Y ahora, McKenzie… Deja de
hablar y haz lo que has venido a hacer.
—¿Es una orden? —preguntó con fingida ingenuidad.
Ella lo besó como respuesta.
La acató con resignación. Esa Abbot era muy capaz de lanzarlo por la ventana si no
lo hacía. La idea le hizo sonreír. Comprendió que, a partir de ese momento, sus días de
tranquilidad habían terminado. Sí. Abbot era toda una mujer. Su mujer. No sabía qué
milagro la había llevado hasta él. Pero supo, al mirarla, que nada la apartaría de su
lado.
—Abbot… Quédate Conmigo —susurró en su oído, bromeando para quitar hierro al
hecho de que aquel era su más ferviente deseo.
Era un tramposo y lo sabía. Había jurado cien veces que no vería un solo capítulo de
la serie hasta que Kitty les hiciera llegar la colección completa. Quería reírse con él
entonces. Pero resultaba evidente que la curiosidad había podido más que su palabra de
vaquero. Amanda sonrió, enternecida y emocionada porque la petición de Tyler era real
y rebelaba cuanto la amaba.
—Estoy aquí, vaquero…, para siempre…
La besó largamente, y Amanda supo que el guion más importante de su vida
comenzaba a escribirse en aquel momento, entre sus brazos…
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NOTA DE LA AUTORA
Los derechos de autor de este libro que se puedan generar para mí, he pensado que,
lo mucho o lo poco que pueda ser, lo necesitan mucho más los niños en situación de
pobreza que se benefician del Programa de Becas de Comedor de la ONG
EDUCO.ORG, por lo que la cantidad que la Editorial me liquide cuando corresponda,
será íntegramente donada a dicha ONG. Porque hay muchas clases de amor y muchas
formas de demostrarlo, esa será nuestra humilde aportación, para los niños, de parte de
los McKenzie... ¡¡Gracias!!
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Si te ha gustado
Quédate conmigo
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Más que amigos
de Ana Álvarez
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Capítulo 1
Marta miraba a través de la ventanilla del avión cómo Sevilla se iba acercando
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lentamente. El corazón le empezó a golpear impaciente contra el pecho. Hacía un año
que se había marchado de Erasmus a Londres para realizar el segundo curso de sus
estudios de Derecho. Un año que no veía su ciudad ni a la mayor parte de su familia y
amigos. Sus padres, y también sus tíos adoptivos, Susana y Fran, habían ido a verla tres
meses atrás, pero no así sus chicos. Llevaba un año sin ver a ninguno de los hermanos
Figueroa, sus amigos del alma desde la infancia.
Los había echado terriblemente de menos a todos, desde Javier hasta Miriam, la
pequeña, pero quien a pesar de los casi cuatro años de edad que las separaban, era su
mejor amiga. Su mejor amiga mujer, claro, porque su mejor amigo era sin duda Sergio.
Al ser ambos de la misma edad siempre habían tenido una afinidad especial, desde que
compartían cuna cuando estaban en casa uno del otro. Sergio siempre le decía que
compartir cuna unía mucho más que compartir cama. Aunque también la habían
compartido en más de una ocasión durante la infancia.
Los cinco chicos habían crecido juntos, porque aunque habían asistido a colegios
diferentes, el resto del tiempo lo habían pasado siempre en común. Vacaciones de
verano, navidades, fines de semana… Marta se consideraba una más de la familia
Figueroa y a Inma y Raúl les habían salido de la nada cuatro hijos más.
Desde hacía unos años Marta había sido consciente de los sentimientos de los tres
hermanos. De pequeños siempre estaban rivalizando por agradarla, por jugar con ella,
pero cuando entraron en la adolescencia empezó a observar que las miradas cambiaban
y el tipo de rivalidad también. Se dijo que ojalá pudiera enamorarse de los tres, pero
eso era imposible. Por lo tanto, y sintiéndose incapaz de aclarar lo que sentía por cada
uno de ellos, había hablado con su madre y aconsejada por esta, había decidido irse a
Londres y poner tierra por medio durante una temporada. En cuanto hubo cumplido el
mínimo de créditos necesarios para solicitarlo, pidió una plaza Erasmus en la capital
de Reino Unido con la esperanza de que un año de distancia atemperara a los tres
hermanos y también le dieran a ella la oportunidad de conocer a otros hombres además
de los Figueroa. Si se enamoraba de un extraño se solucionaría el problema, porque lo
último que quería era crear rivalidad entre ellos.
Pero no había sido así. Cada chico que conocía acababa siendo comparado con sus
queridos Figueroa, y no había siquiera rozado su corazón. Y tampoco la ausencia había
hecho que sus sentimientos se aclarasen definitivamente. Para ella los Figueroa eran
tres y a los tres los había echado de menos por igual: el carácter serio y apacible de
Javier, el romanticismo de Sergio y la impetuosidad de Hugo. A Javier hacía más
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tiempo que no le veía, puesto que cuando se marchó él llevaba ya seis meses en Estados
Unidos estudiando Medicina. Quería dedicarse a la investigación y tanto Susana como
Fran le habían aconsejado que hiciera los estudios allí puesto que en España el campo
de la investigación era el gran olvidado.
Marta estudiaba Derecho, lo había vivido en su casa y en casa de sus amigos desde
pequeña y para ella no existía otra profesión posible, no así sus amigos que seguían
otros caminos profesionales. Quizás Miriam, todavía indecisa a sus quince años recién
cumplidos, fuera la esperanza de continuar con el bufete familiar, pero Fran y Susana
habían dejado a sus hijos la libertad de decidir sus destinos y sus profesiones. Si el
bufete Figueroa debía terminar con ellos, que así fuera.
Javier, que siempre había sentido una curiosidad insaciable hacia todo, se había
decantado por la medicina en la rama de investigación, algo que iba perfectamente con
su carácter sensato y meticuloso. Javier era el serio, el responsable, ese hermano mayor
en el que siempre puedes confiar, que siempre está ahí pase lo que pase.
Sergio, heredero de la pasión por el mar de su abuelo materno y aventurero por
naturaleza, se había hecho cargo de la embarcación de este; se estaba sacando la
licencia de patrón de barco y soñaba con recorrer el mundo en un velero. Sus padres,
con los pies más en la tierra que él, le habían aconsejado que estudiara para marino
mercante y dejara el velero para las vacaciones. Sergio era el soñador de la familia,
alegre, divertido y romántico. No podía negar que era su favorito.
Hugo, con sus diecisiete años recién cumplidos cuando lo dejó, estaba inmerso en
una turbulenta adolescencia, y empeñado en demostrarle que estaba enamoradísimo de
ella y que el año y medio de edad que los separaba, no tenía importancia. Era el único
que había intentado besarla en alguna ocasión, cosa que ella había evitado con
habilidad y diplomacia. Era de entre los hermanos el que menos le atraía y trataba de
disuadirlo de su enamoramiento, pero Inma le había dicho que lo dejara correr, que
simplemente no lo alentara y que se le pasaría con el tiempo. Eso esperaba, no quería
ser causa de rencillas entre los hermanos. Los quería muchísimo a todos, y realmente
esperaba que ese año de ausencia hubiera puesto todo en su sitio.
Y Miriam, la pequeña, era el vivo retrato de su abuela Magdalena en el físico, pero
mucho más encantadora que esta, una adolescente dulce y tranquila, muy madura para
sus quince años a la que sus hermanos adoraban y en la que ella había encontrado a una
gran amiga y confidente a pesar de la diferencia de edad.
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La madre de Fran, ahora viuda, seguía siendo la misma arpía de siempre, empeñada
en encontrarles defectos a todos sus nietos. Ni siquiera el zalamero Sergio conseguía
sacarle un halago y mucho menos una carantoña.
El avión aterrizó con una fuerte sacudida, el piloto no era muy fino. Impaciente, se
abrió paso por el pasillo, deseando abrazar a sus seres queridos. Cuando descendió, el
fuerte calor de Sevilla la llenó de alegría. Lo peor de Londres había sido el frío, era
del sur, andaluza por los cuatro costados y disfrutaba con los más de cuarenta grados de
temperatura estival.
Se detuvo impaciente a recoger las dos enormes maletas en la cinta trasportadora y
tiró de ellas hasta la salida. Apenas la puerta corredera se abrió a su paso, vio a sus
padres en primera fila… y a nadie más. Se sintió ligeramente decepcionada, había
esperado un recibimiento masivo por parte de las familias Hinojosa y Figueroa al
completo. No obstante, cuando los brazos de su padre la rodearon con fuerza, se olvidó
de todo lo demás.
Raúl se había convertido en un cincuentón atractivo y en forma, con alguna cana
salpicada en las sienes, que según Inma atraía a más mujeres de las deseadas. Pero él
seguía perdidamente enamorado de su «Princesa de hielo», como solía llamarla, a
pesar de que dicho hielo se había fundido entre sus manos hacía ya muchos años.
Inma, menuda y vivaracha como siempre, abrazó a su hija a continuación. No se le
había escapado su mirada recorriendo toda la gran sala de llegadas, buscando a alguien
más, y sonrió.
Raúl se hizo cargo de las maletas de Marta y esta salió abrazada a su madre. Apenas
las puertas correderas se abrieron, vio la enorme pancarta que Sergio y Hugo portaban
cada uno por un extremo con el «WELCOME MARTA» escrito con grandes letras
rojas, su color favorito. Todos estaban allí: Fran, Susana, Sergio, Hugo, Miriam, e
incluso Javier, al que imaginaba en Estados Unidos.
Corrió hacia ellos y fue abrazándolos uno a uno con fuerza. Se sorprendió de los
músculos que había desarrollado Sergio, de la larga melena negra de Hugo recogida en
una coleta, de los pechos crecidos de Miriam y de la madurez que vio en la mirada de
Javier.
—¡Estáis todos!
—¿Qué pensabas? ¿Que nos lo íbamos a perder? —dijo Hugo.
—Ya me costó bastante trabajo aceptar que nuestros padres se fueran a verte sin
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mí… Si no hubiera sido por la maldita selectividad… hubiera perdido la semana de
curso sin problemas —dijo Sergio acaparando su atención—. Y… ya tengo el título de
patrón de barco, así que este verano haremos alguna excursión en el barco del abuelo,
que ahora es mío —continuó entusiasmado
—¿En serio? ¡Genial!
—¿Y tú?, ¿qué tal el bachillerato?
Hugo sacudió la cabeza.
—Hum… regular. He tenido algunos problemillas con las matemáticas.
—Di mejor que has tenido problemillas con las ganas de estudiar —dijo Fran a su
hijo menor.
—Pero mi madre se ha hecho cargo del asunto y me está dando clases —argumentó
con un ligero encogimiento de hombros—, así que aprobaré en septiembre, sí o sí.
Todos estallaron en carcajadas. Susana sonrió al trasto de su hijo, era el que más
problemas les estaba dando con los estudios. Se distraía con cualquier cosa y siempre
esperaba a última hora para preparar exámenes y trabajos. Fran solía decirle en
privado que él era igual a su edad, y que Hugo solo necesitaba encontrar a su
empollona particular para sentar cabeza.
En el aparcamiento Fran sacó las llaves del monovolumen familiar y preguntó:
—Supongo que los jóvenes querréis ir solos. Mamá y yo nos iremos en el coche de
Inma… ¿Quién conduce?
—¡Yo! —se ofreció Sergio alargando el brazo—. Hace un mes que tengo el carné y
necesito practicar.
Pero Javier se adelantó y arrancó las llaves de la mano de su padre.
—Tú limítate a pilotar el barco, Barbanegra, y déjame a mí el coche, que tengo más
experiencia.
Subieron al vehículo y Marta se encontró empotrada en el asiento trasero entre Hugo
y Sergio casi sin darse cuenta, cada uno de ellos con una de sus manos cogidas.
Hugo hablaba atropelladamente tratando de contarle todo lo que le había acontecido
durante ese larguísimo año de ausencia, mientras que su hermano se limitaba a
acariciarle los dedos, con los suyos ligeramente callosos por los trabajos realizados
para reformar el barco, produciéndole una sensación cálida y reconfortante, como de
haber vuelto a casa. Levantó la vista y se encontró, a través del retrovisor, con los ojos
pardos de Javier clavados en ella, esos ojos tan parecidos a los de su padre. Por un
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instante, sus miradas se cruzaron, se sostuvieron, pero en seguida él desvió la vista
fijándola en el intenso tráfico de la Supernorte, bastante concurrida a aquella hora.
Contempló su nuca, el trozo de cuello que dejaba ver el pelo corto, moreno por el sol a
pesar de su piel blanca, los hombros tensos a consecuencia de la postura para sostener
del volante.
Una pregunta de Hugo, que no había escuchado, la hizo volver de sus pensamientos.
—Perdona, estaba distraída. ¿Qué decías?
—Que si te vas a venir a casa ahora.
—No sé, no tengo ni idea de los planes. Apenas he cambiado unas palabras con mis
padres antes de que me acaparaseis.
—Barbacoa esta noche. Pero puedes venirte ya directamente a casa, tienes ropa en
la maleta ¿no?
—No seas peñazo, Hugo —le recriminó su hermano desde el asiento delantero—.
Deja que vaya a su casa, se ponga cómoda y disfrute de su habitación y de sus padres un
rato. Ya vendrá a vernos esta noche.
—¿Es eso lo que quieres? —volvió a preguntar el chico.
—Sí, claro que sí. Además, mis padres tienen derecho a disfrutar de mí un rato antes
de que sea abducida por vosotros. Pero Miriam, tú puedes venirte conmigo si quieres.
—¿Ella sí y nosotros no? —preguntó Sergio celoso, mientras intensificaba el
apretón de su mano.
—Tenemos cosas de chicas que hablar —dijo enigmática.
De nuevo los ojos de Javier se clavaron en ella, inquisidores. Sergio apretó su mano
con más fuerza.
—Deja que adivine… ¡Te has echado un novio inglés! —dijo su amiga.
Marta sintió la tensión de los tres chicos dentro del coche, expectantes.
—No, qué va… nada de eso. Solo pretendo cotillear un rato… cosas de mujeres.
Chicos, vosotros no entendéis de eso.
¿Fue alivio lo que vio en la mirada de Javier, que continuaba fija en ella?
—Bueno, vaaale.
El coche enfiló hacia Montequinto, donde vivían los Hinojosa en un piso espacioso
y confortable. Ante el portal de su casa, Marta y Miriam se bajaron y se perdieron en el
interior. Susana y Fran que llegaron a continuación, se despidieron de Inma y Raúl y
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subieron a su coche para dirigirse a Espartinas a preparar la fiesta de bienvenida.
Durante un tiempo habían vivido en el ático con terraza en el que habían iniciado su
vida de pareja, pero cuando Susana se quedó embarazada de Hugo decidieron mudarse
a una casa con un jardín en el que los niños pudieran disfrutar y jugar al aire libre, y
una piscina para aliviar el calor estival.
Marta, después de un rato en el salón con sus padres, charlando y comentando los
pormenores del viaje y de los últimos días en Londres, se retiró al fin con Miriam a su
habitación. Se tiraron ambas en la cama y sintió el placer de sentir su espacio, sus
cosas alrededor, y la libertad que había estado esperando de hablar con su amiga sin
tapujos.
—Bueno, Miriam… ¿cómo va todo por aquí?
—Pues como siempre, más o menos… Todos un año mayores, pero aparte de eso…
Ya mis hermanos te han contado las novedades.
—¿Alguno de ellos tiene novia?
—¡Noooo! Siguen todos esperándote a ti.
—Mierda, confiaba en que eso hubiera cambiado.
—Bueno, Hugo está empezando a descubrir a las chicas y hay varias de sus
compañeras de instituto que entran y salen continuamente de casa. Una de ellas más que
las otras, así que podría ser que se lo llevara al huerto. Aunque estas últimas semanas
ha estado muy excitado y hablando solo de ti. Está insoportable, no para quieto un
minuto.
—¡Vaya!
—Sergio se ha estado machacando en el gimnasio este último mes, me ha preguntado
veinte veces si está mejor con el pelo más largo o se lo corta, ya sabes que lo tiene
bastante indomable, se ha comprado ropa nueva…
—¿Y Javier?
—Ese no dice nada. Es más introvertido, no expresa sus sentimientos de forma tan
clara. Pero duermo en la habitación de al lado y le he escuchado dar vueltas en la cama
toda la noche sin pegar ojo. Esta mañana solo se ha tomado un café, y ya sabes que
todos mis hermanos tienen un apetito voraz a cualquier hora del día o de la noche.
Cuando mi madre le ha preguntado si se encontraba mal, le ha dicho que simplemente
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no tenía hambre. Es el que más nervioso está, aunque no lo demuestre.
Marta suspiró pesarosa.
—Por Dios, me sabe fatal esto. Yo los quiero muchísimo a todos, y no quiero que
tengan problemas entre ellos por mi culpa. Pero…
—No puedes enamorarte de todos.
—No.
—La otra solución sería no enamorarte de ninguno.
—Sí, eso podría funcionar.
—Pero no es el caso, ¿verdad? Te gusta Sergio.
—No lo sé, Miriam, estoy muy confusa… Cuando me marché, sí era él por quien
empezaba a sentir algo más que amistad, pero ahora… ahora no lo sé. Ha pasado un
año, los dos hemos cambiado… Por eso no quise empezar nada con él antes de irme.
Ahora, el tiempo dirá. Javier también está guapísimo… más hombre
—Javi está hecho un bombón… Si no fuera mi hermano… Pero no dejes que te
atosiguen.
—¿Tú crees que soy de las que se deja atosigar, ni siquiera por un Figueroa
cabezota? ¿O tres?
Miriam soltó una risita. Su amiga tenía una personalidad arrolladora, por eso tenía
locos por ella a sus tres hermanos
—No, no lo eres. Pues entonces relájate, disfruta y el tiempo dirá.
Aquella noche, el jardín de Espartinas estaba lleno de vida y alegría. En la
barbacoa, como siempre, Fran se encargaba de asar carne ayudado por Raúl. Ambos
amigos habían soportado bien el paso del tempo. Fran seguía teniendo el pelo rubio con
las entradas algo más pronunciadas, y la piscina mantenía su cuerpo atlético y en forma,
y Susana había ganado algunos kilos con los embarazos y perdido la extrema delgadez
que la caracterizaba en su juventud.
Los dos amigos bromeaban ante las brasas mientras sus mujeres se encargaban de
acercarles bebida de vez en cuando para aliviar el intenso calor, llevándose algún
achuchón o pellizco en el trasero a cambio.
—¿No os da vergüenza, con vuestros hijos presentes? Meternos mano a vuestras
pobrecitas mujeres… —se quejó Inma en broma.
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—Nuestros hijos están demasiado ocupados para darse cuenta. Y si nos ven,
tampoco pasa nada. Todos tienen muy claro como vinieron al mundo.
Los aludidos, alborotaban dentro de la piscina salpicando agua en todas direcciones.
Fran cogió un trozo de pinchito y lo mordió a medias, ofreciéndole a Susana el trozo
que quedaba fuera de su boca. Esta no se hizo rogar y mordió el resto mientras los
brazos de su marido le rodeaban la cintura.
Desde la piscina, una oleada de vítores les hizo finalizar el beso. No les importó,
sus hijos y también Marta estaban habituados desde pequeños a sus demostraciones de
cariño.
—¡Un hermanito, un hermanito! —pidió Sergio.
—¡Ni lo sueñes! —negó Susana—. Ya tengo bastantes quebraderos de cabeza con
vosotros cuatro.
—Inma, anímate tú. Vosotros tenéis solo una.
—¡Ja! Nosotros tenemos cinco, igual que tus padres.
Era cierto. Todos se consideraban padres de todos, y vivían lo bueno y lo malo que
le sucedía a cada miembro de las dos familias.
—Salid del agua si queréis comer —advirtió Raúl.
Marta colocó las manos en el borde de la piscina y se alzó sobre él. Desde el agua,
tres pares de ojos siguieron sus movimientos.
—¡Dios Santo, se la comen con los ojos…! —musitó Inma.
—Los tres…
—Ya podíais haber tenido trillizas, joder… —se quejó Fran.
—Y tus hijos son tan cabezotas que seguro que se hubieran ido todos a por la misma
—añadió Raúl.
—Lo solucionarán entre ellos, estoy segura —dijo Susana—. Ahora, comamos.
—Voy a acercarles unas toallas, o te pondrán perdidos los sillones y la pobre
Manoli va a tener mañana mucho trabajo.
—De eso ni hablar. Manoli se ocupará mañana del trabajo cotidiano; todo esto lo
limpiarán mañana esos cuatro que están de vacaciones.
—Cinco. Marta ya me ha advertido que esta noche se quedará a dormir aquí —
añadió Inma alzando una ceja—. Si no os importa, claro.
—¿Eres imbécil? ¿Cuándo nos ha importado tener a Marta en casa?
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—No sé, quizás ahora con todas esas hormonas sueltas.
—Ya te he dicho que en esa cuestión no vamos a intervenir. Es problema de ellos.
—Pero seguramente dos de tus chicos, si no los tres, van a sufrir.
—Es inevitable, y son lo bastante civilizados para afrontarlo.
—Pero Hugo… es tan joven y tan vehemente…
—Ese es el que menos me preocupa. Está empezando a descubrir a las chicas, o las
chicas a descubrirlo a él, no estoy segura. El teléfono no para de sonar ni un momento, a
veces habla por el móvil y por el fijo a la vez con dos distintas. Dice que solo son
amigas, pero… ya sabes que la mancha de la mora con otra verde se quita. En el caso
de los dos mayores es distinto. En fin, ya se verá como acaba todo esto.
—Sí, por supuesto
Inma se acercó al grupo llevando en los brazos un lote de toallas. Los chicos
procedieron a secarse y envolviéndose en ellas se acercaron a la gran mesa donde Fran
estaba colocando una bandeja con carne. Raúl salía de la casa con una carga de bebidas
en las manos. Hugo alargó la mano hacia una cerveza. Su padre lo miró con una ceja
enarcada.
—Estamos celebrando el regreso de Marta. Ya sé que no soy mayor de edad, que en
los bares no me sirven alcohol, pero estoy en casa. Y es solo cerveza. Vamos, papi…
¡No irás a decirme que a mi edad tú no te tomabas una cervecita de vez en cuando!
Fran tuvo que morderse la lengua para no reírse. A la edad de su hijo Raúl y él ya
habían pillado un par de borracheras sonadas. De las de vomitar hasta que echaban el
hígado y habían tenido que ser encubiertos por los hermanos mayores de su amigo.
—De acuerdo, pero solo hoy.
—¡Gracias! Brindar por Marta con Coca-Cola no es decente.
—Tú sí que no eres decente, pillastre —dijo su madre dándole un cariñoso
pescozón en la cabeza—. Que manipulas a tu padre como te da la gana.
—Porque seguramente también él era un trasto como yo y me comprende.
—Tu padre era un santo, ¡y tu tío Raúl, ni te cuento! —intervino Inma, burlona—, a
tu edad solo bebía infusiones, le encantaban.
Raúl rodeó el cuello de su mujer con el brazo y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Por supuesto. Fui yo el que la aficionó a ella a los hierbajos… y ella me enseñó el
mundo de los cubatas. Se pillaba unas borracheras mi rubia…
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—¡Una… una sola y me sentí tan mal al día siguiente que nunca volví a repetir la
experiencia!
—¿Te acuerdas Raúl, del famoso tanga rojo? —recordó Fran.
—¡Callaos inmediatamente! Ni una sola palabra más sobre aquella noche.
Todos estallaron en carcajadas.
—De modo que también tú has sido joven, ¿eh, Inma? —dijo Sergio guiñándole un
ojo.
—Pues claro, chaval, ¿qué te crees?
Javier levantó su botella de cerveza.
—¡Por Marta y su regreso!
—Por que se encuentre tan a gusto entre nosotros que nunca más quiera irse lejos —
añadió Sergio.
—No creo que lo haga, chicos. Fuera de aquí se vive fataaaal. ¡No existen las
barbacoas, ni un café decente, y sobre todo no estáis vosotros! Os he echado a todos
mucho de menos.
—Y nosotros a ti —dijo Miriam alzando su Coca-Cola—. Me dejaste sola con estos
tres monstruos.
—¡Eh, que cuando Marta se fue yo ya estaba en Estados Unidos y he vuelto hace una
semana, pequeñaja!
—Pero estos dos hacen por una docena —dijo señalando a sus otros hermanos.
—Seguro que sí, ¿verdad, Hugo? —admitió Sergio.
—Por supuesto. ¡A por ella!
Ambos soltaron rápidamente sus bebidas y cogiendo a su hermana, la alzaron en vilo
pese a sus protestas, y sin darle tiempo a quitarse la toalla que la envolvía, la arrojaron
a la piscina.
Mirian salió chorreando y se dirigió a Hugo, con el puño alzado.
—Esta me la vais a pagar, os lo aseguro… Ya puede llamar quien llame preguntando
por ti, que le voy a decir que te has mudado a la Antártida.
Sergio, conciliador, se acercó a su hermana con una toalla seca.
—No te enfades, preciosa, que el fin de semana te voy a llevar de paseo en el barco
y te voy a dejar conducirlo un poquito. Y si quieres traer a «alguien», será bienvenido.
La mirada severa que le dirigió, hizo comprender a Marta que su amiga se había
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enamorado y todavía no era de dominio público. Se sentaron alrededor de la mesa y se
dedicaron a comer y beber. Fran y Susana se hicieron los distraídos cada vez que
Sergio le pasaba a su hermano menor una botella a escondidas, cuando este terminaba
la suya. Un día era un día, y tampoco ellos habían sido unos santos en su juventud.
La velada transcurrió alegre y animada hasta altas horas de la noche. Después, Inma
y Raúl se marcharon y Fran y Susana se fueron la cama.
Marta se sentía agotada, y a pesar de no querer separarse de sus amigos, también
decidió irse a dormir.
La habitación de Miriam siempre había tenido dos camas, una de ellas para Marta.
Se sentaron sobre ellas en pijama y esta no perdió tiempo en preguntar:
—Bueno… ¿no vas a hablarme de tu chico?
—No es mi chico, Sergio es un bocazas.
—Pero hay un chico.
—Sí… pero no hay nada entre nosotros. Se llama Ángel, vive en la urbanización y
coincidimos a veces cuando salgo a dar una vuelta con la bici. Charlamos, y un día mi
hermano nos pilló hablando en la puerta de su casa. Nada más.
—Pero te gusta.
—Sí.
—Entonces hay algo… ¡A por él! Ojalá para mi fuera tan fácil.
A través de la ventana abierta se oía el murmullo de los tres hermanos hablando.
Marta se levantó y se asomó. Estaban sentados en los butacones, con una copa en la
mano, Hugo incluido. Este, el más alto de los tres, tenía las largas piernas estiradas
hacia delante y miraba fijamente su vaso a medio consumir. El largo pelo oscuro le caía
sobre los hombros todavía algo mojado por el baño.
Sergio, con su pelo también oscuro y ondulado y sus músculos recién adquiridos,
había perdido su aire tranquilo y hablaba y gesticulaba sin cesar, como si tratase de
convencer a los otros de algo. Indudablemente era el más guapo de los tres, y el que
Marta más quería… pero no estaba segura de sentir por él un afecto diferente a la
amistad.
Y Javier, el único rubio, tan parecido a Fran. Alto y delgado como Susana, serio
como ella, miraba a su hermano y asentía con la cabeza a sus palabras. Marta pensó que
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le gustaría saber de qué estaban hablando, porque el aspecto grave de los tres le hizo
imaginar que estaban tratando un tema importante. Suspirando, volvió a la cama.
—Voy a acostarme, estoy agotada. Mis mosqueteros tendrán que esperar a mañana.
—No te preocupes, ninguno se marchará sin ti a ningún sitio.
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