PRESENTACIÓN La presente obra titulada: “Reflexiones de un Investigador 2”, del V.M. Lakhsmi, nos trae a la memoria el recuerdo de nuestra infancia cuando nuestra madre física nos contaba las fábulas de las “Mil y una Noche” y nosotros nos íbamos con la imaginación a los lugares descritos por el Autor. No nos cabe la menor duda de que las enseñanzas dadas a través de los relatos, llegan más fácilmente a la comprensión del lector y es verdaderamente hermoso saber que existe alguien en el mundo capaz de adentrarse en el mundo de la Mente Cósmica para extraes de la Inteligencia Universal las enseñanzas que , con tanto amor y ternura, el V.M. Lakhsmi nos trae para incentivar y cultivar nuestra conciencia que, como un niño, espera todos los días ese estímulo y orientación para poder crecer y sentirse cada vez más integrada con la Naturaleza, con el hombre y con el medio que la circunde. La experiencia que nos ha mostrado la vida en relación con el V.M. Lakhsmi, nos hace comprobar que cuando un individuo integra en sí las diferentes partes autónomas de su propio Ser y, sobre todo, encarna el Buddhi, o Alma Femenina, el tipo de manifestación, de expresión y comportamiento cambia radicamlente y por eso sentimos en nuestro interior la gran Realidad de esa hermosa frase del V.M. Lakhsmi, que dice: “Si hay una cosa por la cual bien vale la pena de vivir y luchar es por el SER”. Juan Capasso CAPÍTULO 1 EL SUEÑO DE LA CIUDAD En una noche cualquiera, quise recorrer la ciudad para conocer lo que allí había; andube por los parques, por los barrios, por las calles y observaba a las gentes. Cada quien con su historia, cada quien en lo suyo y yo me decía: “Esta ciudad duerme porque mañana habrá mucha actividad”. Avancé hasta donde habían muchos personajes destacados dentro de la sociedad. Los encontré brindando por los placeres. Me fue muy fácil distinguirlos e identificarlos por el derroche de palabras y de dinero, y yo me decía: “Estas personas mañana estarán en sus despachos atendiendo las necesidades del pueblo. ¿Qué actitud tendrán ante el clamor de los necesitados?”. No tuve ninguna explicación. Fui nuevamente al parque, me senté a observar lo que pasaba, cuando vi que venía un personaje y viéndome en esta actitud serena, se me acercó y me dijo: “¿Qué haces tú aquí?”, y yo le dije: “Observando a las gentes que, desde tempranas horas, se han recluído en sus hogares para su descanso y observando a tantas otras compartiendo sus placeres con sus amigos”, y el personaje me dijo: “¿Por qué tú no haces igual?, ¿acaso no sabes que la noche nos brinda tantas oportunidades que debemos aprovechar?”, y yo le dije: “¿Cuáles son esas oportunidades?”, y él me dijo: “Miles de personas se van a su refugio temprano a ver su programa favorito; otros a satisfacer placeres; otros a contras sus dividendos. Esto se llama sueño, y no hay cosa más linda que soñar. Otros se van a la calle, suben y bajan, mirando el descuido del dormido para conseguir su diario que sería el fruto de dos soñadores; otros en los cabaretes compartirán una copa de vino para luego entragarse a la embriaguez de sus pasiones en profundo sueño, por eso me llama la atención de tu actitud. ¿No te has dad cuenta que uno cuando duerme sueña y disfruta de sus propias fantasías?”. Yo le contesté: “Yo no quiero dormir más para no soñar”, y él me contestó: “Eso no lo puedes hacer porque el sueño es tu propia necesidad”. Yo le dije: “Cuando la conciencia se emancipa, el sueño no se presenta porque el sueño de la conciencia es propio de personas que andan fascinadas por la ilusión pasajera de este mundo”, y él me dijo: “Si tú insistes en tu vanidad fantasiosa, te lanzaré todo mi hechizo y te produciré un sueño tan profundo peor que el de estos otros”, y yo le dije: “Tú contra mi, ¡no puedes!, porque yo tengo voluntad para interponerme ante mi y ente ti; inteligencia para detectar tu engaño y comprensión para saber lo que debo hacer”. El personaje guardó un poco de silencio y me dijo: “Sé que contra ti no voy a hacer nada, pero, por favor, no se lo diga a estos que andan dormidos porque esta ciudad es mía y yo produzco en ella y en su gente los sueños que les permitirán disfrutar de la vida sin abstenerse ni privarse de los placeres y de todo lo que yo les brindo para que cada quien viva feliz. Soy el dueño de la ciudad y por eso en las noches ando por las calles mirando a la gente como, sin conocerme, me obedecen, como, sin hablarles me comprenden porque mi hechizo les envuelve la conciencia y , en esa forma, siempre ejerceré sobre ellos mi propia voluntad”. Yo, en esos momentos, me sentía compungido y decía: “¿A cuál de estas personas les podré contar esta historia?, ¿Cuál de ellos me escuchará? Para que comprenda que en esta ciudad todos duermen”. Me dirigí al campo y desde allí observaba las luces del poblado y yo me decía: “¡Qué dolor!, tantas luces que hay allí alumbrándoles los sueños a la gente” y, en ese momento, comprendí y me dije: “Con razón que las gentes, porque abren los ojos y ven, creen que andan despiertos”. CAPÍTULO 2 MI VIAJE AL CAMPO En un día de primavera salí a la calle y vi tanto ir y venir, casas, calles, edificios, coches, gentes convulsionadas por sus quehaceres y yo me dije: “En esta ciudad me siento bien, pero no quisiera hacer lo que estos hacen, no tengo porque andar de prisa, no tengo porque cruzarme ante el afán que cargan las gentes, ¿Qué hacer?, ¿Dónde podré estar tranquilo?”. Pensé en una Iglesia, pero me dije: “Allí también hay muchas gentes pidiendo a Dios que les perdone lo que ellos no han querido corregir. Encuentro a un sacerdota dispuesto a perdonarme mis peores errores, donde quizás ni él ha sido perdonado”. Pensé irme a mi cuarto, a mi recámara a guardar silencio y estar quieto, pero me dije: “¿Qué gracia hago yo viviendo en paz mientras la pobre humanidad vive en una guerra psicológica?”. Pensé buscar a unas personas para compartir con ellas mis ideas, pero me dije: “Cuando aquellas personas escuchen mi relato me van a decir ¿Dónde podemos ir para encontrar paz?”. Claro está yo no voy a tener una respuesta. Necesito primero conocer ese lugar y me dije: “Me voy al campo”. Salí de la ciudad, me interné en la sabana, encontré muchos animales que comían, vivían en la llanura. Continué mi viaje hasta internarme en la selva. Allí encontré ríos de aguas cristalinas deslizándose para bañar los campos; encontré árboles florecidos, palmeras y yo me decía: “¡Qué lindo todo esto!, pareciera que alguien los cultivara”.
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