Trayectorias de dolor y resistencia XXXVI Despertar la conciencia y construir la Trayectoria de vida Sobreviviendo a dos violencias defiende el derecho a la vida Trayectoria de vida de un líder social que tras haber sufrido la violencia de 1950 y ser víctima de desplazamiento forzado del actual conflicto armado interno colombiano, sigue comprometido en la defensa de los derechos de las comunidades [...] la gente se quedó acostumbrada de ver muertos y a matar, los pocos que quedaron se mataban por cualquier cosa, por un tabaco, por lo que fuera, recuerdo que a veces habían hasta cinco muertos en una pelea, y uno ya acostumbrado que el día domingo decía la gente: ‘hoy no ‘tuvo bueno, este domingo no estuvo bueno el mercado’, no habían habido muertos. Cuando se conversa con el hombre cuya vida relataremos a continuación, es inevitable no dejarse contagiar del ánimo de su narración: una locuacidad campesina, de palabras a veces incompletas y a veces mal dichas, a veces maldicientes y groseras, pero siempre punzantes, pensadas y vigorosas. Sin duda es un viejo, no de otra manera pudiera hablar de las dos guerras que, según él, ha tenido que sufrir. Sin embargo su vitalidad es envidiable para los que somos algunas generaciones menores que él. Si la biología se lo permitiera viviría otros tantos años más como los que ahorita tiene, y no lo haría en balde o para sí, sino que seguiría invirtiendo cada uno de sus esfuerzos, como todavía hoy lo hace a pesar de sus setenta y pico de años, en la infancia, en los destechados, en las víctimas y en la comunidad en general. Al parecer, hace parte de aquel grupo de colombianos venidos de abajo, que desechan la resignación como su última opción y siguen luchando para que el país sea cada día mejor. En su memoria carga el asesinato de su papá a manos de los chulavitas en los años de 1950, el ajusticiamiento de un compañero por parte de las FARC en la década de 1980, los tres desplazamientos forzados a los que él y su familia se ven obligados por los abusos de militares y paramilitares, la muerte de uno de sus hijos, el rompimiento del tejido social de su comunidad y la vida de necesidades que le ha significado vivir en la ciudad. No obstante, se ríe, es dicharachero y servicial, desconfiado pero amable. La última vez que hablamos dijo que ha estado enfermo, que le ha dado una “depresión arrecha”, pero que ya está saliendo de eso gracias a unos medicamentos; sin embargo, nos cuenta dicha situación como si se tratara de una simple gripe y no de una enfermedad como tal. A continuación trataremos de esbozar las principales etapas de la vida de este personaje, quien hace parte de esa serie de hombres y mujeres que con su trabajo han labrado una historia que todavía se mantiene al margen en este país, a saber, la historia de las clases subalternas. “Uno ni sabía qué era liberal y qué era conservador”: la primera violencia Él nace en 1944. Los primeros recuerdos que tiene de su infancia lastimosamente corresponden a los abusos de un cuerpo policial que él denomina la chulavita, cuyos hombres visten de caqui y según su narración: [...] llegaban de noche a la casa y sacudían a mi papá y le quitaban hasta los cuchillos de la cocina, lo trataban muy mal... nos acobardaban mucho, mejor dicho nos trataban muy mal y entonces uno, desde esa época, que no tenía sino cinco años, ya empezaba a sentir como ese miedo con humillación. La mentada chulavita, según el entrevistado, ataca familias y mata campesinos por ser liberales, se les lleva las vacas y las cabras y quema sus casas. En una de esas arremetidas matan a su padre, un líder de la vereda que en varias ocasiones ha organizado a los pobladores para defenderse de los ataques de los conservadores de la zona, aprovechando su experiencia como exsoldado, pues en los años más lozanos ha prestado sus servicios al Ejército Nacional. Sin embargo, en el año 1952, la guerra no le deja vivir más. El entrevistado no recuerda muy bien este suceso, sabe que tiene más o menos siete años de edad cuando la muerte de su padre acontece y no obstante, rememora con mucho detalle lo que pasa al día siguiente de esta muerte: [...] al otro día llegó la chulavita y nos sacó de las mechas y nos tiró a un patio y nos iba a matar, la salvación fue de un bobito que se nombraba [nombre omitido], era bobito y no tan bobito, uno lo veía así como todo harapiento, yo ‘taba de siete años, porque eso fue al otro día de haber matado a mi papá y la chulavita nos agarra a plomo, y me acuerdo que de en medio de los pies, nos arrancaban las piedras con las balas, y yo iba con mi mamá y con una tía, y parte de eso, espolvoriaban las piedras así, al pie de dónde íbamos con los tiros de jusil... llegamos a la casa de los abuelos, los papás de mi mamá, y nos metimos a una cocina que tenían, y ahí tenían otro poco de pelaos de otras casas, ento’es cuando al ratico comienza a asomar la chulavita por entre unas matas de fique y al entrar al patio de la casa y entraron a la cocina y nos sacaron pa’ matarnos en el patio, rompieron las ollas con las bayonetas... una carne que tenían en una olla la botaron, ahí en el patio, y toda esa cuestión y nos iban a matar, iban a quemar la casa, cuando en esas sale el bobito [nombre omitido], se asustó mucho y salió dentro de un bojote, que había por ahí al pie ‘e la casa, y ‘taba metido allá entre el bojote y el salió corriendo, ento’es se le plantaron a echándole plomo, y él cruzó un filo y la chulavita a la pata echándole plomo, y llegó y se metió entre un zanjón de esos que hace el agua, y que queda el pasto por encima y él llegó y se metió por entre el zanjón ese y llegó la chulavita y pasó por encima, y no lo vieron, y nos salvó la vida, no nos mataron por ir a perseguirlo a él, y, ento’es siguieron derecho, pero eso mejor dicho, la situación de uno ha sido tan tremenda. Un año después de este suceso, estando su mamá criando los cuatro hijos que han quedado de aquella primera familia: “dos muchachas y dos varones, el menor quedó de cinco meses, yo era el mayor”,, la violencia vuelve a reaparecer de manera estrepitosa en el pueblo del entrevistado: [...] ya como no se podía meter la chusma sola, entonces dentraron con la chulavita o el Ejército, por donde iban dentrando iban quemando las casas, y el que se dejaba pescar pues lo mataban también. Las mismas fuerzas militares con la chusma, y hasta que llegaron al pueblo y quemaron todo el pueblo, lo quemaron eso sí, que no quedó pero, no quedó ni una casa... Entonces, queman el pueblo y nosotros nos toca que meternos en una quebrada, como unos cinco días, debajo de unas peñas, dormíamos debajo de unas peñas y de noche goteriaba el agua de la peña ¿sí? como que sudaba la peña, y nos caían esos chorros de agua allá ‘ende dormíamos, y era montaña. Me acuerdo que el día que tal, dijeron que podíamos salir, salimos y me fui yo pa’l pueblo, pero yo era un pela’o, y al llegar al pueblo, había una cerca de alambre, y lo primero que encuentro es que habían matado unas vacas que estaban para parir, las habían raja‘o, les habían saca’o los becerros y los habían colgado en las cuerdas de alambre, becerros ahí en las cuerdas de alambre y las vacas, ahí abiertas, unas vacototas, y uno aguantando el hambre allá debajo de una peña y ento’es yo me acuerdo que me dijo una tía: ‘esa carne ‘tá envenenada nos toca no tocarla’. Y echamos a seguir, ya cuando llegamos al caserío, eso apenas humiaban las vigas que habían quedado encima de las paredes... habían unas piezas grandes llenas de trigo y alverja y frijol y café, eso lo habían revuelto, todo ese grano, y ahí hacían del cuerpo, en todo ese grano. Es en esta época cuando él afirma que la gente se acostumbra tanto a matar como a ver morir, no se puede transitar por los caminos tradicionales ni siquiera para comprar la sal que según el entrevistado, tienen que ir a buscar a pueblos distantes, cruzando pasos de montaña, o preparar las comidas sin ella. [...] pa’ cocinar tocaba que llevar era sal de mar y meterla en unos cotes y eso a veces tocaba comer sin sal porque se acababa la sal y tocaba venir a [nombre de pueblo omitido] a llevarla y tocaba a pie, y tocaba por una montaña, porque si nos veníamos por donde eran los caminos más antes, nos mataban, y entonces tocaba por una montaña como un día y una noche pa’ salir a [omitido] y llegar a [omitido], comprar lo que se iba a llevar y en un punto que llaman [omitido] tocaba que venir un grupo de hombres a pasar las cargas para que no salieran ahí a atracarlos y a llevarse las cargas y a matar la gente... eso nos gritaban: ‘ya pueden pasar, ya se inspeccionó y no hay nada, pueden pasar’. Y ahí sí pasábamos [risas], pasaba uno y entonces, pues uno le parecía como que vivía dentro de esa… uno le parecía que eso era normal ya, y ya acostumbraba que a ver los muertos y toda esa cuestión, porque como eso era permanente, muertos por un lado y por otro”. Sostiene que la cesación de este desorden social empieza con el arribo al poder del General Gustavo Rojas Pinilla, sin embargo, al interior de su casa, las cosas no marchan bien. Pasado algún tiempo, después de la muerte de su padre, su madre vuelve a contraer matrimonio y su padrastro, contrario a lo que podía esperarse, hace de su ya difícil vida una carga aún más pesada. El excesivo trabajo, el poco apoyo para estudiar y los malos tratos, aunado a unas inmensas ilusiones de conocer las tierras que están más allá de su pueblo, hacen que a la edad de diecisiete años él decida partir de su casa materna y de su municipio natal hacia un largo viaje cuyo retorno definitivo dura más de diez años. [...] yo no estudié sino seis meses de primaria, un año día por medio... el padrastro era el que lo ‘taba criando a uno, to’es no había interés en que uno fuera a estudiar, y eso era una profesora ahí que la nombraba el alcalde, una profesora ahí le enseñaba a uno, y habían mandado era una profesora contraria en política, entonces, eso era mejor dicho, más castigo que enseñanza “aprendí muy poquito en la escuela, yo creo que he aprendido andando”: travesías y trabajos Después de cruzar el filo de la montaña más próxima, hasta donde para él llega el mundo, arriba a lugares cada vez más poblados y urbanizados, o por lo menos muy distantes de su terruño original. En lo primero que trabaja, incluso estando en el pueblo, además de la agricultura, es en el ramo de la construcción. Con lo que sabe de ello se va abriendo camino donde quiera que llegue, con su buen comportamiento y su diligencia para el trabajo, le facilitan empleos cada vez mejor remunerados y recomendaciones sociales que le abren puertas, según él, ante gente muy prestante. Estando muy lejos, específicamente en Venezuela, decide volver a Colombia y se dedica a la recolección de café, oficio que ya ha desempeñado en algunos parajes cuando recién ha salido de la casa. Sin embargo, en esta ocasión, dicha labor le permite conocer un sinnúmero de personas y de sitios de la geografía nacional: Tolima, Eje Cafetero, los santanderes, la Sierra Nevada de Santa Marta, Cesar, Cundinamarca, entre otros. Más tarde pasa de la recolección de café a la de algodón y entonces conoce más lugares y hace otra gran cantidad de amigos [...] donde me decían que era bueno o malo allá iba, a darme cuenta si era verdad que las cosas eran así, y toda esa cuestión, y yo prácticamente andé tanto, tanto, que lo que hice fue amigos en to’a parte... yo estoy por ahí parado cuando me saludan por el nombre, me voy pa’onde sea y es lo mismo, en to’a parte me conocen. Recogiendo café “fui un campeón”, dice sí mismo, pero no se trata de un concurso formal sino de un reconocimiento que los demás recolectores conceden al que acopia la mayor cantidad de granos: “llegué a recoletar hasta treinta latas de treinta libras”. En la recolección de algodón admite que no es un campeón, sin embargo, no por eso deja de jactarse de los resultados de su trabajo: “lo más que cogí de algodón fue diecisiete arrobas, pero es que pa’ coger diecisiete arrobas tiene usted que moverla”. Tiempo después compra el negocio de un cuñado suyo y se radica en un pueblo de Santander. La primera experiencia que percibe es que la gente de aquel pueblo es “sectarista” y que por él venir de otro lado lo quieren sacar y es entonces cuando ingresa a la Junta de Acción Comunal del sitio. Tras un desastre natural ocurrido en el pueblo, se dedica a organizar la gente para auto gestionar soluciones, una actitud habitual en él durante toda su vida, pues acciones similares lleva a cabo cuando es recolector de café y algodón, así como posteriormente en su rol de líder comunitario y de víctimas. La gente era muy sectarista, el que no era de ahí era a correrlo, y bueno me tocó que hacerme respetar y ahí fue donde fui por segunda vez miembro de una Junta de Ación Comunal porque la primera vez que fui miembro de una Junta de Ación Comunal, fue a los quince años, en [nombre de pueblo omitido], fui fiscal de la Junta de Ación Comunal de allá, después en [omitido] tuve que ser otra vez miembro de la Junta de Ación Comunal. Cuando [nombre de pueblo omitido] se fue, se lo llevó la creciente, entonces, yo hice colectas para los damnificados y tuve que meterme en el cuento de trabajar por los damnificados... hasta posada mejor dicho a muchos damnificados... y fui uno de los primeros que llegué hacer la primer casa cuando pa’ los que habían quedado sin casa, porque yo trabajaba en construcción y pero eso era barato y yo les hacía… yo hice una casa allá pa’ un muchacho y luego entonces llegó un Instituto y hizo unos barrios, pero eso siempre la política y la corrupción es fregada, entonces la mayoría de personas que quedaron en esos barrios que hizo el Instituto no eran damnificados sino que fueron de otros pueblos... ¡ah vivos¡, a hacesen a las casas que estaba haciendo el Instituto, y los damnificados propios quedaron volando... me dicen el sacristán... tiene una señora que está vendiendo una tierra buena pa’ hacer un hogar, un barrio, es una tierra, está plana y todo me dijeron cómo era, entonces me fui a hablar con la dicha señora que era la esposa del sacristán, pues yo no tenía plata pero dije, organizando se puede comprar la tierra y se puede hacer un barrio para los que no tienen, para los que de verdad eran damnificados. Entonces fui y miré la tierra y me pidió ochenta mil o ochocientos mil pesos, como que fue, cuando eso... entonces me conseguí, me puse y organicé cien destechados, cien personas vítimas de la cuestión del río... les dije: ‘bueno, cada uno vamos a poner de a ochenta pesos como que era, en todo caso con los cien reunía los ochocientos... y sí, le compramos a la dicha señora, yo fui y hice el negocio con otros dos compañeros, y creamos un comité que se llamó Pro Destechados... Le sacamos personería jurídica y se hizo el barrio... Hicimos cien lotes, un lote pa’ un colegio y parquecito y se hizo un tanque pa’ distribuir, pa’ el agua porque el agua quedó propia en esa época, y conseguí el alcantarillado con un político, y la eletrificación con otro político. Después de todo este recorrido se le presenta, la idea de volver otra vez a su pueblo natal y lo hace, cuando ha pasado casi una quincena de años desde que se ha por primera vez de su casa. El retorno: entre el liderazgo y la violencia Cuando tiene un poco más de treinta años, regresa a vivir otra vez al pueblo en que ha nacido. Para la época está casado con una paisana que ha conocido en los viajes que de vez en cuando hace al pueblo en las temporadas vacacionales. La iniciativa de volver se la siembra un político de la región quien le propone que le ayudara en dicho municipio y él a cambio le apoyaría en lo que necesitara. Fiel a su compromiso del bien comunitario por encima del personal, retorna a aquel caserío que, según su descripción, está bastante arruinado: sin carretera, sin colegio y sin luz eléctrica. Así, el pacto con el político es trazado en los siguientes términos: [...] entonces me dijo [el político]: ‘yo quiero que usted me colabore aquí o en [nombre de pueblo omitido]’. Yo dije: ‘pues yo me voy pa’ allá’... Dijo: ‘usted me colabora y diga en que le quiere que le ayude’. Le dije: ‘¿en qué quiere que le ayude? en llevar carretera allá’. Me dijo: ‘yo le colaboro en lo que sea posible y vamos a hacerle a la vaina de la carretera’. Entonces yo me fui... ya me había casado [risas], entonces me llevé a mi mujer, nos fuimos. Con el ánimo de construir la carretera aborda a la Junta de Acción Comunal del lugar, presidida en aquel entonces por un primo suyo; sin embargo, la idea no cala entre los miembros de dicho organismo, quienes también están pensando el asunto de la carretera pero trazándola por un lado distinto al que el entrevistado propone. De este modo, como los de la Junta no le pararon bolas, decidie emprender la tarea de manera autónoma: [...] entonces nos fuimos y llegué allá, con esa idea de llevar la carretera porque eso era lejísimos, y eran unas lomas mejor dicho que pa’ uno llegar allá tenía que llegar pero sudándola... ya había conseguido en la gobernación la comisión de topografía para trazar la carretera, to’es llego y había una reunión de Junta de Ación Comunal allá, y el presidente era un primo mío, yo dije: pues siendo primo... Pero resulta que él llevaba la carretera por [nombre de pueblo omitido]... pero yo iba con la idea de llevarla por [omitido], entonces le dije yo: ‘oiga tengo la solución de fotografía para trazar la carretera... ’, apenas se miró con los otros miembros de la Junta y no me pararon bolas. Dije yo: ‘aquí está arrecho porque la Junta no colabora’. Entonces me fui para la casa y me puse a pensar así largo como ¿qué hacer? Entonces le digo yo a la mujer, ella tenía un hermano que tenía un negocio y había un cuñado mío que tenía otro negocio, y había un enfermero que era muy colaborador, así muy trabajador con la juventud, con los jóvenes y toda esa cuestión, ento’es le dije yo a la mujer: ‘vaya y me llama a [nombres omitidos]... Me convida a esos tres señores que vengan aquí a la casa’. Y sí, ella se fue, como ella tenía bastante familia allá. Y llegó y al rato, al ratico me llegaron los tres pacientes, y los mandé seguir y les puse a cada uno un asiento y les dije, ‘¿sabe por qué los mandé a llamar?’. Entonces dijeron ‘para qué’, les dije: ‘necesito que ustedes y yo, vamos a conformar un comité para poder traer la carretera de por debajo aquí al pueblo y el comité lo vamos a llamar: comité pro desarrollo de la región, pro carretera y desarrollo de la región, pero nos toca sacarle personería jurídica para poder esto pedir ayudas’. Me dijeron ‘claro’ y ento’es le dije: ‘usted va a ser el presidente’... ‘usted va a ser el, el fiscal y [nombre omitido] va ser el tesorero, y yo voy a ser el vicepresidente’, dije yo, [risas]... les dije, ‘bueno y eso es lo que va a ser ahora, lo que tenemos que es, recoger tantas firmas, para la personería jurídica’. Y fui y saqué una mesita prestaa por allá en la calle y la puse ahí en la mitad de la calle, y el que iba llegando: ‘me puede colaborar con una firmita es para tal, tal cosa’, y de una vez iban y me firmaban, recogí sesenta firmas y me vine pa’ la gobernación [a sacar la personería jurídica] yo conseguí la personería jurídica y quedó por encima de todas las Juntas de Ación Comunal del municipio... yo podía adelantar cualquier obra... donde fuera, podía hacer obras y dije: ‘bueno, aquí lo principal es llevar la carretera’. Y me puse entonces, yo me organicé un documento, frente a eso la letra mía es, no era así como la que, escribo ahora... eso era una letra pero tremendamente fea [risas]... le mandé un documento al Presidente que era el papá de Pastrana... Misael, el Ministro era Gómez Gómez, un Ministro de gobierno... el Ministro de obras públicas, no me acuerdo el nombre pero yo me lo conseguí y lo puse. Era una carta, fea, fea... y se la mandé al Presidente, cuando eso era por correo. Entonces, bueno, a los quince días me llama la del telégrafo y me dice: ‘le llegó un telegrama’. Dije, ‘¿a mí?’. Dijo: ‘si, viene de Bogotá’. Dije: ‘ah listo, échelo pa’cá’, y me fui y lo leí, me decía: ‘Se le ordena al Distrito Quince, construir la carretera del [nombre de puntos omitidos]’. ¡Fueputa!, eso yo mejor dicho fue como que [risas], eso pa’ mi fue un… eso era el triunfo, ¡claro!”. A los quince días de senda noticia lo llaman del referido Distrito para hacerle entrega de la maquinaria: “Yo dije: ‘fueputa eso es que viene quién sabe cuántas máquinas... pues me vine y me habían llevado un buldócer de esos de cuatro, mejor dicho más escarracao que yo [risas], mejor dicho lo más malo que había me lo llevaron ahí”. La emoción inicial se va tornando todavía más agria cuando los ingenieros del Distrito le informan que él tiene que correr con los gastos de alimentación del operador, colocarle ayudante y además poner el combustible de la máquina: “ento’es yo dije: aquí se torció la puerca el rabo porque no tenía yo ni un solo peso, ese día me había tocado que sacar fiado dos pollos pa’ hacerles el almuerzo a los ingenieros que iban, to’es yo dije, ‘tá tremendo”. Ante semejante situación acude al político que le ha prometido apoyarlo, lo llama desde un Telecom y éste le envía de inmediato cuatro toneles de ACPM y otro listado de cosas que se necesitan de manera presta. El mismo político lo anima a que viaje a la capital del departamento y le gestiona una entrevista con el director del mentado Distrito 15. Sí, yo me organicé y me vine... con el telegrama que me había llegado de Bogotá, y llego y llamo al director del Distrito Quince y le dije: ‘necesito que me regale una entrevista’. Llegué y le dije: ‘vea señor, yo me toca que darle la comida al operador, colocarle el ayudante, comprar el combustible y qué más me toca que colocarle’. Dijo: ‘es cumbre, eso le toca a usted con la comunidad’. Le dije: ‘listo y qué más’. Dijo: ‘no, eso, y ‘tar ahí pendientes de la máquina y que si se vara, pues tiene que llevar un mecánico y arreglarla’. Le dije: ‘ah bueno’, y le dije: ‘y entonces este telegrama que traigo aquí, que me lo envía el señor ministro de obras públicas y el señor presidente de la república, ¿esto pa’ qué es? aquí le ordenan a usted construir esa carretera de tal a tal parte, y vuste’ es del Estado, usted tiene que hacer esto... no soy yo el que tengo que hacerla’, le dije: ‘porque usted es el de la plata del Estado’. ¡Fuepuchica! Y ahí mismo le tocó que ordenar una volqueta, cargarla de toneles y pa’ rriba, y se puso a trabajar. El siguiente problema es el mantenimiento de la máquina. [...] la máquina como era una máquina vieja, cada ratico se varaba y el operador le tocaba que venirse, pa’ reclamar un tornillo demoraba quince días, entonces yo me puse y hice el primer bazar, de tres días y tres noches... llegó cerveza, gaseosa y de todo, fiado, pero llevé, y ¿sí? conseguí cabros y marranos y gallinas y de todo y venda comida y bailes y venda bebida y de todo, tuve, mejor dicho cuando me fui me quedaba dormido caminando [risas] del trasnocho, del trabajo [risas], pero hice buena plata, muy buena plata, y yo era el que recibía todo, y bueno aquí dije: ‘aquí voy a hacer esto, si se vara la máquina, mando llevar la pieza que sea, el repuesto que sea’, y me puse... cuando llegué con la carretera... la máquina iba casi nueva porque le cambié hasta la pala, la entregué casi nueva y entregué la carretera”. Pero no basta con un solo bazar, son necesarios cuatro bazares más para poder sostener los problemas mecánicos y de repuestos de la máquina. Sin embargo, junto con el comité que le acompaña, logran terminar al fin toda la carretera, y tal suceso, que sin duda ha tenido mucha satisfacción para su vida, merece otra celebración: [...] yo dije bueno, ahora toca entregársela a la comunidad para que reciba la carretera, entonces hice esto, me regalaron una novilla pa’ la llanera y... regalaron unas cajas de champaña y to’esa joda pa’ darle a la gente, puse la fecha de entrega y eso llegó gente hasta de un solo ojo, eso mejor dicho [risas]”. No obstante, tanta alegría que les proporciona la construcción de la carretera, por ser sobre todo un logro colectivo, pronto empieza a desdibujarse con la incursión de grupos armados en la zona, especialmente de estructuras guerrilleras: [...] ya cuando estaba yo terminando la carretera, llegó las FARC, pero conmigo no se hicieron amigos, ni un carajo, sino que me miraban así como con ese recelo... eso fue en el 85, en el 84 por ahí así... nunca me llegaban a decir fulano de tal venga charlamos ni nada, sino me miraban así como allá el oveja negra. Entonces yo seguí ya la cuestión fue que yo entregué la carretera pero ya había ese trompicón ahí, que era las FARC. A los poquitos días me mataron el presidente del comité... llegaron y lo mataron una mañanita, y llego yo y miro los sesos allá en el techo, le pegaron el tiro por aquí le quedaron los sesos allá en el techo, y le partieron las dos piernas... en ese momento yo dije, yo cuando me dijeron que habían matado a [nombre omitido], yo tenía un revólver, y yo me eché el revólver y yo me fui con la intención de darles plomo también, dije yo, pues porque eso era muy verraco pa’ un compañero de trabajo que había metido tanto, el esfuerzo que había hecho tan terrible pa’ colaborarnos con las obras... era muy servicial con la comunidad, y pa’ mí fue arrecho que me hubieran matado ese cliente, el presidente... yo intenté de ir a darles plomo, pero yo que cargaba revólver me fui y cuando llegué allá se habían ido, al ratico me dicen, mataron a fulano en tal parte y a fulano en tal parte y a fulano en tal parte, ese día mataron en diferentes partes todos, a la misma hora. Tal situación le lleva a cesar todos los proyectos comunitarios que tiene y a no volver a involucrarse en actividades sociales durante casi dos años. [...] entonces yo me puse a pensar, si yo sigo esto, porque ya había hecho las primeras gestiones para un colegio... sigo haciendo esto me matan también, entonces yo me, arrecogí, me puse ahí a trabajar en la finquita que tenía y toda la vaina, y claro que yo sí hacía producir eso, a sembrar de todo. Ya hacía como dos años que yo no movía absolutamente nada, no participaba en nada, las FARC pa’ allá y pa’ acá, ya comenzaron a llegar los elenos, tu’ esa cuestión, y la cosa estaba ya tremendo, ya muertos por un lado y por otro, entonces, una parte llega un primo... que vaya pa’l caserío porque llegó un viejito y allá lo necesitan a usted, en el quiosco... Ento’es yo llegué y dije: ‘para qué me necesitan’... ‘No, que es que lo mandamos llamar porque hay que conformar alguna organización aquí pa’ hacer alguna vaina que productiva’. Me dijeron que un comité, dije: ‘no, un comité acabo de dejar perder, un comité que tenía ya la personería jurídica y todas las cuestiones y por esta cuestión de la violencia pues yo me ‘tuve quieto y deje perder eso’, ‘toes me dicen: ‘No pero, o sea, aquí se puede trabajar’... le dije: ‘listo pues hagamos alguna joda’, le dije: ‘pero un comité no, no quiero yo’. Le dije: ‘yo quiero algo que sea más llamativo’. Ahí nace otra de las grandes experiencias colectivas que marca significativamente su vida, a saber, una agrupación de campesinos que deciden apostarle a la agricultura orgánica. Tal apuesta es conocida no solamente en la región, sino también a nivel nacional e internacional. Sin embargo, todo ese renombre, que significa la afluencia de numerosas personas a la zona, interesadas en conocer más sobre este proyecto comunitario, implica también problemas con las guerrillas. Y entonces en esa época ya había colaborado... para que llegara la otra carretera también, ento’es quedó [nombre de pueblo omitido] con dos carreteras, y comienza esa romería pa’ [omitido] y comienza la problemática con las guerrillas, ‘que usté están traendo los informantes’... nos hicieron tres juicios políticos, de tenernos que el día y por allá hasta la una, o dos de la mañana, mejor dicho acusando y nosotros defendiéndonos... eso lo hacían a veces entre los dos grupos, entre las dos organizaciones, ¡era que era arrecho! Y poderse uno defender era cosa tremenda también, teníamos que era mostrar que lo que estábamos haciendo era un bien que le estábamos haciendo a la humanidad, que no era una cuestión política, que no era algo que fuera en contra del bien común de la comunidá o de los mismos guerrilleros. Pero no solamente las guerrillas malician acerca de este tipo de organizaciones comunitarias; la contraparte, el Ejército Nacional, también elabora sus conjeturas y utiliza sus métodos: [...] trabajos de toda la gente en una sola finca pa’ ayudale al dueño de la finca, estábamos en eso trabajando, cuando en la hora del almuerzo me manda la mujer la razón que llegó el Ejército a la casa a preguntarme, y toda esa cuestión y yo como no debía nada pues por la tarde me fui y como a las siete de la noche en una oscurana de esas tremendas, me llegaron y me encapucharon y me sacaron pa’ matarme... sí, el Ejército, la Brigada [omitido], me llevaron, me metieron a un potrero, pero entonces los pelaos míos se fueron y avisaron en el pueblo y se botó to’o el mundo y se fue, y los clientes me habían aparta‘o de la carretera, aparecí al pie de un roble y me pensaban era desgollar, con un cuchillo, pero entonces cuando yo sentí que iba a venir un montón de gente, los tipos se me botaron encima a taparme la boca pa’ que yo no fuera a hablar, entonces yo, to’ esas cosas tan raras que yo ya les había puesto el salmo 91 y los había como acobardado, y cuando ellos me botan los dos a tenerme y a taparme la boca pa’ que no pudiera ir a hacer escama, apenas hice los brazos así, y mandé el uno allá como a unos tres metros y el otro pa’l otro lao y me paré y les dije, y les pegué el grito: ‘¡Aquí me tienen!’. Y entonces se metió la gente con unos… como por lo menos cincuenta personas, y le tocó que los del Ejército ahí mismo hágale, y yo de puro machete volví y me metí al pueblo, al peligro, otra vez, na cosa que uno no debe un carajo, pero ento’es yo llegué y me puse a pensar, dije: ‘si yo sigo acá, me matan’, cualquier momento me matan estos, porque ya vi que querían matarme. Este episodio termina al otro día, cuando huyendo de tal situación, él decide irse para donde una hermana que vive en la misma región, pero diciéndole a los que encuentra por el camino que va para otro lado. La conclusión es que al día siguiente el Ejército llega allí donde él dice que va a estar, usando el mismo modus operandi revuelca la casa y todo lo demás y amedranta a los habitantes del lugar. El momento más duro, sin embargo, es cuando la complicidad del Ejército se aúna a la estrategia paramilitar. En palabras del entrevistado, el Ejército amenaza a los lugareños con las siguientes expresiones: “es que si no los matamos nosotros los matan los otros”, refiriéndose a los grupos paramilitares que empiezan a hacer su arribo a la zona. Esta unidad operativa entre militares y paramilitares se propone combatir la progresiva conciencia que este grupo de campesinos, interesados en los cultivos orgánicos, va adquiriendo en torno a la importancia de la defensa del agua, siendo su organización una de las primeras en denunciar los impactos negativos que sobre el ecosistema van a ejercer los megaproyectos mineros de las grandes multinacionales. Por su férrea oposición a la extracción de minerales de la región, especialmente por parte de estas compañías extranjeras, esta organización de campesinos, de la cual el narrador de esta trayectoria era uno de sus dirigentes, vuelve a sufrir los embates de violencia del conflicto armado interno colombiano, esta vez directamente de manos de los paramilitares que, según cuenta el entrevistado, reciben apoyo de estas compañías mineras. [...] comenzamos a meternos en el cuento de comenzar a sensibilizar a la humanidá en que el páramo... había que defenderlo, que [nombre de compañía] ya estaba envenenando el agua... logramos hacer una reunión con gran parte de los sacerdotes de [nombre de lugares omitidos] para podeles decir que desde el púlpito ellos favor ayudaran a convencer a la gente que eso era un daño enorme que se le estaba haciendo, no solamente allá a la zona sino... a otros pueblos, porque es que el envenenamiento no iba a ser solamente allá pa’ la zona... y prácticamente la gente creía que era que nosotros no nos gustaba el desarrollo, que eso era desarrollo lo que se estaba haciendo así, dijimos no, el desarrollo es que se ‘tán robando la riqueza y nos están dejando un desierto, lleno de veneno, y eso fue algo que repercutió para que hubiera desplazamiento, porque las multinacionales fueron las principales responsables de mantener el paramilitarismo en la zona... y ahí fue que vino ya el desplazamiento”. El desplazamiento y los infortunios en la ciudad La incursión de los paramilitares en la zona se sucede a lo largo de toda década de 1990 y debido a ello el protagonista de este relato se ve obligado a desplazarse junto con su familia a otro municipio del mismo departamento, abandonando su finca y enseres. En el nuevo sitio, que es mucho más urbano que rural, él se desempeña como capacitador en una institución de programas agrícolas y tiene asiento en el consejo de una entidad oficial que decide sobre temas afines en la región. Estando allí se entera que, a pesar de haber salido del pueblo, los paramilitares lo están buscando y lo han declarado objetivo militar: [...] yo me tocaba que capacitar gente que me llevaba [nombre de institución omitido] allá, a que la capacitara, y resulta que un día un amigo, porque yo tenía mucho conocido ya en [nombre de entidad omitido], o sea que nosotros llegamos a tener asiento en el concejo de [entidad omitida]... entonces, había cuando eso, allá la política estaba arrechamente corrompida, pa’ elegir el director de [entidad omitida], tenían que ir a hablar con el paramilitarismo y ellos eran los que decían a quién querían como director, y entonces fue un amigo que quería ser candidato a ser director, se fue a hablar con los paras, y el comandante era [nombre omitido], y dijeron mi nombre, me nombraron allá, y resulta que era objetivo militar por parte del paramilitarismo, ento’es llega el amigo que había ido, que quería ser director de [entidad omitida] y me dice: ‘usté tiene que perdese, mándese pintar el pelo, haga lo que sea, quítese ese bigote, haga lo que sea pero usted tiene que irse de aquí’. Esta situación lo obliga a desplazarse de nuevo. Esta vez se dirige hacia un municipio cercano, a la casa de una hermana, pues diferencias con algunos miembros de la organización que representa lo dejan sin ingresos por cerca de nueve meses. Su hermana le procura un cuarto para que se acomode momentáneamente junto con su esposa e hijos. No pasados muchos días una cuñada le ofrece tres millones de pesos en préstamo para que monte un negocio. Establece una sociedad con un allegado y compran un supermercado pequeño. Lleva un mes en esta nueva actividad cuando gente sospechosa empieza a visitar el negocio. [...] me dijo la mujer: ‘Hay un tipo que llega y escuelga el teléfono’, tenía un teléfono público ahí, ‘El tipo llega y hace que va a llamar y eso es corra pa’ allá y corra pa’ acá y ya sabe’. Dije: ‘yo sí sé, un tipo, un espía, que más puede ser’... cuando en esas... me mandaron llamar para una reunión... to’es yo me vine pa’ la reunión... y me tuve hasta por la tarde, cuando llego, me dice la mujer: ‘Venga [el tono de la voz disminuye considerablemente] aquí le tengo el maletín listo pa’ que se… toca que se vaya porque a usted ya lo tienen ubica‘o los paramilitares y lo van a desaparecer’. A mí me había llegado la razón de un cuña‘o que había queda‘o en la granja y ya habían ido a buscarme allá, ento’es yo agarré ese maleto y con dos mudas de ropa, no conversaba ni [risas] y me vine. En esa ocasión otra hermana le da posada por un par de días, mientras consigue un dinero para irse a Bogotá. Sin embargo en Bogotá la vida se torna muy dura y de todo lo que emprende nada le resulta. [...] me fui pa’ Bogotá una noche y llegué allá a Bogotá, yo llegué a donde una cuñada y me convida una noche por allá pa’ pagar unos recibos y me ataca un perro de esos negros que cargan los celadores, y yo me fui de pa’ atrás y se me partió este brazo, pa’ más piedra y con todo el platero que yo llevaba ahí, y sin un seguro de salud, ni un carajo, y bueno ento’es yo llevé del bulto, se me puso ese brazo que era así, eso era, mejor dicho, no me podía mandar sobar porque hinchadísimo... me duré como más de tres meses que yo no podía hacer nada con esta mano y entonces en [municipio omitido] seguía verraco, mataban chinas que estaban estudiando, que eran desplazadas, gente que estaba por ahí haciendo su cambuchito pa’ vivir, porque le habían tocado que venirsen, llegaron y los asesinaron y toda esa cuestión, entonces yo dije: pues pa’ que siga allá mi mujer y la china, tan expuestas a que las maten, to’es las llamé que se fueran pa’ Bogotá, to’es se fueron pa’ Bogotá y resulta que en Bogotá nosotros no pudimos hacer algo que dijera ganamos tal cosa, fuepuchica, lo que hiciéramos no daba resultado, muy arrecho pa’ vivir allá, nos aguantamos como seis meses. Entonces, un día me llama una amiga, decía que también ‘taban en la misma situación, y me dijo: ‘mire, hagamos cualquier vaina y vámonos’... ‘Tonces les dije: ‘pues cuadren allá más que sea un camión y nos vamos, pa’ los cutes que tenemos los cargamos entre una media’ [risas], y sí, ento’es un señor de esos que llevaba fruta, pa’ vender allá en un depósito dijo que nos traía, y sí, llegué... prácticamente, quince pesos como que traía, ah, quince mil pesos, sí quince mil pesos, volví a llegar a donde la hermana y le pedí posada, y dijo la mujer que ella se ponía hacer más que fuera empanadas pa’ vender. Dije: ‘listo, yo me voy pa’ [nombre de pueblo omitido] a rescatar mi finca, mi granja’. De esta manera retorna por segunda vez al lugar que lo había visto nacer. Tiene la esperanza de recuperar algo de las seis mil matas de café que ha dejado sembradas, o de los cultivos de tomate de árbol, mora y hortalizas que también están produciendo cuando los paramilitares lo obligan a desplazarse. Sin embargo, cuando llega, avista que todo ha sido comido por la maleza, que el café estaba palotiado y que casi todo lo que ha emprendido se ha dañado. No obstante, su idea era “volver a organizar”. En el tiempo que él no está en el pueblo, el ejército incursiona por aire y tierra dejando una estela de muertos y daños que hasta el presente no han sido reconocidos. De ahí que al cabo de veinte días, cuando su esposa le pregunta “¿qué tal está pu’ allá?”, él respondiese: “’No, pues aquí prácticamente parece que no pasa nada’, no se veía ni guerrilla, ni nada, ya había pasado [incursión del Ejército] y había habido una matazón pero muchísima”. Ante este parte de tranquilidad ella decide irse a la finca a acompañarlo. Sin embargo, a los diez días de estar ella allá, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) vuelven a hacer su aparición. [...] el día que cumplía yo el mes de ‘tar allá, y ella diez días, ella se levantó pa’ hacer el tinto, cuando yo escuché que mucha charla, mucha voces y toda esa joda, ‘toes me paré y entreabrí la puerta, y habían como treinta bichos, con AUC, con insignia, brazalete de la AUC, y dije yo: ‘Pues hasta aquí llegué’, porque yo sabía que me andaban buscando, entonces me regresé pa’ dentro y recé el salmo 91 y me encomendé a Dios, dije: ‘Usted es el que tiene que tomar la decisión si me muero o sigo viviendo’, y salí y apenas me vieron me dijeron: ‘Usted se va con nosotros’. Le dije: ‘como quiera’. Y me echaron por delante, era pa’ llevarnos pa’l caserío porque ‘taban arrecogiendo toda la gente y la ‘taban amontonando allá en el parquecito, en un recoveco que había allá, al pie de un colegio, y llegué y me metieron pa’ allá, eso no se veía sino paracos por todo lado, bien armados, y entonces la gente estaba mucho asustada, asustadísima, eso le temblaba los trapos así a la gente del miedo, ento’es yo lo que llegué y les dije: ‘bueno muchachos... aquí lo que tenemos que hacer es, vamos todos mudos y no nos pasa nada’, dije: ‘pregunten lo que pregunten, digan lo que diga, insulten lo que sea y nadie contesta nada’. Dije: ‘y no nos va a pasar nada’... porque les dije, ‘ahorita nos meten a alguna parte y nos van a pegar la sacudida de cachilas, si nosotros hablamos, nos van matando’, y sí, entonces la gente me hizo caso. Al ratico nos mandaron a entrar en fila para un patio que hay en la casa cural, un patio grandote y entonces nos sentamos en lo redondo del patio, en un corredor, y sale el comandante de los bichos esos y comienza a insultarnos y a tratarnos como mejor dicho y como ninguno contestamos, duró como una hora casi ahí garlando, hablando de todo y insultándonos que éramos cómplices de la guerrilla, que esto y que’l otro, como nadie contestó nada, se aburrió de hablar o se cansó, él sólo sin nadie que le contestara, y dijo: ‘Bueno, se van a trabajar, hoy no voy a matar ninguno pero muertos van haber’. Sin embargo, cuando regresan a las casas es que empieza la plomacera. En‘toes salimos y nos fuimos, y yo llegué a la casa y habían como diez allá. Dije yo: mejor dicho no sé cómo me voy a trabajar, me toca estarme ahí, haciendo guevonaditas ahí al pie de la casa, y sí eso pasaban pa’ la‘o y la‘o y entraron a la cocina y volvían y salían y… entonces yo llegué, como eran como las nueve, o nueve y media y ella me sirvió ahí un caldito y me puse a tomarme el caldito, cuando se jorma la plomacera, se jorma es que esa plomacera mejor dicho, que eso totiaba de todo, así pa’ arriba de los caseríos, pa’ arriba, dije: ‘hora si fue la verraca; ‘to’es los que estaban ahí les tocó que mejor dicho, hágale pa’ irsen a peliar y se fueron; al otro día amaneció... eso duró el resto de día y hasta las dos de la mañana, que totiaba por tu’ esa vaina. Se trata de un supuesto enfrentamiento entre paramilitares y guerrilleros. Según el entrevistado, los primeros traen los muertos y heridos al pueblo, mientras que los segundos se replegan hacia la montaña. Pasados tres días de este acontecimiento, el presidente de la Junta de Acción Comunal pasa frente a la casa del narrador de este relato y le asegura que el peligro ya ha pasado, a lo cual él le replica: Le dije: ‘no señor, el peligro ahora es, cuando vuelvan a llegar acá al caserío, ya vienen es a matarnos, porque ahora si vienen es bravos’, le dije yo: ‘lo mejor es que nos salgamos’, dijo: ‘no, yo no me vuelvo a ir desplazado’. Porque él ya había ‘tado un poco ‘e tiempo desplazado, entonces le dije yo: ‘pues, tenemos que correr… si nos quedamos tenemos que correr el riesgo de que nos maten’. Al día siguiente sus premoniciones se hacen reales y la primera víctima es aquel presidente de la Junta que no quiere volver a pasar por otro desplazamiento. [...] yo había recogido un poquito de café que había por ahí maduro y lo había espulpa’o y entonces me levanté a lavarlo y ella a hacer el tinto, el desayuno, cuando veo venir la fila de paracos, ese día fue que… sí habían vuelto otra vez, iban como treinta pa’ allá pa’ la casa y llegaron y eso rodiaron toda la casa y yo apenas los vi, otra vez volví y les puse el Salmo 91 [risas], me quité una gorrita que tenía y la puse encima de un lavadero y les puse el Salmo 91; llegaron y yo pasaba por medio de todos y vusté cree que me volteaban ni a mirar, o sea que tal vez no me vieron, y entraron insultando a la patrona pero eso sí cosa tremenda allá en la cocina, eso le decían, mejor dicho hasta de que mal se iba a morir, y yo pa’ allá y pa’ acá, se sentó el comandante, sacó un asiento y se sentó en la mitad del patio y se puso a hablar por radio, y yo me di cuenta que estaba hablando con un comandante del Ejército porque cuando le decía: ‘y ustedes, ¿vienen para acá verdad?’, entonces el tipo le contestaba por allá... cuando ya terminó la charla les dijo: ‘cárguense los equipos y vámonos porque el Ejército ya viene pa’ acá’. Y se fueron y el presidente de la junta lo sacan, le pegan un tiro en la boca y listo, al que yo le había dicho que nos saliéramos... estropiaron un poco de campesinos que habían por ahí macaneando y toda esa cuestión, entonces yo dije: ‘pues nos acabamos de salvar, porque venían era a matarnos y nos acabamos de salvar, entonces no esperemos más’, me cargué un maleto que tenía ya listo y los que salen a caminar por esa carretera. La huida lo arroja, una vez más, a las marginaciones de la ciudad, ahora con menos de treinta mil pesos. Los primeros días paga una posada para él y su familia, luego toma en arriendo un negocio de comida rápida en el que a la postre también fracasa. No obstante, recién sucedida esta nueva frustración un amigo le comunica que ha salido favorecido en un subsidio de vivienda: $8’950’000. Sin embargo, como es bien sabido, ese dinero no alcanzaba para la adquisición de una vivienda digna. La solución que prevé es pedirle ayuda a los entes territoriales para que le den el dinero faltante, pero como sucede en este país, la buena voluntad de las administraciones solo se manifiesta por la obligatoriedad de las tutelas que él coloca y gana, las cuales le cuestan días enteros de caminata, al punto que los zapatos se le rompen y tiene que colocarles cartón para que no le asienten. [...] y con eso tocaba era pura… no había pa’l bus, tocaba, si yo me iba de aquí... era a pie y venir a pie, ir po’ allá... donde tocara que ir, y hacer la vuelta y venirse uno a pie, y sin poder comprar ni una gaseosa, ni nada, porque apenas había por ahí pa’ comprar la papa y un arroz... ento’es me dijeron: ‘no, aquí toca que pedirle al municipio y al departamento’, me fui a pedirle al municipio, no me paraban bolas, ento’es yo hice una tutela y la pasé, tutelando al municipio y la gobernación pa’ que me dieran lo complementario, ‘to’es sí, ‘to’es fue cuando... se me rompieron los zapatos, andando, buscando vivienda, o sea me tocaba ponerles cartón [risas], pa’ que no me jodieran las piedras, y dele, caminé todo. La cuestión de encontrar una casa que pudiese pagarse con papeles de promesa que emite el Estado es otro calvario. Por fin encuentra una vivienda en uno de los barrios periféricos de la ciudad, esos que en décadas anteriores también se han levantado al son de las luchas de destechados iracundos que exigen su derecho a una vivienda. En esa casa vive hoy. Su esposa y un hijo le acompañan. De su finca tuvo que salir vendiéndola a un precio muy barato, pues la imposibilidad de volver, las acuciantes necesidades de la vida en la ciudad y los reclamos de un hermano, no dan espera para una mejor oferta. [...] la finca pues se acabó porque yo no pude volver, se acabó y hace por ahí como un año y medio, llegó un vecino de allá, porque eso me decían: ‘ah, es que allá en su finca botan las pieles de las reses que matan, todos los residuos, los ‘tán votando allá, todo mejor dicho ya, eso que un hediondez, que una chulamenta, que todos sueltan ganado allá, que bestias y que todo’. Y todos cortaban madera, entonces, por fin llegó un vecino, ahí y dijo: ‘yo le compro eso’, ento’es había un hermano que decía que tenía parte allá y to’ esa vaina, ‘toes le dije: ‘pues busque comprador entonces’, le dije, ‘no voy a comer tierra, si hay que repartir eso, repártalo’, ento’es negocié, me traje el comprador, le dije: ‘bueno, baratísimo, dieciocho millones’, me tocó dalo, ocho hetarias, allá, ya no había sino, ya, prácticamente ya no había… lo de granja se acabó. A este luchador social, estando vivo, los paramilitares lo declaran asesinado Sin duda alguna abarcar más de medio siglo de vida de un personaje como el que aquí estamos abordando no es nada fácil. Además, la vigencia del conflicto armado interno colombiano, especialmente en áreas rurales donde la violencia ha sido una constante histórica, ha hecho todavía más difícil poner a consideración todos los detalles que puedan hacer de esta trayectoria un recurso mucho más completo en términos sociológicos. Sin embargo, hemos esbozado la vida del que, a nuestro parecer, con todos sus defectos, ha sido un hombre admirable. En la última sesión nos cuenta cómo el Estado lo ha dado por muerto tras la confesión que un desmovilizado ha hecho en Justicia y Paz, en la que acepta el homicidio de él y cuatro sujetos más. Esta situación, al parecer, no le es tan ignominiosa, toda vez que el hallarse muerto en los registros oficiales le salva, según él, de caer muerto realmente, pues gracias a ello los paramilitares dejan de buscarlo. Nos relata del mismo modo, cómo lidera la construcción de otra carretera en su pueblo y cómo la comunidad le agradece la obra. La sala de su casa galantea casi una veintena de certificados, diplomas, placas y demás reconocimientos, que dan cuenta de su afán por educarse, de su capacidad de liderazgo y trabajo en equipo, así como de su preocupación por participar en las discusiones que han abordado las problemáticas de las víctimas, como por ejemplo, la elaboración de la Ley 1448, de la cual afirma lo siguiente: [...] me ha tocado que ir a hacer representaciones a... una parte y otra, a representar las vítimas, he tenido que hacer parte de las Mesas de que hicieron el trabajo pa’ la ley de vítimas, hacer aportes, durar de a tres días haciendo trabajos pa’ presentar, para que la ley de vítimas… porque es que la ley de vítimas la presentamos fue las vítimas y el gobierno lo que hizo fue aprobarla, pero Uribe nos la tumbó en dos ocasiones... y el que vino a aprobarla fue... Santos, Juan Manuel, pero eso no fue porque él tenía esa gana de hacer algo por la vítima, sino que le tocó, porque es que práticamente la presión a nivel nacional y internacional era tremenda, porque la violación de los Derechos Humanos en Colombia ha sio tremendo, entonces prácticamente mi vida ha sido un como liderando toda la cuestión, porque donde quiera que he ido ha sido… pero me ha tocao cosas tremendísimas. No le gusta hablar de la muerte de su hijo, a cambio, manifiesta un compromiso decidido por la protección de la infancia y hace parte de programas nacionales e internacionales que promueven lo mismo. Es el fundador de varias asociaciones de víctimas y aunque está de acuerdo con las negociaciones para cesar el actual conflicto colombiano, duda mucho de que la paz pueda acaecer sin resolverse problemáticas sociales estructurales que han caracterizado la sociedad colombiana.
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