juventud rebelde por GRAZIELLA POGOLOTTI [email protected] UN molinero muy pobre tenía tres hijos. Al morir, dejó el molino al primero y correspondió al segundo el caballo. Para el tercero, quedó tan solo el gato. Desesperado, el muchacho se encontró con las manos vacías. Pero el gato hablador le aseguró que podía hacerse de una fortuna si le procuraba botas, chaqueta y un sombrero, vale decir, el vestuario de un caballero de la época. Sin otra alternativa promisoria, el joven accedió. El gato entró en acción de inmediato. Enviado por su señor, el marqués de Carabás, sorprendía al rey en su paso frecuente por la zona con regalos. Le fue mostrando las inmensas tierras que, afirmaba, pertenecían al marqués de Carabás, quien terminó desposando a la hija del monarca. Fueron muy felices y tuvieron muchos hijos. Los clásicos de la literatura para niños no fueron escritos originalmente para ellos. Los adultos, capaces de descubrir entre líneas el mensaje oculto, eran sus interlocutores reales. Así ocurrió desde Perrault hasta Andersen, que reveló en Un rey desnudo, las funestas consecuencias de la hipocresía cortesana. En verdad, el molinero de marras entregó al menor de sus hijos un importante capital intangible; la inteligencia y la sabiduría necesarias para descifrar los rasgos definitorios de su época y las debilidades de la naturaleza humana para obtener DOMINGO 24 DE ENERO DE 2016 OPINIÓN 05 El gato con botas provecho de la hábil manipulación de ambos factores. De este modo, se valió del descubrimiento de la vanidad, punto débil del ogro que aterrorizaba la zona, para alcanzar uno de sus éxitos más espectaculares. Ponderó su aptitud para transformarse en animales de distinto tamaño. Lo sometió a varios experimentos y lo desafió a hacer lo que parecía imposible: volverse un insignificante ratoncillo, presa fácil para el felino. Lo sabían los griegos de la antigüedad. Aunque seamos hijos de semidioses, todos tenemos un vulnerable talón de Aquiles. Charles Perrault vivió en la Francia del siglo XVII. Para afirmarse en el poder, Luis XIV tuvo que dominar las rebeliones de la nobleza y de la burguesía emergente. Ambas defendían sus prerrogativas. Los burgueses habían dominado espacio creciente en el comercio, los oficios y en el ejercicio de las profesiones. Eran médicos, magistrados duchos en las leyes, administradores de las grandes haciendas pertenecientes a aristócratas ausentistas. Atesoraban el monopolio del saber y su aplicación práctica a la vida de la sociedad. Bajo Luis XIV, sus conocimientos los hicieron indispensables en la alta administración del Estado. Devinieron ministros de Hacienda: Colbert impulsó la visión mercantilista de la economía; incorporó a los refinadísimos artesanos productores de gobelinos a una fábrica por RICARDO RONQUILLO BELLO [email protected] DONDE menos se piensa salta la liebre, alecciona el refrán, y aunque a estas alturas de la actualización económica nacional esperaríamos que un dicho como ese no tendría por qué venir a cuento, de vez en vez nos sorprenden algunos de los traviesos «animalillos». La última de las liebrecillas hizo sorprendente debut en los debates de fin de año de la Asamblea Nacional en la voz de un diputado, pero en realidad hacía tiempo que saltaba —para no decir que «asaltaba»— los bolsillos del común de nuestros mortales. Está muy bien que el tema de los precios agropecuarios se planteara con contundencia en los debates parlamentarios, porque la transparencia y el debate honesto deben ser el alfa y la omega de la actualización, con su filosofía de «prueba y error», de «oídos pegados a la tierra», y de seguir de cerca todas las transformaciones, como ha subrayado Raúl, y demanda las cercanía del VII Congreso del Partido. Asistente silencioso al bautismo de las llamadas nuevas formas de comercialización en La Habana, Artemisa y Mayabeque, que incluyó la apertura de numerosos puntos para la venta directa de las diversas formas productivas, lo primero que me sorprendió es que al día siguiente de su apertura, los precios, en vez de disminuir, se habían elevado al doble en muchos productos, en un momento en que, curiosamente, salíamos en la capital de la fórmula de los precios topados. El árbol había nacido con algo torcido. La anterior es sola una entre el «enjambre» de sacudidas —hablando en los términos sísmicos de estos días— que hemos padecido en los últimos años y que, desde la modesta percepción de este columnista, no deberían ser vistas solamente desde la perspectiva de la desmedida ambición de los intermediarios y la intervención estatal en el sistema de precios, porque ello nos puede conducir nuevamente a terrenos movedizos. Apegándonos a la conciencia crítica con la cual debe ser vista la actualización del modelo económico nacional, los estatal y los convirtió en trabajadores asalariados. El estudio de la historia es útil, aleccionador y productivo cuando se entiende en términos de proceso complejo, a través de la interacción de factores económicos, sociales y culturales, presentes todos en el comportamiento de las clases sociales y en el universo recóndito de las subjetividades. Todo parecía, durante el reinado de Luis XIV, instalado en el mejor de los mundos posibles. El poder simbólico de la monarquía absoluta se reflejaba en el palacio de Versalles. Nadie podía adivinarlo entonces, pero, como silenciosa corriente subterránea, germinaban las ideas que animarían la Revolución Francesa. En vísperas del estallido, Luis XVI colocaba su ministerio de Hacienda en manos de otro burgués, Necker. Ya era demasiado tarde: los abogaduchos de aldea, futuros jacobinos y girondinos, tenían demandas más radicales. De los propósitos reformistas se pasaba a la acción revolucionaria. Mucho después, ya en el siglo XIX, Víctor Hugo ponía en boca de un personaje de una obra narrativa, palabras de notable agudeza. Desde las torres de Nuestra Señora de París, al observar el panorama de la ciudad y contemplar el pulular de estudiantes de la Sorbona, comentó que la Universidad suplantaría el poder de la Iglesia, representada en las campanas de la catedral. El poeta visionario intuía el vínculo entre conocimiento y ejercicio de la dominación. La realidad contemporánea confirma la validez de ese precepto. En todos los planos de la vida. El acceso privilegiado a la formación a través de la complicidad con las altas esferas de la política, se traduce en fortunas millonarias para los especuladores en las bolsas de valores. El monopolio de las patentes ampara las ganancias leoninas de las empresas farmacéuticas. A otra escala, el poder hegemónico transnacionalizado consolida su dominio mediante una sofisticada batalla cultural respaldada por investigaciones que no se limitan a las ciencias naturales y exactas. Abarcan estudios en profundidad de la economía, la sociedad, la historia y las artes de los países dependientes. Preconizan la muerte de las ideologías para imponer la suya, enmascarada en términos de conocimiento verdadero, de verdad irrebatible con visos de modernidad. La revolución científico-técnica ha multiplicado un proletariado intelectual, materia reciclable, ejecutora de tareas simples, egresada de universidades concebidas como meras fábricas de fuerza de trabajo. Para dar continuidad a un proyecto descolonizador, para defender los intereses de nuestros pueblos y emprender una batalla cultural eficaz, la construcción de un saber propio es condición irrenunciable. Precios, cuando salta la liebre cubanos recibimos señales preocupantes de la agricultura desde mucho antes de la frontera entre el 2015 y el 2016. Que el consumidor de un año a otro haya tenido, no pocas veces, menos opciones en el mercado, e incrementos de precios que asustan, es una tendencia muy contradictoria, tras varios años de que la agricultura se situara como asunto de seguridad nacional y de iniciarse la importante transformación estructural agraria de hoy. Pese a las grandes transformaciones empeñadas no ha ocurrido hasta ahora un despegue en propiedad de este sector, esencial para la reactivación económica, y en nuestras mesas se acumulan todavía más interrogantes que alimentos. Las diversas decisiones en este ámbito debieron derivar en mejores dividendos: significativas cantidades de terrenos tradicionalmente dedicados a la caña están ocupados ahora en cultivos varios, entrega de miles de hectáreas a usufructuarios, anillos productivos alrededor de las ciudades, incrementos de precios a los productores, las 17 medidas para desatar las fuerzas productivas de las UBPC y ponerlas en igualdad de condiciones para producir, cambios en la contratación, nuevas fórmulas experimentales de comercialización tanto de los productos agropecuarios como de los insumos que demandan los agricultores, inversiones millonarias en sistemas de riego… por mencionar algunas de las más significativas. A todas luces —y pese a repuntes que en ocasiones se despuntan— nada de lo anterior parece completar el acelerón que saque a la rama del atasque en que se encuentra. Y no puede desconocerse que para los bolsillos y la existencia del ciudadano común la situación está resultando costosa. Algunas autoridades, con quienes intenté encontrar respuesta en otro momento a este dilema, dan la razón a quienes afirman que ha faltado mayor integralidad y coherencia en el abordaje de la recuperación agrícola, que incluso, según se derivó del mismo análisis parlamentario, ya trasciende hasta la política de precios de ese sector. La complejidad e interconexión de los fenómenos de la sociedad actual requiere enfoques más abarcadores. Por mencionar algunos aspectos, aunque sean discutibles, otros sostienen que a todas las medidas ya mencionadas debe agregarse una recapitalización y oxigenación de los grandes emporios estatales agrícolas, entre otros, pues el resto de las formas productivas no podrán por su cuenta dibujarnos la mesa mejor abastecida. Se requiere, además, un mejor planeamiento territorial de las plantaciones y un uso más intensivo de la ciencia para enfrentar el ciclo perverso —que en oportunidades sabe a justificativo entre algunos responsables— de sequías, ciclones, intensas lluvias, y el emergente cambio climático… Si se revisa la participación porcentual del tipo de productor en el mercado, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, habría que darle alguna razón a la hipótesis de la participación estatal. Las formas estatales son las que en los últimos años garantizaron la mayoría de los abastecimientos, seguidas por los privados. El resto tiene una presencia prácticamente irrisoria, lo cual habla también de las potencialidades dormidas. Recordemos que para ese consumidor que ha visto deprimirse su poder adquisitivo durante años, hay inusitados y más poderosos competidores por los no abundantes productos que llegan a los mercados. A los carretilleros —que en algunos lugares han mermado tras los debates parlamentarios de fin de año— se agregan ahora las nuevas formas del trabajo por cuenta propia que adquieren productos del agro, y la apertura para la venta por contrato a las instalaciones turísticas que deberían espolear la producción. Sin embargo, hasta hoy solo han disparado, esencialmente, la demanda y los precios. En agricultura, como en todo, preparar bien ahorra tiempo, desengaños y riesgos, adelantó José Martí. También que donde menos se piense, nos salte la liebre.
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