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LATERCERA Sábado 18 de octubre de 2014
Hamlet
Sociedad
Cultura
N
o vale la pena
extenderse demasiado en algo
que rezuma lógica: si de traducir alguna
obra de un poeta se trata, nadie está mejor preparado para hacerlo que otro
poeta. Ahora, si el traducido es
nada menos que Shakespeare, no
basta con haber escrito y publicado cientos de versos para cumplir con decencia el desafío. De
hecho, sólo un ejecutor muy preparado podrá captar las innumerables sutilezas del lenguaje shakesperiano y trasladarlas a otra
lengua. Años atrás, Nicanor Parra triunfó con una chilenísima y
espectacular traducción de El
Rey Lear. Y ahora, valiéndose del
talento y del buen oído que lo
distinguen, Raúl Zurita nos entrega su versión de Hamlet.
Tampoco me alargaré mucho en
otra obviedad: lo importante que
es leer a Shakespeare en nuestra
lengua, la lengua chilena, y no en
esas traducciones españolas que le
pueden arruinar a uno la experiencia de por vida. Aquí reside el
primer gran mérito de la presente
traducción: victoriosa sobre las
complicaciones que impone la
forma, la versión de Zurita, sin fallarle en lo más mínimo al original, consigue que Shakespeare
William Shakespeare/ Traducción
de Raúl Zurita.
Ediciones Tácitas
141 págs.
CRITICA DE LIBROS
Ser o no ser
Juan Manuel
Vial
Crítico literario
La magnífica traducción de Hamlet que
emprendió Raúl Zurita nos deja en una posición
privilegiada: primero a través de Parra y ahora
por medio de Zurita, Shakespeare le habla
directamente al lector chileno.
nos hable con una admirable familiaridad y con una insospechada cercanía.
El drama de Hamlet, príncipe de
Dinamarca, se resume en las siguientes palabras de Horacio, su
leal amigo, quien al final de la obra
se verá obligado a relatar todo lo
que aconteció con anterioridad:
“Me oirán hablar de actos contra
natura, sangrientos y monstruosos, de sospechas infundadas, de
muertes fortuitas y de atroces sentencias que cayeron sobre sus propios autores”. La tragedia comienza a urdirse cuando Claudio mata
a su hermano, el rey de Dinamarca, y se casa luego con Gertrudis,
la mujer del muerto, madre de
Hamlet y cómplice del asesino.
La horrenda confabulación jamás se habría desvelado si es que
el espíritu del rey asesinado no le
hubiese comunicado la verdad a
Hamlet, conminándolo a cobrar
venganza. Por el otro lado, la hipocresía con que Claudio se dirige
al príncipe es francamente memorable: “Contente entonces y ponle
fin a tu quebranto, que seguir sufriendo por lo inmodificable no es
amor filial sino obcecación e impiedad. Es soberbia, terquedad de
alma y cortas luces rebelarse contra las sagradas leyes de la Providencia y seguir llorando sin descanso el recuerdo de nuestros
muertos”.
El fantasma del rey se expresa
con una voz guiada por pasiones
eminentemente humanas. Refiriéndose a Gertrudis, afirma que
“yo fui aborrecido y se rindió a
aquel pobre maricón maldito que
no me llega ni al talón de mi bota”.
Y al momento de soltarle los pormenores de su asesinato a Hamlet,
ocupa un lenguaje que todos reconocemos: “Pero ya siento la proximidad del amanecer, así que te la
haré corta”. Hamlet, tras oír el relato del espectro, tampoco se queda corto en palabrotas, al manifestar el desprecio que siente hacia su
madre y su tío: “¡Calaña de mujer,
la más criminal, la más puta! ¡Maldito rastrero, adulón (...)!”.
Personajes importantes son la familia que conforman Polonio,
Ofelia y Laertes, a quienes el destino también les guarda finales trágicos. El primero, que es el padre
de los otros dos, será quien cumpla el rol de lambiscón del usurpador del trono. Su castigo lo recibirá de parte de Hamlet. La segunda,
de la que al principio Hamlet se ha
enamorado, morirá virgen y demente, mientras que Laertes pagará caro el haber aceptado formar parte en la última conspiración fraguada por Claudio.
En esta obra, que ciertamente es
terrible, Shakespeare a la vez se
da maña para reírse de varios
asuntos relevantes, como la
muerte o la locura (real o fingida).
Y si bien es un cliché acertado
pregonar la inmortalidad de Shakespeare o declararlo el inventor
de la naturaleza humana, es imposible soslayar, al respecto, la
misteriosa actualidad de sus escritos. En este caso es Claudio el que
paradójicamente nos hace reparar
en asuntos muy propios de nuestra cotidianidad: “En esta tierra
corrupta es común que la mano
criminal tuerza con oro el curso
de la justicia y corrompa con los
mismos bienes mal habidos la integridad de las leyes”.