Cuaresma: Tiempo para andar en la verdad La apariencia no es sincera es el título de una vieja canción. Esta afirmación pone de relieve algo tan antiguo como el hombre que, si bien sabemos que no lleva a ningún lado, ha manejado y sigue manejando los hilos de gran parte del mundo y de la historia de cada día. La apariencia no es sincera porque no es más que el resultado del intento de hacerle creer a los demás que somos, vivimos y perseguimos alcanzar, hasta a veces desesperadamente, algo muy distinto a lo real. En un ambiente consumista y materialista donde todo se compra y todo se vende, es propio de los necios muy bien entrenados, el afán de vivir haciendo propaganda de sí mismos instalándose en la vidriera mejor expuesta en el shopping de la vida. En esta carrera absurda y desenfrenada no importa la autenticidad, lo que interesa es mostrar que todo lo podemos, todo lo tenemos, todo lo alcanzamos a costa de venderle el alma al diablo de turno. Una sociedad así, está enferma de orgullo, porque no acepta la corrección y se infla con la mentirosa alabanza del adulador oportunista que, si miente una vez, miente siempre. Hasta nos hemos ido acostumbrando a un lenguaje que hace que las mentiras suenen verdaderas, lo corrupto respetable, lo honesto dudoso, con consistencia aquello que es puro humo y se nos va desdibujando pausadamente la verdadera imagen del otro, del hermano. De la mano de estas mentiras existenciales vienen el miedo, la falsa seguridad, la sospecha constante, las opciones por conveniencia. Ser una simple apariencia es muy triste sobre todo cuando nos encontrarnos de cara a la verdad de nuestra vida, que tarde o temprano nos pasa la factura. Jesús de muchas maneras anunció que sólo la verdad nos hace libres. Se enfrentó con la mentira social y religiosa de su tiempo para que el hombre no viva más entrampado en un carnaval sin final luchando por sostener una máscara que oculta la verdad y que ahoga sus posibilidades más grandes. Por eso llama a la conversión, pero no como una práctica más, en la que con algunos gestos se tranquiliza la conciencia y viene de forma automática la gracia. Llama a la conversión, a ponerse frente a la verdad desde lo profundo del corazón, que es el lugar donde se juegan las grandes decisiones, donde sólo Dios y nosotros podemos llegar auténticamente. Ahí no hay engaño, no hay máscara que valga, ni apariencia que disimule. Por el camino de la verdad, aunque sea costoso, se llega a la libertad. Por el camino de la cuaresma, desde la verdadera conversión, se llega a la Pascua. La fe en el Dios amigo de la vida, nos ayuda a entrar sin miedos en la profundidad del corazón, con la certeza de que no hay oscuridad tan grande que no pueda ser iluminada con su luz. La certeza de la pascua de Jesús, nos anima a emprender el camino de la verdad con humildad, porque sabemos que el amor misericordioso de Dios no afloja a pesar de nuestras traiciones y flojeras. Si para vivir en la verdad nos acobarda la mirada de los hombres; que nos de valentía y coraje la mirada de Dios, rico en misericordia, que nos ama por lo que somos y no por lo que mostramos. (I Sam 16,7) Iniciamos la cuaresma con la imposición de las cenizas invitados por la voz fuerte del Maestro: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. Jesús nos llama a una conversión real y sincera. Se nos invita a un cambio de mentalidad como respuesta de fe auténtica. Cuaresma es "un tiempo favorable". Lo mejor que podía sucedernos, Dios quiere que nos suceda, pero no sin nosotros. Dios quiere llegar a nuestra vida y reconstruirla. Este es el gozo sereno y profundo que se esconde detrás de la conversión que se nos invita a vivir. Vivamos esta cuaresma de cara a Dios, desde una oración que no se conforma con palabras y gestos exteriores, sino que brota de la pobreza más radical del corazón. Trabajemos esta cuaresma de cara a nosotros mismos con un ayuno, que es renuncia a lo secundario para ganar en verdad y libertad. Andemos esta cuaresma de cara a los hermanos con una caridad generosa y palpable, que no busca ostentación, sino que brota de un amor verdadero y desinteresado Caminemos hacia la pascua desde la verdad que nos reconcilia, que nos estimula, que nos hace crecer con la certeza que nos dan las palabras de Jesús, que se jugó de verdad y por la verdad: “no teman yo he vencido al mundo” Monseñor Eduardo H. García Obispo de San Justo
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