4 Economía La Plata, viernes 9 de diciembre de 2005 > MERCADOS Y TENDENCIAS ¿Cómo hacer para que seguro pueda recuperar la libertad? Por Andrés Musacchio Especial para Hoy El viaje del ministro de Planificación Julio De Vido a los EEUU trajo a la superficie viejos reclamos de muchos inversores y empresarios. La Argentina es, a todas luces, un país con poca seguridad jurídica. Pero... ¿de cuál seguridad jurídica estamos hablando? Un inversor le cuestionaba al ministro que, en nuestro país, cada 10 años, se producen expropiaciones, problema que se agrega a un marco legal inestable. Eso es parcialmente cierto, pero no necesariamente en los términos planteados allí. Por lo pronto, se recortan dos problemas diferentes; uno es el del marco legal, y el otro el de las “expropiaciones decenales”. lineamientos atrajo efectivamente importantes masas de dinero del exterior, en las que participaron también algunos grandes grupos locales que habían fugado capitales en años previos. Se lanzaba entonces una fiebre especulativa gracias a las “condiciones especiales”, de las que quedaban fuera los trabajadores, los pequeños y medianos empresarios e inclu- so aquellas grandes empresas interesadas únicamente a la producción. Es decir que la seguridad jurídica de unos pocos significaba una creciente desprotección para otros, en una rueda que se agravaba paula- tinamente, porque la especulación corroe los cimientos de la producción, expulsando trabajadores, haciendo quebrar a las empresas productivas y exigiendo ganancias financieras cada vez mayores. Y llegan las grandes crisis La diferencia entre la actividad financiera y la especulación es simple. La primera intermedia entre quien tiene dinero sin invertir y quien quiere producir y tiene un capital insuficiente. La tasa de interés es allí Beneficiados y perjudicados de los marcos legales En los últimos treinta años, casi todos los programas económicos se iniciaron con la idea de atraer capitales al país, sin preguntarse demasiado de donde ni para que. Y para lograrlo, se impusieron condiciones especiales que garantizaran ganancias extraordinarias (como a las privatizadas o al sector financiero), regímenes laborales cada vez más frágiles y flexibles, absoluta libertad de salida y regímenes jurídicos extraordinarios (como establecer tribunales en el exterior). Mientras tanto, se evitaba fijar metas de inversión en bienes de capital, en la generación de puestos de trabajo o en el ingreso regular de divisas. La seguridad que brindaban esos POR LEANDRO MORGENFELD* ¿A quién le da “seguridad” el CIADI? La exigencia de “seguridad jurídica” por parte de inversores extranjeros se explica por su necesidad de operar en los espacios nacionales receptores de las inversiones con poca o nula injerencia por parte de los Estados. Buscan así operar sin control, regulación o condiciones. En la década pasada, la Argentina adhirió al Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI), resignando parte de su soberanía jurisdiccional, con el supuesto objetivo atraer inversiones. Tras la crisis de 2001 y la devaluación, el país enfrenta en el CIADI varias demandas por valor de 30.000 millones de dólares. Las privatizadas utilizan ese ámbito judicial supranacional para presionar al Gobierno con el objetivo de lograr aumentos en las tarifas de los servicios públicos y de que no se revisen las privatizaciones realizadas durante el menemismo. Esta sigue siendo una amenaza latente en otras negociaciones, como el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) o los borradores del ALCA. Es necesario revisar esta política, que en la década pasada implicó ampliar márgenes de maniobra de los inversores extranjeros, en detrimento de la capacidad de los Estados para establecer políticas económicas soberanas y del derecho de los ciudadanos al acceso a servicios básicos. Centro de Estudios Internacionales y Latinoamericanos Negocios en clave En los últimos días, los mercados financieros entraron en un sube y baja permanente, que da cuenta de una gran volatilidad. Contribuye a ello el cambio de funcionarios, cierta turbulencia política, la indefinición en políticas de largo plazo y algunas pujas sectoriales ásperas en temas sensibles como la inflación. En estas condiciones, la posibilidad de lograr ganancias financieras de muy corto plazo se incrementan notablemente, aunque también lo hace el riesgo de pérdidas. Aunque en niveles mucho menos febriles que en otras épocas, es probable que los vaivenes sigan un tiempo más y beneficien a quienes operen con picardía y algo de suerte. No hay que olvidarse que, en la ruleta, todas las martingalas son buenas hasta que fallan. O viceversa. un derecho del propietario del dinero a una parte de la nueva riqueza creada. La especulación, en cambio, no tiene vínculos con la producción y sus ganancias son un derecho a riquezas no creadas. Por eso, no son más sólidas que una pompa de jabón. De allí que, cuando el especulador reclama “lo suyo”, se encuentra con que no existe o que su ganancia es la pérdida de otro. Es así que, virtualmente cada diez años (en 1981, en 1990, en 2001), se producen grandes explosiones que ya parecen parte de nuestro folclore, con cierre de bancos, planes bonex, corralitos y otras yerbas. En el fondo, no se trata de expropiaciones, sino del sinceramiento de que la supuesta riqueza en realidad no existe. Esa es la característica de un modelo no sustentable. Y nadie puede decir que su desenlace lo sorprendió, que la sabiduría popular no se equivoca con aquello de que “cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”. Dicho sea de paso, viendo los indicadores de pobreza e indigencia, el deterioro de la educación y la salud públicas, el desguace del Estado, los salarios y las jubilaciones, es poco probable que la peor parte de la crisis la haya padecido quien le cuestionaba al ministro la falta de seguridad jurídica. Con el agravante de que los principales perdedores de las crisis fueron, también, los grandes perdedores del auge previo. Hoy estamos ante un momento clave para la configuración de un nuevo proyecto social. Por eso, es de gran importancia plantearse cómo salir de la eterna noria de especulación y crisis. El camino verdadero es construir un modelo económico basado en la cultura de la producción y el trabajo cotidianos, sin crear condiciones artificiales de extrema prosperidad para unos pocos parásitos. Las reglas del juego se pueden mantener a largo plazo, siempre que no se produzcan situaciones de desigualdad creciente en la distribución de los frutos, y que las ganancias se sostengan en una expansión real de la riqueza interna. La tarea del Estado no es, pues, garantizar privilegios especiales, sino apoyar la construcción de un proceso de desarrollo sustentable con políticas activas que solidifiquen el aparato productivo y garanticen una correspondencia clara entre el aporte de esfuerzos y el acceso a los beneficios. En ese marco vendrán, seguramente, menos capitales, pues quedarán afuera los que sólo buscan el pillaje.
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