() LA LÍACETA SEUDÓNIMO: Elvira TÍTULO: Remembranza TEXTO: La figura de mi abuelo Miguel ha marcado para siempre mi infancia. Lo recuerdo con una nitidez que solo el tiempo nos devuelve. No era muy alto, ni muy fuerte, ni muy guapo, tenía algo más importante: me quería y me dedicaba momentos inolvidables, complicidad, ternura. Recibí de mi abuelo afecto, comprensión y brazos protectores. Mi abuelo, lo amaba, aunque nunca se lo dije, pero creo que lo sabía, era muy perspicaz. Tenía un pasión hacía los pájaros que me transmitió y todos los días teníamos una cita que para nada del mundo me hubiese perdido: la de cuidar su pajarera donde convivían unos magníficos periquitos de encendidos colores. Era nuestra rutina aunque un día algo pasó... Esperaba con impaciencia su vuelta del trabajo en una fábrica de conservas de Tánger donde vivíamos. Cierro los ojos. Estoy de vuelta a esta edad dorada de mi niñez y en esta ciudad a cielo abierto y de una luminosidad incomparable. Oigo el gemido del portal. lEs él! Modero mi impaciencia para no subir corriendo las escaleras porque sé que va a ducharse y luego se preparará un anisete que disfrutará escuchando la radio. Es una gran radio Marconi con dos botones blancos que gira suavemente con la delicadeza de una bordadora para encontrar la frecuencia exacta. Está absorto en su búsqueda y no me oye entrar. El aparato sisea, silba, una luz verde ilumina la pequeña pantatia de cristal donde la aguja va y viene. El abuelo es paciente, sabe que encontrará una emisora que le va a recrear y con un poco de suerte la retransmisión de un partido de fútbol. Me siento en el sofá y espero. Hay muchas publicidades cantadas, pero pasa de largo. Por fin, la aguja para sobre una emisora musical; se oye perfectamente. Reconozco enseguida a Juanito Valderrama con su voz grave, vibrante acentuada por el aparato. Y entonces sucedió. El abuelo escucha intensamente. Le veo estremecerse. Es una vibración primero, luego una sucesión de sacudidas que no paran. Estoy aterrada: lEt abuelo llora! Tengo ganas de desaparecer. Cuando lloro, tengo vergüenza y quiero estar sola. Llorar es para sí. Sin embargo, no me muevo, AUDITRÓ •1I±;I y — atrapada ante la visión de este hombre llorando. La música le toca, le atraviesa, penetra en un espacio secreto. La música no es triste pero las letras despiertan en él una nostalgia punzante. Siento su inmensa soledad a la que no tengo acceso porque nosotros los niíios no entendemos las penas de los adultos. Ellos mismos nos mantienen al margen, en la ignorancia, sin saber que nos conducen a la incomprensión y las dudas. Descubro estupefacta que los adultos lloran. Esta revelación me deja aturdida. ¿Entonces no cambiamos, al crecer, nuestra manera de expresar la pena, el dolor, la tristeza, el desamparo? ¿Solo tenemos el recurso de las lágrimas? ¿Siempre queda algo del niño que hemos sido? No sé en mi confusión si debo alegrarme del hecho. Quisiera entender por qué ttora el abuelo. Dirijo la mirada hacía la ventana para distanciarme de su dotor para no llorar con él. Salgo de mis cavilaciones, sobresaltada, porque el abuelo se sopla la nariz en su gran pañueto a cuadros y suena como una trompeta. Se da la vuelta, me ve. ¿Estás aquí, Nena? Se levanta pesadamente, me propone una bebida fresca. Actúa con total naturalidad. El sol juega a través de las cortinas de Ja cocina y baña la habitación de una hermosa luz anaranjada dando a su cara una dutzura conmovedora. No me atrevo a mirarlo de frente pues se ha puesto de nuevo sus gafas y estas le hacen unos ojos rojos enormes que me asustan un poco. No hablamos. Ni hace falta. Me levanto y rodeo su cuello con mis brazos y le beso. Nos quedamos abrazados un largo rato. Siento sur corazón palpitar de ternura y me pregunto por qué a veces ciertos adultos solo nos ofrecen latidos de piedra. Mi abuelo tiene un corazón enorme, tleno de amor. Hoy, he descubierto que anída también una desesperanza silenciosa. Entenderé muchos años después el significado de estas lágrimas, cuando me estará permitido preguntar sobre la historia de nuestra familia, de su exilio forzado por un destino contrario. Supe entonces, que la patria del abuelo era España y hoy sé que mi patria es mi infancia a su lado. Mi abuelo, lo amaba, aunque nunca se lo dije, pero creo que lo sabía, era muy perspicaz. UN,Á 11i BALLESOL AUDITRÓ Obra Social MILAR 1 —
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