Sergio Halbert Viyella Colegio Los Olmos. 2º ESO UN DÍA DIFERENTE No había sido un día como otro cualquiera, después de cenar me acosté y estuve pensando en lo que había ocurrido en el colegio. “Estábamos en el recreo y mi mejor amigo, Tobías, iba corriendo, tropezó y se dio un golpe en la cabeza contra el suelo. Le intenté despertar pero no reaccionó. Entonces, se lo llevaron al hospital”. Dándole vueltas y vueltas a lo sucedido, finalmente me dormí. A la mañana siguiente, no podía evitar sentirme culpable; porque yo le dije que hiciéramos una carrera. Tres días más tarde llamaron del hospital y me dijeron que debido al golpe le había salido un problema cerebral y que había que operarle cuanto antes. ¡Hoy era el único día de visita! Mi madre me llevó en coche, llegué a su habitación, tenía muy mala cara, estaba dormido. Parecía tan tranquilo. A pesar de ello, me quedé con él todo el día hasta que cayó la tarde. Llamé a mi madre para que me recogiera y me llevó a casa. No podía dejar de pensar en mi amigo. Tras varios días sin saber nada, la madre de Tobías nos avisó de que la operación había sido un éxito, que le darían el alta en cuatro días y que ya se podía ir a verle. Fui corriendo al hospital pero estaba dormido, esperé varios minutos y al fin despertó. Empecé a preguntarle cosas y a decirle que había sido culpa mía pero lo único que respondió fue: ¿quién eres? Salí corriendo dando un fuerte portazo al cerrar la puerta de la habitación. Busqué a los doctore y dijeron que tenía que seguir con la vida normal y que puede que recuperara la memoria pero lo más probable es que no la recupere nunca. Le llevaron a casa y a mi también. En el colegio siempre intento contarle cosas que habíamos hecho, pero parece no recordar nada. Llegaron las vacaciones de verano y nos llevaron unos días con el colegio de campamento. Por suerte nos tocó en el mismo grupo. Intento hacer que me recuerde pero nada. Por la noche en la litera me puse a llorar y escuché una voz en la oscuridad: ¿qué te ocurre? Le dije que nada importante. Y él me dijo: puede que no me acuerde de que éramos amigos, pero lo seguimos siendo, ¿no? Di un grito de felicidad que despertó a todos nuestros compañeros. Con esta experiencia aprendí que no hay que rendirse ante las adversidades.
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