Estudio-vida de 1 y 2 Pedro

Estudio-vida de 1 y 2 Pedro
1 Pedro
CONTENIDO
1. MENSAJE UNO: PALABRAS INTRODUCTORIAS
2. MENSAJE DOS: EL DIOS TRIUNO OPERA EN LOS ELEGIDOS PARA QUE
ELLOS PARTICIPEN DE SU PLENA SALVACIÓN
3. MENSAJE TRES: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (1)
4. MENSAJE CUATRO: LA SANTIFICACIÓN DEL ESPÍRITU, LA ASPERSIÓN
DE LA SANGRE Y LA ESPERANZA VIVA
5. MENSAJE CINCO: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (2)
6. MENSAJE SEIS: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (3)
7. MENSAJE SIETE: LAS TRES ETAPAS DE LA PLENA SALVACIÓN DE DIOS
8. MENSAJE OCHO: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (4)
9. MENSAJE NUEVE: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (5)
10.
MENSAJE DIEZ: PEDRO HABLA BIEN DEL DIOS TRIUNO
11. MENSAJE ONCE: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (6)
12.MENSAJE DOCE: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (7)
13.MENSAJE TRECE: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (8)
14.MENSAJE CATORCE: LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS
RESULTADOS (9)
15.MENSAJE QUINCE: EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS (1)
16.MENSAJE DIECISÉIS: EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS
(2)
17. MENSAJE DIECISIETE: EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS
(3)
18.MENSAJE DIECIOCHO: EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS
(4)
19.MENSAJE DIECINUEVE: LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS (1)
20.
MENSAJE VEINTE: LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS (2)
21.MENSAJE VEINTIUNO: LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS (3)
22.
MENSAJE VEINTIDÓS: LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(4)
23.
MENSAJE VEINTITRÉS: LA VIDA CRISTIANA Y SUS
SUFRIMIENTOS (5)
24.
MENSAJE VEINTICUATRO: LA VIDA CRISTIANA Y SUS
SUFRIMIENTOS (6)
25.
MENSAJE VEINTICINCO: LA VIDA CRISTIANA Y SUS
SUFRIMIENTOS (7)
26.
MENSAJE VEINTISÉIS: LA VIDA CRISTIANA Y SUS
SUFRIMIENTOS (8)
27.
MENSAJE VEINTISIETE: LA VIDA CRISTIANA Y SUS
SUFRIMIENTOS (9)
28.
MENSAJE VEINTIOCHO: LA VIDA CRISTIANA Y SUS
SUFRIMIENTOS (10)
29.
MENSAJE VEINTINUEVE: LA VIDA CRISTIANA Y SUS
SUFRIMIENTOS (11)
30.
MENSAJE TREINTA: EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS (1)
31.MENSAJE TREINTA Y UNO: EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS (2)
32.
MENSAJE TREINTA Y DOS: EL PASTOREO DE LOS ANCIANOS Y
SU RECOMPENSA
33.
MENSAJE TREINTA Y TRES: LA PODEROSA MANO DE DIOS Y SU
META (1)
34.
MENSAJE TREINTA Y CUATRO: LA PODEROSA MANO DE DIOS Y
SU META (2)
2 Pedro
CONTENIDO
35.
MENSAJE UNO: LA PROVISIÓN DIVINA (1)
36.
MENSAJE DOS: LA PROVISIÓN DIVINA (2)
37.
MENSAJE TRES: LA PROVISIÓN DIVINA (3)
38.
MENSAJE CUATRO: LA PROVISIÓN DIVINA (4)
39.
MENSAJE CINCO: LA PROVISIÓN DIVINA (5)
40.
MENSAJE SEIS: LA PROVISIÓN DIVINA (6)
41.MENSAJE SIETE: LA PROVISIÓN DIVINA (7)
42.
MENSAJE OCHO: LA PROVISIÓN DIVINA (8)
43.
MENSAJE NUEVE: EL GOBIERNO DIVINO (1)
44.
MENSAJE DIEZ: EL GOBIERNO DIVINO (2)
45.
46.
47.
MENSAJE ONCE: EL GOBIERNO DIVINO (3)
MENSAJE DOCE: EL GOBIERNO DIVINO (4)
MENSAJE TRECE: EL GOBIERNO DIVINO (5)
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE UNO
PALABRAS INTRODUCTORIAS
Lectura bíblica: 1 P. 1:1-2
En este mensaje daremos inicio a nuestro estudio-vida de las epístolas de 1 y 2 Pedro y
Judas. En el pasado no prestamos mucha atención a los escritos de Pedro, debido a que
invertimos mucho tiempo y energía en estudiar otros libros de la Biblia, especialmente
los escritos de Pablo. Tal vez parte de la razón por la cual no hemos prestado mucha
atención a 1 y 2 Pedro, es que el catolicismo ha exaltado excesivamente a Pedro. El
catolicismo considera a Pedro su primer Papa. No estamos de acuerdo con esta
aseveración del catolicismo. Por consiguiente, nuestro Pedro, el Pedro revelado en la
Biblia, es en cierto sentido diferente del concepto que se halla en el catolicismo. Es
debido a que el catolicismo exalta a Pedro desmedidamente que yo he prestado menos
atención a los escritos de Pedro.
Aun así, he dado algunos mensajes sobre 1 y 2 Pedro. En 1973, di una conferencia sobre
1 y 2 Pedro en Vancouver, Columbia Británica. También ese mismo año, durante una
conferencia que di en San Francisco, compartí algunos mensajes sobre la gracia, los
cuales se basaban en los escritos de Pedro. Estos mensajes fueron publicados en la
revista The Stream [El manantial] (tomo 12, núm. 1, febrero de 1974, y núm. 2, mayo de
1974). En dichos mensajes recalqué que Pedro definitivamente tiene una porción muy
rica, elevada y particular que ministrarnos.
EL CARÁCTER DE LOS ESCRITOS DE PEDRO
Pablo escribió catorce epístolas, mientras que Pedro sólo escribió dos, las cuales
contienen un total de ocho capítulos. No obstante, aunque los escritos de Pedro son
breves, él usa ciertos términos que no se encuentran en los escritos de Pablo. Por
ejemplo, Pedro habla de la sangre preciosa de Cristo (1 P. 1:19). Aunque Pablo también
habla acerca de la sangre de Cristo, él no usa esta expresión especial: la sangre preciosa.
Cabe resaltar que una característica particular de los escritos de Pedro es el uso de
adjetivos, y en especial, de adjetivos que denotan un alto aprecio. Además de la
expresión “la sangre preciosa”, Pedro usa otras expresiones tales como “simiente
incorruptible”, “gloria inmarcesible” y “divino poder”. Pablo no usa estas expresiones.
Sin embargo, Pedro acostumbraba a usar adjetivos como éstos. En realidad, más que
una costumbre suya, esto nos da a entender que algo verdaderamente se había forjado
en el carácter de Pedro.
Durante los años que Pedro siguió al Señor Jesús, vio muchas cosas, pero no llegó a
entender el significado de lo que había visto. De hecho, al leer los cuatro Evangelios,
podríamos pensar que Pedro era insensato. Sin embargo, aunque Pedro no se
comportaba de manera inteligente, el Señor Jesús lo escogió y lo puso en primer lugar
entre los discípulos. Es por eso que en los Evangelios el nombre de Pedro aparece en
primer lugar entre los discípulos.
Pedro no tenía el entendimiento espiritual de las cosas que había visto. Le faltaba la
comprensión adecuada de ellas conforme a la vida divina. Fue por esta razón que en los
capítulos catorce, quince y dieciséis de Juan, el Señor Jesús habló del Espíritu de
realidad: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad; porque no
hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye, y os hará saber las cosas
que habrán de venir” (Jn. 16:12-13).
El Espíritu de realidad efectivamente vino el día de la resurrección de Cristo, y Pedro
probablemente fue el primero en quien se infundió este Espíritu. Esto explica la razón
por la cual el Pedro que vemos en el primer capítulo de Hechos es tan diferente del
Pedro de los Evangelios. En los Evangelios, Pedro a menudo hablaba insensatamente;
pero en Hechos 1 no habló de esa manera. Cuando se puso en pie para hablar, él era una
persona transparente, clara como el cristal. Pedro llegó a ser transparente porque el
Espíritu de realidad había entrado en él. Este maravilloso Espíritu, que se había
infundido en él, le recordó todas las cosas que había visto y oído. Este hecho lo
confirman los propios escritos de Pedro. Por ejemplo, en 2 Pedro 1:16-18 él se refiere a
aquella ocasión en que junto con Jacobo y Juan estuvieron con el Señor Jesús en el
monte de la transfiguración. Esto indica que el Espíritu de realidad le había recordado
aquel momento y le había mostrado lo que significaba.
El Espíritu le recordó a Pedro todas las cosas que vio durante los tres años y medio que
estuvo con el Señor Jesús. Pedro había visto muchas cosas, pero en aquel entonces no
tenía la debida comprensión o entendimiento de ellas. No obstante, después que el
Espíritu de realidad vino y le recordó estas cosas, Pedro empezó a entender lo que
significaban. Quizás Pedro se dijo a sí mismo: “Oh, ahora entiendo por qué el Señor me
corregía tanto y a menudo me avergonzaba ante los demás. Recuerdo lo que le dije al
recaudador de impuestos. Él me preguntó si el Señor pagaba impuestos, y yo enseguida
le contesté: ‘Sí’. Inmediatamente después, el Señor me avergonzó diciéndome que Él no
tenía que pagar el medio ciclo. Luego me mandó a pescar y me dijo que pescaría un pez
que tendría un ciclo en la boca. Ahora entiendo por qué cuando yo decía ‘sí’, el Señor
decía ‘no’, y por qué cuando decía ‘no’, Él decía ‘sí’”. Pedro experimentó un gran cambio
después de la resurrección del Señor y después de que el Espíritu de realidad entró en él.
Por medio del Espíritu de realidad, algo sólido, elevado, rico y poderoso se forjó en las
fibras mismas del ser de Pedro. Es por eso que al hablar acerca de la sangre del Señor, él
añadió la palabra “preciosa”. Este adjetivo conmueve nuestros sentimientos. Al emplear
esta palabra, Pedro debe de haber tenido un sentimiento particular respecto al valor de
la sangre de Cristo. En 1 Pedro 1:18 y 19 él dice: “Sabiendo que fuisteis redimidos de
vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas
corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un
Cordero sin defecto y sin mancha”. ¿No cree usted que Pedro expresó un sentimiento
muy particular cuando expresó estas palabras? En el versículo 23 del mismo capítulo,
Pedro añade: “Habiendo sido regenerados, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre”. En este
versículo Pedro habla de la simiente incorruptible y de la palabra que vive y permanece
para siempre. En 1:4 él describe nuestra herencia diciendo que es “incorruptible,
incontaminada e inmarcesible”. Por consiguiente, en estos versículos, donde vemos que
Pedro acostumbraba a usar adjetivos, encontramos calificativos tales como: preciosa,
incorruptible, que vive, que permanece, incontaminada e inmarcesible. Esto indica que
al menos en este aspecto, los escritos de Pedro son más enfáticos, más excelentes y más
ricos que los de Pablo.
En 1 Pedro 2:21 leemos que Cristo padeció por nosotros, dejándonos un modelo, para
que sigamos Sus pisadas. La palabra griega traducida “modelo” es difícil de traducir.
Algunas versiones la han traducido como “ejemplo”. Literalmente, la palabra griega
significa “patrón de escritura”. El Señor Jesús es nuestro “patrón de escritura”, muy
semejantemente al que ponían los estudiantes debajo del papel para calcar las letras y
así aprender a escribirlas. Hoy en día, el término que usamos para describir el proceso
de copiado es “fotocopiar”. El proceso de fotocopiar no tiene nada que ver con seguir o
imitar a alguien; más bien, consiste en reproducir un original. (Véase el mensaje
titulado: “Spiritual Xeroxing” [“El fotocopiado espiritual”], publicado en la revista The
Stream [El manantial], tomo 12, núm. 1, febrero de 1974). Cristo, nuestro “patrón de
escritura”, no nos ha sido dado para que nosotros lo imitemos o simplemente le
sigamos, sino para ser “fotocopiado”, es decir, para reproducirse, dentro de nosotros.
Esto significa que todos nosotros debemos llegar a ser reproducciones, fotocopias, de
Cristo. Esto es lo que significa la palabra griega traducida “modelo” en 2:21, un término
que Pablo no usa en sus escritos.
En 3:7 Pedro usa otra expresión muy particular: “la gracia de la vida”. Nosotros estamos
familiarizados con las palabras “gracia” y “vida”, mas no con la expresión “la gracia de la
vida”. Las esposas, como vasos más frágiles, son coherederas junto con sus maridos de
la gracia de la vida. ¡Qué expresión tan dulce! Es posible que hayamos escuchado
muchas veces expresiones como la gracia de la salvación o la gracia del perdón de
pecados, y nunca nos halla llamado la atención la frase: la gracia de la vida. Pablo, en
sus escritos, no usa esta expresión tan especial, preciosa y dulce.
En 4:17 Pedro dice: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios”.
Aquí encontramos una expresión particular por el lado negativo: el juicio de Dios
comienza por Su propia casa. Pablo no nos dice esto; pero Pedro fue muy específico al
decirnos que el juicio de Dios comienza por Su propia casa.
Pablo a menudo usa la expresión “gracia y paz a vosotros”; en cambio, Pedro expresa en
dos ocasiones que la gracia y la paz nos sean multiplicadas. En 1:2 él dice: “Gracia y paz
os sean multiplicadas”, y en 2 Pedro 1:2 dice: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el
pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor”. Pedro no sólo expresa su deseo
de que la gracia sea con los santos, sino además que la gracia les sea multiplicada.
¿Alguna vez se ha preguntado usted qué significa que la gracia sea multiplicada? ¿Ha
escuchado alguna vez algún sermón o mensaje en el que se le diga que la gracia y la paz
pueden ser multiplicadas? Es posible que a la mayoría de nosotros nos cause
desconcierto esta expresión. El uso de la palabra “multiplicadas”, nos muestra una vez
más esta característica de Pedro. En este sentido, ni siquiera Pablo era tan minucioso
como Pedro, ya que en ninguna de sus epístolas dijo que la gracia y la paz nos fueran
multiplicadas.
La palabra “multiplicadas” indica que ya tenemos cierta cosa, y que, en lugar de que nos
sea añadido algo más de lo mismo, necesitamos que se multiplique aquello que ya
tenemos. Esto significa que necesitamos que la gracia, la cual ya poseemos, nos sea
multiplicada. No necesitamos otra gracia; más bien, necesitamos que se multiplique la
gracia que ya poseemos.
Más adelante, Pedro, basándose en el concepto de que la gracia nos es multiplicada, nos
habla en 4:10 de la multiforme gracia: “Cada uno según el don que ha recibido,
minístrelo a los otros, como buenos mayordomos de la multiforme gracia de Dios”.
Todos debemos ser buenos mayordomos de lo que Pedro llama la “multiforme gracia”,
que es la gracia en sus diferentes aspectos y categorías. Pedro vuelve a mencionar la
gracia en 5:10, donde nos habla del Dios de toda gracia. Así, pues, en 1 Pedro
encontramos cuatro expresiones excepcionales en cuanto a la gracia: “la gracia de la
vida”, “la gracia que nos es multiplicada”, “la multiforme gracia” y “toda gracia”. La
gracia de la vida nos está siendo multiplicada. Luego, esta gracia llega a ser la
multiforme gracia, y finalmente, toda gracia. Como resultado de ello, la gracia viene a
nosotros no de una sola dirección, sino de muchas direcciones. Por ejemplo, viene a
nosotros de los cielos y de la tierra, de nuestro esposo o esposa, y de nuestros hijos.
Cuantos más hijos tengamos, más aspectos de la gracia experimentaremos. Si usted
tiene cuatro hijos, disfrutará la gracia en cuatro aspectos. Pero si tiene más hijos,
disfrutará más aspectos de la gracia. De la misma manera, mientras un hermano
permanezca soltero, le hará falta cierto aspecto de la gracia. En cambio, un hermano
casado experimentará la gracia en un aspecto particular. Asimismo, si la esposa de un
hermano es muy buena pero de una manera natural, posiblemente él tendrá deficiencias
en algún aspecto rico de la gracia. En cambio, si su esposa es una persona difícil, y en
cierto modo terca, él tendrá la oportunidad de disfrutar de un aspecto de la gracia, el
cual es a la vez muy específico y rico. Así que, la gracia varía conforme a nuestra
situación y entorno. Por ejemplo, variará según la clase de esposa que usted tenga, sea
ella naturalmente sumisa o difícil. Si su esposa es buena, usted no recibirá tanta gracia
como la que recibiría si ella tuviese un carácter difícil. Asimismo, si usted no tiene hijos,
no disfrutará del aspecto de la gracia que está relacionado con los hijos. ¡Oh, cuánto
necesitamos conocer esta multiforme gracia!
En 2 Pedro 1:3 Pedro dice: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad”. Al parecer a Pedro le gusta mucho usar la palabra
“todo” o “toda”. En 1 Pedro 5:10 él habla de toda gracia, y aquí en 2 Pedro 1:3, habla de
todas las cosas. La frase “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” es una
expresión tremenda. En ninguna de las epístolas de Pablo se encuentra tal expresión.
Pedro es quien nos dice que el divino poder nos ha concedido todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad, es decir, todas las cosas que pertenecen a la vida
interiormente y a la piedad, a la expresión de Dios, externamente.
En 2 Pedro 1:4 Pedro nos dice además que Dios “nos ha concedido preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza
divina”. La palabra griega traducida “grandísimas” es una palabra difícil de traducir.
Traducida literalmente, sería: “las más grandes de todas”. Dios nos ha dado promesas
que no sólo son preciosas, sino también grandísimas.
Según 2 Pedro 1:4, Dios nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas para que
por ellas llegásemos a ser participantes de la naturaleza divina. Nosotros somos
partícipes de la naturaleza divina. A menudo, cuando hablo de este asunto, me siento
extasiado de gozo. ¡Qué maravilloso es que podamos ser participantes de la naturaleza
divina! ¿Se da cuenta usted de que es partícipe de la naturaleza divina, esto es, partícipe
de la naturaleza de Dios? Nosotros los seres humanos podemos de hecho ser
participantes de la naturaleza divina. Esto significa que, como creyentes de Cristo, no
sólo tenemos la vida divina, sino que continuamente disfrutamos, participamos, de la
naturaleza divina. Si Pablo leyera tal expresión, sin duda alguna diría: “Hermano Pedro,
en este aspecto, tus escritos son superiores a los míos”.
Pablo en sus escritos no nos dice nada acerca del cielo nuevo y la tierra nueva; esto se
menciona tanto en los escritos de Pedro como en los de Juan, quien tenía una relación
muy estrecha con Pedro. (Con frecuencia en el libro de Hechos, los nombres de Pedro y
Juan se mencionan juntos.) En el libro de Apocalipsis, Juan abunda más acerca del cielo
nuevo y la tierra nueva, mientras que Pedro sólo nos habla brevemente al respecto en 2
Pedro 3:13, donde dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. Lo que dice Pedro respecto de los cielos
nuevos y la tierra nueva nos muestra una vez más que sus escritos contienen detalles
que no se encuentran en los escritos de Pablo.
EL PERÍODO QUE ABARCAN LOS ESCRITOS DE PEDRO Y LA TEMÁTICA
DE ELLOS
Los escritos de Pedro son breves, pues constan de tan sólo ocho capítulos. Sin embargo,
el período que ellos abarcan es muy vasto. Por ejemplo, en 1 Pedro 1:2 él habla de la
presciencia de Dios Padre. Luego, en 1:20 él dice que Cristo fue conocido desde antes de
la fundación del mundo. Dios, basado en Su presciencia, nos escogió. Como veremos,
fuimos escogidos antes de la fundación del mundo. El hecho de que Pedro hable de la
presciencia de Dios y diga que Cristo fue conocido desde antes de la fundación del
mundo indica que el período que abarcan sus escritos empieza a partir de la eternidad
pasada, desde antes de la fundación del mundo. Luego, como hemos indicado, Pedro
habla también de los cielos nuevos y la tierra nueva. Esto se refiere a la eternidad futura,
ya que será en la eternidad futura que habrá cielos nuevos y tierra nueva. Esto nos
permite ver que el período que abarcan los escritos de Pedro comprende las dos
eternidades, pues comienza en la eternidad pasada y se extiende hasta la eternidad
futura.
¿Y qué podemos decir en cuanto a la temática de las epístolas de Pedro? La temática de
sus epístolas es también muy amplia. El ministerio de Pedro aborda una gran variedad
de temas. Esto lo indican los primeros dos versículos de 1 Pedro, capítulo uno: “Pedro,
apóstol de Jesucristo, a los peregrinos de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia,
Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu,
para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. ¡Cuán amplia es la temática de
estos versículos y cuán rico su contenido! Aquí se nos habla de la elección del Padre, de
la santificación del Espíritu y de la redención del Hijo. Como podemos notar, en el
versículo 2 Pedro no usa la palabra “redención”; en vez de ello, él usa otra expresión:
“rociados con la sangre de Jesucristo”. Habría sido demasiado sencillo si solamente
hubiera usado la palabra “redención”. Pero al decir que hemos sido rociados con la
sangre de Jesucristo, él explicó el tema de la redención, lo definió y lo aplicó. El hecho
de “ser rociados con la sangre de Jesucristo” denota la aplicación de la redención; es la
redención explicada, definida y aplicada.
Quizás podríamos dar una definición especial del contenido de 1:1 y 2. Lo que estos
versículos nos presentan es la revelación de la economía de la Trinidad de la Deidad, la
cual opera en Sus elegidos a fin de que ellos participen del Dios Triuno. Aquí se ve
claramente la manera en que el Dios Triuno opera en Sus escogidos a fin de que ellos
participen de la plena salvación que Él les ha otorgado. Esta definición la explicaremos
con más detalle más adelante. Por ahora, simplemente la enunciamos para que nos
demos cuenta de cuán amplia es la temática de los escritos de Pedro.
La epístola de 1 Pedro es bastante difícil de traducir. En ella, Pedro aborda muchos
asuntos, y el estilo con que escribe no es muy fluido. Por ejemplo, algunas de sus
oraciones son considerablemente extensas. Pese a que Pedro era un pescador de Galilea,
una persona muy rústica, él usó algunas palabras griegas extraordinarias. Los escritos
de Pedro ciertamente son muy ricos y elevados por los asuntos que abordan. Por lo
tanto, debemos estimar y valorar a Pedro y su ministerio.
EL GOBIERNO UNIVERSAL DE DIOS
No resulta fácil determinar cuál es el tema central de 1 Pedro. Aun si usted lee muchas
veces 1 y 2 Pedro, le será difícil precisar el tema central de estas epístolas. Pedro es
también muy particular al respecto. Él nos habla de cierto asunto, pero no nos provee
ningún término que lo describa.
En ambas epístolas, Pedro trata el tema del gobierno universal de Dios. De hecho, estos
dos libros nos hablan del gobierno universal de Dios. Como hemos visto, Mateo nos
habla acerca del reino. No debemos pensar que el gobierno y el reino significan lo
mismo. No, el reino es una cosa, y el gobierno es otra. Un país o una nación tiene un
gobierno. No obstante, el gobierno no es la nación en sí, sino más bien el centro
administrativo de la nación. Por ejemplo, el gobierno localizado en Washington, D. C.,
es el centro administrativo de Estados Unidos. Si bien Mateo nos presenta el reino, en
dicho libro no se nos habla del gobierno. Son los escritos de Pedro los que nos hablan
del gobierno de Dios.
Marcos nos presenta el servicio; Lucas, la salvación; y Juan, la vida. Por consiguiente, en
los cuatro Evangelios encontramos el reino, el servicio, la salvación y la vida, pero no
encontramos el gobierno divino. Así que, Pedro en sus epístolas suple esta carencia al
revelarnos el gobierno universal de Dios.
La esfera del gobierno de Dios abarca todo el universo. Sabemos esto porque Pedro nos
habla de los cielos nuevos y la tierra nueva. Esto indica que el gobierno de Dios es
universal. Finalmente, en la eternidad futura, todo estará en armonía y en buen orden,
porque en los cielos nuevos y en la tierra nueva reinará la justicia. Hoy en día, en la
tierra imperan la injusticia y el desorden. Con todo, Dios aún ejerce Su gobierno en el
cielo y en la tierra.
Dios gobierna al ejecutar Su juicio. Ésta es la manera en que Dios ejerce Su gobierno.
Soy una persona de avanzada edad y, como tal, he estado estudiando y observando por
mucho tiempo la situación mundial; por eso, sencillamente no puedo hacer otra cosa
que postrarme ante Dios. Él es quien gobierna, y Él gobierna ejecutando Sus juicios.
Dios juzgó a Hitler, a Stalin y a otros malhechores. Por una parte, Dios toleró, en cierta
medida, que ellos hicieran ciertas cosas que contribuyeron a Su propósito, como el
hecho de que Hitler hubiera masacrado a tantos judíos, ya que esto hizo que ellos se
unificaran. No obstante, Dios juzgó a tales hombres.
En 1 y 2 Pedro encontramos un relato del juicio de Dios. Dios juzgó la tierra por medio
del diluvio y más tarde juzgó a Sodoma y Gomorra. La historia del juicio de Dios
también incluye el juicio que Él trajo sobre los hijos de Israel en el desierto. Durante los
años que anduvieron vagando, los hijos de Israel experimentaron el juicio de Dios una y
otra vez. A excepción de Josué y Caleb, todos los que salieron de Egipto, incluyendo a
Moisés, Aarón y María, murieron en el desierto bajo el juicio de Dios. Además, la Biblia
nos dice que Dios hizo que los miles que desobedecieron quedaran postrados en el
desierto. Ésta fue la manera en que Dios ejerció Su juicio.
No debemos pensar que Dios juzga solamente a malhechores, tales como Hitler y Stalin.
Dios también juzga a Su propio pueblo. Según 4:17, el juicio gubernamental de Dios
comienza por Su propia casa: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de
Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen
al evangelio de Dios?”. Esta palabra se refiere al gobierno de Dios.
¿Con qué propósito ejerce Dios Su juicio gubernamental? Dios juzga a fin de depurar el
universo que Él creó. Dios creó el universo para que cumpliera un propósito muy
positivo, pero Satanás intervino y lo contaminó. Ahora, Dios está depurando el universo
por medio de Sus juicios. Él está realizando una limpieza completa de todo el universo.
Finalmente, el universo vendrá a ser nuevo. ¿Sabe usted cuál es el significado principal
de los cielos nuevos y la tierra nueva mencionados en 2 Pedro 3? El significado es que
ello alude a la novedad del universo de Dios.
Dios no está dispuesto a vivir ni a morar en un lugar que esté inmundo. Ésta es la razón
por la cual Dios está depurando y purificando el universo. Primero Él nos purifica a
nosotros, Su casa. Es aquí donde Dios ahora concentra Su obra de purificación.
Probablemente usted en ocasiones se haya preguntado: “¿Por qué será que cuanto más
amo al Señor Jesús, más dificultades me sobrevienen? A mis familiares les va bien en
todo y en todo prosperan. En cambio, mi situación parece empeorar cada vez más”.
Algunos santos tienen problemas de salud, mientras que otros no saben qué hacer con
sus hijos. La razón por la cual experimentamos tantas dificultades es que el juicio de
Dios comienza por Su propia casa. Usted y yo estamos bajo el juicio de Dios.
La razón por la cual se escribieron las dos epístolas de Pedro, y en especial la primera,
fue que los creyentes judíos que habían sido dispersados, estaban sufriendo persecución.
Ellos estaban pasando por una prueba de fuego. Pedro comparó esta persecución con el
fuego de un horno. Debido a que los creyentes estaban turbados y quizás comenzaban a
dudar, Pedro les escribió para darles algunas instrucciones y también para consolarlos.
En 5:10 él dice: “Mas el Dios de toda gracia, que os llamó a Su gloria eterna en Cristo
Jesús, después que hayáis padecido un poco de tiempo, Él mismo os perfeccione,
confirme, fortalezca y cimiente”. Aquí Pedro parecía decirles a los creyentes que no
debían dudar, ya que era Dios quien los estaba perfeccionando. De la misma manera en
que se cortan las piedras para que puedan ser acopladas y formar parte de un edificio,
también es necesario que nosotros seamos “cortados” a fin de ser perfeccionados,
confirmados, fortalecidos y cimentados. Pedro escribió esto para confortar a los santos
que estaban sufriendo y siendo perseguidos; su deseo era mostrarles que todos ellos
estaban bajo el gobierno de Dios. Dios ejerce Su gobierno primeramente sobre Sus
propios hijos.
Por consiguiente, el tema de 1 Pedro es: La vida cristiana bajo el gobierno de Dios. El
tema de 2 Pedro es un poco diferente; dicho tema es: La provisión divina y el gobierno
divino. Pedro nos muestra en su segunda epístola que Dios no sólo ejerce Su gobierno
sobre nosotros, no sólo rige sobre nosotros, sino que además nos provee todo lo que
necesitamos. Dios nos provee de todo lo necesario para que podamos llevar una vida
santa, una vida cristiana, bajo Su gobierno.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE DOS
EL DIOS TRIUNO OPERA EN LOS ELEGIDOS
PARA QUE ELLOS PARTICIPEN
DE SU PLENA SALVACIÓN
Lectura bíblica: 1 P. 1:1-2
UNA PERSONA TRANSFORMADA
En 1 Pedro 1:1 leemos: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los peregrinos de la dispersión en
el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”. El nombre Pedro denota su hombre
regenerado y espiritual, mientras que el nombre Simón denota su hombre natural por
nacimiento (Jn. 1:42; Mt. 16:17-18). Originalmente, él era Simón, y no Pedro. El nombre
Simón denota al hombre viejo, al hombre natural, que está saturado del ‘yo’. Cuando
Pedro vino al Señor Jesús, el Señor inmediatamente le dio un nombre nuevo. El Señor,
mirándole, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas” (Jn. 1:42). El
Señor Jesús nunca hace nada de modo superficial; el hecho de que hiciera este cambio
de nombre tenía una realidad subyacente. Así que, al cambiarle de nombre, el Señor
Jesús indicaba que lo convertiría en Pedro, en una piedra.
Si leemos los cuatro Evangelios y las epístolas de Pedro, tal vez nos resulte difícil creer
que Simón, un pescador galileo, pudiera ser el escritor que es. Para el tiempo en que
escribió sus epístolas, Pedro había cambiado, había sido transformado. Uno de los
himnos de nuestro himnario comienza con las palabras: “Vaso de barro hecho fui ...
Cristo es el tesoro en mí” (Himnos, #256). La última estrofa de este himno dice: “Debo
transformado ser”. Simón era un vaso de barro; Pedro, en cambio, era una persona
transformada. Él había sido regenerado y había llegado a ser una persona totalmente
nueva. Por lo tanto, en ninguna de sus dos epístolas percibimos su carne, ni su yo ni su
vida natural. En lugar de ello, vemos al nuevo hombre expresado en sus escritos. En los
escritos de Pedro, Cristo es expresado.
En 1:1 Pedro se refiere a sí mismo como apóstol de Jesucristo. Por Gálatas 2:8 sabemos
que Pedro fue un apóstol para los judíos.
LOS PEREGRINOS DE LA DISPERSIÓN, LOS ELEGIDOS
La primera epístola de Pedro está dirigida a “los peregrinos de la dispersión ... elegidos”.
Estos elegidos se hallaban peregrinando sobre la tierra, así como los hijos de Israel
peregrinaron en el desierto. Pese a que eran elegidos, habían sido dispersados y se
hallaban peregrinando.
La palabra “elegidos” hace alusión al gobierno de Dios. Ambas epístolas de Pedro (2 P.
3:1) tratan del gobierno de Dios. El gobierno de Dios es universal; mediante Su
gobierno, Él juzga a todas Sus criaturas a fin de obtener un universo limpio y puro (v.
13), en el cual puede expresarse a Sí mismo. En la era del Nuevo Testamento, este juicio
comienza por Su pueblo escogido, por Sus elegidos, por Su propia casa (1 P. 4:17), y
particularmente, por los peregrinos que Él ha escogido, quienes se encuentran dispersos
peregrinando entre las naciones, entre los gentiles, como Su testimonio. Es por ello que
en estos dos libros se recalca el hecho de que los creyentes han sido escogidos (2:9, 5:13;
2 P. 1:10). Como linaje escogido por Dios, es decir, como Su elección y Su posesión
personal, los peregrinos dispersos y escogidos deben ver que están bajo el juicio
gubernamental de Dios con un propósito positivo, sin importar la situación y el
ambiente en que estén. Así que, todo lo que les sobrevenga, ya sea persecución o
cualquier otro tipo de prueba y sufrimiento (1 P. 1:6; 5:9), simplemente deben
considerarlo parte de un juicio muy precioso: el juicio gubernamental de Dios. Esta
visión los perfeccionará, confirmará, fortalecerá y cimentará (5:10), a fin de que ellos
puedan crecer en la gracia (2 P. 3:18).
La palabra griega traducida “peregrinos” también puede traducirse “extranjeros”.
Hablando con propiedad, en este libro, este término se refiere a los creyentes judíos que
eran extranjeros y forasteros, y que estaban dispersos por el mundo gentil (2:11-12). Sin
embargo, el principio de ser peregrinos podría aplicarse a todos los creyentes, judíos y
gentiles, porque todos ellos son peregrinos celestiales que andan peregrinando como
forasteros en la tierra. Estos peregrinos son los elegidos de Dios, escogidos por Él de
entre el linaje humano, de entre todas las naciones (Ap. 5:9-10), según Su presciencia (1
P. 1:2).
El término “dispersión” era conocido por todos los judíos dispersos entre las naciones,
lo cual indica que esta epístola fue escrita a los creyentes judíos. Proviene de la palabra
griega que significa “dispersar” o “esparcir”, cuya raíz es el verbo sembrar. Esto implica
que los judíos dispersos fueron semillas sembradas entre los gentiles.
En el versículo 1 Pedro habla de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Estos lugares
eran provincias de Asia Menor, ubicadas entre el mar Negro y el Mediterráneo.
ELEGIDOS, SANTIFICADOS Y REDIMIDOS
En 1 Pedro 1:2 dice: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del
Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean
multiplicadas”. La frase “según la presciencia de Dios Padre” modifica la palabra
“elegidos”. Aquí se revela la economía divina mediante la operación que realiza la
Trinidad de la Deidad, a fin de que los creyentes participen del Dios Triuno. La elección
por parte de Dios Padre es el inicio; la santificación de Dios el Espíritu ejecuta la
elección de Dios el Padre; y la redención de Dios el Hijo, representada por la aspersión
de Su sangre, es el completamiento. Mediante estos pasos, los creyentes son escogidos,
santificados y redimidos para disfrutar al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—
en quien son bautizados (Mt. 28:19) y cuyas virtudes disfrutan (2 Co. 13:14).
En el versículo 2 no se encuentran las palabras “Trinidad” o “Dios Triuno”. No obstante,
es un hecho que aquí se está hablando de la Trinidad de la Deidad, puesto que dicho
versículo nos habla de la elección del Padre, de la santificación del Espíritu y de la
redención del Hijo. ¿Acaso no se refiere esto al Dios Triuno? ¿No alude esto a la
Trinidad de la Deidad que opera, actúa, en Sus escogidos? Claro que sí; aquí vemos la
operación que el Dios Triuno realiza en los elegidos para que ellos participen de Su
plena salvación.
En el versículo 2 Pedro habla de la presciencia de Dios Padre. Dios nos escogió desde
antes de la fundación del mundo, en la eternidad pasada (Ef. 1:4). Por consiguiente, Él
ejerció Su presciencia divina.
Aquí la santificación del Espíritu no se refiere a la santificación que el Espíritu efectúa
después de la justificación lograda por la obra redentora de Cristo, tal como se revela en
Romanos 6:19, 22 y 15:16; más bien, la santificación del Espíritu aquí mencionada, la
cual es el énfasis primordial de este capítulo donde se recalca la santidad (vs. 15-16), se
efectúa antes de que una persona obedece a Cristo y cree en Su obra redentora, es decir,
antes de que ella es justificada por la obra redentora de Cristo (1 Co. 6:11). Esto indica
que la obediencia de los creyentes, la cual conduce a la fe en Cristo, es producto de la
obra santificadora del Espíritu. La santificación del Espíritu, en estos dos aspectos, se
revela de un sentido más amplio en 2 Tesalonicenses 2:13, y da por resultado que los
elegidos de Dios obtengan plena salvación. De hecho, la plena salvación de Dios es
llevada a cabo en la esfera de la santificación del Espíritu.
En 1 Pedro 1:2 se usan tres diferentes preposiciones con respecto a los tres pasos que el
Dios Triuno da para que Sus elegidos participen de Su plena salvación: kata, que
significa “según”, denota el terreno o la base; en, que significa “en”, denota la esfera; y
eis, que significa “para”, denota el fin o resultado. La obediencia de la fe (Ro. 1:5; 16:26)
en la redención de Cristo por parte de los creyentes y la aplicación a ellos de la aspersión
de la sangre, son el resultado de la obra santificadora del Espíritu, la cual se basa en la
elección de Dios el Padre.
LA ASPERSIÓN DE LA SANGRE DE CRISTO
Este versículo nos habla también de la aspersión de la sangre de Jesucristo. En la
tipología, la aspersión de la sangre expiatoria introducía en el antiguo pacto a los que
eran rociados con ésta (Éx. 24:6-8). Del mismo modo, la aspersión de la sangre
redentora de Cristo introduce a los creyentes que son rociados en la bendición del nuevo
pacto, es decir, en el pleno disfrute del Dios Triuno (He. 9:13-14). Ésta es una señal
notable que separa a los que son rociados de los que son profanos y no tienen a Dios.
CRECER PARA SALVACIÓN
Pablo en ninguno de sus escritos nos da una visión tan clara de la plena salvación de
Dios como lo hace Pedro. En las epístolas de Pedro, la palabra “salvación” denota una
salvación completa. En 2:2 Pedro dice: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de
la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. Por una parte, ya
fuimos salvos; por otra, aún necesitamos crecer para salvación. Esto significa que hay
una salvación a la cual no hemos llegado todavía. En otras palabras, nos falta
experimentar cierta salvación, y puesto que aún no la hemos experimentado,
necesitamos crecer hasta alcanzarla. Necesitamos seguir creciendo hasta alcanzar la
plena salvación, hasta llegar a ella. Según 1:5, ésta es la salvación que está “preparada
para ser manifestada en el tiempo postrero”. El regreso del Señor Jesús nos traerá esta
salvación.
Pese a que ya fuimos salvos, seguimos sufriendo. ¿Por qué tenemos que sufrir si ya
hemos sido salvos? Es posible que los demás nos hagan sufrir, o que incluso nosotros
mismos seamos la causa de nuestros propios sufrimientos. Por ejemplo, ¿no sufre usted
después de que se enoja? Cada vez que se enoja, ¿acaso se pone contento? Algunos
incluso oran pidiendo que el Señor los salve de su mal genio. Probablemente hayan
dicho: “Oh Señor, sálvame de mi mal genio. No quiero volverme a enojar. Señor, Tú eres
Emanuel, Dios con nosotros. Tú también eres Jesús, quien libra a Su pueblo de sus
pecados. Confieso que es un pecado que yo me enoje. Señor, Tú eres mi Salvador. Tú
puedes librarme de este pecado”. Sin embargo, es probable que el Señor, en lugar de
salvarlo de su mal genio, permita que usted se enoje aun más. Por ejemplo, un hermano
puede haber estado orando en la mañana, y luego, mientras desayuna, es posible que su
esposa lo contraríe y lo critique. Al principio, él trata de suprimir su enojo. Tal vez le
pida al Señor que lo salve y lo guarde de enojarse. Sin embargo, su esposa continúa
provocándolo, hasta que finalmente él pierde la paciencia. Durante el día, este hermano
sufre por haberse enojado con su esposa. En la tarde, mientras viaja de regreso a casa,
tal vez el Señor Jesús le pida que se disculpe con su esposa, algo que él encuentra muy
difícil de hacer. Si él rehúsa hacerlo y le dice al Señor: “No voy a pedirle disculpas”, tal
vez el Señor Jesús le diga: “Si no lo haces, no me ocuparé más de tí”. Este ejemplo nos
muestra que incluso los que son salvos siguen sufriendo.
Por una parte, la vida cristiana es una vida de disfrute; por otro, creo que todos estamos
de acuerdo en que también es una vida de sufrimientos. ¿No experimenta usted
sufrimientos en su vida como cristiano? ¿Hay algún cristiano que pueda decir que no
experimenta ningún sufrimiento? A veces nosotros hemos testificado que, como
cristianos, tenemos una buena vida matrimonial y una vida familiar feliz. Sí, esto es
cierto, y es parte de nuestro testimonio. Hay momentos en que el esposo, la esposa y los
hijos alabarán al Señor con alegría. Pero también tenemos que reconocer que a veces
nuestra vida familiar no es así en absoluto, porque hay momentos en que el esposo y su
esposa discuten, y los hijos se muestran muy descontentos. Esto indica que necesitamos
al Salvador y que necesitamos crecer para salvación. El Señor no nos salva de nuestro
mal genio; más bien, lo que nos salva del enojo es el crecimiento que redunda en
salvación.
Como anteriormente dijimos, en 1:1 y 2 el Dios Triuno opera en Sus elegidos a fin de que
ellos participen de Su plena salvación. En estos versículos se revela la economía divina
mediante la operación que realizan los Tres de la Deidad para que los creyentes
participen del Dios Triuno. Esto debe quedar profundamente grabado en nosotros y es
preciso que asimilemos la realidad de estos términos.
GRACIA Y PAZ
El versículo 2 termina diciendo: “Gracia y paz os sean multiplicadas”. La gracia es Dios
como nuestro disfrute (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10), y la paz es una condición que resulta de la
gracia. La gracia multiplicada tiene que ver con la multiforme gracia (1 P. 4:10) y con la
así llamada “toda gracia” (5:10). Si bien los creyentes han recibido la gracia inicial, es
necesario que dicha gracia sea multiplicada en ellos para que puedan participar de toda
gracia.
DOS ASPECTOS DE LA SANTIFICACIÓN DEL ESPÍRITU
Con respecto a la santificación del Espíritu, hay dos aspectos. Es preciso que
conozcamos ambos aspectos y lo que ellos realizan. El primer aspecto de la santificación
tiene lugar antes de la justificación, hace que se cumpla la elección de Dios, Su selección,
y logra que los escogidos obedezcan y sean rociados con la sangre de Cristo para ser
justificados. Así, pues, este aspecto de la santificación del Espíritu ocurre antes de la
justificación y se logra mediante la obra redentora de Cristo. Luego, después de que
experimentamos la justificación, el Espíritu procede a santificarnos subjetivamente con
respecto a nuestra manera de ser. Así, pues, la secuencia que vemos es ésta: primero
Dios nos escoge, luego el Espíritu nos santifica, después somos justificados y, por
último, experimentamos la santificación subjetiva. Muy pocos cristianos han visto esto.
Incluso muchos maestros cristianos afirman que la elección de Dios viene primero,
luego la justificación, y después la santificación del Espíritu. Sin embargo, no tienen en
cuenta los dos aspectos de la santificación del Espíritu, ya que sólo hablan del segundo
aspecto, de la santificación subjetiva, la santificación de nuestro modo de ser. Hemos
señalado que la santificación subjetiva efectuada por el Espíritu se revela en Romanos 6
y 15. Sin embargo, antes de que podamos experimentar la santificación subjetiva del
Espíritu, es preciso que experimentemos el primer aspecto de la santificación del
Espíritu, que es la obra santificadora que tiene lugar antes de ser justificados por Dios.
En la eternidad pasada, Dios nos escogió conforme a Su presciencia. Él nos eligió y tomó
la decisión de cautivarnos. Luego, en la esfera del tiempo, el Espíritu vino a
santificarnos, a separarnos del mundo, para que obedeciéramos a la redención de Cristo.
Vino a separarnos a fin de que nosotros obedeciéramos y fuéramos rociados con la
sangre de Cristo. Una vez que obedecimos, fuimos rociados con la sangre. Es el Espíritu
santificador quien nos separa del mundo para que obedezcamos a la sangre de Cristo.
Primero nosotros nos arrepentimos y creemos, y luego, obedecemos a lo que Cristo hizo
en la cruz. Inmediatamente después, somos rociados con la sangre de Cristo. Ésta es la
obra santificadora que el Espíritu realiza después de que Dios nos elige, la cual ejecuta la
elección de Dios y nos conduce a la redención de Cristo.
Para ejemplificar este aspecto de la santificación del Espíritu, les contaré mi propia
experiencia. Yo nací en la religión cristiana, pero, claro está, no nací en Cristo. Cuando
era joven, por haber visto algunas cosas en el cristianismo con las que no estaba de
acuerdo, me volví bastante rebelde. Cada vez que comparaba las enseñanzas de Confucio
con lo que veía en el cristianismo, me decía a mí mismo que el cristianismo no era tan
bueno como las enseñanzas de Confucio. Me parecía que los discípulos de Confucio eran
muy superiores en su comportamiento y conducta a los misioneros, pastores y
predicadores. Sin embargo, un día, a la edad de diecinueve años, el Espíritu que
santifica me aprehendió. Una joven evangelista vino a nuestra ciudad, y yo, por
curiosidad, fui a escucharla. Mientras transcurría la reunión, el Espíritu me preguntó:
“¿Qué haces aquí? Te he estado persiguiendo por mucho tiempo y ahora ha llegado el
momento de pescarte”. El Señor realmente me cautivó en aquel momento. Me arrepentí
y comencé a obedecer a Cristo y a aceptar lo que Él había hecho. Sin lugar a dudas, al
mismo tiempo fui rociado con la sangre de Cristo y pude experimentar el primer aspecto
de la obra santificadora del Espíritu. Desde entonces, el Espíritu me ha seguido
santificando. Incluso hasta el día de hoy, continúa llevándose a cabo la obra
santificadora, que es el segundo aspecto de la santificación del Espíritu.
La obra santificadora del Espíritu empezó desde antes que Dios nos justificara, y
continúa llevándose a cabo después. Nosotros, antes de ser justificados, somos
separados para obedecer y ser rociados con la sangre de Cristo. Luego, después de ser
justificados, somos santificados subjetivamente, en nuestro modo de ser. En 1:2
encontramos el primer aspecto; en Romanos 6:19 y 22 tenemos el segundo; y en 2
Tesalonicenses 2:13 se encuentra la santificación todo-inclusiva del Espíritu. La meta de
esta santificación es que se lleve a cabo la plena salvación de Dios.
LA OBRA ENERGÉTICA DEL DIOS TRIUNO
Basándonos en 1 Pedro 1:1 y 2, podemos hablar de la operación, la obra energética del
Dios Triuno, puesto que aquí vemos la elección del Padre, la santificación del Espíritu y
la redención del Hijo. Estas tres acciones constituyen la operación del Dios Triuno.
La elección del Padre se llevó a cabo antes de la fundación del mundo. Esta elección fue
según la presciencia de Dios. Lo que dice Pedro en 1:2 concuerda con lo que dice Pablo
en Efesios 1 y Romanos 8, donde se nos dice que en la eternidad, antes de la fundación
del mundo, Dios nos escogió según Su presciencia. En esto consiste la elección de Dios.
Después de esto, el Espíritu viene para llevar a efecto la elección de Dios. La elección de
Dios tuvo lugar en la eternidad, antes de la fundación del mundo, mientras que la
santificación del Espíritu acontece en la esfera del tiempo. Nosotros nos encontrábamos
vagando sin rumbo alguno, y un día el Espíritu vino a nosotros para cumplir la elección
de Dios. Como resultado, nos arrepentimos, creímos y fuimos rociados con la sangre que
Cristo derramó en la cruz. Así, pues, tenemos el mover del Padre, del Espíritu y del Hijo.
Ésta es la operación que realiza la Trinidad de la Deidad en Su pueblo escogido, en Sus
elegidos, a fin de que ellos participen de Su plena salvación. Ésta es una manera de
expresar lo que se revela en 1:1 y 2.
DISFRUTAR AL DIOS TRIUNO
Otra manera de expresar este mismo asunto consiste en decir que la obra energética del
Dios Triuno tiene como fin llevarnos a disfrutar al Dios Triuno. Participar de la plena
salvación de Dios en realidad equivale a disfrutar al Dios Triuno. Cuando disfrutamos al
Dios Triuno, estamos en la gracia, pues la gracia es Dios mismo dado a nosotros para
que lo disfrutemos. La gracia no es otra cosa que nuestro disfrute del Dios Triuno. Según
el versículo 2, esta gracia no sólo debe ser algo que se nos añade, sino algo que sea
multiplicado en nosotros. Además, el disfrute que tenemos de la gracia redunda en paz.
Esto significa que la paz es el resultado del disfrute que tenemos del Dios Triuno como
gracia. En esto consiste participar de la plena salvación de Dios, y en esto también
consiste la economía divina de la Trinidad de la Deidad, la cual tiene como objetivo
llevarnos a participar del Dios Triuno.
No debemos pensar que los versículos 1 y 2, que constituyen la introducción a esta
epístola, son fáciles de entender. No debemos pensar que son meramente palabras
escritas por un pescador. Es cierto que Pedro era un pescador, pero era un pescador que
estaba constituido del Dios Triuno, quien había operado en él. Por tanto, Pedro conocía
bien la elección del Padre, la santificación del Espíritu y la redención del Hijo. Él sabía
que la aspersión de la sangre de Jesucristo conduce al pueblo elegido de Dios a disfrutar
plenamente al Dios Triuno como su salvación. Así que, estos escritos constituyen la
propia exhalación del Espíritu todo-inclusivo. Cada una de las palabras de estos
versículos son parte del aliento santo del Espíritu vivificante. El período que abarcan
estos versículos, el contenido de ellos y su temática, son maravillosos, y tenemos que
estudiarlos una y otra vez.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE TRES
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(1)
Lectura bíblica: 1 P. 1:3-4
En los escritos de Pedro a menudo encontramos palabras que tienen un significado muy
rico y muy amplio. Por ejemplo, consideremos la manera en que Pedro usa la palabra
“rociados” en 1:2. En este versículo Pedro habla de “ser rociados con la sangre de
Jesucristo”. Al escribir estas palabras, Pedro parecía decir: “Vosotros, creyentes judíos
de la dispersión, conocéis muy bien la sangre rociada de ovejas y machos cabríos que se
describe en el Antiguo Testamento. No obstante, debéis comprender que la aspersión de
la sangre de animales es un tipo de la aspersión de la sangre de Jesucristo. La antigua
aspersión, la aspersión de la sangre de animales, meramente hacía al pueblo de Dios
partícipe de la bendición del Antiguo Testamento. Pero la nueva aspersión, el ser
rociados con la sangre de Jesucristo, nos lleva a disfrutar plenamente el nuevo pacto de
Dios”. Con este ejemplo vemos que en las epístolas de Pedro una sola palabra puede
comunicarnos muchas cosas.
EL DIOS Y PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
En 1:3 Pedro añade: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según
Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. Debemos prestar atención al artículo
definido usado antes de la palabra “Dios”. En este versículo Pedro no simplemente habla
de Dios, sino de “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Los judíos incrédulos
conocían algo de Dios. El Dios de ellos era el Creador del universo. No obstante, ellos
rehusaban creer que su Dios fuera también el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Aquí
vemos una diferencia notable. Por supuesto, no sería acertado decir que el Dios en que
creen los judíos es diferente del Dios en que creen los cristianos. Pero sí cabe resaltar
que existe una gran diferencia entre la manera en que los judíos y los cristianos
conciben a Dios y le perciben. Según el concepto de los judíos, Dios es el Creador del
universo, pero no el Dios y Padre de Jesucristo. Sin embargo, para nosotros, Él es tanto
el Creador del universo como el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (Jn. 20:17). Es
por ello que en 1:3 Pedro usa el artículo definido antes de la palabra “Dios”.
En 1:3 Pedro declara que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, según Su grande
misericordia, nos ha regenerado para una esperanza viva. Aquí vemos una vez más que
Pedro usa un adjetivo: él no simplemente habla de la misericordia de Dios, sino de Su
grande misericordia. Aunque Pablo también habla de la misericordia de Dios, él no usa
el adjetivo “grande” para describirla.
REGENERADOS PARA UNA ESPERANZA VIVA
En 1:3 vemos que el Padre no sólo nos escogió, sino que también nos regeneró. En 1:1-3
vemos cuatro acciones que siguen una secuencia: escoger, santificar, redimir y
regenerar. En la eternidad pasada, Dios nos escogió, nos eligió. Luego, Su Espíritu vino
a nosotros para apartarnos. Después, fuimos rociados con la sangre de Jesucristo, la
aplicación de Su redención. En el momento en que fuimos rociados externamente por la
sangre, fuimos también regenerados interiormente por el Espíritu santificador. Por
consiguiente, es después de que Dios nos escogió, el Espíritu nos santificó y Cristo nos
redimió, que fuimos regenerados.
La regeneración, al igual que la redención y la justificación, es un aspecto de la plena
salvación de Dios. La redención y la justificación resuelven el problema que tenemos con
Dios y nos reconcilian con Él, mientras que la regeneración nos vivifica con la vida de
Dios, llevándonos a una relación de vida, una unión orgánica, con Dios. Por
consiguiente, la regeneración da por resultado una esperanza viva. Tal regeneración es
efectuada mediante la resurrección de Cristo de entre los muertos. Cuando Cristo
resucitó, nosotros, Sus creyentes, estábamos incluidos en Él. Por lo tanto, nosotros
también fuimos resucitados juntamente con Él (Ef. 2:6). En Su resurrección, Él nos
impartió la vida divina y nos hizo iguales a Él en vida y en naturaleza. Éste es el factor
básico de nuestra regeneración.
Ser regenerado equivale a recibir otra vida, la vida divina, además de la vida humana.
Todos nosotros recibimos la vida humana de nuestros padres. Pero gracias a la elección
de Dios, a la santificación del Espíritu y a la redención de Cristo, fuimos engendrados,
regenerados por Dios. Como resultado, experimentamos un segundo nacimiento.
Mediante la regeneración, Dios el Padre nos imparte la vida divina. Por consiguiente,
nuestro primer nacimiento fue el nacimiento de nuestra vida humana, y el segundo, el
nacimiento de la vida divina. Todos nosotros hemos nacido de la vida divina. Esto es lo
que significa ser regenerado.
En 1:3 Pedro nos dice que fuimos regenerados para una esperanza viva. La palabra
griega traducida “para” significa “hacia”, “hasta” o “con miras a”. Dios nos regeneró con
miras a una esperanza viva. La esperanza que tenemos hoy durante nuestro peregrinaje
es una esperanza para el futuro; no es una esperanza de cosas objetivas, sino una
esperanza de vida, la vida eterna, la cual incluye las innumerables bendiciones divinas.
Ésta es la esperanza que debemos poner completamente en la gracia venidera (1:13).
En el versículo 3 Pedro no nos habla simplemente de una esperanza, sino de una
esperanza viva. No es fácil explicar lo que es una esperanza viva. Algunos tal vez digan
que esto se refiere a una esperanza que está viva y no muerta. Sí, es correcto decir que la
esperanza que tenemos es una esperanza que está viva y no está muerta. No obstante, si
logramos interpretar esta expresión conforme a nuestra experiencia, nos daremos
cuenta de que implica mucho más que eso. Por experiencia sabemos que el Espíritu
vivificante un día entró en nosotros para vivificarnos. Anteriormente estábamos
muertos, y todo lo relacionado a nosotros, en particular, cualquier expectativa futura
que teníamos, estaba también muerta. Pero cuando el Espíritu vivificante nos vivificó, se
produjo en nosotros una esperanza viva, esto es, la esperanza de que todo lo relacionado
con nosotros será vivificado.
Inmediatamente después de que fuimos rociados con la sangre de Cristo, el Espíritu
vivificante entró en nosotros para vivificarnos. El verbo “vivificar” es la forma verbal de
la palabra “vida”. Anteriormente estábamos muertos y sin ninguna esperanza, pero
fuimos vivificados mediante el Espíritu vivificante para una esperanza viva. Ahora
tenemos la esperanza de que cada parte de nuestro ser será vivificada. Éste es el
significado de una esperanza viva. Tener una esperanza viva es ser vivificados.
La regeneración por parte de Dios el Padre redunda en la esperanza de que cada parte
de nuestro ser y todo lo referente a nosotros será vivificado, avivado. Todo lo
relacionado con una persona que no es salva está muerto. Pero en el caso de alguien que
ha sido regenerado por Dios con la vida divina, existe la esperanza de que todo será
vivificado.
En el Evangelio de Juan, el apóstol Juan nos habla de nacer de nuevo. Pablo no utiliza la
palabra “regenerado” ni la expresión “nacer de nuevo”; no obstante, en 1 Corintios 4 dice
algo que alude a la regeneración: les dice a los creyentes que él los engendró por medio
del evangelio. Esto está relacionado con la regeneración. Así que, Pedro es el único que
nos dice claramente cómo fuimos regenerados y cuál es el resultado de haber sido
regenerados. Nosotros fuimos regenerados para una esperanza viva por medio de la
palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre.
Fue por medio de la regeneración que Dios nos vivificó. En Adán, todos estamos
muertos. Cuando nacimos de nuestros padres, nacimos muertos. Además, todos los
incrédulos están muriendo con cada día que pasa. Todos ellos van camino a la tumba. Su
destino final es la tumba y la muerte. Por consiguiente, en Adán, todo hombre nace
muerto y nace para morir. Según la Biblia, el evangelio no es predicado meramente a
pecadores, sino a pecadores que están muertos en Adán. Por las palabras de Pedro en
1:3 sabemos que la resurrección de Cristo fue el instrumento o el medio por el cual Dios
nos regeneró. Fue mediante la resurrección de Cristo que Dios nos vivificó. En Adán
todos morimos, pero en Cristo todos fuimos vivificados.
¿Sabía que usted nació hace seis mil años, cuando Adán fue creado? Si Adán no hubiera
sido creado, usted no habría nacido. Debido a que nacimos en Adán, todos tenemos la
misma edad, es decir, somos personas de seis mil años de edad. Además, todos morimos
en Adán. Sin embargo, hace unos dos mil años, cuando Cristo resucitó, fuimos
vivificados o regenerados. Según el Nuevo Testamento, cuando Cristo resucitó, nosotros
fuimos resucitados juntamente con Él (Ef. 2:5-6). ¡Aleluya porque aunque nacimos en
Adán, renacimos juntamente con Cristo en Su resurrección!
Ahora, quisiera citar unas palabras de Dean Alford: “La resurrección de Cristo, la cual
nos trae la vida y el don del Espíritu vivificante, es lo que hace posible que el nuevo
nacimiento llegue a ser una esperanza viva”. Este concepto es muy profundo. La
resurrección de Cristo hace posible que nuestra regeneración llegue a ser una esperanza
viva. Cuando fuimos regenerados, el Cristo resucitado entró en nosotros. Él no sólo es
una persona viva, sino también una persona resucitada. Ahora Él es la vida que está en
nosotros, que hace posible el nuevo nacimiento y que cada aspecto de nuestro ser sea
vivificado. Por consiguiente, la regeneración da por resultado una esperanza viva.
PARA UNA HERENCIA
En 1 Pedro 1:4 leemos: “Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible,
reservada en los cielos para vosotros”. Al final del versículo 3 hay una coma, y no un
punto. Luego, el versículo 4 comienza con la palabra “para”. Esto indica que la frase
“para una herencia” del versículo 4, está en aposición a la frase “para una esperanza
viva” del versículo 3. Esto significa que la esperanza viva es la herencia, y que la herencia
es la esperanza viva. La esperanza viva, que proviene de la regeneración, es la esperanza
de una bendición venidera, mientras que la herencia denota el cumplimiento de nuestra
esperanza en la era venidera y en la eternidad.
La herencia del versículo 4 comprende la salvación venidera de nuestras almas (véase
los versículos 5 y 9), la gracia que recibiremos cuando el Señor sea manifestado (v. 13),
la gloria que ha de ser revelada (5:1), la corona inmarcesible de gloria (v. 4) y la gloria
eterna (v. 10). Todos estos aspectos de nuestra herencia eterna están relacionados con la
vida divina, la cual recibimos por medio de la regeneración y experimentamos y
disfrutamos en todo el transcurso de nuestra vida cristiana. “Esta herencia es la
posesión plena de lo que fue prometido a Abraham y a todos los creyentes (Gn. 12:3;
véase Gálatas 3:6 y los versículos subsiguientes), una herencia muy superior a la que
recibieron los hijos de Israel cuando tomaron posesión de Canaán; de hecho, es tan
superior como lo es la filiación de los regenerados —quienes por medio de la fe, ya han
recibido la promesa del Espíritu como las arras de su herencia— con respecto a la
filiación de Israel (compárese Gá. 3:18, 29; 1 Co. 6:9; Ef. 5:5; He. 9:15” [Wiesinger,
citado por Alford])
Ahora debemos plantearnos una importante pregunta: ¿Podemos disfrutar esta herencia
hoy o únicamente nos está reservada para el futuro? Cuando yo era joven, se me enseñó
que la herencia de este versículo se refería a la bendición eterna, a la bendición de la
eternidad, la cual disfrutaremos en el cielo. También se me enseñó que esta herencia no
la disfrutaremos hoy sino en el futuro, después de que muramos y vayamos a nuestra
“mansión celestial”. Muchos cristianos han recibido esta clase de enseñanza. Otros quizá
piensen que en 1:4 Pedro está hablando de una herencia perdurable, en contraste con la
herencia temporal de cosas físicas. Esta clase de entendimiento es absolutamente
natural, ya que carece de toda luz y revelación.
Aunque es cierto que este versículo habla de una herencia reservada en los cielos para
nosotros, en ningún momento dice que ésta sea para el futuro. Sin embargo, cuando
leemos este versículo, es posible que nuestra mente natural entienda que esto se está
refiriendo a un evento futuro, cuando en efecto no está diciendo nada acerca del futuro.
A menudo, cuando leemos la Biblia, le agregamos cosas; añadimos a la revelación de
Dios conforme a algún elemento de nuestra mentalidad natural. ¡Esto es algo muy serio!
No debemos pensar que la herencia mencionada en 1:4 es sólo para el futuro. Esta
herencia nos ha sido dada para que podamos disfrutarla hoy, mañana y por la eternidad.
Desde el día en que fuimos regenerados, esta herencia ha sido nuestra porción.
Una herencia es una posesión legítima y legal. No obstante, dicha herencia no es fruto
de nuestra propia energía, habilidad u esfuerzo, sino algo que otra persona nos da de
manera legítima. No es necesario trabajar para recibir una herencia; simplemente se
recibe. El día en que fuimos regenerados, se nos dio el derecho a participar de una
herencia. Esta herencia incluye todas las bendiciones relacionadas con la vida eterna.
Nuestro primer nacimiento nos otorgó una herencia. Cuando nacimos de nuestros
padres, recibimos como herencia lo que Dios creó. Puesto que la creación es la herencia
que hemos recibido por nacimiento, podemos disfrutar del aire, del sol y de la lluvia. El
dinero que pagamos por los alimentos en realidad sólo cubre lo que cuesta producirlos,
pero el alimento en sí nos es dado por Dios el Creador. Si no hubiese sol, lluvia ni aire,
¿quién podría producir el alimento? Así, pues, el alimento es un don de Dios. Por medio
de nuestro primer nacimiento, heredamos la tierra, el sol, el aire, la atmósfera, la lluvia y
el viento. Todos estos aspectos de nuestra herencia terrenal son necesarios para poder
mantenernos vivos. Sin tal herencia, ninguno de nosotros podría vivir.
Aplicando el mismo principio, por medio de nuestro segundo nacimiento, es decir, por
medio de la regeneración, hemos nacido para una nueva herencia. Esta herencia no se
encuentra en la tierra, sino que, más bien, está reservada en los cielos. No obstante,
aunque la nueva herencia está reservada para nosotros en los cielos, podemos
disfrutarla ahora en la tierra. Podemos dar como ejemplo la manera en que aplicamos la
electricidad. Aunque la electricidad está almacenada en la central eléctrica muy lejos de
aquí, podemos aplicarla y disfrutarla diariamente en nuestros hogares. La electricidad es
transmitida desde la central eléctrica a nuestros hogares para que disfrutemos de ella.
De igual manera, nuestra herencia celestial, divina y espiritual está reservada en los
cielos; no obstante, es transmitida continuamente a nuestro espíritu para nuestro
disfrute. ¿No disfruta usted de las riquezas de la vida divina?
Somos de aquellos que han renacido y, como tales, podemos experimentar diariamente
una transmisión divina. Cuando invocamos al Señor Jesús, podemos sentir que algo en
nuestro interior está conectando a los cielos. Antes de ser regenerados, jamás tuvimos
esta clase de sensación. Esta transmisión es la forma en que aplicamos y disfrutamos la
herencia que está reservada en los cielos para nosotros.
La intensidad de la corriente eléctrica se mide en amperios. Cuanto mayor sea el
amperaje, más intensa será la corriente. Podemos aplicar el mismo principio a nuestra
experiencia de la transmisión divina. Cuando yo fui salvo, el amperaje de la transmisión
que recibí fue muy bajo. Pero a través de los años, este amperaje celestial ha ido
incrementado, de manera que ahora, especialmente cuando ministro, el amperaje de la
transmisión es tan intenso que no soy capaz de medirlo.
Es crucial que veamos que la herencia mencionada en 1:4 está disponible para que
nosotros la disfrutemos hoy, y que no es solamente algo que disfrutaremos en el futuro.
Una vez que un hombre nace en la tierra, adquiere el derecho de disfrutar la herencia
terrenal. Conforme al mismo principio, una vez que una persona nace de Dios y recibe
Su Espíritu, esa persona nace para una esperanza viva, la cual a su vez es la herencia que
nos trae todas las bendiciones espirituales y celestiales relacionadas con la vida eterna.
Día a día debemos tomar posesión de esta herencia y disfrutarla. Esta herencia es legal,
propia y legítima, ya que Cristo murió para comprárnosla. Él pagó el precio de Su
preciosa sangre, y nosotros hemos sido rociados con ella. Por lo tanto, cada día podemos
disfrutar las riquezas de la vida divina. A diario podemos participar de esta herencia que
es nuestra hoy y por la eternidad.
En el versículo 4 Pedro usa tres palabras para describir nuestra herencia: incorruptible,
incontaminada e inmarcesible. “Incorruptible” alude a la sustancia, la cual es
indestructible y no se corrompe; “incontaminada” denota su pureza y el hecho de que
está exenta de toda mancha; “inmarcesible” se refiere a su belleza y gloria, como al
hecho de que no se marchita. En contraste con cualquier herencia terrenal, nuestra
herencia celestial es incorruptible, porque no es material. Todo lo que es material o
físico se corrompe; pero nuestra herencia, la cual está reservada en los cielos, es divina y
espiritual, y completamente incorruptible. Además, esta herencia no puede ser
contaminada; nada puede hacerla impura. Por último, es inmarcesible; su belleza y
gloria jamás se marchitan. Éstas son, pues, las excelentes cualidades de nuestra herencia
eterna, una herencia en vida.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE CUATRO
LA SANTIFICACIÓN DEL ESPÍRITU,
LA ASPERSIÓN DE LA SANGRE
Y LA ESPERANZA VIVA
Lectura bíblica: 1 P. 1:2-4
LA DOCTRINA ES CONFIRMADA POR LA EXPERIENCIA
En 1 Pedro 1:2 leemos: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del
Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Este versículo
contiene asuntos que son profundos tanto en doctrina como en experiencia. Uno de
estos asuntos es la santificación del Espíritu, y otro es la obediencia y la aspersión de la
sangre de Jesucristo [gr.]. En este versículo, [según el griego,] tanto la obediencia como
la aspersión modifican la frase “la sangre de Jesucristo”. De ahí que, la obediencia está
relacionada con la sangre y la aspersión también está relacionada con la sangre. No es
fácil entender cómo la obediencia pueda tener algo que ver con la sangre. Asimismo,
tampoco es fácil entender certeramente lo que significa la aspersión de la sangre.
Recientemente he invertido mucho tiempo estudiando de nuevo los escritos de Pedro.
En años pasados no me percaté del hecho de que Pedro, siendo un pescador galileo y un
evangelista, como lo indica el libro de Hechos, logró profundizar en la doctrina y en la
experiencia. Las epístolas de Pedro se componen de doctrinas que pueden ser
confirmadas por la experiencia. Los escritos de Pedro se centran mayormente en la
experiencia; no obstante, la experiencia se basa en las doctrinas.
Humanamente, Pedro no recibió una educación muy alta. Él era mucho menos instruido
que Pablo. Sin embargo, el vocabulario que él usó en sus escritos indica que era una
persona que demostraba gran profundidad tanto en el campo de la doctrina como en el
de la experiencia.
LA SANTIFICACIÓN DEL ESPÍRITU
Pablo en sus epístolas nos da a entender claramente que la santificación del Espíritu
posee dos aspectos. El primer aspecto es la santificación en cuanto a nuestra posición, y
el segundo es la santificación de nuestro modo de ser. No obstante, él no afirma que la
santificación del Espíritu respecto a nuestra posición y nuestro modo de ser, se lleva a
cabo en dos períodos, diciendo que el primer período tiene lugar antes de ser
justificados y regenerados, y el segundo período viene después de esto. Pedro, en
cambio, sí hace referencia a los dos períodos relacionados con la santificación del
Espíritu.
Según la comprensión que hoy tienen los cristianos acerca de la santificación del
Espíritu, primero Dios el Padre nos eligió, luego Cristo nos redimió y después el Espíritu
nos santifica con respecto a nuestra posición y a nuestra manera de ser. Éste fue el
entendimiento que tuve de la santificación por muchos años. Los mensajes que di
anteriormente acerca de la santificación, precisamente resaltaban que después de que el
Padre nos elige y el Hijo nos redime, el Espíritu viene para santificarnos. Sin embargo,
en 1:2 Pedro afirma que la santificación ocurre después de la elección del Padre y antes
de la redención de Cristo. Según este versículo, la santificación del Espíritu tiene como
fin que nosotros obedezcamos y seamos rociados con la sangre de Cristo. Sin lugar a
dudas, esto nos muestra que la santificación del Espíritu precede a la redención de
Cristo. Después de haber orado este versículo y haberlo estudiado, fui alumbrado y pude
entender que no solamente la redención de Cristo necesita ser aplicada a nosotros por el
Espíritu, sino también la elección del Padre. Sin la aplicación del Espíritu Santo, ¿cómo
podría la elección de Dios tener algo que ver con nosotros de manera práctica y
concreta? La elección de Dios llega a ser una realidad para nosotros únicamente
mediante la aplicación del Espíritu. Pedro se está refiriendo a esta aplicación cuando
habla de la santificación del Espíritu.
Dios nos eligió en la eternidad pasada. Pero, ¿cómo se aplica a nosotros esta elección?
Para ello necesitamos la aplicación del Espíritu. Todos podemos testificar de esto por
experiencia. Nosotros nos hallábamos vagando en la tierra, quizás igual que aquellos
que jamás piensan en Dios. Pero un día, el “viento” del Espíritu “sopló” sobre nosotros y
nos llevó a un lugar donde oímos la predicación del evangelio. Mientras escuchamos la
predicación del evangelio, nos fue infundida la fe, y, de esta manera, nos fue aplicada la
elección de Dios. Lo siguiente que nos fue aplicado fue la redención de Cristo. En este
sentido, la santificación del Espíritu precedió a nuestra experiencia de la redención de
Cristo.
En 2 Tesalonicenses 2:13 Pablo dice: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios
respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde
el principio para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad”. En lo
que se refiere al tema de la santificación, este versículo es todo-inclusivo. Pablo dice
aquí que la salvación de Dios se lleva a cabo en santificación del Espíritu. Esto quiere
decir que el papel que desempeñan el Padre y el Hijo en la salvación, están en la esfera
de la santificación del Espíritu. Por consiguiente, aparte de la santificación del Espíritu,
sería imposible aplicar lo que el Padre y el Hijo han hecho por nosotros. Lo que el Padre
y el Hijo han hecho por nosotros nos es aplicado por el Espíritu. Pablo llama a esta
aplicación: la santificación del Espíritu. La salvación del Dios Triuno, por tanto, se lleva
a cabo en la santificación del Espíritu.
LA ESPERANZA VIVA Y LA HERENCIA
En 1:3 y 4 Pedro dice además: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante
la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”. Por muchos años
quise entender las palabras “una esperanza viva”. Tampoco lograba entender cómo esta
esperanza viva pudiera ser la herencia, pues, según la gramática, la palabra “herencia”
del versículo 4 está en aposición a la expresión “la esperanza viva” del versículo 3. Esto
indica que la esperanza viva es la herencia y que la herencia es la esperanza viva.
Una esperanza viva es una esperanza de vida. En particular, es una esperanza de vida
eterna. La vida es lo que da origen a la esperanza. Por ejemplo, un niño tiene una vida
humana, y debido a esta vida, sus padres están llenos de esperanza de que él crecerá. En
el momento de nacer, pese a que el niño sólo pesa unas cuantas libras, su madre tiene la
esperanza de que él crecerá hasta ser un hombre maduro. Su esperanza es la esperanza
que se basa en la vida.
No podríamos tener la misma esperanza con respecto a algo que no tenga vida. Por
ejemplo, con relación a una silla, no podríamos tener ninguna esperanza. Nadie miraría
una silla y diría: “Esta silla es pequeña y fea, pero estoy lleno de esperanza de que un día
esta silla será más grande y más hermosa”. Esta clase de esperanza sería totalmente
vana. Sin embargo, no es vano que los padres tengan la esperanza de que su niño
crecerá. Con este ejemplo vemos que la esperanza depende de la vida. Así, pues, la
esperanza viva es una esperanza de vida.
Otro ejemplo que nos puede ayudar a entender lo que Pedro quiere decir cuando habla
de una esperanza viva, es decir, de una esperanza de vida, es el ejemplo de la semilla de
clavel. Si usted sembrara una semilla de clavel en su patio, la sembraría con esperanza.
Es decir, usted tendría la esperanza de que la semilla tarde o temprano brotaría, y que,
después de algún tiempo, ésta llegaría a ser una planta de clavel con sus brotes. Esto
ejemplifica lo que es la esperanza de vida.
Un muerto, en cambio, no tiene ninguna esperanza. No obstante, si se le pudiera
impartir vida a una persona que ha muerto, habría esperanza de que cada miembro de
su cuerpo físico sería vivificado. Este mismo principio se aplica a nuestra regeneración.
Antes de que fuésemos regenerados, estábamos muertos y sin esperanza. Pero la vida
eterna que fue sembrada dentro de nosotros está llena de esperanza, llena de esperanza
de vida.
La esperanza de vida es el disfrute que se tiene de la vida eterna. Este disfrute no está
solamente reservado para el futuro, puesto que hoy mismo podemos experimentar esta
vida. No obstante, cuando yo era joven, me enseñaron que la esperanza viva de 1:4 se
haría realidad únicamente en el futuro. Me enseñaron que algún día en el futuro, tendría
una mansión en el cielo. Me explicaron que ésta era la maravillosa esperanza que tienen
los creyentes. Aunque tal esperanza parece ser buena, tiene que ver con algo que se
encuentra muy lejano en el futuro, de lo cual no podemos participar hoy.
Desde que empecé a conocer la vida eterna, empecé también a disfrutar de la esperanza
viva. Disfrutar de esta esperanza viva equivale a disfrutar de la vida eterna. Esta vida
eterna es la que hace posible que experimentemos un cambio. Además, el disfrute que
tenemos de la vida eterna es el cumplimiento de la esperanza de vida. Por supuesto, el
pleno disfrute de la vida eterna lo tendremos en el futuro. No obstante, hoy podemos
disfrutar de un anticipo. Finalmente, en el futuro, nuestro disfrute será completo. En
cualquier caso, tanto el anticipo como el pleno disfrute de la vida eterna, son el
cumplimiento de la esperanza de esta vida. Por consiguiente, esta esperanza es de hecho
el disfrute que tenemos de la vida eterna.
Ahora debemos preguntarnos cómo esta esperanza viva puede ser también nuestra
herencia. Un niño cuando nace recibe la vida humana, y a partir de ese momento
empieza a disfrutar de muchas cosas. Todo aquello de lo cual disfrute, se cuenta como
herencia. Todo ser humano recibe por herencia muchas cosas relacionadas con la vida
humana. El nacimiento le da el derecho a tal herencia.
De joven me explicaron que la herencia descrita en 1:4 sólo la podríamos disfrutar en el
futuro. Me enseñaron que para experimentar esta herencia, tendríamos que esperar
hasta el regreso del Señor Jesús. Sin embargo, con el tiempo descubrí que la salvación
mencionada en 1:5, la plena salvación, estaba preparada para ser manifestada en el
tiempo postrero; en ningún momento se nos decía que teníamos que esperar hasta el
futuro para disfrutar de nuestra herencia. Pedro no nos dice que la herencia estará
reservada en los cielos hasta la manifestación del Señor Jesús; más bien, simplemente
nos dice que la herencia está reservada en los cielos para nosotros. Los cielos pueden ser
comparados a un banco, en el cual tenemos un depósito: la herencia. Hoy podemos
retirar fondos de este depósito celestial; no tenemos que esperar al futuro. En cualquier
momento podemos girar un “cheque” para retirar fondos de nuestra cuenta celestial.
La vida eterna es nuestro deleite y también nuestra herencia. Todas las riquezas del ser
de Dios están incluidas en Su vida. Estas riquezas se han convertido en nuestra
herencia, la cual está en el banco celestial. Por consiguiente, experimentar diariamente
la vida eterna equivale a experimentar y disfrutar la herencia que nos está reservada en
los cielos. Esto significa que la esperanza viva y la herencia son una misma cosa.
UNA DESCRIPCIÓN DEL DIOS TRIUNO
En 1:4 Pedro usa tres adjetivos para describir nuestra herencia. Él dice que esta herencia
es incorruptible, incontaminada e inmarcesible. Sin duda alguna, esta descripción alude
a la Trinidad. La palabra “incorruptible” se refiere a la naturaleza de esta herencia, lo
cual denota la naturaleza de Dios, representada por el oro; “incontaminada” describe la
condición de la herencia, lo cual tiene que ver con el Espíritu santificador; y la palabra
“inmarcesible” se refiere a la expresión de dicha herencia, es decir, esta herencia tiene
una gloria que no se desvanece. En el capítulo cinco Pedro nos habla de la corona
inmarcesible de gloria. La expresión perdurable, a la cual alude la palabra
“inmarcesible”, es el Hijo, quien es la expresión de la gloria del Padre. Por consiguiente,
estos versículos nos presentan la naturaleza incorruptible del Padre, el poder
santificador del Espíritu que conserva la herencia en una condición incontaminada y
hace que se mantenga santa, limpia y pura, y, por último, nos presentan al Hijo como la
expresión de la gloria inmarcesible. Así, pues, esta descripción de nuestra herencia es
también una descripción del Dios Triuno.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE CINCO
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(2)
Lectura bíblica: 1 P. 1:5-9
En este mensaje empezaremos estudiando 1 Pedro 1:5-9.
GUARDADOS POR EL PODER DE DIOS MEDIANTE LA FE
El versículo 5 dice: “Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la
salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. Si queremos
disfrutar de nuestra herencia celestial hoy, y participar de ella, es necesario ser
guardados. Esto significa que necesitamos ser guardados en la posición correcta. A veces
nos distraemos y alejamos de la posición que se requiere para disfrutar de la herencia
celestial. En el pasado todos hemos experimentado, al menos en cierta medida, que
cuando algo nos desvía del Señor, de inmediato perdemos el disfrute de la herencia de la
vida eterna. Es por ello que necesitamos ser guardados, ser protegidos.
Gracias al Señor, somos guardados por el poder de Dios mediante la fe. Es mediante el
poder de Dios que somos guardados. En segundo lugar, la fe es el medio por el cual el
poder de Dios se muestra eficaz en guardarnos. El poder de Dios tiene que ver con Dios,
y la fe, con nosotros. Esto indica que nosotros tenemos que cooperar con el poder de
Dios. Si cooperamos de esta manera, seremos guardados en la posición correcta para
disfrutar de nuestra herencia celestial.
Según el versículo 5, somos guardados, guarnecidos (un término militar), por el poder
de Dios mediante la fe para la salvación. La salvación es el resultado de ser guardados.
En este versículo se usan tres preposiciones con respecto a nuestra salvación venidera:
por, mediante y para. “Por” se refiere a la causa; “mediante”, al medio; y “para”, al
resultado.
EL CASTIGO DISPENSACIONAL
La salvación mencionada en el versículo 5 es la plena salvación, la salvación suprema.
Específicamente, no se refiere a ser salvos de la perdición eterna, sino a que nuestras
almas sean salvas del castigo dispensacional del juicio gubernamental del Señor. La
mayoría de los cristianos desconoce el castigo dispensacional del juicio gubernamental
de Dios. Tal parece que no tienen ninguna luz al respecto, ni ninguna comprensión de
ello. Aunque tal revelación se halla en la Biblia, la mayoría de los cristianos no tiene
ningún conocimiento de ello.
Si bien es cierto que somos salvos, debemos preguntarnos si estamos listos para
comparecer ante el tribunal de Cristo. Si el Señor Jesús regresara hoy, ¿estaría usted
listo para comparecer ante Su tribunal? ¿Podría presentarse ante Él y estar tranquilo?
Sin duda alguna, su conciencia le diría que en muchos aspectos usted aún no ha sido
salvo. En tal caso, el juicio ante el tribunal de Cristo le podría traer consecuencias
negativas. Yo espero que nos traiga a todos nosotros consecuencias positivas; sin
embargo, si nos trae consecuencias negativas, sufriremos cierta clase de castigo. Dicho
castigo no será la perdición eterna, sino, más bien, el castigo dispensacional del juicio
gubernamental de Dios.
LAS TRES ETAPAS DE LA PLENA SALVACIÓN DE DIOS
La etapa inicial
La plena salvación del Dios Triuno consta de tres etapas y abarca muchos aspectos. La
primera etapa, la etapa inicial, es la etapa de la regeneración. Esta etapa comprende la
redención, la santificación (en cuanto a nuestra posición—1:2; 1 Co. 6:11), la
justificación, la reconciliación y la regeneración. En esta etapa, Dios nos justificó por
medio de la obra redentora de Cristo (Ro. 3:24-26), y nos regeneró en nuestro espíritu
con Su vida y por Su Espíritu (Jn. 3:3-6). Como resultado, nosotros recibimos la
salvación eterna de Dios (He. 5:9) y Su vida eterna (Jn. 3:15), y llegamos a ser Sus hijos
(1:12-13), quienes no perecerán jamás (10:28-29). La salvación inicial nos ha librado de
ser condenados por Dios y de la perdición eterna (3:18, 16).
La etapa progresiva
La segunda etapa de la salvación, la etapa progresiva, es la etapa de la transformación.
Esta etapa comprende la liberación del pecado, la santificación (principalmente de
nuestro modo de ser—Ro. 6:19, 22), el crecimiento en vida, la transformación, la
edificación y la madurez. En esta etapa, Dios nos libera del dominio del pecado que
mora en nosotros —la ley del pecado y de la muerte— por la ley del Espíritu de vida,
mediante la obra subjetiva que realiza en nosotros el elemento eficaz de la muerte de
Cristo (Ro. 6:6-7; 7:16-20; 8:2); nos santifica mediante Su Espíritu Santo (Ro. 15:16) con
Su naturaleza santa, y por medio de la disciplina (He. 12:10) y juicio que ejerce sobre Su
propia casa (1 P. 4:17). Él nos hace crecer en Su vida (1 Co. 3:6-7) y nos transforma al
renovar las partes internas de nuestra alma, mediante el Espíritu vivificante (2 Co. 3:6,
17-18; Ro. 12:2; Ef. 4:23) y con la cooperación de todas las cosas (Ro. 8:28). Él nos
edifica para que seamos una casa espiritual, Su morada (1 P. 2:5; Ef. 2:22) y nos hace
madurar en Su vida (Ap. 14:15) a fin de dar término a Su plena salvación. De este modo
somos librados del poder del pecado, y del mundo, de la carne, del yo, del alma (la vida
natural) y del individualismo, y somos llevados a la madurez en la vida divina para que
el propósito eterno de Dios sea cumplido.
La etapa de culminación
La tercera etapa, la etapa de culminación, es la etapa de la consumación. Esta etapa
comprende la redención (la transfiguración) de nuestro cuerpo, el hecho de ser
conformados a la imagen del Señor, la glorificación, el hecho de heredar el reino de
Dios, la participación en el reinado de Cristo y el supremo disfrute que tendremos del
Señor. En esta etapa Dios redimirá nuestro cuerpo caído y corrupto (Ro. 8:23)
transfigurándolo al cuerpo de la gloria de Cristo (Fil. 3:21). Él nos conformará a la
gloriosa imagen de Su Hijo primogénito (Ro. 8:29), haciéndonos absolutamente iguales
a Él en nuestro espíritu regenerado, en nuestra alma transformada y en nuestro cuerpo
transfigurado. Nos glorificará (v. 30), sumergiéndonos en Su gloria (He. 2:10) para que
entremos en Su reino celestial (2 Ti. 4:18; 2 P. 1:11), al cual Él nos ha llamado (1 Ts.
2:12). Él hará que heredemos dicho reino como la porción más excelente de Su
bendición (Jac. 2:5; Gá. 5:21). Incluso hará que reinemos junto con Cristo, como reyes
que participan en Su reinado sobre las naciones (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6; 2:26-27; 12:5) y
son partícipes de Su gozo real en Su gobierno divino (Mt. 25:21, 23). De este modo,
nuestro cuerpo será liberado de la esclavitud de corrupción de la antigua creación y
experimentará la libertad de la gloria de la nueva creación (Ro. 8:21). Asimismo, nuestra
alma será liberada de la esfera de las pruebas y los sufrimientos (1 P. 1:6; 4:12; 3:14; 5:9)
y entrará en una nueva esfera llena de gloria (4:13; 5:10), en la cual participará y
disfrutará de todo lo que el Dios Triuno es, tiene y ha realizado, logrado y obtenido. Ésta
es la salvación de nuestras almas, la salvación que está preparada para ser manifestada a
nosotros en el tiempo postrero, la gracia que se nos traerá cuando Cristo sea
manifestado en gloria (1:13; Mt. 16:27; 25:31). Éste es el fin de nuestra fe. El poder de
Dios puede guardarnos para esto, a fin de que podamos obtenerlo (1 P. 1:9). Debemos
esperar con anhelo esta salvación tan maravillosa (Ro. 8:23) y prepararnos para su
espléndida manifestación (v. 19).
DOS ASPECTOS DE LA SANTIFICACIÓN DEL ESPÍRITU
Ahora quisiera compartir un poco más acerca de la santificación del Espíritu. La
santificación del Espíritu consta de dos aspectos: el primero, la santificación del Espíritu
antes de nuestra justificación, y el segundo, la santificación del Espíritu después de
nuestra justificación. El segundo aspecto de la santificación del Espíritu tiene a su vez
dos aspectos: uno tiene que ver con nuestra posición, y el otro, con nuestro modo de ser.
Después de que Dios nos justifica y nos regenera, inmediatamente el Espíritu
santificador empieza Su obra de apartarnos, la cual se lleva a cabo fuera y dentro de
nosotros. En primer lugar, el Espíritu santificador nos cambia de posición al separarnos
de las cosas que son comunes y mundanas. Esta santificación, la cual tiene que ver con
nuestra posición, es objetiva. Al mismo tiempo, el Espíritu santificador empieza también
a santificarnos con respecto a nuestra forma de ser. Esto significa que el Espíritu nos
santifica en cuanto a lo que somos por naturaleza. Éste es el aspecto subjetivo de la obra
santificadora del Espíritu Santo. Así, pues, cuando hablamos de la obra de
transformación nos estamos refiriendo al aspecto subjetivo de la santificación. El
aspecto subjetivo de la santificación incluye la transformación de nuestro modo de ser y
de nuestras partes internas. Por consiguiente, la transformación de nuestro modo de ser
es la santificación de nuestro modo de ser, la cual lleva a cabo el Espíritu.
Espero que ahora todos entendamos claramente los dos aspectos de la santificación. El
primer aspecto ocurre antes de nuestra justificación, mientras que el segundo ocurre
después de que somos justificados, y consta a su vez de dos aspectos. Después de que
somos justificados y regenerados, el Espíritu viene a santificarnos con respecto a
nuestra posición y también con respecto a nuestro modo de ser.
EXULTAR EN EL TIEMPO POSTRERO
En 1:5 Pedro dice que somos guardados por el poder de Dios mediante la fe para
salvación, y que esta salvación está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero. El tiempo postrero se refiere al tiempo de la venida del Señor (1:7). Este
tiempo no denota un día o una hora específicos, sino que, más bien, representa un
período. Al final de este período particular, el Señor Jesús regresará.
La plena salvación de Dios será revelada, es decir, vendrá a nosotros, con la venida del
Señor. Ése será el tiempo en que experimentaremos la plena salvación de una manera
completa. Aun desde ya, esta salvación está preparada para ser manifestada.
En 1:6 Pedro añade: “En el cual vosotros exultáis, aunque ahora por un poco de tiempo,
si es necesario, seáis afligidos en diversas pruebas”. El pronombre relativo “el cual” se
refiere aquí al “tiempo postrero” del versículo anterior. Esto significa que nosotros
exultamos en el tiempo postrero. Cada vez que pensemos en el tiempo postrero,
debemos exultar, es decir, debemos sentirnos llenos de gozo y regocijarnos
sobremanera.
AFLIGIDOS EN DIVERSAS PRUEBAS
En el versículo 6 Pedro no sólo habla de exultar en el tiempo postrero, sino que también
nos dice que somos afligidos en diversas pruebas. Estas pruebas son sufrimientos que
examinan la calidad de alguien o algo al ponerle a prueba.
El propósito del libro de 1 Pedro es confirmar y fortalecer a los creyentes que sufren, los
cuales han sido escogidos por Dios, santificados por el Espíritu al ser separados del
mundo y apartados para Dios, rociados con la sangre redentora de Cristo y regenerados
por Dios el Padre para una esperanza viva, para una herencia reservada en los cielos
para ellos (1:1-4), pero quienes todavía son peregrinos en esta tierra (v. 1; 17:2-11).
Mientras ellos peregrinan, los sufrimientos son inevitables. Dios los usa a fin de someter
a prueba la fe de ellos (1:7) para ver si están dispuestos a seguir a Cristo al sufrir por
hacer lo bueno (2:19-23; 3:14-18). Los sufrimientos cumplen el propósito de equiparlos
con una mente que resista la carne, de modo que ellos no vivan en las concupiscencias
de los hombres, sino en la voluntad de Dios (4:1-2). Esto tiene como finalidad que ellos
participen de los sufrimientos de Cristo y se regocijen cuando Su gloria sea manifestada
(vs. 12-19), que sean testigos de los padecimientos de Cristo (5:1), y por último, que sean
perfeccionados, confirmados, fortalecidos y cimentados con miras a la gloria eterna a la
cual Dios los ha llamado (vs. 8-10). Dios dispone esto en conformidad con Su gobierno,
para juzgar a Su pueblo escogido (1:17), esto es, para comenzar Su juicio por Su propia
casa (4:17). Por consiguiente, este libro también puede ser considerado un libro que
trata del gobierno de Dios.
En el versículo 6 Pedro inserta la frase “si es necesario”. La intención de Pedro al decir
esto era dar unas palabras de consuelo a los santos que estaban sufriendo. A veces
necesitamos cierta prueba, una prueba que nos causa aflicción. Cuando somos afligidos
por alguna prueba, debemos darnos cuenta de que esa prueba es necesaria. No obstante,
dicha prueba sólo dura “un poco de tiempo”. Entre tanto, el “tiempo postrero” se acerca.
En aquel tiempo nos será manifestada la salvación de Dios. Por consiguiente, debemos
exultar en el tiempo postrero.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE SEIS
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(3)
Lectura bíblica: 1 P. 1:5-9
En el mensaje anterior estudiamos 1 Pedro 1:5 y 6. En el versículo 5 vimos que somos
guardados por el poder de Dios mediante la fe, para salvación, y que esta salvación está
preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. El poder de Dios es lo que hace
que seamos guardados, y la fe es el medio por el cual el poder de Dios se muestra eficaz
en guardarnos. Vimos también que la salvación mencionada en este versículo denota la
plena salvación del Dios Triuno, la cual se lleva a cabo en tres etapas: la etapa inicial,
que es la etapa de la regeneración; la etapa progresiva, que es la etapa de la
transformación; y la etapa culminante, la cual es la etapa de la consumación. Esta
salvación está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero, en el tiempo de la
venida del Señor. Según el versículo 6, Pedro nos dice que debemos exultar en este
tiempo postrero, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, seamos afligidos
en diversas pruebas.
LA PRUEBA DE NUESTRA FE
En el versículo 7 Pedro añade: “Para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa
que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. En este versículo Pedro da la razón
por la cual somos sometidos a pruebas. Somos sometidos a pruebas porque nuestra fe
necesita ser examinada, probada.
La palabra griega traducida “prueba” significa someter algo a prueba con la expectativa
de que sea aprobado. Es la prueba de la fe, y no la fe misma, la que debe ser hallada en
alabanza. Esto es semejante a un examen que tiene que presentar un alumno en su
escuela. Estrictamente hablando, lo que al final es aprobado no es la preparación del
alumno en sí, sino el examen que él ha presentado. Por supuesto, es la fe excelente la
que sale aprobada. No obstante, el énfasis aquí no es la fe en sí, sino la prueba de la fe
por medio de las aflicciones.
Un buen alumno hasta se sentirá agradecido de ser evaluado. El examen demostrará lo
bien que ha estudiado y el conocimiento que ha adquirido acerca de determinado tema.
Si no se hicieran exámenes, no habría forma de probar si un estudiante es sobresaliente.
Así que, un alumno que estudia diligentemente incluso estará deseoso de que le
examinen porque esto permitirá que tanto él mismo como los demás, puedan
comprobar que él es un excelente estudiante. Este ejemplo nos muestra lo que Pedro
quiere decir cuando habla de la prueba de nuestra fe.
En el versículo 7 Pedro dice que la prueba de nuestra fe es “mucho más preciosa que el
oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego”. Las palabras “mucho más preciosa
que el oro ... con fuego”, nuevamente, no modifican la fe, sino a la prueba de nuestra fe.
Esto significa que la prueba de nuestra fe es mucho más preciosa que la prueba del oro.
Por consiguiente, aquí no se está comparando la fe con el oro. Si bien son muchos los
cristianos que entienden el versículo 7 de esta manera, dicha comprensión es
equivocada. Lo que aquí se está comparando es la prueba de nuestra fe con la prueba del
oro. Tal como el oro es probado con fuego purificador, de la misma manera, nuestra fe
es probada por medio de las aflicciones. Esta prueba es ciertamente mucho más preciosa
que la prueba del oro.
En el versículo 7 Pedro usa el adjetivo “preciosa”. Pedro nos presenta en sus dos
epístolas cinco cosas que son preciosas: la piedra preciosa, la cual es el Señor mismo (1
P. 2:4, 6-7); la sangre preciosa (1:19); las promesas preciosas (2 P. 1:4); la fe preciosa (2
P. 1:1); y la prueba preciosa (1 P. 1:7).
LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO
En el versículo 7 Pedro expresa el deseo de que la prueba de nuestra fe “sea hallada en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Las “diversas pruebas”
mencionadas en el versículo 6 tienen como fin que la prueba de nuestra fe sea hallada en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado el Señor.
Es muy significativo el hecho de que Pedro haya usado la palabra “manifestado” en el
versículo 7. Esto indica que aunque Cristo está con nosotros hoy, Él está como detrás de
un velo. Por lo tanto, el tiempo de Su venida será el tiempo en que Él sera revelado.
Algunos piensan equivocadamente que el Señor Jesús no está aquí hoy. Pero el Señor
ciertamente está aquí, pues Mateo 28:20 dice: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los
días, hasta la consumación del siglo”. Si bien el Señor está con nosotros, Él está como
detrás de un velo. No obstante, a veces en nuestra experiencia con el Señor, no estamos
con Él detrás del velo. En otras ocasiones, en cambio, sí estamos con Él detrás del velo.
¿Está usted detrás del velo con el Señor, o está usted fuera del velo?
¿Sabe usted qué significa el regreso del Señor? El regreso del Señor es el tiempo en que
Él será manifestado [o revelado]. Cuando Él se manifieste, nosotros, quienes estamos
detrás del velo junto con Él, seremos también manifestados.
Hoy el Señor Jesús de hecho está presente con nosotros. ¿No cree usted que el Señor
está con nosotros? Yo puedo testificar que el Señor está en mi espíritu. Pero según el
concepto de los incrédulos, Cristo no está con nosotros. Incluso ciertos creyentes
fundamentalistas que hacen hincapié en el aspecto objetivo de la verdad, dicen que
Cristo está lejos de nosotros, en el tercer cielo, en el trono, a la diestra de Dios. Es
posible que algunos de estos cristianos no crean que Cristo está en nosotros. Sin
embargo, nosotros sabemos que el Señor a quien amamos no está únicamente en los
cielos, sino que también mora en nosotros.
Debido a que el Señor hoy está encubierto, la gente no le puede ver. Pero Su venida será
Su manifestación [o revelación]. En el versículo 7 Pedro señala específicamente que el
regreso del Señor correrá el velo que ahora lo cubre. Entonces, todos le verán. Sin
embargo, antes de que llegue ese momento, podemos verle en espíritu.
En Juan 14:19 y 20 el Señor Jesús habla de ser visto por Sus discípulos: “Todavía un
poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros
también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi padre, y vosotros
en Mí, y Yo en vosotros”. Según Juan 14:19, las personas del mundo no pueden ver al
Señor Jesús, pero los creyentes sí le ven. En Juan 14:20 el Señor Jesús indica que Él y
nosotros vivimos juntos. ¿Cómo podríamos vivir con el Señor sin verle? Aun más, lo que
se nos describe en Juan 14:20 no es simplemente el hecho de que vivamos juntamente
con el Señor, sino de que vivamos en coinherencia que Él, es decir, de que llevemos una
vida en la que Él vive en nosotros y nosotros vivimos en Él. Debido a que llevamos tal
vida, Él ya se nos ha manifestado.
Cuando el velo se quite del Señor Jesús y así también de nosotros, nuestros opositores se
asombrarán. Hoy algunos se oponen a nosotros y nos levantan falsos testimonios. En
algunos casos, a los jóvenes se les oponen incluso sus padres. Pero aunque se oponen a
sus hijos, es posible que al mismo tiempo se maravillen de ellos. Probablemente digan:
“Algunas veces ustedes hacen cosas que son maravillosas. No logramos entenderlos.
¿Cómo pueden hacer tales cosas?”. Aunque tal vez algunos padres no comprendan a sus
hijos ahora, los comprenderán cuando sea corrido el velo que está sobre el Señor Jesús y
nosotros. Entonces conocerán al Señor y también nos conocerán a nosotros. Cuando el
Señor Jesús sea manifestado, la gente del mundo le verá, y también nos verá a nosotros
con Él. Entonces conocerán a Cristo, y también nos conocerán a nosotros.
Los incrédulos y la gente del mundo a veces nos consideran personas extrañas y
peculiares. Según su concepto, no somos personas normales. Ellos disfrutan diferentes
tipos de entretenimiento mundano, mientras que nosotros no participamos de esas
cosas. Por ejemplo, es posible que alguien en el trabajo lo incite a participar en cierta
diversión mundana. Si rehúsa hacerlo, es posible que le diga que usted es raro o
anormal. Sin embargo, los incrédulos verán las cosas de forma diferente cuando el Señor
Jesús se manifieste. Cuando este velo sea quitado, como también el velo que nos cubre,
la gente mundana dirá: “Ahora me doy cuenta de que esa persona era un seguidor de
Jesús. Cuando trabajábamos juntos, él era alguien que amaba al Señor y le buscaba. Es
por eso que me parecía que él era una persona tan extraña y tan anormal”. Esto es lo que
sucederá si amamos al Señor y le seguimos hoy. Sin embargo, si no amamos al Señor, ni
le seguimos ni buscamos, lo que suceda será muy diferente cuando Él se manifieste.
ALABANZA, GLORIA Y HONRA
Si la prueba de nuestra fe obtiene un resultado positivo, habrá alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo. ¿Cuál es la diferencia entre alabanza, gloria y honra?
Es característico de Pedro que en lugar de decir solamente “alabanza”, añada las
palabras gloria y honra.
A fin de entender la diferencia que hay entre alabanza, gloria y honra, usemos como
ejemplo lo que sucede cuando un estudiante se gradúa. Supongamos que un estudiante
saca las mejores notas en los exámenes finales. El resultado de esta aprobación
primeramente será alabanza, pues el alumno ciertamente será alabado por sus logros.
Asimismo, esta alabanza le traerá gloria durante la ceremonia de graduación, cuando
hagan mención de él como el alumno más sobresaliente de su clase. Esto sin duda será
una gloria para él, y esta gloria le traerá honra. Por consiguiente, primero viene la
alabanza, después la gloria, y finalmente, la honra.
La gloria se refiere a cierta condición, mientras que la honra nos confiere cierta
posición. Durante la ceremonia de graduación, el alumno que más se ha destacado en su
clase se encuentra en una condición de gloria, y también en una posición de honra.
Si a través de las diversas pruebas, la prueba de nuestra fe obtiene un resultado positivo,
habrá alabanza, gloria y honra cuando regrese el Señor Jesús. Primero, el Señor Jesús
nos dirá que hemos hecho bien. Después de esta alabanza, habrá una condición de
gloria, y junto con ello, una posición de honra.
Antes de proseguir al versículo 8, quisiera hacer notar que los versículos del 3 al 12 son,
de hecho, una sola oración. En sus escritos, a Pedro no le preocupaba usar un buen
lenguaje, una buena gramática ni un buen estilo; antes bien, el estilo de sus escritos
revela que lo que a él más le interesaba era presentar la revelación divina y experiencias
espirituales genuinas. Aunque tal vez algunos maestros no tengan en alta estima los
escritos de Pedro, él no obstante expresó en esos versículos lo que quería decir.
GOZO COLMADO DE GLORIA
Pedro, refiriéndose al Señor Jesús, dice en el versículo 8: “A quien amáis sin haberle
visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y
colmado de gloria”. Es una maravilla y un misterio el que los creyentes amen a alguien a
quien no han visto. La frase “en quien” modifica a “creyendo”. Nosotros amamos a quien
no hemos visto gracias a la propia fe que nos fue infundida al oír la palabra viva (Gá.
3:2). Por eso, esta fe está pasando por la prueba mencionada en el versículo 7.
Según el versículo 8, los creyentes se alegran “con gozo inefable y colmado de gloria”.
Un gozo colmado de gloria es un gozo inmerso en gloria, y por ende, está lleno de gloria,
es decir, lleno de la expresión del Señor.
La versión King James, al traducir este versículo, deja abierta la posibilidad de que la
frase “colmado de gloria” sea una referencia a los creyentes. Incluso, tenemos un himno
que dice: “Es un gozo inefable y tan glorioso”. Sin embargo, Pedro no quiere decir que
nosotros estamos llenos de gloria; en vez de ello, él habla de un gozo glorificado.
Nosotros nos alegramos con un gozo que ha sido sumergido en la gloria. Este gozo ha
sido sumergido en el Señor mismo como gloria; por ende, es un gozo que está lleno de la
expresión del Señor.
LA SALVACIÓN DE NUESTRAS ALMAS
El versículo 9 añade: “Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras
almas”. Este versículo da continuación a la idea iniciada en el versículo 7. La prueba de
nuestra fe, que ha de ser hallada en alabanza, gloria y honra, da por resultado que
obtengamos “el fin de nuestra fe”, que es la salvación de nuestras almas.
La salvación del versículo 9 es la plena salvación, la salvación que se lleva a cabo en tres
etapas, a saber: la etapa inicial, la etapa progresiva y la etapa de culminación. Nuestro
ser se compone de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. Nuestro espíritu fue salvo por
medio de la regeneración (Jn. 3:5-6); nuestro cuerpo será salvo, redimido, por medio de
la transfiguración venidera (Ro. 8:23; Fil. 3:21); y nuestra alma será salva mediante los
sufrimientos y hecha partícipe del pleno disfrute del Señor en Su manifestación, Su
regreso. Por esta causa, en esta era tenemos que negarnos a nuestra alma, o sea, a
nuestra vida anímica con todos sus placeres, para poder ganarla al disfrutar del Señor en
la era venidera (Mt. 10:37-39; 16:24-27; Lc. 17:30-33; Jn. 12:25). Cuando el Señor se
manifieste, algunos creyentes, después que hayan comparecido ante Su tribunal,
entrarán en el gozo del Señor (Mt. 25:21, 23; 24:45-46), y otros sufrirán el llanto y el
crujir de dientes (25:30; 24:51). Entrar en el gozo del Señor equivale a la salvación de
nuestra alma (He. 10:39). Esta salvación es más preciosa que la salvación del cuerpo, la
cual esperan recibir los hijos de Israel.
La plena salvación del Dios Triuno incluye la regeneración efectuada por el Padre, la
santificación o aplicación del Espíritu y la redención de Cristo. La plena salvación se
revela en 1:3-23. En dichos versículos se revela la plena salvación que Dios efectúa en
tres aspectos, los cuales corresponden a los tres de la Trinidad. La regeneración
efectuada por el Padre introduce algo en nosotros, y también nos introduce a nosotros
en algo. ¿Sabe usted qué introduce en nosotros dicha regeneración y en qué nos
introduce? La regeneración efectuada por el Padre introduce en nosotros la vida eterna,
y nos introduce a nosotros en la esperanza, en la herencia de la vida eterna. Por
consiguiente, la vida eterna ha sido introducida en nosotros, y nosotros hemos sido
introducidos en la esperanza, la herencia, de la vida eterna. Ahora tenemos vida eterna,
y también disfrutamos de la herencia, que es esta misma vida. En esto consiste la
regeneración del Padre y el resultado o fruto de dicha regeneración. El resultado de
dicha regeneración es que ésta introduce en nosotros la vida eterna, y nos lleva a
disfrutar plenamente a Dios como nuestro suministro de vida. Este suministro de vida
es la esperanza viva y también la herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible.
Esta maravillosa herencia nos está reservada en los cielos para que podamos disfrutarla
y participar de ella continuamente, día tras día y a cada hora.
Quisiera expresar ahora, a modo de paréntesis, mi aprecio por los escritos de Pedro.
Aunque el Evangelio de Juan es maravilloso, en ciertos aspectos no tiene comparación
con los escritos de Pedro. Asimismo, si bien es cierto que las epístolas de Pablo son
maravillosas, es posible que el excelente lenguaje de sus escritos, deje encubierto, al
menos en cierta medida, los asuntos espirituales tratados en ellos. Como hemos
señalado, las epístolas de Pedro, son pocas en comparación con las de Pablo, pero
abarcan el mismo período de tiempo y contienen la misma variedad de temas.
Las epístolas de Pedro contienen algunos “diamantes” extraordinarios que no se
encuentran en las epístolas de Pablo. Por ejemplo, Pablo no nos dice que la regeneración
efectuada por el Padre nos ha introducido en una esperanza viva, ni que esta esperanza
viva es la herencia celestial que podemos disfrutar hoy y por la eternidad. Ya que las
epístolas de Pedro contienen tesoros que no se hallan en otros libros del Nuevo
Testamento, ciertamente necesitamos profundizar en ellas y estudiarlas con mucho
detenimiento.
DISFRUTAR DE UNA ESPERANZA VIVA
En 1:1 y 2 vemos la operación que realiza el Dios Triuno: la elección de Dios el Padre, la
santificación del Espíritu y la aspersión de la sangre de Jesucristo. Luego, en la parte
restante del primer capítulo, vemos la plena salvación que el Dios Triuno nos ha
provisto. Esta plena salvación se compone de la regeneración efectuada por el Padre, la
aplicación realizada por el Espíritu y la obra redentora del Hijo. La regeneración del
Padre ha introducido en nosotros la vida eterna del Padre y nos ha hecho aptos para
disfrutar de esta vida eterna. Ahora este disfrute es una esperanza viva para nosotros
hoy.
Al escuchar que podemos disfrutar de la esperanza viva hoy, es posible que algunos
argumenten, diciendo: “¿Cómo puede usted afirmar que la esperanza viva es algo que
está presente hoy? Algo que ya se tiene jamás podría considerarse una esperanza.
Romanos 8 nos provee una definición de la palabra ‘esperanza’; nos dice que la palabra
‘esperanza’ se refiere a las cosas que no hemos visto”. Aquellos que argumentan de esta
manera deben comprender que la esperanza viva, la herencia, es nuestra hoy, mañana y
por la eternidad. Además del disfrute que tenemos hoy, tenemos esperanza. Esto indica
que el disfrute que tenemos de la vida divina es una esperanza. Por ejemplo, es posible
que en las primeras horas del día usted tenga algún fracaso en su vida cristiana. No
obstante, a pesar de ese fracaso, todavía tiene esperanza. Tal vez se diga a sí mismo:
“Aunque sé que soy muy débil, todavía tengo esperanza. Puede ser que lo que ahora
experimento sea deplorable, pero tengo esperanza, pues es probable que después
durante el día mi situación cambie y sea mejor”. ¿No tiene usted tal esperanza en su
interior? Todos tenemos esta esperanza viva. Día tras día llevamos una vida de
esperanza, una esperanza viva.
La razón por la cual llevamos una vida de esperanza es que tenemos una herencia
celestial. Esta esperanza, esta herencia, es el resultado de la regeneración efectuada por
el Padre. En los versículos del 3 al 9 vemos varios aspectos que se incluyen en la
herencia de la vida eterna. El disfrute y la experiencia que tenemos de la vida eterna se
deben al hecho de que el Padre nos regeneró.
Para describir lo que Pedro quiere decir cuando habla de una esperanza viva, les contaré
una experiencia que tuve hace poco con una úlcera estomacal. Cuando descubrí que
tenía un problema, me hospitalizaron para hacerme exámenes y algunas pruebas.
Después de los exámenes y las pruebas, comencé a tener una esperanza viva cada día.
Comprendí que mi cuerpo tenía una vida capaz de sanar mi úlcera. Esta vida hizo que
pudiera tener una esperanza viva. Con el tiempo, fui completamente sanado y recobré la
salud. Me recuperé conforme a la esperanza viva que tenía.
Así, pues, la esperanza viva se basa en la vida. Si no hubiera vida en nuestro cuerpo, no
podríamos tener la esperanza de ser sanados de ninguna lesión o enfermedad. Pero,
debido a que nuestro cuerpo tiene vida, tenemos la esperanza de que éste será sanado de
lesiones y enfermedades. Uno no tendría ninguna esperanza en algo que no tiene vida.
Por ejemplo, si una silla de madera estuviera rota, no habría ninguna esperanza de que
ésta se reparara sola. Si nadie la reparara, la silla permanecería rota y no habría ninguna
esperanza de que se arreglara. No obstante, cuando estuve en el hospital, yo pude tener
una esperanza viva gracias a la vida presente en mi cuerpo. Yo estaba seguro de que mi
vida física sanaría el problema que había en mi cuerpo. Debido a ello, tenía una
esperanza viva.
¿Qué es una esperanza viva? Una esperanza viva es una esperanza que emana de la vida.
Esta esperanza proviene del elemento vivo y orgánico que está dentro de nosotros.
Además de la vida física, tenemos la vida divina en nosotros, la cual recibimos mediante
la regeneración efectuada por el Padre. Esta vida es la vida más poderosa, la más rica y
la más elevada. Sin lugar a dudas, esta vida suplirá todas nuestras necesidades. Por ello,
aunque tengamos problemas y apuros, podremos tener una esperanza viva gracias a la
vida divina que está en nosotros. Nosotros no estamos muertos; al contrario, estamos
vivos. Por lo tanto, tenemos una esperanza viva, la esperanza de que nuestra situación
mejorará en el futuro. Poseemos la vida eterna, y esta vida nos permite tener una
esperanza viva. Esta esperanza nos asegura que heredaremos todas las bendiciones de la
vida eterna.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE SIETE
LAS TRES ETAPAS
DE LA PLENA SALVACIÓN DE DIOS
Lectura bíblica: 1 P. 1:5
En este mensaje quisiera decir algo más acerca de las tres etapas de la plena salvación de
Dios.
GUARDADOS PARA SALVACIÓN
En 1 Pedro 1:5 leemos: “Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la
salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. Hace muchos
años me sentía inquieto cada vez que leía este versículo, pues no lograba entender la
frase “para la salvación”. Esta frase pareciera indicar que aún no hemos alcanzado la
salvación, pues dice que somos guardados por el poder de Dios para la salvación. No
podía entender por qué somos guardados para la salvación cuando ésta ya la habíamos
recibido. Yo estaba seguro de haber recibido la salvación de Dios y de que ya era salvo.
Estaba plenamente convencido de ello. De hecho, cada vez que alguien me preguntaba si
ya era salvo, le contestaba: “Sí, ya fui salvo”. También prediqué en muchos lugares la
seguridad de la salvación. Solía hacer referencia a los versículos del Nuevo Testamento
que indican que en el momento en que creímos en el Señor Jesús, fuimos salvos, y que
es posible tener la certeza de esta salvación. Sin embargo, en 1 Pedro 1:5 me encontraba
con la frase “para la salvación”. Así que me preguntaba si era acertado el conocimiento
que Pedro tenía respecto de la salvación. Pensaba que posiblemente hubiera dicho algo
incorrecto según la doctrina. Llegué a pensar todo esto porque me sentía perplejo,
inquieto, a causa de ese versículo.
En 1:5 Pedro dice que esta salvación está “preparada para ser manifestada”. Esto
significa que la salvación aún no ha llegado. Por ello, me preguntaba a mí mismo: “¿Qué
significa que la salvación esté preparada para ser manifestada? Yo ya recibí la salvación
de Dios. ¿Cómo es, entonces, que la salvación está preparada para ser manifestada?
Pedro dice que la salvación está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.
¿Qué podría ser el tiempo postrero?”. No sólo me inquietaba la frase “para la salvación”,
sino también las palabras “preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. No
sabía por qué la salvación aún tenía que ser manifestada, ni entendía cuándo sería el
tiempo postrero.
Durante casi cuarenta años estuve sin entender las palabras de 1:5. No fue sino hasta
más tarde en mi vida cristiana que comencé a entender este versículo. Ahora comprendo
que la salvación no es un asunto sencillo. La salvación abarca un largo periodo, y no se
disfruta ni se experimenta en un solo instante. La plena salvación de Dios se efectúa en
tres etapas: la etapa inicial, la etapa progresiva y la etapa de culminación. Quisiera
animar a todos los santos, especialmente a los jóvenes, a que adquieran un
conocimiento completo de estas tres etapas de la plena salvación de Dios. En particular,
debemos entender lo que la salvación de Dios hace por nosotros en cada etapa. Debemos
además saber de qué somos librados en cada una de las etapas de la plena salvación de
Dios. Asimismo, debemos saber cuáles son los elementos o aspectos que incluye esta
salvación y sus resultados. En cada una de las tres etapas de la plena salvación de Dios,
nosotros somos librados de cosas específicas, experimentamos ciertos asuntos y
obtenemos resultados concretos.
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
CONFORME A NUESTRA EXPERIENCIA
DE LA VIDA DIVINA
La palabra “salvación” mencionada en 1:5 denota la plena salvación que el Dios Triuno
efectúa. No sólo denota un aspecto de nuestra salvación, esto es, el aspecto inicial de la
salvación que nos brinda el Salvador, Jesucristo, sino, más bien, la plena salvación que
lleva a cabo el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. En esta plena salvación, una
parte importante la lleva a cabo el Padre; otra parte importante la lleva a cabo el Hijo; y
la otra parte importante la lleva a cabo el Espíritu. Por lo tanto, esta salvación es la plena
salvación llevada a cabo por la Trinidad de la Deidad.
La plena salvación del Dios Triuno abarca muchos asuntos en sus tres etapas. Como
hemos señalado, estas etapas son: la etapa inicial, la etapa progresiva y la etapa de
culminación. La división de la salvación en estas tres etapas no tiene que ver con el
conocimiento, ni meramente con los aspectos objetivos que ella incluye, sino, más bien,
con la vida misma. La vida espiritual, como todos sabemos, empieza a partir de la
regeneración, continúa con la transformación y llega a la madurez en la etapa de
consumación. Por consiguiente, la división de la salvación en estas tres etapas es según
nuestra experiencia de la vida divina.
LA ETAPA DE LA REGENERACIÓN
La etapa inicial, la etapa de la regeneración, comprende la redención, la santificación
(en cuanto a nuestra posición—1:2, 1 Co. 6:11), la justificación, la reconciliación y la
regeneración. La redención, la santificación, la justificación y la reconciliación, todas
tienen como objetivo la regeneración. La regeneración es, por tanto, el resultado de
estos cuatro asuntos: la redención, la santificación, la justificación y la reconciliación.
En la etapa de la regeneración, Dios nos justificó por medio de la obra redentora de
Cristo (Ro. 3:24-26), y nos regeneró en nuestro espíritu con Su vida y por Su Espíritu
(Jn. 3:3-6). Como resultado recibimos la salvación eterna de Dios (He. 5:9) y Su vida
eterna (Jn. 3:15), y llegamos a ser Sus hijos (1:12-13), quienes no perecerán jamás
(10:28-29).
La vida eterna y la salvación eterna
Dios nos regeneró en nuestro espíritu. El elemento, la sustancia, que Dios usó para
regenerarnos fue Su propia vida. Además, esta regeneración, la cual se efectuó mediante
la vida de Dios, fue realizada por una persona, a saber: el Espíritu de Dios. Como
resultado de la regeneración, hemos recibido la salvación eterna de Dios y Su vida
eterna. En este sentido ya hemos recibido la salvación de Dios. Nadie puede negar que
ya hemos recibido la salvación de Dios en su etapa inicial. Así pues, no es necesario
crecer para llegar a esta etapa, ni tampoco esperar a que la salvación nos sea
manifestada, pues hemos recibido dos cosas que son eternas: la salvación eterna y la
vida eterna. Ésta no es mi enseñanza, ni mi teología ni mi opinión personal, sino la
revelación misma de la Palabra pura de Dios.
Puesto que fuimos regenerados y recibimos la salvación eterna y la vida eterna de Dios,
llegamos a ser hijos de Dios. Como hijos de Dios que somos, no pereceremos jamás. Esta
verdad debe fortalecernos y guardarnos de la enseñanza errónea que dice que si
pecamos después de haber sido salvos, pereceremos. Esa enseñanza es absurda y
absolutamente contraria a la verdad. Una vez que recibimos la salvación eterna de Dios,
somos salvos para siempre, por la eternidad. La salvación eterna de Dios no es
dispensacional, no es temporal. Ya que es una salvación eterna, jamás pereceremos.
Somos salvos de la condenación y de la perdición
En esta etapa de la salvación, somos librados de la condenación y de la perdición eterna
(Jn. 3:18, 16). Sin embargo, aunque la salvación inicial nos libra de ser condenados por
Dios y de sufrir la perdición eterna, no nos libra de la disciplina de Dios. Durante el
transcurso de nuestra vida, Dios nos disciplinará e incluso nos castigará. En 1 Corintios
11 Pablo indica que Dios juzga y disciplina a los creyentes, e incluso los castiga. No
obstante, esto no significa que los que son disciplinados por Dios pierdan su salvación.
Según la Escritura, por una parte, fuimos salvos por la eternidad; nunca seremos
condenados por Dios ni jamás pereceremos. Pero, por otra parte, en tanto que estemos
en la carne y en la tierra, Dios nos hará pasar por pruebas y nos disciplinará. Incluso, en
ocasiones, nos juzgará o nos castigará. Con esto vemos que en la etapa inicial de la
salvación de Dios, recibimos la salvación eterna y la vida eterna. Aunque es cierto que
jamás pereceremos, sí es posible que experimentemos la disciplina de Dios durante
nuestra vida. Sin embargo, enseñar que ser disciplinados por Dios equivale a perder
nuestra salvación es totalmente contrario a la Biblia. Aunque Dios puede castigarnos por
ciertas cosas, es un hecho que nosotros ya hemos sido salvos por la eternidad y que
jamás perderemos esta eterna salvación.
LA ETAPA DE LA TRANSFORMACIÓN
La santificación de nuestra manera de ser
La segunda etapa de la plena salvación de Dios, la etapa progresiva, es la etapa de la
transformación. Esta etapa comprende la liberación del pecado, la santificación
(principalmente de nuestro modo de ser—Ro. 6:19, 22), el crecimiento en vida, la
transformación, la edificación y la madurez. La santificación en esta etapa tiene que ver
primordialmente con nuestro modo de ser, aunque también en cierto modo con nuestra
posición. En la primera etapa, la santificación tiene que ver totalmente con nuestra
posición, mientras que en la segunda etapa, la santificación principalmente afecta
nuestra manera de ser.
En esta etapa, la de la transformación, Dios nos libera del dominio del pecado que mora
en nosotros —la ley del pecado y de la muerte— por la ley del Espíritu de vida, mediante
la obra subjetiva que realiza en nosotros el elemento eficaz de la muerte de Cristo (Ro.
6:6-7; 7:16-20; 8:2). En la segunda etapa, Dios también nos santifica mediante Su
Espíritu Santo (15:16), con Su naturaleza santa, y por medio de la disciplina (He. 12:10)
y juicio que ejerce sobre Su propia casa (1 P. 4:17). Así, pues, Dios nos santifica por
medio de una persona, a saber: el Espíritu Santo. Además el elemento, la sustancia, que
Dios usa para santificarnos es Su naturaleza santa; y el medio por el cual somos
santificados es la disciplina y el juicio de Dios, el juicio que Él ejerce al gobernar Su
propia casa.
Madurar en la vida divina
En la etapa progresiva de la salvación, Dios también nos hace crecer en Su vida (1 Co.
3:6-7) y nos transforma al renovar las partes internas de nuestra alma, mediante el
Espíritu vivificante (2 Co. 3:6, 17-18; Ro. 12:2; Ef. 4:23) y con la cooperación de todas las
cosas (Ro. 8:28). Él nos edifica para que seamos una casa espiritual, Su morada (1 P.
2:5; Ef. 2:22), y nos hace madurar en Su vida (Ap. 14:15) a fin de llevar a término Su
plena salvación.
En la primera etapa de la salvación de Dios somos salvos de ser condenados por Dios y
de sufrir la perdición eterna, mientras que en la segunda etapa estamos siendo librados
del poder del pecado, y del mundo, de la carne, del yo, del alma (la vida natural) y del
individualismo. Por lo tanto, en esta etapa estamos en el proceso de ser liberados de
muchas cosas negativas. La meta de esta liberación es que podamos llegar a la madurez
en la vida divina para que se cumpla el propósito eterno de Dios.
LA ETAPA DE LA CONSUMACIÓN
La tercera etapa de la plena salvación de Dios, la etapa de culminación, es la etapa de la
consumación. Esta etapa comprende la redención (la transfiguración) de nuestro
cuerpo, el hecho de ser conformados a la imagen del Señor, la glorificación, el hecho de
heredar el reino de Dios, la participación en el reinado de Cristo y el supremo disfrute
que tendremos del Señor. Estos asuntos, los cuales nos serán revelados en el futuro, son
muy superiores a lo que hoy experimentamos. Aunque ya hemos experimentado la etapa
inicial de la salvación, y estamos ahora en la segunda etapa, la tercera etapa está todavía
distante de nosotros. Los detalles de esta etapa serán revelados cuando se manifieste el
Señor Jesús.
La transfiguración de nuestro cuerpo
En esta etapa culminante de la salvación, Dios redimirá nuestro cuerpo caído y corrupto
(Ro. 8:23) transfigurándolo al cuerpo de la gloria de Cristo (Fil. 3:21). Él nos conformará
a la gloriosa imagen de Su Hijo primogénito (Ro. 8:29), haciéndonos santos y
absolutamente iguales a Él en nuestro espíritu regenerado, en nuestra alma
transformada y en nuestro cuerpo transfigurado. También Él nos glorificará (v. 30)
sumergiéndonos en Su gloria (He. 2:10) para que entremos en Su reino celestial (2 Ti.
4:18; 2 P. 1:11), al cual Él nos ha llamado (1 Ts. 2:12) y heredemos dicho reino como la
porción más excelente de Su bendición (Jac. 2:5; Gá. 5:21), y que incluso reinemos junto
con Cristo, como correyes Suyos que toman parte en Su reinado sobre las naciones (2 Ti.
2:12; Ap. 20:4, 6; 2:26-27; 12:5) y son partícipes de Su gozo real en Su gobierno divino
(Mt. 25:21, 23). De este modo, nuestro cuerpo será liberado de la esclavitud de
corrupción de la antigua creación y experimentará la libertad de la gloria de la nueva
creación (Ro. 8:21). Asimismo, nuestra alma será liberada de la esfera de las pruebas y
los sufrimientos (1 P. 1:6; 4:12; 3:14; 5:9) y entrará en una nueva esfera llena de gloria (1
P. 4:13; 5:10), donde participará y disfrutará de todo lo que el Dios Triuno es, tiene y ha
realizado, logrado y obtenido.
La esfera de los sufrimientos
y la esfera de disfrute
Recientemente algunos hermanos me dijeron: “Hermano, en este país, disfrutamos de
todo tipo de riquezas, mientras que los santos de otros lugares son pobres y pasan por
muchos sufrimientos, e incluso padecen persecución. No nos parece justo que mientras
ellos estén sufriendo tanto, nosotros estemos aquí en este país disfrutando de buenas
cosas”.
Les contesté: “Los santos de otros países sufren sus propias pruebas, mientras que en
Estados Unidos sufrimos de otra manera. Cuando estuve en China, no sufrí las mismas
cosas que estoy sufriendo ahora. No piensen que porque tenemos abundancia de cosas
materiales, no tenemos sufrimientos. Muchos estadounidenses sufren de enfermedades
del corazón, de úlceras y de enfermedades mentales. En este país sufrimos de un modo,
y los que están en otros países sufren de un modo diferente. Dondequiera que estemos,
sufriremos y estaremos sujetos a la disciplina de Dios.
Es imposible evitar que nuestra alma sufra. Como seres humanos que viven aquí en la
tierra, estamos sujetos a padecimientos. Hoy en día, la tierra no es un lugar para
disfrutar.
Es posible que los jóvenes tengan la esperanza de terminar sus estudios, encontrar un
buen trabajo y luego tener una vida matrimonial placentera. No obstante, deben darse
cuenta de que en esta tierra no existe ningún paraíso. Tenemos que esperar a la venida
del Señor para ser salvos de la esfera de los sufrimientos y poder entrar a la esfera del
descanso. Ésta será la plena salvación de nuestra alma.
Puedo testificar que, aunque tengo una buena esposa y me siento amado por los santos y
las iglesias, sigo sufriendo bastante en mi alma. Nadie me puede ayudar a evitar este
sufrimiento. Por lo tanto, espero la manifestación del Señor Jesús. Cuando Él regrese,
seré rescatado de esta esfera de sufrimientos para entrar a una esfera de disfrute. En esa
esfera, disfrutaremos plenamente al Dios Triuno y todo lo que Él es, tiene y ha realizado,
logrado y obtenido.
En esto consiste la salvación de nuestras almas, la cual está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero. Ésta será también la gracia que se nos traerá cuando
Cristo sea manifestado en Su gloria (1:13; Mt. 16:27; 25:31). Además, éste es el fin de
nuestra fe (1 P. 1:9). El poder de Dios puede guardarnos para esto, a fin de que podamos
obtenerlo. Por consiguiente, debemos esperar con anhelo una salvación tan maravillosa
(Ro. 8:23), y prepararnos para su espléndida manifestación (v. 19). ¡Aleluya por la plena
salvación que el Dios Triuno efectúa en estas tres etapas!
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE OCHO
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(4)
Lectura bíblica: 1 P. 1:10-12
El tema de 1 Pedro 1:3-25 es la plena salvación del Dios Triuno y sus resultados. En los
versículos del 3 al 9 se nos dice que el Padre nos regeneró para una esperanza viva; los
versículos del 10 al 12 nos hablan de la aplicación del Espíritu; y los versículos del 13 al
25, de la obra redentora de Cristo. En este mensaje veremos que la aplicación del
Espíritu se lleva a cabo mediante el profetizar de los profetas y la predicación de los
apóstoles.
LA AMPLIA TEMÁTICA DE LOS ESCRITOS DE PEDRO
Según lo que Pedro dice en 1:10-12, el Espíritu llevó a cabo Su obra de aplicación
primeramente mediante el profetizar de los profetas del Antiguo Testamento, y, en
segundo lugar, mediante la predicación de los apóstoles del Nuevo Testamento. Con esto
vemos que el Espíritu se valió de dos grupos de personas para aplicar la plena salvación
de Dios a Su pueblo escogido.
Una vez más, vemos que la temática de los escritos de Pedro es muy amplia. Además, su
contenido es rico y todo-inclusivo. Aunque Pedro escribió solamente ocho capítulos, que
no es mucho en comparación con todo lo que Pablo escribió, incluyó en dichos capítulos
las riquezas divinas. Puede ser que Pedro, respecto al manejo que tenía del idioma
griego, estuviera en un nivel inferior al de Pablo. Sin embargo, yo admiro el denuedo
con que Pedro escribió. Sin preocuparse por mostrar una buena gramática, un buen
vocabulario o un buen estilo de composición, Pedro encontró la manera de comunicar
las riquezas divinas en sus escritos.
Es posible que la primera vez que leemos 1:10-12, pensemos que estos versículos no son
muy profundos. Sin embargo, cuanto más los leamos y los oremos-leamos, de modo que
logremos profundizar en el contenido de estos versículos, más nos percataremos de lo
profundo que es lo que Pedro dice en ellos. Un ejemplo de la profundidad de los escritos
de Pedro es lo que él dice en el versículo 11 acerca de que los profetas escudriñaron en
qué clase de época sufriría Cristo.
PROFETIZARON DE LA GRACIA
DESTINADA A NOSOTROS
En 1 Pedro 1:10 leemos: “Acerca de esta salvación los profetas que profetizaron de la
gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron”. Aquí Pedro,
siguiendo el ejemplo del Señor (Lc. 24:25-27, 44-46), cita a los profetas del Antiguo
Testamento para confirmar su enseñanza tocante a la salvación revelada en el Nuevo
Testamento.
En el versículo 10 Pedro dice que los profetas profetizaron de “la gracia destinada a
vosotros”. En este versículo la “gracia” es un sinónimo de la “salvación”. También en
1:13 la gracia se refiere a la salvación de Dios. Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne y
fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia. Esta gracia es Dios mismo, en el Hijo,
dado a nosotros para que lo disfrutemos. En 1 Corintios 15:10 Pablo dice: “Pero por la
gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he
trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. La
gracia, la cual Pablo menciona tres veces en este versículo, es el Cristo resucitado que
llegó a ser el Espíritu vivificante para introducir en nosotros al Dios procesado en
resurrección como nuestra vida y suministro de vida, a fin de que vivamos en
resurrección. Por lo tanto, la gracia es el Dios Triuno hecho la vida y el todo para
nosotros.
EL ESCRUTINIO POR PARTE DE LOS PROFETAS
En 1:11 Pedro, refiriéndose a los profetas, añade: “Escudriñando qué tiempo y qué clase
de época indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual testificaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”. El escrutinio
de los profetas fue la manera en que el Espíritu aplicó de antemano la salvación de Dios
en el Antiguo Testamento. Los profetas del Antiguo Testamento escudriñaban en qué
tiempo y en qué clase de época, según lo indicaba el Espíritu que estaba en ellos, tendría
lugar la obra maravillosa que Cristo realizaría por medio de Sus sufrimientos y Sus
glorias. Finalmente les fue revelado que aquellas maravillas no las ministraban para sí
mismos, sino para los creyentes neotestamentarios (v. 12).
LA CLASE DE ÉPOCA
En el versículo 11 Pedro dice que los profetas escudriñaron no sólo el tiempo, sino
además la clase de época. Aunque es relativamente fácil entender la frase “cuál época”,
es difícil entender lo que Pedro quiso decir con la expresión “qué clase de época”. ¿Acaso
hay clases o categorías de épocas? Puede ser que no entendamos esta expresión y nos
preguntemos qué es lo que Pedro quiere decir.
La expresión “clase de época” puede referirse a la condición de la época. Por ejemplo, a
veces describimos la clase de tiempo que hemos pasado realizando cierta actividad o le
pedimos a alguien que nos diga cómo le fue en determinada actividad. Así que,
preguntaríamos: “Dime cómo estuvo tu tiempo con tu padre hoy, ¿la pasaste bien?
¿Pasaste un tiempo agradable con él?”. Por otra parte, la frase “clase de época” también
podría hacer referencia a una de las estaciones del año, como por ejemplo al invierno,
que es la época de frío, o al verano, que es la época de calor. Espero que estos ejemplos
nos ayuden a entender un poco lo que Pedro quiso decir cuando usó la expresión “clase
de época”.
Con relación a la venida de Cristo y a Sus sufrimientos, los profetas no sólo escudriñaron
en cuál época sucederían estas cosas, sino también en qué clase de época ellas
ocurrirían. Hay varios versículos en las profecías del Antiguo Testamento que indican
que el Ungido de Dios, el Mesías, Cristo, sufriría para salvar al pueblo de Dios y para
cumplir el propósito de Dios. Según estas profecías, era necesario que sufriera el Ungido
de Dios, Aquel a quien Dios había designado para que cumpliera Su comisión. Los
profetas de la antigüedad sabían esto, y dedicaron un tiempo considerable indagando
cuándo sufriría el Mesías. Esto quiere decir que ellos procuraban saber en qué tiempo
sufriría Él. Además, también escudriñaron en qué clase de época sucedería esto. ¿Sería
durante una época que se puede comparar al invierno o durante una época que se podría
comparar al verano? Es por ello que en 1:11 Pedro habla de la clase de época.
Hemos visto que la característica de Pedro en sus escritos es el uso de expresiones
particulares, e incluso de expresiones peculiares. En vez de decir sangre, él usa la
expresión la sangre preciosa; en vez de simiente, dice la simiente incorruptible; en vez
de decir solamente qué tiempo, añade qué clase de época. Lo que Pedro expresa en el
versículo 11 no fue algo que simplemente le vino a la mente; más bien, fue algo basado
en el Antiguo Testamento. Pedro ciertamente tenía un fundamento, una base, para todo
lo que decía. Así que, al hablar de la clase de época, él se estaba basando en el Antiguo
Testamento.
Pedro estimaba el Antiguo Testamento como un tesoro, y nosotros, los que estamos hoy
en el recobro del Señor, ciertamente valoramos mucho la Biblia. Una característica
sobresaliente del recobro del Señor es que valoramos mucho la Palabra de Dios e
invertimos mucho tiempo leyéndola y estudiándola. Muchos de nosotros llevamos años
leyendo la Biblia diligentemente y con mucha sobriedad, especialmente desde que
vinimos al recobro. Por consiguiente, quisiera hacer una pregunta especialmente a
aquellos que han estado leyendo la Biblia con la debida seriedad: ¿Qué versículo del
Antiguo Testamento nos habla de la clase de época en que ocurrieron los sufrimientos
de Cristo y Su glorificación? Es fácil encontrar un versículo que nos hable del tiempo.
Por ejemplo, Daniel 9:26 dice: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la
vida al Mesías”. Las palabras “se quitará la vida” se refieren a la crucifixión de Cristo.
Daniel 9:25 habla de “siete semanas, y sesenta y dos semanas”. Esto nos da un total de
sesenta y nueve semanas, o cuatrocientos ochenta y tres años. Según estos versículos,
cuatrocientos ochenta y tres años después de que se diera la orden para reedificar la
ciudad de Jerusalén, le sería quitada la vida al Mesías, a Cristo, es decir, sería
crucificado. Esto indica en qué tiempo o en cuál época sufriría Cristo. Estas cosas
sucederían al cumplirse la semana sesenta y nueve.
Aunque tenemos estos versículos relacionados con el tiempo en que Cristo sufriría, es
muy difícil encontrar un versículo que nos hable de la clase de época en que esto
sucedería. Mientras escribía las notas para la Versión Recobro de 1 Pedro, se me hizo
extremadamente difícil explicar la palabra “clase” del versículo 11. Sentía como si una
gran piedra me estuviera moliendo. Así que me tomó mucho tiempo y esfuerzo entender
este versículo. (En el próximo mensaje veremos los versículos relacionados con la frase
“qué clase de época”.) Los versículos del 10 al 12 no son nada superficiales, sino
profundos y difíciles de entender. Por consiguiente, nunca debemos menospreciar a
Pedro como escritor ni pensar que él era una persona superficial.
LA SALVACIÓN CONSUMADA
La salvación mencionada en el versículo 10 se refiere a la salvación del alma mencionada
en el versículo anterior. La frase “la salvación de vuestras almas” alude a una salvación
plena. No se refiere a la salvación inicial, sino a una salvación consumada, a una
salvación plena. Además, como ya dijimos, en el versículo 10, la salvación y la gracia son
sinónimas; por ende, la gracia aquí se refiere a la plena salvación que Dios nos ha
otorgado. Muchos cristianos definen la gracia como un mero favor inmerecido. ¡Cuán
superficial es esta definición! La gracia de la que nos habla la Biblia no es meramente
cierta clase de favor inmerecido, sino que es un término equivalente a la salvación
completa.
EL ESPÍRITU DE CRISTO
QUE ESTABA EN LOS PROFETAS
En el versículo 10 Pedro también nos dice que los profetas inquirieron e indagaron. En
el versículo 11 él alude al escrutinio ejercido por los profetas. Todas estas palabras nos
muestran que había cierta búsqueda. Si leemos el Antiguo Testamento, de Génesis a
Malaquías, veremos que todos los santos del Antiguo Testamento eran buscadores. Yo
creo que la búsqueda de ellos era mucho más intensa que la nuestra. En particular, los
profetas indagaban y escudriñaban qué clase de época les indicaba el Espíritu de Cristo
que estaba en ellos. Citemos una vez más la primera parte de lo que Pedro dice en el
versículo 11: “Escudriñando qué tiempo y qué clase de época indicaba el Espíritu de
Cristo que estaba en ellos”. La composición aquí es muy poco elegante; con todo, esta
expresión que Pedro usa es maravillosa y le ha resultado muy útil a Dios. ¿Qué indica
esta maravillosa expresión? Indica que mientras los profetas escudriñaban, el Espíritu
de Cristo estaba dentro de ellos.
Tal vez los confunda la frase “el Espíritu de Cristo” que aparece en el versículo 11. Al leer
este versículo, tal vez algunos digan: “Hermano Lee, usted nos ha dicho muchas veces
que según Juan 7, aún no había el Espíritu antes de la glorificación de Cristo. Nos dijo
que antes de la glorificación de Cristo, el Espíritu era únicamente el Espíritu de Dios con
divinidad y que no tenía los elementos de la humanidad ni de la muerte y la resurrección
de Cristo. Usted nos enseñó que el Espíritu de Dios aún no poseía todos estos elementos.
Sin embargo, hermano Lee, Pedro contradice su enseñanza aquí, pues nos dice que en la
época del Antiguo Testamento, el Espíritu de Cristo ya estaba en los profetas. ¿Qué dice
usted al respecto?”. De hecho, he recibido cartas en las que me preguntan sobre
cuestiones similares. En 1:11 Pedro dice claramente que mientras los profetas inquirían
y escudriñaban, el Espíritu de Cristo estaba en ellos. Así que, debemos examinar este
asunto muy detenidamente para entenderlo correctamente.
El altamente respetado manuscrito Vaticano omite las palabras “de Cristo”. Esta
omisión concuerda con la revelación del Nuevo Testamento con respecto al Espíritu. Sin
embargo, los otros manuscritos de autoridad reconocida incluyen en su texto la
expresión “de Cristo”. En la revelación del Nuevo Testamento, el Espíritu de Cristo se
refiere al Espíritu después de la resurrección de Cristo (Ro. 8:9-11). Antes de la
resurrección de Cristo, el Espíritu sólo era el Espíritu de Dios, todavía no había llegado a
ser el Espíritu de Cristo (Jn. 7:39). El Espíritu de Cristo es el Espíritu de Dios que fue
producido mediante la muerte y la resurrección de Cristo y llegó a estar constituido de
ellas, para que ambas pudieran ser aplicadas e impartidas a Sus creyentes. Aunque el
Espíritu de Cristo fue producido dispensacionalmente en la época del Nuevo
Testamento mediante la muerte y la resurrección de Cristo, y llegó a estar constituido de
ellas, no obstante, su función es eterna, ya que Él es el Espíritu eterno (He. 9:14). Es
semejante a la crucifixión de Cristo: como evento, la crucifixión se llevó a cabo cuando
Cristo murió, pero, en cuanto a la función que cumple, es eterna. Por consiguiente,
conforme a la perspectiva eterna de Dios, Cristo fue inmolado desde la fundación del
mundo (Ap. 13:8). En los tiempos del Antiguo Testamento, a los profetas que inquirían y
diligentemente indagaban acerca de los sufrimientos y las glorias de Cristo, el Espíritu
de Dios, como Espíritu de Cristo, les declaró el tiempo y la clase de época en que
ocurrirían la muerte y la resurrección de Cristo.
Tocante a la frase “de Cristo”, hay, como hemos señalado, diferencias en los
manuscritos. Al traducir la Biblia, debemos estudiar los manuscritos. Sólo cuando
tenemos los manuscritos apropiados, tenemos la base correcta para hacer una
traducción. Aunque en el manuscrito Vaticano no se encuentra la frase “de Cristo”, ésta
sí aparece en otros. Es correcto seguir los manuscritos que incluyen esta frase. Lo más
importante que debemos captar es que el proceso por el cual el Espíritu de Dios llegó a
ser el Espíritu de Cristo se llevó a cabo después de la resurrección de Cristo. Esto
significa que el Espíritu de Cristo fue producido dispensacionalmente. Sin embargo, la
función que cumple el Espíritu de Cristo es eterna, pues Él es el Espíritu eterno.
Como ya hemos señalado, la formación del Espíritu es semejante a la crucifixión de
Cristo. ¿Cuándo fue crucificado Cristo? Según los hechos históricos, Cristo fue
crucificado hace más de mil novecientos años; pero, según Apocalipsis 13:8, Cristo fue
inmolado desde la fundación del mundo. Las palabras de Apocalipsis 13:8 tienen que ver
con la perspectiva de Dios. A los ojos de Dios, Cristo fue inmolado desde la fundación
del mundo. No obstante, según la historia, Cristo fue crucificado hace poco más de mil
novecientos años. Así que, como evento histórico, la crucifixión de Cristo aconteció hace
más de mil novecientos años; pero, en cuanto a su función, la muerte de Cristo tiene una
eficacia eterna, y según la perspectiva de Dios, Cristo fue inmolado desde la fundación
del mundo. El mismo principio se aplica al proceso mediante el cual el Espíritu de Dios
llegó a ser el Espíritu de Cristo. El Espíritu de Cristo no llegó a ser constituido tal sino
hasta después de la resurrección de Cristo; sin embargo, la función de este Espíritu es
eterna.
LA OBRA QUE REALIZA EL ESPÍRITU DE CRISTO DENTRO DE
NOSOTROS
La redacción un tanto torpe de Pedro nos permite ver que, mientras los profetas
escudriñaban, el Espíritu de Cristo estaba operando en ellos. Del mismo modo, si
nosotros acudimos a la Palabra santa con un corazón que busca al Señor,
inmediatamente el Espíritu de Cristo obrará también en nosotros. Puedo testificar de
esto por experiencia. Muchas veces, mientras estudiaba, indagaba e incluso escudriñaba
las Escrituras, el Espíritu de Cristo me aclaraba las cosas. Gracias a la operación del
Espíritu de Cristo en mí, podía ver cosas que excedían mi capacidad de ver. ¡Alabado sea
el Señor porque mientras escudriñamos la Palabra, el Espíritu de Cristo opera dentro de
nosotros!
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE NUEVE
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(5)
Lectura bíblica: 1 P. 1:10-12
En 1:10 y 11 Pedro dice: “Acerca de esta salvación los profetas que profetizaron de la
gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron, escudriñando qué
tiempo y qué clase de época indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual
testificaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”.
En el mensaje anterior señalamos que en el versículo 11 Pedro se refiere no solamente a
qué tiempo sino también a qué clase de época sería aquella en la cual Cristo sufriría y
sería glorificado. Es relativamente fácil entender la expresión “cuál época”, pero es
difícil entender lo que Pedro quiere decir con la expresión “qué clase de época”.
Génesis 3:15 dice: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la
simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Según este
versículo, la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y la serpiente heriría
el calcañar de la simiente de la mujer. Esto significa que Cristo heriría la cabeza de
Satanás, y Satanás heriría el calcañar de Cristo. Herir la cabeza equivale a dar muerte,
mientras que herir el calcañar significa causar daño. El hecho de que la serpiente hiriera
el calcañar de Cristo hace alusión a los sufrimientos de Cristo. Cristo sufrió cuando vino
a destruir a Satanás en la cruz. Si estudiamos Génesis 3:15 detenidamente, veremos que
este versículo habla de los sufrimientos de Cristo. Lo que se describe en Génesis 3:15 es
exactamente lo que Cristo hizo a Satanás, y lo que Satanás hizo a Cristo.
UNA ÉPOCA DE INCREDULIDAD
Isaías 53 nos habla de la clase de época en la que Cristo padeció. Si escudriñamos Isaías
53 veremos que este capítulo revela la clase de época en la que se efectuó la crucifixión
de Cristo. Este capítulo habla claramente de la muerte de Cristo en un lenguaje sencillo,
tal como lo hace el Nuevo Testamento. Pero es probable que ninguno de nosotros haya
escudriñado este capítulo con el fin de descubrir la clase de época en la que Cristo
murió.
El primer versículo de Isaías 53 dice: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre
quién se ha manifestado el brazo de Jehová?”. Este versículo indica que Cristo vino a
sufrir en una época en la que imperaba la incredulidad, una época en la que el pueblo de
Dios no creía en Él. El profeta pregunta: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?”. El
profeta anunció, predicó, proclamó, pero ninguno le escuchó. Esto significa que cuando
Cristo vino, el pueblo de Dios estaba lleno de incredulidad. Ésa era la clase de época en
la que Cristo vino. Cristo no vino en una época en la que el pueblo de Dios estaba lleno
de fe y en la que todos creían firmemente en Dios. Al contrario, Él vino en una época en
la que el pueblo de Dios no creía en Él. Los profetas sabían esto. Ellos sabían en qué
clase de época vendría Cristo.
En Isaías 6 el profeta nos da a entender que el pueblo de Dios no estaba dispuesto a
escuchar la palabra de Dios: “Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis;
ved por cierto, mas no comprendáis. Haz insensible el corazón de este pueblo, y agrava
sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su
corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Is. 6:9-10). El Señor Jesús
citó estas palabras en Mateo 13, y Pablo también las citó en Hechos 28. El hecho de que
tanto el Señor Jesús como Pablo hubieran citado estas palabras indica que la época en la
que Cristo vino a sufrir para efectuar la redención fue una época de incredulidad.
UNA ÉPOCA DE CAUTIVERIO
Asimismo, según Daniel 9, vemos que fue una época de cautiverio. Si leemos acerca de
las setenta semanas y estudiamos su contexto, comprenderemos que las setenta
semanas fueron una época de cautiverio. Esto también nos describe la clase de época en
la que Cristo vendría. Sería un tiempo de cautiverio. Cristo efectivamente vino en una
época así. Daniel 9:26 dice: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al
Mesías”. Esto se refiere a la crucifixión de Cristo, la cual sucedió en una época de
cautiverio. Tanto Isaías 53 como Daniel 9 nos hablan de la época en la que Cristo
vendría para sufrir por nosotros.
EL ESPÍRITU DE CRISTO OPERÓ EN LOS PROFETAS
Si bien Pedro era un pescador, vemos que también él era un excelente escritor. Él pasó
mucho tiempo estudiando el Antiguo Testamento, descubrió lo que los profetas habían
indagado, y tuvo la confianza de decir que mientras los profetas escudriñaban estas
cosas, el Espíritu de Cristo estaba en ellos. Como señalamos en el mensaje anterior, el
Espíritu de Cristo fue producido dispensacionalmente, es decir, el Espíritu de Cristo fue
producido en una época o dispensación específica, mediante la muerte y resurrección de
Cristo, y que dicha muerte y resurrección vinieron a formar parte de su constitución
intrínseca. Sin embargo, la función que cumple este Espíritu es eterna, ya que Él es el
Espíritu eterno (He. 9:14). En cuanto a la formación del Espíritu de Cristo, el tiempo es
un factor importante; pero en cuanto a la función que cumple el Espíritu de Cristo, el
tiempo no es un factor condicionante. En la obra de producir la creación, el Espíritu de
Dios era el más indicado y no se requería otro Espíritu, pero para llevar a cabo la plena
salvación de Dios y para aplicar esta salvación al hombre, es indispensable el Espíritu de
Cristo. Así, pues, mientras los profetas del Antiguo Testamento indagaban en qué clase
de época vendría Cristo a sufrir, el Espíritu de Cristo estaba operando en ellos. Esto
significa que el Espíritu del Dios Triuno —el Espíritu vivificante y todo-inclusivo de
Cristo— estaba operando en ellos. En cuanto la función que cumple, no hay ninguna
diferencia entre la obra que el Espíritu realizó en los profetas y la que realizó en los
apóstoles; en ambos casos, operó el mismo Espíritu y cumplió la misma función.
Las epístolas de 1 y 2 Pedro fueron dirigidas a creyentes judíos. Los judíos conocían a
Dios, y confiaban en la aspersión de la sangre de animales. Sin embargo, aunque
conocían a Dios, no le conocían como el Padre de Cristo. Además, ellos sabían quién era
el Espíritu de Dios y el Espíritu de Jehová, pero desconocían al Espíritu de Cristo. En 1
Pedro 1:2 Pedro usa a propósito la expresión “ser rociados con la sangre de Jesucristo”
para mostrar que esta aspersión es diferente de la aspersión del Antiguo Testamento,
que se hacía con la sangre de animales. Además, en 1:3 él habla del “Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo” para distinguir al Dios de los cristianos del Dios de los judíos.
Ahora, vemos que él también usó la expresión “el Espíritu de Cristo” en lugar de hablar
del Espíritu de Dios, para mostrar otra diferencia. Pedro procuraba convencer a los
creyentes judíos de que no había diferencia alguna entre los profetas del Antiguo
Testamento y los cristianos del Nuevo Testamento. El Espíritu de Cristo que estaba en
los cristianos del Nuevo Testamento había operado también en los profetas del Antiguo
Testamento.
Como regla general, en los tiempos del Antiguo Testamento el Espíritu reposaba sobre
los santos, pero no estaba en ellos. Sin embargo aquí, basándonos en el principio de que
la función que cumple el Espíritu de Cristo es eterna, encontramos una excepción, pues
se nos dice que el Espíritu de Cristo estaba operando en los profetas del Antiguo
Testamento. Pedro nos dice que el Espíritu de Cristo que estaba en los profetas, les
indicó en qué clase de época sufriría Cristo. Es una vergüenza que tantos creyentes
neotestamentarios no tengan claro este hecho. Es posible que sólo hasta ahora ustedes
hayan entendido lo que Pedro quiso decir cuando habló de la clase de época en la que
Cristo sufriría.
La expresión que usa Pedro, “qué clase de época”, tiene muchas implicaciones. Les
indicaba a los creyentes judíos que la clase de época en la que Cristo vino había sido una
época de incredulidad. Ésta también es la clase de época en la que vivimos hoy. En la
época de Pedro no muchos judíos creyeron en el Señor Jesús. Aun más, los que creyeron
fueron perseguidos. Los judíos que permanecieron en su incredulidad hablaron de
forma desafiante a los judíos que habían creído, diciendo: “¡Miren, cuán reducido es el
número de los creen en Jesús! ¿Por qué son ustedes tan insensatos como para creer en
un nazareno que fue puesto en una cruz?”. Sin duda alguna, la clase de época en la que
Cristo vino fue una época de incredulidad. Hoy en día sucede lo mismo. No debemos
esperar que muchos judíos crean en el Señor Jesús. La época en la que tiene lugar la
venida de Cristo es una época de incredulidad, lo cual significa que la incredulidad es
característica de la época en la que Cristo viene. Isaías preguntó: “¿Quién ha creído a
nuestro anuncio?”. Pedro ciertamente observó esta incredulidad en los de su época.
Pedro anunció, pero muy pocos judíos respondieron. Ésa fue la clase de época. En la
actualidad muchos cristianos están a la espera de que ocurra un gran avivamiento. Sin
embargo, esto está en contra del principio según el cual la época en que ocurre la venida
de Cristo se caracteriza por la incredulidad.
Aunque la redacción de Pedro tal vez no sea muy refinada, él ciertamente fue un gigante
en cuanto a las experiencias espirituales que tuvo. Es probable que él no hubiera llegado
a tener un conocimiento cabal del idioma griego; no obstante, sí tenía conocimiento de
las experiencias espirituales. Al usar su limitado conocimiento del idioma griego, Pedro
hizo cuanto pudo por expresar en palabras los distintos aspectos de su experiencia. En
particular, abarcó muchos temas en 1:11. Yo quisiera seguir el ejemplo de Pedro respecto
a cómo se interesó por las experiencias espirituales y por las riquezas de Cristo, por
encima del idioma.
LAS GLORIAS DE CRISTO
En el versículo 11 Pedro dice que los profetas testificaron de antemano “los sufrimientos
de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”. Cristo primero sufrió y luego entró en la
gloria (Lc. 24:26). Nosotros debemos seguirlo en los mismos pasos (1 P. 4:13; Ro. 8:17).
Los sufrimientos de Cristo, tal como les fue revelado a los profetas y tal como ellos
profetizaron en Salmos 22:1, 6-8, 12-18; Isaías 53:2-10a, 12b; Daniel 9:26; y Zacarías
12:10 y 13:6-7, tienen como fin realizar la obra redentora de Dios, la cual, por un lado, ha
solucionado todos los problemas que existen entre el hombre y Dios y ha puesto fin a la
antigua creación, y, por otro lado, ha liberado la vida eterna de Dios para el
cumplimiento de Su propósito eterno.
Las glorias de Cristo tienen como fin Su glorificación, acerca de la cual Él rogó al Padre
antes de ser crucificado (Jn. 17:1), y la cual es necesaria para el cumplimiento de la
economía neotestamentaria de Dios, a fin de que Su propósito eterno sea llevado a cabo.
Los sufrimientos y la glorificación de Cristo con las glorias que se ven en los diferentes
pasos —los factores de la plena redención y salvación de Dios— al ser aplicados a
nosotros y experimentados por nosotros, equivalen a la salvación mencionada en 1
Pedro 1:5, 9-10. Los profetas del Antiguo Testamento inquirieron y diligentemente
indagaron al respecto, el Espíritu de Cristo lo reveló a ellos, los apóstoles lo predicaron
en el Nuevo Testamento por el Espíritu Santo, y los ángeles anhelan mirarlo (v. 12).
La frase “de Cristo” significa literalmente “para Cristo”. Los sufrimientos que Cristo
soportó fueron sufrimientos que Dios le había asignado (Is. 53:10); por tanto, son Suyos,
le pertenecen.
Las glorias se dan en diferentes pasos: la gloria en Su resurrección (Lc. 24:26; Hch.
3:13), la gloria en Su ascensión (Hch. 2:33; He. 2:9), la gloria en Su segunda venida (Ap.
18:1; Mt. 25:31), y la gloria en Su reinado (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6), como se revela en
Salmos 16:8-10; 22:21-22; 118:22-24; 110:1, 4; 118:26; Zacarías 14:4-5; Daniel 7:13-14; y
Salmos 24:7-10; 72:8-11.
No es común que aparezca la palabra gloria en plural. ¿Conocen ustedes otros pasajes
que hablen de “las glorias”? Por lo general, los sustantivos abstractos no se usan en
plural, y es más común encontrar sustantivos concretos en forma plural. Esto quiere
decir que, aunque la palabra “gloria” es un sustantivo abstracto, ésta no era abstracta
para Pedro, sino, más bien, algo muy concreto.
Según el entendimiento de Pedro, Cristo tiene muchas glorias, una gloria tras otra. Él
tiene una gloria en la resurrección, otra gloria en la ascensión y otras glorias en Su
entronización, señorío, realeza y reinado. Él tiene una gloria en Su humanidad y otra
gloria en Su divinidad.
Cristo no tiene solamente una clase de gloria, sino muchas glorias. Los profetas
indagaron en cuanto a estas glorias. Ellos supieron en qué tiempo Cristo vendría a sufrir
y en qué tiempo entraría en todas Sus glorias.
EL ESPÍRITU NOS APLICA LA SALVACIÓN DE DIOS
DE UNA MANERA PRÁCTICA
En el versículo 12 Pedro añade: “A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para
vosotros, ministraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han
predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales
anhelan mirar los ángeles”. La expresión “las cosas” se refiere a los sufrimientos de
Cristo y a Sus glorias. Los profetas del Antiguo Testamento ministraron los sufrimientos
y las glorias de Cristo a los creyentes del Nuevo Testamento.
Estas cosas nos fueron anunciadas a nosotros por los que nos predicaron el evangelio.
Los que predicaron el evangelio fueron los apóstoles del Nuevo Testamento. Los
profetas indagaron y profetizaron, mientras que los apóstoles predicaron. La
predicación de los apóstoles constituye la aplicación práctica que el Espíritu hace de la
salvación de Dios en el Nuevo Testamento. Tanto el profetizar por parte de los profetas
como la predicación por parte de los apóstoles constituyen la aplicación del Espíritu.
Esto significa que el Espíritu aplica la plena salvación de Dios por medio de dos
instrumentos: el profetizar de los profetas y la predicación de los apóstoles.
En mi ministerio, lo que hago es predicar; y tengo la certeza de que por medio de esta
predicación el Espíritu aplica a ustedes la plena salvación de Dios. De hecho, mi meta no
es adiestrar a nadie; más bien, simplemente predico a Cristo, la muerte de Cristo y las
diferentes glorias de Cristo. Cada prédica es una aplicación del Espíritu. Los que asisten
a las reuniones del ministerio experimentan la aplicación del Espíritu de Cristo. Mi
mayor gozo es ver que los santos reciban a Cristo mediante la aplicación del Espíritu. En
especial, me siento muy contento al ver la segunda generación que está creciendo en la
vida de iglesia. Mi corazón salta de gozo cuando veo que están recibiendo la aplicación
de la salvación de Dios a través de este ministerio y por el Espíritu.
Les animo a todos a que salgan y prediquen a Cristo. Los apóstoles no son los únicos que
pueden predicar. Mientras ustedes prediquen a Cristo, estarán incluidos entre los que
predican el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.
COSAS EN LAS CUALES ANHELAN MIRAR LOS ÁNGELES
Pedro termina el versículo 12 con estas palabras: “Cosas en las cuales anhelan mirar los
ángeles”. La palabra griega traducida “mirar” describe a alguien que se inclina y
extiende la cerviz para ver algo maravilloso. Eso muestra cuán interesados están los
ángeles en observar lo que se relaciona con Cristo en la obra salvadora de Dios. Ellos
anunciaron y celebraron el nacimiento del Salvador (Lc. 2:8-14); se regocijan cuando los
pecadores se arrepienten y reciben la salvación (15:10); y se alegran de servir a los
herederos de la salvación (He. 1:14; Hch. 12:15; Mt. 18:10).
Después que Pedro habló acerca de los profetas del Antiguo Testamento y de los
predicadores del Nuevo Testamento, de repente menciona a los ángeles. Mientras los
ángeles están sirviéndonos, ellos se inclinan para ver lo que está ocurriendo. Así, pues,
vemos que en la misma oración donde se habla de la plena salvación de Dios, se
menciona a los profetas, a los predicadores y a los ángeles. Esto es característico de los
escritos de Pedro.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE DIEZ
PEDRO HABLA BIEN
DEL DIOS TRIUNO
Lectura bíblica: 1 P. 1:3-12
Los versículos del 3 al 12 del primer capítulo de 1 Pedro constituyen una sola frase. Esta
extensa frase es una bendición, un eulogio, referente a la Trinidad de la Deidad. El
versículo 3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Aquí Pedro
habla de Dios el Padre. A partir del versículo 3, Pedro menciona al Señor Jesucristo, o a
Jesucristo, repetidas veces. Luego, al final de esta sección, en el versículo 12, Pedro
habla del Espíritu Santo. Por consiguiente, esta bendición ha sido estructurada con la
Trinidad de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
El Padre, el Hijo y el Espíritu no son tres Dioses. Nosotros tenemos un solo Dios, el Dios
único y eterno. Este único Dios es un Dios completo y perfecto. Sin embargo, aunque
Dios es singularmente uno, Él es triuno. Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Los que saben griego tal vez consideren que la redacción de Pedro aquí no es muy
buena. Sin embargo, en lo que a la Biblia se refiere, lo importante es la revelación, y no
la redacción. Así que, tal vez estos diez versículos de 1 Pedro 1 no sean una buena
redacción humana; no obstante, sí nos imparten una revelación divina excelente,
maravillosa y admirable.
LO QUE SIGNIFICA BENDECIR A DIOS
En 1:3 Pedro usa la palabra “bendito”. Pablo también emplea esta palabra en Efesios 1:3,
donde dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo
con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. En griego, la palabra
“bendito” significa hablar bien de alguien, alabar con adoración. Por lo tanto, bendecir
significa hablar positivamente de alguien, y bendición denota las palabras con las cuales
bendecimos. Así, pues, bendecir a Dios es hablar bien de Él y de todo lo que Él es para
nosotros, de todo lo que Él ha hecho por nosotros y de todo lo que Él hará por nosotros.
Bendecir a Dios es hablar afablemente de lo que Dios es, de lo que Él ha hecho y de lo
que Él hará. Hablar de esta manera equivale a bendecir.
Muchos cristianos piensan que bendecir a Dios es lo mismo que alabarle. Ciertamente
esta comprensión no es incorrecta, pues siempre que usted se propone alabar a Dios,
sabe que debe expresar algo acerca de Él. Sin embargo, ¿cómo debemos alabar a Dios?
Un niño diría: “Dios mío, te alabo por darme un buen padre que me ama y gana mucho
dinero. Dios mío, también te alabo porque mi madre me compra cosas buenas”. Muchos
cristianos alaban a Dios mayormente por cosas materiales, diciendo: “¡Oh, bendito seas,
Dios Padre! Te alabo por darme un buen negocio, una casa grande y una buena familia”.
Esto está muy por debajo de la norma revelada en 1:3-12.
Gradualmente el Señor me ha llevado a percatarme más de la revelación divina hallada
en la Biblia. Puedo testificar que cuando leo versículos como 1:3, me doy cuenta de que
bendecir a Dios el Padre significa hablar bien de lo que Dios es para nosotros en nuestra
experiencia subjetiva. No significa meramente alabarle por lo que Él haya hecho por
nosotros o por lo que nos haya dado en términos de cosas objetivas. Bendecir a Dios el
Padre significa hablar de lo que Él es para nosotros, de lo que Él ha hecho por nosotros y
de lo que Él hará por nosotros, en un sentido subjetivo. En esto consiste bendecir a Dios,
según se revela en el Nuevo Testamento.
Estos diez versículos del capítulo uno de 1 Pedro nos dicen lo que el Padre ha hecho por
nosotros a través del Hijo y por medio del Espíritu. El Padre ha hecho mucho por
nosotros a través de Su Hijo. Todo lo que el Padre ha hecho por nosotros a través del
Hijo nos es aplicado por el Espíritu Santo. Debemos hablar bien acerca de todas estas
cosas.
EL CONTEXTO EN EL CUAL PEDRO
HABLÓ BIEN DE DIOS
Es muy importante que comprendamos por qué Pedro habló de manera tan maravillosa
acerca del Dios Triuno en una carta que estaba dirigida a los santos que se encontraban
dispersos en distintas regiones. Según 1:1, esta epístola fue escrita a “los peregrinos de la
dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”. Las cinco provincias
mencionadas en este versículo se ubicaban en Asia Menor, entre el mar Negro y el
Mediterráneo. El hecho de que los creyentes a quienes estaba dirigida esta epístola
estuvieran dispersos en esas provincias de Asia Menor constituye una parte importante
del contexto de la bendición que Pedro escribe acerca de Dios.
En la época en que esta epístola fue escrita, tanto Pedro como los destinatarios, los
santos escogidos que se hallaban dispersos en Asia Menor, estaban bajo el dominio del
gobierno romano. En el año 64 d. de C., año alrededor del cual se escribió 1 Pedro, el
Imperio Romano era muy prevaleciente. Aproximadamente treinta años antes del
nacimiento de Cristo, Julio César había derrotado a Egipto y había establecido
plenamente el Imperio Romano. Probablemente jamás ha existido en la historia otro
gobierno más fuerte que el del Imperio Romano durante el primer siglo d. de C. El
Imperio Romano ejercía su dominio sobre toda la región de alrededor del mar
Mediterráneo, que incluía tierras en Asia, Europa y África del norte. Como gobierno
fuerte que era, el Imperio Romano tenía leyes muy bien establecidas. Hoy en día, el
común de la gente sabe que la cultura occidental se apoya sobre tres columnas: la ley
romana, la religión hebrea y la cultura griega.
Los destinatarios de la epístola de 1 Pedro no sólo estaban bajo el gobierno romano, sino
que también recibían la influencia de la religión hebrea y de la cultura griega, y en
particular, de la filosofía griega. La bendición acerca del Dios Triuno, que aparece en
1:3-12, no tiene nada que ver con la religión hebrea ni con la filosofía griega. Estos diez
versículos no contienen ningún elemento de religión ni de filosofía. En otras palabras, lo
que Pedro escribe aquí no es ni religioso ni secular; no contiene ningún pensamiento
religioso ni ningún concepto secular o filosófico. ¿Conforme a qué entonces se
escribieron estos versículos? Se escribieron conforme a la revelación de Dios. No
obstante, esta revelación no es meramente objetiva; al contrario, se trata de una
revelación subjetiva. Esto significa que Pedro escribió estos versículos conforme a sus
experiencias espirituales.
EL DIOS Y PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Debido a que Pedro escribió según sus experiencias espirituales, en estos versículos él
abarca muchos asuntos. Consideremos cuántos asuntos se abordan en el versículo 3:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande
misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos”. Uno de los principales asuntos es el título “el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Este título no tiene nada que ver con la religión ni
con la filosofía. Otro asunto importante es el hecho de bendecir. Los otros asuntos que
se abordan son: la gran misericordia de Dios, la regeneración, la esperanza viva y la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Ninguno de estos asuntos contiene
ningún elemento religioso o filosófico; antes bien, todos ellos constituyen aspectos de la
revelación divina.
Al leer la Biblia no debemos dar nada por sentado. No debemos suponer que
entendemos lo que leemos. Debemos dejar de leer la Palabra como tradicionalmente se
ha hecho, pues esto nos conduce a darlo todo por sentado. Cuando leamos una palabra,
como por ejemplo la palabra “bendito” que aparece en 1:3, debemos preguntarnos:
“¿Qué significa esta palabra? Sé lo que esta palabra quiere decir en mi idioma, pero
¿cuál es su significado en este versículo? ¿A qué se refiere?”. Si leemos la Biblia de esta
manera y oramos acerca de lo que leemos, tal vez descubriremos que un capítulo como 1
Pedro 1 puede ocuparnos todo un año. Les insto a que no den por sentado estas palabras
de Pedro: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Debemos indagar
lo que Pedro quiso decir con la palabra “bendito”.
Lo que Pedro pretendía al escribir esta epístola conforme a sus experiencias espirituales,
era anular la religión judía y la filosofía griega. Estoy seguro de que si Pedro estuviese
con nosotros hoy, nos confirmaría que éste era su propósito. Probablemente nos diría:
“El propósito que tenía en mi corazón cuando escribí esta epístola era derribar la
religión hebrea y acabar con la filosofía griega”. Muchas de las frases de este capítulo
indican que éste era el propósito de Pedro.
Las palabras de Pedro “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” asestaron un duro
golpe a la religión judía. Los judíos habrían dicho que esto era una blasfemia. Aun más,
estas palabras eran absolutamente contrarias a la filosofía, a los mitos, a las leyendas y a
las supersticiones griegas. Así que fue en el contexto de la religión judía y la filosofía
griega que Pedro declaró: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Si
los rabinos y los filósofos hubieran leído estas palabras, los rabinos habrían dicho: “¡Eso
es una blasfemia!”; y los filósofos habrían preguntado: “¿Qué es esto?”.
LOS ASPECTOS QUE SE INCLUYEN EN ESTA BENDICIÓN
En el versículo 4 Pedro añade: “Para una herencia incorruptible, incontaminada e
inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”. El asunto que más se destaca en
este versículo es la herencia. Además, hay tres asuntos secundarios relacionados con
esta herencia. La herencia es incorruptible con respecto a su esencia; incontaminada,
con respecto a su condición; e inmarcesible, con respecto a su expresión. No me cabe
duda de que esta descripción de nuestra herencia alude a la Trinidad. La palabra
“incorruptible” se refiere a la naturaleza del Padre; la palabra “incontaminada” describe
la obra santificadora del Espíritu, que hace que la herencia sea limpia y pura; y la
palabra “inmarcesible”, se refiere a Cristo, quien es la expresión de la gloria de Dios, una
gloria que nunca se desvanece. Otros dos detalles relacionados con esta herencia son:
que dicha herencia está reservada en los cielos y que es para nosotros. Por consiguiente,
en este versículo encontramos un asunto principal y cinco asuntos secundarios. Ninguno
de estos asuntos es de carácter judío ni griego, es decir, en este versículo no
encontramos nada religioso ni filosófico, sino que todo es conforme a la revelación
divina.
El versículo 5 dice: “Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la
salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. Aquí Pedro
les dice a los creyentes que son guardados, guarnecidos, por el poder de Dios. Ellos no
son guardados por los rituales religiosos ni por los razonamientos filosóficos, sino por el
poder de Dios mediante la fe. Una vez más, éste no es lenguaje común, no es una
manera de hablar común; antes bien, son palabras extraordinarias. Así, pues, el primero
de los asuntos que se destacan en este versículo es el de ser guardados; el segundo es el
poder de Dios; el tercero es “mediante la fe”; el cuarto es “para la salvación”; y el quinto
es “preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. Una vez más, vemos que en
un solo versículo Pedro abarca muchos asuntos.
En el versículo 6 Pedro dice: “En el cual vosotros exultáis, aunque ahora por un poco de
tiempo, si es necesario, seáis afligidos en diversas pruebas”. La palabra “exultáis” es más
enfática que “regocijáis”. Regocijarse es manifestar gozo de manera audible, mientras
que exultar es estar rebosante de gozo. Cuando exultamos, estamos extasiados de
regocijo. Después de que Pedro nos habla de exultar, dice que ahora por un poco de
tiempo, si es necesario, seremos afligidos en diversas pruebas.
En el versículo 7 Pedro añade: “Para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa
que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Este versículo no nos está hablando
de lo preciosa que es la fe, sino de lo preciosa que es la prueba de nuestra fe. La fe
preciosa se menciona en 2 Pedro 1; pero en este versículo, lo que se considera precioso
no es la fe propiamente, sino la prueba de nuestra fe, la cual es mucho más preciosa que
la prueba del oro. Pedro desea que el resultado de esta prueba sea alabanza, gloria y
honra cuando sea manifestado Jesucristo. Esta prueba examina la condición de nuestra
fe. En el tribunal del Señor, lo que se espera es que esta prueba sea hallada en alabanza,
gloria y honra. Pedro concluye este versículo hablándonos de la revelación de Jesucristo.
La palabra griega traducida “manifestado” significa “quitar el velo”.
El versículo 8 dice: “A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora
no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y colmado de gloria”. El pronombre relativo
“quien” se refiere a Jesucristo. A pesar de que nunca hemos visto al Señor Jesús, le
amamos. En el presente no le vemos, pero creemos en Él. Además, según este versículo,
exultamos con gozo inefable y colmado de gloria. Éste es un gozo tan grande que no se
puede expresar con palabras. Las cosas que son maravillosas son inefables. En este
versículo Pedro dice además que éste es un gozo “colmado de gloria”. Un gozo colmado
de gloria es un gozo inmerso en la expresión de Dios.
En el versículo 9 Pedro dice: “Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de
vuestras almas”. Aquí Pedro indica que el fin de nuestra fe, esto es, la consumación del
proceso de nuestra fe, será la salvación de nuestras almas.
Los versículos 10 y 11 dicen: “Acerca de esta salvación los profetas que profetizaron de la
gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron, escudriñando qué
tiempo y qué clase de época indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual
testificaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”.
Aquí Pedro dice que los profetas profetizaron de la gracia destinada a nosotros, que ellos
indagaron y escudriñaron, y que también testificaron de antemano los sufrimientos de
Cristo y Sus glorias. En este capítulo Pedro parece saltar de un asunto a otro. Luego, en
el versículo 12, él concluye esta sección, diciendo: “A éstos se les reveló que no para sí
mismos, sino para vosotros, ministraban las cosas que ahora os son anunciadas por los
que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las
cuales anhelan mirar los ángeles”.
LA REVELACIÓN DIVINA EXPRESADA
A TRAVÉS DE UN SER HUMANO
Estos versículos no fueron escritos según el conocimiento religioso ni filosófico; antes
bien, fueron escritos conforme a las experiencias espirituales de Pedro. Por esta razón,
la forma en que Pedro escribe no es común ni ordinaria. Esto debe fortalecer nuestra fe
en Dios. Si Dios no existiera, ¿cómo hubieran podido escribirse tales palabras? Aun más,
estas palabras testifican no solamente de que hay un Dios, sino también de que tiene
que existir una persona, el Hijo de Dios, cuyo nombre es Jesucristo. También testifican
de que tiene que existir otra persona, cuyo nombre es el Espíritu Santo. Este Dios
Triuno sin duda había operado en Pedro, quien escribió estos versículos. Por
consiguiente, Pedro tenía experiencias del Dios Triuno.
La fuente y la base de los escritos de Pedro no son ni la religión ni la filosofía, sino las
experiencias que él tuvo del Dios Triuno, quien operaba en él. Pedro reunió muchos
aspectos de su experiencia y los puso por escrito. Lo que le interesaba a Pedro no era
conservar cierto estilo literario, sino únicamente presentar las experiencias genuinas
que había tenido del Dios Triuno.
Aunque no tengo las palabras adecuadas para expresarles esto, espero que lo que les
haya compartido les ayude a comprender que 1:3-12 es en efecto la revelación divina.
Esta revelación es diferente de todo lo religioso y filosófico, pues es totalmente divina.
No obstante, aunque es divina, fue algo que experimentó un ser humano por medio de la
Trinidad de la Deidad. Así pues, la bendición que Pedro ofreció a nuestro Dios Triuno —
el Padre, el Hijo y el Espíritu— brotó de su propia experiencia.
Mientras Pedro escribía su primera epístola, él ciertamente recibía inspiración de Dios.
No existe mente humana que sea capaz de producir tal escrito. Ningún filósofo o
maestro de ética podría escribir de esa manera. Ninguna otra persona en la historia
humana ha escrito algo semejante, y no existe nadie hoy que pudiera hacerlo. ¿Quién
podría idear todos los términos que empleó Pedro? ¿A quién se le habría ocurrido
pensar en todos los diferentes asuntos que él aborda? La respuesta es que nadie podría
haber creado estos términos ni imaginarse estos asuntos. Ninguno de los filósofos
griegos podría haberlos imaginado. La fuente de todos estos asuntos era el propio Dios.
Dios no sólo dio origen a estos términos, sino que además se forjó a Sí mismo en un
pescador como Pedro, para que éste, a pesar de que era una persona inculta, pudiese
producir un escrito que reúne todos estos maravillosos asuntos. Por tanto, al leer el
capítulo uno de 1 Pedro, debemos percibir el espíritu de Pedro, tal y como se expresa en
este escrito. Si hacemos esto, comprobaremos que sus escritos no son de procedencia
humana, sino que son espirituales y divinos. En ellos vemos la revelación divina
expresada a través de un ser humano.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE ONCE
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(6)
Lectura bíblica: 1 P. 1:13-17
Los primeros doce versículos del primer capítulo de 1 Pedro son profundos y
sumamente complejos. En estos versículos se abordan asuntos relacionados con lo
divino, mientras que en los versículos del 13 al 25 se abordan asuntos relacionados con
lo humano. Un ejemplo de los asuntos profundos que aborda Pedro en 1:1-12 es la
presciencia de Dios. Según 1:1 y 2, nosotros fuimos escogidos según la presciencia de
Dios. ¿Puede usted explicar qué es la presciencia de Dios? Este asunto de la presciencia
de Dios es profundo y significativo.
En 1:3 Pedro dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Puesto que
Jesucristo es Dios, ¿cómo, entonces, puede ser Dios Su Dios? Éste es otro asunto
profundo que se abarca en estos versículos.
En los primeros doce versículos de este capítulo, los asuntos relacionados con el aspecto
divino son muy profundos y significativos. Por su parte, los asuntos que se abarcan en
1:13-25, los cuales tienen que ver con el aspecto humano, contienen muchos detalles.
Así, pues, podemos dividir este capítulo en dos secciones: los versículos del 1 al 12, que
abordan asuntos tocantes al aspecto divino, y los versículos del 13 al 25, que abarcan
asuntos tocantes al aspecto humano.
Los versículos del 13 al 25 abarcan principalmente dos asuntos: ser santos en toda
nuestra manera de vivir y el amor fraternal. El versículo 15 dice: “Sino, así como el
Santo, quien os llamó, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”, y
el versículo 22 dice: “Puesto que habéis purificado vuestras almas por la obediencia a la
verdad, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de
corazón puro”. La preocupación de Pedro en estos versículos era que los creyentes
fueran santos en toda su manera de vivir y que se amaran unos a otros con amor
fraternal.
Hemos subrayado el hecho de que los primeros doce versículos de este capítulo revelan
asuntos profundos relacionados con lo divino. Algunos de estos asuntos son: la
presciencia de Dios Padre, ser regenerados para una esperanza viva, la herencia
incorruptible, incontaminada e inmarcesible, y, por último, el hecho de que esta
herencia está reservada en los cielos para nosotros. Los versículos del 13 al 25 tratan
principalmente de cómo desarrollar una santa manera de vivir así como del amor
fraternal. Estos dos asuntos son el fruto, el resultado, de la plena salvación que el Dios
Triuno efectúa.
CEÑIR LOS LOMOS DE NUESTRA MENTE
Examinemos ahora los versículos del 13 al 25 uno por uno. El versículo 13 dice: “Por
tanto, ciñéndoos los lomos de vuestra mente y siendo sobrios, poned vuestra esperanza
completamente en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado”. Los
versículos del 3 al 12 constituyen una sola frase en la que se bendice a Dios el Padre (se
habla bien de Él), la cual nos revela Su maravillosa y excelente salvación, que empieza a
partir de la regeneración de nuestro espíritu (v. 3) y culmina en la salvación de nuestra
alma (v. 9), una salvación efectuada por medio de los sufrimientos y las glorias de Cristo
(v. 11) y aplicada a nosotros por el Espíritu Santo (v. 12). Con base en esto, en el
versículo 13 se da inicio a una exhortación a los que participan de la salvación completa
que el Dios Triuno efectúa según Su economía.
Ceñir los lomos de nuestra mente significa no dar rienda suelta a nuestros
pensamientos. Sin embargo, la mayoría de nosotros deja que sus pensamientos corran
libremente. Pensamos en una cosa y luego en otra. En cuestión de segundos, podemos
dar la vuelta al mundo con nuestra mente. Podemos estar pensando en una cosa, y de
repente, empezamos a pensar en otra. Por ejemplo, mientras alabamos al Señor en Su
mesa, puede ser que inesperadamente empecemos a pensar en algo que recientemente
compramos en la tienda. Debido a que nuestros pensamientos pueden viajar tan rápido,
debemos ceñir los lomos de nuestra mente.
Aquí Pedro parece estar diciendo: “Hermanos, os acabo de presentar varios asuntos
maravillosos y divinos. Vosotros habéis leído sobre la manera en que bendije al Dios
Triuno. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo nos regeneró para una esperanza
viva. También os hablé de la elección de Dios según Su presciencia, de la redención de
Cristo y de la aplicación del Espíritu. Ahora os insto a que ciñáis los lomos de vuestra
mente. No dejéis que vuestra mente corra libremente”.
SER SOBRIOS
En el versículo 13 Pedro habla también de ser sobrios. Ser sobrios es estar en calma y
tener una mente despejada, capaz de comprender la economía de Dios en Su salvación
según se revela en los versículos del 3 al 12, sin dejarnos perturbar por el temor, la
ansiedad o las preocupaciones.
PONER NUESTRA ESPERANZA EN LA GRACIA
En el versículo 13 Pedro también nos encarga que pongamos nuestra esperanza
completamente en la gracia. Esta esperanza es la esperanza viva que recibimos mediante
la regeneración (v. 3). Debemos poner esta esperanza viva completamente en la gracia
que se nos traerá cuando Jesucristo sea manifestado. Sin duda esta gracia no se refiere
simplemente a un favor inmerecido, sino, más bien, a la salvación del alma (vs. 5, 9-10),
lo cual será la consumación de la plena salvación de Dios. La gracia nos fue traída por la
primera venida del Señor (Jn. 1:17) y será consumada por Su segunda venida. En esta
gracia debemos poner nuestra esperanza.
Todo lo que disfrutemos del Señor hoy es, relativamente hablando, una pequeña
porción. En la Biblia a esta porción se le llama arras o garantía, lo que indica que aún
nuestro disfrute no es completo. La era actual es una en la que apenas disfrutamos de un
anticipo. Pero cuando el Señor Jesús regrese, nuestro disfrute será completo. Mientras
disfrutamos del anticipo, tenemos la esperanza de que en el futuro nuestro disfrute será
pleno. La naturaleza, la esencia y la realidad de lo que disfrutamos hoy son las mismas
de lo que disfrutaremos mañana. La diferencia es solamente cuantitativa. Lo que
disfrutamos hoy es tan sólo una pequeña porción que nos ha sido dada como muestra o
anticipo; sin embargo, en el futuro disfrutaremos la porción completa y nuestro disfrute
será pleno. De manera que, por un lado, hoy disfrutamos de la gracia; por otro,
esperamos el día en que disfrutaremos la porción completa. Esto quiere decir que
mientras disfrutamos del anticipo, aguardamos con anhelo poder disfrutar la porción
completa. Esto hace que pongamos nuestra esperanza en el disfrute venidero. El pleno
disfrute que experimentaremos en el futuro será la consumación de esta gracia única.
Esta gracia no es simplemente un favor inmerecido, sino el propio Dios Triuno, quien se
nos ha dado como nuestra plena salvación a fin de que lo disfrutemos plenamente. Hoy
sólo disfrutamos de un anticipo, de una pequeña porción, pero viene el día en que
disfrutaremos la porción completa. Pongamos nuestra esperanza en la porción completa
que disfrutaremos en el futuro, lo cual será la consumación de la gracia.
LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO
Al final del versículo 13 Pedro habla de la manifestación [o revelación] de Jesucristo. Es
muy significativo que la palabra traducida “manifestado” significa “quitar el velo”, en
lugar de advenimiento u otra cosa semejante. Actualmente disfrutamos al Señor Jesús
como un anticipo, pero esto es como detrás de un velo. No obstante, llegará el día en que
el velo será quitado, y entonces declararemos: “¡Aleluya, ahora disfruto al Señor Jesús
fuera del velo!”. De manera que, aunque hoy en día disfrutamos de la gracia, la
disfrutamos como detrás de un velo.
Puesto que estamos con el Señor cubiertos con un velo, otros quizás no entiendan lo que
hacemos. Tal vez al tratar de explicarles que estamos disfrutando a Cristo, nos digan que
eso no es más que tonterías. Nuestro disfrute está encubierto, y aquellos que no
comparten la misma experiencia no pueden entender nada al respecto. Pero un día el
Señor Jesús se revelará, y entonces los demás entenderán que habíamos estado
disfrutando al Señor Jesús. Esta revelación será la gracia venidera como la consumación
de la plena salvación del Dios Triuno.
Si hoy no disfrutamos al Señor Jesús como anticipo, no podremos tener la esperanza de
que cuando Él sea manifestado será nuestro pleno disfrute. Puedo testificar que a diario
disfruto al Señor como anticipo y que siempre espero con anhelo el día en que podré
disfrutarle en plenitud. A veces he orado, diciendo: “Señor Jesús, revélate, y permíteme
disfrutarte en plenitud”. Siempre que disfrutamos del anticipo, tenemos tal esperanza.
Debemos poner nuestra esperanza completamente en la gracia que se nos traerá cuando
Jesucristo sea manifestado.
SER SANTOS EN TODA NUESTRA MANERA DE VIVIR
En el versículo 14 Pedro dice además: “Como hijos obedientes, no os amoldéis a las
concupiscencias que antes teníais estando en vuestra ignorancia”. La palabra griega
traducida “os amoldéis” es la misma que se usa en Romanos 12:2. En este caso, denota
un estado que es una senda por la cual los elegidos de Dios caminan como peregrinos.
No debemos amoldarnos a las concupiscencias de antes, es decir, no debemos
conformarnos a ellas. Anteriormente, estábamos en nuestra ignorancia; pero ahora,
habiendo llegado a ser hijos obedientes, tenemos conocimiento.
El versículo 15 dice: “Sino, así como el Santo, quien os llamó, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir”. El Santo es el Dios Triuno: el Padre que escoge,
el Hijo que redime y el Espíritu que santifica (vs. 1-2). El Padre regenera a Sus elegidos,
impartiéndoles Su naturaleza santa (v. 3); el Hijo los redimió con Su sangre de la vana
manera de vivir (vs. 18-19); y el Espíritu los santifica conforme a la naturaleza santa del
Padre, separándolos de todo lo que no sea Dios, para que ellos, en virtud de la
naturaleza santa del Padre, sean santos en toda su manera de vivir, tan santos como el
propio Dios.
Llegamos a ser santos en toda nuestra manera de vivir mediante la santificación del
Espíritu. Esto se basa en la regeneración, la cual nos imparte la naturaleza santa de Dios
y produce un vivir santo.
Nosotros mismos debemos llegar a ser santos. No se trata de vestir de cierta manera o
de abstenerse de usar maquillaje. Este concepto de santidad es demasiado superficial.
Nuestro ser, nuestra manera de ser, toda nuestra persona, debe llegar a ser santa. Esto
es lo que significa llegar a ser santos en toda nuestra manera de vivir.
En el versículo 16 Pedro nos provee la razón por la cual debemos ser santos: “Porque
escrito está: ‘Sed santos, porque Yo soy santo’”. Ésta es una cita del Pentateuco. En el
Pentateuco se nos dice, al menos en algunas ocasiones, que el pueblo de Dios debía ser
santo porque Dios es santo.
EL JUICIO QUE EJECUTA EL SANTO
En el versículo 17 Pedro añade: “Y si invocáis por Padre a Aquel que sin acepción de
personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor durante el tiempo de
vuestra peregrinación”. En este versículo Pedro da inicio al tema del gobierno de Dios,
que es el tema particular que abarca en sus epístolas. El juicio de Dios tiene como fin
que Él ejerza Su gobierno.
Aquel que como Padre nos llamó, el Santo, nos regeneró para producir una familia
santa: un Padre santo e hijos santos. Como hijos santos que somos debemos andar de
una manera santa. De otro modo, el Padre se convertirá en el Juez (4:17) y juzgará toda
nuestra impiedad. Él nos engendró con vida interiormente para que tuviéramos Su
naturaleza santa, y nos disciplina con juicio externamente para que participemos de Su
santidad (He. 12:9-10). Él nos juzga según nuestras obras, nuestra conducta, sin hacer
acepción de personas. Por tanto, debemos conducirnos en temor durante el tiempo de
nuestra peregrinación. Si lo invocamos como nuestro Padre, también debemos temerle
como nuestro Juez y llevar una vida santa en temor.
En el versículo 17 Pedro “no habla aquí del juicio final del alma. En ese sentido, ‘el Padre
no juzga a nadie, sino que todo el juicio ha dado al Hijo’ (Jn. 5:22). Aquí se está
hablando del juicio que Dios ejecuta a diario en Su gobierno sobre Sus hijos en este
mundo. Por consiguiente, dice aquí: ‘el tiempo de vuestra peregrinación’” (Darby). Éste
es el juicio que Dios trae sobre Su propia casa (1 P. 4:17).
Puesto que estas dos epístolas tratan del gobierno de Dios, en repetidas ocasiones se
hace referencia al juicio de Dios y del Señor (2:23; 4:5-6, 17; 2 P. 2:3-4, 9; 3:7) como uno
de los puntos principales. El juicio de Dios empezó con los ángeles (2 P. 2:3-4) y siguió
ejecutándose en la humanidad a través de las generaciones en el Antiguo Testamento (2
P. 2:5-9). En la era del Nuevo Testamento, el juicio comienza por la casa de Dios (1 P.
1:17; 2:23; 4:6, 17) y continúa ejecutándose hasta que llegue el día del Señor (2 P. 3:10),
el cual será un día de juicio ejercido sobre los judíos, sobre los creyentes y sobre los
gentiles antes del milenio. Después del milenio, todos los que hayan muerto, tanto
hombres como demonios, serán juzgados y perecerán (1 P. 4:5; 2 P. 3:7), y los cielos y la
tierra serán quemados (2 P. 3:10b, 12). El resultado de los diversos juicios no siempre es
el mismo. Algunos juicios traen como consecuencia una prueba disciplinaria; otros, un
castigo dispensacional; y otros, la perdición eterna. Sin embargo, mediante todos estos
juicios el Señor Dios purificará todo el universo con el fin de tener un cielo nuevo y una
tierra nueva destinados a un nuevo universo lleno de Su justicia (2 P. 3:13) para el
deleite del Señor.
Dios juzga según la obra de cada uno sin hacer acepción de personas. La obra del
versículo 17 se refiere a la conducta o el comportamiento, al igual que en Romanos 3:20
y Gálatas 2:16.
CONDUCIRNOS EN TEMOR DURANTE EL TIEMPO
DE NUESTRA PEREGRINACIÓN
En el versículo 17 Pedro nos insta a que nos conduzcamos en temor durante el tiempo de
nuestra peregrinación. Éste es un temor santo, como se menciona en Filipenses 2:12;
ésta es una precaución saludable y seria que nos motiva a comportarnos santamente. Tal
temor se menciona varias veces en este libro porque la enseñanza del mismo se
relaciona con el gobierno de Dios.
Conducirnos en temor durante el tiempo de nuestra peregrinación significa andar todo
el tiempo en temor de Dios, un temor que es santo. Las palabras “durante el tiempo”
incluye cada minuto de nuestra vida diaria.
Hace años visité a algunos santos de Las Vegas. Algunos de ellos me sugirieron visitar
un casino sólo para que viera cómo era. Les contesté: “No, no iré. De hecho, si no
hubiera sido por su invitación, jamás habría venido a esta perversa ciudad. Estoy aquí
con ustedes sólo porque me invitaron, pero no iré a ver ningún casino”. Si hubiera ido a
tal lugar, habría dejado de conducirme en temor durante esas horas del día.
Debemos conducirnos en temor en cada minuto de nuestra peregrinación. Esto está
relacionado con la santa manera de vivir. En toda nuestra manera de vivir debemos
llegar a ser santos, es decir, personas apartadas del mundo.
Los versículos 18 y 19 explican por qué debemos conducirnos en temor durante el
tiempo de nuestra peregrinación: “Sabiendo que fuisteis redimidos de vuestra vana
manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como
oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin defecto y sin
mancha”. ¿Por qué debemos conducirnos en temor durante el tiempo de nuestra
peregrinación? Porque sabemos que fuimos redimidos con la sangre preciosa de Cristo.
Es debido a esta comprensión que ahora nos conducimos en temor durante el tiempo de
nuestra peregrinación. Por tanto, lo que debemos captar aquí es que la santa manera de
vivir debe emanar de la estimable y preciosa redención de Cristo.
Pablo nos dice que Cristo nos redimió de la maldición del pecado y del presente siglo
maligno; sin embargo, Pedro nos dice que Cristo nos redimió de nuestra vana manera de
vivir. Es vano participar de entretenimientos mundanos o comprar ropa mundana. La
vana manera de vivir también puede estar relacionada con la manera en que realizamos
nuestras compras. A algunas hermanas les gusta mucho ir de compras. Cada semana
van a las tiendas por lo menos a mirar, aun cuando no tengan nada que comprar. ¿No
saben quiénes son ustedes? Ustedes son hijos e hijas del Rey. Como hijos del Rey que
son, no debieran ir a las tiendas sin ningún propósito. Por el contrario, aun al realizar
sus compras debieran comportarse de forma solemne y decorosa. Uso esto como
ejemplo de lo que significa en la práctica ser redimidos de nuestra vana manera de vivir.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE DOCE
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(7)
Lectura bíblica: 1 P. 1:15, 18-19
CÓMO LLEGAMOS A SER SANTOS
EN TODA NUESTRA MANERA DE VIVIR
Antes de proseguir a los versículos 18 y 19, quisiera añadir algo más respecto a cómo es
que llegamos a ser santos en toda nuestra manera de vivir (1:15). La frase “manera de
vivir” es una traducción literal del griego. Según 1:15, no sólo debiéramos ser santos y
llevar una vida santa, sino ser santos en toda nuestra manera de vivir. Los demás
debieran observar que nos conducimos de cierta manera en nuestro vivir diario, una
manera que es santa. En otras palabras, no debiéramos ser santos ocasionalmente o en
ciertas cuestiones; por ejemplo, no es que por la mañana seamos santos respecto a cierto
asunto, y luego, más tarde durante el día, dejemos de serlo. No, debemos llevar una vida
santa de forma habitual. Esto es lo que constituye una santa manera de vivir. Si
deseamos tener una manera de vivir que sea santa, debemos habitualmente ser santos
en todo lo que somos. Esto significa que debemos llegar a ser cierta clase de persona,
una persona que es santa en su constitución intrínseca.
A fin de entender mejor lo que significa una santa manera de vivir, usemos como
ejemplo los árboles frutales. Un manzano produce manzanas conforme a la “manera de
vivir” del manzano. Asimismo, un naranjo produce naranjas según su respectiva
“manera de vivir”. Ni el manzano ni el naranjo producen su fruto por casualidad; más
bien, lo hacen conforme a la manera de vivir que es propia de cada árbol.
Es así como nosotros llegamos a ser santos en toda nuestra manera de vivir. Algunos
cristianos que recalcan mucho lo que ellos mismos llaman santidad, algunas veces
actúan como santos, pero otras veces se comportan de una manera muy mundana y
carnal. Esto indica que no tienen una santa manera de vivir. Tener una santa manera de
vivir es llevar una vida que expresa a Dios; es llevar una vida que expresa la naturaleza
santa de Dios.
Cuando fuimos regenerados, nos fue impartida la naturaleza santa del Padre. Esta
naturaleza santa, que ahora está en nosotros, es el factor básico que nos permite tener
una santa manera de vivir. Usemos una vez más los árboles frutales como ejemplo. Si un
manzano no tuviera la vida de un manzano, no podría tener “la manera de vivir” del
manzano. Supongamos que alguien intentara adherir manzanas a las ramas de otra
clase de árbol. Al cabo de poco tiempo, se caerían las manzanas. Pero un manzano que
tiene la manera de vivir que corresponde a la de un manzano, expresa la naturaleza que
es propia del manzano. El mismo principio se aplica respecto a cómo podemos llegar a
ser santos en toda nuestra manera de vivir. El Padre impartió Su naturaleza santa en
nosotros, y esto es lo que hace posible que llevemos una vida que expresa al Dios santo.
En segundo lugar, con respecto a una santa manera de vivir, el Espíritu santo está
llevando a cabo una obra de santificación en nosotros. La palabra griega traducida
santificar es la forma verbal del adjetivo santo; esto significa que cuando el Espíritu
Santo nos santifica, nos está haciendo santos. Así, pues, el Espíritu, con base en la
naturaleza santa del Padre, opera dentro nosotros con el objetivo de hacernos santos.
En tercer lugar, debido a que a menudo somos desobedientes, necesitamos la disciplina
de Dios. Es por ello que Hebreos 12:10 nos dice que Dios el Padre nos disciplina para
que participemos de Su santidad.
En resumen, para tener una santa manera de vivir, necesitamos tres cosas: la
impartición de la naturaleza santa del Padre en nuestro ser; la obra santificadora del
Espíritu Santo, la cual nos hace santos; y la disciplina de Dios, cuyo objetivo es que
seamos partícipes de la santidad de nuestro Dios santo. Éstos son los tres factores que
nos capacitan para llevar una vida de santidad. De manera que no basta con que
tengamos un vivir que es santo hasta cierto grado; no, toda nuestra manera de vivir debe
ser santa. Esto significa que debemos tener un vivir que exprese a nuestro Dios santo.
SABER QUE FUIMOS REDIMIDOS
El versículo 18 dice: “Sabiendo que fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir,
la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata”.
Según la gramática, el versículo 18 está relacionado con la expresión “conducíos en
temor durante el tiempo de vuestra peregrinación”, que aparece en el versículo 17. Esto
indica que para poder conducirnos en temor durante el tiempo de nuestra
peregrinación, es necesario que tengamos una profunda comprensión de lo que es la
redención de Cristo. Hoy muchos cristianos viven descuidadamente debido a que su
comprensión de la obra redentora de Cristo es muy superficial.
Cuando era niño, estudié en la escuela primaria de una misión bautista, y allí escuché
mucho acerca de la cruz de Cristo y de la redención que Él efectuó. Sin embargo, nada
de lo que escuché conmovió mi corazón, debido a que esa enseñanza acerca de la
redención de Cristo era muy superficial. No sé por qué ni los misioneros ni los ministros
chinos nunca dijeron nada significativo acerca de 1:18 y 19. No recuerdo haber
escuchado ni una enseñanza sobre estos versículos durante el tiempo que asistí a esa
escuela. Toda la predicación que escuché allí con respecto a la redención de Cristo fue
muy superficial.
La manera en que Pedro habla acerca de la redención en estos versículos no es
superficial en absoluto. Estoy seguro de que cualquier persona que leyera
detenidamente estos versículos, se sentiría muy conmovida con estas palabras de Pedro:
“Sabiendo que fuisteis redimidos ... con la sangre preciosa de Cristo, como de un
Cordero sin defecto y sin mancha”.
Según el versículo 18, la sangre de Cristo nos redimió de nuestra vana manera de vivir.
Esta “vana manera de vivir” está en contraste con el “ser santos en toda nuestra manera
de vivir”, lo cual se menciona en el versículo 15. Según otros pasajes de las Escrituras, la
sangre de Cristo nos redime de nuestros pecados, transgresiones, iniquidades y de todo
lo que es pecaminoso (Ef. 1:7; He. 9:15; Tit. 2:14). Sin embargo, aquí encontramos una
excepción: la sangre de Cristo nos redimió de nuestra vieja y vana manera de vivir,
porque aquí no se da énfasis a lo pecaminoso, sino a la manera de vivir. Todo el capítulo
recalca la manera santa en que el pueblo escogido de Dios debe vivir durante su
peregrinación. Tanto la santificación del Espíritu como la redención de Cristo tienen
este fin: separarnos de la vana manera de vivir que heredamos de nuestros padres.
Puesto que sabemos que esto fue obtenido con el más alto precio, la preciosa sangre de
Cristo, nos conducimos en temor todos los días de nuestra peregrinación.
Nuestra vieja manera de vivir, un vivir en concupiscencias (1 P. 1:14), no tenía sentido
alguno ni una meta definida; por ende, era vana. Pero ahora tenemos la meta de llevar
una vida santa, de llevar una vida que expresa a Dios en Su santidad (vs. 15-16).
Muchos términos bíblicos de gran valor, términos que son muy importantes en la
Palabra, se han vuelto comunes y religiosos. Hasta podríamos decir que se han
corrompido. La palabra “redimidos” es un ejemplo de un término bíblico que muchos
consideran religioso debido a la forma en que se ha empleado. Ésta es la razón por la
cual, cuando leemos esta palabra en la Biblia, no sentimos mucho aprecio por ella. Sin
embargo, cuando Pedro escribió 1:18 y 19, él se mostró muy emotivo.
FUIMOS COMPRADOS
CON LA SANGRE PRECIOSA DE CRISTO
Yo preferiría que la palabra griega traducida “redimidos” se tradujera “comprados”. De
hecho, éste es el significado de la palabra griega. Nosotros fuimos comprados con la
sangre preciosa de Cristo.
Como seres humanos caídos que éramos, nos encontrábamos en una situación terrible
antes de experimentar la redención de Cristo; éramos mercancía que estaba a la venta
en un mercado inmundo, el mercado de la vana manera de vivir. Si, en términos
espirituales, usted tiene cierta sensibilidad mientras se pasea por un centro comercial,
se dará cuenta de que tal lugar es inmundo. Quizás aparentemente se vea muy limpio;
pero en el sentido espiritual, está lleno de suciedad. Además, casi todo lo que uno ve en
un centro comercial está relacionado con la vana manera de vivir. Así, pues,
anteriormente éramos mercancía que estaba a la venta en el centro comercial de
Satanás, en su mercado inmundo y mundano. Hoy en día, toda la sociedad humana es
un mercado inmundo.
Aunque éramos artículos que estaban para la venta en el centro comercial de Satanás,
Cristo vino a comprarnos, a redimirnos. Él pagó un precio muy alto para comprarnos: el
precio de Su preciosa sangre. Satanás no quería que Cristo nos comprara; su plan era
que alguien más nos comprara. Por lo tanto, cuando Satanás se dio cuenta de que Cristo
había venido para comprarnos, trató de provocar muchos problemas. Como no quería
soltarnos ni dejarnos ir, puso muchos obstáculos y levantó barreras para impedir que
Cristo nos comprara. Con todo, Cristo murió en la cruz y derramó Su preciosa sangre
para redimirnos. Desde nuestra perspectiva, fuimos comprados; pero desde la
perspectiva de Satanás, fuimos redimidos.
La sangre que nos redimió fue una sangre extraordinaria; era la sangre del Dioshombre, Jesucristo, el Hombre, quien llevó una vida de la norma más elevada. El Señor
Jesús es un Hombre mezclado con Dios. Por consiguiente, cuando este Hombre murió
en la cruz, Dios también pasó por la muerte. No hay palabras humanas que puedan
explicar esto.
Solamente la sangre de Cristo podía redimirnos o comprarnos. Satanás, el usurpador,
nos había puesto en venta; pero Cristo, nuestro Redentor, pagó el más alto precio para
comprarnos. Pedro habla de esto en los versículos 18 y 19.
MÁS PRECIOSA QUE EL ORO Y LA PLATA
En el versículo 18 Pedro dice que fuimos redimidos “no con cosas corruptibles”. La
sangre de Cristo es una sustancia material, pero su eficacia, función, valor, poder y
autoridad son eternos e incorruptibles.
La sangre de Cristo, con la cual somos rociados y por ende separados de entre la gente
común, es más preciosa que la plata y el oro. El más alto precio fue pagado por nuestra
redención, a fin de que fuésemos redimidos de la vana manera de vivir y viviésemos una
vida santa (vs. 18, 15). Por esto debemos tener un temor santo y conducirnos delante de
Dios con una precaución seria y saludable, a fin de que, como elegidos de Dios que han
sido redimidos a un precio tan alto, no pasemos por alto el propósito de la elevadísima
redención de Cristo.
En los versículos 18 y 19 se nos muestra un contraste entre “oro o plata” y “un cordero”.
El oro y la plata son valiosos, pero no poseen vida ni son orgánicos; en cambio, un
cordero posee vida y es orgánico. Con este contraste, Pedro nos dio a entender que el
precio que Cristo pagó por nosotros estaba relacionado con la vida y que consistía en
algo orgánico.
En el capítulo seis del Evangelio de Juan, el Señor Jesús alimentó a la multitud con
cinco panes de cebada y dos peces (Jn. 6:9-12). En tipología, la cebada representa la vida
de resurrección. En Palestina, la cebada madura antes que el trigo; por ende, la cebada
representa a Cristo en resurrección.
Después de haber alimentado milagrosamente a la multitud, el Señor Jesús se basó en
dicho milagro para dar un mensaje a la gente, en el que les decía que Él era el pan de
vida. En Juan 6:35, Él dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá
hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás”. Luego, en Juan 6:48, volvió y dijo:
“Yo soy el pan de vida”. El pan, como sabemos, es hecho con ingredientes de origen
vegetal. ¿Quién haría pan utilizando ingredientes de la vida animal? Sin embargo,
después que el Señor Jesús le dijo a la gente que Él era el pan de vida, añadió: “Yo soy el
pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el
pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo” (v. 51). Luego, el
Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del
Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros ... Porque Mi carne es verdadera
comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (vs. 53, 55). Así que, el pan, que inicialmente
es de cebada, finalmente llega a ser la carne del Señor. La cebada, por supuesto,
pertenece a la vida vegetal, mientras que la carne con su sangre pertenece a la vida
animal.
Les doy como referencia Juan 6 para mostrarles que no podemos entender ni explicar
totalmente las cosas de Cristo relacionadas con el cumplimiento de la redención de Dios.
Tampoco podemos explicar de manera sistematizada las verdades bíblicas. ¿Cómo
sistematizaría usted el pan de cebada y la carne, mencionadas en Juan 6? Según este
capítulo, la cebada y la carne se mezclan y compenetran como una sola. Por una parte, la
vida de Cristo está representada por la vida vegetal; por otra, Su vida está representada
por la vida animal. Esto es semejante a decir que Cristo es divino y humano. La
naturaleza divina de Cristo se halla mezclada, compenetrada, con Su naturaleza
humana. Cuando Él murió en la cruz, Él murió como hombre. No obstante, Dios
también pasó por esa muerte. No tenemos palabras para explicar esto.
Ya que Cristo es tanto Dios como hombre, lo cual está representado por la vida animal y
la vida vegetal, Su persona es única, y Su sangre también es única. Ninguna otra sangre
puede redimirnos. Solamente la sangre de Cristo puede hacerlo. Su sangre es única
debido a que Su persona es única. Puesto que Él es precioso, Su sangre es preciosa. La
Biblia incluso nos dice que hoy la sangre de Cristo sigue hablando a nuestro favor en los
cielos (He. 12:24).
SIN DEFECTO Y SIN MANCHA
El versículo 19 dice: “Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin
defecto y sin mancha”. Es importante entender lo que Pedro quiere decir con las
palabras “defecto” y “mancha”, y conocer la diferencia que hay entre ellas. La palabra
“defecto” es un término que a menudo se usaba para referirse a las impurezas que se
hallan en las piedras preciosas y en las gemas. Suponga que usted tiene en su mano una
piedra preciosa. Si la piedra es pura, eso significa que no tiene ninguna impureza, es
decir, ninguna partícula extraña en ella. Sin embargo, a veces las piedras preciosas o las
gemas contienen partículas extrañas. Tal partícula extraña, tal elemento, constituye un
defecto.
La palabra mancha aquí se refiere a una marca, a una cicatriz producida por una herida.
Si usted tiene una herida en su mano, con el tiempo esa herida se convertirá en una
cicatriz. Esa cicatriz entonces será una marca, una mancha, en su cuerpo.
Dios nos creó puros, pero la caída introdujo en nosotros muchas partículas extrañas,
que vinieron a ser defectos. Todos estos elementos extraños pertenecen al diablo, a
Satanás. Además de esto, fuimos heridos en nuestra vida natural.
En la tipología del Antiguo Testamento vemos que los sacrificios de animales debían
ofrecerse sin defecto y sin mancha. Por ejemplo, supongamos que una oveja fuera
presentada como una ofrenda por el pecado. Esa oveja tenía que ser sin defecto, es decir,
sin ninguna impureza, y también tenía que ser sin mancha, es decir, no podía tener
ninguna herida. La oveja que fuera presentada como ofrenda por el pecado debía ser
pura y perfecta.
De entre todos los seres humanos que han vivido sobre la tierra, solamente ha habido un
Hombre, el Señor Jesucristo, en quien no se ha encontrado contaminación ni mancha
alguna. Además, Él es el único Hombre que no ha sufrido ninguna herida de orden
moral o ético. Considere su situación, aunque usted todavía sea una persona joven, ¿no
ha recibido muchas heridas de orden ético y moral? Usted tendría que admitir que no ha
sido guardado perfecto. Hay algunos que ya tienen el hábito de participar en los juegos
de azar. Si una persona es adicta a los juegos de azar eso indica que su carácter ha
sufrido una herida muy seria. Además, nos herimos a nosotros mismos cada vez que
mentimos. No creo que haya uno de entre nosotros que jamás haya dicho una mentira.
Cada mentira es una herida. Si la esposa le miente al marido o viceversa, esa mentira
ocasionará una herida a su vida matrimonial. La mayoría de nosotros también hemos
sido heridos por el hurto. Son muy pocas las personas que jamás han robado a nadie. A
veces los niños hurtan cosas de sus padres, o las esposas hurtan de sus esposos. El hurto
siempre nos hiere.
Nuestra persona y nuestro carácter han sido heridos de muchas maneras. Como seres
caídos, tenemos muchos defectos y heridas. Todo el que haya pasado por un divorcio ha
experimentado una herida muy seria. La mujer samaritana de Juan 4 había sufrido esta
herida. Ella había cambiado de marido seis veces, y había sido herida de muchas
maneras. Ella tenía muchas cicatrices, muchas manchas.
Jesucristo es la única persona que no tiene defecto ni mancha alguna. Él no tiene ningún
defecto ni ninguna herida.
Las palabras “sin defecto y sin mancha” son, de hecho, términos del Antiguo Testamento
que se usaban en relación con los sacrificios ofrecidos a Dios. Cualquier judío que leyera
la Primera Epístola de Pedro entendería esto. Puesto que Pedro se estaba dirigiendo a
creyentes judíos, él usó términos que ellos conocían bien. Así que, en este versículo les
estaba mostrando que Jesucristo era el sacrificio verdadero, el sacrificio que sería
ofrecido como nuestra ofrenda por el pecado y por nuestras transgresiones. Cristo es el
verdadero Cordero pascual.
El cordero que era sacrificado durante la Pascua tenía que ser sin defecto y sin mancha.
Además, dicho cordero debía ser sometido a un examen riguroso que duraba cuatro
días. Antes de que el cordero pudiera ser sacrificado, primero tenía que ser examinado
para que quedara comprobado que no tenía defecto ni mancha alguna. Esto fue lo que el
Señor Jesús experimentó en Jerusalén en los días antes de ser crucificado. Por varios
días fue examinado por los fariseos, los saduceos, los escribas, los ancianos y los
sacerdotes. Ellos hicieron todo lo posible por encontrar alguna falta en Él. Sin embargo,
según su ley, no pudieron encontrar ninguna. Así que entregaron al Señor Jesús a los
gobernantes romanos, a Pilato y a Herodes. Pero tampoco estos gobernantes romanos
pudieron hallar falta en Él según la ley romana. Fue por ello que Pilato declaró: “Yo no
hallo en Él ningún delito” (Jn. 18:38). Así, pues, el Cordero de Dios fue examinado
según la ley divina y según la ley secular, y no se halló en Él contaminación ni mancha
alguna. Ésta es la única persona sin defecto y sin mancha.
Por una parte, Pedro hace referencia a la tipología del Antiguo Testamento; por otra, él
indica al mismo tiempo que Cristo es el verdadero Cordero pascual. Él es nuestra
ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones, Aquel que fue ofrecido
para la expiación de los pecados del pueblo de Dios. Como el Cordero sin defecto y sin
mancha, Él derramó Su preciosa sangre para redimirnos. Es necesario que todos
sepamos que fuimos redimidos de nuestra vana manera de vivir con la sangre preciosa
de Cristo.
Les animo a que pasen una hora a solas con el Señor y reflexionen sobre la sangre
preciosa de Cristo, la cual fue derramada por ustedes en la cruz. Esto despertará en
ustedes el deseo de llevar una santa manera de vivir en temor. Ustedes desearán ser
santos en toda su manera de vivir y conducirse en temor durante el tiempo que les resta
de su peregrinación. Si hemos de vivir de esta manera, es preciso que comprendamos
que fuimos redimidos, comprados, con el alto precio de la sangre preciosa de Cristo.
Esta comprensión nos motivará a vivir de una manera santa, pues nos ayudará a ver que
la sangre preciosa de Cristo nos redimió de la vana manera de vivir. Como resultado, ya
no querremos vivir de una manera vana.
Una vana manera de vivir no necesariamente es pecaminosa. De hecho, es posible que
en ciertos aspectos sea una vida muy moral. Con todo, sigue siendo vana, pues no tiene
meta, objetivo ni propósito alguno. Todo lo que no tenga meta ni propósito es vanidad.
No debemos llevar hoy una vida vana; todo lo que hagamos o digamos debe tener como
objetivo la meta de Dios. Una vida así es una vida digna y de mucho contenido. Es una
vida cuyo propósito, meta y objetivo están definidos. Espero que todos dediquemos
algún tiempo para considerar lo que Pedro escribe acerca de la sangre preciosa de Cristo
para que, de manera práctica, podamos llegar a ser santos en toda nuestra manera de
vivir y conducirnos en temor durante el tiempo de nuestra peregrinación.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE TRECE
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(8)
Lectura bíblica: 1 P. 1:20-21
LA PRESCIENCIA DE DIOS
En 1 Pedro 1:20 Pedro, refiriéndose a Cristo, dice: “Ya conocido desde antes de la
fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”.
Dios, según Su presciencia de y desde antes de la fundación del mundo, destinó, preparó
a Cristo para que fuese el Cordero redentor (Jn. 1:29) en favor de Sus elegidos. Esto fue
hecho en conformidad con el propósito y plan eterno de Dios, y no ocurrió por
casualidad. Por ello, en la perspectiva eterna de Dios, Cristo fue inmolado desde la
fundación del mundo (Ap. 13:8), es decir, desde la caída del hombre, la cual es parte del
mundo.
En 1:2 Pedro habla de la presciencia de Dios el Padre, y en el versículo 20 dice que
Cristo fue conocido como el Cordero redentor desde antes de la fundación del mundo.
En el idioma griego del Nuevo Testamento, la raíz de palabras que han sido traducidas
“presciencia”, “conocer de antemano” y “conocido desde antes” es el verbo que significa
conocer, al cual se le ha añadido un prefijo. El prefijo griego pro significa antes o de
antemano. En el Nuevo Testamento, palabras tales como “conocer de antemano”,
“presciencia” y “conocido desde antes” implican mucho más de lo que logramos
entender de las traducciones, pues la raíz griega de estas palabras implica el hecho de
apreciar, aprobar y poseer. Después que uno aprueba algo, siente aprecio por ello; y
luego, querrá poseerlo y hacerlo suyo. A veces cuando uno declara que no conoce a algo
o a alguien, quiere decir que “no lo posee” o “no lo quiere”. Además, en la Biblia la
palabra “conocer” se usa también respecto a la relación entre marido y mujer. Por
ejemplo, en cuanto a la relación entre José y María, Mateo 1:25 dice que José “no la
conoció hasta que dio a luz un hijo”. Esto, por supuesto, no significa que hasta ese día
José no sabía quién era María; dicha frase, más bien, se refiere al hecho de que José
hubiera tomado a María por mujer haciéndola suya.
La presciencia de Dios de la que se habla en 1:2 implica que en la eternidad pasada Dios
nos aprobó y sintió aprecio por nosotros. También implica que en la eternidad pasada Él
nos conquistó, se apoderó de nosotros y nos hizo Suyos. Incluso podríamos decir que así
como José se casó con María, Dios, según Su presciencia, se casó con nosotros en la
eternidad pasada. (Con Dios no existe el elemento del tiempo.) Todas éstas son las
connotaciones que tiene la palabra “presciencia”.
DESIGNADO DE ANTEMANO POR DIOS
El hecho de que Cristo haya sido conocido anticipadamente por Dios significa que fue
designado o investido de antemano por Dios. Conocer de antemano equivale a designar
o investir de antemano. Kenneth S. Wuest, en su traducción ampliada del Nuevo
Testamento, usa las palabras foreordained [designado de antemano] y foreordination
[designación hecha anticipadamente]. Según esta traducción, el versículo 20 dice:
“Cristo ... fue designado de antemano aun antes de que fueran puestos los cimientos del
universo”, y el versículo 2 dice que los creyentes son “los elegidos, según una
designación hecha anticipadamente por Dios Padre”. Así que, la presciencia de Dios, no
solamente significa que Él nos hubiera conocido en la eternidad pasada, sino que
además nos designó, nos invistió. Todos nosotros fuimos designados, investidos, por
Dios el Padre en la eternidad pasada. No necesitamos que se nos haga ninguna otra
clase de designación o investidura.
¿Saben cuándo fueron ustedes designados o investidos por Dios? Desde antes de la
fundación del mundo. ¡Aleluya, pues, como podemos ver, la presciencia de Dios incluye
el hecho de que todo lo que dispuso fue realizado de antemano: el que nos aprobó,
apreció, reconoció, el que se casó con nosotros y el que nos designó!
Cristo fue conocido desde antes de la fundación del mundo. Esto quiere decir que en la
eternidad pasada Dios aprobó a Cristo y sintió gran aprecio por Él. Después Dios lo
invistió para que fuese Su Ungido. Dios determinó que Cristo fuera Aquel que recibiría
la comisión de cumplir, en su debido tiempo, todo lo que Dios había planeado para la
realización de Su propósito eterno. De hecho, cuando Dios designó o invistió a Cristo,
también en ese momento invistió o designó a todos los creyentes.
Quizás algunos al escuchar que fueron investidos o designados juntamente con Cristo en
la eternidad pasada, se muestren incrédulos y digan: “Ésa es simplemente la predicación
del hermano Lee. Al igual que un vendedor promueve su mercancía, este predicador está
tratando de venderme sus ideas”. Si ésa es su actitud, entonces le animo a que espere
hasta que estemos en la Nueva Jerusalén en la eternidad. Tengo la plena certeza de que
cuando todos nos encontremos allí, usted alabará a Dios y dirá: “¡Aleluya! ¡Ahora veo
que ciertamente fui designado por Dios el Padre antes de la fundación del mundo!”.
Podríamos incluso decir que en la eternidad pasada Dios celebró una ceremonia de
investidura. En esa ceremonia, Él primeramente designó a Su Hijo para que fuera el
Cristo, y luego nos designó a todos nosotros, los creyentes de Cristo, para que fuéramos
cristianos. En aquella ceremonia eterna de investidura, que fue celebrada antes de la
fundación del mundo, todos nosotros fuimos investidos en el momento en que Cristo fue
investido. Cuando Él fue investido para ser el Cristo, nosotros fuimos investidos para ser
“Cristo-hombres”. Él fue investido como el Ungido de Dios, y nosotros fuimos investidos
como pequeños ungidos. ¡Cuán maravilloso es que Cristo y nosotros hayamos sido
investidos conjuntamente en la eternidad pasada! Cristo fue conocido de antemano por
Dios el Padre, y nosotros también fuimos conocidos de antemano por Él.
¿Creen ustedes que fueron conocidos por Dios cuando Cristo fue conocido, y que
también fueron investidos por Dios cuando Cristo fue investido? Si ven esto y lo creen,
no deben vacilar en declararlo. Quizás ustedes no se atrevan a decir que fueron
designados o investidos desde antes de la fundación del mundo, cuando Cristo fue
investido. Tal vez se sientan incómodos de hacer tal declaración, pensando en que si
dicen eso, los demás pensarán que ustedes están locos. ¡Oh, es crucial que todos veamos
lo que se revela en 1 Pedro 1 con respecto a la presciencia de Dios y a la designación que
Dios hizo anticipadamente! ¡Es un hecho espiritual maravilloso el que nosotros y Cristo
hayamos sido conocidos y designados o investidos de antemano por Dios el Padre en la
eternidad pasada!
El versículo 20 dice que Cristo fue conocido, fue designado, de antemano, y el versículo
2 indica que nosotros los creyentes fuimos elegidos según la presciencia de Dios, según
lo designado por Él de antemano. Por consiguiente, hay una correspondencia entre el
versículo 20 y el versículo 2. Cuando Cristo fue investido, nosotros fuimos conocidos y
escogidos. Esto es posible porque con Dios no existe ninguna limitación de tiempo.
ALABAR A DIOS POR SU PRESCIENCIA
En la eternidad pasada, el día en que Cristo y todos los creyentes fueron investidos, Dios
vio a todos los millones de descendientes de Adán. En un sentido muy real, podemos
decir que todos estos descendientes de Adán estaban allí delante de Él. Entonces Dios,
aparentemente sin ninguna razón, eligió, aprobó e invistió a algunos. Probablemente
Dios dijo: “Aquel me gusta; por tanto, lo escojo, lo apruebo y lo invisto”. Dios miró a
personas de todos los países del mundo. Luego, seleccionó a algunos de Estados Unidos,
de China y de Inglaterra, de Francia, de Alemania y de muchas otras naciones. También
eligió a personas de diferentes razas y colores: negro, blanco, amarillo, café y rojo. ¿Qué
podemos nosotros decir al respecto? En realidad, lo único que podemos decir es:
“¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor por Su presciencia!”. Alabemos a Dios el Padre por
habernos elegido, aprobado e investido.
Con base en la presciencia de Dios y la investidura que Él realizó, Cristo vino a la tierra
para ser nuestro Redentor y cumplir el propósito de Dios. Además, el Espíritu vino a
nosotros, operó en nuestro entorno y nos condujo al arrepentimiento y a la fe en Cristo.
En cierto sentido, el Espíritu podría decir respecto a nosotros: “Oh, aquí hay uno que fue
investido por Dios en la eternidad pasada. Ahora es el tiempo oportuno para que sea
llamado y pueda ser salvo”. Fue debido a que fuimos investidos de antemano por Dios
que el Espíritu vino a nosotros e hizo todo lo que se requería para que creyéramos en
Cristo.
¡Alabado sea el Señor porque cuando Cristo fue investido, nosotros también fuimos
investidos! ¡Aleluya por la presciencia de Dios! En la eternidad pasada Dios invistió a
Cristo como también a una multitud de cristianos o, más bien, Cristo-hombres. ¡Aleluya
porque Dios invistió de antemano a Cristo y a todos los cristianos!
CRISTO ES MANIFESTADO EN LOS POSTREROS TIEMPOS POR AMOR DE
NOSOTROS
En el versículo 20 Pedro también dice que Cristo fue “manifestado en los postreros
tiempos por amor de vosotros”. Esto implica que no era necesario que Cristo se
manifestara por causa de Dios; antes bien, Él fue manifestado por amor de nosotros.
La encarnación, la crucifixión, la resurrección y el proceso que produjo al Espíritu de
Cristo, son eventos que a los ojos de Dios existen eternamente. Sin embargo, por causa
de nosotros, era necesario que Cristo se manifestara por medio de la encarnación, que
llevara una vida humana, y que experimentara la crucifixión, la resurrección y la
ascensión a fin de que el Espíritu de Cristo fuera producido en un sentido
dispensacional.
Cristo fue investido desde antes de la fundación del mundo, pero “en los postreros
tiempos” y por amor de nosotros fue manifestado, llevó una vida humana y experimentó
la crucifixión, la resurrección y la ascensión. De hecho, según la perspectiva eterna de
Dios, todo esto ya había acontecido. Cristo ya había sido investido como el Cristo, y
nosotros ya habíamos sido investidos como cristianos desde la eternidad pasada. Sin
embargo, era necesario que esta investidura anticipada se efectuara en su debido
tiempo. Por lo tanto, nosotros nacimos, llevamos nuestra propia vida humana y
cometimos muchos pecados y delitos. Un día, escuchamos la predicación del evangelio,
nos arrepentimos, creímos, invocamos al Señor y le dimos gracias por todo lo que Él
había hecho por nosotros. Sin embargo, el Señor podría habernos dicho: “Todo esto
ocurrió en el pasado. Pero ahora, por amor de vosotros, se está llevado a cabo hoy”. Ésta
es la manera correcta y apropiada de entender la salvación de Dios. Dios lo hizo todo en
la eternidad pasada. Lo único que se necesitaba era que en los postreros tiempos y por
amor de nosotros, Cristo fuera manifestado.
En el versículo 21 Pedro añade: “Los que por medio de Él creéis en Dios, que le resucitó
de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios”. Aquí
Pedro dice que por medio de Cristo creemos en Dios. Cuando creímos en Cristo fuimos
introducidos en una unión orgánica con Él (Gá. 3:26-27). Luego, por medio de Él,
creímos en Dios para ser uno con Él y participar de todas Sus riquezas.
Los judíos creen en Dios directamente, pero nosotros los cristianos creemos en Dios por
medio de Cristo. Esto significa que nosotros creemos en Dios por medio de un
intermediario. Este intermediario es Jesucristo.
CRISTO RESUCITÓ DE LOS MUERTOS
Y A Él SE LE DIO GLORIA
En el versículo 21 Pedro dice que Dios resucitó a Cristo de los muertos y le dio gloria.
Esto tenía como fin glorificarle con gloria (v. 11). Fue así como el Padre contestó a la
oración que Cristo hizo en Juan 17:1. En realidad, esta gloria incluye diversas clases de
gloria: la gloria de la resurrección del Señor, la gloria de Su ascensión, la gloria de Su
regreso y la gloria de Su reinado sobre las naciones en el reino venidero. Satanás le dio
muerte a Jesús, pero Dios le resucitó y le dio gloria.
Los escritos de Pedro no son fáciles de entender. Por ejemplo, en el versículo 21 Pedro
logró incluir o insertar muchos elementos. Es por eso que en los versículos 20 y 21 se
hacen varios giros.
FE Y ESPERANZA EN DIOS
El último de estos giros es la frase: “Para que vuestra fe y esperanza sean en Dios”. Esto
indica que Cristo murió y que Dios le resucitó de los muertos y le dio gloria, con un
propósito. Las palabras “para que” aluden a este propósito. Cristo murió y Dios le
resucitó de los muertos y le dio gloria para que nuestra fe y esperanza sean en Dios. Esto
no es meramente un asunto doctrinal ni algo que tiene que ver con un cambio de
posición nuestro, sino un asunto muy orgánico. Dios resucitó a Cristo y le dio gloria.
Éste es el Cristo en quien creemos. Creemos en Aquel a quien Dios resucitó y dio gloria.
Nuestra fe produce una unión orgánica. Nosotros ahora estamos unidos orgánicamente
a esta persona, quien posee la vida eterna de Dios. Él posee también la vida de
resurrección y la gloria de Dios. Por haber creído en Él, ahora tenemos una unión
orgánica con Él.
Además, en virtud de la unión orgánica que tenemos con Cristo, nuestra fe y esperanza
están en Dios. Puesto que tenemos esperanza, tenemos futuro. La fe y la esperanza que
tenemos en Dios, las tenemos en virtud de nuestra unión orgánica con Cristo. Por
consiguiente, hemos sido unidos orgánicamente en Cristo con Dios. Es por ello que
nuestra fe y nuestra esperanza existen en este Dios. Todo ello es un asunto relacionado
con la vida.
Tal vez sería mejor traducir la última parte del versículo 21 de la siguiente manera: “...de
modo que vuestra fe y esperanza están en Dios”, en vez de traducirla como una mera
posibilidad futura, la cual se indica con el uso del modo subjuntivo. Lo que se declara
aquí es un hecho. Dios resucitó a Cristo de los muertos y le dio gloria y, como resultado,
tenemos fe y esperanza en Dios. Ahora, por medio de Cristo, estamos unidos a Dios
orgánicamente en vida, en naturaleza y en gloria. Ya que somos uno con Dios de esta
manera, nuestra fe y nuestra esperanza se hallan en Él.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE CATORCE
LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO
Y SUS RESULTADOS
(9)
Lectura bíblica: 1 P. 1:22-25
LA PURIFICACIÓN DE NUESTRAS ALMAS
En este mensaje examinaremos los versículos del 22 al 25 del capítulo uno. El versículo
22 dice: “Puesto que habéis purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, para
el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”.
Según la manera en que Pedro acostumbraba escribir, él abordó varios asuntos en este
versículo. En primer lugar, dijo: “Puesto que habéis purificado vuestras almas”. Esta
expresión no se encuentra en ningún otro pasaje del Nuevo Testamento. Quizás
encontremos algún pasaje acerca de purificar nuestro corazón, mas no nuestra alma.
La purificación de nuestras almas es la santificación que el Espíritu realiza en nuestro
modo de ser para que nosotros vivamos una vida santa en la naturaleza santa de Dios
(vs. 15-16); ésta es más profunda que la purificación de nuestros pecados (He. 1:3) y el
lavamiento del pecado (1 Jn. 1:7). Este último constituye la purificación de nuestras
acciones externas, mientras que lo primero constituye la purificación de nuestro ser
interior, de nuestra alma. Esta purificación es semejante al lavamiento del agua en la
palabra mencionado en Efesios 5:26.
En el versículo 22 Pedro usa el tiempo presente perfecto al decir que hemos purificado
nuestras almas. Pero, ¿cuándo sucedió esto? En los versículos del 1 al 21 no se nos dice
nada de ello. De repente, en el versículo 22, Pedro dice: “Puesto que habéis purificado
vuestras almas”. Pero en los veintiún versículos anteriores él no nos dice nada acerca de
esta purificación.
Nuestra alma se compone de la mente, la parte emotiva y la voluntad, las cuales también
forman parte de nuestro corazón. Nuestra alma es purificada cuando nuestra mente,
nuestra parte emotiva y nuestra voluntad —las cuales forman parte de nuestro corazón—
son purificadas de toda clase de corrupción o contaminación (Hch. 15:9; Jac. 4:8). En
realidad esto significa que nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad son
libradas de todo lo que no es Dios para que sólo estén fijas en Dios como el único
objetivo y la única meta. Esta clase de purificación es realizada por nuestra obediencia a
la verdad, la cual es el contenido y la realidad de nuestra fe. Cuando obedecemos a la
verdad, que es el contenido y realidad de nuestra fe en Cristo, toda nuestra alma se
centra en Dios y, de este modo, es purificada de todo lo que no es Dios. Así nuestras
almas son salvas de toda inmundicia al recibir la palabra implantada (Jac. 1:21), la cual
es la verdad que santifica (Jn. 17:17).
Según lo que dice Pedro en el versículo 22, nosotros purificamos nuestras almas por la
obediencia a la verdad. Aquí se mencionan tres asuntos, a saber: la purificación del
alma, la obediencia y la verdad. No debemos dar por sentado ninguna de estas
expresiones, sino más bien preguntarnos qué significa la palabra “verdad” en este
versículo así como qué significa obedecer a la verdad. Pedro además dice que esta
purificación de nuestras almas, la cual se realiza por la obediencia a la verdad, tiene
como objetivo un amor fraternal no fingido. Pedro aquí no nos está hablando
meramente del amor, ni únicamente del amor fraternal, sino del amor fraternal no
fingido. Por lo tanto, en un solo versículo Pedro habla de la purificación de nuestras
almas, de la obediencia a la verdad y del amor fraternal no fingido. Después de esto nos
insta a amarnos unos a otros entrañablemente de corazón puro. El hecho de abarcar
muchos asuntos en un solo versículo es característico de los escritos de Pedro.
Según el entendimiento correcto del idioma, el sujeto de “habéis purificado vuestras
almas” es “vosotros”. Esto significa que Pedro les dice a los creyentes que ellos han
purificado sus almas. Por consiguiente, la primera parte del versículo 22 se podría
traducir de esta manera: “Vosotros, habiendo purificado vuestras almas”.
Nosotros purificamos nuestras almas por medio de nuestra obediencia a la verdad. Esto
tal vez no sea tan profundo como lo es la presciencia de Dios, pero ciertamente es un
asunto muy práctico. Comparado con los asuntos cruciales que tienen que ver con el
aspecto divino, este tema puede parecer muy insignificante; con todo, es sumamente
importante en nuestra vida cristiana. Debemos preguntarnos si en nuestra vida cristiana
hemos experimentado la purificación de nuestras almas por la obediencia a la verdad.
TOCAR LA REALIDAD QUE ESTÁ EN LA PALABRA
Si queremos entender lo que significa purificar nuestras almas por la obediencia a la
verdad, tenemos que entender claramente a qué se refiere este versículo cuando habla
de la verdad. La verdad aquí es la verdad que santifica, la cual es la palabra de realidad
de Dios (Jn. 17:17). La verdad en este versículo no significa doctrina; antes bien, la
verdad es la realidad contenida en la palabra de Dios y transmitida por medio de ella.
Por ejemplo, Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo”. Ésta es la palabra
divina. Sin embargo, esta palabra no debe ser para nosotros una mera doctrina, como lo
es para muchos cuando leen Juan 3:16. Si leemos este versículo solamente como una
doctrina, eso indica que tenemos un entendimiento natural. Este entendimiento natural
es diabólico, pues detrás de él se encuentra el diablo. Cuando nuestro entendimiento
natural nos ocupa por completo, éste llega a ser diabólico. Si hemos de recibir más que
un simple entendimiento natural de Juan 3:16, tenemos que tocar la realidad contenida
en estas breves palabras, la cual es transmitida por medio de ellas. De manera que
cuando leamos: “De tal manera amó Dios al mundo”, debemos preguntarnos si
realmente hemos experimentado tal amor. Debemos decir: “De tal manera amó Dios al
mundo. ¿La palabra ‘mundo’ me incluye también a mí? ¿Quiere decir eso entonces que
Dios me amó a mí?”. Cualquier persona que lea Juan 3:16 de esta manera será salva. Tal
persona dirá: “Oh Dios, cuánto te agradezco que la palabra ‘mundo’ me incluye a mí. El
hecho de que Tú ames al mundo significa que Tú me amas”. Ésta es la manera de recibir
Juan 3:16 como verdad, como realidad, y no como una mera doctrina.
En 1 Timoteo 3:15 se afirma que la iglesia es la casa del Dios viviente. Aunque este
versículo ciertamente contiene doctrina, no debe ser para nosotros una mera doctrina;
antes bien, lo que Pablo nos dice aquí, respecto a que la iglesia es la casa del Dios
viviente, debe ser una verdad, una realidad, para nosotros. Debemos preguntarnos: “¿Es
la iglesia en mi localidad la casa del Dios viviente?”. Si leemos este versículo de esta
manera, tocaremos la realidad, la verdad. La verdad denota el sólido contenido, la
realidad, que se halla en la palabra de Dios y que nos es transmitida por medio de ella.
La epístola de 1 Pedro está dirigida a los creyentes judíos de la dispersión que habían
estado en el judaísmo antes de ser salvos. Ellos tenían mucho conocimiento acerca de la
tipología del Antiguo Testamento. Sin embargo, cuando oyeron el evangelio y la
enseñanza de los apóstoles, ellos tocaron la realidad. Mediante la predicación del
evangelio y la enseñanza de los apóstoles, la verdad, la realidad, contenida en la palabra
de Dios, fue comunicada a aquellos judíos. Como resultado, ellos oyeron la realidad
contenida en la palabra de Dios. Ésta es la verdad.
No sólo debemos recibir la doctrina de la palabra de Dios, sino también tocar la realidad
hallada en ella. El evangelio y la enseñanza de los apóstoles contienen realidades, y estas
realidades habían sido transmitidas a los creyentes judíos. Los creyentes judíos a
quienes Pedro dirigía su primera epístola habían recibido la verdad, la realidad, del
evangelio y de la enseñanza de los apóstoles.
CEÑIR LOS LOMOS DE NUESTRA MENTE
Y PURIFICAR NUESTRA ALMA
Sin embargo, después que los creyentes habían recibido esta verdad, esta realidad, los
judaizantes vinieron con el propósito de recordarles acerca de su pasado en la religión
judía. Las palabras de los judaizantes los distraían y les causaban perturbación, e
hicieron que las mentes de los creyentes judíos se divagaran de la verdad. Es probable
que uno de los creyentes judíos hubiera dicho a su mujer: “La predicación de Pedro es
real, ¿no te parece? ¿Por qué, entonces, contradice tantas cosas que oímos de nuestros
padres? De hecho, pareciera que algunas de las enseñanzas de Pedro son contrarias a las
de Moisés. Realmente estamos en una disyuntiva. ¿Podrías creer que nuestros padres
nos enseñaron algo equívoco? ¿Por qué Pedro nos enseña cosas diferentes de las que
escuchamos en el pasado?”. Este ejemplo nos muestra cuáles eran las circunstancias
cuando Pedro escribió esta epístola.
En el versículo 13 Pedro dice: “Por tanto, ciñéndoos los lomos de vuestra mente y siendo
sobrios, poned vuestra esperanza completamente en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado”. Las palabras “por tanto”, que aparecen al principio de este
versículo, se basan en todas las verdades divinas que se hallan en los versículos del 1 al
12. El hecho de haber sido escogidos según la presciencia de Dios no es una simple
doctrina, sino una verdad, una realidad. Es una realidad también el que el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo nos haya regenerado para una esperanza viva. Asimismo, es
una verdad el que esta esperanza viva sea una herencia incorruptible, incontaminada,
inmarcesible, reservada para nosotros en los cielos. Así, pues, estos doce versículos
contienen mucha verdad, mucha realidad.
Basándose en toda esta verdad, Pedro aquí nos encarga que ciñamos los lomos de
nuestra mente y que seamos sobrios. No debemos permitir que nuestra mente divague,
ni debemos estar embriagados o embotados. Ser sobrios significa no estar embotados,
significa despertar de todo estupor. Por lo tanto, en el versículo 13 Pedro les dice a los
creyentes judíos que se olviden de su trasfondo religioso, que sean sobrios y que no
vaguen más en sus mentes.
Así como los judaizantes trataron de ejercer su influencia sobre los creyentes judíos,
también hoy en día es probable que algunos traten de ejercer su influencia sobre
aquellos que están en el recobro del Señor. Por ejemplo, es posible que un hermano
joven ama mucho el recobro del Señor y alabe al Señor por estar en Su recobro, y que un
día, venga a visitarlo un familiar suyo, que es pastor y que posee un título en teología, y
le diga: ¿Qué quieres decir con la palabra “recobro”? Yo hice una maestría en un
seminario teológico, y jamás escuché acerca de algo llamado recobro. ¿Quién te dijo que
el Señor tiene un recobro?”. Es posible que este hermano joven no sepa qué decir.
Luego, es posible que se sienta descontento y empiece a tener dudas en su mente
respecto al recobro. Quizás se diga a sí mismo: “Ciertamente he recibido ayuda del
ministerio en el recobro del Señor. Pero, ¿qué de este pastor que tiene una maestría en
teología? ¿Será que está completamente equivocado respecto a lo que me dice acerca del
recobro?”. Lo que este hermano necesita es ceñir los lomos de su mente.
Ceñir nuestra mente, de hecho, equivale a purificar nuestra alma. Siempre que nuestra
mente divaga, nuestra alma es impura. Los pensamientos disidentes hacen que nuestra
mente divague. Estos pensamientos disidentes pueden penetrar nuestra mente como
dardos de fuego. Así, cuando nuestra mente comienza a vagar, nuestra alma se
contamina. En tal caso, debemos purificar nuestra alma. Pero, ¿cómo podemos purificar
nuestra alma? Purificamos nuestra alma al ceñir los lomos de nuestra mente y al hacer
que se fije en una sola cosa, sin permitirle vagar.
Los dardos de fuego, es decir, los pensamientos disidentes, no sólo perturban nuestra
mente, sino que además contaminan nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Como
resultado, dejamos de ser puros en el Señor y ante el Señor. Esto nos dificultará alabar
al Señor de una manera genuina.
Examinemos nuevamente el ejemplo del hermano joven que fue afectado por lo que le
dijo su familiar, que es pastor. Las palabras de este pastor le infunden impurezas a la
parte emotiva del hermano. Los pensamientos disidentes no sólo hacen que la mente del
hermano divague y se aparte de la meta del recobro del Señor, sino también que su parte
emotiva se vuelva impura, es decir, que tenga más de un amor. En estas condiciones, su
parte emotiva impura se asemeja a la de una mujer que ama a más de un solo hombre.
Ella ama a su marido, pero también ama a alguien más. Esto es fornicación. Nuestra
parte emotiva debe amar únicamente al Señor. Debido a que este hermano había
escuchado los pensamientos y las palabras disidentes, su parte emotiva fue
contaminada. Como resultado, él ahora tiene más de una meta, más de un objetivo. Así
que, por un lado, aún permanece en el recobro del Señor, pero por otra, tiene dudas
acerca del recobro. Ésta es una especie de contaminación.
Esta contaminación también puede hacer daño a nuestra voluntad. Se nos hace difícil
tomar decisiones, debido a que tenemos dos metas. Por consiguiente, toda nuestra alma
se vuelve impura. Nuestra mente empieza a divagar, luego nuestra parte emotiva está en
conflicto, y finalmente nuestra voluntad sufre daño. En tal caso, necesitamos que
nuestra alma sea purificada.
Dios no purificará nuestras almas, ya que esto es algo que debemos hacer nosotros
mismos por medio de la obediencia a la verdad que hemos oído y recibido. Supongamos
que cierto hermano lucha por algún tiempo respecto a si debe o no continuar en el
recobro del Señor. Finalmente, por la misericordia de Dios y la operación del Espíritu
santificador en su interior, él declara: “¡Alabado sea el Señor! Mi mente está ceñida y
ahora sólo tengo una sola meta. Mi parte emotiva está fija en una sola persona, el propio
Señor. No tengo a nadie más que sea el objeto de mi amor. Por consiguiente, puedo
tomar una firme decisión con mi voluntad: me consagro absolutamente al Señor y a Su
recobro. Ya no me interesa ni me preocupa ninguna otra cosa”. En esto consiste
obedecer a la verdad. Tal obediencia a la verdad llega a ser el medio por el cual
purificamos nuestras almas. Por tanto, en el versículo 22 Pedro les dice a los creyentes
judíos que ellos habían purificado sus almas por su obediencia a la verdad. Esta verdad
es transmitida en la palabra de Dios, la cual nos santifica.
PARA EL AMOR FRATERNAL NO FINGIDO
En el versículo 22 Pedro dice que purificamos nuestras almas por la obediencia a la
verdad para el amor fraternal no fingido. Debido a que la purificación de nuestras almas
hace que todo nuestro ser se concentre en Dios de modo que le amemos con todo
nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente (Mr. 12:30), el
resultado espontáneo de dicha purificación es un amor fraternal no fingido. Con este
amor, amamos entrañablemente y de corazón puro a aquellos que Dios ama. Primero, la
regeneración que Dios efectúa hace que llevemos una vida santa. Luego, la santificación
(la purificación) produce un amor fraternal.
¿Qué significa la frase “no fingido”? Significa no aparentar, no ser hipócrita, y, en
particular, significa no ponerse una máscara. Fingir no es otra cosa que ponerse una
máscara para ocultar lo que realmente sentimos. Es aparentar ser algo que no somos. El
amor fraternal no fingido es un amor fraternal genuino, sin fingimiento; es un amor
fraternal que no se pone ninguna clase de máscara. En el versículo 22, la frase “no
fingido” es muy importante, pues indica que por medio de la purificación de nuestra
alma, nos hemos despojado de todas las máscaras.
Si un hermano acepta pensamientos disidentes con respecto al recobro del Señor, puede
ser que aún ame a los hermanos, pero ese amor será fingido. Eso significa que será un
amor con máscara. La razón por la cual hay una máscara es que el hermano tiene dudas
acerca del recobro. Si él vive en una casa de hermanos, aparentemente amará a los
hermanos con quienes vive, pero su amor será un amor fingido, un amor que tiene
puesta una máscara. Sin embargo, si este hermano decide obedecer a la verdad y por
medio de dicha obediencia purifica su alma, esta purificación producirá en él un amor
fraternal no fingido. Entonces amará a los hermanos sin ninguna máscara.
En la vida de iglesia, a menudo los santos se ponen máscaras. Tal vez se amen unos a
otros, pero dicho amor es un amor que tiene puesta una máscara. La razón por la que
dichos santos aman con un amor fingido es que no han purificado sus almas; es decir,
no han ceñido los lomos de su mente, no han centrado su parte emotiva en el Señor, ni
han hecho una firme resolución con su voluntad con respecto al recobro. Por
consiguiente, todo lo que hacen lo hacen con una máscara puesta. Tal vez tengan claro
que mientras estén en la vida de iglesia tienen que comportarse de forma amorosa con
los hermanos. Pero en su interior tienen dudas, y su alma, es decir, su mente, parte
emotiva y voluntad, ha sido corrompida. Estos santos necesitan purificar sus almas
obedeciendo a la verdad.
Una vez que hayamos purificado nuestras almas por nuestra obediencia a la verdad,
podremos amarnos unos a otros entrañablemente y de corazón puro. En el versículo 22
se menciona la purificación del alma y el hecho de amar de corazón puro. Amar de
corazón significa tener un amor que emana no sólo de las partes del alma sino también
de la conciencia. Nuestra conciencia testifica que amamos a los hermanos con un amor
no fingido. Cuando nuestra conciencia nos da esta clase de testimonio, eso indica que
nos amamos de corazón. Pero si nuestra conciencia no confirma nuestro amor ni da
testimonio acerca de él, ello significa que nuestro amor brota solamente del alma. No es
un amor de corazón, ya que la conciencia no es parte del alma, sino del corazón.
REGENERADOS POR LA PALABRA DE DIOS,
LA CUAL VIVE Y PERMANECE PARA SIEMPRE
La parte principal de la oración que se encuentra en los versículos 22 y 23 es: “Amaos
unos a otros entrañablemente, de corazón puro”. “Puesto que habéis purificado vuestras
almas por la obediencia a la verdad, para el amor fraternal no fingido” es una cláusula
que modifica el sujeto (vosotros) de “amaos unos a otros entrañablemente, de corazón
puro”. Luego, el versículo 23 añade otra cláusula: “Habiendo sido regenerados, no de
simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, la cual vive y
permanece para siempre”. Este versículo modifica el versículo 22. Habiendo sido
regenerados, hemos purificado nuestras almas para el amor fraternal. La regeneración
efectuada mediante la vida divina provee la base, el fundamento, para que se lleve a
cabo la purificación, la santificación, de nuestras almas para el amor fraternal no
fingido. Esta sección de la palabra empieza y termina con la regeneración, la cual da por
resultado que llevemos una vida santa ante Dios y que amemos a los santos con un amor
fraternal.
El versículo 23 indica que hemos sido regenerados por la palabra de Dios, la cual vive y
permanece para siempre. No fuimos regenerados de simiente corruptible. Una simiente
contiene vida. La palabra de Dios, que es la simiente incorruptible, contiene la vida de
Dios; por ende, ella vive y permanece para siempre. Nosotros fuimos regenerados por
medio de esta palabra. La palabra de vida de Dios, la cual vive y permanece para
siempre, trasmite la vida de Dios a nuestro espíritu para que seamos regenerados.
Lo que escribe Pedro se podría parafrasear de la siguiente manera: “Hermanos y
hermanas, ¿os habéis dado cuenta de que todos vosotros fuisteis regenerados? Hemos
sido regenerados no de simiente corruptible, sino de incorruptible. Esta simiente
incorruptible está en la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre. Así,
pues, hemos sido regenerados de simiente incorruptible por medio de la palabra de
Dios, la cual vive y permanece para siempre. La palabra de Dios no es la simiente
misma, sino que, más bien, contiene la simiente. Es por ello que recibimos la simiente
por medio de la palabra. Es preciso que comprendáis que vosotros fuisteis regenerados
de simiente incorruptible, la cual recibisteis por medio de la palabra viva de Dios”.
Si la simiente no es propiamente la palabra de Dios, entonces, ¿qué es? La simiente es la
vida eterna de Dios. La vida eterna de Dios es una simiente que contiene los genes
divinos. Todos fuimos regenerados de esta simiente divina y orgánica por medio de la
palabra divina.
Ya que fuimos regenerados de esta manera, debemos preocuparnos únicamente por la
simiente que está dentro de nosotros, y no hacer caso a ninguna plática disidente de
aquellos que se oponen al recobro del Señor. En vez de escuchar sus palabras, debemos
estar atentos a lo que nos dice la simiente. Debemos consultarlo todo con la simiente
que está en nosotros.
Además, tomando como base la simiente que está en nosotros, la cual recibimos por
medio de la regeneración, debemos ahora purificar nuestra alma. No presten atención a
las conversaciones disidentes de los fanáticos religiosos; más bien, presten atención a la
simiente que está en su interior. Ciñan su mente, concentren su parte emotiva en el
Señor y fortalezcan su voluntad. Luego, tomen una firme resolución por el recobro del
Señor. Esto es lo que significa purificar nuestras almas. Si purifican sus almas de esta
manera, esto producirá en ustedes un amor fraternal no fingido.
En los versículos 24 y 25 Pedro añade: “Porque: ‘Toda carne es como hierba, y toda su
gloria como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor
permanece para siempre’. Y ésta es la palabra que os ha sido anunciada como
evangelio”. Estos versículos no son tan profundos como los versículos 22 y 23, y son
mucho más fáciles de entender. La carne mencionada en el versículo 24 se refiere al
hombre caído. Toda la humanidad caída es como hierba que se marchita, y su gloria es
como la efímera flor de la hierba. Los creyentes eran así, pero la palabra viva y
permanente del Señor, como simiente sembrada en ellos mediante la regeneración, ha
cambiado la naturaleza de ellos, de modo que también sean vivientes y permanezcan
para siempre.
En el versículo 23, el término griego traducido “palabra” es lógos y se refiere a la palabra
constante; mientras que aquí, en el versículo 25, el término griego traducido “palabra”
es réma (se usa dos veces) y se refiere a la palabra que es dada en un momento
específico. Cuando el lógos nos es hablado, éste se convierte en réma.
En el versículo 25 es la palabra del Señor la que permanece para siempre. El término
“Señor” se refiere a Dios, quien es mencionado en el versículo 23. Esto indica que el
Señor Jesús es Dios.
En el versículo 25 Pedro habla de “la palabra que os ha sido anunciada como evangelio”.
La palabra anunciada por los apóstoles es el evangelio que regenera a los creyentes.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE QUINCE
EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS
(1)
Lectura bíblica: 1 P. 2:1-4, 6-8
UN CUADRO DE LA VIDA DE IGLESIA
El capítulo uno de 1 Pedro constituye en sí mismo una sección de este libro. Esta sección
revela claramente que el Dios Triuno opera en Sus escogidos a fin de llevar a cabo Su
economía y hacer que ellos participen plenamente de Él, de modo que puedan
disfrutarle como gracia. Cuando los escogidos de Dios disfrutan al Dios Triuno como
gracia, experimentan paz. Por lo tanto, la paz viene como resultado del disfrute de la
gracia. El primer asunto que se aborda en el capítulo uno es la operación que lleva a
cabo el Dios Triuno en Sus elegidos, la cual hace posible que ellos le disfruten como
gracia a fin de que experimenten paz.
El capítulo uno también nos revela que la operación del Dios Triuno lleva a cabo una
salvación completa. En primer lugar vemos que Dios opera en pro de Su economía y que
dicha operación redunda en la plena salvación que Dios nos otorga. La plena salvación
incluye la obra regeneradora del Padre, la obra redentora del Hijo y la obra santificadora
del Espíritu. Ésta es la plena salvación realizada por la operación del Dios Triuno.
La plena salvación que el Dios Triuno efectúa para nosotros, da por resultado dos
asuntos: una santa manera de vivir que expresa a Dios así como el amor fraternal no
fingido que se muestra para con todos los santos. Estos dos asuntos, la santa manera de
vivir y el amor fraternal no fingido, son un cuadro de la vida de iglesia genuina. En la
verdadera vida de iglesia vemos, por una parte, la expresión de Dios; y por otra, que los
hermanos se aman unos a otros con un amor no fingido. Por lo tanto, la santidad y el
amor son el resultado de la salvación plena que la operación del Dios Triuno realiza en
Sus elegidos. Esto es un resumen claro y completo del capítulo uno.
El primer capítulo de 1 Pedro es una unidad completa en sí mismo. Si tenemos una
visión general de este capítulo, lo apreciaremos mucho. Puedo testificar que en estos
días he podido apreciar los escritos de Pedro mucho más que antes. Espero que todos
los santos lleguen a apreciar a Pedro tanto como aprecian a Pablo. Asimismo, espero que
todos lleguemos a valorar mucho el capítulo uno de 1 Pedro y los tres asuntos
principales que allí se revelan, a saber, la operación del Dios Triuno en favor de Su
economía, la plena salvación que la operación del Dios Triuno realiza en Sus elegidos y
el resultado de dicha salvación, que consiste en una santa manera de vivir que expresa a
Dios y un amor fraternal no fingido que se muestra para con los creyentes. En la vida de
iglesia debemos llevar una vida que exprese a nuestro Dios santo y que muestre amor
hacia todos los hermanos.
En la vida de iglesia tenemos una familia muy numerosa. Nuestro Padre nos regeneró, y
todos Sus hijos son nuestros hermanos y hermanas. La familia de la iglesia es universal.
Ésta es la iglesia que no está dividida en denominaciones. En la familia universal de la
iglesia no existe discriminación alguna. Incluso podríamos decir que ésta es la verdadera
iglesia católica. Nosotros, por supuesto, no tenemos nada que ver con la Iglesia Católica
Romana, pero sí somos católicos en el sentido puro de la palabra. Aun más, en nuestra
localidad tenemos la expresión práctica de esta iglesia católica genuina, una iglesia
donde expresamos al Padre santo y amamos a todos los santos.
DESECHAR CINCO COSAS NEGATIVAS
En 2:1 Pedro añade: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresías,
envidias y toda maledicencia”. La exhortación contenida en 2:1-10 se basa en lo que se
revela en el capítulo uno, donde se resaltan tres obras principales que el Dios Triuno
efectúa en los creyentes: la obra regeneradora del Padre (vs. 3, 23), la obra redentora del
Hijo (vs. 2, 18-19) y la obra santificadora del Espíritu (v. 2). Por estas obras, los
creyentes pueden ser un pueblo santo que lleva una vida santa (vs. 15-16). Con base en
esto, Pedro exhorta a los creyentes a crecer en vida (2:2) para que sean edificados como
casa espiritual (v. 5).
Aunque el capítulo uno es una unidad completa en sí mismo, Pedro, basándose en sus
experiencias, todavía tiene más que decirnos. Por consiguiente, usando el capítulo uno
como base, él hace la exhortación que se halla en el capítulo dos. Él comienza
diciéndoles a los santos que desechen toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias y
toda maledicencia. De entre centenares de cosas pecaminosas que Pedro pudo haber
mencionado, él escogió cinco: la malicia, el engaño, la hipocresía, la envidia y la
maledicencia. Quisiera pedirles que dediquen algún tiempo para considerar estos
asuntos.
Según la secuencia de estos cinco asuntos, la malicia es la raíz, la fuente, y la
maledicencia es la expresión. Si en nosotros hay malicia, la cual es la raíz, tarde o
temprano habrá maledicencia, que es la expresión de la malicia. El proceso de desarrollo
de la malicia, el cual da por resultado la maledicencia, incluye el engaño, la hipocresía y
la envidia, los cuales son tres peldaños que conducen de la malicia a la maledicencia. Si
hay engaño, también habrá hipocresía, y si hay hipocresía, también habrá envidias. Por
consiguiente, la raíz es la malicia, el proceso de desarrollo incluye el engaño, la
hipocresía y la envidia, y la expresión final es la maledicencia.
Ni siquiera un versículo como 2:1 debiera leerse con ligereza. No debemos pasar ningún
versículo por alto sin estudiarlo con la debida seriedad; más bien, debemos estudiar
cada versículo con miras a conocer las profundidades del mismo, pues esto sería nuestra
meta y expectación. De hecho, las profundidades de la Palabra son la realidad de la
misma. Esta realidad es la verdad. Si estudiamos detenidamente el versículo 1, veremos
la raíz, el proceso de desarrollo y la expresión. A la luz de este versículo vemos que debe
ser desarraigada de nosotros toda malicia.
DESEAR LA LECHE DE LA PALABRA DADA SIN ENGAÑO
El versículo 2 dice: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin
engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. Al nacer por medio de la
regeneración (1:3, 23), los creyentes llegan a ser niños que pueden crecer en vida al ser
nutridos por la leche espiritual, a fin de seguir experimentando la salvación con miras al
edificio de Dios.
La expresión “sin engaño”, hallada en el versículo 2, no quiere decir “no adulterada”, lo
cual estaría en contraste con enseñanzas menos puras; más bien, esta expresión está en
contraste con la palabra “engaño” mencionada en el versículo 1. La leche dada sin
engaño es leche que se da sin ningún propósito encubierto, sin ninguna otra meta que la
de nutrir el alma.
La palabra griega traducida “de la palabra” es logikós. Esta misma palabra, traducida
“racional” en Romanos 12:1, es un adjetivo derivado del sustantivo lógos que significa
“palabra”, y por ende, aquí se tradujo “de la palabra”. La palabra griega logikós es un
término relativo a la mente (en contraste con el cuerpo), al raciocinio, y por
consiguiente, también puede traducirse racional, lógico o razonable. La leche de la
palabra no es leche para el cuerpo, sino leche para el alma, para el ser interior del
hombre. Es transmitida mediante la palabra de Dios para nutrir nuestro hombre
interior por medio del entendimiento de nuestra mente racional, y es asimilada por
nuestras facultades mentales.
Según la gramática, el versículo 1 es una cláusula que modifica al sujeto del versículo 2.
Como hemos señalado, la expresión “sin engaño” del versículo 2 está en contraste con la
palabra “engaño” del versículo 1. Es posible que la Versión Recobro sea la única en usar
las palabras “la leche ... dada sin engaño” en el versículo 2. Otras versiones usan las
expresiones “la leche ... pura” o “la leche ... no adulterada”. Es probable que Pedro
hubiera usado las palabras “sin engaño” también con el sentido de pura y no adulterada;
sin embargo, el propósito de Pedro aquí era mostrarnos un contraste entre la frase “sin
engaño” y el “engaño” que procede de la malicia.
¿Qué es lo único que nos puede ayudar a desechar todo engaño? El alimento contenido
en la leche de la palabra dada sin engaño, es un antibiótico que elimina el engaño. La
Palabra de Dios contiene un alimento que es leche para nuestro ser interior. Así como
nuestro cuerpo físico se alimenta con leche, así también nuestro ser interior, nuestra
alma, necesita ser nutrida con la leche de la palabra dada sin engaño. Esta leche
contiene un elemento que es capaz de eliminar el engaño; por ende, es una leche que no
tiene engaño.
En 2:1 y 2, Pedro nos dice que, como niños recién nacidos, debemos desechar todo
engaño, y que también debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño. El
propósito por el cual debemos desechar la raíz maligna de la malicia es que anhelemos,
deseemos, la leche de la palabra. Creo que Pedro escribió esto no según la doctrina, sino
basado en sus experiencias espirituales. Si no poseemos la debida experiencia, no
podremos entender lo que Pedro quiso decir.
Si uno está lleno de malicia, engaño, hipocresías, envidias y maledicencia, no tendrá
apetito alguno por la Palabra; no tendrá hambre ni sed de la Palabra de Dios; no tendrá
anhelo ni deseo alguno de beber la leche pura de la Palabra. Si queremos tener hambre y
sed de la palabra de Dios, esto es, si deseamos tener deseos de beber la leche que está en
la palabra, debemos aborrecer la malicia y abstenernos de hablar mal de otros.
Supongamos que durante un largo periodo de tiempo, quizás más de un año, un
hermano ha venido dando cabida a la malicia. Debido a ello, no le caen bien ciertos
hermanos, especialmente los ancianos. Puesto que está lleno de malicia y también de
engaño, de hipocresías y de envidias, espontáneamente empieza a hablar mal de los
demás. Tal vez hable mal de los hermanos y de las hermanas, tanto de los jóvenes como
de los que tienen más edad. Su maledicencia proviene de la malicia que hay en él.
Ciertamente, un hermano en tales condiciones no tendrá apetito alguno por la Palabra.
Por experiencia sé que él no tendrá ni hambre ni sed del alimento contenido en la
Palabra de Dios.
Sin embargo, supongamos que un día este hermano recibe misericordia de parte del
Señor y se da cuenta de su pecaminosidad. Al comprender que necesita a Cristo como su
ofrenda por el pecado y como su ofrenda por la transgresión, él se arrepiente, confiesa
sus pecados y ora: “¡Oh Señor, perdóname! Por mucho tiempo he estado dando cabida a
la malicia, y he hablado mal de otros. Señor, esto me muestra que el pecado está en mí.
Señor, a pesar de que he sido regenerado, el pecado todavía está en mí, debido a que mi
naturaleza caída es pecaminosa. ¡Oh Señor, te necesito como mi ofrenda por el pecado!
¡Te tomo como mi ofrenda por el pecado y te aplico como tal! ¡Oh, que la sangre de la
ofrenda por el pecado me limpie, Señor! Me doy cuenta de que hablar mal de los
hermanos y hermanas es una ofensa, una transgresión. ¡Señor, he cometido muchas
transgresiones! Perdóname y límpiame. Te tomo no sólo como mi ofrenda por el pecado,
sino también como mi ofrenda por las transgresiones. Señor, quiero disfrutarte todo el
día”.
Si el hermano ora de esta manera, pronto comenzará a sentir apetito por la leche de la
palabra. Deseará acudir a la Palabra para nutrirse de ella. Acudirá a la Biblia no para
obtener conocimiento doctrinal, sino para beber de la leche nutritiva. Espontáneamente,
mientras lee la Biblia, beberá de la leche de la palabra de Dios dada sin engaño.
Finalmente, esta leche entrará en su ser y obrará como un antibiótico que matará el
germen de la malicia. Además, este hermano empezará a amar a todos los santos. Quizás
diga: “Oh, amo a los hermanos y a las hermanas. Amo a todos los ancianos. Todos los
santos son buenos, y todos ellos son mejores que yo”.
UN ENTENDIMIENTO BASADO EN LA EXPERIENCIA
Este entendimiento acerca de los versículos 1 y 2 proviene de la experiencia. Pedro
escribió estos versículos basándose en su experiencia. Es también mediante la
experiencia que yo he llegado a entender los escritos de Pedro. Hace más de cincuenta
años, cuando leí este pasaje de la Palabra, no pude entenderlo, porque carecía de la
debida experiencia. Pero a través de los años he adquirido mucha más experiencia
espiritual, y por eso ahora entiendo lo que Pedro dice. Creo que muchos santos también,
conforme a su experiencia, tienen este entendimiento de 2:1 y 2.
Nunca debiéramos leer la Palabra de una manera natural o a la ligera. Sin embargo,
muchos cristianos leen la Biblia de una manera natural y pasan por alto muchos
detalles. Pero si nos adentramos en las profundidades de la Palabra, seremos
alumbrados, sentiremos aprecio por muchas cosas y tendremos palabras para expresar
lo que vemos.
UN CRECIMIENTO GENUINO
Según lo que dice Pedro en el versículo 2, debemos desear la leche de la palabra dada sin
engaño, para que podamos crecer por ella. El crecimiento es algo que está relacionado
con vida y tiene lugar en la esfera de la vida. Mediante la regeneración recibimos la vida
divina, y ahora necesitamos crecer en esta vida y con ella alimentándonos con la leche
que nos suministra la Palabra de Dios.
Debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño para recibir no sólo un
antibiótico espiritual, sino también el alimento que nos hace crecer. La leche de la
palabra dada sin engaño nos alimenta, y en virtud de este alimento, crecemos.
Muchos cristianos piensan que crecer equivale a adquirir más conocimiento. Después de
que un nuevo creyente ha sido bautizado, quizás otros le aconsejen asistir a algún tipo
de estudio bíblico. Tal vez el consejo que reciba sea el de adquirir más conocimiento. Sin
embargo, es posible que no escuche nada que le ayude a comprender que por medio de
la regeneración él recibió la vida divina y que su necesidad ahora es crecer en vida. Tal
vez la ayuda que reciba sólo consista en aprender las historias que se narran en los
Evangelios y después las historias del Antiguo Testamento. Quizás él adquiera con el
tiempo más conocimiento de la Biblia, y algunos piensen que eso es equivalente al
crecimiento. Sin embargo, dicho concepto de crecimiento es completamente contrario al
Nuevo Testamento. Según el Nuevo Testamento, el crecimiento es el verdadero aumento
de la medida de la vida divina. El conocimiento no nos ayuda a que la medida de la vida
divina aumente en nosotros.
¿Cómo crecen los niños? Ellos crecen en virtud del alimento que reciben. Si un niño
tiene una dieta saludable y a diario se le da comida nutritiva, crecerá con el tiempo. Este
crecimiento se debe a toda la comida que ingirió. Finalmente, cuando llegue a ser
adulto, su ser se compondrá de todo lo que ha comido. Quizás al nacer sólo haya pesado
seis libras; pero ahora que es adulto, es un hombre de 180 libras. Eso significa que él ha
experimentado el verdadero crecimiento en vida, el crecimiento que resulta de haber
ingerido alimentos saludables, de haberlos digerido y asimilado, de modo que éstos
llegan a ser los elementos constitutivos de su ser, sus células, las mismas fibras de su
ser. Esto ejemplifica lo que realmente es el crecimiento en vida.
Debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella
experimentemos el verdadero crecimiento en vida. El verdadero crecimiento es el
aumento de la medida de la vida divina. Si estamos creciendo en vida, eso significa que
el elemento de la vida divina está incrementándose en nosotros y, con el tiempo,
experimentaremos un aumento en nuestra estatura espiritual (Ef. 4:13).
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE DIECISÉIS
EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS
(2)
Lectura bíblica: 1 P. 2:1-4, 6-8
En 1 Pedro 2:1 y 2 dice: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresías,
envidias, y toda maledicencia, desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra
dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. En el mensaje anterior
señalamos que debemos hacer dos cosas. Primero, debemos desechar toda malicia, todo
engaño, hipocresías, envidias y toda maledicencia. Segundo, debemos desear la leche de
la palabra dada sin engaño, para que por ella podamos crecer en vida. Como hemos
visto, el verdadero crecimiento en vida es el aumento de la medida de la vida divina en
nosotros.
CRECER PARA SALVACIÓN
Según lo que Pedro dice en 2:2, es por la leche pura de la palabra que podemos crecer
para salvación. La palabra griega traducida “para” también significa “resultando en”.
Crecer en la vida divina resulta en salvación. Esta salvación, como resultado del
crecimiento en vida, no es la salvación inicial. La plena salvación de Dios abarca un
largo período, pues comienza a partir de la regeneración, que incluye la justificación, y
culmina con la glorificación (Ro. 8:30). En el momento en que fuimos regenerados
recibimos la salvación inicial. Luego, necesitamos crecer hasta llegar a la salvación
plena, la madurez que nos conduce a la glorificación, alimentándonos de Cristo como la
leche nutritiva de la palabra de Dios. Ésta será la salvación de nuestra alma, la cual nos
será revelada cuando el Señor Jesús sea manifestado (1 P. 1:5, 9-10, 13). Sin embargo,
según el contexto, la frase “para salvación” se refiere directamente a ser “edificados
como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales”,
lo cual se menciona en el versículo 5, y a “que anunciéis las virtudes de Aquel”, lo cual se
menciona en el versículo 9.
Si crecemos para salvación, seremos salvos de la malicia, del engaño, de las hipocresías,
las envidias y la maledicencia, que son las cinco cosas negativas de las cuales se habla en
el versículo 1. No podemos ser salvos de la malicia, el engaño, las hipocresías, las
envidias ni de la maledicencia por nuestros propios esfuerzos. Esto no lo logramos
perfeccionándonos, ni enmendándonos o corrigiéndonos a nosotros mismos, pues ser
salvos de todas estas cosas negativas es cuestión de algo más interno.
Por ejemplo, supongamos que alguien se enferma debido a cierta bacteria. Esta bacteria
está en la sangre y en todo su organismo. ¿De qué serviría tratar de resolver este
problema lavando a la persona afectada con un jabón fuerte? Lo único que se lograría
con ello sería limpiar la piel, mas no eliminar la bacteria presente en su organismo.
Dicha persona necesita tomar un antibiótico si ha de combatir la bacteria. Además de
ello, necesita ingerir alimentos que nutran su cuerpo físico a fin de crecer. Este
crecimiento le ayudará a sanarse de su enfermedad. De la misma manera, a medida que
crecemos para salvación espontáneamente somos salvos de los “gérmenes” de la malicia,
el engaño, las hipocresías, las envidias y la maledicencia.
Hace cincuenta años, me era muy difícil vencer mi mal genio; pero ahora, después de
más de cincuenta años de tener experiencias con el Señor, puedo testificar que me es
muy difícil enojarme. Algunos dirán que es porque ya soy muy anciano que no tengo
más problemas con el mal genio. Pero tal afirmación no sería acertada, pues, de hecho,
el mal genio de una persona aumenta con los años. Es por ello que las personas ancianas
tienden a criticar más a los demás y a ser más impacientes con ellos. Por lo general,
cuanto más envejecemos, más problemas tendremos con el mal genio. En el Señor y
delante del Señor, puedo testificarles que cuanto más envejezco, menos me enojo. Este
cambio obedece a que con el paso de los años he experimentado el crecimiento en vida
que me ha salvado del mal genio. Éste es un ejemplo que nos muestra, de manera
práctica, que todos necesitamos crecer para salvación.
La salvación mencionada en el versículo 2 no es la salvación en su etapa inicial ni en su
etapa de consumación; más bien, corresponde a la etapa progresiva de la salvación, a la
etapa de la transformación. Por tanto, es correcto pensar que este versículo nos está
diciendo que necesitamos crecer para experimentar la transformación. Por supuesto, allí
no se usa la palabra transformación. No obstante, la salvación mencionada en este
versículo ciertamente implica la transformación. Así, pues, la regeneración pertenece a
la etapa inicial de la salvación; la transformación, a la etapa progresiva de la salvación; y
la glorificación, a la etapa de la consumación. Nosotros no nos hallamos en la etapa
inicial de la salvación ni en la etapa de la consumación; más bien, nos encontramos en la
etapa progresiva de la salvación, es decir, en la etapa de la transformación.
La transformación difiere de un simple cambio, pues implica un cambio de una forma a
otra. No obstante, no se trata simplemente de un cambio de forma externa sino de un
cambio interno de naturaleza o constitución. Por ejemplo, supongamos que una persona
está enferma y que su tez no tiene un color saludable. Tal vez ella intente mejorar su
apariencia aplicándose un poco de colorante a sus mejillas. A mí no me agrada esa clase
de polvos para la piel, pues lo relaciono con la obra de los que trabajan en las funerarias,
quienes procuran hacer que el rostro de la persona muerta luzca lo más atractiva
posible. Hoy, tanto los discípulos de Confucio como muchos cristianos realizan muchas
obras externas que tienen como objetivo reformar el carácter, las cuales son muy
similares a las que realizan los que maquillan a los muertos. Este cambio externo es
totalmente diferente al que opera la transformación viva e interna.
Recientemente tuve una leve enfermedad. Pero día tras día, mi esposa me estuvo
sirviendo comidas nutritivas. Finalmente, esa comida me alivió y restauró el color
saludable de mi rostro. Cuando mi esposa vio el color de mi tez, se sintió contenta. No
había necesidad de aplicar ningún color a mis mejillas, puesto que el color saludable
había sido producido por los alimentos que había ingerido. Yo comí, digerí y asimilé
alimentos nutritivos. Luego, dichos alimentos llegaron a mis células, a mis fibras e
incluso a mi piel, y le dieron un color saludable a mi piel. Éste es un ejemplo de lo que es
la transformación.
Pedro nos encarga que deseemos la leche de la palabra dada sin engaño, para que por
ella crezcamos para transformación. Nosotros no crecemos para experimentar alguna
corrección externa, algún cambio externo ni alguna mejoría externa; más bien, crecemos
para una transformación interna producida por la vida divina y llevada a cabo en dicha
vida.
LA BASE DE TODO CRECIMIENTO ESPIRITUAL
El alimento nutritivo produce transformación sólo cuando éste es suministrado a un
organismo vivo. Si usted trata de dar alimento a algo inanimado e inorgánico, aquello se
corromperá y ensuciará. Es imposible que algo inanimado pueda recibir algún beneficio
de la comida nutritiva. Asimismo, es inútil tratar de alimentar a una persona muerta.
Sin duda alguna, la leche de la palabra dada sin engaño puede alimentarnos y nutrirnos.
Sin embargo, ésta sólo puede nutrir y alimentar a aquellos que son organismos vivos.
Sin la vida, no habría nada en nosotros que cooperara con esa nutrición.
En 2:2 Pedro empieza con las palabras: “Desead, como niños recién nacidos”. Las
palabras “niños recién nacidos” aluden a un organismo vivo. Un niño recién nacido tiene
vida y es orgánico. Al igual que niños recién nacidos, nosotros debemos beber de la leche
de la palabra dada sin engaño. Entonces, la leche nos proporcionará una nutrición viva y
orgánica, y espontáneamente la vida que está en nosotros operará junto con la nutrición
que recibimos de la leche para que podamos crecer. Sin embargo, si en nosotros no
hubiera un elemento vivo y orgánico, el elemento que recibimos por medio de la
regeneración, el alimento contenido en la leche de la palabra no tendría ningún efecto,
ya que de nuestra parte no habría nada que cooperara con él.
En 1:23 Pedro dice que fuimos regenerados, y en 2:2 él nos exhorta a que seamos como
niños recién nacidos que desean la leche. Tanto la regeneración mencionada en 1:23
como la expresión “niños recién nacidos”, que aparece en 2:2, aluden a lo mismo, a la
regeneración efectuada en virtud de la vida divina. Dicha regeneración provee la base
para nuestro crecimiento en vida y para la purificación de nuestro ser interior. Todos
tenemos en nosotros la vida divina que recibimos cuando fuimos regenerados, y esta
vida es la base de todo crecimiento espiritual. Es imprescindible que tengamos esta base
si hemos de crecer y ser purificados. Luego, como niños recién nacidos, debemos desear
la leche de la palabra dada sin engaño para que por ella podamos crecer para
transformación.
GUSTAR LO BUENO QUE ES EL SEÑOR
En el versículo 3 Pedro añade: “Si es que habéis gustado lo bueno que es el Señor”.
Podemos gustar, probar, al Señor, y Su sabor es agradable y bueno. Si gustamos de Él,
anhelaremos la leche nutritiva de Su palabra. La palabra griega traducida “bueno” en
este versículo también significa agradable o bondadoso.
Pedro tenía la certeza de que los destinatarios de su epístola habían sido regenerados.
No obstante, él no estaba muy seguro de si ellos habían gustado o no del Señor. Fue por
ello que dijo: “Si es que habéis gustado lo bueno que es el Señor”. Sin duda alguna, los
creyentes eran niños recién nacidos; pero como lo indica el versículo 3, es posible que
algunos de ellos no hubieran gustado lo bueno que es el Señor. Hoy en día, aunque
millones de creyentes han sido regenerados, una gran cantidad de ellos jamás ha
gustado lo bueno que es el Señor.
Quisiera darles ahora un ejemplo de cómo es posible que alguien sea regenerado y, aun
así, no haber gustado lo bueno que es el Señor. Cierta señora de mediana edad tenía dos
años de haber sido salva. Ella había sido redimida y regenerada. Después de haber
asistido algunas veces a nuestras reuniones, un día se puso en pie para dar un
testimonio. Ella dijo que su esposo había perdido el trabajo, y que no tenían con qué
pagar el arriendo. Dijo además que su hijo se había enfermado. Después añadió que
había orado al Señor al respecto y, finalmente, alabó al Señor porque le había dado un
mejor trabajo a su esposo, les había provisto un mejor lugar para vivir y había sanado a
su hijo. Al concluir ella declaró: “¡Aleluya, el Señor Jesús es viviente y poderoso!”.
Examinemos ahora este testimonio detenidamente y preguntémonos si dicho testimonio
corresponde al de una persona que ha gustado al Señor. Yo diría rotundamente que esto
no corresponde al testimonio de alguien que ha gustado lo bueno que es el Señor. Quizás
en años pasados mi sentir habría sido diferente y habría dicho que esa señora
ciertamente había gustado lo bueno que es el Señor, pues en su testimonio ella había
declarado: “¡Cuán bueno es el Señor conmigo! Él es real, viviente y bondadoso. Nosotros
oramos, y Él en respuesta nos dio un mejor trabajo y una mejor casa, y además sanó a
nuestro hijo. ¡Aleluya! El Señor es bueno”. No obstante, si bien ella habló de la bondad
del Señor, este testimonio no corresponde al de una persona que ha gustado lo bueno
que es el Señor.
¿Qué tipo de testimonio sería un buen ejemplo de alguien que ha gustado al Señor?
Supongamos que esta misma hermana testificara más o menos así: “Mi esposo ha
perdido su trabajo, hemos perdido nuestra casa y nuestro hijo está enfermo. Tal parece
que cuanto más oramos, más aumentan nuestros problemas. Pero, hermanos y
hermanas, puedo testificarles que cuanto más difícil se torna nuestra situación, más
contenta me siento interiormente. ¡Oh, cuánto disfruto al Señor! He experimentado un
poco de lo que experimentó Pablo cuando le pidió al Señor que le quitara el aguijón y el
Señor se negó a hacerlo, diciéndole que Su gracia le era suficiente. El Señor hizo que
Pablo disfrutara Su gracia. Lo puso en un entorno particular para que él pudiera
disfrutar de la gracia del Señor. No le quitó el aguijón. Así que, Pablo, por una parte,
sufría a causa del aguijón, y, por otra, experimentaba la gracia del Señor, la cual lo
sustentaba. En nuestro caso, han pasado ya varios meses, y aparentemente el Señor aún
no ha hecho nada por nosotros. Pero puedo testificar que he estado disfrutándole como
mi gracia. Cuando mi madre se enteró de nuestra situación, dijo: ‘¿Qué es esto? ¿Dónde
está tu Jesús? ¿No es Él real y viviente? ¿Por qué entonces no hace nada por ustedes?
Debieran mejor acudir a Buda’. Pero sin importar lo que ella me diga, pues yo sigo
disfrutando de la gracia del Señor”. Éste sería un testimonio de lo que es gustar al Señor.
Gustamos al Señor, no cuando experimentamos milagros externos, sino cuando somos
alimentados interiormente con la vida divina. Sin importar la clase de entorno en que
nos encontremos o cuáles sean nuestras circunstancias, podemos ser sustentados por el
Señor. Entonces, al igual que Pablo, podemos declarar: “Todo lo puedo en Aquel que me
reviste de poder” (Fil. 4:13). Podemos pasar la prueba tanto de las riquezas como de la
pobreza, tanto de las circunstancias agradables como de las difíciles, porque lo que nos
preocupa no es la situación externa, sino recibir el alimento en nuestro interior. Es
cuando recibimos este alimento que verdaderamente gustamos al Señor. Así, pues,
Pedro en estos versículos nos da a entender que si hemos gustado lo bueno que es el
Señor, ciertamente anhelaremos la leche que está en la palabra.
LA PIEDRA VIVA DEL EDIFICIO DE DIOS
En el versículo 4 Pedro declara que Cristo es una piedra viva: “Acercándoos a Él, piedra
viva, desechada por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa”. La palabra griega
traducida “acercándoos” también se puede traducir aproximándoos, allegándoos.
Una piedra viva no solamente posee vida, sino que también crece en vida. Cristo es la
piedra viva para el edificio de Dios. Aquí Pedro hace un cambio de metáfora, pues
después de hablarnos de la simiente, la cual pertenece al reino vegetal (1:23-24), nos
habla de una piedra, la cual pertenece al reino mineral. La simiente sirve para plantar
vida, mientras que la piedra es útil para edificar (2:5). El pensamiento de Pedro pasa de
la siembra de la vida al edificio de Dios. Con respecto a nosotros, Cristo es la simiente
que nos imparte vida; pero con respecto al edificio de Dios, Cristo es la piedra. Después
de recibirle como la simiente de vida, necesitamos crecer para experimentarle como la
piedra que vive en nosotros. De este modo, Él también hará de nosotros piedras vivas
que son transformadas con Su naturaleza pétrea, a fin de poder ser edificados junto con
otros como casa espiritual, sobre Él mismo como el fundamento y la piedra angular (Is.
28:16).
La palabra griega traducida “preciosa” significa también honorable, y es diferente de la
palabra usada en 1:19. Aquélla denota preciosidad en esencia; ésta denota una
preciosidad que el hombre reconoce y tiene en alta estima.
En los versículos del 6 al 8 Pedro abunda más acerca del tema de Cristo como la piedra.
El versículo 6 dice: “Por lo cual también contiene la Escritura: ‘He aquí, pongo en Sion
una piedra angular, escogida, preciosa; y el que cree en Él jamás será avergonzado’”.
Esto indica que Cristo es una piedra que ha sido escogida por Dios para ser la piedra
angular de Su edificio (Ef. 2:20). En Efesios 2:20 Pablo dice: “Siendo la piedra del
ángulo Cristo Jesús mismo”. Tanto en ese versículo como en éste, se menciona a Cristo,
no como el fundamento, sino como la piedra del ángulo. Esto se debe a que lo que se
desea resaltar en este pasaje no es el fundamento sino la piedra del ángulo que une dos
muros, a saber, el muro compuesto por los creyentes judíos y el muro compuesto por los
creyentes gentiles. Cuando los edificadores judíos rechazaron a Cristo, ellos lo
rechazaron como la piedra del ángulo (Hch. 4:11; 1 P. 2:7), es decir, como Aquel que
uniría a los gentiles con ellos para la edificación de la casa de Dios.
En 2:7 Pedro añade: “Para vosotros, pues, los que creéis, Él es lo más preciado; pero
para los que no creen, ‘la piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la
cabeza del ángulo’”. En el griego, la palabra “preciado” es una palabra similar a la que se
traduce “preciosa” en los versículos 4 y 6. El propio Cristo escogido por Dios como
piedra, más aún, como la piedra angular que Dios considera preciosa, es lo más preciado
para Sus creyentes; en cambio, para los incrédulos, Él es una piedra rechazada y
menospreciada.
La palabra “edificadores” mencionada en este versículo se refiere a los líderes del
judaísmo (Hch. 4:11), quienes debían haber edificado la casa de Dios. Ellos rechazaron
totalmente a Cristo. Esto fue algo que el Señor predijo (Mt. 21:38-42).
Literalmente, las palabras “ha venido a ser” significan “se ha convertido en”. Cristo se
convirtió en la cabeza del ángulo en la resurrección. Pedro, en sus primeras
predicaciones, ya les había anunciado esto a los judíos (Hch. 4:10-11).
El versículo 8 dice: “Y: ‘Piedra de tropiezo, y roca de escándalo’, porque tropiezan en la
palabra, siendo desobedientes; para lo cual fueron también puestos”. Este versículo
revela que el Cristo confiable (v. 6), al ser rechazado, vino a ser una piedra de tropiezo
en la cual tropezaron los judaizantes que lo rechazaron (Mt. 21:44). La frase “lo cual” se
refiere a la desobediencia de los judíos, la cual les hizo tropezar.
En el versículo 4 Pedro da un gran salto, pues después de hablarnos de la leche de la
palabra, nos habla de la piedra viva. Al parecer, no hay ningún “puente” o conexión
entre la leche y la piedra. Primero, Pedro indica que el Señor es la leche y la palabra que
nos nutre, y después, nos dice que el Señor es la piedra viva.
EXPERIMENTAR A CRISTO COMO LECHE
Y COMO LA PIEDRA
Según el versículo 4, debemos acercarnos a Cristo, la piedra viva. Pero, ¿cómo podemos
acercamos a Él? Nos acercamos al Señor bebiendo de la leche de la palabra. ¿Alguna vez
se había dado usted que al beber de la leche de la palabra está acercándose al Señor?
¿Qué representa la leche de la palabra? Dicha leche representa al Señor mismo. Por lo
tanto, cada vez que bebemos la leche, estamos acudiendo al Señor mismo. ¿Conoce
alguna otra forma de acudir a la comida que ingiere? ¿De qué manera se acerca usted a
la comida? ¿No se acerca a ella a ella comiéndosela? Todos nos acercamos a la comida
ingiriéndola. Lo mismo se aplica con respecto al hecho de acercarnos a Cristo, la piedra
viva. En el versículo 4, la palabra “acercándoos” equivale a beber. Por consiguiente, cada
vez que bebemos la leche, nos estamos acercando al Señor.
Hemos señalado que Pedro parece dar un salto, pues luego de hablarnos del Cristo que
es la leche, nos habla del Cristo que es la piedra. Esto implica que la leche llega a ser la
piedra. ¿Cómo puede ser esto? Para nosotros, esto es imposible, pero no lo es para el
Señor, ya que Él es todo-inclusivo. Ya que Cristo es todo-inclusivo, Él es la leche y
también la piedra. No podemos agotar todos los aspectos de Cristo. Él es la leche, Él es
el pan, y ahora vemos que Él es la piedra. Según 2:6-8, Cristo no sólo es la piedra útil
para el edificio, sino también la piedra que sirve de tropiezo y que desmenuza. Incluso
en calidad de piedra, Cristo es todo-inclusivo: Él puede edificarnos, hacernos tropezar, o
aun desmenuzarnos.
Necesitamos experimentar más a Cristo como la leche y también como la piedra. En la
mañana debemos beber a Cristo como la leche de la Palabra. Luego, durante el día, se
llevará a cabo en nosotros un proceso de transformación, y después por la noche
acudiremos a las reuniones de la iglesia para tener comunión con los santos. En esto
consiste la edificación. Así, pues, vemos que por la mañana Cristo es la leche, y que por
la noche Él llega a ser la piedra. Durante el día, la leche efectúa una obra transformadora
en nosotros para producir la piedra.
A aquellos que no experimentan a Cristo como leche tal vez les agrade estar aislados de
los demás y obrar independientemente. Aunque los ancianos quizás los visiten y los
animen a asistir a las reuniones, es posible que estos santos permanezcan reacios a
asistir a las reuniones. Un hermano de éstos dijo una vez: “Mientras que ciertas
personas estén presentes en la reunión, no estaré dispuesto a asistir. No quiero verles la
cara. No quiero asistir a las reuniones simplemente porque esas personas están allí”.
Pero, en el caso de este hermano, el Señor hizo algo después de algún tiempo. Este
hermano se arrepintió de la actitud que tenía hacia determinados hermanos, y luego
empezó a sentir el deseo de beber la leche de la palabra. Debido a que había comenzado
a beber de la leche, empezó a anhelar asistir a las reuniones de la iglesia. Después de
cierto tiempo, se reconcilió completamente con los santos por el bien de la edificación.
De manera que, el Señor es primeramente la leche que nos alimenta. Luego, al recibir
nosotros el alimento contenido en la leche de la palabra, se lleva a cabo en nosotros una
obra de transformación. Es entonces que se produce la edificación, en la cual el Señor
mismo llega a ser la piedra. Ésta es la razón por la cual en el capítulo dos, primero se nos
menciona la leche y después la piedra.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE DIECISIETE
EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS
(3)
Lectura bíblica: 1 P. 2:4, 6-8
En 1 Pedro 2:4 dice: “Acercándoos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, mas
para Dios escogida y preciosa”. Hemos señalado que una piedra viva no solamente posee
vida, sino que también crece en vida. La piedra viva mencionada en el versículo 4, es
Cristo quien es útil para el edificio de Dios. Aquí Pedro hace un cambio de metáfora,
pues después de hablarnos de la simiente, la cual pertenece al reino vegetal (1:23-24),
nos habla de una piedra. La simiente sirve para plantar vida, mientras que la piedra es
útil para edificar (2:5). El pensamiento de Pedro pasa de la siembra de la vida al edificio
de Dios. Con respecto a nosotros, Cristo es la simiente que nos imparte vida; pero, con
respecto al edificio de Dios, Cristo es la piedra. Después de recibirle como la simiente de
vida, necesitamos crecer para experimentarle como la piedra que vive en nosotros. De
este modo, Él también hará de nosotros piedras vivas que son transformadas con Su
naturaleza pétrea, a fin de poder ser edificados junto con otros como casa espiritual,
sobre Él mismo como el fundamento y la piedra angular (Is. 28:16). Veamos ahora lo
que Pedro dice en los versículos del 6 al 8 acerca del Cristo que es la piedra del edificio
de Dios.
CRISTO FUE ESCOGIDO POR DIOS
En 1 Pedro 2:6, donde se cita Isaías 28:16, dice: “Por lo cual también contiene la
Escritura: ‘He aquí, pongo en Sion una piedra angular, escogida, preciosa; y el que cree
en Él, jamás será avergonzado’”. Aunque esta piedra viva fue rechazada por los líderes
del pueblo de Dios, ella fue escogida por Dios. Esta elección, en la cual Dios escogió a
Cristo como piedra viva, tiene dos aspectos. Primero, como hemos visto, Cristo fue
escogido por Dios en la eternidad pasada. Ésta fue la primera ocasión en que Dios lo
escogió. Luego, Dios escogió a Cristo por segunda vez en la resurrección. La resurrección
es una prueba contundente de que Dios escogió a Cristo. Esta segunda elección fue una
confirmación de la primera elección que Dios hizo. Por consiguiente, en resurrección
Dios confirmó que había escogido a Cristo en la eternidad pasada.
Mientras Cristo estaba en la cruz, Él aparentemente había sido rechazado por Dios. Para
los fariseos y para cuantos se opusieron a Él, la crucifixión de Cristo era una señal de
que Dios le había rechazado. Según Mateo 27:42 y 43, los principales sacerdotes, con los
escribas y los ancianos, dijeron: “Es Rey de Israel; que descienda ahora de la cruz, y
creeremos en Él. Ha confiado en Dios; que Él le libre ahora si le quiere; porque ha dicho:
Soy Hijo de Dios”. Lucas 23:35 dice: “Y los gobernantes también se mofaban, diciendo:
A otros salvó; sálvese a Sí mismo, si éste es el Cristo de Dios, el Escogido”. Los líderes
religiosos pensaban que Dios había rechazado a Cristo. Sin embargo, al tercer día, Cristo
resucitó, y esa resurrección fue una señal de que Dios le había escogido, fue una prueba
de que Dios lo había elegido para que fuera la piedra de Su edificio.
Desde el momento de la resurrección de Cristo, a Él se le ha considerado lo más
preciado. La palabra griega traducida “preciosa” en el versículo 6, que es la misma
palabra que se usa en el versículo 4, también significa honorable. Difiere de la palabra
griega traducida “preciosa” hallada en 1:19. Aquélla denota preciosidad en esencia; ésta
denota una preciosidad que el hombre reconoce y tiene en alta estima.
La afirmación “he aquí, pongo en Sion una piedra angular, escogida” se refiere no
solamente a la resurrección de Cristo, sino también a Su ascensión. Después de que Dios
resucitó a Cristo, le hizo ascender a los cielos. Por consiguiente, la ascensión de Cristo
fue otra señal y confirmación de que Dios le había escogido.
El Sion del que se habla en 2:6 no es el Sion terrenal, sino el Sion que está en los cielos.
En el Nuevo Testamento hay dos Siones, uno el terrenal, y otro el celestial. El Sion
terrenal es un reflejo del Sion celestial. El pueblo judío podrá tener un Sion terrenal;
pero nosotros los cristianos, quienes creemos en Cristo, tenemos un Sion celestial. Por
esta razón, nosotros no nos acercamos a un Sion terrenal, sino a un Sion celestial (He.
12:22).
La elección que Dios hizo de Cristo en la eternidad pasada no fue vista por nadie, ni
siquiera por los ángeles. Cuando Dios escogió a Cristo, nada había sido creado, pues esa
elección se efectuó antes de la fundación del mundo. Sólo Dios sabía que Cristo era Su
Escogido. Pero esta elección se hizo manifiesta en la resurrección y ascensión de Cristo.
Poco después de la ascensión de Cristo, Pedro comprendió claramente que Cristo era el
Mesías escogido por Dios. Ésta es la razón por la cual Pedro dijo a los líderes religiosos
en Hechos 4: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el
nombre de Jesucristo el nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó
de los muertos, en Su nombre está en vuestra presencia sano este hombre. Este Jesús es
la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del
ángulo. Y en ninguno otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado
a los hombres, en que podamos ser salvos” (vs. 10-12). No hay salvación en ningún otro
nombre, porque Dios escogió a Cristo, y esta elección fue manifestada y confirmada por
la resurrección y ascensión de Cristo.
Al igual que los demás apóstoles, Pedro podía testificar que había visto al Cristo
resucitado. Además, todos ellos habían sido testigos de Su ascensión. Estos dos actos, la
resurrección y la ascensión, comprueban y confirman que Jesús de Nazaret es Aquel a
quien Dios escogió como la cabeza del ángulo del edificio de Dios.
Puesto que Cristo es el Escogido, ahora a Él se le tiene en alta estima. Cristo no sólo está
en gloria, sino que además está en el trono a la diestra de Dios. Esto significa que Él
ocupa una posición de honra. Debido a que Cristo está ahora en tal honorable posición,
Él es precioso, altamente estimado.
En 1 Pedro 2:6 dice también que el que cree en Cristo jamás será avergonzado. Cristo es
fidedigno, estable y firme. Podemos depositar nuestra confianza en Él y estar seguros de
que jamás seremos avergonzados.
LA PIEDRA RECHAZADA
LLEGA A SER LA CABEZA DEL ÁNGULO
En el versículo 7 Pedro dice además: “Para vosotros, pues, los que creéis, Él es lo más
preciado; pero para los que no creen, ‘la piedra que los edificadores desecharon, ha
venido a ser la cabeza del ángulo’”. La palabra griega traducida “lo más preciado” es
similar a la que se tradujo “preciosa” en los versículos 4 y 6. El propio Cristo escogido
por Dios como piedra, más aún, como la piedra angular que Dios considera preciosa, es
lo más preciado para Sus creyentes; en cambio, para los incrédulos, Él es una piedra
rechazada y menospreciada. La preciosidad de Cristo no sólo tiene que ver con Su
condición, sino también con la posición que Él ocupa. El hecho de que Él sea precioso
significa que Él es tenido en alta estima, es decir, que ocupa una posición honorable.
En este versículo se nos dice que los edificadores rechazaron a Cristo, la piedra viva.
Estos edificadores eran los líderes del judaísmo, a quienes les correspondía edificar la
casa de Dios. Ellos rechazaron totalmente a Cristo, tal y como el Señor lo predijo (Mt.
21:38-42). Sin embargo, Cristo llegó a ser la cabeza del ángulo en la resurrección. Como
hemos dicho, Pedro ya les había anunciado esto a los judíos en sus primeras
predicaciones.
Para los incrédulos, Cristo es la piedra rechazada por los edificadores. Sin embargo, esta
piedra rechazada ha venido a ser la cabeza del ángulo. Por lo tanto, Cristo es la piedra en
dos aspectos. Con respecto a Él como la piedra del edificio de Dios, vemos el aspecto del
honor y también el aspecto del rechazo; por un lado, Cristo fue rechazado, y por otro, Él
fue honrado. Él fue rechazado por los edificadores judíos, pero fue honrado por
Dios.¿Cómo sabemos que Cristo fue rechazado por los líderes judíos? Lo sabemos por el
hecho de que ellos lo clavaron en la cruz. Fue así como ellos manifestaron su rechazo.
¿Cómo sabemos que Cristo fue honrado por Dios? Lo sabemos por el hecho de que Dios
le resucitó y le exaltó. Por consiguiente, la resurrección y la exaltación de Cristo son
señales contundentes de que Dios lo escogió y le dio honra.
UNA PIEDRA DE TROPIEZO
Y UNA ROCA DE ESCÁNDALO
En el versículo 8 Pedro añade: “Y: ‘Piedra de tropiezo, y roca de escándalo’, porque
tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; para lo cual fueron también puestos”.
Cristo no es solamente una piedra que ha sido rechazada y honrada, sino además una
piedra de tropiezo y una roca de escándalo. El Cristo confiable, al ser rechazado, vino a
ser una piedra de tropiezo en la cual tropezaron los judaizantes que le rechazaron (Mt.
21:44a). Cristo, como la piedra, cumple una función tanto positiva como negativa. Para
nosotros, Él es la piedra del ángulo; pero para los judíos que no creen, Él es una piedra
de tropiezo y una roca de escándalo.
LOS QUE TROPIEZAN EN LA PALABRA
En el versículo 8 Pedro habla de aquellos que “tropiezan en la palabra, siendo
desobedientes; para lo cual fueron también puestos”. ¿Quiénes son los que tropiezan en
la palabra? Aunque no se nos dice claramente quiénes son, la respuesta se halla
implícita; es decir, es muy posible que Pedro, al hablar de aquellos que “tropiezan en la
palabra”, se estuviera refiriendo a cualquiera de los que tropiezan. Si nosotros
tropezamos en la palabra, entonces somos parte de los que tropiezan. Por lo tanto, esta
frase incluye a todos aquellos que, a lo largo de las generaciones, han tropezado en la
palabra.
Ahora debemos preguntarnos cuál es la palabra en la que tropiezan las personas.
Ciertamente no es la palabra mencionada en 2:2, la cual contiene la leche dada sin
engaño, sino, más bien, la palabra que Pedro cita en los versículos del 6 al 8, con
respecto a una piedra escogida, una piedra angular considerada preciosa, la cual había
sido puesta en Sion. También se refiere a la palabra acerca de la piedra que los
edificadores rechazaron, la cual vino a ser la cabeza del ángulo (v. 7). Además, incluye lo
dicho en el versículo 8, con respecto a que esta piedra es piedra de tropiezo y roca de
escándalo. Ésta es la palabra en la que pueden tropezar las personas.
Hoy, debido a la atmósfera que se vive en el recobro del Señor, nos es fácil creer en tal
palabra. Pero los judíos de la época del Señor Jesús y de los apóstoles, no creían en ella.
Ellos consideraban que era imposible que Jesús de Nazaret fuera la cabeza del ángulo.
En lugar de creer en esta palabra, los líderes judíos y los rabinos argumentaron contra
ella. Todo aquel que no crea esta palabra, tropezará en ella.
No debemos pensar que es imposible que los cristianos tropiecen en la palabra, pues ha
habido muchos cristianos que han tropezado en ella. A ellos se les hace difícil creer que
el Señor Jesús pueda ser tan estricto o tan rígido. En ocasiones hemos hablado con
ciertos creyentes acerca de que Cristo es tanto la piedra de edificación como la piedra de
tropiezo, a lo que han contestado: “No, el Señor Jesús es misericordioso. Él jamás sería
una piedra de tropiezo o una roca de escándalo. El Señor tiene un corazón muy amplio;
Él no es tan estrecho como ustedes. Ustedes piensan que son los únicos que tienen la
razón. Ustedes son estrechos, pero el Señor Jesús no lo es”. Sin embargo, si somos así de
amplios, no creeremos esta palabra. No creeremos, por un lado, que Cristo es la piedra
de edificación, y por otro, que Él es la piedra de tropiezo. Son muchos los cristianos que
han tropezado en esta estricta palabra. Los líderes judíos no han sido los únicos que han
tropezado en ella.
¿Había pensado usted alguna vez que Cristo pudiera ser intencionalmente una roca de
escándalo? Debemos ser cuidadosos al respecto y preguntarnos si creemos esta palabra.
Si no la creemos, eso significa que tropezamos en ella. En tal caso el Señor será
automáticamente un tropezadero para nosotros. Tropezamos en tal palabra porque, en
nuestra opinión, es demasiada estrecha y estricta.
UNA PIEDRA QUE DESMENUZA
No debemos pensar que Pedro, por la manera en que escribió 2:6-8, fue demasiado
estricto. De hecho, el Señor Jesús fue el primero en proferir tales palabras. En Mateo
21:42 Él preguntó a los líderes religiosos: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: ‘La piedra
que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho
esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos’?”. Luego, en el versículo 44, añadió: “Y el que
caiga sobre esta piedra se despedazará; y sobre quien ella caiga, le hará polvo y como
paja la esparcirá”. “El que caiga sobre esta piedra” se refiere a la persona que tropieza
por causa de Cristo, y “sobre quien ella caiga” se refiere a las naciones a las cuales Cristo
herirá a Su regreso.
Aquí vemos que el Señor Jesús habla de otro aspecto de Sí mismo como la piedra. Él no
solamente es la piedra de edificación y la piedra de tropiezo, sino también la piedra que
desmenuza, la piedra que aplasta. Como la piedra que desmenuza, Él hará polvo a los
que se oponen. Este aspecto de Cristo se menciona en Daniel 2:34-35. Estos versículos
nos revelan que cuando el Señor Jesús regrese, Él hará polvo a todas las naciones que se
oponen a Él.
EL RESULTADO DE TROPEZAR EN LA PALABRA
Pedro dice en el versículo 8 que los que tropiezan en la palabra son desobedientes y que
esta desobediencia es algo “para lo cual fueron también puestos”. Esto se refiere a la
desobediencia de los judíos, la cual dio por resultado que ellos tropezaran.
Los que tropiezan en la palabra han sido puestos por Dios para desobedecer. Su porción
es la desobediencia. Si alguien no cree lo que la Biblia dice acerca de Cristo, esa persona
tropieza en Él. El resultado espontáneo de no haber creído y de haber tropezado, será la
rebelión. Esto es desobediencia. Por consiguiente, la desobediencia llega a ser la porción
asignada a dicha persona. De hecho, esto es bastante lógico. Cualquiera que no crea en
la palabra, tropezará en ella y más tarde cosechará el fruto, la siega, de lo que ha
sembrado. Tal persona siembra incredulidad, y después cosecha desobediencia como su
porción asignada. Éste es un principio rector que es tanto espiritual como fundamental:
siempre que haya incredulidad en nosotros, segaremos desobediencia. Si en usted hay
incredulidad, con el tiempo cosechará rebelión. Esto significa que usted se volverá una
persona rebelde. Esto no sólo se aplica a los judíos, sino también a los cristianos,
incluyendo a los que están en el recobro.
Tanto en China como en este país, he visto que la desobediencia y la rebelión son la
porción asignada a aquellos que no creen en la palabra y que tropiezan en ella. Ningún
cristiano tropezaría en la palabra de gracia del Señor. Si escuchamos que el Señor es
misericordioso, lleno de gracia y bondad, que hace llover sobre los justos y sobre los
injustos, nadie tropezaría en palabras de gracia como éstas. La Biblia, sin embargo,
contiene también palabras que son estrictas y severas. La piedra de edificación, la
cabeza del ángulo, es también la piedra de tropiezo y la roca de escándalo. Es posible
que algunos que son indisciplinados y descuidados no crean en tales palabras, y digan:
“No, Cristo no es tan estrecho. Mientras yo crea en el Señor Jesús, puedo escoger el
camino que prefiera con respecto a la iglesia. ¿Por qué tengo que estar en el recobro? El
Señor Jesús no es estrecho como ustedes”. Con el tiempo, el resultado de no creer en las
palabras estrictas del Señor y de tropezar en ellas, será la desobediencia, la rebelión.
Quienes más se oponen a nosotros ahora son aquellos que sufren de esa rebeldía. Ellos
han sido puestos para esto mismo. Es necesario que veamos que detrás de esto hay un
principio rector. Y el principio es el siguiente: si en nosotros hay esta clase de
incredulidad, la cosecha que segaremos será la desobediencia, y esa desobediencia es
rebelión.
Al leer 1 Pedro 2:4-8, tal vez pensemos que no era necesario que Pedro incluyera los
versículos 6, 7 y 8, o al menos consideremos innecesarios los versículos 7 y 8. Quizás nos
parezca que el versículo 4 hubiera sido suficiente, especialmente en lo que al edificio de
Dios se refiere. Sin embargo, Pedro continuó escribiendo los versículos del 6 al 8, a fin
de presentarnos un cuadro completo de Cristo como la piedra.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE DIECIOCHO
EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS
(4)
Lectura bíblica: 1 P. 2:5, 9-10
CRECER PARA SALVACIÓN
CON MIRAS A LA EDIFICACIÓN
En este mensaje examinaremos 2:5, 9 y 10. El versículo 5 dice: “Vosotros también, como
piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para
ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Al leer este
versículo debemos tener en cuenta la gramática. El versículo 4 modifica la frase hallada
en el versículo 5. La parte principal de la frase del versículo 5 dice así: “Vosotros ... sois
edificados como casa espiritual”. Por tanto, el pensamiento principal aquí es el de la
edificación. Este pensamiento da continuación al pensamiento presentado en el
versículo 2, con respecto a crecer para salvación. Esto indica que después de la salvación
viene la edificación. El crecimiento que redunda en salvación tiene como objetivo la
edificación. Esto indica que aquí la salvación no sólo incluye la transformación, sino
también el hecho de ser edificados. Así que, según el contexto general de 1 Pedro 2, la
salvación alude a la transformación, la cual produce la edificación.
La salvación mencionada al final del versículo 2 está relacionada con la transformación
y tiene como objetivo la edificación. Noten que al final del versículo 2 hay una coma, no
un punto. En el versículo 3 encontramos una condición relacionada con beber la leche
de la palabra: “Si es que habéis gustado lo bueno que es el Señor”. Al final del versículo 3
encontramos un punto y coma, y luego el versículo 4 termina con una coma. Por
consiguiente, la puntuación indica que la cláusula principal de la segunda parte de la
oración iniciada en el versículo 2, está en el versículo 5. De hecho, el versículo 5 es la
continuación del versículo 2. El versículo 2 concluye con el pensamiento de crecer para
salvación, lo cual implica que la salvación incluye el aspecto de la transformación; y
luego, el versículo 5 continúa este pensamiento mostrándonos que esta transformación
tiene como fin la edificación. Es por ello que decimos que la salvación del versículo 2
está relacionada con la transformación, la cual tiene como fin la edificación.
Creo que hemos captado el pensamiento presente en la mente y en el corazón de Pedro
mientras escribía estos versículos. En ellos Pedro parecía decir: “Creyentes, todos
vosotros habéis sido regenerados, y ahora sois como niños recién nacidos. Como niños
recién nacidos, debéis tener hambre y sed de la leche que está en la palabra para que
podáis crecer para salvación. Esta salvación es la transformación que da por resultado la
edificación”. Estos deben de haber sido los pensamientos de Pedro mientras escribía
esta epístola.
Siempre que nos proponemos escribir una carta o un artículo, primero tenemos ciertos
pensamientos, y luego empezamos a escribir conforme a ellos. Es así como Pedro
escribió esta epístola. Su pensamiento era que los creyentes habían sido regenerados y
habían llegado a ser niños recién nacidos, y que ahora ellos debían desear la leche de la
palabra. Luego, por la leche de la palabra dada sin engaño, ellos podrían crecer para una
salvación que era equivalente a la transformación y que tenía como fin la edificación.
Con estos pensamientos en su ser, Pedro empezó a redactar esta epístola.
Por un lado, la redacción de Pedro tal vez no nos parezca muy buena; pero, por otro,
desde la perspectiva espiritual, su redacción es excelente. Si Pedro no hubiera escrito de
la manera en que lo hizo, no todos los asuntos abarcados en su epístola habrían sido
incluidos. No obstante, debido a que a veces es difícil entender a Pedro, necesitamos
ayuda para captar los diferentes asuntos que él abarca en sus escritos. Ésta es la razón
por la cual estamos conduciendo este estudio-vida.
Puedo testificar que por más de cincuenta años he estado cavando en la Palabra de Dios.
En 1956, el Señor empezó a mostrarme Su edificación. El capítulo dos de 1 Pedro es una
muy importante sección del Nuevo Testamento que trata del edificio de Dios. Cuando
estuve en Manila en 1956, empecé a ver en 1 Pedro 2 que la salvación incluye la
transformación y que esta transformación tiene como fin la edificación.
Muy pocos cristianos tienen un entendimiento acertado de lo que es la edificación. Aun
más, muchos ni siquiera han visto el asunto de la transformación. Antes de que usted
viniera al recobro del Señor, ¿acaso alguna vez llegó a escuchar algún mensaje que
hablara acerca de la transformación? Sin embargo, en el recobro se han dado muchos
mensajes sobre el tema de la transformación. En diciembre de 1962 di una conferencia
acerca del Cristo todo-inclusivo. Luego, en 1963, comencé a hablar en este país acerca de
la transformación. En ese año di por lo menos veinte mensajes sobre la transformación.
Aunque la luz en cuanto a la transformación y a la edificación me fue dada hace muchos
años, esta luz nunca se ha apartado de mí. Antes bien, siempre ha estado conmigo. Me
tomó años de estudio para ver estas cosas. Por consiguiente, puedo afirmarles que sin la
ayuda de estos mensajes, tal vez les sea difícil entender lo que Pedro quiere decir al
hablarnos de la salvación, la transformación y la edificación.
¡Alabado sea el Señor porque mediante la regeneración llegamos a ser niños recién
nacidos! Como niños recién nacidos, todos debemos desear la leche de la palabra dada
sin engaño. Luego, esta leche nos hará crecer para salvación. Esta salvación equivale a la
transformación, y la transformación es la edificación. Nos alimentamos de Cristo al
beber la leche nutritiva de la Palabra de Dios, no solamente con el fin de crecer en vida,
sino también con el fin de ser edificados. La meta del crecimiento es la edificación.
TRANSFORMADOS EN PIEDRAS VIVAS
En el versículo 5 Pedro nos da a entender que los creyentes son piedras vivas. Nosotros,
los creyentes de Cristo, al igual que Él, somos piedras vivas debido a la regeneración y la
transformación. Aunque nosotros fuimos hechos de barro (Ro. 9:21), en la regeneración
recibimos la simiente de la vida divina, la cual crece en nosotros y nos transforma en
piedras vivas. Cuando Pedro se convirtió, el Señor le dio un nombre nuevo: Pedro, que
significa piedra (Jn. 1:42). Luego, cuando él recibió la revelación en cuanto a Cristo, el
Señor le reveló además que Él mismo era la roca, una piedra (Mt. 16:16-18). Lo sucedido
en estas dos ocasiones dejó grabado en Pedro el hecho de que Cristo y Sus creyentes son
piedras útiles para el edificio de Dios.
En virtud de nuestro nacimiento natural, nosotros somos barro, y no piedras. ¿Sabía que
usted fue hecho de barro? Génesis 2:7 dice que el hombre fue hecho del polvo de la
tierra. Además, Romanos 9 revela que somos vasos de barro. Puesto que es así, ¿cómo
podemos llegar a ser piedras? Llegamos a ser piedras al pasar por el proceso de la
transformación.
La primera vez que Pedro se encontró con el Señor Jesús, el Señor le cambió el nombre
de Simón a Pedro. Juan 1:42, refiriéndose al Señor Jesús y a Pedro, dice: “Mirándole
Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir
Pedro)”. Según el principio bíblico, todo lo que el Señor dice, será hecho. Por
consiguiente, cuando el Señor llamó a Pedro una piedra, quiso dar a entender que él
llegaría a ser una piedra. Todo lo que el Señor nos diga, se cumplirá. Si Él dice: “Tú eres
oro”, entonces usted llegará a ser de oro. El Señor sabía que al cambiarle el nombre a
Simón, llamándolo Pedro, una piedra, éste se convertiría en una piedra.
En Juan 1:42, se le dijo a Pedro que él era una piedra. Luego, un tiempo después, en
Cesarea de Filipo, en respuesta a la pregunta del Señor: “¿Quién decís que soy Yo?”,
Pedro recibió revelación del Padre y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. A
esto, el Señor Jesús respondió: “Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta
roca edificaré Mi iglesia...” (Mt. 16:18). Aquí el Señor dio a entender que Él mismo era la
roca sobre la cual se edificaría la iglesia y que Pedro era una piedra.
Sin duda, estos dos eventos, el primero narrado en Juan 1 y el otro en Mateo 16,
quedaron grabados profundamente en el ser de Pedro. Él nunca pudo olvidar estos dos
eventos. Debe de haber sido a raíz de estas experiencias que Pedro recibió la noción de
las piedras vivas que son útiles para edificar la casa espiritual, la cual es la iglesia.
Cuando Pedro escribió este pasaje de 1 Pedro, lo escribió basado en lo que estos dos
eventos habían dejado grabado en él.
En 1 Pedro 2:5 leemos que nosotros, como piedras vivas, somos edificados como casa
espiritual. Sin embargo, puesto que todos nosotros somos de barro, ¿cómo podemos ser
edificados? Para poder ser edificados como casa espiritual, tenemos que llegar a ser
piedras. ¿Pero cómo es que en realidad podemos llegar a ser piedras vivas? Llegamos a
ser piedras vivas acercándonos a Cristo, la piedra viva (v. 4).
La madera petrificada es un buen ejemplo de lo que es la transformación. En Arizona
hay un lugar llamado el bosque petrificado, un área que contiene mucha madera
petrificada. Madera petrificada es madera que se ha convertido en piedra. Ello se debe a
que, durante un extenso período, el agua estuvo fluyendo sobre la madera y a través de
ella, y como resultado, la sustancia de la madera finalmente se convirtió en piedra. Por
un lado, el elemento de la madera es arrastrado y, por otro, éste es reemplazado por el
elemento de la piedra. De este modo la madera se convierte en piedra.
El principio es el mismo con respecto a nuestra experiencia de la transformación. Si
deseamos la leche de la palabra, esta leche será como una corriente de agua de vida que
fluirá dentro de nosotros. Si permanecemos bajo este fluir, la corriente se llevará
nuestra sustancia natural y la reemplazará con los minerales celestiales y divinos. Estos
minerales de hecho son Cristo mismo. Gradualmente, después de algún tiempo, seremos
transformados o “petrificados”, es decir, vendremos a ser piedras preciosas.
Si deseamos ser transformados, cada día debemos acercarnos al Señor, quien es la leche.
Hemos señalado que la manera de acercarnos a Cristo, la piedra viva, es beber de la
leche de la palabra dada sin engaño. En otras palabras, nos acercamos a Cristo
bebiéndole. Si diariamente bebemos de la leche de la palabra, con el tiempo, seremos
transformados.
La transformación no sucede de la noche a la mañana. La madera petrificada de Arizona
tardó un extenso período para convertirse de madera en piedra. Si la madera petrificada
pudiera hablar, nos diría: “He tenido que permanecer mucho tiempo en la corriente de
agua para ser transformada de simple madera a madera petrificada”. Como alguien que
lleva en el Señor más de cincuenta años, puedo testificar que la transformación requiere
tiempo. Les aseguro que no podrán ser transformados en unos cuantos meses, ni
siquiera en unos cuantos años.
Quizás algunos al escuchar que se requieren muchos años para ser transformados,
digan: “Yo no puedo esperar tanto tiempo. Me doy por vencido”. Pero en realidad, esto
no depende de usted, puesto que su destino es ser transformado. La madera que ya está
en el proceso de petrificación no puede detener el proceso. El destino de esa madera es
convertirse en madera petrificada. Debemos recordar que, según el capítulo uno de 1
Pedro, fuimos escogidos según la presciencia de Dios desde antes de la fundación del
mundo. Fue Dios quien nos escogió. Además, conforme a nuestra experiencia, fuimos
“capturados” por Él, y no podemos escapar, no importa cuánto lo intentemos. Por lo
tanto, en lugar de tratar de escapar, debemos simplemente descansar en el fluir del agua
viva y permitir que el agua pase a través de nosotros para que seamos transformados.
Si otros nos preguntan qué está pasando en el recobro del Señor, debemos decir:
“Estamos simplemente permitiendo que el agua de vida fluya a través de nosotros.
Diariamente bebemos de la leche de la palabra para poder ser transformados”.
Permitamos que este proceso de petrificación, de transformación, se lleve a cabo por
cuarenta o cincuenta años, y luego veamos cuál será el resultado. Es mediante este
proceso de transformación que el barro se convierte en piedras vivas.
Según 2:5 nosotros, como piedras vivas, estamos siendo edificados como casa espiritual.
Aunque la leche nutritiva de la palabra alimenta nuestra alma, luego de que ella es
recibida a través de nuestra mente, finalmente nutre nuestro espíritu. En lugar de
hacernos anímicos, nos hace espirituales, idóneos para edificar una casa espiritual para
Dios.
La meta que Dios tiene con respecto a los creyentes es obtener una casa edificada con
piedras vivas. Él no quiere piedras separadas unas de otras y esparcidas, ni tampoco un
montón de piedras, sino piedras que estén edificadas junto con otras.
La casa espiritual que nosotros llegaremos a ser como resultado de ser edificados es el
edificio de Dios. Finalmente, este edificio llegará a su consumación en la Nueva
Jerusalén. En la Nueva Jerusalén no habrá barro, pues todo el barro habrá sido
transformado en piedra preciosa. Esto significa que la Nueva Jerusalén es edificada con
piedras preciosas. Nosotros nos estamos convirtiendo en las piedras preciosas con las
cuales se edificará la Nueva Jerusalén. ¡Aleluya, pues la obra de edificación ahora se está
llevando a cabo! ¿Cómo se lleva a cabo esta obra? Se lleva a cabo por medio del proceso
de petrificación, el proceso de la transformación. Esto sucede a medida que nosotros nos
acercamos diariamente, incluso a cada hora, al Cristo que es la leche, y bebemos de Él.
Entonces experimentaremos el fluir, la corriente, que nos transforma de barro en
piedras útiles para el edificio de Dios.
UN SACERDOCIO SANTO
En el versículo 5 Pedro habla tanto de una casa espiritual como de un sacerdocio santo.
La palabra “espiritual” denota la cualidad de la vida divina que nos permite vivir y
crecer, y la palabra “santo” denota la cualidad de la naturaleza divina que nos separara y
santifica. La casa de Dios subsiste principalmente por medio de la vida divina; por ende,
es espiritual. El sacerdocio subsiste principalmente por medio de la naturaleza divina;
por tanto, es santo.
El sacerdocio santo es la casa espiritual. En el Nuevo Testamento se usan dos palabras
griegas para referirse al sacerdocio, y ambas se han traducido como “sacerdocio”.
Ierosúne, que aparece en Hebreos 7:12, se refiere al oficio sacerdotal, e ieráteuma,
hallada en 1 Pedro 2:5, 9, se refiere a la asamblea de sacerdotes, es decir, al cuerpo de
sacerdotes. El cuerpo coordinado de sacerdotes es la casa espiritual edificada. Aunque
Pedro no dirigió sus dos epístolas a la iglesia, ni usó el término “iglesia” en este versículo
donde recalca la vida corporativa de los creyentes, sí usó las expresiones “casa
espiritual” y “sacerdocio santo” para referirse a la vida de iglesia. La vida que puede
cumplir el propósito de Dios y satisfacer Su deseo no es la vida espiritual vivida de una
manera individualista sino de una manera corporativa. Él desea una casa espiritual que
sea Su morada, un cuerpo de sacerdotes, un sacerdocio, que le rinda servicio. El
concepto de Pedro con respecto al servicio corporativo de los creyentes en coordinación
es el mismo que el de Pablo en Romanos 12. Este servicio nace de tres pasos que son
vitales en la vida espiritual: el nuevo nacimiento (1:2a), el crecimiento en vida al ser
nutridos con Cristo, y el ser edificados con otros creyentes.
SACRIFICIOS ESPIRITUALES
La casa espiritual y el sacerdocio santo son términos equivalentes. La casa espiritual le
provee a Dios una morada, y el sacerdocio santo está relacionado con el servicio a Dios.
Según 2:5, el hecho de edificar la casa espiritual hasta que sea un sacerdocio santo tiene
como fin que se cumpla una función específica. Dicha función consiste en “ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Aquí vemos que
Jesucristo es el conducto por el cual los sacrificios espirituales son ofrecidos a Dios.
Cristo hace que nuestras ofrendas lleguen a Dios, y estas ofrendas son los sacrificios
presentados a Él. Además, lo que se ofrece a Dios debe ser algún aspecto de Cristo.
Los sacrificios espirituales que los creyentes ofrecen en la era neotestamentaria
conforme a la economía de Dios son Cristo, en los diversos aspectos de Sus riquezas,
como la realidad de todos los sacrificios de los tipos antiguotestamentarios, tales como
el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la
ofrenda por la transgresión (Lv. 1—5). Estos sacrificios espirituales también incluyen
nuestras alabanzas y lo que hacemos para Dios (He. 13:15-16; Fil. 4:18).
LINAJE ESCOGIDO, REAL SACERDOCIO, NACIÓN SANTA,
PUEBLO ADQUIRIDO PARA POSESIÓN DE DIOS
En 2:9 Pedro dice además: “Mas vosotros sois un linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de
Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable”. Las palabras “linaje”,
“sacerdocio”, “nación” y “pueblo” son sustantivos colectivos, y se refieren a los creyentes
corporativamente. Como linaje, nosotros los creyentes fuimos escogidos; como un
sacerdocio, somos un cuerpo de sacerdotes y pertenecemos a la realeza; como nación,
somos santos; como pueblo, somos posesión de Dios, una posesión que Dios adquirió y
que ahora Él tiene como Su especial tesoro. La frase “linaje escogido” denota que
descendemos de Dios; “real sacerdocio”, que servimos a Dios; “nación santa”, que somos
una comunidad apartada para Dios; y “pueblo adquirido para posesión de Dios” indica
que para Dios somos muy preciados. Todo esto tiene un sentido corporativo. Por
consiguiente, debemos ser edificados juntamente.
Las palabras “linaje escogido” nos hablan de nuestro origen. Como linaje escogido,
nuestro origen está en Dios. Además, somos real sacerdocio. La palabra “real” denota la
categoría de nuestro sacerdocio, la cual es de realeza, como la de Cristo el Rey, nuestro
Sumo Sacerdote, tipificado por Melquisedec (He. 7:1-2, 25; Gn. 14:18). También somos
una nación santa y un pueblo adquirido para posesión de Dios. La palabra “santa”
denota la naturaleza de la nación. Las palabras griegas traducidas “pueblo adquirido
para posesión de Dios” corresponden a una expresión hebrea. Esta expresión nos remite
al Antiguo Testamento, y la expresión hebrea implica un tesoro particular. Nosotros
somos el tesoro particular de Dios, Su preciosa y especial posesión. En Tito 2:14 Pablo
habla de un “pueblo especial, Su posesión personal”. Esto también se puede traducir
“pueblo exclusivo”. Ésta es una expresión tomada del Antiguo Testamento (Dt. 7:6; 14:2;
26:18), y denota un pueblo poseído exclusivamente por Dios como Su especial tesoro
(Éx. 19:5), Su posesión personal. Así pues, en primer lugar, nosotros somos un linaje
escogido; luego, somos un real sacerdocio, una nación santa y un pueblo adquirido para
posesión de Dios. Como el tesoro especial de Dios, nosotros somos Su pueblo, el cual le
es muy preciado.
ANUNCIAR LAS VIRTUDES DE DIOS
Nosotros somos tal linaje, sacerdocio, nación y pueblo adquirido por Dios, a fin de que
anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. La
palabra griega traducida “anunciar” también significa proclamar a los cuatro vientos.
Primero tenemos que nacer de nuevo y crecer en vida, y luego tenemos que ser
edificados y servir corporativamente. Ahora, se nos dice que debemos hacer una
proclamación, un anuncio a los cuatro vientos. Servir corporativamente consiste en
satisfacer a Dios ofreciendo a Cristo como los sacrificios espirituales; proclamar es
beneficiar a otros al exhibir las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz
admirable.
Las virtudes del versículo 9 denotan excelencias, virtudes excelentes y gloriosas (2 P.
1:3). Éstas se refieren a lo que Dios es y tiene, y a Su luz admirable, la cual tiene su
consumación en Su gloria. Dios nos llamó a Su virtud y Su gloria, y por medio de ellas.
Las virtudes aquí mencionadas denotan atributos, hechos y una conducta excelentes.
Dios tiene muchas virtudes. Por ejemplo, Él es misericordioso. Ser misericordioso es
una virtud. Dios también es amoroso. Él incluso ama a los pecadores. Este amor es otra
de las virtudes de Dios. Las virtudes de Dios son todos Sus excelentes atributos divinos.
Estas excelentes virtudes son las que debemos anunciar o proclamar en todas partes.
En sus escritos, Pedro recalca este asunto de la virtud más que Pablo. Pedro dice en 2
Pedro 1:3 que Dios nos llamó por Su propia virtud y gloria. Él no sólo dice que Dios nos
llamó a Su propia gloria y virtud, sino que nos llamó por Su propia gloria y virtud.
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Pedro y los demás discípulos vieron Sus
virtudes. Por lo menos una vez, en el monte de la transfiguración, ellos vieron la gloria
del Señor. Diariamente ellos pudieron apreciar las virtudes de Cristo. Todo lo que el
Señor hacía era un acto excelente lleno de virtud. Las excelencias de Cristo son muy
numerosas. Cada día el Señor Jesús hacía manifiestas Sus virtudes, y Pedro pudo verlas.
Más tarde Pedro escribió que nosotros fuimos llamados por la virtud y la gloria del
Señor. Esto indica que Pedro mismo había sido atraído por la virtud y la gloria del
Señor. Aun más, él mismo fue llamado a esta virtud y gloria. Por lo tanto, él era uno con
el Señor en virtud y en gloria.
Los apóstoles anunciaron las virtudes del Señor. Ellos las predicaron, las enseñaron y
las anunciaron. Todo lo que los apóstoles predicaban y enseñaban anunciaba las
virtudes que ellos mismos habían visto y disfrutado. Aquello era una proclamación a los
cuatro vientos de las virtudes de las cuales ellos habían participado. Esto es lo que
significa anunciar las excelencias de Dios. Hoy en día, debemos seguir el ejemplo de los
apóstoles y anunciar las excelentes virtudes del Señor.
FUIMOS LLAMADOS DE LAS TINIEBLAS
Según el versículo 9, debemos proclamar en todo lugar las virtudes de Aquel que nos
llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Las tinieblas son la expresión y esfera de
Satanás en la que impera la muerte, mientras que la luz es la expresión y esfera de Dios
en la que impera la vida. Dios nos llamó, nos libró, de la esfera satánica de las tinieblas,
una esfera de muerte, y nos trasladó a la esfera de Su luz, una esfera llena de vida (Hch.
26:18; Col. 1:13).
SE LE CONCEDE MISERICORDIA AL PUEBLO DE DIOS
En el versículo 10 Pedro concluye esta sección, diciendo: “Vosotros que en otro tiempo
no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no se os había
concedido misericordia, pero que ahora se os ha concedido misericordia”. Este pasaje,
tomado de Oseas 2:23, fue citado por Pablo en Romanos 9:24-27, refiriéndose
primeramente a los gentiles y luego al remanente de Israel, por cuanto no todos los que
descienden de Israel son israelitas (Ro. 9:6). Aquí Pedro, citando estas palabras, se
dirige a los creyentes judíos de la dispersión, quienes eran los destinatarios de su carta.
En otro tiempo ellos eran descendientes de Israel, pero no eran israelitas. Por lo tanto,
no eran el pueblo de Dios en el sentido del Nuevo Testamento. Ahora, después de ser
llamados por Dios, llegaron a ser el pueblo de Dios, Su posesión personal, Su tesoro. A
ellos se les concedió la misericordia de Dios, la cual nunca antes se les había concedido.
Cuando yo era joven, me inquietaban mucho aquellos versículos que declaran que el
pueblo judío no era el pueblo de Dios. Me preguntaba cómo era posible que ellos, siendo
judíos, no fueran el pueblo de Dios. Si leemos Oseas 2, Romanos 9 y este versículo de 1
Pedro, puede ser que nos sintamos confundidos, pues la misma cita de Oseas se usa para
denotar a los gentiles y a los judíos según la carne. Los gentiles, por supuesto, no eran el
pueblo de Dios y no habían obtenido Su misericordia. Sin embargo, las mismas palabras
se refieren a los judíos según la carne. En Romanos 9 Pablo dice que no todos los
descendientes de Israel son israelitas. Esto se refiere a los judíos que no habían creído
en el Señor Jesús, es decir, a los judíos según la carne. Pero a los ojos de Dios, el Israel
según la carne no es el verdadero Israel. Es solamente cuando los judíos creen en el
Señor Jesús que ellos llegan a ser el verdadero pueblo de Dios. Antes de creer en Él, a
ellos no se les había concedido misericordia; sin embargo, habiendo creído, el Señor les
concedió Su misericordia. Ahora, después de haber estudiado y escudriñado la Palabra,
he visto que las palabras de Oseas se usan en el Nuevo Testamento para referirse tanto a
los gentiles como a los israelitas según la carne. El Israel según la carne de hecho no era
el verdadero pueblo de Dios, el pueblo al cual se le había concedido la misericordia de
Dios. Pero ahora, al creer en el Señor Jesús, ellos se convierten en el pueblo de Dios, y
Dios les concede Su misericordia.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE DIECINUEVE
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(1)
Lectura bíblica: 1 P. 2:11-20
EL DESEO DE DIOS
En 1 Pedro 2:1-10 se nos revela la meta de Dios; se nos muestra cuál es el deseo de Dios.
Dios desea una casa edificada y un sacerdocio para Su expresión. Tanto la casa como el
sacerdocio deben ser corporativos. Esto lo indican los cuatro sustantivos colectivos
usados en el versículo 9: linaje, sacerdocio, nación y pueblo. Primero, Dios desea una
casa en la cual morar. Como todos sabemos, una casa no se puede edificar con una sola
pieza de material. Por el contrario, una casa únicamente puede ser edificada al combinar
muchos y diversos materiales. Además de una casa en la cual morar, Dios también desea
un sacerdocio que le sirva. Dios no desea sacerdotes individuales, sino un sacerdocio,
una entidad corporativa de sacerdotes, para Su servicio.
La casa y el sacerdocio, los cuales son entidades corporativas, cumplen la función de
expresar a Dios. Esto lo indica claramente 2:9, que dice: “Mas vosotros sois un linaje
escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de
que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable”.
Anunciar las virtudes de Dios tiene que ver con el hecho de expresar a Dios. Anunciar
las virtudes del Señor simplemente significa expresarlo conforme a lo que Él es. Dios es
rico en Sus virtudes. Por ejemplo, Él es amoroso y benévolo. Tanto Su amor como Su
bondad son virtudes. De hecho, cada uno de los atributos de Dios son virtudes Suyas, y
debemos anunciar tales virtudes. Siempre que prediquemos el evangelio y enseñemos la
verdad tocante al Señor, debemos anunciar Sus virtudes. Sin embargo, a diferencia de lo
que hacen muchos cristianos de hoy, este anuncio debe hacerse de manera corporativa,
y no de manera individual.
Debemos abandonar las enseñanzas religiosas y tradicionales, y regresar a la Palabra
pura. Nosotros crecemos al beber la leche de la palabra dada sin engaño, y de ese modo
somos transformados. Esto entonces nos permitirá ser edificados como casa para
morada de Dios, y como sacerdocio para Su servicio. Más aun, esto nos permitirá
expresar a Dios conforme a Sus virtudes. Éstos son los asuntos principales que trata la
segunda sección de esta epístola, que abarca los versículos del 1 al 10 del capítulo 2.
En el primer capítulo de 1 Pedro tenemos la economía de Dios, la cual produce la plena
salvación de Dios, la cual a su vez hace posible que podamos recibir la vida de Dios y
llevar una vida santa y amar a los hermanos con un amor genuino. En 1:1-2 vemos que
los peregrinos de la dispersión se encuentran bajo la operación del Dios Triuno. Luego,
en 1:3-25 vemos la plena salvación que realiza el Dios Triuno y sus resultados. En el
capítulo 2 se aborda el tema del crecimiento en vida y sus resultados (vs. 1-10). Primero
crecemos hacia una plena salvación al alimentarnos de la leche de la Palabra (vs. 1-3).
Luego, somos transformados hasta ser edificados como casa espiritual para morada de
Dios, un sacerdocio santo para Su servicio (vs. 4-8). Después de esto, los versículos 9 y
10 nos dicen que debemos anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas
a Su luz admirable.
Pese a que Pedro era un simple pescador, él era muy inteligente. Después de haber
estudiado las dos epístolas de Pedro, quedé plenamente convencido de que este
pescador tenía la mente de un erudito. No obstante, a fin de apreciar el valor del
pensamiento de Pedro es necesario profundizar en sus escritos.
EL BOSQUEJO DE 1 PEDRO
La belleza del pensamiento de Pedro se puede apreciar en el bosquejo de esta epístola.
Puedo testificar que invertí mucho tiempo en la elaboración del bosquejo de 1 Pedro.
Esto no fue para mí una tarea fácil, pues me era extremadamente difícil determinar
dónde trazar las líneas entre las diferentes secciones de este libro. Creo que sería muy
provechoso a estas alturas considerar el bosquejo de 1 Pedro:
I.
II.
III.
Introducción: a los creyentes peregrinos que están bajo la operación del Dios Triuno (1:12).
La plena salvación del Dios Triuno y sus resultados (vs. 3-25):
A.
El Padre regenera: para una esperanza viva, una herencia reservada en los cielos
y preparada para ser manifestada en el tiempo postrero (vs. 3-9).
B.
El Espíritu aplica: mediante la profecía de los profetas y la predicación de los
apóstoles (vs. 10-12).
C.
Cristo redime: para una vida santa por la naturaleza santa y para el amor
fraternal mediante la purificación obtenida por la verdad que santifica, lo cual se
basa en la regeneración por la simiente incorruptible mediante la palabra viva de
Dios (vs. 13-25).
El crecimiento en vida y sus resultados (2:1-10):
A.
Crecer al alimentarse de la leche de la palabra para la salvación plena (vs. 1-3).
B.
IV.
V.
VI.
VII.
Transformados para la edificación de una casa espiritual donde more Dios, la
cual es un sacerdocio santo que sirve a Dios (vs. 4-8).
C.
Anunciar las virtudes de Aquel que llama (vs. 9-10).
La vida cristiana y sus sufrimientos (2:11—4:19):
A.
Una manera de vivir excelente ante todos los hombres en todo asunto (2:11—
3:13):
1.
Como peregrinos entre los gentiles (2:11-12).
2.
Para con las instituciones humanas (vs. 13-17).
3.
De los criados a los amos (vs. 18-20).
4.
El modelo de Cristo (vs. 21-25).
5.
En la vida matrimonial (3:1-7).
6.
En la vida común (vs. 8-13).
B.
Sufrir por causa de la justicia según la voluntad de Dios, como Cristo sufrió (vs.
14-22).
C.
Armarse del sentir de Cristo para sufrir (4:1-6).
D.
Ministrar como buenos mayordomos de la multiforme gracia de Dios (vs. 7-11).
E.
Regocijarse por participar de los sufrimientos de Cristo (vs. 12-19).
El pastoreo de los ancianos y su recompensa (5:1-4):
A.
Los modelos del pastoreo (vs. 1-3).
B.
La recompensa de parte del Príncipe de los pastores (v. 4).
La poderosa mano de Dios y su meta (vs. 5-11):
A.
Humillados bajo la poderosa mano de Dios (vs. 5-9).
B.
Perfeccionados y cimentados por el Dios de toda gracia (vs. 10-11).
Conclusión (vs. 12-14):
A.
El testimonio de la verdadera gracia de Dios (v. 12).
B.
Saludos (vs. 13-14).
En la introducción de esta epístola (1:1-2) vemos que la operación de la economía de
Dios tiene como fin conducirnos al pleno disfrute del Dios Triuno. ¡Cuán grande es esto!
Luego, en la primera sección (vs. 3-25) vemos la plena salvación del Dios Triuno y sus
resultados. La plena salvación de Dios incluye la obra regeneradora del Padre, la obra
redentora del Hijo y la santificación efectuada por el Espíritu. Los resultados de esta
plena salvación son una santa manera de vivir y un amor fraternal no fingido.
La segunda sección de esta epístola trata del crecimiento en vida y sus resultados (2:110). Para crecer en vida debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño. Es por
esta leche que crecemos. El resultado del crecimiento en vida es la transformación, la
edificación y la expresión de Dios. Por el crecimiento en vida somos transformados y
edificados, y así venimos a ser la expresión de Dios.
La tercera sección de esta epístola, que trata de la vida cristiana y sus sufrimientos, es la
más larga de todas (vs. 11—4:19), pues Pedro dedica más de dos capítulos completos
para abarcar este tema. En esta sección de su epístola, él no habla de la vida cristiana y
su disfrute, sino de la vida cristiana y sus sufrimientos. En los mensajes subsiguientes
veremos cuáles son estos sufrimientos.
Después de la extensa sección acerca de la vida cristiana y sus sufrimientos, Pedro
incluye dos secciones breves que tratan acerca del pastoreo de los ancianos y su
recompensa (5:1-4), y de la poderosa mano de Dios y su meta (vs. 5-11). Por último, en
5:12-14, tenemos la conclusión.
CINCO ASUNTOS PRINCIPALES
Si consideramos el pensamiento de Pedro conforme al bosquejo presentado
anteriormente, veremos que en esta epístola Pedro abarca cinco asuntos principales: la
plena salvación, el crecimiento en vida, la vida cristiana, el pastoreo de los ancianos y la
poderosa mano de Dios. Si nos adentramos en las profundidades de este libro veremos
que éstos eran los asuntos básicos que Pedro procuraba abarcar mientras escribía su
epístola. Asimismo veremos que cada uno de estos cinco asuntos tiene un resultado, una
consecuencia, cierta clase de sufrimiento, una recompensa o una meta. Con respecto a la
plena salvación de Dios, tenemos un resultado que posee dos aspectos: una santa
manera de vivir y el amor fraternal; con relación al crecimiento en vida tenemos la
transformación, la edificación y la expresión de Dios; con respecto a la vida cristiana
tenemos los sufrimientos; con respecto al pastoreo de los ancianos tenemos una
recompensa; y con relación a la poderosa mano de Dios tenemos una meta. Este
entendimiento de la estructura de 1 Pedro es claro y también lógico.
Si examinan el breve esquema de este libro que hemos presentado en el bosquejo, verán
que esta epístola abarca la plena salvación del Dios Triuno y sus resultados, el
crecimiento en vida y sus resultados, la vida cristiana y sus sufrimientos, el pastoreo de
los ancianos y su recompensa y la poderosa mano de Dios y su meta. Dios recompensará
a todos los ancianos por su pastoreo. En este libro se da énfasis a la poderosa mano de
Dios porque el tema de esta epístola es la vida cristiana bajo el gobierno de Dios. El
objetivo de la poderosa mano de Dios es llevar a cabo la administración gubernamental
de Dios, y esta administración tiene una meta definida.
Después de la sección que trata sobre la poderosa mano de Dios y su meta, se halla la
conclusión en 5:12-14. Hemos visto que en la introducción (1:1-2) se nos habla de la
operación que el Dios Triuno realiza en Su economía, la cual tiene como fin hacer que
los elegidos sean partícipes de las riquezas de Dios. Luego, en la conclusión, hallamos un
testimonio de la verdadera gracia de Dios (5:12). ¿Cuál es la verdadera gracia de Dios?
La verdadera gracia de Dios es la plena salvación que Él nos ofrece. Pedro experimentó
esta gracia y dio testimonio de ella. De manera que, mediante sus experiencias y sus
escritos, Pedro pudo declarar cuál era la verdadera gracia de Dios y testificar de ella.
El bosquejo de 1 Pedro nos ayudará a entender claramente el texto. Si leemos el texto sin
tener en cuenta los asuntos principales presentados en el bosquejo, es posible que nos
sintamos desconcertados. Quizás nos sintamos como alguien que conduce por las calles
de una ciudad sin haber visto el mapa general de la ciudad. Ayuda mucho el tener una
visión panorámica de la ciudad y de sus calles principales. Podríamos decir que el
bosquejo de 1 Pedro corresponde a una visión panorámica de este libro que nos permite
ver los asuntos principales que allí se abarcan. Por tanto, les animo a que tengan en
cuenta el bosquejo mientras leen y estudian el texto de 1 Pedro. Encontrarán que es de
gran ayuda.
EXTRANJEROS Y PEREGRINOS QUE SE ABSTIENEN
DE LOS DESEOS CARNALES
Pasemos ahora a la tercera sección de 1 Pedro y empecemos a examinar la vida cristiana
y sus sufrimientos. En 2:11 Pedro dice: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y
peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”. Los
deseos carnales están en el cuerpo caído del hombre (Ro. 7:18, 23-24) y batallan contra
su alma, su ser interno, compuesto de la mente, la voluntad y la parte emotiva (vs. 1923).
El ruego que Pedro hace a los creyentes en 2:11 se basa en lo que dijo en las dos
secciones previas. En particular, este ruego se basa en el nuevo nacimiento y en el
crecimiento en vida. Cuando Pedro dice: “Os ruego”, él en realidad está diciendo: “Os
suplico”.
En el versículo 11 Pedro llama a los creyentes extranjeros y peregrinos. Él ruega a estos
extranjeros y peregrinos que se abstengan de los deseos carnales. Este ruego es un
asunto muy práctico y no una mera doctrina. Es como si Pedro les estuviera diciendo:
“Os ruego a todos vosotros que os abstengáis de los deseos carnales. ¿No sabéis quiénes
sois vosotros? Vosotros no sois personas del mundo, sino extranjeros y peregrinos,
personas que pertenecen a otro país y que viajan por un país extranjero. De hecho,
vosotros estáis en la tierra como extranjeros, pues no sois ciudadanos de la tierra.
Vosotros sois extranjeros celestiales y peregrinos espirituales. Como tales, debéis llevar
una vida diferente a la de las personas mundanas. Debéis absteneros de la vana manera
de vivir. La vana manera de vivir es una vida que procede de los deseos carnales. Por
tanto, para que podáis mostrar a otros que sois extranjeros celestiales, debéis absteneros
de los deseos carnales”.
En el versículo 11 Pedro dice que los deseos carnales batallan contra el alma. El cuerpo
caído es carnal y está lleno de deseos. Los deseos carnales del cuerpo caído batallan
contra el alma, contra nuestro ser interno, el cual se compone de la mente, la voluntad y
la parte emotiva. Por lo general, pensamos en cosas buenas, amamos cosas buenas y
decidimos hacer cosas buenas. Pensamos con la mente, amamos con la parte emotiva y
decidimos con la voluntad. No obstante, por lo general los deseos carnales batallan
contra lo que pensamos en nuestra mente, contra lo que amamos con nuestra parte
emotiva y contra lo que decidimos con nuestra voluntad. Los deseos carnales son
contrarios a nuestros buenos pensamientos, intenciones y decisiones. Por lo tanto,
debemos abstenernos de los deseos carnales que batallan contra el alma.
UNA EXCELENTE MANERA DE VIVIR
ENTRE LOS GENTILES
En 2:12 Pedro dice además: “Manteniendo excelente vuestra manera de vivir entre los
gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a
Dios en el día de la visitación, al ver con sus propios ojos vuestras buenas obras”. La
manera de vivir que aquí se menciona debe de ser la santa manera de vivir (1:15) y la
buena conducta en Cristo (3:16), una vida no solamente dedicada a Dios sino también
llena y saturada de Dios. Esta manera de vivir es contraria a la vana manera de vivir de
los incrédulos (1:18). La manera de vivir de los creyentes debe ser excelente, esto es,
debe ser hermosa en cuanto a sus virtudes. Debemos llevar tal vida entre las naciones,
entre los gentiles. En el versículo 12 la palabra griega traducida gentiles también podría
traducirse “naciones”. Todas las naciones se componen de gentiles.
EL DÍA DE LA VISITACIÓN
Según el versículo 12, si mantenemos una excelente manera de vivir entre los gentiles,
ellos, al observar nuestras buenas obras, glorificarán a Dios en el día de la visitación. La
palabra griega traducida visitación es episkopé. El significado básico de esta palabra es
observación, inspección, supervisión o vigilancia. El día de la visitación es el día cuando
Dios velará por Su pueblo peregrino, como un pastor vela por sus ovejas errantes. Él
velará por ellas y llegará a ser el Pastor y Guardián de sus almas (v. 25). Por
consiguiente, el día de la visitación de Dios es el tiempo cuando Él ejerce Su cuidado y
vigilancia.
En cuanto al entendimiento de lo que es el día de la visitación mencionado en el
versículo 12, hay diferentes escuelas de interpretación. Una de éstas dice que el día de la
visitación se refiere al día del juicio. Sin embargo, si indagamos el significado de la
palabra griega, encontraremos que ella no transmite el pensamiento de juicio. Como ya
señalamos, el significado básico de esta palabra es observar, inspeccionar, supervisar,
vigilar. (En el Nuevo Testamento a los ancianos se les llama los que vigilan, los que
velan). La raíz de la palabra griega traducida “visitación” es la misma que la de la
palabra griega traducida “los que vigilan”. El pensamiento de Pedro aquí es que el día de
la visitación es el tiempo cuando Dios velará por Su pueblo peregrino al igual que un
pastor vela por sus ovejas. Entonces Dios llegará a ser para ellos el Pastor y el Guardián
de sus almas. Basándonos en este entendimiento de la palabra “visitación”, podemos
afirmar que el día de la visitación se refiere al tiempo en el que Dios vela y cuida de
nosotros. En términos más sencillos, podríamos decir que el día de la visitación de Dios
es el día en que Dios viene a visitarnos. Cuando Dios nos hace una visita, ése es el día de
la visitación.
EXPERIMENTAR LA VISITACIÓN DE DIOS
¿No se han percatado ustedes de la visitación de Dios en las reuniones de la iglesia o del
ministerio? Yo puedo testificar que mientras ministro la Palabra a los santos, a menudo
tengo la sensación en lo más recóndito de mi ser de que Dios viene y nos visita con Su
cuidado vigilante. En cada reunión Dios viene y nos hace una visita. Muchos de nosotros
podemos testificar que le hemos experimentado como el Visitador divino en estos días.
¿Con qué propósito viene Dios a visitarnos? ¿Viene acaso para juzgarnos? No, en vez de
venir a juzgarnos, Dios nos visita con el propósito de vigilar y observar cómo estamos y
qué estamos haciendo. En ocasiones, Dios parece decirnos: “¿Cómo les va? ¿Qué están
haciendo? ¿Está todo bien?”. La visitación de Dios es como la de un pastor y también es
semejante a la visita de uno que vigila. Ésta es la razón por la cual Pedro se refirió al
Señor como el Pastor y Guardián de nuestras almas (v. 25). Nuestro Salvador es nuestro
Pastor y nuestro Guardián. Él nos pastorea y nos vigila a fin de cuidarnos. Éste es el
entendimiento correcto de la palabra visitación, hallada en el versículo 12.
NUESTROS OPOSITORES GLORIFICARÁN A DIOS
EN EL DÍA DE LA VISITACIÓN
En el versículo 12 Pedro dice que si mantenemos una excelente manera de vivir entre los
gentiles, con el tiempo ellos glorificarán a Dios a causa de nosotros en el día de la
visitación. En este versículo Pedro parece decir a los santos: “Los opositores ahora
murmuran de vosotros. Pero si mantenéis una excelente manera de vivir entre ellos, si
lleváis una hermosa calidad de vida y una excelente conducta, ellos observarán vuestras
buenas obras y glorificarán a Dios en el día de la visitación. Al veros, ellos
comprenderán que vosotros estáis bajo la visitación de Dios. Tarde o temprano, el
resultado será que se le dará gloria a Dios, pues dichos opositores glorificarán a Dios en
el día de la visitación”.
Puedo testificar con el paso de los años que he visto cumplida la palabra de Pedro en
muchas ocasiones. Debido a que nuestros opositores vieron que Dios visitó a los santos,
un buen número de ellos se lamentó de lo que había hecho y se arrepintió. Los santos
gozaban del cuidado amoroso de Dios en el día de Su visitación. A pesar de haber sido
calumniados, ellos mantuvieron un vivir maravilloso y excelente bajo el cuidado de la
gracia de Dios. Así, pues, Dios los visitó una y otra vez. La excelente manera de vivir de
ellos y la visitación de Dios hicieron que a la postre los opositores se arrepintieran y
dieran gloria a Dios.
Algunos jóvenes que están en el recobro del Señor han sufrido la oposición de sus
padres. Hace algunos años, los padres de un joven en particular se le opusieron
firmemente. Ellos se preguntaban por qué pasaba él tanto tiempo asistiendo a las
reuniones de la iglesia y del ministerio. Sin embargo, poco a poco ellos empezaron a
notar un cambio, una transformación en la manera de vivir de su hijo. Aunque no tenían
las palabras para describirlo, ellos estaban siendo testigos de la obra transformadora
que el Señor estaba operando en su hijo. Con el tiempo, ellos se dieron cuenta de que él
era una persona que estaba bajo el cuidado de Dios, una persona que gozaba de la
visitación de Dios.
No hace mucho tiempo, algunos santos testificaron de esto en la reunión. Dijeron que en
el pasado habían sufrido la oposición de sus padres y que, en algunos casos, incluso
fueron perseguidos por ellos. Pero que, gradualmente, después de cierto tiempo, la
actitud de sus padres empezó a cambiar. Cuando los jóvenes fueron a casa a visitar a su
familia, sus padres se seguían oponiendo a ellos, pero al mismo tiempo seguían
observándolos atentamente. Poco a poco, empezó a haber menos oposición y, en vez de
ello, hubo más observación. Finalmente, los padres cambiaron completamente su
actitud y, en algunos casos, empezaron a participar de la vida de iglesia. Ellos pudieron
observar la excelente manera de vivir de sus hijos, y glorificaron a Dios en el día de la
visitación.
SUJETOS A TODA INSTITUCIÓN HUMANA
En los versículos 13 y 14 Pedro dice: “Por causa del Señor someteos a toda institución
humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados
para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien”. ¿Qué significa la
palabra institución? Literalmente, la palabra griega significa “creación”, como en
Colosenses 1:15. Se refiere a cualquier cosa hecha, a cualquier persona, edificio,
regulación u ordenanza. La versión King James y la versión American Standard
traducen esta palabra griega como ordenanza; Darby y la versión New American
Standard la traducen como institución. En este versículo la palabra institución significa
“regulación”, “ordenanza” o “principio establecido”. Es difícil encontrar un equivalente
de esta palabra griega.
En el versículo 13 “institución” significa la acción de elaborar regulaciones u ordenanzas,
muy similar al acto de promulgar leyes por parte de la asamblea legislativa. Según el
contexto, “toda institución humana” incluye “al rey, como a superior” y también a “los
gobernadores, como por él enviados”. Aquí Pedro dice a los creyentes que por causa del
Señor, es decir, para que el Señor pueda ser expresado y glorificado (v. 12), nosotros
debemos someternos a toda institución humana.
En el versículo 15 Pedro añade: “Porque ésta es la voluntad de Dios: que haciendo bien,
hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos”. “Los hombres insensatos” del
versículo 15 son “los calumniadores” mencionados en el versículo 12.
USAR NUESTRA LIBERTAD COMO ESCLAVOS DE DIOS
En el versículo 16 Pedro dice: “Como libres, pero no como los que tienen la libertad
como capa para hacer lo malo, sino como esclavos de Dios”. Nunca debemos usar la
libertad como pretexto para hacer lo malo. No debemos decir: “¿Acaso no somos libres?
Nosotros no estamos bajo la esclavitud de la ley, sino bajo la gracia. Eso significa que
somos libres”. Sí, en efecto somos libres, pero no debemos usar nuestra libertad como
excusa para comportarnos indebidamente. Al contrario, debemos usar nuestra libertad
como esclavos de Dios. Lo que dice Pedro aquí es similar a lo que dijo Pablo en sus
epístolas. Aunque es cierto que somos libres de la ley de Moisés, aún estamos sujetos a
la ley de Cristo. Como personas que están sujetas la ley de Cristo, debemos ser esclavos
de Dios. Así que, por un lado, somos libres, y por otro, somos esclavos de Dios y estamos
bajo Su control.
AMAR LA HERMANDAD
El versículo 17 dice: “Honrad a todos. Amad la hermandad. Temed a Dios. Honrad al
rey”. ¿Por qué dice Pedro “amad la hermandad” en vez de “amad a los hermanos”? ¿Qué
significa aquí el término hermandad? La hermandad se refiere a los hermanos como
conjunto, como familia, a los hermanos según el sentimiento de fraternidad. Un
conjunto es una totalidad. Al usar la palabra hermandad Pedro indica que no debemos
amar solamente a los hermanos como individuos, uno a uno, o de forma individualista,
sino que debemos amarlos a todos en conjunto. Esto significa que debemos amar a la
familia universal, a los hermanos como conjunto.
Hemos creído en Cristo; por ello, no solamente somos una comunidad, sino también
una familia. En una familia hay mucha más intimidad que en una comunidad. Ya que
somos una familia, nos llamamos hermanos. Si no perteneciéramos a la misma familia,
¿cómo podríamos ser hermanos los unos de los otros? No importa cuál sea el color de
nuestra piel —negro, blanco, amarillo o rojo— todos somos hermanos en la familia de
Dios. ¡Aleluya por esta familia mundial y universal! Esta familia ha existido ya por casi
dos mil años. La palabra hermandad del versículo 17 se refiere a esta familia.
Debemos amar a los hermanos que componen la familia de Dios con un sentimiento de
fraternidad. Esto es lo que significa amar la hermandad. Sin embargo, hoy en día pocos
son los cristianos que tienen el sentir de que al amar a los hermanos, aman la
hermandad. Esto indica que los cristianos de hoy no han tomado conciencia de la vida
corporativa. No obstante, la iglesia es absolutamente una cuestión corporativa. En el
versículo 9 vimos que la iglesia es un linaje, un sacerdocio, una nación y un pueblo para
posesión de Dios. Ahora, en el versículo 17, vemos que la iglesia es una hermandad. El
sacerdocio cumple la función de servir a Dios, y la hermandad nos habla del amor hacia
los hermanos. Debemos amar a todos los hermanos en conjunto, es decir, debemos
amar a los hermanos en un sentido corporativo.
Supongamos que se reúnen doce personas de doce familias distintas. Aunque puedan
amarse los unos a los otros, este amor no sería igual que el amor de una hermandad.
Pero en el caso de doce personas que pertenecen a la misma familia, que nacieron de los
mismos padres, el amor que se tengan los unos a los otros, será un amor que brota de
una hermandad. Su amor será diferente al que puedan tenerse personas provenientes de
familias diferentes, las cuales se aman, pero no con un amor de hermandad. Es posible
que tales personas amen a unos más que a otros. Pero los que nacieron de los mismos
padres, aman a cada miembro de la familia y se preocupan por cada uno de ellos. Esto
ejemplifica lo que es amar la hermandad, amar la totalidad de los hermanos. En la
iglesia, no amamos meramente a los distintos hermanos, sino a la totalidad de los
hermanos en un sentido colectivo.
UNA EXHORTACIÓN A LOS CRIADOS
En el versículo 18 Pedro dice además: “Criados, estad sujetos en todo temor a vuestros
amos; no solamente a los buenos y comprensivos, sino también a los perversos”. Aunque
ciertos amos sean perversos, los criados que son creyentes deben estar sujetos a ellos.
Éste es otro aspecto de la vida cristiana.
En el versículo 18 Pedro manda a los criados que se sometan a sus amos en todo temor.
Éste es un temor santo, como se menciona en Filipenses 2:12. La exhortación a que nos
comportemos de una manera santa es una advertencia saludable y seria. Este libro hace
mención de tal temor en varias ocasiones porque tal enseñanza tiene que ver con el
gobierno de Dios.
LA GRACIA ES LA MOTIVACIÓN Y LA EXPRESIÓN
DE LA VIDA DIVINA
En los versículos 19 y 20 Pedro dice: “Porque esto es gracia, si alguno por tener
consciencia de Dios sufre aflicción padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es si
pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis,
esto ciertamente es gracia delante de Dios”. Aquí Pedro dice que si, por tener
consciencia de Dios, estamos dispuestos a sufrir aflicción y a padecer injustamente, es
decir, a sufrir el maltrato, esto es gracia. La palabra traducida gracia en el versículo 19
es cáris, y aquí se refiere a la motivación de la vida divina que está en nosotros y a la
manera en que ésta se expresa en nuestro vivir, la cual, en nuestro comportamiento,
llega a ser grata y aceptable ante el hombre y ante Dios (v. 20). La misma palabra griega
se traduce “mérito” en Lucas 6:33-34 y “gracias” en Romanos 7:25.
Como hemos señalado en repetidas ocasiones, la gracia es de hecho el Dios Triuno que
llega a ser nuestra vida, a fin de que lo experimentemos y lo disfrutemos. Basándonos en
este entendimiento de la gracia, podemos decir que aquí la gracia es la motivación de la
vida divina que está dentro de nosotros y a la expresión de la misma en nuestro vivir.
Esto llega a ser, en nuestro comportamiento, algo que es grato y aceptable ante Dios y
ante los hombres.
Las palabras “tener consciencia de Dios” también significan tener presente a Dios, es
decir, percatarse de la relación que uno tiene con Él, lo cual indica que uno vive en una
comunión íntima con Dios, manteniendo una conciencia buena y pura ante Él (3:16; 1
Ti. 1:5, 19; 3:9; 2 Ti. 1:3).
Según el contexto, el sufrimiento injusto del cual se habla en el versículo 19 debe de
referirse al maltrato infligido por los amos incrédulos, quienes se oponían y perseguían
a sus siervos creyentes a causa del testimonio cristiano de ellos (1 P. 3:14-18; 4:12-16).
Estos versículos hablan acerca del comportamiento que como cristianos exhibimos en
nuestra vida diaria. La vida cristiana está muy relacionada con nuestro comportamiento.
Supongamos que no tuviéramos la vida divina en nosotros. Esto ciertamente haría la
vida familiar muy difícil, especialmente en relación con nuestros suegros, y en
particular, con nuestra suegra. Es raro encontrar a un hombre que desee que su suegra
viva con él y con su familia. Del mismo modo, a las mujeres casadas no les gusta que sus
suegras vivan con ellas. Tanto para el marido como para la mujer, la suegra podría
causarles dificultades. Por esta razón, desde una perspectiva humana, no es aconsejable
que la suegra viva con la pareja.
Lo que queremos decir es que si somos personas que no poseen la vida divina,
tendremos problemas en nuestra vida matrimonial, sin importar cuánto nos amemos el
uno al otro. Al menos, nos enfrentaremos a cinco grandes problemas: nuestro
temperamento, nuestra manera de ser, nuestros hábitos, nuestra formación y nuestra
propia manera de entender las cosas. No importa cuán parecidos puedan ser el esposo y
la esposa, siempre habrá diferencias entre ellos con respecto al temperamento de cada
uno, a su respectiva forma de ser, a sus hábitos, a su formación y a la manera en que
cada uno entiende las cosas. El esposo tendrá su manera de ver las cosas, y también la
esposa. Asimismo, la esposa tendrá sus respectivos hábitos o manera de vivir y forma de
ser, y también el esposo. Por consiguiente, ellos encontrarán dificultades con respecto a
los cinco factores problemáticos, a saber: el temperamento, la forma de ser, los hábitos,
la formación y la manera de entender las cosas. Esto sucederá aun cuando el esposo y la
esposa se amen mucho el uno al otro, y aun cuando sean personas refinadas y educadas.
Al menos habrá ocasiones en que encontrarán la situación insoportable y discutirán el
uno con el otro. Si la suegra se encuentra en esos momentos de visita, ella encontrará tal
situación totalmente desagradable e inaceptable, y ni siquiera querrá observar una
situación tan falta de gracia.
En cambio, supongamos que tanto el marido como la mujer poseen la vida divina y
viven conforme a ella. A pesar de las diferencias de temperamento, forma de ser, hábito,
formación y concepciones, la gracia operará tanto en el interior del marido como en el
interior de la mujer. Además, esta gracia se expresará en el vivir de ellos. Si la suegra de
cualquiera de ellos observa la manera en que viven, encontrará tal situación agradable,
placentera y aceptable. Esto es gracia.
De manera que aquí Pedro parece estar diciendo: “Hermanos judíos, vosotros ahora
estáis padeciendo persecución, y algunos de vosotros tenéis amos perversos que os
tratan injustamente. No obstante, habéis estado dispuestos a sufrir tal injusto trato. Esto
ciertamente es agradable, placentero y aceptable ante el hombre y ante Dios”. Es a esto
que Pedro se refiere cuando dice: “Esto es gracia”. Cualquiera que observe a un creyente
vivir de este modo en medio del sufrimiento y la persecución tendrá que reconocer que
eso es gracia. Eso es también algo digno de nuestra acción de gracias a Dios. Si una
suegra observa que su hija y su yerno viven de esta manera, dirá: “Gracias Señor Jesús,
por Tu gracia”.
Como hemos visto, en el versículo 20 Pedro dice: “Pues ¿qué gloria es si pecando sois
abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto
ciertamente es gracia delatante de Dios”. No tiene mérito alguno si habiendo pecado,
soportamos el ser abofeteados. Pero si haciendo lo bueno sufrimos y lo soportamos, esto
es gracia delante de Dios. Una situación así indica que nuestro vivir expresa la operación
que realiza la gracia de Dios dentro de nosotros y por medio de nosotros. De ahí que,
con respecto a tal forma de vivir, Pedro diga: “Esto ciertamente es gracia delante de
Dios”.
DISFRUTE Y NUTRIMENTO
Si no tenemos noción alguna de que la vida divina está en nosotros como la gracia que
produce en nosotros todo lo que Dios es, y si no tenemos la experiencia de esta gracia,
no seremos capaces de entender lo que Pedro quiere comunicarnos en estos versículos,
aunque los leamos una y otra vez. A fin de entender lo que Pedro escribe aquí,
necesitamos tener el debido conocimiento de los hechos divinos, como también una
comprensión adecuada de ellos. Además, necesitamos tener la debida experiencia de
estos hechos. Sólo entonces podremos entender lo que Pedro dice y ser nutridos con
ello.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTE
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(2)
Lectura bíblica: 1 P. 2:21-23
UNA PALABRA ADICIONAL ACERCA DE LA GRACIA
En 1 Pedro 2:13-20 encontramos varios asuntos relacionados con nuestra vida diaria. Al
final de esta sección, Pedro dice en el versículo 19: “Esto es gracia”, y al final del
versículo 20, dice: “Esto ciertamente es gracia delante de Dios”. La forma en que Pedro
usa la palabra gracia en estos versículos ha causado dificultades a los traductores. Si la
palabra griega se traduce literalmente, es posible que al lector se le dificulte entender lo
que Pedro dice. Con todo, en la Versión Recobro optamos por una traducción literal. El
versículo 19 dice: “Porque esto es gracia, si alguno por tener consciencia de Dios sufre
aflicción padeciendo injustamente”. Algunos traductores, pensando que el lector común
no entendería el significado de la palabra gracia en este versículo, decidieron usar la
palabra aprobado. Ciertas versiones usan la palabra agradecimiento. Sin embargo,
ninguna de estas dos traducciones es exacta conforme al texto griego ni satisface el
sentir interno del espíritu. Por lo tanto, estas traducciones “no dan en el blanco”. Ésta es
la razón por la cual decidimos traducir literalmente esta palabra en la Versión Recobro.
Es por ello que el versículo 19 dice: “Porque esto es gracia”, y el versículo 20, dice: “Esto
ciertamente es gracia delante de Dios”.
Ahora que tenemos una traducción exacta de estos versículos, ¿cómo hemos de
entenderlos? En particular, ¿cómo debemos interpretar lo que Pedro dice acerca de la
gracia? Puedo testificar que me fue muy difícil escribir las notas sobre el versículo 19.
Deseaba escribir algún comentario, pero al comienzo no sabía qué decir. Finalmente,
recibí luz de parte del Señor y pude ver que la gracia aquí se refiere a la motivación de la
vida divina que está dentro de nosotros y a la expresión de ésta en nuestro vivir, la cual,
en nuestro comportamiento, llega a ser algo que es grato y aceptable ante el hombre y
ante Dios (v. 20). ¿Qué significado tiene la gracia en nuestra manera de vivir? Es la
motivación interna de la vida divina en nosotros —la cual recibimos en el momento de
nuestra regeneración— y la expresión externa de dicha vida. A su vez, esta motivación y
expresión, en nuestro comportamiento, llega a ser algo que es grato y aceptable, de
modo que cuando otros la observan, pueden decir que eso es la gracia manifestada en
nuestra manera de vivir. Día tras día debemos mostrar a los demás que la gracia está
con nosotros. Esto significa que ellos deben poder ver la gracia exhibida en nuestra vida
diaria.
Muchas veces hemos podido ver la gracia exhibida en las vidas de santos que han
pasado por dificultades y problemas. Por ejemplo, supongamos que una hermana se
enferma y que todos se preocupan por ella, pues les parece que va a morir. Sin embargo,
mientras ella yace en cama del hospital, rebosa de gozo. Esto causa el asombro de los
doctores y las enfermeras, pues esta hermana demuestra que es capaz de soportar
sufrimientos que otros son incapaces de soportar, y no se muestra temerosa de morir. La
vida que la motiva en su interior se expresa exteriormente, aun en medio de su
enfermedad. Esto es gracia.
También hemos visto la gracia exhibida de esta manera en algunos funerales. Hemos
visto casos en los que a la hermana, después de haber perdido a su esposo, le brillaba el
rostro aun en el momento del funeral. Usando las palabras de Pedro para describir la
experiencia de esta hermana, diríamos una vez más: “Esto es gracia”.
La gracia es la vida divina disfrutada por nosotros. Primero la gracia es nuestra
motivación interna, y después se exhibe externamente en nuestro vivir. Tanto la
motivación interna como la manifestación externa llegan a ser algo dulce, grato y
aceptable. Sin duda alguna, éste es el entendimiento correcto de lo que Pedro dice
acerca de la gracia en 2:19 y 20.
Hebreos 12:28 dice: “Tengamos la gracia”. Tener la gracia es poseer la gracia, tomarla y
aplicarla. La gracia ha venido y está ahora con nosotros. ¿Qué es esta gracia? La gracia
es el Dios Triuno procesado, quien mora en nosotros como Espíritu vivificante y todoinclusivo. En todas nuestras circunstancias y situaciones debemos tomar la gracia y
aplicarla.
Todos debemos aprender a tener la gracia, esto es, aprender a usarla. Si hacemos esto,
algo maravilloso, excelente y placentero operará en nuestro interior. Entonces podremos
soportar, sobrellevar y hacer ciertas cosas que otros no pueden hacer. Como resultado
de esta motivación interna, espontáneamente se expresará algo en nuestra conducta.
Esta motivación y expresión es el Dios Triuno que hemos experimentado y que
expresamos en nuestro vivir. Esto será algo que otros considerarán dulce, grato,
aceptable y digno de acción de gracias.
Valoro mucho lo que Pedro dice en los versículos 19 y 20 acerca de la gracia. Aunque
Pablo habló mucho acerca de la gracia, nunca escribió palabras como las que
encontramos en 2:19 y 20. Lo que Pedro dice aquí es único. Como hemos visto, la gracia
de la que se habla en estos versículos es de hecho el Dios Triuno procesado, quien es
ahora el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que mora en nosotros para que lo
experimentemos y lo disfrutemos. Internamente, Él nos está motivando, y
externamente, Él es nuestra expresión. Como tal, Él llega a ser en nosotros dulce,
amable, grato y aceptable. Esto es gracia. ¡Cuán excelente es esto!
LLAMADOS PARA PADECER INJUSTAMENTE
Pedro, basándose en lo que dice en los versículos 19 y 20, añade en el versículo 21: “Pues
para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un
modelo, para que sigáis Sus pisadas”. La vida que Cristo llevó en la tierra fue un modelo
de esta gracia.
El versículo 21 empieza diciendo: “Pues para esto fuisteis llamados”. ¿Alguna vez se
imaginaron que ustedes fueron llamados para padecer injustamente? La palabra esto del
versículo 21 se refiere a los sufrimientos injustos, a sufrir por hacer lo bueno, lo cual se
menciona en los versículos 19 y 20. Nosotros nos sentiríamos contentos de oír que
hemos sido llamados al reino y a la gloria de Dios. Éstas son cosas maravillosas. Pero
probablemente muy pocos de nosotros, seamos jóvenes o viejos, hemos logrado
entender, del versículo 21, que fuimos llamados para padecer injustamente.
Como lo indica el contexto, algunos de los creyentes a quienes fue dirigida esta epístola
fueron llamados para padecer injustamente bajo amos perversos. En el versículo 18
Pedro dice: “Criados, estad sujetos en todo temor a vuestros amos; no solamente a los
buenos y comprensivos, sino también a los perversos”. Luego, en el versículo 19, él
añade: “Porque esto es gracia, si alguno por tener consciencia de Dios sufre aflicción
padeciendo injustamente”. Como hemos dicho, tener consciencia de Dios significa tener
presente a Dios, percatarse de la relación que uno tiene con Dios. Esto significa que uno
vive en comunión íntima con Dios y mantiene una conciencia buena y pura ante Él
(3:16; 1 Ti. 1:5, 19; 3:9; 2 Ti. 1:3). En lo profundo de nuestro ser, tenemos consciencia de
Dios, y esta consciencia es la que nos regula y nos guía. Si alguno sufre aflicción,
padeciendo injustamente por tener esta consciencia, esto es gracia. El contenido del
versículo 20 es muy semejante al del 19, puesto que dice: “Pues ¿qué gloria es si pecando
sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto
ciertamente es gracia delante de Dios”.
Ahora podemos ver que el versículo 21 indica que para esto fuimos llamados. Fuimos
llamados a disfrutar la gracia y a expresar a Dios, de la manera en que se describe en los
versículos 19 y 20. Esto significa que fuimos llamados para padecer, para que en ello
podamos disfrutar a Dios como gracia y expresarle. Cualquiera que sean nuestras
circunstancias, Dios es nuestra gracia, nuestro disfrute interno. Este Dios es nuestra
gracia. Este disfrute nos motiva a nosotros y luego llega a ser nuestra expresión externa,
una expresión visible a los demás. Los que observan la gracia que se expresa desde
nuestro interior, podrán ver algo atractivo en nuestro rostro, en nuestra actitud, o en el
ambiente a nuestro alrededor, y percibirán dicha expresión como algo grato y aceptable.
Una vez más, esto es gracia.
EL FOTOCOPIADO ESPIRITUAL
El versículo 21 dice claramente que nosotros fuimos llamados para padecer
injustamente porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos un modelo para
que sigamos Sus pisadas. De hecho, no me gusta la palabra modelo, pues la manera en
que comúnmente se usa ha hecho que pierda su significado. Literalmente, la palabra
griega significa patrón de escritura, muy semejante al que usaban los estudiantes debajo
del papel para calcar las letras y aprender a escribirlas. En tiempos antiguos, los
maestros escribían letras en cierto papel, y esas letras constituían el patrón de escritura.
Luego, los estudiantes practicaban la escritura al colocar el papel sobre dicho patrón y
calcar las letras. La palabra griega traducida “modelo” es la misma palabra que se usaba
para denotar ese patrón que se utilizaba para enseñar a escribir. El Señor Jesús puso
delante de nosotros Su vida de sufrimiento para que la copiáramos al calcarla y al seguir
Sus pisadas.
Podríamos usar el proceso de fotocopiado para explicar lo que Pedro quiere dar a
entender cuando dice que Cristo es un modelo para nosotros. En 1973 di un mensaje
sobre este tema, el cual se titulaba: “El fotocopiado espiritual”. La vida que Cristo llevó,
tal y como se revela en los cuatro Evangelios, constituye el patrón usado en este
fotocopiado espiritual. Para fotocopiar, primero debemos tener un patrón o documento
original. La copia que se saca del documento original es una reproducción, no una
imitación. Sabemos por experiencia que tratar de imitar a Cristo no funciona. No
podemos imitarle. Lo que necesitamos no es imitarle sino llegar a ser una reproducción
de Él. Existe una gran diferencia entre una imitación y una reproducción.
Una vez escuché una explicación de cómo funciona el proceso de fotocopiado. Primero,
se necesita una luz lo suficiente intensa como para que quede expuesta ante ella la copia
original. Luego, se necesita una tinta especial, llamada toner. Además de esto, se
necesita un rodillo de calor y papel sobre el cual se hará la copia. Este papel, por
supuesto, debe estar limpio. Luego este papel limpio queda expuesto, bajo la luz, a la
copia. Por medio de la luz, el calor y la tinta apropiada, todo lo que está en el documento
original se reproduce en el papel. El resultado de ello es una reproducción, no una
imitación.
En el proceso del fotocopiado espiritual, el Espíritu de Cristo es la luz, y las riquezas de
la vida divina son la tinta. Nosotros somos el papel en el cual se efectúa la reproducción
del documento original. Este papel debe colocarse bajo la luz del Espíritu Santo, y debe
pasar por la tinta a fin de que se reproduzca en él el documento original, que es el propio
Cristo. Finalmente, mediante este proceso, nosotros llegamos a ser una reproducción del
original, una reproducción de Cristo.
Hemos dicho que el papel que se usa en el fotocopiado debe estar completamente
limpio, sin nada escrito en él. Por ejemplo, nunca se podría sacar una copia en una hoja
de periódico. Si tratáramos de sacar una copia sobre una página del periódico, no saldría
nada claro. Es muy importante, por tanto, que el papel esté limpio, completamente en
blanco. Pedro alude a este “papel” limpio en 1:22, donde habla de la purificación de
nuestras almas. Mucho de lo que Pedro escribe en los capítulos uno y dos está
relacionado con el hecho de producir este papel limpio para el fotocopiado espiritual.
Cristo no es meramente un modelo que debamos seguir externamente. Él es el patrón de
escritura o documento original que ha de usarse en el fotocopiado espiritual, y nosotros
debemos llegar a ser Su reproducción. Ello significa que debemos llegar a ser fotocopias
de Cristo, al pasar por un proceso que incluye la luz espiritual y las riquezas de la vida
divina. El resultado de este proceso es que con el tiempo llegamos a ser una
reproducción de Cristo.
LA GRACIA Y EL MODELO
Quizás Pedro no haya sido muy conocedor del lenguaje griego; con todo, él fue muy rico
en su forma de expresarse. En primer lugar, él dijo: “Esto es gracia”. Luego nos dijo que
Cristo nos dejó un modelo. La gracia y el modelo son asuntos que están estrechamente
relacionados. Cuando alguien observa al Dios Triuno expresarse como gracia desde el
interior del creyente, y reconoce que eso es gracia, eso indica que tal creyente ha llegado
a ser una “fotocopia” de Cristo, el modelo. Expresar al Dios Triuno como gracia en
medio de sufrimientos injustos equivale a llegar a ser una reproducción de Cristo. Por
consiguiente, en lugar de decir: “Esto es gracia”, también podríamos decir: “Ésta es una
reproducción de Cristo”. La manera de vivir que expresa al Dios Triuno procesado como
gracia no es simplemente gracia, sino una reproducción de Cristo.
En 2:21-25 encontramos cinco palabras importantes: gracia, modelo, Salvador, Pastor y
Guardián. Cristo es esta gracia y también el modelo. Además, como veremos
posteriormente, Cristo es nuestro Salvador, nuestro Pastor y nuestro Guardián. Cristo es
la gracia que se expresa en nuestro diario vivir. Cristo es el patrón de escritura, el
documento original que se usa en el fotocopiado espiritual. Es bastante fácil entender
que Cristo sea nuestro Salvador, Pastor y Guardián, pero no es tan sencillo entender
cómo es que Cristo puede ser la gracia que se expresa en nuestra vida diaria, y cómo Él
puede ser el patrón de escritura. Para comprender que Cristo es la gracia y el patrón de
escritura se requiere experiencia. Por experiencia sabemos que a medida que vivamos a
Cristo día tras día, nos encontraremos en el proceso del fotocopiado espiritual. Como
resultado, los demás podrán leer a Cristo en nosotros, pues nos habremos convertido en
cartas de Cristo.
REPRODUCCIÓN, NO IMITACIÓN
Llegar a ser una fotocopia de Cristo es muy diferente de tratar de imitarle. Por ejemplo,
una persona puede mostrarle a un mono cómo ponerse de pie, y es posible que éste la
imite poniéndose de pie. Luego le muestra cómo caminar y el mono la imita nuevamente
caminando en sus dos patas. Si la persona mueve los brazos mientras camina, el mono
hace lo mismo. Sin embargo, después que termina la sesión de imitación, la persona se
va y el mono vuelve a andar en sus cuatro patas. En cierta ocasión vi a un mono que
había sido entrenado para sentarse a la mesa y comer con tenedor y cuchillo. Sin
embargo, después que hubo concluido el acto, el mono lanzó el tenedor y el cuchillo y
volvió a su comportamiento habitual.
Los maestros cristianos que instruyen a los creyentes a que imiten a Cristo, se asemejan,
al menos en cierta medida, a la persona que adiestra a un mono para que imite a un ser
humano. He aprendido que tratar de imitar a Cristo simplemente no funciona. En estos
mensajes, mi intención no es animarles a imitar al Señor. Al contrario, lo que estoy
haciendo es presentarles las riquezas de Cristo y la belleza del Señor. Además, tanto la
luz celestial como la tinta espiritual están disponibles a nosotros, y todos estamos
pasando por el proceso de fotocopiado espiritual.
El pensamiento de Pedro en el versículo 21 es profundo. Para poder apreciar el valor de
un versículo como éste, requerimos experiencia. Si no tenemos suficiente experiencia
cristiana, no entenderemos lo que Pedro dice acerca de la gracia ni lo que dice acerca de
Cristo, nuestro modelo.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTIUNO
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(3)
Lectura bíblica: 1 P. 2:21-25
En el mensaje anterior vimos lo que significa que Cristo sea nuestro modelo. Vimos que
Él es el “documento original”, y que, mediante un proceso de fotocopiado espiritual,
nosotros llegamos a ser reproducciones de Cristo. En este mensaje consideraremos otros
asuntos que se encuentran en 2:21-25.
En 1 Pedro 2:21 y 22 dice: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo
padeció por vosotros, dejándoos un modelo, para que sigáis Sus pisadas; el cual no
cometió pecado, ni se halló engaño en Su boca”. No es fácil que no se halle engaño
alguno en nuestra boca. Consideren cuántos errores han cometido en un día a causa de
las palabras que han expresado. Puesto que nosotros, por nosotros mismos, no podemos
llevar una vida sin engaño, Pedro dice específicamente que ningún engaño fue hallado
en la boca del Señor.
UNA VIDA SOMETIDA AL GOBIERNO DE DIOS
En el versículo 23 Pedro dice con respecto al Señor: “Quien cuando le injuriaban, no
respondía con injuria; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba todo al que
juzga justamente”. Según el uso del verbo encomendaba en el griego, es necesario
agregar el complemento todo. Esta palabra se refiere a todos los sufrimientos que
experimentó el Señor. El Señor siempre encomendaba los insultos y las heridas que
recibía a Aquel que juzga justamente en Su gobierno, al Dios justo, a quien Él mismo se
sometió. Esto indica que el Señor reconoció el gobierno de Dios mientras llevó una vida
humana en la tierra.
Me preocupa un poco que usted, al leer este versículo, pase por alto la palabra “juzga”.
Estamos acostumbrados a decir que encomendamos todas las cosas al Señor fiel,
misericordioso, benévolo. Pero, ¿alguna vez ha dicho usted: “Encomiendo todo al Dios
que juzga justamente”? No creo que muchos de nosotros solemos decir esto. Y la razón
por la que no oramos así es que nuestras oraciones, expresiones y declaraciones todavía
son demasiado tradicionales. Esto nos impide aplicar muchos de los pensamientos y
expresiones contenidos en la Palabra pura. Es por ello que al leer un versículo como
2:23, es posible que no le demos la importancia que merece ni captemos su verdadero
significado.
Mientras el Señor Jesús pasaba por sufrimientos en la tierra, Él siempre encomendaba
todo a Aquel que juzga justamente. Estas breves palabras indican que el Señor no
solamente llevó una vida que era un modelo para nosotros, sino que también, a lo largo
de Su vida, Él se sometió absolutamente al gobierno de Dios. El propio Señor se sometió
siempre al gobierno de Dios, y encomendó todo lo relacionado consigo mismo al juicio
de Dios.
Pedro ya se había referido al juicio de Dios en 1:17, donde dice: “Y si invocáis por Padre a
Aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en
temor durante el tiempo de vuestra peregrinación”. Pedro “no habla aquí del juicio final
del alma. En ese sentido, ‘el Padre no juzga a nadie, sino que todo el juicio lo ha dado al
Hijo’ (Jn. 5:22). Aquí se está hablando del juicio que Dios ejecuta a diario en Su
gobierno sobre Sus hijos en este mundo. Ésta es la razón por la cual aquí dice: ‘el tiempo
de vuestra peregrinación’” (Darby). Éste es el juicio que Dios trae sobre Su propia casa.
Puesto que estas dos epístolas tratan del gobierno de Dios, se refieren repetidas veces al
juicio de Dios y del Señor (2:23; 4:5-6, 17; 2 P. 2:3-4, 9; 3:7), como uno de los puntos
principales. El juicio de Dios empezó con los ángeles (2 P. 2:3-4) y siguió ejecutándose
en la humanidad a través de las generaciones en el Antiguo Testamento (2 P. 2:5-9). En
la era del Nuevo Testamento, el juicio comienza por la casa de Dios (1 P. 1:17; 2:23; 4:6,
17) y continuará ejecutándose hasta que llegue el día del Señor (2 P. 3:10), el cual será
un día de juicio ejercido sobre los judíos, los creyentes y los gentiles antes del milenio.
Después del milenio, todos los que hayan muerto, incluyendo a los hombres y a los
demonios, serán juzgados y perecerán (1 P. 4:5; 2 P. 3:7), y los cielos y la tierra serán
quemados (2 P. 3:10, 12). El resultado de los diversos juicios no siempre es el mismo.
Algunos juicios dan como resultado una prueba disciplinaria, otros, un castigo
dispensacional, y otros, la perdición eterna. Sin embargo, mediante todos estos juicios el
Señor Dios purificará todo el universo con el fin de tener un cielo nuevo y una tierra
nueva destinados a un nuevo universo lleno de Su justicia (2 P. 3:13) para el deleite del
Señor.
CRISTO, NUESTRO SALVADOR
En 2:23 Pedro dice que Dios el Padre es Aquel que siempre juzga justamente. Eso
significa que Él gobierna de una manera justa. Cristo confió en esta persona justa. Por
ello, Pedro dice que mientras Cristo estuvo en la tierra, siempre encomendó todo a Dios
el Padre, quien juzga justamente.
El versículo 24 dice: “Quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el
madero, a fin de que nosotros, habiendo muerto a los pecados, vivamos a la justicia; y
por cuya herida fuisteis sanados”. Este versículo se refiere a Cristo como nuestro
Salvador, nuestro Redentor. Como nuestro Salvador, Cristo “llevó Él mismo nuestros
pecados en Su cuerpo sobre el madero”. El “madero” es la cruz hecha de madera, un
instrumento romano usado como pena capital para ejecutar a los malhechores, según se
profetizó en el Antiguo Testamento (Dt. 21:23; Gá 3:13).
La frase “habiendo muerto a los pecados” significa literalmente estando lejos de los
pecados, por ende, habiendo muerto a ellos. En la muerte de Cristo, nosotros morimos a
los pecados (Ro. 6:8, 10-11, 18). Hemos muerto al pecado a fin de vivir a la justicia. Vivir
a la justicia es algo que se experimenta en la resurrección de Cristo (Ef. 2:6; Jn. 14:19; 2
Ti. 2:11).
La “herida” mencionada en el versículo 24 denota un sufrimiento que condujo a la
muerte. Según Génesis 3:15, la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y la
serpiente heriría el calcañar de la simiente de la mujer. La herida de Génesis 3:15 está
relacionada con la herida que se menciona en 2:24.
De acuerdo con el versículo 24, nosotros fuimos sanados por la herida de Cristo. Esto
significa que fuimos sanados de la muerte. Nosotros estábamos muertos (Ef. 2:1), pero
Cristo, al sufrir la muerte, nos sanó de nuestra muerte para que nosotros vivamos en Su
resurrección.
ALEJADOS DE LOS PECADOS Y VIVIR A LA JUSTICIA
Hemos señalado que la frase “habiendo muerto a los pecados” literalmente significa
estando lejos de los pecados. Cuando Cristo llevó nuestros pecados a la cruz y murió, Su
muerte logró muchas cosas. La muerte de Cristo nos puso fin a nosotros, y eso es lo que
ahora puede mantenernos alejados del pecado. La mejor manera en que se puede alejar
a las personas de los pecados o del pecado es que se les dé fin. No importa cuántos
pecados pueda haber cometido una persona, una vez que ella muere, la muerte la separa
de los pecados. Pedro habla de estar lejos de los pecados, y Pablo dice que aquel que ha
muerto, ha sido liberado del pecado. Por medio de la muerte de Cristo, nosotros
podemos mantenernos alejados de los pecados a fin de vivir a la justicia. Así, pues,
aunque el hecho de ser separados del pecado implica que se nos ha dado muerte, en
realidad, esto es algo que nos vivifica a fin de que vivamos a la justicia.
Como hemos dicho, por la herida de Cristo fuimos sanados. Esto significa que Su muerte
nos sana de nuestra muerte.
La mayoría de nosotros estamos acostumbrados a los términos que usa Pablo, pero
desconocemos muchas de las expresiones de Pedro. Tan sólo en el versículo 24, Pedro
usa varias expresiones que son poco usuales, como por ejemplo: Cristo llevó nuestros
pecados en Su cuerpo sobre el madero, ser alejados del pecado para vivir a la justicia, y
ser sanados por la herida de Cristo. Los cristianos no acostumbran a usar en sus
conversaciones muchas de estas expresiones de Pedro. Espero que después que lean
estos mensajes, ustedes comiencen a usar estos términos y expresiones de Pedro en su
comunión unos con otros, así como en sus oraciones.
El versículo 24 indica que, como seres humanos caídos, estábamos muertos y llenos de
pecados, y que Cristo puso nuestros pecados sobre Sí mismo y los llevó al madero, a la
cruz, donde Él sufrió el justo juicio de Dios por todos nuestros pecados. La muerte que
Cristo sufrió en la cruz fue una herida, y esa herida, esa muerte, nos sanó de nuestra
muerte. Ahora hemos sido vivificados. Por un lado, la herida de Cristo que nos sana, nos
aleja de los pecados mediante la muerte de Cristo; por otro, la sanidad que Él nos
imparte nos vivifica a fin de que vivamos a la justicia.
Según nuestra naturaleza —la cual ha sido afectada por la muerte y por la caída— somos
seres inclinados al pecado. Pero ahora que Cristo ha muerto para sanarnos de nuestra
muerte y vivificarnos, tenemos inclinaciones diferentes. Gracias a la vida de Cristo, la
cual está en nosotros, nos inclinamos siempre por la justicia. Éste es nuestro Salvador,
Aquel que murió en la cruz para darnos muerte y sanar nuestra herida mortal.
Conforme a nuestra experiencia, el aspecto subjetivo de la cruz sigue operando por
medio del Espíritu. El Espíritu vivificante opera dentro de nosotros continuamente para
aplicar a nuestro ser el aspecto subjetivo de la cruz de Cristo. Diariamente
experimentamos la obra interna de la cruz de Cristo, y también diariamente somos
vivificados para vivir a la justicia. Es por ello que no es difícil para nosotros prevalecer
sobre los pecados, pues por medio de la muerte de Cristo fuimos alejados de ellos. Su
muerte trazó una línea de separación entre nosotros y los pecados. Ya que fuimos
alejados de los pecados, ahora estamos vivos. No necesitamos hacer ningún esfuerzo de
nuestra parte ni tratar de vigorizarnos a nosotros mismos. Sencillamente vivimos, y este
vivir siempre se inclina por la justicia. De este modo, nuestro Salvador nos salva
diariamente. Este entendimiento de lo que dice Pedro concuerda con nuestra
experiencia.
No solamente debemos considerar la cruz como algo objetivo para nosotros, sino
también como algo subjetivo. La cruz objetiva debe llegar a ser la cruz que
experimentamos subjetivamente. Esto depende de la obra que realiza el Espíritu
vivificante dentro de nosotros. Cada vez que invocamos el nombre del Señor y tenemos
comunión con Él, el Espíritu vivificante opera dentro de nosotros. Entonces
espontáneamente experimentamos la obra subjetiva de la cruz, la cual nos separa de los
pecados a fin de que automáticamente vivamos a la justicia.
CUMPLIR CON
LOS REQUISITOS GUBERNAMENTALES DE DIOS
Ahora debemos preguntarnos por qué Pedro usa la expresión “vivamos a la justicia”.
Esto tiene que ver con el cumplimiento de los requisitos gubernamentales de Dios. De
hecho, el gobierno de Dios requiere sólo una cosa: la justicia. Es por ello que 2 Pedro
3:13 dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en
los cuales mora la justicia”. En 1 Pedro 2:23 vemos que el Señor Jesús siempre
encomendaba todo a Aquel que juzga justamente. Luego, en el versículo 24, Pedro nos
dice que nosotros debemos vivir a la justicia. El concepto de Pedro aquí es un concepto
gubernamental, pues la justicia está relacionada con el gobierno de Dios. Nuestro
Salvador nos salvó para que nosotros lleváramos una vida que concuerda con los justos
requisitos del gobierno de Dios.
Dios es justo, y Su gobierno está establecido sobre la justicia. En Salmos 89:14 dice que
la justicia es el cimiento del trono de Dios. Por consiguiente, debido a que nosotros
somos el pueblo de Dios y vivimos bajo Su gobierno, debemos llevar una vida justa.
Debemos vivir a la justicia. Sin embargo, debido a que por nosotros mismos no podemos
llevar tal vida, el Salvador nos salva para que llevemos una vida de justicia, una vida que
cumple los justos requisitos del gobierno de Dios.
Es importante que comprendamos que Cristo nuestro Salvador llevó todos nuestros
pecados al madero y que murió allí por nosotros. Ahora Su muerte nos separa de los
pecados y nos vivifica para que vivamos a la justicia. De este modo, espontáneamente
nos sometemos al gobierno de Dios y no tenemos ningún problema con Su gobierno,
pues vivimos a la justicia.
CRISTO, NUESTRO PASTOR
En el versículo 25 Pedro añade lo siguiente: “Porque vosotros erais como ovejas
descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Guardián de vuestras almas”. Cristo
vino a ser nuestro Redentor al morir en el madero. Ahora Él es el Pastor y Guardián de
nuestras almas en la vida de resurrección que está en nosotros. Por lo tanto, puede
guiarnos y proveernos vida para que sigamos Sus pisadas según el modelo presentado
por Sus sufrimientos (v. 21). Según el versículo 25, Cristo es el Pastor y Guardián de
nuestras almas. Nuestra alma es nuestro ser interno, nuestra verdadera persona.
Nuestro Señor, como Pastor y Guardián de nuestras almas, nos pastorea al cuidar del
bienestar de nuestro ser interno y al velar por la condición de nuestra verdadera
persona.
Nuestro problema consistía en que éramos como ovejas descarriadas. Pero ahora hemos
vuelto, hemos regresado, al Pastor y Guardián de nuestras almas. No debemos pensar
que en el versículo 25 Pedro usa la palabra alma como un sinónimo de espíritu.
Definitivamente éste no es el caso. Por lo general, un pastor se ocupa de las necesidades
físicas de su rebaño, pero Cristo, nuestro Pastor, se encarga de las necesidades de
nuestra alma. Él no es el Pastor de nuestro cuerpo, sino el Pastor de nuestra alma, de
nuestro ser interno. Todos tenemos un espíritu, el cual ciertamente es un órgano
interno; pero nuestro ser interno es nuestra alma. Así que, Cristo principalmente nos
pastorea al cuidar de nuestra alma. Él cuida de nuestra mente, de nuestra parte emotiva
y de nuestra voluntad.
Tal vez pensemos que nuestros problemas radican en el cuerpo. Sin duda alguna, el
cuerpo nos acarrea muchos problemas. Sin embargo, nuestro verdadero problema
radica en nuestra alma. Tenemos problemas relacionados con nuestra mente, parte
emotiva y voluntad. Los incrédulos vagan en su alma, y no tienen un pastor que cuide de
ellos. Nosotros, en cambio, tenemos un Pastor que se ocupa de nuestra alma. No
solamente tenemos en nosotros la vida del Señor, sino que también le tenemos a Él
mismo como nuestro Pastor. Él ahora nos pastorea en nuestra alma.
Quisiera pedirles que consideren este asunto del pastoreo del Señor a la luz de su
experiencia. ¿Es en su espíritu o es en su alma que experimenta usted el consuelo del
Señor? En otras palabras, ¿dónde experimentamos el consuelo del Señor, en nuestro
espíritu o en nuestra alma? Si usted dice que Su consuelo se experimenta en el espíritu,
su respuesta no es conforme a la Biblia. Antes de venir al recobro del Señor,
probablemente usted no sabía que tenía un espíritu humano; pero después de que
empezó a participar de la vida de iglesia, recibió la revelación con respecto al espíritu
humano. Sin embargo, es posible que esta revelación se haya convertido para usted en
una nueva tradición. Así, pues, si decimos que el consuelo de Cristo se halla en nuestro
espíritu, esto equivale a hablar de una tradición nueva relacionada con el espíritu. Con
frecuencia decimos que debemos tornarnos al espíritu, quizás con la expectativa de que
una vez que nos tornemos al espíritu todo estará bien. Sin embargo, es posible que aun
después de habernos tornado al espíritu, todavía haya muchas cosas que no están bien.
Así que, Pedro, basándose en su experiencia, pudo decir que Cristo es el Pastor de
nuestras almas. Ésta es la razón por la cual Pedro, en el versículo 25, no dice que Cristo
es el Pastor de nuestro espíritu o de nuestro cuerpo, sino que dice expresamente que
Cristo es el Pastor de nuestras almas.
Esta epístola fue escrita a cristianos judíos que estaban sufriendo mucha persecución.
Aparentemente la persecución está relacionada con nuestro cuerpo externamente; pero
en realidad, la persecución está dirigida al alma. Puesto que es nuestra alma la que
sufre, es ella la que necesita el pastoreo del Señor. No es nuestro cuerpo el que necesita
esta clase de cuidado ni primordialmente nuestro espíritu, sino nuestra alma —nuestra
mente, parte emotiva y voluntad— la que necesita al Señor en calidad de Pastor.
En nuestra experiencia, muchas veces no sabemos ni en qué pensar, es decir, no
sabemos en qué enfocar nuestros pensamientos. Esto es un indicio de que nuestra
mente necesita que el Señor Jesús sea su Pastor. Puedo testificar que la mayoría de las
veces en que me he encontrado en esta situación, el Señor Jesús ha sido mi Pastor.
Como resultado de Su pastoreo, mi mente ha recibido la orientación que necesita y ha
podido enfocarse en lo que tiene que enfocarse.
Nuestra parte emotiva, por ser sumamente compleja, se turba fácilmente. Esto sucede
especialmente en lo que respecta a la parte emotiva de las hermanas. Es por ello que
necesitamos que el Señor Jesús nos pastoree en nuestra parte emotiva. Su pastoreo
conforta nuestra parte emotiva.
Nuestra voluntad también necesita el pastoreo del Señor. Como seres humanos, a
menudo se nos dificulta tomar la decisión más acertada. A veces lo más difícil es tomar
una decisión. Los incrédulos no tienen a nadie que los conduzca y los guíe en su toma de
decisiones. Pero nosotros tenemos un Pastor que nos dirige y nos guía. La dirección que
el Señor nos da está relacionada principalmente con nuestra voluntad. Como Pastor
viviente, el Señor encamina continuamente nuestra voluntad. Son incontables las veces
que he experimentado esto. El Señor es verdaderamente el Pastor de nuestras almas. Él
regula nuestra mente, conforta nuestra parte emotiva, y dirige y encamina nuestra
voluntad.
Según mi experiencia, hay una diferencia entre dirigir y guiar. Dirigir tiene que ver con
un destino. Supongamos que usted desea viajar en su automóvil de su casa a cierta
ciudad. Un mapa de carreteras puede ayudarle a dirigirse hacia su destino. Pero una vez
que usted llega a la ciudad de destino, necesita un guía, a alguien que lo lleve al lugar
exacto adonde desea ir. En la Biblia, algunos versículos hablan de la dirección del Señor,
y otros, de Su guiar. Por un lado, el Señor conducirá a Su pueblo a la tierra santa; pero
una vez los haya dirigido allí, los guiará al monte de Sion.
Como nuestro Pastor, el Señor primero nos da Su dirección y después nos guía. Él nos
dirige al lugar correcto, y después nos guía al sitio exacto. Éste es Cristo, nuestro Pastor.
Para que Cristo pueda ser nuestro Pastor viviente, es necesario que Él more en nosotros.
Si Cristo no fuera hoy el Espíritu vivificante que mora en nosotros, si Él fuese
únicamente el Señor que fue exaltado al tercer cielo en un sentido objetivo, ¿cómo
podría ser nuestro Pastor? Así que para que Cristo pueda ser nuestro Pastor, es
imprescindible que Él esté con nosotros, e incluso dentro de nosotros. Muchas veces Él
camina con nosotros a fin de hacernos regresar. Consideren cómo el Señor pastoreó a
los dos discípulos que iban camino a Emaús. Estos discípulos iban en una dirección, y el
Señor caminó con ellos, pero con el fin de hacerles ir por otro camino. Lucas 24:15 dice:
“Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba
con ellos”. Luego Él les preguntó de qué hablaban. En un sentido, estos discípulos
reprendieron al Señor cuando le dijeron: “¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que
no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” (v. 18). Luego el Señor
preguntó: “¿Qué cosas?” (v. 19). Después de andar juntos un poco, ellos obligaron al
Señor a que se quedara con ellos (v. 29). Más tarde, cuando Él tomó el pan, lo bendijo y
lo dio a ellos, “les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron” (vs. 30-31). Éste es un
ejemplo del pastoreo del Señor.
A veces el Señor nos pastorea de la misma manera en que pastoreó a los discípulos que
iban camino a Emaús. Es posible que también nosotros le hayamos dicho al Señor
tonterías o le hayamos hecho preguntas tontas. Incluso es posible que lo hayamos
reprendido, y Él actúe como si no supiera de qué estamos hablando. Muchos de
nosotros podemos testificar que el Señor Jesús nos ha pastoreado de esta manera. En
nuestra experiencia, el Señor, en calidad de Espíritu vivificante que mora en nosotros, es
nuestro Pastor.
CRISTO, NUESTRO GUARDIÁN
Según lo que dice Pedro en 2:25, Cristo es también el Guardián de nuestras almas. Me
pregunto cuántos cristianos han experimentado a Cristo como Guardián, es decir, como
Aquel que vigila, o como el Anciano.
El Nuevo Testamento revela que uno que vigila es un anciano y que un anciano es uno
que vigila. En 5:1-3 Pedro exhorta a los ancianos a que pastoreen el rebaño de Dios.
¿Cuál es la función de uno que vigila? La palabra griega traducida “guardián” significa
uno que vela por una condición o situación particular. Esta palabra parece aludir a
alguien que está sobre nosotros y que vela por nosotros y observa todo lo que hacemos.
Sin embargo, conforme a nuestra experiencia, el Señor como nuestro Guardián es Aquel
que se preocupa por nosotros. El hecho de que nos vigile significa que nos cuida. Así
que, como Guardián, el Señor no gobierna ni rige sobre nosotros, sino que se preocupa
por nosotros al igual que una madre se preocupa por su hijo. Una madre vela por su hijo
con el propósito de cuidarlo. Ella desea hacerse cargo de cada una de sus necesidades.
Lo mismo se aplica a Cristo, nuestro Guardián.
Al leer 2:18-25, vemos que Pedro era muy rico en experiencia. En este pasaje, él nos
habla de la gracia, del patrón de escritura, del Salvador, del Pastor y del Guardián. Cristo
es la vida que reside en nuestro interior y también el modelo que debemos seguir. Si
vivimos por el Cristo que es nuestra vida, esto es, por el Cristo que mora en nosotros,
experimentaremos el proceso del fotocopiado espiritual y llegaremos a ser
reproducciones de Cristo. Al mismo tiempo, le experimentaremos como el Salvador que
nos salva, como el Pastor que nos dirige y nos guía, y como el Guardián que nos cuida.
¡Oh, cuán rica era la experiencia de Pedro, y cuán maravillosa su manera de escribir!
Espero que todos nos ejercitemos en disfrutar a Cristo según lo que se nos revela en
estos versículos, es decir, que podamos disfrutarle como la gracia, como el modelo y
como el maravilloso Salvador, Pastor y Guardián.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTIDÓS
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(4)
Lectura bíblica: 1 P. 3:1-6
CINCO ASPECTOS DE CRISTO
En 1 Pedro 2:18-25 encontramos cinco asuntos importantes, los cuales son cinco
aspectos de Cristo: la gracia, el modelo, el Salvador, el Pastor y el Guardián. Cristo es la
gracia que está en nosotros y también es el modelo que marca nuestra dirección
espiritual. Además, Cristo es también nuestro Salvador, nuestro Pastor y nuestro
Guardián. Él nos salva, pastorea y cuida, y de este modo lleva a cabo una obra en tres
aspectos con respecto a nosotros. Todos necesitamos esta triple obra de gracia que
Cristo realiza a nuestro favor, es decir, necesitamos que Él nos salve, nos pastoree y vele
por nuestra condición.
Pedro no escribió esta epístola meramente según el conocimiento doctrinal que tenía,
sino según las ricas experiencias que había tenido de Cristo. Él experimentó a Cristo
como la gracia y como el modelo, y también como el Salvador, el Pastor y el Guardián. Él
experimentó la motivación ejercida por la vida divina dentro de él y también el hecho de
que la expresión de dicha vida en su vivir llegara a ser algo agradable y aceptable delante
de Dios y de los hombres. Como hemos dicho, cuando otros ven tal expresión en nuestro
vivir, podrán decir: “Esto es gracia; algo que es digno de que se le dé gracias a Dios”.
En 2:21 Pedro dice: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció
por vosotros, dejándoos un modelo, para que sigáis Sus pisadas”. El propio Cristo que es
la gracia que reside en nosotros llegó a ser un modelo, el documento original, que ha de
usarse en el proceso del fotocopiado espiritual. Como hemos señalado, por medio de
este proceso, nosotros llegamos a una reproducción de Cristo.
En 2:24 encontramos un cuadro de Cristo como nuestro Salvador, y en el versículo 25
Pedro dice: “Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al
Pastor y Guardián de vuestras almas”. Cristo murió a los pecados para que nosotros
viviéramos a la justicia, es decir, para que viviéramos rectamente bajo el gobierno de
Dios. Además, por la herida de Cristo, un sufrimiento que le causó la muerte, nosotros
fuimos sanados de nuestra muerte, a fin de vivir en Su resurrección.
Ahora Cristo es para nosotros el Pastor y Guardián que se ocupa de nuestras almas. El
pastoreo de Cristo no atiende principalmente las necesidades de nuestro cuerpo ni de
nuestro espíritu, sino las de nuestra alma. No obstante, como el Pastor y Guardián,
Cristo nos brinda Su cuidado desde nuestro espíritu; es decir, Él no nos pastorea ni nos
cuida desde los cielos. Hoy nuestro Pastor y Guardián está en nuestro espíritu, pues Él
mora en nosotros como Espíritu vivificante. El pastoreo y cuidado que Él ejerce sobre
nosotros empieza primero en nuestro espíritu y luego se extiende a toda nuestra alma.
Esto significa que partiendo desde nuestro espíritu, Cristo llega a las diferentes partes
de nuestra alma —a la mente, a la parte emotiva y a la voluntad— y se hace cargo de
todos nuestros problemas, necesidades y heridas. ¡Qué maravilloso! ¡Éste es nuestro
Cristo!
DOS ASUNTOS DIFÍCILES
En este mensaje llegamos al capítulo 3 de 1 Pedro, que es uno de los capítulos más
difíciles de entender en toda la Biblia. Lo que hace que este capítulo sea tan difícil de
entender es lo que Pedro dice respecto a la proclamación que Cristo hizo a los espíritus
que estaban en prisión (vs. 19-20) y también lo que dice acerca del bautismo (vs. 20-21).
A lo largo de los siglos ha habido mucha discusión sobre estos dos asuntos que Pedro
trata en este capítulo. Incluso hasta el día de hoy continúa la discusión, ya que al parecer
los problemas de interpretación no han sido resueltos. Además, ambos asuntos son muy
profundos.
En 3:19 y 20 Pedro nos dice algo acerca de la muerte de Cristo que Pablo no aborda en
sus escritos. Como sabemos, Pablo tiene mucho que decir respecto a la muerte todoinclusiva de Cristo; sin embargo, hay un aspecto de la muerte de Cristo que él no
menciona en sus epístolas. Esto no significa que Pablo desconociera este aspecto. No me
atrevería a decir esto de Pablo, pues la revelación que él recibió era universal y completa.
Él conocía las cosas de la tierra y, según 2 Corintios 12, fue llevado al tercer cielo y
también al Hades, al Paraíso. Por consiguiente, Pablo tenía una visión completa de las
tres secciones del universo: el cielo, la tierra y la región que está debajo de la tierra.
Pero, por alguna razón, él no menciona en sus escritos la proclamación que Cristo hizo a
los espíritus que estaban en prisión.
De igual manera, Pablo en sus epístolas enseña mucho acerca del bautismo. Pero Pedro,
en 3:20-21, habla del bautismo de manera excelente, expresando cosas que no se
encuentran en las epístolas de Pablo.
Más adelante en otro mensaje estudiaremos lo que Pedro dice en cuanto a la
proclamación que Cristo hizo a los espíritus que estaban en prisión, y lo que dice acerca
del bautismo. Ese mensaje marcará un verdadero hito en el estudio-vida de 1 Pedro. En
este mensaje y en el siguiente estudiaremos 3:1-13.
EL MATRIMONIO Y LA GRACIA DE LA VIDA
Los versículos del 1 al 13 del tercer capítulo de 1 Pedro también forman parte de la
sección que nos habla de llevar una excelente manera de vivir ante todos los hombres en
todo asunto (2:11—3:13). En esta sección ya hemos hablado del vivir que llevan los
creyentes como peregrinos entre los gentiles (2:11-12), y vimos también que los
creyentes deben someterse a toda institución humana (vs. 13-17), que los criados deben
estar sujetos a sus amos (vs. 18-20) y que Cristo es un modelo para nosotros (vs. 21-25).
Ahora, en 3:1-7 Pedro se centra en la vida matrimonial, y en 3:8-13 en la vida cotidiana.
En Efesios 5 Pablo hace una exhortación relacionada con la vida matrimonial, la cual
conocen muy bien todos aquellos que han leído el Nuevo Testamento. Pero lo que Pedro
escribe en cuanto a la vida matrimonial en 3:1-7 también contiene unos elementos muy
buenos; de hecho, allí se nos presenta un asunto de suma importancia. Lo más
sobresaliente es lo que Pedro dice en cuanto a que el marido y la mujer son “coherederos
de la gracia de la vida”. Pablo en ninguno de sus escritos nos habla de la gracia de la
vida, mucho menos de que los casados son coherederos de la gracia de la vida. En
cambio en 3:7 Pedro dice: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente,
dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la
vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”. Pedro quería que los maridos y
sus esposas se percataran de que eran conjuntamente herederos, no de propiedades o
posesiones materiales, sino de la gracia de la vida.
Tal vez ustedes tengan muchos años de ser cristianos y, a pesar de ello, no entiendan en
absoluto lo que Pedro quiere decir cuando habla de la gracia de la vida. Quizás algunos
ni siquiera sepan que existe tal expresión en el Nuevo Testamento. Los cristianos están
familiarizados con expresiones como la gracia de la salvación o la gracia del perdón. De
hecho, ni siquiera se requiere leer la Biblia para tener el concepto de la gracia del
perdón. Pero la frase, “la gracia de la vida”, es una expresión única en la Biblia. El
problema es que cuando leemos esta frase, es posible que nuestra mente esté velada, o
no le prestemos la debida atención. Por la misericordia del Señor, queremos recalcar
debidamente este asunto para que todos podamos apreciarlo. Espero que todos veamos
el maravilloso asunto de la gracia de la vida. La gracia de la vida es algo muy real y
concreto que podemos heredar. No es simplemente un favor inmerecido, sino una
propiedad sólida, concreta y espiritual que puede heredar el marido y la mujer. ¡Aleluya
por la gracia de la vida!
Como ya hemos visto, Pedro en esta epístola tiene mucho que decirnos acerca de la
gracia. En 1:2 él dice: “Gracia y paz os sean multiplicadas”. Pedro no simplemente
deseaba que la gracia fuera con los santos, sino que la gracia les fuera multiplicada. Es
basado en este pensamiento que Pedro habla en 4:10 acerca de la multiforme gracia:
“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros como buenos
mayordomos de la multiforme gracia de Dios”. Todos debemos ser buenos mayordomos
de la multiforme gracia, la cual se presenta en diferentes aspectos y categorías. Luego,
en 5:10 Pedro habla del Dios de toda gracia. Por lo tanto, en 1 Pedro encontramos cuatro
expresiones únicas relacionadas con la gracia: la gracia multiplicada, la gracia de la vida,
la multiforme gracia y toda gracia. Aunque Pablo tiene mucho que decirnos acerca de la
gracia, él no usa expresiones tan especiales como las que usa Pedro en su primera
epístola. Yo valoro muchísimo lo que Pedro dice en este libro en cuanto a la gracia y, en
particular, lo que dice acerca de la gracia de la vida.
LAS ESPOSAS DEBEN ESTAR SUJETAS
A SUS PROPIOS MARIDOS
Examinemos ahora 3:1-7, versículo por versículo. El versículo 1 dice: “Asimismo
vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros propios maridos; para que aun si algunos no
obedecen la palabra, sean ganados sin la palabra por la conducta de sus esposas”. La
palabra asimismo hace referencia a la sujeción de los criados para con sus amos, lo cual
se menciona en 2:18. Por tanto, así como los criados deben estar sujetos a sus amos, de
la misma manera las mujeres deben someterse a sus propios maridos. Estas palabras
ciertamente son contrarias a lo que recalca el llamado movimiento de la liberación
femenina. Este movimiento es contrario a la Biblia, ya que se opone a lo que Dios
ordenó en Su creación con respecto al varón y a la mujer. Usando la expresión de Pedro
(3:7), Dios creó a la mujer como un vaso más frágil. ¿Qué país emplearía a la mujer
como la principal fuerza de combate del ejército? Las mujeres son más frágiles tanto
física como psicológicamente. Es por eso que ellas derraman lágrimas con facilidad, lo
cual a menudo es una señal de fragilidad. Además, las mujeres fácilmente se turban en
su mente y en sus emociones. Todas éstas son señales que indican que la mujer es un
vaso más frágil.
Al igual que Pedro, Pablo también enseña la sumisión de las mujeres para con sus
maridos. Sin embargo, a diferencia de Pedro, él no nos dice que las mujeres son vasos
más frágiles. Pedro una vez más usa una expresión particular al indicar que las mujeres
son vasos más frágiles.
En el versículo 1 Pedro exhorta a las mujeres a que estén sujetas a sus propios maridos.
Pablo también hizo esta exhortación. Al parecer, a algunas mujeres se les hace más fácil
sujetarse al marido de otra mujer, que a su propio marido. Asimismo, valoran más el
marido de otras mujeres que el suyo. Incluso en la vida de iglesia, a las hermanas se les
hace más fácil sujetarse a cualquier otro hermano que no sea su marido. Esto se debe a
que las mujeres, por el tiempo que han convivido con sus esposos, conocen todos sus
defectos y fallas, mas no conocen los defectos ni las fallas de otros. Ésta es la razón por
la cual ellas aprecian a otros hermanos más que a sus propios maridos.
Una vez que una hermana llega a conocer los defectos y fallas de su marido, es posible
que se sienta engañada. Después de haber pensado que su marido era casi perfecto, ella
empieza a preguntarse si habrá cometido un error al haberse casado con él. En el
mundo, cuando las esposas llegan a este punto, el resultado, por lo general, es el
divorcio. Pero por la gracia del Señor, las mujeres cristianas deben sujetarse a sus
propios maridos.
Pablo dice que los maridos deben amar a sus propias mujeres. Sin embargo, Pedro, al
hablar sobre la vida matrimonial, él no exhorta a los maridos a amar a sus propias
mujeres, sino que primero exhorta a las esposas a que estén sujetas a sus propios
maridos. Luego, les encarga a los maridos que vivan con sus mujeres sabiamente (v. 7).
UNA CONDUCTA EJEMPLAR
En el versículo 1 Pedro dice a las mujeres que si ellas se sujetan a sus propios maridos,
los maridos serán ganados sin la palabra por la conducta de sus esposas. El término
palabra se refiere aquí a la palabra de Dios (1 P. 1:23, 25; Ro. 10:8; Ef. 1:13). Un marido
puede ser ganado por la conducta ejemplar de su esposa. Hermanas, ninguna otra
persona puede ganar a sus maridos con su conducta mejor que ustedes. Ustedes deben
vivir de tal manera que sus maridos se sientan motivados a seguirlas. Si él desobedece a
la palabra, será ganado por la conducta suya, y no por la predicación.
En el versículo 2 Pedro dice además: “Viendo con sus propios ojos vuestra conducta
pura en temor”. La palabra griega traducida pura también significa “casta”. En el griego,
éste es un término derivado de la misma raíz de la palabra santas del versículo 5 y santo
en 1:15. Así que la manera de vivir pura y casta debe de ser la santa manera de vivir, la
excelente manera de vivir (2:12) y la buena conducta (3:16). Aquí Pedro nos dice que los
maridos verán la conducta pura de sus esposas.
La frase “en temor” modifica a la frase “vuestra conducta pura”. La palabra temor, según
se usa en este versículo, denota un temor santo (véase Filipenses 2:12). Ésta es una
advertencia sana y seria que nos anima a conducirnos de manera santa. Esta clase de
temor se menciona varias veces en esta epístola porque lo que Pedro nos enseña en ella
tiene que ver con el gobierno de Dios. La conducta pura de una hermana casada debe ir
acompañada de un temor santo y piadoso.
EL ATAVÍO DE LAS HERMANAS
El versículo 3 dice: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos
de oro o de vestidos”. Dios dispuso que el cabello de las mujeres fuera la gloria de ellas y
una señal de sumisión (1 Co. 11:15; Cnt. 4:1; 6:5; 7:5). Sin embargo, muchas mujeres,
especialmente las que llevaban la vida lujosa y corrupto característica del Imperio
Romano en los tiempos en que se escribió esta epístola, se arreglaban el cabello
indebidamente para embellecer su carne llena de concupiscencias, adornándolo de
forma extravagante con oro y otros artículos costosos. Las esposas cristianas, como
mujeres santas, deben abstenerse totalmente de esta práctica, la cual Dios condena.
Hace muchos años, una joven empezó a asistir a las reuniones de la iglesia en Chifú. Ella
era una estudiante de derecho; era muy inteligente y le gustaba estar a la moda. La
primera vez que ella asistió a una de nuestras reuniones, vino con el cabello peinado
como una torre alta. Sin embargo, noté que después de algún tiempo de estar viniendo a
las reuniones, la torre empezó a bajar cada vez más. Finalmente, después de asistir a
algunas reuniones más, la torre desapareció por completo. La joven se arrepintió y fue
salva, y el Señor le habló con respecto a la manera en que se arreglaba el cabello.
EL HOMBRE INTERIOR ESCONDIDO EN EL CORAZÓN:
UN ESPÍRITU MANSO Y SOSEGADO
En el versículo 4 Pedro añade: “Sino el del hombre interior escondido en el corazón, en
el incorruptible ornato de un espíritu manso y sosegado, que es de gran valor delante de
Dios”. El hombre interior escondido en el corazón es un espíritu manso y sosegado.
Nuestro corazón está compuesto por todas las partes de nuestra alma —la mente, la
parte emotiva y la voluntad— y de la parte principal de nuestro espíritu: la conciencia
(He. 4:12). Nuestro espíritu está en el centro de todo esto, y es por ello que es el hombre
interior escondido en nuestro corazón. El hombre escondido en el corazón se menciona
aquí en contraste con el atavío externo de peinados ostentosos, de adornos y de vestidos,
de lo cual se habla en el versículo 3; y el espíritu manso y sosegado está en contraste con
el cabello, el oro y los vestidos. El atavío que las esposas deben tener delante Dios debe
ser el de su ser interior: el hombre escondido en su corazón, que es su espíritu manso y
sosegado. Éste es el incorruptible ornato que está en contraste con el cabello, el oro y los
vestidos, todo lo cual es corruptible. Éste es el ornato espiritual que es de gran valor
delante de Dios.
Pablo en ninguno de sus escritos usa la expresión “el hombre escondido en el corazón”.
¿Cuál es este hombre escondido en el corazón? Es un espíritu manso y sosegado. Un
espíritu que ha llegado a ser manso y sosegado es el atavío que deben poseer todas las
esposas cristianas.
No hay duda de que Pedro escribió esta epístola conforme a su experiencia y también
según su observación. Tal vez él usó las palabras manso y sosegado porque sabía que a
menudo el espíritu de las esposas cristianas no es ni manso ni sosegado.
Siempre que nos enojamos y perdemos la paciencia, se altera nuestra parte emotiva.
Este tipo de alteración afecta nuestro espíritu. Es por ello que nos es fácil liberar nuestro
espíritu cuando nos enojamos. Cuando una persona se enoja, es cuando verdaderamente
libera su espíritu. Lo que comúnmente llamamos “liberar el espíritu” no es algo genuino
la mayoría de las veces. Es cuando una persona pierde la paciencia por completo que
podemos percibir fácilmente lo que es liberar el espíritu. Es en esos momentos cuando
se hace manifiesto su espíritu. Sin embargo, es probable el espíritu que se manifieste no
sea un espíritu manso ni sosegado.
A menudo el espíritu de las esposas cristianas no es manso. Hermanas, cuando ustedes
discuten con sus maridos, ¿tienen un espíritu manso y sosegado? El que las esposas
discutan con sus maridos es un fenómeno muy común y universal. Por ejemplo, es
posible que el marido proponga hacer algo, y que la esposa no esté de acuerdo. El
marido quiere ir en cierta dirección, y la esposa quiere ir en la dirección opuesta. Tales
desacuerdos los llevan a discutir.
Como una persona anciana que tiene mucha experiencia en la vida humana, puedo
testificar que el hecho de que la mujer discuta con su marido es una señal de rebelión.
De manera subconsciente, ella tiene en lo más profundo de su ser un espíritu rebelde.
Debido a que ella tiene un espíritu rebelde, rehúsa sujetarse a su marido. Si una esposa
estuviera dispuesta a sujetarse a su marido, ¿por qué habría de discutir con él? Quizás
ella piense que conoce mejor la situación y que es capaz de prever los problemas. Con
todo, no hay necesidad alguna de que ella discuta.
Una importante lección que las esposas deben aprender es la de no discutir ni altercar
con sus esposos. Las hermanas deben comprender que cada vez que ellas discuten con
sus maridos, no exhiben un espíritu manso y sosegado. Sin embargo, si como esposas
cristianas, las hermanas conservan un espíritu manso y sosegado, ellas no se enojarán ni
tendrán altercados con su marido. Pedro, conociendo la vida matrimonial por
experiencia y por observación, encargó a las mujeres que se ataviaran con un espíritu
manso y sosegado.
Como hemos señalado, este espíritu manso y sosegado es el hombre escondido en el
corazón. Nosotros los creyentes, de hecho, tenemos dos hombres. El primero está en
nuestra alma con nuestro cuerpo; éste es el hombre exterior. El otro es el hombre
escondido en el centro de nuestro corazón. El hecho de que el hombre escondido en el
corazón sea un espíritu manso y sosegado indica que nuestro espíritu es el núcleo de
nuestro ser, que está escondido en el centro de nuestro corazón, el cual se compone de la
mente, la parte emotiva, la voluntad y la conciencia. Nuestro espíritu, por tanto, está
rodeado de la mente, la parte emotiva y la voluntad. Si nuestro espíritu es manso y
sosegado, éste afectará nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Sin
duda alguna, si nuestro espíritu es manso, nuestra mente, parte emotiva y voluntad
también serán mansas. Y si somos mansos, también podremos ser personas sosegadas.
Un espíritu manso y sosegado es un hermoso atavío delante de Dios.
UN CUADRO DE LO QUE DIOS DISPUSO
EN CUANTO AL VARÓN Y LA MUJER
Lo que se nos dice en 3:1-6 no es simplemente una enseñanza o razonamiento humano,
sino, más bien, un cuadro de lo que Dios estableció en cuanto al varón y a la mujer. Ni
siquiera nuestra experiencia de la regeneración hace que cambie lo que Dios ha
establecido. Hoy en la vida de iglesia Dios sigue guardando el orden que Él estableció en
Su creación. Dios estableció que las mujeres se sujetaran a sus maridos. Además, como
hemos visto, el atavío de una mujer no debe ser “el externo de peinados ostentosos, de
adornos de oro o de vestidos, sino el del hombre interior escondido en el corazón, en el
incorruptible ornato de un espíritu manso y sosegado, que es de gran valor delante de
Dios”.
En los versículos 5 y 6 Pedro dice: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo
aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus propios maridos;
como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a
ser hijas, si hacéis el bien, sin amedrentaros por ningún terror”. Las hermanas deben ser
las “Saras” de hoy. Sin embargo, es posible que muchos hermanos casados se sientan
incómodos con lo que Pedro dice en el versículo 6; quizás piensen que no son dignos de
que sus esposas los llamen así. Esto se debe a que la situación de nuestros días no se
conforma a la Biblia en lo más mínimo.
Al final del versículo 6 Pedro les dice a las esposas que hagan el bien y que no se
amedrenten por ningún terror, es decir, que no tengan susto ni agitación nerviosa.
En este mensaje hemos examinado las palabras que Pedro dirigió a las esposas (3:1-6).
En el siguiente mensaje veremos lo que Pedro dice a los maridos (v. 7) y también lo que
dice acerca de la vida cotidiana.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTITRÉS
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(5)
Lectura bíblica: 1 P. 3:7-13
En el mensaje anterior examinamos los versículos del 1 al 6 del tercer capítulo, los
cuales contienen las palabras que Pedro dirigió a las esposas en relación con la vida
matrimonial. En el versículo 1 Pedro señala que, así como los criados deben someterse a
sus amos, también las esposas deben estar sujetas a sus propios maridos. Luego, en los
versículos 3 y 4, Pedro dice que lo que es de gran valor delante de Dios es el ornato de un
espíritu manso y sosegado, el cual es el hombre escondido en el corazón. Examinemos
ahora lo que Pedro dice a los maridos.
UNA EXHORTACIÓN EQUILIBRADA
El versículo 7 dice: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando
honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida,
para que vuestras oraciones no tengan estorbo”. Lo que Pedro dice a los maridos es muy
diferente de lo que Pablo dice en Efesios 5 y en Colosenses 3. Pedro usa aquí la palabra
“igualmente”. Ésta es una palabra que me ha inquietado mucho, pues parece indicar que
así como los criados deben estar sujetos a sus amos, y las esposas a sus maridos,
igualmente los maridos deben sujetarse a sus esposas. No me cabe duda de que la
intención de Pedro era decirnos que no sólo las esposas deben estar sujetas a sus
maridos sino también los maridos a sus esposas. (Como veremos, la exhortación que
Pedro hace a los maridos a que honren a sus esposas, implica que al menos de algún
modo deben someterse a ellas.)
Algunos quizás consideren que decir que los maridos deban someterse a sus esposas
contradice la afirmación de que las esposas deben estar sujetas a sus maridos. De hecho,
como veremos, no es que Pedro se esté contradiciendo, sino que está presentándonos
una perspectiva muy equilibrada. Ni Pedro ni Pablo dicen de forma explícita que los
maridos deban sujetarse a sus esposas. En lugar de ello, Pedro dice que los maridos
deben honrar a sus esposas, y Pablo dice que los maridos deben amarlas. En Efesios 5:21
Pablo dice: “Sujetos unos a otros en el temor de Cristo”. Esto parece indicar que el
marido y la mujer deben someterse el uno al otro.
La Biblia es mucho más sabia que nosotros. En particular, es más sabia que los que
abogan por los derechos humanos. La Biblia está llena de sabiduría, pues siempre tiene
una perspectiva muy equilibrada de las cosas.
Lo que Pedro dice en el versículo 7 sirve como equilibrio a lo que dice en los seis
versículos anteriores. En lo que respecta a la vida matrimonial, sería una lástima si sólo
tuviéramos los versículos del 1 al 6 y no el versículo 7. Sin este versículo algunos podrían
pensar que las esposas deben ser las esclavas de los varones. Sin embargo, si leemos el
libro de Génesis, veremos que Abraham sentía un gran aprecio por su esposa Sara.
Asimismo, es cierto que, según 1 Pedro 3:6, Sara llamó a Abraham señor; pero no lo hizo
directamente sino cuando hablaba con Dios. Génesis 18:12 dice: “Se rió, pues, Sara entre
sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya
viejo?”. Así que estas palabras no fueron dirigidas directamente a Abraham. No hay
ningún pasaje en Génesis donde Sara llamara a Abraham señor directamente.
Lo apropiado entre el marido y la esposa es que la esposa respete a su marido como a su
señor y se sujete a él, y que el marido no presuponga que es señor de su esposa. En otras
palabras, el marido no debe decir: “¿Acaso no sabes que soy tu señor? Aun tú misma me
reconoces como señor”. No está bien que un marido asuma esta actitud ni que hable de
esta manera. La exhortación que Pedro nos hace es, por tanto, muy equilibrada. Es por
ello que, al dirigirse a los maridos, él usa la palabra “igualmente”, dando a entender con
ello que los maridos deben sujetarse a sus esposas.
Quizás algunos, al leer esta epístola, piensen que en 3:1-7 hay dos polos; pues, por un
lado, Pedro dice que las esposas deben estar sujetas a sus maridos y, por otro, al usar la
palabra “igualmente”, da a entender que los maridos deben someterse a sus esposas. Sin
embargo, lo que encontramos aquí es una exhortación que nos lleva a ser equilibrados.
Si nuestra vida matrimonial ha de ser equilibrada, necesita tener dos polos. Un polo
debe ser la sujeción de la mujer al marido, y el otro, la sujeción del marido a la esposa. Si
tenemos estos dos polos en nuestra vida matrimonial, seremos equilibrados, y el “clima”
de nuestra vida matrimonial será templado. Me gusta mucho vivir en lugares donde el
clima es templado, ni muy caliente ni muy frío. El “clima” de nuestra vida matrimonial
también debe ser templado o moderado. Para tener un clima así, nuestra vida
matrimonial necesita tener dos polos; el que se menciona explícitamente en 3:1 y el que
se halla de forma implícita en 3:7.
VIVIR CON ELLAS SABIAMENTE
En el versículo 7 Pedro dice que los maridos deben vivir con sus esposas sabiamente.
Literalmente, la palabra sabiamente se traduce “según conocimiento”. Sin embargo,
traducida de esta forma, se podría malinterpretar fácilmente. De hecho, es posible que
los hombres que tienen más conocimiento o educación que sus esposas, no las respeten.
Sin embargo, Pedro no se está refiriendo al conocimiento que se adquiere por educación
humana. Así que, decir que un marido deba vivir con su esposa según conocimiento
significa que debe vivir con ella de una manera inteligente y razonable. Significa ser
gobernado por el conocimiento espiritual que reconoce el carácter de la relación
matrimonial y la debilidad de la mujer, y no ser gobernado por ninguna pasión ni
emoción alguna.
Maridos, su relación con su mujer debe ser regida por el conocimiento espiritual; no
debe ser gobernada por la sabiduría o el conocimiento que hayan adquirido en la
universidad. El conocimiento espiritual reconoce el carácter de la relación matrimonial.
En la vida matrimonial, los maridos deben tener un conocimiento espiritual que
reconoce la fragilidad de la mujer. Si tenemos este conocimiento, sabremos que Dios
creó a la mujer como a vaso más frágil, simplemente por causa del carácter de la
relación matrimonial. Para que la relación matrimonial sea adecuada, las dos partes no
deben ser igual de fuertes. Uno de los dos debe ser más fuerte que el otro. Por
consiguiente, los hermanos no deben menospreciar la fragilidad de su mujer. En lugar
de ello, debemos comprender que Dios hizo a nuestras esposas como a vasos más
frágiles específicamente por causa de la relación matrimonial. Por consiguiente, es
necesario que entendamos la razón de la debilidad de la mujer, y que entendamos el
carácter de la relación matrimonial. De este modo, nuestra vida matrimonial no será
regida por el conocimiento adquirido mediante educación humana, sino por el
conocimiento espiritual.
La relación del marido con la esposa ciertamente no debe ser gobernada por la pasión ni
por las emociones. Esto significa que en la vida matrimonial, el marido no debe ser
gobernado ni por el conocimiento mundano ni por emociones carnales. Al contrario,
debe ser gobernado por el conocimiento espiritual que reconoce que, según el diseño de
Dios, la mujer fue creada como vaso más frágil de modo que esto correspondiera al
carácter de la relación conyugal.
DAR HONOR
En el versículo 7 Pedro también dice que los maridos deben dar honor a sus esposas
como a vaso femenino más frágil. La palabra griega traducida “dando” es aponémo y
significa repartir o distribuir; por ende, dar. La palabra griega traducida “honor” es timé
y quiere decir preciosidad, valor inestimable. Los maridos deben valorar la preciosidad,
el valor inestimable, de las esposas, y asignársela como honor a ellas de manera debida y
razonable, como a vasos femeninos más frágiles.
El hombre, que incluye a la mujer, fue hecho como un vaso para contener a Dios (Ro.
9:21, 23), y los que creen en Cristo son vasos destinados para contener a Cristo, el tesoro
(2 Co. 4:7). Las esposas, según la naturaleza con que Dios las creó, son más frágiles que
los hombres tanto física como psicológicamente. Pero aunque las esposas sean más
frágiles, como vasos femeninos que son, ellas siguen siendo vasos del Señor y pueden ser
vasos para honra (2 Ti. 2:21), que merecen cierto honor.
Pedro les dice a los maridos que ellos deben dar honor a sus esposas. Un marido debe
dar al menos cierta medida de honor a su mujer. Si vemos que un marido debe honrar a
su esposa, entonces nos daremos cuenta de que esto implica cierta clase de sumisión a
ella. La sumisión y el honor son inseparables. Si uno no se somete a cierta persona,
¿cómo podría honrarla? Sería imposible. Por lo tanto, honrar a una persona siempre
implica cierto grado de sumisión a ella. Como vimos anteriormente, ésta es una
exhortación equilibrada. Los maridos deben honrar a sus esposas, y, sin duda alguna, las
esposas también deben honrar a sus maridos.
Un marido no debe argumentar que por el hecho de que su esposa sea el vaso más frágil,
él, como el vaso más fuerte, no tiene que honrarla. Les repito una vez más: los maridos
deben reconocer que la fragilidad de sus esposas fue dispuesta por Dios por el bien de la
relación matrimonial. Aunque la esposa sea el vaso más frágil, en muchos aspectos ella
es digna de que su marido la honre. Por consiguiente, el marido debe darle honor.
La vida matrimonial puede ser comparada a una empresa o a un negocio que asigna
cierto porcentaje de las ganancias anuales a sus accionistas o dueños. En la vida
matrimonial, los maridos deben aprender a determinar qué porcentaje de las
“ganancias” de la “empresa” matrimonial le corresponde a la esposa. El esposo debe
saber cuánto de las ganancias le pertenece a él y cuánto le pertenece a su esposa. Los
maridos no deben robarle a sus esposas su ganancia, su honor. En la vida matrimonial
una porción de las ganancias o de honor debe ser dada a la esposa.
El marido debe darle honor a la mujer sabiamente o con conocimiento. La palabra
sabiamente está relacionada con la frase “dando honor a la mujer como a vaso más
frágil”. Por supuesto, sabiamente también describe la manera en que debemos vivir con
nuestras esposas. Debemos vivir con nuestras esposas sabiamente, y también debemos
darles honor. Es así como nuestra vida matrimonial podrá tener el debido equilibrio. Si
nuestra vida matrimonial carece del debido equilibrio, será como una balanza
desequilibrada que tiene un extremo arriba y el otro abajo. Esta clase de desequilibrio
hace que la vida matrimonial sea muy pobre. La esencia de todo esto es que el equilibrio
en la vida matrimonial depende principalmente de que el marido le dé honor a la mujer.
Con frecuencia el esposo le roba el honor a su mujer, es decir, no le da a la esposa
ninguna porción del honor, ninguna parte de las ganancias de la corporación
matrimonial. Esto no es correcto.
Después de haber estudiado los escritos de Pedro, he llegado a valorarlos mucho. En
especial valoro mucho las expresiones particulares que Pedro usa. Una de ellas es
“dando honor”. Hermanos, ¿se habían dado cuenta alguna vez de que ustedes tienen que
darle cierta medida de honor a sus esposas? Puede ser que su esposa sea más frágil que
usted y que no tenga una preparación académica como la suya. Con todo, ella es digna
de honor. La “empresa” de la vida matrimonial de ustedes ha obtenido muchas
ganancias, y a su esposa le corresponde una parte de ellas. Como esposo, usted debe
saber qué porción de honor, de ganancias, deberá darle.
Al dar honor a su esposa, el marido debe guardarse de no concederle demasiado honor.
Considero que lo que dice Pedro acerca de dar honor implica también que el marido no
debe darle demasiado honor a su mujer. Si la honra demasiado, le hará daño. El marido
debe dar honor a la mujer de forma mesurada, es decir, no debe darle muy poco ni
demasiado honor. He visto matrimonios donde el marido era tan amable, bueno,
generoso y humilde que le dio todas las ganancias de la compañía matrimonial a su
esposa. Esto perjudicó mucho a la esposa.
Hermanos, no deben dar honor a la mujer de manera insensata, ciega o ignorante; esto
deben hacerlo sabiamente. Como maridos, debemos determinar qué porcentaje de
honor nos pertenece a nosotros, y qué porcentaje les pertenece a nuestras esposas. Si
damos a nuestras esposas el debido honor, el “negocio” de nuestra vida matrimonial
será saludable. De este modo, nuestro matrimonio será resguardado y se mantendrá en
una condición pacífica.
COHEREDEROS DE LA GRACIA DE LA VIDA
En el versículo 7 Pedro dice que los maridos y las mujeres son coherederos de la gracia
de la vida. La gracia de la vida es Dios mismo en Su Trinidad dado a nosotros como vida
y como provisión de vida: el Padre es la fuente de la vida, el Hijo es el cauce de la vida y
el Espíritu es el fluir de la vida, el cual fluye dentro de nosotros, junto con el Hijo y el
Padre (1 Jn. 5:11-12; Jn. 7:38-39; Ap. 22:1). Todos los creyentes son herederos de esta
gracia.
En pocas palabras, la gracia de la vida es nada menos que el Dios Triuno que pasó por
un proceso para llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que mora en
nosotros. El Dios Triuno ahora mora en nosotros como la gracia de la vida. Tanto los
maridos como las esposas son coherederos de la gracia de la vida. Somos herederos
conjuntamente de la gracia de la vida.
Esta herencia forma parte de la “herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible”
(1:4). Todos los elementos que conforman nuestra herencia eterna están relacionados
con la vida divina, la cual recibimos mediante la regeneración y la cual experimentamos
y disfrutamos durante nuestra vida cristiana. Tanto el marido como la mujer necesitan
entender que en su vida matrimonial ambos son coherederos de esta herencia, y en
particular, de la gracia de la vida.
LA VIDA COTIDIANA
En 3:8-13 Pedro habla de la vida cristiana y sus sufrimientos en relación con la vida
cotidiana. El versículo 8 dice: “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos,
amándoos como hermanos, con afecto entrañable, humildes”. En este versículo
encontramos muchas expresiones positivas. Pablo también usa las mismas expresiones,
pero no las menciona juntas como lo hace Pedro.
El versículo 9 añade: “No devolviendo mal por mal, ni injuria por injuria, sino por el
contrario, bendiciendo, porque para esto fuisteis llamados, para que heredaseis
bendición”. Este versículo nos dice que en lugar de devolver mal por mal debemos
bendecir. Cuando otros nos injurian, no debemos devolverles injuria; al contrario,
debemos bendecirlos. Lo que Pedro dice aquí corresponde con lo que el Señor Jesús dijo
en Mateo 5:44 y con lo que Pablo dijo en Romanos 12:14.
El versículo 9 nos dice que fuimos llamados para que heredásemos bendición. Hemos
sido llamados a bendecir a los demás; así que nosotros, un pueblo bendito, siempre
debemos bendecir a los demás para poder heredar bendición. Vamos a heredar la
bendición con la cual bendecimos a otros (Mt. 10:13). Por supuesto, la bendición de la
que se habla aquí no es material. Según el contexto, la bendición se refiere a la vida, lo
cual indica que heredaremos más vida.
En el versículo 10 Pedro continúa diciendo: “Porque: ‘El que desea amar la vida y ver
días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios de palabras engañosas’”. Los días
buenos son días en los que recibimos cosas buenas como bendición. Si deseamos ver
tales días, debemos refrenar nuestra lengua de mal y nuestros labios de palabras
engañosas. Al respecto, Cristo es el modelo que debemos seguir. En 2:22 Pedro nos dice
que Cristo “no cometió pecado, ni se halló engaño en Su boca”. Sin embargo, nuestros
labios y nuestra lengua son causa de muchos problemas. Muchas cosas negativas han
sido el resultado de usar indebidamente nuestra lengua y nuestros labios.
En el versículo 11 Pedro habla de apartarse del mal, de hacer el bien, y de buscar y seguir
la paz. En el versículo 12 él dice que los ojos del Señor están sobre los justos y que Sus
oídos atienden a sus peticiones, pero el rostro del Señor está en contra de aquellos que
hacen el mal. Luego, en el versículo 13, Pedro dice: “¿Y quién os hará daño, si vosotros
tenéis celo por el bien?”. Según este versículo, no solamente debemos tener celo por el
bien, sino que debemos llegar a ser fanáticos del bien. En griego, la frase “tener celo por
el bien” literalmente significa “ser fanáticos del bien”, lo cual denota a cierta clase de
persona. Todos debemos llegar a ser fanáticos del bien.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTICUATRO
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(6)
Lectura bíblica: 1 P. 3:14-22
En este mensaje llegamos a 1 Pedro 3:14-22, una sección que trata de los sufrimientos
que padecemos por causa de la justicia según la voluntad de Dios, como Cristo sufrió.
Aunque este pasaje forma parte de la sección que trata acerca de la vida cristiana y sus
sufrimientos, en realidad nos habla acerca de la muerte, resurrección y ascensión de
Cristo. En estos versículos encontramos dos grandes problemas que han sido objeto de
debates a través de los años; un problema tiene que ver con la muerte de Cristo, y el
otro, con el bautismo en relación con la resurrección y ascensión de Cristo.
SANTIFICAR AL SEÑOR EN NUESTROS CORAZONES
Los versículos del 14 al 16 dicen: “Mas aun si alguna cosa padecéis por causa de la
justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os
conturbéis, sino santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, dispuestos
siempre a presentar defensa ante todo el que os pida razón de la esperanza que hay en
vosotros; pero con mansedumbre y temor”. Si los perseguidores consiguen
amedrentarnos y conturbarnos, parecerá que no tenemos al Señor en nuestros
corazones. Así que, al sufrir persecución debemos mostrar a otros que en nuestro
interior tenemos a Cristo como Señor. Esto lo santifica a Él, lo separa, de los dioses
falsos, y no lo degrada como si fuera semejante a los ídolos, que no tienen vida.
La esperanza de la que se habla en el versículo 15 es la esperanza viva que resulta de
heredar la vida eterna. Ésta es una esperanza que tenemos hoy durante nuestro
peregrinaje con respecto al futuro; no es una esperanza de cosas objetivas, sino una
esperanza de vida, la vida eterna, con sus innumerables bendiciones divinas. El temor
mencionado por Pedro en el versículo 16 es un temor reverente, un temor santo. Pedro
habla acerca del temor varias veces en esta epístola porque lo que se enseña en ella tiene
que ver con el gobierno de Dios.
En los sufrimientos que se derivan de la oposición y la persecución, debemos santificar a
Cristo como Señor en nuestros corazones. La palabra santificar en griego significa
apartar o separar algo o a alguien de lo común. Esto hace que aquello se distinga de lo
demás y que incluso sobresalga. Cuando suframos persecución, debemos mostrar que
Cristo es especial; debemos mostrar que Él es magnífico, absolutamente diferente de los
ídolos. Santificar a Cristo como Señor en nuestros corazones no es algo que se logra con
actividades externas que muestran que Él es diferente de todo lo común, sino que es una
cuestión interna. Santificar a Cristo como Señor en nuestros corazones significa que
mientras sufrimos persecución, mostramos que tenemos al Señor en nuestros
corazones. Si mientras sufrimos persecución nosotros permitimos que el Señor sea el
Señor en nuestros corazones, le expresaremos. Al expresarle de esta manera,
espontáneamente santificaremos a Cristo y mostraremos que Él es diferente de los
ídolos.
Si nos mostramos tímidos y temerosos cuando sufrimos persecución, el Señor no será
santificado en nosotros. ¡Cuánta vergüenza le traería esto a Él! Daríamos la impresión
de que no tenemos al Señor en nuestros corazones. Siempre que suframos persecución,
los demás deben percibir que el Cristo que reside en nosotros es Señor. Pero si nos
mostramos tímidos y temerosos, los demás pensarán que no tenemos nada dentro de
nosotros, es decir, se llevarán la impresión de que no tenemos al Señor viviente dentro
de nosotros. Pero si somos valientes, es decir, si santificamos al Señor en nuestros
corazones y le reflejamos en nuestros rostros, los demás percibirán que hay algo de valor
dentro de nosotros. Esto es lo que significa santificar a Cristo como Señor en nuestros
corazones.
Hace algún tiempo les conté una historia que escuché acerca de una joven que sufrió el
martirio durante la rebelión Bóxer en China. Este incidente sucedió en Pekín. A causa
del movimiento Bóxer, todos los negocios de la ciudad cerraron sus establecimientos.
Un joven, que trabajaba como aprendiz en cierto negocio, no se atrevió a abrir la puerta
del local donde se encontraba. Así que, asomándose por la rendija de la puerta, vio a los
bóxeres desfilando por la calle. Podía oír el clamor y los gritos. Luego vio a algunos de
los bóxeres que con espada en mano, amenazaban a una joven. Ella era cristiana. Iba
sentada en una carreta que la llevaría al lugar de su martirio. Aunque los bóxeres la
rodeaban, vociferando, gritando y pronunciando amenazas, ella no mostraba ningún
temor. Su rostro resplandecía, y ella iba gozándose en el Señor y alabándole. Este
espectáculo conmovió profundamente a aquel joven. Aunque no era creyente, a partir de
ese momento, él tomó la decisión de conocer más acerca de la fe cristiana. Dijo para sus
adentros: “Si esto no fuera más que una religión occidental, ¿por qué aquella joven no se
veía atemorizada por las amenazas ni los gritos? ¿Por qué no tenía ningún temor de
morir? ¿Por qué resplandecía su rostro, y por qué se regocijaba?”. En aquel entonces
este joven no se dio cuenta de que ella estaba alabando al Señor. Más tarde, él creyó en
el Señor y llegó a ser un predicador. Años después, siendo ya anciano, tuve la
oportunidad de conocerlo en mi pueblo natal y tuvimos una conversación muy
agradable. Él me contó la historia de lo que experimentó aquel día en Pekín.
Aquella joven que sufrió el martirio durante la rebelión Bóxer santificó verdaderamente
a Cristo como Señor en su corazón. El resplandor en su rostro, su regocijo y sus
alabanzas, todo ello, expresaba que el Señor estaba en su corazón. Espontáneamente,
ella santificó a Cristo como Señor. Al santificar a Cristo de esta manera, ella influyó en
aquel joven para que creyera en el Señor.
ATENDER A NUESTRA CONCIENCIA
En el versículo 16 Pedro añade: “Teniendo buena conciencia, para que en lo que hablan
mal de vosotros sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en
Cristo”. Puesto que la conciencia es parte de nuestro espíritu humano (Ro. 9:1; 8:16),
atender a nuestra conciencia es cuidar de nuestro espíritu delante de Dios.
La buena conducta del cristiano debe llevarse a cabo en Cristo. Es la vida diaria que
vivimos en nuestro espíritu. Es más elevada que una vida simplemente ética y moral.
Si queremos tener una buena conducta y santificar al Señor en nuestra vida diaria,
tenemos que atender a nuestra conciencia. No es suficiente que otros nos justifiquen.
Debemos ser justificados por nuestra propia conciencia. No debemos contentarnos con
ser justificados por la sociedad, por los hermanos, ni siquiera por toda la iglesia. Nadie
nos conoce tan bien como nuestra propia conciencia. Esto es especialmente cierto
cuando una conciencia ha sido iluminada por el espíritu regenerado. Una conciencia que
ha sido renovada e iluminada por el Espíritu que mora en el interior del creyente, es
fidedigna en su testimonio y acertada en su juicio. El juicio que emite nuestra conciencia
iluminada es más preciso que el juicio que alguien más pueda emitir de nosotros.
La conciencia iluminada que está en nuestro espíritu regenerado es un juez interno. Este
juez interno, nuestra conciencia, coopera con el Dios que mora en nosotros. La razón
por la que esta conciencia iluminada puede ser un juez interno es que ella coopera con
Dios, quien mora en nosotros. Es por ello que el juicio que emite la conciencia iluminada
es muy específico y acertado. Por consiguiente, debemos atender a nuestra conciencia.
Un hermano, por ejemplo, debe atender a su conciencia en cuanto a su relación con su
esposa. Ante los hombres, puede parecer que él no tiene ningún problema con su
esposa. Pero es posible que su conciencia iluminada le diga que la ha tratado mal en
muchos aspectos. Asimismo, en la vida de iglesia, tal vez otros piensen que somos
sinceros y fieles. Sin embargo, nuestra conciencia sabe que en ciertos aspectos no hemos
sido completamente sinceros ni fieles a la iglesia. Por este motivo, es muy importante
que atendamos a nuestra conciencia.
PADECER POR HACER EL BIEN
En el versículo 17 Pedro añade: “Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la
voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal”. Una vez más, Pedro nos habla de
padecer injustamente. Él abordó este asunto anteriormente en 2:18-21, donde dijo que
Cristo es el modelo de uno que sufrió injustamente, y que debemos seguir Sus pisadas.
CRISTO PADECIÓ PARA LLEVARNOS A DIOS
El versículo 18 dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el
Justo por los injustos, para llevaros a Dios, siendo muerto en la carne, pero vivificado en
el Espíritu”. Cristo es el Justo, y nosotros somos los injustos; aun así, Él murió por
nuestros pecados. Cristo murió por nuestros pecados para llevarnos a Dios. Su muerte
eliminó todas las barreras, y en particular las barreras que representaban nuestros
pecados e injusticias. Ya que Su muerte quitó las barreras de los pecados y las
injusticias, tenemos un camino abierto para acercarnos a Dios. Cristo padeció para
llevarnos a Dios.
Los pecados mencionados en el versículo 18, como también en 2:24, en 1 Corintios 15:3
y en Hebreos 9:28, se refieren a los pecados que cometemos en nuestra conducta
externa, mientras que el pecado mencionado en 2 Corintios 5:21, en Juan 1:29 y en
Hebreos 9:26 se refiere al pecado inherente a la naturaleza con que nacimos. Cristo
murió por nuestros pecados y los llevó sobre la cruz para que fueran perdonados por
Dios, pero fue hecho pecado y quitó el pecado del mundo para que el problema
representado por nuestro pecado fuera solucionado. Pedro no enfocó primero el pecado
inherente a nuestra naturaleza, sino los pecados de nuestra conducta, de nuestra
manera de vivir (1 P. 3:16). Esto se debe a que en este libro se recalca que la muerte de
Cristo nos redimió de la vana manera de vivir que heredamos (1:18-19).
El hecho de que Cristo, el Justo, muriera “por los injustos”, indica que Cristo murió para
efectuar la redención, y no para ser un mártir. En la cruz Él fue nuestro substituto y
llevó nuestros pecados; el Dios justo, conforme a Su justicia, lo juzgó a Él, el Justo, por
nosotros, los injustos, para que Él quitara la barrera representada por nuestros pecados,
y nos llevara a Dios. Él hizo esto para redimirnos de nuestros pecados y hacernos volver
a Dios, es decir, para redimirnos de nuestra conducta injusta y llevarnos al Dios justo.
VIVIFICADO EN EL ESPÍRITU
Según el versículo 18, Cristo fue “muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu”.
Aquí no se está refiriendo al Espíritu Santo, sino al Espíritu como esencia divina de
Cristo (Mr. 2:8; Lc. 23:46). La crucifixión puso fin solamente a la carne de Cristo —la
cual Él había recibido mediante la encarnación (Jn. 1:14)—, no a Su Espíritu, Su
divinidad. Su Espíritu, Su divinidad, no murió en la cruz cuando Su carne murió, sino
que fue avivado, vivificado, con un nuevo poder de vida, de tal modo que en este
Espíritu fortalecido, en Su divinidad, Cristo hizo una proclamación ante los ángeles
caídos después de Su muerte en la carne y antes de Su resurrección.
En la cruz, Cristo fue muerto en la carne, pero fue vivificado en el Espíritu. Ahora bien,
no debemos pensar que la frase “vivificado en el Espíritu” alude a la resurrección de
Cristo. Como hemos señalado, aunque el cuerpo de Cristo fue inmolado en la cruz, Su
Espíritu fue vivificado. De hecho, como lo indica la frase “en el cual” al comienzo del
versículo 19, fue en Su Espíritu vivificado que Cristo hizo la proclamación a los espíritus
que estaban en prisión. Esto indica y comprueba que después de morir en la carne,
Cristo seguía activo en este Espíritu.
En el versículo 18 se nos habla de la muerte de Cristo, mas no de Su resurrección.
Cuando Cristo fue sepultado, Él, en Su Espíritu fortalecido y antes de Su resurrección,
fue al abismo para proclamar a los ángeles rebeldes la victoria que Dios había obtenido.
LA PROCLAMACIÓN QUE CRISTO HIZO
A LOS ESPÍRITUS QUE ESTABAN EN PRISIÓN
El versículo 19 y la primera parte del versículo 20 dicen: “En el cual también fue y les
proclamó a los espíritus que estaban en prisión, los que antiguamente desobedecieron”.
A través de los siglos, notables maestros de diferentes escuelas han sostenido varias
interpretaciones tocante a la frase “los espíritus que estaban en prisión”. La más
aceptable según las Escrituras es la siguiente: la frase “los espíritus” no se refiere aquí a
los espíritus incorpóreos de los seres humanos que después de muertos fueron retenidos
en el Hades, sino a los ángeles (los ángeles son espíritus, He. 1:14) que cayeron a raíz de
su desobediencia en los tiempos de Noé (v. 20 y Estudio-vida de Génesis, mensaje 27,
págs. 371-382) y que están encarcelados en fosas de oscuridad en espera del juicio del
gran día (2 P. 2:4-5; Jud. 6). Cristo, después de morir en la carne, fue en Su Espíritu
viviente (probablemente al abismo, Ro. 10:7) a estos ángeles rebeldes para proclamarles,
quizás, la victoria que Dios obtuvo, mediante Su encarnación en Cristo y la muerte de
Cristo en la carne, una victoria sobre las estratagemas de Satanás, cuyo fin era
trastornar el plan divino.
La “prisión” mencionada en el versículo 19 se refiere a un lugar llamado Tártaro, los
abismos profundos y tenebrosos (2 P. 2:4 y Jud. 6), donde están encarcelados los
ángeles caídos. La palabra “proclamó” no se refiere a la predicación de las buenas
nuevas, sino a la proclamación de la victoria triunfante. Esta proclamación fue hecha a
“los que antiguamente desobedecieron”. Esto no se refiere a seres humanos, sino a
ángeles, y por tanto se refiere a seres diferentes de las “ocho almas” mencionadas en el
versículo 20. Así, pues, “los espíritus que estaban en prisión” no se refieren a los
espíritus incorpóreos de seres humanos que después de haber muerto fueron retenidos
en el Hades, sino a los ángeles que cayeron a raíz de su desobediencia en los tiempos de
Noé. Sin embargo, muchos han interpretado esto diciendo que los espíritus del versículo
19 denotan a los espíritus de ciertos seres humanos que desobedecieron a la predicación
de Noé. Los que abogan por esta interpretación afirman que, en la época de Noé, Cristo,
mediante Su Espíritu, predicó el evangelio a los hombres de la generación de Noé. Aun
más, ellos enseñan que la frase “vivificado en el Espíritu”, que se menciona en el
versículo 18, se refiere al Espíritu Santo, y suponen que fue en este Espíritu Santo que
Cristo predicó el evangelio en la época de Noé.
Otra interpretación dice que Cristo, después de morir, predicó el evangelio a los
espíritus de seres humanos que habían muerto. ¡Qué interpretación más errónea es ésta!
Según esta interpretación, después que las personas mueren y van al Hades, todavía se
les puede predicar el evangelio allí.
Cristo no predicó el evangelio a los espíritus que estaban en prisión, sino que les hizo
una proclamación. Él les proclamó a los ángeles rebeldes la victoria que Dios había
obtenido sobre Satanás a través de la encarnación y la muerte de Cristo. Para ese
tiempo, Cristo todavía no había sido resucitado. Fue después de Su muerte que Él fue a
ese lugar, en Su Espíritu fortalecido, para proclamar la victoria de Cristo. Tal vez haya
dicho: “Ustedes ángeles siguieron a Satanás y se rebelaron contra Dios. Pero por medio
de Mi encarnación y Mi muerte, su líder, Satanás, fue derrotado”. Esta proclamación
constituye una vergüenza para Satanás y sus seguidores, pero es una gloria para Dios.
Les insto a que estudien el mensaje 27 del Estudio-vida de Génesis. En ese mensaje se
explica cómo en tiempos de Noé, los así llamados hijos de Dios, quienes eran ángeles,
cayeron. Ellos dejaron su propio lugar, descendieron a la tierra y usaron los cuerpos
humanos para cometer fornicación con las hijas de los hombres. Eso trajo
contaminación al linaje humano y produjo gigantes. Dios, no pudiendo tolerar tal
situación, determinó que el linaje humano no debería existir más, debido a la
contaminación producida por los ángeles de Satanás. Por consiguiente, con excepción de
Noé y su familia, Dios destruyó todo el linaje humano con el diluvio. Asimismo, cuando
Dios envió a los hijos de Israel a Canaán para que destruyeran a los cananeos, entre ellos
había la misma clase de gigantes, gigantes que habían nacido como producto de la
fornicación entre ángeles y mujeres del linaje humano.
Nosotros no somos los únicos en interpretar estos pasajes de la Biblia de esta manera.
Hay varios eruditos de la Biblia, incluyendo a Pember y a Govett, que concuerdan con
este entendimiento de estos pasajes de la Palabra.
Cristo murió en la cruz por nuestra redención. No obstante, aunque fue muerto en Su
cuerpo, Él fue vivificado y fortalecido en Su Espíritu, aun antes de Su resurrección.
Luego, en este Espíritu vivificado y fortalecido, Él fue a proclamar a los ángeles rebeldes
la victoria que Dios había obtenido sobre Satanás, el líder de ellos.
Lo que Pedro dice en estos versículos es muy significativo. Él revela algo extraordinario
relacionado con la muerte de Cristo. Nos muestra que la muerte de Cristo no solamente
efectuó la redención por nosotros, sino que además logró la victoria sobre Satanás y sus
seguidores. Así que, después de Su muerte y antes de Su resurrección, Cristo proclamó a
los seguidores de Satanás la victoria que Dios había obtenido sobre el diablo mediante la
crucifixión de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTICINCO
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(7)
Lectura bíblica: 1 P. 3:14-22
En el mensaje anterior vimos lo que significa santificar a Cristo como Señor en nuestros
corazones y tener una buena conciencia. Vimos también que Cristo murió por los
pecados, el Justo por los injustos; que Él fue muerto en la carne, pero vivificado en el
Espíritu; y que en Su Espíritu vivificado y fortalecido Él hizo una proclamación a los
espíritus que estaban en prisión, o sea, a los ángeles rebeldes. En este mensaje
prestaremos especial atención a lo que Pedro dice en los versículos 20 y 21 acerca del
bautismo.
EL ARCA Y EL AGUA
El versículo 20 dice: “Los que antiguamente desobedecieron, cuando una vez esperaba
la longanimidad de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual
algunos, es decir, ocho almas, fueron llevadas a salvo por agua”. Según los versículos 19
y 20, Cristo hizo una proclamación a “los que antiguamente desobedecieron”. Éstos que
desobedecieron son seres diferentes de las ocho almas mencionadas en este versículo.
Los que desobedecieron son seres angelicales, y no seres humanos.
En el versículo 20 Pedro dice que en el arca que preparó Noé, ocho almas “fueron
llevadas a salvo por agua”. En el griego esto significa “llegar a salvo a un lugar seguro
después de pasar por dificultades o peligros”, como en Hechos 27:44 (Darby). Las
palabras griegas traducidas “por agua” literalmente significan a través del agua, lo cual
significa que el agua fue el medio por el cual se efectuó la salvación. El arca salvó a Noé y
su familia del juicio de Dios, de la destrucción del mundo por medio del diluvio. Y el
agua los salvó de la generación corrupta y los apartó para una nueva era, tal como el
agua del mar Rojo salvó a los hijos de Israel (Éx. 14:22, 29; 1 Co. 10:1-2) y el agua del
bautismo salva a los creyentes neotestamentarios (1 P. 3:21).
En el Antiguo Testamento, tanto las aguas del diluvio en tiempos de Noé como las aguas
del mar Rojo tipifican el bautismo. El arca salvó a Noé y su familia del juicio de Dios, del
castigo y la condenación que Dios trajo por medio del diluvio, mientras que el agua los
salvó y los separó de aquella generación corrupta y les dio entrada a una nueva era para
que pudieran comenzar una nueva vida en una nueva tierra.
Según el libro de Éxodo, los hijos de Israel tuvieron que atravesar el mar Rojo. Las aguas
del mar Rojo trajeron juicio sobre Faraón y su ejército egipcio. Faraón y sus ejércitos
murieron ahogados en aquellas aguas de juicio. Pero esas mismas aguas separaron a los
hijos de Israel de Egipto, es decir, los separaron del mundo corrupto. Tal como Noé y su
familia fueron separados de su generación corrupta por medio de las aguas del diluvio,
de igual manera los hijos de Israel fueron separados del mundo corrupto, tipificado por
Egipto, mediante las aguas del mar Rojo.
En el Nuevo Testamento también encontramos agua, las aguas del bautismo. El
bautismo nos salva del mundo y nos separa de él.
En el versículo 21 Pedro dice: “Ésta os salva ahora a vosotros, como antitipo, en el
bautismo (no quitando las inmundicias de la carne, sino como petición de una buena
conciencia a Dios) por medio de la resurrección de Jesucristo”. Como veremos más
adelante, este versículo no está enseñándonos acerca de la salvación bautismal. Por
consiguiente, nosotros no tenemos la creencia de que las aguas del bautismo puedan
quitar las inmundicias de la carne. En vez de ello, este versículo nos muestra que el
bautismo es la petición de una buena conciencia a Dios.
La palabra ésta, al comienzo del versículo 21, se refiere al agua mencionada en el
versículo anterior, de la cual el agua del bautismo constituye el antitipo, o sea la figura
que corresponde al tipo del Antiguo Testamento. Esto indica que el hecho de que Noé y
su familia tuvieran que pasar por el diluvio en el arca era un tipo de nuestro bautismo.
Así como el agua del diluvio los libró a ellos de la vieja manera de vivir y los llevó a un
nuevo entorno; del mismo modo, el agua del bautismo nos libra a nosotros de la vana
manera de vivir que heredamos y nos lleva a vivir en resurrección. Éste es el punto
principal de este libro. Cristo nos redimió con este fin (1:18-19). La redención lograda
por la muerte de Cristo fue aceptada y nos fue aplicada en el bautismo por el Espíritu
mediante la resurrección de Cristo. Ahora debemos andar diariamente en el Espíritu del
Cristo resucitado; debemos andar de tal manera que vivamos a Cristo en resurrección
por medio del poder de vida de Su Espíritu (Ro. 6:4-5). Ésta es una nueva y excelente
manera de vivir que glorifica a Dios (1 P. 2:12).
El bautismo por sí solo no quita las inmundicias de nuestra carne, esto es, la suciedad de
nuestra naturaleza caída y la contaminación de los deseos carnales. La enseñanza
errónea que dice que una persona es salva por medio del bautismo, la cual se apoya en
este versículo, en Marcos 16:16 y Hechos 22:16, es corregida aquí. El bautismo es
solamente una figura; su realidad es el Cristo resucitado quien, como Espíritu
vivificante, nos aplica todo lo que Cristo experimentó en Su crucifixión y en Su
resurrección, de modo que estas cosas lleguen a ser reales en nuestra vida diaria.
LA PETICIÓN DE UNA BUENA CONCIENCIA
La palabra griega traducida petición es eperótema, y denota una pregunta, una
indagación. Su significado ha sido muy discutido. El significado correcto parece ser el
que Alford explica: “Buscar a Dios con una conciencia buena y pura”. Esto es lo que
gobierna la vida cristiana adecuada. Esta clase de pregunta en la cual se pide algo puede
considerarse una súplica o una exigencia. El pensamiento de Pedro aquí parece ser que
el bautismo representa una súplica a Dios de parte del que es bautizado, una súplica en
la que se pide una buena conciencia hacia Dios. El bautismo, como símbolo, como
complemento de nuestra fe en todo lo que Cristo ha logrado, da testimonio de que todos
los problemas que teníamos ante Dios y con Dios han sido solucionados. Por
consiguiente, también da testimonio de que nuestra conciencia está libre de
condenación y de que tenemos perfecta paz y confianza de haber sido bautizados en el
Dios Triuno (Mt. 28:19) y de haber sido unidos orgánicamente a Él por medio de la
resurrección de Cristo, es decir, por el Cristo resucitado quien es el Espíritu de vida. Si el
bautismo por agua no tiene al Espíritu de Cristo como realidad, automáticamente se
convierte en un rito vacío y muerto.
En este versículo vemos que el bautismo es primeramente nuestra petición, la petición
que hacen los que son bautizados, para que Dios les dé una conciencia buena y pura. Un
bautismo apropiado siempre conducirá al bautizado a hacer tal petición. Antes de creer
en el Señor y de ser bautizados, éramos pecadores. Pero cuando fuimos iluminados por
medio de la predicación del evangelio, nos dimos cuenta de que éramos muy
pecaminosos. Ante Dios y ante los hombres, cometimos muchas transgresiones, delitos
y ofensas, y teníamos muchos sentimientos de culpabilidad. Luego, nos arrepentimos,
creímos en el Señor, recibimos Su perdón y fuimos salvos. Sin embargo, nuestro
arrepentimiento y nuestra fe necesitaban una manifestación externa. Esta manifestación
es el bautismo. Por lo tanto, el bautismo y nuestra acción de creer, es decir, nuestra fe,
son dos aspectos de una misma cosa. Es por ello que el Nuevo Testamento nos habla de
creer y ser bautizados (Mr. 16:16). Creer y ser bautizados puede compararse con el
hecho de usar ambos pies para dar un paso completo. Primero creemos, y nuestra acción
de creer puede compararse con el hecho de mover un pie adelante. Luego somos
bautizados, y nuestro bautismo puede compararse con el hecho de mover el otro pie
para completar el paso. Ambas cosas, el creer y ser bautizados, constituyen un paso
completo.
Como hemos dicho anteriormente, nuestra acción de creer es nuestra reacción
espontánea a todo lo que Cristo ha logrado. Primeramente, lo que Cristo ha logrado para
nuestra salvación nos es predicado como evangelio. Al escuchar esta predicación, el
Espíritu opera sobre nosotros y dentro de nosotros para hacer que reaccionemos a lo
que hemos oído en el evangelio, es decir, a lo que hemos oído concerniente a los logros
de Cristo.
Esta reacción de nuestra parte cuando oímos acerca de los logros de Cristo podemos
compararla con la acción de tomar una foto con una cámara. La cámara primero se
enfoca en cierto paisaje, y luego un reflejo de dicho paisaje queda impreso en el rollo de
la cámara. Podemos comparar los logros de Cristo al paisaje que ha de fotografiarse.
Cuando el evangelio nos es predicado apropiadamente, éste introduce en nosotros una
visión de este “paisaje”, y el Espíritu Santo nos ilumina. De este modo, el paisaje queda
impreso en el “rollo” de nuestro espíritu. Como resultado, nosotros creemos en Cristo
desde lo profundo de nuestro ser. Por consiguiente, se produce una reacción espontánea
en nuestro ser cuando oímos acerca de los logros de Cristo, y esta reacción es nuestra
acción de creer en Cristo.
Como hemos dicho, creer en Cristo es algo que debe manifestarse de manera externa, y
esta manifestación es el bautismo. El bautismo, por tanto, complementa nuestra acción
de creer en Cristo.
Además, en el momento de ser bautizados, nosotros le pedimos a Dios que nos dé una
conciencia buena y pura. Después que somos bautizados y salimos del agua, tenemos
una conciencia que es buena y pura, una conciencia que no nos condena. Todos nuestros
pecados, ofensas, transgresiones y delitos son perdonados, y todos los problemas que
nos habían enredado en nuestra vida quedan sepultados en el agua. Esto significa que
por medio del bautismo, todo nuestro pasado pecaminoso queda borrado. Como
resultado, podemos tener una conciencia buena y pura.
Quisiéramos recalcar el hecho de que el bautismo por sí solo no quita las inmundicias de
la carne, sino que, más bien, nos capacita para que podamos tener la certeza y el
testimonio de que le pedimos a Dios una conciencia buena y pura. Luego, después que
somos bautizados, Dios nos contesta indicándonos que ahora tenemos una conciencia
que es buena y pura.
POR MEDIO DE LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO
El versículo 21 termina con las palabras: “por medio de la resurrección de Jesucristo”.
Sin la resurrección de Jesucristo, nosotros no podríamos participar de la vida de
resurrección ni podríamos recibir al Espíritu vivificante en nosotros. Mediante la fe y el
bautismo, a todos nosotros se nos introdujo en una unión orgánica con el Dios Triuno.
Es por medio de la resurrección de Cristo que somos introducidos en el Dios Triuno y
podemos tener una unión orgánica con Él. Ahora, en el Dios Triuno y con el Dios
Triuno, disfrutamos la vida divina y al Espíritu vivificante. Por consiguiente, después
que somos bautizados, la vida divina y el Espíritu vivificante se encargan de que la figura
del bautismo sea real y viva para nosotros en nuestra experiencia.
En el versículo 21 se da énfasis al bautismo en relación con la resurrección de Jesucristo.
Únicamente se puede experimentar la realidad del bautismo por medio de la vida divina
y el Espíritu vivificante. Nuestra base para hacer esta afirmación son estas palabras de
Pedro: “Por medio de la resurrección de Jesucristo”. Fue en la resurrección de Cristo
que Él liberó la vida divina para que ésta pudiese ser impartida a nuestro espíritu. Fue
también en la resurrección que Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante con el fin de
entrar en nuestro espíritu, morar en nuestro espíritu y aplicarnos todas las riquezas de
Su vida divina. Es por medio de la resurrección de Cristo que nosotros experimentamos
verdaderamente y con absoluta certeza la realidad de lo que se prefigura en el bautismo.
El bautismo consta de dos aspectos, el aspecto de la muerte y el de la resurrección. El
hecho de descender al agua y ser sumergido en ella representa la muerte, mientras que
el de levantarse del agua y salir de ella representa la resurrección. Por lo tanto, en el
bautismo no solamente vemos el aspecto de la muerte de Cristo, sino también el aspecto
de Su resurrección. La muerte de Cristo puede ser prevaleciente y eficaz únicamente en
resurrección. Si Cristo hubiera muerto pero no hubiera resucitado, Su muerte habría
sido en vano. La eficacia de la muerte de Cristo se halla en el Espíritu de resurrección.
Cristo murió para quitar nuestro pecado (Jn. 1:29), y murió por nuestros pecados
llevándolos a la cruz (1 Co. 15:3; 1 P. 2:24). La muerte de Cristo ahora nos mantiene
libres del pecado (Ro. 6:7). Sin embargo, la eficacia de esta muerte se halla en la
resurrección de Cristo. La realidad y la eficacia de la muerte de Cristo se hallan en el
Espíritu vivificante en resurrección. Cuando el Espíritu vivificante entra en nosotros con
la vida de resurrección, este Espíritu hace eficaz la muerte de Cristo en nuestra
experiencia. Así, de forma inmediata y espontánea quedamos liberados del pecado y
disfrutamos la redención que Cristo efectuó en la cruz.
El bautismo es una figura que indica que todas las cosas negativas fueron disueltas y
quedaron sepultadas en el agua. Pero el bautismo también nos habla de la resurrección
de Cristo. Es por medio de la resurrección de Cristo que obtenemos la realidad de lo que
significa el bautismo.
EL CRISTO RESUCITADO PASÓ POR LA MUERTE
Quisiera añadir algo más acerca del arca de Noé. Comúnmente ha sido admitido que el
arca de Noé tipifica a Cristo. Sin embargo, entre los que leen la Biblia, muchos no
entienden claramente de qué manera o en qué aspecto el arca de Noé es un tipo de
Cristo. El arca de Noé tipifica al Cristo en resurrección, quien pasó por la muerte.
Cuando Cristo anduvo en la tierra, Él, por supuesto, aún no había resucitado, pues
todavía no había muerto. No obstante, en Juan 11:25 Él le declaró a Marta: “Yo soy la
resurrección y la vida”. Esto revela claramente que Cristo, aun antes de Su muerte y
resurrección, era tanto la vida como la resurrección. Él siempre fue el Cristo de
resurrección. El arca de Noé, por tanto, representa a este Cristo de resurrección, quien
pasó por la muerte.
Si el arca de Noé no representara a este Cristo de resurrección, ¿cómo pudo pasar por
agua y salir de ella sin sufrir ningún daño? Precisamente el hecho de que el arca pasara
por agua y saliera de ella nos habla del Cristo que está en resurrección, puesto que el
arca misma es un tipo de Cristo. ¿Cómo es posible que Cristo pudiera entrar en la
muerte y salir de ella? Únicamente Cristo pudo salir de la muerte en resurrección
porque Él mismo es la resurrección y es de resurrección. Ya que Cristo es la única
persona que es de resurrección, Él tuvo la fortaleza para pasar por la muerte. En Hechos
2:24 se nos dice que la muerte no pudo retenerlo. En cambio, cuando cualquier otra
persona entra en la esfera de la muerte, queda retenida allí. Nadie puede salir de ella.
Además, Cristo no sólo entró en la muerte y pasó por ella, sino que deliberadamente
permaneció en la esfera de la muerte por tres días. Y cuando se cumplieron esos tres
días, Él salió de la muerte. Debido a que Cristo era la resurrección, Él podía salir
caminando de ella tranquilamente. Esto está tipificado por el arca de Noé, la cual entró
en las aguas de la muerte, permaneció en dichas aguas, pasó por ellas y salió de ellas.
Todo ello es un tipo del Cristo que está en resurrección.
En Su resurrección, Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) a fin de entrar
en nosotros (Jn. 20:22) e impartirnos Su vida de resurrección. Ahora esta vida de
resurrección junto con el Espíritu vivificante hacen real y eficaz en nuestra experiencia
cada aspecto de la muerte de Cristo.
LA GLORIOSA Y HONORABLE UNIÓN ORGÁNICA
En el versículo 22 Pedro concluye esta sección, diciendo: “Quien habiendo subido al
cielo está a la diestra de Dios; y a Él están sujetos ángeles, autoridades y potestades”.
Estas palabras adicionales no solamente nos revelan de manera más amplia el resultado
glorioso de los sufrimientos de Cristo, a saber, Su exaltación después de Su resurrección
y la posición elevada y honorable que Él ahora ocupa en los cielos a la diestra de Dios,
sino que también nos muestran cuán gloriosa y honorable es la unión orgánica que
ahora tenemos con Cristo por medio del bautismo, dado que fuimos bautizados en Él
(Ro. 6:3; Gá. 3:27).
Es una característica de Pedro incluir muchísimos asuntos en sus escritos. Vemos esta
característica en el versículo 22. Después de hablar en el versículo anterior acerca de la
resurrección de Cristo, Pedro nos muestra que hoy el Cristo resucitado está a la diestra
de Dios. Cristo subió al cielo, y los ángeles, las autoridades y las potestades fueron todos
sometidos a Él. Como hemos visto, por medio del bautismo fuimos puestos en Cristo, y
ahora tenemos una unión orgánica con Él. El Cristo al cual hemos sido unidos
orgánicamente no es solamente el Cristo resucitado, sino también el Cristo ascendido.
Por lo tanto, mediante la unión orgánica, somos introducidos no solamente en la
resurrección de Cristo sino también en Su ascensión y en Su exaltación. Esto significa
que, puesto que estamos en Cristo, los ángeles, las autoridades y las potestades están
sujetos a nosotros así como le están sujetos a Él. ¡Aleluya, somos uno con el Cristo
crucificado, resucitado y exaltado!
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTISÉIS
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(8)
Lectura bíblica: 1 P. 4:1-4
ARMARSE DEL SENTIR DE CRISTO
En los versículos del 1 al 6 del capítulo 4, Pedro aborda el tema según el cual los
creyentes deben armarse del sentir de Cristo con respecto al sufrimiento. El versículo 1
dice: “Puesto que Cristo ha padecido en la carne, vosotros también armaos del mismo
sentir; pues quien ha padecido en la carne, ha terminado con el pecado”. La palabra
armaos indica que la vida cristiana es una batalla.
Uno de los principales propósitos de este libro es animar y exhortar a los creyentes a
seguir las pisadas de Cristo al sufrir persecución (1:6-7; 2:18-25; 3:8-17; 4:12-19). Ellos
deben tener el mismo sentir que tuvo Cristo en Sus sufrimientos (3:18-22). La función
principal de nuestra mente es la de entender y comprender. Por tanto, si queremos
llevar una vida que siga las pisadas de Cristo, necesitamos una mente renovada (Ro.
12:2) que entienda y comprenda la manera en que Cristo vivió para cumplir el propósito
de Dios.
En nuestra vida diaria, la parte predominante de nuestro ser es nuestra mente. Todo lo
que hacemos en nuestra vida cotidiana lo dirige nuestra mente. Es nuestra mente, no
nuestra voluntad, la que dirige nuestras vidas. Todas nuestras actividades están bajo la
dirección de nuestra mente.
Puesto que la mente es la que dirige nuestro vivir, es preciso que la predicación de la
Palabra cambie la manera de pensar de las personas. Uno de los objetivos de la
predicación y la enseñanza es el de cambiar la mentalidad de las personas. Si pensamos
de cierta manera, seremos dirigidos en esa dirección. Pero si nuestra mentalidad cambia
y pensamos de otra manera, nuestro vivir se encaminará en una dirección diferente.
Nuestros pensamientos rigen nuestras acciones, palabras y hábitos. Es por ello que
Pedro encarga a los creyentes en 4:1 a armarse del sentir de Cristo.
Armarnos del sentir de Cristo equivale a armarnos de los pensamientos y conceptos de
Cristo. Esto implica un cambio en nuestra manera de pensar. Muchos cristianos creen
que mientras amemos a Dios y hagamos Su voluntad, estaremos bajo Su bendición y no
sufriremos de ningún modo. Entre los cristianos es común el concepto de que mientras
amemos al Señor no debemos pensar que ningún sufrimiento nos sobrevendrá. Pero
consideren la vida de Cristo. ¿No amaba Él a Dios? ¿Acaso no hizo Él la voluntad de
Dios? Cristo amó muchísimo a Dios, e hizo la voluntad de Dios hasta el final y de forma
absoluta. Pero, ¿qué cosas le sucedieron a lo largo de su vida? Pareciere como si durante
toda Su vida en la tierra no hubiera experimentado ninguna bendición sino sólo
sufrimientos. Él nació en una familia pobre, muy lejos de ser considerada una familia de
clase alta. Por supuesto, aquella familia era del linaje de David y, por consiguiente,
pertenecía al linaje real. Pero cuando el Señor Jesús nació, aquella familia real era muy
pobre económicamente. Además, tal familia no vivía en Jerusalén, sino en el
menospreciado pueblo de Nazaret en Galilea. Galilea era semejante a uno de los estados
más pobres de Estados Unidos, que no se comparan con otros estados más ricos y de
mayor población. El Señor Jesús vivió en Nazaret más de treinta años. Al inicio de Su
vida, lo pusieron en un pesebre, y al final de Su vida, lo pusieron en la cruz. ¿Dónde
vemos la bendición de Dios en la vida del Señor? Él padeció un sufrimiento tras otro. No
gozaba de un buen nombre, ni tampoco tenía un lugar donde recostar Su cabeza. Ésta
fue la vida que el Señor Jesús llevó en la tierra. Su vida fue una vida de sufrimientos.
El concepto de que la vida cristiana es una vida de sufrimientos es totalmente contrario
a la mentalidad natural y religiosa, especialmente a la mentalidad natural de muchos
cristianos. Son muchos los cristianos que piensan que mientras pertenezcamos a Dios,
mientras seamos parte del pueblo de Dios, le amemos y hagamos Su voluntad, en lo que
respecta a nosotros nos irá bien en todo. Según este concepto, seremos bendecidos y
tendremos un buen empleo, una buena casa y una excelente vida familiar. Los cristianos
que sostienen este concepto quizás abriguen la esperanza de que todos sus hijos lleguen
a ser profesionales bien preparados y adinerados. Incluso es posible que algunos
cristianos que hayan tenido éxito y sean ricos, digan: “¡Qué bendiciones tan maravillosas
me ha dado el Señor! Todo lo que tengo y todo mis logros se deben a que amo al Señor
Jesús y hago la voluntad de Dios. Miren cómo Dios me ha bendecido”.
Este concepto de la vida cristiana es totalmente contrario a lo que Pedro enseña en esta
epístola. Pedro sabía que cuanto más amamos al Señor, más somos privados de ciertas
cosas, y también sabía que cuanto más hacemos la voluntad de Dios, más problemas
tenemos; problemas relacionados con nuestro empleo, nuestras finanzas y nuestra vida
familiar. Tal vez algunos al escuchar esto digan: “Hermano Lee, no diga eso. Esa clase de
enseñanza asustará a los cristianos y los alejará”. Ésta es la razón por la cual todos
debemos prestar atención al encargo que nos hace Pedro acerca de armarnos del sentir
de Cristo.
¿Qué clase de sentir es el sentir de Cristo? Si tenemos el sentir de Cristo, nos daremos
cuenta de que vivimos en una época en la que impera la rebeldía, y en una generación
torcida y pervertida. Puesto que la época en que vivimos se caracteriza por la rebeldía, y
la generación de nuestros días es perversa, cuanto más amemos a Dios y hagamos Su
voluntad, más sufrimientos nos sobrevendrán. Sufriremos por rehusarnos a seguir la
corriente de esta era. Por un lado, nosotros queremos hacer la voluntad de Dios; por
otro, la voluntad de Dios es absolutamente contraria a la corriente de esta era.
Asimismo, nosotros hemos optado por amar al Señor Jesús, pero esto es totalmente
contrario a la corriente de este mundo corrupto. Por lo tanto, si somos personas que
aman al Señor y hacen la voluntad de Dios, estamos destinados a sufrir. Éste será
nuestro porvenir si tenemos el sentir de Cristo.
Debemos armarnos, equiparnos, del sentir de Cristo. Esto significa que este sentir de
Cristo es un arma, una parte de la armadura que necesitamos para pelear la batalla por
el reino de Dios.
Si nos armamos del sentir de Cristo en cuanto al sufrimiento, estaremos dispuestos a
sobrellevarlo. Diremos: “Alabado sea el Señor porque los sufrimientos son parte de mi
destino. Esto es lo que Dios me ha asignado. Los sufrimientos son la porción de los hijos
de Dios en esta era”. En 1 Tesalonicenses 3 Pablo dice a los creyentes que Dios nos ha
destinado para padecer sufrimientos y persecución. Dios no nos ha destinado para
recibir bendiciones materiales, sino para sufrir. Por lo tanto, ya que sabemos que Cristo
sufrió en la carne, nosotros también debemos armarnos de este mismo sentir. Nuestro
sentir no debe ser el de orar por bendiciones materiales. Esto sería tener un sentir
equivocado.
PADECER EN LA CARNE Y TERMINAR CON EL PECADO
En 4:1 Pedro dice que los que han padecido en la carne, han terminado con el pecado. El
placer enciende las concupiscencias de nuestra carne (v. 2), mientras que el sufrimiento
las atenúa. El propósito de la obra redentora de Cristo es liberarnos de la vana manera
de vivir que heredamos (1:18-19). El sufrimiento concuerda con la obra redentora de
Cristo puesto que también cumple el propósito de guardarnos de una manera de vivir
pecaminosa, del desbordamiento de disolución (4:3-4). Tal sufrimiento, principalmente
en forma de persecución, representa la disciplina de Dios en Su administración
gubernamental. Pasar por tal sufrimiento equivale a ser juzgado y disciplinado en la
carne por Dios (v. 6). Por lo tanto, nosotros debemos armarnos de una mentalidad
sobria a fin de soportar tal sufrimiento.
En la economía de Dios, el sufrimiento realiza una labor muy positiva en favor de los
hijos de Dios. El sufrimiento restringe grandemente nuestras concupiscencias. Cuanto
más deleite material tengan las personas, más satisfarán sus concupiscencias y más se
entregarán a ellas. Pero si sufrimos pobreza, persecución o enfermedad, este sufrimiento
nos guardará de complacer nuestras concupiscencias. Todo el mundo sabe que los ricos,
a causa de sus concupiscencias, cometen más pecados que los pobres. Si uno posee
muchísimas riquezas y no necesita trabajar, pasará todo su tiempo complaciendo sus
concupiscencias. Es posible que viaje alrededor del mundo en búsqueda de placeres.
Pero es posible que el Señor lo restrinja a usted económicamente de modo que
escasamente logre cubrir las necesidades más básicas, y tenga que trabajar muchas
horas al día para ganarse la vida. Como resultado, no le quedaría a usted ni tiempo ni
energías para complacer sus concupiscencias. Su pobreza incluso apagaría totalmente el
deseo de ir en busca de placeres lascivos.
Es peligroso ser rico. Si usted es rico y anda en un auto lujoso para ostentar, esto de
inmediato avivará las concupiscencias que hay en su corazón. No piense que por el
hecho de ser cristiano y poseer la vida divina, no será tentado de esta manera. El diablo
usa las riquezas para avivar las concupiscencias. Dios, en cambio, usa los sufrimientos
que padecemos en la carne para que terminemos con el pecado.
VIVIR EN LA VOLUNTAD DE DIOS
En el versículo 2 Pedro añade lo siguiente: “Para no vivir el tiempo que resta en la carne,
en las concupiscencias de los hombres, sino en la voluntad de Dios”. Este versículo
indica que ya no debemos vivir según la vana manera de vivir que recibimos de nuestros
padres (1:18), sino según una manera de vivir santa y excelente (v. 15; 2:12), que es pura
en un temor santo y buena en Cristo (3:2, 16). En esto consiste la voluntad de Dios.
No es fácil mantenernos alejados de las concupiscencias y hacer la voluntad de Dios
mientras tenemos abundancia de bienes materiales. Es por ello que Dios nos asigna
cierta porción de sufrimientos. Tales sufrimientos ponen límite a nuestras
concupiscencias y nos guardan en la voluntad de Dios. En este sentido todos deberíamos
adorar a Dios por nuestros sufrimientos. Deberíamos decirle: “Señor, cuánto te adoro
porque en Tu soberanía me has asignado sufrimientos para que sea guardado en Tu
voluntad”.
No debemos temer que nuestros sufrimientos puedan ser demasiado difíciles de
soportar. El Señor sabe cuántos sufrimientos mandarnos. Si Él les pide a los maridos
que den cierta porción de honor a sus esposas, ciertamente sabe qué medida de
sufrimiento darnos. Él no nos asignará ni muy pocos ni demasiados sufrimientos, sino
que siempre nos dará la medida correcta y exactamente lo que necesitamos.
Tal vez un hermano diga: “Hace poco me sentía muy feliz en el Señor, pero hoy me
quedé sin trabajo y me siento profundamente deprimido”. Lo que este hermano necesita
es darse cuenta de que ese sufrimiento le fue asignado por el Señor. Sin embargo, si le
decimos esto quizás nos diga: “Es debido a la inflación y a la crisis económica que perdí
mi empleo. ¿Cómo puede usted decir que esto viene del Señor?”. Aparentemente, él
perdió su empleo a causa de la economía. Pero la economía y todo lo relacionado con
ella está bajo la soberanía de Dios. Por lo tanto, aun el hecho de perder el empleo es algo
que el Señor le asignó. Asimismo, la oposición que afrontamos, incluso de parte de los
miembros de nuestra propia familia, podría ser un sufrimiento asignado por Dios para
nuestro bien.
UN CUADRO DE LA VANA MANERA DE VIVIR
En el versículo 3 Pedro dice: “Basta ya el tiempo pasado para haber hecho los deseos de
los gentiles, habiendo andado en lascivias, concupiscencias, embriagueces, juergas,
disipación e ilícitas idolatrías”. Literalmente la palabra griega traducida deseos aquí es
propósito, voluntad, o sea, intención o inclinación; por ende, deseos. Todos los asuntos
negativos enumerados en este versículo están relacionados con la vana manera de vivir
(1:18).
Cada una de las expresiones negativas mencionadas en este versículo denotan el
cumplimiento de los deseos en distintos aspectos. Las lascivias denotan el cumplimiento
de los deseos sexuales, y las concupiscencias se refieren al cumplimiento de diferentes
clases de placeres. Las personas tienen diversos tipos de pasiones. Por ejemplo, la gente
mundana tiene un deseo exagerado por lucir bien, y no sólo tiene este deseo, sino que lo
satisfacen.
La palabra “embriagueces” significa satisfacer el deseo de beber vino, y se refiere a beber
vino en exceso.
La palabra “juergas” alude a comer y beber con malas compañías, incluyendo el hecho
de gritar y armar algarabías sin límite o restricción alguna.
Pedro también habla en el versículo 3 de la disipación. Las personas caen en la
disipación cuando compiten unos con otros en la bebida. Algunos incluso compiten para
ver quién bebe más.
Las palabras que usa Pedro en el versículo 3 describen lo corrupta que era la sociedad en
la época del Imperio Romano. El Imperio Romano no fue derrotado únicamente por
ejércitos extranjeros, sino principalmente por su corrupción interna. Es debido a que
conocemos la historia del Imperio Romano que nos sentimos muy preocupados por la
condición actual de nuestro país. Este país es poderoso militarmente, pero hay mucha
corrupción interna. Consideren las actividades en las que participa la gente mundana los
fines de semana. Dios dispuso que el primer día de la semana fuera un día libre en el que
pudiéramos adorarle y aprender las cosas de Dios. Pero la gente mundana usa este día
para entregarse a la lascivia, a las concupiscencias, a las embriagueces, a las juergas y a
la disipación. Esto describe la manera en que viven los gentiles. En el versículo 3 Pedro
nos dice que ya fue suficiente el tiempo pasado para haber hecho los deseos de los
gentiles. Ya no debemos vivir de esa manera.
ILÍCITAS IDOLATRÍAS
En el versículo 3 Pedro no sólo nos habla de satisfacer las concupiscencias, sino también
de “ilícitas idolatrías”. Dondequiera que la gente se entregue a las concupiscencias,
habrá también allí idolatría. Tal vez algunos digan: “Vivimos en un país moderno y
científico. Aquí la gente no es supersticiosa. Nosotros no tenemos ídolos”. Pero es un
hecho que todo el que se entrega a sus concupiscencias, tiene un ídolo.
En el versículo 3 Pedro no solamente habla de idolatrías sino de ilícitas idolatrías. La
Versión King James y la Versión American Standard usan el adjetivo abominable en vez
de ilícitas. La Biblia de Darby usa la palabra profano. Pero en la Versión Recobro
optamos por la palabra ilícitas. La palabra griega significa algo o alguien que no se
somete a la ley. Lo que queremos decir es que la idolatría siempre hace que la gente
actúe como si no hubiera ley alguna. Todo el que adora a un ídolo o practica la idolatría
es una persona que actúa así, es decir, hará ciertas cosas sin ninguna restricción. Es por
eso que considero que la palabra que usa Pedro en el versículo 3 se refiere a vivir o
actuar sin restricción o leyes. Lo que Pedro dice aquí es que la idolatría hace que la gente
actúe como si no haya ley que le restrinja. No dice que sea ilegal adorar a un ídolo, sino
que la idolatría lleva a las personas a actuar sin ninguna regulación o restricción, y hace
que vivan sin ser gobernadas por ninguna clase de ley. En China conocí gente idólatra
que verdaderamente vivía como si no hubiera ley alguna que le restringiera.
NO CORRER
EN EL MISMO DESBORDAMIENTO DE DISOLUCIÓN
En el versículo 4 Pedro añade: “En ello les parece cosa extraña que vosotros no corráis
con ellos en el mismo desbordamiento de disolución, y os calumnian”. La palabra griega
traducida “cosa extraña” es xenízo, y significa ser un huésped o invitado, ser extraño o
forastero; hospedar o alojar; considerar que algo es extraño. Vivir en la carne, en las
concupiscencias de los hombres (v. 2), es algo común entre los gentiles incrédulos,
quienes corren en un desbordamiento de disolución. En cambio, vivir una vida santa, en
la voluntad de Dios, y no correr con ellos en su entrega a las concupiscencias, es algo que
les resulta extraño. Tal cosa es ajena para ellos; les sorprende y les causa asombro.
Literalmente, la frase “correr con ellos” significa precipitarse en una multitud semejante
a una banda de juerguistas. Esto corresponde a vivir en la carne, en las concupiscencias
de los hombres, a fin de llevar a cabo los deseos de los gentiles (v. 3) según la vana
manera de vivir.
En griego, la frase “desbordamiento de disolución” es anácusis, que significa
derramamiento o rebosamiento (como una corriente); por ende, desbordamiento. Aquí
denota entregarse de manera excesiva a las concupiscencias, un exceso de corrupción y
degradación moral, que es como un desbordamiento en el cual uno se hunde cuando
corre hacia él.
A la gente del mundo le parece extraño que nosotros no corramos con ellos en el mismo
desbordamiento de disolución. Todos los placeres enumerados en el versículo 3 se
asemejan a un desbordamiento. Este desbordamiento es una corriente, una tendencia.
Siempre que llega el fin de semana, la gente del mundo sigue esta corriente para
entregarse a sus concupiscencias. Así que a ellos les parece extraño que nosotros, como
creyentes, no corramos con ellos en el mismo desbordamiento de disolución. Para ellos,
nosotros somos como extranjeros. Nos miran como si fuéramos extranjeros, como si
fuéramos ciudadanos de otro país. Por ejemplo, si usted vive en Estados Unidos y recibe
en su casa a personas del extranjero, ellas serán extrañas para usted y usted para ellas.
Tanto usted como ellas estarán conscientes de que están con personas de otro país. Lo
mismo nos sucede a nosotros cuando no corremos con los incrédulos y las personas
mundanas en el mismo desbordamiento de disolución. A ellos les parece extraño,
foráneo, raro, que nosotros nos neguemos a participar con ellos.
Es posible que a sus compañeros de trabajo se les haga extraño que usted no aproveche
los fines de semana para entregarse a los entretenimientos mundanos. Quizás el viernes
por la tarde algunos le pregunten cuáles son sus planes para el fin de semana. Tal vez
ellos se jacten de lo que piensan hacer para complacer sus concupiscencias, y lo
presionen ansiosamente para que les diga cuáles son sus planes. Luego, puede ser que
usted les explique que ese fin de semana asistirá a las reuniones de la iglesia o que estará
fuera de la ciudad participando en una conferencia. Es posible que a sus colegas les
parezca extraño que usted haga tales cosas en el fin de semana, y tal vez algunos le
pregunten: “¿De dónde es usted? ¿Es acaso usted de otro planeta? Usted es como un
extraño para nosotros, como una persona de otro país”.
La Versión King James, en vez de decir “les parece cosa extraña”, traduce la palabra
griega como “se asombran”. Otras versiones dicen “se sorprenden”. No concordamos
con estas traducciones, ya que se alejan demasiado del significado del original. Es mejor
optar por una traducción literal y decir, como dice la Versión Recobro: “les parece cosa
extraña”. A los incrédulos les parecerá extraño que no nos interese participar con ellos
en los placeres carnales. En particular, a ellos puede parecerles extraño que no
celebremos la Navidad ni nos interesen las fiestas navideñas. El camino que ha escogido
seguir este mundo corrupto, esta generación torcida y perversa, es el de seguir la
corriente de los placeres y la disolución. Pero nosotros no correremos con ellos en esa
corriente.
La palabra “disolución” mencionada en el versículo 4 también indica darse gusto en
exceso. Todos necesitamos comer, pero no debemos comer en exceso. Asimismo, todos
necesitamos beber, pero no debemos beber en demasía. En cierta ocasión Pablo le dijo a
Timoteo que por causa de sus frecuentes enfermedades, debía beber un poco de vino.
Así que está bien que alguien que tenga alguna necesidad especial beba un poco de vino
por causa de su salud, pero no debe irse al extremo de beber en exceso. Si nos
excedemos en la comida o en la bebida, caeremos en abusos, en excesos y en disolución.
Como creyentes, no debemos caer en ningún tipo de disolución. En la manera en que
comemos, bebemos, hacemos las compras y gastamos el dinero, debemos limitarnos y
restringirnos. No debe haber disolución alguna en ninguno de estos asuntos. La gente
mundana sigue el desbordamiento de disolución para satisfacer sus concupiscencias,
pero nosotros no seguimos ese camino. Mientras ellos siguen la corriente de esta era,
nosotros vamos en contra de esta corriente. Esto les parece a ellos muy extraño.
LOS CREYENTES SON CALUMNIADOS
Los incrédulos, mientras corren juntos en el desbordamiento de disolución, calumnian a
los creyentes. Esto significa que ellos hablan mal o injuriosamente de nosotros (Hch.
13:45; 1 P. 2:12; 3:16). En los días del Imperio Romano, los creyentes, cuyo
comportamiento era considerado extraño, eran injustamente calumniados y acusados de
todo tipo de crímenes.
Las calumnias mencionadas en el versículo 4 no eran dirigidas a Dios, sino a nosotros,
los creyentes. Muchos de nosotros hemos sido calumniados por los incrédulos en la
escuela, en nuestro trabajo o en nuestro vecindario. Incluso hay algunos que han sido
calumniados por sus propios parientes. Los que siguen la corriente de esta era a menudo
calumniarán a los creyentes.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTISIETE
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(9)
Lectura bíblica: 1 P. 4:1-11
En el mensaje anterior abordamos 1 Pedro 4:1-4. El versículo 1 dice: “Puesto que Cristo
ha padecido en la carne, vosotros también armaos del mismo sentir; pues quien ha
padecido en la carne, ha terminado con el pecado”. Lo que dice Pedro acerca de
armarnos hace alusión a una pelea, una guerra. En 2:11 Pedro también habla de una
guerra, de la batalla que se libra entre las concupiscencias carnales y el alma. Dice:
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos
carnales que batallan contra el alma”. Tanto 2:11 como 4:1 se refieren a la misma clase
de lucha, a la guerra entre las concupiscencias y nuestra alma. Según lo que dice Pedro
en 4:1, debemos armarnos del sentir de Cristo para poder pelear contra la carne y sus
concupiscencias.
Si queremos armamos del sentir de Cristo, es preciso que Cristo sea nuestra vida. Si
tratamos de armarnos de este mismo sentir sin tener a Cristo como nuestra vida,
simplemente estaremos imitando a Cristo de forma externa. Como hicimos notar en un
mensaje anterior, esta clase de imitación puede compararse a la de un mono que ha sido
entrenado para imitar a un ser humano.
En 4:2 Pedro dice que ya no debemos vivir en la carne, en las concupiscencias de los
hombres, sino en la voluntad de Dios. Luego, en los versículos 3 y 4, presenta un cuadro
de lo que es la vana manera de vivir. En particular, en el versículo 4 él señala que a los
incrédulos les parece cosa extraña que no corramos con ellos en el mismo
desbordamiento de disolución. Muy a menudo, los incrédulos calumnian a los creyentes,
es decir, hablan injuriosamente de ellos.
EL JUEZ DE LOS VIVOS Y DE LOS MUERTOS
En el versículo 5 Pedro añade: “Ellos darán cuenta a Aquel que está preparado para
juzgar a los vivos y a los muertos”. En este versículo el pronombre “ellos” se refiere a los
gentiles (v. 3), quienes se asombran de la manera distinta en que viven los creyentes y
hablan mal de ellos (v. 4).
En el versículo 5 Pedro dice que los incrédulos darán cuenta a Aquel que está preparado
para juzgar a los vivos y a los muertos. Dar cuenta a Dios es relatarle todo lo que uno ha
hecho y dicho durante toda su vida. Esto revela el gobierno de Dios sobre todos los
hombres. Él está preparado para juzgar a todos, tanto a los vivos como a los muertos. Su
juicio es la manera en que Él ejerce Su administración gubernamental mediante la cual
Él juzga la situación que impera entre los hombres.
Cristo juzgará a los vivos y a los muertos. Él juzgará primero a los que estén vivos de
entre las naciones (los gentiles) en Su trono de gloria antes del milenio (Mt. 25:31-46), y
luego juzgará a los muertos en el gran trono blanco después del milenio (Ap. 20:11-15).
Éste también será el juicio gubernamental de Dios, pero difiere del juicio sobre los
creyentes mencionado en el versículo 6, el cual comienza por la casa de Dios en esta era
(v. 17).
En Hechos 10:42 Pedro dice que Dios puso a Cristo por Juez de vivos y muertos. En 2
Timoteo 4:1 Pablo le dice a Timoteo: “Delante de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a
los vivos y a los muertos, te encargo solemnemente...”. Dios ha dado todo el juicio a
Cristo porque Él es un hombre (Jn. 5:22, 27; Hch. 10:42; 17:33; Ro. 2:16). Como Juez
justo (2 Ti. 4:8), Cristo juzgará a los vivos en Su segunda manifestación, y juzgará a los
muertos después del milenio. Así, pues, el Señor ejercerá el juicio de Dios sobre todos
los hombres, sobre los vivos y los muertos.
EL EVANGELIO ANUNCIADO A LOS MUERTOS
El versículo 6 dice: “Porque por esto también ha sido anunciado el evangelio a los
muertos, para que sean juzgados en la carne según los hombres, pero vivan en el espíritu
según Dios”. Durante siglos se ha debatido el significado de este versículo. ¿Qué
significa la frase “ha sido anunciado el evangelio a los muertos”? La expresión “los
muertos” se refiere a los creyentes en Cristo que murieron y que habían sufrido
persecución debido a su testimonio cristiano, según vemos en 1:6; 2:18-21; 3:16-17; y
4:12-19. En este libro, Pedro considera que esta clase de persecución es el juicio de Dios,
ejercido según el gobierno de Dios y que comienza por Su casa (v. 17). El evangelio les
fue predicado a estos creyentes mientras aún vivían, a fin de que, por un lado, fuesen
juzgados, disciplinados, en la carne por Dios, según los hombres y mediante la
persecución de los opositores, y de que, por otro lado, vivieran en el espíritu según Dios
mediante la fe en Cristo. Esto muestra cuán estricto y serio es el juicio de Dios en Su
administración gubernamental. Si los creyentes, quienes han obedecido al evangelio,
tienen que pasar por el juicio gubernamental de Dios, ¡con mayor razón tendrán que
hacerlo aquellos que se oponen al evangelio y calumnian a los creyentes!
En el versículo 6 la palabra espíritu denota el espíritu regenerado de los creyentes, en el
cual mora el Espíritu de Dios (Jn. 3:6; Ro. 8:10-11). Así que, este espíritu es ahora el
espíritu mezclado, en el cual los creyentes viven y andan (8:4).
La palabra muertos aparece tanto en el versículo 5 como en el versículo 6. En el
versículo 5 la palabra muertos se refiere a todos los incrédulos que han muerto y que
serán juzgados por el Señor en el trono blanco después del milenio, mientras que en el
versículo 6 la misma palabra se refiere a los creyentes que han muerto. Para el tiempo
en que Pedro escribió esta epístola, un buen número de creyentes judíos ya había
muerto. El evangelio les había sido predicado a ellos mientras aún vivían. Por lo tanto, la
frase “también ha sido anunciado el evangelio a los muertos” significa que el evangelio
fue predicado a creyentes que ya habían muerto antes de que se escribiera esta epístola.
Pedro dice que el evangelio fue predicado a los muertos para que fuesen juzgados en la
carne según los hombres. Estos creyentes fueron juzgados después de ser salvos; es
decir, fueron juzgados en la carne mientras aún vivían.
LOS DIVERSOS JUICIOS DE DIOS
Si hemos de entender lo que Pedro dice en cuanto al juicio mencionado en el versículo 6,
es necesario que tengamos una visión completa de toda la epístola. Todo el libro de 1
Pedro trata del gobierno de Dios, y el gobierno de Dios se ejerce principalmente
mediante Sus juicios. El juicio de Dios empezó con los ángeles rebeldes (2 P. 2:3-4) en
Génesis 6, y continuó llevándose a cabo a través de las generaciones de la humanidad en
el Antiguo Testamento (2 P. 2:5-9). Por ejemplo, el juicio de Dios vino sobre las
ciudades de Sodoma y Gomorra, y también fue ejecutado varias veces sobre el pueblo de
Israel en el desierto. Casi dos millones de israelitas murieron en el desierto bajo el juicio
de Dios. En cierto sentido, aun Aarón, María y Moisés murieron bajo el juicio de Dios,
porque todos ellos hicieron ciertas cosas indebidas que atentaban contra del gobierno de
Dios. Es muy serio que aun un hombre de Dios como Moisés hubiera muerto bajo el
juicio de Dios. Los dos hijos de Aarón, Nadab y Abiú, fueron juzgados por Dios y
murieron (Lv. 10:1-2). Asimismo, en un mismo día, más de veinte mil israelitas
murieron a causa del juicio de Dios. Finalmente, de entre todos los que salieron de
Egipto durante el éxodo, únicamente dos personas, Josué y Caleb, lograron entrar en la
buena tierra. Ellos fueron fieles durante todo el tiempo que anduvieron en el desierto, y
por eso no cayeron bajo el juicio sino que más bien se les permitió entrar en la tierra de
Canaán. Pero todos los demás, los que experimentaron la Pascua, bebieron del agua de
vida de la roca hendida, fueron testigos de los milagros de Dios y comieron del maná, se
volvieron desobedientes y murieron bajo el juicio de Dios. Aun la menor desobediencia
le causó a Moisés sufrir el juicio de Dios. Todos estos ejemplos deben hacernos
comprender lo serio que es el juicio de Dios.
En la era del Nuevo Testamento el juicio de Dios comienza por la casa de Dios (1 P. 1:17;
4:17) y continuará ejecutándose hasta que llegue el día del Señor (2 P. 3:10), el cual será
un día de juicio sobre los judíos, los creyentes y los gentiles antes del milenio. Después
del milenio, todos los muertos, incluyendo a los hombres y a los demonios, serán
juzgados y perecerán (1 P. 4:5; 2 P. 3:7), y los cielos y la tierra serán consumidos por el
fuego (2 P. 3:10, 12).
Muchos cristianos piensan que ser juzgados por Dios significa sufrir la perdición eterna.
Ésta es la manera en que tradicionalmente se ha entendido el juicio de Dios. De hecho,
en la Biblia se mencionan diversos juicios, y los resultados de cada uno de ellos no son
los mismos. Algunos juicios acarrean una prueba disciplinaria; otros, un castigo
dispensacional; y otros, la perdición eterna. Por medio de todos estos juicios, el Señor
Dios purificará todo el universo con el fin de obtener un cielo nuevo y una tierra nueva
destinados a un nuevo universo lleno de Su justicia (2 P. 3:13) para Su deleite.
LA PERSECUCIÓN ES CONSIDERADA
COMO PARTE DEL JUICIO DE DIOS
Según 4:6, incluso la persecución se considera parte del juicio de Dios. Los versículos
del 14 al 17 de este capítulo indican que la persecución es el comienzo del juicio de Dios.
En los versículos 15 y 16 Pedro dice que no debemos sufrir como malhechores ni por
entrometernos en lo ajeno; en lugar de ello, debemos sufrir como cristianos. Luego, en
el versículo 17, él dice que es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Esto
indica que, según el entendimiento de Pedro, aun la persecución que sufrían los
creyentes era el juicio de Dios.
No muchos cristianos se dan cuenta de que las persecuciones que sufren los creyentes
pueden ser el juicio que Dios inflige sobre ellos. Yo no tenía este entendimiento del
versículo 6, sino hasta hace poco, cuando estudié esta epístola. Después de mi estudio,
pude comprender que el juicio del que se habla en el versículo 6 se refiere a las
persecuciones que Dios asigna a Sus escogidos. Dios puede asignarnos cierta clase de
persecución a fin de guardarnos del pecado o hacer que dejemos de satisfacer nuestras
concupiscencias. Esta persecución que Dios nos asigna es Su juicio gubernamental; Su
juicio conforme a Su disciplina dispensacional. Por consiguiente, la persecución puede
ser una disciplina dispensacional que Dios aplica a Sus elegidos. Es muy claro que el
juicio mencionado en el versículo 6 no es un juicio relacionado con la perdición ni la
condenación eterna, sino, más bien, una disciplina dispensacional.
Hemos visto que las pruebas gubernamentales de Dios se ejercen a través de diferentes
juicios. Él juzgó a los ángeles rebeldes, a las ciudades de Sodoma y Gomorra, y al pueblo
de Israel en el desierto. Dios también juzga a los santos del Nuevo Testamento. Una de
las razones por las que la persecución puede venir sobre los creyentes es que ellos estén
mal en ciertos aspectos. En tales casos, Dios podría usar la persecución como una
disciplina dispensacional. Esta disciplina dispensacional es el juicio gubernamental que
Dios ejerce sobre nosotros para perfeccionarnos. El propósito de este juicio es que
nosotros vivamos en el espíritu según Dios.
SER SOBRIOS PARA DARNOS A LA ORACIÓN
En 4:7-11 Pedro dice que debemos ministrar como buenos mayordomos de la
multiforme gracia de Dios. El versículo 7 dice: “Mas el fin de todas las cosas se acerca;
sed, pues, sensatos y sobrios para daros a la oración”. Todas las cosas en las cuales la
carne confía pasarán, y el apóstol nos dice aquí que el fin de ellas se acerca. Esto nos
advierte de que una vida que se viva en la carne, en las concupiscencias de los hombres
(v. 2), pronto se terminará, dado que tiene que ver con las cosas que pasarán dentro de
poco. Por lo tanto, debemos ser sensatos y sobrios para darnos a la oración.
Literalmente, ser sensatos es tener una mente sana, tener una actitud de sobriedad, ser
capaces de comprender las cosas de forma adecuada y cabal sin ninguna perturbación.
Además, ser sobrios para darnos a la oración significa ser sobrios para poder velar, para
poder vigilar. Esto significa estar en guardia; de ahí que se nos hable de ser sobrios para
darnos a la oración. Esto equivale a las palabras del Señor cuando dijo: “Velad y orad”
(Mt. 26:41; Lc. 21:36).
Es preciso que comprendamos que todas las cosas llegarán a su fin. Pedro nos dice que
el fin de todas las cosas se acerca. Por consiguiente, en lugar de amar las cosas
materiales, debemos ser sensatos y sobrios para darnos a la oración. No centren sus
pensamientos en tener una mejor casa, un mejor automóvil o una mejor educación. El
fin de todas estas cosas se acerca.
EL AMOR Y LA HOSPITALIDAD
El versículo 8 añade lo siguiente: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor;
porque el amor cubre multitud de pecados”. El amor debe ser lo primero.
En el versículo 9 Pedro dice: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones”.
Pedro escribió este versículo según su experiencia. Él sabía que dar hospedaje puede
generar problemas. Debido a que los santos aman al Señor, la iglesia y el ministerio,
ellos están dispuestos a hospedar a quienes vienen de visita de otras localidades. Sin
embargo, es posible que los santos que dan hospedaje sean hospitalarios y a la vez
murmuren. Quizás algunos se quejen del mal comportamiento que tuvo alguno de los
santos que hospedaron en cierta ocasión. Esto es murmurar. Espero que en el futuro
demos hospedaje sin murmuraciones.
BUENOS MAYORDOMOS
DE LA MULTIFORME GRACIA DE DIOS
El versículo 10 dice así: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros,
como buenos mayordomos de la multiforme gracia de Dios”. La multiforme gracia de
Dios, al igual que la expresión “toda gracia” mencionada en 5:10, es el rico suministro de
la vida divina, el cual no es otra cosa que el Triuno Dios ministrado a nosotros en
muchos aspectos (2 Co. 13:14; 12:9). Como buenos mayordomos, debemos ministrar a la
iglesia y a los santos tal gracia —no simplemente una doctrina o una cosa vana— según
el don que hemos recibido.
El hecho de que el versículo 10 sea la continuación directa del versículo 9 indica que aun
el dar hospitalidad es un don. Hospedar a otros nos provee una excelente oportunidad
para ministrar la multiforme gracia de Dios. Uno necesita la gracia para preparar la
comida para aquellos que hospeda, para proveerles transporte y para ayudarles con sus
necesidades especiales. Uno necesita paciencia para esperarlos si se retrasan. Con esto
vemos que al dar hospedaje, debemos ministrar la multiforme gracia de Dios a otros.
Por supuesto, en el versículo 10 Pedro no nos está diciendo que es únicamente cuando
damos hospedaje que ministramos la gracia; más bien, nos está diciendo que debemos
ministrar la gracia según el don que hemos recibido.
En el versículo 11 Pedro dice: “Si alguno habla, hable como oráculos de Dios; si alguno
ministra, ministre como por virtud de la fuerza que Dios suministra, para que en todo
sea Dios glorificado por medio de Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el poder por
los siglos de los siglos. Amén”. Los “oráculos” en este contexto denotan las palabras o
elocuciones divinas que comunican revelaciones. En el ministerio de la gracia, como lo
menciona el versículo 10, nuestras palabras deben ser las palabras de Dios, las
elocuciones de Dios, que comunican una revelación divina.
En el versículo 11 Pedro habla de la fuerza que Dios suministra. Por medio del Espíritu
de Cristo, Dios nos suministra la fuerza necesaria para servir, la cual se encuentra en la
vida de resurrección de Cristo (Fil. 1:19; 4:13).
DIOS ES GLORIFICADO EN TODO
POR MEDIO DE CRISTO
El propósito de hablar como oráculos de Dios y de ministrar como por virtud de la
fuerza que Dios suministra es que “en todo sea Dios glorificado por medio de
Jesucristo”. Esto indica que todo nuestro ministerio de gracia, ya sea al hablar la palabra
o al servir, debe estar lleno de Cristo para que en todo Dios sea glorificado por medio de
Cristo.
Pedro concluye el versículo 11 diciendo: “A quien pertenecen la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. Amén”. El pronombre relativo “quien” se refiere a Dios; por lo tanto,
la gloria y el poder pertenecen a Dios. La gloria denota algo externo, y el poder se refiere
a algo interno. El poder nos suministra la fuerza en nuestro interior, y la gloria consiste
en que Dios sea glorificado en nosotros. Por tanto, “gloria” corresponde a la palabra
“glorificado”, y “poder”, a la palabra “fuerza”.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTIOCHO
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(10)
Lectura bíblica: 1 P. 4:12-19
En este mensaje llegamos a 1 Pedro 4:12-19. Esta sección de 1 Pedro habla del regocijo
que se experimenta al participar de los sufrimientos de Cristo.
PURIFICADOS POR EL FUEGO DE TRIBULACIÓN
En el versículo 12 Pedro dice: “Amados, no os extrañéis por el fuego de tribulación en
medio de vosotros que os ha venido para poneros a prueba, como si alguna cosa extraña
os aconteciese”. La palabra griega traducida “fuego de tribulación”, púrosis, significa
incendio, y denota la manera en que arde un horno de fundición donde se purifican el
oro y la plata (Pr. 27:21; Sal. 66:10); esto es similar a la metáfora usada en 1:7. Pedro
consideró que la persecución sufrida por los creyentes era semejante a un horno
ardiente usado por Dios para purificar la vida de ellos. Ésta es la manera en que Dios
disciplina a los creyentes en el juicio de Su administración gubernamental, el cual
comienza por Su propia casa (4:17-19). La palabra griega traducida “extrañéis” en el
versículo 12 es xenízo, la misma que se usa en el versículo 4. El fuego de la persecución
es cosa común para los creyentes; por tanto, ellos no deben considerarla como algo
extraño o ajeno ni deben sorprenderse o asombrarse a causa de ella. Esta persecución es
una tribulación que los pone a prueba.
La metáfora que Pedro usa en el versículo 12, esto es, la metáfora de un horno ardiente,
indica que hoy el Señor usa las persecuciones y las pruebas como un horno que cumple
un propósito positivo. El propósito positivo que cumplen las persecuciones y las pruebas
es el de purificar nuestras vidas. Nosotros somos como el oro y la plata, pero todavía
tenemos algo de escoria. Es por ello que necesitamos ser purificados. Tal como el oro y
la plata son purificados por el fuego, de la misma manera nosotros necesitamos ser
purificados. En el versículo 12 Pedro les dice a los creyentes que no deben extrañarse
por el fuego de tribulación. Como cristianos que somos, debemos entender que el fuego
de tribulación es algo común. Las persecuciones y las pruebas son experiencias comunes
para los cristianos. Por lo tanto, no debemos considerarlas como algo extraño, foráneo o
ajeno; al contrario, debemos considerarlas como algo común, pues hemos sido
destinados para esto. Nuestro destino es sufrir en esta era. Por supuesto, éste no es
nuestro destino eterno. Dios no nos ha destinado para sufrir eternamente; no obstante,
Él ciertamente nos ha destinado para que suframos en esta era.
PARTICIPAR DE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO
En el versículo 13 Pedro dice: “Sino gozaos por cuanto participáis de los padecimientos
de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría”.
Aunque la persecución es una prueba que nos purifica por fuego, Pedro nos dice más
adelante que al experimentar tal fuego de tribulación, somos hechos partícipes, es decir,
participamos, de los padecimientos de Cristo. De manera que Pedro aquí nos está
diciendo que es posible que los padecimientos que experimenta un cristiano puedan ser
los padecimientos de Cristo. ¿Cómo podrían las persecuciones que sufrimos nosotros ser
los padecimientos de Cristo? Si no fuéramos cristianos, ciertamente no sufriríamos la
clase de persecución que se describe en los versículos 12 y 13. Tales persecuciones se
deben al hecho de que somos cristianos, hombres de Cristo. Debido a que creemos en
Cristo, debido a que le amamos, le vivimos y somos Su testimonio al testificar de Él en
esta era, el mundo se levanta en contra de nosotros. Esta era está bajo la influencia del
maligno; es por eso que los incrédulos persiguen a los que creen en Cristo y testifican de
Él. A los ojos de Dios, esta clase de sufrimiento es equivalente a los padecimientos de
Cristo. Por ejemplo, es posible que cierto hermano tuviera la oportunidad de ser muy
rico antes de ser salvo, y que por creer en Cristo, por amarle y seguirle, su negocio sufra
pérdidas, y a causa de ello pierde esa oportunidad para enriquecerse. Digamos que
incluso quedara sumido en la pobreza. Esta clase de pobreza sería equivalente a los
padecimientos de Cristo. Aquellos padecimientos que sufrimos por amor de Cristo, Dios
los cuenta como padecimientos de Cristo.
Cristo llevó una vida de sufrimientos, una vida muy sufrida. Ahora nosotros somos Sus
compañeros que llevan la misma clase de vida. Según el libro de Hebreos, no sólo somos
partícipes de Cristo, sino también compañeros Suyos (He. 3:14). Nosotros cooperamos
con Él al llevar una vida de sufrimientos, y le seguimos por la senda de los sufrimientos.
Esto significa que lo que Cristo sufrió, lo sufrimos nosotros también. Por esta razón,
cuando sufrimos por Cristo de este modo, Dios cuenta nuestros sufrimientos como
padecimientos de Cristo.
No debemos desalentarnos por el hecho de que como cristianos tengamos que padecer.
Estos sufrimientos son positivos y muy valiosos. ¡Qué privilegio tan grande es
experimentar los padecimientos de Cristo! Pablo incluso llegó a decir que completaba en
su carne lo que faltaba de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, la iglesia (Col. 1:24).
En Filipenses 3:10 él también habla de la comunión en los padecimientos de Cristo. Hoy
nosotros debemos ser cristianos, seguidores de Cristo, que experimentan los
padecimientos de Cristo. No sólo debemos participar de las riquezas de Cristo, sino
también de Sus padecimientos. Si adoptamos esta manera de pensar, nos sentiremos
consolados cuando suframos por Cristo. Incluso aceptaremos con agrado esta clase de
sufrimientos. Sí, es probable que nos toque afrontar el fuego de tribulación; no obstante,
éstos son los padecimientos de Cristo de los cuales tenemos el privilegio de participar.
GOZARNOS CON GRAN ALEGRÍA
En el versículo 13 Pedro dice que mientras participamos de los padecimientos de Cristo,
debemos gozarnos para que también en la revelación de Su gloria podamos gozarnos
con gran alegría. En este versículo Pedro habla de gozarse con gran alegría. Según mi
entendimiento, esto significa no sólo estar feliz interiormente, sino dar gritos de júbilo.
A la vez uno tal vez alce las manos y salte de gozo. Esto es lo que significa exultar y
gozarse con gran alegría. Cuando sea revelada la gloria del Señor, exultaremos. Yo creo
sin duda alguna que gritaremos, nos regocijaremos, y quizás hasta saltaremos de gozo.
Nos sentiremos sumamente emocionados y extasiados de gozo. Hoy tal vez nos
gocemos, pero cuando el Señor sea revelado, nos gozaremos con gran alegría.
VITUPERADOS EN EL NOMBRE DE CRISTO
En el versículo 14 Pedro añade: “Si sois vituperados en el nombre de Cristo, sois
bienaventurados, porque el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre vosotros”.
La frase “en el nombre de Cristo” equivale a decir “en la persona de Cristo” o “en Cristo
mismo”, puesto que el nombre denota a la persona. Los creyentes están en Cristo (1 Co.
1:30) y son uno con Él (6:17), puesto que creyeron en Cristo (Jn. 3:15) y fueron
bautizados en Su nombre (Hch. 19:5), es decir, en Él mismo (Gá. 3:27). Cuando ellos son
vituperados en el nombre de Cristo, son vituperados juntamente con Él, y así participan
de Sus padecimientos, en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10).
La razón por la cual las persecuciones que sufrimos equivalen a los padecimientos de
Cristo es que sufrimos en el nombre de Cristo. Según lo dicho por Pedro en el versículo
14, somos bienaventurados cuando somos vituperados en el nombre de Cristo. No
debemos pensar que ser vituperados en el nombre de Cristo es una maldición; al
contrario, es una bendición. En cambio, bien podría ser una maldición que la gente nos
apreciara sobremanera. Al respecto, nuestros conceptos deben cambiar.
Hoy en día los opositores esparcen rumores acerca de nosotros y nos acusan de enseñar
herejías. Puedo testificar que soy un cristiano fundamentalista y que amo mucho la
Palabra santa. Yo no enseño otra cosa que no sea la Biblia y Jesucristo. Con todo, se me
acusa de enseñar herejías. En cierto sentido, acepto gustosamente esta clase de
vituperios, pues éstos en realidad son una bendición y no una maldición.
EL ESPÍRITU DE GLORIA REPOSA SOBRE NOSOTROS
Pedro nos dice en el versículo 14 que si somos vituperados en el nombre de Cristo, el
Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre nosotros. Literalmente, el griego dice
“el Espíritu de gloria y el de Dios”. El Espíritu de gloria es el Espíritu de Dios. Cristo fue
glorificado en Su resurrección mediante el Espíritu de gloria (Ro. 8:11). Este mismo
Espíritu de gloria, por ser el Espíritu del propio Dios, reposa sobre los creyentes que
sufren persecución, con miras a la glorificación del Cristo resucitado y exaltado, quien
ahora está en la gloria.
En esta epístola Pedro menciona cuatro veces el Espíritu de Dios. En 1:2 él habla de la
santificación del Espíritu; en 1:11, dice que el Espíritu de Cristo estaba en los profetas
del Antiguo Testamento; y en 1:12, habla del Espíritu Santo que fue enviado del cielo.
Aquí, en 4:14, Pedro dice que el Espíritu de gloria reposa sobre los creyentes que sufren
persecución. Según lo que Pedro dice en esta epístola, el Espíritu de Cristo está en
nosotros, y el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros. El Espíritu de Cristo está en
nosotros para revelarnos todo lo que Cristo es a fin de que lo disfrutemos, y el Espíritu
de gloria reposa sobre nosotros para glorificar a Dios. Un aspecto de este maravilloso
Espíritu es que el Espíritu está en nosotros para revelarnos a Cristo, y otro aspecto del
mismo Espíritu consiste en que Él es también el Espíritu de gloria que reposa sobre
nosotros.
Cuanto más padezcamos y seamos perseguidos, más gloria habrá sobre nosotros. Esto es
verdaderamente una bendición. Puedo testificar que cuanto más he sido perseguido y
calumniado, más he sido fortalecido. La persecución y el vituperio no me deprimen, sino
que, más bien, me animan. Así que, debemos regocijarnos cuando seamos vituperados
en el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros.
EL PADECER COMO CRISTIANOS
El versículo 15 dice: “Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón o
malhechor, o por entremeterse en lo ajeno”. Literalmente, la frase “entremeterse en lo
ajeno” significa ser un supervisor de lo ajeno. Denota a alguien que causa problemas
interfiriendo en los asuntos de otros. Si en la vida de iglesia no nos conducimos
cuidadosamente, podríamos interferir, entrometernos, en los asuntos de los demás.
Esparcir chismes acerca de los santos es interferir en lo ajeno. Si padecemos por hacer
cosas como éstas, tal clase de padecimiento no significa nada. Chismear forma parte de
la vana manera de vivir.
En el versículo 16 Pedro añade: “Pero si alguno padece como cristiano, no se
avergüence, sino glorifique a Dios por llevar este nombre”. En los versículos 14 y 16 se
mencionan dos nombres. El primer nombre es Cristo, y el segundo es cristiano. Si
padecemos por causa de estos dos nombres, eso será glorioso. Esta clase de
padecimiento es una gloria para Dios. Glorifica a Dios porque cuando padecemos en el
nombre de Cristo y como cristianos, el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de gloria,
reposa sobre nosotros. Cuando padecemos por Cristo, la gloria reposa sobre nosotros, y
tal gloria es en efecto el propio Espíritu de gloria.
La palabra griega traducida “cristiano” es cristianós, la cual se deriva del latín. El sufijo
ianós, que denota ser partidario de alguien, se usaba con respecto a los esclavos que
pertenecían a las grandes familias del Imperio Romano. A los que adoraban al
emperador, el césar o káisar, se les llamaba kaisarianos, que significa partidario del
káisar o persona que pertenece al káisar. Cuando las personas creyeron en Cristo y
vinieron a ser seguidores Suyos, algunos en el imperio consideraron que Cristo era un
rival de su káisar. Entonces, en Antioquía (Hch. 11:26) empezaron a usar, a modo de
vituperio, el sobrenombre cristianoi (cristianos), que significa partidarios de Cristo,
para referirse a Sus seguidores. Por consiguiente, en este versículo dice: “Como
cristiano, no se avergüence”, es decir, si algún creyente sufre a manos de sus
perseguidores que desdeñosamente le llaman cristiano, no debe avergonzarse sino
glorificar a Dios por llevar ese nombre.
Hoy en día el término cristiano debiera tener una connotación positiva, es decir, un
hombre de Cristo, alguien que es uno con Cristo, alguien que no solamente le pertenece
a Él, sino que posee Su vida y Su naturaleza en una unión orgánica con Él, y que vive por
Él y además lo vive a Él en su vida diaria. Si sufrimos por ser esta clase de persona, no
debemos sentirnos avergonzados, sino que debemos tener la valentía de magnificar a
Cristo en nuestra confesión mediante nuestro modo de vivir santo y excelente, para
glorificar, expresar, a Dios en este nombre. Glorificar a Dios es expresarlo en gloria.
EL JUICIO COMIENZA POR LA CASA DE DIOS
En el versículo 17 Pedro dice: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de
Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen
al evangelio de Dios?”. Este libro nos presenta el gobierno de Dios, especialmente en la
manera en que Dios disciplina a Su pueblo escogido. Dios usa los padecimientos que
ellos sufren mientras pasan por el fuego de la persecución como el medio para juzgarlos
a fin de disciplinarlos, purificarlos y separarlos de los incrédulos, y a fin de que no
sufran el mismo destino que éstos. Por eso, el juicio disciplinario comienza por Su
propia casa.
Como hemos señalado, el hecho de que Pedro use la palabra “juicio” del versículo 17
indica que las persecuciones y los sufrimientos son una especie de juicio. El propósito de
este juicio, sin embargo, no es condenarnos a que suframos la perdición eterna, sino
disciplinarnos, es decir, someternos a una disciplina dispensacional que purifique
nuestra vida. Este juicio es un fuego de tribulación, un horno ardiente, que nos purifica
de toda escoria. Nosotros somos como el oro, pero aún tenemos cierta cantidad de
escoria de la cual debemos ser purificados. Ninguna enseñanza o comunión puede
efectuar esta purificación. Para ello es necesario el juicio disciplinario del horno
ardiente.
LA DISCIPLINA DISPENSACIONAL
El concepto de una disciplina dispensacional no sólo se halla en los escritos de Pedro,
sino también en las epístolas de Pablo. Pablo trata este asunto en 1 Corintios 11:27-32.
En los versículos del 27 al 29 Pablo dice: “De manera que cualquiera que coma el pan o
beba la copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
Pero pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que
come y bebe, sin discernir el cuerpo, juicio come y bebe para sí”. Comer el pan y beber la
copa del Señor indignamente es no valorar el significado del pan y de la copa del Señor,
los cuales representan Su cuerpo quebrantado por nosotros y Su sangre derramada por
nuestros pecados por medio de Su muerte efectuada por nuestra redención. Ser culpable
del cuerpo y la sangre del Señor significa traer juicio sobre sí. En el versículo 29 Pablo
usa la palabra “juicio” al decir que el que no discierne el cuerpo, come y bebe juicio para
sí. Comer el pan o beber la copa del Señor indignamente nos acarrea juicio. Este juicio
no es la condenación eterna, sino una disciplina temporal de parte del Señor.
Pablo continúa hablándonos acerca de esta disciplina temporal en 1 Corintios 11:30-32.
En el versículo 30 dice: “Por lo cual hay muchos debilitados y enfermos entre vosotros, y
muchos duermen”. Éste es el castigo, el juicio temporal del Señor, sobre los que
participan indignamente de Su cuerpo. El Señor primeramente los disciplinó de modo
que se debilitaran físicamente. Luego, puesto que no quisieron arrepentirse de su
ofensa, recibieron más disciplina y se enfermaron. Ya que todavía no habían querido
arrepentirse, el Señor los juzgó con la muerte. Morir de esta manera equivale a quedar
postrado en el desierto, como dice en 1 Corintios 10:5. Este versículo muestra
claramente lo que queremos decir cuando hablamos de la disciplina dispensacional de
Dios.
En los versículos 31 y 32 Pablo añade lo siguiente: “Si, pues, nos examinásemos a
nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas cuando el Señor nos juzga, nos disciplina
para que no seamos condenados con el mundo”. Esto indica que si nos juzgamos a
nosotros mismos, no seremos juzgados. El juicio al que se refiere el versículo 32 no es
para perdición eterna. En este versículo, ser juzgados por el Señor indica que cuando
nosotros, los creyentes, los que amamos al Señor Jesús, somos juzgados por el Señor, lo
somos para que no seamos condenados con el mundo. Ser juzgados por el Señor es una
experiencia temporal, mientras que ser condenados con el mundo tiene consecuencias
eternas. La condenación del mundo redunda en la perdición eterna; pero el juicio que
sufrimos hoy es para darnos una disciplina dispensacional, no es para perdición eterna.
No debemos ignorar lo que la Biblia dice acerca del juicio de Dios. Hoy en día, son
muchos los cristianos que no saben nada acerca de la disciplina dispensacional que Dios
administra. Es posible que ellos al leer acerca del juicio, digan: “Oh, nosotros ya fuimos
redimidos por el Señor, y jamás seremos juzgados. Es una herejía que alguien enseñe
que un cristiano pueda ser juzgado por Dios”. Como hemos visto, esto no es una
enseñanza herética ni es la enseñanza personal de nadie, sino que es lo que la Palabra
santa enseña. Este asunto de la disciplina dispensacional de Dios fue algo que tanto
Pedro como Pablo enseñaron. Por consiguiente, debemos creer y aceptar esta enseñanza
que se halla en la Palabra pura de Dios.
Según la Biblia, Dios, en Su gobierno, ejerce Su administración universal valiéndose de
diversas clases de juicios. No debemos pensar que hoy en día Dios no juzga al mundo. El
juicio de Dios puede verse en todas partes. Cada nación está bajo Su juicio. Según lo
escrito en Mateo 25, cuando el Señor venga, todos los que estén vivos serán juzgados. Al
final del milenio, todos los incrédulos que hayan muerto serán juzgados por el Señor en
el trono blanco. Así, pues, vemos que habrá un juicio tanto para vivos como para
muertos.
Entre estos dos juicios, habrá un período de mil años, llamado el milenio.
Inmediatamente antes del milenio, tendrá lugar el juicio de todos los gentiles que estén
vivos. Durante ese tiempo, el Señor reunirá delante de Su trono de gloria a todos los
gentiles que estén vivos y los juzgará. Muchos de ellos serán juzgados en calidad de
“cabritos” y serán enviados al lago de fuego. En lugar de pasar por el Hades, serán
enviados directamente al lago de fuego. Todo su ser —cuerpo, alma y espíritu— será
echado al lago de fuego. Después del milenio, el Señor Jesús juzgará en el trono blanco a
los incrédulos que hayan muerto. En aquel tiempo juzgará también a los demonios.
Entonces tanto los incrédulos como los demonios serán echados al lago de fuego. Éste
será el juicio para perdición eterna.
Nosotros, los que hemos sido salvos, no tendremos parte alguna en el juicio que conduce
a la perdición eterna. No debemos tener miedo de ese juicio. En lo que se refiere al juicio
para perdición eterna, Dios ya pasó de nosotros, en Cristo, nuestro Cordero Pascual. Sin
embargo, no debemos pensar que puesto que Dios ya pasó de nosotros con respecto a
este juicio, no tendremos más problemas y que no sufriremos el juicio de la disciplina
dispensacional de Dios.
Nuestra situación como creyentes en Cristo es semejante a la de los hijos de Israel. Ellos
experimentaron la Pascua, y fueron redimidos por el cordero pascual. Después que
salieron de Egipto y cruzaron el mar Rojo, ellos disfrutaron del agua viva que brotó de la
roca hendida y del maná celestial. Asimismo ellos presenciaron los milagros que Dios
hizo en favor de ellos. Con todo, de entre más de dos millones de personas que salieron
de Egipto, solamente dos, Josué y Caleb, lograron escapar del juicio de Dios, el juicio
que conducía a la muerte. Todos los demás, incluyendo a Moisés, Aarón y María,
murieron bajo el juicio de Dios. Esto no significa que ellos estuvieran bajo la maldición
de Dios, sino, que experimentaron el juicio de la disciplina dispensacional de Dios.
Como hemos señalado, esta clase de juicio no es para perdición eterna, sino que está
totalmente relacionado con la disciplina dispensacional que Dios impone. Moisés, por
supuesto, fue salvo. Dios quiso preservar su cuerpo para que él pudiera aparecer en el
monte de la transfiguración junto con el Señor. Pero debido a que Moisés cometió un
error, Dios le asignó un juicio disciplinario específico.
Debido a que hoy en día son muchos los cristianos que están velados por las enseñanzas
tradicionales, le insto a usted a que regrese a la Palabra pura y clara de Dios, la cual
quita los velos e ilumina. Según la Palabra de Dios, sabemos que Dios ejerce Su gobierno
mediante diversas clases de juicios. Estos juicios incluyen tanto el juicio que conduce a
la perdición eterna como el juicio que nos trae una disciplina dispensacional.
Este juicio de Dios que nos trae una disciplina dispensacional difiere totalmente del
concepto católico acerca del purgatorio. Hace muchos años, se me acusó falsamente de
enseñar la doctrina del purgatorio. La enseñanza del purgatorio es falsa y herética. Pero
enseñar acerca del juicio disciplinario, de una disciplina dispensacional, es totalmente
conforme a las Escrituras. Esta enseñanza no tiene nada que ver con el purgatorio, y de
ninguna manera es herética.
Es preciso que conozcamos la verdad en cuanto al juicio de Dios y que tengamos un
temor santo infundido por Dios. Como lo indica Pablo en 1 Corintios 11, debemos tener
cuidado de cómo participamos de la mesa del Señor. Es una gran bendición participar
de la mesa del Señor. Sin embargo, debemos participar del pan y de la copa con
discernimiento. Si somos descuidados al respecto, comeremos y beberemos juicio para
nosotros mismos. Este juicio podría incluir el hecho de sufrir debilidad, enfermedad e
incluso la muerte. La debilidad es una señal de advertencia, y la enfermedad es una
advertencia más. Si hacemos caso omiso de estas advertencias, podríamos experimentar
el juicio que conduce a la muerte. Este juicio es la disciplina de Dios, una disciplina que
es nada menos que un juicio dispensacional sobre los creyentes que andan mal en
ciertos asuntos. Ésta es una de las enseñanzas básicas de los apóstoles, la cual fue
enseñada tanto por Pedro como por Pablo.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE VEINTINUEVE
LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS
(11)
Lectura bíblica: 1 P. 4:17-19
En el mensaje anterior empezamos a examinar la sección que abarca los versículos del
12 al 19 del capítulo 4 de 1 Pedro. En este mensaje proseguiremos, estudiando los
versículos del 17 al 19 de este capítulo.
EL JUICIO COMIENZA POR LA CASA DE DIOS
En 1 Pedro 4:17 dice: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y
si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al
evangelio de Dios?”. Hemos visto que esta epístola nos presenta el gobierno de Dios,
especialmente en la manera en que Dios juzga a Sus escogidos. Los sufrimientos que
ellos padecen al pasar por el fuego de tribulación son el instrumento que Dios usa para
juzgarlos a fin de disciplinarlos, purificarlos y separarlos de los incrédulos, y evitar que
sufran el mismo destino que éstos. Tal juicio disciplinario comienza por la casa de Dios.
La palabra griega traducida “casa” en el versículo 17 también significa familia. Esta casa,
o familia, es la iglesia compuesta de los creyentes (2:5; He. 3:6; 1 Ti. 3:15; Ef. 2:19). Por
esta casa, Su propia casa, Dios comienza Su administración gubernamental mediante el
juicio disciplinario que Él ejerce sobre Sus propios hijos, a fin de tener una base firme
para juzgar, en Su reino universal, a los que desobedecen Su evangelio y se rebelan
contra Su gobierno. Esto tiene la finalidad de establecer Su reino, del cual se habla en la
segunda epístola de Pedro (2 P. 1:11).
LOS QUE NO OBEDECEN AL EVANGELIO DE DIOS
En 4:17 Pedro pregunta cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios,
dado que el juicio de Dios comienza primero por nosotros. Esta pregunta nos da a
entender que los incrédulos, quienes desobedecen al evangelio de Dios, sufrirán un
juicio mucho más severo que el que sufren los creyentes.
En el versículo 17, las palabras “no obedecen” tienen un significado muy particular y
específico. Muchos cristianos, sin embargo, no se percatan de esto. En 4:17, la frase “no
obedecen” se usa principalmente con respecto a los judíos incrédulos, y no a los gentiles
incrédulos. Los judíos, como el pueblo de Dios, habían recibido la ley mosaica y también
las ordenanzas y los ritos del Antiguo Testamento. Pero para el tiempo en que se
escribió esta epístola, la dispensación había cambiado. El Antiguo Testamento era la
antigua dispensación, y el Nuevo Testamento era la nueva dispensación de Dios. La
dispensación comenzó a cambiar con la venida de Juan el Bautista, y, por supuesto,
cambió aún más con la venida del Señor Jesús.
Juan el Bautista era hijo de un sacerdote (Lc. 1:5, 13). Esto significa que él también
debía haber sido un sacerdote que servía en el templo, cuyas funciones eran ofrecer
sacrificios, encender las lámparas y quemar el incienso sobre el altar del incienso. Ésta
era la manera en que los sacerdotes servían a Dios conforme a la antigua dispensación.
Sin embargo, este hijo de sacerdote no permaneció en el templo, sino que, en vez de ello,
salió al desierto. Además, como sacerdote que era, él debía haber usado las vestiduras
sacerdotales, las cuales estaban hechas principalmente de lino fino (Éx. 28:4, 40-41; Lv.
6:10; Ez. 44:17-18). Pero en el desierto, él “tenía un vestido de pelo de camello, y un
cinto de cuero alrededor de sus lomos” (Mt. 3:4). Juan también debía haberse
alimentado de la comida sacerdotal, la cual consistía principalmente de flor de harina y
de la carne de los sacrificios ofrecidos a Dios por Su pueblo (Lv. 2:1-3; 6:16-18, 25-26;
7:31-34). Sin embargo, la comida de Juan era langostas y miel silvestre. El hecho de que
un sacerdote se vistiera de pelo de camello era un duro golpe especialmente para la
mentalidad religiosa, ya que el camello era considerado un animal inmundo según las
ordenanzas levíticas (11:4). Todo esto indica que Juan había abandonado por completo
la dispensación del Antiguo Testamento. Juan no ofreció sacrificios, no encendió las
lámparas del templo ni quemó el incienso sobre el altar de incienso, sino que, en lugar
de ello, salió al desierto y llamó al pueblo de Dios al arrepentimiento. A aquellos que se
arrepentían, él los bautizaba en agua. Así que, desde la perspectiva del judaísmo, lo que
hizo Juan era herético.
En Mateo 3:2 leemos que Juan predicó en el desierto, diciendo: “Arrepentíos, porque el
reino de los cielos se ha acercado”. La predicación de Juan el Bautista marcó el inicio de
la economía neotestamentaria de Dios. Juan no predicaba en el templo santo que estaba
en la ciudad santa, donde el pueblo religioso y culto adoraba a Dios según las
ordenanzas bíblicas, sino en el desierto, sin guardar ninguno de los preceptos de la
antigua dispensación. Esto indica que la antigua manera de adorar a Dios según el
Antiguo Testamento había sido rechazada, y que estaba a punto de iniciarse una nueva.
En realidad la predicación del evangelio no comenzó con el Señor Jesús sino con Juan el
Bautista. Juan dijo a los que venían a ser bautizados por él: “Yo os bautizo en agua para
arrepentimiento; pero el que viene tras mí, a quien yo no soy digno de llevarle las
sandalias, es más fuerte que yo; Él os bautizará en el Espíritu Santo y fuego. Su
aventador está en Su mano, y limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el
granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible” (vs. 11-12). Aquí Juan parecía
decir: “El que viene después de mí os bautizará en el Espíritu o en fuego. Él los pondrá
en el Espíritu o en el lago de fuego. Solamente Él tiene el poder para hacer esto. Por
tanto, ustedes deben arrepentirse de todo corazón”.
Los fariseos, los saduceos, los escribas, los ancianos y los principales sacerdotes de entre
el pueblo judío no obedecieron a la predicación de Juan el Bautista ni tampoco a la
predicación del Señor Jesús. Esto se ve claramente en los Evangelios y en el libro de
Hechos. En el día de Pentecostés, Pedro y los otros once discípulos predicaron el
evangelio al pueblo judío. La mayoría de los que creyeron eran judíos que habían sido
esparcidos y que habían venido a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. Pero los judíos
de allí, en particular los fariseos, los saduceos y los líderes del pueblo, no quisieron
creer. Esto significa que no estuvieron dispuestos a obedecer al evangelio. Además,
cuando Pablo fue levantado por el Señor, él salió a predicar el evangelio a las ciudades
de los gentiles. Adondequiera que iba, los judíos le perseguían, le causaban problemas y
se le oponían. Ésta es la razón por la cual los apóstoles usaron la palabra desobedecer en
sus escritos, la cual se refiere a los judíos incrédulos que no obedecieron al evangelio.
Hemos señalado que el libro de 1 Pedro fue escrito a creyentes judíos. En particular, esta
epístola fue dirigida a los “peregrinos de la dispersión” (1:1). La palabra “dispersión” era
un término muy conocido por todos los judíos que se hallaban dispersos entre las
naciones. De manera que este término indica que esta epístola fue escrita a creyentes
judíos. Estos creyentes, quienes habían sido dispersados por todo el mundo gentil,
estaban padeciendo persecución. Es muy importante hacer notar que esta persecución
no provino principalmente de parte de los gentiles, sino de los judíos opositores, los
judíos que no obedecían al evangelio.
Expresiones tales como “dispersión”, la cual aparece en 1:1, y “no obedecen”, la cual se
menciona en 4:17, indican que los escritos de Pedro resaltan este aspecto
dispensacional. Pedro indicó claramente que él escribía a los peregrinos de la
dispersión. La palabra dispersión era un término judío. En la época en que se escribió
esta epístola, muchos judíos se hallaban dispersos en distintos lugares. Mientras que los
creyentes gentiles vivían en sus propias ciudades, los creyentes judíos se hallaban
dispersos, pues habían sido dispersados o esparcidos entre los gentiles y se encontraban
lejos de su patria. Por consiguiente, estos judíos eran peregrinos de la dispersión.
Las expresiones judaicas usadas en este libro son una clara señal de que este libro fue
escrito a creyentes judíos. Una de estas expresiones es “ser rociados con la sangre” (1:2).
Según la tipología, la aspersión de la sangre expiatoria introducía en el antiguo pacto a
los que eran rociados con ella (Éx. 24:6-8). Del mismo modo, la aspersión de la sangre
redentora de Cristo introduce en la bendición del nuevo pacto, es decir, en una plena
participación del Dios Triuno, a los creyentes que son rociados (He. 9:13-14). De manera
que expresiones tales como “peregrinos de la dispersión” y “rociados con la sangre de
Jesucristo” nos muestran que esta epístola fue escrita a creyentes judíos.
Así, pues, la expresión “aquellos que no obedecen al evangelio de Dios”, hallada en 4:17,
se refiere principalmente a los judíos incrédulos. A los ojos de Dios, los judíos incrédulos
eran desobedientes. Dios les había dado la ley por medio de Moisés, y ellos la aceptaron.
Pero cuando la dispensación de Dios cambió y Él quiso darles el evangelio, los judíos
desobedecieron al evangelio y se rebelaron contra el mismo. Si hemos de entender el
versículo 17, debemos comprender que la frase “no obedecen al evangelio” se refiere
principalmente a la desobediencia de los judíos incrédulos.
J. N. Darby, en su sinopsis, dice en repetidas ocasiones que 1 Pedro es un libro de
carácter dispensacional, escrito a creyentes judíos. Debido a este aspecto dispensacional,
hay ciertos versículos de 1 Pedro que no se aplican totalmente a los creyentes gentiles.
EL JUSTO CON DIFICULTAD SE SALVA
En el versículo 18 Pedro dice: “Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá
el impío y el pecador?”. La frase “el justo” se refiere aquí a los creyentes, quienes llegan a
ser justos al ser justificados por su fe en Cristo (Ro. 5:1) y por llevar una vida justa en
Cristo (Fil. 3:9; 2 Co. 5:21; Ap. 19:8).
La traducción correcta en el versículo 18 es “con dificultad se salva”. La Versión King
James usa la expresión apenas se salva. Esta traducción no es acertada, y de hecho
cambia el significado. ¿Que podría significar que alguien apenas se salva? En realidad, a
lo que el idioma griego hace referencia en este versículo es el ser salvo con dificultad. La
dificultad alude a la persecución, al sufrimiento y, principalmente, a la disciplina de
Dios. Dios salvó a Sus peregrinos escogidos valiéndose de dificultades, es decir, por
medio de mucha disciplina y muchos juicios, sufrimientos y persecuciones.
Si los hijos de Dios, que son miembros de Su propia familia, se salvan con dificultad,
¿creen ustedes que los judíos que no creen sino que desobedecen al evangelio de Dios
escaparán el juicio de Dios? Ciertamente no escaparán. Si los peregrinos escogidos de
Dios son disciplinados por Dios y juzgados por Él, ¿cuánto más lo serán los impíos? El
versículo 18 se puede aplicar de forma general a todos los pecadores y personas impías.
Pero, conforme al pensamiento de Pedro, este versículo se aplicaba particularmente a
los judíos incrédulos. Si los creyentes judíos, a quienes fue escrita esta epístola, se
salvaban con dificultad, es decir, a través de la disciplina y el castigo dispensacionales de
Dios, ¿cuánto más no sufrirán los judíos incrédulos, que no obedecen al evangelio de
Dios? Sin duda alguna Dios juzgará a los impíos mucho más severamente que a los
creyentes. ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador cuando Dios los juzgue?
En el versículo 18, la frase “se salva” no se refiere a ser salvo de la perdición eterna
mediante la muerte del Señor, sino a ser salvo de la destrucción venidera (1 Ts. 5:3, 8)
mediante el juicio disciplinario de Dios que se manifiesta en forma de persecución. El
creyente que ha sido disciplinado por Dios mediante los sufrimientos que conlleva la
persecución y que purifican su vida, es salvo —con la dificultad de la persecución— de la
destrucción que efectuará la ira de Dios contra el mundo, especialmente contra los
judíos incrédulos, y de la destrucción que vendrá sobre Jerusalén.
Entre los primeros apóstoles era muy común la creencia de que el Señor Jesús
retornaría pronto para juzgar a los pecadores incrédulos, quienes son impíos y
desobedecen a Su evangelio (2 Ts. 1:6-9). Las palabras de Pedro aquí deben de referirse
a esto. Conforme al gobierno de Dios, si el justo, quien ha obedecido al evangelio de Dios
y lleva una vida justa delante de Él, se salva con dificultad al sufrir persecución —que es
el instrumento que Dios usa para imponer Su castigo disciplinario a fin de purificar la
vida del creyente—, ¿dónde aparecerá el impío, que desobedece al evangelio de Dios y
lleva una vida pecaminosa en contra de Su gobierno, cuando le sobrevenga la
destrucción provocada por la ira de Dios?
Podemos considerar el derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés y la venida
del Señor como dos altas cumbres que vieron los apóstoles. En el día de Pentecostés,
cuando Dios derramó Su Espíritu para salvación, el Señor abrió la puerta para que todos
los pecadores fueran salvos. Primeramente, la puerta se abrió para los judíos, y luego,
para los gentiles. Puesto que los apóstoles pensaban que el Señor Jesús regresaría
pronto, no se percataron de que había una gran distancia entre la “cumbre” del
Pentecostés y la “cumbre” de la venida del Señor. Si leemos los escritos de Pablo,
veremos que él también pensaba que el Señor Jesús regresaría pronto. El tiempo que
había entre el Pentecostés y la venida del Señor no les fue dado a conocer a los primeros
apóstoles. Cuando le preguntaron al Señor Jesús acerca del tiempo de Su venida, Él les
dijo que esto era algo que sólo el Padre sabía (Hch. 1:6-7). El Padre mantuvo este asunto
en secreto dentro de Sí mismo. Por lo tanto, ni siquiera el Señor Jesús tenía la libertad
de revelar esto a los discípulos. Como hemos señalado, los apóstoles sólo pudieron ver
estas dos cumbres.
Tal vez usted haya tenido la oportunidad de ver desde lo lejos las dos cumbres de dos
montes diferentes. A simple vista, uno no se percata de que entre las dos cumbres hay
un gran espacio que las separa. La impresión que uno tiene es que ambas cumbres están
cerca la una de la otra, y quizás después uno descubra que ni siquiera éstas pertenecen a
la misma cordillera. Uso esto como ejemplo para mostrarles el espacio de tiempo que
hay entre el día de Pentecostés y el día de la venida del Señor.
El Señor Jesús, antes de morir, predijo la destrucción de Jerusalén. Cuando los
discípulos le hablaron acerca de los edificios del templo, Él contestó: “¿Veis todo esto,
verdad? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea
derribada” (Mt. 24:2). Además, en Lucas 21:20 dijo: “Pero cuando veáis a Jerusalén
rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción está cerca”. El Señor estaba
diciendo que Jerusalén sería destruida y esta profecía se cumplió en el año 70 d. de C.,
cuando Tito, príncipe del Imperio Romano, estuvo al mando del ejército que destruyó la
ciudad de Jerusalén. Yo creo que mientras Pedro escribía este libro, él tenía presente la
profecía del Señor en cuanto a la destrucción de Jerusalén. Por lo tanto, Pedro parecía
decir: “Todos los judíos deben tener cuidado, pues Dios está ejerciendo Su juicio, Su
administración gubernamental. Sabemos que dentro de no mucho tiempo, la ciudad de
Jerusalén será destruida, y Dios juzgará a los incrédulos”. Puesto que éste era el
pensamiento de Pedro, él pudo decir a los creyentes judíos, quienes sufrían persecución
como parte del castigo disciplinario de Dios, que serían salvos de la destrucción
venidera. Después de esto, les preguntó dónde aparecerían los judíos desobedientes una
vez que viniera esa destrucción.
ENCOMENDAR NUESTRAS ALMAS AL FIEL CREADOR
En el versículo 19 Pedro concluye, diciendo: “De modo que también los que padecen
según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien”.
Aquí se nos muestra que Dios, según Su voluntad, desea que suframos por causa de
Cristo, y que para esto Él nos ha puesto (3:17; 2:15; 1 Ts. 3:3).
Literalmente, la palabra encomienden significa “encargar como depósito”; tal como en
Lucas 12:48, Hechos 20:32, 1 Timoteo 1:18 y 2 Timoteo 2:2. Cuando los creyentes sufran
una persecución física, y en especial tengan que sufrir el martirio, deben encomendar
sus almas como depósito a Dios, al fiel Creador, tal como el Señor encomendó Su
espíritu al Padre (Lc. 23:46). La persecución sólo puede causar daño al cuerpo de los
creyentes que sufren, pero no a sus almas (Mt. 10:28). Sus almas son guardadas por el
Señor, el fiel Creador. Así que ellos deben cooperar con el Señor encomendándose a Él
en la fe.
Según el versículo 19, los creyentes deben encomendar sus almas al fiel Creador,
haciendo el bien. Las palabras “haciendo el bien” indican haciendo acciones rectas,
buenas y nobles.
El Creador mencionado en el versículo 19 no se refiere a Dios como el Creador de la
nueva creación, la cual es resultado del nuevo nacimiento, sino como el Creador de la
antigua creación. La persecución es un sufrimiento que ocurre en la esfera de la antigua
creación. Por consiguiente, Dios, nuestro Creador, puede preservar nuestra alma, la cual
Él creó para nosotros. Incluso, Él tiene contados nuestros cabellos (Mt. 10:30). Él es
amoroso y fiel. Su cuidado amoroso y fiel (1 P. 5:7) acompaña a Su justicia en Su
administración gubernamental. Mientras Dios en Su gobierno nos juzga a nosotros,
quienes somos Su casa, Él, en Su amor, nos cuida fielmente. Mientras suframos en
nuestro cuerpo Su justo juicio disciplinario, debemos encomendar nuestras almas a Su
cuidado fiel.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE TREINTA
EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS
(1)
Lectura bíblica: 1 P. 1:17; 2:23; 4:5-6, 12, 17-19
UN PENSAMIENTO BÁSICO
EN LOS ESCRITOS DE PEDRO
En este mensaje, y en el siguiente, haremos un repaso completo de todos los asuntos
abarcados en los capítulos del 1 al 4, los cuales tienen que ver con el juicio
gubernamental de Dios. El concepto del juicio gubernamental de Dios es un
pensamiento básico que Pedro presenta en la redacción de esta epístola. El juicio de
Dios, según se ve en 1 Pedro, puede ser comparado al eje de una rueda. Si a la rueda se le
quitara el eje, todos los radios se desprenderían. Asimismo, si quitáramos el
pensamiento del juicio de Dios de los libros de 1 y 2 Pedro, estas epístolas perderían su
estructura básica.
Al leer estas epístolas, muchos cristianos tal vez no presten la debida atención al asunto
del juicio gubernamental de Dios. La razón por la cual la mayoría de los lectores presta
atención a otros asuntos y no al juicio de Dios, es que su mente no ha sido adiestrada
para concentrarse en este tema de la Palabra de Dios. Sin embargo, Juan Nelson Darby
fue una excepción al respecto. Cuando expuso 1 y 2 Pedro, él centró su atención en el
juicio gubernamental de Dios. Si hemos de prestar atención o no a este asunto hallado
en las epístolas de Pedro, ello dependerá de si tenemos o no una mente adiestrada para
prestar atención a un tema como éste.
Hace muchos años, algunos de nosotros estuvimos teniendo comunión respecto al tema
principal de cada uno de los libros del Nuevo Testamento. Todos sabíamos que Mateo
trataba del reino de Dios; Marcos, del servicio a Dios; Lucas, de la salvación de Dios; y
Juan, de la vida. Cuando alguien preguntó cuál era el tema de las epístolas de Pedro, con
gran asombro mío, el hermano Nee dijo que estos dos libros trataban del gobierno de
Dios. Desde entonces empecé a preguntarme en qué consistía el gobierno de Dios. Me
decía a mí mismo: “¿No es el reino mencionado en Mateo equivalente al gobierno de
Dios? ¿Cuál es la diferencia entre el reino de Dios y el gobierno de Dios?”. Poco a poco
comencé a entender la diferencia entre el reino y el gobierno.
Por supuesto, en 1 y 2 Pedro no encontramos la palabra gobierno, pero sí vemos el
medio por el cual Dios lleva a cabo Su gobierno. El medio por el cual Dios lleva a cabo
Su gobierno es Su juicio. Al final, después de que el juicio de Dios haya terminado,
vendrán el cielo nuevo y la tierra nueva donde morará la justicia. El cielo nuevo y la
tierra nueva son la consumación de 1 y 2 Pedro. Es preciso que todos veamos esto.
Como ya señalamos, al principio de 1 Pedro se habla de la presciencia de Dios antes de la
fundación del mundo, esto es, en la eternidad pasada, mientras que en el último capítulo
de 2 Pedro se habla de un cielo nuevo y una tierra nueva, los cuales existirán en la
eternidad futura. Esto quiere decir que el tiempo que abarcan estas dos epístolas se
extiende desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. Estos dos libros alcanzan
su consumación en el cielo nuevo y la tierra nueva, cuyo contenido será la justicia. Todo
esto está relacionado con el gobierno de Dios.
El juicio de Dios comenzó a ejecutarse en el Antiguo Testamento, y se ha seguido
ejecutando continuamente a lo largo de las generaciones. Hoy Dios sigue juzgando. En
el Nuevo Testamento vemos que el juicio de Dios comienza por Su propia casa y
concluirá cuando el cielo viejo y la tierra vieja sean consumidos por el fuego. Éste será el
último paso del juicio de Dios. Una vez que se haya consumado este último paso,
surgirán el cielo nuevo y la tierra nueva. Esto significa que cuando Dios haya juzgado
todo este universo, y lo haya purificado completamente mediante Su juicio, vendrá el
cielo nuevo y la tierra nueva donde morará la justicia. Esto tiene que ver con el juicio
gubernamental de Dios.
Siento la carga de que todos los santos, especialmente los jóvenes, tengan una
comprensión clara de 1 y 2 Pedro. En particular, es preciso que veamos que el tema de
estos dos libros es el gobierno de Dios, el cual Él ejecuta por medio de Su juicio.
EL JUICIO QUE SE EJECUTA DIARIAMENTE
EN CONFORMIDAD CON EL GOBIERNO DE DIOS
En 1 Pedro 1:17 leemos: “Y si invocáis por Padre a Aquel que sin acepción de personas
juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor durante el tiempo de vuestra
peregrinación”. Pedro “no habla aquí del juicio final del alma. En ese sentido ‘El padre
no juzga a nadie, sino que todo el juicio ha dado al Hijo’ (Jn. 5:22). Aquí se está
hablando del juicio que Dios, en Su gobierno, ejerce diariamente sobre Sus hijos en este
mundo. Es por ello que se nos habla del ‘tiempo de vuestra peregrinación’” (Darby). Éste
es el juicio que Dios trae sobre Su propia casa (1 P. 4:17).
Puesto que estas dos epístolas tratan sobre el gobierno de Dios, se hace referencia
repetidas veces al juicio de Dios y del Señor (2:23; 4:5-6, 17; 2 P. 2:3-4, 9; 3:7), como
uno de los puntos principales. El juicio de Dios empezó con los ángeles (2 P. 2:3-4) y
siguió ejecutándose en la humanidad a través de las generaciones en el Antiguo
Testamento (2 P. 2:5-9). En la era del Nuevo Testamento, el juicio comienza por la casa
de Dios (1 P. 1:17; 2:23; 4:6, 17) y continúa ejecutándose hasta que llegue el día del Señor
(2 P. 3:10), el cual será un día de juicio sobre los judíos, los creyentes y los gentiles antes
del milenio. Después del milenio, todos los muertos, incluyendo a los hombres y a los
demonios, serán juzgados y perecerán (1 P. 4:5; 2 P. 3:7), y los cielos y la tierra serán
quemados por el fuego (2 P. 3:10, 12). El resultado de los diversos juicios no siempre es
el mismo. Algunos juicios dan como resultado una prueba disciplinaria, otros, un castigo
dispensacional, y otros, la perdición eterna. Sin embargo, mediante todos estos juicios,
el Señor Dios purificará todo el universo con el fin de tener un cielo nuevo y una tierra
nueva destinados a un nuevo universo lleno de Su justicia (2 P. 3:13) para el deleite del
Señor.
El temor del cual se habla en 1:17 es un temor santo, como en Filipenses 2:12; es decir,
una precaución saludable y seria que nos induce a comportarnos santamente. Tal temor
se menciona varias veces en este libro (1 P. 2:17, 18; 3:2, 15), porque la enseñanza de este
libro se relaciona con el gobierno de Dios.
Es importante que quede grabado en nosotros que el gobierno de Dios varía en cada
dispensación. Hay diferentes juicios para diferentes casos, y estos juicios tienen
diferentes resultados. Es preciso que nos demos cuenta de que, como dice Darby, el
juicio de 1:17 no denota “el juicio final del alma”, pues, como se nos revela en Juan 5:22,
este juicio ha sido dado al Hijo. De manera que el juicio referido en 1:17 es aquel que
Dios, en Su gobierno, ejecuta sobre Sus hijos en este mundo. Éste no es el juicio final
que tendrá lugar en el trono blanco, sino el juicio que Dios ejecuta a diario en el mundo.
El juicio que Dios lleva a cabo diariamente no se ejerce sobre los pecadores que se
encuentran en una condición caída; más bien, se ejerce sobre los hijos de Dios.
Los que se oponen a esta enseñanza de la Palabra quizás digan: “¿Cómo es posible que
nosotros, los hijos de Dios que estamos en la gracia, seamos juzgados por Dios? Dios es
nuestro Padre, y Él nos ama y nos imparte Su gracia. ¿Cómo podría Él juzgarnos?”. Es
así como algunos se oponen a la verdad concerniente al juicio de Dios, y ésta es la razón
por la cual siento la carga de que todos captemos el concepto puro que nos transmite la
Biblia sobre este tema. Hoy, todos nosotros somos objeto del juicio de Dios. Dios no sólo
nos agracia, o nos imparte gracia, sino que además nos juzga. Es por eso que
experimentamos tantos sufrimientos. Sufrimos porque Dios nos está juzgando. Por una
parte, Dios nos agracia para que llevemos una vida que armonice con Su justicia bajo Su
gobierno; por otra, Él juzga todo aquello que no concuerda con Su gobierno. Por
consiguiente, en esta era, los creyentes estamos sujetos al juicio que Dios ejecuta
diariamente.
Darby hace notar que, debido a que el juicio de 1:17 es el juicio que Dios en Su gobierno
ejerce diariamente sobre Sus hijos, este versículo habla de conducirnos en temor
durante el tiempo de nuestra peregrinación. Esta clase de juicio se ejerce sobre nosotros,
los hijos de Dios, mientras nos conducimos en temor durante el tiempo de nuestra
peregrinación. Por lo tanto, este juicio no es un juicio futuro, sino un juicio que
experimentamos hoy. En cambio, lo que el Señor dice en Juan 5:22 se refiere al juicio
eterno, al juicio de los incrédulos en el trono blanco. De manera que el juicio que se
menciona aquí es el juicio que Dios ejecuta en el presente sobre Sus hijos, no sobre los
incrédulos.
En el Antiguo Testamento, Dios juzgó a los ángeles caídos, juzgó a la tierra en la época
de Noé, y juzgó las ciudades de Sodoma y Gomorra. Asimismo, juzgó a los hijos de Israel
en el desierto. Hemos visto que en el Nuevo Testamento, el juicio de Dios comienza por
la casa de Dios, lo cual significa que el juicio de Dios comienza por nosotros, es decir,
por la iglesia, la cual incluye a todos los santos. El juicio gubernamental de Dios ya
empezó. Empezó a llevarse a cabo en la época de los apóstoles y continuará ejecutándose
hasta que llegue el día del Señor.
El día del Señor se menciona tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Según
la Biblia, el día del Señor será un día de juicio, y no un día de salvación. Todo el mundo
se ha apartado de Dios, y gradualmente el Señor ha venido ejecutando Su juicio. Pero el
día de Su juicio final llegará. En aquel día Dios juzgará a todos los hombres. Él juzgará a
tres categorías de personas: a los judíos, a los que conforman la iglesia y a la gente del
mundo. El juicio de Dios se ha estado llevando a cabo por miles de años, y seguirá
llevándose a cabo hasta el juicio final, el cual será el día del Señor. Tarde o temprano,
Dios juzgará a cada una de estas tres categorías de personas. Juzgará a los judíos, a
todos los cristianos, y luego, a todos los incrédulos. No piense que porque usted sea
cristiano, escapará del juicio de Dios. Con respecto al juicio de Dios, no hay escapatoria
alguna. El día del Señor será un día de juicio antes del milenio para los judíos, los
creyentes y los gentiles.
Después del milenio, todos los muertos, tanto hombres como demonios, serán juzgados
en el trono blanco. Éste será el juicio final para perdición eterna. Después de que sea
ejecutado tal juicio, los cielos y la tierra serán consumidos por el fuego, y aparecerán el
cielo nuevo y la tierra nueva.
LOS RESULTADOS DE LAS DIVERSAS CLASES DE JUICIO
Una prueba disciplinaria
Hemos visto que los resultados de las diversas clases de juicio no siempre son los
mismos. Ciertos juicios traen como consecuencia una prueba disciplinaria. Esto se
aplica a los juicios que experimentamos hoy. Las persecuciones, los problemas y las
enfermedades son juicios de Dios que nos acarrean una prueba disciplinaria en esta era.
Un castigo dispensacional
Otros juicios acarrean un castigo dispensacional. El castigo dispensacional alude al
castigo que se sufrirá durante los mil años, durante el reino milenario. El reino será una
dispensación. Los cristianos que hayan sido derrotados sufrirán un castigo durante la
era venidera. Aquello será un castigo dispensacional.
Según el Evangelio de Mateo, algunos creyentes sufrirán durante la dispensación del
reino en la era venidera (Mt. 24:48-51; 25:24-30). Para ellos, ese período será un tiempo
de tinieblas acompañado del lloro y el crujir de dientes. Mateo 25 nos dice claramente
que cuando el Señor Jesús regrese, los siervos fieles serán recompensados y los infieles
serán castigados. Algunos maestros de la Biblia dicen que los siervos infieles
mencionados en Mateo 25 son los cristianos falsos, mientras que los fieles son los
cristianos verdaderos. Este entendimiento no es ni lógico ni correcto. ¿Cómo podría un
cristiano falso ser contado como siervo del Señor? ¿Acaso un cristiano falso podría ser
arrebatado y comparecer ante el tribunal de Cristo? En lugar de dar crédito a la
interpretación de que los siervos infieles son cristianos falsos, nosotros creemos la
Palabra pura de Dios. La Biblia dice que cuando el Señor Jesús regrese, todos
compareceremos ante Su tribunal. En 2 Corintios 5:10 Pablo dice claramente que todos
compareceremos ante el tribunal de Cristo para recibir una recompensa según lo que
hayamos hecho. Si hemos laborado fielmente, el Señor nos dará un premio. Pero si
hemos sido infieles y le hemos fallado al Señor, Él nos infligirá algún tipo de castigo.
Éste será un castigo dispensacional impuesto durante el milenio.
La perdición eterna
Otros juicios tendrán como consecuencia la perdición eterna. Como hemos visto, el
resultado del juicio sobre los hombres y los demonios en el trono blanco será la
perdición eterna. Así pues, vemos tres clases de resultados que acarreará el juicio
gubernamental de Dios: una prueba disciplinaria, un castigo dispensacional y la
perdición eterna.
CRISTO VIVIÓ SUJETO AL GOBIERNO DE DIOS
En 2:23 Pedro dice con respecto a Cristo: “Quien cuando le injuriaban, no respondía con
injuria; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba todo al que juzga
justamente”. Según el uso del verbo griego que se traduce “encomendaba”, es necesario
añadir la palabra “todo” como su objeto, lo cual se refiere a todos los sufrimientos que
experimentó el Señor. El Señor siempre encomendaba los insultos y heridas que recibía
a Aquel que juzga justamente en Su gobierno, al Dios justo, a quien Él mismo se
sometió. Esto indica que el Señor reconoció el gobierno de Dios mientras llevó una vida
humana en la tierra.
En ningún otro libro del Nuevo Testamento se nos dice que el Señor vivió sujeto al
gobierno de Dios. Pedro es el único que nos habla de esto. En 2:23 Pedro nos da a
entender que cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él se mantuvo sujeto al gobierno
de Dios. Puesto que el Señor se sometió durante toda Su vida al gobierno de Dios, Él
encomendaba todos Sus sufrimientos a Dios. Pedro no nos habla aquí del Dios fiel, sino
de Aquel que juzga justamente. Esto se debe a que el hecho de juzgar justamente tiene
que ver con el gobierno de Dios.
EL JUICIO DE LOS VIVOS Y DE LOS MUERTOS
En 1 Pedro 4:5, con respecto a los incrédulos, dice: “Ellos darán cuenta a Aquel que está
preparado para juzgar a los vivos y a los muertos”. Aquí el pronombre relativo “ellos” se
refiere a los gentiles (v. 3), quienes se asombran de la manera distinta en que viven los
creyentes y hablan mal de ellos (v. 4). Ellos tendrán que rendirle cuenta al Señor,
contándole todo lo que han hecho y dicho durante toda su vida. Esto revela el gobierno
que Dios ejercerá sobre todos los hombres. El Señor se está preparado para juzgar a
todos, tanto a los vivos como a los muertos. Su juicio es la administración
gubernamental de Dios, mediante la cual Él juzga la situación que impera entre los
hombres.
Según el Nuevo Testamento, Dios juzgará a los vivos y a los muertos. Hechos 10:42 dice
que el Señor Jesús es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos, y Hechos 17:31
dice que Dios “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel
varón a quien designó”. En 2 Timoteo 4:1 Pablo dice que Jesucristo “juzgará a los vivos y
a los muertos”.
¿A quiénes se refiere la palabra “vivos” en 1 Pedro 4:5? Se refiere a los incrédulos que
estén vivos cuando el Señor Jesús regrese. Mateo 25:31-46 habla acerca de esto. Mateo
25:31-33 dice: “Pero cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria y todos los ángeles
con Él, entonces se sentará en el trono de Su gloria, y serán reunidas delante de Él todas
las naciones; y separará los unos de los otros, como separa el pastor las ovejas de los
cabritos. Y pondrá las ovejas a Su derecha, y los cabritos a la izquierda”. La frase “todas
las naciones” se refiere a todos los gentiles que aún estén vivos cuando Cristo regrese a
la tierra, después de que Él haya destruido a los gentiles que sigan al anticristo en
Armagedón (Ap. 16:14, 16; 19:11-15, 19-21). Estos gentiles que permanezcan vivos serán
reunidos y juzgados ante el trono de gloria de Cristo. Éste será el juicio que Cristo
ejecutará antes del milenio sobre los que todavía estén vivos. Difiere del juicio que
ejecutará sobre los muertos, el cual tendrá lugar ante el gran trono blanco después del
milenio (Ap. 20:1-15).
Antes de que el Señor se siente en Su trono de gloria, según lo dicho en Mateo 25:31, Él
ejecutará muchos juicios durante la gran tribulación. Durante el período de la gran
tribulación, muchas personas morirán a causa de las calamidades naturales, de las
guerras y del anticristo. Después de la gran tribulación, el Señor vendrá y se sentará en
Su trono de gloria en Jerusalén. Todas las naciones que estén vivas, serán reunidas
delante de Él para ser juzgadas. Él discernirá quiénes son los cabritos, los malos, los que
están destinados al castigo eterno, al fuego eterno; y quiénes son las ovejas, los buenos,
los que heredarán el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo. Este
juicio será el cumplimiento de lo que Pedro dijo en Hechos 10:42, que dice que Dios
puso a Cristo por Juez de vivos y muertos. Esto será también el cumplimiento de lo que
Pablo dijo en Hechos 17:31, respecto a que Dios designó a Cristo para juzgar a todos los
hombres. De nuevo, en 1 Pedro 4:5, Pedro dice que todos darán cuenta a Aquel que está
preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.
Los “muertos” mencionados en 4:5 son los incrédulos que han muerto, quienes serán
juzgados en el gran trono blanco, descrito en Apocalipsis 20. Hemos visto que después
de la gran tribulación, el Señor ejercerá Su juicio sobre las naciones que estén vivas.
Entonces comenzará el milenio, el reino de mil años. Después del milenio, el Señor
ejercerá Su juicio sobre todos los muertos. Al respecto, Apocalipsis 20:12 dice: “Y vi a los
muertos, grandes y pequeños, de pie ante el trono; y los libros fueron abiertos, y otro
libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas
que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Apocalipsis 20:15 dice además: “Y el
que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”. Éste es el
juicio final de los incrédulos que han muerto. Después de ese juicio los viejos cielos y la
vieja tierra serán consumidos por el fuego.
DIOS USA EL FUEGO DE TRIBULACIÓN
PARA PURIFICAR A LOS CREYENTES
En 1 Pedro 4:6 Pedro añade: “Porque por esto también ha sido anunciado el evangelio a
los muertos, para que sean juzgados en la carne según los hombres, pero vivan en el
espíritu según Dios”. En este versículo la frase “los muertos” se refiere a los creyentes en
Cristo que murieron y que habían sufrido persecución debido a su testimonio cristiano,
según vemos en 1:6; 2:18-21; 3:16-17; y 4:12-19. En este libro, Pedro considera que esta
clase de persecución es el juicio de Dios, ejercido según el gobierno de Dios y que
comienza por Su casa (v. 17). El evangelio les fue predicado a estos creyentes mientras
aún vivían, a fin de que, por un lado, fuesen juzgados, disciplinados, en la carne por
Dios, según los hombres y mediante la persecución de los opositores, y de que, por otro
lado, vivieran en el espíritu según Dios mediante la fe en Cristo. Esto muestra cuán
estricto y serio es el juicio de Dios en Su administración gubernamental. Si los creyentes,
quienes han obedecido al evangelio, tienen que pasar por el juicio gubernamental de
Dios, ¡con mayor razón tendrán que hacerlo aquellos que se oponen al evangelio y
calumnian a los creyentes!
En 4:12 Pedro dice: “Amados, no os extrañéis por el fuego de tribulación en medio de
vosotros que os ha venido para poneros a prueba, como si alguna cosa extraña os
aconteciese”. Según lo que abarcamos en uno de los mensajes anteriores acerca de este
versículo, la frase “el fuego de tribulación” significa incendio, y denota la manera en que
arde un horno de fundición donde se purifican el oro y la plata; esto es similar a la
metáfora usada en 1:7. Pedro consideró que la persecución sufrida por los creyentes era
semejante a un horno ardiente usado por Dios para purificar la vida de ellos. Ésta es la
manera en que Dios disciplina a los creyentes en el juicio de Su administración
gubernamental, el cual comienza por Su propia casa (4:17-19).
Dios usa el fuego de tribulación para castigar, no a los pecadores y opositores, sino a los
creyentes, a los miembros de Su familia. El horno ardiente es uno de los medios que
Dios usa para llevar a cabo el juicio de Su administración gubernamental. En la
administración de Su gobierno, Dios usa el fuego de las tribulaciones como un horno
que purifica cualquier escoria que puedan tener los creyentes. Es cierto que nosotros,
como creyentes en Cristo, somos oro, pero aún tenemos mucha escoria. De ahí que
necesitemos ser purificados. Esta purificación no se logra simplemente por medio de la
enseñanza, de la comunión o de las reuniones de la iglesia. Todos necesitamos pasar por
el horno ardiente. Dios nos pone en un horno ardiente, en el fuego de las tribulaciones,
para consumir toda escoria nuestra. Esto es considerado por Pedro como un juicio que
forma parte de la disciplina gubernamental que Dios ejerce sobre los creyentes.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE TREINTA Y UNO
EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS
(2)
Lectura bíblica: 1 P. 1:17; 2:23; 4:5-7, 12, 17-19
En este mensaje continuaremos nuestro repaso del juicio gubernamental de Dios según
se revela en los primeros cuatro capítulos de 1 Pedro.
EL JUICIO COMIENZA POR LA CASA DE DIOS
En 1 Pedro 4:17 dice: “Porque es tiempo de que el juicio de Dios comience por la casa de
Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen
al evangelio de Dios?”. Este libro nos presenta el gobierno de Dios, especialmente en la
manera en que Dios juzga a Sus escogidos. Dios usa los padecimientos que ellos sufren
en el fuego de la persecución como medio para juzgarlos a fin de disciplinarlos,
purificarlos y separarlos de los incrédulos, y a fin de que no sufran el mismo destino que
éstos. Por eso, el juicio disciplinario comienza por Su propia casa. La casa o familia de
Dios es la iglesia, compuesta de los creyentes (2:5; He. 3:6; 1 Ti. 3:15; Ef. 2:19). Por esta
casa, Su propia casa, Dios comienza Su administración gubernamental mediante el
juicio disciplinario que Él ejerce sobre Sus propios hijos, a fin de tener una base firme
para juzgar, en Su reino universal, a los que desobedecen Su evangelio y se rebelan
contra Su gobierno. Esto tiene la finalidad de establecer Su reino, del cual se habla en la
segunda epístola de Pedro (2 P. 1:11).
Es crucial que veamos que 1 Pedro 4:17 nos dice que el juicio comienza por la casa de
Dios. Ésta es la administración gubernamental de Dios llevada a cabo mediante el juicio
disciplinario que Dios ejerce sobre Sus propios hijos. El propósito de este juicio
disciplinario, que comienza por la casa de Dios, es que Dios tenga una firme base para
juzgar, en Su reino universal, a todos los que desobedecen Su evangelio y se rebelan
contra Su gobierno. Esto se aplica especialmente a los incrédulos judíos. Este juicio dará
por resultado el establecimiento del reino de Dios.
En 4:17 Pedro hace esta pregunta: “¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al
evangelio de Dios?”. Pedro pregunta que si el juicio comienza por nosotros, ¿qué
sucederá a los que no obedezcan al evangelio de Dios? Esta pregunta indica que los
incrédulos, quienes desobedecen al evangelio de Dios, sufrirán un juicio más severo que
el de los creyentes.
EL JUSTO CON DIFICULTAD SE SALVA
En el versículo 18 Pedro hace otra pregunta: “Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en
dónde aparecerá el impío y el pecador?”. La frase “el justo” se refiere aquí a los
creyentes, quienes llegan a ser justos al ser justificados por su fe en Cristo (Ro. 5:1) y por
llevar una vida justa en Cristo (Fil. 3:9; 2 Co. 5:21; Ap. 19:8).
La palabra “dificultad” se refiere a juicios, persecuciones y penurias. De hecho, podría
incluir enfermedades. Muchos creyentes piensan que porque creen en el Señor Jesús y
son salvos, todo en sus vidas deberá marchar bien. Pero la realidad es todo lo contrario.
En la vida cristiana afrontamos una dificultad tras otra. Sin embargo, algunos podrían
pensar que por el hecho de estar en la vida de iglesia, no tendrán ningún problema.
Piensan que tendrán una salud perfecta, buenos ingresos y una excelente reputación.
Pero la realidad es que tanto en la vida cristiana como en la vida de iglesia se sufre
mucho. Es por ello que Pedro dice que el justo con dificultad se salva.
En 4:18 las palabras “se salva” no se refieren a ser salvo de la perdición eterna mediante
la muerte del Señor, sino a ser salvo de la destrucción venidera (1 Ts. 5:3, 8) mediante el
juicio disciplinario de Dios que se manifiesta en forma de persecución. El creyente que
ha sido disciplinado por Dios mediante los sufrimientos que conlleva la persecución y
que purifican su vida, es salvo —con la dificultad de la persecución— de la destrucción
efectuada por la ira de Dios contra el mundo, especialmente contra los judíos
incrédulos, y de la destrucción que vendrá sobre Jerusalén.
Esta epístola fue escrita tan sólo unos cuantos años antes de la destrucción de Jerusalén
por parte de Tito, príncipe de Roma. El Señor Jesús había profetizado sobre esto en
Mateo 24:2, cuando dijo con respecto al templo, que no quedaría piedra sobre piedra. El
Señor había predicho que vendría juicio sobre los judíos desobedientes e incrédulos.
Pedro, al igual que los demás apóstoles, sabía esto.
Debemos recordar que este libro fue escrito en particular para creyentes judíos. Pedro
advirtió a estos creyentes de la destrucción venidera. Sin embargo, les dijo que los que
creyeran en el Señor serían salvos de esa destrucción, pero que serían salvos con
dificultad, esto es, mediante las persecuciones y los sufrimientos. Tales dificultades son
una especie de juicio gubernamental.
Entre los primeros apóstoles era muy común la creencia de que el Señor Jesús
regresaría pronto para juzgar a los pecadores incrédulos, quienes son impíos y
desobedecen a Su evangelio (2 Ts. 1:6-9). Lo que Pedro dice aquí se refiere a esto.
Conforme al gobierno de Dios, si el justo, quien ha obedecido al evangelio de Dios y lleva
una vida justa delante de Él, se salva con dificultad al sufrir persecución —la cual es el
instrumento que Dios usa para ejercer Su castigo disciplinario a fin de purificar la vida
del creyente—, ¿dónde aparecerá el impío, que desobedece al evangelio de Dios y lleva
una vida pecaminosa en contra de Su gobierno, cuando le sobrevenga la destrucción
provocada por la ira de Dios?
ENCOMENDAR NUESTRAS ALMAS A UN CREADOR FIEL
En el versículo 19 Pedro añade: “De modo que también los que padecen según la
voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien”. La
persecución sólo puede causar daño al cuerpo de los creyentes que sufren, pero no a sus
almas (Mt.10:28). Sus almas son guardadas por el Señor, el fiel Creador. Así que, ellos
deben cooperar con el Señor encomendándose a Él en la fe. Aquí la palabra
encomienden significa “encargar como depósito”; tal como en Lucas 12:48, Hechos
20:32, 1 Timoteo 1:18, y 2 Timoteo 2:2. Cuando los creyentes sufran una persecución
física, y en especial tengan que sufrir el martirio, deben encomendar sus almas como
depósito a Dios, al fiel Creador, tal como el Señor encomendó Su espíritu al Padre (Lc.
23:46).
El Creador mencionado en 1 Pedro 4:19 no se refiere a Dios como el Creador de la nueva
creación, la cual es resultado del nuevo nacimiento, sino como el Creador de la antigua
creación. La persecución es un sufrimiento que ocurre en la esfera de la antigua
creación. Por consiguiente, Dios, nuestro Creador, puede preservar nuestra alma, la cual
Él creó para nosotros. Incluso, Él tiene contados nuestros cabellos (Mt. 10:30). Él es
amoroso y fiel. Su cuidado amoroso y fiel (1 P. 5:7) acompaña a Su justicia en Su
administración gubernamental. Mientras Dios en Su gobierno nos juzga a nosotros,
quienes somos Su casa, Él en Su amor nos cuida fielmente. Mientras suframos en
nuestro cuerpo Su justo juicio disciplinario, debemos encomendar nuestras almas a Su
cuidado fiel.
LA VIDA CRISTIANA BAJO EL GOBIERNO DE DIOS
El libro de 1 Pedro trata sobre la vida cristiana bajo el gobierno de Dios. Es fácil prestar
atención a la vida cristiana y pasar por alto el gobierno de Dios. De hecho, la vida
cristiana y el gobierno de Dios van juntos. El Dios Triuno pasó por un largo proceso y se
hizo el Espíritu vivificante para morar en nosotros. Él hizo esto por causa de nuestra
vida cristiana. Al mismo tiempo, el Dios Triuno sigue siendo el Creador del universo y el
gobernador del mismo. Por una parte, renacimos y recibimos una vida espiritual, la vida
divina; por otra, aún estamos en la esfera de la vieja creación. Es por ello que
necesitamos la disciplina gubernamental de Dios. Para poder crecer en la vida cristiana,
necesitamos la disciplina que proviene del gobierno de Dios.
Los escritos de Pedro son muy valiosos porque en ellos él combina la vida cristiana y el
gobierno de Dios. Pablo hizo lo mismo, pero no de una manera tan clara como Pedro.
Los escritos de Pedro nos muestran que la vida cristiana y el gobierno de Dios siempre
van juntos. Si leyéramos con detenimiento las dos epístolas de Pedro, veríamos que
Pedro era una persona que demostraba gran profundidad en los asuntos tocantes a la
vida. El primer capítulo de 2 Pedro, en particular, es muy rico, significativo y profundo
en cuanto al tema de la vida divina. Pero, al mismo tiempo, Pedro expresa en sus
escritos serias advertencias respecto a la manera en que Dios ejerce Su disciplina
gubernamental sobre Su pueblo regenerado. Así, pues, es necesario que en las epístolas
de Pedro veamos la vida cristiana y el gobierno de Dios, y que también veamos cómo
estos dos temas están relacionados.
CONOCER LA VERDAD
CONFORME A LA PALABRA PURA DE DIOS
En el pasado, lo que recibimos la mayoría de nosotros no fue sino enseñanzas cristianas
tradicionales. Por medio de las notas de la Versión Recobro y todos los mensajes del
Estudio-vida, siento la carga de presentar al pueblo del Señor los asuntos básicos
contenidos en la Palabra. Si recibimos estos asuntos y permitimos que dejen una
impresión permanente en nosotros, tengo la certeza de que en los próximos años
ocurrirá un gran cambio, un cambio radical en nuestro ser interior. Confío en que
después de varios años, estos mensajes tendrán un resultado muy positivo. Mi deseo es
que la verdad de Dios, según Su Palabra pura, llegue a ser preponderante en todo este
país. A pesar de la oposición, creo que con el tiempo aquellos que verdaderamente
buscan del Señor leerán los mensajes y llegarán a conocer la verdad.
Por ahora, mi principal preocupación es que quienes estamos en el recobro del Señor
tengamos una clara visión de todos los asuntos básicos contenidos en la Palabra. Sin
embargo, lamento tener que decir que algunos que han estado en el recobro por muchos
años aún no son capaces de explicar debidamente muchos asuntos. En 3:15-16a Pedro
dice: “Sino santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre a
presentar defensa ante todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros,
pero con mansedumbre y temor”. Esto nos da a entender que todos nosotros
debiéramos ser capaces de exponer la verdad de Dios. Espero que el tiempo que ustedes
dediquen a estudiar todos estos mensajes de 1 Pedro les ayude a esto. Yo no me siento
satisfecho con el simple hecho de ver a los santos entusiasmados con lo que ven y oyen
en el ministerio. Mi deseo es llenar las manos de todos los santos con los asuntos sólidos
de la Palabra de Dios.
Si no pueden recordar todos los detalles de lo que Pedro dice con respecto al juicio
gubernamental de Dios, espero que al menos recuerden los conceptos básicos y que
también sepan dónde encontrar más información al respecto. Por ejemplo, deben
recordar versículos tales como 1:17, 2:23 y 4:5. Además, puede ser que quieran referir a
los creyentes a las notas de la Versión Recobro. Tal vez les pudieran decir: “Ustedes
dicen que nosotros enseñamos herejías. Así que, les instamos a que lean por ustedes
mismos lo que Witness Lee ha enseñado. Si lo hacen, comprenderán que este hombre
nos guía a la verdad contenida en la Biblia. ¿Acaso no quieren conocer la Palabra de
Dios? Abramos la Biblia en 1 Pedro y consideremos algunos versículos relacionados con
el juicio de Dios. Les pido que sean imparciales y disciernan quién enseña herejías y cuál
es la verdad de Dios según Su Palabra pura”.
Todos debemos mostrar de manera personal la verdad de Dios a través de nuestra vida,
nuestro conocimiento y nuestra experiencia. Entonces Dios podrá cumplir Su propósito.
De otro modo, Él tendrá que esperar quizás cientos de años más. El pueblo del Señor ha
estado velado y embotado por las enseñanzas tradicionales por demasiado tiempo. Es
por eso que siento la carga de que el Señor logre que todos los santos tengan un
conocimiento apropiado de la verdad de Dios según la Palabra pura.
Todos los ancianos deben entender claramente cuál es la condición de las iglesias con
respecto al conocimiento de la verdad. Es posible que ellos tengan que reconsiderar la
manera en que pastorean a los santos y velan por ellos. Debemos encontrar la forma de
infundir la verdad a los santos de manera que cada uno de ellos esté lleno de la verdad y
haya acumulado muchas experiencias en cuanto a la vida, conforme a la verdad. Por
ejemplo, los santos debieran conocer el Evangelio de Mateo. Debieran ser capaces de
presentar este evangelio a otros y mostrarles la verdad contenida en él. Debiéramos ser
capaces de hacer lo mismo con el Evangelio de Juan, las epístolas de Pedro, el libro de
Apocalipsis, e incluso con todo el Nuevo Testamento. Tenemos que ser capaces de
ayudar a otros a tener una definición clara acerca de muchos aspectos de las verdades de
Dios. Si podemos hacer esto, entonces tendremos una mejor manera de seguir adelante.
Me preocupa que muchos de entre nosotros todavía tengan sólo una comprensión
superficial de la verdad. Lo que a mí me alegra no es escuchar gritos, ni lo que llaman
“liberar el espíritu” sin contenido alguno. Ciertamente es beneficioso dar gritos de
alabanza al Señor y liberar nuestro espíritu, pero esto debe estar lleno de contenido. Si
estamos llenos del contenido sólido de la verdad en conocimiento, en vida y en
experiencia, nuestra alabanza y la liberación de nuestro espíritu tendrá un fundamento
firme. Asimismo, podremos mostrarles a los demás que tenemos una base para
proclamar alabanzas y para liberar nuestro espíritu.
TOMAR LA PALABRA DE DIOS
CON LA DEBIDA SERIEDAD
Muchos de nosotros hemos sido adictos a las prácticas tradicionales. Cuando leemos o
estudiamos la Biblia o cuando escuchamos algún mensaje, es posible que la manera en
que aplicamos lo que leemos o escuchamos sea muy tradicional e incluso ligera, y que no
tomemos la Palabra en serio. Quizás no consideremos como crucial cada concepto que
se encuentra en la Palabra o que nos es presentado a través de algún mensaje. Al
respecto, debemos estar alertas y ser sobrios para darnos a la oración. Los ancianos
especialmente deben orar con respecto a la iglesia en la cual presiden. Ellos deben
indagar respecto a cuánto de la verdad han absorbido los santos. Si examinan la
condición de la iglesia en su localidad, tal vez descubran que ha habido muchos
elementos tradicionales en la manera en que ustedes han hecho las cosas en el pasado, y
que su presentación no ha sido muy práctica.
Siento la carga de que todos los santos tomen la Palabra con la debida seriedad. Cuando
hablamos de la vida divina, debemos percibir cuán serios son los asuntos relacionados
con dicha vida. Debemos comprender que como creyentes que aman al Señor y le
buscan, debemos procurar entender Su Palabra, vivir Su Palabra, practicar Su Palabra y
aplicar Su Palabra primero a nosotros mismos y después a otros. Por la misericordia del
Señor, he preparado de una forma muy práctica todas las notas de la Versión Recobro y
todos los materiales para los mensajes del Estudio-vida. Por ello, si leemos las notas de
la Versión Recobro o cualquier página de algún mensaje del Estudio-vida,
encontraremos abundancia de alimento y nutrición. Debemos ingerir la Palabra como
alimento, y también debemos aprender cómo aplicarla a nosotros mismos y a los demás.
Me preocupa que algunos de los santos, después de haber asistido a muchos
entrenamientos durante muchos años, aún no hayan recibido suficiente alimento de
todos los mensajes ni sepan cómo presentar a otros las verdades de la Palabra de Dios.
Por ejemplo, en estos mensajes sobre 1 Pedro ustedes han escuchado del juicio
gubernamental de Dios. Tal vez tengan una idea general acerca de esto, pero no sepan
usar esta verdad ni presentarla debidamente a los demás.
EJERCITAR SABIDURÍA AL HABLAR CON LOS DEMÁS
Una vez que tengamos un entendimiento claro del juicio gubernamental de Dios, eso no
significa que ahora debamos ir y hablar sobre ello a todo aquel que nos encontremos. Si
no hacemos otra cosa que hablar acerca del juicio gubernamental de Dios, ofenderemos
a otros innecesariamente. Es importante, por tanto, que aprendamos a hablar con las
personas. Tal vez nos enteremos de que cierta persona no tiene claridad con respecto a
la salvación. Quizás se trate de un creyente nominal que no tiene conocimiento ni
experiencia de la salvación de Dios. Asimismo, es posible que nos encontremos con
algún otro que, si bien es salvo, no tiene seguridad de su salvación. Esto requiere que
seamos diestros en el manejo de la verdad y sepamos cómo ayudar a tales personas a
experimentar la salvación o a obtener la seguridad de su salvación. Igualmente,
debemos aprender a ayudar a otros a entender la verdad tocante al Cristo que mora en
nosotros. Si en un dado caso conociéramos a un cristiano que no sabe que Cristo es vida
para él ni que el Espíritu de vida mora en él, debemos orar por tal persona y ayudarle a
entender lo que dice la Palabra acerca de Cristo como vida y del Espíritu de vida que
mora en él. Asimismo debemos ayudarle a experimentar este hecho.
Al tener comunión con otros creyentes, tal vez sintamos que ése es el momento
oportuno para compartirles que no sólo debemos amar al Señor, sino también servirle.
Además, quizás podamos decirles que debemos tener un temor saludable para con el
Señor. El apóstol Pablo no sólo amaba al Señor, sino que también le temía. En 2
Corintios 5:14 Pablo dice que el Señor nos ama, pero al mismo tiempo, en el mismo
capítulo, nos dice que debemos temer al Señor porque un día todos compareceremos
ante Su tribunal (v. 10). Además, sabemos por 1 Corintios 11 que aun hoy en día el Señor
ejerce Su juicio disciplinario sobre Sus hijos. Así, pues, por una parte, nosotros mismos
debemos conocer esta verdad y, por otra, debemos saber cuál es el momento oportuno
para presentarla a otros y la forma correcta de hacerlo. Si hablamos de estas cosas en el
momento oportuno, seremos de ayuda a los demás, y obtendremos una cosecha positiva
de todo lo que digamos. De lo contrario, aunque hablemos de alguna de las verdades
importantes de la Biblia, otros se ofenderán. Así que, debemos hablar las palabras
correctas en el momento apropiado. De lo contrario, a menos que hablemos las palabras
correctas, en el momento apropiado y a la persona correcta, lo que digamos será en
vano. Esto, sin duda, requiere entrenamiento. Tenemos que ser entrenados para tener el
conocimiento apropiado de la verdad, crecer según este conocimiento y aprender a
presentar la verdad a otros.
UNA META DOBLE
La meta que tengo al darles estos mensajes del Estudio-vida es una meta doble. En
primer lugar, es mi deseo que por medio de estos mensajes, la Palabra de Dios pueda
penetrar en los santos. En segundo lugar, tengo la expectativa de que cuando estos
mensajes se impriman, lleguen a ser semillas sembradas entre el pueblo de Dios. No
importa cuánta oposición haya, seguiré sembrando esta semilla. Por un lado, esta
semilla es una provisión de vida; por otro, es una vacuna. Estoy seguro de que la semilla
que hemos sembrado, un día producirá una cosecha.
El futuro del recobro del Señor es muy prometedor. Actualmente, en el recobro del
Señor aquí en Estados Unidos, hay por lo menos siete mil santos que buscan más del
Señor. En los próximos diez años, muchos de nuestros hijos llegarán a ser miembros de
la iglesia. Cuando algunos de ellos estén en la etapa entre los veinte y los treinta años de
edad, serán muy útiles al Señor. El hermano Nee, por ejemplo, fue levantado por el
Señor cuando tenía apenas diecinueve años. Sin embargo, el futuro del recobro del
Señor depende de lo que practiquemos con base en la verdad. Si valoramos la Palabra
como un tesoro y aprovechamos cada oportunidad que tenemos para escudriñarla y
asimilarla, con el tiempo llegaremos a estar plenamente equipados. Conoceremos la
verdad y la vida, y sabremos cómo crecer en el Señor. Tendremos un conocimiento
completo de los asuntos espirituales y una experiencia adecuada de los mismos.
Entonces el Señor podrá vencer todos los obstáculos y obtener lo que ha estado
buscando por siglos.
¿Cómo podría el Señor obtener hoy lo que desea? En la actual condición en que se halla
la mayoría de los cristianos, el Señor no podría obtener lo que desea. Prácticamente en
ningún lugar se encuentra una puerta abierta. Es por ello que el Señor tendrá que
encontrar alguna forma de llevar adelante Su obra de recobro. Mi preocupación es que
entre nosotros, que estamos en el recobro del Señor, todavía sigamos conservando las
prácticas tradicionales. Debemos, por tanto, abandonar el camino tradicional y avanzar
por el camino nuevo, el cual consiste en conocer la verdad, experimentarla y presentarla
a los demás.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE TREINTA Y DOS
EL PASTOREO DE LOS ANCIANOS Y SU RECOMPENSA
Lectura bíblica: 1 P. 5:1-4
En 1 Pedro 5:1, Pedro dice lo siguiente: “Por tanto exhorto a los ancianos que están entre
vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy
también participante de la gloria que ha de ser revelada”. Las palabras “por tanto”
indican que los versículos del 1 al 11 del capítulo 5 representan una conclusión a la
sección precedente (4:12-19), la cual trata acerca de sufrir por Cristo al hacer el bien con
nobleza. La exhortación que hace Pedro se dirige a los ancianos de la iglesia en los
versículos del 1 al 4, a los miembros más jóvenes en el versículo 5 y a todos en general en
los versículos del 6 al 11.
En 5:1-4 Pedro se dirige a los ancianos. Los ancianos son los que tienen la función de
vigilar la iglesia, los que toman la iniciativa entre los creyentes en los asuntos
espirituales (He. 13:17). El apóstol los exhorta a ellos primero, con la expectativa de que
ellos tomen la iniciativa en sufrir noblemente por Cristo.
Pedro era el primero entre los primeros apóstoles (Mt. 10:1-4; Hch. 1:13), y al mismo
tiempo era uno de los ancianos de la iglesia en Jerusalén, como también lo era el apóstol
Juan (2 Jn. 1; 3 Jn. 1; Hch. 15:6; 21:17-18). Pedro, al exhortar aquí a los ancianos de las
otras iglesias, no se dirige a ellos como apóstol sino como anciano, a fin de poder hablar
con ellos a su nivel, con intimidad.
TESTIGO DE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO
En 5:1 Pedro se refiere a sí mismo como testigo de los padecimientos de Cristo. Pedro y
los primeros apóstoles fueron testigos de Cristo (Hch. 1:8), no solamente en calidad de
testigos oculares que dan testimonio de lo que vieron en cuanto a los sufrimientos de
Cristo (Hch. 5:32; 10:39), sino también en calidad de mártires que vindican su
testimonio al sufrir el martirio por Él (Hch. 22:20; 2 Co. 1:8-9; 4:10-11; 11:23; 1 Co.
15:31). Esto significa participar de los padecimientos de Cristo (1 P. 4:13), a tener parte
en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10).
Pedro también dice en 5:1 que él es participante de la gloria que ha de ser revelada.
Pedro fue primeramente un testigo, un mártir, un participante de los sufrimientos de
Cristo. Luego, fue un participante de Su gloria (Ro. 8:17). Cristo mismo había recorrido
ese camino (1 P. 1:11; Lc. 24:26).
En griego, la palabra traducida testigo y mártir es la misma. Esto indica que debemos
dar testimonio como testigos, a riesgo de ser mártires, de sacrificar nuestras vidas. Esto
fue lo que hizo Pedro. En el día del Pentecostés, Pedro dio un testimonio muy poderoso
con respecto a los sufrimientos de Cristo. Él tuvo el denuedo de decir a los judíos que
ellos habían crucificado al Señor Jesús. Sin embargo, antes del día de Pentecostés, Pedro
no actuó con valentía; en lugar de ello, se mostró muy tímido. La noche en que el Señor
Jesús fue traicionado, Pedro negó ser uno de Sus seguidores. Aun en presencia del
Señor, Pedro lo negó. De hecho, en aquella ocasión él no se comportó como Pedro, una
piedra, sino como Simón, un trozo de barro. Sin embargo, en el día de Pentecostés,
Pedro tuvo el denuedo de reprender a los judíos por haber crucificado al Señor Jesús.
Desde ese día, Pedro empezó a sufrir persecución. Él fue arrestado y encarcelado. No
obstante, él estaba dispuesto a arriesgar su vida para ser un testigo del Señor Jesús.
Pedro, sin duda, recordó las palabras del Señor en Hechos 1 acerca de ser testigos.
Cuando los discípulos preguntaron al Señor cuándo sería restaurado el reino de Israel,
Él les respondió: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre
dispuso por Su propia potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre
vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria,
y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:7-8). Pedro fue el primero en llegar a ser tal
testigo. Él fue un testigo sobresaliente, un mártir, que estuvo dispuesto a sacrificar su
vida con tal de dar testimonio de los sufrimientos de Cristo. Finalmente, el propio Pedro
sufrió el martirio. Sacrificó su vida como parte de su testimonio de Cristo. Así se
cumplió lo que el Señor le había dicho tocante a Pedro en Juan 21:18, con respecto a
“con qué muerte había de glorificar a Dios” (Jn. 21:19). Cuando Pedro escribió su
primera epístola, era una persona ya entrada en años; y cuando escribió su segunda
epístola, sabía que el tiempo de su martirio estaba cerca: “Sabiendo que pronto será
quitado mi tabernáculo, como también me lo ha declarado nuestro Señor Jesucristo” (2
P. 1:14). Cuando Pedro escribió estas epístolas, se acordó de las palabras que el Señor
había profetizado acerca de él. En 5:1 vemos que Pedro tenía un status triple. Él era un
anciano también con los demás, un testigo de los padecimientos de Cristo y un
participante de la gloria que estaba por ser revelada.
Todos los ancianos deben ser testigos de los padecimientos de Cristo. Esto significa que
deben estar preparados para sacrificar sus vidas como parte de su testimonio. Si un
hermano no está dispuesto a arriesgar su propia vida, eso significa que todavía no
satisface todos los requisitos necesarios para ser anciano. Todo anciano debe ser un
mártir, una persona que sacrifica su vida por Cristo. El que seamos participantes de la
gloria de Cristo o no, depende de que seamos tales mártires. Si los ancianos están
dispuestos a sufrir el martirio, si están dispuestos a arriesgar sus vidas, entonces
ciertamente serán participantes de la gloria que ha de ser revelada. Pero si no están
dispuestos a sacrificar sus vidas, entonces, en lugar de participar de la gloria cuando el
Señor venga, es probable que sean reprendidos por Él.
Como hemos visto, en 4:19 Pedro dice: “De modo que también los que padecen según la
voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien”. Aquí
“haciendo el bien” se refiere a hacer actos que son rectos, buenos y nobles. El
encomendar nuestras almas al fiel Creador tiene eficacia siempre y cuando hagamos el
bien, es decir, siempre y cuando realicemos actos nobles. Nada es más noble que sufrir
el martirio por el Señor. Policarpo fue un ejemplo de un mártir noble. Policarpo, uno
que aprendió del apóstol Juan, sufrió el martirio cuando tenía más de ochenta años de
edad. Antes de morir, se le dio oportunidad para salvar su vida si negaba al Señor. Él
rehusó, diciendo que no podría negar a Aquel que siempre le había sido fiel. Sin duda
alguna, Policarpo no sólo fue osado y valeroso, sino también noble. A costa de su vida, él
confesó noblemente al Señor delante de sus perseguidores.
Cuando actuamos de una manera tan noble, tenemos una base firme para encomendar
nuestras almas al fiel Creador. Él es perfectamente fiel. Pero, ¿somos nosotros fieles?
¿Realizamos actos nobles? ¿Atendemos a las necesidades de Su testimonio de una
manera noble? Cuando el Señor Jesús estaba siendo juzgado, antes de Su crucifixión,
Pedro no se comportó en lo más mínimo de una manera noble. Sin embargo, más tarde,
en el libro de Hechos, él testificó de Cristo ante sus perseguidores de una manera muy
noble. Un ejemplo de esto es lo que Pedro y Juan dijeron a sus perseguidores: “Juzgad si
es justo delante de Dios escuchar a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar
de decir lo que hemos visto y oído” (Hch. 4:19-20). Pedro y los demás apóstoles
encomendaron sus almas al fiel Creador, haciendo el bien. Así que Pedro ciertamente
podía decir: “Señor, Tú eres fiel conmigo; ahora yo deseo serte fiel. Te seré fiel aun al
costo de mi vida”. Ciertamente el Señor honraría una entrega tan noble.
Debido a que Pedro era un testigo noble, un mártir noble, él tenía la certeza de que sería
participante de la gloria venidera. Quisiera hacer esta pregunta a los ancianos: ¿Tienen
ustedes la seguridad de que también son participantes de la gloria que ha de ser
revelada? Dudo que la mayoría de los ancianos tenga esta seguridad. Tal vez puedan
decir que son testigos; sin embargo, si un anciano ha de ser un participante de la gloria
venidera o no, ello depende de cuán noble y fiel sea él como testigo. Lo que queremos
resaltar aquí es que un anciano tiene que estar dispuesto a sacrificarse.
No solamente los ancianos, sino también sus respectivas esposas deben tener el
concepto de que el oficio de un anciano conlleva sacrificio. No es correcto que la esposa
sienta que ha sido exaltada por el hecho de que su esposo haya sido nombrado anciano.
De hecho, es vergonzoso que la esposa se sienta así. Ser anciano no es una ganancia,
sino un sacrificio. Un hermano que desee ser un buen anciano tendrá que sacrificarse a
sí mismo. Tendrá que sacrificar su tiempo, e incluso su vida familiar. Ser anciano no es
cuestión de adquirir cierta posición o de recibir honor personal; la función de anciano
exige sacrificio. Un anciano que no esté dispuesto a sacrificarse todavía no ha satisfecho
los requisitos necesarios para ser anciano. Los ancianos siempre deben estar dispuestos
a sacrificarse. Ellos deberán sacrificar no sólo su tiempo y energía, sino también sus
propias vidas. Si los ancianos están dispuestos a sacrificarse de esta manera, podrán ser
testigos de los padecimientos de Cristo y participantes de la gloria venidera.
Primeramente, un anciano debe participar de los padecimientos de Cristo. Sólo entonces
podrá participar de la gloria de Cristo. Espero que todos los ancianos reciban estas
palabras.
Puedo testificar que todas las iglesias del recobro del Señor han sido levantadas,
establecidas y edificadas, en su mayoría, gracias a la fidelidad y el sacrificio de los
ancianos. Yo diría que el establecimiento y la edificación de las iglesias puede atribuirse
en un sesenta o setenta por ciento a la labor y el sacrificio de los ancianos, y un treinta o
cuarenta por ciento, al ministerio. Espero que estos porcentajes les ayude a entender
cuán importante es la función de los ancianos. Si el cuerpo de ancianos de una iglesia es
leal, fiel y sacrificado, esa iglesia será fuerte y estará bien establecida. El ministerio que
sirve a todas las iglesias es el mismo; sin embargo, algunas iglesias son fuertes mientras
que otras son débiles. El hecho de que una iglesia sea fuerte o débil, depende de cuán
leales, fieles y sacrificados son los ancianos. Damos gracias al Señor porque en Su
recobro los ancianos, en su mayoría, son leales, fieles y están dispuestos a sacrificarse.
PASTOREAR EL REBAÑO DE DIOS
En 5:2 Pedro dice: “Pastoread el rebaño de Dios que está entre vosotros, velando sobre
él, no por fuerza, sino voluntariamente, según Dios; no por viles ganancias, sino con
toda solicitud”. Pastorear el rebaño de Dios requiere sufrir por el Cuerpo de Cristo, tal
como Cristo sufrió (Col. 1:24). El que hace esto será recompensado con la corona
inmarcesible de gloria (1 P. 5:4).
Literalmente, la palabra griega traducida rebaño es pequeño rebaño. Esto se refiere a la
iglesia de Dios (Hch. 20:28), la cual es pequeña en número (Lc. 12:32) en comparación
con el mundo. La iglesia como pequeño rebaño de Dios es una hierba pequeña útil para
suministrarnos vida, y no un árbol grande donde se alojan las aves (Mt. 13:31-32), es
decir, no es una religión inmensa como lo es la cristiandad.
Según este versículo, los ancianos no son gobernantes, sino pastores. En ocasiones tal
vez un pastor tenga que ejercer cierta autoridad sobre el rebaño, pero no lo hará a la
manera de un rey, sino como alguien que se preocupa por el rebaño. Pastorear significa
cuidar del rebaño de una manera apropiada. El rebaño necesita el debido cuidado y
protección, y que se le guíe en la dirección correcta. Necesita ser conducido a lugares
donde pueda comer y beber. En esto consiste el pastoreo.
En 5:2 Pedro no les dice a los ancianos que pastoreen su propio rebaño; más bien, les
encarga que pastoreen el rebaño de Dios. El rebaño no es propiedad de los ancianos,
sino de Dios. En cierto sentido, los ancianos han sido empleados por Dios para que
pastoreen Su rebaño.
Los ancianos no deben pensar que la iglesia en la cual ellos presiden es propiedad de
ellos. En el Nuevo Testamento se nos dice que la iglesia es de Cristo, de Dios y de los
santos. A la iglesia se le llama la iglesia de Cristo, la iglesia de Dios y la iglesia de los
santos (Ro. 16:16; 1 Co. 1:2; 14:33), pero en ningún momento se le llama la iglesia de los
apóstoles, ni la iglesia de los ancianos. La iglesia en definitiva no es pertenencia de los
apóstoles ni de los ancianos. Sin embargo, puesto que la iglesia está compuesta de los
santos, es la iglesia de los santos; puesto que fue redimida por Cristo, es la iglesia de
Cristo; y puesto que fue regenerada por Dios, es la iglesia de Dios. Con todo, es posible
que un apóstol piense que puesto que cierta iglesia fue levantada por su ministerio, esa
iglesia le pertenece a él, y, asimismo, que los ancianos piensen que puesto que ellos
presiden en la iglesia, esa iglesia les pertenece. Sin embargo, Pedro deja muy claro que
los ancianos deben pastorear el rebaño de Dios, no su propio rebaño.
VELAR, NO TENER SEÑORÍO
La palabra velando del versículo 2 significa “asumir la responsabilidad de vigilar”,
“observar atentamente para conocer la verdadera situación”. Hace años pensaba que
velar consistía en fijarse en quién tenía la razón y quién estaba equivocado, quién estaba
progresando bien y quién no. Pero más tarde comprendí que velar principalmente tiene
que ver con atender a las necesidades. Por ejemplo, cuando un pastor vela por el rebaño,
su preocupación no es saber cuál oveja tiene la razón y cuál oveja está equivocada, sino
enterarse de cuál es la necesidad del rebaño. Él vela para proteger al rebaño, para
guiarlo y alimentarlo. El pastor vela de esta manera para suministrarle al rebaño todo lo
que necesite.
Con respecto a los ancianos, tanto Pedro como Pablo utilizaron la palabra velar, en
lugar de usar palabras tales como tener señorío o gobernar. Velar significa “observar la
situación, la condición, y enterarse de la necesidad”; significa cuidar de la iglesia y de
todos los santos. Los padres no vigilan a sus hijos con el fin de descubrir sus faltas, sino
con el propósito de protegerlos y cuidarlos. Debido a que los padres aman a sus hijos y
se preocupan por ellos, están atentos a todo lo que ellos hacen. Eso no significa que los
padres gobiernen a sus hijos, sino que los vigilan a fin de protegerlos y cuidarlos.
Los ancianos deben comprender que el Señor no los puso por gobernantes para que
ejercieran autoridad sobre los demás. Ejercer señorío sobre otros es algo desagradable y
vil. Los ancianos jamás deben ejercer señorío sobre nadie. En el Evangelio de Mateo el
Señor Jesús dijo que Él es el único Señor y Maestro y que todos nosotros somos
hermanos (Mt. 23:8, 10). Esto significa que los ancianos, los que toman la delantera, no
son más que hermanos también. Hace más de un siglo, los llamados Hermanos vieron
esta verdad, renunciaron a todos los nombres denominacionales y simplemente se
llamaron a sí mismos hermanos. De hecho, el título “Hermanos” es un apodo que otros
les pusieron. En la iglesia todos somos hermanos, y ninguno debe ejercer señorío sobre
otro.
En 5:2 Pedro dice que los ancianos deben velar sobre el rebaño no por fuerza, sino
voluntariamente, según Dios. Los ancianos deben estar dispuestos a cuidar de otros, a
atender a sus necesidades y a protegerlos. No debieran hacer esto por obligación.
Por el contexto podemos darnos cuenta de que velar no significa ejercer ningún tipo de
señorío, no significa ser rey. En la vida natural, a todos les gusta tener señorío sobre los
demás; no es necesario obligar o forzar a nadie a que sea un monarca. Las palabras “no
por fuerza” indican que velar consiste en cuidar de la iglesia, y en no enseñorearse de
ella.
Como dice Pedro, los ancianos deben velar “voluntariamente, según Dios”. Velar según
Dios quiere decir velar según la naturaleza, el deseo, el camino y la gloria de Dios, no
conforme a la preferencia, el interés y el propósito del hombre. Los ancianos no deben
velar sobre el rebaño conforme a sus opiniones, conceptos o gustos personales, sino,
más bien, según el gusto, deseo, intención y preferencia de Dios. Los ancianos deben
velar por el bienestar de la iglesia absolutamente según el pensamiento, el sentir, la
voluntad y el gusto de Dios. Deben velar según los gustos o preferencias de Dios.
Tanto Pablo como Pedro hablan en sus escritos acerca de los ancianos. Sin embargo, yo
diría que lo que Pedro nos dice en 5:1-4 es aun más profundo que lo que nos dice Pablo
en 1 Timoteo y en Tito. Lo que Pedro nos dice aquí es incluso mucho más serio que lo
que dice Pablo.
En 5:2 Pedro advierte a los ancianos que no velen por viles ganancias, sino con toda
solicitud. Esto significa que los ancianos no deben sacar provecho de su cargo, usándolo
como un medio para enriquecerse. Ellos deben velar con la misma solicitud con que los
padres cuidan de sus hijos.
NO COMO TENIENDO SEÑORÍO
SOBRE LO QUE SE LES HA ASIGNADO
En el versículo 3 Pedro añade: “No como teniendo señorío sobre lo que se os ha
asignado, sino siendo ejemplos del rebaño”. Tener señorío sobre los demás es ejercer
señorío sobre los que son gobernados (Mt. 20:25). Entre los creyentes, aparte de Cristo,
no debe haber otro señor; todos deben ser siervos e inclusive esclavos (vs. 26-27; 23:1011). Los ancianos de la iglesia solamente pueden guiar (no ejercer señorío), y todos los
creyentes deben respetar esta dirección y seguirla (1 Ts. 5:12; 1 Ti. 5:17).
En el versículo 3 Pedro dice expresamente a los ancianos que no ejerzan señorío sobre la
iglesia. Todos los ancianos deben ser esclavos de los santos. No basta con que los
ancianos sean siervos, ya que tienen que ser esclavos. Esto es algo que Pedro aprendió
del propio Señor. Pedro escuchó al Señor Jesús decir que los que deseen ser grandes
tienen que ser esclavos. Los ancianos deben considerarse a sí mismos esclavos, y
considerar a los hermanos y hermanas, sus amos.
Las palabras “lo que se os ha asignado” literalmente significan lotes, porciones; por
tanto, heredades, porciones encomendadas, lo cual se refiere aquí al rebaño mencionado
en la cláusula siguiente. Las iglesias son posesión de Dios, y Él las ha asignado a los
ancianos como heredad o porción, encomendándolas al cuidado de ellos.
La iglesia es el rebaño de Dios y Su posesión. Los ancianos han sido designados por Dios
para que pastoreen el rebaño. De ahí que, Dios les haya asignado la iglesia de su
localidad para que cuiden de ella. En efecto, la iglesia en determinada localidad es
posesión de Dios; no es posesión de los ancianos. Sin embargo, Dios se la ha asignado a
los ancianos para que cuiden de ella y la pastoreen. Además, Dios ha encomendado el
cuidado de la iglesia a los ancianos, pero sólo temporalmente. La iglesia es posesión de
Dios por la eternidad. Aun los ancianos mismos son parte de la iglesia, la cual es
posesión de Dios.
Los ancianos, en lugar de ejercer señorío sobre lo que se les ha asignado, deben ser
ejemplos del rebaño. Esto significa que ellos deben tomar la iniciativa en servir a la
iglesia y en cuidar de ella, a fin de que los creyentes sigan su ejemplo.
LA CORONA INMARCESIBLE DE GLORIA
El versículo 4 dice: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la
corona inmarcesible de gloria”. En los tiempos del apóstol, a quienes ganaban en los
juegos de atletismo se les otorgaba coronas (1 Co. 9:25; 2 Ti. 4:8). Éstas eran coronas
corruptibles, cuya gloria se marchitaba. La corona que el Señor otorgará a los ancianos
fieles será una recompensa por su leal servicio. La gloria de esta corona nunca se
marchitará. Será una porción de la gloria que disfrutarán los vencedores cuando el reino
de Dios y de Cristo sea manifestado (2 P. 1:11).
Lo que Pedro dice a los ancianos es breve, pero muy significativo y conmovedor. Espero
que todos los ancianos dediquen el tiempo necesario para ahondar en estos versículos a
fin de conocer las profundidades de la verdad que allí se revelan.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE TREINTA Y TRES
LA PODEROSA MANO DE DIOS Y SU META
(1)
Lectura bíblica: 1 P. 5:5-9
En este mensaje empezaremos a estudiar 1 Pedro 5:5-11, una sección que trata sobre la
poderosa mano de Dios y su meta. Examinaremos 5:5-9 versículo por versículo.
LOS JÓVENES DEBEN ESTAR SUJETOS A LOS ANCIANOS
El versículo 5 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, ceñíos de
humildad en el trato mutuo; porque Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da
gracia”. Una vez más Pedro usa la palabra “igualmente”. En este versículo, la palabra
“igualmente” debe de referirse a lo que Pedro dijo anteriormente acerca de la sumisión o
sujeción (2:18; 3:1). Las mujeres deben estar sujetas a sus propios maridos, y los siervos,
a sus amos. Como hemos señalado, los maridos, al menos en cierta medida, deben
también sujetarse a sus esposas. Ahora, en 5:5, Pedro dice que en la vida de iglesia los
jóvenes deben sujetarse a los ancianos.
Aunque la palabra griega traducida “ancianos” en el versículo 5 es la misma que se usa
en el versículo 1, en principio debe de referirse a todos los hombres de más edad. Esto
quiere decir que los jóvenes no solamente deben estar sujetos a los ancianos de la
iglesia, sino a todos los hermanos de más edad. Yo creo que este mismo principio se
aplica con respecto a que las hermanas jóvenes deben estar sujetas a las de más edad.
CEÑIDOS DE HUMILDAD
En 5:5 Pedro dice que todos nosotros debemos ceñirnos de humildad en el trato mutuo.
Todos los que formamos parte de la iglesia, incluyendo a los ancianos, debemos
ceñirnos de humildad. En 1:13 Pedro nos exhorta a que ciñamos los lomos de nuestra
mente, pero aquí nos da a entender que debemos ceñir todas las partes de nuestro ser.
La palabra griega traducida “ceñíos” en este versículo se deriva de un sustantivo que
denota el delantal que usaba un esclavo, el cual ceñía sus vestiduras para que no
estuvieran sueltas mientras servía. En este contexto se usa en sentido figurado y
significa vestirse de la virtud de humildad para servir. Evidentemente este sentido
figurado surgió de la impresión que Pedro recibió cuando el Señor se ciñó con una toalla
al humillarse para lavarles los pies a los discípulos, en particular a Pedro (Jn. 13:4-7).
Hoy en día, los carpinteros y los tipógrafos suelen usar delantales mientras trabajan. En
la antigüedad, la gente usaba vestiduras sueltas. Debido a que estas vestiduras
dificultaban el trabajo, los esclavos se ceñían con un delantal. Pedro usó esta metáfora
para indicar que en la vida de iglesia todos tenemos que aprender a ceñirnos. No
debemos comportarnos descuidadamente de ninguna manera. Si nos comportamos
descuidadamente, automáticamente nos volveremos soberbios. Debemos ceñirnos de
humildad. Si nos ceñimos de humildad, seremos personas humildes y cuidadosas, y no
nos conduciremos descuidadamente. En la vida de iglesia todos debemos ponernos el
delantal de humildad.
DIOS RESISTE A LOS SOBERBIOS
Según las palabras de Pedro, debemos ceñirnos de humildad “porque Dios resiste a los
soberbios, pero a los humildes da gracia”. La palabra griega traducida “resiste” es
bastante enfática, y denota un ejército que se prepara para resistir al enemigo. Pedro usó
esta palabra para mostrar la firmeza con que Dios resiste a los soberbios.
La palabra griega traducida “soberbios” en el versículo 5 literalmente significa hacer
alarde por encima (de otros). Ser soberbios significa demostrar a los demás que somos
superiores a ellos. Dios resiste a aquellos que se exaltan por encima de los demás y se
consideran mejores que ellos. En vez de ser soberbios y altivos, debemos ceñirnos con el
delantal de humildad. Ponernos tal delantal siempre nos hará descender y adoptar una
actitud humilde.
A LOS HUMILDES DA GRACIA
Pedro dice que Dios no sólo resiste a los soberbios, sino que a los humildes da gracia.
Hablando con propiedad, esta gracia se refiere al propio Dios Triuno como provisión de
vida, la cual es multiplicada en el creyente humilde. Hemos visto que la gracia
multiplicada (1:2) corresponde a la multiforme gracia (4:10) y a la expresión “toda
gracia” (5:10). Si bien los creyentes han recibido la gracia inicial, es necesario que dicha
gracia sea multiplicada en ellos para que puedan participar de toda gracia. La
multiforme gracia de Dios, como también “toda gracia” en 5:10, es la rica provisión de la
vida divina, la cual no es otra cosa que el Dios Triuno ministrado a nosotros en muchos
aspectos (2 Co. 13:14; 12:9). Dios se da a Sí mismo como gracia, como provisión de vida,
a los creyentes humildes.
La palabra griega traducida “humildes” en 5:5 implica asumir una posición baja como se
ve en Mateo 11:29 donde el Señor Jesús se describe a Sí mismo como “manso y humilde
de corazón”. Ser soberbio es ser altivo, mientras que ser humilde es asumir una posición
baja. Si queremos ser humildes en la vida de iglesia, debemos asumir una posición baja.
En vez de enaltecernos, debemos humillarnos continuamente. Entonces estaremos en la
posición adecuada para recibir al Dios Triuno como nuestro suministro de vida; es decir,
recibiremos la gracia que Dios da a los creyentes humildes.
HUMILLADOS BAJO LA PODEROSA MANO DE DIOS
En el versículo 6 Pedro dice: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que
Él os exalte a su debido tiempo”. En el griego, la palabra “humillaos” está en voz pasiva,
lo cual indica que Dios nos hace humildes, principalmente por medio de los
sufrimientos en la persecución (v. 10). Sin embargo, esto exige que nosotros cooperemos
con la operación de Dios, esto es, que estemos dispuestos a humillarnos bajo la poderosa
mano de Dios. De ahí que se nos diga: “Humillaos”. Así que, mientras Dios opera en
nosotros, es necesario que también nosotros estemos dispuestos a permitirle operar en
nosotros. En esto consiste estar dispuestos a ser sometidos bajo la mano de Dios, la cual
es poderosa para hacerlo todo a nuestro favor.
Dios puede usar la persecución para hacer que nos humillemos. De hecho, cualquier
clase de sufrimiento puede ser usado por Dios para este propósito. Es posible que
cuando nos suceden cosas buenas, nos enorgullezcamos; pero el sufrimiento o la
persecución pueden ayudarnos a ser humildes. Por ejemplo, es posible que un hermano
sea humillado como resultado de haber perdido su empleo. Un estudiante puede ser
humillado al recibir notas muy por debajo de lo esperado. Si dicho estudiante recibe una
nota alta, tal vez se sienta un poco enaltecido. Pero si recibe una nota baja, será
humillado.
También en nuestra vida familiar podemos tener la experiencia de ser humillados. Si los
padres tienen hijos brillantes, es posible que se vuelvan orgullosos. Pero si sus hijos les
causan problemas o dificultades, esto los hará humillarse. Asimismo, si el padre de un
hermano joven ocupa un cargo muy importante en su trabajo, es posible que este
hermano joven se vuelva orgulloso. Supongamos que el padre de este joven fuera el
presidente de una empresa o el rector de una gran universidad. Sin duda alguna, este
hermano se sentiría muy orgulloso del cargo que ocupa su padre. Pero supongamos que
en vez de ello su padre hiciera trabajos de limpieza y tuviera un nivel educativo muy
bajo. Esto podría hacer humilde a este hermano joven. Él sería humillado por el hecho
de que su padre no tiene una posición alta.
Quisiera recalcar que en el versículo 6 Pedro dice “humillaos”. Por nosotros mismos no
podemos humillarnos; en vez de ello, necesitamos que Dios nos haga humildes. No
obstante, para lograr que nos humillemos, Dios requiere que nosotros cooperemos con
Su operación. Esto significa que tenemos que estar dispuestos a ser humillados, a
permanecer bajo la poderosa mano de Dios.
Podríamos decir que “humillaos” implica una acción tanto de parte de nosotros como de
Dios. Por un lado, nosotros debemos estar dispuestos a humillarnos, y por otro, Dios
opera para hacer que nos humillemos. Aunque la mano de Dios es poderosa para hacer
por nosotros todo lo que necesitamos, Su mano aún requiere nuestra cooperación. La
operación de Dios requiere nuestra cooperación. De ahí que en griego la palabra
traducida humillaos esté tanto en voz activa como pasiva.
EXALTADOS A SU DEBIDO TIEMPO
Pedro dice que si nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios, Él nos exaltará a su
debido tiempo. Ser sumisos bajo la poderosa mano de Dios, es decir, estar dispuestos a
ser humillados, significa tomar el camino de honrar a Dios, lo cual le permite exaltarnos
cuando Él lo determine. Estar dispuestos a ser humillados por la mano de Dios, la cual
nos disciplina, es un requisito para que podamos ser exaltados por Su mano cuando Él
nos glorifique. Por tanto, aquí se nos habla del camino que honra a Dios y de la mano de
Dios, la cual, por un lado, hace que nos humillemos, y, por otro, nos exalta. Nuestra
actitud es lo que determina si Dios tendrá que hacer que nos humillemos o si habrá de
exaltarnos. En otras palabras, es posible que nosotros escojamos un camino que obligue
a Dios a humillarnos, o que optemos por otro camino, el camino que honra a Dios, lo
cual le facilitará a Dios exaltarnos a Su debido tiempo. Las palabras “a su debido
tiempo”, halladas en el versículo 6, se refieren al tiempo en que Dios considera propicio
exaltarnos.
ECHAR NUESTRA ANSIEDAD SOBRE DIOS
En el versículo 7 Pedro dice: “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él se
preocupa por vosotros”. La palabra echando significa “lanzando”, es decir,
“encomendando”, “entregando”. El tiempo verbal denota un acto realizado una vez por
todas. Las palabras “toda vuestra ansiedad” indican que debemos echar sobre el Señor la
totalidad de la ansiedad que hayamos acumulado a lo largo de nuestra vida. Debemos
aprender a echar la carga de nuestra ansiedad sobre Dios. Tal vez ahora la carga esté
sobre nuestros hombros, pero debemos, más bien, ponerla sobre los hombros de Dios.
Aunque el verbo echando indica un acto que se realiza una vez por todas, es probable
que, debido a que somos débiles, tengamos que echar nuestras ansiedades sobre Dios
una y otra vez. A veces echamos nuestras ansiedades sobre Él sólo para retomarlas
secretamente poco después. Ésta ha sido mi experiencia. Después de haber echado mi
ansiedad sobre el Señor, me daba cuenta unos días después que había vuelto a echar
esta ansiedad sobre mis hombros, y tenía que orar: “Oh Señor, perdóname por haber
retomado esta ansiedad. Una vez más echo mis ansiedades sobre Ti”.
A veces he tenido que decirle al Señor: “Señor, no sólo echo sobre Ti mi ansiedad de hoy,
sino todas las ansiedades que pienso que tendré en el futuro. Señor, preveo que tendré
muchas ansiedades. Todas esas futuras ansiedades te las entrego ahora mismo”.
La palabra griega traducida “ansiedad” también significa inquietud, preocupación. Los
sufrimientos que los creyentes experimentan al ser perseguidos les causan inquietud y
ansiedad. Así que no solamente es necesario que ellos se humillen, que sean despojados
de su orgullo, de su altivez, sino que también echen sobre Dios su vida junto con las
ansiedades que ella conlleva, porque Él no sólo es poderoso y justo, sino también
amoroso y fiel con ellos.
La manera en que la ansiedad viene a nosotros es muy semejante a como aterrizan los
aviones en un aeropuerto de mucho tráfico. Si observan los aviones cuando se preparan
para aterrizar, verán que ellos vienen uno tras otro. A veces aterrizan en pares, y otras
veces en fila, uno tras otro. La ansiedad puede dar vueltas a nuestro alrededor al igual
que un avión da vueltas sobre el aeropuerto, esperando el momento oportuno para
aterrizar.
Los hermanos que tienen familia por lo general experimentan más ansiedad que los
solteros. Por ejemplo, es probable que un hermano soltero tenga mucho menos ansiedad
que un hermano que es casado y tiene varios hijos. La preocupación que el hermano
casado siente por su esposa y por sus hijos le hace estar ansioso. Primero, su esposa se
convierte en una fuente de ansiedad, y luego cada uno de sus hijos, a medida que nacen,
le proveen más razones para estar ansioso. Aún más, las causas de su ansiedad pueden
aumentar a medida que sus hijos crecen, se casan y tienen sus propios hijos, pues aun
los nietos vienen a ser un motivo de ansiedad.
De la misma manera, nuestros bienes o posesiones materiales pueden también ser causa
de ansiedad. Si usted es dueño de una casa, tal vez sienta ansiedad con respecto al
cuidado de esa casa. Y si tiene una segunda casa, también se sentirá ansioso por esa
casa. Podemos decir lo mismo acerca de los depósitos bancarios; es decir, el dinero que
usted tenga en el banco también puede convertirse en un motivo de ansiedad. Por
experiencia puedo testificar que mientras más cosas poseo, más ansiedades tengo, más
“aviones” de ansiedad circulan sobre mi cabeza.
Todos debemos aprender a echar toda nuestra ansiedad sobre el Señor. Si no echamos
nuestra ansiedad sobre Él, no tendremos paz. Quizás los niños menores de cuatro años
de edad no tengan ninguna ansiedad. Pero a medida que crecemos, más ansiedades
tenemos, ya que habrá más aviones de ansiedad esperando aterrizar en nuestro
“aeropuerto”. ¿Qué debemos hacer entonces? Aunque no es fácil, debemos echar
nuestra ansiedad sobre el Señor. Si descubrimos que hemos vuelto a tomar la misma
ansiedad que le habíamos entregado al Señor, debemos volverla a echar sobre Él.
La razón por la que podemos echar toda nuestra ansiedad sobre el Señor es que “Él se
preocupa” por nosotros. Las palabras “Él se preocupa por vosotros” también se podrían
traducir: “A Él le interesa lo que a vosotros os pasa”. El Dios que disciplina y juzga, ama
a los creyentes y se preocupa por ellos, especialmente por los que son perseguidos. Él
cuida de ellos fielmente; por ende, ellos pueden echar sobre Él su ansiedad,
especialmente cuando son perseguidos.
SER SOBRIOS Y VELAR
En el versículo 8 Pedro dice: “Sed sobrios, y velad. Vuestro adversario el diablo, como
león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Ser sobrio significa tener una
mente clara y sobria y dominio propio, para saber, especialmente como se revela en este
capítulo, cuál es el propósito de Dios al disciplinarnos y cuáles son las estratagemas de
Su enemigo en su propósito de destruirnos.
Si no echamos toda nuestra ansiedad sobre el Señor, nos será difícil ser sobrios. Muchos
santos se sienten confusos debido a la ansiedad. Si no nos deshacemos de nuestras
ansiedades, no podremos tener una mente sobria. En vez de ser sobrios, nos
encontraremos bajo una densa nube de confusión y no tendremos ningún sentido de
dirección. Si nuestra mente es perturbada por la ansiedad, no podremos ser sobrios.
Nuestros pensamientos no serán claros, sino confusos y desordenados. Si ésta es la
condición de nuestra mente, nos será difícil escuchar la palabra del Señor. La ansiedad
también puede llevarnos a hablar de forma insensata. Por consiguiente, si queremos ser
sobrios, tenemos que echar nuestra ansiedad sobre el Señor.
Según lo que Pedro dice en 5:8, también debemos velar. Velar consiste en estar alerta
como en una batalla, como soldados que están en territorio desconocido. La ansiedad es
un enemigo muy sutil. Muchas veces la ansiedad no es otra cosa que la encarnación
misma de Satanás. Por tanto, debemos velar y no permitir que la ansiedad nos invada.
La defensa de un país requiere mucha vigilancia. Los que trabajan en el ministerio de
defensa permanecen siempre alerta, para que ningún enemigo invada el país. Éste era el
concepto de Pedro cuando nos instó a ser sobrios y velar.
Pedro escribió el versículo 8 según su experiencia. Si bien es cierto que Pedro no recibió
una educación muy alta, él era muy rico en términos de su experiencia. Él fue llamado
por el Señor siendo aún muy joven. Después de la resurrección del Señor, Pedro
aprendió mucho en el Espíritu. Antes de la resurrección de Cristo, Pedro había oído y
visto muchas cosas, pero carecía de la capacidad para interpretarlas y entenderlas
correctamente. Sin embargo, después de la resurrección del Señor, el Espíritu vino para
estar dentro de Pedro y sobre él, y él empezó a entender lo que había experimentado
durante los tres años y medio que estuvo con el Señor. Así, pues, Pedro era un hombre
de mucha experiencia. Sus escritos se basan no solamente en la doctrina, sino también
en la experiencia. Fue debido a su experiencia que Pedro pudo exhortar a los santos a
que fueran sobrios y velaran.
Como hemos dicho, la palabra velar implica un combate. Estamos en medio de una
guerra, y tenemos que ser vigilantes. No dejen que el enemigo actúe. La ansiedad es un
enemigo muy sutil. A menudo el diablo se disfraza de ansiedad o se oculta detrás de ella.
Si le dan cabida a la ansiedad, le estarán dando cabida a Satanás, el diablo. Por lo tanto,
ustedes deben velar. El Señor Jesús también les encargó a Sus discípulos que velaran y
oraran (Mt. 26:41). Debemos velar y estar alertas.
NUESTRO ADVERSARIO EL DIABLO
Debemos velar porque nuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar. Literalmente, la palabra adversario en el griego significa
“oponente” (como en un litigio). Aquí se refiere a Satanás, quien es nuestro acusador
(Ap. 12:9-10). La palabra griega traducida “diablo”, diábolos, significa acusador,
calumniador. El diablo, quien es Satanás, nos acusa delante de Dios y nos calumnia
delante de los hombres.
El diablo, el adversario, mencionado en el versículo 8, está relacionado con la ansiedad
del versículo 7. Si damos cabida a la ansiedad, también estaremos dando cabida al
adversario, al diablo. De hecho, podríamos afirmar que la ansiedad del versículo 7 es el
adversario del versículo 8.
Un adversario es diferente de un enemigo. Un enemigo es un oponente objetivo a
nosotros, externo a nosotros, mientras que un adversario es un oponente subjetivo, un
oponente que está dentro de nosotros. Satanás no es solamente un enemigo que está
fuera de nosotros, sino también el adversario que está dentro de nosotros. La ansiedad
es una de las formas en las que se presenta el diablo, nuestro adversario. Cada vez que
nos sintamos ansiosos o preocupados, debemos decir: “Satanás, estás descubierto. Esta
ansiedad en realidad eres tú mismo. No intentes esconderte. Sé quién eres. Esto no es
ansiedad sino tú mismo, el diablo. ¡Aléjate de mí, Satanás!”.
Según el contexto, la ansiedad en realidad es el diablo. El diablo viene a atacarnos
vestido de ansiedad; él finge ser ansiedad. Por consiguiente, tenemos que estar alertas y
velar.
UN LEÓN RUGIENTE QUE BUSCA A QUIEN DEVORAR
En el versículo 8 Pedro también dice que el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar. La palabra rugiente indica que este león, el diablo, ruge de
hambre. Las palabras “anda alrededor” denotan la actividad constante y agresiva del
diablo al buscar la presa. Hay un proverbio que dice que el diablo nunca duerme. Él
siempre anda ocupado y se muestra agresivo, buscando a quien devorar.
Aquí Pedro les da una advertencia a los creyentes que sufren persecución. Si ellos no se
humillan bajo la poderosa mano de Dios ni echan su ansiedad sobre Dios, serán
devorados por el león rugiente, el diablo, su adversario. Esto nos enseña que la soberbia
y la ansiedad nos convierten en una apetitosa presa que satisface el hambre del león
rugiente. Sin duda alguna, Pedro no podía olvidar la advertencia que el Señor le había
dado con respecto a la intención del diablo (Lc. 22:31).
Lo que Pedro escribe en el versículo 8 es muy sencillo, breve y preciso. Todos tenemos
algo que aprender de él, especialmente en cuanto a cómo testificar. Algunos de nuestros
testimonios son historias largas, llenas de detalles innecesarios. En nuestras reuniones,
en vez de contar historias largas debemos dar testimonios que sean breves y al punto. A
menudo esta clase de testimonio resulta más eficaz.
ESTAR FIRMES EN LA FE
En el versículo 9 Pedro dice: “Al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos
padecimientos se van cumpliendo en la hermandad vuestra que está en el mundo”.
Resistir aquí no consiste en oponernos ni luchar, sino en estar firmes, como una roca,
sobre la base de nuestra fe delante del diablo rugiente. En este versículo “la fe” alude a
nuestra fe, es decir, a la fe subjetiva de los creyentes, a la fe en el poder protector de Dios
y en la preocupación nacida de Su amor.
En el versículo 9 Pedro dice que los mismos padecimientos se van cumpliendo en la
hermandad nuestra que está en el mundo. Según el contexto de este capítulo y del
anterior, éstos son padecimientos relacionados con la persecución. Hemos visto que la
hermandad se refiere al conjunto de los hermanos, a los hermanos como una familia,
según el sentimiento de fraternidad (2:17).
La ansiedad de la que se habla en 5:7 está relacionada con la persecución. Cuando los
santos están siendo perseguidos, se vuelven ansiosos, no sabiendo qué les acontecerá.
Esta ansiedad, esta preocupación, puede hacerlos dudar del evangelio que han
escuchado, y podría tener un efecto negativo en su fe. Por esta razón, Pedro encarga a
los creyentes que resistan al diablo, permaneciendo firmes en la fe, es decir, firmes en su
fe. En vez de dudar de lo que hemos creído, debemos permanecer firmes en nuestra fe,
sabiendo que los mismos padecimientos relacionados con la persecución se van
cumpliendo en la hermandad que está por todo el mundo.
ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO
MENSAJE TREINTA Y CUATRO
LA PODEROSA MANO DE DIOS Y SU META
(2)
Lectura bíblica: 1 P. 5:5-14
LA MANO DE DIOS EN RELACIÓN CON
EL JUICIO DE DIOS
En 1 Pedro 5:6 Pedro dice: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que
Él os exalte a su debido tiempo”. Los predicadores y maestros de la Biblia a menudo
citan la frase “la poderosa mano de Dios”, sin tener en cuenta su significado según el
libro de 1 Pedro en su integridad. Por ello, este versículo, que habla de la poderosa mano
de Dios, ha sido usado incorrectamente.
Hemos visto que el libro de 1 Pedro se centra enteramente en el gobierno de Dios, y que
el gobierno de Dios es ejercido por medio de Su juicio. El juicio de Dios se lleva a cabo
en el entorno que Dios dispone en Su soberanía. Por ejemplo, Dios dispuso una gran
catástrofe, el diluvio, para juzgar a la generación de Noé. Sólo Dios pudo haber hecho tal
cosa. El diluvio que puso fin al linaje humano en la época de Noé fue provocado por la
poderosa mano de Dios. En 5:6 la poderosa mano de Dios se refiere a la mano
administradora de Dios, la cual se manifiesta especialmente mediante Su juicio.
La mano de Dios es más poderosa para llevar a cabo el juicio de Dios que la salvación de
Dios. Por supuesto, la mano de Dios también es poderosa para salvarnos; pero es mucho
más evidente el poder de Su mano en los juicios que Él ejecuta. Supongamos que cierto
hermano continúa disfrutando de los entretenimientos mundanos mucho después de
haber sido salvo. Si bien él ha sido verdaderamente salvo, todavía ama el mundo. Sin
embargo, un día él tiene un accidente automovilístico, el cual es dispuesto por la
poderosa mano de Dios, y esto lo lleva a buscar del Señor de una manera más profunda
como nunca antes. Éste es un ejemplo del juicio que procede de la mano de Dios.
TRES ASUNTOS RELACIONADOS CON
LA PODEROSA MANO DE DIOS
Según lo que dice Pedro en 5:6-8, debemos hacer tres cosas en relación a la experiencia
que nosotros tenemos de la poderosa mano de Dios. Primero, debemos humillarnos bajo
la poderosa mano de Dios; segundo, debemos echar toda nuestra ansiedad sobre Él; y
tercero, debemos ser sobrios y velar. Todo cuanto nos sucede está bajo la poderosa
mano de Dios. No es necesario que nos preocupemos ni estemos ansiosos. Simplemente
debemos humillarnos bajo la poderosa mano de Dios y no resistirla. Luego, debemos
echar sobre el Señor todos los problemas que nos causan ansiedad. Además de esto,
debemos ser sobrios y velar. Si echamos toda nuestra ansiedad sobre Dios, tendremos
una mente sobria, y entenderemos claramente cuál es nuestra situación. Además,
estaremos vigilantes con respecto a nuestro adversario, el diablo, quien, como león
rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Si velamos, no seremos engañados
cuando Satanás se encarne en forma de ansiedad y, en lugar de ello, venceremos al
adversario, el león rugiente. Éste es el entendimiento correcto de este pasaje de la
Palabra.
EL DIOS DE TODA GRACIA
En 5:10 Pedro añade: “Mas el Dios de toda gracia, que os llamó a Su gloria eterna en
Cristo Jesús, después que hayáis padecido un poco de tiempo, Él mismo os perfeccione,
confirme, fortalezca y cimiente”. La palabra mas, la cual indica contraste, introduce
palabras de consuelo y aliento para los creyentes que sufren. El contraste se da entre los
padecimientos mencionados en el versículo 9 y el Dios de toda gracia del versículo 10. Si
tuviéramos solamente el versículo 9 mas no el versículo 10, nos haría falta la esperanza y
el consuelo. Sin embargo, en 5:10 Pedro parece decir a los creyentes que sufren:
“Vosotros y vuestros hermanos estáis padeciendo temporalmente las amenazas de
vuestro adversario, el rugido del diablo. Mas el Dios de toda gracia, el Dios que os trae el
abundante suministro de vida que está lleno de gracia y sobrepasa toda vuestra
necesidad, Él mismo os perfeccionará, confirmará, fortalecerá y cimentará”.
En este versículo, “toda gracia” se refiere a las riquezas del abundante suministro de la
vida divina en sus diversos aspectos, ministrado a nosotros en los numerosos pasos de la
operación divina que actúa sobre nosotros y dentro de nosotros, en la economía de Dios.
El paso inicial consiste en llamarnos, y el paso final consiste en glorificarnos, según lo
indica la expresión “quien os llamó a Su gloria eterna”. Entre estos dos pasos se
encuentran el amoroso cuidado de Dios mientras nos disciplina, y Su obra de
perfeccionarnos, confirmarnos, fortalecernos y cimentarnos. En todos estos actos
divinos, el abundante suministro de la vida divina nos es ministrado como gracia en
diversas experiencias. El Dios de esta gracia perfeccionará, confirmará, fortalecerá y
cimentará a los creyentes que estén bajo persecución después que hayan padecido un
poco de tiempo.
La frase “el Dios de toda gracia” es única y se encuentra en el Nuevo Testamento
solamente en 5:10. Tal vez los cristianos comúnmente hablen del Dios de misericordia.
Pero, ¿conoce usted a alguno que haya usado la expresión: el Dios de toda gracia? Pedro
no dice meramente que Dios es el Dios de gracia, sino que dice que es el Dios de toda
gracia. En esta expresión Pedro una vez más muestra su característica de hacer uso de
adjetivos. Los creyentes que sufren deben sentirse animados por el hecho de que,
aunque sufran, su Dios es el Dios de toda gracia. Además, Él nos llamó a Su gloria
eterna, una gloria que no tiene límites de espacio ni tiempo.
LLAMADOS A LA GLORIA ETERNA EN CRISTO
Pedro dice que Dios nos llamó a Su gloria eterna en Cristo. La expresión “en Cristo”
indica que el Dios de toda gracia tuvo que pasar por los procesos de encarnación, vivir
humano, crucifixión, resurrección y ascensión, para llevar a cabo la redención completa,
a fin de poder introducir a Su pueblo redimido en una unión orgánica consigo mismo.
Por eso, ellos pueden participar de las riquezas del Dios Triuno y disfrutar de ellas.
Todos los pasos de la operación divina se llevan a cabo en Cristo, quien es la
corporificación del Dios Triuno y quien llegó a ser el Espíritu vivificante y todoinclusivo, el abundante suministro de vida para nosotros. Es en este Cristo —y por
medio de Su redención todo-inclusiva y con base en todos Sus logros— que Dios puede
ser el Dios de toda gracia que nos llama a Su gloria eterna y que nos perfecciona,
confirma, fortalece y cimienta en el Dios Triuno (1:1-2), como fundamento sólido, para
que podamos alcanzar Su gloriosa meta. ¡Oh, qué milagro es que pecadores caídos
puedan ser llevados a la gloria eterna de Dios! ¡Y cuán excelente es Su obra que nos
perfecciona, confirma, fortalece y cimienta! Todo esto es realizado mediante “toda
gracia”, que es la “verdadera gracia” (5:12).
Según lo que Pedro dice en 5:10, nuestros padecimientos son sólo por un poco de
tiempo, pero la gloria de Dios es eterna. Después que hayamos padecido un poco de
tiempo, el Dios de toda gracia personalmente nos perfeccionará, confirmará, fortalecerá
y cimentará.
Las palabras “Él mismo” aluden a la actividad que Dios realiza personalmente en la obra
de gracia. La palabra griega traducida “perfeccione” literalmente significa restaure, e
implica el hecho de reparar, ajustar, poner de nuevo en orden, enmendar, unir
perfectamente, equipar completamente, proveer de todo lo necesario; por ende, significa
perfeccionar, completar, educar. En el griego, la palabra traducida confirme significa
literalmente “consolide”. El Señor usó esta misma palabra en la exhortación que le hizo
a Pedro en Lucas 22:32. El significado de la palabra fortalezca es muy similar al
significado de confirme. La palabra griega traducida cimiente literalmente significa
“sentar las bases”. Es un vocablo que se deriva de la palabra que significa fundamento.
Por consiguiente, significa cimentar sólidamente, como en Mateo 7:25, Efesios 3:17 y
Hebreos 1:10.
En estos cuatro actos divinos de la gracia puede verse cierto progreso. Ser
perfeccionados hace que podamos ser confirmados; ser confirmados nos lleva a ser
fortalecidos; y ser fortalecidos hace que podamos ser cimentados en el Dios de toda
gracia, quien es el Dios Triuno que se imparte a nosotros (1:1-2) como fundamento
sólido.
Primero Dios nos perfecciona; mediante los sufrimientos de la persecución, somos
perfeccionados. Luego, después de perfeccionarnos, Dios nos confirma. Una vez que
somos confirmados, dejamos de vagar y de ser personas fluctuantes. Después de
confirmarnos, Dios nos fortalece, nos reviste de poder, y finalmente, nos cimienta en Sí
mismo, esto es, en el Dios Triuno.
En 5:11 Pedro dice: “A Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”. Al
Dios de toda gracia, a Aquel que nos perfecciona, confirma, fortalece y cimienta, sea la
gloria y el imperio.
En 5:12-14 se halla la conclusión de esta epístola. En el versículo 12 tenemos el
testimonio de la verdadera gracia de Dios, y en los versículos 13 y 14 tenemos los saludos
de Pedro.
LA VERDADERA GRACIA DE DIOS
En 1 Pedro 5:12 dice: “Por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he
escrito brevemente, exhortándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios;
entrad y estad firmes en ésta”. Pedro fue un testigo ocular (5:1), y daba testimonio de lo
que había visto y experimentado. Dio testimonio de que era verdadero todo lo que había
escrito en su epístola como narración de la gracia de Dios.
Pedro escribió esta epístola a los creyentes peregrinos para exhortarles y testificarles de
la gracia de Dios. En 5:12 él da a entender que lo que ha escrito acerca de los hechos de
Dios es la verdadera gracia. Hemos visto que Pedro habla de la gracia multiplicada, de la
multiforme gracia, de toda gracia, y aquí, de la verdadera gracia. Además, con respecto a
la excelente manera de vivir, Pedro dice en dos ocasiones que ésta es la verdadera gracia
de Dios (2:19-20). En 5:12 Pedro exhorta a los creyentes a estar firmes en la verdadera
gracia. Debemos estar firmes en la verdadera gracia y resistir al diablo.
La verdadera gracia mencionada en este versículo se refiere a la expresión “toda gracia”
que aparece en el versículo 10. El apóstol exhortó a los creyentes a entrar en esta gracia
y a estar firmes en ella. Este libro fue escrito principalmente con el fin de mostrar a los
creyentes perseguidos el propósito gubernamental de Dios con respecto a lo que ellos
sufrían. A fin de que ellos pudieran pasar por esos sufrimientos, Dios les suministraría
toda la gracia multiplicada, multiforme y verdadera (5:10; 1:2; 4:10), la cual bastaría
para hacerlos capaces de participar en los padecimientos de Cristo y sufrir por Él (2:21;
3:14-17; 4:12-16), y la cual los perfeccionaría, confirmaría, fortalecería y cimentaría en el
Dios Triuno, y los llevaría a Su gloria eterna.
LA QUE HA SIDO CONJUNTAMENTE ELEGIDA,
QUE ESTÁ EN BABILONIA
En 5:13 Pedro dice: “La que ha sido conjuntamente elegida, que está en Babilonia, y
Marcos mi hijo, os saludan”. “La que ha sido conjuntamente elegida” quizás se refiera a
la esposa de Pedro, quien viajaba con él (1 Co. 9:5), o a una notable hermana en el
Señor, a quien Dios había escogido no sólo juntamente con los destinatarios de esta
epístola, sino también con Pedro y todos los demás creyentes. Algunos suponen que esto
se refiere a la iglesia.
A través de los siglos los grandes maestros han sostenido dos interpretaciones diferentes
acerca del nombre Babilonia, según aparece en 5:13: unos consideran que se usa en
sentido figurado, para referirse a Roma, la capital del Imperio Romano, y otros, que se
usa literalmente, para referirse a Babilonia, una ciudad grande ubicada a orillas del
Éufrates. Las razones que dieron pie a esta última interpretación son más lógicas que las
de la primera. En primer lugar, parece que no había razón para que Pedro usara un
nombre figurativo con intención de ocultar el nombre de la ciudad donde él estaba en
ese tiempo. En segundo lugar, todos los nombres de los lugares mencionados al
principio de su epístola (1:1) fueron usados en sentido literal. En tercer lugar, en el
Nuevo Testamento el nombre Roma siempre se menciona claramente (Hch. 19:21;
28:14, 16; Ro. 1:7, 15), incluso cuando se escribió la última epístola de Pablo, 2 Timoteo
(2 Ti. 1:17), probablemente después de que fue escrita 1 Pedro. Sólo cuando Juan
escribió el libro de Apocalipsis, donde se usa mucho el lenguaje figurativo, alrededor del
año 90 d. de C., se usó el nombre Babilonia la Grande en un sentido figurativo para
referirse a la ciudad de Roma (Ap. 17:5; 18:2).
MARCOS, HIJO DE PEDRO
El nombre Marcos, que se menciona en el versículo 13, se refiere a Juan Marcos (Hch.
12:12, 25), el escritor del Evangelio de Marcos. Éste acompañaba a Pedro en Babilonia,
pues era su hijo espiritual. Y más tarde, Timoteo lo llevó a Pablo (2 Ti. 4:11).
LOS SALUDOS DE PEDRO
En 5:14 Pedro concluye, diciendo: “Saludaos unos a otros con ósculo de amor. Paz sea
con todos vosotros los que estáis en Cristo”. Al principio de esta epístola Pedro dice:
“Gracia y paz os sean multiplicadas”, y al final dice: “Paz sea con todos vosotros los que
estáis en Cristo”. La paz es el resultado de la gracia y es el fruto del disfrute que tenemos
del Dios Triuno. Tal disfrute de Dios como la gracia múltiple y que se multiplica (1:2), la
multiforme gracia (4:10), “toda gracia” (5:10) y la verdadera gracia (v. 12), la cual es la
realidad del contenido de la vida cristiana bajo el gobierno de Dios, redunda en una
condición de paz con Dios y con el hombre.
Lo que Pedro escribe no es nada superficial. Es muy profundo en cuanto a la verdad y
muy relacionado con nuestra experiencia. Vemos esto aun en lo que Pedro dice acerca
de la paz. El entendimiento que Pedro tenía de la paz era muy profundo. Sin embargo, la
mayoría de los cristianos de hoy tiene un concepto muy superficial de la paz.
Según 5:14, el deseo de Pedro era que la paz fuera con todos los que están en Cristo.
Pedro recalca el hecho de que los creyentes están en Cristo (3:16; 5:10). Estamos en
Cristo por obra de Dios y mediante nuestra fe y nuestro bautismo (1 Co. 1:30; Jn. 3:5;
Gá. 3:27; Ro. 6:3). Esto produce una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt. 28:19) y
nos hace un solo espíritu con el Señor (1 Co. 6:17).
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE UNO
LA PROVISIÓN DIVINA
(1)
Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4
El tema de 1 Pedro es la vida cristiana bajo el gobierno de Dios. El libro de 2 Pedro es la
continuación de 1 Pedro y, como tal, también recalca el gobierno de Dios. No obstante,
en esta epístola también se nos habla de la provisión divina. Por lo tanto, podemos decir
que el tema de 2 Pedro es la provisión divina y el gobierno divino.
El gobierno de Dios siempre viene acompañado de la provisión divina. Dios nos concede
Su provisión a fin de que podamos cooperar con Su gobierno. En otras palabras, si
hemos de llevar a cabo el gobierno de Dios, necesitamos la provisión divina que Él nos
suministra, es decir, necesitamos el suministro divino. En 2 Pedro el escritor
primeramente nos presenta el suministro divino. Vemos cómo el poder de Dios nos
provee todo el suministro que necesitamos. Éste es el significado principal de este libro.
Además, la epístola de 2 Pedro, como continuación de lo revelado en 1 Pedro, nos
muestra el mismo cuadro del gobierno de Dios. Así, pues, en 2 Pedro se nos habla de la
provisión divina y el gobierno divino.
SIMÓN PEDRO, ESCLAVO Y APÓSTOL
La introducción de esta epístola se halla en 2 Pedro 1:1 y 2. El versículo 1 dice: “Simón
Pedro, esclavo y apóstol de Jesucristo, a los que se les ha asignado, en la justicia de
nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Simón
era el nombre anterior de Pedro, y Pedro era el nuevo nombre que el Señor le dio (Jn.
1:41-42). Simón se refiere a su viejo hombre engendrado por nacimiento, mientras que
Pedro alude a su nuevo hombre que fue producido por la regeneración. Aquí se
combinan ambos nombres, lo cual significa que el viejo hombre, Simón, había llegado a
ser el nuevo hombre, Pedro.
El nombre Simón Pedro quizás haga alusión al universo viejo y al universo nuevo. Esta
epístola nos muestra que bajo el gobierno de Dios el universo viejo vendrá a ser el
universo nuevo (3:10-13). Podríamos decir que el cielo nuevo y la tierra nueva están
representados por Pedro, y que el universo viejo está representado por Simón. En los
cuatro Evangelios vemos a Simón, el viejo hombre que representa la vieja creación, y
aquí, en las epístolas de Pedro, vemos a un nuevo hombre, a una persona nueva, la cual
representa el nuevo universo.
En 1:1 Pedro se refiere a sí mismo como “esclavo y apóstol de Jesucristo”. En la primera
epístola él sólo menciona que es apóstol, pero en ningún momento dice que sea esclavo.
Sin embargo, aquí Pedro dice que es tanto esclavo como apóstol de Jesucristo. La
palabra esclavo hace referencia a la sumisión de Pedro hacia el Señor, y la palabra
apóstol, a la comisión que el Señor le dio. La sumisión y la comisión dejan implícito un
tráfico en dos direcciones, entre nosotros y el Señor. Una vez que nos sometamos a Él,
Él nos encomendará algo. Así que, la palabra esclavo recalca la sumisión, mientras que
la palabra apóstol hace hincapié en la comisión que se recibe de parte del Señor.
A LOS QUE SE LES HA ASIGNADO
UNA FE IGUALMENTE PRECIOSA QUE LA NUESTRA
La frase “a los que se les ha asignado”, que aparece en 1:1, se refiere a los creyentes
judíos que se hallaban dispersos en el mundo gentil. En 1 Pedro 1:1 Pedro se refiere a
ellos como “los peregrinos de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y
Bitinia”.
En 2 Pedro 1:1, Pedro habla de los “que se les ha asignado ... una fe igualmente preciosa
que la nuestra”. Así como a los hijos de Israel se les asignó una porción de la buena
tierra (Jos. 14:1-5), de la misma manera a nosotros se nos ha asignado una fe preciosa.
Esto implica que todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3),
constituyen la verdadera herencia que Dios les ha otorgado a los creyentes en el Nuevo
Testamento. Entre ellas se incluye la naturaleza divina (v. 4) de la cual participan los
creyentes por medio de la fe igualmente preciosa, conforme a las preciosas y
grandísimas promesas.
Los hijos de Israel, conforme a sus doce tribus, habían de tomar posesión de la buena
tierra. El Señor le dijo a Josué que repartiera a cada una de las doce tribus una porción
de la tierra. Esto se hizo mediante el Urim y el Tumim, que estaban en el pectoral del
sumo sacerdote. Por medio del pectoral, en el que estaban el Urim y el Tumim, Dios
pudo hablar con Su pueblo. Dios utilizó el Urim y el Tumim para revelar Su voluntad, y
fue por medio de tales instrumentos que Josué pudo conocer las instrucciones de Dios
respecto a la porción que le correspondía a cada tribu. Una vez más, Pedro usa un
término del Antiguo Testamento para describir una realidad del Nuevo Testamento.
Como sabemos, la buena tierra, la porción que fue asignada a los hijos de Israel en la
época del Antiguo Testamento, tipifica al Cristo todo-inclusivo. Ahora, según nos lo
revela el Nuevo Testamento, nuestra porción es Cristo. Colosenses 1:12 alude al hecho
de que Cristo es nuestra porción: “Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para
participar de la porción de los santos en luz”. Así como la buena tierra fue la porción
dada a los santos antiguotestamentarios, de la misma manera Cristo es la porción de los
creyentes neotestamentarios. Además, en el Antiguo Testamento, lo que les fue
repartido a las doce tribus fue la buena tierra, mientras que en el Nuevo Testamento, lo
que se nos reparte a nosotros es una fe preciosa.
La frase se les ha asignado ... una fe igualmente preciosa que la nuestra es muy difícil
de traducir y de exponer. ¿Cómo puede la fe ser nuestra porción asignada? Según nos lo
revela la Biblia, Cristo es nuestra porción. Esto significa que Cristo es quien nos ha sido
asignado. Sin embargo, aquí Pedro dice que se nos ha asignado una fe preciosa. ¿Cómo
debemos entender esto? Pues bien, decir que Cristo es nuestra porción podría en cierto
modo ser una afirmación doctrinal, pero decir que la fe es nuestra porción tiene mucho
más que ver con nuestra experiencia. Si Cristo fuera solamente Cristo para nosotros y no
la fe, no podríamos participar de Él, ni Él podría ser nuestra porción. Así que, para que
podamos participar de Cristo, Él debe llegar a ser nuestra fe.
En 1:1 Pedro habla de aquellos que se les ha asignado una fe “igualmente preciosa que la
nuestra”. La palabra griega traducida “igualmente” literalmente significa “de igual valor
u honra”; por ende, “igualmente preciosa”. No significa que todos reciban la misma
medida de fe, sino una fe de igual valor y honra. Las porciones de fe que recibimos son
iguales no en cuanto a medida o cantidad, sino en cuanto a calidad. Por ejemplo, las
porciones de la buena tierra que fueron asignadas a cada una de las doce tribus, diferían
en tamaño. Judá recibió una porción más grande que Benjamín. Pero a pesar de que las
porciones diferían en tamaño, todas eran iguales en cuanto a calidad; es decir, la calidad
de la tierra era la misma para cada tribu. Por lo tanto, cada una de las porciones era
igualmente preciosa que las demás. Este mismo principio se aplica a la frase una fe
igualmente preciosa que la nuestra.
Hemos visto que hoy nuestra porción comprende todas las cosas que pertenecen a la
vida y a la piedad. Esto incluye la naturaleza divina, de la cual participan los creyentes
por medio de la fe “igualmente preciosa”, conforme a las preciosas y grandísimas
promesas. Todos estos elementos en conjunto constituyen nuestra porción. No olviden
que la porción que se nos ha asignado comprende todas las cosas que pertenecen a la
vida y a la piedad, lo cual incluye la naturaleza divina de la cual somos partícipes. Todo
esto constituye la herencia que Dios ha dado a los que creen en Cristo.
¿En qué consiste nuestra verdadera herencia? Nuestra herencia consiste en todas las
cosas que pertenecen a la vida —lo cual es interno— y a la piedad —lo cual es externo—.
Nuestra porción incluye la naturaleza divina, de la cual participamos por medio de la
común fe, la cual es “igualmente preciosa”. Cuando se combinan todos estos elementos
—la fe, la naturaleza divina, las preciosas y grandísimas promesas, la vida y la piedad—,
tenemos la totalidad de la herencia que nos ha sido asignada.
Pedro también dice que la fe que se les ha asignado a los creyentes es igualmente
preciosa “que la nuestra”. El pronombre nuestra se refiere al apóstol Pedro y a todos los
demás creyentes de la tierra judía. Todos los creyentes del mundo gentil participan de la
misma fe preciosa junto con todos los creyentes de la tierra judía. Esta fe les permite dar
sustantividad a la bendición de vida contenida en el Nuevo Testamento, la cual es la
porción común que Dios les asignó.
LA JUSTICIA DE NUESTRO DIOS
Y SALVADOR JESUCRISTO
El versículo 1 también dice: “En la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. La
preposición griega traducida “en” en este versículo puede significar o “en la esfera de” o
“por medio de”. A todos nosotros se nos asignó una fe igualmente preciosa en la esfera
de, o por medio de, la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Jesucristo es tanto
nuestro Dios como nuestro Salvador. Esto indica que Jesucristo es Dios mismo, quien
llega a ser nuestro Salvador. Él es el Dios que adoramos, el mismo que llegó a ser
nuestro Salvador, a fin de salvarnos. En tiempos de Pedro, esta verdad designaba a los
creyentes de Cristo y los separaba de los judíos, quienes no creían que Jesucristo era
Dios, y de los romanos, quienes consideraban que su Dios era césar, y no Jesucristo.
La justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo es un asunto de suma importancia que
debe ser entendido adecuadamente. Noten que aquí Pedro no habla solamente de la
justicia de nuestro Dios, sino también de la justicia de nuestro Salvador. Según lo que
Pablo dice en Romanos, la justicia de Dios es una cosa, y la justicia de Cristo es otra. Sin
embargo, Pedro aquí combina estas dos clases de justicia cuando nos habla de la justicia
de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. ¿Es ésta la justicia de Dios, o la justicia de Cristo?
Por supuesto, la mayoría de nosotros diría que es ambas: la justicia de Dios y de Cristo.
Pero, ¿cómo es que la justicia de Cristo llega a ser la justicia de Dios?
La palabra griega traducida “justicia” en 1:1 también puede ser traducida “equidad”.
Nuestro Dios es un Dios justo. En Su justicia, Él asignó la fe preciosa, como porción
divina, a todos los que creen en Cristo, tanto judíos como gentiles, sin acepción de
personas. Ahora Él no solamente es nuestro Dios, sino también nuestro Salvador. Así
que ahora Su justicia no es solamente la justicia de Dios o de Cristo, sino la justicia de
nuestro Dios y de nuestro Salvador Jesucristo. Dado que el Señor es nuestro Salvador,
Su justicia representa Su acción de justicia, Su muerte en la cruz, en la cual demostró
absoluta obediencia (Fil. 2:8) y por medio de la cual hizo propiciación por los pecados
de todo el mundo (1 Jn. 2:2), de modo que pudiéramos ser justificados por Dios (Ro.
5:18). Puesto que el Señor es nuestro Dios, Su justicia es Su equidad, ya que, con base en
la acción justa, la cual es la obra redentora de nuestro Salvador Jesucristo (3:24-25), Él
justifica a todos los que creen en Cristo (v. 26), tanto judíos como gentiles (v. 30). En la
esfera de esta justicia doble y por medio de ella, la justicia de nuestro Dios y de nuestro
Salvador Jesucristo, la fe preciosa, lo que da sustantividad a la bendición del Nuevo
Testamento, fue asignada igualmente a todos los creyentes de todas las naciones.
Examinemos ahora este asunto más detenidamente. Gracias a la encarnación, Dios no
es solamente nuestro Dios, sino también nuestro Salvador. Ésta es la razón por la cual
Pedro nos habla de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Es por ello que la justicia no es
solamente la justicia de Dios o la justicia de Cristo, sino la justicia tanto de nuestro Dios
como de nuestro Salvador. Puesto que Cristo es nuestro Salvador, Su justicia consta de
Su acción justa. Romanos 5:18 dice: “Así que, tal como por un solo delito resultó la
condenación para todos los hombres, así también por un solo acto de justicia resultó la
justificación de vida para todos los hombres”. Este acto de justicia consistió en la muerte
de Cristo en la cruz, en lo cual demostró absoluta obediencia a Dios. Por medio de Su
crucifixión, Cristo hizo propiciación por los pecados de todo el mundo e hizo posible que
nosotros pudiéramos ser justificados por Dios. Ahora, Dios, mediante Su justicia,
justifica a todos los creyentes en Cristo. El acto de justicia por parte de Cristo es la base
sobre la cual Dios ahora nos justifica. Por lo tanto, la justicia de Cristo como nuestro
Salvador consiste en el hecho de haber muerto en la cruz por nuestra redención. Dado
que Él es Dios, Su justicia consiste en el hecho de haber justificado a todos los creyentes
con base en la muerte redentora de Cristo.
Esto nos permite ver que en 1:1 se combinan dos tipos de justicia: la justicia de Dios y la
justicia de Cristo. La justicia de Cristo efectuó la redención, y ahora Dios, en Su justicia,
nos justifica. Es en la esfera de esta justicia doble y mediante ella que la fe preciosa nos
ha sido asignada igualmente a todos los creyentes.
Lo que Pedro dice acerca de la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo es muy
significativo y tiene muchas implicaciones. El pensamiento predominante entre los
judíos de la época de Pedro era que Dios les había dado a ellos ciertas bendiciones para
su deleite, y que dichas bendiciones les habían sido dadas conforme a su propia justicia.
Los judíos pensaban que si vivían y obraban justamente, podrían estar delante de Dios
en virtud de su propia justicia. La justicia de ellos estaba basada en la ley. Es por ello
que se le llama la justicia que es por la ley. Esto quiere decir que nuestra propia justicia
es la justicia que es por la ley. Pablo se refiere a esto en Romanos 10:3, donde dice:
“Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han
sujetado a la justicia de Dios”. En Filipenses 3:9 Pablo declaró que su deseo era ser
hallado en Cristo, “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por
medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe”. No es según esta
clase de justicia, la justicia basada en la ley, que Dios nos asignó nuestra porción
neotestamentaria. La porción neotestamentaria nos fue asignada por Dios en una
justicia que es tanto la justicia de Dios como la justicia de Cristo, y también mediante
dicha justicia. La justicia de Dios es contraria a nuestra propia justicia, y la justicia de
Cristo es contraria a la justicia de la ley.
Hemos hablado acerca de cuatro tipos de justicia: nuestra propia justicia, la justicia de
Dios, la justicia que es por la ley y la justicia de Cristo. La fe preciosa no nos fue asignada
por medio de nuestra propia justicia ni por medio de la justicia que es por la ley, sino
por medio de la justicia de Dios y la justicia de Cristo. Es en la esfera de esta justicia
doble y mediante ella que Dios nos ha asignado nuestra porción neotestamentaria. Por
consiguiente, debemos tener claro que la porción que se nos ha asignado es una cosa, y
que la justicia doble es otra cosa. La porción se refiere a la herencia que Dios nos asignó,
y la justicia denota el medio o instrumento por el cual nos ha sido asignada dicha
herencia.
Hemos visto que la herencia neotestamentaria comprende todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad, incluyendo también a la naturaleza divina. Esta
herencia también tiene que ver con la fe y con las preciosas y grandísimas promesas. La
suma de todos estos asuntos equivale a la herencia neotestamentaria. ¿Por qué medios
nos dio Dios esta porción? ¿En qué esfera nos la asignó? Es menester que quede
grabado en todos nosotros que nuestra porción nos fue asignada en la esfera de una
justicia doble, y mediante dicha justicia: la justicia de Dios y de nuestro Salvador
Jesucristo. No nos fue asignada por medio de la justicia de los hombres, que es también
la justicia basada en la ley, sino por medio de la justicia de Dios, la cual es la justicia de
Cristo.
Lo que Pedro dice en cuanto a la justicia de nuestro Dios y Salvador indica claramente
que la dispensación ha cambiado. En el Antiguo Testamento la base sobre la cual las
personas eran bendecidas era su propia justicia, la cual era conforme a la ley. Esto
significa que ellas eran bendecidas según la justicia de los hombres, que es también la
justicia procedente de la ley. Pero ahora, en el Nuevo Testamento, Dios nos da una
porción maravillosa no por causa de nuestra propia justicia, que es según la ley, sino por
causa de Su justicia, la cual se basa en la obra redentora de Cristo. Aquí Pedro parece
decir: “Hermanos judíos, debéis saber que la dispensación ha cambiado. No retornéis a
la ley. Dios no nos ha asignado nuestra herencia neotestamentaria según una justicia
que nosotros mismos podamos alcanzar guardando la ley, sino según Su propia justicia,
la cual fue satisfecha mediante la muerte de Cristo. La justicia de Cristo satisface la
justicia de Dios. Es en virtud de esta justicia que Dios nos da la bendición
neotestamentaria. De manera que la era ha cambiado. Por tanto, no retornéis a la ley ni
a Moisés, sino, más bien, acercaros a Cristo. La justicia que tenemos no es nuestra
propia justicia, que es según la ley de Moisés, sino la justicia de Dios, la cual fue
satisfecha por el acto de justicia realizado por Cristo en la cruz. Es en esta justicia y por
medio de ella que Dios nos ha asignado a todos igualmente nuestra herencia
neotestamentaria”. Espero que todos podamos entender claramente esta justicia doble.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE DOS
LA PROVISIÓN DIVINA
(2)
Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4
En el mensaje anterior empezamos a hablar sobre 2 Pedro 1:1-4. Prestamos especial
atención a las palabras asignado y justicia de 1:1. Examinemos ahora lo que significa la
fe en este versículo.
LA FE: LO QUE DA SUSTANTIVIDAD
A LA SUSTANCIA DE LA VERDAD
La fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la verdad (He. 11:1), la cual es la
realidad del contenido de la economía neotestamentaria de Dios. El contenido de la
economía neotestamentaria de Dios consiste en “todas las cosas que pertenecen a la vida
y a la piedad” (2 P. 1:3), es decir, en el Dios Triuno que se imparte en nosotros como
vida internamente y como piedad externamente. La fe preciosa que Dios nos asignó por
medio de la palabra de Su economía neotestamentaria y del Espíritu, responde a la
realidad de este contenido y nos conduce a dicha realidad, de modo que su sustancia
llega a ser el elemento mismo de nuestra vida y experiencia cristianas. Tal fe les es
asignada como porción a todos los creyentes en Cristo, la cual es igualmente preciosa
para todos los que la reciben. Como tal porción, esta fe es objetiva para nosotros en la
verdad divina. Sin embargo, ella introduce en nosotros el contenido de aquello a lo cual
da sustantividad, de manera que el contenido, junto con la fe misma, llegan a ser
subjetivos para nosotros en nuestra experiencia. Esto puede compararse con el paisaje
(la verdad) y el acto de ver (la fe), los cuales son objetivos para la cámara (nosotros).
Pero cuando la luz (el Espíritu) imprime el paisaje en la película (nuestro espíritu), que
está en la cámara, tanto el acto de ver como el paisaje llegan a ser subjetivos para la
cámara.
Hemos señalado que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la verdad.
Tomemos como ejemplo la manera en que una persona ciega da sustantividad a una
mesa de madera usando el sentido del tacto. Aunque la mesa de madera es un cuerpo
sólido, el ciego no puede verla. Pero al tocarla con su mano, él puede darle
sustantividad. De este modo él percibe la mesa de madera como un objeto real. Por
consiguiente, al tocarla le da sustantividad, y al darle sustantividad él percibe la mesa
como un objeto real. Este ejemplo puede ayudarnos a entender la manera en que la fe da
sustantividad a la sustancia de la verdad.
La herencia neotestamentaria que Dios nos ha legado contiene muchas riquezas,
muchas bendiciones. Sin embargo, nuestra mentalidad natural está ciega a todas estas
riquezas y bendiciones. Por tanto, Dios nos diría: “Ejercita tu fe. Es con ella que puedes
dar sustantividad a todas Mis bendiciones neotestamentarias”. La realidad o sustancia
de las bendiciones neotestamentarias que Dios nos ha dado es la verdad misma. De
hecho, la fe es lo que da sustantividad a la realidad de la sustancia de la verdad, y la
verdad en sí es el contenido de la economía neotestamentaria de Dios.
Muchos de nosotros estamos familiarizados con la frase la economía de Dios. La palabra
griega traducida “economía” es oikonomía, que significa “administración doméstica”,
“un arreglo familiar”, y por ende, “plan”. La economía de Dios, el plan de Dios, consiste
en impartirse a Sí mismo en nosotros. De ahí que la meta de la economía
neotestamentaria de Dios es que Dios mismo se imparta en el hombre. Esta economía
tiene un contenido, y dicho contenido posee una realidad, la cual es la verdad revelada
en la Biblia. La Biblia no es simplemente un libro de doctrinas, sino una revelación de la
verdad, que es la realidad del contenido de la economía de Dios. Esta realidad tiene una
sustancia, y lo único que puede darle sustantividad a esta sustancia es la fe. Así, pues,
vemos una vez más que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la realidad de la
economía neotestamentaria.
El contenido de la economía neotestamentaria de Dios consiste en “todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad” (1:3). Hemos visto que tales cosas en realidad son el
Dios Triuno que se imparte a nosotros como nuestra vida interna y nuestra piedad
externa. En el Estudio-vida de 1 Timoteo hicimos notar que la fe es el contenido del
evangelio completo según la economía neotestamentaria de Dios. Así que esta fe es
objetiva, según se menciona en 1 Timoteo 1:19; 2:7; 3:9; 4:1, 6; 5:8; 6:10, 12, 21; 2
Timoteo 2:18; 3:8; 4:7; y Tito 1:13. La verdad es la realidad del contenido de la fe, según
se menciona en 1 Timoteo 2:4, 7; 3:15; 4:3; 6:5; 2 Timoteo 2:15, 18, 25; 3:7, 8; 4:4; Tito
1:1 y 14. La piedad es un vivir que es la expresión de Dios, lo cual se menciona en 1
Timoteo 2:2, 10 (reverencia a Dios); 3:16; 4:7, 8; 5:4 (respetuosos); 6:3, 5, 6, 11; 2
Timoteo 3:5, 12 (piadosamente); Tito 1:1 y 2:12 (piadosamente). La fe equivale al
contenido de la economía, la dispensación, de Dios. La verdad es el contenido, la
realidad, de la fe conforme a la economía de Dios. La vida eterna es el medio y el poder
para llevar a cabo las realidades divinas de la fe, y la piedad es el vivir que expresa la
realidad divina, una expresión de Dios en todas Sus riquezas. La fe subjetiva es la
respuesta a la verdad de la fe objetiva; tal fe recibe las realidades divinas y participa de
ellas.
La fe preciosa que Dios nos ha asignado por medio de la palabra de la economía
neotestamentaria de Dios y del Espíritu, responde a la realidad de tal contenido y nos
conduce a dicha realidad. Tal fe hace que la sustancia de la economía de Dios llegue a
ser el elemento de nuestra vida y nuestra experiencia cristianas. Ésta es la fe que ha sido
asignada como porción a todos los creyentes en Cristo. Esta fe es objetiva para nosotros
en la verdad divina, pero nos trasmite el contenido de aquello a lo cual da sustantividad.
Así, pues, la acción de dar sustantividad es la fe, y esta fe nos trasmite todo aquello a lo
cual da sustantividad. De este modo, la fe hace que todas las cosas a las cuales da
sustantividad sean subjetivas para nosotros y podamos experimentarlas.
Usemos la cámara como ejemplo. Supongamos que usted desea fotografiar cierto
paisaje. El paisaje corresponde a la verdad, y el hecho de ver dicho paisaje corresponde a
la fe. Tanto el paisaje como el acto de ver son objetivos con relación a la cámara, porque
ninguno de los dos ha entrado en ella. Sin embargo, la luz hace posible que el paisaje
quede impreso en la película. La luz corresponde al Espíritu, y la película corresponde a
nuestro espíritu. Así, tanto el acto de ver como el paisaje entran en la cámara y llegan a
ser subjetivos con respecto a ella. Con el “clic” de la cámara la luz penetra dentro de ella
y deja impreso el paisaje en la película. Nosotros somos la “cámara”, y nuestro espíritu
es la “película”. De este modo, el paisaje y la acción de ver llegan a ser subjetivos para
nosotros. Esto es la fe.
La fe incluye todos los elementos del “paisaje” de la herencia neotestamentaria,
conforme a la economía neotestamentaria. En el Nuevo Testamento podemos ver un
cuadro completo de este paisaje. No obstante, este paisaje se halla fuera de nosotros.
¿Cómo puede entrar en nosotros? Entra cuando nosotros lo vemos y también por medio
de la obra del Espíritu. Ésta fue la experiencia que tuvimos cuando fuimos salvos y
regenerados. Nosotros escuchamos la predicación del evangelio, el obturador de la
cámara hizo “clic”, y la luz entró en nosotros. Como resultado, el paisaje divino quedó
impreso en nuestro espíritu.
A veces predicamos el evangelio a las personas, y ellas no experimentan este “clic”.
Mientras les predicamos, quizás algunos digan para sus adentros: “No estoy de acuerdo
con lo que usted dice”. Otros tal vez nos digan: “No me interesa”, y otros quizás
respondan: “Éste debe de estar loco. ¿De qué estará hablando?”. Asi que no
encontramos ninguna respuesta positiva. Pero tarde o temprano, por la misericordia del
Señor, la luz divina y el paisaje divino entrarán en algunas personas. El paisaje entonces
quedará impreso en la película y jamás se borrará. Aun si tratáramos de cambiar de
parecer, no podríamos borrar el paisaje que ha quedado impreso en la “película” de
nuestro espíritu.
Muchos de nosotros podemos testificar que llegamos a creer en el Señor aparentemente
sin motivo alguno. Al escuchar la predicación del evangelio, algo hizo “clic” dentro de
nosotros, y espontáneamente creímos en el Señor. Es posible que anteriormente
hubiéramos disputado acerca de Dios y de Cristo. Tal vez dijimos: “¿Será que de veras
existe Dios? Quizás sí exista un Dios, pero ¿cómo puede Jesús de Nazaret ser Dios en la
carne? No creo que el hombre Jesús sea Dios”. Sin embargo, en cuanto experimentamos
ese “clic”, automáticamente comenzamos a creer que Jesús es el Hijo de Dios. Entonces
pudimos confesar: “No sé por qué, pero ahora creo que Jesús es Dios. ¡Aleluya,
Jesucristo es mi Dios! ¡Alabado sea el Señor!”.
Muchos de nosotros podemos testificar que hemos tenido este tipo de experiencia. En
un momento dado hubo un “clic” dentro de nosotros, y en ese instante entró en nosotros
la fe preciosa que Dios nos asignó. A partir de entonces pudimos tener fe en el Señor.
Yo experimenté este “clic” de la fe cuando fui salvo y regenerado. Aunque nací en el
cristianismo, no experimenté la salvación sino hasta que tuve diecinueve años. Una
tarde, sólo por curiosidad, fui a escuchar a una joven predicar el evangelio. Mientras ella
hablaba, experimenté un “clic” tras otro. Ese mismo día fui salvo de una manera
dinámica y definitiva.
Todos nosotros hemos tenido la experiencia de que el paisaje divino se imprima en la
película de nuestro espíritu por medio del “clic” de la cámara. Tal vez esto varíe en
cuanto a grado, pero en esencia es lo mismo. Todos hemos experimentado ese casi
imperceptible “clic”, y ahora todos poseemos la misma fe preciosa.
Esta fe es la verdadera porción que Dios nos ha asignado. Es la realidad de la economía
neotestamentaria que nos fue asignada en la esfera de la justicia de Dios y mediante ella,
la justicia que es también la justicia de nuestro Salvador Jesucristo. Esta justicia doble
—la justicia de Dios y de Cristo—, es la esfera en la cual y el medio por el cual se nos ha
asignado la porción neotestamentaria.
LA MULTIPLICACIÓN DE LA GRACIA Y LA PAZ
En el versículo 2 Pedro añade: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el pleno
conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor”. La gracia y la paz vinieron a nosotros
mediante la fe que Dios nos asignó, la cual da sustantividad a la bendición de vida del
Nuevo Testamento. Esta fe nos fue infundida por medio de la palabra de Dios, la cual
nos transmite el verdadero conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. En la esfera
del pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor, y por medio de dicho
conocimiento —el cual crece y aumenta cada vez más—, nos serán multiplicadas la
gracia y la paz que hemos recibido.
El pleno conocimiento del Dios Triuno nos capacita para participar y disfrutar de Su
vida y Su naturaleza divinas. Dicho conocimiento está en contraste con el conocimiento
aniquilador de la lógica de la filosofía humana, la cual había invadido a la iglesia en su
apostasía.
EL PODER DIVINO NOS CONCEDE
TODAS LAS COSAS QUE PERTENECEN
A LA VIDA Y A LA PIEDAD
En 1:3 Pedro dice: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el pleno conocimiento de Aquel que nos
llamó por Su propia gloria y virtud”. El capítulo 2 muestra que esta epístola, al igual que
2 Timoteo, 2 Juan, 3 Juan y Judas, fue escrita en tiempos de la degradación y apostasía
de la iglesia. Por consiguiente, la apostasía es el contexto en el cual se escribió este libro.
La carga del escritor era vacunar a los creyentes contra el veneno de la apostasía. La
obra salvadora de Dios consiste en que Él mismo, en Su Trinidad, se imparta en los
creyentes a fin de ser la vida de ellos y su provisión de vida. En esto consiste la economía
de Dios, el plan de Dios. La apostasía distrajo a los creyentes, separándolos de la
economía de Dios y llevándolos a la lógica humana de filosofías confusas. Esta lógica, en
lugar de llevarlos a participar del árbol de la vida, el cual da vida, los llevó a participar
del árbol del conocimiento, el cual produce muerte (Gn. 2:9, 16-17). Fue así como la
serpiente engañó y sedujo a Eva (3:1-6). A fin de tomar medidas contra este veneno
mortal, Pedro en su epístola sanadora primero recetó el poder divino como el antídoto
más fuerte y eficaz. Este antídoto les provee a los creyentes todas las cosas relacionadas
con la vida divina que engendra e imparte el suministro (no el conocimiento que mata) y
con la piedad que expresa a Dios (no la demostración de sabiduría humana). Esta rica
provisión divina, de la cual se habla detalladamente en los versículos siguientes (1:3-11),
es más que suficiente para dar a los creyentes la capacidad de llevar una vida cristiana
adecuada y de vencer la apostasía satánica.
En 1:3 la palabra divino denota la divinidad eterna, ilimitada y todopoderosa de Dios.
Por tanto, el poder divino es el poder de la vida divina, la cual está relacionada con la
naturaleza divina.
Aquí la palabra concedido significa “impartido, infundido, plantado”. Todas las cosas
que pertenecen a la vida y a la piedad nos fueron impartidas, infundidas, por el Espíritu
vivificante todo-inclusivo, quien nos regeneró y quien mora en nosotros (2 Co. 3:6, 17;
Jn. 3:6; Ro. 8:11).
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad componen los diversos aspectos de
la vida divina, tipificados por las riquezas del fruto de la buena tierra en el Antiguo
Testamento. Estas cosas son aquello a lo cual da sustantividad la fe que Dios nos asignó
como porción para que fuera nuestra herencia. La vida es algo interno y nos capacita
para vivir, y la piedad es algo externo y denota la expresión externa de la vida interna. La
vida es la energía interna, la fortaleza interna, que produce la piedad externa, la cual
conduce a la gloria y redunda en gloria.
En el versículo 3 hay una palabra griega muy significativa que puede traducirse “ya que”
o “según”. Dicha palabra nos da a entender que la gracia y la paz nos serán multiplicadas
en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor, según nos sean impartidas
todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del poder divino. La
gracia y la paz nos son multiplicadas según lo que nos imparte el poder divino. Aparte de
la impartición efectuada mediante el poder divino, no sería posible que nos fueran
multiplicadas la gracia y la paz.
La palabra mediante del versículo 3 indica que todas las cosas que pertenecen a la vida
nos son impartidas mediante el pleno conocimiento de Dios, el cual nos es transmitido y
revelado por Su palabra. Tal conocimiento viene a ser la fe (objetiva), en la cual nuestra
fe (subjetiva) es producida.
LA GLORIA Y LA VIRTUD
En 1:3 el pronombre Aquel se refiere a Dios, quien es nuestro Salvador y Señor
Jesucristo (vs. 1-2). Él nos llamó a Su gloria y virtud por Su propia gloria y virtud. Sus
discípulos contemplaron Su gloria y virtud (v. 16; Jn. 1:14) y fueron atraídos por las
mismas. Luego, por esta misma gloria y virtud, fueron llamados por el Señor a ellas.
Esto mismo ocurre con todos los que creen en Cristo.
La gloria es la expresión de Dios, Dios expresado en esplendor. Literalmente, la palabra
griega traducida “virtud” significa “excelencia”. La virtud denota la energía de la vida
que nos capacita para vencer todo obstáculo y para exhibir en nuestro vivir todos los
excelentes atributos. La gloria es la meta divina; la virtud es la energía y la fuerza de vida
que nos capacita para alcanzar tal meta. Esta virtud, junto con todas las cosas que
pertenecen a la vida, nos ha sido dada por el poder divino, pero necesita ser desarrollada
mientras vamos camino a la gloria.
En 1:4 Pedro añade: “Por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza
divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia”. La palabra griega traducida aquí “por medio de” es día, y significa
también “por causa de, con base en”, y “debido a”, es decir, expresa medio o
instrumento, pero aquí también denota causa.
El pronombre relativo las cuales de este versículo se refiere a la gloria y a la virtud
mencionadas en el versículo 3. Por medio de la gloria y la virtud del Señor, con base en
ellas, por causa de ellas y debido a ellas, y por las cuales y a las cuales fuimos llamados,
Él nos ha concedido Sus preciosas y grandísimas promesas, como las de Mateo 28:20;
Juan 6:57; 7:38-39; 10:28-29; 14:19-20, 23; 15:5; y 16:13-15. Dios nos llamó a Su propia
gloria y virtud. Fue debido a esta gloria y virtud que Dios nos concedió promesas. Todas
estas promesas son cumplidas en Sus creyentes por Su poder de vida, y que es la virtud
excelente de ellos, y para Su gloria.
Hemos subrayado el hecho de que Dios nos llamó a Su gloria y virtud. Pero este
llamamiento debe cumplirse en términos prácticos. Si bien es cierto que fuimos
llamados a la gloria y a la virtud de Dios, ¿nos encontramos ya en esa gloria? Y ¿estamos
participando de esta virtud? La respuesta es que a veces estamos en la gloria y a veces
participamos de dicha virtud. Ya que es así, ¿cómo puede cumplirse el llamamiento que
Dios nos ha hecho a Su gloria y virtud? Esto se cumple por medio de Sus promesas.
PARTICIPANTES DE LA NATURALEZA DIVINA
Por medio de las preciosas y grandísimas promesas, nosotros, los creyentes en Cristo,
quien es nuestro Dios y Salvador, hemos llegado a ser participantes de Su naturaleza
divina en la unión orgánica que tenemos con Él, a la cual hemos entrado mediante la fe y
el bautismo (Jn. 3:15; Gá. 3:27; Mt. 28:19). La virtud (energía de la vida) de esta
naturaleza divina nos introduce en la gloria de Dios (piedad que llega a ser la expresión
plena del Dios Triuno).
Basándose en la gloria y la virtud a las cuales Dios nos llamó, Él nos da promesas.
Además, mediante este proceso o procedimiento, Dios nos ha concedido promesas. Él
nos promete que Él se hará responsable de llevarnos a esta gloria y virtud. Como hemos
visto, la gloria como expresión es la meta, y la virtud es la energía de la vida. La virtud
consiste en los excelentes atributos de Dios que llegan a ser en nosotros la energía de la
vida. Esto significa que tenemos la energía y la fuerza necesarias para alcanzar la gloria.
Mediante las promesas de Dios obtenemos la energía necesaria para expresar Su gloria.
Una de estas promesas se encuentra en 2 Corintios 12:9, donde el Señor dice: “Bástate
Mi gracia”. ¡Cuán grande y cuán preciosa es esta promesa! Sin duda alguna esta
promesa puede conducirnos a la gloria y virtud.
Mediante estas promesas podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina.
Nosotros recibimos la vida divina simplemente creyendo. Tan pronto como se produjo
un “clic” en nuestro interior, la vida divina entró en nosotros. La naturaleza es la
sustancia de la vida. Aunque recibimos la vida en el momento en que creímos, debemos
seguir disfrutando la naturaleza continuamente. Y para seguirla disfrutando
necesitamos la gracia de Dios. Así, pues, cuanto más disfrutemos la naturaleza divina,
más tendremos Su virtud y más seremos llevados a Su gloria.
Participar de la naturaleza divina equivale a disfrutar de lo que Dios es. A fin de que
podamos disfrutar todo lo que Él es, Dios hará muchas cosas a nuestro favor conforme a
Sus promesas. Esto nos capacitará para disfrutar de Su naturaleza, o sea de lo que Él
mismo es. Hemos visto que una de Sus promesas nos dice que Su gracia nos basta. La
gracia de Dios, la cual nos basta, operará dentro de nosotros día tras día a fin de que
podamos disfrutar de la naturaleza divina.
Al final del versículo 4 Pedro dice: “Habiendo escapado de la corrupción que hay en el
mundo a causa de la concupiscencia”. En su primera epístola, Pedro les dijo a los
creyentes que Cristo los había redimido de su vana manera de vivir (1:18-19), y que, por
eso, ellos debían abstenerse de los deseos carnales (2:11) y no vivir el tiempo que resta
en la carne, en las concupiscencias de los hombres (4:2). Ahora, en su segunda epístola,
les revela la energía, la fortaleza, que los capacita para escapar de la corrupción de la
concupiscencia, así como el resultado de tal escape. La energía es la virtud de la vida
divina, y el resultado consiste en que los creyentes participen de la naturaleza divina de
Dios y así disfruten de todas las riquezas de lo que es el Dios Triuno. Al participar
nosotros de la naturaleza divina y al disfrutar de todo lo que Dios es, todas las riquezas
de la naturaleza divina serán totalmente desarrolladas, como se describe en los
versículos del 5 al 7. Al escapar nosotros de la corrupción que hay en el mundo a causa
de la concupiscencia, es decir, al deshacernos de aquello que impide que la vida divina
crezca en nosotros, somos librados para ser participantes de la naturaleza divina y para
disfrutar al máximo sus riquezas al desarrollarse ella por la virtud de Dios que nos lleva
a Su gloria.
La naturaleza divina se refiere a las riquezas de lo que Dios es. Todo lo que Dios es, se
halla en Su naturaleza. Por consiguiente, cuando participamos de la naturaleza divina,
participamos de las riquezas divinas. Ya que recibimos la vida divina en el momento de
nuestra regeneración, ahora debemos disfrutar de lo que Dios es.
Las riquezas de lo que Dios es constituyen el contenido de la esperanza viva mencionada
en 1 Pedro 1:3. Dios el Padre, según Su grande misericordia, nos ha regenerado para una
esperanza viva. Esta esperanza viva es realmente una esperanza de vida. Ya que tenemos
esta esperanza de vida, nuestra expectativa ahora es disfrutar diariamente de las
riquezas de la vida divina. De hecho, disfrutar de la vida divina sencillamente equivale a
participar de la naturaleza divina. Es por eso que participar de la naturaleza divina está
relacionado con la esperanza viva de que podremos disfrutar todas las riquezas de la
vida divina.
Cuando fuimos regenerados, fuimos avivados, vivificados, por Dios. La vida divina entró
en la parte central de nuestro ser. Desde entonces hemos tenido una esperanza viva, una
esperanza de vida. Nuestra esperanza es que cada parte de nuestro ser sea vivificada. La
regeneración, por tanto, introdujo en nosotros una esperanza viva. El objetivo de la
regeneración es que disfrutemos de las riquezas de la vida divina, y las riquezas de esta
vida equivalen a la naturaleza divina. Por consiguiente, participar de la naturaleza
divina equivale a disfrutar de las riquezas de Dios.
Este disfrute no es sólo para el tiempo presente, sino también para la eternidad. Por
toda la eternidad seguiremos participando de la naturaleza divina. Esto está
representado por el árbol de la vida y el río de agua de vida mencionados en Apocalipsis
22:1 y 2. Desde el trono de Dios y del Cordero, fluye el río de vida. Esto representa al
Dios que fluye para ser el disfrute de Sus redimidos. Ese río fluyente saturará toda la
ciudad, la Nueva Jerusalén. Además, el árbol de la vida que crece a lo largo del río,
suministrará a los redimidos el propio Dios como su provisión de vida. Éste es un
cuadro de lo que significa participar de la naturaleza divina.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE TRES
LA PROVISIÓN DIVINA
(3)
Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4
En 2 Pedro 1:1 dice que a todos se nos “ha asignado ... una fe igualmente preciosa que la
nuestra”. Hemos visto que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la verdad
(He. 11:1), la cual es la realidad del contenido de la economía neotestamentaria de Dios.
La economía de Dios tiene que ver con que el Dios Triuno imparta en nosotros todo lo
que Él es. Cuando prediquemos a otros acerca de la impartición de las riquezas del Dios
Triuno según se revela en el Nuevo Testamento, el Espíritu operará en los corazones de
los oyentes, y habrá cierta clase de respuesta. Esta respuesta se produce cuando ellos
escuchan la verdad que les comunicamos por medio de nuestra predicación. De hecho,
tal respuesta se puede comparar con el “clic” que hace el obturador de una cámara
cuando se toma una foto. Como resultado de esa respuesta, de ese “clic”, se produce la
fe. Entonces la fe da sustantividad a la sustancia de la realidad del contenido de la
economía neotestamentaria de Dios.
Debemos tener un entendimiento claro de lo que es la fe, al grado en que sea natural
para nosotros decir que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la economía de
Dios, y que la economía de Dios consiste en que Dios se imparta a Sí mismo en nuestro
ser, como nuestra vida y suministro de vida. Debemos saber esto, experimentarlo,
disfrutarlo y practicarlo continuamente.
LA FE, NUESTRA PORCIÓN
DE LA HERENCIA NEOTESTAMENTARIA
Dios asignó tal fe como porción a todos los creyentes en Cristo. La fe ha llegado a ser
nuestra porción de la herencia neotestamentaria. Ahora bien, ¿por qué Pedro en 1:1, en
lugar de decirnos que Dios nos asignó una porción de la herencia, dice que Dios nos
asignó la fe? ¿Cómo puede la fe ser asignada como una porción de la herencia? Para
contestar estas preguntas es preciso ver que la fe no es simplemente un medio por el
cual se obtiene algo, sino que también es una porción. Un medio es un instrumento que
nos ayuda a obtener algo, pero la porción es lo que obtenemos. En 1:1 la fe no denota el
medio, sino, más bien, aquello que recibimos. Por consiguiente, en este versículo la fe es
equivalente a la herencia. La fe es la porción de la herencia neotestamentaria que nos ha
sido asignada. En efecto, conforme al Nuevo Testamento, la fe es en cierto sentido el
medio por el cual obtenemos algo; en particular, es el medio por el cual recibimos la
salvación y la vida eterna. Pero en 1:1 Pedro no considera la fe como un medio, sino
como algo que nos fue asignado, como la porción de la herencia neotestamentaria que
Dios nos ha asignado.
Ahora debemos ver cómo es que la fe mencionada en 1:1 equivale a la herencia
neotestamentaria. Nuestra porción es Cristo, y Cristo es la corporificación del Dios
Triuno; por ende, nuestra porción es Cristo como la corporificación del Dios Triuno.
Este Cristo es revelado en el Nuevo Testamento, y nos es transmitido por medio del
Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento en su integridad es un recipiente que contiene
al Cristo que es la corporificación del Dios Triuno. Así, pues, este recipiente nos
transmite a Cristo. ¿De qué forma la Palabra nos transmite a Cristo? Nos lo transmite
principalmente por medio de la predicación o la enseñanza de la Palabra. La predicación
y la enseñanza de los apóstoles siempre transmitían a Cristo a los demás. Esto significa
que Cristo vino a los oyentes mediante la predicación y enseñanza de los apóstoles.
El Dios Triuno está corporificado en Cristo, y Cristo se halla contenido en el Nuevo
Testamento. Luego, este Cristo nos es transmitido por medio de la predicación y la
enseñanza de la Palabra. El Nuevo Testamento contiene a Cristo, y los que predican el
Nuevo Testamento nos traen este recipiente. Por este medio, tal recipiente nos
transmite a Cristo. La fe, entonces, proviene del oír, y el oír por medio de la Palabra. La
función que cumple la Palabra es transmitirnos a Cristo. Por consiguiente, Cristo viene a
nosotros por medio de la predicación y la enseñanza de la palabra del Nuevo
Testamento.
Nuestro Cristo todo-inclusivo no sólo es el Verbo, sino también el Espíritu vivificante.
Cuando Cristo nos es predicado y transmitido por medio de la Palabra, Él, al mismo
tiempo, coopera con los que predican la Palabra y opera como Espíritu. En otras
palabras, mientras Él es transmitido a los que escuchan la predicación de la Palabra, Él
opera dentro de ellos como Espíritu, de modo que haya un “clic” dentro de ellos, y se
produzca la fe. Una vez que la fe se produce en nosotros, nos es impartido todo lo que
Cristo es conforme a la palabra del Nuevo Testamento. De este modo, llegamos a ser
poseedores de la realidad de Cristo.
La fe y Cristo son una sola entidad. La fe, como la respuesta al contenido de la Palabra,
es de hecho Cristo mismo. Esto significa que la respuesta y aquello a lo cual
respondemos se refieren a lo mismo. En otras palabras, la fe (nuestra respuesta) y Cristo
son una misma cosa. Cuando en nuestra experiencia nuestra respuesta y el Cristo que
nos es transmitido por medio de la predicación de la Palabra llegan a ser uno, se
produce la fe dentro de nosotros.
Es muy difícil dar una definición de esta fe. No es nada fácil entender o explicar cuánto
de ello es Cristo y cuánto de ello es nuestra acción de creer. De hecho, nuestra fe y el
Cristo, que es el objeto de nuestra fe, son una misma entidad. Ésta es la porción de la
herencia neotestamentaria que Dios nos ha asignado.
TODAS LAS COSAS QUE PERTENECEN
A LA VIDA Y A LA PIEDAD
La porción que nos fue asignada comprende todas las cosas que pertenecen a la vida y a
la piedad, las cuales incluyen la naturaleza divina y las preciosas y grandísimas
promesas. Pero, ¿cómo pueden estas promesas ser consideradas como parte del
contenido de lo que nos ha sido asignado? Para contestar esta pregunta, usemos como
ejemplo el testamento que redacta una persona. Supongamos que en el testamento de su
padre se afirma que usted es acreedor a una herencia. Su herencia corresponde a lo que
está escrito en el testamento de su padre. El testamento no sólo le comunica ciertas
cosas, sino que le afirma que dichas cosas son su porción. Además, dicho testamento es
el cumplimiento de una promesa. Por lo tanto, el testamento, el cumplimiento de la
promesa, incluye todos los elementos que conforman su herencia. En este sentido, estos
tres —el testamento, la promesa y la herencia— son una misma cosa. De la misma
manera, las promesas que se cuentan como parte de las cosas que pertenecen a la vida y
a la piedad —las cuales incluyen la naturaleza divina— son, de hecho, el testamento. Así
que, el Nuevo Testamento es precisamente eso, un testamento, y no simplemente un
pacto. Los veintisiete libros del Nuevo Testamento en conjunto son un testamento que
nos habla de los elementos que componen nuestra rica herencia. De manera que el
testamento y la herencia son una misma cosa.
Si una herencia no estuviera acompañada de un testamento, le haría falta algo muy
importante. Si no tuviéramos el Nuevo Testamento, ¿cómo sabríamos cuál es la herencia
que Dios nos ha prometido? La fe que nos fue asignada, la cual es nuestra porción,
incluye todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Como hemos visto,
también incluye la naturaleza divina y las promesas. Todo esto forma parte de la fe que
nos fue asignada, la porción que Dios nos asignó.
SE NOS HA CONCEDIDO
PRECIOSAS Y GRANDÍSIMAS PROMESAS
En 2 Pedro 1:4 leemos: “Por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza
divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia”. Las palabras por medio de las cuales son difíciles de entender. El
pronombre relativo las cuales que aparece en el versículo 4, se refiere a la gloria y a la
virtud mencionadas en el versículo 3. Así, por medio de la gloria y la virtud del Señor y
con base en ellas, por las cuales y a las cuales fuimos llamados, Dios nos ha dado Sus
preciosas y grandísimas promesas.
Según el versículo 3, el Señor nos llamó no sólo por Su propia gloria y virtud, sino
también a Su propia gloria y virtud. Los discípulos presenciaron la gloria del Señor.
Durante el tiempo en que el Señor estuvo con los discípulos, ellos vieron la virtud
exhibida en Su conducta y en Su vida diaria. Asimismo, ellos presenciaron Su gloria en
el monte de la transfiguración. Sin duda, ellos también vieron la gloria del Señor en
otras ocasiones, como por ejemplo, cuando Él alimentó a los cinco mil o cuando mandó
que Lázaro saliera de la tumba. Al presenciar la gloria y la virtud del Señor, los
discípulos se sintieron atraídos hacia Él. Esto es lo que significa que ellos fueran
llamados por la gloria y virtud del Señor. Después de la resurrección del Señor, en el día
de Pentecostés, Pedro estaba lleno de gloria y virtud. Los discípulos se encontraban en
una esfera llena de gloria y virtud, la misma gloria y virtud a las cuales habían sido
llamados.
Es por medio de esta gloria y virtud que Dios nos ha concedido promesas. La
preposición griega traducida “por medio de” en el versículo 4 tiene un sentido
instrumental y también denota causa. Ésta es la razón por la cual algunas versiones
traducen esta palabra griega “a causa de”. Esto significa que a causa de la gloria y virtud,
Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas. Debido a que todos fuimos
llamados a la gloria y a la virtud, Dios nos dio promesas a fin de producir en nosotros
dicha virtud y gloria.
Según el versículo 4, Dios nos concedió preciosas y grandísimas promesas para que por
ellas llegásemos a ser participantes de la naturaleza divina. Ya poseemos la vida divina.
Cuando la fe fue producida en nosotros en el momento en que creímos en el Señor, al
mismo tiempo nos fue impartida la vida divina. Pero aunque ya poseemos la vida divina,
todavía tenemos que pasar por un largo proceso para disfrutar de la naturaleza divina.
Hay una diferencia entre la vida y la naturaleza. La naturaleza divina es lo que Dios es.
Nosotros disfrutamos de la naturaleza divina al vivir por la vida divina. ¿Cómo podemos
vivir por la vida divina? Vivimos por la vida divina mediante las promesas que Dios nos
concedió. Es necesario que vivamos por la vida divina a fin de ser participantes de la
naturaleza divina. Participar de la naturaleza divina simplemente significa disfrutar de
la naturaleza divina.
Una vez que experimentamos ese “clic”, todas las cosas que pertenecen a la vida y a la
piedad fueron impartidas en nosotros. Ahora poseemos la vida divina. Esta vida divina
nos capacita para llevar una vida que expresa a Dios. Expresamos a Dios como nuestra
piedad. La piedad es simplemente el Dios que expresamos en nuestro vivir en virtud de
la vida divina.
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos son impartidas mediante el
pleno conocimiento de Dios, quien nos llamó por Su propia gloria y virtud. ¿Cómo
podemos llevar una vida que exprese a Dios como nuestra piedad? Esto sólo es posible
mediante nuestro conocimiento de Él. Por consiguiente, es preciso que conozcamos a
Aquel que, por Su gloria y virtud, nos llamó a Su gloria y virtud. Además, es por medio
de esta gloria y virtud que Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas.
A causa de esta gloria y virtud, Dios nos ha concedido las promesas. Esto también quiere
decir que Dios nos ha prometido producir en nosotros esta gloria y virtud. De ahí que se
nos diga que Sus promesas nos fueron concedidas mediante la gloria y la virtud, es
decir, a causa de la gloria y virtud.
Como hemos visto, la palabra traducida “por medio de” del versículo 4 expresa
primeramente instrumento y, en segundo lugar, causa. Primeramente denota un medio
y luego, espontáneamente, se convierte en una causa. La preposición griega traducida
“por medio de” también significa “a causa de, con base en”. Por consiguiente, debido a
que Dios nos llamó a Su gloria y virtud, a causa de este hecho y con base en el mismo, Él
nos dio promesas. Mediante estas promesas, Él nos asegura que producirá en nosotros
dicha virtud para que lleguemos a Su gloria.
PARTICIPAR DE LA NATURALEZA DIVINA
Dios nos dio estas promesas para que por ellas llegásemos a ser participantes de la
naturaleza divina. Él nos llamó a Su gloria y virtud y nos dio las promesas con el
propósito de que disfrutáramos de la naturaleza divina. La vida eterna se recibe de una
vez para siempre, pero participar de la naturaleza divina es una acción continua.
Aunque recibimos la vida divina de una vez para siempre, no podemos disfrutar de la
naturaleza divina de la misma manera. Durante todo el curso de nuestra vida cristiana
en la tierra y aun por la eternidad, seguiremos participando de la naturaleza divina.
Hemos visto que la naturaleza divina denota todo lo que Dios es. Usemos como ejemplo
la acción de comer para entender lo que significa participar de la naturaleza divina.
Cuando usted come pollo, participa de la naturaleza del pollo, y lo que el pollo es llega a
ser su alimento. Así que, lo que usted en realidad se come es la naturaleza del pollo, la
cual incluye muchos elementos nutritivos. Estos elementos o ingredientes son los
constituyentes de la naturaleza. El principio es el mismo con respecto a participar de la
naturaleza divina. Por medio de las promesas que Dios nos ha concedido, nosotros
participamos de la naturaleza de Dios, la cual incluye todos los ingredientes divinos. Así
como no comemos de una vez para siempre, tampoco participamos de la naturaleza
divina de una vez para siempre. Nosotros comemos diariamente, y participaremos de la
naturaleza divina por la eternidad. Esto está representado por el árbol de la vida y el río
de agua de vida mencionados en Apocalipsis 22. Comer del fruto del árbol de la vida
equivale a participar de la naturaleza divina. La naturaleza de Dios es santa, amorosa,
justa, bondadosa y pura. De hecho, la naturaleza de Dios es todo-inclusiva. Cuanto más
participemos de la naturaleza divina, más tendremos santidad, amor, justicia, bondad y
toda índole de atributos divinos. Estos atributos entonces llegarán a ser nuestras
virtudes, las cuales finalmente alcanzarán su consumación en la gloria de Dios.
NUESTRA COOPERACIÓN CON LA OPERACIÓN DE DIOS
Para ser participantes de la naturaleza divina hay un requisito que cumplir, y éste es que
escapemos de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. La
concupiscencia es una barrera que nos impide disfrutar de la naturaleza divina. Cristo
murió para redimirnos de la vana manera de vivir (1 P. 1:18-19) y ahora nosotros
tenemos que abstenernos de los deseos carnales (2:11) y no vivir más en la carne, en las
concupiscencias de los hombres (4:2). Como personas que han sido redimidas, nosotros
debemos abstenernos de toda concupiscencia. Esto es lo que significa escapar de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.
Dios nos ha dado las promesas de que Él producirá en nosotros la virtud y la gloria, a fin
de que participemos de la naturaleza divina. En esto consiste la operación de Dios. Sin
embargo, la operación de Dios requiere nuestra cooperación, la cual consiste en que nos
abstengamos de llevar una vida llena de concupiscencias y que, de ese modo, escapemos
de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Una vez que
escapemos de tal corrupción, estaremos listos para ser participantes de la naturaleza
divina. Esto nos muestra que escapar de la corrupción que hay en el mundo nos hace
aptos para participar de la naturaleza divina.
Dios nos asignó una porción que incluye la vida divina y todas las cosas que pertenecen
a la vida y a la piedad. Asimismo, Dios, con base en el hecho de que nos llamó a Su
propia gloria y virtud, nos dio promesas. Él prometió operar dentro de nosotros para
producir Su virtud y Su gloria en nosotros. Pero la operación de Dios requiere nuestra
cooperación. Nosotros cooperamos con la operación de Dios al abstenernos de las
concupiscencias carnales. Por ejemplo, en el asunto de hacer las compras, debemos
escapar de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Cuando
necesitemos algún artículo, simplemente deberíamos ir a la tienda a comprar dicho
artículo y después regresarnos. No debiéramos demorarnos en la tienda mirando otras
cosas, pues eso sería vivir conforme a nuestras concupiscencias. Si vivimos según las
concupiscencias de nuestra carne, no podremos ser de aquellos que disfrutan de la
naturaleza divina. No podremos disfrutar de la naturaleza divina si participamos de
ciertos entretenimientos mundanos. Si queremos ser de aquellos que participan o
disfrutan de la naturaleza divina, tenemos que cumplir el requisito de escapar de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.
POSEER LA VIDA Y LA NATURALEZA DE DIOS
Ya vimos que la naturaleza divina denota lo que Dios es, y que incluye los ingredientes,
los elementos constitutivos, del ser de Dios. Dado que somos hijos de Dios, nacidos de
Él, poseemos la vida de Dios y también Su naturaleza, de las cuales podemos disfrutar.
Debido a que he proclamado esta verdad, la cual está en conformidad con la Biblia,
algunos me han condenado y me han acusado falsamente de enseñar la deificación.
Dicen que yo me estoy deificando a mí mismo y que enseño que la iglesia es Dios y que
debe ser adorada como parte de Dios. ¡Nosotros rotundamente repudiamos esta falsa
acusación! Un niño nacido de padres chinos ciertamente será chino. ¿Y qué de nosotros,
los que hemos nacido de Dios? Por medio de nuestro nuevo nacimiento, por medio de la
regeneración, nosotros nacimos de Dios y ahora somos hijos de Dios. Y por haber nacido
de Dios, somos iguales a Él en vida y naturaleza. En este sentido, los que nacen de Dios
son divinos. Pero definitivamente no somos partícipes de la Deidad ni tampoco
llegaremos a ser un objeto de adoración. Poseemos la vida y la naturaleza de Dios, pero
jamás llegamos a formar parte de la Deidad.
Algunos de los primeros padres de la iglesia enseñaron acerca de la deificación de los
creyentes, pero no enseñaron que los creyentes llegaran a ser parte de la Deidad ni que
serían adorados como Dios. Al contrario, lo que ellos quisieron dar a entender es que los
cristianos, aquellos que han sido regenerados por Dios, poseen la vida y la naturaleza de
Dios. Nosotros, los que hemos sido regenerados, somos iguales a Dios en vida y
naturaleza, mas no en cuanto a Su posición en la Deidad. Al respecto, debemos ser muy
cuidadosos. De hecho, yo no uso el término deificación. Sería herético enseñar la
deificación en el sentido de afirmar que los creyentes llegan a formar parte de la Deidad.
Lo que sí concuerda con las Escrituras es que dado que hemos nacido de Dios, poseemos
la vida y la naturaleza divinas, y que, en estos dos aspectos, hemos llegado a ser iguales a
Dios. Definitivamente no podemos participar en la Deidad ni estamos en la posición de
ser adorados como Dios; no obstante, gracias a la regeneración ahora poseemos la vida y
naturaleza de Dios.
Debemos retornar a la Palabra pura de Dios y decir a las personas que todo aquel que
crea en el Hijo de Dios, nace de Dios y adquiere el derecho, la potestad, de ser hecho un
hijo de Dios. Como tal, también adquiere el derecho a participar, a disfrutar, de la
naturaleza de Dios. Así, pues, poseemos la vida de Dios, disfrutamos de la naturaleza de
Dios, y tenemos la posición de hijos de Dios. Pero definitivamente no tenemos la
posición de la Deidad, la posición de ser adorados como Dios.
Diariamente debemos participar de la naturaleza divina y disfrutar de lo que Dios es,
esto es, del contenido, de los ingredientes, de Su ser. ¿De qué manera disfrutamos de la
naturaleza divina? En primer lugar, disfrutamos de la naturaleza divina mediante el
pleno conocimiento de Aquel que, por Su gloria y virtud, nos llamó a Su gloria y virtud.
A causa de esto, nos dio muchas preciosas y grandísimas promesas. En segundo lugar,
tenemos que escapar de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia, es decir, tenemos que abstenernos de llevar una vida llena de
concupiscencias. Complacer los deseos de la carne anula nuestro derecho a disfrutar de
la naturaleza de Dios. Pero si escapamos de la corrupción que hay en el mundo a causa
de la concupiscencia, estaremos cooperando con el Dios que ahora opera en nosotros
conforme a Sus promesas para producir en nosotros Su virtud y gloria. Si cooperamos
con la operación de Dios, llegaremos a ser aquellos que disfrutan de la naturaleza divina.
Nosotros tenemos la posición, la capacidad y la provisión necesarias para llegar a ser
participantes de la naturaleza divina. A medida que disfrutamos de la naturaleza de
Dios, una parte de esta naturaleza llega a ser nuestra santidad, y otras partes de dicha
naturaleza llegan a ser nuestra humildad, amor, bondad y otras virtudes. Estas
excelentes virtudes finalmente alcanzarán su consumación en la gloria. ¡Qué privilegio
más maravilloso es éste! No tenemos las palabras adecuadas para describirlo. ¡Alabado
sea el Señor porque nosotros, seres humanos, podemos poseer la vida de Dios, disfrutar
de la naturaleza de Dios, vivir como Dios vive, expresarlo como nuestra piedad y poseer
todas las excelentes virtudes que alcanzarán su consumación en la gloria!
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE CUATRO
LA PROVISIÓN DIVINA
(4)
Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4
En este mensaje siento la carga de profundizar más en 2 Pedro 1:1-4. Examinemos
nuevamente estos versículos uno por uno.
LA FE Y LA HERENCIA
El versículo 1 dice: “Simón Pedro, esclavo y apóstol de Jesucristo, a los que se les ha
asignado, en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente
preciosa que la nuestra”. En este versículo todos debemos entender de forma clara y
definitiva dos asuntos cruciales. El primero tiene que ver con la asignación de la fe
neotestamentaria. Esta fe, la “fe igualmente preciosa”, es equivalente a la herencia
neotestamentaria. La herencia neotestamentaria es nada menos que el propio Dios
Triuno, quien pasó por un proceso y llegó a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo.
Por consiguiente, el Dios Triuno como Espíritu vivificante es la herencia
neotestamentaria. La fe es, de hecho, el reflejo de esta herencia. De ahí que, la fe y la
herencia neotestamentaria son una misma cosa. Si tenemos fe, tenemos también esta
herencia. La fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la herencia. Así, pues, la fe
neotestamentaria y la herencia neotestamentaria son una misma cosa.
Si Dios únicamente nos hubiera asignado la herencia neotestamentaria, ésta sería
solamente objetiva para nosotros, estaría fuera de nosotros y muy lejos de nuestro
alcance. Por supuesto, representaría algo que nos ha sido dado, pero que no está
asequible a nosotros y no podemos alcanzar. Por esta razón, se necesita algo que le dé
sustantividad, lo cual tiene que ver con la fe.
La fe no es iniciada por nosotros, ni es algo que está fuera de nosotros; antes bien, la fe
procede de Dios, es iniciada por Dios y nos ha sido asignada por Dios. ¿De qué manera
nos es asignada la fe? La fe llega a nosotros por medio de la palabra que hallamos en la
revelación divina. Cuando esta palabra nos es predicada, ella nos transmite la realidad
de la herencia neotestamentaria. Además, a medida que esta palabra nos es predicada,
el Espíritu mismo opera simultáneamente con ella. De hecho, según la Biblia, la palabra
y el Espíritu son uno. En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he
hablado son espíritu y son vida”. La palabra y el Espíritu son una sola entidad. La
palabra es el Espíritu, y el Espíritu es la palabra (Ef. 6:17). Por lo tanto, mediante la
palabra hablada y por la operación, la inspiración, del Espíritu, la fe es producida en
nosotros. Es de esta forma que Dios nos asigna la fe preciosa. Mediante la palabra
hablada y por el Espíritu que nos inspira, Dios infunde la fe en nuestro ser. Una vez que
esta fe nos es impartida, recibimos nuestra porción de la herencia neotestamentaria.
LA JUSTICIA DE NUESTRO DIOS
Y SALVADOR JESUCRISTO
El segundo asunto crucial abarcado en el versículo 1 está relacionado con la justicia de
nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Según 1:1, la fe preciosa nos fue asignada en la
justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. La preposición griega traducida “en”
significa “en la esfera de” o “por medio de”. ¿En qué esfera, o por cuáles medios, nos fue
asignada esta maravillosa fe? Nos fue asignada en la esfera de la justicia de nuestro Dios
y Salvador Jesucristo. Esta justicia alude a la obra justa, al acto de justicia, del Señor
Jesucristo (Ro. 5:18). El acto de justicia realizado por el Señor fue Su muerte en la cruz.
La muerte que el Señor sufrió en la cruz se efectuó en absoluta obediencia a Dios y
cumplió todos los requisitos de la justicia de Dios. Por lo tanto, Su muerte es una obra
de justicia que Dios valora altamente, pues es según Su propia justicia. La obra justa que
Cristo realizó al morir en la cruz en obediencia a Dios satisfizo la justicia de Dios y le
proveyó al Dios justo la posición legítima para justificar a todos los que creen en la obra
de justicia realizada por Cristo. Esta justicia, la justicia de Dios y de nuestro Salvador
Jesucristo, es la esfera en la cual Dios tiene la libertad así como pleno derecho a darse a
nosotros como nuestra porción y también es el medio por el cual lo hace. Ésta es la
razón por la cual Pedro dice en el versículo 1 que se nos ha asignado una fe preciosa en
la justicia de nuestro Dios y Salvador.
GRACIA Y PAZ
En el versículo 2 del capítulo 1, Pedro dice: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el
pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor”. En este versículo también
encontramos dos asuntos cruciales. El primero está relacionado con la gracia y la paz.
Dado que se nos asignó una maravillosa porción —el propio Dios Triuno— la gracia y la
paz han llegado a nosotros. La gracia es el disfrute que tenemos de nuestra porción de la
herencia neotestamentaria, la cual es de hecho el Dios Triuno procesado. En términos
más sencillos, la gracia es el disfrute que tenemos del Dios Triuno. ¿Qué es, entonces, la
paz? La paz es la condición que proviene o se deriva de la gracia. Tener la gracia y la paz
equivale a disfrutar del Dios Triuno y a tener el resultado de dicho disfrute. Cuando
disfrutamos al Dios Triuno, nos encontramos en una condición apacible con Dios y con
el hombre.
EL PLENO CONOCIMIENTO
El segundo asunto crucial que encontramos en el versículo 2 tiene que ver con las
palabras en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. Al igual que en el
versículo 1, la preposición en significa “en la esfera de” o “por medio de”. Según el
versículo 1, la fe preciosa nos fue dada en la esfera de una justicia doble y por medio de
dicha justicia: la justicia de nuestro Dios y nuestro Salvador Jesucristo. Ahora en el
versículo 2 vemos que la gracia y la paz también llegan a nosotros en cierta esfera y por
un medio particular: el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. En el
versículo 1 la esfera es una justicia doble, y en el versículo 2 la esfera es el pleno
conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. El pleno conocimiento del Dios Triuno
nos es dado para que disfrutemos y participemos de la vida y la naturaleza divinas. Éste
no es un mero conocimiento doctrinal, sino un conocimiento que se adquiere por
experiencia y un conocimiento que es pleno.
La palabra griega traducida “pleno conocimiento” se compone de la palabra gnósis más
el prefijo epí, que significa sobre. Esta palabra se refiere a un conocimiento cabal,
adquirido por experiencia. Éste no es un conocimiento superficial ni general, sino, más
bien, un conocimiento profundo, cabal y que se adquiere por experiencia. Como hemos
señalado, éste no es simplemente un conocimiento intelectual de las cosas, sino un
conocimiento adquirido por experiencia, en virtud de nuestro entendimiento y
comprensión espirituales. Tener el pleno conocimiento de Dios y de Cristo equivale a
tener un conocimiento profundo, práctico y cabal de nuestro Dios y nuestro Señor, un
conocimiento que está basado en nuestra experiencia. Este pleno conocimiento es la
esfera en la cual, y el medio por el cual, podemos disfrutar al Dios Triuno para poder
estar en una condición pacífica con Él y con todos los hombres.
LA MULTIPLICACIÓN DE LA GRACIA Y LA PAZ
En el versículo 2 Pedro no dice simplemente que la gracia y la paz nos son añadidas,
sino que nos son “multiplicadas, en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro
Señor”. Pablo, en ninguna de sus epístolas, dice que la gracia y la paz nos serán
multiplicadas. En este versículo la frase “os sean multiplicadas” establece que la gracia y
la paz vienen a nosotros. Entonces, después de haberlas recibido, éstas nos son
multiplicadas en la esfera del pleno conocimiento de Dios y de nuestro Señor, y por
medio de este conocimiento.
La gracia y la paz vinieron a nosotros mediante la fe que Dios nos asignó, la cual da
sustantividad a la herencia neotestamentaria. Esta fe nos ha sido infundida mediante la
palabra de Dios, la cual nos transmite el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro
Señor. En la esfera de este pleno conocimiento y por medio de dicho conocimiento —el
cual crece y aumenta cada vez más—, la gracia y la paz que hemos recibido nos serán
multiplicadas.
En realidad, los versículos del 1 al 4 del capítulo 1 componen una sola oración. En el
versículo 3 se da continuación al pensamiento del versículo 2: “Ya que Su divino poder
nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el
pleno conocimiento de Aquel que nos llamó por Su propia gloria y virtud”. El versículo 3
empieza con las palabras ya que. Una traducción literal del griego sería “como”,
mientras que otra traducción válida sería “según”. La versión King James usa la
expresión según, y tanto la versión American Standard como la versión New American
Standard usan las palabras ya que. La versión King James dice que la gracia y la paz nos
han de ser multiplicadas mediante el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor,
según Su poder divino nos haya dado todas las cosas que pertenecen a la vida y la
piedad. La versión American Standard indica que la gracia y la paz son multiplicadas en
tal esfera, ya que el poder divino nos ha asignado todas las cosas.
En el versículo 3 Pedro usa la expresión Su divino poder. En el griego, el pronombre
traducido “Su”, está en singular, pero, conforme al versículo 2 dicho pronombre tiene
dos antecedentes: Dios y Jesús nuestro Señor. Si estudiamos la Palabra de forma
apropiada y cuidadosa, prestaremos la debida atención al hecho de que el pronombre Su
del versículo 3 está en singular y que tiene dos antecedentes, los cuales se mencionan en
el versículo 2. Esto indica que nuestro Señor Jesús es el propio Dios, y que nuestro Dios
es, de hecho, el Señor Jesús. De otro modo, Pedro habría usado el pronombre griego en
plural, indicando que el poder divino de ellos “nos ha concedido todas las cosas”.
Hemos visto que la gracia es multiplicada conforme al hecho de que Su divino poder nos
ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. La vida es algo
interno y nos capacita para vivir, mientras que la piedad es algo externo, esto es, la
expresión externa de la vida interna. La vida es la energía o fortaleza interna que
produce la piedad externa. Así, pues, todas las cosas que pertenecen a la vida interna y a
la piedad externa ya nos fueron concedidas por el poder divino. Ahora la gracia debe ser
multiplicada en conformidad con lo que este poder divino nos ha dado.
Además de esto, se nos han concedido “preciosas y grandísimas promesas” (v. 4). El
Nuevo Testamento contiene muchas promesas. Mediante la regeneración, recibimos la
vida divina con su correspondiente naturaleza. Además, todas las cosas que pertenecen
a la vida y a la piedad nos fueron concedidas por el poder divino. Aparte de esto,
tenemos las promesas contenidas en el Nuevo Testamento. Es por medio de estas
promesas que podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina.
EXPERIMENTAR LA MULTIPLICACIÓN DE LA GRACIA
Ahora podemos saber de qué manera podemos experimentar la multiplicación de la
gracia. Debemos comprender que todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad
ya nos fueron dadas, y que la vida y la naturaleza divinas residen ahora en nuestro
interior. Mediante las promesas dadas en el Nuevo Testamento, nosotros podemos
llegar a ser participantes de la naturaleza divina. Lo único que tenemos que hacer es
abrir la Palabra y orar-leer las promesas. Si recibimos la Palabra de esta manera,
experimentaremos la multiplicación de la gracia.
El hecho de que simplemente sepamos acerca de la multiplicación de la gracia no es
suficiente, pues es preciso que además participemos de la naturaleza divina mediante las
preciosas promesas. Sólo así la gracia nos será multiplicada. Si somos fieles en recibir la
Palabra, bebiéndola como leche pura (1 P. 2:2), experimentaremos que la gracia nos será
multiplicada de manera interna y espiritual. En esto consiste crecer en la gracia.
La manera correcta de recibir la leche de la Palabra es beberla. Una vez que la bebamos,
la Palabra será digerida y asimilada en nuestro ser y, de este modo, llegará a formar
parte de nosotros, y la gracia se multiplicará en nosotros. El Señor es rico para con todos
los que le invocan (Ro. 10:12). Si queremos participar de las riquezas de Cristo, tenemos
que invocar Su nombre y recibir Su Palabra por medio de la oración. De esta forma se
multiplicará la gracia dentro de nosotros.
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por el poder
divino, y las preciosas promesas también nos han sido dadas. Si tan solo invocamos el
nombre del Señor y oramos-leemos la palabra de Sus promesas, comiendo y bebiendo
de Él, experimentaremos la multiplicación de la gracia. Ésta es la manera de vivir una
verdadera vida cristiana que produce la verdadera vida de iglesia.
Hemos visto que los versículos 1 y 2 contienen cada uno dos asuntos cruciales. Sin
embargo, en el versículo 3, encontramos por lo menos seis asuntos cruciales: el divino
poder, todas las cosas, la vida, la piedad, el pleno conocimiento y el ser llamados a la
gloria y virtud. Sería muy conveniente si pudiésemos dedicar un mensaje completo a
cada uno de estos asuntos para estudiarlos adecuadamente.
EL PODER DE LA VIDA DIVINA
Ya hicimos notar que el poder divino mencionado en el versículo 3 es el poder de la vida
divina, la cual está relacionada con la naturaleza divina. Medir este poder divino
sobrepasa nuestra capacidad. Es asombroso todo el poder humano que se requirió para
enviar a un hombre a la luna. Sin embargo, ¡cuánto mayor poder debió requerirse para
levantar a Cristo y hacer que ascendiera al tercer cielo, que es el centro y la cumbre del
universo!
Pablo habla claramente de este poder divino en Efesios 1, cuando ora para que
conozcamos cuál es “la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que
creemos, según la operación del poder de Su fuerza, que hizo operar en Cristo,
resucitándole de los muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales” (vs. 1920). Este poder divino exaltó a Cristo por encima de todo y sometió todas las cosas bajo
Sus pies. Ahora Cristo está sentado en la cumbre del universo, muy por encima de todas
las cosas terrenales y “por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y
sobre todo nombre que se nombra” (v. 21). En Efesios 1 Pablo dice también que este
poder divino nos ha sido aplicado (v. 22). ¡Aleluya, porque este mismo poder, el poder
divino que levantó a Cristo de los muertos y lo hizo sentar a la diestra de Dios en los
lugares celestiales, muy por encima de todo, ha sido aplicado a nosotros!
No les estoy hablando de algo relacionado con las leyendas o los mitos; tampoco les
estoy enseñando un concepto filosófico. Por el contrario, les hablo según la revelación
divina hallada en la Palabra santa. Esta revelación nos dice que el poder divino descrito
en Efesios 1 nos ha sido aplicado. En 2 Pedro 1:3 se nos dice que este poder divino nos
ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Esto significa que
todas estas cosas nos las impartió, infundió e implantó el Espíritu vivificante y todoinclusivo, quien nos regeneró y ahora mora en nosotros (2 Co. 3:6, 17; Jn. 3:6; Ro. 8:11).
¡Alabado sea el Señor por todo aquello que Él infundió e implantó en nosotros!
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE CINCO
LA PROVISIÓN DIVINA
(5)
Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4
En este mensaje continuaremos nuestro repaso de 2 Pedro 1:1-4.
LA VIDA Y LA PIEDAD
En 2 Pedro 1:3 dice: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el pleno conocimiento de Aquel que nos
llamó por Su propia gloria y virtud”. En este versículo, la frase todas las cosas se refiere
a todos los aspectos de las riquezas del Dios Triuno. Estas cosas pertenecen a la vida
divina, la vida zoé, y no a la vida que es para nuestro placer. Todas las cosas nos fueron
dadas, impartidas, infundidas, para que podamos vivir la vida divina y también para que
podamos expresarla. La vida es algo interno, mientras que la piedad es algo externo,
puesto que es Dios mismo expresado.
En todo nuestro vivir debemos expresar a Dios. Debemos testificar y hablar acerca de Él.
Cuando Dios llega a ser nuestra expresión, tenemos la piedad. En nuestras
conversaciones debemos expresar a Dios. Si expresamos a Dios, ciertamente seremos
incapaces de participar en chismes. Debemos tener a Dios en nuestro ser y también
manifestarlo en nuestro vivir. Nuestra mente debe estar llena de Él, y las fibras mismas
de nuestro ser deben estar constituidas de Él. Entonces tendremos la piedad, o sea, la
expresión externa de la vida interna.
MEDIANTE EL PLENO CONOCIMIENTO
DE AQUEL QUE NOS LLAMÓ
En 1:3 Pedro usa la preposición mediante y dice que el poder divino nos ha concedido
todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad “mediante el pleno conocimiento
de Aquel”. Mediante el pleno conocimiento de Dios, nos son impartidas todas las cosas
que pertenecen a la vida y a la piedad. Este pleno conocimiento es un conocimiento
profundo y cabal, adquirido por experiencia.
La preposición mediante usada en relación con el pleno conocimiento indica que
necesitamos pasar por cierto proceso. Si tenemos la costumbre de chismear, eso es una
señal de que aún no hemos pasado por el proceso que conduce al pleno conocimiento de
Aquel que nos llamó. No creo que si tuviéramos el pleno conocimiento de Aquel que nos
llamó a Su gloria y virtud, perderíamos el tiempo chismeando.
El poder divino ha infundido en nosotros todas las cosas que pertenecen a la vida y a la
piedad. Sin embargo, para que ocurra esta infusión o impartición se requiere el pleno
conocimiento de Dios. Si no pasamos por el proceso que nos lleva a obtener el pleno
conocimiento, será como si todo lo que el poder divino ha plantado en nosotros ha sido
en vano. El poder divino está operando, pero es necesario que nosotros cooperemos con
dicha operación.
Muchos cristianos no saben nada acerca de lo que el poder divino nos ha impartido. De
igual manera, muchos no saben que nos es necesario pasar por el proceso que nos lleva a
obtener el pleno conocimiento. Por ello, necesitamos ser adiestrados por el Señor para
pasar por el proceso que nos permite adquirir el pleno conocimiento de Aquel que nos
llamó. Mi deseo en estos mensajes es ayudarles a pasar por dicho proceso. Podemos
usar el ejemplo de un tren y decir que todos nos encontramos en el tren que nos hace un
recorrido por el conocimiento profundo y cabal de Aquel que nos llamó, un
conocimiento que adquirimos por experiencia.
En el versículo 3 Pedro no habla del conocimiento de Dios ni del conocimiento del
Padre, del Hijo y del Espíritu. En lugar de ello, él habla del pleno conocimiento de Aquel
que nos llamó a Su gloria y virtud. Pedro no dice aquí que Dios nos llamó al cielo; ni
siquiera dice que nos llamó a la redención o la santificación. En este versículo Pedro dice
que Dios nos llamó a Su propia gloria y virtud. Debemos obtener el pleno conocimiento
de esto. No debemos sentirnos satisfechos con conocerlo superficialmente. Y
únicamente podemos conocer a Aquel que nos llamó a Su propia gloria y virtud,
pasando por un largo proceso. En este sentido, debemos ser como turistas que hacen un
lento recorrido en tren a lo largo de un hermoso paisaje. A los turistas les encanta viajar
lentamente para poder apreciar bien los paisajes. De igual manera, debemos examinar
1:1-4 lenta y detalladamente. Uno puede leer estos versículos rápidamente una y otra
vez, y no ver nada. Por tanto, mientras leemos estos versículos, debemos examinar
detenidamente todo lo que hay en ellos.
NUESTRA COOPERACIÓN CON LA OPERACIÓN DE DIOS
Sin lugar a dudas, debemos alcanzar el pleno conocimiento de Aquel que nos llamó con
el propósito de llevarnos a Su gloria y virtud. Si por medio de nuestra experiencia
obtenemos tal conocimiento de Él, el poder divino operará en nosotros eficazmente. De
lo contrario, el poder divino no podrá operar en nosotros. Si bien este poder es grande,
no podrá operar en nosotros mientras no cumplamos las condiciones requeridas para
que opere. Como hemos visto, la condición que debemos cumplir es la de cooperar con
la operación de Dios.
Muchos cristianos no saben que Dios los llamó a Su propia gloria y virtud. Tal parece
que en la teología de ellos no hay cabida para 2 Pedro 1:3. Aunque el poder divino está
presente y activo, no opera en los que no le prestan la debida cooperación. Si no
pasamos por el proceso que nos permite obtener el pleno conocimiento de Aquel que
nos llamó, el poder divino no podrá operar en nosotros.
Puedo testificar que el poder divino está operando en mí y que a diario coopero con
Dios. En la mañana, abro mi ser a Él, diciendo: “Señor, aquí estoy delante de Ti. Avanza
en mí, Señor; no quiero estorbarte más; al contrario, deseo darte plena libertad en mi
interior. Señor, lo que Tú me hables, eso proclamaré”. Puedo testificar que cuanto más
coopero con el poder divino que está en mí, más soy conducido a la gloria de Dios, más
disfruto de Su virtud y más expreso esta virtud como piedad.
LAS PROMESAS DE DIOS
En 1:4 Pedro añade: “Por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza
divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia”. Hemos visto que la preposición traducida “por medio de” se puede
traducir también “por causa de” o “con base en”. El pronombre relativo las cuales se
refiere a la gloria y la virtud mencionadas en el versículo 3. Por consiguiente, por medio
de la gloria y la virtud del Señor y con base en las mismas, por las cuales y a las cuales
hemos sido llamados, Dios nos ha dado Sus preciosas y grandísimas promesas.
No es fácil determinar el significado de las palabras por medio de las cuales,
particularmente en la manera en que conectan los versículos 3 y 4. Para entender esto
apropiadamente, requerimos experiencia así como también entendimiento espirituales.
Aquí Pedro dice que Dios, por medio de la gloria y la virtud divinas, nos ha concedido
preciosas y grandísimas promesas. Esto indica que si Dios no nos hubiera llamado a Su
propia gloria y virtud, no habría visto la necesidad de darnos promesas. Sin embargo,
ciertamente Dios nos ha llamado a Su propia gloria y virtud. Ésta es una meta
grandiosa, vasta y profunda, pues ¿quién puede alcanzar la propia gloria y virtud de
Dios? Ninguno de nosotros podría alcanzar esta meta. Es por eso que necesitamos la
palabra de Dios, Sus promesas, las cuales nos aseguran, nos animan, nos fortalecen y
nos ayudan a avanzar más rápidamente mientras nos dirigimos hacia esta meta.
Supongamos que Pedro nos hubiese dicho que Dios nos llamó al cielo. Si el cielo fuese la
meta del llamamiento de Dios, no habría sido necesario que Dios nos concediera
promesas. Si el cielo fuese la meta del llamamiento de Dios, nosotros simplemente nos
alegraríamos y nos regocijaríamos, viviríamos como bien nos pareciera, y únicamente
esperaríamos ir al cielo.
Sin embargo, Pedro no dice que Dios nos llamó al cielo, sino que Él nos llamó a Su
propia gloria y virtud. Al escuchar esto, tal vez nos preguntemos cómo podemos
alcanzar semejante meta. Dios, sabiendo que necesitábamos seguridad, aliento y
fortaleza, nos ha dado preciosas y grandísimas promesas. Un ejemplo de estas promesas
es lo que el Señor dijo a Pablo en 2 Corintios 12:9: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder
se perfecciona en la debilidad”. Esta promesa fue dada a Pablo para ayudarlo a soportar
el aguijón que le había sido dado en su carne. Para poder soportar cualquier “aguijón”
necesitamos la gracia del Señor, la cual nos basta. Este ejemplo nos muestra que
necesitamos muchas promesas que nos ayuden a alcanzar la meta de la gloria y la virtud
de Dios.
Todas las promesas de Dios nos han sido dadas por medio de la gloria y la virtud a las
cuales Dios nos llamó. Ésta es la razón por la que Pedro empieza el versículo 4 con las
palabras por medio de las cuales. Las promesas de Dios son palabras que nos dan
seguridad y aliento. Por medio de la gloria y la virtud, las cuales son la meta a la cual
fuimos llamados, Dios nos ha dado las promesas que necesitamos.
Hemos mencionado que la preposición griega traducida “por medio de” en el versículo 4
es día, y que en este caso tiene un sentido instrumental y también denota causa. Hemos
traducido literalmente esta palabra para que nuestra traducción corresponda con el
texto griego. Asimismo, habría sido correcto traducir esta palabra “con base en” para
indicar que Dios ha concedido las preciosas y grandísimas promesas con base en la
gloria y la virtud, a las cuales nos llamó.
Por nosotros mismos no podemos alcanzar la elevada meta de la gloria y la virtud de
Dios. Para ello, necesitamos al Señor. Puesto que nosotros no sabemos lo que está por
delante, Dios nos ha dado preciosas promesas. Una de estas grandes promesas se halla
en Mateo 28:20, que dice: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la
consumación del siglo”. Ciertamente esta promesa tuvo que haber sido de mucho aliento
para todos los discípulos.
Las promesas del Señor alentaron a Pedro y a los otros discípulos mientras se dirigían a
la meta de la gloria y virtud de Dios. Cuando Pedro y los once se pusieron en pie para
predicar en el día de Pentecostés, la gloria y la virtud de Dios se manifestaron en ellos.
Las virtudes que los discípulos manifestaron eran virtudes divinas, y no virtudes
humanas y naturales. En Hechos 3, vemos que un hombre pobre miró a Pedro y a Juan y
les pidió limosna. Así que Pedro le dijo: “No poseo plata ni oro, pero lo que tengo, esto te
doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6). Entonces Pedro,
asiéndolo por la mano, le levantó; y al momento el cojo fue sanado. “Y saltando, se puso
en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios”
(v. 8). ¿Qué expresaron Pedro y Juan en aquella ocasión? Ellos manifestaron la gloria y
la virtud de Dios. Esto fue realizado por la promesa del Señor de que Él estaría con ellos
todos los días, hasta la consumación del siglo.
En Mateo 28:20 el Señor parecía decir a los discípulos: “Cuando vayáis a hacer
discípulos a las naciones, Yo iré con vosotros. Adondequiera que vayáis, vosotros iréis
conmigo, y me llevaréis con vosotros”. Así que, en el día de Pentecostés, los discípulos se
pusieron en pie con el Señor y predicaron el evangelio. Asimismo, en Hechos 3 Pedro y
Juan llevaron al Señor Jesús a un hombre cojo. Esto fue el cumplimiento de la promesa
de que el Señor estaría con ellos todos los días, hasta la consumación del siglo. Por
medio de las promesas del Señor, los primeros discípulos fueron animados a proseguir
hacia la gloria de Dios y a alcanzar las virtudes divinas.
PARTICIPANTES DE LA NATURALEZA DIVINA
Según 2 Pedro 1:4, Dios nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas con un
propósito específico. Su propósito es que mediante dichas promesas, nosotros lleguemos
a ser participantes de la naturaleza divina. Por medio de las preciosas y grandísimas
promesas, nosotros los creyentes en Cristo hemos llegado a ser participantes de Su
naturaleza divina en virtud de la unión orgánica que tenemos con Él. En Hechos 2 y 3,
Pedro y los demás discípulos ciertamente estaban participando de la naturaleza divina.
No es de extrañar que cuando la gente miraba a los discípulos, veía en ellos la expresión
de Dios. Puesto que los discípulos disfrutaban a Dios y participaban de Él, ellos estaban
constituidos de Dios.
Así como nosotros estamos constituidos físicamente de la comida que ingerimos, de la
misma manera los discípulos estaban constituidos del Dios de quien participaban. Ésta
también debe ser nuestra experiencia hoy. Si disfrutamos a Dios y participamos de Él,
estaremos constituidos de Él. Por supuesto, jamás llegaremos a ser Dios en el sentido de
ser incluidos en la Deidad o de llegar a ser objetos de adoración. No obstante, sí
podemos llegar a estar constituidos de la naturaleza de Dios.
Todos estamos constituidos físicamente de los alimentos que ingerimos. Por ejemplo, es
posible que una persona coma tanto pescado y esté tan constituida del pescado que
come, que llegue a oler a pescado. Asimismo, es posible que nosotros lleguemos a estar
tan constituidos de Dios, que expresemos a Dios en todo lo que somos y hacemos. Tal
vez incluso lleguemos a despedir una fragancia divina. Si participamos de Dios día tras
día, con el tiempo participaremos de Él aun sin proponérnoslo. Así, al tener contacto
con nosotros, la gente podrá ver en nosotros la expresión del Dios Triuno.
Mi deseo es que todos los santos que están en el recobro del Señor sean plenamente
saturados de la naturaleza de Dios. Cuanto más seamos saturados de Dios, más le
expresaremos.
Ser participante de la naturaleza divina significa ser participante de los elementos, los
ingredientes, del ser de Dios. Cuando participamos de Dios, los aspectos de lo que Dios
es llegan a ser nuestro disfrute. De este modo, participamos de Su justicia, santidad,
bondad, amor y compasión. En esto consiste disfrutar de los elementos constitutivos de
la naturaleza divina. El propósito de Dios al darnos las preciosas y grandísimas
promesas es que lleguemos a ser participantes de la naturaleza divina.
EL CICLO DE ESCAPAR Y PARTICIPAR
En 2 Pedro 1:4 hay un requisito que debemos cumplir para ser participantes de la
naturaleza divina, el cual es que hayamos “escapado de la corrupción que hay en el
mundo a causa de la concupiscencia”. Cuanto más escapemos de esta corrupción, más
disfrutaremos de la naturaleza de Dios. Asimismo, cuanto más participemos de la
naturaleza divina, más escaparemos de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia. Esto constituye un ciclo, un ciclo de escapar para participar, y de
participar para escapar. Puedo testificar que debido a que este ciclo de participar y
escapar opera dentro de mí de una manera rápida y poderosa, y que, debido a ello, es
muy difícil que algo de la corrupción del mundo pueda entrar en mí. Yo participo de la
naturaleza divina, y la naturaleza divina me fortalece para mantenerme alejado de la
corrupción. Y cuanto más me alejo de la corrupción que hay en el mundo, más disfruto
de las riquezas de la naturaleza divina. En esto consiste experimentar la economía de
Dios. Así, pues, lo que se nos describe en 1:1-4 es, de hecho, un cuadro completo del
disfrute que tenemos de la economía de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE SEIS
LA PROVISIÓN DIVINA
(6)
Lectura bíblica: 2 P. 1:5-11
En este mensaje examinaremos 2 Pedro 1:5-11. Esta sección de 2 Pedro trata del
desarrollo de la simiente de la fe mediante el crecimiento en la vida divina, lo cual
redunda en una rica entrada en el reino eterno.
EL DESARROLLO DE LA SIMIENTE DE LA FE
Virtud
El versículo 5 dice: “Y por esto mismo, poniendo toda diligencia, desarrollad
abundantemente en vuestra fe virtud; en la virtud conocimiento”. La palabra griega
traducida “poniendo” literalmente significa “introduciendo al lado”. Además de las
preciosas y grandísimas promesas que Dios nos ha dado, nosotros debemos traer de
nuestra parte toda diligencia para cooperar con el poder que nos imparte la naturaleza
divina —la cual es dinámica— a fin de que se cumplan las promesas de Dios.
En el versículo 5 Pedro nos insta a desarrollar abundantemente en nuestra fe virtud. Lo
que el poder divino nos ha dado en 1:3 y 4 se desarrolla en los versículos del 5 al 7.
Desarrollar la virtud en la fe significa desarrollar la virtud mediante el ejercicio de la fe.
Esto mismo se aplica a todos los demás aspectos.
La palabra desarrollad aquí también significa literalmente “suministrad”. Pedro nos
dice que desarrollemos lo que ya poseemos. Nosotros poseemos la fe, y ahora en nuestra
fe debemos desarrollar virtud.
La fe que Pedro menciona en 1:5 es la fe “igualmente preciosa” que Dios nos asignó (v.
1), la cual es la porción común de la bendición de vida contenida en el Nuevo
Testamento y la cual nos es dada para el inicio de nuestra vida cristiana. Es necesario
ejercitar esta fe para que la virtud de la vida divina sea desarrollada en los pasos
subsiguientes hasta alcanzar la madurez. La fe mencionada en 2 Pedro 1 puede ser
comparada a una simiente. En otras ocasiones he señalado que en el capítulo 1 de 1
Pedro, la simiente es la palabra, cuyo contenido es Cristo como vida. Ahora en 2 Pedro 1
esta simiente llega a ser nuestra fe, la cual, sin duda, es la fe preciosa. Esta preciosa fe y
Cristo como simiente son una misma cosa.
Una vez que la simiente es sembrada en la tierra, necesita desarrollarse. El principio es
el mismo con respecto al desarrollo de la simiente de la fe. En nuestra fe debemos
desarrollar virtud. Literalmente, la palabra griega traducida “virtud” significa
“excelencia”, y denota la energía de la vida divina que produce una acción vigorosa. Si la
fe es considerada como la simiente misma, entonces la virtud puede ser considerada
como una raíz que brota de dicha simiente.
Conocimiento
En 1:5 Pedro también nos dice que desarrollemos “en la virtud, conocimiento”. La
virtud, la acción vigorosa, necesita la suministración abundante del conocimiento de
Dios y de Jesús nuestro Señor (vs. 2, 3, 8) con respecto a todas las cosas que pertenecen
a la vida divina y a la piedad, y con respecto a ser participantes de la naturaleza divina
(vs. 3-4), para nuestro disfrute en la subsiguiente etapa de desarrollo. El conocimiento
que debemos desarrollar en nuestra virtud incluye el conocimiento de Dios y de nuestro
Salvador, el conocimiento de la economía de Dios, el conocimiento de lo que es la fe, y el
conocimiento del poder divino, la gloria, la virtud, la naturaleza y la vida. De hecho, éste
es el conocimiento de todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Este
conocimiento tiene que desarrollarse en nuestra virtud. No es suficiente tener virtud sin
conocimiento. De hecho, considero que el conocimiento es también una de las raíces
primarias que brotan de la simiente de la fe. La virtud y el conocimiento fomentan el
crecimiento de la simiente.
Dominio propio
En el versículo 6 Pedro dice: “En el conocimiento, dominio propio; en el dominio
propio, perseverancia; en la perseverancia, piedad”. Tener dominio propio o templanza
significa ejercer control y restricción sobre nuestras pasiones, deseos y hábitos. Esto
debe suministrarse y desarrollarse en el conocimiento para que se produzca el debido
crecimiento en vida.
Una vez que hemos adquirido tal conocimiento, es fácil volvernos orgullosos. Es por ello
que necesitamos desarrollar en nuestro conocimiento dominio propio. El dominio
propio conlleva la noción de restricción. A medida que crece un árbol, sus raíces se
extienden en distintas direcciones, pero el tronco crece hacia arriba de forma
restringida. Este ejemplo nos muestra que a medida que la virtud y el conocimiento se
desarrollan, requerimos la restricción que nos provee el dominio propio.
Perseverancia
Según lo que Pedro dice en el versículo 6, en nuestro dominio propio tenemos que
desarrollar perseverancia. El dominio propio se ejerce para con uno mismo, mientras
que la perseverancia consiste en ser longánimos para con otros y en soportar las
circunstancias. Para llevar una vida cristiana adecuada, debemos ser longánimos con los
que nos rodean y soportar nuestro entorno y nuestras circunstancias.
Piedad
En nuestra perseverancia debemos desarrollar piedad. La piedad es una vida que tiene
la semejanza de Dios y le expresa. Mientras ejercemos dominio propio, somos
longánimos para con los demás y soportamos nuestras circunstancias, es necesario que
en nuestra vida espiritual se desarrolle la piedad para que seamos semejantes a Dios y le
expresemos. Si consideramos la fe como la simiente, la virtud y el conocimiento como
las raíces, y el dominio propio como el tronco, entonces podemos afirmar que la
perseverancia y la piedad son comparables a las ramas. Por consiguiente, vemos un
desarrollo bastante completo: de la simiente brotan las raíces, el tronco y las ramas.
Finalmente, en el versículo 7 vemos el florecimiento y el fruto: el afecto fraternal y el
amor.
Afecto fraternal y amor
En el versículo 7 Pedro concluye, diciendo: “En la piedad, afecto fraternal; en el afecto
fraternal, amor”. La palabra griega traducida “afecto fraternal” es filadelfía, compuesta
defiléo, “sentir afecto por”, y adelfós, “hermano”; por ende, “un afecto fraternal, un
amor relacionado con el deleite y el placer”. En la piedad, que denota la expresión de
Dios, es necesario que este amor sea desarrollado por el bien de la hermandad (1 P. 2:17;
3:8; Gá. 6:10), lo cual será nuestro testimonio ante el mundo (Jn. 13:34-35) y nos hará
llevar fruto (15:16-17).
La palabra griega traducida “amor” en el versículo 7 es agápe, que es la palabra que en
el Nuevo Testamento significa “amor divino”, el cual es Dios en Su naturaleza (1 Jn. 4:8,
16). Es un amor más noble que filéo y adorna todas las cualidades de la vida cristiana (1
Co. 13; Ro. 13:8-10; Gá. 5:13-14). Es más fuerte y de mayor capacidad que el amor
humano (Mt. 5:44, 46); aun así, un creyente que viva por la vida divina (2 P. 1:3) y
participe de la naturaleza divina (v. 4) puede ser saturado de dicho amor y expresarlo en
plenitud. Es necesario que tal amor sea desarrollado en el afecto fraternal, de modo que
lo gobierne y fluya en él a fin de que Dios, quien es este amor, sea expresado
plenamente. Como ya vimos, la fe es comparable a la simiente de vida, mientras que
dicho amor más noble es comparable al fruto (v. 8) en su pleno desarrollo. Los seis
pasos intermedios de este desarrollo son las etapas de su crecimiento hacia la madurez.
El pensamiento de Pedro en el capítulo 1 de esta epístola consiste en que la plena
salvación del Dios Triuno redunda en santidad y en afecto fraternal. La santidad está
relacionada con la piedad. Por tanto, el fruto de la plena salvación de Dios es la
expresión de Dios y el amor hacia los hermanos. Según algunas traducciones, la palabra
amor en 2 Pedro 1:7 indica un amor que se muestra no sólo para con los hermanos
cristianos, sino para con todos los hombres. Según este entendimiento, primeramente
amamos a los hermanos y después a todos los hombres. Pero no considero que este
entendimiento sea acertado.
Hemos señalado que agápe es un amor más noble que filéo.Agápe es superior a filéo en
calidad y quizás también en cantidad. En ocasiones es posible que amemos a los
hermanos de una manera estrecha y limitada, con cierta medida de afecto fraternal. En
nuestro amor quizá haya preferencias y amemos a unos hermanos más que a otros. Tal
vez afirmemos que amamos a todos los santos, pero no los amamos a todos por igual.
Puesto que Pedro era una persona que tenía mucha experiencia y conocía la condición
de los santos, no se detuvo en el afecto fraternal, sino que prosiguió a hablar del amor,
de agápe, el amor profundo y noble con el cual Dios el Padre ama a toda la humanidad,
tanto a creyentes como a pecadores.
En Mateo 5:44-47 el Señor Jesús dijo: “Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y
orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los
cielos, que hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e
injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen
también lo mismo los recaudadores de impuestos? Y si saludáis a vuestros hermanos
solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?”. Así como Dios
envía la lluvia sobre justos e injustos, también nosotros debemos amar, no solamente a
nuestros hermanos, sino también a nuestros enemigos. No se requiere mucha fuerza o
energía para amar a nuestro propio hermano; en cambio, sí se requiere especial fuerza y
energía para amar a nuestros enemigos. Todos necesitamos tener este noble amor.
De hecho, es posible que en la vida de iglesia tengamos preferencia por cierto hermano a
quien consideramos simpático, y le amemos, pero tal vez no mostremos el mismo
aprecio por otro hermano. Quizás sintamos amor por ambos hermanos, pero ese amor
será superficial. Por consiguiente, necesitamos un amor más profundo y más noble. Este
amor es agápe. Cuando tenemos esta clase de amor, amamos a todos los hermanos por
igual, sin importar qué clase de hermanos sean.
En 1:5-7 se muestra el desarrollo de la fe al amor. Este desarrollo incluye la virtud, el
conocimiento, el dominio propio, la perseverancia y la piedad. Finalmente, alcanzamos
el pleno desarrollo y la madurez. Así, pues, todo empieza a partir de la simiente de la fe,
continúa con las raíces de la virtud y el conocimiento, el tronco del dominio propio y las
ramas de la perseverancia y la piedad, y finalmente culmina con la flor y el fruto del
afecto fraternal y el amor.
“ESTAS COSAS” ESTÁN EN NOSOTROS Y ABUNDAN
En el versículo 8 Pedro añade: “Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no
os dejarán ociosos ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
Las palabras estas cosas se refieren a todas las virtudes enumeradas en los versículos
del 5 al 7, desde la fe hasta el amor. La fe, la virtud, el conocimiento, el dominio propio,
la perseverancia, la piedad, el afecto fraternal y el amor deben estar en nosotros. No
obstante, éstas son sólo algunas de “todas las cosas” que el poder divino nos ha
concedido. Así que, debemos ver que todas estas cosas están incluidas en la simiente.
Esta simiente contiene la raíz, el tronco, las ramas, la flor y el fruto.
La palabra griega traducida “están” es jupárco, y denota que ciertas cosas existen en una
persona y le pertenecen desde el principio, y por ende, llegan a ser su posesión legítima
hasta el presente. Esto indica que todas las virtudes mencionadas en los versículos del 5
al 7 son posesión de los creyentes y están en ellos para siempre por medio de la
experiencia que tienen al participar de la naturaleza divina en todas sus riquezas.
Pedro dice que estas virtudes no sólo están en nosotros sino que también abundan. Las
virtudes divinas no solamente están en los creyentes y son posesión de ellos, sino que
además abundan y se multiplican en ellos mientras la vida divina se desarrolla y crece
en ellos. Todas estas virtudes ya están presentes en la simiente, y sólo esperan la
oportunidad de abundar. A fin de que puedan abundar las virtudes que están en la
simiente, ésta debe ser sembrada en la tierra y luego crecer y desarrollarse al grado de
florecer y dar fruto.
NO NOS DEJARÁN OCIOSOS NI SIN FRUTO
Pedro dice que si estas cosas están en nosotros y abundan, no nos dejarán ociosos ni sin
fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. [La palabra griega
traducida “dejarán” literalmente se traduce “constituirán”.] Esto indica que las virtudes
de la vida divina y de la naturaleza divina son los componentes, los elementos, de
nuestra constitución espiritual, de nuestro ser espiritual, y hacen de nosotros personas
en quienes no hay ocio ni esterilidad.
Llegamos a estar constituidos de algo no al corregirnos a nosotros mismos ni al tratar de
enmendarnos o mejorarnos. Para experimentar tal cambio de constitución intrínseca,
tenemos que recibir cierto elemento constitutivo. Los elementos, los ingredientes, de la
naturaleza divina son los elementos constitutivos necesarios para nuestra constitución
intrínseca.
A menudo, a los cristianos se les exhorta y se les enseña a mejorar su conducta. Sin
embargo, en el Nuevo Testamento no se nos exhorta a enmendarnos a nosotros mismos,
sino a permitir que los elementos de la naturaleza divina lleguen a formar parte de
nuestra constitución intrínseca. Si bien Confucio enseñó a las personas cómo tener una
mejor conducta, ciertamente no les enseñó cómo permitir que la naturaleza divina
llegara a ser su constitución intrínseca.
Existe una diferencia entre perfeccionar algo y llegar a estar constituido de algo.
Perfeccionar algo implica que ya poseemos lo que necesita ser perfeccionado. Pero llegar
a estar constituidos de algo implica que algo está por añadirse a nosotros, lo cual todavía
no poseemos. Nosotros poseemos la fe como simiente, la cual incluye a Cristo como
vida. De hecho, esta simiente es el Dios Triuno. Hemos visto que en nuestra fe debemos
desarrollar virtud, conocimiento, dominio propio, perseverancia, piedad, afecto
fraternal y amor. También vimos que debemos llegar a estar constituidos de estos
elementos que deben ser desarrollados.
De hecho, nuestro ser natural necesita ser reconstituido intrínsecamente. Desde el
momento en que nacimos, fuimos constituidos cierta clase de persona. Ahora que
hemos sido regenerados, necesitamos ser reconstituidos, es decir, necesitamos que los
elementos de la naturaleza divina lleguen a formar parte de nuestra constitución
intrínseca. En nuestra vida natural, nosotros fuimos formados con cierta constitución
intrínseca. Ahora, puesto que hemos experimentado un nuevo nacimiento en virtud de
una nueva vida, necesitamos que la naturaleza divina llegue a ser nuestra nueva
constitución intrínseca. La naturaleza divina es rica en ingredientes, en componentes,
con los cuales necesitamos crecer hasta convertirnos en Dios-hombres, en personas que
están mezcladas con el Dios Triuno.
Si permitimos que los elementos de la naturaleza divina lleguen a ser nuestra
constitución intrínseca, no seremos personas ociosas ni estaremos carentes de fruto.
Literalmente, la palabra griega traducida “ociosos” significa “desempleado, por ende,
ocioso”. Ahora bien, es posible que alguien no esté ocioso pero sí carente de fruto. Ser
fructífero requiere más crecimiento en vida y más suministro de vida. El ocio y la falta
de fruto son componentes de nuestro ser caído; pero la acción, la energía que la vida
proporciona y el ser fructuoso son elementos constitutivos de nuestra constitución
espiritual. El hecho de que Pedro use la expresión sin fruto en el versículo 8 indica que
lo abarcado en los versículos del 5 al 7 representa el desarrollo y el crecimiento de la
vida divina hacia la madurez.
La palabra ociosos tiene muchas implicaciones. Pareciera una palabra muy
insignificante, pero en realidad es muy significativa y tiene muchas implicaciones.
Podríamos decir que propagar chismes es una señal de ociosidad. Toda persona que
chismea está ociosa. Es posible que una persona así no dedique suficiente tiempo para
leer la Palabra y orar, y ponga el pretexto de estar muy ocupada. En realidad, tal persona
no está ocupada, sino que está ociosa.
PARA EL PLENO CONOCIMIENTO DE CRISTO
En el versículo 8 Pedro habla de no estar ociosos ni carentes de fruto “para el pleno
conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. La constitución formada por las virtudes
espirituales avanza a través de muchos pasos hasta alcanzar el pleno conocimiento de
nuestro Señor Jesucristo, con miras a la plena comprensión de la corporificación todoinclusiva del Dios Triuno. En este pasaje de la Palabra, se usan tres preposiciones que
muestran la relación que existe entre la experiencia de vida y el conocimiento espiritual:
en, del versículo 2, se refiere a la esfera del conocimiento; mediante, del versículo 3, se
refiere al conducto por el que se obtiene el conocimiento; y para, del versículo 8, se
refiere a tener el conocimiento como la meta. El conocimiento que obtenemos del Señor
por experiencia aumenta según el grado de nuestro crecimiento en vida.
TENER LA VISTA MUY CORTA
En el versículo 9 Pedro dice: “Pero el que no tiene estas cosas es ciego y tiene la vista
muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados”. Al igual que en el
versículo 8, “estas cosas” se refieren a todas las virtudes enumeradas en los versículos
del 5 al 7. La persona que no tiene estas cosas está ciega y tiene la vista muy corta. La
raíz de la palabra griega traducida “tiene la vista muy corta” significa “cerrar los ojos,
posiblemente debido a una luz muy intensa”, y por ende, se ha traducido “tener la vista
muy corta”. Por consiguiente, tener la vista muy corta equivale a estar espiritualmente
ciego y no poder ver más allá en términos de la impartición de la vida y la naturaleza
divinas del Dios Triuno en los creyentes como su suministro abundante.
Literalmente, la palabra griega traducida “habiendo olvidado” significa “olvidar a
propósito”, es decir, haber olvidado intencionalmente la experiencia de la purificación
de nuestros antiguos pecados. Esta purificación se efectuó para que nosotros
pudiéramos avanzar en la vida divina al participar de la naturaleza divina hasta alcanzar
la madurez en la vida divina. Olvidarnos de la purificación de nuestros antiguos pecados
no significa negar la fiel profesión que hicimos cuando creímos en Cristo y fuimos
bautizados en Él, ni tampoco perder la certeza de la salvación que recibimos en ese
momento, sino, más bien, equivale a descuidar lo que el comienzo de la salvación
significó para nosotros.
DILIGENTES EN HACER FIRME
NUESTRA VOCACIÓN Y ELECCIÓN
En el versículo 10 Pedro dice: “Por lo cual, hermanos, sed aún más diligentes en hacer
firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no tropezaréis jamás”.
Aquí ser diligentes es desarrollar las virtudes espirituales en la vida divina, es decir,
avanzar en el crecimiento de la vida divina. Esto hace firme nuestra vocación y elección.
Si somos diligentes en desarrollar las virtudes mencionadas en los versículos del 5 al 7,
haremos firme, aseguraremos, nuestro llamamiento y elección. Nunca dudaremos que
fuimos llamados por Dios y elegidos por Él. Sin embargo, es posible que algunos duden
que Dios los eligió. La razón por la cual tienen dudas al respecto es que carecen de las
virtudes enumeradas por Pedro. Pero si desarrollamos estas virtudes y éstas se
convierten en nuestra constitución intrínseca, tendremos la certeza de que fuimos
llamados y elegidos. Esto es hacer firme nuestra vocación y elección. Además, si
hacemos estas cosas, no tropezaremos jamás, pues estaremos completamente
constituidos de dichas virtudes.
ENTRADA EN EL REINO ETERNO
En el versículo 11 Pedro concluye, diciendo: “Porque de esta manera os será
suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo”. El suministro abundante que disfrutamos en el desarrollo de la vida y de la
naturaleza divinas nos suministrará rica y abundante entrada en el reino eterno de
nuestro Señor. Este suministro nos capacitará y nos hará aptos para entrar en el reino
venidero ya que tendremos todas las riquezas de la vida divina y de la naturaleza divina
como nuestras excelentes virtudes para la espléndida gloria de Dios. Esto no significa
simplemente ser salvos para ir al cielo.
El reino eterno mencionado en este versículo se refiere al reino de Dios, que le fue
entregado a nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Dn. 7:13-14), y que será manifestado a
Su regreso (Lc. 19:11-12). Será una recompensa para Sus creyentes fieles, quienes
procuran crecer en Su vida hasta llegar a la madurez y desarrollar las virtudes de Su
naturaleza para poder participar de Su reinado en la gloria de Dios durante el milenio (2
Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6). Entrar de esta manera en el reino eterno del Señor está
relacionado con entrar en la gloria eterna de Dios, a la cual Dios nos llamó en Cristo (1
P. 5:10; 1 Ts. 2:12).
El versículo 11 de 2 Pedro 1 indica que nos puede ser suministrada rica y abundante
entrada en el reino de nuestro Señor. Sin embargo, un buen número de cristianos no
tendrá tal entrada, porque jamás han laborado para ello, lo cual sólo se logra al
fomentar el desarrollo de la simiente divina hasta alcanzar la madurez. Si no permitimos
que las virtudes divinas lleguen a ser nuestra constitución intrínseca, no podremos
obtener tal entrada; pero si permitimos que la vida divina se desarrolle en nosotros y
que los elementos de la naturaleza divina lleguen a ser nuestros elementos constitutivos,
nos será suministrada rica y abundante entrada en el reino venidero.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE SIETE
LA PROVISIÓN DIVINA
(7)
Lectura bíblica: 2 P. 1:5-11
En este mensaje haremos un repaso de 2 Pedro 1:5-11.
DESARROLLAR VIRTUD AL DISFRUTAR
DE LA NATURALEZA DIVINA
En el versículo 5 Pedro dice: “Y por esto mismo, poniendo toda diligencia, desarrollad
abundantemente en vuestra fe virtud; en la virtud, conocimiento”. La palabra virtud se
refiere a la virtud mencionada en el versículo 3, donde Pedro habla de Aquel que nos
“llamó por Su propia gloria y virtud”. Además, esta virtud está relacionada con la
naturaleza divina (v. 4), la cual denota los diferentes aspectos de las riquezas de lo que
Dios es. La virtud mencionada en los versículos 3 y 5 es fruto de la experiencia y disfrute
de la naturaleza divina, de la cual se habla en el versículo 4. Cuando participamos de la
naturaleza divina, de los diferentes aspectos de las riquezas de lo que Dios es, dichas
riquezas llegan a ser nuestras virtudes. Por ejemplo, Dios es amor, luz, santidad, justicia
y bondad, todo lo cual son atributos de Dios. Cada atributo divino es también una
virtud. Cuando disfrutamos de lo que Dios es, disfrutamos de Su santidad. Entonces esta
santidad llega a ser una virtud en nosotros, la cual se manifiesta a través de nosotros. El
mismo principio se aplica al disfrute que tenemos de otros atributos divinos.
La esencia o elemento de la virtud se halla contenida en la fe como simiente. Esta
simiente es de hecho el propio Cristo, y Cristo es Dios mismo respecto a todo lo que Él
es. Dado que todo lo que Dios es está en Cristo, Cristo es la corporificación de lo que
Dios es. Este Cristo ha llegado a ser nuestra herencia. Nuestra respuesta a esta
corporificación que está en nosotros, es decir, lo que se refleja debido a ella, es la fe. La
fe, por tanto, es también nuestra herencia. Así, pues, dentro de la fe como simiente están
incluidos todos los atributos divinos, todas las riquezas de lo que Dios es. Ya que
tenemos esta simiente de fe, en la cual está la naturaleza divina, debemos proseguir a
fomentar el desarrollo de esta simiente. En el proceso de desarrollo de la simiente, lo
primero que brota es la virtud. Por lo tanto, la virtud es fruto del disfrute de la
naturaleza divina, es decir, del disfrute de lo que Dios es.
EL PLENO CONOCIMIENTO DEL DIOS PROCESADO
En el versículo 5 Pedro dice que en nuestra virtud debemos desarrollar conocimiento. La
virtud requiere la abundante suministración del conocimiento de Dios y de Jesús
nuestro Señor (vs. 2, 3, 8), particularmente con respecto a las cosas que pertenecen a la
vida divina y la piedad, y a nuestra participación de la naturaleza divina.
Es posible que tengamos mucho conocimiento, pero que nuestro conocimiento sea
somero y superficial. Quizás no conozcamos la vida ni sepamos qué es la fe preciosa.
Aun más, tal vez tampoco sepamos nada acerca de la naturaleza divina, e incluso nos
opongamos a ella cuando se nos enseñe, con base en la Biblia, que los creyentes pueden
llegar a ser participantes de la naturaleza divina. Aquellos que tienen un conocimiento
superficial probablemente no sepan que la piedad es la expresión de Dios, que Cristo es
la corporificación del Dios Triuno, y que Cristo hoy en día es el Espíritu vivificante. No
tener el conocimiento de estos asuntos es carecer del conocimiento de las profundidades
de la verdad contenida en la Biblia.
Algunos creyentes han sido estorbados e incluso se han visto perjudicados por el
conocimiento superficial. Tal vez ellos sean fundamentalistas en cuanto a la doctrina,
pero puede ser que lo sean de un modo superficial. Ser fundamentalista meramente de
manera superficial podría ser una especie de “droga” que entorpece los sentidos
espirituales. Un buen número de cristianos se encuentran embotados por la influencia
de un fundamentalismo superficial. Ésta es la razón por la cual resulta muy difícil hablar
con ellos respecto de que Cristo sea nuestra comida y nuestro disfrute. Si uno les dice
que podemos comer a Cristo, digerirlo y asimilarlo al grado en que Él mismo llega a ser
el elemento constitutivo de nuestro ser, ellos dirán que tal enseñanza es herética. Tal vez
reaccionen, diciendo: “Nuestro Señor y Salvador Jesucristo está en el trono en el cielo.
¿Cómo podríamos comerle, y cómo podría Él llegar a ser el elemento constitutivo de
nuestro ser?”. Incluso tal vez les parezca que tales enseñanzas bíblicas son blasfemas.
Aquellos que tienen un conocimiento superficial también se oponen a la enseñanza de la
mezcla. Nuestro uso de la palabra mezcla se basa en el Antiguo Testamento. Levítico 2
nos dice que en la preparación de la ofrenda de harina, la flor de harina debía ser
amasada con aceite, lo cual implica una mezcla. El concepto de mezcla, por tanto,
ciertamente concuerda con las Escrituras.
Además, en Juan 6 el Señor Jesús dice que Él es el pan, el pan vivo que descendió del
cielo para dar vida al mundo, y que cualquiera que le coma, vivirá por causa de Él.
Piensen por un momento en lo que ocurre con los alimentos que comemos. Los
alimentos son digeridos, asimilados y finalmente se mezclan con nuestras fibras y
células. ¿No sería correcto entonces afirmar que el comer implica un tipo de mezcla? La
digestión y asimilación de los alimentos que ingerimos definitivamente suponen un tipo
de mezcla. Los alimentos que comemos se mezclan con nuestra constitución intrínseca.
Bajo el mismo principio, cuando comemos al Señor como el pan de vida y le digerimos y
asimilamos en nuestro ser espiritual, Él se mezcla con nosotros y nosotros con Él. Sin
embargo, algunos cristianos carecen de este conocimiento, el cual es un conocimiento de
las profundidades de la verdad bíblica.
El conocimiento del cual se habla en 1:5 es el pleno conocimiento de Dios y de nuestro
Señor. Necesitamos un conocimiento pleno, no del Dios no procesado, del Dios “crudo”,
sino del Dios procesado. Al usar la expresión el Dios procesado nos referimos al Dios
que se hizo hombre a través de la encarnación, que vivió en la tierra por treinta y tres
años y medio, que murió en la cruz y fue sepultado, que resucitó y que ascendió a los
cielos. La encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión,
todos ellos, son parte de un largo proceso. Ya que Cristo pasó por tal proceso, Él ya no es
únicamente Dios con el elemento de la divinidad, sino que además es un hombre que
posee el elemento humano. Nuestro Señor es tanto Dios como hombre. Él posee tanto la
naturaleza divina como la naturaleza humana. Aun más, en Él también se incluyen los
elementos del vivir humano, de Su muerte todo-inclusiva y de Su resurrección que
imparte la vida. Es posible que lo que decimos acerca del Dios procesado resulte raro o
extraño para aquellos que tienen únicamente un conocimiento superficial de la Palabra.
Pero según lo dicho por Pedro en 1:5, debemos desarrollar abundantemente en nuestra
virtud el pleno conocimiento de Dios.
Si los creyentes no tienen el debido conocimiento, ¿cómo podrán experimentar el
desarrollo descrito en 1:5-7? No es posible experimentar este desarrollo sin el pleno
conocimiento de Dios. Hay creyentes que prácticamente no manifiestan ningún
desarrollo. Es posible que ellos ni siquiera tengan una plena comprensión de lo que es la
fe preciosa y, en particular, no sepan que esta fe es la simiente todo-inclusiva que está en
ellos. Quizás jamás hayan escuchado esta clase de enseñanza, y no tengan conocimiento
alguno de este tema, sino que, más bien, tengan un entendimiento superficial y
religioso.
DOMINIO PROPIO, PERSEVERANCIA Y PIEDAD
En el versículo 6 Pedro añade lo siguiente: “En el conocimiento, dominio propio; en el
dominio propio, perseverancia; en la perseverancia, piedad”. Tener dominio propio
significa ejercer control de uno mismo con respecto a las pasiones, deseos y hábitos.
Debemos desarrollar en nuestro conocimiento tal dominio propio.
En nuestro dominio propio debemos desarrollar perseverancia. El dominio propio se
ejerce para con uno mismo, mientras que la perseverancia se ejerce para con otros y en
determinadas circunstancias. Con respecto a nosotros mismos, debemos tener dominio
propio, y con relación a nuestras circunstancias, sin importar cuáles sean, necesitamos
perseverancia. Debemos ejercitar perseverancia con los miembros de nuestra familia,
con nuestros vecinos y con relación a muchas otras cosas que nos perturban. Por
ejemplo, cuando usted se sienta disgustado con algo relacionado con su entorno, debe
ejercitar perseverancia. Es preciso que desarrollemos perseverancia a fin de sobrellevar
a otros y soportar nuestras circunstancias.
En el versículo 6 Pedro dice también que en nuestra perseverancia debemos desarrollar
piedad. La piedad es una virtud que manifiesta la semejanza de Dios, es decir, que
expresa a Dios. La vida cristiana debe ser una vida que expresa a Dios y que manifiesta
la semejanza de Dios en todo aspecto. Mientras ejercemos dominio propio y
sobrellevamos a otros y soportamos las circunstancias, debemos también desarrollar
piedad a fin de tener la semejanza de Dios y expresarle.
LA NECESIDAD DE UN AMOR NOBLE
En el versículo 7 Pedro añade: “En la piedad, afecto fraternal; en el afecto fraternal,
amor”. Hemos señalado que en la piedad, que consiste en expresar a Dios, se debe
desarrollar afecto fraternal, que es el amor hacia los hermanos. Hemos visto también
que la palabra griega traducida “amor” en el versículo 7 es agápe, la palabra que en el
Nuevo Testamento significa “amor divino”, el cual es Dios en Su naturaleza (1 Jn. 4:8,
16). Esta clase de amor es más noble que el afecto fraternal, y es más fuerte y de mayor
capacidad que el amor humano.
En la vida de iglesia, es posible que los hermanos se amen entre sí, pero que su amor sea
muy superficial. Quizás su amor no contenga ningún suministro de vida ni ningún
“antibiótico” que promueva la sanidad. Esto quiere decir que a su amor le falta el amor
agápe. Sin embargo, en el amor que Pedro manifestaba hacia los hermanos había otro
elemento, el cual era el amor divino, un amor que nos provee la sabiduría necesaria para
amar a los hermanos como es debido. A veces amamos a otros de manera insensata, de
una manera en que podemos hacerles daño, y no tenemos la sabiduría para amarlos de
una manera que les imparta el suministro de vida y los nutra. El amor de Dios no sólo
nos nutre, sino que además contiene un antibiótico espiritual que promueve la sanidad y
previene las enfermedades. Si amamos a los hermanos con el amor divino, les
infundiremos tal antibiótico. Por ejemplo, quizás usted se dé cuenta de que algún
hermano tiene cierta carencia o debilidad. Usted sabrá que ni la enseñanza ni la
corrección podrán ayudar a tal hermano, y que lo que él realmente necesita es ser
amado con un amor noble. Si lo ama con esta clase de amor, él recibirá el suministro de
vida y el antibiótico que es capaz de matar los “gérmenes” dentro de él. En la vida de
iglesia debemos amarnos unos a otros con discernimiento, y no de una manera necia.
Debemos amar a los hermanos con el noble propósito de nutrirlos y ayudarles a ser
sanados.
Amar con discernimiento
Dios siempre ama con discernimiento. Mateo 5:45 nos dice que Dios envía la lluvia
sobre justos e injustos. Pero Él hace esto con sabiduría, pues asimismo en otras
ocasiones hace que no llueva en cierta región. No obstante, eso no significa que no ame a
la gente de ese lugar; ciertamente Él los ama, pero los ama con discernimiento. De la
misma manera, no debemos dejar de amar a los santos. Ciertamente debemos amar a
todos los hermanos, pero debemos hacerlo con discernimiento.
Nuestro amor por los santos siempre debe ser mesurado y debe mantenerse dentro de
ciertos límites. Si amamos a un hermano desmedidamente, ese amor podrá hacerle
daño. Así que, debemos amarlo sólo hasta cierto punto. Así también, es posible que otro
hermano necesite ser amado en mayor medida. Amar a otros de esta manera es amarlos
no solamente con un afecto fraternal sino también con el amor agápe.
Un amor que no depende
de nuestro estado de ánimo
A menudo nuestro afecto fraternal varía de acuerdo con nuestro estado de ánimo.
Cuando estamos de buen ánimo, amamos a todo el mundo. Pero cuando no estamos de
buen ánimo, quizás no estemos dispuestos a mostrar amor por nadie. Cuando algunos
hermanos están de buen genio, hacen hasta lo imposible por ayudarlo a uno. Pero
cuando tienen el ánimo decaído, no se muestran dispuestos a prestar ninguna ayuda.
Estos hermanos aman a los santos, pero los aman conforme a sus sentimientos
fluctuantes. Tal clase de amor no es el amor agápe. El amor divino no depende de
nuestro estado emocional. Puesto que la fuente de este amor es la vida divina, es un
amor que no cambia. Debemos aprender a amar a los hermanos con este amor divino, y
no con el amor que depende de nuestro estado de ánimo.
El amor de Dios es un amor que no fluctúa. Si amamos a otros con este amor, no
seremos fluctuantes. Al relacionarnos con los demás, seremos los mismos con respecto a
nuestro amor, es decir, siempre amaremos a otros con discernimiento y según su
necesidad. Por ejemplo, tal vez percibamos que cierto hermano necesita cierta medida
de amor; por tanto, le suministraremos la medida exacta de amor que él necesita. No
obstante, quizás otro hermano necesite otra medida de amor. Este tipo de amor es un
amor noble.
En nuestra vida matrimonial y en nuestra vida familiar necesitamos este amor divino.
Pedro encarga a los maridos a dar honor a la esposa (1 P. 3: 7). Para ello se requiere un
amor noble.
Es común que las hermanas amen a sus esposos según sus sentimientos y sin ningún
discernimiento o de forma desmedida. Cuando la hermana se siente alegre o está de
buen genio, ella amará a su marido; pero si está descontenta o enojada, no lo amará.
Esta clase de amor depende de sus sentimientos y no contiene el elemento del amor
agápe. Sin embargo, otra hermana, con más experiencia en el Señor, siempre amará a
su esposo e hijos, pero lo hará de forma medida y con discernimiento. Esta clase de
amor ciertamente es un amor noble.
Es imposible que con nuestro amor humano amemos de forma mesurada y con el
discernimiento apropiado. Es por ello que, después de hablar del amor fraternal, Pedro
nos dice que en nuestro afecto fraternal debemos desarrollar amor. Al respecto, algunos
expositores han malinterpretado a Pedro y han pensado que él nos dice que debemos
desarrollar cierto amor primeramente hacia los hermanos, y después cierto amor hacia
todos los hombres. Sin embargo, este entendimiento es demasiado superficial. El
pensamiento de Pedro es que en nuestro afecto fraternal debe estar presente el elemento
del amor agápe, el amor divino.
LA MADUREZ Y EL REINADO
En los versículos del 8 al 10 Pedro dice que si todas estas virtudes están en nosotros y
abundan, no nos dejarán ociosos ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro
Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas, tiene la vista muy corta y ha olvidado
la purificación de sus antiguos pecados. Por esta razón, Pedro nos encarga que seamos
diligentes en hacer firme nuestra vocación y elección, desarrollando todas estas
virtudes.
En el versículo 11 Pedro concluye, diciendo: “Porque de esta manera os será
suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo”. En este reino eterno no seremos súbditos, sino reyes. Pero para ser reyes en
el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, debemos madurar en la vida
divina. Los cristianos estamos destinados a ser reyes en el reino del Señor. Sin embargo,
¿cómo puede alguien ser rey en el reino venidero si aún no ha alcanzado la madurez en
la vida divina? Es imposible ser rey sin haber alcanzado esta madurez. Aun si el Señor
quisiera entronizar como rey a alguien que no es maduro, esa persona se daría cuenta de
que no es capaz de ejercer el reinado. Esto indica que aun nosotros mismos sabemos que
es necesario crecer y madurar para poder ser reyes.
Según lo que Pedro dice en 1:5-11, crecer hacia la madurez equivale a desarrollar algo
que ya hemos recibido. A nosotros se nos asignó la fe maravillosa y preciosa, la cual es
una simiente todo-inclusiva. Si bien todas las riquezas divinas se encuentran en esta
simiente, nosotros tenemos que ser diligentes en fomentar el desarrollo de ellas de
modo que se conviertan en virtud. Luego, debemos desarrollar en nuestra virtud
conocimiento; en el conocimiento, dominio propio; en el dominio propio, perseverancia;
en la perseverancia, piedad; en la piedad, afecto fraternal; y en el afecto fraternal, amor.
Si desarrollamos estas virtudes, creceremos y, con el tiempo, llegaremos a la madurez.
Como resultado, estaremos llenos de Cristo, y, en palabras de Pablo, habremos llegado a
la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13). Entonces seremos aptos y
estaremos equipados para ser reyes en el reino venidero.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE OCHO
LA PROVISIÓN DIVINA
(8)
Lectura bíblica: 2 P. 1:12-21
Después de que Pedro da algunas palabras de introducción (2 P. 1:1-2), Pedro nos habla
acerca de la provisión divina (vs. 3-21). La provisión divina incluye dos asuntos: la
impartición del poder divino (vs. 3-11) y la iluminación de la verdad divina (vs. 12-21).
En cuanto a la impartición del poder divino, se destacan dos asuntos: todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad, las cuales incluyen la naturaleza divina (vs. 3-4), y el
desarrollo producido mediante el crecimiento en vida, el cual nos suministra la rica
entrada en el reino eterno (vs. 5-11). En cuanto a la iluminación de la verdad divina,
también resaltan dos asuntos: la gloria del testimonio de los apóstoles (vs. 12-18) y la luz
de la palabra profética (vs. 19-21). En este mensaje abarcaremos estos dos asuntos
relacionados con la iluminación de la verdad divina.
RECORDARLES A LOS SANTOS
En 2 Pedro 1:12 dice: “Por esto siempre estaré recordándoos estas cosas, aunque
vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente”. Con las palabras estas
cosas, Pedro se refiere a asuntos tales como el poder divino, todo lo relacionado con la
vida y la piedad, con la naturaleza divina y con el desarrollo de las riquezas divinas en
nuestra experiencia. Pedro siempre estaba recordándoles a los santos estas cosas,
aunque ellos ya las sabían y estaban confirmados en la verdad presente, la verdad que
ellos ya poseían.
Al usar la expresión la verdad presente, Pedro se refiere a la verdad que está presente
entre los creyentes, la cual ellos han recibido y ahora poseen. En la primera sección de
este capítulo (vs. 1-11), Pedro usa la provisión de la vida divina —la cual nos permite
llevar una vida cristiana adecuada— para vacunarlos contra la apostasía. En la segunda
sección (vs. 12-21), él usa la revelación de la verdad divina, el segundo antídoto, para
vacunarlos contra la herejía que afloró durante la apostasía, una herejía similar al
modernismo de hoy.
En los versículos 13 y 14 Pedro dice: “Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este
tabernáculo, estimularos recordándoos estas cosas; sabiendo que pronto será quitado
mi tabernáculo, como también me lo ha declarado nuestro Señor Jesucristo”. La palabra
tabernáculo se refiere a nuestro cuerpo temporal (2 Co. 5:1). Quitarse el tabernáculo
significa abandonar el cuerpo, despojarse de él (v. 4), dejarlo, morir físicamente. Pedro,
al igual que Pablo (2 Ti. 4:6), sabía que dejaría el mundo mediante el martirio, y ya
estaba listo para ello. Él recordaba lo que el Señor le había hablado acerca de su muerte
cuando le mandó que apacentara a Sus ovejas (Jn. 21:15-19).
En el versículo 15 Pedro dice: “También yo procuraré con diligencia que después de mi
partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas”. Al decir
“partida”, Pedro se refiere a dejar el mundo (la misma palabra griega se usa en Lucas
9:31). Una vez más, estas cosas aluden a lo que Pedro abarcó en 1:1-11.
NO SEGUIR MITOS HÁBILMENTE FRAGUADOS
En el versículo 16 Pedro añade: “Porque cuando os dimos a conocer el poder y la venida
de nuestro Señor Jesucristo, no seguimos mitos hábilmente fraguados, sino que [fuimos
hechos] testigos oculares de Su majestad”. Los mitos eran historias supersticiosas
astutamente tramadas en la filosofía griega, la cual estaba relacionada con la apostasía.
Los apóstoles predicaban y enseñaban acerca del poder y la venida (gr. parousía,
presencia) del Señor Jesucristo. Para los incrédulos, la predicación respecto a la venida
del Señor era muy similar a un mito o cuento supersticioso. Sin embargo, aquí Pedro
dice que los apóstoles no siguieron mitos hábilmente fraguados al dar a conocer el poder
y la venida del Señor Jesucristo.
TESTIGOS OCULARES DE LA MAJESTAD DEL SEÑOR
Respecto a las palabras testigos oculares Darby comenta: “‘Admitidos en la visión
inmediata de la gloria’, una palabra que denota la iniciación plena en los misterios”.
Pedro comprendía que él, Jacobo y Juan habían sido admitidos en el grado más alto de
iniciación cuando el Señor se transfiguró, es decir, ellos habían sido admitidos para ser
iniciados como espectadores de la majestad del Señor. Pedro consideró, al igual que el
Señor en Lucas 9:26-36, que la transfiguración era una figura de la segunda venida del
Señor. La transfiguración del Señor en gloria fue un evento histórico, y Pedro estuvo
presente. La venida del Señor en gloria será un evento tan real como la transfiguración
del Señor, y Pedro también estará allí. Lo que los apóstoles transmitieron a los creyentes
no era un mito hábilmente fraguado.
Pedro dice que los apóstoles llegaron a ser testigos oculares de la majestad del Señor.
Esta grandeza denota magnificencia, grandeza en esplendor, honra y gloria, una gloria
magnífica (2 P. 1:17), como la que apareció ante Pedro y los otros dos discípulos cuando
el Señor se transfiguró (Mt. 17:2; Lc. 9:32).
En el versículo 16 Pedro parecía decir: “Os hemos dicho que el Señor Jesús vendrá en
gloria. Esto no es un cuento ni un mito. Aun cuando Él estuvo en la tierra, gloria emanó
de Él, y Él fue transfigurado. Nosotros vimos Su majestad cuando estuvimos con Él en el
monte. Fuimos testigos oculares de esto; fuimos iniciados en la visión de Su gloria”.
En este versículo Pedro combina la transfiguración del Señor con Su venida. Esto
significa que la transfiguración de Cristo prefigura Su venida. En Lucas 9:26-36 el Señor
Jesús también dio a entender que Su transfiguración era una figura de la gloria que
manifestaría en Su venida.
En los versículos 17 y 18 Pedro continúa diciendo: “Porque Él recibió de Dios Padre
honra y gloria, y le fue enviada desde la magnifica gloria una voz que decía: Éste es Mi
Hijo, Mi amado, en el cual me deleito. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo,
cuando estábamos con Él en el monte santo”. La honra tiene que ver con la posición, y la
gloria con la condición. En el monte de la transfiguración, el Señor se encontraba en una
posición de honra y en una condición de gloria.
Pedro dice que al Señor le fue enviada una voz desde la magnífica gloria. Esta magnífica
gloria se refiere a la nube que los cubría cuando el Señor se transfiguró (Lc. 9:34-35), así
como la gloria shekinah cubría el propiciatorio (Éx. 25:20; 40:34).
Si leemos la crónica de Mateo, Marcos y Lucas respecto a la transfiguración del Señor,
veremos que la magnífica gloria de 2 Pedro 1:17 se refiere a la nube que los cubría.
Pedro, Jacobo y Juan vieron la nube, y esa nube era la gloria. Asimismo, en la
antigüedad, después que el tabernáculo fue erigido, éste fue lleno de la gloria de Dios,
pues la nube de la gloria de Dios lo cubrió. Habría sido difícil discernir entre la nube y la
gloria, porque la nube estaba junto con la gloria.
VACUNAR A LOS CREYENTES CONTRA LA APOSTASÍA
Esta epístola fue escrita durante un periodo de degradación y apostasía de la iglesia. La
apostasía constituye el contexto en que fue escrito este libro. La carga de Pedro, por
tanto, consistía en vacunar a los creyentes contra el veneno de la apostasía. La apostasía
consiste en apartarse de la verdad o de la fe. Aproximadamente treinta años después de
haber sido establecida la iglesia, empezó a infiltrarse la apostasía. Por tanto, ya había
ocurrido una desviación de la fe fundamental, y había personas que enseñaban herejías.
Una de estas herejías era que la predicación respecto a la venida del Señor Jesús en
gloria era un mito, un cuento que no era creíble ni fidedigno. Como veremos cuando
lleguemos al capítulo 3, hubo algunos burladores que dijeron: “¿Dónde está la promesa
de Su venida? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas
permanecen así como desde el principio de la creación” (3:4). Estos herejes y apóstatas
consideraban que la enseñanza acerca de que el Señor regresaría en gloria para juzgar la
tierra era un cuento supersticioso.
Se puede comparar a los herejes de la época en que se escribió esta epístola con los
modernistas de hoy. Los modernistas son una clase de maestros que afirman que la
Biblia no es inspirada por Dios y que los milagros relatados en la Biblia son meramente
historias supersticiosas. Por ejemplo, los modernistas no creen que los hijos de Israel
cruzaron el Mar Rojo de forma milagrosa; según algunos modernistas, en lugar de ello,
los hijos de Israel caminaron a través de aguas poco profundas que habían menguado a
causa de un fuerte viento. De la misma manera, los modernistas no creen que el Señor
Jesús alimentó a la multitud con cinco panes y dos peces. Ellos explican esto diciendo
que los que estaban entre la multitud habían traído consigo comida, y que simplemente
comieron de lo que habían traído. Más grave aún, los modernistas enseñan que Jesús no
nació de una virgen y que Él no era Dios. Ellos afirman que Él murió en la cruz, pero no
por nuestra redención, sino en sacrificio por causa del “ismo” en el que creía. Asimismo,
tampoco creen que el Señor Jesús resucitó con un cuerpo físico. En muchos aspectos, los
modernistas de hoy y los herejes del primer siglo son muy similares.
En esta epístola, Pedro da a los creyentes un testimonio muy contundente a fin de
vacunarlos contra la herejía. Ésta es la razón por la cual señala que los apóstoles no
siguieron mitos hábilmente fraguados cuando les hablaron sobre la venida del Señor
Jesús. Era como si les estuviera diciendo: “No escuchéis a los herejes. Al igual que Juan
y Jacobo, yo fui testigo ocular de la majestad que el Señor manifestó sobre el monte
santo. Nosotros estábamos con Él cuando se transfiguró, y escuchamos la voz que
declaró: ‘Éste es Mi Hijo, Mi amado, en el cual me deleito’. Lo que os hemos dicho no es
una leyenda ni un mito o cuento supersticioso; más bien, os damos testimonio de lo que
vimos y escuchamos. Nosotros vimos al Señor Jesús transfigurarse, y sabemos que así
como Él fue glorificado en Su transfiguración, vendrá de nuevo en gloria. Vosotros
debéis recibir nuestras palabras y creer en ellas”.
ESTAR ATENTOS A LA PALABRA PROFÉTICA
En 1:19-21 Pedro se remite a la palabra profética hallada en el Antiguo Testamento para
confirmar el testimonio de ellos. Tanto el testimonio de los apóstoles como la palabra
profética de las Escrituras constituyen la iluminación de la verdad. Esta iluminación
forma parte de la provisión divina, la provisión que Dios, por medio de Su poder, ha
hecho para que Sus elegidos hijos estén lejos de la herejía y de la apostasía.
En el versículo 19 Pedro añade: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la
cual hacéis bien en estar atentos como a una lámpara que alumbra en un lugar oscuro,
hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana nazca en vuestros corazones”. La
palabra también denota que además de la verdad de la transfiguración del Señor,
abarcada en los versículos anteriores como vacuna contra los mitos supersticiosos, la
verdad de la palabra profética es usada como una confirmación más segura. De manera
que Pedro, después de relatar la experiencia personal que tuvo de la gloria del Señor en
la transfiguración, se remite a la palabra de los profetas para confirmar su testimonio y
para fortalecerlo.
Pedro señala que los creyentes hacen bien en estar atentos a la palabra profética. Esto
significa que ellos estudiaban las profecías del Antiguo Testamento y que estaban
atentos a ellas.
Pedro compara la palabra profética de las Escrituras con una lámpara que alumbra en
lugar oscuro. Esto indica que esta era es un lugar oscuro en medio de una noche oscura
(Ro. 13:12), y que toda la gente de este mundo se conduce y actúa en medio de tinieblas.
También indica que la palabra profética de las Escrituras, como una lámpara que
ilumina a los creyentes, transmite una luz espiritual que resplandece en las tinieblas que
los rodean (y no mero conocimiento en letra que ellos deban aprender), guiándolos para
que entren en un día brillante, y puedan pasar así la noche oscura hasta que esclarezca
el día de la manifestación del Señor.
La palabra griega traducida “lugar oscuro” también puede traducirse “lugar sombrío”, y
denota un lugar sórdido, seco y abandonado. Ésta es una metáfora que describe las
tinieblas de la apostasía. Si bien este siglo es un lugar oscuro, sombrío y sórdido, la
palabra profética es una lámpara que brilla en la oscuridad.
HASTA QUE EL DÍA AMANEZCA
Y LA ESTRELLA DE LA MAÑANA NAZCA
Pedro dice que hacemos bien en estar atentos a la palabra profética hasta que el día
amanezca y la estrella de la mañana nazca en nuestros corazones. Esto también es una
metáfora, la cual describe un tiempo venidero lleno de luz, como el amanecer de un día
brillante, el cual es precedido por la estrella de la mañana que nace en los corazones de
los creyentes, quienes son iluminados y alumbrados al estar atentos a la palabra
resplandeciente de profecía que se halla en las Escrituras. En tiempos de apostasía, los
creyentes hacen bien en estar atentos a este asunto para que la palabra profética, que es
como una lámpara, pueda resplandecer en medio de las tinieblas de la apostasía hasta
que aquel día amanezca en ellos. Esto los motivará a buscar diligentemente la presencia
del Señor y a velar de tal modo que no pierdan la oportunidad de encontrarse con el
Señor en la parte secreta de Su parousía, cuando Él vendrá como ladrón (Mt. 24:27; 2
Ts. 2:8). Por tanto, esta metáfora debe de referirse a la era venidera, la era del reino, un
día que amanecerá cuando el Señor se manifieste (venga) (2 P. 1:16) como el Sol de
justicia (Mal. 4:2), cuya luz resplandecerá para penetrar las penumbras de la noche
oscura de esta era. Antes de esto, en la hora más oscura de la noche, el Señor aparecerá
como la estrella de la mañana (Ap. 2:28; 22:16) a aquellos que estén velando y
esperando Su preciada aparición (2 Ti. 4:8). Ellos habrán sido iluminados por el
resplandor de la palabra profética, la cual es poderosa para guiarlos hasta el amanecer
de un nuevo día.
Es correcto afirmar que el amanecer mencionado en 2 Pedro 1:19 se refiere al día en que
el Señor regresará. En aquel día, el Señor resplandecerá como el Sol de justicia. El
período inmediatamente antes de que el Señor se manifieste puede compararse al alba,
durante el cual el Señor Jesús será la estrella de la mañana para aquellos creyentes
Suyos que estén velando. Aunque todo esto es cierto, Pedro está diciéndonos algo más.
De hecho, en 1:19 Pedro abarca dos asuntos al mismo tiempo. Él dice que todo el mundo
es un lugar oscuro y que el siglo actual es una noche oscura. Sin las profecías de la
Biblia, nosotros también estaríamos en oscuridad, pues no tendríamos una lámpara.
Pero la palabra profética es para nosotros una lámpara que resplandece en la oscuridad.
Al estar atentos a esta palabra profética, recibimos el resplandor de la luz. Finalmente,
esta luz brillará hasta que en nosotros amanezca un día espiritual, y la estrella de la
mañana nazca en nuestros corazones. Es por eso que Pedro primero nos habla de un día
espiritual, un día que amanece dentro de nosotros, y luego se refiere a un día futuro, el
día de la venida del Señor.
Nuestra experiencia confirma el hecho de que en 1:19 Pedro está hablándonos tanto de
un día espiritual como del día de la venida del Señor. Muchas veces estábamos en
tinieblas mientras acudíamos a las profecías de la Biblia. A medida que estudiábamos
las profecías, una lámpara empezó a resplandecer en nosotros, y espontáneamente
tuvimos la sensación de que ya no era de noche, sino de día, pues había amanecido en
nosotros un día espiritual. Así, pues, no sólo tenemos el resplandor de una lámpara, sino
también el amanecer de un nuevo día. ¡Cuán agradable es cuando la estrella de la
mañana nace en nuestros corazones! Aunque estemos completamente rodeados de
oscuridad, dentro de nosotros brilla una estrella matutina.
Como ya dijimos, el día que amanece, el cual se menciona en 1:19, también se refiere a
un día en el futuro, cuando el Señor Jesús regresará como el Sol de justicia. Antes de Su
venida visible, Él será la estrella de la mañana para aquellos que le esperan. Por lo tanto,
lo que dice Pedro en 1:19 se aplica tanto a nuestra experiencia espiritual como a la
venida del Señor.
LA PALABRA PROFÉTICA
ALUMBRA DENTRO DE NOSOTROS
Si estamos atentos a las profecías de la Biblia, experimentaremos el resplandor de una
lámpara dentro de nosotros, disfrutaremos de la estrella de la mañana cuando ésta
nazca en nuestros corazones, y amanecerá un día espiritual dentro de nosotros.
Podremos seguir experimentando esto hasta que finalmente el Señor Jesús aparezca
como la estrella de la mañana y amanezca el día en que el Señor será el Sol de justicia.
Creo firmemente que ésta es la interpretación correcta de 1:19.
Poco después de haber sido salvo, empecé a leer libros acerca de las profecías. Durante
los años que me reuní en la Asamblea de los Hermanos escuché muchos mensajes sobre
las profecías de Daniel, Apocalipsis y otros libros. Por más de medio siglo, mi vida
cristiana ha sido iluminada por esas profecías. Gracias a la ayuda de Watchman Nee, me
familiaricé con los escritos de Pember, Govett y Panton que trataban sobre las profecías.
Puedo testificar que el conocimiento de esas profecías contribuyó a que yo fuera
iluminado. Aunque ha ocurrido grandes cambios en el mundo durante los últimos
cincuenta años, no me han sorprendido, debido a la luz de la palabra profética contenida
en la Biblia. Además, puedo testificar que, conforme a las palabras de Pedro, disfruto de
la estrella de la mañana y del amanecer interno de un día espiritual.
De manera que, primero tenemos la iluminación de la palabra profética, y luego esta
iluminación viene a ser un día que amanece dentro de nosotros. Así, externamente
vivimos en una era de oscuridad, pero internamente estamos llenos de luz. Podremos
seguir disfrutando de la estrella de la mañana y del amanecer de un día espiritual hasta
que el Señor nazca como la estrella de la mañana a aquellos que estén velando y
amanezca como el Sol de justicia.
En estos versículos Pedro parece estar diciendo: “Hermanos, puesto que sois creyentes
judíos, vosotros tenéis un amplio conocimiento de las profecías del Antiguo Testamento,
y habéis escuchado nuestro testimonio acerca de la venida del Señor. Sin embargo,
algunos herejes han tratado de deciros que esto es una mera superstición, un cuento, un
mito o una leyenda. No les hagáis caso, ni aceptéis tales enseñanzas heréticas. Vosotros
tenéis nuestro testimonio y también la palabra profética que alumbra en vuestro
interior. Esta palabra profética deberá seguir brillando dentro de vosotros hasta que el
día amanezca y la estrella de la mañana nazca en vuestros corazones”.
NINGUNA PROFECÍA DE LA ESCRITURA ES
DE INTERPRETACIÓN PRIVADA
En el versículo 20 Pedro continúa diciendo: “Sabiendo primero esto, que ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada”. Aquí la palabra privada se refiere
al profeta que habló la profecía o al escritor que la redactó. Literalmente, la palabra
griega traducida “interpretación” se deriva del verbo que significa “soltar, desatar; por
ende, dar a conocer, explicar, resolver”. La frase interpretación privada, se refiere a la
explicación o exposición personal del profeta o del escritor, la cual no sería inspirada por
Dios mediante el Espíritu Santo. Aquí el pensamiento de Pedro consiste en que ninguna
profecía de la Escritura surge del propio concepto, idea o entendimiento del profeta o
del escritor; ninguna profecía procede del hombre como la fuente; ninguna profecía se
origina del pensamiento privado y personal de un profeta o escritor. Esto lo confirma y
explica el versículo siguiente.
MOVIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO
El versículo 21 dice: “Porque ninguna profecía jamás fue traída por voluntad humana,
sino que los hombres hablaron de parte de Dios siendo movidos por el Espíritu Santo”.
La palabra porque proporciona la explicación del versículo anterior. Ninguna profecía
de la Escritura es producto de la interpretación del profeta o del escritor, porque
ninguna profecía fue traída por voluntad humana, sino que los hombres hablaron de
parte de Dios siendo movidos por el Espíritu Santo.
La palabra griega traducida “movidos” también significa “llevados”. La misma palabra
se usa en los versículos 17 y 18. Ninguna profecía fue traída por voluntad humana. La
voluntad, el deseo y el anhelo del hombre, con su pensamiento e interpretación, no
fueron la fuente de la cual surgiera profecía alguna; la fuente fue Dios mismo, por cuyo
Espíritu Santo los hombres fueron movidos —tal como una embarcación es empujada
por el viento— para proclamar la voluntad, el deseo y el anhelo de Dios.
Ya que los profetas fueron movidos por el Espíritu Santo, lo que ellos expresaron no fue
de su propia interpretación o voluntad. Por el contrario, lo que ellos hablaron era la
voluntad de Dios, los conceptos de Dios expresados por un profeta que era movido o
llevado por el Espíritu Santo.
UNA PALABRA CONFIABLE Y FIDEDIGNA
Los versículos 20 y 21 comprueban que la palabra profética es totalmente confiable y
fidedigna. La profecía hallada en las Escrituras no procedió de las opiniones del hombre.
Esta profecía es la palabra de Dios, lo que Dios habló. Por esta razón, debemos creer
todo lo que fue profetizado en el Antiguo Testamento. Pedro parecía decir aquí: “La
profecía hallada en la Biblia verdaderamente procede de Dios; por ende, es fidedigna.
No hagáis caso de las enseñanzas heréticas de los apóstatas, de aquellos que se
desviaron del camino de la verdad divina. En lugar de ello, debéis estar atentos a las
profecías del Antiguo Testamento y retener nuestro testimonio”.
Como veremos, en 2:1 Pedro dice: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo,
como también entre vosotros habrá falsos maestros, que introducirán secretamente
herejías destructoras, y aun negarán al Amo que los compró, acarreando sobre sí
mismos destrucción repentina”. Aquí Pedro dice que hubo falsos profetas entre el
pueblo en tiempos pasados, y que en el futuro habrá falsos maestros entre los creyentes.
Estos falsos maestros introducirán herejías destructoras. Por consiguiente, lo que Pedro
dice al final del capítulo 1 lo lleva a hablar sobre la apostasía en el capítulo 2. La carga de
Pedro era vacunar a los creyentes contra esta apostasía.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE NUEVE
EL GOBIERNO DIVINO
(1)
Lectura bíblica: 2 P. 2:1-9
El primer capítulo de la epístola de 2 Pedro trata sobre la provisión divina. Esta
provisión incluye dos asuntos: la vida y la luz. La primera parte del capítulo 1 hace
hincapié en la vida divina, y la segunda, recalca la luz divina. La vida divina se halla
contenida en la fe que nos fue asignada, y la luz divina, en la palabra de Dios, en la
palabra de los profetas del Antiguo Testamento y de los apóstoles del Nuevo
Testamento. Por lo tanto, la vida y la luz son los dos componentes de la provisión divina.
Los capítulos 2 y 3 de 2 Pedro tratan sobre el gobierno de Dios. En los mensajes que
dimos sobre 1 Pedro abundamos mucho acerca del juicio gubernamental de Dios. Los
capítulos 2 y 3 de 2 Pedro continúan mostrándonos cómo Dios ejerce Su juicio
gubernamental. En 2 Pedro 2 vemos el juicio que Dios pronuncia sobre los falsos
maestros (vs. 1-3), el juicio que Dios ejerció en tiempos pasados sobre los ángeles y los
hombres (vs. 4-9), y las maldades de los falsos maestros y su castigo bajo el juicio de
Dios (vs. 10-22). En este mensaje abarcaremos 2:1-9. Examinemos estos versículos uno
por uno.
LOS FALSOS MAESTROS
QUE INTRODUCEN HEREJÍAS DESTRUCTORAS
En 2 Pedro 2:1 leemos: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como
también entre vosotros habrá falsos maestros, que introducirán secretamente herejías
destructoras, y aun negarán al Amo que los compró, acarreando sobre sí mismos
destrucción repentina”. Después de presentar a los creyentes la rica provisión de la vida
divina y la iluminación resplandeciente de la verdad divina —la cual les provee de lo
necesario para sustentar la vida y los vacuna contra el veneno de la apostasía— el
apóstol Pedro, en este capítulo, les manifiesta su fidelidad al mostrarles, a modo de
advertencia, el terrible contenido de la apostasía y su espantoso resultado. Esta
advertencia es análoga a la advertencia dada en Judas 4-19.
En el Antiguo Testamento no sólo hubo verdaderos profetas que hablaron la palabra de
Dios, la cual es como una lámpara que alumbra sobre nosotros, sino que también hubo
falsos profetas entre el pueblo. En 2:1 Pedro dice que también entre nosotros habrá
falsos maestros, quienes secretamente introducirán herejías destructoras.
Las palabras griegas traducidas “introducirán secretamente” también pueden traducirse
“introducir furtivamente”. Literalmente, en el griego significa “introducir al lado”, y
significa introducir un nuevo tema para el cual los oyentes no están preparados. Aquí
denota que los falsos maestros, introducen sus falsas enseñanzas junto con las
verdaderas. A estas falsas enseñanzas se les llama herejías destructoras, o, literalmente,
herejías de destrucción.
La palabra herejía se deriva de la palabra griega jáiresis, que significa “opiniones
(doctrinas) distintas de las comúnmente aceptadas”, “doctrinas escogidas por alguien en
particular, que son ajenas a la verdad” (Alford). Tales doctrinas causan división y
producen sectas. Esta palabra también se usa en Hechos 5:17; 15:5; 24:5, 14; 26:5;
28:22; 1 Corintios 11:19; Gálatas 5:20; y Tito 3:10 como adjetivo, jairetikós. Aquí este
término denota las doctrinas falsas y heréticas introducidas por los falsos maestros, los
herejes. Tales doctrinas son similares a las del modernismo actual.
La herejía está relacionada con tres asuntos: proferir opiniones, causar divisiones y
producir sectas. Por consiguiente, las opiniones, las divisiones y las sectas son los tres
componentes de la herejía. La herejía evidentemente no es constructiva, pues en vez de
edificar la iglesia, la destruye. Ésta es la razón por la cual Pedro usa la expresión
“herejías destructoras” o “las herejías de destrucción”.
NEGAR AL AMO
Pedro dice que los falsos maestros aun negarán al Amo que los compró. La palabra Amo
alude a la persona del Señor y a Su obra redentora. Los falsos maestros de los tiempos
de Pedro, tal como los modernistas de hoy en su apostasía, negaban la persona del Señor
como Amo y también Su obra redentora, mediante la cual el Señor compró a los
creyentes.
Un tipo de modernismo que se extendió mucho hace cincuenta años se llamaba
Buchmanismo, en honor a un hombre llamado Buchman, profesor de la universidad de
Oxford. Buchman publicó un libro titulado For Sinners Only [Sólo para pecadores].
Cuando estuvimos en China, hicimos una crítica de ese libro y nos opusimos a él, pues
no decía nada acerca de la sangre de Jesús. Cuando Buchman envejeció, encabezó un
movimiento llamado “Rearme moral”. Así, pues, Buchman puede ser considerado un
falso maestro, uno que negó al Amo y la obra redentora de éste.
ACARREAN SOBRE SÍ MISMOS
DESTRUCCIÓN REPENTINA
Pedro dice que los falsos maestros acarrearán sobre sí mismos destrucción repentina.
Sin duda, esto significa que la destrucción les sobrevendrá.
En esta epístola, Pedro usa tres palabras griegas distintas con respecto a las
consecuencias que acarreará la apostasía bajo el juicio de Dios. Apóllumi significa
“destruir completamente”; en la voz media, que se usa en el griego, significa “perecer”,
como en 3:6 y 9. La idea no es la de extinción, sino de ruina o pérdida (no del ser, sino
del bienestar). En Mateo 10:28; 22:7; Marcos 12:9; Lucas 17:27, 29; Juan 3:16; 10:28;
17:12; 1 Corintios 10:9-10; 2 Corintios 2:15; 4:3; 2 Tesalonicenses 2:10; y Judas 5 y 11,
esta palabra provee una revelación más amplia tocante al juicio gubernamental de Dios.
Apóleia, similar a apóllumi, indica una pérdida (del bienestar, no del ser), ruina,
destrucción o perdición (física, espiritual o eterna). Se traduce “destructoras” y
“destrucción” en 2:1, y “destrucción” en 2:3; 3:7, 16. La misma palabra se usa para
denotar los diferentes resultados de los diversos juicios de Dios (véase el segundo
párrafo de la nota 2 de 1 Pedro 1:17). En casos como los descritos en 2 Pedro 2:1, 3; 3:7;
Juan 17:12; Romanos 9:22; Filipenses 1:28; 3:19; 2 Tesalonicenses 2:3 y Apocalipsis 17:8
y 11, denota perdición eterna; y en casos como los descritos en 2 Pedro 3:16 y Hebreos
10:39, denota el castigo que aplica la disciplina gubernamental de Dios, no la perdición
eterna. En Mateo 7:13 y 1 Timoteo 6:9, denota un principio que se aplica a cualquier
caso.
Fthorá denota una corrupción que lleva a la destrucción, la destrucción que acompaña a
la corrupción, o una destrucción efectuada mediante la corrupción (con respecto a la
moralidad, al alma y al cuerpo). Se traduce “corrupción” en 2 Pedro 1:4 y 2:19, y
“destrucción” y “corromper” en 2:12; su forma verbal ftheiro, se usa en la voz pasiva
futura y se traduce “serán destruidos” en 2:12, y en la voz pasiva presente, traducida “se
corrompen” en Judas 10. Su significado puede ser visto más ampliamente en Romanos
8:21; 1 Corintios 3:17; 15:33; 2 Corintios 7:2; 11:3; Gálatas 6:8 y Apocalipsis 11:18 y 19:2.
HACEN QUE EL CAMINO DE LA VERDAD
SEA INJURIADO
En 2 Pedro 2:2 leemos: “Y muchos seguirán su lascivia, por causa de los cuales el
camino de la verdad será injuriado”. El camino de la verdad es el sendero de la vida
cristiana conforme a la verdad, la cual es la realidad del contenido del Nuevo
Testamento (1 Ti. 2:4; 3:15; 4:3; 2 Ti. 2:15, 18; Tit. 1:1). Se le designa conforme a sus
diferentes atributos, como por ejemplo: el camino recto (2 P. 2:15; véase He. 12:13), el
camino de la justicia (2 P. 2:21; Mt. 21:32), el camino de paz (Lc. 1:79; Ro. 3:17), el
camino de salvación (Hch. 16:17), el camino de Dios (Mt. 22:16; Hch. 18:26), el camino
del Señor (Jn. 1:23; Hch. 18:25), y el Camino (9:2; 19:9, 23; 22:4; 24:22). Es calumniado
como el camino de la herejía (Hch. 24:14).
A causa de los falsos maestros, el camino de la verdad será injuriado. Puesto que el
camino de la verdad es el camino de la realidad, y el camino de la realidad es el camino
de la economía de Dios, ello significa que los falsos maestros harán que toda la
revelación del Nuevo Testamento sea injuriada.
EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS
En el versículo 3 Pedro añade: “Y en su codicia harán mercadería de vosotros con
palabras fingidas. El juicio pronunciado sobre ellos hace tiempo no está ocioso, y su
destrucción no se duerme”. En la primera epístola de Pedro se recalca el juicio
gubernamental de Dios (1 P. 4:17-18), y este mismo tema continúa desarrollándose en 2
Pedro. Bajo el gobierno de Dios, los ángeles caídos fueron atrapados y están reservados
para el juicio (2 P. 2:4), y también fueron juzgados el mundo de la época del diluvio y las
ciudades de Sodoma y Gomorra (vs. 5-9). Sin embargo, Dios especialmente traerá un
juicio severo sobre los herejes del Nuevo Testamento (v. 10). Todos los impíos serán
juzgados y destruidos en el día cuando los cielos y la tierra sean consumidos por el fuego
(3:7). A causa de esto, el Dios de justicia y de santidad ha empezado Su juicio
gubernamental por Su propia casa, los creyentes.
En el versículo 3 Pedro señala que así como Dios ejerció juicio sobre los falsos maestros
de antaño, es decir, en tiempos antiguos, como se muestra en 2:4-9, de la misma manera
Él ejercerá juicio sobre los falsos maestros de hoy. Pedro dice que para los tales, el juicio
no está ocioso, y que su destrucción no se duerme. El juicio de Dios no está ocioso. Este
juicio vendrá sobre los falsos maestros, y ellos serán destruidos.
EL JUICIO SOBRE LOS ÁNGELES CAÍDOS
En 2:4-9 Pedro habla acerca del juicio que Dios en tiempos antiguos ejerció sobre los
ángeles y los hombres. El versículo 4 dice: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que
pecaron, sino que arrojándolos al Tártaro los entregó a abismos tenebrosos, para ser
reservados al juicio”. Estos ángeles son los ángeles caídos (véanse la nota 3 de 1 Pedro
3:19 y la nota 1 de Apocalipsis 12:4 en la Versión Recobro), quienes, según el orden de
los eventos históricos relatados en este capítulo, fueron los primeros del universo en
caer. Estos ángeles, habiendo sido arrojados al Tártaro, fueron entregados a abismos
tenebrosos. El Tártaro es un poso profundo y tenebroso, donde los ángeles caídos están
detenidos como en una prisión (véase la nota 3 de 1 Pedro 3:19).
En el Tártaro, los ángeles están reservados o retenidos para el juicio. Éste será el juicio
del gran día (Jud. 6), el cual probablemente será el juicio del gran trono blanco,
ejecutado sobre todos los muertos y los demonios, y probablemente también sobre los
ángeles caídos (Ap. 20:11-15). Es lógico que todos los ángeles, demonios y hombres que
se han unido a Satanás en su rebelión sean juzgados al mismo tiempo, en la misma
forma y con el mismo resultado, inmediatamente después de que su líder maligno sea
juzgado y arrojado al lago de fuego (v. 10), adonde ellos también serán arrojados (véase
el segundo párrafo de la nota 2 de 1 Pedro 1:17).
EL CASO DE NOÉ Y DEL MUNDO DE LOS IMPÍOS
En 2 Pedro 2:5 leemos: “Y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé,
heraldo de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los
impíos”. Aquí Pedro dice que Noé fue un heraldo de justicia. Ser justo y piadoso o
injusto e impío resulta crucial con respecto al juicio gubernamental de Dios (vs. 5-9). Ser
justo consiste en ser recto para con los hombres delante de Dios, y ser piadoso consiste
en expresar a Dios delante de los hombres. Fue de esta manera que Noé y Lot vivieron,
lo cual los libró del juicio gubernamental de Dios conforme a Su justicia.
Noé no predicó el evangelio, sino que predicó acerca de la justicia de Dios en contra de
la corrupción de su generación. Como señalamos antes, Pedro habla de la justicia
porque su énfasis es el gobierno de Dios. La acción por parte de Noé de predicar la
justicia, estaba relacionada con el gobierno de Dios. Dios le dijo a Noé que destruiría al
mundo y que, por tanto, Noé debía predicar la justicia a su generación. Dios ejerció Su
juicio sobre aquella generación corrupta, trayendo un diluvio sobre el mundo de los
impíos.
EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS
En el versículo 3 Pedro añade: “Y en su codicia harán mercadería de vosotros con
palabras fingidas. El juicio pronunciado sobre ellos hace tiempo no está ocioso, y su
destrucción no se duerme”. En la primera epístola de Pedro se recalca el juicio
gubernamental de Dios (1 P. 4:17-18), y este mismo tema continúa desarrollándose en 2
Pedro. Bajo el gobierno de Dios, los ángeles caídos fueron atrapados y están reservados
para el juicio (2 P. 2:4), y también fueron juzgados el mundo de la época del diluvio y las
ciudades de Sodoma y Gomorra (vs. 5-9). Sin embargo, Dios especialmente traerá un
juicio severo sobre los herejes del Nuevo Testamento (v. 10). Todos los impíos serán
juzgados y destruidos en el día cuando los cielos y la tierra sean consumidos por el fuego
(3:7). A causa de esto, el Dios de justicia y de santidad ha empezado Su juicio
gubernamental por Su propia casa, los creyentes.
En el versículo 3 Pedro señala que así como Dios ejerció juicio sobre los falsos maestros
de antaño, es decir, en tiempos antiguos, como se muestra en 2:4-9, de la misma manera
Él ejercerá juicio sobre los falsos maestros de hoy. Pedro dice que para los tales, el juicio
no está ocioso, y que su destrucción no se duerme. El juicio de Dios no está ocioso. Este
juicio vendrá sobre los falsos maestros, y ellos serán destruidos.
EL JUICIO SOBRE LOS ÁNGELES CAÍDOS
En 2:4-9 Pedro habla acerca del juicio que Dios en tiempos antiguos ejerció sobre los
ángeles y los hombres. El versículo 4 dice: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que
pecaron, sino que arrojándolos al Tártaro los entregó a abismos tenebrosos, para ser
reservados al juicio”. Estos ángeles son los ángeles caídos (véanse la nota 3 de 1 Pedro
3:19 y la nota 1 de Apocalipsis 12:4 en la Versión Recobro), quienes, según el orden de
los eventos históricos relatados en este capítulo, fueron los primeros del universo en
caer. Estos ángeles, habiendo sido arrojados al Tártaro, fueron entregados a abismos
tenebrosos. El Tártaro es un poso profundo y tenebroso, donde los ángeles caídos están
detenidos como en una prisión (véase la nota 3 de 1 Pedro 3:19).
En el Tártaro, los ángeles están reservados o retenidos para el juicio. Éste será el juicio
del gran día (Jud. 6), el cual probablemente será el juicio del gran trono blanco,
ejecutado sobre todos los muertos y los demonios, y probablemente también sobre los
ángeles caídos (Ap. 20:11-15). Es lógico que todos los ángeles, demonios y hombres que
se han unido a Satanás en su rebelión sean juzgados al mismo tiempo, en la misma
forma y con el mismo resultado, inmediatamente después de que su líder maligno sea
juzgado y arrojado al lago de fuego (v. 10), adonde ellos también serán arrojados (véase
el segundo párrafo de la nota 2 de 1 Pedro 1:17).
EL CASO DE NOÉ Y DEL MUNDO DE LOS IMPÍOS
En 2 Pedro 2:5 leemos: “Y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé,
heraldo de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los
impíos”. Aquí Pedro dice que Noé fue un heraldo de justicia. Ser justo y piadoso o
injusto e impío resulta crucial con respecto al juicio gubernamental de Dios (vs. 5-9). Ser
justo consiste en ser recto para con los hombres delante de Dios, y ser piadoso consiste
en expresar a Dios delante de los hombres. Fue de esta manera que Noé y Lot vivieron,
lo cual los libró del juicio gubernamental de Dios conforme a Su justicia.
Noé no predicó el evangelio, sino que predicó acerca de la justicia de Dios en contra de
la corrupción de su generación. Como señalamos antes, Pedro habla de la justicia
porque su énfasis es el gobierno de Dios. La acción por parte de Noé de predicar la
justicia, estaba relacionada con el gobierno de Dios. Dios le dijo a Noé que destruiría al
mundo y que, por tanto, Noé debía predicar la justicia a su generación. Dios ejerció Su
juicio sobre aquella generación corrupta, trayendo un diluvio sobre el mundo de los
impíos.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE DIEZ
EL GOBIERNO DIVINO
(2)
Lectura bíblica: 2 P. 2:10-22
En este mensaje estudiaremos las maldades de los falsos maestros y su castigo bajo el
juicio de Dios (2 P. 2:10-22).
SE DESCUBRE A LOS FALSOS MAESTROS
En 2 Pedro 2:10 se nos dice: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados
de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces,
injurian sin temblar a las potestades superiores”. Desde aquí hasta el final del capítulo,
se descubre de nuevo a los falsos maestros y sus seguidores, quienes fueron
identificados inicialmente en los versículos del 1 al 3. En el juicio gubernamental de
Dios, ellos en particular serán reservados para ser castigados en el día del juicio, porque
andan tras la carne, entregándose por placer a la concupiscencia que lleva a la
contaminación y a los lujos que corrompen, y porque menosprecian el gobierno del
Señor, rebelándose contra Su autoridad (vs. 10, 13-14, 18). Por eso, vienen a ser como
animales irracionales (v. 12), como manchas y defectos entre los creyentes, quienes son
el tesoro de Dios (v. 13), como Balaam, en el sentido de que dejan el camino recto a
cambio de ganancia injusta (v. 15), como fuentes sin agua y nubes empujadas por la
tormenta (vs. 17-19), y como los perros y las puercas, en el sentido de que se contaminan
por dentro y por fuera (vs. 20-22).
DESPRECIAN EL SEÑORÍO
Pedro dice que los falsos maestros desprecian el señorío. Aquí señorío debe de referirse
al señorío de Cristo, el cual es el centro del gobierno, dominio y autoridad divinos (Hch.
2:36; Ef. 1:21; Col. 1:16).
Pedro también dice que los falsos maestros son contumaces y que no tiemblan cuando
hablan mal de las potestades superiores. Son contumaces por cuanto se complacen a sí
mismos, buscando placer para sí mismos. La palabra griega traducida “potestades
superiores” literalmente significa “glorias”. Probablemente se refiere tanto a los ángeles
como a los hombres que ejercen poder y autoridad (2 P. 2:11; Jud. 9; Tit. 3:1-2).
En el versículo 11 Pedro añade: “Mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y
en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor”. Las
palabras ángeles y ellas, las cuales se refieren a las potestades superiores mencionadas
en el versículo 10, aquí se mencionan de modo general; en cambio, en Judas 9, con
respecto al mismo caso, se mencionan específicamente el arcángel Miguel y el diablo.
Puesto que Miguel entendía que en el orden angelical el diablo tenía una posición más
alta que él, no se atrevió a pronunciar juicio de maldición contra él. Las palabras juicio
de maldición mencionadas en 2 Pedro 2:11 realmente significan una condenación.
Abstenerse de pronunciar un juicio de maldición contra ellos delante del Señor equivale
a guardar el orden de autoridad en el gobierno de Dios.
ANIMALES IRRACIONALES
En el versículo 12 Pedro dice además: “Pero éstos, hablando mal de cosas que no
entienden, como animales irracionales destinados por naturaleza para presa y
destrucción, serán destruidos al corromper a otros”. Aquí la palabra animales
literalmente significa “seres vivientes” (incluyendo al hombre), y se refiere a hombres
que viven como animales. La Versión King James usa la expresión bestias brutas por
naturaleza.
Las palabras no entienden o irracionales aquí significan “desprovistos de razón, sin
tener conciencia acerca de asuntos morales”. El sentido más elevado en el hombre es su
espíritu, cuya parte principal es la conciencia. Desde la caída del hombre, la conciencia
ha regulado al hombre bajo el gobierno de Dios. Algunos “perdieron toda sensibilidad”
(Ef. 4:19) habiendo renunciado al sentir propio de su conciencia al negar a Dios (Ro.
1:23-32). Los herejes del primer siglo, tales como los saduceos del judaísmo antiguo
(Hch. 23:8) y los modernistas de la actualidad, caen en esta categoría. Ellos han negado
al Señor hasta lo indecible, por lo que su conciencia está cauterizada y ha perdido su
sensibilidad (1 Ti. 4:2), como si no tuviesen espíritu (Jud. 10, 19). Por tanto, vienen a ser
como animales irracionales, como criaturas de instinto, destinados por naturaleza a ser
apresados, mediante su concupiscencia, por Satanás, el destructor del hombre, para que
sean corrompidos hasta ser destruidos.
Pedro dice que los que se vuelven como animales irracionales están destinados para
presa y destrucción. La palabra para significa literalmente “hacia” e indica que ellos
están destinados a ser apresados para destrucción, a ser hechos esclavos de la
corrupción (2 P. 2:19). Por el suministro de vida que recibimos mediante la provisión
divina (1:3-4), nosotros podemos escapar de esta corrupción que produce destrucción.
Pedro nos dice que los falsos maestros también “serán destruidos al corromper a otros”.
Esto significa que mientras corrompen a otros, ellos mismos serán destruidos.
DETALLES ADICIONALES
El versículo 13 dice: “Recibiendo injusticia como pago de su injusticia, ya que tienen por
delicia el gozar de deleites durante el día. Éstos son manchas y defectos, quienes aun
mientras comen con vosotros, se recrean en sus engaños”. En el versículo 13 algunos
manuscritos leen: “Recibiendo el pago de la injusticia”. Aquí injusticia se refiere a
acciones injustas. Pedro usa la palabra injusticia en este versículo en un sentido
gubernamental.
Según el versículo 13, los falsos maestros son manchas y defectos. Esto significa que los
herejes que están entregados a las concupiscencias son para los creyentes genuinos,
quienes son el tesoro de Dios, lo que las manchas y los defectos son para las piedras
preciosas.
Además, se nos dice que estos falsos maestros se recrean en sus engaños. Ellos se
alegran, sienten un placer inmenso, cuando engañan a otros. Se recrean en el hecho de
que pueden hacer que otros sean engañados.
El versículo 14 añade: “Tienen los ojos llenos de adulterio, no cesan de pecar, seducen a
las almas inconstantes, tienen el corazón ejercitado en la codicia, y son hijos de
maldición”. Estos detalles también describen a los falsos maestros.
DEJAN EL CAMINO RECTO
El versículo 15 dice: “Han dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el
camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el pago de la injusticia”. Tomar el camino
recto, que es el camino de la verdad (v. 2) y el camino de la justicia (v. 21), consiste en
llevar una vida recta, libre de toda perversidad y prejuicio, libre de injusticia.
Los falsos maestros, habiéndose extraviado, siguieron el camino de Balaam. Balaam fue
un profeta gentil; él era un verdadero profeta, no un profeta falso. Sin embargo, él amó
el pago de la injusticia (Nm. 22:5, 7; Dt. 23:4; Neh. 13:2; Ap. 2:14).
El versículo 16 dice: “Pero fue reprendido por su transgresión; pues una muda bestia de
carga, hablando con voz de hombre, refrenó la locura del profeta”. Esto se refiere a
Balaam, quien fue refrenado por una asna, una bestia de carga, la cual le habló con voz
de hombre. Este versículo dice que la forma milagrosa en que se le habló a Balaam, lo
refrenó de su locura. Esto indica que el profeta Balaam estaba loco por su amor hacia el
dinero, por amar el pago de la injusticia. Por tanto, Dios hizo hablar milagrosamente a
una bestia de carga para restringirlo.
FUENTES SIN AGUA
Y NUBES EMPUJADAS POR LA TORMENTA
El versículo 17 añade: “Éstos son fuentes sin agua y nubes empujadas por la tormenta;
para los cuales está reservada la oscuridad de las tinieblas”. Los maestros herejes,
quienes están totalmente secos, son fuentes sin agua y nubes empujadas por la
tormenta, es decir, nubes sin agua llevadas por los vientos (Jud. 12), en el sentido de que
no tienen nada para satisfacer la necesidad de los sedientos.
Pedro dice que para estos falsos maestros “está reservada la oscuridad de las tinieblas”.
Esto también representa el juicio gubernamental de Dios e indica que se ha preparado
un lugar específico para ellos.
En el versículo 18 Pedro dice: “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con los
deseos de la carne y con la lascivia a los que a duras penas escapan de los que viven en
error”. La palabra griega traducida “lascivia” también significa “libertinaje”, como en el
versículo 2. La palabra viven también significa “se comportan” o “se conducen”.
ESCLAVOS DE CORRUPCIÓN
El versículo 19 dice: “Les prometen libertad, y ellos mismos son esclavos de corrupción.
Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció”. En este
versículo la palabra griega traducida “corrupción” es fthorá y denota una corrupción que
conduce a la destrucción, la destrucción que acompaña a la corrupción o que es
efectuada mediante corrupción.
Los falsos maestros prometen libertad, pero ellos mismos son esclavos de corrupción.
Ellos han sido vencidos por Satanás, y ahora son esclavos de aquel que los venció.
ENREDADOS Y VENCIDOS
El versículo 20 dice: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones
del mundo, por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, enredándose
otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero”. Este
versículo indica que, al menos en cierta medida, los falsos maestros tenían el pleno
conocimiento de Cristo. Sin embargo, ellos se enredaron de nuevo en las
contaminaciones del mundo, y por ende, su postrer estado vino a ser peor que el
primero.
EL CAMINO DE LA JUSTICIA
En el versículo 21 Pedro añade: “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el
camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo
mandamiento que les fue transmitido”. Esto significa que les hubiera sido mejor no
haber conocido nada acerca del Señor, que haberse apartado del santo mandamiento
que les fue transmitido.
En el versículo 21 Pedro habla del camino de la justicia. Tomar el camino de la justicia
consiste en llevar una vida recta para con Dios y para con el hombre; es otro aspecto del
camino de la verdad (v. 2) y del camino recto (v. 15). Éste es el camino de una vida que
concuerda con la justicia de Dios, en el cual podemos aceptar Su juicio gubernamental
(vs. 3, 9) con miras a Su reino de justicia (Ro. 14:17; Mt. 5:20). Pedro recalca en sus
epístolas la manera de vivir y también el camino de la vida porque sus epístolas fueron
escritas desde la perspectiva gubernamental de la administración de Dios. Para
corresponder al gobierno de Aquel que es santo y justo, el pueblo de Dios debe llevar
una vida santa, pura, buena y excelente (1 P. 1:15; 3:16, 2; 2:12; 2 P. 3:11), y no licenciosa
ni vana (2:7; 1 P. 1:18), y andar en Su camino recto, justo y verdadero.
EL VERDADERO PROVERBIO
El versículo 22 concluye, diciendo: “Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio:
El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”. Aquí Pedro se
muestra bastante severo y usa como ejemplo dos tipos de animales, un perro y una
puerca, para describir a los falsos maestros inmundos. Los perros y los puercos son
animales inmundos según los preceptos de la santidad de Dios (Lv. 11:4, 7; Mt. 7:6). Los
perros suelen comer desperdicios. Luego vomitan de lo que han comido, y después se
vuelven a su propio vómito, contaminándose así internamente. Las puercas se revuelcan
en el cieno, ensuciándose así externamente. Los herejes que niegan a Dios, a la larga
vienen a ser como estos animales inmundos, en el sentido de que se contaminan por
dentro y por fuera. ¡Qué juicio tan severo merecen conforme a la justicia de Dios en Su
administración gubernamental! Puesto que la contaminación de los falsos maestros es
muy contagiosa, a los creyentes se les prohíbe tener contacto con ellos (2 Jn. 9-11).
Hemos visto que en 2:10-22 Pedro pone de manifiesto las maldades de los falsos
maestros y el castigo que ellos reciben bajo el juicio de Dios. Debido a que los falsos
maestros andan tras la carne y se entregan por placer a la concupiscencia que lleva a la
contaminación y a los lujos que corrompen, y debido a que menosprecian el gobierno
del Señor y se rebelan contra Su autoridad, Dios, bajo Su gobierno, tratará con ellos de
tal modo que serán reservados en particular para ser castigados en el día del juicio.
Como hemos visto, ellos vienen a ser como animales irracionales, como manchas y
defectos, como Balaam, como fuentes sin agua y nubes empujadas por la tormenta, y,
finalmente, como perros y puercas. Pedro es único en darnos tal descripción de la
condición maligna de los falsos maestros.
DEGRADACIÓN Y APOSTASÍA
El capítulo 2 de 2 Pedro nos provee evidencia de que esta epístola fue escrita durante la
degradación de la iglesia. A causa de la apostasía, la iglesia había caído en degradación.
La apostasía consiste en desviarse del camino recto de la verdad de Dios. La apostasía es
el contexto en el cual se escribió esta epístola. La carga de Pedro, por tanto, consistía en
vacunar a los creyentes contra el veneno de la apostasía.
La epístola de 2 Pedro fue escrita probablemente entre los años 65 y 68 d. de C.,
aproximadamente treinta años después del establecimiento de la iglesia en Jerusalén.
Durante esos años, la iglesia se degradó, y se introdujo la apostasía.
Las epístolas de 2 y 3 Juan también fueron escritas durante un período de apostasía. Sin
embargo, dichas epístolas fueron escritas aproximadamente un cuarto de siglo después
que se escribiera 2 Pedro, es decir, alrededor del año 90 d. de C. Por tanto, cinco libros
—2 Timoteo, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas— se escribieron durante un período en que la
iglesia se había degrado y había caído en apostasía.
LA NECESIDAD DE PELEAR
POR LAS VERDADES MÁS PROFUNDAS
Es importante que nos percatemos de que el elemento de la apostasía continúa presente
en nuestros días. Debido a que muchos creyentes —incluyendo a los más
fundamentalistas— han abandonado las verdades básicas de la Biblia, existe la
necesidad de que nosotros, quienes estamos en el recobro del Señor, peleemos la batalla
por la verdad. En la época de Martín Lutero fue necesario pelear por la verdad de la
justificación por la fe. Ciertamente valió la pena que Lutero hubiera peleado esa batalla.
Sin embargo, hoy en día nosotros debemos pelear por las verdades más profundas que
se revelan en la Palabra de Dios. Nosotros creemos en todos los elementos genuinos en
que cree la mayoría de los cristianos, pero además de ello, creemos en las verdades más
profundas. Ciertamente creemos que toda la Biblia es inspirada por Dios palabra por
palabra. De hecho, basándonos en la traducción literal de 2 Timoteo 3:16 afirmamos que
toda la Escritura es dada por el aliento de Dios. Creemos que el Señor Jesús es el Hijo de
Dios, que Él es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Creemos en la
encarnación de Cristo y en que Su muerte en la cruz fue por nuestra redención.
Conforme a las Escrituras, creemos que la muerte del Señor fue todo-inclusiva.
Mediante Su crucifixión, Él puso fin a la vieja creación —la cual nos incluye a nosotros—,
a nuestra carne y a nuestra naturaleza caída. Creemos plenamente en la resurrección y
ascensión del Señor, y que Él ahora está en el trono. Asimismo, creemos que Él no
solamente está en el trono, sino que también, como Espíritu vivificante, mora en nuestro
espíritu. Creemos en cada aspecto de lo que Cristo es y de lo que hizo, está haciendo y
hará. Creemos también en todo lo que Cristo logró y obtuvo. Además, en conformidad
con la Biblia, creemos en la transformación y en que el elemento de Dios debe forjarse
en nosotros para que sea establecido el debido orden en nuestro ser. Podríamos decir
que todo esto constituye nuestra fe más profunda. En tiempos de apostasía, declaramos
que creemos en la plena revelación de la Palabra pura de Dios y damos testimonio de
ella.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE ONCE
EL GOBIERNO DIVINO
(3)
Lectura bíblica: 2 P. 3:1-9
En este mensaje abordaremos el capítulo 3 de 2 Pedro. En 3:1-9 vemos el juicio que Dios
ejerce sobre los burladores herejes. En esta epístola no sólo se habla de falsos maestros,
sino también de burladores. Estos burladores probablemente son los mismos falsos
maestros o aquellos que habían sido influenciados por las enseñanzas de éstos. Tanto
los falsos maestros como los burladores herejes serán juzgados por Dios. Examinemos
ahora 3:1-9, versículo por versículo.
En el versículo 1, Pedro dice: “Amados, ésta es la segunda carta que os escribo; y en
ambas, con lo que os recuerdo, estimulo vuestra mente sincera”. Aquí vemos que el
objetivo de Pedro era estimular la mente sincera de los santos. Para entender los juicios
gubernamentales de Dios, se necesita una mente pura y sincera.
En el versículo 2, Pedro añade: “Para que tengáis memoria de las palabras que antes han
sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador predicado
por vuestros apóstoles”. Las palabras que los profetas hablaron son el contenido del
Antiguo Testamento, las Escrituras (v. 16; 1:20), y los mandamientos que los apóstoles
predicaron son el contenido del Nuevo Testamento, la enseñanza de los apóstoles (Hch.
2:42). Pedro usa ambas cosas para confirmar y fortalecer sus escritos como una vacuna
en contra de las enseñanzas heréticas de la apostasía. En su primera epístola, referente a
la plena salvación de Dios, él hace alusión tanto a los profetas como a los apóstoles (1 P.
1:9-12); luego, en la segunda epístola, referente al resplandor de la verdad divina, los
menciona de nuevo (1:12-21); aquí, en el versículo 2, hace lo mismo por tercera vez. Esto
nos muestra que la enseñanza de Pedro estaba basada en los profetas del Antiguo
Testamento y en los apóstoles del Nuevo Testamento, las dos secciones que componen la
Palabra santa. Esto indica que lo que Pedro dice aquí de hecho se refiere a toda la Biblia.
Lo que él les recuerda se basa tanto en las profecías del Antiguo Testamento como en las
enseñanzas del Nuevo Testamento.
VENDRÁN BURLADORES EN LOS POSTREROS DÍAS
El versículo 3 dice: “Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán
burladores con sus burlas, andando según sus propias concupiscencias”. Los postreros
días denotan el período final de la era actual (2 Ti. 3:1; Jud. 18). Este período comenzó a
partir del final de la así llamada era apostólica, a fines del primer siglo, y durará hasta la
segunda manifestación de Cristo. En el versículo 3 Pedro nos dice que en los postreros
días vendrán burladores. Estos burladores bien podrían ser los falsos maestros que se
mencionan en 2:1. Su burla es parte de la apostasía y concuerda con sus
concupiscencias.
Según el versículo 4, estos burladores dicen: “¿Dónde está la promesa de Su venida?
Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como
desde el principio de la creación”. La promesa de la venida del Señor les fue dada a los
padres por medio de los santos profetas en el Antiguo Testamento (Sal. 72:6-17; 110:1-3;
118:26; Dn. 7:13-14; Zac. 14:3-9; Mal. 4:1-3). Pero los burladores decían con sarcasmo:
“¿Dónde está la promesa de Su venida?”. Probablemente ellos usaban el pronombre
posesivo “Su” en forma despectiva. Estos burladores decían que todas las cosas
permanecían iguales desde el principio de la creación.
POR SU PROPIA VOLUNTAD
PASAN POR ALTO LA PALABRA DE DIOS
En los versículos 5 y 6 Pedro contraataca: “Pues bien, por su propia voluntad pasan por
alto esto: que por la palabra de Dios los cielos existen desde tiempos antiguos, y la tierra
surgió del agua y fue cimentada en medio del agua, por lo cual el mundo de entonces
pereció anegado en agua”. Aquí Pedro señala que los burladores por su propia voluntad
pasan por alto lo que está escrito en el Antiguo Testamento acerca del juicio de Dios
efectuado por medio del diluvio. El diluvio fue un juicio severo. Sin embargo, los
burladores por su propia voluntad pasaban por alto lo que la Biblia relata acerca de ello.
Literalmente, las palabras griegas traducidas “por su propia voluntad pasan por alto
esto” significan “su propia terquedad les impide ver esto”, es decir, intencionalmente
ignoran esto; por tanto, lo pasan por alto. Los burladores herejes ignoran
intencionalmente y niegan a propósito la palabra de Dios que los profetas hablaron en
las Escrituras. Así que, Pedro les pide a los creyentes que recuerden las santas palabras
habladas por los profetas del Antiguo Testamento y por los apóstoles del Nuevo
Testamento (vs. 1-2).
La promesa acerca de la venida del Señor (v. 4) es la palabra de Dios. Los burladores no
deben rehusarse a entender que por la palabra de Dios los cielos y la tierra llegaron a
existir (He. 11:3), y que por la misma palabra los cielos y la tierra están reservados (1:3)
para el día del juicio y destrucción de los hombres impíos (2 P. 3:7). De modo que los
burladores deben tener por seguro que por la palabra de Dios todo el universo físico,
incluyéndolos a ellos mismos, será juzgado por la venida del Señor.
Pedro dice en el versículo 5 que por la palabra de Dios los cielos existen desde tiempos
antiguos. En el principio, es decir, en tiempos antiguos, Dios creó los cielos y la tierra
(Gn. 1:1). Por la palabra de Dios (Sal. 33:6), primero llegaron a existir los cielos y luego
la tierra (Job 38:4-7).
En el versículo 5 Pedro dice que la tierra “surgió del agua y fue cimentada en medio del
agua”. La palabra griega traducida “surgió del agua y fue cimentada en medio del agua”
es la misma que en Colosenses 1:17 se traduce “se conservan unidas”, y literalmente
quiere decir “estuvo de pie juntamente con” (en yuxtaposición, lado a lado).
Primeramente, en Génesis 1:1 la tierra llegó a existir, y luego, en Génesis 1:9, también
por la palabra de Dios (Sal. 33:9), la tierra surgió del agua y fue cimentada en medio de
ella, es decir, emergió del agua junto a ella de forma yuxtapuesta, quedando una parte
descubierta y otra parte cubierta por agua. De este modo llegó a existir la tierra.
El pronombre relativo lo cual del versículo 6 se refiere al agua mencionada en el
versículo 5. La tierra surgió del agua y fue cimentada ordenadamente en medio del agua.
No obstante, mediante la misma agua fue juzgada y destruida por el diluvio en los
tiempos de Noé (Gn. 7:17-24), lo cual indica que las cosas no permanecen como eran
desde el principio de la creación.
JUICIOS POR MEDIO DE AGUA Y FUEGO
La palabra griega traducida “mundo”, kósmos, significa “orden”, “un sistema”, y se
refiere aquí al mundo y sus habitantes. La tierra del versículo precedente viene a ser el
mundo en este versículo, es decir, no solamente la tierra, sino la tierra junto con sus
habitantes como un sistema. Esto se refiere al mundo de la época de Noé, que fue
juzgado por Dios con el diluvio debido a su pecaminosidad e impiedad de esa era (Gn.
6:5-7, 11-13, 17). Este libro se ocupa principalmente del gobierno divino y de todos sus
juicios. El primer juicio sobre el mundo fue aquel que puso fin al mundo impío de los
días de Noé por medio del diluvio. Éste probablemente era el pensamiento de Pedro
mientras escribía este versículo. Esto nos da a entender que esta era de apostasía
también será juzgada en el día de la manifestación del Señor, tal como ocurrió en los
días de Noé (Mt. 24:37-39). La frase el mundo de entonces se refiere a la época de Noé.
La palabra anegado, que aparece en el versículo 6, se refiere al diluvio de los tiempos de
Noé, el diluvio que destruyó la tierra; y la palabra pereció significa que fue destruido,
derribado o asolado (Gn. 6:13, 17). Por consiguiente, la tierra de entonces no
permaneció igual, sino que experimentó un cambio, un cataclismo, al ser inundada con
agua, y fue así destruida. Pedro aquí presenta un argumento muy contundente en contra
de los burladores herejes. Ellos decían que “todas las cosas permanecen así como desde
el principio de la creación”. Pero en realidad sí había sobrevenido un cataclismo a la
tierra a causa de la impiedad de sus habitantes. Esto implica que el mundo actual no
permanecerá como es, sino que pasará por otro cataclismo cuando el Señor venga con
Su juicio sobre los rebeldes, incluyendo a los falsos maestros y a los burladores herejes
que fomentaban la apostasía.
En el versículo 7 Pedro añade: “Pero por la misma palabra, los cielos y la tierra que
existen ahora, están reservados para el fuego, guardados hasta el día del juicio y de la
destrucción de los hombres impíos”. En este versículo la palabra ahora está en contraste
con la frase entonces del versículo 6. Se refiere a los cielos y la tierra del tiempo
presente, los cuales permanecen por la palabra de Dios (Gn. 8:22), y no serán destruidos
otra vez con agua (9:11), sino que serán consumidos por el fuego en el día del juicio y de
la destrucción de los hombres impíos.
En el versículo 7 Pedro usa la expresión “la misma palabra”. Las enseñanzas falsas y
heréticas de la apostasía constituyen una desviación de la palabra de Dios hablada por
los profetas en el Antiguo Testamento y por los apóstoles en el Nuevo Testamento. Por
consiguiente, el antídoto que suministró Pedro en contra del veneno de las enseñanzas
apóstatas, es la palabra santa que incluye la revelación divina, la cual él recalca repetidas
veces.
Según lo dicho por Pedro, los cielos y la tierra “están reservados para el fuego”. La
palabra reservados significa “guardados”. El fuego mencionado aquí es el fuego que
consumirá los cielos y la tierra (v. 10) al final del milenio, cuando se ejecute el juicio del
gran trono blanco (Ap. 20:11). El juicio inicial de Dios sobre el universo fue ejecutado
por agua (2 P. 3:6), pero Su juicio final se ejecutará por fuego. El agua solamente quita
la inmundicia de la superficie, pero el fuego cambia la naturaleza de toda la sustancia.
Éste es otro indicio de que los cielos y la tierra no permanecerán como hasta ahora, sino
que serán purificados por medio del fuego, y de que los maestros falsos e impíos y los
burladores serán juzgados y destruidos bajo el gobierno divino.
El juicio del versículo 7 denota el juicio del gran trono blanco, el cual se llevará a cabo
después del milenio y precederá al cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 20:11—21:1). Por
medio de ese juicio todos los impíos serán arrojados al lago de fuego para ser destruidos.
Puesto que éste será el juicio final sobre los hombres y los demonios, reviste gran
importancia para el gobierno de Dios en el universo.
MIL AÑOS SON COMO UN DÍA
Aquí Pedro se salta los mil años de la era del milenio, el período que va desde la venida
del Señor hasta el juicio del gran trono blanco. Para él, como para el Señor, aquellos mil
años serán como un día (v. 8), o sea, un tiempo muy breve. Lo que Pedro trata aquí es el
juicio gubernamental de Dios y, conforme a la economía de Dios, el milenio no está
relacionado con este propósito.
Pedro aquí se refiere a las “cumbres” de la venida del Señor y del juicio final de Dios,
pero no habla del “llano” del reino milenario que está en medio de la “cumbre” de la
venida del Señor y la del juicio final. Lo que Pedro trata en esta epístola es el juicio de
Dios, y no el reino pacífico de los mil años. Es por ello que pasa por alto el tema del
reino milenario.
En el versículo 8 Pedro dice: “Mas, oh amados, no escape de vuestra atención que para
con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. Literalmente, la palabra
griega traducida “no escape de vuestra atención” significa “no paséis por alto o no dejéis
pasar inadvertido”.
El Señor Dios, quien es eterno, tiene una percepción del tiempo muy diferente de la del
hombre. Por tanto, con respecto al cumplimiento de Su palabra, especialmente de la
palabra de Su promesa, lo que cuenta no es el tiempo sino el hecho, es decir, que todo lo
que Él ha prometido, tarde o temprano vendrá a ser un hecho cumplido. Por lo tanto, no
debe perturbarnos el hecho de que parezca haber un retraso según nuestro cálculo del
tiempo.
El versículo 9 dice: “El Señor no se retrasa con respecto a la promesa, según algunos la
tienen por tardanza, sino que es longánime para con vosotros, no queriendo que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Pedro dice aquí que el
Señor no se retrasa, o no se tarda, con respecto a la promesa, según algunos la tienen
por tardanza o demora. Ciertamente los burladores eran aquellos que tenían por
tardanza la demora el Señor. Probablemente ellos acusaban al Señor de estar ocioso, ya
que la tardanza está relacionada con el ocio.
En el versículo 9 Pedro dice que el Señor es longánime para con nosotros. El interés del
Señor no está centrado en el cumplimiento de Su promesa, sino en Su pueblo, el cual es
Su posesión personal, Su tesoro (1 P. 2:9; Tit. 2:14). Él no desea que ninguno de
nosotros, Sus preciosos redimidos, sea castigado por Su juicio gubernamental, sino que
tengamos amplio tiempo para arrepentirnos y escapar de Su castigo.
La palabra perezca del versículo 9 significa “sea destruido”. Puesto que en este versículo
vosotros se refiere a los creyentes en Cristo, la palabra perezca no se refiere a la
perdición eterna de los incrédulos, sino al castigo infligido sobre los creyentes según la
administración gubernamental de Dios (1 P. 4:17-18; cfr. 1 Ts. 5:3, 8). De la misma
manera, la palabra todos aquí se refiere a los creyentes. Además, el arrepentimiento del
que aquí se habla es el arrepentimiento que redunda en salvación (2 P. 3:15), lo cual
significa arrepentirse de no velar en espera del día de la venida del Señor (v. 10) y de no
conducirse santa y piadosamente (v. 11).
Debemos tener presente que el interés del Señor no está centrado en el cumplimiento de
Su promesa, sino en Su pueblo. De ser necesario, el Señor podría esperar otro día, otro
período de mil años, para cumplir Su promesa. Hoy muchos cristianos dicen que el
Señor Jesús volverá pronto. Sin embargo, es posible que la venida del Señor no esté tan
cerca como la gente piensa. En Apocalipsis 22 el Señor dijo: “Vengo pronto”; con todo,
ya han pasado casi dos mil años desde que el Señor dijo estas palabras. Para Él, esto sólo
representa dos días, pues para el Señor mil años son como un día.
No hagan caso de los que fijan fechas a la venida del Señor. En el pasado hubo algunos
que predijeron el tiempo del regreso del Señor. En el siglo pasado hubo un grupo de
personas que creía que el Señor regresaría en un día en particular. Ellos se prepararon
para ello e incluso se vistieron de túnicas blancas. Por supuesto, nada ocurrió.
Después de la Primera Guerra Mundial, se escribieron varios libros sobre las profecías
que hablan de la venida del Señor. Algunos maestros de la Biblia afirmaron que, según
su entendimiento de la situación mundial, la venida del Señor estaba muy cerca. Pero ya
han pasado más de cincuenta años desde que aparecieron esos escritos, y el Señor Jesús
aún no ha venido. Así que debemos recordar lo que dijo Pedro, de que para el Señor mil
años son como un día.
Cuando el Señor Jesús regrese, Él no solamente juzgará las cosas negativas, sino que
también recibirá a Su novia. Eso significa que Él vendrá como el Juez y también como el
Novio. Por tanto, para que el Señor pueda venir como el Novio, la novia tiene que estar
preparada para Él. ¿Está lista la novia para la venida del Novio? ¿Podría el Señor venir
hoy como el Novio? Debido a que la novia aún no está preparada, podemos afirmar que
la venida del Señor probablemente no ocurrirá tan pronto como algunos suponen. Lo
único que puede preparar a la novia es el crecimiento en la vida divina, y esto requiere
tiempo. Las formas de vida superiores requieren más tiempo para desarrollarse que las
formas de vida inferiores. Cuanto más superior sea cierta especie de vida, mayor será el
tiempo que tardará en crecer. Puesto que la novia debe estar preparada para el Novio, y
puesto que esta preparación se efectúa mediante el crecimiento en la vida divina, lo cual
requiere tiempo, no es probable que el Señor Jesús vaya a regresar ahora mismo.
Lo que quiero decirles es que no debemos sentirnos inquietos ni sorprendernos por
cualquier demora relacionada con la venida del Señor. No culpen al Señor, diciendo:
“Señor, Tú dijiste en Apocalipsis 22 que vendrías pronto. ¿Por qué, entonces, ha pasado
tanto tiempo?”. En vez de culpar al Señor por demorar Su venida, debemos ser
diligentes y prepararnos para reunirnos con Él. Además, debemos ministrar vida a otros
para que puedan crecer y estar preparados. Ésta es la única manera de apresurar la
venida del Señor.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE DOCE
EL GOBIERNO DIVINO
(4)
Lectura bíblica: 2 P. 3:10-12
En los libros de 1 y 2 Pedro hay solamente dos capítulos que son cruciales en cuanto a la
vida divina. El primer capítulo y medio de 1 Pedro y la primera mitad del capítulo 1 de 2
Pedro son importantes en este respecto. Los pasajes restantes de estas epístolas tienen
que ver con el gobierno de Dios.
En este mensaje examinaremos 2 Pedro 3:10-12, donde Pedro habla acerca del juicio de
Dios sobre los cielos y la tierra. Esto, por supuesto, forma parte de la administración
gubernamental de Dios. Aunque estos versículos no están directamente relacionados
con el crecimiento en la vida divina, ciertamente pueden ayudarnos en nuestro deseo de
crecer en vida. Además, nos sería muy provechoso entender adecuadamente lo que
Pedro escribe en estos versículos.
EL DÍA DEL SEÑOR VENDRÁ COMO LADRÓN
En 3:10 Pedro dice: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón; en el cual los cielos
pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo se disolverán, y la tierra y las
obras que en ella hay serán quemadas”. El día del Señor vendrá principalmente en un
sentido de juicio (1 Ts. 5:2) por causa del gobierno de Dios. Lo que dice Pedro acerca del
día del Señor es principalmente una advertencia. En el Nuevo Testamento, el día del
Señor se menciona principalmente con relación al juicio del Señor (1 Co. 1:8; 3:13; 5:5; 2
Co. 1:14; 2 Ti. 4:8). El día que el Señor tiene reservado para Su juicio (1 Ts. 5:3-4) vendrá
antes del milenio (Ap. 18:1; 19:11; 20:4-6).
En el día del Señor, los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos se disolverán, y
la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Esto acontecerá después del
milenio (Ap. 20:7, 11). Lo que dice Pedro tocante al día del Señor en el versículo 10 es
otro indicio de que Pedro pasa por alto los mil años del milenio, así como lo hizo
anteriormente en este capítulo, cuando habló de la venida del Señor en el versículo 4 y
del juicio del trono blanco en el versículo 7. Las palabras grande estruendo se refieren a
un sonido o ruido impetuoso. Tal vez sea la proclamación de un gran cambio efectuado
en el universo, de lo viejo a lo nuevo. La frase los elementos se refiere a los elementos
físicos que componen los cielos.
Podemos comparar las palabras disolverán y quemadas de este versículo con las
palabras envolverás y mudados halladas en Hebreos 1:12, la palabra huyeron y la frase
ningún lugar se encontró para ellos de Apocalipsis 20:11, y el vocablo pasaron de
Apocalipsis 21:1. El intenso calor con el cual arderán y serán disueltos los cielos y la
tierra es el procedimiento que Dios usará para envolver los cielos y la tierra y hacerlos
pasar a fin de que sean cambiados de lo viejo a lo nuevo (2 P. 3:13; Ap. 21:1). Éste será el
juicio consumado y final que Dios ejercerá sobre Su creación según Su gobierno. En
aquel entonces, todo lo material pasará, pero la palabra eterna de Dios permanecerá
para siempre (Mt. 24:35; 1 P. 1:25). La palabra de Su profecía permanecerá y se
cumplirá en el tiempo que Él ha designado que se cumpla Su voluntad eterna,
independientemente del cambio que ocurrirá en el universo físico.
Las obras mencionadas en 3:10 bien pueden referirse tanto a las obras de Dios en la
naturaleza como a las obras de arte del hombre.
Hemos señalado que la expresión el día del Señor alude principalmente al juicio. Así
que, el día del Señor equivale al juicio del Señor. Este día de juicio vendrá como ladrón
en la noche.
Pedro dice en el versículo 10 que, en el día del Señor, los cielos pasarán. Al igual que en
3:7, Pedro pasa por alto el milenio, puesto que el tema que él nos presenta aquí es el
juicio gubernamental de Dios, y, en lo que respecta a la economía de Dios, el milenio no
está relacionado con este propósito.
Si hacemos un estudio exhaustivo del Antiguo y Nuevo Testamentos, veremos que el día
del Señor probablemente durará cerca de siete años. Será un período casi equivalente a
la última de las setenta semanas mencionadas en Daniel 9:24-27. Las primeras sesenta y
nueve semanas, un período de cuatrocientos ochenta y tres años, concluyeron cuando el
Señor Jesús fue crucificado, cuando a Él, el Mesías, le fue quitada la vida. Pero hay un
intervalo entre la semana sesenta y nueve y el comienzo de la semana setenta, y la Biblia
no nos dice cuánto dura. Lo que sí sabemos es que después de ese intervalo habrá un
período de siete años, el cual será la semana setenta, antes del milenio. La venida del
Señor acontecerá durante esos años.
LA VENIDA DEL SEÑOR
En 2 Pedro 3:4 los burladores dijeron: “¿Dónde está la promesa de Su venida?”. La
palabra griega traducida “venida” es parousía, que literalmente significa presencia.
Según el Nuevo Testamento, la parousía del Señor, Su venida, no durará solamente una
hora o un día, sino que tardará un período. Después de un estudio concienzudo de las
Escrituras, hemos llegado a ver que la parousía del Señor probablemente empezará en
la mitad de la septuagésima semana, o sea, en la mitad de los últimos siete años antes
del milenio. Además, probablemente empezará desde el tiempo en que el Señor deje el
trono de Dios, que está en el tercer cielo, y descienda al aire, vestido de una nube (Ap.
10). Esto significa que la parousía del Señor acontecerá durante los últimos tres años y
medio de esta era.
Según el capítulo 12 de Apocalipsis, el hijo varón será arrebatado al trono de Dios.
Apocalipsis 12:5 dice: “Y ella dio a luz un hijo varón, que pastoreará con vara de hierro a
todas las naciones; y su hijo fue arrebatado a Dios y a Su trono”. Ser “arrebatado” es ser
llevado arriba. El hijo varón será arrebatado al trono de Dios, y dicho arrebatamiento
sucederá antes de los mil doscientos sesenta días (v. 6), que es el tiempo de la gran
tribulación de tres años y medio (cuarenta y dos meses, v. 14; 13:5; 11:2). Después del
arrebatamiento del hijo varón, habrá un período de tres años y medio, o de cuarenta y
dos meses. Debemos prestar atención al hecho de que el hijo varón no será arrebatado al
aire, sino al trono de Dios, donde está hoy el Señor Jesús. Por lo tanto, el hecho de que el
hijo varón sea arrebatado al trono de Dios significa que el hijo varón estará en la
presencia del Señor, en la parousía del Señor. Esto prueba que, en la mitad de la
septuagésima semana, el Señor Jesús aún estará en el trono de Dios en el tercer cielo.
El capítulo 14 de Apocalipsis habla de los ciento cuarenta y cuatro mil, quienes son
primicias. Apocalipsis 14:1 dice: “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre
el monte de Sion, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de Él y el
de Su Padre escrito en la frente”. Estos ciento cuarenta y cuatro mil, “que fueron
comprados de la tierra” (v. 3), fueron “comprados de entre los hombres como primicias
para Dios y para el Cordero” (v. 4). Éstos serán las primicias en la labranza de Dios, y
serán cosechados antes de la siega como primicias para Dios y para el Cordero. La
cosecha será recogida más tarde, según se narra en los versículos del 14 al 16, lo cual
quiere decir que los ciento cuarenta y cuatro mil serán arrebatados a los cielos antes de
la cosecha, tal como las primicias de la buena tierra eran segadas y llevadas al templo de
Dios antes de la cosecha (Lv. 23:10-11; Éx. 23:19). Los eventos relatados en Apocalipsis
14:6-13, los cuales transcurrirán durante la gran tribulación (Mt. 24:21), indican y
comprueban clara y contundentemente que las primicias de Apocalipsis 14:1-5 serán
arrebatadas antes de la gran tribulación, y que la cosecha mencionada en los versículos
del 14 al 16, compuesta de la mayoría de los creyentes, será arrebatada al final de la gran
tribulación. Así, pues, las primicias serán arrebatadas a los cielos y allí estarán con
Cristo. Después de ese arrebatamiento, habrá un período de tres años y medio, que será
la segunda mitad de la septuagésima semana.
Apocalipsis 12 y 14 se refieren al mismo período. Estos capítulos nos proveen la base
para afirmar que la parousía del Señor comenzará, cuando más temprano, a partir de la
mitad de la septuagésima semana. Después de los arrebatamientos del hijo varón y de
las ciento cuarenta y cuatro mil primicias, el Señor Jesús, junto con los santos que hayan
vencido, descenderá del tercer cielo a los aires. En lugar de venir directamente a la
tierra, Él permanecerá en el aire vestido de una nube. En Apocalipsis 10:1 Cristo está
vestido de una nube, mientras que en Apocalipsis 14:14 Él está sobre la nube. Este
último versículo concuerda con 1 Tesalonicenses 4:17 e indica que ya para entonces la
venida del Señor será un acto público. Esto significa que primero la parousía del Señor
será encubierta, y luego, según 2 Tesalonicenses 2:8, se dará la manifestación de Su
parousía. Por consiguiente, el Señor primero vendrá de manera encubierta, antes de
aparecer públicamente. Así, pues, Su venida comprende un período en el que primero Él
vendrá en secreto, y después aparecerá en público. Probablemente al final de la
septuagésima semana se hará manifiesta la parousía del Señor. En aquel tiempo, el
Señor ya no estará más vestido de una nube, como revela Apocalipsis 10, sino que estará
sentado sobre una nube y a la vista de todos, como se indica en Apocalipsis 14. Aquello
será la manifestación de Su parousía, la manifestación de Su venida. La mejor manera
de traducir 2 Tesalonicenses 2:8 es seguir la interpretación literal y referirnos a la
manifestación de Su venida.
Si al menos tenemos una idea general acerca de la venida del Señor, sabremos por qué
Pedro dice que el día del Señor vendrá como ladrón. No solamente el Señor mismo
vendrá como ladrón, sino que también el día del Señor vendrá de la misma forma. Ese
día vendrá de manera encubierta, no de manera abierta.
Hemos señalado que en 3:10 Pedro dice que en el día del Señor los cielos serán
consumidos por el fuego. Esto acontecerá después del milenio. El día del Señor vendrá
antes del milenio, pero los cielos serán incinerados después del milenio. Es por ello que
decimos que aquí Pedro pasa por alto el milenio, un período de mil años, y considera la
quema de los cielos y la tierra como el último asunto que acontecerá en el día del Señor.
Ahora quisiera pedirles que consulten el diagrama insertado en la página 117. En
este diagrama se presentan las setenta semanas de Daniel 9:24-27. Primero, vemos un
período de siete semanas, luego, un tiempo de sesenta y dos semanas, y finalmente,
después de un intervalo de duración indeterminada, tenemos la última semana, la
septuagésima semana. La septuagésima semana será seguida por los mil años del reino
milenario. Al final del milenio, acontecerán dos eventos, quizás al mismo tiempo: la
quema de los cielos y la tierra, y el juicio en el trono blanco. Según el diagrama, el día del
Señor empezará de forma preliminar al comienzo de los últimos siete años, y la
parousía del Señor empezará en la mitad de dicho período. Antes de la mitad de la
septuagésima semana, acontecerán algunas calamidades naturales, como las del sexto
sello. El día del Señor, como podemos ver en el diagrama, se dará abiertamente y no
concluirá sino hasta el final del milenio, cuando se efectuará el juicio de Gog y Magog.
Ahora podemos entender que el día del Señor es un día de juicio. Ese día de juicio
empezará a partir del comienzo de la última semana, la septuagésima semana. Durante
ese período, Dios juzgará el cielo, la tierra y a los habitantes de la tierra, según lo que
está escrito en el libro de Apocalipsis. Luego, en la mitad de la septuagésima semana, el
hijo varón y los ciento cuarenta y cuatro mil serán arrebatados al tercer cielo. Después
de eso, tendrá inicio la parousía del Señor; el Señor vendrá al aire, y permanecerá oculto
en una nube por cierto tiempo. Ésta será la parte encubierta de Su parousía. Luego,
probablemente al final de los siete años, la parousía del Señor será un evento público, y
el Señor mismo descenderá a la tierra para ejercer juicio sobre el anticristo y los
ejércitos de éste. El Señor también hará que Satanás sea atado y echado al abismo,
donde será encerrado por mil años. Además, el Señor se sentará en Su trono en
Jerusalén para juzgar a las naciones. Mediante ese juicio, la situación de todos aquellos
que vivan en la tierra quedará resuelta. Los cristianos habrán sido juzgados ante el
tribunal de Cristo, los judíos habrán sido juzgados, y las naciones habrán sido juzgadas
en el trono de gloria de Cristo. Como resultado, todo estará listo para que venga el
reinado de paz, el cual durará mil años. Sin embargo, al final del milenio, Satanás será
soltado de su prisión e instigará la rebelión de Gog y Magog. Entonces Cristo juzgará a
Gog y Magog, y Satanás será echado al lago de fuego. Esto acontecerá al final del
milenio. Entonces, se llevará a cabo el juicio del trono blanco, y los cielos y la tierra
serán consumidos por el fuego. Después de eso, el día del Señor concluirá, y se dará
inicio a la eternidad con el cielo nuevo y la tierra nueva.
EN CONDUCTA SANTA Y EN PIEDAD
En el versículo 11 Pedro añade: “Puesto que todas estas cosas han de ser así disueltas,
¿qué clase de personas debéis ser en vuestra conducta santa y en piedad?”. Todas las
cosas, en los cielos y en la tierra, fueron contaminadas por la rebelión de Satanás y la
caída del hombre. Aunque todas las cosas que están en la tierra o en los cielos han sido
reconciliadas con Dios por medio de Cristo mediante Su sangre (Col. 1:20) —y aun las
cosas celestiales fueron purificadas por la sangre de Cristo (He. 9:23)—, de todos modos
será necesario purificarlas por fuego en el juicio gubernamental de Dios, para que sean
renovadas en naturaleza y apariencia en el nuevo universo de Dios (2 P. 3:13). Por lo
tanto, ¿qué clase de personas debemos ser nosotros los hijos del Dios santo, en nuestra
conducta santa y en piedad? Es decir, ¿qué clase de transformación debemos
experimentar para llevar una vida conforme a la naturaleza santa y la piedad de Dios a
fin de expresarle y poder concordar con Su gobierno santo? ¡Qué maravilla que el poder
divino nos haya provisto todas las cosas necesarias para llevar tal vida en nuestra
conducta santa y en piedad (1:3)!
ESPERAR Y APRESURAR EL DÍA DE DIOS
En el versículo 12 Pedro dice: “Esperando y apresurando la venida del día de Dios, por
causa del cual los cielos, encendiéndose, se disolverán, y los elementos, ardiendo, se
fundirán”. Mientras llevamos una vida transformada, manteniendo una conducta santa
y piadosa, esperamos, aguardamos y apresuramos la venida del día de Dios. Sabiendo
que Dios es tan santo y que es capaz de disolver todas las cosas, debemos conducirnos
santa y piadosamente mientras esperamos y apresuramos la venida del día de Dios.
Nosotros no solamente esperamos el día de Dios, sino que lo apresuramos.
EL DÍA DE DIOS
El día de Dios es el día del Señor (v. 10), y para los hijos de Israel en el Antiguo
Testamento, el día del Señor es el día de Jehová (Is. 2:12; Jl. 1:15; 2:11, 31; 3:14; Am.
5:18, 20; Abd. 15; Sof. 1:7, 14, 18; 2:2-3; Zac. 14:1; Mal. 4:1, 5). En tales expresiones, la
palabra día se usa principalmente en el sentido de juicio, en el que se ejerce una
disciplina gubernamental. El tiempo que precede a la venida del Señor es el “día del
hombre”, en el cual el hombre juzga hasta que el Señor venga (1 Co. 4:3-5). Luego,
vendrá “el día del Señor”, el cual empezará con Su parousía (con todos sus juicios) y
concluirá con el juicio sobre los hombres y los demonios en el gran trono blanco (Ap.
20:11-15). La parousía del Señor comenzará cuando los santos vencedores sean
arrebatados al trono de Dios en los cielos antes de la gran tribulación de tres años y
medio (12:5-6; 14:1). Luego, junto con los vencedores, Su parousía vendrá a los aires
(10:1). Asimismo, todas las calamidades sobrenaturales contenidas en el sexto sello y en
las primeras cuatro trompetas serán desatadas para castigar la tierra y lo que en ella
hay, así como los cielos y sus cuerpos celestes (6:12-17; 8:7-12).
Esto marcará el comienzo de la gran tribulación. La gran tribulación, que constará
principalmente de los ayes de las últimas tres trompetas, incluyendo las plagas de las
siete copas, durará tres años y medio (Mt. 24:21-22, 29; Ap. 8:13—9:21; 11:14; 15:5—
16:21). Ése será un periodo de prueba para los habitantes de toda la tierra (3:10),
incluyendo a los judíos (Is. 2:12; Zac. 14:1-2; Mal. 4:1, 5; Jl. 1:15-20; 2:1, 11, 31) y a los
creyentes en Cristo que hayan quedado en la tribulación (Ap. 12:17). Al final de la gran
tribulación, los santos que hayan muerto serán resucitados y arrebatados junto con la
mayoría de los creyentes que aún estén vivos, quienes habrán pasado por la mayor parte
de la tribulación, para reunirse con el Señor en el aire (1 Co. 15:52; 1 Ts. 4:16-17; Ap.
14:14-16). Después de esto, el Señor juzgará a todos los creyentes en Su tribunal en el
aire (2 Co. 5:10).
Por ese tiempo, Babilonia la Grande será destruida en la tierra (Ap. 17:1—19:3). Luego,
el Señor celebrará Su banquete de bodas con los santos vencedores (vs. 7-8) e
inmediatamente después, el Señor y Su novia, compuesta por los santos vencedores,
quienes son Su ejército, pelearan y derrotaran al anticristo y el ejército de éste, el
ejército de Satanás. Ellos capturarán al anticristo y a su falso profeta y los arrojarán
vivos al lago de fuego (vs. 11-21). Luego, Satanás será atado y arrojado al abismo, el pozo
sin fondo (Ap. 20:1-3). Entonces el Señor vendrá con Sus santos a la tierra (Zac. 14:4-5;
Jud. 14; 1 Ts. 3:13) y juzgará a las naciones (a los que queden vivos, Mt. 25:31-46; Jl.
3:2), después de lo cual vendrá el reino milenario (Ap. 20:4-6).
Pasados los mil años, Satanás será desatado del abismo e instigará a ciertas naciones,
Gog y Magog —ubicadas al norte del hemisferio oriental—, para que lleven a cabo la
última rebelión contra Dios. Ellos serán vencidos y consumidos por el fuego, y el diablo
engañador será arrojado al lago de fuego (vs. 7-10). Luego, los cielos y la tierra serán
totalmente purificados al ser quemados (2 P. 3:7, 10) y entonces vendrá el juicio final
sobre los hombres (los muertos) y los demonios, y probablemente también sobre los
ángeles caídos, en el gran trono blanco (Ap. 20:11-15). Con esto, Dios habrá ejecutado Su
juicio final sobre Su antigua creación en Su gobierno universal, además de los muchos
juicios y castigos ejecutados en el día del Señor con miras a poner fin al antiguo
universo. Entonces tendrá inicio el universo nuevo compuesto del cielo nuevo y de la
tierra nueva por la eternidad (21:1), en el cual no habrá más juicio relacionado con el
gobierno de Dios, pues no habrá allí ninguna injusticia. Por lo tanto, sin contar los mil
años, el día del Señor será un periodo muy corto, quizás de no más de siete años. Ésta
será la parte principal de la última semana (siete años) de las setenta de Daniel 9:24-27.
No es correcto considerar el día de Dios y el día del Señor como dos días diferentes y
afirmar que el día del Señor termina con el reino milenario y que el día de Dios empieza
cuando son quemados los cielos y la tierra, después de lo cual viene el juicio del gran
trono blanco. En realidad, dado que el juicio del gran trono blanco será ejecutado por el
Señor Jesús (Hch. 10:42; 17:31; 2 Ti. 4:1), también será efectuado en el día del Señor.
Dios no juzga a nadie, pues Él ha dado todo el juicio al Hijo (Jn. 5:22).
En 3:12 el pronombre relativo el cual se refiere a la venida del día de Dios, en la cual se
ejecutará juicio sobre cada parte de la antigua creación para ponerle fin. La venida de tal
día dará por resultado que los cielos ya no puedan permanecer igual que antes, sino que
sean disueltos, y sus elementos se fundan en el calor intenso del fuego ardiente. Es por
ello que Pedro dice que “los cielos, encendiéndose, se disolverán, y los elementos,
ardiendo, se fundirán”.
ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO
MENSAJE TRECE
EL GOBIERNO DIVINO
(5)
Lectura bíblica: 2 P. 3:13-18
En este mensaje examinaremos 2 Pedro 3:13-18. En el versículo 13 leemos que nosotros
esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia de Dios; en los
versículos del 14 al 16, se nos exhorta a prepararnos para el juicio venidero; y en los
versículos 17 y 18, donde se da la conclusión, se nos dice que estemos en guardia y que
crezcamos en la gracia y el conocimiento del Señor.
CIELOS NUEVOS Y TIERRA NUEVA
En 3:13 Pedro dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales mora la justicia”. La palabra griega traducida “mora” también puede
traducirse “hace su hogar”. Debido a que esta epístola trata del gobierno de Dios, al final
nos dice que habrá un nuevo universo, donde morará la justicia. Esto nos da a entender
que todo estará completamente sujeto al gobierno de Dios. No habrá nada malo, pues
nada será injusto ni indebido. Así que, no habrá necesidad de que Dios ejerza ningún
otro juicio gubernamental.
Después que hayan sido disueltas todas las cosas materiales, la promesa de Dios, que es
Su palabra que perdura para siempre, todavía permanecerá para que en ella Su pueblo
redimido confíe y espere, con la expectación de un nuevo universo. No debemos poner
nuestra esperanza en los elementos visibles, sino en lo que la palabra de Dios promete
como destino nuestro, es decir, en los cielos nuevos y la tierra nueva, los cuales aún no
vemos.
Los cielos nuevos y la tierra nueva son los cielos antiguos y la tierra antigua después de
ser renovados y transformados mediante el fuego del juicio de Dios, tal como el nuevo
hombre es nuestro viejo hombre renovado y transformado (Col. 3:9-10; 2 Co. 3:18).
La justicia es el factor principal según el cual Dios juzga a todas las criaturas de Su
antigua creación conforme a Su juicio gubernamental. Por consiguiente, en estos dos
libros, que tratan del gobierno de Dios, este asunto se recalca repetidas veces (1 P. 2:23,
24; 3:12, 14; 4:18; 2 P. 1:1; 2:5, 7-8, 21; 3:13). Lo que más destaca en los escritos de Juan
es el amor de Dios expresado en Su vida; en los escritos de Pablo, la gracia que Dios
imparte en Su economía; y en los escritos de Pedro, la justicia de Dios mantenida en Su
gobierno. La vida de Dios, Su economía y Su gobierno son las estructuras básicas del
ministerio de los tres apóstoles. La vida está relacionada con el amor, la economía se
lleva a cabo por la gracia y el gobierno se basa en la justicia. Esta justicia morará en los
cielos nuevos y en la tierra nueva, y saturará completamente el nuevo universo de Dios,
manteniéndolo totalmente bajo el orden de justicia de Dios, de modo que nunca más
haya necesidad de más juicio.
PROCURAD CON DILIGENCIA SER HALLADOS EN PAZ
En el versículo 14 Pedro añade: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas
cosas, procurad con diligencia ser hallados por Él en paz sin mancha y sin defecto”. Ser
hallados en paz por el Señor consiste en que a Su venida, seamos hallados justos y rectos
delante de Él, sin tener problema alguno con Dios ni con el hombre. La paz es fruto de la
justicia (He. 12:11; Is. 32:17). Puesto que en este libro se recalca la justicia en relación
con la administración gubernamental de Dios, aquí se exhorta a los creyentes, quienes
se conducen en el camino de la justicia (2 P. 2:21), a seguir la paz (He. 12:14), a fin de
que estén preparados para cuando venga el Señor con el juicio. En 2 Pedro 4:14 Pedro
nos exhorta a que seamos hallados por el Señor en paz “sin mancha y sin defecto”. Los
herejes, quienes dejan el camino recto y siguen el camino de la injusticia (2:15), son
defectos y manchas entre los creyentes (v. 13); en cambio, los creyentes, quienes
procuran vivir en paz —que es fruto de la justicia— en el gobierno de Dios, deben estar
libres de toda mancha y defecto al igual que el Señor, quien es el Cordero sin defecto y
sin mancha (1 P. 1:19).
SER SALVOS DE LA DESTRUCCIÓN
A fin de prepararnos para el juicio venidero, no sólo debemos ser hallados en paz, sino
que además debemos ser salvos de la destrucción. Al respecto, Pedro dice en 3:15 y 16:
“Y considerad que la longanimidad de nuestro Señor es salvación; como también
nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito;
como asimismo lo hace en todas sus cartas, hablando en ellas de estas cosas; entre las
cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen,
como también las otras Escrituras, para su propia destrucción”. Los burladores
consideran la longanimidad del Señor para con los creyentes una demora, tardanza o
negligencia (v. 9). Así es como ellos tuercen la palabra que el Señor habló por medio de
los profetas en las Escrituras y por medio de los apóstoles en sus enseñanzas. Por tanto,
Pedro exhorta a los creyentes a considerar la longanimidad del Señor como una
salvación y no como una demora, y les advierte no torcer las profecías de los profetas ni
las enseñanzas de los apóstoles, incluyendo las suyas y las de Pablo, esto con el fin de
que ellos no sean juzgados para destrucción, como lo serán los herejes cuando venga el
Señor. Al hacer esto y procurar con diligencia ser hallados por el Señor en paz, los
creyentes se preparan para la venida del Señor, la cual acarreará juicio.
La longanimidad que el Señor manifiesta al demorar el cumplimiento de Su promesa
debe ser considerada como una amplia oportunidad para que los creyentes se
arrepientan para salvación. La salvación mencionada en 3:15 no se refiere a la salvación
en su etapa inicial, sino a la salvación en su etapa de consumación. El Señor ha
demorado Su venida con la intención de evitar que muchos de Sus escogidos se pierdan
de la porción máxima de Su plena salvación.
En 3:15 y 16 Pedro habla de los escritos de Pablo. Pedro, en su papel de apóstol y con la
confirmación de la profecía de los profetas, no fue el único en enseñar que la
longanimidad del Señor debe ser contada como salvación, no como demora. Pablo, otro
de los apóstoles, enseñó lo mismo en sus escritos, basándose en la palabra profética del
Antiguo Testamento. Pedro se refiere a este hecho para fortalecer lo que escribió.
En el versículo 16 Pedro emite la advertencia de no torcer las Escrituras. No debemos
torcer los escritos del apóstol Pablo ni los escritos del apóstol Pedro, porque ambos
forman parte de las Escrituras del Nuevo Testamento. Aquellos que tuerzan las
Escrituras sufrirán destrucción.
Puesto que el antídoto que Pedro usó para contrarrestar las enseñanzas heréticas de la
apostasía es la palabra santa hablada por los profetas del Antiguo Testamento y por los
apóstoles del Nuevo, él no podía pasar por alto los escritos del apóstol Pablo, los cuales
forman la mayor parte de las enseñanzas de los apóstoles que constituyen el Nuevo
Testamento. Pedro, en sus dos epístolas, que también forman parte de las enseñanzas de
los apóstoles y constituyen también parte del Nuevo Testamento, se refiere varias veces
a los profetas del Antiguo Testamento y a los apóstoles del Nuevo (1 P. 1:9-12; 2 P. 1:1221; 3:2). Aquí se habla muy positivamente del apóstol Pablo, diciendo que éste en todos
sus escritos dijo algunas cosas difíciles de entender, de las cuales Pedro había hablado
en sus escritos, y que torcer los escritos de Pablo equivalía a torcer las Escrituras como
lo hacen los herejes, lo cual les acarrea destrucción, a saber, ser juzgados por el Señor a
Su regreso.
Ésta es una seria advertencia tanto para los creyentes como para los herejes apóstatas.
LA VISIÓN QUE PEDRO TENÍA DE LA ECONOMÍA DE DIOS
En 3:16 Pedro habla de “estas cosas”. En sus dos epístolas, compuestas de solamente
ocho capítulos, Pedro abarcó toda la economía de Dios, desde la eternidad pasada antes
de la fundación del mundo (1 P. 1:2, 20) hasta los cielos nuevos y la tierra nueva en la
eternidad futura (2 P. 3:13). Él reveló los asuntos cruciales relacionados con la economía
de Dios, acerca de los cuales los profetas profetizaron y los apóstoles predicaron (1 P.
1:10-12), presentándolo desde cuatro perspectivas:
1) Desde la perspectiva del Dios Triuno:
Dios el Padre, según Su presciencia, escogió un pueblo en la eternidad (1 P. 1:1-2; 2:9) y
lo llamó a Su gloria (5:10; 2 P. 1:3). Cristo, conocido por Dios desde antes de la
fundación del mundo, pero manifestado en los tiempos postreros, redimió a los
escogidos de Dios (1 P. 1:18-19, 2) por medio de Su muerte substitutiva (2:24; 3:18) y
mediante Su resurrección en vida y Su ascensión en poder (1:3; 3:21-22). El Espíritu,
enviado desde el cielo, santificó y purificó a los que Cristo redimió (1:2, 12, 22; 4:14).
(Éstas son las cosas en las cuales los ángeles anhelan mirar, 1 P. 1:12.) El poder divino
del Dios Triuno les ha provisto a los redimidos todas las cosas que pertenecen a la vida y
a la piedad (2 P. 1:3-4), a fin de guardarlos para la salvación plena (1 P. 1:5). Dios
además los disciplina (5:6) por medio de Sus distintos juicios gubernamentales (1:17;
2:23; 4:5, 6, 17; 2 P. 2:3, 4, 9; 3:7), y los perfeccionará, confirmará, fortalecerá y
cimentará por medio de “toda gracia” (1 P. 5:10). El Señor es longánime para con ellos a
fin de que todos tengan la oportunidad de arrepentirse para salvación (2 P. 3:9, 15).
Luego, Cristo aparecerá en gloria con la salvación plena que Él provee a los que le aman
(1 P. 1:5, 7-9, 13; 4:13; 5:4).
2) Desde la perspectiva de los creyentes:
Los creyentes, como posesión de Dios, fueron escogidos por Él (1 P. 1:1-2; 2:9), llamados
por Su gloria y virtud (v. 9; 3:9; 2 P. 1:10), redimidos por Cristo (1 P. 1:18-19),
regenerados por Dios mediante Su palabra viva (vs. 3, 23) y salvos por medio de la
resurrección de Cristo (3:21). Ellos ahora son guardados por el poder de Dios (1:5), son
purificados para que se amen unos a otros (v. 22), crecen al alimentarse de la leche de la
palabra (2:2), en la vida divina desarrollan las virtudes espirituales (2 P. 1:5-8) y son
transformados y edificados como casa espiritual, como sacerdocio santo para servir a
Dios (1 P. 2:4-5, 9). Son el linaje escogido por Dios, Su real sacerdocio, Su nación santa,
Su pueblo especial, adquirido para ser Su posesión personal y expresar Sus virtudes (v.
9). Son disciplinados por el juicio gubernamental de Dios (1:17; 2:19-21; 3:9, 14, 17; 4:6,
12-19; 5:6, 9), llevan una vida santa de una manera excelente y piadosa para glorificarle
(1:15; 2:12; 3:1-2), como buenos mayordomos ministran la multiforme gracia de Dios
para que Él sea glorificado por medio de Cristo (4:10-11) (bajo el pastoreo ejemplar de
los ancianos, 1 P. 5:1-4), y esperan y apresuran la venida del Señor (1:13; 2 P. 3:12) a fin
de que les sea otorgada una rica y abundante entrada en el reino eterno del Señor (1:11).
Además, ellos están en espera de los cielos nuevos y la tierra nueva, en los cuales morará
la justicia, en la eternidad (3:13), y siguen creciendo en la gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo (v. 18).
3) Desde la perspectiva de Satanás:
Satanás es el adversario de los creyentes, o sea el diablo, quien como león rugiente anda
alrededor buscando a quien devorar (1 P. 5:8).
4) Desde la perspectiva del universo:
Los ángeles caídos fueron condenados y esperan el juicio eterno (2 P. 2:4); el mundo
impío de antaño fue destruido por un diluvio (v. 5; 3:6); las ciudades impías fueron
reducidas a cenizas (2:6); los falsos maestros y los burladores herejes de la apostasía, así
como la humanidad que viva de una manera maligna, serán juzgados para destrucción
(vs. 1, 3, 9-10, 12; 3:3-4, 7; 1 P. 4:5); los cielos y la tierra serán consumidos por el fuego
(2 P. 3:7, 10, 11); y todos los muertos y los demonios serán juzgados (1 P. 4:5). Luego,
surgirán los cielos nuevos y la tierra nueva como un nuevo universo, en el cual morará la
justicia de Dios por la eternidad (2 P. 3:13).
RECOMIENDA LOS ESCRITOS DE PABLO
Pablo en sus escritos también habló de “estas cosas” (con excepción de los cielos nuevos
y la tierra nueva). Por lo tanto, Pedro hace referencia a los escritos de Pablo para
fortalecer sus propios escritos, especialmente en lo referente al juicio gubernamental y
disciplinario que Dios ejerce sobre los creyentes. Pablo también recalca claramente y
repetidas veces este asunto en sus escritos (1 Co. 11:30-32; He. 12:5-11; 2:3; 4:1; 6:8;
10:27-31, 39; 12:29; 1 Co. 3:13-15; 4:4-5; 2 Co. 5:10; Ro. 14:10). Ésta debe de ser la razón
por la cual Pedro recomienda los escritos de Pablo.
¡Cuánta belleza y excelencia hay en esta recomendación! Aunque los corintios
intentaron dividir a Pedro y a Pablo según sus preferencias facciosas (1 Co. 1:11-12),
Pedro elogia a Pablo, diciendo que éste, tal como él, enseñaba “estas cosas”, y que los
escritos de Pablo no deben ser torcidos, sino que deben ser considerados como “las otras
Escrituras” y merecen el mismo respeto que el Antiguo Testamento. Es muy significativo
que Pedro haga tal recomendación, pese a que Pablo en cierta ocasión lo reprendió cara
a cara tocante a la fe neotestamentaria (Gá. 2:11-21). Esto indica que Pedro no tuvo
reparos en admitir que los primeros apóstoles, tales como Juan, Pablo y él mismo,
aunque difirieran en estilo, terminología, expresión, en ciertos aspectos de sus puntos
de vista y en la manera de presentar sus enseñanzas, todos ellos eran partícipes del
mismo y único ministerio, el ministerio del Nuevo Testamento (2 Co. 3:8-9; 4:1). Tal
ministerio sirve a las personas el Cristo todo-inclusivo como corporificación del Dios
Triuno, quien, después de pasar por el proceso de encarnación, vivir humano,
crucifixión, resurrección y ascensión, se imparte, por medio de la obra redentora de
Cristo y por la operación del Espíritu Santo, en Su pueblo redimido como su única
porción de vida, su suministro de vida y su todo, a fin de que sea edificada la iglesia
como Cuerpo de Cristo, cuya consumación será la expresión plena, la plenitud, del Dios
Triuno, conforme al propósito eterno del Padre.
En 3:16 Pedro dice que los indoctos e inconstantes tuercen los escritos de Pablo y
también las otras Escrituras, para su propia destrucción. Esto indica que los burladores
(2 P. 3:3) y sus seguidores han de haber torcido las Escrituras y las enseñanzas de los
apóstoles.
Según el contexto, la palabra destrucción del versículo 16 no se refiere a la perdición
eterna, sino al castigo infligido en conformidad con la disciplina gubernamental divina.
LA CONCLUSIÓN DE LA EPÍSTOLA
En 3:17 y 18 tenemos la conclusión de esta epístola. En el versículo 17 Pedro dice: “Así
que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, estad en guardia, no sea que
arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza”. Aquí Pedro nos dice
que estemos en guardia a causa de la apostasía, las enseñanzas heréticas, las cuales,
torciendo los escritos de los apóstoles o las Escrituras, pueden llevarlo a uno a la
destrucción. La palabra griega traducida “arrastrados” aquí es la misma que se usa en
Gálatas 2:13, donde se habla de Pedro, Bernabé y otros creyentes judíos. En 2 Pedro
3:17, la expresión los inicuos debe de referirse a los falsos maestros y a los burladores (2
P. 2:1; 3:3), quienes fueron los primeros herejes. A Pedro le preocupaba mucho que los
santos cayeran de su firmeza. Caer de nuestra firmeza es llegar a ser inestables.
En el versículo 18 Pedro concluye, diciendo: “Antes bien, creced en la gracia y el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea gloria ahora y hasta el día
de la eternidad. Amén”. La palabra creced indica que lo escrito por Pedro en sus dos
epístolas está relacionado con la vida. Crecer en la gracia consiste en crecer por medio
del abundante suministro de la vida eterna provisto por el poder divino (1:3-4), y crecer
en el conocimiento del Señor equivale a crecer comprendiendo por experiencia lo que
Cristo es. Esto es crecer en virtud del disfrute de la gracia y en la comprensión de la
verdad (Jn. 1:14, 17).
La gracia es el Dios Triuno dado a nosotros como vida y suministro de vida. Debemos
crecer en virtud de este suministro de vida, de este alimento. Por lo tanto, crecer en la
gracia es crecer en virtud de esta fuente interna que nos suministra vida. Al comienzo de
esta epístola Pedro nos habla de la gracia, y ahora, al final, nos exhorta a crecer en esta
gracia.
Pedro también nos alienta a crecer en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. Cuando el conocimiento de nuestro Señor llega a ser una realidad para
nosotros, tenemos la verdad, la realidad de todo lo que Él es, como se indica en Juan
1:14 y 17. Pedro exhorta a los creyentes a crecer no solamente en la gracia, sino también
en esta verdad.
Pedro concluye esta epístola con las palabras: “A Él sea gloria ahora y hasta el día de la
eternidad”. El pronombre Él se refiere a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Puesto que
tal alabanza es la misma que se ofrece a nuestro Dios (Ro. 11:36; 16:27), esto nos da a
entender que nuestro Señor y Salvador Jesucristo es Dios.