Megaterremotos - Ediciones Universitarias de Valparaíso PUCV

HISTORIA ILUSTRADA DE LOS
Megaterremotos
OCURRIDOS EN CHILE ENTRE 1647 y 1906
ALFREDO PALACIOS ROA
HISTORIA ILUSTRADA DE LOS
Megaterremotos
OCURRIDOS EN CHILE ENTRE 1647 y 1906
Ediciones
Universitarias
de Valparaíso
Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso
Imagen de portada:
Museo Histórico Nacional.
En página 4:
Escena de terremoto en el plan de Valparaíso.
Fuente: Los Sucesos, Periódico Ilustrado.
Madrid, 25 de agosto de 1906, portada.
© ALFREDO PALACIOS ROA, 2016
Inscripción Nº 264.916
ISBN: 978-956-17-0678-1
Derechos Reservados
Tirada: 500 ejemplares
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
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Fono (32) 227 3926 - Fax (32) 227 3927
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Dirección de Arte: Guido Olivares Salinas
Diseño: Mauricio Guerra Poblete / Alejandra Larraín Ruz
Corrección de pruebas: Claudio Abarca Lobos
Impresión: Salesianos S.A.
HECHO EN CHILE
Los terremotos, único
azote a que está sujeto
aquel hermoso país1.
Molina, Juan Ignacio. Compendio de la historia geográfica, natural y civil del reino de
Chile. Madrid, Por Antonio de Sancha, 1788-1795, vol. I, p. 34.
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Índice
PRESENTACIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
PALABRAS PREVIAS. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
LOS TERREMOTOS: SUS CAUSAS Y CONSECUENCIAS. . . . . . . . 21
La medición de los sismos: intensidad y magnitud. . . . . . . . . . . 30
LOS TERREMOTOS MÁS DESTRUCTIVOS OCURRIDOS EN CHILE
(1647-1906). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
El “terremoto magno” del 13 de mayo de 1647. . . . . . . . . . . . . 41
El “gran terremoto” del 8 de julio de 1730 . . . . . . . . . . . . . . . . 52
El “terremoto” del 25 de mayo de 1751. . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
El “temblor grande” del 19 de noviembre de 1822. . . . . . . . . . . 65
“La ruina” del 20 de febrero de 1835 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
El “terremoto de Arica” del 13 de agosto de 1868 . . . . . . . . . . . 87
El “terremoto de Iquique” del 9 de mayo de 1877. . . . . . . . . . . 103
El “terremoto de Valparaíso” del 16 de agosto de 1906. . . . . . . 115
COLOFÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Fuentes manuscritas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Fuentes impresas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
Periódicos y revistas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
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Presentación
Con mucho gusto y orgullo presento la investigación realizada por
un historiador dedicado a conocer lo que Rolando Mellafe llamó
“la historia del acontecer infausto” de nuestro país. Según él, el
quehacer historiográfico nacional, particularmente el del siglo
XIX, se limitaba a historiar los acontecimientos felices, “lo que
supuestamente nos hace avanzar, en una larga escalada de éxito,
al crecimiento y a la felicidad”2. Si bien podríamos polemizar con
dicha afirmación, lo cierto es que desde la publicación de este
artículo a mediados de los años ochenta, varios investigadores
han profundizado en este tipo de historiografía como una forma
de conocer aspectos de las mentalidades de los chilenos frente a
las catástrofes. Yo misma realicé un estudio acerca del terremoto
de 13 de mayo de 1647 y mientras investigaba claramente pude
sentir, a través de la lectura de esos centenarios papeles, el te-
Mellafe, Rolando. “El acontecer infausto en el carácter chileno, una proposición de
historia de las mentalidades”, en Atenea, núm. 442, 1980, p. 126.
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mor, la turbación, confusión y conmoción de los contemporáneos
frente a ese gigantesco terremoto.
Nada para sorprendernos tanto si aún hoy mismo, cada movimiento telúrico y sus consecuencias en muertes y destrucción
nos mantienen recordando las circunstancias de la tragedia y
el temor por años, en un rito masoquista que ocupa siempre
largas conversaciones. Así, cada vez que ocurre un seísmo, las
conversaciones sociales entre nosotros se centran, como en una
eterna letanía, en el testimonio oral de las consecuencias que el
movimiento tuvo para nosotros, nuestra familia, casa, vajilla y
adornos. ¿Dónde estabas?, ¿qué hacías cuando tembló la tierra?
Son aquí preguntas tan razonables y oportunas que pueden hacer
revivir el interés en una sobremesa aburrida. Muchas veces los
historiadores nos preguntamos, entonces, acerca del porqué de
ese morbo local para recordar una y otra vez el horror, la oscuridad, muchas veces la muerte que traen aparejadas las grandes
salidas del mar (tsunamis) y los temblores.
No hay que buscar mucho para encontrar todo tipo de testimonios: por ejemplo, en las memorias de la periodista y sufragista
Marta Vergara (1898-1995), puede leerse en una de sus primeras
páginas: “Nada quedó en mí de ese supuesto limbo maravilloso
de la infancia. Si me traje algún rastro, posiblemente me lo borró
el terror que sentí esa noche de 16 de agosto de 1906. En una
habitación de un edificio de dos pisos, en Valparaíso, aferrada a
una enorme caja tapizada en raso rojo, enloquecida, trataba de
llegar hasta la cama en que estaba mi madre, ya tan enferma que
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para morir no necesitaba un terremoto. No lograba alcanzarla.
La caja y la cama rodaban sin encontrarse por la pieza”3.
Así, no hay crónica ni memoria que no incluya el relato del terremoto que al narrador le tocó vivir de cerca. A mi juicio, uno de los
textos más hermosos acerca de lo sucedido como consecuencia
de un terremoto, corresponden a la descripción de Diego de Rosales respecto a la ciudad de Santiago de Chile una vez ocurrido
el terremoto de 1647:
y la que antes era hermoso y apacible objeto de la vista,
remedo de la Corte, emporio de Chile, y el epílogo de todos sus bienes, quedó convertida en desfigurado retablo
de dolores, teatro de desdichas, universidad de penas
y lamentable tragedia de la inconstancia de los bienes
temporales, que al fin se vienen a convertir en polvo4.
Resulta entonces muy curioso que existan tan pocas compilaciones de las reacciones frente a los seísmos en la historiografía
nacional y, por tanto, esto basta para calificar como muy valiosa
la aparición de este libro, insumo para una reflexión necesaria.
Es cierto, hay varias obras publicadas y, desde luego, más que
cuando Mellafe escribía el texto que citamos, pero esta es la
primera que compila una serie de grandes terremotos (no todos
Vergara, Marta. Memorias de una mujer irreverente. Santiago, Editorial Catalonia,
2013, p. 19.
3
Rosales, Diego de. Historia general del reino de Chile, Flandes indiano. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1989, pp. 1279-1280.
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pero muchos de los más importantes), ilustrándolos con iconografía surgida de la imaginación de los dibujantes posteriores
más que de la crónica inmediata. Pero el compendio de estas
ilustraciones nos da cuenta de la importancia que adquiere para
el relato histórico la construcción imaginada y visual de ciertos
hitos significativos en torno al acontecer infausto.
Llama la atención en este compendio, la presencia arrolladora de
la Iglesia dentro de esa visualización durante la época colonial.
Para los terremotos coloniales, la gran mayoría de las imágenes
corresponden a la destrucción de iglesias o a la presencia de los
sacerdotes después del acontecimiento. El consuelo de la fe y
la oración, entonces se presenta como quebrado por la ira de la
Naturaleza (o de Dios) reforzando la idea de ese “eterno retorno”
de la tragedia y de la subsecuente reconstrucción, ante la cual las
súplicas de clemencia no son suficientes, sino solo la compasión.
Pero llegando al siglo XIX, las imágenes se vuelven laicas y tienden a mostrar, por una parte, la destrucción de las ciudades en la
forma de postales que con mayor o menor detalle describen las
ruinas. Por otra, describen la destrucción de barcos en evidente
alusión a la destrucción de los medios de progreso económico.
Finalmente, proponen el terror y la fragilidad humana frente al
desastre, particularmente la fragilidad femenina e infantil (mostrando los rostros del horror y el llanto), en claro contrapunto con
la actitud masculina resuelta y salvadora de ancianos, mujeres y
niños. El locus amoenus se contrasta con el locus horridus, masculinizando la solución frente a estas desgracias.
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Así, esta obra, si bien plantea recopilar información “dura” de
los grandes terremotos ocurridos en Chile entre 1647 y 1906, así
como dar a conocer una serie de grabados e imágenes, muchas de
ellas desconocidas en Chile, acerca de lo en ellos acontecido, nos
permite también observar la profundidad de las experiencias telúricas y su relación con otros aspectos de los momentos históricos
en los que estos aconteceres infaustos ocurren. Finalmente, tal
como planteaba Mellafe, permiten conocer las mentalidades de
cada época para la cual cada seísmo ha significado la ruina, el dolor y el miedo a partir de elementos diferentes de la destrucción.
Dra. Emma de Ramón
Archivo Nacional de Chile
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Palabras previas
La comprensión del presente y la prospectiva de los fenómenos
sociales no pueden realizarse sin un conocimiento profundo del
pasado histórico. Esta premisa, fundamental en el quehacer de
los historiadores, también se puede aplicar a los riesgos geológicos y especialmente al estudio de los sismos. La sismología es
una ciencia joven que tuvo su inicio formal a mediados del siglo
XIX, cuando se instalaron los primeros sismógrafos en el mundo
y se comenzó a controlar la actividad tectónica con instrumentos
que registraban las vibraciones del terreno al paso de las ondas
sísmicas.
En la actualidad, el comportamiento sísmico de una región o de
una falla geológica activa puede estudiarse a través de dos ópticas: por un lado, mirando por el prisma angosto que nos ofrece la
breve historia de registro instrumental en los últimos cien años, y
por otro, mediante la evaluación cualitativa, basada en el análisis
de documentos históricos que nos describen los daños producidos
por terremotos ocurridos en épocas pasadas.
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Alfredo Palacios Roa
En consecuencia, podemos decir que los fenómenos sísmicos son
de una larga periodicidad y que la repetición de un temblor de
cierta magnitud en una misma falla puede ocurrir con un amplio
espacio temporal de varios cientos o incluso miles de años. Está
claro entonces que si nos limitásemos al registro instrumental
para tipificar la actividad tectónica de una región determinada,
correríamos el riesgo de omitir la ocurrencia de importantes sismos que alcanzaron magnitudes considerables históricamente.
De esta forma, el trabajo que hoy presentamos al público se
concentra en los movimientos telúricos más destructivos, hoy
llamados “megaterremotos”, que afectaron al territorio nacional
entre 1647 y 1906. Ciertamente, y atendiendo al título de nuestra
investigación, debemos decir que es específicamente dentro de
este marco temporal donde encontramos la mayor cantidad del
material iconográfico (dibujos, grabados, litografías y pinturas)
que ilustra sentimientos y aflicciones de muchos afectados, así
como también el calamitoso estado en el que quedaron algunas
de nuestras ciudades luego de la ocurrencia de estos perniciosos
eventos.
Los terremotos:
Sus causas y consecuencias
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Los terremotos: Sus causas y consecuencias
Temblor de tierra: se causa por las exhalaciones, y vientos
gruesos, que por virtud, y fuerza del sol, se engendran
dentro de las concavidades de la tierra, las cuales cuando
son muchas, y les es impedida la salida, por haberse la
tierra humedecido, y apretado, o que ellas de gruesas
no puedan salir, naturalmente se esfuerzan por buscar
la salida, con tanto ímpetu, que hace mover, y temblar
gran parte de la tierra, y a veces antes del terremoto, se
oye sonidos a modo de truenos, que causa el dicho aire,
andando por las cavernidades de la tierra buscando salir.
Sebastián de Covarrubias5.
Los terremotos (del latín terreaemotus), también llamados seísmos o temblores de tierra, son rupturas repentinas de la corteza
Covarrubias, Sebastián de. Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid, Por Melchor Sánchez, 1673-1674, tomo II, pp. 183-184.
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Alfredo Palacios Roa
terrestre que liberan energía en forma de ondas sísmicas que al
hacer contacto con la superficie provocan breves e intensas sacudidas. Sin embargo, a pesar de que los terremotos nos parecen
fenómenos agresivos y, en ocasiones, de gran envergadura, en
comparación con otros eventos que tienen lugar en el planeta,
aquellos constituyen suaves y lentos procesos que responden a
una dinámica interna que, a lo largo de los siglos, ha atraído la
curiosidad de los hombres. Por lo tanto, su inesperada ocurrencia
o, tal vez, su inusual potencia destructiva a la cual no estamos
acostumbrados, los ha convertido en uno de los fenómenos
naturales más destructores y más temidos por la población a lo
largo de la historia.
Sus consecuencias sobre las personas y sus actividades pueden
ser directas o indirectas, alterando drásticamente la vida de una
comunidad y su proceso de desarrollo. Directamente dejan como
saldo, muertos, heridos y recuerdos traumáticos, además de la
destrucción de viviendas, instalaciones públicas y comerciales,
etc. De forma indirecta inducen remociones en masa, deslizamientos de tierra, solevantamientos y hundimientos de terrenos,
tsunamis y, en determinados casos y condiciones vulnerables,
pueden desatar diversas epidemias.
Estos procesos geológicos, que tiene características transitorias,
están estrechamente ligados a los movimientos de las placas litosféricas; por esta razón, la mayoría de los terremotos que ocurren
en el planeta son de origen tectónico, es decir, son causados por
un rápido deslizamiento que tiene lugar en las fallas geológicas,
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o bien por un deslizamiento repentino en las zonas de contacto
entre dos placas.
Para comprender su dinámica desde una escala global, y así intentar explicarlos, se debe decir que la capa más externa y rígida de
la Tierra está dividida en un mosaico de placas las cuales pueden
ser de dos tipos: una continental, formada por materiales de baja
densidad, y otra oceánica, más densa, debido a la composición
de sus rocas y minerales. Ahora, una placa tectónica o litosférica puede ser completamente oceánica o continental, pero la
mayor parte de ellas son mixtas, cubiertas en parte por corteza
continental y en parte por corteza oceánica. Las principales son
nueve, y están subdivididas en placas más pequeñas. De ellas,
las continentales pueden tener espesores de 60 a 80 kilómetros
y se deslizan sobre una capa llamada astenósfera, que es la parte
superior del manto terrestre y se encuentra compuesta por rocas
semisólidas dotadas de cierta fluidez. Las fuerzas originadas
debido al movimiento de las celdas de convección del material
caliente y semifluido de las profundidades del manto impulsan a
las placas a velocidades desde 2,5 hasta más de 15 centímetros
por año6.
En los límites de las placas –lugar donde se concentra la mayor
parte de la deformación del planeta–, las rocas están sometidas a
esfuerzos extraordinarios durante muchos años, incluso décadas,
Ugalde, Arantza. “Una Tierra dinámica. El origen de los terremotos”, en Ugalde,
Arantza (coord.). Terremotos: cuando la tierra tiembla. Madrid, CSIC, 2009, p. 34.
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hasta que llega un momento en que se supera la resistencia del
material; cuando esto sucede se genera una dislocación, los esfuerzos se relajan en cuestión de segundos y “parte de la energía
elástica se disipa en forma de calor y procesos no elásticos en la
zona de ruptura y otra parte en forma de ondas sísmicas”7. Por lo
tanto, y de acuerdo a este proceso, más del 80% de los seísmos
ocurren a lo largo o cerca de los límites entre las placas tectónicas
y reciben el nombre de “terremotos interplaca”8.
Este singular proceso físico, que se repite en el tiempo aunque
aún sin una periodicidad determinada, afecta a gran parte del territorio chileno. Su particular ubicación, en el “Cinturón de Fuego
del Pacífico”–lugar donde se concentran algunas de las zonas de
subducción más importantes del planeta–, lo ha convertido en
uno de los territorios más sísmicos a nivel mundial, ya que aquí
la placa de Nazca se introduce debajo de la placa Sudamericana
originando una tensión que geológicamente puede derivar en dos
procesos: liberar energía en forma paulatina, originando sismos
de baja intensidad e imperceptibles para el hombre; o bien acumular energía por la resistencia que opone la placa Sudamericana
a la penetración de la placa de Nazca, siendo liberada de forma
brusca cuando la primera no resiste la presión9.
Vidal, Francisco. “Los terremotos y sus causas”, en Posadas, Antonio y Vidal, Francisco (coords.). El estudio de los terremotos en Almería. Almería, Instituto de Estudios
Almerienses, 1994, p. 19.
7
8
Ugalde, “Una Tierra dinámica…., p. 34.
9
Según la “teoría del rebote elástico” enunciada por R. H. Ried en 1911, a medida que