“¡Levántate y anda!” – Fe y curación

Casa Publicadora Brasilera
Comentarios de la Lección de Escuela Sabática
II Trimestre de 2016
El libro de Mateo
Lección 4
(16 al 23 de abril de 2016)
“¡Levántate y anda!” – Fe y curación
Dr. Milton L. Torres
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Introducción (Mateo 7:28, 29)
Los últimos versículos del capítulo 7 de Mateo anuncian el final del Sermón del Monte, y preparan el camino para la sección narrativa (Mateo 8: - 9:35), que antecede al
segundo sermón de Jesús en este evangelio, cuyo tema es el envío de los Doce
(9:36 – 10:42)
Tocando al intocable (Mateo 8:1-4)
Según la lección, la lepra era un ejemplo tan horrendo de la vida en este mundo
caído y arruinado, que llegaba a ser considerada como una forma de castigo divino,
tal con sucedió en el caso de María (Números 12:9-12). Sin embargo, cuando Jesús
descendió del monte donde acababa de predicar su famoso primer sermón, se encontró con un leproso anónimo, un indigente más. En vez de evitarlo, tal como exigía
la costumbre de la época, Jesús escuchó su llamado, y –para espanto de los espectadores presentes– extendió la mano, lo tocó, y lo sanó.
Jesús se ocupó de este acto de sanación y misericordia porque entendía muy bien
que la lepra era representativa de la condición humana. Para imitarlo, hoy deberíamos dirigir nuestra mirada a otras circunstancias. De acuerdo con la madre Teresa
de Calcuta, en su libro A Simple Path, “la gran enfermedad de occidente en los días
actuales no es la tuberculosis o la lepra, sino ser indeseado, mal amado y dejado de
lado. Hoy podemos curar las enfermedades físicas por medio de la medicina, pero la
única cura para la soledad, la desesperación y la falta de esperanza es el amor. En
el mundo, hay mucha gente muriendo por falta de un pedazo de pan, pero hay mucha más gente muriendo por falta de un poco de amor. La pobreza de Occidente es
de una clase diferente: es una pobreza relacionada a la soledad y la falta de espiritualidad. Hay tanta hambre de amor, como hambre de Dios”. Con su gesto, Jesús
nos enseñó a no despreciar ni descuidar las personas que están enfermas por falta
Pastor y escritor, con maestrías en Lingüística y en Letras Clásicas, así como doctorados en Arqueología
Clásica y en Letras Clásicas, y con posdoctorados en Estudios Literarios, y autor de diversos artículos y
libros en el área de la Teología bíblica. Actualmente se desempeña como Coordinador de las carreras de
Letras y Traductorado en el Centro Universitario Adventista de San Pablo, campus Engenheiro Coelho,
donde también es profesor de Arqueología Bíblica y Lengua Griega en la facultad de Teología.
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de afecto y de esperanza en Dios. Como Él, necesitamos extender la mano y tocar a
esas personas.
El ejemplo de Cristo es, por encima de todo, una lección de compasión por los que
sufren. En el libro Las aventuras de Pi, que luego se transformó en filme en el año
2012, el autor Yann Martel reclama que siempre están los que pretenden defender a
Dios. Según él, “estas personas pasan al lado de una viuda deformada por la lepra que
mendiga unos centavos, al lado de niños vestidos con harapos que mueren en las
calles, pensando: ‘Esto no es de mi incumbencia’. Pero, si escuchan alguna blasfemia
en contra de Dios, eso es otra historia. Su rostro se vuelve rojo, comienzan a jadear y
pronuncian palabras airadas. Su grado de indignación es terrible. ¡Su determinación
asusta! Estas personas no logran percibir que Dios debe ser defendido interiormente, y
no exteriormente. Deberían enfadarse consigo mismas […] El principal campo de batalla por el bien no es el campo de un estadio público, sino el pequeño claro que hay en
cada corazón. De hecho, las circunstancias de las viudas y los huérfanos son muy
penosos, ¡y es en su defensa que deberían correr los santurrones!”.
El romano y el Mesías (Mateo 8:5-18)
Aunque un centurión romano tenía muchos soldados bajo su mando, su larga y tormentosa carrera militar generalmente le impedía formar una familia. De acuerdo con la
lección, tal vez el siervo agonizante fuera la persona más cercana con quien el centurión habría convivido. En el caso de este muchacho, otro indigente anónimo que fue
beneficiado con la bondad de Jesús. En este caso, Cristo no lo tocó. Siguiendo el
ejemplo de lo que el centurión era capaz de hacer en su labor diaria, el Maestro simplemente le dirigió palabras de autoridad, suficientes como para honrar la fe del oficial
romano, y sanar al enfermo. En su libro Fearfully and Wonderfully Made, el escritor
Paul Brand hace la siguiente reflexión: “A veces quedo pensando el por qué Jesús
siempre tocaba a las personas a las cuales curaba, muchas de las cuales eran deformes, obviamente enfermas, contaminadas y malolientes. Con el poder que tenía, fácilmente podía ejercerlo como si tuviera una varita mágica. De hecho, una varita mágica
podría alcanzar a más gente que un toque. Podía dividir a la multitud en diferentes
grupos, y organizar sus milagros: los paralíticos en un rincón, las personas afiebradas,
por un lado; las leprosas por otro. Podía levantar su mano y sanar a cada grupo de una
vez, en masa. Pero prefirió no hacerlo de ese modo. La misión de Jesús no consistía
en una campaña sanitaria, sino un ministerio volcado a las personas de manera individual, algunas de las cuales coincidían en estar enfermas. Quería que aquella gente,
persona por persona, sintiera su amor y cariño. Anhelaba sentirse plenamente identificado con ellas. Jesús sabía que no era fácil demostrar amor a las multitudes, pues el
amor generalmente presupone alguna clase de contacto físico”. Por eso, por ejemplo,
tomó a la suegra de Pedro por la mano “y la fiebre la dejó” (Mateo 8:15).
Tal vez, Jesús podría haber sentido que aquél centurión era una persona diferente.
Tal vez supo que ya creía lo suficiente en Él y lo amaba lo suficiente. No lo sabemos.
No obstante, podemos indagar por qué el Maestro demostró tanta confianza en él a
punto tal de recomendar su fe a la casa de Israel (Mateo 8:10).
En su caso, el toque no fue necesario, pues el corazón de él ya había sido arrebatado por la vida, la obra y el amor de Jesús de Nazaret. ¿Y en tu caso? ¿Qué se necesita para arrobar tu corazón?
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Demonios y cerdos (Mateo 8:23-34)
La Lección enseña que “en el pensamiento judío, era una prerrogativa exclusiva de
Dios la de gobernar la naturaleza y los demonios”. Jesús demostró ser, entonces,
mucho más que un simple predicador itinerante. En tierra o en el mar, Jesús es el
Hijo de Dios que tiene autoridad para calmar las tempestades de la vida y exorcizar
los demonios que nos atormenten. Se le dedica demasiada atención para explicar los
detalles de estas importantes secciones importantes del capítulo 8 de Mateo. La
gente quiere saber, por ejemplo, cuál fue la razón que llevó a Jesús a permitir que
los demonios ingresaran en los cerdos, tal vez su intención fuera la de derrotarlos en
sus puntos más débiles: la agarofobia (miedo a salir de su casa) y la hidrofobia (miedo al agua; cf. Mateo 12:43). Más allá de estos detalles, lo más importante es percibir
de qué modo la compasión de Jesús lo llevaba a ayudar a las personas.
Jesús mismo era diferente, y diferente de nosotros. Según Bart D. Ehrman, en su
libro Did Jesus Exist?, en el cual defiende la historicidad de Cristo, Jesús no sería
reconocido por su predicación en la mayoría de las iglesias actuales. “Él no pertenecía a este mundo. No era capitalista. No creía en la libre iniciativa. No apoyaba la
acumulación de riquezas y las buenas cosas de la vida. No creía en la educación en
masa. Nunca había escuchado hablar de democracia. No asistía a la iglesia en domingo. No tenía número de registro en la oficina impositiva, ni era beneficiario de
programas de asistencia gubernamental […] Su mundo era diferente del nuestro. Sus
preocupaciones eran distintas de las nuestras y –lo que es más impresionante aún–
sus creencias no eran las nuestras”. Mientras nos preocupamos más de las cosas
materiales que nos aportan confort y comodidad, las principales preocupaciones de
Jesús eran las de índole espiritual y social. Él libraba reñidas batallas contra los
poderes que esclavizaban el espíritu y arruinaban el cuerpo.
En cierto sentido, Umberto Eco fue bastante sensato al afirmar, en su ópera prima
En el nombre de la Rosa, que “la esperanza que ofrece un movimiento es muy importante. Todas las herejías son la bandera de una realidad: la exclusión. Barre la
herejía, y encontrarás a leprosos. Toda batalla contra las herejías pretende sólo una
cosa: dejar al leproso donde está”. Jesús era exactamente lo opuesto a esto. Él solo
deseaba una cosa: liberar al leproso, al endemoniado, al despreciado, al marginado,
al desposeído, al excluido. De una manera u otra, todos podríamos ser colocados
bajo alguno de esos rótulos; todos, de un modo u otro, nos sentimos excluidos en
algunas ocasiones. Pero Jesús quería que se hiciera “una gran bonanza” en la vida
de todas las personas (Mateo 8:26). Lo lamentable es que nosotros prefiramos ponernos bajo el control de autoridades objetables y continuemos saliendo a su encuentro para rogarle que se retire de nuestra vida (Mateo 8:34).
“¡Levántate y anda!” (Mateo 9:1-8)
Jesús, en el capítulo 9 de Mateo, continúa sanando. “Sin embargo –de acuerdo con
Elena G. de White–, no era tanto la curación física como el alivio de su carga de
pecado lo que [Jesús] deseaba“. 2 De acuerdo con ella, si el paralítico que fue llevado ante Jesús en un lecho en Capernaúm, “si podía ver a Jesús, y recibir la seguri-
2
Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 233.
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dad del perdón y de la paz con el Cielo, estaría contento de vivir o de morir, según
fuese la voluntad de Dios”.
En el libro Wit and Wisdom of Mark Twain, el editor Alex Ayres le atribuye una cita interesante al escritor norteamericano del cual escribe: “El miedo a la muerte es una consecuencia del miedo a la vida. Una persona que vive plenamente siempre está preparada
para morir”. Aunque fuera de su contexto, esta cita tal vez pueda ayudarnos a comprender la verdad que Jesús le transmitió a aquél hombre paralizado por la angustia de la
enfermedad: con Cristo, no necesitamos temer ni a la vida ni a la muerte. Necesitamos fe
para levantarnos y andar; necesitamos fe para morir con una enfermedad, y necesitamos
fe para vivir con ella. En suma, necesitamos fe en cualquier situación.
Dejen que los muertos sepulten a sus muertos (Mateo 8:18-22;
Mateo 9:9)
Mateo contrasta la manera por la cual las personas reaccionan ante el llamado de
Cristo. El escriba evalúa el costo y desiste (Mateo 8:18-20). Un discípulo manifiesta
su disposición a seguirlo, pero no logra despojarse de su preocupación por sus familiares ni –posiblemente– su inquietud acerca de las circunstancias de la vida (18:21,
22). Finalmente, Mateo –de manera algo modesta– en apenas un versículo (9:9*),
relata su decisión de seguir al Maestro. En última instancia, todos somos confrontados con esa opción. Podemos continuar lejos de Cristo, acomodados en nuestra
madriguera de pecados y egoísmos, sepultando nuestros sueños y devaneos muertos, o podemos levantarnos ahora mismo para vivir una vida espiritual con Aquél a
quien verdaderamente le importamos.
Consideraciones finales
Los biógrafos de Gandhi afirman que el pacifista acostumbrara repetir al despertar:
“A nadie temeré excepto a Dios; no desearé el mal a nadie; no me sujetaré a ninguna
injusticia, sino que vencerá la mentira con la verdad y, al resistir a la falsedad, soportaré toda clase de sufrimiento”. A Jesús le habría gustado Gandhi. Un hombre que,
como Él, estaba dispuesto a padecer sufrimientos para aliviar los dolores ajenos. Tal
como hemos visto en esta lección, en lo que respecta a la sanidad humana, como en
el caso del centurión romano (Mateo 8:5-13), el cristiano necesita más fe: fe en el
mensaje, en el Salvador, en su poder, y en su promesa de que, ya sea que vivamos
o muramos, seremos del Señor (Romanos 14:8).
Dr. Milton L. Torres
Profesor
Universidad Adv. de San Pablo
Brasil
Traducción: Rolando Chuquimia
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