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Tikun Shavuot – AMIJAI / 5774
‫תיקון שבועות תשע"ד‬
:‫ברשות מורי ורבי‬
Con el permiso de mi Rabino y Maestro:
¿Por qué cayó el Primer Templo?, preguntaron nuestros sabios de la
antigüedad, y la respuesta fue: “Por idolatría, derramamiento de sangre e incesto”.
¿Y el Segundo Templo? “Por odio vano entre hermanos y porque no veneraron más
allá de la letra de la Ley”.
Después de la destrucción del Bait Sheini, el Templo de Jerusalén, se instituyó
(4-‫ונשלמה פרים שפתינו )הושע י"ד‬
(“U´neshalmáh Parim Sefateinu”- Oseas 14; 3): en lugar del animal (para el
sacrificio), nuestros labios, es decir nuestras palabras, nuestras ‫( תפילות‬tefilot),
nuestras plegarias, así es que voy a compartir algunas reflexiones, tal vez, como
humilde ofrenda en comunidad
No sabemos qué sucederá en el Siglo XXI. ¿Acaso la generación de los padres
puede saber cuál será la identidad y el futuro de la generación de los hijos, los nietos
y los bisnietos? Cada generación es la creación de una identidad nueva que se
diferencia de las anteriores. ¿Es factible, entonces, conjeturar el contenido de una
creación que no será obra nuestra?
Supongamos que vivimos en el año 1880 y nos piden nuestra profecía respecto
de los próximos 120 - 130 años. Recordemos el trasfondo histórico de 1880. El
mundo está gobernado por imperios colonialistas. El mayor de ellos es Gran
Bretaña. La Tierra de Israel es una provincia bastante abandonada del Imperio
Otomano. Su población judía es reducida, ortodoxa y en su mayor parte, urbana.
Hace unos cuatro años se establecieron algunas colonias y llegó Eliézer Ben Yehuda
y comenzó a hablar hebreo con su familia.
La gran mayoría del pueblo judío vive en Europa Oriental. Hay millones de
personas desplazándose como inmigrantes desde el viejo mundo hacia América. En
los países industrializados la mayor parte de la población está sumida en la pobreza.
Las enfermedades más peligrosas son la neumonía y la tuberculosis. Es el mundo de
la Reina Victoria, Bismarck, Víctor Hugo, Dickens, Brahms, Toulouse Lautrec; del
carbón, de las lámparas de gas, de los trenes, de los barcos de vapor. Un mundo
donde Albert Einstein es un niño de un año. Winston Churchill de seis. Theodor
Hertzl es un abogado y periodista bastante asimilado. Sigmund Freud, un joven
médico de veinticuatro años, María Montessori tiene diez años, y John Dewey tiene
veintiún años. Charles Darwin, Adolf Hitler y Jean Piaget aun no han nacido…
En la República Argentina, nuestro primer Premio Nobel, el Dr. Carlos
Saavedra Lamas, tiene dos años de edad, los doctores Bernardo Houssay, Luis F.
Leloir y César Milstein, aun no han nacido. La Ley de Registro Civil, la Ley 1420 y
la Ley Sáenz Peña, aun no se conocen.
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¿Qué sabemos nosotros en el año 1880 y cuáles son los medios de información
con que contamos que nos permitan suponer que en las próximas décadas tendrán
lugar dos guerras mundiales?, ¿y que en la segunda desaparecerán dos tercios del
pueblo judío?, ¿que de un puñado de colonias judías que no podían sostenerse
económicamente, surgiría, pasadas dos generaciones, una nación judía
independiente?, ¿que de una única familia que hablaba hebreo, esta lengua se
expandiría hasta convertirse en lengua oficial y patrimonio de toda una sociedad?,
¿que pasados treinta años se formulará la Teoría de la Relatividad, poniendo fin a la
concepción mecánica del mundo, estructurada doscientos años atrás, en base a la
Teoría de Newton? ¿Qué sabemos nosotros que nos permita prever en el curso de
los próximos cien años la televisión, la bomba atómica, las computadoras, el
transporte aerocomercial, las misiones espaciales tripuladas, la ingeniería genética y
la decodificación del genoma humano, la fecundación in-vitro? ¿Qué sabemos que
nos permita predecir una sociedad de consumo?
Por supuesto que las semillas del futuro están dispersas en algunos puntos del
pasado. Pero ¿quién en 1880 podía decir cuáles de ellas se concretarían en las
generaciones siguientes?, ¿en qué forma? y ¿cuáles serían sus dimensiones? Los
cambios más grandes y sorpresivos son en su mayoría fruto de la creación de
individuos, de grupos pequeños, de minorías dentro de las sociedades. Si alguien
hubiese descripto en 1880 nuestro mundo tal como lo conocemos en 2014, esas
imágenes hubiesen sido consideradas producto de una fantasía mitológica o incluso
delirante.
Por eso no sabemos qué sucederá avanzado el siglo XXI. No sabemos quiénes
son los niños que crecen y se educan ahora entre nosotros y que llegado el día, por
obra de su talento y de su imaginación creadora, producirán vuelcos sorprendentes
en la sociedad. No conocemos los conceptos, las ideas, los instrumentos, los hechos,
que dentro de unas generaciones, serán fundamentales en la vida de nuestros hijos y
nietos, y que hoy no tomamos en consideración, o que tal vez, aun ni siquiera
existen. No sabemos y, de todas formas, esta cuestión nos fascina. Nos fascina,
como toda incógnita de la que formamos parte y que es continuación y resultado de
nuestra vida y de nuestros actos.
Quizás podamos inspirarnos en el precepto impartido a Abraham, nuestro
primer patriarca, cuando emprendió su camino:
‫אַראֶ ָךּ‬
ְ ‫ָאָרץ אֲ שֶׁ ר‬
ֶ ‫ֵאַרצְ� וּמִמּוֹלַדְ תְּ � וּ ִמבֵּית אָבִי� אֶ ל ה‬
ְ ‫"לֶ� לְ� מ‬
(‫א‬/‫י"ב‬,‫)'בראשית‬
“…Vete de tu Tierra, de tu patria, de la casa de tu padre, a la tierra que te
mostraré…” (Génesis XII,1)
. La imagen que sirve a este precepto es una flecha: Vete de todo aquello que
conoces, tierra, patria, familia; a la Tierra que Te Mostraré - que todavía no conoces
- y que sólo cuando llegues, te será revelada. En ese suspenso vivimos nosotros y las
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generaciones venideras: entre una realidad conocida (hasta cierto punto), que vamos
dejando atrás y un futuro desconocido y diferente.
No sabemos qué sucederá en el futuro. Pero sí podemos - e incluso debemos atrevernos y trazar varios sentidos, que señalen las tendencias del desarrollo.
Basemos estas tendencias en una contemplación retrospectiva que se remonta a cien,
doscientos años, o incluso más.
Nuestro mundo está compuesto por cientos de culturas diferentes. Cada cultura
y su idioma, cada idioma y su forma individual de interpretar la creación. Por
supuesto que hay muchos campos comunes entre las diversas culturas, si no, no
podrían llegar a una intercomunicación. Pero las diferencias existen, pues la mayoría
de las identidades nacionales, nacen y crecen a partir de concepciones polarizadas
del mundo, que las hacen enfrentarse adoptando generalmente una actitud de
superioridad. Son muy pocas las civilizaciones o culturas que aprendieron a ser
tolerantes y comprensivas con la existencia soberana de los otros. Sin embargo nos
encontramos en una era en la cual el transporte, la comunicación y los sistemas de
información mundiales, reúnen a miembros de distintos orígenes y procedencias,
cada vez con mayor frecuencia. Por eso estamos aprendiendo a pertenecer
simultáneamente a dos o más culturas diferentes: a un “sistema mundial único” en el
cual todos son partícipes y asumen una responsabilidad colectiva y a una “cultura
propia”, que es patrimonio de cada país, de cada sociedad, de cada idiosincrasia, y
se expresa en su idioma particular.
Ya se ha cumplido más de un siglo de la visión de Hertzl. Según Hertzl, el
problema de los judíos era el antisemitismo, y el establecimiento de un estado judío,
estaba destinado a resolver ese problema. Hertzl estaba en lo cierto. Para su
generación y para la siguiente, el antisemitismo fue el mayor problema para los
judíos. Pero el orden histórico de los acontecimientos, se invirtió. En lugar de que el
establecimiento de un estado judío impidiese la catástrofe, la catástrofe precedió al
estado. Varias generaciones después del establecimiento del Estado Judío, se sabe
que éste no resolvió el problema judío. Para la mayor parte del pueblo judío que no
eligió vivir en Israel, el problema ya no es el antisemitismo - que por otra parte
continúa existiendo - sino la condición intrínseca judía. El problema de la
supervivencia física se convirtió en el problema de la supervivencia de la identidad
judía. ¿Cuál es el significado del judaísmo para los judíos, individual y
colectivamente? La mayoría de los judíos del mundo no tienen una respuesta
suficiente para esta pregunta. Hay una alta tasa de asimilación y el proceso de
erosión de la identidad es muy marcado.
¿Qué pensamientos, sentimientos o acciones o qué reminiscencias del judaísmo
que heredamos y cultivamos, quedarán dentro de dos o tres generaciones? ¿Cuánto
podrá Israel mantener la identidad judía propia y como centro espiritual y referente
para la diáspora?
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Por supuesto que sin tierra, sin país no hay independencia ni soberanía judías,
y sin independencia la identidad judía peligra aun más. Pero la tierra por sí sola no
confiere identidad, sino una base sobre la cual el ser humano construye su vida y la
carga de significado que permita medirse con las preguntas: ¿Cuál es la clave de mi
conducta? ¿Qué principios orientan mis relaciones con mi familia, con mis vecinos,
con mis conciudadanos judíos y no judíos? ¿Quién soy yo ante mí mismo? ¿Quién
soy ante mi prójimo? ¿Cuál es la mejora que aporto al mundo desde el concepto de
“Tikun Olam”? ¿Cuáles son las prioridades de nuestra identidad? ¿Con qué estamos
más comprometidos?
Hoy, ya estamos en pleno siglo XXI y nos enfrentamos, al igual que lo harán
las generaciones siguientes, a aquello que nos fue inaccesible, que no hemos logrado
hasta ahora. ¿Qué no hemos logrado, además del rescate de la polarización entre
hermanos, que se convirtió, para muchos de nosotros, en tal exageración de
conflicto, hasta el punto de atribuirle dimensiones mitológicas?
No es una tensión nueva en nuestra historia. Dice el profeta Isaías: …“Para qué
a mí la multitud de vuestros sacrificios…quitad la iniquidad de vuestras obras; dejad
de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad juicio; restituíd al agraviado; oíd
en derecho al huérfano; amparad a la viuda”… O el Sabio Hillel: “No hagas a tu
prójimo lo que no deseas que te hagan a ti; esta es toda la Ley”. Estas voces
resuenan en nuestro interior para plantear el problema del contenido de nuestra
identidad. La desaparición o la asimilación no son el futuro si aprendemos a vivir
con nuestro nombre: “Am Israel”. Israel: el que luchó con el ángel, con lo
inaccesible, y venció.
La generación próxima deberá confrontarse con aquello que fue inaccesible
para la nuestra.
¿Qué nos fue inaccesible, además del rescate de la subyugación a la cultura
material y a la cultura del consumo, del sometimiento a la cultura del producto, la
imagen y la pantalla, que se vuelven obsoletos al instante de ser comprados, y que
para muchos de nosotros reemplazaron a la cultura del libro?
¿Qué nos fue inaccesible además de la sujeción a la dimensión visual, que está
reemplazando a la dimensión conceptual?
¿Qué no hemos logrado, además del cambio de relaciones centradas en la
fuerza, por relaciones basadas en el diálogo entre seres soberanos e iguales? Diálogo
en la familia, entre generaciones, entre hombres y mujeres, entre ciudadanos de
diferentes comunidades, entre miembros de la mayoría y miembros de la minoría.
¿Qué nos fue inaccesible además de la posibilidad de fusionar la bendición
encerrada en las dos culturas con que contamos: la afabilidad y el respeto para con
el prójimo, que es parte de las tradiciones judía y árabe del cercano oriente (y del
lejano también), y la enorme curiosidad que nos mueve a perfeccionar lo que
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sabemos, y la tolerancia ante una opinión diferente, que es parte de la tradición
científica de occidente y sostiene la democracia?
¿Qué nos fue inaccesible además de la posibilidad de convertirnos de una
sociedad competitiva en una sociedad benevolente? ¿de una sociedad de consumo
en una sociedad de estudio?
Dos veces en el Siglo XX el pueblo de Israel fue sometido a prueba. Una de
ellas terminó con la mayor catástrofe de nuestra historia y la otra culminó en
redención. Sabemos que en el futuro, seguirán coexistiendo el gran temor y la
excelsa promesa. El peligro de aniquilamiento de pueblos enteros y la perspectiva de
una sorprendente era de humanidad luminosa y emocionante. Y en esa encrucijada
estamos también los judíos. ¿Podremos junto con todos los seres y pueblos de buena
voluntad, convertir nuestra energía creadora en acción mancomunada para lograr
paz y prosperidad para todos?
Nos formulamos todas estas preguntas para revisar serena y objetivamente
nuestras metas y políticas de largo plazo, que no ejecutaremos solos, pero que sin
dudas, dejaremos como bases para el futuro desarrollo de las comunidades. Aquí es
clave la mirada articuladora de dirigentes, funcionarios, maestros, padres y
madres. Porque todos debemos encargarnos de que todos, en la sociedad y en las
instituciones, sean conscientes de que “existen” porque son relevantes: que existen
para cumplir con las responsabilidades que les competen. Porque como han
señalado muchas investigaciones, “asistimos a un quiebre de las funciones
tradicionales de transmisión e integración cultural de los sistemas educativos
expresado en un déficit de socialización al que contribuyen la pérdida de la
capacidad educadora de la familia, de la misma escuela, de las comunidades
locales, del deterioro de la autoridad y la calidad de vida del maestro, la fuerte
presencia de la televisión y las nuevas tecnologías, el empobrecimiento de las
significaciones, el debilitamiento del tejido simbólico que organiza ideales y
creencias” (Tedesco).
La idea de mirada articuladora, está bellamente expresada por Italo Calvino en
el diálogo de Marco Polo con el Kublai Khan en su libro “Las ciudades invisibles”:
Marco Polo describe un puente piedra por piedra.
- Pero, ¿cuál es la piedra que sostiene el puente? Pregunta Kublai Khan
- El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla, responde Marco,
sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso reflexionando. Después añade:
- ¿Por qué me hablas de las piedras? ¡Lo único que importa es el arco!
Polo responde:
- Sin piedras no hay arco.
El todo y las partes, lo grande y lo pequeño articulados en procesos
comunitarios estratégicos, que hacen a las definiciones de misión, visión e
identidad. El arco y cada una de las piedras articuladas. Traducidas en las
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comunidades con sus respectivas lógicas, demandas y evaluaciones, sobre los que se
seguirá pensando, planificando y edificando las respuestas de liderazgos voluntarios
y profesionales que exijan los desafíos por venir.
¿Acaso un elevado número de conciudadanos de las generaciones que nos
siguen lograrán alcanzar ese utópico e imprescindible bien común, con sus
esfuerzos y sus convicciones; o será obra de unos pocos que no caerán nunca en
la desesperación? No lo sabemos, pero en nuestra generación, la decisión,
felizmente, está todavía en nuestras manos. Somos una flecha muy consistente en
el mapa conceptual de la vida comunitaria. Tenemos la pasión, los saberes, la
voluntad y el compromiso probados, sin arrogancia, en cada acto cotidiano, para
que nuestros jóvenes aprendan, discutan, acuerden o cambien, tal como nos
comportamos nosotros, al recibir, amorosamente, las enseñanzas de nuestros
mayores.
Son sueños, quizá imperdonablemente ingenuos. Pero hay fines prácticos a los
que vale la pena aspirar. Es extremadamente necesario que detengamos, hasta donde
sea posible, la fuga de nuestros mejores jóvenes talentos de la ciencia y del
humanismo para que sean los más calificados maestros y educadores de todos los
niveles y modalidades. Si nuestros mejores estudiantes, legítimamente, buscan otros
horizontes, entonces no es fácil salvar el abismo entre el sur y el norte. Si nuestros
jóvenes deciden poner a alguien de la farándula por encima de Maimónides, de
Bialik, de Belgrano, de Sarmiento o de Milstein; por encima de Borges, de Golda
Meir, de Sábato o de Cortázar, antes que Ben Gurion, Favaloro, el Rav Kuk,
Ginastera o Rosenzweig, en sus listas de tesoros nacionales, si las escuelas e
instituciones del saber, las librerías, las salas de concierto y los teatros compiten en
desventaja con el pasatiempo superficial, el fallo, sencillamente, es nuestro. Porque
el núcleo de una cultura son las obras clásicas de todas las disciplinas, es decir,
intemporales. Y son intemporales, porque su significado trasciende la muerte. Es
característico de las grandes obras el hecho de que nos interrogan, nos exigen una
reacción, una respuesta. Las obras de Agnon, de Rajel, de Berni, de Chagall y de
Soldi, el Facundo, la Misa Criolla y una “suguiá” del Talmud, nos dicen: debes
hacerte cargo responsablemente de tu vida. Y la educación que recibimos,
brindamos, recreamos y transmitimos nos indica que persistamos en no rehuir lo
difícil, pues la excelencia es tan difícil como rara. Sólo los necios hacen caso omiso
de la tradición y del conocimiento. Así es que estar a nuestras anchas en el mundo
de la tradición, de la educación, y de la transmisión del conocimiento y la cultura
significa estar a nuestras anchas en muchos mundos, en muchos lenguajes: estar a
nuestras anchas en la historia de las ideas, en la literatura sagrada y la profana, en la
música, en las ciencias y en las artes.
Pero también señalemos que una y otra vez vemos que el conocimiento
intelectual por sí solo no ofrece garantía alguna, sea cual fuere, de sano juicio moral,
ni mucho menos de una ética superior. Hubo y hay mentes eruditas que cultivan el
nihilismo, e intelectuales que obsesionados por conceptos abstractos, no vacilan en
legitimar la violencia. Sigamos valorando, cuidando y cultivando los principios y
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valores que a lo largo de milenios nos colocaron en el lugar de privilegio que nos
permite heredarlos y ejercer la bendita tarea de cultivarlos, enseñarlos y
transmitirlos con amor a las generaciones que nos siguen.
En un bellísimo texto en yiddish, de hace unas décadas, el poeta Yaakov
Glatshtein decía:
…”Era tan poco lo que había,
¿cómo es que quedó tanto?”...
Veamos,
Los eruditos del hebreo bíblico y talmúdico, tienden alrededor de la palabra
‫( מקרא‬Mikrá), una red de significados. La Mikrá pudo ser el origen de la cita, de
la vocación y de la con-vocación. Experimentar la Torá y el Talmud como
Mikrá, aprehender estos textos en su plenitud, cognitiva y emocional, es oír, ‫שמע‬
(Shemá), y aceptar un llamado, es reunirse con uno mismo y con la inseparable
comunidad en el lugar de la llamada, de la con-vocatoria. Los conceptos que
acompañan a Mikrá, convierten la lectura del texto y sus comentarios en el lugar
literal y espiritual del reconocimiento propio y de identificación comunitaria del
pueblo judío.
Está expresado en 8 ,‫יהושע א‬, Josué I, 8:
‫ַתּוֹרה ַהזֶּה ִמפִּיך ְו ָהגִיתָ בּוֹ יוֹמָם ָו ַליְלָה‬
ָ ‫לא יָמוּשׁ ֵספֶר ה‬
Josué I, 8: “El Libro de La Ley, nunca se apartará de tu boca, meditarás en Él de
día y de noche”. La Torá se encuentra en el lugar de la llamada (Mikrá) y en el
tiempo de la llamada. La morada asignada a Israel, es también la Casa del Libro,
‫בית הספר‬. (Beit Ha´Sefer).
Así, el Texto es el Hogar, y cada comentario, un regreso. Cuando leemos, en
virtud del comentario, convertimos la lectura en un diálogo y en un eco que vibra
y reverbera entre todas las generaciones; las que nos precedieron, la nuestra y las
que vendrán. El aparente nómada de la verdad, el exiliado, lleva el mundo en sí
mismo, lo transporta hacia rincones no explorados y los hace habitables y
humanos. El texto constituye el corazón (cuerda, cordial) de nuestra identidad. El
texto es, entonces, a un tiempo, camino (Dérej) ‫ דרך‬, sendero (Shvil) ‫ שביל‬y
morada (Bait) ‫בית‬. Lo llevamos a cuestas y habitamos en Él, con los placeres y
las tensiones e incomodidades que esa lectura nos suscita.
Aquí tenemos una clave de por qué tantos hombres y mujeres judíos, están
tan próximos a la inteligencia moderna, tanto en el terreno humanístico como en
el científico. La presencia judía en las matemáticas, en la física, en la medicina,
en el arte, en la teoría económica y social, es heredera forzosa de esas lecturas e
interpretaciones.
¿Era tan poco lo que había?...
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Según una creencia cabalística y jasídica, el mal se introdujo en el mundo a
través de la hendidura creada por el fino trazo de una sola letra equivocada en el
texto sagrado y por eso, el sufrimiento humano, nace de la transcripción errónea
de una sola letra o de una sola palabra cuando Dios dictaba la Torá a su escriba
electo. Esta fantasía refleja a la perfección la clave de la erudición, pues define al
judío (o a algunos judíos… ¡tampoco hay que exagerar!) y al judaísmo como
quien sostiene permanentemente una pluma mientras lee, interpreta y polemiza.
Solemos hablar de madurez, y ritualmente hablando, somos admitidos en la
historia del judaísmo para iniciar esa tarea de maduración, el día en que por
primera vez somos llamados - literalmente Mikrá - al texto, el día en que somos
llamados a subir, a ascender, ‫( עליה‬Aliá), a leer correctamente un pasaje de la
Torá. La aceptación de este llamado en el sentido de responsabilidad, debe tener
para cada uno de nosotros - para el más humilde y para el más encumbrado - el
sentido de integrar la comunidad y rendir cuentas de nuestros actos.
Como dice Emmanuel Levinas, el pensamiento y la acción son atención al
otro, al prójimo, respuesta a su rostro, búsqueda de comunicación para mantener
una relación ética, en el sentido de que el otro, el prójimo, me afecta y me
importa, por lo que me exige que me encargue de él antes de que yo lo elija. El
otro, el prójimo, es el origen de nuestra responsabilidad.
Lo relaciono con el peso de las historias de corrupción e irresponsabilidad,
por ejemplo, aquella en la que Ajab da motivo al Profeta Elías para decir:
(19,‫ כ"א‬,'‫הרצחת וגם ירשת? )מלכים א‬
(¿Ha´ratzajta ve´gam yiarashta?) “¿Asesinaste y también quieres heredar?”,
(Reyes I, XXI – 19), suele usarse corrientemente en hebreo y en yiddish para
agregar a la Máxima:
"‫ השתדל להיות איש‬,‫"במקום שאין אנשים‬
(Be´makom she´ein anashim, hishtadel lihiyiot ish).
“En el lugar donde no haya hombres - personas - procura tú ser un hombre”
Cuenta Séneca que un hombre le dijo a Lelius:
“¡Ya tengo sesenta años!”
¿Hablas - le respondió el sabio - de los sesenta años que ya no tienes?
Diríamos hoy: concéntrate en las buenas acciones que vas a hacer de aquí en
más, de los, por lo menos, próximos diez minutos en los que no vas a hablar mal
de nadie, de los proyectos de Tikun Olam de tu propio mundo. Ya no tenemos
más sesenta años, no los tenemos más, aunque vivamos ciento veinte… (y todos
nos lo deseamos de corazón).
Por eso propongo algo muy simple, siguiendo con el Profeta Isaías, que ya
mencioné, acerca de que Dios No Necesita, Ni Quiere nuestros sacrificios;
Quiere, en todo caso, (que) “quitemos la iniquidad de nuestras obras, (que)
dejemos de hacer lo malo (y todos sabemos muy bien a qué se refiere), (que)
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aprendamos a hacer el Bien, haciéndolo, (que) busquemos juicio, (que) oigamos
el derecho del huérfano y (que) amparemos a la viuda”.
En el Libro de los Proverbios está escrito:
(3 ,‫עֲשׂ ֹה צְדָ קָה וּמִשְׁ פָּט; נִ ְבחָר לַיהוָה ִמזָּבַח )משלי ל"א‬
(Asóh Tzedakáh u´Mishpat, Nivjar La´Adonay mi´Zavaj)
“Hacer justicia y juicio, es, a Dios, más agradable que sacrificios” (Proverbios
XXXI, 3).
Rashi nos explica, tal vez por eso, que cuando leemos o recitamos:
(20 ,‫ צדק תרדוף )דברים ט"ז‬,‫צדק‬
(Tzedek, Tzedek tirdof) Justicia, Justicia, perseguirás (Deuteronomio XVI;
20), repetimos dos veces la voz Justicia porque, la primera mención es para
alcanzar el objetivo de Justicia y la segunda es por los medios que vamos a
utilizar para ser justos.
Así es que hago propio el mandato, entonces, y es muy simple. Está en el
Talmud, Masejet Shabat 31; a, y lo cito:
Dijo Rabá: “En el momento en que una persona es llamada al juicio, le
formulan seis preguntas:
?‫באמונה‬
‫נשאת ונתת‬
1. ¿Negociaste
con. fe?
?‫ נשאת ונתת באמונה‬.1
(¿Nasa´ta ve´Natata be´Emuná?)
2. ¿Determinaste tiempos fijos para
estudiar Toráh?
?‫ קבעת עתים לתורה‬.2
(¿Kava´ta itim la´Torá?)
3. ¿Te ocupaste de fructificar y
multiplicar?
?‫ עסקת בפרייה ורבייה‬.3
(¿Asakta bi´friyiáh u´reviyiáh?)
4. ¿Has anhelado la redención?
?‫ ציפית לישועה‬.4
(¿Tzipita la´Yeshuáh?)
5. ¿Analizaste y discutiste con
sabiduría?
?‫ פלפלת בחכמה‬.5
(¿Pilpalta be´Jojmáh?)
6. ¿Has entendido algo más de lo
que habías entendido antes?
?‫ הבנת דבר מתוך דבר‬.6
(¿Heivanta davar mi´toj davar?)
¿Ven que no era tan poco lo que había?
Dice Rabí Iosé:
Nunca entendí ese versículo que dice:
�‫דְּ ָרכֶי‬-‫ וְ�א תַ ְצלִי ַח אֶ ת‬,‫ כַּאֲ שֶׁ ר יְמַשֵּׁ שׁ ָה ִעוֵּר בָּאֲ ֵפלָה‬,‫ְו ָהיִיתָ ְממַשֵּׁ שׁ ַבּ ָצּה ֳַריִם‬
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(29 -‫)דברים כ"ח‬
(Ve´hayíta memashesh ba´tzhohorayim, ca´asher imashesh ha´iver ba´afelá,
ve´lo tatzliaj et derajeja; Devarim XXVIII, 29)
“Y andarás a tientas al mediodía, como palpa un ciego en la oscuridad”.
(Deuteronomio XXVIII, 29).
¿Qué diferencia hay para un ciego, si es de día o de noche?; siempre anda a
tientas en la oscuridad…
Hasta que un día – dice – vi a un ciego que portaba una antorcha;
le pregunté:
- ¿para qué llevas la antorcha si no ves lo que alumbras?...
respondió:
- Yo no veo, pero si llevo la antorcha encendida, otros me verán a mí …
Puede ser que nos resulte dificultoso ver y comprender muchas cosas de
nuestra historia y de nuestra tradición, pero estamos aquí porque decidimos
portar la antorcha y hacernos responsables por transmitir esa luz y su mensaje,
por nosotros mismos, por nuestras familias, por nuestros afectos y por la
comunidad.
Según nuestra tradición en el mundo hay tres coronas.
La Corona de la Torá, la Corona de la Kehuná, es decir del Sacerdocio, y la
Corona de Maljuth, es decir del Reino. Esto implica una clara fundamentación
de los conceptos de poder y autoridad, de sus atribuciones y de sus
limitaciones…diría hasta de la “división de poderes”.
A partir de esa concepción, un extraordinario poeta hebreo, Shaúl
Tchernijovsky, retomó este principio. Bella y poéticamente alega que son otras
tres, las coronas que hay en el mundo; y lo más importante: ¡cada una de ellas
irradia su propia luz!
,‫שְׁ לשָׁ ה כְּתָ ִרים יֶשְׁ נָם בָּעוֹלָם‬
(Slosháh ketarim ieshnam ba´Olam)
y cada una irradia su propia luz
‫כֶּתֶ ר ְוכֶתֶ ר ְוזִיווֹ שֶׁ לּו‬
(Keter ve´Jeter ve´zivó sheló)
la Corona del heroísmo,
,‫ְבוּרה‬
ָ ‫כֶּתֶ ר שֶׁ ל גּ‬
(Keter shel Guevuráh)
la Corona de la Torá
‫תּוֹרה‬
ָ ‫כֶּתֶ ר שֶׁ ל‬
(Keter shel Toráh)
y la Corona de la Belleza, del Esplendor.
.‫ְוכֶתֶ ר שֶׁ ל יֹפִי – כֶּתֶ ר שֶׁ ל נוֹי‬
(Ve´Jeter shel Yiofi, Keter shel Noi)
Tres coronas hay en el Mundo,
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Y se refiere a la Belleza y al Esplendor, no sólo en sentido estético a la
manera de la filosofía griega, sino a algo más amplio y profundo: a La
Sabiduría…
En yiddish, cuando escuchábamos decir “Der Sheiner”, El Bello, El
Hermoso, se aludía al sabio, al erudito, al hombre de conducta ejemplar, que
irradia luz y embellece su propia vida y la de aquellos con los que comparte su
existencia. Un “Mentch”.
Sabiduría sin soberbia, con amor, responsabilidad y compromiso. Esa belleza
que es, a un tiempo, calidad humana y reflejo de la divinidad en las personas que
la poseen. Esa belleza que es esperanza y fe en que el mundo, nuestro mundo,
puede y debe mejorarse con nuestras acciones… Todos somos capaces de aportar
con nuestras acciones cotidianas para mejorar este mundo nuestro.
Eso es, ‫תקון עולם‬
Tikkun Olam, (Reparación o corrección del Mundo);
… y está también en nuestras manos, las manos del “Mentch” que cada uno de
nosotros es, o puede llegar a ser.
Si hay una ofrenda o un sacrificio que podemos tributar hoy, en esta noche de
Shavuot, fiesta de ofrenda de primicias, los mejores frutos nuestros, y
celebración por la entrega de la Torá, es precisamente asumir el compromiso de
ser socios de la Creación, de la Vida y de la Paz…
,‫בברכת שלום‬
Be´virkat Shalom, (con bendiciones de paz),
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