Familia: Raíces y Modernidad

Universidad de Montevideo
Facultad de Humanidades
Licenciatura en Traducción
Malena Camps
Montevideo, 28 de agosto de 2015
Familia: Raíces y Modernidad
Dentro del ciclo "Pensar Uruguay", el miércoles 19 de agosto se desarrolló la
jornada de reflexión "Entorno familiar y desarrollo social". La Universidad de
Montevideo tiene como vocación servir a la familia, por ello en esta jornada
pretendió servir como punto de partida para la consideración de los principales
desafíos de la familia uruguaya.
Durante la misma se llevó a cabo la conferencia titulada “Raíces y
Modernidad”. En esta disertaron la Rabanit Ruth Rubinstein, Directora de
Midrasha, y el Obispo Jaime Fuentes, Presidente de la Comisión de Familia y
Vida en la Conferencia Episcopal Uruguaya. La ponencia se tituló "Reflexión en
torno a la misión de los padres en la educación de sus hijos, el rol de la mujer
en la familia, la compatibilidad familia-trabajo". El moderador fue el Pbro. Xavier
Masdeu.
La mesa se desarrolló en dos partes: en primer lugar, se mantuvo un diálogo,
en forma de preguntas y respuestas conocidas previamente, entre el P. Xavier
y la Rabanit; en segundo lugar, el Obispo trató de las mismas cuestiones en un
discurso, uniendo todos los puntos en una sola presentación.
El primer tema presentado es el papel de la mujer en la familia, y se habla
acerca de los aspectos que la tradición religiosa subraya con más fuerza. Ruth
dice que para entender el papel de la familia, primero hay que comprender qué
es una mujer. Ella menciona que, en el segundo capítulo del Génesis en la
Biblia, se crea al hombre y que la mujer se construye a partir de la costilla del
hombre. Y rnos preguntamos: ¿Por qué Dios elige la costilla? Porque es el
lugar que está más cerca del corazón; eso en hebreo se llama “Biná”, que
significa inteligencia emocional, la inteligencia del corazón y esa es una
cualidad muy especial que Dios le dio justamente a la mujer.
Amplía sobre como las fuentes influyen en el papel de la mujer mostrando otra
diferencia que podemos ver, y es que la Biblia usa palabras distintas para
explicar como Dios creó al hombre y a la mujer. El hombre se creó, en cambio
la mujer se construyó. En hebreo todas las palabras que tienen relación con la
construcción, edificio, casa, llegan de la misma raíz que inteligencia del
corazón o “Biná”. La mujer tiene esta inteligencia emocional que le permite
construir una casa. En la Biblia la mujer recibe dos nombres distintos: uno es
“Ishá” (que proviene de la palabra “Ish” que significa hombre), aquí se puede
ver el rol de la mujer como la pareja del hombre; el segundo nombre que recibe
es Eva o “Java” en hebreo, que tiene la misma raíz que la palabra “vida”, lo que
significa que es la madre de todos los seres humanos, lo que nos hace
reconocer que el segundo rol de la mujer en la familia es el de ser una madre.
Es muy importante que estos dos papeles se complementen, que cuando
lleguen los hijos la mujer no se olvide de la pareja, que la mujer cumpla con las
dos partes que tiene en la familia.
Otra cosa que tienen en el judaísmo que es paralelo a la mujer es que en el
mapa de las estrellas, la metáfora de la mujer es la Luna. Nos podríamos
preguntar ¿Por qué justo la Luna? La Luna se renueva, cada mes empieza
vacía, en el medio del mes se llena y luego se vuelve a vaciar, es dinámica:
esto se puede relacionar con el ciclo hormonal de la mujer. La Luna también da
vueltas, y en el judaísmo uno de los derechos que recibió la Luna es que cada
festejo judío se fija por su posición, es decir que la Luna pone el ritmo durante
el año, y eso es lo que hace la mujer. La mujer es quien pone el ritmo de la
casa, es la que tiene la capacidad de adaptar las situaciones. También
menciona que una de las costumbres que llegan de la época del Antiguo
Testamento es que la mujer en la boda judía tiene que dar 7 vueltas alrededor
del novio, ; pero ¿Por qué 7 vueltas? Porque para los judíos el número 7 es el
más alto en la naturaleza, es lo más alto que una persona puede llegar en este
mundo, lo demás es sobrenatural. La mujer tiene este rol de abrazar la casa,
de abrazar a los hijos con amor, con cariño, protegerlos, y llevar a la casa estos
7 niveles hasta el final. Ella es quien pone el cariño, la preocupación y los
detalles en la casa.
Otro papel de la mujer es el de traer los hijos al mundo junto con el hombre. En
la Biblia dice que cada cosa que la mujer diga sobre la educación de los niños
hay que escucharla porque tiene esta inteligencia espiritual. La mujer debe ser
una madre y una educadora en la casa.
La segunda pregunta que se plantea es si es posible compatibilizar la
dimensión familiar y una ocupación profesional de primera línea. Ruth dice que
vamos a encontrar el rol de cada uno en el castigo que cada uno recibió. El
castigo del hombre implica trabajar muy duro para conseguir el pan, es decir
que se ocupa del tema económico; en cambio el de la mujer es que va a tener
hijos con mucho dolor, en este caso no se habla solo del momento del parto,
sino la preocupación que conllevan los hijos, estar para con ellos, la
responsabilidad espiritual. Generalmente todo el tema económico es
responsabilidad del hombre, en la boda judía, el hombre firma un documento
que lo obliga a darle a la mujer comida, ropa y todo lo que ella necesite. Si la
mujer quiere trabajar puede hacerlo también, pero el hombre es el de la
obligación. La responsabilidad general de la mujer es ocuparse de la casa, de
la educación de los hijos, pero lo ideal es que ellos se ayuden mutuamente. Es
decir que la mujer puede trabajar y ocuparse de su familia a la vez, todo
depende de la cantidad de horas que se trabaje, en qué época de la vida se
encuentre y el apoyo de la pareja en la casa. Hay cinco aspectos que se
relacionan con la posibilidad de la mujer de trabajar y de ocuparse de la familia
a la vez. El primer punto es que muchos jefes están equivocados al pensar que
no vale la pena tener madres como trabajadoras empleadas porque tienen
menos tiempo para trabajar y muchas preocupaciones, pero a su vez, hay
cualidades que solo va a recibir de una madre, por ejemplo la misericordia, la
inteligencia del corazón, la sensibilidad y la capacidad de hacer muchas cosas
a la vez, ya que son cualidades que la mujer desarrolla al ser madre y tener
que ocuparse de los hijos y de la casa. En segundo lugar, en el judaísmo se
cree que cada persona tiene una misión, llega al mundo para cambiar algo, y
es por esto que recibimos un alma y cada uno tiene dentro de su alma una
parte de Dios; y está la posibilidad de poder mejorar el mundo o a nosotros
mismos a través del trabajo que tenemos. El tercer aspecto es que para
algunas madres salir un poco de la casa o salir a trabajar puede ayudar en su
relación con la familia, ya que cuando salen a trabajar extrañan cosas de la
casa y cuando vuelven lo hacen con más energía. Si la madre está feliz
entonces los hijos también lo van a estar. El cuarto punto es que la mujer no le
va a hacer daño a la familia por ir a trabajar. Un concepto erróneo es el de
prevenir el tener hijos por miedo a perder la carrera o el trabajo, ya que si el
trabajo lastima el proyecto de vida, es uno que no tiene bendición. Por último,
es muy importante que en cada casa haya una imagen masculina presente y
para eso es necesario que los esposos se ayuden mutuamente para poder
mantener la familia y estar los dos presentes.
Continúa con las siguientes preguntas: ¿Cuál es la misión de los padres en la
educación de sus hijos? ¿Compete a ellos principalmente la tarea educativa, o
debería dejarse más en manos de instituciones especializadas: colegios,
universidades, centros de formación religiosa, etc.? La Rabanit explica que en
hebreo las palabras “educar” y “enseñar” provienen de la misma raíz que la
palabra “inaugurar”, porque el judaísmo quiere enseñar que todo el tema de la
educación es la manera para desarrollar la vida, no solo desarrollar al niño;
implica sacar el máximo potencial de las cualidades que el niño tiene. Se cree
que cada alma es un depósito que llega a la vida limpia, pura y feliz, y los
padres tienen la responsabilidad de que vuelva de la misma manera, por lo que
deben educarlo de la mejor manera; una buena opción es estudiar juntos con
los hijos, ya que al hacerlo se desarrolla un amor especial, un vínculo fuerte.
Sin embargo, la escuela también cumple una función vital en la educación de
los niños, es por esto que los padres deben llevarlo a un lugar con el que estén
de acuerdo con lo que se enseñe, las creencias, las costumbres.
En la última pregunta se alude al primer relato bíblico de la creación, que
señala que Dios bendijo a nuestros primeros padres diciéndoles “creced y
multiplicaos”; pero se menciona que es frecuente encontrar hoy una visión
contrapuesta: Los hijos serían un obstáculo para la plena realización de los
esposos. Ruth responde si realmente los hijos son una bendición divina y en
qué sentido lo son. Ella dice como metáfora que Dios creó al mundo y le dio al
hombre la llave para poder hacer lo que quisiera, pero que guardó para el tres
llaves: la de la lluvia, la de la vida después de la muerte y la de tener hijos. El
que decide la venida de un hijo es Dios, pero nosotros tenemos una gran parte
en eso; cuando una pareja decide tener hijos, cambia su situación en el mundo:
todos somos “visitantes” del mundo, pero esto cambia cuando tienes un hijo, en
ese momento te conviertes en “socio” de Dios porque creas algo en conjunto
con él, y ya tienes una responsabilidad en este mundo. También expone las
tres razones profundas para tener hijos: el primer punto es que el hijo es el
espejo de los padres, por lo que los obliga a mejorar sus actitudes, ya que son
el ejemplo y la educación pasa por el ejemplo (si actuamos bien, entonces los
estamos educando bien, y cuando educamos bien estamos agregando cosas
buenas al mundo); en segundo lugar, en el judaísmo se cree que cada alma
tiene una parte de Dios, por lo que por cada hijo que se trae al mundo hay más
presencia Divina, si nuestra misión es descubrir más presencia Divina entonces
debemos traer más hijos; por último, si Dios construyó a la mujer con potencial
de tener hijos, entonces esta le hace daño al mundo si no lo tiene, porque no
está usando el 100% del potencial que Dios le brindó.
Por otra parte, el Obispo comienza su discurso haciendo referencia al capítulo
del Génesis de la Biblia cuando Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza, que domine los peces del mar, las aves del cielo, los
ganados y los reptiles de la tierra; y creó Dios al hombre a su imagen, varón y
mujer los creó, Dios los bendijo y les dijo: sed fecundos, multiplicaos, llenad la
tierra”; es decir que Dios crea al ser humano, el único que posee su propia
imagen Divina, y lo crea haciéndolo partícipe de su ser en una doble manera:
siendo varón y siendo mujer, con todas sus características físicas y
espirituales.” O sea que los dos son iguales en dignidad – son imagen de Dios–
pero al mismo tiempo son distintos, y esos dos seres reciben de Dios una
participación de su poder creador. El Obispo aclara que la diferenciación sexual
tiene una finalidad absolutamente esencial, Dios ha instituido el matrimonio que
es la base de esa comunidad mayor que es la familia. Uno tiene libertad porque
es imagen de Dios, pero hay que tratar de usarla bien.
Luego se centra en el tema de la maternidad y de la familia, citando a Juan
Pablo II que dice que El hombre —varón o mujer— es la única criatura terrestre
a la que Dios ha amado por sí misma, es decir, es una persona, es un sujeto
que decide sobre sí mismo. Al mismo tiempo, el hombre «no puede encontrar
su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».´
Se ha dicho ya que esta descripción —que en cierto sentido es definición de la
persona— corresponde a la verdad bíblica fundamental acerca de la creación
del hombre —hombre y mujer— a imagen y semejanza de Dios. Esta no es una
interpretación puramente teórica o una definición abstracta, pues indica de
modo esencial el sentido de ser hombre, poniendo de relieve el valor del don
de sí, de la persona.
Esta verdad sobre la persona abre además el camino a una plena
comprensión de la maternidad de la mujer. La maternidad es fruto de la unión
matrimonial de un hombre y de una mujer, es decir, de aquel «conocimiento»
bíblico que corresponde a la «unión de los dos en una sola carne» (cf. Gén 2,
24); de este modo se realiza —por parte de la mujer— un «don de sí» especial,
como expresión de aquel amor esponsal mediante el cual los esposos se unen
íntimamente para ser «una sola carne».
El don recíproco de la persona en el matrimonio se abre hacia el don de una
nueva vida, es decir, de un nuevo hombre, que es también persona a
semejanza de sus padres. La maternidad, ya desde el comienzo mismo,
implica una apertura especial hacia la nueva persona; y éste es precisamente
el «papel» de la mujer. En dicha apertura, esto es, en el concebir y dar a luz el
hijo, la mujer «se realiza en plenitud a través del don sincero de sí». El don de
la disponibilidad interior para aceptar al hijo y traerle al mundo está vinculado a
la unión matrimonial que, como se ha dicho, debería constituir un momento
particular del don recíproco de sí por parte de la mujer y del hombre. La
concepción y el nacimiento del nuevo hombre, según la Biblia, están
acompañados por las palabras siguientes de la mujer-madre: «He adquirido un
varón con el favor de Yahveh» (Gén 4, 1). La exclamación de Eva se repite
cada vez que viene al mundo una nueva criatura y expresa el gozo y la
convicción de la mujer de participar en el gran misterio del eterno engendrar.
Los esposos, en efecto, participan del poder creador de Dios.
La maternidad, como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en
base a la verdad sobre la persona. La maternidad está unida a la estructura
personal del ser mujer y a la dimensión personal del don. El Creador concede a
los padres el don de un hijo. Por parte de la mujer, este hecho está unido de
modo especial a «un don sincero de sí».
Aunque los dos sean padres de su niño, la maternidad de la mujer constituye
una «parte» especial de este ser padres en común, así como la parte más
cualificada. Aunque el hecho de ser padres pertenece a los dos, es una
realidad más profunda en la mujer, especialmente en el período prenatal. La
mujer es «la que paga» directamente por este común engendrar, que absorbe
literalmente las energías de su cuerpo y de su alma. Por consiguiente, es
necesario que el hombre sea plenamente consciente de que en este ser padres
en común, él contrae una deuda especial con la mujer. El hombre, no obstante
toda su participación en el ser padre, se encuentra siempre «fuera» del proceso
de gestación y nacimiento del niño y debe, en tantos aspectos, conocer por la
madre su propia «paternidad». Podríamos decir que esto forma parte del
normal mecanismo humano de ser padres, incluso cuando se trata de las
etapas sucesivas al nacimiento del niño, especialmente al comienzo. La
educación del hijo —entendida globalmente— debería abarcar en sí la doble
aportación de los padres: la materna y la paterna. Sin embargo, la contribución
materna es decisiva y básica para la nueva personalidad humana.