ALGUNAS PERSPECTIVAS EN NEUROEDUCACIÓN Prof. Dr. Roberto M. Paterno Prof. Dra. Claudia A. Eusebio [email protected] “Es evidente que las ciencias de la educación y las neurociencias se han mantenido disociadas, en gran medida, durante el siglo XX. En particular no ha habido un desarrollo comparable al de las ciencias del sistema nervioso dentro del campo educativo”. Antonio M. Battro La neuropsicología, así como ocurrió con la psicología científica, tiene su origen en los trabajos médicos de los siglos XIX y XX (Rufo Campos, 2006). La especialidad médica neurológica es una de las disciplinas que más ha contribuido al desarrollo autónomo de la neuropsicología, dado que a partir de la observación de las distintas patologías causadas por daño cerebral se empezó a comprender mucho mejor la conducta humana. Arthur Benton en 1971 en su libro Introducción a la Neuropsicología abunda por demás en este sentido, refiriéndose a la neuropsicología como “neurología de la conducta” (Portellano, 2005). La neuropsicología se sitúa en el cruce que componen las neurociencias (estudio del sistema nervioso desde un enfoque multidisciplinar) por un lado y la psicología por el otro; es un enfoque modélico que intenta explicar la base material y funcional sobre los que se asientan los fenómenos “normales” y patológicos de la mente humana. De acuerdo con lo expresado por José A. Portellano en el 2005, las características nucleares de la neuropsicología son: Carácter neurocientífico. Estudia las funciones mentales superiores. Trata preferentemente de las manifestaciones del córtex cerebral asociativo. Estudia las consecuencias del daño cerebral sobre los procesos cognitivos. Utiliza modelos humanos. Carácter interdisciplinario. Teniendo en cuenta dicho planteo, la neropsicología puede ser definida según Alicia E. Risueño (2000) como: “el estudio de las relaciones existentes entre las funciones cerebrales, la estructura psíquica y la sistematización sociocognitiva en sus aspectos normales y patológicos, abarcando todos los períodos evolutivos” (“neuropsicología dinámica integral”). La neuropsicología forma parte de la psicobiología dado que es esta rama de la psicología la que comprende de una forma más extensiva la aplicación de la metodología biológica al estudio de los fenómenos psíquicos. Como especialidad neurocientífica, pero al mismo tiempo psicológica, la neuropsicología se ocupa de estudiar las bases neuroanatómicas y neurofuncionales que subyacen en el comportamiento humano. 1 Sin embargo, en el campo clínico y de investigación, la neuropsicología se ocupa de la actividad biológica relativa al funcionamiento del cerebro, en especial del córtex, así como del estudio de los procesos psíquicos superiores (funciones corticales superiores). El enfoque neuropsicológico se inscribe en la actualidad, dentro de la línea del progreso científico experimentado como consecuencia de los avances producidos en el conocimiento del sistema nervioso. Una de las causas fundamentales que explica hoy el auge de los postulados neuropsicológicos, es el hecho de que las investigaciones de laboratorio, clínicas y en contextos naturales han producido un conocimiento extenso y riguroso sobre los procesos neurocognitivos, neurolingüísticos, neuroevolutivos y las bases neurobiológicas de las emociones. Como subcampo de la neuropsicología, hace su aparición la llamada neuropsicología infantil, del desarrollo, pediátrica y, con menor frecuencia, neuropsicología de la edad escolar. La neuropsicología infantil es “una ciencia que estudia los cambios que se producen en los diferentes tipos de actividad mental en su curso ontogenético en presencia de los procesos patológicos del cerebro” (Santana, 1999; 2006), o también una “ciencia interdisciplinaria que estudia las relaciones entre la conducta y el cerebro durante el período de desarrollo, siendo sus límites de actuación el nacimiento y el inicio de la pubertad” (Portellano, 2001; 2005). Los neuropsicólogos infantiles buscan diferenciar esta subárea de la disciplina de origen, reconociendo que si bien hay semejanzas entre el funcionamiento cerebral del adulto y del niño, también existen muchas y marcadas diferencias; tales diferencias justifican un área particularizada de investigación y de práctica clínica que no debe sustentarse sólo sobre la generalización de los hallazgos neuropsicológicos en adultos. Los modelos aplicados en adultos, si bien son muy importantes, han aportado muy poco a la comprensión básica del funcionamiento neuropsicológico del niño que posee un cerebro en desarrollo. En la actualidad es en algunos trastornos básicamente pediátricos, como el trastorno por déficit de atención con y sin hiperactividad, los trastornos generalizados del desarrollo, la enfermedad epiléptica o el retardo mental, donde la neuropsicología clínica del desarrollo ha alcanzado realmente su exponente máximo como ciencia íntimamente relacionada con la neurología infantil. Dentro del campo de la neuropsicología infantil, hace apenas unos pocos años, se ha gestado y desarrollado una subespecialidad llamada neuropsicología del aprendizaje, neuropsicología escolar, neuropedagogía, neurodidáctica o neuroeducación según el enfoque teórico-práctico en diferentes países. En 1988 Gerhard Preiss, catedrático de didáctica de la Universidad de Friburgo, propuso introducir una asignatura autónoma basada en la investigación cerebral y en la pedagogía, a la que denominó neurodidáctica. De acuerdo con esta nueva disciplina, la pedagogía escolar y la didáctica general tienen que conceder más importancia al hecho de que el aprendizaje se basa en procesos cerebrales y que los resultados cognitivos se amplían paralelamente al desarrollo del cerebro infantil. Sobre esa base, la neurodidáctica investiga las condiciones bajo las que el aprendizaje humano puede optimizarse al máximo. 2 Esta disciplina, en plena construcción, sugiere una forma de intersección entre las neurociencias y las ciencias de la educación; en la actualidad esta relación se encuentra en sus comienzos (Battro, 2005). Algunas de las investigaciones más promisorias de la neuroeducación se están realizando en el área de los trastornos específicos del aprendizaje, por ejemplo, discalculia (dismatemáticas), dislexia, disgrafía, trastornos específicos del desarrollo del lenguaje (TEDL) entre otros; así el estudio del cerebro dañado en el niño es un tema central para la neuropedagogía. Todavía son muchos los psicopedagogos, psicólogos escolares y docentes a quienes inquieta hablar de dislexia cuando un estudiante presenta dificultades persistentes y graves en la adquisición de la lectura. Sin embargo, ciertas medidas muy sencillas serían de importante ayuda para su habilitación: cuando se detecte a un alumno que presenta déficit de lectura, se le puede orientar a un neuropsicólogo del desarrollo, para que el problema, en caso de ser necesario, fuera evaluado y objeto de tratamiento. La primera situación que tendría que alertar al docente es la de retrasos en el lenguaje oral, que son, con mucha frecuencia, indicadores de dificultades a posteriori en el lenguaje lectoescrito. En ausencia de indicadores sintomáticos en el lenguaje oral, se debe prestar atención a lo que ocurre durante la etapa preescolar; en gran cantidad de casos, los padres pueden observar la falta de conciencia fonológica de su hijo mediante rimas: un niño que no logra distinguir entre las tres palabras camión, pantalón y montón puede correr serios riesgos de sufrir una deficiencia en la conciencia fonológica. Para que se haga posible un cambio en la actitud de profesionales, docentes y padres, se hace necesario reconocer el carácter patológico del cuadro disléxico, en estricto sentido neuropsicológico. Por esta razón, la investigación de sus posibles causas genéticas y cerebrales, tiene que ser considerado un saber beneficioso para todos, y no como un estigma para el propio niño. El conocimiento serio de una patología del desarrollo, por parte de la neuroeducación, es el paso principal y prioritario para preocuparse y ocuparse de ella; este sería el caso de la dislexia. Un ejemplo del trabajo en neuroeducación es el método de aprendizaje de la lectura desarrollado especialmente para los niños con dislexia en Alemania; este método consta de dos etapas: primero, los niños aprenden a reconocer el sonido. Para ello se les recita algo que contenga muchas veces el sonido por estudiar y, a continuación, se les enseña a distinguir, entre varios elementos distractivos, las palabras que empiezan y terminan con ese sonido. Al final de esta etapa, los niños se encuentran capacitados para reconocer el sonido en cuestión. Después, han de aprender la letra que corresponde a ese sonido. Para ello la letra es presentada en forma visual y en forma táctil. Se les hace palpar la letra escrita en relieve, primero con los ojos abiertos, y luego con los ojos cerrados, hasta que con los ojos cerrados puedan distinguirla de otras letras. Estos dos momentos aseguran el vínculo entre el sonido y la percepción de la letra asociada. Para verificar los beneficios de este método se compararon al final del ciclo escolar las puntuaciones que los niños así tratados obtuvieron en una prueba de lectura de pseudopalabras (por ejemplo, ita) con las que obtuvieron otros niños a los que se había ejercitado a explorar sólo visualmente las letras. Los resultados mostraron claramente que los niños habían progresado con los 3 dos tipos de entrenamiento, pero habían progresado mucho más los que habían seguido el método que incluía el factor táctil (método multisensorial). Los estudios de neuroeducación han demostrado en forma concluyente que, la percepción táctil, asociada al sonido y a la visión de las letras, permite vincular mucho mejor las representaciones fonológicas y ortográficas de las mismas, desempeñando un papel de “argamasa” de la lectura. El grupo de investigación integrado por Florence Bara y sus colaboradores de la Universidad de Savoya y de la Universidad Pierre Mèndes France de Grenoble hipotetizaron que lo que favorecía la ulterior asociación de los sonidos y de la visión estribaba en el carácter secuencial de la percepción háptica. A posteriori, y después de otros estudios muy rigurosos, concluyeron que la aportación del entrenamiento háptico no depende del carácter puramente secuencial de la percepción táctil. La dificultad de aprender a leer se debe con mucha frecuencia a lo diferente que son el sentido del oído y el sentido de la vista: el primero, proporciona una percepción que se va dando sucesivamente en el tiempo; el segundo, una percepción espacial de los objetos. El tacto tiene la gran ventaja de aunar estas dos facetas: el niño se forma una visión espacial de lo que toca, explorándolo todo de una manera “escalonada en el tiempo”. Así, las características de la audición y de la visión se juntan fácilmente en este sentido háptico y, por lo tanto, hace al aprendizaje de la lectura mucho más eficaz. En la actualidad, lo dicho no pasa de ser una hipótesis plausible, aunque la verdadera razón sigue siendo desconocida y pasible de nuevas investigaciones. Lo que puede afirmarse es que la exploración háptica de las letras como preparación para desarrollar la conciencia fonémica y el conocimiento de las letras, influye muy beneficiosamente en el aprender a leer. Otro ejemplo del aporte de la neuroeducación, es el trabajo realizado en la detección temprana y orientación de los niños con trastornos específicos del desarrollo del lenguaje (TEDL). Se reconoce que un 7% de los niños muestran este tipo de comportamiento; Laurence B. Leonard, de la Universidad Purdue en West Lafayette, denomina a este trastorno “específico” dado que el desarrollo del habla supone el “problema central”, a diferencia de otros casos, en quienes el trastorno del habla constituye uno más entre las dificultades manifestadas por el paciente. En la actualidad, los clínicos y los investigadores en el campo de la neuropsicología infantil, expresan con gran insistencia las “características positivas” que manifiestan estos niños durante la adquisición del lenguaje; estas son: El desarrollo del habla esta enlentecido y retardado. El desarrollo del habla queda estancado. Las capacidades lingüísticas están limitadas en diversas áreas (fonología, morfosintaxis, semántica y/o pragmática). Todo esto tiene consecuencias muy negativas para la comprensión del habla y del lenguaje. El déficit lingüístico hace muy reducida la capacidad general de comunicación. Sin ninguna duda, hay niños que por menor estimulación ambiental, aprenden menos lenguaje del que pueden, pero estos no son niños con TEDL. Para los neurocientistas, entre ellos la neuróloga Bishop, los niños con un 4 auténtico trastorno del lenguaje procesan poco las señales acústicas recibidas, por la simple razón de que los mecanismos de aprendizaje no funcionan correctamente; y en consecuencia, no pueden elaborar sus propios conocimientos lingüísticos. Según esta interpretación, el motivo central estriba en una falla en la elaboración y representación neuronal del habla. Al cerebro de estos niños le cuesta mucho aprender y lo hace muy lentamente; lo aprendido además se encuentra expuesto a trastornos. Los teóricos de la neuroeducación insisten en mostrar la importancia de afrontar tempranamente y tratar en forma adecuada a los niños que sufren de estas dificultades. Si estos niños no pueden aprovechar óptimamente la estimulación que se les brinda naturalmente todos los días, necesitan en forma urgente una evaluación, diagnóstico y tratamiento, así como un ambiente pedagógico especialmente favorable. Un correcto plan terapéutico cumplirá sus objetivos si, por una parte, ofrece adecuados y abundantes estímulos lingüísticos de tal forma que el niño pueda percibirlos, y, por otra, motive y dirija los mecanismos de procesamiento de la información por parte del propio niño. En forma preventiva, ya a los dos años de edad del niño, se puede por medio de una observación sistemática, ver si cumple o no las condiciones “negativas” y “positivas” para considerarse un niño con posible TEDL. Dado el caso de que el diagnostico sea afirmativo, los padres no deben limitarse sólo a esperar, sino que han de tomar la responsabilidad de comprometerse a seguir la orientación dada por el profesional y cumplir con el plan de tratamiento propuesto oportunamente. Por último, en los estudios de deterioros en el aprendizaje de las matemáticas, la neuroeducación ha mostrado diversos enfoques muy distintos. La conclusión general y provisoria es que la dificultad en esa área del conocimiento es compleja y se cree que hasta la fecha las investigaciones aún son insuficientes. Sin embargo, hay cierto consenso entre los clínicos y los investigadores con respecto a la idea de que el cálculo aritmético se enseña mal, de modo que es dificultoso saber cuáles son los niños que tienen un mal rendimiento debido al hecho de una enseñanza insuficiente e inadecuada, y cuáles tienen problemas por cierto tipo de limitaciones neurocognitivas. Otra gran dificultad tiene que ver con la complejidad de las demandas neurocognitivas necesarias para avanzar en el aprendizaje de las matemáticas. Es evidente, por ejemplo, que, la comprensión de la aritmética necesita de habilidades verbales, conceptuales y memorísticas, y al parecer los niños que presentan déficits en estas funciones neuropsicológicas tendrán dificultades en aritmética acordes a su deterioro. Debido a esto se supone que en esos niños los logros académicos en aritmética estarían aproximadamente en el nivel de sus habilidades verbales y lectoras. Un interés mayor para la investigación en neuroeducación se plantea en aquellos niños cuyo nivel de lectura y escritura es “normal”, pero que tienen trastornos en la adquisición de la aritmética. Cuando se efectúan pruebas de logros académicos que evalúan separadamente la lectura, la escritura y el cálculo aritmético en un grupo numeroso de estudiantes, se confirma la existencia de estos dos contextos de dificultades en la aritmética. El último grupo lo constituyen los niños que tienen un trastorno específico y selectivo para las matemáticas. En otros estudios neuropsicológicos con niños con déficits selectivos en aritmética se constató la existencia de trastornos en la percepción visual, en la 5 psicomotricidad y en la percepción táctil bilateral. Sin embargo, eran niños “normales” en cuanto a las habilidades verbales, pero mostraban puntos débiles en capacidades conceptuales superiores y en comprensión. Dado que la problemática global de las limitaciones de estos niños trascendía el cálculo aritmético, y teniendo muy en cuenta que sus potencialidades lectoras y verbales eran algo mejores, les permitía con cierta frecuencia hacer buenos progresos en el ámbito académico; algunos investigadores en definitiva han descripto esta dificultad como un déficit de aprendizaje no verbal. Nuevos estudios demostraron que las habilidades sociales y el área pragmática del lenguaje eran comúnmente malas. Se ha sugerido, aunque no demostrado totalmente, que la neuropatología subyacente a este tipo de trastornos radica sobre todo en la sustancia blanca (en la conectividad) del hemisferio derecho. Ésta es una hipótesis según la cual el déficit concierne especialmente al procesamiento de la información no verbal y altera la integración modular. En la documentación sobre neuropsicología infantil aparece una afección denominada síndrome de Gerstmann del desarrollo, en la que acompañan a la discalculia otros tres síntomas nucleares: confusión derecha-izquierda, disgrafía y disgnosia digital. Si bien ha habido una gran discusión sobre si el síndrome existe realmente en los niños o sólo es un hallazgo en el adulto, si es posible que podamos encontrar estos cuatro síntomas agrupados. En realidad, los déficits táctil-perceptuales y los psicomotores observados en niños selectivamente discapacitados para las matemáticas son bastante semejantes a los hallados en un estudio longitudinal sobre los precursores preescolares de trastornos tardíos en el aprendizaje de la lectura. Estos neurocientíficos sostienen que medidas de la capacidad para identificar qué dedo había sido tocado predecían posteriormente dificultades de lectura. La gran implicación derivada del estudio de los trastornos asociados a deterioros en aritmética, es que la habilidad matemática, incluso al nivel del cálculo elemental, incluye un marcado componente espacial. Éste es un atributo muy importante para el procesamiento de la información visual, pero también, una cualidad del funcionamiento somatosensorial y motor. Si analizamos el modo en que se aprenden y enseñan las matemáticas se observa claramente el papel central que desempeña la comprensión de las relaciones espaciales. Conceptos cuantitativos básicos como “más” o “menos” y operaciones como el cálculo, formalizan lo que es visible en el espacio; un docente puede ayudar a un niño a comprender el significado simbólico de los números si toma muy en cuenta este aspecto del funcionamiento neurocognitivo. Otros estudios actuales, informan que los niños con discalculia no relacionan las cifras y los nombres de los números con la representación interna de la cantidad correspondiente. Esto parece ser el caso de algunos niños que concurren a la escuela primaria y tienen dificultades para el cálculo aritmético. En el segundo o tercer grado siguen utilizando los dedos para realizar sumas y restas por demás elementales e incluso después suelen continuar con esa estrategia para realizar conteo mental. Por lo tanto, esos alumnos no relacionan las cifras y los nombres de los números con una representación interna de las cantidades correspondientes. 6 Lo que denominamos “número” abarca tres aspectos: un signo visual, su correspondiente signo auditivo y la cantidad que significa. En el laboratorio de la visión de la Universidad de Friburgo, Burkhart Fischer y sus colaboradores, han abordado experimentalmente la cuestión de la situación de algunos niños que dominan los signos visuales y auditivos, pero no poseen una idea precisa de la cuantía de las cosas designadas. Se supuso que la carencia de un concepto de número en algunos estudiantes podría ser solidario con problemas de percepción visual; para este equipo de investigación, una discalculia no tiene necesariamente su origen en las zonas del cerebro que procesan los números, sino que comenzaría mucho antes, en la visión. Aunque su función no parece ser tan relevante como al leer y al contar, una percepción visual alterada podría dificultar mucho la adquisición de una idea precisa de número. A partir de esta hipótesis, el equipo de trabajo, examinó por medio de una prueba estandarizada a niños de diferentes edades la denominada “captación simultánea”. Los neuropsicólogos especialistas en percepción denominan así a la habilidad de captar, de un solo golpe de vista, un conjunto de objetos. Los resultados evidenciaron que los niños con problemas en matemáticas tenían, por término medio, mayores problemas que sus pares “normales” en la perceptividad y que ésta aumentaba con los años. Todavía no está suficientemente bien claro sobre en qué procesos neurológicos se basan exactamente el sentido del concepto de cantidad, pero no depende sólo de la organización e integración dentro de las regiones cerebrales competentes de los números: a la pregunta de cómo aparecen los números en el cerebro parece tener mucha importancia la percepción visual. El equipo de investigación concluye señalando que es importante diagnosticar la causa real de la dishabilidad en aritmética dado que hay muchos niños que dominan numerales y cifras, pero que no tienen una idea clara de las cantidades que representan. Para concluir este breve trabajo, se puede decir que durante mucho tiempo los resultados de la investigación del cerebro se había quedado fuera de la problemática pedagógica-didáctica. En último término, el aprender tiene lugar en el cerebro; todo proceso de aprendizaje va acompañado de un cambio en los circuitos cerebrales. Por eso, la neuropsicología representa necesariamente el fundamento científico más sólido sobre el que deberían edificarse las teorías pedagógicas y didácticas en el momento actual. La neuroeducación o neurodidáctica, intenta configurar el aprendizaje de la forma que mejor encaja en el desarrollo del cerebro; a la luz de los nuevos conocimientos de la investigación y de la clínica en neurociencias en torno a la enseñanza-aprendizaje, resulta muy evidente que muchos supuestos educativos son totalmente elementales. Los neurocientíficos describen el cerebro como un sistema activo que, con una base segura en conocimientos previos, llega al mundo e inmediatamente comienza a hacer innumerables preguntas al entorno. Desde el nacimiento, los niños se dedican afanosamente a descubrir lo que acontece a su alrededor. Durante mucho tiempo se ha dado por cierto que la “potencia de aprendizaje” estaba genéticamente preprogramada. Pero experimentos por medio de modelo de laboratorio con animales han demostrado que el patrimonio hereditario fija tan sólo el equipamiento básico del plan de ejecución 7 neuronal. La corriente de información de los órganos de los sentidos y las constantes interacciones activas con el medio circundante determinan después qué aprender y qué talentos individuales desarrollaremos. Los resultados de los estudios en neurociencias hoy nos permite saber que el cerebro conjuga el pensar, el sentir y el actuar en un todo. A los niños, en preescolar y primaria, hay que transmitirles los conocimientos necesarios de manera que se adecuen a la forma de trabajar de sus cerebros. Pero esto sólo se logra cuando maestros y profesores conocen “verdaderamente” el desarrollo neuropsicológico de los procesos de aprendizaje. La investigación cerebral y las ciencias de la educación deben, pues, intentar trabajar en estrecha colaboración. Curiosidad, interés, alegría y motivación son los presupuestos básicos para enseñar y para aprender algo. Estudiando el funcionamiento cerebral, constatamos ampliamente que toda persona podría aprender desde el nacimiento hasta el final de su vida. Por lo tanto, la neuroeducación no sólo implica ayudar a desarrollar nuevos métodos de aprendizaje que tengan en cuenta a la neuropsicología del cerebro en desarrollo, sino también mostrar que una cualidad esencial del ser humano es la predisposición y la disposición para aprender; en definitiva, la neuroeducación agregará una nueva dimensión al proceso educativo (Battro, 2005). BIBIOGRAFÍA: - - BARA, F. y cols. (2006): La lectura y el tacto digital. En revista Mente y Cerebro. Madrid. N° 16. BATTRO, A. (2005): El cerebro educado: Bases de la neuroeducación. (Artículo). Buenos Aires. DENNIS RAINS, G. (2002): Principios de Neuropsicología Humana. México: Mc Graw-Hill. FREIDES, D. 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