LA EFECTUACIÓN DEL ODIO COMO PATENTIZACIÓN DEL SUJETO EN LO REAL Amelia Imbriano La anomia y sus consecuencias. Recordando a Emile Durkheim La anomia es, para las Ciencias Sociales, un defecto de la sociedad que se evidencia cuando sus instituciones y esquemas no logran aportar a los individuos las herramientas imprescindibles para alcanzar sus objetivos en el seno de su comunidad, explicando el motivo de ciertas conductas antisociales. Surge cuando las reglas sociales sufren diversas alternativas, tales como: irrespetuosidad, degradación y eliminación. El término -etimológicamente “sin norma”- se emplea en sociología para referirse a una desviación o ruptura de las normas sociales, y no necesariamente al incumplimiento de una ley. El principal impulsor del concepto fue el sociólogo Emile Durkheim, en su obra La división del trabajo social (1893), donde refiere que cuando un grupo está sumamente unido, desarrolla una cantidad determinada de normas para regular el comportamiento y mantener el orden dentro de él, las cuales establecen límites para las aspiraciones y los logros así como también el accionar de cada individuo para brindar una cierta seguridad al conjunto. Para él no era posible pensar en la acción social de una forma absolutamente libre, porque sin normas no pueden existir convenios para la armonía en una sociedad que colaboren con una conducta que sea favorable para toda la comunidad. La anomia se manifiesta en al actuar de un agente social que muestra la inadecuación de las normas y por ende su posible ausencia: la regulación correspondiente queda obsoleta, y una de sus consecuencias es la falta de solidaridad, siendo uno de los síntomas sociales más evidentes de desinstitucionalización. El problema central en la obra de Durkheim es el estudio de las modalidades de la solidaridad social. En su consideración, a medida que la especialización del trabajo aumenta, los individuos se ven obligados a intercambiar su actividad, a cumplir funciones mutuamente complementarias en donde las fallas de solidaridad son consecuencia natural de la división de los papeles en la producción. El autor reflexiona sobre la solidaridad en dos tipos de sociedades: 1.Sociedades arcaicas, con escasa división del trabajo y población poco numerosa en donde sus miembros puede sobrevivir cumpliendo cada uno su función dentro de la composición social. La “similitud” y la “identidad” son los principios que rigen el vínculo que une a sus integrantes - la solidaridad mecánica-, en donde predomina la conciencia colectiva sobre la individual. El derecho es el "símbolo" de la solidaridad. 2.- Sociedades modernas, caracterizadas por el aumento de la densidad de población, mayor división del trabajo, en donde las personas comienzan a independizarse respecto de lo colectivo. La “diferencia” es el principio que rige este tipo de sociedad. El desarrollo superlativo de la división del trabajo es el factor principal que debilita la conciencia colectiva y la diferenciación de los miembros del grupo permite que cada uno desarrolle su propia individualidad influenciada por la división del trabajo con su consecuente predominio de la conciencia individual sobre la colectiva, convirtiéndose en una conciencia civil, racionalista, orientada al individuo - solidaridad orgánica-. Predomina el Derecho restitutivo (derecho civil, administrativo, laboral). Durkheim afirma que el individuo nace de la sociedad y no la sociedad de los individuos. La primacía de la sociedad con respecto al individuo tiene por lo menos dos sentidos: a.- el primero es el de la prioridad histórica de las sociedades en que los individuos se regulan por el principio de identidad y cuyos miembros han adquirido conciencia de su responsabilidad y capacidad para expresarla; b.- a partir de ésta, surge el segundo sentido, la prioridad lógica. Si la solidaridad mecánica ha precedido a la solidaridad orgánica, no es posible explicar los fenómenos de diferenciación social y de solidaridad orgánica partiendo de los individuos. En 1893, subraya el aspecto de la falta de solidaridad en la división del trabajo de la sociedad moderna, teniendo en cuenta el problema del antagonismo entre el trabajo y el capital, el carácter coercitivo del trabajo y la crisis moral y económica de la sociedad. En su análisis, se inclina a considerarlos como resultado de la insuficiente regulación de las relaciones entre las principales clases socioeconómicas, como un elemento insano en la vida de la sociedad. De este modo, la división del trabajo se aparta de la moral y del orden público. Para explicar este mecanismo, utiliza el concepto de la lucha por la vida en relación a la lucha por la existencia. Para el autor, la división del trabajo que provocó el industrialismo es cada vez más notoria. La especialización que para Marx es degradante y alienante, es señalada como un cambio al cual hay que ajustarse y considera su consecuencia: la separación de los actores y una posible destrucción de la sociedad. Estima que el eje del conflicto en las sociedades industriales, radica en la carencia de elementos protectores de los sectores más débiles, los trabajadores, en el contexto de una "guerra" ventajosa para los empresarios. Sobre la base de este diagnóstico, la causa de la guerra de clases no reside solamente en la división del trabajo sino en la falta de una regulación adecuada de las ambiciones en pugna. Dentro del campo específico de las relaciones laborales, recomenienda la reconstrucción de aquellas organizaciones intermedias, ubicadas entre el Estado y los particulares, que habían resultado eficaces en el pasado para la defensa de los intereses de los trabajadores. Estudia la relación de los Sindicatos de Patrones y Obreros, considerando que si bien seguirían separados en cuanto a la defensa de sus respectivos intereses, podrían lograr acuerdos (respecto a las condiciones generales de trabajo) y el Derecho debiera funcionar como aval dotado de autoridad suficiente para actuar de arbitro de las posiciones de pugna. Durkheim considera que el Estado debe estar formado por instituciones intermedias, agrupaciones que mantengan a los actores unidos por sus intereses, en donde todos son pares. Cada agrupación reflejaría los intereses de sus integrantes, y los representantes de cada una de ellas reunidos los elevarían al Estado. Esta intervención de agrupaciones intermedias es lo que salvaría a los actores y a la sociedad de la des-institucionalidad. Para Durkheim, en las sociedades desarrolladas, la división del trabajo produce diversos modos de funcionamiento, entre los que destaca el modo forzado, cuyas características son: herencia económica y social, no correspondencia entre capacidades y funciones sociales; conciencia colectiva débil y electiva; conciencia Individual autónoma; regulación social a través de clasificación social, control social, en donde la industria y el comercio en auge subordinan al Estado y a otros grupos. El desmantelamiento de las redes normativas Miguel Herrera Figueroa en su libro “Estimativa iuspolítica” (1988) plantea que el agitamiento, la inestabilidad y zozobra de la vida moderna no son ajenas al entronque de cuestiones políticas en la órbita de los problemas de la concepción del mundo. Hay en el hombre un impulso a considerar que su propia forma de vida es la única verdadera, a sentir que toda existencia que no sea idéntica a la suya es un reproche, un agravio. El autor considera que allí radica la tentación a imponer lo propio a los demás y refiere que la política que comulgue tales propensiones, inexorablemente terminará en la violencia que desencadena la fuerza, siendo el derrotero que habrán de seguir las totalizantes concepciones del mundo convertidas en programas ideológico-jurídicos. La estrategia de lucha es la diplomacia política: fluencia transformable, con la vista puesta en el valor “poder”, epicentro y misión de todo el incrédulo sistema que para asentar su orden ha debido desarraigar otros valores. La solidaridad, confraternidad y cooperación han quedado hoy atrofiados o, cuando menos, enquistados en la clase dominante de una fabulosa burocracia que ha constituido una singular especie de casta, asentada en las exacerbaciones del poder, que como nuevo dios del sistema de carácter absolutista se constituye en el padre de la comunidad. Según el autor, un poderoso paternalismo autoritario viene a convertirse en un “falso padre”. El sistema, haciendo de padre, desenfoca la situación, disloca, desubica el andamiaje y las consecuencias están a la vista en la exacerbación del odio manifiesto en los modos más aberrantes de la violencia. Baumann (2004) señala que el anonimato del capitalismo se generó a través de un truco: no abolió las autoridades creadoras de la ley, ni las hizo innecesarias. Simplemente dio existencia y permitió que coexistan una cantidad tan numerosa de autoridades que ninguna de ellas puede conservar su potestad. Cuando las autoridades son muchas tienden a cancelarse entre sí. Todo lo cual construye el desmantelamiento de las redes normativas. La crisis del orden jurídico: transformación de lo ilegítimo en legítimo Pedro David, dedicado al estudio de la delincuencia juvenil, la diversidad de las culturas latinoamericanas, y las diferencias de los impactos históricos en la trama de su formación, realiza un llamado al respeto a las diferencias, única posibilidad de diálogo entre los diversos pueblos. En sus obras Globalización, prevención del delito y justicia penal (1999), Sociología Criminal Juvenil (2003) y Criminología y Sociedad (2005) destaca, que los habitantes latinoamericanos antes de encontrarse frente al europeo, tenían un pasado en el cual sus civilizaciones se habían manejado con éxito. Hoy, a cinco siglos del oficial descubrimiento de América, esas culturas están presentes, y su presencia ya no es muda, pues hablan a través del disgregamiento que incrementa fronteras culturales y socioeconómicas. Toda América Latina sufre de la enorme discrepancia entre los recursos y las posibilidades de algunos sectores, frente a la increíble imposibilidad y desvalimiento de otros. La técnica y la civilización han puesto paradójicamente de relieve los grandes problemas morales y sociales del hombre de nuestro tiempo. La violencia latinoamericana es consecuencia de una crisis del orden jurídico social lograda por un movimiento acelerado de transformación de lo ilegítimo en legítimo. Frente a ello, considera que las actitudes de rebelión y violencia son una forma de manifestación de rechazo al sistema jurídico social e interpreta que la juventud se ha convertido en escenario de actos teñidos de toda violencia como un modo de construir una aproximación mayor entre la letra de los preceptos, los valores a los que esos mandatos apuntan, y las conductas reales y efectivas. Considera que una nueva justicia se va haciendo patente, una justicia que no es solamente permiso que da una clase o grupo a otra para ejercitar sus derechos y su tipo de vida, sino fundamentalmente el reconocimiento de nuevas dignidades. Nos encontramos frente a un hombre que no encuentra lugar en la disyunción entre lo jurídico y la realidad social, que ha sufrido una expoliación de su historia, que vive amenazado por el aniquilamiento de sus referencias y perdido entre los recursos y sus posibilidades. Esta nefasta combinatoria funciona como fertilizante para conformar un ámbito de posibilidad certera para la operación de transformación de lo ilegítimo en legítimo, que secundariamente aunque no menos importante se caracteriza por una alta aceleración, y primariamente por la negación de lo prohibido. Este proceso deja al sujeto sin referencias estables, le impide la filiación a la familia, a lo socio-cultural, a una patria. Tomando una expresión de Mercedes Minnicelli en Infacias en estado de excepción (2010) podemos considerar que esos procesos dejan al sujeto “des-institucionalizado”. El sujeto des-institucionalizado El psicoanálisis siempre se ha interesado por considerar la incidencia de la cultura sobre el sujeto. Ella tiene una función normativa y permite una regulación de la pulsión homicida primordial (Lacan, 1950) haciendo posible la civilización – acotando el malestar del “hombre lobo del hombre”-. La ley “no matar” inscribe al sujeto en la cultura, frente a su transgresión cabe sostener una fuerte interrogación: ¿La efectuación del odio, a través de los diversos modos de violencia, será una evidencia inexorable? La vida en civilización causa acumulación de malestar, pues si bien la función simbólica puede acotar lo pulsional, siempre queda un resto, generando una entropía particular: un goce más allá del principio del placer. La operación jurídica no deja al sujeto por fuera de un remanente de goce como fijación pulsional, paradoja que siempre está en relación al superyó y sus avatares: el mandamiento de goce. Es por esta razón que la sanción del Otro, a través de la palabra, y lo que de transmisión queda implicada en ella, es una función necesaria para mantener el goce pulsional lo más acotado posible. O sea, la sanción del Otro permite instalar la prohibición del goce pulsional y abre una posibilidad en la subjetividad: Lacan refiere en el Seminario 20: “solo el amor hace condescender el goce al deseo”. Consideramos que si la operación jurídica es fallida, el ódio estructural de la constitución del sujeto puede manifestarse a través de muchas modalidades: en actos delictivos, siendo el homicidio una de sus máximas expresiones, entre otras tales como las poblaciones cautivas, el abuso moral y sexual en todas sus formas, la trata de personas, los avatares de los derechos de los niños, el sicariato, y como resorte principal, los procesos de legitimación de lo ilegítimo. Vivimos un mundo sin limites y el sujeto se encuentra irremediablemente solo frente al goce pulsional que aparece como horroroso desasosiego. Sabemos que cultura e inconsciente tienen una relación moebiana, por tanto, no somos ingenuos respecto de la influencia de los cambios culturales sobre los sujetos. El mito freudiano respecto de la horda primitiva nos muestra el modo de operar de un entrecruzamiento simbólico-real muy particular: el orden social y la pulsión. Más específicamente, el modo en que la ley, necesaria para la creación de un orden social, incide sobre el sujeto a través de la emergencia de un espacio: lo prohibido. La referencia al incesto y al parricidio, en tanto que prohibiciones, hacen a la constitución del sujeto que nos interesa en el psicoanálisis, el sujeto del inconsciente. La construcción de lo prohibido se vehiculiza a través de un agente de un discurso que presenta a un Gran Otro, el Tercero Social, en tanto que afectado por una falta, y la filiación gira en torno a la inscripción de esa falta: La renuncia al goce todo de la pulsión se transmite metaforizándose el oficio del padre, “así como yo renuncié a matar a mi padre y acostarme a mi madre, así tú también renunciarás”. El montaje de lo prohibido permite la discriminación de dos espacios, ley y sujeto, y la posibilidad para el sujeto de desviar la pulsión homicida y orientarse en una construcción civilizatoria. Razón por lo cual la operación del padre puede calificarse como “operación jurídica”. A través de ella se instaura una constitución subjetiva en donde la ley es el ordenador simbólico constitutivo. La organización de la civilización como expresión de lo colectivo y del sujeto como expresión de lo individual, dependen de aquello que se constituya como “operación jurídica. Desde estas consideraciones, cuando hablamos de sujeto, siempre se trata de un sujeto institucionalizado. En los modos de organización social actuales, el Otro no está afectado por la falta, sino que es un Tercero Social absoluto, generando un debilitamiento de la función simbólica que conlleva a un detrimento de la elaboración subjetiva y social de los violentos traumas sufridos por el ejercicio del mismo. Más aún, empuja a mayor violencia, fundamentalmente bajo el modo de industrialización de lo delictivo, que puede aparecer en forma disimulada u obscena, pero siempre se trata de la industrialización de la muerte, a lo cual refiero como “patentización del odio en lo real”. En la instauración del Estado moderno, el orden jurídico sostiene y transmite el discurso del Tercero Social de la palabra, pero bien puede estar sujeto-a-ley u operar con fuerza-de-ley-sin-ley, (Agamben,2003) o sea, un progresivo debilitamiento de las leyes simbólicas a través de la sustitución del discurso del padre por la fuerza-de-ley-sin-ley. Esta última maniobra, efecto de prestidigitación, produce un sujeto empujado a un goce sin freno, y un pueblo esclavo de sus consecuencias. Lacan en el Seminario 17 nos advierte respecto de su letalidad: “lo único que tal vez podría introducir (…) una mutación (es) lo real desnudo”. Nos preguntamos, ese real desnudo es: ¿la efectuación del odio? En el transcurso, se posibilita el franqueamiento de toda ley y tal como en la construcción freudiana sobre la horda primitiva, una primera resolución es matar. La deficiencia de lo simbólico deja al sujeto atrapado en la fascinación de la imagen, y expuesto a una pendulación imaginaria sin salida, en donde la relación con el semejante queda sujeta a la máxima agresividad: “mato o muero” que bien puede ser “mata o se mata”. La falla en el entrecruzamiento simbólico-real regulada por la operatividad de la ley, deja al sujeto des-institucionalizado, cuya consecuencias es quedar sin defensas simbólicas frente a lo real, expuesto a su emergencia en lo real. De este modo, se puede industrializar la vida, pero también implica modos de industrializar la muerte: son los hechos consumados que nos muestran las modalidades del odio transmitidas obscenamente por los medios. Como consecuencia evidenciamos una época marcada por la patentización del odio en lo real como modo de patentización del sujeto en lo real. ¿Qué hacer para que un sujeto pueda encontrar otra posibilidad de ex sistencia? Consideramos, superlativamente, que se trata de sostener la inscripción de la legalidad de la cultura como modo de instituir al sujeto en una dimensión institucionalizada, lo cual implica intervenciones que anuden simbólico e imaginario y simbólico y real, para que el ropaje de la miseria social no tape la pérdida del sujeto. Frente a este panorama como psicoanalistas nos cabe recordar que la existencia del inconsciente sigue siendo todavía un antídoto contra la deshumanización. BIBLIOGRAFIA CONSULTADA AGAMBEN, G. 2003 Estado de excepción. AH Editora. Buenos Aires. BAUMAN, Z. 2004 La modernidad líquida. Fondo de cultura económica. DAVID, P. 1999 Globalización, prevención del delito y justicia penal. Buenos Aires. Zavalía. DAVID, P. 2003 Sociología Criminal Juvenil. (6ta ed.). Buenos Aires: Lexis Nexis. Depalma. DAVID, P. 2005 Criminología y Sociedad. Instituto Nacional de Ciencias Penales. México. DURKHEIM, E. 1994 La división del trabajo social. Buenos Aires. Ed. Planeta Agostini. FREUD, S. “Tótem y tabú” (1912), “De guerra y muerte” (1915), “Más allá del principio del placer” (1920), “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), “El malestar de la cultura” (1930), “Por qué la guerra” (1933). en Obras completas. Amorrortu. Buenos Aires. 2008. HERRERA FIGUEROA, M. 1988 Estimativa iuspolítica. Cárdenas. México. LACAN, J.1984 Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología. Argot. Barcelona. LACAN, J. El seminario de Jacques Lacan. Libro 17. El reverso del Psicoanálisis.1992 Paidós. Buenos Aires. LACAN, J. El seminario de Jacques Lacan. Libro 20. Aún. 1981 Paidós. Buenos Aires. LEGENDRE, P. El crimen del cabo Lortie – Tratado sobre el Padre. 1994 Siglo XXI. México. MINNICELLI, M. Infancias en estado de excepción. 2010 Buenos Aires. Noveduc.
© Copyright 2024