Tratamiento del cáncer renal avanzado tras progresión a inhibidores tirosina quinasa: La “segunda revolución terapéutica”. “…Results have been universally poor. At this time there appears to be no single agent, hormonal manipulation, or combination drug regimen which is useful in controlling disseminated renal cancer.” [Alan Yagoda, 1984] Con esa dura sentencia el Dr. Yagoda, un pionero en el tratamiento sistémico del cáncer renal avanzado, cerraba uno de sus seminarios en el Hospital “Memorial Sloan-Kettering Cancer Center” de Nueva York. Corría entonces el año 1984 y el horizonte del cáncer renal avanzado parecía sombrío y desesperanzador. En los años 90 se atisbaba algo de esperanza cuando la FDA aprobó el tratamiento con altas dosis de Interleucina-2 (IL-2). Sin embargo los datos de eficacia eran modestos con tasas de respuesta entorno al 15% (incluyendo un 7% de respuestas completas duraderas) y a expensas de una toxicidad notable. El beneficio parecía además exclusivo para determinadas histologías (células claras) y en pacientes con enfermedad metastásica de predominio pulmonar. No es hasta 2005 cuando los avances en el conocimiento de la biología molecular del cáncer renal dieron lugar a un importante desarrollo terapéutico. La angiogénesis se situó como una diana prioritaria y así los inhibidores de VEGF y/o VEGFR y los inhibidores de mTOR se convirtieron en el tratamiento de elección. La “inmunoterapia clásica” quedaba relegada a una posición casi marginal y los “nuevos fármacos” ocupaban posiciones relevantes en todos los algoritmos terapéuticos en base a su beneficio en supervivencia libre de progresión (SLP), tasas de respuesta y su perfil toxico. Se producía la primera “revolución terapéutica” en cáncer renal. Sin embargo, el desbordado optimismo inicial ha venido seguido de una cierta decepción en los últimos años. A pesar del claro beneficio en SLP, en la mayor parte de los ensayos no se ha podido demostrar un beneficio neto en supervivencia global (SG) para la rama experimental frente al tratamiento estándar tanto en primera como en segunda línea. Así mismo, los resultados terapéuticos tras progresión a una primera línea son modestos con independencia del agente aprobado en esta indicación (Everolimus o Axitinib) encontrándose la SLP entorno a los 5 meses y la SG alrededor de 15-20. En este contexto de cierto “decaimiento”, se acaban de publicar los resultados de un ensayo fase III (CheckMate 025) donde se testa la eficacia de un nuevo inmunoterápico (Nivolumab) frente a Everolimus en pacientes con cáncer renal avanzado que han progresado a tratamiento con inhibidores tirosina quinasa. El estudio, liderado por Robert Motzer (discípulo de Alan Yagoda) y publicado recientemente en este mismo mes de Octubre en New England Journal of Medicine, [http://www.nejm.org/doi/full/10.1056/NEJMoa1510665], pone de manifiesto como la inhibición del receptor “Programmed Death-1” (PD-1) mediante la administración quincenal de Nivolumab, tiene un impacto positivo incuestionable tanto en SG (objetivo primario del estudio) como en tasas de respuestas. El análisis de mas de 800 pacientes randomizados en proporción 1:1 a recibir Everolimus o Nivolumab en un diseño abierto, demuestra una reducción en el riesgo de muerte de un 27% y un beneficio en SG de 5.4 meses para los pacientes tratados con Nivolumab frente a la rama control (25 meses Vs 19.6 meses). Así mismo las tasas de respuesta son del 25% para Nivolumab frente a 5% para Everolimus, siendo todas estas diferencias estadísticamente significativas. Estos datos de eficacia vienen acompañados de un perfil de seguridad favorable con solo un 19% de eventos adversos grado 3-4 para Nivolumab frente a prácticamente el doble con Everolimus (37%). Como puntos de menos fortaleza de este estudio cabria resaltar el potencial sesgo inherente a cualquier estudio abierto. En concreto esto podría haber impactado en la valoración de la respuesta (que era por investigador y no una tercera parte) y en el mantenimiento del tratamiento a pesar de progresión radiológica, que estaba permitido por protocolo. Por otra parte resultan algo contradictorios los resultados reportados en relación al papel de la expresión de PD-1 como factor pronostico y/o predictor. A diferencia de otros tumores donde se ha objetivado un valor predictivo de respuesta para estos marcadores, en el CheckMate 025 la expresión de PD-1 parece solo conferir un peor pronóstico con independencia del tratamiento recibido. Cabe mencionar a este respecto que en la rama de Nivolumab hasta un 10% de los pacientes tenían un status de PD-1 desconocido, el impacto que esto pueda tener en los resultados finales es especulativo. Como conclusión, podemos decir que los resultados reportados por Motzer y Cols en New England Journal of Medicine conforman en su conjunto la “segunda revolución terapéutica” en cáncer renal avanzado. Se establece un nuevo punto de referencia en lo que se refiere a la SG en esta población de pacientes y se abre paso al retorno de la inmunoterapia. Nivolumab se posiciona indudablemente como una opción prioritaria en el tratamiento de segunda línea en cáncer renal avanzado por sus datos de eficacia y su perfil de toxicidad. Se debe sin embargo seguir trabajando en una mejor definición de marcadores predictivos de respuesta validados que nos permitan la adecuada selección de pacientes y el uso racional de los recursos.
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