Dra. Vilma Armengol Entrevista realizada por Ps. Vania Acuña en 2008 Desde comienzos de la década de los ’80 comienza a escribirse la historia de la terapia familiar en Chile que traía aprendizajes desde Europa y Estados Unidos. Vilma Armengol es parte de un grupo de pioneros que vieron en el enfoque sistémico una manera valiosa de interpretar los fenómenos biológicos y humanos, y en la terapia familiar una forma eficaz de intervenir en las problemáticas de salud mental. Esta entrevista muestra de manera íntima la historia de Vilma en la terapia familiar junto a su grupo de compañeros de ruta con el que dieron origen al Centro de Estudio y Terapia Sistémica. La manera cálida y humana en que relata esta historia, puede resultar inspiradora especialmente para los jóvenes profesionales que están iniciando su proceso de formación en esta forma de hacer terapia. Vania: Vilma: Vania: Vilma: Cuando entraste a la universidad, ¿qué carrera estudiaste Vilma? Medicina ¿Cómo fue que de la medicina derivaste a la terapia? Mira yo creo que si entré a estudiar medicina fue para ser psiquiatra. Siempre me interesó bastante lo que pasaba dentro de las personas, cómo se ponían frente a los demás, qué es lo que había dentro de esta caja negra que es el cráneo y entré ya con la idea de la psiquiatría. No sé porqué, porque no tengo ningún médico ni ningún psiquiatra en la familia - ni conocía a ningún psiquiatra. Yo creo que quizás lo que me dio estas ganas o lo que me impregnó fue la lectura, yo soy hija única y por lo tanto no tenía mucho con quien jugar (risas), hija única de una familia muy chica papá, mamá y yo. Venían de fuera de Chile, italianos, entonces yo jugaba mucho internamente no sé, imaginaba cosas… tenía mucha vida interior y mucha lectura desde bastante niña. Yo diría desde no sé… desde los 10 años, desde que aprendí a leer yo creo que no pasaba un día en que no haya leído alguna cosa. En forma nada muy estructurada, sino muy desorganizada - hasta el día de hoy. Me entretenía mucho leyendo, yo era de las que en la noche - hay varias personas que me han contado lo mismo- que en la noche, después que se apagaba la luz en la casa, yo esperaba un rato y (risas) prendía la luz de nuevo o buscaba alguna linterna o velas o lo que fuera, para terminar de leer el libro. Yo encuentro que hoy, desgraciadamente con tanto medio audiovisual, se ha perdido un poco el afán de la lectura. Eso me da mucha pena, porque yo lo pasé muy bien leyendo. El libro es un amigo, es un artefacto, que te abre al mundo, donde con poco despliegue escénico tú puedes ir comprendiendo muchas cosas. A mi papá, también le gustaba leer, es bien divertido, porque me traía libros que eran bastante avanzados para lo que era mi edad, así que yo fui precoz en conocimiento. Yo no le habría llevado esos libros a un niño de esa edad, pero yo los leía y gocé con ellos, entonces de ahí me salió el interés por los seres humanos y eso llevó al interés por la medicina y la medicina derivó en un interés por la psiquiatría. Yo fui buena alumna de psiquiatría, rápidamente me nombraron ayudante, empecé a ver pacientes desde muy joven. Vania: ¿A qué edad egresaste de medicina? Vilma: No me acuerdo exactamente, pero era muy joven… veinti-tantos… ¿veintidós? Yo primero estudié en la Scuola Italiana por que mis padres eran italianos. De ahí me cambiaron a un Colegio Alemán, porque estaba cerca de mi casa. Ahí estuve un año o dos y de ahí fui al Manuel de Salas. Ese colegio era especialmente bueno. Tenía mucha biblioteca, había mucha gente con interés por leer, era muy muy bueno. Era un colegio estatal, no pagábamos nada, nada. De ahí, pasé de un salto a la medicina, donde tampoco pagábamos nada. De ahí me nace también, yo creo, el interés en devolver eso que yo había tenido. Ahora la gente, como paga, después quiere ser pagada a su vez y quieren que todo trabajo signifique una plata. Eso es algo que yo no he podido aprender hasta el día de hoy, no lo he podido aprender… así que yo no tengo problemas para ver pacientes que no puedan pagar. Vania: Vilma, y ¿cómo fue tu trayecto, desde que te titulaste tan joven hasta la terapia… qué pasó ahí? Vilma: Vania: Espérate. Al principio no hice psiquiatría, hice una cosa que se llamaba psiquiatría experimental y que era más bien neurofisiología. Yo trabajaba en un grupo que éramos tres o cuatro personas. Hacíamos investigación científica sobre sueño. Hacíamos investigación científica sobre los afectos y sobre un lote de cosas. Me iba bastante bien; me invitaban a la Sociedad de Psiquiatría, por ejemplo, para que hablara sobre el sueño, y entonces me fue gustando explorar otros mundos. Entre medio, vino el golpe, y me quedé sin pega, si me quedé sin pega. ¿Tú trabajabas en una universidad? Vilma: En la Universidad de Chile, sí. De a poquitito nos fueron a todos los que éramos un poco más o un poco menos “izquierdosos”, de a poquitito nos fueron echando. Yo no fui de las primeras que salí, porque a mí me habían dado una beca para ir a estudiar a Europa y vino el golpe. Yo estaba en ese momento en Neurología, haciendo una pasada de electroencefalografía. Entonces el director del departamento, al poco tiempo después del golpe, me dijo “mejor será que tú uses tu beca ahora” (risas). Así me salvé de todas esas cosas terribles que le pasaron a otras personas. Vania: ¿Te fuiste en qué año? Vilma: Vania: Eso fue como en el ’75. Me fui, yo había estado primero estudiando en Italia y ahora me fui a Francia, a trabajar en Neurología, específicamente en epilepsia. Volví y en algún momento me encontré con la Inge (Fuhrmann) que venía llegando también. ¿Cuánto tiempo estuviste fuera? Vilma: Ahí… no fue mucho… fue como seis meses o ocho meses. Vuelvo y viene Inge que yo la había conocido… y me dice, fíjate que yo estuve en Alemania y me encontré con un señor que hacía un tipo de psiquiatría diferente. Inge me habló de esto, pensando que a mi me podría interesar por haber sido psiquiatra. Se trataba de la terapia familiar sistémica. Yo había hecho un curso de sistemas, pero de sistemas biológicos. Bueno, me fui a mi casa y me puse a pensar. “Mira qué interesante yo estaba en ese momento sin hacer nada venía llegando de fuera… interesante esto de la psiquiatría… y ¿qué será esto de sistémico?” Y leí el primer libro, que me prestó Inge. Fui donde ella, dos o tres días después, vivíamos cerca, y le dije: “¿sabes? me interesó esta cuestión.” Había un grupo pequeño que venía de psicología y empezamos a leer. Vania: ¿Armaron un grupo de estudio? Vilma: Un grupo de estudio, que se juntaba en mi casa. Así me veía obligada a ir a todas las reuniones (risas)… De ese grupo de estudio quedaron tres personas que han seguido en la terapia familiar: Anita (Ana María Labarca), Inge (Inge Fuhrmann) y yo…. de ahí nos conocemos. El otro día la Anita, con la cual sigo muy amiga, me recordó que cuando llegué, la Inge hizo toda una presentación, que llegaba esta persona, que era profesora, y no sé que historia, y tan famosa… y la Anita, que llegó el mismo día, me cuenta que me miró así pa´ arriba y – ahora me cuenta – que le caí bien. Luego me pregunta: “¿y qué pensaste tú cuando me viste a mí?”… “me caíste mal po´”, le digo yo (risas)… y porqué? “porque tan chica, ahí metida, (risas) estudiando estas cosas difíciles”. La Anita es tan activa… Ella daba muchas opiniones. Ese fue el primer vistazo, pero después nos hicimos muy amigas y hasta el día de hoy… Había otras personas en el grupo, que nunca entendieron mucho lo que era lo sistémico y que poco a poco fueron desapareciendo. Así que en realidad las que tenemos más larga trayectoria, somos la Inge, la Anita y yo o la Inge, yo y la Anita en orden de llegada digamos. Yo aproveché un poco lo que había aprendido de psiquiatría junto con lo que había aprendido de neurofisiología y empecé a avanzar en lo sistémico. Bueno entonces nos unimos para trabajar estas tres personas que te digo y Carlos Dávila. Vania: Vilma: ¿Él es psiquiatra? No, es un psicólogo… A ver, te voy a contar otra cosa que viene antes. Yo, en mis tiempos de neurofisiología, había hecho clases a los psicólogos en la Católica. Así fue que todos los psicólogos más mayorcitos de la Católica me conocen. De repente me encuentro con alguien que me dice que me recuerda… y eran los Codou. Entonces a nosotros nos surgió la idea de juntarnos con ellos, lo que no fructificó. Pero sí me inscribí en el primer curso que ellos dictaron y aprendí algunas cosas que compartí con mi grupo. Vania: Al grupo de estudio. Vilma: Si. De ahí seguimos trabajando… y estudiando, también a Maturana, porque yo conocía mucho a Maturana (Humberto Maturana), habíamos sido compañeros de curso. Vania: ¿De la Universidad? Vilma: De la Universidad… y también teníamos el mismo grupo de amigos. El había formado un grupo informal, donde nosotros podíamos ir cuando queríamos y se conversaba de todas estas cosas. A Maturana me gustaba escucharlo. Tengo algunas anécdotas con él. Hay una que es estupenda. Estábamos estudiando juntos en un lugar, donde había un parque. Un día estábamos estudiando ahí, cerca de la Escuela de Medicina y de repente yo, que siempre he sido un poco botánica y me gusta saber el nombre de las plantas, le digo, Chicho, esa flor de ese árbol tan lindo no la conozco. ¿Tú la conoces? No, me dice, atraviesa el pasto para buscarme una florcita que estaba en el suelo y me la pasa, para que la pudiera mirar de cerca. Eso lo observó un carabinero que se acerca y le dice: “¡señor usted está pisando el pasto!…” Ah, le dice el Chicho, perdón, no me di cuenta… El carabinero insiste “es que usted tiene que fijarse, no puede pisar el pasto ¿no ha visto el letrero?” El Chicho responde, sí lo vi, decía: “No pisar el pasto”. ¿Y entonces? le dice el carabinero. El Chicho le responde: “mire, si yo hiciera todo lo que dicen los letreros, estaría usando fajas Nirvana”. Esas eran unas fajas que publicitaban en todas partes, esas fajas de elástico que se ponían las mujeres (risas). El tiene la característica de sacar las cosas de contexto y transformarlas en otras. Eso ha sido su gran cualidad, que lo ha llevado a ser todas estas cosas que ha hecho y que son tan interesantes… El se sale de los contextos con mucha facilidad (risas) y yo muerta de la risa. Primero pensé “¡Este pobre va a ir preso!” Pero al carabinero no le quedó otra que reírse y advertirle que para otra vez cuidara el pasto. Nuestro grupo de estudio continuó y fuimos haciendo un ambiente entre nosotros… Después de un tiempo decidimos instalarnos en una casa que tengo. Vania: ¿Instalarse en Miguel Claro? Vilma: Instalarnos en Miguel Claro y entramos a trabajar un grupo que era un poco más grande: estaba Inge, estaba yo, estaba Marlene (Marlene López) y Blanca María (Blanca María Vergara) y también estaba Carlos Dávila. Él estaba en el proceso de cambiarse de Santiago a Viña. Vania: Vilma y desde que tú empezaste en este enfoque de la terapia familiar, ¿qué cambios percibes tú que han sido los más importantes? Vilma: ¿Del enfoque o míos? (risas) Vania: Del enfoque… (risas) Vilma: Mira lo más importante para mi gusto es el paso de otras escuelas de terapia familiar, que eran unas terapias muy normativas, a lo constructivista - y eso también tiene que ver con el Chicho Maturana. Al principio nos costó muchísimo para salirnos de lo que con mucho esfuerzo habíamos aprendido; habíamos aprendido de Minuchin, de Mara Selvini. De repente descubrimos que había una manera distinta. Nosotros nos fuimos poniendo cada vez más constructivistas y eso, creo yo, ha sido muy bueno. Me hace sentido que no sólo el terapeuta influye en el paciente, sino éste también influye en los terapeutas. Me gusta eso de creer en los demás; eso de pensar que uno no puede imponerse al otro, sino que ayudarle a usar sus propios recursos, su propia manera. Empujarlos más, que tirarlos al agua ¿no?… (risas) Vania: ¿Perturbar como decía Maturana? Vania: ¿Qué desafíos impuso la mirada del constructivismo a los terapeutas familiares? Vilma: Vilma: Vania: Vilma: Vania: Vilma: Perturbar, es decir ayudarles a que ellos cambien pero no porque les pegas una patada, sino porque se convencen de que lo pueden hacer de otra manera. Eso a mí me gustaba mucho y a todas nosotras cada vez nos fue gustando más. Muchos, muchos, porque nosotros los seres humanos andamos por el mundo, creyendo que tenemos la verdad. Entonces somos muy buenos cuando se la imponemos a otros, que somos - uf… maravillosos… ¡y no es así pues! Tenemos que ayudar a los demás a darse cuenta lo que necesitan y por qué lo necesitan y para que luego lo implementen. Eso es especialmente importante, cuando no trabajamos con un solo individuo, sino con varios individuos que necesitan convivir como es en una familia. ¿Cómo fueron desarrollando o formando esas habilidades? Porque tiene que haber sido un cambio súper duro. Mucho. Porque además es un cambio desde el modelo médico que da y prescribe cosas... a quedarse sin ninguna verdad y con la incertidumbre… Nos costó mucho…. y hubo algunas personas que nos dejaron también, los que venían de la medicina. Mira fíjate, que a mí me pescaron por mi duelo - yo tengo puros amigos médicos - y me obligaron a tomar medicamentos. En realidad yo también podría haberles dicho que no, pero estaba como obnubilada. Se les ocurrió que yo estaba enferma y tuve que hacerme una resonancia magnética y no sé que otros exámenes más para demostrar que estaba sana. Yo sabía que no estaba enferma – lo que sí, estaba apenada, estaba en proceso de duelo. Salió todo bien, por suerte, eso me dio seguridad y eso fue positivo… pero sufrí bastante al pensar que además de estar adolorida podía estar enferma. Esta experiencia me acercó aún más a nuestra manera de trabajar que no es impositiva. Vania: Vilma: Vilma, en tu experiencia como terapeuta familiar, ¿qué ha sido lo más gratificante y lo más difícil? Mira lo más gratificante es, cuando uno ve que las cosas cambian; cuando uno ve que se va generando un sistema distinto, un sistema… no diría que nuevo - nuevo, porque nada se puede borrar, pero distinto; cuando uno va viendo que sesión a sesión llegan con ideas nuevas. Ver cómo van cambiando sus ideas, cómo van mirando las cosas de otra manera, a veces distinto de la manera como las ve uno, pero es la manera de ellos y eso les trae alivio, les trae una manera distinta de verse, de actuar. Cuando ya están bien, cuando uno se da cuenta de que ha hecho algo y que ese algo ha sido positivo. No puedo cambiarlos…. ponte tú si son morenos, hacerlos rubios…. Claro eso es más fácil les echas una tintura y listo (risas)… pero la personalidad no cambia, lo más profundo de la personalidad poco cambia, es decir, no cambia mucho… pero muchas veces en esta conversación - porque la terapia es una conversación - uno ve cómo se van moviendo de a poco las cosas. La otra cosa es la manera de enseñar, que es un método muy distinto a cómo se enseñan normalmente. Ese método no es un método que uno haya leído en alguna parte, sino que es un método que hemos ido inventando. Los cursos que hemos hecho, no son iguales, ni los ejercicios son iguales. Por ejemplo ahora que terminamos ese curso que hiciste tú. Ese curso fue muy bueno, la gente era excelente, el número era bueno etcétera, y nosotras hicimos un diseño diferente de lo que habíamos hecho en otras oportunidades. Nuestro trabajo es artesanía, no está envasado. Ahora que ustedes se van primero hay un duelo, porque en estos dos años los hemos aprendido a querer. Ya sabes de donde viene cada uno y para donde va. Vania: Vilma: Vilma yo sé que las personas con mirada constructivista son súper poco dadas a dar consejos y a dar decálogos de cómo hacer las cosas pero si tu pudieras elegir tres características que una persona, un terapeuta necesita si o si, para poder llegar a ser un buen terapeuta sistémico constructivista, ¿qué características elegirías tú? Primera cosa yo creo, que debe querer a los pacientes… que no se crea la muerte, que no se crea que él es mejor que los demás y la otra, que tenga paciencia y que sepa que su palabra no es la última palabra. Hay otras características como ser juguetón, leer, interesarse por lo que están haciendo los demás. Pero ahí hay una cosa: yo creo que es importante y bueno interesarse por lo que hacen los demás, pero no copiar. No se trata de trabajar “a lo Minuchin”, “a lo…”. A veces es útil hacerlo para aprender distintas maneras de trabajar, pero al seguir trabajando en esto, llega el momento en que cada cual se crea su propia manera de trabajar. Vania: Vilma: Vania: Respecto de la formación del terapeuta, cuando se forma un terapeuta joven ¿en qué elementos piensas tú debería ser más riguroso y en qué podría ser más flexible? Hay que pensar que te han concedido una gran cosa, que tú te metas en su familia. Hay que agradecerles que te hayan abierto la puerta y creo que por eso el respeto es súper importante y tiene la gracia de que te permite a ti trabajar con gente de cualquier ideología. Esto es un gran desafío para nosotros y con frecuencia tenemos que comernos nuestros propios sentimientos, porque ahí somos terapeutas, tenemos que ponernos en un nivel diferente. Vilma ¿cuán validada crees tú que está la terapia familiar? Vilma: Yo creo que se ha ido validando cada vez más, porque antes no había esa cosa que hay ahora de que viene gente, hay congresos, varios institutos, publicaciones… yo creo que se ha ido validando cada vez más. Vania: Vilma, ¿Cómo percibes tú que se proyecta la terapia familiar en Chile? Vilma: Yo creo que todo lo que hemos estado hablando en el fondo es eso ¿no?… Yo creo y espero que por lo menos seguiremos como estamos e iremos creciendo, pero no tanto en número, sino más bien en profundidad. Eso sería, lo que a mí me gustaría que pasara. Vania: ¿Qué desafíos se vienen para los terapeutas, para las personas que nos estamos dedicando a esto? Vilma: Vania: Vilma: Nosotros tenemos el desafío de humanizar lo más posible el trabajo y ese desafío es grande. Es ponerse en una postura en la que tú no eres ni más grande ni más chico que los demás. Es importante tratar al ser humano como se merece. Como seres humanos podemos conversar, como seres humanos tenemos lenguaje. Por eso podemos disentir, podemos impregnarnos los unos con los otros. Si, en cambio, nos ponemos a competir, considerando que la manera en que yo lo hago es LA manera, estamos perdidos. Y la otra cosa que yo quiero agregar, es el cuidado del mundo. Mirando tu trayectoria ¿qué les recomendarías a los terapeutas familiares para que lo pasen bien en este oficio? Que les guste, que miren los ojos a las personas y que le escuchen la voz, que se alegren cuando han podido colaborar – porque es sólo una colaboración y no más que eso – para que una familia esté mejor.
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