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Ponencia a presentarse en el IV Taller de Historia Intelectual
La construcción de la Reforma Universitaria. Las formaciones culturales de los estudiantes de
Buenos Aires, sus revistas y sus vínculos estudiantiles (1914-1928)
Avance de investigación
Natalia Bustelo
CeDInCI-CONICET/FFyL-UBA
[email protected]
Mi investigación doctoral se propone aportar un conocimiento más preciso sobre el proceso
políticocultural de la ciudad de Buenos Aires ligado a la Reforma Universitaria y, especialmente, sobre
el estudiante universitario en tanto figura intelectual que emerge en ese proceso y lo protagoniza. Para
ello la investigación recoge el llamado realizado por la “historia intelectual” a analizar los itinerarios
personales, los grupos culturales y sus revistas como instancias clave en la reconstrucción del campo
intelectual y de las izquierdas argentinas, al tiempo que se apoya en los lineamientos conceptuales
trazados por Portantiero (1978) sobre la Reforma a escala nacional y latinoamericana.
Específicamente, nuestra investigación reconoce en las revistas estudiantiles -a la que suma las
cartas, las memorias y los archivos persinales- una fructifera vía para recuperar la complejidad y riqueza
de la figura intelectual del estudiante que se moldea durante la Reforma.1 El análisis de esas revistas
busca, por un lado, instalarse en el cruce entre la lectura interna del discurso producido por un estudiante
o grupo estudiantil y su lectura externa, esto es, las repercusiones que ese discurso tuvo entre los pares
intelectuales y la relación con la sociedad de la que emergió. Por otro lado, se distancia de las visiones
normativas acerca de qué debe ser un estudiante universitario y de cuál es la correcta recepción de las
ideas, pues nos interesa interrogarnos tanto por las diversas configuraciones a las que los grupos y
revistas estudiantiles asociaron al estudiante como por las disímiles “apropiaciones” de las ideas.
Aunque los grupos estudiados organizaron ciclos de conferencias, promovieron la llegada de
figuras extranjeras y fundaron bibliotecas, tendieron a erigir a sus publicaciones periódicas en el
principal canal tanto de la circulación de sus proyectos como de una sociabilidad entre pares y entre
figuras de la generación anterior -a través de la que se consolidaban los mismo grupos-. En las páginas
de esas revistas es posible recuperar un peculiar tipo de intervención y preocupación políticocultural
que, por un lado, distingue al estudiante como una figura intelectual distinta del profesor, el escritor y el
científico, y que, por el otro, funciona como una primera instancia de aprendizaje políticocultural y
como fuente de reconocimiento en el itinerario de personalidades que luego encarnan otras figuras
intelectuales, a saber profesores, escritores o científicos.
Presentada la propuesta, detengámonos en las novedades que introduce una mirada de este tipo
en el corpus de estudios críticos sobre la Reforma. Los lineamientos conceptuales más significativos de
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Sobre la importancia de concebir a las revistas culturales como laboratorios de ideas marcados por la
temporalidad presente y como plataformas de intervención en las que se trama una sociabilidad y relaciones de poder,
véase Sarlo (1992) y Pluet-Despatin (1999).
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Ponencia a presentarse en el IV Taller de Historia Intelectual
la juventud universitaria y del movimiento político de la Reforma, sin duda, fueron esbozado por el
mencionado ensayo de Portantiero (1978), quien se guió por la matriz gramsciana. En una de las pocas
referencia que Gramsci realiza sobre América Latina, sostiene que, a fines de los años veinte, el
continente se encontraba en una situación de Kulturkampf y de proceso Dreyfus, es decir, atravesaba una
lucha cultural, previa a la lucha propiamente política, protagonizada por la burguesía laica que, en su
búsqueda de una reforma intelectual y moral, se enfrentaba a las oligarquías tradicionales, ligadas al
clero y los militares. Portantiero recoge esa intuición teórica junto a otras dos teorizaciones de Gramsci.
Por un lado, áquel enmarca conceptualmente el proceso y desenlace que tuvo en el continente el
movimiento políticocultural de la Reforma dentro de una posibilidad que advierte Gramsci cuando, en
uno de sus Cuadernos de la Cárcel, reflexiona sobre la “cuestión de los jóvenes”. La única cita textual
de Gramsci que realiza Portatiero es la siguiente: “La burguesía no consigue educar a sus jóvenes (lucha
de generaciones) y los jóvenes se dejan arrastrar culturalmente por los obreros y al mismo tiempo hacen
o tratan de convertirse en jefes (deseo ‘inconsciente’ de realizar la hegemonía de su propia clase sobre el
pueblo) pero con las crisis históricas vuelven al redil” (Portantiero, 1978: 84). Los estudiantes
reformistas latinoamericanos formarían parte de esa fracción de la burguesía que rompió con la
generación anterior para aliarse a los obreros y enfrentarse a las oligarquías. Por otro lado, para entender
esa “vuelta al redil” Portantiero retoma la distinción gramsciana relativa a las organizaciones sociales:
los grupos estudiantiles transitarían por un “momento corporativo”, en el que sus reivindicaciones giran
en torno de intereses gremiales, o por un “momento político”, en el que cuestionan al Estado y
construyen una hegemonía cultural y política que disputa la acumulada por áquel.
En esas teorizaciones, Portantiero encuentra la posibilidad tanto de realizar un giro marxista en
la doctrina de las generaciones con que se solía explicar la Reforma como de evitar la apelación
exclusiva a cuestiones económicas. Si los alicientes externos de una organización estudiantil que, desde
comienzos del siglo XX, reclama la democratización de la institución universitaria y de la sociedad en
su conjunto deben buscarse en las noticias de la Revolución Rusa y el activo ciclo de protestas obreras
de varios países latinoamericanos, los alicientes internos residen en la modernización de las sociedades
y el surgimiento de clases medias que asisten a la universidad y pugnan por incorporarse a la vida
política; el similar grado de desarrollo del capitalismo en América Latina sería un factor interno decisivo
-pero no el único- para explicar la emergencia de la Reforma, su expansión continental y su absorsión
por el Estado.
La Reforma tendría entonces una faceta institucional y una cultural, centradas en la
democratización de la universidad y en la renovación de las corrientes de ideas, y otra faceta política,
que buscó conectar al movimiento universitario con los problemas sociales y la izquierda, y que, según
Portantiero, hizo de la Reforma un fénomeno interesante. Es más, los distintos proyectos reformistas son
ordenados y valorados bajo la afirmación de que el auténtico movimiento de la Reforma -como lo
señalaron Bermann y Deodoro Roca para el caso argentino- “supone en su origen una intención de
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cambio social, que va más allá de modificar la ordenación de las casas de estudio” (Portantiero, 1978:
13), o bien la intención de que la organización estudiantil pase de un “momento corporativo” a un
“momento político”.
De la caracterización de la Reforma citada Portantiero extrae el tipo de abordaje: dado el
carácter extrauniversitario de la Reforma, “todo análisis que intente acercarse a sus raíces deberá
detenerse en el aislamiento de variables más específicas para cada país, más particulares en cuanto
indicadoras del grado de desarrollo económico, social y político de las distintas sociedades
latinoamericanas” (Portantiero, 1978: 13). Esas sociedades comparten una similar estructura económicosocial (en la que se registra la existencia de vastos sectores sociales que buscan conquistar mayor
participación social, política y cultural) que opera como condición de posibilidad de la expansión de la
Reforma y cuya especificidad nacional es analizada en los casos de Argentina, Perú y Cuba.
De la reconstrucción de los procesos ideológicos concluye que en torno de la Reforma se
conformó “la mayor escuela ideológica para los sectores avanzados de la pequeña burguesía, el más
frecuente espacio de reclutamiento de las contraélites que enfrentaron a las oligarquías y de [las que]
surgieron la mayoría de los líderes civiles latinoamericanos” (Portantiero, 1978: 14). Esa “escuela
ideológica” produjo dos tipos de egresados cuya profunda desconexión entre sí tendría efectos
sumamente negativos para la izquierda latinoamericana: el socialismo internacionalista, del que José
Carlos Mariátegui sería su figura más destacada, habría ido por un lado mientras que el movimiento
antitimperialista, liderado por Víctor Raúl Haya de la Torre, marchó por el otro.
Nuestra tesis investiga la segunda cuestión, esto es, retomamos los análisis sobre el específico
desarrollo social, económico y político de la Argentina en la que se desarrolla el movimiento reformista
para reconstruir la particular escuela ideológica que propusieron los jóvenes argentinos de las clases
medias que, en su paso por la universidad, se reunieron en distintos grupos y revistas y que entre 1914 y
1928 buscaron que el movimiento de la Reforma pasara de un momento corporativo a uno político. A
pesar de algunos intentos, este momento político no se enmarcó en un partido político, sino en grupos,
revistas, manifiestos, ensayos, cargos públicos, cátedra, conferencias, bibliotecas y huelgas que en muy
pocas situaciones llegó a confluir en un frente con una hegemonía tal como para disputar la construida
por el Estado.
Por otra parte, puede realizarse sobre la Reforma el mismo diagnóstico que Real de Azúa (1986)
propuso para el modernismo, esto es, su desarrollo político-cultural no alcanzó a conformar una
“ideología”, pues no se cristalizó en una mirada sistemática del mundo. Los grupos y revistas sí habrían
logrado tramar una “cultura política”2 que, a distancia de la precisión y sistematicidad de los partidos
políticos, definió prácticas (como la redacción de manifiestos y la organización de grupos en cada
2
Retomamos la noción cultura política de Berstein (1999), con la salvedad de que en el caso de la Reforma las
visiones del mundo no alcanzaron la sistematicidad propuestas por los partidos políticos sino que permanecieron en
disputa.
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Ponencia a presentarse en el IV Taller de Historia Intelectual
facultad y de revistas) e ideas (el juvenilismo o arielismo a través del que los estudiantes se
reconocieron llamados a intervenir en la sociedad y la democratización de la universidad). Se trataría de
una cultura política estuvo recorrida por fuertes disputas en torno de otras ideas y prácticas,
especialmente por la adhesión al cientificismo o al antipositivismo, el tipo de relación de los estudiantes
con las organizaciones obreras, el deslumbramiento y solidaridad con la Revolución Rusa, el
nacionalismo y el antiimperialismo.
Dados esos rasgos políticoculturales que adquirió, en sus inicios, la escuela ideológica argentina
de la Reforma, creemos que el análisis propuesto por Portantiero puede enriquecerse con la
incorporación de nuevas fuentes primarias en las que, desde la perspectiva conceptual y metodológica
de una historia de los intelectuales atenta a la microhistoria y la sociobiografía, y un análisis de las
revistas como espacios de sociabilidad y circuitos de recepción y discusión de ideas, se busque precisar
las ideas y prácticas alentadas por la juventud universitaria argentina.
Para concluir, señalemos las modificaciones en el ciclo reformista argentino que nos sugiere esa
perspectiva. La bibliografía sobre la Reforma acuerda en distinguir un ciclo entre 1918 y 1930 dividido
en tres subperíodos. Poniendo la atención en la relación de los estudiantes con el gobierno nacional, es
identificado un primer período entre 1918 y 1922, cuando el movimiento reformista contó con el apoyo
de Yrigoyen y consiguió implementar en las universidades argentinas muchas de sus reivindicaciones
(cogobierno estudiantil, instancias de extensión universitaria, enseñanza y asistencia libre, eliminación
de los cupos de inscripción y aprobación de exámenes). El segundo período coincide con la llegada de
Alvear a la presidencia y se caracteriza por una “contrarreforma”, pues, a través de intervenciones,
fueron eliminadas la mayoría de las modificaciones estatutarias. Finalmente, durante la nueva
presidencia de Yrigoyen los estudiantes conseguían reinstalar varias de sus reivindicaciones hasta que el
golpe de Estado volvió a intervenir las universidades.
Ahora bien, si la mirada se traslada de las instituciones al tipo de cultura que los grupos, revistas
y viajeros promovieron entre los estudiantes, esa periodización sufre variaciones. En principio, nuestro
trabajo de fuentes sugiere que es más adecuado comenzar la periodización en 1914, pues en ese año los
estudiantes porteños fundaron dos grupos que emprendieron una persistente labor cultural orientada a
organizar a los estudiantes más allá de las cuestiones gremiales: el Centro Ariel (1914-1915) y la revista
Ariel (1914-1915), por un lado, y el Ateneo de Estudiantes Universitarios (1914-1920) e Ideas (19151919), por el otro. En segundo lugar, el ciclo ideológico podría cerrarse hacia 1928, pues entonces dejan
de editarse las tres revistas estudiantiles más importantes del período (Valoraciones, Sagitario e Inicial)
al tiempo que queda definida la identidad latinoamericanista y antiimperialista con la que desde
entonces y durante décadas se asocia a la Reforma, tanto entre quienes, en el caso argentino, pretenden
ligarla al PS como quienes la asocian al PC o a la UCR.
La cultura política de la Reforma que nos interesa investigar se acuñaría entonces entre 1914 y
1928 y tendría como rasgo común la irrupción y disolución de numerosas formaciones culturales y
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revistas que, respondiendo al llamado del célebre ensayo Ariel de Rodó, se propondrían constituir a la
juventud estudiosa como una élite cultural y moral. Pero si bien en todas estas empresas se advierte un
legado arielista, éste fue reformulado desde distintos repertorios culturales.3
En cuanto a la subperiodización, los estudios sobre la faceta política de la Reforma tienden a
concentrarse en la construcción de una sensibilidad latinoamericana ligada a la Reforma. En cambio, un
detenido análisis de las revistas sugiere que la cultura política que desplegaron los estudiantes entre
1914 y 1928 debe dividirse en tres subperíodos. En primer lugar, entre 1914 y 1918 se recortaría un
primer período en el que, con distinto éxito, una serie de agrupaciones estudiantiles configuraron, por
primera vez, una identidad estudiantil que excedía las inquietudes gremiales universitarias. Para realizar
esa configuración, algunas agrupaciones optaron por el socialismo científico mientras que otras lo
hicieron por la cultura estética o por la cultura católica. En segundo lugar, con el estallido de la Reforma
y el ciclo de protestas obreras ligado a lo que con Doeswijk (2013) podemos llamar el “trienio rojo”
(1919-1921), se instalaría en el movimiento estudiantil un “momento político”. Durante esos años, ya se
pueden reconocer los rasgos de una “juventud estudiosa” en la que la rivalidad entre la adopción de una
cultura científica, una estética o una católica queda en un segundo plano y comienza a primar la
discusión en torno del tipo de vínculo que debe promover el movimiento estudiantil con el movimiento
obrero. El parteaguas en esa discusión tendió a trazarse entre el compromiso con la "Internacional del
Pensamiento" y la asunción de un nacionalismo aristocratizante. Finalmente, hacia 1922, cuando la
economía argentina se recuperó de la crisis producida por la Primera Guerra Mundial y el ciclo de
protestas obreras declinó, el movimiento estudiantil no pudo evitar nuevas intervenciones nacionales
que dieran marcha atrás a las reivindicaciones reformistas, al tiempo que la política y el intento de
incidir en la opinión pública dejaron de estar en el centro de los proyectos estudiantiles. Mientras
algunos grupos volvieron a interesarse por una identidad estudiantil ligada a la cultura estética, y
especialmente a las filosofías antipositivistas, otros se propusieron formar una vanguardia estética y
política, y una tercera fracción señaló al latinoamericanismo antiimperialista como la identidad
estudiantil, opción que se complejizó hacia 1927 con la aparición de las ligas antiimperialistas
comunistas y que terminó instalándose como la cultura política de la Reforma.
Bibliografía
Berstein, Serge (1999), “La cultura política”, Rioux, Jean-Pierre y Sirinelli, Jean-Francois, Para una
historia intelectual, México, Taurus.
Doeswijk, Andreas (2013), Los anarco-bolcheviques rioplatenses, Buenos Aires, CeDInCI Editores.
Pluet-Despatin, Jacqueline (1999), “Une contribution a l´histoire des intellectuals: les revues” en Les
Cahiers de L’ IHTP, nº 20.
3
En efecto, mientras el Centro Ariel porteño de 1914 conciliaba el arielismo con un igualitarismo y
cientificismo de matriz socialista, el mencionado Ateneo y el Colegio Novecentista (1917-1922) combinaban el
arielismo con el antipositivismo y una cultura estética rival de la científica. Por su parte, el Centro Ariel de Montevideo
y su revista propusieron desde 1920 un arielismo ligado al socialismo de la “Internacional del Pensamiento” realizado
por Henri Barbusse y el grupo de la revista Inicial (1923-1927) asoció el arielismo al vanguardismo estético-político.
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Ponencia a presentarse en el IV Taller de Historia Intelectual
Portantiero, Juan Carlos (1978), Estudiantes y política en América Latina (1918-1938). El proceso de la
Reforma Universitaria, México, Siglo XXI.
Real de Azúa, Carlos (19), “Modernismo e ideologías”, Punto de vista, nº, Buenos Aires.
Sarlo, Beatriz (1992), “Intelectuales y revistas: razones de una práctica”, América. Cahiers du CRICCAL
nº 9-10.
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