Cambio climático y movilidad sostenible Resumen de las jornadas En las jornadas organizadas por CCOO entre el 4 y el 5 de Marzo, las distintas contribuciones ha puesto de manifiesto algo que hace tiempo que está sobre la mesa: cambiar nuestro modelo de movilidad hacia una movilidad sostenible es un imperativo en la lucha contra el cambio climático, contra el deterioro del aire que respiramos, pero también una medida urgente para preservar la salud de la ciudadanía, y concretamente de los trabajadores y trabajadoras (accidentes, ruido, estrés, enfermedades pulmonares, cáncer,…), y para la reducción de los niveles de exclusión social. El sector del transporte, tanto de mercancías como de personas, aparece como uno de los sectores (llamados difusos) que más impacto tienen en la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), de dióxido de carbono, y de otras partículas en el aire. El transporte basado en el vehículo privado también es el origen de un aumento del estrés y de los problemas de salud asociados a éste, de la emisión del ruido en nuestras ciudades, o de un importante volumen de accidentes (en su mayoría relacionados con el trabajo). Por último, nuestro modelo de movilidad es fuente de exclusión social, tanto al trabajo como a otros servicios básicos, ya que no toda la ciudadanía tiene acceso, principalmente por costes, al medio de transporte en el que basamos nuestro patrón de movilidad, el automóvil. El aumento sostenido de la movilidad (tanto de mercancías como de personas) y, sobre todo, el uso de energías fósiles (básicamente petróleo) para estos desplazamientos, explica la relación entre el cambio climático, la calidad del aire y la salud, y el sector del transporte. Desde esta perspectiva, este modelo de desarrollo del sector presenta claros límites, tanto por la propia escasez de la fuente energética de la que se nutre, el petróleo, como por los efectos externos ya comentados que produce su utilización sobre nuestra biosfera. El sector del transporte ha tenido una fuerte expansión en las últimas décadas como consecuencia del proceso de globalización económica, eufemismo del proceso expansión capitalista o del capitalismo maduro en el cual estamos inmersos, o como explicó en su día J.K.Galbraith “(la globalización) es un término que nosotros mismos, los americanos, inventamos para disimular nuestra política de avance económico en otros países y para tornar respetables los movimientos especulativos del capital”, una 1 definición, por otra parte, muy cercana al concepto de imperialismo económico (militar y cultural). Los procesos de deslocalización productiva amparados, entre otros, en los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio, han redistribuido los procesos productivos lineales (extracción de recursos naturales-producción-consumo-residuos y deshechos) a lo largo del planeta. De hecho, podríamos considerar hoy el planeta como una “fábrica planetaria”, cuyos productos y servicios se localizan en un espacio u otro, en función de ciertos parámetros de “competitividad” (legislaciones laborales, medioambientales, recursos naturales,…), generando un flujo continuado de personas y mercancías, hacia los centros de producción y consumo, y un flujo de capitales desde los países pobres hacia los países más desarrollados. Este proceso, que explica la creciente desigualdad social y la pobreza, es el que también explica el aumento exponencial de la movilidad a escala planetaria. Esta misma lógica se esconde tras el proceso de crecimiento de las ciudades (centros de consumo, paradigmas del éxito económico individual, dada su condición de núcleo insertado en el flujo de capitales internacionales), que ha estado guiado, no desde una óptica social, de vida comunitaria, sino desde las dinámicas del mercado, alejadas de los parámetros democráticos de transparencia, justicia o equidad. El mercado no mira por la cohesión social, sino por el beneficio individual. Esta expansión urbana ha conllevado una mala, nefasta, ordenación del territorio, donde el centro de la ciudad se convierte en atractivo turístico, de negocios y de consumo, y donde el ciudadano queda expulsado del espacio público, llevándolo al extrarradio. Se le invita a movilizarse de forma continuada, de casa al trabajo, al centro comercial (la catedral de este modelo económico y social), al centro educativo, al centro sanitario… ocupando el espacio público el automóvil y las infraestructuras que lleva asociadas. Aquellos que no tienen este medio privado de transporte, ven mermadas sus posibilidades de movilidad y por lo tanto el propio acceso al trabajo o a otros servicios públicos. La escasa densidad poblacional que conlleva esta forma de expansión urbana dificulta, además, la planificación de otras modalidades de transporte más sostenibles y colectivas. Ir a la raíz del problema supone, por lo tanto, actuar frente a este proceso de globalización económica y de expansión urbana. Significa relocalizar los centros de trabajo, y los centros de consumo. Supone en cierta forma mitigar los niveles de entropía que conlleva este modelo de desarrollo económico y social. Significa devolver al ciudadano el espacio público. Significa al fin y al cabo luchar contra la lógica del 2 mercado. El cambio del modelo de transporte entroncaasí en el conflicto entre lo individual y lo colectivo, entre el beneficio privado y el bienestar comunitario, entre el mercado y la política, entre el capital y el trabajo. Por desgracia, una gran mayoría de la población vive la ensoñación de un optimismo tecnológico fantasioso, cautivados por la idea de felicidad ligada al consumo material,y no quieren enfrentarse a la necesidad urgente de reducir los niveles de movilidad y realizar un cambio en la estructura modal del sector del transporte que conlleve la minimización en el uso de las fuentes de energía fósiles, en este caso, del petróleo y sus derivados. Es evidente que el ciclo de las energías fósiles, iniciado en los albores de la revolución industrial, toca a su fin, y que por lo tanto, no se puede pensar que a finales del siglo XXI el petróleo siga siendo la fuente energética principal parar impulsar el desarrollo económico y, concretamente, este patrón de movilidad. Un uso de una fuente de energía que en aquellos tiempos y a lo largo del siglo XX, al menos hasta la primera mitad del mismo, era abundante, de fácil acceso, y eficiente energética y económicamente. Teníamos energía barata y abundante. Pero también es claro, que esta fuente de energía se está agotando (es un hecho), y que los efectos climáticos y en la calidad del aire de su consumo, tampoco son sostenibles, y que, de no pararse, no sólo producirá efectos catastróficos en ciertas zonas del planeta, o conllevará un deterioro de los niveles de salud pública,sino que acabará con nuestro planeta, al menos, con un planeta que pueda albergar la diversidad de vida que alberga en la actualidad, incluida la del ser humano. El cambio modal supone, en este sentido, no sólo una condición necesaria (aunque no suficiente como ya hemos indicado) para la lucha contra este deterioro medioambiental, sino también, una condición necesaria para mejorar los niveles de cohesión social, y la recuperación del espacio público. La recuperación de ese espacio público desde la movilidad sostenible es también, en cierta forma, la recuperación de la vida democrática. La forma de superar la actual situación de aislamiento social que protagoniza una ciudadanía que vive mayormente recluida en el espacio físico de la vivienda y el automóvil, y cuyo contacto principal con los otros no tiene lugar en el espacio público, sino en el espacio virtual a través de los mediosde información y comunicación que se vehiculan a través de internet bajo muy distintas formas. Avanzar hacia ese cambios social para por transformar en nuestra cultura las medidas que valoran el éxito individual muy aparejadas a la capacidad de consumo material y, 3 precisamente, entre otros, a la propiedad y el uso del automóvil, que ha tenido para la juventud, al menos hasta ahora, un gran valor simbólico. ¿Hacia dónde debe caminar este cambio modal en el sector del transporte?. Dos son los caminos a recorrer: en primer lugar se trata de caminar hacia la reducción de la movilidad, tanto de personas como de mercancías desde un cambio de paradigma económico. En segundo lugar, pero desde el primer momento, se trata de implantar un modelo de movilidad sostenible, esencialmente basada en el transporte colectivo, y que, sobre todo, utilice fuentes de energía renovables. Se deberían dar pasos importantes hacia la electrificación del sector del transporte, nutrido, evidentemente, con energías renovables. Ambos elementos requieren de un marco normativo que acoja una actuación pública decida y coordinada en materia urbanística, fiscal, y de gasto público (inversión), que prime este cambio modal. En este sentido, el desarrollo del ferrocarril en todas sus modalidades (trenes, tranvías, metro,…) es un eje esencial de este cambio, y más en el Estado Español, que se sitúa a la cola de los países europeos en el desarrollo de este medio de transporte. Pero, sobre todo, un desarrollo que tenga en cuenta elementos de cohesión territorial y de movilidad de las personas. En las últimas décadas, en nuestro país se ha priorizado la alta velocidad, claramente excluyente para muchos colectivos, mientras no se desarrollaban otras tipologías de ferrocarril y otras redes de conexión de mayor eficiencia económica y social. Hay que tener en cuenta que el desarrollo de una modalidad sostenible, como puede ser el ferrocarril, debe coordinarse con otras modalidades, sobre todo en el ámbito urbano, como la bicicleta, el metro o el tranvía, o incluso modalidades colectivas, como el autobús, o el propio uso de fórmulas colectivas en el automóvil (carsharing, por ejemplo). Pero, siempre, y también es una condición necesaria, junto con una política de desincentivación del uso del automóvil, con diferentes tipos de medidas, desde el aumento de tasas, peajes, etc., dificultando su uso, y reduciendo la velocidad de su circulación, para acercarla a otros medios de transporte, que obviamente, deben aumentar la suya con mejores infraestructuras para su utilización. El factor que desincentiva el uso del transporte colectivo u otros transportes individuales sostenibles, es la velocidad del desplazamiento, ya que el tiempo de transporte suele ser un factor constante. La inversión en infraestructuras para la utilización del automóvil aumenta la velocidad de este medio de transporte, y, dado un tiempo de viaje estable, facilita la expansión de la ciudad, alejando el centro de trabajo, el centro de consumo, o el resto de servicios públicos, como la educación o la sanidad. 4 Por lo tanto, un elemento esencial para la reestructuración modal en el sector del transporte es un cambio en las políticas de inversión pública, facilitando la fluidez y velocidad del transporte colectivo, o del ferrocarril. La ciudadanía utiliza el automóvil, entre otras razones (estatus, éxito, comodidad,…), por su mayor velocidad en los desplazamientos, a pesar de ser, con mucho, el sistema más caro y más ineficiente energéticamente. Por último, se debe remarcar que el uso del automóvil es especialmente importante en el mundo del trabajo. No en vano la mayor parte de los accidentes de tráfico tienen lugar por ir o venir al trabajo (in itínere) o por la utilización del coche en la jornada laboral (en misión), es también motivo de estrés laboral y, como hemos señalado, factor de exclusión social y concretamente de exclusión laboral. Pero también es un factor redistributivo. El coste del transporte al trabajo no deja de ser un coste por trabajar y, por lo tanto, supone una merma del poder adquisitivo de los salarios. Una política de movilidad sostenible al centro de trabajo supone una recuperación de la capacidad adquisitiva de los salarios, además de una política de mejora de las condiciones de trabajo y, en concreto, de mejora de la salud laboral. Pero, también es un elemento esencial de redistribución de la renta y para la participación de los trabajadores y trabajadoras en los excedentes empresariales. El cambio hacia una movilidad sostenible al trabajo debe ser justa, y por lo tanto, supone como hemos señalado una lucha también por la captación de inversión pública (inversiones) que repercute en los colectivos con menos recursos. Estamos ante una herramientamás para la acción sindical, que enriquece la negociación colectiva. Las experiencias a nivel europeo o en nuestro país en la lucha de los trabajadores y trabajadoras por una movilidad sostenible son claras desde esta perspectiva, entroncándose claramente en la dinámica propia sindical, como herramienta de acción y negociación, y conllevando, en último extremo, mejoras en las condiciones de trabajo, tanto en términos de salud como de salarios, directos o indirectos. Por último, no es menos importante resaltar que este cambio modal supone, además un aumento del nivel de empleo. Estaríamos ante un sector emergente que genera ocupación, algo nada desdeñable en el ámbito de crisis económica y de empleo en la que estamos inmersos. La inversión en transporte colectivo, en el ferrocarril o en la bicicleta, genera no sólo empleo directo, sino un volumen nada despreciable de empleo indirecto. Pero, uno de los elementos más importantes es que se trata de un empleo, en su mayoría, enraizado en el territorio y de difícil deslocalización, 5 contrariamente, al modelo de movilidad actual. En este aspecto el propio cambio modal ayudaría a este proceso de relocalización de actividades productivas. Como conclusión, el cambio de patrón de movilidad es un elemento esencial en la lucha contra el cambio climático, pero también dinamiza mejoras en los niveles de salud, en la utilización del suelo, en la recuperación del espacio público para la ciudadanía, y un enriquecimiento de la negociación colectiva, lo que conlleva un reparto más justo de la riqueza y una disminución de los niveles de exclusión social. 6
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