CHAMUS Cuando estaba entre amigos solía decir que él no era de Noja, qué era “del Brusco”. Y así era en cierto modo, pues era allí, en la zona más salvaje de la playa de Trengandin, a los pies de la montaña cuyas cumbres exploraba, sobre la arena dorada en la que jugaba a las palas y se dejaba acariciar por el sol, en el azul del mar en que navegaba con su kayak o en el pequeño catamarán inflable, donde la mayor parte de su vida discurría. Por las noches prefería ir a dormir al Brusco en su “trotada” furgoneta y amanecer allí, antes que hacerlo en el apartamento con vistas al mar que tenía por vivienda. Incluso contaba que, una vez, siendo joven y rebelde, se escapó de casa y en lugar de irse lejos se fue a vivir unas semanas a una caseta secreta que había entre las malezas de “su” montaña. Era un gran viajero, amante de la naturaleza, deportista, optimista y vital; siempre encontraba la buena cara a las dificultades y disfrutaba tanto de la amistad y de los pequeños placeres que nos regala la vida que carecía de ambiciones. Solo anhelaba una cosa: que llegara el momento de partir por el ancho mundo con su mochila a la espalda. Ya había recorrido Tailandia en moto y la India en diversos viajes en una clásica Royal Enfield; cruzado de Denver (Estados Unidos) hasta el sur de México en una motaza imponente con alforjas comprada de segunda mano y que luego hubo de mal vender al termino de su viaje. En su fiel furgoneta, equipada para camping, recorrió buena parte de Europa y Marruecos. La temporada baja es muy larga en Noja y da para eso y mucho más. Su tienda de artesanía estaba repleta de compras hechas en lugares remotos que hablaban en silencio de su pasión por conocer el mundo, sus gentes y costumbres. El kayak de mar era otra de sus aficiones y sin hacer ruido ni aspavientos al público recorrió la costa del Cabo de Gata; las “rías gallegas” y las Islas Cíes; circunnavegó la isla de Ibiza. Siempre en expediciones de una semana o diez días, llevando todo el equipo sobre la estrecha nave para dormir en las playas que le acogían y ofrecían refugio; además de cortas navegaciones por Pataya en Tailándia o el rio Mekong en Camboya, o Puerto Escondido en México. Su proyecto para este año iba a ser descender el Duero hasta Oporto o cruzar desde el Atlántico hasta el Mediterráneo por el Canal del Midí francés. La montaña le atraía por igual y no dudó en hacer trekkings por el Atlas marroquí, los elevados volcanes nevados de Ecuador y la cordillera de los Andes; en la cordillera de los Himalayas llegó hasta el campo base del Everest; por no mencionar las montañas de los Picos de Europa o los Pirineos, que por estar en casa no son lugares menos impresionantes y bellos. Había terminado el camino de Santiago en bicicleta y vuelto a casa pedaleando por la costa. Pero de todas sus anónimas hazañas, me confesó que, estaba especialmente satisfecho de haber salvado la vida a un hombre que se ahogaba. Cuando el otra día se accidentó pescando en los acantilados quiso la mar llevar su cuerpo hasta su rinconcito del Brusco y depositarle en la arena, su arena. Su alma ha emprendido un viaje hacia la mejor y más bella de las aventuras; ligero de equipaje, sin pesadas mochilas a cuestas ni caducos cuerpos que se agotan con la edad el amigo Chamus ya está, animoso, en el más hermoso de los caminos. Pedro Portillo Argos
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