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Amanecer en el Valle del Sinú. Antología poética
Raúl Gómez Jattin
Selección y prólogo de Carlos Monsiváis
Colección Tierra Firme
181 pp.
por Karla Berenice García
Amanecer en el Valle del Sinú del colombiano Raúl Gómez Jattin es la memoria del hombre
marginal que enaltece a la poesía con su sencillez y su honestidad: el vuelo del autor fluye
sin prejuicios, evade el horizonte de las florituras.
Pese a la dureza de sus palabras y a la oscuridad de sus versos, la obra de Gómez
Jattin tiene una profundidad por encima de los lugares comunes, en el terreno de la
poesía. Retratos (I y II), Amanecer en el Valle del Sinú, Del amor, Hijos del tiempo, Esplendor de la
mariposa y El libro de la locura son los fragmentos de un rompecabezas turbulentamente
armado.
A decir de Carlos Monsiváis, en el vandalismo del poeta se aloja la locura, la
vagancia, la condición homosexual y, en un sentido libertador, la marginalidad como
materia misma de la escritura. Relator que naufraga entre la arrogancia del pueblerino
culto al que envidian los mochos y la humildad del varón que no se avergüenza de su
amor por otros de su mismo sexo, el seguidor de Paz, Borges, Platón, Rimbaud y
Stendhal hace de su trágica historia un alucinante viaje por la lucidez de su demencia:
“Mis últimos días oscilaron entre la mendicidad de las calles, el domicilio de aceras y
parques y las numerosas y más o menos prolongadas estadías en diferentes clínicas
psiquiátricas. Pero nunca dejé de escribir”.
Heredero del nadaísmo —como señala Monsiváis—, el que leyera las Mil y una
noches a los seis años, descubriendo en ese momento que ansiaba ser escritor, sabe que la
palabra es una vida alterna en la que sobran los fantasmas de la doble moral. Quizá por
ello se ve a sí mismo como a un pájaro que acumula sílabas dolorosas —que no niegan la
risa— en la hondura del firmamento; un firmamento “perverso” que se purifica en la
inocencia del adolescente que desea a su amigo.
Desde la hamaca del recuerdo en que derriba su árbol genealógico para sembrar
en su lugar al yo libre, borracho y mariguano, Gómez Jattin desata sus alas, llora, ríe,
divaga: “Subyuga mi corazón/ una feminidad fortalecida en el arte./ He tenido junto a
mí a las mujeres que he querido./ Pero el amigo es el amigo y ellas perdonen./ No
aguantan tanta parranda como Rafael Salcedo”.
Amor, muerte, soledad, erotismo, espontaneidad, arrojo y humor, dejan ver a un
personaje para el cual “ser poeta es más que un destino literario”. A la locura y a la
fatídica partida de quien fuera atropellado por un autobús, sobreviene la confrontación:
espejo del pájaro que se sabe encarcelado en su cuerpo, reflejo del diablo que aparece al
final del cuarto de infancia, donde dos niños se masturban al tiempo que construyen su
Grecia imaginaria.
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