prisma internacional 195

27 de febrero de 2015
Nº 195
Política
CONTENIDO
1. Europa frente a la dem agogia por Guy Sorm an
2. Los siguientes m ovim ientos del Zar Putin por Thom as L. Friedm an
3. Nadando desnudos por Julio M aría Sanguinetti
4. Grecia en la batalla por Sam i Naïr
5. Narrativa griega sobre m oralidad por Joseph E. Stiglitz
6. Cam pos de concentración por Rodrigo Borja
7. La excusa del largo plazo por Paul Krugm an
8. El pasado que devora al futuro por Sergio Ram írez
9. El Hom bre hecho cenizas por Fernando García de Cortázar
10. Vigilados y vendidos por M anuel Castells
11. ¿Podrá M insk 2.0 salvar a Ucrania? por Yuliya Tym oshenko
12. La vuelta de Cuba a las Am éricas por Rafael Rojas
13. El m om ento de la verdad de Angela M erkel por Joschka Fischer
1 3 4 6 7 9 9 11 12 14 16 18 20 1. EUROPA FRENTE A LA DEMAGOGIA POR GUY SORMAN
El éxito del partido de izquierdas Syriza en Grecia; el auge del movimiento Podemos en
España; el arraigo del nacionalista y reaccionario Frente Nacional en Francia; el nacimiento de
un partido patriótico inglés, UKIP; el movimiento antiinmigrantes Pegida en Alemania; la
Liga Norte en Italia; el Partido del «Progreso» en Dinamarca; y el Partido de la «Libertad» en
Holanda. Todos comparten una misma ideología demagógica, oculta tras unas etiquetas
engañosas que exaltan la libertad y el progreso. Todos ellos dejan a un lado la razón para
enaltecer el sentimiento nacional –o regional– contra el cosmopolitismo europeo, un horror de
la economía real y de su lógica, y la nostalgia de un orden antiguo o futuro imaginario que
deriva del invento de la tradición. Aunque estos partidos se declaren de izquierdas, de
derechas o de otras tendencias, en realidad todos se parecen en su negación del mundo real y
en la movilización de los impulsos elementales para persuadir a unos votantes ingenuos de que
la política puede cambiar su vida, para mejor, por supuesto.
Señalaremos, no sin ironía, que el primer partido entre esta colección demagógica en hacerse
con el poder (por un tiempo sin duda limitado) es griego, puesto que a la Grecia antigua (que
solo coincide con la Grecia contemporánea en la geografía) le debemos tres conceptos que son
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de actualidad: la «democracia», con sus vericuetos; la «demagogia», que fue helenística antes
de ser moderna; y «Europa», que es nuestro nuevo horizonte. Muchos griegos consideran a
menudo que, como han «inventado» la democracia, el resto del mundo debería pagarles unos
derechos de autor eternamente, y que no habría que imponerles las reglas de buena gestión
económica. Pero si admitimos este razonamiento romántico, ¿no deberíamos restar a estos
sobre la democracia el coste, igual de helenístico, de la demagogia? Pensemos que el resultado
es una suma nula.
¿Debería preocuparnos esta demagogia galopante? Sí, pero sin aterrorizarnos. Me parece
menos el resultado de una evolución profunda de los países europeos –como en la década de
1930– que una protesta contra el estancamiento económico y una sanción dirigida a los
partidos clásicos. ¿Esperan realmente los que manifiestan su disconformidad que los partidos
demagógicos gestionen mejor los países de lo que logran hacerlo estos partidos clásicos? Lo
dudamos, ya que los electores de la demagogia, en su mayor parte, no esperan gran cosa de su
voto impulsivo. Sin duda alguna, preferirían que los partidos tradicionales y profesionales se
mostrasen más creativos, más persuasivos, e incluso más transparentes.
El éxito provisional de los demagogos me parece, ante todo, una invitación a la modernización
de la derecha y de las izquierda clásicas, una modernización deseable y posible. Consideremos
algunos ejemplos sencillos. En economía, por ejemplo, resulta lamentable que nuestros
colegios no enseñen a los niños (y a sus profesores) la ciencia económica al mismo tiempo que
todas las demás ciencias. Eso impediría que los demagogos de todos los países hiciesen creer a
los más desfavorecidos que son víctimas de una «austeridad» impuesta por Alemania. Al igual
que la Tierra gira alrededor del Sol y no a la inversa, todo el mundo debería aprender que solo
las empresas crean empleo; que el Estado derrochador destruye el crecimiento; que
demasiadas ayudas sociales provocan dependencia y desempleo; y que la creación arbitraria de
moneda (incluso por el Banco Central Europeo) no sustituye a la innovación.
De la misma manera, los programas escolares, así como los discursos públicos, deberían
recordar incesantemente el hecho de que la Unión Europea es un verdadero milagro histórico
al que debemos, cada día, la paz entre nuestras naciones, la libertad de viajar sin dificultades,
la bajada de los precios gracias a la competencia impuesta por la Comisión de Bruselas, la
protección de nuestras libertades gracias al Tribunal de Justicia Europeo, y una moneda, el
euro, que mantiene su valor porque se libra de la mala gestión y de la demagogia nacionalista.
Esta felicidad europea ya solo es apreciada por los mayores que se acuerdan de la guerra y de
la inflación de la posguerra; para los demás, Europa es tan evidente que desconocen sus
virtudes, lo que les permite despreciarla.
En la Grecia antigua, el mejor orador en el ágora lograba la adhesión de la mayoría. Los
tiempos modernos no son muy distintos; resulta que nuestros demagogos son unos
predicadores excelentes. Por tanto, les corresponde a los demócratas convertirse en narradores
menos aburridos y más persuasivos. Los demagogos son útiles si nos sacan de nuestro letargo,
de nuestras ideas preconcebidas y de nuestra autocomplacencia; solo se vuelven peligrosos si
nos quedamos estúpidamente callados. Es más, los demócratas no tienen por qué abstenerse de
dar muestras de imaginación. Desde hace décadas, los buenos autores liberales han ofrecido
soluciones innovadoras sobre la forma de gestionar las ayudas sociales, la educación, la
vivienda accesible para todos, el pleno empleo y la sanidad pública, introduciendo más
espíritu de empresa, más competencia, más iniciativa y más responsabilidad personal. Ya es
hora de usar esta caja de herramientas y de ideas, disponible y sin coste, para retomar la
iniciativa de la narración creativa. Sin espíritu de partido, lamento que la caja de herramientas
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de los socialistas esté vacía, ya que esto empobrece el debate. «Cuando la democracia está en
peligro», decía Friedrich Hayek, «es momento de proponer utopías alternativas». Ese
momento es ahora mismo.
Fuente: ABC, 2.2.15 por Guy Sorman, economista, periodista, filósofo y autor francés.
2. LOS SIGUIENTES MOVIMIENTOS DEL ZAR PUTIN POR THOMAS L. FRIEDMAN
Se citaron las palabras de la exsecretaria de Estado estadounidense Hillary Rodham Clinton en
marzo pasado, cuando dijo que el ataque del presidente ruso, Vladimir V. Putin, en contra de
Ucrania, supuestamente en defensa de rusoparlantes allá, era justamente como “lo que hizo
Hitler allá en los años 30”; usar a personas de origen alemán para justificar su invasión de
tierras vecinas. En esa época, yo creía que una comparación de ese tipo era excesiva. Ya no lo
creo. Aprobaría la comparación de Clinton puramente por su valor de impacto: Dirige la
atención a las cosas horribles que Putin está haciéndole a Ucrania, sin mencionar a su propio
país, cuyo índice de crédito acaba de ser reducido a estatus basura.
El uso que hiciera Putin de tropas rusas vestidas con uniformes sin insignias para invadir
Ucrania y reforzar de manera encubierta a rebeldes ucranianos comprados y pagados por
Moscú –todo disfrazado por una red de mentiras que habría hecho sonrojar al propagandista
nazi Joseph Goebbels y todo con el propósito de acabar con el movimiento reformista de
Ucrania antes de que pueda crear un modelo democrático que pudiera atraer a los rusos más
que la cleptocracia de Putin–, es el asalto geopolítico más desagradable que ocurre en el
mundo actualmente.
Ucrania tiene importancia: más que la guerra en Irak en contra del Estado Islámico, también
conocido como ISIS. Aún no está claro que la mayoría de nuestros aliados en la guerra en
contra de ISIS compartan nuestros valores. Ese conflicto contiene un gran elemento tribal y
sectario. Sin embargo, es inconfundiblemente claro que los reformistas de Ucrania en su
gobierno y Parlamento elegidos recientemente –quienes luchan por liberarse de la órbita de
Rusia y volverse parte del mercado de la Unión Europea y comunidad democrática– sí
comparten nuestros valores. Si Putin el Maleante se sale con la suya con la destrucción del
nuevo experimento democrático de Ucrania y traza de nuevo y unilateralmente las fronteras de
Europa, cada país a favor de Occidente alrededor de Rusia estará en peligro.
“Putin teme a una Ucrania que exija vivir y quiera vivir e insista en vivir con base en valores
europeos; con una robusta sociedad civil y libertad de expresión y religión (y) con un sistema
de valores que el pueblo ucraniano ha elegido y por el cual ha dado sus vidas”, dijo Natalie
Jaresko, ministra de Finanzas de Ucrania, ante un seminario de Ucrania en el Foro Mundial de
Economía en Davos, Suiza, la semana pasada.
Estados Unidos y Alemania se han desempeñado bien organizando las sanciones en contra de
Rusia. Si bien la administración Obama decidió hace poco que desplegaría algunos soldados
estadounidenses a Ucrania en la primavera para entrenar a la Guardia Nacional de Ucrania, yo
apoyaría un aumento a nuestra ayuda militar al Ejército ucraniano ahora para que pueda
defenderse mejor de los 9.000 efectivos que, con base en estimados, Putin ha infiltrado dentro
de Ucrania.
Aunado a esto, Ucrania necesita 15.000 millones de dólares en préstamos y otorgamientos en
el próximo año para estabilizar su economía, además de su rescate del Fondo Monetario
Internacional. Los ucranianos se habían metido solos a un profundísimo hoyo con sus más de
20 años de niveles industriales de corrupción, a raíz de una serie de malos gobiernos después
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de que Kiev se independizara de la Unión Soviética. La razón para la esperanza es que la
revolución y las últimas elecciones en Ucrania han traído una nueva generación de
reformistas, los cuales están transformando rápidamente ministerios y aprobando regulaciones
fiscales y de transparencia. De hecho, ellos les están dando la bienvenida a empecinados
indicadores de buen gobierno como una de las condiciones para ayuda occidental. Pero, si
ellos cumplen, nosotros debemos cumplir.
El secretario del Tesoro estadounidense, Jack Lew, ha estado viajando a lo largo de Europa la
semana pasada, en parte para asegurar el paquete de ayuda para Kiev. Estados Unidos ha
comprometido su parte, pero la Unión Europea sigue resistiéndose un poco. El objetivo de
Putin consiste en sembrar suficiente inestabilidad para que Occidente retenga ayuda y, de esta
forma, reformistas ucranianos no logren cumplir y terminen desacreditados. Eso sería una
lástima.
El financiero mundial George Soros, quien ha estado ayudando a fomentar la reforma
ucraniana, dijo ante la reunión en Davos: “Hay una nueva Ucrania que está determinada a ser
diferente respecto de la vieja Ucrania. Lo que la vuelve única es que no solo está dispuesta a
pelear sino a concentrarse en la ejecución de una serie de reformas radicales. Está levantada en
contra de la vieja Ucrania que no ha desaparecido, y en contra de un diseño muy determinado
del presidente Putin para desestabilizarla y destruirla. Sin embargo, está determinada a afirmar
la independencia y orientación europea de la nueva Ucrania”.
Ucrania también podría incidir sobre el precio del petróleo. Los dos mayores actores que
pueden moldear el precio actual son el nuevo rey de Arabia Saudita, Salman, y el zar de Rusia,
Putin. Si los saudíes deciden reducir la producción de manera considerable, el precio del
petróleo subirá y si Putin decide invadir plenamente Ucrania, o peor aún, uno de los estados
bálticos, y pone a prueba si la OTAN realmente peleará para defender cualquiera, el precio del
petróleo subirá. Con su economía en jirones, el gobierno de Putin ahora depende casi por
completo de exportaciones de petróleo y gas natural, así que a él realmente le está doliendo la
caída del precio del petróleo. Las probabilidades de que Putin invada totalmente Ucrania o el
Báltico son bajas, pero tampoco se pueden descartar.
Desatar una gran crisis geopolítica con la OTAN es una manera fácil en la que Putin puede
causar impacto para que el precio del crudo repunte. Hasta ahora, las intervenciones
encubiertas de Putin en Ucrania no han tenido éxito en eso. En suma: el precio actual del
petróleo se verá más afectado por dos hombres: el rey Salman y cómo emplee su capacidad
excedente para producir petróleo, y el zar Putin, y cómo emplee su capacidad excedente para
producir complicaciones.
Ucrania también podría incidir sobre el precio del petróleo. Los dos mayores actores que
pueden moldear el precio actual son el nuevo rey de Arabia Saudita, Salman, y el zar de Rusia,
Putin.
Fuente; El Universo, 3.2.15 por Thomas L. Friedman, periodista norteamericano
3. NADANDO DESNUDOS POR JULIO MARÍA SANGUINETTI
En la última década, quienquiera preguntara sobre quién crecía más, si Brasil o Argentina,
recibiría la respuesta, casi obvia, de que era el país de Lula y Dilma y no el problemático y
polémico del matrimonio Kirchner. Sin embargo, no era así. Desde 2003 a 2013, los años de la
gran bonanza del comercio exterior, Argentina mantuvo claramente un crecimiento superior, y
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no porque su manejo económico fuera una maravilla, sino porque el gigante sudamericano
crecía muy poco.
¿Por qué esa ilusión óptica? Porque lo brasileño es mirado siempre con simpatía: su talante
abierto, su espíritu festivo, su música, su colorido, añadida a la popularidad ganada por un
presidente de origen obrero que guardaba equilibrios fiscales, le beneficiaban con una mirada
benevolente. Sin embargo, la realidad era otra. El crecimiento basado en el consumo interno,
la inversión muy baja, las devaluaciones forzadas para ganar competencia, la pesada carga
tributaria (37% del PIB) y un mercado aún relativamente cerrado, pasaban su factura. La
bonanza disimulaba, pero cuando los precios internacionales de hierro y soja bajaron algo,
todo quedó en evidencia. Como alguien ha dicho, “cuando la marea baja es que descubrimos
quién estaba nadando desnudo”. Es el caso justamente.
La Dilma que inició su primer periodo con la esperanza de una sólida gestión de “ingeniero”,
ganó su reelección con escaso margen y comienza su segundo mandato con otro clima. No hay
euforia popular y ya se advierte que las promesas electorales han quedado flotando en el
espacio. Se aumentó el gabinete hasta 39 ministros, para aceitar una trabajosa mayoría
parlamentaria, y se anuncia ya un ajuste económico.
La presidenta fue a buscar a la banca a su nuevo ministro de Hacienda, Joaquín Levy, un
técnico competente y ortodoxo que ya ha sido bien claro en la necesidad de reducir
drásticamente el gasto público y equilibrar las cuentas del Estado. Aquel impulso estatista, con
algo de sesentismo, que marcó su periodo anterior, se desvanece ante un baño de realidades.
Por aparte, sobre toda la gestión flota aún el tema de la corrupción administrativa. El mensalao
fue un episodio muy fuerte, que sacudió el Gobierno de Lula, cuando se reveló que se lograba
el apoyo de legisladores con dinero desviado de la gestión pública. Sin embargo, el episodio
ha quedado pequeño ante las revelaciones que afectan a Petrobras, la mayor empresa
latinoamericana, la perla de la corona. Se ha hecho judicialmente evidente que era usada para
financiar campañas electorales, que se detraía un 3% de su enorme facturación para sobornos,
que realizó inversiones escandalosas con criterios políticos y que impuso al Gobierno
condiciones de restricción de la competencia, que le llevaron a fracasar en el desarrollo de la
explotación de las nuevas reservas del llamado pre-sal. El hecho es que en los últimos seis
años, el valor de mercado de la empresa ha caído hasta el 80%, sus acciones bajaron de 50
reales a 10 y para levantarla se requerirá de un muy sólido manejo empresarial.
La elección ha dejado el saldo de un país partido en dos, con un Norte y Noreste en que todo
depende del Estado, las empresas y la gente, votando al PT, y un Sur y Sureste viviendo de su
esfuerzo y reclamando una modernización de verdad, en que Brasil compita en el mundo,
mejore su educación y abandone esas complacientes explicaciones inspiradas en un apolillado
discurso tercermundista.
¿Nos pone este panorama delante de un Brasil necesariamente en sombras? No es así.
Depende de que el ajuste vaya en serio, que se mejore la productividad, que no se le tema a la
competencia, que la justicia no se detenga en la erradicación de la corrupción y que la
presidenta no vuelva a quedar enredada en la telaraña de una política fisiológica (inspirado
neologismo que edulcora una realidad prebendaria, en que el voto parlamentario se cotiza al
portador). En esa dirección, con un mundo en que nuevamente EE UU reemprende la marcha
y China que, pese a todo, no cede, Brasil bien puede generar un proceso de recuperación. Y
cubrir sus desnudeces. Para ello tendrá que lidiar con la naturaleza del brasileño, a quien el
teórico de la independencia, el gran José Bonifacio de Andrada e Silva (1763-1838), así
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definió: “Los brasileños son entusiastas del bello ideal, amigos de su libertad pero que
malsufren perder cualquier regalía que alguna vez adquirieron. Obedientes solo en lo justo,
enemigos de lo arbitrario, soportan mejor el robo que el vilipendio. Ignorantes por falta de
instrucción pero llenos de talento por naturaleza; de imaginación brillante y por ello amigos de
las novedades que prometen perfección y ennoblecimientos; generosos aunque con arrogancia;
capaces de grandes acciones, pero siempre que no se exija atención exigente y que no requiera
trabajo asiduo y monótono; apasionados del sexo por clima, vida y educación. Emprenden
mucho, acaban poco. Serían los atenienses de América si no fueran comprimidos y tiranizados
por el despotismo”.
Fuente: El País, 4.2.15 por Julio María Sanguinetti, abogado y periodista, y fue presidente de
Uruguay (1985-1990 y 1994-2000).
4. GRECIA EN LA BATALLA POR SAMI NAÏR
Lo que está en juego en la batalla entre Grecia y la pareja Alemania-Banco Central es nada
menos que una cierta manera de concebir el devenir del continente europeo. El panorama
actual está muy claro. El problema no es ahora estrictamente económico, sino
irremediablemente político y cultural. Es el desenlace de una orientación elegida con el
Tratado de Maastricht, que topó de frente con la crisis mundial de 2008 y se hundió en las
estrategias de austeridad puestas en marcha bajo la batuta de Alemania. Todo estriba en una
sola imposición: el modelo económico ultraliberal elegido para la creación del euro era
erróneo, pues no preveía, entre otros graves defectos, ni la posibilidad de modificación de los
tratados monetarios ni la salida de un socio y su posible reintegración ni la existencia de una
autoridad política que pudiera, tal y como lo hace la Reserva Federal en EE UU, orientar la
política monetaria, y menos aún la necesaria articulación de la política de estabilidad
monetaria defendida por la Comisión de Bruselas, con una estrategia de crecimiento a escala
europea para solucionar los problemas humanos y sociales de los europeos. Más: la única vía
prevista para los países en situación de crisis es bien someterse aceptando planes de austeridad
que destrozan su tejido humano, sacrificando una generación entera, bien declararse en
quiebra y caer en la tormenta de los mercados asesinos.
Alemania defiende hoy, con otros aliados, esa última postura. Los griegos, que han elegido a
Syriza no para provocar una revolución comunista sino únicamente —sí, ¡únicamente!— para
sacarlos del infierno de los planes de rescate, están hoy entre la espada y la pared: si se
someten a la ofensiva germano-bancocentralista, su voto no habría servido para nada; en caso
contrario, está claro que tendrán que pensar muy seriamente en ponerse de lado de la zona
euro y afrontar el terremoto de las consecuencias de tal decisión. Tendrán que ver si, como lo
decía el filósofo norteamericano Bradley, “donde todo está mal, a veces bien vale
experimentar lo peor”. Por supuesto, se trata de un gran regateo, no estamos todavía en lo
peor: la tradición retórica de los griegos empuja a negociar hasta el último momento, y
probablemente habrá concesiones para aliviar momentáneamente los sufrimientos del pueblo.
Sin embargo, la cuestión para los dueños de Europa es empezar a entender que países como
Francia, Italia, Grecia saben que no pueden seguir imponiendo políticas socialmente
devastadoras pues lo que amenaza, más allá del mal llamado populismo, es el auge por toda
Europa de una extrema derecha que está prosperando sobre el estiércol de la política de
austeridad. Los griegos son evidentemente responsables de la situación en la que se metieron,
pero la Unión Europea no es el consejo de administración de un banco, es un proyecto humano
y cultural, y la solidaridad con el pueblo griego en dificultad es también legítima.
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Fuente: El País, 7.2.15 por Sami Nair, politólogo, filósofo, sociólogo y catedrático francés.
5. NARRATIVA GRIEGA SOBRE MORALIDAD
POR JOSEPH E. STIGLITZ
Otros economistas hablaron de contracciones expansivas. Pero incluso el FMI sostuvo que las
contracciones, como los recortes en el gasto público, eran solamente eso: políticas
contractivas.
Nosotros ya casi no necesitábamos de una evidencia probatoria adicional. La austeridad había
fallado de manera repetitiva: desde cuando se la usó durante la administración del presidente
Herbert Hoover —en dicha ocasión, la austeridad convirtió un desplome del mercado bursátil
en la Gran Depresión— hasta cuando se la impuso en la forma de “programas” del FMI
implementados en el este de Asia y en América Latina. Y, a pesar de todo, cuando Grecia se
metió en problemas, de nuevo se intentó usarla.
En la mayor parte, Grecia siguió las medidas dictadas por la “troika” (la Comisión Europea, el
BCE y el FMI): convirtió un déficit presupuestario primario en un superávit primario. Sin
embargo la contracción del gasto público ha sido devastadora: 25% de desempleo, una caída
del 22% en el PIB desde el año 2009 y un aumento del 35% en la relación deuda-PIB. Y
ahora, con la victoria en las elecciones de Syriza, el partido anti austeridad, los votantes
griegos han declarado que se hartaron de la situación.
¿Qué se debe hacer? Seamos claros: se podría culpar a Grecia por sus problemas si fuera el
único país donde la medicina de la troika hubiese sido un completo fracaso. Sin embargo,
España tenía un superávit y un ratio bajo de deuda antes de la crisis, y también se encuentra en
una depresión. No es tan necesaria una reforma estructural dentro de Grecia y España, sino un
diseño de la Eurozona y un replanteamiento de los fundamentos de las políticas que han
llevado al mal desempeño de la unión monetaria.
Grecia también nos ha recordado la magnitud de la necesidad que tiene el mundo en cuanto a
contar con un marco de reestructuración de la deuda. La deuda excesiva no causó la crisis del
año 2008, sino que también causó la crisis del este de Asia en la década del 90 y la crisis de
América Latina en la del 80. Hoy continúa causando sufrimientos en EE.UU., donde millones
de propietarios han perdido sus hogares, y la deuda amenaza a millones de personas en
Polonia y en otros lugares a consecuencia de que pactaron préstamos en francos suizos.
Si se toma en cuenta la cantidad de angustia que provoca la deuda excesiva, uno podría
preguntarse por qué las personas y los países se han puesto en dicha situación. Al fin de
cuentas, esas deudas son contratos —es decir, acuerdos voluntarios—, así que los acreedores
son tan responsables de ellas como lo son los deudores. De hecho, podría decirse que los
acreedores son aún más responsables: por lo general, estos acreedores son instituciones
financieras sofisticadas, mientras que los prestatarios están en mucha menor sintonía con las
vicisitudes del mercado. De hecho, sabemos que los bancos estadounidenses en realidad se
aprovechaban de sus prestatarios, usufructuando su falta de sofisticación financiera.
Cada país (avanzado) se ha dado cuenta de que para hacer funcionar el capitalismo se requiere
otorgar a las personas un nuevo comienzo. Las prisiones de deudores del siglo XIX fueron un
fracaso. Lo que sí ayudó fue brindar mejores incentivos para que realicen buenos créditos; esto
se logró al hacer que los acreedores sean más responsables de las consecuencias de sus
decisiones.
A nivel internacional, todavía no hemos creado un proceso ordenado para otorgar a los países
un nuevo comienzo. Incluso desde antes de la crisis de 2008, las Naciones Unidas, con el
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apoyo de casi todos los países, ha estado tratando de crear un marco de este tipo. Pero EE.UU.
se ha opuesto; tal vez quiere volver a instituir las prisiones de deudores para encarcelar a las
autoridades de los países excesivamente endeudados.
La idea de restablecer las prisiones de deudores puede parecer descabellada, pero va en
sintonía con las actuales ideas sobre riesgo moral y responsabilidad. Existe el temor de que si
a Grecia se le permite reestructurar su deuda, se meterá nuevamente en problemas, como
ocurrirá con otros. Dichos temores son un disparate. ¿Alguien en su sano juicio cree que algún
país estaría dispuesto a atravesar voluntariamente lo que Grecia ha tenido que atravesar, sólo
por conseguir ventajas de sus acreedores? Si existiese un riesgo moral estaría relacionado con
los prestamistas, quienes han sido rescatados en repetidas ocasiones. Si Europa ha permitido
que estas deudas se desplacen desde el sector privado al sector público es Europa, no Grecia,
la que debe soportar las consecuencias. La difícil situación actual de Grecia, incluyendo el
enorme aumento del ratio de deuda, se debe en gran parte a los programas mal guiados que la
troika ha impuesto a este país.
Por lo tanto, lo que es “inmoral” no es la reestructuración de la deuda, sino la ausencia de
dicha reestructuración. No hay nada particularmente especial en lo que se refiere a los dilemas
que Grecia enfrenta hoy en día; muchos países han estado en la misma posición. Lo que hace
que los problemas de Grecia sean más difíciles de abordar es la estructura de la Eurozona: la
unión monetaria implica que los estados miembros no pueden devaluar su moneda con el
objetivo de salir de sus problemas; sin embargo, el mínimo de solidaridad europea que debe
acompañar a esta pérdida de flexibilidad en cuanto a la aplicación de políticas simplemente no
está presente.
Hace 70 años, al final de la Segunda Guerra Mundial, los Aliados reconocieron que debían
brindar un nuevo comienzo a Alemania. Entendieron que el ascenso de Hitler tuvo mucho que
ver con el desempleo (no con la inflación) que sobrevino a consecuencia de que a finales de la
Primera Guerra Mundial se impuso más deuda sobre los hombros de Alemania. Los Aliados
no tomaron en cuenta la estupidez asociada a la acumulación de dichas deudas, ni tampoco
hablaron sobre los costos que Alemania había impuesto sobre los hombros de los demás. En
cambio, no sólo perdonaron las deudas; en los hechos, los Aliados proporcionaron ayuda y las
tropas aliadas estacionadas en Alemania proporcionaron un estímulo fiscal adicional.
Cuando las empresas entran en quiebra, un canje de deuda por acciones es una solución justa y
eficiente. El enfoque análogo para Grecia es convertir sus bonos actuales en bonos vinculados
con el PIB. Si a Grecia le va bien, sus acreedores recibirán más del dinero que invirtieron; si
no le va bien, recibirán menos. Ambas partes tendrían un incentivo poderoso para aplicar
políticas que favorezcan el crecimiento.
Rara vez las elecciones democráticas dan un mensaje tan claro como el que se dio en Grecia.
Si Europa le dice no a la demanda de los votantes griegos en cuanto a un cambio de rumbo,
está diciendo que la democracia no es de importancia, al menos cuando se trata de asuntos
económicos. ¿Por qué simplemente no se anula la democracia, tal como lo hizo Terranova de
forma efectiva cuando entró en suspensión de pagos antes de la Segunda Guerra Mundial?
Se tiene la esperanza de que prevalezcan quienes entienden de asuntos económicos
relacionados con la deuda y la austeridad, y que también lo hagan quienes creen en la
democracia y los valores humanos. Aún está por verse si serán ellos quienes prevalecerán.
Fuente: El Espectador, 8.1.15 por Joseph E. Stiglitz, economista y profesor estadounidense
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6. CAMPOS DE CONCENTRACIÓN POR RODRIGO BORJA
Acaban de cumplirse 70 años de la liberación del campo de concentración nazi de Auschwitz
por las tropas soviéticas después de la Segunda Guerra Mundial. Los campos de concentración
fueron recintos cerrados para alojar presos políticos, prisioneros de guerra o perseguidos por
razones religiosas, étnicas o culturales.
En la barbarie nazi, bajo el imperio de su policía secreta —la Geheime Staatspolizei
(GESTAPO)— y de las bandas de las S.S. que vigilaban implacablemente los más recónditos
ámbitos de la vida pública y privada de las personas, los campos de concentración, las cámaras
de gas y los hornos crematorios fueron los principales mecanismos políticos y psicológicos
para escarmentar y dominar a la población. A ellos fueron llevados a partir de 1941 millones
de prisioneros de los países europeos ocupados, donde eran sometidos a trabajos forzados o
aniquilados físicamente en las cámaras de gas.
El más execrable genocidio que conoce la historia fue el llamado “holocausto”, cometido por
los nazis contra los judíos durante el Tercer Reich. Seis millones de judíos procedentes de
Francia, Holanda, Noruega, Italia, Alemania, Checoeslovaquia, Hungría, Polonia,
Yugoeslavia, Grecia y España murieron en los numerosos campos de concentración, el
principal de los cuales fue el de “Auschwitz”, situado por los nazis en Polonia.
Durante la “revolución cultural”, implantada en China desde 1966 a 1976 por Mao Tse-tung,
se instalaron recintos de “reeducación” de hombres y mujeres a quienes se consideraba
apartados de la ortodoxia maoísta, que en realidad fueron campos de concentración adonde
fueron a parar los “revisionistas burgueses” enquistados en el Partido Comunista y en los
mandos políticos del Estado.
También los bolcheviques, después de tomar el poder en Rusia, utilizaron los campos de
concentración del gobierno zarista para confinar a los “contrarrevolucionarios” y a los
“enemigos de clase” del nuevo régimen. Y en los años 30 y 40, bajo el gobierno de Stalin, los
campos de concentración de Siberia recibieron a las víctimas de las purgas estalinistas y a
centenares de miles de prisioneros políticos.
Esos años fueron los de las purgas y depuraciones estalinianas contra los altos dirigentes del
partido en quienes Stalin veía una amenaza para su liderazgo. Por medio de “procesos
judiciales” montados se deshizo de todos ellos.
Unos fueron ejecutados públicamente y otros recluidos en campos de concentración o en
hospitales psiquiátricos, donde murieron. Casi toda la generación de los viejos bolcheviques
corrió esa suerte.
Los principales campos de concentración soviéticos de la época fueron el de Pecora (con
Kotlas y Vorkuta), el de Yagry cerca de Arjanguelsk, el de Karaganda en el Kazajstán, el de
Tayshet-Komsomolsk en la región del lago Baikal y el río Amur y el de Dalstroy en la región
de Magadan-Kolima.
Fuente: El Comercio, 8.2.15. por Rodrigo Borja, abogado ex Presidente del Ecuador
7. LA EXCUSA DEL LARGO PLAZO POR PAUL KRUGMAN
El lunes, el presidente Barack Obama hará un llamado a un incremento considerable en el
gasto, revirtiendo los duros recortes de los últimos años. No conseguirá todo lo que está
pidiendo, pero es una acción en la dirección correcta. Y también marca un cambio bien
recibido en el discurso. Quizá Washington empiece a superar su obsesión, de mente estrecha e
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irresponsable, con los problemas de largo plazo y, finalmente, asuma el difícil tema de la
gratificación en el corto plazo.
Está bien, me estoy descarando para llamar su atención. No obstante, soy bastante serio. Es
frecuente que se diga que el problema con los formuladores de políticas es que están centrados
en las siguientes elecciones, que buscan arreglos de corto plazo en tanto que ignoran el largo
plazo. Sin embargo, la historia de la política y el discurso económico en estos últimos cinco
años ha sido exactamente lo contrario.
Solo que hay que considerar: de cara al desempleo masivo y el enorme desperdicio que
conlleva, la élite de Washington, D. C. dedicó casi toda su energía no a promover la
recuperación, sino a aplicar un “bowles-simpsonismo” o diseñar “grandes negociaciones” con
las que se abordaría el supuestamente urgente problema de cómo vamos a pagar la Seguridad
Social y Medicare dentro de un par de décadas.
Y este extraño largoplacismo no es un fenómeno solo estadounidense. Si se trata de hablar
sobre el daño provocado por las políticas europeas de austeridad, y es demasiado probable que
se encontraran sermones al efecto de que lo que realmente necesitamos es discutir la reforma
estructural de largo plazo. Si se trata de hablar del esfuerzo de Japón por romper su trampa
deflacionaria de décadas de duración, de seguro que se encontrarán con aseveraciones de que
las políticas monetaria y fiscal son atracciones secundarias, y que la desregulación y otros
cambios estructurales son lo que es importante.
¿Estoy diciendo que el largo plazo no importa? Claro que no, aunque hay algunas formas de
largoplacismo que no tienen sentido ni siquiera en sus propios términos. Es cierto que muchas
proyecciones indican que habrá dificultades financieras en nuestros principales programas de
seguros en el futuro (aunque la drástica desaceleración de los incrementos en los costos de la
salud hace que esa proposición sea incierta). De ser así, en algún momento, podríamos
necesitar recortar los beneficios. Sin embargo, ¿por qué, exactamente, es crucial que lidiemos
con esa amenaza de recortes futuros a los beneficios asegurando planes para recortar
beneficios futuros?
De cualquier forma, aun cuando los problemas a largo plazo son reales, es verdaderamente
extraño que se los haya colocado en el centro de la atención con tanta frecuencia en los
últimos años. Después de todo, todavía estamos viviendo las consecuencias de una crisis
financiera una vez cada tres generaciones. Parece que Estados Unidos, al fin, se está
recuperando; pero, el “bowles-simpsonismo” tuvo su mayor influencia precisamente cuando la
economía estadounidense todavía estaba atrapada en una depresión profunda. Europa ni
siquiera se ha recuperado y hay evidencia abrumadora de que las políticas de austeridad son la
razón principal de ese desastre en curso. Entonces, ¿por qué la urgencia de cambiar el tema a
la reforma estructural? La respuesta, yo diría, es la flojera intelectual y la falta de coraje moral.
Sobre la pereza: muchas personas saben lo que John Mayndard Keynes dijo sobre el largo
plazo, pero muchísimas menos están conscientes del contexto. Esto es lo que realmente dijo:
“Sin embargo, este largo plazo es una guía engañosa de los asuntos actuales. En el largo plazo,
todos estaremos muertos. Los economistas se conforman con demasiada facilidad, una tarea
harto inútil si en temporadas tempestuosas solo nos pueden decir que cuando ya haya pasado
mucho tiempo desde que terminó la tormenta, el océano vuelve a su nivel”.
Exacto. Con demasiada frecuencia, o así me lo parece, la gente que insiste en que las
cuestiones de la austeridad y los estímulos no son importantes, de hecho, están tratando de
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evitar las ideas sólidas sobre la naturaleza del desastre económico que pilló desprevenido a
gran parte del mundo.
Y también están tratando de evitar tomar una posición que los exponga a los ataques. Las
discusiones sobre la política fiscal y monetaria de corto plazo están políticamente cargadas. Si
usted se opone a la austeridad y apoya la expansión monetaria, la derecha lo vapuleará; si hace
lo contrario, la izquierda lo criticará y quizá lo ridiculice. Entiendo por qué es tentador
desestimar todo el debate y declarar que los problemas verdaderamente importantes
involucran al largo plazo. Sin embargo, si bien a la gente que dice este tipo de cosas le gusta
hacerse pasar por valiente y responsable, de hecho, está evadiendo las cosas difíciles; lo que
quiere decir que son cobardes e irresponsables.
Lo que me trae de vuelta al nuevo presupuesto del presidente.
Va por descontado que los republicanos atacarán las propuestas fiscales de Obama, como todo
lo que hace. Es seguro, no obstante, que enfrentará críticas de los autoproclamados centristas
que lo acusarán de abandonar irresponsablemente la pelea contra los déficits presupuestarios
de largo plazo.
Así es que es importante entender quién es el verdaderamente irresponsable en todo esto. En el
entorno económico y político actual, el largoplacismo es una mala excusa, un regate, una
forma de evitar jugársela. Y es alentador ver signos de que Obama está dispuesto a romper con
los largoplacistas y centrarse en el aquí y el ahora. (O)
Las discusiones sobre la política fiscal y monetaria de corto plazo están políticamente
cargadas.
Fuente: El Universo, 8.2.15 por Paul Krugman, economista norteamericano
8. EL PASADO QUE DEVORA AL FUTURO POR SERGIO RAMÍREZ
He cumplido la hazaña de leerme las casi seiscientas páginas de El capital en el siglo XXI, de
Thomas Piketty, a quien un día de tantos veremos en la lista de los Premios Nobel de
Economía. Y lo he hecho como si se tratara de una carrera a campo traviesa, cogiendo a veces
el segundo aire cuando las cuestas me parecían más empinadas, y disfrutando de las travesías a
campo llano.
Proponerse la lectura de un tratado de economía de semejante peso y grosor puede parecer
arduo para un novelista que mejor se deja seducir por lo que tienen de entretenido los caminos
de la imaginación. Pero, emprendida la tarea, uno se da cuenta de que Piketty no es árido, ni
aburrido, y cuenta los fenómenos de la economía en su relación con la historia de la
humanidad como si de verdad se tratara de una novela donde, como en Guerra y paz de
Tolstói, uno entiende que los fenómenos sociales y económicos no son más que las
expresiones colectivas de las vidas de los seres humanos.
Coincidí con Piketty en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y más que un
profesor de la Escuela de Ciencias Económicas de París parece un estudiante de sus aulas, más
cómodo en sus jeans desteñidos que vestido de saco y corbata; y entre las cosas que me
seducen de él es que, contaminado por la literatura, la convierte en parte esencial de sus
explicaciones económicas.
A comienzos del siglo XIX, antes de que la Revolución Industrial trastocara todo el panorama,
para vivir como rico en la ciudad, o al menos holgadamente, era necesario tener rentas
suficientes que dependían de la cantidad de tierras cultivables de que se fuera dueño, o de la
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posesión de títulos bancarios. De modo que si queremos entender cómo funcionaba la
economía entonces, una lectura de Papa Goriot de Honoré de Balzac, o de Mansfield Park de
Jane Austen, nos darán claves suficientes.
No es que en sus diálogos, Rastignac y la baronesa de Nuncigen, personajes de Papa Goriot,
en lugar de temas amorosos discutan acerca de las teorías de la relación entre beneficios y
salarios de David Ricardo, o de las tesis del crecimiento de la población de Malthus. Pero en el
relato percibimos cómo los mecanismos económicos mueven las vidas de los personajes, y
determinan su riqueza o su ruina. No sólo en esta novela, sino en toda La comedia humana
podemos ver esos mecanismos en acción.
Lo que fascina a Piketty es que Balzac da por supuesto que el lector de su tiempo entiende de
qué le está hablando cuando dice que un personaje dispone de tantos miles de francos como
renta anual. De allí se puede deducir si se trata de un pobre diablo con disposición de arribista,
o de una muchacha soltera que es un buen partido, o se quedará para vestir santos. Y cuando
Jane Austen cuenta que Sir Thomas, uno de sus personajes de Mansfield Park, tiene
plantaciones en las Antillas, y lo que esas plantaciones representan en rentas para él, la
novelista, sin ningún propósito didáctico, nos está explicando los entresijos de la economía
colonial de Inglaterra, en los comienzos de su auge.
Y Austen, tanto en Sentido y sensibilidad como en Persuasión, dos de sus novelas más
populares, se ocupa de las injustas consecuencias del mayorazgo, esa institución de resabios
feudales mediante la cual se despojaba de la herencia a los demás hijos en favor del
primogénito varón, para que la propiedad no se fragmentara; y la novelista sabía de qué
hablaba, porque tanto ella como su hermana, desheredadas de esta manera, y sin dote que
ofrecer, se quedaron solteronas, recuerda Piketty.
Al contrario, dos siglos después, un novelista como Orhan Pamuk, ya no tendrá que ocuparse
de entrar en detalles sobre rentas para explicar las vidas de sus personajes, pues el mundo ha
cambiado. La economía ya no depende de las rentas agrarias, sino de otras formas más
complejas de formación de los capitales. En las novelas de Pamuk, ambientadas en Estambul
de los años setenta, en un período durante el cual la inflación ha vuelto ambiguo el sentido del
dinero, dice Piketty, se omite la mención de cualquier suma específica.
Esta conexión fascinante entre economía y literatura nos enseña que el autor de El capital en el
siglo XXI no es un frío analista de cifras, sino un humanista que utiliza la economía para
explicar el fenómeno de la desigualdad, que ha acompañado a lo largo de los siglos la historia
de la humanidad. Es lo que está ya en las novelas de Balzac y Austen, visto desde la ficción
encarnada en la realidad.
Porque este es un libro sobre la desigualdad social, causada por la acumulación desmedida de
capital, cuando esta alcanza cotas muy por encima de las tasas de crecimiento económico;
abismo que, según Picketty, amenaza con ser catastróficamente mayor en el siglo XXI, si no
hay políticas públicas, sobre todo políticas fiscales, que intervengan para cerrarlo.
Volveríamos al reinado de los voraces rentistas, dice. El pasado, que devorará al futuro.
Fuente: El País, 15.2.15 por Sergio Ramírez es escritor.
9. EL HOMBRE HECHO CENIZAS POR FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR
Según Adorno, nadie podría escribir un poema después de Auschwitz. Y, sin embargo, Paul
Celan, un rumano educado en la cultura alemana por decisión de una familia que perecería en
el exterminio, escribió uno de los mejores poemas de la posguerra, dedicándolo, precisamente,
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a aquella atrocidad. Celan creyó que solo el lenguaje poético podría ayudar a penetrar en las
inmediaciones del mal, en los arrabales de la injusticia absoluta, en la vecindad del hondo
corazón de las tinieblas. Porque solo a través de la intuición y la metáfora, solo mediante la
intensidad de una imagen lírica, podríamos llegar a comprender el lugar del crimen. Ningún
lector de la poesía europea de nuestro tiempo ha logrado escapar a la conmoción del
Todesfugge, aquellos versos oscuros, reiterativos como golpes de aldaba en la historia de
Occidente: «Cavamos tumbas en el aire, allí no hay estrechez». En efecto. Hacia un cielo
humillado, hacia un cielo sombrío, se alzaron las vidas humanas reducidas a ceniza. Como
pétalos de sombra, como puñados de polvo, como páginas devastadas, las cenizas que un día
habían sido cuerpo del hombre, residencia del espíritu, elevaban su fragilidad dispersa hacia
las nubes pálidas y sucias, hacia las nubes anchas del aterido cielo de Polonia.
Para quienes creyeron que el hombre es solo materia, la incineración del cuerpo era la imagen
más perfecta de su infame victoria. Para quienes creyeron que el hombre es solo un individuo
de carne y hueso, con mero instinto de supervivencia, aquella ceremonia crematoria era un
acto triunfal de aniquilación completa, que tras la muerte volcaba en el aire las cenizas
desalmadas de lo que había sido una vida inferior, una existencia prescindible.
Se ha cumplido el setenta aniversario de la liberación de Auschwitz. Comentaristas
desconcertados, intelectuales abrumados por el peso de una culpa colectiva, vuelven a
quedarse muy lejos de la interpretación adecuada de aquella tragedia. Los historiadores que se
acercan a la idea de progreso con la sonriente vacuidad de un modernismo que prescindió de
los imperativos morales de una civilización tratan de explicar en vano las imágenes
desquiciadas del exterminio. Ese Auschwitz que nos aterra, con su aparente falta de sentido,
fue el espantoso capricho de una libertad y una razón a las que se habían arrebatado los
principios morales más exigentes. Aquellos principios que, desde el fondo de nuestra cultura,
proclamaban que los hombres son iguales. Iguales en derechos, pero, sobre todo, iguales en la
condición de su sagrada e intangible dignidad. Auschwitz no solo fue posible por la derrota de
la democracia, por la quiebra de las promesas de la modernidad o por la destrucción de la
tolerancia. No podemos conformarnos con el examen de las coyunturas depresivas de la
economía, de la pérdida de legitimidad de los sistemas políticos o de la incapacidad de la
sociedad liberal para dar cohesión a los ciudadanos presos de la desesperanza y del fanatismo.
Hay que ir más allá, hay que cavar más hondo en la crisis de la conciencia europea, en el
expolio de una tradición que dejó a toda una civilización sin los medios espirituales para
comprenderse a sí misma y proteger sus principios.
Los expertos son entrevistados ansiosamente: «¿Cómo pudo llegarse a eso? ¿Cómo llegó la
oscuridad a una Europa que había brillado con tanta intensidad desde el comienzo de su propia
constitución como cultura?». Y sus respuestas siguen siendo insatisfactorias. En sus palabras
persiste la incapacidad para nombrar aquella catástrofe en la que los hombres fueron reducidos
a ceniza, o, en los tramos finales de un proceso criminal, fueron amontonados en posturas
indefensas, en miradas depuestas y bocas vacías. Pura materia mortal, hacinada en los reductos
últimos de la barbarie con rostro humano. Pura existencia sin motivo, descomponiéndose sin
decencia en los recintos postreros de una visión del mundo en la que Dios sobraba.
Una muchacha católica, Sophie Scholl, dio algunas respuestas esenciales que la llevaron al
sacrificio, definitivo, impagable, ejemplar, de la muerte. Aquella joven bávara participó en la
redacción de los panfletos de La Rosa Blanca, el pequeño grupo de resistencia en el que
militaba también su hermano. Describió en un soberbio alemán, rescatado de la injuria del
verbo hitleriano, la pérdida del sentido espiritual de la existencia a la que el nazismo no había
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hecho más que dar forma consumada, un estuario coherente con la deshumanización
materialista del individuo. Mientras algunos sectores de la Iglesia olvidaban lo proclamado por
el mensaje cristiano original y reiterado por Pío XI en su encíclica Mit brennender Sorge, esta
muchacha y sus compañeros lanzaban al mundo las claves para interpretar lo que sucedía en
su patria: «Si el pueblo alemán renuncia a lo más alto que posee el ser humano y que lo eleva
por encima de cualquier otra criatura, es decir, el libre albedrío (…) entonces sí merece su
hundimiento». Y añadía, pocas semanas antes de ser llevada a la guillotina: «En esta última
hora, cada cual, consciente de su responsabilidad como representante de la cultura cristiana y
occidental, debe defenderse, todo lo que pueda, trabajando contra el azote de la humanidad,
contra el fascismo y contra cualquier forma de Estado absoluto».
¿Cómo pudo ocurrir la tragedia? Con poco más de veinte años, un grupo de muchachos
supieron explicarlo. Y lo pagaron con su vida. Apenas hemos escuchado, durante estas
semanas de conmemoración, palabras de tanto vigor moral y de tal calidad interpretativa.
Auschwitz fue la alucinante imagen de una utopía, en la que el hombre quiso proponer su
soberana conducta por encima de cualquier restricción moral. Pero esa actitud, en la Europa
del siglo XX, significaba algo más: quería ser la ruptura con una tradición que había dado
aliento a Occidente hasta aquellos años desalmados. La distinción entre vidas con valor y
vidas sin valor, entre existencias dignas y existencias superfluas, nunca podría haberse
formulado sin la quiebra anterior de un orden inspirado en los principios del cristianismo. La
condena del individuo a una muerte precedida de la más abyecta indignidad solo podía ser
producto de la anulación ideológica, de la fractura del vínculo con una cultura que siempre
expresó la libertad del hombre como condición, no como gracia religiosa o concesión política.
«Te enseñaré el miedo en un puñado de polvo», escribió el mayor poeta europeo del siglo XX,
en su Tierra baldía. Auschwitz nos muestra el miedo en el puñado de polvo al que fue
reducido el hombre por el hombre. En el puñado de ceniza al que fue condenado el hombre
por el hombre. En el puñado de carne y sangre sin sentido en el que se convirtió el hombre a
manos del hombre. Pero Auschwitz nos muestra también el lugar donde se encuentran las
razones de nuestra cultura. Esas razones que nos invitan a dar significado al sufrimiento,
explicación a la barbarie, dignidad a las víctimas. Y para que el grito lleno de ternura y
compasión de Sophie Scholl, lleno de exigencia y de reprobación, nos alcance en otros
tiempos oscuros: «¿Es que vuestro espíritu ha sido violado hasta el punto de que ya habéis
olvidado que eliminar este sistema no es solo vuestro derecho, sino vuestra obligación ética?».
Fuente: ABC, 17.2.15 por Fernando García de Cortázar, director de la Fundación Vocento.
10. VIGILADOS Y VENDIDOS POR MANUEL CASTELLS
El 97% de la información del planeta está digitalizada. Y la mayor parte de esta información la
producimos nosotros, mediante internet y redes de comunicación inalámbrica. Al
comunicarnos transformamos buena parte de nuestras vidas en registro digital. Y por tanto
comunicable y accesible mediante interconexión de archivos de redes. Con una identificación
individual. Un código de barras. El DNI. Que conecta con nuestras tarjetas de crédito, nuestra
tarjeta sanitaria, nuestra cuenta bancaria, nuestro historial personal y profesional –incluido
domicilio–, nuestros ordenadores –cada uno con su número de código–, nuestro correo
electrónico –requerido por bancos y empresas de internet–, nuestro permiso de conducir, la
matrícula del coche, los viajes que hemos hecho, nuestros hábitos de consumo –detectados por
las compras con tarjeta o por internet–, nuestros hábitos de lectura y música –gentileza de las
webs que frecuentamos–, nuestra presencia en los medios sociales –como Facebook,
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Instagram, YouTube, Flickr o Twitter y tantos otros–, nuestras búsquedas en Google o Yahoo
y un largo etcétera digital. Y todo ello referido a una persona; usted, por ejemplo. Sin embargo
se supone que las identidades individuales están protegidas legalmente y que los datos de cada
uno son privados. Hasta que no lo son. Y esas excepciones, que de hecho son la regla, se
refieren a la relación con las dos instituciones centrales en nuestra sociedad: el Estado y el
Capital.
En ese mundo digitalizado y conectado, el Estado nos vigila y el Capital nos vende, o sea
vende nuestra vida transformada en datos. Nos vigilan por nuestro bien, para protegernos de
los malos. Y nos venden con nuestro acuerdo de aceptar cookies y de confiar en los bancos
que nos permiten vivir a crédito (y, por tanto, tienen derecho a saber a quién le dan tarjeta).
Los dos procesos, la vigilancia electrónica masiva y la venta de datos personales como modelo
de negocio, se han ampliado exponencialmente en la última década por efecto de la paranoia
de la seguridad, la búsqueda de formas para hacer internet rentable y el desarrollo tecnológico
de la comunicación digital y el tratamiento de datos.
Las revelaciones de Snowden sobre las prácticas de espionaje masivo del mundo entero (con
escasa protección judicial o simplemente ilegales) han expuesto una sociedad en la que nadie
puede escapar a la vigilancia del Gran Hermano, ni Merkel. No siempre ha sido así porque no
estábamos digitalizados y no existían tecnologías suficientemente potentes para obtener,
relacionar y procesar esa inmensa masa de información. La emergencia del llamado big data,
gigantescas bases de datos en formatos comunicables y accesibles (como el inmenso archivo
de la NSA en Bluffdale, Utah) ha resultado del reforzamiento de los servicios de inteligencia
tras el bárbaro ataque a Nueva York así como de la cooperación entre grandes empresas
tecnológicas y gobiernos, en particular con la Agencia de Seguridad Nacional de EE. UU. (que
forma parte del Ministerio de Defensa, pero que goza de amplia autonomía).
El director de la NSA, Michael Hayden, declaró que para identificar una aguja en un pajar (el
terrorista en la comunicación mundial), necesitaba controlar todo el pajar, y eso es lo que
acabó consiguiendo, según su criterio, con una flexible cobertura legal. Aunque Estados
Unidos es el centro del sistema de vigilancia, los documentos de Snowden muestran la activa
cooperación con las agencias especializadas de vigilancia del Reino Unido, de Alemania, de
Francia y de cualquier país, con la excepción parcial de Rusia y China, salvo en momentos de
convergencia. En España, tras la escandalosa revelación de que la NSA había interceptado 60
millones de llamadas, Snowden apuntó que en realidad lo había hecho el CNI por cuenta de la
NSA. Siguiendo la política de Aznar que dio a Bush permiso ilimitado para espiar en España a
cambio de material avanzado de vigilancia. Y vigilaron a todo quisque compartiendo
información. Pero fueron las empresas tecnológicas las que desarrollaron las tecnologías punta
para el Pentágono. Y fueron empresas telefónicas y de internet las que entregaron datos de sus
clientes. Sólo se enfadaron cuando supieron que la NSA los espiaba sin su permiso. Facebook,
Google y Apple protestaron y encriptaron parte de sus comunicaciones internas. Porque en
realidad esa es una posible defensa de la privacidad: comunicación encriptada facilitada a los
usuarios. Sin embargo, no se difunde porque contradice el modelo de negocio de las empresas
de internet: la recolección y venta de datos para la publicidad enfocada (que constituye el 91%
de las ganancias de Google).
Aunque la vigilancia incontrolada del Estado es una amenaza para la democracia, la erosión de
la privacidad proviene esencialmente de la práctica de las empresas de comunicación de
obtener datos de sus clientes, agregarlos y venderlos. Nos venden como datos. Sin problema
legal. Lea la política de privacidad que publica Google: el buscador se otorga el derecho de
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registrar el nombre del usuario, el correo electrónico, número de teléfono, tarjeta de crédito,
hábitos de búsqueda, peticiones de búsqueda, identificación de ordenadores y teléfonos,
duración de llamadas, localización, usos y datos de las aplicaciones. Aparte de eso, se respeta
la privacidad. Por eso Google dispone de casi un millón de servidores para procesamiento de
datos.
¿Cómo evitar ser vigilado o vendido? Los criptoanarquistas confían en la tecnología. Vano
empeño para la gente normal. Los abogados, en la justicia. Ardua y lenta batalla. Los políticos,
encantados de saberlo todo, excepto lo suyo. ¿Y el individuo? Tal vez cambiar por su cuenta:
no utilice tarjetas de crédito, comunique en cibercafés, llame desde teléfonos públicos, vaya al
cine y a conciertos en lugar de descargarse pelis o música. Y si esto es muy pesado, venda sus
datos, como proponen pequeñas empresas que ahora proliferan en Silicon Valley.
Fuente: La Vanguardia, 21.2.15 por Manuel Castells, sociólogo español
11. ¿PODRÁ MINSK 2.0 SALVAR A UCRANIA? POR YULIYA TYMOSHENKO
El nuevo cese el fuego para Ucrania se firmó en Minsk casi un año después de que tropas
rusas, con las caras enmascaradas y sin sus insignias militares, invadieran a Crimea.
Entretanto, miles de ucranianos han sido muertos y centenares de miles más han quedado
convertidos en refugiados en su propio país. El Presidente de Rusia, Vladimir Putin, decidido
a restablecer por la fuerza la esfera de influencia de la que en tiempos disfrutaba el imperio
ruso o soviético, ha destrozado las normas que garantizaban la paz en Europa –y, de hecho, en
gran parte del mundo– para tres generaciones.
Mientras Rusia se lanzaba a intentar subordinar a Ucrania, yo estaba en la cárcel y abrigaba
pocas esperanzas de recuperar jamás la libertad. El régimen del ex Presidente Viktor
Yanukóvich bailaba al son del Kremlin y mi encierro se acabó sólo gracias a la valentía de los
millones de ucranianos que pidieron su destitución. Sin embargo, la libertad me ha dejado un
regusto amargo, porque mi encarcelamiento concluyó precisamente cuando comenzó la guerra
contra mi país.
Ahora, después de un año de salvajismo, sabotajes y mendacidad que no se habían visto en
semejante grado desde el dominio nazi de Europa, los dirigentes de Francia, Alemania, Rusia
y Ucrania han acordado una nueva hoja de ruta hacia la paz para nuestro país. Debo abrigar la
esperanza –contra toda esperanza– de que el acuerdo logrado en Minsk, a diferencia del
anterior acuerdo firmado allí en septiembre de 2014, dé resultado. La población de Donbas,
aún bombardeada y asediada por tropas rusas y sus cómplices locales, merece un regreso a la
normalidad.
Igualmente importante es que nuestros prisioneros de guerra y rehenes merecen que se los
devuelva a sus familias. Una primera prueba del grado de compromiso del Kremlin con el
acuerdo de Minsk ha de ser la de si libera a Nadiya Savchenko, la primera mujer piloto de
combate de Ucrania. Savchenko ha hecho una huelga de hambre en Rusia durante más de dos
meses para protestar por la patente ilegalidad de su encarcelación con acusaciones aún más
ridículas que aquellas por las que yo fui encarcelada.
Naturalmente, espero que el nuevo acuerdo dure y aporte por fin la paz a Ucrania, pero ese
resultado es improbable, en vista de que el acuerdo carece de mecanismo alguno para la
imposición de su cumplimiento, como, por ejemplo, la automática expulsión de Rusia del
sistema de transferencia financiera SWIFT, en caso de que incumpla algún aspecto del
acuerdo. Limitarse a confiar en la “buena voluntad” del Kremlin sería temerario.
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Ucrania y sus socios deben formular una estrategia y un plan de acción claros, para el caso de
que el último acuerdo de Minsk sea torpedeado. En ellos debe figurar una disposición de
ayuda defensiva letal para las fuerzas ucranianas; al fin y al cabo, la fuerza disuade y la
debilidad provoca. En un sentido más amplio, Ucrania merece, pese a la tan cargada atmósfera
de nuestro país, una hoja de ruta clara para salir de su actual “zona gris” en materia de
seguridad y hacia un futuro euroatlántico. Ya hemos pagado un precio alto por nuestras
ambiciones europeas; no se nos debería denegar la entrada ahora.
Además, si los socios de Ucrania hablan en serio sobre el respeto del Estado de derecho, se
deben presentar cargos contra los dirigentes del Kremlin ante el Tribunal Penal Internacional
de La Haya por los numerosos crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad que sus
fuerzas han cometido en Ucrania. Desde su invasión de Crimea hace un año, Rusia ha violado
continua y gravemente la Carta de las Naciones Unidas, numerosos tratados y normas
humanitarias internacionales.
En Ucrania hemos aprendido mucho sobre nosotros mismos –y sobre Rusia y Europa– durante
este año de salvajismo. Hemos encontrado en el sufrimiento de nuestro país una nueva e
inquebrantable unidad nacional, además de una nueva determinación para emprender una
reforma completa de nuestra economía, nuestro gobierno y nuestra sociedad, porque nuestra
propia independencia –y no sólo nuestro futuro europeo– depende ella. Si no hacemos la
reforma, seremos esclavizados.
Pero el terremoto que Rusia desencadenó en Ucrania ha expuesto también líneas de falla en
Europa. Putin ha encontrado en Ucrania el instrumento perfecto con el que confundir y dividir
a Occidente. Y su credo político es sencillo: podrá dominar lo que pueda dividir.
De hecho, en el último año, en Ucrania hemos contemplado, incrédulos, la dificultad de
Europa para afrontar un acto de agresión tan claro. Sin el derribo del vuelto 17 de Malaysia
Airlines sobre el territorio controlado por los rebeldes (acto que mató a las 298 personas que
iban a bordo), parece dudoso que los Estados Unidos y la Unión Europea hubieran acordado
nunca el programa actual de sanciones económicas impuesto a Rusia.
La primera línea de falla que Rusia ha expuesto la encontramos entre los países del ex bloque
soviético de Europa. Algunos, como Polonia y los Estados bálticos, han denunciado
coherentemente las acciones de Rusia y han pedido una reacción firme, pero, en otras partes de
esa región, los dirigentes se apresuraron a disculpar la invasión por parte de Rusia y su
anexión de Crimea o a sostener que Rusia es, sencillamente, demasiado poderosa para
enfrentarse a ella. Al parecer, la contemporización impera en países que deberían ser más
sensatos.
Y después ha habido la creación de algo parecido a una quinta columna política en Europa.
Los partidos políticos euroescépticos del continente, tanto de derecha como de izquierda,
presentan el nacionalismo autoritario de Putin como modelo para el tipo de régimen no liberal
que desearían establecer, en caso de que se disolviera la UE.
En realidad, el Kremlin está financiando a muchos de esos partidos. En cierta ocasión Lenin
dijo que los capitalistas venderían las cuerdas con que serían ahorcados. Actualmente, los
gobiernos europeos parecen dispuestos a permitir a Putin que compre los votos con los que
destruirá a la UE.
Además, hay otros que apoyan al Kremlin, incluidos los dirigentes empresariales que quieren
volver a una situación de normalidad con Rusia y los apologistas académicos de la Unión
Soviética que, veinticinco años después de su desplome, ven una posibilidad de vindicarla, y,
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como las encuestas de opinión revelan que una minoría importante de europeos está aceptando
la retórica de Putin, su estrategia de dividir a la UE y a la OTAN parece estar abriéndose paso.
Hablemos claro. Lo que ocurre en Ucrania –y no el punto muerto financiero de Grecia– será la
prueba definitiva de si perdurará la unidad europea y transatlántica. Las líneas de falla que se
extienden desde Ucrania están socavando los valores fundamentales que han sustentado la paz
y la prosperidad de Europa en la posguerra. Si no se defienden esos valores en Ucrania, se
desbaratarán mucho más allá de nuestras fronteras. Un Occidente dividido en esta crisis no se
sostendrá. Es hora de actuar.
Fuente: Project syndicate, 22.2.15 por Yuliya Tymoshenko fue Primer Ministro de Ucrania
12. LA VUELTA DE CUBA A LAS AMÉRICAS POR RAFAEL ROJAS
Hasta 1960 o 1961, la ideología nacionalista revolucionaria cubana, de José Martí en adelante,
había pensado Cuba como un país ubicado en la frontera entre las dos Américas. Las voces
más radicales de esa tradición, por muy celosas que fueran con la soberanía económica o con
la autodeterminación política del país, siempre apostaron por una independencia de la isla, que
pondría límites al intervencionismo de Estados Unidos, sin llegar a la fractura diplomática o a
la confrontación militar. Esta última opción, la de la ruptura bilateral con Washington, carece
de antecedentes históricos hasta entonces y se instala, en propiedad, con la Guerra Fría y la
alianza de la dirigencia revolucionaria con Moscú.
El inicio de la normalización diplomática entre Estados Unidos y Cuba es, en buena medida,
una vuelta a aquella tradición, que nunca entendió la identidad latinoamericana y caribeña del
país como negación de los necesarios vínculos económicos y diplomáticos con su vecino
desarrollado. Durante el anuncio del restablecimiento de relaciones, el pasado 17 de
diciembre, en conferencia simultánea a la del presidente Barack Obama en la Casa Blanca, y
en un discurso posterior ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, Raúl Castro pareció
sostener que la normalización diplomática es posible, a pesar de las diferencias ideológicas y
políticas que dividen a ambos Gobiernos.
Sin embargo, en palabras más recientes ante el foro de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y del Caribe (Celac), en Costa Rica, Castro cambió el tono. Regresó al
lenguaje de la Guerra Fría y puso una serie de condiciones para que la “normalización de
relaciones bilaterales sea posible”. La normalidad, según La Habana, sólo se alcanzará luego
de que la isla sea retirada de la lista de patrocinadores del terrorismo, de la reanudación de
servicios financieros de su Sección de Intereses en Washington, del cierre de la base naval de
Guantánamo y del cese de las transmisiones de Radio y TV Martí. A esos cuatro puntos, como
en la época de la crisis de los misiles, Castro agregó un quinto: no habrá restablecimiento
hasta que Estados Unidos no compense a Cuba por los “daños del bloqueo”.
Luego del discurso de San José, la idea de la normalización perdió fuerza. Las audiencias en el
Congreso de Estados Unidos y la postergación de viajes a la isla de varios legisladores
norteamericanos han dado a entender que el proceso, aunque no se suspende, se ralentiza. Una
manera de interpretar el cambio de tono de Raúl Castro sería entenderlo como parte natural del
cruce de declaraciones entre mandatarios, que hace público el diferendo que negocian, a
puertas cerradas, sus respectivas delegaciones. Otra, no necesariamente contradictoria, es que
Raúl Castro y su Gobierno decidieron exponer abiertamente, ante el foro de la Celac —que no
lo haya hecho ante la ciudadanía tal vez sea otro indicio de la popularidad que goza el
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restablecimiento de vínculos con Estados Unidos en la isla—, las resistencias a un
entendimiento con Washington que subsisten en la clase política cubana.
El escenario elegido fue la Celac porque la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos y
caribeños sostienen buenas relaciones con Estados Unidos y Canadá y quieren que Cuba se
sume al marco interamericano. Castro intentaba explicar a sus pares en la región por qué hay
escepticismo en un sector de su Gobierno. En la práctica, lo que se estaría produciendo con un
restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba es el reconocimiento pleno del fin
de la lógica de la Guerra Fría y de la aceptación, por parte de La Habana, de las reglas del
juego global, luego del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, en septiembre de
2001. La colaboración entre ambos Gobiernos en la lucha contra el narcotráfico y la
insistencia de Cuba en ser retirada de la lista de países terroristas son evidencias de esa
aceptación.
A lo que se resiste el sector más ortodoxo de la isla es, precisamente, a la alineación con
algunas de las premisas básicas de la nueva y acotada hegemonía hemisférica de Estados
Unidos, como la “guerra contra el terror” y la suscripción de la forma democrática de
gobierno. Un acuerdo sólido entre Washington y La Habana en esas materias es entendido, por
los más inmovilistas, como un colapso ideológico que implicaría el ocaso de una política
exterior de medio siglo, basada en el mesianismo de un rival de Estados Unidos en el Caribe,
resuelto a producir alternativas a Washington en todo el orbe, por medio de la inscripción en el
bloque soviético, el apoyo a las guerrillas urbanas y rurales en América Latina y el respaldo a
los movimientos de liberación nacional y a los socialismos descolonizadores en África y Asia.
La vuelta de Cuba a las Américas se produce en medio de un evidente giro al pragmatismo en
la política exterior de la isla, que arranca con la convalecencia de Hugo Chávez en 2012. Raúl
Castro reconoció en San José el papel de la Celac en ese giro. Lo que no pudo admitir es que
la política exterior encabezada o alentada por su hermano, hasta ese mismo año, tenía como
prioridad hostigar a los foros interamericanos desde el eje bolivariano. En la Celac, lo mismo
que en Unasur, actualmente enfrascada en un intento de mediación entre Washington y
Caracas, predomina la idea de sostener buenas relaciones con Estados Unidos. La Cuba de
Raúl Castro se está acomodando, lentamente y con regresiones, a esa tendencia.
Se verá con claridad en la Cumbre de las Américas, en abril, en Panamá. El discurso oficial de
la isla, y sus ecos —o réplicas— en la comunidad internacional, establecen una mecánica
continuidad entre la estrategia de la Celac y el sectarismo bolivariano. Pero la posición
mayoritaria de la región, a favor de la preservación del foro interamericano y de la inclusión
de Cuba en el mismo, suponen una reafirmación, y no un abandono, de las premisas de la
integración hemisférica. El dilema al que se enfrenta el Gobierno de Raúl Castro es que la
aceptación, o no, de esas premisas, deja de ser un “asunto de orden interno”, como reiteró el
mandatario en San José, y se presenta como algo que concierne a toda la comunidad de
naciones americanas.
Que Cuba sea el único Estado de la región que no acepta la forma democrática de gobierno no
es, por supuesto, un “asunto de orden interno”. Como tampoco lo es la desaparición de los 43
maestros normalistas de Ayotzinapa, la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman, el
encarcelamiento injustificado de opositores pacíficos en Venezuela, la corrupción y la
inseguridad en cualquier país latinoamericano o la violencia racial y juvenil en Estados
Unidos. La asimetría entre las dos Américas y los viejos nacionalismos impiden que la actual
integración genere formas más eficaces de mejorar la situación de los derechos humanos en el
continente, pero la democracia sigue siendo un valor de consenso en la región.
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Fuente: El País, 24.2.15 por Rafael Rojas es historiador
13. EL MOMENTO DE LA VERDAD DE ANGELA MERKEL POR JOSCHKA FISCHER
En las dos últimas semanas, las dos crisis que enfrenta Europa -en Ucrania y en Greciaescalaron. En cada caso, Alemania y su canciller, Angela Merkel, estuvieron en el corazón de
los esfuerzos por alcanzar una resolución diplomática. Este es un nuevo papel para Alemania,
y el país todavía no se hizo a la idea.
El último intento por frenar la guerra en el este de Ucrania por medios diplomáticos duró
incluso menos que el primer intento en septiembre pasado. El nuevo acuerdo -que, al igual que
el anterior, tuvo lugar en Minsk- reconoció de facto que Ucrania ha quedado dividida por
medios militares. Pero todavía no está claro dónde está la línea divisoria, porque el presidente
ruso, Vladimir Putin, tal vez todavía intente capturar el puerto estratégico de Mariupol, en el
Mar Negro, permitiéndole así al Kremlin crear un puente terrestre entre Rusia y la península
de Crimea. Es más, la captura de Mariupol mantendría abierta la opción de conquistar el sur de
Ucrania, incluida Odessa, y extender el control ruso hasta Transnistria, el enclave ilegal de
Rusia en Moldavia.
Mediante el uso continuo de la fuerza militar, Putin ha alcanzado el objetivo principal de la
política de Rusia: el control del este de Ucrania y la desestabilización en curso del país en su
totalidad. De hecho, Minsk II no es más que un reflejo de lo que allí está sucediendo.
Sin embargo, sigue en pie el interrogante de si habría sido más inteligente permitir que la
única potencia que Putin toma en serio -Estados Unidos- conduzca las negociaciones. Dada la
poca consideración que siente Putin por Europa, lo más probable es que esto, tarde o
temprano, se torne inevitable.
Aun así, a pesar de los riesgos implícitos, es importante que Alemania y Francia, en
coordinación con la Unión Europea y Estados Unidos, hayan emprendido este esfuerzo
diplomático. Si bien la iniciativa de Minsk II expuso la influencia política exigua de Europa,
también confirmó lo indispensable que es la cooperación franco-alemana, así como el rol
diferente de Alemania dentro de la UE.
La propia Merkel refleja este papel diferente. Sus diez años en el poder se caracterizaron, en
gran medida, por una nueva era Biedermeier alemana. El sol brillaba sobre Alemania y su
economía, y Merkel consideraba que su máxima obligación era mantener la sensación de
bienestar de los ciudadanos sin perturbarlos con la política. Pero el nuevo significado de
Alemania en Europa puso fin de manera brutal a la era neo-Biedermeier de Merkel. Ya no
define sus políticas en términos de "pequeños pasos"; ahora se toma las amenazas estratégicas
en serio y las enfrenta sin rodeos.
Esto también es válido para la crisis griega, en la que Merkel -a pesar de su imagen pública en
el sur de Europa- no estaba alineada con los halcones en su partido y en su gobierno. De
hecho, Merkel parece ser plenamente consciente de los riesgos inmanejables de una salida
griega del euro -aunque todavía está por verse si puede dar muestras de una determinación
para revisar la política de austeridad fallida que se le impuso a Grecia.
Sin una revisión de estas características destinada a fomentar el crecimiento, Europa se
mantendrá alarmantemente débil, tanto interna como externamente. Si consideramos el ataque
de Rusia a Ucrania, estaos frente a una perspectiva lúgubre, porque la debilidad interna y las
amenazas externas están directamente asociadas.
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Grecia también demostró que la crisis del euro no es tanto una crisis financiera como una
crisis de soberanía. Con la reciente elección del partido anti-austeridad Syriza, los votantes
griegos se opusieron férreamente al control externo de su país por parte de la "troika" (la
Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), Alemania
o algún otro. Sin embargo, si Grecia ha de salvarse de la bancarrota, se lo tendrá que agradecer
exclusivamente al dinero de los contribuyentes extranjeros. Y será prácticamente imposible
convencer a los contribuyentes y gobiernos europeos para que ofrezcan otros miles de
millones de euros sin garantías verificables y las reformas necesarias.
El conflicto griego muestra que la unión monetaria de Europa no está funcionando porque la
soberanía democráticamente legitimada de un país se topó con la soberanía democráticamente
legitimada de otros países. Los estados nación y una unión monetaria no conviven bien. Pero
no es difícil entender que, si se produce el "Grexit", el único ganador geopolítico sería Rusia,
mientras que en Europa todos llevan las de perder.
Si bien los riesgos geopolíticos, hasta ahora, apenas aparecieron en el debate alemán, pesan
mucho más que cualquier riesgo de políticas domésticas que implique sincerarse finalmente
con el pueblo alemán. Grecia, se les debería decir a los alemanes, seguirá siendo miembro de
la eurozona, y preservar el euro requerirá nuevas medidas hacia la integración, que pueden
llegar a incluir transferencias y una mutualización de la deuda, siempre que se establezcan
para esto las instituciones apropiadas.
Una medida de esta naturaleza exigirá coraje, pero las alternativas -la continuación de la crisis
de la eurozona o el retorno a un sistema de estados nación- son mucho menos atractivas.
(Alemania tiene un nuevo partido nacional conservador cuyos líderes tienen como objetivo
declarado perseguir una política exterior similar a la que regía antes de 1914). En vista de los
dramáticos cambios globales y la amenaza militar directa a Europa planteada por la Rusia de
Putin, estas alternativas directamente no son alternativas, y el "problema" griego parece
insignificante.
Merkel y el presidente francés, François Hollande, deberían tomar la iniciativa nuevamente y
colocar por fin a la eurozona en una posición sólida. Alemania tendrá que aflojar su amado
presupuesto y Francia tendrá que renunciar a parte de su preciada soberanía política. La
alternativa es quedarse inmóvil viendo cómo los nacionalistas de Europa se vuelven más
fuertes, mientras que el proyecto de integración europeo, a pesar de seis décadas de éxito, se
tambalea cada vez más cerca del abismo.
Fuente: Project syndicate, 25.2.15 por Joschka Fischer fue Ministro de Relaciones Exteriores
de Alemania de 1998 al 2005
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