Ángel Fernández Artime

Rector Mayor
¡Despierta, Europa!
Y
a es casi obvio describir nuestro tiempo como de
“crisis”. Las crisis son muchas: sociales, políticas, sanitarias... En la Biblia, las crisis siempre
suscitan la llegada de los profetas. Cuando la vida se vuelve difícil, es casi instintivo reaccionar como dice el Salmo 120: “Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me
vendrá el auxilio?”. La respuesta bíblica es clara: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. Es
como decir: el tiempo de crisis es el “tiempo de Dios”, el
momento de su escucha, su cercanía, su consuelo. Como
educadores y pastores estamos invitados a experimentarlo en primera persona, porque después podemos ser
testigos y profetas de cercanía, escucha y consuelo.
Nuestro pueblo necesita a Dios, porque sólo Él puede
llenar el corazón insaciable del hombre, ya que somos
sus hijos. Estamos llamados a ser vecinos, oyentes y cuidadores de los más olvidados por otras personas, la sociedad y las iglesias locales. Debemos ser “hombres de
Adviento” y, como educadores, anunciar el kairos revelado por los profetas y, en especial, por el mismo Jesús.
«¡Pon atención, despierta!»,
nos dice muchas veces el Evangelio
Los evangelistas destacan una de las insistencias típicas
de Jesús. La invitación es a tener cuidado y velar para
no quedarse dormido, es decir, estar “despierto”. Adormilarse significa cerrar los ojos, cerrarnos a la atención
a lo exterior y a los otros. Quien piensa más en la herencia recibida y se echa a dormir sobre los tesoros recibi-
El llamado “Proyecto Europa”
no comienza en un papel
o en la mesa del Consejo General,
más bien en nuestros corazones.
Debemos cultivar este deseo
de “ser” en lugar de “hacer”,
el deseo de unidad en la belleza
de la diversidad, el deseo de
fortalecer nuestros lazos
como familia de las naciones.
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dos, corre el riesgo de pasar a formar parte de un museo, incluso sin darse cuenta y, por tanto, convertirse en
anacrónico.
La rica Europa, y no lo digo tanto en el sentido económico, sino cultural, histórico y social, tiene este riesgo. El Papa Francisco tuvo el coraje de llamarla “abuela” en presencia de los eurodiputados, y la describió
como “envejecida”.
Pero hay una segunda imagen que me viene a la mente al oír la palabra “velad”, y es la imagen de una madre
que, despierta, no se separa de su pequeño hijo enfermo
y espera, con serena y confiada esperanza, a que no tenga fiebre. Así pues, velar es también abrir el corazón a
los demás, especialmente a aquellos que son “nuestros
hijos”, que en los momentos oscuros y difíciles necesitan “un amigo que cuide de ellos”, como decía Don Bosco de los jóvenes presos en las Memorias del Oratorio.
Los jóvenes, como la gente de nuestras naciones, y
también nuestros hermanos, elevan al cielo las mismas
palabras del profeta Isaías: “Tú, Señor, eres nuestro Padre / desde siempre te llamas nuestro redentor. / ¿Por qué,
Señor, nos dejas alejarnos de tus caminos / y dejas que se
endurezca nuestro corazón, de modo que no te respete? /
Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus de tu heredad. / ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”.
Somos testigos no sólo de los cielos rasgados, sino
también de la tierra desgarrada, porque el Santo Hijo de
Dios vino a la tierra a buscar a Adán y, al no encontrarlo sobre la tierra, ¡llegó hasta el infierno para encontrarlo!, dice una bella oración de Pascua de la liturgia bizantina de Juan Damasceno.
En estos días nuestro mayor problema es la identidad
de nuestra presencia en el subcontinente europeo. Europa se ve hoy como un grupo de naciones que aún no
se atreve a reorganizar su propia identidad, porque en
las últimas décadas se olvidó de sus raíces humanísticas
y cristianas, incluso de aquellas que emergen de la interrelación de diferentes etnias antiguas. Aún podemos
dar mucha vida en este continente, que se ha concebido
con mentalidad eurocéntrica y precisamente por eso,
pienso, ha envejecido.
Somos animadores de una nueva vida capaz de rejuvenecer las comunidades y presencias, ayudando a despertar el típico humanismo europeo, el arte y la ciencia a
“escala humana”, el cuidado de aquellos que
están en peligro, más marginados. Tenemos
la seria responsabilidad de animar y gobernar nuestras presencias en Europa para que
sean casas abiertas a todos, donde se respire
esperanza y memoria, sencillez y familiaridad, interculturalidad e integración generacional y étnica, respeto por la diferencia y
construcción de la unidad.
Europa está llamada a estar abierta a todos los pueblos del mundo, aportando su riqueza humana y cultural y recibiendo del resto del mundo otras riquezas de las diferentes
culturas y pueblos. Y nosotros, salesianos,
estamos presentes en esta realidad de manera muy viva e involucrada. Pero no podemos
ser significativos en este contexto, y no podemos responder a estos retos, si no despertamos primero nuestro corazón, si no velamos y cuidamos con atención y ternura esta
realidad europea, especialmente a las generaciones jóvenes.
Isidoro Igualada
El “Proyecto Europa” no comienza en un
papel ni en la mesa del Consejo General, sino
más bien en nuestro corazón. Sólo si somos
portadores de este deseo de “ser” en lugar de
“hacer”, el deseo de unidad en la belleza de
la diversidad, el deseo de fortalecer nuestros
lazos como familia de naciones, podremos
vivir verdaderamente “el testimonio de Cristo (ya) establecido (entre nosotros) tan firmemente que no echaremos en falta ningún
otro carisma”. Sólo con Él y enraizados en
Él y con la ayuda maternal de nuestra Madre
Auxiliadora, podremos “esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”, unidos
al pueblo multiétnico, multirreligioso y multicultural que camina en Europa y unidos a
todos los pueblos de la Tierra.
i Ángel Fernández Artime
Rector Mayor
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