ESA REALIDAD TIRANA... Crónica artificiosa acerca de la realidad, la irrealidad y el caos Por: Jaime Coaguila La irrealidad es una forma apacible del tiempo que nos sorprende por sus disfraces. Por ejemplo no es acaso irreal el ruido de las botellas estrellándose contra el pavimento o el sabor de la sangre sobre los labios. Lo real o lo irreal a veces tiene formas especiales de impresionarnos como si fueran ciertos destellos afilados que atraviesan las cosas despojándolas de sus rasgos elementales y sencillos. El mecanismo de la realidad es una sistema engañoso compuesto de engranajes y poleas que funcionan perfectamente mientras continuemos engrasando las piezas. No dejemos que un montón de fierros retorcidos manipulen nuestros sentidos. La realidad -como dice la canción- es tirana y se ríe a carcajadas, la realidad intenta conquistar el destello inasible de lo irreal con argumentos en latín y fórmulas categóricas. Y sus bestias recorren las madrugadas buscando restos de carne y frutos podridos para arrojarlos después en el jardín y hacernos sentir culpables, viles y seres aún más reales cada mañana mientras el mecanismo se pone en marcha. Entonces la gente sobrevive en la ciudad y el tránsito resulta imposible. La verdad es que cada vez no hay mayor alivio que recorrer el filo de la tarde con una manzana entre las manos, mordiéndola sin remordimientos, dejando descansar los ojos sobre los colores incandescentes y las luces mortecinas de la calle. La angustia tiene un rostro extraño y la indecisión una mirada extraviada. Todo lo que observamos es real, pretenden hacernos creer un grupo de realistas consumados y consumidos que abordan los barcos pensando que así podrán viajar tranquilamente hacia Miami o Bangla Desh. No hay destino ni final en esta vida apuntan aquellos escépticos de cabellera greñuda y sonrisa forzada antes de dormir sobre los periódicos y literalmente, sobre las noticias de la última crisis ministerial. No hay soluciones y el espacio se acaba. Aunque todavía nos queda la última alternativa. La realidad es un artificio fruto de la imaginación, el delirio universal de millones de mentes creadoras que fabrican objetos cada mañana y los desaparecen al cerrar los ojos. Reproducciones fieles o no, la realidad presiente nuestras intenciones y con la finalidad de desconcertarnos rompe los platos de la cocina o hace algunas llamadas telefónicas en falso. No hay que dejarnos engañar por sus hábiles manos. La realidad tiene miedo a los espejos y prefiere vivir en la ignorancia y de preferencia debajo de los puentes o en algún prostíbulo, pero su ignorancia es fruto de una predisposición terrenal y no a causa de su naturaleza. Y el caos es una buena forma de atrapar uno de sus dedos sin perder la cabeza, sin romper los cuadros o quemar la literatura. El caos es una férrea disciplina que desmiente las teorías universales y arrasa con la coherencia de nuestra conciencia. El caos es la muestra pictórica de la realidad, es una exposición irracional donde los visitantes somos nosotros y el artista esa vieja demente. La vida de esta manera poco tiene que ver con los destinos planificados por la familia, y nada absolutamente con las esperanzas de un mundo mejor y menos autoritario. La vida esboza una patética sonrisa y como en el final de una película en blanco y negro desaparece perdiéndose a lo lejos. Sin pena ni gloria la vida nos engaña y sólo termina convirtiéndose en una forma más de este antiguo mecanismo implementado para evitar los compromisos y desengañar a los pragmáticos. No busquemos respuestas ni construyamos ilusiones. La realidad es cruel con los advenedizos y le encanta destruir a los idealistas que invaden sus dominios, aunque luego los libere en terrenos inhóspitos para aumentar el tormento. Y no olvidemos que a veces prefiere los rostros artificiosos y los artículos de prensa, nada esta exento de la magia caótica de su aliento, ni los derechos humanos, ni la navegación aérea, ni los fenómenos naturales, ni el descenso en la cotización del dólar. Todo obedece a las reglas insospechadas del caos que no aparecen de ninguna legislación, ni en los estatutos de las instituciones de lo real. La moral o el deporte con sus preceptos y sanciones son únicamente meras apariencias de coherencia, lo cierto es que la realidad no es una imagen definida que deje recuerdos entre los parientes cercanos. No es algo pero a la vez lo es todo. Es un juego de falacias , un movimiento que al igual que las volutas de humo del cigarrillo no tiene rumbo, es una inestabilidad enfermiza que se ensaña con las formas hasta los límites del capricho. Ahora pensemos en el mañana y decidamos si queremos viajar a Miami o Blangla Desh.
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