Niños consentidos, adolescentes sin sentido

DESDE CASA
EL ARTE DE MALEDUCAR A LOS HIJOS
Niños consentidos,
adolescentes sin sentido
Sin apenas darse cuenta, y con toda su buena intención, los padres cometen muchas veces
el error de complacer a sus hijos frente a la mayoría de las peticiones. Para no caer en este
tipo de errores, el autor utiliza una estrategia «inversa directa» para orientar a los padres y
madres sobre cómo «educar» a sus hijos.
Hno. Antonio Luque Oteros. Profesor de ESO
y coordinador de Escuela de Padres. Córdoba.
L
o que expongo a continuación vale tanto para chicos
como para chicas; pero no quiero caer en el tedio del
lenguaje anti-sexista, con su exceso de «-os, -as», que tanto
dificulta la lectura.
beres, abróchele los zapatos, limpie lo que él ensucie... Deje
de ser madre para ser su sirvienta. Esto tiene una ventaja
añadida: si usted desempeña mal la tarea, su vástago podrá
echarle toda la culpa.
Una mala crianza eficaz comienza en la más
tierna infancia
d) Defiéndalo de sus profesores, ese atajo de vividores,
incompetentes y sin vocación, que tienen la culpa de que a
sus alumnos no les dé la gana hacer sus deberes en casa.
a) Cedan a todos los caprichos de sus hijos. Una vez
que empiecen a ceder, cada vez les resultará más natural.
Cedan cada vez en más cosas y con la mayor premura.
Comprobarán que también su hijo se sentirá con más derecho a exigirles.
Pero… ¿y si en un momento de sensatez se me escapara algún «NO»? No
se alarme; todavía puede arreglarlo.
Reduzca el efecto educativo contraproducente de su negativa explicándole a su hijo con paciencia por qué
no puede hacer eso que pretende. Es
más, si se alarga en sus explicaciones,
es posible que el niño termine arrancándose con una buena rabieta.
b) Donde manda niño, no manda
adulto. El pequeño tendrá siempre
prioridad, de modo que sus necesidades se antepongan a las de ustedes.
Un ejemplo práctico: déjese interrumpir en cualquier conversación. Si usted está ocupada y le interrumpe, cese de
inmediato lo que se traiga entre manos y hágale caso.
La clave es que su hijo interiorice desde pequeño que él es
más importante que los demás. Esto lo conseguirá dejándole tomar al crío la mayoría de las decisiones que afectan
a la familia: qué hacer el fin de semana, dónde pasar las
vacaciones, qué se come en casa...
c) Impida que adquiera las habilidades necesarias
para ser autónomo: pélele la fruta, recoja los juguetes
que haya puesto en medio, retire sus platos, hágale los de-
e) Fomente las rabietas. Si se acostumbra bien desde
pequeño, comprobará cómo, a medida que crece, irá adaptando sus rabietas a sus cada vez
mayores exigencias.
La manera más eficaz de promover las rabietas es ceder ante
ellas. Pero si desea prolongar la
duración de la rabieta, ponga en
práctica el siguiente consejo: no
transija rápido; deje pasar un tiempo y, cuando el niño esté más histérico, ceda entonces.
Si a usted le cuesta trabajo ceder,
por la irracionalidad de la demanda
del menor, encuentre un buen motivo para transigir: para que no se
alarmen los vecinos, para que no se
ensucie los pantalones tirado en el suelo, para que no se
ahogue chillando; y la justificación estrella: para que no se
traumatice. Dele instrucciones precisas sobre cómo puede
molestarle; es decir, explíquele con detalle al crío todo lo que
NO debe hacer a continuación. Por ejemplo: «Ahora que vamos a la tienda, ni se te ocurra tirarte por el suelo o jugar con
el género». Ignórele cuando se esté portando bien.
f) Quítele importancia y justifique las pequeñas agresiones. Su hijo debe aprender que los comportamientos
violentos son aceptables y que no le acarrearán consecuencias negativas.
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Refuerce de forma sistemática cada conducta agresiva de su retoño. Siga al pie de
la letra estos consejos: en vez de ponerse
serio si insulta a una persona, ríale la gracia; déjele rayar los muebles de los vecinos, pisotear los jardines, jugar al fútbol
contra la vivienda del vecino de abajo...;
justifique que pegue a otros niños, porque
«es cosas de chavales»; pero reaccione
como un histérico si algún otro niño mira
mal al suyo.
Pero si desea alcanzar la categoría de
artista, déjese pegar o patear con paciencia por él, mientras le explica con
paciencia que no debe hacerlo. El broche
de oro lo pone si accede acto seguido al
capricho que el niño le exigía.
Si le asaltan dudas respecto a la idea de
dejarse pegar, entonces puede acudir a
los siguientes argumentos útiles: «¿Y si
se enfada más si lo sujeto? ¿Y si le quito
la razón y monta un espectáculo? ¿Y si lo
TRAUMATIZO por ponerme firme?».
g) Si por su mentalidad estricta no se ve capaz de
poner en práctica los anteriores consejos, conviértase en un tirano con su hijo. Le propongo las siguientes
acciones:
u Plantéele exigencias constantes, de modo que, en cuanto
cumpla una de sus órdenes, ya esté recibiendo la siguiente,
y así sucesivamente. El resultado será mejor si dichas exigencias son excesivas para la edad. Por ejemplo: ordene
a su crío de cuatro años que esté dos horas “sin moverse”.
u
Critique todos sus fallos y nunca elogie sus logros.
Imparta órdenes contradictorias, para garantizar que no
las pueda cumplir. Si, además, las órdenes son caprichosas
e impredecibles, el malestar del niño está garantizado.
u
Sea cortante y desabrido en su trato con su hijo. Levántele la voz a la primera ocasión, insúltele, amenácele con
castigos físicos, mejor cuanto más desproporcionados.
Pierda el control, consienta que su frustración y agresividad
se desborden por lo más mínimo.
u
Adopte siempre frente al pequeño un tono de absoluta
frialdad e implacable indiferencia.
Aplicando estas pautas educativas, su hijo ya debería ser
contestón, desobediente, irresponsable, inoportuno, egocéntrico, reacio a los estudios… ¡Pero no se confíe: por los
misterios de la libertad humana aún podría optar por ser
buena persona! Debe consolidar las bases educativas tiránicas y eso lo puede conseguir con las técnicas que desarrollaré a continuación.
u
Tercer ciclo de Primaria
a) Pronuncie amenazas imposibles de cumplir. El mejor procedimiento es amenazar con castigos desproporcionados, lejanos o ilimitados en el tiempo, agresivos y cuanto
menos creíbles mejor: «Hasta que vengan las notas no te
voy a decir nada, pero como traigas suspensos te arranco
todos los pelos de la cabeza». Los castigos han de ser, ante
todo, imposibles de cumplir: «¡Ahora te quedas solo en casa
estudiando!».
b) Razone con su hijo cuando esté más enfadado.
c) Pierda los papeles. «Entre al trapo» cuando su vástago
esté más rebelde, grítele, insúltele, dedíquele palabras hirientes. Esto le dará a usted la posibilidad de arrepentirse al
cabo de un rato. Entonces, movida por la culpa, levántele el
castigo impuesto, ceda a sus caprichos y razónele por qué
ha llegado usted a ese extremo de crueldad.
Con el tiempo, estas discusiones le agotarán cada vez más
y acabará por ceder ante él con mayor facilidad.
d) Aprovecha toda mala conducta para criticarlo. Dicha
crítica debe estar dirigida no al comportamiento negativo
en sí, sino a descalificar a la persona: «¡Eres un egoísta,
incapaz de dejar hablar a nadie!». Añada una pequeña dosis de chantaje emocional: «¡Lograrás que papá y yo nos
divorciemos!». Aproveche incluso una buena conducta para
criticarlo: «¡A buenas horas te portas bien, ahora que ya nos
has aburrido a todos!». Mejor si la crítica se hace en público.
e) Divídanse y enfréntense los progenitores por la
educación del hijo: tomen decisiones sin consultar el uno
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con el otro, desautorice a su cónyuge a sus espaldas, levante los castigos que haya impuesto, discutan delante de
él, encubran al niño frente a su pareja, involucren a otros
miembros de la familia (los abuelos pueden ser unos buenos aliados del hijo para desautorizar a los padres)...
Aproveche la adolescencia
A estas alturas, si ha aplicado fielmente mis consejos, usted debe tener un aspirante a fracasado en casa, un expulsable de Gran Hermano, un «cani» o una «choni» de serie;
pero no se confíe: aún puede relacionarse con amigos positivos o con otros adultos de referencia que le lleven por
el buen camino.
Para consolidar a un auténtico tirano, debe seguir
los siguientes consejos a lo largo de toda su adolescencia.
a) Abdique de su responsabilidad de educar:
auséntese lo más posible de casa, no supervise lo
que hace, delegue su educación en el colegio o,
mejor, en las pantallas; no ponga normas
y, si lo hace, procure que no haya consecuencias si se incumplen.
b) Jamás le pida que colabore
en casa. Logre que todo lo que
hace por él lo vea como un «derecho natural». Si se muestra exigente y desagradecido es que vamos por
buen camino. Recuerde: es su deber como
madre y lo hace para que se centre en el estudio.
c) Obsesiónese por controlarlo. Relaciónese
con su hijo desde la desconfianza. Que la vigilancia
sea tan asfixiante que termine reaccionando de forma
agresiva. Si el adolescente se resiste a saltar, aumente la
intensidad de sus intromisiones, sométale a largos interrogatorios, regístrele la habitación, espíe sus correos...
Pero si tiene la certeza de que su hijo guarda droga en su
habitación, visita páginas webs dudosas, o de que su hija
se da atracones y usa laxantes, entonces niéguese a supervisarlo, vuélvase escrupulosa con su intimidad y ni se le
ocurra confiscarle la droga o los laxantes.
d) Pierda la fuerza por la boca, evitando así tomar cualquier medida correctora. Dedíquese a ser pesada, sermoneando una y mil veces. Comience por la fórmula: «Es tu
deber...». Láncese a una dinámica de amenazas, cuanto
menos creíbles, mejor.
El chantaje emocional es una buena forma de hablar y de
no actuar: «¿Cómo puedes hacerme esto a mí? Me vas a
matar a disgustos».
Aún podemos empeorar
A estas alturas, si ha aplicado fielmente mis consejos, usted debe tener un auténtico indeseable en casa. Tendrá un
chico o una chica que no renunciará a ningún medio para
imponer su voluntad, que le controla desde la manipulación
sutil o la amenaza descarnada, que no duda en insultarle y
faltarle al respeto, que tal vez ha llegado a agredirles escupiendo, empujando o incluso golpeándola.
¡Peligro! Sentirá grandes deseos de poner fin a la situación.
Yo le ayudaré a mantenerla e incluso a empeorarla:
a) Convénzase de que no es necesario actuar: minimice («Mejor encerrado en casa con el ordenador, que en la
calle de botellón».); justifique («El mono del tabaco lo sacó
de sus casillas».); espere a
que madure («Son cosas
de la edad».); o asuma que
su hijo es así y que nunca
cambiará.
b) Déjese atemorizar.
Tómese sus amenazas
en serio. Pero mientras
más amenazado se sienta, guarde más el secreto. Recuerde: «Los trapos
sucios se lavan en casa».
c) Aplaque a su hijo
con nuevas concesiones. Compre un poco
de paz. Acepte con redoblada sumisión las obligaciones y prohibiciones que su
hijo le impone. Se verá correspondido con un poco de condescendencia, tal vez unos
días o unas horas. Tranquilo,
pronto volverá a la carga con
nuevas exigencias.
d) Estalle, cuando no pueda más. Levántele la voz, insúltele. Si se provoca una escalada de tensión, aproveche para
acorralarle. Imagine que su hijo quiere abandonar la casa
en ese momento, póngase delante de la puerta y grítele:
«¡por encima de mi cadáver!».
e) Siga perdiendo la fuerza por la boca: «¡Te vamos a
echar de casa!»; o mejor: «¡Me voy a marchar de casa y te
voy a dejar solo!».
f) Manténganse divididos como padres: nunca adopten
la misma postura. Y es muy importante que descuiden su
relación de pareja.
g) Evite los gestos de reconciliación. Borre los buenos
recuerdos vividos con su hijo y alimente un sordo resentimiento hacia él.
Y para rematar la faena:
h) Convénzase de que su hijo tiene un trastorno. Bús-
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quele entonces un psiquiatra que le atiborra de pastillas «de la
buena conducta» o uno de esos psicólogos que hurgan en las
profundidades del inconsciente buscando experiencias traumáticas. En cualquier caso, eviten la terapia familiar. Opten por
uno de esos profesionales que trabajan individualmente con el
enfermo y no con la relación familiar.
i) Mejor aún si lo interna en algún centro para chicos problemáticos, para que «lo enderecen». Pero asegúrese de que
en el centro se dedican exclusivamente a la «reeducación»
individual del joven y de que, en ningún momento, tratan de
trabajar con toda la familia.
j) Sea un mártir a manos de su hijo. Deje que se instale
para toda la vida en el hogar paterno, aunque sea un infierno
para el resto de la familia. Puede autoconvencerse con los
siguientes argumentos: «Prefiero seguir cocinándole y planchándole a que termine en la calle como un pordiosero».
k) Rechace toda ayuda profesional o de su familia. Niegue los hechos, ignore los consejos, descalifique a los consejeros y pídales que no se metan en lo que no les importa. Pero,
si no le quedara más remedio que admitir la evidencia, escúdese en un: «Yo es que no puedo con él». Y, si puede, escurra
el bulto y que se «coma el marrón» otro.
Y, bajo ningún concepto, se lean el libro de Mark Beyebach y
Marga Herrero de Vega: «Cómo criar hijos tiranos», que es mi
fuente para este artículo y que podría serles de maravillosa
utilidad. n