Resultado final del proceso de contratación de acompañantes de la

HISTORIAS b R21
LATERCERA Domingo 19 de octubre de 2014
MANIFIESTO
Carolina Rodríguez, boxeadora
Cuando chica tenía puros amigos y apenas
una sola amiga. Era bastante peleadora. Como
mis viejos trabajaban, todo se resolvía a golpes.
Agarrarse a combos era la única solución, porque si
no todos te pegaban. Allí sobrevive el más fuerte.
No puedes dejar que te pasen a llevar, no puedes
mostrar que estás para el leseo de todos los chicos.
Yo salía de la escuela tipo 1 o 2 de la tarde y después
era pura calle, hasta la hora de once. Entonces me
duchaba, hacía las tareas y me iba otra vez a la calle
hasta las 10 u 11 de la noche. Pasábamos todo el día
jugando a la pelota, a las bolitas o al pillarse; andando en patineta y en bicicleta.
Mi vieja es machista. Yo creo que el problema
de Chile no pasa porque los hombres sean machistas, porque a la larga quien te cría es tu
madre, y las mujeres tenemos cierto pensamiento
machista, ¿y el pensamiento machista dónde está?,
cuando te dicen las mujeres “ayuda a levantar la
mesa”, “vamos a lavar los platos” o a hacer los
quehaceres del hogar y el hombre sí puede ir a jugar en el caso de que sean más chicos o que se vayan a su pieza a descansar. A mí me cargaba y siempre tuve una competitividad con los hombres: jugábamos a la pelota y yo quería hacer más goles,
alguien corría, yo quería correr, si alguien ganaba
las bolitas, yo quería ganárselas todas. Tenía eso
competitivo con los varones. No veía competencia
con la mujer.
No permitía que mi mamá me viera llorar.
Cuando peleaba con ella, yo me iba, me escondía y lloraba sola. Quizás lo hacía porque mi
mamá siempre me vio más fuerte de lo que era.
Cuando hemos conversado ahora, me dice que
aunque era chica, igual era independiente. No pedía ayuda para estudiar, no pedía ayuda para nada,
yo me lavaba mi ropa. Creo que esa independencia
también provocó algo de ira en mí.
Siempre fui gordita. Llegué a pesar 90 kilos.
Empecé en el deporte buscando formas de bajar de peso. Llegó un punto que estaba con un
tema personal y entré en depresión. Cuando bajé de
peso me di cuenta de lo rico que es estar delgado. Te
empiezas a querer, te empiezas a respetar como
mujer, te miran de otra forma. Tu cabeza cambia, te
ves de otra forma. Yo creo que uno es lo que le proyecta a la gente: cuando proyectas otra cosa, la gente te comienza a tratar diferente.
Mi mamá me echó de la casa. Creo que lo hizo
porque veía que estaba dejando todo. Había renunciado a mi trabajo. “Estás prefiriendo el deporte
y no a mí”, me dijo. Yo le dije que tenía que apoyarme y entonces me dijo: “Quiero que te vayas de la
casa”. Hice el bolso y me fui al otro día. Allí estuve
como cuatro o cinco meses fuera, en la casa de una
amiga, Marilyn, que también hacía deporte. Ella es
la Marilyn Monroe chilena, en sus tiempos mozos
hacía de su doble. Volví a la casa porque mi mamá
tuvo un problema de salud.
No soy de andar carreteando jueves, viernes,
sábado y domingo. Igual me tomo mis tragos y
todo, pero mi mamá jamás me ha visto borracha.
El boxeo es hacer fallar al otro, desesperar al
rival. Para poder hacer eso, no te tiene que
inundar la rabia. Si tú te enfocas en ese sentimiento, vas a recibir todos los golpes y vas a perder
porque la rabia no te deja pensar. Toda ira hay que
saberla controlar, porque cuando uno se enoja dice
cosas que no siente y hiere a las personas. Después
te arrepientes de todo lo que dijiste. Tú te puedes
enojar con tu mamá o con tu pololo y haces daño a
la otra persona inconscientemente. A mí el deporte
me sirvió, porque toda esa ira que yo tenía de pequeña con este deporte la controlé. O sea, aprendí a
pelear y dejé de pelear.
No soy de esas mujeres que andan con el vestido de novia en la cartera. Casarme no es algo
que ande buscando. Empecé a entrenar cuando
estaba pololeando. El no me apoyaba en nada. No
fue a mi primera competencia. Después me dijo
“pero si tú vas porque hay puros hombres”. A veces
terminábamos a las 11 de la noche, me iba a su casa,
porque teníamos un negocio. Yo llegaba tardísimo.
“Ay, ¿pero por qué llegas a esta hora?”, “¿te quedaste conversando con alguien?”, me preguntaba. Así
empezaron las discusiones, yo no sentía su apoyo.
Después he tenido pinches, pero con ninguno llegué a pololear.
Me gustan mucho los animales, leer y ver programas de televisión que te enseñen y te eduquen sobre la vida salvaje. Me encantaría usar
mi imagen como una forma para ayudar a alguna
fundación, mantener algún perrito, eso quisiera
llegar a hacer. Es uno de mis objetivos actuales. Me
encantaría encontrar la forma de que alguien me
auspicie con comida y medicamentos para poder
donar todo eso.
Con el boxeo estoy más femenina que antes.
Quiero mi cuerpo y ahora me gusta mucho.
Disfruto mucho de maquillarme. Me gusta combinar la ropa con mis aros y anillos. En el deporte
mismo también trato de que mis trajes estén combinados: que las falditas estén en armonía con las
zapatillas, con mi peto, que combine todo en realidad. Entonces trato de resaltar un poquito, y el día
del pesaje, que es el día anterior a la pelea, trato de
estar bien arregladita, me maquillo y todo para que
la gente se dé cuenta de que una nunca pierde la
femineidad.
El problema no
pasa porque los
hombres sean
machistas, sino
por nosotras
mismas. Mi vieja
es machista.
TEXTO: Anita Puelma FOTOGRAFÍA: Marcelo Segura
Mi sueño era ser veterinaria o bióloga marina.
Lo mío no era nada relacionado con el deporte. Vengo del barrio La Pincoya. No pude ir a la universidad, porque mi vieja y mi papá no tenían las
lucas. La opción era buscar un liceo comercial y salir con alguna profesión, luego trabajar y sólo después seguir estudiando. Cuando crecí tuve la opción de estudiar contabilidad, ventas o secretariado. Ninguna de las tres me gustaba, pero me decidí
por contabilidad.