—¿Cómo que no puedes ponerte las es- posas? ¡Joder! El tío se

N.º 35 - Octubre 2009
Periódico Informativo Mensual del Municipio de San Cristóbal de La Laguna
—¿Cómo que no puedes ponerte las esposas? ¡Joder!
El tío se acercó cabreado apuntándome
con la pistola mientras se cagaba en mí.
Creo que no calculó bien la velocidad más
el ímpetu y eso añadido a la túnica lo hizo
resbalar después de pisarse el borde. Es
curioso como pasan las cosas. Con el golpe que se dio al venir hacia mí, a la vez,
también logró cerrar las esposas. De repente estaba encadenado al radiador, sin
embargo hubo un daño colateral, el hippy
se golpeó la cabeza en el proceso resultando inesperadamente inconsciente. El
tío era una alfombra verde con un revolver enorme a su lado, yo era un tío esposado a un radiador en casa de un echador de cartas para grupos de música y
artistas del ramo, y rematando el tema
acababa de brotar una oportunidad de
salir por piernas de aquel puto marrón.
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Lo siguiente que comenzaba era administrar la sugerente ventaja que acababa
de obtener, teniendo en cuenta la desventaja en la que había logrado colocarme
buscándome un problema que al principio no tenía.
ticó. Creo que así se le cargó de injusticias, porque es posible que algunas palabras que aparecen a su nombre él nunca las habría suscrito. Luego aparece la
figura de Mencio, como otro compendio
de filosofías de la rectitud.
Confucio dijo: El que pone una cara terrible y es débil por dentro es igual a los
hombres vulgares, es igual que el ladrón
que rompe una valla o que la escala.
He leído los libros del sabio llamado
Kong Fu Zi, suelo pensar en sus enseñanzas a menudo, pero ahora que no tengo
nada que esconder, digo que muchas de
ellas no llevan a ninguna parte y son fácilmente refutables. Acumulación de
ideas, unas veces espléndidas otras nada
destacable. Creo que en realidad el maestro Kong Qiu era un letrado y del estado
de Lu, al pobre hombre le han otorgado
más enseñanzas de las que él jamás prac-
Y mientras todos estos datos, que al final se demostrará que no tenían relevancia, se van repitiendo en mi cabeza como
un soniquete escapo de mi cautiverio.
Bajo corriendo las escaleras intentando
no pensar en lo que está ocurriendo. Intento centrarme en la filosofía oriental,
en el Fénix o en lo que sea para lograr
salir ileso. Estoy acojonado. Por fin salgo a la calle y echo a correr hacia la estación, se acabó esta chorrada de ser investigador. Que le den a Don Mauricio,
que se encargue la policía.
Erik Pwazô (contiuará)