CULTURA, TURISMO Y DESARROLLO, O CÓMO - Culturdes-UMH

CULTURA, TURISMO Y DESARROLLO, O CÓMO
LA CULTURA SE DILUYE CON EL PATRIMONIO
CULTURAL EN LOS CONTEXTOS DE DESARROLLO
Resumen: La cultura se ha convertido en un elemento clave de las políticas
de cooperación al desarrollo desde los años 80. Especialmente en contextos
turísticos la vinculación entre ambos se ha traducido en la práctica en programas y proyectos de desarrollo que subrayan los aspectos patrimoniales
de la cultura. Este artículo ahonda en esta triple relación.
Cristina Soler García
Eva Caballero Segarra
Antonio Miguel Nogués Pedregal
[email protected]
Palabras clave: cultura, cooperación al desarrollo, turismo, desarrollo regenerativo.
Universitas Miguel Hernández
Abstract: Culture has become an important component for cooperation
for development policies since the 80’s. Mainly in tourism contexts, the link
between both has been implemented through projects and programmes that
underline the heritage aspects of culture. This paper analyses the relation
among these elements.
Key words: culture, cooperation for development, tourism, regenerative development.
Tema:
Tensiones entre la preservación
del patrimonio y el desarrollo
IV CONGRESO INTERNACIONAL PATRIMONIO CULTURAL Y COOPERACIÓN AL DESARROLLO
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CULTURA, TURISMO Y DESARROLLO, O CÓMO
LA CULTURA SE DILUYE CON EL PATRIMONIO
CULTURAL EN LOS CONTEXTOS DE DESARROLLO
>> CULTURA Y (COOPERACIÓN AL) DESARROLLO
Desde que en 1982 la UNESCO declarara la cultura como una dimensión fundamental en los
programas y proyectos de desarrollo (Mondiacult 1982) y la viese más como una oportunidad
que como un obstáculo, la preocupación y el interés por esta alianza estratégica entre la cultura
y el desarrollo ha sido creciente. Organismos internacionales —como el Banco Interamericano
de Desarrollo (BID) o la Organización de Estados Americanos (OEA)— y agencias nacionales
de desarrollo —como la Agencia Española para la Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID)— han establecido líneas específicas de trabajo en este sentido, realizando un esfuerzo para
dotarlas de contenidos teóricos y metodológicos (AECID 2007).
Los argumentos esenciales para situar la denominada dimensión cultural en un primer puesto de
la agenda del desarrollo, se relacionan no solo con su potencial influencia en la eficacia de las
inversiones relativas a la Ayuda Oficial al Desarrollo, sino por la emergencia del IDH —Índice de
Desarrollo Humano— del PNUD en la década de los 90 como nuevo paradigma de referencia.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH) combina tres variables: el PIB per cápita, con la esperanza
de vida al nacer y el nivel educacional; el PPA compara la renta media entre los diferentes países
y la pondera para cada país según su población, y el índice de Gini refleja el porcentaje o proporción de riqueza desigualmente distribuido en un país dado.
Esta conocida medición por país de la distribución de la riqueza —IDH— ya no habla de necesidades, sino de oportunidades, dando un giro a las connotaciones economicistas de versiones
anteriores y tratando de centrarse en lo cualitativo frente a lo cuantitativo; en recoger lo creativo e
inmaterial que dignifica la vida, más allá de las coberturas tangibles básicas. Así, en convergencia
con las ideas del Premio Nobel de Economía Amartya Sen, uno de los teóricos que más ha contribuido a la concepción del desarrollo humano, la pobreza se identifica con la falta de libertad, con
la privación de las capacidades, más que con la falta de recursos.
El desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de libertad: la pobreza y la
tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistemáticas, el abandono en que pueden encontrarse los servicios públicos y la intolerancia o el exceso de intervención de
los estados represivos.
(Sen 2000)
En este nuevo paradigma promovido por el Sistema de Naciones Unidas, la cultura es entendida,
no como «[...] un instrumento del progreso material: es el fin y el objetivo del desarrollo, entendido en el sentido de realización de la existencia humana en todas sus formas y toda su plenitud.»
(UNESCO 1996).
La escasez de evaluaciones con indicadores específicos y de resultados comparativos en iniciativas ligadas a esta dimensión cultural motiva el estudio de la cultura como factor de desarrollo,
tratando de prever sus posibles implicaciones conceptuales e instrumentales, y favorecer su
incorporación en la rutina de la gestión de los proyectos y programas. En este marco de trabajo
se inserta este análisis socio-antropológico en el que se entiende el concepto de cultura como
ese complejo de manifestaciones, modos, decires y haceres, circunstancias y contextos que
adquiere su sentido dentro de un grupo y da sentido a la vida social (Nogués 2003).
>> CULTURA, TURISMO Y DESARROLLO
El objeto «patrimonio cultural» obedece a una construcción técnica que satisface, en el plano formal, esa manifestada preocupación oficial por la necesaria integración de la cultura en
los procesos de cooperación al desarrollo. Su gestación responde a la preocupación de la UE
por la terciarización de la economía, los nuevos yacimientos de empleo y la industria cultural
(Comisión Europea 1998), así como la atención progresiva de la Organización Mundial del Turismo (OMT) en la década de los noventa. Así, al tiempo que, muy especialmente en América
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TENSIONES ENTRE LA PRESERVACIÓN DEL PATRIMONIO Y EL DESARROLLO
Latina (Schlüter 1993), el turismo iba adquiriendo protagonismo como vehículo de desarrollo
(Reid 2003), organismos y agencias de desarrollo fueron paulatinamente «prestando una atención especial, y hasta cierto punto arbitraria, a algunos aspectos del todo cultural, por motivos
muy distintos —como su antigüedad; su vigencia; su naturaleza, etc.» (García 1998:9).
Sin embargo, esta versión patrimonial de la cultura no causó el impacto esperado. El propio
Banco Interamericano de Desarrollo (BID), tras la evaluación de los resultados obtenidos en este
sentido, reformuló sus líneas de actuación hacia posiciones más centradas en los procesos de
producción cultural, al concluir que las fallas en la transmisión cultural obstaculizan los procesos
de desarrollo porque dañan la cohesión social y la posibilidad de funcionar como colectividad
productiva (BID 2001:9). Otras instituciones como el Consejo de Europa se sumaban a este matiz, al pronunciarse en estos términos:
El arte, la cultura y las actividades relacionadas con ellas deben ser contemplados no sólo como un
recurso social o como un instrumento de gobierno, sino también como el capital humano potencial o
real de los individuos. Influyen en la capacidad de la gente para afrontar los retos de la vida cotidiana
y para reaccionar ante los cambios repentinos en su ambiente físico y social.
(Consejo de Europa 1997)
Nuestro proceder trata de reflejar cómo estas aproximaciones de corte ideológico se ilustran en
la práctica sociocultural, en virtud de dos categorías o estrategias de análisis: la primera, denominada puesta en valor y que responde a la instrumentalización de carácter técnico y político de
los recursos culturales en una orientación clara a satisfacer al turista potencial; y una segunda,
que llamaremos, dar valor, que viene a identificarse con procesos de producción de significado
y calificación del territorio (Nogués, Soler y Caballero, en prensa). En este contexto de estudio
etnográfico de la relación de desarrollo, cultura y turismo, y tratando de alejarnos de las deconstrucciones discursivas, pensamos que es más apropiado prestar atención no tanto a «lo que se
hace, cuándo, dónde y cómo se hace», o contrastando «lo que se dice que se hace (discurso) y
lo que se hace (práctica)» sino, sobre todo, mirando «qué hacen los que dicen que hacen» y los
modos de apropiación local a través del uso.
>> LA ESTRATEGIA DE PONER EN VALOR
Poner en valor es una modalidad de desarrollo hacia fuera, una modalidad que mira exclusivamente hacia los intereses, expectativas y motivaciones de agentes, visitantes y turistas. La cultura se convierte en un recurso administrable y en un medio para incrementar los ingresos locales.
Se instrumentaliza para convertirse en un producto de consumo que ofrecer al mercado turístico,
proceso que acaba por fragmentar los procesos de producción de sentido por los que el lugar se
convierte en espacio turístico.
Pero esta proyección hacia fuera, para ser comprendida en sus justos términos, requiere de
ciertos matices. La dinámica cultural en contextos turísticos no puede contemplarse solo de
forma unidireccional, es decir, no podemos analizar el proceso turístico sólo como si viniese
desde fuera (en forma de agentes turísticos, capital neo-colonial, cadenas hoteleras o expertos
en desarrollo turístico-patrimonial) y estuviese planteado solo hacia fuera (en forma de turistas
e ingresos); más bien debemos ver cómo los vecinos de los destinos turísticos dan sentido a su
proceso de vida en sociedad —que algunos llaman «cultura popular»— apropiándose de los
medios que construyen lo masivo (sea el turismo, los teléfonos móviles, Internet, las modas…)
desde los usos, evitando así que esta «cultura popular» quede absorbida por esa misma constitución de lo masivo (Martín-Barbero 1998).
Sirva de ejemplo ilustrativo el siguiente caso. El municipio de Cotacachi, perteneciente a la provincia de Imbabura en la serranía norte del Ecuador, ubicado a pocos kilómetros del conocido
mercado artesanal de Otavalo, ha visto en la visita de los turistas una alternativa para su desarrollo local. Desde el cabildo y junto a distintos tipos de actores, en los últimos años se han puesto
en marcha diferentes iniciativas de índole turística, consolidando un producto definido en el mer-
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cado: la oferta de la artesanía del cuero, de un paraje natural (área ecológica protegida Cotacachi-Cayapas donde hallamos entre otros atractivos la
laguna Cuicocha en el interior del volcán), y de una cultura milenaria (kiwcha
de la Sierra). Estas propuestas han estado al amparo de la financiación de la
cooperación internacional que, no en vano, supone anualmente el doble del
presupuesto municipal.
Restaurante de Esther Moreno de Unda en
Cotacachi
De forma paralela a la re-creación de los productos y servicios de la oferta turística oficial, la iniciativa privada, es decir, los vecinos del municipio,
diseñan su propia estrategia de atracción. Este es el caso del restaurante
de Esther Moreno de Unda que, en las proximidades de la Plaza de Armas
de Cotacachi, brinda al visitante, «las especiales Carnes Coloradas», plato
tradicional del lugar del que se erigen como creadores. Esta presunción se
basa tanto en la escasez de establecimientos especializados en esta preparación de la carne en la zona (es el único plato en el menú diario) como en la
antigüedad del comedor que nos ocupa. Las carnes coloradas reciben este
nombre por el color que el achiote da a la carne del cerdo asada, presentada
junto a las papas, choclo, aguacate y queso fresco. Eso sí, esta autenticidad
culinaria se acompaña, según el gusto del visitante, por la popular cerveza
Pilsener en el país u otras opciones más internacionales como la Coca-Cola
o el Sprite.
>> DAR VALOR, EN CONTEXTOS TURÍSTICOS, O LA RECUPERACIÓN
DEL SENTIDO DE LA CULTURA Y SU VALOR REGENERATIVO EN EL
TURISMO
Dar valor al patrimonio como instrumento para un desarrollo social regenerativo quiere decir que las actuaciones patrimoniales se deben pensar desde
dentro y hacia dentro, bajo la premisa de que un proceso de desarrollo puede
ser aceptado como propio (y se puede considerar su potencial eficacia) solo
si el proceso mantiene la continuidad cultural que da sentido a lo cotidiano y
cualifica el territorio (Mandly 2002)
Por tanto, y en primer término, hay que evitar que la definición de los elementos que forman el conjunto patrimonial se rija por los criterios del mercado o
de su administrabilidad. En segundo lugar, dar valor supone ser consciente
de que lo definido como patrimonio comprende solo la parte instrumental
—susceptible de ser manejada racionalmente desde el mundo de los intereses— de ese entramado simbólico de modalidades de comunicación del
y para el grupo social que llamamos cultura. Es decir, si queremos dar valor
al patrimonio en contextos turísticos, debemos diseñar actuaciones que privilegien la acción expresiva del lugar frente a la producción lingüística que
construye el escenario turístico.
De todo ello se deviene que cualquier actuación, digamos, sostenible, debe
privilegiar la integración de los nuevos sentidos turísticos —generados dialógicamente— en el marco de los procesos de significación que distinguen
a cada lugar. O dicho con otras palabras:
El territorio objeto de un proceso de desarrollo al uso sólo es sentido como
propio en la medida en que este proceso desvele aquella memoria histórica y
cultural que lo cualifica y lo hace suyo. Los procesos de desarrollo al uso no
tienen en cuenta que la sociedad es una producción en el tiempo y la cultura
un devenir, y quiebran la idea de continuidad cultural.
(Mandly Robles 2002:208)
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TENSIONES ENTRE LA PRESERVACIÓN DEL PATRIMONIO Y EL DESARROLLO
La estrategia de dar valor se muestra en sintonía con la filosofía expresada por el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo:
La verdadera riqueza de una nación está en su gente. El objetivo básico del desarrollo es crear un
ambiente propicio para que los seres humanos disfruten de una vida prolongada, saludable y creativa. Este puede parecer una verdad obvia, aunque con frecuencia se olvida debido a la preocupación
inmediata de acumular bienes de consumo y riqueza financiera. Algunas veces, las consideraciones
técnicas acerca de los medios para alcanzar el desarrollo humano —y el uso de estadísticas para
medir los ingresos nacionales y su crecimiento— encubren el hecho de que el objetivo primordial del
desarrollo consiste en beneficiar a la gente.
(PNUD 1990:31)
>> CONCLUSIONES
Este artículo enfatiza la adopción de la estrategia de «dar valor» para la inclusión de la dimensión
cultural en los procesos de desarrollo, frente a una estrategia frecuente de instrumentalización de
la cultura, (poner en valor) a través de la construcción del tecnicismo «patrimonio cultural». Esta
estrategia de desarrollo, que se sirve de la cultura como mero recurso económico, es proclive a
caer en la ineficacia de sus resultados esperados y a no tener sostenibilidad en el tiempo, en tanto
en cuanto, creada hacia fuera, hacia el turista potencial con fines mercantilistas, rompe con el
sentido dado por la comunidad a lo propio y la considera ajena a su destino.
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