Hacia más trabajo decente para mujeres y hombres en América Latina. ¿Cómo avanzar hacia las metas de la agenda hemisférica de Trabajo Decente 2006-2015 en cuanto a la equidad de género? Lieve Daeren [email protected] El presente documento fue elaborado como insumo para una presentación en el Taller Regional Gubernamental Latinoamericano de la OIT sobre “Administración pública e implementación de la Agenda Hemisférica de Trabajo Decente en los Programas de Trabajo Decente por País” en Lima, Perú - 27, 28, 29 y 30 de noviembre 2007. No ha sido sujeto de revisión editorial por parte de la OIT. Las opiniones emitidas en el documento no comprometen a la OIT y son de exclusiva responsabilidad de la autora. Las metas en materia de igualdad de género en la Agenda Hemisférica 2006-2015 Aumentar en un 10% la tasa de participación de las mujeres (llegando a 60% en 2015) y en un porcentaje proporcional a éste, la tasa de ocupación1 Reducir a la mitad las actuales brechas de género en materia de informalidad Reducir a la mitad las actuales brechas de género en ingresos laborales 1. Avances y retrocesos en la década anterior (1996-2005) En el plano laboral y social, los resultados de las reformas económicas de los años ochenta y noventa han sido decepcionantes en América Latina. El informe del Director General de la OIT presentado en la XVI Reunión Regional Americana el año pasado en Brasilia, indica que entre 1990 y 2002 la desigualdad y exclusión social2 han aumentado en la mayoría de los países y en los países en que han disminuido, lo han hecho muy poco (OIT, 2006:18). Así vemos que sobre 18 países considerados, la desigualdad o concentración de ingresos aumentó en 10 y disminuyó en 8 (pero en 3 de ellos, la reducción fue casi nula: Perú, Chile y Nicaragua). Es cierto que el crecimiento económico registrado en años recientes en la región ha dinamizado en algo el mercado laboral, sobre todo en aquellos sectores vinculados a la exportación, pero no se puede obviar que se plantean serias preguntas en cuanto a la sostenibilidad de este crecimiento – no solamente en términos económicos sino también y fundamentalmente en términos medio-ambientales – y al tipo de empleo que se está creando. Estudios han demostrado que en las últimas décadas se crea (poco) empleo formal, restringido mayoritariamente a cierto tipo de trabajadores e incrementándose la segmentación en el mercado de trabajo. Importante para la cuestión de género es que se trata de empleos para trabajadores “más educados que el promedio, y que trabajan más tiempo pero ganan igual” (OIT, 2006: 5). 1.1. Participación y ocupación laboral La proporción de mujeres – que frente a los hombres – se insertan en el mercado laboral o buscan insertarse (la PEA femenina) ha aumentado sustancialmente en las últimas décadas (ver: gráfico 1, anexo estadístico). Entre 1990 y 2005, mientras que las tasas de participación y ocupación de los hombres bajaron levemente, la tasa de participación de las mujeres se incrementó a nivel de la región de 45.9 % a 58.1%, y la tasa de ocupación femenina a nivel regional lo hizo – proporcionalmente menos pero igualmente impresionante - de 42.7% a 51.3% (ver: cuadro 2, anexo). El incremento en la participación laboral de las mujeres en las últimas décadas se debe tanto a factores de demanda como de oferta. Por el lado de la oferta, se puede destacar razones sociales, por un lado, y razones netamente económicos, por otro lado. La creciente sustitución del hombre proveedor económico por la mujer proveedora económica se debe a profundos cambios en las estructuras y composiciones de los 1 En el Consejo Europeo de 2000 (Lisboa), la Unión Europea adoptó similar meta de incrementar la tasa de empleo de las mujeres del 51 al 60% para el año 2010 (Hein, 2005:19). 2 Medidas a través del coeficiente de Gini. Fuente: Panorama Social de CEPAL 2004. 1 hogares3, relacionados con ciertos procesos emancipatorios de las mujeres como también razones profundamente económicas. En la región, las tendencias de estancamiento o francos retrocesos en los salarios reales junto con un proceso de precarización de las relaciones y condiciones laborales, hacen que para muchas familias, el contar con más que un ingreso laboral sea una estrategia de sobre-vivencia o de “manejo de riesgos” frente a una siempre latente amenaza de despidos, períodos de subempleo o desempleo de uno de los proveedores del hogar. Por el lado de la demanda, está ciertamente el crecimiento de sectores donde el empleo femenino tradicionalmente ha sido apreciado (textil, salud, educación, hoteles y restaurantes) y el hecho de que - en ciertos casos o sectores – se prefiere una mano de obra femenina más “hábil“, “disciplinada” y seguramente también más barata4. Un análisis de la ocupación laboral por sexo en las distintas ramas en 1994 y 2005, nos indica que las nuevas y crecientes oportunidades laborales para las mujeres se dan en la región, en general, en el sector terciario (ver: cuadro 3 en anexo). A un extremo, se ofrecen para un grupo reducido de trabajadoras altamente calificadas puestos mejor remunerados en el sector de los servicios financieros. Al otro extremo de la escala de prestigio y calidad de empleo, hay una importante oferta de puestos para las trabajadoras del hogar. De todos modos, es sobre todo en los servicios sociales, personales y comunales, una rama tan heterogénea que incluye entre sus actividades la educación, el servicio doméstico y la salud que se dan oportunidades de trabajo para las mujeres: la mujeres constituyen casi el 63% de los ocupados en esta rama económica en 2004, tanto a nivel urbano como rural (ver cuadro 4 en anexo). En lo que concierne la tasa de desempleo, las cifras indican que, en promedio, el porcentaje de desempleados (urbanos) ha subido en la región (ver: cuadros 2 y 5 en anexo). En los últimos años, el incremento en el desempleo de las mujeres era – en promedio – menor que el incremento en el desempleo masculino por lo que la brecha de género disminuyó. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que la participación laboral de las mujeres es más sensible a las fluctuaciones de la macro-economía: varios estudios especializados han demostrado que en momentos de contracción del empleo, las mismas mujeres tienden a retirarse del mercado laboral con más facilidad que los hombres, declarándose como “inactivas”. El cierre de las brechas de género en cuanto a participación y ocupación laboral, por lo tanto, no es – de por sí – una garantía de mejores condiciones laborales y de vida para las mujeres (ni para los hombres, de hecho) y no refleja necesariamente una mayor emancipación o un avance hacia una mayor equidad social y de género. El incremento 3 El modelo del hogar “ideal” en lo que se ha basado nuestro modelo económico y el viejo pacto social, del hombre proveedor económico y la mujer ama de casa responsable para las tareas domésticas de reproducción de la fuerza laboral, en la realidad existe cada vez menos. El porcentaje de hogares donde las únicas proveedoras económicas son mujeres es cada vez más alta – también en la región – (alrededor de 25-30%) y se debe a una mayor proporción de mujeres que posponen la convivencia o el matrimonio, mujeres divorciadas o separadas, viudas y mujeres cuyos esposos han emigrado o que han emigradas ellas mismas en búsqueda de mejores condiciones de vida. Se estima que en el mundo hay unos 930 millones de niños menores de 15 años que viven en hogares donde todos los adultos tienen un trabajo retribuido (OIT, 2007: 87). 4 Algunos estudios apuntan también al hecho de que las mujeres pueden ser “más fácilmente” contratadas en contratos menos seguros, con salarios más bajos, menos beneficios sociales y con menor riesgo de que se sindicalicen, todos factores considerados relevantes en un ambiente de competencia empresarial feroz donde desafortunadamente la fuerza laboral se convierte en moneda de cambio o el factor de ajuste para la “reducción de gastos”. Entre otros: Daeren (1997), Hein (2006). 2 del ingreso de las mujeres en momentos de precarización de las condiciones de trabajo puede reducir, a primera vista, algunas brechas de género, pero a su vez puede ser expresión de una “nivelación hacia abajo”. 1.2. Empleo e informalidad Las reformas de las últimas décadas no sólo no lograron incrementar – de manera suficiente – los empleos formales5, sino que, además, expandieron el empleo informal y el desempleo. A pesar de que el crecimiento económico de los últimos años en la región pudo “romper” parcialmente esta tendencia negativa, en general los empleos se han precarizados; existe mayor inseguridad de los ingresos, menor protección social, mayor rotación laboral, etc. (OIT, 2006: 3). Entre 1990 y 2005, el producto por trabajador creció apenas 0.21% anual y la cifra media hoy (840 USD al mes) es bastante similar a la registrada inicio de los años ‘80. La proporción de mujeres empleadas en trabajos de baja productividad supera a la de los hombres (ver: gráfico 6, anexo). Siete de cada diez empleos creados durante los últimos 15 años han sido empleos en el “sector informal” y un análisis de la evolución de la estructura del empleo urbano por sexo entre 1995 y 2005 nos indica que las mujeres – en comparación con los hombres – siguen sobre-representadas en el sector informal y sobre todo como trabajadoras domésticas, además de trabajadora por cuenta propia y no remuneradas. Su presencia en las categorías más precarias del sector informal, ha subido levemente en los últimos 10 años, mientras que en la sub-categoría de micro-empresas ha bajado, similar a lo que ha pasado con los hombres (ver: cuadro 7, anexo). Lo que es importante destacar es que el trabajo doméstico remunerado y no remunerado es un factor de riesgo para la pobreza de las mujeres y de sus hogares. Mientras que un 12% de la población femenina latinoamericana vive en la indigencia, las mujeres amas de casa y las ocupadas en el servicio doméstico en condición de indigencia alcanzan un 16% (ver: gráfico 8, anexo). El Panorama Laboral de 2007 nos presenta por primera vez datos en cuanto al grado de (in)formalidad del empleo (sea en el sector formal o informal de la economía) para 5 países de la región, de acuerdo a las definiciones y conceptos adoptados en la XVII Conferencia Internacional de Estadísticas del Trabajo (CIET). De acuerdo a estos datos, se estima que en promedio el empleo informal afecta al 61.5% de la población ocupada urbana de estos países6. En tres de los 5 países – Ecuador, México y Perú – las mujeres presentan mayores porcentajes de empleo informal que los hombres. Dado que es el primer año que se recoge información sobre el empleo informal (de acuerdo a la definición del XVII CIET), todavía no se dispone de información fidedigno en cuanto a la evolución de la informalidad del empleo femenino en sectores formales. Sin embargo, estudios sectoriales han visualizado una creciente informalización y precarización del empleo – tanto femenino como masculino – en varios sectores de la economía formal. Actualmente, en promedio casi la mitad de los asalariados en los países analizados no cuenta con un empleo formal, careciendo de protección social y prestaciones relacionadas con el empleo7. 5 Entre 1990 y 2003, a pesar de que el producto creció a una tasa anual de 3.1%, en empleo asalariado lo hizo en un escaso 0.6% anual. En el mismo período, el porcentaje de trabajadores con protección social disminuyó de 66.6% al 63.6% (OIT, 2006: 8). 6 Se trata de Colombia, Ecuador, Perú, México, Panamá y Perú. (OIT, 2007b: 15). 7 En Ecuador, más del 70% del empleo en el sector formal de la economía es informal y en el Perú es alrededor del 63% (OIT, 2007 b: 15). 3 Un ejemplo de ello es la creciente precarización del empleo en el sector de la salud8, consecuencia de la reforma del sector - en el marco de los programas de “ajuste estructural”- que tuvo 2 momentos: 1) una drástica reducción del personal en los años noventa seguida por 2) una política de flexibilización de las condiciones de trabajo9 en el nuevo milenio. Un estudio sobre el empleo en el sector público de la salud en una provincia de Argentina, arroja los siguientes datos: entre 1999 y 2004 la proporción del personal permanente ha decrecido de 95.75% hasta 65.31%, mientras que la presencia del personal no permanente subió de 4.25% en 34.69% en apenas 5 años (ver: cuadro 9, anexo). Las autoras concluyen que - a pesar de que “las mayores fallas en los procesos de reformas están relacionadas con la gestión del recurso humano”-, el empleo no ha entrado en la agenda sectorial de la salud y se desconocen las condiciones bajo las cuales se está desarrollando la producción de servicios de salud (Burijovich y Pautassi, 2006: 237). Paralelamente a ello, se observan tendencias de subcontratación y precarización laboral en el sub-sector “privado” de la salud, tanto a nivel de las empresas lucrativas como a nivel de las ONG´s de diverso índole que – sin fines lucrativos – han incrementado su participación en la prestación de servicios de salud. Gran parte del trabajo es realizada de manera (semi-)voluntaria o con contratos inestables y a menudo sin los beneficios sociales, dado que el financiamiento de proyectos cada vez menos considera el rubro “salarios” y el financiamiento es intermitente (Burijovich y Pautassi, 2006: 269). Otra tendencia preocupante es que parte del trabajo “tradicionalmente femenino” en el sector público (salud, educación, limpieza, guarderías infantiles, etc.) se está transfiriendo a mujeres beneficiaras de los programas de combate a la pobreza a contraprestación de una recompensación monetaria (y a menudo parcialmente en especies). Pautassi nos indica que en el caso de Argentina, el 5,5% de los puestos de trabajo del sector salud en el segundo semestre de 2004 estaban cubiertos por personas ocupadas10 por el Plan Jefes y Jefas de Hogar (Pautassi, 2006: 208)11. 1.3. Ingresos laborales En un contexto generalizado de estancamiento o disminución de los salarios reales, las mujeres siguen teniendo remuneraciones inferiores a las que reciben los trabajadores en todas las ramas. Llama la atención que para el promedio regional la brecha ha crecido en los últimos seis años en tres ramas: agricultura y pesca, industria y servicios básicos. Solamente ha disminuido de manera insignificante en dos: comercio, hoteles y restaurantes, por un lado, y servicios sociales y conexos, por otro. Se ha reducido de manera notable tan sólo en la rama de servicios financieros e inmobiliarios (ver: cuadro 10, anexo). 8 No es una casualidad que la Organización Mundial de la Salud ha adoptado para su lema anual en 2006 “Trabajando por la Salud” buscando llamar la atención sobre la problemática de los “recursos humanos” en salud. 9 De hecho, en Argentina, por ejemplo, se incrementó nuevamente el personal en salud a partir de 1999 (Burijovich y Pautassi, 2006: 249). 10 En las estadísticas laborales en Argentina estas personas figuran como “ocupadas” a pesar de no contar con un contrato de trabajo, salario mínimo, acceso a seguridad social en salud y otros derechos mínimos considerados por en la legislación laboral. Ver: Daeren, 2004. 11 Otros programas de combate a la pobreza en la región que utilizan mucho trabajo femenino – sin reconocerlo como tal – son por ejemplo: Wawa Wasi, Vaso de Leche, Comedores Populares en Perú; Madres Comunitarios en Colombia; Guarderías Comunitarias en Guatemala; etc. 4 Los ingresos laborales promedios de las mujeres, en 1990, eran el 61% de los ingresos laborales masculinos y, en 2005, ello ha aumentado hasta 70%. Según estimaciones de la CEPAL, en 2015 los ingresos laborales de las mujeres representarían el 75% de los hombres (CEPAL, 2007: 56). Estas diferencias en los ingresos se deben a varios factores: 1) el tipo de trabajos/empleos en que – en mayor medida – se insertan las mujeres son menos valorizados económicamente; 2) las mujeres, por tener que asumir otras tareas no remuneradas en apoyo a la reproducción humana, trabajan menos horas en el mercado laboral; 3) las mujeres se topan en el mercado de trabajo con el llamado “techo de cristal” y 4) aún asumiendo un trabajo “idéntico” con mismas (o superiores) condiciones de formación, las mujeres sufren de una discriminación salarial directa. 1.4. Políticas para la equidad de género en el mundo laboral en las últimas décadas en la región Varios diagnósticos y sistematizaciones12 han subrayado que en la mayoría de los países de la región, los gobiernos han reaccionado al ingreso de las mujeres en el mercado laboral remunerado -bajo condiciones de discriminación y segregación- con la implementación de programas y proyectos, más no con políticas. En materia de igualdad de oportunidades, las acciones se limitan a la creación o manutención de una unidad de género en los Ministerios de Trabajo, la ratificación de Convenios Internacionales, la adopción de planes y leyes de igualdad de oportunidades en el empleo y la implementación de programas y proyectos de muy limitado alcance. Adicionalmente hay que tomar en cuenta que, en un marco de reducción del poder y de las facultades de los propios Ministerios de Trabajo y, a su vez, reformas legislativas “flexibilizadoras”, la cobertura del accionar de los Ministerios hacia los y las trabajadoras ha disminuido considerablemente. Con respecto a las políticas activas, varios países han privilegiado la creación de empleo a través de asistencia a los MYPES, además de enfocar en la ”empleabilidad” de los/as trabajadoras a través de la formación profesional. Los programas de trabajo destinados a las mujeres no fomentan su inserción en sectores competitivos de la economía ni tampoco la redistribución o el aliviar sus responsabilidades reproductivas. Adicionalmente, la excesiva compartimentación de la administración pública atenta seriamente contra la integralidad e intersectorialidad que deberían caracterizar a las políticas de empleo y mercado de trabajo para que sean capaces de generar mayor equidad social y de género. A manera de conclusión, las cifras parecen indicar que tanto el modelo de desarrollo como las políticas implementadas en las últimas décadas, han sido incapaces de alterar de manera significativa las estructuras más importantes del mercado de trabajo en el sentido de proveer trabajos e ingresos decentes para todos y todas. La persistencia de expresiones de discriminación y exclusión en el mercado laboral por razones de sexo/género (además de razones sociales, étnicas/raciales, culturales, de edad, de origen, de salud, pertenencia a colectivos sociales, etc.) demuestra que la discriminación y exclusión no son resultados de la actitud aislada de individuos “retrógrados” sino de una práctica y políticas institucionalizadas – y por ende, de un modelo de desarrollo que son ineficientes en reducir las desigualdades y la exclusión al bienestar. Seguir “en la misma senda de antes” no nos llevará entonces a la reducción de la pobreza ni a la generación de trabajo decente con equidad (social y de género). 12 Ver: Daeren, L., 2001 y Marco, F. y Rico, N., 2004. 5 2. ¿El cuidado y la reproducción de la vida humana como “insumo” o como “misión” de desarrollo? Para llegar a las metas planteadas será necesario implementar estrategias que tiendan a visibilizar y valorizar – socialmente y económicamente – todo tipo de trabajo relacionado con el cuidado y la re-producción de las personas13 que diariamente realizan hombres y sobre todo mujeres no solamente de manera no remunerada en el hogar o el ámbito doméstico sino también – de forma remunerada o semi-“voluntaria” - en las escuelas, los hospitales, las organizaciones sociales de base, las guarderías, etc. Para que las mujeres puedan insertarse en condiciones de igualdad en el mercado de trabajo y en la economía en general, habrá que resolver “la tensión existente entre dos objetivos contradictorios (de desarrollo): la obtención de beneficios – materiales y monetarios14 - por una parte y el cuidado de la vida humana por otra” (Carrasco en León T., 2003: 11). Esta tensión se acentúa en un modelo económico – como el actual – donde los procesos de reproducción y sostenibilidad de la vida humana en gran medida han sido “externalizados” de los circuitos económicos, a pesar de que el desarrollo económico y el funcionamiento de nuestras sociedades son completamente dependientes de este trabajo. Junto con Carrasco podemos aventurarnos a decir que “la mayor parte de los procesos de reproducción se han resuelto siempre fundamentalmente desde los hogares” (ID: 13) aunque también se han nutrido de otros servicios ofrecidos por el mercado (servicios privados) o por el Estado (servicios públicos). Además, “a pesar del peso que ha ido adquiriendo el mercado capitalista en la oferta de bienes y servicios, las estrategias de vida de las personas continúan organizándose desde el hogar de acuerdo al nivel de ingresos y a la participación pública en las tareas de cuidados” (ID: 13). Además, no hay que olvidar que parte importante de estas tareas proporcionadas en el seno de los hogares no pueden ser completamente sustituidos por servicios privados ni públicos porque están relacionados con necesidades afectivas y relacionales indispensables para la estabilidad física y emocional de las personas. Si se quiere incrementar con un 10% la participación laboral de las mujeres y procurar que tengan un trabajo decente obteniendo remuneraciones e beneficios dignos y en igualdad con los hombres, se tiene que partir de la premisa que la gran mayoría de estas mujeres “a emplear” son cuidadoras – en sentidos muy amplios - de otras personas y que, cada vez menos, ellas pueden contar con el trabajo voluntaria de otras mujeres (madres, hermanas, vecinas, tías, comadres y hasta hijas) para que les apoyen15 en estas tareas “reproductivas”. 13 Utilizamos el concepto de “trabajo relacionado con el cuidado de las personas” dado que el concepto de “trabajo de reproducción” es más restringido. El último se usa para diferenciarlo del trabajo de la producción de bienes y servicios (Carrasquer, 1998: 95) pero en la mayoría de los estudios se limita al trabajo no remunerado en el ámbito doméstico, excluyendo a actividades de cuidado y “reproducción” humana realizadas fuera del ámbito doméstico, prioritariamente por mujeres y, de forma generalizada, con una valorización económica no existente o muy inferior en comparación con las actividades laborales relacionados con la producción de bienes y servicios, “generadoras de riqueza”. 14 Lo cursivo es añadido al citado. Obviamente cualquier modelo de desarrollo se orientará a generar beneficios. La pregunta principal que debería guiar los debates de desarrollo es qué tipo de beneficios (y para quiénes) deberían generarse. 15 El apoyo familiar, vecinal y comunitario tradicional en tareas reproductivas ha disminuido sustancialmente en comparación con antes por cambios en el “tejido social de ayuda recíproca” debido a 6 Es urgente que nuestra convicción de la importancia del trabajo relacionado con la reproducción y el cuidado humano para el bienestar y el desarrollo sostenible de la humanidad16, se traduzca en el diseño de modelos y estructuras, económicos y sociales, que valoran y promueven este tipo de trabajo. Obviamente que ello implicará una reconsideración y ampliación del propio concepto de trabajo. La división entre trabajo “productivo” y “reproductivo” es arbitraria y constituye una vieja y falsa dicotomía que es urgente superar con miras a llegar a una organización económica y social y a un desarrollo mucho más real, sostenible y equitativo. Es una división que está al origen de la exclusión y de la discriminación (salarial, por ejemplo) de las mujeres en el mundo laboral llamado “productivo”. El no reconocimiento y la consecuente desigual valoración (económica y social) de las actividades vinculadas con “el cuidado y la reproducción”, desempeñadas tradicionalmente por las mujeres, está en la base de la discriminación laboral directa e indirecta, la desigualdad en los ingresos de las mujeres, “la persistencia y el aumento de la segregación ocupacional, la creciente precarización de la fuerza de trabajo femenino” (Carrasquer, 1998: 95). Sin embargo, no se trata solamente “del trabajo de las mujeres”, sino de revalorizar la importancia de todas las actividades dirigidas al cuidado de la vida humana al nivel de los planes de desarrollo nacional. Un mayor apoyo público que se traduce en una mayor asignación presupuestal a la educación y la salud, por ejemplo, tendrá un efecto inmediato en el peso del trabajo “reproductivo” al nivel de los hogares (principalmente realizados por mujeres). Lo que se necesita entonces es todo lo contrario de lo que pasó en la década “perdida” de los ochenta cuando se disminuyó drásticamente el gasto (o la inversión) social. Igualmente, se precisará una profunda reorientación del gasto social “residual” de los años noventa que - a través de los programas focalizados de combate a la pobreza en sus diferentes formas - han instrumentalizado el trabajo de las mujeres sin reconocerlas como sujetos de derechos, ni “trabajadoras”17. Esta reestructuración debería ir en la dirección de una inversión económica y social estructural en sectores prioritarios como la educación y la salud, incluyendo la garantía de derechos y principios laborales mínimos en estos sectores como, por ejemplo, el derecho a un salario digno. la urbanización, migración y la misma participación de mujeres en el mercado de trabajo remunerado (Hein, 2005: 6). 16 Países industrializados están cada vez más preocupados por lo bajos niveles de fertilidad – below replacement level – que pueden llevar altos gastos públicos en el futuro (escasez de mano de obra y insostenibilidad del sistema de seguridad social). Estos bajos niveles de fertilidad en parte deben ser explicados como estrategias de las mismas mujeres y hombres para resolver el conflicto trabajo-familia. 17 Ver Daeren, L., 2004; Alva, M. et al, 2003. Muchos programas de combate a la pobreza “de última generación” promueven un especie de “servicio público impropio” en actividades de salud, educación, cuidado de menores, alimentación,… donde el mayor costo para la prestación de estos servicios es asumido por las mujeres pobres y no por el Estado. Ello está generando un nuevo tipo de relaciones laborales “informales” – aunque no reconocidos como tal – entre las entidades públicas responsables de los programas sociales y las personas, sobre todo mujeres, de la comunidad. Estas mujeres que – en algunos casos – trabajan jornadas extendidas (más de lo legal) y aportan con insumos propios reciben “becas/recompensaciones/…” que a veces ni significan el 25% del salario mínimo legal, sin cobertura de seguridad social, vacaciones y otros beneficios laborales establecidos por ley. Las mujeres (más que los hombres) se insertan y vinculan con estos programas por los exiguos beneficios económicos y otro tipo de beneficios (solidaridad, apoyo mutuo, aprendizaje, reconocimiento en papel tradicional de “cuidadoras a servicio de otros”,…). 7 Desde una necesidad de un modelo de desarrollo más equitativo, es urgente evolucionar hacia estados donde la reproducción humana y social sea una responsabilidad colectiva y – por lo tanto - sujeto de políticas de Estado en lugar de una carga individual de las mujeres18. Políticas y programas que apuntan hacia la visibilización y la valorización económica - como trabajo (decente)- de las actividades realizadas en esta “economía del cuidado”, serían un valioso aporte no solamente a la creación de una mayor equidad de género, sino también de un modelo de desarrollo que nuevamente coloca al ser humano y a las prioridades de las personas en su seno. Apostar por un modelo de sociedad que se basa en la lógica y la ética del cuidado más que en una ética y lógica del beneficio monetario y material, podría llegar a ser la única opción para erradicar de raíz los males que aquejan nuestro mundo actual: pobreza, exclusión, hambre, desastres medioambientales, inseguridad, violencia, etc.; aparte de que sea la única opción para llegar a un mundo con real equidad y justicia para las mujeres. Obviamente, “cambiar la receta” del desarrollo para que su objetivo principal y su funcionar apoye el bienestar de la vida humana, es una misión a largo plazo. Pero tener clara la misión a largo plazo, permite ir pensando en medidas a mediano y corto plazo que apuntan en la dirección señalada. Dar pistas en cuanto a políticas y acciones para el corto plazo (la próxima década), es lo que se pretende hacer en el próximo capítulo. 3. La implementación de políticas con miras a cumplir las metas de equidad de género de la Agenda Hemisférica 2006-2015. Si no se hace un mayor esfuerzo para hacer más factible la combinación del trabajo remunerado en el mercado laboral con el trabajo reproductivo y de cuidado en el hogar o la comunidad, difícilmente será posible lograr un mayor nivel de inserción de las mujeres en condiciones que no sean de explotación y discriminación. Sobre todo las mujeres pobres tendrán dificultades para insertarse en empleo dignos dado el “costo de oportunidad”19 que significa su inserción en el mercado laboral o simplemente la imposibilidad de encontrar otras alternativas para resolver las necesidades de la economía familiar reproductiva. A continuación, se presentan algunas pistas en cuanto a políticas y acciones prioritarias para alcanzar las metas de equidad de género. Han sido agrupados alrededor de los 4 objetivos estratégicos de la Agenda Hemisférica 2006-2015 relacionados con: 1) el cumplimiento de los principios y derechos laborales; 2) la generación de empleo; 3) la calidad del empleo, más específicamente la protección social de los trabajadores y 4) el diálogo social. Se ha optado además por dar sugerencias en cuanto a políticas dirigidas a un sector de la economía que – desde una perspectiva y objetivo de equidad de género – nos parece más ”crucial” que otros: el trabajo en el sector de los servicios sociales, comunales y personales, más específicamente la salud, la educación y el trabajo doméstico. 18 Se dice que las mujeres – y sobre todo las mujeres pobres – “subvencionan” con su trabajo el actual desarrollo y crecimiento económico. 19 Su inserción en empleos informales de baja productividad les puede significar menos ingresos laborales de lo que deben gastar para asegurar que otras personas asumen (parte de) sus tareas de reproducción y de cuidado. 8 3.1. Cumplimiento de las normas y derechos sobre no-discriminación e igualdad 3.1.1. Poner en marcha una estrategia de aplicación efectiva de los convenios 100 y 111 Con excepción de Estados Unidos y Surinam, todos los países de las Américas han ratificado a esta altura el convenio 100 sobre igualdad de renumeración por un trabajo de igual valor y el convenio 111 sobre la (no) discriminación en el empleo y la ocupación, considerados como convenios sobre derechos humanos fundamentales. Para realmente impulsar la implementación del convenio 100, habría que seguir el ejemplo de algunos países europeos que han elaborado métodos para la evaluación de puestos de trabajo sin sesgo de género (España, Suecia, Suiza) o países donde las comisiones de igualdad de remuneración desempeñan un papel importante (Portugal, Reino Unido y Suecia) (EU, 2007). La complejidad de la evaluación analítica de los puestos de trabajo sigue siendo un desafío y las leyes y reglamentaciones no incluyen todavía la noción de “trabajo de igual valor”. Reconocer las habilidades que requiere el trabajo del cuidado es una manera de tratar de mejorar la situación de trabajadores del cuidado. Ello se puede hacer con esfuerzos para mejorar su reconocimiento oficial a través de sistemas de clasificación de puestos laborales y certificaciones. (Hein, 2005: 100). Otra discusión que se puede y debería impulsar desde los Ministerios de Trabajo se refiere a la igualdad de remuneración por un trabajo de igual valor para trabajadores empleados en distintos (sub-)sectores de la economía. ¿Cómo se pueden justificar, desde la agenda del “trabajo digno”, todos los regímenes laborales especiales para trabajadores del agro, trabajo doméstico, sector informal, etc. que – en lugar de constituir una acción “afirmativa” hacia los trabajadores basada en su condición de exclusión, pobreza y desprotección-, se conviertan en acciones “afirmativas” para las empresas y empleadores, resultando en una disminución de los derechos y protección social de los y las trabajadores? Para promover la no-discriminación en el trabajo, los Ministerios pueden asumir un papel activo en adoptar algunas medidas no normativas: campañas de sensibilización; medidas y políticas de recursos humanos; acciones afirmativas en la contratación de personal etc., dirigidas en primer lugar al “propio” ámbito público. Finalmente, nuestra región se caracteriza por un gran déficit en la real implementación de la legislación existente. Una responsabilidad mayor de los gobiernos es garantizar la efectiva implementación de las leyes laborales, tarea que resulta difícil cuando la Inspección de Trabajo es débil por falta de personal; precarización laboral de los mismos inspectores (lo que puede resultar en problemas de corrupción); medios limitados de transporte; falta de formación o actualización profesional. A este respecto, el fortalecimiento de los servicios de inspección del trabajo sigue siendo crucial, también con respecto a su formación sobre temas relacionados con la discriminación e igualdad de remuneración. Un “indicador de eficacia de la legislación es el número de casos de discriminación levados antes tribunales y adecuadamente tramitados” (OIT, 2007: XV). 9 Hay lugares donde los inspectores del trabajo pueden presentar casos ante los tribunales o intervenir en acciones judiciales incoadas por otras partes. Los ejemplos observados en países como Argentina, República Dominicana, Guatemala o México indican la posibilidad de que algunos gobiernos otorguen mayor protagonismo a los servicios de asesoramiento y de aplicación de la ley que prestan los inspectores de trabajo. (OIT, 2007: 67). 3.1.2. Impulsar una mayor ratificación e implementación del Convenio Nº 156 Los países que ya han ratificado el Convenio 156 deberían presentar regularmente información sobre sus dificultades y soluciones para implementarlo en la práctica. Los que no hayan ratificado este Convenio, podrían hacer un análisis y un “mapa real” de las dificultades existentes en el ámbito legal y práctico para ratificarlo. Hasta ahora son 9 los países en América Latina han ratificado el Convenio156: Argentina (1988), Belice (1999), Bolivia (1998), Chile (1994), El Salvador (2000), Guatemala (1994), Perú (1986), Uruguay (1989) y Venezuela (1984). (ILOLEX). En Agosto 2006, la Comisión Nacional Tripartita para Promover y Examinar la Participación en el Trabajo de Paraguay lanzó la Campaña de Ratificación del C. 156. El gobierno de Paraguay ratificó en Diciembre 2007 el C. 156. Por otro lado, sería oportuno impulsar en la región la investigación sobre la relación “trabajo-familia”, “trabajo-vida” o “trabajo productivo-reproductivo” con miras a formular recomendaciones en cuanto a generar sistemas e instituciones económicos, laborales y sociales más aptos a permitir un justo equilibrio y valorización de las diferentes actividades humanas (trabajo, crianza, educación, participación social y política, ocio,…). Ello implica promover estudios de “uso de tiempo“, y otros que permiten demostrar el alcance, estructuración y organización del trabajo “reproductivo” al nivel de los hogares, comunidades, países y economías mundiales. Faltan datos confiables y comparables (por sexo), además de un análisis desde la perspectiva de género sobre horas (efectivas) de trabajo, incluyendo horas extras (pagadas o “voluntarios”) y horas no remuneradas dedicadas a tareas productivas o “reproductivas” en al ámbito del hogar o de la comunidad. Solo dos países, Ecuador y Venezuela, tiene una referencia específica al valor del trabajo de reproducción social en su Carta Magna (CEPAL, 2007: 68). A pesar de que Cuba no haya ratificado el Convenio 156, su Código de Familia de 1976 reconoce el valor económico de las tareas domésticas y establece la responsabilidad de ambos esposos al respecto. La inclusión de encuestas especiales de uso de tiempos o módulos dentro de otras encuestas ha tenido un fuerte impulso en América Latina (Argentina, 1998; Bolivia, 2001; Brasil, 2001; Costa Rica, 2004; Cuba, 2001; Ecuador, 2004-2005; El Salvador, 2005; Guatemala, 2000; México, 1996, 1998 y 2002, Nicaragua, 1996; Panamá, 2006; Uruguay, 2003). Estos instrumentos de recolección comienzan lentamente a formar parte de los planes oficiales de los institutos nacionales de estadística. (CEPAL, 2007: 97). 3.1.3. Velar por la ratificación e implementación del Convenio Nº 18320 Un informe de la OIT sobre seguridad económica demuestra el impacto del embarazo (actual o esperado) en el empleo femenino en países como los nuestros: es un factor en la pérdida de empleo para las mujeres y también en la dificultad de obtener un empleo en primera instancia (Hein, 2005:113). El informe sobre trabajo decente y juventud de 20 El Convenio 183 (2000) es un revisión del convenio 103 (1952) sobre la Protección a la Maternidad. Hasta ahora ha sido ratificado por Belice (2005) y Cuba (2004). Entre otras cosas, ha extendido el número mínimo de semanas de licencia por maternidad de 12 a 14. El Convenio 103 es ratificado por Bolivia (1973), Brasil (1965), Chile (1994), Cuba (1954), Ecuador (1962), Guatemala (1989), Venezuela (1982). 10 la OIT, no solamente demuestra como la maternidad adolescente es una de las grandes restricciones para acceder a empleos productivos y trabajo decente sino que también llama la atención al hecho de que el embarazo precoz para el grupo de 15 a 29 años está aumentando21. Otro problema se refiere a que la implementación de la legislación básica relacionada con la maternidad (que las mujeres no pierden sus empleos y que pueden disfrutar de una licencia de maternidad) parece particularmente difícil. Según un informe reciente de la misma OIT (2007: 9), “la discriminación por embarazo resulta aumentar incluso en países que tradicionalmente lo han combatido y que se hallan confrontados a la caída vertiginosa de las tasas de fecundidad”. En su informe a la OIT en 1996, el gobierno de Guatemala indica que la inspección laboral reintegró 349 mujeres que habían sido despedidas entre Julio 1995 y Junio 1996 por enfermedades relacionados con la maternidad o por lactancia (Hein, 2005: 41). En Chile se adoptó en 2006 una Ley sobre la Subcontratación, que vino a modificar el Código de Trabajo a fin de otorgar a los trabajadores subcontratados la igualdad de trato con los trabajadores fijos, incluso en relación con la protección de la maternidad. (OIT, 2007: 62). En nuestros países, la seguridad social juega un papel importante en asumir algunos gastos relacionados con la maternidad, más específicamente las asignaciones por licencia de maternidad. Ello ayuda en repartir los costos de reproducción en todos los empleadores y trabajadores que contribuyen a este fondo, y en la sociedad, en general. Relacionado con ello, es la importancia de que las mujeres que trabajan como independientes o en el sector informal sean cubiertas por los sistemas de seguridad social a título individual y no como “derecho-habiente” de su esposo/compañero para poder contar con una licencia por maternidad que va acompañada por ingresos económicos (pagados por el sistema de seguridad social), como también el hecho de que los pagos por licencias de maternidad formen parte de un sistema público solidario de seguridad social (en lugar de que sea carga directa económica para las empresas que contratan a mujeres). En Argentina, Brasil y Uruguay, las licencias por maternidad son financiadas por la seguridad social con base en contribuciones hechas por los empleadores. En México, las contribuciones son tripartitas. En los cuatro países, los empleadores contribuyen con base en el nº de trabajadores/as , independiente de sexo o edad - para evitar una posible discriminación en la contratación por sexo o edad. (Hein, 2005: 116). 3.1.4. Impulsar la adopción de un convenio internacional sobre el trabajo doméstico remunerado (trabajadores del hogar) En varios países de la región existe un régimen laboral “especial” para las trabajadoras del hogar que incluye una disminución en sus derechos laborales y sociales (salario mínimo más bajo, menos o sin vacaciones pagadas, exigencias diferenciadas en cuanto a afiliación a seguridad social, etc.). Sería oportuno promover su incorporación en la legislación laboral general. 21 El embarazo precoz para el grupo de 15-29 años era de 65.1% en 1987 y 69.2% en 2003. (OIT, 2007c: 86). 11 Dado la importancia actual del trabajo del hogar remunerado en la estructura de empleo femenino a nivel regional (17% de la población femenina ocupada22) y mundial, además de la preponderancia de esta ocupación en los patronos de migración laboral (nacional e internacional) femenina, habrá que plantearse la conveniencia de adoptar un convenio internacional para normar mejor el trabajo doméstico remunerado. 3.2. Mayor participación y ocupación laboral de las mujeres 3.2.1. Promover jornadas de trabajo “razonables” (en horas y organización) que garanticen calidad de vida para los/as trabajadores. Para que más mujeres participen en el mercado laboral remunerado, habrá que controlar la duración de las jornadas de trabajo y evolucionar hacia jornadas más cortas sin que ello implique una disminución en la productividad, ni en los ingresos laborales. Por razones de salud y para tener “una vida fuera del trabajo”, los trabajadores siempre se han preocupados por la duración de la jornada o semana laboral. Tan es así que el primer Convenio Internacional de la OIT (1919) justamente trata de las horas del trabajo y establece un máximo de 48 horas semanales en el sector industrial (Hein, 2005: 129). Las jornadas laborales largas no son solamente una preocupación en el contexto de una mejor calidad de vida para todos sino que son una causa mayor de inequidad de género en el mundo laboral, justamente porque además de las horas de trabajo “reconocidas” hay varias horas de trabajo “no reconocidas” que hay que asumir en la semana, trabajo indispensable para asegurar la (re-)producción humana y económica, y que de manera des-proporcional es asumido por mujeres y niñas. Existe a nivel internacional una preocupación por un aparente incremento en la jornada laboral de los trabajadores/as a tiempo completo. También en la región la extensión de la jornada laboral debería ser una preocupación y tiene relación con fenómenos como: la “producción justo a tiempo” (sectores textil y agroindustrial); la reestructuración de empresas (públicas y privadas) que resulta en la reducción de personal (“downseizing”); el multi-empleo o la acumulación de diferentes empleos (a menudo dado la insuficiencia de los salarios reales como se da en, por ejemplo, los sectores salud y educación); cambios en la organización de la jornada/semana laboral (sectores extractivos como la minería, petroleo, etc.) y una cultura de trabajo que premia largas jornadas. Largas jornadas laborales excluyen a las mujeres de ciertas ocupaciones y empleos, de esta manera reforzando la segregación de género en el mercado laboral. Por otro lado, largas jornadas de trabajo han generado una demanda de servicios disponibles en un horario más amplio y largo. Ello es el caso para ciertos servicios en el espacio público (transporte, salud, comercio/tiendas,..) como también para los servicios de cuidado en el espacio del hogar (ej. trabajadoras del hogar con horarios extendidos, necesidad de “puertas adentro”, etc.). Cuando – en el caso de mujeres de (extrema) pobreza - la necesidad es más grande que la opción, la inserción en empleos con jornadas de trabajo extensas lleva, además de serios problemas de salud en las trabajadoras, a la desatención de tareas reproductivos normalmente asumidas por ellas como son: atención a niños pequeños, escolares y otros dependientes que “por fuerza mayor” (la sobre-vivencia y falta de recursos para pagar a otras personas) terminan dejados a su suerte en la casa o la calle. 22 Ver: OIT, 2007b: cuadro 6-A. 12 La reforma al Código de Trabajo de Chile de 2001 reduce la jornada laboral de 48 a 45, a partir de 2005 (Hein, 2005: 133). En Perú, se adoptó en 2006 un Decreto Supremo (DS Nº004-2006-TR) que implementa en los centros de trabajo el Registro Permanente de Control de Asistencia con miras a controlar mejor la no extensión de la jornada laboral o el pago justo de horas extras. 3.2.2. Investigar y discutir sobre la conveniencia o no de promover el trabajo a tiempo parcial y el tiempo de trabajo “flexible” y en qué condiciones. La discusión sobre la conveniencia o no del trabajo parcial y su impacto en la participación laboral de las mujeres y en la (in-)equidad de género en el mundo laboral, sobre todo en lo que se refiere a equidad en los ingresos, protección social y otros beneficios laborales, se hace más compleja en países, sectores u ocupaciones donde los bajos niveles salariales y de protección social hacen que el trabajo a tiempo parcial no sea atractivo ni para mujeres ni para hombres y más que una opción se convierte en una expresión de “sub-empleo”. La posibilidad de trabajar a tiempo parcial y en horarios flexibles, a primera y simple vista, puede favorecer una más efectiva implementación del C. 156, permitiendo la combinación del trabajo reconocido como “productivo” con el trabajo “reproductivo” a nivel del hogar o de la comunidad. Sin embargo, es necesario ser cuidadosos con propuestas sobre horarios flexibles en un contexto donde esta flexibilidad parece estar más destinado al aumento de la productividad empresarial y no tanto a las necesidades de los y las trabajadoras, sobre todo cuando sus condiciones laborales y de vida además de su posición en la correlación de fuerzas sociales distan mucho de ser los ideales y les ponen de antemano en una situación de desventaja en la negociación sobre estos temas y esquemas de trabajo. También en América Latina, es posible implementar políticas que posibilitan “tiempo laboral flexible” beneficioso tanto para trabajadores como para la empresa. Un estudio realizado por la Confederaçao Nacional da Indústria de Brasil sobre convenios colectivos, encontró la disponibilidad de artículos relacionados con un sistema de “banco de tiempo” en un buen número de convenios: en 11 de los 17 convenios en el sector químico; en 10 de los 20 en el sector de la alimentación; en 8 de los 20 en el sector metalúrgico. El “banco de tiempo” permite a los trabajadores acumular o ahorrar horas extras trabajadas para tomarlos después como días extras de vacaciones o licencias pagadas. (Hein, 2005: 150). 3.2.3. Mayor inversión en sectores de salud y educación Para que las mujeres puedan insertarse en el mercado de trabajo en condiciones de igualdad y equidad, hay que promover que el Estado asuma sus responsabilidades en la previsión de servicios de educación y de salud de calidad. Aparte de seguir trabajando por extender los servicios de salud y educación en todas las zonas geográficas de los países, es preciso mejorar también la calidad. En algunos países, la mala calidad de servicios públicos de salud lleva a que hombres y mujeres trabajadoras pierdan muchas horas de trabajo haciendo cola o esperando ser atendidos. Encontrar maneras para mejorar estos servicios ya podría ayudar mucho en aliviar la carga reproductiva y en reconciliar mejor trabajo-familia. (Hein, 2005: 47). En lo que concierne a la educación, se debería seguir promoviendo la jornada escolar completa y con horarios escolares acordes con la jornada laboral, además de insistir en que exista una oferta suficiente de guarderías de calidad, accesibles (subvencionadas) y con horarios adecuados. Estudios han demostrado que las familias, cuando existe la 13 posibilidad económica, prefieren que los niños sean atendidos en centros de cuidado infantil especializados, en lugar de por trabajadoras domésticas o familiares no remuneradas (Hein, 2005: 92). Las subvenciones pueden ser totales o parciales de acuerdo a la situación de pobreza de zonas, sectores u hogares. Por ejemplo, en zonas y sectores de producción para la exportación con una alta inserción laboral femenino migrante (muchas de las cuales jóvenes y madres solteras) - como en el caso de las maquilas textiles, floricultura y otros productos no tradicionales de la agro-industria, etc.- es urgente solucionar el tema del cuidado infantil. En algunos países de la región, una proporción significativa de niños entre 3-5 años asiste a la educación pre-primario: casi el 100% en Cuba y 60% o más en Argentina, México y Perú (Hein, 2005: 79). A iniciativa de la Alcaldía de San Salvador (El Salvador), se organizó un servicio de cuidado infantil para las mujeres que trabajan como vendedores en el mercado o en las calles a través de una red de centros cerca de los mercados. Los 7 centros funcionan entre 8 a.m. y 4 p.m. y cuidan cada uno a unos 60 niños/as, con un promedio de 10 parvularias por centro. La municipalidad paga los salarios mientras que los costos operativos diarios son parcialmente cubiertos por cuotas pagadas por las familias (Hein, 2005: 87). Como parte de una estrategia de erradicación del trabajo infantil de niñas – donde el trabajo doméstico tiene todavía un peso importante en la región – la administración pública puede optar por otorgar “becas” a niñas y jóvenes de zonas campesinas y urbanas donde predomina la extrema pobreza23 para que sigan una educación formal.24 Estas becas pueden constituir una recompensación por su aporte laboral (remunerado o no) “perdido” a causa de su inserción en la educación formal. 3.3. Mejores empleos y más protección social en sectores con alta inserción laboral femenina Los Ministerios de Trabajo deberían abogar por una mayor incorporación de las mujeres en sistemas de seguridad social accesibles y de calidad. En el caso de las trabajadoras empleadas en sectores formales de la economía sería importante fortalecer un trabajo normativo y fiscalizador para que los empleadores (tanto públicos como privados) asuman su responsabilidad en cuanto a la incorporación de las trabajadoras a sistemas contributivos de seguridad social. 3.3.1. Trabajadoras/es en servicios públicos (sobre todo educación y salud) Cualquier solución para lograr un mejor equilibrio entre trabajo y familia y una mejor inserción de la mujer en el mundo laboral remunerado, requeriría de mayor empleo remunerado en tareas de cuidado (educación, salud, otros…). Sin embargo, estas actividades que ya se realizan en el circuito económico son justamente los menos retribuidas y valorizadas y sufren de malas condiciones laborales. Como hemos visto, los salarios en actividades “del cuidado” (sector de servicios sociales, comunales, 23 La referencia a “zonas donde predomina la extrema pobreza” y no a “hogares de extrema pobreza” tiene relación con estudios y evaluaciones recientes en cuanto a la eficiencia de una focalización a nivel de los hogares versus una focalización más amplia a nivel de zonas de extrema pobreza donde el gasto de ampliación de cobertura es probablemente menor que el gasto de identificación y selección de beneficiarios y el control y manejo de las “infiltraciones”. 24 Un sistema de becas educativas otorgadas directamente a las niñas nos parece más adecuado que, por ejemplo, una transferencia monetaria a las madres “condicionada” a su trabajo voluntario en la comunidad o servicios de utilidad pública (como salud, educación, limpieza, etc. ). 14 personales) son aún más bajos – en promedio – que los salarios promedios de las mujeres, reforzando aún más la brecha salarial por sexo (Hein, 2005: 100). Es preciso promover los derechos laborales fundamentales de todas las y los trabajadores que realizan actividades en apoyo al bienestar y el desarrollo de las personas, sea a nivel de servicios públicos, privados o comunitarios (programas sociales o de combate a la pobreza). Sin embargo, desde una perspectiva ética es el Estado quien debería liderar el proceso de cambio, incorporando el principio de la equidad de género en el trabajo y empleo dado que es un “empleador testigo” quien debería mostrar a la sociedad un ejemplo práctico de lo que considera un mercado laboral equitativo (Burijovich y Pautassi, 2006: 305). En 1999, en Argentina se firmó el primer Convenio Colectivo de Trabajo del Sector Público donde fue aprobado un Plan de Igualdad de Oportunidades y Trato, que incluye medidas de fortalecimiento de la protección a la maternidad y establecer mecanismos para garantizar la igualdad de oportunidades en los procesos de selección de personal. En febrero de 2006, El Poder Ejecutivo Nacional dictó el Decreto 214 que homologa el convenio colectivo de trabajo general para la administración pública nacional incluido el personal contratado. El convenio marco implica aproximadamente a 72.000 trabajadores formales y cerca de 15.000 hasta ahora contratados. Entre los beneficios figura el incremento en un 70% de reintegro por guardería infantil. (Burijovich y Pautassi, 2006: 310). Chile promulgó un Código de Buenas Prácticas Laborales sobre no-discriminación para la Administración del Estado en 2006. Ese Código es de obligado cumplimiento en el sector público y se exhorta a su aplicación voluntaria en el sector privado. (OIT, 2007: 123). Una primera necesidad sería avanzar en el análisis de las condiciones de trabajo en estos sectores (educación, salud, limpieza,..) revisando modalidades de contratación, incentivos, formas de pago, relación entre categorías profesionales, técnicas y de apoyo, presencia de mecanismos de segregación y discriminación, etc. Otro gran desafío consiste en la revisión de salarios/renumeraciones/ingresos en estos sectores donde ciertos empleos o trabajos estás muy desvalorizados y se han precarizado todavía más en las últimas décadas. Los Ministerios de Trabajo podrían impulsar políticas de contratación y salariales más equitativas. Con miras a coadyuvar en el cumplimiento de otra meta de la Agenda Hemisférica – duplicar la seguridad y salud en el trabajo en los próximos 10 años y reducir con 20% los accidentes y las enfermedades laborales – sería oportuno que los Ministerios centren sus esfuerzos en el empleo en los sector públicos de la salud y la educación, no solamente por ser sectores intensivos en empleo (sobre todo femenino) sino por la relevancia que adquiere la calidad del empleo - y la salud de los trabajadores - para la calidad de los servicios prestados. 3.3.2. Trabajadoras del hogar Tomando en cuenta que existe una preocupación por los derechos de las trabajadoras domésticas y de los/as trabajadores migrantes (de las cuales muchas son trabajadoras del hogar) en la Agenda Hemisférica y considerando que el trabajo doméstico remunerado se está globalizando a paso decidido, los Ministerios de Trabajo deberían investigar cómo incorporar a este grupo de trabajadoras en los sistemas existentes de seguridad social. Una pista interesante para investigar sería la posibilidad de que el Estado subvencione la afiliación de las trabajadoras del hogar al sistema contributivo, a condición de que el empleador formalice la relación laboral cumpliendo con los derechos mínimos en cuanto a salarios, horario de trabajo, etc. Otra opción sería 15 impulsar su incorporación “masiva” a sistemas de seguridad social en salud y pensiones netamente subsidiados. Políticas en esta dirección ayudarán a alcanzar la meta en protección social (20% de la población total de la región), tomando en cuenta la importante proporción de la ocupación femenina en este sector (más del 15%). En Uruguay, los trabajadores en el Banco de Previsión Social elaboraron propuestas para ampliar la protección social a trabajadores/as del sector informal entre las cuales proponen para las trabajadoras domésticas “modificarse la exigencia del complemento de la cuota mutual a cargo del empleador, incorporando un componente de subvención estatal”. Esta propuesta parte de la constatación de que la modificación de 1992 que obliga a la patrona a pagar el complemento de la cuota mutual ha provocado una baja en la cobertura. (PROESI CIOSL-ORIT, 2007). La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) en Argentina implementó un programa de regularización del empleo no registrado mediante incentivos fiscales a los empleadores. Hasta mayo de 2007 se logró la incorporación de 260.000 empleadas domésticas al sistema previsional y de salud junto con su grupo familiar (CEPAL, 2007: 72). 3.3.3. Trabajadores/as insertos en los programas de combate a la pobreza Habría que ver de qué manera el Estado puede promover la incorporación “automática” a sistemas re-distributivos de seguridad social (pagados por el tesoro público) de mujeres (y hombres) trabajando en programas de empleos de emergencia y otros programas de combate a la pobreza donde prestan una contraprestación laboral o se desempeñan en actividades semi-voluntarias. Un siguiente paso sería ver cómo se puede asegurar condiciones laborales mínimas – en cuanto a salarios o ingresos, seguridad en el trabajo y acceso a la jubilación pagada - para mujeres que se desenvuelvan a tiempo completo en programas semi-públicos de esta naturaleza. El Gobierno de Ecuador ha introducido modificaciones en el Bono de Desarrollo Humano creado en 2003, que consistía en un esquema de transferencias directas a las madres del núcleo familiar cuya entrega estaba condicionada a controles de salud y permanencia escolar. Sobre las madres descansaba la responsabilidad de cumplir con los condicionamientos del programa. En adelante la transferencia se reconocerá como un derecho. Por lo tanto, las 995.000 mujeres beneficiarias la recibirán sin condicionamientos con el mensaje “¡Tu trabajo sí vale!” (CEPAL, 2007: 70). 3.3.4. Amas de casa Se debería estudiar la posibilidad de incorporar a todas las mujeres en edad de jubilación que no se encuentran afiliadas a ningún otro sistema de seguridad social contributivo (sea público o privado) de manera automática a sistemas de seguridad social re-distributivas. Ello en recompensa por el trabajo reproductivo no remunerado realizado a lo largo de los años. A corto plazo será más fácil su incorporación en seguros sociales de salud pero a mediano plazo hay que ver también la posibilidad de otorgarles pensiones mínimas que no solamente beneficiarán directamente a ellas mismas, sino también a los hogares que verán disminuir la carga económica y de trabajo que incluye el responsabilizarse de personas mayores dependientes. En Panamá, la Ley Nº 54 (1999) reformó el Régimen de Seguro Voluntario de la Caja de Seguro Social para incorporar a la persona que se dedique a la atención de la familia. En México, se estableció en 2006 el Mecanismo de Ahorro para el Retiro Oportunidades (MAROP), que propicia que los miembros de las familias más pobres cuenta con un ahorro de retiro, ya que por cada peso que depositan las personas, el gobierno federal pone otra. Argentina y Chile van aún más lejos ya que han adoptado disposiciones legales - en 2006 y 2007 respectivamente – que permiten a los y las mayores de edad (60 y 65 años, 16 respectivamente) ser incluidos en el sistema provisional, hayan o no cotizados. En marzo de2008, Chile promulga su nueva Ley de Pensiones que incluye un Sistema de Pensiones Solidarias del cual las mujeres serán las principales beneficiarias dado que se estima que un 60% de las Pensiones Básicas Solidarias otorgados a aquellos que no tienen ahorros provisionales, serán percibidas por ellas. Además, se otorgará un bono por cada hijo nacido vivo y cada hijo adoptado, a todas las mujeres que perciban pensión de vejez, de invalidez o sobre-vivencia, cunado cumplen 65 años. Este bono equivale al 10% de 18 salarios mínimos. También Brasil avanza por el camino de una reforma del sistema provisional que considera el aporte económico del trabajo femenino hasta ahora poco valorizado. (CEPAL, 2007: 66) 3.4. Mayor participación de mujeres en espacios políticos y de diálogo social “El déficit de representación de las mujeres en las instancias de diálogo social debe considerarse como un problema de ejercicio de la ciudadanía“(OIT, 2006: 13). Desde esta perspectiva, el Estado debería promover y hasta reglamentar la participación de las mujeres en espacios de diálogo social en su sentido más amplio: desde la negociación colectiva a nivel de la empresa hasta los espacios tripartitos de toma de decisión (inter-)nacional. Es importante promover que la participación de las mujeres alcance los ámbitos nacionales e internacionales y no se quede limitada a los espacios locales y del lugar de trabajo. Adicionalmente, no se trata solamente de promover la mera presencia de mujeres en términos numéricos sino de velar por que las agendas de los colectivos de mujeres sean incorporadas en los espacios de discusión y decisión. Una encuesta realizada por la OIT don datos de 48 órganos bipartitos, tripartitos o tripartitos plus (o sea alrededor de la mitad de las instituciones de diálogo social que actúan a escala nacional) arrojó que la participación media de la mujer fue del 11.46 % en América Latina. Se adoptaron iniciativas para promover una representación más equilibrada, entre otros, en Perú. (OIT, 2007:120). En los países del Cono Sur funcionan Comisiones Tripartitas de Igualdad de Oportunidades en el Trabajo como espacios de participación y dialogo, paliando de algún modo el déficit de representación de las mujeres en otras importantes espacios de poder y de dialogo social (OIT, 2007d: 3). Partiendo de la premisa de que es impostergable reconocer lo “privado como político” y “lo reproductivo como productivo”, es especialmente importante dar una voz publica y política – a través de su organización - a los grupos de trabajadoras que hacen su aporte al desarrollo de forma renumerado o no en el espacio privado de sus hogares trabajadoras del hogar, en particular – o de manera (semi-) voluntaria en espacios públicos en beneficio de sus hogares, comunidades y países: mujeres líderes e integrantes de programas sociales y de combate a la pobreza. Obviamente, apostar por la democracia y el diálogo social significa en primer lugar que el Estado debería garantizar que tanto organizaciones de empleadores como de trabajadores participen en igualdad de condiciones y en una “correlación de fuerzas” equitativa en el diálogo social, lo que requiere en el contexto latinoamericano el apoyo estatal decidido al fortalecimiento de las organizaciones de trabajadoras y a la representación equilibrada de mujeres y hombres en el seno de todos los actores sociales que participan del diálogo social25. 25 Adicionalmente, es muy cierto que ”los procesos de diálogo deben ser asumidos por un Estado fortalecido”, quiere decir, con participación de las instancias y ministerios con poder de toma de decisión, también - y sobre todo - en cuanto a la asignación de los recursos económicos necesarios a la solución de problemas. 17 A modo de conclusión El Estado debe ser pro-activo y retomar un papel “normativo, promotor, regulador y generador” de nuevos sistemas de participación y solidaridad, asumiendo su responsabilidad democrática y sus funciones re-distributivas y de recompensación de desequilibrios. Un esfuerzo nacional que tenga un impacto en la organización de la sociedad requiere el involucramiento de actores más allá del ámbito del trabajo. Este involucramiento amplio no solamente es necesario para asegurar la asignación de los recursos necesarios para lograr tales cambios sino también para evitar incoherencias en las políticas adoptadas en diferentes despachos “sectoriales” del poder ejecutivo (trabajo, planificación, transporte, seguridad social, salud, etc.). También la coordinación entre gobierno nacional y gobiernos locales es importante dado su papel crucial en la implementación de arreglos locales como guarderías, planificación espacial, transporte, servicios sociales, etc. Queda claro que las metas y estrategias aquí planteadas necesitarán de una profunda discusión política sobre la agenda misma del desarrollo, discusión que a menudo se parece haber agotado en la adopción “casi ciega” de un único plan de desarrollo posible. Serán necesarias decisiones políticas que permitan re-priorizar objetivos de desarrollo, re-diseñar políticas tributarias, comerciales, laborales, etc., además de re-orientar la asignación de recursos públicos hacia sectores estratégicas en el cumplimiento de demandas sociales y económicas de los pueblos. Dependiendo de la configuración de fuerzas políticas en cada país, los promotores del “trabajo decente con equidad” podrán conseguir los recursos necesarios de diferentes maneras. Pueden proponer reorientaciones en el gasto y destino de recursos ya disponibles. Los programas de combate de la pobreza, por ejemplo, adquieren cada vez más importancia en el presupuesto de las “políticas sociales”, por lo que parece muy oportuno promover – desde los Ministerios de Trabajo – que estos programas apoyen decididamente el trabajo decente y la seguridad social, desde un enfoque de derechos y no de “asistencia o compensación social”. Cambios de fondo, sin embargo, se lograrán solamente a partir de cambios en las políticas que forman el “núcleo duro” del modelo de desarrollo actual: políticas tributarias más equitativas (“el que tiene más, paga más”); políticas de deuda pública más comprometidas con el país (asumiendo la deuda social); políticas económicas con visión a largo plazo (ej. fondos de estabilización que garantizan gasto fiscal social en períodos de contracción económica); etc. Las graves crisis medio-ambientales y sociales que presenciamos hoy en día demuestran la urgencia de que las políticas dirigidas a crear más equidad (social y de género) dejan de ser políticas sectoriales de segundo rango y se conviertan en “políticas de Estado” vinculados directamente con las políticas y decisiones económicas y fiscales. Esta necesidad de una mayor integración de las políticas y gestión articulada de las mismas, no es - de hecho- solamente una demanda desde la agenda “por una equidad de género” sino una necesidad generalizada (OIT, 2006: 82) para avanzar hacia un sociedad donde el desarrollo tenga cara humana y cree bienestar social, y donde los avances económicos y tecnológicos no agoten nuestros recursos naturales y beneficien directamente nuestro desarrollo como seres humanos. 18 Anexo estadístico Gráfico 1: Mujeres económicamente activas, países seleccionados, 1960, 1980 y 2000 (%) 50 40 30 1960 1980 20 2000 10 0 Brasil Costa Rica Honduras Venezuela Fuente: Hein, 2005:5. Cuadro 2: Principales tendencias del mercado de trabajo en las zonas urbanas, período 1990-2005. América Latina (17 países) - porcentajes. Ambos sexos 1990 63.8 Hombres 1990 83.5 2005 70.1 2005 83.2 Mujeres 1990 45.9 2005 58.1 Tasas de participación 59.8 63.3 78.6 76.5 42.7 51.3 Ocupación 6.2 9.7 5.8 8 6.9 11.8 Desempleo 71 68.5 70.6 68 71.6 69.3 Empleo asalariado Fuente: CEPAL, sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los países26 Cuadro 3: América Latina y el Caribe: contribución a la generación neta de empleo – 2004 (en porcentajes) Empleo no agropecuario Industria manufacturera Construcción Comercio, restaurantes y hoteles Servicios básicos Servicios financieros, seguros bienes inmuebles y servicios a empresas Servicios sociales, comunales y personales Otras ramas de actividad Total Fuente: CEPAL en Rico y Marco, 2006:67 % 24 6 23 5 13 Empleo total por categoría Asalariados Trabajadores por cuenta propia Servicio doméstico Trabajadores no remunerados Otras categorías de ocupación % 67 24 10 0 -1 Total 100 34 -5 100 26 Promedios ponderados y agregados regionales que no incluyen a Nicaragua por no contar con información disponible por el último período. Empleo asalariado: se refiere al porcentaje de asalariados en el total de ocupados. i Cuadro 4: Mujeres ocupadas en cada rama de actividad económica, Ameríca Latina27 – 1994 y 2004 (en porcentajes) Promedio regional Agric. y pesca Minería Industria Elect. gas y agua Constr. Urbano 1994 17.5 4.7 33.8 12.9 3.1 2004 16.0 9.1 36.2 19.8 3.2 Rural 1994 13.1 36.5 2004 16.1 3.9 44.7 12.5 1.3 Fuente: CEPAL, citado en Rico y Marco, 2006:71. Comercio, hotel y rest. Transp. comm. 43.4 46.1 49.6 53.1 y Serv. Financ., inmob. Serv. soc., com. y pers. Total 11.1 13.0 36.4 38.1 56.7 62.7 38.9 41.6 10.2 7.5 34.9 29.2 58.0 62.7 25.6 29.9 Cuadro 5: Desempleo urbano por sexo, países seleccionados, 1995 - 2005 País 1995 mujeres 13,6 … 12,4 9,8 17,1 8,8 ,,, 4,8 7,1 5,0 6,1 15,0 8,3 11,2 ,,, 15,3 13,8 hombres 10,0 … 7,8 7,0 12,2 5,6 ,,, 9,4 5,4 4,5 7,8 10,0 7,1 8,3 ,,, 9,6 11,3 total 11,6 … 9,8 8,0 13,9 6,9 10,7 7,3 6,1 4,7 7,0 12,1 7,6 9,6 17,9 12,2 12,3 10,5 7,6 8,7 10,6 promedio AL Fuente: Elaboración propia con base en OIT, Panorama Laboral 2006: 57. 8,3 9,9 Argentina Bolivia Brasil Chile Colombia Costa Rica Ecuador El Salvador Honduras México Nicaragua Panamá Paraguay Perú Rep. Dom. Uruguay Venezuela mujeres 20,3 4,0 4,8 8,9 11,3 6,3 8,9 5,9 4,1 6,5 ,,, 20,1 5,5 8,7 26,2 13,6 12,9 2005 hombres 15,6 3,3 4,5 5,5 6,8 5,2 5,5 8,7 10,7 6,1 ,,, 10,8 5,1 6,0 10,2 8,4 8,9 total 17,5 3,6 4,6 6,6 8,7 5,6 6,8 7,0 6,6 6,3 ,,, 16,4 5,3 7,1 15,8 10,8 10,3 27 Fuente: CEPAL, Estadísticas de Género, Unidad Mujer y Desarrollo, 2006, sobre la base de las encuestas de hogares de Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Perú, República Dominicana, Uruguay. La distribución de los varones entre las distintas ramas económicas es mucho más pareja y los hombres no experimentan grados de concentración de ocupaciones tan marcadas como en el caso de las mujeres. ii Gráfico 6: Proporción de mujeres y hombres empleados en trabajos de baja productividad, países seleccionados, entre 1990 y 2004. 90 90 Hom bres M ujeres 80 80 70 70 60 60 50 50 40 40 30 30 20 20 10 10 El Salvador Paraguay (Asunción) Ecuador H onduras 2004 2002 1999 1997 1994 1989 2003 2002 1999 1997 1994 1990 2005 2002 1999 1997 1994 1990 2005 2001 1999 1996 1994 1990 2004 2001 1999 1997 1995 0 1990 0 Bolivia Fuente: CEPAL, Unidad Mujer y Desarrollo. Cuadro 7: Estructura del empleo urbano por sexo, promedios América Latina, 1995 - 2005 País, año y sexo Sector informal Trabajadores independientes Total Serv. dom. Total cuenta propia No rem. Sector formal Microempresas Total Total Sector público Empl. Asalar. Peq., med. grand. empresas Cuenta propia Total Empl Asalar. Am. Latina (promedio) 1995 Total 51,2 27,2 23,3 3,9 4,4 19,6 4,2 15,3 48,8 16,0 32,2 1,3 29,0 2,5 Hombres 48,9 24,5 21,9 2,6 0,9 23,5 5,4 18,1 51,2 14,4 36,1 1,8 32,5 2,5 Mujeres 54,4 30,9 25,1 5,8 10,0 13,5 2,4 11,1 45,6 18,9 26,0 0,5 23,6 2,6 50,9 28,1 24,1 4,1 4,7 18,1 4,2 13,9 49,1 13,0 35,6 1,0 32,9 2,1 Hombres 47,9 25,4 22,6 2,8 0,6 21,9 5,4 16,5 52,1 11,0 40,5 1,4 37,1 2,6 Mujeres 54,9 31,7 25,9 5,8 10,4 12,8 2,5 10,3 45,1 15,9 28,9 0,5 27,2 1,6 2005 Total Fuente: Elaboración propia con base en OIT, Panorama Laboral 2006 (datos de Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y Venezuela para 1995 y 2005). iii Gráfico 8: Fuente: CEPAL, Unidad Mujer y Desarrollo. Cuadro 9: Distribución del gasto en personal hospitalaria en la Provincia de Córdoba- Argentina 1999-2004 (en porcentajes) Año Permanente No permanente (%) (%) 1999 95.75 4.25 2000 92.27 7.73 2001 74.35 25.65 2002 74.05 25.95 2003 66.77 33.23 2004 65.31 34.69 Fuente: Burijovich y Pautassi, 2006: 252. Total (%) 100 100 100 100 100 100 Cuadro 10: Brecha de remuneraciones entre hombres y mujeres según rama de actividad económica, promedio simple regional, áreas urbanas Año Agric. y pesca Minería Industria Elect. gas y agua Constr. 1994 30.4 * 38.9 9.4 * 2002 44.3 * 40.4 14.2 * Fuente: CEPAL citado en Rico y Marco, 2006:77 iv Comercio, hotel y rest. Transp. com. 39.8 39.3 8.5 * y Serv. Financ., inmob. Serv. soc., com. y pers. Total 32.8 25.3 41.3 40.4 37.1 33.5 Gráfico 11: América Latina (países seleccionados), ingreso laboral media de las mujeres, comparado con el de los hombres, zonas urbanas – Alrededor de 2002 (en porcentajes) 80 60 58 61 63 67 72 76 76 77 68 40 20 0 E Ur Ho Pr Mé Co B Gu Pa o ug na nd l xic cua ate oliv ua do má omb med ia ur o ma y a r io ia s la si mp le Fuente: CEPAL sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de 18 países en Rico y Marco (2006:62). Gráfico 12: Horas de trabajo (reconocidas en el mercado laboral) por sexo en algunos países seleccionados, diferentes años. 60 50 40 30 total 20 m ujeres 10 hom bres 0 Costa México (2001) Rica(2001) Uruguay (2001) Fuente: Hein, 2005: 131. v Argentina (2002) Bibliografía Alva, M. et al (2003), Actividad voluntaria o empleo precario: el trabajo comunitario de las mujeres. El aporte de las mujeres al Programa Nacional Wawa Wasi en León, M.(comp), 2003. Buijovich, J. – Pautassi, L. 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