La Emancipación Del Pensamiento Económico, o De Cómo La

LA EMANCIPACIÓN DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO, O DE CÓMO LA ECONOMÍA SE LIBERÓ
DE LA POLÍTICA Y LA MORAL.
Germán Raúl Chaparro (Universidad Central - Colombia)
Introducción: el origen político de la cuestión económica.
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En el siglo XVII se introdujo el concepto de Estado moderno , con el objetivo de dar forma y
consistencia al territorio y la Nación. Simultáneamente, se reconoce que los individuos, por su
naturaleza egoísta, necesitan de instituciones que garanticen su convivencia sin perturbar la
organización social. El Estado será la institución encargada de condensar la complejidad de las
relaciones que se llevan a cabo al interior de la sociedad, para luego manifestarlas en el terreno de lo
político. Las instituciones en cuestión se derivan, justamente, de la construcción de Estados. Tal
como plantea Thomas Hobbes, en el Leviatán: “La causa final, propósito o designio que hace que los
hombres –los cuales aman por naturaleza la libertad y el dominio sobre los demás– se impongan a sí
mismos esas restricciones de las que vemos que están rodeados cuando viven en Estados, es el
procurar su propia conservación y, consecuentemente, una vida más grata. Es decir, que lo que
pretenden es salir de esa insufrible situación de guerra que, (...) es el necesario resultado de las
pasiones naturales de los hombres cuando no hay un poder visible que los mantenga atemorizados y
que, con la amenaza del castigo, los obligue a cumplir sus convenios y las leyes de la naturaleza”
(1651, 141).
La construcción del Estado, o Leviatán hobbesiano, exige que cada individuo ceda parte de su poder
para darle fuerza a esa institución, sin la cual la vida de cada uno tendería a ser “pobre, sucia, brutal y
corta”, en contraprestación se reconoce al individuo como portador de derechos, cuyo ejercicio se
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logra bajo la tutela de un Estado protector . El corolario que se desprende de aquí, se refiere a la
importancia de la política como base del contrato social, particularmente cuando se considera, con
Hobbes, que el “hombre es lobo para el hombre”. Éste contrato ofrece la confianza necesaria y
establece las reglas de juego, que permiten a los individuos abandonar su estado natural de guerra
permanente, donde prevalece el temor y la inseguridad, y lograr la cohesión social.
En el siglo XVIII, con el predominio del capital comercial en la actividad económica, los mercantilistas
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reclaman un papel activo del Estado en el fomento del comercio y de la industria . Esta época
marcará el nacimiento del modo de producción capitalista, el auge de la economía de mercado y el
desarrollo del individualismo. Al mismo tiempo, cambia la estructura social y aparece la contabilidad
para registrar las relaciones monetarias. Para los mercantilistas, la economía es una rama particular
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de la política, un instrumento para alcanzar la prosperidad y el poder del Estado . En tal sentido, lo
económico nace integrado y subordinado a lo político, no tiene un dominio propio y es un medio no un
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fin .
En el presente trabajo se describe el proceso de emancipación de la teoría económica, es decir, la
forma en que la economía logró una doble liberación, al independizarse tanto de la política como de la
moral, para constituirse en una disciplina autónoma.
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Para Rosanvallon (1992, 36-38) el Estado moderno es en esencia un Estado protector que, en el sentido dado
por la economía política clásica, cumple una doble función: producir seguridad y reducir la incertidumbre; el
Estado encarna el derecho de los individuos a la protección, individuo y Estado son, aquí, un matrimonio
indisoluble.
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Esta es la idea del Estado “débil”, basado en la fuerza física, que como unidad política cumple la doble función
de integrar y someter. El individuo busca, ante todo, la protección de su integridad física y el derecho a la vida, y
en segunda instancia, la garantía de los derechos de propiedad como elemento indispensable para limitar la
violencia social. El Estado es poseedor del monopolio legítimo de la fuerza y la coerción.
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Schumpeter destaca como común denominador de los economistas del siglo XVIII, que “se ocuparon en forma
directa de los problemas prácticos de la política económica, que coincidían con los problemas que se planteaban
ante los nacientes estados nacionales” (1954, 145). Posteriormente, “Adam Smith -afirma Katouzian- no se
dedicaba a la especulación pura. Construyó un sistema de doctrina económica, pero no completamente lógico.
Se limitó a enfrentarse a un conflicto entre hecho y teoría, y lo dejo así, sin suprimir ninguno de ellos.” (1980, 40)
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Para Rodríguez, el mercantilismo es un sistema unificador, “debía romper con la disgregación feudal para
formar un espacio homogéneo que sirviera a los intereses del Estado; en tal dirección deben comprenderse las
políticas fiscales, monetarias y de comercio exterior.”(2000, 43).
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Hecksher concluye que: “el mercantilismo como sistema de poder constituía, por tanto, ante todo, un sistema
de aplicación de la política económica al servicio del poder como fin en sí.” (1931: 463).
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LA EMANCIPACIÓN DE LA TEORÍA ECONÓMICA
La emancipación de lo económico, que resulta de la necesidad de la naciente ciencia económica de
aislar una parte de la realidad social con fines analíticos, terminará por suponer la exclusión o la
subordinación de todo aquello que esté por fuera de su dominio. La pretensión de alcanzar status
científico exige a la economía una doble emancipación, por un lado la independencia del dominio de
lo político, por otro lado la exclusión de juicios de valor, esto es, de emanciparse de la moral.
La emancipación de la política
La fisiocracia francesa es un escalón clave en la liberación de la economía. Quesnay, a pesar de
tener una visión social y política completamente tradicional en muchos aspectos, “fue el primero en
concebir la idea del dominio económico como un todo coherente, como un conjunto constituido por
partes interrelacionadas” (Dumont 1977: 54). Introduce una visión moderada de la Ley de la
Naturaleza, la cual garantiza el orden, el curso regulado de los hechos tanto en los acontecimientos
físicos como en la acción humana. Esto explica la coherencia interna del dominio económico.
La economía, para Quesnay, está gobernada por un orden natural, está regida por leyes naturales, no
es una construcción voluntaria, y por ello se vuelve objeto de reflexión científica. La intervención del
Estado sólo es admisible como Estado gendarme, así se empieza a desarrollar la idea de un Estado
mínimo, concentrado en un conjunto pequeño de deberes positivos: protección exterior,
mantenimiento de una red de comunicaciones, cuidado de los pobres, cobro de un impuesto único
sobre la tierra, y educación del pueblo en la Ley de Naturaleza (Dumont 1977: 57).
Si Hobbes había caracterizado el “estado natural” como un estado terrorífico, el cual es necesario
superar a través del contrato social, ahora Rousseau, en El Contrato Social (1762), presenta un
mundo primitivo dichoso, un estado natural en el que los hombres, lejos de enzarzarse en una mutua
contienda, viven en relaciones de cooperación. Esta visión es compartida por Quesnay, para quien el
progreso económico es garantía de preservación de la armonía natural entre los hombres, en
particular entre las clases sociales que componen su Tableau.
¿Qué pasó? “La física newtoniana había descubierto un orden en apariencia permanente en el
mundo natural, que era independiente de la voluntad de los hombres. Si había un orden en la
naturaleza en general, debía haber un orden en la existencia humana como una extensión del
individuo humano. Por consiguiente, debía haber cosas tales como ‘naturaleza humana’, ‘derechos
naturales’ etc., que fuesen también permanentes e inviolables.” (Katouzian 1980: 38). Lo importante
aquí es la derivación de un concepto de orden, que se nos presenta como bueno, justo y correcto,
pues, ¡es científico! A partir de ese momento, el orden social debería responder a los mismos
principios newtonianos que rigen el universo, cualquier intento de intervención en el proceso social
equivaldría a un intento de desafiar las leyes de la naturaleza. La tarea sería, entonces, determinar
las leyes que gobiernan la economía, los móviles individuales que garantizan un orden social
coherente con el orden natural, para lo cual es necesario eliminar las restricciones no naturales, en
particular al Estado.
Dumont resalta la importancia del pensamiento de John Locke, en el proceso de emancipación de la
dimensión económica con relación a lo político, pues en sus Dos Tratados sobre el Gobierno Civil
(1690), al exponer el conflicto entre las dos dimensiones ideológicas, presenta lo económico como
jerárquicamente superior a lo político, a pesar de que lo económico como tal no aparece especificado
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en su obra. Locke concibe un mundo regido por Dios y define el estado en que se hallan
naturalmente los hombres como: “un estado de libertad completa para organizar sus acciones y para
disponer de sus propiedades y de sus personas según crean” (cap. II, § 4), en el que los seres
humanos son por definición “iguales e independientes” (§ 5), y “en el que nadie tiene superioridad o
dominio sobre otro” (§ 7). Sin embargo, este Estado de Naturaleza presenta inconvenientes debido a
“la inmoralidad y los vicios de ciertos individuos depravados” (cap. IX, § 128), por lo que se hace
necesaria la instauración del poder civil. Locke reconoce que la finalidad del gobierno no es otra que
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la defensa de la propiedad privada . Hasta aquí tenemos que Quesnay descubrió un dominio
particular para la economía y Locke presentó la sociedad política como fundamentada en la moralidad
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Seguimos la exposición de Dumont (1977: 71-86) y los capítulos II, VIII y IX del Segundo Tratado sobre el
Gobierno Civil de Locke.
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“Tenemos, pues, que el objetivo máximo y primordial que persiguen los individuos al juntarse en Estados o
comunidades, supeditándose a un gobierno, es el de proteger sus propiedades; esa protección es muy
incompleta en el estado de Naturaleza.” (cap. IX, § 124). Es importante notar que el concepto de propiedad de
Locke desborda a la categoría económica, pues se refiere a la propiedad que los individuos poseen sobre sus
personas, sus libertades y obviamente sobre sus bienes materiales. Véase Dumont (1977: 75-77).
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y en lo económico, luego, lo económico aparece ahora como jerárquicamente superior a lo político y
aislado ya, al menos parcialmente, de los fenómenos sociales en general.
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Falta ahora su emancipación de la moral , paso que para Dumont resulta “demasiado simple”. “Hay
ciertamente emancipación por lo que se refiere al curso general y común de la moralidad, pero va
acompañada por la noción de que la acción económica está por sí misma orientada hacia el bien, que
posee un carácter moral que le es especial; en virtud de ese carácter especial se le permite escapar a
la forma general del juicio moral.” (1977: 87)
La emancipación de la moral
Mandeville, en La fábula de las Abejas, es quien primero demuestra que “los vicios de cada persona
en particular, mediante una diestra dirección, contribuyen a la magnificencia y felicidad terrenal del
conjunto.” (1705: 6). La valoración moral cambia; pasiones que antes eran motivo de vergüenza,
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ahora constituyen el soporte que permiten el desarrollo y prosperidad de la sociedad en su conjunto .
Posteriormente, Adam Smith desarrollará dicho postulado argumentando que cada individuo “es
conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones” (1776: 402),
siendo esto producto de su acción egoísta, al sólo pensar en la ganancia propia favorecía sin quererlo
el interés público. El elemento fundamental para demostrar la pretendida coherencia interna del
dominio económico y lograr su autonomía con respecto a la carga moral es precisamente éste; el
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interés particular coincide con el interés general .
Adam Smith, a pesar de ser consiente de la importancia de las “leyes e instituciones”, desarrolla la
tesis del Estado mínimo, cuya presencia sólo se justifica como protector y vigilante del buen
funcionamiento de los mercados, la garantía de los derechos de propiedad y el cumplimiento de los
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contratos . Smith, en el pasaje de la mano invisible (1776: 402), expresa la convicción de que en el
mundo económico existe una armonía natural, que hace que la interferencia gubernamental sea
innecesaria e indeseable en la mayoría de las materias. La metáfora empleada por Smith describe el
principio según el cual un orden social benéfico, emerge como la consecuencia no buscada de las
acciones humanas individuales. De acuerdo a Karen Vaughn, la “mano invisible” tiene tres
implicaciones: 1) la acción humana, frecuentemente, conduce a resultados no buscados e
impredecibles por los actores, 2) la suma de resultados no buscados pareciera ser el producto de un
planeador inteligente, y 3) el orden resultante es juzgado beneficioso por todos los participantes. El
resultado es una teoría económica que plantea la existencia de un mecanismo automático de
regulación, el mercado, basado en el egoísmo de los individuos y su propensión innata al trueque,
genera el orden social.
A partir del siglo XIX, con la revolución industrial, la condición de asalariado adquiere un carácter
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indigno dentro de la vida social , esta condición es reconocida por los seguidores de la doctrina
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utilitarista, cuyo padre y principal representante es Jeremías Bentham , quien en La Psicología del
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La moral se define aquí de manera genérica como el conjunto social de representaciones, reglas y normas de
carácter ético, comunes en una sociedad y que determinan las obligaciones de los hombres, sus relaciones entre
sí y con la sociedad.
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A pesar de su exaltación del individualismo, Mandeville manifiesta la conveniencia de restricciones jurídicas a
este tipo de comportamiento: “...es benéfico el vicio / cuando la justicia lo poda y limita; / y, más aún, cuando un
pueblo aspira a la grandeza, / tan necesario es para el Estado / como el hambre es para comer; / la virtud sola
no puede hacer que vivan las naciones / esplendorosamente; las que revivir quisieran / la edad de oro, han de
liberarse de la honradez...” (1705: 21).
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“la noción de que un sistema social movido por acciones independientes en búsqueda de valores diferentes es
compatible con un estado final de equilibrio coherente, donde los resultados pueden ser muy diferentes de los
buscados por los agentes; es sin duda la contribución intelectual más importante que ha aportado el pensamiento
económico al entendimiento general de los procesos sociales” Arrow y Hahn (1971: 14).
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En el Libro V de la Riqueza, Smith justifica tres deberes del soberano: 1) la defensa, 2) la justicia y 3) las obras
y establecimientos públicos que se consideran beneficiosas para toda la sociedad y que no son atractivas para la
inversión privada. Para Rosanvallon los límites del Estado mínimo no están definidos en la obra de Smith, pues,
simplemente se considera que la esfera del mercado delimita la del Estado. “La separación entre lo económico y
lo político -afirma Rosanvallon-, basada en el reconocimiento de la autonomía de lo económico, constituye así el
principal criterio de delimitación del Estado.” (1992: 76)
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Malthus y Ricardo no tienen reparo en reconocer dicha condición, Adam Smith, por su parte, había evitado
cualquier juicio de valor en torno a la condición del asalariado, aunque reconoció su posición de desventaja ante
el patrono en los procesos de negociación, siendo precisamente está asimetría la que permite la apropiación, por
parte de los empresarios, de una parte del producto del trabajo bajo la forma de beneficios, e incluso les permite
reducir los salarios hasta el mínimo de subsistencia (Schumpeter 1954: 256).
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Las doctrinas de Bentham dominaron el panorama de las ciencias sociales durante las tres primeras décadas
del siglo XIX. Su pensamiento se basa en un principio normativo según el cual el bienestar de la sociedad
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Hombre Económico afirma que: “la aversión, no el deseo, es la única emoción que el trabajo, por sí
mismo es capaz de producir”. Smith al exaltar el papel de la división del trabajo como factor
preponderante en el progreso económico (Libro I, Cap. 1, 2 y 3) “atribuye la división del trabajo a una
propensión al trueque innata en la naturaleza humana, y su desarrollo a la expansión gradual de los
mercados: en cada momento la extensión del mercado determina el punto hasta donde aquélla puede
llegar (Cap.3). De este modo, la división del trabajo surge y se desarrolla como una fuerza
enteramente impersonal, y como ésta constituye el gran motor del progreso, el progreso mismo
aparece también despersonalizado.” (Schumpeter 1954: 183). La visión de Smith se explica
fácilmente si se tiene en cuenta que él no presenció las consecuencias sociales de la Revolución
Industrial, y se refleja en la introducción a la Riqueza de la Naciones, donde considera dos tipos de
naciones, unas “naciones salvajes de cazadores y pescadores”, condenadas a la extrema pobreza, y
unas “naciones civilizadas y emprendedoras”, donde “el producto del trabajo entero de la sociedad es
tan grande que todos se hallan abundantemente provistos, y un trabajador, por pobre y modesto que
sea, si es frugal y laborioso, puede disfrutar una parte mayor de las cosas necesarias y convenientes
para la vida que aquellas que puede disponer un salvaje.” (1776: 4)
En conclusión, Smith logra la separación total de la economía de la política y de la moral, consigue,
en términos de Dumont, dar el paso final en la transición del holismo, entendido como la primacía de
las relaciones entre hombres, al individualismo, como primacía de la relación del hombre con las
cosas. El proceso de mercado, entonces, no necesita de la política, ni de la moral, no es deseable la
presencia del Estado, y tampoco es necesaria la benevolencia de los individuos, lo social es así tan
sólo un medio, no es principio ni fin de la acción individual. En un contexto de creciente división del
trabajo e intercambio mercantil, propiciados por la Revolución Industrial, la necesidad de integración
de la sociedad fue encargada al mecanismo de mercado, el cual se presenta como un mecanismo
automático, con un carácter moral propio y que restringe la intervención política, pues trabaja, por si
sólo, para el bien público. La diestra dirección de Mandeville y la mano invisible de Smith, encuentran
su expresión material en el mercado autorregulador. Lo importante, a partir de ese momento, será la
relación de los hombres con los bienes, y no con sus semejantes, ese es el rasgo decisivo que
corresponde a la primacía del enfoque económico en nuestro universo ideológico.
Referencias
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Teoría Económica. Buenos Aires, El cronista comercial, pp. 176-195.
Hecksher, E. ([1931] 1943) La Época Mercantilista. México, Fondo de Cultura Económica.
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Civil. Barcelona, Editorial Altaya.
Katouzian, Homa (1980) Ideología y Método en Economía. Madrid, H. Blume Ediciones.
Mandeville, Bernard ([1705] 1982) La fábula de las Abejas. México, Fondo de Cultura Económica.
Myrdal, Gunnard ([1953] 1967) El Elemento Político en el Desarrollo de la Teoría Económica.
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Polanyi, Karl ([1944] 1997) La Gran Transformación. Madrid, Ediciones de La Piqueta.
Rodríguez, Óscar (2000) Estado y Mercado en la Economía Clásica. Bogotá, Universidad Externado
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Rosanvallon, Pierre (1992) La Crisis del Estado providencia. Madrid, Editorial Civitas, S. A.
Rousseau, Jean-Jacques ([1762], 1996) El Contrato Social. Bogotá, Panamericana Editorial.
Schumpeter, Joseph ([1954] 1984) Historia del Análisis Económico. México, Fondo de Cultura
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Smith, Adam ([1776] 1958) Investigación sobre la Naturaleza y Causa de la Riqueza de las
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Vaughn, K. I. (1983) “Invisible Hand” En: EATWELL, J. (editor) The New Palgrave. A Dictionary of
Economics, Vol. II. Londres, Macmillan, pp. 997-99.
debería representarse como la sumatoria de utilidades de todos sus miembros, en este sentido seguía el
principio de la mensurabilidad de los placeres y dolores de cada individuo usado por los doctores escolásticos y
que permitía la suma algebraica de la felicidad individual para determinar el bien común y la felicidad social, la
diferencia radica en que para éstos, la felicidad de cada uno de los miembros debe tener exactamente el mismo
peso. (Véase: Schumpeter: 135)
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