CÓMO EDUCAR EN LA FRATERNIDAD Y COMUNIDAD I. RECORDANDO NUESTRO TALANTE COMUNITARIO II. LAS CORRUPTELAS DE LA FRATERNIDAD III. CAMINOS Y OPERACIONES PARA CREAR FRATERNIDAD IV. POR UNA RELACIONES HUMANAS MÁS FRATERNAS V. UNA COMUNIDAD QUE CONVENCE Y LLENA CÓMO EDUCAR EN LA FRATERNIDAD Y COMUNIDAD La fraternidad y la comunidad cristiana no es un proyecto ético, sino una pasión, una aventura, un riesgo, un itinerario a recorrer con los ojos y los oídos abiertos y en el que la única brújula que guía a la meta es la de la misericordia y la ternura. I. RECORDANDO NUESTRO TALANTE COMUNITARIO Para nosotros, cristianos/as laicos/as, la espiritualidad se define como la vida según el Espíritu de Jesús. Y el Espíritu de Jesús nos remite, en un mismo impulso, al Dios trinitario -comunitario, creativo y novedoso- que se hace presente en la historia y a nuestro ser humano y vida concreta, insertos como estamos en una sociedad y en una historia determinada, desde la que tenemos que vivir y desarrollar nuestra identidad cristiana. Por eso, tanto el talante fraternal como el proyecto comunitario tienen gran importancia para nosotros. Los cristianos, no sólo compartimos la misión de Jesús de anunciar y hacer presente en la historia su propuesta de fraternidad universal como hijos e hijas de un mismo Dios, sino que nos constituimos y vivimos en comunidades eclesiales convirtiéndonos en primicia del Reino para quienes viven en nuestro tiempo y mundo. En Fe y Justicia, el primer modelo de identificación de nuestro sentido comunitario está en la comunidad de Jesús con sus compañeros más cercanos, que fue el germen de la Iglesia. También en la descripción teológica, idealizada y utópica, de la primera comunidad de Jerusalén tenemos un modelo permanente. En la misma sociedad civil nos sirven de referencia las familias y parientes muy queridos y los grupos de amigos incondicionales que se ayudan en toda clase de necesidades. Ahora bien, no hemos de olvidar, que el modelo comunitario de la Asociación está marcado por querer ser grupo de vida y acción, por la acentuación del compromiso sociopolítico, y por el predominio creciente de la vida urbana en la sociedad. Ello nos lleva a optar por una organización flexible que no ponga trabas a la acción y a poner el acento en la comunicación interpersonal, la amistad, la ayuda y exigencia mutua y una comunicación de bienes fuerte. Queremos dar testimonio de fraternidad y vida comunitaria: a) Contrastando y compartiendo nuestras decisiones personales en las diferentes dimensiones de nuestra vida con los compañeros y compañeras desde una actitud de exigencia y ayuda mutua. b) Compartiendo nuestros recursos humanos y materiales, incluido el dinero, como medio de potenciar la igualdad de oportunidades en la comunidad. c) Aceptando la diversidad de situaciones personales y familiares, y asumiendo la libertad individual como enriquecimiento para el proyecto común. d) Bebiendo de una misma fuente en los diversos momentos de oración y celebración comunitaria. e) Haciendo presente a la Iglesia en el mundo como“sacramento universal de salvación” y comprometiéndonos en la transformación de aquellas estructuras que lo dificultan. 2 Y asimismo todo esto como un rasgo de nuestra espiritualidad que proviene de nuestra identidad cristiana laical como miembros de Fe y Justicia. Pero esto, a veces, no pasa de ser un hermoso anhelo. (cf. Estatutos I y V; Ideario 1, 9,11; Espiritualidad 1 y 5.2) II. LAS CORRUPTELAS DE LA FRATERNIDAD Por aquello de remontarnos a los orígenes, que siempre da tanto fundamento, aunque hoy los consideremos míticos y utópicos, habría que recordar que la fraternidad “nació en el jardín”, y que es algo que está presente en la historia desde sus inicios. La antropología del Génesis hace residir la posibilidad de alteridad humana en la separación que Dios llevó a cabo en su acción de crear (Gn 1,4.7.14.18.27). Y el autor yahvista, al revelar el pensamiento divino a la hora de crear otro ser humano que rompiera la soledad del 'adam, califica la «ayuda» que va a ofrecerle con una expresión que evoca la postura de dos seres situados uno enfrente del otro, posibilitando así la mirada y el diálogo en reciprocidad, algo imposible si no hay distinción y diferenciación. El desafío humano va a estar, por tanto, en llegar a reconocer como igual a cualquier otra persona situada frente a nosotros, de tal manera que la diferencia no se convierta en desigualdad, sino en fuente de enriquecimiento y de reciprocidad. Israel sospechó siempre de la pretensión de usurpar el lugar que sólo pertenecía a su Dios; de ahí la presencia de corrientes descaradamente antimonárquicas, como la que dio origen a fábulas como ésta, que la tradición bíblica asocia con la elección de Abimélek como rey: «Jotam se colocó en la cumbre del monte Garizim, alzó la voz y clamó: Escuchadme, vecinos de Siquem, y que Dios os escuche. Los árboles se pusieron en camino para buscar un rey a quien ungir, y dijeron al olivo: "Sé tú nuestro rey". Les respondió el olivo: "¿Y voy yo a renunciar al aceite con el que gracias a mí son honrados los dioses y los hombres, para ir a vagar por encima de los árboles?" Los árboles dijeron a la higuera: "Ven tú a reinar sobre nosotros". Les respondió la higuera: "¿Voy yo a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto para ir a vagar por encima de los árboles?" Los árboles dijeron a la vid: "Ven tú a reinar sobre nosotros". Les respondió la vid: "¿Y voy yo a renunciar a mi mosto, que alegra a los dioses y a los hombres, para ir a vagar por encima de los árboles?" Todos los árboles dijeron a la zarza: "Ven tú a reinar sobre nosotros". La zarza respondió a los árboles: "Si con sinceridad venís a elegirme a mí para reinar, venid y cobijaos a mi sombra"» (Jue 9,7-15). Este mismo tono de reticencia aparece en la «conversación a tres» de 1 Sm 8,4-9: «Se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a Ramá, donde Samuel, y le dijeron: 'Mira, tú te has hecho viejo, y tus hijos no siguen tu camino. Danos un rey para que nos juzgue, como todos los demás pueblos'. Samuel se disgustó e invocó a Yahveh, y Yahveh le dijo: 'Haz caso de todo lo que el pueblo te dice, porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí para que no reine sobre ellos. Pero adviérteles claramente y enséñales el fuero del rey que va a reinar sobre ellos'». Y sigue una descripción descarnada y deprimente de los usos y abusos de la monarquía. 3 A la vez, Israel tiene conciencia de que el verdadero culto a Dios, la auténtica espiritualidad que Dios le pide, su propia identidad como pueblo elegido, su relación filial con Dios pasa, se expresa y juega en la atención preferencial a los débiles, en sus praxis de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Viudas, huérfanos y extranjeros son tres categorías que hacen referencia a las personas más débiles y necesitadas y que están presentes de continuo en la Biblia cuando en ella se hace referencia al culto, a la espiritualidad, al ayuno o los preceptos y mandatos necesarios para convivir como pueblo de Dios. Son los libros que nos hablan de la constitución como pueblo (Éxodo, Levítico, Deuteronomio) y los libros proféticos (que hacen referencia a su caminar histórico con sus anhelos, fallos y llamadas de conversión) los que más insisten en esta realidad en el A.T. «No oprimirás ni vejarás al emigrante, porque emigrante fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni huérfanos, porque si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé» (Ex 22, 20-22). «Cuando seguéis la mies de vuestras tierras, no desorillarás el campo ni espigarás después de segar. Tampoco harás el rebusco de tu viña ni recogerás las uvas caídas. Se lo dejarás al pobre y al emigrante. Yo soy el Señor, vuestro Dios. No robaréis, ni defraudaréis, ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo. (...) No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero. No maldecirás al sordo ni pondrás tropiezos al ciego. Respeta a tu Dios. Yo soy el Señor. No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu conciudadano. No andarás con cuentos de aquí para allá ni declararás en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor. No guardarás odio a tu hermano. Reprenderás abiertamente a tu conciudadano y no cargarás con pecado por su causa. No serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amará a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor» (Lv 19, 9-18). «No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no, apelará al Señor, y tú serás culpable. No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que allí te redimió el Señor, tu Dios; por eso yo te mando hoy a cumplir esta ley. Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a recogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda, y así bendecirá el Señor todas tus tareas. Cuando varees tu olivar, no repases las ramas; déjaselas al emigrante, al huérfano y a la viuda.. Cuando vendimies tu viña, no rebusques los racimos; déjaselos al emigrante, al huérfano y a la viuda. Acuérdate que fuiste esclavo en Egipto; por eso yo te mando hoy cumplir esta ley» (Dt 24, 14-15, 17-22). 4 «El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne» (Is 58, 6-7). Pero va a ser, sobre todo, en el Nuevo Testamento donde aparezca con nitidez el nuevo orden de relaciones que deben caracterizar al Reino: la única vinculación que se da en él es la de la hermandad en el servicio mutuo. La praxis de Jesús desestabiliza todos los estereotipos y modelos mundanos de autoridad, descalificando cualquier manifestación de dominio de unos hermanos por otros: se inaugura un estilo nuevo, en el que el «diseño circular» reemplaza y da por periclitado el «modelo escalafón». Su manera de tratar a la gente del margen pone en marcha un movimiento de inclusión en el que la mesa compartida con los que aparentemente eran «menos» y estaban «por debajo» invalidaba cualquier pretensión de creerse «más» o de situarse «por encima» de otros. Lavar los pies de los suyos es otra manera de declarar inservible la convicción de que el «maestro» y el «señor» gocen de un status superior que reclamaría el que otros realizasen con ellos tareas de servicio consideradas como propias de inferiores. El diálogo con Pedro, posiblemente interpolado más tarde, rompe el silencio de un gesto simbólico de claro talante profético, y puede confundirnos si interpretamos como lógica humildad la protesta del discípulo: «No me lavarás los pies jamás» (Jn 13,8). Si Pedro se resiste a que Jesús le lave los pies es porque ello significa tal revolución en los roles y costumbres habituales que él mismo queda implicado en ella, la cual le exige estar dispuesto a «tener parte» con el Maestro en este nuevo e insólito juego de relaciones. La enseñanza de Jesús es directa y nítida: «No os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Jefe: Cristo» (Mt 23,8- l0). Es difícil entender y explicar, hoy y siempre, por qué la recomendación "lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Mt 19,7) fundamenta la indisolubilidad del matrimonio, y por qué, en cambio, del "no llaméis a nadie padre " no parece hacerse en la Iglesia más caso del que se haría de un dicho apócrifo... Cuando el discípulo deja «casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda» por el Señor y el Evangelio, recibirá el ciento por uno, ya en el presente, «en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda ... ». El padre es lo único que no encontrará centuplicado: se confirma, una vez más que «la silla del Padre» debe quedar vacía en una comunidad en la que los discípulos han pasado, de ser «siervos», a ser «amigos» (Jn 15,15). Más adelante nos centraremos en dos textos evangélicos que expresan el talante de la nueva comunidad a la que Jesús nos llama. Tanto el texto de la Samaritana como el del Samaritano nos hablan de los anhelos que embargan el corazón humano y nos 5 sugieren un sinnúmero de pistas para vivir la fraternidad. La llamada “pasión samaritana” es sin duda el centro de todas ellas. Pero esta invitación y vocación a la fraternidad, a la comunidad, está amenazada de continuo por las llamadas “corruptelas de la fraternidad”. Cada día hacemos la experiencia, unos más que otros, de que, a pesar de estar tan clara la doctrina y de ser el Evangelio tan explícito, existen en el firmamento eclesial y comunitario «agujeros negros» que amenazan constantemente con devorar la experiencia gozosa de la fraternidad. Vamos a pasar revista a algunos. a) La clarividencia infusa, o «carisma oracular», según el cual ciertos individuos se sienten mesiánicamente investidos de un don sublime que les permite aconsejar, advertir, amonestar, corregir, dirigir, pastorear, matizar, precisar, instruir, recomendar, reconvenir, aleccionar, asesorar y guiar a otros, siempre siguiendo la flecha de dirección única. b) Los adverbios confusos, o «daltonismo gramatical», que conduce a seguir empleando de manera incorrecta, según el nuevo lenguaje del Reino, los adverbios de lugar y de cantidad «arriba/abajo», «dentro/fuera», «cerca/lejos», «más/menos».. . Porque no se puede olvidar que todos ellos están bajo el efecto «reversibilidad evangélica» y, por tanto, ya no coinciden, sin más, con nuestra primera apreciación, que debe ser constantemente objeto de sospecha, revisión y conversión. c) La paternidad difusa, sentimiento parásito que tiene como síntoma una tendencia desmedida a la protección, la presidencia, el patrocinio, el apadrinamiento y otros sinónimos que pueden consultarse cómodamente en un diccionario. Los sujetos aquejados por este síndrome son fácilmente reconocibles, porque van por la vida emitiendo señales inequívocas de la madurez de que están investidos y de la paternal condescendencia con que están dispuestos a ser escuchados, consultados, agasajados y obsequiados por sus hijos e hijas (espirituales, se entiende). Suelen sentirse imprescindibles e irremplazables. d) La suficiencia obtusa, consistente en el convencimiento de haber llegado a un grado tal de saber teológico o de experiencia espiritual o pastoral que exime de cualquier confrontación, diálogo, actualización o aprendizaje. Las consecuencias auditivas son desastrosas, porque, si con un oído no se escucha, con el otro ya no se oye; y lo que otros digan, opinen o cuestionen deja de tener relevancia alguna. El efecto más visible de esta convicción de prevalencia doctrinal es que la inteligencia del aquejado queda revestida de una rugosa piel de iguana que le deja aislado e impenetrable, pudiendo derivar en el llamado «síndrome del lagarto prehistórico». e) El chiringuito modélico, consiste en mantener la identidad y buscar la perfección a costa de la relevancia, la apertura, el diálogo y el enriquecimiento mutuo. Nos creemos en posesión de la verdad y hasta nos consideramos respetuosos, tolerantes y constructores de puentes porque estamos dispuestos a escuchar y a acoger. Pero difícilmente renunciamos a lo nuestro o nos dejamos tocar por lo que otros son, ofrecen y comparten. Hay una serie de normas y murallas, a veces externas, a veces internas, que condicionan nuestros movimientos y nos impiden movernos con libertad. Y, en nuestra osadía o ingenuidad, las sacralizamos. f) La actitud farisaica, o el estar lleno de razones para no cambiar. Dos hombres subieron al templo a orar. Uno que era fariseo, se puso en pie, en el primer banco, 6 y oraba así: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres ni como ese publicano; ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. Y era verdad; cumplía la ley escrupulosamente. El otro, que era publicano, se quedó al fondo, en un rincón. Y decía a Dios: Ten compasión de mí, que soy un pecador. Y era verdad; robaba y no cumplía la ley. Pero Dios miró con tristeza al primero y, en cambio, sonrió al segundo. ¿Crees que has llegado? Has perdido el horizonte. ¿Crees que eres formidable? Has dejado de serlo. ¿Crees que eres mejor que los demás? El pecado ha tomado asiento en tu casa. Cuando buscamos instalación, justificación y méritos... el fariseísmo y la ceguera se aposentan en nuestro corazón y proyectos (cf. Lc 18, 9-14). g) El olvido de lo que entra por los sentidos, o el vivir en las nubes. Nuestro Dios es un Dios encarnado. Vio el sufrimiento de sus hijos e hijas, oyó su clamor y bajó a liberarlos de la opresión. Jesús sintió su misión como anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos, dar la vista a los ciegos, libertar a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor. Y, movido por el Espíritu, así vivió. Con frecuencia olvidamos que lo que entra por los sentidos es lo que nos desvela y revela la cruda realidad de todos los días y las grandeza del amor y misericordia de Dios. Querer construir fraternidad evangélica sin mirar a la realidad, sin hacerse cargo de ella, sin cargar con ella, sin encargarse de ella, es como construir una casa sobre arena y de espaldas al Dios que se ha encarnado. ¿De que sirve mirar al cielo si Dios se pasea cada día por los caminos de la tierra? h) El entierro de la utopía. Con el paso del tiempo y la edad, estando como estamos en el desierto, nos olvidamos de la tierra prometida, y todo nos duele, se nos hace costoso y cuesta arriba. Y lo que tenemos por delante –la Promesa de Dios, el Resucitado, la Comunidad- se nos convierte en simple sombra que ya no nos dice nada, ni nos ayuda a caminar. Y entonces, en vez de ponernos al viento del Espíritu o de colocarnos en las alas de águila de Dios o de volver a Galilea, nos instalamos en nuestro espacio conocido, lo adecentamos, lo dignificamos, y buscamos nuestra paz, nuestro descanso... Y si volvemos a soñar, en vez de mirar hacia delante, empezamos a soñar con los ajos y cebollas que dejamos atrás. No estamos para muchas novedades. Y hasta nos convencemos de que aquí, en este lugar del desierto, se vive y se está bien. Faltos de miras, nos asentamos en nuestra propia indigencia. i) El miedo a la libertad. O sea, el miedo a dejar la niñez, a madurar, a tomar decisiones, a asumir la propia responsabilidad, a vivir como hijos e hijas y no como siervos. Nos apegamos a la ley, a la norma, a lo establecido, a la costumbre, a lo mandado..., y aunque a veces nos repugne y nos rebelemos contra ello, acabamos sintiéndonos bien cómodos así. Pero el miedo a la libertad y a la adultez impide construir y gozar la fraternidad evangélica: nos incapacita para estar y caminar en plan de igualdad con los demás, nos inhabilita para el afrontamiento y a búsqueda conjunta, nos crea desasosiego ante los posibles cambios y novedades, nos encierra en nosotros mismos, nos aprisiona en lo establecido... Y las palabras del poeta. – “Nadie fue ayer, /ni va hoy, /ni va mañana/ hacia Dios/ por este mismo camino/ que yo voy. /Para cada hombre guarda/ un rayo nuevo de luz el sol.../Y un camino virgen/ Dios”/- se quedan en palabras que no traen novedad ni ponen en alerta nuestro corazón. j) Las reticencias al perdón, o el poner límites a la bondad de Dios. Creyéndonos buenos y generosos, siempre nos surge, tarde o temprano, la pregunta de Pedro: 7 “Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?” Y la respuesta de Jesús nos descoloca .”No te digo siete veces, sino setenta veces siete” (cf. Mt 18, 21-35). Llevando cómputo de nuestros agravios mutuos o poniendo reticencias al perdón socavamos la base de la fraternidad y nos olvidamos de que Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza. A veces vivimos tan obcecados y desorientados que no nos perdonamos ni a nosotros mismos... Todas estas corruptelas de la fraternidad no solo la debilitan, sino que nos impiden gozar de ella y la desdibujan como primicia del Reino. Pero una mirada atenta y serena al evangelio puede tener la fuerza suficiente para superar estos y otros muchos vicios y devolvernos la alegría de sentirnos hijos y hermanos, buscadores de pozos y caminos donde poder dar respuesta a nuestras inquietudes, saciar nuestra sed y entrar el sentido a nuestra vida. III. CAMINOS Y OPERACIONES PARA CREAR FRATERNIDAD Alguien agarra hoy nuestra mano para adentrarnos en su seguimiento y hacer de nosotros discípulas y discípulos suyos, apasionados por Él y por su mundo. Viene a nosotros con el empuje irresistible del manantial que salta hasta la Vida eterna y pretende arrastrarnos hacia esa adoración que busca en nosotros el Padre, hasta que la totalidad de nuestra vida quede expuesta a su amor y la prioridad de su Reino relativice todo lo demás. Se acerca a cada uno de nosotros para sanar nuestras heridas y cargar con nuestras limitaciones, nos invita a recorrer con Él los lugares donde la vida está más amenazada y a confiar en la fuerza secreta de la compasión y de la obstinada esperanza. Porque Él, que contempla ya la espiga en el grano de trigo hundido en tierra y escucha el llanto del niño que nace cuando la mujer grita todavía por el dolor del parto (Jn 16, 21), nos descubre las posibilidades de vida que se esconden allí donde parece que la muerte ha puesto la última firma. Él que es el Dador del agua viva, el Samaritano que sana todas nuestras heridas, el Vencedor de la muerte, el Alfarero de la nueva creación, nos invita y anima. Y puede guiarnos a poner en marcha alguna de estas operaciones: a) Operación «Ur de Ca1dea», que nos hace estar dispuestos a ponernos en marcha hacia esa tierra prometida en la que, palabra de profeta, «nadie tendrá que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: 'Conoced a Yahvé', porque todos ellos me conocerán, del más chico al más grande» (Jr 31,34). Pero ello supone dejar atrás viejas clasificaciones y tontas suficiencias sacadas sabe Dios de dónde, que del Evangelio no. b) Operación «delantal», que nos invita a «tener parte con Jesús» en su actitud ante los pies manchados de los demás. Porque nuestra actitud instintiva ante los fallos ajenos suele ser de rechazo, severidad, distanciamiento y juicio desde arriba; pero lo que le vemos hacer a él es todo lo contrario: acercarse, ponerse de rodillas delante de cada uno para lavarles y devolverles así la posibilidad de volver a caminar. c) Operación «barba de Aarón», por la que dejamos que chorree e1 ungüento aquel de que habla el salmo 132 (133), que huele a circularidad, a reciprocidad y a compañerismo, y que hace que nos resulte más bueno y apetecible el «habitar los 8 hermanos todos juntos» que el empeño por distinguirnos y destacarnos para conseguir ser reconocidos. d) Operación «effeta», que nos permite pedir con insistencia: «Señor, ábreme los labios», para, además de proclamar su alabanza, aprender a conjugar verbos alternativos que sustituyan «imponer» por «proponer», «dominar» por «ofrecer», «decidir» por «sugerir», y «dictaminar» por «acompañar». Y atrevernos a reconocer, de vez en cuando, que nos hemos equivocado, que necesitamos ayuda y que no siempre tenemos las cosas claras. e) Operación “cinco sentidos”, que nos obliga a estar siempre atentos a los demás y sus necesidades, a conocerlos y a acogerlos tal como son, a acercarnos a ellos y a su realidad. Con los cinco sentidos abiertos podemos asentar tanto la fraternidad y comunidad como nuestro corazón y espiritualidad en la realidad y vivir la experiencia honda de la encarnación de Dios. Escuchar atentamente, olfatear hasta embriagarse, palpar con ternura, mirar con ojos limpios y penetrantes, gustar sin pensar en precios, todo ello gratuitamente, es vivir humana y cristianamente en este mundo que a veces no entendemos y que tanto nos ofrece y duele. Ello nos sitúa en sintonía con el Resucitado y nos lleva por los mismos caminos que Dios eligió para estar con nosotros. f) Operación “brocal del pozo”, que nos lleva cada día, como a la Samaritana, a saciar nuestra sed y necesidades, a no ocultar lo que somos, nuestras carencia y también nuestros anhelos, a entrar en diálogo, a no levantar más barreras de las que ya tenemos. La vida y el camino de cada día están llenos de sorpresas aunque estemos cansados, aunque el recorrido sea monótono, aunque creamos conocer hasta los detalles de lo que se hace presente, aunque ya estemos marcados por nuestra historia y la forma de ver de las personas con las que convivimos. Siempre hay lugares, momentos y personas que nos sorprenden, porque nos hablan al corazón y acogen nuestros anhelos y necesidades. g) Operación “detener el viaje de los negocios propios”, que nos recuerda y alerta sobre la trascendencia que tiene saber priorizar, saber que en nuestro camino hay muchas cosas y proyectos que pueden esperar y no pasa nada porque se retrasen. Hasta el Señor puede aceptar ¡y quiere! el retraso de nuestra ofrenda y culto si tenemos algo que arreglar con el hermano. No pasar de largo ante las necesidades vitales de las personas marginadas y abandonadas en la cuneta es el talante evangélico que practicó Jesús, que anuncia el Reino y que nos da vida verdadera. h) Operación “anunciar lo vivido”. La Samaritana dejó allí el cántaro –se olvidó de sus necesidades y carencias-, volvió al pueblo y empezó a decir a la gente: Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será el Mesías? Con la duda todavía en la palabra y en el corazón no puede callarse lo que le ha sucedido, lo que ha vivido y experimentado. Más que las certezas firmes son las experiencias vitales las que nos sacan de nosotros mismos y nos empujan a proclamar y compartir lo que hemos visto y experimentado. No tener nada que anunciar y compartir... es como volver a Emaús sin compañía y sin sentir arder el corazón. Pero ¿por qué camino vamos para no tener compañía? i) Operación “Galilea”, que nos lleva siempre a los orígenes, allá donde tuvimos la experiencia primigenia y se despertó en nosotros el ansia de seguimiento y fraternidad; es volver al carisma, a las fuentes, al agua viva, al encuentro con el Maestro y el Resucitado. “Id a Galilea” es uno de los mensajes pascuales más claros. De ahí surge la comunidad con esperanza y conciencia de misión. Es 9 necesario ponerse en camino y, a la vez, recordar, revivir y volver sobre lo mismo, para experimentar la novedad que se esconde en lo que se nos ofrece cada día. j) Operación “vaso nuevo”, por la que dejamos a Dios- Primer Alfarero- y a los hermanos entrar en nosotros, conocernos a fondo y trabajarnos. De nuestro barro primigenio o de los cascotes y trozos del vaso que somos puede surgir un vaso nuevo. Dios, en su torno, y los hermanos, con su roce y convivencia, nos van vaciando, dando forma, puliendo, recreando. Ellos nos trabajan con sus palabras gestos y hecho, nos alientan con su aliento y vida, y ponen en nuestro ser su fuego y espíritu. Pero para ello es preciso que reconozcamos nuestra situación, nuestras heridas y rotos, nuestras debilidades y pecado.. ¡Sólo así experimentaremos la acción transformadora y liberadora de Dios como paso pascual y resurrección a la vida! El fruto de todas estas operaciones es que nos colocan, como uno más, entre los que buscan juntos, se apoyan y sostienen en sus desconciertos y arriman el hombro los unos a las cargas de los otros. Y parece que es en ese grupo en el que hay más probabilidades de toparse con el que se hizo «uno de tantos» y anduvo entre nosotros «como un hombre cualquiera» (Flp 2,7). (Puntos III –IX, tomados de Dolores Aleixandre, Buscadores de pozos y caminos, Rev.V.N. nº 2.451 del 11.XII.2004) IV. POR UNA RELACIONES HUMANAS MÁS FRATERNAS Si supiéramos ver con profundidad y con fe nuestras relaciones humanas, nos daríamos cuenta de que en ellas acontece el designio de Dios. No es pura casualidad que nos encontremos con tal o cual persona, que trabajemos al lado de tales colegas, que habitemos o convivamos con tales hermanas o hermanos. Dios cuenta con ello, y Él mismo tiene algo que ver con todas nuestras relaciones interpersonales. Una relación humana más fraterna acontece cuando tenemos en cuenta, entre otras, las siguientes consideraciones: a) Amar Es una ley humana tan cierta como la de la gravedad: para vivir con plenitud necesitamos aprender a usar las cosas y a amar a las personas, y no amar las cosas y usar a las personas. b) Saber valorar a los demás Hay que saber valorar a los demás como personas y no como objetos. Hay que considerar a la persona en su «amabilidad objetiva». Yo valoro al otro, yo amo al otro, porque hay en él un bien absoluto, objetivo: es una persona digna de ser amada por el mero hecho de haber sido creada y llamada por Dios; y ese hecho está por encima de todo cuanto yo pueda hacer. Puedo incluso no estar de acuerdo con su manera de obrar; lo que él haga puede llegar a ofuscar su bondad objetiva; en tal caso, podaré rechazar su comportamiento, pero ello no me da derecho a rechazarlo a él como persona. La persona debe ser amada por lo que es, no por lo que hace; y a la inversa: podré rechazarla por lo que hace, pero nunca por lo que es. 10 c) Juzgar Quizá sea oportuno decir una palabra sobre la diferencia que hay entre juzgar a una persona y juzgar una acción. Si veo a alguien que está robando el dinero de otra persona, puedo juzgar que esa acción es moralmente errónea, pero no puedo juzgar a la persona. Juzgar la responsabilidad humana es tarea de Dios, no mía. Por otra parte, si no pudiéramos juzgar cuándo una acción es correcta o equivocada, ello supondría el fin de toda moralidad objetiva. No podemos estar de acuerdo con la idea de que no existen cosas equivocadas y cosas correctas, que todo depende de la manera como cada cual se plantee las cosas. Pero juzgar acerca de la responsabilidad del otro es jugar a ser Dios. d) Ser comprendido y amado Hay otra ley tan cierta como la de la gravedad: quien es comprendido y amado crecerá como persona, y quien es rechazado morirá solo en su celda de confinamiento solitario. Para comprender a las personas hay que procurar escuchar incluso lo que no nos dicen, lo que tal vez nunca lleguen a decirnos. e) Sembrar Sembrar, plantar con fe, con amor y esperanza, sin la menor presunción de cosechar los frutos de las semillas plantadas. Somos enviados a sembrar, no a recolectar; a plantar, no a cosechar. Nosotros recogemos hoy los frutos de las semillas que otros plantaron, y mañana otros recogerán los frutos de las semillas que nosotros plantamos. f) Ser generoso en los elogios Saber elogiar es un arte. Hay que elogiar lo que merece ser elogiado, es decir, aquello en lo que el otro tiene algún mérito. Debemos ser cautelosos en criticar. Es importante que descubramos algún motivo de elogio en lo que los demás son o hacen. g) Mantener la calma y ser paciente Mantenerse tranquilo, sereno, es cultivar una personalidad agradable. Ser siempre paciente, tener tiempo para los demás sin mostrar enfado ni cansancio. «La caridad es paciente»... h) Ser severos con el error Ser severos con el error, pero extremadamente indulgentes con la persona que ha errado. El corazón compasivo atrae, conquista y despierta en la otra persona el deseo de recuperarse. No tener miedo a reconocer el propio error ni a dar marcha atrás. Errar y reconocer el error es una conquista. Errar y perseverar en el error es una derrota. i) Emplear la bondad, la mansedumbre y el perdón Lo que no se consigue con un exceso de bondad, mucho menos se va a conseguir con un exceso de severidad. El amor, la bondad, el perdón y la mansedumbre serán capaces de conseguir que el malo se haga bueno, y el bueno cada vez mejor. j) Cultivar el arte del diálogo Por lo general, el mejor consejero es el que mejor sabe escuchar. El diálogo es 11 intercambio, encuentro entre personas. Las dos partes implicadas deben hacer uso de su derecho a hablar y cumplir con la obligación de escuchar. Se trata de una necesidad teológica en orden a conocer, antes de tomar una decisión, las diversas manifestaciones de la voluntad de Dios. El diálogo es una comunicación. cuya finalidad es el descubrimiento de una verdad importante para el crecimiento personal y para la vida de los individuos que dialogan. k) Evitar la contestación farisaica Es fácil contestar las actitudes, criticar las ideas de los demás, condenar los errores que otros cometen. Es fácil caer en la actitud farisaica de creer que el equivocado es siempre el otro. Criticar a los demás es una manera poco decente de elogiarse a uno mismo. Si cada cual barre el trozó de calle que corresponde a su casa, toda la ciudad estará limpia. Si cada uno corrige sus propios errores, la humanidad entera hará grandes progresos. l) Dar las gracias Todos hemos reparado alguna vez cómo las personas manifiestan su agradecimiento. A veces, con simplicidad, con humildad, con verdadero reconocimiento; pero no siempre ocurre así. Hay personas que agradecen movidas por razones bien diversas. Por ejemplo: V. • Por educación: sin implicación interior. Cuando un niño recibe un regalo y no da las gracias, su madre le dice en seguida: «¿Cómo se dice?» Y el niño responde diciendo: «Muchas gracias». Pues si nosotros no damos un paso más allá, y actuamos únicamente movidos por los buenos modales, corremos el riesgo de quedarnos en un agradecimiento formal, frío, social. No siempre hemos aprendido en el pasado a poner en las palabras nuestro corazón reconocido. • Por obligación: mucha gente agradece por oficio, por deber. Como un buen funcionario debe agradecer al cliente. Así sucede en el banco, en el supermercado, en la tienda. Es curioso el corazón humano: aun a sabiendas de que ha sido el consumismo quien le ha impulsado a ir de compras, le gusta que le traten y le acojan bien. • Con amor. Así sucede cuando amamos a alguien que nos ama, y de ese encuentro del «yo» y del «tú» nace la GRATITUD por todo. Es una gratitud que envuelve y compromete, semejante a la de un hijo junto a su padre. Una gratitud que genera reciprocidad, comunión, participación de vida. UNA COMUNIDAD QUE CONVENCE Y LLENA Una comunidad dice mucho cuando es de Jesús. Cuando habla de Jesús y no de sus reuniones. Cuando anuncia a Jesús y no se anuncia a sí misma. Cuando se gloría de Jesús y no de sus méritos. 12 Cuando se reúne en torno de Jesús y no en torno de sus problemas. Cuando se extiende para Jesús y no para sí misma. Cuando se apoya en Jesús y no vive de sí misma… Una comunidad dice mucho cuando es de Jesús. Una comunidad dice poco cuando habla de sí misma. Cuando Cuando Cuando Cuando Cuando Cuando Cuando comunica sus propios méritos. anuncia sus reuniones. da testimonio de su compromiso. se gloría de sus valores. se extiende en provecho propio. vive para sí misma. se apoya en sus fuerzas… Una comunidad dice poco cuando habla de sí misma. Una comunidad no se tambalea por los fallos, sino por la falta de fe. No se debilita por los pecados, sino por la ausencia de Jesús. No se rompe por las tensiones, sino por olvido de Jesús. No se queda pequeña por carencia de valores, sino porque Jesús dentro de ella es pequeño. No se ahoga por falta de aire fresco, sino por asfixia de Jesús. Una comunidad sólo se pierde cuando ha perdido a Jesús. Una comunidad es fuerte cuando Jesús dentro de ella es fuerte. Una comunidad pesa cuando Jesús dentro de ella tiene peso. Una comunidad marcha unida cuando Jesús está en medio. Una comunidad se extiende cuando extiende a Jesús. Una comunidad vive cuando vive Jesús. Una comunidad convence y llena cuando es la comunidad de Jesús. 13
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