L Encuentro de Formación Madrid 31 enero-1 febrero 2015 Mañana 1 de febrero Eucaristía-Introducción. IV Domingo del Tiempo Ordinario Textos: Dt 18,15-20; Sal 94; Icor7,32-35; Mc 1,21-28 Existe el peligro de permanecer siendo naturaleza. Algo así como en estado de hibernación. Las posibilidades quedan en algo latente, están mas no nos definen, no nos despliegan, no nos hacen singulares, únicos. A esto aludimos cuando decimos que el peligro de permanecer en naturaleza es muy real. Si a esto se añade que se recela, que se sospecha, incluso que se tiene miedo a lo más propio, original, emergente, dinámico, crearemos una situación de inautenticidad. ¿Qué será el profeta? La palabra hoy nos afronta a una situación existencial profética. Dice así: el Señor tu Dios te suscitará un profeta como yo, es decir Moisés, de entre tus hermanos. A él le escucharéis. El salmo responsorial que prolonga esta palabra insiste: hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón. El profeta es voz. ¿Qué es la voz? Nos hemos oído cantando. Al cantar, ¿qué se expresa? ¿Qué se escucha? Diremos, en la voz, máxime cuando esta voz se hace canto, escuchamos el alma, tu alma, me llega tu alma. Hoy, si escucháis su voz. La voz, hoy. La voz, actualidad. La palabra es quien alumbra el hoy, el presente, de tal manera que yo dependo de lo que oigo hoy. Eso hace que dé importancia a la palabra. Cuando tú me hablas, enteramente soy escucha de tu palabra, de tu voz. La referencia que acabamos de hacer, el peligro que existe de permanecer en naturaleza, conlleva esa devaluación de la voz, de la palabra. Y diré: ¿en qué se diferencia lo humano del reino animal, del reino físico? En que realmente, y sé que simplifico, pero a la vez decimos algo muy real, lo que diferencia al hombre, a la mujer del animal es su voz. Y a la vez, lo que diferencia al hombre y la mujer es la voz. El hombre y la mujer se escuchan en su voz. Y ahí vibra todo lo que es el hombre y todo lo que es la mujer, de tal suerte que casi lleva con anterioridad la voz que el rostro. Yo escucho tu voz, ya me ha llegado tu rostro. ¿Qué es Dios? Y diremos: la voz. ¿No veo su rostro si escucho su voz? ¿Dónde la escucho? La escucho en la voz que escucho. Cuando Adán fue despertado del sueño y le despertó la voz de su mujer Eva: entonces se abalanzó sobre ella y la abrazó diciendo: Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos. La voz nos une, nos abraza, nos habla, nos penetra, nos configura. La memoria que tengo de ti es la voz tuya que ha entrado en mí. Por eso, la voz es sagrada, la voz es espíritu. La palabra es la voz. ¿Qué es el profeta? Aquel que introduce la palabra en la naturaleza. Y sabéis que hay una definición filosófica muy antigua que viene a decir, no sé decirlo en griego, lo dice Aristóteles: ¿Qué es el hombre? El animal que habla. También tiene la otra definición: el animal racional. Quizás sea más significativo en este caso, el animal que habla. Lo racional tiene mucho de comprender, seguir a lo dado. No solo eso, también crea pensamiento, también crea futuro, proyecto, mas el que habla, la palabra es revelación, es espíritu, es comunicación. Y precisamente, este juego permanente que hace la liturgia de los domingos de la primera y tercera lectura, la primera normalmente es del Antiguo y la tercera suele ser del evangelio, y el evangelio de hoy crea un diálogo tremendo, nada menos que entre Jesús y el diablo. Y ese diálogo que se traen el uno y el otro se hace voz. Le dice el diablo a Jesús desde el poseso: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres, el Santo de Dios. Jesús lo increpó: Cállate y sal de él. Resulta muy significativo este diálogo que se traen entre Jesús y el diablo. ¿Por qué? porque al final son las dos voces más profundas de la realidad: lo divino y lo demoníaco. Esas dos voces están en cada uno de nosotros. Mi voz puede ser Dios, revelación, profecía. Y mi voz puede ser dominio, poder, maldad, agresividad. Tal es así que yo me puedo apropiar de tu voz, para destruirte. Esto es, lo que dice Jesús, este pecado no se perdona, porque es un pecado contra el Espíritu Santo. Es decir, si yo, de alguna manera, de las formas que fueren, voy por tu voz, voy por tu palabra, voy por tu intimidad para destruirte a ti con ella, maldad mayor no he podido hacer. ¿Quien es profeta y qué es profeta? Porque qué cerca están el profeta y el demonio. En general, las dimensiones profundas, por ejemplo el amor o la sensibilidad, sus opuestos están muy cerca, las lindes no se pueden distanciar, no se sabe si te ama o te odia. Lo cual nos quiere decir algo muy grande, que realmente todo es posibilidad, creación, o todo es peligrosidad y destrucción. En este sentido la liturgia de hoy nos quiere garantizar una cosa muy importante. Moisés es el gran profeta que liberó a Israel y le llevó a la promesa, al futuro. Y dice, ya casi a la hora de morir, el Señor me dice esto: lo que acabamos de escuchar: El Señor tu Dios te suscitará, Israel un profeta como yo de entre tus hermanos. La verdad de un grupo como este, de esta asamblea que aquí estamos, depende de los profetas que surjan en medio de ella. ¿Os parece extraña esta conclusión? Os digo una cosa, ya lo decía Sócrates, que si una sociedad no va por lo mejor, por el bien, no tiene futuro. Si un grupo, en la medida en que justifica su existencia como grupo, no trae el bien y no lo garantiza desde los testimonios, desde las personas capaces de asumir ese mandamiento originario de crear el bien, ese grupo está amenazado, porque las relaciones generan criticidades, crisis… somos así. Hace falta suscitar constantemente profetas. ¿Pero quién se autoproclama como profeta? Mala señal. Si alguien emerge en medio diciendo yo soy el profeta de este grupo, habrá que dudar de su autenticidad. ¿De dónde viene, de Dios o de sí mismo? Los profetas al final vienen del fondo del pueblo, de la voz íntima, del grito profundo de la historia. No se inventan los profetas, se engendran en la realidad histórica profunda, en la carne de la historia. Y hagámonos esta pregunta en este día, en este encuentro. ¿Qué profetas suscita Dios en nosotros? ¿Sabéis también una cosa? Cuando Moisés decidió que su carisma, este carisma que se dice como gracia muy peculiar suya, compartirla con el resto de su pueblo, con los elegidos, decía: ojalá todo el pueblo fuera profeta. Un verdadero profeta existe haciendo a todos profetas. Y los profetas generan un profeta. Esta interacción es consustancial. En esta eucaristía, este grupo humilde hace este grito: Señor envíanos profetas, haznos profetas, y sobre todo en medio de la historia, de la sociedad. Ayer se nos decía que estábamos como fuera de la realidad inmensa de la historia, de los pueblos, de las personas. Como defendiéndonos detrás de unas murallas que hemos levantado para sostener nuestro bienestar. En este sentido, tendremos que pedir al Espíritu, profetas que traigan la humanidad, que escuchen el grito de la carne, que traigan la esperanza en sus carnes. Y ahora, después de esta palabra introductoria, cobra sentido el canto: pedir, cantar suplicar… Advertir también que aquí nada se hace que no sea lo más real esto no es teatro, esto es grito, carne, profecía. Cantamos… El pueblo gime de dolor, ven y sálvanos. A Dios levanta su clamor, ven y sálvanos. Oye Padre, el grito de tu pueblo, Oye Cristo, ven y sálvanos. “EL SEÑOR DIOS TE SUSCITARÁ UN PROFETA COMO YO DE ENTRE TUS HERMANOS. A ÉL LE ESCUCHARÁS” 1. Cuando yo llego a oír lo propio, lo más mío, mi nombre, alguien ha intervenido, me interpela, me llama. Cuando todo yo soy llamado, pertenezco a aquel que me llama. Mi autonomía mayor, mi libertad mayor es poder escuchar al que anhelo escuchar, porque de alguna manera yo soy un anhelo de una palabra. Así defino mi ser. Yo vivo anhelante de alguien que me hable la palabra definitiva, decisiva. Entonces, tendré certeza. Mientras no oigo, mi reflexión no trae tanta certeza como la palabra que oigo. Porque realmente, llego a ser yo cuando mi cuerpo entero queda afectado y no hay nada más penetrante, diré, en mí, que la palabra que oigo, que la voz que oigo. Cuando oigo, soy. Entonces, qué hambre tengo de escuchar. Lo dice la escritura en uno de los profetas. Vendrán días en que anhelarás escuchar una palabra. Tendrás hambre. No hambre de pan, sino hambre de palabra. Hambre de palabra quiere decir, no hambre de saber muchas cosas, de estar informado, de tener mucha cultura. Nada de eso se devalúa ni se desprecia porque conlleva, más en estos tiempos, niveles máximos de cultura, porque la cultura, el saber, el conocimiento constituye mi carne, nuestro mundo, nuestro espacio vital, pero ahí hay una cosa que nadie llega, a ese nivel íntimo y profundo como la palabra que me llama. Cuando alguien me ha podido decir te amo, te quiero, esa palabra queda resonante, crea memoria, crea carne, me hace creyente de esa palabra. Esa es mi fe, la palabra profunda que he llegado a escuchar. 2. Curiosamente mientras mis oídos se van endureciendo y van perdiendo su nitidez de voz debido a muchos factores, principalmente a la edad, como sabéis uno de los signos más significativos de que ya vamos teniendo edad es que vamos oyendo menos. La pérdida de la vitalidad física, psíquica en gran parte se denota en la pérdida de la nitidez de la percepción del oído, del sonido. Y esto nos dice algo muy real, que somos para oír, que vivo oyendo, precisamente, si mi vida está en el oír, yo seré tan selectivo, en principio desecharé mil informaciones, mil voces que no me traen nada. Quien se define desde la palabra es esencialista, quiere lo esencial, quiere lo verdadero. Y precisamente cuando uno va transformándose en oído percibe dónde oye la verdad, la realidad, o donde se está mintiendo, donde no se es aquello que se dice, o lo que se dice es baladí, mejor no oír. Máxime en la invasión de los medios de difusión, hoy hay que hacer una selección tremenda del oído, porque parece mentira, pero si llenamos el fondo del psiquismo de muchas palabras perdemos capacidad de ser palabra esencial. En este sentido, yo quiero oír y quiero oír hasta el último momento. Como sabéis, lo último que se pierde en el trance de la muerte, cuando estamos ya en trance de terminar, es el oído. Yo quiero vivir oyendo cada vez más y esto me hará libertad crítica. Oír todo, aunque me maldigan. Oír todo, todo, todo, todo… porque será la posibilidad de quedarme oyendo con lo sustancial y no dejarme afectar por lo que se está diciendo, porque hay que liberarse de lo que se está diciendo, para oír aquello esencial que me es propio. La autonomía es la palabra que oigo, la libertad es poder estar oyendo lo más propio, lo más genuino. 3. ¿Qué quiero oír? El diablo le hace oír a Jesús lo que es. Diré: yo siempre estoy oyendo a todos. Sé lo que me están diciendo. Percibo su voz en su juicio. Escucho su palabra sobre mí en el mero hecho de estar oyente. Una persona cuando está en la realidad profunda está oyendo todo, hasta los inconscientes. No se puede ocultar nada de aquel que está oyendo, de esa receptividad radical de la carne, de la persona. ¿Qué indica eso? Algo muy tremendo. Quiere decir, que realmente existimos desde la carne que habla, desde los otros. Y que los otros, de entre los otros, Dios suscite un profeta, ese profeta que trae la voz de Dios, ¿puede esperar bendición mayor que esa? Porque ya puedo oír, ya puedo oír, lo que ayer se nos decía del hombre estético, que al final llega a aburrirse de todo y nada le satisface. En este sentido, aunque uno vaya donde vaya, no puede prescindir de la palabra última suya que necesita escuchar, las más de las veces defendiéndose, no queriendo oír. Por tanto, quien no oye, huye, siempre está huyendo. Y tanto huye que a nadie oye. La mayor forma de huir es no oír a nadie, no dejar que nadie intervenga en mí. Pero eso ¿no será posesión del diablo? Cuando uno no quiere oír a nadie, ¿no estará dominado por algún demonio? Porque si yo soy radical receptividad oyente de la realidad, de todo lo que se está diciendo, sintiendo, pensando, ¿no me sustraerá la realidad, no me cautivará, no me enclaustrará, no me marginará, no me aislará, no me hará negación, proximidad de la nada, huida. Es serio esto. 4. En este sentido de oír, la palabra que hemos escuchado a Pablo…Quiero que os ahorréis preocupaciones. El célibe se preocupa de los asuntos del Señor, solo contentar al Señor. El casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer y anda dividido. Esta palabra que escuchamos hoy, hay que escucharla. Y aunque la diga Pablo, yo me hago crítico ante él cuando está hablando así. Entiendo lo que quiere decir, su intención, mas su expresión me resulta hoy sobre todo como fuera de lugar. Aduzco esto desde el texto mismo de la palabra, que la misma palabra y si se me apura diré, aunque yo crea en ti mucho y mucho…pero si alguna vez en alguna circunstancia no te oigo la verdad mayor, me haré crítico contigo. Es decir, quien mucho oye y verdaderamente oye está siempre oyendo el más en aquel que dice algo, aunque sea Pablo… Es decir, y digo con esto mucho, quien de verdad está oyendo a Dios se hace oyente de todo, juzga todo, lleva todo a un juicio de ultimidad real. Esto no es desprecio de nadie. El mejor servicio que yo puedo hacerte en lo que me dices es escucharte a fondo y llevarte en lo que dices a aquella intención mayor que está diciendo y también traerte que lo que estás diciendo es tuyo, pero no es de la realidad, porque una cosa quiero yo, que mi palabra sea mía, mas siendo mía quiero que sea realidad para ti también, para los otros también. Yo no digo una palabra que no deseo, no poseo y es mía. Mi palabra me hace espíritu, me hace profecía. ¿Qué queremos decir con esto? Es decir, todo lo verdadero, toda acción, toda palabra trae al profeta, trae a Dios, a él le escucharás… Es Dios quien habla cuando hablamos. Esto es serio. Es decir, en el hecho del lenguaje, hablo yo, escucho yo, hablo en francés, en euskera… Es decir, en lo que hablamos, más allá del idioma, trae el lenguaje ontológico, el lenguaje de la verdad, el lenguaje del misterio, la palabra trae la profundidad de lo real, trae a Dios, llámale Dios, llámale trascendencia…aunque sea increyente no importa, cuando yo te hablo estoy con algo sagrado tuyo. Me habla, aunque seas increyente, te escucho en la profundidad tuya. Y es relativo que seas creyente o increyente, lo importante es qué palabra traes y eres. Y qué palabra de verdad yo te puedo ofrecer. En este sentido, las palabras nos cautivan, llevándonos a la profundidad de la verdad, porque lo verdadero es cautivador, lo verdadero siempre es bello, aunque sea en la forma más sencilla, más discreta, más humilde…Precisamente cuando es lo más discreto atrae tanto, llama tanto, se escucha tanto del sencillo y verdadero. Por eso, si hoy escucháis su voz, es decir. somos del día que llegamos a escuchar la voz mayor de la realidad. Que el Señor nos haga oído, que el Señor nos haga profetas unos para otros.
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