El silencio educativo se agranda. Saber si esconde intenciones o despreocupación es siempre una incógnita De vez en cuando la educación asoma la cabeza en el comentario político. Lo hace sin tono, más que nada para recordarnos olvidos o fracasos de experiencias renovadoras, también alguna esperanza. Hace un mes, se removió con los resultados del PISA in focus 2015, que confirmaron leves avances con respecto a 2012 y más de un retroceso. Después se hizo el silencio; a algunos nos preocupa. Ni siquiera se habló suficientemente de los datos del Sistema Estatal de Indicadores de Evaluación 2015. Todos sabemos que la educación es un proceso, que como tal necesita recorrer varias fases, soportar algunos remiendos, para alcanzar la meta, al menos divisarla al unísono. Hemos comenzado el segundo trimestre del curso, tiempo adecuado para renovar iniciativas que surgieron al calor del “fracaso educativo” y la necesidad de pactar algo que renueve la educación. Es el momento de proyectar lo que queda de curso para empezar el siguiente con otra disposición, para que se consolide la educación que debemos presentar a nuestros alumnos a partir de 2020, que es cuando nosotros tenemos la meta de la legislatura marcada, cuando muchos pronostican que el mundo debe hacer un examen de su rumbo hacia 2030. De momento, nuestros parlamentarios, tanto en el Congreso como en Cortes Autonómicas, están más ocupados en pelearse que en construir.
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