opinión enero 2017 viernes 20 lo dijo: No debe permitírsele a nadie que pulverice a diestra y siniestra su desvergüenza por la ciudad y eche por la borda el respeto que se les debe a los ciudadanos. De horror ¡y sin misterio! madeleine sautié rodríguez Como la palabra que emitimos o la apariencia personal que mostramos, también lo que colgamos en nuestras casas o autos habla de quienes somos. Por suerte, no es demasiado difícil reconocer en esas insinuaciones de qué persona se trata. Si sabemos leer esos detalles no es preciso ahondar dentro de los otros para estar al menos cerca de la verdad. En esto, y en otras cuestiones que en breve refiero, pensaba mientras llegaba al trabajo, después de ver con total desfachatez, tal vez demasiado cerca, un cartel que (des)«animaba» el cristal trasero de un almendrón recién pintado: «Kimba pa’ que suene». Para muchos el asunto no es noticia. La repulsiva frase tiene hasta música en la conciencia de mucha gente, unos porque la disfrutan y repiten, en el «tema» que alguien halló «genial»; otros, porque a fuerza de imposiciones en sitios donde se ha promovido, han tenido que oírla y finalmente saber que existe. Pero ni siquiera ese es el asunto. Junto a este «engendro» lingüístico, otros anuncios ganan espacio en sitios o autos, particulares en su mayoría, —pues no puede decirse que tamaña indecencia solo tenga lugar en propiedades privadas— y diseminan como polvo de estrellas groserías tan soberbias como: «Alante no montan viejas» o «Me gusta la cerveza fría y las mujeres calientes», por solo citar algunas. La vulgaridad, que ofende tanto o más que un salivazo o una bofetada, no debería estar permitida. Algunos pensarán que deliro. ¡Cómo controlar que la gente sea o no vulgar! ¿A quién hay que llamar para que impida actitudes que laceran el alma de la decencia, como si siendo más agresivas, fueran necesariamente más fuertes? Las respuestas tentativas podrían aparecer a borbotones. La escuela, los medios, ¡la policía!… Pero el rollo tiene más vueltas. Cierto que cada cual tiene el derecho a vivir y experimentar su existencia del modo en que elija comportarse, pero hasta para eso hay límites. No basta que pensemos, horrorizados, los que sufrimos tamañas obscenidades que quienes comparten estos mensajes, parecen no tener madres, hermanas ni hijas. No será suficiente saber que la cultura de un pueblo instruido como el nuestro, sabrá decantar, depurar, distinguir… y que quedará para la chusma —dígase la crema y nata de los bastos— el estilo de vida y de pensamiento que tanto nos choca. ¡No! Si alguien opta por vivir de espaldas al escrúpulo —dicho sea de paso, muy a pesar de lo que procura la sociedad Del maltrato animal y su silencio anelys alberto peña «¿Quién es el animal, tú o el caballo?», gritó una señora ante la escena. Cerca de ella, un joven desde su coche golpeaba con un pedazo de tubo metálico a un potro mientras repetía: «Tienes que caminar porque me da la gana». A pesar del polvo que levantaban los cascos era fácil de percibir el cansancio en los ojos de la bestia, la de abajo, la otra estaba fresca como lechuga. Imaginé sus pensamientos así: «La lluvia me castigó anoche porque duermo al aire libre. Cuando amaneció ya había dado dos viajes. Salí sin comer por un camino mojado, lleno de huecos. Entre los sacos de arroz que cargué y aquellos que venían riéndose de mis huesos expuestos, dejé todo lo que tenía en la carretera». Una vida de horror llevan algunos animales de trabajo. Además de la sobrecarga, son víctimas de comportamientos violentos. Algunos no son alimentados adecuadamente o los mantienen en lugares a expensas del clima, en precarias condiciones higiénicas y, en el peor de lo casos, el maltrato físico. Asimismo sucede con las mascotas: perros, gatos, conejos y otros. Es más evidente en los canes por su superioridad de población. Si se acerca a uno callejero notará que se asusta, están adaptados a los golpes y desprecios. Muchos de ellos salieron de hogares donde fueron descuidados o botados. Escuché la historia de un vecino de alguien que conozco. Tiene una yegua a la que obliga a trabajar todo el día bajo la presión de su cuero, cría gallos de pelea, enfrenta a perros en su propio patio y de vez en cuando golpea a su esposa, aunque este último no es el tema de reflexión ahora; ese hombre es un maltratador por excelencia. La persona que relataba los hechos preguntaba cómo podía él parar la situación, adónde recurrir. ¿Qué ley respalda a los animales en Cuba? La respuesta es simple: ninguna. Salideros en la cabeza iraida maría hernández prado Las noticias sobre la escasez de agua en Ciego de Ávila son algo más que preocupantes para todos los habitantes de la provincia. Lo reiteran las informaciones, comentarios, entrevistas y reportajes que aparecen en Invasor así como aquellos que se emiten por la radio y la televisión. Conocemos que se suceden reuniones a diferentes instancias con muchos organismos y empresas, en las cuales se adoptan un grupo de medidas para aliviar esta situación, algunas cumplidas, otras por hacer cumplir. Muchas personas se quejan, a menudo, de la falta de agua, de los numerosos salideros que recorren como ríos las calles avileñas y de la carencia de tanques para almacenar el demandado líquido, cuando este llega a las casas. Pero, a menudo, son esos los mismos que olvidan que no hacemos todo lo posible al ahorrar en entidades e instituciones, en el riego de los cultivos Desde hace años escucho hablar sobre un proyecto para regular el tema, pero hasta hoy nadie lo ha oficializado. Una iniciativa del grupo de trabajo Protección de Animales de la Ciudad, califica este tipo de crueldad como «antesala de la contracultura del crimen y la violencia». Se entiende que la ausencia de normas en ese sentido, contribuye al atraso de la civilización. El artículo 27 de la Constitución de la República de Cuba, habla del deber ciudadano de la protección del agua, la atmósfera, la conservación del suelo, la flora, la fauna y todo el potencial de la naturaleza. Solo falta que actúen los organismos que les corresponde legislar. No obstante, en suelo nacional prescindimos de formas de brutalidad típicas en otras partes del mundo como la corrida de toros, los experimentos científicos, la vivisección o su uso militar. Por otra parte, la vida en cautiverio de animales, sin las condiciones óptimas —sean o no parte de la fauna de cualquier país— afecta su desarrollo. y otros sectores del Estado; si no lo hacemos igual en los hogares. Duele pasar por calles y ver, sobre todo en horarios laborales, cuando las personas no están en las viviendas, cómo en las cisternas, construidas en los portales de las viviendas, es derramada el agua en la jornada de abasto. También he escuchado historias de sitios donde han dejado llaves abiertas, por las que se desperdician litros del preciado líquido cada minuto. He visto lugares donde, al parecer, llega más pronto y tienen colocadas mangueras que vierten esta hacia aceras y vías sin que nadie se detenga, Madeleine Sautié Rodríguez 3 cubana para cada uno de sus hijos— no hay mucho que se pueda hacer. Cada persona es un mundo. Pero sí no debe permitírsele a nadie que pulverice a diestra y siniestra su desvergüenza por la ciudad y eche por la borda el respeto que se les debe a los ciudadanos. No solo es importante velar porque el espejo de los carros permita la visibilidad de otros vehículos. También es necesario que no sean repisa de perversiones, que lastiman a quienes no las comparten y hasta agrietan la educación que otros bien distintos les dan a sus críos. Ver que la insolencia campea por su respeto y virar la cara para estar a salvo es como votar en su favor. No puede haber luz verde para quienes con total impunidad ensucian el espíritu de la ciudad y pretenden hacer ver que tiene aceptación la ofensa que sus letras inspira. No sé si tendrá que ser o no cuestión de leyes, pero sí de erradicar a cualquier costo una «promoción» de espanto que debe hallar desde ya el acceso prohibido. Ejemplo de ello, los de origen salvaje que se exhiben en zoológicos y circos. Causan más lástima que miedo. Entre el mal olor y las voces de mando del domador para que el león abra la boca, el espectáculo se convierte en un escenario deprimente. El tema del derecho de los animales es transversal a una multiplicidad de disciplinas. Desde hace siglos, la humanidad se debate acerca de si tienen o no conciencia. Algunas religiones argumentan que Dios le dio el dominio al hombre sobre esas otras formas de existencia y en determinados casos las sacrifican en nombre de una deidad. Más allá de razones históricas y cuestiones jurídicas, el mundo y en especial, las personas de este pedazo de mundo, requieren una ecología responsable. A la espera de una ley, se debe actuar por el orden de la conciencia y apelar a la cultura cívica, individual y social. Para arar la tierra, para cargar y trasladar personas, el ganado mayor en Cuba es imprescindible. Esas prácticas no cambiarán por ahora, pero su cuidado sí requiere reformas. Todo ello con el fin de que sus ojos no luzcan tan apagados. (Tomado de Guerrillero digital) aunque sea, a poner un pedazo de madera que tape el derroche o a exigir que alguien lo haga. No quiero defender a los responsables estatales de eliminar las múltiples roturas de tubos de las que se quejan, con justicia, numerosos avileños, incluso mediante llamadas a este semanario. No obstante, no veamos solo la paja en el ojo ajeno cuando a veces tenemos una viga en el nuestro. Tomemos conciencia y evitemos esos salideros en la cabeza que nos hacen tanto daño como los que criticamos, aquellos que no se arreglan en nuestras calles. (Tomado de Invasor digital)
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