El cielo R. P. Miguel Ángel Fuentes IVE www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos En una carta fechada en diciembre 1874, Zélie Guérin, madre de la futura santa Teresa del Niño Jesús, escribía que su hija, que aún no había cumplido los tres años de edad, en aquellos accesos de ternura hacia ella que tanto la caracterizaron, decía que quería tanto a su mamá que deseaba que se fuera pronto al cielo, puesto que quería para ella el bien más grande; “igualmente —escribe Zélie— desea la muerte a su padre cuando se halla en esos extremos de amor”. Y añade la mujer que Teresa era conciente del dolor que la pérdida de sus padres hubiera significado para ella. No es, ésta, una actitud frecuente ni en un niño ni en un grande. El problema radica principalmente en la escasa comprensión de lo que es el cielo. Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? (Jn 14,5). Estas palabras de Tomás revelan la profunda incomprensión de nuestras almas respecto del verdadero fin de nuestras vidas; y ponen de manifiesto el drama consiguiente: ignoramos el camino. No sabemos donde vamos (pues Cristo había anunciado su vuelta al Padre, que es el destino que, por su Pasión, nos ha conquistado para todos: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones (...); voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros (Jn 14,2-3). La ignorancia del destino, crea desconcierto en el camino. No podemos conocer nuestro destino último (el «lugar» que el Señor nos prepara) si no meditamos en Él. La inmensa mayoría de los cristianos no desea el cielo, porque no sabe qué es el cielo. EL CIELO SOBREPASA NUESTRAS EXPECTATIVAS Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1Co 2,9). El cielo no es una parte del universo. Designa el modo de existir de Dios. Puede sustituir a la palabra “Dios”. Llegar al cielo no es un proceso espacial, sino que quiere decir “llegar a Dios”: Voy al Padre (Jn 16,17). Es llegar a Dios, vivir con Dios, participar de su plenitud de vida. No está, pues, en un lugar determinado de la creación. Dios está en todas partes (Omnipresencia). El Cielo está donde está Dios: 2 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos «¿Pensáis que importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que para entendimientos derramados que importa mucho, no sólo creer esto, sino procurarlo entender por experiencia. Porque es una de las cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma. Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen está la corte. En fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está Su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice San Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con El, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija» (Santa Teresa, Camino de Perfección, c. 28, 1-2). No quiere decir esto que no haya un lugar para las almas, especialmente después de la resurrección, en que se volverán a unir a sus cuerpos. Sino que esto no es lo importante, ni podemos saberlo hasta que Dios nos lo muestre. Puede estar en cualquier lugar, porque Dios está en todas partes y lo esencial del cielo es Dios. Esta intimidad con Dios la Escritura la expresa con el símbolo del Banquete: Como una gran cena de un hombre rico (Lc 14,16-24) La cena que el Señor ofrece a su servidumbre (Lc 12,37) El banquete solemne de todos los pueblos (Lc 13,29) El banquete de bodas (Mt 25,1-12) En todos los casos se refiere Jesús a la íntima y familiar comunidad entre Dios y los bienaventurados. Son los compañeros en un banquete; todos hermanos. Se sentará frente a ellos y no será un estar-juntos callado y mudo, sino un vivo diálogo. Indica la idea de que hay comida abundante (Mt 22,4) y vino hasta saciarse (Jn 2,1-11; el vino de las bodas de Caná simboliza la abundancia de la felicidad en el cielo); el salón de fiestas está brillantemente iluminado (Mt 22,13; 25,1-12); los invitados van revestidos de túnicas nuevas (Mt 22,11). Hay música y cantos. 3 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Este banquete implica tres cosas: unión con Dios, visión de Dios e intercambio de vida con Dios. Unión con Dios significa que el bienaventurado siente que Dios es el valor supremo, el “tú” que le hace feliz. Nada puede saciarnos si nos falta Dios. Agustín dice: “Desventurado el hombre que sabe todas las cosas (podemos decir también: quien posee todas las cosas) y no os conoce a Vos; y dichoso el varón que os conoce a Vos aunque ignore todas las cosas. Y el que os conoce a Vos y todas las demás cosas, no es más feliz porque conozca estas cosas, sino únicamente por que os conoce a Vos”1. La más hermosa exposición de este valor de Dios está en el Salmo 73/72. Se titula “La justicia final”. Comienza con lo que es, en realidad, la reflexión final a la que llega el Salmista: v. 1 En verdad bueno es Dios para Israel, el Señor para los de puros corazón. Esta es la conclusión a la que lo llevó Dios; pero el Salmista explica que la tentación a la que estuvo expuesto fue realmente grande y grave. La visión de los aparentes éxitos de los malos, lo ha llevado a tener tentaciones contra la justicia divina; y casi a envidiar a los perversos: vv. 2-14: 2 Por poco mis pies se me extravían, nada faltó para que mis pasos resbalaran, 3 celoso como estaba de los arrogantes, al ver la paz de los impíos. 4 No, no hay congojas para ellos, sano y rollizo está su cuerpo; 5 no comparten la pena de los hombres, con los humanos no son atribulados. 6 Por eso el orgullo es su collar, la violencia el vestido que los cubre; 7 la malicia les cunde de la grasa, de artimañas su corazón desborda. 8 Se sonríen, pregonan la maldad, hablan altivamente de violencia; 1 San Agustín, Confesiones V, 4. 4 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos 9 ponen en el cielo su boca, y su lengua se pasea por la tierra. 10 Por eso mi pueblo va hacia ellos: aguas de abundancia les llegan. 11 Dicen: «¿Cómo va a saber Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo?» 12 Miradlos: ésos son los impíos, y, siempre tranquilos, aumentan su riqueza. 13 ¡Así que en vano guardé el corazón puro, mis manos lavando en la inocencia, 14 cuando era golpeado todo el día, y cada mañana sufría mi castigo! Pero antes de consentir en sus tentaciones, entra dentro de su corazón y reflexiona: v. 15-16: 15 Si hubiera dicho: « Voy a hablar como ellos », habría traicionado a la raza de tus hijos; 16 me puse, pues, a pensar para entenderlo, ¡ardua tarea ante mis ojos! Y esta meditación le hace ver la verdad: 17 Hasta el día en que entré en los divinos santuarios, donde su destino comprendí: ¿Qué comprende? Primero, el destino del malo: 18 oh, sí, tú en precipicios los colocas, a la ruina los empujas. 19 ¡Ah, qué pronto quedan hechos un horror, cómo desaparecen sumidos en pavores! 20 Como en un sueño al despertar, Señor, así, cuando te alzas, desprecias tú su imagen. 21 Sí, cuando mi corazón se exacerbaba, cuando se torturaba mi conciencia, 22 estúpido de mí, no comprendía, una bestia era ante ti. 5 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos En segundo lugar, el destino del bueno y la misericordia de Dios: 23 Pero a mí, que estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado; 24 me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás. 25 ¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. 26 Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! 27 Sí, los que se alejan de ti perecerán, tú aniquilas a todos los que te son adúlteros. 28 Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras. El cielo es Dios. Dios es para nosotros el premio. Yo mismo seré tu recompensa, dice Dios a Abraham (Gn 15,1; cf. Ap 21,7). Sólo podemos comprender la grandeza del cielo sino consideramos el enorme precio que Dios pide por él; como escribe Fray Luis de Granada: “Hay también otra conjetura para esto, que es considerar cuán grande sea el precio que Dios pide por esta gloria, siendo Él tan liberal y tan magnífico como es. Pues para darnos esta gloria no se contentó con otro menor precio, después del pecado, que la sangre y muerte de su unigénito Hijo... Pues dime ahora, si se puede decir: ¿Cuál es aquel bien que para que se te diese fue menester que sudase Dios gotas de sangre y que fuese preso, azotado, escupido, abofeteado y puesto en cruz? ¿Qué es lo que tendrá Dios aparejado, siendo como es tan magnífico, para dar por este precio? Quien supiese ahondar en este abismo, más entendería por aquí la grandeza de la gloria que por todos los otros medios que se pueden imaginar”2. Una vez cayó en mis manos una estampa de Teresa del Niño Jesús. Era el rostro de la santa, muerto. Tenía una expresión de serenidad y gozo que la hacía parecer viva. Y debajo de su fotografía estaban escritas estas palabras de uno de sus manuscritos: «O mon Dieu, vous avez dépassé mon attente et moi je veux chanter vos miséricordes (Ps 89,2)» (Santa Teresa del Niño Jesús). 2 Fray Luis de Granada, Obra Selecta, 1106. 6 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos ¡Has sobrepasado mi expectativa! Aún cuando nuestro pensamiento pueda volar muy alto; siempre se queda corto. Dios sobrepasa nuestras expectativas. El cielo sobrepasa nuestras expectativas. 7 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos EL CIELO ES VER A DIOS No podemos decir nada más extraordinario del cielo que esto: consiste en ver a Dios cara a cara, inmediatamente y sin velos. Lo expresó Benedicto XII en su Declaración dogmática del 29 de enero de 1336: «Definimos que, según la común ordenación de Dios, las almas de todos los santos que salieron de este mundo antes de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, así como las de los santos Apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, y de los otros fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo, en los que no había nada que purgar al salir de este mundo, ni habrá cuando salgan igualmente en lo futuro, o si entonces lo hubo o habrá luego algo purgable en ellos, cuando después de su muerte se hubieren purgado; y que las almas de los niños renacidos por el mismo bautismo de Cristo o de los que han de ser bautizados, cuando hubieren sido bautizados, que mueren antes del uso del libre albedrío, inmediatamente después de su muerte o de la dicha purgación los que necesitaren de ella, aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio universal, después de la ascensión del Salvador Señor nuestro Jesucristo al cielo, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celeste con Cristo, agregadas a la compañía de los santos ángeles, y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con visión intuitiva y también cara a cara, sin mediación de criatura alguna que tenga razón de objeto visto, sino por mostrárseles la divina esencia de modo inmediato y desnudo, clara y patentemente, y que viéndola así gozan de la misma divina esencia y que, por tal visión y fruición, las almas de los que salieron de este mundo son verdaderamente bienaventuradas y tienen vida y descanso eterno, y también las de aquellos que después saldrán de este mundo, verán la misma divina esencia y gozarán de ella antes del juicio universal; y que esta visión de la divina esencia y la fruición de ella suprime en ellos los actos de fe y esperanza, en cuanto la fe y la esperanza son propias virtudes teológicas; y que una vez hubiere sido o será iniciada esta visión intuitiva y cara a cara y la fruición en ellos, la misma visión y fruición es continua sin intermisión alguna de dicha visión y fruición, y se continuará hasta el juicio final y desde entonces hasta la eternidad»3. Con esta visión de Dios se cumple el anhelo de todos los pueblos y religiones. Encontramos este anhelo en la filosofía india, en Platón, en las religiones de misterios. Tal vez todas estas religiones hayan conservado elementos de la primitiva revelación de Adán, y por eso, a pesar 3 Dz 530. 8 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos de sus errores, hayan conservado ese deseo de alcanzar la plenitud viendo a Dios. Pero ignoraban que esto fuera posible; más aún, lo consideraban imposible. No puede el hombre ver a Dios, aunque sea lo que más desea. En cambio en el Antiguo Testamento late esta esperanza aunque cargada todavía con cierta imposibilidad. Moisés le ruega a Dios: Déjame ver tu rostro (Ex 33,18). Pero Dios le responde que eso es demasiado y sólo le permite ver su sombra que pasa, su espalda (Ex 33,18-23). Este deseo se repite. Job ofrece todo a cambio de ver a Dios con sus propios ojos: Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios. Yo, sí, yo mismo le veré, mis ojos le mirarán, no ningún otro. ¡Dentro de mí languidecen mis entrañas! (Job 19, 26-27) Lo mismo el Salmista: Mas yo, en la justicia, contemplaré tu rostro, al despertar me hartaré de tu imagen. (Salmo 17,15). El Nuevo Testamento resume este deseo en la oración de Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta (Jn 14,8). Pero este anhelo no es posible en esta vida. Ya lo dijo claramente San Pablo: Manifestación que a su debido tiempo hará ostensible el Bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee Inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver (1Tim 6,15-16). En cambio, en la otra vida esta visión se hará realidad. Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). La pureza de corazón se hace condición esencial: Sal 24, 3-4: ¿Quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo? El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura. 9 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Los puros son los que se entregan completamente a Dios. Está prometido claramente: 1Jn 3,2: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. 1Co 13,11-12: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. ¿Cómo ocurre esta saciedad del alma al contemplar a Dios? San Agustín tiene una página maravillosa, al respecto. Es el capítulo de sus Confesiones en que relata los últimos días de vida de su madre Mónica y concretamente el diálogo que tuvieron en Ostia. Hablaban del cielo y de cómo sería aquello de que Dios llena totalmente el corazón. Y Agustín dice que hablando de este misterio de la gloria eterna, anhelándola al mismo tiempo que la describían, “la tocamos suavemente y dejamos allí prisioneras las primicias del corazón”. Fue un éxtasis que tuvieron al mismo tiempo el hijo y la madre. Al volver al ruido del mundo vieron que era tan distinto y San Agustín reflexiona4: “Decíamos, pues: si cesara enteramente la ruinosa inquietud que causan en un alma las impresiones del cuerpo; si no la conmovieran de modo alguno las especies que por la vista y demás sentidos corporales recibe de la tierra, de las aguas, de los cielos; si aun la misma alma no hablase consigo misma y, como olvidada de sí, no se detuviese a reflexionar sobre sí misma; si no hablaran tampoco los sueños ni las revelaciones imaginarias; si, finalmente, cesaran todas las locuciones que puede un alma percibir de las criaturas, por manera que ni le hablaran con palabras de la lengua, ni por medio de signos o de señas, ni de otro cualquier modo de hablar sucesivo y pasajero, sino que enmudeciese todo lo creado, después de haberle dicho lo que están siempre diciendo estas cosas creadas a todo el que quiere oírlas, esto es: No nos hemos hecho a nosotras mismas, sino que nos hizo el que permanece y dura eternamente. Si, dicho esto, callara enteramente todo lo creado y guardando un silencio profundo todo el universo, como para atender y escuchar al que le creó, entonces hablase Él solo a aquella alma, no por medio de las criaturas, sino por sí mismo, de modo que oyésemos su palabra, no de boca de hombres, ni de voz de ángeles, ni mediante algún ruido de las nubes, ni por símbolos ni enigmas, sino por el mismo Creador que el alma ama en estas criaturas, le oyera hablar sin ellas, como ahora nosotros mismos 4 San Agustín, Confesiones, l. IX, cap. 10. 10 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos acabamos de experimentar en aquel feliz instante en que nuestro espíritu subió tan alto, que rápidamente llegó a tocar nuestro pensamiento aquella Sabiduría infinita que eternamente subsiste sobre todas las cosas; pues si este conocimiento se continuara, de modo que, apartados todos los demás que son de esfera muy inferior, sólo éste sea el que arrebate el alma, la posea toda y la introduzca donde esté rodeada y llena de gozos interiores, en el concepto de que la vida eterna sea tal cual ha sido este momento de clara inteligencia que hemos tenido suspirando, ¿no sería todo esto lo que se le promete, diciendo: Entra en el gozo de tu Señor? Pero esto ¿cuándo se cumplirá? ¿Será cuando se verifique el que todos resucitaremos, pero no todos seremos inmutados?”. Esta sola reflexión hizo que Agustín y su madre deseasen tanto esa visión que ya nada tenía sentido para ellos. Como escribe el santo: “Bien sabéis, Señor, que aquel día en que estuvimos hablando de estas cosas, y que según las íbamos tratando, nos iba pareciendo más vil y despreciable este mundo con todos sus deleites, dijo mi madre entonces estas palabras: Hijo, por lo que a mí toca, ya ninguna cosa me deleita en esta vida. Yo no sé qué he de hacer de aquí en adelante en este mundo, ni para qué he de vivir aquí, no teniendo cosa alguna que esperar en este siglo. Una sola cosa había, por la cual deseaba detenerme algún poco de tiempo en esta vida, que era por verte católico cristiano, antes que muriese. Esto me lo ha concedido mi Dios más cumplidamente de lo que yo deseaba; pues, además de esto, te veo en el número y clase de aquéllos que, despreciando toda felicidad terrena, se dedican totalmente a su servicio. Pues ¿qué hago yo en este mundo?”5. El que experimenta un toque de este conocimiento divino, aunque no sea la visión directa (como en el caso de Agustín y Mónica), pierde todo el gusto por este mundo: ¿qué hago yo en este mundo? ¿Qué ve quien contempla a Dios? Ve, ante todo, la gloria de la esencia divina y el intercambio vital de las tres divinas personas. En Dios y por Dios ve también el mundo a su verdadera luz. Dios se revela como no puede revelarse al hombre durante la vida de peregrinación. Aquí se manifiesta nuestro más grande límite. Podemos describir el infierno e imaginarlo, a pesar de que sabemos que nos quedamos infinitamente cortos. Pero la imaginación nos da una mano para ayudarnos. Podemos imaginar los misterios de la naturaleza y hablamos como 5 Ibidem. 11 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos si estuviésemos viendo los misterios del átomo y de la luz y de otras cosas de la naturaleza que en realidad son inaferrables por los instrumentos humanos... Pero de Dios no podemos. Es demasiado grande. Cuando decimos que lo veremos cara a cara, decimos algo tan grande que no se puede decir más... Y sin embargo, nos parece que no hubiéramos dicho nada; que estamos callados. Queremos saber más y no podemos. Dante, en la Divina Comedia, después de describir a los santos en el Cielo, incluso (con una belleza magistral) a la Virgen Santísima y haber obtenido, por su intercesión, la gracia de ver a Dios sin haber muerto, termina su poema confesando: Oh quanto è corto il dire e come fioco / al mio concetto! ¡Oh qué corto el decir y qué flaco mis conceptos! O luce etterna che sola in te sidi, sola t'intendi, e da te intelletta e intendente te ami e arridi. ¡Oh luz eterna que sola en ti sedes, sola te entiendes, y de ti entendida y entendiente te amas y te deleitas! 12 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos EL CIELO ES DIÁLOGO Y ADORACIÓN El bienaventurado no contempla la fría magnificencia de una cosa, como quien contempla un paisaje extraordinario o un cuadro grandioso. Dios no es el supremo valor impersonal o la verdad objetiva sino el fuego y la luz de la verdad y amor en persona. Cuando el bienaventurado encuentra a Dios encuentra la verdad y al amor en propia persona. No es exacto decir que es la posesión del sumo bien o de la suma verdad. Eso suena a poseer una cosa. El cielo es un encuentro con el amor en propia persona. Esto nos cuesta trabajo entenderlo porque en la vida encontramos personas que aman y dicen la verdad, pero no tenemos experiencia directa del amor o de la verdad en propia persona. Al decir “contemplar a Dios” corremos el riesgo de entenderlo como mirar una cosa inerte. Debemos recurrir así a imágenes que, dentro de sus límites, nos ayudan a trascender los otros límites. A Dios lo contemplaremos en el cielo como cuando alguien mira a los ojos de otra persona sabiéndose mirado al mismo tiempo por eso persona. Es un intercambio de amor y de conocimiento totalmente activo y plenificante. La Santísima Trinidad es un diálogo permanente; una circulación: Guardando nel suo Figlio con l'Amore che l'uno e l'altro etternalmente spira (Dante, Paradiso X). Hablando de los santos doctores en el Paraíso, Dante los imagina: Tal era quivi la quarta famiglia (los doctores) de l'alto Padre, che sempre la sazia, mostrando come spira e come figlia. (Dante, Paradiso X). El bienaventurado participa en el diálogo eterno que tienen el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. En el mundo terreno la palabra (especialmente la palabra cargada de afecto y amor) establece la circulación y unión entre los hombres. La palabra amorosa une los corazones, los comparte, los relaciona. Manifiesta el amor, lo transmite; lo inflama en el corazón del otro. Lo mismo ocurre en el cielo. El bienaventurado entra en ese diálogo amoroso, incapaz de ser imaginado por nosotros. Por parte de la creatura el diálogo se convierte en “adoración”. 13 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Por más íntimo que sea el diálogo entre Dios y el hombre, Dios sigue siendo infinitamente superior al hombre. Aunque estén sentados a la misma mesa y en el mismo banquete, Dios trasciende infinitamente al hombre. Dios es que da al hombre la capacidad de conocerlo y comunicar con Él. Dios sigue revestido en el misterio. Ve a Dios inmediatamente pero no lo agota. Los escolásticos decían: totum sed non totaliter. Lo vemos todo, pero no totalmente. No su raíz. El bienaventurado es más conciente que el hombre viador que Dios es un misterio. Él ve hasta qué punto Dios es luz; y aunque está desposado con ese Dios (porque Dios así expresa esta unión), sigue siendo incomprensible; es decir inabarcable. Jamás podrá la creatura eliminar esa infinitud. El lumen gloriae, que lo capacita para que Dios se una a él inmediatamente, no elimina su capacidad limitada. Esto no tiene nada de agobiante. El bienaventurado recibe a Dios con toda la capacidad de su ser. Es un vaso colmado. Es plena luz. Lo que no puede abarcar de Dios no es oscuridad para él sino luz que va bebiendo de a poco. Esa luz no lo ciega, ni ese océano lo ahoga. Puede beber hasta saciarse y más, sin experimentar intranquilidad. Es como si pudiéramos ponernos a cien kilómetros de distancia del Sol y Dios fortaleciera nuestra visión para poder mirarlo en forma directa sin encandilarnos. Para todos lados que miremos veríamos el Sol: arriba Sol, debajo Sol, a la derecha y a la izquierda. Nuestra vista recibiría toda la luz que desea y más, y esta luz la plenificaría, la saciaría, la llevaría a perfección. Pero no podría abarcar al Sol y aún así no se sentiría defraudada. Todo ese Sol es para Ella y Ella para el Sol. Este aspecto de adoración y liturgia celeste está testimoniado en la Sagrada Escritura. Es magnífica la descripción que hace San Juan en el Apocalipsis (4,1-11): Después tuve una visión. He aquí que una puerta estaba abierta en el cielo, y aquella voz que había oído antes, como voz de trompeta que hablara conmigo, me decía: «Sube acá, que te voy a enseñar lo que ha de suceder después». Al instante caí en éxtasis. Vi que un trono estaba erigido en el cielo, y Uno sentado en el trono. El que estaba sentado era de aspecto semejante al jaspe y a la cornalina; y un arco iris alrededor del trono, de aspecto semejante a la esmeralda. Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas. Del trono salen relámpagos y fragor y truenos; delante del trono arden siete antorchas de fuego, que son los siete Espíritus de 14 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Dios. Delante del trono como un mar transparente semejante al cristal. En medio del trono, y en torno al trono, cuatro Vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer Viviente, como un león; el segundo Viviente, como un novillo; el tercer Viviente tiene un rostro como de hombre; el cuarto viviente es como un águila en vuelo. Los cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: «Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, "Aquel que era, que es y que va a venir"» . Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas delante del trono diciendo: «Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; por tu voluntad, no existía y fue creado». Lo mismo se repite más adelante (7,9-12): Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero». Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén». Las criaturas que viven con Dios le adoran continuamente y le dan gracias porque Él es digno de esta alabanza ininterrumpida. San Cipriano lo expresa: “Él nos abre el camino de la vida, nos vuelve al paraíso y nos introduce al reino celestial. Con Él viviremos siempre porque por Él nos hemos convertido en hijos de Dios, con Él nos alegraremos para siempre porque hemos sido redimidos con su sangre. Como cristianos viviremos en las eternas delicias ante la faz de Dios, siempre jubilosamente y dando gracias a Dios para siempre. Pues sólo puede ser agradecido 15 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos para siempre quien había caído en la muerte, pero después ha sido elevado sobre todos los cuidados por la inmortalidad”6. Por todo esto, debemos considerar que realmente no ha comprendido qué es el cielo quien no lo desea positivamente. Muchos cristianos buenos no desean el cielo; tan sólo temen el infierno. En realidad no saben lo que temen; pues lo que más se debería temer no es ir al infierno sino no ir al cielo. Escribía San Juan Crisóstomo a Teodoro caído: “Ocurre que muchos, juzgando irracionalmente, se darían por satisfechos con sólo librarse del infierno; pero yo, a mi vez, afirmo que no hallarse en aquella gloria es un suplicio mucho más terrible que el infierno mismo; y aquel que la hubiere perdido, creo que no tanto ha de lamentar los males del infierno como el haber perdido el reino de los cielos porque en razón del suplicio, éste solo es el más terrible de todos (...) Cuando se trata del Rey celestial (...) ¿no juzgaremos por el más extremo suplicio el no ser contados en el coro de los que le rodean, sino que nos daremos por contentos con librarnos tan sólo del infierno? ¿Qué puede haber más miserable que un alma así?”7. Cuando Dante escribe sobre la puerta del infierno: Lasciate ogni speranza voi ch’entrate, redacta la más trágica descripción de la condenación eterna... Pero ¡no habla de los suplicios! La descripción del infierno está hecha... ¡en base al cielo! El infierno es la pérdida eterna de la esperanza; ¿de la esperanza de qué? ¡De ver a Dios! Si el infierno conservase un gramo de esperanza del cielo, el sólo pensamiento de un futuro —remotísimo si se quiere— del cielo, iluminaría el infierno entero, y éste dejaría de ser el lugar del suplicio. La sola esperanza del cielo destruye el infierno. Por esto: no saben dónde han puesto el corazón quienes no desean el cielo; no entienden que carecen de amor los que sólo temen el infierno. Cuando empecinadamente quiero ir a un lugar prefijado, mis caminos pueden ser muchos, pero por uno u otro, mi movimiento está unificado en su fin. Como al subir tenazmente a una cumbre puedo ir cambiando de sendero según los obstáculos que me salen al encuentro; pero por una u otra picada, voy siempre buscando la meta, y mi espíritu se unifica. En cambio cuando no tengo claro dónde ir, sino tan sólo de dónde huir, mi espíritu está unificado tan sólo por el punto de partida, pero mi corazón puede escapar hacia lugares muy diversos e incluso contradictorios entre sí. Quienes huyeron de la Jerusalén devastada por Tito tomaron rutas muy diversas que los llevaron a unos hacia los desiertos de Massada o de Petra, otros hacia los bosques del Líbano, otros 6 7 San Cipriano, A Demetriano, 26. San Juan Crisóstomo, A Teodoro caído, 12. 16 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos hacia las arenas de Egipto, otros hacia las islas del Mediterraneo. Todos huían del mismo lugar; pero unos llegaban a un lugar y otros a otro. En cambio los peregrinos que buscaban la tumba de Santiago, por las más diversas rutas, confluían en un mismo punto: Compostela. Temer el infierno y huir de él... no siempre lleva al cielo. A veces puede llevar— accidentalmente— al cielo, pero también, por caminos torcidos, puede conducir a la locura, al hastío, al sinsentido y... de allí al pecado y por este... al infierno de vuelta. Debemos, pues, desear positivamente el cielo. 17 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos EL CIELO COMO BIENAVENTURANZA Mientras que en esta vida se mezclan la dicha y la lucha, en el cielo los bienaventurados tienen la plenitud de la dicha. Se cumple allí el supremo anhelo de alegría. Ninguna alegría terrena puede dar idea de esto. Porque toda alegría terrena, por más buena e intensa que sea, es sólo un anticipo o prenda de la del cielo. Siempre es opaca. Prueba de esto es la melancolía que siempre asalta al que goza en la tierra. Esto no es posible en el cielo. Toda alegría terrena no es más que un presentimiento de algo más; precisamente lo que se gozará en el cielo. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1Co 2,9). Es un dogma de fe que el cielo consiste en la “perfecta bienaventuranza sobrenatural”. Santo Tomás dice: “la bienaventuranza es el bien común perfecto; y [como lo definió Boecio] un estado perfecto que consiste en la suma de todos los bienes, lo que no significa otra cosa que el bienaventurado está en un estado de absoluta perfección”8. Y más hermosamente aún dice: “beatitudo perfecta (...) habet congregationem omnium bonorum per coniunctionem ad universalem fontem totius boni” (la beatitud perfecta es la reunión de todos los bienes por la unión con la fuente universal de todo bien)9. Jesús así lo promete: Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado (Jn 15,11). Gozo pleno. 8 9 En el cielo hay plena liberación de la servidumbre de Satanás quien ya no tendrá capacidad de molestar a los elegidos: Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles (Mt 25,41). Los poderosos perseguidores estarán reducidos a la impotencia: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto (Lc 18,7-8). Ya no estarán mezclados con los malos: Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos (Mt 13,49). La muerte y el dolor quedan excluidos: los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos... no pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección (Lc 20,35-36). Santo Tomás, S.Th., I-II, 3, 2 ad 2. Santo Tomás, S.Th., I-II, 3, 3 ad 2. 18 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Como se expresa en la bienaventuranzas (Mt 5) el cielo es saciedad, consuelo, misericordia, paz, etc. Aquello será plena alegría porque está Dios: Y llegaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría. Y exultaré, te alabaré a la cítara, oh Dios, Dios mío (Sal 43,4). Según San Pablo, la vida del mundo futuro es: Refrigerio y descanso: es propio de la justicia de Dios el pagar (...) a vosotros, los atribulados, con el descanso (2Tes 1,6). Eterna consolación: el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, nos ha amado y nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa (2Tes 2,16). Paz y honor: gloria, honor y paz a todo el que obre el bien (Ro 2,10). La descripción de la Sagrada Escritura nos hace ver el cielo no como un estado pasivo sino como la suma actividad del hombre, obrada por Dios. La expresión “vida eterna” no significa primeramente vida que “no terminará nunca”, sino vida “intensísima”. San Agustín dice que la vida eterna supera en vitalidad a la terrena. Ciertamente la felicidad del hombre no está en la inactividad sino en la actividad, sólo que en alguna actividad que no lo canse ni frustre. Los santos que decían, para animarse al trabajo apostólico, “para descansar está el cielo”, lo decían en sentido figurado. El cielo es eterno reposo respecto del cansancio que acompaña la actividad terrena, pero no es falta de actividad. Es actividad intensísima, sólo que se trata de una actividad que descansa, plenifica y no desgasta. Dios es acto puro; lo que más se acerca al acto puro es el “acto segundo”, es decir, la operación. En este mundo la operación implica siempre desgaste, porque depende de nuestros órganos físicos y estos son limitados. Pero si pudiéramos obrar siempre sin cansarnos, no lo dudaríamos. Si el niño pudiera jugar siempre sin cansarse, sería imposible detenerlo. Si pudiéramos estar siempre leyendo, hablando, jugando, conociendo y amando, sin que esto implicase ningún tipo de fatiga, eso es lo que haríamos. Entonces, ¿el cielo no es descanso eterno? Sí lo es, pero porque la actividad en el cielo produce placer espiritual y el placer no cansa al espíritu sino que lo descansa. San Agustín 19 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos dice en su carta a Januarius que el cielo es acción dulce y amable, sin prisa ni preocupación, sin angustiosa persecución del éxito ni preocupación: “Lo que es la vida de nuestra peregrinación en la fe y en la esperanza y el fin que tenemos que conseguir por el amor es un santo descanso siempre duradero de todo esfuerzo y carga. A él conduce el paso de esta vida y esto nos ha querido mostrar y significar nuestro Señor Jesucristo con su pasión. Pero este descanso no consiste en ocio inactivo, sino en una inefable paz de deliciosa actividad. Se descansa, por tanto, en la plenitud de las obras de esta vida y se siente alegría a la vez por la actividad de la otra. Pero como esta actividad se cumple en la alabanza a Dios, sin esfuerzo de los miembros, sin angustia ni preocupación, no hay intermitencias de descanso y trabajo ni comienza la actividad porque termine el descanso. No hay ninguna vuelta al cansancio y a la preocupación, sino que se permanece en una actividad que es un elemento del descanso; el trabajo ocurre sin esfuerzo y el pensamiento sin desasosiego”10. En uno de sus sermones explica el mismo Agustín la maravillosa y aparente contradicción que se vive en el cielo entre saciedad y hambre: “Saciedad insaciable, sin cansancio; siempre hambrientos y siempre saciados. Oye dos sentencias de la Escritura: Los que me comen tendrán más hambre de mí, y los que me beben quedarán sedientos (Eccli 24,29). Y para que no pienses que allí puede haber necesidad o hambre, oye al Señor: Quien bebe de esa agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás (Jn 4,13-14). Pero me preguntas ¿cuándo será esto? Cuando quiera que sea, tú espera al Señor, ten paciencia, obra virilmente y ensánchese tu corazón; falta menos de lo que ha pasado”11. ¿Qué tendrán y qué harán los bienventurados?, se preguntaba San Agustín comentando el Salmo 83, y responde: “Te alabarán por toda la eternidad. Esto será toda nuestra acción: un aleluya sin interrupción. Y no os parezca, hermanos, que allí podrá haber hastío... Cuando la muerte haya sido devorada por la victoria y lo mortal se haya revestido de inmortalidad y lo corruptible de lo incorruptible (1Co 15,53-54) nadie dirá: He sufrido durante mucho tiempo, he ayunado mucho, he vigilado mucho. Habrá allí una gran estabilidad y la mortalidad de nuestro cuerpo mismo será negada por la contemplación de Dios... No nos preocupemos, hermanos, de que nos vaya a aburrir la alabanza de 10 11 San Agustín, Carta a Jannuarius. San Agustín, Sermón 170, 9. 20 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Dios y el amor de Dios. Tú podrías cansarte de amar y de alabar, pero el amor es eterno porque será una eterna belleza; no temas, no poder alabar eternamente”12. Relatando uno de sus sueños en el que Don Bosco había creído ver el Paraíso y estaba extasiado de lo que veía y escuchaba; no podía dar crédito a tanta belleza y paz y alegría. Entonces de entre todos aquellos santos, se le acerca Domingo Savio y comienza un interesante diálogo, relatado a sus jóvenes por el mismo Don Bosco13: —No sé dónde me encuentro, por eso estoy temblando. —Estás en una mansión de felicidad, respondióme Domingo, en donde se gozan todas las dichas, todas las delicias. —¿Es éste, pues, el premio de los justos? —No, por cierto. Aquí no se gozan los bienes eternos, sino sólo, aunque en grado sumo, los temporales. —Entonces, ¿todas éstas son cosas naturales? —Sí; aunque embellecidas por el poder de Dios. —¡Y a mí que me parecía que esto era el Paraíso!, exclamé. —¡No, no, no!, repuso Savio. No hay ojo mortal que pueda ver las bellezas eternas. —¿Y estas músicas, seguí preguntando, son las armonías de que gozáis en el Paraíso? —¡No, no, ya te he dicho que no! —¿Son armonías naturales? —Sí, son sonidos naturales perfeccionados por la omnipotencia de Dios. —Y esta luz que sobrepuja a la luz del sol ¿es luz sobrenatural? ¿Es luz del Paraíso? —Es luz natural aunque reavivada y perfeccionada por la omnipotencia divina. —¿Y no se podría ver un poco de luz sobrenatural? —Nadie puede gozar de ella hasta que no llegue a ver a Dios sicut est. El más ínfimo rayo de esa luz quitaría al instante la vida a un hombre, porque no hay fuerzas humanas que la puedan resistir. —¿No puede haber una luz natural más hermosa que ésta? —¡Si supieras! Si vieras solamente un rayo de sol, llevado a un grado superior a éste, quedarías fuera de ti. —¿Y no se puede ver al menos una partícula de esa luz que dices? —Sí que se puede ver y tendrás la prueba de lo que digo. Abre los ojos. —Ya los tengo abiertos, contesté. —Pues fíjate bien y mira allá al fondo de ese mar de cristal. 12 13 San Agustín, Sobre el Salmo 83, n.8. Memorias Biográficas del Oratorio, vol. 12. 21 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Tendí la vista y al mismo tiempo apareció de improviso, en el cielo y a una distancia inmensa, una fugaz centella de luz, sutilísima como un hilo, pero tan brillante, tan penetrante que di un grito que despertó a don Juan Bautista Lemoyne, aquí presente, que dormía en una habitación próxima a la mía. Aquel destello de luz era cien millones de veces más clara que la del sol y su fulgor bastaría para iluminar el universo entero. Un instante después abrí los ojos y pregunté a Domingo: —¿Qué es esto? ¿Tal vez un rayo divino? Savio contestó: —No es luz sobrenatural, si bien, comparada con la terrestre, le supera mucho en fulgor. No es más que la luz natural elevada a un mayor esplendor por la omnipotencia divina. Y aunque imaginaras una inmensa zona de luz semejante a la centellita que acabas de ver al fondo de esta llanura, rodeando todo el universo, no por eso llegarías a formarte una idea de los esplendores del Paraíso. —Y vosotros, ¿qué gozáis en el Paraíso? —¡Ah! Es imposible querértelo explicar; lo que se goza en el Paraíso no hay mortal alguno que pueda saberlo mientras no abandone esta vida y se reúna con su Creador. Lo único que se puede decir es que se goza de Dios; y esto es todo. Relatando otro de sus sueños sobre el Paraíso, Don Bosco se limitó a decir a los jóvenes: “Os diré con santa Teresa lo que ella afirmó del Paraíso: son cosas que si se habla de ellas pierden valor, porque son tan bellas que es inútil esforzarse en describirlas”14. 14 Memorias Biográficas del Oratorio, vol. 7, 680. 22 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos ORACIÓN PIDIENDO EL CIELO (Santo Tomás de Aquino) Te Deum totius consolationis invoco, qui nihil in nobis praeter tua dona cernis, ut mihi post hujus vitae terminum donare digneris cognitionem primae veritatis, fruitionem divinae majestatis. Da etiam corpori meo, largissime remunerator, claritatis pulchritudinem, agilitatis promptitudinem, subtilitatis aptitudinem, impassibilitatis fortitudinem. Apponas istis affluentiam divitiarum, influentiam delitiarum, confluentiam bonorum, ut gaudere possim supra me de tua consolatione, infra de loci amoenitate, intra de corporis et animae glorificatione, juxta de Angelorum et hominum delectabili associatione. Consequatur apud te, clementissime Pater, in eo rationalis sapientiae illustrationem, concupiscibilis desiderabilium adeptionem, irascibilis triumphi laudem, ubi est, apud te evasio periculorum, distinctio mansionum, concordia voluntatum, ubi est amoenitas vernalis, luciditas aestivalis, ubertas autumnalis, et requies hiemalis. Da, Domine Deus, vitam sine morte, gaudium sine dolore, ubi est summa libertas, libera securitas, secura tranquillitas, jucunda felicitas, felix aeternitas, aeterna beatitudo, veritatis visio, atque laudatio, Deus. Amen. (Traducción y adaptación) A ti, Dios, que eres bálsamo y cobijo, Quien sólo topas en el alma los dones que anticipadamente allí sembraste, te pido: 23 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos ... que me concedas, al cortar las amarras que retienen mi barca en esta orilla del mundo, poder mirar sin velos tu Verdad Última y Primera y zambullirme deliciosamente en tu océano divino. A mi cuerpo, tú, pagador generoso, dale el esplendor de las estrellas, la delicada agilidad de las fugaces cometas y la firmeza de las cordilleras milenarias. Añade un diluvio de riquezas; inúndalo de deleites y haz confluir en él la suma de todos los bienes de modo que pueda gustar: sobre mi cabeza: de tu consuelo; bajo mi persona, de la frondosa creación, por dentro, la gloria del cuerpo y del alma, y en derredor, de la fascinante amistad de los ángeles y los hombres santos. Dóname, Padre clementísimo: toda la sabiduría de la que es capaz mi razón, la saciedad de todos mis sentidos, la victoria en todas mis batallas (pues a tu lado, no existe peligro alguno), la beatitud en sus diversos grados, la armonía con las demás voluntades. Y todo esto en aquel lugar donde se arriman el encanto primaveral, la opulencia del verano, la dulzura del otoño y el invernal sosiego. Te pido, pues, la vida que no muere, el gozo que no lastima, el compendio perfecto donde se concilia la suprema libertad, el libre cobijo, la pacífica tranquilidad, la risa jovial, la eternidad feliz, la bonanza eterna, la visión de la verdad y tu alabanza. 24 www.alexandriae.org Biblioteca de formación para católicos Aquello, en suma, que nosotros, ciframos en la dulce palabra «cielo». Amén. 25
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