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SOMBRAS
LEMA: DELIO
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¿Qué tal pasó la noche, padre?
Mal, la pasé mal, no me deja dormir el olor de la muerte, primero
fue la vieja del pelo gris, la que siempre lloraba por una hija que le había
nacido muerta hacía setenta años, era de Casares, yo la conocía de antes,
se cayó desplomada cuando tomaba la sopa, y ayer a la tarde murió un
viejo de Pedregal, uno que nunca hablaba con nadie, se le atravesó una
espina y dejó de respirar, aquí las cosas ocurren como en ninguna otra
parte, andamos todos tan viejos y tambaleantes que la muerte no deja de
rondar, se asoma a la ventana, sopla ligero y uno a uno vamos
abandonando la vida, así que apenas dormimos, porque en vez de dormir
no hacemos más que esperar.
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¿El viejo de Pedregal era el que hacía solitarios en aquel rincón?
El mismo, una vez me dijo que tanto había hablado en la vida que
ya no le quedaba nada por decir, anda, dame un poco de agua, que no me
queda saliva, y échame una manta sobre las piernas que se me están
quedando heladas las rodillas.
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Pero si aquí no hace frío, padre, si nos están aturdiendo las
chicharras.
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Ya te tengo dicho, Delio, que a mí el frío me viene de dentro, debo
de tener el alma negra de barro y a la intemperie, y eso debe de ser lo que
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me mata de frío, da igual que me eche un par de mantas encima, si me
viene la tiritona no hay manta que me la pueda quitar.
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El alma negra sí que la tendrá usted, padre, porque motivos hay
para ello, pero, después de los años que lleva aquí con las monjas, tiempo
habrá tenido de limpiar su conciencia y de ponerse a bien con Dios.
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¿En qué día estamos, Delio?, míramelo tú, que yo no alcanzo a
distinguir los números del calendario, ¿ya es tiempo de que llevemos el
ganado a la Campa de la Parra?
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No me venga con esas, padre.
Con este frío en los huesos a mí siempre me parece invierno.
Queda mucho para el invierno.
La desgracia llegó en el invierno, desde hacía días llovía sin
consideración, las lluvias del invierno vienen del infierno, así lo decía ella,
te aseguro que con la vida que le di no tendré nunca el perdón de Dios.
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Y a nosotros, padre, la vida que le dio a madre y también la que
nos dio a nosotros.
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Vosotros andáis por ahí saliendo adelante.
Pero hay cosas que uno no consigue arrancarse y andan siempre
incomodando y haciendo que la cabeza dé vueltas y más vueltas.
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Y que lo digas, yo antes tenía calor, incluso con las nevadas de
enero, y ahora siempre tengo frío, y en cuanto llega la noche todo se me
alborota aquí dentro, como si alguien me hurgara en la cabeza, y una
fuerza que a saber de dónde vendrá me agarra los brazos y las piernas, y
me zarandea, y no me suelta hasta el amanecer, y te juro que siento cómo
se mueve todo, las paredes y los muebles y el crucifijo.
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Flojeras, padre, eso no son más que flojeras propias de su edad.
Qué van a ser flojeras, son los recuerdos del mal que hice, que
vienen a alborotarme la cabeza, y te voy a decir una cosa y no quiero que
te molestes, todo es culpa tuya, Delio, tuya y de nadie más.
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No me hable de culpas, padre, que me va usted a enfadar.
Ya te dije que no vinieras a yerme, que deberías hacer lo que
hacen tus hermanas, olvidarte de mí, y no venir aquí a alborotarme, que
cada vez que vienes estoy dos días sin dormir, así que entre los muertos y
tus visitas me paso las noches sin pegar pestaña.
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Cumplo con un deber de hijo.
A la mierda con tus compasiones y tus deberes de hijo, cada vez
que me miras con esos ojos de lechuza siento que me estás perdonando la
vida, como si yo fuera la luna y tú un perro que me estuviera ladrando.
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Madre hubiera querido que yo viniera.
¿Y por qué no viene ella?
¡Porque está muerta, padre, está usted perdiendo la cabeza!
Pues no menciones a tu madre y déjala descansar en paz.
¿Por qué se portaba usted así con ella, padre?, ¿por qué siempre
la trataba como si fuera una bestia?, ¿por qué, padre?
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¿Ves
como
quieres
atormentarme?,
mejor recogemos
las
herramientas y las caballerías y nos ponemos a faenar, que darle mucho a
la lengua no es provecho, sino mengua, y hablar pesó a muchos, y haber
callado, a ninguno.
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Ya no le quedan faenas, padre, hace muchos años que todas las
faenas se agotaron para usted, y ahora lo veo ahí encogido de frío, con las
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manos temblonas y los ojos tristes y me parece usted un hombre extraño,
muy diferente a aquel que gritaba como un demonio y nos azotaba con la
sufra de las vacas o con la retranca de las caballerías.
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Pues lo que ves por fuera es lo que soy por dentro, crecí sin
entender que ellas eran como tú y como yo, así crecí, y nadie estuvo allí
para contradecirme, siempre había sido así, ellas eran ellas, y nosotros
teníamos otra consideración.
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Pero éramos unos niños, padre, y siempre estábamos allí, y
teníamos miedo cada vez que a usted se le iba la mano con ella,
estábamos allí, pero tampoco usted tenía ojos para nosotros, sólo nos
encontraba en el viento de las correas.
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Vienes todos los días a tocarme los cojones y no necesito que
vengas, porque yo ya sé bien lo que hice, y vámonos ya, que nos van a
cerrar el portón.
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No vengo todos los días, sólo una tarde a la semana, y nadie va a
cerrarnos ningún portón, porque no hay portón, padre, usted sabe lo que
hizo, pero nosotros no sabemos por qué lo hizo.
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Los pensamientos se me desbaratan como si fueran de arena y las
tripas se me suben a la garganta, y me falta el aire, como si ella estuviera
apretándome con fuerza para estrangularme, y el frío no se despega de mí,
y también veo sombras que vienen a increparme, la muerta de Casares y
el muerto de Pedregal también son ahora sombras que me vienen a
molestar.
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Hablaré con el médico, padre, porque tiene usted perdida la
expresión y se le ha vuelto ceniza el entendimiento.
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Qué médico ni qué ocho cuartos, qué sabrán los médicos de esto,
ellos te palpan y babean encima de ti y te desafían con palabras
extravagantes, pero no saben nada, sé muy bien lo que yo tengo, hijo,
porque yo me lo fui construyendo.
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Usted todo lo mezcla.
Porque todo está mezclado, Tricio.
Delio, padre, me llamo Delio, Tricio es el nombre de usted.
Qué más dará, el cuerpo no es más que expresión del alma, y uno
y otra son ahora como retamas secas y partidas que esperan que el
vendaval las esparza o que el fuego de la suerte las destruya, tengo que
hablarte un día del fuego de la suerte, viene de arriba y siempre lo hace
por algún motivo, por cierto, no quedará mucho para que nos ocupemos de
la vendimia, no ha de ser mala este año, porque las lluvias vinieron
abundantes y a su debido tiempo.
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No hay nada que vendimiar, padre, como no sean sus culpas, tiene
usted la cara hinchada y llena de nódulos negros, tendré que hablar con el
médico.
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Dejemos ya de hablar de mí, ¿cómo están tu mujer y tus hijos?,
¿ya te ayudan los pequeños con las faenas del campo?, ¿ya cuidan ellos
solos de los animales?
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Pero padre, si sólo tengo un hijo, trabaja con Laureano de aprendiz
de carpintero, y está a punto de casarse, todas las semanas le tengo que
decir lo mismo.
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Hay que ver cómo pasan los años.
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Y mi mujer está contenta, la trato bien y ella me respeta, así que
vivimos en armonía y sin ningún contratiempo.
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Y tus hermanas?
Nada quieren saber de usted, fue mucho daño el que les hizo,
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desnudarlas así, delante de todo el pueblo, y azotarlas como si fueran
perras poseídas, Raida tiene aún la cicatriz en la cara, y la tendrá para
siempre.
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Cállate, Delio, y no vuelvas a castigarme de esta manera.
Raida piensa que usted llevaba el demonio dentro y Quina dice
que todo el vino que bebió acabó corrompiéndole la sangre, pero las dos
son buenas y hasta pienso que algún día lo acabarán perdonando.
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Escúchame bien, Delio o Tricio o como te llames, no quiero que
ellas me perdonen, ni tú tampoco, morir sin vuestro perdón es una condena
que me hace falta, ofensa hace a los buenos el que perdona a los diablos,
y que no se les ocurra venir a yerme.
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No lo harán, padre, descuide que no lo harán, temen que al verlo a
usted el odio las soliviante y se les despierten otra vez los miedos.
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¿Las tratan bien sus maridos?
Sólo Quina tiene marido, padre, ya me canso de repetírselo, y él la
trata como hay que tratar a las personas, sus dos hijas llevan vidas
ocupadas y tranquilas, y hasta estoy seguro de que rezan por usted.
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Tarea inútil, Delio, tarea inútil la de rezar, nunca entendí la caridad
cristiana, acaban dándole pan a quien deberían descalabrar con piedras,
nada me hicieron ni tu madre ni tus dos hermanas y, sin embargo, las traté
como si fueran perras, sólo por ser mujeres, sí, eso es, sólo por haber
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nacido hembras, así lo teníamos aprendido desde muy antiguo, ¿cuándo
volvieron ellas de con la tía Ligia?
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Ya se lo dije, padre, se lo vengo diciendo cada semana desde hace
ya diez años.
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¿Quieres decir que ya llevo una década con estas monjas?
Diez años aquí y otros siete que pasó usted en la cárcel.
Esto también es como una cárcel, pero aquí los carceleros llevan
hábito blanco.
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Ellas volvieron de con tía Ligia cuando lo detuvieron a usted tras la
muerte de madre, Quina se casó con el alguacil y tienen tres hijos varones,
del grande dicen que es el vivo retrato de usted cuando era chico.
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No lo quiera Dios.
Lo dice la curandera Dula.
Ésa es una bruja embaucadora y perdida.
Raida sigue soltera y se ocupa de las gallinas y de hacer el queso,
y también está encargada de la limpieza de la iglesia y de la casa del cura,
vive con nosotros y es voluntariosa y buena, y no puede estarse quieta,
porque dice que una mujer ociosa es almohada del diablo y que el trabajo
es plegaria, pero todo esto ya lo sabe usted de sobra, porque se lo digo
cada vez que vengo.
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Eso te lo parece a ti, que no estás en lo que estás, ¿y tu madre,
hijo? ¿cómo anda de salud la vieja?
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Pero padre, a madre la desgració usted para siempre con aquel
golpe mal dado, que era usted entonces muy corto de razones y muy largo
en las malas intenciones.
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Ella se dio contra la piedra de mármol.
¡Qué más dará eso, padre! Le pegó usted y la empujó, como tantas
otras veces.
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Lo sé, hijo, ya lo sé, no hace falta que vengas cada día a
recítármelo.
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No vengo cada día, padre, vengo una vez a la semana, y le juro
que nosé porqué lo hago.
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Aquel día me habían engañado con la venta de una yegua, todos
se rieron de mí en la taberna, menudas carcajadas, tú no sabes lo que fue
aquello, y después de errar como hombre, como bestia llegué a casa y
volví a perseverar.
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Perdone que se lo diga, padre, pero usted era muy poco hombre.
Menos soy ahora.
Ahora no anda maltratando a nadie.
Ahora lo pago conmigo y ando espantando remordimientos y
sombras.
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¿Por qué hay tantos hombres como usted, padre? ¿Qué es lo que
anda por ahí dentro para poder hacer tanto daño?
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Será una especie de ruindad con la que naces, o el aire
corrompido que respiras cuando te están criando, un día ellos te dan a la
mujer y tú la tomas, y como es tuya la guitarra la tocas como te da la gana,
y todos se ríen y te vitorean, y tú te crees muy valiente, pero eres un
cobarde, ya sabes, cuando el asno es muy asno se tiene por caballo, y a
ciento de renta mil de vanidad, así eran ellos, mi padre y mi abuelo, o así
los veía yo, y aprendí bien el oficio, fui más necio que discreto, tu madre y
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yo éramos primos y nos apañaron por un pedazo de hacienda, y así se
decía, a la mujer y a la candela tuérceles el cuello si las quieres buenas,
ella era calmosa y hablaba poco y yo me sentía en la obligación de
templarta, pero os criaba bien, todo hay que decirlo, aunque lloraba mucho,
se quejaba demasiado y a mí eso me despertaba la rabia y se me iban las
manos, pero estamos hablando demasiado y llegaremos tarde.
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No vamos a ir a ninguna parte, padre, porque a usted nadie lo
espera.
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Tus hermanas siempre andaban cobijándose detrás de las faldas
de ella.
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Estaban asustadas, fíjese que Raida aún sueña con usted, y
despierta llorando, porque lo ve muy enfadado y con el cinturón en la
mano, y cuando tiene esos sueños dice que le duele mucho la cicatriz.
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¿De qué cicatriz me hablas?
De la que usted le dejó en la cara, padre.
¡Dios!, soy un desgraciado, ¿qué pensará tu madre ahora de mí?
Ella ya no piensa nada, padre, porque ya no está, usted la obligó a
marcharse, poco le importaba a usted entonces lo que ella pudiera pensar.
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Hablas como si ya no fuera a volver.
¡Está muerta, padre, hace diecisiete años que madre está muerta!
¡No, no lo está!, ¡está aquí dentro de mí, jodiéndome día y noche!,
¡es como un aguijón que en cuanto respiro se clava!, me persigue, te digo
que me persigue como la culpa persigue a los condenados.
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Está usted listo, padre. cada día anda peor de la cabeza.
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Estoy convencido de que me arroja puñados de gallinaza en la
sopa cuando se descuidan las monjas, y me echa clavos diminutos en el
café, pero yo lo aguanto bien, porque lo tengo bien merecido por la vida de
perra que le di, ahora yo soy el perro y el mundo entero me ladra, hasta tú
vienes aquí a ladrarme todas las tardes.
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Sólo vengo una vez a la semana, padre, aunque ni mis hermanas
ni mi mujer lo entienden.
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Ni yo tampoco lo entiendo, ya en la cárcel debería haberme
cortado las venas, como hicieron otros por delitos menores que el mío,
pero me faltó valor, así te lo digo, cargado de hierro, cargado de miedo,
tarde lo llegué a saber, no hay un solo cobarde que tenga buena suerte, y
ya ves por donde anda la mía.
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Ande, no se queje, que a alguien que usted bien conoce le fue
bastante peor.
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Vivir con este pecado es andar con un pie en la sepultura.
Han pasado muchos años, padre, y pecado confesado es medio
perdonado, el arrepentimiento alivia, y a usted se le ve arrepentido, aquí
está bien atendido, y a la res vieja alíviale la reja, que yo también retuve
algún que otro refrán, y no se deje llevar por tentaciones malas, que ya la
muerte no andará lejos, y vendrá caminando distraída y con sosiego, y así
debe llegar hasta aquí para que usted la reciba con la dignidad que nunca
supo tener en vida, y después lo enterraremos junto a madre, aunque las
hermanas no quieren, pero yo sí que quiero, porque quién sabe si las
cosas aún tienen arreglo en la otra vida, si es que hubiera otra vida, que
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muchos lo suponen, pero nadie lo sabe a ciencia cierta, y estando juntos
será más fácil que intercambien ustedes disculpas y perdones.
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Pobre Raida, ¿con quién dices que se casó?
Raida no se casó, padre, ya me canso de decírselo.
Tú dices, dices, pero no dices nada, hay una monja aquí que me
recuerda a ella, pero no tiene ninguna cicatriz en la cara, no sé de dónde
sacas tú que ella tiene una cicatriz.
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La monja no, pero ella sí que la tiene. y dice que cuando usted
muera sembrará zarzas y ortigas sobre su tumba, lo dice, sobre todo,
cuando le duele la cicatriz.
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Tu madre estará orgullosa de tener unas hijas sanas y hacendosas
que la cuiden cuando sea mayor.
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Está usted perdiendo el juicio, padre, voy a tener que dejar de
venir.
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Eso es lo que te vengo diciendo, Delio, fíjate tú que me acuerdo del
día en que viniste al mundo, fue la curandera Dula quien te sacó, fuiste el
último y te aseguro que el mejor recibido, tu abuelo decía que yo era un
flojo porque no sabía engendrar varones, pero la culpa era de tu madre,
tres hijas ya había parido, aunque una nació muerta, ella lo hacía para
joderme, sí, así era ella, silenciosa, pero llena de rencor hacia mí, aunque
ahora sé que sus motivos tenía, no voy a decir que no, y sé que andaba en
tratos con Dula para tomar unas hierbas que hacían que sólo pariera
hembras, pero fui a ver a la curandera y la amenacé y por fin naciste tú,
que mita que te hiciste de rogar.
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Y qué fue lo que consiguió con que yo no fuera hembra?, ande,
dígamelo usted, ¿qué demonios fue lo que consiguió?
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Nada, hijo, no conseguí nada, pero eran sentimientos que
teníamos, maneras de pensar que venían de muy atrás, un hombre era un
hombre y valía su peso en oro en cualquier familia.
Madre pensaba que había que pagar un tributo en la vida por ser
mujer.
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Y ella bien que lo pagó.
Se afanaba de sol a sol por cultivar una relación tan árida y
devastada como un erial de rastrojos.
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Qué relación ni qué relación, hablas como un boticario, cada uno
era cada uno y hacía lo que tenía que hacer, y tú andas descuidando tus
obligaciones y distrayéndome a mí de las mías, que el sol ya se está
poniendo y no vamos a terminar las faenas.
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No hay ninguna faena para usted, padre, como no sea la de
aguardar aquí recogido el día en que llegue el destino a agarrarlo por los
pies, y ese día podrá descansar en paz, y en cuanto a mis tareas, no se
preocupe usted, que las tengo todas resueltas, el negocio de los piensos y
los granos me funciona bien y, en mi ausencia, tengo quien se ocupe de él.
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Negocio, negocio, menudo negocio, aquí hay una mujer que llora
día y noche porque dice que su marido no viene a buscarla por culpa de no
sé qué negocio.
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¿Y usted?, ¿llora usted, padre?
Eso no te lo voy a decir a ti, y menos aquí delante de toda esta
gente.
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Mire,
padre, nadie hay aquí que pueda vernos y menos
escucharnos, está vacío este rincón del patio, anda usted viendo visiones,
así que dígame la verdad, ¿llora o no llora?
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La tristeza me fue ahogando poco a poco a la vez que me
prosperaba aquí dentro el remordimiento y se me acabó volviendo negro
de luto el corazón, y me vienen los recuerdos descontrolados, así me
vienen, que la memoria es como un mal amigo, viene cuando no hace falta
y nunca está cuando la llamas, fíjate de lo que me acuerdo a menudo, una
vez me ablandé tanto con tu madre que le hice unas caricias y ella se
estremeció como un perrillo perdido, y me miró con aquellos ojos
asustados y tristes, con las lágrimas siempre a punto de brotar, y me dijo,
no me hagas esto, porque si me haces esto los golpes me van a doler
mucho más, eso me dijo, y aquellos ojos de tu madre me vuelven una y
otra vez a la memoria como si fueran las únicas luces en medio de una
noche lluviosa y negra, y es entonces cuando me da por llorar.
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Pues llore, padre, no se contenga, ahora le toca llorar a usted, que
no todos lloramos al mismo tiempo, nosotros ya hemos llorado mucho por
su mala intención, y no pensábamos que usted fuera un padre, se lo puedo
jurar, sino un viento negro de los que andan por los despeñaderos del
monte desenterrando calamidades y arruinando la hierba, y oíamos ese
viento
escarbando en
las paredes y apagándonos los ojos y el
entendimiento, porque nada podíamos entender, ya que sólo teníamos
miedo, pero esos recuerdos deben ser ahora para usted, es usted quien
puede necesitarlos, nosotros andamos ya en otras vidas y no somos tan
desgraciados.
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A veces olvido vuestros nombres y sólo recuerdo el nombre de ella
gritado una y otra vez por mí, me cago en la vida, Delio, no se te ocurra
volver a venir a yerme, que me lo revuelves todo y luego las sombras no
me dejan conciliar el sueño, no vienes más que a joderme.
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Vengo porque es mi deber.
Deber y deber, lo que tenéis que decir es que el padre que un día
tuvisteis, ahora está muerto, eso debéis decir, y que nadie me ande
perdonando, díselo a tus hermanas y díselo también a tu madre, que las
mujeres, de tanto ir a la iglesia, acaban trastornadas con eso de la
misericordia cristiana, lo que yo tenga que pagar lo pagaré, si es que hay
alguien al otro lado exigiendo cuentas, y, si no lo hubiera, te aseguro que
aquí en esta cárcel o infierno o asilo o lo que sea, ya bien que lo estoy
pagando, y se me seca la boca de tanto que estoy hablando, arrímame ese
vaso de agua.
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Beba, padre, y no se preocupe de los perdones, tanto Raida como
Quina sabrán si lo habrán o no de perdonar, y en cuanto a madre, ya veo
que en su trastorno la tiene tan presente que a veces no sabe usted si está
viva o muerta.
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Cuando me siento muerto es cuando ella revive, y al morir se me
alivia el rencor hacia el que un día fui, y se me quita el frío, sólo se me
quita el frío cuando me siento muerto, pero, cuando tú te arrimas a mí, ya
no me siento muerto, ni tampoco cuando todos esos viejos tosen de
congoja y lloran por los que nunca vienen a verlos, y entonces procuro no
recordar para morirme antes, pero están esas sombras que caen del cielo
como si estuviera lloviendo noche, y todo se llena de voces, y ya no sé si
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estoy vivo o estoy muerto, ya no sé si fui el que fui o soy sólo el sueño de
algún demonio que se escapó del infierno.
Lo que pasó, pasó, y el pasado nunca vuelve.
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¡Qué sabrás tú!, el pasado vive conmigo de continuo, lo tengo tan
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presente como el olor a vejez y a muerte que se respira ahí dentro, has de
decir a las niñas que me tejan una manta de lana gorda, a ver si de esa
manera consigo ahuyentar el frío.
Las niñas, padre, ya no son niñas y no van a tejerle ninguna
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manta, no sé por qué hizo usted aquello, como no sé por qué hizo nada de
lo que hizo, ellas eran jóvenes decentes, que cumplían como hijas y no
daban que hablar, que sabe usted que madre las educó para que fueran y
parecieran, y para que no dieran motivos a las lenguas maldicientes, y va
usted y las medio desnuda y las azota delante de la gente, le juro que yo
mismo le hubiera clavado un puñal si lo hubiera tenido a mano y hubiera
sido valiente.
En la taberna murmuraron y me contaron que se andaban viendo a
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escondidas con los hijos del herrero, y hasta hubo quien me aseguró que
las había visto junto a la tapia del cementerio dejándose acariciar.
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En la taberna sólo había borrachos como usted con el cerebro
encogido que daban gusto a la lengua y enturbiaban el agua que luego
habrían de beber, y a usted lo veían tan débil que enseguida lo azuzaban
con aguijones prestados.
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Razón tienes, Delio, tu madre me lo dice siempre, ya no voy a
volver a esa taberna de los infiernos.
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Claro que no va a volver, usted ya no saldrá de esta residencia y,
además, aquella taberna hace mucho que no existe, ahora en su lugar han
levantado una sucursal para los negocios agrarios.
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Cuando las oigo quejarse no sé si estoy vivo o muerto, porque miro
y no veo a nadie, todo está quieto y cubierto de una niebla sucia que no se
parece a la niebla, sólo están los gritos angustiosos de ellas, en cuanto
oscurece, las tres se me ponen a gritar y todo lo demás es como si no
existiera, un día se lo dije a la monja que me muda la cama y me dijo que
rezara padrenuestros, como si algunos pecados se borraran rezando
padrenuestros.
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Pues debería usted rezar mientras espera.
Tengo demasiado frío y los ojos sucios por la vergüenza, así que lo
que estoy viendo no sé si es de ahora o de antes, lo mismo todo está
quieto y vacío que todo se puebla de gente que transita por el patio y por
los pasillos suplicando perdón, y yo lo único que quiero es que me lleves a
donde está tu madre para limpiarle la costra de barro que le habrá dejado
en la piel tanto abandono, para decirle que me quite el frío y que me mire
de otra manera y no con esos ojos amedrentados y tristes que no me dejan
respirar, y ahora llévame ya a otra parte, anda, llévame, por Dios, que se
está haciendo muy tarde.
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Pero si todavía hay sol, padre, todavía luce el sol, no son palabras
lo que sale de su boca, son estertores ya propios de la hora postrera de la
muerte.
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Me mataron los errores que me inculcaron y los que fabriqué por
mi cuenta.
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Pero va usted a morir de viejo, ah, por cierto, la próxima semana
no podré venir a verlo porque se casa su nieto.
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¿Qué nieto?
Mi hijo Milvio, usted no se puede acordar, porque cuando pasó lo
que no tenía que haber pasado él tenía pocos años.
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Ninguno es tan viejo que no pueda vivir una semana.
Ni tan joven que no pueda morir al instante.
No creas que no me está costando vivir más de lo que tengo por
merecido, porque las deudas aprietan y ahora que estoy en un lugar en el
que no hace falta respirar para sostener la vida, pues pienso y me entero
de lo que me dice tu madre, nunca la había escuchado como ahora,
porque a las mujeres no hacía falta escucharlas, pero ahora ya no hay
hombres ni mujeres, hay otra cosa, hay sombras que traen el frío, voces
que rompen la niebla, hay ojos tristes que me miran de reojo, no, ya no hay
varones ni hay hembras, sólo hay almas que caminan sobre una tierra que
se rompe, almas errantes que me señalan el camino del remordimiento,
deben de ser almas condenadas como la mía, así que llévame ya junto a
ella, que ya no me queda calor para esperarla.
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Ande, padre, vamos dentro, que ahí viene la monja a decirnos que
se acabó el tiempo de la visita, ahora a tomarse la sopa y a descansar, que
mañana será otro día.
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