discurso sobre los fines de la naturaleza en un mundo sin finalidad

ISSN 2007-1957
EVOLUCIÓN Y TELEOLOGÍA: DISCURSO SOBRE LOS FINES DE
LA NATURALEZA EN UN MUNDO SIN FINALIDAD
Lutz Alexander Keferstein Caballero
Universidad Autónoma de Querétaro
[email protected]
Abstract
This is a philosophical-political essay about the discourse of evolution that
has been taught to us at school. This discourse, I claim, does not obey the
strict methodological rules of science, but is closer to an excluding political
speech that has a tendency to divide humans in social classes that would result
natural due to the “order of things” in a world that evolves according to laws
beyond human will, aiming social control and normalization of exploitation.
Based upon an imaginary teleological world, everything would have a preplanned purpose given the generally accepted fact that species evolve and
progress. I claim that such an approach is based upon a fallacy and lean
towards an explication of the existence that is based rather upon a universe
that operates in chaos.
Palabras clave:
Evolution, teleology, Darwin, chaos, epistemology
I. Darwin y el darwinismo social.
Javier Sampero, hablando con la autoridad
característica de los biólogos, pone el dedo en
la llaga cuando aclara que de querer loar a la
persona que mató a Dios no ha de buscarse en
el entorno de Nietzsche y su gaya ciencia,
sino en la tripulación del H. M. S. Beagle. El
asesino –o liberador, según se le quiera
entender–, el honesto teólogo Charles
Darwin, parte también, sin embargo, de una
transvaloración de valores, más no en el
sentido de extirpar el judeo-cristianismo de la
legislación social, moral y jurídica, sino en
uno más profundo aún, el de desterrar los
valores judeo-cristanos de la corte de las
leyes naturales. Las especies no son lo que
son por elección divina, lo son por evolución
y selección natural. En palabras del propio
Darwin:
“Las especies han sido modificadas a
través de un largo curso de descendencias.
Éste ha sido afectado principalmente a través
de la selección natural de numerosas,
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sucesivas, sutiles, favorables variaciones;
ayudadas en una manera importante por los
efectos heredados del uso y desuso de las
partes”.
En esta cita se encuentra implícita la
evolución, y explícitamente la selección
natural. ¿Qué son sin embargo las mismas?
Aunque dos principios distintos, estos se
encuentran, como se observa anteriormente,
hermanados. La evolución no es sino el
anuncio de un origen biológico común, un
ancestro único y primitivo, para todas las
especies. La actual diversidad de las mismas
es producto de una transformación gradual de
los organismos, que han logrado permanecer
en la espacio temporalidad terrestre gracias a
su mejor adaptación al medio externo. Es
aquí donde la “selección natural”, toma de la
mano a la evolución. La selección natural,
nos anuncia Darwin, no es sino the survival of
the fittest. Cabe señalar, sin embargo, que
tanto la evolución como la selección natural
son hasta el momento teorías más o menos
defendidas, más o menos atacadas, sin que
hayan alcanzado el estatus de Ley objetiva –
aunque siempre contarán con mayor
posibilidad de objetivación empírica que
cualquier postura o discurso que provenga del
pensamiento metafísico, el cual es por esencia
incomprobable–reconozco, por mi lado,
compartir las posturas críticas frente a la
evolución progresiva y selección natural de
biólogos como Lynn Margulis (Teoría de la
endosimbiosis serial –basada en ideas de
Konstantin Merezhkovsky y corroborada
abrumadoramente por las investigaciones de
Radney Gupta ), William Doolittle y Walter
Gilbert (Teoría del splicing o spliceoma), y
Stephen Jay Gould (Teoría del equilibrio
puntuado). Mas éste no es un artículo sobre
biología.
Sean o no correctas las explicaciones
darwinistas o neodarwinistas sobre el origen
y evolución de las especies, así como lo sean
las de la selección natural, no pondré en tela
de juicio en primer término qué hay en el
mundo un tiempo pre- y otro postdarwiniano, como, en segundo término, la
pureza de las intenciones del biólogo inglés.
No obstante, como ocurre frecuentemente a
las personas revolucionarias de buenas
intenciones, cuyo motor es libertario por
definición (o no serían de buenas
intenciones), la imprecisión de los
planteamientos y la poca claridad en la
elección de las construcciones lingüísticas al
presentar sus ideas, principio de toda
anfibología y equívoco, permite que su
contenido sea corrompido y utilizado justo
para los efectos contrarios a los principios
rectores
y
postulados
orientadores,
encontrados y presentados por quien los
origina. Nuevamente, Nietzsche y Darwin,
saben al respecto.
El hombre es en sí mismo un ser integral, así
que no debe de ser ninguna sorpresa que
busque una integralidad en el todo que
conforma su mundo. Esto incluye la
concatenación
de
los
sistemas
de
conocimiento que él mismo genera. Las
consecuencias de esta concatenación han
sido, sin embargo, siempre de pronóstico
moralmente reservado. Aunque los ejemplos
podrían ser abundantes desde una perspectiva
de deseabilidad como de indeseabilidad
universales, me avocaré a los que encuentro
relevantes para el tema sobre el que se me
invitó a abordar.
Así como la libertad del pensamiento
ilustrado terminó siendo pervertida al llevarse
al plano de lo económico, las teorías de la
evolución y la selección natural, rebeldes
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argumentos frente a un sistema fundado en la
dogmática, arbitraria e históricamente
opresora afirmación sobre la identidad entre
la idea de un ser omnipotente y
omnideterminante y su contenido en la
realidad, han terminado sirviendo de
instrumento subordinado a los intereses del
sistema de relaciones de poder humanas,
tristemente omnipresente y sempiterno.
En este sentido, los principios de evolución
orgánica de Darwin al ser absurdamente
traídos al orden social y económico, se
presentan ante los ojos del incauto como una
fuerte justificación de ridículas posturas que
van desde fabulosas ideas de superioridad
racial hasta las de en apariencia innocuas y
fomentadoras del desarrollo como lo es la de
la competitividad y eficiencia empresarial.
Ejemplificaré puntual y sucintamente:
1) Herbert Spencer, considerado como el
expositor por antonomasia del darwinismo
social argumentaba que las sociedades eran
organismos que evolucionaban a través del
tiempo a partir de la lucha por la
supervivencia. El fuerte, civilizado y
desarrollado sobrevive, domando al débil y
salvaje quien deberá adaptarse a las
condiciones impuestas por el entorno social o
fenecer. En sus propias palabras:
El bienestar de la existencia de la
humanidad y el desarrollo de la misma
hacia su perfección última, están
aseguradas por la misma, aunque
severa, disciplina (…) Parece duro que
la torpeza, que no puede vencer a
pesar de todos sus esfuerzos, deba
implicar hambre para el artesano.
Parece duro que un trabajador,
incapacitado por enfermedad de
competir con sus compañeros más
fuertes, deba tener que soportar las
privaciones resultantes. Parece duro
que las viudas y los huérfanos deban
de ser abandonados a la lucha por la
vida o la muerte. Sin embargo, cuando
se les considera no separadamente,
sino en conexión con los intereses de la
humanidad universal, estas crueles
fatalidades son vistas como llenas de
benevolencia –la misma beneficencia
que trae tempranamente a sus tumbas
a los niños de padres enfermos (…).
Cabe resaltar que conforme a
Spencer, el estado no debe intervenir en este
proceso natural.
2) Repárese en el concepto del “White man’s
burden” (La carga del hombre blanco), el
cuál partía de la idea de superioridad del
hombre blanco y de su civilización, lo que
forzaba a los europeos a imponer sus
prácticas en los primitivos no-blancos.
3) El austriaco Alois Schickengrüber afirma
en su histórico libro que “basta la
observación más superficial para demostrar
cómo las innumerables formas de la voluntad
creadora de la naturaleza están sometidas a
la ley fundamental inmutable de la
reproducción y multiplicación de cada
especie restringida a sí misma”.
Los tintes biologicistas de este extracto se
vuelven objeto de escrutinio cuidadoso, si se
continúa la lectura del texto:
“una de las condiciones más esenciales para
la formación de culturas elevadas fue siempre
la existencia de elementos raciales inferiores,
por que únicamente ellos podían compensar la
falta de medios técnicos, sin los cuales ningún
desarrollo superior sería concebible. (…) Fue
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después de la esclavización de los pueblos
vencidos cuando comenzó a afectar también a
los animales el mismo destino y no viceversa
(…) pues, primero fue el vencido quien debió
tirar del arado y sólo después vino el caballo.
Únicamente los fanáticos pacifistas pueden ser
capaces de considerar esto como un signo de
iniquidad humana, sin darse cuenta de que ese
proceso evolutivo debió realizarse para llegar
al final a aquel punto desde el cual los
apóstoles pacifistas propagan hoy sus
disparatadas concepciones”. (Hitler, 1999).
4) Finalmente, me referiré a lo
afirmado por Friederich von Hayek,
economista y filósofo anglo-austriaco, premio
nobel de economía 1974 y galardonado por
G. H. W. Bush en 1991 con la Medalla
Presidencial de la Libertad, fuerte opositor
del socialismo y el pensamiento colectivo, y
para quien la justicia siempre es individual y
su anhelo colectivo es sólo un espejismo,
argumenta que
“toda estructura sustentable (dauerhaft) (…)
es el resultado de un proceso de evolución
selectiva (…) que determina el desarrollo y la
historia de los seres humanos. Este proceso es
el de la supervivencia del más fuerte (survival
of the fittest). El motivo final de esta situación
es la competencia, que no es un proyecto sino
un proceso, en el que aquello que se establece
más eficientemente prevalece. La competencia
pasa por un proceso de acierto y error”.
Ahora bien, cabe preguntarse ¿Por
qué estos claros abusos interpretativos de la
teoría de Darwin? Más allá de la evidente
funcionalidad del discurso a los fines
subjetivos de quien los tomó, y como se verá
en los siguientes puntos, la respuesta yace en
la comisión de las mismas falacias por parte
de los implicados en este análisis, Darwin
incluido.
II. La realidad es inabarcable. El mundo,
acordable
Ahora bien, cuando a lo largo de mis cursos
enfatizo una y otra vez la distinción que en
breve presentaré a ustedes, es frecuente
escuchar entre mis alumnos quejas y
cuestionamientos sobre la relevancia que la
misma tiene. Sin embargo, distinguir
conscientemente
entre
las
esferas
epistemológica –aquella del entendimiento
humano– y ontológica –aquella de la
existencia real– es fundamental para el
establecimiento de relaciones sociales
armónicas. El humano existe en el plano
ontológico, pero vive el epistemológico. La
realidad, esfera ontológica, se pertenece a sí
misma, es independiente de cualquier cosa
pues lo abarca todo, comprende la totalidad
de las cosas, es. El mundo, plano
epistemológico, le pertenece al humano,
depende del sujeto y abarca sólo la totalidad
de los conceptos, nociones, ideas, fantasías,
emociones, sentimientos, deseos y anhelos
del ente que los tiene. Esto último, en
palabras de la abuela, se traduce con la
célebre frase “cada cabeza es un mundo”.
Si se acepta esto, ninguna persona honesta,
analítica y en su sano juicio puede arrogarse
la comprensión absoluta de la realidad como
atributo. Esto no debe entenderse como una
sentencia que niega la capacidad del ser
humano de comprender, sino como aquella
que pone en tela de juicio crítico a toda
persona que emite afirmaciones unilaterales e
informativas con pretensión de validez total,
esto es, de identidad entre sus contenidos
conceptuales y la realidad ontológica, o por
llamarla aquí de alguna manera, el mundo de
la vida. Esto encuentra su punto de partida en
el hecho de que los seres humanos estamos
facultados a la vez que limitados por nuestras
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propias formas tanto cognitivas como
sensibles: El cerebro trabaja conforme a sus
capacidades y funciones con el material que
le es proporcionado por los sentidos, los
cuales trabajan, a su vez, conforme a sus
propias capacidades y formas operacionales.
Debido a esto, la verdad objetiva no resulta
una cosa viable de ser tomada simplemente
de la experiencia inmediata de la realidad,
pues esto no devendrá en nada más que en
verdades subjetivas, sino un producto de
acuerdos entre partes que, desde su
perspectiva y vivencias, intentan, mediante la
comunicación, tal vez principalmente
lingüística, establecer bases que permitan
compartir el mundo lo más constructiva,
armoniosa y colaborativamente posible. A
estas bases les llamaré verdades objetivas.
Las verdades objetivas, por lo tanto, tienen al
menos
tres
características:
1)
son
convencionales, pues como se dijo son
resultado de acuerdos; 2) aunque con
pretensión de validez universal, son sólo
legítimamente válidas para la comunidad que
estableció comunicativamente su contenido; y
3) tienen una relación indefectible con la
ética. Esta última relación de necesidad se
evidencia por la función teleológica
mencionada que tiene todo establecimiento de
verdad, así como por los puntos 1) y 2).
Permítaseme
explicar
esto
último.
Primeramente, todo proceso de comunicación
con miras a llegar a acuerdos, y como ya se
dijo toda verdad objetiva no es sino un
acuerdo, descarta la imposición de conceptos
personales mediante cualquier mecanismo, ya
sea éste violento, persuasivo o cualquiera otro
que vicie el proceso de comunicación.
Segundamente, aunque una verdad objetiva
pretende ser válida para todo ser racional,
nuevamente por su misma propiedad de
convencionalidad sólo puede ser considerada
como base de conceptos y acciones cuando
los agentes actuantes sean precisamente
quienes la convinieron y no puede ser bajo
ninguna manera impuesta a otros que no
hayan pasado por el proceso comunicativo de
conformación de dicha verdad. En otras
palabras, la relación con la ética se presenta,
pues, tanto en la inexistencia del derecho a
imponer conceptos subjetivos, como en las
obligaciones de respetar reglas básicas de
comunicación (las que señalan la necesidad
de ausencia de violencia y de trucos de lógica
o del lenguaje) y de incluir en su
conformación a todos los posibles interesados
en el diálogo.
Cabe hacer una breve mención: no
nos es desconocido que todo participante en
un diálogo con miras a resultar en
establecimiento de verdades objetivas puede
acercarse al mismo desde dos perspectivas
radicalmente distintas: la egoísta, dirigida
sólo al éxito personal, y la comunicativa, que
es desinteresada y busca la inclusión
multipolar. En el primer caso, el sujeto tiene
como objetivo no el alcanzar una visión o
transformación del mundo de la vida
incluyentes y benéficos para la comunidad de
interlocutores y participantes afectados, como
lo sería en el segundo caso, sino la
diseminación y reproducción de aquellos
conceptos y acciones que fomenten la
consecución de sus propios y personales
intereses, cuyo beneficio colectivo será por
consiguiente sólo contingente e indirecto.
Circunscritos en este momento, como lo
estamos, al lenguaje, una de las estrategias
más localizables en los discursos y
argumentos de quienes entienden la
comunicación como un medio de cooptación
y la consecuente legitimación de sus propios
intereses, son los equívocos definicionales,
esto es la utilización estratégica de palabras
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cuya definición es ambigua, en sólo uno de
sus sentidos, presentándolo como si fuera éste
el único de ellos, haciendo caer al interlocutor
en una falsa idea o percepción de determinada
situación, imposibilitándolo para acordar o no
de manera libre respecto al problema en
cuestión. Por lo tanto, si el entendimiento
inmediato de la realidad es inaccesible al ser
humano y nuestra máxima aspiración en
referencia a la comprensión del mundo de la
vida es el establecimiento de acuerdos
legitimados por medio del diálogo que lo
describan, resulta evidente que quien
estratégicamente
convenza
a
sus
interlocutores sobre la identidad de los
conceptos por él defendidos y la realidad,
estará determinando el entendimiento que del
mundo se tenga, con todo el poder que ello
implica.
Si se entiende esto, se podrá fácilmente
aceptar que no existe tampoco una identidad
necesaria entre realidad y verdad. Como se
dijo arriba, la realidad es, mientras que la
verdad se genera en el mundo. La verdad, que
es lo que a los humanos nos concierne, puede
entenderse deviniendo en dos momentos: un
primer momento, el de la subjetividad y un
segundo momento, el de la objetividad. La
distinción entre ellos es resultado de la
política lato sensu. Mientras que lo subjetivo
comprende lo no comunicado y lo no
acordado, lo objetivo sólo se puede
considerar tal a partir del acuerdo
comunicativo de interpretaciones de la
realidad, esto es, del acuerdo entre
concepciones de contenidos del mundo. Así,
y por ejemplificar, la alianza entre Adonay y
Abraham, la encarnación del Logos y la
santidad de Muhammad son verdad objetiva
para quienes encuentran en ella identidad
religioso-antropológica como fundamento
para el establecimiento de su cultura, pero
subjetiva para las demás comunidades. En el
plano de la coexistencia, la aceptación que las
comunidades comunicativas ajenas hagan de
la validez objetiva interna de toda afirmación
que no provenga de sí (verdadero para el
Otro) y la conciencia de subjetividad externa
de sus propias verdades frente a las de los
demás (verdadero para mí/nosotros) es la
base de posibilidad de convivencia armónica.
Estos dos momentos, el de la aceptación y la
conciencia, tienen, claramente, fuertes
implicaciones ético-políticas. A contrario
sensu, pensar que nuestra verdad (siempre
epistemológica y cultural) es la realidad
(siempre ontológica e independiente de toda
facultad cognitiva o bagaje antropológico)
legitima en nuestro entender los actos que
“otorgan derecho” a su imposición y niegan
el derecho del Otro a ser, concebir y
transformar. La creencia de identidad entre lo
que entiendo y vivo y lo que es, descarta de
raíz la legítima diversidad de interpretaciones
y de modos de vida, pues todo entendimiento
y toda experiencia tenida por el Otro y que
sea disímbola a las del sujeto que parte de esa
identidad sería entendida como errónea.
III. El mundo es teleológico.
Ahora bien, de tener razón los
estructuralistas –y creo que la tienen–, los
humanos en su totalidad, tendríamos
determinadas formas cognitivas, tanto
sensibles como intelectuales, que permitirían
la posibilidad de comunicación entre sujetos.
Pareciera ser que algunas de estas formas
operacionales pertenecientes al humano nos
facultan para entender la existencia natural
como operando conforme a causas y
conforme a fines, independientemente de que
esta situación esté dada o no en la realidad. El
devenir es pues entendido causal y
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teleológicamente. En nuestra concepción de
las cosas todo tiene un por qué y un para qué.
En ocasiones es el sujeto personal quien de
manera reflexiva busca y encuentra las
respuestas a estas preguntas. En otras, ya las
preguntas, ya sus contestaciones nos vienen
dadas por los usos y costumbres de la
comunidad.
Para efectos de esta participación, más que la
causal, me interesa la aproximación
teleológica a la vida. El término teleología
fue presentado por primera vez a la opinión
pública por el célebre idealista alemán
Christian Wolff. Desde esta perspectiva, el
fin es la causa total de la organización del
mundo y la causa de los acontecimientos
particulares. Se parte, por lo tanto, de dos
concepciones fundamentales: 1) el mundo
gira en torno a un fin y 2) la explicación de
todo acontecimiento en el mundo se defiende
presentando la congruencia que en la realidad
presentan los fines y los medios, siendo
aquellos causa de estos y no al revés. Breve y
didáctico ejemplo: Tener la idea de que las
aves tienen alas para volar (que tiene
implicaciones completamente diferentes a
aquel entendimiento del fenómeno que
afirmara que aquellas vuelan porque tienen
alas).
Esta aproximación al mundo es tan “natural”,
tan indefectible, que en la cotidianidad
partimos sin dudar de que todo tiene un fin
sin importar si éste es conocido o no. No
obstante, no es sólo el entendimiento
aparentemente pasivo de la vida el que opera
teleológicamente. Por actuar los humanos
conforme a conceptos y transformar la vida
en consecuencia, los humanos nos
proponemos metas. Actuamos, pues, también,
con miras a fines. Así, si el mundo es
entendido de suyo teleológico, también lo son
los vínculos que el humano establece al
transformarle. En el primer caso, el humano
se otorga un papel pasivo (devenir, destino,
plan divino). En el segundo uno activo
(alcance de metas, deseos, anhelos).
Ahora bien, por lo explicado en el punto I.,
entender la vida teleológicamente tiene
también relevancia política y ética. Así como
resulta evidente la peligrosidad de considerar
nuestras verdades objetivas reflejos ciertos de
la realidad (pensar en los ejemplos arriba
expuestos y los problemas políticos en que
desborda la intolerancia religiosa), también lo
es entender las metas subjetivas como
paralelas al devenir del mundo, esto es,
pensar que las metas propias son las de los
demás, las del resto de las comunidades,
extensivamente, las de la vida. Si se piensa,
por ejemplo, que la transformación que se
entiende progresiva del mundo (evolución)
es un devenir de algo así como la selección
natural –cuya existencia en la realidad es ya
de suyo bastante discutible–, en donde el
estado temporal de máxima evolución es en el
que se encuentra una determinada comunidad
de cultural o racial, se puede llegar a hacer
afirmaciones tales como las mencionadas en
los 4 puntos del inciso I. Todas ellas,
incluidas las afirmaciones darwinianas, sufren
las falacias que podríamos llamar veritas pro
re y causa pro fine. Estas falacias son
confusiones que resulta imperante buscar y,
en caso de encontrarse, revelar en todo
proceso comunicativo que pretenda tener
legitimidad para las partes involucradas.
Transportado esto al ámbito político, y para
nuestro caso particular, la educación
pertenece a éste, todo proceso de intercambio
comunicativo incluyente, honesto y tolerante
debe de ser inoculado de estos dos vicios del
pensamiento.
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