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MAYO DE 2016
sumario nº 10
REVISTA COMUNISTA
DE ANÁLISIS, DEBATES
Y DOCUMENTOS
Director:
Patricio Echegaray
Secretario de redacción:
Editorial: Los desafíos de la nueva etapa
Patricio Echegaray.........................................................
3
Argentina 2016: Claves de una derrota
Atilio A. Boron.............................................................
8
¿Qué tiene de nuevo la nueva derecha?
Marcelo F. Rodríguez...................................................
21
Marcelo F. Rodríguez
Colaboran
en este número:
EL CONGRESO DE ORIENTE DE LA LIGA DE LOS PUEBLOS LIBRES DE 1815
Atilio Boron
Marcelo F. Rodríguez
Alejandro Bernasconi
Alexis Banylis
Diagramación:
Patricia Chapitel
Una interpretación histórica
Alejandro Bernasconi...................................................
28
Fueron las Tres A
Alexis Banylis.................................................................
37
Declaración del Partido Comunista a 40 años
del Golpe Cívico Militar.............................................
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DOSSIER: Batalla de ideas, lucha de
La revista Cuadernos
Marxistas
es una publicación
de análisis, debates y
documentos de la editorial
Cuadernos Marxistas,
con domicilio en la
Av. Entre Ríos 1039
de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires,
República Argentina.
4304-0066/68
[email protected]
clases y construcción de alternativa........
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Rafael Paz....................................................................
Gastón Varesi..............................................................
Raúl Serrano.............................................................. .
Alexia Massholder......................................................
Ana María Ramb........................................................
Ernesto Espeche........................................................
Atilio Boron................................................................
José Giavedoni............................................................
Hernán Randi.............................................................
Patricio Echegaray.....................................................
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ISSN 1853-368X
1
2
EDITORIAL
Los desafíos de la nueva estapa
por Patricio Echegaray*
D
espués de 12 años de go
bierno kirchnerista, donde
los sectores populares y las
capas medias lograron importantes avances y mejoraron significativamente su situación luego de la
crisis de 2001/2002, una opción de
derecha, que poco hizo para ocultar su verdadera concepción política y económica, logró por un acotado margen ganar las elecciones
con una alianza entre Propuesta republicana (PRO), Unión Cívica Radical (UCR) y Coalición Cívica (CC).
Por primera vez en cien años, la
derecha llega al gobierno sin recurrir a un golpe de Estado sino que
lo logró por los mecanismos de la
democracia representativa burguesa.
No caben dudas de que siguieron al pie de la letra y “exitosamente” el consejo que en su momento dio Cristina Fernández de
Kirchner a las fuerzas opositoras,
formaron un partido político y ganaron las elecciones.
En sus primeros cien días de gobierno, quedó claro que tal como
se había alertado, se ha configurado un gobierno que lleva adelante
los planes que dicta la embajada de
los Estados Unidos para América
Latina, puesta al desnudo con la
visita de Obama.
El macrismo ha conformado un
gobierno con un fuerte protagonismo de dueños y CEOs de distintas
empresas, con integrantes de ONGs
y Fundaciones al servicio de la embajada: Susana Malcorra, IBM /
Telecom; Pablo Avelluto, Random
House Mondadori; Juan José Aranguren, Shell; Guillermo Dietrich,
Automotores Dietrich; Isela Costantini, General Motors; Rogelio
Frigerio, Fundación FEDERAR;
Germán Garavano, ONG Unidos
por la Justicia; Carolina Stanley,
Fundación Grupo Sophia; Sergio
Bergman, Fundación Argentina
Ciudadana; Francisco Cabrera,
Fundación Pensar; Luis Caputo,
Deutsche Bank.
En sus primeros
cien días de gobierno,
quedó claro que tal como
se había alertado, se ha
configurado un
gobierno que lleva
adelante los planes que
dicta la embajada de los
Estados Unidos para
América Latina.
La agricultura a cargo de Ricardo Buryaile de Confederaciones
Rurales Argentinas, núcleo duro de
la Mesa de enlace, y al frente del equipo económico Alfonso Prat Gay
proveniente de la Banca Morgan.
Un “equipo” a la medida de la
oligarquía y la burguesía transnacional que se completa con políticos
como Marcos Peña, Patricia Bullrich, Jorge Triaca hijo, Esteban Bullrich, Jorge Lemus, Oscar Aguad y
Hernán Lombardi, entre otros.
Un verdadero gobierno de la clase dominante que actúa de acuerdo a su ADN liberal, que impuso
una fuerte devaluación, que quitó
las retenciones a la minería y los agro
negocios, impulsó un impuestazo
en los servicios, despide a miles de
trabajadores en la administración
pública alentando lo mismo en la
actividad privada, promulgó el Protocolo Antipiquetes, detiene ilegalmente a Milagro Sala y vuelve a las
relaciones carnales con los EEUU
en detrimento de la integración latinoamericana. La visita de Barack
Obama a la Argentina y el acuerdo
con los Fondos Buitres no hacen
más que reafirmar este objetivo.
Ya en la campaña electoral decíamos que enfrentábamos, por cambio o por herencia, una etapa de
retroceso en el proceso político vivido, con sus más y sus menos, en
la última década.
Pero también fuimos muy claros
en que no nos daba lo mismo quien
ganara, que las bases y los intereses
* Secretario General del Partido Comunista de la Argentina y Director de Cuadernos Marxistas.
3
La inviabilidad
de un capitalismo serio
fue un tema que
hemos tratado
recurrentemente en
Cuadernos Marxistas
y diversos artículos
y documentos
partidarios.
que representaban los candidatos
no eran las mismas y que un triunfo del Frente para la Victoria, con
sus dificultades, nos daba una perspectiva mejor para luchar por la
defensa de los logros y buscar avanzar en lo que faltaba. La posición
del Partido Comunista fue muy clara en este sentido y obramos en
consecuencia sin dejar de proponer un análisis estructural de las dificultades que enfrentábamos.
En ese sentido, son tres los puntos en los que centramos nuestra
reflexión.
-El análisis sobre las dificultades
que la idea de un “capitalismo serio” nos impuso, generando un verdadero problema, que impidió avanzar en la profundidad de los cambios necesarios que hubieran dificultado la ofensiva de la derecha.
-La falencia en el debate sobre el
programa de contenido nacional,
popular, anti imperialista y la creación de la fuerza política para respaldarlo e impulsarlo, amplia en su
composición y profunda en su contenido, que sirviera para defender
lo alcanzado e impulsar la profundización y radicalización del proceso y marchara hacia la construc-
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ción del Frente de liberación nacional y social.
-La subestimación de la derecha
y del armado de la misma que está
impulsando con carácter regional el
imperialismo norteamericano.
Entendemos que en estos tres
temas se centra buena parte de las
dificultades que enfrentamos.
La inviabilidad de una capitalismo serio fue un tema que hemos
tratado recurrentemente en Cuadernos Marxistas y en diversos artículos
y documentos partidarios.
En ellos sostuvimos que, en términos generales nuestra política de
apoyo crítico al kirchnerismo fue
en gran medida correcta, eso lo
podemos ver en la política internacional. No fue así en el marco interno, donde prevaleció el enfoque
de un capitalismo serio.
No hay solución para el pueblo
dentro del capitalismo, más allá de
la adjetivación que se le quiera poner. Sin políticas que avancen en un
horizonte poscapitalista, socialista,
no habrá solución para problemas
que, en el bicentenario de nuestra
independencia, y tras haber transitado diversas fases dentro del sistema capitalista, siguen siendo recurrentes y demostrando que el capitalismo es el problema, no la solución. Sabemos que esto no se resuelve con una vuelta de tuerca al
conservadorismo neoliberal, que es
lo que está llevando adelante Macri, con un plan que ya no se basa,
como en la etapa menemista, en las
privatizaciones sino en bajar el “costo argentino”, entiéndase baja de
salarios, redistribución de ingresos
de asalariados y capas medias hacia
los sectores concentrados. Este plan
exige un ejército de desocupados
como insumo principal para el objetivo mencionado de bajar el costo laboral.
En lo que respecta a la construcción de la fuerza necesaria, no nos
hacemos los distraídos. Desde la
izquierda y los sectores del campo
popular también somos parte de
este déficit en su construcción. Esto
tiene que ver con los problemas de
nuestro desarrollo político, con el
hegemonismo del pensamiento
progresista, de tercera vía, que se
manifiesta desde hace años en el
campo popular, pero como dijimos muchas veces, la mayor responsabilidad correspondía a la estructura hegemónica de este espacio, el kirchnerismo.
Esto quedó más que claro en las
pasadas elecciones, donde presa del
internismo del PJ y ante la ausencia
de una fuerza frentista, hubo sectores que le sacaron el cuerpo a la
elección, confiados en que igual se
ganaba y, sobre todo, subestimando irresponsablemente a la derecha,
No hay solución
para el pueblo
dentro del
capitalismo,
más allá de la
adjetivación
que se le
quiera poner.
lo que marca serios problemas en la
conducción política del espacio.
No se trata de quedarse en un
mero pase de facturas, pero sí de
hacer un análisis honesto de lo sucedido, lo que resulta fundamental
para intentar que estos errores no
se repitan.
Como era previsible, atravesamos
un terreno de fuerte disputa al interior del justicialismo que sufrió su
derrota más grande en democracia.
El partido de Estado más importante de América Latina entra en un
proceso en que carece de suficientes puntos de apoyo en el Estado,
ya que perdió el gobierno nacional
y los distritos más importantes, lo
que dificulta muchísimo el reordenamiento de la estructura del PJ y
potencia las contradicciones y conflictos al interior de esa fuerza.
También se habló y se habla mucho de los planes de retorno de
Cristina Kirchner y sobre el rol que
jugará la Cámpora y el kirchnerismo en un sentido amplio en estas
circunstancias. Por ahora, sobre esta
organización granean las críticas en
relación a su papel en las elecciones, nos parece conveniente esperar para analizar esta situación y no
resulta oportuno realizar pronósticos en estos momentos, pero cualquier plan de retorno es complejo
y es sumamente apresurado especular sobre tan delicado tema.
Sí queremos destacar, que estamos trabajando para mantener
el vínculo y ver cómo se desarrolla
la situación.
Lo que si nos permitimos decir
es que el ordenador de todo esto
no es el grupo Clarín, esto lo reiteramos hace tiempo, el ordenador
es la Embajada norteamericana
que disciplina también al grupo
Clarín. Es muy probable que la
Embajada no permita que cuajen
las opiniones tremendistas de dispersión extrema del peronismo
que circulan, y que en todo caso se
proponga una rearticulación del
mismo en un espacio de centroderecha o derechacentro.
En realidad, las contradicciones de
sectores del PJ con el kirchnerismo
no se basaban en pretendidas concepciones de izquierda socialista atribuidas gratuitamente por algunos al
kirchnerismo, sino en la búsqueda de
una hegemonía de centroizquierda
para el peronismo, lo que luego de
la derrota sufrida se vuelve cada vez
más dificultoso.
No cabe ninguna duda que enfrentamos una derrota costosa, no
solo para nuestro país, sino para
todo el proceso latinoamericano.
El gobierno busca, como lo
demuestran sus primeras medidas,
bajar el costo argentino y entrar en
un nuevo espiral de endeudamiento
externo, allí radica el nudo gordiano
de su plan: como para el neoliberalismo de los 90 el objetivo central
fue la reforma estructural del Estado a través de las privatizaciones.
El relato macrista, para justificar
la ofensiva que ha tomado, habla
de ñoquis, de corrupción y carga
todas las culpas sobre la “pesada
herencia” que habría recibido a la
vez que proclama la necesidad de
“volver al mundo”.
Con este telón de fondo discursivo, impulsó la devaluación y los
masivos despidos que buscan bajar rápidamente el costo laboral argentino en dólares, y logró acordar
con los Fondos Buitres con la expectativa de futuras llegadas de capitales, que vuelve a ser el discurso
dominante en un país donde las inversiones extranjeras han demostrado, en gran medida, ser realizadas
para generar las condiciones de una
enorme fuga de capitales hacia los
países donde residen las casas matrices de los inversores. Nada garantiza, además, que pagando a los
buitres llegarán las inversiones.
La fragilidad de la Argentina frente al tema de la deuda queda nuevamente demostrada como una
amenaza permanente para nuestra
economía y para la sociedad.
Estalló por el aire, de este modo,
la idea de que la deuda había dejado de ser una “pesada carga” para
el país, y vuelve a ocupar el centro de
las preocupaciones y debates de los
trabajadores y el pueblo argentino en
general, ante las consecuencias del
acuerdo que hipotecará el presente y
el futuro de los argentinos.
Vale recordar que el Comandante Fidel Castro en 1985 había ma-
nifestado, sobre la deuda externa de
nuestros países, que era “inmoral
pagar una deuda con la que nada
tuvo que ver el pueblo, en la que el
pueblo no recibió ningún beneficio, una deuda que se malgastó, se
despilfarró o se fugó”.
Ante la persistencia de futuros
endeudamientos con las consecuencias previsibles según indica la experiencia, es necesario reconsiderar esos sabios consejos que indicaban que la deuda era impagable,
inmoral, ilegítima e injusta.
En nuestro país no se atendió el
camino de la investigación realizada por Alejandro Olmos sobre la
legitimidad de la deuda, que hizo
posible el fallo del juez Ballesteros,
quien sostuvo que el endeudamiento se había realizado para solventar
negocios privados y que los beneficiarios fueron algunos grupos económicos ligados a los centros financieros internacionales, tales como
Macri, Fortabat, Bunge & Born,
Bridas, Bulgheroni, Pérez Companc, Techint (Rocca), Soldati, Pescarmona, los que contrajeron la
deuda privada, que más tarde sería
estatizada con seguros de cambio.
Se impulsó de esta manera la lógica del “desendeudamiento” promocionada en los últimos años, que
consistió, en realidad, en lograr quitas importantes sobre los intereses
de la deuda y no sobre el capital, la
cancelación en efectivo de la deuda
con el FMI, el acuerdo con el “Club
de París”, la jurisdicción en cortes
de Estados Unidos y la sumisión a
sus leyes, que constituye un grave
traspié para la soberanía, y en definitiva, el pago de aproximadamente
190 mil millones de dólares (datos
de la Agencia CIFRA), haciendo
que Argentina sea prácticamente
exportadora de capitales.
La renegociación con los Fondos
Buitres y el sistema financiero internacional solo acarrean una nueva
espiral de endeudamiento que pone
en serio riesgo las reservas del país.
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Ante este nuevo ciclo de endeudamiento, insistimos en que es necesario abrir el debate y retomar la
idea de suspender los pagos de la
deuda y realizar, aunque tardíamente, una verdadera auditoría sobre
la legalidad y el origen de la misma,
sobre la negociación en curso y el
hecho de que las quitas actuales son
sobre los punitorios, esto es algo que
no debería ser descartado.
Esto tiene una importancia particular, ya que las mayores expectativas del gobierno de Macri radican
en la llegada de capitales, pero la crisis del capitalismo mundial y el flujo
de estos capitales condicionarán sus
políticas. Se debe practicar un escepticismo saludable sobre las promesas de inversiones dignas de las mil y
una noches con las que el gobierno
amenaza, ya que se basan en una
lectura precaria de la situación internacional, dado que hay serios
estudios de personajes como Stiglitz o Soros que denuncian que las
mejoras relativas que efectivamente ocurrieron en la economía norteamericana no se han invertido en
su economía real y mucho menos
en la economía de los países en
desarrollo, sino en la estrella del capitalismo más actual, la especulación.
Como si esto fuera poco por estos días la prensa mundial nos alerta sobre un freno en la economía
norteamericana. Todo indica que
con un Banco Central que ofrece
38 por ciento de tasa de interés, las
inversiones que vengan tengan el carácter de capitales golondrinas y apunten a especular, cosa que por otra
parte ya sucedió en otras etapas.
Como venimos sosteniendo, debemos analizar la etapa que comienza en clave regional. Es una etapa de
grandes desafíos en la que hay que
enfrentar políticas de ajuste y sacar
conclusiones respecto a cómo defender el proceso latinoamericano.
Advertimos en su momento que
lo de Argentina venía en clave latinoamericana y vemos como la
6
La renegociación con
los Fondos Buitres y el
sistema financiero
internacional solo
acarrearán una
nueva espiral de
endeudamiento
que pone en serio riesgo
las reservas del país.
ofensiva se está desarrollando actualmente en Brasil y en Venezuela
con particular saña.
No podemos cerrar los ojos
ante la realidad que enfrentamos y
debemos reconocer que el proceso latinoamericano iniciado con el
triunfo de Chávez en 1998 hoy se
encuentra a la defensiva y puede
ser revertido.
Para enfrentar esta situación, resulta fundamental la articulación
entre los revolucionarios del continente, proponemos recuperar los
contenidos y el sentido de la Carta
de los Cinco y saludamos la iniciativa lanzada durante el Seminario del
Partido del Trabajo en México, de
realizar un encuentro de Partidos
Comunistas a mitad de año en Perú.
Tenemos que tomar iniciativa para
favorecer este encuentro.
Estos desafíos son los que debemos enfrentar como militantes revolucionarios, lo que exigirá un esfuerzo muy fuerte en relación a la
situación nacional, e interna del partido, que pasa por la necesidad de
un Partido Comunista fuerte y organizado para encarar con una perspectiva de éxito las tareas que son
impostergables.
Ante esto, nos corresponde for-
talecer la convicción de que en el
análisis de la crisis del capitalismo
actual, el marxismo es un aliado de
primer orden y debe serlo en la discusión sobre la necesidad de un
debate profundo y sin dogmatismos sobre la construcción de la
sociedad post-capitalista.
La experiencia vivida a lo largo
del siglo XX no ha caído en saco
roto y nos ha reafirmado, por ejemplo, en que es un grave error dejarse seducir por la mágica idea del
derrumbe espontáneo del capitalismo por acción de sus propias contradicciones, lo cual no le quita peso
a la ponderación sobre el carácter
de la crisis que el mismo atraviesa
en estos momentos, una crisis de
nuevo tipo, como ya dijimos, y de
alcances civilizatorios.
Tomar con la debida seriedad el
tema del poder popular y la organización, nos pone frente a la necesidad de generar crecientes espacios
de autonomía del pueblo respecto
al poder capitalista. Y al mismo
tiempo rompe con la idea reduccionista del asalto al Estado de una
vez y para siempre, para producir
desde allí la transformación, retomando las enseñanzas de Lenin en
su obra El estado y la revolución, donde planteaba que la toma del poder del Estado debe ser entendida
como un proceso de destrucción
del Estado burgués como tal.
A lo largo del siglo XX se concibió a la estatización como la principal forma de socialización. Este
error, basado entendemos en desviaciones economicistas, establece la
tendencia objetiva de la necesidad de
un Estado cada vez más fuerte, lo
cual entra en contradicción con la
teoría marxista y leninista.
Esta visión exageradamente economicista abrevaba, a nuestro entender, en una suerte de “mito del
desarrollo” impulsado desde la socialdemocracia, que tendía a competir más que poner en cuestión la
tendencia al consumismo ilimitado
impuesto por el capitalismo.
El enfoque de Poder Popular, que
considerado en términos gramscianos, significa la ruptura con la hegemonía político-cultural en la que se
asientan las verdaderas relaciones de
poder del Estado burgués y la construcción de una contra-hegemonía
popular, es lo que nos permite no
renunciar al salto revolucionario y al
tema del aparato estatal, pero nos
permite pensar en la deconstrucción
de este aparato sin que la misma signifique una pérdida de poder.
El poder popular no puede ser
tomado sin beneficio de inventario
puesto que existe la concepción de
paternalismo estatal y hegemonismo político.
El enfoque de poder popular nos
permitirá, por ejemplo, construir
espacios crecientes de hegemonía
política, económica y cultural de los
trabajadores, pensar en nuevas formas de propiedad social, que sean
de propiedad y/o gestión obrera y
pensar en modelos de gestión popular de las empresas. Por eso tenemos que pasar de formas de poder que se sintetizan en desplazar a
la burguesía del aparato del Estado,
a un poder de carácter popular que
se construye antes, durante y después
de la toma y destrucción del poder
estatal burgués, para convertir al sujeto popular revolucionario en el verdadero depositario del poder.
Es así que el socialismo del siglo
XXI debe ser entendido como un
fuerte llamado a la sublevación contra la visión estatista no solo en el
tema del ejercicio del poder, sino
también en el tema de la propiedad, sin confundir propiedad social con propiedad estatal.
Como ya se señaló, insistimos en
un programa pos capitalista que se
enfoque en esas formas de propiedad, estatal pública, social (de producción efectiva no basada en subsidios) y privada.
El ejemplo de la revolución cubana, lo realizado por la misma y
las transformaciones y correcciones
que enfrenta en el presente deben
ser tenidos muy en cuenta.
En este proceso de transición
hacia el comunismo que representa
la sociedad socialista, que avanza
hacia la premisa planteada por Marx
para el comunismo: «De cada cual,
según sus capacidades; a cada cual,
según sus necesidades!», se deberá
ir subordinando también la idea de
igualitarismo vigente en buena par-
La premisa
planteada por
Marx para el
comunismo de «de
cada cual, según sus
capacidades, a cada
cual, según sus
necesidades», se
deberá ir
subordinando
también la idea de
igualitarismo
vigente en buena
parte del socialismo
del siglo XX.
te del socialismo del siglo XX.
En este sentido el tema de una
verdadera igualdad de oportunidades debe ser asumido no solo por
vía de la justicia social en términos
económicos, sino sobre la base de
una amplia socialización de los procesos educativos y culturales, como
lo planteó Fidel Castro en su me-
morable discurso en nuestra Facultad de Derecho en Buenos Aires.
Esto es clave ya que resulta imposible separar el concepto de socialismo del de revolución. El capitalismo, por más herido que se
encuentre en su presente crisis, es la
cumbre que ha alcanzado una sociedad basada en la explotación tanto económica como cultural y usará esta experiencia acumulada para
vender cara su derrota.
La nueva coyuntura abierta en el
país con el triunfo de la derecha
macrista debe ser entendida como
un momento de reformulación de
la política argentina. Se reformula
la derecha, se visibiliza la reformulación del peronismo, y el interrogante y el desafío es si podrá reformularse la izquierda para pesar en
el curso de los acontecimientos, si
podrá convertirse en fuerza animadora de un proyecto pos capitalista, antimperialista o seguirá siendo
un factor que, aun reuniendo enormes méritos de esfuerzo, sacrificio
e incluso martirio, es manejada por
las hegemonías burguesas de distinto carácter como un factor para
pintar un panorama de la política
burguesa que también “le da” un
lugar a la izquierda.
Creemos necesario y posible producir estas transformaciones sobre
la base de un debate programático que someta a crítica la frustrante experiencia del “capitalismo serio” durante su prolongado paso
por el gobierno. Un programa
nacional y popular de contenido
pos capitalista, con la unidad de
distintas fuerzas de carácter liberador nacional y la necesaria integración latinoamericana que trascienda el tema económico social y
que acceda al nivel de una coordinación e integración política, para
enfrentar a nivel regional al enemigo común que actúa con planes
precisos y el cual debe ser enfrentado en cada país y en la región con
un plan de las fuerzas populares.
7
Argentina 2016: Claves de una derrota
por Atilio A. Boron1
El poder de la crítica y la
crítica del poder
Lo que sigue es un intento de proponer algunos elementos que arrojen algo de luz sobre las causas y
las consecuencias de la derrota del
kirchnerismo.
El paso del tiempo permite ver
con mayor claridad algunas cosas
que, en el momento, no siempre
pueden ser percibidas con nitidez.
Espero que estas líneas sean una
contribución a un debate imprescindible e impostergable, que todavía está a la búsqueda de un espacio donde librarlo constructiva
y fructíferamente. Para ello se impone analizar lo ocurrido, yendo
hasta la raíz de los problemas; llegando hasta el hueso, como dice el
habla popular. No puede haber
contemplaciones ni eufemismos.
Pero la experiencia indica que el
poder erige numerosos obstáculos
a esta empresa. En el caso que nos
ocupa, las críticas intentadas en relación a algunas de las políticas o
decisiones tomadas por el kirchnerismo cuando era gobierno tropezaban con la réplica de los allegados a la Casa Rosada que decían
que sólo servían para «confundir»
o para «sembrar el desaliento y el
desánimo» entre la militancia. En
algunos casos, ciertos espíritus excesivamente enfervorizados descerrajaban un disparo mortal: la crítica «le hace el juego a la derecha».
1
8
Por consiguiente, aún cuando fueran expresadas con la intención de
mejorar lo que debía mejorarse (y
no con el propósito de debilitar a
un gobierno que se lo apoyaba por
algunas cosas que estaba haciendo
bien) esas críticas, decíamos, estaban condenadas al ostracismo. Sólo
sobrevivían en los pequeños círculos de los amigos, que compartían
la preocupación de quien esto escribe, pero no pasaban de allí. Conclusión: no llegaba a los oídos, o a
los ojos, de quien debía llegar y las
posibilidades de corregir un rumbo
equivocado se perdían para siempre.
La voz de orden era, pues, de acompañar el proceso y abstenerse de
Politólogo. Director del Programa de Educación a Distancia del CCC (PLED).
formular críticas o, en caso de hacerlo, cuidar que la misma no trascendiera más allá de un insignificante cenáculo de iniciados.
Si provocar el desánimo con la
crítica era un pecado imperdonable no pareciera ser menos ahora
el «hacer leña del árbol caído», para
decirlo con un aforismo de viaja
data en nuestra lengua. Algunos fanáticos consideran una traición
cualquier pretensión de hacer un
balance -lo más realista y equilibrado posible- de la larga década
kirchnerista una vez que, derrotada, Cristina Fernández de Kirchner
volvió al llano y, supuestamente, se
alista para su retorno. Es esto lo
que también se señala en una nota
de Mempo Giardinelli aparecida
en estos días en Página/12: «las autocríticas son necesarias aunque a
algunos les moleste y otros cuestionen la oportunidad».2 Entre ambas consignas –«no desanimar» y «no
hacer leña del árbol caído»- naufraga
la posibilidad de aportar una reflexión crítica en torno a una experiencia que, para bien o para mal,
marcó con rasgos indelebles a la
Argentina contemporánea. Razón
demás para examinar lo ocurrido
y, sobre todo, para comprender el
origen de una derrota gratuita, que
pudo ser evitada y que al no serlo
condenó a millones de argentinas y
argentinos a pasar, de nueva cuenta, por los horrores del neoliberalismo duro y puro, cosa que ya estamos viendo.
Un pensador revolucionario, anticapitalista, comunista, está obligado por una suerte de juramento
hipocrático a decir la verdad, a cualquier precio. La «crítica implacable
de todo lo existente» fue una de las
divisas teóricas y prácticas de Marx
y Engels. Y tras sus huellas, Antonio Gramsci hizo suya la máxima
de Romain Rolland («la verdad es
siempre revolucionaria») y desde
sus años juveniles en L’Ordine Nuo-
vo la redefinió en un sentido colectivo: «decir la verdad y llegar juntos
a la verdad», como acertadamente
lo recordara Francisco Fernández
Buey.3 Una crítica que es fundamental para examinar los errores y para,
aprendiendo de los mismos, asegurarnos que no vuelvan a ser cometidos en el futuro. La historia sigue su curso y seguramente habrá
nuevas instancias en donde las clases populares se enfrenten a alternativas similares a las que se vivieron en los años del kirchnerismo.
Por eso es preciso el análisis y la
crítica, el diagnóstico certero y la
propuesta superadora. Una verdad
construida entre todos. De lo contrario, si persistiéramos en conformarnos con el relato oficial, las
explicaciones convencionales y las
ilusiones y fantasías con las cuales se
pavimentó el camino del fracaso estaríamos fatalmente condenados a
la eterna repetición de lo ya vivido.
Los hechos
Partamos del reconocimiento de
algunos hechos básicos. Primero
que nada, admitir que no ganó Cambiemos sino que perdió el Frente para
la Victoria. Ningún gobierno pero-
nista pierde una elección nacional,
y menos por poco más de dos
puntos porcentuales. Eso no existe en el ADN del peronismo. Si
tal cosa ocurrió fue por una insalubre mezcla de diagnósticos equivocados, pasividad de la dirigencia (que no militó la candidatura
de Scioli ni aseguró la presencia de
fiscales en las mesas electorales, increíblemente ausentes en distritos
de nutrida votación peronista) y soberbia presidencial.
El resultado de esta nefasta combinación de factores fue la mayor
derrota jamás sufrida por el peronismo a lo largo de toda su historia.
Siendo gobierno perdió la nación,
la provincia de Buenos Aires y no
pudo conquistar a la ciudad de Buenos Aires. También perdió Mendoza y Jujuy, antes había perdido el
otro bastión histórico del peronismo: la provincia de Santa Fe, y nunca pudo hacer pie en Córdoba.
Algunos replicarían diciendo que
Ítalo Luder fue desairado en las
presidenciales de 1983, cuando a la
salida de la dictadura Raúl R. Alfonsín se alzó con la victoria. Pero
Luder no era gobierno; aspiraba a
serlo pero no estaba en la Casa
Rosada. No ganó, pero no perdió
nada porque nada había ganado. Lo
2
«Paisaje después de la batalla y la autocrítica que falta», en http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-288716-2015-12-21.html
Hasta donde yo sé es la primera exigencia frontal de una autocrítica publicada en un medio gráfico kirchnerista. No he visto ni escuchado
nada igual en la radio y la televisión. Comparto el 95 por ciento de lo que dice Giardinelli, excepto su sobrevaloración de los éxitos
económicos del kirchnerismo y mucho menos aquello de que «estos 12 años fueron una fiesta para vastos sectores populares.» Ojalá que
su ejemplo se multiplique.
3
Francisco Fernández Buey, «La política como ética de lo colectivo», en F. Álvarez Uría (Comp.) Neoliberalismo versus democracia
(Madrid: Las Ediciones de La Piqueta, 1988) pp. 26-40.
9
ocurrido con Cristina Fernández de
Kirchner, en cambio, no tiene precedentes en la historia del peronismo. Este había sido desalojado del
poder por la vía del golpe militar
en dos oportunidades: 1955 y 1976.
El peronismo en su versión menemista fue vapuleado en 1999 por
la Alianza, pero en esta participaba
otra versión del peronismo, el Frepaso. Y, además, si bien Eduardo
Duhalde se vio postergado por el
imperturbable Fernando de la Rúa,
el Partido Justicialista retuvo el bastión histórico del peronismo: la crucial provincia de Buenos Aires, imponiendo la candidatura de Carlos
Ruckauf. Ahora, en cambio, se perdió todo. Y tal como ocurriera en
1955 y 1976, las estructuras dirigentes del peronismo -en este caso el
Frente para la Victoria, La Cámpora, Unidos y Organizados, el
Partido Justicialista y la CGT oficial- fueron fieles a la tradición y se
borraron antes de la partida decisiva. Una deplorable recurrencia histórica que no debiera pasar desapercibida para quienes aspiran reconstruir un gran frente opositor
con esos mismos componentes.
Ante una catástrofe política de
estas proporciones, que siguiendo
una vieja práctica muchas figuras del
kirchnerismo han procurado minimizar, se impone la necesidad de
aprender de la experiencia y de identificar las causas de lo ocurrido. No
se trata aquí de atribuir culpas, ca-
4
10
tegoría teológica ajena al materialismo histórico, sino de ponderar y
asignar responsabilidades. Y en este
terreno la responsabilidad principal,
aunque no exclusiva, le cabe a la jefa
indiscutida del movimiento, algo
también señalado en la nota de
Giardinelli. Fue CFK quien armó
la fórmula presidencial, las listas de
legisladores nacionales y provinciales, designó a los candidatos a las
gobernaciones y las intendencias y
hasta la última semana de la campaña estableció el tono de la misma. No estamos diciendo nada
nuevo sino simplemente reproduciendo lo que, en voz baja, murmuran kirchneristas «de paladar
negro», contrariados y disgustados
por la suicida arbitrariedad de su
jefa. La responsabilidad de Cristina, por lo tanto es enorme, pero
no es exclusiva. No es mucho menor la que recae sobre el «entorno»
presidencial: ministros, asesores,
hombres y mujeres de confianza
que incumplieron su obligación de
informarle con veracidad y advertirle del curso autodestructivo de
algunas de sus decisiones. Su misión era señalarle que, por ese rumbo, el proyecto se encaminaba hacia una derrota histórica. No quiero
ser injusto porque me consta que
hubo quienes, en ese entorno, trataron de hacer llegar la voz de alarma. Pero la arrolladora personalidad de Cristina y su sordera política hicieron imposible la transmisión
de ese mensaje, y su círculo inmediato fracasó en evitar el desastre.
Puede llamar la atención la gravitación que se le atribuye en este análisis al «estilo personal de gobernar»
de la ex presidenta. Apelo a esta
expresión forjada por un gran intelectual mexicano, Daniel Cosío
Villegas, quien la utilizara en su estudio sobre el sexenio del presidente Luis Echeverría Álvarez en México (1970-1976). En las páginas iniciales nuestro autor dice algo que
se ajusta bastante bien a lo ocurrido en la Argentina durante el gobierno de CFK. Dice Cosío Villegas que «puesto que el presidente
de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea
que resulta fatal que la persona del
presidente le dé a su gobierno un
sello peculiar, hasta inconfundible.
Es decir, que el temperamento, el
carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y la experiencia
personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por lo
tanto, en sus actos de gobierno».4
Reemplácese México por Argentina (con la salvedad hecha en la nota
al pie) y el diagnóstico conserva
toda su validez para describir la
gestión de CFK y su personalísimo
estilo de gobernar, con sus virtudes y sus defectos, sobre todo para
sortear las trampas de la coyuntura política. Estilo personalísimo
exaltado por sus seguidores como
El estilo personal de gobernar (México, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1974). Me limitaría a señalar que el poder de la presidencia en la
el corolario inexorable de su indiscutible liderazgo del movimiento nacional justicialista y vilipendiado por sus críticos como un atropello a los principios fundamentales del orden republicano.5
Volveremos sobre este asunto
hacia el final de este ensayo. Lo cierto es que el resultado de esta derrota fue la irrupción en las alturas
del estado argentino de una coalición de derecha, Cambiemos, cuya
columna vertebral es el PRO, un
partido auspiciado por diversas
agencias federales del gobierno de
Estados Unidos –como la NED,
el Fondo Nacional para la Democracia; o la USAID, y otras por el
estilo- o por ONGs internacionales que actúan eficaz -si bien indirectamente- en la región a través
de la mediación de dos lenguaraces hispanoparlantes: José M. Aznar, desde España y Álvaro Uribe
en Colombia. Son ellos a quienes
el imperio les asignó la tarea de coordinar y administrar financieramente el proyecto de reinstalar a la
derecha en el poder en la región,
para lo cual promovieron la modernización de las arcaicas derechas
latinoamericanas, renovaron sus
vetustos cuadros y estilos comuni-
cacionales y desplegaron una fenomenal campaña de articulación continental de medios de prensa que,
con tono invariablemente monocorde hostigan a los gobiernos de
izquierda o progresistas de la región
a la vez que ensalzan los grandes
logros democráticos y sociales de
México, Colombia, Perú o Chile.
En la pasada elección presidencial
los estrategas de Cambiemos se las ingeniaron para aglutinar en torno a
su candidato a políticos y militantes procedentes del peronismo y, en
gran medida, de la casi difunta
Unión Cívica Radical. Dado lo anterior Cambiemos será un hueso duro
de roer para los sectores populares
en la Argentina porque a diferencia
de sus predecesores cuenta con el
apoyo de una poderosa coalición
conformada por la clase dominante
local, la oligarquía mediática, «la
embajada» y el capital internacional.
No hay que equivocarse. Cambiemos
es mucho más que un conglomerado meramente local; es la expresión nacional de la contraofensiva
del imperialismo; es su bien afilada
punta de lanza utilizada para cortar
de cuajo el eje Buenos Aires-Caracas. A diferencia de lo que ocurría
en el pasado, en la actualidad Ar-
gentina se ha convertido en una pieza importante en el tablero geopolítico del hemisferio cuyo control
Estados Unidos ansía recuperar lo
antes posible. Una Argentina que
asuma integralmente, como lo ha
hecho el nuevo presidente, la agenda de Estados Unidos para la región (agredir a Venezuela, cosa que
hizo en la reunión de presidentes
del Mercosur en Asunción; enfriar
las relaciones con Bolivia, Cuba y
Ecuador; tomar distancia de China
y Rusia; apoyar la fantasmagórica
Alianza del Pacífico y el Tratado
Trans Pacífico; «reformatear» en
clave ultraneoliberal al Mercosur;
sabotear a la UNASUR y a la CELAC, etcétera) es una valiosa ayuda
en una coyuntura internacional tan
erizada de peligros como la actual.
No sólo para facilitar la erosión de
la Revolución Bolivariana en Venezuela, como se comprobó en las
elecciones que tuvieron lugar en ese
país el pasado 6 de Diciembre, sino
también para aumentar la presión
destituyente sobre Dilma Rousseff. El expresidente brasileño Fernando H. Cardoso había anticipado, a
comienzos de Noviembre, que un
triunfo de Macri facilitaría el desplazamiento de Dilma.6 Y eso es lo
Argentina nunca fue tan inmenso como en México debido a que nuestro estado, por comparación al mexicano, es más débil. Ese
«emperador sexenal» del que hablaba el estudioso mexicano nunca existió con esa fuerza en la tradición presidencialista argentina.
5
No puedo dejar de anotar que muchos de los sedicentes cultores del republicanismo conservador (porque hay otro, popular y de raíz
maquiaveliana) han guardado un escandaloso silencio ante los atropellos a la división de poderes del gobierno de Mauricio Macri al
pretender designar dos ministros de la Corte Suprema sin la aprobación del Senado o hacer uso abusivo de los Decretos de Necesidad y
Urgencia. Como siempre, la derecha, aquí y en todo el mundo, tiene dos estándares éticos: uno para los amigos, otro para los enemigos.
¡Y después tiene la desfachatez de acusar a estos últimos de «fomentar la división de la familia argentina» o de abrir «la grieta»!
6
Cf. «El resultado en los comicios argentinos me animó mucho», en La Nación, Domingo 1 de Noviembre 2015 http://
www.lanacion.com.ar/1841627-el-resultado-en-los-comicios-argentinos-me-animo-mucho.
11
que ha venido ocurriendo. Por eso
la Argentina ha adquirido ante los
ojos de Washington una importancia que, me atrevería a decir, jamás
había tenido antes. Cierra el perverso triángulo, hasta ahora incompleto, con Aznar y Uribe; debilita a
Maduro y facilita la destitución de
Dilma y dispara en la línea de flotación de la UNASUR y la CELAC. Por eso los voceros del imperio, aquí y allá, han prometido una
ayuda financiera muy significativa
para «bancar» los primeros meses
del gobierno de Macri y colaborar
con él en su cruzada restauradora.
Y hasta ahora han cumplido y nada
hace suponer que Washington
abandonará esta postura en los
próximos años.7
Interpretaciones
La del kirchnerismo es la primera derrota de un gobierno progresista o de centroizquierda en Latinoamérica desde el triunfo iniciático de Chávez en Diciembre 1998.
Hacía tiempo que muchos observadores venían pronosticando un
«fin de ciclo» progresista. ¿Será el
triunfo de Macri el punto de no
retorno de un proceso involutivo
regional, o se trata tan sólo de un
traspié, de un retroceso temporario?8
Difícil de prever, aunque dejo sentada mi discrepancia con muchos
diagnósticos catastrofistas. Dejemos
por ahora esta discusión de lado
para adentrarnos en la explicación
de la derrota. En este terreno es necesario distinguir dos órdenes de
factores causales: algunos de carácter económico, más mediatos y generales, resultantes de ciertas decisiones macroeconómicas tomadas por
el gobierno de CFK que debilitaron
su fortaleza electoral; y otros, mucho más inmediatos y vinculados a
la campaña electoral.
a) Las causas mediatas
La tan mentada «profundización
del modelo» quedó a medio camino. Más allá de la nebulosa que rodeaba esa consigna, y que la tornaba incomprensible para muchos, lo
cierto es que esa profundización,
seguramente por el costado de una
mayor redistribución de riqueza e
ingresos, control de los oligopolios,
reforma tributaria, estricta regulación del comercio exterior y de los
flujos financieros, entre otras materias, no tuvo lugar. Esto no equivale a desconocer los importantes
cambios que hubo en la sociedad y
la economía argentinas, muchos de
ellos importantes y positivos aunque otros no tanto. Desgraciadamente, las pesadas herencias del
neoliberalismo siguieron haciéndose
notar durante los años del kirchnerismo, en algunos casos de forma
un tanto atenuada. Pero lo que quedó en pie –la debilidad del estado
y su reducida capacidad para regular mercados y corporaciones, la
precarización laboral, la inequidad
tributaria, la extranjerización de la
economía, la vulnerabilidad externa- es más que suficiente como
para descartar las fantasías alentadas por algunos aplaudidores
oficiales y que aseguraban que países como la Argentina o el Brasil
habían entrado en las serenas
aguas del «posneoliberalismo.»
Ojalá hubiera sido cierto, porque no
estaríamos como estamos en estos
dos países.
Pero no es la intención de estas
líneas analizar al modelo económico del kirchnerismo. Sí quiero llamar la atención sobre algunos componentes de su política económica
que impactaron negativamente sobre el electorado kirchnerista.
En primer lugar la inflación, que
devaluó la enorme inversión social
realizada por el gobierno y castigó
sobre todo a los sectores populares, cosa archisabida en la experiencia argentina. Se demoró mucho
tiempo en iniciar un combate, que
recién lo lanza el ministro Axel Kicilloff con el programa «Precios
Cuidados» y que obtuvo un éxito
Basta observar el comportamiento de los grandes capitalistas locales e internacionales cuando el gobierno de Macri decidió poner fin
al «cepo cambiario»: el dólar se cotizó el Martes 22 de Diciembre, cuatro días después de su liberación, a poco más de 13 pesos por dólar.
Si esto lo hubiera hecho CFK la ofensiva especulativa seguramente lo hubiera proyectado a los 20 pesos por dólar, o más.
8
Sobre este tema recomiendo la lectura de la magnífica compilación hecha por ALAI: http://www.alainet.org/es/revistas/510.
7
12
nada desdeñable. Se cayó en el craso error de pensar que cualquier
política antiinflacionaria debería inevitablemente ser de cuño neoliberal. Y la inflación -encima de todo
pésimamente medida por el INDEC y peor anunciada mes a mes
por el gobierno- carcomió sin pausa
los bolsillos populares y, peor aún,
la credibilidad de un gobierno que
propalaba cifras que no eran creíbles y que provocaban una mezcla
de sarcasmo y furia entre los más
pobres, los más afectados por el
continua alza de los precios. La apoteosis llegó pocos meses antes de
las elecciones cuando el Jefe de
Gabinete aseveró que los índices de
pobreza de la Argentina (5 %) eran
inferiores a los de Alemania, lo cual
acentuó aún más la bajísima credibilidad que tenían las estadísticas
oficiales. Así, mientras el gobierno
alardeaba con índices anuales de
inflación en el orden del 10 % el
Ministerio de Trabajo homologaba convenios colectivos, pactado
entre sindicatos y la patronal, con
aumentos salariales que oscilaban en
torno al 28 %, en un tácito reconocimiento de cuál era la realidad de
la inflación en la Argentina. Una
eficaz política antiinflacionaria, heterodoxa, hubiera evitado ese desgaste económico y político. Pero
para ello era preciso hincar el diente sobre la concentración oligopólica de los formadores de precios
de la economía argentina, algo que
el kirchnerismo no quiso, no pudo
o no supo hacer.
En segundo lugar, el empecinamiento de la Casa Rosada en mantener ese absurdo impuesto deno-
minado «Ganancias» y que pagan los
trabajadores (un poco) mejor remunerados. Su sólo nombre, «Ganancias», de por sí equivale a una
provocación porque se aplica a sueldos y salarios, no a la rentabilidad
de las empresas. Pese a los incesantes y unánimes reclamos exigiendo
la derogación de tan impopular tributo, que para colmo al no ajustarse el mínimo no imponible por la
inflación abarcaba a un número cada
vez mayor de contribuyentes cautivos, este impuesto fue caprichosamente sostenido por el gobierno.
Cifras oficiales confirman que en el
año 2014, pagaron este impuesto
poco más de un millón de asalariados, o el 11 % de los trabajadores
registrados («en blanco») que había
ese año en la Argentina. ¿Quiénes
fueron, más específicamente, los
afectados? Principalmente a los votantes del kirchnerismo, reclutados
entre las capas medias (profesionales, maestros, empleados de comercio, de la administración pública,
etcétera) y los niveles superiores de
la clase obrera, que veían injustamente recortados sus ingresos
mientras que las grandes fortunas y
los grandes capitales encontraban
numerosos resquicios legales para
eludir el pago de impuestos. O,
como en el caso de los jueces y los
trabajadores empleados en el sector
judicial, que estaban exceptuados por
ley del pago de ese tributo. En suma:
inflación más ganancias fueron decisivos a la hora de recortar la base
social del kirchnerismo y, tal vez en
mayor medida aún, en aplacar el entusiasmo militante de años anteriores o desatar un sordo resentimien-
to que, poco después, se expresaría en las urnas.
Tercero: el dólar. En efecto, la introducción de las restricciones a la
compra de dólares golpeó fuertemente a los sectores medios, mayoritariamente volcados a favor de
CFK en las elecciones presidenciales del 2011. Con las limitaciones
establecidas por el gobierno en los
últimos cuatro años –en lo que la
prensa hegemónica no tardó en caracterizar como el «cepo cambiario»- aquellas capas y clases sociales intermedias se encontraron sin
capacidad de ahorrar en dólares,
en un país en donde la inflación
crónica no ofrece demasiados instrumentos de ahorro fuera del dólar y en donde automóviles, viviendas y la tierra se cotizan abiertamente en dólares. Esto dificultó, a veces hasta impidió, que muchos votantes del kirchnerismo pudieran
acceder a las pequeñas cantidades
de dólares con las que procuraban
juntar el dinero para entrar en un
plan de pagos de un pequeño departamento, para adquirir un automóvil, para no mencionar sino ejemplos bien conocidos de estos problemas. El «cepo», en cambio, no
perjudicó en lo más mínimo a las
grandes fortunas o a las grandes
empresas, que siguieron adquiriendo y fugando dólares sin dificultades. Se calcula que en los últimos
diez años salieron del país 100.000
millones de dólares, y no precisamente fugados por los pequeños
ahorristas. Esta absurda restricción,
cuyos efectos recesivos saltan a la
vista habida cuenta del elevado grado de internacionalización de los
13
procesos productivos en la Argentina, podría haberse evitado introduciendo rigurosas regulaciones en
el comercio exterior. Téngase presente que este país exportó, unos
60.000 millones de dólares como
promedio anual entre el 2002 y el
2014, con picos en torno a los
80.000 millones, de modo que mal
se podría decir que «no había dólares.» Los había, pero en manos
de un pequeño círculo de exportadores, principalmente agropecuarios y mineros. Regulaciones,
decíamos, tal como las que en los
años cuarenta introdujera Juan D.
Perón enfrentado a una situación
similar, claro que con las necesarias
actualizaciones exigidas por la nueva fase del desarrollo capitalista.
Pero no se hizo, de ahí la restricción
en el mercado cambiario y sus nefastas consecuencias políticas.
b) Causas inmediatas: el interminable catálogo de errores de
campaña
A los factores señalados más arriba se sumaron una serie de graves
errores cometidos antes y durante
la campaña electoral del oficialismo.
Antes, en efecto, al haber combatido ferozmente a quien a la postre sería el único candidato viable,
posible, presentable que tenía el kirchnerismo. No era el preferido por
las bases kirchneristas, pero no había otro. Me refiero, naturalmente, a Daniel Scioli. No sólo Cristina Fernández de Kirchner no
perdió ocasión de humillarlo y hostigarlo durante ocho años, casi hasta las semanas finales de la campaña cuando la suerte estaba echada,
sino que el entorno presidencial se
14
solazó en hacer lo propio, en una
especie de demencial competencia
para ver quien disparaba los dardos más afilados y mortíferos contra el único político que podía haberles evitado la debacle. Pocas
veces se vio una demostración de
estupidez política tan grande como
la que los argentinos presenciamos
este año. Y el tema venía de antes,
porque a nadie se le escapa que la
prodigalidad con que CFK transfería fondos a otras provincias –
sobre todo a Santa Cruz, de nula
gravitación electoral- no se repetía
en el crucial caso de la provincia de
Buenos Aires, histórico bastión del
peronismo que no debía rifarse en
una absurda pugna para evitar que
Scioli se presentase en la carrera por
la presidencia. La lógica, para llamarla de algún modo, parecía ser
la siguiente: si no hay otro candidato entonces que sea Scioli, pero si
es Scioli que llegue con lo justo, no
sea cosa que acumule demasiado
poder. Y si llega a la Casa Rosada ¡en ningún caso con más del 54 %
de los votos que obtuvo CFK en
2011!-, y que quede claro que llegó gracias a la presidenta. Pero el
asunto era mucho más complicado y desafiaba esas simplistas
elucubraciones. Ya en las legislativas del 2009 Francisco de Narváez había derrotado al FpV en la
provincia, ¡a una lista encabezada
nada menos que por Néstor Kirchner y Daniel Scioli! La formidable elección de Cristina en el 2011
repotenció la soberbia oficial, y
muchos cayeron en la ilusión de
una provincia de Buenos Aires eternamente kirchnerista. La elección
parlamentaria del 2013 propinó un
golpe durísimo a esas ensoñaciones: victoria de Sergio Massa con
44 % de los votos y derrumbe de
la estrategia oficial de alcanzar la
reforma constitucional que habilitara la «re-re» de CFK. La derrota
del 2015 en la provincia, por lo
tanto, no fue un rayo en un día
sereno. Estaba en el horizonte de
lo posible, pero la ceguera del
oficialismo no se percataba de
ello. Se veía venir, pero como dice
la sabiduría popular, «una cosa es
verla venir y otra mandarla a llamar.» Bastaba para ello con algún
pequeño paso en falso. En lugar de
uno fueron varios, como veremos
a continuación.
Segundo. Los dioses parecían sonreírle al kirchnerismo cuando Martín Lousteau irrumpió inesperadamente en la elección por la jefatura
de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires obligando al candidato
macrista, Horacio Rodríguez Larreta, que no pudo ganar en primera vuelta, a enfrentar un amenazante balotaje. En ese momento la
carrera presidencial de Macri pendía de un delgado hilo porque si
Lousteau, a la cabeza de un heterogéneo conglomerado de fuerzas,
lograba arrebatarle la CABA al
macrismo el futuro del jefe político del PRO entraría en un cono de
sombras del cual le sería extremadamente difícil salir para las presidenciales de octubre. Sin embargo,
en lugar de sumar fuerzas para lograr la estratégica derrota del PRO
en la ciudad capital de la Argentina
la conducción del FpV se refugió
en un discurso fundamentalista y
bajo el argumento que uno y el
otro eran iguales, que Lousteau era
lo mismo que Rodríguez Larreta,
se abstuvieron de orientar a sus seguidores para que apoyaran a aquél
para, de ese modo, descargar un
golpe de nocaut al macrismo. Una
parte importante de la militancia y
seguidores del FpV hizo caso omiso
de la directiva de sus líderes y entendió mejor que ellos como era la
jugada y que el voto táctico por
Lousteau era lo que correspondía
hacer. Una vez más la base superó
en inteligencia política a la conducción. Pero, desgraciadamente, la
vacilación de la Casa Rosada hizo
que este último esfuerzo no fuera
suficiente y el macrismo se impuso
por apenas un 3 % de los votos,
siendo derrotado en 9 de las 15
comunas en que se divide la ciudad de Buenos Aires. Como es bien
sabido, hay notables paralelismos
entre la lucha militar y la lucha política. Sun Tzu, el padre de la estrategia militar desde el siglo V antes
de Cristo, recomienda, en su notable El Arte de la Guerra, que se «ataque al enemigo cuando no está preparado, y aparezca allí donde no
es esperado. Para un estratega éstas son las claves de la victoria.» Los
mariscales del FpV parece que no
lo leyeron. Si lo hubieran leído y
aplicado las enseñanzas del gran general chino a la coyuntura del balotaje porteño probablemente la situación de la Argentina, y de América
Latina, sería hoy bien diferente.
Tercero, luego de algunos titubeos se optó por completar la fórmula presidencial con la candidatura de Carlos Zannini como vice.
No fue Scioli quien eligió a su compañero sino CFK quien, por su
cuenta o pésimamente asesorada,
impuso a su hombre de la más estricta confianza con la misión de
asegurar que, en la ya descartada
exitosa sucesión presidencial, Scioli
no se desviaría del rumbo trazado
por la presidenta y sería, en efecto,
el candidato «del proyecto» y manejado a control remoto por ella.
No bastaba para asegurar la sumisión de Scioli al liderazgo tras bambalinas de CFK la nutrida presencia de diputados y senadores kirchneristas en el Congreso, o el ya
descontado control de la estratégica provincia de Buenos Aires. En
el enrarecido microclima de la Casa
Rosada prevalecía la obsesión por
garantizar la total obediencia del
seguro sucesor de Cristina imponiendo el nombre del vicepresidente, ignorando, por lo visto, que este
cargo es poco menos que ornamental y de carácter eminentemente decorativo en regímenes presidencialistas como los de Latinoamérica.
Y esto no sólo en nuestros países:
¿quién se acuerda de los nombres
de los vicepresidentes recientes de
Estados Unidos? ¿Alguien podría
identificar a Joe Biden, actual vice
de Obama, en una fotografía? En
síntesis: un gesto absurdo y gratuito. Esta fórmula, «kirchnerista pura»
apaciguaba seguramente la ardiente incertidumbre del entorno, pero
tenía un fatal talón de Aquiles cuyo
ominoso desenlace se pondría en
evidencia en la primera vuelta de la
elección presidencial cuando obtuvo dos puntos menos que los obtenidos en las PASO (elecciones
primarias, abiertas, simultáneas y
obligatorias). La esperanza de superar el umbral del 40 % de los
votos y obtener más de 10 puntos
porcentuales de diferencia con
Macri probó ser una ingenua ilusión -alimentada ¿inocentemente?
por los encuestólogos- y la razón
es clarísima: la fórmula carecía de
capacidad expansiva, no incorporaba un solo votante más, no captaba absolutamente ningún elector
independiente o indeciso, por más
que simpatizase en general con las
políticas del kirchnerismo o se sintiera atraído por su solidaridad con
Chávez, Maduro, Evo, Correa o la
Revolución Cubana y, por lo tanto,
carecía de potencialidad de crecimiento. Un error mayúsculo que
podría haber sido evitado si Scioli
elegía (él, no Cristina) un compañero de fórmula si no atractivo al
menos digerible para otros sectores que no fueran los «cristinistas».
Y había varios que podían haberlo
acompañado.
Cuarto error: la obcecación por
imponer como candidato a gobernador por la provincia de Buenos
Aires al por entonces Jefe de Gabinete de Ministros de CFK, Aníbal Fernández. Este era un hombre
que tenía el más elevado nivel de
rechazo en la provincia y su ladero
en la fórmula, Martín Sabatella, era
el segundo más rechazado. No interesa, para los fines de este análisis, discernir cuáles eran los fundamentos de estos rechazos, si obedecían a problemas reales o a una
pertinaz campaña mediática, que a
mi juicio fue determinante. Lo cierto es que esta surtió efecto, pero la
15
Casa Rosada no extrajo las correctas consecuencias del caso. La fórmula Fernández-Sabatella también
irritó a muchos sectores del peronismo bonaerense (que no ahorraron municiones en el «fuego amigo» a la cual la sometieron). Por lo
tanto, rechazo a nivel de la opinión
pública y también en los cuadros
del PJ. Resultado: se socavó el apoyo a Scioli y dejó servido en bandeja para el macrismo el principal
distrito del país. Algunos informantes muy calificados dicen sotto voce
que el Papa Francisco habría asegurado un discreto apoyo al sciolismo
(cosa que lo hizo, elípticamente, al
declarar poco antes de la elección,
«Voten a conciencia, ya saben lo que
pienso») y sugerido la conveniencia
de que un hombre como Julián
Domínguez, muy allegado a la Iglesia y su obra pastoral en el conurbano bonaerense, fuese el candidato a
gobernador. Aparentemente la Casa
Rosada tenía otras prioridades y su
pedido fue desoído.
Quinto, el interminable internismo al interior del kirchnerismo, o
como lo denominaran algunas de
sus víctimas, «el fuego amigo.» Innumerables ejemplos demuestran
los alcances a que llegó ese proceso. Un día Scioli hace duros planteos en relación al FMI, y al día siguiente el Ministro de Economía
Axel Kicillof aparece en una foto
de lo más amable con la Directora
Gerente del FMI, la Sra. Christine
Lagarde. Un grupo de La Cámpora instala una sombrilla en una esquina porteña y reparte volantes con
la lista de los candidatos a diputados por el FpV, sin incluir referen-
16
cia alguna a Scioli. En la esquina de
enfrente, la «ola naranja» del sciolismo instala otra mesa y sombrilla y
volantea a favor de Scioli, ninguneando a los candidatos a diputados de la misma agrupación política. O se hacen ¡dos actos de cierre de campaña en el Luna Park:
uno para la lista de los diputados y
otro para Scioli! Difícil convencer
a la gente que vote a un espacio político surcado por contradicciones
tan flagrantes.
Sexto y último (aunque se podría
seguir con muchos otros ejemplos
de este tipo): contrariamente a todo
lo que indican los estudios sobre el
tema, el kirchnerismo adoptó un
estilo de campaña negativa que,
desde la derrota de Pinochet en el
referendo de 1980, cayó completamente en desuso y no por razones éticas sino porque sencillamente no funciona y termina convirtiéndose en un boomerang. Pinochet
lanzó una campaña de ese tipo contra los partidos herederos de la
Unidad Popular de Allende, y perdió categóricamente. A partir de ese
momento los estudios sobre las
campañas políticas coincidieron en
señalar los muy limitados alcances
y los peligros de una campaña
montada sobre la satanización del
adversario. De hecho, la imagen que
transmitió Scioli era la de un hombre cuya única misión era demostrar lo malo que era Macri, lo pernicioso que sería su gobierno y su
inconmovible e incondicional defensa de Cristina. Su campaña estaba dirigida hacia atrás, a defender
la «década ganada» y no a proponer cuáles serían los lineamientos
generales de su programa de gobierno. No había el menor atisbo
de que su comando de campaña
hubiese percibido que vastos sectores de la sociedad querían un cambio, cosa que los astutos planificadores estratégicos de Cambiemos advirtieron con mucha antelación. Es
cierto: había un absurdo que fomentaba una actitud negligente en
relación a esta demanda de cambio porque, cuando consultada, la
mayoría no sabía qué era lo que
quería cambiar y en qué dirección
impulsar el cambio. Pera esa demanda: oscura, visceral, mezcla de
aburrimiento y de hastío pero mediáticamente formateada estaba allí
y había que tener una respuesta. El
sciolismo no la tuvo. Sólo después
del debate con Macri, el domingo
15 de Noviembre y a una semana
del balotaje, Scioli empezó a asumir esta necesidad de cambio y desmarcarse de la tutela de Cristina.
Pero ya era demasiado tarde.
Dificultades del cálculo y la
previsión políticas
A todo lo anterior es preciso
agregar algunos otros factores que
coadyudaron para producir la debacle del 22-N. El ya mencionado
abandono del que fue víctima Scioli por parte de las organizaciones del
kirchnerismo es uno de ellos. Otro,
sin duda, fue la caprichosa política
seguida en relación a la provincia de
Córdoba y que tuvo como efecto
la devastadora derrota de Scioli a
manos de su oponente, que en ese
distrito obtuvo la ventaja decisiva
para asegurar su victoria. Hay quienes en el FpV sostienen que la pasividad con que el oficialismo enfrentó el desafío electoral obedecía al cálculo ya mencionado: asegurar un triunfo de Scioli pero ajustado, jamás superior al 54 % obtenido por CFK en el 2011. De no
ser posible la victoria del oficialismo, un triunfo de Macri no sería
visto con demasiada preocupación
porque las bancadas del FpV en el
Congreso y la gravitación del gobierno de la provincia de Buenos
Aires serían suficientes para establecer límites muy estrictos a lo que
pudiera hacer el candidato de Cambiemos si resultara vencedor de la
contienda. En los dos casos el supuesto era que ambos gobiernos
serían de corta duración y facilitarían el triunfal retorno de CFK a la
Casa Rosada, emulando una rotación como la que había retornado
a Michelle Bachelet a La Moneda
luego del interludio de Sebastián
Piñera. Pero algunas mentes afiebradas iban más lejos y creían que
no sería necesario esperar cuatro
años ya que el deterioro tanto de
Scioli como de Macri se produciría en dos años como máximo. Por
supuesto, dada la elevada volatilidad de la política argentina son muy
pocas las hipótesis que pueden ser
descartadas de antemano pero, hasta ahora, lo que ocurrió parecería
desbaratar sin clemencia estos pronósticos y esto por dos razones:
uno, porque la lealtad de los miembros del Congreso ha sido tradicionalmente muy vulnerable a la
influencia de la Casa Rosada y los
gobernadores provinciales, siem-
pre necesitados del auxilio financiero que sólo aquella puede prestar y que puede torcer las voluntades más firmes de diputados y senadores. No es lo mismo jurar lealtad a Cristina cuando ella está en la
Casa Rosada y cuando está en El
Calafate. Y segundo porque, además, el refugio estratégico que
ofrecía la provincia de Buenos Aires para capear el transitorio temporal político en el plano nacional
quedó sepultado bajo el inesperado aluvión de votos que catapultó a
María Eugenia Vidal a la gobernación bonaerense.
Dado este cúmulo de errores,
notable por su número y su calidad, surge de inmediato la pregunta
acerca de cómo fue entonces posible que Scioli terminara el balotaje
con casi un 49 % de los votos. La
respuesta es la siguiente: ante el resultado del debate que tuvo lugar
una semana antes de la segunda
vuelta, de donde emergió claramente la inminencia de un posible
triunfo de Macri, se produjo un
verdadero «ataque de pánico» en el
difuso pero amplio espacio de la
progresía y sectores de la izquierda, hasta ese momento confiados
en la certeza del relato oficial que
anticipaba una fácil victoria del candidato kirchnerista, inclusive en la
primera vuelta. Tan convencidos
estaban de esto que algunos hasta
se podían dar el lujo de militar el
voto en blanco, una típica maniobra del «polizón» en teoría de los
juegos: dejarle al resto de la sociedad la penosa tarea de «votar desgarrados» a Scioli, como lo señalara con lucidez Horaco González,
mientras los votoblanquistas se iban
a dormir con su conciencia revolucionaria en paz y los otros regresaban maldiciendo haber tenido que
votar a un candidato que no querían pero preferían a Macri. En la
noche del debate una centella recorrió el campo de la progresía y la
izquierda, y la constatación de la catástrofe que se avecinaba provocó
la espontánea movilización de vastos sectores de la sociedad civil que
ante la imperdonable deserción del
FpV, La Cámpora, UyO, el PJ y las
organizaciones sindicales encuadradas en el kirchnerismo salieron a la
calle imbuidos de un fervor militante como no se había visto desde
las grandes jornadas de finales del
2001 y comienzos del 2002. Cabe
decir que esa irrupción de las masas para revertir lo que aparecía
como una inminente debacle electoral es una de las notas más promisorias y esperanzadoras de cualquier pronóstico sobre el futuro de
la política argentina. Cosa que, por
otra parte, también se manifestó en
el acto de despedida a Cristina el 9
de Diciembre y las sucesivas autoconvocatorias a protestar contra las
draconianas medidas de Macri en
los primeros meses de su gestión,
como por ejemplo la que tuvo lugar en el Parque Centenario de Buenos Aires para escuchar al ex ministro de Economía Alex Kicillof. Es
ese espacio de autoconvocados y
movilizados donde deberá trabajar la
izquierda para construir esa alternativa
que el kirchnerismo no supo ser.
Pese a los contornos pesimistas del
análisis anterior es preciso reafirmar,
una vez más, que la historia está
17
abierta y que su incesante dialéctica
puede desairar las previsiones mejor fundadas. Una cosa es el triunfo electoral de una coalición de
derechas y otras muy distintas es
que pueda llevar adelante su programa y realizar las transformaciones que estaban inscritas en su
plataforma de gobierno. Por supuesto, esto tampoco puede ser
descifrado como una reedición de
la teoría de la irreversibilidad de
los procesos transformadores: la
triste experiencia del derrumbe de
la Unión Soviética y su posterior regresión al capitalismo salvaje o la
violenta interrupción de las experiencias progresistas o de izquierda
en Guatemala (1954), Brasil (1964)
o Chile (1973) son elocuentes muestras de que los progresos políticos
que se experimentan en un momento pueden ser revertidos en un período posterior.
La autocrítica y la necesidad
de realizar un balance del
kirchnerismo
Antes de concluir es necesario
dejar en claro que las páginas precedentes no pretendieron ser un
balance de los doce años del kirchnerismo. Su objetivo ha sido más
modesto: tratar de entender por qué
se derrumbó una experiencia sociopolítica y económica que podía haber continuado su curso y profundizado las incipientes transformaciones que habían tenido lugar en
ese período. Y, sobre todo, promover un debate hasta ahora inexistente, o que se lleva a cabo silencio-
18
samente y en las sombras. Estas reflexiones finales pretenden acercar
algunas ideas para un esfuerzo de
síntesis y evaluación que necesariamente deberá ser colectivo. Fue y
seguirá siendo motivo de intenso
debate las razones por las cuales
algunas fuerzas u organizaciones
progresistas y de izquierda, el Partido Comunista entre ellas, apoyaron críticamente este proceso. El
kirchnerismo, fiel expresión del peronismo, jamás tuvo una propuesta anticapitalista. Es más, sobre
todo Cristina creía, y cree todavía,
en un «capitalismo racional» o «capitalismo serio.» La izquierda, para
ser tal, es necesariamente anticapitalista. Se opone a un sistema que
condena a gran parte de la humanidad a vivir en la pobreza, la abyección y las guerras. Y, además,
porque destruye como nunca antes
a la naturaleza. El kirchnerismo no
tenía la superación del capitalismo
en su agenda, ni siquiera remotamente. ¿Por qué brindarle entonces
un apoyo crítico? La respuesta no
parece difícil de entender, o no debiera serlo: Néstor Kirchner sintonizó muy rápidamente, al inicio de
su gestión, con el nuevo clima político regional inaugurado luego del
ascenso de Hugo Chávez Frías a la
presidencia de Venezuela en Enero
de 1999. Se alineó rápidamente con
el líder bolivariano y junto con Lula
entre los tres protagonizaron la histórica derrota de Estados Unidos
en Mar del Plata. Por otra parte, en
el plano doméstico Kirchner avanzó en el juicio y castigo a los culpables de los crímenes de la dictadura y reformó con transparencia y
espíritu democrático una Corte Suprema profundamente desprestigiada durante el menemismo. Su indocilidad ante el FMI también lo hizo
merecedor del apoyo de las fuerzas
de izquierda preocupadas por el
nefasto papel jugado por el imperialismo en Nuestra América, algo
que no todas las que se llaman socialistas o izquierdistas comprenden
a cabalidad. Uno de los grandes
enigmas de la política latinoamericana es la sistemática ceguera de un
sector de la izquierda ante las multifacéticas políticas del imperialismo
en la región. Teniendo en cuenta las
duras realidades del tablero geopolítico mundial, ¿en qué otro lugar
podía estar una fuerza de izquierda,
más allá de las contradicciones propias de todo movimiento nacional,
popular y democrático, sino en una
alianza táctica con el kirchnerismo?
¿Podía la izquierda alinearse contra
sus enemigos jurados, al lado la
Sociedad Rural, «la embajada», la
oligarquía mediática y sus aliados?
¿O estar con las fuerzas políticas que
le decían Sí al ALCA?
Es sabido que una experiencia de
matriz peronista inevitablemente
carece de la radicalidad que las condiciones actuales exigen. Pero en
la suma algebraica de puntos a favor y en contra había, y hay, un
ligero predominio de los primeros. La continuación de la obra
iniciada por Néstor bajo la conducción de CFK sirvió para profundizar en algunas cuestiones y
abrir exitosamente nuevos frentes de batalla. La Asignación Universal por Hijo o la extraordinaria expansión de la cobertura del
régimen jubilatorio no son cuestiones menores, en línea con la estatización de la seguridad social establecida por Kirchner. No se trata
aquí, repetimos, de enumerar logros
y fracasos, pero entre los primeros
no es un mérito menor de Cristina
haber tenido siempre la virtud de
«salir por izquierda» frente a cada
crisis. Por muchas razones, desde
su personalidad hasta la debilidad
de las fuerzas políticas que la apoyan, no pudo hacer lo mismo Dilma Rousseff en Brasil, cuya tendencia ha sido invariablemente la
contraria: salir por derecha y hacer concesiones a sus enemigos.
Apenas intentó, con la salida del
Ministro de Hacienda Joaquím
Levy, escoger otro camino. Pero
CFK nunca tuvo esas dudas. Mal
o bien, pero salía por izquierda: la
Ley de Medios es el ejemplo más
elocuente de ello.
Como decíamos más arriba, las
características personales de Cristina jugaron un papel importantísimo. Dueña de una fuerte personalidad, casi siempre avasallante, lo
que fue un atributo positivo de su
liderazgo para enfrentar desafíos
prácticos durante su gestión resultó ser altamente contraproducente a la hora de conducir una estrategia política que le permitiera asegurar la victoria de su espacio político. A diferencia de Néstor, un
carácter también altamente irascible pero que poco después de su
estallido de furia reiniciaba el diálogo con quien antes había sufrido su iracundia, CFK era absolutamente inflexible e irreconciliable
con sus ocasionales adversarios y
enemigos, mucho de los cuales
habían sido sus antiguos aliados o
compañeros. Su carácter le prodigó muchas rivalidades gratuitas
que le costaron muy caro. Néstor
también era un «peleonero», pero
era más bien un esgrimista dotado de una ductilidad política que
le permitía rápidamente recomponer los puentes rotos por su furia.
Tocaba con su florete a sus adversarios pero no los mataba. Cristina, en cambio, es una gladiadora
que pelea a matar o morir, y no
había retorno después de cada
combate. Para colmo, si Néstor no
era generoso con sus aliados Cristina lo era mucho menos. Su concepción de las alianzas era una
transposición del verticalismo peronista, con un vértice sordo e
inapelable para encuadrar una coalición en donde convivían peronistas con no peronistas de distintos
colores políticos. Bajo estas premisas era muy poco lo que se podía construir políticamente. Careció de la flexibilidad necesaria para
conducir un espacio así de complejo y su inteligencia se tradujo demasiado frecuentemente en actitudes soberbias que limitaron casi
por completo su capacidad para
escuchar y para dialogar, aún con
sus más estrechos colaboradores.
«No hubo diálogo con los diferentes», dice con acierto Giardinelli en la nota mencionada más arriba. Es cierto que no se hace la gran
política sin «garra», sin vísceras y
sin la fuerza de la que hizo gala
Cristina. Un político timorato no
llegará nunca demasiado lejos. Pero
la gran política que necesita un es-
tadista no se puede basar sólo en
aquellos atributos. Hace falta,
como lo recordaba Maquiavelo en
su imagen del centauro, la pasión
mezclada con la razón. O la astucia del zorro, para seguir con imágenes tan caras a la teoría del florentino, con la fuerza del león.
Desgraciadamente CFK no logró
plasmar esa combinación, y su superioridad en relación a la mediocridad de la clase política exacerbó un narcisismo que le impidió
escuchar a la sociedad o a sus aliados, ni entender que ciertos rasgos de su estilo personal producían, también entre sus fieles, tanto rechazo como las adhesiones
que lograban sus políticas públicas. Como decíamos más arriba,
una importante cuota de responsabilidad en todo esto le cabe a
un entorno que lejos de estimular
una reflexión crítica sobre la realidad de su gestión se limitó a
aplaudir y alabar, creyendo que de
ese modo colaboraban con ella.
Privada de ese sano ejercicio de la
crítica y la autocrítica no supo darse cuenta del cambio cultural que
estaba madurando en la Argentina, en donde aún quienes se beneficiaban de la inversión social cada
día resentían con más fuerza del
clientelismo y la prepotencia de
punteros e intendentes. Ignoraba
también que en sus frecuentes mensajes televisivos abusaba de un tono
vehemente y confrontacional (y no
es que no tuviera buenas razones
para confrontar) que era absolutamente «antitelegénico» y que producía un efecto contrario que, en
algunos casos, llegó a producir
19
cansancio, fatiga o hartazgo inclusive dentro de la legión de sus seguidores. Varios ejemplos ilustran
esto con elocuencia: un humilde lustrabotas del microcentro porteño,
un hombre entrado en años, venido de una provincia pobre de la
Argentina le confiesa a uno de sus
habituales clientes que había votado a Macri «porque estaba demasiado grandecito para soportar que
la presidenta me retara en la televisión.» Otro: en una modesta panadería del conurbano su dueña debía apagar la televisión cada vez que
comenzaba una cadena nacional
porque su clientela ya no quería escuchar a Cristina. Y la mayoría estaba formada por beneficiarios de
diversos programas sociales del gobierno. Dos pequeñas historias que
conducen a una conclusión provisoria: el boom del consumo que el
kirchnerismo alentó y cultivó como
política de estado no crea hegemonía política, error en que cayeron
todos los gobiernos progresistas y
de izquierda en la región. Ni aquí,
ni en Venezuela, ni en Bolivia. En
ninguna parte. La hegemonía es resultado de la educación política, de
la victoria en la batalla de ideas, de
la concientización al estilo de Paulo Freire, y no del mayor acceso a
los bienes de consumo. Y, desgraciadamente, en las experiencias
progresistas de la región la formación política de las masas fue subestimada, cuando no abandonada.
Se confió en el mercado, en el acceso al mercado. Las consecuencias
están a la vista.
20
Mal se podrían subestimar los
logros de la gestión de CFK y, en
general, el de los doce años del kirchnerismo. Se puede discutir la idea
de la «década ganada» porque hubo
algunos pocos –ricos y poderososque ganaron mucho más que los
demás, y otros que no ganaron
nada. Se debe también examinar el
tema de la corrupción, endémico
en la Argentina, vinculada principalmente (pero no sólo) a la obra pública. Se puede someter a crítica las
limitaciones ya señaladas del «modelo». Pero dejó un país muy distinto al recibido que sería impropio desconocer. Una pequeña anécdota ilustra lo que venimos diciendo: estuve hace pocos meses en San
Salvador de Jujuy. Antes, caminar
por la plaza céntrica de esa ciudad
era hacerlo seguido por un nutrido grupo de niños descalzos pidiendo algunas monedas. En ese
momento, durante una semana, no
hubo ni uno solo que reeditara
aquella vieja y deprimente costumbre. Es que, a pesar de sus limitaciones, la política social del kirchnerismo –clientelística, tal vez dispendiosa, seguramente ineficiente,
todas las críticas ya sabidas- surtió
un efecto positivo. Y este no es un
dato accesorio. Allí está la base del
«voto duro» cristinista, de ese 36
% que acompañó a Scioli en la primera vuelta. Pero allí también parece haber estado su límite. Con
eso sólo no se puede ganar una
elección presidencial.
Concluyo con la esperanza de que
las ideas aquí esbozadas sirvan para
propiciar un debate y para realizar
un balance crítico de los doce años
del kirchnerismo. Con la esperanza
también de que evitemos la trampa facilista de quienes, so pretexto
de «no hacer leña del árbol caído»,
pretenden clausurar desde el vamos
un examen que es a la vez imprescindible e impostergable. Lo primero, para corregir los errores propios de toda experiencia práctica.
Quien hace yerra, y acierta a veces.
Desde la torre de marfil académica o desde las certezas del dogma
partidario no hay yerro posible; claro que la realidad así no se cambia,
y se traiciona un apotegma fundamental del marxismo: la teoría tiene que servir para cambiar al mundo, no sólo para interpretarlo.
El aprendizaje político se logra
en la intelección colectiva, como lo
subrayaba Gramsci, de esa dialéctica de ensayo y error. Impostergable, también, porque las tentativas
del macrismo de imponer el neoliberalismo en su versión más radical no podrán ser neutralizadas si
es que no se toma nota y se aprende de lo ocurrido en los años anteriores, con sus aciertos y errores.
Estoy convencido de que aquellos
son mayores que estos, pero todo
deberá ser sometido a examen.
El desafío es muy grande y lo
peor sería incurrir en la negación
de la realidad o la improvisación.
Y para ello será indispensable ejercer una sana y profunda autocrítica. De lo contrario estaremos
condenados a la eterna repetición
de los errores del pasado.
¿Qué tiene de nuevo la nueva derecha?
por Marcelo F. Rodríguez1
E
s mucho lo que se viene hablando desde hace tiempo
sobre el surgimiento de una
nueva derecha, moderna o democrática según diversas interpretaciones, que ha avanzado en la región
con sólidos lazos con el imperialismo norteamericano y con sus Think
tanks o «laboratorios de ideas» en
constante triangulación entre
EEUU, Europa y América Latina.
El rotulo de «nuevo», es asociado culturalmente con la noción de
progreso, de superación. A lo nuevo se le da, generalmente una significación positiva. No siempre es así,
muchas veces lo presentado como
nuevo representa en realidad un aggiornamiento, una forma de adaptarse al contexto histórico, a las relaciones de fuerzas, a las formas en que
se busca imponer, como en este caso,
clásicas recetas e intereses de clase.
Entendiéndolo así, es claro que
existe una derecha aggiornada en la
1
región que, más allá de las formas,
contiene a sus tradicionales vertientes, por lo cual no es homogénea
en sus manifestaciones pero ha encontrado en la idea de «cambio»,
en la lógica de la «alternancia» en el
gobierno, una veta fértil en la cual
prosperar con un punto central en
común: poner fin a los gobiernos
de izquierda o progresistas en la región, restaurar, en las nuevas condiciones, un orden conservador.
A partir del auge de los gobiernos críticos al neoliberalismo en latinoamérica, los representantes políticos de la derecha, defensores y
parte de los intereses empresariales, del capital financiero internacional y de los grupos de poder hegemónicos, vieron como su discurso
perdía presencia en el escenario
político frente a un nuevo consenso progresista en la región.
En Venezuela, Hugo Chávez
triunfó en las elecciones presiden-
ciales de 1998, 2000, 2006, 2012 y
Nicolás Maduro ganó en 2013; en
Argentina, Néstor y Cristina Kirchner triunfaron en 2003, 2007 y 2011;
en Brasil, Lula da Silva ganó en
2002 y 2006 y Dilma Rousseff en
2010, 2014; en Bolivia, Evo Morales venció en 2005, 2009 y 2014; en
Ecuador, Rafael Correa ganó en
2006, 2009 y 2013; en Uruguay, el
Frente Amplio, con Tabaré Vázquez
y José Mujica como candidatos
ganó en 2004, 2009 y 2014.
Invictos hasta el 2015 en materia
electoral a nivel presidencial, dos de
estos procesos de vieron interrumpidos mediante golpes de distinto
tipo como sucedió con el gobierno de Mel Zelaya en Honduras en
2009, y con el gobierno de Fernando Lugo en Paraguay en 2012.
En los últimos meses, el triunfo de Mauricio Macri con la
alianza Cambiemos en Argentina,
junto a la obtención de la mayoría
Sociólogo. Director Adjunto del CEFMA
21
parlamentaria en Venezuela por
parte de la oposición del MUD y
la ajustada derrota sufrida por Evo
Morales en el referéndum que buscaba habilitar su candidatura presidencial en 2019, marcan el fuerte
avance de la derecha en la región
frente a los gobiernos que impulsaron procesos de cambio críticos
a la herencia neoliberal.
La de Argentina es la primera
elección presidencial que pierde uno
de estos gobiernos, frente a una
propuesta que es presentada como
parte del fenómeno de la llamada
«nueva derecha», fenómeno que en
realidad, como decíamos y va quedando demostrado en los primeros
meses de gobierno, se trata, ni más
ni menos, del reacomodamiento de
los sectores conservadores, de la clase dominante, a los nuevos tiempos
latinoamericanos signados por la
mayor crisis capitalista de la historia
y el avance de propuestas progresistas y antineoliberales que ocuparon el centro de la escena política.
Fue a través de estos gobiernos
surgidos tras la noche neoliberal, que
políticas que hacen hincapié en la recuperación de sectores estratégicos,
un mayor papel del Estado interviniendo como garante y ordenador
de la vida social, la preeminencia
de la política sobre la economía y
las políticas de integración regio-
nal de los pueblos, y no solo de
sus grupos o intereses económicos, se fueron instalando frente a
la crisis del discurso hegemónico
del capitalismo en su fase neoliberal proyectado por el Consenso de
Washington.
Frente a esto, lentamente la derecha busco recomponerse y adaptarse al nuevo escenario político. Y
lo viene haciendo hace tiempo, con
formas remozadas en su prsentación, sobre todo en las campañas
electorales, y contenidos largamente conocidos.
En nuestro país, tras el fracaso o
la liza cooptación por los partidos
tradicionales de varias experiencias
político partidarias de la derecha,
la crisis de representatividad que
explotó en 2001con el derrumbe
del progresismo aliancista, les brindó a los sectores conservadores la
oportunidad de reformularse e incorporar al proyecto del PRO, un
número importante de dirigentes y
punteros conservadores, radicales
y peronistas con experiencia política y trabajo territorial.
Esto, conjuntamente al trabajo de
diversas ONGs generosamente alimentadas ideológica y económicamente por el imperialismo como
sucede en buena parte de América
Latina, como destaca Álvaro García Linera sobre el caso boliviano:
«…este activismo oenegista, reproductor de lógicas de dominación
colonial sobre las organizaciones
populares, no sólo es impulsor de
una práctica de patronazgo mercantil
y padrinazgo ideológico sobre algunos dirigentes sociales, sino que también recoge y amplifica a plenitud y
sin rubor alguno, las falacias, mentiras e infamias con las que la derecha
neoliberal y la derecha empresarial
mediática atacan al Gobierno de los
Movimientos Sociales encabezado
por el Presidente Evo».2
En nuestro país, el caso de la
ONG Voces Vitales Argentinas
sede local de Vital Voices Global
Partnership, de la cual forma parte
la actual titular de la oficina Anticorrupción, Laura Alonso y financiada entre otros por Paul Singer, jefe del fondo buitre NML, Walmart, Goldman Sachs, Bank of
América, ExxonMobil, el Departamento de Estado de los Estados
Unidos y el Banco Mundial, es un
ejemplo de esto.
Características
En general, los intentos de caracterizar a la nueva derecha han coincidido en resaltar algunos rasgos
como los planteados por Cristóbal Rovira Kaltwasser3:
2
García Linera, Álvaro. El «oenegismo» enfermedad infantil del derechismo.http://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/eloenegismo.pdf
3
Rovira Kaltwasser, Cristóbal. La derecha en América Latina y su lucha contra la adversidad. Revista Nueva Sociedad No 254,
noviembre-diciembre de 2014.
22
«A grandes rasgos, es posible identificar tres mecanismos de acción –
no electorales, electorales no partidistas y partidistas–, los cuales se
detallan a continuación.
Una primera estrategia de la derecha consiste en recurrir a mecanismos de acción no electorales, vale
decir, a la movilización y utilización
de recursos para presionar a los
gobiernos de izquierda de tal manera que se impidan, pospongan o
morigeren reformas que afecten las
ideas e intereses de la derecha […]
Una segunda estrategia empleada
por la derecha consiste en desarrollar opciones electorales no partidistas. En este caso, se da pie a la conformación de liderazgos que buscan competir en elecciones pero que
de forma deliberada rehúyen la
construcción de partidos políticos
[…] no hay que olvidar que también fue empleada en la década de
1990 con bastante éxito por líderes
de derecha como Alberto Fujimori
en Perú y Fernando Collor de Mello en Brasil. En términos más contemporáneos, el triunfo electoral de
Álvaro Uribe en Colombia en 2002
se explica en gran medida por su
capacidad para posicionarse como
un actor que rompe con la clase
política tradicional y que termina por
armar a posteriori una organización
electoral personalista. […] una tercera estrategia de la derecha latinoamericana radica en invertir recursos
y tiempo en la formación de parti-
4
dos políticos, es decir, sumergirse
en la batalla programática».
Para aquellos sectores que han
optado por esta última opción de
formar un partido político que los
represente en la pugna electoral, José
Natanson4, marca en su análisis, tres
características que las distinguirían,
la nueva derecha seria democrática, posneoliberal y tendría una cara
social: «El talante democrático de
la nueva derecha es toda una novedad regional. En efecto, históricamente las fuerzas conservadoras
rara vez resistían la tentación de
golpear las puertas de los cuarteles
cuando percibían que sus intereses
no podían imponerse por vía de
las urnas […] Pero eso ha cambiado y hoy la derecha latinoamericana ha aceptado a la democracia
como el único sistema posible Esto
no implica, por supuesto, que esté
completamente libre de intentos
golpistas, ensayos de desestabilización y deslices autoritarios, como
demuestra la experiencia reciente
de Honduras, Paraguay, Ecuador
y Bolivia. [...] Además de democrática, la nueva derecha es posneoliberal. Aunque sus programas
económicos incluyen las conocidas
prescripciones pro-mercado, son
escasas las menciones explícitas a las
políticas de desregulación, privatización y apertura comercial que
constituían el núcleo básico del Consenso de Washington […] Por último, la nueva derecha tiene una cara
social. Sus líderes prometen mantener los programas desplegados
en la última década e incluso disputan la simbología de la izquierda, como ocurre con Capriles, que
aseguró que no desarmará las misiones chavistas en caso de llegar a la
presidencia, bautizó Simón Bolívar
a su comando de campaña»
Para Natanson, «Real o impostada, la cara social de la nueva derecha la hace competitiva, le permite
combinar la apuesta al ´voto de
opinión´ de las grandes ciudades
con las redes clientelares tradicionales, a veces heredadas de las dictaduras, como sucede con la UDI
en Chile y con DEM en Brasil, y en
otros casos construidas por los viejos partidos populistas, como ocurre con los blancos en Uruguay o
como sucede con Macri en la Ciudad de Buenos Aires, donde el PRO
absorbió una parte de la densa trama del viejo PJ Capital y consiguió,
en todas sus elecciones, resonantes
triunfos en las comunas del Sur».
Estas características, más que significar un cambio real en sus concepciones políticas, en sus propuestas o en los «valores» de la «nueva»
derecha lejos de ser verdaderos
cambios, son parte del aggiornamiento
que en su discurso y presentación,
esta viene utilizando para ser competitiva en el terreno electoral.
Para instalar esta imagen remozada, han llevado adelante una muy
fuerte campaña en los medios mo-
Natanson, José. La nueva derecha en América Latina, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2014.
23
nopólicos de comunicación, echando mano a elaboradas estrategias
de marketing político.
El componente marketinero
de la nueva derecha
«Detrás de los líderes de las nuevas derechas hay muy buenos asesores», con esta afirmación, que ha
ido ganando cuerpo en los análisis
políticos de los últimos años, comienza un interesante informe
confeccionado por el Centro de Estudios Latinoamericanos de Geopolítica (CELAG), con sede en Ecuador.
El documento llamado: Marketing
político. Durán Barba y JJ Rendón, radiografía de dos asesores clave en la construcción de los liderazgos de las derechas
del siglo XXI, producido por Mariela Pinza, Sabrina Flax y Gisela
Brito, analiza las concepciones y
metodologías llevadas adelante por
estos dos «gurúes» de la «nueva derecha», oscuros personajes encargados de diseñar la estrategia que diseña «cada paso, cada sonrisa y cada
silencio en los discursos y estrategias de difusión de los candidatos»
conservadores.
Las autoras resaltan que ideas
como «la soberanía nacional asociada a la recuperación de los sectores
estratégicos, la puesta en el centro
de la escena del Estado y su percepción como garante y ordenador
de la vida social, el predominio de
la política en la definición del modelo económico, la visión sobre la
integración regional» marcaron un
importante quiebre con las propuestas por el Consenso de Was-
24
hington y hegemónicas en la etapa
neoliberal.
Poco a poco la derecha se fue reacomodando a medida que asimilaba los nuevos vientos. A partir de
esto, comenzaron a surgir liderazgos de nuevo tipo, no tan ligados a
los economistas tecnócratas que asumían un papel político, recordemos
a Alsogaray, Cavallo y López Murphy entre otros, para darle lugar a
jóvenes y exitosos empresarios que
se niegan a identificarse como de
derecha, sino que se presentan como
cultores de la buena onda, de discursos presuntamente desideologizados, slogans que resaltan la trasparencia y la eficiencia y una interpelación al ciudadano o al vecino cara
a cara como muestra de su cercanía
con «la gente».
Esto lo hacen a la vez que sus asesores diseñan innumerables «campañas sucias» en las cuales los medios
de comunicación masivos juegan un
papel central.
Según el estudio, estos liderazgos
de derecha, en donde los candidatos juegan un papel central por encima de los proyectos colectivos y
partidarios, se caracterizan por los
siguientes puntos:
-Los candidatos deben asumir que
no saben todo, y reforzar la idea de
«equipos».
-Utilizar asesores políticos profesionales para dirigir la campaña.
-Elaborar y confiar en una estrategia política, la cual involucra cada
cosa que se dice, se muestra y se
hace o se deja de decir, de mostrar y de hacer (metas, análisis de
la imagen del candidato y del partido, análisis de la imagen de los
adversarios, análisis constante de la
evolución, elección del lugar donde aplicar la estrategia, selección de
temas pertinentes, identificación de
grupos de votantes.
-Proximidad con «la gente».
El éxito de estos liderazgos se fue
haciendo más marcado a medida
que, en campaña, fueron renunciando al enfrentamiento frontal
con las medidas que formaron el
nuevo consenso en la región, por
lo cual en el presente: «no proponen proyectos refundacionales ni
una vuelta al pasado neoliberal sino
asumir algunas de las políticas de
los proyectos de cambio que implican ya conquistas sociales instaladas en el consenso social». Para
esto postulan: «Lo que se hizo está
bien, vamos a mantener las políticas sociales y a defender los recursos nacionales, pero vamos a administrar el Estado de manera más
eficiente y transparente».
A este discurso se le suma la composición de una imagen del candidato acorde a masividad de los
medios audiovisuales que utilizan
para proyectar sus candidaturas.
Pensándolo en términos televisivos, las autoras proponen el siguiente
esquema para pensar de que se trata: «toma 1: recorrida por un barrio
popular, toma 2: tarde de plaza con
los jóvenes, toma 3: charla amigable
con los operarios en una fábrica. Así
podríamos enumerar infinitas tomas
que poco tienen que ver con el programa político y las verdaderas intenciones del candidato. Lo importante es mostrarse cercano a «la gente», porque eso, en esta nueva época
regional, mide bien».
A esto se suma una persistente
campaña de demonización sobre
los gobiernos progresistas, que consiste en presentarlos «como una
amenaza para el sistema democrático y para las libertades y los derechos humanos, se presenta así una
visión dual de la estructura social que
responde a la división entre la dictadura castro-comunista (hoy chavismo) o la libertad democrática representada por los sectores de la
ahora nueva derecha».
Una visión dual claramente ideológica llevada adelante por quienes
se presentan al público como los
emergentes de una era de «desideologización de la política» y representantes de una «nueva forma de
hacer política».
Estas «nuevas formas de hacer
política» son las que impulsan en
nuestro país Duran Barba y su
«Frankeinstein» del momento, Mauricio Macri, como: «las nuevas estrategias de las derechas regionales para
volver a disputar el poder en un contexto que lleva ya más de una década en el que el nivel de politización
de las sociedades y el empoderamiento de los pueblos han generado un corrimiento de la agenda hacia la izquierda, las nuevas constituciones y las nuevas leyes en materia
de inclusión que se han logrado en
diversos países de la región dan cuenta de un contexto en el que las derechas deben reinventarse para poder
disputar en este nuevo reacomodamiento político».
Esta estrategia fue llevada adelante por Macri desde el gobierno
de la ciudad de Buenos Aires, desde
allí, fueron consolidando su espacio
y buscaron expandirlo a lo largo del
país siguiendo con la cooptación de
dirigentes, incorporando militancia
con un estilo de voluntariado light
que cuenta con un «instructivo» que
plantea por ejemplo:
«Planificar y organizar las visitas a
los vecinos. Escuchar y conversar con
ellos es importante para invitarlos a
ser parte de nuestro equipo de campaña y que apoyen a Mauricio Macri Presidente».
«Si es la primera vez que salís a
recorrer tu barrio, te recomendamos
empezar visitando a un vecino con
el que ya tengas afinidad para que te
sea más sencillo. También, podes
salir acompañado por un amigo o
familiar. ¡En equipo es más fácil y
entretenido!», continúa el manual del
voluntario PRO para terminar llamando a «seguir sumando voluntarios» y pidiendo a sus militantes que
tomen los datos de quienes quieran
sumarse a la campaña. «Estamos en
un momento clave y necesitamos
seguir creciendo, por eso es importante que recolectes los datos de
aquellos que quieran sumarse».
Todo esto en un trabajado tono
descontracturado que busca acercarse a «la gente». El mismo que
utiliza Yamil Santoro, Secretario de
Organización Política de Jóvenes
PRO Nacional cuando dice:
«A la juventud la asocio con deseo, pasión, desborde. Representa
esa etapa de la vida donde quebramos con la autoridad vertical impuesta por una familia o comunidad y nos atrevemos a andar por
nosotros mismos. Hay una rebeldía necesaria que forma parte de
conocerse a uno mismo y de dis-
tanciarse de lo heredado o lo dado
para elegir con qué bloques construirse a sí mismo. Esta rebeldía inicial, tan necesaria para conocerse y
para ser autor de uno mismo como
un ensayo encierra dos posibles
problemas: quedar encerrado en un
bucle de anarquía eterna o vivir con
el temor de desafiar las reglas, sacralizándolas y viviendo eternamente esclavizado. Jaime Barylko resaltaba la importancia de cuestionar
las reglas pero que luego debíamos
asumir el desafío de seleccionar con
qué reglas habríamos de regirnos».
Ahora, tras el marketing festivo,
los globos y los colores que buscan distraer del verdadero contenido, cuáles son estas «reglas» con
que «habríamos de regirnos».
El ideario de esta «nueva derecha» es claro y lo expresan sin anestesia sus referentes ideológicos y va
quedando claro en los primeros
meses del gobierno de Macri: la
negación total al menor intento del
Estado a intervenir en la economía
si es en favor de los sectores populares, denunciar una creciente inseguridad y la defensa de una «moral
republicana» que salvaguarde una
supuesta «ética capitalista» en el marco de «republicanismo democrático» basado en un «consensualismo»
que deje atrás los conflictos en una
clara negación de la lucha de clases.
Estos puntos nodales conforman
los hilos conductores de este discurso, que apela al más arraigado
«sentido común» de un importante
sector de la sociedad moldeada en
una escala de valores conservadores e individualistas por demás, sobre todo desde la brutal represión
25
a los sectores populares en los ¨70
y en la época dorada del neoliberalismo en los ¨90.
Todo intento de regulación por
parte del Estado en materia económica, que insinúe aunque sea la
voluntad de lograr una mayor redistribución de la riqueza, deja rápidamente al descubierto las verdaderas concepciones de los sectores concentrados de la economía
quienes no ahorran calificaciones
como «populismo», «estatismo» o
«socialismo» con toda la carga negativa que las clases dominantes le
otorgan a estos conceptos.
Entonces, ¿qué tiene de
nuevo la nueva derecha?
Siguiendo nuestro planteo, entendemos que el objetivo de la
nueva derecha es revitalizar las
políticas e ideas conservadoras,
clasistas, que garanticen las condiciones de dominación y explotación capitalistas.
En el contexto de la crisis mundial que estamos atravesando, quienes manejan el poder económico
internacional buscan poner en marcha un nuevo ciclo de explotación
y acumulación, cuyos costos deben
pagarlo los trabajadores.
Para eso impulsan la vieja y remanida receta de invocar a ese autodenominado paraíso que sería el
libremercado, cuya crisis actual debe
endilgarse a «errores e irresponsabilidades» de ciertos actores del
mundo financiero que actúan sin la
eficiencia, responsabilidad y «ética
capitalista», a través de las cuales el
26
capitalismo demostraría su rostro
humano.
Como no puede ser de otra forma, las promesas de mano dura y
la represión siempre ocupan un lugar central en el discurso de los dirigentes de la derecha, lo vemos en
nuestro país con el Protocolo de
Seguridad o «antipiquetes» impuesto por Patricia Bullrich, y en las
políticas de alianza con la DEA y
otros organismos con la excusa de
llevar adelante la guerra contra narcotráfico. Estas medidas represivas
son presentadas, como no puede
ser de otra manera, como reflejo
del pensamiento de «la gente» fogoneando la idea de que si el Estado dejara de pensar en intervenir
donde no debe, por ejemplo la economía, y se dedicara a cuidar la propiedad y la seguridad de los ciudadanos, estaríamos mejor.
No es ninguna novedad que para
la derecha, «tradicional», «nueva»,
«moderna» o como quieran llamarla, estos problemas no se deben a
la naturaleza de un sistema basado
en la explotación y la marginación
de la mayoría para beneficios de
unos pocos. No, para ellos se debe
a la ineficiencia, la corrupción y las
ideas populistas, socialistas que se
instalaron en el continente y nos
acercaron al precipicio.
Partiendo de problemas muchas
veces reales, corren deliberadamente el análisis de sus causas y, con la
inestimable tarea de los medios de
comunicación concentrados someten a la sociedad a un continuo
bombardeo ideológico para horadar a los procesos más avanzados de la región.
Entonces, llegan ellos, prometiendo cambios para salvar al país. Y
para esto, presentan sus «novedosas»
ideas, su nueva política, a saber:
Reinsertarnos en el (su) mundo,
volver al FMI, eliminar las retenciones, subir la edad jubilatoria, endeudamiento y proponer un país
«gobernado por dueños, como si
fuera una empresa», como ha quedado de manifiesto con la preeminencia de gerentes de importantes
empresas en el gobierno de Macri.
En cada medida que toman dejan al descubierto su verdadero
contenido programático, a la vez
que buscan difuminarlo con un
marketing que vende una supuesta
eficiencia y novedad desde «Haciendo Buenos Aires» hasta «Cambiemos» interpelando a un sector
importante de la sociedad para la
cual, tras 12 años de gobiernos kirchneristas con sus virtudes y sus
defectos, la idea de un cambio le
simpatiza en el marco de la creencia de que la alternancia es un valor
democrático en las democracias
también «modernas».
Esta idea de la alternancia, piedra
basal sobre la que fundamentan sus
campañas las nuevas derechas, fue
muy difundida también por pensadores que hicieron una bandera
de su posición pos-marxista y sostienen como Ernesto Laclau que:
«En Argentina, creo que lo más saludable que le puede pasar al sistema político es que se creen dos
formaciones políticas, una de centroizquierda y otra de centroderecha. No necesito decirle cuál apoyaría, ya lo sabe usted, pero esto
aportaría a que de alguna manera
se cree un sistema político relativamente viable».
Un sistema político «relativamente viable» en el cual, a través de la
alternancia, una centroizquierda y
una centroderecha democráticas
jueguen sus matices respetando
ciertas «políticas de Estado».
La pretendida «nueva derecha»
o «derecha moderna» o derecha
a secas sin eufemismos a nuestro entender, ha tomado nota de
los cambios producidos o en
proceso en la región y se prepara día a día, con todas las armas
a su disposición, para hacer retroceder la situación latinoamericana, como suele decir Atilio
Boron, a las condiciones existentes la noche previa al triunfo de
la Revolución Cubana, como
pretende el imperialismo.
En este sentido nos parece importante prestar atención a otro de
los párrafos del Documento de la
CELAG y que nos sirve para interpretar lo que está sucediendo en
la región: «Si bien se ha avanzado
enormemente en el plano de la disputa cultural-simbólica, como en la
resignificación del lenguaje y de las
prácticas políticas, aún no ha sido
suficiente para desarticular el legado neoliberal y muchos de los actores que dicho legado ha creado.
En este sentido los asesores apelan
a esas identidades arraigadas en las
sociedades y las interpretan con el
objetivo de diagramar una estrategia comunicacional que los interpele.
La movilidad social amplificada
por los gobiernos progresistas y de
izquierdas ha beneficiado a sectores medios y populares. Inclusive,
ha creado nuevas clases medias.
Pero dicha movilización no supone mecánicamente fidelidad electoral a los oficialismos».
Esto lo ha sabido decodificar la
derecha y trabaja incesantemente
para recuperar los espacios perdidos y derrotar a los gobiernos progresistas quienes, como plantea el
informe citado: «tienen el gran desafío de saber interpretar las nuevas demandas de este electorado
cambiante y nuevo, un `electorado
del siglo XXI´ que revista novedades que bien entendidas o dirigidas
pueden beneficiar tanto a oficialismos como a oposiciones».
Tomar nota de estas advertencias
será central para avanzar con mayor firmeza, y sin confusiones, en
la construcción de poder popular
para enfrentar al enemigo principal
de la humanidad que busca revitalizar su fuerza: el capitalismo.
No está de más recordar este
planteo de Álvaro García Linera:
«La experiencia, entonces, ¿qué
enseña?, que la hegemonía, en realidad es Gramsci y Lenin, y nuevamente Gramsci, es lucha cultural,
lucha de símbolos, lucha de identidades, lucha de construcciones cog-
nitivas, lucha de ideas fuerza desde
la sociedad; condensación, enfrentamiento, derrota de tu adversario,
tienes que derrotar a tu adversario,
sino no has triunfado e inmediatamente que has derrotado a tu adversario, nuevamente lucha cultural
para asentar esa victoria, para consolidar esa victoria, y nuevamente
el adversario volverá a sobreponerse y buscará reagruparse y tendrás
que derrotarlo cultural, política y, si
es necesario, militarmente para volver a avanzar en la parte cultural».
La derecha tiene muy claro en que
cancha juega y debemos tenerlo en
claro nosotros.
Ya lo vimos en estos días, los
intereses de clase y los políticamente oportunistas van delineando el mapa futuro. Y en ese futuro se juega la suerte de nuestro
país y el de los procesos de integración regional.
Que esto quede limitado a internas palaciegas de intereses corporativos, o seguir trabajando para
dejar abierto un camino en el que
la lucha social juegue un papel decisivo en la construcción de un proyecto plural que defienda los intereses populares, radicalice las reformas estructurales y avance en un
sentido anticapitalista, es lo que queda por ver.
Y en esa cancha, como siempre
y sin ambigüedades, los comunistas tenemos un partido que jugar.
27
EL CONGRESO DE ORIENTE DE LA LIGA DE LOS PUEBLOS LIBRES DE 1815 *
Un ensayo de interpretación histórica
por Alejandro Bernasconi1
Y
a incorporadas Córdoba y
Santa Fé a la Liga de los
Pueblos Libres, el 29 de
Junio de 1815 en la villa del Arroyo de la China (Concepción del
Uruguay, Entre Ríos), se reunieron
los diputados de las provincias integrantes en el llamado «Congreso de
Oriente» o «Congreso del Arroyo de la
China». Un año antes de las titubeantes definiciones del Congreso de
Tucumán de 1816, la Liga de los
Pueblos Libres ratificó allí el principio de soberanía particular de los
pueblos y afirmó su voluntad de independencia absoluta de toda potencia extranjera apostando por la sanción de una Constitución Nacional
bajo los principios de República y
Confederación con, al menos para
parte de las provincias integrantes, un
programa de democracia social…
Las pujas por hegemonizar la
Memoria Histórica
La historiografía liberal positivista borró de la historia el acontecimiento en aras de hacer desparecer la expresión más radical del
proceso revolucionario rioplatense. La construcción del relato liberal fijó las bases de una secuencia
de acontecimientos lógicos y encadenados, motorizados por próceres preclaros, que llevaba inexorablemente a la constitución de múltiples Estados Nacionales en Latinoamérica de base agroexportadora, librecambistas, que a la vez que
afirmaban la república y la igualdad de sus ciudadanos, consagraba el derecho de propiedad y los
derechos individuales por encima
de los derechos sociales.
Se definían así un conjunto de
valores y representaciones de la dinámica temporal impuesta por las
fracciones de clases dominantes,
cuando durante la segunda mitad
del siglo XIX las mismas cerraron,
violentamente por cierto, sus disputas internas y construyeron el
Estado Nación Argentino. Parte de
las paradojas en las que la historia
se nos expresa, en el mismo momento en que dicha naciente burguesía que había cerrado delicadamente sus disputas internas se construía el relato sobre su pasado. Había por tanto, no sólo que sacar
algunos héroes del panteón, sino
además borrar acontecimientos
que alteraran dicha secuencia lógica. Había no sólo que borrar del
mapa los territorios que fueron
quedando fuera de la «Argentina»,
*Agradezco las observaciones de Leandro Pozzi y Violeta Meyer
1
Prof. de Historia, Lic. en Ciencias Sociales UADER FHAyCS, Sec. Adjunto Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos
28
sino además era necesario que
ocultar los procesos mediante los
cuales diversas pujas competitivas
entre grupos de poder territoriales fueron trazando las líneas de lo
que finalmente serían las «provincias» argentinas.
Fuera de la historia liberal han
surgido muchas otras perspectivas
historiográficas que analizaron el
proceso revolucionario y dieron
otra dimensión, otro «calado» histórico a otras variantes y experiencias de dicho proceso revolucionario en el Río de la Plata y América
Latina. En este sentido existen muchísimos investigaciones que han
puesto en revisión de forma completa el proceso. Sin embargo el
relato liberal sigue siendo fundante
y hegemónico – aunque hoy ciertamente menos- de la memoria histórica y, aún más peligroso, a lo que
ella aporta a la conciencia histórica.
A la vez se ha conformado otro
relato sobre la dinámica de nuestro
pasado que conocemos en su caracterización general como «revisionismo histórico». Esta secuencia
heterogénea de estudios y ensayos
tienen la fuerza de contraponer al
relato liberal la inversión de algunos de los valores prototípicos propuestos por la historia oficial: la
valoración de los sectores populares en la dinámica histórica, de las
experiencias proteccionistas, la recuperación de algunos héroes negados por la historiografía oficial,
la recuperación de los pueblos nativos, de las visiones latinoamericanistas, etc. Sin embargo esta perspectiva de análisis tienen dos defectos serios: por un lado la pobreza
metodológica (heurística y del aparato crítico); por el otro la base idealista de análisis, en similitud con el
liberalismo positivista.
Por un lado investigar el pasado
requiere mucho más que convertir
en valores los disvalores propuestos por el liberalismo, mucho más
que invertir la interpretación de la
secuencia de hechos o que recuperar acontecimientos ocultados.
Por otro lado, y fundamentalmente, en general el revisionismo recicla la concepción idealista de que
existieron hombres preclaros que
hechos de un conjunto de ideas
políticas motorizaron la dinámica
histórica… es como si se jugara
una partida en la que se intercambian figuritas de héroes. Los sectores populares, las clases sociales
(cuando se usa esta categoría de
análisis), los diversos colectivos socioétnicos, aunque revalorizados,
siguen siendo fieles seguidores convencidos del rumbo histórico que
algunos va trazando…
Me tomo el tiempo en hacer estas aclaraciones porque la revalorización del movimiento artiguista y
del Congreso de Oriente como
acontecimiento central de nuestra
historia –en su aniversario 200 y
en el contexto de un escenario histórico en que se revaloriza la unidad latinoamericana y el protagonismo político de los sectores populares al calor de la disputa «cultural» con el liberalismo- viene demasiado atada de las manos de
ésta segunda perspectiva.
Se presenta así un movimiento
artiguista conducido por un héroe
magnánimo ocultado por la historia
oficial nativa, que es también «argentino», interprete de y seguido por los
sectores populares que va siendo convencidos por su prédica y a los que
se los convoca en pie de igualdad a la
lucha y al libre debate asambleario
para decidir sus destinos… Como
decíamos, toda la fuerza de la provocación plebeya a la memoria histórica impuesta, pero mucha fragilidad heurística y metodológica y, especialmente, mucha fragilidad por no
decir ocultamiento, de los conflictos
y tensiones internos del movimiento
revolucionario.
Se crea así una nueva mítica en
donde un proceso revolucionario
ocurre primero como un acto de
conciencia que luego forja una voluntad de lucha inquebrantable en
hombres y mujeres por esos ideales. Luego de tantas experiencias de
revoluciones populares, exitosas y
frustradas, los marxistas, especialmente los leninistas, hemos aprendido que la dinámica histórica no
se comporta tan ingenua ni podemos hacer creer a nuestros compañeros que la disputa por transformar un orden social injusto
ocurre con tanta simplicidad. Eso
sigue siendo historia religiosa sin
mediaciones ni condiciones materiales y de subjetividad compleja y
heterogénea: buenos y malos, valientes y cobardes, españoles y
criollos, blancos e indios, federales y unitarios…
Es necesario por lo tanto volver
(ver al menos Sala de Touron y
otros, 1978 ¡!!), avanzar y profundizar, sobre un análisis desde la
perspectiva del materialismo histórico que busque comprender el pro-
29
ceso revolucionario en su complejidad y ponga en superficie las tensiones y contradicciones sin ocultar
las pujas entre clases, fracciones de
clases y actores del movimiento revolucionario. Pero además, especialmente en el espacio que conformó
la LPL, se necesitan muchas más
investigaciones que profundicen el
estudio de esas formaciones sociales y en sus vínculos con el movimiento revolucionario. Hay allí una
deuda -bastante más saldada por
la historiografía uruguaya creo- y
que nos obliga a no avanzar mucho más allá de un conjunto de hipótesis articuladas, campo que este
simple y apresurado ensayo no pretende sobrepasar
Una perspectiva del contexto
histórico
La intensidad que adquirió el
proceso revolucionario a partir del
25 de mayo se expresó en un conjunto de tensiones y contradicciones, marchas y contramarchas, que
sólo se fueron resolviendo en el largo plazo. Y se fueron resolviendo
en el largo plazo porque la burgue-
sía nativa en formación tenía intereses contradictorios.
Los sectores de poder rioplatenses, periféricas y pobres élites
territoriales en el marco del mundo colonial tardofeudal, se fueron constituyendo como clase en
el mismo proceso revolucionario en que derrumbaban ese orden en América.2
Esas fracciones de clases de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, nunca cedieron la conducción del
proceso revolucionario -ni aun en
el movimiento artiguista-, y se fueron descubriendo y construyendo
como tales en el mismo proceso
de lucha en que iban buscando definir los límites territoriales de su
poder a la vez que ponían en disputa diversos programas de demandas políticas y económicas que
aseguraran su reproducción en y
desde dichos espacios. En ese marco se deben comprender las luchas
políticas internas del siglo XIX, el
surgimiento del Estado Nación
Argentino3 y especialmente de las
«provincias argentinas».
Derrotada tempranamente el ala
radical de la revolución en Buenos
Aires por falta de base social, parte
de la revolución originaria se desplazó espacialmente rápido hacia el
litoral entrerriano y la Banda Oriental donde se disputaba cara a cara
con la ofensiva imperial (española
y portuguesa). En el amplio espacio periférico que iba desde Río
Paraná hasta el Atlántico (incluyendo las actuales Paraguay, Misiones,
Corrientes, Entre Ríos, Río Grande del Sur y la Banda Oriental)el
proceso revolucionario tomó un
sentido, profundidad y radicalidad no registrado en otras regiones –salvo momentos de la Salta
de Güemes-. Ya la ofensiva revolucionaria encabezada por el
hacendado entrerriano Bartolomé
Zapata prefiguraba la dimensión
de esa lucha en dicho espacio
(Castaldo, 2010).
Debemos indagar aún más las
condiciones estructurales de dichos
territorios, pero podemos ir tejiendo un conjunto de hipótesisa partir
de lo que ya sabemos: en tierras de
hacendados contrabandistas muy
ricos, medianos y muy pobres, ocupantes ilegales o precarios del suelo, claramente la disputa por la propiedad de la tierra tuvo centralidad.
Con la peculiaridad de la coexis-
2
Como sabemos la existencia de una clase no se define sólo por su lugar concreto en una estructura socioeconómica, sino también por
su conciencia de sí misma, conciencia que se construye con la percepción del antagónico al calor de un proceso de lucha contra el
antagónico… las revoluciones son momentos en donde las clases sociales, especialmente la o las que conducen el proceso revolucionario se
completan a sí mismas al descubrirse como tales
3
Los estudios historiográficos han avanzado mucho en éste campo, solo alcanza ver la perspectiva revisionista socialdemócrata con dos
gramos de populismo y mil conceptos robados al materialismo histórico
–sin mencionar por supuesto- elaborada para el «público no especialista» recuperando «las investigaciones académicas de las últimas dos
décadas» que se sintetizan en Nueva Historia Argentina; Sudamericana, 2010, con dirección general de obra de Juan Suriano (12 tomos).
30
tencia de un grupo de grandes hacendados y comerciantes junto a la
fuerte presencia de un sector de
hacendados mediosy pequeños y a
una población móvil dominantemente mestiza y nativa (centralmente tupí guaraní), que oscilaba entre el
laboreo de sus pequeñas parcelas
integradas de hecho a las estancias
más grandes, el trabajo servil,el conchabo en las haciendas grandes y el
contrabando; pero también conviviendo con varias naciones y parcialidades nativas no sometidas (del
complejo chaná charrúa), aunque ya
transformadas y parte del entramado de la disputa por la tierra y los
recursos… Una espacialidad sobre
la que la corona española nunca terminó de cerrar el control político y
social, y sobre la que hacía tiempo
estudiaba posibles y conocidas reformas diseñadas por funcionarios
ilustrados españoles preocupados
por las necesidades de recursos fiscales y defensivos de la región. Territorios además en los cuales hallamos la preexistencia de un sentimiento autonomista forjado al calor del
desarrollo de las fuerzas productivas luego de las reformas borbónicas y de las propias tradiciones derivadas del tipo de estructuración del
poder político en el mundo periférico tardofeudal hispano.
Fue en ese espacio donde se comenzó a prefigurar una agenda
demandas políticas y económicas,
distintas de las fracciones de la
burguesía porteña en formación,
y de muchas otras burguesías provinciales que hasta 1815 temieron
izar la bandera patria en el fuerte
de Buenos Aires.
Decíamos que derrotada el ala
radical de la revolución los gobiernos residentes en Buenos Aires
abandonaron rápido a los líderes
de la revolución en la Banda Oriental (primero la Junta Grande, pero
luego el Primer Triunvirato, el Segundo Triunvirato, el Directorio…).
Fue inaceptable para los revolucionarios orientales y su conducción,
cara a cara con los invasores españoles y ahora portugueses que les
proponían el retorno al pasado,
prefirieron mantener la resistencia
pese al abandono.
Allí el movimiento antiregentista
había juntado desde grandes estancieros e importantes comerciantes
descontentos con quienes poseían
privilegios monopólicos hasta pequeños mercaderes del interior, hacendados medianos y pequeños,
agricultores y el peonaje y esclavos
vinculado a ellos, conducidos por
oficiales de blandengues y con la
prédica sumada de curas de pueblos.
Semejante variedad de fracciones de
clases no podía contar con intereses
homogéneos, las razones de la rebelión eran variadas pero posibles
de coincidir en la coyuntura: la propiedad de la tierra, el librecambio, el
rechazo a las pesadas cargas tributarias del final del coloniaje y hasta
algún terrateniente hispano que pretendía preservar las tierras para don
Fernando VII…
En el tiempo fue desde el Éxodo del pueblo Oriental hacia Entre
Ríos (fines de octubre de 1811)
hasta la nueva recuperación de
Montevideo (junio de 1814), el
movimiento revolucionario oriental comenzó un proceso lo llevó a
conformar una agenda propia de
demandas y definiciones políticas
que contuviera a las diversas fracciones de clases movilizadas. El proceso no fue lineal ni sin tensiones
internas. De hecho muchas de esas
fracciones -y no sólo sectores de
poder- abandonaron el movimiento en diversos momentos. Pero a
la vez lograba aglutinarse en la medida que el gobierno en Buenos
Aires cada vez representaba más los
intereses estratégicos de hacendados y comerciantes porteños que
pretendían imponer su poder de
clase, hechos del control de la renta
por el puerto de Buenos Aires y del
control del aparato político, al resto del territorio.
En ese tiempo fueron tomando
forma un conjunto de definiciones
económicas y políticas que contuvieran la variedad de fracciones de
clases dentro y buscando sostener
el argumento de la autonomía: mirando a Paraguay, inspirados en el
contractualismo de Rousseau y con
elementos del pensamiento ilustrado español…, viendo el modelo de
organización de Estados Unidos,
conocedores de las propuestas de
los funcionarios reformistas coloniales y posiblemente incorporando algunas tradiciones comunitaristas con base en los pueblos nativos,
comenzó a tomar forma: independencia absoluta, república y confederación sostenidas bajo el principio de la soberanía particular de los
pueblos; habilitación de puertos, librecambio con algunas medidas
proteccionistas y distribución de la
tierra entre los desposeídos sin importar raza ni religión. Claramente
31
este fue el programa que se gestó
desde la Banda Oriental y aseguró
la incorporación de Misiones, Corrientes y Entre Ríos. Lejos estamos
de pensar que fuera plenamente
sostenido por Santa Fé y Córdoba
incorporadas luego.
Claramente en el pleno éxodo el
mismo movimiento fue reelaborado su discurso y comenzó a fundamentarse en el principio de «soberanía particular de los pueblos». Artigas, en plena disputa con Sarratea,
lo expuso de manera brillante en
un oficio al Triunvirato y al Cabildo de Buenos Aires: abandonado
el pueblo Oriental estaba roto el
pacto de dominación nunca explícito que obligaba obediencia, allí el
pueblo «pudo mirarse como el primero
de la tierra, sin que pudiera haber otro
que reclamase su dominio»(Artigas,
Agosto de 1812)… . Y lo señalará
claramente en un oficio del mes siguiente a la Junta del Paraguay: «Los
orientales lo creyeron así mucho más que,
abandonados en la campaña pasada y en
el goce de sus derechos primitivos, se conservaron por sí, no existiendo hasta ahora un pacto expreso que deposite en otro
pueblo de la confederación la administración de su soberanía. (…)».Artigas, septiembre de 1812
Ya convocada la Asamblea General Constituyente del año XIII,
Artigas expuso la síntesis de ese
proceso de definiciones políticas en
su oración inaugural del Congreso
de Tres Cruces en abril de 1813,
expresándose ante los representantes de los pueblos de la Banda
Oriental como «ciudadanos» libres
resolviendo su destino, destino que
el brillante jefe sugirió por
32
supuesto:»Si somos libres, (…) examinad si debéis reconocer la asamblea por
obedecimiento o por pacto. No hay un solo
motivo de conveniencia para el primer caso
que no sea contrastable en el segundo (…)
Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional; garantir las consecuencias
del reconocimiento no es negar el
reconocimiento…»(Artigas, abril de
1813). Nueve días después definieron las famosas Instrucciones del
año XIII que aún muy conocidas
vale el esfuerzo recordar: además
de independencia absoluta de las
colonias de España; el claro artículo 11: «Que esta provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, todo
poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por la confederación
a las Provincias Unidas juntas en congreso»; más distribución del poder en
forma de república; más y libertad
civil y religiosa… El programa político de lucha había tomado forma… pero cerraba de la mano del
acuerdo sobre algunas las políticas
económicas, como la habilitación
de los puertos de Montevideo y
Colonia y la no aplicación de aranceles al comercio entre provincias…
Y también de cómo defender lo
logrado: cada provincia debía tener su propio ejército.
Cuando gran parte de nuestra
galería de próceres titubeaba en
declarar la independencia y pensaba la conexión con alguna línea dinástica para el gobierno de las Provincias Unidas, el movimiento artiguista había tomado la posta revolucionaria y la llevó a la más profunda expresión de todo el siglo
XIX. Las Instrucciones del año
XIII, fueron un punto de síntesis
de ese proceso en cuanto a definiciones políticas y algunas definiciones económicas y estratégicas centrales, constituyéndose en la base
del programa político con el que
se fue tejiendo la Liga de los Pueblos Libres hasta 1815.
Pero las Instrucciones del año
XIII eran un punto de equilibrio de
intereses de fracciones de clases «hacia afuera» de la región, con el cual
además se pretendía sumar al Paraguay y convencer a Córdoba y
Santa Fe. Más allá de ellos las tensiones al interior de los grupos hegemónicos del movimiento revolucionario eran muy fuertes y avanzada
la lucha se harían más explícitas.
Un análisis primero de la composición de la conducción inicial de
la revolución en la Banda Oriental
permite ver que tempranamente el
curso de las disputas internas y la
necesidad obligada de ampliar la
base social del movimiento revolucionario –necesitado de hombres
para las armas-, obligó a incorporar como sujeto político de la revolución a las clases sociales desposeídas del acceso a la tierra. Ciertamente, de forma tardía y bajo
presiones internas al interior del
propio movimiento, el intento de
despliegue de esas transformaciones, especialmente la distribución de
tierras, fue contemporáneo al Congreso de Oriente. Artigas y la conducción militar y política del movimiento cada vez iban desconfiando
más de los hacendados poderosos
que los apoyaban y confiando más
en el gauchaje y la indiada que se
mantenía fiel, especialmente los nativos guaraníes. Pero el programa de
reformas llegó tarde y tuvo pocos
avances concretos. Sucedió que la
necesidad de ampliar el frente para
disputar a Buenos Aires, aliándose
con fracciones de clases de otros
territorios sólo interesadas en un
«autonomismo» que proteja sus intereses territoriales, vaciaba al movimiento de avances en reformas
estructurales que contuvieran a los
desposeídos. Esas reformas nunca formaron parte del programa
de lucha del conjunto de territorios que integraban la Liga de la
Pueblos Libres.
Desde enero de 1814 hasta 1820,
aunque con vaivenes, el enfrentamiento con el centralismo porteño
fue frontal. El movimiento revolucionario finalmente avanzó sobre
las actuales Entre Ríos (febrero de
1814), Corrientes (marzo de 1814),
Santa Fé y Córdoba (marzo de
1815), más Misiones ya sumada,
estaba Conformada en los primero meses de 1815 la Liga de los
Pueblos Libres.
De esta forma, el programa político y económico fue un punto de
encuentro y equilibrio frágil entre
los grandes hacendados y comerciantes librecambistas enfrentados
a la naciente burguesía porteña que
apoyaban el movimiento y la conducción revolucionaria con líderes
militares de base campesina –ha-
cendados medios y pequeños, capataces y caciques-y sus bases, que
demandaban tierra y medidas
proteccionistas.Todos los intentos
de reformas económicas y sociales
del movimiento artiguista tuvieron
por objeto conciliar los intereses
contradictorios entre fracciones de
clases. No conozco un solo documento en el cual se concedan o limiten sólo derechos a algunos.
El Congreso de Oriente y
la afirmación de
independencia de la Liga
de los Pueblos Libres
Como decíamos la historiografía liberal positivista borró de la
secuencia de acontecimientos al
Congreso de Oriente de 1815, ignorando su dimensión histórica
como parte de silenciar la experiencia de la Liga de los Pueblos Libres
y del movimiento artiguista. Halló
y aún encuentra, un argumento central para hacerlo: no existe documento que demuestre lo que se resolvió en dicho Congreso. Efectivamente las actas del Congreso se
perdieron pero ello no impide el
necesario análisis contextual del proceso en que se enmarcó el Congreso, para comprender que debió
ocurrir allí.
En primer lugar del Congreso de
Oriente creo que fundamentalmente debe tenerse en cuanta que tal
encuentro fue precedido por diversas expresiones de cabildos locales
y congresos que declararon la independencia afirmándose en el
principio de soberanía particular de
los pueblos y la voluntad de constituir una confederación, mandatando a sus representantes en dicho
sentido: el Congreso de Tres Cruces (abril de 1813) declaró la independencia de la Banda Oriental, la
«Provincia Oriental» se declaraba «Estado libre, Soberano e Independiente»
como provincia integrada «por pueblos libres», avanzando en la constitución de ejército, administración
económica y gobierno propio; luego Corrientes (abril de 1814) y el
«Continente de Entre Ríos» (abril de
1814)4, Los pueblos de las Misiones estaban hace tiempo sumados
sobre la base de un cuidado principio de democracia. Un año después
se sumarán Santa Fé y Córdoba (abril
de 1815). Seguramente existen muchas declaraciones de soberanía de
pueblos que aún no hemos hallado o
que faltan sistematizar. Sucedía que en
la concepción que fue elaborando el
movimiento, que caracterizamos antes, eran los pueblos los que iban
definiendo su soberanía y aditivamente iban construyendo por dele-
4
En reunión en el campamento de Belén entre Artigas y representantes del Director Posadas se declaró la independencia de «… los
pueblos todos del Entrerios», en la perspectiva de la época se refería a todos los territorios entre los ríos (las actuales Misiones, Corrientes
y Entre Ríos) los que quedaban bajo el protectorado de Artigas a partir de la firma con fray Mariano Amaro y Francisco Candioti,
emisarios del Directorio. El convenio fue rechazado por el Director Posadas
33
gación las instancias superiores de la
estructura del Estado y de aquello
que lo gobierne lo que pudiera tomar la forma de una «nación» sobre
el territorio que diera…
El proceso no fue lineal, de hecho una vez recuperada nuevamente Montevideo, luego que comenzarael período de la dominación
directorial sobre dicha plaza (que
duró hasta febrero de 1815 en que
fue recuperada por el movimiento
artiguista), los comisionados de
Artigas en julio de 1814 debieron
ceder en el art. 10 de un acuerdo
ante el director Posadas, toda pretensión sobre «el Entre Ríos», pero
el acuerdo no fue aceptado por
Posadas, quien creó rápidamente
«provincias» bajo el control directorial centralizado.
Sin embargo la revolución reestableció por la fuerza su poder en
Corrientes y Entre Ríos, y la influencia fue tal que Santa Fé y Córdoba
se sumaron la Liga de los Pueblos
Libres en momentos que el Directorio, fracasado el intento de lograr
la protección de los Borbones (Misión Belgrano – Rivadavia), bajo la
conducción de Alvear buscaba el
protectorado británico (Misión
García). Artigas, rápidamente afirmaba los principios revolucionarios
de independencia porque olfateaba la debilidad y la traición cercana
del Directorio. Convocó a los pueblos del «Continente de Entre Ríos» a
un congreso en el Arroyo de la
China y a los de la Banda Oriental
en la capilla de Mercedes, encuentros que no podían tener otro objeto que avanzar en una declaración
de independencia y en la voluntad
de constituir una confederación.
Ante la inminencia del avance sobre Buenos Aires, en abril de 1815
se produjo el levantamiento de Fontezuelas por el cual Álvarez Thomas depuso el directorio de Alvear,
trasladó el poder al Cabildo de
Buenos Aires y buscó la reconciliación con el movimiento artiguista
temeroso de la radicalidad del proceso -»Toma nuevamente alas Artigas;
los pueblos empiezan a estudiar los cuadernillos de Rousseau (…)»-y reconociendo la avanzada del proceso independentista… «(Artigas) extiende su influjo sobre Santa Fe, Corrientes y Córdoba,
que declaran su independencia»(Álvarez
Thomas, Memorias)
Abierta la posibilidad de un
acuerdo con el nuevo gobierno en
Buenos Aires a fines de abril de
1815 Artigas llamaba nuevamente
a todos los pueblos federados, sumados ahora Córdoba y Santa Fe,
para el Congreso en la villa del Arroyo de la China, con el objeto de resolver sobre el reconocimiento del
nuevo gobierno en Buenos Aires.5
Las instrucciones de inicio de junio al diputado por Córdoba parecen indicar que estaban pensando en el encuentro de Paysandú con
la misión porteña, en donde esperaban negociar el reconocimiento
del gobierno de Buenos Aires y el
de Córdoba y el resto de las provincias de la Liga como provincias
independientes, y de un Congreso
que organizase al país con sistema
confederal. A mediados de ese mes
se dieron las instrucciones al diputado por Santa Fe y claramente eran
para que en el Congreso de Oriente afirmara la independencia, se reconociera la independencia de Santa
Fé y del resto de las provincias y
«para que establezca, y reconozca la autoridad suprema, que ha de regir a todos
con los límites, y extensión, que convengan
a un perfecto gobierno federado, y a la
conservación de los derechos de los Pueblos…»; en ese marco se debía dar
reconocimiento al nuevo Director
Supremo, definiendo que porción
de autoridad se le daba.En las instrucciones se incorporan algunas
modificaciones a las Instrucciones
de los diputados orientales del año
XIII (entre ellas el reconocimiento
de la Religión Católica, Apostólica,
Romana como única), y propuestas de cómo debía constituirse el
nuevo gobierno nacional y algunas
definiciones de políticas económicas, por ejemplo que todos los impuestos a la introducción de mercaderías extranjeras debían ser iguales en todas las provincias y que debían recargarse aquellas que perjudicaran la producción local (Cabil-
Ciertamente existen diversas interpretaciones sobre éstas convocatorias. A mi entender Artigas hizo un llamado al Congreso y a la
vez a una reunión en Paysandú con los representantes porteños.
5
34
do de Santa Fé, junio de 1815).
Ese mes la Junta de Observación
elaboró el «Estatuto Provisional para
la dirección y administración del Estado»
y convocó al Congreso de Tucumán; ya la forma de ésta convocatoria distanciaba la posibilidad de
un acuerdo de las provincias federales con Buenos Aires. Finalmente
el encuentro con los emisarios porteños en junio de 1815 en Paysandú fracasó. Allí la Liga Federal, en
una síntesis seguramente apresurada por Artigas, propuso el reconocimiento de la independencia de
la Banda Oriental y el de todos los
pueblos y provincias comprendidos desde la margen oriental del
Paraná, al igual que Santa Fe y Córdoba que se mantenían bajo protección de la Provincia Oriental hasta que voluntariamente quisieran
separarse. También plantearon que
desde ese lugar tenían la voluntad
de entrar a formar parte de la «Provincias Unidas del Río de la Plata», siendo la base del pacto con las demás
provincias debía ser el de una alianza
ofensiva y defensiva y que todas las
provincias debían tener iguales derechos y privilegios aunque quedando sujeta a la Constitución que organice el Congreso (propuesta conocida como el Tratado de la Concordia). La contrapropuesta de los
delegados porteños se limitó a reconocer la independencia de la
Provincia Oriental, a dejar en libertad de elección a Corrientes y Entre Ríos de buscar protección en
el gobierno que desearan y a ofrecer un tratado comercial con la
Banda Oriental incluyendo una
baja en los impuestos que se pa-
gaban para extraer productos de
provincia a provincia, punto incluía
también a Entre Ríos.
Ese es el escenario en el cual el
29 de junio de 1815 se inició el
Congreso de Oriente en la villa del
Arroyo de la China con representantes de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Córdoba y la Provincia
Oriental – los diputados por Misiones llegaron después-.
Sabemos con certeza, por oficios
de Artigas desde el Congreso de
marras, que se nombraron 4 diputados para seguir negociando con
Buenos Aires las diferencias. Artigas escribió al Cabildo de Montevideo que el Congreso «… después
de muchas reflexiones» resolvió enviar
cuatro diputados a Buenos Aires
«que a nombre de este Congreso General,
representasen la uniformidad de sus intereses y la seguridad que reclaman sus provincias (…) todos con los poderes e instrucciones bastantes a llenar su comisión»
(Artigas, 30 de junio de 1815).
Es difícil imaginar que sólo eso
se debatió en el Congreso. Ya la sola
definición de las «instrucciones»
debió generar un debate intenso y
no debió ser sencillo al momento
de pasar de las grandes definiciones autonomistas a propuestas concretas sobre un programa político
y económico.
Es muy posible que fuera difícil
consensuar con Santa Fé y Córdoba especialmente un conjunto de
medidas económicas y de organización política, Corrientes estaba
molesta porque se había dado representación en Congreso a Misiones parte de cuyo territorio históricamente disputaba…
Pero aunque tenemos las actas a
la vista sin dudas allí las provincias
ratificaron su voluntad de independencia absoluta de toda potencia
extranjera y los principios confederales y republicanos, como continuidad de la secuencia lógica del
ejercicio de soberanía particular de
los pueblos. Esto debió ser así porque todas estas provincias ya habían declarado su independencia,
se hallaban en una posición de
fuerza y el fracaso de las negociaciones con el gobierno en Buenos
Aires obligaba a reafirmar esos
principios aunque el Congreso dispusiera la voluntad de seguir negociando. Más aún ese debió ser
el centro del debate cuando 13 de
agosto de 1815 retornaron los
delegados enviados por el Congreso de Oriente, comunicaban el
fracaso de las negociaciones y se
reiniciaban las hostilidades.
Recordemos que cada declaración de independencia era también
relativa respecto de la instancia inmediatamente superior. Es por ello
que, reafirmada la independencia de
los pueblos y provincias que conformaban la LPL, continuaba la
voluntad de poder avanzar en la
constitución de la «Provincias Unidas del Río de la Plata» como acto
de delegación, nuevamente, de parte de esa soberanía.
De hecho el no acuerdo con el
gobierno en Buenos Aires significó
la ausencia de las provincias en el
Congreso de Tucumán y el no reconocimiento posterior del Director Pueyrredón. Los pueblos de la
MPL, luego cada provincia y después el Congreso de las mismas en
35
el Arroyo de la China ya había resuelto el tema de la independencia…; lo que estaba en disputa y
por ello continuó la lucha, eran los
principios sobre los que se organizaba el país, la forma de gobierno
y la distribución de los recursos al
interior de las propias fracciones de
las burguesías en formación.
Es más, la Liga Federal avanzó con
el Reglamento Provisorio de comercio de septiembre de 1815, con el
objeto de que regular el tráfico comercial con el exterior y creando una
unión aduanera entre seis provincias,
compaginando a la vez los intereses librecambistas y proteccionistas,
Buenos Aires y el resto de las provincias recibían trato de país extranjero. Se avanzaba allí en un conjunto de medidas de gobierno que
desafiaban claramente la hegemonía de clases porteña mediante el
control de los recursos de la mayor parte de la región ganadera.
En ese marco debe comprenderse la respuesta de Artigas al director Pueyrredón al enterarse de la declaración de independencia en San
Miguel de Tucumán: «Ha más de un
año que la Banda Oriental enarboló su
estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva. Lo hará V.E.
presente al Soberano Congreso para su
Superior conocimiento» (Artigas, julio
de 1816). Avíseles a los señores
congresales que ya somos independientes, debemos discutir en el
Congreso otras cosas y son preci-
36
samente las que allí no hay voluntad de resolver...
El Congreso de Oriente de 1815
en Concepción del Uruguay fue el
punto más alto en la búsqueda de
constituir un sistema de estados
confederados soberanos en el Río
de la Plata, sobre bases democráticas y republicanas y con esquema de equilibrios entre fracciones
de clases territoriales hegemónicas,
pero no surgió de allí ninguna burguesía que podamos llamar «nacional», el tiempo demostraría que sus
acuerdos eran frágiles.
Por otro lado es difícil imaginar
que en el Congreso se hubiera avanzado en políticas de carácter social,
que podían estar más maduras en
algunas regiones del «continente del
Entre Ríos» y la Banda Oriental, pero
muy lejos de los conservadores intereses de las otras provincias. Pero
al momento del Congreso de
Oriente la conducción revolucionaria, tras reiteradas presiones internas, no tenía alternativa que sacar a
relucir su programa de reforma
social sobre los territorios que realmente controlaba. Intentó avanzar
así con el «Reglamento Provisional de
Tierras para fomento de su campaña y
seguridad de sus hacendados»que pretendía resolver el problema de la
falta de tierra de los desposeídos a
cambio de otorgar «seguridad a sus
hacendados» disciplinando la fuerza
de trabajo campesina.
Pero la revolución ya había juga-
do sus mejores cartas, tras la nueva
invasión portuguesa de 1816 y ya
presa de las tensiones de clases interna primero sufrió la defección
de la oligarquía oriental y luego de
las fracciones de clase de poder de
Santa Fé y Entre Ríos… Ya no había tiempos para el programa social de la revolución pese a alguna
experiencia aislada posterior. Hacia 1820 el movimiento terminó
preso de las contradicciones que
encerraba.
Hacia delante a las burguesías
provinciales en formación solo les
quedaba resolver sus propios intereses por el control de los puertos
y la tierra y sus recursos hasta el
modelo de Estado que ellos supieron conseguir cuando cerraron a
pura violencia sus diferencias: democráticos, representativos, republicanos, agroexportadores, librecambistas, y muy especialmente, federales. Mientras tanto lentamente
completaban el proceso de sumisión y control social de los desposeídos. Para el pobrerío nativo -fuera indio, mestizo, afro, criollo y aún
español o portugués- iban apareciendo los problemas más serios:
les seguían diciendo que podían ser
ciudadanos libres e iguales pero
que la tierra, la carne y el cuero tenían precio y dueño. Ya estaban
fuera de la única experiencia revolucionaria que les daba oportunidades y que a fuerza de sangre pudieron protagonizar.
Fueron las Tres A
por Alexis Banylis1
S
er comunista y obrero en los
años en que el neoliberalismo
desplegaba sus alas en la Argentina no fue fácil. Aquí les contaré la historia del asesinato de un joven padre y obrero comunista en
la provincia de Buenos Aires en los
años ´70. También la de su familia,
corriendo por todo el país, teniendo solo en claro que era por ser
comunistas y sin ninguna idea de
quién mató a Carlos y por qué tanto ensañamiento con ellos, su mujer y sus tres hijos durante 8 años.
Lo narraré a través del Fallo
del tribunal Oral número 5 que
está a cargo del juez Norberto
Oyarbide, quien entregó su reso-
1
lución a la Familia y al Partido
Comunista representado por Patricio Echegaray y Víctor Kot , el
2 de febrero de 2016.
Una pequeña historia de
Carlos y de Nora
Carlos nació el 30 de noviembre de 1943 en la Ciudad de Buenos Aires, hijo de inmigrantes lituanos que llegaron a este país en busca de mejores condiciones de vida.
Vivía en Palermo con sus padres
y estudiaba en buenas escuelas privadas. Según contaba su padre de
muy chico se rebelaba contra las
injusticias, tanto que fue expulsado del colegio católico La Salle de
Caballito, por arrebatarle el puntero al cura que pretendió pegarle y
defendiéndose de la agresión con
que estos trataban a los alumnos.
Años después, a principios de los
60´ junto a su primo Roberto se
afilia a la Federación Juvenil Comunista. Su militancia juvenil transcurre entre la lucha estudiantil de la
«laica y la libre» y las distintas libertades que los jóvenes de esa época
comenzaban a reclamar.
En sus años de secundaria ya vive
junto a su familia en Ituzaingó y
cursa la última etapa en el Esteban
Echeverría de Ramos Mejía. Con
Integrante de HIJOS.
37
sus amigos/as y compañeros/as
Pepe, Malisa, Beto y Nora toca la
guitarra en peñas, viajan, militan,
comparten libros.
El 2 de mayo del 69 se casa con
Nora con quien pronto tendrá su
primera hija, Valentina y luego a
Alexis y a Leónidas en el 72. Años
de folclore, Beatles, Tchaicovsky,
alegría, fútbol, compromiso sindical y sueños universitarios junto a
su compañera.
En los 70´ se compran un terreno en la zona sur de Ituzaingó cerquita de la estación de tren, a pocas
cuadras de la casa de sus padres y
comienzan a levantar su casa igual
que todos los vecinos/as venidos
tanto del interior como de fuera en
busca de un futuro para sus familias. Trabaja de chofer de colectivo
para la empresa Transportes del
Oeste, su condición de comunista
no le permite aceptar las condiciones de trabajo, el poco salario y
las extensas horas al volante.
Los compañeros lo eligen delegado junto a otros camaradas; con
Botti, Milisich y Joaquín encabezan
la lucha que los llevaría a crear la
comisión Interlíneas «5 de Abril»
enfrentando así a la burocracia sindical y a la patronal con gran éxito
para todos los chóferes de la provincia de Buenos Aires. Esto lo
puso en la mira de las Tres A, que
no descansarían con amenazas para
quebrar su espíritu revolucionario,
él nunca se quebró. Solo las balas,
2
38
una fría noche de junio de 1975,
apagarían su voz.
Carlos fue asesinado a los 31 años
en su casa de Ituzaingó el 11 de junio de 1975 y los compañeros respondieron con una huelga de transporte. Hoy su recuerdo recorre las
calles y las plazas del Oeste con su
ejemplo de vida y compromiso revolucionario.
El fallo del Juzgado2
Carlos Banylis trabajaba en la línea 163 y era delegado sindical de
la UTA cuando los choferes dejaron de recibir ese extra. Las protestas y el triunfo en una demanda judicial fueron el caldo de cultivo de
una persecución feroz. Banylis era,
además, militante del Partido Comunista. El 10 de junio de 1975 a la
noche su casa en construcción, en
Ituzaingó, se llenó de hombres armados, algunos con las caras semiocultas con medias de nylon, otros a
cara descubierta, que entraron rugiendo su nombre. «¡Te vinimos a
buscar, hijo de puta!», gritó uno de
ellos, tras empujar a su esposa,
Nora, y sus tres hijos sobre la cama
de donde lo arrancaron a él. Desde
allí, acurrucados y encañonados,
fueron testigos de su fusilamiento
con sesenta balazos. Para ellos fue
el comienzo de una pesadilla de diez
años, en que peregrinaron por pueblos, escondiéndose. Porque en
cada lugar donde llegaban los allanaban o amenazaban. Cuarenta
años después, Nora se encontró en
una situación a la que había renunciado casi desde siempre: sentada
en un juzgado federal, mirando
fotos, se topó de pronto con el
rostro inconfundible de uno de los
asesinos, el que le apuntaba a su hijo
Alexis de cuatro años mientras otras
bestias de la patota de la Triple A
agarraban a su marido. Se llamaba
Juan Carlos Yovino y era policía
federal asignado en «comisión» al
Ministerio de Bienestar Social de
José López Rega, base de la banda
parapolicial. Está muerto, pero su
reconocimiento permitió que el juez
Norberto Oyarbide dijera por primera vez que Banylis fue asesinado, que se trató de un delito de lesa
humanidad y que toda su familia
fue víctima de una privación ilegal
de la libertad que prolongó sus
marcas a través de los años.
Oyarbide firmó una resolución
el lunes 2 de febrero y se las entregó personalmente a Nora y sus hijos en una pequeña ceremonia en
su despacho en los tribunales de
Comodoro Py. A ella le provocó
un alivio inesperado, y una sensación de «reparación» que creyó que
era utopía. «Por muchos años viví
en las sombras. Tuve que callarme
la boca, mentir y enseñarles a mis
hijos a mentir cuando les preguntaban de qué había muerto el padre,
para poder sobrevivir. Uno se ca-
El fallo se encuentra disponible en el archivo del Comité Central del PCA, Av. Entre Ríos 1039 (ver a Taty)
lla, pero nunca se olvida. Por primera vez entiendo que yo también
soy una víctima», reflexiona. Alexis,
quien hoy tiene 45 años, recuerda
en voz alta, que la mentira que le
salía decir era que su papá «había
pisado un jabón, se cayó y
murió». No le gustaba mentir, pero a la vez se sentía
dueño de un saber que
otros no tenían sobre la
existencia de la Triple A, la
organización terrorista que
mataba gente desde el aparato estatal. La sentencia,
que tiene un carácter declarativo dice: «La familia Banylis ha vivido pánico, terror,
silencios, soledad, abandono, persecución posterior,
hambre, falta de escolarización, han postergado la elaboración del duelo propio
de todo ello, no conociendo la verdad de lo ocurrido y por temor a continuar
soportando consecuencias
conmovedoras. Fue el Estado mismo quien lo causó».
El hallazgo del ex subcomisario
Rodolfo Almirón en España, en
2006, en una playa cercana a Valencia por una investigación del diario
El Mundo, fue central. Almirón era
pilar de la custodia de López Rega
y fue lo que llevó a Oyarbide a reabrir la causa sobre la Triple A (que
funcionaba desde el Ministerio de
Bienestar Social en pleno gobierno
de María Estela Martínez de Perón)
que se remontaba a 1975 pero había sido archivada. El juez encontró que había un pedido de captu-
ra contra Almirón desde 1984, y
España aceptó extraditarlo. También había ordenes de captura contra otros dos policías que custodiaban al «Brujo», Juan Ramón Morales y Miguel Ángel Rovira, quienes
también fueron detenidos. En un
comienzo, se les imputaron casos
como el asesinato del diputado
Rodolfo Ortega Peña, el abogado
Alfredo Curutchet, del ex subjefe
de la Policía Bonaerense Julio
Troxler, del abogado Silvio Frondizi y su yerno Luis Mendiburu, del
periodista Pedro Barraza y su amigo Carlos Laham, de Daniel Banfi
y Luis Latrónica. Luego se sumó el
del cura Carlos Múgica.
Los tres acusados iniciales murieron desde que se recomenzó la investigación. El expediente se con-
virtió en una megacausa. Llegó a
acumular 680 casos de homicidios,
secuestros y extorsiones. También
se sumaron imputados, que formaban parte de la organización a través de relatos y documentación:
Jorge Conti, Carlos Villones,
Julio Yessi, Norberto Cozzani y Rubén Pascuzzi. Entre todo el enjambre de casos, estaba el de Banylis. En
2006, Alexis por coincidencia
vivía en España y militaba en
HIJOS allá. Sus otros dos hermanos, Valentina y Leónidas,
se presentaron en el juzgado
de Oyarbide y él se sumó después. Declararon y estuvieron
sin noticias del juzgado por
largo tiempo.
El aporte de carpetas con
fotos que hizo el Ministerio
de Seguridad, como parte
de la documentación archivada que se remonta a los
años setenta fue vital para la
causa, y demuestra la capacidad que tienen muchos organismos del Estado de colaborar con el esclarecimiento de los
crímenes de lesa humanidad, con
sus archivos, si existe una política
enfocada en ese sentido. En este
caso, a Nora primero la llamaron
del juzgado para que hiciera un identikit de las personas que se acordara; más adelante, fue a ver fotografías. Cuando llegó a la número 57
empezó a temblar y se puso pálida.
«¡Es éste!», exclamó. Fue instantáneo. No tenía dudas. Se armó un
pequeño revuelo en la oficina y los
secretarios que estaban con ella llamaron al juez, que fue a contenerla.
39
Después no reconoció a nadie más.
Carlos Banylis era rubio, de ojos
claros, buen mozo y de origen lituano. Una persona, según lo recuerda Nora, que siempre se despertaba de buen humor. Tocaba la
guitarra, cantaba y adoraba el folklore. Le gustaba charlar con los
vecinos, que siguen yendo a los actos para recordarlo en el barrio. Su
historia concentra la persecución terrorista a militantes del Partido Comunista y también del movimiento
obrero. Banylis quedó casi sentado
contra la medianera cuando le perforaron la cara y el resto del cuerpo
de tantos balazos. Nora fue a la comisaría, y tuvo la sensación de que
quienes le tomaban la denuncia habían estado en su casa. Cuando tantos años después pudo releer esa declaración original en el juzgado de
Oyarbide, advirtió que habían cambiado su relato. Por ejemplo, ella había dicho que venían recibiendo amenazas telefónicas, y que la última había sido el fin de semana anterior,
durante el cumpleaños de uno de los
hijos. Eso no figuraba en el acta. «A
Banylis lo vamos a hacer boleta», escuchó una voz distorsionada cuando
atendió ella el teléfono. Y su marido
le dijo «esta vez es en serio».
Nora no quiso volver nunca a la
casa y, de hecho, tuvo que escapar
con sus tres hijos. Primero fueron a
Salta, donde tenían casa y amigos.
Pero tuvieron un allanamiento ya
después del golpe de Estado en
1976 y se fueron. Volvieron a estar
en Buenos Aires, aunque rápidamente terminaron en Santiago del
Estero. «Quería estar lejos y criar a
mis hijos. Valentina ya había cambia-
40
do cuatro veces de escuela», recuerda.
En un pueblo, Campo Gallo, iniciaron una vida «normal», los chicos
empezaron a ir a la escuela, hasta que
una de las maestras le contó que habían pasado preguntando por ella.
A ella siempre le resonaba la frase
que le había espetado uno de los
hombres de la patota tras matar a
su marido: «Ahora volvemos por
vos». En la desesperación quemó
buena parte de sus pertenencias y le
fue a pedir ayuda al cura del pueblo.
Se llamaba Carlos, y le explicó a Nora
que iría hasta el Arzobispado en Añatuya, en su Renault 4L, a hacer una
consulta. «Nos advirtió que si veíamos que demoraba, nos fuéramos.
Y que si tenía buenas noticias, a la
vuelta daría una misa», dice Alexis,
«Por suerte volvió, y dio la misa, a
nosotros nos bautizaron, fue todo
muy emotivo», cuenta. El recuerda
algunos días que estuvieron viviendo en la parroquia. Que el sacerdote –»el Gordo», como le decían–
tenía una biblioteca inmensa y le gustaba jugar al ajedrez. «Como mi viejo
era comunista, todo lo que tuviera
que ver con la Unión Soviética me
fascinaba. Tenía «Los Hermanos
Karamazov» (la última novela de
Dostoievski) y a mí me gustaba porque mi mamá sacó mi nombre de
ahí. En un momento empecé a leer
mucho porque me buscaba un mundo paralelo», recapitula. Desde entonces vivieron en El Impenetrable,
en Monte Quemado. Nora vendía
ropa y muchas veces le pagaban, por
ejemplo, con comida. No podía figurar en ningún lado. Ella misma,
contó su hijo, apenas tenía un vesti-
do marrón y llegó a pesar 35 kilos.
En 1986 volvieron a Buenos Aires.
Por esa época Alexis por su cuenta intentó reconstruir la trayectoria
de la vida de su papá y cómo habían llegado a fusilarlo. Buscó material sobre su militancia. Trató de
entender el funcionamiento de la
Triple A. La significación de la represión en Villa Constitución y el
asesinato de Atilio López, titular de
la UTA. Alexis fue, entre sus tantas
iniciativas, a hablar con el fallecido
Eduardo Luis Duhalde, quien fue
secretario de Derechos Humanos, y
lo apuntaló. También fue al juzgado
de Morón a buscar el expediente
original, que simplemente estaba archivado y allí le dijeron que no podían reabrirlo sin nada nuevo. Así
estuvo, leyendo y golpeando puertas desde la adolescencia, sin poder
terminar la secundaria.
Yovino ya no está para que lo juzguen por participar del asesinato de
su papá y por tenerlo a él encañonado. Pero Alexis y sus hermanos sienten una alegría especial, de satisfacción. Su mamá, Nora, a los 68, también. «Este fallo me está cambiando la cabeza. Hoy puedo contar
lo que pasó y entender que yo también soy víctima, y mis hijos también». El fallo declara: «Estos delitos fueron cometidos por parte de
la tristemente célebre organización
delictiva autodenominada Triple A,
resultando Juan Carlos Salvador
Yovino coautor de las privaciones
ilegales de la libertad cometidas
contra la familia Banylis y partícipe
necesario del homicidio de Carlos
Banylis».
Fueron las Tres A.
Declaración del Partido Comunista
a 40 años del Golpe Cívico Militar
A
40 años del golpe de es
tado, el Partido Comunis
ta se moviliza para rendir
homenaje y seguir pidiendo juicio
y castigo por los 30.000 compañeros desaparecidos, entre ellos,
cientos de camaradas que fueron
detenidos, desaparecidos y represaliados tanto por la Triple A como
por la dictadura.
Este aniversario del golpe nos
encuentra en un difícil contexto,
muy diferente al de los últimos
años, ya que han llegado al gobierno de manera directa y sin intermediaciones los representantes de
las corporaciones trasnacionales, de
los medios concentrados de comunicación, de los monopolios del
sector agro-exportador y de la
banca global hegemónica del sistema financiero internacional, imponiendo sus políticas de ajuste,
despidos y represión.
En este marco, la presencia de
Barack Obama en nuestro país este
24 de marzo significa un regreso a
la política internacional de “relaciones carnales” que dominaron en
los 90, y un claro mensaje del gobierno de Macri de que busca dejar atrás tanto la política de integración y mayor autonomía impulsada en nuestra América, como
la de Derechos Humanos en nuestro país, como lo demuestra la
detención de Milagro Sala, primera presa política del macrismo.
En su visita, el presidente norteamericano realizara acuerdos con
Macri que garantizaran la injerencia de agencias norteamericanas en
nuestro país, tras la excusa de “colaboración” en la lucha contra el
terrorismo y el narcotráfico.
Estos acuerdos responden a la
política imperialista de los EEUU
en la región. Mayor presencia de
la DEA en la Argentina, militarización de la Triple Frontera para
enfrentar al “terrorismo”, cursos
de capacitación de agentes antinarcóticos de EEUU a las fuerzas de
seguridad como forma de perfeccionar sus capacidades represivas, etc.
Esto es posible porque hoy, a 40
años del Golpe cívico-militar, los
representantes de los grupos económicos, de la corporación judicial y de los grupos civiles cómplices de la dictadura han llegado al
gobierno de la mano de Cambiemos y reciben con todo los honores a Barack Obama, representante del imperialismo que impuso
dictaduras, muerte y desolación en
nuestro continente para reprimir a
nuestros pueblos y que hoy busca
recuperar su predominio y tomar
revancha de aquel 2005 en que los
pueblos latinoamericanos dijimos
NO AL ALCA.
Por eso reivindicamos el carácter antimperialista de este 24 de
marzo.
El terrorismo de Estado se aplicó en nuestra patria durante mucho tiempo: así sucedió con nuestros pueblos originarios, con la represión en la década del 30, con
los bombardeos de 1955 y
también mucho antes del Golpe de
1976, cuando empezaron a operar las organizaciones paramilitares como la Triple A. Con los genocidas en el poder se implementó un plan económico, político,
social y cultural contra el pueblo.
Apoyando e instigando este golpe
de Estado estuvieron los grandes
grupos económicos nacionales y
transnacionales, y no sólo pidiendo a gritos el terrorismo de Estado, sino también en muchos casos
prestando sus instalaciones, su logística y sus vehículos para el exterminio, y entregando listas de
trabajadores que militaban.
No olvidamos que la desarticulación de la clase obrera fue
uno de los objetivos centrales de
la dictadura.
Ya desde antes del Cordobazo
buscaron aniquilar a los obreros
organizados, a esos que se rebelaban contra la explotación, defendían
sus derechos y se sindicalizaban.
La economía de la dictadura fue
el plan político del genocidio. Se
ideó un proyecto para colocar
toda la economía al servicio de las
multinacionales, la Sociedad Rural
Argentina, y otros grupos, destruyendo la industria nacional. Se masacró a una generación que estaba
organizada para resistir ante el
avance de los intereses financieros
multinacionales en el Continente.
El terrorismo de Estado, cometido en casi todos los países de Latinoamérica, llegó para allanar el
territorio al neoliberalismo. Los
genocidas instalaron un modelo de
hambre y exclusión que dañó a
todo el pueblo. No cometieron sus
crímenes solamente dentro de los
centros clandestinos. Cometieron
también crímenes económicos, de
los que todo el pueblo fue víctima, y cuyas consecuencias seguimos padeciendo. La dictadura
nos dejó una deuda externa que
41
nos condenó a la dependencia
durante décadas. Los empresarios se llenaron los bolsillos y
vaciaron los del pueblo, de la
mano del FMI y los organismos
internacionales de crédito.
Esta historia la conocemos, y sabemos que la renegociación con
los Fondos Buitres y el sistema financiero internacional solo acarrearán una nueva espiral de endeudamiento que pone en serio
riesgo el presente y el futuro de
nuestro pueblo.
Ante este nuevo ciclo de endeudamiento, pensamos que es necesario abrir el debate y retomar la
idea de suspender los pagos de la
deuda y realizar una verdadera auditoría sobre la legalidad y el origen de la misma.
Es por esto que desde el Partido comunista seguimos impulsando la denuncia y el esclarecimiento de la responsabilidad del poder económico concentrado de
carácter imperialista que fuera promotor e inspirador de la dictadura y el terrorismo de Estado, con
su secuela de crímenes de lesa humanidad cometidos contra el pueblo argentino y en su nefasta coordinación con las dictaduras de
la región a través de siniestros operativos como el llamado Plan Cóndor, que atentaron también contra los pueblos hermanos del Cono
Sur. Refirmamos el compromiso
de perseverar en esta lucha reclamando la aceleración de los juicios
y al mismo tiempo la urgente derogación de Ley Antiterrorista. La
42
sanción de esta ley por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, es una concesión negativa y
peligrosa al poder real en nuestro
país y a su principal componente,
el imperialismo norteamericano.
Con el gobierno de Macri, el poder económico que perpetró el
genocidio y que continua expoliando nuestra economía, que destruye el medio ambiente y saquea
nuestros recursos naturales, como
el agua, la minería, la tierra o el petróleo, busca preservar sus intereses en complicidad con el HSBC,
el JP Morgan, Chevrón, la Barrick
Gold, entre otras multinacionales.
Es el mismo poder económico
que, según el fallo del juez Ballesteros, utilizó el endeudamiento del
país para solventar sus negocios
privados como Macri, Fortabat,
Bunge & Born, Bridas, Bulgheroni, Pérez Companc, Techint (Rocca), Soldati, Pescarmona, que contrajeron la deuda privada, que más
tarde sería estatizada y pagada por
todo el pueblo.
El Partido Comunista, continúa
impulsando la lucha por la verdad
y la justicia y se ha constituido como
el único Partido querellante en los
juicios contra los genocidas, batallando por poner fin a la impunidad y en el único que ha presentado reiterados pedidos de nulidad
de la Ley Antiterrorista.
Por eso es que hoy volvemos a
decir bien fuerte:
¡LOS GRUPOS ECONÓMICOS TAMBIÉN FUERON
LA DICTADURA!
¡EXIGIMOS JUICIO Y CASTIGO YA! ¡NO A LA INJERENCIA IMPERIALISTA
DE LOS EEUU, COMPLICE
DEL TERRORISMO DE ESTADO!
Porque fueron parte de los que
instigaron, financiaron y se beneficiaron con el golpe de Estado de
Videla. Se enriquecieron con la dictadura y fueron partícipes: sin ellos
el genocidio no hubiera sido posible. Fueron y son las empresas al
servicio del capital, del imperialismo
y la exclusión, en contra del pueblo.
Los comunistas convocamos a
nuestros camaradas y demás integrantes del campo popular a llevar adelante acciones unitarias, organizadas, de carácter antimperialista y de liberación nacional y social. Es el combate que nos corresponde librar desde siempre, y con
mucho más énfasis en la actual
coyuntura.
• Juicio y castigo para todos los
responsables, cómplices y beneficiarios políticos y económicos de
la dictadura
• Derogación de la ley antiterrorista del imperialismo
• No al protocolo se seguridad
• Libertad a Milagro Sala
• No al acuerdo con los Fondos
Buitres – No volvamos al Fondo
• Fuera ingleses de Malvinas, fuera yanquis de América Latina
• Solidaridad con los pueblos latinoamericanos agredidos por el
imperialismo
• Fuera Obama de Argentina y
de América Latina
dossier
Batalla de ideas, lucha de clases
y construcción de alternativas
El sábado 10 de octubre de 2015 se realizó en nuestro Comité Central la primera
Jornada: Batalla de ideas, lucha de clases y construcción de alternativas, organizada por el Partido Comunista de la Argentina, con la participación del Centro
de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti, CEFMA, la revista Cuadernos Marxistas y el periódico Nuestra Propuesta. El Desarrollo de la Jornada
fue la siguiente:
Presentación: Emilia Segota
Mesa: Ideologías y hegemonía
Panelistas: Rafael Paz y Gastón Varesi.
Coordinador: Fernando Ibarra
Mesa: Marxismo y Humanismo
Panelistas: Raúl Serrano y Alexia Massholder
Coordinadora: Ivana Brighenti
Actividad: Propuestas de continuidad y perspectivas de trabajo
Marcelo F. Rodríguez
Actividad: Homenaje en un nuevo aniversario de La Historia me absolverá
Hernán Randi
América Latina, intelectuales y cultura
Panelistas: Ana María Ramb y Ernesto Espeche
Coordinador: Pablo Reid
Mesa: Actualidad y necesidad de la batalla de ideas
Panelistas: Atilio Boron y José Giavedoni
Coordinadora: Rosana González
Palabras de Patricio Echegaray
En el presente Dossier de Cuadernos Marxistas, publicamos los trabajos acercados por los
panelistas y las intervenciones realizadas en dicha Jornada de la cual participaron más de
cien camaradas.
43
A propósito de la lucha
ideológica
por Rafael Paz2
«Si el ser coincidiera con la apariencia
la ciencia no sería necesaria».
Esta frase, predilecta de Marx, es
una buena guía para nuestra exploración, en la medida que no aceptamos la admonición bíblica de no
probar del fruto del árbol del conocimiento. Y en lo que hace a la
vida social, nos vemos llevados a
interrogar el porqué de lo engañoso de las apariencias.
Lo cual nos conduce a estrategias de develamiento, de atravesamiento
o deconstrucción de las representaciones del mundo, organizadas o no,
en cuyo seno transcurre la existencia. Y que son el fruto de la acumulación de supuestos, valores y
sentidos en el curso histórico de las
sociedades, marcados por los dominios de clase y el choque entre
visiones alternativas.
Este proyecto, del cual naturalmente expondré un bosquejo, tiene un supuesto implícito que es la
terrenalización de la lucha de ideas.
Es decir, que las mismas son discutibles, y su choque y confrontación –pólemos- ha de constituir el
medio natural en que se encuentran.
No para ejercitar una esgrima
gozosa de pensadores –que podría
tener el mero valor de una sofística- sino en tanto encarnan fuerzas
materiales que hacen a la vida de la
gente, a su felicidad o desdicha, a
las posibilidades de transformar las
condiciones de existencia.
Ahora bien, todo esto nos sitúa
históricamente en los efectos a largo plazo del Iluminismo, de ese gran
movimiento cultural germen y producto de la revolución burguesa. A
partir del cual se volvió posible
pensar que las ideas son construidas,
en tanto resultantes histórico/sociales del trabajo humano de apropiación simbólica del mundo, que
acompaña a su apropiación material.
Y por lo tanto, surgen y se desarrollan a partir de la vida, de lo concreto de la existencia y de las luchas
por la apropiación y distribución de
los productos del trabajo humano.
Por lo que su vigencia, potencia o
caducidad depende de ese conjunto heterogéneo y terrenal.
Los procesos simbólicos son esenciales, empezando por el lenguaje, y
no agregados que podrían ocurrir o
no a la vida social, por lo que su
«Marxismo y literatura», pág. 153, edit. Las Cuarenta, 2009, Bs. As..
44
autonomía relativa, que la tienen, es
siempre mundana: nace de e incide
en, lo concreto de las existencias.
Además, si bien transcurren en las
cabezas de los hombres, esas cabezas funcionan, desde sus producciones más elementales y sus procesos primeros, de manera relacional y encarnada. Es decir, en cuerpos que viven, gozan y sufren las
condiciones de trato o destrato que
les tocan en suerte.
Es de esta complejidad que surge todo pensamiento singular, en
el seno de una trama material histórica de significancias, que lo bañan e impregnan de sentidos y de
la cual se hará cargo como pueda
o quiera.
Y las ideas, como producto de
tales tramas y cabezas, son por
naturaleza históricas: nacen, se sostienen y eventualmente perecen en
el tiempo.
Y si la historia es la historia de la
lucha de clases, las ideas no flotan
como emanaciones expresivas, sino
son parte constitutiva de tal lucha.
De ahí que los dispositivos de
producción y circulación de las mismas sean objeto de un esfuerzo
formidable de apoderamiento por
los poderes constituidos, y requieran de estrategias sistemáticas, pacientes y sagaces por parte de las
clases y culturas subordinadas para
construir y consolidar sistemas de
pensamiento alternativos.
Teniendo presente el peso enorme de la inercia histórica, que no
obedece sólo a una suerte de mecánica de las costumbres, sino surge también del miedo a pensar distinto del horizonte límite que el pensamiento dominante impone, y se
insinúa en todos los resquicios de
la existencia.
En todo esto juega la cuestión de
la verdad, más precisamente lo que
cabría llamar el trabajo de la verdad, en
su confrontación con los ocultamientos, las distorsiones y la no-verdad.
Siendo esta última, la no verdad –y
aquí aparece la cientificidad claramente como expresión de la lucha
de clases en la teoría- como producto histórico social y ejercicio activo en la
gestión de la dominación simbólica.
La no-verdad es un efecto pertinaz, insistente y dañino del ataque
al pensar en lo que tiene de apertura, conocimiento y desarrollo, y más
cuando asume estrategias radicales
de interrogación por el ser de las
cosas y de los hombres.
Recordemos –en la línea de Iluminismo que decía más arriba- el
modo en que Kant retoma la cita
clásica de Horacio: «Quién ha comenzado sólo ha hecho la mitad: atrévete a saber».
Pues se trata efectivamente de
atreverse, superando las coacciones
interiores que nacen no sólo de la
ignorancia, sino de los miedos a
derrumbar mitos y creencias consolidadas, que constituyen una manifestación en lo simbólico de la
coacción física concreta.
O sea, las formas activas de bloqueo o liquidación del trabajo del
conocimiento.
Así planteadas las cosas, vaya una
definición, útil como herramienta de
intercambio y discusión:
Ideología: es el horizonte de supuestos, impregnados de valores,
desde el cual un grupo humano
construye su concepción del mundo, representa sus condiciones de
existencia, genera procesos de verdad y no verdad y de subjetivación.
La ideología es un conjunto integral de saberes –tengan la calidad y
consistencia que tuvieren- que conecta a un grupo humano entre sí y
con el mundo en que vive, y conlleva una pretensión de totalización.
Siendo la ideología dominante el
umbral de partida inexorable para
todos, en la medida que suministra
un universo integral de sentidos y
de respuestas para las preguntas
esenciales sobre el mundo, la vida,
la gente. Que no sólo impregna a
cada uno con supuestos comunes,
sino se incluye en el espacio interior
y determina modos de pensar, de
encarar la vida y de optar por valores. Tendiendo a configurar estilos y modos de ser.
La ideología dominante opera
activamente, «compacta», construye sentidos, apelmaza contradicciones y busca cerrar sin resquicios las
grietas que inexorablemente se
producen y descentran del horizonte de lo obvio, de lo que «naturalmente» es así.
Este punto de lo «natural» y obvio es clave, pues allí se muestra la
inercia formidable de las representaciones del mundo.
Por ejemplo: los diarios siguen
escribiendo todos los días que «el
sol sale» a tal hora, y «se pone», a tal
otra, como si Copérnico y Galileo
no hubieran existido.
Claro está que todos, ya «ilustrados» desde la Ilustración, sabemos
que no es así, y aceptamos la mini
poesía de esa amable convención.
Pero el resto de la publicación de
la prensa común, en el articulado
de sus mensajes, efectivamente reproduce las convenciones básicas
de nuestro mundo, de sus escalas
de valores, de sus sistemas de silencios, como trasfondo de supues-
tos a las novedades que cuentan.
Y así como sale el sol, los mercados hablan, las calificadoras de riesgo aprueban o desaprueban, «el
mundo» nos vuelve a recibir a los
argentinos alborozado, los bancos
abren sus arcas y un baño de amor
a todo lo recubre.
Lo notable es –y en el argentino
medio con su experiencia escéptica
acumulada más- que todo eso es
tomado en serio, generando una
escisión en cada uno que acepta
someterse, entre el darse cuenta en
alguna proporción de la colosal
mistificación y el no percatarse.
Estereotipando de manera notable pensamiento y discursividad, lo
que puede coexistir con sofisticación en otras áreas del pensar.
Pero a la larga, de un modo u
otro a todo lo tiñe.
Los mensajes ideológicos elaborados expresan de manera condensada la concepción del mundo que
los sustenta, y la calidad de la convocatoria al consenso que vehiculizan.
Contemplar, en la asunción del
mando presidencial, al cacique qom
adicto al macrismo, cristalizado
como figura de una estética escolar
elemental, nos dice mucho, en tanto hiere la percepción, no sólo por
el uso bastardeado de las reivindicaciones de los excluidos -pueblos
originarios y demás- sino porque
atenta al sentido común de lo que
es verdadero y genuino.
De modo análogo al que pocos
meses antes un niñito qom enfermo
y desnutrido era usado como proyectil mediático con intención conmovedora, situando la disputa en
un nivel extraordinario de mala fe.
Pues la pobreza extrema y la no
45
tanto también -y la exclusión étnica- no tienen solución posible en
los marcos capitalistas y semi feudales y todos, en alguna proporción –y
esto es crucial para examinar las operaciones ideológicas que anudan lo colectivo y
lo singular- lo saben y lo niegan.
En tal vislumbre de lo visto-amedias / percibido / negado, se
muestra la fragilidad de las construcciones ideológicas en su faz de
encubrimiento: tienen hendijas, por
donde se muestran otros órdenes
de realidad y cobran vida discursos otros y pulsiones otras.
De ahí el miedo que tales grietas
producen, pues lo postergado puede tomar fuerza, abrirse camino,
emerger y trastocar las relaciones
de poder. Y empujar a los excluidos y atontados a empoderarse, como
ahora se dice.
Y entonces los festejos, conmiseraciones e idealizaciones se acaban
bruscamente, pues empieza a jugar
la cuestión del poder y, en última
instancia, del control y manejo del
estado, y la discusión siempre silenciada
del para quiénes.
La enorme complejidad de la
cuestión indígena en nuestro país,
en la cual se concentran distintos niveles de contradicciones, queda
transformada en la figurita que se
nos propone, en un gesto simbólico vacío de sentido.
Pues ¿alguien puede llegar a creer
que la temática de la propiedad de
la tierra puede ser discutida en serio por quienes nos gobiernan?
Lo burdo de la escena no carece
de importancia, pues quién a partir
de ella y del contexto la acepta, inicia un camino de aceptar cualquier
cosa y creer cualquier cosa.
46
Y tal es el objetivo de la viralización ideológica, que la letra oficial denomina consenso, volviéndolo sinónimo de aquiescencia
pasiva y formal.
De ahí que haya que discutirlo
todo, pero no en barullos seudo
asambleísticos que ciertos medios
promueven, degradando la interlocución y facilitando que a través del
cansancio se caiga en los lugares
comunes propuestos.
Y también lo necesario del desmontaje de como se promueven, a
partir de experiencias concretas,
pactos simbólicos que van creando partiendo de lo elemental.
Hay que tener presente que en
coyunturas como la que vivimos,
cuando «lo nuevo no termina de nacer y
lo viejo no termina de morir», el pensamiento burgués apela a reflejos ancestrales y se repliega a sus fuentes más
reaccionarias, y el pequeño burgués
a diversas aventuras atractivas de
bailar en la cubierta del Titanic. Junto a una enorme necesidad de creer,
que facilita consensos en cascada.
Lo cual es sabido, pero conviene
tener presente la variedad de contextos y cargas simbólicas que configuran el medio donde se generan
pasividades asombrosas frente a lo
que «debería» conmover o indignar.
Esto nos muestra, de manera
muy clara, los efectos lamentables
del agotamiento producido por la
inflación de mensajes y la igualación
de los mismos.
En el sentido de que la dominancia en la discusión política de propagandas de tipo comercial determina un aplanamiento simbólico, favorecido por los lenguajes
reducidos y precipitados de las
redes sociales.
De esto se trata el ataque al pensar en sus formas y potencialidades expandidas y mistificadoras.
Y nos lleva además, a diferenciarnos de desarrollos sobre la ideología que la suponen exclusivamente
en el nivel de articulación discursiva compleja; algo así como un tra-
tado elaborado por pensadores al
servicio de una determinada concepción del mundo.
Claro está que tales pensadores
existen, pero a menudo no se reconocen como ideólogos –con lo
cual en ellos también está operando la opacidad tan ligada a la actividad ideológica.
Pues su génesis y reproducción
se da a partir de los más diversos
lugares sociales, en colisiones y
acuerdos tácitos o semi conscientes, pues se trata de la realimentación inercial de la atmósfera de
creencias y supuestos que impregna la vida cotidiana. Manejada con
sabiduría mediática y administración de los miedos.
Ejemplo actual y agudo: la fragilización que opera sobre los derechos adquiridos, patrimonio sustancial de cualquier trabajador como
memoria histórica de clase, al cundir el miedo a la desocupación.
Es una enorme violencia simbólica que convoca memorias atávicas
de subordinaciones y exclusiones y
se torna fuerza material negativa al
generar resignación y pasividad. Y
desde ahí, identidades desclasadas
y no combativas.
Pero también, contradictoriamente, luchas y logros nuevos multiplican ideas y generan pensamientos
alternativos, reinsertando las penurias y los miedos singulares en proyectos actuales y estratégicos.
Se trata del juego de fuerzas operante en sujetos singulares y colectivos que dan lugar, desde la articulación y predominio de sentidos
dispersos, a la instalación de hegemonía de determinado tren de ideas.
Esto nos permite conservar una
perspectiva dinámica de guerra de
movimientos desde posiciones a sostener y desarrollar (Gramsci), en la
medida que sepamos que ocurre en
un territorio surcado por contradicciones de diversa índole y grado,
abarcando desde las representaciones y creencias cotidianas hasta otros
con alto grado de abstracción.
La «guerra de movimientos» en
el campo de las ideas transcurre
efectivamente en diferentes niveles,
por lo que es necesario más que
nunca el ejercicio en acto de la intelectualidad colectiva, que abarque
desde la cientificidad de los modelos y «las cuentas» y diversos modelos abstractos, hasta las formas
de espiritualidad que se enaltecen o
degradan en tal contexto de exasperación de contradicciones.
Es también la manera de terrenalizar la lucha ideológica, por lo que
bregó intensamente Marx.
Cuando el Papa define un más
allá de las banderas políticas -explícitamente lo dijo en Cuba- «de las
ideologías», realiza una típica operación de segmentación del campo
de ideas, remitiendo a un conjunto
de valores «más allá».
O sea, toma el valor fraternidad,
que sin duda conmueve desde lo
mejor de cada uno, y que, claro está,
puede hallarse más allá de los partidos políticos en su versión convencional, pero no del conjunto vivo y
contradictorio de ideas y valores, y
lo lleva a un espacio transmundano.
Nosotros, en cambio, lo traemos
a la tierra, muy cerca, dicho sea de
paso, del modo en que lo sientenpiensan (verbo inventado por Galeano) los «curas en opción por
los pobres».
La tierra es la sociedad partida
por contradicciones antagónicas y
secundarias, que convoca todo el tiempo a la toma de partido, en la medida
que somos sujetos de la civilización
burguesa y no siervos de la gleba o
señores feudales, o súbditos de reinos en serio, o nobles, o monarcas.
Las fuerzas ocultas, por milenios,
que mueven al mundo, hace rato
que se muestran en la superficie de
las cosas y de la vida, por lo que las
1
operaciones de encubrimiento y mistificación se exacerban y sofistican.
Nos toca el tiempo histórico de
las democracias burguesas en su
etapa de universalización tendencial,
pero llevada a cabo no por la potencia de ideas civilizatorias sino de
la expansión del capital financiero.
Lo cual conlleva una degradación
generalizada de los procesos culturales, que tienden a reducirse a un
nivel pragmático y operatorio, acorde con el universo representacional
del mundo de «los gerentes».
Esto no es algo parcial y tristemente pintoresco, pues marca de
modo esencial los procesos de subjetivación: es decir, la generación de
identidades congruentes con el ciclo de reproducción que se busca.
Y que se conjuga con dispositivos
estéticos, valorativos y de premios y
castigos atractivos, penetrantes y sofisticados en el nivel de amaestramiento de usos y costumbres.
La combinación de aplanamiento
y vaciamiento cultural con estetización
del mundo es un rasgo esencial civilizatorio en la fase de decadencia –no
digo ocaso de poder- de la civilización burguesa, por lo tanto de degradación de formas y contenidos
que aporta a la vida social.
Este es el medio donde tiene lugar la lucha ideológica, de ahí que
el terreno específico donde chocan
la representación de las condiciones de
existencia es un fruto simbólico
complejo, donde se mezclan registros y vislumbres del propio ser
incluido en redes de opresión, junto a ocultamientos y sistemas sustitutivos de satisfacción. De donde la colisión de versiones y juegos de fuerza para instaurar realidades, fácticas y simbólicas.
Que incluye de manera principal
la representación del pasado; dice
Raymond Williams, refiriéndose a
la tradición: «Siempre es algo más
que un inerte segmento historizado;
por cierto es el medio de incorporación práctico más poderoso. Lo
que debemos comprender no es
precisamente «una tradición», sino
una tradición selectiva: una versión intencionalmente selectiva de un pasado configurativo y de un presente
pre configurado, que resulta entonces poderosamente operativo en el
proceso de definición e identificación
cultural y social.»1
Y más: «Un proceso deliberadamente selectivo y conectivo que
ofrece una ratificación cultural e histórica de un orden contemporáneo.»
El marxismo lucha por establecer una tradición selectiva, en confrontación con otras tradiciones.
Y una fraternidad distinta, en la
tierra, lo que debe constituir un elemento constante en la aportación
de los comunistas a las luchas por
la democracia.
La misma es una cuestión crucial,
pues los errores y fracasos de experiencias socialistas diversas, de los
que nos hacemos cargo como parte de la contradictoria herencia de
la humanidad, nos volvió depositarios de un legado muy complejo.
Forzándonos a superar el escepticismo mediante formas renovadas de pensar lo colectivo, junto a
la participación comprometida en
las luchas populares y logros de
poder en este siglo.
(«Marxismo y literatura», pág. 153, edit. Las Cuarenta, 2009, Bs. As.).
47
En los tiempos que corren la discusión por la esencia de la democracia ocupa un lugar central en la
lucha ideológica: se trata de ampliar
su sentido, despojando a las concepciones burguesas de un supuesto dominio natural, como depositarios históricos de un saber y un
hacer sobre la misma.
Siendo un ejemplo ostensible –
y patético- las tentativas del radicalismo de continuar enseñando
qué cosa es la democracia, como
si se trataran de legatarios eternos
de un impulso democrático burgués, cuando en verdad hace mucho que agotó lo mejor de sus valores, lo que lleva incluso a que
sean marginados de la Internacional Socialista.
Las nuevas formas de desarrollo de poderes populares no tra-
48
dicionales, enmarcados en matrices estatales o no, y por definición,
desbordando los cauces preformados de la «democracia burguesa», plantea en acto esa cuestión,
en términos de transferencia y delegación de poderes, legitimidad,
dispositivos electivos, representaciones.
En fin, los múltiples niveles que
constituyen una formación social
en crisis que revela sus costuras.
Pero también por las profundas
distorsiones de las formas tradicionales de democracia. Lo que es
evidente en los tiempos que corren es cuanto se ha aprendido de
las derrotas anteriores.
Y de qué modo transcurre, pero
con gran autenticidad, el famoso
asunto -en otros momentos tratado de manera algo formal- de recoger las luchas reivindicativas parciales en un solo haz.
Pues un punto acuciante de la lucha ideológica es aportar a la unidad con convicción, lo que supone el procesamiento singular y colectivo de juicios y prejuicios engarzados en el patriarcalismo, en
modelos estáticos para sociedades
nuevas y para nuevos movimientos sociales.
Fracturando entonces la compacidad que decíamos y las inercias
prejuiciales, por más que, naturalmente, la maquinaria bienpensante tienda a apropiarse de manera
licuada y boba de todo lo que juega en la apropiación renovada de
derechos.
Un ejemplo notable es el modo
en que la lucha por la igualdad de
género y por el reconocimiento y
legitimidad de los derechos de las
«minorías sexuales» ha permeado
naturalmente otras reivindicaciones, aportando desde sufrimientos
y mortificaciones inmemoriales,
masas de maltratados que se reconocen en el padecer de otros.
Todo lo cual nos lleva a la cuestión de construcción del común, de una
concepción profunda y material de
la fraternidad, engarzada en la historia y en sus luchas.
Pues, finalmente, de eso se trata
para nosotros: ¿cómo construir en
«las grietas» de la civilización burguesa (Lenin) experiencias concretas que sean y anticipen formas comunistas de ser?
El comunismo como
ideología, ciencia y
cultura política de liberación
por Gastón Angel Varesi1
M
arx decía que es en el plano de la ideología donde
los hombres toman conciencia de los conflictos en la estructura y Gramsci (2008) recuperaba una y otra vez esta cita para
criticar una noción peyorativa de
ideología que había arraigado en
sectores del marxismo y que identificaba a toda ideología como mera
apariencia o falsa conciencia. Gramsci proponía distinguir entre dos
tipos de ideologías: unas que él llama «históricamente orgánicas» y que
están estrechamente ligadas a determinada estructura y al movimiento
de la sociedad, y otras que denomina «arbitrarias», que no pasan de
ser meras elucubraciones intelectuales. Gramsci observa que las ideologías históricamente orgánicas organizan masas, forman conciencia
e inciden en la lucha, mientras que
las arbitrarias sólo crean movimientos individuales y polémicas.
En ese sentido, hay que señalar
que es el propio movimiento histórico actual, dado por el cambio
en las relaciones de fuerzas tanto a
nivel mundial como particularmen-
te en nuestra América Latina, donde fueron cobrando forma procesos de luchas populares que llegaron a convertirse en gobiernos,
dentro de los cuales, los más radicalizados se animaron a restablecer al socialismo como horizonte
para nuestras sociedades. Esta es
la época que atravesamos, lo que
marca la vigencia del marxismo
como ideología, como una ideología que es orgánica al proceso
histórico y que vuelve a incidir de
forma clave en la conformación
de proyectos de cambio.
Formamos parte de un enfoque
que es mucho más que un conjunto articulado de ideas, sino que
constituye lo que Gramsci denomina como una genuina concepción
del mundo: una concepción que expresa una unidad de fines políticos,
económicos, intelectuales y morales, y que se asienta en el comunismo como «doctrina de las condiciones de liberación del proletariado», según dijera Engels (1847).
Para forjar esa liberación se debe
transitar un largo camino que tiene como punto de partida la críti-
ca al sentido común, entendiendo
a este como ese conjunto de concepciones absorbidas acríticamente de numerosos ambientes culturales en los cuales se forma la individualidad moral, de manera
disgregada e incoherente (Gramsci, 2008); sentido común que es
generalmente incongruente respecto de la posición social de las
multitudes porque tiende a estar
ligado a las visiones e intereses que
las clases dominantes fueron imponiendo y sedimentando. Ahí se
evidencia el papel liberador de la
crítica, porque permite develar la
concepción del mundo que se
posee, observar en ella la hegemonía construida por los grupos sociales dirigentes y generar un momento de ruptura que abra paso
a la elaboración de una concepción del mundo del propio grupo social al que se pertenece. Allí
juegan un rol fundamental la militancia popular y la de los comunistas en particular: el de hacer
avanzar esa reforma intelectual y
moral, de fundar las ideas, valores
y creencias de la liberación.
* Sociólogo, Magíster y Doctor en Ciencias Sociales (UNLP). Becario posdoctoral de CONICET, dirigido por Ana Castellani y codirigido por Aníbal Viguera, en el IdIHCS. Profesor del Doctorado y la Maestría en Ciencias Sociales y de la Maestría en Políticas de
Desarrollo; Profesor Adjunto de «Geografía Econmica Argentina» (FAHCE-UNLP). Coordinador de la sede platense del Centro de
Estudios y Formación Marxista H. P. Agosti (CEFMA – La Plata). E-mail: [email protected]
49
Pero, además, el marxismo
trasciende las formas más básicas
del pensamiento social para alcanzar sus formas más elaboradas,
porque constituye un enfoque de
carácter científico. Lenin (1920) en
su discurso sobre las tareas de la
juventud de 1920 señala que la joven generación de su tiempo tenía
la enorme responsabilidad de crear
la nueva sociedad y que la base para
ello se sintetizaba en una sola tarea:
aprender la ciencia del comunismo.
El materialismo histórico y dialéctico creado desde los clásicos y desarrollado y enriquecido por una
multiplicidad de pensadores y corrientes que componen al marxismo, sus conceptos y metodología,
nos proveen de una herramienta
científica indispensable e insustituible para comprender la realidad y,
al mismo tiempo, para transformarla. Pero también Lenin levantaba una primera advertencia, señalando que uno de los mayores
males que dejaba la sociedad capitalista era el «completo divorcio
entre el libro y la vida práctica»
(1920:10). A lo que sumaba una
segunda advertencia: si el comunismo es una ciencia, entonces la primera aproximación natural que se
tiene para aprender, como la lectura de folletos, manuales y material
básicos de difusión, es tan necesaria como insuficiente porque puede llevar a caer en el consignismo.
Lenin considera este consignismo
un flagelo para la práctica transformadora porque si bien aporta ideas
elementales que hacen al movimiento en sus planteos u objetivos, si
éstas no son acompañadas por el
conocimiento complejo de esas rea-
50
lidades y de la perspectiva desde la
cual se busca gestar la transformación, entonces las lecturas y acciones terminan siendo llenados por
el imperio del sentido común que
está siempre permeado por las
ideas de las clases dominantes, y
además puede llevar a confundir
estas ideas básicas con los fines últimos de la acción militante y a invisibilizar el necesario proceso de conciencia que enmarca una consigna
determinada dentro de una estrategia y una táctica determinada.
El consignismo establece una lógica de conocimiento repetitivo que
debe ser superado, según Lenin, por
el desarrollo de un «espíritu crítico», que apunta a un conocimiento
profundo, reflexivo, sobre las realidades que se abordan y sobre el
propio enfoque. Este proceso de
construcción de un espíritu crítico
también se diferencia del «adiestramiento» impuesto por la sociedad
burguesa, la construcción de sujetos dóciles en el marco de un sistema de dominación, (y que a veces
en la militancia se traducen en lógicas de ordeno y mando) sino que,
por el contrario, dice Lenin, hay que
construir una «disciplina consciente», de modo que las miles de voluntades aisladas de los oprimidos
de una sociedad puedan conformarse por su propia decisión en
«una voluntad única», con acción
organizada y transformadora.
En ese sentido, pensar las tareas
de formación política nos convoca, por un lado, a comenzar con
los elementos claves del pensamiento marxista, para develar las relaciones más profundas de las sociedades capitalistas en las que vivimos
y aportar a la comprensión de las
estrategias de transformación de los
nuevos tiempos y para esto se requiere una mirada crítica no sólo
sobre el capitalismo, sino sobre los
propios materiales de lectura y sobre las propias acciones que desplegamos. Ahí, nuestras Escuelas
de Cuadros de Partido y los talle-
res de formación del CEFMA vienen cumpliendo un rol importante. Porque en ese trayecto, buscamos recuperar el método de estudio que plantea Lenin y que él relaciona con el problema de la construcción de una moral militante, de
una moral comunista, que implica
organizar la actividad práctica ligada al proceso de estudio, o sea, pulir
nuestra acción al ritmo que vamos
incorporando nuevas herramientas
teóricas. Porque como decía Lenin
«no hay teoría revolucionaria sin
práctica revolucionaria y viceversa»,
por lo que debemos también interpelar los textos teóricos que estamos trabajando desde una mirada crítica según las necesidades del
proceso histórico que estamos viviendo, según las propias dinámicas que percibimos en nuestra práctica militante. En esto resuelve Lenin el tema de la moral comunista:
«nuestra moral está enteramente
subordinada a los intereses de la
lucha de clases del proletariado». Y
ahí volvemos a la definición de
Engels del comunismo como «doctrina de las condiciones de liberación del proletariado».
Este es el aporte particular que
nuestra ideología, nuestra ciencia,
tienen para realizar: restablecer en
la conciencia popular la necesidad
de crear las condiciones claves de
la liberación: hay que preparar a
nuestra fuerza para aportar, con el
conjunto de organizaciones del
campo popular, a dar esa batalla
palmo a palmo, trinchera a trinchera, esa guerra de posiciones, para
alterar las relaciones de fuerzas en
todas las áreas de la sociedad y
construir una hegemonía emancipadora que permita fundar nuevos
Estados y forjar nuevas relaciones
sociales hasta alcanzar la socialización de los principales medios de
producción, para que las fuerzas
productivas no se encuentren concentradas en una minoría sino que
vuelvan a ser patrimonio del conjunto de la sociedad. Porque de allí
viene, como señala Lenin, la denominación de comunista, de poner
en común: la tierra, las grandes fábricas, el trabajo1.
El comunismo es entonces una
ciencia que, como puede verse en
todos los prólogos del Manifiesto,
debe adecuar su acción al análisis
concreto de las realidades concretas que aborda, desempeñando una
batalla en el plano de las ideas que
constituya guías de acción, forjando la unidad de teoría y práctica.
Pero, ahora bien, el comunismo no
es sólo una ideología y una ciencia,
sino también una cultura política, un
espacio de representaciones codificadas en una fuerza política concreta, con una historia concreta en
la lucha de clases: la posibilidad de
construir una hegemonía emancipadora requiere también de la reivindicación de nuestra cultura política y de su articulación más amplia con las otras culturas políticas
transformadoras que componen el
campo popular.
En este punto parece necesario
rescatar los grandes aciertos de análisis y estrategia que se trazaron en
la «Carta abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe»2 (AAVV,
1990), firmada por distintos secretarios de partidos comunistas de la
región, incluyendo el nuestro, en el
año 1990. Año dramático, donde
se estaba viviendo el colapso del
socialismo europeo, en vísperas de
la desintegración de la Unión Soviética, que coronaría el avance del
neoliberalismo. Mientras los intelectuales orgánicos del gran capital
celebraban el supuesto «fin de la
historia y las ideologías», la Carta de
los 5 sostenía con la claridad y firme convicción de que «América
Latina y el Caribe no tienen alternativa de desarrollo, de democracia y de soberanía dentro de la dominación imperialista, ya que es precisamente esa dependencia la que
nos ha hundido en el atraso, en la
pobreza y en la carencia o limitaciones a la libertad» (Echegaray et
al, 1990:89). Y al mismo tiempo,
convocaba a «encarnar la nueva esperanza» para lo cual era preciso
«fortalecer el tercermundismo y el
latinoamericanismo para librar una
lucha sin cuartel por la victoria de
nuevos proyectos democrático-revolucionarios y por la liberación de
nuestros pueblos» (Echegaray et al,
1990:90), pensando con cabeza
propia y en una unidad amplia apelando a una pluralidad social, política, religiosa e ideológica: «En este
Tercer Mundo, en este continente
convulsionado, deben cifrarse las
nuevas esperanzas revolucionarias,
esperanzas que los cristianos, los
antiimperialistas, los marxistas, los
demócratas, los socialistas, los nuevos líderes populares, los movimientos sociales innovadores, podemos contribuir a convertir en
realidad, procurando además que
en todo el planeta las fuerzas del
progreso se decidan por detener y
derrotar la contraofensiva imperialista estadounidense» (Echegaray et
al, 1990:91). Aún en aquel momento de mayor crisis para las fuerzas
socialistas, ya perfilaban que América Latina podía constituirse en un
continente de cambio si se lograba
forjar un gran frente anti-neoliberal y antiimperialista.
Este escenario, difícil de vislumbrar por la derrota que el campo
popular estaba sufriendo a nivel
internacional, se logró sin embargo
construir a través de las numerosas
luchas de nuestros pueblos que dieron avances hacia la construcción
de un escenario posneoliberal3, articulando a las distintas fuerzas populares y progresistas. Como puede verse a través de las lecturas de
los distintos prólogos del Manifiesto, Marx y Engels sostienen que las
prácticas concretas para el desarrollo de los principios revolucionarios
varían en cada momento y en cada
lugar, dependiendo de las circunstancias históricas existentes y que los
comunistas deben aportar y articular con las fuerzas que en cada
momento expresen el avance en un
sentido popular. En este proceso
de avance, surgieron diversos gobiernos populares que lograron
contrarrestar varias de las reformas
1
««Comunista» viene de la palabra latina communis, que significa común. La sociedad comunista es la comunidad de todo: del suelo,
de las fábricas, del trabajo. Esto es el comunismo» (1920:16).
2
Ver Cuadernos Marxistas Nº4, abril del 2012
3
Esta designación no remite a la superación completa de la reestructuración societaria que implicó la instauración del neoliberalismo
en nuestras sociedades, sino al nuevo escenario complejo que articula rupturas y continuidades, pero que exhibe un proceso en
construcción de avance de las luchas populares y de reformas a nivel político-económico como el fortalecimiento de los Estados
recuperando algunas empresas previamente privatizadas y con mayor capacidad de regulación frente al mercado, un cambio de énfasis
favorable a la producción frente al auge anterior de los procesos de valorización financiera, políticas de inclusión social de carácter
universal, frente a las lógicas excluyentes del neoliberalismo y sus políticas focalizadas, mejoras en la distribución del ingreso y de los
derechos laborales con avance en los convenios colectivos de trabajo, frente a las políticas de «flexibilización laboral» previas, entre otras.
51
neoliberal, recuperar los ingresos de
los trabajadores, restablecer muchas
de las conquistas antes vulneradas
en materia laboral, desplegar políticas de inclusión social, fortalecer
a los Estados disputando recursos
frente a los grupos económicos y
desplegar un camino de soberanía
rompiendo con la estrategia imperialista del ALCA y forjando un vigoroso proceso de integración regional. Los Partidos Comunistas de
esta región somos parte activa de
los distintos procesos que a nivel
nacional expresan ese avance en sentido popular. Incluso dentro de estos procesos populares, surgieron
verdaderas revoluciones socialistas
que, articuladas en el bloque del
ALBA, cobran nuevas formas según los nuevos tiempos, y es necesario pensarlas en contacto con los
grandes lineamientos del pensamiento marxista y en las similitudes
que tienen con los procesos anteriores de construcción del socialismo, pero también hay que pensarlas en su particularidad, en su novedad, de acuerdo a las circunstancias históricas actuales.
En primer lugar, estas experiencias recuperan el legado básico de
Marx y Engels de pensar al socialismo como «la conquista de la democracia», de una democracia que,
rompiendo los límites de la representatividad burguesa, encarne la
participación de los trabajadores en
la conducción del Estado, en un
proceso que eleva al proletariado
de clase subordinada a clase dominante4. Ahora bien, este ascenso
político del proletariado en la América Latina actual se viene dando a
través de movimientos políticoelectorales de masas con construcción de poder popular, que avanzan a ganar el gobierno, alterar el
Estado y dar aire a formas alternativas de producción (con todas las
dificultades que implica confrontar
con el gran capital en ese terreno),
como puede percibirse principalmente en Bolivia y Venezuela.
La confrontación central que conforma la guerra de posiciones actualmente en América Latina se da,
como señala Regalado (2014), entre el imperialismo norteamericano
y sus aliados criollos, de una parte,
y los movimientos populares y las
fuerzas políticas de izquierda y progresistas, de la otra, y el elemento
clave es la disputa política y electoral por el control de los gobiernos
de la región. El bloque popular latinoamericano tiene componentes
heterogéneos. Un grupo que busca
trascender al capitalismo, como los
mencionados países del ALBA
(Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador,
Nicaragua, entre otros) que se comprometen a establecer intercambios
comerciales, educativos, culturales,
sanitarios, etc. ya no priorizando la
mercantilización de esas relaciones
sino el bienestar de los pueblos, la
lucha contra la pobreza, el analfabetismo y las desigualdades, y que
definen como horizonte la construcción del socialismo. Y, por otro
lado, un grupo de países más ligados a modelos neo-desarrollistas
con componentes nacional-populares, que si bien no han llegado a
perfilar un carácter socialista, sí han
dado grandes avances contra el
neoliberalismo, defendiendo el
empleo y la inclusión social y han
sido clave para aumentar la soberanía latinoamericana frente al imperialismo, impulsando el proceso
de integración como la ampliación
del MERCOSUR, la creación de
UNASUR y CELAC, apoyando la
defensa de los procesos socialistas
cuando éstos fueron desestabilizados por las derechas. Estas experiencias aportan, de conjunto, a la
conformación de un mundo multipolar en la alianza estratégica con
las potencias del BRICS5.
Hoy más que nunca es necesario
repensar críticamente los aportes de
la ideología y la ciencia marxista a
la luz de las nuevas experiencias para
construir de modo creativo las herramientas teórico-prácticas que nos
permitan comprender nuestras realidades complejas y avanzar en un
proceso de emancipación. Y para
esto necesitamos un Partido cada
vez más fortalecido en términos
políticos, ideológicos y organizati-
4
La particularidad de nuestra época es que el camino que se transita era visto como el más difícil por los clásicos del marxismo para su
época. Engels (1847) señala que la construcción del socialismo por vía pacífica era posible, y que los comunistas serían los últimos en
oponerse a esta estrategia, pero también tenía sus dudas, ya que observaban que la burguesía aplastaba con violencia todos los intentos de
desarrollo político del proletariado; escenario que Lenin y los comunistas rusos debieron asumir, en contexto de la 1° Guerra Mundial,
impulsando la rebelión que llevaría al primer Estado socialista duradero.
5
Es importante recordar que Fidel Castro (2014) señala que Rusia y China, junto al BRICS, están «llamados a encabezar un nuevo
mundo que permitiría la supervivencia humana», ya que involucrando a la mitad de la población mundial y expresando un nuevo bloque
de potencias emergentes, plantea una perspectiva más integradora en el plano del comercio global, rescatando asimismo el rol de las
empresas estatales y las PyMEs, y, por otra parte, buscan asumir los grandes desafíos mundiales como el cambio climático, el terrorismo,
la importancia estratégica de la educación y la cultura, entre otros.
52
vos, con un aparato de formación
articulado y en expansión, con células consolidadas en todos sus atributos, incluyendo la formación, ya
que es el primer y más básico espacio donde deben atenderse las necesidades educativas de la militancia cotidiana, con direcciones capaces, con las Escuelas de Cuadros
formando estructuralmente a los
camaradas y con el CEFMA generando instancias de producción de
conocimiento y de formación que
alcance también a la militancia de
otras fuerzas populares. Pero además, para construir una hegemonía de la emancipación necesitamos
re-posicionar nuestra cultura política, reescribir la historia nacional
reivindicando la lucha de los comunistas, muchas veces menospreciada e invisibilizada en la historia
oficial: remarcar el rol de nuestro
partido en la historia argentina de
modo de trazar esa continuidad
con la tarea que nos compete en la
actualidad: la de aportar al sostén y
a la radicalización de los procesos
de cambio en América Latina, fortaleciendo la unidad antiimperialista y reinstalando al ideario socialista y al socialismo como horizonte
de liberación nacional y social.
Bibliografía:
Castro, Fidel. 2014. «Es hora de conocer un poco más la realidad», en Taller inicial de Formación Política, Módulo
4. CEFMA.
Echegaray, Patricio; Handal, Schafik; Isa Conde, Narciso; Padilla Rush, Rigoberto y Vargas Carbonel, Humberto. 1990. «Carta Abierta a las Fuerzas Revolucionarias y Progresistas de América Latina y el Caribe» en Taller
inicial de Formación Política, Módulo 1. CEFMA.
Engels, Friedrich. 1847. «Principios del Comunismo», en Taller inicial de Formación Política, Módulo 1. CEFMA.
Gramsci, Antonio. 2008. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Nueva Visión. Buenos Aires.
Lenin, Vladimir. 1920. «Tareas de las Juventudes Comunistas. Discurso en la I Sesión del III Congreso de
Juventudes Comunistas de Rusia» en Taller inicial de Formación Política, Módulo 1. CEFMA.
Regalado, Roberto. 2014. «La guerra de posiciones en América Latina», en Taller inicial de Formación Política,
Módulo 4. CEFMA.
53
Marxismo y
Humanismo
por Raúl Serrano1
Vivimos una época que nos hace
tropezar, día tras día, con sucesos
terribles. Cabe pues, plantearse cuál
es el significado del humanismo en
nuestros días. Con ese fin, efectuaremos una rápida revisión de sus
principales versiones a través del
tiempo, pero nos detendremos en
defender, relativamente, la acepción marxista del término.
Los diarios y la televisión nos ponen por delante niños ahogados en
sus intentos por llegar a un lugar
sin guerras, nos muestran alambradas de púa (México, Palestina), barreras y cámaras de seguridad, crímenes, invasiones, estafas. Toda una
catarata de desgracias. ¿Es este el
mundo humanizado que debiera de
haber surgido de aquella revolución
que proclamaba la libertad, la igualdad y la fraternidad? ¿Dónde quedó y en qué se transformó aquel
humanismo fundacional de la burguesía naciente si es que existió en
algún momento? ¿Es posible acaso enunciar un nuevo humanismo,
concreto desde las tesis marxistas?
Es por este panorama actual, brevemente esbozado y, a la vez, movidos por los acuciantes problemas
políticos de nuestro país, que un
1
54
Director de teatro
grupo de compañeros resolvimos
reunirnos para reflexionar en conjunto y, paralelamente, en un nuevo
intento por recomponer al intelectual colectivo que aspiramos ser.
Desde y con el marxismo como
herramienta y como metodología,
intentaremos plantearnos lo que
puede significar para nosotros el
humanismo y confrontaremos
nuestra visión con otros pareceres.
Creemos firmemente que las posturas de Marx al respecto del individuo y de sus derechos humanos
constituyen, en la actualidad, la única actitud consecuente, concreta y
no un puro ejercicio retórico. El
marxismo, como filosofía y como
política, nunca confunde los derechos confesados en las Constituciones o en las leyes con los derechos
reales de quienes andan por la calle.
La liberación del hombre, para
Marx y el marxismo, debe ser real,
efectiva y no solamente «ante la ley»
o teórica, por más progreso que signifiquen este tipo de enunciaciones.
Hoy, como militantes y como
partido, estamos aún intentando superar las arremetidas más furiosas
que se hicieron contra el marxismo
en las que se trató siempre de pro-
bar que desde esa teoría y, sobre
todo desde esa práctica, provenían
todos los males padecidos por la
sociedad contemporánea. «El fantasma del comunismo» pasó de ser
una frase ocurrente del Manifiesto
Comunista para convertirse en la
política de las principales potencias
occidentales durante la Guerra Fría,
y aún antes de ella. El capitalismo
supo muy bien, desde el principio,
quién era su enemigo principal. Ya
desde la enunciación de las primeras tesis marxistas y desde las primeras políticas de aquellas incipientes organizaciones obreras.
Y si bien el intento por construir
las primeras sociedades socialistas
tuvo éxito en Rusia en 1917, a partir de ese momento el comunismo
tropezó efectivamente con serios
problemas que provenían tanto de
las amenazas exteriores como de sus
problemas internos. Ninguna campaña de prensa podrá borrar sus
muchos logros ni la significación
universal que tuvieron aquellas revoluciones para el mundo entero y
para el devenir concreto de la historia contemporánea. El hecho que
rescatemos antes que nada sus virtudes, que existieron y fueron mu-
chas, no niega la necesidad de discutir sus defectos, (que los hubo
también y muchos). Pero la complicada historia de las construcciones socialistas no debe de servir de
excusa para señalar, con toda la
fuerza, los males propios de las
sociedades capitalistas. Este sistema,
ahora globalizado, debe ser analizado por lo que logró y construyó
(crisis, miseria y colonialismo incluidos). La causa central de estos horrores fue a su tiempo señalada ya
por Marx: es la explotación del
hombre por el hombre. No se pueden tapar las contradicciones insalvables del capitalismo señalando las
falencias de otros sistemas.
Nos proponemos rescatar las teorías que subyacen, que preceden o
que han justificado las concepciones burguesas acerca del humanismo y compararlas con lo que verdaderamente sostuvo Carlos Marx
al respecto. Además haremos mención crítica y breve a algunos otros
modos de comprender el humanismo que aparecen disputando el
terreno teórico y filosófico con
nuestras opiniones.
Comencemos por la concepción
del individuo en la misma sociedad
capitalista que, luego de la revolución francesa y de la americana, ha
sido presentado como el máximo
exponente de la libertad posible y
como lo más atrevido en materia
social. Todos hemos oído por ahí
que el capitalismo tiene algunos problemas, pero que al fin y al cabo, es
el mejor de los regímenes posibles.
Acto seguido se enuncia que la libertad, la fraternidad y la igualdad
de todos los individuos fueron sus
consignas. Y se subraya, sobre todo,
el tema de la libertad individual
frente a la opresión comunista. ¡Y
la verdad es que aún hoy, cuando
escuchamos aquellas generosas proclamas tendemos a emocionarnos
y a cantar la Marsellesa! Todos estos derechos fueron prolijamente
expuestos en las constituciones y en
las leyes burguesas copiadas las unas
de las otras, y en la famosa declaración de los derechos humanos. Por
supuesto que las vemos como etapas de un progreso que no negamos. ¡Lejos estamos de eso! Pero
lo que sí haremos será comparar
aquellas declaraciones con las realidades innegables, incontrastables
que surgieron tras el advenimiento
de la burguesía al poder. Nuestras
apreciaciones pueden ser muy diferentes si en vez de quedarnos en
la letra de la ley abstracta desviamos nuestra mirada hacia las realidades resultantes: la mayoría de la
población que vive en las sociedades capitalistas (es decir burguesas)
son los trabajadores, los proletarios,
y todos ellos se hallan sometidos a
la explotación. Y si bien «ante la ley
son libres», si bien en teoría pueden
disponer libremente de sus personas y de sus bienes, lo que ocurre
en la práctica es que, como lo único que poseen para vender es su
propia fuerza de trabajo, pueden,
en consecuencia, solamente elegir
entre someterse a la explotación, o
bien quedarse sin trabajo, sin casas,
sin salud, sin educación adecuada.
Esa es la libertad que poseen: aceptar sin chistar las condiciones que
les ofrece «el mercado» para vender su fuerza de trabajo, o bien ejercer su libertad de ir a dormir bajo
los puentes, de morirse de hambre
y por enfermedades curables. ¿Y
todo por qué? Pues porque no
poseen otros bienes cotizables que
su propia energía y su poder de trabajo, con los que teóricamente deberían enfrentar el sacrosanto mercado, al capital propietario de los
medios de producción, que es el
corazón mismo de las sociedades
burguesas. No tienen ninguna otra
cosa para vender. Son libres en teoría, pero no tienen como acceder
al mercado que los explota si no es
sometiéndose a la explotación propuesta. De aquella libertad, de aquella igualdad proclamada, de aquella
fraternidad poco puede rescatarse
en la vida real de los explotados,
en las cadenas invisibles del mercado. ¡Este es el individuo construido efectivamente por la burguesía
en el poder! ¿Qué queda en él de
libertad, de rasgo privado y personal, de humanidad, en fin?
Las constituciones burguesas son
claras y hasta terminantes. La nuestra por ejemplo, obliga a los distintos gobiernos a asegurar a su gente
trabajo digno, una vivienda adecuada, al igual que la salud y la educación. Esas son las leyes inflexibles…
que por alguna razón no se cumplen. Las leyes están proclamadas
con palabras solemnes…pero a las
palabras se las lleva el viento. Nosotros, los comunistas procuramos
esclarecer el por qué esas palabras
sagradas no logran realizarse. Esa
crítica es la base de nuestra teoría
filosófica y política.
Hoy en día, en todo el mundo
globalizado, la igualdad entre los
ciudadanos es cada vez menor. Tan
solo un dos por ciento de la población mundial posee más del cincuenta por ciento de la totalidad de
los bienes. El cinco por ciento de la
población del planeta consume el
setenta por ciento de la energía que
en él se gasta. Y así podríamos seguir en listas que apuntaran a la salud, por ejemplo: millones de personas se mueren de hambre y por
enfermedades curables. En la Argentina pese a la superproducción
de alimentos hay mucha gente que
padece de hambre. Y ¡cuánta gente
muere por falta de medicamentos,
cuyos precios son cada vez más inalcanzables hasta para las capas
medias! Preguntémosle a Macri que
algo sabe de eso y ha puesto en su
gobierno, para controlar los precios,
55
al dueño de una de las mayores cadenas de farmacias del país. Las
virtudes de la sociedad en la que
vivimos podrían seguir siendo
mencionadas en listas cada vez más
deprimentes. Pero hoy aspiramos
a otra cosa. Queremos analizar al
humanismo burgués en su oposición al humanismo que proponemos.
Esta es la cruda realidad que se
contrapone a las hermosas teorías
legales y burguesas. Pero, con el correr de los tiempos y para aquellos
afortunados que han logrado insertarse de algún modo subordinado
en el sistema y arañar un poco de
dinero, las clases dominantes les han
inventado una nueva trampa: la del
consumismo. Hay en toda sociedad capitalista y especialmente en
las más desarrolladas, una porción
de la población que recibe una pequeña parte de lo producido. Son
las capas medias. ¿Cómo opera con
ellas esta manera burguesa de ejercer la libertad?
Cada vez puede verse con mayor claridad. Al convertirse en empedernidos compradores, al adquirir siempre lo nuevo y lo último,
por supuesto, siempre movido por
una astuta y avasallante publicidad,
la gente mueve al mercado y éste,
al progresar, debería arrastrar con
él a la sociedad entera hacia adelante, hacia el progreso. ¿Pero ocurre
esto tan así? ¿Compra la gente lo
que necesita? ¿Aquello que adquiere
es durable y cumple con su cometido práctico? ¿Recuerdan ustedes los
viejos Ford que duraban toda la vida?
Luego fueron reemplazados, en un
momento, por lo automóviles descartables. Y así el mercado se vuelve
un festival de chucherías, las más de
ellas inútiles pero de última moda
y cumple de esa manera la función
de reproducir el modo de producción y de encadenar a los consumidores con sus créditos.
Habría que decir que el consumismo se basa sobre todo en la
propia vanidad de los comprado-
56
res, en la subjetiva sensación que les
da el sentirse incluidos en la capa
de los elegidos, en la creencia de
que quien adquiere algún bien se ha
insertado, por ello, en una clase social a la que efectivamente no pertenece. La utilización real y posible
de lo comprado pasa a un segundo lugar. La duración y la fortaleza
de las herramientas así adquiridas,
no importan. Al comprar, sobre
todo en cuotas, se reproduce el sistema y los sujetos quedan prisioneros de su propia actividad «libremente decidida». Me ha tocado ver
los efectos de esta forma del mercado, por haber vivido durante
años en los ex países socialistas. Al
visitarlos tras la caída del anterior
sistema, me he encontrado con mis
antiguos compañeros ahora sometidos por las chucherías no siempre necesarias. ¡Eso sí, como digo,
este tipo de decisiones se toma en
absoluta libertad! Lo peor, es que
desde un cierto punto de vista subjetivo el propio individuo preso en
esa maraña, se ve como libre.
Así pues, la libertad individual
concebida por la burguesía tiene variadas estrategias según se trate de
alguien que posea un mayor o un
menor poder de compra. Sin embargo, el error fundamental de todas las teorías burguesas es que parten de la consideración de un individuo empírico, singular, de una individualidad considerada en su instancia biológica, constatable con el
buen sentido del positivismo.
En realidad la consideración que
hacemos nosotros del individuo es
una definición como «individuo social» ciertamente asentado en la singularidad biológica, pero nunca limitado a ella. Ya veremos la definición de Marx sobre este asunto.
Muchos filósofos se han ocupado la cuestión de la libertad individual procurando hallar, en ella, el
motor verdadero y oculto de lo social. Hobbes, atento observador de
la sociedad de su época, sostuvo
que era justamente el egoísmo per-
sonal la verdadera causa del progreso. Reconocía que esa estrechez
de miras personal era el «horizonte natural» de las personas, pero que
al jugar uno con otro y al entrechocarse en la sociedad se obtenía un
equilibrio (deseado por él) que era
lo que había que defender. ¡Pese a
su origen mezquino, resultaba, que
al final, el equilibrio y la libertad eran
los resultados de esta paradoja social! Así, el hombre, lo humano natural era agresivo y egoísta por definición y no parecía llevar a lo que
se le pedía «citoyen» movido, éste
sí, por ideales altruistas y por un
sentido del deber ser cada vez más
perfecto, debido al progreso. Este
último, el ciudadano, era entonces
el inesperado protagonista de lo
social. ¡Pero a no preocuparse ya
que el individuo, egoísta y el verdadero «lobo del hombre» contenía
en sí, al fin de cuentas, al auténtico
motor social! La ética reside entonces en un utópico «deber ser»
teórico, pero la ciega práctica, la
mano invisible del mercado (R.S.
¡Otra vez los fantasmas!) como
luego diría otro de sus teóricos, nos
llevará callada y seguramente hacia
la paz social.
Hobbes vivió en una época convulsionada por catástrofes económicas y por la guerra civil, y probablemente extrajo sus ideas de lo
que ocurría a su alrededor. Veía la
lucha de todos contra todos, pero
a la vez la aparición de una sociedad superior a la feudal. En mi
opinión describió su entorno acertadamente aunque en contra de sus
propios valores y aspiraciones. Y
este choque, esta contradicción, fue
resuelta por él al describir lo que
ocurre en el mercado, y que él identificó, como luego tantos otros, con
«lo social», la sociedad entera. La
identificación de las leyes del mercado con las de la sociedad, debe
buscarse, creo yo, en aquellos escritos teóricos del gran Hobbes, el
gran precursor.
Ya desde sus inicios el capitalismo elogió el individualismo, y puso
en la capacidad del individuo aislado, la idea más plena de los valores
humanos. El viejo ideal del «self
made man» llevado al extremo por
Hollywood, tuvo, por ejemplo, en
Robinson Crusoe uno de sus primeros exponentes. Detengámonos
un poco a ver este personaje significativo. Robinson Crusoe llegado
sólo a una isla, según la novela, tuvo
la capacidad de rehacer la civilización, y dicho sea de paso, hasta de
recomponer algunos de sus rasgos
más enfermos… por ejemplo la esclavitud. La esclavitud, dicho sea
de paso, fue la que facilitó la acumulación primitiva del capitalismo
de los países centrales en su más
completo saqueo de los países que
se iban descubriendo.
Es notorio comprobar el ingenio y la habilidad de Robinson para
ir resolviendo los problemas que se
le presentaban en la isla, pero… ¿estuvo acaso realmente aislado y solo
en ella? ¡No! Robinson fue un náufrago que «por casualidad» rescató
fusiles, pólvora, brújulas, cuerdas y
otros muchos enseres, por supuesto, que no habían sido hechos ni
concebidos por él mismo. Robinson utilizaba lo que el mar - ¿la sociedad? – le había ido acercando.
Además Robinson llevaba consigo
algo que no puede verse a primera
vista: llevaba instrucción, formación
técnica, conocimientos, en una palabra, llevaba puesta la cultura de
su época que tampoco había sido
hecha por él mismo. Como vemos,
hasta en los ideales imaginados de
las novelas de aventuras la burguesía se ve obligada a negar sus propios valores y principios: ni siquiera en la isla de Robinson habría podido sobrevivir como individuo totalmente solo y aislado. Ni siquiera
los héroes modélicos de la burguesía pueden serlo al margen de la historia y de la sociedad misma.
Justamente este es el problema y
la diferencia a la que queremos
apuntar entre nuestras concepciones y las de la burguesía. Mientras
que la burguesía eleva y aísla al individuo como si se tratara del protagonista de la vida procurando
romper todos sus vínculos con los
restantes humanos y con la historia,
el marxismo ya desde los primeros
escritos de su fundador encuentra
que la individualidad solamente
puede darse en el seno de la sociedad y de la historia. Mientras la
burguesía opone estos dos términos entre sí como si fueran excluyentes y encontrados (individuo vs.
Sociedad), Marx, por el contrario,
subraya el nexo dialéctico que hay
entre ellos. Marx ve, a la vez, lo que
diferencia al individuo de la sociedad y lo que lo une a ella. Y puede
hacerlo porque la lógica que emplea no es la lógica abstracta aristotélica, la lógica de lo quieto y lo distinto, sino la lógica dialéctica de la
realidad en movimiento, la del desarrollo y la estructura que se apoya justamente en la centralidad del
concepto de contradicción y de
conflicto.
Esta metodología fue la que empleo para el estudio crítico de la sociedad capitalista. Y es la teoría que
aspiramos a poner en el centro de
nuestras discusiones y en la mente
de nuestros contemporáneos.
No es que Marx desconozca los
valores de la individualidad. Yo di-
ría que el contrario cree que el individuo en si mismo puede serlo de
manera más propia y más plena en
la medida en que viva intensamente sus nexos con la sociedad en la
que le es dado existir.
Marx sostiene que la individualidad se halla constituida por la totalidad de sus relaciones sociales, y
añade, «la verdadera riqueza humana consiste justamente en esa diversidad y multiplicidad de vínculos y
relaciones». Vemos aquí la dialéctica relación entre identidad y diferencia, el señalamiento del carácter,
a la vez histórico y social, de los
diversos tipos de individualidad. El
hombre pleno lleva puesta a la sociedad en él. Justamente su educación, desde que nace, la introyección del lenguaje, la adopción de
códigos éticos, todo lo que hace,
genera y padece a lo largo de su
biografía debe considerarse como
una actividad auto-constituyente.
Ese vivir haciendo y haciéndose es
lo que permite la aparición de la
individualidad en su sentido humano y no puramente biológico.
Es oportuno destacar el modo
en que Marx concibe estas relaciones sociales, relaciones que son fundamentalmente prácticas. Es evidente que Marx no considera la
práctica tan sólo como los intercambios comerciales. Por el contrario, el concepto superador de
«praxis» es visto por el marxismo
como la relación activa y transformadora con el medio en que el sujeto vive y en el que actúa. No se
trata nunca de la mera contemplación pasiva, ni tampoco de la actividad ciega e instintiva. La praxis
humana, por el contrario, es una
actividad que al transformar transforma simultáneamente al sujeto
que la ejerce. La calidad de esas
relaciones es lo que constituye la
riqueza de los individuos. Podría
decirse que es lo que constituye al
individuo en sí mismo.
Es justamente la definición del individuo social que los que aquí estamos
57
queremos rescatar, proponer y poner en la base de nuestros análisis y
de nuestra práctica.
Cuando nacemos somos animalitos puro instinto y necesidades, y
la actividad que va ejerciendo el
nuevo sujeto lo va constituyendo
a su vez como el individuo que
puede ir siendo. La sociedad lo cría
y lo alimenta y él mismo va activando en el sentido de configurar
a la sociedad misma, a veces de
modo no consciente, a veces de
modo consciente.
La importancia, a la vez filosófica y política que tiene esta falsa oposición excluyente entre el individuo
y la sociedad, reside en que de su
comprensión depende lo que podamos pedirle al hombre político,
al humanista, al marxista en definitiva. En esta comprensión activa
y a la vez situada, en esta definición que no pierde los rasgos individuales sino que los socializa e
historiza reside la posibilidad transformadora propia del sujeto marxista. Es, a la par, su visión humanista y humanizante del mundo.
Mi opinión personal, es que nosotros los comunistas debiéramos
trabajar también esta mirada para
aplicarla a la vida cotidiana y no solamente a nuestra actividad efectivamente política. Tenemos que intentar ser los individuos más ricos (en
el sentido de nuestras relaciones sociales y humanas).
Para ser eficientes en esta tarea
debemos ser capaces de analizar y
desmitificar, en un sentido marxista
y de clase, a los diversos entornos
de trabajo en los que todos nos hallamos sumergidos. Hay que poder
detectar y desnudar los efectos alienantes de la sociedad del capital y
los de la «plus valía». Y esos procesos deben luego ser respondidos con
nuestras prácticas reales y cotidianas.
Nuestros hechos, nuestro quehacer
de todos los días tiene que constituirse en una predicación por el ejemplo. Hay que ser comunistas todos
los días y no esperar a serlo para
58
cuando haya que asaltar nuestro «Palacio de Invierno» criollo.
Trabajo alienante quiere decir justamente para Marx, la pérdida de la
individualidad y de la consciencia de
sí mismo y sus necesidades y posibilidades en el contexto social de la
explotación. Un trabajador en el capitalismo no puede decidir ni el destino, ni la cantidad ni el valor de su
propio trabajo si actúa como sujeto
aislado o desconoce el mecanismo
social alienante en el que se halla inserto. Menos aún puede conocer el
trabajador adónde van a parar las
utilidades de lo que él mismo contribuye a crear. El capitalismo pone
a los obreros ante un mundo de
cosas, lo «cosifica». Estas son las
ideas incontrastables y los procesos
ineludibles a los que tenemos que
aludir para defender efectivamente
la idea de una individualidad concretamente humana y libertaria. Esta,
es en una palabra, nuestra idea del
sujeto individual entroncado en procesos alienantes contra los que puede luchar si comprende la necesidad
del sujeto colectivo y adopta el punto
de vista de la clase. Esta es nuestra
herencia más valiosa de Marx.
Son esos, los hechos cotidianos
juzgados y desenmascarados políticamente lo que la lucha por el socialismo implica en el día a día: para
Marx, el comunismo fue siempre la
crítica de la realidad existente y la
consecuente lucha por un humanismo avanzado. Nunca se trató de un
ideal solamente ético y moral a alcanzar. La verdadera ética de los
comunistas reside en su praxis real
enderezada a la crítica de la sociedad capitalista y a la liberación de
los explotados.
La vida cotidiana es la matriz misma de la actividad política. La praxis
comunista, al ser siempre concreta y
axiológica comienza en la cotidianeidad y culmina en la tarea de crear el
sujeto colectivo, el partido capaz de
contribuir a la Revolución.
Sin duda que esta aproximación,
la de Marx, tuvo que enfrentarse
y luchar con muchas otras orientaciones.
Veamos algunas de esas otras
consideraciones. Veamos en primer
lugar la concepción del individuo que
se halla en la base de la sociedad
burguesa y capitalista. Parece ser espontánea, y en cierto modo lo es,
aunque haya sido desarrollada y justificada por muchos de sus filósofos, como ya lo vimos en el caso de
Hobbes.
El capitalismo parece luchar por
las libertades individuales y presenta
a las masas ciegas como lo que se
opone al progreso. Hay individuos
excepcionales, dice, que nos muestran el camino mientras la turba es
ciega y torpe. Hobbes puso a todos iguales entre sí, todos contra
todos, y de ahí se deduce la presencia hostil de los otros, de las masas
– aunque, como ya hemos visto se
terminaría hallando un equilibrio
social de manera casi espontánea.
Esta teoría de la igualdad, alguna
vez fue tratada con ironía por nuestro Héctor P. Agosti – quien supo
decir que» todos somos iguales, claro, pero parece ser que unos son más
iguales que otros». La ideal igualdad
de la que se habla pronto se comprueba irrealizable en la práctica del
capitalismo, en donde el mercado,
pone a todos en lucha contra todos
pero hace que triunfen muy pocos.
La solidaridad, que pareciera tener
que ser la base de la sociedad en
vez del egoísmo, solo puede entreverse en la escuálida filantropía y en
la caridad burguesas que se ejercen
de a ratos y como descarga de las
conciencias de los poderosos sin
que se modifique por ello la situación de fondo.
Pero existe un humanismo tan extendido como el anterior que se presenta como alternativa caritativa y
tierna ante nuestras concepciones
materialistas. Se trata del cristianismo.
En sus orígenes, esta creencia religiosa, empezó en la sociedad esclavista y se presentó como la ideología
de los pobres, de los desposeídos y
de los esclavos. «Antes entrará un
pobre al reino de los cielos
que…etc.etc.» Justamente por esas
ideas y principios morales fue perseguido en sus comienzos y debió
adoptar formas de existencia ilegales
y subterráneas. Por eso sus primeras
organizaciones fueron comunistas y
secretas. Algo sabemos de eso nosotros por las duras experiencias vividas. A causa de la toma de posición
del cristianismo al lado de los pobres
podemos encontrar bastantes coincidencias entre lo que ellos sostienen
y nuestras propias metas políticas.
Pero poco tiempo después de su
creación, el cristianismo se alió a los
poderes temporales y allí comenzaron a cambiar sus prácticas. La
Iglesia, como su principal órgano
sobre la tierra, eligió las formas de
la riqueza y las del poder y se ubicó
a su lado. Y esta vez, la cosa duró
por muchos siglos. Incluso adoptó,
desde entonces, las formas de organización del feudalismo con sus
jerarquías. Dijo adiós a su comunismo primitivo.
Con todo, nuestra discusión filosófica tiene mucho para argüir con
el cristianismo aún en el terreno de
las metas y de las ideas. Es cierto que
el cristianismo nos iguala a todos,
pero…ante los ojos de Dios. Esa
igualdad solo es accesible en la «vida
perdurable», en el más allá. En el acá
de los Césares el cristianismo ha predispuesto, las más de las veces, a la
resignación, justamente como un
modo de obtener la felicidad en el
más allá, ya que las penurias terrenales deben ser aceptadas como un castigo a nuestros pecados. Con estas
posturas, la Iglesia contribuyó durante siglos, quizás durante milenios
a desviar la reacción de los humildes, a postergarla como un modo
de favorecer a los poderosos, aquí
en la Tierra y por ahora. La Cruz y
la Espada de los poderosos colaboraron en exitosas y rentables campañas de conquista.
La Iglesia Católica, como institución terrenal y con su organización
claramente feudal y verticalista, ha
hecho mucho para convencer a los
hombres que somos sujetos condenados para siempre y desde nuestro
nacimiento mismo. La Iglesia condenó siempre el cuerpo de los hombres simplemente por el modo en
que aparece. Por la manera en que
se nace trae con él, como consecuencia ineludible, el «pecado original». Y a causa de este modo de
concebir lo humano, miles de generaciones (y yo entre ellas), hemos vivido con una sensación de pecado
de la que resulta muy difícil librarse.
¿Cómo ver entonces humanismo en
una doctrina que condena nuestro
cuerpo, nuestro inevitable cuerpo?
¿Cómo ver humanismo en una doctrina que niega nuestra real existencia,
palpable e irrenunciable, para ofrecernos, en cambio, una recompensa
en una vida que, hasta ahora, nadie
ha podido comprobar? Este modo
de presentar lo humano, lo individual
y lo real, poco tiene que ver con algún tipo de humanismo concreto.
Aunque, justo es reconocer, que
el nuevo papado, al tropezar con el
mundo globalizado con su impronta totalmente anticristiana y por
ello anti - humana, ha debido dar
algunos pasos en el sentido de un
más concreto humanismo y ha debido reconocer - ¡¡¡ - que el sistema
social, político y económico en el
que vivimos no puede continuar, que
se trata de algo superado. Y en esto
podemos coincidir nuevamente.
En la post guerra, tomó bastante
auge una filosofía que compitió incluso con el marxismo en el terreno intelectual, al que acusaba de una
cierta incapacidad para resolver los
problemas relacionados con el individuo. Estoy hablando del existencialismo ateo de Jean Paul Sartre, sobre todo, cuya práctica política tuvo muchas virtudes y hasta
coincidencias con nuestras luchas
por la paz en aquellas épocas. Pero
Sartre disentía con nosotros en relación al individuo y a sus libertades.
No es casual que sus reflexiones
partieran del sujeto aislado e individual, enfrentado a «lo social» y a
las masas. El individuo era presentado en su soledad, en su angustia
con la muerte como seguro destino, enfrentado a lo sistémico como
en tantos otros intentos teóricos.
Recuérdese aquí la difusión que
tuvo aquella, su famosa frase: «el
infierno son los otros».
Al aceptar como punto de partida de la consideración política y filosófica al individuo aislado, y al tener, en consecuencia, que admitir su
incapacidad para actuar como tal
en la tarea de resolver los problemas históricos y sociales, al reflexionar sobre su fracaso para modificar las propias condiciones de vida,
Sartre concluyó en el pesimismo,
como lógico resultado, y este sentimiento lo fue llevando a la angustia
existencial (l´angoisse) frente a la
muerte inexorable como rasgo central de la existencia y de la vida humana. Es más, llegó a sostener, logrando con ello una gran recepción
entre las capas intelectuales, que el
único acto verdaderamente libre
que podía encarar el ser humano
era el suicidio. Este era, según su
mirada, el único acto libre, porque
podía hacerse y decidirse en soledad, es decir, en plena libertad. Para
todas las restantes conductas se debía contar con los «otros, con los
59
demás». Y por esto mismo ya no
podían considerarse actos libres. He
aquí uno de los límites de su visión.
Nuevamente, la oposición «a–dialéctica» entre lo individual y lo social, propia del pensamiento de las
capas medias, lleva a conclusiones
inimaginables. ¿Podrá ser considerado humanismo el enfoque que
vea el suicidio como único acto libre? Este es el precio de no vislumbrar la relación dialéctica y a la
vez contradictoria, entre ambos términos, y la consecuencia de no ver
la «lucha de clases» como motor de
la historia, y la necesidad de concebir un sujeto adecuado para enfrentarla. En ese sujeto colectivo, en la
necesidad de hallar los sujetos adecuados para las tareas dadas, reside
la verdadera solución al problema
de los vínculos entre los individuos
y los colectivos.
Ya Marx, en su «18 de Brumario» sostenía que: «Los hombres
hacen su propia historia, pero no la
hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo las circunstancias con
las que se encuentran directamente,
que existen y les han sido legadas por
el pasado» La afirmación es bastante convincente, pero dio pié luego a
Althusser para presentarnos entonces, a los hombres, como meros
productos de las circunstancias.
El mismo Marx, y también en sus
escritos tempranos, añadía para que
no hubieran dudas al respecto: «esas
mismas circunstancias, habían sido
hechas, a la vez, por los hombres.»
En suma, ni existe el individuo abstracto ni lo puro social, sino que habría que partir de considerar al individuo como «un ser social.»
Y desde aquel lejano siglo XIX,
Marx ya esbozaba una filosofía de
la praxis en la que el sujeto activo
no se enfrenta con el objeto a transformar como algo extraño a él
mismo, sino que aparece en la historia como formando parte de una
totalidad. Este modo de encarar la
dialéctica entre sujeto y objeto, nos
60
resulta particularmente clara y la
aplicamos en nuestra tarea en la escuela de teatro. Allí sostenemos que
«el sujeto (del teatro, el personaje),
al luchar por cambiar aquello que
se le opone no solo logra modificar al objeto sino que, paralelamente,
se transforma a sí mismo». Esta
breve explicación da pie a toda una
teoría de la actuación y a la vez, resulta un modo conciso de concebir la pedagogía artística que se halla muy ligada a la concepción antropológica y autogestora de lo
humano, es decir, al marxismo y a
la filosofía de la praxis.
Para él, no existe una substancia
natural que constituya la esencia de
cada individuo, sino que esa misma esencia que se busca hay que
hallarla en el conjunto de sus relaciones sociales. El individuo deviene así un permanente proceso, lábil,
siempre constituyéndose, concreto e
histórico, que se «auto-determina»
por su propia praxis en la limitación
de sus circunstancias, de la sociedad
en la que vive. Es decir, el individuo
va gestando su propia biografía y
sus propios contenidos en las condiciones que le presenta su época.
Esta manera de entender el problema, tiene, a mi juicio, una importante repercusión en la concepción política general ya que nos
muestra a un sujeto capaz de transitar desde la conciencia en sí, egoísta y aislada, hacia la conciencia para
sí, colectiva e histórica, mediante su
propia actividad real, y a la vez lo
orienta hacia el hallazgo del sujeto
necesario para el cambio social del
cual puede formar parte.
No creemos en aquellos marxistas que lo son de manera aislada y
en teoría, tan solo. El marxismo de
Marx requiere que el pensamiento
no solo interprete sino que transforme. El marxismo debe existir
no solo en la cabeza y en el corazón de quienes lo adquieran, sino y
sobre todo en sus prácticas reales.
Y finalmente, esta comprensión que
proponemos permite apreciar que
nunca la conciencia del sujeto surge
de modo espontáneo, sino que es
más bien, el producto de una práctica que implica la participación
consciente en el seno de la historia
y de la sociedad.
Esta definición del sujeto real en
su relación con las masas y con sus
líderes, puede ayudarnos también a
comprender los límites que tiene el
sujeto concebido por el peronismo.
Esta doctrina nacional ve a los sujetos firmemente alineados, como tales, detrás de un líder o conductor
que es el verdadero intérprete de la
época y que, paralelamente, desconoce la lucha de clases en pos de una
ansiada «unidad nacional».
Si miramos nuestra historia concreta en los últimos setenta años,
podremos ver que los cambios producidos por el peronismo han logrado, por momentos, una mejor
distribución de la renta social. Bueno. Esto ha sido cierto en algunos
de los períodos de gobiernos peronistas. Hay otros que es mejor ni
recordarlos como tales. Ahora bien
como esta tarea de mejoramientos
de los estándares sociales se da
«dentro» de los límites del capitalismo, y sobre todo, sin avanzar nunca en la lucha contra los verdaderos enemigos que terminan derrocándolo, ocurre cada tanto, que la
derecha se reagrupa puesto que ha
conservado todo su poder, y pone
fin a los períodos de bonanza peronista. Como muestra de lo que
decimos cabe recordar al Perón
que abandonó su gobierno sin dar
batalla en el 55, y ahora, al gobierno que perdió las elecciones, siempre ante los mismos enemigos sociales. La historia parece repetirse.
Parte de la responsabilidad en estas derrotas corresponde a la mirada teórica de la que parten los dirigentes peronistas ya que ven a la
sociedad como algo dado y que
no puede o no debe salirse de los
marcos de un capitalismo «moderado». «La única verdad es la realidad (dada, agregaría yo)», interpretada, claro está, por su conductor.
Para el peronismo se trataría de lograr una sociedad en la que el capital y el trabajo colaboren de
modo armónico. De ahí la convocatoria a tantos «pactos» que nunca
se cumplen. Ése es el peronismo
de Perón quien lo explicitó en infinitas oportunidades para quien lo
quisiera oír. Además tenemos la historia reciente para constatar que su
rol ha sido ése: repartir sin tocar
las bases económicas de sus enemigos, evitando de ese modo que
los obreros se vayan hacia posiciones extremistas. Perón lo ha dicho textualmente en su discurso
anta la Cámara de Comercio en
1944, y la realidad de nuestro país
confirma lo ocurrido en ese sentido. Las ventajas de ese peronismo
«movimientista» en donde todo
cabe, bueno para acceder al poder justamente por su indefinición,
ya que puede convencer, al mismo tiempo, a clases sociales objetivamente encontradas, es que puede distribuir sin mayores problemas en las épocas de bonanza económica, pero resulta impotente a
la hora de las crisis y de llevar una
lucha más profunda contra sus
propios enemigos que son también los nuestros.
Así podríamos decir que el peronismo concibe a un sujeto hu-
manista con un horizonte limitado por la propia concepción de la
sociedad a la que ve como el resultado de una transacción basada
en el «fifty – fifty», y en la buena fe
y en la capacidad de colaborar de
sus protagonistas. Sus propios dirigentes han confesado esta meta, totalmente utópica desde nuestro punto de vista.
Finalmente podríamos intentar
cerrar este breve panorama, muy
esquemático por cierto, recordando cómo muchos procuran responsabilizar en la etapa contemporánea a la técnica, como si fuera la
responsable de todos los males sociales. Se trataría, en nuestro tiempo, de un uso indiscriminado de la
técnica que deja de lado, por eso
mismo, todos los otros valores, el
humanismo entre ellos.
Entre nosotros Sábato supo tener esta mirada que conserva, obviamente, resabios de Heiddegger.
En sus mejores versiones, las de
Marcuse por ejemplo, se nos presenta a la técnica como la responsable de producir un hombre «unidimensional» y por eso mismo
poco humano.
Desde mi punto de vista, estos
enfoques intentan desviar la discusión desde la estructura social y la
sociedad capitalista, los verdaderos
responsables, hacia alguno de sus
componentes tomados de manera
aislada. La técnica – como toda
herramienta, en realidad se la podría definir como la suma de las
herramientas y los procedimientos
– depende de quién la maneje y de
lo que se pretenda de ella. Si es el
mercado en su ciega búsqueda de
la ganancia y la burguesía quienes
van a manejar los procesos técnicos, entonces sí, habrá que concluir que el mundo se volverá –ya
se ha vuelto – inhumano. Pero si
fueran los propios hombres organizados, conscientes de su función
social aquellos que pudieran tomar
el timón de sus propios destinos y
no el impersonal «mercado», enton-
ces la técnica podría devenir la aliada necesaria para el logro de una
sociedad más justa, «post- capitalista», socialista.
Creo que por todo lo dicho, los
comunistas en este terreno de la valoración de lo individual y de la
libertad, del humanismo, podemos
tomar la iniciativa y demostrar que
en la época, el único humanismo
realista es el marxismo. «El horizonte
de la época» supo decir Sartre.
Aunque a primera vista parezca
paradojal, los comunistas somos los
verdaderos defensores del individuo
y de su libertad, entendida no como
la simple realización de los caprichos
personales, sino como la lucha consciente por una sociedad más justa,
por comportamientos más solidarios que, al librarnos de la explotación y al permitir una igualdad en
términos reales, pase de la prehistoria de la humanidad hacia la verdadera historia. El marxismo por su
aspiración de ciencia social permite
conocer la realidad en la que estamos inmersos y hallar en ella los sujetos para el cambio necesario.
Ese nuevo individuo «para sí» que
integre los sujetos colectivos a la par
de poder cultivar libremente su individualidad, sus diferencias, sabrá,
a la vez luchar por los reales valores humanos y no por los precios
de los objetos. Se moverá en un
mundo humano, humanizado y no
en un mundo de las «cosas», como
decía Marx. Habrá entonces menos
cosas en venta: ni la salud, ni la educación, ni la ética ni el amor podrán comprarse. Y, por supuesto,
tampoco venderse.
Como dijo alguna vez Gramsci,
estamos todavía en una época en
donde lo anterior ya fue y lo que viene no acaba de nacer. Esa es la tarea
que nos ha tocado. A la liberación real
y social hay que añadir la liberación de
las subjetividades a las que debemos
arrancar de la influencia de las concepciones burguesas.
¡Vamos por una nueva hegemonía!
Tenemos las mejores herramientas.
61
Marxismo y Humanismo
en la lucha de clases
por Alexia Massholder1
«La historia contemporánea nos
enseña que en manos de la burguesía el humanismo está en trance de
morir». Esta frase, escrita por Aníbal Ponce en 1935, podría enunciarse en la actualidad, con el agregado
de cientos de ejemplos que no han
hecho sino demostrar que el humanismo en el capitalismo es una enunciación sin contenidos reales, profundos y duraderos.
En sus orígenes el pensamiento
humanista buscó constituirse como
una filosofía que acompañara, y justificara, un estado de cosas. Con la
consolidación del capitalismo, las
evidencias concretas del contraste
entre puñado de enriquecidos «librepensadores» y una inmensa masa
de desposeídos requerían de un
corpus teórico, de una forma de
enunciar y legitimar aquel estado de
cosas. De la misma forma que en
la edad media se había logrado instalar la idea de la sociedad dividida
en tres estamentos, esto era, los que
luchan, los que oran y... los que trabajan para mantener a los que luchan y los que oran. Como herencia de la eficacia de esta tradición,
el humanismo burgués comprendió el potente papel que la religión
jugó siempre como elemento de
continencia. No nos referimos a la
generalmente mal utilizada frase de
Marx sobre la religión como el
«opio de los pueblos», sino al papel concreto que el «culto a la pobreza» y una fuerza exterior a la
acción de los hombres jugó en la
resignación y el inmovilismo de los
que menos tienen. Ya Maquiavelo
alertó sobre la atención que el Estado debía prestar a los asuntos religiosos para el manejo de los asuntos de la sociedad.
En la actualidad es cada vez más
evidente que la disputa política comprende al mismo tiempo una disputa de sentidos. La derecha ha
avanzado sobre terrenos y símbolos que claramente tiene más vinculación con los intereses reales del
pueblo que con las oscuras intenciones del sistema que ella representa. Pensemos en Henrique Capriles en Venezuela denominando
«Simón Bolívar» a su comando de
campaña o en Mauricio Macri haciendo campaña hablando de las
bondades de la salud y la educación pública, y llamando a «desideologizar» la región... O en un terreno más «pantanoso» como en el
que se mueve una institución como
la Iglesia, las declaraciones del Papa
en Cuba de «Nunca el servicio es
ideológico, se sirve a las personas,
no a las ideas», justamente en un país
que gracias a sus ideas aplicadas a
la realidad política logró sacar al
hombre de la opresión imperialista. Estas no son iniciativas aisladas
y coincidentes, sino parte de planes
elaborados de dominación. Podríamos citar innumerables ejemplos de
pensadores al servicio de estos planes. Mencionaremos sólo el ilustrativo caso Joseph Nye y sus escritos
sobre un «poder inteligente» que
combine el «poder duro» con el
«poder blando», entendido como
la capacidad de generar una cultura y una política que genere atracción a los dominados.2 Así, la cooptación ideológica y la desarticulación de resistencias es entendida
como la puerta de entrada a través
de la cual las burguesías pueden recomponer y expandir sus benefi-
Doctora en Ciencias Sociales, Historiadora, Directora Adjunta del CEFMA.
Puede ampliarse el tema con la lectura de Boron, Atilio y Massholder, Alexia “Pensamiento estratégico estadounidense”, en Revista
de estudios estratégicos, N°2, segundo semestre de 2014.
1
2
62
cios sin la necesidad de un «poder
duro» que en algunos casos puede
tener un costo contraproducente
para los dominadores en relación a
los dominados.
Por todo esto, y por tantas otras
cosas, el tema del humanismo no
puede pensarse por fuera de la lucha de clases. Porque el humanismo burgués ha enunciado preocuparse por el hombre cuando en
realidad sólo ha puesto el foco,
como toda ideología burguesa, en
el individuo. Así, el bienestar individual multiplicado haría del bien
de toda la sociedad. Ahora bien
¿quién podría darnos algún ejemplo de realización concreta de este
postulado en el capitalismo?
Este escrito, pretende revisitar algunos textos que nuestros pensadores elaboraron décadas atrás,
pero que en la relación dialéctica
entre tradición y la renovación, nos
puede permitir pensar caminos
para la construcción política actual.
Partimos de la idea de que en la
actualidad, la beligerancia imperialista se despliega a una fuerte ofensiva ideológica para recomponer el
humanismo en su sentido burgués.
Algo así como un «keynesianismo
humanista» que busca tomar medidas que «compensen» los desastres del capitalismo. Por supuesto,
los comunistas jamás desdeñaremos
cualquier mejora concreta en la vida
de los hombres, pero nosotros
buscamos ir a la raíz de los problemas, no a «emparchar» los proble-
3
mas. Y no se trata de una digresión
teórica, sino de algo que es muy
parte de nuestra acción política,
siempre desplegada entre nuestra
lucha contra el enemigo principal,
el imperialismo, y nuestra participación en lo que Mao denominaba «contradicciones en el seno del
pueblo». Para poner un ejemplo
reciente: nosotros tenemos muy claras diferencias con algunos compañeros del campo nacional y popular y a la vez trabajamos con
ellos. Y no debemos nunca renegar de nuestros aportes específicos,
que son muchos, porque sería no
estar a la altura de lo que el comunismo ha dado a los pueblos en la
historia. Nosotros debemos actuar
en unidad, en la unidad posible,
siempre en diálogo y acompañando los procesos, no fuera de la historia, aportar lo que tenemos que
aportar.
En lo referente al humanismo, los
aportes del pensamiento comunista son fundamentales. Partimos de
la base de aclarar que con mayor o
menor conciencia, más o menos
explícitamente, la elaboración y la
utilización de ideas y conceptos tienen siempre un trasfondo de clase.
Nuestros pensadores marxistas han
puesto mucha luz sobre este tema.
Desde nuestro partido la cuestión del humanismo ha tenido muy
valiosas reflexiones como las de
Aníbal Ponce en Humanismo burgués
y Humanismo proletario, Héctor P.
Agosti en Tántalo recobrado, y más
recientemente también Estética y
Marxismo de Raúl Serrano.
Esta recomposición del humanismo burgués va en sentido contrario a lo que planteaba Agosti: el
marxismo es el verdadero humanismo. Recuperar la idea del marxismo como una forma de ver el
mundo y actuar sobre él para erra-
dicar definitivamente los padecimientos del hombre. ¿Qué hay
más antihumanista que la explotación del hombre por el hombre?
No hay mucha complejidad de eso,
que es muy sencillo. Debemos simplemente articular mejor una ofensiva ideológica.
Ponce señalaba cómo desde Erasmo a Romain Rolland sentaron las
bases de una dominación intelectual
en el terreno de las reflexiones sobre el humanismo, que desde sus
inicios apuntó a la «exaltación de los
valores racionales, la separación del
entendimiento de todas las otras
funciones que la acción exige y el
trabajo impone», que no eran más
que un reflejo en la ideología «de la
separación profunda entre las clases que la sociedad de su tiempo
había realizado: para que existan
hombres libres, despreocupados
del trabajo, era menester una turba
de asalariados y de siervos que aseguraran el ocio de los amos».3 El
autor señala como aquel humanismo había buscado conformar una
élite que luchara con las armas del
espíritu, que «son las únicas armas a
las que no las mueve la violencia».
Clara preocupación de una burguesía que había ya atravesado, en el
siglo XIX, las revoluciones de 1848
y 1871, en las cuales el proletariado,
cansado de morir en nombre de las
revoluciones burguesas, se decidió
a luchar por sus propias reivindicaciones. Como si la violencia fuera
cuestión solamente de «espíritus» y
no de situaciones materiales. Y no
porque seamos partidarios de la
violencia per se. El Partido Comunista ha afirmado en reiteradas
oportunidades que no es partidario de la violencia, pero debemos
reconocer que «paz», la «libertad» en
abstracto no dicen mucho sobre la
realidad de las cosas. La violencia,
Ponce, Aníbal, “Humanismo burgués y Humanismo proletario”, en Obras Completas, Buenos Aires: Cartago, 1974, tomo III. p. 492.
63
tal como la concibe el marxismo
no remite sólo a la fuerza armada,
aunque pueda contenerla, sino al
inevitable combate de las mayorías
por derribar los obstáculos sociales que se oponen a la plena expansión del hombre. Hay un sentido
común muy fuerte que se instala y
que debemos combatir, que es el
que permite que la burguesía se
apropie de estos sentidos.4 Pero
como señala Ponce, hasta el propio Romain Rolland advirtió lo que
él mismo denominó la agonía de
«una obstinada ilusión», esto es, el
«doloroso proceso que se inicia en
el instante mismo en que el intelectual descubre que su pretendida independencia está condicionada por
oculta potencias que la dirigen (…)
Romain Rolland es el testimonio
vivo, heroico, desgarrador, de esa
confianza tenas en un Espíritu que
se basta a sí mismo, en una inteligencia que se cierne por arriba de
las cosas».5
Pero la historia nos da infinitos
argumentos para combatir ese sentido común. Y con el nacimiento
de la marginación provocada por
el capitalismo de la mano del humanismo burgués, surgió su negación, es decir, el humanismo proletario, único capaz de recomponer
la forzada división entre trabajo intelectual y trabajo manual dando la
posibilidad del verdadero «hombre
completo».
En este último sentido se inserta
el trabajo que el principal discípulo
de Aníbal Ponce, Héctor P. Agosti,
realizó para intervenir en las polémicas de su tiempo. Tal fue el caso
de Tántalo recobrado en el que Agosti, en su diálogo con el humanismo
cristiano, nos deja valiosas reflexiones sobre el humanismo socialista,
en el cual nos centramos en los párrafos que siguen.
Sabemos por experiencias recientes de casos en los que se sobredimensiona la existencia en los hechos
de una movilidad social propia de
la sociedad capitalista, que pretende dar como un hecho superado la
lucha de clases. Movilidad que parecía incrementarse, en la sociedad
de masas, por las apariencias de un
mejoramiento del nivel en la vida
de los trabajadores, consecuencia
del acrecentamiento del monto histórico de las «necesidades» impuestas y determinadas por el ensanchamiento del mercado. Uno de los
aspectos que se descuida en este
tipo de análisis es la problematización del tema de la «libertad», porque si las apariencias del desarrollo
de la sociedad burguesa nos proporcionan la imagen de un trabajador cuya capacidad de consumo ha
aumentado, y confundiendo esto
como vimos con la movilidad social, no da cuenta de las limitaciones que dicha sociedad impone al
desarrollo no solo material sino espiritual del hombre. Si como plantea Marx «el reino de la libertad sólo
empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y
por la coacción de los fines externos», las posibilidades de desarrollar «libremente» los aspectos no
materiales de la persona son evidentemente acotados. Y esto es porque las condiciones de producción
limitan concretamente la posibilidad de un tiempo libre en el que el
hombre pueda desplegar la realización de su totalidad en libertad.
No se trata, claro, del tiempo libre
entendido como otium latino, de
tiempo vacante, sino de «tiempo libre destinado a la remodelación
espiritual del hombre mediante el
desarrollo universal de sus aptitudes». En este punto nos parecen
muy valiosas las contribuciones de
Raúl Serrano que apuntan a reivindicar al hombre como «sujeto creador» capaz de crear, es decir, de
«objetivar lo subjetivo», para lo cual,
obviamente, necesita un tiempo de
realización de esa subjetividad. Y no
sólo de los artistas, que en el capitalismo suelen estar condenados a
un «doble oficio», esto es, su creación como objetivación de su subjetividad, y el trabajo extra que generalmente debe hacer para subsistir materialmente. Esto sin profundizar además en las nefastas consecuencias que la lógica capitalista del
mercado tiene para la cultura, en la
que los artistas suelen tener que resignar sus aportes y criterios artísticos para «triunfar» comercialmente
en las industrias que manejan, como
todos los empleadores, a sus trabajadores, y en la que lo vendible
parece estar cada vez más alejado
de los contenidos profundos... Así,
el «mercado de la cultura» necesita
de «consumidores» cuyos gustos y
elecciones respondan a las necesidades de los «valores» propios de
Ejemplo del tema de democracia instalado hegemónicamente sin adjetivos, cuando refiere a la democracia burguesa, votando más o
menos regularmente para elegir a quienes nos van a representar. Por supuesto que es importante, sobre todo después de las dictaduras.
Pero no debemos confundir eso con nuestro horizonte final. Tenemos que disputar NUESTRo sentido de democracia. Nos hemos
pronunciado sobre este tema en otros trabajos.
5
Ponce, Aníbal, “Humanismo burgués y Humanismo proletario”, en Obras Completas, Buenos Aires: Cartago, 1974, tomo III. p. 500.
4
64
un estado de cosas. Serrano da un
ejemplo actual al referir a la «tinelización» del humor, que remite a
contenidos televisivos (aunque no
sólo televisivos) que no requieran
ninguna función mental del espectador más que «consumir». No estimula la percepción crítica ni la reflexión ¿cuál es la clave del éxito
entonces? Que el sujeto que está
frente a la televisión ha pasado 10
o 12 horas esclavo del sistema y ha
agotado allí la mayor parte de sus
energías, no quedándole más ganas
del de «divertirse y pasarla bien».6
Porque el arte nos dice Marx, en
todo sistema de producción, no
sólo produce un objeto para el sujeto sino que al mismo tiempo produce un sujeto para ese objeto. Esto,
nos dice Serrano, «nos permite explicarnos muchos fenómenos atribuidos con anterioridad a no se sabe
qué misteriosas potencias contenidas desde siempre en el sujeto humano. Explica la relación de necesidad que se establece entre las prácticas, los consumos u las producciones de ciertos objetos. Y también nos permite ver con mayor
claridad de qué armas se valen algunos medios para «producir» en
las masas populares necesidades de
consumo que luego son calificadas
como «arte popular». Y que en realidad no lo son. Se trata tan sólo de
que, desde determinados niveles
con poder de decisión, se «popu-
larizan» determinados temas musicales, o películas o series televisivas o cantantes y, de este modo, se
logra imponer, fabricar el gusto o
las modas que luego se toman
como parámetro de lo requerido
y popular».7
Otra común falacia es la fundamentación de la libertad de las personas en la posibilidad que tienen
de «elegirse», de lo que se desprende que todas las elecciones resultarían legítimas por igual, porque todas, en última instancia, implicarían
la propia «realización» del hombre.
Así, «elegir» una vida de consumo
material, generalmente innecesario,
como el que impone la sociedad
capitalista actual, que coloca el hecho de poder cambiar el auto o el
celular todos los años como un
parámetro de bienestar pero que
no contempla en absoluto el carácter finito de la materialidad en el
planeta, no repara en que para que
algunos (muchos o pocos) puedan
«realizarse» en este sentido, muchísimos otros no tienen siquiera para
la reproducción de sus condiciones
básicas de subsistencia. Y si bien es
cierto que, en términos muy generales, las reglas de estos comportamientos o «elecciones» están dictadas por los condicionamientos sociales de su pertenencia a determinada clase, no es menos cierto que
en el orden de la subjetividad, que
es intransferible, los reclamos pueden asumir urgencias desparejas y
las respuestas no ser siempre simétricas ante los mismos estímulos
(Agosti, 1964, 85). Esto hace que
nuestra forma de encarar la problemática requiera un nivel de complejidad que permita combatir ese
lugar común que relaciona al socialismo como la «uniformidad de los
sujetos», que tanto combatió el Che
en sus escritos.
Si entonces, el problema de la libertad no es un acto de elección, la
asunción de la humanidad del hombre no es dilema ético que pueda
resolverse voluntariamente. Si la
condición humana del hombre está
«eclipsada» esto no se debe a las
calidades del hombre sino a su acceso a la propiedad. Si la libertad,
además, no puede considerarse
como una elección del hombre singular, debe entenderse que su liberación es entonces un acto social.
Es decir, las condiciones de opresión del individuo no responden a
actos de voluntad de un individuo,
sino que responden a las fuerzas
reales que operan en la sociedad.
En tanto esas fuerzas respondan a
las relaciones capitalistas, las condiciones de enajenación y opresión
persistirán. Y por eso, en palabras
de Agosti, «la supresión positiva de
la propiedad – es decir, la apropiación sensorial para y por el hombre
objetivo, de las realizaciones humanas- no debe ser concebida simplemente en el sentido del disfrute
inmediato, exclusivo, en el sentido
de posesión, de tener. El hombre se
apropia de su ser universal de
manera universal, es decir, como
hombre total».8
Esta es una de las piedras fundamental del humanismo, porque
implica el verdadero desarrollo total del hombre, sólo viable de realizarse sin las opresiones de una sociedad dividida en clases. Si la finalidad de todo humanismo es justamente la búsqueda de ese hombre
total, hasta el momento no se había prestado suficiente atención al
verdadero origen de aquella destrucción del hombre que la socie-
Serrano, Raúl, Estética y marxismo, Buenos Aires: Ediciones del CCC, 2009, p. 62.
Serrano, Raúl, Estética y marxismo, Buenos Aires: Ediciones del CCC, 2009, pp. 61 y 62.
8
Agosti, Héctor P., Tántalo recobrado, Buenos Aires: Lautaro, 1964, p. 92.
6
7
65
dad burguesa parecía presentar.
Una de las paradojas con las que
choca el humanismo en el capitalismo es que a medida que crece y
se desarrolla la civilización burguesa, basada en la «libertad» del individuo, este mismo individuo resulta disminuido desde el punto de
vista de las relaciones humanas».
Pero esas proclamadas «libertades»
chocan en la realidad con la concentración monopólica en el mercado y con los contingentes de desocupados que dificulta la obtención de condiciones beneficiosas
para los trabajadores. Para el pensamiento burgués, la libertad remite de una concepción atomística del individuo emplazado frente a la sociedad: la libertad del individuo para desarrollar su propia competencia contra los demás.
La libertad es así igual para todos,
y se basa en la tutela de sus respectivas propiedades: la del capitalista, consintiéndole, por ejemplo, el
cierre de sus empresas sin que el
estado leviatán pueda interferir en
sus decisiones individuales y sobe-
ranas; las del trabajador, permitiéndole la libre disponibilidad de
transferencia a otros sectores de
labor, sin estar sujeto a un tipo determinado, como en la época feudal. Pero esta «libertad» queda reducida a las posibilidades delimitadas por los poderes materiales.
Como bien señalaron Marx y Engels en La ideología alemana, «En la
imaginación, los individuos, bajo
el poder de la burguesía, son, por
tanto, más libres que antes, porque sus condiciones de vida son,
para ellos, algo puramente fortuito; pero, en la realidad son, naturalmente, menos libres, ya que se
hallan más supeditados a un poder material.»9 Poder material que,
además, determinan las condiciones del trabajo mediante el cual el
hombre se realiza en tanto ser.
Si el trabajo concreto se inserta
en una realidad capitalista concreta, determinada por el carácter
social de la producción y el carácter privado de la apropiación, resulta impensable hablar de una «humanización» del capitalismo, porque estudiado en su esencia el capitalismo tiende a limitar el desarrollo del «hombre total», esto es,
en sus aspectos no sólo materiales
sino espirituales.
De los razonamientos precedentes, podemos concluir que el marxismo es el exponente máximo del
humanismo real, del humanismo
del trabajo, reivindicando concretamente la condición y la naturaleza del hombre, diferenciándose de
las corrientes de pensamiento que
sostienen una naturaleza abstracta y
eterna del hombre desprendida de
su existencia terrenal. Porque se sitúa al nivel de la sociedad real no
simplemente en la conciencia individual del hombre.
Quisiéramos terminar este escrito con una cita que ejemplifica de
manera magistral la lógica del humanismo burgués: «El señor Junqueiro y yo paseábamos un día juntos, de aquí para allá, por el jardín
de la Villa del Conde, y el señor
Junqueiro predicaba la piedad y
el amor. Unos chiquillos estaban
por allí jugando a la pelota, y yo
y el señor Junqueiro paseábamos
de aquí para allá. El señor Junqueiro predicaba la piedad y el
amor, cuando en eso la pelota
cayó en la cabeza del señor Junqueiro, quien levantó el bastón y
dio con él al chiquillo... Y nosotros continuamos paseando de aquí
para allá, y el señor Junqueiro predicando la piedad y el amor».10 Y
así, siempre, la burguesía predica
el amor, el entendimiento y la
conciliación mientras nada ponga
en cuestión su dominación.
Nosotros tenemos nuestro propio sentido del humanismo. La
hora actual nos debe convocar a
luchar por él.
Marx, Carlos y Engels, Federico, La ideología alemana, Buenos Aires: Pueblos Unidos-Cartago, 1985, p. 89.
Citado en Ponce, Aníbal, “Humanismo burgués y Humanismo proletario”, en Obras Completas, Buenos Aires: Cartago, 1974, tomo
III. p. 499.
9
10
66
Intelectuales y marxismo
en América Latina
por Ana María Ramb1
V
ivimos una crisis civilizatoria promovida por el ca
pitalismo, ya declinante,
pero todavía con poderosas reservas, ¡y vaya si las usa! Estuvo y está
en guerra con Palestina, con Irak,
con Siria y un largo etcétera. En
Nuestra América, es el estratega
que promueve las tácticas de la
Restauración Conservadora, instrumentadas por las oligarquías locales, los medios de comunicación
concentrados y las respectivas embajadas de los EEUU. Así, acecha
la continuidad de procesos progresistas y en vías al socialismo en nuestros países. Sobre todo, no tolera
el avance de la integración latinoamericana y la inclusión de grandes
masas postergadas. Porque, en realidad, capitalismo está en guerra con
todos los pobres del mundo.
Pero desde el Río Bravo a la Patagonia –e incluso más al norte aun,
si consideramos a algunos escritores «chicanos»– asistimos al desarrollo de una nueva cultura de izquierda cuyo eje vertebral es el
marxismo: una cultura pluralista,
diversa, inclusiva, que pone en primer plano lo que une a los pue-
1
blos de la Patria Grande y deja a
un lado lo que puede dividirnos.
Una cultura que no siempre levanta con estrépito consignas en apariencia más radicales, sino que nos
insta a crear espacios de encuentro
en la actual batalla de ideas; espacios en los que participen los más
amplios sectores, para constatar
que somos muchos y muy decididos los que estamos en la misma
lucha: eso nos hará más fuertes, y
será lo que, efectivamente, va a radicalizarnos. Esta nueva cultura de
izquierda no nació de gajo.
Además de contar con Marx y
Engels –que no tenían aún treinta
años cuando dijeron: «¡Proletarios
del mundo uníos!»–, a quienes décadas más tarde se les sumó Lenin,
esa cultura de vanguardia tiene también fuentes y precursores en América Latina. Uno de esos pioneros
es un gramsciano avant la lettre –es
decir, «antes de tiempo», como dijo
Abel Prieto, ex ministro de Cultura
de Cuba–; he aquí un pensamiento
suyo: «Los jóvenes en América se
arremangan las camisas, hunden las
manos en la masa y la levantan con
la levadura de su sudor». Federico
García Lorca diría décadas después
que los verdaderos poetas no se
niegan a meter los pies en el barro
cuando quieren hablar de las azucenas, porque es en el barro donde están las raíces nutricias de esas
mismas azucenas, y de ahí sacan sus
jugos vitales.
Aquel primer revolucionario, caído en combate, autor de bellísimos
versos de vanguardia modernista,
de innumerables artículos periodísticos y del breve ensayo Nuestra
América –con el que nos marcó un
camino–, es José Martí, autor también de otras frases gramscianas de
anticipación: «Trincheras de ideas
valen más que trincheras de piedra».
Martí parte de la conciencia emancipadora de Bolívar, de San Martín, del cura Hidalgo, al recuperar
no sólo el saber y la memoria de
nuestros pueblos, sino también al
reivindicar el papel de las etnias
originarias, de los negros, de «los
pobres de la tierra» como sujetos y
protagonistas de la historia. Martí
no llegó a leer las obras de Marx,
si bien seguía sus notas en los diarios, y reveló su respeto al publicar
el único obituario que le dedicaron
Escritora y periodista
67
en castellano. Sin haber leído El
Capital ni estudiar la teoría de la
plusvalía, el poeta y revolucionario
cubano la percibió desde niño y
predicó un humanismo muy cercano a las ideas socialistas: «Con los
pobres de la tierra quiero yo mi
suerte echar». De viva voz y por
escrito, fue el primer denunciante
del imperialismo yanqui y sus apetencias sobre nuestra región; lo hizo
en la 1ª Conferencia Panamericana
(Washington, 1890-1891), inspirada
en la doctrina Monroe.
La denuncia martiana mantiene
absoluta vigencia. También la encrucijada que marcó Rosa Luxemburgo hace casi cien años: «Socialismo o barbarie» conserva su validez. El marxismo y la búsqueda
de opciones socialistas a las inhumanas condiciones de existencia
que genera el capitalismo siguen
vivos, y encuentran su mayor desafío en recrear y poner en práctica
esa vitalidad. El marxismo latinoamericano se ve hoy precisado a
enriquecer la teoría y a fortalecer sus
argumentos para ponerse a tono
con los cambios en el mundo y los
logros de las ciencias. Como planteara el gran pensador argentino
Héctor Agosti: «No basta con usar
la metodología marxista para ser
marxista. Para serlo verdaderamente, hay que unir el método de
investigación a la práctica, hay que
unir la explicación del mundo a su
transformación».
Está muy difundida la idea de que
en el orden de la cultura, sólo los
intelectuales la crean. Fue Antonio
Gramsci –dirigente comunista y
brillante filósofo político italiano–
quien se encargó de aclarar quiénes
68
son intelectuales: intelectuales somos
todos. El albañil que levanta una
pared usa la plomada, aplica la ley
de gravedad, y esa es una labor intelectual. La maestra que da clase a
sus niños es una intelectual; lo es el
ministro de Economía, la confeccionista que cose ropa y el músico
que da un concierto. Todos somos
intelectuales y todos hacemos cultura. Con los Cuadernos de la cárcel
de Gramsci, escritos en las lóbregas celdas fascistas, el marxismo
alcanzó un muy alto nivel de renovación. Gramsci repuso el término
«intelectual» devenido en categoría,
y distinguió a los intelectuales «tradicionales»: aquellos que se ocupan
oficialmente de reproducir la hegemonía de la clase dominante, de los
«intelectuales orgánicos»: aquellos
que desempeñan en la sociedad la
función de intelectuales, más allá de
que sea imposible considerar actividad humana que prescinda del
ejercicio del intelecto. La Argentina tuvo el temprano privilegio de
conocer el pensamiento de Gramsci, gracias a que Héctor Pablo
Agosti difundió sus obras en nuestro medio. En 1951 publicó su
Echeverría, donde HPA interpreta
la constitución de la cultura argentina en clave gramsciana, influencia también presente en posteriores obras suyas, y que se expresa en
temas muy caros para este pensador nuestro, de admirable envergadura y tributario de reconocimiento internacional. Por ejemplo,
cómo reconocer en nuestro país al
intelectual orgánico de las clases
populares, y cómo aborda éste su
responsabilidad teórico-práctica.
Muchos intelectuales han creído
durante siglos que eran únicamente
ellos quienes creaban y producían
cultura. Creyeron incluso que gozaban de autonomía. Fue precisamente Gramsci en sus Cuadernos de
la cárcel quien hizo la distinción entre funcionarios e intelectuales, e
incluso señaló su gran coincidencia:
ambos se encargan de transmitir la
hegemonía de la clase dominante.
Cierto es que no pocos intelectuales, al adquirir percepción de su
pertenencia a la clase trabajadora,
se debaten desgarradamente entre
su conciencia y su existencia. Algunos se quedarán cómodamente en
su torre de marfil, y emitirán críticas y diagnósticos preclaros de la
realidad que contemplan desde las
alturas, pero con un tibio compromiso y sin decidirse a intervenir.
Otros, resolverán la cuestión de
otra manera: al no estar dispuestos
a debatirse entre el logos y la praxis,
entre la reflexión y la acción, aceptarán un rol mercenario, de consciente reproductor de la cultura de
la clase hegemónica; ingresarán entonces a la categoría de intelectuales orgánicos del capitalismo, que
los conectará directamente con instituciones y empresas que se servirán de ellos para organizar sus intereses y aumentar el poder, y así
acentuar el control que ya ejercen.
En la lógica de lo mediático globalizador, encontraremos a estos intelectuales en los grandes medios
concentrados como invitado especial, columnista de lujo, brujo de las
respuestas; como dijera Nicolás
Casullo: «pactistas», como siempre,
«de lo que es y de lo que está». La
fusión entre teoría y práctica es conflictiva, inestable; no es lineal, no se
resuelve de una vez por todas. El
papel del intelectual no es producir
cultura, realizar obras geniales; es dar
conciencia a los hombres del drama en que viven, y cambiar en lucha real los combates de ideas.
¿Recuerdan La Tempestad de
Shakespeare, donde Próspero, ese
gran demiurgo, el gran intelectual,
se exiliaba en una isla y se apoderaba del territorio donde habitaba el
nativo Calibán –personaje que no
sería sino el representante de los
pueblos latinoamericanos, de acuerdo con la acertada interpretación del
cubano Roberto Fernández Retamar–, lo esclaviza para su beneficio y, como si esto fuese poco, lo
demoniza? Tal como ahora son
demonizados los pibes de las villas
por algunos dirigentes políticos que
aseguran que esos pibes están «infestados» por el delito (sic: declaraciones del pretendiente presidencial
Sergio Massa y VV.AA). Y con ese
pretexto pretenden que el ejército
entre a rajatabla en los barrios más
carenciados. En línea paralela al ensayo Calibán de Retamar, la novela
Los mandarines de Simone de Beauvoir describe a los que se creen se
intelectuales puros. Claro que cuando uno no quiere saber de política,
la política lo viene a buscar a uno y
lo mete en política. Un modelo de
mandarín era Jorge Luis Borges, hasta
que la política lo fue a buscar. Olvidado ya de aquella remota poesía
en la que saludaba con júbilo a la
reciente Revolución de 1917, en los
años 70 incurrió en opiniones políticas que le costaron no recibir el
Premio Nobel de Literatura, que
tanto merecía por su obra. Casi a
fines de la dictadura del 76, apenas
declarada la Guerra de Malvinas, en
el 82, Borges revisó sus posiciones.
Pero ya era tarde para el premio.
En Nuestra América hay una tradición intelectual que poco tiene que
ver con ese modelo que, desde lo
alto de la torre, hace análisis acertados y hasta honestos de la realidad,
y aguarda que las masas vengan, le
toquen el timbre y suban a la torre
para incorporarlo; es decir, para
darle materialidad y subjetividad a
su existencia. Nuestros intelectuales
de izquierda están acostumbrados
a hundir sus manos en la masa, en
la que se reconocen, y ponen los
pies allí, donde el barro se subleva.
Hacen honor a Émile Zola y su
compromiso fundante. La palabra
«intelectual» y el rol del mismo empezaron a surgir en un runrún allá
por 1898 con el caso Dreyfus: el
de un militar francés de origen judío que injustamente fue acusado
de espionaje en favor de Prusia, y
condenado a prisión en la Isla del
Diablo. Zola escribió un famoso
alegato, J´Acusse (Yo acuso), en un
artículo que provocó una sucesión
de crisis políticas inéditas en Francia, y desenmascaró un larvado antisemitismo en aquella sociedad, al
poner a los acusadores en el banquillo de los acusados. Entonces la
verdad fue revelada: era el principal denunciante quien pasaba datos a gobierno alemán. A partir de
aquel largo proceso, el exitoso escritor Émile Zola creó todo un
movimiento en la intelectualidad de
la época, y de allí surgió el primer
documento colectivo de intelectuales: el reclamo por la libertad de
Dreyfus, con las firmas de los escritores Anatole France, Marcel
Proust, Georges Sorel, el pintor
Claude Monet, más científicos y
académicos de nota. El caso le reportó a Zola la pérdida de trabajo
y honores, un proceso por difamación, el exilio y una muerte de origen dudoso. Pero sirvió para que
la sociedad francesa y mundial se
planteara las preguntas: ¿Qué es un
intelectual? ¿Qué hace? ¿Sirve para
algo? El intelectual, ¿nace o se hace?
Existe en la historia argentina una
tradición de intelectuales orgánicos
de la clase dominante y de intelectuales contestatarios. Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Manuel
Dorrego fueron transformadores
revolucionarios. Y qué decir de José
de San Martín, junto con su par latinoamericano Simón Bolívar, entre los héroes de nuestra primera
independencia. Años más tarde,
Juan Cruz Varela, poeta oficial del
régimen rivadaviano, periodista orgánico y perpetrador de dramas
neoclásicos jamás representados,
tendrá actuación política e influirá
en el fusilamiento de Manuel Dorrego. Su contemporáneo, el escritor Esteban Echeverría, introductor del Romanticismo en el Plata,
autor del largo poema El Matadero
y del ensayo El Dogma Socialista –
producido bajo la influencia del
socialismo utópico que el autor
conoció en Europa–, fue un inte-
lectual contestatario ante el rosismo,
y como otros de la Generación del
37, conoció el exilio. Es asimismo
transparente la vinculación entre
cultura y política en dos hidalgos
pobres de provincia, intelectuales
orgánicos de la alta burguesía. Uno,
Domingo Faustino Sarmiento, político y escritor de altísima nota que
mantuvo una polémica con Martí,
y cuyas contradicciones lo llevaron
a insultar a la oligarquía de su tiempo, y que, a la vez, pedía no ahorrar sangre de los mismos gauchos
a los que llamaba «el soberano» y
se obsesionaba en educar. El otro
es el poeta Leopoldo Lugones, seguidor del Modernismo de Rubén
Darío –y tal vez admirador de
Gabriele D’Annunzio–, y autor del
panfleto golpista La hora de la espada, que destila un nacionalismo fascista, una suerte de prólogo del
golpe de Estado de 1930.
Comenzaba entonces en nuestro
país la denominada Década Infame, que estuvo marcada, como recuerda Carlos Agosti, hermano de
Héctor, por la Guerra Civil Española, el apoyo a la República y el
freno al avance del fascismo. Jóvenes intelectuales relacionados con la
figura de Aníbal Ponce, participaron
en AIAPE (Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores, 1935-1943) y se integraron a
la lucha por la liberación social y la
redención humana. Héctor –gran
discípulo de Ponce-– y Carlos Agosti, Alfredo Varela, Raúl Larra, Emilio Troise, Gregorio Bermann, Cayetano Córdova Iturburu, Mario
Bravo, Jorge Thénon, José Portogalo, Gerardo Pisarello, todos jóvenes soñadores, abrevaban en los
69
clásicos del marxismo, las grandes
novelas rusas, la narrativa del grupo
Boedo, la poesía surrealista francesa
y la del poeta porteño Raúl González Tuñón, y así, con el acompañamiento de Álvaro Yunque, se preparaban para la batalla por los grandes ideales de belleza y justicia social. Apuntemos que el grupo de
Boedo, identificado con los sectores obreros, veía en la literatura una
vía para contribuir a la transformación de la sociedad, en tanto el Grupo de Florida, identificado con las
élites, privilegiaba los aspectos de
renovación de las formas artísticas,
de acuerdo a las vanguardias europeas. Entre ambos grupos, más
próximo a Boedo que a Florida,
floreció el singular talento de Roberto Arlt, que noveló como pocos la Década Infame.
Alfredo Varela, de AIAPE, trascendió dentro de su larga obra con
El río oscuro, novela en la que se basó
el film de Hugo del Carril Las aguas
bajan turbias. Si bien entre ambos
creadores el desenlace de la historia fue materia de debate, es preciso admitir que, al fin, tanto la novela como la película –tanto la literatura como el cine–, fueron en este
caso dignas herramientas de denuncia social y política por parte de dos
comprometidos intelectuales del
campo nacional y popular; Varela,
militante comunista; del Carril, militante peronista. Alfredo se comprometió con una causa que hoy
también nos convoca y es la causa
de la paz. Y en este sentido quiero
recordar a otra gran intelectual, Rina
Bertaccini, quien durante años lideró el MOPASSOL, fundado por
Varela, en la lucha por la paz y la
70
solidaridad con los pueblos.
América Latina ha generado, tanto en el orden político como en el
intelectual, personalidades creativas,
cuyo reconocimiento internacional
los ha hecho muy considerados en
los estudios sobre el desarrollo universal del marxismo. Entre ellos
podemos nombrar a José Carlos
Mariátegui en Perú, José Antonio
Mella en Cuba y, por supuesto,
Héctor P. Agosti en Argentina. Los
7 ensayos de interpretación de la realidad
peruana de Mariátegui es obra de
referencia para la intelectualidad de
nuestro continente. De él recordamos dos frases: «La revolución no
debe ser ni calco, ni copia, sino creación heroica». Y: «El feminismo,
como idea pura, es esencialmente
revolucionario». En sus 26 años de
vida, Mella quiso, inspirado por la
Reforma Universitaria argentina,
transformar la Universidad cubana; editó revistas de combate y cofundó el primer Partido Marxistaleninista Cubano. Héctor P. Agosti
rinde tributo a estas dos grandes
figuras en su libro El hombre prisionero, donde da cuenta de su precoz
prisión política. HPA, intelectual
orgánico del PC y pensador de vanguardia, hizo confluir el logos y la
praxis con un alto nivel de calidad
y compromiso. Dedicó buena parte
de su prolífica obra a la reflexión
sobre la cultura y el trabajo intelectual como forma de militancia en
sí misma.
En la década del 60 y comienzos
del 70, el prestigio del Partido Comunista argentino y sus intelectuales influyó en pensadores, artistas,
escritores, músicos y otros intelectuales del campo popular. Discípulos de Héctor Agosti –no siempre con reconocimiento hacia el
maestro– difundieron el legado
gramsciano. El Movimiento Nuevo Cancionero, que sacó nuestra
canción folklórica del pintoresquismo y la nostalgia, no hubiera podido ser, ni tener proyección latinoamericana, sin Hamlet Lima Quin-
tana, Armando Tejada Gómez y
Mercedes Sosa. La situación social
y política estuvo en los temas de
libros notables. David Viñas, Osvaldo Bayer, Abelardo Castillo,
Manuel Puig, Osvaldo Soriano, Ricardo Piglia produjeron novelas que
resistirán las penas y el olvido. Juan
Gelman y los poetas de El Pan
Duro, Paco Urondo, Julio Huasi,
Leonor García Hernando y los
poetas de Mascaró, Marcos Silber,
desde un realismo crítico o el intimismo, templaron su poesía con
compromiso social y político. Los
narradores Álvaro Yunque y José
Murillo, militantes del PC, son autores de clásicos de la literatura infantil. En todos ellos, militantes
comunistas o no, se lee la estela de
lecturas marxistas.
Hoy en Nuestra América, los intelectuales orgánicos de la clase trabajadora saben que, para serlo, para
incorporarse al devenir, paradójico e incluso violento, de las verdades que a veces arden como ascuas,
tendrán que hablar, intervenir, actuar según sus principios. Un camino nada fácil. Porque ya lo dijo don
Karl, que cada día canta mejor y
no es Gardel –y que fuera parafraseado por HPA–: «Hasta ahora los
filósofos se han limitado a interpretar el mundo, de los que se trata es
de transformarlo». Entre las grandes figuras intelectuales del marxismo es ineludible nombrar a Fidel
Castro, Ernesto Guevara y Hugo
Chávez. Hace poco Patricio Echegaray, secretario general del PC y
connotado intelectual, citó a Eduardo Galeano cuando dijo que «el
Che tiene la costumbre de volver a
nacer todos los días». Y es así: sin el
pensamiento vivo del Che a través
de sus discursos grabados con su
voz en cassettes, con sus escritos,
quizá nos hubiese costado mucho
más remontar la fiebre posmoderna de los 80 y 90, superar la hipótesis del «derrame», la teoría del «fin
de la historia», la del fin del empleo,
la desolación ante el desplome del
bloque soviético. Fidel es el líder
principal de una revolución socialista autoproclamada marxista leninista, y asimismo gestor de incontables tesis aportadas al desarrollo
de la teoría marxista, a medida que
se producían nuevas circunstancias.
Fidel y el Che han abordado temas
como las formas de lucha de clases, la revolución social, la independencia nacional, la estrategia para la
toma del poder político, la democracia en el socialismo, la relación
entre Partido, gobierno e instituciones de la sociedad civil, el internacionalismo, los desafíos del desarrollo científico y tecnológico en el
tercer mundo –ya que la tecnología puede convertirse y hasta es una
forma sofisticada de dominación
en manos de los amos del sistema.
En 2015, el papa Francisco dio a
conocer la encíclica Laudato sí. Ecología integral, nuevo paradigma de justicia, donde se reclama especial atención a los más pobres, que son los
que más sufren los daños ambientales. Es notable su coincidencia
conceptual con un discurso de Fidel de 1994 sobre el problema.
Entre Mella y Fidel, antes de que
triunfara la revolución, hubo en
Cuba grandes intelectuales, como
Juan Marinello, Alejo Carpentier,
José Antonio Portuondo, Martínez
Villena, Raúl Roa. Muchos más jóvenes, como Miguel Barnett, antropólogo y escritor, se incorporaron
a la causa de la Revolución.
Es preciso reconocer que, si el
triunfo de la Revolución Cubana
tuvo (y tiene) un grandioso y profundo impacto político y cultural
en América Latina, es indiscutible
la fuerza de cohesión que insufló la
Casa de las Américas en la creación
artística y el despliegue intelectual de
la región. Fundada por la comandante guerrillera y dirigente política
Haydée Santamaría, en tiempos de
dictaduras, la Casa fue faro y refugio, donde todo artista e intelectual
ávido de cultura y justicia recicló
energías para lanzarse a la batalla de
ideas. Intercambiar saberes y debatir opiniones entre los jurados de
su Premio, se volvió una ansiada
oportunidad de superación y de
confirmar el sentido de otra notable reflexión gramsciana de José
Martí: «[Las ideas] no nacen en una
mente sola, sino por el comercio
entre todas. No tardan después de
salida trabajosa, a número escaso
de lectores, sino que, apenas salidas, benefician».
El comandante Hugo Chávez
tuvo la audacia de recuperar para
nuestra región el proyecto de la Patria Grande, y para su país, Venezuela, la Revolución Bolivariana. Hijo
de la Carta de Jamaica de Bolívar,
discípulo dilecto de Fidel, profundizó la relación indisoluble entre lo
popular y la democracia, entendiendo que, sin poder popular, la democracia se diluye. Cuánta falta nos
hace hoy el comandante eterno.
Hay que ponderar el efecto que
en nuestra región produjo un acontecimiento formidable por lo significativo: la Revolución Rusa de
1917, que desató en el mundo una
enorme transformación cultural; es
impensable el surrealismo, la pintura abstracta, sin tener en cuenta ese
quinquenio del 17 al 22 y la enorme revolución de libertad que reportó. También son impensables sin
su influencia el muralismo mexicano y la novela social latinoamericana, incluso el llamado boom literario. Otros hitos de definitivo alcance son los grandes hechos de la historia latinoamericana del siglo XX
para el desarrollo del marxismo en
nuestra región, como la Revolución
mexicana en 1910, el triunfo de la
Unidad Popular en Chile, la Revolución Sandinista, los movimientos
revolucionarios en El Salvador, en
Guatemala, en Perú, y el actual proceso latinoamericano, tan rico y tan
diverso en sus matices.
No puedo explayarme sobre los
tantos intelectuales que, en esta hora
crucial de Nuestra América, nos
dan lo mejor de su pensamiento y
ponen su cuerpo y presencia allí,
donde los necesitamos. Pero, a riesgo de dar apenas algunos nombres,
no puedo dejar de expresar mi gratitud a intelectuales de compromiso, cuyos textos sigo con avidez.
Mucho debo al politólogo argentino Atilio Borón, desde que desafió
a Toni Negri y a Michael Hardt,
globalmente aplaudidos por su
obra Imperio, donde daban por irreversible el poder difuso y «descentralizado» del imperialismo; son
muy seguidas las notas de su blog y
las que publica en Página 12. También a nuestra compatriota Stella
Calloni, poeta y periodista, quien
sobrevivió (como Atilio, exilios
mediante) al Plan Cóndor; produjo sobre este un libro de lectura
imprescindible, y continúa incansable con otros textos y artículos esclarecedores, como en el que describe los actuales «golpes electorales», donde se nota el diseño de los
expertos en contrainsurgencia y
guerra psicológica de Washington.
Quiero citar a los escritores uruguayos Mario Benedetti y Eduardo Galeano, quienes coinciden,
frente a los que aseguraban la muerte definitiva del marxismo y del
socialismo, en que «quizás tengan
parcialmente razón, asistiremos al
fin de cierta izquierda, la temblorosa, la pusilánime, la que tenía sus
principios cocidos con hilvanes, la
convertida al posmodernismo» (…)
«Hay sin embargo otra izquierda
más solidaria, menos individualista, más profunda y consciente, menos venal y menos frívola, que si
bien vive hoy una etapa dura, no
está dispuesta a cambiar de ideología como de camiseta». En línea con
71
estas reflexiones, está la advertencia del panameño Nils Castro, quien
sugiere que «se tendrá que afinar la
creatividad en la arena donde hoy
se libran las grandes batallas, la cultura y la comunicación, habrá que
enfrentar con decisión e imaginación la labor incesante de la ´nueva´ derecha latinoamericana que
mantiene relaciones permanentes
con el partido republicano de los
EEUU y con el partido Popular de
España y con sus fundaciones con
thinks tanks, donde se inscriben tanto
politólogos como especialistas en
marketing y estrategias de comunicación y universidades conservadoras».
Confieso una ineludible nostalgia
72
de Adolfo Sánchez Vázquez, más
mexicano que español, grasmciano
de fuste, recreador del marxismo
latinoamericano. Del chileno Volodia Teitelboim, gran novelista,
brillante orador en el Parlamento
chileno y secretario general del PC
de su país. Del ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría, intelectual
de la Filosofía de la Liberación.
Afortunadamente, contamos con
William Ospina en Colombia, con
Luis Britto García en Venezuela,
quienes, entre importantes obras literarias, publican notas periodísticas de alto voltaje político, uno, en
El Espectador, el otro, en Aporrea.
Contamos con el brasileño Theotonio dos Santos, uno de los creadores de la Teoría de la Dependencia, y con las frecuentes notas de su
compatriota, el sociólogo Emir
Sader en Rebelión. Por suerte, el repertorio de intelectuales a seguir no
concluye aquí.
Alentados por el optimismo histórico que nos sustenta a los mar-
xistas, perseveremos en la lucha en
los momentos de crisis, y avivemos
el fuego de la creatividad. El hondureño Augusto Monterroso, autor de magistrales microficciones,
escribió: «Cuando despertó, el dinosaurio estaba todavía allí». Si nos
quedamos dormidos, si creemos
que las conquistas logradas son inamovibles, de pronto vamos a despertar, y a encontrar al dinosaurio
fascista mirándonos, provocándonos, lanzando bocanadas de aliento fétido; es la bestia que cada tanto resucita el capitalismo. Por eso
debemos mantenernos dispuestos
a la lucha. A una lucha común, organizada, fraterna y solidaria, con
dirección política. Eso sí: como diría Benedetti, sin prescindir de la
alegría, que no es la banal alegría de
los globos de colores, sino la de la
lucha compartida: Defender la alegría
como una certeza / defenderla del óxido
y la roña / de la famosa pátina del tiempo / del relente y del oportunismo / de
los proxenetas de la risa.
Breve ensayo sobre
la crítica
por Ernesto Espeche1
E
s casi una obviedad pero
lo obvio también debe de
cirse: la práctica política con
pretensiones revolucionarias y la reflexión teórica que nos guía en esos
laberintos no pueden transitar carriles distintos. «No pueden» en el
sentido crucial de una imposibilidad ontológica y no desde los márgenes laxos e idealistas de un «deber ser». Se alimentan mutuamente
porque su escancia está en esa convivencia siempre conflictiva y contradictoria. Son parte de un mismo momento. Dicho de otro
modo, separar la práctica de la teoría, la acción del la línea, aunque sea
para luego juntarlas en una relación
posible, conduce a una de las forma de simplificación; a una suerte
banalidad que nos habilita a la tentadora (tranquilizadora) conclusión
de que se trata de dos momentos
diferenciados que «debieran» buscar un punto de encuentro cuando
la situación sea propicia.
En ese marco, la crítica –y la autocrítica- no es un simple cuestionamiento sobre una acción o un
enfoque asumidos ante un escenario determinado. Es, más bien, la
1
negación de la negación; es una negatividad productiva que nos permite reconocer la dinámica interna
de una totalidad para distinguir las
contradicciones y conflictos que en
ella se desarrollan.
Es desde este sentido de la crítica que podemos intervenir en los
conflictos más alá de su expresión
en la superficie y, en ese mismo
momento, rescatarlos de su especificidad para inscribirlos en la totalidad que los contiene.
En resumen, estamos llamados a
practicar una operación compleja
en la batalla cultural: no alcanza con
tomar posición –más o menos intuitiva- en cada una de las pujas de
intereses que tiene lugar en la sociedad; es ineludible reconocer los límites del orden establecido, es decir, el conjunto de ideas y valores
aceptadas o consentidas socialmente
que condicionan el devenir de esas
pujas. Las contradicciones no se
expresan de modo aislado sino que
están sujetas a una administración
–nunca hablamos de disolucióncuyas reglas se ajustan a la dinámica
de lo que en cada momento aceptamos colectivamente como «lo
bueno» y « lo malo», «lo justo o lo
injusto», «lo bello» o «lo feo».
Ese conglomerado contradictorio de valores está en constante
transformación porque sus límites
son el resultado de la lucha ideológica. Al mismo tiempo, no es posible intervenir en esa lucha sin un
previo reconocimiento de esos límites, de aquello que llamamos el
Sentido Común. La política revolucionaria se mete en ese barro,
penetra en lo profundo de las
ideas más arraigadas para participar con alguna incidencia de las
pujas reales y proponer una transformación o un corrimiento de los
márgenes del orden dominante.
No se interviene en la realidad
formando un pacto de no agresión con ella o preservando la pureza de las almas bellas.
Un sistema hegemónico no acusa los golpes de la «crítica» que se
lanzan como piedrazos desde las
afuera de esa totalidad, desde la
comodidad de las verdades irrefutables. Se conmueve, en cambio,
cuando la crítica más radical es capaz de recoger desde adentro las
señales que desde lejos no se ven.
Doctor en Ciencias de la comunicación.
73
En este punto hay que marcar otro
riesgo: las conciliaciones propias
de la cultura posibilista que, aun admitiendo los marcos del debate
ideológico, se abraza a una «crítica» sistémica, estéril y, por lo tanto, improductiva.
Las recientes elecciones nacionales en Argentina y el debilitamiento
del bloque regional de cuño popular nos ponen de frente ante las limitaciones de una «crítica» que, por
infantilismo o por debilidad, no
identificaron las claves de una intervención antisistémica. En esos
brumas transitaron casi sin rumbo
quienes definieron que «eran lo mismo» en relación a las dos opciones
en pugna y quienes –desde el interior de los procesos populares y sus
instrumentos electorales- subestimaron la reacción restauradora de
la derecha internacional y sus socios
en nuestros territorios apostando
por una salida en dirección a un
«capitalismo serio».
Con los primeros se nos presenta un escenario a futuro de común
resistencia frente un bloque de poder claramente definido, aunque las
posibilidades de un acuerdo que
trascienda la dimensión táctica son
escasas dadas las premisas dramáticamente simplistas que guían sus
acciones pretendidamente revolucionarias. Sin embargo, en esa común resistencia se abre con esos
sectores en simultáneo una disputa simbólica por la representación
política de la izquierda, cuya cultura y simbología excede a las estructuras políticas orgánicas y serán centrales en la conformación
de una nueva rearticulación del
campo popular.
74
Con los segundos tendremos una
tarea más compleja, Los sectores
más dinámicos del kirchnerismo
parten de un piso muy alto de organización política y fundan sus
bases en una profunda fidelización
hacia la conducción de Cristina Fernández. El sector más retardatario
del peronismo, buceará –no sin dificultad- sobre las posibilidades de
nuevos liderazgos y asumirá la tarea de una reestructuración de perfil más ortodoxo. Será definitorio
para el futuro del Frente para la
Victoria (FPV) el modo en que se
resuelvan esas contradicciones y la
vocación frentista que surja de esa
disputa. Por ello, la izquierda no
puede asistir a esa tensión con indiferencia ni ajenidad.
El «ensanchamiento democrático» que se pudo experimentar en
la última década nos invita a otro
aspecto de nuestra tarea, también
central. La derrota del FPV puede
ser pensado desde nuestro lugar
como el agotamiento de un modelo de democracia, valor omniabarcativo que guió el debate político desde la restauración democrática de 1983. ¿Hay límites para ese
ensanchamiento? ¿La democracia
liberal – burguesa puso finalmente
su techo a la posibilidad de transformaciones más profundas?
¿Cómo se rompe ese techo? Muchos de los debates al interior del
kirchnerismo estarán girando alrededor de esas preguntas. Los comunistas podemos hacer valiosos
aportes desde una óptica revolucionaria que no reniega del papel del
peronismo en el sujeto histórico llamado a transformar profundamente la realidad. Nuevamente, la crítica como negación será una forma
de superar los simples cuestionamientos para pensar teoría y práctica como parte de un mismo momento. En estos años se promovieron herramientas potencialmente revolucionarias pero, en muchos
casos, esas mismas herramientas nos
estuvieron en sintonía con la capa-
cidad real de intervención de un
Estado que no logró superar el encuadre democrático formal y ni los
embates de las corporaciones para
boicotear esas iniciativas.
No puede soslayarse en ninguno
de estos puntos los condicionamientos del escenario internacional
(con un pronunciado avance de las
derechas y la emergencia de bloques geopolíticos como el eje Rusia - China). Tampoco se deben
abandonar los análisis sobre los
efectos culturales de una cada vez
más potente mediatización y una
clara tendencia a la banalización y
espectacularización. En ese sentido
va una tarea ineludible: promover
una mayor autonomización de la
política de los marcos propuestos
por los medios de comunicación.
No se confronta con ciertas chances a la derecha en el escenario simbólico en que mejor se discurre su
lógica. Ganar las calles, las universidades, las fábricas es el mejor
modo de correrse de una trampa
en la que es muy fácil caer. Eso no
significa abandonar la disputa en los
medios de comunicación, sino comprender que ellos no son sino espacios de amplificación de una
práctica que nace y se reproduce
fuera de ese mundo.
Finalmente, la historia es una herramienta central para la crítica. Su
lectura a contrapelo, según nos propone Walter Benjamin, invita a la
fina tarea de evocar desde las coordenadas que delimitan los conflictos presentes. Están en nuestras
manos una rica tradición cultural del
campo popular y del comunismo
en particular. El desafió conlleva
identificar en el presente un devenir histórico que le aporta a nuestro análisis –aún al más urgente y
coyuntural- una doble dimensión de
identidad y ruptura.
Esa mirada desde y hacia la historia nos advierte sobre los riesgos
presentes en la doctrina liberal:
aceptar que estamos transitando un
periodo iniciado en 1983 gracias a
una inédita continuidad del sistema
institucional. En él, la visión liberal
puede incluso reconocer una sucesión lineal de diferentes proyectos
políticos. Frente a este relato hegemónico, la crítica funciona herramienta para construir una salida del
binomio Dictadura – Democracia
y ensanchar la perspectiva.
La ruptura del encuadre liberal se
logra desde un primer reconocimiento: aún transitamos un largo
periodo iniciado en 1976 en nuestro país, aunque con matices fue
instaurado a modo de laboratorio
en la década del setenta del siglo
pasado en América Latina e institucionalizado en los países centrales en los ochenta para luego encontrar su apogeo global en los
noventa. La fase neoliberal del sistema capitalista, la valorización financiera, se impuso por estas latitudes mediante el terrorismo de
Estado y la dictadura cívico – militar – genocida. Ese primer y sangriento impulso pudo sostenerse en
tiempos de la restauración institucional a través de democracias controladas y de gran debilidad política
de los sectores populares, y profundizarse con ciertos grados de morbosidad en la última década del siglo.
Entonces, la crisis integral de 2001
no fue la crisis de un gobierno en
particular sino el estallido que se fue
gestando desde las profundas inequidades sociales y económicas
inherentes al sistema. Así como el
kircherismo en tanto emergente histórico corresponde a la etapa de
agotamiento del periodo neoliberal, procesos similares se fueron
consolidando en la región. Debemos decir que la enorme fortaleza
de estos proyectos se fundó en una
clara identidad antineoliberal en
contextos en que el modelo experimentaba a nivel global su etapa
de degradación. Sin embargo, debemos marcar –también- que sus
debilidades y contradicciones son
claramente la resultante del marco
en el que se fundaron: no pueden
pensarse hoy como la superación
definitiva del periodo iniciado hace
cuatro décadas, aquel cuyo enfrentamiento les dio identidad, sino
como una resistencia –a veces profunda- librada en los márgenes mismos de un periodo que no fue suplantado y que, a la luz de los últimos meses, se encamina a una nueva y violenta restauración.
Por lo demás, vale decir que las
crisis sucesivas ocurridas en los últimos cuarenta años son el modo
en que el periodo neoliberal se reinventaba no sin el costo de fuertes
disputas al interior del bloque de
poder por redefinir las relaciones
de fuerza en su interior para conducir los desafíos propios de la reproducción del proyecto. En todas
las crisis, las clases populares jugaron un papel de apoyo, y sólo en la
última década pudieron asumir un
mayor protagonismo.
En ese sentido, la crisis de 198283 fue la que permitió a las clases
dominantes producir una ruptura
simbólica con el pasado dictatorial
y avanzar en la institucionalización
de la valorización financiera. La crisis de 1987-89 (la llamada hiperinflación) fue la puja en que la facción especulativa lograba la hegemonía del bloque. La crisis de
2001-02 fue el momento en que se
golpeó con mayor potencia al núcleo duro del sistema. Sin embargo, luego de años de importantes
avances en beneficio de las mayorías sociales, las principales corpo-
raciones del poder fáctico lograron
detener ese proceso y pasar a una
ofensiva por recurar el control del
aparato estatal y refundar su proyecto civilizatorio.
No es exactamente una vuelta a
los años del apogeo neoliberal de
los años noventa. La debilidad en
la que quedaron las clases subalternas por entonces difiere en mucho
del protagonismo que hoy asumen.
Más bien estaríamos ante una salida
barbárica solo equiparable a la que
dio inicio al periodo por tener por
delante una tarea refundacional: hace
cuatro décadas fueron contra el Estado de Bienestar y hoy contra los
avances sociales consolidados en los
doce años de kirchnerismo.
Afrontar una tarea acorde a los
desafíos de los próximos años requiere, entonces, de una gran agudeza crítica que nos permita a los
sectores nacionales y populares en
general, y de izquierda en particular, en promover un trasformación
que supere los límites no trasgredidos en la década anterior. Los cambios en el escenario político no se
apartan del eje ordenador del conflicto político: restauración o radicalización. La novedad no está en
un cambio de periodo histórico –
no se produjo, como dijimos- sino
en las renovadas posibilidades de
la restauración para evitarlo para
garantizar vía represiva la continuidad del proyecto hegemónico.
75
Actividad y necesidad
de la batalla de ideas
por Atilio A. Boron1
A
ntes de hablar del tema que
prepare quiero hacer una
pequeña reflexión sobre un
tema que aún sigue generando debate y del que se estuvo hablando aquí.
No hay duda que hay burgueses nacionales, hay muchos, pero esto no
significa que haya una burguesía nacional ya que no se constituyen como
una clase para sí, tomando la famosa definición del joven Marx, no tienen una estructura organizativa que
la convierta en un actor sociopolítico unificado, y mucho menos tienen un proyecto capitalista distinto
y alternativo al que impone hoy el
imperialismo capitalista.
Por eso es que hace 50 años el Che
habló de burguesías «autóctonas» ,
es decir, hay burgueses que son de
aquí, decía el Che, pero no son una
clase y mucho menos nacional, en
el plano del capitalismo mundial, es
una clase ya extinta tiene una precaria existencia todavía en unos pocos
países, así mismo, en EEUU se duda
de que exista, lo mismo en Francia y
en Alemania y por eso estaría tentado
a decir que, casi casi, se trata de una
vieja superstición de la izquierda que
todavía hoy perturba nuestros sueños.
Este tema me gustaría que lo
discutamos profundamente en algún momento pero quería plantearlo viendo las discusiones que
todavía suscita.
1
76
Sociólogo y politólogo.
Dicho esto, vamos a reflexionar
sobre la actualidad y la necesidad
de la Batalla de ideas.
Es importantísimo tener esto en
cuenta en la actualidad, Fidel marco muy bien hace ya unos cuantos
años cuando convoco a la batalla
de ideas explícitamente al decir que
el fracaso político y económico del
neoliberalismo se ocultaba detrás de
su gran triunfo, que se había dado
en el terreno de la ideología, ellos
se dieron cuenta y si uno se pone a
mirar los documentos del imperio,
ya a la salida de la segunda guerra
mundial, a finales de la década de
los 40, ya tenían muy claro ellos que
tenían que trabajar sobre dos categorías sociales en el tercer mundo,
los intelectuales, los académicos y
los actores sociales por un lado, y
los militares por el otro.
Ya desde aquella época, y por eso
todos esos programas de becas, de
formación y de intercambio, tenían
que ver con la ejecución de un programa tendiente a captar esas cabezas jóvenes de intelectuales, de
comunicadores sociales y académicos, traerlos para su lado, formarlos en los EEUU, en los valores
norteamericanos y al mismo tiempo entrenar a las fuerzas militares,
porque en caso de que el primer
proceso no fuera exitoso, había que
tener a los militares listos para po-
ner las cosas en su lugar.
Incluso hoy, en una época tan reciente como los últimos dos o tres
años, el seño Brzezinski sigue diciendo que uno de los factores fundamentales de atracción y de hegemonía que tienen los EEUU es su imponente sistema científico y tecnológico y su gran red de universidades, uno de los grandes activos que
tienen los EEUU, que si bien esta
en otros terrenos de la vida económico-social se está cayendo en
problemas que no se tenían antes
como pérdida de competitividad
en algunas áreas clave, sigue teniendo el más importante sistema
universitario y científico del mundo y eso atrae a millones de jóvenes de los más talentosos del resto del mundo que quieren venir a
estudiar en los EEUU.
Ellos tiene muy clara esta cuestión y sobre todo en épocas de clara decadencia imperial, decadencia
que muchos de estos autores no
ocultan y lo plantean claramente.
Dicho esto habría que pensar cuál
debería ser una guía, un protocolo
de acción que deberíamos tener los
comunistas para enfrentar este desafío. Creo habría unas cuestiones
importantes que marcar.
En primer lugar, un poco citando a Álvaro García Linera, que es
uno de los más importantes teóri-
cos marxistas de la actualidad y no
solo latinoamericano, plantea que
debemos recuperar nuestras ideas
fuerza que son en primer lugar,
plantear un debate frontal en el terreno de las ideas, por supuesto
también en el terreno político que
está totalmente asociado con lo
anterior en una lucha frontal contra el capitalismo, no hacer la mas
mínima concesión a que el capitalismo puede ser un ámbito en el cual
la humanidad va a resolver los problemas que tiene que resolver, esta
debería ser una experiencia innecesaria. Yo viví hace poco por televisión una experiencia que me cambio la vida para bien cuando vi que
en Bolivia el representante de Dios
en la tierra dijo que el capitalismo
no se soportaba mas, que era inaguantable. Nosotros tenemos que
salir con mucha fuerza a plantear a
inviabilidad histórica, el agotamiento del capitalismo. Sin por esto
decir que le ponemos fecha, pero
salir a decir que el sistema está agotado, si hasta lo dice el Papa Fran-
cisco nosotros no podemos ser
menos que eso, no podemos estar
a la derecha de Francisco y andar
con medias tintas, no va más porque se nota.
Las dos contradicciones del capitalismo lo están destruyendo, la
primera capital / trabajo que articula toda la sociedad capitalista y la
segunda contradicción que ahora ya
es brutal que es la contradicción
entre proceso de acumulación capitalista y naturaleza. A la naturaleza la están destruyendo de una manera salvaje el problema del cambio climático ahora aparece en los
documentos del pentágono como
una de las grandes amenazas para
la seguridad de los EEUU junto
con el terrorismo, o sea se les ha
escapado de madre.
Por eso debemos plantear la lucha frontal contra el capitalismo,
demostrar que es irreformable, que
no existe el «capitalismo verde», por
lo tanto estas contradicciones no
tienen solución posible, plantear la
necesidad histórica del socialismo
como transición hacia una forma
de organización económica social
superior, llamémosla comunismo o
como se la llame, quizás allí se podría tomar aquello que decía Salvador Allende cuando en medio de
las más grandes discusiones en Chile, antes de llegar al gobierno, planteaba que nuestro objetivo más que
construir el socialismo, dada la correlación de fuerzas real que había
en Chile era avanzar hacia una transición hacia el socialismo. Que después seria a su vez una transición
hacia el comunismo, era un planteo
muy racional y muy realista de él
que media la correlación de fuerzas que finalmente se impuso y ocasiono el derrumbe de su gobierno.
Marcar también la necesidad de
la organización autónoma de las
fuerzas revolucionarias, tenemos
que hacer eso porque de lo contrario quedamos pegados al carro de
cualquier otra iniciativa que se inscribe al interior del capitalismo.
El combate a todas las formas
de liquidacionismo del ideal comunista, ya sea socialdemócrata, populista etc. y la reivindicación del
marxismo como doctrina guía y del
leninismo, es muy importante esto,
una cosa que hay que agradecerle a
García Linera es que ha vuelto a
remarcar la importancia decisiva del
leninismo, declarándose leninista y
lector de las obras de Lenin en las
ediciones que realizó nuestro Partido, lo dijo muy claramente.
El leninismo significa organización, más dirección consciente mas
una estrategia y una táctica adecuadas a cada momento de lucha del
campo popular. Entonces, reivindicar esa necesidad y formularnos
77
la pregunta, ¿tenemos la organización adecuada? ¿Estamos en un terreno donde la consciencia popular y la consciencia de la dirigencia
esta adecuada a las necesidades del
momento?, y si las estrategias y tácticas son las adecuadas o no.
Al mismo tiempo, insistir como
una idea fuerza nuestra sobre la
necesidad de abrir un debate. En la
Argentina no hay debate, ni en el
oficialismo ni en la oposición. Lo
que hay son ciertos monólogos sectoriales que no se interceptan, carentes de toda capacidad creativa,
de toda fecundidad y el ejemplo
más claro fue la campaña presidencial, la más anodina de las que yo
recuerde, no recuerdo una cosa tan
aburrida, tan falta de ideas, tan falta de gancho como la campaña
pasada. Esto nos tiene que llamar
la atención.
Ahora, porqué es tan importante
esta batalla de ideas, porque una
correlación de fuerzas puede sernos favorable en el plano económico, inclusive el político, pero si
no se asienta sobre una superioridad en el terreno de las ideas y de
los valores, esa correlación favorable está destinada a desaparecer y a
destruirse. Un ejemplo, el movimiento obrero argentino, supo tener una fuerza extraordinaria en el
apogeo reformista del peronismo,
pero esa favorable correlación de
fuerzas, que podría haber logrado
otra cosa, no nos acerco ni un milímetro al socialismo, faltaba una
consciencia revolucionaria, una
consciencia anticapitalista.- había
como decía Lenin, una consciencia
tradeunionista que lo que hizo fue
simplemente avanzar por una vía
78
capitalista sin abrir un terreno para
dirigirnos a otro camino.
Ahora bien, en el aquí el ahora,
cuales serian las ideas que debemos
combatir. Por supuesto las ideas de
la derecha, las ideas de la derecha
nacional e internacional, acá hay una
articulación, un proyecto ideológico que viene preparado desde
EEUU y desde Europa pero principalmente desde EEUU, pasa por
Europa para venir a América Latina a través de España, un papel
fundamental cumple la Fundación
de Altos estudios Sociales del Partido Popular, de José María Aznar,
tiene sus tentáculos aquí en la Fundación Libertad de Rosario, en el
CADAL etc. y este proyecto global de la derecha se nota cuando
uno mira los principales periódicos
de América Latina donde ve que la
línea editorial, las noticias, lo importante que marcan esos periódicos
en todos lugares es el mismo. Incluso los redactores son los mismos,
los columnistas estrellas son los
mismos, Carlos María Montaner,
Álvaro Vargas Llosa, Mario Vargas
Llosa, Andrés Opeenheimer, Moisés Naím, toda la misma gente y
esto no es casual. Uno me puede
decir, ¿esto no es medio conspirativo?, no, es totalmente conspirativo, esto es una conspiración, tenemos que ser ingenuos de pensar que
esto es una casualidad, esto no tiene absolutamente nada de casual,
esto es un proyecto muy seriamente pensado y ejecutado.
Entonces, luchar contra todo esto
me parece importante, luchar también contra el triunfalismo de los
publicistas del posneoliberalismo,
este triunfalismo nos ha hecho mucho daño, hasta hace poco algunos
de estos triunfalistas ponían como
ejemplo de que habíamos superado el neoliberalismo y que estábamos en la fase posneoliberal nada
menos que a Brasil. ¿Brasil?, decían
Brasil ya está en la fase posneoliberal. Por favor, hay que ser más serios, sino el resultado es muy des-
moralizador porque después la gente dice como, posneoliberal y tienen un Ministro de Hacienda que
es un ultra neoliberal, el ajuste que
él hizo es peor que el quiso hacer
en la Argentina López Murphy que
quiso reducir el presupuesto educativo un 13%, Levy redujo un 15%
y no salió ni uno a la calle.
Por eso es grave el triunfalismo,
incluso en la Argentina se habló de
que ya estábamos en la fase posneoliberal, pero la ley de Entidades
Financieras sigue siendo la de Martínez de Hoz, la de Inversiones
Extranjeras la de Cavallo, tenemos
casi 60 tratados bilaterales de protección a las inversiones extranjeras
de la época de Menem, tenemos
una muy pobre capacidad de regulación del Estado sobre las empresas privatizadas y encima seguimos en el CIADI, entonces como
podemos hablar de posneoliberalismo con todo eso. Hubo un combate, una lucha, se está tratando pero
es muy peligroso caer en el triunfalismo. Por eso digo que este segundo frente de combate, primero las
ideas clásicas de la derecha, segundo el triunfalismo y tercero, también, combatir el derrotismo de los
teóricos del fin de ciclo, que es otro
problema, gente que confunde los
deseos y aspiraciones de la derecha
con las correlaciones de fuerza reales, que van a oponer resistencia a
esos planes restauradores.
No hay ninguna duda de que hay
un proceso restauración y de retroceso, pero de ahí a hablar de fin de
ciclo me parece realmente un exceso, porque uno dice que pueden
hacer, van a acabar con la Asignación Universal, con la jubilación
universal, con el matrimonio igualitario, va a poner punto final a los
juicios por la violación a los derechos humanos en la Argentina, va a
entregarle YPF a los antiguos dueños de REPSOL, aún en el caso
argentino, hablar de fin de ciclo con
la ligereza con que se habla, así como
se habla con mucha ligereza del pos-
neoliberalismo me parece que requiere andar con más cuidado, incluso si miramos otros países.
Fin de ciclo se dice en Venezuela,
Bolivia y Ecuador, que van a hacer,
van a devolver el petróleo a las
compañías norteamericanas, Evo
va a regalar otra vez el gas, van a
volver los pueblos originarios a la
situación en que se encontraban
antes de las revoluciones que hubo
en Bolivia y en Ecuador, me parece que no tiene mucho sentido.
Sin embargo, se ha puesto de
moda el tema del fin de ciclo y creo
que requiere salir a combatir esto
con mucha fuerza.
También es necesario salir a polemizar con las distintas variantes de
el nacional populismo, porque el
fundamente ideológico de fondo
del nacional populismo, por más
que admita formas más amables y
más progresistas, es que el capitalismo es un sistema eterno e inmutable y que es irremplazable, y eso
para nosotros es absolutamente inadmisible, para nosotros el capitalismo es un sistema histórico, que
tiene una génesis, un desarrollo, un
auge y ya empezó su decadencia, si
un teórico como Immanuel Wallerstein, que es un socialdemócrata, hace ya casi 10 años dijo que
máximo le quedad 30 años de vida
a este sistema no podemos ser nosotros menos que Wallerstein ni
menos que el Papa.
En el caso argentino se impone
salir a discutir algunos elementos del
famoso relato. Es hora de discutir
esto, y no con el propósito de minimizar lo que se hizo, con la famosa teoría del vaso medio lleno
o menos vacio, pero hay que discutir quien va a hacer lo que falta
hacer. No se hizo la reforma tributaria con un carácter progresivo, no
se hizo. Quien va a nacionalizar el
comercio exterior para que el Estado cuente con los alrededor de
75.000 millones de dólares que ingresan a la Argentina y quedan en
manos de 30 oligopolios. Estos
dólares dinamizan el mercado interno y si no están disponibles la
industria se paraliza porque la economía argentina es una de las mas
altamente globalizadas del mundo,
una de las mas altamente extranjerizadas del mundo, entones para
cada cosa que se produce en este
país tenemos un ingrediente importado, para cada cosa.
Hoy en Estado no tiene como
capturar esos dólares acaparados
por los oligopolios con el consentimiento de los gobiernos. Esto tiene un impacto recesivo sobre toda
la economía, muchas PyMES tienen que parar la producción porque tienen algún componente importado y no accede a los dólares
para comprarlo.
De las 500 empresas más grandes que hay en este país, que controlan buena ‘parte del producto
bruto argentino, más de las 2/3
partes son extranjeras. Por eso hay
que nacionalizar el comercio exterior, lo cual no quiere decir volver
al IAPI de Peón que hoy no se podría hacer por cómo funciona el
sistema, pero si establecer algún tipo
de control de ese dinero que entra
producto de las exportaciones que
es una suma muy importante.
Debemos discutir también si el
camino para el desarrollo en la Argentina pasa por la reprimarización
de la economía, en fin son muchos
los temas que tenemos que salir a
discutir. Pero al mismo tiempo, salir a discutir cosas como porque la
Argentina tiene que apoyarse en una
triada de empresas tan problemáticas como Monsanto, Chevron y
la Barrick Gold, esto es altamente
inconveniente.
En el caso argentino este debate
es muy importante porque ciertamente debido a la historia argentina, a los errores cometidos por la
izquierda en la argentina en los años
40, la influencia del macartismo en
nuestra sociedad es muy grande, a
diferencia de otros países donde los
sectores populares son sectores que
en general tienen una orientación de
izquierda en la Argentina la orientación es más bien de carácter nacionalista, toda la vieja idea del trapo rojo contra lavandera azul y
blanca, etc. Yo les cuento una anécdota personal, cuando yo salí de la
Argentina, tenía 22 años, mi experiencia de los primero de mayo era
que en las marchas y manifestaciones, salvo unos pequeños grupos,
las banderas predominantes eran las
argentinas. Voy a Chile, y cuando
llega el 1º de mayo no podía creer
lo que estaba viendo porque era un
mar de banderas rojas, y eso me
parece que marca mucho lo que fue
la influencia del socialismo y el comunismo en Chile y lo que fue la
experiencia del nacional populismo
en Argentina. Entonces, este es u
tema que es muy importante salir a
discutir, y en ese sentido, me parece que ese rechazo muy visceral
hacia la izquierda siempre concebida como algo foráneo, algo extranjero, es un punto que hoy podemos
empezar a revertir, porque creo que
ese discurso de Francisco en Bolivia abre una posibilidad extraordinaria para ingresar en un terreno que
tradicionalmente había sido muy
hostil. Esto no solo aquí, estuve
hablando con Frei Betto y me decía que esto inclusive para Brasil era
un abrepuertas de enorme importancia, ya que ellos también tienen
en Brasil, no tanto como en Argentina, pero muchas dificultades para
llevar un discurso de izquierda a los
sectores populares.
Dicho esto, como se libra esta
batalla de ideas, con qué medios,
yo creo que hay dos métodos,
uno que fue el tradicional, el más
79
utilizado por los Partidos Comunistas y otras organizaciones de izquierda que es la escuela de cuadros
y los procesos de formación de
cuadros y de la militancia, un poco
lo que estamos haciendo en nuestra
Escuela y en el CEFMA se inscribe
en esa tradición que es importantísima y que ha sido muy descuidada.
Este es un método para librar esta
batalla de ideas muy importante.
El otro es acceder a los medios
de comunicación de masas. Esto
plantea muchísimos problemas,
porque esos medios han pasado a
ser cada vez más controlados por
80
la derecha, están fuertemente monopolizados, existe una entrevista
que le hicieron hace poco a Rudolph Murdoch, el dueño de la FOX,
donde se vanaglorio diciendo que
«la mía es una de las cinco cadenas
mundiales y dentro de pocos años
voy a ser una de las tres, porque hay
dos que van a desaparecer y nosotros somos los que vamos a decir
que es lo que hay y que es lo que
puede haber y si no lo decimos nosotros no existe», entonces los medios de comunicación plantean un
problema grave para la izquierda,
Allende se quejaba ya en su época
de las dificultades que tenia para
comunicar efectivamente la gestión
de gobierno, el gobierno kirchnerista tuvo problemas tremendos de
comunicación, a punto tal que la
única comunicadora fue la presidenta, lo cual es un grave problema.
Tampoco existió una estructura
capaz de comunicar eficazmente, las
mismas no tuvieron y no tienen
penetración, problemas de lenguaje televisivo y radial, es un tema muy
escabroso para nosotros pero tenemos que tratar de avanzar ahí.
Pero a mi manera de ver, son más
promisorias las perspectivas que
nos dan hoy las redes sociales. Tenemos que trabajar fuertemente en
eso, estoy absolutamente convencido de que llegan mucho más que
los medios y además es una realidad
que la gente joven, en una gran mayoría, ya no leen diarios ni ven televisión, usan la internet, o nos metemos
ahí o nos quedamos totalmente desfasados, anclados a una época histórica anterior de la evolución de la
consciencia social, que se forma ya
no por la prensa y por la televisión,
sino que se forma a través de la internet y las redes sociales. Ahí tenemos que redoblar los esfuerzos desde el Partido para dar a conocer
nuestras ideas y nuestro programa.
El pensamiento político
del Karl Marx económico.
El valor como nervio político
del orden social capitalista
por José G. Giavedoni1
E
l título surge de jugar con
el que Kautsky puso a su
obra sobre Marx «El pensamiento económico de Carlos
Marx». A comienzos del siglo XX
tal vez no era necesario aclarar que
cuando se utilizaba el epíteto «económico» se estaba refiriendo a la
economía política, es decir, no era
entendida como una disciplina específica, completamente diferenciada de otras en función de un campo, una lógica y un objeto, sino que
remitía a relaciones sociales y, por
lo tanto, relaciones de poder históricas y, por ello, transformables.
Digo tal vez, por que como señala
Wallerstein, «...debido a las teorías
económicas liberales prevalecientes
en el siglo XIX la frase ‘economía
política’ (popular en el siglo XVIII)
desaparece para la segunda mitad
del siglo XIX para ser sustituida por
‘economía’» (2011:20). Sin embargo, sin lugar a dudas, recuperar el
título de Kautsky hoy puede generar equívocos, asentados en racionalidades precisas, en la determinada manera con que acostumbramos
1
leer y establecemos cánones de entrada a determinados autores. Hoy,
recuperar la idea de pensamiento
económico de Marx fortalecería la
perspectiva de que existe otra pensamiento de Marx que es jurídico,
otro filosófico, otro político, otro
ensayístico, en otras palabras, abonaría al mentado campo de la fragmentación y parcelación del pensamiento, como se expresa muchas
veces en los programas de las carreras de ciencias sociales. Efectivamente, en las Ciencias Sociales que
suelen tener muy desplazado de sus
planes de estudio a Marx y los marxismos, cuando lo incorpora lo
hace en esa clave, recuperando los
«trabajos más políticos» de Marx,
entre los que se reconoce El manifiesto del Partido Comunista, El 18
Brumario de Luis Bonaparte, La Crítica del Programa de Gotha, La Cuestión
Judía, tal vez La crítica de la filosofía
del derecho y, sin dudas, el tan maltratado Prólogo a la Contribución a
la Crítica de la Economía Política, sin
mencionar la carnicería de recortes
y fragmentos que se hace con los
mismos. Si en las carreras de ciencias sociales como sociología, ciencia política, filosofía se realiza esta
intervención quirúrgica, en las carreras de Economía que muy extrañamente suelen considerarse a sí mismas como ciencia social, ni siquiera
se aborda al «Marx económico»,
hegemonizadas estas carreras por la
ortodoxia marginalista.
¿Qué se propone con una lectura
política del Marx económico? En
primer lugar, se propone realizar una
lectura que pueda dar cuenta de los
elementos políticos en las dimensiones que suelen pensarse como más
económicas. Por «elementos políticos» referimos aquello que estructura, da forma y permite la producción y reproducción del orden
social capitalista, entendiendo por
tal, para decirlo con claridad, la conjunción del modo de producción y
el modo de dominación. Pero para
ello requerimos identificar dos lecturas con las que discutir. La primera, aquella que hace ver al capitalismo como un modo de producción cuya dominación política se
Doctor en Ciencia Política, responsable del CEFMA en la provincia de Santa Fe.
81
materializa en su exterior en la forma de Estado, religión, derecho,
cultura, etc. De aquí se desprenden
dos inferencias. La primera, la llamada emulación, donde el socialismo es la expresión paroxística del
capitalismo pero con formas políticas más justas, colectivismo, propiedad social de los medios de producción, dictadura del proletariado,
etc. El socialismo sería aquello que
deviene del desarrollo de las fuerzas productivas pero ahora apropiadas colectivamente. Como correlato, la segunda, de lo que se trata es de transformar la dimensión
política y mantener intacta la dimensión económica.
En segundo lugar, una lectura que
discuta con aquella que hace ver al
capitalismo como un modo éticamente condenable. De esta última
se infiere la posibilidad de diferenciar entre capitalismo bueno y capitalismo malo, capitalismo salvaje
y capitalismo humanizado, en la
medida en que la disputa se desplegaría en la esfera de la distribución, particularmente la distribución
de la riqueza o, en el mejor de los
casos (si es posible hablar así), en la
esfera de la producción pero donde nunca se alterarán en grado suficiente las relaciones de explotación
y que, en su defecto, se aggiornará
con referencias a producciones sostenibles ecológicamente, sustentables, etc. Esto conduciría a pensar
que el capitalismo no guarda como
lógica de funcionamiento propia la
producción constante de desigualdades como condición misma de
su propia existencia y su motor. Por
el contrario, la lectura política abona a la comprensión del Capital
82
como productor de desigualdades
no por maldad, ni por efectos no
deseados, sino por necesidad, produce desigualdad porque consume
vorazmente desigualdad.
En tercer lugar, una lectura política del Marx económico obliga a
pensar las categorías que se presentan no cosificadas, no fetichizadas,
sino como tensiones y contradicciones permanentemente en juego,
como categorías que encierran relación de poder o, con mayor precisión, categorías que dan cuenta de
las relaciones de dominación que se
encuentran en fenómenos aparentemente neutrales. Esta dimensión
es la que pretendemos desarrollar
a lo largo del presente trabajo.
El Capital como relación
social: contra el fetichismo
del Estado
Caricaturizando un poco, suele
entenderse el capitalismo como un
sistema económico que explota
fuerza de trabajo ajena y que se sostiene merced a un aparato coercitivo que se expresa en el Estado y
unos aparatos ideológicos tales
como la Iglesia, el sistema educativo, los medios de comunicación,
etc. Como ven, se trata de un espacio económico donde tiene lugar
la explotación y un espacio político
donde tiene lugar la dominación, y
que se encuentran en relación de
exterioridad uno de otro. Atilio
Boron advierte sobre el fetichismo
democrático (2009: 23, 29), nosotros nos permitimos hablar de fetichismo Estatal. Así como el fetichismo de las mercancías alude a la
separación entre los productores y
sus mercancías, donde éstas últimas
toman vida propia y se presentan
como los verdaderos sujetos de la
vida social, cuando en realidad no
son más que expresión de las relaciones sociales, el fetichismo del
Estado tiende a hacer recaer en éste
el motor de la vida social, el sujeto
político que contienen las relaciones de poder y el fenómeno de la
dominación social. De alguna manera, por qué no pensar en la crítica que un Michel Foucault le realizara al pensamiento político de que
aún no ha guillotinado al rey, de que
continúa pensando el poder en términos de Estado y soberanía.
El Capital refiere a un modo específico e histórico de producción
y dominación social, un orden social cuyas relaciones sociales de dominación se encuentran a la vista,
son ciertamente concretas, en la figura del Estado, sus aparatos represivos e ideológicos. Sin lugar a
dudas, estos elementos son centrales para explicar parte de la configuración de la dominación en el
orden social capitalista, pero sólo
en parte. Como Marx y Engels señalaran en La sagrada familia que
«sólo la superstición política se imagina hoy que la vida social necesita
del Estado para mantenerse en cohesión, cuando en realidad es el
Estado el que debe su cohesión a
la vida social» (en Mehring 2002:
127). El orden social capitalista también alberga en su seno relaciones
sociales de dominación de carácter
estructural, abstracto, impersonales,
que no son fácilmente aprehensibles
observando las relaciones directas
de dominación, sino observando
aquellos elementos propios del
Capital: el trabajo, la mercancía, el
valor, el plusvalor, el dinero y, observándolos en tanto relaciones sociales, no en tanto cosas o atributo
de las cosas, por ello la importancia de desfetichizarlos en la lectura
que se propone. En este sentido, la
dominación en el capitalismo se
fetichiza en la forma-Estado como
la forma general de su aceptabilidad y se camufla bajo la formavalor como si ésta fuese sólo un
elemento del campo económico,
además de transhistórico, compartido por cualquier modo de producción. Por lo tanto, la tarea es
desfetichizar el valor para lograr ver-
lo como una relación social y, por
lo tanto, en su dimensión política.
Parafraseando a Marx, se humaniza al Estado transformándolo en
el sujeto principal del mundo, en el
hacedor, y se cosifica la relación valor
transformándolo en un mero atributo que guardan las mercancías.
Una lectura política obliga a pensar las categorías marxianas no cosificadas, no fetichizadas, sino
como tensiones y contradicciones
permanentemente en juego. De esta
manera, si bien la ‘plusvalía’ refiere
a la explotación del trabajador por
parte del capitalista, en lo esencial
refiere a la relación social entre
ambos como lucha de clases. En
palabras del propio Marx, «…la
naturaleza específica de la mercancía [fuerza de trabajo] vendida trae
aparejado un límite al consumo que
de la misma hace el comprador, y
el obrero reafirma su derecho
como vendedor cuando procura
reducir la jornada laboral a determinada magnitud nor mal»
(2012:282). El Capital es una relación social, un orden social que se
produce y reproduce las relaciones
sociales imponiendo trabajo, en la
medida que consume trabajo ajeno en el marco de la relación dialéctica entre trabajo muerto en los
medios de producción y trabajo
vivo. Esta imposición de trabajo
implica una relación social que se
expresa en la lucha de clases, por lo
tanto, no se trata de una dominación maciza, sino de una relación
sujeta a tensiones, resistencias, desplazamientos. Por tal motivo, las
categorías de análisis que se presentan no dan cuenta de una dominación maciza del capitalista sobre el
trabajador, sino de una relación
conflictiva entre capital y trabajo,
que se personifica en luchas concretas, pero que es constitutiva de
la dinámica misma del capitalismo.
Esto nos obliga a hurgar en el
componente dialéctico de la obra
en la medida que la misma permite
observar las tensiones y contradic-
ciones como motor de la dinámica
y desarrollo histórico. En tal sentido, si optamos por leer la obra, no
en términos de dominación maciza del capital sobre el trabajo, sino
en términos de tensiones y contradicciones permanentes, estaremos
también admitiendo el carácter
transitorio del capitalismo ya que lo
entenderemos, no como una cosa,
sino como un proceso y, por lo tanto, como movimiento, cambio y
transformación, pero que no se
produce de forma pacífica y paulatina, sino abrupta y violenta. De
lo que se trata es de recuperar,
como pretendiera el propio Marx,
la capacidad intuitiva del método
dialéctico que nos permita observar los fenómenos sociales en términos de proceso, de cambio, transformación y movimiento. Así, el
valor es una sustancia en proceso, no
es una cosa, una contradicción en
proceso (Marx 2011b: 229). En la
forma D-M-D tiene diferentes
modos de existencia, el dinero
como su modo general de existencia y la mercancía como su modo
particular. El valor es tal porque lo
reconocemos en un proceso de
valorización, está siempre en movimiento, caso contrario sería mero
dinero atesorado e inútil, el movimiento es su modo de existencia.
Como dinámica y proceso requiere observarlo en movimiento y, por
lo tanto, en el marco de las relaciones sociales que le dan existencia: «El
valor, pues, se vuelve valor en proceso, dinero en proceso, y en ese
carácter, capital. Proviene de la circulación, retorna a ella, se conserva
y multiplica en ella, regresa de ella
acrecentado y reanuda una y otra
vez, siempre, el mismo ciclo […]
En realidad, pues, D-M-D’, tal cual
se presenta directamente en la esfera de la circulación, es la fórmula
general del capital» (2012:189-190).
Entender al Capital como relación
social, es entenderlo como relaciones sociales de poder, de lucha, de
violencia, así también el valor. De
esta manera, como expresa Kohan
(2014), si nuestra pretensión es recuperar el componente de relación
social de poder que tiene el valor, el
trabajo, el dinero, el capital, la lógica dialéctica como lógica de las relaciones es sustancial al abordaje.
En otras palabras, alentar una lectura política de los textos marxianos es, al mismo tiempo, alentar su
lectura dialéctica, estimulando a reconocer el carácter de tensión, contradicción y movimiento que existen en los procesos sociales.
El valor como el nervio del
orden social capitalista.
El Che, recuperando el espíritu
de Marx en El Capital, expresó en
el famoso artículo que enviara el
Semanario Marcha dirigido por
Carlos Quijano: «El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible
cordón umbilical que le liga a la
sociedad en su conjunto: la ley del
valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando
su camino y su destino. Las leyes
del capitalismo, invisibles para el
común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este
se percate», y más adelante, «la mercancía es la célula económica de la
sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la
organización de la producción y,
por ende, en la conciencia» (1988:
6-8). Este fragmento del Che señala con perfección la preocupación
que nos mueve en el presente trabajo, la existencia de modos de sujeción invisibles que constituyen el
entramado social, el cordón umbi-
83
lical que liga a la sociedad en su
conjunto. Por un lado, un cordón
umbilical que ata al individuo a la
sociedad sin recurrir directamente
a la fuerza y, por otro, la mercancía
provocando efectos al nivel de la
producción, a nivel social y al nivel
de la conciencia. La toma del poder el 1° de enero de 1959 manifiesta el momento donde se trastoca aquella relación de dominación
directa y tangible expresada en el
Estado pero, como lo señala en
Che en 1965, al mismo tiempo, inaugura el proceso más prolongado de trastrocamiento de aquella
dominación más imperceptible que
echa raíces en la conciencia, ese cordón umbilical que hace carnadura
en la conciencia y en la materialidad de la sociedad misma al constituir su malla de poder, su soporte
y reproducción.
El capitalismo como orden social de dominación refiere a una
dominación de sujetos sobre sujetos, de clases sobre clases, al mismo tiempo que refiere a una dominación de las clases, más bien de
la clase trabajadora, por estructuras sociales abstractas, históricas y
construidas en la propia relación y
lucha de clases. Veamos que ya en
la década del ’40 Marx identificaba
con claridad las relaciones sociales
como soporte de los fenómenos
económicos. En Trabajo asalariado y
Capital Marx expresa: «un negro es
un negro. Sólo en determinadas
condiciones se convierte en escla-
1
84
vo. Una máquina de hilar algodón
es una máquina para hilar algodón.
Sólo en determinadas condiciones
se convierte en capital. Arrancada de
estas condiciones, no tiene nada de
capital, del mismo modo que el oro
no es de por sí dinero...» (1973:36).
Podemos agregar, un hombre y una
mujer no son más que un hombre
y una mujer, sólo en determinadas
condiciones se convierten en trabajadores asalariados, condiciones signadas por la expropiación de sus
medios de producción y la constitución del valor como nervio de la
sociedad. Esta dominación no se
expresa sólo a través de la propiedad privada, de la apropiación privada del excedente y la propiedad
privada de los medios de producción, sino en la forma-valor que
manifiesta un tipo de riqueza social
que se enfrenta al trabajo vivo del
trabajador (Marx 2012: 44). Reiteramos, esto no implica desconocer
la dominación que brota de una
entidad como el Estado, sino el
énfasis en la dominación que brota
del valor como forma de riqueza social producida por la específica modalidad de producción capitalista.
En los Grundrisse Marx aborda el
componente político, las relaciones
de dominación de manera muy clara, estableciendo con absoluta sencillez una distinción entre la dominación personal directa y la dominación personal indirecta o, más
bien, dominación impersonal. Marx
señala que «cada individuo posee el
poder social bajo la forma de una
cosa. Arránquese a la cosa este poder social y habrá que otorgárselo
a las personas sobre las personas.
Las relaciones de dependencia personal (al comienzo sobre una base
del todo natural) son las primeras
formas sociales, en las que la productividad humana se desarrolla
solamente en un ámbito restringido y en lugares aislados. La independencia personal fundada en la
dependencia respecto a las cosas es la
segunda forma importante en la
que llega a constituirse un sistema
de metabolismo social general, un
sistema de relaciones universales, de
necesidades universales y de capacidades universales. La libre individualidad, fundada en el desarrollo
universal de los individuos y en la
subordinación de su productividad
colectiva, social, como patrimonio
social, constituye el tercer estadio»
(2011a: 85). Se transforman las relaciones sociales, de ser relaciones
de dependencia y dominación directa entre las personas, de servidumbre, de esclavitud, de vasallaje,
emerge la libertad como momento de resurgir de los hombres, rompen esos lazos de dependencia directa, constituyéndose en seres libres. La modernidad ha llegado y
la era de la libertad hace su aparición. La dependencia personal ha
sido derrumbada, hemos accedido
a la era de la libertad, pero lejos de
pensar esta libertad como dato natural del individuo que se la constriñe desde fuera como un poder
siempre amenazante (relación suma
cero entre poder y libertad), es necesario reconocerla como la condición y el soporte sobre los que se
montan las formas de sujeción impersonales. La malla del poder en
el orden social capitalista se constituye gracias a la libertad, no frente
a ella ni a pesar de ella, por ello lo
paradójico es que las libertades ganadas en el capitalismo traen como
efecto las consolidación de las sujeciones y dependencias a las cosas,
en efecto, la consolidación del valor
como nervio de la sociedad. Por
ello el capitalismo debe producir
permanentemente libertad1, porque
Desde luego que no puede leerse esta afirmación sin ironía, una ironía que el propio Marx menciona en El Capital al señalar la
la consume de modo incesante, el
camino sin frenos hacia la plena libertad es el camino hacia el reinado del valor como cordón umbilical de la sociedad.
Ahora bien, como mencionamos,
esta era de la libertad coincide con
la emergencia del capitalismo, entonces, la pregunta obligada es, qué
relación existe entre ellos. Para el
capitalismo, existe una condición
indispensable, condiciones históricas que permiten su emergencia: la
invención de la libertad. Para que
un hombre pueda vender una mercancía en el mercado, es necesario
que tenga libertad de disposición
sobre la misma, que sea su propietario. De esta manera, para que un
trabajador pueda vender su fuerza
de trabajo, no tienen que existir
obstáculos para ese intercambio de
equivalentes que se da en el mercado, tiene que disponer de la fuerza
de trabajo, no le tiene que pertenecer a nadie más, debe ser un propietario libre de su fuerza de trabajo, no debe estar sujeto a ninguna
relación personal de dependencia
(como el esclavo, el siervo de la gleba o el aprendiz de oficio en un
gremio): «…obrero libre, libre en
el doble sentido de que por una
parte dispone, en cuanto hombre
libre, de su fuerza de trabajo en
cuanto mercancía suya, y de que,
por otra parte, carece de otras mercancías para vender, está exento y
desprovisto, desembarazado de
todas las cosas necesarias para la
puesta en actividad de su fuerza de
trabajo» (2012:205. Ver cita 1). Es
decir, jurídicamente libre por carecer de relaciones de dependencia y
materialmente libre por carecer de
los medios de producción necesarios para su reproducción. La primera ofrece la posibilidad de ena-
jenar su mercancía, la segunda hipoteca aquella «posibilidad» y obliga al trabajador a enajenarla. Esta
libertad que se traduce en una independencia personal, es decir, independencia directa respecto a otras
personas, se reconfigura como una
dependencia a través de las cosas.
En otras palabras, si las relaciones
sociales debían crearse y recrearse
sobre la base de dependencias personales, el capitalismo inaugura dependencias de carácter abstractas e
indirectas a través de las cosas.
Con estas dependencias nos referimos al modo en que se produce y reproduce el orden social, las
relaciones sociales capitalistas. Por
ello, que sean de carácter abstracto
e impersonal no significa que no
sean políticas, sino que las relaciones de poder se encuentran inscriptas en el interior de lo que aparece
como fenómenos económicos, técnicos, como elementos, cosas, actividades (el capital, el trabajo, el dinero). Esta dependencia es el valor
como relación social y, en ese sentido, la relación entre las personas
se transmuta en relación entre las
cosas, los hombres y mujeres se
relacionan a través de las cosas, cosas que guardan un componente
humano, el trabajo humano abstracto, que es ni más ni menos lo
que permite ponerlas en contacto
y establecer relaciones, identificar su
carácter social. Se trata efectivamente de una relación humana cosificada, ya que efectivamente son las
cosas las que entran en relación entre sí, la sociabilidad aparece como
propiedad de las cosas y, por lo
tanto, la malla que vincula a los individuos, el pegamento que une la
sociedad deviene de las actividades
cosificadas de los individuos (es
decir, del trabajo abstracto, no del
trabajo concreto, creador), del
tiempo como medida de la riqueza y del dinero, en otras palabras,
del valor contenido en las mercancías. Podemos decir, retomando la
cita de los Grundrisse, el entramado
de poder en la sociedad remite al
segundo estadio de la forma social, sin embargo, continuamos pensando en el primero como forma
predominante de ejercicio del poder, tal vez de manera más complejo alrededor de la figura del Estado que no implica una relación
personal directa de dominación,
pero sí como forma visible, tangible y exterior a las relaciones sociales mismas.
El fetichismo de la mercancía
toma al valor como un atributo de
la cosa (esta cosa cuesta tanto, este
bien tiene determinado valor) y no
como una relación social. Sin embargo, el valor es una relación social
porque expresa una forma específica de trabajo («El trabajo en sí
mismo no da valor al producto,
sino sólo el trabajo que es organizado en determinada forma social
[en la forma de una economía mercantil]», Rubin 1974:121), expresa
un producto creado específicamente para ser vendido y en el mercado donde entra en diálogo con
otros a través de su igualación por
el dinero, lo que transforma el producto en intercambiable. Que una
mercancía tenga las características
estéticas o de utilidad, nada expre-
necesaria e indefectible vinculación existente en el capitalismo entre libertad y carencia o,como él mismo expresa, las dos caras de la
libertad que son dos condiciones fundamentales que aseguran la libre concurrencia de los individuos al mercado de trabajo. En este
sentido, Lenin lanza el grito que «la libertad es una gran palabra, pero bajo la bandera de la libertad de industria se han hecho las guerras
más expoliadoras y bajo la bandera de la libertad de trabajo se ha despojado a los trabajadores» (2007:104).
85
san las relaciones sociales en las que
han sido producidas, por trabajo
asalariado para ser vendidas en el
mercado, donde se entablan relaciones a través de las cosas. Rubin
lo expresa de la siguiente manera:
«...el valor no caracteriza a las cosas,
sino a las relaciones humanas en que
se producen las cosas. No es una
propiedad de las cosas, sino una
forma social que adquieren las cosas por el hecho de que las personas entran en determinadas relaciones de producción mutuas a través
de las cosas. El valor es una relación social tomada como una cosa,
una relación de producción entre
personas que adopta la forma de
una propiedad de las cosas»
(1974:122). Lo que debemos considerar como elemento central que
se desprende de esta afirmación, es
que la extensión de las relaciones
sociales del Capital, implican la generalización de la forma-valor
como elemento ordenador de las
mismas o, en otras palabras, la creciente mercantilización no sólo supone la generalización de los valores de uso y de la cultura del consumo, sino la imposición de la formavalor como determinante estructural de las relaciones sociales, como
la malla de la sociedad, para decirlo
de una forma conocida, como cemento de la sociedad. Como señala
Rubin, el valor no expresa cualquier
relación humana, sino relaciones sociales de producción, por ello ante
la generalización de la forma-valor
se advierte la colonización de las relaciones sociales de producción en
todo ámbito de la vida involucrando a toda la sociedad en los procesos de valorización.
86
En este sentido, si entendemos el
Capital como una relación social,
una relación social de lucha de clases, la mercancía es fundamentalmente la imposición de esa relación
social de dominación, es la forma
que encierra las relaciones sociales
de lucha de clases obligando a las
personas a vender cada vez más una
parte creciente de su vida, su totalidad prácticamente, como fuerza de
trabajo en forma mercantil para sobrevivir y tener acceso a una ínfima
porción de la riqueza social. Las relaciones de poder en el capitalismo
se expresan en la forma mercancía,
obligando a la clase trabajadora a
convertirse en fuerza de trabajo o,
como dijera claramente Marx, «lo
característico no es que se pueda
comprar la mercancía fuerza de trabajo, sino que la fuerza de trabajo
aparezca como mercancía»
(2009:36). De aquí que, como lo
mencionamos anteriormente, cuando se alude al fenómeno de la creciente mercantilización de la sociedad, no sólo se esté indicando la
expansión creciente de los valores de
uso a todos los rincones sociales, la
transformación en objeto útil, vendible y consumible de todo lo existente, hasta de los afectos, sino también la imposición y generalización
del valor como medida de todas las
relaciones sociales. Marx comienza
El Capital analizando la mercancía
porque la sociedad capitalista es un
enorme arsenal de mercancías, pero
sobretodo, porque en la estructura
de la mercancía encuentra contenidas las claves para desentrañar el
orden social capitalista y sus relaciones de dominación abstractas e impersonales, la mercancía se constituye en el principio de desciframiento
social porque expresa la relación de
valor entre los seres humanos.
Conclusión
En el orden social capitalista «lo
que pone de relieve su carácter de
valor [de una mercancía] es su propia relación con la otra mercancía»
(Marx 2012:62), el valor queda reflejado en la relación entre mercancías, reflejo que se expresa a
través del intercambio y, por lo
tanto, mediado por la forma-dinero. Esto indica que el trabajo
humano queda oculto, en otros
términos, el fetichismo de la mercancía vela el trabajo humano que
las mismas contienen, el carácter
de relación social del valor y su apariencia de cosa. El valor es una relación social, pero como tal no es
posible señalarla materialmente
diciendo «ahí está el valor!». En todo
caso, vale señalar que el valor es inmaterial pero es objetivo, así como
la gravedad es inmaterial pero es
objetiva. El valor es tiempo de trabajo socialmente necesario objetivado en una mercancía. El valor no
es una cosa, no se reconoce señalándolo, sino que es una relación
social en la medida que involucra
la organización del trabajo y el
tiempo a escala planetaria, lo que
iguala a todas las mercancías y las
hace intercambiables. Al mismo
tiempo, el valor es en tanto se encuentra en movimiento, es decir,
en el proceso de valorización y en
el de realización del valor, en otras
palabras, en cuanto se continúa trabajando, produciendo, reviviendo
el trabajo muerto y objetivado en
medios de producción por medio
del trabajo vivo y subjetivo. El valor es tal porque lo reconocemos
en un proceso de valorización, está
siempre en movimiento.
Es a partir de esto que nos permitimos pensar el valor como el
pegamento de la sociedad, la malla
de poder que articula la sociedad,
el elemento político inmaterial, abstracto, impersonal que ordena y regula las relaciones sociales. De manera muy elegante Marx señala: «Se
dijo y se puede volver a decir que
la belleza y la grandeza de este sistema [el Capital] residen precisamente en este metabolismo mate-
rial y espiritual, en esta conexión que
se crea naturalmente, en forma independiente del saber y de la voluntad de los individuos, y que presupone precisamente su indiferencia y
su independencia recíprocas» (2011a:
89), una independencia e indiferencia directa entre las personas, la ausencia de vínculos de dependencia
directa entre las personas, pero que
tiene como contraparte la dependencia a las estructuras abstractas del
valor, la subordinación al proceso de
producción social.
Reconocer al valor como el nervio político del Capital, tiene algunas consecuencias no menores. El
contraste entre valor (tipo de riqueza que depende del «tiempo de trabajo» y de la «magnitud de trabajo
empleado» específicamente capitalista) y «riqueza material» (tipo de
riqueza que no depende del tiempo de trabajo humano), es central
para comprender la contradicción
básica del capitalismo. En este sentido, a la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción tan claramente
señalada en el Manifiesto, se suma la
contradicción entre forma social y
forma material de la riqueza, aquella expresada en el valor como tiem-
po de trabajo socialmente necesario como medida común y ésta
expresada en la producción concreta destinada a satisfacer necesidades reconocidas socialmente como
necesarias. La contradicción del capitalismo no sólo se produce entonces entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, sino entre la forma social
y la forma material de la riqueza.
Esta contradicción se expresa en
que, por un lado, encuentra una
producción en aumento en base a
la tecnología y el conocimiento, es
decir, una alta composición orgánica de Capital y por lo tanto, por
otro lado, una reducción del componente subjetivo del trabajo vivo
(aunque nunca eliminable en el capitalismo) en base al gasto inmediato de fuerza de trabajo, única
forma de riqueza que constituye
capital (valor). Estas son las condiciones estructurales necesarias en la
sociedad capitalista, pero esta contradicción contiene una imposibilidad de autosuperación, imposibilidad de resolución dentro de la misma lógica del Capital ya que lo que
deviene superfluo en un nivel (el
gasto inmediato de fuerza de trabajo concreto en la producción),
resulta necesario en otro (el gasto
necesario de fuerza de trabajo
como productor de valor y de riqueza social en el capitalismo). Dirá
Marx, «el capital mismo es la contradicción en proceso, por el hecho
de que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras
que por otra parte pone al tiempo
de trabajo como única medida y
fuente de la riqueza» (2011b: 229).
Aceptar esto es reconocer que la
construcción de socialismo como
camino a la sociedad comunista
implica de forma cada vez más
creciente de transformación del
tiempo de trabajo en tiempo de
ocio, no basta con trabajar mejor
y de forma genuina y desalienada,
sino de trabajar lo menos posible.
Esta es la manera en que riqueza
social y riqueza material terminen
siendo lo mismo, es el comunismo
la garantía de ello.
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87
Homenaje a La historia
me absolverá
por Hernán Randi1
E
l 26 de julio de 1953, un
grupo de revolucionarios
cubanos, bajo la dirección
de Abel Santamaría y Fidel Castro
Ruz, y luego de una extensa preparación, tomaban por asalto los cuarteles «Carlos Manuel de Céspedes»
en Bayamo, y «Moncada» en Santiago de Cuba.
Su objetivo era poner en conocimiento la feroz dictadura a la que
el pueblo cubano estaba sometido
y si era posible producir un levantamiento popular de masas para
derrocar a la misma.
La dictadura de Fulgencio Batista
era la fiel representante del imperialismo norteamericano y de sus intereses económicos y geopolíticos para
el dominio de la región caribeña.
Este movimiento fue derrotado
en esa oportunidad y fueron asesinados la mayoría de sus combatientes, incluso Abel, héroe de esa
gesta libertaria.
Otros pagaron con su detención y
la cárcel la osadía que llevaron adelante, como es el caso de Fidel y Raúl
Castro además de otros importantes dirigentes de aquel alzamiento.
Por esta gesta y por los mártires
que allí dejaron sus vidas, nació el
Movimiento 26 de julio, vanguardia de la revolución triunfante el 1
de enero de 1959.
1
88
Director Adjunto del CEFMA
Luego de la persecución y detención de los sobrevivientes de aquella gesta, su máximo dirigente, llevado a juicio por un tribunal militar, denunciaría las injusticias de tal
aberrante juicio y de las condiciones en que sobrevivía el pueblo de
Cuba. El proceso se llevo a cabo
sin garantías de ningún tipo para
los detenidos.
Este alegato histórico de autodefensa, escrito por partes, y declarado ante los jueces en octubre de
1953 de memoria y con creatividad por Fidel, se conocería luego
como «La Historia me absolverá».
Aquí queremos homenajear esta
exposición maravillosa desde todo
punto de vista y programa de la
Revolución nuestroamericana.
Queremos recuperar su vigencia
tanto como programa de la Revolución que queremos para nuestro
continente como desplegar los porqué de esta afirmación: La centralidad y vigencia que contiene este
documento para la batalla de ideas,
que no son otra cosa que la lucha
por la hegemonía, en el curso de la
lucha contra nuestro enemigo principal: el imperialismo norteamericano y sus agentes internos.
Su vigencia para la lucha ideológica y política, queda sintetizada en
las palabras dichas por Fidel en su
alegato, cuando citando al apóstol
de la independencia de Cuba, José
Martí, recordó que: «Un principio
justo desde el fondo de una cueva
puede más que un ejército»
Las ideas principales del alegato
que queremos recuperar aquí mas
allá de la importancia que también
contiene en cuanto denuncia legal y
política del Régimen (el marco de
ilegalidad e inconstitucionalidad en
que se desarrollo el juicio) y la denuncia económico-social en cuanto a la explotación y sometimiento
del pueblo cubano, son por un lado
la ruptura con la tradición del sujeto emancipador o sea la centralidad del sujeto «pueblo» para el curso de la lucha contra el enemigo
principal y por otro el programa
contenido en este trabajo para dar
curso a tal emancipación.
La centralidad del sujeto
«pueblo»
En pos de aglutinar a las fuerzas
sociales existentes para enfrentar a
la dictadura, y para convertir la derrota militar del alzamiento en acumulación de fuerzas y victoria política, el alegato va a definir el sujeto popular conteniendo a las clases
sociales, fracciones de las mismas y
grupos sociales que por sus intereses se encontraban enfrentados a las
políticas serviles del imperialismo
en Cuba.
Desarrolla en este sentido un concepto del campo popular no exclusivamente obrerista, para hacer concurrir a importantes masas del pueblo en las acciones de los revolucionarios para enfrentar a la dictadura.
En la unidad del pueblo van a
ser contenidos los sin trabajo, los
obreros del campo, los obreros industriales y braceros, los pequeños
agricultores, los maestros, los pequeños comerciantes y los profesionales jóvenes con el objetivo de
unificar a todas las fuerzas sociales
oprimidas y explotadas en un objetivo común.
Las mismas, está claro se encontraban sin representación política o
dispersas en múltiples organizaciones políticas y sociales en su gran
mayoría de base popular pero de
conducción burguesa.
Excepción de esto era el Partido
Socialista Popular (PSP), nombre
bajo el cual actuaba el Partido Comunista cubano fundado por Julio
Antonio Mella, para sobrellevar la
persecución y la ilegalidad, pero limitado en sus capacidades de desarrollo por el profuso anticomunismo que imponía la cultura dominante de la época servil a la propaganda del imperialismo yanqui y no
exento de errores de caracterización
política para convertirse en la vanguardia del proceso revolucionario.
La definición del sujeto popular
como sujeto emancipador fue uno
de los aportes fundamentales que
aquí queremos recuperar. Estas palabras del propio Fidel en «La historia me absolverá» pintan a las claras lo que aquí desarrollamos:
Cuando hablamos de pueblo no
entendemos por tal a los sectores
acomodados y conservadores de
la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier
dictadura, cualquier despotismo,
postrándose ante el amo de turno
hasta romperse la frente contra el
suelo. Entendemos por pueblo,
cuando hablamos de lucha, la gran
masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria
mejor y más digna y más justa; la
que está movida por ansias digna y
más justa; la que está movida por
ansias ancestrales de justicia por
haber padecido la injusticia y la burla
generación tras generación, la que
ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está
dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre
todo cuando crea suficientemente
en sí misma, hasta la última gota de
sangre. La primera condición de la
sinceridad y de la buena fe en un
propósito, es hacer precisamente lo
que nadie hace, es decir, hablar con
entera claridad y sin miedo. Los
demagogos y los políticos de profesión quieren obrar el milagro de
estar bien en todo y con todos, engañando necesariamente a todos en
todo. Los revolucionarios han de
proclamar sus ideas valientemente,
definir sus principios y expresar sus
intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni enemigos.Nosotros
llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que
están sin trabajo deseando ganarse
el pan honradamente sin tener que
emigrar de su patria en busca de
sustento; a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los
bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el
resto compartiendo con sus hijos
la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya
existencia debiera mover más a
compasión si no hubiera tantos
corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros industriales y
braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les
están arrebatando, cuyas viviendas
son las infernales habitaciones de las
cuarterías, cuyos salarios pasan de
las manos del patrón a las del ga-
rrotero, cuyo futuro es la rebaja y
el despido, cuya vida es el trabajo
perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya,
contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a
poseerla, que tienen que pagar por
sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que
no pueden amarla, ni mejorarla, ni
embellecerla, planta un cedro o un
naranjo
porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural
a decirles que tienen que irse; a los
treinta mil maestros y profesores
tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal
se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes
abrumados de deudas, arruinados
por la crisis y rematados por una
plaga de funcionarios filibusteros
y venales; a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros,
abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con
sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Ése es el pueblo, cuyos caminos de angustias
están empedrados de engaños y
falsas promesas, no le íbamos a
decir: «Te vamos a dar», sino: «¡Aquí
tienes, lucha ahora con toda tus
fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!»
89
Programa
El programa propuesto en el
alegato busca contener al pueblo,
como sujeto de emancipación, en
la nueva situación dada por la derrota militar, buscando convertir
este revés en victoria política, en
batalla de ideas, en lucha por la
hegemonía.
El mismo parte de la lectura de
las aberraciones jurídicas, la falta de
libertades democráticas, la ilegalidad y anticonstitucionalidad del régimen pero ahonda en las injusticias estructurales, en las condiciones de existencia reales del pueblo.
Las libertades ausentes y las condiciones de vida miserables y la ex-
90
plotación a la que se encuentran sometidos los cubanos son las razones que empujan a Fidel a declarar:
«No puedo dejar principio sin defender,
verdad sin decir, ni crimen sin denunciar».
El programa va a contener apelaciones a la constitución de 1940
en cuanto a la soberanía nacional,
la situación de la propiedad de la
tierra, de la participación en las utilidades de las grandes empresas y
en el rinde de la caña de azúcar
(principal producción del país en
ese momento).
Va a contener también la confiscación de los bienes malversados
para sostener las cajas de jubilaciones y financiar los hospitales y,
entre otras medidas, propone la
reforma agraria, la reforma de la
enseñanza y la nacionalización de
los monopolios en la electricidad
y la telefonía.
En política exterior, plantea la
solidaridad para con la lucha de los
pueblos democráticos.
Sin duda podemos entender estas propuestas, más allá de la de-
clamación Antibatistiana, en la esfera de la lucha política como un
programa de carácter antimonopolico, por ende anticapitalista si entendemos la imposibilidad de escindir
el imperialismo del capitalismo, sino
que entendemos al primero como
la forma en el que actúa el segundo
en esta etapa histórica.
Y así lo entendemos porque ya
no pueden desarrollarse formas
nacionales burguesas que no impacten y sean derrotadas por el
gran capital concentrado y centralizado de las grandes metrópolis
mundiales.
Mucho mas podríamos decir
aquí para recuperar esta bellísima
obra de la Revolución que hoy nos
pertenece a todos y todas pero
para cerrar este homenaje y puesta en vigencia de la obra del Comandante Fidel Castro podremos
estar seguros de la historia no solo
lo absolvió sino que ya lo ha colocado en el podio de los más grandes humanistas y revolucionarios de
la historia universal.
Palabras de
Patricio Echegaray
Marcelo F. Rodríguez, Emilia Segota, Patricio Echegaray y Víctor Kot al inicio de la primera jornada.
E
n esta reunión no se pue
de ni se debe hacer un cie
rre, es una reunión que se
ha hecho para abrir y a cumplido
sus objetivos. Se han abierto una
cantidad de puertas y ventanas de
pensamiento que hacen que el resultado tampoco se pueda medir
por la reunión en sí, dependerá de
cómo utilicemos esas ventanas, esas
puertas, esos espacios abiertos.
Quiero felicitar a todos los panelistas, a los que intervinieron en
esta Jornada que muestra que te-
nemos una capacidad muy importante que está en un nivel potencial, que hay que desarrollarla y
concretizarla para desarrollarnos y
crecer en el tema de la Batalla de
ideas, la lucha ideológica y la construcción de alternativa.
Entiendo que es bueno recordar que estamos a dos días del aniversario del asesinato del Che, y
que no estaría mal que le dediquemos esta reunión como un homenaje al Che, a su acción y su pensamiento revolucionario.
Y solo para fundamentar este recuerdo, nombremos algunas cosas
que tenía el Che, yo diría que es el
principal teórico del 16º Congreso, que en realidad es el 16, el 17,
el 18… y lo será el 25, porque es
un proceso de debate político –
ideológico del cual el Che ha sido
el gran inspirador.
Es el gran inspirador a partir de
unas ideas fuerza muy sencillas pero
muy poderosas. En primer lugar el
Che planteo «Revolución socialista
o caricatura de revolución», y lo
91
planteaba casi siempre asociado
a la idea de que al imperialismo
no había que darle «ni un cachito
así de confianza». Avanzando en
esas dos ideas se llega a la conclusión de que la revolución actual es una revolución antimperialista, socialista, socialista de liberación nacional, como la definimos nosotros en el 16º Congreso, pero que es una revolución
anticapitalista. Esto es lo esencial,
porque ustedes recordarán que
nosotros cambiamos en el mismoel
paradigma de revolución democrática burguesa con vistas al socialismo por este enfoque de revolución socialista de liberación nacional. Todo esto lo hicimos inspiirados en el Che.
Otro punto es el tema del mensaje del Che a los argentinos, que
es básico en la construcción de la
alternativa. Cuando el Che, ese 25
de mayo en La Habana, y quiero
recordar a dos mujeres que estuvieron allí presentes, Alicia Eguren
y Alcira de La Peña, dijo que si
supiéramos unirnos que bello seria el futuro y que cercano, quedaba dicho todo lo que significa la
alternativa, unirse para tener más
fuerza y con eso capturar el futuro, que parece tan lejano, pero que
unidos seria cercano.
Quiero hablar de algo que a campeado en toda la reunión y que
siempre recuerda Atilio Boron,
eso que dijo Lenin de que no hay
nada más práctico que una buena
teoría, algo que resuelve de una
manera muy comprensible todas
las complejas interrelaciones que
hay respecto a teoría, práctica,
praxis, qué es primero qué es segundo, cómo se complementan,
cómo se articula.
No hay nada más práctico que
una buena teoría, en realidad yo
diría, que no hay nada más necesario que la teoría y la forma de
aplicar la teoría para cambiar la
relación de fuerzas. Es imposible sin una potente acción teóri-
92
ca pensar en cambiar una correlación de fuerzas tan desfavorable
como la que tenemos. Incluso en
el mundo, no solo estoy hablando
de la Argentina.
Y quiero aprovechar para hacerle un homenaje a J. W. Cooke,
quien habló bastante de este tema
del cambio de la correlación de fuerzas planteando que toda correlación
de fuerzas se puede cambiar. Y esta
debe ser otra conclusión de la reunión, el optimismo teórico y político no lo medimos por el aplausómetro o porque a veces tengamos
la costumbre de ser más papistas
que el Papa, no podemos ser kirchneristas, claro que defendemos
algunas conquistas del kirchnerismo, pero a veces nos volvemos
más kirchneristas que Cristina, no
puede ser. Dejamos de ver que
somos aliados y nos encontramos
en algunas cuestiones políticas y eso
está muy bien, pero no quiere decir
que ideológicamente nos transformemos en lo que ellos son, como a
veces nos ocurre.
En este sentido nos falta darle
un poco más de taller al tema del
Papa, porque en realidad el Papa
ha protagonizado los principales
momentos de batalla ideológica en
los últimos meses, hay que decirlo
así, felizmente, porque ustedes se
dan cuenta que la proyección de la
palabra del Papa, las dificultades
del sistema capitalista para ocultarlo,
es mucho menor que lo que puede hacer con la palabra de nuestras voces como la de Fidel o Raúl.
Esto es una gran cosa que esta
mediada por un anticlericalismo
nuestro que nos pone incómodos
en relación a cualquier cosa que tenga que ver con la religión, y que
nace de una mala lectura de Marx,
en aquello de que la religión es el
opio de los pueblos, en realidad
Marx dice, en un mundo sin esperanzas, en un mundo lleno de injusticia, en un mundo lleno de dolor: la religión es el opio de los
pueblos. Es completamente distin-
to el sentido a la interpretación de
que la religión en definitiva en un
retraso. Marx decía eso.
Y hoy tenemos que recordar a
Victorio Codovilla que decía que
es muy distinto ser oportunista que
ser oportuno.
Ser oportunista es muy malo,
pero es muy bueno ser oportuno.
Entonces hay que saber tener sentido de la oportunidad, no se trata
de hacer grandes disquisiciones
sobre si el Papa es sincero y piensa
exactamente lo que dice, lo que sabemos es que si dice que el capitalismo es un sistema malo, que no
resuelve las necesidades, que está
agotado, a nosotros nos da la
oportunidad de profundizar en el
debate sobre el capitalismo usando absolutamente todas las categorías marxistas de análisis crítico
del capital. Y esto ayuda, sin ninguna duda, hagámoslo.
Otra cuestión que quería recordar es que hay que hablar más del
enemigo, del enemigo el consejo,
Atilio hacia muy bien en citar a
Bzrezinki, y quiero insistir en eso.
Se cumplen 40 años de La Era Tecnotrónica, un libro donde Bzrezinki
plantaba que el tema militar era
muy importante, pero que la controversia no se iba a resolver con
el enfrentamiento de los tanques
del pacto de Varsovia contra lo helicópteros de la OTAN, la guerra
se iba a resolver por medios culturales y mediáticos. Y en ese sentido,
las cosas estaban así, si en lo militar
estamos parejos, en el terreno cultural y mediático tenemos gran ventaja, entonces vamos a ganar.
Y ya que se hablo de Fanny, y es
bueno recordarla por el nivel de
estadista que llegó a tener, hay un
punto en el que a ella le preocupaba mucho el atraso que tenían en
los centros soviéticos particularmente, pero también alemanes, en
relación al análisis, a la profundización sobre los temas del capitalismo. Creo que eso era una realidad palpable. Y así fue como nos
fue, nos dieron una paliza bárbara. Entonces la derrota, que equivalió a una derrota en una especie
de Tercera Guerra Mundial, se libró por otros medios, no se libró
por medios militares, sino que se
libró por medios ideológicos, políticos y culturales.
Y acá viene el tema de la preparación que hizo el enemigo en relación a la cuestión cultural. Ustedes creen que es casualidad que el
macartismo empiece en Hollywood, persiguiendo a todos los grandes directores, actores, escritores
de la cultura que se habían identificado con lo nuevo, que se habían
identificado con el comunismo, no,
no es casual, no es maldad, es claridad de clase en relación a como
golpear los espacios que pueden
ser más efectivos para reproducir
la ideología y transformarla en
conciencia de la clase obrera, del
pueblo. Por eso el tema del macartismo es una muela que viene
doliendo, seguramente algunos
errores nuestros nos han hecho
más ineficaces en la batalla, pero
es una cuestión mundial, es el núcleo ideológico del capitalismo.
No hay otra acción ideológica
equivalente en el capitalismo contra alguno de sus enemigos.
Fíjense que cuando hicieron mucha propaganda sobre que habían
derrotado al enemigo rojo, tuvieron que inventarse otro enemigo, y
tuvieron que tirar las Torres Gemelas e inventar al enemigo islámico,
etc... Porque realmente el enemigo
desde fines del siglo XIX y todo el
siglo XX fue el comunismo.
En este sentido, creo que la reunión tiene que ser considerada
como un disparador, evidentemente esta reunión en sí no puede
satisfacer el redondeo de todos los
temas tratados, se han tratado muchos temas, tiene que ser un disparador. Aquí se ha tratado el tema
de Fidel y la importancia de
re4alizar un Seminario Permanente
sobre el pensamiento de Fidel Cas-
tro, el tema de la Revolución de
octubre, nos acercamos al centenario, tenemos que hacer diversas actividades, amplias, plurales sobre la
importancia de la revolución.
Respecto al capitalismo, no hay
duda de que atraviesa una gran crisis. Nosotros hemos sido suficientemente enérgicos en plantear que
la crisis por sí sola no producirá
el derrumbe del capitalismo, eso
está bien dicho y asimilado. Últimamente estamos percibiendo un
tema que es la cuestión del caos
como una herramienta del imperio. Lo que el imperio no puede
controlar lo caotiza, veamos lo
que ha hecho en Oriente Medio,
el propio Putin en la ONU ha
realizado un discurso donde plantea que los norteamericanos y la
OTAN han desarticulado esa sociedad y ahora actúa en venganza
contra los que huyen, contra los
desplazados de ese terrible infierno
que han creado allí.
Nosotros tenemos que saber analizar esto, porque el desarrollo de la
crisis no es lineal y vale decirlo, el desenlace no es indefectiblemente virtuoso como tendemos a pensar. El
desenlace puede ser caótico. Nosotros no podemos analizar la situación hoy en América Latina como
si estuviéramos hace diez años atrás,
y digo esto porque se cumplen 10
años del No Al ALCA en Mar del
Plata, que fue un momento estelar
de la acción soberana, antimperialista de América Latina.
Debemos ubicar en esta reunión
que ya no estamos como hace diez
años, o como hace cinco, que no
es que voltearon el proceso hondureño y el paraguayo, hoy el imperialismo a articulado mejor su
accionar contra la región, con planes de guerra de 5ª generación donde combina diversos medios, hoy
en la crisis del capitalismo hay una
tendencia a descargar esa crisis sobre los países dependientes, y en
nuestra región aparece un problema dominante que es el de la lla-
mada «restricción externa», que tiene preocupados y en jaque a todos los países.
Pero la restricción externa es una
especie de striptease referente al problema de los procesos nuestros,
que no son perfectos, tienen un
montos de conquistas, de logros,
algunos que serán difícil de hacerlos retroceder, pero existe el problema de que les faltó profundidad, radicalidad y por lo general
no han encarado cambios de tipo
estructural, por lo tanto, son procesos que están en peligro y que
son reversibles.
Hoy hay que defender estos procesos. Es una pelea difícil porque
en general, exceptuando Venezuela, no se han construido fuerzas
políticas aptas para defender estos procesos.
No hemos logrado esto en nuestros países. Tampoco en Argentina hemos logrado construir una
fuerza que se haga cargo del proceso y de su radicalización.
Y hablo más de radicalización
que de profundización, porque la
profundización da una idea más
optimista del asunto, es como si
ya estuviera bien y solo faltara profundizar, pero falta mucho todavía. Faltó recuperar el área estatal,
faltó crear una Empresa Nacional
Minera, una Empresa Nacional del
Transporte entendiéndolo como
tejido conectivo de un país, la reforma fiscal no se hizo y las leyes
fundamentales en este aspecto son
las de Martínez de Hoz, también
había que revisar los tratados bilaterales con el imperio.
Por todo esto decimos que lo
que está en crisis en América Latina es el reformismo posibilista,
por eso la discusión no es solo contra la derecha pura y dura, sino
también con el reformismo.
En esto siempre tuvimos la posición correcta, porque hemos combatido la idea del capitalismo serio, del capitalismo humanizado
que fue la idea con que llegó el
93
kirchnerismo al gobierno y con la
que se movió.
Entendemos que ahora el PJ se
instalara como una fuerza de centro y Macri consolida la construcción de un partido de derecha, habrá también espacio para una derecha ultramontana en la que estará
una parte del peronismo y se abre
la posibilidad de una izquierda antimperialista, latinoamericanista,
obturada recientemente con esa
idea de que «a la izquierda mía esta
la pared», expresada por la presidenta, una idea muy perniciosa que
dejo espacio al crecimiento electoral de la izquierda trotskista moviéndose con los parámetros burgueses de oficialismo/oposición.
Nosotros hemos cometido errores, pero tuvimos también un viento en contra muy fuerte. Ahora parece que se puede liberar un poco
el espacio político concreto para
construir fuerza política.
Para eso necesitamos que se recomponga un sector de izquierda
peronista, lo que no se pudo hacer
desde los 80. Quizás ahora esto se
dé. Tenemos que aprovechar tam-
94
bién lo que está diciendo Francisco
y ver si se le puede dar una recomposición a la Teología de la liberación. Esto nos ayudaría a construir
la alternativa política que necesitamos. Tenemos que trabajar más la
Carta de los 5, darle más trabajo a
lo que dice la misma sobre las dos
crisis, la del socialismo y la del capitalismo. Hoy lo que está en el centro es la crisis del capitalismo.
Trabajar más el tema del poder
popular, un tema central para ver
cómo nos manejamos con el Estado, como discutimos su rol y el carácter público de la economía,
para esto es necesario el poder
popular, la autonomía de las fuerzas políticas.
Otro tema es el de la burguesía
nacional, el tema no es si existe o
no existe, existen burgueses nacionales, el tema es si existe como clase capaz de participar en un proceso revolucionario, se ha demostrado que no existe con ese carácter.
Uno de nuestros problemas fue que
en el siglo XX hemos reducido la
utopía al tema del socialismo, y el
socialismo es un proceso de tránsi-
to hacia la verdadera utopía, que es
el comunismo.
En el socialismo, bajo la hegemonía de la propiedad social pueden
coexistir distintos tipos de propiedad,
como pasa en China, en Vietnam y
están intentando hacer en Cuba.
Nuestra verdadera utopía es el
comunismo, somos críticos fundamentales del capitalismo, la crítica
del capitalismo debe estar presente
en toda nuestra actividad y hay que
criticar al capitalismo como es hoy
en día, tenemos que criticar su paradigma de progreso, que está poniendo en peligro al hombre. La
idea de progreso tiene que ser otra
y debemos trabajar en este sentido.
Todavía sentimos los golpes de
la derrota, de la caída de la URSS,
pero hoy es el tiempo de crisis del
capitalismo, que no pudo cumplir
ninguna de sus promesas al ganar
la guerra fría, pero sostiene su vitalidad cultural a pesar de la crisis.
Los mejores momentos de lucha
son los que están por venir, vamos
a ver el renacer de los procesos revolucionarios en el mundo.
¡Viva el comunismo!
95
Impreso en el mes de mayo de 2016 en Altuna Impresores, Doblas 1968 (C1424BMN)
Buenos Aires, Argentina. [email protected]
96