MAYO DE 2016 sumario nº 10 REVISTA COMUNISTA DE ANÁLISIS, DEBATES Y DOCUMENTOS Director: Patricio Echegaray Secretario de redacción: Editorial: Los desafíos de la nueva etapa Patricio Echegaray......................................................... 3 Argentina 2016: Claves de una derrota Atilio A. Boron............................................................. 8 ¿Qué tiene de nuevo la nueva derecha? Marcelo F. Rodríguez................................................... 21 Marcelo F. Rodríguez Colaboran en este número: EL CONGRESO DE ORIENTE DE LA LIGA DE LOS PUEBLOS LIBRES DE 1815 Atilio Boron Marcelo F. Rodríguez Alejandro Bernasconi Alexis Banylis Diagramación: Patricia Chapitel Una interpretación histórica Alejandro Bernasconi................................................... 28 Fueron las Tres A Alexis Banylis................................................................. 37 Declaración del Partido Comunista a 40 años del Golpe Cívico Militar............................................. 41 DOSSIER: Batalla de ideas, lucha de La revista Cuadernos Marxistas es una publicación de análisis, debates y documentos de la editorial Cuadernos Marxistas, con domicilio en la Av. Entre Ríos 1039 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina. 4304-0066/68 [email protected] clases y construcción de alternativa........ 43 Rafael Paz.................................................................... Gastón Varesi.............................................................. Raúl Serrano.............................................................. . Alexia Massholder...................................................... Ana María Ramb........................................................ Ernesto Espeche........................................................ Atilio Boron................................................................ José Giavedoni............................................................ Hernán Randi............................................................. Patricio Echegaray..................................................... 44 49 54 62 67 73 76 81 88 91 ISSN 1853-368X 1 2 EDITORIAL Los desafíos de la nueva estapa por Patricio Echegaray* D espués de 12 años de go bierno kirchnerista, donde los sectores populares y las capas medias lograron importantes avances y mejoraron significativamente su situación luego de la crisis de 2001/2002, una opción de derecha, que poco hizo para ocultar su verdadera concepción política y económica, logró por un acotado margen ganar las elecciones con una alianza entre Propuesta republicana (PRO), Unión Cívica Radical (UCR) y Coalición Cívica (CC). Por primera vez en cien años, la derecha llega al gobierno sin recurrir a un golpe de Estado sino que lo logró por los mecanismos de la democracia representativa burguesa. No caben dudas de que siguieron al pie de la letra y “exitosamente” el consejo que en su momento dio Cristina Fernández de Kirchner a las fuerzas opositoras, formaron un partido político y ganaron las elecciones. En sus primeros cien días de gobierno, quedó claro que tal como se había alertado, se ha configurado un gobierno que lleva adelante los planes que dicta la embajada de los Estados Unidos para América Latina, puesta al desnudo con la visita de Obama. El macrismo ha conformado un gobierno con un fuerte protagonismo de dueños y CEOs de distintas empresas, con integrantes de ONGs y Fundaciones al servicio de la embajada: Susana Malcorra, IBM / Telecom; Pablo Avelluto, Random House Mondadori; Juan José Aranguren, Shell; Guillermo Dietrich, Automotores Dietrich; Isela Costantini, General Motors; Rogelio Frigerio, Fundación FEDERAR; Germán Garavano, ONG Unidos por la Justicia; Carolina Stanley, Fundación Grupo Sophia; Sergio Bergman, Fundación Argentina Ciudadana; Francisco Cabrera, Fundación Pensar; Luis Caputo, Deutsche Bank. En sus primeros cien días de gobierno, quedó claro que tal como se había alertado, se ha configurado un gobierno que lleva adelante los planes que dicta la embajada de los Estados Unidos para América Latina. La agricultura a cargo de Ricardo Buryaile de Confederaciones Rurales Argentinas, núcleo duro de la Mesa de enlace, y al frente del equipo económico Alfonso Prat Gay proveniente de la Banca Morgan. Un “equipo” a la medida de la oligarquía y la burguesía transnacional que se completa con políticos como Marcos Peña, Patricia Bullrich, Jorge Triaca hijo, Esteban Bullrich, Jorge Lemus, Oscar Aguad y Hernán Lombardi, entre otros. Un verdadero gobierno de la clase dominante que actúa de acuerdo a su ADN liberal, que impuso una fuerte devaluación, que quitó las retenciones a la minería y los agro negocios, impulsó un impuestazo en los servicios, despide a miles de trabajadores en la administración pública alentando lo mismo en la actividad privada, promulgó el Protocolo Antipiquetes, detiene ilegalmente a Milagro Sala y vuelve a las relaciones carnales con los EEUU en detrimento de la integración latinoamericana. La visita de Barack Obama a la Argentina y el acuerdo con los Fondos Buitres no hacen más que reafirmar este objetivo. Ya en la campaña electoral decíamos que enfrentábamos, por cambio o por herencia, una etapa de retroceso en el proceso político vivido, con sus más y sus menos, en la última década. Pero también fuimos muy claros en que no nos daba lo mismo quien ganara, que las bases y los intereses * Secretario General del Partido Comunista de la Argentina y Director de Cuadernos Marxistas. 3 La inviabilidad de un capitalismo serio fue un tema que hemos tratado recurrentemente en Cuadernos Marxistas y diversos artículos y documentos partidarios. que representaban los candidatos no eran las mismas y que un triunfo del Frente para la Victoria, con sus dificultades, nos daba una perspectiva mejor para luchar por la defensa de los logros y buscar avanzar en lo que faltaba. La posición del Partido Comunista fue muy clara en este sentido y obramos en consecuencia sin dejar de proponer un análisis estructural de las dificultades que enfrentábamos. En ese sentido, son tres los puntos en los que centramos nuestra reflexión. -El análisis sobre las dificultades que la idea de un “capitalismo serio” nos impuso, generando un verdadero problema, que impidió avanzar en la profundidad de los cambios necesarios que hubieran dificultado la ofensiva de la derecha. -La falencia en el debate sobre el programa de contenido nacional, popular, anti imperialista y la creación de la fuerza política para respaldarlo e impulsarlo, amplia en su composición y profunda en su contenido, que sirviera para defender lo alcanzado e impulsar la profundización y radicalización del proceso y marchara hacia la construc- 4 ción del Frente de liberación nacional y social. -La subestimación de la derecha y del armado de la misma que está impulsando con carácter regional el imperialismo norteamericano. Entendemos que en estos tres temas se centra buena parte de las dificultades que enfrentamos. La inviabilidad de una capitalismo serio fue un tema que hemos tratado recurrentemente en Cuadernos Marxistas y en diversos artículos y documentos partidarios. En ellos sostuvimos que, en términos generales nuestra política de apoyo crítico al kirchnerismo fue en gran medida correcta, eso lo podemos ver en la política internacional. No fue así en el marco interno, donde prevaleció el enfoque de un capitalismo serio. No hay solución para el pueblo dentro del capitalismo, más allá de la adjetivación que se le quiera poner. Sin políticas que avancen en un horizonte poscapitalista, socialista, no habrá solución para problemas que, en el bicentenario de nuestra independencia, y tras haber transitado diversas fases dentro del sistema capitalista, siguen siendo recurrentes y demostrando que el capitalismo es el problema, no la solución. Sabemos que esto no se resuelve con una vuelta de tuerca al conservadorismo neoliberal, que es lo que está llevando adelante Macri, con un plan que ya no se basa, como en la etapa menemista, en las privatizaciones sino en bajar el “costo argentino”, entiéndase baja de salarios, redistribución de ingresos de asalariados y capas medias hacia los sectores concentrados. Este plan exige un ejército de desocupados como insumo principal para el objetivo mencionado de bajar el costo laboral. En lo que respecta a la construcción de la fuerza necesaria, no nos hacemos los distraídos. Desde la izquierda y los sectores del campo popular también somos parte de este déficit en su construcción. Esto tiene que ver con los problemas de nuestro desarrollo político, con el hegemonismo del pensamiento progresista, de tercera vía, que se manifiesta desde hace años en el campo popular, pero como dijimos muchas veces, la mayor responsabilidad correspondía a la estructura hegemónica de este espacio, el kirchnerismo. Esto quedó más que claro en las pasadas elecciones, donde presa del internismo del PJ y ante la ausencia de una fuerza frentista, hubo sectores que le sacaron el cuerpo a la elección, confiados en que igual se ganaba y, sobre todo, subestimando irresponsablemente a la derecha, No hay solución para el pueblo dentro del capitalismo, más allá de la adjetivación que se le quiera poner. lo que marca serios problemas en la conducción política del espacio. No se trata de quedarse en un mero pase de facturas, pero sí de hacer un análisis honesto de lo sucedido, lo que resulta fundamental para intentar que estos errores no se repitan. Como era previsible, atravesamos un terreno de fuerte disputa al interior del justicialismo que sufrió su derrota más grande en democracia. El partido de Estado más importante de América Latina entra en un proceso en que carece de suficientes puntos de apoyo en el Estado, ya que perdió el gobierno nacional y los distritos más importantes, lo que dificulta muchísimo el reordenamiento de la estructura del PJ y potencia las contradicciones y conflictos al interior de esa fuerza. También se habló y se habla mucho de los planes de retorno de Cristina Kirchner y sobre el rol que jugará la Cámpora y el kirchnerismo en un sentido amplio en estas circunstancias. Por ahora, sobre esta organización granean las críticas en relación a su papel en las elecciones, nos parece conveniente esperar para analizar esta situación y no resulta oportuno realizar pronósticos en estos momentos, pero cualquier plan de retorno es complejo y es sumamente apresurado especular sobre tan delicado tema. Sí queremos destacar, que estamos trabajando para mantener el vínculo y ver cómo se desarrolla la situación. Lo que si nos permitimos decir es que el ordenador de todo esto no es el grupo Clarín, esto lo reiteramos hace tiempo, el ordenador es la Embajada norteamericana que disciplina también al grupo Clarín. Es muy probable que la Embajada no permita que cuajen las opiniones tremendistas de dispersión extrema del peronismo que circulan, y que en todo caso se proponga una rearticulación del mismo en un espacio de centroderecha o derechacentro. En realidad, las contradicciones de sectores del PJ con el kirchnerismo no se basaban en pretendidas concepciones de izquierda socialista atribuidas gratuitamente por algunos al kirchnerismo, sino en la búsqueda de una hegemonía de centroizquierda para el peronismo, lo que luego de la derrota sufrida se vuelve cada vez más dificultoso. No cabe ninguna duda que enfrentamos una derrota costosa, no solo para nuestro país, sino para todo el proceso latinoamericano. El gobierno busca, como lo demuestran sus primeras medidas, bajar el costo argentino y entrar en un nuevo espiral de endeudamiento externo, allí radica el nudo gordiano de su plan: como para el neoliberalismo de los 90 el objetivo central fue la reforma estructural del Estado a través de las privatizaciones. El relato macrista, para justificar la ofensiva que ha tomado, habla de ñoquis, de corrupción y carga todas las culpas sobre la “pesada herencia” que habría recibido a la vez que proclama la necesidad de “volver al mundo”. Con este telón de fondo discursivo, impulsó la devaluación y los masivos despidos que buscan bajar rápidamente el costo laboral argentino en dólares, y logró acordar con los Fondos Buitres con la expectativa de futuras llegadas de capitales, que vuelve a ser el discurso dominante en un país donde las inversiones extranjeras han demostrado, en gran medida, ser realizadas para generar las condiciones de una enorme fuga de capitales hacia los países donde residen las casas matrices de los inversores. Nada garantiza, además, que pagando a los buitres llegarán las inversiones. La fragilidad de la Argentina frente al tema de la deuda queda nuevamente demostrada como una amenaza permanente para nuestra economía y para la sociedad. Estalló por el aire, de este modo, la idea de que la deuda había dejado de ser una “pesada carga” para el país, y vuelve a ocupar el centro de las preocupaciones y debates de los trabajadores y el pueblo argentino en general, ante las consecuencias del acuerdo que hipotecará el presente y el futuro de los argentinos. Vale recordar que el Comandante Fidel Castro en 1985 había ma- nifestado, sobre la deuda externa de nuestros países, que era “inmoral pagar una deuda con la que nada tuvo que ver el pueblo, en la que el pueblo no recibió ningún beneficio, una deuda que se malgastó, se despilfarró o se fugó”. Ante la persistencia de futuros endeudamientos con las consecuencias previsibles según indica la experiencia, es necesario reconsiderar esos sabios consejos que indicaban que la deuda era impagable, inmoral, ilegítima e injusta. En nuestro país no se atendió el camino de la investigación realizada por Alejandro Olmos sobre la legitimidad de la deuda, que hizo posible el fallo del juez Ballesteros, quien sostuvo que el endeudamiento se había realizado para solventar negocios privados y que los beneficiarios fueron algunos grupos económicos ligados a los centros financieros internacionales, tales como Macri, Fortabat, Bunge & Born, Bridas, Bulgheroni, Pérez Companc, Techint (Rocca), Soldati, Pescarmona, los que contrajeron la deuda privada, que más tarde sería estatizada con seguros de cambio. Se impulsó de esta manera la lógica del “desendeudamiento” promocionada en los últimos años, que consistió, en realidad, en lograr quitas importantes sobre los intereses de la deuda y no sobre el capital, la cancelación en efectivo de la deuda con el FMI, el acuerdo con el “Club de París”, la jurisdicción en cortes de Estados Unidos y la sumisión a sus leyes, que constituye un grave traspié para la soberanía, y en definitiva, el pago de aproximadamente 190 mil millones de dólares (datos de la Agencia CIFRA), haciendo que Argentina sea prácticamente exportadora de capitales. La renegociación con los Fondos Buitres y el sistema financiero internacional solo acarrean una nueva espiral de endeudamiento que pone en serio riesgo las reservas del país. 5 Ante este nuevo ciclo de endeudamiento, insistimos en que es necesario abrir el debate y retomar la idea de suspender los pagos de la deuda y realizar, aunque tardíamente, una verdadera auditoría sobre la legalidad y el origen de la misma, sobre la negociación en curso y el hecho de que las quitas actuales son sobre los punitorios, esto es algo que no debería ser descartado. Esto tiene una importancia particular, ya que las mayores expectativas del gobierno de Macri radican en la llegada de capitales, pero la crisis del capitalismo mundial y el flujo de estos capitales condicionarán sus políticas. Se debe practicar un escepticismo saludable sobre las promesas de inversiones dignas de las mil y una noches con las que el gobierno amenaza, ya que se basan en una lectura precaria de la situación internacional, dado que hay serios estudios de personajes como Stiglitz o Soros que denuncian que las mejoras relativas que efectivamente ocurrieron en la economía norteamericana no se han invertido en su economía real y mucho menos en la economía de los países en desarrollo, sino en la estrella del capitalismo más actual, la especulación. Como si esto fuera poco por estos días la prensa mundial nos alerta sobre un freno en la economía norteamericana. Todo indica que con un Banco Central que ofrece 38 por ciento de tasa de interés, las inversiones que vengan tengan el carácter de capitales golondrinas y apunten a especular, cosa que por otra parte ya sucedió en otras etapas. Como venimos sosteniendo, debemos analizar la etapa que comienza en clave regional. Es una etapa de grandes desafíos en la que hay que enfrentar políticas de ajuste y sacar conclusiones respecto a cómo defender el proceso latinoamericano. Advertimos en su momento que lo de Argentina venía en clave latinoamericana y vemos como la 6 La renegociación con los Fondos Buitres y el sistema financiero internacional solo acarrearán una nueva espiral de endeudamiento que pone en serio riesgo las reservas del país. ofensiva se está desarrollando actualmente en Brasil y en Venezuela con particular saña. No podemos cerrar los ojos ante la realidad que enfrentamos y debemos reconocer que el proceso latinoamericano iniciado con el triunfo de Chávez en 1998 hoy se encuentra a la defensiva y puede ser revertido. Para enfrentar esta situación, resulta fundamental la articulación entre los revolucionarios del continente, proponemos recuperar los contenidos y el sentido de la Carta de los Cinco y saludamos la iniciativa lanzada durante el Seminario del Partido del Trabajo en México, de realizar un encuentro de Partidos Comunistas a mitad de año en Perú. Tenemos que tomar iniciativa para favorecer este encuentro. Estos desafíos son los que debemos enfrentar como militantes revolucionarios, lo que exigirá un esfuerzo muy fuerte en relación a la situación nacional, e interna del partido, que pasa por la necesidad de un Partido Comunista fuerte y organizado para encarar con una perspectiva de éxito las tareas que son impostergables. Ante esto, nos corresponde for- talecer la convicción de que en el análisis de la crisis del capitalismo actual, el marxismo es un aliado de primer orden y debe serlo en la discusión sobre la necesidad de un debate profundo y sin dogmatismos sobre la construcción de la sociedad post-capitalista. La experiencia vivida a lo largo del siglo XX no ha caído en saco roto y nos ha reafirmado, por ejemplo, en que es un grave error dejarse seducir por la mágica idea del derrumbe espontáneo del capitalismo por acción de sus propias contradicciones, lo cual no le quita peso a la ponderación sobre el carácter de la crisis que el mismo atraviesa en estos momentos, una crisis de nuevo tipo, como ya dijimos, y de alcances civilizatorios. Tomar con la debida seriedad el tema del poder popular y la organización, nos pone frente a la necesidad de generar crecientes espacios de autonomía del pueblo respecto al poder capitalista. Y al mismo tiempo rompe con la idea reduccionista del asalto al Estado de una vez y para siempre, para producir desde allí la transformación, retomando las enseñanzas de Lenin en su obra El estado y la revolución, donde planteaba que la toma del poder del Estado debe ser entendida como un proceso de destrucción del Estado burgués como tal. A lo largo del siglo XX se concibió a la estatización como la principal forma de socialización. Este error, basado entendemos en desviaciones economicistas, establece la tendencia objetiva de la necesidad de un Estado cada vez más fuerte, lo cual entra en contradicción con la teoría marxista y leninista. Esta visión exageradamente economicista abrevaba, a nuestro entender, en una suerte de “mito del desarrollo” impulsado desde la socialdemocracia, que tendía a competir más que poner en cuestión la tendencia al consumismo ilimitado impuesto por el capitalismo. El enfoque de Poder Popular, que considerado en términos gramscianos, significa la ruptura con la hegemonía político-cultural en la que se asientan las verdaderas relaciones de poder del Estado burgués y la construcción de una contra-hegemonía popular, es lo que nos permite no renunciar al salto revolucionario y al tema del aparato estatal, pero nos permite pensar en la deconstrucción de este aparato sin que la misma signifique una pérdida de poder. El poder popular no puede ser tomado sin beneficio de inventario puesto que existe la concepción de paternalismo estatal y hegemonismo político. El enfoque de poder popular nos permitirá, por ejemplo, construir espacios crecientes de hegemonía política, económica y cultural de los trabajadores, pensar en nuevas formas de propiedad social, que sean de propiedad y/o gestión obrera y pensar en modelos de gestión popular de las empresas. Por eso tenemos que pasar de formas de poder que se sintetizan en desplazar a la burguesía del aparato del Estado, a un poder de carácter popular que se construye antes, durante y después de la toma y destrucción del poder estatal burgués, para convertir al sujeto popular revolucionario en el verdadero depositario del poder. Es así que el socialismo del siglo XXI debe ser entendido como un fuerte llamado a la sublevación contra la visión estatista no solo en el tema del ejercicio del poder, sino también en el tema de la propiedad, sin confundir propiedad social con propiedad estatal. Como ya se señaló, insistimos en un programa pos capitalista que se enfoque en esas formas de propiedad, estatal pública, social (de producción efectiva no basada en subsidios) y privada. El ejemplo de la revolución cubana, lo realizado por la misma y las transformaciones y correcciones que enfrenta en el presente deben ser tenidos muy en cuenta. En este proceso de transición hacia el comunismo que representa la sociedad socialista, que avanza hacia la premisa planteada por Marx para el comunismo: «De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!», se deberá ir subordinando también la idea de igualitarismo vigente en buena par- La premisa planteada por Marx para el comunismo de «de cada cual, según sus capacidades, a cada cual, según sus necesidades», se deberá ir subordinando también la idea de igualitarismo vigente en buena parte del socialismo del siglo XX. te del socialismo del siglo XX. En este sentido el tema de una verdadera igualdad de oportunidades debe ser asumido no solo por vía de la justicia social en términos económicos, sino sobre la base de una amplia socialización de los procesos educativos y culturales, como lo planteó Fidel Castro en su me- morable discurso en nuestra Facultad de Derecho en Buenos Aires. Esto es clave ya que resulta imposible separar el concepto de socialismo del de revolución. El capitalismo, por más herido que se encuentre en su presente crisis, es la cumbre que ha alcanzado una sociedad basada en la explotación tanto económica como cultural y usará esta experiencia acumulada para vender cara su derrota. La nueva coyuntura abierta en el país con el triunfo de la derecha macrista debe ser entendida como un momento de reformulación de la política argentina. Se reformula la derecha, se visibiliza la reformulación del peronismo, y el interrogante y el desafío es si podrá reformularse la izquierda para pesar en el curso de los acontecimientos, si podrá convertirse en fuerza animadora de un proyecto pos capitalista, antimperialista o seguirá siendo un factor que, aun reuniendo enormes méritos de esfuerzo, sacrificio e incluso martirio, es manejada por las hegemonías burguesas de distinto carácter como un factor para pintar un panorama de la política burguesa que también “le da” un lugar a la izquierda. Creemos necesario y posible producir estas transformaciones sobre la base de un debate programático que someta a crítica la frustrante experiencia del “capitalismo serio” durante su prolongado paso por el gobierno. Un programa nacional y popular de contenido pos capitalista, con la unidad de distintas fuerzas de carácter liberador nacional y la necesaria integración latinoamericana que trascienda el tema económico social y que acceda al nivel de una coordinación e integración política, para enfrentar a nivel regional al enemigo común que actúa con planes precisos y el cual debe ser enfrentado en cada país y en la región con un plan de las fuerzas populares. 7 Argentina 2016: Claves de una derrota por Atilio A. Boron1 El poder de la crítica y la crítica del poder Lo que sigue es un intento de proponer algunos elementos que arrojen algo de luz sobre las causas y las consecuencias de la derrota del kirchnerismo. El paso del tiempo permite ver con mayor claridad algunas cosas que, en el momento, no siempre pueden ser percibidas con nitidez. Espero que estas líneas sean una contribución a un debate imprescindible e impostergable, que todavía está a la búsqueda de un espacio donde librarlo constructiva y fructíferamente. Para ello se impone analizar lo ocurrido, yendo hasta la raíz de los problemas; llegando hasta el hueso, como dice el habla popular. No puede haber contemplaciones ni eufemismos. Pero la experiencia indica que el poder erige numerosos obstáculos a esta empresa. En el caso que nos ocupa, las críticas intentadas en relación a algunas de las políticas o decisiones tomadas por el kirchnerismo cuando era gobierno tropezaban con la réplica de los allegados a la Casa Rosada que decían que sólo servían para «confundir» o para «sembrar el desaliento y el desánimo» entre la militancia. En algunos casos, ciertos espíritus excesivamente enfervorizados descerrajaban un disparo mortal: la crítica «le hace el juego a la derecha». 1 8 Por consiguiente, aún cuando fueran expresadas con la intención de mejorar lo que debía mejorarse (y no con el propósito de debilitar a un gobierno que se lo apoyaba por algunas cosas que estaba haciendo bien) esas críticas, decíamos, estaban condenadas al ostracismo. Sólo sobrevivían en los pequeños círculos de los amigos, que compartían la preocupación de quien esto escribe, pero no pasaban de allí. Conclusión: no llegaba a los oídos, o a los ojos, de quien debía llegar y las posibilidades de corregir un rumbo equivocado se perdían para siempre. La voz de orden era, pues, de acompañar el proceso y abstenerse de Politólogo. Director del Programa de Educación a Distancia del CCC (PLED). formular críticas o, en caso de hacerlo, cuidar que la misma no trascendiera más allá de un insignificante cenáculo de iniciados. Si provocar el desánimo con la crítica era un pecado imperdonable no pareciera ser menos ahora el «hacer leña del árbol caído», para decirlo con un aforismo de viaja data en nuestra lengua. Algunos fanáticos consideran una traición cualquier pretensión de hacer un balance -lo más realista y equilibrado posible- de la larga década kirchnerista una vez que, derrotada, Cristina Fernández de Kirchner volvió al llano y, supuestamente, se alista para su retorno. Es esto lo que también se señala en una nota de Mempo Giardinelli aparecida en estos días en Página/12: «las autocríticas son necesarias aunque a algunos les moleste y otros cuestionen la oportunidad».2 Entre ambas consignas –«no desanimar» y «no hacer leña del árbol caído»- naufraga la posibilidad de aportar una reflexión crítica en torno a una experiencia que, para bien o para mal, marcó con rasgos indelebles a la Argentina contemporánea. Razón demás para examinar lo ocurrido y, sobre todo, para comprender el origen de una derrota gratuita, que pudo ser evitada y que al no serlo condenó a millones de argentinas y argentinos a pasar, de nueva cuenta, por los horrores del neoliberalismo duro y puro, cosa que ya estamos viendo. Un pensador revolucionario, anticapitalista, comunista, está obligado por una suerte de juramento hipocrático a decir la verdad, a cualquier precio. La «crítica implacable de todo lo existente» fue una de las divisas teóricas y prácticas de Marx y Engels. Y tras sus huellas, Antonio Gramsci hizo suya la máxima de Romain Rolland («la verdad es siempre revolucionaria») y desde sus años juveniles en L’Ordine Nuo- vo la redefinió en un sentido colectivo: «decir la verdad y llegar juntos a la verdad», como acertadamente lo recordara Francisco Fernández Buey.3 Una crítica que es fundamental para examinar los errores y para, aprendiendo de los mismos, asegurarnos que no vuelvan a ser cometidos en el futuro. La historia sigue su curso y seguramente habrá nuevas instancias en donde las clases populares se enfrenten a alternativas similares a las que se vivieron en los años del kirchnerismo. Por eso es preciso el análisis y la crítica, el diagnóstico certero y la propuesta superadora. Una verdad construida entre todos. De lo contrario, si persistiéramos en conformarnos con el relato oficial, las explicaciones convencionales y las ilusiones y fantasías con las cuales se pavimentó el camino del fracaso estaríamos fatalmente condenados a la eterna repetición de lo ya vivido. Los hechos Partamos del reconocimiento de algunos hechos básicos. Primero que nada, admitir que no ganó Cambiemos sino que perdió el Frente para la Victoria. Ningún gobierno pero- nista pierde una elección nacional, y menos por poco más de dos puntos porcentuales. Eso no existe en el ADN del peronismo. Si tal cosa ocurrió fue por una insalubre mezcla de diagnósticos equivocados, pasividad de la dirigencia (que no militó la candidatura de Scioli ni aseguró la presencia de fiscales en las mesas electorales, increíblemente ausentes en distritos de nutrida votación peronista) y soberbia presidencial. El resultado de esta nefasta combinación de factores fue la mayor derrota jamás sufrida por el peronismo a lo largo de toda su historia. Siendo gobierno perdió la nación, la provincia de Buenos Aires y no pudo conquistar a la ciudad de Buenos Aires. También perdió Mendoza y Jujuy, antes había perdido el otro bastión histórico del peronismo: la provincia de Santa Fe, y nunca pudo hacer pie en Córdoba. Algunos replicarían diciendo que Ítalo Luder fue desairado en las presidenciales de 1983, cuando a la salida de la dictadura Raúl R. Alfonsín se alzó con la victoria. Pero Luder no era gobierno; aspiraba a serlo pero no estaba en la Casa Rosada. No ganó, pero no perdió nada porque nada había ganado. Lo 2 «Paisaje después de la batalla y la autocrítica que falta», en http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-288716-2015-12-21.html Hasta donde yo sé es la primera exigencia frontal de una autocrítica publicada en un medio gráfico kirchnerista. No he visto ni escuchado nada igual en la radio y la televisión. Comparto el 95 por ciento de lo que dice Giardinelli, excepto su sobrevaloración de los éxitos económicos del kirchnerismo y mucho menos aquello de que «estos 12 años fueron una fiesta para vastos sectores populares.» Ojalá que su ejemplo se multiplique. 3 Francisco Fernández Buey, «La política como ética de lo colectivo», en F. Álvarez Uría (Comp.) Neoliberalismo versus democracia (Madrid: Las Ediciones de La Piqueta, 1988) pp. 26-40. 9 ocurrido con Cristina Fernández de Kirchner, en cambio, no tiene precedentes en la historia del peronismo. Este había sido desalojado del poder por la vía del golpe militar en dos oportunidades: 1955 y 1976. El peronismo en su versión menemista fue vapuleado en 1999 por la Alianza, pero en esta participaba otra versión del peronismo, el Frepaso. Y, además, si bien Eduardo Duhalde se vio postergado por el imperturbable Fernando de la Rúa, el Partido Justicialista retuvo el bastión histórico del peronismo: la crucial provincia de Buenos Aires, imponiendo la candidatura de Carlos Ruckauf. Ahora, en cambio, se perdió todo. Y tal como ocurriera en 1955 y 1976, las estructuras dirigentes del peronismo -en este caso el Frente para la Victoria, La Cámpora, Unidos y Organizados, el Partido Justicialista y la CGT oficial- fueron fieles a la tradición y se borraron antes de la partida decisiva. Una deplorable recurrencia histórica que no debiera pasar desapercibida para quienes aspiran reconstruir un gran frente opositor con esos mismos componentes. Ante una catástrofe política de estas proporciones, que siguiendo una vieja práctica muchas figuras del kirchnerismo han procurado minimizar, se impone la necesidad de aprender de la experiencia y de identificar las causas de lo ocurrido. No se trata aquí de atribuir culpas, ca- 4 10 tegoría teológica ajena al materialismo histórico, sino de ponderar y asignar responsabilidades. Y en este terreno la responsabilidad principal, aunque no exclusiva, le cabe a la jefa indiscutida del movimiento, algo también señalado en la nota de Giardinelli. Fue CFK quien armó la fórmula presidencial, las listas de legisladores nacionales y provinciales, designó a los candidatos a las gobernaciones y las intendencias y hasta la última semana de la campaña estableció el tono de la misma. No estamos diciendo nada nuevo sino simplemente reproduciendo lo que, en voz baja, murmuran kirchneristas «de paladar negro», contrariados y disgustados por la suicida arbitrariedad de su jefa. La responsabilidad de Cristina, por lo tanto es enorme, pero no es exclusiva. No es mucho menor la que recae sobre el «entorno» presidencial: ministros, asesores, hombres y mujeres de confianza que incumplieron su obligación de informarle con veracidad y advertirle del curso autodestructivo de algunas de sus decisiones. Su misión era señalarle que, por ese rumbo, el proyecto se encaminaba hacia una derrota histórica. No quiero ser injusto porque me consta que hubo quienes, en ese entorno, trataron de hacer llegar la voz de alarma. Pero la arrolladora personalidad de Cristina y su sordera política hicieron imposible la transmisión de ese mensaje, y su círculo inmediato fracasó en evitar el desastre. Puede llamar la atención la gravitación que se le atribuye en este análisis al «estilo personal de gobernar» de la ex presidenta. Apelo a esta expresión forjada por un gran intelectual mexicano, Daniel Cosío Villegas, quien la utilizara en su estudio sobre el sexenio del presidente Luis Echeverría Álvarez en México (1970-1976). En las páginas iniciales nuestro autor dice algo que se ajusta bastante bien a lo ocurrido en la Argentina durante el gobierno de CFK. Dice Cosío Villegas que «puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea que resulta fatal que la persona del presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible. Es decir, que el temperamento, el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y la experiencia personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por lo tanto, en sus actos de gobierno».4 Reemplácese México por Argentina (con la salvedad hecha en la nota al pie) y el diagnóstico conserva toda su validez para describir la gestión de CFK y su personalísimo estilo de gobernar, con sus virtudes y sus defectos, sobre todo para sortear las trampas de la coyuntura política. Estilo personalísimo exaltado por sus seguidores como El estilo personal de gobernar (México, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1974). Me limitaría a señalar que el poder de la presidencia en la el corolario inexorable de su indiscutible liderazgo del movimiento nacional justicialista y vilipendiado por sus críticos como un atropello a los principios fundamentales del orden republicano.5 Volveremos sobre este asunto hacia el final de este ensayo. Lo cierto es que el resultado de esta derrota fue la irrupción en las alturas del estado argentino de una coalición de derecha, Cambiemos, cuya columna vertebral es el PRO, un partido auspiciado por diversas agencias federales del gobierno de Estados Unidos –como la NED, el Fondo Nacional para la Democracia; o la USAID, y otras por el estilo- o por ONGs internacionales que actúan eficaz -si bien indirectamente- en la región a través de la mediación de dos lenguaraces hispanoparlantes: José M. Aznar, desde España y Álvaro Uribe en Colombia. Son ellos a quienes el imperio les asignó la tarea de coordinar y administrar financieramente el proyecto de reinstalar a la derecha en el poder en la región, para lo cual promovieron la modernización de las arcaicas derechas latinoamericanas, renovaron sus vetustos cuadros y estilos comuni- cacionales y desplegaron una fenomenal campaña de articulación continental de medios de prensa que, con tono invariablemente monocorde hostigan a los gobiernos de izquierda o progresistas de la región a la vez que ensalzan los grandes logros democráticos y sociales de México, Colombia, Perú o Chile. En la pasada elección presidencial los estrategas de Cambiemos se las ingeniaron para aglutinar en torno a su candidato a políticos y militantes procedentes del peronismo y, en gran medida, de la casi difunta Unión Cívica Radical. Dado lo anterior Cambiemos será un hueso duro de roer para los sectores populares en la Argentina porque a diferencia de sus predecesores cuenta con el apoyo de una poderosa coalición conformada por la clase dominante local, la oligarquía mediática, «la embajada» y el capital internacional. No hay que equivocarse. Cambiemos es mucho más que un conglomerado meramente local; es la expresión nacional de la contraofensiva del imperialismo; es su bien afilada punta de lanza utilizada para cortar de cuajo el eje Buenos Aires-Caracas. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, en la actualidad Ar- gentina se ha convertido en una pieza importante en el tablero geopolítico del hemisferio cuyo control Estados Unidos ansía recuperar lo antes posible. Una Argentina que asuma integralmente, como lo ha hecho el nuevo presidente, la agenda de Estados Unidos para la región (agredir a Venezuela, cosa que hizo en la reunión de presidentes del Mercosur en Asunción; enfriar las relaciones con Bolivia, Cuba y Ecuador; tomar distancia de China y Rusia; apoyar la fantasmagórica Alianza del Pacífico y el Tratado Trans Pacífico; «reformatear» en clave ultraneoliberal al Mercosur; sabotear a la UNASUR y a la CELAC, etcétera) es una valiosa ayuda en una coyuntura internacional tan erizada de peligros como la actual. No sólo para facilitar la erosión de la Revolución Bolivariana en Venezuela, como se comprobó en las elecciones que tuvieron lugar en ese país el pasado 6 de Diciembre, sino también para aumentar la presión destituyente sobre Dilma Rousseff. El expresidente brasileño Fernando H. Cardoso había anticipado, a comienzos de Noviembre, que un triunfo de Macri facilitaría el desplazamiento de Dilma.6 Y eso es lo Argentina nunca fue tan inmenso como en México debido a que nuestro estado, por comparación al mexicano, es más débil. Ese «emperador sexenal» del que hablaba el estudioso mexicano nunca existió con esa fuerza en la tradición presidencialista argentina. 5 No puedo dejar de anotar que muchos de los sedicentes cultores del republicanismo conservador (porque hay otro, popular y de raíz maquiaveliana) han guardado un escandaloso silencio ante los atropellos a la división de poderes del gobierno de Mauricio Macri al pretender designar dos ministros de la Corte Suprema sin la aprobación del Senado o hacer uso abusivo de los Decretos de Necesidad y Urgencia. Como siempre, la derecha, aquí y en todo el mundo, tiene dos estándares éticos: uno para los amigos, otro para los enemigos. ¡Y después tiene la desfachatez de acusar a estos últimos de «fomentar la división de la familia argentina» o de abrir «la grieta»! 6 Cf. «El resultado en los comicios argentinos me animó mucho», en La Nación, Domingo 1 de Noviembre 2015 http:// www.lanacion.com.ar/1841627-el-resultado-en-los-comicios-argentinos-me-animo-mucho. 11 que ha venido ocurriendo. Por eso la Argentina ha adquirido ante los ojos de Washington una importancia que, me atrevería a decir, jamás había tenido antes. Cierra el perverso triángulo, hasta ahora incompleto, con Aznar y Uribe; debilita a Maduro y facilita la destitución de Dilma y dispara en la línea de flotación de la UNASUR y la CELAC. Por eso los voceros del imperio, aquí y allá, han prometido una ayuda financiera muy significativa para «bancar» los primeros meses del gobierno de Macri y colaborar con él en su cruzada restauradora. Y hasta ahora han cumplido y nada hace suponer que Washington abandonará esta postura en los próximos años.7 Interpretaciones La del kirchnerismo es la primera derrota de un gobierno progresista o de centroizquierda en Latinoamérica desde el triunfo iniciático de Chávez en Diciembre 1998. Hacía tiempo que muchos observadores venían pronosticando un «fin de ciclo» progresista. ¿Será el triunfo de Macri el punto de no retorno de un proceso involutivo regional, o se trata tan sólo de un traspié, de un retroceso temporario?8 Difícil de prever, aunque dejo sentada mi discrepancia con muchos diagnósticos catastrofistas. Dejemos por ahora esta discusión de lado para adentrarnos en la explicación de la derrota. En este terreno es necesario distinguir dos órdenes de factores causales: algunos de carácter económico, más mediatos y generales, resultantes de ciertas decisiones macroeconómicas tomadas por el gobierno de CFK que debilitaron su fortaleza electoral; y otros, mucho más inmediatos y vinculados a la campaña electoral. a) Las causas mediatas La tan mentada «profundización del modelo» quedó a medio camino. Más allá de la nebulosa que rodeaba esa consigna, y que la tornaba incomprensible para muchos, lo cierto es que esa profundización, seguramente por el costado de una mayor redistribución de riqueza e ingresos, control de los oligopolios, reforma tributaria, estricta regulación del comercio exterior y de los flujos financieros, entre otras materias, no tuvo lugar. Esto no equivale a desconocer los importantes cambios que hubo en la sociedad y la economía argentinas, muchos de ellos importantes y positivos aunque otros no tanto. Desgraciadamente, las pesadas herencias del neoliberalismo siguieron haciéndose notar durante los años del kirchnerismo, en algunos casos de forma un tanto atenuada. Pero lo que quedó en pie –la debilidad del estado y su reducida capacidad para regular mercados y corporaciones, la precarización laboral, la inequidad tributaria, la extranjerización de la economía, la vulnerabilidad externa- es más que suficiente como para descartar las fantasías alentadas por algunos aplaudidores oficiales y que aseguraban que países como la Argentina o el Brasil habían entrado en las serenas aguas del «posneoliberalismo.» Ojalá hubiera sido cierto, porque no estaríamos como estamos en estos dos países. Pero no es la intención de estas líneas analizar al modelo económico del kirchnerismo. Sí quiero llamar la atención sobre algunos componentes de su política económica que impactaron negativamente sobre el electorado kirchnerista. En primer lugar la inflación, que devaluó la enorme inversión social realizada por el gobierno y castigó sobre todo a los sectores populares, cosa archisabida en la experiencia argentina. Se demoró mucho tiempo en iniciar un combate, que recién lo lanza el ministro Axel Kicilloff con el programa «Precios Cuidados» y que obtuvo un éxito Basta observar el comportamiento de los grandes capitalistas locales e internacionales cuando el gobierno de Macri decidió poner fin al «cepo cambiario»: el dólar se cotizó el Martes 22 de Diciembre, cuatro días después de su liberación, a poco más de 13 pesos por dólar. Si esto lo hubiera hecho CFK la ofensiva especulativa seguramente lo hubiera proyectado a los 20 pesos por dólar, o más. 8 Sobre este tema recomiendo la lectura de la magnífica compilación hecha por ALAI: http://www.alainet.org/es/revistas/510. 7 12 nada desdeñable. Se cayó en el craso error de pensar que cualquier política antiinflacionaria debería inevitablemente ser de cuño neoliberal. Y la inflación -encima de todo pésimamente medida por el INDEC y peor anunciada mes a mes por el gobierno- carcomió sin pausa los bolsillos populares y, peor aún, la credibilidad de un gobierno que propalaba cifras que no eran creíbles y que provocaban una mezcla de sarcasmo y furia entre los más pobres, los más afectados por el continua alza de los precios. La apoteosis llegó pocos meses antes de las elecciones cuando el Jefe de Gabinete aseveró que los índices de pobreza de la Argentina (5 %) eran inferiores a los de Alemania, lo cual acentuó aún más la bajísima credibilidad que tenían las estadísticas oficiales. Así, mientras el gobierno alardeaba con índices anuales de inflación en el orden del 10 % el Ministerio de Trabajo homologaba convenios colectivos, pactado entre sindicatos y la patronal, con aumentos salariales que oscilaban en torno al 28 %, en un tácito reconocimiento de cuál era la realidad de la inflación en la Argentina. Una eficaz política antiinflacionaria, heterodoxa, hubiera evitado ese desgaste económico y político. Pero para ello era preciso hincar el diente sobre la concentración oligopólica de los formadores de precios de la economía argentina, algo que el kirchnerismo no quiso, no pudo o no supo hacer. En segundo lugar, el empecinamiento de la Casa Rosada en mantener ese absurdo impuesto deno- minado «Ganancias» y que pagan los trabajadores (un poco) mejor remunerados. Su sólo nombre, «Ganancias», de por sí equivale a una provocación porque se aplica a sueldos y salarios, no a la rentabilidad de las empresas. Pese a los incesantes y unánimes reclamos exigiendo la derogación de tan impopular tributo, que para colmo al no ajustarse el mínimo no imponible por la inflación abarcaba a un número cada vez mayor de contribuyentes cautivos, este impuesto fue caprichosamente sostenido por el gobierno. Cifras oficiales confirman que en el año 2014, pagaron este impuesto poco más de un millón de asalariados, o el 11 % de los trabajadores registrados («en blanco») que había ese año en la Argentina. ¿Quiénes fueron, más específicamente, los afectados? Principalmente a los votantes del kirchnerismo, reclutados entre las capas medias (profesionales, maestros, empleados de comercio, de la administración pública, etcétera) y los niveles superiores de la clase obrera, que veían injustamente recortados sus ingresos mientras que las grandes fortunas y los grandes capitales encontraban numerosos resquicios legales para eludir el pago de impuestos. O, como en el caso de los jueces y los trabajadores empleados en el sector judicial, que estaban exceptuados por ley del pago de ese tributo. En suma: inflación más ganancias fueron decisivos a la hora de recortar la base social del kirchnerismo y, tal vez en mayor medida aún, en aplacar el entusiasmo militante de años anteriores o desatar un sordo resentimien- to que, poco después, se expresaría en las urnas. Tercero: el dólar. En efecto, la introducción de las restricciones a la compra de dólares golpeó fuertemente a los sectores medios, mayoritariamente volcados a favor de CFK en las elecciones presidenciales del 2011. Con las limitaciones establecidas por el gobierno en los últimos cuatro años –en lo que la prensa hegemónica no tardó en caracterizar como el «cepo cambiario»- aquellas capas y clases sociales intermedias se encontraron sin capacidad de ahorrar en dólares, en un país en donde la inflación crónica no ofrece demasiados instrumentos de ahorro fuera del dólar y en donde automóviles, viviendas y la tierra se cotizan abiertamente en dólares. Esto dificultó, a veces hasta impidió, que muchos votantes del kirchnerismo pudieran acceder a las pequeñas cantidades de dólares con las que procuraban juntar el dinero para entrar en un plan de pagos de un pequeño departamento, para adquirir un automóvil, para no mencionar sino ejemplos bien conocidos de estos problemas. El «cepo», en cambio, no perjudicó en lo más mínimo a las grandes fortunas o a las grandes empresas, que siguieron adquiriendo y fugando dólares sin dificultades. Se calcula que en los últimos diez años salieron del país 100.000 millones de dólares, y no precisamente fugados por los pequeños ahorristas. Esta absurda restricción, cuyos efectos recesivos saltan a la vista habida cuenta del elevado grado de internacionalización de los 13 procesos productivos en la Argentina, podría haberse evitado introduciendo rigurosas regulaciones en el comercio exterior. Téngase presente que este país exportó, unos 60.000 millones de dólares como promedio anual entre el 2002 y el 2014, con picos en torno a los 80.000 millones, de modo que mal se podría decir que «no había dólares.» Los había, pero en manos de un pequeño círculo de exportadores, principalmente agropecuarios y mineros. Regulaciones, decíamos, tal como las que en los años cuarenta introdujera Juan D. Perón enfrentado a una situación similar, claro que con las necesarias actualizaciones exigidas por la nueva fase del desarrollo capitalista. Pero no se hizo, de ahí la restricción en el mercado cambiario y sus nefastas consecuencias políticas. b) Causas inmediatas: el interminable catálogo de errores de campaña A los factores señalados más arriba se sumaron una serie de graves errores cometidos antes y durante la campaña electoral del oficialismo. Antes, en efecto, al haber combatido ferozmente a quien a la postre sería el único candidato viable, posible, presentable que tenía el kirchnerismo. No era el preferido por las bases kirchneristas, pero no había otro. Me refiero, naturalmente, a Daniel Scioli. No sólo Cristina Fernández de Kirchner no perdió ocasión de humillarlo y hostigarlo durante ocho años, casi hasta las semanas finales de la campaña cuando la suerte estaba echada, sino que el entorno presidencial se 14 solazó en hacer lo propio, en una especie de demencial competencia para ver quien disparaba los dardos más afilados y mortíferos contra el único político que podía haberles evitado la debacle. Pocas veces se vio una demostración de estupidez política tan grande como la que los argentinos presenciamos este año. Y el tema venía de antes, porque a nadie se le escapa que la prodigalidad con que CFK transfería fondos a otras provincias – sobre todo a Santa Cruz, de nula gravitación electoral- no se repetía en el crucial caso de la provincia de Buenos Aires, histórico bastión del peronismo que no debía rifarse en una absurda pugna para evitar que Scioli se presentase en la carrera por la presidencia. La lógica, para llamarla de algún modo, parecía ser la siguiente: si no hay otro candidato entonces que sea Scioli, pero si es Scioli que llegue con lo justo, no sea cosa que acumule demasiado poder. Y si llega a la Casa Rosada ¡en ningún caso con más del 54 % de los votos que obtuvo CFK en 2011!-, y que quede claro que llegó gracias a la presidenta. Pero el asunto era mucho más complicado y desafiaba esas simplistas elucubraciones. Ya en las legislativas del 2009 Francisco de Narváez había derrotado al FpV en la provincia, ¡a una lista encabezada nada menos que por Néstor Kirchner y Daniel Scioli! La formidable elección de Cristina en el 2011 repotenció la soberbia oficial, y muchos cayeron en la ilusión de una provincia de Buenos Aires eternamente kirchnerista. La elección parlamentaria del 2013 propinó un golpe durísimo a esas ensoñaciones: victoria de Sergio Massa con 44 % de los votos y derrumbe de la estrategia oficial de alcanzar la reforma constitucional que habilitara la «re-re» de CFK. La derrota del 2015 en la provincia, por lo tanto, no fue un rayo en un día sereno. Estaba en el horizonte de lo posible, pero la ceguera del oficialismo no se percataba de ello. Se veía venir, pero como dice la sabiduría popular, «una cosa es verla venir y otra mandarla a llamar.» Bastaba para ello con algún pequeño paso en falso. En lugar de uno fueron varios, como veremos a continuación. Segundo. Los dioses parecían sonreírle al kirchnerismo cuando Martín Lousteau irrumpió inesperadamente en la elección por la jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires obligando al candidato macrista, Horacio Rodríguez Larreta, que no pudo ganar en primera vuelta, a enfrentar un amenazante balotaje. En ese momento la carrera presidencial de Macri pendía de un delgado hilo porque si Lousteau, a la cabeza de un heterogéneo conglomerado de fuerzas, lograba arrebatarle la CABA al macrismo el futuro del jefe político del PRO entraría en un cono de sombras del cual le sería extremadamente difícil salir para las presidenciales de octubre. Sin embargo, en lugar de sumar fuerzas para lograr la estratégica derrota del PRO en la ciudad capital de la Argentina la conducción del FpV se refugió en un discurso fundamentalista y bajo el argumento que uno y el otro eran iguales, que Lousteau era lo mismo que Rodríguez Larreta, se abstuvieron de orientar a sus seguidores para que apoyaran a aquél para, de ese modo, descargar un golpe de nocaut al macrismo. Una parte importante de la militancia y seguidores del FpV hizo caso omiso de la directiva de sus líderes y entendió mejor que ellos como era la jugada y que el voto táctico por Lousteau era lo que correspondía hacer. Una vez más la base superó en inteligencia política a la conducción. Pero, desgraciadamente, la vacilación de la Casa Rosada hizo que este último esfuerzo no fuera suficiente y el macrismo se impuso por apenas un 3 % de los votos, siendo derrotado en 9 de las 15 comunas en que se divide la ciudad de Buenos Aires. Como es bien sabido, hay notables paralelismos entre la lucha militar y la lucha política. Sun Tzu, el padre de la estrategia militar desde el siglo V antes de Cristo, recomienda, en su notable El Arte de la Guerra, que se «ataque al enemigo cuando no está preparado, y aparezca allí donde no es esperado. Para un estratega éstas son las claves de la victoria.» Los mariscales del FpV parece que no lo leyeron. Si lo hubieran leído y aplicado las enseñanzas del gran general chino a la coyuntura del balotaje porteño probablemente la situación de la Argentina, y de América Latina, sería hoy bien diferente. Tercero, luego de algunos titubeos se optó por completar la fórmula presidencial con la candidatura de Carlos Zannini como vice. No fue Scioli quien eligió a su compañero sino CFK quien, por su cuenta o pésimamente asesorada, impuso a su hombre de la más estricta confianza con la misión de asegurar que, en la ya descartada exitosa sucesión presidencial, Scioli no se desviaría del rumbo trazado por la presidenta y sería, en efecto, el candidato «del proyecto» y manejado a control remoto por ella. No bastaba para asegurar la sumisión de Scioli al liderazgo tras bambalinas de CFK la nutrida presencia de diputados y senadores kirchneristas en el Congreso, o el ya descontado control de la estratégica provincia de Buenos Aires. En el enrarecido microclima de la Casa Rosada prevalecía la obsesión por garantizar la total obediencia del seguro sucesor de Cristina imponiendo el nombre del vicepresidente, ignorando, por lo visto, que este cargo es poco menos que ornamental y de carácter eminentemente decorativo en regímenes presidencialistas como los de Latinoamérica. Y esto no sólo en nuestros países: ¿quién se acuerda de los nombres de los vicepresidentes recientes de Estados Unidos? ¿Alguien podría identificar a Joe Biden, actual vice de Obama, en una fotografía? En síntesis: un gesto absurdo y gratuito. Esta fórmula, «kirchnerista pura» apaciguaba seguramente la ardiente incertidumbre del entorno, pero tenía un fatal talón de Aquiles cuyo ominoso desenlace se pondría en evidencia en la primera vuelta de la elección presidencial cuando obtuvo dos puntos menos que los obtenidos en las PASO (elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias). La esperanza de superar el umbral del 40 % de los votos y obtener más de 10 puntos porcentuales de diferencia con Macri probó ser una ingenua ilusión -alimentada ¿inocentemente? por los encuestólogos- y la razón es clarísima: la fórmula carecía de capacidad expansiva, no incorporaba un solo votante más, no captaba absolutamente ningún elector independiente o indeciso, por más que simpatizase en general con las políticas del kirchnerismo o se sintiera atraído por su solidaridad con Chávez, Maduro, Evo, Correa o la Revolución Cubana y, por lo tanto, carecía de potencialidad de crecimiento. Un error mayúsculo que podría haber sido evitado si Scioli elegía (él, no Cristina) un compañero de fórmula si no atractivo al menos digerible para otros sectores que no fueran los «cristinistas». Y había varios que podían haberlo acompañado. Cuarto error: la obcecación por imponer como candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires al por entonces Jefe de Gabinete de Ministros de CFK, Aníbal Fernández. Este era un hombre que tenía el más elevado nivel de rechazo en la provincia y su ladero en la fórmula, Martín Sabatella, era el segundo más rechazado. No interesa, para los fines de este análisis, discernir cuáles eran los fundamentos de estos rechazos, si obedecían a problemas reales o a una pertinaz campaña mediática, que a mi juicio fue determinante. Lo cierto es que esta surtió efecto, pero la 15 Casa Rosada no extrajo las correctas consecuencias del caso. La fórmula Fernández-Sabatella también irritó a muchos sectores del peronismo bonaerense (que no ahorraron municiones en el «fuego amigo» a la cual la sometieron). Por lo tanto, rechazo a nivel de la opinión pública y también en los cuadros del PJ. Resultado: se socavó el apoyo a Scioli y dejó servido en bandeja para el macrismo el principal distrito del país. Algunos informantes muy calificados dicen sotto voce que el Papa Francisco habría asegurado un discreto apoyo al sciolismo (cosa que lo hizo, elípticamente, al declarar poco antes de la elección, «Voten a conciencia, ya saben lo que pienso») y sugerido la conveniencia de que un hombre como Julián Domínguez, muy allegado a la Iglesia y su obra pastoral en el conurbano bonaerense, fuese el candidato a gobernador. Aparentemente la Casa Rosada tenía otras prioridades y su pedido fue desoído. Quinto, el interminable internismo al interior del kirchnerismo, o como lo denominaran algunas de sus víctimas, «el fuego amigo.» Innumerables ejemplos demuestran los alcances a que llegó ese proceso. Un día Scioli hace duros planteos en relación al FMI, y al día siguiente el Ministro de Economía Axel Kicillof aparece en una foto de lo más amable con la Directora Gerente del FMI, la Sra. Christine Lagarde. Un grupo de La Cámpora instala una sombrilla en una esquina porteña y reparte volantes con la lista de los candidatos a diputados por el FpV, sin incluir referen- 16 cia alguna a Scioli. En la esquina de enfrente, la «ola naranja» del sciolismo instala otra mesa y sombrilla y volantea a favor de Scioli, ninguneando a los candidatos a diputados de la misma agrupación política. O se hacen ¡dos actos de cierre de campaña en el Luna Park: uno para la lista de los diputados y otro para Scioli! Difícil convencer a la gente que vote a un espacio político surcado por contradicciones tan flagrantes. Sexto y último (aunque se podría seguir con muchos otros ejemplos de este tipo): contrariamente a todo lo que indican los estudios sobre el tema, el kirchnerismo adoptó un estilo de campaña negativa que, desde la derrota de Pinochet en el referendo de 1980, cayó completamente en desuso y no por razones éticas sino porque sencillamente no funciona y termina convirtiéndose en un boomerang. Pinochet lanzó una campaña de ese tipo contra los partidos herederos de la Unidad Popular de Allende, y perdió categóricamente. A partir de ese momento los estudios sobre las campañas políticas coincidieron en señalar los muy limitados alcances y los peligros de una campaña montada sobre la satanización del adversario. De hecho, la imagen que transmitió Scioli era la de un hombre cuya única misión era demostrar lo malo que era Macri, lo pernicioso que sería su gobierno y su inconmovible e incondicional defensa de Cristina. Su campaña estaba dirigida hacia atrás, a defender la «década ganada» y no a proponer cuáles serían los lineamientos generales de su programa de gobierno. No había el menor atisbo de que su comando de campaña hubiese percibido que vastos sectores de la sociedad querían un cambio, cosa que los astutos planificadores estratégicos de Cambiemos advirtieron con mucha antelación. Es cierto: había un absurdo que fomentaba una actitud negligente en relación a esta demanda de cambio porque, cuando consultada, la mayoría no sabía qué era lo que quería cambiar y en qué dirección impulsar el cambio. Pera esa demanda: oscura, visceral, mezcla de aburrimiento y de hastío pero mediáticamente formateada estaba allí y había que tener una respuesta. El sciolismo no la tuvo. Sólo después del debate con Macri, el domingo 15 de Noviembre y a una semana del balotaje, Scioli empezó a asumir esta necesidad de cambio y desmarcarse de la tutela de Cristina. Pero ya era demasiado tarde. Dificultades del cálculo y la previsión políticas A todo lo anterior es preciso agregar algunos otros factores que coadyudaron para producir la debacle del 22-N. El ya mencionado abandono del que fue víctima Scioli por parte de las organizaciones del kirchnerismo es uno de ellos. Otro, sin duda, fue la caprichosa política seguida en relación a la provincia de Córdoba y que tuvo como efecto la devastadora derrota de Scioli a manos de su oponente, que en ese distrito obtuvo la ventaja decisiva para asegurar su victoria. Hay quienes en el FpV sostienen que la pasividad con que el oficialismo enfrentó el desafío electoral obedecía al cálculo ya mencionado: asegurar un triunfo de Scioli pero ajustado, jamás superior al 54 % obtenido por CFK en el 2011. De no ser posible la victoria del oficialismo, un triunfo de Macri no sería visto con demasiada preocupación porque las bancadas del FpV en el Congreso y la gravitación del gobierno de la provincia de Buenos Aires serían suficientes para establecer límites muy estrictos a lo que pudiera hacer el candidato de Cambiemos si resultara vencedor de la contienda. En los dos casos el supuesto era que ambos gobiernos serían de corta duración y facilitarían el triunfal retorno de CFK a la Casa Rosada, emulando una rotación como la que había retornado a Michelle Bachelet a La Moneda luego del interludio de Sebastián Piñera. Pero algunas mentes afiebradas iban más lejos y creían que no sería necesario esperar cuatro años ya que el deterioro tanto de Scioli como de Macri se produciría en dos años como máximo. Por supuesto, dada la elevada volatilidad de la política argentina son muy pocas las hipótesis que pueden ser descartadas de antemano pero, hasta ahora, lo que ocurrió parecería desbaratar sin clemencia estos pronósticos y esto por dos razones: uno, porque la lealtad de los miembros del Congreso ha sido tradicionalmente muy vulnerable a la influencia de la Casa Rosada y los gobernadores provinciales, siem- pre necesitados del auxilio financiero que sólo aquella puede prestar y que puede torcer las voluntades más firmes de diputados y senadores. No es lo mismo jurar lealtad a Cristina cuando ella está en la Casa Rosada y cuando está en El Calafate. Y segundo porque, además, el refugio estratégico que ofrecía la provincia de Buenos Aires para capear el transitorio temporal político en el plano nacional quedó sepultado bajo el inesperado aluvión de votos que catapultó a María Eugenia Vidal a la gobernación bonaerense. Dado este cúmulo de errores, notable por su número y su calidad, surge de inmediato la pregunta acerca de cómo fue entonces posible que Scioli terminara el balotaje con casi un 49 % de los votos. La respuesta es la siguiente: ante el resultado del debate que tuvo lugar una semana antes de la segunda vuelta, de donde emergió claramente la inminencia de un posible triunfo de Macri, se produjo un verdadero «ataque de pánico» en el difuso pero amplio espacio de la progresía y sectores de la izquierda, hasta ese momento confiados en la certeza del relato oficial que anticipaba una fácil victoria del candidato kirchnerista, inclusive en la primera vuelta. Tan convencidos estaban de esto que algunos hasta se podían dar el lujo de militar el voto en blanco, una típica maniobra del «polizón» en teoría de los juegos: dejarle al resto de la sociedad la penosa tarea de «votar desgarrados» a Scioli, como lo señalara con lucidez Horaco González, mientras los votoblanquistas se iban a dormir con su conciencia revolucionaria en paz y los otros regresaban maldiciendo haber tenido que votar a un candidato que no querían pero preferían a Macri. En la noche del debate una centella recorrió el campo de la progresía y la izquierda, y la constatación de la catástrofe que se avecinaba provocó la espontánea movilización de vastos sectores de la sociedad civil que ante la imperdonable deserción del FpV, La Cámpora, UyO, el PJ y las organizaciones sindicales encuadradas en el kirchnerismo salieron a la calle imbuidos de un fervor militante como no se había visto desde las grandes jornadas de finales del 2001 y comienzos del 2002. Cabe decir que esa irrupción de las masas para revertir lo que aparecía como una inminente debacle electoral es una de las notas más promisorias y esperanzadoras de cualquier pronóstico sobre el futuro de la política argentina. Cosa que, por otra parte, también se manifestó en el acto de despedida a Cristina el 9 de Diciembre y las sucesivas autoconvocatorias a protestar contra las draconianas medidas de Macri en los primeros meses de su gestión, como por ejemplo la que tuvo lugar en el Parque Centenario de Buenos Aires para escuchar al ex ministro de Economía Alex Kicillof. Es ese espacio de autoconvocados y movilizados donde deberá trabajar la izquierda para construir esa alternativa que el kirchnerismo no supo ser. Pese a los contornos pesimistas del análisis anterior es preciso reafirmar, una vez más, que la historia está 17 abierta y que su incesante dialéctica puede desairar las previsiones mejor fundadas. Una cosa es el triunfo electoral de una coalición de derechas y otras muy distintas es que pueda llevar adelante su programa y realizar las transformaciones que estaban inscritas en su plataforma de gobierno. Por supuesto, esto tampoco puede ser descifrado como una reedición de la teoría de la irreversibilidad de los procesos transformadores: la triste experiencia del derrumbe de la Unión Soviética y su posterior regresión al capitalismo salvaje o la violenta interrupción de las experiencias progresistas o de izquierda en Guatemala (1954), Brasil (1964) o Chile (1973) son elocuentes muestras de que los progresos políticos que se experimentan en un momento pueden ser revertidos en un período posterior. La autocrítica y la necesidad de realizar un balance del kirchnerismo Antes de concluir es necesario dejar en claro que las páginas precedentes no pretendieron ser un balance de los doce años del kirchnerismo. Su objetivo ha sido más modesto: tratar de entender por qué se derrumbó una experiencia sociopolítica y económica que podía haber continuado su curso y profundizado las incipientes transformaciones que habían tenido lugar en ese período. Y, sobre todo, promover un debate hasta ahora inexistente, o que se lleva a cabo silencio- 18 samente y en las sombras. Estas reflexiones finales pretenden acercar algunas ideas para un esfuerzo de síntesis y evaluación que necesariamente deberá ser colectivo. Fue y seguirá siendo motivo de intenso debate las razones por las cuales algunas fuerzas u organizaciones progresistas y de izquierda, el Partido Comunista entre ellas, apoyaron críticamente este proceso. El kirchnerismo, fiel expresión del peronismo, jamás tuvo una propuesta anticapitalista. Es más, sobre todo Cristina creía, y cree todavía, en un «capitalismo racional» o «capitalismo serio.» La izquierda, para ser tal, es necesariamente anticapitalista. Se opone a un sistema que condena a gran parte de la humanidad a vivir en la pobreza, la abyección y las guerras. Y, además, porque destruye como nunca antes a la naturaleza. El kirchnerismo no tenía la superación del capitalismo en su agenda, ni siquiera remotamente. ¿Por qué brindarle entonces un apoyo crítico? La respuesta no parece difícil de entender, o no debiera serlo: Néstor Kirchner sintonizó muy rápidamente, al inicio de su gestión, con el nuevo clima político regional inaugurado luego del ascenso de Hugo Chávez Frías a la presidencia de Venezuela en Enero de 1999. Se alineó rápidamente con el líder bolivariano y junto con Lula entre los tres protagonizaron la histórica derrota de Estados Unidos en Mar del Plata. Por otra parte, en el plano doméstico Kirchner avanzó en el juicio y castigo a los culpables de los crímenes de la dictadura y reformó con transparencia y espíritu democrático una Corte Suprema profundamente desprestigiada durante el menemismo. Su indocilidad ante el FMI también lo hizo merecedor del apoyo de las fuerzas de izquierda preocupadas por el nefasto papel jugado por el imperialismo en Nuestra América, algo que no todas las que se llaman socialistas o izquierdistas comprenden a cabalidad. Uno de los grandes enigmas de la política latinoamericana es la sistemática ceguera de un sector de la izquierda ante las multifacéticas políticas del imperialismo en la región. Teniendo en cuenta las duras realidades del tablero geopolítico mundial, ¿en qué otro lugar podía estar una fuerza de izquierda, más allá de las contradicciones propias de todo movimiento nacional, popular y democrático, sino en una alianza táctica con el kirchnerismo? ¿Podía la izquierda alinearse contra sus enemigos jurados, al lado la Sociedad Rural, «la embajada», la oligarquía mediática y sus aliados? ¿O estar con las fuerzas políticas que le decían Sí al ALCA? Es sabido que una experiencia de matriz peronista inevitablemente carece de la radicalidad que las condiciones actuales exigen. Pero en la suma algebraica de puntos a favor y en contra había, y hay, un ligero predominio de los primeros. La continuación de la obra iniciada por Néstor bajo la conducción de CFK sirvió para profundizar en algunas cuestiones y abrir exitosamente nuevos frentes de batalla. La Asignación Universal por Hijo o la extraordinaria expansión de la cobertura del régimen jubilatorio no son cuestiones menores, en línea con la estatización de la seguridad social establecida por Kirchner. No se trata aquí, repetimos, de enumerar logros y fracasos, pero entre los primeros no es un mérito menor de Cristina haber tenido siempre la virtud de «salir por izquierda» frente a cada crisis. Por muchas razones, desde su personalidad hasta la debilidad de las fuerzas políticas que la apoyan, no pudo hacer lo mismo Dilma Rousseff en Brasil, cuya tendencia ha sido invariablemente la contraria: salir por derecha y hacer concesiones a sus enemigos. Apenas intentó, con la salida del Ministro de Hacienda Joaquím Levy, escoger otro camino. Pero CFK nunca tuvo esas dudas. Mal o bien, pero salía por izquierda: la Ley de Medios es el ejemplo más elocuente de ello. Como decíamos más arriba, las características personales de Cristina jugaron un papel importantísimo. Dueña de una fuerte personalidad, casi siempre avasallante, lo que fue un atributo positivo de su liderazgo para enfrentar desafíos prácticos durante su gestión resultó ser altamente contraproducente a la hora de conducir una estrategia política que le permitiera asegurar la victoria de su espacio político. A diferencia de Néstor, un carácter también altamente irascible pero que poco después de su estallido de furia reiniciaba el diálogo con quien antes había sufrido su iracundia, CFK era absolutamente inflexible e irreconciliable con sus ocasionales adversarios y enemigos, mucho de los cuales habían sido sus antiguos aliados o compañeros. Su carácter le prodigó muchas rivalidades gratuitas que le costaron muy caro. Néstor también era un «peleonero», pero era más bien un esgrimista dotado de una ductilidad política que le permitía rápidamente recomponer los puentes rotos por su furia. Tocaba con su florete a sus adversarios pero no los mataba. Cristina, en cambio, es una gladiadora que pelea a matar o morir, y no había retorno después de cada combate. Para colmo, si Néstor no era generoso con sus aliados Cristina lo era mucho menos. Su concepción de las alianzas era una transposición del verticalismo peronista, con un vértice sordo e inapelable para encuadrar una coalición en donde convivían peronistas con no peronistas de distintos colores políticos. Bajo estas premisas era muy poco lo que se podía construir políticamente. Careció de la flexibilidad necesaria para conducir un espacio así de complejo y su inteligencia se tradujo demasiado frecuentemente en actitudes soberbias que limitaron casi por completo su capacidad para escuchar y para dialogar, aún con sus más estrechos colaboradores. «No hubo diálogo con los diferentes», dice con acierto Giardinelli en la nota mencionada más arriba. Es cierto que no se hace la gran política sin «garra», sin vísceras y sin la fuerza de la que hizo gala Cristina. Un político timorato no llegará nunca demasiado lejos. Pero la gran política que necesita un es- tadista no se puede basar sólo en aquellos atributos. Hace falta, como lo recordaba Maquiavelo en su imagen del centauro, la pasión mezclada con la razón. O la astucia del zorro, para seguir con imágenes tan caras a la teoría del florentino, con la fuerza del león. Desgraciadamente CFK no logró plasmar esa combinación, y su superioridad en relación a la mediocridad de la clase política exacerbó un narcisismo que le impidió escuchar a la sociedad o a sus aliados, ni entender que ciertos rasgos de su estilo personal producían, también entre sus fieles, tanto rechazo como las adhesiones que lograban sus políticas públicas. Como decíamos más arriba, una importante cuota de responsabilidad en todo esto le cabe a un entorno que lejos de estimular una reflexión crítica sobre la realidad de su gestión se limitó a aplaudir y alabar, creyendo que de ese modo colaboraban con ella. Privada de ese sano ejercicio de la crítica y la autocrítica no supo darse cuenta del cambio cultural que estaba madurando en la Argentina, en donde aún quienes se beneficiaban de la inversión social cada día resentían con más fuerza del clientelismo y la prepotencia de punteros e intendentes. Ignoraba también que en sus frecuentes mensajes televisivos abusaba de un tono vehemente y confrontacional (y no es que no tuviera buenas razones para confrontar) que era absolutamente «antitelegénico» y que producía un efecto contrario que, en algunos casos, llegó a producir 19 cansancio, fatiga o hartazgo inclusive dentro de la legión de sus seguidores. Varios ejemplos ilustran esto con elocuencia: un humilde lustrabotas del microcentro porteño, un hombre entrado en años, venido de una provincia pobre de la Argentina le confiesa a uno de sus habituales clientes que había votado a Macri «porque estaba demasiado grandecito para soportar que la presidenta me retara en la televisión.» Otro: en una modesta panadería del conurbano su dueña debía apagar la televisión cada vez que comenzaba una cadena nacional porque su clientela ya no quería escuchar a Cristina. Y la mayoría estaba formada por beneficiarios de diversos programas sociales del gobierno. Dos pequeñas historias que conducen a una conclusión provisoria: el boom del consumo que el kirchnerismo alentó y cultivó como política de estado no crea hegemonía política, error en que cayeron todos los gobiernos progresistas y de izquierda en la región. Ni aquí, ni en Venezuela, ni en Bolivia. En ninguna parte. La hegemonía es resultado de la educación política, de la victoria en la batalla de ideas, de la concientización al estilo de Paulo Freire, y no del mayor acceso a los bienes de consumo. Y, desgraciadamente, en las experiencias progresistas de la región la formación política de las masas fue subestimada, cuando no abandonada. Se confió en el mercado, en el acceso al mercado. Las consecuencias están a la vista. 20 Mal se podrían subestimar los logros de la gestión de CFK y, en general, el de los doce años del kirchnerismo. Se puede discutir la idea de la «década ganada» porque hubo algunos pocos –ricos y poderososque ganaron mucho más que los demás, y otros que no ganaron nada. Se debe también examinar el tema de la corrupción, endémico en la Argentina, vinculada principalmente (pero no sólo) a la obra pública. Se puede someter a crítica las limitaciones ya señaladas del «modelo». Pero dejó un país muy distinto al recibido que sería impropio desconocer. Una pequeña anécdota ilustra lo que venimos diciendo: estuve hace pocos meses en San Salvador de Jujuy. Antes, caminar por la plaza céntrica de esa ciudad era hacerlo seguido por un nutrido grupo de niños descalzos pidiendo algunas monedas. En ese momento, durante una semana, no hubo ni uno solo que reeditara aquella vieja y deprimente costumbre. Es que, a pesar de sus limitaciones, la política social del kirchnerismo –clientelística, tal vez dispendiosa, seguramente ineficiente, todas las críticas ya sabidas- surtió un efecto positivo. Y este no es un dato accesorio. Allí está la base del «voto duro» cristinista, de ese 36 % que acompañó a Scioli en la primera vuelta. Pero allí también parece haber estado su límite. Con eso sólo no se puede ganar una elección presidencial. Concluyo con la esperanza de que las ideas aquí esbozadas sirvan para propiciar un debate y para realizar un balance crítico de los doce años del kirchnerismo. Con la esperanza también de que evitemos la trampa facilista de quienes, so pretexto de «no hacer leña del árbol caído», pretenden clausurar desde el vamos un examen que es a la vez imprescindible e impostergable. Lo primero, para corregir los errores propios de toda experiencia práctica. Quien hace yerra, y acierta a veces. Desde la torre de marfil académica o desde las certezas del dogma partidario no hay yerro posible; claro que la realidad así no se cambia, y se traiciona un apotegma fundamental del marxismo: la teoría tiene que servir para cambiar al mundo, no sólo para interpretarlo. El aprendizaje político se logra en la intelección colectiva, como lo subrayaba Gramsci, de esa dialéctica de ensayo y error. Impostergable, también, porque las tentativas del macrismo de imponer el neoliberalismo en su versión más radical no podrán ser neutralizadas si es que no se toma nota y se aprende de lo ocurrido en los años anteriores, con sus aciertos y errores. Estoy convencido de que aquellos son mayores que estos, pero todo deberá ser sometido a examen. El desafío es muy grande y lo peor sería incurrir en la negación de la realidad o la improvisación. Y para ello será indispensable ejercer una sana y profunda autocrítica. De lo contrario estaremos condenados a la eterna repetición de los errores del pasado. ¿Qué tiene de nuevo la nueva derecha? por Marcelo F. Rodríguez1 E s mucho lo que se viene hablando desde hace tiempo sobre el surgimiento de una nueva derecha, moderna o democrática según diversas interpretaciones, que ha avanzado en la región con sólidos lazos con el imperialismo norteamericano y con sus Think tanks o «laboratorios de ideas» en constante triangulación entre EEUU, Europa y América Latina. El rotulo de «nuevo», es asociado culturalmente con la noción de progreso, de superación. A lo nuevo se le da, generalmente una significación positiva. No siempre es así, muchas veces lo presentado como nuevo representa en realidad un aggiornamiento, una forma de adaptarse al contexto histórico, a las relaciones de fuerzas, a las formas en que se busca imponer, como en este caso, clásicas recetas e intereses de clase. Entendiéndolo así, es claro que existe una derecha aggiornada en la 1 región que, más allá de las formas, contiene a sus tradicionales vertientes, por lo cual no es homogénea en sus manifestaciones pero ha encontrado en la idea de «cambio», en la lógica de la «alternancia» en el gobierno, una veta fértil en la cual prosperar con un punto central en común: poner fin a los gobiernos de izquierda o progresistas en la región, restaurar, en las nuevas condiciones, un orden conservador. A partir del auge de los gobiernos críticos al neoliberalismo en latinoamérica, los representantes políticos de la derecha, defensores y parte de los intereses empresariales, del capital financiero internacional y de los grupos de poder hegemónicos, vieron como su discurso perdía presencia en el escenario político frente a un nuevo consenso progresista en la región. En Venezuela, Hugo Chávez triunfó en las elecciones presiden- ciales de 1998, 2000, 2006, 2012 y Nicolás Maduro ganó en 2013; en Argentina, Néstor y Cristina Kirchner triunfaron en 2003, 2007 y 2011; en Brasil, Lula da Silva ganó en 2002 y 2006 y Dilma Rousseff en 2010, 2014; en Bolivia, Evo Morales venció en 2005, 2009 y 2014; en Ecuador, Rafael Correa ganó en 2006, 2009 y 2013; en Uruguay, el Frente Amplio, con Tabaré Vázquez y José Mujica como candidatos ganó en 2004, 2009 y 2014. Invictos hasta el 2015 en materia electoral a nivel presidencial, dos de estos procesos de vieron interrumpidos mediante golpes de distinto tipo como sucedió con el gobierno de Mel Zelaya en Honduras en 2009, y con el gobierno de Fernando Lugo en Paraguay en 2012. En los últimos meses, el triunfo de Mauricio Macri con la alianza Cambiemos en Argentina, junto a la obtención de la mayoría Sociólogo. Director Adjunto del CEFMA 21 parlamentaria en Venezuela por parte de la oposición del MUD y la ajustada derrota sufrida por Evo Morales en el referéndum que buscaba habilitar su candidatura presidencial en 2019, marcan el fuerte avance de la derecha en la región frente a los gobiernos que impulsaron procesos de cambio críticos a la herencia neoliberal. La de Argentina es la primera elección presidencial que pierde uno de estos gobiernos, frente a una propuesta que es presentada como parte del fenómeno de la llamada «nueva derecha», fenómeno que en realidad, como decíamos y va quedando demostrado en los primeros meses de gobierno, se trata, ni más ni menos, del reacomodamiento de los sectores conservadores, de la clase dominante, a los nuevos tiempos latinoamericanos signados por la mayor crisis capitalista de la historia y el avance de propuestas progresistas y antineoliberales que ocuparon el centro de la escena política. Fue a través de estos gobiernos surgidos tras la noche neoliberal, que políticas que hacen hincapié en la recuperación de sectores estratégicos, un mayor papel del Estado interviniendo como garante y ordenador de la vida social, la preeminencia de la política sobre la economía y las políticas de integración regio- nal de los pueblos, y no solo de sus grupos o intereses económicos, se fueron instalando frente a la crisis del discurso hegemónico del capitalismo en su fase neoliberal proyectado por el Consenso de Washington. Frente a esto, lentamente la derecha busco recomponerse y adaptarse al nuevo escenario político. Y lo viene haciendo hace tiempo, con formas remozadas en su prsentación, sobre todo en las campañas electorales, y contenidos largamente conocidos. En nuestro país, tras el fracaso o la liza cooptación por los partidos tradicionales de varias experiencias político partidarias de la derecha, la crisis de representatividad que explotó en 2001con el derrumbe del progresismo aliancista, les brindó a los sectores conservadores la oportunidad de reformularse e incorporar al proyecto del PRO, un número importante de dirigentes y punteros conservadores, radicales y peronistas con experiencia política y trabajo territorial. Esto, conjuntamente al trabajo de diversas ONGs generosamente alimentadas ideológica y económicamente por el imperialismo como sucede en buena parte de América Latina, como destaca Álvaro García Linera sobre el caso boliviano: «…este activismo oenegista, reproductor de lógicas de dominación colonial sobre las organizaciones populares, no sólo es impulsor de una práctica de patronazgo mercantil y padrinazgo ideológico sobre algunos dirigentes sociales, sino que también recoge y amplifica a plenitud y sin rubor alguno, las falacias, mentiras e infamias con las que la derecha neoliberal y la derecha empresarial mediática atacan al Gobierno de los Movimientos Sociales encabezado por el Presidente Evo».2 En nuestro país, el caso de la ONG Voces Vitales Argentinas sede local de Vital Voices Global Partnership, de la cual forma parte la actual titular de la oficina Anticorrupción, Laura Alonso y financiada entre otros por Paul Singer, jefe del fondo buitre NML, Walmart, Goldman Sachs, Bank of América, ExxonMobil, el Departamento de Estado de los Estados Unidos y el Banco Mundial, es un ejemplo de esto. Características En general, los intentos de caracterizar a la nueva derecha han coincidido en resaltar algunos rasgos como los planteados por Cristóbal Rovira Kaltwasser3: 2 García Linera, Álvaro. El «oenegismo» enfermedad infantil del derechismo.http://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/eloenegismo.pdf 3 Rovira Kaltwasser, Cristóbal. La derecha en América Latina y su lucha contra la adversidad. Revista Nueva Sociedad No 254, noviembre-diciembre de 2014. 22 «A grandes rasgos, es posible identificar tres mecanismos de acción – no electorales, electorales no partidistas y partidistas–, los cuales se detallan a continuación. Una primera estrategia de la derecha consiste en recurrir a mecanismos de acción no electorales, vale decir, a la movilización y utilización de recursos para presionar a los gobiernos de izquierda de tal manera que se impidan, pospongan o morigeren reformas que afecten las ideas e intereses de la derecha […] Una segunda estrategia empleada por la derecha consiste en desarrollar opciones electorales no partidistas. En este caso, se da pie a la conformación de liderazgos que buscan competir en elecciones pero que de forma deliberada rehúyen la construcción de partidos políticos […] no hay que olvidar que también fue empleada en la década de 1990 con bastante éxito por líderes de derecha como Alberto Fujimori en Perú y Fernando Collor de Mello en Brasil. En términos más contemporáneos, el triunfo electoral de Álvaro Uribe en Colombia en 2002 se explica en gran medida por su capacidad para posicionarse como un actor que rompe con la clase política tradicional y que termina por armar a posteriori una organización electoral personalista. […] una tercera estrategia de la derecha latinoamericana radica en invertir recursos y tiempo en la formación de parti- 4 dos políticos, es decir, sumergirse en la batalla programática». Para aquellos sectores que han optado por esta última opción de formar un partido político que los represente en la pugna electoral, José Natanson4, marca en su análisis, tres características que las distinguirían, la nueva derecha seria democrática, posneoliberal y tendría una cara social: «El talante democrático de la nueva derecha es toda una novedad regional. En efecto, históricamente las fuerzas conservadoras rara vez resistían la tentación de golpear las puertas de los cuarteles cuando percibían que sus intereses no podían imponerse por vía de las urnas […] Pero eso ha cambiado y hoy la derecha latinoamericana ha aceptado a la democracia como el único sistema posible Esto no implica, por supuesto, que esté completamente libre de intentos golpistas, ensayos de desestabilización y deslices autoritarios, como demuestra la experiencia reciente de Honduras, Paraguay, Ecuador y Bolivia. [...] Además de democrática, la nueva derecha es posneoliberal. Aunque sus programas económicos incluyen las conocidas prescripciones pro-mercado, son escasas las menciones explícitas a las políticas de desregulación, privatización y apertura comercial que constituían el núcleo básico del Consenso de Washington […] Por último, la nueva derecha tiene una cara social. Sus líderes prometen mantener los programas desplegados en la última década e incluso disputan la simbología de la izquierda, como ocurre con Capriles, que aseguró que no desarmará las misiones chavistas en caso de llegar a la presidencia, bautizó Simón Bolívar a su comando de campaña» Para Natanson, «Real o impostada, la cara social de la nueva derecha la hace competitiva, le permite combinar la apuesta al ´voto de opinión´ de las grandes ciudades con las redes clientelares tradicionales, a veces heredadas de las dictaduras, como sucede con la UDI en Chile y con DEM en Brasil, y en otros casos construidas por los viejos partidos populistas, como ocurre con los blancos en Uruguay o como sucede con Macri en la Ciudad de Buenos Aires, donde el PRO absorbió una parte de la densa trama del viejo PJ Capital y consiguió, en todas sus elecciones, resonantes triunfos en las comunas del Sur». Estas características, más que significar un cambio real en sus concepciones políticas, en sus propuestas o en los «valores» de la «nueva» derecha lejos de ser verdaderos cambios, son parte del aggiornamiento que en su discurso y presentación, esta viene utilizando para ser competitiva en el terreno electoral. Para instalar esta imagen remozada, han llevado adelante una muy fuerte campaña en los medios mo- Natanson, José. La nueva derecha en América Latina, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2014. 23 nopólicos de comunicación, echando mano a elaboradas estrategias de marketing político. El componente marketinero de la nueva derecha «Detrás de los líderes de las nuevas derechas hay muy buenos asesores», con esta afirmación, que ha ido ganando cuerpo en los análisis políticos de los últimos años, comienza un interesante informe confeccionado por el Centro de Estudios Latinoamericanos de Geopolítica (CELAG), con sede en Ecuador. El documento llamado: Marketing político. Durán Barba y JJ Rendón, radiografía de dos asesores clave en la construcción de los liderazgos de las derechas del siglo XXI, producido por Mariela Pinza, Sabrina Flax y Gisela Brito, analiza las concepciones y metodologías llevadas adelante por estos dos «gurúes» de la «nueva derecha», oscuros personajes encargados de diseñar la estrategia que diseña «cada paso, cada sonrisa y cada silencio en los discursos y estrategias de difusión de los candidatos» conservadores. Las autoras resaltan que ideas como «la soberanía nacional asociada a la recuperación de los sectores estratégicos, la puesta en el centro de la escena del Estado y su percepción como garante y ordenador de la vida social, el predominio de la política en la definición del modelo económico, la visión sobre la integración regional» marcaron un importante quiebre con las propuestas por el Consenso de Was- 24 hington y hegemónicas en la etapa neoliberal. Poco a poco la derecha se fue reacomodando a medida que asimilaba los nuevos vientos. A partir de esto, comenzaron a surgir liderazgos de nuevo tipo, no tan ligados a los economistas tecnócratas que asumían un papel político, recordemos a Alsogaray, Cavallo y López Murphy entre otros, para darle lugar a jóvenes y exitosos empresarios que se niegan a identificarse como de derecha, sino que se presentan como cultores de la buena onda, de discursos presuntamente desideologizados, slogans que resaltan la trasparencia y la eficiencia y una interpelación al ciudadano o al vecino cara a cara como muestra de su cercanía con «la gente». Esto lo hacen a la vez que sus asesores diseñan innumerables «campañas sucias» en las cuales los medios de comunicación masivos juegan un papel central. Según el estudio, estos liderazgos de derecha, en donde los candidatos juegan un papel central por encima de los proyectos colectivos y partidarios, se caracterizan por los siguientes puntos: -Los candidatos deben asumir que no saben todo, y reforzar la idea de «equipos». -Utilizar asesores políticos profesionales para dirigir la campaña. -Elaborar y confiar en una estrategia política, la cual involucra cada cosa que se dice, se muestra y se hace o se deja de decir, de mostrar y de hacer (metas, análisis de la imagen del candidato y del partido, análisis de la imagen de los adversarios, análisis constante de la evolución, elección del lugar donde aplicar la estrategia, selección de temas pertinentes, identificación de grupos de votantes. -Proximidad con «la gente». El éxito de estos liderazgos se fue haciendo más marcado a medida que, en campaña, fueron renunciando al enfrentamiento frontal con las medidas que formaron el nuevo consenso en la región, por lo cual en el presente: «no proponen proyectos refundacionales ni una vuelta al pasado neoliberal sino asumir algunas de las políticas de los proyectos de cambio que implican ya conquistas sociales instaladas en el consenso social». Para esto postulan: «Lo que se hizo está bien, vamos a mantener las políticas sociales y a defender los recursos nacionales, pero vamos a administrar el Estado de manera más eficiente y transparente». A este discurso se le suma la composición de una imagen del candidato acorde a masividad de los medios audiovisuales que utilizan para proyectar sus candidaturas. Pensándolo en términos televisivos, las autoras proponen el siguiente esquema para pensar de que se trata: «toma 1: recorrida por un barrio popular, toma 2: tarde de plaza con los jóvenes, toma 3: charla amigable con los operarios en una fábrica. Así podríamos enumerar infinitas tomas que poco tienen que ver con el programa político y las verdaderas intenciones del candidato. Lo importante es mostrarse cercano a «la gente», porque eso, en esta nueva época regional, mide bien». A esto se suma una persistente campaña de demonización sobre los gobiernos progresistas, que consiste en presentarlos «como una amenaza para el sistema democrático y para las libertades y los derechos humanos, se presenta así una visión dual de la estructura social que responde a la división entre la dictadura castro-comunista (hoy chavismo) o la libertad democrática representada por los sectores de la ahora nueva derecha». Una visión dual claramente ideológica llevada adelante por quienes se presentan al público como los emergentes de una era de «desideologización de la política» y representantes de una «nueva forma de hacer política». Estas «nuevas formas de hacer política» son las que impulsan en nuestro país Duran Barba y su «Frankeinstein» del momento, Mauricio Macri, como: «las nuevas estrategias de las derechas regionales para volver a disputar el poder en un contexto que lleva ya más de una década en el que el nivel de politización de las sociedades y el empoderamiento de los pueblos han generado un corrimiento de la agenda hacia la izquierda, las nuevas constituciones y las nuevas leyes en materia de inclusión que se han logrado en diversos países de la región dan cuenta de un contexto en el que las derechas deben reinventarse para poder disputar en este nuevo reacomodamiento político». Esta estrategia fue llevada adelante por Macri desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, desde allí, fueron consolidando su espacio y buscaron expandirlo a lo largo del país siguiendo con la cooptación de dirigentes, incorporando militancia con un estilo de voluntariado light que cuenta con un «instructivo» que plantea por ejemplo: «Planificar y organizar las visitas a los vecinos. Escuchar y conversar con ellos es importante para invitarlos a ser parte de nuestro equipo de campaña y que apoyen a Mauricio Macri Presidente». «Si es la primera vez que salís a recorrer tu barrio, te recomendamos empezar visitando a un vecino con el que ya tengas afinidad para que te sea más sencillo. También, podes salir acompañado por un amigo o familiar. ¡En equipo es más fácil y entretenido!», continúa el manual del voluntario PRO para terminar llamando a «seguir sumando voluntarios» y pidiendo a sus militantes que tomen los datos de quienes quieran sumarse a la campaña. «Estamos en un momento clave y necesitamos seguir creciendo, por eso es importante que recolectes los datos de aquellos que quieran sumarse». Todo esto en un trabajado tono descontracturado que busca acercarse a «la gente». El mismo que utiliza Yamil Santoro, Secretario de Organización Política de Jóvenes PRO Nacional cuando dice: «A la juventud la asocio con deseo, pasión, desborde. Representa esa etapa de la vida donde quebramos con la autoridad vertical impuesta por una familia o comunidad y nos atrevemos a andar por nosotros mismos. Hay una rebeldía necesaria que forma parte de conocerse a uno mismo y de dis- tanciarse de lo heredado o lo dado para elegir con qué bloques construirse a sí mismo. Esta rebeldía inicial, tan necesaria para conocerse y para ser autor de uno mismo como un ensayo encierra dos posibles problemas: quedar encerrado en un bucle de anarquía eterna o vivir con el temor de desafiar las reglas, sacralizándolas y viviendo eternamente esclavizado. Jaime Barylko resaltaba la importancia de cuestionar las reglas pero que luego debíamos asumir el desafío de seleccionar con qué reglas habríamos de regirnos». Ahora, tras el marketing festivo, los globos y los colores que buscan distraer del verdadero contenido, cuáles son estas «reglas» con que «habríamos de regirnos». El ideario de esta «nueva derecha» es claro y lo expresan sin anestesia sus referentes ideológicos y va quedando claro en los primeros meses del gobierno de Macri: la negación total al menor intento del Estado a intervenir en la economía si es en favor de los sectores populares, denunciar una creciente inseguridad y la defensa de una «moral republicana» que salvaguarde una supuesta «ética capitalista» en el marco de «republicanismo democrático» basado en un «consensualismo» que deje atrás los conflictos en una clara negación de la lucha de clases. Estos puntos nodales conforman los hilos conductores de este discurso, que apela al más arraigado «sentido común» de un importante sector de la sociedad moldeada en una escala de valores conservadores e individualistas por demás, sobre todo desde la brutal represión 25 a los sectores populares en los ¨70 y en la época dorada del neoliberalismo en los ¨90. Todo intento de regulación por parte del Estado en materia económica, que insinúe aunque sea la voluntad de lograr una mayor redistribución de la riqueza, deja rápidamente al descubierto las verdaderas concepciones de los sectores concentrados de la economía quienes no ahorran calificaciones como «populismo», «estatismo» o «socialismo» con toda la carga negativa que las clases dominantes le otorgan a estos conceptos. Entonces, ¿qué tiene de nuevo la nueva derecha? Siguiendo nuestro planteo, entendemos que el objetivo de la nueva derecha es revitalizar las políticas e ideas conservadoras, clasistas, que garanticen las condiciones de dominación y explotación capitalistas. En el contexto de la crisis mundial que estamos atravesando, quienes manejan el poder económico internacional buscan poner en marcha un nuevo ciclo de explotación y acumulación, cuyos costos deben pagarlo los trabajadores. Para eso impulsan la vieja y remanida receta de invocar a ese autodenominado paraíso que sería el libremercado, cuya crisis actual debe endilgarse a «errores e irresponsabilidades» de ciertos actores del mundo financiero que actúan sin la eficiencia, responsabilidad y «ética capitalista», a través de las cuales el 26 capitalismo demostraría su rostro humano. Como no puede ser de otra forma, las promesas de mano dura y la represión siempre ocupan un lugar central en el discurso de los dirigentes de la derecha, lo vemos en nuestro país con el Protocolo de Seguridad o «antipiquetes» impuesto por Patricia Bullrich, y en las políticas de alianza con la DEA y otros organismos con la excusa de llevar adelante la guerra contra narcotráfico. Estas medidas represivas son presentadas, como no puede ser de otra manera, como reflejo del pensamiento de «la gente» fogoneando la idea de que si el Estado dejara de pensar en intervenir donde no debe, por ejemplo la economía, y se dedicara a cuidar la propiedad y la seguridad de los ciudadanos, estaríamos mejor. No es ninguna novedad que para la derecha, «tradicional», «nueva», «moderna» o como quieran llamarla, estos problemas no se deben a la naturaleza de un sistema basado en la explotación y la marginación de la mayoría para beneficios de unos pocos. No, para ellos se debe a la ineficiencia, la corrupción y las ideas populistas, socialistas que se instalaron en el continente y nos acercaron al precipicio. Partiendo de problemas muchas veces reales, corren deliberadamente el análisis de sus causas y, con la inestimable tarea de los medios de comunicación concentrados someten a la sociedad a un continuo bombardeo ideológico para horadar a los procesos más avanzados de la región. Entonces, llegan ellos, prometiendo cambios para salvar al país. Y para esto, presentan sus «novedosas» ideas, su nueva política, a saber: Reinsertarnos en el (su) mundo, volver al FMI, eliminar las retenciones, subir la edad jubilatoria, endeudamiento y proponer un país «gobernado por dueños, como si fuera una empresa», como ha quedado de manifiesto con la preeminencia de gerentes de importantes empresas en el gobierno de Macri. En cada medida que toman dejan al descubierto su verdadero contenido programático, a la vez que buscan difuminarlo con un marketing que vende una supuesta eficiencia y novedad desde «Haciendo Buenos Aires» hasta «Cambiemos» interpelando a un sector importante de la sociedad para la cual, tras 12 años de gobiernos kirchneristas con sus virtudes y sus defectos, la idea de un cambio le simpatiza en el marco de la creencia de que la alternancia es un valor democrático en las democracias también «modernas». Esta idea de la alternancia, piedra basal sobre la que fundamentan sus campañas las nuevas derechas, fue muy difundida también por pensadores que hicieron una bandera de su posición pos-marxista y sostienen como Ernesto Laclau que: «En Argentina, creo que lo más saludable que le puede pasar al sistema político es que se creen dos formaciones políticas, una de centroizquierda y otra de centroderecha. No necesito decirle cuál apoyaría, ya lo sabe usted, pero esto aportaría a que de alguna manera se cree un sistema político relativamente viable». Un sistema político «relativamente viable» en el cual, a través de la alternancia, una centroizquierda y una centroderecha democráticas jueguen sus matices respetando ciertas «políticas de Estado». La pretendida «nueva derecha» o «derecha moderna» o derecha a secas sin eufemismos a nuestro entender, ha tomado nota de los cambios producidos o en proceso en la región y se prepara día a día, con todas las armas a su disposición, para hacer retroceder la situación latinoamericana, como suele decir Atilio Boron, a las condiciones existentes la noche previa al triunfo de la Revolución Cubana, como pretende el imperialismo. En este sentido nos parece importante prestar atención a otro de los párrafos del Documento de la CELAG y que nos sirve para interpretar lo que está sucediendo en la región: «Si bien se ha avanzado enormemente en el plano de la disputa cultural-simbólica, como en la resignificación del lenguaje y de las prácticas políticas, aún no ha sido suficiente para desarticular el legado neoliberal y muchos de los actores que dicho legado ha creado. En este sentido los asesores apelan a esas identidades arraigadas en las sociedades y las interpretan con el objetivo de diagramar una estrategia comunicacional que los interpele. La movilidad social amplificada por los gobiernos progresistas y de izquierdas ha beneficiado a sectores medios y populares. Inclusive, ha creado nuevas clases medias. Pero dicha movilización no supone mecánicamente fidelidad electoral a los oficialismos». Esto lo ha sabido decodificar la derecha y trabaja incesantemente para recuperar los espacios perdidos y derrotar a los gobiernos progresistas quienes, como plantea el informe citado: «tienen el gran desafío de saber interpretar las nuevas demandas de este electorado cambiante y nuevo, un `electorado del siglo XXI´ que revista novedades que bien entendidas o dirigidas pueden beneficiar tanto a oficialismos como a oposiciones». Tomar nota de estas advertencias será central para avanzar con mayor firmeza, y sin confusiones, en la construcción de poder popular para enfrentar al enemigo principal de la humanidad que busca revitalizar su fuerza: el capitalismo. No está de más recordar este planteo de Álvaro García Linera: «La experiencia, entonces, ¿qué enseña?, que la hegemonía, en realidad es Gramsci y Lenin, y nuevamente Gramsci, es lucha cultural, lucha de símbolos, lucha de identidades, lucha de construcciones cog- nitivas, lucha de ideas fuerza desde la sociedad; condensación, enfrentamiento, derrota de tu adversario, tienes que derrotar a tu adversario, sino no has triunfado e inmediatamente que has derrotado a tu adversario, nuevamente lucha cultural para asentar esa victoria, para consolidar esa victoria, y nuevamente el adversario volverá a sobreponerse y buscará reagruparse y tendrás que derrotarlo cultural, política y, si es necesario, militarmente para volver a avanzar en la parte cultural». La derecha tiene muy claro en que cancha juega y debemos tenerlo en claro nosotros. Ya lo vimos en estos días, los intereses de clase y los políticamente oportunistas van delineando el mapa futuro. Y en ese futuro se juega la suerte de nuestro país y el de los procesos de integración regional. Que esto quede limitado a internas palaciegas de intereses corporativos, o seguir trabajando para dejar abierto un camino en el que la lucha social juegue un papel decisivo en la construcción de un proyecto plural que defienda los intereses populares, radicalice las reformas estructurales y avance en un sentido anticapitalista, es lo que queda por ver. Y en esa cancha, como siempre y sin ambigüedades, los comunistas tenemos un partido que jugar. 27 EL CONGRESO DE ORIENTE DE LA LIGA DE LOS PUEBLOS LIBRES DE 1815 * Un ensayo de interpretación histórica por Alejandro Bernasconi1 Y a incorporadas Córdoba y Santa Fé a la Liga de los Pueblos Libres, el 29 de Junio de 1815 en la villa del Arroyo de la China (Concepción del Uruguay, Entre Ríos), se reunieron los diputados de las provincias integrantes en el llamado «Congreso de Oriente» o «Congreso del Arroyo de la China». Un año antes de las titubeantes definiciones del Congreso de Tucumán de 1816, la Liga de los Pueblos Libres ratificó allí el principio de soberanía particular de los pueblos y afirmó su voluntad de independencia absoluta de toda potencia extranjera apostando por la sanción de una Constitución Nacional bajo los principios de República y Confederación con, al menos para parte de las provincias integrantes, un programa de democracia social… Las pujas por hegemonizar la Memoria Histórica La historiografía liberal positivista borró de la historia el acontecimiento en aras de hacer desparecer la expresión más radical del proceso revolucionario rioplatense. La construcción del relato liberal fijó las bases de una secuencia de acontecimientos lógicos y encadenados, motorizados por próceres preclaros, que llevaba inexorablemente a la constitución de múltiples Estados Nacionales en Latinoamérica de base agroexportadora, librecambistas, que a la vez que afirmaban la república y la igualdad de sus ciudadanos, consagraba el derecho de propiedad y los derechos individuales por encima de los derechos sociales. Se definían así un conjunto de valores y representaciones de la dinámica temporal impuesta por las fracciones de clases dominantes, cuando durante la segunda mitad del siglo XIX las mismas cerraron, violentamente por cierto, sus disputas internas y construyeron el Estado Nación Argentino. Parte de las paradojas en las que la historia se nos expresa, en el mismo momento en que dicha naciente burguesía que había cerrado delicadamente sus disputas internas se construía el relato sobre su pasado. Había por tanto, no sólo que sacar algunos héroes del panteón, sino además borrar acontecimientos que alteraran dicha secuencia lógica. Había no sólo que borrar del mapa los territorios que fueron quedando fuera de la «Argentina», *Agradezco las observaciones de Leandro Pozzi y Violeta Meyer 1 Prof. de Historia, Lic. en Ciencias Sociales UADER FHAyCS, Sec. Adjunto Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos 28 sino además era necesario que ocultar los procesos mediante los cuales diversas pujas competitivas entre grupos de poder territoriales fueron trazando las líneas de lo que finalmente serían las «provincias» argentinas. Fuera de la historia liberal han surgido muchas otras perspectivas historiográficas que analizaron el proceso revolucionario y dieron otra dimensión, otro «calado» histórico a otras variantes y experiencias de dicho proceso revolucionario en el Río de la Plata y América Latina. En este sentido existen muchísimos investigaciones que han puesto en revisión de forma completa el proceso. Sin embargo el relato liberal sigue siendo fundante y hegemónico – aunque hoy ciertamente menos- de la memoria histórica y, aún más peligroso, a lo que ella aporta a la conciencia histórica. A la vez se ha conformado otro relato sobre la dinámica de nuestro pasado que conocemos en su caracterización general como «revisionismo histórico». Esta secuencia heterogénea de estudios y ensayos tienen la fuerza de contraponer al relato liberal la inversión de algunos de los valores prototípicos propuestos por la historia oficial: la valoración de los sectores populares en la dinámica histórica, de las experiencias proteccionistas, la recuperación de algunos héroes negados por la historiografía oficial, la recuperación de los pueblos nativos, de las visiones latinoamericanistas, etc. Sin embargo esta perspectiva de análisis tienen dos defectos serios: por un lado la pobreza metodológica (heurística y del aparato crítico); por el otro la base idealista de análisis, en similitud con el liberalismo positivista. Por un lado investigar el pasado requiere mucho más que convertir en valores los disvalores propuestos por el liberalismo, mucho más que invertir la interpretación de la secuencia de hechos o que recuperar acontecimientos ocultados. Por otro lado, y fundamentalmente, en general el revisionismo recicla la concepción idealista de que existieron hombres preclaros que hechos de un conjunto de ideas políticas motorizaron la dinámica histórica… es como si se jugara una partida en la que se intercambian figuritas de héroes. Los sectores populares, las clases sociales (cuando se usa esta categoría de análisis), los diversos colectivos socioétnicos, aunque revalorizados, siguen siendo fieles seguidores convencidos del rumbo histórico que algunos va trazando… Me tomo el tiempo en hacer estas aclaraciones porque la revalorización del movimiento artiguista y del Congreso de Oriente como acontecimiento central de nuestra historia –en su aniversario 200 y en el contexto de un escenario histórico en que se revaloriza la unidad latinoamericana y el protagonismo político de los sectores populares al calor de la disputa «cultural» con el liberalismo- viene demasiado atada de las manos de ésta segunda perspectiva. Se presenta así un movimiento artiguista conducido por un héroe magnánimo ocultado por la historia oficial nativa, que es también «argentino», interprete de y seguido por los sectores populares que va siendo convencidos por su prédica y a los que se los convoca en pie de igualdad a la lucha y al libre debate asambleario para decidir sus destinos… Como decíamos, toda la fuerza de la provocación plebeya a la memoria histórica impuesta, pero mucha fragilidad heurística y metodológica y, especialmente, mucha fragilidad por no decir ocultamiento, de los conflictos y tensiones internos del movimiento revolucionario. Se crea así una nueva mítica en donde un proceso revolucionario ocurre primero como un acto de conciencia que luego forja una voluntad de lucha inquebrantable en hombres y mujeres por esos ideales. Luego de tantas experiencias de revoluciones populares, exitosas y frustradas, los marxistas, especialmente los leninistas, hemos aprendido que la dinámica histórica no se comporta tan ingenua ni podemos hacer creer a nuestros compañeros que la disputa por transformar un orden social injusto ocurre con tanta simplicidad. Eso sigue siendo historia religiosa sin mediaciones ni condiciones materiales y de subjetividad compleja y heterogénea: buenos y malos, valientes y cobardes, españoles y criollos, blancos e indios, federales y unitarios… Es necesario por lo tanto volver (ver al menos Sala de Touron y otros, 1978 ¡!!), avanzar y profundizar, sobre un análisis desde la perspectiva del materialismo histórico que busque comprender el pro- 29 ceso revolucionario en su complejidad y ponga en superficie las tensiones y contradicciones sin ocultar las pujas entre clases, fracciones de clases y actores del movimiento revolucionario. Pero además, especialmente en el espacio que conformó la LPL, se necesitan muchas más investigaciones que profundicen el estudio de esas formaciones sociales y en sus vínculos con el movimiento revolucionario. Hay allí una deuda -bastante más saldada por la historiografía uruguaya creo- y que nos obliga a no avanzar mucho más allá de un conjunto de hipótesis articuladas, campo que este simple y apresurado ensayo no pretende sobrepasar Una perspectiva del contexto histórico La intensidad que adquirió el proceso revolucionario a partir del 25 de mayo se expresó en un conjunto de tensiones y contradicciones, marchas y contramarchas, que sólo se fueron resolviendo en el largo plazo. Y se fueron resolviendo en el largo plazo porque la burgue- sía nativa en formación tenía intereses contradictorios. Los sectores de poder rioplatenses, periféricas y pobres élites territoriales en el marco del mundo colonial tardofeudal, se fueron constituyendo como clase en el mismo proceso revolucionario en que derrumbaban ese orden en América.2 Esas fracciones de clases de las Provincias Unidas del Río de la Plata, nunca cedieron la conducción del proceso revolucionario -ni aun en el movimiento artiguista-, y se fueron descubriendo y construyendo como tales en el mismo proceso de lucha en que iban buscando definir los límites territoriales de su poder a la vez que ponían en disputa diversos programas de demandas políticas y económicas que aseguraran su reproducción en y desde dichos espacios. En ese marco se deben comprender las luchas políticas internas del siglo XIX, el surgimiento del Estado Nación Argentino3 y especialmente de las «provincias argentinas». Derrotada tempranamente el ala radical de la revolución en Buenos Aires por falta de base social, parte de la revolución originaria se desplazó espacialmente rápido hacia el litoral entrerriano y la Banda Oriental donde se disputaba cara a cara con la ofensiva imperial (española y portuguesa). En el amplio espacio periférico que iba desde Río Paraná hasta el Atlántico (incluyendo las actuales Paraguay, Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Río Grande del Sur y la Banda Oriental)el proceso revolucionario tomó un sentido, profundidad y radicalidad no registrado en otras regiones –salvo momentos de la Salta de Güemes-. Ya la ofensiva revolucionaria encabezada por el hacendado entrerriano Bartolomé Zapata prefiguraba la dimensión de esa lucha en dicho espacio (Castaldo, 2010). Debemos indagar aún más las condiciones estructurales de dichos territorios, pero podemos ir tejiendo un conjunto de hipótesisa partir de lo que ya sabemos: en tierras de hacendados contrabandistas muy ricos, medianos y muy pobres, ocupantes ilegales o precarios del suelo, claramente la disputa por la propiedad de la tierra tuvo centralidad. Con la peculiaridad de la coexis- 2 Como sabemos la existencia de una clase no se define sólo por su lugar concreto en una estructura socioeconómica, sino también por su conciencia de sí misma, conciencia que se construye con la percepción del antagónico al calor de un proceso de lucha contra el antagónico… las revoluciones son momentos en donde las clases sociales, especialmente la o las que conducen el proceso revolucionario se completan a sí mismas al descubrirse como tales 3 Los estudios historiográficos han avanzado mucho en éste campo, solo alcanza ver la perspectiva revisionista socialdemócrata con dos gramos de populismo y mil conceptos robados al materialismo histórico –sin mencionar por supuesto- elaborada para el «público no especialista» recuperando «las investigaciones académicas de las últimas dos décadas» que se sintetizan en Nueva Historia Argentina; Sudamericana, 2010, con dirección general de obra de Juan Suriano (12 tomos). 30 tencia de un grupo de grandes hacendados y comerciantes junto a la fuerte presencia de un sector de hacendados mediosy pequeños y a una población móvil dominantemente mestiza y nativa (centralmente tupí guaraní), que oscilaba entre el laboreo de sus pequeñas parcelas integradas de hecho a las estancias más grandes, el trabajo servil,el conchabo en las haciendas grandes y el contrabando; pero también conviviendo con varias naciones y parcialidades nativas no sometidas (del complejo chaná charrúa), aunque ya transformadas y parte del entramado de la disputa por la tierra y los recursos… Una espacialidad sobre la que la corona española nunca terminó de cerrar el control político y social, y sobre la que hacía tiempo estudiaba posibles y conocidas reformas diseñadas por funcionarios ilustrados españoles preocupados por las necesidades de recursos fiscales y defensivos de la región. Territorios además en los cuales hallamos la preexistencia de un sentimiento autonomista forjado al calor del desarrollo de las fuerzas productivas luego de las reformas borbónicas y de las propias tradiciones derivadas del tipo de estructuración del poder político en el mundo periférico tardofeudal hispano. Fue en ese espacio donde se comenzó a prefigurar una agenda demandas políticas y económicas, distintas de las fracciones de la burguesía porteña en formación, y de muchas otras burguesías provinciales que hasta 1815 temieron izar la bandera patria en el fuerte de Buenos Aires. Decíamos que derrotada el ala radical de la revolución los gobiernos residentes en Buenos Aires abandonaron rápido a los líderes de la revolución en la Banda Oriental (primero la Junta Grande, pero luego el Primer Triunvirato, el Segundo Triunvirato, el Directorio…). Fue inaceptable para los revolucionarios orientales y su conducción, cara a cara con los invasores españoles y ahora portugueses que les proponían el retorno al pasado, prefirieron mantener la resistencia pese al abandono. Allí el movimiento antiregentista había juntado desde grandes estancieros e importantes comerciantes descontentos con quienes poseían privilegios monopólicos hasta pequeños mercaderes del interior, hacendados medianos y pequeños, agricultores y el peonaje y esclavos vinculado a ellos, conducidos por oficiales de blandengues y con la prédica sumada de curas de pueblos. Semejante variedad de fracciones de clases no podía contar con intereses homogéneos, las razones de la rebelión eran variadas pero posibles de coincidir en la coyuntura: la propiedad de la tierra, el librecambio, el rechazo a las pesadas cargas tributarias del final del coloniaje y hasta algún terrateniente hispano que pretendía preservar las tierras para don Fernando VII… En el tiempo fue desde el Éxodo del pueblo Oriental hacia Entre Ríos (fines de octubre de 1811) hasta la nueva recuperación de Montevideo (junio de 1814), el movimiento revolucionario oriental comenzó un proceso lo llevó a conformar una agenda propia de demandas y definiciones políticas que contuviera a las diversas fracciones de clases movilizadas. El proceso no fue lineal ni sin tensiones internas. De hecho muchas de esas fracciones -y no sólo sectores de poder- abandonaron el movimiento en diversos momentos. Pero a la vez lograba aglutinarse en la medida que el gobierno en Buenos Aires cada vez representaba más los intereses estratégicos de hacendados y comerciantes porteños que pretendían imponer su poder de clase, hechos del control de la renta por el puerto de Buenos Aires y del control del aparato político, al resto del territorio. En ese tiempo fueron tomando forma un conjunto de definiciones económicas y políticas que contuvieran la variedad de fracciones de clases dentro y buscando sostener el argumento de la autonomía: mirando a Paraguay, inspirados en el contractualismo de Rousseau y con elementos del pensamiento ilustrado español…, viendo el modelo de organización de Estados Unidos, conocedores de las propuestas de los funcionarios reformistas coloniales y posiblemente incorporando algunas tradiciones comunitaristas con base en los pueblos nativos, comenzó a tomar forma: independencia absoluta, república y confederación sostenidas bajo el principio de la soberanía particular de los pueblos; habilitación de puertos, librecambio con algunas medidas proteccionistas y distribución de la tierra entre los desposeídos sin importar raza ni religión. Claramente 31 este fue el programa que se gestó desde la Banda Oriental y aseguró la incorporación de Misiones, Corrientes y Entre Ríos. Lejos estamos de pensar que fuera plenamente sostenido por Santa Fé y Córdoba incorporadas luego. Claramente en el pleno éxodo el mismo movimiento fue reelaborado su discurso y comenzó a fundamentarse en el principio de «soberanía particular de los pueblos». Artigas, en plena disputa con Sarratea, lo expuso de manera brillante en un oficio al Triunvirato y al Cabildo de Buenos Aires: abandonado el pueblo Oriental estaba roto el pacto de dominación nunca explícito que obligaba obediencia, allí el pueblo «pudo mirarse como el primero de la tierra, sin que pudiera haber otro que reclamase su dominio»(Artigas, Agosto de 1812)… . Y lo señalará claramente en un oficio del mes siguiente a la Junta del Paraguay: «Los orientales lo creyeron así mucho más que, abandonados en la campaña pasada y en el goce de sus derechos primitivos, se conservaron por sí, no existiendo hasta ahora un pacto expreso que deposite en otro pueblo de la confederación la administración de su soberanía. (…)».Artigas, septiembre de 1812 Ya convocada la Asamblea General Constituyente del año XIII, Artigas expuso la síntesis de ese proceso de definiciones políticas en su oración inaugural del Congreso de Tres Cruces en abril de 1813, expresándose ante los representantes de los pueblos de la Banda Oriental como «ciudadanos» libres resolviendo su destino, destino que el brillante jefe sugirió por 32 supuesto:»Si somos libres, (…) examinad si debéis reconocer la asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay un solo motivo de conveniencia para el primer caso que no sea contrastable en el segundo (…) Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional; garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento…»(Artigas, abril de 1813). Nueve días después definieron las famosas Instrucciones del año XIII que aún muy conocidas vale el esfuerzo recordar: además de independencia absoluta de las colonias de España; el claro artículo 11: «Que esta provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por la confederación a las Provincias Unidas juntas en congreso»; más distribución del poder en forma de república; más y libertad civil y religiosa… El programa político de lucha había tomado forma… pero cerraba de la mano del acuerdo sobre algunas las políticas económicas, como la habilitación de los puertos de Montevideo y Colonia y la no aplicación de aranceles al comercio entre provincias… Y también de cómo defender lo logrado: cada provincia debía tener su propio ejército. Cuando gran parte de nuestra galería de próceres titubeaba en declarar la independencia y pensaba la conexión con alguna línea dinástica para el gobierno de las Provincias Unidas, el movimiento artiguista había tomado la posta revolucionaria y la llevó a la más profunda expresión de todo el siglo XIX. Las Instrucciones del año XIII, fueron un punto de síntesis de ese proceso en cuanto a definiciones políticas y algunas definiciones económicas y estratégicas centrales, constituyéndose en la base del programa político con el que se fue tejiendo la Liga de los Pueblos Libres hasta 1815. Pero las Instrucciones del año XIII eran un punto de equilibrio de intereses de fracciones de clases «hacia afuera» de la región, con el cual además se pretendía sumar al Paraguay y convencer a Córdoba y Santa Fe. Más allá de ellos las tensiones al interior de los grupos hegemónicos del movimiento revolucionario eran muy fuertes y avanzada la lucha se harían más explícitas. Un análisis primero de la composición de la conducción inicial de la revolución en la Banda Oriental permite ver que tempranamente el curso de las disputas internas y la necesidad obligada de ampliar la base social del movimiento revolucionario –necesitado de hombres para las armas-, obligó a incorporar como sujeto político de la revolución a las clases sociales desposeídas del acceso a la tierra. Ciertamente, de forma tardía y bajo presiones internas al interior del propio movimiento, el intento de despliegue de esas transformaciones, especialmente la distribución de tierras, fue contemporáneo al Congreso de Oriente. Artigas y la conducción militar y política del movimiento cada vez iban desconfiando más de los hacendados poderosos que los apoyaban y confiando más en el gauchaje y la indiada que se mantenía fiel, especialmente los nativos guaraníes. Pero el programa de reformas llegó tarde y tuvo pocos avances concretos. Sucedió que la necesidad de ampliar el frente para disputar a Buenos Aires, aliándose con fracciones de clases de otros territorios sólo interesadas en un «autonomismo» que proteja sus intereses territoriales, vaciaba al movimiento de avances en reformas estructurales que contuvieran a los desposeídos. Esas reformas nunca formaron parte del programa de lucha del conjunto de territorios que integraban la Liga de la Pueblos Libres. Desde enero de 1814 hasta 1820, aunque con vaivenes, el enfrentamiento con el centralismo porteño fue frontal. El movimiento revolucionario finalmente avanzó sobre las actuales Entre Ríos (febrero de 1814), Corrientes (marzo de 1814), Santa Fé y Córdoba (marzo de 1815), más Misiones ya sumada, estaba Conformada en los primero meses de 1815 la Liga de los Pueblos Libres. De esta forma, el programa político y económico fue un punto de encuentro y equilibrio frágil entre los grandes hacendados y comerciantes librecambistas enfrentados a la naciente burguesía porteña que apoyaban el movimiento y la conducción revolucionaria con líderes militares de base campesina –ha- cendados medios y pequeños, capataces y caciques-y sus bases, que demandaban tierra y medidas proteccionistas.Todos los intentos de reformas económicas y sociales del movimiento artiguista tuvieron por objeto conciliar los intereses contradictorios entre fracciones de clases. No conozco un solo documento en el cual se concedan o limiten sólo derechos a algunos. El Congreso de Oriente y la afirmación de independencia de la Liga de los Pueblos Libres Como decíamos la historiografía liberal positivista borró de la secuencia de acontecimientos al Congreso de Oriente de 1815, ignorando su dimensión histórica como parte de silenciar la experiencia de la Liga de los Pueblos Libres y del movimiento artiguista. Halló y aún encuentra, un argumento central para hacerlo: no existe documento que demuestre lo que se resolvió en dicho Congreso. Efectivamente las actas del Congreso se perdieron pero ello no impide el necesario análisis contextual del proceso en que se enmarcó el Congreso, para comprender que debió ocurrir allí. En primer lugar del Congreso de Oriente creo que fundamentalmente debe tenerse en cuanta que tal encuentro fue precedido por diversas expresiones de cabildos locales y congresos que declararon la independencia afirmándose en el principio de soberanía particular de los pueblos y la voluntad de constituir una confederación, mandatando a sus representantes en dicho sentido: el Congreso de Tres Cruces (abril de 1813) declaró la independencia de la Banda Oriental, la «Provincia Oriental» se declaraba «Estado libre, Soberano e Independiente» como provincia integrada «por pueblos libres», avanzando en la constitución de ejército, administración económica y gobierno propio; luego Corrientes (abril de 1814) y el «Continente de Entre Ríos» (abril de 1814)4, Los pueblos de las Misiones estaban hace tiempo sumados sobre la base de un cuidado principio de democracia. Un año después se sumarán Santa Fé y Córdoba (abril de 1815). Seguramente existen muchas declaraciones de soberanía de pueblos que aún no hemos hallado o que faltan sistematizar. Sucedía que en la concepción que fue elaborando el movimiento, que caracterizamos antes, eran los pueblos los que iban definiendo su soberanía y aditivamente iban construyendo por dele- 4 En reunión en el campamento de Belén entre Artigas y representantes del Director Posadas se declaró la independencia de «… los pueblos todos del Entrerios», en la perspectiva de la época se refería a todos los territorios entre los ríos (las actuales Misiones, Corrientes y Entre Ríos) los que quedaban bajo el protectorado de Artigas a partir de la firma con fray Mariano Amaro y Francisco Candioti, emisarios del Directorio. El convenio fue rechazado por el Director Posadas 33 gación las instancias superiores de la estructura del Estado y de aquello que lo gobierne lo que pudiera tomar la forma de una «nación» sobre el territorio que diera… El proceso no fue lineal, de hecho una vez recuperada nuevamente Montevideo, luego que comenzarael período de la dominación directorial sobre dicha plaza (que duró hasta febrero de 1815 en que fue recuperada por el movimiento artiguista), los comisionados de Artigas en julio de 1814 debieron ceder en el art. 10 de un acuerdo ante el director Posadas, toda pretensión sobre «el Entre Ríos», pero el acuerdo no fue aceptado por Posadas, quien creó rápidamente «provincias» bajo el control directorial centralizado. Sin embargo la revolución reestableció por la fuerza su poder en Corrientes y Entre Ríos, y la influencia fue tal que Santa Fé y Córdoba se sumaron la Liga de los Pueblos Libres en momentos que el Directorio, fracasado el intento de lograr la protección de los Borbones (Misión Belgrano – Rivadavia), bajo la conducción de Alvear buscaba el protectorado británico (Misión García). Artigas, rápidamente afirmaba los principios revolucionarios de independencia porque olfateaba la debilidad y la traición cercana del Directorio. Convocó a los pueblos del «Continente de Entre Ríos» a un congreso en el Arroyo de la China y a los de la Banda Oriental en la capilla de Mercedes, encuentros que no podían tener otro objeto que avanzar en una declaración de independencia y en la voluntad de constituir una confederación. Ante la inminencia del avance sobre Buenos Aires, en abril de 1815 se produjo el levantamiento de Fontezuelas por el cual Álvarez Thomas depuso el directorio de Alvear, trasladó el poder al Cabildo de Buenos Aires y buscó la reconciliación con el movimiento artiguista temeroso de la radicalidad del proceso -»Toma nuevamente alas Artigas; los pueblos empiezan a estudiar los cuadernillos de Rousseau (…)»-y reconociendo la avanzada del proceso independentista… «(Artigas) extiende su influjo sobre Santa Fe, Corrientes y Córdoba, que declaran su independencia»(Álvarez Thomas, Memorias) Abierta la posibilidad de un acuerdo con el nuevo gobierno en Buenos Aires a fines de abril de 1815 Artigas llamaba nuevamente a todos los pueblos federados, sumados ahora Córdoba y Santa Fe, para el Congreso en la villa del Arroyo de la China, con el objeto de resolver sobre el reconocimiento del nuevo gobierno en Buenos Aires.5 Las instrucciones de inicio de junio al diputado por Córdoba parecen indicar que estaban pensando en el encuentro de Paysandú con la misión porteña, en donde esperaban negociar el reconocimiento del gobierno de Buenos Aires y el de Córdoba y el resto de las provincias de la Liga como provincias independientes, y de un Congreso que organizase al país con sistema confederal. A mediados de ese mes se dieron las instrucciones al diputado por Santa Fe y claramente eran para que en el Congreso de Oriente afirmara la independencia, se reconociera la independencia de Santa Fé y del resto de las provincias y «para que establezca, y reconozca la autoridad suprema, que ha de regir a todos con los límites, y extensión, que convengan a un perfecto gobierno federado, y a la conservación de los derechos de los Pueblos…»; en ese marco se debía dar reconocimiento al nuevo Director Supremo, definiendo que porción de autoridad se le daba.En las instrucciones se incorporan algunas modificaciones a las Instrucciones de los diputados orientales del año XIII (entre ellas el reconocimiento de la Religión Católica, Apostólica, Romana como única), y propuestas de cómo debía constituirse el nuevo gobierno nacional y algunas definiciones de políticas económicas, por ejemplo que todos los impuestos a la introducción de mercaderías extranjeras debían ser iguales en todas las provincias y que debían recargarse aquellas que perjudicaran la producción local (Cabil- Ciertamente existen diversas interpretaciones sobre éstas convocatorias. A mi entender Artigas hizo un llamado al Congreso y a la vez a una reunión en Paysandú con los representantes porteños. 5 34 do de Santa Fé, junio de 1815). Ese mes la Junta de Observación elaboró el «Estatuto Provisional para la dirección y administración del Estado» y convocó al Congreso de Tucumán; ya la forma de ésta convocatoria distanciaba la posibilidad de un acuerdo de las provincias federales con Buenos Aires. Finalmente el encuentro con los emisarios porteños en junio de 1815 en Paysandú fracasó. Allí la Liga Federal, en una síntesis seguramente apresurada por Artigas, propuso el reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental y el de todos los pueblos y provincias comprendidos desde la margen oriental del Paraná, al igual que Santa Fe y Córdoba que se mantenían bajo protección de la Provincia Oriental hasta que voluntariamente quisieran separarse. También plantearon que desde ese lugar tenían la voluntad de entrar a formar parte de la «Provincias Unidas del Río de la Plata», siendo la base del pacto con las demás provincias debía ser el de una alianza ofensiva y defensiva y que todas las provincias debían tener iguales derechos y privilegios aunque quedando sujeta a la Constitución que organice el Congreso (propuesta conocida como el Tratado de la Concordia). La contrapropuesta de los delegados porteños se limitó a reconocer la independencia de la Provincia Oriental, a dejar en libertad de elección a Corrientes y Entre Ríos de buscar protección en el gobierno que desearan y a ofrecer un tratado comercial con la Banda Oriental incluyendo una baja en los impuestos que se pa- gaban para extraer productos de provincia a provincia, punto incluía también a Entre Ríos. Ese es el escenario en el cual el 29 de junio de 1815 se inició el Congreso de Oriente en la villa del Arroyo de la China con representantes de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Córdoba y la Provincia Oriental – los diputados por Misiones llegaron después-. Sabemos con certeza, por oficios de Artigas desde el Congreso de marras, que se nombraron 4 diputados para seguir negociando con Buenos Aires las diferencias. Artigas escribió al Cabildo de Montevideo que el Congreso «… después de muchas reflexiones» resolvió enviar cuatro diputados a Buenos Aires «que a nombre de este Congreso General, representasen la uniformidad de sus intereses y la seguridad que reclaman sus provincias (…) todos con los poderes e instrucciones bastantes a llenar su comisión» (Artigas, 30 de junio de 1815). Es difícil imaginar que sólo eso se debatió en el Congreso. Ya la sola definición de las «instrucciones» debió generar un debate intenso y no debió ser sencillo al momento de pasar de las grandes definiciones autonomistas a propuestas concretas sobre un programa político y económico. Es muy posible que fuera difícil consensuar con Santa Fé y Córdoba especialmente un conjunto de medidas económicas y de organización política, Corrientes estaba molesta porque se había dado representación en Congreso a Misiones parte de cuyo territorio históricamente disputaba… Pero aunque tenemos las actas a la vista sin dudas allí las provincias ratificaron su voluntad de independencia absoluta de toda potencia extranjera y los principios confederales y republicanos, como continuidad de la secuencia lógica del ejercicio de soberanía particular de los pueblos. Esto debió ser así porque todas estas provincias ya habían declarado su independencia, se hallaban en una posición de fuerza y el fracaso de las negociaciones con el gobierno en Buenos Aires obligaba a reafirmar esos principios aunque el Congreso dispusiera la voluntad de seguir negociando. Más aún ese debió ser el centro del debate cuando 13 de agosto de 1815 retornaron los delegados enviados por el Congreso de Oriente, comunicaban el fracaso de las negociaciones y se reiniciaban las hostilidades. Recordemos que cada declaración de independencia era también relativa respecto de la instancia inmediatamente superior. Es por ello que, reafirmada la independencia de los pueblos y provincias que conformaban la LPL, continuaba la voluntad de poder avanzar en la constitución de la «Provincias Unidas del Río de la Plata» como acto de delegación, nuevamente, de parte de esa soberanía. De hecho el no acuerdo con el gobierno en Buenos Aires significó la ausencia de las provincias en el Congreso de Tucumán y el no reconocimiento posterior del Director Pueyrredón. Los pueblos de la MPL, luego cada provincia y después el Congreso de las mismas en 35 el Arroyo de la China ya había resuelto el tema de la independencia…; lo que estaba en disputa y por ello continuó la lucha, eran los principios sobre los que se organizaba el país, la forma de gobierno y la distribución de los recursos al interior de las propias fracciones de las burguesías en formación. Es más, la Liga Federal avanzó con el Reglamento Provisorio de comercio de septiembre de 1815, con el objeto de que regular el tráfico comercial con el exterior y creando una unión aduanera entre seis provincias, compaginando a la vez los intereses librecambistas y proteccionistas, Buenos Aires y el resto de las provincias recibían trato de país extranjero. Se avanzaba allí en un conjunto de medidas de gobierno que desafiaban claramente la hegemonía de clases porteña mediante el control de los recursos de la mayor parte de la región ganadera. En ese marco debe comprenderse la respuesta de Artigas al director Pueyrredón al enterarse de la declaración de independencia en San Miguel de Tucumán: «Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva. Lo hará V.E. presente al Soberano Congreso para su Superior conocimiento» (Artigas, julio de 1816). Avíseles a los señores congresales que ya somos independientes, debemos discutir en el Congreso otras cosas y son preci- 36 samente las que allí no hay voluntad de resolver... El Congreso de Oriente de 1815 en Concepción del Uruguay fue el punto más alto en la búsqueda de constituir un sistema de estados confederados soberanos en el Río de la Plata, sobre bases democráticas y republicanas y con esquema de equilibrios entre fracciones de clases territoriales hegemónicas, pero no surgió de allí ninguna burguesía que podamos llamar «nacional», el tiempo demostraría que sus acuerdos eran frágiles. Por otro lado es difícil imaginar que en el Congreso se hubiera avanzado en políticas de carácter social, que podían estar más maduras en algunas regiones del «continente del Entre Ríos» y la Banda Oriental, pero muy lejos de los conservadores intereses de las otras provincias. Pero al momento del Congreso de Oriente la conducción revolucionaria, tras reiteradas presiones internas, no tenía alternativa que sacar a relucir su programa de reforma social sobre los territorios que realmente controlaba. Intentó avanzar así con el «Reglamento Provisional de Tierras para fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados»que pretendía resolver el problema de la falta de tierra de los desposeídos a cambio de otorgar «seguridad a sus hacendados» disciplinando la fuerza de trabajo campesina. Pero la revolución ya había juga- do sus mejores cartas, tras la nueva invasión portuguesa de 1816 y ya presa de las tensiones de clases interna primero sufrió la defección de la oligarquía oriental y luego de las fracciones de clase de poder de Santa Fé y Entre Ríos… Ya no había tiempos para el programa social de la revolución pese a alguna experiencia aislada posterior. Hacia 1820 el movimiento terminó preso de las contradicciones que encerraba. Hacia delante a las burguesías provinciales en formación solo les quedaba resolver sus propios intereses por el control de los puertos y la tierra y sus recursos hasta el modelo de Estado que ellos supieron conseguir cuando cerraron a pura violencia sus diferencias: democráticos, representativos, republicanos, agroexportadores, librecambistas, y muy especialmente, federales. Mientras tanto lentamente completaban el proceso de sumisión y control social de los desposeídos. Para el pobrerío nativo -fuera indio, mestizo, afro, criollo y aún español o portugués- iban apareciendo los problemas más serios: les seguían diciendo que podían ser ciudadanos libres e iguales pero que la tierra, la carne y el cuero tenían precio y dueño. Ya estaban fuera de la única experiencia revolucionaria que les daba oportunidades y que a fuerza de sangre pudieron protagonizar. Fueron las Tres A por Alexis Banylis1 S er comunista y obrero en los años en que el neoliberalismo desplegaba sus alas en la Argentina no fue fácil. Aquí les contaré la historia del asesinato de un joven padre y obrero comunista en la provincia de Buenos Aires en los años ´70. También la de su familia, corriendo por todo el país, teniendo solo en claro que era por ser comunistas y sin ninguna idea de quién mató a Carlos y por qué tanto ensañamiento con ellos, su mujer y sus tres hijos durante 8 años. Lo narraré a través del Fallo del tribunal Oral número 5 que está a cargo del juez Norberto Oyarbide, quien entregó su reso- 1 lución a la Familia y al Partido Comunista representado por Patricio Echegaray y Víctor Kot , el 2 de febrero de 2016. Una pequeña historia de Carlos y de Nora Carlos nació el 30 de noviembre de 1943 en la Ciudad de Buenos Aires, hijo de inmigrantes lituanos que llegaron a este país en busca de mejores condiciones de vida. Vivía en Palermo con sus padres y estudiaba en buenas escuelas privadas. Según contaba su padre de muy chico se rebelaba contra las injusticias, tanto que fue expulsado del colegio católico La Salle de Caballito, por arrebatarle el puntero al cura que pretendió pegarle y defendiéndose de la agresión con que estos trataban a los alumnos. Años después, a principios de los 60´ junto a su primo Roberto se afilia a la Federación Juvenil Comunista. Su militancia juvenil transcurre entre la lucha estudiantil de la «laica y la libre» y las distintas libertades que los jóvenes de esa época comenzaban a reclamar. En sus años de secundaria ya vive junto a su familia en Ituzaingó y cursa la última etapa en el Esteban Echeverría de Ramos Mejía. Con Integrante de HIJOS. 37 sus amigos/as y compañeros/as Pepe, Malisa, Beto y Nora toca la guitarra en peñas, viajan, militan, comparten libros. El 2 de mayo del 69 se casa con Nora con quien pronto tendrá su primera hija, Valentina y luego a Alexis y a Leónidas en el 72. Años de folclore, Beatles, Tchaicovsky, alegría, fútbol, compromiso sindical y sueños universitarios junto a su compañera. En los 70´ se compran un terreno en la zona sur de Ituzaingó cerquita de la estación de tren, a pocas cuadras de la casa de sus padres y comienzan a levantar su casa igual que todos los vecinos/as venidos tanto del interior como de fuera en busca de un futuro para sus familias. Trabaja de chofer de colectivo para la empresa Transportes del Oeste, su condición de comunista no le permite aceptar las condiciones de trabajo, el poco salario y las extensas horas al volante. Los compañeros lo eligen delegado junto a otros camaradas; con Botti, Milisich y Joaquín encabezan la lucha que los llevaría a crear la comisión Interlíneas «5 de Abril» enfrentando así a la burocracia sindical y a la patronal con gran éxito para todos los chóferes de la provincia de Buenos Aires. Esto lo puso en la mira de las Tres A, que no descansarían con amenazas para quebrar su espíritu revolucionario, él nunca se quebró. Solo las balas, 2 38 una fría noche de junio de 1975, apagarían su voz. Carlos fue asesinado a los 31 años en su casa de Ituzaingó el 11 de junio de 1975 y los compañeros respondieron con una huelga de transporte. Hoy su recuerdo recorre las calles y las plazas del Oeste con su ejemplo de vida y compromiso revolucionario. El fallo del Juzgado2 Carlos Banylis trabajaba en la línea 163 y era delegado sindical de la UTA cuando los choferes dejaron de recibir ese extra. Las protestas y el triunfo en una demanda judicial fueron el caldo de cultivo de una persecución feroz. Banylis era, además, militante del Partido Comunista. El 10 de junio de 1975 a la noche su casa en construcción, en Ituzaingó, se llenó de hombres armados, algunos con las caras semiocultas con medias de nylon, otros a cara descubierta, que entraron rugiendo su nombre. «¡Te vinimos a buscar, hijo de puta!», gritó uno de ellos, tras empujar a su esposa, Nora, y sus tres hijos sobre la cama de donde lo arrancaron a él. Desde allí, acurrucados y encañonados, fueron testigos de su fusilamiento con sesenta balazos. Para ellos fue el comienzo de una pesadilla de diez años, en que peregrinaron por pueblos, escondiéndose. Porque en cada lugar donde llegaban los allanaban o amenazaban. Cuarenta años después, Nora se encontró en una situación a la que había renunciado casi desde siempre: sentada en un juzgado federal, mirando fotos, se topó de pronto con el rostro inconfundible de uno de los asesinos, el que le apuntaba a su hijo Alexis de cuatro años mientras otras bestias de la patota de la Triple A agarraban a su marido. Se llamaba Juan Carlos Yovino y era policía federal asignado en «comisión» al Ministerio de Bienestar Social de José López Rega, base de la banda parapolicial. Está muerto, pero su reconocimiento permitió que el juez Norberto Oyarbide dijera por primera vez que Banylis fue asesinado, que se trató de un delito de lesa humanidad y que toda su familia fue víctima de una privación ilegal de la libertad que prolongó sus marcas a través de los años. Oyarbide firmó una resolución el lunes 2 de febrero y se las entregó personalmente a Nora y sus hijos en una pequeña ceremonia en su despacho en los tribunales de Comodoro Py. A ella le provocó un alivio inesperado, y una sensación de «reparación» que creyó que era utopía. «Por muchos años viví en las sombras. Tuve que callarme la boca, mentir y enseñarles a mis hijos a mentir cuando les preguntaban de qué había muerto el padre, para poder sobrevivir. Uno se ca- El fallo se encuentra disponible en el archivo del Comité Central del PCA, Av. Entre Ríos 1039 (ver a Taty) lla, pero nunca se olvida. Por primera vez entiendo que yo también soy una víctima», reflexiona. Alexis, quien hoy tiene 45 años, recuerda en voz alta, que la mentira que le salía decir era que su papá «había pisado un jabón, se cayó y murió». No le gustaba mentir, pero a la vez se sentía dueño de un saber que otros no tenían sobre la existencia de la Triple A, la organización terrorista que mataba gente desde el aparato estatal. La sentencia, que tiene un carácter declarativo dice: «La familia Banylis ha vivido pánico, terror, silencios, soledad, abandono, persecución posterior, hambre, falta de escolarización, han postergado la elaboración del duelo propio de todo ello, no conociendo la verdad de lo ocurrido y por temor a continuar soportando consecuencias conmovedoras. Fue el Estado mismo quien lo causó». El hallazgo del ex subcomisario Rodolfo Almirón en España, en 2006, en una playa cercana a Valencia por una investigación del diario El Mundo, fue central. Almirón era pilar de la custodia de López Rega y fue lo que llevó a Oyarbide a reabrir la causa sobre la Triple A (que funcionaba desde el Ministerio de Bienestar Social en pleno gobierno de María Estela Martínez de Perón) que se remontaba a 1975 pero había sido archivada. El juez encontró que había un pedido de captu- ra contra Almirón desde 1984, y España aceptó extraditarlo. También había ordenes de captura contra otros dos policías que custodiaban al «Brujo», Juan Ramón Morales y Miguel Ángel Rovira, quienes también fueron detenidos. En un comienzo, se les imputaron casos como el asesinato del diputado Rodolfo Ortega Peña, el abogado Alfredo Curutchet, del ex subjefe de la Policía Bonaerense Julio Troxler, del abogado Silvio Frondizi y su yerno Luis Mendiburu, del periodista Pedro Barraza y su amigo Carlos Laham, de Daniel Banfi y Luis Latrónica. Luego se sumó el del cura Carlos Múgica. Los tres acusados iniciales murieron desde que se recomenzó la investigación. El expediente se con- virtió en una megacausa. Llegó a acumular 680 casos de homicidios, secuestros y extorsiones. También se sumaron imputados, que formaban parte de la organización a través de relatos y documentación: Jorge Conti, Carlos Villones, Julio Yessi, Norberto Cozzani y Rubén Pascuzzi. Entre todo el enjambre de casos, estaba el de Banylis. En 2006, Alexis por coincidencia vivía en España y militaba en HIJOS allá. Sus otros dos hermanos, Valentina y Leónidas, se presentaron en el juzgado de Oyarbide y él se sumó después. Declararon y estuvieron sin noticias del juzgado por largo tiempo. El aporte de carpetas con fotos que hizo el Ministerio de Seguridad, como parte de la documentación archivada que se remonta a los años setenta fue vital para la causa, y demuestra la capacidad que tienen muchos organismos del Estado de colaborar con el esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad, con sus archivos, si existe una política enfocada en ese sentido. En este caso, a Nora primero la llamaron del juzgado para que hiciera un identikit de las personas que se acordara; más adelante, fue a ver fotografías. Cuando llegó a la número 57 empezó a temblar y se puso pálida. «¡Es éste!», exclamó. Fue instantáneo. No tenía dudas. Se armó un pequeño revuelo en la oficina y los secretarios que estaban con ella llamaron al juez, que fue a contenerla. 39 Después no reconoció a nadie más. Carlos Banylis era rubio, de ojos claros, buen mozo y de origen lituano. Una persona, según lo recuerda Nora, que siempre se despertaba de buen humor. Tocaba la guitarra, cantaba y adoraba el folklore. Le gustaba charlar con los vecinos, que siguen yendo a los actos para recordarlo en el barrio. Su historia concentra la persecución terrorista a militantes del Partido Comunista y también del movimiento obrero. Banylis quedó casi sentado contra la medianera cuando le perforaron la cara y el resto del cuerpo de tantos balazos. Nora fue a la comisaría, y tuvo la sensación de que quienes le tomaban la denuncia habían estado en su casa. Cuando tantos años después pudo releer esa declaración original en el juzgado de Oyarbide, advirtió que habían cambiado su relato. Por ejemplo, ella había dicho que venían recibiendo amenazas telefónicas, y que la última había sido el fin de semana anterior, durante el cumpleaños de uno de los hijos. Eso no figuraba en el acta. «A Banylis lo vamos a hacer boleta», escuchó una voz distorsionada cuando atendió ella el teléfono. Y su marido le dijo «esta vez es en serio». Nora no quiso volver nunca a la casa y, de hecho, tuvo que escapar con sus tres hijos. Primero fueron a Salta, donde tenían casa y amigos. Pero tuvieron un allanamiento ya después del golpe de Estado en 1976 y se fueron. Volvieron a estar en Buenos Aires, aunque rápidamente terminaron en Santiago del Estero. «Quería estar lejos y criar a mis hijos. Valentina ya había cambia- 40 do cuatro veces de escuela», recuerda. En un pueblo, Campo Gallo, iniciaron una vida «normal», los chicos empezaron a ir a la escuela, hasta que una de las maestras le contó que habían pasado preguntando por ella. A ella siempre le resonaba la frase que le había espetado uno de los hombres de la patota tras matar a su marido: «Ahora volvemos por vos». En la desesperación quemó buena parte de sus pertenencias y le fue a pedir ayuda al cura del pueblo. Se llamaba Carlos, y le explicó a Nora que iría hasta el Arzobispado en Añatuya, en su Renault 4L, a hacer una consulta. «Nos advirtió que si veíamos que demoraba, nos fuéramos. Y que si tenía buenas noticias, a la vuelta daría una misa», dice Alexis, «Por suerte volvió, y dio la misa, a nosotros nos bautizaron, fue todo muy emotivo», cuenta. El recuerda algunos días que estuvieron viviendo en la parroquia. Que el sacerdote –»el Gordo», como le decían– tenía una biblioteca inmensa y le gustaba jugar al ajedrez. «Como mi viejo era comunista, todo lo que tuviera que ver con la Unión Soviética me fascinaba. Tenía «Los Hermanos Karamazov» (la última novela de Dostoievski) y a mí me gustaba porque mi mamá sacó mi nombre de ahí. En un momento empecé a leer mucho porque me buscaba un mundo paralelo», recapitula. Desde entonces vivieron en El Impenetrable, en Monte Quemado. Nora vendía ropa y muchas veces le pagaban, por ejemplo, con comida. No podía figurar en ningún lado. Ella misma, contó su hijo, apenas tenía un vesti- do marrón y llegó a pesar 35 kilos. En 1986 volvieron a Buenos Aires. Por esa época Alexis por su cuenta intentó reconstruir la trayectoria de la vida de su papá y cómo habían llegado a fusilarlo. Buscó material sobre su militancia. Trató de entender el funcionamiento de la Triple A. La significación de la represión en Villa Constitución y el asesinato de Atilio López, titular de la UTA. Alexis fue, entre sus tantas iniciativas, a hablar con el fallecido Eduardo Luis Duhalde, quien fue secretario de Derechos Humanos, y lo apuntaló. También fue al juzgado de Morón a buscar el expediente original, que simplemente estaba archivado y allí le dijeron que no podían reabrirlo sin nada nuevo. Así estuvo, leyendo y golpeando puertas desde la adolescencia, sin poder terminar la secundaria. Yovino ya no está para que lo juzguen por participar del asesinato de su papá y por tenerlo a él encañonado. Pero Alexis y sus hermanos sienten una alegría especial, de satisfacción. Su mamá, Nora, a los 68, también. «Este fallo me está cambiando la cabeza. Hoy puedo contar lo que pasó y entender que yo también soy víctima, y mis hijos también». El fallo declara: «Estos delitos fueron cometidos por parte de la tristemente célebre organización delictiva autodenominada Triple A, resultando Juan Carlos Salvador Yovino coautor de las privaciones ilegales de la libertad cometidas contra la familia Banylis y partícipe necesario del homicidio de Carlos Banylis». Fueron las Tres A. Declaración del Partido Comunista a 40 años del Golpe Cívico Militar A 40 años del golpe de es tado, el Partido Comunis ta se moviliza para rendir homenaje y seguir pidiendo juicio y castigo por los 30.000 compañeros desaparecidos, entre ellos, cientos de camaradas que fueron detenidos, desaparecidos y represaliados tanto por la Triple A como por la dictadura. Este aniversario del golpe nos encuentra en un difícil contexto, muy diferente al de los últimos años, ya que han llegado al gobierno de manera directa y sin intermediaciones los representantes de las corporaciones trasnacionales, de los medios concentrados de comunicación, de los monopolios del sector agro-exportador y de la banca global hegemónica del sistema financiero internacional, imponiendo sus políticas de ajuste, despidos y represión. En este marco, la presencia de Barack Obama en nuestro país este 24 de marzo significa un regreso a la política internacional de “relaciones carnales” que dominaron en los 90, y un claro mensaje del gobierno de Macri de que busca dejar atrás tanto la política de integración y mayor autonomía impulsada en nuestra América, como la de Derechos Humanos en nuestro país, como lo demuestra la detención de Milagro Sala, primera presa política del macrismo. En su visita, el presidente norteamericano realizara acuerdos con Macri que garantizaran la injerencia de agencias norteamericanas en nuestro país, tras la excusa de “colaboración” en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Estos acuerdos responden a la política imperialista de los EEUU en la región. Mayor presencia de la DEA en la Argentina, militarización de la Triple Frontera para enfrentar al “terrorismo”, cursos de capacitación de agentes antinarcóticos de EEUU a las fuerzas de seguridad como forma de perfeccionar sus capacidades represivas, etc. Esto es posible porque hoy, a 40 años del Golpe cívico-militar, los representantes de los grupos económicos, de la corporación judicial y de los grupos civiles cómplices de la dictadura han llegado al gobierno de la mano de Cambiemos y reciben con todo los honores a Barack Obama, representante del imperialismo que impuso dictaduras, muerte y desolación en nuestro continente para reprimir a nuestros pueblos y que hoy busca recuperar su predominio y tomar revancha de aquel 2005 en que los pueblos latinoamericanos dijimos NO AL ALCA. Por eso reivindicamos el carácter antimperialista de este 24 de marzo. El terrorismo de Estado se aplicó en nuestra patria durante mucho tiempo: así sucedió con nuestros pueblos originarios, con la represión en la década del 30, con los bombardeos de 1955 y también mucho antes del Golpe de 1976, cuando empezaron a operar las organizaciones paramilitares como la Triple A. Con los genocidas en el poder se implementó un plan económico, político, social y cultural contra el pueblo. Apoyando e instigando este golpe de Estado estuvieron los grandes grupos económicos nacionales y transnacionales, y no sólo pidiendo a gritos el terrorismo de Estado, sino también en muchos casos prestando sus instalaciones, su logística y sus vehículos para el exterminio, y entregando listas de trabajadores que militaban. No olvidamos que la desarticulación de la clase obrera fue uno de los objetivos centrales de la dictadura. Ya desde antes del Cordobazo buscaron aniquilar a los obreros organizados, a esos que se rebelaban contra la explotación, defendían sus derechos y se sindicalizaban. La economía de la dictadura fue el plan político del genocidio. Se ideó un proyecto para colocar toda la economía al servicio de las multinacionales, la Sociedad Rural Argentina, y otros grupos, destruyendo la industria nacional. Se masacró a una generación que estaba organizada para resistir ante el avance de los intereses financieros multinacionales en el Continente. El terrorismo de Estado, cometido en casi todos los países de Latinoamérica, llegó para allanar el territorio al neoliberalismo. Los genocidas instalaron un modelo de hambre y exclusión que dañó a todo el pueblo. No cometieron sus crímenes solamente dentro de los centros clandestinos. Cometieron también crímenes económicos, de los que todo el pueblo fue víctima, y cuyas consecuencias seguimos padeciendo. La dictadura nos dejó una deuda externa que 41 nos condenó a la dependencia durante décadas. Los empresarios se llenaron los bolsillos y vaciaron los del pueblo, de la mano del FMI y los organismos internacionales de crédito. Esta historia la conocemos, y sabemos que la renegociación con los Fondos Buitres y el sistema financiero internacional solo acarrearán una nueva espiral de endeudamiento que pone en serio riesgo el presente y el futuro de nuestro pueblo. Ante este nuevo ciclo de endeudamiento, pensamos que es necesario abrir el debate y retomar la idea de suspender los pagos de la deuda y realizar una verdadera auditoría sobre la legalidad y el origen de la misma. Es por esto que desde el Partido comunista seguimos impulsando la denuncia y el esclarecimiento de la responsabilidad del poder económico concentrado de carácter imperialista que fuera promotor e inspirador de la dictadura y el terrorismo de Estado, con su secuela de crímenes de lesa humanidad cometidos contra el pueblo argentino y en su nefasta coordinación con las dictaduras de la región a través de siniestros operativos como el llamado Plan Cóndor, que atentaron también contra los pueblos hermanos del Cono Sur. Refirmamos el compromiso de perseverar en esta lucha reclamando la aceleración de los juicios y al mismo tiempo la urgente derogación de Ley Antiterrorista. La 42 sanción de esta ley por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, es una concesión negativa y peligrosa al poder real en nuestro país y a su principal componente, el imperialismo norteamericano. Con el gobierno de Macri, el poder económico que perpetró el genocidio y que continua expoliando nuestra economía, que destruye el medio ambiente y saquea nuestros recursos naturales, como el agua, la minería, la tierra o el petróleo, busca preservar sus intereses en complicidad con el HSBC, el JP Morgan, Chevrón, la Barrick Gold, entre otras multinacionales. Es el mismo poder económico que, según el fallo del juez Ballesteros, utilizó el endeudamiento del país para solventar sus negocios privados como Macri, Fortabat, Bunge & Born, Bridas, Bulgheroni, Pérez Companc, Techint (Rocca), Soldati, Pescarmona, que contrajeron la deuda privada, que más tarde sería estatizada y pagada por todo el pueblo. El Partido Comunista, continúa impulsando la lucha por la verdad y la justicia y se ha constituido como el único Partido querellante en los juicios contra los genocidas, batallando por poner fin a la impunidad y en el único que ha presentado reiterados pedidos de nulidad de la Ley Antiterrorista. Por eso es que hoy volvemos a decir bien fuerte: ¡LOS GRUPOS ECONÓMICOS TAMBIÉN FUERON LA DICTADURA! ¡EXIGIMOS JUICIO Y CASTIGO YA! ¡NO A LA INJERENCIA IMPERIALISTA DE LOS EEUU, COMPLICE DEL TERRORISMO DE ESTADO! Porque fueron parte de los que instigaron, financiaron y se beneficiaron con el golpe de Estado de Videla. Se enriquecieron con la dictadura y fueron partícipes: sin ellos el genocidio no hubiera sido posible. Fueron y son las empresas al servicio del capital, del imperialismo y la exclusión, en contra del pueblo. Los comunistas convocamos a nuestros camaradas y demás integrantes del campo popular a llevar adelante acciones unitarias, organizadas, de carácter antimperialista y de liberación nacional y social. Es el combate que nos corresponde librar desde siempre, y con mucho más énfasis en la actual coyuntura. • Juicio y castigo para todos los responsables, cómplices y beneficiarios políticos y económicos de la dictadura • Derogación de la ley antiterrorista del imperialismo • No al protocolo se seguridad • Libertad a Milagro Sala • No al acuerdo con los Fondos Buitres – No volvamos al Fondo • Fuera ingleses de Malvinas, fuera yanquis de América Latina • Solidaridad con los pueblos latinoamericanos agredidos por el imperialismo • Fuera Obama de Argentina y de América Latina dossier Batalla de ideas, lucha de clases y construcción de alternativas El sábado 10 de octubre de 2015 se realizó en nuestro Comité Central la primera Jornada: Batalla de ideas, lucha de clases y construcción de alternativas, organizada por el Partido Comunista de la Argentina, con la participación del Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti, CEFMA, la revista Cuadernos Marxistas y el periódico Nuestra Propuesta. El Desarrollo de la Jornada fue la siguiente: Presentación: Emilia Segota Mesa: Ideologías y hegemonía Panelistas: Rafael Paz y Gastón Varesi. Coordinador: Fernando Ibarra Mesa: Marxismo y Humanismo Panelistas: Raúl Serrano y Alexia Massholder Coordinadora: Ivana Brighenti Actividad: Propuestas de continuidad y perspectivas de trabajo Marcelo F. Rodríguez Actividad: Homenaje en un nuevo aniversario de La Historia me absolverá Hernán Randi América Latina, intelectuales y cultura Panelistas: Ana María Ramb y Ernesto Espeche Coordinador: Pablo Reid Mesa: Actualidad y necesidad de la batalla de ideas Panelistas: Atilio Boron y José Giavedoni Coordinadora: Rosana González Palabras de Patricio Echegaray En el presente Dossier de Cuadernos Marxistas, publicamos los trabajos acercados por los panelistas y las intervenciones realizadas en dicha Jornada de la cual participaron más de cien camaradas. 43 A propósito de la lucha ideológica por Rafael Paz2 «Si el ser coincidiera con la apariencia la ciencia no sería necesaria». Esta frase, predilecta de Marx, es una buena guía para nuestra exploración, en la medida que no aceptamos la admonición bíblica de no probar del fruto del árbol del conocimiento. Y en lo que hace a la vida social, nos vemos llevados a interrogar el porqué de lo engañoso de las apariencias. Lo cual nos conduce a estrategias de develamiento, de atravesamiento o deconstrucción de las representaciones del mundo, organizadas o no, en cuyo seno transcurre la existencia. Y que son el fruto de la acumulación de supuestos, valores y sentidos en el curso histórico de las sociedades, marcados por los dominios de clase y el choque entre visiones alternativas. Este proyecto, del cual naturalmente expondré un bosquejo, tiene un supuesto implícito que es la terrenalización de la lucha de ideas. Es decir, que las mismas son discutibles, y su choque y confrontación –pólemos- ha de constituir el medio natural en que se encuentran. No para ejercitar una esgrima gozosa de pensadores –que podría tener el mero valor de una sofística- sino en tanto encarnan fuerzas materiales que hacen a la vida de la gente, a su felicidad o desdicha, a las posibilidades de transformar las condiciones de existencia. Ahora bien, todo esto nos sitúa históricamente en los efectos a largo plazo del Iluminismo, de ese gran movimiento cultural germen y producto de la revolución burguesa. A partir del cual se volvió posible pensar que las ideas son construidas, en tanto resultantes histórico/sociales del trabajo humano de apropiación simbólica del mundo, que acompaña a su apropiación material. Y por lo tanto, surgen y se desarrollan a partir de la vida, de lo concreto de la existencia y de las luchas por la apropiación y distribución de los productos del trabajo humano. Por lo que su vigencia, potencia o caducidad depende de ese conjunto heterogéneo y terrenal. Los procesos simbólicos son esenciales, empezando por el lenguaje, y no agregados que podrían ocurrir o no a la vida social, por lo que su «Marxismo y literatura», pág. 153, edit. Las Cuarenta, 2009, Bs. As.. 44 autonomía relativa, que la tienen, es siempre mundana: nace de e incide en, lo concreto de las existencias. Además, si bien transcurren en las cabezas de los hombres, esas cabezas funcionan, desde sus producciones más elementales y sus procesos primeros, de manera relacional y encarnada. Es decir, en cuerpos que viven, gozan y sufren las condiciones de trato o destrato que les tocan en suerte. Es de esta complejidad que surge todo pensamiento singular, en el seno de una trama material histórica de significancias, que lo bañan e impregnan de sentidos y de la cual se hará cargo como pueda o quiera. Y las ideas, como producto de tales tramas y cabezas, son por naturaleza históricas: nacen, se sostienen y eventualmente perecen en el tiempo. Y si la historia es la historia de la lucha de clases, las ideas no flotan como emanaciones expresivas, sino son parte constitutiva de tal lucha. De ahí que los dispositivos de producción y circulación de las mismas sean objeto de un esfuerzo formidable de apoderamiento por los poderes constituidos, y requieran de estrategias sistemáticas, pacientes y sagaces por parte de las clases y culturas subordinadas para construir y consolidar sistemas de pensamiento alternativos. Teniendo presente el peso enorme de la inercia histórica, que no obedece sólo a una suerte de mecánica de las costumbres, sino surge también del miedo a pensar distinto del horizonte límite que el pensamiento dominante impone, y se insinúa en todos los resquicios de la existencia. En todo esto juega la cuestión de la verdad, más precisamente lo que cabría llamar el trabajo de la verdad, en su confrontación con los ocultamientos, las distorsiones y la no-verdad. Siendo esta última, la no verdad –y aquí aparece la cientificidad claramente como expresión de la lucha de clases en la teoría- como producto histórico social y ejercicio activo en la gestión de la dominación simbólica. La no-verdad es un efecto pertinaz, insistente y dañino del ataque al pensar en lo que tiene de apertura, conocimiento y desarrollo, y más cuando asume estrategias radicales de interrogación por el ser de las cosas y de los hombres. Recordemos –en la línea de Iluminismo que decía más arriba- el modo en que Kant retoma la cita clásica de Horacio: «Quién ha comenzado sólo ha hecho la mitad: atrévete a saber». Pues se trata efectivamente de atreverse, superando las coacciones interiores que nacen no sólo de la ignorancia, sino de los miedos a derrumbar mitos y creencias consolidadas, que constituyen una manifestación en lo simbólico de la coacción física concreta. O sea, las formas activas de bloqueo o liquidación del trabajo del conocimiento. Así planteadas las cosas, vaya una definición, útil como herramienta de intercambio y discusión: Ideología: es el horizonte de supuestos, impregnados de valores, desde el cual un grupo humano construye su concepción del mundo, representa sus condiciones de existencia, genera procesos de verdad y no verdad y de subjetivación. La ideología es un conjunto integral de saberes –tengan la calidad y consistencia que tuvieren- que conecta a un grupo humano entre sí y con el mundo en que vive, y conlleva una pretensión de totalización. Siendo la ideología dominante el umbral de partida inexorable para todos, en la medida que suministra un universo integral de sentidos y de respuestas para las preguntas esenciales sobre el mundo, la vida, la gente. Que no sólo impregna a cada uno con supuestos comunes, sino se incluye en el espacio interior y determina modos de pensar, de encarar la vida y de optar por valores. Tendiendo a configurar estilos y modos de ser. La ideología dominante opera activamente, «compacta», construye sentidos, apelmaza contradicciones y busca cerrar sin resquicios las grietas que inexorablemente se producen y descentran del horizonte de lo obvio, de lo que «naturalmente» es así. Este punto de lo «natural» y obvio es clave, pues allí se muestra la inercia formidable de las representaciones del mundo. Por ejemplo: los diarios siguen escribiendo todos los días que «el sol sale» a tal hora, y «se pone», a tal otra, como si Copérnico y Galileo no hubieran existido. Claro está que todos, ya «ilustrados» desde la Ilustración, sabemos que no es así, y aceptamos la mini poesía de esa amable convención. Pero el resto de la publicación de la prensa común, en el articulado de sus mensajes, efectivamente reproduce las convenciones básicas de nuestro mundo, de sus escalas de valores, de sus sistemas de silencios, como trasfondo de supues- tos a las novedades que cuentan. Y así como sale el sol, los mercados hablan, las calificadoras de riesgo aprueban o desaprueban, «el mundo» nos vuelve a recibir a los argentinos alborozado, los bancos abren sus arcas y un baño de amor a todo lo recubre. Lo notable es –y en el argentino medio con su experiencia escéptica acumulada más- que todo eso es tomado en serio, generando una escisión en cada uno que acepta someterse, entre el darse cuenta en alguna proporción de la colosal mistificación y el no percatarse. Estereotipando de manera notable pensamiento y discursividad, lo que puede coexistir con sofisticación en otras áreas del pensar. Pero a la larga, de un modo u otro a todo lo tiñe. Los mensajes ideológicos elaborados expresan de manera condensada la concepción del mundo que los sustenta, y la calidad de la convocatoria al consenso que vehiculizan. Contemplar, en la asunción del mando presidencial, al cacique qom adicto al macrismo, cristalizado como figura de una estética escolar elemental, nos dice mucho, en tanto hiere la percepción, no sólo por el uso bastardeado de las reivindicaciones de los excluidos -pueblos originarios y demás- sino porque atenta al sentido común de lo que es verdadero y genuino. De modo análogo al que pocos meses antes un niñito qom enfermo y desnutrido era usado como proyectil mediático con intención conmovedora, situando la disputa en un nivel extraordinario de mala fe. Pues la pobreza extrema y la no 45 tanto también -y la exclusión étnica- no tienen solución posible en los marcos capitalistas y semi feudales y todos, en alguna proporción –y esto es crucial para examinar las operaciones ideológicas que anudan lo colectivo y lo singular- lo saben y lo niegan. En tal vislumbre de lo visto-amedias / percibido / negado, se muestra la fragilidad de las construcciones ideológicas en su faz de encubrimiento: tienen hendijas, por donde se muestran otros órdenes de realidad y cobran vida discursos otros y pulsiones otras. De ahí el miedo que tales grietas producen, pues lo postergado puede tomar fuerza, abrirse camino, emerger y trastocar las relaciones de poder. Y empujar a los excluidos y atontados a empoderarse, como ahora se dice. Y entonces los festejos, conmiseraciones e idealizaciones se acaban bruscamente, pues empieza a jugar la cuestión del poder y, en última instancia, del control y manejo del estado, y la discusión siempre silenciada del para quiénes. La enorme complejidad de la cuestión indígena en nuestro país, en la cual se concentran distintos niveles de contradicciones, queda transformada en la figurita que se nos propone, en un gesto simbólico vacío de sentido. Pues ¿alguien puede llegar a creer que la temática de la propiedad de la tierra puede ser discutida en serio por quienes nos gobiernan? Lo burdo de la escena no carece de importancia, pues quién a partir de ella y del contexto la acepta, inicia un camino de aceptar cualquier cosa y creer cualquier cosa. 46 Y tal es el objetivo de la viralización ideológica, que la letra oficial denomina consenso, volviéndolo sinónimo de aquiescencia pasiva y formal. De ahí que haya que discutirlo todo, pero no en barullos seudo asambleísticos que ciertos medios promueven, degradando la interlocución y facilitando que a través del cansancio se caiga en los lugares comunes propuestos. Y también lo necesario del desmontaje de como se promueven, a partir de experiencias concretas, pactos simbólicos que van creando partiendo de lo elemental. Hay que tener presente que en coyunturas como la que vivimos, cuando «lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir», el pensamiento burgués apela a reflejos ancestrales y se repliega a sus fuentes más reaccionarias, y el pequeño burgués a diversas aventuras atractivas de bailar en la cubierta del Titanic. Junto a una enorme necesidad de creer, que facilita consensos en cascada. Lo cual es sabido, pero conviene tener presente la variedad de contextos y cargas simbólicas que configuran el medio donde se generan pasividades asombrosas frente a lo que «debería» conmover o indignar. Esto nos muestra, de manera muy clara, los efectos lamentables del agotamiento producido por la inflación de mensajes y la igualación de los mismos. En el sentido de que la dominancia en la discusión política de propagandas de tipo comercial determina un aplanamiento simbólico, favorecido por los lenguajes reducidos y precipitados de las redes sociales. De esto se trata el ataque al pensar en sus formas y potencialidades expandidas y mistificadoras. Y nos lleva además, a diferenciarnos de desarrollos sobre la ideología que la suponen exclusivamente en el nivel de articulación discursiva compleja; algo así como un tra- tado elaborado por pensadores al servicio de una determinada concepción del mundo. Claro está que tales pensadores existen, pero a menudo no se reconocen como ideólogos –con lo cual en ellos también está operando la opacidad tan ligada a la actividad ideológica. Pues su génesis y reproducción se da a partir de los más diversos lugares sociales, en colisiones y acuerdos tácitos o semi conscientes, pues se trata de la realimentación inercial de la atmósfera de creencias y supuestos que impregna la vida cotidiana. Manejada con sabiduría mediática y administración de los miedos. Ejemplo actual y agudo: la fragilización que opera sobre los derechos adquiridos, patrimonio sustancial de cualquier trabajador como memoria histórica de clase, al cundir el miedo a la desocupación. Es una enorme violencia simbólica que convoca memorias atávicas de subordinaciones y exclusiones y se torna fuerza material negativa al generar resignación y pasividad. Y desde ahí, identidades desclasadas y no combativas. Pero también, contradictoriamente, luchas y logros nuevos multiplican ideas y generan pensamientos alternativos, reinsertando las penurias y los miedos singulares en proyectos actuales y estratégicos. Se trata del juego de fuerzas operante en sujetos singulares y colectivos que dan lugar, desde la articulación y predominio de sentidos dispersos, a la instalación de hegemonía de determinado tren de ideas. Esto nos permite conservar una perspectiva dinámica de guerra de movimientos desde posiciones a sostener y desarrollar (Gramsci), en la medida que sepamos que ocurre en un territorio surcado por contradicciones de diversa índole y grado, abarcando desde las representaciones y creencias cotidianas hasta otros con alto grado de abstracción. La «guerra de movimientos» en el campo de las ideas transcurre efectivamente en diferentes niveles, por lo que es necesario más que nunca el ejercicio en acto de la intelectualidad colectiva, que abarque desde la cientificidad de los modelos y «las cuentas» y diversos modelos abstractos, hasta las formas de espiritualidad que se enaltecen o degradan en tal contexto de exasperación de contradicciones. Es también la manera de terrenalizar la lucha ideológica, por lo que bregó intensamente Marx. Cuando el Papa define un más allá de las banderas políticas -explícitamente lo dijo en Cuba- «de las ideologías», realiza una típica operación de segmentación del campo de ideas, remitiendo a un conjunto de valores «más allá». O sea, toma el valor fraternidad, que sin duda conmueve desde lo mejor de cada uno, y que, claro está, puede hallarse más allá de los partidos políticos en su versión convencional, pero no del conjunto vivo y contradictorio de ideas y valores, y lo lleva a un espacio transmundano. Nosotros, en cambio, lo traemos a la tierra, muy cerca, dicho sea de paso, del modo en que lo sientenpiensan (verbo inventado por Galeano) los «curas en opción por los pobres». La tierra es la sociedad partida por contradicciones antagónicas y secundarias, que convoca todo el tiempo a la toma de partido, en la medida que somos sujetos de la civilización burguesa y no siervos de la gleba o señores feudales, o súbditos de reinos en serio, o nobles, o monarcas. Las fuerzas ocultas, por milenios, que mueven al mundo, hace rato que se muestran en la superficie de las cosas y de la vida, por lo que las 1 operaciones de encubrimiento y mistificación se exacerban y sofistican. Nos toca el tiempo histórico de las democracias burguesas en su etapa de universalización tendencial, pero llevada a cabo no por la potencia de ideas civilizatorias sino de la expansión del capital financiero. Lo cual conlleva una degradación generalizada de los procesos culturales, que tienden a reducirse a un nivel pragmático y operatorio, acorde con el universo representacional del mundo de «los gerentes». Esto no es algo parcial y tristemente pintoresco, pues marca de modo esencial los procesos de subjetivación: es decir, la generación de identidades congruentes con el ciclo de reproducción que se busca. Y que se conjuga con dispositivos estéticos, valorativos y de premios y castigos atractivos, penetrantes y sofisticados en el nivel de amaestramiento de usos y costumbres. La combinación de aplanamiento y vaciamiento cultural con estetización del mundo es un rasgo esencial civilizatorio en la fase de decadencia –no digo ocaso de poder- de la civilización burguesa, por lo tanto de degradación de formas y contenidos que aporta a la vida social. Este es el medio donde tiene lugar la lucha ideológica, de ahí que el terreno específico donde chocan la representación de las condiciones de existencia es un fruto simbólico complejo, donde se mezclan registros y vislumbres del propio ser incluido en redes de opresión, junto a ocultamientos y sistemas sustitutivos de satisfacción. De donde la colisión de versiones y juegos de fuerza para instaurar realidades, fácticas y simbólicas. Que incluye de manera principal la representación del pasado; dice Raymond Williams, refiriéndose a la tradición: «Siempre es algo más que un inerte segmento historizado; por cierto es el medio de incorporación práctico más poderoso. Lo que debemos comprender no es precisamente «una tradición», sino una tradición selectiva: una versión intencionalmente selectiva de un pasado configurativo y de un presente pre configurado, que resulta entonces poderosamente operativo en el proceso de definición e identificación cultural y social.»1 Y más: «Un proceso deliberadamente selectivo y conectivo que ofrece una ratificación cultural e histórica de un orden contemporáneo.» El marxismo lucha por establecer una tradición selectiva, en confrontación con otras tradiciones. Y una fraternidad distinta, en la tierra, lo que debe constituir un elemento constante en la aportación de los comunistas a las luchas por la democracia. La misma es una cuestión crucial, pues los errores y fracasos de experiencias socialistas diversas, de los que nos hacemos cargo como parte de la contradictoria herencia de la humanidad, nos volvió depositarios de un legado muy complejo. Forzándonos a superar el escepticismo mediante formas renovadas de pensar lo colectivo, junto a la participación comprometida en las luchas populares y logros de poder en este siglo. («Marxismo y literatura», pág. 153, edit. Las Cuarenta, 2009, Bs. As.). 47 En los tiempos que corren la discusión por la esencia de la democracia ocupa un lugar central en la lucha ideológica: se trata de ampliar su sentido, despojando a las concepciones burguesas de un supuesto dominio natural, como depositarios históricos de un saber y un hacer sobre la misma. Siendo un ejemplo ostensible – y patético- las tentativas del radicalismo de continuar enseñando qué cosa es la democracia, como si se trataran de legatarios eternos de un impulso democrático burgués, cuando en verdad hace mucho que agotó lo mejor de sus valores, lo que lleva incluso a que sean marginados de la Internacional Socialista. Las nuevas formas de desarrollo de poderes populares no tra- 48 dicionales, enmarcados en matrices estatales o no, y por definición, desbordando los cauces preformados de la «democracia burguesa», plantea en acto esa cuestión, en términos de transferencia y delegación de poderes, legitimidad, dispositivos electivos, representaciones. En fin, los múltiples niveles que constituyen una formación social en crisis que revela sus costuras. Pero también por las profundas distorsiones de las formas tradicionales de democracia. Lo que es evidente en los tiempos que corren es cuanto se ha aprendido de las derrotas anteriores. Y de qué modo transcurre, pero con gran autenticidad, el famoso asunto -en otros momentos tratado de manera algo formal- de recoger las luchas reivindicativas parciales en un solo haz. Pues un punto acuciante de la lucha ideológica es aportar a la unidad con convicción, lo que supone el procesamiento singular y colectivo de juicios y prejuicios engarzados en el patriarcalismo, en modelos estáticos para sociedades nuevas y para nuevos movimientos sociales. Fracturando entonces la compacidad que decíamos y las inercias prejuiciales, por más que, naturalmente, la maquinaria bienpensante tienda a apropiarse de manera licuada y boba de todo lo que juega en la apropiación renovada de derechos. Un ejemplo notable es el modo en que la lucha por la igualdad de género y por el reconocimiento y legitimidad de los derechos de las «minorías sexuales» ha permeado naturalmente otras reivindicaciones, aportando desde sufrimientos y mortificaciones inmemoriales, masas de maltratados que se reconocen en el padecer de otros. Todo lo cual nos lleva a la cuestión de construcción del común, de una concepción profunda y material de la fraternidad, engarzada en la historia y en sus luchas. Pues, finalmente, de eso se trata para nosotros: ¿cómo construir en «las grietas» de la civilización burguesa (Lenin) experiencias concretas que sean y anticipen formas comunistas de ser? El comunismo como ideología, ciencia y cultura política de liberación por Gastón Angel Varesi1 M arx decía que es en el plano de la ideología donde los hombres toman conciencia de los conflictos en la estructura y Gramsci (2008) recuperaba una y otra vez esta cita para criticar una noción peyorativa de ideología que había arraigado en sectores del marxismo y que identificaba a toda ideología como mera apariencia o falsa conciencia. Gramsci proponía distinguir entre dos tipos de ideologías: unas que él llama «históricamente orgánicas» y que están estrechamente ligadas a determinada estructura y al movimiento de la sociedad, y otras que denomina «arbitrarias», que no pasan de ser meras elucubraciones intelectuales. Gramsci observa que las ideologías históricamente orgánicas organizan masas, forman conciencia e inciden en la lucha, mientras que las arbitrarias sólo crean movimientos individuales y polémicas. En ese sentido, hay que señalar que es el propio movimiento histórico actual, dado por el cambio en las relaciones de fuerzas tanto a nivel mundial como particularmen- te en nuestra América Latina, donde fueron cobrando forma procesos de luchas populares que llegaron a convertirse en gobiernos, dentro de los cuales, los más radicalizados se animaron a restablecer al socialismo como horizonte para nuestras sociedades. Esta es la época que atravesamos, lo que marca la vigencia del marxismo como ideología, como una ideología que es orgánica al proceso histórico y que vuelve a incidir de forma clave en la conformación de proyectos de cambio. Formamos parte de un enfoque que es mucho más que un conjunto articulado de ideas, sino que constituye lo que Gramsci denomina como una genuina concepción del mundo: una concepción que expresa una unidad de fines políticos, económicos, intelectuales y morales, y que se asienta en el comunismo como «doctrina de las condiciones de liberación del proletariado», según dijera Engels (1847). Para forjar esa liberación se debe transitar un largo camino que tiene como punto de partida la críti- ca al sentido común, entendiendo a este como ese conjunto de concepciones absorbidas acríticamente de numerosos ambientes culturales en los cuales se forma la individualidad moral, de manera disgregada e incoherente (Gramsci, 2008); sentido común que es generalmente incongruente respecto de la posición social de las multitudes porque tiende a estar ligado a las visiones e intereses que las clases dominantes fueron imponiendo y sedimentando. Ahí se evidencia el papel liberador de la crítica, porque permite develar la concepción del mundo que se posee, observar en ella la hegemonía construida por los grupos sociales dirigentes y generar un momento de ruptura que abra paso a la elaboración de una concepción del mundo del propio grupo social al que se pertenece. Allí juegan un rol fundamental la militancia popular y la de los comunistas en particular: el de hacer avanzar esa reforma intelectual y moral, de fundar las ideas, valores y creencias de la liberación. * Sociólogo, Magíster y Doctor en Ciencias Sociales (UNLP). Becario posdoctoral de CONICET, dirigido por Ana Castellani y codirigido por Aníbal Viguera, en el IdIHCS. Profesor del Doctorado y la Maestría en Ciencias Sociales y de la Maestría en Políticas de Desarrollo; Profesor Adjunto de «Geografía Econmica Argentina» (FAHCE-UNLP). Coordinador de la sede platense del Centro de Estudios y Formación Marxista H. P. Agosti (CEFMA – La Plata). E-mail: [email protected] 49 Pero, además, el marxismo trasciende las formas más básicas del pensamiento social para alcanzar sus formas más elaboradas, porque constituye un enfoque de carácter científico. Lenin (1920) en su discurso sobre las tareas de la juventud de 1920 señala que la joven generación de su tiempo tenía la enorme responsabilidad de crear la nueva sociedad y que la base para ello se sintetizaba en una sola tarea: aprender la ciencia del comunismo. El materialismo histórico y dialéctico creado desde los clásicos y desarrollado y enriquecido por una multiplicidad de pensadores y corrientes que componen al marxismo, sus conceptos y metodología, nos proveen de una herramienta científica indispensable e insustituible para comprender la realidad y, al mismo tiempo, para transformarla. Pero también Lenin levantaba una primera advertencia, señalando que uno de los mayores males que dejaba la sociedad capitalista era el «completo divorcio entre el libro y la vida práctica» (1920:10). A lo que sumaba una segunda advertencia: si el comunismo es una ciencia, entonces la primera aproximación natural que se tiene para aprender, como la lectura de folletos, manuales y material básicos de difusión, es tan necesaria como insuficiente porque puede llevar a caer en el consignismo. Lenin considera este consignismo un flagelo para la práctica transformadora porque si bien aporta ideas elementales que hacen al movimiento en sus planteos u objetivos, si éstas no son acompañadas por el conocimiento complejo de esas rea- 50 lidades y de la perspectiva desde la cual se busca gestar la transformación, entonces las lecturas y acciones terminan siendo llenados por el imperio del sentido común que está siempre permeado por las ideas de las clases dominantes, y además puede llevar a confundir estas ideas básicas con los fines últimos de la acción militante y a invisibilizar el necesario proceso de conciencia que enmarca una consigna determinada dentro de una estrategia y una táctica determinada. El consignismo establece una lógica de conocimiento repetitivo que debe ser superado, según Lenin, por el desarrollo de un «espíritu crítico», que apunta a un conocimiento profundo, reflexivo, sobre las realidades que se abordan y sobre el propio enfoque. Este proceso de construcción de un espíritu crítico también se diferencia del «adiestramiento» impuesto por la sociedad burguesa, la construcción de sujetos dóciles en el marco de un sistema de dominación, (y que a veces en la militancia se traducen en lógicas de ordeno y mando) sino que, por el contrario, dice Lenin, hay que construir una «disciplina consciente», de modo que las miles de voluntades aisladas de los oprimidos de una sociedad puedan conformarse por su propia decisión en «una voluntad única», con acción organizada y transformadora. En ese sentido, pensar las tareas de formación política nos convoca, por un lado, a comenzar con los elementos claves del pensamiento marxista, para develar las relaciones más profundas de las sociedades capitalistas en las que vivimos y aportar a la comprensión de las estrategias de transformación de los nuevos tiempos y para esto se requiere una mirada crítica no sólo sobre el capitalismo, sino sobre los propios materiales de lectura y sobre las propias acciones que desplegamos. Ahí, nuestras Escuelas de Cuadros de Partido y los talle- res de formación del CEFMA vienen cumpliendo un rol importante. Porque en ese trayecto, buscamos recuperar el método de estudio que plantea Lenin y que él relaciona con el problema de la construcción de una moral militante, de una moral comunista, que implica organizar la actividad práctica ligada al proceso de estudio, o sea, pulir nuestra acción al ritmo que vamos incorporando nuevas herramientas teóricas. Porque como decía Lenin «no hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria y viceversa», por lo que debemos también interpelar los textos teóricos que estamos trabajando desde una mirada crítica según las necesidades del proceso histórico que estamos viviendo, según las propias dinámicas que percibimos en nuestra práctica militante. En esto resuelve Lenin el tema de la moral comunista: «nuestra moral está enteramente subordinada a los intereses de la lucha de clases del proletariado». Y ahí volvemos a la definición de Engels del comunismo como «doctrina de las condiciones de liberación del proletariado». Este es el aporte particular que nuestra ideología, nuestra ciencia, tienen para realizar: restablecer en la conciencia popular la necesidad de crear las condiciones claves de la liberación: hay que preparar a nuestra fuerza para aportar, con el conjunto de organizaciones del campo popular, a dar esa batalla palmo a palmo, trinchera a trinchera, esa guerra de posiciones, para alterar las relaciones de fuerzas en todas las áreas de la sociedad y construir una hegemonía emancipadora que permita fundar nuevos Estados y forjar nuevas relaciones sociales hasta alcanzar la socialización de los principales medios de producción, para que las fuerzas productivas no se encuentren concentradas en una minoría sino que vuelvan a ser patrimonio del conjunto de la sociedad. Porque de allí viene, como señala Lenin, la denominación de comunista, de poner en común: la tierra, las grandes fábricas, el trabajo1. El comunismo es entonces una ciencia que, como puede verse en todos los prólogos del Manifiesto, debe adecuar su acción al análisis concreto de las realidades concretas que aborda, desempeñando una batalla en el plano de las ideas que constituya guías de acción, forjando la unidad de teoría y práctica. Pero, ahora bien, el comunismo no es sólo una ideología y una ciencia, sino también una cultura política, un espacio de representaciones codificadas en una fuerza política concreta, con una historia concreta en la lucha de clases: la posibilidad de construir una hegemonía emancipadora requiere también de la reivindicación de nuestra cultura política y de su articulación más amplia con las otras culturas políticas transformadoras que componen el campo popular. En este punto parece necesario rescatar los grandes aciertos de análisis y estrategia que se trazaron en la «Carta abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe»2 (AAVV, 1990), firmada por distintos secretarios de partidos comunistas de la región, incluyendo el nuestro, en el año 1990. Año dramático, donde se estaba viviendo el colapso del socialismo europeo, en vísperas de la desintegración de la Unión Soviética, que coronaría el avance del neoliberalismo. Mientras los intelectuales orgánicos del gran capital celebraban el supuesto «fin de la historia y las ideologías», la Carta de los 5 sostenía con la claridad y firme convicción de que «América Latina y el Caribe no tienen alternativa de desarrollo, de democracia y de soberanía dentro de la dominación imperialista, ya que es precisamente esa dependencia la que nos ha hundido en el atraso, en la pobreza y en la carencia o limitaciones a la libertad» (Echegaray et al, 1990:89). Y al mismo tiempo, convocaba a «encarnar la nueva esperanza» para lo cual era preciso «fortalecer el tercermundismo y el latinoamericanismo para librar una lucha sin cuartel por la victoria de nuevos proyectos democrático-revolucionarios y por la liberación de nuestros pueblos» (Echegaray et al, 1990:90), pensando con cabeza propia y en una unidad amplia apelando a una pluralidad social, política, religiosa e ideológica: «En este Tercer Mundo, en este continente convulsionado, deben cifrarse las nuevas esperanzas revolucionarias, esperanzas que los cristianos, los antiimperialistas, los marxistas, los demócratas, los socialistas, los nuevos líderes populares, los movimientos sociales innovadores, podemos contribuir a convertir en realidad, procurando además que en todo el planeta las fuerzas del progreso se decidan por detener y derrotar la contraofensiva imperialista estadounidense» (Echegaray et al, 1990:91). Aún en aquel momento de mayor crisis para las fuerzas socialistas, ya perfilaban que América Latina podía constituirse en un continente de cambio si se lograba forjar un gran frente anti-neoliberal y antiimperialista. Este escenario, difícil de vislumbrar por la derrota que el campo popular estaba sufriendo a nivel internacional, se logró sin embargo construir a través de las numerosas luchas de nuestros pueblos que dieron avances hacia la construcción de un escenario posneoliberal3, articulando a las distintas fuerzas populares y progresistas. Como puede verse a través de las lecturas de los distintos prólogos del Manifiesto, Marx y Engels sostienen que las prácticas concretas para el desarrollo de los principios revolucionarios varían en cada momento y en cada lugar, dependiendo de las circunstancias históricas existentes y que los comunistas deben aportar y articular con las fuerzas que en cada momento expresen el avance en un sentido popular. En este proceso de avance, surgieron diversos gobiernos populares que lograron contrarrestar varias de las reformas 1 ««Comunista» viene de la palabra latina communis, que significa común. La sociedad comunista es la comunidad de todo: del suelo, de las fábricas, del trabajo. Esto es el comunismo» (1920:16). 2 Ver Cuadernos Marxistas Nº4, abril del 2012 3 Esta designación no remite a la superación completa de la reestructuración societaria que implicó la instauración del neoliberalismo en nuestras sociedades, sino al nuevo escenario complejo que articula rupturas y continuidades, pero que exhibe un proceso en construcción de avance de las luchas populares y de reformas a nivel político-económico como el fortalecimiento de los Estados recuperando algunas empresas previamente privatizadas y con mayor capacidad de regulación frente al mercado, un cambio de énfasis favorable a la producción frente al auge anterior de los procesos de valorización financiera, políticas de inclusión social de carácter universal, frente a las lógicas excluyentes del neoliberalismo y sus políticas focalizadas, mejoras en la distribución del ingreso y de los derechos laborales con avance en los convenios colectivos de trabajo, frente a las políticas de «flexibilización laboral» previas, entre otras. 51 neoliberal, recuperar los ingresos de los trabajadores, restablecer muchas de las conquistas antes vulneradas en materia laboral, desplegar políticas de inclusión social, fortalecer a los Estados disputando recursos frente a los grupos económicos y desplegar un camino de soberanía rompiendo con la estrategia imperialista del ALCA y forjando un vigoroso proceso de integración regional. Los Partidos Comunistas de esta región somos parte activa de los distintos procesos que a nivel nacional expresan ese avance en sentido popular. Incluso dentro de estos procesos populares, surgieron verdaderas revoluciones socialistas que, articuladas en el bloque del ALBA, cobran nuevas formas según los nuevos tiempos, y es necesario pensarlas en contacto con los grandes lineamientos del pensamiento marxista y en las similitudes que tienen con los procesos anteriores de construcción del socialismo, pero también hay que pensarlas en su particularidad, en su novedad, de acuerdo a las circunstancias históricas actuales. En primer lugar, estas experiencias recuperan el legado básico de Marx y Engels de pensar al socialismo como «la conquista de la democracia», de una democracia que, rompiendo los límites de la representatividad burguesa, encarne la participación de los trabajadores en la conducción del Estado, en un proceso que eleva al proletariado de clase subordinada a clase dominante4. Ahora bien, este ascenso político del proletariado en la América Latina actual se viene dando a través de movimientos políticoelectorales de masas con construcción de poder popular, que avanzan a ganar el gobierno, alterar el Estado y dar aire a formas alternativas de producción (con todas las dificultades que implica confrontar con el gran capital en ese terreno), como puede percibirse principalmente en Bolivia y Venezuela. La confrontación central que conforma la guerra de posiciones actualmente en América Latina se da, como señala Regalado (2014), entre el imperialismo norteamericano y sus aliados criollos, de una parte, y los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas, de la otra, y el elemento clave es la disputa política y electoral por el control de los gobiernos de la región. El bloque popular latinoamericano tiene componentes heterogéneos. Un grupo que busca trascender al capitalismo, como los mencionados países del ALBA (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, entre otros) que se comprometen a establecer intercambios comerciales, educativos, culturales, sanitarios, etc. ya no priorizando la mercantilización de esas relaciones sino el bienestar de los pueblos, la lucha contra la pobreza, el analfabetismo y las desigualdades, y que definen como horizonte la construcción del socialismo. Y, por otro lado, un grupo de países más ligados a modelos neo-desarrollistas con componentes nacional-populares, que si bien no han llegado a perfilar un carácter socialista, sí han dado grandes avances contra el neoliberalismo, defendiendo el empleo y la inclusión social y han sido clave para aumentar la soberanía latinoamericana frente al imperialismo, impulsando el proceso de integración como la ampliación del MERCOSUR, la creación de UNASUR y CELAC, apoyando la defensa de los procesos socialistas cuando éstos fueron desestabilizados por las derechas. Estas experiencias aportan, de conjunto, a la conformación de un mundo multipolar en la alianza estratégica con las potencias del BRICS5. Hoy más que nunca es necesario repensar críticamente los aportes de la ideología y la ciencia marxista a la luz de las nuevas experiencias para construir de modo creativo las herramientas teórico-prácticas que nos permitan comprender nuestras realidades complejas y avanzar en un proceso de emancipación. Y para esto necesitamos un Partido cada vez más fortalecido en términos políticos, ideológicos y organizati- 4 La particularidad de nuestra época es que el camino que se transita era visto como el más difícil por los clásicos del marxismo para su época. Engels (1847) señala que la construcción del socialismo por vía pacífica era posible, y que los comunistas serían los últimos en oponerse a esta estrategia, pero también tenía sus dudas, ya que observaban que la burguesía aplastaba con violencia todos los intentos de desarrollo político del proletariado; escenario que Lenin y los comunistas rusos debieron asumir, en contexto de la 1° Guerra Mundial, impulsando la rebelión que llevaría al primer Estado socialista duradero. 5 Es importante recordar que Fidel Castro (2014) señala que Rusia y China, junto al BRICS, están «llamados a encabezar un nuevo mundo que permitiría la supervivencia humana», ya que involucrando a la mitad de la población mundial y expresando un nuevo bloque de potencias emergentes, plantea una perspectiva más integradora en el plano del comercio global, rescatando asimismo el rol de las empresas estatales y las PyMEs, y, por otra parte, buscan asumir los grandes desafíos mundiales como el cambio climático, el terrorismo, la importancia estratégica de la educación y la cultura, entre otros. 52 vos, con un aparato de formación articulado y en expansión, con células consolidadas en todos sus atributos, incluyendo la formación, ya que es el primer y más básico espacio donde deben atenderse las necesidades educativas de la militancia cotidiana, con direcciones capaces, con las Escuelas de Cuadros formando estructuralmente a los camaradas y con el CEFMA generando instancias de producción de conocimiento y de formación que alcance también a la militancia de otras fuerzas populares. Pero además, para construir una hegemonía de la emancipación necesitamos re-posicionar nuestra cultura política, reescribir la historia nacional reivindicando la lucha de los comunistas, muchas veces menospreciada e invisibilizada en la historia oficial: remarcar el rol de nuestro partido en la historia argentina de modo de trazar esa continuidad con la tarea que nos compete en la actualidad: la de aportar al sostén y a la radicalización de los procesos de cambio en América Latina, fortaleciendo la unidad antiimperialista y reinstalando al ideario socialista y al socialismo como horizonte de liberación nacional y social. Bibliografía: Castro, Fidel. 2014. «Es hora de conocer un poco más la realidad», en Taller inicial de Formación Política, Módulo 4. CEFMA. Echegaray, Patricio; Handal, Schafik; Isa Conde, Narciso; Padilla Rush, Rigoberto y Vargas Carbonel, Humberto. 1990. «Carta Abierta a las Fuerzas Revolucionarias y Progresistas de América Latina y el Caribe» en Taller inicial de Formación Política, Módulo 1. CEFMA. Engels, Friedrich. 1847. «Principios del Comunismo», en Taller inicial de Formación Política, Módulo 1. CEFMA. Gramsci, Antonio. 2008. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Nueva Visión. Buenos Aires. Lenin, Vladimir. 1920. «Tareas de las Juventudes Comunistas. Discurso en la I Sesión del III Congreso de Juventudes Comunistas de Rusia» en Taller inicial de Formación Política, Módulo 1. CEFMA. Regalado, Roberto. 2014. «La guerra de posiciones en América Latina», en Taller inicial de Formación Política, Módulo 4. CEFMA. 53 Marxismo y Humanismo por Raúl Serrano1 Vivimos una época que nos hace tropezar, día tras día, con sucesos terribles. Cabe pues, plantearse cuál es el significado del humanismo en nuestros días. Con ese fin, efectuaremos una rápida revisión de sus principales versiones a través del tiempo, pero nos detendremos en defender, relativamente, la acepción marxista del término. Los diarios y la televisión nos ponen por delante niños ahogados en sus intentos por llegar a un lugar sin guerras, nos muestran alambradas de púa (México, Palestina), barreras y cámaras de seguridad, crímenes, invasiones, estafas. Toda una catarata de desgracias. ¿Es este el mundo humanizado que debiera de haber surgido de aquella revolución que proclamaba la libertad, la igualdad y la fraternidad? ¿Dónde quedó y en qué se transformó aquel humanismo fundacional de la burguesía naciente si es que existió en algún momento? ¿Es posible acaso enunciar un nuevo humanismo, concreto desde las tesis marxistas? Es por este panorama actual, brevemente esbozado y, a la vez, movidos por los acuciantes problemas políticos de nuestro país, que un 1 54 Director de teatro grupo de compañeros resolvimos reunirnos para reflexionar en conjunto y, paralelamente, en un nuevo intento por recomponer al intelectual colectivo que aspiramos ser. Desde y con el marxismo como herramienta y como metodología, intentaremos plantearnos lo que puede significar para nosotros el humanismo y confrontaremos nuestra visión con otros pareceres. Creemos firmemente que las posturas de Marx al respecto del individuo y de sus derechos humanos constituyen, en la actualidad, la única actitud consecuente, concreta y no un puro ejercicio retórico. El marxismo, como filosofía y como política, nunca confunde los derechos confesados en las Constituciones o en las leyes con los derechos reales de quienes andan por la calle. La liberación del hombre, para Marx y el marxismo, debe ser real, efectiva y no solamente «ante la ley» o teórica, por más progreso que signifiquen este tipo de enunciaciones. Hoy, como militantes y como partido, estamos aún intentando superar las arremetidas más furiosas que se hicieron contra el marxismo en las que se trató siempre de pro- bar que desde esa teoría y, sobre todo desde esa práctica, provenían todos los males padecidos por la sociedad contemporánea. «El fantasma del comunismo» pasó de ser una frase ocurrente del Manifiesto Comunista para convertirse en la política de las principales potencias occidentales durante la Guerra Fría, y aún antes de ella. El capitalismo supo muy bien, desde el principio, quién era su enemigo principal. Ya desde la enunciación de las primeras tesis marxistas y desde las primeras políticas de aquellas incipientes organizaciones obreras. Y si bien el intento por construir las primeras sociedades socialistas tuvo éxito en Rusia en 1917, a partir de ese momento el comunismo tropezó efectivamente con serios problemas que provenían tanto de las amenazas exteriores como de sus problemas internos. Ninguna campaña de prensa podrá borrar sus muchos logros ni la significación universal que tuvieron aquellas revoluciones para el mundo entero y para el devenir concreto de la historia contemporánea. El hecho que rescatemos antes que nada sus virtudes, que existieron y fueron mu- chas, no niega la necesidad de discutir sus defectos, (que los hubo también y muchos). Pero la complicada historia de las construcciones socialistas no debe de servir de excusa para señalar, con toda la fuerza, los males propios de las sociedades capitalistas. Este sistema, ahora globalizado, debe ser analizado por lo que logró y construyó (crisis, miseria y colonialismo incluidos). La causa central de estos horrores fue a su tiempo señalada ya por Marx: es la explotación del hombre por el hombre. No se pueden tapar las contradicciones insalvables del capitalismo señalando las falencias de otros sistemas. Nos proponemos rescatar las teorías que subyacen, que preceden o que han justificado las concepciones burguesas acerca del humanismo y compararlas con lo que verdaderamente sostuvo Carlos Marx al respecto. Además haremos mención crítica y breve a algunos otros modos de comprender el humanismo que aparecen disputando el terreno teórico y filosófico con nuestras opiniones. Comencemos por la concepción del individuo en la misma sociedad capitalista que, luego de la revolución francesa y de la americana, ha sido presentado como el máximo exponente de la libertad posible y como lo más atrevido en materia social. Todos hemos oído por ahí que el capitalismo tiene algunos problemas, pero que al fin y al cabo, es el mejor de los regímenes posibles. Acto seguido se enuncia que la libertad, la fraternidad y la igualdad de todos los individuos fueron sus consignas. Y se subraya, sobre todo, el tema de la libertad individual frente a la opresión comunista. ¡Y la verdad es que aún hoy, cuando escuchamos aquellas generosas proclamas tendemos a emocionarnos y a cantar la Marsellesa! Todos estos derechos fueron prolijamente expuestos en las constituciones y en las leyes burguesas copiadas las unas de las otras, y en la famosa declaración de los derechos humanos. Por supuesto que las vemos como etapas de un progreso que no negamos. ¡Lejos estamos de eso! Pero lo que sí haremos será comparar aquellas declaraciones con las realidades innegables, incontrastables que surgieron tras el advenimiento de la burguesía al poder. Nuestras apreciaciones pueden ser muy diferentes si en vez de quedarnos en la letra de la ley abstracta desviamos nuestra mirada hacia las realidades resultantes: la mayoría de la población que vive en las sociedades capitalistas (es decir burguesas) son los trabajadores, los proletarios, y todos ellos se hallan sometidos a la explotación. Y si bien «ante la ley son libres», si bien en teoría pueden disponer libremente de sus personas y de sus bienes, lo que ocurre en la práctica es que, como lo único que poseen para vender es su propia fuerza de trabajo, pueden, en consecuencia, solamente elegir entre someterse a la explotación, o bien quedarse sin trabajo, sin casas, sin salud, sin educación adecuada. Esa es la libertad que poseen: aceptar sin chistar las condiciones que les ofrece «el mercado» para vender su fuerza de trabajo, o bien ejercer su libertad de ir a dormir bajo los puentes, de morirse de hambre y por enfermedades curables. ¿Y todo por qué? Pues porque no poseen otros bienes cotizables que su propia energía y su poder de trabajo, con los que teóricamente deberían enfrentar el sacrosanto mercado, al capital propietario de los medios de producción, que es el corazón mismo de las sociedades burguesas. No tienen ninguna otra cosa para vender. Son libres en teoría, pero no tienen como acceder al mercado que los explota si no es sometiéndose a la explotación propuesta. De aquella libertad, de aquella igualdad proclamada, de aquella fraternidad poco puede rescatarse en la vida real de los explotados, en las cadenas invisibles del mercado. ¡Este es el individuo construido efectivamente por la burguesía en el poder! ¿Qué queda en él de libertad, de rasgo privado y personal, de humanidad, en fin? Las constituciones burguesas son claras y hasta terminantes. La nuestra por ejemplo, obliga a los distintos gobiernos a asegurar a su gente trabajo digno, una vivienda adecuada, al igual que la salud y la educación. Esas son las leyes inflexibles… que por alguna razón no se cumplen. Las leyes están proclamadas con palabras solemnes…pero a las palabras se las lleva el viento. Nosotros, los comunistas procuramos esclarecer el por qué esas palabras sagradas no logran realizarse. Esa crítica es la base de nuestra teoría filosófica y política. Hoy en día, en todo el mundo globalizado, la igualdad entre los ciudadanos es cada vez menor. Tan solo un dos por ciento de la población mundial posee más del cincuenta por ciento de la totalidad de los bienes. El cinco por ciento de la población del planeta consume el setenta por ciento de la energía que en él se gasta. Y así podríamos seguir en listas que apuntaran a la salud, por ejemplo: millones de personas se mueren de hambre y por enfermedades curables. En la Argentina pese a la superproducción de alimentos hay mucha gente que padece de hambre. Y ¡cuánta gente muere por falta de medicamentos, cuyos precios son cada vez más inalcanzables hasta para las capas medias! Preguntémosle a Macri que algo sabe de eso y ha puesto en su gobierno, para controlar los precios, 55 al dueño de una de las mayores cadenas de farmacias del país. Las virtudes de la sociedad en la que vivimos podrían seguir siendo mencionadas en listas cada vez más deprimentes. Pero hoy aspiramos a otra cosa. Queremos analizar al humanismo burgués en su oposición al humanismo que proponemos. Esta es la cruda realidad que se contrapone a las hermosas teorías legales y burguesas. Pero, con el correr de los tiempos y para aquellos afortunados que han logrado insertarse de algún modo subordinado en el sistema y arañar un poco de dinero, las clases dominantes les han inventado una nueva trampa: la del consumismo. Hay en toda sociedad capitalista y especialmente en las más desarrolladas, una porción de la población que recibe una pequeña parte de lo producido. Son las capas medias. ¿Cómo opera con ellas esta manera burguesa de ejercer la libertad? Cada vez puede verse con mayor claridad. Al convertirse en empedernidos compradores, al adquirir siempre lo nuevo y lo último, por supuesto, siempre movido por una astuta y avasallante publicidad, la gente mueve al mercado y éste, al progresar, debería arrastrar con él a la sociedad entera hacia adelante, hacia el progreso. ¿Pero ocurre esto tan así? ¿Compra la gente lo que necesita? ¿Aquello que adquiere es durable y cumple con su cometido práctico? ¿Recuerdan ustedes los viejos Ford que duraban toda la vida? Luego fueron reemplazados, en un momento, por lo automóviles descartables. Y así el mercado se vuelve un festival de chucherías, las más de ellas inútiles pero de última moda y cumple de esa manera la función de reproducir el modo de producción y de encadenar a los consumidores con sus créditos. Habría que decir que el consumismo se basa sobre todo en la propia vanidad de los comprado- 56 res, en la subjetiva sensación que les da el sentirse incluidos en la capa de los elegidos, en la creencia de que quien adquiere algún bien se ha insertado, por ello, en una clase social a la que efectivamente no pertenece. La utilización real y posible de lo comprado pasa a un segundo lugar. La duración y la fortaleza de las herramientas así adquiridas, no importan. Al comprar, sobre todo en cuotas, se reproduce el sistema y los sujetos quedan prisioneros de su propia actividad «libremente decidida». Me ha tocado ver los efectos de esta forma del mercado, por haber vivido durante años en los ex países socialistas. Al visitarlos tras la caída del anterior sistema, me he encontrado con mis antiguos compañeros ahora sometidos por las chucherías no siempre necesarias. ¡Eso sí, como digo, este tipo de decisiones se toma en absoluta libertad! Lo peor, es que desde un cierto punto de vista subjetivo el propio individuo preso en esa maraña, se ve como libre. Así pues, la libertad individual concebida por la burguesía tiene variadas estrategias según se trate de alguien que posea un mayor o un menor poder de compra. Sin embargo, el error fundamental de todas las teorías burguesas es que parten de la consideración de un individuo empírico, singular, de una individualidad considerada en su instancia biológica, constatable con el buen sentido del positivismo. En realidad la consideración que hacemos nosotros del individuo es una definición como «individuo social» ciertamente asentado en la singularidad biológica, pero nunca limitado a ella. Ya veremos la definición de Marx sobre este asunto. Muchos filósofos se han ocupado la cuestión de la libertad individual procurando hallar, en ella, el motor verdadero y oculto de lo social. Hobbes, atento observador de la sociedad de su época, sostuvo que era justamente el egoísmo per- sonal la verdadera causa del progreso. Reconocía que esa estrechez de miras personal era el «horizonte natural» de las personas, pero que al jugar uno con otro y al entrechocarse en la sociedad se obtenía un equilibrio (deseado por él) que era lo que había que defender. ¡Pese a su origen mezquino, resultaba, que al final, el equilibrio y la libertad eran los resultados de esta paradoja social! Así, el hombre, lo humano natural era agresivo y egoísta por definición y no parecía llevar a lo que se le pedía «citoyen» movido, éste sí, por ideales altruistas y por un sentido del deber ser cada vez más perfecto, debido al progreso. Este último, el ciudadano, era entonces el inesperado protagonista de lo social. ¡Pero a no preocuparse ya que el individuo, egoísta y el verdadero «lobo del hombre» contenía en sí, al fin de cuentas, al auténtico motor social! La ética reside entonces en un utópico «deber ser» teórico, pero la ciega práctica, la mano invisible del mercado (R.S. ¡Otra vez los fantasmas!) como luego diría otro de sus teóricos, nos llevará callada y seguramente hacia la paz social. Hobbes vivió en una época convulsionada por catástrofes económicas y por la guerra civil, y probablemente extrajo sus ideas de lo que ocurría a su alrededor. Veía la lucha de todos contra todos, pero a la vez la aparición de una sociedad superior a la feudal. En mi opinión describió su entorno acertadamente aunque en contra de sus propios valores y aspiraciones. Y este choque, esta contradicción, fue resuelta por él al describir lo que ocurre en el mercado, y que él identificó, como luego tantos otros, con «lo social», la sociedad entera. La identificación de las leyes del mercado con las de la sociedad, debe buscarse, creo yo, en aquellos escritos teóricos del gran Hobbes, el gran precursor. Ya desde sus inicios el capitalismo elogió el individualismo, y puso en la capacidad del individuo aislado, la idea más plena de los valores humanos. El viejo ideal del «self made man» llevado al extremo por Hollywood, tuvo, por ejemplo, en Robinson Crusoe uno de sus primeros exponentes. Detengámonos un poco a ver este personaje significativo. Robinson Crusoe llegado sólo a una isla, según la novela, tuvo la capacidad de rehacer la civilización, y dicho sea de paso, hasta de recomponer algunos de sus rasgos más enfermos… por ejemplo la esclavitud. La esclavitud, dicho sea de paso, fue la que facilitó la acumulación primitiva del capitalismo de los países centrales en su más completo saqueo de los países que se iban descubriendo. Es notorio comprobar el ingenio y la habilidad de Robinson para ir resolviendo los problemas que se le presentaban en la isla, pero… ¿estuvo acaso realmente aislado y solo en ella? ¡No! Robinson fue un náufrago que «por casualidad» rescató fusiles, pólvora, brújulas, cuerdas y otros muchos enseres, por supuesto, que no habían sido hechos ni concebidos por él mismo. Robinson utilizaba lo que el mar - ¿la sociedad? – le había ido acercando. Además Robinson llevaba consigo algo que no puede verse a primera vista: llevaba instrucción, formación técnica, conocimientos, en una palabra, llevaba puesta la cultura de su época que tampoco había sido hecha por él mismo. Como vemos, hasta en los ideales imaginados de las novelas de aventuras la burguesía se ve obligada a negar sus propios valores y principios: ni siquiera en la isla de Robinson habría podido sobrevivir como individuo totalmente solo y aislado. Ni siquiera los héroes modélicos de la burguesía pueden serlo al margen de la historia y de la sociedad misma. Justamente este es el problema y la diferencia a la que queremos apuntar entre nuestras concepciones y las de la burguesía. Mientras que la burguesía eleva y aísla al individuo como si se tratara del protagonista de la vida procurando romper todos sus vínculos con los restantes humanos y con la historia, el marxismo ya desde los primeros escritos de su fundador encuentra que la individualidad solamente puede darse en el seno de la sociedad y de la historia. Mientras la burguesía opone estos dos términos entre sí como si fueran excluyentes y encontrados (individuo vs. Sociedad), Marx, por el contrario, subraya el nexo dialéctico que hay entre ellos. Marx ve, a la vez, lo que diferencia al individuo de la sociedad y lo que lo une a ella. Y puede hacerlo porque la lógica que emplea no es la lógica abstracta aristotélica, la lógica de lo quieto y lo distinto, sino la lógica dialéctica de la realidad en movimiento, la del desarrollo y la estructura que se apoya justamente en la centralidad del concepto de contradicción y de conflicto. Esta metodología fue la que empleo para el estudio crítico de la sociedad capitalista. Y es la teoría que aspiramos a poner en el centro de nuestras discusiones y en la mente de nuestros contemporáneos. No es que Marx desconozca los valores de la individualidad. Yo di- ría que el contrario cree que el individuo en si mismo puede serlo de manera más propia y más plena en la medida en que viva intensamente sus nexos con la sociedad en la que le es dado existir. Marx sostiene que la individualidad se halla constituida por la totalidad de sus relaciones sociales, y añade, «la verdadera riqueza humana consiste justamente en esa diversidad y multiplicidad de vínculos y relaciones». Vemos aquí la dialéctica relación entre identidad y diferencia, el señalamiento del carácter, a la vez histórico y social, de los diversos tipos de individualidad. El hombre pleno lleva puesta a la sociedad en él. Justamente su educación, desde que nace, la introyección del lenguaje, la adopción de códigos éticos, todo lo que hace, genera y padece a lo largo de su biografía debe considerarse como una actividad auto-constituyente. Ese vivir haciendo y haciéndose es lo que permite la aparición de la individualidad en su sentido humano y no puramente biológico. Es oportuno destacar el modo en que Marx concibe estas relaciones sociales, relaciones que son fundamentalmente prácticas. Es evidente que Marx no considera la práctica tan sólo como los intercambios comerciales. Por el contrario, el concepto superador de «praxis» es visto por el marxismo como la relación activa y transformadora con el medio en que el sujeto vive y en el que actúa. No se trata nunca de la mera contemplación pasiva, ni tampoco de la actividad ciega e instintiva. La praxis humana, por el contrario, es una actividad que al transformar transforma simultáneamente al sujeto que la ejerce. La calidad de esas relaciones es lo que constituye la riqueza de los individuos. Podría decirse que es lo que constituye al individuo en sí mismo. Es justamente la definición del individuo social que los que aquí estamos 57 queremos rescatar, proponer y poner en la base de nuestros análisis y de nuestra práctica. Cuando nacemos somos animalitos puro instinto y necesidades, y la actividad que va ejerciendo el nuevo sujeto lo va constituyendo a su vez como el individuo que puede ir siendo. La sociedad lo cría y lo alimenta y él mismo va activando en el sentido de configurar a la sociedad misma, a veces de modo no consciente, a veces de modo consciente. La importancia, a la vez filosófica y política que tiene esta falsa oposición excluyente entre el individuo y la sociedad, reside en que de su comprensión depende lo que podamos pedirle al hombre político, al humanista, al marxista en definitiva. En esta comprensión activa y a la vez situada, en esta definición que no pierde los rasgos individuales sino que los socializa e historiza reside la posibilidad transformadora propia del sujeto marxista. Es, a la par, su visión humanista y humanizante del mundo. Mi opinión personal, es que nosotros los comunistas debiéramos trabajar también esta mirada para aplicarla a la vida cotidiana y no solamente a nuestra actividad efectivamente política. Tenemos que intentar ser los individuos más ricos (en el sentido de nuestras relaciones sociales y humanas). Para ser eficientes en esta tarea debemos ser capaces de analizar y desmitificar, en un sentido marxista y de clase, a los diversos entornos de trabajo en los que todos nos hallamos sumergidos. Hay que poder detectar y desnudar los efectos alienantes de la sociedad del capital y los de la «plus valía». Y esos procesos deben luego ser respondidos con nuestras prácticas reales y cotidianas. Nuestros hechos, nuestro quehacer de todos los días tiene que constituirse en una predicación por el ejemplo. Hay que ser comunistas todos los días y no esperar a serlo para 58 cuando haya que asaltar nuestro «Palacio de Invierno» criollo. Trabajo alienante quiere decir justamente para Marx, la pérdida de la individualidad y de la consciencia de sí mismo y sus necesidades y posibilidades en el contexto social de la explotación. Un trabajador en el capitalismo no puede decidir ni el destino, ni la cantidad ni el valor de su propio trabajo si actúa como sujeto aislado o desconoce el mecanismo social alienante en el que se halla inserto. Menos aún puede conocer el trabajador adónde van a parar las utilidades de lo que él mismo contribuye a crear. El capitalismo pone a los obreros ante un mundo de cosas, lo «cosifica». Estas son las ideas incontrastables y los procesos ineludibles a los que tenemos que aludir para defender efectivamente la idea de una individualidad concretamente humana y libertaria. Esta, es en una palabra, nuestra idea del sujeto individual entroncado en procesos alienantes contra los que puede luchar si comprende la necesidad del sujeto colectivo y adopta el punto de vista de la clase. Esta es nuestra herencia más valiosa de Marx. Son esos, los hechos cotidianos juzgados y desenmascarados políticamente lo que la lucha por el socialismo implica en el día a día: para Marx, el comunismo fue siempre la crítica de la realidad existente y la consecuente lucha por un humanismo avanzado. Nunca se trató de un ideal solamente ético y moral a alcanzar. La verdadera ética de los comunistas reside en su praxis real enderezada a la crítica de la sociedad capitalista y a la liberación de los explotados. La vida cotidiana es la matriz misma de la actividad política. La praxis comunista, al ser siempre concreta y axiológica comienza en la cotidianeidad y culmina en la tarea de crear el sujeto colectivo, el partido capaz de contribuir a la Revolución. Sin duda que esta aproximación, la de Marx, tuvo que enfrentarse y luchar con muchas otras orientaciones. Veamos algunas de esas otras consideraciones. Veamos en primer lugar la concepción del individuo que se halla en la base de la sociedad burguesa y capitalista. Parece ser espontánea, y en cierto modo lo es, aunque haya sido desarrollada y justificada por muchos de sus filósofos, como ya lo vimos en el caso de Hobbes. El capitalismo parece luchar por las libertades individuales y presenta a las masas ciegas como lo que se opone al progreso. Hay individuos excepcionales, dice, que nos muestran el camino mientras la turba es ciega y torpe. Hobbes puso a todos iguales entre sí, todos contra todos, y de ahí se deduce la presencia hostil de los otros, de las masas – aunque, como ya hemos visto se terminaría hallando un equilibrio social de manera casi espontánea. Esta teoría de la igualdad, alguna vez fue tratada con ironía por nuestro Héctor P. Agosti – quien supo decir que» todos somos iguales, claro, pero parece ser que unos son más iguales que otros». La ideal igualdad de la que se habla pronto se comprueba irrealizable en la práctica del capitalismo, en donde el mercado, pone a todos en lucha contra todos pero hace que triunfen muy pocos. La solidaridad, que pareciera tener que ser la base de la sociedad en vez del egoísmo, solo puede entreverse en la escuálida filantropía y en la caridad burguesas que se ejercen de a ratos y como descarga de las conciencias de los poderosos sin que se modifique por ello la situación de fondo. Pero existe un humanismo tan extendido como el anterior que se presenta como alternativa caritativa y tierna ante nuestras concepciones materialistas. Se trata del cristianismo. En sus orígenes, esta creencia religiosa, empezó en la sociedad esclavista y se presentó como la ideología de los pobres, de los desposeídos y de los esclavos. «Antes entrará un pobre al reino de los cielos que…etc.etc.» Justamente por esas ideas y principios morales fue perseguido en sus comienzos y debió adoptar formas de existencia ilegales y subterráneas. Por eso sus primeras organizaciones fueron comunistas y secretas. Algo sabemos de eso nosotros por las duras experiencias vividas. A causa de la toma de posición del cristianismo al lado de los pobres podemos encontrar bastantes coincidencias entre lo que ellos sostienen y nuestras propias metas políticas. Pero poco tiempo después de su creación, el cristianismo se alió a los poderes temporales y allí comenzaron a cambiar sus prácticas. La Iglesia, como su principal órgano sobre la tierra, eligió las formas de la riqueza y las del poder y se ubicó a su lado. Y esta vez, la cosa duró por muchos siglos. Incluso adoptó, desde entonces, las formas de organización del feudalismo con sus jerarquías. Dijo adiós a su comunismo primitivo. Con todo, nuestra discusión filosófica tiene mucho para argüir con el cristianismo aún en el terreno de las metas y de las ideas. Es cierto que el cristianismo nos iguala a todos, pero…ante los ojos de Dios. Esa igualdad solo es accesible en la «vida perdurable», en el más allá. En el acá de los Césares el cristianismo ha predispuesto, las más de las veces, a la resignación, justamente como un modo de obtener la felicidad en el más allá, ya que las penurias terrenales deben ser aceptadas como un castigo a nuestros pecados. Con estas posturas, la Iglesia contribuyó durante siglos, quizás durante milenios a desviar la reacción de los humildes, a postergarla como un modo de favorecer a los poderosos, aquí en la Tierra y por ahora. La Cruz y la Espada de los poderosos colaboraron en exitosas y rentables campañas de conquista. La Iglesia Católica, como institución terrenal y con su organización claramente feudal y verticalista, ha hecho mucho para convencer a los hombres que somos sujetos condenados para siempre y desde nuestro nacimiento mismo. La Iglesia condenó siempre el cuerpo de los hombres simplemente por el modo en que aparece. Por la manera en que se nace trae con él, como consecuencia ineludible, el «pecado original». Y a causa de este modo de concebir lo humano, miles de generaciones (y yo entre ellas), hemos vivido con una sensación de pecado de la que resulta muy difícil librarse. ¿Cómo ver entonces humanismo en una doctrina que condena nuestro cuerpo, nuestro inevitable cuerpo? ¿Cómo ver humanismo en una doctrina que niega nuestra real existencia, palpable e irrenunciable, para ofrecernos, en cambio, una recompensa en una vida que, hasta ahora, nadie ha podido comprobar? Este modo de presentar lo humano, lo individual y lo real, poco tiene que ver con algún tipo de humanismo concreto. Aunque, justo es reconocer, que el nuevo papado, al tropezar con el mundo globalizado con su impronta totalmente anticristiana y por ello anti - humana, ha debido dar algunos pasos en el sentido de un más concreto humanismo y ha debido reconocer - ¡¡¡ - que el sistema social, político y económico en el que vivimos no puede continuar, que se trata de algo superado. Y en esto podemos coincidir nuevamente. En la post guerra, tomó bastante auge una filosofía que compitió incluso con el marxismo en el terreno intelectual, al que acusaba de una cierta incapacidad para resolver los problemas relacionados con el individuo. Estoy hablando del existencialismo ateo de Jean Paul Sartre, sobre todo, cuya práctica política tuvo muchas virtudes y hasta coincidencias con nuestras luchas por la paz en aquellas épocas. Pero Sartre disentía con nosotros en relación al individuo y a sus libertades. No es casual que sus reflexiones partieran del sujeto aislado e individual, enfrentado a «lo social» y a las masas. El individuo era presentado en su soledad, en su angustia con la muerte como seguro destino, enfrentado a lo sistémico como en tantos otros intentos teóricos. Recuérdese aquí la difusión que tuvo aquella, su famosa frase: «el infierno son los otros». Al aceptar como punto de partida de la consideración política y filosófica al individuo aislado, y al tener, en consecuencia, que admitir su incapacidad para actuar como tal en la tarea de resolver los problemas históricos y sociales, al reflexionar sobre su fracaso para modificar las propias condiciones de vida, Sartre concluyó en el pesimismo, como lógico resultado, y este sentimiento lo fue llevando a la angustia existencial (l´angoisse) frente a la muerte inexorable como rasgo central de la existencia y de la vida humana. Es más, llegó a sostener, logrando con ello una gran recepción entre las capas intelectuales, que el único acto verdaderamente libre que podía encarar el ser humano era el suicidio. Este era, según su mirada, el único acto libre, porque podía hacerse y decidirse en soledad, es decir, en plena libertad. Para todas las restantes conductas se debía contar con los «otros, con los 59 demás». Y por esto mismo ya no podían considerarse actos libres. He aquí uno de los límites de su visión. Nuevamente, la oposición «a–dialéctica» entre lo individual y lo social, propia del pensamiento de las capas medias, lleva a conclusiones inimaginables. ¿Podrá ser considerado humanismo el enfoque que vea el suicidio como único acto libre? Este es el precio de no vislumbrar la relación dialéctica y a la vez contradictoria, entre ambos términos, y la consecuencia de no ver la «lucha de clases» como motor de la historia, y la necesidad de concebir un sujeto adecuado para enfrentarla. En ese sujeto colectivo, en la necesidad de hallar los sujetos adecuados para las tareas dadas, reside la verdadera solución al problema de los vínculos entre los individuos y los colectivos. Ya Marx, en su «18 de Brumario» sostenía que: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo las circunstancias con las que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado» La afirmación es bastante convincente, pero dio pié luego a Althusser para presentarnos entonces, a los hombres, como meros productos de las circunstancias. El mismo Marx, y también en sus escritos tempranos, añadía para que no hubieran dudas al respecto: «esas mismas circunstancias, habían sido hechas, a la vez, por los hombres.» En suma, ni existe el individuo abstracto ni lo puro social, sino que habría que partir de considerar al individuo como «un ser social.» Y desde aquel lejano siglo XIX, Marx ya esbozaba una filosofía de la praxis en la que el sujeto activo no se enfrenta con el objeto a transformar como algo extraño a él mismo, sino que aparece en la historia como formando parte de una totalidad. Este modo de encarar la dialéctica entre sujeto y objeto, nos 60 resulta particularmente clara y la aplicamos en nuestra tarea en la escuela de teatro. Allí sostenemos que «el sujeto (del teatro, el personaje), al luchar por cambiar aquello que se le opone no solo logra modificar al objeto sino que, paralelamente, se transforma a sí mismo». Esta breve explicación da pie a toda una teoría de la actuación y a la vez, resulta un modo conciso de concebir la pedagogía artística que se halla muy ligada a la concepción antropológica y autogestora de lo humano, es decir, al marxismo y a la filosofía de la praxis. Para él, no existe una substancia natural que constituya la esencia de cada individuo, sino que esa misma esencia que se busca hay que hallarla en el conjunto de sus relaciones sociales. El individuo deviene así un permanente proceso, lábil, siempre constituyéndose, concreto e histórico, que se «auto-determina» por su propia praxis en la limitación de sus circunstancias, de la sociedad en la que vive. Es decir, el individuo va gestando su propia biografía y sus propios contenidos en las condiciones que le presenta su época. Esta manera de entender el problema, tiene, a mi juicio, una importante repercusión en la concepción política general ya que nos muestra a un sujeto capaz de transitar desde la conciencia en sí, egoísta y aislada, hacia la conciencia para sí, colectiva e histórica, mediante su propia actividad real, y a la vez lo orienta hacia el hallazgo del sujeto necesario para el cambio social del cual puede formar parte. No creemos en aquellos marxistas que lo son de manera aislada y en teoría, tan solo. El marxismo de Marx requiere que el pensamiento no solo interprete sino que transforme. El marxismo debe existir no solo en la cabeza y en el corazón de quienes lo adquieran, sino y sobre todo en sus prácticas reales. Y finalmente, esta comprensión que proponemos permite apreciar que nunca la conciencia del sujeto surge de modo espontáneo, sino que es más bien, el producto de una práctica que implica la participación consciente en el seno de la historia y de la sociedad. Esta definición del sujeto real en su relación con las masas y con sus líderes, puede ayudarnos también a comprender los límites que tiene el sujeto concebido por el peronismo. Esta doctrina nacional ve a los sujetos firmemente alineados, como tales, detrás de un líder o conductor que es el verdadero intérprete de la época y que, paralelamente, desconoce la lucha de clases en pos de una ansiada «unidad nacional». Si miramos nuestra historia concreta en los últimos setenta años, podremos ver que los cambios producidos por el peronismo han logrado, por momentos, una mejor distribución de la renta social. Bueno. Esto ha sido cierto en algunos de los períodos de gobiernos peronistas. Hay otros que es mejor ni recordarlos como tales. Ahora bien como esta tarea de mejoramientos de los estándares sociales se da «dentro» de los límites del capitalismo, y sobre todo, sin avanzar nunca en la lucha contra los verdaderos enemigos que terminan derrocándolo, ocurre cada tanto, que la derecha se reagrupa puesto que ha conservado todo su poder, y pone fin a los períodos de bonanza peronista. Como muestra de lo que decimos cabe recordar al Perón que abandonó su gobierno sin dar batalla en el 55, y ahora, al gobierno que perdió las elecciones, siempre ante los mismos enemigos sociales. La historia parece repetirse. Parte de la responsabilidad en estas derrotas corresponde a la mirada teórica de la que parten los dirigentes peronistas ya que ven a la sociedad como algo dado y que no puede o no debe salirse de los marcos de un capitalismo «moderado». «La única verdad es la realidad (dada, agregaría yo)», interpretada, claro está, por su conductor. Para el peronismo se trataría de lograr una sociedad en la que el capital y el trabajo colaboren de modo armónico. De ahí la convocatoria a tantos «pactos» que nunca se cumplen. Ése es el peronismo de Perón quien lo explicitó en infinitas oportunidades para quien lo quisiera oír. Además tenemos la historia reciente para constatar que su rol ha sido ése: repartir sin tocar las bases económicas de sus enemigos, evitando de ese modo que los obreros se vayan hacia posiciones extremistas. Perón lo ha dicho textualmente en su discurso anta la Cámara de Comercio en 1944, y la realidad de nuestro país confirma lo ocurrido en ese sentido. Las ventajas de ese peronismo «movimientista» en donde todo cabe, bueno para acceder al poder justamente por su indefinición, ya que puede convencer, al mismo tiempo, a clases sociales objetivamente encontradas, es que puede distribuir sin mayores problemas en las épocas de bonanza económica, pero resulta impotente a la hora de las crisis y de llevar una lucha más profunda contra sus propios enemigos que son también los nuestros. Así podríamos decir que el peronismo concibe a un sujeto hu- manista con un horizonte limitado por la propia concepción de la sociedad a la que ve como el resultado de una transacción basada en el «fifty – fifty», y en la buena fe y en la capacidad de colaborar de sus protagonistas. Sus propios dirigentes han confesado esta meta, totalmente utópica desde nuestro punto de vista. Finalmente podríamos intentar cerrar este breve panorama, muy esquemático por cierto, recordando cómo muchos procuran responsabilizar en la etapa contemporánea a la técnica, como si fuera la responsable de todos los males sociales. Se trataría, en nuestro tiempo, de un uso indiscriminado de la técnica que deja de lado, por eso mismo, todos los otros valores, el humanismo entre ellos. Entre nosotros Sábato supo tener esta mirada que conserva, obviamente, resabios de Heiddegger. En sus mejores versiones, las de Marcuse por ejemplo, se nos presenta a la técnica como la responsable de producir un hombre «unidimensional» y por eso mismo poco humano. Desde mi punto de vista, estos enfoques intentan desviar la discusión desde la estructura social y la sociedad capitalista, los verdaderos responsables, hacia alguno de sus componentes tomados de manera aislada. La técnica – como toda herramienta, en realidad se la podría definir como la suma de las herramientas y los procedimientos – depende de quién la maneje y de lo que se pretenda de ella. Si es el mercado en su ciega búsqueda de la ganancia y la burguesía quienes van a manejar los procesos técnicos, entonces sí, habrá que concluir que el mundo se volverá –ya se ha vuelto – inhumano. Pero si fueran los propios hombres organizados, conscientes de su función social aquellos que pudieran tomar el timón de sus propios destinos y no el impersonal «mercado», enton- ces la técnica podría devenir la aliada necesaria para el logro de una sociedad más justa, «post- capitalista», socialista. Creo que por todo lo dicho, los comunistas en este terreno de la valoración de lo individual y de la libertad, del humanismo, podemos tomar la iniciativa y demostrar que en la época, el único humanismo realista es el marxismo. «El horizonte de la época» supo decir Sartre. Aunque a primera vista parezca paradojal, los comunistas somos los verdaderos defensores del individuo y de su libertad, entendida no como la simple realización de los caprichos personales, sino como la lucha consciente por una sociedad más justa, por comportamientos más solidarios que, al librarnos de la explotación y al permitir una igualdad en términos reales, pase de la prehistoria de la humanidad hacia la verdadera historia. El marxismo por su aspiración de ciencia social permite conocer la realidad en la que estamos inmersos y hallar en ella los sujetos para el cambio necesario. Ese nuevo individuo «para sí» que integre los sujetos colectivos a la par de poder cultivar libremente su individualidad, sus diferencias, sabrá, a la vez luchar por los reales valores humanos y no por los precios de los objetos. Se moverá en un mundo humano, humanizado y no en un mundo de las «cosas», como decía Marx. Habrá entonces menos cosas en venta: ni la salud, ni la educación, ni la ética ni el amor podrán comprarse. Y, por supuesto, tampoco venderse. Como dijo alguna vez Gramsci, estamos todavía en una época en donde lo anterior ya fue y lo que viene no acaba de nacer. Esa es la tarea que nos ha tocado. A la liberación real y social hay que añadir la liberación de las subjetividades a las que debemos arrancar de la influencia de las concepciones burguesas. ¡Vamos por una nueva hegemonía! Tenemos las mejores herramientas. 61 Marxismo y Humanismo en la lucha de clases por Alexia Massholder1 «La historia contemporánea nos enseña que en manos de la burguesía el humanismo está en trance de morir». Esta frase, escrita por Aníbal Ponce en 1935, podría enunciarse en la actualidad, con el agregado de cientos de ejemplos que no han hecho sino demostrar que el humanismo en el capitalismo es una enunciación sin contenidos reales, profundos y duraderos. En sus orígenes el pensamiento humanista buscó constituirse como una filosofía que acompañara, y justificara, un estado de cosas. Con la consolidación del capitalismo, las evidencias concretas del contraste entre puñado de enriquecidos «librepensadores» y una inmensa masa de desposeídos requerían de un corpus teórico, de una forma de enunciar y legitimar aquel estado de cosas. De la misma forma que en la edad media se había logrado instalar la idea de la sociedad dividida en tres estamentos, esto era, los que luchan, los que oran y... los que trabajan para mantener a los que luchan y los que oran. Como herencia de la eficacia de esta tradición, el humanismo burgués comprendió el potente papel que la religión jugó siempre como elemento de continencia. No nos referimos a la generalmente mal utilizada frase de Marx sobre la religión como el «opio de los pueblos», sino al papel concreto que el «culto a la pobreza» y una fuerza exterior a la acción de los hombres jugó en la resignación y el inmovilismo de los que menos tienen. Ya Maquiavelo alertó sobre la atención que el Estado debía prestar a los asuntos religiosos para el manejo de los asuntos de la sociedad. En la actualidad es cada vez más evidente que la disputa política comprende al mismo tiempo una disputa de sentidos. La derecha ha avanzado sobre terrenos y símbolos que claramente tiene más vinculación con los intereses reales del pueblo que con las oscuras intenciones del sistema que ella representa. Pensemos en Henrique Capriles en Venezuela denominando «Simón Bolívar» a su comando de campaña o en Mauricio Macri haciendo campaña hablando de las bondades de la salud y la educación pública, y llamando a «desideologizar» la región... O en un terreno más «pantanoso» como en el que se mueve una institución como la Iglesia, las declaraciones del Papa en Cuba de «Nunca el servicio es ideológico, se sirve a las personas, no a las ideas», justamente en un país que gracias a sus ideas aplicadas a la realidad política logró sacar al hombre de la opresión imperialista. Estas no son iniciativas aisladas y coincidentes, sino parte de planes elaborados de dominación. Podríamos citar innumerables ejemplos de pensadores al servicio de estos planes. Mencionaremos sólo el ilustrativo caso Joseph Nye y sus escritos sobre un «poder inteligente» que combine el «poder duro» con el «poder blando», entendido como la capacidad de generar una cultura y una política que genere atracción a los dominados.2 Así, la cooptación ideológica y la desarticulación de resistencias es entendida como la puerta de entrada a través de la cual las burguesías pueden recomponer y expandir sus benefi- Doctora en Ciencias Sociales, Historiadora, Directora Adjunta del CEFMA. Puede ampliarse el tema con la lectura de Boron, Atilio y Massholder, Alexia “Pensamiento estratégico estadounidense”, en Revista de estudios estratégicos, N°2, segundo semestre de 2014. 1 2 62 cios sin la necesidad de un «poder duro» que en algunos casos puede tener un costo contraproducente para los dominadores en relación a los dominados. Por todo esto, y por tantas otras cosas, el tema del humanismo no puede pensarse por fuera de la lucha de clases. Porque el humanismo burgués ha enunciado preocuparse por el hombre cuando en realidad sólo ha puesto el foco, como toda ideología burguesa, en el individuo. Así, el bienestar individual multiplicado haría del bien de toda la sociedad. Ahora bien ¿quién podría darnos algún ejemplo de realización concreta de este postulado en el capitalismo? Este escrito, pretende revisitar algunos textos que nuestros pensadores elaboraron décadas atrás, pero que en la relación dialéctica entre tradición y la renovación, nos puede permitir pensar caminos para la construcción política actual. Partimos de la idea de que en la actualidad, la beligerancia imperialista se despliega a una fuerte ofensiva ideológica para recomponer el humanismo en su sentido burgués. Algo así como un «keynesianismo humanista» que busca tomar medidas que «compensen» los desastres del capitalismo. Por supuesto, los comunistas jamás desdeñaremos cualquier mejora concreta en la vida de los hombres, pero nosotros buscamos ir a la raíz de los problemas, no a «emparchar» los proble- 3 mas. Y no se trata de una digresión teórica, sino de algo que es muy parte de nuestra acción política, siempre desplegada entre nuestra lucha contra el enemigo principal, el imperialismo, y nuestra participación en lo que Mao denominaba «contradicciones en el seno del pueblo». Para poner un ejemplo reciente: nosotros tenemos muy claras diferencias con algunos compañeros del campo nacional y popular y a la vez trabajamos con ellos. Y no debemos nunca renegar de nuestros aportes específicos, que son muchos, porque sería no estar a la altura de lo que el comunismo ha dado a los pueblos en la historia. Nosotros debemos actuar en unidad, en la unidad posible, siempre en diálogo y acompañando los procesos, no fuera de la historia, aportar lo que tenemos que aportar. En lo referente al humanismo, los aportes del pensamiento comunista son fundamentales. Partimos de la base de aclarar que con mayor o menor conciencia, más o menos explícitamente, la elaboración y la utilización de ideas y conceptos tienen siempre un trasfondo de clase. Nuestros pensadores marxistas han puesto mucha luz sobre este tema. Desde nuestro partido la cuestión del humanismo ha tenido muy valiosas reflexiones como las de Aníbal Ponce en Humanismo burgués y Humanismo proletario, Héctor P. Agosti en Tántalo recobrado, y más recientemente también Estética y Marxismo de Raúl Serrano. Esta recomposición del humanismo burgués va en sentido contrario a lo que planteaba Agosti: el marxismo es el verdadero humanismo. Recuperar la idea del marxismo como una forma de ver el mundo y actuar sobre él para erra- dicar definitivamente los padecimientos del hombre. ¿Qué hay más antihumanista que la explotación del hombre por el hombre? No hay mucha complejidad de eso, que es muy sencillo. Debemos simplemente articular mejor una ofensiva ideológica. Ponce señalaba cómo desde Erasmo a Romain Rolland sentaron las bases de una dominación intelectual en el terreno de las reflexiones sobre el humanismo, que desde sus inicios apuntó a la «exaltación de los valores racionales, la separación del entendimiento de todas las otras funciones que la acción exige y el trabajo impone», que no eran más que un reflejo en la ideología «de la separación profunda entre las clases que la sociedad de su tiempo había realizado: para que existan hombres libres, despreocupados del trabajo, era menester una turba de asalariados y de siervos que aseguraran el ocio de los amos».3 El autor señala como aquel humanismo había buscado conformar una élite que luchara con las armas del espíritu, que «son las únicas armas a las que no las mueve la violencia». Clara preocupación de una burguesía que había ya atravesado, en el siglo XIX, las revoluciones de 1848 y 1871, en las cuales el proletariado, cansado de morir en nombre de las revoluciones burguesas, se decidió a luchar por sus propias reivindicaciones. Como si la violencia fuera cuestión solamente de «espíritus» y no de situaciones materiales. Y no porque seamos partidarios de la violencia per se. El Partido Comunista ha afirmado en reiteradas oportunidades que no es partidario de la violencia, pero debemos reconocer que «paz», la «libertad» en abstracto no dicen mucho sobre la realidad de las cosas. La violencia, Ponce, Aníbal, “Humanismo burgués y Humanismo proletario”, en Obras Completas, Buenos Aires: Cartago, 1974, tomo III. p. 492. 63 tal como la concibe el marxismo no remite sólo a la fuerza armada, aunque pueda contenerla, sino al inevitable combate de las mayorías por derribar los obstáculos sociales que se oponen a la plena expansión del hombre. Hay un sentido común muy fuerte que se instala y que debemos combatir, que es el que permite que la burguesía se apropie de estos sentidos.4 Pero como señala Ponce, hasta el propio Romain Rolland advirtió lo que él mismo denominó la agonía de «una obstinada ilusión», esto es, el «doloroso proceso que se inicia en el instante mismo en que el intelectual descubre que su pretendida independencia está condicionada por oculta potencias que la dirigen (…) Romain Rolland es el testimonio vivo, heroico, desgarrador, de esa confianza tenas en un Espíritu que se basta a sí mismo, en una inteligencia que se cierne por arriba de las cosas».5 Pero la historia nos da infinitos argumentos para combatir ese sentido común. Y con el nacimiento de la marginación provocada por el capitalismo de la mano del humanismo burgués, surgió su negación, es decir, el humanismo proletario, único capaz de recomponer la forzada división entre trabajo intelectual y trabajo manual dando la posibilidad del verdadero «hombre completo». En este último sentido se inserta el trabajo que el principal discípulo de Aníbal Ponce, Héctor P. Agosti, realizó para intervenir en las polémicas de su tiempo. Tal fue el caso de Tántalo recobrado en el que Agosti, en su diálogo con el humanismo cristiano, nos deja valiosas reflexiones sobre el humanismo socialista, en el cual nos centramos en los párrafos que siguen. Sabemos por experiencias recientes de casos en los que se sobredimensiona la existencia en los hechos de una movilidad social propia de la sociedad capitalista, que pretende dar como un hecho superado la lucha de clases. Movilidad que parecía incrementarse, en la sociedad de masas, por las apariencias de un mejoramiento del nivel en la vida de los trabajadores, consecuencia del acrecentamiento del monto histórico de las «necesidades» impuestas y determinadas por el ensanchamiento del mercado. Uno de los aspectos que se descuida en este tipo de análisis es la problematización del tema de la «libertad», porque si las apariencias del desarrollo de la sociedad burguesa nos proporcionan la imagen de un trabajador cuya capacidad de consumo ha aumentado, y confundiendo esto como vimos con la movilidad social, no da cuenta de las limitaciones que dicha sociedad impone al desarrollo no solo material sino espiritual del hombre. Si como plantea Marx «el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos», las posibilidades de desarrollar «libremente» los aspectos no materiales de la persona son evidentemente acotados. Y esto es porque las condiciones de producción limitan concretamente la posibilidad de un tiempo libre en el que el hombre pueda desplegar la realización de su totalidad en libertad. No se trata, claro, del tiempo libre entendido como otium latino, de tiempo vacante, sino de «tiempo libre destinado a la remodelación espiritual del hombre mediante el desarrollo universal de sus aptitudes». En este punto nos parecen muy valiosas las contribuciones de Raúl Serrano que apuntan a reivindicar al hombre como «sujeto creador» capaz de crear, es decir, de «objetivar lo subjetivo», para lo cual, obviamente, necesita un tiempo de realización de esa subjetividad. Y no sólo de los artistas, que en el capitalismo suelen estar condenados a un «doble oficio», esto es, su creación como objetivación de su subjetividad, y el trabajo extra que generalmente debe hacer para subsistir materialmente. Esto sin profundizar además en las nefastas consecuencias que la lógica capitalista del mercado tiene para la cultura, en la que los artistas suelen tener que resignar sus aportes y criterios artísticos para «triunfar» comercialmente en las industrias que manejan, como todos los empleadores, a sus trabajadores, y en la que lo vendible parece estar cada vez más alejado de los contenidos profundos... Así, el «mercado de la cultura» necesita de «consumidores» cuyos gustos y elecciones respondan a las necesidades de los «valores» propios de Ejemplo del tema de democracia instalado hegemónicamente sin adjetivos, cuando refiere a la democracia burguesa, votando más o menos regularmente para elegir a quienes nos van a representar. Por supuesto que es importante, sobre todo después de las dictaduras. Pero no debemos confundir eso con nuestro horizonte final. Tenemos que disputar NUESTRo sentido de democracia. Nos hemos pronunciado sobre este tema en otros trabajos. 5 Ponce, Aníbal, “Humanismo burgués y Humanismo proletario”, en Obras Completas, Buenos Aires: Cartago, 1974, tomo III. p. 500. 4 64 un estado de cosas. Serrano da un ejemplo actual al referir a la «tinelización» del humor, que remite a contenidos televisivos (aunque no sólo televisivos) que no requieran ninguna función mental del espectador más que «consumir». No estimula la percepción crítica ni la reflexión ¿cuál es la clave del éxito entonces? Que el sujeto que está frente a la televisión ha pasado 10 o 12 horas esclavo del sistema y ha agotado allí la mayor parte de sus energías, no quedándole más ganas del de «divertirse y pasarla bien».6 Porque el arte nos dice Marx, en todo sistema de producción, no sólo produce un objeto para el sujeto sino que al mismo tiempo produce un sujeto para ese objeto. Esto, nos dice Serrano, «nos permite explicarnos muchos fenómenos atribuidos con anterioridad a no se sabe qué misteriosas potencias contenidas desde siempre en el sujeto humano. Explica la relación de necesidad que se establece entre las prácticas, los consumos u las producciones de ciertos objetos. Y también nos permite ver con mayor claridad de qué armas se valen algunos medios para «producir» en las masas populares necesidades de consumo que luego son calificadas como «arte popular». Y que en realidad no lo son. Se trata tan sólo de que, desde determinados niveles con poder de decisión, se «popu- larizan» determinados temas musicales, o películas o series televisivas o cantantes y, de este modo, se logra imponer, fabricar el gusto o las modas que luego se toman como parámetro de lo requerido y popular».7 Otra común falacia es la fundamentación de la libertad de las personas en la posibilidad que tienen de «elegirse», de lo que se desprende que todas las elecciones resultarían legítimas por igual, porque todas, en última instancia, implicarían la propia «realización» del hombre. Así, «elegir» una vida de consumo material, generalmente innecesario, como el que impone la sociedad capitalista actual, que coloca el hecho de poder cambiar el auto o el celular todos los años como un parámetro de bienestar pero que no contempla en absoluto el carácter finito de la materialidad en el planeta, no repara en que para que algunos (muchos o pocos) puedan «realizarse» en este sentido, muchísimos otros no tienen siquiera para la reproducción de sus condiciones básicas de subsistencia. Y si bien es cierto que, en términos muy generales, las reglas de estos comportamientos o «elecciones» están dictadas por los condicionamientos sociales de su pertenencia a determinada clase, no es menos cierto que en el orden de la subjetividad, que es intransferible, los reclamos pueden asumir urgencias desparejas y las respuestas no ser siempre simétricas ante los mismos estímulos (Agosti, 1964, 85). Esto hace que nuestra forma de encarar la problemática requiera un nivel de complejidad que permita combatir ese lugar común que relaciona al socialismo como la «uniformidad de los sujetos», que tanto combatió el Che en sus escritos. Si entonces, el problema de la libertad no es un acto de elección, la asunción de la humanidad del hombre no es dilema ético que pueda resolverse voluntariamente. Si la condición humana del hombre está «eclipsada» esto no se debe a las calidades del hombre sino a su acceso a la propiedad. Si la libertad, además, no puede considerarse como una elección del hombre singular, debe entenderse que su liberación es entonces un acto social. Es decir, las condiciones de opresión del individuo no responden a actos de voluntad de un individuo, sino que responden a las fuerzas reales que operan en la sociedad. En tanto esas fuerzas respondan a las relaciones capitalistas, las condiciones de enajenación y opresión persistirán. Y por eso, en palabras de Agosti, «la supresión positiva de la propiedad – es decir, la apropiación sensorial para y por el hombre objetivo, de las realizaciones humanas- no debe ser concebida simplemente en el sentido del disfrute inmediato, exclusivo, en el sentido de posesión, de tener. El hombre se apropia de su ser universal de manera universal, es decir, como hombre total».8 Esta es una de las piedras fundamental del humanismo, porque implica el verdadero desarrollo total del hombre, sólo viable de realizarse sin las opresiones de una sociedad dividida en clases. Si la finalidad de todo humanismo es justamente la búsqueda de ese hombre total, hasta el momento no se había prestado suficiente atención al verdadero origen de aquella destrucción del hombre que la socie- Serrano, Raúl, Estética y marxismo, Buenos Aires: Ediciones del CCC, 2009, p. 62. Serrano, Raúl, Estética y marxismo, Buenos Aires: Ediciones del CCC, 2009, pp. 61 y 62. 8 Agosti, Héctor P., Tántalo recobrado, Buenos Aires: Lautaro, 1964, p. 92. 6 7 65 dad burguesa parecía presentar. Una de las paradojas con las que choca el humanismo en el capitalismo es que a medida que crece y se desarrolla la civilización burguesa, basada en la «libertad» del individuo, este mismo individuo resulta disminuido desde el punto de vista de las relaciones humanas». Pero esas proclamadas «libertades» chocan en la realidad con la concentración monopólica en el mercado y con los contingentes de desocupados que dificulta la obtención de condiciones beneficiosas para los trabajadores. Para el pensamiento burgués, la libertad remite de una concepción atomística del individuo emplazado frente a la sociedad: la libertad del individuo para desarrollar su propia competencia contra los demás. La libertad es así igual para todos, y se basa en la tutela de sus respectivas propiedades: la del capitalista, consintiéndole, por ejemplo, el cierre de sus empresas sin que el estado leviatán pueda interferir en sus decisiones individuales y sobe- ranas; las del trabajador, permitiéndole la libre disponibilidad de transferencia a otros sectores de labor, sin estar sujeto a un tipo determinado, como en la época feudal. Pero esta «libertad» queda reducida a las posibilidades delimitadas por los poderes materiales. Como bien señalaron Marx y Engels en La ideología alemana, «En la imaginación, los individuos, bajo el poder de la burguesía, son, por tanto, más libres que antes, porque sus condiciones de vida son, para ellos, algo puramente fortuito; pero, en la realidad son, naturalmente, menos libres, ya que se hallan más supeditados a un poder material.»9 Poder material que, además, determinan las condiciones del trabajo mediante el cual el hombre se realiza en tanto ser. Si el trabajo concreto se inserta en una realidad capitalista concreta, determinada por el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación, resulta impensable hablar de una «humanización» del capitalismo, porque estudiado en su esencia el capitalismo tiende a limitar el desarrollo del «hombre total», esto es, en sus aspectos no sólo materiales sino espirituales. De los razonamientos precedentes, podemos concluir que el marxismo es el exponente máximo del humanismo real, del humanismo del trabajo, reivindicando concretamente la condición y la naturaleza del hombre, diferenciándose de las corrientes de pensamiento que sostienen una naturaleza abstracta y eterna del hombre desprendida de su existencia terrenal. Porque se sitúa al nivel de la sociedad real no simplemente en la conciencia individual del hombre. Quisiéramos terminar este escrito con una cita que ejemplifica de manera magistral la lógica del humanismo burgués: «El señor Junqueiro y yo paseábamos un día juntos, de aquí para allá, por el jardín de la Villa del Conde, y el señor Junqueiro predicaba la piedad y el amor. Unos chiquillos estaban por allí jugando a la pelota, y yo y el señor Junqueiro paseábamos de aquí para allá. El señor Junqueiro predicaba la piedad y el amor, cuando en eso la pelota cayó en la cabeza del señor Junqueiro, quien levantó el bastón y dio con él al chiquillo... Y nosotros continuamos paseando de aquí para allá, y el señor Junqueiro predicando la piedad y el amor».10 Y así, siempre, la burguesía predica el amor, el entendimiento y la conciliación mientras nada ponga en cuestión su dominación. Nosotros tenemos nuestro propio sentido del humanismo. La hora actual nos debe convocar a luchar por él. Marx, Carlos y Engels, Federico, La ideología alemana, Buenos Aires: Pueblos Unidos-Cartago, 1985, p. 89. Citado en Ponce, Aníbal, “Humanismo burgués y Humanismo proletario”, en Obras Completas, Buenos Aires: Cartago, 1974, tomo III. p. 499. 9 10 66 Intelectuales y marxismo en América Latina por Ana María Ramb1 V ivimos una crisis civilizatoria promovida por el ca pitalismo, ya declinante, pero todavía con poderosas reservas, ¡y vaya si las usa! Estuvo y está en guerra con Palestina, con Irak, con Siria y un largo etcétera. En Nuestra América, es el estratega que promueve las tácticas de la Restauración Conservadora, instrumentadas por las oligarquías locales, los medios de comunicación concentrados y las respectivas embajadas de los EEUU. Así, acecha la continuidad de procesos progresistas y en vías al socialismo en nuestros países. Sobre todo, no tolera el avance de la integración latinoamericana y la inclusión de grandes masas postergadas. Porque, en realidad, capitalismo está en guerra con todos los pobres del mundo. Pero desde el Río Bravo a la Patagonia –e incluso más al norte aun, si consideramos a algunos escritores «chicanos»– asistimos al desarrollo de una nueva cultura de izquierda cuyo eje vertebral es el marxismo: una cultura pluralista, diversa, inclusiva, que pone en primer plano lo que une a los pue- 1 blos de la Patria Grande y deja a un lado lo que puede dividirnos. Una cultura que no siempre levanta con estrépito consignas en apariencia más radicales, sino que nos insta a crear espacios de encuentro en la actual batalla de ideas; espacios en los que participen los más amplios sectores, para constatar que somos muchos y muy decididos los que estamos en la misma lucha: eso nos hará más fuertes, y será lo que, efectivamente, va a radicalizarnos. Esta nueva cultura de izquierda no nació de gajo. Además de contar con Marx y Engels –que no tenían aún treinta años cuando dijeron: «¡Proletarios del mundo uníos!»–, a quienes décadas más tarde se les sumó Lenin, esa cultura de vanguardia tiene también fuentes y precursores en América Latina. Uno de esos pioneros es un gramsciano avant la lettre –es decir, «antes de tiempo», como dijo Abel Prieto, ex ministro de Cultura de Cuba–; he aquí un pensamiento suyo: «Los jóvenes en América se arremangan las camisas, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor». Federico García Lorca diría décadas después que los verdaderos poetas no se niegan a meter los pies en el barro cuando quieren hablar de las azucenas, porque es en el barro donde están las raíces nutricias de esas mismas azucenas, y de ahí sacan sus jugos vitales. Aquel primer revolucionario, caído en combate, autor de bellísimos versos de vanguardia modernista, de innumerables artículos periodísticos y del breve ensayo Nuestra América –con el que nos marcó un camino–, es José Martí, autor también de otras frases gramscianas de anticipación: «Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra». Martí parte de la conciencia emancipadora de Bolívar, de San Martín, del cura Hidalgo, al recuperar no sólo el saber y la memoria de nuestros pueblos, sino también al reivindicar el papel de las etnias originarias, de los negros, de «los pobres de la tierra» como sujetos y protagonistas de la historia. Martí no llegó a leer las obras de Marx, si bien seguía sus notas en los diarios, y reveló su respeto al publicar el único obituario que le dedicaron Escritora y periodista 67 en castellano. Sin haber leído El Capital ni estudiar la teoría de la plusvalía, el poeta y revolucionario cubano la percibió desde niño y predicó un humanismo muy cercano a las ideas socialistas: «Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar». De viva voz y por escrito, fue el primer denunciante del imperialismo yanqui y sus apetencias sobre nuestra región; lo hizo en la 1ª Conferencia Panamericana (Washington, 1890-1891), inspirada en la doctrina Monroe. La denuncia martiana mantiene absoluta vigencia. También la encrucijada que marcó Rosa Luxemburgo hace casi cien años: «Socialismo o barbarie» conserva su validez. El marxismo y la búsqueda de opciones socialistas a las inhumanas condiciones de existencia que genera el capitalismo siguen vivos, y encuentran su mayor desafío en recrear y poner en práctica esa vitalidad. El marxismo latinoamericano se ve hoy precisado a enriquecer la teoría y a fortalecer sus argumentos para ponerse a tono con los cambios en el mundo y los logros de las ciencias. Como planteara el gran pensador argentino Héctor Agosti: «No basta con usar la metodología marxista para ser marxista. Para serlo verdaderamente, hay que unir el método de investigación a la práctica, hay que unir la explicación del mundo a su transformación». Está muy difundida la idea de que en el orden de la cultura, sólo los intelectuales la crean. Fue Antonio Gramsci –dirigente comunista y brillante filósofo político italiano– quien se encargó de aclarar quiénes 68 son intelectuales: intelectuales somos todos. El albañil que levanta una pared usa la plomada, aplica la ley de gravedad, y esa es una labor intelectual. La maestra que da clase a sus niños es una intelectual; lo es el ministro de Economía, la confeccionista que cose ropa y el músico que da un concierto. Todos somos intelectuales y todos hacemos cultura. Con los Cuadernos de la cárcel de Gramsci, escritos en las lóbregas celdas fascistas, el marxismo alcanzó un muy alto nivel de renovación. Gramsci repuso el término «intelectual» devenido en categoría, y distinguió a los intelectuales «tradicionales»: aquellos que se ocupan oficialmente de reproducir la hegemonía de la clase dominante, de los «intelectuales orgánicos»: aquellos que desempeñan en la sociedad la función de intelectuales, más allá de que sea imposible considerar actividad humana que prescinda del ejercicio del intelecto. La Argentina tuvo el temprano privilegio de conocer el pensamiento de Gramsci, gracias a que Héctor Pablo Agosti difundió sus obras en nuestro medio. En 1951 publicó su Echeverría, donde HPA interpreta la constitución de la cultura argentina en clave gramsciana, influencia también presente en posteriores obras suyas, y que se expresa en temas muy caros para este pensador nuestro, de admirable envergadura y tributario de reconocimiento internacional. Por ejemplo, cómo reconocer en nuestro país al intelectual orgánico de las clases populares, y cómo aborda éste su responsabilidad teórico-práctica. Muchos intelectuales han creído durante siglos que eran únicamente ellos quienes creaban y producían cultura. Creyeron incluso que gozaban de autonomía. Fue precisamente Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel quien hizo la distinción entre funcionarios e intelectuales, e incluso señaló su gran coincidencia: ambos se encargan de transmitir la hegemonía de la clase dominante. Cierto es que no pocos intelectuales, al adquirir percepción de su pertenencia a la clase trabajadora, se debaten desgarradamente entre su conciencia y su existencia. Algunos se quedarán cómodamente en su torre de marfil, y emitirán críticas y diagnósticos preclaros de la realidad que contemplan desde las alturas, pero con un tibio compromiso y sin decidirse a intervenir. Otros, resolverán la cuestión de otra manera: al no estar dispuestos a debatirse entre el logos y la praxis, entre la reflexión y la acción, aceptarán un rol mercenario, de consciente reproductor de la cultura de la clase hegemónica; ingresarán entonces a la categoría de intelectuales orgánicos del capitalismo, que los conectará directamente con instituciones y empresas que se servirán de ellos para organizar sus intereses y aumentar el poder, y así acentuar el control que ya ejercen. En la lógica de lo mediático globalizador, encontraremos a estos intelectuales en los grandes medios concentrados como invitado especial, columnista de lujo, brujo de las respuestas; como dijera Nicolás Casullo: «pactistas», como siempre, «de lo que es y de lo que está». La fusión entre teoría y práctica es conflictiva, inestable; no es lineal, no se resuelve de una vez por todas. El papel del intelectual no es producir cultura, realizar obras geniales; es dar conciencia a los hombres del drama en que viven, y cambiar en lucha real los combates de ideas. ¿Recuerdan La Tempestad de Shakespeare, donde Próspero, ese gran demiurgo, el gran intelectual, se exiliaba en una isla y se apoderaba del territorio donde habitaba el nativo Calibán –personaje que no sería sino el representante de los pueblos latinoamericanos, de acuerdo con la acertada interpretación del cubano Roberto Fernández Retamar–, lo esclaviza para su beneficio y, como si esto fuese poco, lo demoniza? Tal como ahora son demonizados los pibes de las villas por algunos dirigentes políticos que aseguran que esos pibes están «infestados» por el delito (sic: declaraciones del pretendiente presidencial Sergio Massa y VV.AA). Y con ese pretexto pretenden que el ejército entre a rajatabla en los barrios más carenciados. En línea paralela al ensayo Calibán de Retamar, la novela Los mandarines de Simone de Beauvoir describe a los que se creen se intelectuales puros. Claro que cuando uno no quiere saber de política, la política lo viene a buscar a uno y lo mete en política. Un modelo de mandarín era Jorge Luis Borges, hasta que la política lo fue a buscar. Olvidado ya de aquella remota poesía en la que saludaba con júbilo a la reciente Revolución de 1917, en los años 70 incurrió en opiniones políticas que le costaron no recibir el Premio Nobel de Literatura, que tanto merecía por su obra. Casi a fines de la dictadura del 76, apenas declarada la Guerra de Malvinas, en el 82, Borges revisó sus posiciones. Pero ya era tarde para el premio. En Nuestra América hay una tradición intelectual que poco tiene que ver con ese modelo que, desde lo alto de la torre, hace análisis acertados y hasta honestos de la realidad, y aguarda que las masas vengan, le toquen el timbre y suban a la torre para incorporarlo; es decir, para darle materialidad y subjetividad a su existencia. Nuestros intelectuales de izquierda están acostumbrados a hundir sus manos en la masa, en la que se reconocen, y ponen los pies allí, donde el barro se subleva. Hacen honor a Émile Zola y su compromiso fundante. La palabra «intelectual» y el rol del mismo empezaron a surgir en un runrún allá por 1898 con el caso Dreyfus: el de un militar francés de origen judío que injustamente fue acusado de espionaje en favor de Prusia, y condenado a prisión en la Isla del Diablo. Zola escribió un famoso alegato, J´Acusse (Yo acuso), en un artículo que provocó una sucesión de crisis políticas inéditas en Francia, y desenmascaró un larvado antisemitismo en aquella sociedad, al poner a los acusadores en el banquillo de los acusados. Entonces la verdad fue revelada: era el principal denunciante quien pasaba datos a gobierno alemán. A partir de aquel largo proceso, el exitoso escritor Émile Zola creó todo un movimiento en la intelectualidad de la época, y de allí surgió el primer documento colectivo de intelectuales: el reclamo por la libertad de Dreyfus, con las firmas de los escritores Anatole France, Marcel Proust, Georges Sorel, el pintor Claude Monet, más científicos y académicos de nota. El caso le reportó a Zola la pérdida de trabajo y honores, un proceso por difamación, el exilio y una muerte de origen dudoso. Pero sirvió para que la sociedad francesa y mundial se planteara las preguntas: ¿Qué es un intelectual? ¿Qué hace? ¿Sirve para algo? El intelectual, ¿nace o se hace? Existe en la historia argentina una tradición de intelectuales orgánicos de la clase dominante y de intelectuales contestatarios. Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Manuel Dorrego fueron transformadores revolucionarios. Y qué decir de José de San Martín, junto con su par latinoamericano Simón Bolívar, entre los héroes de nuestra primera independencia. Años más tarde, Juan Cruz Varela, poeta oficial del régimen rivadaviano, periodista orgánico y perpetrador de dramas neoclásicos jamás representados, tendrá actuación política e influirá en el fusilamiento de Manuel Dorrego. Su contemporáneo, el escritor Esteban Echeverría, introductor del Romanticismo en el Plata, autor del largo poema El Matadero y del ensayo El Dogma Socialista – producido bajo la influencia del socialismo utópico que el autor conoció en Europa–, fue un inte- lectual contestatario ante el rosismo, y como otros de la Generación del 37, conoció el exilio. Es asimismo transparente la vinculación entre cultura y política en dos hidalgos pobres de provincia, intelectuales orgánicos de la alta burguesía. Uno, Domingo Faustino Sarmiento, político y escritor de altísima nota que mantuvo una polémica con Martí, y cuyas contradicciones lo llevaron a insultar a la oligarquía de su tiempo, y que, a la vez, pedía no ahorrar sangre de los mismos gauchos a los que llamaba «el soberano» y se obsesionaba en educar. El otro es el poeta Leopoldo Lugones, seguidor del Modernismo de Rubén Darío –y tal vez admirador de Gabriele D’Annunzio–, y autor del panfleto golpista La hora de la espada, que destila un nacionalismo fascista, una suerte de prólogo del golpe de Estado de 1930. Comenzaba entonces en nuestro país la denominada Década Infame, que estuvo marcada, como recuerda Carlos Agosti, hermano de Héctor, por la Guerra Civil Española, el apoyo a la República y el freno al avance del fascismo. Jóvenes intelectuales relacionados con la figura de Aníbal Ponce, participaron en AIAPE (Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores, 1935-1943) y se integraron a la lucha por la liberación social y la redención humana. Héctor –gran discípulo de Ponce-– y Carlos Agosti, Alfredo Varela, Raúl Larra, Emilio Troise, Gregorio Bermann, Cayetano Córdova Iturburu, Mario Bravo, Jorge Thénon, José Portogalo, Gerardo Pisarello, todos jóvenes soñadores, abrevaban en los 69 clásicos del marxismo, las grandes novelas rusas, la narrativa del grupo Boedo, la poesía surrealista francesa y la del poeta porteño Raúl González Tuñón, y así, con el acompañamiento de Álvaro Yunque, se preparaban para la batalla por los grandes ideales de belleza y justicia social. Apuntemos que el grupo de Boedo, identificado con los sectores obreros, veía en la literatura una vía para contribuir a la transformación de la sociedad, en tanto el Grupo de Florida, identificado con las élites, privilegiaba los aspectos de renovación de las formas artísticas, de acuerdo a las vanguardias europeas. Entre ambos grupos, más próximo a Boedo que a Florida, floreció el singular talento de Roberto Arlt, que noveló como pocos la Década Infame. Alfredo Varela, de AIAPE, trascendió dentro de su larga obra con El río oscuro, novela en la que se basó el film de Hugo del Carril Las aguas bajan turbias. Si bien entre ambos creadores el desenlace de la historia fue materia de debate, es preciso admitir que, al fin, tanto la novela como la película –tanto la literatura como el cine–, fueron en este caso dignas herramientas de denuncia social y política por parte de dos comprometidos intelectuales del campo nacional y popular; Varela, militante comunista; del Carril, militante peronista. Alfredo se comprometió con una causa que hoy también nos convoca y es la causa de la paz. Y en este sentido quiero recordar a otra gran intelectual, Rina Bertaccini, quien durante años lideró el MOPASSOL, fundado por Varela, en la lucha por la paz y la 70 solidaridad con los pueblos. América Latina ha generado, tanto en el orden político como en el intelectual, personalidades creativas, cuyo reconocimiento internacional los ha hecho muy considerados en los estudios sobre el desarrollo universal del marxismo. Entre ellos podemos nombrar a José Carlos Mariátegui en Perú, José Antonio Mella en Cuba y, por supuesto, Héctor P. Agosti en Argentina. Los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de Mariátegui es obra de referencia para la intelectualidad de nuestro continente. De él recordamos dos frases: «La revolución no debe ser ni calco, ni copia, sino creación heroica». Y: «El feminismo, como idea pura, es esencialmente revolucionario». En sus 26 años de vida, Mella quiso, inspirado por la Reforma Universitaria argentina, transformar la Universidad cubana; editó revistas de combate y cofundó el primer Partido Marxistaleninista Cubano. Héctor P. Agosti rinde tributo a estas dos grandes figuras en su libro El hombre prisionero, donde da cuenta de su precoz prisión política. HPA, intelectual orgánico del PC y pensador de vanguardia, hizo confluir el logos y la praxis con un alto nivel de calidad y compromiso. Dedicó buena parte de su prolífica obra a la reflexión sobre la cultura y el trabajo intelectual como forma de militancia en sí misma. En la década del 60 y comienzos del 70, el prestigio del Partido Comunista argentino y sus intelectuales influyó en pensadores, artistas, escritores, músicos y otros intelectuales del campo popular. Discípulos de Héctor Agosti –no siempre con reconocimiento hacia el maestro– difundieron el legado gramsciano. El Movimiento Nuevo Cancionero, que sacó nuestra canción folklórica del pintoresquismo y la nostalgia, no hubiera podido ser, ni tener proyección latinoamericana, sin Hamlet Lima Quin- tana, Armando Tejada Gómez y Mercedes Sosa. La situación social y política estuvo en los temas de libros notables. David Viñas, Osvaldo Bayer, Abelardo Castillo, Manuel Puig, Osvaldo Soriano, Ricardo Piglia produjeron novelas que resistirán las penas y el olvido. Juan Gelman y los poetas de El Pan Duro, Paco Urondo, Julio Huasi, Leonor García Hernando y los poetas de Mascaró, Marcos Silber, desde un realismo crítico o el intimismo, templaron su poesía con compromiso social y político. Los narradores Álvaro Yunque y José Murillo, militantes del PC, son autores de clásicos de la literatura infantil. En todos ellos, militantes comunistas o no, se lee la estela de lecturas marxistas. Hoy en Nuestra América, los intelectuales orgánicos de la clase trabajadora saben que, para serlo, para incorporarse al devenir, paradójico e incluso violento, de las verdades que a veces arden como ascuas, tendrán que hablar, intervenir, actuar según sus principios. Un camino nada fácil. Porque ya lo dijo don Karl, que cada día canta mejor y no es Gardel –y que fuera parafraseado por HPA–: «Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar el mundo, de los que se trata es de transformarlo». Entre las grandes figuras intelectuales del marxismo es ineludible nombrar a Fidel Castro, Ernesto Guevara y Hugo Chávez. Hace poco Patricio Echegaray, secretario general del PC y connotado intelectual, citó a Eduardo Galeano cuando dijo que «el Che tiene la costumbre de volver a nacer todos los días». Y es así: sin el pensamiento vivo del Che a través de sus discursos grabados con su voz en cassettes, con sus escritos, quizá nos hubiese costado mucho más remontar la fiebre posmoderna de los 80 y 90, superar la hipótesis del «derrame», la teoría del «fin de la historia», la del fin del empleo, la desolación ante el desplome del bloque soviético. Fidel es el líder principal de una revolución socialista autoproclamada marxista leninista, y asimismo gestor de incontables tesis aportadas al desarrollo de la teoría marxista, a medida que se producían nuevas circunstancias. Fidel y el Che han abordado temas como las formas de lucha de clases, la revolución social, la independencia nacional, la estrategia para la toma del poder político, la democracia en el socialismo, la relación entre Partido, gobierno e instituciones de la sociedad civil, el internacionalismo, los desafíos del desarrollo científico y tecnológico en el tercer mundo –ya que la tecnología puede convertirse y hasta es una forma sofisticada de dominación en manos de los amos del sistema. En 2015, el papa Francisco dio a conocer la encíclica Laudato sí. Ecología integral, nuevo paradigma de justicia, donde se reclama especial atención a los más pobres, que son los que más sufren los daños ambientales. Es notable su coincidencia conceptual con un discurso de Fidel de 1994 sobre el problema. Entre Mella y Fidel, antes de que triunfara la revolución, hubo en Cuba grandes intelectuales, como Juan Marinello, Alejo Carpentier, José Antonio Portuondo, Martínez Villena, Raúl Roa. Muchos más jóvenes, como Miguel Barnett, antropólogo y escritor, se incorporaron a la causa de la Revolución. Es preciso reconocer que, si el triunfo de la Revolución Cubana tuvo (y tiene) un grandioso y profundo impacto político y cultural en América Latina, es indiscutible la fuerza de cohesión que insufló la Casa de las Américas en la creación artística y el despliegue intelectual de la región. Fundada por la comandante guerrillera y dirigente política Haydée Santamaría, en tiempos de dictaduras, la Casa fue faro y refugio, donde todo artista e intelectual ávido de cultura y justicia recicló energías para lanzarse a la batalla de ideas. Intercambiar saberes y debatir opiniones entre los jurados de su Premio, se volvió una ansiada oportunidad de superación y de confirmar el sentido de otra notable reflexión gramsciana de José Martí: «[Las ideas] no nacen en una mente sola, sino por el comercio entre todas. No tardan después de salida trabajosa, a número escaso de lectores, sino que, apenas salidas, benefician». El comandante Hugo Chávez tuvo la audacia de recuperar para nuestra región el proyecto de la Patria Grande, y para su país, Venezuela, la Revolución Bolivariana. Hijo de la Carta de Jamaica de Bolívar, discípulo dilecto de Fidel, profundizó la relación indisoluble entre lo popular y la democracia, entendiendo que, sin poder popular, la democracia se diluye. Cuánta falta nos hace hoy el comandante eterno. Hay que ponderar el efecto que en nuestra región produjo un acontecimiento formidable por lo significativo: la Revolución Rusa de 1917, que desató en el mundo una enorme transformación cultural; es impensable el surrealismo, la pintura abstracta, sin tener en cuenta ese quinquenio del 17 al 22 y la enorme revolución de libertad que reportó. También son impensables sin su influencia el muralismo mexicano y la novela social latinoamericana, incluso el llamado boom literario. Otros hitos de definitivo alcance son los grandes hechos de la historia latinoamericana del siglo XX para el desarrollo del marxismo en nuestra región, como la Revolución mexicana en 1910, el triunfo de la Unidad Popular en Chile, la Revolución Sandinista, los movimientos revolucionarios en El Salvador, en Guatemala, en Perú, y el actual proceso latinoamericano, tan rico y tan diverso en sus matices. No puedo explayarme sobre los tantos intelectuales que, en esta hora crucial de Nuestra América, nos dan lo mejor de su pensamiento y ponen su cuerpo y presencia allí, donde los necesitamos. Pero, a riesgo de dar apenas algunos nombres, no puedo dejar de expresar mi gratitud a intelectuales de compromiso, cuyos textos sigo con avidez. Mucho debo al politólogo argentino Atilio Borón, desde que desafió a Toni Negri y a Michael Hardt, globalmente aplaudidos por su obra Imperio, donde daban por irreversible el poder difuso y «descentralizado» del imperialismo; son muy seguidas las notas de su blog y las que publica en Página 12. También a nuestra compatriota Stella Calloni, poeta y periodista, quien sobrevivió (como Atilio, exilios mediante) al Plan Cóndor; produjo sobre este un libro de lectura imprescindible, y continúa incansable con otros textos y artículos esclarecedores, como en el que describe los actuales «golpes electorales», donde se nota el diseño de los expertos en contrainsurgencia y guerra psicológica de Washington. Quiero citar a los escritores uruguayos Mario Benedetti y Eduardo Galeano, quienes coinciden, frente a los que aseguraban la muerte definitiva del marxismo y del socialismo, en que «quizás tengan parcialmente razón, asistiremos al fin de cierta izquierda, la temblorosa, la pusilánime, la que tenía sus principios cocidos con hilvanes, la convertida al posmodernismo» (…) «Hay sin embargo otra izquierda más solidaria, menos individualista, más profunda y consciente, menos venal y menos frívola, que si bien vive hoy una etapa dura, no está dispuesta a cambiar de ideología como de camiseta». En línea con 71 estas reflexiones, está la advertencia del panameño Nils Castro, quien sugiere que «se tendrá que afinar la creatividad en la arena donde hoy se libran las grandes batallas, la cultura y la comunicación, habrá que enfrentar con decisión e imaginación la labor incesante de la ´nueva´ derecha latinoamericana que mantiene relaciones permanentes con el partido republicano de los EEUU y con el partido Popular de España y con sus fundaciones con thinks tanks, donde se inscriben tanto politólogos como especialistas en marketing y estrategias de comunicación y universidades conservadoras». Confieso una ineludible nostalgia 72 de Adolfo Sánchez Vázquez, más mexicano que español, grasmciano de fuste, recreador del marxismo latinoamericano. Del chileno Volodia Teitelboim, gran novelista, brillante orador en el Parlamento chileno y secretario general del PC de su país. Del ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría, intelectual de la Filosofía de la Liberación. Afortunadamente, contamos con William Ospina en Colombia, con Luis Britto García en Venezuela, quienes, entre importantes obras literarias, publican notas periodísticas de alto voltaje político, uno, en El Espectador, el otro, en Aporrea. Contamos con el brasileño Theotonio dos Santos, uno de los creadores de la Teoría de la Dependencia, y con las frecuentes notas de su compatriota, el sociólogo Emir Sader en Rebelión. Por suerte, el repertorio de intelectuales a seguir no concluye aquí. Alentados por el optimismo histórico que nos sustenta a los mar- xistas, perseveremos en la lucha en los momentos de crisis, y avivemos el fuego de la creatividad. El hondureño Augusto Monterroso, autor de magistrales microficciones, escribió: «Cuando despertó, el dinosaurio estaba todavía allí». Si nos quedamos dormidos, si creemos que las conquistas logradas son inamovibles, de pronto vamos a despertar, y a encontrar al dinosaurio fascista mirándonos, provocándonos, lanzando bocanadas de aliento fétido; es la bestia que cada tanto resucita el capitalismo. Por eso debemos mantenernos dispuestos a la lucha. A una lucha común, organizada, fraterna y solidaria, con dirección política. Eso sí: como diría Benedetti, sin prescindir de la alegría, que no es la banal alegría de los globos de colores, sino la de la lucha compartida: Defender la alegría como una certeza / defenderla del óxido y la roña / de la famosa pátina del tiempo / del relente y del oportunismo / de los proxenetas de la risa. Breve ensayo sobre la crítica por Ernesto Espeche1 E s casi una obviedad pero lo obvio también debe de cirse: la práctica política con pretensiones revolucionarias y la reflexión teórica que nos guía en esos laberintos no pueden transitar carriles distintos. «No pueden» en el sentido crucial de una imposibilidad ontológica y no desde los márgenes laxos e idealistas de un «deber ser». Se alimentan mutuamente porque su escancia está en esa convivencia siempre conflictiva y contradictoria. Son parte de un mismo momento. Dicho de otro modo, separar la práctica de la teoría, la acción del la línea, aunque sea para luego juntarlas en una relación posible, conduce a una de las forma de simplificación; a una suerte banalidad que nos habilita a la tentadora (tranquilizadora) conclusión de que se trata de dos momentos diferenciados que «debieran» buscar un punto de encuentro cuando la situación sea propicia. En ese marco, la crítica –y la autocrítica- no es un simple cuestionamiento sobre una acción o un enfoque asumidos ante un escenario determinado. Es, más bien, la 1 negación de la negación; es una negatividad productiva que nos permite reconocer la dinámica interna de una totalidad para distinguir las contradicciones y conflictos que en ella se desarrollan. Es desde este sentido de la crítica que podemos intervenir en los conflictos más alá de su expresión en la superficie y, en ese mismo momento, rescatarlos de su especificidad para inscribirlos en la totalidad que los contiene. En resumen, estamos llamados a practicar una operación compleja en la batalla cultural: no alcanza con tomar posición –más o menos intuitiva- en cada una de las pujas de intereses que tiene lugar en la sociedad; es ineludible reconocer los límites del orden establecido, es decir, el conjunto de ideas y valores aceptadas o consentidas socialmente que condicionan el devenir de esas pujas. Las contradicciones no se expresan de modo aislado sino que están sujetas a una administración –nunca hablamos de disolucióncuyas reglas se ajustan a la dinámica de lo que en cada momento aceptamos colectivamente como «lo bueno» y « lo malo», «lo justo o lo injusto», «lo bello» o «lo feo». Ese conglomerado contradictorio de valores está en constante transformación porque sus límites son el resultado de la lucha ideológica. Al mismo tiempo, no es posible intervenir en esa lucha sin un previo reconocimiento de esos límites, de aquello que llamamos el Sentido Común. La política revolucionaria se mete en ese barro, penetra en lo profundo de las ideas más arraigadas para participar con alguna incidencia de las pujas reales y proponer una transformación o un corrimiento de los márgenes del orden dominante. No se interviene en la realidad formando un pacto de no agresión con ella o preservando la pureza de las almas bellas. Un sistema hegemónico no acusa los golpes de la «crítica» que se lanzan como piedrazos desde las afuera de esa totalidad, desde la comodidad de las verdades irrefutables. Se conmueve, en cambio, cuando la crítica más radical es capaz de recoger desde adentro las señales que desde lejos no se ven. Doctor en Ciencias de la comunicación. 73 En este punto hay que marcar otro riesgo: las conciliaciones propias de la cultura posibilista que, aun admitiendo los marcos del debate ideológico, se abraza a una «crítica» sistémica, estéril y, por lo tanto, improductiva. Las recientes elecciones nacionales en Argentina y el debilitamiento del bloque regional de cuño popular nos ponen de frente ante las limitaciones de una «crítica» que, por infantilismo o por debilidad, no identificaron las claves de una intervención antisistémica. En esos brumas transitaron casi sin rumbo quienes definieron que «eran lo mismo» en relación a las dos opciones en pugna y quienes –desde el interior de los procesos populares y sus instrumentos electorales- subestimaron la reacción restauradora de la derecha internacional y sus socios en nuestros territorios apostando por una salida en dirección a un «capitalismo serio». Con los primeros se nos presenta un escenario a futuro de común resistencia frente un bloque de poder claramente definido, aunque las posibilidades de un acuerdo que trascienda la dimensión táctica son escasas dadas las premisas dramáticamente simplistas que guían sus acciones pretendidamente revolucionarias. Sin embargo, en esa común resistencia se abre con esos sectores en simultáneo una disputa simbólica por la representación política de la izquierda, cuya cultura y simbología excede a las estructuras políticas orgánicas y serán centrales en la conformación de una nueva rearticulación del campo popular. 74 Con los segundos tendremos una tarea más compleja, Los sectores más dinámicos del kirchnerismo parten de un piso muy alto de organización política y fundan sus bases en una profunda fidelización hacia la conducción de Cristina Fernández. El sector más retardatario del peronismo, buceará –no sin dificultad- sobre las posibilidades de nuevos liderazgos y asumirá la tarea de una reestructuración de perfil más ortodoxo. Será definitorio para el futuro del Frente para la Victoria (FPV) el modo en que se resuelvan esas contradicciones y la vocación frentista que surja de esa disputa. Por ello, la izquierda no puede asistir a esa tensión con indiferencia ni ajenidad. El «ensanchamiento democrático» que se pudo experimentar en la última década nos invita a otro aspecto de nuestra tarea, también central. La derrota del FPV puede ser pensado desde nuestro lugar como el agotamiento de un modelo de democracia, valor omniabarcativo que guió el debate político desde la restauración democrática de 1983. ¿Hay límites para ese ensanchamiento? ¿La democracia liberal – burguesa puso finalmente su techo a la posibilidad de transformaciones más profundas? ¿Cómo se rompe ese techo? Muchos de los debates al interior del kirchnerismo estarán girando alrededor de esas preguntas. Los comunistas podemos hacer valiosos aportes desde una óptica revolucionaria que no reniega del papel del peronismo en el sujeto histórico llamado a transformar profundamente la realidad. Nuevamente, la crítica como negación será una forma de superar los simples cuestionamientos para pensar teoría y práctica como parte de un mismo momento. En estos años se promovieron herramientas potencialmente revolucionarias pero, en muchos casos, esas mismas herramientas nos estuvieron en sintonía con la capa- cidad real de intervención de un Estado que no logró superar el encuadre democrático formal y ni los embates de las corporaciones para boicotear esas iniciativas. No puede soslayarse en ninguno de estos puntos los condicionamientos del escenario internacional (con un pronunciado avance de las derechas y la emergencia de bloques geopolíticos como el eje Rusia - China). Tampoco se deben abandonar los análisis sobre los efectos culturales de una cada vez más potente mediatización y una clara tendencia a la banalización y espectacularización. En ese sentido va una tarea ineludible: promover una mayor autonomización de la política de los marcos propuestos por los medios de comunicación. No se confronta con ciertas chances a la derecha en el escenario simbólico en que mejor se discurre su lógica. Ganar las calles, las universidades, las fábricas es el mejor modo de correrse de una trampa en la que es muy fácil caer. Eso no significa abandonar la disputa en los medios de comunicación, sino comprender que ellos no son sino espacios de amplificación de una práctica que nace y se reproduce fuera de ese mundo. Finalmente, la historia es una herramienta central para la crítica. Su lectura a contrapelo, según nos propone Walter Benjamin, invita a la fina tarea de evocar desde las coordenadas que delimitan los conflictos presentes. Están en nuestras manos una rica tradición cultural del campo popular y del comunismo en particular. El desafió conlleva identificar en el presente un devenir histórico que le aporta a nuestro análisis –aún al más urgente y coyuntural- una doble dimensión de identidad y ruptura. Esa mirada desde y hacia la historia nos advierte sobre los riesgos presentes en la doctrina liberal: aceptar que estamos transitando un periodo iniciado en 1983 gracias a una inédita continuidad del sistema institucional. En él, la visión liberal puede incluso reconocer una sucesión lineal de diferentes proyectos políticos. Frente a este relato hegemónico, la crítica funciona herramienta para construir una salida del binomio Dictadura – Democracia y ensanchar la perspectiva. La ruptura del encuadre liberal se logra desde un primer reconocimiento: aún transitamos un largo periodo iniciado en 1976 en nuestro país, aunque con matices fue instaurado a modo de laboratorio en la década del setenta del siglo pasado en América Latina e institucionalizado en los países centrales en los ochenta para luego encontrar su apogeo global en los noventa. La fase neoliberal del sistema capitalista, la valorización financiera, se impuso por estas latitudes mediante el terrorismo de Estado y la dictadura cívico – militar – genocida. Ese primer y sangriento impulso pudo sostenerse en tiempos de la restauración institucional a través de democracias controladas y de gran debilidad política de los sectores populares, y profundizarse con ciertos grados de morbosidad en la última década del siglo. Entonces, la crisis integral de 2001 no fue la crisis de un gobierno en particular sino el estallido que se fue gestando desde las profundas inequidades sociales y económicas inherentes al sistema. Así como el kircherismo en tanto emergente histórico corresponde a la etapa de agotamiento del periodo neoliberal, procesos similares se fueron consolidando en la región. Debemos decir que la enorme fortaleza de estos proyectos se fundó en una clara identidad antineoliberal en contextos en que el modelo experimentaba a nivel global su etapa de degradación. Sin embargo, debemos marcar –también- que sus debilidades y contradicciones son claramente la resultante del marco en el que se fundaron: no pueden pensarse hoy como la superación definitiva del periodo iniciado hace cuatro décadas, aquel cuyo enfrentamiento les dio identidad, sino como una resistencia –a veces profunda- librada en los márgenes mismos de un periodo que no fue suplantado y que, a la luz de los últimos meses, se encamina a una nueva y violenta restauración. Por lo demás, vale decir que las crisis sucesivas ocurridas en los últimos cuarenta años son el modo en que el periodo neoliberal se reinventaba no sin el costo de fuertes disputas al interior del bloque de poder por redefinir las relaciones de fuerza en su interior para conducir los desafíos propios de la reproducción del proyecto. En todas las crisis, las clases populares jugaron un papel de apoyo, y sólo en la última década pudieron asumir un mayor protagonismo. En ese sentido, la crisis de 198283 fue la que permitió a las clases dominantes producir una ruptura simbólica con el pasado dictatorial y avanzar en la institucionalización de la valorización financiera. La crisis de 1987-89 (la llamada hiperinflación) fue la puja en que la facción especulativa lograba la hegemonía del bloque. La crisis de 2001-02 fue el momento en que se golpeó con mayor potencia al núcleo duro del sistema. Sin embargo, luego de años de importantes avances en beneficio de las mayorías sociales, las principales corpo- raciones del poder fáctico lograron detener ese proceso y pasar a una ofensiva por recurar el control del aparato estatal y refundar su proyecto civilizatorio. No es exactamente una vuelta a los años del apogeo neoliberal de los años noventa. La debilidad en la que quedaron las clases subalternas por entonces difiere en mucho del protagonismo que hoy asumen. Más bien estaríamos ante una salida barbárica solo equiparable a la que dio inicio al periodo por tener por delante una tarea refundacional: hace cuatro décadas fueron contra el Estado de Bienestar y hoy contra los avances sociales consolidados en los doce años de kirchnerismo. Afrontar una tarea acorde a los desafíos de los próximos años requiere, entonces, de una gran agudeza crítica que nos permita a los sectores nacionales y populares en general, y de izquierda en particular, en promover un trasformación que supere los límites no trasgredidos en la década anterior. Los cambios en el escenario político no se apartan del eje ordenador del conflicto político: restauración o radicalización. La novedad no está en un cambio de periodo histórico – no se produjo, como dijimos- sino en las renovadas posibilidades de la restauración para evitarlo para garantizar vía represiva la continuidad del proyecto hegemónico. 75 Actividad y necesidad de la batalla de ideas por Atilio A. Boron1 A ntes de hablar del tema que prepare quiero hacer una pequeña reflexión sobre un tema que aún sigue generando debate y del que se estuvo hablando aquí. No hay duda que hay burgueses nacionales, hay muchos, pero esto no significa que haya una burguesía nacional ya que no se constituyen como una clase para sí, tomando la famosa definición del joven Marx, no tienen una estructura organizativa que la convierta en un actor sociopolítico unificado, y mucho menos tienen un proyecto capitalista distinto y alternativo al que impone hoy el imperialismo capitalista. Por eso es que hace 50 años el Che habló de burguesías «autóctonas» , es decir, hay burgueses que son de aquí, decía el Che, pero no son una clase y mucho menos nacional, en el plano del capitalismo mundial, es una clase ya extinta tiene una precaria existencia todavía en unos pocos países, así mismo, en EEUU se duda de que exista, lo mismo en Francia y en Alemania y por eso estaría tentado a decir que, casi casi, se trata de una vieja superstición de la izquierda que todavía hoy perturba nuestros sueños. Este tema me gustaría que lo discutamos profundamente en algún momento pero quería plantearlo viendo las discusiones que todavía suscita. 1 76 Sociólogo y politólogo. Dicho esto, vamos a reflexionar sobre la actualidad y la necesidad de la Batalla de ideas. Es importantísimo tener esto en cuenta en la actualidad, Fidel marco muy bien hace ya unos cuantos años cuando convoco a la batalla de ideas explícitamente al decir que el fracaso político y económico del neoliberalismo se ocultaba detrás de su gran triunfo, que se había dado en el terreno de la ideología, ellos se dieron cuenta y si uno se pone a mirar los documentos del imperio, ya a la salida de la segunda guerra mundial, a finales de la década de los 40, ya tenían muy claro ellos que tenían que trabajar sobre dos categorías sociales en el tercer mundo, los intelectuales, los académicos y los actores sociales por un lado, y los militares por el otro. Ya desde aquella época, y por eso todos esos programas de becas, de formación y de intercambio, tenían que ver con la ejecución de un programa tendiente a captar esas cabezas jóvenes de intelectuales, de comunicadores sociales y académicos, traerlos para su lado, formarlos en los EEUU, en los valores norteamericanos y al mismo tiempo entrenar a las fuerzas militares, porque en caso de que el primer proceso no fuera exitoso, había que tener a los militares listos para po- ner las cosas en su lugar. Incluso hoy, en una época tan reciente como los últimos dos o tres años, el seño Brzezinski sigue diciendo que uno de los factores fundamentales de atracción y de hegemonía que tienen los EEUU es su imponente sistema científico y tecnológico y su gran red de universidades, uno de los grandes activos que tienen los EEUU, que si bien esta en otros terrenos de la vida económico-social se está cayendo en problemas que no se tenían antes como pérdida de competitividad en algunas áreas clave, sigue teniendo el más importante sistema universitario y científico del mundo y eso atrae a millones de jóvenes de los más talentosos del resto del mundo que quieren venir a estudiar en los EEUU. Ellos tiene muy clara esta cuestión y sobre todo en épocas de clara decadencia imperial, decadencia que muchos de estos autores no ocultan y lo plantean claramente. Dicho esto habría que pensar cuál debería ser una guía, un protocolo de acción que deberíamos tener los comunistas para enfrentar este desafío. Creo habría unas cuestiones importantes que marcar. En primer lugar, un poco citando a Álvaro García Linera, que es uno de los más importantes teóri- cos marxistas de la actualidad y no solo latinoamericano, plantea que debemos recuperar nuestras ideas fuerza que son en primer lugar, plantear un debate frontal en el terreno de las ideas, por supuesto también en el terreno político que está totalmente asociado con lo anterior en una lucha frontal contra el capitalismo, no hacer la mas mínima concesión a que el capitalismo puede ser un ámbito en el cual la humanidad va a resolver los problemas que tiene que resolver, esta debería ser una experiencia innecesaria. Yo viví hace poco por televisión una experiencia que me cambio la vida para bien cuando vi que en Bolivia el representante de Dios en la tierra dijo que el capitalismo no se soportaba mas, que era inaguantable. Nosotros tenemos que salir con mucha fuerza a plantear a inviabilidad histórica, el agotamiento del capitalismo. Sin por esto decir que le ponemos fecha, pero salir a decir que el sistema está agotado, si hasta lo dice el Papa Fran- cisco nosotros no podemos ser menos que eso, no podemos estar a la derecha de Francisco y andar con medias tintas, no va más porque se nota. Las dos contradicciones del capitalismo lo están destruyendo, la primera capital / trabajo que articula toda la sociedad capitalista y la segunda contradicción que ahora ya es brutal que es la contradicción entre proceso de acumulación capitalista y naturaleza. A la naturaleza la están destruyendo de una manera salvaje el problema del cambio climático ahora aparece en los documentos del pentágono como una de las grandes amenazas para la seguridad de los EEUU junto con el terrorismo, o sea se les ha escapado de madre. Por eso debemos plantear la lucha frontal contra el capitalismo, demostrar que es irreformable, que no existe el «capitalismo verde», por lo tanto estas contradicciones no tienen solución posible, plantear la necesidad histórica del socialismo como transición hacia una forma de organización económica social superior, llamémosla comunismo o como se la llame, quizás allí se podría tomar aquello que decía Salvador Allende cuando en medio de las más grandes discusiones en Chile, antes de llegar al gobierno, planteaba que nuestro objetivo más que construir el socialismo, dada la correlación de fuerzas real que había en Chile era avanzar hacia una transición hacia el socialismo. Que después seria a su vez una transición hacia el comunismo, era un planteo muy racional y muy realista de él que media la correlación de fuerzas que finalmente se impuso y ocasiono el derrumbe de su gobierno. Marcar también la necesidad de la organización autónoma de las fuerzas revolucionarias, tenemos que hacer eso porque de lo contrario quedamos pegados al carro de cualquier otra iniciativa que se inscribe al interior del capitalismo. El combate a todas las formas de liquidacionismo del ideal comunista, ya sea socialdemócrata, populista etc. y la reivindicación del marxismo como doctrina guía y del leninismo, es muy importante esto, una cosa que hay que agradecerle a García Linera es que ha vuelto a remarcar la importancia decisiva del leninismo, declarándose leninista y lector de las obras de Lenin en las ediciones que realizó nuestro Partido, lo dijo muy claramente. El leninismo significa organización, más dirección consciente mas una estrategia y una táctica adecuadas a cada momento de lucha del campo popular. Entonces, reivindicar esa necesidad y formularnos 77 la pregunta, ¿tenemos la organización adecuada? ¿Estamos en un terreno donde la consciencia popular y la consciencia de la dirigencia esta adecuada a las necesidades del momento?, y si las estrategias y tácticas son las adecuadas o no. Al mismo tiempo, insistir como una idea fuerza nuestra sobre la necesidad de abrir un debate. En la Argentina no hay debate, ni en el oficialismo ni en la oposición. Lo que hay son ciertos monólogos sectoriales que no se interceptan, carentes de toda capacidad creativa, de toda fecundidad y el ejemplo más claro fue la campaña presidencial, la más anodina de las que yo recuerde, no recuerdo una cosa tan aburrida, tan falta de ideas, tan falta de gancho como la campaña pasada. Esto nos tiene que llamar la atención. Ahora, porqué es tan importante esta batalla de ideas, porque una correlación de fuerzas puede sernos favorable en el plano económico, inclusive el político, pero si no se asienta sobre una superioridad en el terreno de las ideas y de los valores, esa correlación favorable está destinada a desaparecer y a destruirse. Un ejemplo, el movimiento obrero argentino, supo tener una fuerza extraordinaria en el apogeo reformista del peronismo, pero esa favorable correlación de fuerzas, que podría haber logrado otra cosa, no nos acerco ni un milímetro al socialismo, faltaba una consciencia revolucionaria, una consciencia anticapitalista.- había como decía Lenin, una consciencia tradeunionista que lo que hizo fue simplemente avanzar por una vía 78 capitalista sin abrir un terreno para dirigirnos a otro camino. Ahora bien, en el aquí el ahora, cuales serian las ideas que debemos combatir. Por supuesto las ideas de la derecha, las ideas de la derecha nacional e internacional, acá hay una articulación, un proyecto ideológico que viene preparado desde EEUU y desde Europa pero principalmente desde EEUU, pasa por Europa para venir a América Latina a través de España, un papel fundamental cumple la Fundación de Altos estudios Sociales del Partido Popular, de José María Aznar, tiene sus tentáculos aquí en la Fundación Libertad de Rosario, en el CADAL etc. y este proyecto global de la derecha se nota cuando uno mira los principales periódicos de América Latina donde ve que la línea editorial, las noticias, lo importante que marcan esos periódicos en todos lugares es el mismo. Incluso los redactores son los mismos, los columnistas estrellas son los mismos, Carlos María Montaner, Álvaro Vargas Llosa, Mario Vargas Llosa, Andrés Opeenheimer, Moisés Naím, toda la misma gente y esto no es casual. Uno me puede decir, ¿esto no es medio conspirativo?, no, es totalmente conspirativo, esto es una conspiración, tenemos que ser ingenuos de pensar que esto es una casualidad, esto no tiene absolutamente nada de casual, esto es un proyecto muy seriamente pensado y ejecutado. Entonces, luchar contra todo esto me parece importante, luchar también contra el triunfalismo de los publicistas del posneoliberalismo, este triunfalismo nos ha hecho mucho daño, hasta hace poco algunos de estos triunfalistas ponían como ejemplo de que habíamos superado el neoliberalismo y que estábamos en la fase posneoliberal nada menos que a Brasil. ¿Brasil?, decían Brasil ya está en la fase posneoliberal. Por favor, hay que ser más serios, sino el resultado es muy des- moralizador porque después la gente dice como, posneoliberal y tienen un Ministro de Hacienda que es un ultra neoliberal, el ajuste que él hizo es peor que el quiso hacer en la Argentina López Murphy que quiso reducir el presupuesto educativo un 13%, Levy redujo un 15% y no salió ni uno a la calle. Por eso es grave el triunfalismo, incluso en la Argentina se habló de que ya estábamos en la fase posneoliberal, pero la ley de Entidades Financieras sigue siendo la de Martínez de Hoz, la de Inversiones Extranjeras la de Cavallo, tenemos casi 60 tratados bilaterales de protección a las inversiones extranjeras de la época de Menem, tenemos una muy pobre capacidad de regulación del Estado sobre las empresas privatizadas y encima seguimos en el CIADI, entonces como podemos hablar de posneoliberalismo con todo eso. Hubo un combate, una lucha, se está tratando pero es muy peligroso caer en el triunfalismo. Por eso digo que este segundo frente de combate, primero las ideas clásicas de la derecha, segundo el triunfalismo y tercero, también, combatir el derrotismo de los teóricos del fin de ciclo, que es otro problema, gente que confunde los deseos y aspiraciones de la derecha con las correlaciones de fuerza reales, que van a oponer resistencia a esos planes restauradores. No hay ninguna duda de que hay un proceso restauración y de retroceso, pero de ahí a hablar de fin de ciclo me parece realmente un exceso, porque uno dice que pueden hacer, van a acabar con la Asignación Universal, con la jubilación universal, con el matrimonio igualitario, va a poner punto final a los juicios por la violación a los derechos humanos en la Argentina, va a entregarle YPF a los antiguos dueños de REPSOL, aún en el caso argentino, hablar de fin de ciclo con la ligereza con que se habla, así como se habla con mucha ligereza del pos- neoliberalismo me parece que requiere andar con más cuidado, incluso si miramos otros países. Fin de ciclo se dice en Venezuela, Bolivia y Ecuador, que van a hacer, van a devolver el petróleo a las compañías norteamericanas, Evo va a regalar otra vez el gas, van a volver los pueblos originarios a la situación en que se encontraban antes de las revoluciones que hubo en Bolivia y en Ecuador, me parece que no tiene mucho sentido. Sin embargo, se ha puesto de moda el tema del fin de ciclo y creo que requiere salir a combatir esto con mucha fuerza. También es necesario salir a polemizar con las distintas variantes de el nacional populismo, porque el fundamente ideológico de fondo del nacional populismo, por más que admita formas más amables y más progresistas, es que el capitalismo es un sistema eterno e inmutable y que es irremplazable, y eso para nosotros es absolutamente inadmisible, para nosotros el capitalismo es un sistema histórico, que tiene una génesis, un desarrollo, un auge y ya empezó su decadencia, si un teórico como Immanuel Wallerstein, que es un socialdemócrata, hace ya casi 10 años dijo que máximo le quedad 30 años de vida a este sistema no podemos ser nosotros menos que Wallerstein ni menos que el Papa. En el caso argentino se impone salir a discutir algunos elementos del famoso relato. Es hora de discutir esto, y no con el propósito de minimizar lo que se hizo, con la famosa teoría del vaso medio lleno o menos vacio, pero hay que discutir quien va a hacer lo que falta hacer. No se hizo la reforma tributaria con un carácter progresivo, no se hizo. Quien va a nacionalizar el comercio exterior para que el Estado cuente con los alrededor de 75.000 millones de dólares que ingresan a la Argentina y quedan en manos de 30 oligopolios. Estos dólares dinamizan el mercado interno y si no están disponibles la industria se paraliza porque la economía argentina es una de las mas altamente globalizadas del mundo, una de las mas altamente extranjerizadas del mundo, entones para cada cosa que se produce en este país tenemos un ingrediente importado, para cada cosa. Hoy en Estado no tiene como capturar esos dólares acaparados por los oligopolios con el consentimiento de los gobiernos. Esto tiene un impacto recesivo sobre toda la economía, muchas PyMES tienen que parar la producción porque tienen algún componente importado y no accede a los dólares para comprarlo. De las 500 empresas más grandes que hay en este país, que controlan buena ‘parte del producto bruto argentino, más de las 2/3 partes son extranjeras. Por eso hay que nacionalizar el comercio exterior, lo cual no quiere decir volver al IAPI de Peón que hoy no se podría hacer por cómo funciona el sistema, pero si establecer algún tipo de control de ese dinero que entra producto de las exportaciones que es una suma muy importante. Debemos discutir también si el camino para el desarrollo en la Argentina pasa por la reprimarización de la economía, en fin son muchos los temas que tenemos que salir a discutir. Pero al mismo tiempo, salir a discutir cosas como porque la Argentina tiene que apoyarse en una triada de empresas tan problemáticas como Monsanto, Chevron y la Barrick Gold, esto es altamente inconveniente. En el caso argentino este debate es muy importante porque ciertamente debido a la historia argentina, a los errores cometidos por la izquierda en la argentina en los años 40, la influencia del macartismo en nuestra sociedad es muy grande, a diferencia de otros países donde los sectores populares son sectores que en general tienen una orientación de izquierda en la Argentina la orientación es más bien de carácter nacionalista, toda la vieja idea del trapo rojo contra lavandera azul y blanca, etc. Yo les cuento una anécdota personal, cuando yo salí de la Argentina, tenía 22 años, mi experiencia de los primero de mayo era que en las marchas y manifestaciones, salvo unos pequeños grupos, las banderas predominantes eran las argentinas. Voy a Chile, y cuando llega el 1º de mayo no podía creer lo que estaba viendo porque era un mar de banderas rojas, y eso me parece que marca mucho lo que fue la influencia del socialismo y el comunismo en Chile y lo que fue la experiencia del nacional populismo en Argentina. Entonces, este es u tema que es muy importante salir a discutir, y en ese sentido, me parece que ese rechazo muy visceral hacia la izquierda siempre concebida como algo foráneo, algo extranjero, es un punto que hoy podemos empezar a revertir, porque creo que ese discurso de Francisco en Bolivia abre una posibilidad extraordinaria para ingresar en un terreno que tradicionalmente había sido muy hostil. Esto no solo aquí, estuve hablando con Frei Betto y me decía que esto inclusive para Brasil era un abrepuertas de enorme importancia, ya que ellos también tienen en Brasil, no tanto como en Argentina, pero muchas dificultades para llevar un discurso de izquierda a los sectores populares. Dicho esto, como se libra esta batalla de ideas, con qué medios, yo creo que hay dos métodos, uno que fue el tradicional, el más 79 utilizado por los Partidos Comunistas y otras organizaciones de izquierda que es la escuela de cuadros y los procesos de formación de cuadros y de la militancia, un poco lo que estamos haciendo en nuestra Escuela y en el CEFMA se inscribe en esa tradición que es importantísima y que ha sido muy descuidada. Este es un método para librar esta batalla de ideas muy importante. El otro es acceder a los medios de comunicación de masas. Esto plantea muchísimos problemas, porque esos medios han pasado a ser cada vez más controlados por 80 la derecha, están fuertemente monopolizados, existe una entrevista que le hicieron hace poco a Rudolph Murdoch, el dueño de la FOX, donde se vanaglorio diciendo que «la mía es una de las cinco cadenas mundiales y dentro de pocos años voy a ser una de las tres, porque hay dos que van a desaparecer y nosotros somos los que vamos a decir que es lo que hay y que es lo que puede haber y si no lo decimos nosotros no existe», entonces los medios de comunicación plantean un problema grave para la izquierda, Allende se quejaba ya en su época de las dificultades que tenia para comunicar efectivamente la gestión de gobierno, el gobierno kirchnerista tuvo problemas tremendos de comunicación, a punto tal que la única comunicadora fue la presidenta, lo cual es un grave problema. Tampoco existió una estructura capaz de comunicar eficazmente, las mismas no tuvieron y no tienen penetración, problemas de lenguaje televisivo y radial, es un tema muy escabroso para nosotros pero tenemos que tratar de avanzar ahí. Pero a mi manera de ver, son más promisorias las perspectivas que nos dan hoy las redes sociales. Tenemos que trabajar fuertemente en eso, estoy absolutamente convencido de que llegan mucho más que los medios y además es una realidad que la gente joven, en una gran mayoría, ya no leen diarios ni ven televisión, usan la internet, o nos metemos ahí o nos quedamos totalmente desfasados, anclados a una época histórica anterior de la evolución de la consciencia social, que se forma ya no por la prensa y por la televisión, sino que se forma a través de la internet y las redes sociales. Ahí tenemos que redoblar los esfuerzos desde el Partido para dar a conocer nuestras ideas y nuestro programa. El pensamiento político del Karl Marx económico. El valor como nervio político del orden social capitalista por José G. Giavedoni1 E l título surge de jugar con el que Kautsky puso a su obra sobre Marx «El pensamiento económico de Carlos Marx». A comienzos del siglo XX tal vez no era necesario aclarar que cuando se utilizaba el epíteto «económico» se estaba refiriendo a la economía política, es decir, no era entendida como una disciplina específica, completamente diferenciada de otras en función de un campo, una lógica y un objeto, sino que remitía a relaciones sociales y, por lo tanto, relaciones de poder históricas y, por ello, transformables. Digo tal vez, por que como señala Wallerstein, «...debido a las teorías económicas liberales prevalecientes en el siglo XIX la frase ‘economía política’ (popular en el siglo XVIII) desaparece para la segunda mitad del siglo XIX para ser sustituida por ‘economía’» (2011:20). Sin embargo, sin lugar a dudas, recuperar el título de Kautsky hoy puede generar equívocos, asentados en racionalidades precisas, en la determinada manera con que acostumbramos 1 leer y establecemos cánones de entrada a determinados autores. Hoy, recuperar la idea de pensamiento económico de Marx fortalecería la perspectiva de que existe otra pensamiento de Marx que es jurídico, otro filosófico, otro político, otro ensayístico, en otras palabras, abonaría al mentado campo de la fragmentación y parcelación del pensamiento, como se expresa muchas veces en los programas de las carreras de ciencias sociales. Efectivamente, en las Ciencias Sociales que suelen tener muy desplazado de sus planes de estudio a Marx y los marxismos, cuando lo incorpora lo hace en esa clave, recuperando los «trabajos más políticos» de Marx, entre los que se reconoce El manifiesto del Partido Comunista, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, La Crítica del Programa de Gotha, La Cuestión Judía, tal vez La crítica de la filosofía del derecho y, sin dudas, el tan maltratado Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, sin mencionar la carnicería de recortes y fragmentos que se hace con los mismos. Si en las carreras de ciencias sociales como sociología, ciencia política, filosofía se realiza esta intervención quirúrgica, en las carreras de Economía que muy extrañamente suelen considerarse a sí mismas como ciencia social, ni siquiera se aborda al «Marx económico», hegemonizadas estas carreras por la ortodoxia marginalista. ¿Qué se propone con una lectura política del Marx económico? En primer lugar, se propone realizar una lectura que pueda dar cuenta de los elementos políticos en las dimensiones que suelen pensarse como más económicas. Por «elementos políticos» referimos aquello que estructura, da forma y permite la producción y reproducción del orden social capitalista, entendiendo por tal, para decirlo con claridad, la conjunción del modo de producción y el modo de dominación. Pero para ello requerimos identificar dos lecturas con las que discutir. La primera, aquella que hace ver al capitalismo como un modo de producción cuya dominación política se Doctor en Ciencia Política, responsable del CEFMA en la provincia de Santa Fe. 81 materializa en su exterior en la forma de Estado, religión, derecho, cultura, etc. De aquí se desprenden dos inferencias. La primera, la llamada emulación, donde el socialismo es la expresión paroxística del capitalismo pero con formas políticas más justas, colectivismo, propiedad social de los medios de producción, dictadura del proletariado, etc. El socialismo sería aquello que deviene del desarrollo de las fuerzas productivas pero ahora apropiadas colectivamente. Como correlato, la segunda, de lo que se trata es de transformar la dimensión política y mantener intacta la dimensión económica. En segundo lugar, una lectura que discuta con aquella que hace ver al capitalismo como un modo éticamente condenable. De esta última se infiere la posibilidad de diferenciar entre capitalismo bueno y capitalismo malo, capitalismo salvaje y capitalismo humanizado, en la medida en que la disputa se desplegaría en la esfera de la distribución, particularmente la distribución de la riqueza o, en el mejor de los casos (si es posible hablar así), en la esfera de la producción pero donde nunca se alterarán en grado suficiente las relaciones de explotación y que, en su defecto, se aggiornará con referencias a producciones sostenibles ecológicamente, sustentables, etc. Esto conduciría a pensar que el capitalismo no guarda como lógica de funcionamiento propia la producción constante de desigualdades como condición misma de su propia existencia y su motor. Por el contrario, la lectura política abona a la comprensión del Capital 82 como productor de desigualdades no por maldad, ni por efectos no deseados, sino por necesidad, produce desigualdad porque consume vorazmente desigualdad. En tercer lugar, una lectura política del Marx económico obliga a pensar las categorías que se presentan no cosificadas, no fetichizadas, sino como tensiones y contradicciones permanentemente en juego, como categorías que encierran relación de poder o, con mayor precisión, categorías que dan cuenta de las relaciones de dominación que se encuentran en fenómenos aparentemente neutrales. Esta dimensión es la que pretendemos desarrollar a lo largo del presente trabajo. El Capital como relación social: contra el fetichismo del Estado Caricaturizando un poco, suele entenderse el capitalismo como un sistema económico que explota fuerza de trabajo ajena y que se sostiene merced a un aparato coercitivo que se expresa en el Estado y unos aparatos ideológicos tales como la Iglesia, el sistema educativo, los medios de comunicación, etc. Como ven, se trata de un espacio económico donde tiene lugar la explotación y un espacio político donde tiene lugar la dominación, y que se encuentran en relación de exterioridad uno de otro. Atilio Boron advierte sobre el fetichismo democrático (2009: 23, 29), nosotros nos permitimos hablar de fetichismo Estatal. Así como el fetichismo de las mercancías alude a la separación entre los productores y sus mercancías, donde éstas últimas toman vida propia y se presentan como los verdaderos sujetos de la vida social, cuando en realidad no son más que expresión de las relaciones sociales, el fetichismo del Estado tiende a hacer recaer en éste el motor de la vida social, el sujeto político que contienen las relaciones de poder y el fenómeno de la dominación social. De alguna manera, por qué no pensar en la crítica que un Michel Foucault le realizara al pensamiento político de que aún no ha guillotinado al rey, de que continúa pensando el poder en términos de Estado y soberanía. El Capital refiere a un modo específico e histórico de producción y dominación social, un orden social cuyas relaciones sociales de dominación se encuentran a la vista, son ciertamente concretas, en la figura del Estado, sus aparatos represivos e ideológicos. Sin lugar a dudas, estos elementos son centrales para explicar parte de la configuración de la dominación en el orden social capitalista, pero sólo en parte. Como Marx y Engels señalaran en La sagrada familia que «sólo la superstición política se imagina hoy que la vida social necesita del Estado para mantenerse en cohesión, cuando en realidad es el Estado el que debe su cohesión a la vida social» (en Mehring 2002: 127). El orden social capitalista también alberga en su seno relaciones sociales de dominación de carácter estructural, abstracto, impersonales, que no son fácilmente aprehensibles observando las relaciones directas de dominación, sino observando aquellos elementos propios del Capital: el trabajo, la mercancía, el valor, el plusvalor, el dinero y, observándolos en tanto relaciones sociales, no en tanto cosas o atributo de las cosas, por ello la importancia de desfetichizarlos en la lectura que se propone. En este sentido, la dominación en el capitalismo se fetichiza en la forma-Estado como la forma general de su aceptabilidad y se camufla bajo la formavalor como si ésta fuese sólo un elemento del campo económico, además de transhistórico, compartido por cualquier modo de producción. Por lo tanto, la tarea es desfetichizar el valor para lograr ver- lo como una relación social y, por lo tanto, en su dimensión política. Parafraseando a Marx, se humaniza al Estado transformándolo en el sujeto principal del mundo, en el hacedor, y se cosifica la relación valor transformándolo en un mero atributo que guardan las mercancías. Una lectura política obliga a pensar las categorías marxianas no cosificadas, no fetichizadas, sino como tensiones y contradicciones permanentemente en juego. De esta manera, si bien la ‘plusvalía’ refiere a la explotación del trabajador por parte del capitalista, en lo esencial refiere a la relación social entre ambos como lucha de clases. En palabras del propio Marx, «…la naturaleza específica de la mercancía [fuerza de trabajo] vendida trae aparejado un límite al consumo que de la misma hace el comprador, y el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la jornada laboral a determinada magnitud nor mal» (2012:282). El Capital es una relación social, un orden social que se produce y reproduce las relaciones sociales imponiendo trabajo, en la medida que consume trabajo ajeno en el marco de la relación dialéctica entre trabajo muerto en los medios de producción y trabajo vivo. Esta imposición de trabajo implica una relación social que se expresa en la lucha de clases, por lo tanto, no se trata de una dominación maciza, sino de una relación sujeta a tensiones, resistencias, desplazamientos. Por tal motivo, las categorías de análisis que se presentan no dan cuenta de una dominación maciza del capitalista sobre el trabajador, sino de una relación conflictiva entre capital y trabajo, que se personifica en luchas concretas, pero que es constitutiva de la dinámica misma del capitalismo. Esto nos obliga a hurgar en el componente dialéctico de la obra en la medida que la misma permite observar las tensiones y contradic- ciones como motor de la dinámica y desarrollo histórico. En tal sentido, si optamos por leer la obra, no en términos de dominación maciza del capital sobre el trabajo, sino en términos de tensiones y contradicciones permanentes, estaremos también admitiendo el carácter transitorio del capitalismo ya que lo entenderemos, no como una cosa, sino como un proceso y, por lo tanto, como movimiento, cambio y transformación, pero que no se produce de forma pacífica y paulatina, sino abrupta y violenta. De lo que se trata es de recuperar, como pretendiera el propio Marx, la capacidad intuitiva del método dialéctico que nos permita observar los fenómenos sociales en términos de proceso, de cambio, transformación y movimiento. Así, el valor es una sustancia en proceso, no es una cosa, una contradicción en proceso (Marx 2011b: 229). En la forma D-M-D tiene diferentes modos de existencia, el dinero como su modo general de existencia y la mercancía como su modo particular. El valor es tal porque lo reconocemos en un proceso de valorización, está siempre en movimiento, caso contrario sería mero dinero atesorado e inútil, el movimiento es su modo de existencia. Como dinámica y proceso requiere observarlo en movimiento y, por lo tanto, en el marco de las relaciones sociales que le dan existencia: «El valor, pues, se vuelve valor en proceso, dinero en proceso, y en ese carácter, capital. Proviene de la circulación, retorna a ella, se conserva y multiplica en ella, regresa de ella acrecentado y reanuda una y otra vez, siempre, el mismo ciclo […] En realidad, pues, D-M-D’, tal cual se presenta directamente en la esfera de la circulación, es la fórmula general del capital» (2012:189-190). Entender al Capital como relación social, es entenderlo como relaciones sociales de poder, de lucha, de violencia, así también el valor. De esta manera, como expresa Kohan (2014), si nuestra pretensión es recuperar el componente de relación social de poder que tiene el valor, el trabajo, el dinero, el capital, la lógica dialéctica como lógica de las relaciones es sustancial al abordaje. En otras palabras, alentar una lectura política de los textos marxianos es, al mismo tiempo, alentar su lectura dialéctica, estimulando a reconocer el carácter de tensión, contradicción y movimiento que existen en los procesos sociales. El valor como el nervio del orden social capitalista. El Che, recuperando el espíritu de Marx en El Capital, expresó en el famoso artículo que enviara el Semanario Marcha dirigido por Carlos Quijano: «El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino. Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este se percate», y más adelante, «la mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia» (1988: 6-8). Este fragmento del Che señala con perfección la preocupación que nos mueve en el presente trabajo, la existencia de modos de sujeción invisibles que constituyen el entramado social, el cordón umbi- 83 lical que liga a la sociedad en su conjunto. Por un lado, un cordón umbilical que ata al individuo a la sociedad sin recurrir directamente a la fuerza y, por otro, la mercancía provocando efectos al nivel de la producción, a nivel social y al nivel de la conciencia. La toma del poder el 1° de enero de 1959 manifiesta el momento donde se trastoca aquella relación de dominación directa y tangible expresada en el Estado pero, como lo señala en Che en 1965, al mismo tiempo, inaugura el proceso más prolongado de trastrocamiento de aquella dominación más imperceptible que echa raíces en la conciencia, ese cordón umbilical que hace carnadura en la conciencia y en la materialidad de la sociedad misma al constituir su malla de poder, su soporte y reproducción. El capitalismo como orden social de dominación refiere a una dominación de sujetos sobre sujetos, de clases sobre clases, al mismo tiempo que refiere a una dominación de las clases, más bien de la clase trabajadora, por estructuras sociales abstractas, históricas y construidas en la propia relación y lucha de clases. Veamos que ya en la década del ’40 Marx identificaba con claridad las relaciones sociales como soporte de los fenómenos económicos. En Trabajo asalariado y Capital Marx expresa: «un negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en escla- 1 84 vo. Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital. Arrancada de estas condiciones, no tiene nada de capital, del mismo modo que el oro no es de por sí dinero...» (1973:36). Podemos agregar, un hombre y una mujer no son más que un hombre y una mujer, sólo en determinadas condiciones se convierten en trabajadores asalariados, condiciones signadas por la expropiación de sus medios de producción y la constitución del valor como nervio de la sociedad. Esta dominación no se expresa sólo a través de la propiedad privada, de la apropiación privada del excedente y la propiedad privada de los medios de producción, sino en la forma-valor que manifiesta un tipo de riqueza social que se enfrenta al trabajo vivo del trabajador (Marx 2012: 44). Reiteramos, esto no implica desconocer la dominación que brota de una entidad como el Estado, sino el énfasis en la dominación que brota del valor como forma de riqueza social producida por la específica modalidad de producción capitalista. En los Grundrisse Marx aborda el componente político, las relaciones de dominación de manera muy clara, estableciendo con absoluta sencillez una distinción entre la dominación personal directa y la dominación personal indirecta o, más bien, dominación impersonal. Marx señala que «cada individuo posee el poder social bajo la forma de una cosa. Arránquese a la cosa este poder social y habrá que otorgárselo a las personas sobre las personas. Las relaciones de dependencia personal (al comienzo sobre una base del todo natural) son las primeras formas sociales, en las que la productividad humana se desarrolla solamente en un ámbito restringido y en lugares aislados. La independencia personal fundada en la dependencia respecto a las cosas es la segunda forma importante en la que llega a constituirse un sistema de metabolismo social general, un sistema de relaciones universales, de necesidades universales y de capacidades universales. La libre individualidad, fundada en el desarrollo universal de los individuos y en la subordinación de su productividad colectiva, social, como patrimonio social, constituye el tercer estadio» (2011a: 85). Se transforman las relaciones sociales, de ser relaciones de dependencia y dominación directa entre las personas, de servidumbre, de esclavitud, de vasallaje, emerge la libertad como momento de resurgir de los hombres, rompen esos lazos de dependencia directa, constituyéndose en seres libres. La modernidad ha llegado y la era de la libertad hace su aparición. La dependencia personal ha sido derrumbada, hemos accedido a la era de la libertad, pero lejos de pensar esta libertad como dato natural del individuo que se la constriñe desde fuera como un poder siempre amenazante (relación suma cero entre poder y libertad), es necesario reconocerla como la condición y el soporte sobre los que se montan las formas de sujeción impersonales. La malla del poder en el orden social capitalista se constituye gracias a la libertad, no frente a ella ni a pesar de ella, por ello lo paradójico es que las libertades ganadas en el capitalismo traen como efecto las consolidación de las sujeciones y dependencias a las cosas, en efecto, la consolidación del valor como nervio de la sociedad. Por ello el capitalismo debe producir permanentemente libertad1, porque Desde luego que no puede leerse esta afirmación sin ironía, una ironía que el propio Marx menciona en El Capital al señalar la la consume de modo incesante, el camino sin frenos hacia la plena libertad es el camino hacia el reinado del valor como cordón umbilical de la sociedad. Ahora bien, como mencionamos, esta era de la libertad coincide con la emergencia del capitalismo, entonces, la pregunta obligada es, qué relación existe entre ellos. Para el capitalismo, existe una condición indispensable, condiciones históricas que permiten su emergencia: la invención de la libertad. Para que un hombre pueda vender una mercancía en el mercado, es necesario que tenga libertad de disposición sobre la misma, que sea su propietario. De esta manera, para que un trabajador pueda vender su fuerza de trabajo, no tienen que existir obstáculos para ese intercambio de equivalentes que se da en el mercado, tiene que disponer de la fuerza de trabajo, no le tiene que pertenecer a nadie más, debe ser un propietario libre de su fuerza de trabajo, no debe estar sujeto a ninguna relación personal de dependencia (como el esclavo, el siervo de la gleba o el aprendiz de oficio en un gremio): «…obrero libre, libre en el doble sentido de que por una parte dispone, en cuanto hombre libre, de su fuerza de trabajo en cuanto mercancía suya, y de que, por otra parte, carece de otras mercancías para vender, está exento y desprovisto, desembarazado de todas las cosas necesarias para la puesta en actividad de su fuerza de trabajo» (2012:205. Ver cita 1). Es decir, jurídicamente libre por carecer de relaciones de dependencia y materialmente libre por carecer de los medios de producción necesarios para su reproducción. La primera ofrece la posibilidad de ena- jenar su mercancía, la segunda hipoteca aquella «posibilidad» y obliga al trabajador a enajenarla. Esta libertad que se traduce en una independencia personal, es decir, independencia directa respecto a otras personas, se reconfigura como una dependencia a través de las cosas. En otras palabras, si las relaciones sociales debían crearse y recrearse sobre la base de dependencias personales, el capitalismo inaugura dependencias de carácter abstractas e indirectas a través de las cosas. Con estas dependencias nos referimos al modo en que se produce y reproduce el orden social, las relaciones sociales capitalistas. Por ello, que sean de carácter abstracto e impersonal no significa que no sean políticas, sino que las relaciones de poder se encuentran inscriptas en el interior de lo que aparece como fenómenos económicos, técnicos, como elementos, cosas, actividades (el capital, el trabajo, el dinero). Esta dependencia es el valor como relación social y, en ese sentido, la relación entre las personas se transmuta en relación entre las cosas, los hombres y mujeres se relacionan a través de las cosas, cosas que guardan un componente humano, el trabajo humano abstracto, que es ni más ni menos lo que permite ponerlas en contacto y establecer relaciones, identificar su carácter social. Se trata efectivamente de una relación humana cosificada, ya que efectivamente son las cosas las que entran en relación entre sí, la sociabilidad aparece como propiedad de las cosas y, por lo tanto, la malla que vincula a los individuos, el pegamento que une la sociedad deviene de las actividades cosificadas de los individuos (es decir, del trabajo abstracto, no del trabajo concreto, creador), del tiempo como medida de la riqueza y del dinero, en otras palabras, del valor contenido en las mercancías. Podemos decir, retomando la cita de los Grundrisse, el entramado de poder en la sociedad remite al segundo estadio de la forma social, sin embargo, continuamos pensando en el primero como forma predominante de ejercicio del poder, tal vez de manera más complejo alrededor de la figura del Estado que no implica una relación personal directa de dominación, pero sí como forma visible, tangible y exterior a las relaciones sociales mismas. El fetichismo de la mercancía toma al valor como un atributo de la cosa (esta cosa cuesta tanto, este bien tiene determinado valor) y no como una relación social. Sin embargo, el valor es una relación social porque expresa una forma específica de trabajo («El trabajo en sí mismo no da valor al producto, sino sólo el trabajo que es organizado en determinada forma social [en la forma de una economía mercantil]», Rubin 1974:121), expresa un producto creado específicamente para ser vendido y en el mercado donde entra en diálogo con otros a través de su igualación por el dinero, lo que transforma el producto en intercambiable. Que una mercancía tenga las características estéticas o de utilidad, nada expre- necesaria e indefectible vinculación existente en el capitalismo entre libertad y carencia o,como él mismo expresa, las dos caras de la libertad que son dos condiciones fundamentales que aseguran la libre concurrencia de los individuos al mercado de trabajo. En este sentido, Lenin lanza el grito que «la libertad es una gran palabra, pero bajo la bandera de la libertad de industria se han hecho las guerras más expoliadoras y bajo la bandera de la libertad de trabajo se ha despojado a los trabajadores» (2007:104). 85 san las relaciones sociales en las que han sido producidas, por trabajo asalariado para ser vendidas en el mercado, donde se entablan relaciones a través de las cosas. Rubin lo expresa de la siguiente manera: «...el valor no caracteriza a las cosas, sino a las relaciones humanas en que se producen las cosas. No es una propiedad de las cosas, sino una forma social que adquieren las cosas por el hecho de que las personas entran en determinadas relaciones de producción mutuas a través de las cosas. El valor es una relación social tomada como una cosa, una relación de producción entre personas que adopta la forma de una propiedad de las cosas» (1974:122). Lo que debemos considerar como elemento central que se desprende de esta afirmación, es que la extensión de las relaciones sociales del Capital, implican la generalización de la forma-valor como elemento ordenador de las mismas o, en otras palabras, la creciente mercantilización no sólo supone la generalización de los valores de uso y de la cultura del consumo, sino la imposición de la formavalor como determinante estructural de las relaciones sociales, como la malla de la sociedad, para decirlo de una forma conocida, como cemento de la sociedad. Como señala Rubin, el valor no expresa cualquier relación humana, sino relaciones sociales de producción, por ello ante la generalización de la forma-valor se advierte la colonización de las relaciones sociales de producción en todo ámbito de la vida involucrando a toda la sociedad en los procesos de valorización. 86 En este sentido, si entendemos el Capital como una relación social, una relación social de lucha de clases, la mercancía es fundamentalmente la imposición de esa relación social de dominación, es la forma que encierra las relaciones sociales de lucha de clases obligando a las personas a vender cada vez más una parte creciente de su vida, su totalidad prácticamente, como fuerza de trabajo en forma mercantil para sobrevivir y tener acceso a una ínfima porción de la riqueza social. Las relaciones de poder en el capitalismo se expresan en la forma mercancía, obligando a la clase trabajadora a convertirse en fuerza de trabajo o, como dijera claramente Marx, «lo característico no es que se pueda comprar la mercancía fuerza de trabajo, sino que la fuerza de trabajo aparezca como mercancía» (2009:36). De aquí que, como lo mencionamos anteriormente, cuando se alude al fenómeno de la creciente mercantilización de la sociedad, no sólo se esté indicando la expansión creciente de los valores de uso a todos los rincones sociales, la transformación en objeto útil, vendible y consumible de todo lo existente, hasta de los afectos, sino también la imposición y generalización del valor como medida de todas las relaciones sociales. Marx comienza El Capital analizando la mercancía porque la sociedad capitalista es un enorme arsenal de mercancías, pero sobretodo, porque en la estructura de la mercancía encuentra contenidas las claves para desentrañar el orden social capitalista y sus relaciones de dominación abstractas e impersonales, la mercancía se constituye en el principio de desciframiento social porque expresa la relación de valor entre los seres humanos. Conclusión En el orden social capitalista «lo que pone de relieve su carácter de valor [de una mercancía] es su propia relación con la otra mercancía» (Marx 2012:62), el valor queda reflejado en la relación entre mercancías, reflejo que se expresa a través del intercambio y, por lo tanto, mediado por la forma-dinero. Esto indica que el trabajo humano queda oculto, en otros términos, el fetichismo de la mercancía vela el trabajo humano que las mismas contienen, el carácter de relación social del valor y su apariencia de cosa. El valor es una relación social, pero como tal no es posible señalarla materialmente diciendo «ahí está el valor!». En todo caso, vale señalar que el valor es inmaterial pero es objetivo, así como la gravedad es inmaterial pero es objetiva. El valor es tiempo de trabajo socialmente necesario objetivado en una mercancía. El valor no es una cosa, no se reconoce señalándolo, sino que es una relación social en la medida que involucra la organización del trabajo y el tiempo a escala planetaria, lo que iguala a todas las mercancías y las hace intercambiables. Al mismo tiempo, el valor es en tanto se encuentra en movimiento, es decir, en el proceso de valorización y en el de realización del valor, en otras palabras, en cuanto se continúa trabajando, produciendo, reviviendo el trabajo muerto y objetivado en medios de producción por medio del trabajo vivo y subjetivo. El valor es tal porque lo reconocemos en un proceso de valorización, está siempre en movimiento. Es a partir de esto que nos permitimos pensar el valor como el pegamento de la sociedad, la malla de poder que articula la sociedad, el elemento político inmaterial, abstracto, impersonal que ordena y regula las relaciones sociales. De manera muy elegante Marx señala: «Se dijo y se puede volver a decir que la belleza y la grandeza de este sistema [el Capital] residen precisamente en este metabolismo mate- rial y espiritual, en esta conexión que se crea naturalmente, en forma independiente del saber y de la voluntad de los individuos, y que presupone precisamente su indiferencia y su independencia recíprocas» (2011a: 89), una independencia e indiferencia directa entre las personas, la ausencia de vínculos de dependencia directa entre las personas, pero que tiene como contraparte la dependencia a las estructuras abstractas del valor, la subordinación al proceso de producción social. Reconocer al valor como el nervio político del Capital, tiene algunas consecuencias no menores. El contraste entre valor (tipo de riqueza que depende del «tiempo de trabajo» y de la «magnitud de trabajo empleado» específicamente capitalista) y «riqueza material» (tipo de riqueza que no depende del tiempo de trabajo humano), es central para comprender la contradicción básica del capitalismo. En este sentido, a la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción tan claramente señalada en el Manifiesto, se suma la contradicción entre forma social y forma material de la riqueza, aquella expresada en el valor como tiem- po de trabajo socialmente necesario como medida común y ésta expresada en la producción concreta destinada a satisfacer necesidades reconocidas socialmente como necesarias. La contradicción del capitalismo no sólo se produce entonces entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, sino entre la forma social y la forma material de la riqueza. Esta contradicción se expresa en que, por un lado, encuentra una producción en aumento en base a la tecnología y el conocimiento, es decir, una alta composición orgánica de Capital y por lo tanto, por otro lado, una reducción del componente subjetivo del trabajo vivo (aunque nunca eliminable en el capitalismo) en base al gasto inmediato de fuerza de trabajo, única forma de riqueza que constituye capital (valor). Estas son las condiciones estructurales necesarias en la sociedad capitalista, pero esta contradicción contiene una imposibilidad de autosuperación, imposibilidad de resolución dentro de la misma lógica del Capital ya que lo que deviene superfluo en un nivel (el gasto inmediato de fuerza de trabajo concreto en la producción), resulta necesario en otro (el gasto necesario de fuerza de trabajo como productor de valor y de riqueza social en el capitalismo). Dirá Marx, «el capital mismo es la contradicción en proceso, por el hecho de que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza» (2011b: 229). Aceptar esto es reconocer que la construcción de socialismo como camino a la sociedad comunista implica de forma cada vez más creciente de transformación del tiempo de trabajo en tiempo de ocio, no basta con trabajar mejor y de forma genuina y desalienada, sino de trabajar lo menos posible. Esta es la manera en que riqueza social y riqueza material terminen siendo lo mismo, es el comunismo la garantía de ello. Bibliografía. Boron, Atilio (2009): Aristóteles en Macondo. Notas sobre el fetichismo democrático en América Latina, Córdoba, Editorial Espartaco. Guevara, Ernesto (1988): El socialismo y el hombre en Cuba, Editorial Política, La Habana. Kohan, Nestor (2014): «Orden / Énfasis en El Capital», en AA.VV ¿Para qué sirve El Capital? Un balance contemporáneo de la obra principal de Karl Marx, Caracas, Trinchera. Lenin, Vladimir Ilich (2007): ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, Buenos Aires, Luxemburg. Marx, Karl (2012): El Capital. Tomo I. El proceso de producción del capital, Argentina, Siglo XXI. ______, Karl (2009): El Capital. Tomo II. El proceso de circulación del capital, México, Siglo XXI. ______, Karl (2011a): Elementos fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857-1858. Volumen 1, México, Siglo XXI. ______, Karl (2011b): Elementos fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857-1858. Volumen 2, México, Siglo XXI. ______, Carlos (1973): «Trabajo asalariado y capital», en Marx, C. Trabajo asalariado y capital-Salario, precio y ganancia, Buenos Aires, Editorial Anteo. Mehring, Franz (2002): Carlos Marx, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales. Rubin, Isaak Illich (1974): Ensayos sobre la teoría marxista del valor, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, 53. Wallerstein, Immanuel (2011): Abrir las ciencias sociales, México, Siglo XXI. 87 Homenaje a La historia me absolverá por Hernán Randi1 E l 26 de julio de 1953, un grupo de revolucionarios cubanos, bajo la dirección de Abel Santamaría y Fidel Castro Ruz, y luego de una extensa preparación, tomaban por asalto los cuarteles «Carlos Manuel de Céspedes» en Bayamo, y «Moncada» en Santiago de Cuba. Su objetivo era poner en conocimiento la feroz dictadura a la que el pueblo cubano estaba sometido y si era posible producir un levantamiento popular de masas para derrocar a la misma. La dictadura de Fulgencio Batista era la fiel representante del imperialismo norteamericano y de sus intereses económicos y geopolíticos para el dominio de la región caribeña. Este movimiento fue derrotado en esa oportunidad y fueron asesinados la mayoría de sus combatientes, incluso Abel, héroe de esa gesta libertaria. Otros pagaron con su detención y la cárcel la osadía que llevaron adelante, como es el caso de Fidel y Raúl Castro además de otros importantes dirigentes de aquel alzamiento. Por esta gesta y por los mártires que allí dejaron sus vidas, nació el Movimiento 26 de julio, vanguardia de la revolución triunfante el 1 de enero de 1959. 1 88 Director Adjunto del CEFMA Luego de la persecución y detención de los sobrevivientes de aquella gesta, su máximo dirigente, llevado a juicio por un tribunal militar, denunciaría las injusticias de tal aberrante juicio y de las condiciones en que sobrevivía el pueblo de Cuba. El proceso se llevo a cabo sin garantías de ningún tipo para los detenidos. Este alegato histórico de autodefensa, escrito por partes, y declarado ante los jueces en octubre de 1953 de memoria y con creatividad por Fidel, se conocería luego como «La Historia me absolverá». Aquí queremos homenajear esta exposición maravillosa desde todo punto de vista y programa de la Revolución nuestroamericana. Queremos recuperar su vigencia tanto como programa de la Revolución que queremos para nuestro continente como desplegar los porqué de esta afirmación: La centralidad y vigencia que contiene este documento para la batalla de ideas, que no son otra cosa que la lucha por la hegemonía, en el curso de la lucha contra nuestro enemigo principal: el imperialismo norteamericano y sus agentes internos. Su vigencia para la lucha ideológica y política, queda sintetizada en las palabras dichas por Fidel en su alegato, cuando citando al apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, recordó que: «Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército» Las ideas principales del alegato que queremos recuperar aquí mas allá de la importancia que también contiene en cuanto denuncia legal y política del Régimen (el marco de ilegalidad e inconstitucionalidad en que se desarrollo el juicio) y la denuncia económico-social en cuanto a la explotación y sometimiento del pueblo cubano, son por un lado la ruptura con la tradición del sujeto emancipador o sea la centralidad del sujeto «pueblo» para el curso de la lucha contra el enemigo principal y por otro el programa contenido en este trabajo para dar curso a tal emancipación. La centralidad del sujeto «pueblo» En pos de aglutinar a las fuerzas sociales existentes para enfrentar a la dictadura, y para convertir la derrota militar del alzamiento en acumulación de fuerzas y victoria política, el alegato va a definir el sujeto popular conteniendo a las clases sociales, fracciones de las mismas y grupos sociales que por sus intereses se encontraban enfrentados a las políticas serviles del imperialismo en Cuba. Desarrolla en este sentido un concepto del campo popular no exclusivamente obrerista, para hacer concurrir a importantes masas del pueblo en las acciones de los revolucionarios para enfrentar a la dictadura. En la unidad del pueblo van a ser contenidos los sin trabajo, los obreros del campo, los obreros industriales y braceros, los pequeños agricultores, los maestros, los pequeños comerciantes y los profesionales jóvenes con el objetivo de unificar a todas las fuerzas sociales oprimidas y explotadas en un objetivo común. Las mismas, está claro se encontraban sin representación política o dispersas en múltiples organizaciones políticas y sociales en su gran mayoría de base popular pero de conducción burguesa. Excepción de esto era el Partido Socialista Popular (PSP), nombre bajo el cual actuaba el Partido Comunista cubano fundado por Julio Antonio Mella, para sobrellevar la persecución y la ilegalidad, pero limitado en sus capacidades de desarrollo por el profuso anticomunismo que imponía la cultura dominante de la época servil a la propaganda del imperialismo yanqui y no exento de errores de caracterización política para convertirse en la vanguardia del proceso revolucionario. La definición del sujeto popular como sujeto emancipador fue uno de los aportes fundamentales que aquí queremos recuperar. Estas palabras del propio Fidel en «La historia me absolverá» pintan a las claras lo que aquí desarrollamos: Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo. Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre. La primera condición de la sinceridad y de la buena fe en un propósito, es hacer precisamente lo que nadie hace, es decir, hablar con entera claridad y sin miedo. Los demagogos y los políticos de profesión quieren obrar el milagro de estar bien en todo y con todos, engañando necesariamente a todos en todo. Los revolucionarios han de proclamar sus ideas valientemente, definir sus principios y expresar sus intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni enemigos.Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento; a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del ga- rrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, planta un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que tienen que irse; a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales; a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Ése es el pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: «Te vamos a dar», sino: «¡Aquí tienes, lucha ahora con toda tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!» 89 Programa El programa propuesto en el alegato busca contener al pueblo, como sujeto de emancipación, en la nueva situación dada por la derrota militar, buscando convertir este revés en victoria política, en batalla de ideas, en lucha por la hegemonía. El mismo parte de la lectura de las aberraciones jurídicas, la falta de libertades democráticas, la ilegalidad y anticonstitucionalidad del régimen pero ahonda en las injusticias estructurales, en las condiciones de existencia reales del pueblo. Las libertades ausentes y las condiciones de vida miserables y la ex- 90 plotación a la que se encuentran sometidos los cubanos son las razones que empujan a Fidel a declarar: «No puedo dejar principio sin defender, verdad sin decir, ni crimen sin denunciar». El programa va a contener apelaciones a la constitución de 1940 en cuanto a la soberanía nacional, la situación de la propiedad de la tierra, de la participación en las utilidades de las grandes empresas y en el rinde de la caña de azúcar (principal producción del país en ese momento). Va a contener también la confiscación de los bienes malversados para sostener las cajas de jubilaciones y financiar los hospitales y, entre otras medidas, propone la reforma agraria, la reforma de la enseñanza y la nacionalización de los monopolios en la electricidad y la telefonía. En política exterior, plantea la solidaridad para con la lucha de los pueblos democráticos. Sin duda podemos entender estas propuestas, más allá de la de- clamación Antibatistiana, en la esfera de la lucha política como un programa de carácter antimonopolico, por ende anticapitalista si entendemos la imposibilidad de escindir el imperialismo del capitalismo, sino que entendemos al primero como la forma en el que actúa el segundo en esta etapa histórica. Y así lo entendemos porque ya no pueden desarrollarse formas nacionales burguesas que no impacten y sean derrotadas por el gran capital concentrado y centralizado de las grandes metrópolis mundiales. Mucho mas podríamos decir aquí para recuperar esta bellísima obra de la Revolución que hoy nos pertenece a todos y todas pero para cerrar este homenaje y puesta en vigencia de la obra del Comandante Fidel Castro podremos estar seguros de la historia no solo lo absolvió sino que ya lo ha colocado en el podio de los más grandes humanistas y revolucionarios de la historia universal. Palabras de Patricio Echegaray Marcelo F. Rodríguez, Emilia Segota, Patricio Echegaray y Víctor Kot al inicio de la primera jornada. E n esta reunión no se pue de ni se debe hacer un cie rre, es una reunión que se ha hecho para abrir y a cumplido sus objetivos. Se han abierto una cantidad de puertas y ventanas de pensamiento que hacen que el resultado tampoco se pueda medir por la reunión en sí, dependerá de cómo utilicemos esas ventanas, esas puertas, esos espacios abiertos. Quiero felicitar a todos los panelistas, a los que intervinieron en esta Jornada que muestra que te- nemos una capacidad muy importante que está en un nivel potencial, que hay que desarrollarla y concretizarla para desarrollarnos y crecer en el tema de la Batalla de ideas, la lucha ideológica y la construcción de alternativa. Entiendo que es bueno recordar que estamos a dos días del aniversario del asesinato del Che, y que no estaría mal que le dediquemos esta reunión como un homenaje al Che, a su acción y su pensamiento revolucionario. Y solo para fundamentar este recuerdo, nombremos algunas cosas que tenía el Che, yo diría que es el principal teórico del 16º Congreso, que en realidad es el 16, el 17, el 18… y lo será el 25, porque es un proceso de debate político – ideológico del cual el Che ha sido el gran inspirador. Es el gran inspirador a partir de unas ideas fuerza muy sencillas pero muy poderosas. En primer lugar el Che planteo «Revolución socialista o caricatura de revolución», y lo 91 planteaba casi siempre asociado a la idea de que al imperialismo no había que darle «ni un cachito así de confianza». Avanzando en esas dos ideas se llega a la conclusión de que la revolución actual es una revolución antimperialista, socialista, socialista de liberación nacional, como la definimos nosotros en el 16º Congreso, pero que es una revolución anticapitalista. Esto es lo esencial, porque ustedes recordarán que nosotros cambiamos en el mismoel paradigma de revolución democrática burguesa con vistas al socialismo por este enfoque de revolución socialista de liberación nacional. Todo esto lo hicimos inspiirados en el Che. Otro punto es el tema del mensaje del Che a los argentinos, que es básico en la construcción de la alternativa. Cuando el Che, ese 25 de mayo en La Habana, y quiero recordar a dos mujeres que estuvieron allí presentes, Alicia Eguren y Alcira de La Peña, dijo que si supiéramos unirnos que bello seria el futuro y que cercano, quedaba dicho todo lo que significa la alternativa, unirse para tener más fuerza y con eso capturar el futuro, que parece tan lejano, pero que unidos seria cercano. Quiero hablar de algo que a campeado en toda la reunión y que siempre recuerda Atilio Boron, eso que dijo Lenin de que no hay nada más práctico que una buena teoría, algo que resuelve de una manera muy comprensible todas las complejas interrelaciones que hay respecto a teoría, práctica, praxis, qué es primero qué es segundo, cómo se complementan, cómo se articula. No hay nada más práctico que una buena teoría, en realidad yo diría, que no hay nada más necesario que la teoría y la forma de aplicar la teoría para cambiar la relación de fuerzas. Es imposible sin una potente acción teóri- 92 ca pensar en cambiar una correlación de fuerzas tan desfavorable como la que tenemos. Incluso en el mundo, no solo estoy hablando de la Argentina. Y quiero aprovechar para hacerle un homenaje a J. W. Cooke, quien habló bastante de este tema del cambio de la correlación de fuerzas planteando que toda correlación de fuerzas se puede cambiar. Y esta debe ser otra conclusión de la reunión, el optimismo teórico y político no lo medimos por el aplausómetro o porque a veces tengamos la costumbre de ser más papistas que el Papa, no podemos ser kirchneristas, claro que defendemos algunas conquistas del kirchnerismo, pero a veces nos volvemos más kirchneristas que Cristina, no puede ser. Dejamos de ver que somos aliados y nos encontramos en algunas cuestiones políticas y eso está muy bien, pero no quiere decir que ideológicamente nos transformemos en lo que ellos son, como a veces nos ocurre. En este sentido nos falta darle un poco más de taller al tema del Papa, porque en realidad el Papa ha protagonizado los principales momentos de batalla ideológica en los últimos meses, hay que decirlo así, felizmente, porque ustedes se dan cuenta que la proyección de la palabra del Papa, las dificultades del sistema capitalista para ocultarlo, es mucho menor que lo que puede hacer con la palabra de nuestras voces como la de Fidel o Raúl. Esto es una gran cosa que esta mediada por un anticlericalismo nuestro que nos pone incómodos en relación a cualquier cosa que tenga que ver con la religión, y que nace de una mala lectura de Marx, en aquello de que la religión es el opio de los pueblos, en realidad Marx dice, en un mundo sin esperanzas, en un mundo lleno de injusticia, en un mundo lleno de dolor: la religión es el opio de los pueblos. Es completamente distin- to el sentido a la interpretación de que la religión en definitiva en un retraso. Marx decía eso. Y hoy tenemos que recordar a Victorio Codovilla que decía que es muy distinto ser oportunista que ser oportuno. Ser oportunista es muy malo, pero es muy bueno ser oportuno. Entonces hay que saber tener sentido de la oportunidad, no se trata de hacer grandes disquisiciones sobre si el Papa es sincero y piensa exactamente lo que dice, lo que sabemos es que si dice que el capitalismo es un sistema malo, que no resuelve las necesidades, que está agotado, a nosotros nos da la oportunidad de profundizar en el debate sobre el capitalismo usando absolutamente todas las categorías marxistas de análisis crítico del capital. Y esto ayuda, sin ninguna duda, hagámoslo. Otra cuestión que quería recordar es que hay que hablar más del enemigo, del enemigo el consejo, Atilio hacia muy bien en citar a Bzrezinki, y quiero insistir en eso. Se cumplen 40 años de La Era Tecnotrónica, un libro donde Bzrezinki plantaba que el tema militar era muy importante, pero que la controversia no se iba a resolver con el enfrentamiento de los tanques del pacto de Varsovia contra lo helicópteros de la OTAN, la guerra se iba a resolver por medios culturales y mediáticos. Y en ese sentido, las cosas estaban así, si en lo militar estamos parejos, en el terreno cultural y mediático tenemos gran ventaja, entonces vamos a ganar. Y ya que se hablo de Fanny, y es bueno recordarla por el nivel de estadista que llegó a tener, hay un punto en el que a ella le preocupaba mucho el atraso que tenían en los centros soviéticos particularmente, pero también alemanes, en relación al análisis, a la profundización sobre los temas del capitalismo. Creo que eso era una realidad palpable. Y así fue como nos fue, nos dieron una paliza bárbara. Entonces la derrota, que equivalió a una derrota en una especie de Tercera Guerra Mundial, se libró por otros medios, no se libró por medios militares, sino que se libró por medios ideológicos, políticos y culturales. Y acá viene el tema de la preparación que hizo el enemigo en relación a la cuestión cultural. Ustedes creen que es casualidad que el macartismo empiece en Hollywood, persiguiendo a todos los grandes directores, actores, escritores de la cultura que se habían identificado con lo nuevo, que se habían identificado con el comunismo, no, no es casual, no es maldad, es claridad de clase en relación a como golpear los espacios que pueden ser más efectivos para reproducir la ideología y transformarla en conciencia de la clase obrera, del pueblo. Por eso el tema del macartismo es una muela que viene doliendo, seguramente algunos errores nuestros nos han hecho más ineficaces en la batalla, pero es una cuestión mundial, es el núcleo ideológico del capitalismo. No hay otra acción ideológica equivalente en el capitalismo contra alguno de sus enemigos. Fíjense que cuando hicieron mucha propaganda sobre que habían derrotado al enemigo rojo, tuvieron que inventarse otro enemigo, y tuvieron que tirar las Torres Gemelas e inventar al enemigo islámico, etc... Porque realmente el enemigo desde fines del siglo XIX y todo el siglo XX fue el comunismo. En este sentido, creo que la reunión tiene que ser considerada como un disparador, evidentemente esta reunión en sí no puede satisfacer el redondeo de todos los temas tratados, se han tratado muchos temas, tiene que ser un disparador. Aquí se ha tratado el tema de Fidel y la importancia de re4alizar un Seminario Permanente sobre el pensamiento de Fidel Cas- tro, el tema de la Revolución de octubre, nos acercamos al centenario, tenemos que hacer diversas actividades, amplias, plurales sobre la importancia de la revolución. Respecto al capitalismo, no hay duda de que atraviesa una gran crisis. Nosotros hemos sido suficientemente enérgicos en plantear que la crisis por sí sola no producirá el derrumbe del capitalismo, eso está bien dicho y asimilado. Últimamente estamos percibiendo un tema que es la cuestión del caos como una herramienta del imperio. Lo que el imperio no puede controlar lo caotiza, veamos lo que ha hecho en Oriente Medio, el propio Putin en la ONU ha realizado un discurso donde plantea que los norteamericanos y la OTAN han desarticulado esa sociedad y ahora actúa en venganza contra los que huyen, contra los desplazados de ese terrible infierno que han creado allí. Nosotros tenemos que saber analizar esto, porque el desarrollo de la crisis no es lineal y vale decirlo, el desenlace no es indefectiblemente virtuoso como tendemos a pensar. El desenlace puede ser caótico. Nosotros no podemos analizar la situación hoy en América Latina como si estuviéramos hace diez años atrás, y digo esto porque se cumplen 10 años del No Al ALCA en Mar del Plata, que fue un momento estelar de la acción soberana, antimperialista de América Latina. Debemos ubicar en esta reunión que ya no estamos como hace diez años, o como hace cinco, que no es que voltearon el proceso hondureño y el paraguayo, hoy el imperialismo a articulado mejor su accionar contra la región, con planes de guerra de 5ª generación donde combina diversos medios, hoy en la crisis del capitalismo hay una tendencia a descargar esa crisis sobre los países dependientes, y en nuestra región aparece un problema dominante que es el de la lla- mada «restricción externa», que tiene preocupados y en jaque a todos los países. Pero la restricción externa es una especie de striptease referente al problema de los procesos nuestros, que no son perfectos, tienen un montos de conquistas, de logros, algunos que serán difícil de hacerlos retroceder, pero existe el problema de que les faltó profundidad, radicalidad y por lo general no han encarado cambios de tipo estructural, por lo tanto, son procesos que están en peligro y que son reversibles. Hoy hay que defender estos procesos. Es una pelea difícil porque en general, exceptuando Venezuela, no se han construido fuerzas políticas aptas para defender estos procesos. No hemos logrado esto en nuestros países. Tampoco en Argentina hemos logrado construir una fuerza que se haga cargo del proceso y de su radicalización. Y hablo más de radicalización que de profundización, porque la profundización da una idea más optimista del asunto, es como si ya estuviera bien y solo faltara profundizar, pero falta mucho todavía. Faltó recuperar el área estatal, faltó crear una Empresa Nacional Minera, una Empresa Nacional del Transporte entendiéndolo como tejido conectivo de un país, la reforma fiscal no se hizo y las leyes fundamentales en este aspecto son las de Martínez de Hoz, también había que revisar los tratados bilaterales con el imperio. Por todo esto decimos que lo que está en crisis en América Latina es el reformismo posibilista, por eso la discusión no es solo contra la derecha pura y dura, sino también con el reformismo. En esto siempre tuvimos la posición correcta, porque hemos combatido la idea del capitalismo serio, del capitalismo humanizado que fue la idea con que llegó el 93 kirchnerismo al gobierno y con la que se movió. Entendemos que ahora el PJ se instalara como una fuerza de centro y Macri consolida la construcción de un partido de derecha, habrá también espacio para una derecha ultramontana en la que estará una parte del peronismo y se abre la posibilidad de una izquierda antimperialista, latinoamericanista, obturada recientemente con esa idea de que «a la izquierda mía esta la pared», expresada por la presidenta, una idea muy perniciosa que dejo espacio al crecimiento electoral de la izquierda trotskista moviéndose con los parámetros burgueses de oficialismo/oposición. Nosotros hemos cometido errores, pero tuvimos también un viento en contra muy fuerte. Ahora parece que se puede liberar un poco el espacio político concreto para construir fuerza política. Para eso necesitamos que se recomponga un sector de izquierda peronista, lo que no se pudo hacer desde los 80. Quizás ahora esto se dé. Tenemos que aprovechar tam- 94 bién lo que está diciendo Francisco y ver si se le puede dar una recomposición a la Teología de la liberación. Esto nos ayudaría a construir la alternativa política que necesitamos. Tenemos que trabajar más la Carta de los 5, darle más trabajo a lo que dice la misma sobre las dos crisis, la del socialismo y la del capitalismo. Hoy lo que está en el centro es la crisis del capitalismo. Trabajar más el tema del poder popular, un tema central para ver cómo nos manejamos con el Estado, como discutimos su rol y el carácter público de la economía, para esto es necesario el poder popular, la autonomía de las fuerzas políticas. Otro tema es el de la burguesía nacional, el tema no es si existe o no existe, existen burgueses nacionales, el tema es si existe como clase capaz de participar en un proceso revolucionario, se ha demostrado que no existe con ese carácter. Uno de nuestros problemas fue que en el siglo XX hemos reducido la utopía al tema del socialismo, y el socialismo es un proceso de tránsi- to hacia la verdadera utopía, que es el comunismo. En el socialismo, bajo la hegemonía de la propiedad social pueden coexistir distintos tipos de propiedad, como pasa en China, en Vietnam y están intentando hacer en Cuba. Nuestra verdadera utopía es el comunismo, somos críticos fundamentales del capitalismo, la crítica del capitalismo debe estar presente en toda nuestra actividad y hay que criticar al capitalismo como es hoy en día, tenemos que criticar su paradigma de progreso, que está poniendo en peligro al hombre. La idea de progreso tiene que ser otra y debemos trabajar en este sentido. Todavía sentimos los golpes de la derrota, de la caída de la URSS, pero hoy es el tiempo de crisis del capitalismo, que no pudo cumplir ninguna de sus promesas al ganar la guerra fría, pero sostiene su vitalidad cultural a pesar de la crisis. Los mejores momentos de lucha son los que están por venir, vamos a ver el renacer de los procesos revolucionarios en el mundo. ¡Viva el comunismo! 95 Impreso en el mes de mayo de 2016 en Altuna Impresores, Doblas 1968 (C1424BMN) Buenos Aires, Argentina. [email protected] 96
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