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Diplomacia en transición...
Diplomacia en transición. La República Popular China
frente a la dictadura cívico-militar en Chile*
Pablo Ignacio Ampuero Ruiz (Chile)**
Resumen
El artículo indaga por qué la República Popular de China (RPC) no rompió
relaciones con el régimen de Pinochet en Chile como lo hizo la Unión Soviética
y, en términos más generales, en qué aspectos esta situación representa un cambio
fundamental en la política exterior de la RPC. Se plantea que China mantuvo y
posteriormente potenció sus relaciones con el régimen militar chileno por dos razones
estructurales: el proyecto político-diplomático y el proyecto económico. A partir
de un abordaje crítico y sistémico de las relaciones sino-chilenas, se propone un
análisis de la política exterior china que vincula la configuración político-ideológica
doméstica con el cuestionamiento de la hegemonía en el ámbito global. Finalmente,
se sostiene que la relación con el Chile de Pinochet tenía una doble dimensión para
China: por un lado, debía mantener su proyecto político-diplomático, apoyándose
en su amistad con países del Tercer Mundo; por el otro, veía con interés el proyecto
económico de la dictadura militar, que parecía exitoso en su liberalización económica
sin democratización.
Palabras clave
Política Exterior; Liberalización Económica; Reforma y Apertura Económica;
Dictadura; China; Chile.
Fecha de recepción: febrero de 2016 • Fecha de aprobación: abril de 2016
Cómo citar este artículo
Ampuero Ruiz, Pablo Ignacio. (2016). Diplomacia en transición. La República
Popular China frente a la dictadura cívico-militar en Chile. Estudios Políticos, 49,
pp. 35-54. DOI: 10.17533/udea.espo.n49a02
La presente investigación fue realizada bajo el auspicio de la beca Conicyt, Chile, para estudios de
maestría en Peking University, China.
**
Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política. Magíster en Relaciones Internacionales.
Investigador del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales y profesor de la Facultad de
Gobierno, Universidad del Desarrollo, Chile. Correo electrónico: [email protected]
*
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Pablo Ignacio Ampuero Ruiz
Diplomacy in Transition. The People’s Republic of China
Facing the Chilean Civic-Military Dictatorship
Abstract
The current article enquires why the People’s Republic of China (PRC) did
not break diplomatic ties with Pinochet’s regime following the Soviet Union. On a
more general level, it portends which aspects of such event represent a fundamental
change on the PRC’s overall foreign policy. The research argues that China maintained
and subsequently boosted its engagements with the Chilean military regime for
two structural reasons: the politico-diplomatic project, and the economic project.
It proposes an analysis of China’s foreign policy that links the domestic political
configuration with the challenge of global hegemony. Finally, the article concludes
that China’s relationship with Pinochet’s regime was double-faced: on the one side,
it must advance its politico-diplomatic project, relying on its friendship with Third
World countries; and on the other, China took interest on the dictatorship’s economic
agenda, which seemed to be successful in handling financial liberalisation without
democratisation.
Keywords
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Foreign Policy; Economic Liberalisation; Reform and Opening Up;
Dictatorship; China; Chile.
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El modelo que pretendía emular el gobierno
chino no era el de Estados Unidos, sino que algo
más cercano al Chile de Pinochet: mercados
libres combinados con un control político
autoritario, combinado con una represión de
mano de hierro (Klein, 2008, p. 185).
Introducción
L
as relaciones sino-chilenas son muy importantes en el contexto
sudamericano. Siguiendo la narrativa tradicional, se suele hablar de los
“cuatro primeros” hitos: el 15 de diciembre de 1970 Chile se convirtió en
el primer país sudamericano que estableció relaciones diplomáticas con la
República Popular de China (RPC); en 1999 fue el primer país latinoamericano
en apoyar el ingreso de la RPC a la Organización Mundial de Comercio
(OMC); incluso, fue el primer país de la región en reconocer a China como una
“economía de mercado”; y en el 2005 fue el primero en suscribir un tratado
de libre comercio con el país asiático. Aparte del discurso historiográfico
oficial, Chile fue el primer país de la región donde se abrió un Instituto de
Cultura China (1952), así como en establecer una inversión conjunta con la
RPC para abrir una industria dedicada a la producción de tubos de cobre en
Beijing en 1982: Beisheng tongguan youxian gongsi, Compañía de tubos de
cobre Beijing-Santiago Compañía Limitada (Embajada de Chile en China, s. f.).
En general, la relación ha estado marcada por un carácter eminentemente
económico. A pesar de que Chile buscó entablar relaciones diplomáticas con
China desde el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958),
no fue sino hasta la presidencia de Salvador Allende Gossens (1970-1973)
cuando ambos países se reunieron en París para formalizar sus lazos
diplomáticos en 1971 (Matta, 1991, p. 347). Dos años después, un golpe
militar acabó abruptamente con el proyecto socialista e instaló una dictadura
cívico-militar que se extendió por diecisiete años, sin necesariamente alterar
el lazo diplomático entre ambos países (Klein, 2008, p. 71).
Esta investigación busca responder la pregunta de por qué la República
Popular de China no rompió relaciones con el régimen de Pinochet como
lo hizo la Unión Soviética y gran parte del Pacto de Varsovia. También se
pretende ahondar en qué aspectos esta situación representa un cambio
fundamental en la política exterior de China. Junto a la RPC, Rumania y
Yugoslavia mantuvieron sus legaciones diplomáticas en Chile (Valenzuela y
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Valenzuela, 1986, p. 317). Hacia los años setenta, estos tres países socialistas
seguían políticas exteriores independientes, con relaciones más cercanas a los
países de Asia, África y América Latina. No obstante, solo la RPC profundizó
sus intercambios económicos, políticos y científicos con la dictadura cívicomilitar chilena (Matta, 1991, p. 356).
China mantuvo y posteriormente potenció sus relaciones con el
régimen militar chileno por dos razones estructurales: el proyecto políticodiplomático y el proyecto económico. El primero corresponde a la proyección
internacional de la RPC posterior a su ingreso en las Naciones Unidas,
marcado por la expansión de su reconocimiento diplomático como único
representante de China, la defensa del principio de no intervención en asuntos
internos de otros países, la oposición al “social-imperialismo” de la URSS,
el apoyo a una unión del Tercer Mundo, las relaciones diplomáticas no
ideológicas, la defensa mutua de reclamaciones territoriales y la cooperación
científica en la antártica (Rajan, 1987, p. 57; Xu, 2006, p. 96). En cuanto al
proyecto económico, se refiere al interés que China desarrolló en la reforma
económica chilena, especialmente a partir de 1978, cuando la política de
reforma y apertura —gaige kaifang— buscó el desarrollo económico capitalista
sin perder el control del Estado (Cheng y Sun, 2006, p. 26).
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Los significativos cambios observados en el manejo diplomático de la
República Popular de China desde 1972 hicieron posible la aceptación de
un régimen militar anticomunista en Chile, desvinculándose de la tendencia
general entre los países socialistas (Matta, 1991, p. 355; Pérez Le-Fort, 2006,
p. 130). Para los líderes chinos, la narrativa tercermundista prevaleció por
sobre la estrategia de “inclinarse a un costado” —yibiandao—; Asia, África
y América Latina emergieron como terceros actores donde nuevas visiones
sobre el desarrollo comenzaron a surgir (Han, 1987, p. 254). A la postre, el
experimento neoliberal chileno se convirtió en objeto de interés para China,
que a fines de los años ochenta lanzó la política de reforma y apertura —
gaige kaifang—. El Partido Comunista de China, ávido de un proyecto de
modernización que no pusiera en riesgo su hegemonía, abrazó las reformas
de libre mercado, sin relajar el control político (Klein, 2008, p. 185).
Las relaciones sino-chilenas son parte integral de un sistema más grande
y complejo de cooperación. Cualquier análisis de sus relaciones bilaterales
debe comenzar desde la plataforma de lazos regionales en América Latina,
cuya condición trascendente es la insondable posición histórica de Estados
Unidos; incluso, debido a la extensión temporal del presente estudio,
debe considerarse el impacto de la Unión Soviética, tanto en el ámbito
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político como ideológico. De esto se desprende que el sustrato teórico de la
investigación sea más bien sistémico y fundamentalmente crítico.
Es innegable que la República Popular de China (RPC) desempeña
un rol gravitante en el sistema de poder internacional hoy en día, incluso
como una fuerza productiva avanzada en la presente división internacional
del trabajo y la producción (Arrighi, 2007, pp. 351–352). En la misma forma
que muchos teóricos críticos y del sistema-mundo han señalado, hay una
tendencia notable de un realineamiento del centro económico, cultural e
incluso político global hacia el Este (Li, 2008, pp. 14-15). Esta aproximación
resulta fundamental para entender la transición de la diplomacia china en
el contexto más amplio de desarrollo del capitalismo global y el rol que
desempeñó, desempeña y desempeñará en esta transición.
El valor de esta investigación radica en un abordaje crítico y sistémico
de las relaciones sino-chilenas. De esta forma, se trata de proponer un nuevo
entendimiento de la política china hacia América Latina, rescatando la
lectura hecha por los chinos mismos. Entre más se sepa sobre la perspectiva
China y su relación con la región, mejores posibilidades tendrán los pueblos
latinoamericanos para fortalecer lazos con el gigante asiático, y así poder
sentar las bases de un nuevo sistema de relaciones basado en el respeto
mutuo, la cooperación y el desarrollo.
1.
Marco histórico
Las relaciones entre China y América Latina pueden rastrearse desde
los tiempos del Galeón de Manila, que en el siglo xvi llevaba oro y plata
extraído de las colonias españolas hacia Filipinas. Al retorno, acarreaban
bienes, entre ellos, seda y especies desde el Imperio Ming (1368-1644) (Pérez
Le-Fort, 2006, pp. 124-125). Una memoria vívida del periodo son los pesos
mexicanos —también llamado dólar español—, uno de los instrumentos
más extendidos para intercambio internacional de mercancías, que aún hoy
ocupa un espacio relevante en la exhibición permanente del Museo Nacional
de China, en el ala oeste de la emblemática plaza de Tian’anmen. Ese es
precisamente el testimonio material más evidente de una larga historia de
interacción.
Durante la dinastía Qing (1644-1911), una significativa masa de
trabajadores chinos arribó a las costas de América Latina. La mayor parte de
estos culíes fueron contratados por gobiernos y terratenientes para trabajar en
labores intensivas, como extracción de guano, construcción de caminos y en
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plantaciones. Estas actividades solían ser rechazadas por pobres e indígenas
libres, generando un vacío productivo que amenazaba con estancar la
economía local. Para el caso peruano, el punto de inflexión se dio en 1840,
con la introducción masiva de trabajadores chinos, especialmente en la
producción de guano. A pesar de que los inmigrantes firmaron contratos antes
de viajar, estos no solían ser respetados por la parte contratante, generando
que los trabajadores chinos terminaran en condición de esclavitud, al punto
de registrarse trabajos forzados, encadenados y sin salario (Matthew, 1977,
p. 40).
Fue gracias a la guerra de 1879, que enfrentó a Chile contra la
confederación de Perú y Bolivia, que estos culíes chinos pudieron ser
finalmente liberados. Su colaboración con el Ejército chileno sobre el
territorio peruano probó ser un elemento clave de inteligencia y logística.
Como resultado, las zonas de Arica e Iquique fueron anexadas al territorio
chileno, y precisamente debido a su alta concentración de población china,
se mantienen hasta el presente como los principales centros de intercambio
entre ambos países (Segall, 1967, p. 56).
40 ]
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Las relaciones diplomáticas bilaterales fueron formalmente establecidas
el 15 de diciembre del 1970, durante el gobierno de Salvador Allende.
Este fue el último paso de un largo trayecto seguido por ambos países. Zhu
Xiangzhong, embajador de China en Chile entre 1990 y 1995, señala que
el 18 de febrero de 1915 el embajador chileno en Inglaterra se reunió con
el representante chino en Londres y firmaron el Tratado de amistad sinochileno —zhongzhi tonghao tiaoyue—. Este acto puramente formal fue
posteriormente confirmado mediante el acuerdo comercial de 1946 entre
ambos países, en el que Chile propuso el intercambio de salitre y cobre
por mercancías chinas. Debido a la guerra civil en el país asiático y los
problemas logísticos, así como el hecho de que ninguno de los dos países
poseía suficientes embarcaciones para comercio transpacífico, el primer
intento de relación económica directa debió ser pospuesto hasta julio de
1947, cuando se logró enviar veinte mil toneladas de salitre y una tonelada
de madera hacia puerto chino. En retorno, la contraparte envió soja, maní,
seda, té, alfombras y variadas artesanías (Zhu, 2009, p. 201).
Tras el establecimiento de la República Popular de China en octubre
de 1949, Chile mantuvo sus lazos diplomáticos con el gobierno republicano
que había emigrado a la isla de Taiwán. En vista de las circunstancias, la
RPC desplegó una política de “diplomacia popular”, promoviendo relaciones
de amistad y desarrollando intercambios culturales y económicos entre
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los pueblos, lo que eventualmente podría llevar a la formalización de las
relaciones diplomáticas estatales (Xu, 2006, p. 103). Entre 1950 y 1959, hubo
varias visitas de personalidades chilenas a China: el poeta Pablo Neruda fue
invitado como asistente a las celebraciones del día nacional en 1951; el líder
socialista Salvador Allende visitó el país en 1954; y el renombrado artista
plástico José Venturelli pasó una buena parte de su vida en medio de la elite
política y cultural de Beijing. Estos contactos informales paulatinamente
decantaron en instituciones formales, como por ejemplo, la fundación del
Instituto Chileno Chino de Cultura el 1 de octubre de 1952, que apuntaba
a profundizar la amistad mutua y el vínculo cultural (Sha, Yang, Jiao y
Sun, 1986, p. 278). Nueve años más tarde, Chile aceptó la presencia de
representantes de la Oficina de Prensa de la Corporación de Importación y
Exportación de la República Popular de China, renombrada en 1965 como la
Oficina de Asesoría Comercial del Consejo para la Promoción del Comercio
Internacional de China —zhongguo guoji maoyi cujin weiyuanhui—.
En 1970, Salvador Allende asumió como Presidente de Chile. Ya antes
de ganar las elecciones había instruido a su futuro ministro de Relaciones
Exteriores, Clodomiro Almeyda, de consultar con Ling Ping, representante
comercial de China en Santiago, acerca de los pasos a seguir para el
establecimiento de las relaciones diplomáticas. Para discutir una propuesta
de comunicado conjunto, en diciembre del mismo año Enrique Bernstein,
embajador de Chile en Francia, se reunió en París con su contraparte
china, el diplomático Huang Chen. El comunicado final fue firmado el 15
de diciembre de 1970, y en él la parte chilena reconocía al gobierno de
la República Popular China como el único gobierno legítimo de China,
rechazando la reivindicación de soberanía por parte del gobierno de Taiwán.
En consecuencia, una vez publicado en el Diario Oficial, el 5 de enero de
1971, los representantes taiwaneses en Santiago raudamente retornaron sus
credenciales y dejaron el país (Matta, 1991, p. 351).
A pesar de que la revolución china no constituyó un referente político
sustancial para la izquierda chilena en general, el rol de Salvador Allende
como presidente del Instituto Chileno Chino de Cultura y su visita a Beijing
en 1954 fueron eventos fundamentales en el desarrollo de la necesaria
confianza mutua. Al otro lado del Pacífico, los comunistas chinos veían con
escepticismo la experiencia de la “vía chilena al socialismo”. La insistencia
de la izquierda tradicional chilena por asumir la vía democrática en función
de la estabilidad política y social, y el compromiso firmado por el presidente
Allende por respetar la constitución y las leyes nacionales no hacían mucho
sentido en la visión marxista china. El Partido Comunista de China conocía
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muy bien las dificultades para conquistar y asegurar el poder revolucionario,
y eran capaces de ver la imagen general de las contradicciones y amenazas
en el proyecto chileno. El primer ministro Zhou Enlai fue enfático en sus
declaraciones sobre la revolución en Chile. En una entrevista con el periódico
mexicano Excelsior (1971, septiembre 6, p. 1) señaló que “La elección no
consolida el poder por sí sola. Todo gobierno debe contar con su propia
Fuerza Armada, democrática o proletaria, que lo asegure en el poder”. Aún
más, en distintas ocasiones insistió en que la vía chilena era demasiado
ambiciosa, rápida y que no contaba con los medios necesarios para oponerse
al imperialismo americano (Matta, 1991, p. 354; Zhu, 2005).
La historia confirmó las sospechas de Zhou Enlai. El 11 de septiembre
de 1973, las fuerzas combinadas del Ejército, la Aviación, la Armada y la
Policía atacaron la casa de Gobierno y desplegaron su violencia contra la
población desarmada. De ahí en adelante, bajo liderazgo del general Augusto
Pinochet se consolidó una dictadura cívico-militar de diecisiete años que llevó
al país por una ruta muy distinta. La lectura sobre la situación que realizó el
viceministro chino Qiao Guanhua fue muy elocuente sobre la posición que
asumió su gobierno. En su comunicado se señala que:
El Presidente Allende ofreció su vida en su cargo. Expresamos nuestras
más profundas condolencias por su muerte heroica, y al mismo tiempo,
consideramos necesario recordar cuán dañina es la absurda teoría de
la transición pacífica para las luchas revolucionarias anti-imperialistas
que los pueblos de Asia, África y América Latina han seguido. Esta
teoría ha sido promovida por una de las superpotencias: la URSS (Pérez
Le-Fort, 2006, p. 131).
42 ]
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2.
El golpe frente al mundo
El golpe militar chileno sacudió a la comunidad internacional. En el
campo socialista, la Unión Soviética inmediatamente canceló sus relaciones
diplomáticas con el nuevo gobierno en Chile. No obstante, solo tres países
socialistas mantuvieron a sus representantes en el país: la República Federal
Socialista de Yugoslavia, la República Socialista de Rumania y la República
Popular de China. En el caso de Yugoslavia, el país se había distanciado de
la línea soviética desde su expulsión del Cominform en 1948, nutriendo
su economía a través de intercambios con países en desarrollo de Asia,
África y América Latina. Hacia 1961, Yugoslavia se convirtió en uno de los
países fundadores del Movimiento de Países No Alineados, consolidando
la independencia de su política exterior. Rumania, en cambio, se opuso a la
división del trabajo al interior de la Comecon tras su reactivación en 1955.
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Dichos planes relegaban al país a la explotación de recursos naturales, lo cual
se oponía a su propia proyección como una nación socialista industrializada
(Valenzuela y Valenzuela, 1986, p. 317).
Tanto Yugoslavia como Rumania recibieron comunistas chilenos en
el exilio, no así China (Angell, 2013, pp. 66-69; Montalva y Navia, 2007,
p. 4). Para muchos sectores de la izquierda chilena tradicional, la decisión
china resultaba muy difícil de entender, toda vez que los intercambios
políticos, económicos y culturales se habían expandido durante el gobierno
de Salvador Allende.
A pesar de que China comenzó siendo muy cautelosa en la forma
de llevar sus relaciones con la dictadura chilena, es posible evidenciar una
transformación radical tras la implementación de la política de reforma y
apertura —gaige kaifang—, manifestándose en un incremento drástico del
comercio bilateral, cooperación y visitas oficiales precisamente desde 1978
(Cheng y Sun, 2006, p. 25; Jiang, 2001, p. 20). La antinomia subyacente aquí
se plantea en términos de soberanía y dependencia, en donde la condición
común de ser naciones tercermundistas y en desarrollo actuó —y sigue
actuando— como la narrativa fundacional de unas relaciones particularmente
saludables entre ambos países. Sin embargo, al menos discursivamente, la
aproximación de China hacia la dictadura militar chilena debió ser cautelosa,
toda vez que la imposición de la voluntad autoritaria, la violencia política
y la recurrente violación de los derechos humanos hacían cada vez más
resonancia en la comunidad internacional (Cheng y Sun, 2006, p. 25).
En función de comprender la contradicción aparente desde el punto
de vista chino, esto es, constituir una comunidad política autoritaria pero
aun así restringir su relación hacia otras entidades similares, se necesita
entender cómo los líderes en Beijing interpretaban la realidad del momento.
Según el embajador chino en Santiago de Chile entre 1990 y 1995, Zhu
Xiangzhong, la situación internacional de los años setenta experimentó un
cambio profundo. El estatus de la República Popular de China en el sistemamundo estaba mejorando progresivamente, hasta el punto de convertirse en
el único y legítimo representante de China en la Naciones Unidas en 1971. En
febrero del siguiente año, el presidente estadounidense Richard Nixon visitó
Beijing, conduciendo el inicio de la normalización de las relaciones entre
ambos países. Esta visita sirvió igualmente como un mensaje positivo hacia
América Latina, que estando tradicionalmente bajo la sombra de la política
exterior de Washington, percibió el acercamiento como una luz verde para
formalizar relaciones diplomáticas con el país asiático (Zhu, 2009, p. 201).
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3.
Una explicación de la reacción china
Chile ha cultivado una larga relación de conocimiento y cooperación
mutua con China. Como ya se señaló, los contactos bilaterales desde los años
cincuenta, a pesar de ser principalmente simbólicos, fueron muy significativos
para ambos lados. Por una parte, Chile apoyó las reclamaciones territoriales
de China, y también fue muy activo en la promoción de la cultura china y su
presencia en la región; en retribución, China apoyó la defensa chilena sobre
las doscientas millas náuticas de aguas territoriales (Pérez Le-Fort, 2006, p.
130) e igualmente proveyó de ayuda humanitaria durante los días de escasez
en el gobierno de Salvador Allende.
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Sin perjuicio de lo anterior, el elemento central tras las decisiones en
la política exterior china era su necesidad de oponerse a la Unión Soviética.
Tras la muerte de Stalin en 1953, Nikita Khrushchev comenzó a mostrar una
aproximación más cercana y cálida con China. El carácter de las relaciones
sino-soviéticas entre 1953 y 1955 se fundó en la cooperación bilateral para
contribuir a la reconstrucción económica de China y promover su posición
internacional (Chen, 2007, p. 106); sin embargo, la alianza prontamente se
rompió debido a la intensificación del debate teórico, y la insistencia china
por avanzar en su programa nuclear. En 1956, Nikita Khrushchev realizó una
crítica a la carrera política de Stalin en su discurso en el Vigésimo Congreso
del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). La forma en que
calificó su liderazgo fue considerada como injusta por los camaradas chinos.
Estas sospechas se sumaban a las reclamaciones por control soberano de la
ruta ferroviaria del noreste de China, financiada por la Unión Soviética. La
lectura del momento fue que el nuevo secretario general del PCUS estaba
traicionando la revolución y entregándose al revisionismo y al socialimperialismo, lo cual desencadenó una serie de acusaciones que distanciaron
a ambos países y la llamada polémica de la línea general en el Movimiento
Comunista Internacional (Garver, 1993, p. 64).
Los comunistas chinos criticaban a su contraparte rusa por intentar
eliminar el legado de Stalin, y al mismo tiempo perseguir una política
intervencionista en Hungría. En respuesta, el Partido Comunista de China
fortaleció su línea política, insistiendo en la necesidad de mantener la
revolución permanente. Esta narrativa más radical, que sirvió para argumentar
las campañas del gran salto adelante y de la revolución cultural, entre otras, se
erguía en contradicción con el principio de coexistencia pacífica promovido
por la Unión Soviética (Garver, 1993, p. 59).
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Una distinta interpretación del marxismo y su aplicación para el
desarrollo del Estado socialista complicó profundamente las relaciones entre
ambos países. El distanciamiento alcanzó un punto crítico en los años sesenta,
cuando la URSS rechazó el apoyo al programa nuclear chino y retiró a sus
científicos del país asiático. Al mismo tiempo, apoyó a India en su disputa
territorial con la RPC. Para 1969, enfrentamientos fronterizos entre China y
la Rusia soviética consolidaron el quiebre absoluto entre ambos países. A
partir de este punto, la Unión Soviética fue acusada de “social-imperialista”,
convirtiéndose en la mayor contradicción —y amenaza— para China en el
periodo, al menos hasta la primera mitad de los años ochenta (Chen, 2007,
pp. 83-84).
Había una clara intención por parte de China de expandir su
influencia en América Latina, particularmente después del alineamiento
de Cuba con la Unión Soviética (Matta, 1991, p. 350). La mayor parte
de los países latinoamericanos que establecieron relaciones diplomáticas
con la RPC lo hicieron después de la visita oficial de Richard Nixon a
Beijing, lo cual demuestra la condición secundaria de China en la región,
frente a una presencia político-cultural comparativamente más fuerte de
la tendencia prosoviética entre los partidos comunistas latinoamericanos.
Consecuentemente, desde una visión pragmática, la dictadura chilena era
en esencia tan antisoviética —o incluso más— como las autoridades chinas
(Matta, 1991, p. 355). En este sentido, bajo la doctrina china de subyugar
todas las políticas ante la contradicción principal del periodo, la relación
con una dictadura anticomunista del Tercer Mundo no era necesariamente
conflictiva, precisamente porque ambos tenían un enemigo en común.
Es importante anotar que esta política no fue una decisión consensuada,
ya que existen reportes que hablan sobre la presión ejercida por ciertos
grupos al interior del Partido Comunista de China para truncar las relaciones
diplomáticas con Chile, mientras otros preferían esperar y observar el curso
a seguir por la Junta Militar (Matta, 1991, p. 355). Esto explica la ausencia
de una declaración oficial desde Beijing reconociendo al nuevo régimen y,
al mismo tiempo, por qué el recientemente nombrado embajador de la RPC
en Chile, Xu Zhongfu, dejó el país a la espera de nuevas instrucciones. A la
postre, la dirigencia china se acogió a los Cinco principios de la coexistencia
pacífica —heping gongchu wuxiang yuanze—,1 cuya aplicación sirvió para
Política empleada por la RPC para resolver su conflicto con India en 1954. En 1955 fue presentada
por China en la Conferencia de Bandung, instancia con la cual el país buscaba defender la autonomía
de los pueblos, proteger la paz mundial y establecer un gran hito en la lucha por el progreso de la
humanidad. Los Cinco principios son: a) respeto mutuo de la soberanía territorial; b) no agresión; c)
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mantener las relaciones con Chile, y paralelamente ganarse la crítica por
parte de la Unión Soviética (Zhu, 2009, p. 202).
Esta actitud demuestra uno de los cambios más fundamentales en el
carácter de la política exterior china: la transición de unas relaciones centradas
en lo ideológico a otras centradas en lo pragmático, fundamentalmente de
carácter comercial. En este sentido, el Gobierno chino fue muy cuidadoso
en sus acercamientos con Pinochet. Chile tomó la iniciativa cuando en 1975
comenzó a considerar una aproximación con los países del Pacífico, bajo la
premisa de tolerancia ideológica (Pérez Le-Fort, 2006, p. 132). La intención
fue bien recibida: primero, el magnate chileno Ricardo Claro visitó Beijing
en calidad de embajador extraordinario y plenipotenciario en 1975, donde
discutió sobre asuntos económicos con altas autoridades de la RPC. Dos años
más tarde, China concedió un crédito por 62 millones de dólares al régimen
cívico-militar chileno; posteriormente, en 1978, Hernán Cubillos, ministro
de Relaciones Exteriores, visitó China, concretando la firma de acuerdos para
el intercambio militar y cultural.
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El proceso de reforma y apertura en China vino a confirmar el comienzo
de una nueva era en el país que, desde el punto de vista de su política
exterior, se manifestó en el fin de relaciones de tipo político-ideológicas y
su cambio por unas de enfoque comercial. Esto se evidencia en el análisis
del flujo comercial bilateral entre 1970 y 1980 (véase tabla 1). El periodo
correspondiente al gobierno de Salvador Allende experimentó un crecimiento
sustancial de exportaciones hacia China, particularmente de cobre y otros
minerales, mientras que las importaciones desde el país asiático fueron
considerablemente más bajas, inaugurando una era de balance comercial
positivo para Chile, en detrimento de su contraparte asiática.
En 1974 se alcanza el punto máximo de exportaciones chilenas, mientras
que las importaciones de la contraparte china prácticamente desaparecieron.
Lo primero se explica a través de la finalización de ciertos contratos relativos
a materias primas asumidos en el periodo anterior, mientras que lo segundo
se justifica en el reabastecimiento espontáneo del comercio local posterior al
golpe militar. El resto de la década evidencia que las relaciones comerciales
nunca fueron realmente truncadas. En el caso de las exportaciones chilenas, se
mantuvo una relativa baja intensidad de transacciones que exponencialmente
se rehabilitó como consecuencia de la política de reforma y apertura. En
no interferencia en los asuntos domésticos; d) igualdad y beneficio mutuo; y e) coexistencia pacífica
(Han, 1987, pp. 79-80).
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cuanto a las importaciones chinas, la tendencia es similar. Hay una recaída
significativa en el momento inmediatamente posterior al golpe militar, que
progresivamente comienza a levantarse hacia 1978.
Tabla 1. Comercio entre China y Chile, 1970-1980 (millones de US$).
Año
1971
1972
1973
1974
1975
1976
1977
1978
1979
1980
Importación
desde China
1.56
13.38
12.65
1.01
2.91
1.30
2.90
6.02
10.67
19.60
Exportación
hacia China
13.35
62.78
102.24
110.11
29.70
31.60
14.61
38.66
86.41
121.65
Intercambio
total
14.91
76.16
114.89
111.12
32.61
32.90
17.51
44.68
97.08
141.25
Balance
comercial
11.79
49.40
89.59
109.10
26.79
30.30
11.71
32.64
75.74
102.05
Fuente: elaborado a partir de Lu (2006).
Tabla 2. Comercio entre China y Chile, 1981-1990 (millones de US$).
Año
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
Importación
desde China
36.19
14.00
77.00
10.25
22.00
18.11
52.51
51.53
55.48
57.72
Exportación
hacia China
53.44
92.12
95.58
130.59
116.33
96.72
85.41
95.28
105.24
15.94
Intercambio
total
89.63
106.12
103.28
140.84
138.33
114.83
137.92
146.81
160.72
73.66
Balance
comercial
7.25
78.12
18.58
120.34
94.33
78.61
32.90
43.75
49.76
41.78
Fuente: elaborado a partir de Lu (2006).
Entre los años 1981 y 1990, ambos inclusive, (véase tabla 2),
correspondientes al desarrollo del neoliberalismo en Chile, las exportaciones
hacia China vieron una tendencia sinusoidal de crecimiento, mientras que
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47 ]
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las importaciones comenzaron a remontar significativamente a partir de
1986. Este año, simultáneamente, marca el momento en que la crisis de la
deuda golpea a los países latinoamericanos, sacudiendo sus economías; sin
embargo, observando el intercambio total, la tendencia es relativamente
estable, lo cual puede interpretarse como un guiño de relaciones bilaterales
saludables, incluso si la balanza comercial seguía siendo negativa para la RPC.
El nuevo régimen en Chile estaba dispuesto a apoyar las reclamaciones
territoriales de China, especialmente aquellas sobre Taiwán y Tíbet, y fue
especialmente respetuoso del principio de no interferencia en los asuntos
domésticos, posiblemente esperando apoyo recíproco en asuntos similares
después del distanciamiento diplomático de la comunidad internacional
contra el Chile de Pinochet. Para China, el aislamiento diplomático de Taiwán
era fundamental para el mantenimiento de relaciones con otros países, cuyas
bases debían hacer mención explícita de la aceptación de la existencia de
“una China”. En este sentido, la RPC no gozaba de mucho espacio de acción,
considerando que un quiebre de relaciones con Chile podría significar un
restablecimiento de la diplomacia entre Santiago y Taipéi, perdiendo un
apoyo importante en una región históricamente más cercana a la isla (Jiang,
2001, p. 20).
48 ]
[ 888
En un tono similar, la RPC apoyó los reclamos territoriales del Gobierno
chileno sobre la Antártida. Esto permitió que, gracias a la asistencia de
Chile, China pudiera establecer su primera base científica, la Estación
Gran Muralla, que inició funciones el 20 de febrero de 1985, ubicada
precisamente en el territorio chileno antártico (Montalva y Navia, 2007,
p. 4). Raudamente, los científicos chinos comenzaron a investigar en las
áreas de oceanografía, cubriendo los mares sureños y el océano Antártico,
y desarrollaron importantes investigaciones en torno a la meteorología, la
aeronomía, la geofísica, la geología, la geomorfología, la biología, la física
marina, la química marina y la hidrología (Rajan, 1987, p. 57).
Las tropas chilenas estacionadas en la zona no solo ayudaron a construir
las instalaciones, sino que también asistieron a los chinos con el transporte
de provisiones y equipamiento.2 Es precisamente por experiencias como
Aludiendo a una nota personal, mi padre visitó dos veces la Estación Gran Muralla, en 1987 y 1993.
Él cumplía funciones como enfermero naval en Punta Arenas, y en ambas ocasiones partió en visitas
amistosas para revisar la condición en que se encontraban, conversar y compartir con sus camaradas
chinos. En una de aquellas visitas, mi padre desarrolló una amistad esporádica con uno de los soldados
asiáticos, el cual le regaló una interesante piocha con forma de flor de loto, de brillante color verde,
inscrita en su cara exterior con dos caracteres: youhao, “amistad”. Esta anécdota personal es el reflejo
2
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estas que la relevante relación entre China y Chile, entendida como una
realidad específica a la condición de países del Tercer Mundo, no debería ser
tomada con liviandad. La búsqueda por el desarrollo económico y el respeto
irrestricto de los Cinco principios ayudó a construir un marco político hábil
para el mantenimiento de relaciones diplomáticas bajo cualquier condición.
Aun más importante, estos principios fueron establecidos por China como
respuesta a su aislamiento diplomático y la necesidad de conectarse con otros
países en desarrollo, que no necesariamente se habían alineado con alguna
de las dos grandes potencias. En consecuencia, a pesar de las diferencias
ideológicas y políticas, China y Chile encontraron que no había limitaciones
para la cooperación económica y social de mutuo beneficio.
En una mirada más profunda, China manifestó cierto interés en las
nuevas reformas que la dictadura chilena estaba implementando. Wang Jie
(1984), en su balance de la primera década del golpe militar, señala: “Pinochet
no es solo un soldado, sino también un político. Las políticas llevadas a cabo
en los primeros diez años de su mandato han probado que él no representa
el sentido tradicional de un ‘caudillo’, pero de un nuevo tipo de dictadura
militar, también conocida como régimen militar capitalista” (p. 24).
4.
La lectura china de la reforma chilena
Wang Jie (1984) se refiere a la esencia misma de la nueva dictadura,
no solo en Chile, pero ampliada a toda América Latina y, posteriormente,
a todo el globo. Los gobiernos militares no eran una novedad en la región,
pero la mayor parte de ellos tomaban el poder en función de la protección
de la identidad nacional y la soberanía; por tanto, eran fundamentalmente
nacionalistas y desarrollistas. En este último punto, la naturaleza del régimen
de Pinochet era absolutamente distinta y contradictoria, esto es, divorciar
nacionalismo de desarrollismo, pero aún más, imponer por la fuerza la radical
ideología económica del neoliberalismo.
En consecuencia, Pinochet recibió conforme el llamado Ladrillo, un
documento de quinientas páginas que detallaba el programa económico
desarrollado por chilenos graduados de la Escuela de Economía de la
Universidad de Chicago. La existencia de un régimen cívico-militar en el país
respondía de forma idónea a las teorías de Milton Friedman (Klein, 2008,
p. 5) para la implementación del libre mercado, que supone el uso de una
perfecto de las relaciones sino-chilenas en el momento: una asociación de confianza mutua que
estratégicamente puso sus diferencias a un lado para avanzar sus intereses en el terreno internacional.
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[ 888
49 ]
Pablo Ignacio Ampuero Ruiz
terapia de choque, ya sea una dictadura militar, un fenómeno de convulsión
social, desastres naturales, entre otros, que generen una consciencia de
vulnerabilidad colectiva (pp. 52, 63). De esta forma, la población tiene mayor
capacidad de resiliencia ante la implementación de políticas radicales de
liberalización del mercado. El neoliberalismo, o el capitalismo de la Escuela
de Chicago, desconfía del Estado y niega su responsabilidad social, por tanto,
se opone a la idea tradicional del Estado desarrollista (Harvey, 2007, p. 2;
Klein, 2008, p. 137).
50 ]
[ 888
Después de la muerte de Mao, y con Deng Xiaoping como nuevo
líder, la dirigencia del Partido se sentía muy ansiosa sobre la inestabilidad del
sistema pos revolución cultural. En consecuencia, la necesidad de crecimiento
económico acelerado se vislumbraba como la única vía de escape. Tal como
menciona Naomi Klein (2008, p. 283), y demostrado por la evidencia histórica,
China vio positivamente lo que estaba ocurriendo en Chile con la versión
local de reforma y apertura económica. Deng Xiaoping estaba absolutamente
comprometido en la tarea de “modernizar” la economía y convertirla en una
basada en corporaciones, tanto que en 1980 su gobierno invitó a Milton
Friedman para dar una serie de conferencias en Beijing y Shanghái. Cientos
de oficiales de alto nivel, académicos y economistas estaban presentes. Era
una posición cómoda para el Gobierno chino, considerando que Friedman
sostenía que las libertades políticas son incidentales, incluso innecesarias, en
comparación con la libertad de comercio sin restricciones (Klein, 2008, p.
283). Este divorcio entre capitalismo y democracia parecía estar funcionando
bien para Chile.
En particular, la valoración china de la reforma chilena se centró en
cuatro puntos clave. Primero, la importancia de la presión política para forzar
control social. Pinochet hizo uso del recurso de estado de emergencia para
proscribir partidos políticos y restringir acciones sociales, y al mismo tiempo,
se apoyó en el ejército para asegurar su hegemonía. Este estilo estricto de
administración de la política y la sociedad, como ha sido señalado por varios
autores, fue el elemento central que aseguró el desarrollo económico de
Chile (Klein, 2008, pp. 154-155; Wang J., 1984, pp. 25-26).
En segundo lugar, la promoción de la política de privatización y el auge
de la economía chilena. A pesar que el gobierno chino ha reconocido que
la clave para lograr estabilidad política radica fuertemente en el desarrollo
económico, la vía de los Chicago Boys fue criticada por ser muy radical, rauda
y desconectada de la realidad local; sin embargo, la dirigencia china admiraba
los efectos positivos de la menor presencia estatal y de la privatización de
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ciertos sectores de la economía. Al mismo tiempo, acordaron disminuir el
gasto fiscal para así incrementar los ahorros, lo cual últimamente ayudaría
a fortalecer la hegemonía, abrir el país y aumentar la riqueza (Wang S. Y.,
1986, p. 28).
Tercero, el cambio positivo de la opinión pública y la lucha por
reconocimiento diplomático. El Gobierno chino vio con buenos ojos cómo
Chile recibía cada vez más atención de la comunidad internacional debido
a su estatus económico. No es un misterio que líderes mundiales de la
época como Margaret Thatcher estuvieron particularmente interesados en
el régimen de Pinochet. A la postre, tanto Ronald Reagan como la Dama de
Hierro aplicaron programas económicos similares en sus respectivos países.
Eventualmente, China se benefició de las ventajas de la reforma económica
y de mayor reconocimiento diplomático, cuyas consecuencias probaron
ser positivas para su propio desarrollo nacional (Cheng y Sun, 2006, p. 25).
Finalmente, la forma en que Pinochet manejó las contradicciones
del sistema y las crisis que surgieron. La sociedad chilena bajo la dictadura
estaba muy lejos de ser armoniosa, el activismo social y las crisis económicas
tuvieron gran presencia, especialmente en la segunda mitad de los años
ochenta; en consecuencia, había un interés por parte de los economistas
neoliberales, como de los chinos, de observar las capacidades de manejo de
crisis del Gobierno chileno. En este sentido, la rígida estructura del Estado
autoritario probó ser efectiva, en cuanto que hacía posible la ejecución de
respuestas radicales y aceleradas sin preocuparse de la aceptación social ni
de la crítica política (Cheng y Sun, 2006, pp. 25-26). A pesar de que China
criticó las violaciones a los derechos humanos en los países de América
Latina, esta parecía balancearse con los éxitos de “milagro económico” que
ha mejorado la vida de miles de personas. Dicha visión ha quedado impresa
en la narrativa china sobre la dictadura militar chilena, como muestra el
ejemplo de un artículo publicado por la agencia Xinhua con ocasión de la
muerte de Pinochet: “durante sus 17 años de mandato, la economía chilena
se ha desarrollado significativamente. Sin embargo, más de 3.000 personas
desaparecieron o fallecieron, y 28.000 fueron encarcelados” (Yao, 2006,
diciembre 10).
Conclusiones
La dictadura militar chilena coincidió con el eje transicional en la política
china. Las nuevas líneas ideológicas promovidas por la RPC —consolidación
diplomática, oposición a la Unión Soviética, promoción de relaciones con
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[ 888
51 ]
Pablo Ignacio Ampuero Ruiz
países del Tercer Mundo y búsqueda por el desarrollo económico— ayudaron
a conformar un marco de política exterior crecientemente pragmático. En
consecuencia, cuando la Junta Militar se proclamó anticomunista, que en
términos geopolíticos significaba antisoviética, y valoró sus posibilidades
estratégicas en el océano Pacífico, China comprendió que no había conflicto
de intereses, muy por el contrario, eran perfectamente complementarios.
En el frente político-diplomático, las relaciones sino-chilenas se
beneficiaron enormemente del apoyo mutuo en reclamaciones territoriales
y el respeto de los Cinco principios. Desde la perspectiva china, Chile se
convirtió en un socio importante para la defensa de Taiwán y Tíbet como
partes integrales del territorio de la República Popular de China; asimismo,
esta amistad fue clave para el lanzamiento de su programa científico en la
Antártida, incluso, Santiago fue la posición de avanzada para la estrategia
diplomática del país asiático en la región. Esta narrativa ha sido reafirmada
constantemente por ambas partes aludiendo a los “cuatro primeros” de la
relación bilateral. Entre ellos, el apoyo chileno para el acceso de la República
Popular de China a la OMC y la firma del tratado de libre comercio han sido
transcendentales pasos en la reemergencia global de China después de la
Guerra fría.
52 ]
[ 888
En el área económica, debido al desarrollo limitado de la economía
chilena, esta se sustentaba fundamentalmente en la exportación de recursos
naturales, especialmente cobre, salitre y otros minerales, posteriormente
incluyendo papel, frutas y vino. En retorno, China envía a Chile productos
manufacturados. Considerando la escala, dicho flujo comercial ha ayudado a
alimentar la maquinaria industrial china, tanto como a abrir nuevos mercados
para posicionar sus productos manufacturados. Al mismo tiempo, gracias a
la mayor integración de las economías latinoamericanas, Chile ha servido
como plataforma de conexión para otros países en la región, tales como
Argentina y Brasil.
En términos generales, las relaciones sino-latinoamericanas han
transitado desde contactos socioculturales hasta cooperación económica
oficial. Esta transición ha sido especialmente buena para la región, que
mayormente ha mantenido un balance comercial positivo frente a China.
Sin embargo, la tarea fundamental de conocimiento mutuo ha sido pasada
por alto, especialmente por parte de América Latina, lo cual ha limitado las
posibilidades de mejores y más amplias oportunidades de cooperación.
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En suma, las experiencias latinoamericanas no han sido ajenas a la
emergencia de China en el sistema internacional. No se debe reducir el
carácter de sus relaciones a un fenómeno puramente económico, sino que
hay un trasfondo cultural y político relevante que es necesario evaluar. Tal
como demuestra el caso aquí expuesto, el desarrollo político y económico
de la dictadura cívico-militar chilena sirvió como caso de estudio para la
modernización de la RPC bajo Deng Xiaoping. Una revisión de fenómenos
similares en la historia diplomática puede ayudar a entender mejor el
presente y futuro de las relaciones entre China y América Latina, tanto como
a interpretar mejor qué significa nuestra región para la contraparte asiática.
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