"La diplomacia española ante el reto de la Diplomacia Digital".

Prólogo del libro
José Manuel García-Margallo y Marfil
MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES Y COOPERACIÓN
Al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación he sido testigo de
cambios sustantivos en la geoestrategia mundial. A nadie se le escapa que estamos en
un momento de grandes y aceleradas transformaciones en las que los europeos nos
jugamos mucho: la defensa de nuestros valores, el proyecto común, el bienestar de las
generaciones futuras, nuestro peso en la economía mundial, y nuestra influencia y
protagonismo para encauzar la agenda internacional. Pero quizá resulta menos evidente
que la transformación de los equilibrios de poder es, en su mayor parte, deudora de la
actual revolución tecnológica.
Desde mi llegada actué convencido de que había que potenciar la diplomacia pública
española. El conjunto de percepciones que nos identifican ante nosotros mismos y ante
los demás tiene una fuerza – es fuente de poder – que estamos aprendiendo a reconocer,
a gestionar y hasta a cuantificar. Pero los impactos de esta nueva era digital en la acción
exterior no se detienen en la diplomacia pública. Van más allá de las reflexiones sobre
nuestro “soft power”. Tienen que ver también con la capacidad para adaptarnos
rápidamente al futuro, de modernizar nuestros métodos y mentalidades, de hacernos
más dúctiles para seguir siendo conductores relevantes de una acción exterior cada vez
más democratizada, sensible a los acontecimientos y horizontal.
Así, hace poco, en otro libro, reflexionaba sobre los efectos de la globalización en la
acción exterior española y sobre sus consecuencias para nuestros embajadores y
cónsules. Sólo la negociación internacional y la gestación de respuestas globales pueden
hacer frente a los nuevos retos. Donde todo es ahora, cuando las fronteras se desdibujan
gracias a la instantaneidad y a la interconexión de los individuos, no hay duda de que las
diplomacias también deben ser repensadas.
No estamos más que al principio de esa reflexión y la diplomacia digital ya ha
cobrado, en estos dos años escasos, entidad en sí misma.
Ha sido para mí una orientación constante que nuestros representantes en el exterior
tuvieran mayor protagonismo en la comunicación, mayor cercanía e interlocución. Por
un lado, debemos gestionar la confianza de nuestros ciudadanos en sus administraciones
y acoger la creciente participación social; por otro, nadie mejor que nuestros
representantes diplomáticos para llegar a los públicos de terceros países. Y para ambas
cosas las nuevas tecnologías resultan fundamentales.
Con el objetivo de trasladar a lo virtual lo que somos en el mundo real, a partir de
2015 aceleramos el paso para constituir y conformar los contornos de una presencia
informativa y de comunicación digitales como no ha existido antes. Resultaba
sorprendente nuestra ausencia hasta entonces, ya que las diplomacias de nuestro entorno
habían desarrollado estrategias sobre la importancia creciente de las redes sociales para
la labor diplomática y consular, en algún caso con grandes medios y sofisticación. Es
más, resultaba incomprensible que el corazón del Ministerio viviera de espaldas a esa
realidad ya asumida con toda naturalidad por sus organismos dependientes como el
Instituto Cervantes y la AECID. Si el 45% de la población mundial es menor de 24 años
y vive conectada a las redes sociales, la comunicación online ha de ser, a partir de
ahora, una tarea regular y obligatoria de nuestras oficinas en el exterior; puesto que las
administraciones no elegimos el canal: debemos estar allí donde estén los ciudadanos.
En este libro, un conjunto de autores, diplomáticos y expertos, reflexionan con
libertad sobre estos cambios recientemente introducidos en los departamentos centrales,
y que serán la base para futuros desarrollos. Explican qué hemos hecho y por qué lo
hemos creado así.
Esta diplomacia digital, desplegada en un tiempo récord y sin apenas presupuesto,
tiene su inspiración en lo que han hecho otros países, pero también es fruto de una
reflexión y de objetivos propiamente nuestros: la mayor transparencia y agilidad de los
servicios diplomático y consular, la ambición de ser referente de diplomacia digital en
español, o el establecimiento de 28 embajadas “hub” a las que se solicita un mayor
activismo como garantes de una visibilidad imprescindible en todas las regiones del
planeta, son algunos de sus rasgos característicos.
Como les he dicho a los embajadores de España en alguna ocasión, estoy convencido
de que como política del Ministerio que ya es, la diplomacia digital debe trascender
consideraciones ideológicas o personales, y también calendarios a corto plazo, para
convertirse en una vanguardia para la mejora y modernización de la administración
pública. Así me gustaría que la vieran los lectores de este libro puesto que, más que en
respuesta a una directriz política, esta diplomacia digital se ha gestado por impulso de
los propios funcionarios y funcionarias que vieron en ella un cauce de apertura y
acercamiento.
Diciembre de 2015