Permacultura Hacia una cultura permanente del cuidado de la

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Permacultura
Hacia una cultura permanente del cuidado de la Tierra
Juana Nalú Castellanos García*
Lo que hay en el mundo basta para satisfacer las necesidades de todos, pero no la
codicia de algunos.
Mahatma Gandhi
*Diseñadora
de Permacultura e investigadora social.
Linea de
Participación
de la Subdirección Educativa
y Cultural,
Jardín Botánico
José Celestino
Mutis.
Siguiendo su etimología, el concepto permacultura es la contracción de
dos términos: cultura y permanente.
Pero para entender su significado, es
necesario describir cómo y porqué se
llegó a adoptar este término, el cual
identifica hoy en día, a una red en expansión de personas y colectivos que
trabajan por un cambio hacia una cultura permanente o sostenible.
La permacultura surgió en Australia
durante la década de los setenta, y es
fruto del encuentro entre el biólogo
Bill Mollison y el ecólogo David Holmgren. Para ambos era evidente que el
sistema económico dominante, cuyo
modelo de producción está basado
en la extracción ilimitada de los recursos naturales, es el fundamento de la
progresiva crisis social y ambiental. A
mediados de los setenta, ya eran desastrosos los problemas derivados de
la dependencia energética de los combustibles fósiles y del incremento del
calentamiento global. En este sentido,
la permacultura nació en principio,
como una necesidad de transformar el
modo de vida imperante, caracterizado por el consumo irresponsable y la
degradación ambiental.
Frente a una cultura basada en la ganancia material y la productividad a
corto plazo, la permacultura propone
una transformación hacia una cultura
sostenible en el largo plazo donde lo
que prima es el respeto hacia todas las
formas de vida en el planeta. Esto como
respuesta al modo de vida que ha sido
posible por la imposición de una civilización que durante más de quinientos
años, ha destruido ecosistemas, atacado la diversidad y desaparecido culturas
y etnias por completo.
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La permacultura también retoma el origen del término cultura, que proviene
del latín y que significa cultivo, pues el
modo como un grupo humano produce
sus alimentos, determina su modo de
vida y su cultura (entendida a grandes
rasgos, como el conjunto de saberes,
prácticas, creencias y medios materiales que los grupos humanos desarrollan para resolver sus necesidades).
Es así como el término permacultura
también significa e implica una agricultura permanente, en oposición a la
agricultura convencional que degrada
los suelos (por el uso indiscriminado
de fertilizantes y plaguicidas sintéticos)
y afecta la biodiversidad (implantando
monocultivos y creando especies genéticamente modificadas). De hecho, la
práctica de la permacultura comenzó
con la búsqueda de sistemas agrícolas
productivos que tuvieran la diversidad,
estabilidad y resiliencia de un ecosistema natural.
Esta búsqueda implicó la experimentación de diversas prácticas de cultivo y
manejo de suelos, agua y energía, que
llevaron a David Holmgren a escribir, en
1978, un primer texto titulado Permaculture One. El libro es un análisis que
integra algunas de las perspectivas de
la agricultura orgánica y biodinámica, el
paisajismo y la ecología profunda. Holmgren estableció una serie de relaciones entre estas disciplinas y las agrupó
en un nuevo sistema de diseño, que es
como actualmente se entiende la permacultura. Aunque en este libro se hace
referencia al de Russell Smith Tree crops:
A permanent agriculture, publicado originalmente en 1929, la principal fuente
de inspiración de Holmgren fueron los
trabajos del ecologista estadounidense Howard T. Odum sobre la dinámica
energética.
La edición del libro de Holmgren tuvo
una gran repercusión en varios activistas del ambiente, quienes comenzaron a
diseñar sistemas bajo los principios que
plantea la permacultura y a enriquecerlos a partir de sus propias experiencias.
En este sentido, la permacultura no se
constituye como un método único para
ser replicado indistintamente en cualquier ecosistema, sino que insiste en la
creación de diseños que están sustentados en una visión holística que integre la
interacción y adaptación constante a los
ciclos de la naturaleza, la imitación de los
sistemas y patrones naturales y una postura ética de respeto frente a la Tierra y
todas las manifestaciones de la vida.
Es por esto que la permacultura es mucho más que una serie de prácticas y técnicas aplicadas al diseño de ecosistemas
sustentables. Al reconocer que no es posible transformar la cultura sin transformar la manera cómo nos relacionamos
entre nosotros y sin rescatar los saberes
y prácticas de pueblos ancestrales que
durante milenios han mantenido una relación más saludable con su entorno, la
permacultura desarrolló tres principios
éticos: Cuidar la tierra, Cuidar la gente,
Y compartir los excedentes, en términos
de relaciones humanas que estén basadas en el apoyo mutuo y la cooperación .
Estos principios éticos articulados a doce
principios de diseño, son el fundamento
de la permacultura. De los principios de
diseño, es importante subrayar que en
permacultura se diseña buscando la conexión e interacción entre los elementos
de un sistema y no en función de la introducción de una mayor cantidad de éstos.
Conexión significa ubicación en el lugar correcto, pues el diseño establece
relaciones de cooperación entre los
elementos para que las necesidades de uno, sean satisfechas
por los desechos o excesos de
otro elemento.
Según estas conexiones se establece la ubicación de cada componente. Del mismo modo, la
permacultura aprovecha todos
los recursos, agrupa la mayor
cantidad de funciones en cada
elemento del paisaje y la mayor
cantidad de elementos que sean
posibles en cada espacio vertical
y horizontal.
A través de la cuidadosa observación de los patrones naturales
y las características de un lugar
particular, se pueden discernir
por etapas los métodos óptimos
para integrar la vivienda y los
sistemas de energía con plantaciones de árboles, plantas comestibles, animales silvestres y
acuicultura. Las plantaciones se
diseñan optimizando el aprovechamiento del agua y del sol,
moderando el viento, y también
se construyen espejos de agua
y otros elementos para aprovechar la gran diversidad de actividad biológica en la interacción
de los ecosistemas. Cualquier
diseño de permacultura tiene
como objetivo, el establecimiento de los denominados «bosques comestibles» o «jardines
comestibles» en los cuales se
emplean asociaciones particulares de árboles, enredaderas perennes, arbustos y plantas rastreras, que se nutren y protegen
mutuamente.
En permacultura, todos los recursos tienen una ventaja o una
desventaja, según el uso que se
haga de ellos; lo importante es
diseñar asumiendo las desventajas como oportunidades. Por
ejemplo, si hay grandes rocas
justo donde se quiere ubicar
una vivienda, en lugar de verlas
como un problema, se las integra al diseño de la casa, aprovechando su capacidad para
almacenar calor. Eso significa
que en permacultura lo que se
prioriza es la imaginación y la
creatividad, pues éstas son las
que definen la funcionalidad de
un sistema; más allá del tamaño del terreno, o de la capacidad de inversión de capital. En
este sentido, para la permacultura la mayor fuente de inspiración es la propia manera en
que funcionan las cosas en la
naturaleza.
De la naturaleza también, la permacultura retoma las relaciones
de cooperación y las replica a las
relaciones humanas. Como anotamos, ningún cambio cultural
será posible si no cambiamos la
manera de interrelacionarnos
entre nosotros mismos. Es por
esto que la permacultura insiste
en la transformación hacia sistemas culturales y sociales que
se basan en relaciones humanas
con un profundo sentido de lo
colectivo. La organización social
en comunidades intencionales,
permite que el bienestar general, esté protegido de los intereses particulares (a diferencia de
la sociedad actual que se fundamenta en el individualismo).
En palabras de David Holmgren:
«[…] la creatividad humana y
su flexibilidad para adaptarse a
circunstancias cambiantes, es
el mejor activo que tenemos.
Aunque no tenemos el poder
de reescribir las leyes de la
termodinámica que limitan y
dan forma a las realidades humanas, sí tenemos una capacidad notable para remodelar
nuestra concepción individual
y colectiva de la realidad, en
maneras que faciliten la evolución cultural en vez de obstaculizarla […] Las estrategias de
la permacultura para generar
economías comunitarias que
rescatan el regalo, la ofrenda
y el trueque, son ejemplos de
cómo podemos diseñar el intercambio apropiado de bienes y servicios, en los sistemas
resilientes que están creciendo
en la periferia de la cultura industrial en decadencia.»
Más que palabras, esto ha sido
una realidad para Cuba. Desde
la década de los años noventa,
se viene poniendo a prueba la
capacidad de la permacultura
como una alternativa posible a
la cultura de la dependencia del
petróleo y el consumismo, que
puede transformar y mejorar la
calidad de vida de miles de personas. Tras el derrumbe de la
Unión Soviética, Cuba dejó de
recibir toda la energía que prácticamente alimentaba a la isla.
A pesar de la crisis, un grupo de
permacultores inició el diseño de
sistemas sostenibles basados en
energías renovables y en el poder
de la comunidad. Después de un
tiempo, estos sistemas comenzaron a proveer comida, energía
y vivienda a un gran número de
pobladores y también a reforzar
los vínculos entre vecinos, quienes comenzaron a experimentar
nuevos retos al tener que compartir comunitariamente tanto el
trabajo como los excedentes. De
hecho, no es casualidad que hoy
en día, Cuba sea uno de los países donde más se ha desarrollado la permacultura en el mundo
tanto a nivel rural como urbano.
A partir de la experiencia cubana
y de otro tipo de experiencias de
menor escala, la permacultura se
viene practicando, enseñando y
compartiendo, no sólo como una
posibilidad concreta de transitar
hacia una nueva cultura de vida
permanente, resiliente al cambio
climático y al pico del petróleo,
sino también como un arte: el
arte de curar la Tierra.
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