POETAS ESPAÑOLES DEL SIGLO XX (antología)

POETAS ESPAÑOLES
DEL SIGLO XX
(antología)
2ºde
BACHILLERATO
Antonio Machado (1975), Juan Ramón (1881), Lorca (1898), Alberti (1902),
Cernuda (1902), Miguel Hernández (1910), Blas de Otero (1916), Ángel
González (1925), Miguel d’Ors (1946), Sánchez Rosillo (1948), Jon
Juaristi(1951), Amalia Bautista (1962).
ANTONIO MACHADO
1.
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
- la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón".
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada".
2
Era una mañana y abril sonreía.
Frente al horizonte dorado moría
la luna, muy blanca y opaca; tras ella,
cual tenue ligera quimera, corría
la nube que apenas enturbia una estrella.
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Como sonreía la rosa mañana
al sol del Oriente abrí mi ventana;
y en mi triste alcoba penetró el Oriente
en canto de alondras, en risa de fuente
y en suave perfume de flora temprana.
Fue una clara tarde de melancolía
Abril sonreía. Yo abrí las ventanas
de mi casa al viento... El viento traía
perfume de rosas, doblar de campanas...
Doblar de campanas lejanas, llorosas,
suave de rosas aromado aliento...
... ¿Dónde están los huertos floridos de rosas?
¿Qué dicen las dulces campanas al viento?
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Pregunté a la tarde de abril que moría:
¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
La tarde de abril sonrió: La alegría
pasó por tu puerta —y luego, sombría:—
Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.
3.En medio de la plaza y sobre tosca piedra,
el agua brota y brota. En el cercano huerto
eleva, tras el muro ceñido por la hiedra,
alto ciprés, la mancha de su ramaje yerto.
La tarde está cayendo frente a los caserones
de la ancha plaza en sueños. Relucen las vidrieras
con ecos mortecinos de sol. En los balcones
hay formas que parecen confusas calaveras.
La calma es infinita en la desierta plaza,
donde pasea el alma su traza de alma en pena.
El agua brota y brota en la marmórea taza.
En todo el aire en sombra no más que el agua suena.
(Soledades)
4. RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debeisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
5. A ORILLAS DEL DUERO
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. —Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
6. POR TIERRAS DE ESPAÑA
El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
7. EL DIOS IBERO
Igual que el ballestero
tahúr de la cantiga,
tuviera una saeta el hombre ibero
para el Señor que apedreó la espiga
y malogró los frutos otoñales,
y un "gloria a ti" para el Señor que grana
centenos y trigales
que el pan bendito le darán mañana.
“Señor de la ruïna,
adoro porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
hacia la tierra un corazón blasfemo.
¡Señor, por quien arranco el pan con pena,
sé tu poder, conozco mi cadena!
¡Oh dueño de la nube del estío
que la campiña arrasa,
del seco otoño, del helar tardío,
y del bochorno que la mies abrasa!
¡Señor del iris, sobre el campo verde
donde la oveja pace,
Señor del fruto que el gusano muerde
y de la choza que el turbión deshace,
tu soplo el fuego del hogar aviva,
tu lumbre da sazón al rubio grano,
y cuaja el hueso de la verde oliva,
la noche de San Juan, tu santa mano!
¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza!
¡Señor, Señor: en la voltaria rueda
del año he visto mi simiente echada,
corriendo igual albur que la moneda
del jugador en el azar sembrada!
¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,
con doble faz de amor y de venganza,
a ti, en un dado de tahúr al viento
va mi oración, blasfemia y alabanza!"
Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó caminos en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.
¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra
más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte?
¿No dio la encina ibera
para el fuego de Dios la buena rama,
que fue en la santa hoguera
de amor una con Dios en pura llama?
Mas hoy... ¡Qué importa un día!
Para los nuevos lares
estepas hay en la floresta umbría,
leña verde en los viejos encinares.
Aún larga patria espera
abrir al corvo arado sus besanas;
para el grano de Dios hay sementera
bajo cardos y abrojos y bardanas.
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
hombres de España, ni el pasado ha muerto,
no está el mañana -ni el ayer- escrito.
¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda
al hombre ibero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda.
8. UN LOCO
Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesta su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
Huye de la ciudad... Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza—
hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
—¡carne triste y espíritu villano!—.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.
9. PASCUA DE RESURRECCIÓN
Mirad: el arco de la vida traza
el iris sobre el campo que verdea.
Buscad vuestros amores, doncellitas,
donde brota la fuente de la piedra.
En donde el agua ríe y sueña y pasa,
allí el romance del amor se cuenta.
¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
atónitos, el sol de primavera,
ojos que vienen a la luz cerrados,
y que al partirse de la vida ciegan?
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!.
Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,
y escriben en las torres sus blancos garabatos.
Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
Entre los robles muerden
los negros toros la menuda hierba,
y el pastor que apacienta los merinos
su pardo sayo en la montaña deja.
10. A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
11. A JOSÉ MARÍA PALACIO
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...
12. DEL PASADO EFÍMERO
Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión, que no es tristeza,
sino algo más y menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondriaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.
(Campos de Castilla)
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Nueva antolojía poética.
Col. Biblioteca Clásica y Contemporánea. Ed. Losada. Buenos Aires, 1974. 5ª edición.
1. Yo no volveré. Y la noche
tibia, serena y callada,
dormirá el mundo, a los rayos
de su luna solitaria.
Mi cuerpo no estará allí,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca
preguntando por mi alma.
No sé si habrá quien me aguarde
de mi doble ausencia larga,
o quien bese mi recuerdo,
entre caricias y lágrimas.
Pero habrá estrellas y flores
y suspiros y esperanzas,
y amor en las avenidas,
a la sombra de las ramas.
Y sonará ese piano,
como en esta noche plácida,
y no tendrá quien lo escuche
pensativo, en mi ventana.
Arias tristes (1902-1903)
2. En este mismo valle de plata y de verdura,
como las mariposas volaron mis amores;
en este mismo valle, más tarde, mi amargura
vio negro el sol, sangrientas las aguas y las flores.
Hoy, al pisar, después de tanto claro día,
este suelo de sol, de cristal y de rosas
la nube del dolor enluta mi armonía,
los vientos son de sangre, negras las mariposas.
Dolor, dolor, ¿en qué rincón del alma anidas,
pájaro torvo y lúgubre de noches y de inviernos,
que aun por las flores, con las palomas heridas
asomas el rencor de tus ojos eternos?
Elejías (1907-1908)
3. DESNUDOS
Por el mar vendrán
las flores del alba
--olas, olas llenas
de azucenas blancas--,
el gallo alzará
su clarín de plata.
--...¡Hoy!, te diré yo,
tocándote el alma.—
¡Oh, bajo los pinos,
tu desnudez malva,
tus pies en la tierna
yerba con escarcha,
tus cabellos, verdes
de estrellas mojadas!
--...Y tú me dirás,
huyendo: ¡Mañana!—
Levantará el gallo
su clarín de llama,
y la aurora plena,
cantando entre granas,
prenderá sus fuegos
en las ramas blandas...
--¡Hoy!, te diré yo,
tocándote el alma.—
¡Oh, en el sol nacido,
tus doradas lágrimas,
los ojos inmensos
de tu cara maga,
evitando, ardientes,
mis negras miradas!
--Y tú me dirás,
huyendo: ¡Mañana!—
Arte menor (1909)
4. El tren arranca, lentamente. El pueblo viejo
tiene en sus grandes casas, sucias y silenciosas,
una opaca, doliente y suave claridad,
perdido entre las gasas azules de la aurora.
Se ven calles sin nadie, con las puertas cerradas;
un reló da una hora desierta y melancólica,
y, en una pared última, cerca del llano verde,
vacila polvorienta, una triste farola.
Llovizna. Algunas gotas mueren en el cristal.
Los molinos de viento son vagamente rosas.
Huye más el paisaje... Y la ciudad se pierde
allá en el campo inmenso, que un sol difícil dora.
...Desde el lecho, abrazados, sin nostaljia y sin frío,
fundiendo en una sola las ascuas de sus bocas,
dos amantes habrán oído, como en sueños,
este tren lento, largo de cansancio y de sombra.
Melancolía (1910-1911)
5. CLAVEL
Cierro los ojos, y hundo toda mi vida cálida
en el clavel rosado, embriagador y fresco;
y, en un vano delirio de anhelos y de esencias
me parece, mujer, que es que te estoy oliendo.
Por las hojas, rizadas, como bucles de carne,
yerran, dolientemente, yo no sé qué misterios
de sabor que me diste, de color que te vi,
sabor de amor en llama, color de crudo fuego.
¡Sí, toda tú retornas a la estancia callada,
y, desnuda, infinita, te acercas un momento;
yo, cerrados los ojos, salida el alma toda,
como llegando al cielo último, huelo, huelo!...
Después el olor ya no huele más, se aspira
el revés del olor, hecho ya yermo aquello,
...y es como un marchitarse de pétalos brumosos,
cuando, tras el clavel, te vas desvaneciendo.
Libros de amor (1911-1912)
6. HORA INMENSA
Sólo turban la paz una campana, un pájaro...
Parece que los dos hablan con el ocaso.
Es de oro el silencio. La tarde es de cristales.
Mece los frescos árboles una pureza errante.
Y, más allá de todo, se sueña un río límpido
que, atropellando perlas, huye hacia lo infinito.
¡Soledad! ¡Soledad! Todo es claro y callado...
Sólo turban la paz una campana, un pájaro...
El amor vive lejos... Sereno, indiferente,
el corazón es libre. Ni está triste, ni alegre.
Lo distraen colores, brisas, cantos, perfumes...
Nada como en un lago de sentimiento inmune...
Sólo turban la paz una campana, un pájaro...
¡Parece que lo eterno se coje con la mano!
El silencio de oro (1911-1913)
7. NADA
A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento.
Subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.
Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento...
Mas ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?
--¡Nada, sí, nada, nada!... –O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío...—
Que tú eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
...¡y soy yo sólo el pensamiento mío!
Sonetos espirituales (1914-1915)
8. VÍSPERA
Ya, en el sol rojo y ópalo del muelle,
entre el viento lloroso de esta tarde
caliente y fresca de entretiempo,
el barco, negro, espera.
--Aún, esta noche tornaremos
a lo que ya casi no es nada
(adonde todo va a quedarse
sin nosotros),
infieles a lo nuestro.
Y el barco espera.—
Decimos: ¡Ya está todo!
Y los ojos se vuelven, tristemente,
buscando no sé qué, que no está con nosotros,
algo que no hemos visto
y que no ha sido nuestro,
¡pero que es nuestro porque pudo serlo...! ¡Adiós!
¡Adiós! ¡Adiós! ¡Adiós a todas partes, aún sin irnos
y sin querernos ir y casi yéndonos!
...Todo se queda con su vida,
que ya se queda sin la nuestra.
¡Adiós, desde mañana –y ya sin casa—
a ti, y en ti, ignorada tú, a mí mismo,
a ti que no llegaste a mí, aun cuando corriste,
y a quien no llegué, aunque fui de prisa
--¡qué triste espacio en medio!—
...Y lloramos, sentados y sin irnos,
y lloramos, ya lejos, con los ojos, mares,
contra el viento y el sol, que luchan, locos.
Diario de un poeta reciencasado (1916)
9.Sé bien que soy tronco
del árbol de lo eterno.
Sé bien que las estrellas
con mi sangre alimento.
Que son pájaros míos
todos los claros sueños...
Sé bien que, cuando el hacha
de la muerte me tale,
se vendrá abajo el firmamento.
Eternidades (1916-1917)
10. CUESTA ARRIBA
¡Inmenso almendro en flor,
blanca la copa en el silencio pleno de la luna,
el tronco negro en la quietud total de la sombra,
cómo, subiendo por la roca agria a ti,
me parece que hundes tu troncón
en las entrañas de mi carne,
que estrellas con mi alma todo el cielo!
Piedra y cielo (1917-1918)
FEDERICO GARCÍA LORCA
Antología poética. Ed. Losada.
1. BALADA INTERIOR
16 de julio de 1920 (Vega de Zujaira)
El corazón
que tenía en la escuela
donde estuvo pintada
la cartilla primera,
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío,
como el agua
del río.)
El primer beso
que supo a beso y fue
para mis labios niños
como la lluvia fresca,
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío,
como el agua
del río.)
Mi primer verso,
la niña de las trenzas
que miraba de frente,
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío,
como el agua
del río.)
Pero mi corazón
roído de culebras,
el que estuvo colgado
del árbol de la ciencia,
¿está en ti,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
Mi amor errante,
castillo sin firmeza,
de sombras enmohecidas,
¿está en ti,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
¡Oh gran dolor!
Admites en tu cueva
nada más que la sombra.
¿Es cierto,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
¡Oh corazón perdido!
¡Requiem aeternam!
(Libro de poemas. 1921)
2. BALADILLA DE LOS TRES RÍOS
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
3. SORPRESA
Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol,
madre!
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.
Que muerto se quedó en la calle,
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie.
(Poema del cante jondo, 1921-22)
4. CANCIÓN DEL JINETE
(1860)
En la luna negra
de los bandoleros,
cantan las espuelas.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
...Las duras espuelas
del bandido inmóvil
que perdió las riendas.
Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!
En la luna negra
sangraba el costado
de Sierra Morena.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
La noche espolea
sus negros ijares
clavándole estrellas.
Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!
En la luna negra,
¡un grito! y el cuerno
largo de la hoguera.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
(Canciones. 1921-24)
5. PRECIOSA Y EL AIRE
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
*
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
--Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
*
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes!
*
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos,
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
6. REYERTA
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.
*
El juez con guardia civil
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente
--Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
*
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
de los heridos jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite..
7. ROMANCE SONÁMBULO
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
*
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento´
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
*
--Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando
desde los puertos de Cabra.
--Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
--Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
*
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.
*
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
--¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
dónde está tu niña amarga?
--¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
*
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
(Romancero gitano. 1924-1927)
8. LA SANGRE DERRAMADA
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro,
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¿Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
(Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. 1935)
9. CASIDA DE LAS PALOMAS OSCURAS
Por las ramas del laurel
vi dos palomas oscuras.
La una era el sol,
la otra la luna.
Vecinitas, les dije:
¿Dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el sol.
En mi garganta, dijo la luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha era ninguna.
Aguilitas, les dije:
¿Dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el sol.
En mi garganta, dijo la luna.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas desnudas.
La una era la otra
y las dos eran ninguna.
(Diván del Tamarit. 1936)
10. NOCHE DEL AMOR INSOMNE
Noche arriba los dos, con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios; las quejas mías,
momentos y palomas en cadena.
Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.
La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.
Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.
(Sonetos del amor oscuro. 1936)
11. CORRIDA DE TOROS EN RONDA
Amparo:
En la corrida más grande
que se vio en Ronda la vieja
cinco toros de azabache
con divisa verde y negra.
Yo pensaba siempre en ti.
Yo pensaba: Si estuviera
conmigo mi triste amiga,
¡mi Marianita Pineda!
Las niñas venían gritando
sobre pintadas calesas,
con abanicos redondos
bordados de lentejuelas.
Y los jóvenes de Ronda,
sobre jacas pintureras,
los anchos sombreros grises
calados hasta las cejas.
La plaza con el gentío
(calañés y altas peinetas)
giraba como un zodíaco
de risas blancas y negras.
Y cuando el gran Cayetano
cruzó la pajiza arena
con traje color manzana
bordado de plata y seda,
destacándose gallardo
entre la gente de brega
frente a los toros zaínos
que España cría en su tierra,
parecía que la tarde
se ponía más morena.
¡Si hubieras visto con qué
gracia movía las piernas!
¡Qué gran equilibrio el suyo
con la espada y la muleta!
¡Mejor, ni Pedro Romero
toreando a las estrellas!
Cinco toros mató, cinco,
con divisa verde y negra.
Con la punta de su estoque,
cinco flores dejó abiertas,
y a cada instante rozaba
los hocicos de las fieras
como una gran mariposa
de oro con alas bermejas.
La plaza, al par que la tarde,
vibraba fuerte, sangrienta,
y entre el olor de la sangre
iba el olor de la sierra.
(Mariana Pineda. 1924)
12. ROMANCE DE LA TALABARTERA
Zapatero (señalando con la varilla):
En un cortijo de Córdoba,
entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero
con una talabartera.
Ella era mujer arisca,
él hombre de gran paciencia,
ella giraba en los veinte
y el pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían!
Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido
con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
Cuando movía las faldas
en tiempos de Primavera
olía toda su ropa
a limón y a hierbabuena.
¡Ay, qué limón, limón
de la limonera!
¡Qué apetitosa
talabartera!
Ved cómo la cortejaban
mocitos en su presencia
en caballos relucientes
llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa
que pasaba por la puerta
haciendo brillar, alegre,
las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno
bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido
clava en el cuero la lezna.
Esposo viejo y decente
casado con joven tierna,
qué tunante caballista
roba tu amor en la puerta.
Un lunes por la mañana
a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra
los juncos y madreselvas,
cuando alegremente bailan
brisa y tomillo en la sierra
y van cayendo las verdes
hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes
la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando
una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
--Niña, si tú lo quisieras,
cenaríamos mañana
los dos solos, en tu mesa.
--¿Y qué harás de mi marido?
--Tu marido no se entera.
--¿Qué piensas hacer? –Matarlo.
--Es ágil. Quizá no puedas.
¿Tienes revólver?--¡Mejor!
¡Tengo navaja barbera!
--¿Corta mucho? –Más que el frío.
Y no tiene ni una mella.
--¿No has mentido? –Le daré
diez puñaladas certeras
en esta disposición,
que me parece estupenda:
cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda,
otra en semejante sitio
y dos en cada cadera.
--¿Lo matarás en seguida?
--Esta noche cuando vuelva
con el cuero y con las crines
por las curvas de la acequia.
(La zapatera prodigiosa. 1930)
13. ORACIÓN DE LAS PENITENTES
María
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
Mujer 2ª
Sobre tu carne marchita
florezca la rosa amarilla.
María
Y en el vientre de tus siervas
la llama oscura de la tierra.
Coro de mujeres
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
(Se arrodillan)
Yerma
El cielo tiene jardines
con rosales de alegría,
entre rosal y rosal
la rosa de maravilla.
Rayo de aurora parece,
y un arcángel la vigila,
las alas como tormentas,
los ojos como agonías.
Alrededor de sus hojas
arroyos de leche tibia
juegan y mojan la cara
de las estrellas tranquilas.
Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita.
(Se levantan)
Mujer 2ª
Señor, calma con tu mano
las ascuas de su mejilla.
Yerma
Escucha a la penitente
de tu santa romería.
Abre tu rosa en mi carne
aunque tenga mil espinas.
Coro
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
Yerma
Sobre mi carne marchita,
la rosa de maravilla.
(Yerma. 1935)
RAFAEL ALBERTI
Canto de siempre. Selecciones Austral, nº 69.
Poemas del destierro y de la espera. Selecciones Austral, nº 20.
1. EL MAR MUERTO
I
Mañanita fría.
¡Se ha muerto el mar!
La nave que yo tenía
ya no podrá navegar.
-Mañanita fría,
¿lo amortajarán?
-Los pueblos de tu ribera
-naranja del mediodía-,
entre laureles y olivas.
-Mañanita fría,
¿quién lo enterrará?
-Marinero, tres estrellas
muy dulces: las Tres Marías.
II
No sabe que ha muerto el mar
la esquila de los tranvías
-tirintín- de la ciudad.
No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!
Ni tú, joven vaquerillo,
que llevas tus dos vaquitas
tan de mañana a ordeñar.
No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!
(Marinero en tierra. 1924)
2. MADRIGAL DEL PEINE PERDIDO
Nana
I
¡Ea, mi amante, ea,
ea la ea!
¡El peinecillo tuyo,
qué verde era!
Perdiste el peinecillo,
ea la ea,
mi amante,
que era de vidrio.
El peinecillo tuyo,
ea la ea,
que era de vidrio verde,
mi amante,
ea.
II
Mañanita, despeinada,
mañanita.
¿Y cómo iré yo a la misa
despeinada?
Dirá la Virgen María:
¿Cómo vienes a la misa
despeinada?
Duerme,
que en el mar, huerto perdido,
va y viene, amante, tu peine,
por los cabellos, mi vida,
de una sirenita verde.
De una verde sirenita,
que se los peina a la orilla,
mientras la orilla va y viene.
Duerme, mi amante,
porque va y viene.
(La Amante, 1925)
3. LA ENCERRADA
1
Tu padre
es el que, dicen, te encierra.
Tu madre
es la que guarda la llave.
Ninguno quiere
que yo te vea,
que yo te hable,
que yo te diga que estoy
muriéndome por casarme.
2
Sin que te sienta tu madre,
salte por la puerta falsa
y vente a los olivares.
Tu calle va recta al campo.
Escondido, en la cuneta,
te espero con mi caballo.
Te enseñaré los caminos
que van rodando a los mares,
amor, si vienes conmigo.
Si vienes, amor, si vienes
sin que lo sepa tu madre,
sin que su padre se entere.
3
Porque tienes olivares
y toros de lidia fieros,
murmuran los ganaderos
que yo no vengo por ti,
que vengo por tus dineros.
4
Lo sabe ya todo el pueblo.
Lo canta el sillero.
Lo aumenta
el barbero.
Lo dice el albardonero.
Y el yegüero
lo comenta
en las esquinas con el mulero.
Lo cuenta
el carpintero al sepulturero.
¿Lo saben ya hasta los muertos!
¡Y tú, sin saberlo!
(El alba del alhelí, 1925-1926)
4. SUEÑO DE LAS TRES SIRENAS
Nácares de la luna ya olvidados,
las verdes colas de las tres sirenas,
que huyendo de la mar y sus pescados,
cortas las faldas, cortas las melenas,
reinas del viento, los celestes bares
solicitan en tres hidros alados.
¡Qué amarga ya la menta de los mares!
¡Gloria al vapor azul de los licores
y al sonoro cristal de los vasares!
¡Lejos los submarinos comedores!
¡Honor a los seráficos fruteros
del Paraíso añil de los amores!
Bajo las ondas, novios marineros,
nunca más, ni por playas y bahías,
los pescadores y carabineros.
Sí por hoteles y confiterías,
alfiler de sol puro en la corbata,
ángeles albos de las neverías.
No en el estío de la mar, regata
de balandros, sino por el cielo,
un automóvil de marfil y plata,
un hidroplano de redondo vuelo
y, a un patinar de corzas boreales,
la resbalada luna azul del yelo.
Ver cómo en las verbenas siderales,
vírgenes albas, célicos donceles
y flores de los canos santorales
en calesas de vidrios y claveles,
las ternas van a coronar, equinas
del giro de los blandos carruseles.
No más álgidas ferias submarinas,
ni a las damas jugar con los tritones
o al ajedrez con los guardias marinas.
¡Muerte a la mar con nuestros tres arpones!
(Cal y canto, 1926-1927)
5. EL ÁNGEL DESCONOCIDO
¡Nostalgia de los arcángeles!
Yo era...
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe cómo fui.
No me conocen.
Por las calles, ¿quién se acuerda?
Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Dime quién soy.
Y, sin embargo, yo era...
Miradme.
(Sobre los ángeles, 1927-1928)
6. UN FANTASMA RECORRE EUROPA
...Y las viejas familias cierran las ventanas,
afianzan las puertas,
y el padre corre a oscuras a los Bancos
y el pulso se le para en la Bolsa
y sueña por la noche con hogueras,
con ganados ardiendo,
que en vez de trigos tienen llamas,
en vez de granos, chispas,
cajas,
cajas de hierro llenas de pavesas.
¿Dónde estás,
dónde estás?
Los campesinos pasan pisando nuestra sangre.
¿Qué es esto?
--Cerremos,
cerremos pronto las fronteras.
Vedlo avanzar de prisa en el viento del Este,
de las estepas rojas del hambre.
Que su voz no la oigan los obreros,
que su silbido no penetre en la fábricas,
que no divisen su hoz alzada los hombres de los campos.
¡Detenedle!
Porque salta los mares,
recorriendo toda la geografía,
porque se esconde en las bodegas de los barcos
y habla a los fogoneros
y los saca tiznados a cubierta,
y hace que el odio y la miseria se subleven
y se levanten las tripulaciones.
¡Cerrad,
cerrad las cárceles!
Su voz se estrellará contra los muros.
¿Qué es esto?
--Pero nosotros lo seguimos,
lo hacemos descender del viento Este que lo trae,
le preguntamos por las estepas rojas de la paz y del triunfo,
lo sentamos a la mesa del campesino pobre,
presentándolo al dueño de la fábrica,
haciéndolo presidir las huelgas y manifestaciones,
hablar con los soldados y los marineros,
ver en las oficinas a los pequeños empleados
y alzar el puño a gritos en los Parlamentos del oro y de la sangre.
Un fantasma recorre Europa,
el mundo.
Nosotros lo llamamos camarada.
(El poeta en la calle, 1931-1935)
7. CAPITAL DE LA GLORIA
Madrid-Otoño (1936-1938)
1
Ciudad de los más turbios siniestros provocados,
de la angustia nocturna que ordena hundirse al miedo
en los sótanos lívidos con ojos desvelados,
yo quisiera furiosa, pero impasiblemente
arrancarme de cuajo la voz, pero no puedo,
para pisarte toda tan silenciosamente
que la sangre tirada
mordiera, sin protesta, mi llanto y mi pisada.
Por tus desnivelados terrenos y arrabales,
ciudad, por tus lluviosas y ateridas afueras
voy las hojas difuntas pisando entre trincheras,
charcos y barrizales.
Los árboles acodan, desprovistos, las ramas
por bardas y tapiales
donde con ojos fijos espían las troneras
un cielo temeroso de explosiones y llamas.
Capital ya madura para los bombardeos,
avenidas de escombros y barrios en ruinas,
corre un escalofrío al pensar tus museos
tras de las barricadas que impiden las esquinas.
Hay casas cuyos muros humildes, levantados
a la escena del aire, representan la escena
del mantel y los lechos todavía ordenados,
el drama silencioso de los trajes vacíos,
sin nadie, en la alacena
que los biseles fríos
de la menguada luna de los pobres roperos
recogen y barajan con los sacos terreros.
Más que nunca mirada,
como ciudad que en tierra reposa al descubierto,
la frente de tu frente se alza tiroteada,
tus costados de árboles y llanuras, heridos;
pero tu corazón no lo taparán muerto,
aunque montes de escombros le paren sus latidos.
Ciudad, ciudad presente,
guardas en tus entrañas de catástrofe y gloria
el germen más hermoso de tu vida futura.
Bajo la dinamita de tus cielos, crujiente,
se oye el nacer del nuevo hijo de la victoria.
Gritando y a empujones la tierra lo inaugura.
2
¡Palacios, bibliotecas! Estos libros tirados
que la yerba arrasada recibe y no comprende,
estos descoloridos sofás desvencijados
que ya tan sólo el frío los usa y los defiende;
estos inesperados
retratos familiares
en donde los varones de la casa, vestidos
los más innecesarios jaeces militares,
nos contemplan, partidos,
sucios, pisoteados,
con ese inexpresable gesto fijo y oscuro
del que al nacer ya lleva contra su espalda el muro
de los ejecutados;
este cuadro, este libro, este furor que ahora
me arranca lo que tienes para mí de elegía
son pedazos de sangre de su terrible aurora.
Ciudad, quiero ayudarte a dar a luz tu día.
(De un momento a otro, 1934-1939)
8. TORO EN EL MAR
(elegía sobre un mapa perdido)
1
A aquel país se lo venían diciendo
desde hace tanto tiempo.
Mírate y lo verás.
Tienes forma de toro,
de piel de toro abierto
tendido sobre el mar.
(De verde toro muerto)
2
Mira, en aquel país
ahora se puede navegar en sangre.
Un soplo de silencio y de vacío
puede de norte a sur, y sin dejar la tierra,
llevarte.
3
Eras jardín de naranjas.
Huerta de mares abiertos.
Tiemblo de olivas y pámpanos,
los verdes cuernos.
Con pólvora te regaron
y fuiste toro de fuego.
4
Le están dando a este toro
pastos amargos,
yerbas con sustancias de muertos,
negras hieles
y clara sangre ingenua de soldado.
¡Ay, qué mala comida para este toro verde,
acostumbrado a las libres dehesas y a los ríos,
para este toro a quien la mar y el cielo
eran aún pequeños como establo!
(Entre el clavel y la espada, 1939-1940)
9. 1917
Mil novecientos diecisiete.
Mi adolescencia: la locura
por una caja de pintura,
un lienzo en blanco, un caballete.
Felicidad de mi equipaje
en la mañana impresionista.
Divino gozo, la imprevista
lección abierta del paisaje.
Cándidamente complicado
fluye el color de la paleta,
que alumbra al árbol en violeta
y al tronco en sombra de morado.
Comas radiantes son las flores,
puntos las hojas, reticentes,
y el agua, discos transparentes
que juegan todos los colores.
El bermellón arde dichoso
por desposar al amarillo
y erguir la torre de ladrillo
bajo un naranja luminoso.
El verde cromo empalidece
junto al feliz blanco de plata,
mas ante el sol que lo aquilata
renace y nuevo reverdece.
Llueve la luz, y sin aviso
ya es una ninfa fugitiva
que el ojo busca clavar viva
sobre el espacio más preciso.
Clarificada azul, la hora
lavadamente se disuelve
en una atmósfera que envuelve,
define el cuadro y lo evapora.
Diérame ahora la locura
que en aquel tiempo me tenía,
para pintar la Poesía
con el pincel de la Pintura.
(A la pintura, 1952)
10. RETORNOS DEL AMOR EN UNA AZOTEA
Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
dispuestas a zarpar al sol, llevando
como velas las sábanas tendidas.
Otras dan a los campos, pero hay una
que sólo da al amor, cara a los montes.
Y es la que siempre vuelve.
Allí el amor peinaba sus geranios,
conducía las rosas y jazmines
por las barandas y en la ardiente noche
se deshacía en una fresca lluvia.
Lejos, las cumbres, soportando el peso
de las grandes estrellas, lo velaban.
¿Cuándo el amor vivió más venturoso
ni cuándo entre las flores
recién regadas fuera
con más alma en la sangre poseído?
Subía el silbo de los trenes. Tiemblos
de farolillos de verbena y músicas
de los kioscos y encendidos árboles
remontaban y súbitos diluvios
de cometas veloces que vertían
en sus ojos fugaces resplandores.
Fue la más bella edad del corazón. Retorna
hoy tan distante en que la estoy soñando
sobre este viejo tronco, en un camino
que no me lleva ya a ninguna parte.
(Retornos de lo vivo lejano, 1948-1958)
11. VISIÓN DE JUAN PANADERO
1
¡Ay cuánto pus, cuánta podre,
cuánta mefítica charca
y cuántos años salobres!
2
Juan Panadero, dormido,
ve a tanto español que a tumbos
va por un túnel perdido.
3
¿Dónde está la luz? El cielo
se les ha muerto en los ojos
y el alma toda es de yelo.
4
¿Adónde ir? Pensarán
que andan por algún camino...
Y ya ni vienen ni van.
5
¡Qué castigo! Es un desierto
sin sol, sin aire, sin agua...
Un mudo arenal de muertos.
6
Fría ciudad. Por las calles
todos se dicen adiós...
Y no se responde nadie.
7
Ya no hay tardes ni mañanas.
Llueve cal de las esquinas
y cera de las ventanas.
8
¡Qué larga noche! Los muros
se han cerrado como losas
de un gran cementerio oscuro.
9
Mas caminan. Pero son
ciegos difuntos que arrastran
polvo por un callejón.
10
Juan Panadero despierta
y sobre una España viva
ve andar una España muerta.
(Coplas de Juan Panadero, 1949-1979)
12. CANCIÓN 11
Vuelo de mensajería,
calandria fluvial, calandria.
¿No quieres llevarme tú
una carta?
Vuelo de mensajería
para un ruiseñor de España.
Di, calandria.
Verás un jardín y un árbol
que se sube a una ventana.
¿Sí, calandria?
Alguien pena allí esperando
una carta.
Si le preguntas su nombre...
Se llama como él me llama.
¿No quieres llevarme tú
una carta?
Adiós, calandria del río,
americana.
(Baladas y canciones del Paraná, 1954)
13. SI PROIBISCE DI BUTARE INMONDEZZE
Cáscaras, trapos, tronchos, cascarones,
latas, alambres, vidrios, bacinetas,
restos de autos y motocicletas,
botes, botas, papeles y cartones.
Ratas que se meriendan los ratones,
gatos de todas clases de etiquetas,
mugre en los patios, en los muros grietas
y la ropa colgada en los balcones.
Fuentes que cantan, gritos que pregonan,
arcos, columnas, puertas que blasonan
nombres ilustres, seculares brillos.
Y ante tanta grandeza y tanto andrajo
una mano que pinta noche abajo
por las paredes hoces y martillos.
(Roma, peligro para caminantes, 1964-1967)
14
Para algo llegaste, Altair, descendiste
de tu constelación en pleno día.
Nunca bajó una estrella
a enramarse del sol de los olivos,
ni la cal de los pueblos
pasó del blanco puro a ser más blanca
ni el viento de esa noche
a prolongar tu canto más allá de la aurora.
Nunca se vio a una estrella a pie por los caminos,
señalando, prendiendo, iluminando
algo que no esperaba.
Para algo Altair descendió desgajándose
de su constelación aquella noche.
(Canciones para Altair, 1989)
LUIS CERNUDA
La realidad y el deseo[1924-1962]. Ed. Fondo de Cultura Económica.
1
Escondido en los muros
Este jardín me brinda
Sus ramas y sus aguas
De secreta delicia.
Qué silencio. ¿ Es así
El mundo? Cruza el cielo
Desfilando paisajes,
Risueño hacia lo lejos.
Tierra indolente. En vano
Resplandece el destino.
Junto a las aguas quietas
Sueño y pienso que vivo.
Mas el tiempo ya tasa
El poder de esta hora;
Madura su medida
Escapa entre sus rosas.
Y el aire fresco vuelve
Con la noche cercana,
Su tersura olvidando
Las ramas y las aguas
(Primeras poesías, 1927)
2. COMO EL VIENTO
Como el viento a lo largo de la noche,
Amor en pena o cuerpo solitario,
Toca en vano a los vidrios,
Sollozando abandona las esquinas;
O como a veces marcha en la tormenta,
Gritando locamente,
Con angustia de insomnio,
Mientras gira la lluvia delicada;
Sí, como el viento al que un alba le revela
Su tristeza errabunda por la tierra,
Su tristeza sin llanto,
Su fuga sin objeto;
Como él mismo extranjero,
Como el viento huyo lejos.
Y sin embargo vine como luz.
(Un río, un amor, 1929)
3. LOS MARINEROS SON LAS ALAS DEL AMOR
Los marineros son las alas del amor,
Son los espejos del amor,
El mar les acompaña,
Y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
Rubio es también, igual que son sus ojos.
La alegría vivaz que vierten en las venas
Rubia es también,
Idéntica a la piel que asoman;
No les dejéis marchar porque sonríen
Como la libertad sonríe,
Luz cegadora erguida sobre el mar.
Si un marinero es mar,
Rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,
No quiero la ciudad hecha de sueños grises;
Quiero sólo ir al mar donde me anegue,
Barca sin norte,
Cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.
(Los placeres prohibidos, 1931)
4
Esperé un dios en mis días
Para crear mi vida a su imagen,
Mas el amor, como un agua,
Arrastra afanes al paso.
Me he olvidado a mí mismo en sus ondas;
Vacío el cuerpo, doy contra las luces;
Vivo y no vivo, muerto y no muerto;
Ni tierra ni cielo, ni cuerpo ni espíritu.
Soy eco de algo;
Lo estrechan mis brazos siendo aire,
Lo miran mis ojos siendo sombra,
Lo besan mis labios siendo sueño.
He amado, ya no amo más;
He reído, tampoco río.
(Donde habite el olvido , 1934)
5. LA GLORIA DEL POETA
Demonio hermano mío, mi semejante,
Te vi palidecer, colgado como la luna matinal,
Oculto en una nube por el cielo,
Entre las horribles montañas,
Una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora,
blasfemando lleno de dicha ignorante,
Igual que un niño cuando entona su plegaria,
Y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la tierra.
Mas no eres tú,
Amor mío hecho eternidad,
Quien deba reír de este sueño, de esta impotencia, de esta caída,
Porque somos chispas de un mismo fuego
Y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
De una extraña creación, donde los hombres
se acaban como un fósforo al trepar los fatigosos años de sus vidas.
Tu carne como la mía
Desea tras el agua y el sol el roce de la sombra;
Nuestra palabra anhela
El muchacho semejante a una rama florida
Que pliega la gracia de su aroma y color en el aire cálido de mayo;
Nuestros ojos el mar monótono y diverso,
Poblado por el grito de las aves grises en la tormenta,
Nuestra mano hermosos versos que arrojar al desdén de los hombres.
Los hombres tú los conoces, hermano mío;
Mírales cómo enderezan su invisible corona
Mientras se borran en la sombra con sus mujeres al brazo,
Carga de suficiencia inconsciente,
Llevando a comedida distancia del pecho,
Como sacerdotes católicos la forma de su triste dios,
Los hijos conseguidos en unos minutos que se hurtaron al sueño
Para dedicarlos a la cohabitación, en la densa tiniebla conyugal
de sus cubiles, escalonados los unos sobre los otros.
Mírales perdidos en la naturaleza,
Cómo enferman entre los graciosos castaños o los taciturnos plátanos,
Cómo levantan con avaricia el mentón,
Sintiendo un miedo oscuro morderles los talones;
Mira cómo desertan de su trabajo el séptimo día autorizado,
Mientras la caja, el mostrador, la clínica, el bufete, el despacho oficial
Dejan pasar el aire con callado rumor por su ámbito solitario.
Escúchales brotar interminables palabras
Aromatizadas de felicidad violenta,
Reclamando un abrigo para el niñito encadenado bajo el sol divino
O una bebida tibia, que resguarde aterciopeladamente
El clima de sus fauces,
A quienes dañaría la excesiva frialdad del agua natural.
Oye sus marmóreos preceptos
Sobre lo útil, lo normal y lo hermoso;
Óyeles dictar la ley al mundo, acotar el amor, dar canon a la belleza inexpresable,
Mientras deleitan sus sentidos con altavoces delirantes;
Contempla sus extraños cerebros
Intentando levantar, hijo a hijo, un complicado edificio de arena
Que negase con torva frente lívida la refulgente paz de las estrellas.
Ésos son, hermano mío,
Los seres con quienes muero a solas,
Fantasmas que harán brotar un día
El solemne erudito, oráculo de estas palabras ante alumnos extraños,
Obteniendo por ello renombre,
Más una pequeña casa de campo en la angustiosa sierra inmediata a la capital;
En tanto tú, tras irisada niebla,
Acaricias los rizos de tu cabellera
Y contemplas con gesto distraído desde la altura
Esta sucia tierra donde el poeta se ahoga.
Sabes sin embargo que mi voz es la tuya,
Que mi amor es el tuyo;
Deja, oh, deja por una larga noche
Resbalar tu cálido cuerpo oscuro,
Ligero como un látigo,
Bajo el mío, momia de hastío sepulta en anónima yacija,
Y que tus besos, ese venero inagotable,
Viertan en mí los besos de una pasión a muerte entre los dos;
Porque me cansa la vana tarea de las palabras,
Como al niño las dulces piedrecillas
Que arroja a un lago, para ver estremecerse su calma
Con el reflejo de una gran ola misteriosa.
Es hora ya, es más que tiempo
De que tus manos cedan a mi vida
El amargo puñal codiciado del poeta;
De que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
En este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd,
Donde la muerte únicamente,
La muerte únicamente
Puede hacer sonar la melodía prometida.
(Invocaciones, 1935)
6. A LARRA CON UNAS VIOLETAS
[1837-1937]
Aún se queja su alma vagamente,
El oscuro vacío de su vida.
Mas no pueden pesar sobre esa sombra
Algunas violetas,
Y es grato así dejarlas,
Frescas entre la niebla,
Con la alegría de una menuda cosa pura
Que rescatara aquel dolor antiguo.
Quien habla ya a los muertos,
Mudo le hallan los que viven.
Y en este otro silencio, donde el miedo impera,
Recoger esas flores una a una
Breve consuelo ha sido entre los días
Cuya huella sangrienta llevan las espaldas
Por el odio cargadas con una piedra inútil.
Si la muerte apacigua
Tu boca amarga de dios insatisfecha,
Acepta un don tan leve, sombra sentimental,
En esa paz que bajo tierra te esperaba,
Brotando en hierba, viento y luz silvestres,
El fiel y último encanto de estar solo.
Curado de la vida, por una vez sonríe,
Pálido rostro de pasión y de hastío.
Mira las calles viejas por donde fuiste errante,
al regresar del baile o del sucio periódico,
Y las fuentes de mármol entre palmas:
Aguas y hojas, bálsamo del triste.
La tierra ha sido medida por los hombres,
Con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos,
Su venenosa opinión pública y sus revoluciones
Más crueles e injustas que las leyes,
Como inmenso bostezo demoníaco;
No hay sitio en ella para el hombre solo,
Hijo desnudo y deslumbrante del divino pensamiento.
Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha,
Miserable y aún bella entre las tumbas grises
De los que como tú, nacidos en su estepa,
vieron mientras vivían morirse la esperanza,
Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,
A hermanos irrisorios que jamás escucharon.
Escribir en España no es llorar, es morir,
Porque muere la inspiración envuelta en humo,
Cuando no va su llama libre en pos del aire.
Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio,
Volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas,
Tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte.
Libre y tranquilo quedaste en fin un día,
Aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble.
Es breve la palabra como el canto de un pájaro,
Mas un claro jirón puede prenderse en ella
De embriaguez, pasión, belleza fugitivas,
Y subir, ángel vigía que atestigua del hombre,
Allá hasta la región celeste e impasible.
(Las nubes, 1937-1940)
7. TIERRA NATIVA
A Paquita G. de la Bárcena
Es la luz misma, la que abrió mis ojos
Toda ligera y tibia como un sueño,
Sosegada en colores delicados
Sobre las formas puras de las cosas.
El encanto de aquella tierra llana,
Extendida como una mano abierta,
Adonde el limonero encima de la fuente
Suspendía su fruto entre el ramaje.
El muro viejo en cuya barda abría
A la tarde su flor azul la enredadera,
Y al cual la golondrina en el verano
Tornaba siempre hacia su antiguo nido.
El susurro del agua alimentando,
Con su música insomne en el silencio,
Los sueños que la vida aún no corrompe,
El futuro que espera como página blanca.
Todo vuelve otra vez vivo a la mente,
Irreparable ya con el andar del tiempo,
Y su recuerdo ahora me traspasa
El pecho tal puñal fino y seguro.
Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca?
Aquel amor primero, ¿quién lo vence?
Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,
Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?
(Como quien espera el alba, 1941-1944)
8. EL RETRAÍDO
Como el niño jugando
Con desechos del hombre,
Un harapo brillante,
Papel coloreado o pedazo de vidrio,
A los que su imaginación da vida mágica,
Y goza y canta y sueña
A lo largo de días que las horas no miden,
Así con tus recuerdos.
No son como las cosas
De que cerciora el tacto,
Que contemplan los ojos;
De cuerpo más aéreo
Que un aroma, un sonido,
Sólo tienen la forma prestada por tu mente,
Existiendo invisibles para el mundo
Aun cuando el mundo para ti lo integran.
Vivir contigo quieres
Vida menos ajena que esta otra,
Donde placer y pena
No sean accidentes encontrados,
Sino faces del alma
Que refleja el destino
Con la fidelidad trasmutadora
De la imagen brotando en aguas quietas.
Esperan tus recuerdos
El sosiego exterior de los sentidos
Para llamarte o para ser llamados,
Como esperan las cuerdas en vihuela
La mano de su dueño, la caricia
Diestra, que evoca los sonidos
Diáfanos, haciendo dulcemente
De su poder latente, temblor, canto.
Vuelto hacia ti prosigues
El divagar enamorado
De lo que fue tal como ser debiera,
Y así la vida pasas,
Morador de entresueños,
Por esas galerías
Donde a la luz más bella hace la sombra
Y donde a la memoria más pura hace el olvido.
Si morir fuera esto,
Un recordar tranquilo de la vida,
Un contemplar sereno de las cosas,
Cuán dichosa la muerte,
Rescatando el pasado
Para soñarlo a solas cuando libre,
Para pensarlo tal presente eterno,
Como si un pensamiento valiese más que el mundo.
(Vivir sin estar viviendo, 1944-1949)
9. AMOR EN MÚSICA
Aunque el tema sea el mismo,
Cada amor tiene su aire,
Que con tantas variaciones
Difiere y a nuevo sabe.
La primavera en los ojos
Lleva uno, y el verano
El otro en la piel, o al menos
Eso cree el enamorado.
Pero en todos el infierno
Está oculto, hasta el instante
De las lágrimas, del grito
Que de las entrañas sale.
Pues luego al infierno llevan,
Por eso a veces quisiste
Evitar sus paraísos
Con una prudencia triste.
Pero, amigo, ¿y a la música
Quién se niega, si es dotado
De oído bueno, ni al deseo
Ojos buenos que ven claro?
Si éstos nacen para locos
Y aquéllos para prudentes,
De qué lado estás ya sabes:
Canta tus aires fielmente.
Y deja la melodía
Llenarte todo el espíritu.
Ya qué más da gozo o pena
Si en el amor se han fundido.
(Con las horas contadas, 1950-1956)
10. PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.
(Desolación de la quimera, 1956-1962)
MIGUEL HERNÁNDEZ
Obra poética completa. Ed. Alianza. Madrid, 1988.
1.
Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.
Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.
Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,
se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.
2.
Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.
Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.
Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro;
si no es tu voz, el norte que pretendo.
Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.
3.
Por una senda van los hortelanos,
que es la sagrada hora del regreso,
con la sangre injuriada por el peso
de inviernos, primaveras y veranos.
Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
y van a la canción, y van al beso,
y van dejando por el aire impreso
un olor de herramientas y de manos.
Por otra senda yo, por otra senda
que no conduce al beso, aunque es la hora,
sino que merodea sin destino.
Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora,
olvidando que es toro y masculino.
4. ELEGÍA
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto
como el rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desantenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y dasamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma, colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(El rayo que no cesa. 1934-1935)
5.
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos.
No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando cardos y agostando hinojos.
No sé que es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.
Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.
(Imagen de tu huella. 1934)
6. EL NIÑO YUNTERO
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte,
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
7. ROSARIO, DINAMITERA
Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario,
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, rosario.
Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!
(Viento del pueblo. 1937)
8. EL HERIDO
Para el muro de un hospital de sangre
I
Por los campos luchados se extienden los heridos.
Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
salta un trigal de chorros calientes, extendidos
en roncos surtidores.
La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan igual que caracolas,
cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia de las olas.
La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
La bodega del mar, del vino bravo, estalla
allí donde el herido palpitante se anega,
y florece, y se halla.
Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
La que contengo es poca para el gran cometido
de sangre que quisiera perder por las heridas.
Decid quién no fue herido.
Mi vida es una herida de juventud dichosa.
¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente
herido por la vida, ni en la vida reposa
herido alegremente.
Si hasta los hospitales se va con alegría,
se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
de adelfos florecidos ante la cirugía
de ensangrentadas puertas.
II
Para la libertad, sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espuma mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retornarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo a cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo vida.
9. CARTA
El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.
Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo en deseo.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Allá va mi carta, cálida
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.
Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.
10. PUEBLO
Pero ¿qué son las armas: qué pueden, quién ha dicho?
Signo de cobardía son: las armas mejores
aquellas que contienen el proyectil del hueso
son. Mírate las manos.
Las ametralladoras, los aeroplanos, pueblo:
todos los armamentos son nada colocados
delante de la terca bravura que resopla
en tu esqueleto fijo.
Porque un cañón no puede lo que pueden diez dedos:
porque le falta el fuego que en los brazos dispara
un corazón que viene distribuyendo chorros
hasta grabar un hombre.
Poco valen las armas que la sangre no nutre
ante un pueblo de pómulos noblemente dispuestos,
poco valen las armas: les falta voz y frente,
les sobra estruendo y humo.
Poco podrán las armas: les falta corazón.
Separarán de pronto dos cuerpos abrazados,
pero los cuatro brazos avanzarán buscándose
enamoradamente.
Arrasarán un hombre, desclavarán de un vientre
un nido todo lleno de porvenir y sombra,
pero tras los pedazos y la explosión, la madre
seguirá siendo madre.
Pueblo, chorro que quieren cegar, estrangular,
y salta ante las armas más alto, más potente:
no te estrangularán porque les faltan dedos,
porque te basta sangre.
Las armas son un signo de impotencia: los hombres
se defienden y vencen con el hueso ante todo.
Mirad estas palabras donde me ahondo y dejo
fósforo emocionado.
Un hombre desarmado siempre es un firme bloque:
sabe que no es estéril su firmeza, y resiste.
Y los pueblos se salvan por la fuerza que sopla
desde todos los muertos.
(El hombre acecha. 1937-1939)
11
Menos tu vientre,
todo es confuso.
Menos tu vientre,
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto.
Menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo.
12. NANAS DE LA CEBOLLA
[Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer,
en la que le decía que no comía más que pan y cebolla]
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Para tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares
con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
hincando el centro.
Vuela, niño, en la doble
luna de pecho:
él, triste de cebolla;
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
(Cancionero y romancero de ausencias. 1938-1941)
BLAS DE OTERO
Ángel fieramente humano. Redoble de conciencia. Ed. Losada. 1973.
País. Antología 1955-1970. Ed. Plaza y Janés, 1974.
Verso y prosa. Ed. Cátedra. Col. Letras Hispánicas, nº 3. 1981.
1. MADEMOISELLE ISABELLE
Mademoiselle Isabel, rubia y francesa,
con un mirlo debajo de la piel:
no sé si aquél o ésa, oh mademoiselle
Isabel, canta en él o si él en ésa.
Princesa de mi infancia: tú, princesa
promesa, con dos senos de clavel;
yo, le livre, le crayon, le... le..., oh Isabel,
Isabel..., tu jardín tiembla en la mesa.
De noche, te alisabas los cabellos;
yo me dormía meditando en ellos
y en tu cuerpo de rosa: mariposa
rosa y blanca, velada con un velo.
Volada para siempre de mi rosa
--mademoiselle Isabel-- y de mi cielo.
2. UN RELÁMPAGO APENAS
Besas como si fueses a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,
me declaro vencido, si vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes. Sin dolerme,
tiras de mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio. Y luego, mimadora,
la brizas y la rozas con tu beso.
Oh Dios, oh Dios, oh Dios, si para verte
bastara un beso, un beso que se llora
después, porque, ¡oh, por qué!, no basta eso.
3. IGUAL QUE VOSOTROS
Desesperadamente busco y busco
un algo, qué sé yo qué, misterioso,
capaz de comprender esta agonía
que me hiela, no sé con qué, los ojos.
Desesperadamente, despertando
sombras que yacen, muertos que conozco,
simas de sueño, busco y busco un algo,
qué sé yo dónde, si supieseis cómo.
A veces, me figuro que ya siento,
qué sé yo qué, que lo alzo ya y lo toco,
que tiene corazón y que está vivo,
no sé en qué sangre o red, como un pez rojo.
Desesperadamente, le retengo,
cierro el puño, apretando el aire sólo...
Desesperadamente sigo y sigo
buscando, sin saber por qué, en lo hondo.
He levantado piedras frías, faldas
tibias, rosas azules, de otros tonos,
y allí no había más que sombra y miedo,
no sé de qué, y un hueco silencioso.
Alcé la frente al cielo: lo miré
y me quedé, ¡por qué, oh Dios!, dudoso:
dudando entre quién sabe, si supiera
qué sé yo qué, de nada ya y de todo.
Desesperadamente, esa es la cosa.
Cada vez más sin causa y más absorto
qué sé yo en qué, sin qué, oh Dios, buscando
lo mismo, igual, oh hombres, que vosotros.
4. HOMBRE
Luchando cuerpo a cuerpo con la muerte,
al borde del abismo estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser --y no ser—eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
5. CRECIDA
Con la sangre hasta la cintura, algunas veces
con la sangre hasta el borde de la boca,
voy
avanzando
lentamente, con la sangre hasta el borde de los labios
algunas veces,
voy
avanzando sobre este viejo suelo, sobre
la tierra hundida en sangre,
voy
avanzando lentamente, hundiendo los brazos
en sangre,
algunas
veces tragando sangre, voy
mirando, algunas veces,
al cielo
bajo,
que refleja
la luz de la sangre roja derramada,
avanzo
muy
penosamente, hundidos los brazos en espesa
sangre,
es
como una esperma roja represada,
mis pies
pisan sangre de hombres vivos
muertos
cortados de repente, heridos súbitos,
niños
con el pequeño corazón volcado, voy
sumido en sangre
salida,
algunas veces
sube hasta los ojos y no me deja ver,
no
veo más que sangre,
siempre
sangre,
sobre Europa no hay más que
sangre.
Traigo una rosa en sangre entre las manos
ensangrentadas. Porque es que no hay más
que sangre,
y una horrorosa sed
dando gritos en medio de la sangre.
6. LA TIERRA
De tierra y mar, de fuego y sombra pura,
esta rosa redonda, reclinada
en el espacio, rosa volteada
por las manos de Dios, ¡cómo procura
sostenernos en pie y en hermosura
de cielo abierto, oh, inmortalizada
luz de la muerte hiriendo nuestra nada!
La tierra: girasol; poma madura.
Pero viene un mal viento, un golpe frío
de las manos de Dios, y nos derriba.
Y el hombre, que era un árbol, ya es un río.
Un río echado, sin rumor, vacío,
mientras la Tierra sigue a la deriva,
oh Capitán, oh Capitán, ¡Dios mío!
(Ángel fieramente humano, 1950)
7. TIERRA
Humanamente hablando, es un suplicio
ser hombre y soportarlo hasta las heces,
saber que somos luz, y sufrir frío,
humanamente esclavos de la muerte.
Detrás del hombre viene dando gritos
el abismo, delante abre sus hélices
el vértigo, y ahogándose en sí mismo,
en medio de los dos, el miedo crece.
Humanamente hablando, es lo que digo,
no hay forma de morir que no se hiele.
La sombra es brava y vivo es el cuchillo.
Qué hacer, hombre de Dios, sino caerte.
Humanamente en tierra, es lo que elijo.
Caerme horriblemente, para siempre.
Caerme, revertir, no haber nacido
humanamente nunca en ningún vientre.
(Redoble de conciencia, 1951)
8. EN LA INMENSA MAYORÍA
Podrá faltarme el aire,
el agua,
el pan,
sé que me faltarán.
El aire, que no es de nadie.
El agua, que es del sediento.
El pan... Sé que me faltarán.
La fe, jamás.
Cuanto menos aire, más.
Cuanto más sediento, más.
Ni más ni menos. Más.
(Pido la paz y la palabra, 1955)
9. MUY LEJOS
Unas mujeres, tristes y pintadas,
sonreían a todas las carteras,
y ellos, analfabetos y magnánimos,
las miraban por dentro, hacia las medias.
Oh cuánta sed, cuánto mendigo en faldas
de eternidad. Ciudad llena de iglesias
y casas públicas, donde el hombre es harto
y el hambre se reparte a manos llenas.
Bendecida ciudad llena de manchas,
plagada de adulterios e indulgencias;
ciudad donde las almas son de barro
y el barro embarra todas las estrellas.
Laboriosa ciudad, salmo de fábricas
donde el hombre maldice, mientras rezan
los presidentes de Consejo: oh altos
hornos, infiernos hondos en la niebla.
Las tres y cinco de la madrugada.
Puertas, puertas y puertas. Y más puertas.
Junto al Nervión un hombre está meando.
Pasan dos guardias en sus bicicletas.
Y voy mirando escaparates. Paca
y Luz. Hijos de Tal. Medias de seda.
Devocionarios. Más devocionarios.
Libros de misa. Tules. velos. Velas.
Y novenitas de la Inmaculada.
Arriba, es el jolgorio de las piernas
trenzadas. Oh ese barrio del escándalo...
Pero duermen tranquilas las doncellas.
Y voy silbando por la calle. Nada
me importas tú, ciudad donde naciera.
Ciudad donde muy lejos, muy lejano,
se escucha el mar, la mar de Dios, inmensa.
(En castellano, 1959)
10. VÁMONOS AL CAMPO
Señor don Quijote, divino chalado,
hermano mayor de mis ilusiones,
sosiega el revuelo de tus sinrazones
y, serenamente, siéntate a mi lado.
Señor don Quijote, nos han derribado
y vapuleado como a dos histriones.
A ver, caballero, si te las compones
y das vuelta al dado.
Debajo del cielo de tu idealismo,
la tierra de arada de mi realismo.
Siéntate a mi lado, señor don Quijote.
Junto al pozo amargo de la soledad,
la fronda de la solidaridad.
Sigue a Sancho Pueblo, señor don Quijote.
11. NOTICIAS DE TODO EL MUNDO
A los cuarenta y siete años de mi edad,
da miedo decirlo, soy sólo un poeta español
(dan miedo los años, lo de poeta, y España)
de mediados del siglo XX. Esto es todo.
¿Dinero? Cariño es lo que yo quiero,
dice la copla. ¿Aplausos? Sí, pero no me entero.
¿Salud? Lo suficiente. ¿Fama?
Mala. Pero mucha lana.
Da miedo pensarlo, pero apenas me leen
los analfabetos, ni los obreros, ni
los niños.
Pero ya me leerán. Ahora estoy aprendiendo
a escribir, cambié de clase,
necesitaría una máquina de hacer versos,
perdón, unos versos para la máquina
y un buen jornal para el maquinista,
y, sobre todo, paz,
necesito paz para seguir luchando
contra el miedo,
para brindar en medio de la plaza
y abrir el porvenir de par en par,
para plantar un árbol
en medio del miedo,
para decir “buenos días” sin engañar a nadie,
“buenos días, cartero” y que me entregue una carta
en blanco, de la que vuele una paloma.
12. DIEGO VELÁZQUEZ
Enséñame a escribir la verdad,
pintor de la verdad.
Ponme la luz de España entre renglones,
la impalpable luz que tiembla
en tus telas.
Dirígeme los ojos hacia abajo:
gente humillada y despreciada
de reyes, conde-duques e inocencios.
Que mi palabra golpee
con el martillo de la realidad.
Y, línea a línea, hile
el ritmo de los días venturosos
de mi patria.
(Que trata de España, 1964)
ÁNGEL GONZÁLEZ
Poemas. Ed. Cátredra. Col. Letras Hispánicas, nº 121. Madrid, 1998.
Otoños y otras luces. Ed. Tusquets. 2001.
1. DÁNAE
La tarde muere envuelta en su tristeza.
Paisaje tierno para soñadoras
miradas de mujer, exploradoras
de la melancolía en la belleza.
Dánae apoya en sus manos la cabeza.
El ambiente que el sol último dora
es una leve, dulce y turbadora
caricia que la oprime con pereza.
Un pajarillo gris, desde una vana
rama, canta a la tarde lenta y rosa.
Oro de sol entra por la ventana
y Dánae, indiferente y ojerosa,
siente el alma transida de desgana
y se deja, pensando en otra cosa.
(Áspero mundo, 1956)
2. ALGA QUISIERA SER, ALGA ENREDADA
Alga quisiera ser, alga enredada
en lo más suave de tu pantorrilla;
soplo de brisa contra tu mejilla;
arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla;
sol recortando en sobra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento...
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.
(Áspero mundo, 1956)
3. EL DERROTADO
Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba –último buitre—
el viento.
Tú emprendes el viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu corazón deshabitado.
Nunca –y es tan sencillo—
podrás abrir una cancela
y decir, nada más: “buen día,
madre”.
Aunque efectivamente el día sea bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia ti sus fatigadas
ramas, ofreciéndote
frutos o sombras para que descanses.
(Sin esperanza, con convencimiento, 1961)
4. ELEGIDO POR ACLAMACIÓN
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! –dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy –silencio—
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
(Grado elemental, 1962)
5. MENSAJE A LAS ESTATUAS
Vosotras, piedras
violentamente deformadas,
rotas
por el golpe preciso del cincel,
exhibiréis aún durante siglos
el último perfil que os dejaron:
senos inconmovibles a un suspiro,
firmes
piernas que desconocen la fatiga,
músculos
tensos
en su esfuerzo inútil,
cabelleras que el viento
no despeina,
ojos abiertos que la luz rechazan.
Pero vuestra arrogancia
inmóvil, vuestra fría
belleza,
la desdeñosa fe del inmutable
gesto, acabarán
un día.
El tiempo es más tenaz.
La tierra espera
por vosotras también.
En ella caeréis por vuestro peso,
seréis,
si no ceniza,
ruinas,
polvo, y vuestra
soñada eternidad será la nada.
Hacia la piedra regresaréis piedra,
indiferente mineral, hundido
escombro,
después de haber vivido el duro, ilustre,
solemne, victorioso, ecuestre sueño
de una gloria erigida a la memoria
de algo también disperso en el olvido.
(Sin esperanza, con convencimiento, 1961)
6. JARDÍN PÚBLICO CON PIERNAS PARTICULARES
...Y las muchachas andan con las piernas desnudas:
¿por qué las utilizan
para andar?
Mentalmente repaso
oficios convincentes
para ellas –las piernas--,
digamos: situaciones
más útiles al hombre
que las mira
despacio,
silbando entre dientes
una canción recuperada
apenas
--ese oficio no me gusta...—
recuperada en el olvido.
Si bien se mira, bien se ve que todas
son bellas: las que pasan
llevando hacia otro sitio
cabellos, voces, senos,
ojos, gestos, sonrisas;
las que permanecen
cruzadas,
dobladas como ramas bajo el peso
de la belleza cálida, caída
desde el dulce abandono de los cuerpos sentados;
las esbeltas y largas;
las tersas y bruñidas; las cubiertas
de leve vello, tocadas por la gracia
de la luz, color miel, comestibles
y apetitosas como frutas frescas;
y también –sobre todo—aquellas que demoran
su pesado trayecto hasta el tobillo
en el curvo perfil que delimita
las pueriles, alegres, inocentes,
irreflexivas, blancas pantorrillas.
Pensándolo mejor, duele mirarlas:
tanta gracia dispersa, inaccesible,
abandonada entre la primavera
abruma el corazón del conmovido
espectador
que siente la humillante quemadura
de la renuncia,
y maldice en voz baja,
y se apoya en la verja del estanque,
y mira el agua,
y ve su propio rostro,
y escupe distraído, mientras sigue
con los ojos los círculos
que trazan en la tensa superficie
su soledad, su miedo, su saliva.
(Tratado de urbanismo, 1967)
7. VALS DEL ATARDECER
Los pianos golpean con sus colas
enjambres de violines y de violas.
Es el vals de las solas
y solteras,
el vals de las muchachas casaderas,
que arrebata por rachas
su corazón raído de muchachas.
Adónde llevará esa leve brisa,
a qué jardín con luna esa sumisa
corriente
que gira de repente
desatando en sus vueltas
doradas cabelleras, ahora sueltas,
borrosas, imprecisas
en el río de música y metralla
que es un vals cuando estalla
sus trompetas.
Todavía inquietas,
vuelan las flautas hacia el cordelaje
de las arpas ancladas en la orilla
donde los violoncelos se han dormido.
Los oboes apagan el paisaje.
Las muchachas se apean de sus sillas,
se arreglan el vestido
con manos presurosas y sencillas,
y van a los lavabos, como después de un viaje.
(Tratado de urbanismo, 1967)
8. MERIENDO ALGUNAS TARDES
Meriendo algunas tardes:
no todas tienen pulpa comestible.
Si estoy junto a la mar
muerdo primero los acantilados,
luego las nubes cárdenas y el cielo
--escupo las gaviotas--,
y para postre dejo las bañistas
jugando a la pelota y despeinadas.
Si estoy en la ciudad
meriendo tarde a secas:
mastico lentamente los minutos
--tras haberles quitado las espinas—
y cuando se me acaban
me voy rumiando sombras,
rememorando el tiempo devorado
con un acre sabor a nada en la garganta.
(Breves acotaciones para una biografía, 1969)
9. ÉGLOGA
Me eduqué en una comunidad religiosa
que contaba con monjas muy inteligentes.
Los jueves se exhibían en los claustros.
--Dame la manita
les decían los visitantes
ofreciéndoles bombones y monedas.
Pero ellas no daban nada: al contrario,
pedían continuamente.
En domingo tocaban las campanas.
Era hermoso mirarlas, tan lustrosas,
lamiéndose los velos cuando en marzo
el sol de mediodía presagiaba tormenta.
Había una, sobre todo, que era muy cazadora.
Perseguía a las niñas más allá de las tapias
y las traía sujetas por el pelo
hasta los breves pies de la madre abadesa.
Al caer de la tarde paseaban
por una carretera sombreada de chopos.
Se cruzaban con carros y rebaños,
caminaban ligeras, y el murmullo
de sus voces
el viento lo llevaba y lo traía
volando por los campos
entre esquilas y abejas,
como un tierno balido gregoriano.
Si oían a lo lejos la bocina de un coche,
se dispersaban hacia las cunetas,
ruidosas, excitadas y confusas.
Cuando el aire
quedaba limpio de polvo y estrépito,
se las podía ver, al fin tranquilas,
picoteando moras en las zarzas.
A la hora del ángelus,
fatigadas y dóciles,
ellas mismas volvían a las celdas,
como si las llevase del rosario
--tironeando dulce y firmemente—
la omnipresente mano de su Dueño.
(Procedimientos narrativos, 1972)
10. A LA POESÍA
Ya se dijeron las cosas más oscuras.
También las más brillantes.
Ya se enlazaron las palabras como
cabellos, seda y oro en una misma trenza
--adorno de tu espalda transparente--.
Ahora,
tan bella como estás,
recién peinada,
quiero tomar de ti lo que más amo.
Quiero tomarte
--aunque soy viejo y pobre—
no el oro ni la seda:
tan sólo el simple, el fresco, el puro
(apasionadamente), el perfumado,
el leve (airadamente), el suave pelo.
Y sacarte a las calles,
despeinada,
ondulando en el viento
--libre, suelto, a su aire—
tu cabello sombrío
como una larga y negra carcajada.
(Muestra, corregida y aumentada,
de algunos procedimientos narrativos
y de las actitudes sentimentales
que habitualmente comportan, 1978)
11. AVANZABA DE ESPALDAS AQUEL RÍO...
Avanzaba de espaldas aquel río.
No miraba adelante, no atendía
a su Norte –que era el Sur.
Contemplaba los álamos
altos, llenos de sol, reverenciosos,
perdiéndose despacio cauce arriba.
Se embebía en los cielos
cambiantes
del otoño:
decía adiós a su luz.
Retenía un instante las ramas de los sauces
en sus espumas frías,
para dejarlas irse –o sea, quedarse--,
mojadas y brillantes, por la orilla.
En los remansos
demoraba su marcha,
absorto ante el crepúsculo.
No ignoraba el mar ácido, tan próximo
que ya en el viento su rumor se oía.
Sin embargo,
continuaba avanzando de espaldas aquel río,
y se ensanchaba
para tocar las cosas que veía:
los juncos últimos,
la sed de los rebaños,
las blancas piedras por su afán pulidas.
Si no podía alcanzarlo,
lo acariciaba todo con sus ojos de agua.
¡Y con qué amor lo hacía!
(Prosemas o menos, 1983)
12. EL OTOÑO SE ACERCA
El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre.
(Otoños y otras luces, 2001)
13. NADA MÁS BELLO
¡Ese rayo de sol inesperado
que destella en la nieve
recién caída!
Mucho más bella era la sonrisa
que iluminaba un rostro
todavía mojado por las lágrimas.
(Otoños y otras luces, 2001)
14. UN LARGO ADIÓS
Qué perezoso día
que no quiere marcharse
hoy a su hora.
El sol,
ya tras la línea lúcida
del horizonte,
tira del él,
lo reclama.
Pero
los pájaros lo enredan
con su canto
en las ramas más altas,
y una brisa contraria
sostiene en vilo el polvo
dorado de su luz
sobre nosotros.
Sale la luna y sigue siendo el día.
La luz que era de oro ahora es de plata.
(Otoños y otra luces, 2001)
MIGUEL D’ORS
Treinta años de poesía española. Edición de J. L. García Martín. 1996.
Página web http://amediavoz.com/
1. LOS ABUELOS
El abuelo era blanco; conocía
dos cuevas y sabía seguir huellas de lobo.
La abuela era menuda y tibia como un nido:
jugábamos a pájaros con ella.
...Y, alrededor, los dos llevaban como
un contorno de campos y palomas:
cruzaban el umbral y parecía
que con ellos entraba el verano en la casa;
al contarnos los cuentos, en sus voces
oíamos molinos y cuervos alejándose
y hasta en la misma ropa nos traían
un recuerdo fragante, un recuerdo lluvioso
del heno y la retama...
...Y el abuelo, qué manos de valiente,
qué venas, retorcidas como parras;
las ganas que me daban
de cumplir en un día sesenta y cuatro años
para tener dos manos como aquéllas...
Luego, la abuela, aquellas zapatillas
de nube que llevaba,
aquel ir y venir, como volando,
de la escoba al misal, de sus gallinas
a las sábanas frescas,
de la labor de lana a los geranios,
del pan a las mejillas de sus nietos...
que entonces, suavemente, quedábamos dormidos
creyendo que la abuela no se acostaba nunca.
(Del amor, del olvido, 1972)
FATUM
Ese niño que llega, cartera remolona,
botines desatados, al colegio de Sánchez
no sabe que sus pasos felices por Sevilla
-luz, patios, calles, cales- le acercan a Collioure.
París, rue Vaugirard. Ese muchacho
gris y desmadejado que avanza hacia el otoño
verleniano del hondo Jardín de Luxemburgo
no sabe que camina hacia Collioure.
Por la alameda de oro -Soria pura-,
lentos enamorados demorándose,
mirándose en el Duero -Soria pura-. La novia,
con manos inocentes,
sacude la ceniza -tiza acasodel hombro del poeta, que no sabe
que tan dulces senderos le llevan a Collioure.
El señor que, enlutado como un cirio,
con su bastón y pasos soñolientos
-domingo provincial- sube a los olivares
de Baeza no sabe que sube hacia Collioure.
El viejo arrebujado en sus recuerdos
que mira cómo pasan,
vertiginosos, los naranjos por la ventana
del coche, y los aspira -Levante azul-, no sabe
que por aquella ruta de flores y palomas
y muchachas se está acercando a Collioure.
Un súbito frenazo, la puerta abierta, el frío
látigo de la lluvia. Sale a la noche y anda
entre voces anónimas, oscuras,
y olor a bajamar. La lluvia. Unas preguntas
francesas, tan extrañas como un sueño, la lluvia,
los papeles, la lluvia, los gendarmes mojados
alzando la cadena fronteriza.
Igual que un sueño todo.
Francia, ya clareando, y aquel cartel: «COLLIOURE»,
nombre jamás oído. No sabe que allí estaba,
desde siempre, esperándole su muerte.
(Codex 3, 1981)
3. PEQUEÑO TESTAMENTO
Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,
las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas,
los rinocerontes, que son como carros de combate,
los flamencos como claves de sol de la corriente,
las avispas, esos tigres condensados,
las fresas vagabundas, los farallones de Maine, el Annapurna,
las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino,
los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas,
la Vía Láctea y los ruyseñores conplidos.
Os dejo las autopistas
que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta,
el Cántico espiritual, los goles de Pelé,
la catedral de Chartres y los trigos ojivales,
los aleluya de oro de los Uffizi,
el Taj Mahal temblando en un estanque,
los autobuses que se bambolean en Sao Paulo y en Mombasa
con racimos de negros y animales felices.
Todo para vosotros, hijos míos.
Suerte de haber tenido un padre rico.
(Curso superior de ignorancia, 1987)
4. CONTRASTE
Ellos que viven bajo los focos clamorosos
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
pero no son felices,
y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.
(Curso superior de ignorancia)
5. OCTUBRE EN LA VENTANA
Atardece la vega. Nubarrones de bronce
ponen el horizonte romántico. Difusos
encinares, cortijos, llamaradas de chopos.
Una brisa amarilla riza los olivares.
Se me va la mirada hacia el silencio
de oro. Y sin embargo el corazón
me dice que este campo no es mi campo
ni mi cielo este cielo,
que toda esa hermosura no ha nacido
de la sangre de mis antepasados...
Apoyo en la ventana pensativa
mi soledad. Contemplo
las sombras de los montes alargándose.
Son bellos esos pinos,
pero cuando los miro sólo veo
pinos: no hay nada de mi vida en ellos,
no está bajo sus copas mi infancia cristalina
jugando a federales con los primos.
Se va la tarde y yo me voy con ella
hacia la lluvia lenta de mi patria.
(Curso superior de ignorancia)
6. EL TEMA DE ESPAÑA
y cuando por fin me he decidido
a apretar el gatillo
y soltarle a la Patria en pleno rostrum
esa opinión que llevo entre los dientes,
como un muelle contraído, desde los reyes godos;
cuando lo de esta vez ya es demasiado
y ya me encuentro en el apunten, fue
llega de pronto el vino de Ribeiro
o los esparraguicos de Tudela,
o llega, qué sé yo, las hayas de Tacheras,
un olor sevillano,
unas cuantas montañas, Las Meninas,
palabras de Cervantes, Machado, Garcilaso,
“un no sé qué que quedan balbuciendo”,
y el grito retrocede silenciosamente, rabo entre piernas,
y en el fondo de mí la sangre se avergüenza
de haberle sido infiel a tanta España...
hasta que se presenta
la “canción española” con su olor a sobaco,
Goya con la familia de cacacarlos IV,
Pamplona venerando a San Fermín obispo
con cogorza coral
y coitos interruptos en todos los idiomas
--veneración venérea--,
nuestra invencible selección de fútbol
que una vez más regresa triunfalmente
zurrada 4 a 0, nuestros retretes públicos,
nuestras mujeres ídem, tan prolíficas,
o viene miguel d’ors, sin ir más lejos,
mi alter ego manchego
y entonces enrojezco como el Etna, ya basta,
ni hablar de seguir siendo parte de este sainete,
hasta aquí hemos llegado, se acabó
(regrese, por favor, al primer verso)
(Curso superior de ignorancia)
7. ELLA
Es misteriosa como el tiempo y el mercurio
delirante y exacta, álgebra y fuego.
Cuando nadie la espera, coronada de escarcha
baja tarareando con pies maravillosos
por entre los helechos. Muchos enamorados
consagraron su vida a llamarla, elevaron
laboriosos palacios para ella
y no condescendió ni a una mirada.
No sirve para nada y son millones
los que viven por ella. Cuando piensas
que prefiere los locos y vagabundos, pasa
del brazo de un ministro o Mr. Eliot.
Es papeles manchados de tinta y es el mundo
con hogueras y robles, despedidas, los Andes,
la luna azul y Concha Valladares. Su rostro
constantemente cambia, inconstante. Y no cambia.
Bécquer la confundió con el Amor
y es una forma de no ser feliz.
(La música extremada, 1991)
8. COMO EL AGUA
Como el agua
se afana
callada
bajo el trigo,
como la tierra,
humilde,
elabora
metales
y eleva
hasta la rosa
la hermosura,
así, de esa manera,
escribirás
tus versos:
sólo en hondo
silencio
germinan
las palabras
luminosas.
(La música extremada)
9. TÍO ATILANO
En noches como ésta recuerdo al tío Atilano
en su mesa del viejo “Savoy” de Pontevedra:
eran más de las cinco de la tarde, y verano;
la vida iba y venía por la plaza de piedra
y él la veía pasar, tan cerca y qué lejano,
desde su isla de mármol –la taza de café,
el puro linajudo que se aburría en su mano
y las páginas digestivas del ABC--.
En noches como ésta uno quisiera ser
también registrador de algún pueblo ricacho
de allá por el Levante –Elche, Villena, Alcoy...--,
despertarse a las doce, afeitarse, comer,
ir una vez al año a firmar al despacho
y ver pasar la vida sentado en el “Savoy”.
(La imagen de su cara, 1994)
10. CARRETERA
(homenaje a A. T.)
Invierno gris sobre las sementeras
hurañas de Castilla. Atrás quedaron
-niebla harapienta y hielo- los peñascos
de Pancorbo, y la tarde palidece
tras este parabrisas de mosquitos
estrellados. La carretera, eterna
-en la cuneta, un repentino vuelo
de urracas-, va esfumándose a lo lejos,
en el futuro. Por la radio insisten
los políticos. Pasan camiones
porcinos hacia Burgos. (Y algún tiempo
después pasa su olor). Villamartín,
Villarramiel, Frechilla, Villalón
de Campos, tantos fantasmales pueblos
de adobe -una bombilla solitaria
ya encendida (¿por quién?)- de los que aún
no se borró la antigua bienvenida
de yugos y de flechas, espadañas
con olvidados nidos de cigüeña,
andrajos de carteles de algún circo...
Tras este parabrisas de mosquitos
estrellados -el día ya apagándose-,
postes y postes. Postes que sostienen
pentagramas de pájaros sombríos.
Postes como de un sueño. Pero mira
esos cables y anímate, muchacho:
acaso por alguno de ellos va
ahora mismo -la vida no es tan negra,
al fin y al cabo-, tembloroso de
pura belleza, hacia cualquier oído
perdido en la espaciosa y triste España,
uno de esos poemas que recita
tu amigo Andrés Trapiello por teléfono.
(La imagen de su cara)
11. AS TIME GOES BY
Decir pestes de él tiene, sin duda,
un sólido prestigio literario
-tacharlo de asesino, por ejemplo,
o compararlo con
uno de esos ciclones con nombre de corista
que pasan y que dejan en los telediarios
un paisaje de grandes palmeras derrocadas
y uralitas errantes,
o simplemente lamentarlo a base
de tardes y de otoños en pálidos jardines-,
pero ahora, con la mano en el poema,
os lo confieso: he sido siempre yo
el que salió ganando de todos nuestros tratos.
A cambio de esta luz sabia y serena
con la que la experiencia ilumina las cosas
a mí se me ha llevado
sólo la juventud, ese divino
tesoro que no sirve para nada
-ya lo dijo Mark Twain- puesto en las manos
insensatas de un joven.
(Hacia otra voz más pura, 1999)
12. ES LO QUE LLAMAN GLORIA
Desconocidos que te escriben cartas.
En tus versos, confiesan -entre un torpe amasijo
de entusiasmo, inocencia y metáforas ciegas-,
reconocen su vida.
Muchachos que han quemado unos pedazos
de sus mejores años componiendo,
con la más despiadada sinceridad, poemas
tuyos (que te parecen tan mediocres
como los tuyos tuyos).
Antologizadores que te ponen,
como ropas extrañas, adjetivos,
etiquetas, propósitos que jamás soñarías.
Amigas de tus hijas que te estudian en Lengua
y que tienen que hacer un comentario
de texto (¿o cementerio?) y te preguntan
sobre las estructuras.
Hispanistas que vienen a enseñarte quién eres.
Y tú siempre dudando -y dudando tus dudassi es que ellos no se enteran
de nada, o si tal vez están burlándose
de ti, confabulados
en una broma cósmica (pero esto me parece
demasiada crueldad para ser verosímil),
o si acaso -y entonces eres tú
quien no se entera- de tu boca sale
la voz incandescente de un algún ángel
-pero esto es ya ponerse demasiado sublime-.
Sólo hay dos cosas claras:
que por alguna parte hay un malentendido
y que todo este embrollo
es lo que llaman Gloria.
(Poesías escogidas, 2001)
13. LAS TRES CANTIGAS
"Reina de los cielos, madre del pan de trigo".
Berceo, Milagros de Nuestra Señora
I
Qué música tus manos, fina corza
del mayo más intacto, qué gesto de azucena,
qué iluminada crece la hierba donde pisas.
Eres la tesorera del silencio,
el sauce que se inclina a toda pena;
eres la que se queda fuera de las palabras;
sólo un nombre ojival puede nombrarte:
madre del pan de trigo, sí. La sombra
de una sonrisa tuya iguala a mil cerezos,
y es que hasta tu sandalia nazarena,
alondra cristalina, arpa de lágrimas.
Vienen del siglo XIII los mejores
ruiseñores y minian tu aleluya.
También aquí mi boca con sus costras,
mi voz, acostumbrada a hurgar entre basuras
con hambres vergonzosas,
intenta un vuelo azul y esta ramera rancia
también te dice Salve.
II
Afuera las cuadrigas, los edictos de mármol,
los corros de reojo, los vivas insurrectos,
pero dentro la cal resplandeciente, el agua
justa en el cantarillo, la alacena sumisa
y un silencio mejor que el de los astros.
Afuera las palabras profundas, el progreso
sin duda, los debates en torno a los debates
y la filología con ropas de virtud,
pero dentro la escoba barriendo unas virutas,
la sonrisa volando sobre el puchero alegre,
la lámpara y su aceite precavido
y un silencio mejor que el de los astros.
Afuera los denarios, la nueva danzarina,
el circo clamoroso y los esclavos,
pero dentro el geranio risueño en su maceta,
el pan y el vino sobre la mesa, las honradas
herramientas, los lienzos en el arca
con membrillos bien sanos
y un silencio mejor que el de los astros.
Afuera las posadas, su tráfico políglota,
la púrpura y el crimen, los remotos
camellos y las jarcias afanosas;
afuera el mundo entero, pero dentro
una niña con gesto de tórtola asustada
que deja su costura de novia, que sonríe,
que dice inmensamente: Hágase en mí según
tus palabras y vuelve a su silencio,
mejor, mejor, mejor que el de los astros.
III
Eres madre del pan, eres un cuenco
de leche hospitalaria, bien caliente;
eres humildemente la cerilla
que alumbra un apagón de cuatro siglos;
eres la venda justa, eres paisana
de todo lo que amo. La caricia
candeal de tus manos disuade cada lágrima
que congelada baja pecho adentro.
No me niegues a mí tu voz, la chimenea
de todos los viajeros del invierno.
(Poesías escogidas, 2001)
ELOY SÁNCHEZ ROSILLO
Las cosas como fueron. Ed. Tusquets. Barcelona, 2004.
1. EL POETA
Siempre te he visto así, con esa firme
aceptación altiva de la noche.
Sobre tu gesto el tiempo deposita
la pátina afligida de la estirpe
que te eligió y dio nombre a la costumbre
de andar siempre tan solo entre los hombres.
La ceniza sagrada de otros cuerpos
acumula en tu voz sus viejos cantos,
su manojo de huesos y palabras.
Te han señalado a ti porque adivinan
que eres la rama verde, el tiempo nuevo
en el que su decir se continúa:
a tu modo dirás lo que aprendiste
en la frecuentación de sus presencias.
Saben cómo te alcanzan esas sombras
que te imponen su amor, su deterioro.
Tu destino es buscar lo que se esconde
tras la espesa corteza de los días,
evitar que te escuchen los oídos
que alimentan su paz en la dorada
seguridad del pan y los metales.
Habitarás la tierra de tu culpa,
la casa amarga de la soledad.
Pero en tu pecho brillará una herida
y en tu dolor palpitarán los astros.
2. ALABANZA DE LA NOCHE
La luz los separaba. No podían
acomodar los ojos al dolor que la mañana
derramaba en su mundo, en el tierno desorden de sus cosas.
El día le dictaba a la indolencia normas de claridad,
difíciles caminos bajo el sol.
Malgastaban su tiempo en trabajos extraños,
en tareas que les eran ajenas y que las horas
dejaban en sus manos sin remedio.
Y transcurrían siglos de silencio, inacabables
épocas de sed, grandes espacios de flores muertas.
Pero al fin la triste respiración de la ciudad cansada
les decía que comenzaba a regresar el atardecer.
Posaban la mirada en las lejanas cumbres. Presentían
que en el rumor oscuro de los árboles
ya estarían las aves buscando su cobijo,
sus altos refugios de verdor apagado.
Entonces olvidaban la larga separación,
rompían las ataduras de la luz
y se encontraban de nuevo en el límite exacto de la sombra.
Porque la noche los unía, los empujaba suavemente
al lecho en que los cuerpos celebran la alegría de la inmediatez,
al reino de la inocencia y de lo verdadero.
(Maneras de estar solo, 1974-1977)
3. OTRA VEZ EL POEMA
Hacía mucho tiempo que mi mano
no escribía unos versos
y a veces a mí mismo
me he dicho:
“Puede ser que no vuelvas jamás
a escribirlos; acaso la poesía
no quiera ya ser tuya, acompañarte,
ni entregarte la luz que hasta hace poco
hizo hermosa tu vida; tal vez no merecieras
arder en ese fuego, pronunciar las palabras
que los dioses regalan como un don
a quien ellos eligen porque saben que es digno
de celebrar las cosas y llevar en sus labios
el sentido del mundo”
Y muchas veces iba
con estos pensamientos caminando sin paz,
solo entre tanta noche, lo mismo que un proscrito
que no aguantara más el peso de su culpa
ni el dolor de haber sido arrojado a las sombras
por una mano fuerte y justiciera.
Y al mirar esos árboles que crecen
en una vieja plaza de la ciudad en que vivo,
el vuelo de un jilguero, los fulgores
misteriosos de un cuerpo que se entrega,
sentía que mi palabra no tendría el poder
de dibujar sobre el papel la gracia
y el temblor de la vida.
Pero al fin esta tarde, de repente,
cuando el sol, muy cansado, se alejaba despacio
y yo no imaginaba ser llamado de nuevo,
he escuchado una voz que me decía:
“Toma la pluma; escribe”.
4. LA ACACIA
Después de tantos años, vuelvo a verte,
cuando ya no esperaba que mis manos
acariciaran otra vez tu viejo tronco, en el que el tiempo
fue dejando las oscuras señales que dan fe de su paso
y ennoblecen la esbeltez de tu serena decadencia.
Hoy quiero estar contigo, al igual que en los días de la infancia apacible
o de la adolescencia arrebatada. Porque nunca he olvidado
todo lo que te debo, ni la dicha tan pura que me diste
en aquel paraíso que fue mío y que el recuerdo
le devuelve a mis ojos, intacto, en ocasiones.
Siempre estabas aquí, junto a la puerta
de la casa de campo inabarcable y blanca
que mis abuelos construyeron en medio de las tierras
del patrimonio familiar, aguardando paciente
nuestro regreso, cuando en los meses estivales
el calor nos hacía salir de la ciudad
y volver a tu lado en busca del sosiego,
de la silvestre paz de estos lugares.
Desde el viejo automóvil que avanzaba muy despacio,
envuelto en nubes de polvo, por los difíciles caminos,
te descubríamos a lo lejos, mucho antes
de que por fin el largo viaje concluyera.
Y mi corazón se alegraba al divisar
en medio de los campos agobiados por el calor del mediodía,
el verdor de tu copa sobre el fondo blanquísimo de la casa encalada.
Cuánto jugué de niño junto a ti,
con mi hermana y mi hermano y con los hijos
de las gentes humildes que dejaron su vida
en estas soledades.
Sin apenas descanso, infatigables,
cerca de ti corríamos de una parte a otra, afanándonos
en mil pequeñas cosas que se nos ocurrían
para hacer nuestro mundo.
Eran largos los días y ni una sola nube
oscureció esa dicha que ahora vuelve
como una luz muy viva a este poema.
Mucho después, de pronto, en los años difíciles
en que fui adolescente, supe ver tu hermosura.
Y mis ojos miraron de otro modo
tus delicadas ramas y el temblor de tus hojas.
En la ventana de mi habitación,
pasaba largos ratos observándote,
y muy despacio luego,
lentamente,
iba escribiendo en un papel muy blanco
las líneas inseguras de mis primeros versos.
A la hora en que la tarde comenzaba
a estar casi vencida, junto a ti, haciendo corro, las mujeres
se sentaban. Con placidez charlaban y cosían,
y nos veían crecer, y eran felices.
(Si ahora cierro los ojos, aún contemplo a mi madre,
tan hermosa y tan joven en los tiempos aquellos,
sentada en el sillón de mimbre en que solía
descansar, al atardecer, de las domésticas tareas;
y todavía oigo su risa, escucho sus palabras.)
Más tarde, en los umbrales de la noche,
regresaban del campo los hombres, a lomos de sus mulas,
muy cansados de las agotadoras faenas en las que se ocupaban
desde el alba al crepúsculo.
Y se acercaban sonriendo
a las mujeres. Bebían agua fresca en los botijos,
liaban sus cigarros, y nos gastaban bromas.
A esas horas, también, con frecuencia se oían
en el silencio cárdeno de los atardeceres,
los gritos del pastor y las esquilas lentas
del ganado que ya se recogía.
Iba creciendo
la oscuridad. Y algún perro ladraba.
En noches como esta, cuando todos
estaban entregados con mucha paz al sueño
y sólo se escuchaba el canto de los grillos,
oh acacia, yo te he visto bajo la luz purísima
de la luna, como un árbol de plata que estuviese
muy dulcemente meditando a solas;
y a través de tus hojas, en las noches oscuras,
miraba con asombro el remoto latir
de las estrellas de la madrugada.
También he visto en las amanecidas
el temblor del rocío sobre el verde reciente
de tu copa habitada, pues al primer albor,
a veces, me sacaba de las brumas del sueño
la algarabía de tus gorriones.
Y te vi con el viento enredado en tus ramas,
y en las súbitas luces del relámpago,
bajos las gruesas gotas de la lluvia estival.
Y siempre, en los rigores de la siesta
me acompañó tu sombra, mientras leía un libro
o miraba los campos, la viña, los trabajos
del sol y los quehaceres de los hombres,
que aventaban los trigos en la era
o trillaban las mieses y cantaban canciones
sin que el calor los arredrara; a la vez que en las encinas
las ruidosas cigarras que enardecen
la furia del verano se vanagloriaban
de su vivir ocioso.
Son tantas las imágenes
que al contemplarte en esta noche acuden
a mi memoria, y es tanta la alegría
de estar aquí, contigo, después de todos estos
años en que he vivido sin ti, sin la ventura
de tu fiel cercanía, que hoy parece
de nuevo todo igual, y como entonces
soy sencillo y dichoso, aunque no en vano
haya pasado el tiempo y ahora estemos
tan cambiados los dos. Oh acacia recobrada,
el más hermoso y mío de los árboles.
(Páginas de un diario, 1977-1980)
5. LA VENTANA
En las tardes de marzo, cuando nada
queda ya en mi ciudad que recuerde el invierno
y una dulce pereza invade el ánimo
dispuesto a la indolencia,
es hermoso mirar por la ventana
mientras se oye una música,
ver las horas pasar, ver cómo el tiempo
fluye y va declinando poco a poco
la luz crepuscular. Ningún cuidado
nos turba el corazón y nos ocupan
pensamientos amables, acaso vagamente
melancólicos.
llegan
las sombras a la calle y a la estancia
en la que, en paz, a solas, nos sentimos
tal vez casi dichosos. En el cielo
se apaga el sol, y luego, muy despacio,
la noche va encendiendo las estrellas.
6. REINCIDENCIAS
Pretendemos a veces
ordenar nuestra vida
de otra forma. Y decimos:
“Desde mañana, nunca,
nunca más; no se puede
seguir así”. Quisiéramos
que nada nos atara
a lo que ya hemos sido.
Le cerramos las puertas
a la memoria, y vamos
poco a poco adquiriendo
habilidad, destreza
en el arte difícil
de olvidar. Avanzamos
con pasos inseguros
por extraños paisajes
desconocidos. Brilla
un sol raro en el cielo.
Y al cabo llega un día
en el que aseguramos
que por fin ya no somos
los que éramos.
Tiene
nuestra imagen un aire
distinto en los espejos
recientes de esta luz.
Con cuánta confianza
decimos: “Nada queda
de todo aquello; ahora
es posible de nuevo
comenzar”.
Pero ocurre
de pronto algo imprevisto:
un libro, una palabras
que alguien dice al pasar,
una música, un rostro,
la soledad de un árbol,
la luna que recorre
muy lentamente el cielo
de una noche de julio.
Y este azar, con la fuerza
de lo que no esperábamos,
nos despoja de súbito
del sueño de ser otros.
No era verdad que hubiéramos
emprendido el viaje:
al despertar, miramos
con sorpresa la casa
desde la que creímos
haber partido.
Y vuelve
nuestra vida a sus cosas
y a las viejas costumbres.
(Elegías, 1980-1983)
7. ALL PASSION SPENT
Cuánto trabajo cuesta, cuando la dicha acaba,
admitir que acabó y aceptar dignamente
esa nada terrible que sigue a la hermosura.
Ha cesado el encanto y ya no somos dueños
de aquella llamarada: tanta luz, maravilla
de lo que siendo efímero semeja eternidad.
Ahora vuelven los días a ser hábito triste,
tiempo destartalado en el que va cumpliéndose
nuestro destino de hombres. “No puede ser –decimos—
verdad esta indigencia en que nos ha dejado,
de repente, la vida; un mal sueño nos tiene.”
Y removemos, tercos, la escoria de la luz.
Pero nada encontramos. Y respiramos muerte.
8. LA PLAYA
Nadie podrá quitarme –me digo—la ilusión
de soñar que ha existido esta mañana.
Se ha detenido el tiempo: oigo tu risa,
tus palabras de niño. Nunca he estado
tan conforme con todo, tan seguro
de mi alegría. Juegas junto al agua, y te ayudo
a recoger chapinas, a levantar castillos
de arena. Vas corriendo de un sitio para otro,
chapoteas, das gritos, te caes, corres de nuevo,
y luego te detienes a mi lado y me abrazas
y yo beso tus ojos, tus mejillas, tu pelo,
tu niñez jubilosa. El mar está
muy azul y muy plácido. A lo lejos
algunas velas blancas. El sol deja
su oro violento en nuestra piel.
Me digo
que es cierto este milagro, que es verdad
el inmóvil fluir de la quieta mañana,
la ilusión de soñar el remanso dulcísimo
en el que acontecemos como seres
dichosos de estar vivos, felices de estar juntos
y de habitar la luz.
Pero escucho, de pronto,
el ruido terrible y oscuro y velocísimo
que hace el tiempo al pasar, y la firmeza
de mi sueño se rompe; se hace añicos
--como un cristal muy frágil—la ilusión
de estar aquí, contigo, junto al agua.
El cielo se oscurece, el mar se agita.
Siento en mi sangre el vértigo espantoso
de la edad: en un instante, transcurren muchos años.
Y te veo crecer, y alejarte. Ya no eres
el niño que jugaba con su padre en la playa.
Eres un hombre ahora, y tú también comprendes
que no existió, ni existe, ni existirá este día,
la venturosa fábula de mis ojos mirándote,
la leyenda imposible de tu infancia.
Estás solo, y me buscas. Pero yo he muerto acaso.
somos sombras de un sueño, niebla, palabras, nada.
(Autorretratos, 1984-1988)
9. EN MITAD DE LA NOCHE
En mitad de la noche me desperté. Y había
mucha luz en la casa. Oí, por el pasillo,
ir y venir de pasos apresurados, voces
tristes que lamentaban no sé qué, y, a lo lejos,
como un lento murmullo –diríase—de oraciones
entre llanto y gemidos susurradas. Sin duda,
algo extraño ocurría. Asustado, confuso,
llamé con insistencia a mi madre, mas nadie
acudió de momento. Porfié, y al fin vino
a mi cuarto, afligida, la sirvienta, y después
de acariciarme un poco y abrazarme, la pobre,
me dijo como pudo que mi padre había muerto,
que había muerto hacía un rato, de repente.
Contaba
siete años yo entonces y tenía mi padre,
cuando murió, la misma edad que tengo ahora.
Casi cuarenta años ha pasado y aún
respiro aquella angustia. Mientras mi mano intenta
escribir estos versos, voy viviendo de nuevo
los momentos terribles de esa noche remota.
Mi madre está sentada en un sillón, llorando
con total desconsuelo junto al lecho en que yace
el cuerpo de mi padre. Yo me acerco y la beso;
le digo que no llore, que no llore. Su llanto
en verdad, me conmueve más aún que el cadáver
--tan irreal, tan solo en su quietud—del hombre
que hasta ayer mismo era el centro de esta casa
y jugaba conmigo, con mi hermana y mi hermano.
La muerte transfigura, traza súbitamente
un enigma en su presa, y no reconocía
apenas a mi padre en aquellos despojos
misteriosos, herméticos.
Entonces no lo supe
Pero hoy sé que esas horas en que tomé conciencia
del tiempo y de la muerte arrasaron mi infancia:
dejé allí de ser niño.
La casa fue llenándose
poco a poco de gente. Familiares y amigos
daban con su presencia lugar a repetidas
escenas de dolor. La noche no avanzaba.
Parecía que nunca iba a llegar la aurora.
10. SEPTIEMBRE
De repente, las playas se han quedado desiertas;
ha refrescado un poco y se acortan las tardes.
Hoy comienza septiembre, y la melancolía
del final del verano, puntualísima, acude
a su cita conmigo. Hay que volver mañana
a la ciudad. En ella, me esperan las rutinas
y las viejas costumbres que me fueron haciendo
ser el que soy. Muy pronto, se irán quedando en nada
los sueños que he soñado junto al mar, los propósitos
de libertad, de cambio, que en las noches de julio
y agosto fabulé tan fervorosamente
como en la adolescencia, a la vez que mis ojos
con asombro miraban la inquieta muchedumbre
de los astros del cielo. En la ciudad, no hay duda,
me encontraré de nuevo cuando llegue con ese
que se quedó en mi casa cuando yo estaba fuera,
con ese que se niega a cambiar y conoce
como nadie mis gestos, mis horarios, las cosas
que me atan a mí mismo. Él me pondrá al corriente
de los tontos asuntos que habrá que ir resolviendo
en los próximos días. Así, sin mucha pena
y sin gloria ninguna, transcurrirá el otoño.
Y después, de muy malas maneras, implacable,
tomará posesión de mi vida el invierno.
(La vida, 1989-1995)
JON JUARISTI
Poesía reunida (1985-1999).Ed. Visor Libros.
1. VERS L’ENNUI
but who is that on the other side of you?
Entonces era el mundo. Qué grande parecía.
En el límite mismo del verano, qué dulce
el tiempo que se abría, la luz indeclinable.
Entre el pinar y el río se extendían los huertos:
los pequeños retazos de maizales y habares
brillaban agolpados bajo el cielo de junio.
Inventar cada día las cosas, empaparse
de sol, buscar los nombres del grillo y de la arena,
del hinojo fragante, del cangrejo, del cuarzo.
Y el regreso: la tarde nos devolvía al sueño
por estradas de polvo y escoria triturada,
dóciles a las voces cercanas del cansancio.
Pero yo te sentía. Tú venías conmigo,
ángel del tedio, hermano, arrojando tu sombra
sobre las zarzamoras, tu sombra abominable.
2. GABRIEL ARESTI, 1981
Seis años, y tu verbo sigue dentro del mío
precisando las voces de este mundo en acecho.
Padre bronco, me diste, la tormenta por techo,
la intemperie por muro y por predio el baldío.
Seis años hasta darte mi epitafio tardío,
largamente fraguado en el hondo despecho.
Sobre el erial cernías el vuelo insatisfecho,
gavilán de tiniebla, centinela sombrío.
Me legaste el destino del lobo solitario,
la desazón extrema, la amargura sin tasa
y la acerba certeza de no ser necesario.
Que en el yermo en cenizas no me falte tu brasa.
Que me acosen los perros por guardar tu expoliario.
Que me encuentre la muerte defendiendo tu casa.
(Diario de un poeta recién cansado, 1985)
3. PATRIA MÍA
Llamarla mía y nada todo es uno
aunque naciera en ella y siga a oscuras
fatigando sus tristes espesuras
y ofreciéndole un canto inoportuno.
Juré sus fueros en Guernica y Luno,
como mandan sus santas escrituras,
y esta tierra feroz, feraz en curas,
me dio un roble, un otero y una muno.
Y una mano –perdón--, mano de hielo,
de nieve no, que crispa y atiranta
yo no sé si el rencor o el desconsuelo.
Y una raza me dio que reza y canta
ante el cántabro mar Cantos de Lelo.
No merecía yo ventura tanta.
4. EL GAS DE MI MECHERO
A L. M. y sus amigos
A ti, adorable Laura, que me tratas
con bárbaro rigor,
van dirigidos estos versos.
Léelos, por favor.
Son mediocres. Lo sé. Aún no mereces
de mí nada mejor.
Si dejé alguna que otra trinchera
no fue por falta de valor.
Sencillamente me aburrí
de jugar a mártir o traidor,
y, además, allí dentro hacía
demasiado calor.
Luché por la veneranda lengua
que unió al pechero y al señor,
a riesgo, claro está, de ser tenido
por fraile o por pastor,
y recibí tanto despecho a cambio
que perdí el buen humor.
En el altar sagrado de la Patria
sacrifiqué el pudor.
Mentí, como mentís ahora vosotros,
o quizá fue peor,
porque yo entonces me creía bueno
y mentí con candor.
Pero aún guardo un deber para Euskadi,
lo digo sin rencor,
para la dulce madre que nos empolla
en su nido de horror,
vieja cerda que devora a sus lechones
en un rapto de amor.
Le debo el canto inacabado
de mi hermano mayor:
alta palabra de Gabriel Aresti
segada en flor,
enmudecida por la muerte,
por el desprecio, por
vuestra sordera hereditaria, oh hijos
putativos de Aitor.
Apenas me es posible,
en medio del dolor,
guardar para mi patria envilecida
una pizca de honor.
Y ya termino, pues ya se acaba el
gas de mi encendedor.
Doy fin a este poema amargo
el dos de Thermidor.
Adiós, impresentables camaradas.
Quedad con el Señor.
(Suma de varia intención, 1987)
5. PALINODIA
A Martín
No te roce siquiera la piedad
si, al hojear el álbum de guardas desvaídas,
un colegial de floja cazadora,
cuyos ojos presagian el alcohol
de los años inhóspitos que estaban al acecho,
te mira desde el fondo del retrato
como si nunca hubiese roto un plato.
Te engañarás si tomas por finura de espíritu
tal expresión, pues nada había de eso.
Yo lo conocí bien. Poseía tan sólo
una rara panoplia de estrategias mezquinas
para salvar el tipo. Pensaba el muy estúpido
que la de la inocencia
no era mala apariencia.
Pero la prematura rigidez pesa pronto
y además no amortiza el esfuerzo invertido.
Los réditos que rinde son paja dada al viento.
Vas listo si pretendes sacarle otro provecho
que la fama de santo (lo que no es para tanto).
Escapó como pudo, abriendo una tronera,
hacia donde sentía bullir la primavera.
Y, para su desgracia, se dio cuenta a deshora
de que algunos aromas le sentaban fatal
(sobre todo el de ciertas florecillas del mal).
Anduvo dando tumbos de jardín en jardín,
reprimiendo la náusea, hasta que un día, al fin,
no tuvo más remedio, dada su edad ya crítica,
que meterse en política.
Pero tampoco en esta le lució mucho el pelo,
pues arreglar el mundo no es tarea al alcance
de quien tiene su casa en permanente ruina.
Pure perte, sa vie. No guardaría ni
un rescoldo de amor de aquellos tiempos
de ilusiones y dulce desvarío.
No te roce siquiera la piedad, hijo mío.
6. EN TORNO AL CASTICISMO
A Fanny Rubio, que me desaconsejó
escribir en la lengua del Imperio.
Uno quiere a su lengua porque es materia y útil
del oficio escogido, pero no, quede claro,
por su más que dudosa belleza. Nunca he sido
amigo de postrarme ante los diccionarios.
Cabreros y ladrones, no monjes cluniacenses,
forjaron sus palabras sin brillo ni eufonía.
¿Qué cabía esperar de un hato miserable,
quemado por los soles, comido por la tiña?
Jamás tuve por cierto aquello del Espíritu,
del Genio de los Pueblos. Si escribo en español,
no es por volkgeist alguno que en el albor de España
fluyera entre las barbas del Cid Campeador.
Aunque Rodrigo Díaz el de Vivar debía
fablar un castellano más recio que una aldaba.
Oíanlo los moros al pie de la alcazaba,
y no les alcanzaba el cuerpo a la chilaba.
Con todo, no era el pobre un pozo de elocuencia.
Al paso de los siglos, afortunadamente,
nos fuimos refinando, pero la poesía,
de sobra está decirlo, no ha sido nuestro fuerte.
No obstante, hay excepciones. Catad: el Arcipreste.
Manrique, Garcilaso. Quevedo no era manco.
Incluso entre los vascos tuvimos una de ellas,
pero eso antes de Franco.
Detesto sobre todo a la canalla rancia
que hace de ésta cuestión de patriotismo.
Nuestro maestro en estro, Jaume el Conqueridor,
es catalán, inglés y un poco filipino.
En cuanto a mí, la tribu de que procedo, dicen,
moraba ya en los flancos del alto Pirineo
allá cuando Caín sembraba cañamones,
y yo, que me lo creo,
no voy a mendigaros un plato de lentejas
ni un sitio junto al fuego. A ver quién se aventura,
hermanos amadísimos, a negarme el derecho
de primogenitura.
Y si de vez en cuando perpetro un vizcainismo,
que a nadie se le ocurra venir a darme vaya,
y menos a vosotros, pecheros del idioma,
que soy hidalgo viejo del Fuero de Vizcaya.
7. LOS TRISTES CAMPOS DE TROYA
Aquel año en la Rioja
no fue como el pasado en Marienbad.
Recuerdo el dril, la mugre, el calabozo,
el rancho, la humedad,
el toque de retreta,
el cabo de cuartel montando el arma,
y en el bolsillo izquierdo del macferlan
La Cartuja de Parma.
Durante unas maniobras en la sierra
había descubierto a Stendhal. Grave error:
la gran literatura agrava la neurosis
si se lee al redoble del tambor.
Y yo, debo admitirlo, me encontraba
al borde del suicidio,
con un sumario abierto en el TOP, sin mi novia,
y mi padre me había retirado el subsidio.
Por entonces mataron a Carrero,
y andaba muy nervioso el personal.
No me daban permisos, pero pude
largarme al Hospital.
Fingía unos ataques de epilepsia
que harían las delicias de Mahoma.
Los bordaba. Qué exceso: alguna vez
llegaron a temer que entrara en coma.
Pasé muy buenos ratos en el seno
de un viejo pabellón de Sifilíticos.
Reconozco que entré con aprensión:
temía respirar aires mefíticos.
No tardaría mucho en comprobar
que las dolencias de los otros cuatro
eran, como la mía, un frenesí.
Allí aprendí que el mundo es un teatro.
¡Soler, Paco Soler, que remedaba
los gañidos del parto!
¡Patético falsario, inimitable
artista del infarto!
¡Barquín, el marmolista de Tudela,
segundo Fidias de cincel genial!
¿Qué lápidas no habrías esculpido
en tu improbable cálculo renal?
¡Jiménez, Agustín, gitano de Haro,
voz de clavel y tez de verde luna,
a quien postró en el lecho del dolor
la feliz reacción a una vacuna!
Santolalla, de Tierra de Cameros,
pastor en las majadas de la Mesta,
¡Qué desmayos los tuyos, Santolalla,
materia digna de un cantar de gesta!
¡Adónde te escondiste, rabadán
de los albos rebaños de Castilla?
¿Qué se hizo de vosotros,
generosa cuadrilla?
¿Qué se hicieron las timbas
donde perdí el dinero y la inocencia,
entre ósculos profundos al orujo
birlado en Intendencia?
¿Dó las osadas fugas al amparo
del estrellado manto de la Noche?
¿Dó las gayas veladas con las lumis,
de crápula y derroche?
Un lunes desdichado
--todavía se me hace vïolento-,
en casa de Rosario la Canaria
encontré al capellán del regimiento.
Así se terminó la buena racha:
el cura metió mano,
y me enviaron al cuartel de nuevo,
vestido de romano.
No olvido las afrentas. Me tocó,
meses después, limpieza de capilla.
Él simulaba no reconocerme,
y me tendió un plumero o escobilla.
Señaló a Santa Bárbara y me dijo:
“Déjala como nueva. Date prisa,
que viene el general con su señora,
y debo decir misa”.
Mirándole con sorna, le espeté:
“¡Vaya polvo que tiene la patrona!”
Gimió. Le dio un vahído. Cayó a plomo
como una torre que se desmorona.
Le aflojé el alzacuello.
Deposité el plumero sobre un banco,
y lo arrastré a la sacristía. Allí,
bajo el busto de Franco,
le di de bofetadas hasta que
recobró la palabra y el color.
Me contempló con las pupilas rojas,
radiante de terror.
Al fin, se serenó. Me pidió fuego.
Me ofreció un cigarrillo.
“Hijo, la carne es débil”, suspiró,
“¿quieres ser sacristán o monaguillo”?
No estaba mal la oferta. Sin embargo,
contra todo pronóstico,
oyó pasmado cómo respondí:
“No, padre. Soy agnóstico”.
Me cuadré. Saludé. Di un taconazo
y salí disparado a la cantina.
Le dije al cantinero: “El cura sufre.
Llévale, de mi parte, una aspirina”.
Volví a la batería satisfecho.
Aunque me daba grima
haber desperdiciado una bicoca,
conservaba impoluta la autoestima.
Además de las guardias, me arrestaban
domingo tras domingo. Los sábados también.
Pero, con mucho, lo que más odiaba
era quedarme de retén.
El brigada Cevallos, que hoy será
--y es concederle mucho—subteniente,
nos hacía perder las tardes tontas
imperdonablemente.
Yo, por lo menos, no le he perdonado
las mil horas o más que me robó.
“¡Por la patria, muchachos!”, nos decía.
Amo a mi patria, pero, digo yo,
qué tendría que ver la pobre patria
con los delirios del chusquero aquel.
Le echaba al cuerpo más ardor guerrero
que si fuese teniente coronel.
Cevallos sostenía que el ejército
existe porque es práctico,
y, para demostrarlo, se inventaba
algún supuesto táctico.
Pongamos, por ejemplo, que los rusos
envían Ebro arriba un destructor,
y que dos divisiones del Pacto de Varsovia
avanzan sobre Arnedo y Fuenmayor.
Un puñado de heroicos artilleros
--¡Oh manes de Daoiz y de Velarde!—
debían rechazar al invasor
en una sola tarde.
Pero antes de partir hacia la gloria,
armarse de moral es lo primero.
Entonábamos juntos el vibrante
Himno del Artillero.
El numen militar, según Machado,
es sanguinario y fiero, pero de baja estofa
en lo tocante a lírica. Válgame como prueba
esta primera estrofa:
Artilleros, marchemos siempre unidos
de la Patria su nombre a engrandecer,
y al sentir del cañón el estampido,
nos haga su sonido enardecer.
No lo he vuelto a escuchar, pero me temo
que, salvo alguna precisión semántica,
seguirá siendo el mismo. Ciertas cosas
no las arregla ni la Alianza Atlántica..
Marchábamos unidos, en efecto,
a través de un trigal de triste trigo.
Era una negra noche de diciembre
y no se divisaba el enemigo.
Traté de recordar las enseñanzas
del Manual del Recluta: las ventajas
del ataque nocturno. El objetivo
es causar siempre las mayores bajas
con el mínimo riesgo, y es sabido
que en semejante empresa
resulta con frecuencia decisivo
eso que llaman el Factor Sorpresa.
La oscuridad, por tanto, es nuestra aliada:
el enemigo no nos ve y podemos
machacarlo a conciencia. Lo que pasa
es que a veces nosotros no lo vemos.
Tal era nuestro caso. Pregunté:
“Esos rusos, perdone, mi brigada,
¿son de una división de infantería
o de una división acorazada?”
“¡Silencio! ¡Están aquí!”, bramó Cevallos,
y ordenó acto seguido “¡Cuerpo a tierra!”
Me eché al suelo temblando de emoción.
¡Por fin iba a saber lo que es la guerra!
El cuerpo de Cevallos describió
una amplia trayectoria parabólica
y se esfumó de pronto ante mis ojos.
Aquello parecía obra diabólica.
Mas, pensé para mí, quizá los rusos
tengan un rayo desintegrador.
Por si acaso, rapaz, no abras la boca.
Y, ante todo, no corras, que es peor.
Tras tres horas de espera,
en vista de que no ocurría nada,
me atreví a preguntar en un susurro:
“¿Ha pasado el peligro, mi brigada?”
“¡A callar!”, exclamó el cabo primero,
y, tan airadamente lo decía,
que no osó rechistar cristiano alguno
hasta que fue de día.
Con la luz de la aurora constatamos
que una insondable zanja nos cortaba el camino.
En el fondo yacía, como era de prever,
Cevallos en decúbito supino.
Habló el cabo primero, rascándose la oreja:
“Me voy a por refuerzos. Juaristi, toma el mando.
Lleva al herido hasta la carretera.
Una ambulancia os estará esperando”.
Montamos con los cetmes unas andas.
Cogimos a Cevallos por los brazos,
y, con sumo cuidado, para que
no se desparramaran los pedazos,
lo tendimos encima y comenzamos
a caminar con mucha precaución,
no fuera el enemigo a descubrirnos
en aquella difícil situación.
Un buitre nos seguía, majestuoso.
Cevallos daba gritos de poseso.
Con el miedo a los rusos y a sus tanques
me perdí por completo, lo confieso.
Anduvimos en círculo, aturdidos,
sin ver la carretera. Hacia las siete
de la tarde, logramos avistar
unas luces lejanas: Navarrete.
Puse toda mi buena voluntad.
Me despisté. Es verdad. Pero, supongo,
lo mismo le pasaba en Waterloo
a Fabricio del Dongo.
Y a él nunca lo encerraron, como a mí,
en una celda oscura
(también es cierto, amigos, que la vida
no se parece a la literatura).
Me cayeron dos meses
y decidí tomarlo con paciencia.
Al fin y al cabo me faltaban sólo
tres para la licencia.
Recibí la cartilla una mañana
de luz primaveral. brillaba el sol.
Lloré de gratitud. Hicieron de mí un hombre.
¡VIVA EL GLORIOSO EJÉRCITO ESPAÑOL!
(Arte de marear, 1988)
8. SÁTIRA PRIMERA (A RUFO)
Te has decidido, Rufo, a probar suerte
en un certamen de provincias donde
ejerzo casualmente de jurado,
y encuentro razonable que me llames,
al cabo de diez años de silencio,
preguntando qué pasa con mi cátedra,
qué fue de aquella chica pelirroja
con quien ligué el ochenta en Jarandilla,
cómo siguen mis viejos, si padezco
todavía del hígado y si he visto
a la alegre cuadrilla del Pecé.
Pues bien, ya que deseas que te cuente
de mí y mi circunstancia, has de saber
que un punto de Alcalá me la birló,
en Jodellanos gran especialista,
a quien pago el café cada mañana
y sustituyo volontiers los días
en que marcha a simposios en San Diego,
en Atlanta, Florencia o Zaragoza.
Se casó con Gonzalo. El hijo de ambos
va al colegio del mío, pero en vano
acudo a todas las convocatorias,
reuniones, funciones navideñas.
La pícara me elude, y yo departo
interminablemente sobre fútbol
con el cretino del marido, mientras
asesinan los críos una sórdida
versión del Cascanueces. Bien conoces
al pelma de Gonzalo. Creo, incluso,
que fuiste tú quien se lo presentó.
No pruebo ni una gota últimamente,
después de la biopsia. Te confieso
que añoro aquellos mares de vermú,
aunque el agua es sanísima. Vicente,
antiguo responsable de mi célula,
es viceconsejero de Comercio
por el Partido Popular, y, claro,
se mueve en otros medios. Otra gente
parece preferir ahora Vicente.
Mis padres van tirando. Cree, Rufo,
que nada tengo contra ti. Al contrario,
te recuerdo con franca simpatía.
Sobradas pruebas de amistad me diste
en el tiempo feliz de nuestra infancia.
Es cierto que arruinaste mi mecano,
que me rompiste el cambio de la bici,
que le contaste a mi primera novia
lo mío con tu prima, la Piesplanos.
Eras algo indiscreto, pero todos
tenemos unos cuantos defectillos.
Veré qué puedo hacer. No te prometo
nada: somos catorce y, para colmo,
corre el rumor de que Juan Luis Panero.
9. ELEGÍAS A CIEGAS
Las dos hermanas ciegas de tu abuelo,
Pepita juntamente y Victoriana,
a contraluz las ves: sombras chinescas
entre el biombo de seda y la ventana.
Huye el año sesenta.
Del parque llega un frío alborotar de pájaros.
Envueltas en sus chales oscuros, estas damas
nonagenarias rezan el último rosario.
No saben que la noche venidera
les depara una suave, dulcísima agonía:
Caerán como dos rosas tronchadas, desde el sueño
hasta el delantal cándido de la Virgen María.
La tía Victoriana, afligido galápago
que se arrastraba apenas por los hondos pasillos
de la casa de Aguirre, será un serafín de alas
veloces por las sendas de luz del paraíso.
Y la tía Pepita, que daba besos húmedos
y te contaba historias del asedio carlista,
sentirá una caricia de Jesús en los párpados
y, al entreabrirlos luego, lo tendrá ante la vista.
Pero aún sólo atardece.
Reclinada en la mano infantil la cabeza,
persigues soñoliento el paso de las horas
en el reloj de cuco, molino de tristeza.
Imaginas acaso un Bilbao fin de siglo,
y en el balcón las pobres señoras Jüaristi
esparciendo puñados de pétalos a tientas
sobre la procesión del Corpus Christi.
No las turba la pompa de las capas pluviales
ni la custodia de oro donde tiembla el viril,
ni el palio recamado, ni la guardia de gala
de don Antón Pirala, gobernador civil.
Nadie repara en ellas.
En su vasta tiniebla no oirán requiebro alguno.
Tal vez, enternecido, un beso les envíe
su amigo de la infancia, don Miguel de Unamuno.
Su memoria volátil habría dado en nada,
si tú, al poner tus parcos recuerdos en abismo,
no hubieses decidido guardarlas para siempre
en un poema hinchado de falso modernismo.
Sólo un pretexto impuro para un tosco retruécano
en el verso final, pues, aunque tú lo niegas,
como las infelices hermanas de tu abuelo,
entonces –y ahora y siempre-- elegías a ciegas.
(Los paisajes domésticos, 1992)
10. AGRADECIDAS SEÑAS
A Luis García Montero
No tengo casa propia
ni coche. Vivo solo
y mi cuenta corriente
está en números rojos.
Habito un ventisquero,
un frío promontorio
batido pro las turbias
galernas del otoño.
Pasé la cuarentena,
doblé mi Cabo de Hornos,
perdí todos los mástiles
del alma en los escollos.
He vivido en países
no demasiado exóticos,
pero del triste mundo
sé más que los geógrafos.
Nací bajo Saturno,
nocturno dios del plomo.
El mío ha sido un tiempo
tirando a tormentoso.
Mi juventud distraje
con juegos peligrosos.
Sigo siendo de izquierdas,
aunque se note poco.
No recuerdo las veces
que resbalé hasta el fondo
por el derrumbadero
de los buenos propósitos
ni quiero dar noticia
de lances más gloriosos:
volver atrás la vista
me pone melancólico.
Vaya sólo un consejo
para los paranoicos:
la amnesia, si oportuna,
aleja el mal de ojo.
Tocando a la memoria,
mejor pecar de sobrio:
mi infancia son recuerdos
de algún parque zoológico
y púberes deslices
de vate vanidoso
y megalomanía
en pantalones cortos.
Recelo hoy de los trucos
de los poetas mozos,
y a distinguir me paro
las voces de los bozos.
Amo a mi pueblo vasco,
un pueblo noble y tosco
metido en un atasco
que firmaría el Bosco.
Le dejaré en herencia
mis huesos y mis polvos
y cuatro o cinco libros
de versos rencorosos.
Y si la poesía
me ha dado casi todo
(o sea, el buen puñado
de amigos que atesoro),
reñir y enamorarme
son artes que conozco
mejor que la poesía:
juzgad ahora vosotros.
11. ROMANZA CON SORDINA
Para Andrés Trapiello
En los atardeceres colegiales,
al rosario, y quizá a la sabatina,
algunas veces me llevó consigo
mi abuela Valentina.
Por las altas Calzadas de Begoña
ascendía tenaz y paulatina,
mientras la luz del sol que iba muriéndose
doraba la colina.
En la penumbra de la iglesia, luego,
la oía deshojar la flor latina
de la plegaria: Miserere nobis...
Stella Matutina...
Ya de camino a casa, si evocaba
paisajes de su infancia campesina,
su añoranza sabía tan amarga
como una medicina:
Prados fríos del valle del Arreba,
cuajados de morada clavellina,
entre Valdebezana y Ciudad de Ebro,
no lejos de Medina
de Pomar. Tierras ásperas del norte
de la tierra de Burgos. Serpentina
corriente del gran río,
que aún no teme la costa levantina.
Robledales y riscos. Monte bajo
donde medran el níscalo y la endrina.
Estradas malheridas por las ruedas
del carro que rechina.
Su padre, el grave regidor pedáneo,
atraviesa en el sueño la neblina,
con la escopeta Lafoucheux colgada
detrás de la anguarina
y el sombrero metido hasta las cejas,
quebrando a trechos la azulada y fina
capa de hielo de los charcos. Fuma
torcida tagarnina.
¿Marcha al puesto escondido en la montaña,
bajo el ramaje de una adusta encina,
para tirar al paso de la última
paloma peregrina?
¿O sigue el rastro de la zorra artera
que le ha matado la mejor gallina,
o va a encontrarse con la maestrita
de la aldea vecina?
(Porque de alguien, supongo, habré heredado
la torpe inclinación que me encamina
a procurarme siempre el mal de amores
por vía clandestina
y a enredarme además con lo más culto
que da de sí la especie femenina,
y, al cabo, a comprobar que sólo buscan
sacarse la tesina).
En la tarde de lluvia, nos sentábamos
a jugar al parchís en la cocina.
Si me ganaba, se ponía alegre
y un poco parlanchina,
y me contaba historias: el soldado
que en la umbrosa manigua filipina
compró a un cacique moro una doncella
blanca como la harina,
y que, vuelto a la patria, descubrió
que era hermano de prenda tan divina,
robada del hogar por un corsario,
siendo ella chiquitina.
Los pájaros del dulce San Antonio,
la torre de la triste Delgadina,
la rueda de cuchillos y navajas
de Santa Catalina,
la muerte de Granero, las hazañas
de Diego de León, la golondrina
que de la sien del Cristo agonizante
sacó la Santa Espina.
O entonaba cuplés del repertorio
de Raquel Meyer y la Fornarina.
Sobra decir que el mundo de mi abuela
olía a naftalina.
Venía de un dolor irremisible,
de unos siglos peores que la quina,
de la España feroz y miserable
del diezmo y la tontina
(de la España inferior y taboadesca,
devota de Frascuelo y de Marquina,
que con mantillas disfrazó la greña
otrora jacobina).
Pero de ella aprendí las cuatro cosas
que he salvado del tiempo y de su ruina:
que sólo se es feliz en el pasado,
que todo se termina,
que del amor más grande apenas queda
una pálida brizna cristalina,
y que perseverar en la existencia
requiere disciplina.
Por eso la he guardado en estos versos
tal como fue: pequeña y cantarina,
brillando en mi memoria como un pobre
grano de sal marina.
Y ella ha vuelto a tomarme de la mano
para doblar conmigo la hosca esquina
hacia el último trecho de la tarde,
mi tarde que declina.
(Tiempo desapacible, 1993-1996)
AMALIA BAUTISTA
Tres deseos [Poesía reunida]. Ed. Renacimiento. Sevilla, 2006.
1. BERKSHIRE
Debo volver a casa, ya es muy tarde,
pero dices “espera, quiero verte
las rodillas con esas medias negras”.
Te muestro las rodillas. Me despido
por enésima vez. No quiero irme
ni tú tampoco quieres que me marche.
Me has enseñado fotos divertidas,
los países más raros en el atlas,
tu ajedrez, tus estampas de la Virgen,
tus lápices y algunos de tus versos.
Me has hablado de todo lo que odias
y de unas pocas cosas que te gustan.
Los dos por un momento hemos pensado
que estaban agotados los recursos,
pero mis piernas son definitivas,
y te hacen maquinar en un instante
una historia de amor nocturna y loca.
2. EL INDULTO
Aquel motín, sin duda imperdonable,
merecía la muerte, uno por uno,
de todos los que en él participaron.
Mi cerebro y mis ojos, impasibles,
contemplaron decenas de cabezas
terribles, desgajadas de los troncos.
Pero llegaste tú. Con tu mirada,
descarada y valiente, hiciste inútil
toda la autoridad de mi corona.
Tú, más fuerte o más débil que los otros,
mereciste el indulto y mereciste
ser el capricho de tu reina, y siempre,
mientras que yo no ordene lo contrario,
deberás ser mi amante. A veces pienso
que esto es mayor castigo que la muerte,
y no sé si conspiras en silencio
o si tu abnegación es cobardía.
3. DESNUDO DE MUJER
Para ti nunca fui más que un pedazo
de mármol. Esculpiste en él mi cuerpo,
un cuerpo de mujer blanco y hermoso,
En el que nunca viste más que piedra
y el orgullo, eso sí, de tu trabajo.
Jamás imaginaste que te amaba
y que me estremecía cuando, dulce,
moldeabas mis senos y mis hombros,
o alisabas mis muslos y mi vientre.
Hoy estoy en un parque donde sufro
los rigores del frío en el invierno,
y en verano me abraso de tal modo
que ni siquiera los gorriones vienen
a posarse en mis manos porque queman.
Pero, de todo, lo que más me duele
es bajar la cabeza y ver la placa:
“Desnudo de mujer”, como otras muchas.
Ni de ponerme un nombre te acordaste.
4. LA MUJER DEL SOLDADO
Le recibí llorando de alegría.
Regresaba tan sucio y tan hambriento
que a cualquiera le habría dado asco.
sucio de sangre propia y extranjera
el uniforme; hambrienta la mirada
de un cuerpo de mujer que le esperase.
Besé el barro y la sangre de su boca
y lamí sus heridas como un perro.
Le amaba. No podía darme asco.
No me importó siquiera que rompiese
con un brusco deleite aquellas medias
de seda que agotaron mis ahorros.
No sería capaz de preguntarle
si tuvo miedo y si pensó en la huida.
Le tenía de nuevo. Había vuelto.
Y todo lo demás no era importante.
5. A DIETA
Me acosté sin cenar, y aquella noche
soñé que te comía el corazón.
Supongo que sería por el hambre.
Mientras yo devoraba aquella fruta,
que era dulce y amarga al mismo tiempo,
tú me besabas con los labios fríos,
más fríos y más pálidos que nunca.
Supongo que sería por la muerte.
6. DÉJATE
Déjate seducir por sus mordiscos,
siente en tu piel los pétalos de rosa
que saben ser sus labios cuando quiere.
Escucha su llamada y su silencio,
entrégate a sus gustos o a su ausencia
de gestos, y derrítete si puedes,
sin pudor, sin reparos ni vergüenza,
ante su invitación o ante la tuya.
Quema las normas de comportamiento,
despedaza la buena educación,
destroza las costumbres, rehabilita
por una noche al menos la locura.
Y un último detalla imprescindible
para que todo salga en condiciones:
procura que no sea tu marido.
7. LOS NIÑOS
Creo que en el Madrid de la posguerra,
cuando mis padres eran niños flacos,
hacía mucho frío en el invierno
y mucho más calor en el verano
de lo que soportamos hoy. Ahora,
como se ha suavizado nuestro clima,
nos licenciamos y tenemos coche,
alcanzamos las metas previsibles,
ganamos un buen sueldo y, sobre todo,
nuestros hijos son hijos deseados,
pensados, programados, protegidos.
A pesar de ventajas tan palpables,
me parece que son menos felices;
creo que comen más y ríen menos
que aquellos niños flacos de posguerra.
8. HOSPITAL DE INCURABLES
Puedes venir a verme cuando quieras,
ya sabes donde estoy. Mis compañeros
son muchos pero yo me siento sola.
Hay un inválido que nunca pudo
tirarse a la piscina milagrosa.
Hay un pobre leproso cuyo cuerpo
es una enorme llaga siempre abierta.
Y un apestado. Y un tuberculoso.
Y otro con fiebres. Y otro más que nunca
pudo curar con hiel sus ojos ciegos.
Y yo, más incurable que ninguno
desde que me arrancaste el corazón
y lo pusiste en venta en un mercado.
9. EL ÁNGEL PERPLEJO
Nunca hubo dios, ni vírgenes, ni santos,
ni icono que proteja, ni oración que consuele;
nunca ha habido milagros o prodigios,
ni salvación del alma o vida eterna;
ni mágicas palabras, ni bálsamo efectivo
contra el dolor que no remite nunca;
ni luz al otro lado de las sombras,
ni salida del túnel, ni esperanza.
Sólo nos acompaña en esta travesía
un ángel de la guarda perplejo que soportal
la misma vida perra que nosotros.
10. PIDE TRES DESEOS
Ver el alba contigo,
ver contigo la noche
y ver de nuevo el alba
en la luz de tus ojos.
11. DOS GOTAS DE SUDOR
I
Hay alguien en el mundo, no sé dónde,
o sí lo sé, pero mejor lo olvido,
que me desnuda sólo con mirarme
y me sueña vestida de princesa.
Alguien con quien no puedo resistirme
a arder bajo la ducha.
Alguien con quien resulta inevitable
sudar en un iglú.
II
Lloro cuando no estás, sudo contigo.
Mi sudor y mi llanto son iguales,
tenaces y salados,
como el mar de mis sueños y el océano
inabarcable de mis pesadillas.
No pido demasiado, pero me gustaría
sudar un poco más y llorar menos.
12. GULA
El sabor de los higos, su textura
limando y lubricando la lengua, el paladar,
los labios, las encías.
El líquido estallido de las uvas
entre los dientes, inundando todo.
El chocolate derretido.
El café, el vino rojo, el pan caliente.
Mi almíbar en tus labios.
Tu sal sobre los míos.
ÍNDICE
Antonio Machado:
2
Juan Ramón Jiménez:
16
Federico García Lorca:
22
Rafael Alberti:
40
Luis Cernuda:
54
Miguel Hernández:
64
Blas de Otero:
79
Ángel González:
88
Miguel d’Ors:
101
Eloy Sánchez Rosillo:
113
Jon Juaristi:
Amalia Bautista:
124
144