Florilegio de una familia Flor de Granado y Granado UNA SELECCIÓN DE LO MÁS GRANADO DE LA LITERATURA IMPRESIÓN CONMEMORATIVA DEL CENTENARIO DEL NATALICIO DEL POETA. © Editorial de la Universidad Santiago del Granado 2013 I.S.B.N. 978-0-9827802-0-6 Las traducciones al inglés se publican con el permiso del autor, a quien pertenecen los derechos. © Bruce Phenix 1992 Universidad Santiago del Granado Avenida Oquendo Nro. 1080 esq. Ramón Rivero Edificio Los Tiempos Torre II Piso 16. Cochabamba, Bolivia www.usdg.bo ii sta antología es la empresa concentradamente intelectual de una familia consumada en sutiles ciencias del verbo, el pensamiento y la imaginación. No es un fenómeno nuevo, pues la historia literaria nos ofrece varios ejemplos connotados de familias signadas por una obra que destila inspiración, y poesía, y belleza: los Séneca y los Mendoza del Viejo Mundo, con las cumbres pirineicas como un muro contra el cielo a la espalda; los Caro y los Lowell del Nuevo Mundo, con el horizonte interminable y aquellos cielos que despiertan la imaginación por frente. Y de entre éstos, sobresalen además los Granado. Con diversas especializaciones en el campo del escritor, son siete personajes que llevan el mismo apellido, proveniente del cognomen latino ‹Granatus›, oriundo de la ciudad más antigua de Occidente, Cádiz. El primero llegó en 1780, ejerció en la Villa Imperial de Potosí, y fecundó su saga en Santa Cruz de la Sierra, donde aguarda el tigre, sobrevuelan los gallinazos y se entremezclan palmeras, mangos, plataneros y quebrachos. Y el solo tronco de su árbol genealógico, generación tras generación, hasta sumar dos siglos, hunde sus raíces hispanas en la América profunda y florea nuestro acervo literario. Santiago María del Granado (1757-1823) es un médico ilustrado que, ya entrado el siglo XIX, recorriera con encomiable aplomo algunos de los más remotos dominios hispanos inoculando un brebaje milagroso contra aquella enfermedad letal. La viruela es el azote del mundo desde miles de años atrás. Nadie había hecho nunca nada igual. Los naturales son vacunados de brazo a brazo para que el fluido vacuno se mantenga fresco. Un episodio trascendental de la medicina española, que representa un intento de saldar la deuda histórica que los conquistadores del siglo XVI habían contraído con la población americana. iii Florilegio de una familia Flor de Granado y Granado Juan Francisco del Granado (1796-1849) es un médico transido de humanidad y eso lo hace un poeta excelso. En el mejor sentido es un poeta romántico de la primera mitad del siglo XIX, un poeta transparente que busca la comunicación de sentimientos y trasciende la estética predominante del momento. Su estatura artística cobra plenitud con unos versos directos, conmovedores, tiernos, que hoy pueden resultar quizá empalagosos. Francisco María del Granado (1835-1895) es una gloria de la Iglesia católica; obispo en plena juventud, orador eminente llamado a púlpitos comprometidos, paradigma de vida devota y caritativa, mordido por inquietudes literarias que resaltan en sus escritos eclesiásticos. Pertenece a ese grupo de religiosos que en el siglo XIX salieron al paso de las muchas necesidades que entonces se presentaban y a las que la Iglesia tenía que responder en bien de la sociedad. Su oratoria brillante, apasionada, su verbo fácil que conjugaba candor, ternura y simpatía, el sabio manejo del matiz en la voz para subrayar la profundidad del pensamiento, descargaron sobre el oyente y apostaron a un despertar del letargo, al marcar con las tintas apropiadas el gran desastre de un continente en el trasfondo de toda una convulsa centuria de luchas desgarradoras y de persistentes resabios anticlericales. Félix Antonio del Granado (1873-1932) es un auténtico quijote de la belleza, que emplea su lanza y adarga para deshacer entuertos groseros y dignificar la hermosura de la vida ordinaria mecida en la rectitud, que transparenta su deseo de impedir que la Literatura con mayúscula se vea invadida por los fantoches y otros enmascarados que ocultan la corriente silenciosa de las buenas letras. Probablemente la única virtud esencial de un crítico es saber escribir. Lo cual, si no se toma como aserto de Perogrullo, tiene más enjundia de lo que aparenta. El crítico tiene que saber de lo que está hablando. Una de las principales objeciones contra mucha crítica literaria es el uso de un lenguaje oscuro, tanto en su sintaxis cuanto en su vocabulario. Basta leer en no pocos suplementos y secciones culturales, artículos de crítica literaria que al buscar afanosamente la profundidad sólo se hunden en el pantano y ofrecen al lector sartas mal hiladas de prosa cacofónica y gerundiana excretadas sobre la blanca página. La de Granado es, desde esta óptica, una crítica literaria ágil y asequible, que despliega una colección de textos diáfanos muy notable y perfectamente adecuada al propósito que la anima. En sus ensayos literarios demuestra una gran aptitud para distinguir el grano de la paja, las voces de los ecos, el humo del fuego, y el libro de segunda fila del libro perdurable. En sus magníficas y misceláneas prosas cercanas a la viñeta, expone la emoción y belleza que pueden encerrar la descripción de un paisaje, las sutiles contradicciones de lo establecido, la perfección de una intriga, la justa denuncia de lo injusto o la desoladora constancia de lo absurdo. Francisco Javier del Granado (1913-1996) es un poeta de la vida como es, vida en avidez, con todos los sentidos abrazada, incluido el sentido de la inteligencia minuciosa, esa que palpa la vida como deletrearla. Nuestro mayor poeta de la segunda mitad del siglo XX, de actividad febril, de producción fecunda, para mayor prez y decoro de nosotros, sus tardos legatarios, es un maestro pintor de brochazos impresionantes con un pincel fosforescente en la bóveda celeste. Una alondra piadosa que sube vertical hacia el empíreo, cantando poemas singulares de incienso. Un amante descarado de su tierra natal, que enseña a ver lo invisible, borra lo aparente y muestra la esencia de las distintas caras del país, enriquecidas con un original acento propio, especialmente en lo que se refiere a las dimensiones existenciales y trascendentales de su personal canto a la tierra. Un insigne vate que entona estrofas épicas sobre la patria historia, hechos que diluye en forma de fantásticas iv v Florilegio de una familia evocaciones. Y así bajo el encantamiento de su palabra, el sagrado suelo patrio renueva sus leyendas. Félix Alfonso del Granado (1938-) es un médico que cura a las letras. Un poeta que cala hasta los huesos y diluye hasta el amor. Una poesía igual de sensual a la de su progenitor, pero con un lenguaje más pasional al gusto de su época. Fecunda la novelística con producciones entre la técnica médica y el campo de la experimentación de su personalidad artística. Resume autenticidad hasta en el delirio, hasta en la desmesura. Cualidad que el autor ha consolidado aquí desacralizando aunque no abandonando al máximo las huellas de su progenitor en aras de una flexibilidad (aparente, al menos) lingüística y tonal capaz de dejar que la potente carga disidente de la palabra transpire, con pasmosa naturalidad, por los poros de la piel de un lenguaje extraño y envolvente. Juan Javier del Granado (1965-) es un jurista que da muestras de un manejo exquisito del lenguaje con el fin de convertirlo en un reflejo alucinante, maravilloso de un pensamiento extremadamente polifacético y en ese objetivo utiliza las herramientas de su imaginación y su talento. Un escritor polígrafo, que confiere un relieve real a nuestra cultura que tiene sus raíces tanto en el Viejo Continente como en el Nuevo Mundo. Y escribo pensamiento, que no filosofía, porque su obra trasunta el deseo de acabar con el desparpajo de los filósofos y aprovechar la estela de los humanistas. Un filólogo que, adentrado ya en el siglo XXI, es capaz de abordar un reto y una labor tan sumamente lenta como es elaborar un diccionario de la lengua española o un proyecto de recodificación civil, realizados con rigor científico y al mismo tiempo espíritu divulgativo. En el libro que el lector tiene entre manos se muestra la impresionante arboladura erudita de la literatura de estos siete personajes. Quizá el placer de su lectura que va rozando como una brisa las sensibilidades en flor del vi Flor de Granado y Granado alma hasta el límite del delirio —el placer de tener en las manos un buen libro y a través de él enriquecer extraordinariamente nuestro destino— no sólo permita superar la estulticia de la vida cotidiana, sino también sea una forma de aliviar nuestro paso por este mundo de exigencias que nos ha tocado vivir. —fray Pedro de Anasagasti vii Florilegio de una familia Flor de Granado y Granado LOR DE GRANADO GRANADO FLORILEGIO DE UNA FAMILIA MMXIII viii ix Florilegio de una familia Flor de Granado y Granado Santiago María del Granado 1757-1823 1785 CARTA SOBRE LA DESPOBLACIÓN DE AMÉRICA ......... 2 1804 ODA A LA VACUNA ................................................... 3 1806 A LA EXPEDICION ESPAÑOLA PARA PROPAGAR LA VACUNA EN AMÉRICA..................................................... 9 1807 CARTA SOBRE LA VACUNA ...................................... 12 1808 CARTA SOBRE LA VACUNA ...................................... 14 1888 ARCHIVO DE MOXOS Y CHIQUITOS ........................... 16 1809 ARCHIVO GENERAL DE INDIAS ............................... 16 1810 EXTRACTO GENERAL DE LA EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA ..................................... 72 1821 ARCHIVO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES ....... 73 Juan Francisco del Granado 1796-1849 1839 ÓVALO BLANCO ...................................................... 82 Francisco María del Granado 1835-1895 1863 EVOCACIÓN............................................................ 86 1864 SERMÓN PATRIÓTICO.............................................. 88 1866 ORACIÓN FÚNEBRE................................................ 97 1868 SERMÓN .............................................................. 105 1868 DISCURSO ............................................................ 118 1870 CARTA PASTORAL ................................................. 129 1871 DISCURSO ............................................................ 143 1877 CARTA PASTORAL ................................................. 160 1879 ORACIÓN FÚNEBRE.............................................. 167 1883 SERMÓN .............................................................. 175 1884 CARTA PASTORAL ................................................. 187 1889 DISCURSO ............................................................ 190 1894 ENTREVISTA POR CIRO BAYO Y SEGUROLA............. 200 1895 RETRATOS ............................................................ 201 Félix Antonio del Granado 1873-1932 1894 EL GÓLGOTA ........................................................ 208 1902 IN MEMORIAM ..................................................... 226 1909 FRANCISCO MARÍA DEL GRANADO ........................ 231 1909 ARTÍCULO ............................................................ 263 1914 DISCURSO EN LOURDES ....................................... 265 1915 DISCURSO ............................................................ 268 1916 DISCURSO ............................................................ 269 1917 DISCURSO ............................................................ 271 1918 DISCURSO ............................................................ 272 1918 DISCURSO ............................................................ 275 1919 DISCURSO ............................................................ 278 1921 DISCURSO ............................................................ 281 1922 DISCURSO EN ROMA ............................................. 283 1922 DISCURSO ............................................................ 287 1923 DISCURSO ............................................................ 288 1926 DISCURSO ............................................................ 290 1926 DISCURSO PATRIÓTICO ......................................... 292 1927 DISCURSO ............................................................ 294 1928 DISCURSO ............................................................ 295 1928 ENSAYOS LITERARIOS........................................... 297 1928 DISCURSO ............................................................ 335 1928 DISCURSO ............................................................ 336 1928 PROSAS ................................................................ 341 1930 CARTA.................................................................. 365 1931 DISCURSO ............................................................ 366 1932 ORACIÓN FÚNEBRE.............................................. 371 Francisco Javier del Granado 1913-1996 1939 ROSAS PÁLIDAS .................................................... 376 1941 HIMNO EUCARÍSTICO ........................................... 381 1942 DISCURSO ............................................................ 382 1945 CANCIONES DE LA TIERRA.................................... 383 1947 SANTA CRUZ DE LA SIERRA .................................. 388 1952 VÍRGENES DE LA TIERRA ..................................... 392 1952 DISCURSO DE RECEPCIÓN EN LA ACADEMIA BOLIVIANA................................................................. 399 1959 COCHABAMBA ...................................................... 413 1964 ROMANCE DEL VALLE NUESTRO .......................... 459 1966 ENTREVISTA POR PEDRO SHIMOSE KAWAMURA .... 494 x xi Florilegio de una familia Flor de Granado y Granado 1967 LA PARÁBOLA DEL ÁGUILA .................................. 496 1969 DISCURSO EN MANILA ......................................... 513 1970 ANTOLOGÍA DE LA FLOR NATURAL ....................... 516 1973 CARTA DESDE LA PAZ .......................................... 534 1980 VUELO DE AZORES .............................................. 535 1980 DISCURSO ............................................................ 540 1982 CANTO AL PAISAJE DE BOLIVIA ............................ 541 1988 VISITA PASTORAL ................................................. 545 1992 CANTARES ........................................................... 546 1992 ALFONSO REYES Y JAVIER DEL GRANADO ............. 553 1992 TRADUCCIONES AL INGLÉS .................................. 559 1996 JAVIER DEL GRANADO HECHO SONETO ................. 607 1996 CARTA DESDE BELGRADO..................................... 608 2013 FRANZ TAMAYO Y JAVIER DEL GRANADO ............. 610 Félix Alfonso del Granado 19381968 POEMAS DEL AMOR Y DE LA MUERTE ................... 618 1968 CARTA DESDE CHICAGO ........................................ 628 1973 ABORTO ............................................................... 629 1985 EL HOLOCAUSTO A LOS DIOSES HAMBRIENTOS ...... 629 1989 LAS MEMORIAS DE HOLOFERNES ......................... 659 1989 LA BESTIA BORRACHA .......................................... 675 1996 DISCURSO ............................................................ 677 2004 EL RUFIÁN DE CHICAGO....................................... 678 2004 EL CARA CORTADA ............................................... 685 Juan Javier del Granado 19651989 EL TÍO HA MUERTO .............................................. 690 2001 POTOSÍ ................................................................. 694 2001 LA ANATOMÍA DE LA ALEGRÍA ............................. 705 2010 UN LIBRO DE DERECHO DEL SIGLO XVI, REFUNDIDO PARA EL SIGLO XXI ..................................................... 726 xii 1 Santiago Maria del Granado (1757-1823) 1785 CARTA SOBRE LA DESPOBLACIÓN DE AMÉRICA SEÑOR DON MIGUEL GORMAN, PROTOMÉDICO GENERAL DE BUENOS AIRES: uy señor mío, y amigo: Confieso a vuestra merced que han sido muchas y variadas las calamidades forzosas que asolaron a la humanidad; y aun así, entre las más devastadoras, está el mal de las viruelas, cruel y terrible azote que no perdona a nadie, algo así como el amor que nos toca a todos. Tenemos todavía a la vista los vacíos que hizo en casi todo el reino, cuando en diferentes tiempos asoló este feliz país y privó a nuestro soberano de un gran número de vasallos. Luego están los otros males: los que son obra y gracia de todos los mortales, que han logrado devastar las esperanzas e ilusiones de un sinnúmero de hombres, como las guerras intestinas y exteriores y los trabajos forzados, particularmente el laboreo de las minas, donde los naturales mueren sepultados vivos. La comunicación de nuestras enfermedades a estas tierras en que no eran conocidas eliminó la población a medida que avanzábamos por el continente, por lo que a veces encontrábamos territorios vacíos y pensábamos que se trataba de yermos desiertos y despoblados. Este es un error de que no nos debemos admitir, porque un mefítico ángel exterminador iba delante de nosotros y la gente moría o huía. A decir a vuestra merced verdad, habría que entregarse al recogimiento de la oración ante la aceptación de las calamidades porque, las más veces, somos nosotros mismos los que hacemos que evolucionen y se enquisten. Nuestro Señor guarde a vuestra merced los muchos años que deseo. Santa Cruz, y octubre 18 de 1785 —Santiago Granado 2 Flor de Granado y Granado 1804 ODA A LA VACUNA POEMA EN ACCIÓN DE GRACIAS ris afortunado que las negras nubes que oscurecían nuestro cielo con sabias providencias ahuyentaste, el orden, la quietud restituyendo; órgano respetable, que al remoto habitador de este ignorado suelo con largueza benéfica trasmites el influjo feliz del solio regio; y pueda por tu medio levantarse nuestra unánime voz al trono excelso, donde, cual numen bienhechor, derrama toda especie de bien sobre su imperio; sí, Venezuela exenta del horrible azote destructor, que, en otro tiempo sus hijos devoraba, es quien te envía por mi tímido labio sus acentos. ¿Venezuela? Me engaño. Cuantos moran desde la costa donde el mar soberbio de Magallanes brama enfurecido, hasta el lejano polo contrapuesto; y desde aquellas islas venturosas que ven precipitarse al rubio Febo sobre las ondas, hasta las opuestas Filipinas, que ven su nacimiento, de ternura igualmente poseídos, sé que unirán gustosos a los ecos de mi musa los suyos, pregonando beneficencia tanta al universo. Tal siempre ha sido del monarca hispano el cuidadoso paternal desvelo desde que las riberas de ambas Indias la española bandera conocieron. 3 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Muchas regiones, bajo los auspicios españoles produce el hondo seno del mar; y en breve tiempo, las adornan leyes, industrias, población, comercio. El piloto que un tiempo las hercúleas columnas vio con religioso miedo, aprende nuevas rutas, y las artes del antiguo traslada al mundo nuevo. Este mar vasto, donde vela alguna no vieron nunca flamear los vientos; este mar, donde solas tantos siglos las borrascas reinaron o el silencio, vino a ser el canal que, trasladando los dones de la tierra y los efectos de la fértil industria, mil riquezas derramó sobre entrambos hemisferios. Un pueblo inteligente y numeroso el lugar ocupó de los desiertos, y los vergeles de Pomona y Flora a las zarzas incultas sucedieron. No más allí con sanguinarios ritos el nombre se ultrajó del Ser Supremo, ni las inanimadas producciones del cincel, le usurparon nuestro incienso; con el nombre español, por todas partes, la luz se difundió del evangelio, y fue con los pendones de Castilla la cruz plantada en el indiano suelo. Parecía completa la grande obra de la real ternura; en lisonjero descanso, las nacientes poblaciones bendecían la mano de su dueño, cuando aquel fiero azote, aquella horrible plaga exterminadora que, del centro de la abrasada Etiopía transmitida, 4 Flor de Granado y Granado funestó los confines europeos, a las nuevas colonias trajo el llanto y la desolación; en breve tiempo, todo se daña y vicia; un gas impuro la región misma inficionó del viento; respirar no se pudo impunemente; y este diáfano fluido en que elemento de salud y existencia hallaron siempre el hombre, el bruto, el ave y el insecto, en cuyo seno bienhechor extrae la planta misma diario nutrimento, corrompiose, y en vez de dones tales, nos trasmitió mortífero veneno. Viéronse de repente señalados de hedionda lepra los humanos cuerpos, y las ciudades todas y los campos de deformes cadáveres cubiertos. No; la muerte a sus víctimas infaustas jamás grabó tan horroroso sello; jamás tan degradados de su noble belleza primitiva, descendieron al oscuro recinto del sepulcro, Humanidad, tus venerables restos, la tierra las entrañas parecía con repugnancia abrir para esconderlos. De la marina costa a las ciudades, de los poblados pasa a los desiertos la mortandad; y con fatal presteza, devora hogares, aniquila pueblos. El palacio igualmente que la choza se ve de luto fúnebre cubierto; perece con la madre el tierno niño; con el caduco anciano, los mancebos. Las civiles funciones se interrumpen; el ciudadano deja los infectos muros; nada se ve, nada se escucha, 5 Santiago Maria del Granado (1757-1823) sino terror, tristeza, ayes, lamentos. ¡Qué de despojos lleva ante su carro Tisífone! ¡Qué número estupendo de víctimas arrastran a las hoyas la desesperación y el desaliento! ¡Cuántos a manos mueren del más duro desamparo! Los nudos más estrechos se rompen ya: la esposa huye al esposo, el hijo al padre y el esclavo al dueño. ¡Qué mucho si las leyes autorizan tan dura división!... Tristes degredos, hablad vosotros; sed a las edades futuras asombroso monumento, del mayor sacrificio que las leyes por la pública dicha prescribieron; vosotros, que, en desorden espantoso, mezclados presentáis helados cuerpos, y vivientes que luchan con la Parca, en cuyo seno oscuro, digno asiento hallaron la miseria y los gemidos; mal segura prisión, donde el esfuerzo humano, encarcelar quiso el contagio, donde es delito el santo ministerio de la piedad, y culpa el acercarse a recoger los últimos alientos de un labio moribundo, donde falta al enfermo infelice hasta el consuelo de esperar que a los huesos de sus padres, se junten en el túmulo sus huesos. Tú también contemplaste horrorizada de aquella fiera plaga los efectos; tú, mar devoradora, donde ejercen la tempestad y los airados Euros imperio tan atroz, donde amenaza, aliado con los otros tu elemento cada instante un naufragio; entonces diste 6 Flor de Granado y Granado nuevo asunto al pavor del marinero; entonces diste a la severa Parca duplicados tributos. De su seno, las apestadas naves vomitaron asquerosos cadáveres cubiertos de contagiosa podre. El desamparo hizo allí más terrible, más acerbo el mortal golpe; en vano solicita evitar en la tierra tan funesto azote el navegante; en vano pide el saludable asilo de los puertos, y reclamando va por todas partes de la hospitalidad los santos fueros; las asustadas costas le rechazan, Pero corramos finalmente el velo a tan tristes objetos, y su imagen del polvo del olvido no saquemos, sino para que, en cánticos perennes, bendigan nuestros labios al Eterno, que ya nos ve propicio, y, al gran Carlos, de sus beneficencias instrumento. Suprema Providencia, al fin llegaron a tu morada los llorosos ecos del hombre consternado, y levantaste de su cerviz tu brazo justiciero; admirable y pasmosa en tus recursos, tú diste al hombre medicina, hiriendo de contagiosa plaga los rebaños; tú nos abriste manantiales nuevos de salud en las llagas, y estampaste en nuestra carne un milagroso sello que las negras viruelas respetaron. A tu vista, los hórridos sepulcros cierran sus negras fauces; y sintiendo tus influjos, vivientes nuevos brota con abundancia inagotable el suelo. Tú, mientras la ambición cruza las aguas 7 Santiago Maria del Granado (1757-1823) para llevar su nombre a los extremos de nuestro globo, sin pavor arrostras la cólera del mar y de los vientos, por llevar a los pueblos más lejanos que el sol alumbra, los favores regios, y la carga más rica nos conduces que jamás nuestras costas recibieron. La agricultura ya de nuevos brazos los beneficios siente, y a los bellos días del siglo de oro, nos traslada; ya no teme esta tierra que el comercio entre sus ricos dones le conduzca el mayor de los males europeos; y a los bajeles extranjeros, abre con presuroso júbilo sus puertos. Ya no temen, en cambio de sus frutos, llevar los labradores hasta el centro de sus chozas pacíficas la peste, ni el aire ciudadano les da miedo. Ya con seguridad la madre amante la tierna prole aprieta contra el pecho, sin temer que le roben las viruelas de su solicitud el caro objeto. Ya la hermosura goza el homenaje que el amor le tributa, sin recelo de que el contagio destructor, ajando sus atractivos, le arrebate el cetro. —Andrés Bello Flor de Granado y Granado 1806 A LA EXPEDICION ESPAÑOLA PARA PROPAGAR LA VACUNA EN AMÉRICA* EN LA SOLEMNE SESIÓN CELEBRADA EN HONOR DE JENNER irgen del mundo, América inocente! Tú, que el preciado seno al cielo ostentas de abundancia lleno, ¡ y de apacible juventud la frente; tú, que a fuer de más tierna y más hermosa entre las zonas de la madre tierra debiste ser del Hado, ya contra ti tan inclemente y fiero, delicia dulce y el amor primero, óyeme: si hubo vez en que mis ojos, los fastos de tu historia recorriendo, no se hinchasen de lágrimas; si pudo mi corazón sin compasión, sin ira tus lástimas oír, ¡ah!, que negado eternamente a la virtud me vea, y bárbaro y malvado, cual los que así te destrozaron, sea. Con sangre están escritos en el eterno libro de la vida esos dolientes gritos que tu labio afligido al cielo envía. Claman allí contra la patria mía, y vedan estampar gloria y ventura en el campo fatal donde hay delitos. * Gabriel Giraldo Jaramillo anota: «uno de los acontecimientos más trascendentales, de más envergadura moral y de mayores alcances humanitarios ocurridos en América durante el periodo colonial». UNA MISIÓN DE ESPAÑA: LA EXPEDICIÓN DE LA VACUNA en BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES, ACADEMIA COLOMBIANA DE LA HISTORIA, núm. 471-472 pág. 16 (1954). 8 9 Santiago Maria del Granado (1757-1823) ¿No cesarán jamás? ¿No son bastantes tres siglos infelices de amarga expiación? Ya en estos días no somos, no, los que a la faz del mundo las alas de la audacia se vistieron y por el ponto Atlántico volaron; aquéllos que al silencio en que yacías, sangrienta, encadenada, te arrancaron. Los mismos ya no sois; ¿pero mi llanto por eso ha de cesar? Yo olvidaría el rigor de mis duros vencedores: su atroz codicia, su inclemente saña crimen fueron del tiempo y no de España. Mas ¿cuándo, ¡ay, Dios!, los dolorosos males podré olvidar que aún mísera me ahogan? Y entre ellos... ¡Ah!, venid a contemplarme, si el horror no os lo veda, emponzoñada con la peste fatal que a desolarme de sus funestas naves fue lanzada. Como en árida mies hierro enemigo, como sierpe que infesta y que devora, tal su ala abrasadora desde aquel tiempo se ensañó conmigo. Miradla embravecerse, y cuál sepulta allá en la estancia oculta de la muerte, mis hijos, mis amores. Tened, ¡ay! compasión de mi agonía, los que os llamáis de América señores; ved que no basta a su furor insano una generación: ciento se traga; y yo, expirante, yerma, a tanta plaga demando auxilio, y le demando en vano. Con tales quejas el Olimpo hería, cuando en los campos de Albión natura de la viruela hidrópica al estrago el venturoso antídoto oponía. 10 Flor de Granado y Granado La esposa dócil del celoso toro de este precioso don fue enriquecida, y en las copiosas fuentes le guardaba donde su leche cándida a raudales dispensa a tantos alimento y vida. Jenner lo revelaba a los mortales; las madres desde entonces sus hijos a su seno sin susto de perderlos estrecharon, desde entonces la doncella hermosa no tembló que estragase este veneno su tez de nieve y su color de rosa. A tan inmenso don agradecida, la Europa toda en ecos de alabanza con el nombre de Jenner se recrea; ya en su exaltación eleva altares donde, a par de sus genios tutelares, siglos y siglos adorar le vea. De tanta gloria a la radiante lumbre, en noble emulación llenando el pecho, alzó la frente un español: —No sea, —clamó—, que su magnánima costumbre en tan grande ocasión mi patria olvide. El don de la invención es de Fortuna. Gócele allá un inglés; España ostente su corazón espléndido y sublime, y dé a su majestad mayor decoro, llevando este tesoro donde con más violencia el mal oprime. Yo volaré, que un Numen me lo manda, yo volaré; del férvido océano arrostraré la furia embravecida, y en medio de la América infestada sabré plantar el árbol de la vida. —Dijo; y apenas de su labio ardiente estos ecos benéficos salieron, 11 Santiago Maria del Granado (1757-1823) cuando, tendiendo al aire el blando lino, ya en el puerto la nave se agitaba por dar principio a tan feliz camino. Lanzase el argonauta a su destino. Ondas del mar, en plácida bonanza llevad ese depósito sagrado por vuestro campo líquido y sereno; de mil generaciones la esperanza va allí, no la aneguéis; guardad el trueno, guardad el rayo, y la fatal tormenta al tiempo en que, dejando aquellas playas fértiles remotas, de vicios y oro y maldición preñadas, vengan triunfando las soberbias flotas. —Manuel José Quintana 1807 CARTA SOBRE LA VACUNA SEÑOR GOBERNADOR MILITAR Y POLÍTICO DE CHIQUITOS, DON MIGUEL FERMÍN DE RIGLOS: iendo uno de los fines de la piadosa mente de nuestro soberano la conservación del fluido vacuno para la sucesiva progresión, y que logre la posteridad este beneficio en sus dominios, y uno de los encargos de mi comisión vaccina, instruir exactamente a las personas que conceptúe capaces y aptas para el efecto, introduciendo la práctica y conocimientos bastantes en sus amados vasallos, en que se ha dignado hacer los más estrechos encargos para que se propague esta utilidad importante y benéfico remedio, cerciorado de la propensión de vuestra señoría a ver cumplidas las intenciones del soberano y beneficio de estos naturales, como lo ha manifestado la solicitud de vuestra señoría, sus providencias acordadas para el caso y las disposiciones, prevenciones, persuasiones 12 Flor de Granado y Granado y órdenes, para haber logrado todo el deseado suceso, no puedo prescindir de hacer presente a vuestra señoría que ya me hallo en este pueblo, el sexto de la provincia, próximo a evacuar la importa de los cuatro más remotos restantes y he propendido aquellos piadosos fines, aún de mayor interés, que la misma introducción y aún no he podido combinarlos por la ineptitud de estos naturales para confiarles el precioso hallazgo, de que no se harán cargo ni podrán advertir todo el aprecio y atención que merece, para su práctica y anexidades; y que no obstante que el secretario de la provincia y administrador de la capital de San Ignacio y el de este pueblo han adoptado con amor y esmero, siendo el más recomendable este comedimiento, los conocimientos para la perpetuidad, que practicarán, esto no es de ningún modo suficiente para asegurar un negocio de tanto interés, y en que no deben perderse los momentos oportunos de su terminación, que no podrán unir con sus cargos, o se perderá con las contingencias anexas a sus empleos. Mas propongo a vuestra señoría sería muy conveniente, y lo seguro, que cada pueblo contribuyese para dotar competentemente un individuo, que anduviese vagando por la provincia hecho cargo de perpetuar, conservar e instruir en el modo y forma, hasta que ya no se recele de la pérdida de un interés tan recomendado; y para ello si adaptase, propongo a vuestra señoría a mi hijo el alférez don Juan [Francisco] Granado, plenamente instruido en toda la práctica y efectos del preservativo, que para tal caso desde luego lo sacrifico por el bien del estado, y de la humanidad, hasta que se radique con conocimientos y fijeza el interés que vuestra señoría mismo ha solicitado en beneficio y alivio de la provincia de su mando, dictándome para ello, si fuere necesario, las órdenes que sean de su agrado y mi procedimiento. Dios guarde a vuestra señoría muy felices años, San Rafael, y octubre 23 de 1807 —Santiago Granado 13 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Muy poderoso señor: Incluyo a vuestra señoría el oficio original del facultativo don Santiago Granado, que está acabando de vacunar los últimos pueblos de esta provincia, en que ofrece a su hijo el alférez don Juan [Francisco] Granado, para conservar e instruir sobre la práctica y efectos del preservativo para que vuestra señoría siendo servido, se sirva dar suerte a este superior tribunal lo que tuviese por conveniente nuestro señor. Guarde a vuestra señoría muchos años, pueblo de San Rafael, 26 de octubre de 1807 —Miguel Fermín de Riglos. Vista al señor fiscal. Proveyendo y rubricando el decreto ante los señores presidente de la audiencia y oidores de esta real audiencia y fueron jueces los señores doctores don Antonio Boeto y don José de la Iglesia, oidores en La Plata en 25 de noviembre de 1807 años —Manuel Sánchez de Velasco 1808 CARTA SOBRE LA VACUNA SEÑOR GOBERNADOR, MILITAR, Y POLÍTICO, DE LA PROVINCIA DE MOXOS, DON PEDRO PABLO DE URQUIJO: iendo una de mis mayores atenciones en la expedición de la vacuna, que tengo por mi parte completada en estas provincias, la del mando de vuestra señoría por la considerable distancia, y lo penoso de su internación, circunstancias de sus naturales, y benigno notorio celo de vuestra señoría, deseoso, de comunicar este gran beneficio que el paternal amor de nuestro soberano ha proporcionado a sus amados vasallos, a esos infelices necesitados, a que no es fácil arrostrar sin una resolución de demasiada humanidad, y beneficencia, que a mis expensas he cumplido en honor de estos respetables objetos, y mejor servicio del estado, como el más fiel y asiduo vasallo, en todo lo restante de estos 14 Flor de Granado y Granado confinados dominios, participo a vuestra señoría mi determinación, y dedicación, para que, siendo servido se propague este interés, como lo supongo de la notoriedad de sus procedimientos en los habitantes del gobierno de vuestra señoría, pueda, proporcionarme el transporte indispensable, e indios de todas edades, para que empezados a vacunar en ésta, progresivamente se vaya verificando en la navegación, y que al arribo a ésa pueda propagarse de brazo a brazo, sin aventurar el suceso; tengo yo el honor entonces de recibir las órdenes de vuestra señoría, como ahora las espero para su puntualidad. Dios guarde a vuestra señoría muchos años. Santa Cruz, y septiembre 4 de 1808 —Santiago Granado Se copia de su original, que existe en la Secretaría de mi cargo a que remito y lo certifico, San Pedro de Moxos, y junio 5 de 1808 —Lucas José de González, secretario interino de gobierno Muy poderoso señor: Por la copia de oficio que a vuestra alteza incluyo, tendrá vuestra alteza en conocimiento de la solicitud del facultativo en cirugía y medicina don Santiago Granado; esperando del notorio celo de vuestra alteza al bien de la humanidad, se delibere lo que convenga; y caso que vuestra alteza mire este asunto con el interés que así creo es debido hacia estos naturales, con lo proveído por vuestra alteza notificaré al interesado. Dios guarde la cesárea real persona de vuestra alteza los años que la cristiandad ha menester, San Pedro de Moxos, y junio 25 de 1809 —Pedro Pablo de Urquijo Vista al señor fiscal con el documento que acompaña. Proveyendo y rubricando el decreto ante los señores presidente de la audiencia y oidores de esta real audiencia y fueron jueces los señores doctores don José Agustín de Uzoz y Mozi, don José Vázquez Ballesteros y don Gaspar Remírez de Laredo y Encalada, conde de San Xavier etcétera, oidores en la Plata en 22 de diciembre de 1809 años —Ángel Mariano Toro 15 Santiago Maria del Granado (1757-1823) 1888 ARCHIVO DE MOXOS Y CHIQUITOS VOLUMEN 35, DISPOSICIONES COMUNES 1768-1808 XXIII. MOXOS Y CHIQUITOS obre los trabajos que en la vacunación de los naturales de Chiquitos en 1807, y de los de Moxos en 1808, practicó el facultativo en medicina y cirugía, don Santiago Granado*, en los tiempos de los gobernadores Riglos y Urquijo.—4 —Gabriel René Moreno 1809 ARCHIVO GENERAL DE INDIAS SEÑOR DON FRANCISCO DE VIEDMA Y NARVÁEZ, CAPITÁN GENERAL, GOBERNADOR INTENDENTE, Y JUSTICIA MAYOR DE ESTA PROVINCIA POR SU MAJESTAD or cuanto, don Santiago Granado, médico titular de esta ciudad, para su residencia formal en ella se halla próximo de marchar a la de Santa Cruz a conducir su familia, y que ha de transitar por los lugares de los partidos de Mizque y Valle Grande, aprovechándome, pues, con esta oportunidad de la pericia que tiene adquirida dicho médico en la operación del específico remedio de la vacunación contra el implacable y peligroso mal de las viruelas que tanto estrago ha causado siempre en todas edades y sexos, y principalmente en los enunciados * Susana María Ramírez Martín anota: «La campaña de vacunación que [Santiago Granado] realizó fue rápidamente reconocida por el gran número de vacunados, que ascendía a 45.311 personas. Su labor contó con el reconocimiento del virrey de Buenos Aires [Santiago Liniers], que elogió el trabajo realizado y le insta para que lo más rápidamente posible pase al virreinato que él gobierna, con el objeto de sistematizar la práctica de la vacunación en aquellos territorios». LA SALUD DEL IMPERIO: LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA pág. 171 (2002). 16 Flor de Granado y Granado partidos, en Santa Cruz de la Sierra, en las misiones de la Cordillera, y en las de Moxos y Chiquitos, por lo ardiente y húmedo de sus climas, por tanto, y en atención a los estrechos encargos que la piedad de nuestro soberano tiene hechos a todos los jefes de la provincias de mis domicilios para la propagación de este importante y benéfico remedio, aun recomendado por el sumo pontífice a todos los prelados de la Santa Iglesia por ceder en ejecución y práctica en conocido, imponderable beneficio de la humanidad, comisiono para la referida vacunación al expresado don Santiago Granado a fin de que, llevando consigo el fluido vacuno o algunos niños inoculados, verifique personalmente la práctica del indicado remedio contra el mal de las viruelas en los lugares que les sean posibles. Y para que no carezcan los otros de tan importante beneficio, instruirá exactamente a las personas que conceptuase capaces y aptas para dicha operación de la inoculación, proveyendo de los instrumentos y materiales necesarios. Y en su consecuencia ordeno y mando a los subdelegados y demás personas sujetas a mi jurisdicción que el enunciado Granado lo hayan y tengan por tal comisionado de este gobierno, y que le administren todos los auxilios que necesitase para el desempeño de su comisión. Y a este mismo intento ruego y encargo a los señores párrocos y reverendos padres conversores que cooperen de su parte con el celo que es debido, exhortando a sus feligreses sobre el experimentado bien que el paternal amor de nuestro augusto soberano les ha solicitado. Es dado en esta Leal y Valerosa Ciudad de Oropesa, valle de Cochabamba a 7 junio de 1806 años, firmado de mi mano, sellado con el de mis armas, y refrendado por el infra escrito escribano del gobierno —Francisco de Viedma y Narváez Por mandado de su señoría —Francisco Ángel Astete, escribano de Su Majestad, público, real hacienda, gobierno, y diezmos. Aquí sellado. Vuestra señoría nombra 17 Santiago Maria del Granado (1757-1823) de comisionado al facultativo don Santiago Granado para la vacunación contra el mal de las viruelas en los partidos y lugares supra referidos. MUY ILUSTRE CABILDO, JUSTICIA Y REGIMIENTO: l médico titular de esta ciudad hace presente a vuestra señoría hallarse comisionado por este gobierno para la importante y recomendada operación de la vacuna, su propagación, conservación e instrucción en las provincias de la intendencia, como aparece del título y nombramiento que a vuestra señoría original acompaño, para que se sirva reconocido y anotado, mandar devolvérmelo; y como me hallo próximo a salir a esta importancia que aceleraré en el modo que me sea más asequible, se me hace forzoso al mismo tiempo comunicarle a vuestra señoría para en su atención obtener el respectivo permiso, sin nota de abandono de mi cargo, que tan exactamente he desempeñado hasta el día; y sin perjuicio de él, con tal legal y forzoso e interesante motivo, suplico se digne vuestra señoría franquearme la que corresponde a continuación, quedando anotado para la debida inteligencia, conforme sea de justicia sin perjuicio y en prevención de mi procedimiento, Cochabamba y junio 20 de 1806 —Santiago Granado Los señores del ilustre cabildo, justicia y regimiento de esta dicha ciudad, a saber, los que adelante irán firmados, habiéndose congregado en esta su Sala Capitular a tratar y conferir sobre las cosas tocantes al pro y utilidad de la república, y estando así juntos y congregados, acordaron lo siguiente: en este cabildo se leyó un escrito presentado por el médico titular de esta ciudad, facultativo don Santiago Granado, acompañado del título y comisión liberado por el señor gobernador intendente para la 18 Flor de Granado y Granado operación y propagación del específico de la vacuna en el distrito de esta intendencia; y esperando hallarse próximo a salir a su destino pide, que por este ilustre cuerpo, se le conceda de su parte el permiso que corresponde, y se anote para que por su ausencia no se entienda haber abandonado su cargo. En cuya inteligencia acordaron conceder, y de facto concedieron el permiso solicitado, y recomendaron que poniéndose testimonio de este capítulo a continuación de su pedimento se le entregue para su resguardo junto con el título manifestado. Con lo cual se concluyó en este cabildo, y los señores que asisten a él lo firmaron por ante mí; de que doy fe. En esta Leal y Valerosa Ciudad de Oropesa, a los 27 días del mes de junio de 1806 años —Canals, Vidal, Domínguez Rico, Quevedo y Ruidías Visto bueno. Así consta y parece de la cabeza, capítulo y pie del acuerdo original de su contexto, que se halla sentado en el libro capitular, que al presente corre, al que me remito, Cochabamba y junio 27 de 1806 años —Marcos Aguilar y Pérez, escribano de Su Majestad, público y de cabildo SEÑOR CORONEL DEL EJÉRCITO, JUEZ REAL SUBDELEGADO: l médico titular de la ciudad de Cochabamba hace presente a vuestra señoría hallarse comisionado por este gobierno para la vacunación, conservación y propagación de este interesante beneficio a la humanidad, recomendado por el paternal amor de nuestro soberano, como todo aparece del título y nombramiento que adjunto; que presento para que en virtud se sirva vuestra señoría tomar todas aquellas providencias que su continuo celo manifiesta en la propensión con que se desvela en los asuntos más interesantes; y para su ejecución, después de las diligencias que vuestra señoría se sirva dictar y el señalamiento del día y hora que deberá ser 19 Santiago Maria del Granado (1757-1823) en la casa de vuestra señoría, para que se haga con la más solemne recomendación y pública anotación de los primeros individuos, que se indilgan con este interés, para documentalmente cerciorar a las superioridades de su efecto y forma. Se ha de dignar vuestra señoría igualmente nombrar ciudadanos, o vecinos los demás, para que practiquen iguales diligencias, hasta que por mi parte gradúe la eficiente propagación, precedida la correspondiente instrucción para su extensión y conservación, con cuánto tuviere que advertir y anotar y adelantar al cumplimiento de mi comisión en esta ciudad y seguirla en los términos que se me previene. Todo lo que espero, me comprometo, con el mayor interés y beneficio público, y me pongo a las órdenes de vuestra señoría en estas importancias, Santa Cruz y agosto 6 de 1806 —Santiago Granado Vista la presente representación con el título de referencia que la acompaña, liberado por el señor gobernador intendente de esta provincia a favor del facultativo don Santiago Granado, médico titular de la ciudad de Cochabamba, en que le comisiona para que propague en esta ciudad, y demás partidos de la intendencia, el fluido vacuno como eficaz específico contra el peligroso contagio de las viruelas. Y propendiendo a que tan importante operación se efectúe con la mayor brevedad, por lo que interesa al bien público, debía de mandar y mando que con mi asistencia se dé principio a ella el lunes 11 del corriente a las cuatro de la tarde en la casa de mi habitación, nombrándose como se nombra para que la presencien y certifiquen el reconocimiento de sus resultas a don Cosme Damián de Urtubey, a don Francisco de Bernardo Estremadoyro, a don José Antonio Vázquez, y a don José Anselmo Durán, poniéndose a continuación en la forma que baste la primera diligencia y las que en el asunto se fuesen practicando. Y para que llegue a noticia de todos, 20 Flor de Granado y Granado y concurran a la misma hora los que necesiten de este importante beneficio, haciéndosele saber al citado facultativo, se publicará en la forma y lugar acostumbrado, cuya diligencia se comete. Así lo proveo, mando y firmo yo el coronel de reales ejércitos, don Antonio Seoane, comandante del batallón de milicias provinciales de esta ciudad y juez real subdelegado en ella y su partido, actuando con testigos a falta de escribano, Santa Cruz y agosto 7 de 1806 —Antonio Seoane de los Santos EDICTO or cuanto propendiendo el rey nuestro señor (que Dios guarde) a reparar el grave daño y estrago que causa con sus amados vasallos el implacable y peligroso mal de las viruelas, se ha servido mandar propáguese en todos sus dominios la operación del específico remedio de la vacunación contra este contagio, y el señor gobernador intendente tiene nombrado para que lo efectúe en esta ciudad y su distrito al profesor en medicina y cirugía doctor don Santiago Granado: lo hago notorio al público para que todas las personas que necesiten de este último preservativo preventivo ocurran el lunes 11 del corriente a las cuatro de la tarde a la casa de mi habitación, y sucesivamente en los demás días, para que el citado facultativo se les haga en mi presencia y dé a las personas destinadas el efecto de dicha operación. Y es hecho en la ciudad de San Lorenzo en ocho días del mes de agosto de 1806 —Antonio Seoane de los Santos Es copia del edicto. En la ciudad de San Lorenzo en nueve días del mes de agosto del presente año yo, el abajo firmado, habiendo hecho publicar en la forma y lugar acostumbrado el auto que demuestra la anterior copia hice saber el decreto que está por cabeza al facultativo don Santiago Granado y demás personas que en él se previene. 21 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Y para que conste lo puse por diligencia —José Anselmo Durán SEÑOR CORONEL DEL EJÉRCITO, JUEZ REAL SUBDELEGADO: l facultativo don Santiago Granado, comisionado de este gobierno para la importante recomendación de la vacunación, hace presente a vuestra señoría: Por más esfuerzo que tengo puntualizado en la propagación de este específico tan interesante a la humanidad y bien del Estado tan recomendado y promovido con infatigable esmero por el señor gobernador intendente de esta provincia, agitado por vuestra señoría y con el mayor y más prolijo interés por mi parte, no se pudo conseguir el fin en esta ciudad, como parece de la diligencia de los comisionados a la presencia del efecto, y todo es constante a vuestra señoría. En estas estrechas circunstancias procuré por cuantos medios y arbitrios me dictó mi razón y conocimientos, ver logrados los grandes y útiles efectos a que anhelaba con contracción, vacunando vacas, pero sin suceso, y procurando observar en ellas el grano vacuno que les es peculiar, el que he notado en varias, pero infructuosamente por haberlo advertido desproporcionado y estando de desecación; cuando iba a hacer los últimos ensayos y ver si se lograba la propagación, no habiendo descuidado con el mayor empeño y esmero en solicitar el fluido, acabo de conseguir unas costras de verdadera vacuna que presento a vuestra señoría venidas por el correo, y en su consecuencia sigo con mi comprometimiento y voy a dar mi sitio en presencia de vuestra señoría hoy mismo a su práctica, y en ella espero tenga a bien vuestra señoría mandar, siga las mismas prevenciones ordenadas en su auto de 7 agosto último; para mejor metodizar la cosa, formaré un manifiesto que 22 Flor de Granado y Granado presenciado por los comisionados dé idea de todos los efectos y se legalice por ellos oportunamente, advirtiendo en él lo que notasen en cuanto sea bastante al esclarecimiento del resultado, quedando vuestra señoría en la protección de todo, a cuyas órdenes me impongo, Santa Cruz, y noviembre 6 de 1806 —Santiago Granado EDICTO tento a las dos costras vacunas que pone a la vista conseguidas con el más exacto esmero por el profesor doctor don Santiago Granado, comisionado para su efecto, y hechas venir de la ciudad de La Plata, procédase por el enunciado facultativo a la propagación y anexidades a que se compromete. Y siguiéndose lo prevenido en auto de 7 agosto último por lo tocante a los comisionados; éstos no sólo presenciarán la operación, poniendo la diligencia de lo que advirtieren sobre el fin a que se dirige esta importancia, sino también legalizarán el manifiesto que dicho facultativo fuese formando, quedando esta subdelegación a franquear los necesarios documentos que gradúe en justicia al mérito del resultado y dedicación con que se contrae en bien del Estado el predicho individuo. Así lo proveo, mando y firmo yo el coronel de reales ejércitos, don Antonio Seoane, comandante del batallón de milicias de esta ciudad y juez real subdelegado en ella y su partido, actuando con testigos a falta de escribano —Antonio Seoane de los Santos CERTIFICACIONES os comisionados nombrados certificamos que de la operación practicada el día 6 del corriente por el facultativo comisionado don Santiago Granado con las dos costras vacunas hechas venir por el mismo de la ciudad de La Plata, resultó el verdadero grano vacuno, el 23 Santiago Maria del Granado (1757-1823) que se ha propagado y va propagando con infatigable celo del comisionado, que se dedica personalmente y sin dispensar momento, ni reparar incomodidad en su propagación y repetidas observaciones, con que se contrae manifestando el interés, con que en todas ocasiones se ha comportado a beneficio de la humanidad y del Estado. De igual modo con su manejo, afabilidad, desinterés y prudencia está atrayendo a todas las gentes a su beneficio, de que todos por los efectos están satisfechos y ya se regocijan y dan gracias por el bien que se les ha proporcionado. Y para manifestar los efectos que hayan resultado posteriormente vamos advirtiendo y observando la anotación formada desde el principio por dicho comisionado para su vista, y cerrarla con la diligencia que corresponde, firmamos la presente en Santa Cruz y noviembre 29 del 1806 —Cosme Damián de Urtubey, Francisco de Bernardo Estremadoyro, José Antonio Vázquez y José Anselmo Durán Anotación que yo el doctor don Santiago Granado, comisionado de este gobierno de Santa Cruz para la propagación y anexidades del específico de la vacuna, formo de los individuos, en quienes se va empleando esta importancia, con expresión de sus edades, mes y día en que se vacunan, y se manifiesta en las columnas antecedentes: manifestación del grano, estado, y desecación, que demuestran por vías las posteriores, y los nombres y notas que se les advirtiese en el interior, en Santa Cruz año de 1806 —Santiago Granado Los comisionados que han advertido la presente anotación, y es la misma que prolijamente ha formado el profesor comisionado de este gobierno para el interesante fin de la vacunación que va firmada, certificamos que va conforme con su efecto según se ha podido expresar hasta el día, siendo la última del estado en que se hallan los vacunados hasta el día 4 del presente inclusive. Y queda 24 Flor de Granado y Granado dicho profesor siguiendo su propagación personalmente, por no haber quien se pueda dedicar a este interés, sólo acompañado de don Juan [Francisco] Granado, su hijo mayor, para instruirlo exactamente en el modo, método y circunstancias; llevándose este comisionado un peso recomendable tanto en lo penoso de la tarea como en lo contractivo de la especulación, con desatención de todos los intereses y negocios de su subsistencia para el presente, sin mayor gravamen al público ni a su incomodidad, pues él mismo se la toma en buscar a los no presentados para atraerlos a su seguridad, siendo tanto más plausible y meritorio en cuanto el tremendo mal de las viruelas en esta provincia se arrastra a las dos terceras partes de gentes; debiendo la misma a la pericia de este facultativo el reparo de otros infinitos, en que se ha dedicado sin interés alguno, atropellando los óbices que pudieran desmayarlo. Lo mismo que en el día se verifica, y sin reparo de hora ni intemperie puntualiza este gran interés de Estado y de la humanidad; y libertado a estos vasallos fugitivos de la pestilencia de la viruela que se iba fermentando, queda todo el público dignamente reconocido, decantando tan singular beneficio. Y para constancia extendemos la presente en Santa Cruz, y diciembre 11 de 1806 —Cosme Damián de Urtubey, Francisco de Bernardo Estremadoyro, José Antonio Vázquez, y José Anselmo Durán SEÑOR INTENDENTE Y CAPITÁN GENERAL, DON FRANCISCO DE VIEDMA Y NARVÁEZ: articipo a vuestra señoría el feliz éxito que ha tenido la comisión que vuestra señoría puso a mi cuidado para la propagación y conservación del importante reparo de la vacuna contra el contagioso y destructivo mal de las viruelas, incluyendo la anotación formada hasta el día de referencia, que manifiesta la serie y sucesos de un buen efecto que sigo advirtiendo. Me he tomado el 25 Santiago Maria del Granado (1757-1823) imponderable trabajo de no confiar a persona alguna por falta de sujetos de instrucción, observar a costa de las más prolijas tareas las variedades de que es susceptible esta importancia para que no se falsifique, y ver logrado todo en vigor al paso que es tan recomendable y necesaria a la Corona, en una provincia que ha sido víctima de un accidente que la ha exterminado. Pero la eficacia infatigable de vuestra señoría puede hacerla feliz, proporcionando la estabilidad de este interés que no conservarán estos infelices y rústicos vasallos, que abandonan todas sus ocupaciones huyendo a los bosques a precaverse de la general ruina del tremendo contagio de las viruelas que los asedia. Para cuanto en el particular advirtiese vuestra señoría me tiene pronto como el más deseoso instrumento de este beneficio, sin que dispense fatiga y dedicación como las he tenido por el espacio de 21 años en estas provincias, siendo de beneficio y procurando la conservación sin gravamen de sus habitantes y aun con abandono y perjuicio de mis intereses, siéndome el mayor el servicio al Estado sin prescindir del puntual y exacto servicio de mi rey en que tiene destinado, quedando desde el año de 1801. Sírvase vuestra señoría advertirme, e instruida en el posible modo, aquí y en estas tres misiones de la provincia, la vacuna, pasaré a Cordillera, donde parece urge el reparo. Pudiendo esto, quizás sea algún medio eficaz para atraer el barbarismo en solicitud del antídoto contra la plaga que los aniquila; y para ello dícteseme vuestra señoría las instrucciones y providencias que hallase más conformes. Puedo asegurar a vuestra señoría, y al magnánimo corazón del excelentísimo señor virrey, cuya vida se prospere y cuyas memorias no deben borrarse en el reconocimiento de esta América Meridional, que este pueblo decanta con vivo agradecimiento la felicidad que se le ha proporcionado. Y yo de mi parte, como exacto legado de mis superiores, ofrezco que no se harán ilusorios las benéficas intenciones 26 Flor de Granado y Granado de vuestra señoría en estas provincias, y tendré la satisfacción de conservar pura la importancia y su necesidad de que se administre. Para ello espero los preceptos de vuestra señoría en mis sucesivos procedimientos. Dios guarde a vuestra señoría muy felices años, Santa Cruz y diciembre 12 de 1806 —Santiago Granado CERTIFICACIÓN os comisionados nombrados en vista de lo precedido y la presente anotación firmada formalmente por el facultativo nombrado, que es la misma y conforme con sus efectos según hemos advertido y examinado exactamente, certificamos que la vacunación de las 1.130 personas anotadas en la que ha practicado personalmente el mismo comisionado don Santiago Granado, a costa de graves tareas, infatigable celo, y que ha podido tener a la vista para las especulaciones que ha estimado conveniente, fuera de otras tantas o más gentes que no se han anotado. Que hallándose la obra de tan adelantada subcomisión hasta la vacunación del 31 inclusive de diciembre, que igualmente que en todas está advertida; sin que por esto haya dejado en práctica y trabajo en los días que repetidamente ha estado viajando de la misión de San Juan de Porongo a acabar de observar los asentados y volviendo costa de su incomodidad a proporcionar a aquellos indios tan gran interés de cuyas resultas tenemos las más, a ser activas, favorables noticias. Que mientras está dicho facultativo haciendo un ensayo en las vacas en esta misión de Porongo a perpetuar la importancia a que se dedica como propio un constitutivo de un ángel, queda su hijo mayor el alférez don Juan [Francisco] Granado entendiendo la práctica, quien se ha dedicado con esmero y se halla exactamente instruido. Y por último los comisionados advierten la más recomendable dedicación 27 Santiago Maria del Granado (1757-1823) que acostumbra este benéfico y desinteresado sujeto en todos sus encargos. Siendo ésta inexplicable y lo más digna de atención, quien manifiesta el empleo de muchas y grandes obras de que le son debidas estas provincias y el mayor servicio del rey y del Estado. Con lo que cerramos estas diligencias, y para constancia firmamos la presente en Santa Cruz, y enero 26 de 1807 —Cosme Damián de Urtubey, Francisco de Bernardo Estremadoyro, José Antonio Vázquez y José Anselmo Durán SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: Cerciorado de la comisión con que vuestra merced se halla por el gobierno a beneficio del Estado y de la humanidad en el interesante fin de la vacuna, que la piedad de nuestro augusto soberano ha proporcionado a sus amados vasallos, y que vuestra merced desempeña graciosamente en esta ciudad de Santa Cruz llevado del anhelo a que se cumplan las piadosas reales intenciones; y atendiendo a la suma indigencia de la feligresía este curato de San Juan de Porongo, víctima del terrible contagio de las viruelas, propendiendo a proporcionarles todo el bien que la desdicha de estos neófitos exige por los más eficaces medios con que en ellos se graben del modo que sean los propios intereses de su subsistencia, dirijo a vuestra merced a fin que se sirva pasar a este pueblo a la posible brevedad, acercándome para ello el día que lo determine para presentarle cuantos auxilios sean conducentes, debiendo vuestra merced contar igualmente con cualesquiera gratificaciones debidas a sus penosas tareas, y al gran interés con que mi deseo le solicita. En cuanto vuestra merced me advierta con cuántas órdenes fueren de su agrado, Dios guarde a vuestra merced muchos años. 28 Flor de Granado y Granado Misión de San Juan de Porongo, y diciembre 22 de 1806 —Bernardino Cuéllar Izaga SEÑOR CURA Y VICARIO DE SAN JUAN DE PORONGO, DON BERNARDINO CUÉLLAR IZAGA: l oficio que con fecha 22 del presente acabo de recibir de vuestra merced como cura y vicario de esta misión de San Juan de Porongo, anhelando como acostumbra al beneficio de su feligresía con franqueza de mi propio interés en utilidad y ventaja de esos infelices indios, siendo verdaderamente el principio que ha manifestado el interés de la humanidad y del Estado en esta provincia, y que se ha señalado en querer ver cumplidas las piadosas intensiones del paternal amor de nuestro soberano en el imponderable que tiene el específico preservativo contra el destructivo contagio de las viruelas, debo decirle que para el día 30 de este mes puede vuestra merced despacharme los auxilios de transporte para mi marcha, y antes, dos o tres naturales, para que vacunados en ésta se restituyan a ése; y nos sirva el fluido más activo para la propagación a más del que yo conservaré en estos días, en que la gente de estas campañas se ha agolpado en esta ciudad en solicitud de este interés. Doy a vuestra merced las debidas gracias por su eficacia y la franqueza con que se ofrece a todo costo en obsequio de mi comisión, cuyo mérito no dejaré de alabarlo, pues aun que en ella no tengo interés de sueldo, ni movimiento, los vivos deseos de vuestra merced hacen efectivas mis recomendaciones y será más satisfactoria mi dedicación. Puede vuestra merced ir disponiendo su gente y en el mínimo de quien se ha complacido en su demostración, y ruego Dios guarde a vuestra merced muchos años, Santa Cruz, y diciembre 24 de 1806 —Santiago Granado 29 Santiago Maria del Granado (1757-1823) CERTIFICACIÓN o el cura propio de este pueblo misión de San Juan de Porongo certifico van conformes con lo mismo que advertido, y que queda toda la feligresía de mi cargo libre de la penalidad de la viruela que la destruía, y según se ha especulado, parece, quedará en las vacas para a los que fueren naciendo, liberándolos de tan grave plaga. Y como la dedicación, amor a la humanidad, desinterés, tolerancia y constancia de este facultativo para el beneficio de estas provincias haya sido tan exacta, laboriosa y recomendable, no puedo detenerme de advertirlo, por hacerse acreedor su mérito y circunstancias a las más eficaces recomendaciones que le son de pura justicia. Y para constancia de sus efectos firmó la presente en el mismo pueblo, febrero 9 de 1807 —Bernardino Cuéllar Izaga NOTA SOBRE EL MODO MÁS FÁCIL Y SEGURO DE VACUNAR s coger con la mano izquierda el brazo que se ha de picar abrazándolo en su parte externa, e interna, y llevándolo a la posterior cuanto sea posible, y con el fluido en la punta del instrumento, que no es el más cómodo, con la aguja se hace la primera impresión sobre el cutis perpendicular, y pasándolo obligatoriamente de la parte interna a la externa en el brazo derecho, y viceversa en el izquierdo con medio tanto de un peso de introducción, que sólo interese el epidermis, se trae ligeramente a la parte inferior, formando una cuarta parte de círculo, y elevando un poquito la punta del instrumento, para que forme del epidermis una vejiguilla, se saca y limpian sobre la picadura. Al sacarse el instrumento se afloja la mano que sujeta, de mente que con las salidas, no sea igualmente el fluido por la extensión de la parte. Y se deben hacer las picaduras sobre las incisiones. 30 Flor de Granado y Granado PADRE VICE PREFECTO, FRAY JOAQUÍN BELTRÁN: abiéndome comisionado por este gobierno e intendencia para la propagación, incidencia del específico preservativo de la vacuna contra el grave contagio de la viruela, cuya benéfica obra tengo verificada gravosamente en esta ciudad y partidos, le comunico a vuestra paternidad reverenda como al superior de estas reducciones de Cordillera a fin de que siendo servido, se comunique la encargada importancia a estos neófitos, como lo supongo del notorio celo de vuestra paternidad reverenda me lo advierta y remita a la posible brevedad, ocho o diez naturales, que vacunados en ésta con el fluido reciente más proporcionado a su fin, pasando yo con ellos para sus efectos, y debiendo ser los indios de 15 a 20 años más robustos. En el particular no me mueve más interés que el de la humanidad y del Estado, que servirá vuestra paternidad reverenda de satisfacción y me comunicará las órdenes que más fueran de su agrado. Dios guarde a vuestra paternidad reverenda felices años, Santa Cruz y enero 10 de 1807 —Santiago Granado Respecto a no haberme contestado hasta el día al presente, que es copia del que dirige al muy reverendo padre comisario vice prefecto de las reducciones de la Cordillera, sin duda por algún extravío de la correspondencia, y hallándome dispuesto en un todo para caminar, propendiendo a abreviar la importancia de la vacuna, se pase por mí a practicar, empezando de la primera reducción de Piraí, distante de esta ciudad 34 leguas, saliendo para ella sin falta alguna el día de mañana a toda mi costa y mención, con los auxilios, cosas necesarias para todo el efecto de mi comisión. Y para constancia firmo esta diligencia en Santa Cruz en 23 febrero 1807 —Santiago Granado 31 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Habiendo yo el comisionado llegado hoy 26 febrero de 1807 a esta reducción de Nuestra Señora de la Asunción del Piraí, y encontrado en ella la contestación del muy reverendo padre comisario fray Joaquín Beltrán de fecha 8 del mismo, detenida por falta de conductor, he tratado con el reverendo padre fray José Blanco, conversor de dicha reducción e impuesto de la comisión. Y a sus efectos me aseguró haber estimulado a los indios; haciéndoles llamar en mi presencia les exhortó y advirtió de la ventaja con que el paternal amor de nuestro soberano se conduciría ante la miseria del mal de las viruelas que los destruía, proveyendo se les proporcionase el antídoto para liberarlos. A lo cual, no obstante mis suaves y expresivas reconvenciones del gran beneficio que se les seguía, resistieron todos los jueces y capitanes, con lo que, y tratando con dicho reverendo padre conversor, hemos convenido para que yo el día de mañana viaje a la misión de Abapó a tratar con el reverendo padre vice perfecto y dar principio desde aquella; y entretanto exhortar a los de ésta con su mayor eficacia a la admisión de estos neófitos, y más si desde luego creen en el pueblo de Abapó introducida la práctica, que puede servirles de bastante comprobante para que este medio pueda conmoverlos, como están según la versión de que sólo al nombre o semejanza de viruela huyen sin convención. Y para constancia firmó esta diligencia el expresado maestro reverendo padre conversor conmigo hoy día en el lugar —Santiago Granado y fray José Blanco 32 Flor de Granado y Granado CERTIFICACIONES n este pueblo reducción de Nuestra Señora del Pilar de la Florida, distante dos leguas del Piraí, habiendo yo el comisionado llegado ayer 28 febrero por las muchas aguas, y tratado con el muy reverendo padre conversor fray Francisco Mendiola, hallándole resuelto a la práctica y efectos de mi comisión, no obstante el tema de los indios, se determinó a que en mi presencia fueren reconvenidos, y verificado el 1 marzo con las justicias quedaron satisfechos y racionalmente sujetos a las piadosas intenciones del rey sobre que conmigo dicho reverendo padre conversor les hizo los más estrechos encargos, como tan propenso al bien de su feligresía. Y resolvimos que para que más se cercioren y satisfacen del experimentado bien que el paternal amor de nuestro soberano les proporcionaba, vacunarse en dos muchachos del mismo colegio, que les sirviera de comprobante y mayor estímulo a los demás contra cualquier preocupación, que pudieran introducirles de otros pueblos o gentes. Y de facto se vacunaron Santiago Faregua de cerca de 30 años y Andrés Jovichaviri como de 15 años, y posteriormente el mismo día a instancias y diligencias del mismo reverendo padre conversor, Marcos Farequanda como de 12 años, y según la disposición de la gente más subordinada e inquieta y la eficacia de mi reverendo padre conversor, logramos en este pueblo todo el feliz éxito que se desea y se verán cumplidas las piadosas reales intenciones a que se compromete dicho maestro reverendo padre sin dispensar fatiga, ni yo contracción en cualesquiera ocurrencia, cuyas diligencias se anotarán extendiendo para ahora la presente que firmamos en dicha reducción, día, mes y año para constancia —Santiago Granado y fray Francisco Mendiola Certificó yo el padre conversor de la Santísima Trinidad de Abapó que habiendo llegado a este pueblo el facultativo don Santiago Granado a proporcionar a sus 33 Santiago Maria del Granado (1757-1823) habitantes el nunca bastante ponderado remedio contra la viruela, la vacuna no se pudo poner en práctica por ahora por la incapacidad y barbarie de estos neófitos, a quienes no se les ha podido convencer de lo útil que él les sería; y sólo así en lo sucesivo, desentrañando por mi propia experiencia, podrán admitir este remedio. Y para su constancia lo firmó en ésta de la Santísima Trinidad de Abapó hoy 9 marzo de 1807 —Santiago Granado y fray Andrés Caro Habiendo llegado a este pueblo hoy 9 marzo y manifestado la comisión, ventajas, hechos prácticos anotados y documentados, y desimpresionando no poder causar la vacuna las muertes aunque fray Francisco Cortés, reciente en esta misión, aseguraba haber visto en España de donde poco tiempo hace morir varios vacunados, se procedió por su reverenda paternidad conversor y vice prefecto a la dirigencia de arriba, venidos todos los indios justicias y habiéndome propasado con manifestación del bien, ventajas, y paternal amor, tuve a bien silenciar y determinar en vista de la anterior dirigencia pasar a Zaipurú el día de mañana 10 con mi equipaje y vacunados de Florida, para cuyo efecto pedí se me pasase el río Grande inmediato al pueblo, por estar algo crecido, y de facto se previno al gobernador por su reverenda paternidad conversor. Y lo pongo por diligencia —Santiago Granado El 10 de mañana ocurrió don José Manual Saldía, comisionado por la subdelegación de Santa Cruz, con el fin de que se vacune a su familia; pero muy secretamente, más no hallándose en el pueblo no se verificó. Este día entendí que los indios obraban por mucho influjo, sobre quien no le quise reconvenir por lo estrecho de mis circunstancias, pero futuramente en todo tiempo podré dar bastante idea de tan bárbara oposición y sus incidencias que se me ocultan. Era tarde, pasé el río y maliciosamente los indios nos hubieron de ahogar y aguaron todo mi equipaje y víveres que todo se perdió. Y para constancia extiendo la presente —Santiago Granado 34 Flor de Granado y Granado El 11 a la tarde después de secar algo la ropa salí para San Rafael de Mazavi, distante 19 leguas, donde llegué el 12 en la tarde habiendo encontrado a un reverendo padre conversor, fray Juan Ramos, seis leguas antes de llegar, que se iba para Abapó, quien entregó la atenta y generosa carta del capitán comandante que se agregará en lo que me complace. Y en Mazavi, me encontré con el compañero fray Andrés Figueroa, quien con gusto me recibió y rogó vacunar algunos de mañana antes de salir a Zaipurú. Después llegó el reverendo padre conversor fray Manuel Ruíz de Nuestra Señora de Guadalupe de Igmiri, distante una leguas de ésta, con quien he tratado; y quedó en que verificada la vacunación y sus efectos en Zaipurú, exhortaría como corresponde a sus indios, entre tantos pues por no saber no lo había hecho. Con lo que firmo esta diligencia, en Mazavi 12 marzo de 1807 —Santiago Granado Con motivo de haber llovido y no poder salir para Zaipurú, yo el comisionado, viendo la buena disposición de esta gente y eficacia en su dicho conversor, vacuné los que se anotaran no procediendo a más por dejar fluido para adentro hasta tenerlo reciente. Y según advierto la contradicción y esmero, quedará en esta misión la constancia del fluido y conservación para la posteridad por su conversor presente a quien he dado las debidas y correspondientes gracias por su beneficencia a la humanidad y exactitud en lo que están del agrado del rey —Santiago Granado Con motivo de haber llegado el indio teniente de este pueblo Antonio Pitaragua de conducir hasta Abapó los infieles prisioneros que van a Cochabamba, trajo de aquella misión una cizaña que introdujo en ésta contra el gran interés de mi comisión y persona. Lo que advertido por el presente reverendo padre conversor fray Andrés Figueroa por entender algo del idioma de ellos, despachadamente lo amonestó y amenazó. Con lo que llevándome de regocijo al 35 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Flor de Granado y Granado ver defendidas y autorizadas las piadosas reales intenciones y encontrado un integrismo defensor de la humanidad, ensanchado, tomé la voz y acción que me correspondía en obsequio de la recomendada importancia, sin los temores que sujetaban mi energía, como se ha visto hoy que, después de misa, se agolpó a la aplicación de dicho reverendo padre toda la gente y justicias, ofreciéndose a la ejecución del específico. Y en este quieto trance verifiqué la práctica, tomando el fluido, de brazo a brazo, de un indio que había apto de los de la Florida. Y se vacunaron 76 hombres de todas edades incluso los tres infieles y 105 mujeres de todas edades, y concluiré en éste con el reciente cuando lo haya que ya se empiezan a manifestar las erupciones del primer día, y son todos los vacunados 415. Con lo que quedando este muy fiel y exacto reverendo padre conversor a la mira de todo, he instruido exactamente con el mayor esmero e interés. Y quedándose con vacuna adecuada y benéfica intención, se cierran estas diligencias hasta mi vuelta en que, no obstante, no sea ya necesaria mi presencia por el expresado, se concluirá la obra digna de la mayor recomendación por las constancias que evidentes van expresadas. Y para constancia de todo y que aún pueda esclarecerse para su efecto firma conmigo la presente el enunciado maestro reverendo padre conversor en esta misión de San Rafael de Mazavi y marzo 15 de 1807 —Santiago Granado y fray Andrés Figueroa Habiendo yo el comisionado salido de Mazavi para Zaipurú hoy 16 marzo, pasé por la misión de Agmiri, y su reverendo padre conversor aseguró la importancia a su gente para que cuando hubiese vacunados en Zaipurú, aptos se trajeran a su misión para la práctica en ella. Siguiendo mi derrote, al llegar a esta misión del Patrocinio del Señor San José de Tacurú, su muy reverendo padre conversor de ella fray Francisco Flaman me detuvo, instándome con ansia practicare en su feligresía el experimentado beneficio en que el paternal amor de nuestro soberano había proporcionado, y que deseaba liberar a estos sus hijos de la fatal plaga de la viruela; me aseguró que no se resistirían, pues harían lo que su conversor les ordene. Se esmeró en su franqueza en obsequio de mi comisión particularizándome en los vivos deseos de ver cumplidas todas las superiores disposiciones, y manifestó su alma amante de la humanidad. En esta virtud procedí gustoso y ansioso a vacunar, que lo verifiqué todo día sin ninguna interrupción 296 personas de ambos sexos y de todas edades, principalmente unos párvulos y algunos infieles, quedando aún mucho. Son los vacunados aquí 296. Y quedando poco fluido para propagar en Zaipurú hemos resuelto con dicho muy reverendo, y digno de la mayor recomendación, padre conversor pase a aquella misión, y concluido el fluido para que pueda servir sucesivamente a cuantos necesiten de este antídoto, me venga a ésta para no sólo libertarlos a todos, sino tomar cuanto conocimientos sean necesarios para su práctica y conservación del fluido para lo sucesivo, y poder designar sin error al verdadero grano preservativo, a lo que me he comprometido y a más que fuera, viendo su anhelo y positivos deseos, dándole las gracias por su gran eficacia y demostraciones a nombre de la superioridades de donde emana mi comisión. Y para constancia de lo acaecido y practicado en esto solicité firmar esta diligencia al presente maestro reverendo padre conversor, que lo verifica conmigo, en esta misión de Tacurú, y marzo 17 de 1807 —Santiago Granado y fray Francisco María Flaman Respecto a hallarme permanentemente completada en esta cordillera mi comisión con las mayores ventajas, y sin distancia en los benignos efectos del preservativo, acreciendo el número de libertados hasta el día según lo comprobado y advertido hasta la formal erupción de los últimos a 6.713 personas de todas edades y sexos, fuera de los vacunados desde la última diligencia por mí y el 36 37 Santiago Maria del Granado (1757-1823) encargado don Juan de Dios Rojas, quien ya en un todo se halla instruido, advertido, y con instrumentos y materiales necesarios franqueados por mí para todo el efecto útil y ventajoso, que consultado con el actual comandante capitán don José Miguel Becerra hace más proficua la importancia que recomendable la obra para sus efectos. Se le ha liberado título al enunciado Rojas comprometido a hacer el gran servicio al Estado y humanidad, referente a las circunstancias que se han previsto más conformes a la recomendación y conservación y se le ha extendido con esta fecha. Y habiendo quedado dicho comandante en advertir y reparar cuanto al caso conduzca; parece que ya por mí el día de hoy al retirarme, vertiendo lo que sea del caso en las reducciones inmediatas del tránsito, en que el modo se halla el interés. Y cerrando aquí con estas diligencias cuánto va practicado y advertido para que al corriente, la firma conmigo el encargado, en esta reducción de San Antonio de Zaipurú el 6 abril de 1807 por hallarse el comandante en corrida —Santiago Granado y Juan de Dios Rojas SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: En cumplimiento de mi ministerio, visto el oficio que vuestra merced me dirige con fecha del 10 enero de 1807 con el objeto de comunicar el beneficio de la vacuna a los neófitos Chiriguanos de mi cargo, he consultado mi determinación con los padres conversores de estas cuatro reducciones como más adelantadas en Cristiandad y política. Y me responden los padres que las dirigen, que por muchos años de conversores, se hallan con mayor conocimiento de sus naturales, que era muy conveniente se ejecutase en beneficio tan útil y benéfico a la humanidad de estos 38 Flor de Granado y Granado naturales, y celebramos el buen celo de los ministros de nuestro soberano y de vuestra merced que se compromete a las fatigas anexas a la operación vacuna gravosamente con el único fin de favorecer a sus neófitos. Pero al presente conocemos no poder conseguir el remitir a esta ciudad los mozos que solicita por ser la peste de la viruela el accidente más temible para con ellos, pues vemos que los padres y madres desamparan a sus hijos e hijas y los dejan con un total abandono. Mas propongo a vuestra merced que fuera acertado el medio de vacunar a algunos avecindados en el sitio nominado Pozuelos, que dista cuatro leguas de Piraí, para ver si con este ejemplo podríamos conseguir, los padres conversores, consintieran en la sobredicha operación nuestros neófitos, para que conseguida la sanidad en éstos consintieran los de las demás misiones en la operación de la vacuna tan proficua para la conservación de estos naturales. Dios guarde a vuestra merced muchos años, como se lo apetece su atento y seguro capellán, Abapó y febrero 8 de 1807 —fray Joaquín Beltrán SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: Cerciorado de la comisión con que vuestra merced se halla para el gobierno y capitanía general de estas provincias, para el importante fin de la vacuna que tanto interesa estas misiones, y que ha arribado a las inmediaciones de Abapó según me asegura el teniente don Isidoro Chávez, prevengo a vuestra merced que si para el efecto de su desempeño necesita algún auxilio, estoy pronto a franqueárselo; le advierto que con eficacia y esmero tengo reducido los ánimos de estas misiones cercanas, quienes desean el arribo de vuestra merced, y los padres conversores, lo mismo que el capitán mayor Santiago Cunanibry, por habérselo ofrecido el 8 enero el señor 39 Santiago Maria del Granado (1757-1823) gobernador cuanto estuvo aquél en Cochabamba. Puede vuestra merced según mi concepto acelerar su viaje a ésta donde se logrará todo el suceso, pues me tiene a mí que lo auxiliaré y haré que cumplan exactamente las disposiciones de nuestro soberano rey y determinaciones a ellas concernientes de la superioridades. Y por último en cuanto vuestra merced conceptúe útil y necesario para el desempeño de su importante comisión, tendrá pronto lo que servirá a vuestra merced de satisfacción para deliberar según prefiere, mientras ruego a Dios guarde a vuestra merced muchos años, Zaipurú, y marzo 10 de 1807 —José Miguel Becerra SEÑOR CAPITÁN COMANDANTE DE ESTAS FRONTERAS, DON JOSÉ MIGUEL BECERRA: uy señor mío: Estando ya adelantado el específico preservativo contra el grave mal de la viruela en que vuestra merced ha tenido la mayor parte de la eficacia, con que antes de mi llegada dispuso los ánimos a la práctica, y después de prevenir su victoriosa correduría, ha estado coadyuvando a que se cumpla la mente piadosa de nuestro soberano y superiores providencias que les son constantes, como tan propenso al más exacto servicio, y manifestando en éste, además de la puntualidad, la benéfica inclinación a la humanidad y al Estado, curso a vuestra merced a fin de que no habiendo inconvenientes se sirva hacer venir al que sirva de practicante en auxilio de las ocurrencias de enfermedades en las tropas del comando para que se instruya por mí exactamente en la práctica, efectos, conocimiento, y conservación del específico. Pueda ser útil a la posteridad y fines que se prevean de tan gran interés, pues aunque hay algunos padres conversores que quisieran conservar la importancia, y son los más adictos, según las diligencias 40 Flor de Granado y Granado que tengo practicadas, siempre será muy conducente y utilísimo que, con la inspección de vuestra merced y para sus fines, se mantenga en vigor por persona de su mando, a quien pueda ordenar y destinar a las ocurrencias, que le pueden ayudar a sus designios cuando ya noticiosos los enemigos, que los destruye la viruela, ocurran al sagrado del preservativo que los liberte, lográndose así la mejor conservación y todos los fines que vuestra merced gradué conducentes. Habiendo los indios de Abapó pasarme el río Grande, que estaba bajo, se me echaron a perder todos los víveres que tenía, y mojándome enteramente todo el equipaje maliciosamente y exponiéndome a ahogar. Y estando en ésta los tres indios de Florida, que advirtieron todo el procedimiento, e igualmente para poder esclarecer el hecho precedido, se servirá vuestra merced averiguar con ellos exactamente cuánto de realidad hubo en el particular. Y según resulte, ponérmelo a continuación en contestación para que su fe informe lo que corresponda en honor, obsequio y ventajas de mi comisión con cuántas advertencias puedan ser útiles al mayor servicio del rey y del Estado. Dios guarde a vuestra merced muchos años, Zaipurú y marzo 23 de 1807 —Santiago Granado SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: En contestación al anterior que esta mañana recibí de vuestra merced debo decirle que inmediatamente mando baje a ésta el que sirve de practicante don Juan de Dios Rojas, para los fines que me anuncia, por cuanto vuestra merced estime conveniente en el particular de su comisión, para cuyo efecto se lo franqueó en un todo, y cuanto sea necesario a su fin y utilidad de la obra. 41 Santiago Maria del Granado (1757-1823) He averiguado exactamente lo que vuestra merced solicita sobre el procedimiento que sufrió en el río Grande de Abapó. Y vienen acordes con cuanto vuestra merced expresa, añadiendo uno de los indios de Florida que maliciosa y advertidamente procedieron los indios, según él mismo los oyó en el mismo medio del río, asegurando pretendían ahogarlo para ahogar la viruela. Con cuyo motivo habiendo vuestra merced salvado, de temor de los que le acompañaban, se mojó todo su equipaje y perdido enteramente cuantos víveres traía, y esto a bien librar. Y reconvenido el mismo indio si los padres le habían advertido el cuidado que correspondía a su persona y circunstancias, expresó que nada sobre el particular había oído le dijeran, añadiendo que el río no estaba de suceder ningún fracaso, pues estaba manso. Y que todo fue muy de caso pensado y bien dispuesto a que sucediera lo ya dicho. Es cuanto se me ha informado, preguntando detenidamente, y que he sentido en el alma haya vuestra merced de sufrir tantos riesgos, injurias y pérdidas, cuando viene a ser tan útil y autorizado por nuestro gobierno. Todo lo que servirá a vuestra merced de pleno esclarecimiento para los efectos que puedan convenirle con lo que queda absuelto el de vuestra merced del día de la fecha. Dios guarde a vuestra merced muchos años, Zaipurú y marzo 23 de 1807 —José Miguel Becerra SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: Contestando vuestra merced sobre la solicitud para que le advierta los motivos que le impidieron la entrada a Cabezas a su reencargada comisión, de no decirle, que fue por advertencia que le hizo el reverendo padre fray Francisco Mendiola conversor de Florida, resultante de una carta que le dirige 42 Flor de Granado y Granado el padre fray Sebastián Cuenca, conversor de Cabezas, en que le dice que los indios de la referida misión se resistían a admitir la vacuna y aun a interrumpir el paso al comisionado, el que se exponía en llegar con ese fin. En cuanto precedió, queda vuestra merced contextuado para el esclarecimiento que le sea necesario en comprobante de sus deberes. Dios guarde a vuestra merced muchos años, Florida y marzo 27 de 1807 —fray Buenaventura González CERTIFICACIONES abiéndose observado toda la vacuna bien caracterizada, y no quedando ya duda alguna en la proporción que se han guardado para su permanencia, dejando cristal y todo al reverendo padre fray Manuel Ruíz conversor de Zaipurú para su seguridad y comprometimiento de conservación, y habiendo vacunado el 5 y el 6, dos infieles párvulos que para el efecto de su uso en los granos vacunos llevo conmigo, paré hoy con el encargo a reducción de Tacurú, donde he encontrado muchos granos vacunos y tan adelantada la práctica por su muy reverendo padre conversor que ya no admite duda. Y está igualmente comprometido a conservar la importancia que no se duda de su eficacia y esmero, dándose en ésta la mano con el encargado. No obstante, se vacunaron por mí de primera vez 100 personas, fuera de otras vacunadas en el acto por dicho muy reverendo padre y por el encargado, quedando aún algunos para la conservación sucesiva. Con lo que, y no estando más que proceder, se finalizan aquí las diligencias con las advertencias anotadas y complacencia de tan felices sucesos. Para constancia se firma por el enunciado muy reverendo padre conversor, por el encargado y por mí en Tacurú a 7 abril de 1807 —Santiago Granado y fray Francisco María Flaman 43 Santiago Maria del Granado (1757-1823) En esta misión de Igmiri fueron vacunados, de brazo a brazo y de primera, por mí 488 personas de todas edades y sexos, con anuencia y esmero grande de su muy reverendo padre conversor; se han observado bien caracterizados granos. Y también, lo mismo que en otras, es muy frecuente aparecer indistintamente varios verdaderos granos, atribuyéndose a haber rascado las picaduras y seguidamente las partes donde han aparecido otros. No he advertido síntoma alguno de consideración. Y quedando con dicho maestro reverendo padre conversor en que para la posteridad, el encargado citará a la misma y atenderá el mérito de su deseo con proporcionar tan gran beneficio, se cierran las diligencias de comisión, que firma el muy reverendo padre conversor conmigo, en Igmiri a 9 abril de 1807 —Santiago Granado y fray Manuel Ruíz Teniéndose a la vista todo lo practicado y hallándose en esta reducción de San Rafael de Mazavi, donde pasé después de vacunar cumplidamente en Igmiri, a solicitud del reverendo padre conversor, al completo de los 488 de la anterior diligencia tan perfeccionada la importancia con el celo, esmero, beneficencia y dedicación de sus plausibles reverendos padres conversores, que han continuado la obra y perpetuarán el interés, sobre que se les ha repetido las debidas gracias y quedado en darse la mano en el particular con el encargado; se vacunaron por mí de brazo a brazo 97 personas de todas edades y sexos que componen el total en toda esta Cordillera, según logrado y documentado de 7.300. Con lo que, y no advirtiéndose cosa particular, sólo lo mismo que las demás misiones, las erupciones iguales, fuera de las picaduras por los motivos, según se deduce anotados, se concluyen en ésta las diligencias de mi comisión. En nada ha sido gravosa, si muy onerosa y costosa, por todo digno al gran interés de Estado y de la humanidad, en que no se ha dispensado fatiga, dedicación, esmero, penalidades e intereses por parte 44 Flor de Granado y Granado del comisionado hasta haber lograda tan exactamente todo el fin de las piadosas reales intenciones y jefes a ellos propensos. Y en constancia de todo se certifica y firma la presente final por los enunciados muy reverendo padres conversores, por el encargado y por mí en San Rafael de Mazavi el 12 abril de 1807 —fray Juan Antonio Ramas, fray Anzures Figueroa, Juan de Dios Rojas y Santiago del Granado El 12 abril salí de Mazabi con ánimo de parar hasta la Florida, por no exponerme a un desaire o riesgo en las antecedentes misiones, cuyos padres conversores han mantenido recelo sobre mi comisión. Y justamente dudé aún de la pasada del río que está bastante crecido, por cuyo motivo al menor riesgo se parará por mí. Y lo firmó en dicho río, abril 13 de 1807 —Santiago Granado Habiendo pasado el río el 13, en el tercer brazo cayeron las mulas; se averió todo mi equipaje y víveres que componían tres cargas, pero gustoso por haber salvado la vida. Al llegar al último brazo encontré con un indio llamado Mariano Cuyupi, quien me dijo que me pasaría aquel brazo que era el peor, que él sabía tener caridad con los españoles, pues a él lo había criado uno, que no temiese aunque los demás no querían. De facto empezó a convocar gente y se le resolvía hasta el último que enteramente corrió. Me dijo ‹no quiero pasar esta viruela›, con lo que el indio nombrado se esforzó con los pocos que había reducido. Y me pasaron sin novedad aunque a costa de bastante interés de aguardiente, carne y plata, que según me hallo cerciorado, es lo corriente, e indistintamente no siendo para esto incapaces ni bárbaros. Y de lo precedido fue cerciorado el soldado Pablo Nadia, que habiendo llegado lo detuve para que preguntase al dicho indio y me impusiese de todo. Para constancia se extiende esta diligencia en el camino del 14 abril de 1807 —Santiago Granado 45 Santiago Maria del Granado (1757-1823) El 15 salí a entrar a la Florida a ver el paradero de los vacunados y su propagación, estando ya a los traídos de Zaipurú en estado por si fuere necesario, pues el fluido que traía todo se aguo. De facto de que a la una observé los dichos vacunados, concluido todo el curso, pero que no se había propagado. A las tres recordé al padre conversor y luego fui a verlo. Mas nada me trató; se desentendió en un todo de la vacuna. Y con ansia de mi parada, que en nada le interrumpió, más antes abrevió, expresó no tener nada que dar a los muchachos de mi compañía, cuyos actos presenció Santiago Giles, mozo. Y para constancia de ésta y la atención firma conmigo el enunciado don José Miguel Cuéllar como que ha averiguado lo precedido y mi certeza, en esta campaña de Piraí, y abril 15 de 1807 —Santiago Granado y José Miguel Cuéllar SEÑOR CORONEL DEL EJÉRCITO, JUEZ REAL SUBDELEGADO: l profesor de medicina y cirugía, comisionado por el gobierno para el interesante fin de la vacuna, don Santiago Granado, ocurre a la justificación de vuestra señoría, en la más bastante forma haciéndole presente: Para el debido lleno de su encargo, que acaba de practicar en la Cordillera de Chiriguanos, se le hace indispensable dar la disposición en forma de don Valentín de la Fuente. Por cuyo indispensable requisito pide a vuestra señoría se sirva hacer bajar a la ciudad a este individuo, y que bajo el debido juramento, diga, si en el pueblo de Florida le encargué la noticia de mi llegada, a quiénes y para qué efecto; y si esto lo verificó, con qué personas, en qué modo, cómo se recibió, y cuántas expresiones se contestaron en el particular, estilo, y espíritu de proferirle, sin ocultar cuánto hubiere notado y advertido en la materia hasta la final resolución, clara y distintamente y con las mismas voces y términos. Y hecho devolvérseme 46 Flor de Granado y Granado todo original para mi debido procedimiento, descargo o advertencia; tan interesante y encargado asunto me corresponde. Sobre que a vuestra señoría suplico acceda a mi solicitud conforme sea de justicia, Santa Cruz, y abril 22 de 1807 —Santiago Granado Por presentada. Y respecto de hallarme embarazado en asuntos graves del real servicio, el capitán de infantería don Cosme Damián de Urtubey, a quien se da la comisión en derecho necesaria, procederá a recibir la declaración que se solicita. Y hecho lo devolverá a la parte como lo pide. Así lo proveo, mando y firmo yo el coronel de reales ejércitos don Antonio Seoane, comandante del batallón de milicias provinciales de esta ciudad y juez real subdelegado en ella y su partido, actuando con testigos a falta de escribano —Antonio Seoane de los Santos En el asiento de Santa Cruz de la Sierra a 28 días del mes de abril de 1807, ante mí, el capitán de infantería don Cosme Damián de Urtubey, juez comisionado para recibir la información que se solicita, pareció presente don Valentín de la Fuente, natural de los reinos de España y vecino de ésta, a quien le tome juramento. Lo hizo por Dios Nuestro Señor y una señal de la cruz, bajo del cual prometió decir verdad de lo que empiece, y le fuere preguntando, diciéndole al tenor del asunto que antecede, dijo: De ida para el curato de Sauces en comercio de azúcar y otros varios efectos del país, encontró en el pueblo de la Florida al doctor Del Granado, de quien lo está el pedimento de uso. Y, habiendo con él conferenciado largo tiempo, le comunicó que la misión de Piraí no había puesto en planta su comisión, por causa de que el conversor de allí fray José Blanco no quiso de modo alguno venir a ella, detectando que aquellos naturales prófugos se harían a los montes, y que por lo mismo omitió practicar las diligencias posibles por parte suya, a efecto de que admitiese la interesante y benéfica operación de la vacuna. 47 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Que después de precedido todo esto, le manifestó una carta dirigida por el reverendo padre vice prefecto fray Joaquín Beltrán, en contestación a la parte que le dio, sobre el fin a que se determinaba su comisión, en la que según se acusa, por mayor, se oponía a dicha operación. De cuyas resueltas, y estando para proseguir su marcha, le implicó con reiterados encargos noticieros que hubiere a los demás padres conversores de las misiones del tránsito por donde tenía precisamente que parar, acerca del destino que llevaba. Y que en efecto luego que llegó a la de Cabezas, trató con el padre fray Miguel Alonso conversor menor, quien le respondió con acritud y mal gesto, que aquella misión estaba dispuesta para nada de cualesquiera asuntos o negocios que quisiese tratar el doctor don Santiago Granado, a lo que no se replicó cosa alguna el declarante, habiendo observado que al día siguiente bien de mañana salió a caballo con aceleración para la de Abapó, en donde después de pasadas 24 horas, le halló en compañía del padre vice prefecto del conversor mayor de ella fray Andrés Caso y de un segundo, cuyo nombre y apellido ignora. Que en el mismo instante que arribó a dicha misión, precedidas aquellas atenciones, que con debidas de urbanidad y política, de pronto le salió el reverendo padre vice prefecto, preguntándole: ‹¿Cómo le iba al doctor don Santiago Granado con la vacuna?› A lo que él le respondió que en la Florida había vacunado 18 personas y que no sabía si posteriormente vacunaría otras más. Y que en esta ocasión le hizo varias reflexiones sobre la utilidad y gran provecho que de ella resulta haber a aquellos indios, en la que el señor gobernador intendente estaba muy interesado por el amor y caridad con que los miraba, recayéndoles de cierto modo el estrago que en ellos hace el grave accidente de viruelas, y a cuyo importante objeto había despachado al facultativo Del Granado. A lo que le dijo el padre vice prefecto que ignoraba la contestación que dio a dicho don Santiago, y mirándolo con un menosprecio grande el impío 48 Flor de Granado y Granado dicho fray Miguel Alonso, entró de afuera el padre fray Andrés Caro, como de mano armada y diciendo con altanería y orgullo: ‹¿Qué es eso?, ¿qué es eso?, ¿qué es eso?› Le respondió el padre Beltrán: ‹Estamos tratando sobre la vacunación›. A lo que volvió a decir el padre Caro: ‹¡Qué vacunación, ni qué vacunación! Si quieren vacunar, que vayan a vacunar vacas, que no se puede en gente porque se ganará en los montes›. Dice el declarante que le replicó con instancia, haciéndole ver que procedía con terquedad, en un asunto que ocupaba la atención del rey y del señor gobernador intendente de esta provincia. Y que por lo tanto él, como los demás padres conversores, debían subir al púlpito a persuadir a los indios a que admitieran aquel gran beneficio. A lo que le respondió: ‹Don Valentín, don Valentín ya vamos a comer. Aquí no hay más rey, ni intendente, que el padre Caso›. Con lo que se despidió el declarante de todos ellos y prosiguió su camino hasta las orillas del río Grande, en donde habiendo encontrado el gobernador del pueblo a su hijo, ambos le contaron que el padre Caso había dicho a los indios que de ninguna manera se dejar vacunar, porque ‹don Santiago del Granado no era Dios para hacer milagros›. Últimamente expone el declarante que advirtió y notó desde que puso los pies en la misión de Piraí hasta la de Abapó, que todos los conversores de aquellas reducciones, excluyendo al padre fray Francisco Mendiola, estaban conspirando oponerse y hacer resistencia a que don Santiago Granado pusiera en ejecución su comisión, por ser ordenada ésta del gobierno. Y esto dijo en la verdad bajo del juramento que hecho tiene en que se afirmó y ratificó. Y siendo leída esta declaración de verbo ad verbum dijo que estaba muy bien sentada y que no tenía que quitar ni añadir y la firmó conmigo y testigos que se hallaron presentes a falta de escribano público real —Cosme Damián de Urtubey, Valentín de la Fuente y testigos 49 Santiago Maria del Granado (1757-1823) SEÑOR INTENDENTE GOBERNADOR Y CAPITÁN GENERAL, DON FRANCISCO DE VIEDMA Y NARVÁEZ: djunto incluyó a vuestra señoría testimonio legal de las diligencias practicadas en la Cordillera de Chiriguanaes, en desempeño de la comisión que la benevolencia de vuestra señoría confió a mi conocimiento y cuidado para el interesante fin de la vacuna. Por ellas remito a vuestra inteligencia de los sucesos y buenos efectos en los nueve pueblos de Mazavi, vacunadas más de 12.000 personas, aunque sólo parecen inclusos los de Florida y Pozuelos, 7.340, con las documentadas de los progresos que se siguen, y la conservación, propagación y perpetuidad de la importancia que ha instruido y puede continuar muy conducente y eficaz en atraer los infieles enemigos, con la utilidad de la obra conservada como se evidencia y establecida como sea más conveniente para el apoyo y brazo de vuestra señoría. Y, por el contrario, cual de ninguna eficacia la autoridad de su beneficencia en los pueblos más cultos que, hasta Abapó, han resistido el imponderable bien con grave daño del comisionado y bárbara oposición, inmediatamente dirigida contra el gobierno y las sanas, sabias y piadosas intenciones de vuestra señoría como lo manifiestan las diligencias comprobadas y en su virtud esclarecidas. No puedo prescindir, según el resultado, de manifestar a vuestra señoría las perniciosas consecuencias contra el Estado en el abandono, temeraria aversión y oposición a un gobierno dirigido a las ventajas del mejor y más político establecimiento, que déspota en el día en su manejo, interrumpe la religión, impide los progresos y se opone al celo, ni tampoco dejar de advertir que el estado actual de esta ciudad puede haber esparcido en aquellos pueblos la perjudicial cizaña, que introducida como a vuestra señoría es constante, se halla propagada y advertida en odio del 50 Flor de Granado y Granado gobierno y contravención de la natural y debida fuerza para el buen orden, que nos mantiene y sujeta a la legal avenencia contra los voluntarios excesos de la ambiciosa propensión. Me separo, como se evidencia, de los costos que se me han ocasionado, detrimentos, perjuicios y graves estrechos de mi vida, que he sufrido con la mayor tolerancia, pues todo ello lo consagro en obsequio y sujeción a las piadosas paternales intenciones de mi soberano por el bien del Estado y de la humanidad. Y dedico a vuestra señoría causa moral de la gran obra, hallándome complacido en que la imponderable ventaja se halle vencedora, asegurada por este fiel instrumento que resistente con esfuerzo ha logrado el fruto del anhelo de vuestra señoría, que instruido de todo tomará las oportunas deliberaciones y reparos que más fueren de su justificado agrado. Dios guarde la importante vida de vuestra señoría muy felices años, Santa Cruz y mayo 11 de 1807 —Santiago Granado CERTIFICACIONES legado a esta ciudad de concluir la importancia de mi comisión vacuna en la Cordillera de Chiriguanaes, y habiendo quedado antes pasar a ella con el cura propio de la misión de Santa Rosa doctor don Pedro Gutiérrez, a fin de comunicar a su pueblo este gran interés que deseaba, inmediatamente le noticié mi llegada y disposición al efecto de la gracia del beneficio, en conformidad el mismo dicho señor cura bajó a esta ciudad manifestando gran complacencia y asegurándome la puntualidad con que se encontraría la obra sin óbice alguno, y la satisfacción que ello tendrá por su recomendación y ventajas. Y trayendo conmigo varios indios vacuné hoy seis para que dieran fluido reciente en aquélla poniéndoles de a cuatro picaduras. Y para 51 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Flor de Granado y Granado constancia extiendo la presente, que firmo yo el comisionado en Santa Cruz a 7 mayo de 1807 —Santiago Granado Habiendo salido de Santa Cruz yo el comisionado el 13 del corriente con el expresado señor cura de la misión de Santa Rosa, distante de esta ciudad 24 leguas de penoso camino de aguas, llegamos hoy 14. Y dispuesta y prevenida la gente, di principio y de brazo a brazo vacuné esa tarde 186 de todas edades y sexos. Son los vacunados del día 186. Y firmo esta diligencia en Santa Rosa, y mayo 14 de 1807 —Santiago Granado Yo el comisionado de esta misión de Santa Rosa con presencia y franqueza de su cura vacuné hoy en todo el día 330 personas de todas edades y sexos y de brazo a brazo. Son 330, y firma la presente en dicha misión a 15 mayo de 1807 —Santiago Granado Para concluir en el presente día hizo venir dicho señor cura el resto de gentes para proporcionarles su beneficio, y vacuné de brazo a brazo 239 personas de todas edades y sexos; se completó el número de 755. En este pueblo misión de Santa Rosa en 16 mayo de 1807 —Santiago Granado Se han vacunado este día 99 personas de todas edades y sexos, incluso muchos de la jurisdicción de esta misión habiendo su cura amonestado y excitado como correspondía a la misión de tan gran ventaja, y en debido cumplimiento a las sabias reales disposiciones ordenadas por el gobierno; y esta tarde seis más, que son todos 870. Se han observado los vacunados del primero y segundo día ya en estado de erupción bien caracterizada. A ninguno se ha puesto cubierta alguna, porque he advertido les acelera el curso al grano y vuelve el fluido purulento en su formación. Traté con este señor cura desde luego sobre la conservación y perpetuidad de la obra, y me expresó que Juan José Estrada, su sirviente, era muy hábil. Para el caso con este motivo le he instruido práctica y exactamente en el modo, designación, oportunidad, medios y forma para la posteridad. Me ha franqueado este señor cura indios con granos para cuando al efecto haya de pasar a la reducción de Bibosi, distante de ésta 23 leguas de muy penoso camino y de Santa Cruz 15 leguas, a la que pasaré luego que advierta la perfección de la vacuna en el total anotado y el completo instructivo a la conservación. Y para constancia extiendo la presente en este pueblo misión de Santa Rosa a 17 mayo de 1807 —Santiago Granado Se vacunaron el 18 veinticuatro personas, y se observaron todas las reducciones de los tres primeros días en su perfección, y las del cuarto apareciendo. No queda gente que vacunar, sólo que vengan algunos de las inmediaciones y los que en el tránsito se encuentre. De manera que son todos los vacunados de éste y en este pueblo según nombrado y presenciado por este señor cura, 890. Con lo que, y las advertencias conducentes a la importancia y anexidades, se cierran por mí el comisionado las presentes diligencias de su efecto, que pasarán a este señor cura para que impresionado de su certeza se sirva franquear a continuación la certificación que corresponda y legalice los procedimientos para el correspondiente parte a la superioridad. Y firmo la presente en Santa Rosa, y mayo 19 de 1807 —Santiago Granado Yo el cura propio de este pueblo de Santa Rosa don Pedro Gutiérrez, inspeccionadas las anteriores diligencias que irán rubricadas, practicadas por el profesor comisionado al gran interés de la vacuna, certifico van conformes con lo practicado y obrado según en ellas aparece, quedando este pueblo de mi cargo con la satisfacción de su beneficencia que deseaba, y sobre que plenamente se hallan cumplidas las piadosas reales intenciones y disposiciones del gobierno a ellas propenso, en que lo ha verificado el comisionado con contracción y esmero en beneficio del Estado y de la humanidad sin 52 53 Santiago Maria del Granado (1757-1823) inconveniente y fatiga, que nada ha dispensado al gran beneficio de su contribución. Y para constancia de cuánto va expresado y precedido, y que pueda obrar los efectos de su referencia, doy la presente que firmo en este pueblo de Santa Rosa de mi cargo, y mayo 20 de 1807 —Pedro Gutiérrez Yo el comisionado salí de Santa Rosa después de estar todos los granos en estado el 22. Y habiendo vacunado en los pagos de San Miguel, Torrente, Gisenda y Víbora llegué el 23 a la misión nueva de Bibosi, y estando toda la gente dispuesta sin repugnancia por la eficacia de su muy reverendo padre conversor fray Juan Hernández, que andaba por este interés, vacuné en los dos días con gran satisfacción y regocijo 110 personas de todas edades y sexos únicos sin el preservativo. Y de la gente del recinto 24, que son 130. Queda dicho muy reverendo padre conversor como el más adicto a la humanidad y exacto de las superiores disposiciones del Estado bastante hecho cargo para perpetuar el interés, que aseguró conservaría. Y para constancia firma la presente diligencia conmigo en esta misión de San Juan Bautista de Bibosi a mayo 24 de 1807 —fray Juan Hernández y Santiago Granado En el presente viaje se han vacunado más de 500 personas de todas edades, sexos y condiciones fuera de los anotados, que por la improporción y no haber sujetos presenciantes aptos no se han puesto en diligencia. Se han advertido muchos vacunados en algunos parajes por personas, que vista la práctica la han verificado. Y es reconocido y confirmado no ser conveniente en esta provincia, cubierta y envoltura alguna a las picaduras, y entre los indios los ningunos síntomas, bañándose desde luego y de continuo sin reserva de estado de los granos, ni precaverse de humedad, desabrigo, calor, ni otra intemperie, ni menos separarse de sus tareas y régimen de alimentos y costumbres de improporción. Con lo que se 54 Flor de Granado y Granado finaliza bien instruida mi comisión vacuna por lo respectivo a esta provincia. Formo el cómputo verdadero del número ínfimo de vacunados en ella, según diligencias y formales razones, fuera de los más, sin estos requisitos en los términos siguientes… [sigue el detalle pormenorizado]. De manera, que según se advierte son los libertados el número de 23.242 individuos, fuera de los muchos que instruido el método, y circunstancias se han vacunado por curiosos, y los que habrán verificado los encargados, con más los que se han parado sin advertir y habiéndose observado ningún mal suceso, sin disonancia en los buenos efectos. Y para que todo conste extiendo la presente en Santa Cruz, y mayo 30 de 1807 —Santiago Granado CERTIFICACIÓN os comisionados nombrados para la asistencia e investigaciones de la importante vacuna y procedimiento en ella por el comisionado profesor don Santiago Granado, en presencia de lo logrado, reconocido y advertido de las diligencias practicadas hasta la presente final razón firmada por el mismo, advertencias, averiguaciones y ciertas noticias de los hechos en su razón resultados, certificamos que cuanto va expresado es conforme a obrado, presenciado, noticiado, encargado. Y el número de libertados, como se manifiesta, el de 23.242, son el apreciable beneficio que queda advertido y reencargado. Del mismo modo el empeño de dicho profesor es notorio; atropellando inconvenientes, venciendo dificultades, despreciando posiciones, y contra arremetiendo perjuicios y contratiempos, ha logrado la gran ventaja de su inclinación y desvelo a favor de la humanidad y el nunca ponderado beneficio del Estado en estas provincias, víctimas del terrible contagio de la viruela. Para ello, es innegable, ha sacrificado este fiel y exacto vasallo, su comodidad, intereses, subsistencia, y expuesto 55 Santiago Maria del Granado (1757-1823) vigorosamente su vida, siéndole deudora todo esta provincia de la más útil contracción que ha ejercitado veintidós años con el más feliz suceso y afable conducta, sin ningún interés, ni compensativo, sin dejar aún de hacerlo, no obstante su encargo, pues ha sido y es el único asilo que con la mayor humanidad y loable acierto consuela y liberta todas las dolencias de sus habitantes en todos eventos y circunstancias sin reparo alguno, ni perjuicio obste. Y por último ha logrado el Estado, debido a sus asiduas contracciones y gravosos vencimientos, la inexplicable ventaja de su conservación en esta fronteriza provincia, que debiendo existir la más numerosa, se halla en el día exhausta, víctima generalmente del estrago de la común plaga que principalmente en la indiada ha asolado su progresión. Para constancia de todo y el descargo de nuestro procedimiento mandado obrar en los autos de 7 agosto y 6 noviembre del año próximo pasado de 1806 por el señor coronel juez real subdelegado, y para que pueda franquear los legales documentos a su efecto comprobado, damos la presente final, que firmamos en Santa Cruz a 1 junio de 1807 —Cosme Damián de Urtubey, Francisco de Bernardo Estremadoyro, José Antonio Vázquez y José Anselmo Durán CERTIFICACIÓN on Antonio Seoane de los Santos, coronel de los reales ejércitos y comandante del batallón de edificios provinciales de esta plaza, vecino y juez real subdelegado de partido de ella, certifico en la forma que más haya lugar en derecho a los señores que la presente dieren, a donde ésta se presentare, cómo, por el antiguo y práctico conocimiento que tengo adquirido en este vasto partido, me consta que el epidémico y repetido contagio de la viruela ha contribuido al numeroso gentío de 56 Flor de Granado y Granado mi vecindad a la lastimosa ruina de disminución en la mitad o más de sus pobladores, en el espacio de 25 ó 30 años, cuya rapidez y fatal pestilencia he visto con infinito dolor obligar a las familias a desamparar sus moradas y hasta hacer habitaciones en los montes, con el evidente riesgo de perder su subsistencia en los bienes de campaña y libranza, de que como único arbitrio se mantiene. Y porque la clemencia de nuestro piadoso soberano ha propendido a remediar en sus amados vasallos este accidente y mortal veneno de la humanidad, certifico asimismo ser testigo presencial de los progresos felices que han obrado en este distrito las celosas providencias que ha tomado el señor gobernador intendente don Francisco de Viedma en la comisión de la vacuna, que se confió al profesor doctor don Santiago Granado, quien habiendo evacuado completamente su encargo, me ha presentado este expediente, que comprobado plenamente tengo a la vista. Y manifiesto los desvelos, fatigas, riesgos, gastos y peligros de la vida, con que a su costa y mención ha conseguido, en las dilatadas partes a que se ha conducido, inocular 23.242 personas, sin las infinitas que ha dispuesto para su propagación en método y pericia, que promete la extirpación de tan lamentable y perniciosa desgracia la humanidad. Es de notar y visto con la mayor gratitud para que las suaves y amables circunstancias del carácter que anida a este médico, ha podido en el viaje que hizo hasta las fronteras del barbarismo de Cordillera de Chiriguanaes, que actualmente se hallan sobre las armas con nuestras tropas, atraer el bando de los Isoreños, solicitando este remedio a su temible pestilencia. Sin que por último pueda omitir certificar que el doctor don Santiago Granado es vasallo proficuo del Estado, pues ni este prolijo y penoso entendimiento de su comisión, ni otras particulares y provechosas atenciones a la subsistencia de su dilatada, bien educada y ejemplar familia, le han estorbado a la asistencia pública de esta vecindad, haciéndose tan visible 57 Santiago Maria del Granado (1757-1823) su hospitalidad y religión, que después de emprender su personal trabajo en asistir los enfermos de todos estados y circunstancias, sin estipendio, gasta su dinero en remediar las necesidades públicas y secretas. Lo que en justicia debo informar a la superioridad, y reverentemente ante el solío, por juzgar en conciencia ser el doctor don Santiago Granado digno de que la piedad de Su Majestad lo tenga presente en justa recompensa de sus distinguidos servicios. Y en fe de ello y para sus efectos doy la presente en esta ciudad en Santa Cruz de la Sierra a los nueve días del mes de junio de 1807 —Antonio Seoane de los Santos SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: e recibido los avisos de vuestra merced de 11 del que se rige y testimonio que le acompaña, relativos a la importante comisión en que se halla vuestra merced entendiendo de la vacuna, y a sistematizar los progresos que ha conseguido en los pueblos de la Cordillera de Sauces con aquellos neófitos y bárbaros de Isoro, teniendo que sufrir para ello gastos, incomodidades, disgustos y demás que vuestra merced expresa y resulta de dicho testimonio, de que le doy gracias por haberse sacrificado con tanto esmero, amor y eficacia en beneficio de la humanidad y cumplimiento de las soberanas piadosas intenciones del rey nuestro señor y órdenes de este gobierno, que para su más puntual observancia le tengo comunicadas. Y quedo en hacer presente a Su Majestad tan distinguido servicio para que su real magnificencia se digne dispensarle las gracias, que sean de su soberano agrado. En cuanto a la oposición que han hecho los conversores de las reducciones de Piraí, Cabezas y Abapó, seduciendo a sus neófitos a no administrar tan importante, útil, benéfica introducción de la vacuna, ocasionando con 58 Flor de Granado y Granado tan perniciosa sugestión su total ruina con el temible mal de la viruela, quedo igualmente informar a las superioridades donde convenga para el debido remedio. Dios guarde a vuestra merced muchos años, Cochabamba y mayo 26 de 1807 —Francisco de Viedma y Narváez EDICTO l guarda mayor del río Grande: Pase a esa provincia el facultativo don Santiago Granado. El administrador del pueblo de San José le franqueara los indios y las mulas que necesite para su internación, proporcionándole todos los auxilios que estén a su arbitrio, en atención a venir a practicar la vacunación de estos naturales. Los administradores de los pueblos por donde transite le franquearán todos los auxilios necesarios con arreglo a lo prevenido en la circular de 25 julio, en que prevengo y mando que no se escasee con alguna de cuánto pida y necesite, con lo demás que en ellas se expresa, Santa Anna, y julio 26 de 1807, el gobernador Miguel Fermín de Riglos, sirva como fuera de mi letra. SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: El señor gobernador de esta provincia con fecha 4 del que rige, me previene remita a vuestra merced auxilios para su transporte a dicha provincia, lo que verifico mandado a vuestra merced ocho mulas con incluso de mi satisfacción, un carrero, y cocinero. Deseando a más de las órdenes con que me hallo, propender en un todo a la benéfica e interesante obra que vuestra merced se constituye como tan amante a la humanidad, quisiera por mi parte proporcionar cuánto fuese conducente al mejor beneficio de estos naturales, contando vuestra merced desde 59 Santiago Maria del Granado (1757-1823) luego para el efecto con cuánto penda de mi arbitrio en este pueblo que administro. Y esperando sus órdenes ruego a Dios guarde su vida muchos años como lo desea su afectísimo, que sus manos besa. San Javier, y agosto 15 de 807 —Pedro Pablo Durán SEÑOR ADMINISTRADOR DE ESTE PUEBLO, TENIENTE PEDRO PABLO DURÁN: uy señor mío: Como no ha sido bastante la gran eficacia de vuestra merced para conseguir un solo grano vacuno, y porque el fluido en cristales no es infalible, como tengo advertido al extremo de haberme hallado sin indios para que vacunados nos trajesen con cuidado, cuando de San José me conducían, pero con la desgracia de haberse frustrado por las repetidas crecidas en el río Grande, no obstante, pienso despachar el día de mañana a mi hijo don Juan [Francisco] Granado a Santa Cruz para que lo inserte de brazo a brazo y traiga con cuidado. Y para ello no dudo del singular ahínco con que vuestra merced ha manifestado la mayor adicción a este interés, como tan amante a la humanidad, me franquee cuatro o cinco naturales para el efecto, que puedan salir con mi hijo el día de mañana, avisándome lo que estime conveniente advertir. Dios guarde a vuestra merced muchos años, San Javier, y septiembre 6 de 1807 —Santiago Granado 60 Flor de Granado y Granado SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: Contextuando al de vuestra merced con fecha de ayer 6 referente al gran trabajo que se ha tomado en las vacunaciones que lleva practicando en 571 personas de este pueblo de mi cargo, el esmero y esfuerzo con que ha promovido el suceso que deseamos, ya con las vacas, ya con repeticiones a los vacunados para avivar su curso, según he estado notando, a que no obstante el celo, prevenciones y ofertas, se ven advirtiendo rascadas las erupciones que suceden tanto por el numeroso insecto del mosquito y mariguí como por las continuas frotaciones en la hamaca, cama de estos naturales, y estando como vuestra merced desde luego previó para iguales acontecimientos el fluido no tan activo como el de brazo a brazo, para insistir en la formación del grano, venciendo sin mayor vigor a estos accidentes, me comunica vuestra merced la determinación que ha placido de despachar a su hijo el alférez don Juan [Francisco Granado], perito ya en estas materias, para que llevando consigo a Santa Cruz cuatro o cinco de estos naturales, se venga con ellos vacunados de brazo a brazo. Con eso asegura vuestra merced todo el suceso que ojalá se me hubiera advertido para haberlo yo dispuesto de antemano y antes que vuestra merced internase, pues ya mi auxilio sólo sirvió desde el río Grande. Desde ahora como tan amante al beneficio de éstos, a más de las providencias con que me hallo del gobierno, cuente vuestra merced y disponga a su satisfacción; yo tengo dada orden y están prontos cinco individuos listos a caminar. Con ellos dirija vuestra merced la marcha de su hijo para las 12 del día, en que nada faltará, todo debido al gran interés con que debemos todos mirar el beneficio del Estado y encargos de nuestro augusto soberano, comunicándome a más cuanto estime conveniente y oportuno para puntualizar intenciones y 61 Santiago Maria del Granado (1757-1823) deseos. Y en el interés ruego a Dios guarde a vuestra merced muchos años, San Javier, y septiembre 7 de 1807 —Pedro Pablo Durán SEÑOR ADMINISTRADOR DE ESTE PUEBLO, TENIENTE PEDRO PABLO DURÁN: uy señor mío: Acaba de manifestarme una india el grano vacuno intacto bien cuidado y caracterizado, con lo que hemos logrado todo nuestro deseo y suceso, y se han vacunado de brazo a brazo sobre 200 personas, no defraudándonos con la duda en su propagación. Y como es necesario cumplir con los deberes ofrecidos en materia tan interesante puede vuestra merced franquearle a dicha india cinco varas de lienzo de la temporalidad, tanto prometidas para vestuario, como debidas por gran estrecho hallazgo, que yo por mi parte lo he logrado conforme al grado con que atiendo el interés del Estado. Ya haré volver a mi hijo y toda la obra se conservará en lo que pende de mí con el más viejo esfuerzo contando con vuestra merced para cualesquiera ocurrencia, como tan exacto y dedicado. Dios guarde a vuestra merced muchos años, San Javier y septiembre 9 de 1807 —Santiago Granado SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON SANTIAGO GRANADO: uy señor mío: Tengo gratificada con las cinco varas del lienzo de esta temporalidad a la india, que habiendo conservado el grano vacuno intacto lo ha manifestado hoy, y vacunándose con ella sobre 200 personas, asegurándose con esto el cuidado de vuestra merced y la gran importancia de su comisión, cuya recompensa tratada por vuestra merced fue ofrecida por mí 62 Flor de Granado y Granado al grave estrecho en que estuvimos, a más de lo que diera vuestra merced mismo graciosamente ofreció, mi parte ha estado franqueando la prevención y ha verificado generosamente en dicha india. Con lo que queda contestado el de vuestra merced de esta fecha, dándole igualmente a nombre de mi pueblo y de toda la provincia la enhorabuena y debidas gracias a sus arduas tareas y contracciones, y asegurándole de nuevo mi exactitud en cuanto vuestra merced estime conducente en lo sucesivo. Habiendo ya cesado el motivo de la acelerada marcha de su hijo puede vuestra merced ya mandarlo venir comunicándome para ello y todo las órdenes que gradúe oportunas. Dios guarde a vuestra merced muchos años, San Javier, y septiembre nueve de 1807 —Pedro Pablo Durán CERTIFICACIONES on Pedro Pablo Durán, teniente de granaderos, y administrador de este pueblo de San Javier de la provincia de Chiquitos, certifico en cuanto puedo y debo como, habiendo llegado el 28 pasado de agosto, el profesor comisionado para la vacuna, doctor don Santiago Granado, ha practicado en estos naturales con el mayor logro, sin reparar en las penosas tareas a que se ha contraído hasta el día con el más recomendable esfuerzo. Queda toda esta gente libertada, gozosa del gran bien que han experimentado contra la gran plaga que destruye, siendo éste uno de los pueblos más azotados. Y como el cuidado y esmero de este profesor haya sido tan exacto; su caridad, benevolencia, y franqueza, tan singular, para que no se dude tan extraordinario procedimiento de recomendación, extiendo la presente en este pueblo de San Javier a 16 septiembre de 1807, advirtiendo hace este profesor la interesante expedición sin sueldo, ni emolumento alguno, costeado sólo por el 63 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Flor de Granado y Granado interesado a favor del Estado y beneficio de la humanidad, en que no se pierde oportunidad —Pedro Pablo Durán Don José Ramón Baca, administrador de este pueblo de la Purísima Concepción de Chiquitos, certificó en cuanto puedo que habiendo arribado a este pueblo el doctor don Santiago Granado, profesor comisionado el 17 septiembre del presente, a practicar el loable beneficio de la operación vacuna para preservar a los naturales de la desolación que han experimentado en las pestes de viruelas, que no ha tenido refugio en tales plagas sino esperar la muerte. Por lo que y habiéndola practicado el actual comisionado con tan buen éxito, que han quedado todos servidos de este tan recomendable bien. Y para que así conste doy la presente en este pueblo, y septiembre 24 de 1807 —José Ramón Baca Don Miguel Bonis y Zamorate, administrador de este pueblo de San Miguel de la provincia de Chiquitos, certifico en cuanto puedo que habiendo llegado a este pueblo el comisionado doctor don Santiago Granado, profesor de medicina y titular de la ciudad de Cochabamba, el 27 del que rige, y en el mismo acto puesto en ejecución el interesante y loable beneficio de la vacunación, a que se ha dirigido, lo ha logrado con el más feliz éxito, sin omitir la fatiga que ocasiona la multitud a una persona sola, que hace la operación, quedando todo este vecindario tan inmensamente contento que lo manifiestan en su semblante alegre y dando infinitas gracias a Dios por hallarse libres de las viruelas, a que por naturaleza estaban expuestos. Y siendo cuanto en el particular hallo que decir y certificar lo firmo en este referido pueblo en 30 septiembre de 1807 —Miguel Bonis y Zamorate Don Juan José Moreno, administrador de este pueblo de Santa Ana, provincia de Chiquitos, certifico en cuanto puedo y debo decir, en mérito de verdad, que habiendo llegado a éste el comisionado para los efectos de la vacuna doctor don Santiago Granado, profesor de medicina, el día 2 del que rige. Y en el mismo punto de su llegada, puesto en ejecución el cargo interesante y beneficio de su comisión, habiéndola hecho con indios del pueblo de San Miguel, y Concepción, que para el efecto trajo vacunados con grano, admitieron la gente de este pueblo dicha operación con gran júbilo y alegría, significando éstos que por medio de la predicha operación se hallarían preservados del mal de las viruelas, accidente que en tiempos pasados habiéndoles asaltado les había desolado sus gentes, cual dio bando en el modo las amonestaciones continuas del señor gobernador actual don Miguel Fermín de Riglos como tan amante al bien de ellos y propenso a su beneficio. Y en conclusión, digo que el señor comisionado se manifestó muy constante, cariñoso, y contraído, según natural inclinación, al Estado y bien de la humanidad, como es constante se ha manifestado en esta provincia. Es cuánto tengo que exponer, dando la presente en este pueblo de Santa Ana el 6 octubre de 1807 —Juan José Moreno Don Francisco Javier Velasco, capitán de ejército, secretario de gobierno y administrador del pueblo capital de San Ignacio de Chiquitos, certifico en cuanto puedo que el doctor don Santiago Granado, profesor de medicina y cirugía, médico titular de la ciudad de Cochabamba y comisionado por aquel señor intendente para que en los partidos de Santa Cruz, Cordillera y estas misiones se propague el beneficio de la vacunación, a fin de evitar los estragos que suelen hacer en estas partes el mal de las viruelas. Y en la ocasión ya se había advertido en este pueblo capital de San Ignacio en once zonas, llegó oportunamente el mencionado doctor Del Granado el día 7 del presente mes. Desde el punto de haber apeado del caballo, empezó a ejercitarse la vacunación con el fluido de los vacunados que trajo consigo desde el pueblo de Santa Ana, cuya práctica la ha ejecutado con satisfacción de estos naturales no sólo por el beneficio que les redunda a su 64 65 Santiago Maria del Granado (1757-1823) salud, sino también por el agradable trato y afabilidad con que hace sus operaciones. Si el mérito en el precioso hallazgo por el célebre inglés Jenner ha sido tan aplaudido y satisfactorio a su persona, como debido a un interés tan singular, no ha sido menos a mi entender el extraordinario de nuestro dedicado español Granado, que sólo movido del gran interés del Estado y beneficio de la humanidad, a que es tan propenso, ha proporcionado a costa de indecibles incomodidades con notorio y generoso dispendio de sus intereses particulares, introducir y propagar el mayor de los descubrimientos, y mediante ellos libertar a estas provincias tan desprotegidas como remotas, que han sabido quedar asoladas de esta cruel plaga, que ya se tenía por haberse principiado como llevo indicado, y mediante la vacunación ha quedado libre de tan gran calamidad. Igualmente no ha sido menos el celo del expresado médico, en que la operación de la vacunar se perpetúe. Y a este propósito y cumpliendo con los deseos piadosos del soberano, ha enseñado prolijamente el método de vacunar, siendo yo mismo uno de los instruidos por él para efectuar en lo sucesivo este servicio a la humanidad. Todo lo que siendo constante y notorio que ha efectuado el referido doctor Del Granado en uso de su comisión, e innata propensión al bien universal, lo certifico en obsequio de la verdad. Y para que conste donde convenga, doy la presente en este pueblo capital de San Ignacio en 13 octubre de 1807 —Francisco Javier Velasco Don José Miguel Hurtado, administrador del pueblo de San Rafael de la provincia de Chiquitos, certifico en cuanto puedo cómo el doctor don Santiago Granado profesor comisionado para los interesantes bienes de la vacuna, que está desempeñando sucesivamente en esta provincia con el más feliz éxito, llegó a éste de mi cargo el 15 del corriente e inmediatamente procedió a su práctica e incidencias que tiene completamente satisfechos con la 66 Flor de Granado y Granado mayor satisfacción y utilidad de estas desdichadas gentes que humanamente y generosamente ha tratado y traído a su beneficio. Ello es cierto, que no puede dejar de confesarse, decantándose públicamente en las provincias que nada ha sido el mérito del descubrimiento inglés hallado sin solicitud, ni fatiga, equiparado con la dedicación y esmero de nuestro nunca bien ponderado profesor de medicina español, quien con abandono de su propia persona e intereses se ha sacrificado y anhelado, venciendo la misma improporción en propagar y perpetuar un interés, que se hace inexplicable su utilidad en estas remotas provincias deudoras de la mayor de los rescatadores a su libertador, que no pierde oportunidad de instruir en perpetuidad para el colmo de su humanidad, cuyas nociones exactamente me tiene comunicadas para la continuación de la obra como nunca bien satisfecho del beneficio del Estado. Y para que todo conste doy la presente en este pueblo de San Rafael a 26 octubre 1807 —José Miguel Hurtado AVISO eñor gobernador militar y político de Chiquitos don Miguel Fermín de Riglos, con esta fecha doy cuenta a la Real Audiencia de la Plata del oficio de vuestra merced de 23 octubre, con el fin de la conservación del fluido vacuno para sus sucesiva propagación de tan útil específico y lo aviso a vuestra merced en apoyo y contextuación de su representación, esperando que con buen celo continúe hasta la conclusión tan útil, importante operación. Dios guarde a vuestra merced muchos años, San Rafael, y octubre 25 de 1807 —Miguel Fermín de Riglos 67 Santiago Maria del Granado (1757-1823) EDICTO los administradores de los pueblos de San José, San Juan, Santiago y Santo Corazón: Prevengo a Vuestras Mercedes que por disposición del tribunal de la Real Audiencia y a pedimento de este gobierno, el facultativo don Santiago Granado está practicando el importante descubrimiento de la vacunación tan importante para el género humano, el cual libra de las viruelas confluentes y de la muerte. En todos estos pueblos se ha practicado con mucho acierto y felicidad; debo esperar que en ésos suceda lo mismo, quedando el beneficio a favor de los naturales. Vuestras Mercedes dispondréis todo lo que corresponda a que se verifique, encargando a los naturales que no se nieguen para que no se pierda el fluido vacuno y que corra esta circular. Dios guarde a Vuestras Mercedes muchos años, San Rafael, y octubre 27 de 1807 —Miguel Fermín de Riglos EDICTO los administradores de los pueblos de San José, San Juan, Santiago y Santo Corazón: Encargo a Vuestras Mercedes que al profesor don Santiago Granado lo alojen en la habitación del gobierno y le den los auxilios necesarios para su tránsito de pueblo en pueblo como se ha hecho en estos pueblos. Dios guarde a Vuestras Mercedes muchos años, San Rafael, octubre 27 de 1807 —Miguel Fermín de Riglos CERTIFICACIONES on Andrés José de Urquieta, administrador de temporalidades del pueblo de Santiago, provincia de Chiquitos, certifico en cuanto el 68 Flor de Granado y Granado derecho me permite que desde el día 5 del mes de la fecha en que arribó a este pueblo el señor doctor don Santiago Granado, profesor de medicina, hasta el 10 del mismo, se ha contraído piadosamente a aplicar a todos los vecinos de este pueblo de todas edades el remedio de la inoculación vacuna operada por dicho señor ventajosamente por su admirable acierto y mérito tan digno de la estimación del rey, cuyo método deja instruido al señor cura de este referido pueblo licenciado don Francisco Callau para su propagación. Y para los fines que le convengan doy la presente en Santiago el 11 noviembre de 1807 años — Andrés José de Urquieta Don Juan José Durán, administrador del pueblo de Santo Corazón de Jesús, provincia de Chiquitos, certifico en cuanto debo que habiendo llegado el doctor don Santiago Granado, profesor comisionado para la importancia vacuna a éste de mi cargo el día 12 del corriente la ha verificado con feliz éxito, amor y contracción en estos naturales, instruyendo al mismo tiempo su práctica y conservación de que quedamos hechos cargo para sus efectos. Y para que todo conste doy la presente en dicho pueblo del Corazón el 16 noviembre de 1807 —Juan José Durán Don Miguel Quiroga, administrador del pueblo de San Juan Bautista, provincia de Chiquitos, certifico como es debido que habiendo llegado don Juan [Francisco] Granado a este pueblo, según lo dispuesto por el señor comisionado para la gran importancia de la vacuna, doctor don Santiago Granado, empezó a practicarla el día 11 del corriente poco a poco en sus naturales, hasta que el día 20 llegó dicho señor comisionado y concluyó en todos los que faltaban y se han hallado en este pueblo, con el mayor amor, agrado y satisfacción, concluyendo su comisión aquí como final pueblo de sus tareas, sin haber desmayado un ápice en el rigor que los anima a ser tan benéficos sin reparar intereses, despreciando incomodidad, y arrojándose 69 Santiago Maria del Granado (1757-1823) a toda clase de interperie sin desmayar, con lo que han logrado introducir, instruir y levantar a esta provincia del mal desolador con el preservativo, que inocente ha surtido los mejores efectos sin incomodidad ni impedimento, según asertivamente se anuncia de toda la provincia, y visto en esta con la mayor satisfacción. Y para que todo conste doy la presente, que juro y firmo en San Juan Bautista de Chiquitos en 23 noviembre de 1807 —Miguel Quiroga EDICTO l guarda mayor del río Grande: Regresa a Santa Cruz el doctor don Santiago Granado, médico titular de la ciudad de Cochabamba, después de haber practicado la importante obra de la vacunación en todos los pueblos de esta provincia. No se le pondrá embarazo en su tránsito con su correspondiente equipaje, antes bien se la auxiliará con todo lo necesario, sin faltarle en cosa alguna digna atención al grande servicio que acaba de hacer al rey y a estos naturales, Santa Ana, diciembre 1 de 1807, el gobernador Miguel Fermín de Riglos, sirva como fuera de mi letra. EXCELENTÍSIMO SEÑOR VIRREY DE ESTAS PROVINCIAS, DON SANTIAGO LINIERS: xcelentísimo señor: En cumplimiento del superior decreto de vuestra excelencia, ha leído el Protomedicato con la mayor complacencia el informe justificativo que presenta don Santiago Granado, referente a la comisión de vacunar que ha desempeñado con tanta satisfacción de los jefes en los respectivos distritos de Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra, Moxos, y Chiquitos. 70 Flor de Granado y Granado Y a la verdad: es nada común el celo de este benemérito profesor que, llevado de un afecto filantrópico hacia sus semejantes, arrostró los infinitos riesgos que debió prever en tan peligrosa comisión, no sólo por el dilatado viaje de más de 2.000 leguas, que tuvo que andar por caminos los más ásperos, y casi intransitables, sino aun más por la intemperie del clima, las ningunas comodidades que ofrecen países desiertos, habitados solamente de bestias feroces, indios salvajes, pequeñas poblaciones de hombres nuevamente reducidos a sociedad, y sobre todo, por las violencias de los malévolos o preocupados que llegaron a poner asechanza a su vida. El resultado de tan peligrosa comisión, hecha a sus expensas y sin auxilio del real erario ni gravamen de los pueblos beneficiados, es haber vacunado 45.311 sujetos, es decir, haber salvado la vida cuando menos a la quinta parte de estos individuos que necesariamente habrían sucumbido a la hidra devoradora de la viruela, según la constante experiencia que hay en estos países. Por cuya razón juzga el Protomedicato que el profesor don Santiago Granado es acreedor a que vuestra excelencia le recomiende a Su Majestad, para que lo atienda y premie a la proporción del mérito tan relevante ya contraído. Que es cuanto puede informar el Protomedicato cumpliendo con el superior decreto de vuestra excelencia, Buenos Aires 26 octubre de 1808 —Miguel Gorman y Agustín Eusebio Fabre EXCELENTÍSIMO SEÑOR DON BENITO HERMIDA, SECRETARIO DEL MINISTERIO DE GRACIA Y JUSTICIA: xcelentísimo señor: Don Santiago Granado, médico titular de la capital de Cochabamba, ha hecho constar a este superior gobierno haber vacunado de aquella provincia y los pueblos de misiones de Moxos y Chiquitos a 45.311 individuos, a su costa sin 71 Santiago Maria del Granado (1757-1823) gravamen alguno del real erario ni de los pueblos beneficiados, caminando para ello más de 2.000 leguas por tránsitos ásperos, desiertos, habitados de fieras y enfermizos y sufriendo también las violencias de los malévolos o preocupados que llegaron a poner asechanzas a su vida. Y considerando acreedor por tan relevante mérito de las gracias proporcionadas que Su Majestad se digne dispensarle, lo recomienda a vuestra excelencia acompañando para la debida instrucción, testimonio del expediente de la materia, a fin se sirva interponer su poderoso influjo para la concesión de ellas. Dios guarde a vuestra excelencia muchos años, Buenos Aires 4 julio de 1809 —Santiago Liniers El virrey de Buenos Aires, con inclusión del respectivo testimonio del expediente, recomienda para premio al médico don Santiago Granado. 1810 EXTRACTO GENERAL DE LA EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA EXPEDIENTE 21. LEGAJO 1558-A l mismo virrey de Buenos Aires don Santiago Liniers en carta de 4 julio de 1809 recomendaba el mérito y servicios de don Santiago Granado, médico titular de la ciudad de Cochabamba, acompañando testimonio de éstos, del que resultaba que en aquella provincia y en los pueblos de misiones de Moxos y Chiquitos [vacunó] 45.311 personas sin gravamen alguno del erario ni de los pueblos, y a costas de grandes trabajos en su marcha. Se le concedieron honores de médico de [Cámara de Su Majestad de la real] familia [y merced de título de Castilla], y así se contestó al [nuevo] virrey en 27 abril de 1810. 72 Flor de Granado y Granado 1821 ARCHIVO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES BREVE ITINERARIO CIRCUNSTANCIADO DE LA EXPEDICIÓN A LA PROVINCIA DE CHIQUITOS anta Cruz de la Sierra, en los 17° 94 minutos de latitud austral y 65° 42 minutos 49 segundos de longitud occidental de París Está situada en la gran llanada, distante de la serranía que la divide de la provincia del Perú por la parte más inmediata. Su paisaje alterna la campiña con el monte, y de oeste a norte, se extiende la lomería baja. Ciudad capital diocesana, su catedral tiene dos dignidades de deán y arcediano, dos canonjías de penitenciario y sector y dos prebendas con competentes rentas. Sus edificios están poco ordenados, sin hermosura y armonía. El traje de los habitantes aunque de mucho lujo, principalmente en las mujeres, en nada es hermoso ni metodizado, se las ve muy alhajadas de oro, plata, piedras y perlas en que se depositan los caudales sin giro ni adelantamiento. Está poblada con gente de extremado talento que esta tierra pródiga no cesa de alumbrar, con lo que equipara y supera a muchísimos asentamientos de españoles, pero sin proporción ni dedicación. No se habla otro idioma que el castellano fuera de las misiones de su recinto. Los alimentos los toman con desproporción: el régimen es muy desordenado e incauto. No hay hospital ni ninguna casa de recogimiento, monasterio, ni más que un convento. En sus terrenos se encuentran infinitas producciones medicinales, siendo un delicioso jardín botánico, pero incógnito e incunable por defecto de peritos, de que ha carecido. 73 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Habiendo sido solicitado por el actual gobernador teniente coronel don Miguel Fermín de Riglos para beneficio tan grande como el que proporciona el inocente preservativo contra el destructivo mal, y removido el impase para mi entrada el día 12 de agosto de 1807, hice toda mi disposición y auxilios, con el fin de contar con cuantos medios dicten la razón y las circunstancias de aquellos naturales, y lograr los efectos que se desean. Tengo ya todo completado y dispuesto para emprender y esforzar la obra. San Javier, en los 16° 14 minutos de latitud austral y en los 65° de longitud occidental Ha sido aniquilado este pueblo por la viruela. Es gente advertida y dispuesta para lo que se le enseñe. Este pueblo es de los más elevados de la provincia en lo septentrional, aunque en lo austral se hallan sierras más elevadas. Su temperatura es cálida y menos húmeda, de un ardor propio de lo montuoso. Sus aguas son crecidas; sus aires, raros, y abunda el insecto incómodo que baquetea por todas partes. Tiene una iglesia dotada de una estructura recia, que desborda en adornos con mucho aseo. Su real casa encierra habitaciones de adobes, buenas maderas y teja. Su plaza es proporcionada; los caminos, pedregosos. Menudos y algunos naranjos dulces hermosean al pueblo con cuatro capillas y cuatro casas de los principales jueces, de buena obra y techadas con tejas. Las casas de los indios son de barro y techo de paja y una sola puerta sin ventana y sin divisiones o recámaras; en ellas vive de continuo fuego. Sus vestuarios son una camiseta en los hombres de lienzo sin mangas y abierta a los lados, y calzones de lana. Entre las mujeres, un tipoy del lienzo hasta muy abajo, que las cubre sin mangas y todo cerrado. Sus adornos son en todas partes cruces, medallas, anillos y sortijas; sus camas, un cuero de vaca y su cobija de costal o alguna frazadilla. 74 Flor de Granado y Granado Uno encuentra alguna rara vajilla. Sus alimentos, por lo más, son la chicha del maíz fermentado, algunos porotos, choclos, camote, yuca, algún pescado y poca carne y queso. Hay poca sal, que escasea en la provincia y llega del Perú, aunque en esta provincia hay dos buenas salinas las de San Jorge y Santiago, pero poco holladas. Las ocupaciones de estos naturales son como las dirigen bajo la dura constitución que han conocido. Están dedicados al cuidado de estancia, chacras de caña, huertos de hortalizas, plátanos, papayos y verduras comunes. Y en manufacturas de carpintería, tornería, herrería, platería y tejeduría de algodón. Hacen toda especie de tejidos. Pescan mucho; cazan venados y otras especies, perdices, tortugas, y muchos animales montaraces. Tiene la provincia, y en abundancia, tigre, leopardo, oso, jabalí y otras varias fieras, con muchas especies de serpientes. Los instrumentos para la labranza son escasos: algunas cañas, y en lo demás, usan huesos y maderas. Lo mismo para las manufacturas: están escasos y no se adelantan con la industria. Procrean mucho: su vida es disoluta y no educan de ningún modo los hijos. En lo moral y político nada se advierte de adelantamiento. En este pueblo hay terciaria, aunque en los demás es sana su constitución. Nada hay de hospitalidad, ni noción. Purísima Concepción, en los 16° nueve minutos de latitud austral y en los 64° 28 minutos de longitud occidental Es una hermosa llanada muy ventilada, de superiores aguas y agradable temperamento. A la entrada está un río conocido con el nombre de Sapocó, de bastante caudal que corre de sur a norte. Al oeste noroeste a poco recorrido tiene este pueblo una laguna amplia y estable, poblada por aves exóticas y rodeada de una vegetación densa. Hay buena caza y largas lunas. 75 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Flor de Granado y Granado Su iglesia es una presea, con un espléndido retablo; su casa real, de igual modo, con oficinas de mejor estructura a la salida a la plaza. En medio del ángulo se levanta una hermosa torre de cal y ladrillo. Su plaza, muy igual, firme y rodeada de árboles, forma calle en los tres frentes, con una especie de palma llamada totay. Tiene diez naciones, cada una con su idioma distinto, aunque todos entienden la general chiquitana. En toda la provincia no hablan nuestro idioma, sin lo cual nunca estarán tan amantes a la nación. Las casas, traje, trato, vida y constitución de sus naturales, lo mismo que en toda la provincia. Son de rápida comprensión y duermen en hamacas colgadas en los bordes. Sus manufacturas están adelantadas: cogen bastante cera y miel de los panales. San Ignacio, en los 16° 20 minutos de latitud austral y en los 63° 13 minutos de longitud occidental Este pueblo también ha sido destruido por la viruela. Su temperamento es templado; sus aires, ventilados y algo raros por la inmediación de la serranía baja. Sus aguas son buenas y abundantes, con cuatro hermosas lagunas cerca de la población. Sus terrenos son fértiles y bien industriados. Este pueblo capital de la provincia es el mejor y el más adelantado. Su casa real es esmerada, y su iglesia, suntuosa; están nuevamente refaccionadas. Dentro de la iglesia se destaca el retablo mayor recién restaurado, que brilla de nuevo con el mismo esplendor que el del pan de oro que recubre las tallas. El pueblo, del mismo modo, es nuevo, por haberse quemado hace tres años. Sus calles son tiradas a cordel, cuadradas, con corredores a ambos lados. Las casas son cómodas y aseadas y están construidas de buenas y sólidas maderas; la plaza es espaciosa y rodeada de naranjos dulces. A lo alto corren los balcones de las habitaciones de los jueces principales; tienen retratos en sus interiores, están techadas de teja y construidas de excelentes maderas. Hay fábricas de todo oficio, que son las más aventajadas de la provincia: elaboración de tejidos, obras de carpintería, herrería, platería y arquitectura. Y su agricultura es singular por hallarse industriada: estos naturales utilizan el arado, el que no se ha introducido en otro pueblo. Todo el recinto tiene huertas de hortalizas, árboles frutales de los de Europa y del país; entre éstos, unos cuyas frutas llaman los portugueses «manga», del tamaño de un durazno, que son de las más gratas y deliciosas. De otros se saca una resina elástica particular; de ella hacen estos naturales sus pelotas, que rebotan con la cabeza. Advertí que los naturales de esta provincia son capaces y aptos para cualquier trabajo de industria. Confeccionan los más excelentes tejidos y manufacturas de calidad tan buena como los que pueden elaborar los ingleses, habiendo quien les instruya. Tienen oficinas industriales y exactas para hacer barros o lozas, que ellos en tanda proceden a quemar y vidriar. En el trato fui recibido con deferente urbanidad por estos naturales, aunque carecen de las ideas propias de la natural bien organizada libertad; más priman principios de coacción que será difícil combinarlos para que puedan prosperar unos terrenos y gentes dignos de toda atención. San Rafael, en los 16° 43 minutos de latitud austral y a los 73° de longitud occidental Este pueblo es grande; su temperamento, cálido y seco. Sus aguas son abundantes, pero no las mejores. Sus aires son ventilados y puros. Todo este trecho está compuesto por llanos, palmeras y chaparrales. Abundan tigres y víboras. El río es abundante de pesca, los montes de caza, los aires de aves, los árboles de frutas, los campos de mieses, la tierra de minas, y los naturales que lo habitan de grandes habilidades y agudos ingenios. Su casa real es de las mejores de la provincia, con todas sus oficinas completas; su iglesia, correspondiente, y 76 77 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Flor de Granado y Granado en una esquina se levanta una hermosa torre de cal y ladrillo. Su plaza es vistosa, adornada de arcos de follaje, con colgaduras y gallardetes. Los jueces principales viven en casas techadas con tejas. Sus terrenos son fértiles e industriados; tiene considerables huertas, abundantes tierras de legumbres, hortalizas y árboles frutales. Tiene dos naciones. El traje, trato, vida, costumbres, bebidas, constitución y demás de los naturales, son como en toda la provincia. Atacan muy frecuentes en las constituciones epidémicas las calenturas sinocales. San José, en los 17° 58 minutos de latitud austral y a los 60° 9 minutos de longitud occidental Este pueblo está enclavado en la ladera de una serranía alta; a poca travesía hay unos baños calcáreos. Sus aires son puros; su temperamento, cálido y húmedo, proporcionado a las estaciones. El pueblo es el mayor de la provincia. Su iglesia, de austera construcción, es competente, con fachada de cal y piedra. La torre a la entrada, a medio patio, es imponente; mide 30 varas de altura. Su casa real es la más grande y magnífica de la provincia. Desde el primer patio al frente de la iglesia, se advierte todo el ángulo de la bóveda, con la azotea y muchas fachadas y otras obras interiores. En la casa real hay un huerto con árboles de tamarindos. Sus gentes son buenas; sus circunstancias morales, físicas y económicas, igual al resto de la provincia. Tiene tres naciones. Es población sana e industriosa. El pueblo es abundante de caza, pesca y frutas silvestres, que le suplen en los años malos de cementeras. San Miguel, en los 16° 44 minutos de latitud austral y en los 63° 18 minutos de longitud occidental Está en una loma de bastante amplitud, en un terreno pedregoso. Carece de lagunas. Sus aires son raros y destemplados. El temperamento es cálido. Alberga una iglesia con tres naves. Su casa real está techada de teja y edificada con buenas maderas; tiene dos patios y un huerto, y cuenta con preciosas habitaciones. Posee almacén, despensas, herrería, cocina y prensa. En el primer patio a la entrada, se advierte una torre de cal y ladrillo fastuosa, y por encima de las tapias asoman parras y árboles frutales que dan sombra. Se trabajan tejeduría y carpintería. Hay un horno para fabricar azúcar con sus adherentes. En la huerta hay tendales para la cera y un galpón para beneficiarla. El traje, trato, talento, constitución, vida, habitaciones y demás de sus naturales, es igual. Tiene este pueblo ocho naciones. La gente es divertida, y advertí la naturalidad y trascendencia de estos hombres, junto con la gran docilidad a donde los inclinan. Tiene excelente música y eco, enfática de tonos y alhajada de palabras, apelando en lo vital o vivencial, a los difuminados recuerdos de épocas felices, que llevan a querer recrear el paraíso perdido. Santa Ana, en los 16° 30 minutos de latitud austral y 63° dos minutos de longitud occidental Está en una sierra ventilada, y su temperamento es cálido y más húmedo. Sus aguas son buenas; sus terrenos, pingües. En las inmediaciones, están situadas unas lagunas fijas. La población es corta. Su iglesia, casa real y habitaciones y oficinas son más reducidas, aunque de buena estructura y materiales y en los mismos términos que los demás pueblos. Lo mismo con sus gentes en todas sus cualidades y condiciones, aunque algo más versadas en su trato y modo por la mayor comunicación con los españoles. Tiene este pueblo tres naciones. A dos leguas de este pueblo hay un mineral de buen talco. A una legua en un cerro, hay una cantera de piedras de todos colores y cristales de roca que desatan destellos. Santiago, en los 18° 29 minutos de latitud austral y a los 71° 46 minutos de longitud occidental 78 79 Santiago Maria del Granado (1757-1823) Flor de Granado y Granado Está ubicado en la serranía y ofrece una privilegiada vista. De aire es dable, y de temperamento, acalorado. Bordea la frontera con indígenas bárbaros de quienes ha sido invadido y para su custodia tiene un corto destacamento. Es el pueblo menos numeroso y más pobre y pensionado de la provincia. Su iglesia y casa real quedaron informes, aunque se advierte el principio [de construcción] que subsiste y hubiera sido magnífico. La Iglesia tiene una fachada de cal y piedra; sus cimientos correspondientes están techados con palmas y todo lo demás con paja. Sus naturales son iguales en constitución, traje, trato, vida y demás a toda la provincia. La mayor dedicación de esta gente es a sacar mucha y buena cera. Estando este pueblo en las serranías se advierten claramente los minerales en muestras de tierras y quijos de plata y oro. A medio recorrido, hay unos baños de aguas termales. Es país muy sano. Santo Corazón, en los 17° 54 minutos de latitud austral y 61° de longitud occidental Está rodeado de serranías y muy ventilado. Su temperamento es cálido y húmedo, aunque más templado. Sus aguas son excelentes. Su constitución es sana. Sus terrenos son pingües, aunque bien abastecidos de comestibles. Todo producen los naturales en abundancia y de la mejor calidad. Tienen sus montes innúmera caza. Su casa real e iglesia son de las más atrasadas, reducidas y de peores materiales de la provincia. Todo está techado con paja. Está en la frontera con Portugal y linda con indios bárbaros y se mantiene un piquete con un comandante y cuatro o seis supuestos soldados. Las circunstancias de sus gentes, trajes, habitaciones, régimen, vida, costumbres y demás, son iguales, aunque debía de señalar que es gente de profunda devoción y religiosidad. 80 81 Juan Francisco del Granado (1796-1849) 1839 ÓVALO BLANCO EL RETRATO DE MI MADRE, QUE LO TENGO CERCA DE MÍ y! tu imagen me recuerda de mi vida los albores, las vistosas, gayas flores ¡ con que ornabas tú mi sien. Yo pendiente de tu cuello prodigábate caricias, y apuraba las delicias en que abunda la niñez. Cada beso con que tierna enjugabas, tú, mi lloro, era para mí, un tesoro imposible de pagar; y dormido en tu regazo de tu mano al suave arrullo desafiaba con orgullo, la fruición más ideal. Raudas ¡ay! cruzaron, madre, esos astros de ventura, que irradiaban su luz pura sobre un cielo de zafir; y ese cielo densa nube le robó cruel a mis ojos: sus celajes lindos, rojos, negros, yo tornarse vi. Apartad, tristes recuerdos, no turbéis mi dulce calma, permitid que pruebe el alma una gota de placer. No eclipséis, llanto, mis ojos, contemplar dejadme, ufano, la que tengo ahora en la mano de mi madre, imagen fiel. 82 Flor de Granado y Granado Tu retrato, madre tierna, conservar yo te prometo, cual un místico amuleto, cual celeste talismán. Él hará más soportable de ti lejos, mi existencia, y el rigor de cruda ausencia, con su hechizo, templará. A él daré mis tristes quejas, contárele mis pesares, oirá siempre mis cantares, y mis preces al Señor. Mientras llega ese momento que con tanto ardor ansío, en que lata junto al mío tu amoroso corazón. 83 Juan Francisco del Granado (1796-1849) Flor de Granado y Granado UN HIJO MÍO, O SEA DE DIOS ijo mío, pequeñín, de mis entrañas dulce fruto, para nada en absoluto abandones tú la fe. El que trata, persevera en un tono de constante alegría comulgante. Nunca deja de creer. Es motivo de orgullo exaltado que él te llame y no hay quien más te ame que este blando corazón. Recibiste de tu padre la cordura que atesora la promesa redentora, mi muchacho más precoz. Presentaste muy temprano, como impulso incontenible, ya una innata e invencible religiosa vocación. Tan benévolo y sonriente eres por naturaleza, te lo digo con franqueza para instarte con amor. De humano contenido eres todo un dechado y en tu alma fue grabado ayudar a los demás. Regocijo que él te invoque a vivir con dulce entrega; es el Alfa y el Omega, el principio y el final. 84 85 Francisco Maria del Granado (1835-1895) 1863 EVOCACIÓN A LA UNIÓN AMERICANA uando anegada en lágrimas de duelo América la joven sin ventura mira empapado su virgíneo velo con los torrentes de su sangre pura, cuando imagina que implacable el cielo cruel, desastroso porvenir le augura, oye entusiasta célicos cantares que unión le dicen, perla de los mares. Cuando el pesar nublara su alba frente, ciprés tornando su laurel de gloria, porque sus hijos con furor demente la huesa le preparan mortuoria, porque extinguirse ya su vida siente y ve entre sombras eclipsar su historia, súbito enjuga su angustioso llanto y unión, repite, con alegre canto. Los hijos de Colón nobles y bravos no sufrirán que la vetusta Europa en su loca ambición domine, esclavos, a los que cubre la anchurosa copa del árbol de los libres. Ni en sus cabos, que ahora amenaza la extranjera popa, flameará jamás bandera alguna no siendo aquella que a luchar los una. Y tú Bolivia ¡patria idolatrada! que alto gritaste Libertad un día, ¿olvidarás acaso enajenada tus timbres, tu valor, tu bizarría; la sangre de tus venas derramada que el campo del honor regar solía? ¡Ah, no, que el nombre unión americana tu ayer de glorias tornará en mañana! 86 Flor de Granado y Granado Dulce es mirar unidos los hermanos la común causa defender sañudos y la ambición de déspotas tiranos oponer de sus pechos los escudos; que si hay fatiga en sus lascadas manos no la ocasionan poderosos nudos de ignominioso cautiverio impío, mas sí el esfuerzo de su noble brío. ¡Unión oh genio celestial, sublime que de la cruz surgió del Nazareno!, ven, y a tu sello divinal imprime en el doliente lacerado seno de la joven América, que gime a los amagos de un poder ajeno, ven y bendice el amoroso lazo que une a sus hijos en fraterno abrazo. A NUESTRO SANTÍSIMO PADRE PÍO IX ngel de luz, que de la etérea altura presuroso desciendes a este suelo, para servir al triste desconsuelo, y aliviar al cuidado, en su amargura. Prado feliz, do crece para el cielo, la flor de la virtud lozana y pura, cuya gentil y esplendida hermosura, alegre torna la mansión del duelo que infecundo y estéril, no produce sino cardos, espinas y malezas. Pastor modelo, que su grey conduce del santo paraíso en las dehesas, ¡oh! deja que mi labio te bendiga, y al mundo todo, tus virtudes diga. 87 Francisco Maria del Granado (1835-1895) 1864 SERMÓN PATRIÓTICO Flor de Granado y Granado uando los hijos de Israel acababan de sacudir el yugo de la servidumbre egipcíaca, cuando, pasaba la tenebrosa noche de la esclavitud, vieron rayar la aurora de la libertad, su primer cuidado fue el de expresar su profundo reconocimiento al Señor a cuyo robusto brazo debían tan inmenso bien, modulando en coro con su ínclito caudillo el sublime cántico, cuya primera estrofa he colocado al frente de mi discurso, con el fin de despertar en vosotros un sentimiento igual, en este día de grandes y gloriosos recuerdos para los hijos de Cochabamba que, animados por el noble instinto de la independencia y cansados ya de sufrir la dominación férrea de sus antiguos amos, dieron el grito de la libertad, cuyo potente eco se transmitió, con rapidez eléctrica, a los demás pueblos del Alto Perú que, después de una lucha prolongada como heroica, vieron al fin prosternándose a sus plantas al horrendo monstruo del despotismo y sepultando en las ondas de su sangre, vertida a torrentes, al faraón de la tiranía. Nada más justo que consagrar el recuerdo de este acontecimiento, por tantos títulos memorable, enviando hasta el trono del Dios de los libres alegres himnos de bendición y alabanza, los fervientes votos de nuestra gratitud; nada más justo, sí, que celebrar, con transportes de patriótico y religioso entusiasmo, el solemne aniversario del catorce de septiembre de 1810, en que este leal y valeroso pueblo se alzó denodado y heroico, a la voz de los esclarecidos patriotas Rivero, Arce y Guzmán, para soplar esa chispa sagrada que, desprendiéndose de las riberas del Plata, había de formar más tarde la inapagable hoguera que redujo a pavesas el cetro de los tiranos y, de cuyo inflamado seno, debía de surgir espléndida y triunfante la imagen encantadora y augusta de la libertad. En vano los Goyeneche, los Ramírez, los Nieto y los Sánchez Chávez desplegarán sus gastados recursos, pondrán en acción sus reprobadas arterías, con el inicuo objeto de extinguir sus purísimas y crecientes llamas; en vano, porque, extendiéndose éstas con increíble celeridad al departamento de Oruro y sus vecinas comarcas, consumirá las huestes realistas de Piérola en los inmortales campos de Aroma, donde la gran causa americana cosechó ¡sus primeros laureles! ¡Allí fue donde los inermes hijos del Tunari, a las órdenes del intrépido Arce, tuvieron el indisputable timbre de haber descargado el primer golpe en la orgullosa cerviz del león íbero y entonado el primer himno de triunfo! Con todo, como el recuerdo de este suceso, si bien grandioso y espléndido, sería por otra parte infructuoso y estéril si no engendrara en nuestro espíritu inspiraciones saludables y fecundadas en la práctica, he creído oportuno aprovechar del plausible motivo que nos congrega en este lugar santo para repetiros una palabra que hoy resuena en todo el ámbito del Nuevo Continente: unión, palabra mágica que, proferida en lo alto del Calvario por el Unigénito de Dios, representa el principio destinado a regenerar el mundo y, al que la humanidad se encamina, como por instinto, porque prevé que en él se encierra el anhelado secreto de sus destinos. Esta tendencia constante a la unión universal de la especie humana se deja sentir cada día de un modo más pronunciado a medida que el mundo marcha por la senda de la perfectibilidad y del progreso que se ha trazado y por la que lo impele la benéfica mano de la providencia. Mas por una deplorable desgracia, las pasiones, triste patrimonio de los hijos de Adán, son una rémora constantemente opuesta al fácil curso del carro social, un 88 89 ANTE LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA EN MÉXICO «Cantemus Domino, gloriose enim magnificatus est, Equum et ascensorem eius deiecit in mare» Ex 15 21. Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado escollo contra el que vienen a estrellarse los nobles esfuerzos de la razón, ilustrada por la religión y por la sana filosofía. El orgullo y la ambición, que despoblaron el cielo de una parte de sus felices moradores, son las dos infernales arpías que han talado, a su vez, la tierra después de anegarla en un diluvio de sangre; el orgullo y la ambición, que armaron al hombre contra el hombre y que hicieron al hombre esclavo de su semejante, son también los que han armado los pueblos contra los pueblos y las naciones entre sí. De aquí la triste, la nunca bien deplorada necesidad de la guerra cuya infausta historia es la de la humanidad, desde los primeros días de su aparición sobre el globo que ha sido en todo tiempo el sangriento teatro de la lucha entre el derecho y la fuerza, entre la libertad y la tiranía. La libertad —he dicho— palabra que, no obstante no ser generalmente bien comprendida, llena de dulzura el labio que la pronuncia y de encanto el corazón que la reclama porque es ella el presente más valioso que recibió el hombre de las manos de Dios, que habiéndosela otorgado la respeta él mismo. Hablo de la libertad en su verdadero, en su más noble sentido: de la libertad moral del individuo, regulada por la ley divina y por las leyes de la justicia humana que son su procedencia, libertad moral que colectivamente constituye en su conjunto la libertad civil y política, sin la que los hombres y las sociedades no podrían jamás arribar a su fin ni conseguir su felicidad. Cierta añoranza despierta recordar aquellas palabras del obispo de Chiapas, un defensor cabal, tan vehemente como intransigente, de la libertad, que le han ganado la admiración de quienes no comparten sus creencias y la veneración de aquellos otros que, admirándole también, tenemos su mismo credo: «Libertas est res preciosior et inæstimabilior cunctis opibus quæ populus liber habet». Ahora bien, esta preciosa libertad, este don inestimable que conquistaron nuestros mayores a costa de tantos, tan penosos y heroicos sacrificios, la habemos hoy amagada en nuestro continente por el orgullo y la ambición de la vieja Europa; la desgraciada México la llora perdida, aunque no sin la esperanza de recobrarla; otra república vecina y hermana nuestra, el Perú, se agita horrorizada a la sola idea de correr la misma suerte. En tan críticas y solemnes circunstancias, ¿podrían los hijos de Cochabamba permanecer tranquilos e indiferentes? ¡Ah, no! No ha olvidado este heroico pueblo cuán cara le costó la libertad, por la que vio en un día como éste transformarse a sus bellas hijas en otras tantas valientes Amazonas que, sobreponiéndose a la debilidad y delicadeza de su sexo, cambiaron la aguja con el sable del soldado. Pero estas escenas de valor y heroísmo no eran sino el resultado lógico de ese espíritu de unión que animaba a nuestros padres, espíritu que, gracias a Dios, no degenerará en sus hijos que unidos cual afectuosos hermanos serán invencibles y, fuertes para arrojar lejos de sus patrios lares al monstruo de la conquista que rechazan con todas sus fuerzas. Quizá este lenguaje pudiese pareceros extraño, y tal vez subversivo, en los labios del sacerdote católico, del ministro del Dios de la paz; pero, quién ignora que la Iglesia, cuando prescribe la sumisión y la obediencia a las potestades terrenas, habla de la sumisión y la obediencia legítimas y que en el dogma católico jamás pudo tener cabida la absurda doctrina de que el mero hecho engendre nunca el derecho. Si así fuera, quedarían legitimadas las más escandalosas usurpaciones, condenadas las resistencias más heroicas de los pueblos abandonado el mundo al ciego imperio de la fuerza. Sería cierto que la naciones debiesen escuchar cruzados los brazos y con los ojos fijos en el suelo este cruel y rudo sarcasmo. —Agachad la cerviz ante el conquistador, sus derechos se fundan en su fuerza, vuestra obligación en vuestra flaqueza— ¡Oh!, sería menester entonces arrancar del espíritu humano todas las ideas de razón y de justicia, ahogar el grito de sentido común y 90 91 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado desfoliar de nuestra historia una de sus más brillantes páginas, aquella que nos muestra la América toda levantándose como un solo hombre, para luchar brazo a brazo contra sus injustos opresores hasta quebrantar y reducir a polvo el pesado yugo que durante tres centurias oprimió sus juveniles sienes. Sería, en fin, necesario, sería justo, despojar a la virgen hija de Colón de sus más bellos atavíos para entregarla maniatada y cubierta de lodo y de ignominia al escarnio del mundo en cuyo seno se agita ¡llena de vida, belleza y juventud! ¿Y qué corazón americano deja no se siente arder en el fuego de la más santa indignación, al imaginar siquiera que un hecho semejante pudiese figurar jamás en los fastos de la historia de las naciones? ¡Ah, no! Esa independencia, comprada a tan caro precio, será conservada y defendida con tenaz denuedo por los hijos de los libres que harán de sus pechos una muralla impenetrable al plomo del usurpador audaz; tendrán todo el valor que les inspira la justicia de su causa; en su auxilio volará el ángel custodio de la América, enviado por el Dios de los ejércitos, de aquél que sepultó al faraón y sus huestes en las hondas del mar, del que sostuvo, con brazo fuerte, a Josué contra los Amonitas, a Barac, a David y a los ínclitos macabeos contra los feroces enemigos de su querido pueblo israelítico. Empero, una idea siniestra cruza en este instante mi cerebro y viene a perturbar el gozo que experimenta mi corazón, al constituirme profeta de tan halagüeño resultado, y no tengo inconveniente en comunicárosla. Yo bien sé que el cielo protege la verdad y la justicia; así me lo dice la razón; así me lo enseña la palabra revelada; en ello me confirman mil sucesos de la historia de todos los siglos. Pero también sé, por estos mismos irrefragables oráculos, que el Dios de las misericordias, el Dios Bueno, el Dios Clemente, es al propio tiempo el Dios de la eterna justicia, y en el ejercicio de este atributo suele verter la copa de su justa indignación sobre los pueblos cuando, encaminándose éstos por tortuosas sendas del vicio y de la iniquidad que Dios detesta, se apartan del Señor por su licencia, por sus desordenes y, más que todo, por su falta de concordia y de unión. Sin ir muy lejos, y sin pretender eclipsar en lo más mínimo el brillo de esa corona de gloria y de martirio que ciñe hoy la desventurada hija de Moctezuma, ¿quién no ve la parte que ella misma ha tenido en las desgracias que la conturban, con las divisiones que desgarraron su seno? ¿A quién se oculta el lastimoso estado de extenuación y abatimiento en que cayo ese infortunado pueblo, a consecuencia de sus discordias intestinas que le arrebataron tantos y tan robustos brazos, que suministraron un especioso pretexto a la intervención extranjera y, que ofrecieron abundante pábulo a la rapacidad de las águilas del imperio, para venir a cebar sus voraces garras en las entrañas palpitantes de su ilustre víctima, y hasta cuándo arderá en discordia? Yo os confieso ingenuamente que este terrible ejemplo me hiela de espanto toda vez que, al recordar como hoy nuestras pasadas glorias, me pregunto cuál el fruto que hemos recogido de la abnegación, heroísmo y bizarría que caracterizaron a nuestros padres. Porque, aunque triste y doloroso es confesarlo, él no ha sido tan proficuo, tan delicioso como ellos se lo prometieron sin duda y como era de esperarse. Libres de una dominación extraña y onerosa, dueños del suelo que nos vio nacer, oímos bien pronto mezclarse, en infernal armonía, los alegres cánticos de victoria, el eco triunfal del clarín de Ayacucho con los hondos suspiros y plañideros ayes de la hija de Bolívar que, cual otra Rebeca, sentía con intenso y agudo dolor luchar dentro de su seno ¡a sus propios hijos! Sí, la historia posterior a nuestra emancipación no es sino la historia de nuestras desavenencias, la de nuestros odios, la de nuestros rencores. ¿Cuántas veces se ha escarchado este hermoso 92 93 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado suelo digno de mejor suerte con la sangre de nuestros hermanos, vertida cruel y estérilmente en guerras fratricidas que han provocado con justicia la compasión y el escándalo de los pueblos que nos rodean? ¿Qué hay de nuestros hermanos indios, hijos del gran Manco Cápac? Por ellos rompieron nuestros abuelos los lazos inicuos mediante los cuales estábamos sojuzgados a la cruel España. Favorecidos por la providencia con todo el lujo de la creación, dotados por el cielo con inmensos e inapreciables tesoros de riqueza y provenir, hemos visto, casi siempre, emplearse la mano destinada a explotarlos, o en esgrimir el acero homicida, en fundir el plomo destructor de nuestra propia existencia, afligiendo así los venerados manes de nuestros abuelos, de los ilustres mártires de la independencia americana que, si dado les fuera sacudir el polvo del sepulcro y fijar los ojos en el sombrío y luctuoso cuadro de nuestras disensiones domésticas, alzarían su voz, con temeroso y sentido acento, para decirnos: Hijos degenerados de una estirpe preclara, ¿cómo habíais olvidado así nuestro ejemplo?, ¿cómo habíais derrochado la herencia de fraternidad y de civismo que os legamos a fin de que, con religioso esmero, labrarais con ella vuestra común ventura? ¡Oh, recordad que nuestras venas se agotaron para conquistar para vosotros esa patria de la que habíais hecho un objeto de ludibrio y de horror! No olvidéis jamás que la discordia es el enemigo más temible de la libertad y la siniestra precursora de la esclavitud ¡la fuente emponzoñada de la decadencia de los pueblos, de la ruina de las naciones! Conciudadanos, hermanos y amigos míos, en nombre de la religión santa de que soy ministro, en nombre de la patria de quien somos hijos, en nombre de vuestros más caros y preciosos intereses, yo os convoco sobre la tumba de nuestros héroes para exhortaros, para conjuraros a sacrificar en las aras del bien procomunal nuestras miras egoístas, nuestras miserias personales, nuestras mezquinas pasiones, nuestras animosidades y enconos, y nuestros prejuicios, a fin de ofrecer a los ojos de Dios y de los hombres el hermoso espectáculo de los hermanos unidos como si fueran uno solo, y dispuestos a conservar y sostener incólumes los sacrosantos dogmas de la igualdad, fraternidad y libertad que nacidos en el Calvario vinieron un día, cual benéficos genios, a posarse en las encumbradas crestas de nuestros Andes; sobre ellos flamea hoy con vivos y variadísimos colores una sola enseña, un solo pabellón, el pabellón americano en cuyo torno se agrupan todas las gentes del continente; borrada está la línea divisoria que las separa ¡no tenemos hoy más patria que la América, ella nos llama, acudamos a su voz! Y si como nadie ignora, después de las obligaciones que tenemos para con el Ser Supremo, no hay otras más imperiosas ni más sagradas que aquellas que nos ligan con esta patria, arda en nuestros corazones el divino fuego de esa virtud tan decantada como poco ejercida: el patriotismo por el cual todo ciudadano debe hacer uso de su libertad, en el interés de todos y para el bien común de los asociados. Si su interés privado se halla en oposición al interés general, su deber le dice: Es necesario, urgente sacrificar la parte en favor del todo, lo particular por lo general, el individuo en beneficio de la sociedad. Mas, para esto, es menester toda la fuerza del desinterés, todo el valor de la abnegación propia, la voluntad generosa del deber, del bien ante todas las cosas y a pesar de todas las cosas. He aquí lo que constituye el verdadero patriotismo, virtud que como todas suele ofrecer algunas dificultades en la práctica, porque ella vive de luchas, de privaciones, de sacrificios. Ella requiere una razón fuerte, unida a una fuerte voluntad; supone un corazón fuerte y generoso, un alma inflexible y honrada que antepone ante todo la verdad, el bien y la justicia. Mas ¿dónde encontraremos el germen de tan alta virtud? Dónde, yo os diré: en la religión divina de Jesús; sí, esta preciosa virtud es la hija primogénita de la caridad 94 95 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado cristiana; su arquetipo nos ofrece la Iglesia católica y Apostólica en sus primeros y florecientes días en los que los nueve discípulos de la cruz no tenían sino una sola alma y un solo corazón; abramos pues el nuestro a las celestes inspiraciones de la caridad, ejerzámosla hoy en una de sus más importantes manifestaciones, la piedad, la beneficencia con la porción más menesterosa, desgraciada y doliente de nuestros hermanos; será ésta una de las más puras ovaciones con la que solemnicemos la gloriosa memoria de este día ¡seamos verdaderos cristianos y seremos entonces verdaderos patriotas! Y si esta debe ser en todo tiempo la regla de nuestra conducta, ella reviste un nuevo carácter de actualidad y de urgencia en las presentes circunstancias, en los momentos solemnes que atravesamos, viendo como vemos seriamente amagada la autonomía de una república hermana, y con ella tal vez la nuestra, por la injusticia de una nación estimulada por sórdida codicia; parece que pretendiere beber el resto de sangre que pudo escaparse a su voracidad en el corazón de la joven América que espió de un modo tan espantoso el delito de haber recibido del cielo tantos elementos de riqueza y de gloria, que pagó tan caro los beneficios que le enrostra la España, su antigua madre, beneficios que en la indeclinable balanza de la justicia pesan bien poco si en el platillo opuesto se suspenden los males de que la colmó, males cuyo germen aún no ha desaparecido del todo entre nosotros después de cuarenta años. Sí, no temo equivocarme al asegurar que los vicios más dominantes que traban hoy a las naciones sudamericanas son la funesta herencia que nos legó la Metrópoli. Si le debemos reconocimiento por una parte, por otra merece nuestro perdón; por ninguna nos hallamos en el caso de abdicar nuestra dignidad de hombres libres, ni de consentir se canonice con culpable indolencia el latrocinio, la ambición y todo ese monstruoso conjunto de inicuas pretensiones, encaminadas a realizar con escándalo del mundo y mengua de la civilización ¡el terrible, el bárbaro derecho del más fuerte! ¡Ah! esa Religión sublime, bajo cuyos auspicios consagramos el recuerdo de este día: esa Religión sublime que nos prescribe la unión recíproca y la defensa justa será la estrella que guíe nuestra nave en medio de la tormenta que oscurece con pardos nubarrones el horizonte de la patria y cuyo sordo tronar se escucha en las ondas del Pacífico; sus aguas serán la tumba de nuestros guerreros antes que presenciar la horrorosa imagen de la reconquista, asentando su tenebroso solio sobre los brillantes escombros de la democracia. ¡Ah, no! No llegará nunca el aciago día en que la América del Sur vea por segunda vez flamear ante sus ojos anegados en llanto el sangriento pendón de la tiranía, en que las ninfas de sus bosques huyan despavoridas al aterrador León de Iberia cuyas fuerzas supo abatir en cien combates. ¡No lo consentirá el Dios de los libres! ante cuyo altar derramamos hoy los férvidos votos de nuestra gratitud y a quien por siempre se tributen el honor de la magnificencia y la gloria. 96 97 1866 ORACIÓN FÚNEBRE PRONUNCIADA EN LAS SOLEMNES EXEQUIAS QUE EL AMOR Y LA GRATITUD NACIONAL CONSAGRARON A LA MEMORIA DEL GENERAL DON LEÓN GALINDO ué esperáis de mí, señores, al verme ocupar en este momento la tribuna sagrada? ¿Acaso aguardáis que, poseído del espíritu de rastrera lisonja, o dominado por el deseo pueril de ostentar elocuencia, me permita dirigiros la palabra desde este santo y respetable lugar? ¿Pensaréis que vengo a verter floridas frases a fin de ocultar con ellas las humanas flaquezas, vistiéndolas con el ropaje de mentidas virtudes? Ah; no. Semejante propósito atraería sobre mí ya no el ¿ Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado ridículo, sino la justa indignación de todo hombre sensato y religioso. Si la mentira es una falta reprensible, en la cátedra de verdad es una atroz blasfemia que mancilla y profana. Y aunque el último y más indigno de los ministros de la Iglesia, no osaría yo jamás hacerme culpable de tamaño desacato, particularmente teniendo —como tengo y tenéis vosotros a la vista— la imagen pavorosa de la muerte representada en esa tumba fúnebre que con mudo pero elocuente lenguaje nos advierte el término necesario y fatal de la humana existencia, y el principio de ella en la eternidad, en cuyo seno son felices los muertos que mueren por el Señor. «Beati mortui qui in Domino moriuntur». Ap 12 13. Y es en este número que comprendo al ilustre finado, objeto de nuestro dolor y de nuestras oraciones este día. Depositario de los secretos de su conciencia y testigo presencial de sus últimas cristianas y fervientes disposiciones en el transcurso de su larga y penosa enfermedad, no temo equivocarme al empezar mi discurso con las dulces y consoladoras palabras que el profeta de Patmos oyó repetir en el cielo y nos dejó consignadas en tan misterioso libro. No dudo que convendréis, según eso, en que mi asunto es demasiado digno de nuestra religión santa; si bien nos enseña a ver, en la muerte, la caducidad y la nada de las cosas terrenas, no nos prohíbe el honrar la memoria de nuestros hermanos siempre que éstos nos legaran el valioso patrimonio de sus virtudes y buenos ejemplos. Antes, por el contrario, desea y aplaude que esta especie de recuerdos se conserven profundamente grabados en nuestro corazón y que sirvan de norte a nuestra conducta. Estas sencillas reflexiones son, pues, señores, las que me han impulsado a ocupar hoy por breves instantes vuestra atención, con algunas ligeras pinceladas sobre la honrosa y simpática memoria del distinguido y virtuoso general don León Galindo, a quien la muerte ha arrebatado hace pocos días de entre nosotros. No os diré, al hacer su elogio, que él fue un Louis IX, un Turena, un Letier… semejante hipérbole sería una amarga irrisión lanzada sobre su sepulcro; pero sí podré aseguraros que fue un hombre de honradez ejemplar, de probidad sin tacha, un verdadero patriota y un bizarro militar que jamás empañó, con los negros vapores del vicio, el brillo de sus insignias. Y sobre todo, fue un fervoroso cristiano que supo purificar su alma por la penitencia más sincera y por la más santa resignación, circunstancia que le ha merecido la imponderable dicha de morir con la muerte preciosa del justo en el ósculo santo del Señor. Contaba apenas catorce años de edad el general Galindo cuando llegó a sus oídos el eco majestuoso del primer grito de libertad que resonó en las playas del nuevo continente. Dotado el joven estudiante de Santa Fe de Bogotá de un alma naturalmente noble y ardorosa, abandonó, al punto, las aulas del colegio y voló a buscar un puesto en las filas del Ejército libertador, donde sentó plaza en clase de cadete, poniendo así el pie en la florida senda que debía recorrer, más tarde, como uno de los más leales, entusiastas y celosos defensores de la gran causa americana. Íntimamente persuadido de la santidad y justicia de los principios que defendía y sintiendo arder dentro de su esforzado pecho el fuego purísimo del amor patrio, tardó bien poco en distinguirse y recomendarse ante sus jefes, sus compañeros y subalternos por sus esclarecidos dotes civiles y militares, dando inequívocas pruebas de su valor y pericia en casi todos los hechos de armas que tuvieron lugar durante la prolongada y sangrienta guerra de la Independencia, a cuyo triunfo cooperó eficazmente con su acero y con su sangre vertida de las heridas que recibió en dos de las siete batallas campales en que fue vencedor. Boyacá y Quito, Carabobo y Bomboná, Pichincha, Junín y Ayacucho fueron el glorioso teatro de su denuedo en la pelea, de su generosidad con el vencido, de su modestia 98 99 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado después de la victoria. Allí, fue donde ayudó a darnos patria y libertad, cosechando para su frente un lauro que por sí solo es ya bastante para esculpir su nombre, con indelebles cifras, en todo corazón republicano. Tan bizarro y heroico comportamiento le conquistó, con justicia, los ascensos y las condecoraciones más honoríficas, no menos que el bien merecido título de benemérito de la patria. Hecho coronel después de la memorable jornada de Ayacucho por el gran mariscal que dirigió este postrer y definitivo golpe al despotismo íbero, fue elevado por el libertador Simón Bolívar en 1826 al rango de general de brigada de los ejércitos de Colombia y, a los 32 años de su edad, en 1827 al de los de Bolivia por el inmortal Sucre. Su moderación característica le impidió aceptar, un año después, el grado de general de división, cuyo nombramiento le fue expedido como premio a los importantes servicios que prestó a Bolivia en clase de jefe de Estado Mayor General de la campaña con el Perú, motivada por la invasión del general Gamarra. Desterrado a la República Argentina, consecuencia del ignominioso Tratado de Piquiza, regreso al país el año [18]29 a continuar honrando diversos cargos públicos que en diferentes ocasiones se le confiara, distinguiéndose en todos ellos por su rectitud, su buena fe, su integridad y su acendrado celo patriótico. Agobiado, en fin, por los azares de la vida pública y, más que todo, señores, decepcionado por las inconsecuencias de la política, cuyas amarguras saboreó más de una vez, resolvió buscar un asilo en el hogar doméstico, alejándose así de esa tempestuosa escena en que las mezquinas pasiones y el egoísmo disfrazado con las más gastadas formas, vienen con no poca frecuencia a profanar el sagrado lugar del patriotismo, sublime virtud republicana harto desconocida por desgracia, y reducida casi siempre a un vano nombre destituido de toda significación práctica… Pero apartemos, señores, los ojos de tan luctuosas reflexiones y volvamos a mi propósito, que no ha sido, por cierto, el de hacer la biografía pública de este esclarecido ciudadano; tan laudable tarea estará librada a la diestra pluma del distinguido escritor que la pondrá luego a vuestro alcance. A mí, me incumbe particularmente resaltaros al general Galindo bajo otro punto de vista más análogo al carácter invisto y al sagrado lugar en que me encuentro. Confesando, desde luego, que, a los ojos de la fe, son altamente meritorias las virtudes públicas, como que tienen por base los principios de la eterna justicia, quiero que, prescindiendo por un instante de ellas, consideréis conmigo al general Galindo como hombre particular en el retiro de la vida privada. Quiero que me digáis: ¿No es cosa que interesa, que asombra y edifica el encontrar una rigidez monacal de costumbres en un joven —y en un joven militar— en una época en que la corrupción más desenfrenada parecía ser un título de recomendación en los de su clase? La embriaguez, el juego y los excesos no encontraron nunca cabida en el corazón del joven patriota, cuya conducta sin mancilla contrastaba admirablemente con la de muchos de sus colegas. Si por juventud, señores, se entiende ese borrascoso período de la vida que, envolviendo con negras nubes la inteligencia, la precipita, vendada en los abismos del error, si la juventud es la edad de las disipaciones, de los desórdenes y pasatiempos, puedo deciros, fundado en irrecusables testimonios, que el general Galindo no fue joven jamás; fue un anciano precoz por la madurez de su juicio y por la gravedad de su carácter. ¡Qué lección, señores, tan bella para la juventud! La juventud no pocas veces pretende hallar excusa, en sus extravíos, en el ardor de los primeros años y en la violencia de las tentaciones, de los peligros a que se ve expuesta. Si nos proponemos, pues, buscar la explicación de tan raro fenómeno, la encontraremos sin grande esfuerzo en la solidez y pureza de su fe religiosa, única brújula que 100 101 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado dirige el rumbo de la conciencia y salva el corazón del funesto naufragio de las pasiones. Efectivamente, católico por íntima convicción, el general Galindo tuvo la dicha de conservar incólumes sus creencias, en medio del impetuoso torrente de la incredulidad y del filosofismo del siglo XVIII, que arrastraban en su curso a la gran mayoría de sus contemporáneos, como es notorio. Esta rectitud y firmeza de sus ideas religiosas no podía, pues, menos que dar por resultado la intachable moralidad de sus costumbres, inaccesibles al pestilencial contagio de la relajación que lo circundaba. Ahí está, señores, en lo que descubro yo, el principal mérito de este hombre: no es en el campo de la batalla, no es coronado con los laureles de la victoria, donde yo le admiro; es en esa otra encarnizada y noble lucha que sostiene él, sólo armado de su fe, contra el vicio, contra el mal ejemplo y contra sus propias pasiones. Ahí, yo le tributó ese homenaje obligado de admiración y de respeto que se rinde sólo a la virtud. ¡Pluguiese al cielo que en este orden tuviera muchos émulos e imitadores! La religión, esa brillante antorcha encendida por la mano misma de Dios, iluminó así sus pasos, haciéndole descubrir los escollos de la juventud, para evitarlos; las frivolidades del mundo, para despreciarlas; los deberes del militar, del ciudadano, del amigo, del esposo y del padre de familia, para cumplirlos con diligente esmero. Dotado de una razón despejada que cultivó con la frecuente lectura y de una índole lo más bella, comprendió en toda su extensión, y tradujo en la práctica todas las obligaciones que su estado y su posición social impusieran. Díganlo sus amigos a cuyo número tuve la honra de pertenecer. Dígalo su atribulada consorte que llora sin consuelo al hombre que supo prodigarle las más tiernas caricias, al esposo modelo que, consagrado siempre al cumplimiento de sus deberes, le ahorró tantos motivos de queja y de amargura. Díganlo sus desconsolados hijos a quienes inspiró el cariño más afectuoso, al lado del más reverencial respeto, mostrándoles, en su bondad, su prudencia; y en la austera severidad de las costumbres, un dechado cumplido de virtudes domésticas y sociales. Su natural sagacidad, sus finos y cultísimos modales, le granjearon las simpatías, la estimación y el respeto de cuantos le conocieron, sin exceptuar al oscuro proletario, al indigente mendigo, a quienes no excluía de los atractivos de su amable trato y a quienes señaló, alguna vez, un asiento de distinción en su mesa. Pero ¿qué son, señores, todas estas cualidades ante ese espíritu de ilustrada y sólida piedad que, habiéndole caracterizado durante toda su vida, brilló en él con doble luz en el largo espacio de su dolorosa enfermedad hasta el último momento de su existencia? Yo os confieso, señores, que toda vez que me acercaba al lecho de su prolongada agonía, sentí arrasarse mis ojos con lágrimas de ternura porque no podía menos que conmoverme vivamente, al contemplar la fe, la humildad y la santa resignación de aquel hombre cuyo fervoroso espíritu cristiano y penitente se encuentra reflejado en estas breves palabras que, hace poco, le escuché y cuyo tenor casi literal es retenido a causa de la honda y patética impresión que me produjeron: —Yo no sé —me decía— por qué es Dios tan bueno para conmigo, siendo así que he sido uno de sus hijos más ingratos y pecadores. Esta bondad la reconozco no solamente en el tiempo que me ha concedido para hacer mi confesión y premunirme de todos los auxilios de nuestra religión santa, sino también en la prolongación de los dolores que sufro, en cambio de los que él sufrió por mí. Al decir esto, el llanto bañaba sus mejillas y hacía un esfuerzo para incorporarse en el lecho y levantar los ojos al cielo como para significarle su inmensa gratitud. Yo os aseguro, señores, que no encuentro palabras bastantes para expresaros las vivas y deliciosas emociones que en aquel instante experimentaba mi corazón de cristiano y de sacerdote, en presencia de aquel moribundo anciano, que 102 103 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado más bien que un antiguo militar parecía uno de sus austeros solitarios del yermo, consagrados largos años a la vida ascética y contemplativa. Su muerte ha sido el dulce y tranquilo sueño del justo que anhela haber roto los vínculos de la carne, para entrar en el goce de la inmortal herencia de felicidad y de gloria, conque el Remunerador Supremo galardona sus escogidos. Él es feliz, señores. ¿Quién podría durarlo? Sirva esto de bálsamo al justo dolor de su desolada familia, de la que fue el ángel tutelar, y de consuelo a sus amigos que lamentamos su pérdida, tanto más sensible cuanto es hoy tan reducido el número de esos hombres modelos, reliquias preciosas del pasado cuyas lecciones y ejemplos hacen tanta falta a la presente generación. De ahí como, señores, en medio de los escombros de las glorias y vanidades terrenas, hacinados en torno del sepulcro por la mano destructora de la muerte, lo único que real y verdaderamente subsiste es la virtud. Son las cualidades morales del espíritu imperecedero e inmortal, como su Divino Autor, a quien se une con los indisolubles lazos de un amor que constituye su inagotable y eterna bienandanza. Y tal ha sucedido (espero en la infinita clemencia del Dios misericordioso) con el ilustre muerto cuya memoria honramos. Mas si la inflexible justicia del Eterno le ha conducido, antes de admitirlo en su regazo, al lugar de la expiación, justo es que enviemos al cielo nuestras férvidas preces, procurando abreviar en nuestros sufragios el tiempo que aún lo separe de entrar en el goce del Señor. Y llegando que fuere ese momento, elevad, preclaro patriota, vuestros ruegos y votos al Dios de los libres en favor de esta desgraciada patria que tanto amasteis, a fin de que, aplacada su inexorable justicia, se apiade de su infausta suerte, alejando de ella el terrible azote de la guerra civil que la inunda, regueros de lágrimas y sangre. Rogadle, sí, que derrame sobre todos sus hijos el espíritu de unión, de fraternidad y de concordia, único medio de que alcance su anhelada ventura. Y vos, oh Dios de las misericordias, escuchad propicio nuestras plegarias para que vertidas, cual rocío saludable, sobre vuestro fiel siervo lo purifiquen de las manchas de la mortal flaqueza que pudiera impedirle contemplaros desde ahora cara a cara. Hacedlo así, por esa sangre expiatoria y preciosa del Divino Cordero, que vuestro ministro acaba de verter sobre el ara santa. Y santificando nuestros humildes votos, concededle la paz y el descanso sempiterno. Requiescat in pace. 104 105 1868 SERMÓN PREDICADO EN LA INAUGURACIÓN DEL TEMPLO DEL HOSPICIO atólicos, cuando considero que hace poco más de ocho años, me cupo la honra de dirigiros la palabra, en este mismo lugar, con ocasión de haberse trazado el plano y colocándose la primera piedra de este augusto edificio, bajo cuyas suntuosas bóvedas nos hallamos congregados hoy; cuando traigo a la memoria, que entonces no esperé, que ninguno de los que asistimos a aquel acto, presenciase esta segunda solemnidad que anuncia la casi completa coronación de una obra que, por las circunstancias tan desfavorables en que se emprendió, parecía imposible se finalizara en el corto período de tiempo que ha transcurrido desde aquella fecha, sin contar como no contaba anticipadamente con todos los elementos necesarios para obtener su pronta conclusión. Cuando pienso, digo, que lo que fue entonces para mí una lisonjera pero remota ilusión es ahora una positiva y consoladora realidad, sólo acierto a expresar las vivas y dulces emociones, el puro y entusiasta regocijo que rebosa mi corazón, prorrumpiendo ufano y gozoso con el Salmista: «In domum Domini ibimus». Sal 122 1. Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado ¡Bajo cualquier punto de vista, pues, que se considere, hermanos míos, la erección de este Venerable y hermoso santuario, encontraremos mil justas y poderosas razones que motivan el fervoroso júbilo de que, a juzgar por lo que en mí pasa, os supongo profundamente penetrados al concurrir a la sagrada función con que hoy se inaugura! Ni podía ser de otra manera, siendo así, que como nadie lo ignora, la adquisición de un bien cualquiera que él sea, produce necesariamente la expansión y el contento en el alma del que lo posee. Y nosotros acabamos de adquirir un cúmulo de bienes de todo género: como cristianos, en el orden espiritual, el más noble, digno y elevado; como ciudadanos en el orden moral y social, cuya mejora es de tanta magnitud y trascendencia; y finalmente, en el orden estético y material, como hombres amantes de la belleza artística, del ornato y progreso industrial de nuestro país, ventaja que si bien ocupa un puesto secundario, merece no obstante, fijar nuestra atención. ¡Oh! Alcemos, pues, nuestros ojos al cielo, y bendigamos humildes y reconocidos al Señor, cuya liberal y benéfica mano nos regala tan inestimable presente. Ofrezcámosle a porfía, nuestros más fervientes votos, nuestros más rendidos homenajes, en acción de gracias, por haber removido los obstáculos, facilitado los medios, reanimado la piedad de los fieles y sostenido la loable constancia de estos ilustres cenobitas, para haber erigido este precioso monumento consagrado a su gloria, este magnífico y majestuoso alcázar en que será su excelso nombre bendecido eternamente y al que hemos acudido ahora llenos de santa y deliciosa alegría. ¡Inmaculada y santísima Madre de la divina Providencia! Vos bajo cuyos maternales auspicios se ha edificado este templo para que en el more, él que habitó nueve meses en vuestro seno purísimo; vos que tan vivamente interesada estáis por la mayor honra y gloria de vuestro Divino Hijo, y que con tanta solicitud y ternura queréis y procuráis el bien de los que hemos sido rescatados al precio infinito de su sangre; vos en fin, que en todo tiempo voláis en auxilio del menesteroso que os invoca, no me neguéis ahora, vuestro eficaz amparo, a fin de que yo pueda, inculcar con fruto, en el ánimo de mis benévolos oyentes, las breves reflexiones que me sugiere el grato motivo que hoy aquí nos reúne. Así espero lo haréis, Madre clementísima, pues nunca habéis desmentido que sois y seréis siempre la fiel dispensadora de la gracia de que fuisteis llena. Católicos, si es un axioma psicológico que el hombre es, como nos lo dicen de consuno, la razón y la fe, un ser compuesto de dos sustancias tan diversas como íntimamente unidas entre sí, a saber: el espíritu y la materia, el alma y el cuerpo. Si es del mismo modo exacto y evidente, que este último, por medio de los órganos de que está dotado, es el vehículo indispensable de las percepciones igualmente que de los sentimientos que residen en aquélla, es a todas luces claro y comprensible, aun para el más vulgar buen sentido, que el Culto Religioso externo y público, es una necesidad inherente a la naturaleza humana, que siendo la primera y la más noble de las creaciones de Dios, si se exceptúa la creación angélica, y la única capaz de conocerle y amarle en este mundo, no puede sin hacerse culpable de un enorme crimen, romper los sagrados vínculos que tan fuertemente la ligan con su Divino y Bondadoso Hacedor. No puede, sin destruir las condiciones esenciales de su ser, rehusarle el legítimo tributo de adoración y amor, respeto y gratitud que Aquel tiene derecho a exigirle ya privadamente y como a individuo, ya colectivamente y como a sociedad. Así se explica por qué en la cuna de todas las naciones del orbe, sin excluir las tribus más embrutecidas y bárbaras, encontramos ante todas cosas, un altar, y un sacerdocio, circunstancia que con tanta razón, obligó a decir al célebre Plutarco que hallaréis pueblos sin literatura, 106 107 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado sin leyes, sin casas, sin murallas, sin teatros, sin moneda; pero no encontraréis jamás pueblos sin Dios, sin plegarias, sin sacrificios; pues nunca se ha visto ni verá un pueblo semejante, por lo que cree más fácil que exista una ciudad edificada en el aire, que un pueblo sin religión. Es tan sensible y palmaria esta verdad, que los incrédulos mismos se han visto forzados a reconocerla y confesarla innumerables veces. La Religión reducida a lo puramente espiritual, no tardaría en verse relegada a la región de la luna. Es pues según eso indudable, hermanos míos, que el alma necesita de signos exteriores para manifestar los sentimientos que abriga interiormente y muy en especial los que se refieren a Dios, los cuales desaparecerían fácilmente del corazón de la mayor parte de los hombres, si no se les excitase y fomentase de continuo, por medio de objetos materiales, que hiriendo los sentidos corpóreos, produzcan y sostengan en ella impresiones vivas, profundas y duraderas. He ahí expuesta y justificada, por la simple razón natural, la existencia de ciertos lugares particularmente destinados a la satisfacción de esta necesidad imperiosa y al cumplimiento de este deber sagrado del hombre con respecto al culto religioso. Y si del terreno de la filosofía y de la historia profana, pasamos al de la revelación Divina, hallaremos en solemne comprobante de cuanto os llevo dicho: el mismo Dios, así que hubo promulgado sus leyes sacrosantas sobre la abrasada y fulgurante cumbre del Sinaí, ordena inmediatamente a su siervo Moisés la construcción de un tabernáculo sobre el que descienda su gloria y brille su imponente majestad, en el que su pueblo fiel le ofrezca sus preces, oblaciones y holocaustos. Veremos que Jacob al despertar de su misterioso sueño, consagra al Señor el dichoso sitio en que le plugo mostrársele: exclamando, sobrecogido de reverencial temor, que atinaba con la casa de Yahveh y que la puerta daba hacia el cielo, que David concibe el designio de edificar un templo al gran Yahveh, quien, por boca de su profeta, se lo impide, anunciándole que semejante honra estaba reservada al pacífico Salomón, el cual construye en efecto, apurando los recursos de la riqueza y del arte, aquel famoso edificio, asombro de las naciones, maravilla del mundo, en el que promete morar el Santo por esencia, escuchar y recibir las oraciones y ofrendas de su querido Israel. Más tarde, llegada la dichosa plenitud de los tiempos, el cristianismo, profundo conocedor de la naturaleza humana, ha establecido y conservado la loable costumbre de erigir templos y basílicas en honor del Dios viviente, a despecho de las insensatas declamaciones de la impiedad de todos los siglos, parodiada últimamente por el racionalismo moderno que acusa a la Iglesia católica de haber querido circunscribir la majestad del Altísimo en un recinto material, de haber alejado de su compañía a Dios, confinándolo dentro de los límites de un estrecho tabernáculo… Cómo si la Iglesia intentara jamás encerrar entre paredes y columnas la inmensidad Divina, cómo si ella no enseñara al niño incipiente, en la primera hoja del Catecismo, que Dios está en todas partes, que todo lo penetra, todo lo ocupa, todo lo llena con su adorable presencia. ¡Cómo si nosotros ignorásemos que la Divinidad no ha menester de templos para sí misma cual un monarca necesita de un palacio para la ostentación de su grandeza y poderío, que la creación con todas sus bellezas es un átomo fugaz y deleznable para aquél que tiene por escabel de su trono los soles y los mundos! Cómo si no comprendiéramos, en fin, que nosotros débiles y miserables criaturas, somos los que necesitamos de estos lugares consagrados a Dios, para poder nutrir y sostener nuestras ideas y sentimientos religiosos; para auxiliar nuestra flaqueza, elevando y poniendo en contacto nuestro espíritu con el Autor de toda verdad y de todo bien; para exhibirnos reunidos en su presencia, como hijos de una misma familia a la vista de nuestro padre común, estrechando así los 108 109 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado dulces vínculos de nuestra afectuosa fraternidad; para conservar en nuestro entendimiento encendida siempre la antorcha de la fe, y en nuestro corazón el fuego purísimo de la virtud. Efectivamente, hermanos míos, a quién de nosotros se oculta que por grandes, suntuosos y espléndidos que fueran los templos que consagrásemos al Eterno, no podrían nunca ser una mansión digna y correspondiente a su inmensa majestad, a su excelsitud infinita. Muy convencido de ello estaba el gran Salomón, cuando le decía: «Ergone putandum est quod uere Deus habitet super terram? si enim cælum, et cæli cælorum te capere non possunt, quanto magis domus hæc, quam ædificaui?». 1 R 8 27. ¡Y para que no dudásemos jamás de la grata complacencia con que acogió el Omnipotente tan humilde y fervorosa oración, un fuego milagroso descendido del cielo, consumió al punto las numerosas víctimas que cubrían el altar, y la majestad divina llenó el recinto sagrado, bajo el emblema de una brillante nube por la que, envueltos como en un manto de luz los Israelitas, prorrumpieron extasiados en alegres himnos de bendición y alabanza al Autor de aquella maravilla! Y cuenta, hermanos míos, que aquel templo no debía contener sino sombras y figuras: las tablas de la ley, el maná del desierto, la vara prodigiosa de Aarón; en sus altares de bronce no debía verterse otra sangre que la de los animales y sus bóvedas de oro y cedro sólo habían de resonar con el acento de los profetas. ¡Mientras que en nuestros templos habita personalmente el Dios que dictó la ley, en ellos se guarda el pan vivo bajado del cielo; un pueblo de adoradores en espíritu y verdad llena las sagradas naves, el altar está enrojecido con la sangre redentora que borra los pecados del mundo y los ecos repiten la voz del Soberano de los profetas! ¿Qué extraño es pues entonces, que al penetrar en ellos, crea el hombre traspasar los confines del mundo, para trasladarse a una región inaccesible a los cuidados y apasiones de la vida, donde se tranquiliza el alma, se consuela el corazón, se amortiguan las pasiones y se despiertan esos nobilísimos sentimientos que constituyen la alta dignidad del rey de la creación, que reproduce en sí la viva imagen del Supremo Monarca de los Cielos que encuentra sus delicias en morar con los hijos de los hombres? La fuerza del hábito hace otra parte que la mayoría de los hombres contemple, con indiferente frialdad, el grandioso espectáculo de la naturaleza, al paso que es muy difícil penetrar al interior de un templo, sin sentirse poseído de un religioso respeto, de un recogimiento santo que nos induce, con más o menos eficacia, a humillarnos en la presencia del Señor, a concentrarnos en nosotros mismos, a contemplar las verdades eternas cuya saludable meditación suele ser tan olvidada por el aturdimiento que producen los negocios y placeres mundanales. Todos y cada uno de los objetos que allí encontramos nos mueven a consideraciones de un orden superior que, cayendo cual lluvia bienhechora, sobre el terreno agostado y marchito de nuestro corazón, lo vivifica, lo fertiliza, y hace brotar en él los gérmenes de la verdad y del bien, de la dulce paz, del sosiego envidiable del espíritu, el cual necesita para vivir, una atmósfera apropiada, un alimento análogo a su naturaleza, capaz de reparar sus fuerzas enervadas y amortecidas por el pernicioso influjo del medio material que le rodea en el seno del mundo —del mundo cuyo bullicio no puede dejar de aturdirnos, hastiarnos y hacernos desear, siquiera por un instante, la soledad y silencio del santuario— ¡Oh! ¡Es muy pesada sí, la atmósfera que nos rodea para que no suspiremos por gozar, alguna vez, las puras y refrigerantes brisas del cielo, a la sombra del árbol de la vida plantado en medio de nuestros templos que, a semejanza de esos verdes oasis que se encuentran en los abrasadores desiertos de la Libia, ofrecen al cristiano peregrino el agua que brota hasta la vida eterna, para humedecer su labio desecado, para calmar la ardiente, la inextinguible sed de lo infinito que le devora! 110 111 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado ¡Por eso, ellos se llaman y son verdaderamente casas de oración! a donde aquél que, herido por el dolor, acude a dirigir sus plegarias al Dios de todo consuelo, no puede salir desconsolado ¡Oh!, ¡nunca, jamás, podrá salir desconsolado el hijo que entra en la casa de su buen padre a implorar en sus cuitas, auxilio y protección! Él lo tiene dicho: «Petite, et dabitur uobis; quærite, et inuenietis; pulsate, et aperietur». Lc 11 9. Ya comprenderéis ahora, hermanos míos, por qué el universo con toda su magnificencia, no dice al corazón lo que la modesta iglesia de una aldea; pues en la cima de los montes, bajo la vasta bóveda azul del firmamento, no hallamos ni el altar, ni la cruz, ni la santa mesa, ni el tribunal de la misericordia, y ninguno, en fin, de aquellos símbolos tan elocuentes, tan persuasivos y conmovedores, tan ricos de recuerdos y sobre todo de acción tan eficaz sobre los sentidos y por consiguiente sobre el espíritu y el corazón, entre los cuales figuran las imágenes de los santos con las que la Iglesia católica recuerda a sus hijos la sublime y tierna comunión que existe entre ellos y los felices moradores de la Jerusalén celestial, les muestra a los santos como presentes a las oraciones de la tierra; los constituye protectores de los pueblos que edificaron con sus virtudes a cuyas imitaciones exhorta y excita. Ella quiere además, que veamos, en los templos materiales, una imagen de nuestros cuerpos que son templos vivos de Dios, purificados con el agua del bautismo, sellados con el sello de la gracia santificante, ungidos con el óleo de los sacramentos, iluminados con la luz del Evangelio y destinados eternamente a una inmortalidad gloriosa, por eso el Señor se muestra tan solícito y celoso de la santidad de estos templos, «Nescitis quia templum Dei estis, et Spiritus Dei habitat in uobis?». 1 Co 3 16. ¡De aquí el deber que tenemos de limpiarlos, adornarlos y conservarlos mediante el ejercicio de todas las virtudes, de una manera digna del Dios que en ellos reside! Permitidme ahora que os pregunte, hermanos míos, ¿lo hacemos así por ventura? ¡Oh!, ¡válgame Dios! ¡Cuántos hombres, como dice el Crisóstomo, cuidan más de sus pesebres y caballerizas que del templo de su alma! Cristianos que me escucháis, ¿queréis conservar sin mancha ese viviente santuario? Venid con frecuencia al templo, ¡pues el hijo que huye del hogar paterno, no podrá ser jamás buen hijo, buen esposo, buen padre, buen hermano, buen amigo, buen ciudadano! Almas justas, si os alejáis de este lugar santo, si vuestras miradas os desvían de las cosas celestiales, para dirigirse a las de la tierra, no tardaréis en ser arrebatadas por el voraginoso torbellino de la tentación. Débiles tallos os troncharéis al primer soplo del huracán de las pasiones. Columnas separadas del edificio, no podréis teneros firmes y caeréis hechas pedazos al golpe de vuestra impetuosa caída. No olvidéis que la fuente más pura, pierde su limpidez y trasparencia: ¡el paso de un insecto la remueve y enturbia, el soplo del viento agita y corruga su tersa superficie! Y si el templo del Señor es para el justo un lugar de sostén, de expansión y consuelo, para el pecador arrepentido es un lugar de rehabilitación y de luz en el que sus miradas tropiezan aquí con los tribunales sagrados, donde movido por las exhortaciones de un director compasivo y celoso, prometió mudar de vida y reprimir sus viciadas propensiones: allí con el altar donde en otro tiempo sustentó su alma con el cuerpo adorable de Jesucristo, que murió porque él viviera; más allá, descubren la cátedra donde no se ha cesado de distribuir el pan de la divina palabra, ni de combatir los desórdenes y excesos de su vida criminal, mostrándole sus fatales consecuencias, acullá distinguen postrada de hinojos una persona virtuosa y timorata cuya piedad la confunde y condena. ¡Todo en fin, todo le acusa y le enrostra su negra ingratitud para con Dios, lo cual no tarda en producir, en él, un principio de arrepentimiento, de reforma, de justificación, viniendo 112 113 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado luego la gracia a colmar el hondo abismo que abriera la iniquidad! Y quién no ve, católicos, la inagotable fecundidad de este suelo sagrado para producir tan abundantes y preciosos frutos en el orden espiritual y por consecuencia necesaria en el orden moral y social que de aquél se derivan? Pero aun hay más: el oro, la plata, los adornos y preciosidades con que decoramos nuestros templos, fuera de fomentar y dar pábulo a las creaciones de la industria y del arte, nos hablan también a su modo, y nos dicen: Siendo Dios el Árbitro Supremo, Creador y dispensador de todos los bienes, obligación nuestra es ofrendarle el oro, las riquezas y las producciones del talento y del genio, pagándole, así, el justo tributo de todas las cosas que de su pródiga y benéfica mano hemos recibido. Este homenaje de gratitud y adoración es un nuevo título para merecer más y más sus inapreciables dones. La pompa, que el culto católico despliega en nuestros templos, no es pues solamente un manantial perenne y fecundo de bienes espirituales sino que además suministra —como llevo dicho— el trabajo y la subsistencia a un sin número de individuos y familias, en especial de la clase proletaria cuya industria promueve y conserva con el consumo de los variados objetos que emplea en su esplendor y sostenimiento. Llamar, como lo han hecho muchos que se titulan enfáticamente amigos del pueblo, superfluas y vanas las erogaciones del culto religioso es la más refinada crueldad contra la indigencia. La Iglesia no piensa de este modo, y prescindiendo de que toda pompa por espléndida que fuese, es una débil y pequeña manifestación de la criatura al Creador; ella tiene en mira que el pobre cuente con una casa común donde pisen sus pies ricas alfombras, ya que le está prohibida la entrada a los mullidos estrados de los opulentos del mundo: quiere que el pobre se siente lado a lado del rico fastuoso y se arrellane en los sofás con que le brinda, ya que en su mísero albergue, no tiene los divanes orientales en que descansan los modernos epulones. ¡Quiere que el oído del menesteroso se recree con las melodías de la música sagrada, ya que las puertas de los teatros y festines se han cerrado para él y que olvide así siquiera por un instante, su miseria, su angustia, sus privaciones y padecimientos, a fin de que no le asalte la siniestra idea de atacar al rico en su propiedad para proporcionarse las comodidades, ventajas y placeres de que aquél disfruta! Destruir las iglesias es aniquilar el culto y con él la religión; destruir la religión es remover las bases fundamentales de la sociedad. ¡Ah! en vez de derribar las iglesias o disminuir su número, es preciso levantar otras nuevas, cuantas más se construyan, menos cárceles abriréis; pues el culto divino público, es el lazo social más poderoso y fuerte que une a todos los miembros de la familia humana, en la casa de su común y legítimo padre, Dios. Decidme ahora, católicos, si hay razón bastante, para celebrar llenos del más puro regocijo, la dedicación de esta santa casa, que así nos va a colmar de tantos y tan inestimables bienes, para prorrumpir estáticos de gozo y alegría. Empero, nuestro entusiasmo y alborozo deberán ir aun más allá, si a todo lo que llevo expuesto se añade la consideración de que este nuevo santuario nos ofrece un depósito de sacerdotes distinguidos por su doctrina, su piedad y su celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Efectivamente, ¿quién de nosotros puede sin injusticia, algo más sin ingratitud, desconocer los grandes e importantes servicios que, con el exacto y escrupuloso cumplimiento de su ministerio, prestan estos beneméritos religiosos, en obsequio de la salud espiritual de los fieles? Mas, aun cuando estas relevantes prendas no los hiciesen acreedores a nuestra benevolencia y a nuestro respeto, sería sobrado y poderoso título para comprometer nuestra gratitud en favor suyo, este magnífico monumento que atestiguará perpetuamente a la vez que la preclara piedad 114 115 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado de sus principales autores, el decidido y generoso interés que los anima hacia nosotros, que hemos visto el infatigable tesón que han desplegado, para levantar y dar cima a una obra que, sin su admirable constancia, sin sus nobles esfuerzos, no habría podido llevarse a cabo, si se atiende a la naturaleza de su construcción y a las difíciles circunstancias del lugar y de la época en que se ha emprendido. Y no creo que haya ninguno entre vosotros, que no sienta y confiese esta verdad altamente honrosa para estos dignos y laboriosos operarios de la mies evangélica. Verdad que por sí sola, es más que suficiente para obligar nuestra más viva y profunda gratitud hacia ellos, para extinguir de una vez por siempre, en nuestro espíritu, las mezquinas preocupaciones de un nacionalismo falso y mal entendido que nos induce, frecuentemente, a desconocer y despreciar el verdadero mérito, sólo porque él se encuentra en individuos que no nacieron en el mismo espacio de terreno en que nosotros nacimos. ¡Cuánta injusticia, qué estrechez y trastorno de ideas y cuán poca nobleza de sentimientos arguye semejante conducta! Seamos pues justos, hermanos míos, amemos nuestra patria con un amor sincero e ilustrado, queramos su bienestar y su progreso, cualquiera sea la latitud de donde ellos nos vengan: reflexión que adquiere mayor fuerza, cuando se trata del sacerdote católico cuya patria es el mundo entero, al que fue enviado a evangelizar, por aquél que dijo a sus apóstoles: «Euntes… docete omnes gentes: baptizantes eos in nomine Patris, et Filii, et Spiritus sancti». Mt 28 19 Afortunadamente y para honra de nuestra religiosa y sensata sociedad, la gran mayoría que la constituye está muy distante de estas pueriles y odiosas prevenciones; dígalo sino la munificencia y liberalidad de tantas personas que, con sus donaciones y limosnas, han contribuido a la erección de este santo edificio hasta el estado tan lisonjero en que se encuentra. ¡Plegue al cielo! que el número de tan piadosos colaboradores crezca y se aumente de día en día, a fin de que dentro de breve tiempo nos quepa la gloria de verlo definitivamente concluido y decorado. ¡Así el pueblo cochabambino dará un nuevo y elocuente testimonio de su adhesión proverbial al catolicismo, y de ese espíritu emprendedor y progresista que forma su carácter y lo impele a acometer animoso todo cuanto pueda influir en la mejora y engrandecimiento de su hermoso suelo, para el que esta solemne inauguración en el año que hoy empieza, será, no lo dudéis, un seguro presagio de prosperidad y de ventura! Inmortal y augusto soberano de los cielos, a cuya gloria se consagra este venerado alcázar donde se va a inmolar, por vez primera, la sacrosanta y purísima Víctima del calvario, esa hostia de paz y de salud que no obstante nuestra indignidad y pequeñez os obliga a mirarnos con ojos de paternal clemencia, ¡aceptad pues propicio, los votos que os hacemos, escuchad indulgente las plegarias que os enviamos y derramad magnífico vuestras celestes bendiciones sobre este pueblo que os confiesa, adora y glorifica! Y si los reyes de la tierra, al tomar posesión de sus frágiles palacios, se ostentan dadivosos y liberales con sus súbditos, ¿cómo no os mostréis vos grande y misericordioso en este día, en que cubierto con los velos eucarísticos, haréis vuestra entrada solemne a este templo donde se os tributará el culto de que sois digno? ¿Cómo no locupletaríais nuestros corazones con las infinitas riquezas de vuestro amor y bondad inagotables? ¿Cómo dejaríais de compadecer nuestros males, de curar nuestras heridas y de enjugar nuestras lágrimas…? ¡Ah! ¡no, gran Dios! Señor, esperamos confiados los poderosos auxilios de vuestra gracia en el tiempo y vuestra visión beatífica, vuestra gloria perdurable en la feliz eternidad, que os deseo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. 116 117 Francisco Maria del Granado (1835-1895) 1868 DISCURSO Flor de Granado y Granado on cuánta propiedad se aplica, hermanos míos, este verso del Salmista a esa selecta y preciosa porción de almas fieles que, noblemente estimuladas por el santo deseo de la perfección evangélica, renuncian el mundo, sus placeres e ilusiones para consagrarse enteramente al Señor. Cuando digo mundo entiendo por esta palabra esa insensata muchedumbre que, sumergida en los goces y cuidados terrenales, vive en un completo olvido de Dios y de sí misma, ignorando, mejor dicho, desconociendo espontánea y temerariamente el fin principal de su creación, cual si no tuviera más destino que la nada, ni otro porvenir que el de apurar, hasta donde sea posible, la copa del deleite. Hablo, sí, de ese mundo que renuncia solemnemente el cristiano, al borde de la pila bautismal, como a uno de los más peligrosos enemigos de su salvación, de ese mundo al que, según san Agustín, se refiere el profeta de Patmos cuando dice que no conoció al Salvador. Es cierto que todos estamos en la obligación de buscar, ante todas cosas, a Dios que es nuestro primer principio y será nuestro último fin; pero, desgraciadamente y por lo general, no cumplimos este deber sagrado porque carecemos de resolución bastante para romper el ominoso yugo de las pasiones que nos tiranizan y, para resistir a los falaces halagos del mal que nos seducen. No así esas almas que conciben y ejecutan el generoso designio de obligarse al servicio Divino de un modo perpetuo e irrevocable; de emplearse en levantar, noche y día, sus puras manos al cielo a fin de atraer sobre la tierra el rocío de las celestes bendiciones, las cuales merecen con justicia formar parte de la dichosa y bienhadada estirpe de los que buscan, de veras, al Señor. ¡Oh!, felicitémonos al ver multiplicarse, en nuestro país, tan noble, tan ilustre progenie. Y tributemos humildes gracias a la providencia, que se apresura a prodigarnos dulcísonos consuelos mediante el ensanche del culto religioso y de las instituciones monásticas, que oponiendo un dique al torrente devastador del vicio, y ofreciendo poderosos estímulos a la virtud, son un germen fecundo de progreso y ventura para los pueblos. Dígalo sino esta nueva comunidad que se instala hoy, pocos meses después de la inauguración del vecino templo, cuya importancia tuve la honra de manifestaros en otro discurso, cumpliéndome, ahora, la de hacer una breve apología de los institutos religiosos, con la mira de disipar, en cuanto esté a mis alcances, ese espíritu de hostilidad y prevención, pronunciado tenazmente contra ellos en la calamitosa época en que vivimos. Espero ¡Oh Virgen de las Vírgenes! que me otorgaréis bondadosa y benigna vuestro amparo, siendo como sois la excelsa Emperatriz de esa cándida falange que milita bajo vuestras banderas, y en cuyo obsequio me propongo hablar: Ave María. Tarea ciertamente difícil y penosa es, hermanos míos, la del ministro de la religión que se propone hacer la apología de los conventos, a la faz de un siglo como el presente, en el que infatuado el hombre al contemplar sus numerosas conquistas sobre la materia, ha acabado por someterse servilmente bajo el imperio de esa misma materia que se gloria de dominar, con despótica soberanía. Tal es, en efecto, lo que la historia contemporánea nos muestra, toda vez que volvemos los ojos hacia esos países cuya civilización y cuyos prodigiosos avances son incitadores de nuestras aspiraciones y de nuestra envidia, lo que prueba la 118 119 PRONUNCIADO CON MOTIVO DE LA INSTALACIÓN SOLEMNE DEL NUEVO MONASTERIO DE CAPUCHINAS DE JESÚS CRUCIFICADO «Beati immaculati in uia, Quia ambulant in lege Domini». Sal 119 1.— Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado funesta disposición en que nos hallamos, de acoger sin examen la errónea doctrina, de que la ventura de los pueblos debe medirse por la mayor suma de bienestar material posible, y de que por consecuencia, todo lo que no se encamine a procurarlo, es ya que no pernicioso, estéril y de ningún provecho, teoría que envilece y degrada al hombre, el cual necesita, sobre todo, perfeccionar su alma hecha a imagen de Dios, por el solícito esmero en procurarse, con preferencia, los bienes incorruptibles y perdurables, en cuya posesión consiste principalmente su feliz, inmortal y glorioso destino. «Quærite», dice el celestial Maestro, «primum regnum Dei, et iustitiam eius: et hæc omnia adiicientur uobis» Mt 6 33, palabras que establecen del modo más terminante y explícito, la superioridad intrínseca del espíritu sobre la materia. No queráis, sin embargo, que yo intente desconocer los deberes que tenemos con relación al cuerpo, ni la moderada solicitud en satisfacer sus exigencias y necesidades, no, porque esto sería extravagante y absurdo, como quiera que el hombre es un compuesto de dos sustancias, que no es dado nunca separar completamente, sin destruir el fondo de su naturaleza; pero sí afirmo sin temor de equivocarme: esos mismos deberes relativos a nuestra parte animal tienen que estar forzosamente subordinados a las leyes espirituales y morales que figuran en primera línea, en superior escala, so pena de abdicar ignominiosamente el cetro de monarcas de la creación y confundirnos con las bestias que pacen la hierba. Por consiguiente, todo lo que conduzca a favorecer el desarrollo y perfección del espíritu, a depurarlo de sus manchas, a unirlo más estrechamente con su Divino Autor, no puede menos que ser grande, digno, respetable y noble; no puede menos que ejercer una influencia tan positiva, como bienhechora, en nuestro corazón natural e instintivamente amante de la grandeza, la bondad y el heroísmo, y ¿quién osara negar que estos brillantes caracteres distinguen a las comunidades religiosas y, en especial, a las del bello sexo, que ofrece a los ojos atónitos del mundo, de los ángeles, y de los hombres, el imponente, conmovedor y sublime espectáculo de la pureza, la abnegación y el desprendimiento en su mayor altura? Si pues, como católicos, reconocemos por verdadero y divino el código santo del Evangelio, no podremos jamás zaherir ni menospreciar impunemente estas instituciones venerables que arrancan su origen y su modo de ser de aquella fuente purísima. Consultad sino la historia y hallaréis, desde la aparición del cristianismo, un sinnúmero de personas de uno y otro sexo que, alumbradas por una luz superior, se dedican a la práctica de los consejos del Dios hombre, con el loable fin de obtener la más alta perfección moral asequible sobre la tierra; ni pudo ser de otro modo, pues de lo contrario, Jesucristo habría dado al mundo lecciones impracticables y consejos ilusorios, lo que no se puede afirmar sin blasfemia, ¿o se dirá que, bastando para conseguir la eterna bienaventuranza la observancia de los preceptos, es una supererogación inconducente? Sería eso así, si al potente impulso que diera Jesucristo a la humanidad regenerada, si a la voz irresistible con que la invito a copiar en sí, su imagen perfectísima, no hubiera surgido, como por encanto, una multitud de almas ardorosas cuyo fervor no quedase satisfecho, con el mero cumplimiento del deber. La suprema misión de justicia que comporta el Derecho se cifra en constans et perpetua uoluntas ius suum cuique tribuendi, es el ideal más acabado de la sabiduría humana; respetar el derecho, y cumplir el deber era el grado supremo a que pudo elevarse la filosofía gentilicia, cuyas doctrinas no llegaban siempre ni aun a ese tipo tan vulgar. Efectivamente, el cumplimiento universal del simple deber sería, por sí solo, muy apetecible; mas, para que la inmensa mayoría de los hombres se resolviese a ello, era en extremo conveniente hacer desfilar ante sus ojos virtudes decididas a 120 121 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado subir más alto, para que, estimulada por el ejemplo de una minoría heroica, marchara con más facilidad y eficacia a su perfección. Tal ha sucedido con el cristianismo, en cuyo seno se ha encontrado siempre a esa generosa minoría, caminando sobre las huellas de Jesús, conmovida por estas palabras: «Estote… uos perfecti, sicut et Pater uester cælestis perfectus est», Mt 5 48, dispuesta a lanzarse en su compañía, más allá de los límites del precepto jurídico y de las fronteras del deber, exclamando férvida y entusiasta: —Lo bueno no es bastante, queremos lo mejor; el deber es poca cosa, queremos el sacrificio. Ved ahí el móvil, ved ahí el blanco de la vida religiosa, que es, bajo este punto de vista, una causa poderosamente aceleratriz de progreso, en el orden moral. Pero, aun sin tener en cuenta la notable circunstancia de que los institutos religiosos tienen, en favor suyo, la autoridad expresa del Evangelio y la palabra indefectible del Divino Enviado, que no puede cambiar ni sufrir alteración alguna con el transcurso del tiempo, como acontece con las doctrinas que proceden de la débil razón humana; el sentido común y la sana filosofía nos dicen que es preciso, ya que no respetarlos, dejar por lo menos de combatirlos, de un modo innoble, injusto y sistemático puesto que, lejos de ocasionar mal ninguno, contribuyen, en gran manera, al sostén, dignidad, esplendor y prestigio del imperio santo de la virtud. Y si esto es así, cómo no es posible desconocerlo, ¿habrá cordura, sensatez y sabiduría en condenarlos magistral y despiadadamente, en calificarlos como rémoras invencibles del progreso, como un anacronismo injustificable en el Siglo de las Luces? No me podréis negar que esto es lo que se ha dicho y lo que se repite de ordinario, por muchos de vosotros; permitidme ahora dirigiros una pregunta: ¿no es evidente que en nuestro siglo, más que en ningún otro, se proclama a voz en grito la libertad, la tolerancia y el respeto a los fueros de la conciencia? Y bien, ¿cómo canceláis ese principio tan preconizado, tan exigentemente reclamado en la actualidad, con la repugnancia que os inspira ver y el vivo deseo que tenéis de impedir, si pudieseis, que una pequeña porción del sexo devoto busque en la vida contemplativa, en el silencioso recinto del claustro, un asilo contra los riesgos del mundo, un medio de satisfacer las nobles y piadosas aspiraciones de su espíritu y de su corazón? Para eludir la fuerza de este sencillo argumento y justificarse del merecido epíteto de inconsecuentes, han pretendido primero los protestantes, y después sus discípulos los modernos racionalistas, que la aversión que profesan a los claustros nace del interés y lástima que les inspira la suerte de esas pobres vírgenes, que, cegadas por la alucinación y el fanatismo, cometen la bárbara imprudencia de adoptar, de un modo perpetuo, un género de vida lleno de inconvenientes. Se nota, desde luego, que la imprudencia deberá consistir, especialmente, en la perpetuidad del voto. Sentada esta premisa, será forzoso concluir que no es lícito hacer uso de la propia libertad para practicar de un modo estable la virtud más perfecta, ni celebrar una alianza perenne, indisoluble entre nuestra alma inmortal y su principio eterno, entre la criatura y el Creador; ¡pero, qué! la elección del estado religioso, ¿no es, por ventura, el libre ejercicio del derecho natural que todo hombre tiene, de escoger, después de una concienzuda deliberación, lo que juzgue más conforme a su carácter, a sus inclinaciones, lo más conducente a su bienestar presente y futuro, derecho que nadie le puede disputar ni arrebatar? La Iglesia católica ha tomado, pues hago su tutela maternal, ese derecho, sancionando severas penas contra el que compeliere violentamente a otro a tomar el hábito religioso; algo más, ha prevenido, por medio de sabias y oportunas providencias, el que nadie se imponga a sí mismo aquel yugo, sin haber sometido antes, a duras pruebas, su vocación: la edad que ella exige y el tiempo que 122 123 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado señala para el noviciado son más que suficientes para conocer, por experiencia, los deberes anexos a la vida claustral. Nuestros legisladores no han encontrado dificultad alguna en permitir que los individuos de ambos sexos se liguen con el vínculo indisoluble del matrimonio, en una edad mucho más temprana que la requerida para la emisión de los votos monásticos, sin que nunca se hubiese reprochado de imprudente semejante proceder. Y si nos remontamos a un otro orden de ideas más elevadas, veremos que Dios, Ser de los seres, es libre y feliz por esencia; no obstante hallarse siempre y necesariamente fijo en el bien, y eternamente separado del mal; ¿y es otra acaso la tendencia del ser formado a su semejanza, toda vez, que por un acto supremo de su libertad quiere prevenir de antemano los veleidosos caprichos de un corazón de suyo inconstante y rebelde? ¿De un corazón que, inútilmente fatigado en buscar la dicha que no puede hallar en las criaturas sobre la tierra, la busca en Dios, creándose, por su propio albedrío, una dulce y feliz necesidad que lo mantenga firme junto al bien y lo aparte constantemente del mal? Oíd a este propósito al célebre monsieur de Chateaubriand: él dice que, en estos últimos tiempos, se ha declamado mucho contra el voto monástico y, con todo, no es difícil aducir en su favor poderosas razones sacadas de la naturaleza de las cosas y de las necesidades mismas de nuestra alma. Lo que principalmente hace al hombre desgraciado es su propia inconstancia, y el abuso frecuente de su libre albedrío; fluctuando de sensación en sensación, de pensamiento en pensamiento, sus afecciones tienen la misma movilidad que sus ideas, y éstas la misma insubsistencia que aquéllas. Semejante situación abisma al hombre en una congojosa inquietud de la que no puede salir, sino cuando una fuerza superior lo liga a un objeto sólo. Entonces se le ve arrastrar alegremente su cadena; pues aunque infiel, aborrece no obstante la infidelidad; de suerte que el artesano, por ejemplo, es más feliz que el rico desocupado, por estar sujeto a un trabajo forzoso que le quita toda ocasión de ajenos deseos y de inconstancia, y la ley prohibitiva del divorcio ofrece menos dificultades que la que lo permite. El voto perpetuo, es decir, la sujeción a una regla inviolable, lejos de sumergirnos en el infortunio es, por el contrario, una disposición favorable a nuestra felicidad, porque tiende a escudarnos contra las ilusiones del mundo; si ponemos en una balanza los sinsabores y sufrimientos que acarrean las pasiones y los brevísimos goces que procuran, veremos que el voto es, aún en la época más florida de la juventud, un grande y efectivo bien. Me diréis quizá que, alguna vez, se han visto religiosas que acaban por arrepentirse de su estado, y cuya existencia es un anticipado infierno. Convengo con vosotros en la realidad innegable de un hecho, por fortuna, poco frecuente; mas no es lógico deducir de aquí, nada contrario a lo que os llevo dicho: ¡Qué! ¿en todos los estados, en todas las condiciones de la vida, no se ven ejemplos de arrepentimientos amarguísimos? Pretender, pues, una garantía, a fin de que cada cual conserve la libertad necesaria para no desesperarse, para cambiar a su antojo de condición importaría establecer un principio tan monstruoso como funesto que, aplicado a casos particulares, minaría (en pocos instantes) los cimientos del orden social. La idea sola de que este cambio fuese posible sería bastante a excitar, con vehemencia, el deseo de conseguirlo, y entonces veríamos a muchos esposos abandonar su tierna prole en la orfandad y la miseria, por haberse apoderado de sus corazones un amor extraño. ¡Oh!, ¿y quién no ve el abismo a que conduce tan inmoral y absurda doctrina? Aquellos que no extienden sus miradas más allá de este mundo, que hacen consistir la felicidad en el goce de los placeres, ventajas y comodidades que les brinda, no conciben cómo pueda vivirse contento en el retiro, en la 124 125 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado mortificación de la carne y en el ejercicio de austeras virtudes, porque jamás saborearon las delicias de la vida espiritual, ni bebieron nunca las purísimas aguas con que Dios riega estos amenos jardines del catolicismo. ¿Queréis una prueba práctica de mis anteriores asertos? Sea: muy reciente es la historia de la Revolución francesa del pasado siglo, cuyos corifeos se propusieron entre mil otras innovaciones sacrílegas, libertar a las víctimas del claustro, abriendo de par en par sus puertas; ¿y qué sucedió? ¡que comunidades enteras arrastraron los suplicios y la muerte antes que faltar a sus sagrados votos; que la superiora de un convento marchó, con frente serena, acompañada de todas sus hijas al cadalso, entonando, llenas de júbilo, las letanías de la santísima Virgen, sin que este hermoso cántico cesase mientras la fatal guillotina no apagó la voz de la última religiosa sacrificada! Igual escena se repitió en España y otras naciones de Europa, donde los revolucionarios filántropos abrieron las puertas de los monasterios, cuyas moradoras prefirieron el abandono, el hambre, la desnudez y la miseria a la profanación de su santo estado. Por otra parte, la Iglesia prudente siempre y previsora permite, existiendo grave causa, la traslación de una religiosa a otro monasterio, y aun la secularización, si el motivo es en extremo urgente. ¿Dónde está pues entonces, la dureza, la crueldad, la tiranía, de que la acusan sus injustos adversarios? Añado, por último, que los institutos monásticos, lejos de ser inútiles en la actualidad, son demasiado provechosos, no ya sólo por el benéfico influjo que ejercen sobre la mujer, mostrándole de continuo, el tipo ideal de su más bello y esencial adorno, el pudor; no ya sólo porque las plegarias que desde ellos suben todos los días al trono del Eterno desarman la justicia celeste cuya explosión provocan a cada paso nuestras iniquidades; sino también porque constituyen un elemento reaccionario contra el sensualismo a que se aboga sin rebozo, por la rehabilitación de la carne (principio tanto más temible, cuanto que se difunde por escritores que se precian de católicos y según los cuales el cristianismo es una excelente religión, pero que necesita aún amoldarse a las circunstancias de la época, mitigando su excesiva severidad con respecto a la carne, sus exigencias y propensiones). Mas permitidme que otra vez os pregunte con un eminente apologista: ¿No es cierto que, en vez de reprochar al espíritu su tiranía sobre la carne, hay más bien que echar en rostro a ésta su tenaz rebeldía contra aquél?, ¿no es indudable que si el hombre se degrada y prostituye, no es porque sostiene con extremada firmeza el dominio del alma, sino porque se muestra sobrado débil ante las rebeliones del cuerpo? ¿Está acaso muy exaltado ahora el espíritu y muy deprimida la carne? ¿Habrá, por ejemplo, que obligar a muchos de vosotros a que moderen sus vigilias, maceraciones y ayunos? ¿habría que arrancarles el silicio de sobre los lomos y quitarles de la mano la sangrienta disciplina? ¡Ah! esa sonrisa que asoma a vuestros labios, me asegura que no hay por qué afligirse ni temer en este orden, y que los peligros de destrucción corporal se encuentran en el extremo opuesto, como lo acreditan elocuentemente los hospitales, esos puntos de reunión de todos los dolores físicos donde no hay un solo paciente conducido allí por los rigores del ascetismo y de la penitencia, mientras que los hay en inmenso número llevados al lecho de la muerte, en la primavera de la vida, por los excesos de la malicia, de la disolución y el libertinaje. ¿Y podréis negar entonces que es sobremanera útil, conveniente y hasta de todo punto necesario, oponer un contrapeso a esa tendencia sensual y destructora que lo invade todo, causando males sin cuento, al individuo, a la familia y a la sociedad? ¿No será, por lo mismo, de suma importancia un monasterio, que ofrezca el ejemplo del más elevado espiritualismo, y satisfaga así una de las más 126 127 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado imperiosas necesidades que al presente sentimos y confesamos? ¡Oh! Rasgad pues ya la opaca venda de impías e irrazonables preocupaciones, y veréis brillar, a vuestros ojos, el luminoso astro de la verdad católica. Guiaos por su luz, en especial, vosotros, jóvenes cristianos, y evitaréis los escollos de la falsa ciencia. Desnudaos de ese pedantismo que os ridiculiza y desluce. No aventuréis jamás, vuestro prematuro dictamen, en materias que exigen detenidos estudios, y que están profundamente cimentadas, en el irrecusable testimonio de aquél que no puede engañarse, ni engañarnos. Estas ligeras reflexiones, pueden ya suministraros, hermanas mías, alguna idea de la alta, digna y hermosa misión que estáis llamadas a cumplir. De vosotras depende que este nuevo plantel de la religión seráfica florezca, por el ejercicio de todas las virtudes, y preserve, con el aroma que exhale, del contagio del vicio a innumerables almas. Para ello, es preciso no olvidar, por un solo instante, que vais a ser las esposas del Dios Crucificado, y que habiendo voluntariamente renunciado el mundo, sus vanidades y placeres, tenéis que reducir, como el Apóstol, vuestro cuerpo a servidumbre, por la penitencia, la oración, el retiro y la abstracción total de los bienes y de los afectos terrenales. ¡Felices vosotras si, ajustando vuestra conducta a las severas prescripciones de vuestra santa regla, consigáis atraeros las miradas de Dios y las bendiciones de vuestros semejantes! ¡Felices, si sabéis corresponder dignamente a la santidad de vuestra vocación! Empero desgraciadas ¡mil veces desgraciadas! si sustraídas materialmente del bullicio mundanal, traéis al santuario un corazón que no esté absolutamente vacío de todo apego inmoderado a las cosas de la tierra, y que no palpite ansioso, ¡por las cosas celestiales! ¡Desgraciadas, si permitís que penetre hasta vosotras el espíritu de la disipación, de la tibieza, de la discordia y la inobservancia de vuestras constituciones! ¡Oh!, yo me lisonjeo con la esperanza de que, impulsadas por el vehemente anhelo de buscar en Dios vuestra santificación y salvación, os haréis dignas de gozar las delicias de la paz que reside en el claustro, de esa paz rico patrimonio de las almas puras, timoratas y fieles al Señor. Que él os bendiga y comunique profusamente su gracia, a fin de que buscándolo solícitas en la tierra, os incorporéis, un día, a esa cándida muchedumbre que forma su comitiva gloriosa, en el cielo que os deseo. 128 129 1870 CARTA PASTORAL AL VENERABLE DEÁN Y CABILDO ECLESIÁSTICO, AL CLERO Y FIELES DEL OBISPADO, SALUD Y PAZ EN EL SEÑOR nstituido, sin merecimiento alguno, obispo coadjutor del ilustrísimo y digno prelado diocesano doctor don Rafael Salinas, por las letras apostólicas que su santidad el romano pontífice Pío IX se ha dignado a pedir en favor mío, a consecuencia de la presentación que, de acuerdo con el referido ilustrísimo prelado, se sirvió hacer de mi demeritoria persona el excelentísimo patrono nacional*, he creído oportuno y necesario dirigir al venerable deán y cabildo eclesiástico, al respetable clero secular y regular, y a todos los fieles de la diócesis de Cochabamba mi débil voz, para expresarles los contrarios sentimientos de inquietud, temor y congoja, igualmente que de consuelo, alegría y esperanza que abriga mi espíritu, al considerar, por una parte, mi pequeñez e insuficiencia * José Quintín Mendoza afirma acerca del general Mariano Melgarejo: «Posiblemente, el hombre de las batallas y de las orgías, mitad monstruo, mitad héroe, no respetase a nadie en Bolivia, excepto al joven sacerdote Granado… Se sentía orgulloso de haber elevado a la dignidad episcopal a aquel prebendado tan venerable aún en su juventud como lo fue [san Luis] Gonzaga, y teniendo buen conocimiento de que Granado detestaba todos sus vicios». IN MEMORIAM pág. 139 (1902). Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado para sobrellevar el enorme peso del episcopado, y por otra el acendrado celo y la índole altamente religiosa que distinguen al clero y pueblo confiados a mi vigilancia y solicitud. Esta consideración, a la vez que me anonada y confunde, me obliga a tributar rendidas y fervientes gracias a la divina y adorable providencia del Señor que, sin tener en cuenta mi indignidad suma, ha querido conferirme una misión, aunque elevada y sublime, en extremo difícil y espinosa, bajo tan favorables y lisonjeros auspicios. Sí, carísimos hermanos e hijos míos, yo bendigo, lleno del más profundo reconocimiento, la bondad infinita del gran Padre de familias que así me encomienda el cuidado y cultivo de un terreno fértil y bien preparado, en el que la preciosa simiente de la doctrina católica ha producido y producirá en adelante opimos y sazonados frutos, y que, asociándome de expertos e infatigables colaboradores, me constituye pastor de un aprisco que anhela ansioso el pasto saludable de la verdad evangélica, rechazando con instintiva repugnancia e invencible disgusto la venenosa hierba de la impiedad que causa hoy día el malestar y la muerte de muchos pueblos infelices, cuyos pastores lloran desolados, cual otros Jeremías, sobre las ruinas de la cuidad santa, al ver que sus ovejas, emponzoñadas con aquel tósigo mortífero, se extravían del redil para entregarse indefensas e incautas a carniceros lobos. Que tan triste ejemplo, a la par que excite piedad y compasión hacia aquellos desventurados hermanos nuestros, nos sirva de estímulo para permanecer siempre ligados con el vínculo de una sola fe, de una misma esperanza y de una recíproca y ardiente caridad, a la firme y robusta columna de la Iglesia católica, apostólica, romana, en cuyo seno solamente brilla la esplendorosa antorcha que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, mostrándole, al través del oscuro y áspero desierto de la vida, la única senda segura que conduce a la eterna felicidad. Efectivamente, el corazón se contrae de angustia, amados hijos, y se subleva horrorizado ante ese cúmulo de perversas doctrinas y abominables principios, que proclamándose en alta voz por hombres que se dicen los representantes de las ideas de las naciones más civilizadas del mundo, constituyen la profesión de fe de la escuela racionalista moderna, escuela lejana a la íntima profesión del último romano: «Ut quidque intellegi potest ita aggredi etiam intellectu oportet». Bástame para convenceros y para justificar mi alarma y mis temores a este respecto llamar vuestra atención sobre las siguientes frases, proferidas y publicadas hace pocos meses, por los libres pensadores parisienses que se adhirieron al Anticoncilio de Nápoles; helas aquí: «Etant donné que l'idée de Dieu est l'origine et le soutien de tout despotisme et de tout injustice et que la RELIGION CATHOLIQUE represente la personification la plus complète et terrible de cette idée, les libres penseurs de Paris se voient dans l'obligation de travailler en faveur de L'ABOLITION RAPIDE ET RADICALE du Catholicisme et son ANEANTISSEMENT par tous les moyens compatibles avec la justice». Tan monstruosa y deplorable aberración de ideas y sentimientos, último y supremo esfuerzo del orgullo, germen funesto de la depravación angélica y de la depravación humana, importa sin embargo, amados hijos, un poderoso argumento ad hominem en favor de la fe que profesamos, y cuya gloriosa apología se hace al confesar paladinamente: fuera de la luz que el catolicismo derrama sobra la noción de Divinidad y las consecuencias que de ella se derivan en todo orden, no existen sino las negras y pavorosas tinieblas del absurdo y espantoso ateísmo. He ahí como el racionalismo moderno que hasta aquí se cubriera con el mentido ropaje del celo religioso de que se fingía penetrado, al asestar sus tiros a la Iglesia católica 130 131 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado adulterada y mancillada, según él, por la ignorancia y la superstición de sus prosélitos, por la perversidad y la ambición de sus ministros y propagandistas, he ahí como se arranca con sus propias manos la careta de la hipocresía y del dolo, para mostrarnos su horripilante faz en toda su desnudez y deformidad espantosas, revelando (sin rodeos y a las claras) sus tendencias destructoras de la idea de Dios, y con ella de la fuente de toda verdad y de todo bien, palabras que carecerían completamente de sentido, en la hipótesis, por fortuna imposible, de que llegara a extinguirse entre los hombres la noción de un Ser absoluto de quien todo procede como de su principio, y a quien se encamina todo, como a su último fin. No os dejéis pues seducir con vanas y falaces teorías. ¡Alerta!, pues, amados hijos, ¡alerta! no os sorprendan esos misioneros de Satán, que pretenden eclipsar con su hálito inmundo el brillo del Sol eterno que nos alumbra y vivifica, ¡alerta! que ellos se valen de todos los medios apropiados para esparcir sus detestadas máximas y muy especialmente de la prensa, prostituyendo así ese bello invento del ingenio humano, y convirtiéndolo en inicuo resorte de sus miras subversivas de todo orden, de toda autoridad, de todo principio, de toda virtud. El ojo previsor y vigilante de nuestro santísimo padre, el gran Pío IX, descubrió hace ya mucho tiempo, al través del dorado velo con que el desarrollo de las ciencias y de la industria cobijaba a nuestro siglo, el peligroso cáncer que roía sus entrañas; y es para aplicarle el remedio, para cauterizar ese cáncer que ha reunido hoy en torno suyo a todos los obispos de la catolicidad, en esa asamblea augusta y venerable de la que, como de un manantial purísimo, brotaran —para difundirse por toda la superficie del globo— las aguas purificadoras de la verdad, cuyo triunfo será tanto más cumplido y espléndido, cuanto más rudos son los ataques que se le dirigen, porque inmortal por su naturaleza, no hay cuidado de que sucumba en la batalla con el error, que lleva en sí mismo el germen de su destrucción. La época que atravesamos es verdaderamente de angustia y prueba para nosotros, amados hijos, porque las furias infernales se han conjurado con audacia inaudita contra la Iglesia, desplegando su tenebroso poder para aniquilarla si dado les fuera y no estuviera escrito: «…et portæ inferi non præualebunt aduersum eam». Mt 16 18. Entre los numerosos y malignos artificios de que hacen uso frecuente para lograr sus depravados fines, hay uno que consiste en presentarla como una institución añeja y caduca, sin objeto ya en la actualidad, hostil y opuesta al progreso individual y social ¡qué conjunto de extravagancias y de blasfemias amados hijos! La más leve tintura de la historia es suficiente para apreciar hasta qué punto son erróneas y calumniosas semejantes aserciones. ¿Quién no conoce, en efecto, los grandes e inestimables beneficios que en todo tiempo ha prodigado la Iglesia católica al mundo que le debe esa civilización cristiana de que tanto se gloria? ¿Quién sino esa religión divina, cuya fiel depositaria y representante ha sido la Iglesia, disipó con la luz de su doctrina las tinieblas del paganismo, y desinfectó con el aroma de heroicas virtudes, la mefítica y pestilente atmósfera que respiraban las antiguas sociedades, trabajadas por todo linaje de vicios y excesos? ¿Quién desmontó los bosques y cultivó los vastos eriales, que hoy sirven de asiento a las más celebres y florecientes poblaciones de la Europa? ¿Quién rompió las cadenas del esclavo, elevó a la mujer al rango que hoy ocupa? ¿Quién suavizó las costumbres feroces de los hijos del Norte, moderó los rigores de guerra y templó los bárbaros abusos del poder en los reyes? ¿Quién ennobleció las artes, salvó las ciencias y las letras en la edad media? ¿Quién…? pero sería una tarea inacabable el señalar, siquiera ligeramente, los importantísimos servicios de que somos deudores a la Iglesia católica, y los que sólo una ignorancia supina o una 132 133 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado incalificable ingratitud osaran negar y desconocer; sin embargo no hay por qué extrañar lo que sucede con el catolicismo, pues él sigue la suerte de su Divino Fundador cuya inocente sangre pedía a voces el pueblo, en cambio de los inmensos bienes de que lo colmara. No habiendo podido el maléfico genio de la impiedad coronar con el éxito sus desesperados esfuerzos para impedir la reunión del Concilio Ecuménico Vaticano, ha recurrido ahora a la mentira y la calumnia en sus más cínicas manifestaciones, para infundir la desconfianza en los gobiernos y hacer vacilar la fe de los pueblos, en orden a las decisiones que han de emanar de aquella santa e ilustre asamblea, salvadora de los más caros y preciosos intereses de la religión y de la humanidad. Por desgracia, esta estrategia luciferina parece haber surtido algún efecto en ciertos espíritus, o demasiado superficiales, o en extremo propensos a la incredulidad religiosa, lo que sucede particularmente con la juventud a la que me dirijo, exhortándola con toda la efusión de mi ternura, con todo el interés y las simpatías que por ella abrigo, a que no precipite jamás su dictamen en materias de suyo delicadas, y para cuya debida apreciación se requiere un caudal competente de conocimientos adquiridos con largos estudios, y una imparcialidad severa y exenta del influjo de las pasiones fogosas de la adolescencia. Sí, jóvenes amados, hay empeño —y empeño sistematizado y tenaz— en pervertir vuestras ideas, en arrebataros la fe de vuestros padres, en inspiraros hacia ella aversión y repugnancia… ¡Ah! los que tal procuran son vuestros verdaderos asesinos, vuestros más crueles y despiadados verdugos. Esas bellas palabras —libertad y progreso— son las efímeras flores con que cubren el puñal homicida que se quiere sepultar en vuestra inteligencia y en vuestro corazón. Desengañaos, la verdadera libertad y el progreso bien entendido sólo nacen y crecen a la sombra del árbol del catolicismo: donde reside el espíritu del Señor allí está la libertad. Sed perfectos como lo es vuestro padre que está en los cielos. Ved que mañana seréis vosotros los depositarios de los destinos de la patria, ¿y qué sería de ésta, entregada en manos de hombres destituidos de creencias y sentimientos religiosos? ¿Qué base tendrían entonces las instituciones, qué vigor las leyes, qué estímulos la conciencia, qué garantía la justicia, qué móvil las nobles acciones, qué apoyo las virtudes públicas y privadas…? Lo dejo a vuestra consideración. Otra escuela que se da el título de neocatólica, sin atreverse a suscribir el símbolo ateísta que os he citado, y mostrándose animada de un celo asaz sospechoso, esquiva la nota de herejía e impiedad que justamente merece, afirmando que sólo se propone depurar la doctrina evangélica de los borrones con que la han oscurecido y desfigurado los papas, obispos y sacerdotes; empero salta a los ojos que, si el vicario de Jesucristo y los obispos que componen la Iglesia docente hubiesen podido oscurecer y alterar la verdadera doctrina del Evangelio, la autoridad divina de este libro (que ellos se jactan de reconocer y acatar) sería completamente ilusoria y falsa, como quiera que en él se registran estas solemnes y terminantes palabras, dirigidas por el Dios hombre a Pedro y a los demás apóstoles, de quienes el romano pontífice y los obispos son sucesores: «Et quodcumque ligaueris super terram, erit ligatum et in cælis: et quodcumque solueris super terram, erit solutum et in cælis». Mt 16 19. ¿Quién no advierte pues a primera vista que la asistencia divina, tan explícitamente prometida y tan fielmente prestada a la Iglesia docente, es una de las verdades fundamentales que encierra ese mismo Evangelio que los neocatólicos, pretenden hallarse hoy adulterado y oscurecido? ¿Quién no ve que sin esta divina asistencia garantizada por la indefectible promesa del Hijo de Dios, la herejía y la impiedad filosófica que no han omitido esfuerzo alguno para destruirla, siendo ésta una de las más perentorias pruebas de que el catolicismo es una institución 134 135 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado divina incapaz por consiguiente de ser mellada por la débil mano del hombre? Es pues evidente que nuestra fe dejaría de ser verdadera, desde el instante en que pudiese sufrir alteración o cambio, siendo como es en el orden intelectual y moral lo que los axiomas y primeros principios en las ciencias físicas y matemáticas, inmoble, inmutable, superior a todas las vicisitudes hijas de la falible razón humana. ¿Qué sería del edificio, si la columna se moviese? La Iglesia, es pues, esa firme e incontrastable columna, que sostiene el grandioso edificio de nuestras creencias, las que a su vez producen las virtudes más eminentes, los derechos más sagrados y los deberes más legítimos del hombre, de la familia y de la sociedad. Otro de los males cuyo contagio se deja sentir de algún tiempo a esta parte entre nosotros es, no hay por qué disimularlo, la inconcebible temeridad con que algunos cristianos poco advertidos se permiten palabras irrespetuosas y hasta rechiflas y burlas saturadas de odio y menosprecio al hablar del soberano pontífice, declarándose abiertamente en favor de los adversarios de la Santa Sede. Semejante conducta es en todo punto inconciliable con el nombre y la profesión de católico, quien ante todas cosas debe amar, venerar y defender su religión, so pena de ser un tránsfuga de ella; ahora bien, nadie ignora que el dictado de papa en los labios de un cristiano es sinónimo de padre, y que en lo espiritual lo es suyo el vicario de Jesucristo; según eso, ¿qué calificativo podrá darse a un hijo que se rebela contra su padre, que hace causa común con sus enemigos y perseguidores, que goza en sus padecimientos y se aflige de sus prosperidades, que emplea, tratándose de él, un lenguaje descomedido y osado? ¡Ah! un tal hijo merecería indudablemente la maldición que pesó un día sobre Caín y su generación: «Ainsi Abel offroit en pure conscience Sacrifices à Dieu, Caïn offroit aussi: L'un offroit un cœ doux, l'autre un cœr endurci, L'un fut au gré de Dieu, l'autre non agreable…» Si a esto se agrega que el pontífice que rige hoy la Iglesia se halla adornado de las cualidades más distinguidas y de las más preclaras virtudes, si se reflexiona que Pío IX es uno de esos hombres providenciales que Dios regala muy de tarde en tarde al mundo, como un presente inestimable y magnífico de su clemencia infinita, un pontífice cuya magnanimidad y nobleza de espíritu, cuya justificación y firmeza sólo igualan a la dulzura angelical de su carácter, se tendrá la medida de la perversidad e ingratitud de esos hijos desnaturalizados, de esos Judas que en coro con los enemigos de su padre y maestro claman: Crucifige eum… Crucifige eum. ¡Oh! ¿Es posible que habiendo individuos que llevan el amor a la patria y la familia hasta un extremo exagerado de exaltación e intolerancia, miren no sólo con estoica indiferencia, sino con aversión y desprecio lo que hay de más sagrado, amable y precioso en este mundo, la religión fuente de todos los bienes y remedio de todos los males que aquejan esta vida fugaz y transitoria, en cuyos lóbregos y temerosos linderos no hay ni puede haber más luz, más consuelo ni esperanza que ella? Que los que no la conocen, que los que no han participado de sus beneficios la desdeñen, nada tiene de extraño; pero que el que ha abierto los ojos en su regazo maternal, el que ha sentido y experimentado sus dulces caricias, su tierna solicitud, sus amorosos cuidados, la rechace como a una madrastra despótica y aborrecible, he ahí lo que no se comprende, sin suponer una perversión lastimosa del sentimiento y del instinto naturales. Os dije ya que uno de los medios que con mejor resultado suele poner en acción la impiedad en nuestros días, para conseguir sus intentos, es la prensa periódica. Sorprende a la verdad el descaro con que los periódicos que se titulan liberales consignan en sus columnas las más groseras falsedades y las mentiras más vergonzosas, siguiendo a la letra el tan sabido consejo del corifeo de la incredulidad del pasado siglo, Voltaire, que decía a sus 136 137 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado discípulos: «Mentez, mentez avec audace puisqu'il reste toujours quelque chose!»* Estad pues prevenidos contra ese lazo que se os tiende, y no aceptéis a fardo cerrado todo lo que se escribe con respecto a la Iglesia y a su augusto jefe, suspended vuestro juicio y tomaos el trabajo de investigar la verdad de las cosas, no precedáis en el importante negocio de vuestra religión, como no obraríais ciertamente si se tratara de despojárseos de vuestra honra o de vuestros intereses temporales, no os dejéis arrastrar por el ciego impulso de la naturaleza maleada y propensa, desde su primitiva caída, a acoger sin examen todo lo que halaga y secunda sus viciadas inclinaciones, y conduce a abrir ancha puerta a la satisfacción de sus deseos criminales; porque no lo dudéis, ese odio hidrófobo a Jesucristo y su Iglesia, parte principalmente del corazón que se subleva a la vista de la severa moral del Evangelio, cuyos austeros principios se empeña en relajar a nombre de la libertad y de la tolerancia, palabras que en labios del impío son absurdas y contradictorias, porque mientras proclama como un derecho sacratísimo la libertad de conciencia y la tolerancia en materia de religión, despliega todos sus conatos y echa mano de los recursos más inicuos para combatir el catolicismo y violentar la conciencia de sus adeptos, suscitando hacia ellos la animadversión y el ridículo. Todo lo cual, no obstante, viene a corroborar cada vez más la divinidad de los oráculos de nuestra fe sacrosanta; pues hace diecinueve siglos que el Doctor de las naciones, san Pablo, anunciaba con voz profética lo que, día por día, se realiza actualmente en medio de nosotros; decía que aparecerán falsos doctores y seudoprofetas, lobos rapaces que devorarán a sus corderos y destrozarán el rebaño y que, de entre vosotros mismos, surgirán hombres que prediquen doctrinas perversas y nada enriquecedoras, para atraerse partidarios y discípulos. Alerta pues, amados hijos, que ellos se os darán a conocer por sus tendencias y sus obras. Me he detenido, amados hijos, tal vez más de lo necesario en estas reflexiones no porque me asista duda alguna acerca de vuestra adhesión inviolable a la fe de vuestros mayores, de lo que estoy íntima y gratamente convencido, sino para que ellas sirvan de prevención a los sencillos e incautos, y les hagan retirar el pie de las redes, que con solapada astucia les preparan los injustos enemigos de nuestra religión adorable —«Immisit enim in rete pedes suos, in maculis ejus ambulat» Jb 18 8— ahora que con ocasión del Concilio Ecuménico, sus dogmas y sus prácticas son el asunto favorito de las conversaciones y el tema obligado de todas las disputas; ahora que las cuestiones religiosas han abandonado los liceos y las academias para trasladarse a los salones y los estrados, resulta de aquí que en ellas toma muchas veces parte hasta el bello sexo, no sin grave peligro de ver naufragar su fe y el espíritu de fervorosa piedad que lo distingue. Y si cuando el ejército enemigo rodea una plaza, el soldado que la custodia debe estar con el arma en mano para defenderla, debe permanecer en vigilia incesante para evitar una sorpresa; ¿con cuánta razón, oh, venerables sacerdotes y hermanos míos, nosotros los centinelas de Israel y soldados de la milicia de Cristo, no deberemos aprestarnos, cual valerosos guerreros, a la defensa de Sión circunvalada de amenazadoras huestes? Subamos pues a lo alto de sus muros y torreones, y rechacemos con denodado brío a esa temible falange que la embiste sañuda y alzado el ariete para zapar la gran piedra, sobre la que cimentó su Divino Constructor. Pero ¿cuál el medio más adecuado para obtener el triunfo? Yo os lo diré: unámonos todos en el Señor, sin cuyo auxilio trabajaremos en vano. Reanímese nuestra fe, de suyo poderosa, para asegurarnos la victoria. Armémonos con las armas del estudio, el retiro, el ayuno y la oración, y más que todo, opongamos a los tiros de la * Gabriel René Moreno anota: «una pequeña calumnia a Voltaire colgándole lo que nunca dijo». BIBLIOTECA BOLIVIANA, CATÁLOGO DE LA SECCIÓN DE LIBROS Y FOLLETOS pág. 132 (1879). 138 139 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado impiedad, la égida impenetrable de una vida santa, ejemplar y fecunda en virtudes sacerdotales, tanto más necesarias ahora, cuanto que nuestros adversarios, cerrando los ojos para no verse a sí mismos, los tienen provistos de finos lentes para observar nuestras más leves acciones, con el siniestro fin de arrancar de las manchas del hombre concebido en la iniquidad argumentos contra la Religión inmaculada de que es ministro. No olvidemos que nuestro divino Maestro antes de anunciar la Buena Nueva, empezó a practicarla él mismo; preciso es pues que, a imitación suya, nosotros sus vicegerentes sobre la tierra, sus coadyuvadores, acreditemos la viveza de nuestra fe y robustezcamos nuestra palabra y enseñanza, con la regularidad de nuestra conducta y la pureza de nuestras costumbres, para que nuestros enemigos se confundan no teniendo mal ninguno que decir de nosotros. Implorando para ello asiduamente el socorro de aquél cuya gracia nos fortifica y nos hace en cierto modo omnipotentes para el bien, según esta sentencia del Apóstol; «Qui nunc gaudeo in passionibus prouis, et adimpleo ea, quæ desunt passionum Christi, in carne mea pro corpore ejus, quod est Ecclesia». Col 1 24. ¡Ay del ministro que, en vez de servir de antemural a los ataques del enemigo, se constituye en puente que le facilita el acceso al santuario, donde penetra sacrílego, destrozando con la misma espada al centinela traidor y el altar de que era custodio! Son, pues, en cierta manera reos de tamaña alevosía aquellos sacerdotes y, en especial, los párrocos que, ya por una incuria culpable, ya por una reprensible condescendencia, permiten y toleran abusos condenados por la religión entre sus feligreses, los cuales creen, quizá sinceramente, que no hay inconveniente alguno en mezclar, a los actos más sagrados del culto, las disipaciones, excesos y desordenes a que se entregan con ocasión de las festividades religiosas, convirtiéndolas en una parodia de las saturnales del gentilismo y suministrando, sin sospecharlo siquiera, armas a la impiedad, que toma do hay pretexto, para escarnecer nuestras creencias y deprimir nuestro ministerio. Doloroso pero necesario es decirlo, que esto suele ocurrir con no rara frecuencia, particularmente entre las gentes del pueblo y de la campiña. Recordemos pues, hermanos míos, que siendo nosotros la luz del mundo debemos disipar las tinieblas de la ignorancia; y siendo la sal de la tierra, ahuyentar la infección del vicio para poder conducir, con el doble cayado de la palabra y del ejemplo, la cara grey de Jesucristo a los siempre verdes y frondosos prados del Edén celestial, que es el fin supremo de nuestra misión sobre la tierra; mas, si así no lo hiciéramos, caerán sobre nosotros estas formidables amenazas que nos intima el Señor: «Uæ pastoribus, qui disperdunt et dilacerunt gregem pascuæ meæ!» Jr 23 1. Verdad es, que no es fácil extinguir ex abrupto abusos inveterados en el transcurso de largos años, mas no por eso declina la obligación imperiosa que tenemos de trabajar paulatina pero constantemente en abolirlos, empleando todos los medios a ello conducentes. Por fortuna, nuestras masas se distinguen por su docilidad y completa sumisión a la voz de sus pastores, y cuando éstos logren persuadirlas de que no se proponen otra mira que su mejora y bienestar temporal y eterno, no es verosímil que se resistan a complacerlos y prestarles obediencia, toda vez que se les exija, con sagacidad, dulzura y energía, la renuncia de sus malos hábitos, y de sus costumbres supersticiosas y contrarias al Evangelio; pues mientras esta clase de la sociedad no comprenda el verdadero espíritu de aquel Divino libro, es de todo punto imposible obtener de ella los frutos del cristianismo en el orden moral. No desmayéis pues, hermanos míos, en la noble tarea de argüir, rogar, increpar e instar oportuna e importunamente, con toda paciencia y doctrina, a efecto de establecer y afianzar el imperio de la fe y de las virtudes entre vuestros 140 141 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado feligreses —a quienes debéis ante todas cosas el pan de la enseñanza— sin consentir que hiera vuestros oídos la gemebunda voz de Jeremías. Por lo que a mí toca, no dejaré de insistir constantemente en recomendaros, como es de mi obligación, el cumplimiento de todos vuestros deberes sacerdotales, esforzándome por llenarlos yo también con el socorro divino y coadyuvado de las luces y consejos del ilustre obispo propietario y del Vuestro Senado eclesiástico, cuyos dignos y respetables miembros se encuentran animados del celo más ardiente por la honra de la casa del Señor, por el vigor de la disciplina eclesiástica y la fiel custodia de los intereses sacratísimos de nuestra santa religión, lo cual hará, no lo dudo, que reunidos en torno del indigno prelado que os habla, trabajaréis de consuno en la grande obra del aumento del Divino culto y la florescencia de las virtudes cristianas. Los inequívocos y reiterados testimonios de adhesión, benevolencia y respeto, que todos vosotros, sin distinción de clases ni condiciones, me habéis dispensado y no cesáis de prodigarme, amados hijos, obligando cada vez más mi gratitud, hacen que yo me prometa fundadamente la satisfacción de mis ardentísimos votos por vuestra ventura en el tiempo y vuestra salvación en la eternidad, nobles objetos para cuyo logro os recomiendo, con el mayor encarecimiento, la firmeza en la fe, la perseverancia en las buenas obras y —muy especialmente— la caridad y el amor recíproco, amaos sí, los unos a los otros, sin excluir a vuestros enemigos y ofensores, teniendo presente el mandato de Jesús: Amad a vuestros enemigos, Enemigosniykichejta munakuychej, Uñisirinakamarux munapxam. Disimulaos pues recíprocamente vuestras faltas, perdonaos vuestros mutuos agravios, esforzaos finalmente por reproducir en lo posible, entre vosotros, la bella imagen de los primitivos fieles, de los que se dice en los Hechos apostólicos que no tenían sino una sola alma y un sólo corazón. 142 Y vosotros artesanos, mis tan queridos hijos, distinguíos siempre por vuestra piedad, vuestra honradez, vuestro amor al trabajo y vuestras buenas costumbres, huyendo de todos los excesos que deshonran al hombre y lo hacen aborrecible a los ojos de Dios y de sus semejantes; educad cristianamente a vuestros hijos, inspirándoles con vuestras lecciones y ejemplos, antipatía y horror por la mentira, la mala fe, la infidelidad en los contratos, la deshonestidad, la embriaguez y todos los vicios; de este modo tendréis de vuestra parte la protección del cielo, la estimación y confianza de vuestros conciudadanos. Ayudadme, por último, todos vosotros, amados hijos, a sobrellevar el enorme peso que gravita sobre mis débiles hombros, y a corresponder a los nobles deseos y piadosas esperanzas del venerable y digno pastor de esta grey, que ha creído encontrar en mi humilde persona, un sustituto que lo remplace en el arduo ejercicio del ministerio pastoral que tan honrosamente desempeñara por el espacio de doce años. A este fin, os pido que elevéis vuestras asiduas y fervientes plegarias al trono del Dios Omnipotente y misericordioso, a quien a mi vez ruego, quiera colmaros con la abundancia de sus dones y confirmar la bendición que de lo íntimo de su alma os envía, vuestro amantísimo hermano y padre en Jesucristo. 1871 DISCURSO EN LA SOLEMNIDAD DEL JUBILEO PONTIFICIO espués que el bienaventurado príncipe de los apóstoles trasladó su cátedra de Antioquía a Roma, y ejerció en esta famosa metrópoli del mundo las funciones de su apostolado supremo durante 25 años y dos meses, ninguno de sus sucesores desde san Lino hasta Gregorio XVI, en el largo transcurso de más de 18 siglos, ha llegado a igualar ni exceder en el régimen del Iglesia universal aquel periodo de tiempo. Esta 143 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado circunstancia notabilísima repetida con una regularidad y constancia asombrosas, había llamado justamente la atención de los historiadores eclesiásticos y del pueblo católico en general, especialmente en Italia, hasta el punto de crear una convicción tan íntima y arraigada que se creyó casi imposible de que ningún soberano pontífice viese ya los días de Pedro; non uidebis dies Petri. Mas he aquí, amados hijos, que entre los singulares caracteres que distinguen al memorable y glorioso pontificado de nuestro santísimo padre, el gran Pío IX, aparece la única excepción de este hecho secular en favor suyo, pues el 16 de junio del año actual ha cerrado el aniversario vigésimo quinto de su elevación a la sede Pontificia. Este acontecimiento verdaderamente extraordinario, unido a la consideración de las preclaras virtudes y altísimos dotes que hacen de este venerable anciano una reproducción fiel del primero de los apóstoles —permitiéndome ver en tan misteriosa coincidencia una especial providencia del Señor— me obliga a empezar hoy mi discurso exclamando con el salmista: «A Domino factum est istud et est mirabile in oculis nostris!» Sal 118 23. En medio del horrible trastorno de los principios fundamentales de la religión y la moral causado por las ideas revolucionarias hijas del socialismo y de la demagogia, cuando la sacrílega usurpación de Roma y de los estados pontificios, con su inmundo cortejo de excesos abominables y de horrendos crímenes, cuando la tenaz persecución declarada al catolicismo en la persona de su primer y Augusto jefe visible, cuando todo esto, digo, podría escandalizar a las almas débiles y hacer vacilar su fe en las promesas divinas, amados hijos, el Dios —que prueba su Iglesia, pero que nunca la abandona— ostenta una particular predilección hacia su vicario cautivo en su propio palacio, otorgándole el extraordinario privilegio de asemejarse al dichoso Céfas que cumplió el año vigésimo quinto de su pontificado, preso también en la cárcel mamertina, ofreciendo así a nuestros ojos un admirable y maravilloso espectáculo. Este notable suceso que ha excitado el júbilo de la catolicidad entera, es el objeto de la presente solemnidad, que por su naturaleza misma me induce a bosquejar a vuestra vista, aunque breve y toscamente, el interesante cuadro del sumo pontificado católico y sus glorias inmarcesibles. Para desempeñar, empero, con éxito saludable mi propósito, menester será que imploréis fervientes conmigo los socorros de la divina gracia por la mediación eficacísima de la que fue llena de ella desde el primer instante de su concepción inmaculada: Ave María. Cuando el unigénito de Dios hubo consumado la grande obra de la redención del linaje humano mediante la inmolación dolorosa y cruenta de su humanidad santísima en el ara de la Cruz, y antes de volver, cargado con los trofeos de la muerte vencida, al cielo de donde había descendido, estableció, como sabéis, sobre la tierra una sociedad augusta formada de sus queridos apóstoles, que fuese la fiel depositaria de los altos poderes que él recibió de su Eterno Padre y a cuya cabeza colocó por vice gerente y principal representante suyo, a su amante discípulo, al ilustre penitente, al viejo pescador de Galilea, Simón hijo de Juan, a quien de la manera más intergiversable, solemne y explícita lo declaró piedra fundamental de su Iglesia: Tu es Petrus, et super hanc petram ædificabo Ecclesiam meam; clavavario del reino de los cielos, dabo claues regni cælorum; pastor de los corderos y de las ovejas de su redil amado, pasce agnos meos, pasce oves meos, prometiéndole además una asistencia eficaz y continua con cuyo auxilio su fe no desfallecería jamás, a fin de que confirmase perpetuamente en ella sus hermanos. «Ego rogaui pro te, o Petre, ut non deficiat fides tua: et tu aliquando conuerses confirma fraters tuos».Lc 22 32. He ahí cómo el Dios hombre echó los cimientos de ese edificio inconmovible, amados hijos, que combatido 144 145 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado durante diecinueve siglos con ímpetu furibundo por las potestades del averno conjuradas en su ruina, permanece y permanecerá firme, robusto e incólume hasta la consumación de los tiempos, sirviendo de esplendente faro a los navegantes de este tumultuosos océano que se llama mundo y, de baluarte inexpugnable de la verdad al bien, al derecho y la justicia en la lucha que sostiene con el error, la corrupción y el desborde de las pasiones humanas. Estas potestades bajo las variadas formas de politeísmo en el primer periodo, de herejía en el segundo y, por último, bajo la de la incredulidad y el falso filosofismo, se han esforzado y se empeñan todavía en socavar los muros de este edificio gigantesco sostenido por la potente diestra que fijó el sol en las inmensidades del espacio y que asentó las montañas sobre sus bases de granito. Preciso es, pues, cerrar voluntaria y obstinadamente los ojos para no ver, a la clara luz de la razón y de la historia, esa mano poderosa en esta obra, la más admirable y estupenda que puede ofrecerse a la contemplación del hombre, la Iglesia católica, milagro permanente que, día por día, atestigua y proclama la divinidad de su origen, con su existencia y conservación, a despecho de la conflagración universal de todos los elementos físicos, intelectuales y morales que se han puesto y se ponen en acción para destruirla. Pero entre esa multitud de hechos prodigiosos que forman el conjunto de su institución celestial, hay uno muy digno de notarse. Es, la nunca interrumpida serie de los sucesores de Pedro, cuya primacía constituye el centro de la unidad católica, el corazón de donde parte la sangre que vivifica el cuerpo místico de Nuestro Señor Jesucristo, que en su infinita bondad y sabiduría quiso colocar una piedra de solidez inquebrantable para apoyar sobre ella el conservatorio de la doctrina evangélica que trajo al mundo, donde tan inestimable tesoro no habría podido subsistir en beneficio de la humanidad redimida si el mismo Divino Redentor, confiándolo a un delegado suyo, no hubiese garantizado la indefectible fidelidad de éste en mantenerlo siempre y por siempre inalterable. ¿Y quién no palpa el cumplimiento de la palabra que dio el Señor a Pedro de estar constantemente con él, en la persona de sus sucesores, hasta el último de los días, al contemplar esa dinastía venerada de pontífices que no obstante estar tomados de la masa común de los mortales, ex hominibus assumpti, han conservado solícitos, puro, integró e ileso el sagrado depósito de la fe y de la moral evangélica a través de tantos siglos y en medio de las más críticas vicisitudes? ¿Quién no admira el pulso de esos pilotos para dirigir una navecilla que, acometida continuamente por recios huracanes, no ha variado jamás de rumbo y ha salido victoriosa siempre del furor de las borrascas? Sólo pues una ceguera voluntaria y pertinaz impide, como he dicho, al hereje y al incrédulo ver en este portentoso fenómeno la acción inmediata de un poder sobrenatural que es su causa generadora. Si por otra parte es cierto que hay un antagonismo lógico y necesario entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, si también es evidente que el error y la iniquidad en sus múltiples manifestaciones han combatido antes y combaten ahora con encarnizado furor el papado, éste sólo hecho es más que suficiente para demostrar a entendimientos rectos y despreocupados que aquél es la fuente de todo bien, el foco de toda luz, y es asilo seguro de todos los más preciosos elementos que interesan al orden, al bienestar y a la dicha de la sociedad humana, en el tiempo y en la eternidad. Y lo que acabáis de oír no es una alucinante imaginaria teoría, sino una positiva y hermosa realidad, acreditada por el unánime testimonio de la historia. En efecto, amados hijos, si echamos una ojeada a los tiempos heroicos de la Iglesia primitiva, descubriremos un magnífico cuadro de cuyo fondo se destacan majestuosas las bellísimas y atléticas figuras de los Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Marcelino, Esteban y 43 más santos pontífices. Ellos 146 147 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado predican al Dios único, casto, justo y misericordioso ante los inmundos altares donde se quema incienso a todos los vicios deificados. Proclaman y establecen la humildad en el reino del orgullo, la pureza en el de la lujuria, la libertad cristiana en el asiento de la tiranía. Y, en la incesante guerra que sostienen contra el mal, soportan a pesar de su edad avanzada los más atroces tormentos y la muerte más cruel, estimulando con su ejemplo a ese sinnúmero de valerosos testigos de la verdad católica, que se asocian a sus ilustres pastores en la comunión de sus virtudes, de sus constancias y de su martirio. Estos pontífices conservan, bajo el suelo de Roma gentílica y en las cavidades de las catacumbas, el fuego sagrado de la fe en la lámpara de sus corazones, cebándola con el óleo de su propia sangre, que cuál benéfica lluvia riega y fertiliza el campo de la naciente Iglesia. Pasada la época de las persecuciones a sangre y hierro y dada la paz a la Iglesia por Constantino, el papado continúa difundiendo, como el sol de la naturaleza, la luz, el calor y la vida sobre el informe caos que contiene el germen de las nuevas sociedades formadas por el cristianismo. Los talentos, la piedad, abnegación y patriotismo de los papas durante los siglos IV y V tienen por testigos sus grandes obras que existen todavía. Para saber que lo hicieron en la esfera de lo espiritual, bastará preguntarlo a Cerinto, Basílides, Saturnino, Marción, Novaciano y Sabelio, cuyos errores encontraron su tumba al pie de la cátedra romana. Y en cuanto al orden temporal, preguntémoslo a los cronistas de aquellos tiempos, y todos ellos nos mostrarán a los cristianos acudiendo espontáneamente ante el supremo jerarca religioso, para dirimir bajo sus consejos y dictamen sus diferencias y contiendas, sin que se cite un solo ejemplo del litigio llevado entonces al tribunal de los césares. ¡Tan ciega era la confianza que tenían en los papas, a quienes veían sostener al débil y amparar a la viuda y tender una mano protectora al indigente y desvalido! El tesón infatigable, el celo y los esfuerzos de los pontífices en los siglos VI y VII para impedir el naufragio, salvar las reliquias de las ciencias, las artes, las leyes y las costumbres, reparar los estragos de la barbarie, son hechos de que ningún individuo medianamente conocedor de la historia puede abrigar la menor duda; lo propio de, lo que ellos mismos hicieron en el curso de los tres siglos siguientes para morigerar el carácter, suavizar los feroces instintos, civilizar, en fin, a los salvajes pueblos del septentrión y para poner, en seguida, un dique a la temible y barbarizadora invasión de los hijos de Mahoma. Pero detengámonos un instante, carísimos hijos, a contemplar siquiera los perfiles de algunas de esas imponentes figuras, que una después de otra, se presentan a bendecir a Roma y al mundo en la tribuna de la basílica vaticana. Y veremos a Inocencio I, conteniendo sin mayor esfuerzo la impetuosidad selvática del rudo y cruel Alarico; a san León el grande, que dejando tras sí al Senado poseído del pánico terror y al pueblo que lloraba de angustia y espanto, sale al encuentro del poderoso y feroz Atila y oponiéndole por toda arma, su débil e inerme ancianidad, sus plateados rizos y su palabra temblorosa y llena de severa unción, aleja al punto de los muros de Roma al azote de Dios y a sus desalmadas huestes; a Gregorio Magno conquistando para la fe las luces y la civilización a los britanos; a Gregorio II salvando a Roma de los horrores del hambre ocasionada por las inundaciones del Tíber, rescatando a Cuma del poder de los lombardos y convirtiendo a la fe por medio de san Bonifacio la Alemania; a Gregorio VII arrancando con mano firme los abusos, restableciendo con libertad apostólica la disciplina eclesiástica, comprimiendo, en bien de las naciones, los avances de la tiranía, y muriendo en la proscripción por haber amado la justicia y aborrecido la iniquidad; a Pío V 148 149 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado reformando la moral privada y pública con el ejemplo de las más austeras virtudes y contribuyendo poderosamente a debilitar el poder musulmán con la notable parte que tomó en la famosa jornada de Lepanto; a León X dando un vuelo extraordinario las bellas artes y legando su nombre al siglo en que vivió; a Gregorio XIII ordenando una nueva y importante compilación de derecho, fundando los colegios irlandeses, alemán, griego, judaico y varios liceos para la instrucción de la juventud de Roma, embellecida por el mismo con suntuosos monumentos, dispensando un beneficio inmenso al mundo con la célebre corrección del calendario que lleva su nombre; a Sixto V que expurgó el país de los malhechores que lo infestaban y hacían inhabitable, reprimiendo con inflexible energía los crímenes por lo que mereció los aplausos, la gratitud y las felicitaciones de las demás potencias europeas que han hecho justicia a su mérito, asegurando haber sido un papá tal cual lo exigían las condiciones de su época y habiendo promovido la actividad de la industria y suministrado a Roma 27 fuentes de agua de que tanto carecía; a Benedicto XIV que ilustró las ciencias sagradas con sus inmortales escritos; a Clemente XIV cuyas luces, sabiduría y prudencia lo hicieron el oráculo de su tiempo; a los Píos VI y VII cuya constancia sobrellevó los más crueles sufrimientos, cuyo valor incontrastable para cumplir su deber sin doblegarse ante el amenazador y sañudo semblante del moderno Alejandro han transmitido, envueltos en una aureola de gloria, sus nombres a la posteridad. Se ha querido, sin embargo, contraponer a este glorioso catálogo, los lunares y defectos atribuidos a algunos papas. A lo que podría responderse, que el reducidísimo número de éstos se pierde al frente de la inmensa ilustre mayoría de los sucesores de Pedro; y que los mismos lunares, aparte de haber sido maliciosamente exagerados por el espíritu irreligioso de ciertos historiadores impíos y novelistas apasionados, lejos de servir de arma para combatir el pontificado, son, al contrario, un argumento contra producentem en favor de su infalibilidad, probando de una manera invencible, ser aquél una institución fundada y conservada por el mismo Dios. ¿No es, en efecto, una cosa humanamente inexplicable, amados hijos, que esos papas tan perversos como se les supone no hayan alterado en lo más mínimo el sagrado depósito de la fe y de la moral, y que éste se haya mantenido siempre puro al pasar por unas manos manchadas e interesadas en adulterarlo y corromperlo? Otra circunstancia de que la pasión y la malicia han echado mano para oscurecer el brillo de la silla apostólica, es el ejercicio de la soberanía temporal, por lo que no creo inoportuno deciros algo a este respecto. Cuando la invasión, pues, de los bárbaros del Norte vino a sacudir las carcomidas plantas de la ciudad reina, cuando por una especie de inspiración, un instinto, los emperadores de occidente trasladaron su corte a las orillas del Bósforo, entonces, el pueblo romano abandonado, indefenso e inerme a las depredaciones y ultrajes de los longobardos, y después de haber reclamado tenaz e inútilmente la protección y auxilio de los césares de Constantinopla, por conducto de los soberanos pontífices volvió sus ojos a éstos, buscando, en su paternal y benéfica solicitud y en el ascendiente de su augusto carácter, un remedio a los males que sufría, confiriéndoles libre, espontánea, gustosa y unánimemente el gobierno temporal que los papás jamás ambicionaron y que no pudieron rehusar sin infringir su deber de padres y pastores de su pueblo, obedeciendo sin darse de ello cuenta a los secretos designios de la providencia de Dios que suministraba así el medio de asegurar más tarde, en beneficio del mundo católico, la libertad, los prestigios e independencia de sus vicarios sobre la tierra. Las donaciones de Pipino y Carlomagno no hicieron posteriormente otra cosa que ensanchar y robustecer el 150 151 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado legítimo derecho que la voluntad y el libre consentimiento de los pueblos dieron a los papas en orden al dominio civil de sus estados, dominio del que sólo han hecho uso para derramar todo linaje de beneficios sobre sus súbditos que veían en ellos unos verdaderos padres, siempre cuidadosos y solícitos para conservar la moralidad de las costumbres, favorecer las ciencias y las artes y promover el progreso bien entendido de sus gobernados. Dígalo los innumerables establecimientos consagrados a la instrucción y a las obras de beneficencia, las bibliotecas y los museos y esa multitud de monumentos, resumen de las bellezas artísticas de todos los siglos que han sido objeto de la admiración y aplausos de cuantos han visitado la ciudad eterna. ¡Gran Dios! Y es a esos seres privilegiados a quienes vos con vuestra propia mano colocasteis, cual fúlgidas lumbreras, para que iluminasen las tenebrosas sinuosidades de este mísero destierro que peregrinamos; es a esos genios bienhechores a quienes vos constituisteis vuestros vice regentes sobre la tierra que se escarnece y ataca con un furor sólo comparable con el de aquel pueblo que colmado de beneficios por vuestro hijo consustancial, en un momento de desvarío ingrato, apremió a Pilatos para que libere a Barrabas y crucifique a Cristo. Y valga la verdad, hijos carísimos, que no significa otra cosa ese odio febril que cristianos degenerados profesan hoy al romano pontífice, pretendiendo con falsos e inicuos pretextos consumar definitivamente el despojo de su soberanía temporal, despojo al que creen que irá unido al de su carácter de jefe supremo del catolicismo que detestan y anhelan destruir. Ellos han abierto sus labios rebosantes de dolo, de calumnia y de hipocresía para afirmar a la faz del mundo (que recién empieza a conocerlos por sus obras, ex fructibus œrum cognocetis eos) que el papa gobernaba mal sus estados, observándose en permanecer estacionario en medio del progreso universal. Para que conozcáis el valor de estas imprudentes aseveraciones, me limitaré a citaros las palabras del embajador francés monsieur de Rayneval, quien después de un estudio detenido hecho en vista de datos estadísticos y como testigo ocular e irrecusable de los actos del gobierno pontificio, se expresa en estos términos: «Mais en quoi consistent ces abus? D'est ce que je n'ai pas encore pu découvrir. Tout au moins les faits ainsi qualifiés sont attribuables à l'imperfection de la nature humaine, et nous ne devons pas imposer au gouvernement la résponsabilité des irrégularités commises par queques'uns de ses agents secondaires».* Cuán triste es con todo, amados hijos, ver que no faltan católicos que ya por ligereza, ya por ignorancia, ya por espíritu de novedad se hacen eco de los enemigos de su religión santa y repiten con enfático aplomo que el poder temporal del papa, lejos de ser útil y necesario a la Iglesia, es un obstáculo para su perfección. ¡Insensatos! ¿No advierten que esta afirmación temeraria implica una flagrante negación de la divinidad de Jesucristo? Pues, ignoran por ventura que la Iglesia, afirmando como afirma todo lo contrario, se engañaría miserablemente y con ella, se engañaría también o pretendiera engañarnos el mismo Dios hombre que le prometió su indefectible asistencia. ¿Quiénes son esos nuevos y audaces reformadores que acusan al vicario de Cristo y al Episcopado que forman con él la Iglesia enseñante de no haber comprendido bien la misión que recibieron del cielo o de haberla desnaturalizado torpemente? El pontificado libre e independiente de todo poder extraño y hostil que entrabe su acción es la más alta necesidad social del mundo civilizado. Oíd sino lo que a este propósito dice un escritor contemporáneo: «¿Me preguntáis para qué sirve el papa rey? Yo os contesto, para lo que sirve la cabeza sobre el tronco humano. Sin cabeza, no hay cuerpo. Sin papa, no hay Iglesia. Sin Iglesia, no hay cristianismo». Sin papa, el mundo volvería al Estado en que estuvo antes del que lo hubiese. Bajo una u otra forma, 152 153 * Raport adressé par le comte de Rayneval au ministre Waleski, le 14 mai 1856. Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado tendréis la esclavitud por base y a Nerón por rey. Sin el papa, tendréis el mundo tal como es ahora mismo en la China, el Tíbet y la Oceanía. El hombre ha nacido para adorar y el que no adora al verdadero Dios, adora al falso. No hay medias tintas. El que no adora al Dios espíritu, adora el dios materia, al dios metal. Con el papa caen todas las barreras protectoras de la libertad en cuyo lugar tendréis la licencia desenfrenada, el despotismo, la opresión, el crimen, la miseria; sólo esto significan Tiberio, Diocleciano, Enrique VIII, Marat. Pueblos grandes o pequeños, el papa defiende vuestra autonomía y vuestros derechos. Nobles y ricos, el papa custodia vuestras propiedades. Negociantes, artesanos y labradores, el papa guarda vuestros almacenes, vuestras heredades y vuestras chozas. De suerte que, al ver a los reyes y pueblos de Europa atacar al papa, me imagino ver una turba de los locos demoliendo a porfía el edificio que los abriga y que al caer los sepultará bajo sus ruinas. No en vano el grande e inmortal Pío IX subió al solio pontifical bajo los más providenciales y felices auspicios, como destinado regir la nave de la Iglesia, en una época en que las olas de la impiedad —surgiendo del antro tenebroso de las sociedades secretas— habían de chocar embravecidas contra la inmoble roca del Vaticano. El cardenal Mastay, dotado por el cielo de una inteligencia superior y de un corazón noble y piadoso, había dado en su brillante carrera sacerdotal y en el Episcopado los más inequívocos testimonios de poseer en alto grado inminentes virtudes apostólicas. Su humildad profunda, su entrañable amor a la justicia, su proverbial mansedumbre, la acendrada pureza de sus costumbres, sus modales llenos de gracia y de atractivo le granjearon justamente las simpatías, la discreción y el respeto de sus colegas del Sacro colegio cardenalicio que casi unánimemente lo convocaron en la silla vacante de Gregorio XVI el 16 de junio de 1846. Ese día, el ilustre elegido derramó abundantes lágrimas, presintiendo, sin duda, los males que aquejarían a la Iglesia en la aciaga época que le cupo gobernarla. Ese día, la hipocresía farisaica de los enemigos de Dios y de su Cristo saludó con entusiastas vítores el advenimiento a la cátedra apostólica de un papa a quien se prometían poder adormecer con el humo de la adulación y la lisonja a fin de llevar a cabo sin gran resistencia sus perversos planes de expoliación, rapiña y sacrilegio. Dios, empero, que asistía a su vicario, no permitió que cayera en las doradas redes que los falsos liberales le tendían e hizo que apercibido de los pérfidos manejos asumiese la imponente actitud que demandaba la causa del catolicismo y, con ella, la de la sociedad toda, minada horriblemente por doctrinas perniciosas y principios, los más disolventes y antisociales. La voz del mansísimo Pío se alzó bien pronto severa y enérgica, para anatematizar esas doctrinas y esos principios, cuyos naturales frutos han hecho y hacen saborear todavía a la infortunada nación francesa su jugo acibarado. A pesar del odio implacable contra la Santa Sede que caracteriza los sectarios, no han podido dejar de reconocer las inapreciables prendas personales del gran pontífice, cuya angelical dulzura atraen en torno suyo los corazones todos, sin excluir el del ruso cismático, el del indio gentil, el del turco islamista, el del britano protestante. Perseguido por sus gratuitos adversarios, ha sufrido y sufre con invicta paciencia los ultrajes, insultos y calumnias que una prensa asalariada y licenciosa vomita que contra él, con el siniestro designio de engañar a los lectores incautos. ¿Pero que pueden los infames artificios de la mentira ante el elocuente lenguaje de los hechos que le ponen tan alto la sabiduría, el interés, celo y asiduidad con que Pío IX ha impulsado y favorecido el verdadero progreso de sus estados en todo orden? ¡Y qué! Ahora, ahora mismo, ¿no está proclamando esta verdad el clamor unísono del verdadero pueblo romano que, sin que le arredre el bárbaro despotismo del sacrílego usurpador, levanta angustiado el 154 155 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado grito, reclamando la administración paternal de su amado príncipe y protestando solemnemente contra el incalificable atentado del 20 de septiembre? ¡Ah! En vano se ha pretendido cohonestar ese hecho criminoso con sentidos plebiscitos compuestos en su totalidad de los partidarios del gobierno piamontés y de hombres tomados de la hez del populacho cuya codicia y brutales instintos se halaga de propósito para emplearlos como un instrumento de terror y devastación. ¿Y por qué no decirlo? ¿No es, acaso, a la faz de todo el mundo que se cometen en Roma, bajo la complicidad tácita de aquel gobierno, los más abominables excesos y se infieren los más impíos ultrajes a la religión santa del crucificado cuya imagen, colocada en el centro de la mesa de un banquete infernal, preparado exprofeso el día del Viernes Santo del año presente, ha servido de blanco a los escarnios y blasfemias de esos hombres, verdadera encarnación de Satanás, quien solamente pudo inspirarles ese odio hidrófobo contra aquel que vino a destruir su nefando imperio sobre el mundo, que hoy se empeña reconquistar de nuevo? Forzoso ciertamente, amados hijos, recurrir a una inspiración satánica para que explicarse este lujo monstruoso de impiedad, cuyas fatales consecuencias van empujando las naciones europeas a la barbarie. Si no, decidme ¿quién de vosotros no ha sentido el helarse de horror la sangre en sus venas al saber los horrendos crímenes perpetuados, hace pocos meses, en el primer teatro de la civilización moderna, en la culta capital de la Francia, bajo el letal influjo de las sociedades secretas, sometidas todas sea que cual fuere su denominación a la dirección suprema de la International, cuyo brazo ha sido la de la Comuna que con serenidad espantosa ha proclamado el ateísmo como la única religión y el más desenfrenado libertinaje como la legítima fuente de toda moral? La comuna de París no se ha ruborizado afirmar que es santo, natural y lícito el matrimonio de los padres con los hijos y los hermanos entre sí, ¡qué horror! Y no se diga que éstas son aberraciones propias de la miseria humana; aberraciones sí, y ¿cómo no lo fueran? Pero, ¿qué causa reconocen? ¿Cuál el origen de donde proceden? La impiedad no lo dudéis, la debilitación de las creencias y de los sentimientos religiosos, siendo, como es evidente, que de algunos años a esta parte se ha procurado inocular en los pueblos el virus de la incredulidad y del indiferentismo en materia de religión. La novela y el drama, los folletines y los periódicos, empleando todas las argucias del sofisma y adornando con los matices de la poesía y las galas de la dicción la nauseabunda imagen del error y del vicio, han infestado los entendimientos y pervertido los corazones segando en ellos la fuente de la fe y de las virtudes y preparando así insensiblemente tan espantosos desórdenes. Y no soy yo, no es el clero solamente, quien atribuye los horrores de París a la causa que llevó indicada, oídselo al presidente de una comisión nombrada del seno de la asamblea de la nación francesa para estudiar las causas primordiales de los últimos acontecimientos, monsieur Delpit, «L'affaiblissement du sentiment religieux a été signalé dans votre Commission comme une des principales causes du mal étrange qui traville notre société». Y después de esto, ¿habrá todavía, amados hijos, hombres razonables y rectos en sus apreciaciones y juicios que no confiesen con reconocimiento la justicia y el amor más sincero a la humanidad que ha ostentado Pío IX cuando, conocedor de la fuente emponzoñada donde fermenta van estos gérmenes de disolución social y en ejercicio de su deber de supremo pastor de las almas, condenaba esas doctrinas deletéreas y prohibía severamente la lectura de los escritos que las contenían y popularizaban? ¿Habrá aun hombres bastante ingratos y tan lastimosamente ciegos que le acusen de oscurantista y 156 157 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado retrógrado, de enemigo de las luces y tirano de la libertad, que confunden con el libertinaje y la licencia? ¿Habrá todavía jóvenes incautos que se dejen seducir por los que sistemáticamente tratan de inspirarles aversión y desprecio al catolicismo, a la Iglesia y al papado? ¡Oh!, bizarra y noble juventud cochabambina que me escucháis, arrojar lejos de vos esas obras que, bajo formas científicas y literarias, propinan el veneno del escepticismo y del impiedad. No permitáis que nadie ose arrebataros traidoramente el valioso tesoro de la fe que solamente profesasteis en el bautismo. No os avergoncéis jamás de ella, antes bien cifrad vuestra honra y gloria en adheriros firmemente a la doctrina católica en la persona del sucesor de Pedro que es inseparable de la verdadera Iglesia —ubi Petrus ubi ecclesia— y habréis resuelto el problema del más lisonjero porvenir para la familia y para la patria cuya esperanza sois. Empero, amados hijos, si después que Pío IX, fiel al cometido que recibió de lo alto y órgano infalible del que es la verdad por esencia y la bondad soberana, ha sostenido y sostiene con mano vigorosa la única base sólida sobre la que descansan los intereses y los destinos de la humanidad y si después de esto, digo, el encarnizamiento de unos y la alucinación de otros desconocen tan inmensos bienes, la historia más tarde pronunciará su justiciero fallo señalándole el eminente puesto que le corresponde entre los más grandes benefactores del mundo cuyo ángel tutelar y salvador lo ha constituido el excelso pontífice en los calamitosos días que alcanzamos. Sí, católicos, el pontífice de la Inmaculada, del Syllabus y del Concilio Vaticano, el inmortal Pedro II, como lo ha llamado Roma en el monumento que acaba de erigirle, dejará tras sí una inmensa huella de luz que vanamente pretenden eclipsar el hálito inmundo de la detracción y de la teofobia, cuyos furiosos ataques son el mejor comprobante de su mérito, y le honran tanto como honran la espuma el freno que sujeta los peligrosos ímpetus del desbocado corcel. Y si la terrible crisis que hoy atraviesa el papado, y con él la Iglesia y la sociedad toda, enluta nuestros corazones con un velo de negra tristeza, el colosal inimaginable movimiento de todo el orbe católico —que agrupado en derredor de la cátedra pontificia da, día por día y con un entusiasmo siempre creciente, los más inequívocos y elocuentes testimonios de su adhesión decidida y sincera a la fe católica en los homenajes que tributa al augusto prisionero del Vaticano— es un motivo de indecible alegría, consuelo y esperanza no solamente para los católicos fieles, sino también para todo hombre que posea un alma recta y honrada. Esta alegría y esperanza suben de punta al ver tan clara la mano del Señor, «a Domino factum est istud et est mirabile in oculis nostris», Sal 117 23, en el singularísimo, extraordinario y admirable privilegio que ha concedido nuestro común y amantísimo padre de ser único de sus 254 predecesores que ha visto los días de Pedro, a quien habiéndole invitado a sus heroicas virtudes limitan su penoso cautiverio desde donde, lleno de imperturbable confianza en el poder divino que lo sostiene, nos exhorta a orar incesantemente por la cesación de las tribulaciones con que Dios prueba a su esposa amada y por la conversión de sus injustos enemigos que, en su fatal ceguera, no ven los formidables castigos que les amenazan. ¡Oh!, escuchemos, pues, como hijos dóciles y obedientes, la voz de nuestro amoroso padre, y purificándonos de toda mancha opongamos con la profesión práctica de nuestra fe y la santidad de nuestra vida un robusto dique a ésa torrente devastador, a ese espantoso diluvio de males que inunda la tierra, haciéndonos dignos de poder ser oídos por el señor cuando dedicamos con David que regalando al olvido nuestras iniquidades, nos consuele cuanto antes en su misericordia, 158 159 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado «ne memineris iniquitatum nostrarum antiquarum cito anticipent nos misericordiæ tuæ», Sal 78 8. Que nos envíe el auxilio en tan grande tribulación, auxilio que en vano esperaríamos de los hombres, «da nobis auxilium de tribulatione: quia uana salus hominis», Sal 107 13. Confiemos en él, amados hijos, y seremos tan fuertes como las montañas del Sion, «qui confidunt in Domino, sicut mons Sion», Sal 124 1. Y después de haber visto el triunfo de la verdad y del bien en este mundo, cantaremos el himno de la eternal victoria de la celeste patria que os deseo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. on notable retraso hemos recientemente recibido de una manera oficial la alocución que su santidad, el pontífice reinante, dirigió el día 12 de marzo último a los excelentísimos cardenales de la santa Iglesia romana. Es la misma alocución que, cumpliendo la augusta voluntad de nuestro santísimo padre, nos apresuramos a publicar a fin de ponerla al alcance de todos y cada uno de vosotros, nuestros amados diocesanos, íntimamente persuadido de que la lectura de tan importante documento velará vuestros corazones con una nube de tristeza, al considerar la crítica y deplorable situación en que se encuentra el dignísimo lugarteniente y vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra, y con él, la Iglesia toda de la que es cabeza y supremo jefe visible. Y si antes de ahora pudo haber, entre vosotros, quienes prestaran algún ascenso a las falaces protestas del infortunado monarca piamontés, el cual, pretendiendo cohonestar el sacrílego despojo y la injustificable usurpación de la Ciudad eterna con la necesidad de consumar la unidad italiana, ofreció todo género de garantías al romano pontífice para el desempeño de su poder espiritual, hoy, que los hechos ocurridos en el espacio de siete años, desenvueltos a la faz de todo el mundo y atestiguados por la palabra autorizada y soberana del gran Pío IX, han venido a descorrer por completo el velo que cubría aquellas pérfidas e insidiosas promesas, poniendo de relieve que el fin principal de esta infernal política era abrirse un camino fácil y seguro para zapar y destruir (si eso fuera posible al hombre miserable) paulatinamente la suprema autoridad espiritual y, por consiguiente, la religión católica fundada sobre la piedra misterioso del papado, hoy decimos, todos vosotros quedaréis plenamente convencidos de que ese gobierno desleal ha puesto, con incalificable audacia, su mano destructora sobre lo que hay de más grande, de más sagrado y de más claro para nosotros: nuestra fe religiosa y los imprescindibles derechos de nuestra conciencia, y no podréis ya ser seducidos con palabras vacías de verdad, nemo uos seducat inanibus uerbis, viendo, como veis, que bajo la piel del cordero con que se envolviera aparece, tal cual es, el lobo devorador que se arroja sobre el rebaño de Jesucristo y comprime la garganta del pastor encargado de su custodia. A la luz pavorosa que despide esa serie de atentados, tropelías y persecuciones de que tan injusta y sentidamente se lamenta el glorioso mártir del Vaticano, todos los hombres de buena fe —sin distinción de creencias religiosas— han reconocido ya cuán fundados eran los temores de Pío IX, así como la necesidad moral que, en el presente estado del mundo y de las cosas, existe de la soberanía temporal del sumo pontífice. Es el único medio de garantizar la independencia de su potestad sagrada y el expedito ejercicio de ella en el régimen del Iglesia universal, independencia a que tiene derecho indisputable y que, si en todo tiempo ha sido necesaria, es —si cabe— más urgente en los luctuosos días que alcanzamos, días cuyo advenimiento anunciaba hace 18 siglos el Apóstol de las 160 161 1877 CARTA PASTORAL CON MOTIVO DE LA ALOCUCIÓN PONTIFICIA Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado Gentes, cuando decía a Timoteo: «Erit enim tempus, cum sanam doctrinam non sustinebunt, sed ad sua desideria coaceruabunt sibi magistros, prurientes auribus, et a ueritate quidem auditum auertent, ad fabulas autem conuertentur» 2 Tim 4 3-4, porque vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina sino que reunirán maestros que halaguen sus deseos, teniendo comezón en las orejas, y apartarán los oídos de la verdad para aplicarlos a los errores y fábulas. En efecto, amados hijos, la época presente tan enfáticamente apellidada «el Siglo de las Luces» está rodeada de densas tinieblas que surgen desde el fondo de la orgullosa y limitada Razón humana que, creyendo bastarse a sí misma, hace inauditos esfuerzos para emanciparse de Dios, negando ora su existencia personal, ora su intervención sobre la humanidad, a la que pretende iluminar y conducir por sí sola a través de este mundo, con una insensatez semejante a la de un demente que intentara apagar el sol para remplazarlo como una vela de cebo. De ese espíritu de rebeldía que indujo a nuestros primeros padres a desobedecer al Creador, queriendo, en su necio orgullo, igualarse con él mediante el conocimiento de la ciencia del bien y el mal, han brotado esas doctrinas tan absurdas como perniciosas que, proclamando una libertad ilimitada y absoluta de pensar y de obrar, conducen fatalmente a la desorganización más completa y a la más monstruosa perversión del individuo, de la familia y de la sociedad. Se trata de una libertad evidentemente malentendida y peor aplicada, pues la recta razón acorde con la fe nos dice que la libertad, el más precioso de los dones con que Dios enriqueciera la criatura racional, consiste en la facultad de hacer el bien con espontaneidad y merecimiento, a pesar de los obstáculos que para ello le presenta el mal, cuyas funestas solicitaciones, lejos de constituir la verdadera libertad, no son sino una enfermedad y una flaqueza de nuestra naturaleza caída de su primitivo estado. Porque si así no fuera, tendríamos que devorar el espantoso absurdo de que Dios, incapaz —como es, y no puede menos que ser— para obrar el mal, no sería libre y vendría a reducirse a una condición inferior a la del hombre, su hechura. ¡Dios habría dado al hombre un bien que no poseía! Si según eso la libertad consiste en hacer lo que se quiere, haciendo lo que se debe, todas esas libertades que la escuela racionalista pregona y en cuya virtud consagra el derecho de pensar, enseñar, escribir y obrar, lo que se quiera, cómo y cuándo se quiera, estriban en un error manifiesto. Introduciendo un lastimoso trastorno en las ideas y en las acciones, tales libertades empujan, en nombre del progreso, la sociedad a la barbarie, pues no de otro modo entienden y practican la libertad las hordas salvajes del África y de la América. De aquí la relajación del principio de autoridad que es la salvaguardia y el auxiliar obligado del ejercicio legítimo de la libertad verdadera, en todas las esferas de la actividad humana. De aquí la secularización y consiguiente envilecimiento del matrimonio, base de la familia, rebajado desde la altura de una institución divina hasta el nivel de un contrato vulgar, de un verdadero concubinato autorizado por una ley que lleva por sarcasmo nombre de tal. De aquí… pero nos haríamos interminables, si nos propusiéramos reseñar ese cúmulo de doctrinas tan impías, como degradantes y disociadoras, que hoy se empeñan en asumir el cetro en el mundo intelectual y moral sobre las ruinas de la divina revelación y los dictados de la sana filosofía. Las consecuencias prácticas que de aquellos principios lógicamente fluyen, se ven y se palpan donde quiera que los hombres que los representan consiguen adueñarse de los pueblos. Dígalo la Francia de la Terreur en 1793 y la de la Commune en 1871; dígalo México, Colombia y actualmente el Ecuador… dígalo, en fin, Italia, donde en nombre de la libertad de cultos se combate encarnizadamente el católico; en nombre de la libertad de 162 163 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado imprenta y de enseñanza, se pretende privar a los obispos del derecho de publicar sus escritos pastorales y se cierran las puertas de los seminarios; en nombre de la libertad de asociación, se arroja a las vírgenes consagradas al señor de sus pacíficas moradas y se dispersa a los religiosos o se les arrebata sus bienes adquiridos por los títulos más sagrados. Y cuando una voz, eco fiel de la voz del eterno, se alza vigorosa y potente para clamar alto… muy alto: Non licet, non possumus, es decir, no puedo ni debo transigir jamás con vuestras doctrinas, que entrañan la muerte no sólo de la sociedad religiosa sino también de la civil, entonces la injuria, la calumnia, los epítetos del oscurantista, fanático, retrógrado llueven sobre la nevada cabeza del inerme anciano que, en medio de su mansedumbre y de la suavísima dulzura de su alma, encierra tesoros de entereza apostólica y de viril energía para anatematizar el mal y contener el desborde de esas máximas detestables que se resumen, en último análisis, en el más neto y puro ateísmo, disfrazado con el deslumbrante ropaje del liberalismo moderno. Es «le libéralisme» que, en el falso sentido que suele discernírsele, pertenece al número de esas palabras engañosas, vanas y seductoras de que el Apóstol nos aconseja guardarnos: «Nemo uos seducat inanibus uerbis» Ef 5 6. Verdad es, empero, amados hijos, que si la vista del consternante cuadro trazado por el soberano pontífice cubre el alma de todo hombre, no ya cristiano, sino recto y honrado, de luto y de tristeza, frente a frente de él se alza otro espectáculo que, por efecto mismo del contraste, inunda el corazón de gozo, esperanza y consuelo. Este bello y conmovedor espectáculo lo ofrece esa explosión gigantesca de fe, de piedad y de adhesión filial e incontrastable al sucesor de Pedro, que une, en un solo e idéntico espíritu, a todos los miembros del Episcopado, y conduce día por día millares de sacerdotes y fieles de toda nacionalidad y condición, desde los más remotos confines del globo, a la capital del cristianismo y centro de la unidad católica, a Roma, en cuyo recinto brilla ese sol vivificante del mundo intelectual y moral, y que, eclipsado momentáneamente por la negra penumbra de la tribulación, arrastra con fuerza irresistible hacia sí las almas, las inteligencias y los corazones, dando lugar a que otra vez más se verifique el oráculo del Divino Redentor que, hablando de su futura crucifixión y dolorosa muerte, decía: «Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum», cuando yo sea levantado de la tierra (en la cruz) todo lo atraeré en torno mío, Jn 12 32. ¡Fenómeno, amados hijos, ciertamente estupendo y maravilloso!, un pobre y desvalido anciano, víctima de la más ruda y cruel persecución, un monarca destronado y desposeído violentamente de su temporal soberanía, abandonado de todos los poderes de la tierra que advierten, con glacial estoicismo, los atentados contra él cometidos, y que, a pesar de todo, posee una fuerza moral que nada puede resistir, cuyas palabras estremecen al mundo, llenando sus enemigos de terror y despecho, a quien en una época dominada por el apego a los bienes terrenales y por el más refinado egoísmo se ofrecen, a porfía y con liberalidad insólita, donativos cuantiosos y riquísimos presentes, para testificarle amor sincero y reverencial respeto, socorrer su augusta pobreza y protestar así contra todas las violencias, injusticias y ultrajes de que se le ha hecho objeto. ¡Oh!, amados hijos, preciso es cerrar obstinadamente los ojos para no ver aquí la acción eficaz y portentosa de aquella mano omnipotente que ahora, como siempre, sostiene y dirige la misteriosa nave del pescador de Galilea en medio de la deshecha borrasca… la mano de ese Dios que elige lo más débil y flaco, según el mundo, para confundir la fortaleza de los fuertes y que, fiel a lo que tiene prometido, está y estará con su Iglesia hasta la consumación de los siglos. 164 165 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado Entretanto, carísimos diocesanos, bien comprendéis que uno de los deberes más dulces y sagrados de un buen hijo es el de socorrer y consolar al padre angustiado, perseguido y menesteroso; ahora bien, esta obligación, tan instintiva e imperiosa en el orden de la naturaleza, sube de punto en el orden sobrenatural, según el que todos los miembros de la Iglesia militante somos verdaderos hijos espirituales del vicario de Nuestro Señor Jesucristo. Sí: Pío IX es nuestro padre y un padre lleno de solicitud y ternura para con nosotros. Y a la manera que el Dios hombre se sacrificó para redimirnos y salvarnos, él, su fiel discípulo y digno representante, caminando sobre las huellas del Divino Nazareno, es la gran víctima expiatoria de las iniquidades del mundo actual, en obsequio de cuyos más caros y trascendentales intereses, así espirituales, como temporales, soporta con invicta constancia los dolores que le asedian, las cadenas que le aherrojan y los golpes que le hieren. Hay más; notadlo bien. Y es que esa guerra satánica, desencadenada contra él, se dirige principalmente contra nuestra religión sacrosanta, como lo comprueban los hechos y nos lo repite Pío IX en su sentida alocución. ¿Y podríais permanecer indiferentes ante una situación semejante? No; mil veces no. Estamos seguros de ello, porque lo estamos de la firmeza de vuestra fe, de vuestra piedad proverbial, de vuestra inconmovible adhesión a la religión santísima de nuestros padres y de vuestra entrañable amor a vuestro padre común, el venerado y amabilísimo Pío IX, ese hombre providencial, cuyas heroicas virtudes, cuya firmeza titánica en defender los eternos fueros de la verdad, el bien y de la justicia, cuya angelical dulzura y sublime resignación en medio del infortunio hacen de él, la figura más noble, culminante y simpática del siglo en que vivimos. Es, pues, ya lo veis, amados hijos, una triste realidad que la Iglesia de Dios padece violencia y persecución en Italia. Y el vicario de Cristo ni goza de libertad ni del uso expedito y pleno de su poder, hallándose moralmente encadenado, ni más ni menos que lo estuvo su primer predecesor, el príncipe de los apóstoles por mandato de Herodes, en cuya ocasión toda la Iglesia primitiva oraba sin descanso por él, hasta que, escuchando benigno el señor las plegarias de aquellos fervorosos cristianos, envió a su ángel para libertar al ilustre preso. Preciso es, por tanto, que a imitación suya, vosotros, unidos a vuestros hermanos, los católicos de todo el orbe, ahora claméis sin cesar, de lo íntimo de vuestros corazones, purificados por la penitencia y la práctica de todas las virtudes, al padre de las misericordias y Dios de toda consolación para que, abreviando el tiempo de la ruda prueba a que por nuestros pecados ha sometido a su Iglesia, ilumine los entendimientos y mueva los corazones de todos aquellos desgraciados, cuyos errores y extravíos, cuya sequedad y malicia, ocasionan tan graves males, y conceda a su castísima esposa el anhelado triunfo y la suspirada libertad. 166 167 1879 ORACIÓN FÚNEBRE ANTE LA INMOLACIÓN DEL ALMIRANTE GRAU «Quomodo cecidit potens, qui saluum faciebat populum Israel!» 1 M 9 21. uando con estas sentidas palabras nos refiere el Sagrado Libro la consternación y quebranto del pueblo de Israel al saber la trágica y heroica muerte del valiente Macabeo, que tantas veces victorioso había sido el genio tutelar de su nación y el salvador de su patria, parece, señores y carísimos diocesanos, haber descrito el amargo, sincero y profundo duelo con que dos naciones hermanas lloran hoy sobre la tumba del ínclito campeón que, después de poner su robusto brazo al servicio Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado de la más santa de las causas, inmola gustosa y generosamente su vida por la salvación de aquellas. Mas, ante todo, decidme señores, ¿por qué el patriotismo es una grande y excelsa virtud a los ojos de la fe cristiana? ¿es porque él no viene a ser, en último análisis, sino una de las manifestaciones de la caridad, fórmula suprema de la celestial doctrina del que murió en la Cruz por la redención y la libertad del mundo, y de cuyos divinos labios brotó un día esta inmortal sentencia: «Maiorem hac dilectionem nemo habet, ut animam suam ponat quis pro amicis suis», Jn 15 13? Efectivamente, si el mérito de la abnegación propia ha de medirse por la magnitud del bien particular que el individuo renuncia en obsequio de los demás, y si la vida es el don más precioso y el mayor bien natural que puede concebirse aquí abajo el heroísmo supremo, el non plus ultra de la abnegación, consiste, evidentemente, en la inmolación voluntaria y generosa de la existencia, en aras del interés procomunal, y el hombre que ha consumado un acto semejante tiene un incontestable y legítimo derecho al honor, a la gratitud, a las bendiciones y a la gloria que ha sabido conquistarse. He ahí, señores, por qué, congregados hoy en este venerado recinto, tributamos el justo homenaje de nuestras lágrimas de admiración y reconocimiento al heroico Contralmirante de la Escuadra aliada Perú-boliviana, don Miguel Grau y a sus compañeros de armas que tan gloriosamente sucumbieron en el combate naval de la bahía de Mejillones, el día ocho del mes pasado.* Sin haber podido disponer del tiempo suficiente para tejer al preclaro difunto una corona fúnebre que merezca ceñir su frente inmaculada, tengo que limitarme a dirigiros, desde esta cátedra augusta, las breves y sencillas reflexiones que el amor a mi patria como ciudadano y mi alto ministerio como sacerdote me sugieren, con ocasión de esta triste y solemne ceremonia. Cuento para ello con vuestra indulgente y benévola atención. No pasa mucho tiempo, señores, que con motivo de la contienda internacional a que tan injustamente hemos sido provocados por la República de Chile, resonó por la vez primera en nuestros oídos el nombre del bizarro comandante del Huáscar, arrebatando, desde luego, en pos de sí nuestras más vivas y cordiales simpatías, porque las relevantes prendas intelectuales y morales del experto marino peruano, su serenidad, arrojo y pericia, la caballerosidad e hidalguía, de que dio reiteradas pruebas, durante el primer período de la campaña, hicieron resaltar su imponente figura, rodeada con una aureola de virtudes cívicas que le deparaban un asiento distinguido al lado de Bolívar y Sucre y de los más encumbrados próceres de la Independencia Sudamericana. Ese nombre, desconocido aún para nosotros, había ya merecido los entusiastas encomios de la prensa británica que apreciando —«holding in high esteem»— con indisputable competencia, las singulares dotes del joven comandante de la Unión, predijo los lauros que un día había este de cosechar para su patria, pronóstico que empezó a realizarse en los combates del Apurímac en que tanto sobresaliera, y cuando, después de abandonar el honorífico puesto de capitán de un navío mercante, corrió presuroso a ofrecer sus servicios, en clase de último soldado, en la escuadra nacional vencedora en Abato, para acabar de tener ahora su más fiel y exacto cumplimiento. Íntimamente penetrado Grau de la santidad de los deberes que su profesión le imponía, no encuentra mérito alguno en las atrevidas y remarcables hazañas marítimas que, atrayendo sobre él la admiración universal, le valieron los más calurosos aplausos y las ovaciones más expresivas y delicadas, no sólo de parte de las repúblicas aliadas, sino aun de individuos y naciones neutrales, y confundido al verse hecho objeto de esas manifestaciones que para las * 8 de octubre de 1879 168 169 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado almas vulgares son un incentivo de necia vanidad, protesta él no merecerlas, por cuanto su conducta no traspasa la línea de sus más simples obligaciones de ciudadano. Este solo rasgo nos descubre el rico tesoro de modestia que abrigaba su grande alma que al través del velo de la humildad, deja contemplar su simpática belleza. De esta humildad y modestia fluían, como de su más pura fuente, esa moderación de carácter y ese espíritu de caridad que tan bien sientan a un guerrero cristiano, el cual conociéndose ministro e instrumento de la providencia de un Dios infinitamente bueno y misericordioso, debe nutrir en su pecho sentimientos de humanidad y de dulzura y que cuando las fuerzas del deber lo constituyen en la necesidad dolorosa de destruir a las criaturas, no olvida nunca el gran precepto del Creador que le manda amar a sus semejantes como a sí mismo. El generoso comportamiento de Grau con sus adversarios, en las diferentes ocasiones en que pudo tomar respecto de ellos severas represalias y el que ha observado con la respetable viuda de su contendor, el comandante de la Esmeralda, es el más clásico comprobante de la magnanimidad evangélica de sus sentimientos, en este orden. No ignoraba él que, como decía el sabio necrologista del gran Turena, «Il existe un droit plus elevé et plus sacré que celui que le sort ou l'orgeuil imposent aux faibles et malheureux et ceux qui vivent sous la loi de Notre Seigneur Jésus-Christ doivent pardonner, en tant qu'ils peuvent, le sang sacrifié pour le sien et bien traîter quelques vies que l'Homme-Dieu sauvera avec sa mort». Como el héroe francés que he mencionado, anhelaba solamente someter a los enemigos, no perderlos; atacar sin arruinarlos; defenderse sin ofenderlos, y reducir al terreno de la razón, del derecho y la justicia a aquéllos contra quienes se veía, a pesar suyo, compelido a emplear la violencia. Sus verdaderos enemigos no eran, como no deben serlo para nosotros, esos hermanos nuestros, compasivamente obcecados, sino el orgullo, la usurpación y la injusticia. Viose, pues, Grau en la dura precisión de aceptar y emprender la guerra que arma el brazo del hombre contra el hombre y le obliga a verter la sangre del hermano, la guerra, última razón y postrer esfuerzo del derecho atropellado; justa bella quibus necesaria, amados hijos, la más triste y dolorosa de las exigencias sociales. Partió, en consecuencia, a la cabeza de la Armada Naval de su patria, de ese pueblo nobilísimo y magnánimo que movido únicamente por la santidad de nuestra causa, no trepidó un instante para unir su aliento al nuestro, en defensa y salvaguardia del derecho y de la justicia. Ejemplo digno, en verdad, de imitarse. ¡Naciones todas del nuevo y del viejo mundo! Alzad pues también vuestra voz, para protestar muy alto contra las violaciones del derecho representado en la causa de la alianza Perú-boliviana, que, en este sentido, es la causa de todos los pueblos, la causa de la humanidad, la causa misma de Dios, origen y fuente esencial de todo derecho. Y vos, desventurada Chile, que arrastrada por el vértigo del error, habéis avanzado hasta los bordes de un abismo sin fondo, implantando a despecho de la civilización cristiana, el estandarte de la conquista sobre las costas de una nación que ayer se afrontara generosa al sacrificio, en defensa de vuestras libertades; hoy hacéis lo que mañana nunca lloraréis bastante… Pensad empero, pensad sí, en que el Dios de los Ejércitos suele a veces consentir el momentáneo y efímero triunfo de la iniquidad, para mejor ostentar, después, todo el peso y poderío de su brazo justiciero. Volvamos a nuestro héroe querido. Impulsado éste por el vehemente anhelo de salvar la honra de su patria, despliega una actividad, una audacia y energía que desconcertando e infundiendo el temor a sus enemigos, no obstante la superioridad de los elementos bélicos marítimos 170 171 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado de que disponen, les arranca la confesión y el elogio de su sobresaliente mérito. El espíritu de ciega subordinación, que le distinguió desde su adolescencia como estudiante en el Convictorio Carolino de Lima, y su característico denuedo, le hacen emprender las excursiones más arriesgadas y desafiar los más inminentes peligros, hasta que sorprendido por casi toda la escuadra enemiga que le acecha y le arma una celada, reanima con su ejemplo el valor de los dignos tripulantes y empeña un combate tan sostenido, tan pertinaz y tan heroico, cuanto inmensamente desigual en el que sucumbe, coronando su preciosa vida con la muerte más gloriosa. ¡Oh!, a él y a los que con él han perecido pueden aplicarse con rigurosa exactitud estas frases de David, hablando del valeroso Abner: «Sed sicut solent cadere coram filiis iniquitatis, sic corruisti». 2 S 3 34. Cuán propiamente se ha dicho que, en esta lucha, el vencido fue vencedor. Sí, lo fue, señores, con una victoria moral sin comparación, más noble que la que sólo se obtiene por la acción del número y de la fuerza bruta. ¡Oh!, ¡admiremos señores tanto heroísmo, honremos virtud tan sublime, bendigamos memoria tan querida y lloremos tan inmensa pérdida! Cual un bello meteoro ígneo que, atravesando velozmente el espacio, deja apenas contemplar su brillo fascinador, para el horizonte de la patria netamente a nuestras miradas, así este hombre esclarecido surge en el horizonte de la patria para esparcir sobre ella sus plácidos y benéficos resplandores y ocultarse después en las profundidades del sepulcro, en el momento mismo en que su presencia constituía una de nuestras más halagadoras esperanzas. «¡Ay! nosotros —podría ya decir con un eminente orador— sabíamos todo lo que podíamos esperar y no pensamos en lo que podíamos temer». La providencia nos reservaba una desgracia mayor por sí sola, que la pérdida de una batalla. Había de costar esta campaña al Perú y a Bolivia una existencia que cada uno de nosotros habría querido redimir con la suya propia. ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué así tan prematuramente nos le habéis arrebatado? Pero ¿qué digo?; ¡vos, Señor, sois justo en vuestros consejos sobre los hijos de los hombres y disponéis de los vencedores y las victorias, para cumplir vuestros altos designios que a nosotros sólo toca adorar con profundo silencio y recogimiento! No nos prohibís, sin embargo, pensar que le habéis arrancado de entre los vivientes, porque tal vez pusimos en él demasiada confianza, habiéndonos el Apóstol dicho: «Sed ipsi in nobismetipsis responsum mortis habuimus, ut non simus fidentis in nobis, sed in Deo, qui suscitat mortuos». 2 Co 1 9. Después que el espantoso azote de la guerra vino a añadirse y como a coronar ese lúgubre conjunto de calamidades públicas que nos afligían, vemos todavía aumentarse las causas de nuestro ya tan prolongado sufrimiento con la desastrosa pérdida que lamentamos. Si pues, como cristianos católicos, estamos persuadidos de que los males —que por permisión divina aquejan así a los individuos como a los pueblos— son ya un castigo expiatorio de sus prevaricaciones o ya una prueba destinada a acrisolar sus virtudes pero que, en uno o en otro caso, tienden siempre a encaminarnos por las sendas más seguras al logro de nuestro último fin, mediante la práctica del bien; esforcémonos por conjurar tan luctuosa situación expiando nuestras culpas por la penitencia y por la más estricta fidelidad en la observancia de los divinos mandamientos, grabando para ello profundamente en nuestra memoria esta infalible sentencia: «Iustitia eleuat gentem; miseros autem facit populos peccatum». Pr 14 34. Y si hay virtudes cuyo ejercicio nos sea más necesario en las presentes circunstancias, para hacernos propicio el cielo, éstas son sin duda la viril resignación en las adversidades que él nos envía, la confianza en el poder y clemencia del Dios de la justicia y la abnegación personal en pro del bien común y de los intereses de la patria, por cuya salud debemos trabajar infatigables en nuestra 172 173 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado respectiva esfera de acción, sin que nos arredre ningún sacrificio que sea menester consumar en su obsequio. Mas, por grande que sea la pesadumbre que nos agobia, ella no debe conducirnos a la desesperación ni al desaliento y antes bien, en medio de nuestra angustiosa consternación, ha de animarnos la firme esperanza, de que el ejército aliado y sus valerosos directores, fortalecidos con el grandioso ejemplo de los mártires del Huáscar, y emulando noblemente la gloria imperecedera de Grau y sus compañeros de sacrificio, sentirán re inflamarse con doble ardor, en sus corazones el fuego del amor patrio, para proseguir con nuevo brío la magna obra de defender y conservar incólumes, con la salvación de la patria, los sacrosantos fueros del derecho y de la justicia. Pluguiese al cielo que esa nación obcecada, rasgando la venda de la pasión y del error que la ofuscan y extravían dejara de ofrecer a la América y al mundo el trascendental escándalo de una usurpación que, minando por su base aquellos principios salvadores, pone a nuestra patria y a nuestro noble aliado, el Perú, en la triste necesidad de rechazar la fuerza con la fuerza y de sostener, a todo trance, una guerra defensiva de cuyas sangrientas y desastrosas consecuencias, Chile ¡y solo Chile! será responsable ante Dios y ante la posteridad. Entre tanto continuemos, amados hijos, elevando con insistente perseverancia nuestras humildes y fervorosas plegarias, hacia el excelso solio del Dios de las Batallas, e imploremos su infinita misericordia sobre nuestra querida patria y sus defensores y sobre las almas de los ilustres muertos por cuyo eterno descanso, acabo de ofrecer sobre el ara santa el sacrificio augusto y propiciatorio del Cordero sin mancilla que borra los pecados del mundo. ¡Descansad en paz, ilustre víctima, porque terminasteis vuestra vida en lucha fatigosa! Descansad en paz, porque cumplisteis el deber, escribiendo con vuestra sangre, sobre las ondas del océano, la más terrible sublime protesta contra las usurpaciones. Pues bien, que esas olas enrojecidas vayan a decir a otros hombres y a otros pueblos vuestra heroica inmolación, para que la humanidad, admirada, señale a vuestra historia un lugar de preferencia en sus anales de honra y gloria para las Naciones. ¡Sí, inmortal Grau! ¡glorioso mártir del deber! ¡que el cruento holocausto de vuestra vida en los altares de la justicia, alcanzando la resignación y el consuelo para vuestra digna, desolada esposa y vuestros tiernos hijos, os asegure una palma inmarcesible, allá en la mansión celestial, en esa patria de los justos, donde encuentran condigno y perenne galardón todas las virtudes y todos los sacrificios; en esa patria, donde se reservan una alegría sin fin y una paz perpetua, a los que, como vos, amaron en la tierra la justicia y aborrecieron la iniquidad! Requiescat in pace. 174 1883 SERMÓN SOBRE EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD uién, carísimos diocesanos, al fijar sus miradas de hito en hito, en el sol al mediodía, no pagaría su temeridad?, ¿quién no sentiría, al punto, ¿ ofuscadas sus pupilas por el astro rey, cuyo intenso y vivísimo resplandor lo dejaría sumergido en perpetua oscuridad? Esto mismo se verifica con la débil razón del hombre toda vez que se propone contemplar, de frente y con audaz porfía, al Sol Divino. Es el Ente increado que inflamó, con mirarlas, esas lumbreras colosales que derraman la luz, el movimiento y la vida en la inconmensurable extensión del universo. Y, sin embargo, nadie sino él mismo ha podido descorrer ante los ojos mortales una orilla del tupido velo que cubre su inaccesible y adorable esencia. 175 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado Así y todo, yo tiemblo y me estremezco, amados hijos, al tener que hablaros, otra vez, hoy, del gran misterio del Dios Único y Trino, porque me parece oír resonar en mis oídos estas conturbadoras palabras: «Scrutator est maiestatis opprimetur a gloria», Pr 25 27. Me alienta, pero, la persuasión de que, si bien el misterio de la Trinidad Beatísima excede, como no puede ser de otro modo, toda comprensión, y se sobrepone infinitamente a nuestra pobre y limitada inteligencia, esta misma, sin embargo, concibe con bastante claridad que aquel augusto dogma no la contradice, por cuanto encontramos en nosotros mismos y todos los objetos creados la imagen divina grabada en sus obras que, como hijas del Eterno Artífice de cuya mano brotaron, han heredado —direlo así— los rasgos fisionómicos de su excelso Padre, «signatum est super nos lumen uultus tui, Domine», Sal 4 7. Será el objeto de esta breve plática manifestaros esta verdad —a grandes pinceladas y en cuanto lo permiten los estrechos límites de un discurso—, haciéndoos notar las consecuencias prácticas que de ella se derivan en favor de la humanidad, de sus más nobles intereses y gloriosos destinos. ¡Oh Dios, tres veces santo!, que quisisteis revelaros a los párvulos y pequeñuelos, concededme la gracia de hablar dignamente de vuestro ser incomprensible y adorable; a mis oyentes, la de conoceros, bendeciros y amaros. Concededme por la intervención piísima de vuestra inmaculada madre, querida hija y casta esposa a quien invocamos, fervientes, diciéndola: Ave María. Basta una mirada atenta y reflexiva sobre cualquiera de los innumerables seres que pueblan el universo, amados hijos, a convencernos de la impotencia radical de nuestro entendimiento para comprender la esencia de las cosas, y la manera íntima como funcionan las leyes naturales a que, con pasmosa regularidad, obedecen todos los objetos cuyo conjunto forma la armonía de la creación visible. La física nos dirá cuál es el camino que recorren los rayos de luz desprendidos de un foco luminoso y cuáles son los principios invariables que rigen los fenómenos de ese fluido utilísimo que dibuja dentro del ojo y en el diminuto fondo de la retina, el estrellado y gigantesco pabellón del firmamento o el inmenso paisaje de una vasta llanura con todos sus montes, árboles, ríos y edificios. La botánica y la química nos dirán que, por la acción combinada del calor, de la electricidad, del agua y otros principios que obran sobre la semilla sepultada en la tierra, aquélla germina, se desarrolla y fructifica, multiplicándose hasta producir a veces un 500 por uno. La ciencia, en fin, en sus variadas ramificaciones, nos explicará enfáticamente todos los fenómenos de la naturaleza y el modo de existir y de operar de los seres creados sujetos a la observación de nuestros sentidos; pero jamás pasará de aquí. Y ni el cerebro mejor organizado, ni el más privilegiado talento, podrá nunca comprender ni explicar cuál sea la esencia íntima de la luz y cómo puede estamparse, sin confusión alguna, en el microscópico espacio de la pupila de un niño. Es un cuadro colosal por sus dimensiones y complicado por sus numerosísimos detalles. Jamás podrá comprender ni explicar el quomodo de una almendra de durazno, que se pudre y descompone en el seno de la tierra, resucita dando origen a una nueva planta, que lo reproduce con asombrosas creces. Jamás podrá comprender ni explicar cómo el pensamiento, de suyo inmaterial e invencible, se exterioriza y se transmite por medio de caracteres trazados sobre el papel o del aire que vibra al impulso comunicado por la lengua y los labios que se mueven. ¡Ah!, ¿y quién puede negar que vivimos rodeados y penetrados de misterios que, si no nos causan el asombro que debieran, es solamente porque la costumbre y el hábito nos han familiarizado con ellos, porque, como dice San Agustín, los miramos con desdén a causa de su asiduidad y repetición, «assiduitate uiluerunt»? Siendo, pues, 176 177 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado incontestable que la esencia de las cosas creadas es, y será siempre, incomprensible para nuestro limitado entendimiento, ¿debe dársele pretensión más insensata que la de querer comprender la Esencia Increada y Creadora de todo cuanto existe, medir al Imenso y encerrar, en la reducida cavidad del cerebro humano, al Ser Infinito, a quien no pueden ofrecer albergue bastante los cielos de los cielos? Hace pocos años que, predicando en el templo de la Compañía de Jesús de esta ciudad, el venerable religioso fray Francisco Cabot, de santa memoria, impugnando en su lenguaje sencillo y familiar la audacia del impío que niega a Dios porque no puede comprenderle, decía con festiva agudeza y candoroso donaire: «¿Cómo una cosa tan grande, pero tan grande, ha de caber en tu cabecita tan pequeña?» ¡Cuánta verdad expresada con tan infantil sencillez! Si todos los seres que han sido sometidos a nuestro dominio son un misterio, ¿cómo extrañar que la naturaleza del que creó y domina a esos seres, y a nosotros con ellos, sea también misteriosa? ¿No es cierto que lo que extraño sería, que dejara de serlo? Y, efectivamente, un Dios que pudiese ser totalmente comprendido aquí abajo, por una criatura finita como tal, dejaría de ser infinito, dejaría de ser Dios. Y desde luego, el hombre, cuyo orgullo no conoce límites, jamás se habría doblegado para reconocerle y adorarle como a su Señor Supremo y Dueño Soberano. ¡Oh!, no opongáis la incomprensibilidad, ni lo divino del misterio, en un asunto enteramente divino. ¿Os detiene, acaso, el misterio del orden puramente natural? De ningún modo. ¿Comprendéis que un grano de trigo produzca una espiga; esta espiga, una mies? ¿Comprendéis que el pan que se hace de él, se transforma en carne y sangre de quien lo come? ¿Que diríais, sin embargo, de quien por no comprender estos misterios no quisiera sembrar ni comer? No hay menos misterios en la naturaleza que la religión. ¿Qué digo? No los hay menos, en las obras de nuestra propia industria. La única diferencia consistente en que los unos se dirigen a la satisfacción terrena de nuestros apetitos; los otros, a su celestial reforma. Los incrédulos son, respecto a los misterios de la fe, lo que los salvajes, respecto a las maravillas de la civilización? Estas consideraciones satisfacen plenamente las exigencias de nuestra razón, la cual, ante el grandioso espectáculo del universo, adivina fácilmente la existencia del Supremo Artífice que lo creó. El orden maravilloso que en él reina, las leyes que los rigen, tendientes todas al bienestar de los seres que lo pueblan, y especialmente del hombre, reflejan brillantemente la inmensidad, la omnipotencia, la sabiduría y la bondad del Creador. Hasta aquí llega la razón sin grande esfuerzo; su poder, empero, no alcanza penetrar más allá, ni a descubrir la esencia íntima y el modo de existir de ese Dios escondido, «uere tu es Deus absconditus» Is 45 15. Y el hombre habría permanecido siempre en la más absoluta ignorancia a este respecto, si ese mismo Dios no hubiera dignado revelarle tan augusto misterio, como enfáticamente lo ha hecho. ¿Pero, ha podido y querido hacerlo? ¡Ah!, aun cuando esa revelación no estuviese luminosamente comprobada con los testimonios más auténticos e irrecusables, no nos es difícil concebir que, así como mediante la creación nos ha manifestado sus principales atributos, pregoneros de sus designios y pensamientos inestables, ha podido manifestarnos también su modo de ser y ha querido comunicarnos el secreto de su propia vida. Si, amados hijos, por su Eterna palabra, por su Verbo humanado, sabemos hoy, que su vida íntima consiste en que sin dejar de ser Uno y Simplísimo, es al propio tiempo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, «tres sunt, qui testimonium dant in cælo: Pater, Uerbum, et Spiritus Sanctus» 1 Jn 5 7. El Padre engendra eternamente al Hijo y le comunica la 178 179 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado plenitud de su sustancia; el Hijo subsiste por esta generación y vive de esta comunicación sustancial; el Espíritu procedente del Padre y del Hijo, como de un principio único, posee plenamente su misma naturaleza, su misma Divinidad. Mas no creáis, amados hijos, que la incomprensibilidad de tan alto misterio nos impida conocerlo, en cuanto nuestra débil inteligencia es capaz de ese conocimiento, auxiliada que con las luces de la fe y con las que nos suministran los padres, doctores y apologistas del Iglesia, a quienes tomo por guía en las reflexiones que paso a haceros. En efecto, si se considera que Dios es la fuente de la vida, y la vida misma, y que la idea de vida entraña forzosamente la de actividad, salta a la vista que el Ser por excelencia es esencialmente activo, siendo esto lo que la ciencia teológica quiere significar cuando dice que Dios es un acto puro, como lo declara espontáneamente el Salvador con estas palabras: «Pater meus usque modo operatur, et ego operor» Jn 5 17. No es menos fácil concebir que, siendo infinita la actividad de Dios, la creación finita y limitada no puede jamás satisfacerla. Necesita, por consiguiente, de un objeto infinito que no puede encontrarle en él mismo, en el conocimiento de sus propias infinitas perfecciones, el cual obtiene por medio de su palabra interior, de su Verbo, y constituye, sin menoscabo de la unidad de sustancia, una persona distinta engendrada por él. Se llama su Hijo, su otro yo, a quien ama infinitamente como es amado por él, resultando de este amor mutuo del Padre y del Hijo, otro poder viviente y personal, el Espíritu Santo. La Trinidad no es, pues, como observa un sabio expositor, la división ni la sucesión, sino el desarrollo y la armonía de la unidad. Y así como cada uno de nosotros estamos en una persona, así Dios está en tres personas. Por incomprensible que esto sea, la razón nos dice que si así no fuese, esto es, si en Dios no hubiese más que una sola persona, ésta, antes de la creación de los demás seres, habría estado desde ab æterno relegada a una completa soledad y a una inercia absoluta, de las que no hubiera salido sino mediante las relaciones ad extra que se procuró, creando el universo. Son relaciones que, en semejante hipótesis, habrían sido fatalmente necesarias y constituido una dependencia cortadora y servil que pugna abiertamente con las ideas de aseidad e infinidad y libertad, inseparables de la noción de Dios, del Ser absoluto, independiente, libérrimo y feliz en sí mismo y por sí mismo. He aquí como la razón logra, si no comprender cómo Dios es Único y Trino, convencerse al menos de que así debe ser. ¿Qué hace Dios? ¿En qué se ocupa desde su eternidad? Tal es la cuestión que se propone toda inteligencia cándida o reflexiva, desde el niño al filósofo. ¿Cómo, en efecto, formarse una digna concepción de Dios, si no se le concibe con suma independencia de cuanto no es él mismo? Pero si es así, independiente, está solitario, sin relación; por consiguiente, sin actividad, sin vida. Es menos que la más miserable criatura. Y a decir verdad, aquél por quien todo vive no disfruta de vida, pues si para satisfacer su actividad, que sólo puede ser infinita, tiene relaciones con quien quiera que sea, fuera de sí, es decir, con algo finito, depende de estas relaciones y de un objeto distinto de él; por lo tanto, no es independiente, no se basta a Sí propio. Así, pues, si es independiente, es solitario, se halla destituido de relaciones y sin objeto de actividad, no es el Dios viviente. Y si es el Dios viviente, pues sólo por relaciones de actividad, cuyos términos son distintos de él mismo, deja de ser independiente. En una y otra concepción, no es Dios, por inactividad o por dependencia. Tal es el círculo en que giraría eternamente la razón, a no sacarla de él, el misterio de la Trinidad que es el único que explica Al que todo lo explica, y Al que se halla prendido el mundo como su raíz. Sólo la revelación 180 181 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado cristiana ha venido a dar solución al gran enigma. Sienta tanto más altamente la suma unidad de Dios, cuánto que, en esta remota elevación, no nos lo presenta ni solitario ni destituido de relaciones, ni sintiendo la necesidad de relaciones exteriores, sino en sociedad, en la actividad infinita e incesante de inteligencia y de amor, cuyos objetos y términos están en Sí mismo y son él mismo, produciendo eternamente toda su perfección en un Verbo que lo personifica y acabando por medio de su amor común de enlazar esta triple relación de vida que va eternamente y en plenitud: del Padre al Hijo, y del uno y del otro al Espíritu Santo, sin agotarse jamás. ¡Qué sociedad la que tiene por foco el ser, por radiación la belleza, y por reverberación el amor, y de la que todo lo que hay en el mundo, de ser, de belleza y de amor, no es más que un reflejo! ¿Puede concebir la razón, para Dios, otra sociedad esencial? Fijaos además, queridos hijos, que la unidad en la variedad, y viceversa, es lo que una atenta observación nos descubre en la naturaleza toda. Efectivamente, no existe cuerpo alguno en el universo que no nos ofrezca como constitutivos fundamentales estas tres cosas: la sustancia en sí misma; la forma que especifica y determina esa sustancia; y, últimamente, las relaciones de afinidad y de atracción que la vinculan con todos los demás seres. Y si miramos, sobre todo, nuestra propia naturaleza, advertiremos que, no obstante la unidad indivisible del yo, se muestran en él tres facultades muy distintas: el entendimiento; el pensamiento; y la voluntad. La primera es el núcleo de donde se desprende la segunda; la tercera procede necesariamente de ambas. Un ejemplo nos lo hará percibir con más claridad: imaginaos el grande y poderoso entendimiento de un santo Tomás de Aquino, que idea y concibe la más admirable de sus producciones, la Suma Teológica, su palabra interior, su verbo, el hijo que nace de su mente y se encarna, por decirlo así, en el papel, la tinta y los signos alfabéticos de los voluminosos folios que escribió su inspirada pluma. Considerad, después, el amor y la complacencia que en su voluntad se ha despertado al contemplar su obra, su pensamiento que, radiante de luz, disparará las tinieblas de otras inteligencias menos rigurosas que la suya y lastimosamente extraviadas por el error. Comprenderéis ahora conmigo, sin dificultad, en que aquella nota bellísima, producción del genio, es cosa muy distinta de la capacidad o potencia que la ha engendrado, siendo —con todo— inseparable de ella. Comprenderéis, también, en que la complacencia que ha gozado su autor es una entidad muy distinta de las dos anteriores, a las que está, no obstante, ligada igualmente con un vínculo indisoluble. Sin duda, la impotencia proveniente de la limitación propia de la criatura impide el que estos tres poderes lleguen a formar una individualidad aparte, una persona, como sucede en la naturaleza infinita y perfecta del Omnipotente; pero, con todo y guardada la debida proporción, este misterio de la trinidad humana, que tampoco alcanzamos a comprender, nos suministra una idea aproximada del misterio de la Trinidad Divina, a quien plugo estampar así en el hombre su imagen adorable, imagen que, en cierto modo, la vemos también esculpida en la creación corpórea del hombre. Ahora bien, amados hijos, si a estas admirables armonías que la razón alcanza descubrir en la reverente contemplación del sublime misterio que celebramos, se añaden los torrentes de luz que sobre él derrama la revelación positiva, mostrándonoslo en sus relaciones con los otros misterios y con toda la divina economía de nuestra religión santa, es imposible que ningún espíritu recto que busque sinceramente la verdad no se sienta irresistiblemente atraído y subyugado por ella. Es imposible que ningún corazón bien dispuesto y libre de la tiranía de aviesas pasiones no experimente la explosión de los más vivos y profundos sentimientos de adoración, de amor y gratitud hacia ese Dios que, ansioso de hacernos partícipes 182 183 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado de su felicidad, nos creó con su poder, nos redimió con su misericordia y nos santificó con su gracia. Es imposible, sí, que nuestra lengua agradecida no exclamé a una con los moradores de la Jerusalén celestial: Creemos en vos, verdad infalible, que no podéis engañaros ni engañarnos; esperamos en vos, centro de toda esperanza; os amamos con todo el corazón, caridad sustancial; os veneramos y adoramos rendidos, Ser de los seres, Dios Único y Trino. ¡Honor, virtud, bendición, alabanza y gloria se os tributen, por los siglos de los siglos! Con cuánta propiedad, amados hijos, el Santo Concilio de Trento llama a este dogma la raíz de toda nuestra justificación, «radix omnis iustificationis». Ciertamente, sin él, no se explicaría la encarnación del Verbo ni la consiguiente redención del linaje humano, a que se enlazan los dogmas del pecado original, de los premios y castigos eternos y de la gracia anexa a los sacramentos. Con él se liga íntimamente la acción vivificadora del Espíritu Santo, cuyos dones maravillosos transformaron a los rudos pescadores del mar de Galilea, en conquistadores del mundo, y la fuerza inmortal de la verdadera Iglesia militante, guiada y asistida a través de los siglos por ese Espíritu que la anima, la fortalece y hace de ella una inmensa red destinada a pescar las almas para conducirlas, al cielo a donde vivirá triunfante, una vida gloriosa y perdurable. Pero, cuando vemos brillar con más viveza el augusto misterio de la Santísima Trinidad, es al considerar al hombre separado de Dios, por la culpa que rompió las fuertes ligaduras que le unían con él, en el feliz estado de inocencia original. Y agobiado bajo el peso de su enorme desventura, que había gravitado perpetuamente sobre su cerviz, hubiese quedado el hombre desventurado, si el señor no hubiese reanudado ese vínculo (acto que quiere expresar la palabra «religión», cuya etimología es re ligo, o volver a ligar lo que estuvo desligado). ¡Oh, bendita mil veces la hora en que el hombre volvió a unirse con su Dios! Y en que habiendo sido bautizado en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el Padre le comunicó nuevamente la fe, el Hijo le restituyo la esperanza y el Espíritu Santo volvió a infundirle la caridad. Lo primero nos lo patentiza el evangelista al decirnos que es Dios el que nos hace creer en aquél quien envió: «Hoc est opus Dei ut credatis in eum quem misit ille», Jn 6 29. Y si el que ha enviado a Jesús se llama Padre, claro es que a esta primera persona debemos el don inestimable de la fe, sin la cual es imposible agradar a Dios, «sine fide imposibile est placere Deo» Heb 11 6. La esperanza es el áncora segura del alma, a quien introduce en el santuario del cielo, descorriendo a sus ojos, la espesa cortina que oculta la divinidad. Y añade el príncipe de los apóstoles que bendigamos al Padre que nos envió a su Hijo para que nos regenerase y al que nos rengendró, porque él nos ha dado la vida de la esperanza que perdimos, «regeneravit nos in spem uiuam» 1 Pe 1 3. Por consiguiente, la esperanza es la dádiva especial de Dios Hijo, como la caridad lo es de Dios Espíritu Santo, según esta sentencia del Apóstol: «Caritas Dei diffusa est in cordibus nostris per Spiritum Sanctum qui datus est nobis» Rom 5 5. De esta manera y al influjo vivífico de esas tres virtudes tan propiamente llamadas teologales, el hombre bautizado adquiere una nueva vida sobrenatural, que le hace hijo de Dios, heredero de su gloria y participante de la misma naturaleza divina, en Jesucristo y por Jesucristo, «Diuinæ consortes naturæ» 2 Pe 1 4. Lo cual nos explica satisfactoriamente porque el primer encargo del Salvador a sus apóstoles, al constituir los heraldos de la buena nueva, regeneradores de la humanidad caída, fue mandarlos a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, «docete omnes gentes baptisantes eos in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti» Mt 28 19. 184 185 Francisco Maria del Granado (1835-1895) ¡Oh!, conservad, carísimos diocesanos, siempre pura, integra, incólume, la fe en ese misterio inefable por el que fuisteis regenerados al borde de la sagrada pila bautismal, en cuyo nombre fue ungida vuestra frente en el crisma salutífero de la confirmación, lavadas vuestras manchas en la piscina de la penitencia, en cuyo nombre se otorgó al sacerdote la potestad de dispensaros los divinos dones y se santificó la familia cristiana con la gracia sacramental del matrimonio. Esa fe es el sostén del débil, el consuelo del afligido, la corona del justo y la recompensa del bienaventurado. No olvidéis, como en otra ocasión os lo encarecía, cuán consolador será para vosotros, si permanecéis y perseverareis en esta creencia, oír en vuestra agonía la dulce voz del Iglesia, vuestra tierna madre, que os crió, del Hijo que os redimió y del Espíritu Santo que os santificó. Y que dirá al Eterno: «Licet enim peccauerit, tamen Patrem, et Filium, et Spiritum Sanctum non negauit, sed credidit» (oficio de los agonizantes). Procuremos, pues, hacernos merecedores de este consuelo y del indecible dicha de contemplar, sin nubes y cara a cara, al Dios a Quien adoramos, tributándole mientras peregrinamos en este mundo el homenaje de nuestra inteligencia sometida a su infalible palabra, y de nuestro corazón victorioso del pecado y rico de virtudes y buenas obras. Y vos, ¡Dios Único y Trino!, misericordia infinita, bondad inmensa, ilustradnos, fortalecednos, amparadnos y derramad sobre nosotros en copioso raudal vuestras bendiciones, auxilios y gracias y haced que, invocándoos, honrándoos y sirviéndoos en el tiempo, podamos un día unir nuestra voz al himno inmortal de los querubines y serafines que, plegadas las alas, rodean vuestro excelso solio para repetir eternamente con ellos: «Sanctus sanctus sanctus Dominus exercituum plena est omnis terra gloria eius» Is 6 3. De esa gloria, cuya participación os deseo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. 186 Flor de Granado y Granado 1884 CARTA PASTORAL CARÍSIMOS HIJOS, SALUD Y PAZ EN EL SEÑOR ncargado, a pesar de nuestra indignidad e insuficiencia, por el Eterno Príncipe de los pastores de suministrar a la grey, que nos ha confiado, el pasto saludable de la doctrina evangélica, y sin otro móvil que el vehemente anhelo de contribuir, en cuanto esté a nuestros débiles alcances, a vuestro bien pastoral y temporal, os dirigimos, amados hijos, nuestra palabra espiritual en la presente ocasión, a fin de recordaros, siquiera sea ligeramente, dos de los más sagrados deberes anexos a vuestro glorioso carácter de cristianos, cuales son: la respetuosa obediencia a las autoridades legítimamente constituidas,* y el espíritu de unión y fraternidad que, siempre y en todo tiempo, debe reinar entre vosotros, para que en vuestra calidad de ciudadanos de una nación católica, podáis conservar y sostener incólume el don divino de la libertad, hija de la verdad y de la adhesión sincera y perseverante a la infalible palabra del Hijo de Dios que nos dice: «Si uos manseritis in sermone meo, uere discipuli mei eritis: et cognocetis ueritatem, et ueritas liberabit uos». Jn 8 31. Clara es, desde luego, para vosotros la obligación que el Cuarto mandamiento del Decálogo os impone, de honrar, lo mismo que a los padres, a los superiores legítimos, y tampoco ignoráis que los efectos de la fuerza son absolutamente contrarios al derecho de mandar, que primitiva y originariamente viene de Dios: Non est potestas * «El joven sacerdote, don Francisco Granados… en vez de tratar temas harto manoseados, hermana… la enseñanza cristiana con la reforma de las costumbres; su palabra sencilla, pero llena de unción, ha logrado no pocas veces contener el desborde del crimen en una población en que se han relajado los principios de la moral», Manuel José Cortés, ENSAYO SOBRE LA HISTORIA DE BOLIVIA Capítulo 7 (1861). 187 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado nisi a Deo Rm 13 4; no siendo posible una autoridad civil legítima distinta de aquélla a que el pueblo se hubiese libremente sometido en observancia de la divina ley que así lo prescribe, en cuyo sentido, la nación es y se llama soberana, según la doctrina del Divino salvador difundida por sus apóstoles y luminosamente expuesta por el admirable genio de Aquino, el angélico doctor santo Tomás. Si al romper el yugo de la dominación de la Corona castellana, para constituirse en Estado independiente, hubiese Bolivia adaptado su conducta a estas frases del gran Apóstol de las naciones: «Liberati autem a peccato, servi facti estis iustitiæ» Rm 6 18; nos habríamos ahorrado el espectáculo desgarrador de tanta sangre y de tantas lágrimas que han inundado a torrentes el suelo de la patria ¡no habríamos tenido que sufrir ese cúmulo de males que la guerra fratricida ha hecho pesar sobre nosotros durante medio siglo! Todo lo cual provino principalmente, no lo dudéis, de una falsa filosofía, que llegó a generalizar la persuasión de que siendo esencialmente la autoridad una creación de la fuerza, era la misma fuerza dueña de desobedecerla o destruirla, a su antojo, y sin más ley que su voluntad. De tan absurdo y monstruoso principio fluyó, naturalmente, la tiranía en las leyes, el espíritu de rebelión en los gobernados, la violencia y la arbitrariedad en los gobernantes, y el inevitable naufragio de la libertad, combatida incesantemente por las olas del despotismo y la anarquía. Ahora bien, si es una verdad eterna, una ley de Dios, la existencia de una autoridad suprema en el Estado legítimo, claro es que obedeciéndola dentro de los límites de lo justo, obedecemos a Dios mismo, y somos verdaderamente libres; siguiéndose de aquí, que buscar la libertad en el caos y el desorden de una revolución, habiendo ella sido establecida por Dios en la armonía y el orden de la obediencia, es caer fatalmente en los brazos de la más ominosa esclavitud. Al recordar, amados hijos, estas sabias y salutíferas enseñanzas de nuestra Religión adorable, no perdáis de vista que la base fundamental sobre que ella descansa es la caridad, o sea el amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos, y que este último amor, sin el cual es imposible el primero, adquiere una carácter más obligatorio; por decirlo así, si a la simple calidad de hombre y de cristiano se añade la de ciudadano que constituye un nuevo y fuerte vínculo de fraternidad; vínculo santo que relajan y destrozan esas animosidades sangrientas, engendradas por el espíritu de partido y la ciega intolerancia en asuntos políticos que, contraído el corazón de angustia, vemos manifestarse con motivo de la lucha electoral que hoy preocupa al país, y en la que os conjuro y exhorto, a ejercer el derecho que la ley os acuerda, sin odio ni animadversión hacia aquellos conciudadanos vuestros que difieran de vosotros, en la elección de la persona que deba encargarse del supremo gobierno de la república, en el próximo periodo constitucional. Os recomiendo por último, con el más vivo encarecimiento, la sumisión más completa a la ley, el más profundo respeto a nuestras instituciones patrias, el amor más sincero, práctico y constante al orden público, sin el cual, no es posible avanzar un solo paso en el camino de la común prosperidad y, el horror consiguiente a la anarquía y a las revueltas, causa siniestramente fecunda de nuestro malestar, abre un hondo abismo en que quedan sepultadas nuestras más risueñas y halagadoras esperanzas. Seguros de que ahora, como siempre, acogeréis con la cristiana docilidad que os caracteriza nuestra voz paternal y sincera, os enviamos cordialmente nuestra bendición pastoral. 188 189 Francisco Maria del Granado (1835-1895) 1889 DISCURSO INAUGURACIÓN DEL CONCILIO PROVINCIAL PLATENSE rande es mi confusión, ilustrísimos señores y venerables hermanos míos, al verme honrado tan inmerecidamente, con el encargo de dirigir mi pobre y desaliñada palabra al pueblo fiel, en este día solemne, y con un motivo tan excepcionalmente importante, cual es la inauguración del primer concilio provincial, que va a celebrarse después de la fundación de la república boliviana, cuyos intereses espirituales nos ha confiado el Eterno Príncipe de los Pastores, Cristo Jesús, quien ha prometido estar en medio de nosotros reunidos en su nombre, para cuidar de su amada grey y conducirla, al través del árido desierto de este mundo, a las fértiles e inmarcesibles praderas del celestial paraíso. Confuso y anonadado a vista de mi pequeñez e insuficiencia para llenar debidamente tan difícil cometido, me alienta sólo la esperanza de que ese Espíritu de vida que descendiendo, en un día como éste, sobre el cenáculo de Jerusalén, transformó a los rudos pescadores del mar de Galilea en sapientísimos pregoneros de Nueva Ley, vendrá en auxilio de mi debilidad y dará a mis balbucientes labios la unción que han menester para producir el fruto apetecible en mi creyente, ilustrado y respetable auditorio. Bien comprendéis, desde luego, señores, que las condiciones generales de la sociedad cristiana del siglo decimonono, y las peculiares de la nuestra, son de naturaleza tal que, por sí solas, bastan para persuadirnos de la utilidad y conveniencia, y quizá no me equivocaría al decir, la necesidad imperiosa de estas santas asambleas nacidas con la Iglesia y destinadas a conservar y robustecer la fe, raíz de toda justificación, a reanimar la esperanza, prenda segura de misericordia, y a inflamar la caridad que es el vínculo de la perfección. 190 Flor de Granado y Granado He ahí por qué me propongo llamar hoy vuestra benévola atención sobre el deplorable estado intelectual y moral de una gran parte del mundo contemporáneo que, por las tortuosas sendas de un progreso mal entendido, corre precipitadamente hacia el abismo de una barbarie de peor condición de aquella que vino a destruir la cruz del Gólgota, sin que pueda ser detenido en su insensata carrera, sino por la mano potente y bienhechora de esas tres sublimes virtudes, brote exclusivo de la verdadera religión, de que es depositaria y guardiana fidelísima la Iglesia católica, apostólica y romana. ¡Oh Espíritu consolador! Enviadme un destello de vuestra luz vivificante, para poder despertar en mis oyentes una fe viva, una firme esperanza, y una caridad ardiente y generosa, que los disponga a recibir la abundancia de vuestros preciosos dones, que humildemente imploro por la eficaz mediación de vuestra Inmaculada Esposa, la Virgen llena de gracia. Después de la lenta incubación de los elementos subversivos de la fe y de la moral evangélica que, al calor de la soberbia, la incontinencia y la ira, encarnadas en el fraile apóstata de Wittenberg, padre de la pretendida Reforma, se verificó en el siglo decimosexto, está fuera de duda que, a contar de la Revolución francesa, el cuadro más horroroso y sangriento que ofrece la historia de la humanidad, y cuyo primer centenario se cumple en el año presente, desde el día nefasto en que, solemne y cínicamente desconocidos los derechos de Dios, se proclamaron los derechos absolutos del hombre. «Against these there can be no prescription… these admit no temperament, and no compromise: Anything withhheld from their full demand is so much fraud and injustice.» Está fuera de duda, repito, que una porción considerable de la sociedad actual, se halla separada del camino que debe conducirla, al fin temporal y eterno de su creación. 191 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado Para convencerse de tan triste realidad basta fijar un poco la atención en que, desde aquella fecha malhadada, el racionalismo ateo, en sus múltiples formas y denominaciones de naturalismo, positivismo, liberalismo, surgiendo de los antros tenebrosos de la masonería, que lo alienta y difunde con tenaz persistencia, ha hecho y hace inauditos esfuerzos por debilitar y romper los estrechos vínculos que ligan a la criatura racional, aislada y colectivamente, con su Criador, Conservador y Redentor Supremo, y por extinguir en la tierra la idea misma de la Divinidad, obstáculo el más poderoso para la apoteosis o deificación de la razón humana, que constituye su bello ideal, su codiciado objetivo a cuyo logro se encamina principalmente por la proclamación del falso principio llamado libertad de cultos o indiferentismo religioso, presentado como una de las más valiosas conquistas de la moderna civilización, y que distando inmensamente de la tolerancia civil —prudente, razonable y aún necesaria, en ocasiones dadas— conduce lógicamente al ateísmo y, abriendo ancha puerta a todas las aberraciones del entendimiento de que son inseparables los extravíos del corazón, aniquila la fe y zapa los cimientos de la moral civil. Poca penetración se necesita ciertamente, señores, para persuadirse de que tal es el término inevitable de esa decantada libertad que violenta y contraría en el fondo a la naturaleza del hombre, instintivamente religioso, aun en el estado salvaje, y porfía por separar, lo que es —de suyo— inseparable, a saber, el orden natural del sobrenatural de donde emana, y sin el cual no se concibe ni explica, esforzándose por reducir la felicidad del ser humano a la fugaz posesión y goce de los bienes y placeres puramente terrenos y carnales que no podrán ¡ay! nunca colmar el vacío que el alma siente y la impulsa a buscar una dicha que no reside aquí abajo donde padece sin cesar, la nostalgia de su destino, situado más allá de la tumba y que no es ni puede ser otro que volver a Dios, bien absoluto y poseerle eternamente; «Cum inhæsero tibi ex omni me, nusquam erit mihi dolor et labor», como dice el obispo de Hipona. Es pues indudable, señores, que ese empeño sistemático en impedir al hombre escuchar la voz de Dios que resuena continuamente, así en rededor suyo, como dentro de sí mismo, se propone desviarlo de su fin, contrariando las más espontáneas y nobles aspiraciones de su naturaleza, lo que no puede menos que ocasionar una lucha terrible cuyo término en el individuo es la muerte; pero que en la sociedad incapaz de morir hasta la consumación de los siglos acaba por determinar un esfuerzo extraordinario de reacción, tendiente a destruir semejante estado anormal y violento y hacer jirones los vistosos vendajes con que se procura cubrir sus mortales heridas, causadas por el dorado puñal del derecho nuevo, que al entregarla en brazos de la indiferencia religiosa, la induce a prescindir completamente del Supremo Juez de las conciencias, y a encerrar su moral toda en los artículos de un Código forjado según las inspiraciones de su veleidosa voluntad; siguiéndose de aquí, necesariamente, que las malas pasiones no se detengan ante ningún crimen, que el egoísmo más refinado, la explotación del hombre por el hombre, la crueldad y la fuerza bruta, la sensualidad y la codicia, presidan y regulen las relaciones sociales… ¿Y quién no ve, que todo esto tiende a deprimir el mundo actual y a colocarlo en un nivel inferior al que el antiguo mundo ocupaba, bajo el dominio a veces secular del paganismo? Efectivamente, los filósofos gentiles se hallaban tan persuadidos de la imposibilidad de que un pueblo subsista sin religión, que procuraban sostener a todo trance, la veneración y el temor respetuoso a las falsas divinidades, en que ellos no creían, como una grande y verdadera necesidad social. Tan clara y evidente era a los ojos de la sabiduría pagana, la relación que existe entre lo 192 193 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado natural y lo sobrenatural, la misma que niega y desconoce la impiedad moderna, haciendo caso omiso de la verdad religiosa, después de diecinueve siglos de Evangelio, al que debe el género humano toda su dignidad, su elevación y su grandeza, por el conocimiento de su origen y del glorioso destino que le tiene reservado ese Dios de misericordia y de justicia que reside perpetuamente en su seno, por medio de su legítima representante, la Iglesia católica, a cuyas sabias y saludables enseñanzas e instituciones, calificadas de rancias y retrógradas, se quiere contraponer los famosos principios de 1789, atribuyéndoseles el triunfo de la igualdad, fraternidad y libertad humanas, triunfo que festeja actualmente, un grupo de franceses extraviados, contra el sano criterio y la formal protesta de treinta millones de compatriotas suyos, que forman la inmensa mayoría de aquella noble, ilustre y simpática nación. Permitidme, señores, repetiros lo que a este propósito decía en la Asamblea Nacional de Chile otro distinguido orador parlamentario: «No, ni Francia, ni Chile, ni la humanidad deben nada a la revolución de 1789, y sólo por escarnio, ha podido decirse en esta cámara que la libertad, la igualdad y la fraternidad no habían nacido hasta el 14 de Julio de aquel año… ¿Cómo profanar así el santo nombre de libertad confundiéndola con los sacrílegos excesos de la orgía revolucionaria? ¿Cómo llamar igualdad a la nivelación impuesta por la guillotina, al despojo de todos en favor de uno solo, del único poder estable y permanente entonces, el verdugo? ¡Oh!, ¡y qué fraternidad tan dulce aquella que se anunciaba con las terribles abrazos de Marat! No blasfememos inútilmente: la libertad, igualdad y fraternidad nada tienen que ver con la Revolución. Mucho antes que ella, dieciocho siglos antes, el cristianismo, las había grabado profundamente, no sobre el papel ni en las proclamas de un tirano ambicioso, sino en el corazón mismo del hombre regenerado. Nada le deba tampoco la razón, a no ser la eterna vergüenza que pesara sobre ella. Nada las ciencias ni las letras, sino la muerte de Messieurs Lavoisier et Chénier. Débele sí la sociedad contemporánea esa terrible incertidumbre en que se agitan las grandes nacionalidades del globo, esa inestabilidad de todas las instituciones, esa inquietud, ese vértigo, que arrastra a la humanidad a un abismo de tinieblas, cuyo fondo no se divisa aún». Confieso, carísimos hermanos, que la libertad se conquista con la inmolación y el sacrificio; pero cuando se trata de defender la libertad y se aspira al triunfo de la conciencia sobre el poder material de la fuerza, del derecho contra la tiranía ¡ah! esto no se hace derramando sangre ajena, sino la suya propia, como los mártires del cristianismo. Sólo también por un extravío de la pasión ha podido compararse la Revolución francesa con la gloriosa epopeya de la Independencia americana, entre las que, en vez de analogía, hay discordancia y contraste. Aquélla fue una destrucción general de todas las instituciones divinas y humanas; ésta, obra de edificación grandiosa y fecunda en resultados, fue el nacimiento de un pueblo a la vida de la libertad. ¡Ah, no comparemos el mayor de los crímenes con la virtud sublime de esos hombres heroicos que dieron su vida, por legar a sus hijos patria y hogar! En homenaje a la verdad, debo reconocer que en Bolivia muchos de mis colegas son perfectamente sinceros en su entusiasmo por la Revolución; yo me lo explico, porque han bebido en las fuentes históricas menos autorizadas: en los libros de Blanc, de Michelet, de Quinet y otros furibundos apologistas de aquélla. Tiempo es ya de que llegue a su conocimiento la reacción profunda que se ha obrado en el modo de apreciar el carácter y las consecuencias de aquella gran catástrofe; desde Tocqueville, el criterio histórico de Francia se ha modificado radicalmente. No acojamos pues esas odiosas declamaciones que ya no encuentran eco ni en su propio país, y sobre 194 195 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado todo, no hagamos causa común con la más inicua, la más injusta y la más espantosa de las revoluciones que ha presenciado la humanidad. Toda inteligencia, desnuda de ideas preconcebidas y observadora imparcial del presente estado intelectual y moral de las sociedades, desengañada por una dolorosa experiencia, vuelve sus ojos hacia la única tabla de salvamento que les queda en el proceloso océano a que fueron arrojadas: el retorno a la antigua fe abandonada y fuente inagotable de esperanza y amor, de paz y de consuelo. No significa otra cosa ese singular, inesperado y maravilloso espectáculo ofrecido al mundo en el año anterior por las fiestas jubilares de León XIII, colmado de cuantiosas ofrendas, de tiernos y fervientes homenajes, no ya sólo por sus fieles súbditos espirituales, sino también por las sectas disidentes del catolicismo y hasta por los pueblos infieles. Ese consolante movimiento de reacción religiosa se acentúa, en proporción a los conatos descristianizadores de las huestes enemigas de la cruz; da de ello espléndido testimonio en América del Sur, la república de Colombia, al sacudir el ominoso yugo del liberalismo autoritario, que durante 16 años pesara sobre ella. Y por lo que hace a la Europa corroída por el cáncer mortífero de la corrupción en sus formas más terríficas, a consecuencia de la popularización de las malas doctrinas, la vemos inquieta y zozobrante por volver a Dios, rompiendo las cadenas que le impiden la comunicación con el orden sobrenatural, y sofocan la voz del corazón que anhela lo infinito, lo espiritual, lo eterno, lo que constituye la base primordial del orden, la armonía, la tranquilidad y beneficio de los individuos, de las familias y de los pueblos, dulcísimos frutos que sólo produce, sazonados y abundantes, el árbol del catolicismo, nutrido con la vivificadora savia de la fe, la esperanza y la caridad… De la fe, sí, que conteniendo los extravíos de la razón, le traza sus naturales límites y los ensancha maravillosamente, para hacerla penetrar, segura, en el campo del infinito, guiada por la luminosa antorcha de la revelación. De la esperanza que anima, alienta y alegra el corazón humano con la infalible garantía de una dicha completa e interminable, en cambio de la cual, son más que llevaderos, gratos y deliciosos los transitorios sufrimientos de la vida terrestre. De la caridad, en fin, que estrecha y dulcifica las relaciones mutuas del hombre con su Divino Hacedor y con sus semejantes mediante el amor más puro, la concordia y fraternidad más perfectas. ¡Oh!, y con qué exactitud pueden aplicarse a la religión verdadera, estas palabras dictadas del Espíritu Santo: «Quærite… primum regnum Dei, et iustitiam eius: et hæc omnia adiicientur uobis» Mt 6 33 Así como a sus impugnadoras, estas otras proféticas frases del grande Apóstol dirigidas a su discípulo Timoteo: «Hoc autem scito, quod in nouissimis diebus instabunt tempora periculosa: erunt homines seipsos amantes, cupidi, elati, superbi, blasphemi… semper discentes, et nunquam ad scientiam ueritatis peruenientes». 2 Tm 3 1-2, 7. Y si Dios, en sus inescrutables designios y para mayor gloria suya, permite al espíritu de las tinieblas transformarse en ángel de luz, para negar la autoridad de Cristo, heredero de las naciones, sobre los Estados y los gobiernos, para vilipendiar y oprimir al pontificado y al sacerdocio y proscribir a Jesús de las leyes, de las costumbres y del hogar doméstico… si Dios, digo, ha concedido un poder tan amplio a sus enemigos, ¿qué es lo que exigirá de sus amigos y servidores? Agruparse, sin duda, en torno de su estandarte, cuyo lema es fe, esperanza y caridad, para sostenerlo y defenderlo, sin omitir ningún género de sacrificio, proclamando al Dios hombre, Rey, Señor y Soberano, de los individuos, de las familias y de las naciones, procurando, por todos los medios legítimos que 196 197 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado las leyes y las instituciones sean informadas por el espíritu del Evangelio: que la instrucción pública, en todos sus grados, se adapte a las enseñanzas del catolicismo; que el matrimonio sea reconocido como verdadero y divino sacramento; que la sepultación de los restos inanimados del fiel creyente sea sagrada; que se implanten institutos de beneficencia cristiana para el pueblo; que se fomenten las publicaciones religiosas y se repriman los desbordes de la prensa licenciosa e impía; en una palabra, que la fe, la esperanza y la caridad, partiendo de los labios y del ejemplo de los ministros del santuario, se difundan y arraiguen en la mente y en el corazón de los fieles hijos de la Iglesia, la cual, en expresión de un docto publicista, busca sin cesar el progreso, no en las vaporosas teorías, ni en los cálculos materiales de filósofos soñadores y utilitarios, sino en la ejecución y cumplimiento de un gran mandato: «Estote… uos perfecti, sicut et Pater uester cælestis perfectus est». Mt 5 48. Progreso que, armonizando todos los intereses legítimos, es el único que puede conducir a la humanidad al término venturoso de su viaje, pues la Iglesia, lejos de ser —como se la calumnia— enemiga de los adelantos modernos, los aplaude y bendice, y sólo quiere que no sofoquen la fe antigua, que no se conviertan en idolatría de la materia, quiere que haya, en fin, la justa continencia, el modus in rebus, que equidista igualmente de todas las exageraciones y de todos los peligros. He ahí, como bien lo comprendéis, señores, el objeto de esas respetables asambleas llamadas concilios generales o particulares, en los que reunidos en nombre de su Eterno Príncipe, que les prometió estar en medio de ellos, los pastores de la grey cristiana se ocupan de proveer al remedio de los males que la afligen o amenazan, trabajando por conservar en toda su integridad y pureza las verdades divinamente reveladas, por afianzar el imperio de la moral evangé, por promover el decoro y esplendor del culto divino, por vigorizar la disciplina eclesiástica y levantar al clero a la altura de su augusta misión, por corregir y extirpar los abusos e imperfecciones inherentes a la flaqueza humana. Y aunque, por la misericordia de Dios y dicha nuestra, la fe católica tiene aún profundas raíces en nuestra querida patria, donde el Estado, en cumplimiento de su misión protectora de todos los derechos de los ciudadanos, la reconoce y ampara; no por eso deja de sufrir el embate del impetuoso y desecante viento de las malas doctrinas que, soplando de afuera, ha logrado debilitarla y tal vez extinguirla en muchas almas, especialmente en la juventud, de suyo fácil a ser alucinada y seducida por los sofismas del racionalismo ateo, tan halagador de las fogosas pasiones, propias de esa edad crítica de la vida. ¡Mas, como todo don perfecto y toda dádiva óptima baja de arriba y desciende del Padre de las luces, elevemos, ilustrísimos señores y venerables hermanos, respetables sacerdotes, y carísimos fieles oyentes míos, nuestras humildes y fervorosas plegarias al cielo implorando por la intercesión de la Inmaculada Virgen, asiento de la increada sabiduría, los auxilios y dones del Espíritu Santo, sobre los padres del concilio, el clero y los fieles todos de la católica Bolivia, y a fin de que nuestros clamores tengan la eficacia apetecible, hagamos que ellos partan de un corazón humillado y contrito, y vayan unidos a la práctica perseverante de todas las virtudes propias del verdadero cristiano que vive de la fe la esperanza y la caridad! 198 199 Francisco Maria del Granado (1835-1895) 1894 ENTREVISTA POR CIRO BAYO Y SEGUROLA DECLARACIONES ÍNTIMAS — íganos ¿cual es la cualidad que prefiere en el hombre? —Es la religiosidad sincera y valerosa. —¿Cual es la cualidad que prefiere en la mujer? —Es la piedad sólida y práctica. —¿Cuál es la ocupación que prefiere? —Es la lectura. —¿Cuál es el color que prefiere? —Es el celeste. —¿Y la flor que prefiere? —Es el nardo. —¿Cuáles son sus prosistas favoritos? —Son fray Luis de Granada; Donoso Cortés; Gay. —¿Y sus poetas favoritos? —Son fray Luis de León; Núñez de Arce; Peza. —¿Cuales son los héroes que más admira en la vida real? —Son los mártires cristianos y los misioneros evangélicos. —Por último, ¿cuál es el hecho histórico que más admira? —Es la permanente vitalidad de la fe… —con voz reflexiva, añade— la subsistencia de la Iglesia católica o del judaísmo después de perdida su nacionalidad. 200 Flor de Granado y Granado 1895 RETRATOS COCHABAMBA a brisa leve de perfume henchida, cuajada de pintadas mariposas, adormece las penas de la vida y evoca la visiones más hermosas. Surge, en tu seno, la elevada cresta, que ostenta airosa su nevada frente, y el Tunari domina la floresta, a quien saluda el valle reverente. Doquier brotan mil prados pintorescos, tapizados de césped y de flores, con naturales cuadros arabescos formados por guijarros de colores. Allá vienen palomas quejumbrosas, los juguetones pájaros cantores. Allá cantan endechas amorosas, en su laúd, errantes trovadores. Allá contempla el colosal océano, inmenso mar de perennal verdura; la selva virgen do el trabajo humano no ha penetrado en su mansión oscura. Allá, el cóndor que reta a la tormenta, gemebunda la tórtola en su nido; desbordado el torrente que revienta, el arroyo que exhala su gemido. 201 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado NO, NO, MADRE MÍA LA MADRE DE LA ALDEA s ella, sí, la madre a quien adoro, la que estampó en mi frente el primer beso, la que con dulce, férvido embeleso me llamaba su dicha, su tesoro. Mas ¡ay! yo observo que tu faz, señora, lágrimas surcan, gruesas, cristalinas. ¿Por qué lloras mi bien? ¿Es que adivinas el triste llanto que yo vierto ahora? Dolorosa es, oh madre, la existencia para el que ciego por su senda avanza, mas no para el que abriga una esperanza, ¡sabroso fruto de inmortal creencia! Y por eso tú al pie de los altares las horas pasas sin sentir de hinojos, y alzas al cielo los dolientes ojos, burlando así tus íntimos pesares. Por eso si tu labio a Dios envía fervorosa plegaria que murmura, rebosa al punto celestial dulzura la copa del dolor amarga, impía. ¿No recuerdas que, estando pequeñuelo, enjugabas mi llanto con cariño, diciéndome: «No llores, pobre niño, piensa en los goces que te guarda el cielo»? 202 a imagen de ese ser que mi alma adora con un culto de amor vivo y constante, por quien late mi pecho, cada instante, la imagen de mi madre, sois, señora. En vuestro dulce, angélico, semblante que la virtud con sus fulgores dora, ver, me imagino, a la que triste llora por el hijo que de ella está distante. Por mí, que en larga, matadora ausencia verla, otra vez, anhelo y desconfío, pues en vos me da la providencia, un lenitivo a mi dolor impío. Bendigaos, del cielo, la clemencia, como grato os bendice el labio mío. 203 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado A MI HERMANA FELICIDAD PERPETUA A MI SOBRINO FÉLIX o bien pudo escuchar, su tierno oído, el nombre del Divino Nazareno que de celeste fuego el pecho lleno le juró sin reserva eterno amor. Su ambición toda, su incesante anhelo fue complacer a su Jesús amado, ahuyentar a la sombra del pecado y hacerse fiel esposa del Señor. Allá en el seno del hogar querido el ángel de paz y de consuelo batió sus alas y el pujante vuelo alzó a la estancia de eternal fruición. Su esposo la llamó con dulce acento. Una corona la mostró radiante. Oyó su voz y le entregó al instante su ardoroso, virgíneo corazón. No es la pluma parcial, apasionada, la que así traza un cuadro lisonjero. Es la voz de un pueblo todo entero que de la virgen cerca el ataúd. Y en su faz cadavérica descubre una aureola de luz que la ilumina, una expresión angélica, divina, ¡el claro resplandor de la virtud! 204 iste, Félix, al despuntar la aurora, sobre el límpido azul del ancho espacio con variantes de grana y de topacio, ¿ una imagen surgir deslumbradora? ¿Y anheloso al fijar tu vista en ella, una nube advertiste vaporosa? ¿Y que esa imagen ¡ay! no era otra cosa que una visión tan flébil como bella? Esa ilusión ¡ese fantasma vano! es la felicidad, falaz quimera, que en su pos arrebata por do quiera, jadeante de fatiga, al pobre humano, que después de seguirla candoroso se detiene confuso, avergonzado, al ver que ese fantasma lo ha burlado, haciéndole creer que era dichoso. La gloria, los placeres, los honores, ensueños son que duran un momento, áridas hojas que dispersa el viento, del vergel de la vida, muchas flores. Todo acaba, Félix, y desparece al borde de la huesa funeraria; y en medio de los escombros, solitaria, la antorcha de la muerte resplandece. ¿0 pensaste, quizá, Félix querido, en tus horas de cuita y de quebranto, que hay seres que jamás el triste llanto del dolor, en el mundo, hayan vertido? Y te engañaste, sí, porque en la vida todos lloraron ¡ay desde la cuna! y a todos, más o menos, la fortuna, su copa les brindó, de hiel henchida. 205 Francisco Maria del Granado (1835-1895) Flor de Granado y Granado Del dolor, el imperio, el orbe abarca, nadie esquivó jamás su fiera saña: llora el labriego pobre en su cabaña, bajo el regio dosel, llora el monarca; y si a alguno Feliz llamóle el mundo, si envidiaron los hombres su ventura, es porque no les dijo la amargura que abrigaba del alma, en lo profundo. En la tierra, Félix, tan sólo hay llanto, sufrimiento y pesar y amargo duelo; la ventura reside allá en el cielo, en el seno del Ser tres veces santo. El testimonio fiel de una conciencia que no turbe tenaz remordimiento es manantial perenne de contento, ¡supremo bien que halaga la existencia! La dulce idea del deber cumplido, la grata convicción del bien que has hecho, harán de gozo rebosar tu pecho y Félix sólo entonces habrás sido. 206 207 Felix Antonio del Granado (1873-1932) 1894 EL GÓLGOTA EL AMOR, QUE MUEVE EL SOL Y LAS ESTRELLAS i la historia profana de la andante caballería luce en sus doradas páginas los hechos o hazañas notables de sus más valerosos héroes y guerreros y se gloria de poseerlos, con cuánta mayor razón nosotros los cristianos no sentiremos enorgullecidos, valerosos y llenos de una felicidad intensa, al poder lucir en nuestra historia el acontecimiento más trascendental del mundo, la vida de Cristo Nazareno, que es la gloria más sublime, la estrella más potente y el venturoso lucero del tiempo. A su solo recuerdo se llena el alma de una vehemencia infinita hacia ese ser sublime, luz de las generaciones, espejo de la ciencia y ante cuya imagen el pecho más empedernido se siente doblegado. Si llevamos la vista al pasado y contemplamos la edificante existencia de este divino personaje, la veremos a través del tiempo deslizarse cual un poema heroico como los que estudiaba Menéndez Pidal, una real epopeya en la que se ve la alegría como fuente del bien y el dolor como sendero al cielo. Cristo con su ejemplo nos demostró que, lejos del Edén perdido, no hay felicidad completa; si lo hubiese aún sería pobre para satisfacer aquellos sentimientos nobles por los cuales el hombre espera de una vida futura donde todo es alegría, donde se bebe el elixir de la felicidad eterna, o sea la contemplación del Ser Supremo para quedar embriagado en su presencia por realizar una dulce esperanza, donde brillan fantásticos luceros, donde la suave brisa mueve lentamente el follaje de un alma buena. Jesús, el maestro sempiterno, pasó su vida haciendo bien a la humanidad; su corazón era el dulce refugio del alma arrepentida. Con caridad infinita consolaba al pobre, y los desechados de la fortuna, aquellos seres enfermos y 208 Flor de Granado y Granado marchitos sin más amigo que el dolor, encontraron en su corazón un caloroso nido, donde al son de bellas sinfonías cantaban los pájaros del amor. Fue sublime porque supo perdonar; el perdón es la valerosa diadema que circunda refulgente las sienes de los seres buenos. Si es gloriosa la actitud del héroe que vence en la lucha habiendo tal vez dejado cuántos hogares entre las sombras, entre congojas, sintiendo el frío de la orfandad por la muerte del jefe de la familia, es aun más venerable aquel que no lucha sino perdona, arroja de su alma el mortífero veneno del rencor y echa el perfume más exquisito en el espíritu del ser abatido, que postrado de rodillas invoca clemencia. El sublime mártir del Gólgota perdona, y postrado de rodillas pide al padre eterno mayor dolor para mostrar al hombre que el dolor fortifica: el dolor ennoblece y es el cauterio santo por el cual se alcanza eterna recompensa. Postrado de rodillas, digo, ora para enseñar a la humanidad que la oración consuela, alienta y eleva el espíritu, porque como dijo un gran pensador: «Nunca el hombre es más grande que cuando está de rodillas». Sus divinos hombros llevan una errante y pesada cruz por el escabroso camino del Gólgota, y sanguinarios verdugos ciñen su santa frente con una corona de hirientes espinas y clavan su cuerpo en un tosco madero. Bien podemos decir que: Han abierto los hombres su costado, han llagado sin fe su cuerpo santo y el madero que fue su compañero ha bebido las gotas de su llanto. 209 Felix Antonio del Granado (1873-1932) INVOCACIÓN endita inspiración, sagrado fuego, enardece mi espíritu, ilumina los ojos de mi fe, que ardiente quiero cantar con fuerte voz la peregrina y trágica historia de grandeza y duelo en que la augusta majestad divina por un acto de amor, ¡amor sin nombre!, subió al cadalso y regeneró al hombre. Inspirado David, cantor profeta, urge mi acento con perfume hebreo. Yo quiero el grato olor de la violeta y del blanco nardo que en tu lira veo; quiero coger su exaltación secreta y feliz; si colmara mi deseo, sopar la pluma henchida de colores en el poético cáliz de las flores. Lengua del fuego, venerable Isaías, armadme de tu cólera infinita; que de mi boca las palabras frías sean para la Roma que precita manchó sus manos en aciagos días, hirviente lava que voraz derrita las urnas cinerarias de ese imperio a quien la calda del Vesubio abraza. Vidente augusto de cabello cano, túnica oscura, desgarrado manto, oh, viejo Jeremías, aún lejano resuena tu quejido; con espanto me atrevo a contemplar el gran océano formado por las gotas de tu llanto. Haz que exhale doliente y conmovido en cada nota, lúgubre gemido. Acudid a mi mente presurosos gratos recuerdos de Salem hermosa, 210 Flor de Granado y Granado derruidos monumentos, silenciosos vetustos atalayas do reposa en gruesos caracteres misteriosos la historia venerada y majestuosa. Muéstrame tus sepulcros empolvados; que me hablen tus escombros olvidados. Ya puedes, fantasía vaporosa e indómita, lanzarte en raudo vuelo; pósate en los nectarios, mariposa; ensaya tu cantar, ave del cielo. Llora, triste paloma quejumbrosa; así satisfarás tu vivo anhelo. Empieza a preludiar, oh musa mía, tus cantares con tierna melodía. SOMBRAS ios puso al hombre en un hermoso huerto de flores mil cubierto. Dijo: no olvidarás que eres humano vil. Por eso, te impongo mi mandato. Recuerda a cada rato que soy yo, tu señor, tu soberano. Adán holló la ley y perdió el paraíso. Dios en castigo hizo que la tierra cubriesen los abrojos; mas, la misericordia conmovida como señal de paz, prenda de vida, fijó en Adán los ojos. Murmuró la promesa salvadora. Pronto llegará la hora… vendrá el Mesías redentor del hombre, nacerá de una mujer, la mujer fuerte que a la horrible serpiente le dé muerte. Y grande será su nombre. 211 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Empezaron las sombras, las figuras, inmensas esculturas. El noble Abel es ya su imagen santa. Sacrifícalo el odio de su hermano; el fiero rencor insano a la cerviz de la víctima quebranta. El simpático Isaac al monte sube, cual radiante querube. Y al mandato de Abraham, la hoguera brilla. Se inclina el hijo, va a morir ya luego, mas un ángel del cielo, apiadado, levanta la cuchilla. A José, hijo de Jacob, el más querido, por los suyos venidido, la mujer del potifar lo condena. Pronostica la ruina y la ventura en la prisión oscura a sus dos compañeros de cadena. Melquisedec, el sacerdote austero, es fúlgido lucero, anuncia que ya llega la montaña y ofrece en el altar el pan y el vino en símil del divino cordero que limpió la culpa humana. Sansón el fuerte, el de cabello largo, bebió el cáliz amargo e hizo libre a su pueblo que gemía. Con el templo filisteo cayeron los que a Israel oprimieron. Brilló de libertad el claro día. Los profetas empiezan a anunciarle y la tierra a esperarle. Isaías dice que una virgen pura será su madre; Emmanuel, su nombre. ¡Dios convertido en hombre, oh, misterio de amor y de ternura! 212 Flor de Granado y Granado Vislumbra Jeremías la dureza, la corrida fiereza, de ese pueblo colmado de favores. Conmovido el anciano, triste, llora y anuncia, hora tras hora, la pronta destrucción y sus rigores. Visionario Ezequiel doquier pregona la futura corona de un reinado de paz y de bonanza. Anuncia un poder sobrehumano; contra él luchará en vano el césar, cuya fuerza no le alcanza. Cuenta Daniel, una a una, las auroras que han de ser precursoras del día por los siglos venerado. Las setenta semanas enumera, y ávido el mundo espera ver la realización de lo anunciado. —Oh, Judá de Belén, —dice Miqueas—, bendito siempre seas. Tu suelo servirá de humilde cuna al Dios inmenso convertido en un niño. Te verá él con cariño y la tierra envidiará tu gran fortuna. En cada frase que David pronuncia, muy claro nos anuncia algún detalle de la santa vida del esperado Rey de las naciones, a quien los corazones le consagran su parte más querida. Gira la tierra y se aproxima el día de plácida alegría. Pálida y descarnada, la sibila carraspea. El césar a lo que deviene cuánto miedo le tiene… porque entiende que su curul vacila. 213 Felix Antonio del Granado (1873-1932) El águila imperial extiende el ala e inconsciente señala que el tiempo llega, que es la paz predicha. Y está Roma dormida, no despierta. Va, descuidada e incierta, apurando los goces de su dicha. LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN ermosa está la tarde. Los pájaros cantores ensayan sus trinos. Qué dulce preludiar. Exhalan su perfume hermosas gayas flores, y puras como un vidrio sus ondas mueve el mar. En Nazaret, oculta y por todos ignorada, velando está una virgen, radiante de pudor; María, blanca estrella del mundo, despreciada y ansiosa, espera venga su esposo, casto amor. De súbito la estancia muy pronto se ilumina. La esposa mira a un ángel, tan puro cual la luz, cubierto de un manto de seda purpurina; Gabriel la mira y baja su nítido capuz. Le dice: —No me temas; enviado soy del cielo. Yo vengo a predecirte tu Santa Encarnación. Serás la madre virgen, aurora del consuelo. También ha sido pura, tu augusta concepción. El ángel desaparece; sus últimos cantares, los pájaros sonoros aún dejan escuchar. Y brilla más que nunca la estrella de los mares. Y canta la natura. Qué dulce preludiar. Expide su edicto el augusto monarca, convoca a sus pueblos, los quiere contar. Sumisa María y el santo patriarca sus nombres al libro ya van a apuntar. Los pobres esposos no tienen el oro que hermosos palacios les pueda brindar, mas lleva María en su seno un tesoro más grande que el cielo, más rico que el mar. 214 Flor de Granado y Granado Recorren sus calles. Belén los recibe y les brinda tan sólo… tan sólo un pajar. El santo patriarca sus nombres inscribe y se fueron a un triste paraje a posar. Clara hermosa bella luna cual ninguna relució. Bulliciosa la cascada enamorada resonó. Se ilumina con fulgores de colores el pajar. La divina providencia su excelencia ve brillar. Sin dolores ni amargura blanca y pura virginal, cual las flores siempre bella como estrella de cristal… dio María bello infante, y al instante se postró. Su alegría la mostraba y al que amaba, lo adoró. 215 Felix Antonio del Granado (1873-1932) El patriarca conmovido y enaltecido lo besó. El monarca, pobre niño, con cariño lo miró. Se escucharon los cantares celestiales con unción, y entonaron los pastores soñadores su canción. Al fulgor de una estrella que brilla se encaminan los reyes de Oriente; la grandeza de hinojos se humilla, y los monarcas inclinan la frente. A CRISTO e destaca imponente la figura, la más grande escultura; el espacio y el tiempo nunca han visto un hombre más inmenso, más coloso, más grave y majestuoso. Llámale el pueblo: Hijo de Dios, Cristo. ¡Oh!, qué rostro tan bello, tan sereno, qué hermoso nazareno. Su mirada es abismo de ternura; se asemeja su voz al canto suave que preludiara un ave dolorida y oculta en la espesura. 216 Flor de Granado y Granado Blanco nimbo de luz y de pureza rodea su cabeza. Sólo al verlo se dobla la rodilla. Correcta y muy mediana es su estatura y ciñe en su cintura la túnica morada sin mancilla. A su simple contacto ven los ciegos, pues él rasga los velos que cubrían oscuros las pupilas; cual la flor que, ante el sol, abre su broche, rasgábase la noche para ver ya, con luz, playas tranquilas. Al cruzar de este valle los desiertos, resucita a los muertos. Él camina en la mar embravecida, Tiberíades, reprime sus furores; cesan los zumbadores vientos que la tenían conmovida. ¿Quién es este tan grande personaje que lleva por ropaje cuanto bien y virtud el cielo encierra?, ¿quién es éste que rompe lo pasado, con su siglo ha chocado y lo reta y le declara eterna guerra? Humilde el universo le respeta, a su paso se aquieta la natura que indómita se agita. Gigante pensador, gran doctrinario, a la lid temerario, como el rayo veloz se precipita. Sacude los cimientos del pagano, del viejo mundo insano; tiembla la antigua mole conmovida. Se derrumba el Olimpo, abajo dioses que inmundos y feroces caen como lepra desprendida. 217 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Él predica en el Templo y en la plaza, y todo lo abraza su doctrina bendita y soberana. Trueca su ley, la espada con la idea, y cambia la saña atea en la más pura caridad cristiana. La luz del Evangelio civiliza, pues lleva por divisa el grande estandarte del progreso. Recién la libertad brilla en el mundo, y cesa el caos profundo, la anarquía, la tierra, el retroceso. Rómpese para siempre la cadena que al pobre esclavo apena. La mujer, convertida en instrumento por groseras pasiones degradada, hoy, es regenerada; oye el Cristo su mísero lamento. El escriba, el esenio, el fariseo en este dios no creo… murmuran. ¡Qué espanto! La lucha empieza. Con místico antifaz le hacen la guerra, y se estremece la tierra por tanta iniquidad, tanta bajeza. Resuelve el Sanedrín perder al Cristo. Tiene el dinero listo. Ha de comprar con oro la existencia del Justo, que condena acre y severo, su proceder artero; le es odiosa de ese hombre la presencia. Es comprado el discípulo Iscariote, malvado sacerdote. Vende a su Maestro con horrendo beso. Oh, qué crimen tan grande, tan monstruoso, fétido y asqueroso, regüeldo de Satán, negro bostezo. 218 Flor de Granado y Granado Penetramos con paso tembloroso y el semblante lloroso al trágico recinto del Calvario. Oh, Sacude-lanza, ven a mi mano, pero mi ruego es vano, jamás el ganso imitará al canario. EL LUGAR DE LA CALAVERA elancólica está la noche oscura. Todo revela lúgubre pavura, y no sé qué de misterio se nota en los objetos de la tierra: ello es que todo silencioso aterra, como en un cementerio. Es que el hijo de Dios ora en el huerto. Tiene el rostro en el suelo y está cubierto de sangre pura y fría; —Aparta de mis manos, Padre mío, este cáliz amargo, —¡oh, desvarío!, murmura en su agonía. Y baten sus ramajes convulsivos, por el viento agitados, los olivos. Parece que aullaba el vecino cedrón, que antes sonoro como silvestre pájaro canoro sus coplas arrullaba. La gruta de repente se ilumina y aparece exabrupta y repentina siniestra comitiva. Es Judas quien preside la celada y besa al Maestro la frente venerada con sus labios de escriba. 219 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Lo conducen al Justo ante Pilato, y repite la turba a cada rato: ¡Matémosle!, ¡que muera! Hace milagros, llamase el Mesías como si no existieran profecías, cual si hijo de Dios fuera. Pilatos, juez imbécil, miserable se convierte en monstruoso y detestable, y tiembla el poder romano, teme el hombre que el curul le arrebate; la conciencia le grita y, en su desate, se lava pues la mano. Lo flagelan al Justo. Con qué gozo la turba manifiesta su alborozo. Pesado como un plomo tiene el cuerpo el Señor de los señores. El juez, para calmar fierros furores, muéstrale al pueblo: Ecce homo. La turba no reprime su sangrienta cólera, lo que a Pilato amedrenta; salvaje le amenaza denunciarlo ante el césar soberano porque deja pisar con un insano las glorias de su casa. Tiembla el infame, su asiento se desploma. Como juez mira en Cristo una paloma, y el pueblo intimida. Vacila el juez cobarde, y su sentencia sacrifica del Justo la existencia, oh, réprobo deicida. Hosca, aúlla la muchedumbre con salvaje felonía y en su ronca gritería exhala la podredumbre de su infame cobardía. 220 Flor de Granado y Granado Es un pueblo contra un hombre. El imperio contra el Santo causa pavura y espanto; que a los siglos siempre asombre esa iniquidad sin nombre. En su bárbara locura quiere la sangre bendita para la alianza precita, pues con tesón se procura estamparse: eres cainita. Y se prepara entretanto ignominioso madero; va a inmolarse el Cordero en un cadalso de espanto, en un patíbulo fiero. Parte el alma de ternura, Cristo con la cruz a cuestas, lleno de santa dulzura; va la calle de amargura entre Dimas y entre Gestas. Como un muerto que despierta sacudiéndose el sudario con aspecto funerario a Salem, que está desierta, se le presenta el Calvario. Con el cuerpo ensangrentado sube Jesús a la cumbre y es en la cruz enclavado; de la altura ha dominado a la inmensa muchedumbre. Mas se destaca sombría, causando mortal tristeza con un manto en la cabeza: ¿Quién es?, descompuesta y fría, es la pálida María. 221 Felix Antonio del Granado (1873-1932) LA MUJER FUERTE omo lánguida flor que el viento sopla en la árida playa del desierto, como lira que gime última nota y esparce vaga su rumor incierto, María estaba postrada de rodillas, suplicantes las manos hacia el cielo. Surcaba por sus vividas mejillas amargo llanto de pesar y duelo. Ella es la mujer… la mujer fuerte. Es la madre de Dios, su caro hechizo, a la horrible serpiente le dio muerte como estaba predicho en el paraíso. ¡Hermosa virgen de pureza llena, rosa de Jericó, casta violeta, del huerto de Judá, blanca azucena, bello rayo de luz, visión de poeta! Es, oh Madre, tu historia muy hermosa, rica en colores, de matiz variada. Tiene la altura de la blanca rosa mas, hoy, está de sangre salpicada. Púdica virgen, me imagino aún verte en el templo cubierta con tu velo. Hoy, sufres las angustias de la muerte. Hoy, para ti, señora, no hay consuelo. En Belén, paroxismo de tu gloria, radiante estás de plácida ventura. Hoy, contemplas la escena mortuoria que te cubre de duelo y amargura. Ayer, en Nazaret, jugaba el niño, tú besabas su larga cabellera. Hoy, lo ves empolvado y sin aliño, pendiente de una cruz, bárbara y fiera. 222 Flor de Granado y Granado —Sé la madre del hombre, —a ti te dijo el Gran Mártir, en medio de su tormento. Tú, desde entonces, con amor prolijo por todos velas, ¡oh, feliz momento! Desde entonces, el hombre a ti te llama en sus horas de angustia y de quebranto. Desde entonces, tu nombre al alma inflama, es pura inspiración y seca el llanto. Como dulce plegaria, como aroma, que reza el alma, que la flor exhala, como busca su nido la paloma, a ti, sube el corazón batiendo el ala. Tú, refulgente estrella colocada en el oscuro cielo de la vida, ya no hay alma que llore abandonada desde que tiene tu protección querida. Entretanto, la pálida María, revestida de grande fortaleza, se apaga como lámpara sombría y cubre con sus tocas la cabeza. EL NUEVO ADÁN e repente, se calma el alboroto; cesa el tumulto; aquieta la canalla; estremece la tierra un terremoto, y un rayo ha despedido su metralla. Se oscurece la tierra; está enlutada y cubierta por un manto de tinieblas; parece la creación enajenada, y un horrido pavor todo lo puebla. Despiden los volcanes, llamarada; los montes, humo; los osarios, sombra. La bóveda parece ensangrentada. Todo entristece y todo nos asombra. 223 Felix Antonio del Granado (1873-1932) De súbito, se escucha clara y llana la voz del Mártir, que perdón implora por la turba canalla, por la hiena que el cuerpo le desgarra, vil traidora. Está seca su lengua amortiguada, —Tengo sed, —agua imploras, oh Dios mío; tú, que haces despeñarse la cascada, no encuentras una gota de rocío. —Señor, cuando estuvieres en tu reino no te olvides de mí, —Dimas le dice; entretanto, cual hidra del averno, Gestas blasfema y con horror maldice. El Cristo mira a Dimas, se estremece, —Serás conmigo, —dícele—, en mi gloria; —al ladrón compungido le alborece el primer trofeo de la gran victoria. —Ahora que marcho al reino de mi Padre huérfano no serás, está ahí María. Ella será, mi Juan, tu tierna madre, tu tesoro, tu fuente de alegría. Y se queja enseguida de abandono. Mudo está el cielo; ni su voz le escucha, perdido acento, lastimero tono, brotado del fragor de horrenda lucha. Sigue el cielo más negro y entoldado. Con las últimas fuerzas de la vida, postrer impulso, —Todo se ha acabado… —exclama el Mártir, la paloma herida. Como gota de sangre deslustrada que incierta riela entre la niebla oscura la lámpara del día está eclipsada e inmenso cataclismo les augura. El campo de las criptas solitario, vacíos los sepulcros, ya desiertos, como sombra aterrante hasta el Calvario, han venido, en legión, todos los muertos. 224 Flor de Granado y Granado Un intenso temblor la tierra agita. Sin freno el huracán, vándalo que huye del océano, sus aguas precipita. ¡Dios padece, o el mundo se destruye! No arrullan las palomas quejumbrosas. Las fieras huyen de la selva umbría. Resuenan unas voces misteriosas con el ronco estertor de la agonía. La víctima, por último, así exclama: —Encomiendo en tus manos, Padre santo, mi espíritu inmortal. —Después derrama la última gota de su ardiente llanto. Un grito de dolor el orbe llena. Ha muerto el Santo, el Justo sin mancilla. Hombre, el Cristo ya ha roto tu cadena, pues, dobla el Gran Mártir la rodilla. EL TEMPLO DE PIEDRAS VIVAS i piedra sobre piedra, —dijo el Santo—, quedará en esta tierra deslucida — del Templo que no sea acometida causando por doquier pavor y espanto. Apenas a tres días del quebranto, con restallido de la eterna vida, le lavaré el cruel crimen al deicida con las lágrimas de mi acerbo llanto. ¿Dónde está altiva Roma poderosa? ¿Por qué de imperio se tornó en contrita? ¿Por qué su decadencia lastimosa? Incierta, vaga, como Caín, proscrita y carga en su frente, sin pudor rugosa, esculpido con sangre: eres cainita. 225 Felix Antonio del Granado (1873-1932) 1902 IN MEMORIAM PÁGINAS DE UNA BIOGRAFÍA INÉDITA o se trata de una pieza literaria; jamás hice trabajo con esa intención. Algunas palabras que evoquen la atrayente imagen, que viertan mi sentimiento siquiera en parte, eso lo intentaría… Ciertamente, algo podría decir yo de verdadero sobre el fondo simpático de esa alma. Nuestros apartes corrían en un abandono sin reticencias. Al transponer los umbrales de su habitación, desaparecía la visita y nos envolvía a los dos la atmósfera serena de una amistad que manaba de fuentes inagotables, como lo eran la idéntica fe, privada y pública. No departíamos con frecuencia. Aprovechaba de mis rápidas apariciones en la familia para ir a casa del obispo; ya fuese en su quinta de Zarco, amueblada humildemente, pues revistas ilustradas cubrían los muros de una habitación principal; ya fuese en su palacio de la ciudad, decorado a retazos y luciendo en lugar preferente una u otra estatua de yeso, a tanto el par. Lenificase el corazón; reposan las miradas en tales pobrezas. Respiraban con ansia en ese ambiente, sobre todo, los que habían dejado a la puerta, remolineando, el odio del partidarismo lugareño. Calma y vigor comunicaban al espíritu la frente ancha y pensadora, sombreada de tristeza, jamás coloreada de impaciencia; la mirada de inalterable dulzura; el acento que parecía implorar, aun cuando mandaba. Ni desmerecían, antes realzaban esas dotes, la estatura mediana y enhiesta, el aspecto grave, las maneras cultas, el aire distinguido, signos reveladores de una elevada y noble naturaleza. 226 Flor de Granado y Granado La deficiencia del menaje tenía por causa principal lo mal servido, casi siempre rezagado y no pocas veces usurpado de los emolumentos episcopales, cuando tocaba ordenarlos o servirlos a pagadores de espíritu fuerte, para quienes esa clase de egresos en el presupuesto se consideran de inútil u onerosa aplicación. Lo poco que entraba en caja pasaba, sin transición, a la familia de perdido bienestar que ocultaba su desnudez; a la trastienda del cholo menesteroso; al cuartucho de la pobre mujer; al tugurio del miserable; a las mil manos enflaquecidas, huesosas, crispadas que en todo barrio, en todo pasadizo se asían del manto episcopal. La limosna humedecida en llanto de compasión caía siempre. ¿Pero cómo había de ser bastante? El obispo pedía prestado. Los administradores del banco, sonriendo, le veían presentarse, con garante o sin él. No le ponían obstáculos; le facilitaban crédito. ¡Bien sabían dónde iba a parar todo eso! Todo eso lo rememoraba uno al espaciarse en esa habitación, donde tantas cosas aparecían de fiado; pero levantando la vista a la fisonomía del dueño, transparente como la de un niño, otro género de consideraciones brotaba en el ánimo. Al sacerdote caído, le quedan el poder y la jurisdicción; ante él nos postramos los creyentes humildes y convencidos; le pedimos y acatamos su bendición; pero vemos con tristeza extinguida en su frente la aureola que la circundaba. En la de Granado brillaba con todo su fulgor el rayo ideal del sacerdocio católico. Pero ni su beneficencia, ni su pureza, explican suficientemente la profundidad y extensión del sentimiento público que le rodeó y acompaña a su memoria. Pasan años de su muerte y en toda ocasión, siquiera incidental, que la recuerde, vibra quejumbroso el acento del menestral, de la revendona, del caballero de la señora, del sacerdote: ¡Oh, nuestro obispo! 227 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado ¡Cuántas veces, pasando por tiendas o pulperías, me ha sorprendido la conmovida interlocución, cruzada de paso, mitad quichua y mitad castellano, en que tomaban parte, recordando a su obispo, compradoras y vendedoras! ¡Cuántas veces, hablando de su tata, he visto llorar a rugosas viejecillas fustigadas de la miseria! Semejante irradiación del alma, tan duradera influencia del carácter, sólo se explican por una causa cuya fuerza y altura sean excepcionales. Trato de buscarla. Sea que pontificase, sea que asistiese a vísperas, sea que confirmase; en cualquier práctica del culto; en el toque del Ave María, al servirse del agua bendita, al revestirse para los oficios, resaltaba en el señor Granado, un fondo tal de sinceridad, un tal desprendimiento de sí para anegarse en lo que creía y amaba, que cada uno de esos actos, públicos y privados, sin más testigo muchas veces que su ayudante o familiar, eran un proceso continuado de enseñanza evangélica; causaban ese efecto que los cristianos solemos expresar con esta palabra: ‹edificaban›. Su mirada, su gesto, su recogimiento interior cuando ejercía el ministerio episcopal, fuese al pie de la mula en las estepas o en las breñas para satisfacer las ansias del indio; fuese en los atrios de su catedral, estaban llenos de unción. Ese fervor mal comprendido, pudiera inducirnos a creer que invadían el alma de Granado, disgustos, resentimientos, indignación tal vez contra los adversarios de su credo, contra los que insultaban su amor. Mucha era su amargura y su oración debió alzarse casi siempre desde la postración dolorosa; entre tanto jamás notamos en él un signo de impaciencia contra nadie. Muchas y muy rudas fueron las pruebas por las que pasó la serenidad de su espíritu y el apacible nivel de su carácter. No pocos de los que combatían en su diócesis a la Iglesia y sus derechos, le estaban vinculados desde la juventud. Sin ceder un paso defendía la fe y la doctrina; pero nunca vi dibujarse en sus labios la amargura que provocaban colegas y amigos zarandeando su silla episcopal por todos los medios que ponían en manos de ellos su posición oficial y la complicidad de la prensa. Maravillábame yo de observar cómo, en lo más rudo de esas agresiones, nombraba el obispo a sus adversarios con el mismo acento que antes, con esa simplicidad y cariño que trae el recuerdo de los íntimos; y eso no por cálculo sino llanamente, al brote del sentimiento, volviéndose en compasión a los que le maltrataban. Estoy describiendo, sin pretenderlo, esa inefable cualidad, resumen de virtudes, especie de totum moral, que hace tan atractivas las voliciones humanas. Pidamos que nos lo defina el grande orador: «Queda algo más elevado que el deber, más poderoso que el amor… la bondad: esa virtud que no consulta el interés, que no espera el orden del deber; que no ha menester se la solicite con el atractivo de lo bello; no es el genio, ni la gloria, ni el amor los que miden la elevación del alma; es su bondad. Ella es la que da a la fisonomía humana su primero y más irresistible hechizo; ella, la que nos aproxima mutuamente, ella quien pone en comunicación los males y los bienes, y donde quiera, desde la tierra al cielo es la gran medianera de los seres».* Parece que no fuera capaz la criatura humana de llevarla en todo su peso, sin desvirtuarla alguna vez. Se ha pensado que en ocasiones, adolecía el señor Granado de cierta debilidad manifiesta en la concesión de licencias y gracias, a personas que no las merecían. Pudiera ser; me explico su vacilación de afligir a jóvenes pobres, real o aparentemente preparados, en demanda humilde del ministerio sagrado. 228 229 * El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire. Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Con ligereza le censuraron de no llevar la mano fuerte al gobierno del clero, especialmente del parroquiano. Tengo para mí que la bondad suplía abundantemente al rigor. Lo suplía el obispo con el ejemplo dado a su clero de concurrir él primero a los ejercicios espirituales que se daban cada año en un convento de franciscanos. No olvido la escena memorable de que cierta mañana fui testigo involuntario. Al medio de jóvenes y de ancianos curas, venidos de las provincias, se hallaba de ejercitante el obispo de la diócesis. Comprendo que el valeroso y levantado jesuita Gómez de Arteche que los dirigía, sintiese inmutada el alma ante la grande humildad y el grande ejemplo; lo cierto es que cortando el hilo de su discurso, alzó las manos sobre la cabeza del prelado y en elocuente y abrupta palabra, mostró en Granado el don providencial que no sabían agradecer como debían; les señalo su ejemplo; rogó por su vida, mientras le hacían coro la anhelante respiración de los jóvenes y el llanto silencioso de los viejos. Valía más para el buen gobierno que el clérigo extraviado oyese la voz trémula del padre, amonestándole, voz que subía hasta el ruego ardiente; que le viese, como tantas veces sucedió, derribado a sus pies, implorando volviera por su honra, por su conciencia y por su Dios. No; no puede mantenerse ese cargo cuando se penetra a esa batalla social, donde se dejó sentir incontrastable la energía del prelado. Talento sintético, conocía la eficacia de las soluciones cristianas para los terribles problemas que el espíritu de rebelión agita en nuestros tiempos. Sabía que al Episcopado del siglo diecinueve le era necesaria la ciencia, al menos en sus resultados generales y adquiridos; y que no le es dado ignorar la extensión de la lucha en la que está llamado a intervenir decisivamente. —Mariano Baptista A UN HOMBRE GRANDE 230 ué merece el mortal que, siendo hermano, rastros de un ángel en su senda imprime, que aunque dichoso busca al ser que gime ¿ y aunque titán llama al pequeño, «hermano»?, ¿el que es alto, eminente, soberano mas sin que a serlo la ambición le anime?, ¿el que es humilde sin ser vil, sublime sin ser deforme y, grande sin ser vano? No merece, sin duda, que arrogante la voz le alabe o le alce nuestro celo un monumento audaz que se levante algunos pies sobre el nivel del suelo: Merece, sí, que el mismo Dios le cante y que su pedestal llegue hasta el cielo. —Jaime Mendoza 1909 FRANCISCO MARÍA DEL GRANADO NOTAS PARA SU VIDA o creo que los vínculos de sangre y afecto que me ligan al inolvidable obispo de Cochabamba pudiesen inhabilitarme para bosquejar su retrato; antes bien, tengo para mí, que muy pocos pudieran hacerlo con mayor conocimiento. Veintidós años de íntima compañía, han sido suficientes para observar su espíritu en todas las circunstancias de la vida… Borroso y torpe es el pincel y acaso mis apreciaciones no sean del todo desapasionadas; pero, tengo la ventaja de que este trabajo será juzgado por quienes le conocieron y que aún lloran su muerte. El pueblo dará testimonio de que el afecto no ha recargado el colorido del cuadro ni exagerado sus proporciones; y estoy seguro de que no tomará a mal el que yo, con mano cariñosa, trace estos rasgos, pequeña ofrenda 231 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado consagrada a la memoria del que, junto a mis padres, veló mi cuna y con tierna solicitud dirigió mi educación. Ha desaparecido su sombra protectora; pero, por fortuna, para los que tenemos la felicidad de creer en el dogma de la inmortalidad del alma, la muerte no es más que una separación temporal, triste y dolorosa, es cierto, pero llevadera cuando está alentada por la esperanza… Ella ha enjugado mis lágrimas y mantiene las relaciones del corazón al través de la distancia que me separa del alma pura, cuyos destellos deseo que iluminen estas líneas. Pinto este cuadro, perdonad lectores, lo ostente engreído con amor y brío. Dejadme engalanar con pobres flores la imagen venerada de mi tío. Si una obra de arte es el reflejo del temperamento de un artista, si éste a su vez lo es de la época y de la sociedad en que vive, es lógico el principio establecido por el eminente crítico francés Hipólito Taine, de que para apreciar a un artista y sus obras, es indispensable conocer el medio en el cual se ha desarrollado y producido. Es pues innegable que no basta, para conocer un río medir los kilómetros que recorre en su curso. ¿Cómo apreciar el volumen de sus aguas, la velocidad de su carrera sin enterarse de la topografía del terreno y de la elevación de las cordilleras cuyos deshielos alimentan su caudal? El hombre no es un ser aislado. Miembro de la sociedad en que vive, mantiene relaciones que lo vinculan con un pasado de donde arranca su origen, con un presente, teatro de su actuación y con un porvenir, futuro en el que sus obras han de tener su correspondiente influencia. La realización de estas leyes se la comprueba mejor cuanto más elevada es la personalidad del individuo que motiva la observación. Por lo expuesto, para apreciar a monseñor Del Granado, habría que estudiar su medio, a fin de contemplarlo encuadrado en su marco; pero, como la sociedad y la época en que ha vivido son casi las nuestras, muy poco habrá que decir de ella, algo de paso, guardando las proporciones debidas a los estrechos límites de este bosquejo. Francisco María del Granado, hijo del ilustrísimo señor doctor Juan Francisco del Granado y de su esposa la señora doña María Manuela Capriles, nació en la ciudad de Cochabamba, el 18 de agosto de 1835. Nació en una época en que las ideas religiosas estaban profundamente cimentadas en el pensamiento y en el corazón de todas las clases sociales. La piedad cristiana, arraigada en las costumbres, envolvía la educación del niño en una atmósfera mística, llena de amor y dulzura; la vida fácil, modelada en la sencillez patriarcal, se deslizaba blandamente, sin las congojas con que la duda tortura las conciencias, sin las complicaciones con que hoy un cúmulo de ficticias necesidades devoran la fortuna y agitan la existencia. Los primeros destellos de la razón se presentaron en el niño para iluminar su vocación al sacerdocio, con la claridad intensa que en los predestinados evita las vacilaciones consiguientes a la elección de una carrera. Creyó que había nacido para ser sacerdote y sacerdote había de ser y así se explica cómo en su juventud el sentimiento del amor profano no turbó jamás, ni por vía de tentación, la inalterable paz de su alma. Nadie ha podido señalar durante su vida la más ligera desviación en este sentido, ni aun tratándose de legítimas y naturales afecciones. Mal se habría avenido el egoísmo del amor con la caridad del sacerdote que renunciándose a sí mismo, sólo debe amar a los demás y por igual a todos… En la ciudad de Santa Cruz, donde pasó su infancia, el niño improvisó un altar bajo la sombra de un naranjo y todas las mañanas, antes de ir a colegio, celebraba la misa con la mayor devoción. Más tarde, a los doce años de edad, predicó los sermones de feria, durante la cuaresma, en casa de un caballero, vecino suyo, y a medida que el orador se exhibía aumentaba la concurrencia que ya 232 233 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado no era de niños, como al principio, sino de caballeros y señoras. Tal fue su creciente reputación que una noche el ilustrísimo obispo don Miguel Ángel del Prado tuvo el deseo de escucharle y lo hizo colocándose detrás de una puerta vidriera a fin de que el actuante no notara su presencia. Al día siguiente el bondadoso obispo, lo mandó llamar para premiarlo, obsequiándole la obra de Historia universal de Anquetil-Duperron, y obligarle a que predicase un panegírico en la capilla del colegio seminario. Esta fue su primera presentación oficial al público y también, su primer triunfo oratorio. Desde la instrucción primaria hasta la facultativa, fue brillante su carrera, coronada por los éxitos que forman la prestigiosa reputación del intelectual, en cuya frente resplandece la aureola del talento. ¡A la edad de catorce años, escribió, en latín, la tesis con que su profesor debía obtener un grado universitario…! Pero, al árbol cargado de frutos de oro, como reza el proverbio, se le arrojan piedras. No faltaban jóvenes tan frívolos como ineptos que, sintiéndose deprimidos por la superioridad avasalladora de Granado, se complacían en ridiculizar el modesto traje con que se presentaba el joven cuyos ideales distaban mucho de ser los mezquinos que se detienen, con morosa complacencia, en las fruslerías de la moda. Por mucha que fuese la picazón de la envidia, sus émulos se veían reducidos a la impotencia y sin más recurso que el de lanzar sus epigramas contra aquel adversario que, a sus ataques, sólo respondía con el silencio y el olvido. Si a esta conducta se añade la virtud de la modestia que realzaba sus méritos, se comprenderá cuán simpática se encumbraba la noble figura del universitario, cuyo cerebro no era de aquellos que sienten el careo del orgullo ni los vértigos de la altura. El año 1857 nombrado profesor, para regentar las cátedras de Religión y Literatura, en el Colegio Nacional de Cochabamba, empezó a ejercer el magisterio de la enseñanza. Apenas había cumplido los veintidós años de su edad cuando era ya el catedrático más apreciado por los estudiantes, entre los personajes ilustres que entonces dirigían la instrucción. Sus lecciones eran escuchadas con el interés que despierta la palabra del maestro que sabe amenizarlas con los recursos de su ingenio y cuya bondad ha conseguido captarse las simpatías generales. Concluidos sus estudios facultativos, el 4 de diciembre del [18]58, recibió, de manos del ilustrísimo señor Salinas, las sagradas órdenes. Era en el altar donde se transparentaba el sacerdote. Sus miradas, ordinariamente llenas de mansedumbre y dulzura, tenían la apacible serenidad de las que iluminan el rostro de los niños; pero, en presencia del misterio que abisma, del amor que abrasa, del infinito que anonada, se tornaban graves, reflejando, con distinta expresión, las profundidades del pensamiento, los estremecimientos del temor, las claridades de la esperanza. Sus pupilas dilatadas y extáticas ascendían lentamente siguiendo la elevación de la forma cándida que temblaba entre sus manos; de allí descendían, para fijarse otra vez, en la púrpura del cáliz, pero entonces sus ojos ya estaban bañados en lágrimas… El año 1860 fue nombrado, por el Venerable cabildo eclesiástico de Santa Cruz, vicario capitular en sede vacante. Algunos miembros del referido Senado, no se resignaron a sobrellevar la autoridad de un joven de veinticinco años y protestaron contra ella, nombrando, de su parte, otro vicario. Establecido el cisma, comenzó la lucha en el clero, dividido en dos bandos, que sostenían a sus respectivos vicarios. Granado, que muy a pesar suyo, y cediendo sólo ante poderosas influencias, había aceptado el cargo, no hacía nada de su parte para contrarrestar las agresiones de la otra que viendo su autoridad desconocida por la mayoría, hubo de apelar a la excomunión que fue solicitada. Poco tiempo después se pronunció sobre el 234 235 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado incidente la autoridad de Roma, cuyo fallo amparó al señor Granado, declarando que no había incurrido en la pena infligida. Más tarde, vuelto de Santa Cruz y establecido en Cochabamba, fue nombrado provisor y vicario general de la diócesis. Las monjas carmelitas obtuvieron que aceptase el cargo de capellán de su monasterio; y el gobierno, a propuesta en terna presentada por el cabildo eclesiástico, lo eligió prebendado del coro catedralicio. De estas funciones tuvo luego que ausentarse, temporalmente, para desempeñar la vicaría del Ejército, en la administración del general Achá, en cuya compañía visitó las capitales de los departamentos de Sucre, Oruro, La Paz y Potosí. A más que realmente era joven, su complexión delicada contribuía a acentuar los rasgos de aquella adolescencia que contrastaba con su dignidad. Cierto día, en la ciudad de La Paz, iba acompañado del doctor Juan de Dios Bosque (ilustre prelado después) a corresponder con una visita la salutación que había recibido del obispo de aquella diócesis. En el palacio, encontrose con el deán quien graciosamente le ofreció recomendarlo para que obtuviese las órdenes que suponía iba a solicitar… El señor Bosque, sonrió y dejó asombrado al deán, haciéndole notar que hablaba con el vicario general del Ejército, canónigo del coro de Cochabamba, etcétera El ilustrísimo señor don Rafael Salinas, segundo obispo de Cochabamba, conocedor de las virtudes y prendas intelectuales del modesto capellán de carmelitas, le rogó y le impuso que aceptase ser su coadjutor, para desempeñarlo en el gobierno de la diócesis. Semejante propuesta encontró poderosas resistencias en la humildad del joven sacerdote que, violentado por la imposición del obispo primero, y por la del pueblo después, hubo de resignarse, mal de su grado, a los acontecimientos que, como la expresión de la voluntad de dios, lo exaltaban al pontificado. A la sazón, el país gemía bajo el gobierno tiránico del general Melgarejo, cuya saña cruel y sanguinaria contra el partido opositor ha marcado el sombrío período del sexenio. Granado que por sus ideales políticos y sus tradiciones de familia no estaba afiliado en él, no esperó por un momento que el rencoroso general propiciase la petición del obispo y del pueblo, solicitando de Roma, la mitra, para un adversario político. Pero, lejos de esto y contra toda previsión, el gobierno accedió y obtuvo la dignidad episcopal. «Acaso, dice el doctor José Quintín Mendoza, el hombre (Melgarejo) de las batallas y de las orgías, mitad monstruo, mitad héroe, no haya respetado en Bolivia, sino al joven sacerdote Granado… Se enorgulleció de elevar a la dignidad episcopal, a ese prebendado tan venerable en su juventud a semejanza de Gonzaga, y sabiendo bien que el señor Granado detestaba sus vicios». Cuentan que cuando el general Melgarejo vivía pared por medio con el señor Granado, en la plaza que hoy lleva su nombre —sufría dicho general— viva contrariedad no pudiendo acallar la algazara de sus festines, temeroso de que se enterase de ellos su vecino. El nombramiento de obispo electo fue recibido por el pueblo con frenético entusiasmo; pero, en medio del coro de alabanzas y bendiciones dejó escuchar su desapacible acento la envidia. Un reducido grupo de canónigos, entre los que figuraban algunos dignatarios, protestaron con la destemplanza de la ambición contrariada. —¡Cómo, —decían—, ha de encumbrarse sobre nosotros un joven que aún no tiene servicios prestados a la Iglesia…! ¿Cómo un excomulgado…? —(Aludían al incidente de Santa Cruz) y por último—: ¿Cómo ha de poder desempeñar las arduas labores del episcopado un muchacho enfermizo? —Tales eran las causales en que fundaban su oposición… Entonces, el pueblo de Cochabamba, se levantó para anonadarlos bajo el peso de su indignación, ensalzando la 236 237 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado humildad inalterable de la víctima. Existen en publicaciones que debieron circular profusamente, los documentos relativos al caso y que constituyen una verdadera apoteosis. El año 1867, el obispo electo fue a Lima con el propósito de pasear y visitar a su tío paterno, el presbítero don José Granado, capellán de un monasterio de religiosas de aquella ciudad. A los pocos días de su llegada, conocida ya la reputación oratoria de que gozaba, fue comprometido por las matronas de esa capital para predicar el panegírico de Santa Rosa. No tardó de informarse de ello su tío, y temeroso del fracaso que en tan solemne ocasión temía para su sobrino, trató de disuadirlo, exponiéndole que no era lo mismo predicar en Lima que en Santa Cruz y Cochabamba; que allí iba a perder la serenidad a la vista de una concurrencia a la que no estaba acostumbrado; que debían asistir cinco prelados, entre los que había distinguidos oradores, el presidente de la república, los ministros de Estado, el cuerpo diplomático y todas las corporaciones de funcionarios públicos, etcétera, etcétera, y por último, le dijo: «Tal ha de ser la turbación que sufras, que sin que llegues a pronunciar el discurso, tendrás que bajar enfermo del púlpito». Contraído el compromiso ya no era posible retractar la palabra empeñada; y sin remedio llegó el 30 de agosto en que fue preciso ir a la gran catedral. El prudente tío, para no ser visto durante el desastre, había buscado el fondo de un confesionario donde se cubrió por completo corriendo la cortina. A poco que comenzó el discurso, sorprendido por la presencia de ánimo del orador, cuya ejecución le agradaba, empezó a descorrer el velo y sacar la cabeza, para ver y escuchar mejor. Concluido el exordio, creyó conveniente ocupar un asiento en el presbiterio y allá se dirigió satisfecho, revestido de su sobrepelliz… Fue de resonancia, casi continental, el triunfo obtenido en esa ocasión por el sacerdote boliviano. Las matronas limeñas le manifestaron su agradecimiento obsequiándole un valioso pectoral y un hermoso anillo. Durante su permanencia en esa capital, fue obligado a presentarse en la tribuna con más frecuencia de la que habría deseado una persona que viajaba por razones de salud y recreo. En esa época alborotaba la juventud universitaria el tristemente célebre Vigil, sacerdote apóstata que, rebelado contra la autoridad del romano pontífice, dirigía publicaciones violentas contra él y la Iglesia. Vigil había escuchado el panegírico de Santa Rosa y prendado de las cualidades oratorias del señor Granado, fue su admirador y oyente asiduo. Varias visitas le hizo manifestándole su más decidido aprecio y revelando, en sus largas conversaciones, la cultura del hombre que sabe guardar los debidos respetos a las opiniones ajenas. Dos ilustres cochabambinos: don Benjamín Quiroga y don Natalio Irigoyen, residentes a la sazón en Lima, contribuyeron de su parte a dejar bien sentada nuestra reputación intelectual en el Perú, distinguiéndose el primero como orador sagrado, y el segundo, como eximio periodista. El 22 de junio del [18]68, don Francisco María del Granado fue elegido obispo titular de Troade y auxiliar de la diócesis de Cochabamba in partibus infidelium. El 30 de noviembre del mismo año —a los treinta y tres de su edad— recibió la consagración episcopal, en medio de las manifestaciones sinceras del pueblo que le amaba con entusiasmo y que le honraba con veneración. Pasada la ceremonia, la concurrencia que acompañó al obispo a su casa, fue impresionada por una escena verdaderamente conmovedora. En el primer tramo de la escalera estaba de pie, sostenida por dos señoras, una anciana cuya emoción y cuyas lágrimas ahogaban sus palabras. Trémula y palpitante estrechó con sus manos enflaquecidas la cabeza del hijo que sollozaba postrado a sus pies. Al fin, la madre pudo contener la efusión desbordante de sus afectos y repuesta 238 239 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado del entorpecimiento que aquel exceso le había causado, tomó entre las suyas las manos del obispo, en cuyo anular puso un anillo de topacio. Aquella antigua prenda de familia, que llamó la atención por tratarse de una joya que había pertenecido a su abuelo —ese gran benefactor de la humanidad que llevó la vacuna a una América apestada de viruela— evocó recuerdos tan poéticos y tan dulces como la querida tierra de Santa Cruz de dónde venían. Anchos horizontes, inmensas llanuras, rumorosos bosques… Allá bajo la sombra de los naranjos en flor, durante las horas de la siesta, arrulladas por el canto de las aves y el blando remecer de la hamaca, la madre recreaba los juegos del pequeñuelo con sus cuentos y baladas. El niño quería apoderarse del anillo y la madre le repetía siempre: «Cuando seas obispo lo tendrás». Cumplió su promesa… Pasados tres años (1871), el ilustrísimo señor Salinas se retiró a Sucre, donde murió. Poco después, su coadjutor, recibió las letras apostólicas que le preconizaron obispo titular, propietario de esta diócesis. Muchos años hacía que el colegio seminario estaba clausurado. El obispo, deseando educar una juventud católica, mediante un cuerpo docente seleccionado por él, obtuvo, sin omitir sacrificios de ningún género, reabrir aquel plantel organizándolo de tal suerte, que hasta su segunda clausura, ocurrida algunos años después de la muerte del señor Granado, ha mantenido los prestigios de la fama que atraía a sus claustros cerca de quinientos alumnos por año. Lo mejor y más selecto de nuestra juventud se ha educado en el Colegio Seminario de San Luis de Gonzaga, en cuyo profesorado figuraban distinguidas personalidades del país, entre las que podemos citar al doctor Mariano Baptista. Actualmente, existe en Cochabamba un asilo de beneficencia, donde acuden las niñas pobres en demanda de amparo, instrucción y sustento. Esa casa fue fundada por el ilustrísimo señor del Granado, cuya caridad ingeniosa sabía suplir, con ventaja, las deficiencias económicas de su exhausto tesoro. ‹Casa de las Hijas de María›, así se llamó la ocupada por la numerosa familia que llegó a ser la suya y que absorbía parte de sus rentas y no pequeña de sus atenciones y desvelos, prodigados sin tasa ni medida. A la hora del crepúsculo, en el silencio de las tardes, cuando las cabecitas infantiles se inclinan para orar, parece que sobre ellas flota, como sombra protectora, la imagen del ángel tutelar que aún las cobija bajo el calor de sus alas. Hombre de vida espiritual, conocía las excelencias de la meditación sin la cual no es posible la perseverancia en la virtud. Por esto, se le veía convocar al clero y recogerse con él para hacer los ejercicios espirituales de que tanto ha menester el sacerdote. Como él era ejercitante también, encomendaba la dirección de las prácticas a otro eclesiástico, cuyas pláticas escuchaba con el interés del que desea y necesita aprender. No era extraña, por cierto, la atención dispensada a los discursos dignos de ella; lo que sí dejaba de causar sorpresa era la indulgencia de su criterio, cuya bondad callaba o disimulaba los defectos de la obra para detenerse sólo en lo que, a su juicio, merecía encomio. A propósito, recuerdo con este motivo, la lección que mi vanidad de adolescente recibió de su humildad: cierto día me invitó para escuchar un sermón. Me excusé manifestándole que el orador anunciado no era de los que ofrecía el atractivo de alguna novedad. —¡Qué tal! —me respondió—. Yo siempre voy a los sermones. Si a veces no encuentro en ellos algo que aprender, en cambio, siempre hallo materia de meditación. Refrenó la razón mi ardiente brío; los cuentos se trocaron en lecciones. Cada palabra de mi santo tío entrañaba muy serias reflexiones. Cada cierto tiempo hacía la visita pastoral a las parroquias de la diócesis. Caballero en una yegua pequeña y mansa, como una pollina, salía el obispo de su palacio para 240 241 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado recorrer los valles y las serranías de nuestro extenso departamento. Bajo las alas de su sombrero de paja, con orla y toquilla de seda verde, se podía siempre contemplar aquella fisonomía plácida y sonriente, animada por la dulzura de una expresión que, siendo habitual, revelaba la pura, la santa paz de su alma. Ni una sombra en la mirada, ni un mancha en la conciencia, casta como la de los niños, transparente como el cristal… Los pueblos para recibirlo decoraban los edificios de sus calles con arcos de flores y banderas. Voces de júbilo saludaban al pastor ante cuya diestra bendiciendo niños y ancianos se postraban con la cabeza descubierta, con el corazón palpitante. Lentamente avanzaba y bendecía. Bendiciendo, sobre su mansa caballería, rodeado de una muchedumbre ávida de verle, de escucharle, de besar sus manos, entrando al pueblo para darle la buena nueva, para curar sus heridas y enjugar sus lágrimas. ¿No era la imagen de su maestro entrando también a Jerusalén para enseñar, para curar, para bendecir?… Cuando los sentimientos bondadosos priman en una naturaleza, cuando llegan a dominar por completo su sensibilidad, se observa frecuentemente que su influjo anula en el carácter, toda energía: la pusilanimidad suele ser la característica de las almas buenas. Raros son los ejemplares de mansedumbre capaces de un acto de valor. Nuestro obispo constituía una de estas excepciones. Débil hasta la pasibilidad del cordero que marcha inerme al sacrificio, sabía, sin embargo, retemplar su carácter, cuando lo exigía el deber, con una entereza tal de que nadie lo habría supuesto capaz. Su voluntad no oponía resistencia alguna cuando se trataba de sacrificar su persona, sus bienes, su sosiego, todo aquello en fin de que lícitamente podía disponer en beneficio ajeno; pero, desde el momento en que la conciencia le prescribía obrar o mantenerse firme, era verdaderamente inflexible en sus determinaciones, por mucho esfuerzo que le costase, por arriesgado que fuera el lance. En un documento cuya energía fue calificada de temeraria, desafió las iras de Melgarejo reclamando el derecho que tienen los obispos de formular los aranceles parroquiales. Y el hombre que así afrontaba, con serenidad, los peligros exponiéndose a los vejámenes de que era capaz el tirano, en tratándose de su persona, no tenía el valor necesario para reprimir las demasías de un canónigo que abusando de la mansedumbre del prelado, lo mortificaba extremando su guerra chica, hasta traspasar los límites de lo que la tolerancia podía soportar. No es del caso recordar su nombre, tal vez ya olvidado por muchos… Paz y perdón para los muertos. Amargado por las hostilidades a que me refiero, renunció el episcopado por dos veces y en distintas ocasiones. La primera vez informado el público, mandó recoger del Ministerio del Culto el oficio de renuncia mediante el delegado monseñor Arrieta. La segunda, si merced a una reserva absoluta, pudo llegar a manos de su santidad León XIII, en cambio, el ilustre pontífice no la quiso aceptar, obligando afectuosamente al obispo a que continuase en su puesto de sacrificio, ciñendo la mita que oprimía sus sienes como una corona de espinas… El año 1886, monseñor Del Granado fue elegido arzobispo de La Plata. No trepidó ni un momento para renunciar la altísima dignidad del palio que se le ofrecía. Su modestia, en el presente caso, estaba amparada por la voluntad de un pueblo que no le habría dejado salir y al cual, por otra parte, atentas las estrechas vinculaciones del afecto, no se habría resignado a abandonarlo jamás. Convocado a la capital de la república el Concilio Provincial Platense, por el ilustrísimo arzobispo de la Lloza, el año 1889, nuestro obispo concurrió a dicha asamblea, constituida en su mayor parte por las más 242 243 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado distinguidas personalidades del clero boliviano. A pesar de que las sesiones del concilio eran privadas, la reserva no fue tanta que el público ignorase la labor de todos y cada uno de sus miembros. Como era de esperar, dadas las condiciones excepcionales del obispo de Cochabamba, su actuación en los debates estuvo marcada por la huella luminosa, que señala el paso de los espíritus superiores. Fueron trascendentales las reformas introducidas por sus iniciativas, sancionadas como leyes por el respetable Senado que supo apreciarlas. Cuando llegó a Sucre la noticia de su arribo, la culta Capital se esmeró para recibir dignamente a su huésped. Todas las clases sociales, sin distinción alguna, se dieron cita en la calle por la que debía entrar el obispo quien, en previsión de manifestaciones que herían profundamente su humildad, retardó su ingreso, esperando en el camino que cerrase por completo la noche. A eso de las ocho fue sorprendido en los extramuros de la ciudad por la masa compacta del pueblo que había tenido la paciencia de esperarle hasta esa hora. A la luz de las lámparas se veían los balcones decorados, repletos de caballeros y señoras. Avanzadas unas cuadras, tuvo que apearse el obispo para seguir a pie en compañía del Metropolitano y del clero hasta su alojamiento. Al día siguiente y los posteriores se sucedieron, bajo todas formas, las manifestaciones de aprecio y respeto con que a porfía, la simpática sociedad de Sucre obsequió al prelado, cuya gratitud recordaba frecuentemente tan bondadosa acogida. El 9 de junio del citado año, se instaló el concilio con la solemnidad debida. Ofició la misa pontificada el arzobispo, acompañado de los obispos de Cochabamba y Santa Cruz. En las amplias bóvedas del templo resonaron los acordes majestuosos de la orquesta que rompió el silencio con los versículos del himnos Ueni, creator spiritus. ¡Sublime deprecación!, un rayo de luz para que ilumine la mente, una palpitación de amor para que inflame el corazón… Resplandecía el altar con las luces de los cirios que herían el oro y la plata bruñidos del tabernáculo, con los reflejos policromos de la pedrería que realzaba los sagrados paramentos. Acaso la hermosa basílica metropolitana no haya vuelto a contener más selecta y numerosa concurrencia que la que en esa ocasión se agrupó bajo sus tres espaciosas naves, ni haya ofrecido otra vez tan imponente aspecto. En medio del general recogimiento el clero formado en dos filas, abrió paso al orador encargado del discurso inaugural de las sesiones del concilio. El obispo de Cochabamba ocupó la tribuna. Aún parece que le tengo delante. Revestido de su cauda roja, brillando en el pecho y en la mano la cruz y el anillo de iridiscentes piedras. Baja la estatura, amplia la frente, simpático y noble el conjunto. ¡Cuánta majestad y dulzura en el rostro!, ¡cuánta profundidad y luz en las pupilas! Sus miradas sabían reflejar todas las emociones del alma, como su voz sonora y vibrante, capaz de todos los acentos de la pasión, sea que estalle con el fragor del trueno, sea que arrulle con la suavidad del sentimiento; y todo él, transfigurado y luminoso, por la radiación vivísima del pensamiento, por la intensa emoción del corazón. Empezó a hablar el orador y su palabra fue el toque de silencio que extinguió por completo los rumores que la ansiedad esparcía en el auditorio cuya impaciencia se tornó en una atención casi extática. En el discurso, a propósito del tema desarrollado, trató de la Revolución francesa condenando, por cierto como no puede menos que hacerlo un criterio sano y equilibrado, las doctrinas ateizantes y desmoralizadoras, los excesos monstruosos e injustificables que caracterizan aquella época histórica. Juzgó el orador los acontecimientos con la misma severidad que años después lo hizo el eminente historiador Hipólito Taine, altísima gloria de los críticos franceses y a quien nadie podrá tachar de ortodoxo. Casi como aquél, cuyas opiniones coincidieron con las suyas —sin conocerlas por cierto— descorrió el velo 244 245 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado de oro recamado de vistosa pedrería para exhibir el cocodrilo ante las muchedumbres que se detienen en los atrios del templo ofreciendo al ídolo el incienso de un culto tan fervoroso como indebido. Los estrechos límites de un discurso no permitían establecer las distinciones que en obras de otro género sería justo reclamar para apreciar mejor los acontecimientos bajo su triple faz, social, política y religiosa. Colocado el orador por un momento ante la Francia del [17]89, apenas pudo contemplar en su conjunto, sin poder detenerse en los detalles, aquel cuadro que se destaca como una mancha de sangre en las lejanías de un horizonte entenebrecido. Creyente, sacerdote y artista, dejó rebosar los sentimientos de su alma con ardorosa efusión; fulminó el rayo de la reprobación histórica con la vehemencia de un espíritu indignado, con la elocuencia de un orador conmovido. Terminado el discurso, las opiniones se uniformaron reconociendo el mérito indiscutible del orador, pero hubo discrepancia en cuanto a la apreciación de sus ideas. La América, órgano periodístico de un reducido grupo radical, censuró las del ilustrísimo señor Granado con tal destemplanza que justamente mereció la censura de la prensa nacional. «No se imagine, monseñor», decía el Diario, «venir a plantar en Sucre la bandera triunfante que ha enarbolado en Cochabamba… Hombre de mucho talento, pero implacablemente fanático». Pocos meses después se debatió en el Congreso el proyecto de trasladar la capital de la república a la ciudad de La Paz, y el obispo de Cochabamba, como los otros residentes en Sucre, suscribió la protesta a que dio lugar el referido proyecto. Entonces, lo más selecto de la sociedad le hizo una manifestación cuyo carácter y proporciones significaron algo más que un voto de gratitud: la protesta del vecindario contra los ataques de La América. La vida humana se compone de grandes acontecimientos y de pequeños sucesos, siendo raros los primeros y demasiado frecuentes los segundos: son éstos, sin duda, lo que mejor conducen a la etografía de un temperamento. Descaminado andaría el escritor que proponiéndose hacer la etopeya de una persona sólo anotara las acciones brillantes por las que se ha distinguido omitiendo, por insustanciales, los detalles ordinarios de su vida; ese retrato a más de ser incompleto, sería tal vez inexacto. Por otra parte, nadie ignora que los triunfos más celebrados, muchas veces no son debidos a los esfuerzos de la voluntad que los procura mediante sacrificios meritorios, sino a la casualidad, que, en ocasiones, combina un conjunto de circunstancias felices que los determinan. Son, pues, los detalles ordinarios de la vida, las minucias que pasan inadvertidas para el mismo sujeto, que reflejando su espíritu en todos los momentos de su existencia, lejos de la expectación pública, donde las miradas indiscretas no impiden lo natural y espontáneo, los que mejor lo manifiestan y caracterizan. Las batallas de Austerlitz y Marengo, descartadas de los episodios íntimos de su héroe, revelan el genio militar de Napoleón. Por ellas conocemos al soldado; pero estamos distantes de conocer al hombre, de quien mucho podrá revelarnos un solo incidente, con ser tan nimio. Cuentan que el grande hombre, en Nuestra Señora de París, cuando recibía sobre su frente la unción de los reyes y ceñía sus sienes con la corona de los emperadores, dio un codazo a su hermano murmurando quedo a sus oídos: «¿Qué diría nuestro padre si me viese ahora?»… Feliz yo si consigo agrupar con tino y acertada selección algunos rasgos y episodios de la vida de nuestro obispo; feliz si a pesar de la torpe y borrosa pluma, surge la imagen querida. Hijo de una familia acomodada, disponía de las rentas que sus padres le enviaban de Santa Cruz, para procurarle una subsistencia cuyo rango estuviese 246 247 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado proporcionado a su fortuna, y esto fuera de los emolumentos de que él gozaba en Cochabamba, donde su familia le suponía convenientemente instalado, en la casa que para su habitación se había adquirido. Grande fue la sorpresa de su padre al ser informado, por un amigo, de las estrecheces económicas que padecía el canónigo Granado. Vivía en una habitación reducida, cubierta apenas de una tira de alfombra, con un mal catre de fierro, una mesa y pocas sillas. Más tarde, su palacio episcopal, distaba mucho de corresponder a su enfático nombre. El menaje de la casa era de aquellos que en otras no se usaban porque la moda los había mandado recoger. Los muros de las habitaciones principales —como describe Baptista— «estaban decorados, fuera de uno que otro cuadro, obsequiando por algún amigo, con revistas ilustradas, y sobre las mesas se exhibían estatuas de yeso a tanto el par»… ¿Y qué era de sus rentas?… Escuchemos al doctor Baptista: «Lo poco que entraba en caja pasaba, sin transición a la familia de perdido bienestar, que ocultaba su desnudez; a la trastienda del cholo menesteroso; al cuartucho de la pobre mujer; al tugurio del miserable; a las mil manos enflaquecidas, huesosas, crispadas que en todo barrio, en todo pasadizo, se asían del manto episcopal… La limosna humedecida en llanto de compasión caía siempre». Caía inagotable, caía sin cesar… A decir verdad nunca tuvo dinero. El que recibía pasaba sin detenerse en sus manos a las del pobre y cuando la caja no contenía nada, empezaba a desalojar los armarios de ropa, a empeñar su firma en los bancos, a pignorar sus anillos. Con la sonrisa en los labios escuchaba las cariñosas reflexiones de su tía, la señora doña Rita Ponce de León, quien de encontrar las cómodas frecuentemente vacías tenía que recurrir a las tiendas para que el sobrino cambiase de vestido. Su largueza no se detenía ni ante las prendas de familia, objetos sagrados que el afecto conserva con la veneración de los recuerdos. Una vez, no teniendo dinero que dar se deshizo de un reloj de oro que por ser obsequio de su madre tenía, para él, inmenso valor. El reloj no fue remplazado ni por otro de bajo precio. Para medir, en el púlpito, la duración de sus discursos lo tomaba prestado de uno de sus familiares. Refiere monseñor Primo Arrieta, en la magnífica oración fúnebre con que ha honrado la memoria de nuestro obispo, uno de los ingeniosos recursos de que acostumbraba valerse para aliviar las necesidades de la miseria. Un día de aquellos en que el hambre y la peste (1879) desolaban nuestros campos y ciudades, el prelado fue detenido, a las puertas del lazareto que acababa de visitar, por un campesino que alargó la mano pidiéndole una limosna. En vano buscó una moneda que darle, pero, en cambio, se despojó de uno de los guantes que llevaba y lo dejó caer en las manos del mendigo… El guante fue rescatado por la caridad pública y devuelto a su primitivo dueño. San Francisco de Sales solía exclamar: «Cuando se incendia la casa se arrojan los muebles por las ventanas». La caridad que abrasaba el corazón de nuestro obispo era comparable a un incendio cuyas llamas le obligaban a arrojar todo lo que el edificio contenía. Cuando se ha conseguido salir de sí mismo, destruyendo el egoísmo que aísla al individuo apegándole a la exclusiva posesión de los bienes, cuando el fuego sagrado ha consumido las bajas pasiones purificando el alma de la escoria de sus concupiscencias, rotas así sus terrenas ligaduras, quedan abiertas las puertas de la munificencia sin que obstáculo alguno se oponga a los generosos impulsos del alma libre para desenvolverse dentro del amor infinito. Pero la renuncia que de sus bienes hacía nuestro obispo, en beneficio de los pobres, por encomiable que sea, sólo lo habría hecho digno de las consideraciones debidas a los filántropos, mas no de la veneración sagrada de que fue objeto durante su vida y de la que hoy, transformada en 248 249 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado piadoso culto, goza su memoria. Esto sólo se explica considerando que su desprendimiento no estaba limitado a la filantropía, cuyos mayores sacrificios jamás podrán ser comparables con los que, a diario, impone la caridad cristiana, resplandor divino, de donde arranca su origen, a diferencia de la otra virtud que nace del amor del hombre para el hombre, esto es, del principio de la simpatía que como todo lo humano, participa de las imperfecciones de su naturaleza. Sólo es dado a la caridad cristiana pedir y obtener, por amor de Dios, el sacrificio de la persona frecuentemente realizado no una sola vez y de golpe, merced a momentáneo entusiasmo, sino la inmolación lenta, verificada día a día, momento a momento y esto durante los años de una existencia prolongada… Bien la define San Pablo: «Dulce, sufrida, bienhechora, sin envidia; no es precipitada, soberbia ni ambiciosa; no piensa mal, no busca sus intereses ni se irrita; ama la verdad y la justicia; a todo se acomoda, todo lo espera y todo lo soporta…» y es la piedra angular sobre la que reposa el cristianismo y es, según el mismo Apóstol, «la plenitud de la Ley». Ésta era la caridad de nuestro obispo, el origen de todas sus virtudes, la llama interior que le hacía luminoso y transparente. Todas las horas del día y las que eran necesarias de la noche, el obispo estaba, sin reserva alguna, a disposición del que quisiera ocuparlo: bautizar un niño, confirmar un diftérico, asistir a un agonizante, procurar una reconciliación. El joven que deseaba bendecir su amor, la madre que no podía conseguir la corrección de su hijo, la familia que se desorganizaba porque la justicia no había alcanzado a establecer la paz en su seno; todos… todos, sin excepción, iban a ver al obispo dispuesto siempre a satisfacer las necesidades posibles sin excusar su salud, su sosiego ni su dinero. Con suma propiedad el doctor José Quintín Mendoza dijo de él: «Fue un banco de expósito de dolores y de emisión de consuelos». Y en medio de tanta bondad, lo que más comprometía la gratitud de sus favorecidos, era que los beneficios prodigados no eran de aquellos que suelen pesar creando una obligación para el que los recibe. No, nada semejante a eso. Al contrario, él parecía más bien el deudor agradecido que abonaba su deuda. Otra de las virtudes que caracterizan al que como a Bossuet podemos llamar, «el gran prelado», y que han contribuido a enaltecer sus merecimientos, es la humildad, practicada por él, desde su más tierna infancia, con tanta sencillez que sería difícil averiguar si esta virtud, como su pureza, era el fruto espontáneo de un temperamento privilegiado o el producto de secretos y penosos esfuerzos. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, el pobre concepto que de su persona tenía —manifestado en todos los actos de su vida— revelaba la inconsciencia del individuo que ignora su propio mérito, y esto a pesar de las tentadoras alabanzas que se le prodigaban con tanta persistencia y entusiasmo que eran capaces de envanecer al hombre más modesto. La ira, la soberbia, la impureza, semejantes a reptiles ponzoñosos, estaban a sus pies, aplastados por la planta de aquel varón egregio, que había nacido invulnerable como el héroe de la fábula o que había conseguido reducirlos a la impotencia. Cuentan de un orador sagrado (el jesuita Lacordaire, si la memoria no me engaña) que, después de recibir los aplausos con que eran celebrados sus discursos, se encerraba en su celda con el lego del convento, y tendido en el suelo, ordenaba a su compañero que lo hollase como a polvo: —Pisa, —le decía—, con tus sandalias, pisa a este fraile que es polvo vil y que no debe enorgullecerse… —Nuestro obispo después de sus triunfos oratorios, no necesitaba sentir la presión de las plantas de su familiar para persuadirse de que no era un ser extraordinario; lejos de tales tentaciones, estaba tan naturalmente rebajado ante sí que, en su concepto, los homenajes que recibía, no eran 250 251 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado tributados a él, sino al obispo, personalidad distinta de la suya. Su humildad manifestada en la afabilidad de su trato, exquisitamente culto, no distinguía categorías sociales de ningún género: la misma sonrisa, la misma compostura para recibir al pobre obrero que al encumbrado personaje, y tanto éste como aquél, salían prendados de la mansedumbre del prelado, cuyo solo aspecto ya despertaba la más profunda simpatía. Si me propusiera comparar a nuestro obispo con algún santo, no vacilaría en hacerlo con san Francisco de Sales. Por las semejanzas que se notan: a primera vista se comprende que el ilustre obispo de Ginebra sirvió de modelo al nuestro, cuyo género de santidad, como la de aquél, no presenta el aspecto de sombrío rigorismo que suele caracterizar la fisonomía de otros santos. Nuestro obispo, como su dechado, era alegre y franco, abierto a todas las comunicaciones, dispuesto siempre a toda honesta expansión. Hacía como dicen los biógrafos de san Francisco, la virtud simpática y fácil, asequible para todos, sea cual fuere su posición social y sus consiguientes ocupaciones. Nada de melancolías ni tristezas, de maceraciones ni escrúpulos. El cumplimiento de la Ley de Dios, la práctica de los consejos evangélicos, y todo con paz y santa alegría. Saint-Beuve, al hablar de san Francisco dice: «Era dulce, pacífico, inalterable, derramaba el azúcar y la miel». ¡Cuánta suavidad y dulzura, cuánta piedad y mansedumbre había en monseñor Granado! Como el santo obispo de Ginebra, solía sazonar frecuentemente sus conversaciones con la sal de su ingenio agudo y ocurrente. He oído referir la respuesta que en cierta ocasión había dado a una dama que, dudando de la existencia del infierno, pretendía que el obispo la persuadiese de su efectividad. Hizo la joven tantos alardes de libre pensamiento y tantas falsas inquietudes expuso, que el prelado creyó conveniente evitar la discusión limitándose a aconsejarle que dejara de torturar su ánimo, reservando la demostración para cuando ella fuese allá, que, en cuyo caso, ya no le sería posible abrigar ninguna duda. Digna ocurrencia, respuesta digna de san Francisco de Sales. La política boliviana, desde la fundación de la república hasta la organización del partido liberal, se ha desarrollado caracterizada por lo que a principios religiosos se refiere, por una nota de altísima importancia, de inmenso valor: la unidad de creencias, la identidad de fe. El dogma católico reconocido y acatado por todos los partidos, sean cuales fueren sus ideales políticos, era el lazo de unión que agrupaba a todos los miembros de la familia boliviana en torno de una creencia, como el principio de nacionalidad congrega a todos los asociados alrededor de una sola bandera. Por la primera vez en Bolivia, como oportunamente observó el doctor Baptista en sus notables Correspondencias del Viernes, el jefe del partido liberal y candidato a la presidencia de la república, general don Eliodoro Camacho, fue el que, en su programa de gobierno, tocó la cuestión religiosa. El referido documento contenía proposiciones que directa o indirectamente atacaban el dogma católico. Entonces, el ilustrísimo señor Granado, que abrigaba simpatías personales por el benemérito general, le hizo escribir una carta, con un amigo suyo, insinuándole el pensamiento de que modificase su tendencioso programa en todo aquello que fuese contrario a las doctrinas y enseñanzas de la Iglesia; que de hacerlo así, obtendría el apoyo del elemento católico para el triunfo de su candidatura. La negativa del general fue rotunda: —Son las ideas de mi partido y no las puedo modificar —respondió. Por cierto que semejante ratificación importaba aceptar la lucha que se había provocado. El obispo, cediendo a los dictados de su conciencia, que le trazaba la línea de conducta que debía seguir, se vio en la precisión, mal de su grado, de tomar parte activa en la 252 253 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado política militante, ejerciendo de su parte, las legítimas influencias de que podía disponer para el triunfo en las luchas electorales, del Partido Constitucional, que tomó el nombre de Conservador. Cabe recordar aquí la observación que tantas veces, en son de reproche, ha sido formulada contra la actuación política del obispo: ¿Es lícito al sacerdote, ministro de caridad y paz, enarbolar la bandera de las discordias políticas? Yo creo que sí. Y no es pequeño el número de los que opinan, con mucho acierto, en mi concepto, que el ejercicio de los derechos políticos que la ley acuerda al sacerdote, como a todo ciudadano, se impone, en determinadas ocasiones, no ya sólo como un derecho, cuyo concepto siempre es facultativo, sino como un deber sagrado e ineludible. Desde luego, en el presente caso, no debe perderse de vista que no fue el obispo quien promovió la discordia religiosa. Ella fue suscitada, como se tiene dicho, por el referido programa que «envolvió la cuestión religiosa en la cuestión política» según lo demostró el doctor Baptista, en sus citadas Correspondencias. Creada la situación el obispo, en su carácter de tal, y como ciudadano católico, se vio obligado a aceptarla. No se oculta a la penetración del lector que atentas sólo las conveniencias humanas, preferible habría sido para el prelado mantener una neutralidad que, garantizando su sosiego, conservase incólume su popularidad, tanto más cuanto que carecía del aliciente de todo beneficio personal. Pero, si se considera que son los colegios electorales los que con su voto constituyen los poderes del Estado, aquellos que dictan y aplican las leyes, favorables o adversas, para los intereses de la Iglesia, se justificará la intervención directa y activa del sacerdote en política, máxime si se tiene al frente un partido cuyos propósitos manifiestos son marcadamente hostiles. Exigir prescindencia del sacerdote en este caso, es como pretender inacción en el individuo cuya casa está amenazada por el incendio. Dejarse estar cuando el edificio cruje, cuando se siente el soplo inflamado de las llamas… eso es irracional, inconcebible. El obispo publicó varias pastorales anunciando el peligro a su grey, y sus temores de carácter profético; se han realizado pocos años después, en forma de leyes sancionadas por congresos donde la acción de uno que otro representante ortodoxo ha sido anulada por una mayoría contraria. El obispo había tenido razón. Sus predicciones están literalmente cumplidas. Dan testimonio elocuente de ello, las heridas frescas, sangrantes aún, abiertas en el seno de la Iglesia aherrojada y perseguida. Mas ¡cuántas amarguras y decepciones hubo de costarle el cumplimiento de tan penosos deberes! Turbas infames fueron lanzadas a las puertas del palacio episcopal para ultrajar al «Morado», como le llamó entre sus hipos alcohólicos, la canalla soez… Excusado es añadir, atenta la bondad de la víctima que, cuando la policía intervenía en su amparo, el obispo imploraba, hasta conseguir, la libertad de sus enemigos. El difícil gobierno eclesiástico de la diócesis era desempeñado por el prelado con la consagración y la sagacidad que requieren las delicadas funciones del cargo. Su administración, como todos los actos de su vida, está caracterizada por la bondad que obtiene más fácilmente imponer el principio de autoridad, no haciéndola pesar como una humillación para el inferior, sino más bien como la cariñosa y noble protección de la paternidad. Su regla de conducta estaba trazada sobre aquella máxima tan frecuentemente repetida por san Francisco de Sales: «Más moscas se cazan con una gota de miel que con un barril de vinagre». La aplicación de este principio, con ser tan sabio y prudente, dio sin embargo origen a que muchos censurasen el régimen establecido. Se decía: —El obispo es débil, excesivamente bueno —y —El clero necesita mano fuerte y el que lo dirige, no la tiene. —Tengo para mí, que este cargo, lejos de constituir un reproche, encierra toda una 254 255 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado alabanza. Aquéllos que en la autoridad exigen mano fuerte revelan no conocer la naturaleza humana, sumisa siempre a la corrección bondadosa, rebelde siempre a la represión áspera… En cuanto a teorías penales, con venia del lector, he de invocar, no la autoridad de un tratadista de la materia sino la de un profundo conocedor del corazón humano, la de Víctor Hugo, en su maravillosa creación de Juan Valjean, degenerado por los rigores de la ley, embrutecido por la crueldad del castigo y levantado del fondo de su postración moral, noblemente regenerado por la mansedumbre evangélica de monseñor Bienvenido. Por cierto que, con ese recuerdo, no pretendo decir que la disciplina eclesiástica tenga algo de malo o censurable. Dios me libre de semejante despropósito. Simplemente quiero repetir un pensamiento del citado escritor que deseaba ver siempre «una lágrima en los ojos de la ley», compasión para el caído, benignidad en la aplicación de la pena para que ésta cumpla mejor su misión regeneradora. Aquellos espíritus inflexibles y rigorosos no debieran olvidar jamás que Jesús no arrojó a Magdalena ni mandó lapidar a la mujer adúltera. Responsabilizar al prelado por las faltas cometidas por uno que otro mal sacerdote, sin hacer extensivo el cargo —como que no se acostumbra— contra las cortes de justicia ni los protomedicatos porque no faltan malos abogados ni malos médicos, es cometer una injusticia, y ésta sube de punto, si se considera que al obispo no se le procuran los recursos necesarios para la educación del clero mediante la creación de seminarios modelos en los que, sin duda, se conseguiría mejorar notablemente su cultura intelectual y moral. Por lo demás, pretender la impecabilidad en el sacerdote es tan absurdo como exigir que el obispo forme hombres de una masa que por desgracia aún no es conocida. Nuestro obispo, en presencia del sacerdote caído, no estallaba en imprecaciones de asombro. Comprendía que tal dureza sólo podía sonrojar, despechar tal vez, pero, no corregir. Con la mirada baja, con la voz apagada, casi sollozante, reflexionaba, imploraba, sin herir, sin ofender. Sin duda que en esos momentos tenía presente la exclamación del Salmista: «¿Qué podías esperar de mí?… He sido concebido en pecado y tengo funesta propensión al mal». Monseñor Granado figura en la Lira boliviana, colección seleccionada de las composiciones de varios poetas nacionales, entre los que está merecidamente colocado, para honra y gloria de nuestra literatura patria. En verdad que los pocos trabajos suyos insertados en el referido libro no bastan para dar a conocer al poeta de vigorosa inspiración, cuyos divinos arranques, cuyas brillantes imágenes, han de buscarse más bien en sus producciones oratorias. Escribía versos —me refiero a la época en que pude formarme concepto de él— casi con la misma ligereza con que redactaba sus cartas, abusando de ese modo, de la admirable facilidad que tenía para rimar sus pensamientos. Con tal procedimiento no era posible que sus estrofas fuesen, como la de otros artistas, verdaderas obras de orfebrería, deslumbrantes por el paciente trabajo de la lima que pule y abrillanta. Con todo, en ellas vive y palpita el poeta y sus menos inspiradas, revelan siempre al literato correcto. La afición, por regla general, suele ser seguro síntoma de disposición. Por mucha que sea la inconsciencia del individuo acerca de sus aptitudes, no deja por eso de sentir la inclinación impulsora que le obliga, insistentemente, a ejercitar las facultades cuyo mayor desarrollo se impone en la economía general. Esta observación reza con nuestro obispo quien consagró particular y deferente culto a las bellas letras, objeto de los ensueños de su juventud, labor incesante de su vida, regalo de sus horas de sosiego. La poesía corrió por sus venas desde muy pequeño, una afición heredada de su padre. Era adolescente cuando empezó a escribir sus primeros versos y 256 257 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado a representar como actor dramático en compañía de otros jóvenes aficionados al teatro. Este último ejercicio le sirvió de conveniente preparación para el púlpito donde se manifestaba como el artista posesionado de los recursos de la declamación y de la mímica. Dotado de una sensibilidad exquisita que le permitía percibir las más delicadas impresiones, de una imaginación combinadora que las concertaba con primoroso gusto, llevaba, en el corazón y en la mente, la divina llama donde se fundió su alma de orador y poeta. En su lira, como dice de la suya Chocano, «cabían todos los sonidos como en un rayo de luz todos los colores». Sea que cante las magnificencias simbólicas del templo católico, sea que ensalce los beneficios de la unión americana, ora evoque conmovido a la hermana muerta, ora, en fin, hiera festivo la nota cómica con agradable sonrisa. Con igual gallardía sabía pulsar las cuerdas del plurísono instrumento, y la estrofa, si bien, como tengo dicho, no tiene la fuerza ni el colorido intenso de los períodos de su prosa oratoria, salía en cambio, al correr de su pluma, blanda y armoniosa. Las poesías festivas a que he hecho referencia no llegaron a ser conocidas sino por el reducido círculo de sus íntimos amigos, excepción hecha de una sátira contra el baile que compuso por insinuación del ilustrísimo señor del Prado. Las demás composiciones de esta índole fueron provocadas por la musa festiva de don Benjamín Blanco con quien, y otros distinguidos intelectuales de la época, asistía a la tertulia de las señoras Ponce de León, en cuyos salones, pasaban gratísimas veladas. En ellas se formaron dos bandos que reñían divertidas batallas hiriéndose con los pinchazos, de espina de rosa, de sus ingeniosos epigramas. Poseyendo nuestro obispo la lengua latina a la edad de cuatro años, como queda referido, era natural que llegara a adquirir la elegancia y el gusto que acabó por confirmar la versación que en la materia le reconocían los peritos. El estudio de este idioma le sirvió para los que posteriormente hizo de la lengua castellana. Sus aficiones literarias lo familiarizaron con los poetas latinos y los escritores españoles, no siendo tampoco escaso el número de literatos franceses e italianos que leía en su propio idioma. Dados estos antecedentes que significan esmerada cultura, un ingenio como el suyo no podía menos que descollar en la ciencia y en el arte literario cuyos abundantes recursos, al par que revestían de galanas formas su pensamiento, daban lustre y esplendor a su estilo, dechado de pureza, corrección y sencillez. La fama de santidad dispensada al varón evangélico, por todos los que admiran sus grandes virtudes así como su reputación oratoria, han sido consagradas por la opinión unánime. Tal vez algún día se organice el proceso canónico que ponga de manifiesto los grados de perfección que alcanzó su espíritu.* Pero, si la fama de sus virtudes debe ser comprobada para llevar el sello de la Iglesia, en cambio, la relativa a la de su elocuencia ostenta ya el sello de la sanción definitiva. En la tribuna sagrada, surge la gran figura del prelado envuelta por los resplandores de la santidad y la elocuencia, de la bondad y la pureza. Su palabra inspirada vibró bajo las bóvedas del templo, con la augusta majestad de la verdad, con el seductor ropaje de la retórica, con las galas y atavíos de la poesía y la ática corrección de la forma, irreprochable y nítida. Alma de artista y de creyente, tesoro de bondades, luminosa inteligencia, sabía remontar su vuelo hasta las encumbradas cimas del dogma y descender desde allí, henchido de unción y de piedad, para tranquilizar las inquietudes del espíritu y restañar las heridas de los corazones sangrantes. 258 259 * Ya está avanzado el proceso de canonización. Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado La oratoria se define por los tratadistas como el arte de convencer y conmover. Esta definición supone dos operaciones: la de razonar y la de herir el sentimiento, dirigiéndose, en el primer caso, a la mente, y en el segundo, al corazón. De aquí surgen también dos entidades distintas: el lógico y el artista, esto es, el científico y el poeta. No se concibe, pues, al lógico desprovisto de verdad, que es la ciencia, como no es posible concebir tampoco al artista sin el temperamento y las visiones del poeta. El orador, para ser tal, ha de reunir en sí y de manera inseparable las cualidades mencionadas sin cuya concurrencia, bien podrá ser un razonador más o menos hábil, pero, de ninguna manera un orador como el arte lo requiere. El don de la oratoria es un privilegio raro. La naturaleza no lo prodiga y lo reserva con tan prudente economía, que se consideran felices los pueblos en cuyo seno brota el genio que ilumina las oscuridades del pensamiento con las irradiaciones de su luz. Monseñor Del Granado pertenecía al reducido grupo de estos seres privilegiados. Dotado de una inteligencia poderosa, esmeradamente cultivada, llegó a adquirir una ilustración tan vasta que le permitía dominar los conocimientos generales fuera de los especiales que constituían al teólogo. Sus altas dotes, sometidas a severa disciplina, ofrecían el concierto que proviene del equilibrio de todas ellas, sin que la imaginación del artista deprima ni menoscabe las funciones reflexivas del pensador. Posesionado de las materias que trataba, por intrincadas que fuesen, sabía exponerlas con tal lucidez que su comprensión no era difícil para ninguno de los que le escuchaban. Su razonamiento vigoroso, sea que indujera o dedujera, tenía una precisión lógica irrefutable. Las inteligencias mediocres se ven obligadas a detenerse en la contemplación superficial y exterior de las cosas. Por grande que sea su esfuerzo, no alcanzan a penetrar la sombra con que su natural limitación les intercepta el paso. No así las inteligencias superiores; a medida que remontan su vuelo a mayor altura, cuanto más ahondan y penetran en las profundidades misteriosas del abismo, tanto más espacio y claridad encuentran. Nuestro orador, sin esfuerzo ni fatiga, dejándose guiar sólo por las intuiciones del pensamiento, llegaba a descubrir nuevos horizontes, puntos de observación ignorados, desde donde conducía a su auditorio a la divina contemplación de lo sublime y de lo bello. Pero, al orador no le basta señalar lo sublime ni lo bello, es preciso que lo sepa sentir. Sentir la grandeza de lo maravilloso hasta el desfallecimiento, sentir el deleite de lo bello hasta el éxtasis. Sentir, saber sentir la emoción estética. Conmoverse con ella tan profundamente que al trasmitirla viva, palpitante y temblorosa, escuche en el latido de los corazones que le rodean, el ritmo acelerado de su propio corazón… Tal era la elocuencia arrebatadora de monseñor Del Granado. No era posible escucharle sin dejar de participar los sentimientos que agitaban su alma de poeta, su temperamento de artista. Su palabra conmovía hasta excitar el sistema nervioso y producir las impresiones que deseaba obtener del auditorio sobre el que alcanzaba el más absoluto dominio. Era preciso rendir la voluntad ante la persuasión impuesta por la verdad lógicamente demostrada, ante el mágico hechizo del canto de aquel cisne de divina inspiración. Su elocuencia ha sido más de una vez comparada a la de Bossuet por la elevación del pensamiento y la magnificencia de la forma; y en verdad, que si se tratara de hacer un estudio comparativo, no sería tal vez difícil encontrar en las concepciones y arranques de nuestro orador, rasgos que nos recuerdan las atrevidas ascensiones del águila de Meaux, la grandeza de Lacordaire, la elegancia de Fenelón, la melancólica poesía del padre Félix o la elocuencia del Crisóstomo (que admiraba). Pero, un trabajo de esta índole, no sería posible sin ofrecer al lector los documentos que comprueben las semejanzas, teniendo a la vista la colección de sus obras oratorias. 260 261 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Cabe detenerse un momento aquí, para responder a la posible interrogación del lector: ¿Estas líneas obedecen al propósito de esbozar la fisonomía del prelado o de cantarle un himnos inspirado por el afecto? ¿Dónde están las sombras del cuadro? ¿Cuáles las imperfecciones inherentes al hombre? ¿Se han referido sólo las excelencias guardando piadoso silencio sobre todo lo que pudiera constituir mancha o tilde por lo menos? Con el corazón en la mano, invocando toda la sinceridad de que me creo capaz, sin incurrir en la necia temeridad de atribuir acierto a mis apreciaciones, debo decir que la ilustre personalidad del obispo es una de esas excepcionales, que por rara disposición de la providencia, ofrecen el conjunto de tantas virtudes y cualidades, de tanta luz y esplendor, que su brillo impide descubrir en ellas, fuera de sus naturales limitaciones, cosa alguna digna de reproche y censura. Por lo demás, creo haber respondido a las dos únicas observaciones que se han formulado contra él: relativa la primera a la debilidad de su carácter, la segunda a su intervención política. La vida y la muerte de nuestro obispo ha sido sintetizada por el malogrado escritor don Adrián Aneiva, en un pensamiento digno del mármol: «Vivió para el corazón y el corazón le dio la muerte». Un día, 23 de septiembre de 1895, regresó el prelado de su visita pastoral, hecha a la provincia de Tapacarí, regresó padeciendo otra vez la afección cardiaca que cinco años antes puso en peligro su vida. Las fuerzas del corazón estaban agotadas. Era natural el cansancio del órgano que había sufrido y trabajado tanto. La depresión debía ser proporcional al enorme gasto de energías. Al día siguiente de su llegada, celebró la misa, por última vez, en el templo de Santa Teresa que era su predilecto. La noche del 24 volvió el ataque al corazón. Durante los intervalos en que cedían la angustia y el dolor, se escuchaba la oración fervorosa del enfermo: In te, Domine, speraui non confundar in æternum: in iustitia tua libera me, et eripe me… El 25 comprendió que era el último de su vida. No sintió turbación alguna en presencia de la muerte. La recibió con la serenidad de los justos para quienes el terrible trance no es la sumersión tenebrosa que aterra, sino la ascensión luminosa que glorifica. Después de recibir el viático dirigió una alocución. Una vez más habló el orador, que cerca de cuarenta años había ocupado la tribuna y fue para exhortar al clero, insinuándole el cumplimiento de sus sagrados deberes. Él así acabó de cumplir los suyos. A prima noche sintió que la muerte iba a descargar su golpe y en el momento supremo, dando testimonio de la fidelidad con que sabía cumplir la voluntad de Dios, mandó que lo incorporasen en el lecho y puesto de rodillas, dejó volar su alma… Cayó la gentil palmera, sombra del peregrino, refugio de las aves. El huracán destrozó sus ramas, arrojó sus nidos. ¡Pobres avecillas! Calló para siempre, el divino cisne… Ya no agitan el lago azul sus alas blancas. Pero, en la inmensidad de los cielos ¡ha surgido una nueva estrella, inmortal y esplendorosa aparición! rquímedes pedía un punto de apoyo fuera de la tierra para suspender el globo con una palanca. Guttenberg fue el constructor de ella. La prensa es la poderosa palanca de las sociedades modernas. En la época actual, la hoja periodística ha tomado más preponderancia que el libro; todos leen una hoja pero pocos estudian un libro. De aquí se sigue la importancia del halado mensajero que se multiplica como luminosa bandada de pájaros, que llevando luz en las alas la difunden en el gabinete del sabio como en la boardilla del obrero. 262 263 1909 ARTÍCULO EL PERIODISTA Felix Antonio del Granado (1873-1932) El periodismo es un ministerio sagrado, su sacerdote es el periodista; grave es su responsabilidad. A la manera como el sacerdote se unge y purifica para ofrecer el sacrificio, así el periodista tiene que ungirse para hablar al pueblo. ¿Cuál es esa unción? La pureza moral del lenguaje, la decente compostura de la frase, que son las que han de formar el ropaje blanco de las ideas que ha de emitir; éstas han de ser la expresión de la verdad, de la justicia y del bien. El periodista es el conductor del coche social de un pueblo: tiene que encarrilar la opinión pública por el camino real de la verdad, señalar los escollos y hacer luz. Desgraciadamente el periodismo está viciado, y se estremece uno al considerar que muchos de los innumerables periódicos que se editan en la república han de ir a las manos de la joven para desgarrar en su alma los blancos velos del pudor y sembrar la duda en el joven y arrancar la fe del corazón del obrero. Trasnochado el periodista, salido de la orgía con los inmundos vapores de la bacanal de donde acaba de venir a la oficina del periódico que redacta, arroja flores al pícaro que le da una propina y ensalza con cínico descaro la vergüenza del comprador de su pluma. Su lenguaje desmesurado repugna, y su injusticia subleva, miente y calumnia; vocero de la pasión, jamás se inspira en la justicia y manosea con brutal torpeza lo más santo, y se introduce en las alcobas y profana el santuario de los hogares, sembrando la discordia en las familias y el rencor en los bandos políticos. El mal es grave. ¿Cuál será su remedio? Al mal con el bien, a la sombra con la luz; fundar buenos periódicos, desprestigiar los malos, regenerar la opinión que ya está tan maleada que no hallo gusto en la lectura de un diario. 264 Flor de Granado y Granado 1914 DISCURSO EN LOURDES CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DEL DECIMOSEXTO CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL lamado a tomar parte en la clausura de este congreso que se inició el pasado miércoles, he aceptado gustoso la invitación que debo a la gentileza de su eminencia Genaro Cardenal Granito Pignatelli, príncipe de Belmonte. La he aceptado porque me depara la oportunidad de manifestar mi adhesión a los acuerdos de esta asamblea, a la par que mis sentimientos religiosos. En los tiempos que alcanzamos se impone, como una necesidad social, ostentar las creencias, hacer noble y generoso alarde de los dogmas que se profesan, de las esperanzas que se alientan, de los latidos íntimos que palpitan en el corazón, en las profundidades misteriosas del alma, en medio del recogimiento silencioso de sus potencias, bajo el influjo del amor, disponiéndolo a la generosidad y permitiendo al alma elevarse por encima de lo inmediato y orientarse hacia la contemplación. Se trata, en definitiva, de un medio para mantener el vigor espiritual, la armonía y el orden del alma. Creo, señores, en Cristo, hijo unigénito del Eterno Padre, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, en el seno virginal de María. Creo en él porque creo en Dios, a cuyo conocimiento me elevo en virtud del principio de causalidad que rige todos los fenómenos. Creo que Cristo es Dios porque su divinidad está comprobada por su admirable doctrina y la santidad infinita de su vida. Afirmo que, si se admite la existencia de Dios, es preciso reconocer que Jesucristo lo es. Creo que Cristo es Dios porque desde la cruz impetró el perdón para sus verdugos. Creo porque instituyó el sacramento de la eucaristía, limitando con él, por un acto de amor —como observa san Agustín—, el mismo poder de 265 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Dios. ¿Acaso al elevarse la forma cándida, entre nubes de incienso, bajo la bóveda de nuestros templos no sentís, al descorrer con la mente los místicos velos, la presencia del Infinito? ¿No habéis visto hasta esfumarse la blancura de la hostia bajo la radiación luminosa le la Belleza Absoluta que se ostenta soberana con todos los esplendores de su gloria? Vuestro corazón palpita, vuestros ojos se llenan de lágrimas: habéis visto a Dios. Creo que Cristo es Dios porque su religión es la de la esperanza. ¿Qué sería del hombre si, en sus horas de quebranto, no viniese a confortar su espíritu el aliento de la esperanza? En el seno de la sombra hay vibraciones de luz, calor en el hielo, rayos de esperanza disueltos en la amargura de las lágrimas. Dice el poeta: «A la manera como la pupila se dilata en la oscuridad y acaba por encontrar luz, mi alma se dilata en el sufrimiento y acaba por encontrar a Dios». Plugo a la bondad infinita crear el sol de la esperanza, para templar con su calor los rigores del cierzo que entumece los miembros, que paraliza el corazón. De los labios de Jesús brota la esperanza: «Ora y espera», nos dice. «Lázaro, levántate del sepulcro de tus miserias; sacude el sudario de tus aflicciones; rompe las ligaduras que te aprisionan y ven; ven hacía a mí, que soy el camino, la resurrección y la vida». Creo que Cristo es Dios porque su religión es la del amor, santificado por la pureza, ungido por la inocencia o transfigurado por el dolor. En alas del amor se eleva el corazón sobre todas las miserias humanas para contemplarlas, desde la serenidad de su bienaventuranza, con piedad y dulzura; por eso perdona, por eso consuela. Las almas abrazadas por el amor divino son castas, misericordiosas y buenas; como Jesús, no desdeñan al fariseo, absuelven a la adúltera y lloran sobre las ruinas de la felicidad ajena. La caridad, cuando mira, bendice; cuando habla, conforta; cuando suspira, nos salpica de lágrimas el corazón. El amor es más grande y poderoso que el pensamiento; por eso Pascal afirma: «el corazón tiene razones que la razón no comprende». Por eso se atribuye la obra de la creación del Universo al pensamiento de Dios y la institución de la eucaristía al triunfo del amor en el corazón de Dios. El amor es más poderoso que la muerte; por eso se dice que la venció en la Cruz, perpetuando la vida en el viril de la custodia. El amor en el cielo se llama bienaventuranza; en la tierra, cristianismo; bondad, en los hombres; poesía, en la naturaleza; inspiración, en el pensamiento; fuerza, en el corazón. Creo que Cristo es Dios porque sus doctrinas son «la luz del mundo y la sal de la tierra». ¿Qué fue de la humanidad antes de la predicación del evangelio? Se destaca enhiesta la cruz en la cima del Gólgota, separando las dos grandes eras de la historia: el paganismo bárbaro, con sus doctrinas absurdas, con sus ritos monstruosos, sus costumbres licenciosas; el cristianismo austero, con sus dogmas racionales, con su moral divina. Cayeron los ídolos; sus templos están derruidos y desiertos. Pasaron los fundadores de religiones nuevas; pasan, uno tras otro, los sistemas filosóficos. Todo se trasforma o muere. Sólo Cristo quede en pie: su imperio es inmortal, su reinado eterno, sus dogmas inmutables. Cristo vive y reina: vive en el corazón por el amor, reina en el pensamiento por la verdad. Creo que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana es la única depositaría de la verdad revelada; al aceptar sus enseñanzas, satisfago las más nobles necesidades de mi pensamiento y de mi corazón. ¿Qué sería de mí si no pudiese elevar mi alma, en alas de plegaria, al cielo de mis esperanzas? Prometeo 266 267 Felix Antonio del Granado (1873-1932) encadenado a la roca de la duda, maldeciría, como Job, la hora en que se dijo que fui concebido. Pero no, gracias a Dios, conservo incólume la fe de mis mayores; la conservo como el recuerdo sagrado de la memoria de los seres queridos, de aquellos que junto con la vida me transmitieron sus creencias, cendales de su pensamiento, pedazos de su corazón. 1915 DISCURSO EN LA INAUGURACIÓN DEL ORFANATORIO DE TARATA elebramos la inauguración del edificio que acaba de bendecirse. Llama y busca a los huérfanos para prodigarles los cuidados de la familia y el calor de los afectos, redimiéndolos de los padecimientos de la miseria y de las degradaciones del vicio. Uno de los espectáculos más conmovedores de la vida es el de la niñez desamparada: el huérfano arrobado al arroyo, cubierto de harapos, enflaquecido por el hambre. ¡Pobre niño! Si la mano del interés lo recoge, es sólo para explotar sus servicios, abusando de su situación. Lo cobija y lo sustenta; pero, el pedazo de pan está humedecido de lágrimas y el mísero cuerpo, cubierto de cicatrices. Tras largos años de rudo trabajo, abandona la casa del amo, como el presidiario su cárcel: pervertida el alma, atrofiada la inteligencia, rencoroso el corazón. Recoger al niño para satisfacer sus necesidades físicas y morales, educar su voluntad, ilustrar su inteligencia, prepararlo para una vida santificada por la oración y el trabajo, hacer de él un hombre útil para la sociedad y la familia, es la obra que se propone llevar a cabo el ilustre y meritísimo guardián del Colegio de San José de Tarata, Fray Francisco Pierini, cooperado por los religiosos de su convento; suya fue la iniciativa, suya es la obra. 268 Flor de Granado y Granado Afirma un pensador que abrir una escuela equivale a cerrar una cárcel. Así lo creo: esta casa evitará la construcción de un presidio. Y nada más justo que por ello manifestemos nuestro reconocimiento a su fundador y sus nobles colaboradores, porque los pueblos que no saben agradecer los beneficios recibidos, no son dignos de ellos. Mas no debemos ahora limitarnos sólo a expresar estos sentimientos; eso apenas importaría cumplir un deber a medias, es necesario que de nuestra parte reciba esta casa, el impulso que reclama para su conclusión; y sobre todo, debemos esforzarnos por procurarle la renta que asegure la subsistencia de los huérfanos acogidos. Para obtenerla, solicitemos la colaboración de los poderes públicos y depositemos en sus arcas el óbolo que nuestros recursos lo permitan, seguros de que nuestra obra será recompensada por quien supo ensalzar el donativo hecho al templo, por la viuda de que nos habla el Evangelio. Señores, hay monedas que se trasforman en lágrimas y plegarias, plegaria y lágrima que ascienden a los cielos como la oración de los niños, como las bendiciones de la gratitud. 1916 DISCURSO EN LA ENTREGA DE UN ÁLBUM AL DOCTOR ABBOTT LAWRENCE LOWELL n grupo de distinguidos caballeros me ha comisionado entregaros este álbum, que contiene sus firmas, estampadas al pié de la leyenda que expresa la gratitud que os deben, por los beneficios que a la sociedad reporta vuestra consagración asidua al cumplimiento abnegado del ministerio por la paz. La justicia no sólo debe depositar sus laureles sobre las tumbas que guardan los despojos de los varones egregios; también ella debe tejer guirnaldas para coronar la 269 Felix Antonio del Granado (1873-1932) frente pensadora de los espíritus superiores, de aquellos a quienes un corazón grande y generoso infunde la vida del sentimiento. Si es bueno honrar la memoria de los que fueron, no es menos necesario enaltecer el mérito de los que viven. El reconocimiento, con sus recompensas, contribuye a la formación de los grandes caracteres; alienta al sabio, conforta al héroe, anima a la mártir, así como la injusticia, con sus olvidos y desdenes, con sus postergaciones y hostilidades, abate el entusiasmo, debilita las fuerzas y acaba por extinguir toda energía. ¡Cuántos ingenios atrofiados, cuánta energía en reposo! Señores, no es aislada, sin duda, la ocasión de juzgar al orador de vasta cultura y encumbrado vuelo; basta dejar constancia de que la unción de su palabra ha obtenido orientar muchas inteligencias extraviadas entre las sombras de la duda y las desviaciones de la conciencia. Si los muros del templo tuviesen palabra, nos referirían la historia de muchos corazones arrepentidos, de muchas tempestades anticipadas en los profundos senos del alma atribulada: cuántas lágrimas vertidas a los pies del crucifijo, cuántos suspiros exhalados bajo el silencio de la bóvedas sagradas. No puede tocar el hombre público de día y de noche todas las desdichas, todas las indigencias, sin tener sobre sí mismo un poco de esta santa miseria, como el polvo del trabajo. Vuestro manto, magnífico y excelentísimo señor rector, está cubierto de ese polvo porque practicáis la hermosa virtud de la caridad; vuestra peregrinación, señalada por la luminosa estela que ha de perdurar como la honda huella que de su paso dejan la bondad, la constancia y el sacrificio. Para concluir debo expresar mi complacencia por la manifestación de que sois digno objeto. La conceptúa como la recompensa debida al mérito que se abre paso entre las aclamaciones de una sociedad que lo reconoce y aplaude. 270 Flor de Granado y Granado 1917 DISCURSO EN LA INAUGURACIÓN DEL FERROCARRIL ORUROCOCHABAMBA abéis venido, dignos jóvenes, para celebrar con nosotros el más feliz y trascendental acontecimiento cuyo recuerdo se ha de grabar, con caracteres de oro, en les páginas de bronce de los anales históricos del departamento de Cochabamba, porque si en el trascurso de los tiempos hay algo digno de conservarse en la memoria, son los hechos que determinan las grandes evoluciones del progreso. Asistimos a un momento histórico, a uno de esos que marcan época, fijando los hitos que cierran una era y abren otra. El ingreso de la locomotora al país importa la adquisición del mayor elemento de desarrollo industrial apetecible y afianza un proceso que venía incubándose desde el siglo XIX y que, al presente, es engranaje fundamental de la actual economía. La locomotora, jadeante y crepitosa, ha detenido su triunfal carrera en las faldas de la colina de los recuerdos heroicos. En Sucre irgue su tallo y extiende sus ramos el árbol de la libertad y hoy, a sus plantas, asienta sus ruedas el carro del progreso, manifestando que la libertad política fija sus bases en la independencia económica. Ha sonado la hora solemne del progreso. Cochabamba, la hermosa hija del Tunari, como las vírgenes de los antiguos tiempos, ha ceñido su frente con las más hermosas flores de sus jardines: ha rizado sus cabellos de oro con las esencias que destilan el jazmín, la rosa y los azahares de sus umbrosas vegas. Cubierta de fulgentes joyas, abandona su lecho para entonar himnos de gloria a la vida fecunda cuyo poderoso aliento conmueve sus entrañas. Rasgando las densas brumas de una larga noche, surge de oriente, entre los resplandores de la aurora, el 271 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado astro brillante del nuevo día. Pueblo, levántate y anda, sacude tus miembros entorpecidos por la inacción, extiende y despereza tus músculos atrofiados, vigoriza y entona tu organismo exangüe. Levántate y anda, alta la frente, erguido el talle, fijos los ojos en el porvenir grandioso que la providencia te depara. ¡Canta, oh pueblo!, canta himnos gloriosos a la vida fecunda, al trabajo creador y a la libertad redentora. Ensalza las victorias del genio que acorta las distancias, que suprime el tiempo, que encadena el rayo, que surca los mares y que los aires hiende. Canta con entusiasmo y amor, porque ha llegado el día de tu redención, que es el de tu mayor gloria. Levántate y anda. Conquista la riqueza porque la libertad sin ella no es acción ni fuerza. La ignorancia y la esclavitud son las compañeras inseparables de la miseria. Los pequeños horizontes deforman el espíritu porque lo deprimen; los amplios contribuyen a su mayor desarrollo porque lo dilatan. Bienvenidos seáis, nobles hijos de Oruro, vasto taller de trabajo, emporio de comercio, solar de hidalguía, cuna de bravos patriotas y de ilustres pensadores. Para vosotros sean todas las flores de los quermes de esta tierra, el aura embalsamada de sus valles y la gratitud de sus hijos. espiritual reconozco, cuya infalibilidad acato y ante cuya majestad soberana me inclino, como súbdito suyo, presentándole mis armas blazonadas por la cruz, a semejanza de los antiguos caballeros que ostentaban sus empresas y preseas, grabadas en el acero bruñido de sus armas. Al considerar la institución del pontificado cabe siempre repetir la observación, tanta veces formulada por todos los espíritus serenos y desapasionados que estudian la historia, inquiriendo las causas determinantes de los acontecimientos humanos. Cabe interrogar a la razón: ¿por qué todas las instituciones, las dinastías, las leyes, las costumbres, las ideas, la ciencia, los seres y las cosas pasan y desaparecen dejando apenas el recuerdo de su existencia más o menos efímera, todo muere, se destruye y perece, menos la institución del pontificado, la eterna dinastía de Pedro, el humilde pescador de Galilea, sobre cuya sede se han sucedido ya, doscientos sesenta y cinco pontífices? ¡Hemos vivido veinte siglos de imperio! Y desde las cimas del Vaticano continúa el bienaventurado príncipe de los apóstoles, sereno y dulce, contemplando la sucesión de las edades que, como olas tumultuosas, se estrellan contra su trono y van a morir a las plantas del coloso, fijo, noble y brillante, como el sol en torno del cual giran los astros y bajo cuyos rayos destruye la muerte y alienta la vida.Todo pasa, según el poeta, «como las nubes, como las naves, como las sombras»; todo, menos el monarca eterno. La explicación de este fenómeno, único en la historia, sólo podemos encontrarla en el origen divino de la institución del pontificado. Su fundador no es como pretende Renán, sólo el mayor de los filósofos y el más amable de los hombres: Cristo es Dios. Así lo manifiestan sus doctrinas, lo comprueban sus obras y lo ratifica la duración eterna de su Iglesia: la sucesión no interrumpida de sus pontífices. 1918 DISCURSO EN UNA MANIFESTACIÓN OFRECIDA AL EXCELENTÍSIMO SEÑOR INTERNUNCIO RODOLFO CAROLI nvitado por el ilustrísimo señor Francisco Pierini, obispo de Cochabamba, para tomar parte en esta función, celebrada en homenaje al ilustre huésped que nos honra con su presencia, aprovecho la oportunidad que se me ofrece para tributar público testimonio de mi adhesión al romano pontífice, cuya suprema autoridad 272 273 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Por ventura, ésta es una de esas verdades que, para su demostración, no ha menester de los procedimientos ordinarios de toda prueba. La proclaman la humanidad e historia, y la atestiguan los sentidos. ¿No basta acaso abrir los ojos para contemplar a Benedicto XV en la sede inmortal y gloriosa de Pedro? Es y debía ser eterna la religión que ha creado la fe, para suplir las deficiencias de la inteligencia, y aumentar, como se ha dicho, su poder visual, necesario para esclarecer los misterios que nos rodean. Es y debía ser inmortal la religión de la esperanza, porque mientras el hombre exista sobre la tierra, tiene que alentar los desfallecimientos de su alma. ¡Gracias a Dios!, es imperecedera la religión de la caridad; ella no ha de desaparecer con la última lágrima que enjugue, con el último pedazo de pan que sustente, con la palabra del consuelo final que prodigue; no, ella ha de perdurar sin fin, porque la caridad es la lumbre de los cielos, la bienaventuranza de la gloria, el amor de Dios. El desborde impetuoso de una ola de impiedad irrumpió los campos de Europa, destrozó la sagrada imagen de Cristo, tronchó las flores de los místicos jardines y esparció la desolación en la heredad del Señor. El fuego, el hierro y la sangre purifican ahora la tierra profanada por tantos crímenes. Fundidas las sociedades en el crisol del sufrimiento, hoy surgen, regeneradas por el dolor, a la nueva vida religiosa, a la fe de Cristo. Las miradas suplicantes de las multitudes ávidas de consuelo, se dirigen al Vaticano implorando la paz, el perdón y la misericordia. Y allí, está el vicario de Cristo, «postrado de hinojos, como Moisés sobre la montaña, con los brazos elevados en ademán de ruego», implorando la clemencia para la humanidad gimiente y destrozada. Señores, puestos de pie, saludemos en la persona de su enviado, al único monarca de la tierra que llena de significado profundo y de paz la existencia, al rey blanco, al pontífice máximo. 274 Flor de Granado y Granado 1918 DISCURSO EN LA INAUGURACIÓN DE TRABAJOS DEL HOSPICIO DE NIÑOS a importancia del asunto, lo selecto de la concurrencia y el alto rango de las nobles damas que delegan su representación, imponían la necesidad de elegir la persona que debidamente pudiese desempeñar tan honroso cometido; pero, ya que sin merecimientos para ello, he sido designado, sólo me toca agradecer el favor y escusar mis deficiencia, invocando la bondad de los generosos sentimientos de quienes ante vosotros me envían. Por fortuna, existen en el seno de nuestra sociedad, numerosas familias organizadas sobre la base de los principios del Evangelio, hogares en los que la caridad establece relaciones verdaderamente afectuosas entre el amo y el sirviente; pero, en cambio existen otros, donde la prevención moral de los sentimientos ha llegado a segar, por completo, las fuentes de la piedad y la simpatía, de la conmiseración y el amor. Al amparo de nuestra leyes, existe la trata de niños: bajo la forma de locación de servicio, el padre alquila los del hijo, amo que abona por ellos una suma de dinero, consumándose en el fondo, una verdadera compraventa, repugnante y monstruosa. El padre vende la salud, la libertad y el bienestar del niño, su derecho al desarrollo físico moral e intelectual, a los juegos y distracciones propios de la infancia. En suma, una parte de aquel conjunto de atributos inherentes a la personalidad humana, necesarios para la buena conservación del individuo y el normal desenvolvimiento de la vida, precisamente en la edad en que el hombre, libre de 275 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado pesadumbre y cuidados, se entrega a las expansiones de la alegría de vivir. El pequeño esclavo adquirido, con una suma inferior al importe de una bestia, pasa a poder del propietario, en cuya casa permanece hasta su mayoridad, si la muerte no se encarga de su manumisión. Cubierto de harapos, rapado como el presidiario que no tiene derecho a la compostura, al decoro ni al nombre, desaparece el suyo, sustituido por algún apodo denigrante. El niño padece un viacrucis, esa vía dolorosa que de acuerdo con el Evangelio siguió Cristo en su camino a la crucifixión. Triste y macilento, deformado por el raquitismo o los golpes brutales, que imprimen su huella indeleble, soporta, con la pasividad del hábito adquirido, todo género de ultrajes y martirios, tormentos aplicados con el refinamiento de una crueldad inconcebible, sin derecho a la queja, a la confidencia que alivia, a la revelación que acaso pudiera salvarle. Y si juega, si rompe la vajilla, si roba para satisfacer el hambre, si consigue burlar la vigilancia y huye, será sometido a las penas del látigo y del fuego. El criminal que acomete de frente o hiere a mansalva, afronta los peligros de su temeridad: bien la víctima responde a su agresión, bien la justicia se encarga de reparar el atentado. Pero, ¿qué diremos de ese género de criminales cobardes que sacian sus instintos feroces, ensañándose contra la debilidad desprovista de defensa? Hay crímenes, señores, que claman venganza, que provocan la ira de Dios y que están marcados con el tremendo estigma de su maldición eterna. ¡Ay! del que oprime al niño, ¡ay! del que abusa de su impotencia, ¡ay! del que ocasiona las lágrimas a ése; diremos con el Evangelio: «más le valdría no haber nacido». Nuestras damas, profundamente impresionadas con los horrores de esta esclavitud, dispuestas siempre a toda generosa empresa, han obtenido el local y los fondos necesarios para comenzar la construcción del hospicio, refugio de la niñez oprimida y doliente. Pero, para completar su obra, la sociedad tiene que obtener la abolición de la ley civil que permite al padre alquilar los servicios de su hijo menor y la de la ley penal que concede al amo la facultad de castigarlo, dando origen a los abusos de que la prensa diaria se encarga de informarnos. Sí, la sociedad tiene que pedir la supresión de esas disposiciones y la sanción de otra que prohíba contratar los servicios de personas menores de dieciocho años, edad antes del cual, el individuo no está aún capacitado para la defensa. Pero, ¿el hecho de que algunos niños sean maltratados podrá establecer la conveniencia de que se prive a los demás gozar de la protección que les dispensan las familias buenas? Es preciso confesar la verdad: la mayor parte de los menores destinados al servicio doméstico son desgraciados, no sólo por su condición sino por la dureza y ferocidad con que se les trata y castiga. Y como las leyes no se dictan para las excepciones, surge de aquí la necesidad de poner término a sus infortunios, adoptando medidas que garanticen sus derechos, por mucho que ellas encuentren resistencia en los intereses contrariados. Convendrá que la sociedad recoja en su hospicio a los niños oprimidos por la severidad de sus amos, para emplearlos en trabajos adecuados a su edad y condiciones, cuidando de satisfacer sus necesidades, procurándoles la mayor cultura posible. Del hospicio, unos podrán pasar al orfanatorio y otros a la casa de la providencia, cumplidos que sean los requisitos, que deberá establecer una reglamentación especial. En países más felices y adelantados que el nuestro, existen sociedades protectoras de animales que impiden los actos de crueldad y barbarie que suelen ejercerse con ellos; es pues llegado el momento de que nosotros emancipemos al niño, amparando su infancia, dejándole desarrollarse libremente, sustrayéndolo del régimen del látigo 276 277 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado envilecedor, de los maltratos denigrantes, de la tiranía embrutecedora. Si encontráis irrealizables y deficientes los medios indicados para la redención del niño, dignaos, señores, aconsejar otros, cuya eficacia asegure la realización del ideal que nos proponemos; pero, guardaos de las disquisiciones infructuosas, de la crítica estéril, porque las lágrimas del huérfano no se discuten, se las enjuga. De una vez, hagamos que en Bolivia, la supresión de la esclavitud sea una hermosa realidad y no la letra muerta de un código empolvado. Colocada la primera piedra del hospicio de niños, sobre él, recaigan las bendiciones del cielo, para que la felicidad sea también una realidad y no la ficción del ensueño que, según la inspirada frase del poeta: «Desciende a besar la frente de los niños grises, sólo cuando cierran sus parpados dolientes». Juzgo que, para completar su programa, debiera consignar entre sus tópicos el de la capacitación profesional de la mujer, cuya actividad, entre nosotros, está limitada al desempeño de cargos cuya retribución no satisface las necesidades de la vida. A esto debe propender, para establecer la base de su independencia económica, fuente de prosperidad y desarrollo, de civilización y cultura. No hemos de detenernos a considerar el debatido problema de la igualdad psíquica de varón y de la mujer o la superioridad de éste sobre aquélla; para nuestro propósito, basta tener presente que la mujer es un ser inteligente y noble, por la elevación de su espíritu, por la bondad de su alma, por la sensibilidad de su naturaleza y la dulzura de su carácter. De paso, sólo anotaremos la inexactitud del concepto que se tiene acerca de lo que en tono compasivo se llama su debilidad; se la aprecia así, sin tener en cuenta los datos suministrados por la observación, que demuestra lo contrario. Su alma está templada en la fragua de las resistencias heroicas: madre, está sometida a los padecimientos consiguientes a la maternidad, que pesa sobre ella con el rigor de la maldición bíblica, alumbra a sus hijos con el dolor de sus entrañas desgarradas; su resistencia para el padecimiento físico es admirada en los pabellones operatorios, donde el espanto abate la voluntad y rinde el ánimo; en los campos de batalla, dan testimonio de su valor, acciones que por sí solas bastan para constituir la gloria de un héroe; su fortaleza moral se revela en los sufrimientos cotidianos de la vida, sobrellevados por ella con resignación y paciencia: viuda, extenuada por el sufrimiento, bajo sus tocas descoloridas, pálida y exangüe, pero valerosa y firme, trabaja, lucha, y en su caso, mendiga para sustentar a sus hijos. Su poder intelectual está plenamente comprobado por el brillo de los ingenios que se han distinguido en el cultivo de las ciencias, de las letras y las artes, habiendo alcanzado su fama, la eterna consagración de la gloria; no 1919 DISCURSO EN UNA VELADA n selecto grupo de señoritas se ha organizado con el generoso propósito de fomentar y proteger el trabajo de las obreras, abandonadas hoy a los azares y contingencias de la suerte, porque si bien la ley garantiza su retribución, en cambio, no lo procura ni incrementa, como lo requieren las necesidades de la época. El trabajo, impuesto por la naturaleza como ley de conservación y de desenvolvimiento, obliga a todos los seres, según sus aptitudes y capacidad; sea que se lo considere como un deber o un derecho, tiene que ser procurado con la solicitud de las necesidades imprescindibles, establecido con sujeción a los preceptos de la higiene y garantizando la efectividad de su remuneración equitativa. 278 279 Felix Antonio del Granado (1873-1932) obstante, prejuicios establecidos hacen que sólo se la considere capacitada para la maternidad y los cuidados domésticos; esto, dentro del matrimonio, fuera de él, celebrando los encantos de su belleza, se la coloca en la categoría de los seres frágiles, delicados y hermosos: flores, pájaros, mujeres… Pero, éstas no son, no pueden ser, sus únicas finalidades: La vida no se reduce a la conservación de la especie y la contemplación de la belleza; sus fines son múltiples y amplios; para todos ellos es apta la mujer. Confinarla sólo al hogar importa desconocer sus disposiciones, aprisionar el ave, con las alas rotas. Si bien el matrimonio implica, para ella, la solución del problema de la vida, que encuentra en él la satisfacción de sus necesidades morales como el empleo de sus energías físicas, dado el caso que las intelectuales también encuentran también la suya, será preciso observar que no todas abrazan ese estado y que no es pequeño el número de las que por falta de vocación u otros motivos permanecen fuera de él. Entonces, para ellas, habrá siempre que reclamar su capacitación profesional, como medio de subsistencia o siquiera sea de simple cultura intelectual. La inactividad de la mujer determina la atrofia de su organismo, impidiéndole adquirir la plenitud de los desarrollos vigorosos y sanos; causa la paralización de fuerzas productoras, el estancamiento de la vida, la muerte, en suma, de todos los gérmenes de prosperidad. Se siente una especie de repulsión contra las mujeres que tratan de cultivar sus aficiones literarias, ultrajándolas con epítetos despectivos. ¿Hasta cuándo consideraremos a la mujer como aquel ser compasible de «cabellos largos y entendimiento corto», de que nos habla Schopenhauer? Es pues llegado el caso de redimir a la mujer de la esclavitud a que se encuentra sometida. Si es una inteligencia, si es una voluntad, ¿por qué no desenvolver estas energías en beneficio social y suyo? Si es débil, si es frágil, ¿por qué no dotarla de los medios que le permitan 280 Flor de Granado y Granado luchar por la vida, con las ventajas del varón? ¿Ha de perdurar eternamente su minoridad, sometida a las restricciones establecidas por la ley y los perjuicios? 1921 DISCURSO EN LA INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO AL SANTO a erección del monumento que acabáis de descubrir, importa un acto de justicia tributado al mérito así como revela la bondad de los sentimientos del pueblo. Lo primero queda recompensado con la satisfacción de la conciencia que aprueba el deber cumplido; lo segundo reclama la expresión de la gratitud de la familia del ilustre prelado que concurre a la apoteosis de su memoria. Vengo a manifestarla al pueblo de Cochabamba y las personas que han contribuido con sus óbolos para la realización de la estatua en Roma por el notable artista Pedro Pieraino, que no sólo representa la glorificación de un hombre, sino que constituye el monumento que acredita la cultura de un pueblo y el florecimiento de una época. Recibid señores, vuelvo a repetir, el testimonio de reconocimiento de mi familia y el mío, ofrecido con la gratitud del corazón desbordante de emociones. Sobre su pedestal de granito, se asienta y yergue la augusta imagen del «muerto inmortal», una de las más eminentes personalidades de la América Latina, gloria de la Iglesia y de su patria, esplendor del pensamiento y de la elocuencia sagrada, dechado esclarecido de las más excelsas virtudes del hombre y del sacerdote católico. Ahí están, en la serenidad inmutable del bronce, representadas las facciones que caracterizaron la elevación de su espíritu y la bondad inmensa de su gran corazón. 281 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Dos son los monumentos que labró durante su vida: el augusto templo de la caridad y la brillante tribuna de la elocuencia. ¿Quién de los que le conocieron y trataron no le recuerda con la ternura que inspiraba su bondad inagotable? Los episodios de sus actos de caridad, aureolan su memoria con la leyenda tradicional de sus virtudes. Reparte su patrimonio entre los pobres, agota sus recursos diarios, compromete su crédito; se despoja de sus vestidos, sin reservar ni los que constituyen el paramento episcopal; y así como distribuye sus bienes, su salud y sus energías, reparte los jirones de su alma y los pedazos de su corazón en la dulzura de su palabra y en la bondad de sus consuelos. ¿Quién de los que le escucharon en la tribuna ha olvidado la elocuencia de su palabra inspirada? La elevación genial de su pensamiento, revestido de brillantes imágenes, brotaba de sus labios con el ímpetu de la cascada que se despeña y corre entre copos de irisada espuma; imprecaba Moisés, estallaba Isaías, cantaba David… y el auditorio, por asociación de ideas y recuerdos evocaba a Bossuet y Lacordaine, a Monsanbré y a Didón. Pasó a la gloria. Ahí está el bronce que ha de eternizar el recuerdo del hijo ilustre de Cochabamba. Ahí está el bronce sagrado inmortalizando una de las personalidades grandes que pueden contemplar las generaciones venideras. ¡Gloria inmaculada, serena y fúlgida! Trasparente como el cristal, límpida como la conciencia pura. Ni una mancha, ni una sombra que eclipse el brillo del astro, en la paz bienaventurada de su augusta serenidad. ¡Varón excelso!, ya que la muerte selló tus labios de orador y poeta, ya que no puedes dejar escuchar tu voz para agradecer al pueblo, a quien tanto amaste, desde la misión de los justos, donde moras, extiende tu mano y bendice y sea para él la bendición como para ti, la inmortalidad. 1922 DISCURSO EN ROMA nvitado para tomar parte en el acto de clausura de este congreso por su santidad el pontífice reinante, vengo a dar, como vosotros, público testimonio de mi sentir, fortalecido por mis convicciones filosóficas, por mis creencias religiosas y los sentimientos de mi corazón, donde mantengo incólume la fe de mis mayores: luz de mi pensamiento, fuente inagotable de mis consuelos y esperanzas. Vengo a rendir el homenaje debido al Ser Supremo, con un acto de adoración que no dejará de serlo por la pequeñez de quien lo tributa, ya que a la Bondad Infinita plugo permitir que la hoja, perdida en la inmensidad del bosque, que la gota de agua, confundida en los senos insondables del océano, publiquen su grandeza, cantando sus glorias. Con mayor razón al hombre le está concedido hacerlo, tomando parte en el concierto de los mundos, uniendo su voz al coro de alabanzas y bendiciones de los ángeles, de los astros, de las fuentes y de las flores. Pero, mi voz jamás llegará a reproducir las notas armoniosas del himno gigantesco, ni mi inteligencia alcanzará a remontar su vuelo a las elevadas cumbres de la meditación de las cuales se columbra y aclara la soberana visión del Infinito. Mi impotencia limita sus aspiraciones a pedir, repitiendo las palabras del poeta: «Que mis pensamientos pobres y vulgares sean verdaderas plegarias», férvida oración que al brotar de los labios, canta en el salmo, palpita en la lágrima, se prosterna en la adoración. De las páginas del Evangelio surge la imagen de Jesús rodeada de los resplandores de su divinidad, como el sol bajo el azul del cielo; entre los reflejos del nácar y los incendios de la púrpura, surge y se levanta dominando el 282 283 CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DEL VIGESIMOSEXTO CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado tiempo, la eternidad y el espacio, para enseñorearse en las cimas del pensamiento y en los abismos del corazón. Simbolizado por los patriarcas, anunciado por los profetas, nace del seno virginal de María, en el portal de Belén, donde acuden los pastores advertidos por los ángeles y también los reyes, con la ofrenda del oro para el monarca, de la mirra para el hombre y del incienso para Dios. Y sobre la riza del establo, bajo la lumbre de la estrella misteriosa, al través de la fragilidad humana, del niño que sonríe y llora, brilla la soberana majestad de la omnipotencia. Disputando en el templo con los doctores de la ley, predicando su doctrina en las orillas del lago, en las faldas y en la cima de la montaña, esparciendo la semilla fecunda de sus enseñanzas, fijando las bases definitivas sobre las que debía asentarse la sociedad moderna, resucitando a Lázaro, perdonando a la adultera, dando vista a los ciegos y movimiento a los paralíticos; trasfigurado en la labor, gimiente en el huerto de los olivos de Getsemaní, muerto en la cruz, ascendido a los cielos, sentado a la diestra del Padre, Cristo es Dios. Si no lo fuera, preciso sería concluir con la afirmación negativa de un filósofo: «Si Cristo no es Dios, Dios no existe». Pero, su divinidad nunca se manifestó con mayor esplendor, como místicos y teólogos observan, que en la última cena, celebrada con sus apóstoles cuando el fuego que trajo del cielo, para inflamar la tierra, abrasó su corazón en las llamas del amor hasta fundirlo en el misterio blanco y resplandeciente de la hostia. Consagrada bajo los místicos velos del sacramento, desapareció como el campo de nieve, en la trasparencia de la onda, como el oro de las espigas, en la blancura del pan, para que su humanidad y divinidad perdurasen sobre el viril de la custodia. Ahí está la victima de las propiciaciones y del amor cuya magnitud llegó, según la expresión «casi sacrílega» y sublime de san Agustín, a limitar su omnipotencia misma, incapacitada ya para siempre de mayores desprendimientos ni de más altas demostraciones de aquel poder incomprensiblemente aniquilado por virtud y eficacia del amor. Ante el Infinito, plega la inteligencia sus alas abatidas por su grandeza para reconcentrarse en el recogimiento de la adoración. Guiados por la razón y la fe, nos elevamos hasta el dogma para aceptarlo. La inteligencia, como se ha dicho, se detiene en las puertas del santuario. Cabe decir: en la demostración racional de los sólidos fundamentos sobre los que la fe reposa, traspuestos sus dinteles, ella se encarga de introducirnos al sagrado recinto, para procurarnos la más clara visión del misterio. Pero, ¿qué es la fe? La observación se encarga de manifestarnos su naturaleza, revelándola como una verdadera potencia del alma, tan clara, tan real y tan legítima como la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad, sean cuales fueren por cierto sus orientaciones. De suerte que, si es justo afirmar que el hombre es un ser racional, no lo será menos, so presentir que también lo es creyente, y tal vez más que pensante, según las sabias e irrefutables demostraciones del célebre sociólogo Gustavo Lebón. Deplorando la indiferencia religiosa, dijo el poeta: «Está lejos, muy lejos la mística orilla de la que el barco se aleja». Evidentemente, en el fervor de los pasados siglos se ha mitigado; pero, de esto a afirmar que los progresos de la ciencia han concluido con ella, no es exacto. La razón, la verdad, la justicia, como todos los principios fundamentales, son inconmovibles y han de perdurar a través de los tiempos. Las apreciaciones de los hombres varían, como se suceden las olas del mar, sin que sus ondas se alteren. Unos a otros se sustituyen los sistemas filosóficos y las escuelas literarias; no por eso cambian ni se modifican la verdad ni la belleza. Pretender destruir la fe, bajo la promesa de remplazar las creencias con demostraciones científicas, equivale a extinguir la llama de las más nobles energías 284 285 Felix Antonio del Granado (1873-1932) humanas, para precipitar la inteligencia en las sombras de la duda y los abismos de la desesperación, sin alcanzar a colmar sus aspiraciones. La inteligencia no se detiene satisfecha ante las demostraciones experimentales; tiene hambre y sed de algo más que la verdad expuesta y comprobada, incapaz por sí sola de llenar los vacíos misteriosos e insondables del alma porque, diremos con Pascal: «El corazón, tiene razones que la razón no comprende». Sí, no las comprende; pero, sabe que aspira a la eterna posesión del Infinito. Nosotros creemos porque tenemos necesidad de creer; pero, no con la fe que admite sin examen sus fundamentos, sino más bien conducidos a ella por las luces de la razón que las acepta y aprueba. Hace veinte siglos que la humanidad analiza y debate el dogma eucarístico y hace veinte siglos, que se prosterna ante el misterio y adora a Jesús sacramentado. Creemos y amamos nuestra fe, aprendida de los labios de nuestros padres en el regazo materno bajo la dulce y santa paz de nuestros hogares cristianos: la fe que para nosotros significa luz y esperanza, refugio y consuelo, en las tormentas de la vida; la fe que con tanta propiedad ha sido comparada a la estrella solitaria que guía al viajero extraviado; la fe cuyo símbolo supremo es para nosotros la Sagrada Forma donde vive Jesús aprisionado por les redes del amor, exaltado a la santidad del sacramento, a la sublimidad inefable de lo infinito y al esplendor de la gloria, ¡toda luz, todo amor, todo fuego! 286 Flor de Granado y Granado 1922 DISCURSO EN LA FIESTA DEL MAESTRO a escuela es la prolongación del hogar; el maestro, el continuador de los cuidados paternales que extiende sus alas cariñosas sobre el hijo para proseguir la educación iniciada en la niñez, bajo una nueva forma, pero siempre bajo la sombra protectora de los afectos que avivan y mantienen el calor del nido. El maestro, como el artista enamorado del mármol, comienza su obra creadora de labor cotidiana y paciente: desbasta y esculpe, modela sus formas, perfila sus líneas, bruñe y suaviza sus contornos, hasta conseguir que surja la personalidad definitiva del hombre. ¡Glorioso y modesto obrero!, con cuánta propiedad ha sido comparado al soldado anónimo que gana la batalla. Como la suya, su figura pasa inadvertida, pobre y borrosa, entre la multitud indiferente que no se detiene para inclinarse ante ella. Rendido por la lucha, cae en el campo seguro de que, sobre su tumba, no se elevará un monumento, ni acaso una leyenda, que recuerde sus servicios ni su nombre. Mas esto no es justo, ni adecuado, ni razonable. La consagración de un día del año, para honrar al maestro, es un paso dado en el terreno de las reparaciones debidas. A ello propendemos ahora, para levantar en alto la dignidad de su carrera profesional, ya que sus funciones son de un orden superior y trascendental. Proclamemos los derechos del maestro, aboguemos por ellos a fin de rodearlo de respetos y consideraciones; pidamos que procúresele una retribución que responda a las necesidades de la vida y le asegure la tranquilidad de un retiro sin miserias, persuadidos de que, mientras estas condiciones no sean una realidad, no podremos exigir que nuestros catedráticos sean verdaderos eruditos, como lo son los de aquellos centros 287 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado donde el estímulo, procurando la competencia, acaba por formar al sabio. Pero, si es justo reclamar sus derechos, justo es también exigir de ellos el severo cumplimiento de sus deberes, advirtiéndoles que su profesión constituye un verdadero sacerdocio, que ha de ser desempeñado con la más alta probidad y preparación posible, atentas las gravísimas responsabilidades que comprometen su conciencia ante Dios y la sociedad. Los padres de familia han depositado en sus manos el valioso tesoro del corazón y la inteligencia de sus hijos y ¡ay! del maestro cuya moralidad y cuya labor no correspondan a la noble misión de formar la sociedad, encausando su marcha hacia las orientaciones que conducen a la posesión de la verdad y a la práctica del derecho, del bien y la justicia. ¡Honor y gloria al artífice de las almas y al obrero del pensamiento! viajeros. Y al contemplar que se alejan de la orilla, radiantes de gozo, trémulos de emoción, acariciados por la frescura de la brisa, bajo los rayos de un sol naciente, sentimos subir al corazón la onda tibia de las grandes simpatías y de los afectos profundos, para decirles con ellos: sed felices, sed dichosos. La felicidad —ningún concepto más complejo y relativo que el suyo— ¿será posible alcanzarla en nuestro paso por este valle de lágrimas, donde la lucha es la condición indispensable de la vida y donde vivir es sufrir? Todos acudimos presurosos a beber las aguas cristalinas de su mágica fuente. Mas se ha observado que lo hacemos siempre en un vaso roto: al aproximarlo a los labios, se ha escurrido su última gota. Eso es cierto; pero, existe siempre una felicidad relativa y posible: la tranquilidad de la conciencia honrada, la satisfacción del deber cumplido. Sed felices, sed dichosos. Sedlo, tanto como lo permitan las limitaciones de la naturaleza, que son las que enturbian las claras fuentes de la vida, removiendo su légamo salobre. La sed se aproxima a la fuente, la razón a la verdad, el ideal a la belleza y el corazón del hombre a la mujer. Sí, se aproxima a ella para transfigurarse por el amor, compartir sus alegrías, endulzar sus amarguras, completar su existencia trunca, fecundar su vida estéril, porque la mujer buena es corona de gloria, rayo de luz, lumbre de esperanza. Hija, esposa o madre, es la bondad, la abnegación, el sacrificio. La mujer es el amor y el amor es la vida. Doctor Siles, habéis descubierto la brillante estrella de una constelación, habéis extraído el oro virgen de la montaña y una de las más hermosas perlas del mar. Señores, brindemos esta copa porque la felicidad sea para ellos una hermosa realidad. 1923 DISCURSO EN UN BANQUETE OFRECIDO AL DOCTOR HERNANDO SILES REYES sistimos, señores, a una partida: hemos venido a despedir al amigo que se embarca en el proceloso mar de la vida, con rumbo a la felicidad. Lo espera en el barco, cubierta de blancos velos, coronada de mirtos y de azahares su joven prometida. Allí está con la gracia y la dulzura de su habitual modestia, iluminada por el resplandor de sus virtudes, que son las más preciosas joyas de su nupcial corona. Sereno está el cielo y azules las hondas. En los confines del horizonte se diseñan las formas vaporosas y gráciles de la mágica diosa de los ensueños juveniles: la felicidad, en pos de la cual, han de partir nuestros jóvenes 288 289 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado os centros intelectuales, cumpliendo el grato deber de asociarse a los festejos, se han dignado dispensarme la honra inmerecida de su delegación, para expresar su pensamiento, henchido de profundos e inefables sentimientos, y dejar escuchar su palabra, cálida y vibrante. Pensamiento y verbo, luz y armonía; irradiaciones de la mente, estremecimientos del alma, latidos del corazón… Pero, ¿dónde encontrar al poeta digno de esta empresa? Recorrí mi huerto para buscarlo, y encontré marchitas sus flores, calladas sus aves y sus fuentes, el follaje mustio, mi alma aterida y mi corazón sangrante. Si en cualquier parte la coronación de un poeta constituye un acontecimiento extraordinario, digno de celebrarse con el mayor esplendor posible, entre nosotros, reviste mayores proporciones, atenta la circunstancia de ser la primera vez que se realiza, para exaltar los merecimientos del ingenio, con el supremo realce de la gloria. Es ella la que hoy, enalteciendo a la mujer, ciñe con las ramas del laurel simbólico la frente pensadora de un espíritu superior, dotado de la visión beatífica de la belleza, del excelso son de la poesía, cifra y compendio de todas las artes, suprema floración y armonía del corazón y del pensamiento. No ha mucho, antes del benéfico cambio de las corrientes del criterio, en este orden de apreciaciones, la mujer, entre nosotros, estaba consagrada por completo a las labores domésticas del hogar; impedida por la limitación de su cultura, la tradición y las costumbres, para toda actividad científica o literaria, no osaba salir de la mansa servidumbre y la apacible reclusión de la casa. Bajo este ambiente, surgió nuestra poetisa, cediendo al poderoso impulso de una fuerza superior a su voluntad y al medio. Crujían sin duda las ramas, se desgajaban y caían; pero el ave cantaba y era preciso escucharla. Cantaba y era tan hermosa su voz, que el bosque se estremecía de placer, se columpiaban las flores y las mariposas, en el blando regazo de las auroras perfumadas de la brisa. Soledad era el seudónimo de la alondra. Era una rosa de aquellas que, por los azares de la casualidad, nace en el páramo, agobiada por los cardos del contorno y las malezas del yermo. Soledad del alma, silencio de la vida, mutismo de las cosas, indiferencia de los seres, hostilidad del medio. Soledad, inspirada alondra: ¡Canta, canta! Los tiempos pasan; el mérito se impone y la fama vuela. La crisálida rompió su capullo y revestida de brillantes alas, Adela Zamudio ostentó el poder de su talento poético y las regias galas de su inspiración fecunda. Su coronación no sólo importa un acto de justicia, discernido al mérito, sino la debida elevación de la mujer al rango que por derecho le corresponde. La dulce compañera del hombre, la que comparte con él, soportando con más valor y resignación los sufrimientos de la vida, es también acreedora a sus triunfos y glorificaciones. Bolivia corona por primera vez a un poeta y este poeta es una dama, cuyo renombre ha conseguido alcanzar resonancias enaltecedoras para su patria. Es por eso que el excelentísimo señor presidente de la república, acompañado de los altos dignatarios de Estado, se ha trasladado de la sede del gobierno, para tributar personalmente este altísimo homenaje nacional a nuestra insigne poetisa, una mujer sensible que ha dedicado su vida al arte y a la promoción de la cultura. Y ella misma una poetisa de calidades muy excelsas, muy altas. Pueblo, honra y ama al poeta; ámalo porque con sus manos desgarradas, heridas por los espinos del camino, recoge la dorada espiga y amasa el pan; porque con sus pies sangrantes desciende a las profundas cisternas en pos del 290 291 1926 DISCURSO EN LA CORONACIÓN DE LA POETISA ADELA ZAMUDIO Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado agua con que escancia el ánfora; ámalo porque así sacia tu hambre de belleza y apacigua tu sed de ideal. Ámalo porque sus cantos mitigan tus dolores. Ámalo porque te aparta de la dura realidad de las cosas, de las miserias de la vida, que atormentan tu pensamiento y estrujan tu corazón; ámalo porque con sus alas te remontas a las altas cumbres para espaciar tus miradas, en la luminosa extensión del infinito. serlo, la suprema razón, en los tiempos antiguos y modernos. El fuerte domina al débil, que se le rinde impotente; los pueblos inermes son la víctima paciente de la tiranía armada de los fuertes; el ciudadano desprovisto de recursos es el ludibrio del que dispone de ellos. Pero, ¿dónde encontrar la fuerza? El concepto moderno nos indica: en la riqueza. Y es preciso crearla y adquirirla en la fuente del progreso. Cabe ensalzar, con épico acento, el poder de la inteligencia, el triunfo de la constancia y el valor del esfuerzo. Habría que concertar los sones del martillo que doblega, sobre el yunque, la resistencia del hierro, del barreno que perfora la roca, del hacha que desgaja y troncha, de la garlopa que desbasta y del vapor que pita. La cascada que precipitada desde las altas cimas, sus ondas espumosas y rugientes, con la salvaje libertad de la montaña, ha sido encauzada para transformar su fuerza en la corriente que impulsa el carro, con velocidad vertiginosa, y en la luz que brilla en la oscuridad de la noche, con resplandores de sol. Grande fue la obra de nuestros padres, que a costa de cruentos sacrificios, nos legaron una patria libre e independiente; pero esta obra, a pesar de su trascendental importancia, con su magnitud asombrosa, quedó hasta cierto punto incompleta, porque la libertad, para ser efectiva, debe estar apoyada y garantizada por la fuerza, y la fuerza, ya sabéis señores, que en otros términos se llama riqueza. Hoy más que nunca hay que explorar y establecer nuevas formas de crear riqueza para la sociedad. Ése es, hoy, el verdadero desafío de Bolivia: avanzar hacia el futuro, y no recrearse en el pasado. El mundo es de aquéllos que remontan los cursos de agua hasta sus mismísimas fuentes y no de aquéllos que se dejan arrastrar por la corriente. 1926 DISCURSO PATRIÓTICO LIBERTAD Y RIQUEZA uestro proceso histórico manifiesta que la libertad aún no ha descendido de su alto solio para encarnarse en la realidad de la vida, como el astro que brilla en las lejanías del cielo, sin dejarnos sentir el calor de sus rayos. ¿Hemos alcanzado la libertad que nos propusimos o no hemos hecho otra cosa que desmejorar nuestra situación? ¿Podemos sostener honradamente que la libertad, reconocida y proclamada por la Constitución Política del Estado, se traduce en la realidad de los hechos? ¿Qué responde la conciencia en su fuera interno? La libertad para nosotros es apenas el don temporal recibido de la rectitud de los pocos gobiernos respetuosos que algunas veces pasan por el escenario histórico, honrando la administración de su periodo. Brilla, como aquellos rayos de sol que, en los días brumosos, suelen rasgar momentáneamente la nube, para eclipsarse luego en la espesura de su sombra. Ella aún no ha llegado a encarnarse en la conciencia nacional: no es la célula de los tejidos que constituyen nuestra carne; no es la medula de nuestros huesos; no es el aliento viril de nuestro espíritu; todavía no es más que, diré con un ilustre pensador, «acento académico o eco callejero». La libertad no llega a ser efectiva sino cuando está garantizada por la fuerza, y la fuerza es, aunque no debiera 292 293 Felix Antonio del Granado (1873-1932) 1927 DISCURSO Flor de Granado y Granado 1928 DISCURSO EN HOMENAJE AL DOCTOR WILLIAM MILLER COLLIER EN LA CREACIÓN DE LA BIBLIOTECA BOLIVIANA onrado con la representación del Supremo Gobierno, me cabe la complacencia de daros su bienvenida, celebrando vuestro feliz arribo a esta ciudad, que os reconoce por su huésped ilustre. Sensible que vuestra permanencia en esta oportunidad sea breve, tanto que no nos permite ofreceros las manifestaciones debidas al ilustre embajador de uno de los estados más poderosos del mundo, el que en su patria dirigió una de sus universidades y el que representó a su gobierno en calidad de ministro plenipotenciario acreditado ante la corona de España. Bienvenido seáis a este país que aprecia al vuestro con la admiración que produce la fuerza trasformada en grandeza, la elevación en poderío, la magnitud en asombro. Vuestra visita a Bolivia importa su mayor aproximación a los Estados Unidos de Norteamérica, con la que mantiene cordiales relaciones, promovidas por el intercambio intelectual que se inicia y el comercial que está establecido. Al alejaros de mi patria, llevad las impresiones de simpatía que habéis recibido en los distintos centros de la República; que los rumores y los ecos de vuestra peregrinación perduren en vuestra memoria, con el recuerdo de los nuevos horizontes y de los países de esta sección de la América Meridional que acabáis de recorrer y de la que me habéis comunicado vuestras impresiones. Señores, agradeciendo la benevolencia con que os habéis dignado concurrir a mi invitación, os suplico brindéis conmigo esta copa, por la ventura personal del excelentísimo señor embajador que nos honra con su presencia. gradezco profundamente la manifestación que os dignáis ofrecerme de parte de la casa editora de los señores Flores y San Román, con motivo de haberse aprobado, por el Supremo Gobierno, su propuesta para la edición de la Biblioteca Boliviana. El pensamiento, como acabáis de indicarlo, nacido de la iniciativa fecunda del honorable senador por el departamento de Chuquisaca doctor don Hernando Siles, quien presentó el proyecto a la Convención reunida el año 1920. Los grandes pensamientos, las sugestiones que responden a satisfacer las necesidades sentidas, son semejantes a la simiente depositada en el surco: permanecen en él, hasta ponerse en contacto con los elementos necesarios para su desarrollo, y tocados por el rayo de sol, germinan con la exuberancia de la vida aprisionada que rompe sus envolturas para la ostentación de su fuerza. La obra de nuestros escritores nacionales se encuentra dispersa en diarios y revistas de existencia efímera, de suerte que puede asegurarse que ella subsista. El pensamiento de reunir esas hojas sueltas, perdidas en los anaqueles empolvados de algún bibliófilo, importa una verdadera creación. Contrista y abruma el espíritu considerar que se encienda la luz para que se apague en el vacío, que se produzca la armonía para que expire en el silencio. Era, pues, preciso organizar la biblioteca para impulsar la cultura nacional y su manifestación en el extranjero a fin de no sufrir el bochorno consiguiente a las arenosas absolutas. Es por esto que hoy, el autor de la feliz iniciativa ha tenido la satisfacción de coronarla gloriosamente, 294 295 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado expidiendo la resolución suprema que aprueba la propuesta de los señores Flores y San Román, que vinculan el nombre de su prestigiosa casa, a una obra cuyo recuerdo ha de perdurar en la memoria agradecida de las generaciones futuras. En ella, sólo me ha cabido la honra de prestarle el apoyo de mi modesta colaboración, acogiéndola con el entusiasmo de que era digna. En esta oportunidad aludís, señores, a mi labor literaria y me ofrecéis las consideraciones del aprecio dispensada a ella por el selecto grupo de intelectuales que se han dignado congregarse en honor mío. Me sorprende y anonada esta noble y generosa actitud. Nunca me creí acreedor a la demostración que recibo: ningún antecedente me autorizaba a esperarla. Mi labor en el Ministerio de Instrucción ha sido inapreciable a falta de competencia y sólo he podido ofrecer al país el contingente de mi buena voluntad y la rectitud de mis propósitos, para corresponder a la confianza con que se digna honrarme el excelentísimo señor presidente de la república. Por otra parte, mi obra literaria es pobre: apenas he podido cultivar mis aficiones en ese orden. Al recibir esta demostración de aprecio que me enaltece, no debo tomarla como la consagración de merecimientos que no existen, sino como la noble expresión del estímulo que conforta el espíritu y alienta la voluntad para proseguir la carrera. Comprendéis la necesidad del impulso y la recompensa, lo funesto de la indiferencia y del olvido. Lo primero levanta y ennoblece; lo segundo abate y destruye. Hay pensadores que meditan irradiando luz y poetas que cantan como las aves en la soledad de la selva; sus luces se apagan y sus notas expiran sin eco. Éste es un solo paso, que como máximo se va a ralentizar un poco. La vida con el vigoroso florecimiento de todas sus energías; la muerte con el silencio de la cesación de todos los rumores. Vosotros os detenéis a la vera del camino, para reflexionar con el que piensa y para escuchar las armonías del que canta; por eso, siempre tendréis a vuestro lado poetas y pensadores. No me quejo de mi tierra, donde siempre he recibido homenajes que no los merecía; me refiero a otros centros y a otros hombres, donde la indiferencia extingue el canto en preludio, y en flor, el pensamiento naciente para que la nivelación aplanadora establezca la mediocridad. Señores, os invito a brindar esta copa por el autor de la iniciativa de la creación de la Biblioteca Boliviana, y a sus distinguidos colaboradores, los señores Flores y San Román, a quienes, como a todos vosotros, vuelvo a agradecer este significativo agasajo. 296 297 1928 ENSAYOS LITERARIOS CRIMEN Y CASTIGO s el título de la célebre novela del ilustre escritor ruso Fedoro Dostoyewski. Su denominación corresponde exactamente al sombrío drama desarrollado en sus páginas, impresionantes y dolorosas. Los conceptos de crimen y castigo son correlativos; existen entre ellos las forzosas relaciones que vinculan la causa con el efecto, el antecedente con la consecuencia lógica, inflexible, inmutable. Raskolnikof comete un doble asesinato: victima a la prestamista Alena Ivanovna y a Isabel, hermana menor de ésta. No importa que los actos delictuosos se hayan consumado bajo el influjo de las sugestiones morbosas de un cerebro desequilibrado; los hechos, por muchas y atendibles que sean sus circunstancias atenuantes, son punibles y reclaman la expiación consiguiente, proporcionada a la magnitud del delito. Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Sobre este eje gira la acción y se desarrolla el drama, bajo el cielo nebuloso de San Petersburgo, en medio de una atmósfera saturada de humo de tabaco y vahos de aguardiente. Sus personajes se mueven en boardillas infectas, privadas de luz y de sol; parecen reptiles que se arrastran en la humedad de sus escondrijos. Los muebles desvencijados por el uso gimen, los harapos se quejan, la miseria, por todas partes, la horrible miseria, solloza, protesta y se retuerce entre los gritos del dolor y las convulsiones de la desesperación. Raskolnikof, protagonista del drama, sirve a su autor para hacer el admirable estudio psicológico de uno de los criminales de Lombroso. Es el caso de un joven enfermo, sobreexcitado por las privaciones de la pobreza, ávido de satisfacer sus necesidades y las de su familia, compuesta de su madre y de su hermana Advotia Romanovna. Se ve obligado a abandonar sus estudios jurídicos y llega a persuadirse de que es lícito suprimir todo lo que constituye un obstáculo en los caminos de la vida. Piensa que Napoleón, para realizar sus conquistas, ha segado muchas existencias y que por ello ningún tribunal le ha condenado a castigo alguno. Él ¿por qué no había de victimar a una anciana cuya vida era no sólo estéril sino perjudicial?… Se condena a los impotentes, a los vencidos, al paso que se aclama y corona el esfuerzo victorioso de las voluntades enérgicas, sea cual fuere la moralidad de sus actos. Partiendo de este falso concepto, siente la obsesión del crimen, que lucha con las resistencias de su naturaleza bondadosa y de su inteligencia cultivada. Nada más angustioso que esta lucha. En las sombras de su cerebro enfermo luce a momentos un rayo de luz cuya claridad no tarda en extinguirse, envuelta por la obscuridad que todo lo borra y entenebrece. La fijeza del pensamiento en una sola idea, como las miradas de un maníaco dirigidas a un sólo punto, acabó por trastornar el equilibrio de sus facultades, y presa su alma de vacilaciones, sobresaltos, incertidumbre y duda, penetra en las brumas del delirio. Sufre antes de cometer el crimen y sufre, después, mucho más. El dolor excesivo, como los licores fuertes, perturba la razón. El joven apuró hasta sus heces la copa del trágico elíxir y se puso ebrio, borracho, esta es la palabra gráfica con que se pudiera manifestar el estado lamentable de su espíritu conturbado. Por último, denuncia él mismo sus delitos. Mató por robar; pero, no robó; esto es, no dispuso, en beneficio suyo, los objetos sustraídos. Mató por matar y nada más. Al lado de este drama y relacionándose con él, se desenvuelve el de la familia de Marmeladof, dipsómano incurable, esposo de Catalina Ivanovna. Sonia, hija del primer matrimonio, del citado personaje, para procurar el sustento a sus padres y hermanos se ve obligada, por las circunstancias, a tomar el billete amarillo. Pálida, delgada, graciosa y buena, hace la impresión de un rayo de luz disuelto en el fango… Raskolnikof había costeado, sin otro móvil que el de hacer el bien, los funerales del padre de la joven, quien tenía este motivo de gratitud para él. Son de una belleza conmovedora las páginas que contienen la descripción de la noche aquella en que el asesino ávido de expansión, revela, a la joven, trémulo y desvanecido, su crimen. A la luz mortecina de una vela que parpadeaba, en un mal candelero de bronce, nace el amor, mudo, intenso, grandioso. No hay palabras, miradas intencionadas ni sonrisas; sólo se perciben los temblores de la piedad, las efusiones silenciosas del sentimiento, las lágrimas de la conmiseración. Hay un momento en que el joven se postra a los pies de la prostituta; pero no es ante ella, como lo declara, sino ante el sufrimiento humano, simbolizado en esa criatura, por esa víctima de las crueldades de su suerte. 298 299 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado ¿Por qué Sonia es simpática? ¿Puede una ramera serlo?… En el presente caso creo que sí; y me fundo para afirmarlo en las observaciones que acerca del concepto de lo bello hace el inteligente crítico don Manuel de La Revilla, quien afirma, como no podía menos que hacerlo, que la belleza es siempre relativa (se entiende preterición hecha de la absoluta) por encontrarse, en la naturaleza, constantemente limitada por lo feo. Un objeto es hermoso cuando el elemento negativo, lo feo, es menor que el positivo, lo bello. Ahora bien, en el caso concreto, los elementos simpáticos en la naturaleza de Sonia son muchos, y mayores que los repulsivos, reducidos a uno solo: la prostitución que, en tratándose de Sonia, pierde gran parte de su carácter abominable y odioso, porque ella obedece no a la perversión del alma, que conserva su virginidad, sino más bien al generoso propósito de procurar el sustento a una familia torturada por el hambre. Algo más: el sacrificio de la carne, la inmolación de la víctima, constituyen, más bien, un elemento estético, que revela la belleza moral de la mártir. Hay martirios puros, hay martirios santos, aquellos cuya aureola puede brillar a la luz del día, bajo los rayos del sol meridiano; pero hay otros vergonzosos que tienen que excusarse de las miradas del público, y éstos, tal vez por la misma circunstancia, tienen un doble mérito. Apelo al testimonio de las mujeres honradas; ellas me dirán que están dispuestas a sufrir todos los tormentos imaginables antes que consentir sea empañado el cristal de su pureza. Esto manifiesta la magnitud del sacrificio y por consiguiente su mérito inmenso y su belleza singular. Pero, se dirá: ¿por qué no buscar el sustento en el trabajo honrado? ¿El fin acaso puede justificar los medios? Ya lo sé; así es; pero, trabajar supone la condición de tener los elementos necesarios para hacerlo: instrucción, técnica, aptitudes, capital, etcétera, etcétera, recursos que no cabe suponer se encontrasen al alcance de una pobre muchacha, no diré educada, sino crecida bajo las impresiones de los cintarazos de su madrastra y los hipos alcohólicos de su padre… Con lo dicho no pretendo, en manera alguna, justificar la prostitución; no hay disculpa que la haga tolerable, dentro de los preceptos de la moral, ni accidente alguno que pueda transformarla en elemento estético. Lo malo en sí y por sí mismo, como observa el citado crítico, es deforme, porque implica perturbación, trastorno y no puede ser bello; pero, aquí surge la observación: ¿por qué Sonia es simpática?… Porque su belleza no proviene de la corrupción de la carne sino de las prendas morales que adornan su espíritu. Por eso decía yo, al hablar de Sonia, que ella hace la impresión de un rayo de luz, que aun desde el fango irradia su claridad. Fango es la mísera carne vendida; luz, y hermosa luz, es la bondad inagotable, la fidelidad ejemplar, la rectitud asombrosa de su alma tan buena como atribulada, tan digna después de su regeneración, como paciente durante su martirio. Ella acepta el oprobio por asegurar el sustento a su familia, ella aconseja al joven que ama que denuncie su crimen y lo expíe con valor; ella, por último, le acompaña a Siberia y participa moralmente con él, las torturas de la prisión, las humillaciones de la cadena… Su falta, atenuada por tantas circunstancias, se destaca en el fondo del cuadro sólo como un punto borroso, como sombra tenue que se desvanece y esfuma entre rayos de luz. Reanudando el relato: muerto Marmeladof, su esposa Catalina acaba por perder completamente el juicio. Expulsada de la casa que ocupaba, por falta del pago de alquileres y otros disgustos habidos con la propietaria, se propone mantener a sus hijos implorando la caridad pública. Es trágico el aspecto de aquel grupo de figuras escuálidas presidido por la loca que canta y obliga a bailar a sus pequeñuelos llamando la atención pública, en las calles, a fin de obtener unos mendrugos de pan. 300 301 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado ¡Pobre loca! Canta y tose; la tisis devora sus pulmones, el hambre le produce calambres. Nunca es más sombrío y aterrante el sufrimiento que cuando estalla en carcajadas. Fuera de los protagonistas del drama hay otros personajes que sólo descubren sus siluetas; pero, no por éste son menos interesantes ni dejan de revelar la potencia creadora del gran poeta trágico a cuyo conjuro surgen animados de vida inmortal. El autor no ha querido finalizar su obra con ningún desenlace, Raskolnikof queda en el presidio de Siberia cerca del cual se instala Sonia para velar por él. Se comprende que la expiación purificará al delincuente, regenerándole, y que ambos proseguirán el camino de la vida, sea siempre con rumbo a los desiertos helados o tal vez hacia el hermoso valle de Cachemira… El conjunto de la obra pertenece a ese género literario, tan propiamente denominado por Leopoldo Alas, «lo bello doloroso». Sí, es lo bello doloroso, y tanto que, produce la penosa impresión de una pesadilla prolongada, de aquellas angustiosas cuyo recuerdo no deja de amedrentar por mucho que se haya desvanecido ya la ficción del ensueño. La belleza de la obra no es de aquellas que se debe a su exhortación retórica; ella no existe —me refiero a la versión española— la belleza, decía, resulta del mérito real de sus personajes que, como el oro virgen, pesan y valen sin que el artista se haya esmerado en los primores de la forma. Crimen y castigo es una flor siberiana, trágica como el alma de su autor, triste como la desolación de las estepas heladas, sombría como su brumoso cielo. EL AMOR DE LOS AMORES 302 u lectura deja profundas impresiones en el ánimo atento a los ideales que la informan, a los problemas que entraña y al deleite que procuran los primores de su forma ática, galana, exquisitamente correcta. La personalidad literaria de su autor es singular, única tal vez en nuestros días. Descendiente de los grandes escritores que ilustraron el siglo de oro de las letras castellanas, ostenta como ellos su noble y característico sello, de elevación en el pensamiento, de bondad en el corazón, de belleza clásica en la forma. Para escribir sus libros ha descolgado, de su espetera, la péñola que Cervantes dejó consagrada por su genio y sin profanarla traza con ella páginas dignas de figurar, en mi concepto, sin desdoro y menoscabo alguno, al lado de las que nos dejaron fray Luis de León y de Granada, la doctora de Avila y san Juan de la Cruz, dechados inmortales cuyas excelencias ha conseguido asimilárselas, al extremo de hacerlas suyas, tan suyas como propias. De aquí la pureza irreprochable de su estilo, la propiedad de su frase, la elegancia de sus giros castizos y armoniosos. De aquí el grato aroma de flores secas, conservadas en arcas preciosas de sándalo y cedro; de aquí su acendrada ortodoxia, su ardentísima fe, su mística unción. Empieza el novelista, en el primer capítulo de su obra, por dar cuenta de los personajes que han de intervenir en ella. Me parece innecesaria, y aun perjudicial, esa información previa. ¿Para qué esbozar siluetas cuando ha de pintarse de cuerpo entero? ¿Para qué disminuir el interés que despierta lo ignorado cuando se tiene que descorrer, en su debida oportunidad, el velo de los misterios presentidos?… Esta circunstancia en otra novela, que no fuese de Ricardo León, habría bastado para dejar caer el libro de la manos del lector; pero, tal es la excelencia de la obra, tanta la importancia de su forma clásica que 303 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado nada impide proseguir la lectura cuyo interés sube de punto en el capítulo donde el poeta ensalza las glorias de Castilla, cuna de héroes y de santos; tierra de landas yermas, de rocas calcinadas, secas y polvorosas; pero, fecunda en bellezas para sus hijos que saben descubrirlas en la desolación de sus páramos, en el silencio de sus soledades, en la eterna quietud de sus llanuras… Felipe, hijo de Pelayo Crespo, muchos años ausente de la casa paterna, se restituyó a ella, tan exhausto de bienes como cargado de vicios. Faltando poco al término de su jornada hizo la casualidad de que se encontrase con Isabel, su hermana menor, acompañada de Tasarín, simpático mozo, sirviente de Pelayo y, más tarde, esposo de Isabel. Son rasgos de mano maestra los que describen la caída de la tarde, el cansancio del viajero, el encuentro de los dos hermanos, el espanto de la niña ante aquel hombre híspido, de recia complexión, de fea catadura y repulsivo aspecto… Pelayo Crespo, antiguo condiscípulo de don Fernando Villalaz y Samaniego, vivía en un huerto próximo al castillo de éste, su amigo y benefactor, quien, así como cedió graciosamente las rentas de la referida heredad a Pelayo, quiso también favorecer a su hijo, nombrándole su secretario, no sin haber luchado, hasta vencer la tenaz oposición de su esposa, la linda castellana Juanita Flores de Villalaz. Juanita, cuyo espíritu no se remontaba «más allá de la altura de las plumas de su sombrero», según se refiere, era incapaz de elevarse hasta la encumbrada cima del amor de Dios y del prójimo, sentimientos por los cuales su esposo don Fernando era capaz de todos los sacrificios imaginables. Vanidosa y mundana, las riquezas, según su criterio, no debían servir para otra cosa que no fuese realzar las ostentaciones de su opulencia. Así recibió a Felipe con sumo desagrado, tanto porque esto significaba erogación cuanto porque le infundía repugnancia su desagradable figura. Eran inútiles las exhortaciones de don Fernando que le decía: «Haz el bien complaciéndote en él; hazlo como la noria rechinando»… Poco tiempo después de su matrimonio el señor de Villalaz, víctima de una amaurosis, había cegado por completo. Semejante desgracia, lejos de alterar el concierto de su carácter, sólo sirvió para dulcificarlo, haciéndole más bondadoso, más paciente, más resignado. La práctica constante del bien, el ejercicio cotidiano de las virtudes cristianas, encendieron sobre su cabeza cana, para iluminar las facciones de su rostro exangüe, los rayos de la aureola de los santos. Entretanto, se desarrollaba en torno suyo uno de esos dramas pasionales en los que, invertido el orden natural de las cosas, surgen los más extraños contrastes, las más inexplicables aberraciones: un acto de valor de parte de Felipe, basta para rendir las resistencias de la señora del Castillo, y de las entrañas del odio nace un amor funesto, ponzoñoso como el fruto de un árbol maldito. El caso no es raro, y bien merece que Ricardo León no se limitase a manifestarlo, describiendo sus consecuencias. Para dar más importancia a la obra era necesario estudiar el proceso psicológico de esa pasión; había que dividir ambos corazones para revelar los secretos de sus más recónditos repliegues. Villalaz milagrosa y súbitamente recobra la vista; la recobra para ver en las facciones del hijo que creía ser suyo los rasgos repulsivos de la fisonomía de Felipe… Los culpables huyen; y también don Fernando abandona el Castillo, cediendo su propiedad, como la de todos los bienes de su cuantiosa fortuna, para la fundación de un convento y su distribución entre los pobres. Y aquí empiezan las locuras de la Cruz de este nuevo caballero de Cristo, inflamado por las llamas del amor divino, por las de aquel sol que se ha introducido en su alma para derretirle el corazón y las entrañas… Cubierto de una larga túnica, ceñida por una cuerda a la cintura, destocada la cabeza, descalzos los pies, bajo el 304 305 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado nombre de Fermín de la Miseria, como en otros tiempos, el de la Triste Figura, se lanza por esos campos de Dios en busca de santas aventuras. ¡Qué semejanza la de los dos caballeros!… Ambos pretenden establecer, sobre la faz de la tierra, el imperio de la verdad, de la justicia y del bien; ambos combaten por la gloria y los dos incomprendidos provocan la hilaridad de los necios que se burlan de ellos, la cólera de los malvados que los hieren, escarnecen y vilipendian; y así bajo una lluvia de piedras, maltrechos y peor heridos dan con sus miembros quebrantados en fétidos calabozos y en jaulas de fieras. Es así como la humanidad recompensa a estos locos sublimes, a estos divinos soñadores por sus grandes hazañas, por sus gloriosas empresas, por sus encumbrados ideales… Y la augusta figura del Caballero de la Miseria, espiando faltas ajenas, sufriendo las penurias del hambre y de la sed, recorriendo poblados y desiertos, seco y enjuto de carnes, inflamado por los rayos del amor de los amores, predicando la caridad y amando a todos más que a sí mismo, evoca el recuerdo de las virtudes excelsas del Pobrecillo de Asís, de san Juan de Dios, de san Francisco Javier, del padre Damián y otros egregios varones, modelos de perfección cristiana y altísimas glorias de la humanidad. Es dos veces milenario el problema de las locuras de la Cruz. El interés que despierta su discusión no se agota porque es de aquellos que emanan de las enseñanzas del Evangelio a las que quiso Dios infundirles la inmortalidad propia de su divino pensamiento. Considerémosle, siquiera sea brevemente, ya que nuestro autor nos invita a ello con el héroe de su novela. Mártires de los circos y de las catacumbas, moradores solitarios del desierto, austeros cenobitas, heroicas hermanas de la Caridad, vírgenes enclaustradas, misioneros de todas las órdenes religiosas, almas grandes, almas justas, almas buenas, ¡reveladnos la fuerza extraordinaria que os impulsa al sacrificio, la que templa vuestros dolores, la que os hace deleitable el martirio!… Vosotros para quienes la existencia es una lucha incesante, la vida un sufrimiento continuo, la muerte el triunfo supremo demostradnos la cordura de las locuras de la Cruz. El excesivo desarrollo de una de las facultades intelectuales causa la depresión de las demás y ocasiona, inevitablemente, cierto grado de desequilibrio que no puede menos que alterar su concierto. Lo propio sucede con las grandes pasiones: la que predomina, al reconcentrar en sí todas las energías del espíritu, destruye su armonía y determina la anormalidad del sujeto. De ese predominio puede decirse lo que de lo bello afirma un tratadista: «Lo bello se transforma en lo Sublime cuando su grandeza rompe la armonía de sus formas por no caber en ellas»… Las grandes pasiones son grandes locuras; sí, locuras; pero sublimes. Si la palabra locura no fuera irreverente me animaría a emplearla para calificar con ella el amor inconcebible que determina la encarnación del Verbo y la crucifixión de Jesús, incesantemente renovada sobre el ara de los altares… Aquél que de esta suerte extrema su amor, ¿no será digno de todos los amores? Así lo han comprendido los santos y los héroes del cristianismo sin excepción alguna. Y bien vistas las cosas, ¿a qué se reducen esas locuras?… A despojarse de los bienes propios para satisfacer las necesidades ajenas; renunciar las comodidades, despreciar los halagos de la fortuna; velar junto al lecho de los enfermos, aliviar sus dolores, enjugar sus lágrimas; perdonar las injurias; soportar las afrentas; reprimir las concupiscencias; sofrenar el orgullo; extinguir la vanidad; amar, amar a todos; amar tanto que las llamas de la hoguera del amor consuman las escorias de las imperfecciones humanas y acendren el oro de la virtud hasta que el alma brille iluminada con resplandores seráficos. ¿Estas son locuras?… Las son para los que no 306 307 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado creen en la vida futura; para los que niegan la existencia de Dios y del alma; para aquellos cuyo misión en este mundo debe reducirse a gozar porque fuera de él, no hay nada. Pero, no juzgan lo mismo los que creen y afirman lo contrario; éstos, a su vez, sintetizando su pensamiento responden a aquéllos: «Si santo no soy loco debo de ser»… El Caballero de la Miseria, después de recorrer ciudades, villas y cortijos se metió de fraile; ciñendo el cordón de la orden seráfica, tomó el nombre de Francisco de Jesús. Dados sus antecedentes fácil es suponer cómo y cuánto redoblaría sus penitencias y mortificaciones para santificarse más, si aún era posible, en su nuevo estado. Muy pronto llegó a esa perfección evangélica en que la personalidad del individuo desaparece bajo el influjo de la plenitud de la Caridad, de tal suerte que el alma ya no vive en sí sino el Amado en ella. Cupio dissolui et esse cum Christo: Francisco de Jesús, como San Pablo, se disolvió en Cristo. Cierto día le llamaron para que confesase a un enfermo en el lazareto de leprosos. Bajo la horrible podredumbre de unos miembros desechos, de una masa de carne supurante y fétida reconoció, profundamente deformadas, las facciones de Felipe Crespo… ¡Escuchó la relación de sus crímenes; besó su frente carcomida y le cerró amorosamente los ojos! ¡Oh!, ¡amor de los amores!, más poderoso que el odio, más intenso que la vida, más recio que la muerte! Poco después fray Francisco partió de misionero al Oriente. Pero, en el castillo del señor de Villalaz no todos los días son brumosos ni es tanta la aridez de sus tierras que no florezcan en ellas albos jazmines y encarnadas rosas. Impresión de matas floridas, de yerbas húmedas; exhalaciones de bosque y búcaro; rumores de alas, tibiezas de nido, todo eso hay en los amores de Isabel y Tasarín. Dos almas puras, dos corazones buenos que se aproximan y juntan hasta fundirse en la suprema unidad del amor, lejos del mundanal ruido, en la soledad de los campos, en el silencio del huerto, bajo la paz de los cielos. El estilo para el literato tiene toda la importancia que el colorido para el pintor. Saben los críticos que basta una pincelada para apreciar el talento del artista que la fijó en el lienzo, porque en ella se refleja su alma, con las emociones del momento, bajo la modalidad permanente de su ser. El pintor se vale de la línea, del color, de la luz y de la sombra; el literato no dispone de otro medio que el de la palabra para dar vida a sus creaciones; pero, la palabra en sus labios o bajo los puntos de su pluma es también línea, color, luz y sombra; susurro, armonía, tempestad; rayo que estalla, huracán que brama: sublime manifestación del pensamiento, esplendorosa revelación del alma. Ricardo León es de esos artistas que persuadidos de la importancia de la forma la aman y se apasionan de ella; por eso sus obras son casi perfectas; y aunque su fondo no ofreciese interés alguno, bastaría la hermosura de su forma para asegurarles la inmortalidad de lo bello. De ellas se puede decir sin hipérbole: «No dejarán de ser leídas mientras se hable la lengua castellana». Su estilo —y aquí repetido lo que él afirma del de Menéndez y Pelayo— «es el paño de oro que se pliega dócilmente sobre las graciosas curvas de sus castizos pensamientos». Verdadero paño de oro, recamado de perlas y piedras preciosas, iridiscentes, de policromos reflejos, abrillantados por la divina luz de su inspiración poética. Ricardo León es poeta y vuelvo a repetir sus palabras aplicándoselas, de aquellos que «cruzan la vida derrochando el corazón» porque le tienen henchido de lágrimas. La lectura de sus obras deja en los labios el sabor de los vinos añejos, exprimidos de los racimos de aquellas cepas cuyos jugos generosos escanciaban en copas de plata labrada los maestros españoles del siglo de oro. Amante de 308 309 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado lo pasado busca su inspiración en los nobles y grandes ideales que informaron la España religiosa y caballeresca: la de Carlos V y Felipe II. En pleno siglo XX, condenando el naturalismo, inspirado por la filosofía positivista, y el decadentismo literario —lastimosa expresión de un período de perversiones intelectuales— se presenta con la gentil apostura de los trovadores de la edad media, ostentando, come glorioso escudo en su lira, el símbolo cristiano, rodeado de los blasones de su ingenio. Canta las glorias de su Dios y de su patria con el acento de las convicciones firmes y de los grandes amores; su lira tiene cuerdas arrancadas de las que pulsaron los poetas místicos de su tierra; gusta de las sombras de los templos góticos; y los dogmas y el culto sagrado tienen para él tesoros inagotables de dulce y santa inspiración. Ama las viejas ciudades, los castillos abandonados, sus rejas silenciosas, y al conjuro mágico de su voz surgen los hidalgos de regia estirpe, indómito valor y luciente armadura… Ricardo León es psicólogo; pero, no de aquellos que profundizan y apuran el análisis hasta descubrir los misterios del alma, revelando las relaciones de causa a efecto que rigen sus fenómenos, sino sólo a la manera de los buenos novelistas. En conclusión: Amor de los amores es un libro que consagra la gloria de su autor; honra a su ilustre patria y revela los tesoros de su hermosa lengua. o me propongo emitir un juicio acerca de la novela de Enrique Rodríguez Larreta, cuyo título sirve de epígrafe a estas líneas; mi propósito se reduce a manifestar la impresión que me ha causado uno de los episodios de la obra, que será sin duda de los mejores que hayan salido de la pluma del ilustre escritor argentino. De paso, deseo también tocar un problema de sumo interés para psicólogos y literatos, ya que su estudio incumbe a unos y otros; digo, indicarlo y nada más, porque mi escasa preparación no ha de permitirme otra cosa, dejando su solución a otros ingenios dignos de él. Me refiero a la inconsciencia del genio, tema que ha sugerido interesantes observaciones a don Manuel de la Revilla, en el estudio que hace de la creación del Quijote. Rodríguez Larreta, ha descrito de mano maestra y con primoroso estilo, la época histórica de Felipe II. Ella sirve de marco a don Ramiro, protagonista de la novela, así como a los otros personajes que viven y se desenvuelven, despertando, en el lector, el recuerdo del famoso monarca, sombrío y grande como el Escorial, monumento que simboliza su espíritu, mezcla de sombra y de luz, execrado por unos, ensalzado por otros; pero siempre admirado de todos. ¿La reconstrucción del período histórico ha sido perfecta?… ¿La evocación artística tan completa que deje en la retina las imágenes coloridas de las personas y las cosas descritas?… Dejo que el lector del libro declare sus impresiones; de mi sólo sé decir que a Felipe II me lo presentó Fábraquer, en sus Misterios del Escorial; y que después sólo he visto retratos suyos. Entre los personajes de la novela figura Casilda, criada de don Ramiro. Emerge su silueta, descuidada por el autor, como una de esas obras de segundo orden, destinadas a llenar los espacios vacíos de un cuadro. Sin claros perfiles ni contornos definidos, parece que su creación sólo ha obedecido a la necesidad de añadir un episodio al drama, con el propósito de buscar la variedad y evitar la monotonía. También se puede suponer que el novelista, al introducirlo quiso dar a su obra un carácter de mayor realidad, describiendo la vida con sus detalles y minucias, compuesta, de lo pequeño y lo grande. Deduzco 310 311 LA GLORIA DE DON RAMIRO Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado que el autor no ha tenido otros móviles, porque la intención se revela por el descuido con que presenta esta figura. ¿Quién no repara en el mayor o menor interés que un pintor manifiesta al delinear las distintas figuras de su cuadro?… ¿Acaso no se perciben las emociones del alma, las temblores del pulso que cincela o colora? Ya es la claridad de una alborada, la luz de unos ojos, lo gris de un paisaje, lo que indica la predilección de un artista enamorado de su ideal, el que luego se descubre, destacándose como la impresión dominante del cuadro. Rodríguez Larreta se ha propuesto pintar, como lo dice, una época histórica, ésta es la finalidad de su obra y no otra. Creo yo que el éxito ha coronado sus esfuerzos; lo prueba el justo renombre de su libro prócer. Dicho sea esto sin que ello se oponga a algunas salvedades y reparos que la crítica pueda anotar, por aquello de que no hay obra humana perfecta, exenta de errores y deficiencias. Voy a mi propósito: Casilda se enamora de don Ramiro y siente por él una de esas pasiones tan grandes como calladas. Espía sus pasos, escudriña sus miradas, tiembla en su presencia, conteniendo sus estremecimientos; el eco de su voz, el ruido de sus pasos la conmueven profundamente; pero, ¿cómo revelar su amor? ¿Cómo fijar sus ojos, preñados de tempestad, en las frías e indiferentes pupilas del amo?… Y aquí se desarrolla un drama pasional, no descrito por el autor, sino más bien visto por el lector, al través de los velos del silencio… Amor imposible, callado amor; llama comprimida, volcán cubierto con la nieve de una indiferencia estudiada. Poesía del silencio: ¿cuántas emociones duermen en tu seno, como las notas calladas en las cuerdas del arpa del poeta de las rimas, esperando la mano de nieve que las arranque y desgrane? ¿Cuánta vida palpita, cuántas ternuras se estremecen, cuántas ideas pliegan sus alas bajo tu manto, como las crisálidas en su capullo, sin que para ellas llegue la primavera que rompa su envoltura y las impulse a volar?… Casilda sigue al amo, ávida de verlo y servirle. Don Ramiro pretende retribuir su fidelidad y atenciones, con dinero; ella rehúsa la dádiva ultrajante; y el amo absorto en las incidentes de su azarosa existencia, nada ve, nada escucha ni comprende. Se embarca para América; ha partido la nave que lo conduce. Ella, abatida bajo el peso de su infortunio, de bruces sobre una roca, ve alejarse la esperanza… Se siente su respiración anhelosa; se nota el parpadeo de una llama interior que se extingue con la lentitud de una agonía prolongada y dolorosa… Las grandes tristezas suelen producir misteriosos encantos. La imaginación, para intensificar la nota poética de ese cuadro, se complace en contemplar a la joven, mísero despojo de voraz incendio, bajo las sombras melancólicas de un crepúsculo que esfuma sus celajes con los rayos mortecinos de un sol poniente. Se hunde el astro, se apaga la esperanza… Repito: en la obra nada más poético ni emocionante que aquella mujer de pálido rostro, enjutos ojos y extraviadas miradas. Volviendo al asunto indicado, cabe interrogarse: ¿en las creaciones del genio, fuera del plan concebido, hay algunas inconscientes? El citado señor de la Revilla sostiene que sí; pero, acaso ¿no se le podría objetar que dichas obras, al parecer frutos espontáneos de la casualidad, son más bien exquisitas flores cultivadas por las manos de un artista primoroso que, al descuido y con cuidado, ha sabido trazar, sin propósito aparente, las líneas, cuya sabia combinación, han producido el efecto que se propuso? Ahora, si se acepta la inconsciencia, surge otra interrogación, y es la relativa a sus grados: ¿dónde comienza y acaba este ofuscamiento brillante de la conciencia, este eclipse luminoso del criterio? Dejemos la palabra a quienes puedan solucionar el problema de la inconsciencia y el de sus grados. A mí me parece que la 312 313 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado figura de Casilda ha surgido de la paleta de su autor al conjuro de uno de sus genios, no invocados por él, para la creación de su obra; y que ha correspondido noblemente al agravio, iluminando con las luces más vivas y los más delicados colores, el cuadro relegado a un lugar secundario, en la galería de sus hermosos lienzos. cazaba conejos, sin que fuesen suficientes para detenerlo, las descargas de los guardas. El Mosco tiene una hija: Feliciana, linda muchacha, que sabe realzar su belleza con el tocado sencillo de las obreras de taller. Ella guisaba los perniles y conejos que su padre invitaba a Maltrana, en las frecuentes reuniones de su casa, a las que el joven asistía para matar el hambre, la eterna compañera de su vida miserable y arrastrada Cierto día de Carnaval, en que las muchachas del barrio se disfrazaron, Maltrana encuentra a Feliciana. La joven alentada por el antifaz, y por unos sorbos de vino que había tomado, creyendo no ser reconocida, le revela su amor: —Soy amiga de Feliciana, —le dice—, tú no te fijas en ella; nunca has detenido tus miradas en sus ojos; orgulloso, sin duda pretendes a alguna señorona de Madrid; tal vez algunas cómicas se disputan tus amores y no reparas en la modesta obrera que tu quiere… —Isidro se dio cuenta y de súbito estalló en él la pasión. Esta es, sin duda, la escena más interesante del drama por la observación profunda y sagaz del pudor femenino que disimula sus sentimientos para revelarlos, después, en la primera oportunidad que se le presenta. La joven acaba por abandonar a su padre y se retira con Isidro a vivir en casa del hermano Vicente, personaje cómico, introducido en la novela como un desahogo antirreligioso del autor, destinado a ridiculizar, presentando antipáticas a las personas piadosas que, si en ocasiones no prestan beneficios, como éste, que favorecía a los jóvenes, por lo menos, no causan daño, virtud negativa que, por sí sola, importa para la sociedad un beneficio positivo. La feliz pareja bebe la copa de los placeres hasta concluir el licor escanciado. Con sus últimas gotas, esto es, con las últimas pesetas, concluye el breve período de su dicha y comienza la triste peregrinación de la miseria, sufrida en todos sus dolorosos detalles. LA HORDA u lectura entristece el espíritu agobiado por la pesadumbre de tanta miseria, oprimido por el espectáculo de la carne lacerada, gemebunda, cubierta de harapos. ¡Los pobres sufren! El hambre, el frío, la desnudez, la boardilla infecta, las privaciones transformadas en dolor, la falta de dinero tejiendo la trama de la vida, de las existencias desgraciadas. El eterno problema del pauperismo planteado como la interrogación dirigida a los pensadores de todos los siglos, a los hombres de corazón de todas las épocas… Isidro Maltrana, hijo de un obrero, recogido por la bondad de una dama y educado pare ejercer profesiones liberales, pierde a su benefactora, y arrojado de la casa, por los herederos de aquélla, se echa a vagar por las calles de Madrid, en busca de trabajo y sustento. Frecuenta hoteles, círculos literarios, redacciones de periódicos y apenas si consigue pasar la noche tendido en un sofá o en cama prestada de su padrastro, cuando éste la abandona por las mañanas, para ir al trabajo. Ligado a la clase estudiantil y a la plebe de los arrabales es popularísimo y simpático para todos, por la vivacidad de su ingenio y la bondad de su carácter suave y acomodaticio. Entre sus amigos figura el Mosco, obrero que para satisfacer sus gustos sibaríticos, solía algunas noches internarse furtivamente al bosque real, donde 314 315 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado La simpática muchacha que, apoyada en el brazo de Maltrana, paseaba su belleza por las calles de Madrid, se cierra deformada por el embarazo, en la pequeña vivienda donde trabaja, durante el día y gran parte de la noche, emballenando corsés, a fin de ganar unos mendrugos de pan, insuficientes para los dos. Cuánta resignación, cuánta ternura cabe en el corazón de la joven obrera que privada de calor y sustento, como las flores de aire y sol, languidece y decae tristemente, hasta que muere en el hospital, de donde su cadáver, destrozado por el bisturí, es conducido a la fosa común… Ni lápida ni flores sobre su tumba… La figura de Isidro Maltrana, ampliada por el autor en sus Argonautas, tiene toda la realidad de la vida: el calor de la sangre en circulación, la elasticidad de los músculos en movimiento, el vivaz centelleo de la inteligencia animada. Y así desfilan, por las páginas de la novela, todos los personajes de ella, magistralmente caracterizados por las pinceladas del eximio artista que, sobre otros, no menos grandes que él, y algunos indiscutiblemente superiores, tiene la cualidad de no ser pesado y farragoso. Fácil y ameno, siempre interesante, obliga a sus lectores a no dejar, sin desagrado, la lectura de sus obras, y basta conocerle una para procurarse las demás. Blasco Ibañez, como muchos pensadores, se detiene ante la horda famélica que discurre por los caminos de la vida, llena de miserias, resignada unas veces y amenazante otras, en pos de un pedazo de pan, del jirón de tela, del bienestar apetecido y rudamente solicitado. Se detiene, como los que han pretendido solucionar el problema del hambre, se detiene y nada más, para contemplar el desfile doloroso. ¡Es tan antiguo el mal! ¡tan profundas sus raíces, tan difícil su remedio! La desigual distribución de la fortuna radica en la desigualdad de las aptitudes humanas: unos son fuertes, débiles otros; unos trabajan u otros no; éste ahorra, aquél dilapida; y todos anhelan satisfacer sus necesidades y todos tienen derecho a desear la felicidad. ¿Cuántos sistemas si han imaginado para generalizar el bienestar de los hombres? Gruesos volúmenes contienen la exposición de sus teorías, erigidas en sistema, y todas ellas resultan impotentes e ineficaces, siendo muchas funestas y peligrosas. Los progresos de la ciencia, el perfeccionamiento de los elementos de producción, ¿conseguirán resolver el problema?… Mucho ha avanzado la humanidad en sus descubrimientos; se han abaratado los productos de la industria, se han facilitado muchas satisfacciones; pero, la Miseria, aterradora persiste, acaso más cruel y apremiante cada día, por el refinamiento mismo de las costumbres, por efecto y como consecuencia del progreso. Entonces, ¿dónde levantar los ojos; dónde dirigir las miradas? León XIII, en una de sus luminosas Encíclicas indica, si no la solución del problema, el medio de atemperar el mal, aconsejando las prácticas de la caridad: dé el rico, al pobre, lo superfluo de sus bienes. ¡Oh!, si los ideales evangélicos fuesen una realidad, encarnándose en las costumbres sociales, como sucedía entre los primitivos cristianos, la situación de las clases menesterosas mejoraría: sus angustias, sus dolores, estarían mitigados por la resignación. El lujo deslumbrante no ultrajaría los andrajos de la miseria ni el exceso de riqueza provocaría la cólera armada del proletario, cuyas protestas levantan hoy el puñal homicida y encienden la bomba destructora. La represión del lujo aumentaría el ahorro destinado para la distribución proporcional del sustento ente los pobres, suprimiendo el rico lo superfluo, limitándose a satisfacer las necesidades ordinarias de la vida, sin los complicados refinamientos del sibaritismo. 316 317 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Pero, los ideales evangélicos son tan grandes; están colocados a tanta altura y es tan pobre y baja la naturaleza humana, tan mezquinos y estrechos los intereses que la mueven y agitan, que su vuelo apenas sí se levanta rozando la tierra. Mas, es preciso reaccionar y marchar con valor para proseguir la ascensión, fijas las miradas en la lumbre inextinguible del astro que a veinte siglos ilumina al mundo con los eternos resplandores de la verdad. Sigámosle, acercándonos, en cuanto el ideal pueda convertirse en realidad, seguros de que no andaremos entre tinieblas. Sigámosle, aproximándonos tanto a él, que podamos comprender mejor el profundo sentido de sus doctrinas, para consolar a las muchedumbres desoladas, repitiéndoles sus palabras: ¡Bienaventurados los que sufren! l tema es complejo y delicado: se trata de establecer, en los dominios del arte, la línea divisoria entre lo lícito y lo ilícito, entre lo moral y lo inmoral; ella es tan delgada y sutil que hay momentos en que se esfuma, dejando la impresión de que ha desaparecido; pero, partiendo de principios fijos, siempre se podrá trazarla con precisión y firmeza. ¿Cuándo será moral el desnudo y cuándo inmoral lo semidesnudo y lo cubierto?… Sin la pretensión del acierto ni el propósito de llegar a las últimas conclusiones del problema, he de limitarme a desflorarlo, declarando estar siempre dispuesto a modificar mis opiniones, si contrarias fuesen a las enseñanzas de la Iglesia católica, depositaria y maestra infalible de la verdad. Kant, el ilustre filósofo de Koenigsburgo sostiene que el concepto de lo bello entraña el de una finalidad sin fin; esto es, la independencia absoluta de otros, de cuya concurrencia no ha menester para subsistir por si mismo con vida y desenvolvimiento propios. Según el principio sentado, el arte no puede ni debe ser docente, puesto que no persigue el propósito de ninguna enseñanza, la exposición o defensa de ninguna doctrina; el arte sólo debe propender a encarnar la belleza en sus obras y con ello ha cumplido su misión. El ruiseñor que busca en la espesura del bosque, la soledad y el silencio de la noche para desgranar las dulcísonas notas de su garganta, ante la apacible claridad de los rayos de la luna, nada enseña, ninguna finalidad se propone: canta porque canta, y al cantar realiza lo bello, y su obra está completa. Lo bello no es lo útil, lo necesario, ni puede confundirse con lo verdadero, lo justo y lo bueno. Lo bello se basta, sobra y excede a sí mismo. Por lo expuesto, el arte expresión natural de lo bello, nada tiene que ver con la moral, que es el código razonado y severo de las costumbres. Al artista sólo hay que preguntarle si su obra es o no bella y nada más porque, ya hemos visto que no es filósofo, expositor, científico, sociólogo ni sabio: el artista sólo es artista. Todo esto es evidente, casi diríamos axiomático e indiscutible dentro de los conceptos emitidos, porque si las artes han de estar destinadas al magisterio de la enseñanza, será preciso suprimir la Didáctica, por innecesaria; pero con el inconveniente insuperable de que las primeras jamás podrán servir de medio, como la segunda, para la difusión amplia y sistemática de los conocimientos. La independencia no significa inconexión; aquella manifiesta la posibilidad de la existencia propia al par que ésta, en su sentido afirmativo, denota el enlace necesario de las ideas, su contacto, sus analogías y afinidades, como lo expresa la palabra. Los grandes principios, como todas las ideas, por simples que se los considere, se encuentran siempre 318 319 EL ARTE Y LA MORAL Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado íntimamente vinculados por relaciones tan necesarias como inevitables, de tal suerte que, la manifestación de los unos compromete y afecta la de los otros. Lo simple es la última expresión de lo complejo. «Lo sencillo», dice Guyau, «puede tan sólo significar un grado superior en la elaboración de lo complejo: es la fina gota de agua que cae de la nube y que ha necesitado para formarse todas las profundidades del cielo y del mar». Esa pequeña gota de cristal es el resultado de la larga gestación de un conjunto de elementos cuyo proceso se ha condensado en la simplicidad y transparencia de su pequeñez… Las nociones más simples, como la gota de referencia, están constituidas por otras de cuya naturaleza y condiciones participan; así la de lo justo entraña los conceptos de lo bueno y de lo verdadero; no se puede concebir lo justo malo, lo justo falso: la justicia, para ser tal, ha de ser verdadera y buena. El arte para revelar la belleza, extrayéndola del fondo del concepto que ha de encarnarse en la materialidad de la obra, ha menester de la verdad y de la bondad, requisitos sin los cuales será imposible su existencia misma. Desde el momento en que el artista prescinda de la verdad, su obra dejará de ser bella; podrá serlo en los detalles de la ejecución, siempre que éstos no se aparten de la realidad, que es la verdad, pero, no en su conjunto, cuya falsedad determinará lo absurdo y antiestético de la obra. Cabe repetir el manido ejemplo: un pintor no podrá representar una naranja pendiente de un tallo de trigo; pueden estar maravillosamente figurados el fruto y el sustentáculo, separadamente considerados; pero, el conjunto resultará, repetimos, absurdo por inverosímil. Lo mismo se puede afirmar de las obras literarias y de otras, en las que los desbordes de la imaginación desenfrenada producen engendros verdaderamente deformes. Acabamos de ver que el artista no puede alterar la verdad; ahora demostraremos que tampoco puede prescindir de la bondad, esto es, de la moralidad en sus obras. ¿Puede lo inmoral ser bello?… La interrogación da lugar a respuestas contradictorias; lo afirman unos, lo niegan otros. Pero, ante todo, sepamos lo que es inmortal. ¿Será el desnudo en la pintura, en la escultura, en la relación cruda y descarnada de los hechos malos y pecaminosos?… La desnudez en sí, considerada como la revelación de la naturaleza sin velos, no lo es: Dios hizo desnudo al hombre y vio que su obra era buena. Dice Taine: «El cuerpo desnudo es casto como todas las verdades antiguas; lo que hace la desnudez impúdica es la oposición de la vida del cuerpo y la del alma. Estando el primero rebajado y despreciado no se atreve a mostrar ni su acción ni sus órganos; se les oculta; el hombre sólo debe parecer espíritu»… La desnudez, desprovista de malicia es casta: mientras Adán y Eva se conservaron en estado de gracia no se dieron cuenta de que estaban desnudos; lo notaron después de haber delinquido. Resulta inconcebible suponer que las obras del Creador fuesen malas: Eva, en el paraíso terrenal, desnuda como salió de las manos de Dios, ¿no fue casta como la luz y pura como los ángeles?… Contemplad la castidad del desnudo en todas las grandes obras del arte, en la blancura del mármol, en el colorido del lienzo, en las hermosas creaciones del genio que esculpe con la pluma, como el artista que, con el cincel, arranca las palpitaciones de la vida, de la dureza del bronce y de la roca, para la inmortalidad de la gloria. Si el desnudo no es inmoral ¿dónde está entonces la inmoralidad?… Un aforismo latino la manifiesta: Quidquid agant homines, intentio iudicat omnes. Toda obra humana debe ser juzgada por la intención con que se ejecuta. De 320 321 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado suerte que, la inmoralidad está en la intención perversa con que se la realiza. En materia de moral, la intención constituye la base de las acciones humanas y la regla de criterio para apreciarlas; es por eso que, la moral se ha sintetizado en esta suprema regla de conducta: «Obra conforme a tu conciencia»; el que obra de acuerdo con ella procede bien. Es, pues, en la intención deshonesta del artista donde vamos a encontrar la inmoralidad de su obra. Velada o desnuda, cuando tiene por objeto incitar al vicio, provocar la sensualidad, complaciéndose en ella, con el deleite propio del pecado, es mala a todas luces, inmoral sin género de duda. La intención se descubre a primera vista; basta un rasgo, una línea, el ligero temblor del pulso que se nota en el colorido, en la frase, para revelarla. Así, ¿acaso hay cosa más sutil y expresiva que la mirada?… Hay ojos ingenuos y dulces cuyas miradas revelan la castidad y transparencia del alma, como hay otros que manifiestan las deformidades de la lujuria que las enciende. Contra el desnudo en el arte, se objeta por algunos que, si éste no es malo en sí, lo es en cambio por los sentimientos innobles que su contemplación pudiese despertar. ¡Conciencias timoratas, dignas del más profundo respeto, permitidme discrepar de vuestra opinión! Los dominios del arte son tan extensos como los del pensamiento, los de la voluntad y la naturaleza; lo son, pero, siempre dentro del concepto de lo relativo, como la limitación racional y necesaria de todo lo creado. Lícito es al artista remontar su vuelo bajo todos los horizontes, recorrer la inmensa profundidad de los cielos, descender a los abismos del corazón y de la conciencia, reproducir los objetos de la naturaleza transfigurándolos con la iluminación creadora del genio, lícito le es a condición de someter su libertad a los principios restrictivos y reguladores de la verdad y la moral. En este sentido, no es ni será mala la reproducción artística de las formas humanas como la manifestación casta y sencilla de la naturaleza velada por la gracia del pudor. La gracia del pudor, esto es, la honestidad del pensamiento y de la intención que no persigue otro propósito que el de la satisfacción, noble y desinteresada del sentimiento estético. En cuanto a las impresiones que la contemplación del desnudo pudiese originar dependen sin duda del temperamento del observador; si éste es normal, como el que corresponde a toda persona que pudiese estar clasificada en la categoría que Hipócrates designaba con la locución de mens sana in corpore sano, aquéllas no podrán menos que ser nobles y elevadas; pero, si se trata de naturalezas pervertidas o de organismos enfermos, la cuestión es distinta y penetra de lleno al dominio de la patología interna. Estos observadores no podrán entrar a la Basílica de San Pedro en Roma ni mucho menos al Museo Vaticano, donde tantas maravillas del arte se contemplan; no por consideración a ellos vamos a destrozar la Venus de Médicis ni el Apolo de Belvedere. ¿Puede lo inmoral ser bello? Esto es: ¿puede lo malo ser bello?… Aquí tenemos otro concepto que esclarecer y precisar. ¿Qué es el mal? La filosofía nos dice: «El mal es lo contrario a la naturaleza de las cosas, como negación parcial y relativa de su fin y destino que es el bien». Donde quiera que vemos perturbado el orden, impugnada la ley, extraviado el desarrollo natural de las cosas, decimos que existe el mal, no como algo inherente a los objetos mismos, sino como una relación falsa, torcida e inadecuada de su naturaleza con su desarrollo. La índole del mal es relativamente negativa de la naturaleza de las cosas; cuántos atributos se pretende referir al mal otros tantos son negativos en la relación, lo inadecuado, lo inoportuno, lo desordenado, lo contrario a la naturaleza, lo que se opone y lo niega. 322 323 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado De suerte que el mal, implica los conceptos de perversión, de trastorno, de disconformidad del hecho con las leyes de su naturaleza; de desproporción, de irregularidad y otros de igual índole, al paso que la noción de lo bello significa lo contrario: armonía, proporción, serenidad y equilibrio. Esto por lo que se refiere a los elementos componentes; ahora si se consideran sus efectos, se verá también que son contrapuestos, verdaderamente antitéticos: lo primero provoca el desagrado al par que lo segundo la satisfacción; cabe decir: el placer y el dolor, la luz y la sombra. ¿Puede lo inmoral ser bello? Si el mal importa la perturbación del orden, la ruptura del equilibrio, el desconcierto de la armonía, lo deforme, lo repugnante y feo ¿cómo podrá ser jamás lo bello? No debe perderse de vista que lo feo es apenas «la negación parcial y relativa, el límite necesario y constante de lo bello»; entre tanto que el mal es lo contrario del bien, lo directamente opuesto a él. El mal no es pues una simple limitación del bien sino su negación misma, rotunda y concluyente; así el mal, con relación a la verdad, constituye el error; a la salud, la enfermedad; a la opulencia, la miseria. El mal en sí mismo, no es ni puede ser bello; hay entre ambos conceptos el principio de contradicción metafísico: una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo; a es b; c no es b; a no puede ser c, como la lógica lo enseña. Pero, ¿no es verdad que entre las producciones del ingenio, en el orden literario, en lo pictórico y escultural existen obras que representan o simbolizan el mal, escenas, esculturas y cuadros de profunda inmoralidad y de innegable belleza?… No es cierto que lo malo, constituye el tema favorito del arte, por ser, como justamente se ha observado, el venero fecundo de fácil y lucrativa explotación? Séame permitido recordar, por vía de digresión, el cargo que Enrique Laser, autor de Nuestra Señora de Lourdes, formuló contra Emilio Zola, a quien le dijo: el río caudaloso de su literatura arrastra muchas pepitas de oro entre el fango de su corriente… Prescindiendo de las pepitas, podemos pues afirmar que los grandes y pequeños artistas, casi en su mayor parte, escogen para sus obras, el tema favorito de las pasiones humanas, cuya grandeza, aunque monstruosa y deforme, da brillo y relieve a sus producciones. ¿A quién dejará de causar vivo interés el estudio del corazón humano bajo el aspecto patológico de sus desviaciones morales?… El incesto, el adulterio, los celos, la cólera, la soberbia, la venganza, todos los extravíos de la voluntad, todas las declinaciones de la moral, precisamente elevados a su más alta potencia, pues que obras de arte que se proponen ensalzar la virtud no despiertan el interés que las otras, por la sencilla razón de que las buenas costumbres son apacibles y carecen del paisaje, bajo la serenidad de un cielo despejado, la quietud de la atmósfera, el sosiego de los campos, la paz de la naturaleza, ofrecen el espectáculo de una belleza estática, apacible y dulce como la tranquilidad de la conciencia del justo a diferencia de la agitación de las olas de un mar tempestuoso que escupe a las nubes los espumarajos de su cólera, del rayo que hiende, del huracán que brama, de la catarata que se precipita y de la inundación que devasta. De lo expuesto, ¿deduciremos que lo malo, que lo inmoral, es y puede ser lo bello? No, de ninguna manera. Serán elementos estéticos la fuerza, el colorido, el brillo, la gracia de los accidentes de que puede estar rodeado el mal, la ejecución primorosa bajo la cual se lo represente, mas no, en sí, puesto que desprovisto de estas cualidades, despojado del ropaje luminoso del arte, sólo quedará lo deforme, lo monstruoso, lo repugnante, lo antiestético, en suma. Esta doctrina, la expone el eminente crítico don Manuel de La Revilla, valiéndose de tres ejemplos que la compendian y demuestran ampliamente. «Podrá, dice, objetarse que el arte ofrece a cada paso representaciones del mal que tienen gran valor estético; pero, en casos tales, no 324 325 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado es el mal, en sí mismo, lo que es bello, sino las cualidades buenas que lo acompañan. Así el Satanás de Milton, el Mefistófeles de Goethe, el don Juan Tenorio de Tirso y de Zorilla, no producen emoción estética por sus cualidades perversas, sino por las cualidades buenas que les acompañan, como la arrogancia y valentía del primero, el ingenio del segundo y el caballeresco arrojo del tercero. En cambio, cuando el mal se presenta en toda su desnudez y sin cualidad buena que lo compense, es siempre repulsivo… En ocasiones también, la fuerza y la grandeza del mal produce efecto estético, no por el mal mismo, sino por la energía con que aparece, siendo repugnante cuando es bajo y mezquino. Un ratero cobarde, un usurero vil, nunca pueden inspirar otra cosa que repugnancia; un criminal de la talla de Macbeth, causa efecto estético». La belleza y la inmoralidad, por más que se ostenten unidas, como son dos conceptos esencialmente antitéticos, jamás llegarán a compenetrarse hasta confundirse en la unidad del ser, como la aleación de los metales no podrá determinar la desaparición de las cualidades peculiares de cada uno a pesar de la licuación que los funde y del enfriamiento que los solidifica: el oro y el cobre ligados en una pieza siempre podrán ser separados y distinguidos para tornarlos a su estado primitivo. ¿Será lícito representar lo malo para moralizar y corregir?… Los antiguos acostumbraban exhibir los beodos para que la repugnancia del cuadro retrajese del vicio; y «En la tragedia griega, el coro, que encarnaba la razón humana, definía la ejemplaridad de los sucesos abominables que el espectador iba contemplando». Este es un caso en el que pudiera sostenerse, que el fin justifica los medios. Siendo laudable la intención, sus consecuencias deberán serlo; pero, a condición de que el cuadro impúdico esté de tal suerte figurado, que lejos de incitar al vicio, inspire horror. Nada más moralizador que una clínica de enfermedades secretas para aleccionar a la juventud incauta; su contemplación le será tal vez más provechosa que la lectura de algunos capítulos de moral. También se trata de justificar las producciones inmorales y los cuadros criminosos, manifestando que con ellos se desahogan las malas pasiones, sin llegar a la comisión material del acto delictuoso. Esto, en nuestro concepto, lejos de mejorar los instintos reversos del sujeto, contribuirá a empeorarlos, manteniendo su obsesión enfermiza, provocando la autosugestión personal y colectiva, como sucede con la efusión de sangre en los circos, con la riña salvaje de gallos: la vista de la sangre enardece a las multitudes que sienten la extraña delectación de la lucha que desgarra, tortura y atormenta para concluir trágicamente con la vida: el placer del dolor, el goce homicida del filo de la navaja. ¿No son las malas novelas, las comedias lascivas, el biógrafo obsceno los que eficazmente contribuyen a determinar la criminalidad, cuyas proporciones lejos de disminuir aumentan fomentadas por la sugestión de ese seudoarte que se encarga de remover el bajo fondo de los instintos, que sin ser provocados, no se desarrollarían con la fecundidad de las vegetaciones viciosas? Es innegable que el sentimiento de imitación es uno de los más poderosos impulsores de la acción: se imita lo bueno y con más satisfacción lo malo. Cuentan que la representación de Los bandidos de Schiller determinó el vandalaje de la juventud aristocrática de su época; la dramática desesperación de Lord Byron ejerció una influencia tal que fue numeroso el grupo de sus imitadores; la exhibición de las funciones acrobáticas de un circo, convierte en gimnastas a todos los niños que pagan el tributo de la imitación con los golpes que sufren. ¿Y qué otra cosa significa la moda cuyo imperativo es superior al de las reflexiones que la prudencia económica sugiere y a las sanas doctrinas de la moral que amonesta? Refiere el padre Coloma, en su bella novela Pequeñeces, que una marquesa, por distracción se puso guantes de arbitrario color. Pues en 326 327 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado las reuniones siguientes resultó obligatorio el usarlos en tal forma. ¡Oh!, si la moral tuviese la fuerza impositiva de la moda, las costumbres habrían mejorado notablemente. El arte es una actividad de carácter esencialmente social: el artista siente la imperiosa necesidad de la comunicación, por eso vierte sus concepciones y las exterioriza; casi no se concibe la existencia de un creador solitario, incomunicado y que pudiese dedicarse al trabajo si estuviese persuadido de que sus obras han de ser eternamente ignoradas. Desde el momento en que la concepción estética toma formas sensibles, su manifestación entra de lleno en el campo de la sociabilidad, cabe decir en los dominios de la moral y el Derecho por sus consecuencias inevitables, por su poderosa influencia, por sus vastas proyecciones en el desenvolvimiento individual y social. Mientras el pensamiento del artista no se revela y permanece reservado, sólo su conciencia podrá estar capacitada para juzgarlo; pero, desde el momento en que se exterioriza, la sociedad podrá en todo momento residenciarlo, ejerciendo el legítimo derecho que tiene de velar por la moralidad, como sobre toda manifestación intelectual o material. Si bien, el arte no es docente, en cambio no por esto deja de ejercer la influencia propia del concepto que emana de la representación sensible de la idea encarnada en la obra; sea con propósito preconcebido o sin él, expone unas veces sus pensamientos (el arte docente) o ellos se desprenden de la naturaleza misma de sus obras creadas, en este último caso, sólo para procurar la emoción estética (el arte por el arte, el arte por la belleza). De todas maneras y en ambos casos, directa o indirectamente, ejerce la influencia consiguiente a la expresión de todo pensamiento como a la manifestación de todo sentimiento. De aquí proviene la misión educadora del arte cuyas orientaciones deben ser cuidadosamente dirigidas. Desde luego, la contemplación de la belleza ennoblece y purifica el espíritu, elevándolo de la materialidad de las cosas hacia las idealidades del alma. Cansados del tráfago cotidiano de la vida, ahítos de satisfacciones materiales, quebrantados por el dolor, lastimados por la miseria, sentimos la necesidad de transportarnos hacia arriba, hacia la serena región del ideal para espaciar las miradas y dilatar el corazón, comprimido, en la beatífica contemplación de la belleza. Desprendidos de la tierra, flotando en la serenidad azul de los ilimitados horizontes del ensueño, nos sentimos más buenos, purificados por la lumbre del foco luminoso que nos esclarece y transparenta. El arte, considerado como elemento de acción es una de las más poderosas fuerzas directrices de la dinámica social: eran los poetas los que, en la antigüedad, levantaban con sus cantos los muros de las ciudades, como lo recuerda Menéndez y Pelayo; y son los oradores los que ayer, como hoy, enardeciendo con el brillo de sus imágenes y la elocuencia de sus palabras, arrastran las multitudes y las precipitan en la violencia de las más arriesgadas empresas. ¿No es la música la que predispone el ánimo, ora encendiendo el ardor patriótico, ora los entusiasmos de la alegría, las dulzuras de la tristeza y las emociones del llanto? ¿No es la danza la que mediante la suavidad acompasada del movimiento, la tensión de los músculos, la variedad de las figuras, la gracia, el donaire, la armonía del conjunto, la que entusiasma los festines y anima las reuniones? ¿Qué mundo de ideas y qué conjunto de sentimientos no despierta la contemplación del mármol, del bronce y del lienzo donde el artista ha vertido la luminosa inspiración de su mente, lo más delicado y sutil de su alma, la tibia y generosa sangre de sus venas, en medio de las arrebatos de la creación que obligaron a Miguel Ángel a golpear la estatua de Moisés porque los ojos que le miraban no le veían, trémulo y palpitante, entre lumbradas de luz y estremecimiento de emoción? Y ¿qué diremos de la poesía épica, lírica y dramática? ¿Hasta dónde llega la influencia de estos grandes elementos de acción social? Sea que el 328 329 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado poeta épico se inspire en la contemplación de la naturaleza y sus maravillosas leyes, sea que narre los grandes acontecimientos de la historia, ora se remonte con Beatriz al cielo o descienda con Virgilio, a las profundidades del abismo, sumergido —hasta desaparecer de la escena— en la meditación de lo grandioso, para confundirse con ello, en una especie de éxtasis o arrobamiento panteístico; sea que el bardo lírico, apartando sus miradas del mundo exterior, las reconcentre en los recónditos senos de la conciencia para revelarnos sus estados, en la magnífica explosión de sus cantos; sea que el dramático traslade los conflictos de la vida a la escena, con la realidad de la existencia de las personajes que simbolizan las pasiones, bajo cuyo influjo se mueven y agitan los hombres, los poderosos acentos de su canto, siempre tendrán la fuerza suficiente para seducir el corazón humano y determinar sus voliciones. Sobre los géneros poéticos indicados y otros que no es del caso mencionar, existe uno cuya trascendental importancia merece detenida consideración: me refiero a la Novela. Sus orígenes se remontan sin duda a los del género humano; nacido en forma de cuento o leyenda de carácter maravilloso, lo encontramos en todos los pueblos primitivos y perdura hasta hoy en su forma nativa, adaptándose, es cierto, a las modalidades del tiempo, para recrear la imaginación popular y la infantil, como lo observa el señor de La Revilla. Este género, en la época moderna, ha sufrido una transformación verdaderamente trascendental, pues resume en sí a todos los que constituyen las bellas artes: poesía épica, lírica, dramática, histórica, didáctica, caben dentro de su amplio marco; y también la oratoria, la pintura, la estatuaria y diríamos la música, refiriéndose a las cadencias de la forma y a las armonías concertadas de la frase transformada en nota. Dentro de sus dominios, se expande el alma con la amplitud de sus facultades y emociones, la vida con el intenso drama de sus conflictos pasionales; la filosofía con todas sus disquisiciones, la ciencia con todos sus problemas. Es por eso que justamente se ha notado que su influencia es mayor que la del drama a pesar de no ser representado sin referido; y a esta observación se ha añadido, la de la persistencia de su influjo, debido a la paulatina infiltración de las ideas que propaga, mediante la asimilación metódica de que es objeto. Aún pudiéramos agregar otra consideración que manifiesta su mayor importancia: no son hoy, por desgracia, muchos los que se consagran al estudio meditado de los problemas sociales; la gran mayoría no lee obras científicas, que demandan tiempo y desahogo económico que lo permita; pero, en cambio todos devoran la novela, compañera inseparable de las horas de ocio y esparcimiento espiritual, bajo la forma más seductora del arte. En sus páginas se debate todo cuanto pudiere interesar a la inteligencia y al corazón, ávidos de luz y de emociones. Nada tendríamos que decir de la buena novela sino fuese recomendarla como elemento de puro deleite o de instructiva y provechosa lectura; pero, en cambio, vamos a meditar unos momentos sobre la desastrosa influencia de la mala, venenosa fuente de corrupción social. Muchas veces nos hemos preguntado, pensando acerca del problema social de la inmoralidad, si ésta fue mayor en las épocas remotas de las ciudades malditas, de que nos hablan las Sagradas Escrituras: de Babilonia, de Grecia y Roma a que aluden los historiadores profanos; o si en nuestros días es menor la degradación moral de los pueblos, por efecto de la cultura y civilización alcanzados. Francamente, encontramos difícil la repuesta… Lo cierto es que como lo enseña el dogma católico, perdido el estado de gracia primitivo, la humanidad lleva en sí el germen del mal, en lucha constante con el principio del bien, otorgado en virtud de la gracia, concedida a todo hombre, según el evangelista san Juan. Estamos, pues, siempre frente a la dolorosa realidad del mal y obligados a combatirlo por todos los medios posibles, invocando la ley moral, por lo que a la 330 331 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado transgresión y sus resultados se refiere, y los cánones de la estética que lo proscriben de sus dominios. Entre las diversas escuelas literarias que se disputan los dominios del arte, se ha distinguido, en lo pornográfico, la naturalista, bajo la autoridad de Emilio Zola y de otros escritores de celebrada reputación. Zola ha concretado sus teorías en la siguiente fórmula: «El arte es la naturaleza vista al través de un temperamento», esto es, la realidad en las representaciones, expresando la emoción estética, con la sincera originalidad del que la observa. La fórmula, nos parece irreprochable; pero, en la práctica, la visión del artista ha resultado incompleta; sucedió a Zola y sus secuaces, lo que al gran novelista Henri Barbusse que describe en su novela El Infierno, a uno de sus personajes, observando por el agujero de un tabique lo que pasa en la habitación inmediata, que siendo de alquiler, recibía toda clase de pasajeros. Las dimensiones de la perforación no eran sino las precisas para que pudiese ver el ojo colocado en ella; sus investigaciones anotadas constituyen toda la novela. Pero, ¿qué es lo que vio el observador? una serie de inquilinos que por horas o días se alojaban en la pieza sin otro propósito que el de la inmoralidad… Al concluir la lectura queda una impresión dominante: la humanidad es mala; todos los hombres son corrompidos… Pero, ¿es así la humanidad? Sí, así debe parecer, si sólo se la mira al través de un agujero. Rómpase, pues, el agujero; mejor, ábranse las ventanas para dominar todo el paisaje y no reducir la visión a fin de que, siendo completa, no sólo se presenten los malos sino también los buenos, que los hay muchos. Zola, como Barbusse y los naturalistas, observan la sociedad y la vida por el agujero de su prejuicio, para ver el mal en todas partes. Lo feo, lo deforme caben dentro del arte; se explica su legitimidad para establecer el contraste y determinar el relieve; así las sombras y la obscuridad son necesarias para hacer resaltar la claridad de la luz; pero resulta que los naturalistas eligen ex profeso, lo inmoral, lo soez, lo vulgar, lo malo, en suma, como elemento estético. Atacados de una especie de cacofagia moral, hozan y revuelven cuanta podredumbre encuentran, para temer la íntima satisfacción de Zola de «mostrar y poner de realce la bestia humana». El hombre, para estos cerebros verdaderamente extraviados, no es otra cosa que el instinto genésico a cuyo servicio deben concurrir todas sus facultades y potencias, como la ciencia, como las artes y cuanto en la naturaleza existe. — Hay que cebar la bestia humana despertando todas sus concupiscencias, satisfaciendo todos sus apetitos hasta que miserablemente reviente —dicen. Pero, esto no es el arte, no puede serlo. La belleza es uno de los más hermosos atributos de la Divinidad, reflejada en sus obras y como tal dotada de una virtud purificadora. ¿Hasta dónde llegarán los extremos de las inteligencias desorbitadas? ¿Cuál será el límite final que las detenga?… Al lado de la escuela naturalista tenemos otra, la del esteticismo, que han creado un arte no ya dependiente o independiente de la moral sino abiertamente contrario a todos sus principios y enseñanzas: «En el arte esteticista, dice Ramón Pérez de Ayala, lo inmoral se impone por virtud de una selección y por razón de su belleza, con que se asienta un género de superioridad a favor de ciertas acciones inmorales, con daño de otras acciones morales. Es decir, que ciertas obras de arte esteticista son deliberadamente inmorales». El mismo autor añade que «sostienen que la vida, en sí misma, no es sino fealdad y torpeza», continúa: «Salomé, refiriéndose a la obra de Oscar Wilde, se supone que es una figura bella sólo a causa de su rara perversidad». De esta suerte, tenemos la inmoralidad proclamada como el canon fundamental de la estética: sólo es bello lo que es malo, lo que es inmoral y deforme. De este principio participan muchos escritores de la escuela modernista, cuya complacencia con lo grotesco, con lo monstruoso, lo vulgar y lo absurdo raya en los límites de lo inverosímil; oigamos a Lautréamont que dice: «Soñé que había entrado en el cuerpo de un puerco, que no 332 333 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado me era fácil salir y, que enlodaba mis cerdas en los pantanos más fangosos. ¿Era ello como una recompensa? Objeto de mis deseos: ¡No pertenecer más a la humanidad! Así interpretaba yo, experimentando una profunda alegría. Por fin había llegado el día en que yo me había convertido en un puerco. No quedaba en mí la menor partícula de divinidad: supe elevar mi alma hasta la excesiva altura de esta voluptuosidad». El arte, cuando se aparta de los eternos principios de la verdad y de la moral, cuando desconoce los fundamentales de la estética, se entrega a todos los extravíos y desafueros de la locura, para producir Las flores del mal, bajo la inspiración del ajenjo. ¡Baudelaire! Pero no sólo tenemos que admirar los extravíos de la razón y de la imaginación sino que también vamos a ver los del gusto: Baudelaire encontraba deleitosa la música producida por los maullidos de un gato al que había colgado de la cola, en la ventana de su dormitorio, donde el animal pasó la noche arañando desesperadamente los vidrios, y para este esteta, maestro de los modernistas, eran gratos los olores provenientes de la putrefacción de los cuerpos. ¡Verlaine, Mallarmé, Rimbaud! Otro de la misma escuela dice a su amada: «Eres bella como un grano de luz en el pico de un loro». Eso de la brisa azul, la sonrisa color topacio, el perfume doliente, los horizontes bermejos y los deseos ponientes, es muy frecuente en la escuela modernista íntimamente vinculada bajo ciertos aspectos con la naturalista. Por lo que hace a la pintura, el extravío no es menor: frecuentes son los casos en los que se impone la necesidad de rotular los cuadros para comprender el concepto que su autor se propuso expresar. La inmoralidad cunde y se propaga; empeoran las costumbres sociales bajo el amparo de la impunidad que tolera la infernal propaganda del arte sicalíptico, que llega hasta nosotros como el turbio rebalse de otros centros, donde la moral independiente ha acallado por completo la voz de la conciencia y ha cancelado el respeto debido a la dignidad humana, envilecida hasta la más profunda abyección. Las Sagradas Escrituras, registran pasajes que manifiestan que la perversión de las costumbres fue siempre severamente castigada: el diluvio universal que inundó la tierra y la lluvia de fuego que redujo a escombros la Pentápolis, se repiten hoy, bajo diferente forma: contemplad el doloroso espectáculo de los lazaretos, donde la carne enferma gime y sangra; contemplad las pavorosas escenas de la guerra, donde el fuego purificador desciende, como sobre las ciudades nefandas, para abrasarlas en el incendio de sus llamas. Pero, la prostitución del arte nunca engendra la belleza, porque su degeneración es deforme y repugnante; la belleza es honesta, casta y pura, y aunque el artista que le da la forma sensible que la revela, no se proponga otra finalidad que la suya propia, la belleza por su virtud inmanente, siempre será —según el hermoso concepto de Plotino— el resplandor de la verdad y del bien. sta biblioteca representa los esfuerzos de la voluntad de un hombre consagrado al cultivo de las letras, su amor y su entusiasmo por ellas; es el fruto de la labor paciente que a diario adquiere un libro, busca el folleto y la revista, recolecta el manuscrito y el autógrafo raro; revela, en suma, la psicología y el temperamento del bibliófilo, noblemente apasionado por las ciencias y las artes, por la tradición y la historia, por lo antiguo y por lo nuevo, que cristaliza el pensamiento humano en la admirable sencillez del libro, cuya grandeza supera, según el hermoso concepto de Víctor Hugo, al de las grandes construcciones arquitectónicas de los pasados tiempos. En verdad, que el pequeño libro De imitatione Christi de 334 335 1928 DISCURSO ENTREGANDO LA BIBLIOTECA JOSÉ ROSENDO GUTIÉRREZ Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Kempis y el reducido volumen de los Pensées de Pascal, ofrecen sin duda una grandeza más asombrosa que las pirámides de Egipto, y las catedrales góticas de la Edad Media, que van cediendo lentamente a la acción destructora del tiempo, cuyo poder no alcanza a destruir ni a empañar siquiera el brillo del pensamiento encarnado en la hoja de papel, que el viento lleva. as facultades intelectuales y morales que constituyen el espíritu humano crean, como condición de desarrollo y casi dinamos de subsistencia propia, una serie de necesidades que es preciso satisfacer, como el hambre y la sed, mediante las cuales el organismo demanda los elementos que aseguran su conservación. Así, la fe ha menester del dogma, la inteligencia de la verdad, la memoria del recuerdo, la voluntad de la acción, la sensibilidad del afecto y la imaginación de la belleza. Es, pues, de orden imperioso, la necesidad que exige la satisfacción de las emociones estéticas, tanto que al hombre no le bastan las que a cada paso le ofrece la naturaleza, y por eso recurre al arte para multiplicarlas indefinidamente, desplazándose por los tejados y los tránsitos inesperados de ese reino encantado de la literatura, en el que confluyen la reflexión y una sensibilidad impar. Por eso, hoy vivimos un momento trascendental, con este solemne acto en el cual inauguramos nuestra academia, correspondiente de la Real Academia Española, que aportará un espacio para potenciar la creación literaria y un reducto para el apego a lo legítimo y propio en el uso de nuestra lengua, y para que nuestros escritores cimenten el preclaro legado de sus obras entre los innumerables jóvenes que en cada generación se inician en la lectura. La aurora que abre sus pétalos de nácar, como la flor del día, entre reflejos de ópalo y rosa, la púrpura y el oro de la tarde que esfuma sus claridades en los tonos desvaídos de la sombra, la esmeralda de los prados, el zafiro de las montañas y el azul de los lagos, no bastan al hombre. Por eso plasma las bellezas de la creación en la hoja de papel, que fija y aprisiona las formas, revelando las emociones que agitaron el alma del escritor, como el órgano que reproduce los rumores de la brisa en el follaje, el gemido del viento y el retumbar del trueno. El vulgo, diremos con Ledesma Navarro, compara al escritor con la cigarra de la fábula que canta, mientras la hormiga laboriosa trabaja; lo asemeja sin tener en cuenta que el hombre más que de pan se sustenta de verdad y belleza. Bajo los rayos abrasadores del sol canta la cigarra, en la calma luminosa del paisaje, desgranando sus notas metálicas, mientras el escritor, reclinado en el árbol, sueña y da pábulo a sus dorados ensueños. El escritor es algo más que la cigarra de las siestas estivales, es el inspirado vidente que se adelanta al tiempo fijando sus miradas en lo porvenir para escudriñar sus misterios; es el obrero activo que modela el alma de la sociedad, elevando su espíritu a la contemplación de la belleza cuyos resplandores ennoblecen, purificando la conciencia y dulcificando el carácter; es el orador cuyo acento enciende la llama del fervor cívico, retempla el valor del ciudadano y arma el brazo del soldado; hoy como ayer, el escritor crea y destruye, edifica y derriba con el mágico poder de su palabra. Entre las bellas artes, la que enseñorea su dominio sobre todas, reduciendo la variedad de sus manifestaciones a la unidad de su esencia, es la escritura, luz y sombra, forma y color, armonía y expresión, música y canto, movimiento y vida, animados por el verbo que revela las 336 337 1928 DISCURSO EN EL ACTO DE INAUGURACIÓN DE LA ACADEMIA BOLIVIANA Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado concepciones del pensamiento y las profundidades de la conciencia. El sabio descubre la verdad; el escritor crea la belleza. La primera suele ser relativa, esto es transitoria; la segunda es perdurable y como tal, eterna. Sólo al escritor le está acordado el poder de arrancar del caos los maravillosos mundos de su creación. En su paleta aprisiona los polícromos temblores del iris, los estremecimientos cambiantes de la onda y el caprichoso vuelo de las golondrinas; de su lira brotan las dulcísimas armonías de todos los cantos; y su pensamiento, luminoso y sutil, descubre al través de la vulgaridad de las cosas, la recóndita hermosura de los seres. Talla y esculpe las portentosas figuras que encarnan la vida con los relieves de una realidad imponderable; sus obras alcanzan la inmortalidad a través de las vicisitudes del tiempo, impotente ante ella, como la muerte misma. ¿Acaso han perdido su vigor, su animación y lozanía Hamlet y Ofelia, Otelo y Desdémona, Paolo y Francesca? Como tiene observado la crítica, y la experiencia personal lo manifiesta, Margarita sigue deshojando, con sus dedos de nieve, los pétalos de sus blancas flores; el doctor Fausto, continúa insomne y febril, bajo las miradas caliginosas de Mefistófeles. Don Quijote, enjuto, avellanado y grave, cubierto de todas sus armas, poblada la fantasía de princesas, endriagos y gigantes, seguido de su escudero, socarrón y bellaco, continúa recorriendo los yermos y abrasados campos de Castilla. Y Rocinante y Rucio avanzan, sin detener su marcha, a través de los siglos, provocando la meditación y la risa de los espectadores que los ven alejarse entre el polvo del camino. En las noches de luna, cuando el astro boga en la claridad azul del espacio, escuchamos los acordes de la serenata de Schubert que solloza sus trenos en las vibrantes cuerdas del violín; percibimos el rumor que los besos de Romeo a Julieta con el canto de la alondra que separa sus labios. La literatura, la más encumbrada manifestación del pensamiento, se vale de símbolos y de imágenes para revelar cuánto es capaz de concebir la mente y de sentir el corazón. Así, el poeta lírico nos revela su mundo interior, lleno de luces y de sombras, ora sereno y diáfano, ora luminoso y sombrío; sus dudas, sus temores, sus congojas, las elevaciones del amor que resplandece, los impulsos de la cólera y la execración que estallan, hasta romper, con su violencia, las cuerdas trémulas de su lira transformada en tempestad. Sereno, si se eleva en alas de la contemplación mística, arrulla sus amores como la tórtola que gime solitaria en su nido, sedienta de luz, aterida de frío, nostálgica y triste: es santa Teresa de Jesús que vibra, san Juan de la Cruz que arde y se consume abrasado en las llamas de su propio incendio. Es Jacinto Verdaguer y Santaló que canta al son de las suavísimas notas de su laúd doliente. Si sus amores son humanos, ilumina la imagen de la pálida virgen de sus ensueños con la suave claridad de las estrellas; así contempla a Beatriz el Dante, a Laura el Petrarca y Jorge Isaac a María, la blonda niña esfumada en las tristezas de los crepúsculos del Cauca, desvanecida en las lejanías del horizonte, como el apagado rumor de sus ondas quedas. El poeta épico, absorto en la contemplación de lo grandioso y sublime, desaparece ante su majestad como la gota de agua en el océano, para confundirse en la inmensidad del piélago; y ya no es la gota la que canta sino el mar el que entona el himno soberano de sus olas bullidoras y espumantes. Es Milton que al son de las poderosas cuerdas de su lira canta la rebelión del ángel prescito, la felicidad inefable de Adán y Eva en la gloria del Paraíso, fecundado por las aguas del Tigris y del Éufrates; canta con lastimero acento, la destrucción de la dicha 338 339 Felix Antonio del Granado (1873-1932) originada por la pérfida serpiente. Es el Dante que desciende los tenebrosos círculos del infierno para contemplar el horror de las llamas sempiternas; es el mismo que atraviesa los llanos y asciende las cimas abrasadas del purgatorio, para remontarse a la beatitud de la gloria. El dramaturgo, dotado de la doble visión introspectiva y externa, enfoca sus extraordinarias facultades al estudio de la vida humana, para transfundirla, palpitante y cálida, a los personajes que anima con el aliento soberano de su genio. Ya no se vale sólo de la palabra que describe o narra sino que a imagen y semejanza del Divino Artista, extrae la arcilla del seno de la tierra, modela la figura y le infunde el soplo milagroso de la vida, que se revela con la plenitud de sus manifestaciones. Es Esquilo, el visionario de Eleusis, comparado por su vigor con Miguel Ángel, el que canta, con una elevación cuyas notas no han podido extinguir los siglos, los padecimientos de Prometeo encadenado a la roca. Es Sófocles que hace atribular a Edipo ciego guiado por la mano piadosa de su hija Antígona. Es el conde de Oxford, sin pretensiones, asumiendo su oficio desde el anonimato que sacude e impulsa la lanza, clavándola en el ángulo sublime, el que arma con el puñal de los celos la mano negra de Otelo para rasgar la azucena del pecho de Desdémona. Son Lope de Vega, Calderón de la Barca, Dostoyewski, Ibsen y los numerosos creadores de todas las épocas y de todas las latitudes del globo, que constituyen la esplendorosa constelación del genio. Felicito a los demás académicos fundadores aquí representados por el entusiasmo y el rigor con que realizaron su trabajo; agradezco, al tiempo, la ayuda que la casa madre prestó a Bolivia, a cuyos miembros de número animó a continuar en su generoso empeño que convierte a los hispanoamericanos en condóminos del gran flujo del habla española. 340 Flor de Granado y Granado 1928 PROSAS LA SAMARITANA ra ya cerca la hora de sexta. Bajo un cielo sin nubes brillaba el sol incandescente. La atmósfera inmóvil, semejante en su quietud a las aguas estancadas del Mar Muerto, dificultaba la respiración; y el reflejo de la luz en el llano y las colinas hería los ojos. En el fondo del valle, sombreado por un sicómoro, elevaba su brocal de piedra la fuente de Jacob, a donde se dirigió una joven de tipo samaritano, llevando su ánfora sobre el hombro, con la gracia y el abandono con que lo hacían las sichemitas. Provista de agua, se detuvo a descansar… Al través de su fisonomía serena, de aquellos ojos brillantes y soñadores, no se podía descubrir su alma enferma; al contrario, todo revelaba en ella la dulce paz de una existencia dichosa. El canto de las aves en las ramas del árbol, los reflejos de la fuente, la quietud del paisaje embargaron su atención por completo, tanto que no advirtió la presencia de Jesús, que se había detenido para pedirle de beber. Su sorpresa se transformó en asombro al notar que era galileo el varón que le hablaba. ¿Cómo un galileo iba a pedir agua a una samaritana? ¿Acaso el uno no adoraba a Dios en Jerusalén y la otra en Garizim? ¿Qué de común podía haber entre dos pueblos separados por el odio? La samaritana le negó el agua; entonces, Jesús le dijo: —Si supieras tú quién te la pide, se la pedirías a él. —El pozo es profundo, y no tienes con qué sacarla ¿cómo me la ofreces? —Yo soy el agua viva y quien bebe de mi fuente no vuelve a tener sed. —Señor, dádmela entonces… —Cayó de sus ojos la venda y sus miradas se fijaron en una visión deslumbrante: la felicidad se le presentó como el agua cuyas ondas irisadas huían de las multitudes sedientas que se agolpaban a ella para beber con hidrópica ansiedad. Tras 341 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado largos esfuerzos y prolongada lucha, algunos alcanzaban la fuente; pero el agua lejos de mitigar su sed, no hacía más que avivarla, sin conseguir refrescar siquiera la sequedad abrasadora de sus labios marchitos. Formando contraste con este cuadro, vio descender del corazón de Jesús, una corriente de aguas vivas… ¡Cuánta suavidad y cadencia en el blando murmullo de sus ondas y cuán pocas ¡ay! las almas sedientas de verdad y paz que, como palomas blancas, venían a mitigar su sed! on el pensamiento recogido en la meditación, penetremos en el cenáculo, para contemplar a Jesús, rodeado de sus discípulos, celebrando la última pascua, en la que por vez postrera iba a departir con aquellos a quienes tanto había amado. Penetremos en el santo recinto con el corazón abierto, para todas las efusiones del sentimiento, que en esta hora, única en el decurso de los tiempos, por la sublimidad de los misterios en ella celebrados, ha de romper sus diques como la fuente que al surgir del seno de la roca, desgaja el granito para inundar con sus ondas a borbotones los campos yermos y los fértiles prados. Penetramos como las potestades angélicas, ante el trono del Altísimo, velado el rostro e inflamado el corazón. Plegue la inteligencia sus alas y calle la razón, para que el alma extática escuche los acentos conmovidos del amor. Jesús, como atinadamente observa un filósofo cristiano, durante su vida no gustó de manifestar la grandeza de su poder, con actos extraordinarios que revelasen su divinidad, sino cuando la compasión y el amor se lo imponían de modo inevitable. A partir de la conversión del agua en vino, en las bodas de Canaán, todos sus milagros tenían siempre por objeto aliviar las miserias y satisfacer las necesidades. Se conmueve ante las lágrimas de la viuda de Naím y resucita el cadáver de su hijo. Compadece a la mujer adúltera, perdona a la pecadora, multiplica los panes y los peces; da vista a los ciegos, movimiento a los paralíticos, limpia los leprosos y cura a la mujer que llena de fe toca la orla de su manto. Llora amargamente ante la ciudad deicida como sobre la tumba de Lázaro… Todas sus doctrinas se reducen a enseñar el amor, el perdón, la misericordia, la caridad. «Amaos los unos a los otros», les dice a sus discípulos, «amaos como os amo yo». Y temeroso de que olviden sus enseñanzas en el cenáculo, vuelve a insistir, repitiéndoles el mismo precepto, bajo la forma de un mandamiento nuevo. Si la vida de Jesús no fue otra cosa que la manifestación del amor en todos sus actos, era consiguiente que el último de ellos, como la coronación de su obra, fuese también otro acto de amor, digno de su grandeza. Quiso, pues, su omnipotencia soberana, que esta manifestación fuese tan grande, que llegase por sí sola, a limitar —como observa San Agustín— ¡el mismo poder de Dios! El, con ser quien es, no podrá en lo sucesivo hacer más de lo que hizo. Tomó el pan, levantó los ojos al cielo y vuelto en sí, notó que la forma cándida temblaba en sus manos; trémulo, conmovido hasta el fondo de su alma, volvió a fijar sus miradas en el pan y pronunció las palabras que operan la transustanciación: «Este es mi cuerpo»… ¡Ese es su cuerpo! Bendijo en seguida el vino y vertió en el cáliz la última gota de su sangre: «Esta es mi sangre»… ¡Esa es su sangre! Sus padecimientos habían de producir la reconciliación del hombre culpable con Dios. El dolor era, en este concepto, la manifestación del amor. ¿Por qué no perpetuarlo? ¿Por qué iba a terminar su martirio en el Calvario? ¿Por qué esa cabeza coronada de espinas, ese corazón destrozado por la lanza, esas manos, esos pies 342 343 LA ÚLTIMA CENA Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado taladrados por los clavos, ese cuerpo flagelado, esos miembros desgarrados y sangrantes, iban a ser embalsamados con mirra, envueltos en un sudario para descansar en la paz del sepulcro? Si desde que nació desamparado en un pesebre, sin más abrigo que la paja rizada por las bestias, no tuvo durante su vida, donde reclinar la cabeza; si ni en la hora de su agonía, dispuso de otro lecho que del madero infamante de una cruz, ¿por qué, repito, iba a buscar el descanso en la paz de la muerte? Para no encontrarlo, y manifestar de este modo, que amó a los suyos, hasta el fin, de la cima del Calvario, pasó al recogimiento del tabernáculo. Allí está, sobre el viril de la custodia, nueva y perpetuamente crucificado; expuesto a los ultrajes de la ingratitud, a las explosiones del odio, a los denuestos de la blasfemia, que se levanta iracunda para arrojarle los espumarajos de su cólera salvaje. Allí está, bajo los velos cándidos del sacramento, dulce, resignado, tranquilo, prosiguiendo su obra de amor, hasta la consumación de los siglos. Allí está, con los brazos abiertos a todas las horas, para recibir al hijo pródigo, perdonar a la pecadora arrepentida y bendecir a los niños. Allí está, como el sol, iluminando con sus rayos esplendorosos las oscuridades del pensamiento y las tinieblas del corazón. Allí está, silencioso y absorto, anonadado en la infinitud del amor. ¡Cuán pocos son los que se aproximan a él! Nada hiere tanto como la ingratitud que desdeña y olvida, que desprecia y pasa; pero el amor es más grande que la indiferencia y el odio; más grande que el mal y cuánto existe, porque el amor es Dios. ARPA DEL POETA TORNAD A MIS MANOS 344 omo el viajero que se sienta bajo la fronda de un árbol, en la llanura abrasada por los rayos del sol, me detengo a la sombra de mis recuerdos, para refrescar el alma sedienta de ilusiones y el corazón de ensueños. Vuelve el árbol deshojando a recobrar sus perdidas galas; otra vez la savia, al circular por sus vasos, hincha y lustra la yemas que se abren en verdes hojas; y las aves confinadas por el invierno, tornan desde lejanas playas, a colgar sus nidos en las ramas que abandonaron, para seguir cantando. Volved también a mí, recuerdos acariciados de mi juventud distante, venid a besar mi frente abatida y a reanimar mi corazón cansado. ¡Acércate, rodeada de suave claridad ¡oh! dulce compañera de mi vida! Mírame, otra vez, con ojos brillantes y apasionados; déjame acariciar tus cabellos, déjame oprimir tus manos. Háblame al oído, bajito, tan quedo, que yo sólo pueda escucharte. Háblame, quiero que me repitas aquellas palabras entrecortadas e incoherentes, que trémulo de emoción te oía, cuando con la mirada baja y las mejillas encendidas, como rosas encarnadas, solías reclinarte en mi hombro, bajo la sombra de los sauces. Volved dulces mañanas, brillantes días, estrelladas noches, sosegada quietud de los campos. Arpa del poeta, tornad a mis manos. Recuerdos que reposáis en mi corazón, como palomas blancas en su nido, desplegad vuestras alas, para que las acaricie con mis besos; y a tú ¡oh! dulce niña, ven otra vez, a reclinar tu cabeza sobre mi pecho; déjame besar tu frente pura, déjame oprimir tus manos, tus manos de azucena y rosa. Ven, ven a soñar conmigo, bajo la sombra de nuestros antiguos sauces. 345 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado VIOLETAS BLANCAS Mas ¡ay!, su existencia fue breve, como la de aquellas flores efímeras, de que nos habla el poeta: pasó como la onda cadenciosa y murmurante, se desvaneció como el efluvio sutil y vaporoso… Años después, volví al lugar. Encontré descolorido el paisaje, los árboles cubiertos de polvo, crecidas las yerbas y todo silencioso y mustio. Próximo a la desierta casa, me senté sobre una piedra y en el cielo y en mi alma, comenzó el crepúsculo: lentamente se hundía el sol; su luz mortecina cubrió de pálidos matices los picachos azules de la sierra; los últimos reflejos del astro esfumaron el oro de sus rayos en las nubes, y el cielo tomó un aspecto triste, tan triste como mis recuerdos. Me causan profunda melancolía las caídas de la tarde: la luz que poco a poco mitiga su intensidad, las flores que pliegan su broche, las aves y las mariposas que huyen de la sombra vaga, para buscar, más bien, la oscuridad profunda de las grutas. La brisa me trajo el aroma de las violetas del huerto y con él, los recuerdos de Lucía, la hermosa niña de mis ensueños juveniles, la cándida flor, cuya frescura, no ha conseguido marchitar el tiempo. onocía mi predilección por ellas y se esmeraba en cultivarlas: blancas, lilas y azules crecían bajo los arrayanes y durazneros de su huerto, embalsamando el ambiente, con la suavidad de su aroma. En la falda de la colina, dominando el valle, entre molinos y chozas de labriegos, se destacaba la casa de Lucía, pintada toda de blanco. De lo alto, por una acequia, abierta en la peña, descendía una cascada de ondas espumantes y bullidoras, dando movimiento a los rodeznos y vida a las cementeras que se extendían al pie de la colina, cubierta de algarrobos y zarzales. Una senda agreste conducía a la casa de construcción colonial: la capilla, su campanario, los muros formados de tapias superpuestas, sobre las que trepaban enredaderas cubiertas de vistosas flores. La belleza del paisaje resultaba de los contrastes: la serranía agreste, el valle ubérrimo, las rojas camelias del jardín y los pajonales erizados del cerro. Puesto el sol, con la brisa de la tarde, los naranjos y los habares en flor exhalaban el delicioso aroma de los huertos húmedos; y en las copas de los árboles, cantaban los pájaros y arrullaban las palomas: himnos vespertino de los campos, treno del crepúsculo… Allí la conocí y la amé. La grana de las auroras encendió sus mejillas y el azul purísimo del cielo se reflejaba en sus pupilas. Su voz tenía la dulzura de un arrullo y la suavidad de una caricia. Su inteligencia se revelaba en las manifestaciones de su sensibilidad exquisita; había gracia y encantos en la naturaleza privilegiada de aquella niña, que se aproximaba a la juventud, con la sencilla ingenuidad de aquellas almas, cuya infancia se prolonga al través del tiempo y de la vida. 346 EN LA PAZ DE LOS CAMPOS l sol ha tramontado las cimas de la cordillera y esfuma sus últimos rayos en las lejanías del horizonte. Pían las avecillas en sus nidos; susurra la brisa en los árboles; murmuran las fuentes. De la tierra ensombrecida, se eleva a los cielos la dulce oración de la tarde. El ganado se recoge a sus apriscos, ahíto de olorosas yerbas, entre nubes de polvo. 347 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Los naranjos y limoneros cubiertos de azahares, las madreselvas y los jazmines floridos, exhalan sus más gratos aromas. Bandadas de gaviotas cruzan el espacio, buscando el abrigo de las rocas, donde están sus nidos. Alguna que otra golondrina retrasada, se aleja también entre las espirales de su inquieto vuelo. El alma absorta en la contemplación del paisaje, recogida en el silencio de su meditación profunda, escucha la soledad sonora del poeta: es la hora de las dulces evocaciones… Con la velocidad del pensamiento, recorre los periodos de su existencia, deteniéndose en las sinuosidades y los recodos del camino; ora se dilata, ora se contrae, para refugiarse luego, bajo la sombra acariciadora de sus recuerdos queridos. Mortecina claridad de lejanos resplandores, voces que sollozan; ecos apagados que gimen; dulcísonas notas que se desgranan del arpa del corazón, en el silencio de la tarde, en el misterio de la sombra, bajo el influjo de la paz de los campos. No hay fuentes que murmuren, flores que sonrían, aves que canten. Abruma la soledad, oprime el silencio y quema el sol… Sobre una roca, pensativo y taciturno, con los ojos cerrados y las alas plegadas, el cuervo de Poe medita. Y del sol y del páramo, de la soledad y el silencio, surgen las notas pausadas, lentas y graves de un himno que se extingue como la luz, en las sombras de la tarde. ACUARELA ominando el paisaje, en una extensa llanura, yergue su copa un árbol solitario. Diría Gautier, que se levanta como un pensamiento triste, en la monótona uniformidad del páramo, apenas cubiertos de escasos matorrales, empolvados por el viento, marchitos y secos. Brilla el sol bajo el azul luminoso de un cielo sin manchas. Sus rayos abrazadores reflejados por la superficie blanquecina y tersa del terreno, chispean incandescentes, inflamando la pesada y bochornosa atmósfera. 348 LA LÁMINA l contemplar una lámina, se revela incompleta la imagen femenina. Al lado de la mariposa debiera estar representado el león, porque la mujer es inteligencia y fortaleza, pensamiento y corazón. Bien que lo primero pueda simbolizarse en la mariposa, «casta flor del aire», porque como es la dulce compañera del hombre, vaporosa, sutil y delicada se deja llevar de la fantasía, vuela de flor en flor, empapando sus alas en los efluvios de todas las ilusiones, de todos los sueños de la vida. Pero lo segundo ha menester del león: en las horas graves de la vida, aunque con los ojos empañados por las lágrimas, la mujer sabe resistir todas las tormentas, si estallaren, con la fortaleza del soberano de las selvas. Ni la abultada lista de diosas que pueblan las mitologías más diversas ha podido borrar la más significada imagen de fortaleza con la que nos marcó la primera mujer. El imperio de Eva comenzó y concluyó a la sombra del árbol del bien y del mal. En su «no» proverbial congregó el poder de la voluntad, el inicio de la memoria y la capacidad de crear: dones que, por sobre la mítica perdida del Edén, otorgaban la gracia de un camino liberador para hacer soportables la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. De esa mezcla de temeridad y lucha por subsistir surgió el brote de la cultura y, con ella, una empecinada repetición 349 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado en la costumbre de supeditar lo femenil a las imposiciones viriles para adueñarse de una sola dirección del destino. En este sentido es asombroso como, de la Antigüedad a nuestros días, ha persistido una representación similar de la imagen femenina, a pesar de que los acomodos urbanos, políticos y laborales exigen su directa colaboración en tareas que se tenían privativas de los varones. Aunque las tentativas de equipararse en derechos al hombre hayan sido cambiantes y múltiples en el curso de siglos y aun de milenios, podría decirse que hasta el siglo XX no cobrarían fuerza los movimientos femeninos en Occidente y que en la actualidad, al despuntar de una era incierta, la suma de logros se encaminan hacia la formación de estructuras inimaginables que habrán de derivar en otras maneras de organización familiar, civil y comunitaria no necesariamente mejores o peores a las que nos precedieron, aunque si inexploradas y hasta cierto punto esperanzadoras. esculturales de aquella, que más que mujer, parecía una diosa. Aquellos ojos negros, profundos como las tinieblas que envolvían la ciudad de los misterios, sombreados por crespas pestañas; aquellos labios rojos como la flor del granado. Ampos de nieve, azucenas deshechas, rosas de apagado tinte sus mejillas y su cuello; pequeños los pies, delgados y flexibles los dedos de las manos, irisados por los cambiantes del zafiro, el ópalo y la esmeralda de sus anillos y aquel rostro de divina expresión, realzado por el ébano de su negra cabellera. Aquella mujer, en fin, que a Miguel Ángel, habría servido de tipo para modelar la diosa del pudor, encendió sin pretenderlo ella, una pasión, que en Sexto, se tornó en vil apetito… El infame, dejó pasar los días y pretextando ser portador de noticias de Colatino ausente, se hospedó en casa de Lucrecia. En altas horas de la noche penetra al dormitorio, contempla una vez más, a la luz velada de un quinqué, a la hermosa mujer, cuya sosegada respiración revela el tranquilo abandono con que duermen los niños y los justos: ni una sombra en su frente pura, ni una contracción en sus labios castos… —Lucrecia, Lucrecia, —murmura Sexto—, sé que tu virtud no cederá a mis deseos, pero, si gritas, este puñal te rasgará el corazón, en seguida mataré al más hermoso de tus esclavos y contaré que habiéndolos sorprendido en flagrante delito, vengué a Colatino. Ten presente que no sólo te arrebataré la vida, sino algo más, el honor. Difícil será encontrar colores para pintar la santa cólera, la protesta impotente de la dignidad ultrajada. Cedió la debilidad de las fuerzas físicas ante la agresión brutal; pero, el alma virgen no manchó su pureza. Un mensajero enviado por Lucrecia, hizo venir a su padre y a Colatino. Refirioles el hecho e hizoles jurar venganza: —No debe vivir una mujer manchada, la tumba debe velar su vergüenza y el esposo castigar la afrenta. LUCRECIA a tramontado el sol las colinas que circundan el valle. A la luz indecisa del crepúsculo, se ha sucedido la noche con sus sombras y misterios; a merced de las luces del vivac, se destaca en el campamento del ejército romano, que sitia la ciudad de Árdea, la tienda de Sexto, hijo de Tarquino, y en ella, se disputa con calor sobre cuál de las esposas de los concurrentes, es más virtuosa. Colatino allí presente, propone sorprenderlas en el mismo momento, y así en alegre cabalgata parten los jóvenes patricios sobre la ciudad. Fueron halladas unas en el baile, otras en el tocador y sólo Lucrecia, la hermosa esposa de Colatino, hilaba rodeada de sus esclavas la lana destinada a la túnica de su esposo. La noble matrona ofreció una cena a sus huéspedes, durante la cual, Sexto pudo contemplar las formas 350 351 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Trémula y encendida de cólera, sin que pudieran evitarlo, Lucrecia se quitó la vida… Una lágrima de satisfacción rodó por sus mejillas, para confundirse con la sangre que brotaba del noble pecho. La virtud pagana inmoló a su víctima sobre el ara de los sacrificios cruentos; pero se juró la venganza y se cometió un suicidio. Pocos dolores laceran tan profundamente como la violación. El daño infringido horada y destroza la moral de la víctima de tal manera que sólo la muerte, de uno mismo o del violador, es el único antídoto capaz de menguar el horror de la herida. La observación de este fenómeno inusitado clama a viva voz contra la cultura del silencio y contra la transformación del observador en cómplice inconsciente. ra popular y generalmente querida, Juanita, la buena costurera, vaciada en los antiguos moldes de la mujer cochabambina. Humilde, bondadosa y honrada, merecía las consideraciones del aprecio de cuantos la conocían y trataban. Vestía de negro, falda con cola, enaguas almidonadas y jubón plegado. Llevaba una escarcela de cuero, pendiente de la cintura, provista de un pañuelo de algodón listado, de una caja de rapé, y a mayor abultamiento, nunca le faltaba el paquete de cigarrillos, que torcía a menudo, escatimando un poco de cada uno, ahorro que le permitía fumar algunos más. Al través del calzado gastado por el uso y de los codos deshilachados del jubón, se notaba la camisa y las medias blancas y limpias; el aseo esmerado de su persona, la daba ese olorcillo pobre y simpático del agua y del jabón. A pesar de sus canas y de las arrugas de la piel suelta, y con faltarle parte de la dentadura, se podían distinguir aún los rasgos de una fisonomía atrayente, hermosa, sin duda, en los buenos tiempos de su mocedad lejana y así se explica cómo la buena mujer cedió a las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne. Amargo fruto de sus desvíos, fue la hija que tantas lágrimas le costó. Expulsada del hogar paterno, tuvo que sufrir los rigores de la deshonra, del hambre y del trabajo, tenaz e insuficiente para satisfacer sus necesidades. Dura fue la transición de la medianía a la suma pobreza: largos los días sin lumbre, las noches sin luz. Con la pequeñuela en brazos, de casa de una amiga a la de otra. ¡Qué amargo es el pan ajeno! ¡Oh, si siempre la salud estuviese buena! Nunca pudo recordar, sin que los sollozos anudaran su garganta, las enfermedades de la niña y las suyas, aquellas que la obligaban a guardar cama en el hospital. En la época a que me refiero, la severa educación española, hacía del padre de familia, un juez inexorable, sin corazón y sin entrañas. Eran inútiles los ruegos de la hija culpable, ineficaces las insinuaciones del confesor, estériles las súplicas de los amigos. —Ha deshonrado mi casa, —dijo el padre—, y no volverá a mancharla, entrando en ella. —Y así, casi desheredada por las mejoras de tercio y quinto, con que los hermanos fueron beneficiados, no pudo la desgraciada asistir a los últimos momentos de la vida de su padre, cuyo sueño adusto ni la muerte consiguió dulcificar. Con su cortísimo haber y algo que los hermanos le dieron, compró una modestísima vivienda, que luego fue amoblada con el deshecho de los trastos de la casa paterna. Pasada la tempestad y las horas de angustia, empezó a suavizársele la vida. Cuando las casas le cerraron sus puertas, el templo le ofrecía abiertas las suyas. Bien sabía que el Señor no desdeña a los pecadores; que había perdonado a la adúltera y que era el Padre de las misericordias, el Padre del hijo pródigo. A él volvió con la frente humillada por el arrepentimiento y el corazón dilatado por la esperanza. Él la perdonaría, él la recibiría: él la recibió. Todas las mañanas, a la hora del alba, asistía a la primera misa. ¡Oh!, ¡y qué encantos tenía para ella el 352 353 LA COSTURERA Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado templo! La aurora con sus reflejos de nácar y rosa, asomaba por las altas ojivas, bañando de suave claridad las naves majestuosas del templo, en cuyos altares palidecían y temblaban los cirios encendidos. El dulce piar de las golondrinas que se posaban en las comisas; la voz del sacerdote que oficiaba, el humo del incienso, la hostia blanca y la sangre redentora… y de allá, del fondo del santuario, una voz que resonaba en lo íntimo de su alma: «Venid a mí, los que estáis cargados, los que gemís bajo el peso de las aflicciones, que yo os aliviaré»… ¡Cuán sosegada volvía a su casa, para despertar a la niña y poner el desayuno en el brasero. Al calor del carbón que chisporroteaba, hervía el chocolate exhalando su aroma confortante. Hecha la reparación y lavada la niña, tomaban madre e hija camino del trabajo… Recoser la ropa, zurcir las medias, cortar y coser vestidos para las señoras o la servidumbre, eso era todo y así, de casa en casa, recorría su larga clientela, confinada en las habitaciones interiores donde se le servía comida. Pasaba el tiempo con sus días uniformes; pero, la tierra no gira en vano sobre su eje ni las estaciones se suceden, sin traer los cambios consiguientes a la revolución de los astros: al invierno desolado y triste le sigue la alegre primavera, vistiendo de verdes hojas las desnudas ramas y de vistosas flores los henchidos tallos… La crisálida rompió, a su vez, el tegumento que la cubría y extendió sus brillantes alas a las caricias de la brisa y a los besos del sol. Secretas y angustiosas luchas sostenía la madre consigo misma. Quería que la hija no se diera cuenta de que la juventud había llegado para ella. —Que no lo advierta la niña; cuidado que el espejo le revele su belleza… —¡Vano empeño! Pues, la naturaleza se encargó de manifestárselo, acentuando sus formas, con aquellas líneas que, según Víctor Hugo, enloquecen a los poetas y desesperan a los pintores, porque no pueden trasladarlas al lienzo. Crecieron sus pestañas crespas, velando sus ojos negros; los cabellos le cubrieron los hombros con sus rizos de seda; sus mejillas tomaron a la suave coloración de las rosas silvestres; las curvas de su talle realzaron su gallarda figura, con los encantos de una juventud floreciente. La bondad de su carácter, su agradable trato y suma discreción, le habían conquistado simpatías, en las casas que frecuentaba con su madre y así, ambas recibían cariñosa acogida, sin que ésta, permitiera a la joven, ingresar al salón ni departir con las visitas de la familia. Siempre confinada por los límites infranqueables del medio, que constituye aquello que se llama esfera social. Sonriente y amable se encargaba de peinar a las señoritas, de aderezar sus trajes con la prolijidad y el buen gusto de las artistas de la cinta y de la aguja, sin que el lujo deslumbrante suscitara en ella, la envidia ni el rencor, que nacen de las privaciones impuestas. Pensaba en que podía lucir, vestida como sus amiguitas, en las reuniones que contemplaba detrás de las vidrieras; pero, estos pensamientos, sólo la conducían al deseo honesto y justo de lo lícito y a establecer las comparaciones inevitables que marcan los contrastes. Sus ojos no habían sido los únicos que notaban lo pobre de su indumentaria, sin que ella, se diera cuenta, habían otros que estaban fijos y mortificados con la apreciación de las diferencias. Eran los de Jorge, hijo de una de las señoras, en cuya casa solía pasar largas temporadas. El joven se daba modos para introducirse en la habitación de trabajo, sin apartar las miradas del rostro encantador de la niña, que no tardó mucho en notar la pasión naciente, cuya llama acabó por inflamar su corazón. —¿Por qué me mira así?, está más atento que de ordinario —se decía en las horas de insomnio, que empezaron a ser frecuentes en ella. 354 355 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Cierto día Jorge le obsequió un ramito de jazmines, que lo recibió con las manos trémulas y las mejillas encendidas. —Me hace usted mucho favor; lo conservaré en su nombre. —Y el ramito fue cuidadosamente disecado en las páginas de un libro. Ella fatigó su imaginación para corresponder al obsequio y acabó por bordar un pañuelo de seda con las iniciales del joven. A la sazón alborotaba al público una famosa compañía de zarzuela. Jorge había asistido a varias representaciones, en compañía de su familia; pero, la muchacha no podía ir a teatro y esto lo mortificaba. Su contrariedad subía de punto, toda vez que sus hermanas ponderaban los méritos de los actores, en presencia de la joven, que escuchaba silenciosa las relaciones del drama. Una vez se atrevió a insinuarse con sus hermanas para que la invitaran; pero, ellas se encogieron de hombros, escandalizándose. ¿Ellas habían de ir a teatro con ella? Su hermano estaba loco. El joven enrojeció de cólera; pero, calló. Un conjunto de detalles y circunstancias que en una y otra forma suelen acompañar al período del noviazgo y enturbiar los encantos del amor, comenzaron a oprimir a Jorge, en cuyo rostro descolorido y meditabunda expresión, se podía notar el sufrimiento que le ocasionaban. Las minucias de la vida, para los ojos del amor, se transforman en montañas: quisiera el joven, enviarle valiosas joyas, hermosos muebles, costosos vestidos; pero, ¿cómo ultrajar su miseria? Ella, por otra parte, sería incapaz de recibirlos. Sus madres no tardaron en saber lo que sucedía; a la pobre le pareció aquello un sacrilegio, a la rica una desvergüenza. Pero, los prejuicios del orgullo, que separa a la humanidad en clases sociales, son en ocasiones, impotentes para alterar la marcha de los sentimientos que han trazado su curso: el amor aproxima, nivela y funde en su crisol las almas, como la Tierra que allega diferentes elementos, para que de su seno surja la maravillosa unidad de la flor. LA FIESTA DE LA FLOR iajeros dichosos, vosotros cuya senda está cubierta de blando césped, orilladas de árboles, que os brindan sus frutos y la frescura de su sombra, deteneos a contemplar las muchedumbres macilentas que pasan silenciosas por vuestro lado, ocultando sus harapos y reprimiendo sus lágrimas. Fijad vuestras miradas en sus pupilas sin brillo, en sus labios sin sonrisas, en sus miembros deformados por la miseria, en sus pies descalzos y sangrantes. Niños sin abrigos, pálidos y tristes, mujeres desgraciadas de rostros exangües, varones rendidos bajo el peso de su infortunio; energías agotadas, esperanzas desvanecidas. Seres felices, vosotros cuyas necesidades se satisfacen sin esfuerzos ni dolores, considerad los padecimientos del hambre, las aflicciones de la pobreza, los desalientos de la impotencia; abrid vuestros corazones; dad paso a la efusión de sus sentimientos generosos; dejad correr sus dulces raudales para que sus ondas humedezcan los campos yermos… ¡Miseria vergonzante! La pobreza, como toda desnudez, tiene sus pudores; oculta sus llagas, cubre sus úlceras, velándolas con la sonrisa que se esfuerza por disimular su desasosiego interior. Los grandes dolores no tienen más expresión que la del silencio. ¡Cuántas notas dolientes se desgranan de su gama infinita; para escucharlas es preciso ahogar la ruidosa alegría de los festines! Así, como nos detenemos sobrecogidos, con la plegaria en los labios, ante la majestad sombría de las tumbas, detengámonos también ante el silencio de la miseria, para cubrirla con el manto de nuestra piedad, sin que nuestras miradas indiscretas sorprendan el recato de sus ocultas lacerías. El mendigo que implora, tiene sin duda, la expansión de la queja que alivia, como todo desahogo; pero, 356 357 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado el que cierra sus labios comprimidos por la dignidad, el que sin odios, sin envidia y sin rencores, sufre resignado las privaciones y las tristezas de su abandono, es el que reclama, con más justo título, la conmiseración ajena. la abatida frente y con acento conmovedor exclama —una limosna en nombre de Dios— Escuchad en seguida la destemplada voz del portero, empleado de un amo sin corazón, que lo arroja a la calle a vagar incierto. El anciano, con tembloroso paso, se aleja, se aleja y llora. Gotas de helado llanto surcan su rugosa mejilla ¡llanto funerario, gotas mortales! acaso cada gota se convierte en un mundo de plomo que pesará sobre el corazón avaro. Mirad otro cuadro aun más sombrío. ¿Veis a esa joven pálida, sin hogar, sin nombre acaso? ¡Miradla! Juventud triste, aurora oscura, el pudor cubre su demacrada belleza. ¡Cándida paloma expuesta a los azares del ave que ha perdido el árbol y el nido! ¡Pobre niña!, sus labios no fueron humedecidos por el beso paterno, su madre no arrulló jamás su blando sueño… Siente la aspereza del suelo, el rigor del frío, las fatigas del hambre. Sentamos un principio en el orden social; lo sentamos sólo para implorar el movimiento de las fibras sensibles del corazón, que nos obliga a partir el pan con el menesteroso. Ya no se puede tolerar un mundo en el que viven al lado el magnate y el miserable, menesterosos carentes incluso de lo esencial y gente que despilfarra sin recato aquello que otros necesitan desesperadamente. EL MENDIGO l universo es un ¡espléndido cuadro! Admiremos en él la grandeza de sus rasgos, la variedad de sus matices, la simetría de sus perfiles, la armonía de sus notas, lo simbólico de sus imágenes, lo misterioso de sus arcanos, lo profundo de sus verdades. Ante esta visión esplendorosa, el trémulo labio del hombre anonadado es claro: ¡sublime! Esto es lo que pudiéramos llamar con Víctor Hugo: «Himno de la pequeñez al infinito». Y entre las existencias del universo, la nota que más en alto se levanta es sin duda el hombre, eterno himno a la grandeza de su Autor; el hombre, simpática figura que erguida se destaca en medio del cuadro, llamado no sin fundamento microcosmos, mundo en pequeño, compendio de lo grande. Empero, el hombre, en medio de sus nimbos de luz, en medio del fulgor de sus mil facetas, presenta funerarias sombras, oscuras manchas, perfiles crueles… ¡Se nos presenta el Rey de la Creación cubierto de míseros andrajos! Detengamos nuestras miradas en esa faz sombría, en ese doloroso eclipse, que llamamos —¡Miseria! —Veamos al mendigo, contemplemos al miserable. ¡Mirad!, ¡mirad! ese anciano de noble y abatida frente, solitario peregrino en un valle de dolor. Cada arruga en su frente parece ser el sepulcro de una ilusión muerta, de una esperanza segada en flor. La decepción, la amargura, dan a su rostro, una sombra de profunda melancolía. Un artista habría trasladado esta figura al lienzo para enseñarnos la imagen del dolor. Toca el viejo, con mesurado golpe, la puerta de un magnate, inclina al suelo 358 LA CARIDAD EJERCIDA POR LA MUJER a caridad es el corazón que se contrae y dilata impulsando las ondas de la piedad que se condensan en la lagrima, que florecen en el pensamiento y que se revelan en la palabra; es la que brota del fondo del alma para arrancarse el corazón y entregarlo trémulo y palpitante. Nadie ha definido a la caridad de modo más preciso ni completo que san Pablo, quién nos dice de ella: «Es el amor desinteresado, puesto en acción». ¿Cuál es su fundamento? Lo encontramos en el fondo de la naturaleza humana, en la simpatía, en la benevolencia, que sentimos 359 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado por los seres y las cosas. Pero, la caridad práctica, encarnada en los actos cotidianos de la vida, hecha substancia, carne y hueso, medula y esencia, no la vamos a encontrar ni en la simpatía, que es relativa y tornadiza, ni en el principio abstracto y metafísico del imperativo absoluto de Kant; la encontraremos fija, inmutable, nítida y clara, en el Decálogo: «Ama a tu prójimo, por amor de Dios, como a ti mismo». La caridad cristiana, tan distinta de la filantropía, no consiente en privarse de un objeto para satisfacer la necesidad ajena, sino en darse a sí mismo, y en decir y hacer, como Jesús: «Tomad, ésta es mi carne; bebed, ésta es mi sangre». La caridad desprendida del seno de Dios, debiendo vivir en la tierra, entre la naturaleza y los hombres, buscó para encarnarse la más noble y graciosa de las formas, la mujer, en cuyo pecho se abren y florecen las rosas del amor: pálidas como los lirios, blancas como la nieve, rojas como la púrpura de los holocaustos cruentos. Pálidas, blancas y rosas, nacidas del corazón, sustentadas por la savia de su sangre, animadas por el aliento de su vida. La caridad es una virtud que se adapta a los medios y al tiempo, tomando los caracteres y modalidades de cada temperamento y de cada época. Es contemplativa con María, que deja a su hermana Marta los cuidados materiales de la vida porque ella sólo se satisface con ver, amar y adorar. Es mística con santa Teresa, elevándose a las más altas regiones de la contemplación seráfica y del puro amor, noble y desinteresado. Subyugada por su grandeza, estalla en el grito de la estrofa que conocéis: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero». Ama, sin que a ello la obligue el temor de los suplicios eternos ni la esperanza de la gloria; siente el peso abrumador del tiempo porque retarda la posesión del Amado, y llama en su ayuda a la muerte: «Ven, muerte, tan escondida que no te sienta venir, porque el placer de morir no me vuelva a dar la vida». Y se cierne en el azul y asciende como la paloma a su nido. Y a medida, que asciende, su vuelo adquiere la rauda velocidad y el poderoso aliento del águila que se remonta de las estrellas más allá, hasta que nuestras miradas atónitas apenas alcanzan a contemplar un punto, que se esfuma en la trasparencia del espacio. Con Juana de Arco, viste la férrea armadura del guerrero, que oprime los delicados miembros de la heroica doncella de Orleans; empuña el arma y alentada por el impulso de un valor sobrehumano, lucha en los campos de batalla; recibe heridas y se consume en las llamas de una hoguera, diré con san Alfonso: «Como el cirio en el altar», en el amor de los amores. La caridad, puesta en acción, multiplica sus formas no pudiendo contener la desbordante efusión de sus sentimientos, en los reducidos límites de la unidad; las multiplica creando instituciones de beneficencia, donde quiera que el símbolo cristiano agente su base y extienda sus brazos: en los campos de batalla, bajo la cruz roja de las ambulancias, son manos de azucena y rosa las que restañan las heridas sangrantes; en los hospitales, las que sin temor de manchar su blancura, en infectas exudaciones, se posan blandamente; en los asilos de expósitos, las que mesen y arrullan a los niños. Son jóvenes las que estrechan contra su pecho el cuerpecito tembloroso para infundirle el calor del seno materno; son labios femeninos las que besan la frente da la niñas, en las tristeza de los hospicios. Es bajo la bondad de sus miradas que nace el consuelo y brota la esperanza. Son siervas de María las que acuden a los hogares para compartir los sufrimientos de la familia, cuando la 360 361 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado enfermedad aqueja. De sus labios fluye la palabra que alienta, «con la fortaleza de su propia debilidad». Parodiando al poeta que dice: «Los seres son opacos, amarlos es volverlos trasparentes», bajo cierto concepto, podemos repetir: son oscuros pero, iluminados por los rayos de la caridad, adquieren la virtud de la trasparencia que se torna en luminosa, cuando la mujer proyecta sobre ella la lumbre de la bondad de los sentimientos de corazón. He aquí porque la caridad ejercida por ella ostenta el sello de una belleza especial, más suave, más dulce, más humana. La caridad es una y simple en su esencia; pero, repito a través de la naturaleza femenina, se trasforma como rayo de luz en el cristal del prisma, fenómeno que se opera no solo en el orden moral sino también en el intelectual y físico, comprobado por la locución vulgar que lo afirma: «Pensar como mujer, sentir, querer como mujer». De aquí que ella constituya el encanto de la vida, la plenitud del hogar, la nota vibrante y alegre de la naturaleza. Para concluir esta observación, ligeramente anotada, señalaremos la índole especial de los sentimientos que inspira: el hijo ama a su padre y a su madre; se exaltan en el primero, los sentimientos de respeto y veneración y en el segundo, los de la ternura y la gratitud a pesar de que ambos, junto con la vida, le ofrecieron por igual, el calor de sus afectos, su alma, su corazón y su sangre. El padre lo amó como hombre y la madre como mujer; he aquí la diferencia. Se concibe la mujer sin talento; pero, jamás sin bondad, sería ésta desnaturalizada. Por su naturaleza es sensible y delicada. Ama lo bello y practica el bien porque está hecha de bondad y belleza, de ensueño de luz y de armonía. La amada preguntó al poeta: —Qué es la poesía? — El poeta contestó: —La poesía… eres tú. —Como el cantor de las Rimas inmortales podemos también decir: Mujer, mujer: la caridad eres tú. 362 363 PENSAMIENTOS ntre los conceptos que informan la mente y los sentimientos que alientan el corazón, surge, enseñoreando su dominio, como el astro que se levanta en el horizonte irradiando sus resplandores, la fe: luz en el cerebro, poder en la voluntad, fuerza en la acción. La fe, no es el resultado de las imposiciones del dogma, como se imaginan los espíritus superficiales. Sus fundamentos reposan en el fondo mismo de la naturaleza humana: La inteligencia no satisface sus aspiraciones con la simple demostración de los fenómenos; a la imaginación no le bastan las impresiones de los sentidos ni al corazón los afectos creados por las relaciones de la sangre o los vínculos de la simpatía. Existe en el hombre una fuerza poderosa que remonta su espíritu a esferas de un orden superior a aquéllas, donde sólo su puede ascender en alas de la fe. No nos basta pensar; no es suficiente sentir. Nos es necesario creer, para colmar el eterno vacío que dejan las aspiraciones defraudadas por la realidad. Creemos, porque nos es necesario creer. La fe, acaso no sea el resultado del libre juego de las facultades del alma, sino más bien, el de una potencia especial, distinta de las demás, puesto que, a ella nos conducen, no las demostraciones de la razón ni las imposiciones de la voluntad, sino un conjunto de fuerzas misteriosas a que ningún espíritu se sustrae. El que cree no creer, se engaña, porque la fe es el hombre. Felix Antonio del Granado (1873-1932) LA MUERTE a muerte es un fenómeno tan natural como la vida; su consecuencia necesaria, su término indefectible. Nacer, morir, es la ley. Pero, cuánta diferencia de lo primero a lo segundo. Nacer es la iluminación de la aurora que rasga las sombras de la noche para alumbrar el día; morir es la declinación del astro, en el crepúsculo de la tarde y en las tinieblas de la noche. Nacer es la luz de la esperanza que surge en la floración del ensueño; morir es la dolorosa realidad que deshoja los pétalos de aquella espléndida flor de luz u de ilusión, para arrojarla deshecha al seno de la tierra. Esperanza, desconsuelo, lágrimas y sufrimientos; contraste de luz y de sombra, de sonrisas y sollozos; energías del entusiasmo, desfallecimientos de la fuerza, elevaciones del alma, dolorosa postración del espíritu. Así es la vida. Con razón se la simboliza en una corona de rosas y de espinas; sobre ellas tiemblan irisadas gotas de rocío y de sangre. Así es la vida; tomémosla como la expresión de la voluntad suprema de su Autor, acatando la bondad de sus designios, sin pretender escrutar los profundos senos de la Infinita Sabiduría, que rige el admirable concierto del universo, sin esa epifanía como fogonazo en la que el enigma se abre por un instante y se muestra desprovisto de las luces que ciegan y de las sombras que atemorizan. Si se concreta la consigna universal Puluum eris et puluum reuerteris, no es precisamente una condena, sino una fatalidad, siendo condición natural de la existencia: todo lo que comienza tiene un fin. La inmortalidad terrena, la permanencia física sin límite, verdaderamente no es cosa de este mundo. Somos los humanos, carne, sangre, huesos y pensamiento. Con la muerte, la carne se pudre, la sangre se seca, los huesos se desmoronan. Y queda sólo el pensamiento, remontando los siglos. 364 Flor de Granado y Granado 1930 CARTA MI JAVIERITO: l cumplirse hoy el cuarto aniversario de la muerte de tu mamá, en la antigua capilla colonial de la hacienda, se ha celebrado una misa por ella. El once de este mes será también el quinto aniversario de la muerte de tu hermana Elena; debo suponer que tú y Antonio le oirán siquiera una misa. Aquí, se celebrará otra por ella. Mandaré celebrar un trientanario de misas para cada una. No nos queda otra cosa que cumplir estos sagrados deberes para los seres amados ausentes; sobre todo, por lo que podemos de nosotros dar, nos corresponde observar una conducta que pueda ser un sufragio por ellas. El cristiano debe tener presente que, de día y de noche, las miradas del señor están viendo y observando nuestros pensamientos y acciones. El ojo del Señor está siempre abierto y atento, por eso uno debe repetirse a menudo esta verdad: «Dios me ve». No hay pensamientos, ni deseos, ni acciones recónditas, ocultas para él. Él nos ve, y nos pedirá estrecha cuenta hasta de las palabras ociosas, como nos dicen las Sagradas Escrituras. Es preciso huir del pecado y de las ocasiones que pudiesen inducirnos a él. Es preciso meditar en estas palabras del Evangelio: «¿De qué te sirve ganar el mundo entero con sus riquezas de oro, plata, joyas, si pierdes tu alma?» Sólo se gana la vida «perdiéndola», por el amor y al servicio a los demás. Espero que me des cuenta del estado de tus estudios; debes suponer que estoy preocupado con el buen éxito de tus exámenes y me traerás la calificación que obtengas sobre cada materia. Si tú trabajas yendo a colegio, yo trabajo esperando ansioso el fruto y resultados de este trabajo y es natural mi preocupación. Así que concluyas con don Luis Taborga, podrás servirte a repasar todo lo que no necesita profesor. 365 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Te extraño mucho. Me anunciarás el día exacto de tu venida a ésta, para hacerte esperar en Arani. Te mando un verso para que lo aprendas de memoria: es uno de los mejores que conozco. —Tu papá, Colpa-Ciaco, 7 de octubre de 1930 1931 DISCURSO MANTENEDOR DE LOS JUEGOS FLORALES l espíritu propende a elevarse a lo infinito mediante un esfuerzo de propia superación; las limitaciones de la naturaleza, al contrariar sus anhelos, determinan el dolor que, al decir de un ilustre filósofo, es la conciencia que tenemos de una imperfección, como el placer, la certidumbre de lo contrario. El dolor, al dejarnos sentir nuestras miserias, se encarga de impulsarnos a procurar la perfección, y para que su aliento no se debilite o destruya, la naturaleza ha dispuesto que ésta, como la felicidad, a la que el hombre aspira, jamás se encuentren cumplidas. Lo mismo se puede afirmar de la belleza objetiva, asegurando con Rousseau que «lo bello es, lo que no es», porque la realidad nos la ofrece limitada por los defectos que nos inducen a concebir algo mejor que lo que se ve. Ni la perfección, ni la belleza, ni la felicidad consumadas, nunca las encontraremos sino dentro del concepto de lo relativo, y sin que por ello dejemos de ir siempre en pos de su brillante espejismo, tras la gota de agua que refrigere, tras el rayo de luz que esclarezca la sombra. El origen del arte radica no sólo, como se pudiera suponer, en la propensión innata de reproducir las imágenes que impresionan nuestros sentidos, sino y sobre todo, en la aspiración a lo ideal, en el anhelo de perfección, estimulado por el placer de obtenerla, mejorando los seres y 366 Flor de Granado y Granado las cosas, proyectando sobre ellas «la divina luz que las transfigure y glorifique». Afirma Janet que «el ideal es la perfección de cada cosa según su género, la armonía de la idea con su forma, la unión de lo invisible con lo visible», y añade «que la necesidad de lo bello ideal, se desprende de las imperfecciones de lo real». Existe, pues, en el fondo de la naturaleza humana una fuerza que incesantemente la conduce a su perfeccionamiento, cabe decir, la acción del progreso, cuya historia es la del hombre, al través del tiempo y del espacio: los primeros hombres buscaron la protección del árbol y de la gruta contra las inclemencias del tiempo y, notando que éstas no satisfacían debidamente su objeto, construyeron la primera cabaña. Si comparamos la morada primitiva del hombre con las magnificencias de la arquitectura suntuaria, la zampoña agreste con la maravillosa orquestación del órgano, y los rasgos imperfectos de los primeros diseños rupestres con los admirables lienzos de Rafael y de Rembrandt, podremos apreciar el camino recorrido por el genio creador del arte; veremos lo bello ideal, desprendiéndose de las imperfecciones de lo real, para mejorar cada cosa, según su naturaleza. De aquí se deduce la trascendental importancia de la extensión y cultivo del arte, de aquí el justo aprecio que en todo tiempo, ha dispensado la humanidad a los seres privilegiados que llamamos artistas y cuya misión altamente civilizadora y cultural no se reduce a sentir y procurar el puro deleite de la contemplación de lo bello sino a perfeccionar la naturaleza humana, dilatando los dominios del pensamiento, espiritualizando la sensibilidad y ennobleciendo todas sus facultades. El artista, como se sabe, al concebir y realizar su obra, no persigue ninguna finalidad docente, como la flor que abre su corola y exhala sus aromas, como el rayo de luz que se refleja en la superficie temblorosa del lago azul. 367 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Crea, porque tiene la necesidad de crear; si dejara de hacerlo, la llama interior que alienta su genio, acabaría por consumir su propia existencia. El genio es una fuerza, y como tal estalla en la magnificencia de sus admirables concepciones, con la circunstancia de que, durante el proceso creador, la inconsciencia suele embargar las facultades discursivas del artista que, si bien concibió el plan de su obra, concluye por ejecutarla sin darse cuenta de ello, en un estado de transporte o arrebato, que acaba por los desfallecimientos del deliquio. Nada enseña la flor que ostenta su belleza, nada el pálido rayo de luna que se refleja en el silencio de la noche estrellada; pero ¡cuántas emociones despierta, cuántos ensueños provoca! La contemplación de una obra de arte, al conmover profundamente el espíritu, produce transportes, vibraciones y estremecimientos, semejantes a los del arco que hiere las cuerdas del instrumento sonoro. El arte sugiere, revelando mucho más de lo que la realidad manifiesta. Hay retratos que al fijar la fisonomía de una persona, trasladan al lienzo, con la animación y el calor de la vida, el carácter, el temperamento, la inteligencia o el genio, reflejados con la mayor o menor intensidad de la luz que resplandece en sus miradas. Es un pequeño cuadro que representa a una niña de pueblo, pobremente vestida; las telas que la cubren han perdido su brillo, adquiriendo las tonalidades desvaídas de lo incoloro. La mantilla que cubre su cabeza deja ver las crenchas de sus cabellos lacios; su fisonomía, pálida y descolorida, revela todas las miserias que agobian su adolescencia. Sus ojos grandes, bajo la sombra de sus largas pestañas, reflejan la honda tristeza de los crepúsculos de su alma, oprimida por todas las privaciones. Su juventud, semejante a aquellas flores que, por falta de sol y de luz, no alcanzan a abrir sus corola y se marchitan en la sombra, es tan pálida como sus mejillas exangües, tan triste como sus ojos negros… Su alma tiene la desolación del desierto, de los arenales abrasados, donde jamás florecen las rosas del ensueño ni canta el amor, ¡el himno de la esperanza! Al través de sus miradas, se descubren la bondad y la dulzura: la bondad que se resigna y bendice, la dulzura que se apiada, fraternizando con el dolor ajeno. La cultura intelectual de las naciones, el florecimiento o la decadencia de los periodos de su evolución, siempre se podrá apreciar por la calidad de sus artistas. Grecia, en el mundo antiguo, fulgura con los resplandores inextinguibles de un astro de primera magnitud, por el genio que alentó la obra prodigiosa de sus pensadores y artistas. Es cierto que el filósofo investiga la verdad; pero, ésta, en último análisis, según la gráfica expresión de Menéndez y Pelayo, «se confunde con la belleza, sobre la sagrada cumbre de la especulación ontológica». El científico y el sabio son también artistas a su modo y diremos grandes artistas: Newton no fue poeta; pero su obra es la suprema armonía de los cielos. Pasada la última Guerra Europea, no son acaso las corrientes filosóficas y literarias las que nos demuestran el triunfal renacimiento del idealismo cristiano, que surge como la aspiración del arte que, según Guyau, se esfuerza por elevarse al cielo, en oposición al otro, que pretende volver a la tierra, para sepultarse en ella, «sin comprender que la contradicción es tan convencional como la del nadir y del cenit, colocados ambos en la prolongación de la misma línea que, al atravesar el globo, acaba siempre por encontrar el cielo». El arte revela, mejor que la ciencia, el concepto de las ideas y los sentimientos, encarnándolos en la floración de la metáfora y en la belleza del símbolo: Tántalo, condenado al suplicio de ver correr el agua, sin poder mitigar con ella la sed que le devora, ¿no es la imagen más impresionante del deseo encadenado por la impotencia? ¿Acaso el eterno vacío del corazón humano, nunca 368 369 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado satisfecho en sus aspiraciones y anhelando siempre, ha podido ser mejor simbolizado que por el tonel sin fondo de las Danaides? ¿Cuándo el dolor encontró más acabada expresión que la imagen de Prometeo, devorado por el cuervo que desgarra sus entrañas y en Laoconte torturado por la ferocidad de las serpientes? ¿Quién no admira la majestad, la grandeza y la fuerza en Il Mosè de Miguel Ángel y en Le Penseur de Rodin? ¿Cuánta armonía, cuánta gracia y hermosura en la Venus de Milo y en el Apolo de Belvedere? Anonada y sobrecoge la presencia sensible de «lo infinito que rebasa», bajo las bóvedas del templo gótico, en la elevación de las columnas y en el recogimiento de la luz misteriosa que se filtra al través de sus cristales deslustrados. ¿Habéis descendido con el Dante a las profundidades del Infierno, para contemplar el suplicio de los réprobos, condenados al fuego eterno, en la mansión sombría de donde, según el poeta florentino, se alejó para siempre la esperanza? Y cuando el amor empieza a encender su llama, como la aurora sus primeras claridades, ¿no habéis sentido la ternura que ablanda el corazón hasta humedecer de lágrimas los ojos, al detener vuestro pensamiento anhelante, en la dulce imagen de Graziella, inmortalizada por el genio de Lamartine? ¿No habéis sentido los estremecimientos del pudor que enrojeció las mejillas de María, al ser sorprendida, en el huerto del Cauca, con los pies desnudos y las flores, recogidas para el poeta que cantó su belleza? El arte, al encarnar en sus obras las pasiones y los sentimientos, ha creado seres cuya vitalidad asombrosa triunfa sobre la acción destructora del tiempo, ¡demostrando que la vida es más poderosa que la muerte! ¿Por ventura, están olvidados o descriptos los personajes creados por el genio que alcanzó a infundirles la vida? Si el arte crea la inmortalidad que perdura en el mármol, en el lienzo, en el drama y la novela, es preciso reconocer su innegable superioridad sobre toda otra disciplina científica, a pesar de la trascendental importancia de las últimas, atenta la naturaleza de la satisfacciones y beneficios que procura: el sabio descubre la verdad, el artista la intuye y engendra la vida. 370 371 1932 ORACIÓN FÚNEBRE ANTE EL FÉRETRO DEL POETA MAN CÉSPED ejó de existir el poeta: se apagó la luz de su pensamiento y se extinguieron las armonías de su palabra. Amó la naturaleza y cantó su hermosura con el acento apasionado de la inspiración intensa que hacía vibrar las cuerdas de su lira. Oficiaba su culto con el fervoroso recogimiento del sacerdote ante la majestad del ara, bajo la luz temblorosa de las estrellas, atento a los misteriosos rumores de la noche, el susurro de la brisa y el murmurio de la fuente. La aurora, al iluminar con sus resplandores el nuevo día, le procuraba el sustento cotidiano de su alma: la visión de la belleza encarnada en la magnificencia del paisaje, en las doradas lejanías del horizonte y en las vibraciones del espejismo que agita la quietud luminosa de las llanuras; el río con el eterno resbalar de sus ondas, el fruto con la dulzura de sus mieles y el ave con los trinos de cristal de su garganta en la sonora soledad del bosque. Creía en Dios, adorándole en la belleza de sus obras, y este culto dio origen a la creencia tan generalmente admitida, de su panteísmo filosófico. Man Césped fue muy reflexivo, para no poder distinguir el efecto de la causa, y muy sincero creyente, para poder contradecir el credo religioso que profesaba. Si la naturaleza fuese dios, y si Dios no fuese sino la unidad del universo, como pretenden los que tal aberración sostienen, un árbol, como parte integrante de su Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado ser, sería también la divinidad. Y contemplaríamos el extraño espectáculo de un dios que se agosta y seca herido por el rayo, de un dios que se descompone y muere, de un dios que, transformado en polvo, circula al través del tiempo y del espacio. ¿Cómo concebir racionalmente que la naturaleza se hubiese criado asimismo? ¿Cómo suponer la existencia de un efecto, prescindiendo de la causa que lo generó? Para esto, sería necesario sostener, y sobre todo probar, que la nada origina el ser. Para asignar los atributos de lo absoluto a lo relativo, sería preciso despojarse de la razón, atropellar los fueros de la verdad, proclamar el absurdo como la base fundamental del pensamiento. Considerar panteísta a Man Césped, es sencillamente inferir un ultraje a su inteligencia; profanar la memoria del católico, cuyas convicciones religiosas tuvo a honra profesar y sostener durante su vida. Tan evidente es esto, que cuando sintió la proximidad de la muerte, al trasladarse de su casa para ser atendido en el hospital, mandó colocar sobre la cabecera de su lecho, la imagen del varón seráfico de sus predilecciones, Francisco de Asís; como buen cristiano solicitó y recibió de manos del esclarecido orador, reverendo padre Samuel Gurruchaga, la absolución que purifica el alma para elevarla al seno de Dios. No ha mucho, refería un amigo suyo que cierto día estuvo en su casa, para contemplar las hermosas flores de su jardín; de ellas seleccionó las mejores y al ofrecérselas, dada la familiaridad de sus relaciones, le preguntó para quién estarían destinadas. Céspedes respondió: —Para mi dolorosa… Lo que se ha dado en llamar su panteísmo, no fue otra cosa que la manifestación de su espíritu profundamente religioso, de su alma mística, diremos a su modo según las naturales orientaciones de su sensibilidad exquisita, la que al cristalizarse en la poesía de sus bellísimos trabajos no atendía al rigor lógico de los conceptos filosóficos, dentro de la precisión técnica de las escuelas, sino a la galanura y musicalidad de sus primores literarios. A propósito: recuerdo que un eximio crítico, al juzgar a un poeta, afirmaba que a los artistas de este género, no había que pedirles cuenta de sus ideas, sino de la belleza y perfección de sus obras. Tomamos la aserción en el sentido de que no cabe juzgar a la artista con el mismo rigor que al filósofo. Céspedes fue un pensador, pero artista sobre todo; así, si algo se hubo deslizado en sus trabajos que diese lugar a pensar en el panteísmo, eso debe considerarse más bien como la efusión mística del alma del poeta que dejaba correr sus inspiraciones, con la libertad del agua que rebosa de la fuente. Decíamos que Céspedes fue místico, y lo diremos, con el mismo criterio, no precisamente en el sentido teológico de la palabra, sino más bien por su amor entrañable a la naturaleza, por su fervoroso entusiasmo, por la compenetración íntima de su alma con las bellezas de la creación en las que veía, como todos admiramos los resplandores de la Sabiduría Divina reflejados en las maravillosas obras de su infinito y sapientísimo poder. De aquí su actitud estática ante la gota de roció que tiembla estremecida por el viento, ante el rayo de luna que platea la superficie del lago, ante el oro esplendoroso del sol que enciende los celajes de la tarde. Amaba la naturaleza, como el dulce cantor de las «florecillas» y de las golondrinas de caprichoso vuelo, con la suavidad que consiguió rendir la ferocidad del hermano lobo. Su amor a la naturaleza fue para él la meditación que transporta y la oración que purifica y eleva en alas de la plegaria. 372 373 Felix Antonio del Granado (1873-1932) Flor de Granado y Granado Así se explica la bondad de su alma y la mansedumbre de su carácter. De ahí brotaba el manantial de la caridad, cuyas ondas fecundaban los campos yermos, cubiertos hoy por la floración de la gratitud que ha deshojado sobre su tumba, rosas henchidas de aromas, rosas salpicadas de lágrimas, rosas que simbolizan la plegaria y el recuerdo que ha de perdurar del corazón cuyos latidos se encarnaban en la armonía de sus cantos y en la bondad de sus obras. Perdurará la memoria de Céspedes, por la elevación de su pensamiento, por la profunda y delicada inspiración de su alma y, sobre todo, por la belleza de su corazón. 374 375 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1939 ROSAS PÁLIDAS* A LA ORILLA DEL PIRAÍ EL ARROYO DE AGUAS CLARAS Y CANTARINAS h! fuente bullidora en tu seno fecundo, su sed aplaca el mundo ¡ sediento de verdad; de ti nace el arroyo de agua cristalina, que baja cantarina, de la montaña azul. Y en su corriente arrastra la blanca flor de ulala con que el monte se engalana como en día nupcial, para esperar la aurora que surge esplendorosa, matizando de rosa el bello amanecer. Bañad, bañad la entraña de nuestra madre tierra que en su senos encierra inagotable miel; cubrid de verde manto los campos y los huertos que están hoy tan desiertos, como mi corazón. * Flor de Granado y Granado o sé qué atractivo tienes ¡oh morena! no son tus mejillas de tez de azucena, sin embargo, hay algo que me gusta en ti. No sé si tus ojos negros y profundos, que al mirar cautivan en pocos segundos, o quizás tus frescos labios de rubí. O tal vez tu talle de esbelta palmera, o el ébano oscuro de tu cabellera, pero hay algo dulce, que me gusta en ti. HABLA CANATA i espíritu no es águila que trasmonta altanera las elevadas cumbres de la meditación. Es débil golondrina que vuela en la pradera y ensaya en los vergeles su lírica canción. En el inconfundible estilo de Juan Francisco del Granado 376 377 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado ACARICIANDO UNA GUITARRA LÁNGUIDA ¡CHIS! ncierras en tus notas la lírica armonía que al gran Gardel hacía llorar y estremecer. Y en las noches parecen tus notas esparcidas aladas sinfonías y besos de mujer. En ti viven recuerdos que lloré por muertos y que tan solamente en tus cuerdas dormían, esperando que el hada de los dedos de rosa con su voz melodiosa los conjure y despierte. Guitarra, cuando escucho tus dulces armonías, añoro aquellos días de paz y bendición, en que, junto a la amada, melancólica y bella, contemplaba en el cielo derramar a una estrella sobre las mustias flores sus lágrimas de amor. Y siento la nostalgia de lo que está distante. Y de mis ojos rueda la lágrima brillante sobre la sepultura de mi primer amor. Gemid, gemid, guitarra, que arrulla entre tus notas un ave de alas rotas llamado corazón. 378 ejad que el niño duerma de la inocencia el sueño, que el ángel del ensueño sus pupilas cerró. Guardad, madres, silencio, y el índice en los labios velad, cual centinelas, su sueño virginal. Que el alma de los niños es una blanca rosa; y su espíritu, esencia sutil y vaporosa… que todo lo perfuma, que todo lo sonrosa. Conservad la pureza de su limpia conciencia; que no hay flor más preciada que la de la inocencia. Mantened la ignorancia de su espíritu puro, e interponed entre ellos y el mal, un alto muro; que son ellos felices porque todo lo ignoran, aun las propios venturas que en su pecho atesoran. CONSAGRACIÓN eñor, a vos los ángeles consagran su inocencia; su lumbre, las estrellas; su canto, el ruiseñor; las fuentes, su murmullo; las flores, su fragancia. Y yo… en mi pecho, un trono de esperanza y amor. 379 Francisco Javier del Granado (1913-1996) EVOCACIÓN odo evoca en mi mente tu memoria… Te siento en el perfume de la flor. Cuando canta en la noche un cantaor, contemplo tu espíritu en la gloria. Tu aliento aspiro en la fragante brisa. Tu amor me arroba en el melifluo arrullo. Tu voz la fuente imita en su murmullo. Tu pureza la nieve simboliza. Veo en la estrella tu pupila ardiente. Cuando enciende su luz el pensamiento, siento tu mano acariciar mi frente. Tus lágrimas contemplo en el rocío. Y al oír en el eco tus suspiros, siento en mi corazón nostalgia y frío. EL SUEÑO DEL OLVIDO orazón, ¿por qué gimes en mi pecho, como gime en el ceibo la paloma cuando a su nido con amor se asoma y lo contempla con dolor deshecho? ¿Por qué no dejas de latir siquiera unos instantes en el pecho mío?, ¿por qué, si en su regazo sientes frío, no te vas a las ramas de otra vera? ¿Y dejas que el arcángel del ensueño con sus alas me cierre las pupilas? Déjame descansar, que tengo sueño. Quiero soñar el sueño del olvido, que olvidar es soñar. Guarda silencio… Y déjame dormir, ¡tanto he sufrido! 380 Flor de Granado y Granado 1941 HIMNO EUCARÍSTICO HOSANNA adiante faro, vierte tu lumbre sobre este siglo sin Dios ni ley. El mundo muere de incertidumbre, ¡salva a los pueblos Supremo Rey! Hostia divina, fuente de ensueño, hondo misterio de inmenso amor, donde se oculta dulce y pequeño, en su grandeza, Nuestro Señor. Cuerpo de Cristo, iris de alianza, pan luminoso de redención, la fe que es germen de la esperanza, refleja el dogma de la razón. Y el pensamiento, de vuelo leve, pliega sus alas al concebir que a Dios encierra la hostia de nieve en la custodia de oro y zafir. En vano el hombre desesperado busca en la ciencia su salvación, cuando en la llaga de su costado Jesús le muestra su corazón. Surge la Iglesia del mar sonoro, planta en la sierra la santa cruz, y sobre el cáliz del bosque de oro, alza el prelado la hostia de luz. 381 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1942 DISCURSO AL SER INVESTIDO HIJO PREDILECTO DE LA PROVINCIA DE ARANI EL DOCTOR VÍCTOR PAZ ESTENSSORO nmerecidamente honrado para representar al gran pueblo de Arani en esta brillante ceremonia de trascendental importancia, me es imposible señores dirigiros la palabra sin traducir la más profunda emoción que estremece mi espíritu al presenciar este acto de estricta justicia, en que la primera autoridad de la comuna otorga el máximo galardón cívico al ilustre prócer señor doctor don Víctor Paz Estenssoro, declarándolo hijo predilecto. No es mi propósito, señores, trazar el boceto de su múltiple personalidad; hay figuras como la del doctor Paz Estenssoro, que para fijarlas en el lienzo, sería necesario sopar la pluma en la sangre del iris o en la hirviente espuma de las cataratas que ruedan al abismo. Me reduciré simplemente a rendir mi más fervoroso homenaje al insigne patricio, y en su persona al gran pueblo de Arani, cuna de los más tiernos recuerdos de mi infancia. Tierra de heroísmos y de acendradas tradiciones que guarda las grandezas del pasado, en la solemne majestad de su templo, donde flota el alma legendaria de la raza, arrullada por los rumores del viento y el místico tañido de las campanas de plata que sacuden, como diría el poeta, «sus alas de paloma» para despertar los sentimientos dormidos en el fondo del corazón. Tierra fragante de los verdes molles y las doradas jarcas, que levantan al cielo sus brazos cargados de canciones y nidos. Tierra fecunda y pródiga, donde despliega el sol su abanico de brillantes, izando de lumbre los torrentes y derramando el oro del crepúsculo sobre la abierta rosa de sus valles. Tierra de promisión, yo te saludo. Pueblo de Arani, yo te saludo en tu hijo predilecto. Y confío en tus grandes 382 Flor de Granado y Granado destinos porque sé que tus hijos son capaces de las grandes empresas, porque sé que tus jóvenes derramaron su sangre en gloriosa epopeya y encendieron con el fuego de sus pupilas el relampaguear de las bayonetas, desplegando las alas de su espíritu en vuelo al porvenir. Y hoy que la provincia conmemora y canta el grandioso aniversario de sus fastos históricos, he querido aunar mi voz a la de todos mis conciudadanos, para que con las pupilas escarchadas de paisaje, echemos a vuelo las rojas campanas del corazón en un himno de gloria por Arani. En representación del pueblo y a nombre de su digna autoridad, os entrego este pergamino que contiene la ordenanza que os declara hijo predilecto de la provincia de Arani. 1945 CANCIONES DE LA TIERRA POEMA DE LA GUERRA uerra!, ¡guerra! resoplan las túrbidas trompetas y de la paz vibrante de las constelaciones, en potros que preñaron las nubes de tormenta, por los cuatro caminos de sangre y lejanía fogosamente parten jinetes espectrales. Son los cuatro jinetes sembradores de angustia que agavillan la testa de pueblos y culturas, desflecando sus venas con rebenques de nervio, y ansiosos de exterminio incendian con la antorcha del sol el universo. 383 Francisco Javier del Granado (1913-1996) ¡Guerra!, ¡guerra! combea sobre un yunque de truenos la ronca voz del vándalo. El monstruo abre sus órbitas de cráteres en llamas y tritura en sus fauces de hambrientas bayonetas, la efigie de Atenea Exprimen sus tentáculos sedientos de perfidia, los ojos de las madres ¡inmensos de horizontes! sorbiéndole al planeta los jugos de su entraña: la sangre de los hombres. El mundo se estremece convulsionado y loco, y en roja llamarada tremolan las banderas. Apuñalando templos con bombas incendiarias, despliegan los halcones sus alas de tormenta y estrujan en sus garras la tierra milenaria. Sepultan en sollozos villorrios y ciudades. Arrasan huracanes de hierro las trincheras. Crepita la osamenta quebrada en estertores. En las órbitas huecas florecen las granadas. La sed alucinada se clava en las gargantas y huestes de cadáveres heroicamente grandes, trenzando con sus vísceras escombros y senderos, se curvan bajo el plomo chasqueante de los bárbaros. 384 Flor de Granado y Granado Palpita una pregunta: ¿Atila o Anticristo…? Y la sangre que tiñe el flanco de los montes, responde: —Son una sombra… —Son una sombra —claman los ojos de los niños— las raíces de las casas donde bajó el silencio que convirtió en sepulcros los brazos de las madres. Europa socavada por manos subterráneas revienta como un géiser borrando el horizonte. El Monstruo embiste al mundo, sus garras estrangulan ciudades indefensas. El hambre de los pueblos, arañará los surcos humeantes de la tierra, que abortó bajo el peso rugiente de los tanques. Las madres angustiadas morderán sus arterias, exprimiendo sus senos: una luna de anemia: mientras el cuervo errante devora las carroñas, segando con sus alas un bosque de existencias, que enjalbega de cráneos la superficie intérmina. En el grito del siglo hay un clamor de angustia, que estruja la garganta del mundo agonizante, y en las bocas partidas se hiela esta pregunta: ¿Y qué será del hombre…? ¿Qué de la tierra nuestra…? Mañana cuando pidan respuesta nuestros hijos, y se yergan mujeres con los senos quemados 385 Francisco Javier del Granado (1913-1996) señalando las ruinas, las cunas sin sonrisas, las ciudades llameantes, y toda esa macabra legión de los ex hombres, ¿Será posible hablarles del «Daimon», del ancestro, de la bestia que duerme agazapada y turbia en el pecho del hombre, enjaulando sus nervios bajo un chorro de látigos? La torre del silencio responderá a los siglos. A CRISTO oy que el dolor retuerce la entraña de la tierra, y un huracán de látigos desfleca nuestros nervios, ¡Cristo!, ¡Cristo! es el grito que estruja las gargantas de millones de hombres, que alucinados y ebrios socavan con sus uñas sangrantes, los sepulcros y exprimen en sus dientes el corazón de Abel. ¡Cristo!, ¡Cristo! es el grito que llena los espacios y que rasga los oídos como una puñalada de estremecida angustia. Y los ojos te buscan y las bocas te claman: Señor, abre a la tierra tus brazos de horizonte y empuñando la curva guadaña de la luna, con tus dedos de lágrimas, con tus dedos de lágrimas escarchados de estrellas, cosecha en nuestras almas la espiga del dolor. 386 Flor de Granado y Granado EL MÉDICO DE LA ALDEA omo el dulce rabí de Galilea, con la sonrisa iluminó la infancia, y derramó de su alma la fragancia sobre la humilde gente de la aldea. Su espíritu en el Héspero aletea, su corazón palpita en nuestra estancia, y su mano a través de la distancia la plata de la luna espolvorea. San Vicente de Paul y san Francisco transmigraron a su alma consagrada a cosechar espinas en el risco. Junto a la cuna meditar lo he visto. Se cuajaba de estrellas su mirada cuando pedía lo imposible a Cristo. HOMBRE DEL TRÓPICO uan Francisco Velarde, en tu figura reflorece la estirpe castellana, y un murmullo de crótalos desgrana por las selvas, tu indómita bravura. El incendio solar de la llanura el vuelo de tu espíritu enlozana, y en tu pluma de punta toledana la sangre del crepúsculo fulgura. Blandió tu brazo el combo del torrente y quedó una luciérnaga cautiva sobre la roja fragua de tu frente. Y en soberbias parábolas de lumbre, tu pensamiento de águila nativa de un aletazo cercenó la cumbre. 387 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado 1947 SANTA CRUZ DE LA SIERRA ANCLADO EN LA SELVA VIRGEN olumbra su pupila irreverente el porvenir de América bravía en las entrañas de la selva umbría y en los brazos de lumbre del naciente. Arremete con ímpetu potente y arrollando la altiva Amazonía forja en yunque de abismos, su ataujía bajo el combo sonoro del torrente. Vencedor de la jungla y el destino, cual nuevo prometeo, roba al cielo el fuego en que retuerce su camino. Y así, llega a regiones ignoradas donde el águila sable pierde el vuelo porque siente sus alas destrozadas. LA LEYENDA DE EL DORADO ajo el ardiente luminar del trópico, como el hidalgo Caballero Andante, jinete en ilusorio rocinante, sueña don Ñuflo con un país utópico. En la pupila azul de un lago hipnótico, ve una ciudad de mármol relumbrante, almenas de ónix, fuentes de brillante, y aves canoras de plumaje exótico. Ve al augusto Paitití en su palacio, y a caimanes con ojos de esmeralda, custodiando sus puertas de topacio. Turba su mente el colosal tesoro, y en los oleajes de la fronda gualda, el sol incendia la Leyenda de Oro. 388 LA LLAVE DE RUBÍES onmovido el sublime visionario besa la ardiente tierra perfumada y enjaulando la tiara en su mirada quema su corazón en incendiario. Del Cuzco en el espléndido santuario agoniza la lámpara sagrada, como vestal que muere desangrada a las plantas de un dios imaginario. Tenochtitlan celosa de su gloria inclina los penachos carmesíes, mas Tlatelolco aguza su memoria. Y un nuevo sol alumbra el continente, y con su mágica llave de rubíes abre las puertas de oro del Oriente. LA CONTIENDA n soberano gesto de bravura despedaza el airón de real plumaje, y borra a latigazos el tatuaje del cacique de exótica figura. Chispea en la selvática espesura la nocturna pupila del salvaje, que desafía fuera del boscaje la muerte con indómita locura. No se oye en la lucha ni un gemido, sino un rumor de huesos que crepita y de saetas el vuelo estremecido. Rosas de sangre brotan en la senda, y el brazo que la selva decapita, sobre mil cráneos levantó su tienda. 389 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado FUNDACIÓN DE LA CIUDAD RUMBO A MOXOS uflo de Cháves con su lanza fiera, desgajó el bosque en lampos de alborada, y al pie del monte floreció nimbada de trinos de oro, la ciudad señera. Mas, su linaje que al Guapay venciera, dio a Santa Cruz por señorial morada, de Grigotá, la tierra iluminada, que amó al cacique y lo volvió palmera. Surgió la diosa del Piraí sonoro, y alba de espuma y de jazmín fragante, trenzó de sol su cabellera de oro. Bordó la luna en su condal emblema: tres cruces áureas, un león rampante, y ebúrnea torre en un palmar de gema. FECUNDACIÓN or la angustia del germen torturada, se entregó con lujuria de pantera, mordiendo estremecida, la faz fiera, del capitán de barba azafranada, Y en los brazos del trópico estrujada su carne de fragante adormidera, floreció como roja primavera bajo el peso de Febo, calcinada. Y la ardiente cantárida del sexo, ebria de sangre, palpitó en la herida del misterioso término convexo. Gimió la hembra, estremecida y loca, en el supremo goce de la vida. Y una bermeja flor se abrió en su boca. 390 l neblí de su espíritu presiente que el futuro de América bullía, en la zona selvática y bravía que fecunda el bramido del torrente. Y en el frágil esquife del creciente los zarpazos de espuma desafía, mientras viola en la inmensa lejanía, un sol rojo, las pampas del Oriente. Quema el aire del trópico salvaje, y es un mar ondulante la llanura, que cercena los yelmos con su oleaje. Muere el astro en la cúpula del monte, y en el lecho de perlas que fulgura, fuga el río en flechazos de horizonte. MUERTE DEL CONQUISTADOR eroz y aleve, tras la hirsuta senda, tesa el cacique su arco de combate, y como el ala del quetzal se bate su airón de plumas, en guerrera ofrenda. Fulgura el hacha en la nevada tienda, sobre la tierra el capitán se abate, bulle su cráneo en olas de granate, y un haz de luna sus pupilas venda. Un mundo azul de ensueños se derrumba, y abre la cruz sus brazos de lucero para velar el mito de su tumba. Iza la hueste el gonfalón de España y en alba de oro y rutilar de acero, ¡canta la gloria su inmortal hazaña! 391 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1952 VÍRGENES DE LA TIERRA LA VIRGEN DE COTOCA eñora de nuestro llano, rumor de jichi y cascada, que siegas flores silvestres en haces de madrugada, deja latir en tus manos hechas de sol y plegaria el corazón de esta tierra que se deshoja a tus plantas, para rendir sus cantares a tu belleza lozana. Señora de nuestro llano, canción de tierra soleada, tu voz cuajó de ternura la lumbre de las cabañas y estremeciendo la selva donde sollozan las cañas surgió tu efigie de ensueño sobre las copas lejanas, tallada por el arrullo de las palomas torcazas. Y en el airón del jorori se posó el águila blanca, que en vuelo azul de horizontes mis pensamientos proclama, avizorando en tus ojos la estrella de la alborada. 392 Flor de Granado y Granado LA VIRGEN DEL LAGO eñora del Collasuyu, cantar de luz y presagio, plegaria del Titicaca y aurora de los nevados, Francisco Tito Yupanqui talló tu efigie en los astros, arremasando el Chucuito y el Chililaya, en tu mano, copo de luna y de rosa, cáliz de amor y milagro, donde picaron rocío, en trino de oro, los pájaros. Y en esa cósmica bahía hecha de cielo y remanso, cuenco de sol y esmeraldas donde entra el Lago cantando y abre su cauda de espuma en abanico irisado, se prosternaron las cumbres ante la flor del incario, hostia de amor y pureza que Dios consagra en sus labios. Pero los indios aimaras de la quebrada y el llano, que disputaban linderos a latigazos de rayo, alzaron el estandarte del primer mártir cristiano, san Sebastián, el discípulo del gran apóstol de Tarso, contra el pendón de la Virgen, candela y ñusta del Lago, que amaban los aransayas más que su propio terrazgo, 393 Francisco Javier del Granado (1913-1996) y ensangrentando los ayllus a cuchilladas y hondazos hincharon su odio en el bronco pututo de los barrancos. Mas, para asombro del risco, cesó la guerra en el páramo curvando el domo del cielo sobre el espejo del Lago, y arrepentidas las hordas de Churutupa, el osado, te ungieron con Viracocha, patrona del campanario. Pues vieron que descendías, Señora, del cielo claro como una lluvia de ulalas sobre los campos helados, sembrando el surco de trinos y los repechos de pasto, para que granen las mieses y multiplique el rebaño. Se enroscó el sol en Tiquina a la cintura del Lago, volteando el arco del iris para enlazar los nevados, y absortos ante la imagen que iluminó los espacios con una vela en la diestra y el Niño Dios en el brazo, se hincaron los urinsayas en el peñasco sagrado, donde inmolaba las nubes el viento del altiplano, desempolvando milenios en Tiahuanaco y el Lago para ofrendar a los dioses sangre de llama y guanaco, 394 Flor de Granado y Granado mientras el cura Montoro y los labriegos del agro te conducían en andas por el sendero de cactos a la vetusta capilla del legendario poblacho llamado Copac Cahuana desde los tiempos de Manco, que acuñó el sol del imperio en la esmeralda del Lago, cuando sus balsas de nácar se deslizaban volando de la isla de Mama Quilla al templo del Inti sacro, como bandada de cisnes que en el cristal del remanso rizan sus alas de espuma en eucarístico canto. Por eso, el conde de Lemus, virrey insigne y preclaro, que vio a la Virgen morena en un humilde retablo hecho de rústicos leños por el fervor campechano, mandó a Francisco Sigüenza edificar el santuario que iluminado de lienzos y de murales fantásticos alza sus cúpulas de oro en capiteles de acanto y abre sus góticas naves sobre una cruz de relámpagos. Y en esa inmensa basílica, gloria del arte cristiano, poema de fe y esperanza, tallado en jade y en mármol, 395 Francisco Javier del Granado (1913-1996) que exhorna el regio templete con su gran pórtico alado, donde sostienen los ángeles el palio azul del espacio, cantando el Ave María en los oleajes del Lago, fue entronizada tu efigie entre sollozos y salmos por el abad del convento fray Marcelino Belato, que con el oro del Inti bordó el tisú de tu manto. Y, desde entonces, Señora, llegaron a tu sagrario millares de peregrinos con una estrella en la mano, venidos desde las selvas, los valles y el altiplano, para llorar a tus plantas sus penas y sus pecados, y cuando entornan la vista y encuentran tus ojos zarcos se enredan en tus pestañas donde rutilan los astros porque parece, Señora, que los siguieras mirando. Y cuando escuchan el Ángelus en voces del campanario que clama por los dolientes en la oración del milagro, despiertan de aquel ensueño, y en ese instante soñado brota el amor en sus almas, sangra la quena en sus labios y estalla en lágrimas de oro su corazón de charango. 396 Flor de Granado y Granado Brilló la rosa de nieve bajo el fanal del espacio estremeciendo la América con el fulgor de sus rayos, y las naciones del orbe honraron el templo santo de aquella Virgen indiana que acuna el Lago en sus brazos y enviaron para su culto joyeles y relicarios, pues Calderón de la Barca puso tu nombre en sus labios, y con su lira de perlas canto tu gloria el Atlántico. Por ello, se desvivieron los franciscanos descalzos en custodiar los tesoros del fabuloso santuario, que otrora los agustinos celosamente guardaron, bruñendo de oro el encaje de los altares sagrados y el gran retablo barroco labrado en cedro y topacio que ostenta en lampos de plata la flama del tabernáculo, y el pedestal de la gloria en alba de lirios blancos donde se posa la Virgen en el esquife lunado que flota sobre las ondas del milagroso regato. 397 Francisco Javier del Granado (1913-1996) La cruz que escarcha los cielos abrió en tu tiara sus brazos y cuando el padre Priwasser trajo el celeste mandato de consagrarte Señora coya del país legendario que salpicó a las estrellas el oro del Chuquiago, el firmamento y la tierra se unieron en tu regazo y la cuadriga del Ande se encabritó sobre el Lago. Flameó en las torres del alba el pabellón boliviano, y alzando lumbre de estrellas sobre los riscos nevados, colgó en la tea del Inti la estela del centenario. Y en ese día de gracia pleno de luz y de encanto, en que te adoran los ángeles girando en halo de cánticos, el presidente Saavedra te coronó en el santuario donde florece tu imagen, alba de luna y de nardo, sobre los crínes de espuma de los marinos pegasos, prendiendo el cielo de estrellas con el candil de la mano para que alumbre la ruta de nuestro efímero paso por esta vida terrena, polvo de sol y relámpago, que eternizó de esperanza la aurora de tus milagros. 398 Flor de Granado y Granado 1952 DISCURSO DE RECEPCIÓN EN LA ACADEMIA BOLIVIANA SEÑOR MINISTRO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA, EXCELENTÍSIMOS EMBAJADORES Y MINISTROS, SEÑORAS Y SEÑORES: l celebrar esta ciudad de La Paz la fecha de su fundación, ha querido la Academia Boliviana realzarla con esta recepción de su nuevo individuo de número, no fuese sino porque el nombre del don Miguel de Cervantes Saavedra ligado está a la tradición de esta ínclita urbe, donde, a pedido de él, pudo haber tenido ella la altísima honra de albergarle en su seno, pues aspiraba el egregio escritor a un cargo gubernativo, cuando la dominación hispánica, en esta denodada ciudad. De haberse realizado el deseo del divino manco, su genio habría encendido nuestros focos de luz, de sapiencia, de ancestral cultura en aulas y cenáculos; y aquel su resplandor de astro sin eclipse iluminar pudo el pensamiento boliviano a través de muchas generaciones en goce de tamaño privilegio. El solo recordar que ese fuese un anhelo de Cervantes pone el rótulo brillante en el pórtico de este solar andino que es una cuna de visionarios y quijotes, como antes lo fuera de collas y aymaras tintos en bronce. Incorporamos hoy a nuestra academia correspondiente de la Real Española uno de los más valiosos elementos de la intelectualidad de Cochabamba, don Javier del Granado y Granado, a su vez vinculado de mil modos, incluso por lazos de sangre en su caso, con aquel otro varón legítimamente digno de veneración universal y gloria que ilustró el Siglo de Oro español con sus producciones maravillosas, tan emuladas como inimitables, el dramaturgo y poeta don Pedro Calderón de la Barca. Viene el nuevo académico desde la tierra ubérrima 399 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado de varones esclarecidos —pensadores, novelistas, oradores, escritores y poetas—, como Mariano Baptista, Ricardo Terrazas, Natalio Aguirre, Adela Zamudio y Manuel Céspedes, a remozar los escaños de esta institución donde somos más los que pedimos remplazo que los que aportan savia nueva para realizar labor intensa en provecho de las letras indoespañolas. Bienvenido sea el escultor de la prosa y el verso cincelados, a este cenáculo que se honra contarle en su seno, dignísimo hijo de aquel notable escritor y hombre público ilustrísimo señor doctor don Félix del Granado, académico que también fuese y alto representante del hermano departamento en cuyas vegas florecen talentos esclarecidos, a la par que de sus floridos vergeles surgen pensamientos y laureles que renombre dieron y dan a la perínclita villa de Oropesa. Y aquí podría poner punto al exordio, para no retardar el deleite de oir al nuevo miembro de número, mas debo antes expresar que la Real Academia Española en loable concierto con las demás similares representantes hoy en la comisión permanente que en México funciona, se preocupa de ampliar y dar brillo al idioma incluyendo nuevas voces en su diccionario, iniciativa de las mismas academias americanas. A su vez, esa misma comisión permanente viene desarrollando activísima labor, de óptimos frutos, en la trabajosa faena de acrecentar el léxico, sin restar precisión y pureza al lenguaje. Para no quedar a la zaga del movimiento renovador, ha de sernos preciso realizar de parte nuestra, empeño en coadyuvar a esta obra trascendental en pro de la cultura hispanoamericana. Enriquecer, pulir el idioma, es hacerlo diáfano, como expresión cabal del pensamiento. Si es éste el más noble atributo humano, la voz que lo refleje debe ser copia fiel de aquel don que ennoblece al hombre, elevándole por sobre todo aquello que es material y efímero. Tuvo el pensamiento, en todas las épocas y través de todas las mutaciones, las voces y plumas que lo tradujesen, pero nuestro idioma cupo la gloria de que en él se expresaron los genios de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón y tantos otros, astros del ingenio que nos legara la lengua de Castilla como preciado tesoro de una raza y un destino excelsos. Cuán noble herencia, señoras y señores, ésta de llevar encendida en nuestros labios la llama de lumbre espiritual que nos acerca y eleva por la augusta majestad del pensamiento, de la sublimidad, al prodigio de la luz que enciende y anima todo lo creado, preservándola por lo mismo, como la más pura tradición que el genio hispano legara a los descendientes de esforzadas razas milenarias. Escuchemos, ahora, los armoniosos sones de la inspirada lira del poeta, con los que el artífice abre las puertas del Parnaso y pasa a ocupar, por derecho propio, un asiento en el paraninfo de las letras bolivianas. —Eduardo Diez de Medina, 20 de octubre de 1952 400 FIGURAS LITERARIAS DEL SOLAR HISPANO QUE FLORECIERON EN BOLIVIA alo de sol y gloria soberana, es para mí, preclaros escritores, incorporarme al haz de pensadores, que irradia al mundo la cultura hispana. Fragua de luz la lengua castellana funde en crisol de cósmicos fulgores, el trino azul de alados ruiseñores que rizan de oro la dicción indiana. Y permitid lingüistas puritanos, que el bardo os hable con acento leve, de un luminar de estetas bolivianos. Floridos gajos del troncal de España, que dan al verbo limpidez de nieve, voz de tormenta y lumbre de montaña. 401 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado GREGORIO REYNOLDS ADELA ZAMUDIO aimes Freyre, Lugones y Chocano, le armaron caballero del ensueño, y Rubén, a su alado clavileño, lo enjaezó con luciérnagas de llano. Tañó la flauta como dios pagano, y al pie del Ande, con gigante empeño, nimbó de luna en un vellón sedeño, la adusta majestad del altiplano. Cantó su verbo al trópico bravío y en luminoso vuelo de horizontes, hinchó de fuego el aluvión del río. Sangró su pecho en madrigal sonoro, y en Redención, ardió sobre los montes, su pensamiento como un astro de oro. CASTO ROJAS angre de sol y flama de nevado dan a su nombre singular relumbre; y hay en su ser elevación de cumbre, y hondura azul de mar alborotado. Cóndor de luz su pensamiento alado, vuela hacia Dios en espiral de lumbre, y engarza en frases de augural vislumbre, el rutilar del cielo constelado. Recios ensayos y semblanzas de oro dan a su pluma irisación de gema, y claridad de manantial sonoro. Por eso el Numen que los riscos dora, su busto acuña, como regio emblema, en luminoso medallón de aurora. 402 a lira de oro de los dioses canta al níveo cisne que en la azul ribera tendió su ala en ascensión cimera de infinitud y creación triunfante. Su laúd de plata, que pulsara Dante, rimó de auroras la celeste esfera, y en florecer de elevación señera surgió Quo uadis, su obra rutilante. Hubo en sus poemas de fulgor eterno nieve de cumbre, excelsitud, belleza, cantar de gloria y látigo de averno. Por eso el genio que le abrió el Parnaso nimbó su ser de clásica grandeza, y de laureles coronó su ocaso. NATANIEL AGUIRRE omba un geiser de estrellas la techumbre, la cruz del sur se escarcha en su armadura y el áureo yelmo de Sólon fulgura sobre su cráneo, floración de cumbre. En fragua de volcanes, sin herrumbre forja de mitos, nuestra gloria pura, y a través de los siglos aún perdura Juan de la Rosa, tempestad de lumbre, valle florido, lágrima y abismo donde hierve la sangre del torrente, irisada de mágico espejismo. Cobra su imagen singular relieve, y el águila del sol que arde en su frente cuaja de estrellas el airón de nieve. 403 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado LUIS TABORGA MANUEL FRONTAURA ARGANDOÑA on áurea pluma de escritor galano bruñó de sol la nieve de la cumbre y describió con honda reciedumbre el alma ibera y el poblacho indiano. La placidez del existir serrano colmó su ser de diáfana vislumbre, y en alba de oro y madrigal de lumbre Tierra morena floreció en su mano. Cuentos y estampas de sabor nativo, coplas que rondan el florido seno, tincus de sangre, y el patrón altivo, dan vida al texto que entreabrió sus alas sobre este valle montañoso y pleno, hecho de mies y luminar de ulalas. PORFIRIO DÍAZ MACHICAO e cúpula de azur y ala de sueño alza a Minerva un templo soberano y en su Ateneo, como Dios pagano, reposa Reynolds, en fanal de ensueño. Águila en vuelo, el escritor paceño desgarró en Quilco el corazón humano, y en Bestia emocional, su ser ufano prendió en el alba un luminar trigueño. Rizó de luna el Mamoré sonoro, y de Teresa de Jesús, prendado, talló en su efigie todo el Siglo de Oro. Forjó La sierpe en un volcán de lumbre. Y ante las hordas del cacique alzado, cantó a La Paz, en tempestad de cumbre. 404 ribuno regio y escritor brillante, águila real del Potosí de argento, que noveló el trágico alzamiento del Precursor con pluma de diamante. La sangre en flor del Caballero Andante caldeó su ser, con nuestro drama cruento, y arremetiendo un molinar de viento trizó su lanza en actitud rampante. Hubo en voz algo de mirto y yedra, amor al bien, Cantar de los cantares, y noche triste en la Ciudad de piedra. Después, su genio sublimó la historia y floreció en un haz de luminares El dictador, que consagró su gloria. FERNANDO RAMÍREZ VELARDE ajo las jarcas de sutil aroma tañó en el valle la silvestre caña, y en los repechos que el ocaso baña le abrió al amor sus alas de paloma. Su brazo audaz que los ventiscos doma, volteó la comba de oro en la montaña, y desgarrando su rocosa entraña plasmó la vida que a la muerte asoma. Su pensamiento que atisbó el arcano pintó en su obra palpitante y mustia, de honda miseria del vivir humano, y hundió sus raíces en la sierra calva, hasta llegar al Socavón de angustia donde el minero se olvidó del alba. 405 Francisco Javier del Granado (1913-1996) AUGUSTO GUZMÁN ue en ese pueblo serrano que se encabrita en las quiebras para escalar las colinas que el sol cuajó de luciérnagas, iluminando el encanto de sus callejas desiertas, donde en las noches de luna solloza el alma yungueña; que para honor de Bolivia y el pensamiento de América, Augusto Guzmán, el lírico, sintió esa angustia secreta conque los dioses torturan el corazón de los poetas. Y deslumbrado de gracia por la belleza suprema, cantó el embrujo del trópico que el oro verde refleja, soñando con las pupilas de una mujer hechicera, ¡paloma y flor de cañada!, hecha de luz y de vega, que abrió sus alas de fuego para arrullar sus ideas, lampos de sol que fulguran sobre las cumbres señeras donde se eleva su espíritu para atisbar las estrellas, logrando en Sima fecunda, plasmar la vida yungueña: intenso drama del hombre y el luminar de la selva. 406 Flor de Granado y Granado La roja espada de Marte quemó la jungla chaqueña, que desgarró en los manglares nuestra gloriosa bandera; y el escritor, prisionero, robando sangre a sus venas, trazó con pluma de cóndor la historia de nuestra tierra, hecha de grandes hazañas y de pequeñas miserias. Evocación emotiva de aquella estéril tragedia que deshojó en las picadas el corazón de la selva. Clangor de sones dolientes, sed que devora las venas, dolor de pueblo caído, gemir de viento y arena. Sombra de sombras ausentes que sepultó la contienda, y un día resucitaron con Prisionero de guerra. Luego, su mente creadora, historió en forma somera, las tradiciones indígenas y el alba de nuestras letras, el florecer del ensueño y el oro de la leyenda, para enjuiciarlas en su obra Historia de la novela, donde chispea el ingenio de nuestra raza de estetas. 407 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Años después, mensajero de paz, tornó a las riberas del Paraguay, y su pluma esbozó en forma estupenda la lucha de los jesuitas y el redentor de la gleba, fray Bernardino de Cárdenas, ¡canto de luz y quimera!, flor de las cumbres nevadas que el Chuquiagu refleja. Bíblico Kolla mitrado, que surcó el Ande y la selva, por redimir a los indios con su palabra evangélica, hasta que al fin, agobiado, dobló su augusta cabeza como magnolia de nieve, sobre su pecho de asceta. Y ante el grandioso escenario de las montañas soberbias que rasgan el firmamento con sus picachos de niebla, su genio sintió el conjuro de las edades pretéritas, y al descifrar el enigma de aquellos hombres de piedra que medran en el silencio de las planicies intérminas, cantó el dolor del aimara, con voz de augur y tormenta, estremeciendo a los siglos con la sangrienta epopeya del inca Tupaj Katari que por romper sus cadenas, desgarró su alma en el bronco pututo de la insurgencia. 408 Flor de Granado y Granado Después, El Cristo viviente se encarnó en su alma serena, y alzó en sus manos la aurora para alumbrar la conciencia del soñador y el filósofo, que en este libro revela haber captado el espíritu del cristianismo en esencia, y el luminoso sentido de las palabras eternas, que en siete rosas de sangre deshojó el maestro en la tierra, abriendo al orbe sus brazos desde un madero de estrellas. Y luego, en vuelo de cumbres, tendió sus alas inmensas, para trazar con los astros la curva azul del cometa que iluminó el horizonte de nuestra historia sangrienta, maravillando a los pueblos con su brillante elocuencia; y dio a la estampa Baptista, su obra inmortal y cimera, cantar de bronce sonoro, dulzura de sangre quechua, rugir de chusma y torrente, lumbre de sol y belleza, que floreció en el espíritu del pensador y el esteta, blasón y luz del idioma, y gloria y prez de las letras. 409 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado SEÑOR DIRECTOR, SEÑOR MINISTRO DE INSTRUCCIÓN, EXCELENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO, SEÑORES Y SEÑORAS: Hoy, que don Javier del Granado y Granado ocupa asiento académico, expreso que es merecedor de su sitial por sus valiosas obras Rosas pálidas, Canciones de la tierra, Santa Cruz de la Sierra y otras, fuera de ser gallardo vencedor en justas literarias, tanto que mereció en Lima el Premio Sudamericano de Poesía «César Vallejo» y la Medalla de Oro del Sol de los Incas por su composición Romance de la Pachamama y el Inti Raymi, hasta que en 1950, para mayor prez literaria, obtuvo por cuarta vez la flor natural, el laurel de oro y la banda del gay saber, con su poema Canciones del Hombre y de la Tierra. Qué sellos mejores para lucir en una academia, al que se aduna el discurso que habéis escuchado, compuesto en brillantes sonetos y una silva, ‹rimas amicales› que él llama modestamente y que yo siento con ellas consagra de modo generoso a figuras representativas de nuestra nacional cultura. En verso debía responder a su bello discurso de orden. Qué añadiré en prosa falta de retóricas galas, a no ser que el cabal elogio de su autor es toda su obra y por ella lo felicitamos cordialmente. Eso sí, en este solemne acto, no quiero privarme del placer de manifestar que acredita la distinguida prosapia de nuestro bardo el magistral y reverente estudio del ilustre académico y estatista doctor don Casto Rojas acerca del venerable siervo de Dios, excelentísimo y reverendísimo señor doctor Francisco María del Granado, obispo de Cochabamba y arzobispo de La Plata y su epitafio, estudio en una parte del cual emocionadamente se lee: «De la elocuencia excepcional de este santo que, desgraciadamente, no ha llegado a nosotros sino en pálidos fragmentos sin el calor y el gesto de la frase vocalizada, hizo uno de sus panegiristas esta bella y justa síntesis: ‹Tenía la voz de trueno de Mirabeau, la lógica de Bossuet, el estilo florido de Lamartine y la erudición del padre Ventura›». sta Academia Boliviana de la Lengua, años ha, me enalteció señalándole la silla del esclarecido poeta ilustrísimo señor doctor don Félix Antonio del Granado para tomar posesión de mi plaza de número. Ahora, por singular suerte mía, me designa para dar la bienvenida al hijo del poeta. Entonces, expresé: «Y tanto más me honran los señores académicos cuanto me señalan la silla que ocupó don Félix Antonio del Granado, de nobiliaria cuna, no por el título de Castilla, que también, sino porque sus progenitores dedicaron su obra y su vida al engrandecimiento de la cultura y al beneficio de la humanidad… aquel distinguido hombre público, gobernador intelectual de la juventud y caballero de la cruz, que en su libro Prosas nos edifica con transparentes enseñanzas evangélicas, florecidas a la contemplación de la naturaleza con un mirar parecido a la del santo de Asís; y en sotos similares por los que el alma de san Juan de la Cruz buscó al Amado, de quien, a la ansiosa pregunta de radioso poeta, las criaturas le responden que: ‹Mil gracias derramando paso por estos sotos con presura y, yéndolos mirando, con sólo su figura vestidos los dejó de su hermosura›». El misticismo de don Félix del Granado es sincero y por ello alcanza a la altura azul de la serenidad. Si Prosas es la revelación nítida de su creencia, Ensayos literarios, que es más bien crítica enjundiosa, lo es de su erudición, y en ambos libros, que son sus mejores, predomina la pulcra forma. 410 411 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Prosigue el doctor Rojas: «A su talento privilegiado unía una vida consagrada a aliviar las miserias morales y materiales de su pueblo. Su bolsa, pequeñita y nunca colmada, hallábase siempre abierta para los más desfavorecidos, pobres e indígenas». Cuando murió el sacerdote cuyo obra es digna de los honores de la canonización, el pueblo en masa y las altas clases sociales rindieron el tributo de su admiración y gratitud, declarándolo en un duelo espontáneo varias semanas. En otro pasaje, que es acertado comentario de métrica, cita el mencionado epitafio que bordó el inspirado poeta Benjamín Blanco, que fue docto y magnífico rector de la Universidad Mayor de San Simón. Estamos frente a la evocadora lápida de mármol de Carrara del santo y conmovidos buscamos este resplancendiente cuarteto: «Sublime caridad brilló en su pecho, en su palabra celestial doctrina; fue para su virtud el mundo estrecho y alzó su vuelo a la mansión divina». Javier del Granado ingresa en mocedad en esta academia correspondiente de la Española, como Ricardo León, el gran poeta y noble maestro, por su ejemplar obra El amor de los amores, ingresó en la real sala de letras que limpia, fija y da esplendor, y cual él, seguramente, dice al ocupar su silla: «A reinar, fortuna, vamos; no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas. Mas, sea verdad o sueño, obrar bien es lo que importa. Si fuere verdad, por serlo; si no, por ganar amigos para cuando despertemos». Y sin despertar del sueño poético reinará en el plácido reino que es el de la fe y los libros… —Abel Alarcón, 20 de octubre de 1952 412 Flor de Granado y Granado 1959 COCHABAMBA EL INCA l llautu rojo y el airón sagrado orlan su frente con la borla regia, y el súntur páucar con su globo de oro, encierra el orbe en su potente diestra. Flota en sus hombros purpurino manto, el huámpar nieva su figura esbelta, y altas ojotas de sedeño caito, ciñen sus corvas con doradas trenzas. Recias argollas de su oreja penden, y el áureo huallca de irisadas gemas, los doce signos del zodíaco engarza sobre su pecho en luminar de estrellas. Por eso el tiempo que transforma imperios, detiene el sol en su reloj de arena, cuando la voz del haravico inicia del Inti Raymi la solemne fiesta. Y en Coricancha, ante su augusto solio, vierte el augur en oblación de ofrenda, sangre de alpaca y de guanaco tierno, germen fecundo de la Madre Tierra. Mientras las ñustas en divina danza, de alas de luz y florecer de quenas, siembran de amor en sus dominios sacros, el haylli de oro, en polvo de leyenda. LOS CONQUISTADORES olvo de mil leyendas, relampaguear de espadas relincho de corceles y un huracán de lanzas, anuncian el arribo de los conquistadores, que rasgan en los Andes la túnica del alba. 413 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Su empuje es invencible, no los detiene nada, ni la bravura indómita de los soberbios charcas que funden sus escudos en luminar de saetas, y aplastan de un hondazo corazas y armaduras, trenzando con sus huesos el Fuerte Cantumarca, donde el cacique Titu defiende las pucaras con treinta mil guerreros que rugen en la pampa, para impedir el paso de los conquistadores que riegan con su sangre la tierra milenaria, ¡alzando a las estrellas la gloria de sus armas! Un augusto silencio circunda las montañas, y embruja el espejismo de la planicie intérmina la sombra de los muertos que vagan en la vaga claridad de la luna, que nieva sus mortajas, mientras solloza el ronco dolor de la yareta y el ventarrón flagela la estepa solitaria. Retumban los tambores del trueno en lontananza, y hollando con fiereza cuchillas y gargantas, mesetas infinitas y cumbres escarpadas, avanza victoriosa la hueste legendaria que asombra al Collasuyu con épicas hazañas. 414 Flor de Granado y Granado Recama el sol naciente lorigas y gualdrapas, resoplan los bridones, fulguran las corazas, y salpicando en lumbre neveros y cascadas, florece en las pupilas ¡la flor de Choquechaca! Tremolan en el viento penachos y estandartes, y alzando polvareda de siglos en la pampa, galopan los centauros que arrojan llamaradas. Los ven del Churuquella los indios y curacas que extienden sus dominios del Ande al Chiticata, y desgarrando el aire con flechas incendiarias, los cercan en un aro de trágicas tenazas. Traspasa un dardo de oro la enseña castellana, y mella la armadura del capitán de España que marcha a la cabeza de sus mejores lanzas, en medio de los nobles y altivos paladines don Diego de Centeno y don Gaspar de Lara; y heridos en su orgullo los fieros caballeros, embrazan sus escudos, desnudan sus espadas, y al grito de ¡Santiago! se lanzan al asalto, y rompen la diadema que ciñe las montañas. 415 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Crepita en estertores la tierra mutilada, y avasallando un reino que floreció en milenios, irrumpe don Gonzalo Pizarro, en Choquechaca, y aplasta en sangre y hierro la testa de los charcas. Exploran los centauros los riscos y las playas, los lagos, las llanuras, los montes y quebradas, los ríos fabulosos, los bosques encantados, el valle de Yotala, y del cerro del Endriago que tiende un puente de oro de Potosí hasta España. Y en pos de los canelos de un país imaginario que teje la leyenda dorada de El Dorado, se internan en la jungla salvaje y milenaria, y hundiendo en las cachuelas sus frágiles piraguas, retornan a las cumbres, descienden a los llanos, y encuentran con asombro ¡las tierras de Sapalla!, más bellas que las bellas comarcas orientales, más ricas que las ricas regiones altiplánicas, y allí, colman su fiebre de ensueños y grandezas, rimando las auroras en las pupilas glaucas de las morenas ñustas que enfloran Qhochapampa. Y al son de los clarines de rutilante plata, pregonan la proclama del vencedor de Charcas, que otorga a los hidalgos los valles de Canata, y ordena a Peransurez fundar la Ciudad Blanca 416 Flor de Granado y Granado que ostentará en su escudo de heráldicos blasones: un águila bicéfala, gaznante y coronada, los cerros del presagio y el de la ofrenda sacra, el gonfalón de lumbre que izaron los cruzados, dos áticas columnas, diez testas degolladas, y leones que rugientes custodian con sus zarpas las torres almenadas. CANATA ediaba el Siglo de Oro, fulgores de zafiro rizaban con su lumbre las quiebras y los riscos, nimbados por la cósmica grandeza del Tunari, que ostenta en sus picachos airones de infinito; y Garci Ruiz marchaba camino del futuro, sembrando en anchos surcos su corazón de trigo. Y al ver en el espacio los augurales signos que trazan a los hombres las rutas del destino sintió crecer sus alas más grandes que su vuelo, y en busca de horizontes que abarquen sus designios, lanzose a la conquista del valle prometido, sin picas ni tizonas, sin horca ni cuchillo, comprando a los caciques Achata y Konsawana, sus predios, sus casales y el aguazal temido, que lindan al noroeste las túrbidas rompientes del río Condorillo, al sur el Jaya Uma y el Alalay que escarcha las ondas del Estigio, 417 Francisco Javier del Granado (1913-1996) y el este con las sierras del Tatakirikiri que ofrenda a las zagalas collares de roció. Y así, forjó en Canata su hacienda y sus dominios, soñando con un sueño de ensueños campesinos. Tras él, otros hidalgos en pos de señorío, llegaron a estas tierras de pastoril retiro, y en un arranque digno de un canto de Virgilio, Rodrigo de Orellana y el capitán Sanabria, fundieron sus espadas en rejas de cultivo. Y al verse en un paraíso de ensueños nunca vistos, el noble encomendero don Diego de Mejía, se convirtió en un molle frondoso y pensativo. Su empuje indomeñable logró que los nativos, desmonten los tuscales, desequen los pantanos; y don Martín de Rocha, desviando el Condorillo, enriqueció la Maica con fecundante limo. Y absortos contemplaron los rudos campesinos cubrirse los charcales con mantos de berilo; y el oro de las mieses que grana en haz de trinos, colmó de pan sabroso las chozas de los indios. 418 Flor de Granado y Granado Surgieron a su impulso las casas solariegas, con amplios corredores y aljibes cristalinos; que ostentan la prosapia de los conquistadores, en rejas cinceladas y escudos de granito; y junto a las casonas de estilo castellano, que retan a los siglos velando sus dominios, se alzaron los establos de vacas y potrillos, y el huerto de legumbres y de árboles frutales que escarchan en agosto, sus frondas de granizo. La vida era tranquila, los hábitos sencillos, y alegres cabalgatas cruzaban los caminos, con rumbo a la alquería de algún hidalgo amigo, y al son de las bandurrias de melodioso ritmo, danzaban con las mozas de senos frutecidos, rindiéndolas al fuego de su amoroso brío, que fecundó Canata con sangre de mestizos. Y a veces desgranando nostalgias de crepúsculo, vagaban a la sombra del huerto adormecido, que engarza de cocuyos los sueños fugitivos. O en ruedo campechano de embrujo evocativo, parlaban a la lumbre de hachones encendidos; 419 Francisco Javier del Granado (1913-1996) y allí la voz de plata del sembrador de trigo, de luenga barba y ojos chispeantes como el vino contaba a los hidalgos, con verbo enardecido, que vio rodar la testa de Gonzalo Pizarro, salpicando de sangre los picachos andinos. Y entre el bronco estampido de las guerras civiles que asolaron La Plata con su vuelo fatídico, vio la trágica muerte que dispuso el destino, al rebelde caudillo Sebastián de Castilla, que abatió en la anarquía sus pendones altivos. Y en el Cuzco, la hoguera de fulgores rojizos, que atizó el alzamiento de Francisco de Hernández; y otras bellas historias de los tiempos vividos, que escuchaban los mozos relatar al patricio, de esta villa de límpidos blasones y rancio señorío, que fundara en las tierras de Canata hechas de sol y madrigal de trinos; el día de la Reina de los Ángeles en su asunción gloriosa al paraíso; el capitán Gerónimo de Osorio, de los Tercios de Flandres desprendido como azul personaje de leyenda, de noble porte y corazón florido; que enarbolando el pabellón de España sobre el testuz de su corcel bravío 420 Flor de Granado y Granado legó a la villa el nombre de Oropesa y el escudo condal de don Francisco: plata y azur en campo jaquelado, leones rampantes, perlas y castillos, corona de oro, lambrequín de espuma, y alta cimera de argentado brillo, do vela un ángel de llameante espada, una áurea cruz y un mundo de zafiro, que blasonan la flor de Cochabamba con el airón de su historial magnífico Y en la rústica aldea de Canata con sus huertos cuajados de rocío, donde nieva la flor de los almendros y la blanca plegaria de los lirios alboreaba la villa de Oropesa bajo un palio bordado de zafiros, que escarchaba las últimas estrellas en el claro remanso de los ríos; mientras oraba un pueblo de pastores y de viejos hidalgos campesinos, contemplando el simbólico madero, el chispear de los cirios, el texto de los Santos Evangelios, un enorme y sangrante crucifijo; y un lebrel que lamía las sandalias del fraile pensativo, que entonaba litúrgicos cantares bendiciendo el villorrio florecido. 421 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado BARBA DE PADILLA EVOCACIÓN COLONIAL ajo el fanal del cielo rutilante, tremola el estandarte de Castilla, y en medallón de auroras agavilla, oro de mies y lumbre de diamante. Irisa el valle un luminar chispeante y el Licenciado Barba de Padilla, funda de nuevo la naciente villa, arremetiendo su corcel piafante. Los siglos bordan su historial de argento, sobre el poblacho cuyo viejo nombre es polvo de oro que se lleva el viento. Dando a Oropesa la de tez morena, lumbre de valle, patriarcal renombre, cantar de gesta y sollozar de quena. VILLA DE OROPESA angre de sol y albores campesinos dan a la hidalga villa de Oropesa, un rutilar de eglógica belleza que se desgrana en madrigal de trinos. El ocio pastoril de los vecinos, vence el cabildo con sagaz firmeza, y aflora en horizontes de grandeza el luminar que alumbra sus destinos. Mozas en flor deslumbran sus callejas, y entre un piar de besos y suspiros, gime el laúd en las talladas rejas. Vela el Tunari altivo y solitario, y constelando el cielo de zafiros, la Cruz del Sur corona el campanario. 422 ulgura el sol, las huertas se cuajan de rocío, y envuelta en los celajes del alba rutilante, florece en las pupilas la villa de Oropesa. Sucumben a su embrujo los amos de la tierra, y olvidan para siempre panoplias y estandartes que antaño conquistaron en épica contienda. Gobiernan el cabildo los doce regidores que esculpen los joyeles de la ciudad labriega, y dan al campanario prestancia y señorío, borrando los terrosos contornos de la aldea, que riza en las colinas el oro de las mieses y ciñe en su garganta collares de luciérnagas. Desgranan las campanas su lengua vocinglera, albean de palomas las torres de la Iglesia, y asisten a la misa las damas lugareñas, luciendo con donaire mantillas y peinetas. Asedian los varones su erecta fortaleza, y gime la guitarra de amor en las callejas, rondando noche a noche, ¡la flor de su belleza! hasta que al fin se rinde la moza a sus requiebros, y escala el pretendiente por la florida reja. 423 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Sonríe el dios bicorne y en la quietud sedeña se escucha el caramillo que arrulla la floresta. La vida es un remanso de paz en el villorrio; los años se deslizan con placidez risueña; solemnes procesiones, trisagios y novenas, conmueven el espíritu piadoso de la aldea. Celebra el vecindario las vísperas y fiestas, con salvas, camaretas, danzantes y comedias, castillos, luminarias, girándulas y hogueras. Se juega a la sortija, la taba y la alcancía, hay toros embolados y gallos de pelea, la plaza es un enjambre de mozas y de abejas; y airosos caballeros en rápidos corceles destrozan con denuedo la caña, en su carrera. Mecheros y faroles alumbran las callejas, y altivos hijosdalgo de capa y esclavina, visitan por la noche las casas solariegas. Animan las tertulias leyendas y consejas, la risa de las jóvenes y el juego de las prendas, las damas, el chaquete, las copas de mistela, sabrosas confituras y humeante chocolate, que en jícaras de plata convidan las doncellas; 424 Flor de Granado y Granado mientras la abuela enciende la trémula candela que ahuyenta con su lumbre las ánimas en pena. Deponen los patrones su ríspida fiereza; comparten con los indios los dones de la tierra, les prestan sus aperos, se ayuntan con sus hembras, y dan a los nativos su idioma y sus creencias, pues ellos representan un capital humano y es parte de sus bienes la gente de la hacienda. Mas la febril codicia de honores y riquezas, que calcinó los huesos del recio aventurero, extirpa en cada mita la población labriega, sin que virrey alguno con su actitud severa, consiga que se cumplan las sabias ordenanzas que el rey don Carlos V, legara a las estrellas. Pero el hispano añoso que se enraizó en la gleba, derrama la simiente racial del mestizaje y se desborda en savia de sol la sangre nueva, que dio a la vieja raza vigor y lozanía, rimando los latidos del corazón de América. Se extingue el Siglo de Oro de los conquistadores que hicieron de Canata la villa de Oropesa, y afloran otras castas tiránicas y fieras, escorias de los restos del viejo feudalismo que amasa en sangre y hierro: hombre, sudor y tierra. 425 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Y ¡ay! de los pobres indios tenidos como bestias, desgarra sus espaldas el látigo de fuego que despedaza en flecos la carne de la gleba. Los déspotas esquilman las chozas chacareras, desplazan al criollo de cargos y prebendas, clausuran al mestizo las aulas de la escuela; se burlan de las leyes, recargan las gabelas, y el pueblo se retuerce de angustia y de miseria. Retumban en la villa rugidos de tormenta que rasgan de relámpagos los valles y las vegas, los montes, las llanuras, los ríos y las quiebras, y surge en la truncada columna de la historia, el cholo que de un grito despierta la conciencia, de un pueblo de mitayos que se olvidó del alba, combando con su cráneo las trágicas cavernas. INSURRECCIÓN MESTIZA iñendo con su sangre los ríos y las lomas, los valles, los bajíos, Carasa y Capinota, Arani, Sipesipe, Tapacarí y Pocona; se alzaron los mestizos al grito del platero Calatayud, que al pueblo la rebelión pregona, mientras flamea al iris su enseña luminosa. 426 Flor de Granado y Granado Y apenas abandonan la villa de Oropesa, las tropas que pidiera Benero de Balero; para imponer al pueblo gabelas ominosas que pesan en sus hombros como aplastante roca; se congregó en la plaza la plebe tumultuosa, rugiente como oleaje que el huracán azota. ¡Viva el rey!, ¡muera el guampo! gritaban los ilotas, y en busca de Rivera que la ciudad desola; desarman al cabildo, saquean las casonas, y asaltan con fiereza la cárcel española, rompiendo en mil pedazos la trágica picota. Y sólo se apacigua la chusma revoltosa que con furor sangriento la hidalga villa asola, cuando los frailes salen en procesión devota, llevando en andas de oro la efigie milagrosa de la morena Virgen que con amor deshoja, en pétalos de lirio, las perlas de la aurora. 427 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Florece en los picachos el alba de oro y rosa, y al son de las campanas que tocan a rebato, el pueblo se alza en armas y el enemigo afronta, y corta en cien picadas las rutas de Jayhuaycu, que asedian con bravura las huestes españolas. Jacinto Cuba arenga con ímpetu a su escolta y embiste a los rebeldes a golpes de tizona, pues callan los trabucos de pedernal y pólvora, y están acorraladas sus abatidas tropas, que diezman los villanos en la colina histórica, sembrando de cadáveres las removidas fosas. Y el 30 de noviembre del 730, derrota el cholo alzado las fuerzas opresoras, y anuncia en los clarines del alba su victoria. Temiendo el cura Urquiza que las plebeyas hordas perturben con sus armas la paz del campanario, convoca a los priores y frailes de convento a un cónclave que aplaque las nubes borrascosas; y en medio de un murmullo de salmos y exorcismos conduce bajo palio la célica custodia. 428 Flor de Granado y Granado Se inclinan a su paso las turbas vencedoras, y en el cuartel rebelde el viejo cura exhorta, al bravo cebecilla con verba admonitora, que si retiene el alto comando de las tropas, extienda hacia el cabildo su diestra protectora, y deje a los hidalgos capitular con honra; pues criollos y mestizos son brotes de ese tronco que el árbol de la estirpe cobija con su sombra. Y al ver que el cura eleva con manos temblorosas, bajo el azul espacio la sacrosanta forma que nieva las colinas en alba de palomas, sobre la tierra madre, Calatayud se postra, pidiendo al Ser Supremo que consolide su obra. Y con el guión de plata frente a las huestes cholas, preside fervoroso la procesión gloriosa, que deja en las callejas de la ciudad absorta, un halo de plegarias, de lágrimas y rosas. De allí, pasa al cabildo donde el alcalde invoca los nobles sentimientos de su alma generosa. 429 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado E impone a los vencidos las capitulaciones que abrogan la injusticia reinante en la Colonia, y borran privilegios y odiosas distinciones de castas nobiliarias sobre la estirpe chola, que derramó en la lucha su sangre valerosa, por defender la causa más justa de la historia. Rodeado por los miembros del nuevo ayuntamiento que aclama enardecida la chusma victoriosa, asoma a las tribunas el ídolo plebeyo y arenga al vecindario con voz conciliadora. Ostenta entre sus manos en símbolo de mando bastón de puño de oro con argentadas borlas, y en uso del mandato que otorga la victoria, designa a su compadre Rodríguez y Carrasco corregidor del pueblo que conquistó la gloria. Pues el reptil se enrosca en la Imperial Corona, y con sutil astucia la rebelión traiciona: negocia con la Audiencia, se vende al Virreinato, y troncha a puñaladas la vida promisoria, del mártir de la plebe, que es gloria de la historia; y ensangrentando el cenit del siglo XVIII, pendula en la colina su testa redentora. EL GOBERNADOR VIEDMA 430 esgarra en la campiña crepúsculos albares, el sol del valle nuestro con dardos de diamante, y el oro de las mieses que cuaja en los trigales engarza de topacio en la lumbre del paisaje. La villa es un infante que sueña en los sauces, y ostenta su belleza con señorial desgaire, buscando en los vergeles la miel de los panales o el élitro sonoro que vibra en el aire, mientras esparce en cánticos las notas augurales que anuncian a Francisco de Viedma y de Narváez, gobernador preclaro de nuestro fértil valle. Soberbio visionario de ensueños estelares que dio a la vieja villa la flor de los rosales e impuso a sus blasones la noble ejecutoria del rey Carlos III, que Dios bendiga y guarde, pues confirió al villorio los títulos reales: «de Leal y Valerosa Ciudad de Cochabamba»; y le donó una fuente de perlas y cristales, 431 Francisco Javier del Granado (1913-1996) porque su noble sangre se derramó a raudales, ahogando los pututos de la insurgencia aimara que estremeció las cumbres y desgarró los aires cuando Túpac Catari cercó con cien mil indios la capital del Ande. Francisco Viedma, ilustre patricio y gobernante, con genio de estadista y austeridad de fraile, organizó el inmenso distrito de estos valles, desde la ardiente vega de Mizque alucinante, que abrió sus parasoles de fúlgido follaje y abanicó el ensueño de una ciudad galante, hasta las altas cumbres de la quebrada de Arque, donde los ríos ruedan con ímpetu salvaje. Y pese a que la mita sepulta entre sus fauces sangrantes caravanas de muchedumbre indiana, se yergue Cochabamba, magnífica y radiante; y ciñe con ternura sus brazos maternales, a casas y cabañas de la ciudad campante de miles de plebeyos e hidalgos personajes. 432 Flor de Granado y Granado Que gracias al esfuerzo del viejo navegante, que amaba a nuestra tierra como sus patrios lares, vivieron una vida de holganzas patriarcales, gozando las delicias de un clima incomparable, la chicha con frutillas, la humita y el picante, en rústicas moradas o en casas señoriales, que exornan las callejas, las plazas y los parques donde los templos comban sus cúpulas de nácar y albean de palomas las torres conventuales. Y cuando el lobo aullante del 804 clavó sobre los campos sus garras infernales, y segó con su aliento campiñas y ciudades, rebaños y alquerías, sembrados y hontanares, Francisco Viedma el grande patriarca de estos valles, que ilustra con su nombre los fastos coloniales, se irguió como él seráfico de Asís, y en los celajes, detuvo con su diestra la espada de los ángeles que siembran en la tierra, la mortandad y el hambre. 433 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Por eso Cochabamba que vio en su gobernante al hombre que forjara con manos paternales en más de cinco lustros, ¡la flor de las ciudades! consagra a don Francisco de Viedma y de Narváez la cruz del campanario y el corazón del valle. REVOLUCIÓN DE COCHABAMBA undiendo en una fragua de lumbres escolásticas el verbo de Aristóteles y de Tomás de Aquino, se yergue Chuquisaca, doctísima y preclara, y siembra el Collasuyu de ideas libertarias. Y cuando el explosivo tenor de los libelos pregona que las águilas de Napoleón el Grande, tendieron victoriosas sus alas sobre España; emergen los togados del Aula Carolina, y enardeciendo al pueblo con voz iluminada, deponen a Pizarro del solio de los Charcas. Sacude la revuelta las vértebras del Ande, desgarra la tormenta las cumbres escarpadas, y el 16 de julio del 809 La Paz repite el grito de ¡guerra a los tiranos! y atiza las hogueras del sol en sus montañas. 434 Flor de Granado y Granado Tremola en el espacio la enseña de la gloria y estrujan los halcones de mayo entre sus garras, las márgenes ubérrimas del Río de la Plata, las cumbres fabulosas del rico Collque Guacac, las quiebras que rugiente socava el Chuquiagu, las selvas orientales donde la vida canta, y el valle del milagro donde alboreó la patria, que el setecientos treinta, Calatayud soñara, soñando como sueñan las soñadoras almas que atisban en lo etéreo la claridad del alba. Florece en los espíritus la sangre derramada, y luego de un período de ochenta años de calma, retoman los vallunos sus herrumbrosas armas; y al son de los clarines de Juan José Castelli, que arrastra en sus corceles los vientos de la pampa; irrumpen de la villa de San Felipe de Austria, las huestes aguerridas que envió Gonzales Prada, gobernador del regio solar de Cochabamba, al mando de Rivero, Melchor Guzmán y Arze, para extinguir el fuego que abraza la altipampa, y hundir entre osamentas el alzamiento aimara del fiero Titichoka, que aterra con sus hordas la puna solitaria. 435 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Y en pos de los ideales de libertad y patria que propaló en el valle, la voz de los patriarcas Canelas, Ferrufino, Carrasco y Antezana, retornan los paisanos por riscos y quebradas, con rumbo hacia el hidalgo villorrio de Tarata, donde madura el genio de don Esteban Arze, en recio plan de guerra la insurrección armada, que proyectó en Oruro, Francisco del Rivero, el precursor insigne de la naciente patria. Concilios nocherniegos preparan la asonada, el aire huele a pólvora, la villa es una fragua, y al irradiar el día 14 de septiembre, desborda en un torrente la fuerza de las masas, y estalla en los espíritus la rebelión sagrada. Asordan el villorrio tambores y campanas, y al son de las trompetas que rugen ¡a las armas! Guzmán Quitón asalta la guarnecida plaza. Reducen los patriotas cuarteles y atalayas, y al formidable empuje de intrépidos jinetes que arrollan con sus lanzas trincheras y estandartes, Francisco del Rivero y el héroe de Tarata, derriban el gobierno 436 Flor de Granado y Granado del vacilante Prada, y tallan con su sable la efigie de la patria. Se agita el pueblo en olas de hirviente marejada, y en un cabildo pleno de históricos sucesos, proclama los principios de libertad y patria, que propugnó el tribuno Cornelio de Saavedra, hinchando de huracanes el anchuroso Plata. ¡Viva la patria! exclama la gente enardecida, y entre un rumor de triunfo y un luminar de salvas, proclama a don Francisco, gobernador supremo, y otorga a don Esteban, la comandancia de armas. Rivero asume el mando con mente visionaria, y exalta a las estrellas el nombre de la patria, que funde en la leyenda la gloria de su espada. Acatan los patriotas la junta de gobierno que rige los destinos del Río de la Plata, y envían las legiones del capitán Foronda, a deponer el régimen de Nieto, en Chuquisaca; pues temen que las tropas del visorrey de Lima, desgarren de un zarpazo la gesta libertaria. Ilustran el cabildo varones del renombre de Tames y Canelas, Montero y Antezana, y el mando de la guerra blasonan con sus armas: Faustino de Irigoyen, Guzmán, Laredo, Arriaga, 437 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Carrillo, Allende, Vía, Assúa y Balderrama. Tremolan en la villa banderas desplegadas, fulgura el sol poniente, la brisa ríe y canta. Se raja en San Francisco la histórica campana; y el verbo enardecido del capellán Oquendo, desgrana en la tribuna con elocuencia mágica, como una espiga de oro su canto a Cochabamba. VICTORIA DE AROMA ún vibran en el aire los épicos cantares escritos con la sangre del corazón del valle, y el brigadier Rivero preclaro gobernante, contiene a Goyeneche que ronda el altiplano para asaltar de un golpe las arcas coloniales; y envía un regimiento compuesto de jinetes, al mando del gallardo guerrero Esteban Arze, que ingresa en las callejas de San Felipe de Austria, donde Barrón en gesto de intrépido coraje, reconoció a la junta que rige Buenos Aires, y alzó en el áureo mástil de su ilusoria lanza, la enseña de la patria que ondea en los celajes. Oruro abre sus brazos de hierro a los patriotas que asoman a la puna con ímpetus marciales, y agranda sus legiones de gente montonera 438 Flor de Granado y Granado con bravos artilleros e indómitos infantes, que a la orden de un puñado de heroicos capitanes, despliegan su bandera de lumbre en Caracollo, midiendo con su gloria la inmensidad del Ande. Desgárrase en Panduro la niebla alucinante, y emergen los picachos del soberano Illampu que eleva al infinito sus cumbres siderales, donde los dioses tienden su clámide flotante, y lanzan al espacio su cósmico mensaje. Ordena el gran caudillo que acampen en Aroma, los hombres que violaron la estepa inmensurable, templados por el ronco rugir de la tormenta y el látigo del viento que brama en los pajales. Mas al mediar el día 14 de noviembre, vislúmbranse a lo lejos en orden de combate, las fuerzas enemigas del comandante Piérola, que marchan empuñando sus armas cabrilleantes. Desgranan los clarines su cántico vibrante, y el genio levantisco del héroe de los valles se yergue en la llanura como un peñón del Ande, y arenga a los bizarros paisanos de septiembre, con épicos acentos de rústico lenguaje. 439 Francisco Javier del Granado (1913-1996) ¡Viva la patria! exclama la tropa delirante, y en medio del rugiente tronar de los cañones que siembran la altipampa de heridos y cadáveres, hostiga con fiereza las líneas enemigas, reptando sobre un blondo plumón de pajonales. Desnuda Esteban Arze su luminoso sable, y hundiendo las espuelas en su corcel piafante, asalta con bravura los últimos baluartes, seguido de una escolta de altivos guerrilleros que blanden sus macanas con ímpetu salvaje; mientras las carronadas del capitán Unzueta, abaten en la pampa los estandartes reales, y la caballería que arrolla a los infantes, al mando del bravío Guzmán de los Guzmanes, persigue a los realistas que fugan derrotados y clava en sus entrañas su lanza fulgurante. La fama que fustiga su cuadriga jadeante, anuncia en la Gaceta que el paladín del valle, constela de luceros su espada de diamante, y forja en los relámpagos la efigie de la patria, que surge en la soberbia columna de los Andes. 440 Flor de Granado y Granado Deslumbra la victoria del Caballero Andante, y se alzan contra España los pueblos orientales, las vegas de Tarija, el rey del Illimani, la blanca y soñadora ciudad de los cantares, y la opulenta Villa de escudos imperiales, que deshojó en Suipacha las rosas de su sangre, para enflorar el triunfo de Juan José Castelli, que floreció en las manos del soñador Nogales. Celebra Cochabamba con líricos cantares, la espléndida epopeya del vencedor de Aroma y tienden las campanas sus alas sobre el valle, grabando en el espacio con signos estelares, el nombre legendario de don Esteban Arze. DERROTA DE AMIRAYA encidos por la fuerza telúrica del valle retornan a la gleba los bravos vencedores que esculpen en las cumbres de Aroma su epopeya; sin que el carácter férreo de don Esteban Arze, consiga retenerlos sobre la puna gélida, para cubrir la marcha de la legión platense, y proclamar triunfante la libertad de América. Pero el insigne prócer Francisco del Rivero, atiza con su aliento la fragua de la guerra, fundiendo en sangre y hierro las armas de la patria que vela Don Quijote bajo un fanal de estrellas. 441 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Reclaman los paisanos su puesto en las trincheras, y el ínclito patricio que avanza por la estepa, hostiga al enemigo por riscos y laderas, despliega regimientos sobre La Paz y Charcas, protege los ejércitos del Plata con sus fuerzas; y luego del ataque de Cosme del Castillo, que asalta con fiereza Machaca y Pasacona; captura en Chiquiraya las bélicas enseñas, y triza en aspas de oro su lanza de quimera. Mas el adverso sino de los paganos dioses que rigen con su égida la tempestuosa guerra, confiere los laureles de Marte, a Goyeneche, que en Guaqui despedaza la división pampera. Pues la deidad olímpica que abandonó a Castelli, se entrega a los realistas cual veleidosa hembra, y gira en el espacio sobre su alada rueda. Rivero el gran caudillo de la épica contienda, que amara su terruño con mística pureza, rechaza con orgullo los cargos y prebendas, que el hombre de «tres caras», en vano le ofreciera, si logra que la villa doblegue su cabeza bajo el dorado yugo del rey Fernando VII; y desplegando al viento su fúlgida bandera, retorna a Cochabamba, 442 Flor de Granado y Granado y heroicamente ofrenda su vida y su fortuna por defender la patria, forjada en los cantares de la leyenda homérica. Secundan los patriotas su espléndida proclama, y abierto el ancho surco que la simiente espera, se dan como semilla para sembrar la tierra; y al mando del caudillo, Guzmán, Vélez y Arze, desfilan por las quiebras de Tapacarí y Arque, que ciñen en sus brazos las cumbres altaneras. Empero los realistas trasmontan en hilera, los riscos del Tunari y el abra de Tres Cruces que elevan sus picachos a la región etérea; desconcertante hazaña de insólita estrategia que obliga a nuestras fuerzas a desplegar sus alas, y proteger los flancos de la llanura inmensa que abarca Sipesipe y el cuenco de Amiraya, donde los rioplatenses y los vallunos mezclan su sangre en los torrentes de Vinto y de Viloma, que braman fecundando bucólicas praderas. Relinchan los corceles, resoplan las trompetas, y reventando el seno de las colinas rojas, retumban los cañones en la florida sierra; mientras que de las cumbres como un torrente ruedan millares de dragones y enormes granaderos, de los de lanza en ristre y enhiestas bayonetas, que arrollan en la pampa las tropas montoneras. Combaten los vallunos como acosadas fieras, y luchan con bravura 443 Francisco Javier del Granado (1913-1996) por defender su tierra, pero el trece de agosto del 811, reduce el fuego a escombros las rústicas aldeas, y abrasa entre sus llamas los predios y las huertas, devora los maizales, destruye los graneros, y enciende en las colinas fogatas de luciérnagas. Crepita el molle añoso donde las vides trepan, y eleva hacia las nubes sus brazos suplicantes, sin que la santa Virgen de las Mercedes pueda alzar sobre los muertos su mano bendiciente, pues, tronchan de un balazo, sus dedos de azucena. Desgarra el aire un grito de rebelión suprema, y aplastan los realistas las últimas trincheras, prendiendo a fogonazos la bóveda de estrellas. GESTA HEROICA espués de las derrotas de Guaqui y Amiraya que cubren de sepulcros la tierra torturada, retira Goyeneche su bárbara amenaza de reducir a escombros la villa temeraria. Y restaurado el sacro poder del rey Fernando, despliega en alboradas de lumbre el estandarte que guía la ofensiva del Río de la Plata, y parte con sus huestes a la ciudad de Ibáñez, sin extinguir el fuego de la insurrecta plaza donde envainó Rivero su espada fulgurante 444 Flor de Granado y Granado por redimir al pueblo de la hecatombe trágica pues sueña aún desligarnos de Lima y Buenos Aires y proclamar al mundo la independencia patria. Mas don Esteban Arze que se asiló en el Caine recluta montoneros de Cliza y de Tarata, y asalta el 29 de octubre, Cochabamba e impone a los realistas Allende y Santiesteban que arríen de las torres el gonfalón de España. Exaltan los platenses el triunfo de sus armas, y el viejo virreinato responde a su llamada, forjando en yunque de oro la espalda de Belgrano que arranca de un pedazo del cielo su bandera y engarza en sus blasones los soles de la pampa. Eligen los patriotas la junta de gobierno que rige con firmeza Mariano de Antezana; que esculpen sus decretos en láminas de plata, don Pedro de Quiroga, Vidal, Arriaga y Cano, que legan al villorrio su péñola y su espada. Mientras el héroe máximo principia en la altipampa la guerra de guerrillas que libertó la patria; pues salva escaramuzas en San Felipe de Austria, en Agua de Castilla, Quirquiave, Caripuyu y el pueblo de Chayanta, que rinden los pendones al choque de su lanza, y evocan las figuras de Herrera y Costa Rica, Revollo y otros hombres esclarecida fama. 445 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Pero esta guerra chica y heroicamente grande, que exprime gota a gota la sangre de la patria, obliga don Esteban a retornar al valle y demandar al pueblo su inmolación en masa. Pues Goyeneche, al verse burlado en sus propósitos de avasallar las ricas provincias de La Plata, resuelve enfurecido volver a Cochabamba y exterminar la estirpe del pueblo de Canata, que osara en raro gesto de indómita fiereza alzarse desafiante contra el poder de España, y ordena que concentren sus fuerzas en el valle, las férreas guarniciones de Potosí y de Charcas, las huestes de Lombera, de Husi y de Revuelta, que anegan en torrentes de sangre las cañadas. Comienza el bravo conde su trágica campaña y entre un crujir de huesos trizados a metralla, subyuga los villorrios de Mizque y de Pocona, sus vegas ardorosos y sus colinas glaucas; y manda que fusilan decenas de patriotas, que bruñen con los senos las rocas escarpadas. Dispone Esteban Arze de cuatro mil paisanos armados de mosquetes, lanzones y macanas, que tercian sobre el hombro su poncho de celajes, y marchan animosos a defender la patria, venteando al enemigo por cerros y quebradas. Mas, como los realistas no asedian Vilavila, levantan los patriotas su tienda en Sacabamba, y parten en columna con rumbo hacia Pocona, posando en Paredones, y el totoral de Vacas, que engarza los remansos del cielo en Azulqocha donde los leuques rizan la espuma de sus alas. 446 Flor de Granado y Granado Pero al dejar el llano para escalar la sierra que anilla en su garganta las vegas de Pocona, tropiezan con las tropas de la vanguardia de Imas, que estruja en la tenaza de hierro de sus armas las pampas erizadas del hosco Quehuiñal, y obliga a los patriotas a presentar batalla sobre una abrupta loma ventosa y desolada, que arrasa a cañonazos el vencedor de Guaqui, albeando de osamentas la frígida altipampa, que fecundó en cantares la sangre de la patria. Irrumpen los jinetes el cañadón de Arani, que mece entre sus brazos trigales y cabañas; y asolan los poblachos de Cliza y de Punata, porque la hidalga villa de Muela, en lucha brava, degüella una patrulla que desfloró doncellas, cuajando en sus entrañas la maldición satánica. Avanzan al galope las huestes invasoras, y el torvo arequipeño de mente sanguinaria ordena que sus hordas demuelan en Tarata la casa solariega de don Esteban Arze, que el fuego crepitante retuerce en sus llamas. Arde en ocaso de oro la alcoba solitaria, donde forjó el caudillo los sueños de la patria; y en medio de las ruinas, su casco renegrido, 447 Francisco Javier del Granado (1913-1996) se aferra como un águila sobre el peñón crispado velando el valle heroico con sus abiertas alas. LA CORONILLA esgarran las heroínas su túnica de lágrimas y en medio de un tumulto preñado de amenazas, discute el vecindario las capitulaciones propuestas por Oquendo, Zenteno y Antezana, en el cabildo abierto que sesionó en la plaza, los días 25 y 26 de mayo. Pero el vecino Vela y el orador Terrazas, inducen a las cholas a requerir las armas, y el pueblo enardecido se lanza a los cuarteles, y arrastra a la colina cañones y granadas, sin que el ilustre prócer Mariano de Antezana consiga con sus ruegos calmar a la poblada, que ruge en las callejas como una fiera brava, que el cazador acosa, pisando sus entrañas. Asoma el enemigo que asecha en lontananza, y al ver que reverberan sus yelmos rutilantes bruñendo los cristales del río Tamborada, se yerguen los vallunos sobre el peñón sagrado, dispuestos a la muerte por defender su patria, y el escuadrón bizarro de don Esteban Arze, despliega en la llanura la gloria de sus lanzas. 448 Flor de Granado y Granado Embiste Goyeneche, las faldas del collado, que acunan en sus brazos las sendas de Caraza, Ramírez, por el flanco, desgarra Caracota, y el comandante Imas, asola con su espada, La Chimba y el poblacho de San Joaquín de Itocta, ciñendo las tres cimas de la colina sacra, donde solloza el alma de un pueblo atormentado, que asombra al continente con su inmortal hazaña. Revientan los cañones de estaño en mil pedazos, se engarzan de fulgores las rocas solitarias, atruenan los fusiles, florecen las granadas; combaten las heroínas con fiebre de espartanas, mordiendo bayonetas en su impotente rabia, y el pueblo embravecido no ceja en la contienda hasta que muere el último soldado de la patria, izando en los peñascos su corazón de fuego, que estalla el 27, como una roja ulala. Retoman los cusqueños la villa ensangrentada, saquean sin reparo las tiendas y las casas; y el fiero conde ingresa por las estrechas calles, seguido de una escolta salvaje y temeraria, en medio de Domínguez y el asesor Cañete que atiza sin escrúpulos su anhelo de venganza. Despeja Goyeneche las esquina de la plaza, y al ver entre el hipante rumor del populacho que fuga enloquecido de la hórrida matanza, vagar bajo los pórticos como una sombra vaga, la sombre acusadora del regidor de Charcas, 449 Francisco Javier del Granado (1913-1996) que busca en el santuario de la matriz, refugio, lo hiere con el filo de su llameante espada, y hundiendo las espuelas al potro encabritado, penetra en el recinto de luz y de plegaria, que velan los arcángeles del cielo con sus alas. Después dicta un diabólico decreto de Amnistía, en homenaje al corpus y al paternal monarca, mas sólo es la redada que el sádico Cañete tejiera como tejen su urdimbre las arañas, para enredar en ella puñados de patriotas que cuelgan como un péndulo de la horca ensangrentada; y así, mueren Lozano, Padilla, Ferrufino, Quiroga, Gandarillas, Ascuy, Luján, Zapata, y otra legión egregia de altivos paladines que ilustran con su nombre columnas historiadas. Descubre Goyeneche la pista de Antezana, caudillo de las grandes hazañas de este pueblo, donde los vientos rugen y la tormenta brama; y ordena que lo arrastren del claustro recoleto, cargado de cadenas y grillos, a la plaza. Pero el patricio avanza serenamente grande, y escala con hombría las gradas del cadalso, que cubren con su gloria las soñadoras almas, de insignes personajes y epónimos guerreros que fueron inmolados en hecatombe bárbara; y alzando a Dios, su frente nimbada de luceros, exclama: 450 Flor de Granado y Granado con voz ronca de amor, ¡viva la patria! Retumban los disparos en la oquedad serrana, y el brazo vengativo del coronel Lombera, que tiñe de rubíes el puño de su espada, levanta en la picota la testa de Antezana. Chispean en el cielo luciérnagas de plata, y albea la colina como una calavera, sonriendo a las estrellas con una mueca trágica. EPOPEYA LIBERTARIA orjando en fragua de astros, el hierro de sus sables, sostienen los vallunos noventa y seis combates, y en medio de una guerra de homéricos pasajes, aplastan la cabeza de fuego del Endriago que trituró montañas de plata entre sus fauces. Aún tiñen el cadalso crepúsculos de sangre, que incendian de carbúnculos el cielo rutilante; y el bravo guerrillero Guzmán Quitón asedia la villa de Oropesa, con huestes del Chapare. Mas el hidalgo prócer Recabarren evita que el pueblo se desborde rugiente por las calles; y envía ante el cabildo la dimisión del mando, que otorgan a Cabrera las masas populares. Después rige los nobles destinos de este valle, el brigadier 451 Francisco Javier del Granado (1913-1996) platense, Álvarez de Arenales, gobernador teniente y altivo comandante, que disputó a Pezuela, la libertad del Ande; pero el destino adverso de Ayohuma y Vilcapugio, donde perdió Zelada la flor de su falange, destruye a los indómitos centauros de Belgrano y obliga a los patriotas a detener su avance. Empero los jinetes de poncho y tercerola, que comandó en Oriente la espada de Arenales, batallan junto al pálido flechero de la luna, que hiende los bastiones del rey en Valle Grande; y vence en la Angostura, San Pedro y la Florida que cantan la epopeya de Santa Cruz y Warnes. Demandan su concurso las fuerzas auxiliares, y al son de los clarines que llaman al combate, engrosan los bizarros ejércitos del Plata, y hollando en Sipesipe colinas de cadáveres, traspasan con sus lanzas enristre al enemigo, en medio de un galope de potros relinchantes. Y luego de este choque de históricos alcances, que hundiera a los aliados en mar de lodo y sangre, se yerguen los vallunos con ánimo pujante y envueltos en la enseña que el huracán abate, se alistan en las filas del guerrillero Lanza, mientras Rondeau retorna vencido a Buenos Aires. 452 Flor de Granado y Granado Proclaman los patriotas del Tucumán, triunfante, la espléndida epopeya que fulguró en cantares, merced a los esfuerzos del nuevo Prometeo, que sangra encadenado por la deidad del Ande; mas la actitud resuelta del pueblo indomeñable, que amara con delirio la lumbre de su valle, corona las victorias de Sucre y de Bolívar, con el laurel glorioso que floreció en su sangre. Enjoyan el paisaje las lluvias estivales, que engarzan de luciérnagas arroyos y fontanas, y un grupo de paisanos en gesta memorable, declara independiente la tierra alto peruana, que defendió sus fueros en lucha de titanes. Sacude su proclama los riscos del Tunari, se lanzan a las armas los ranchos y ciudades; y al derrumbarse el régimen del español Assúa, asumen el gobierno, Guzmán y luego Sánchez. Ensalza José Antonio de Sucre el alzamiento que diera a nuestro pueblo derecho a gobernarse, y otorga a los vallunos la insigne Cruz de Guerra, que ostenta en su leyenda de heráldicos cantares: «La patria, a la bravía legión de Cochabamba», que consteló de gloria sus sueños inmortales. Después convoca el héroe la histórica asamblea, que graba en letras de oro los nombres venerables de Méndez y Terrazas, Cabello y Escudero, Cabrera, Vargas, Borda, Carrasco, Paz y Tames y el SEIS DE AGOSTO surge Bolivia soberana, entre un volar de cóndores y de águilas caudales. 453 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Florece una era nueva que en lumbraradas de oro, irradia el nacimiento de un país alucinante, y el genio de Bolívar se yergue entre las cumbres, dictando a la república sus leyes estelares. Se vista Cochabamba de idílico ropaje, adorna su cabeza de mirtos y de azahares; y espera la llegada del grande entre los grandes, que asoma por las vegas floridas de Pocona, cubierto por un manto de fúlgidos celajes; relincha su caballo de nieve en las quebradas, y ondean a su paso banderas de trigales. Rutilan en las calles, espadas y estandartes, repican las campanas, redoblan los timbales; y envuelto en una aureola de gloria fulgurante, sonríe a las doncellas el mítico soldado, de comba frente y ojos profundos y chispeantes. Lo escoltan los gallardos jinetes de Colombia y el pueblo alborozado le rinde su homenaje. El clero y el cabildo se inclinan a su paso, presentan los soldados sus armas centelleantes, y salvas de cañones saludan al invicto que conquistó mujeres y libertó ciudades. La villa se estremece de cánticos triunfales, y Zeus y Minerva coronan al coloso que holló bajo sus plantas la cima de los Andes, 454 Flor de Granado y Granado y alzando a las estrellas la punta de su sable, selló en el Colque Guacac la libertad de América, en medio de un oleaje de enseñas tremolantes. El auriga que blande su tralla de relámpagos fustiga en las callejas su cuadriga piafante, y rueda la dorada carroza de Bolívar, cubierta por un palio de lumbres siderales; y rizan con sus alas la flor de la campiña abejas de oro obrizo en vuelos prenupciales. Pues deslumbrado el genio, por la princesa grácil, comparte en Calacala su lecho epitalámico, soñando con un predio de ensueños pastorales, y un huerto campesino de lírico follaje, que arrullen las palomas y el canto de las aves. Vislumbra el estadista con mente visionaria que gracias a este pueblo, Bolivia será grande, y pide que el gobierno del héroe de Ayacucho, constele en nuestra tierra su alcázar de diamantes, pues ve que Cochabamba la reina de los valles, extiende a la república sus brazos maternales, y anilla con la estepa los llanos del Levante, los ríos, las montañas, los bosques tropicales, los lagos de esmeralda y el reino de El Dorado, que en medio de la jungla buscó Ñuflo de Chaves. Y, levantando al cielo su frente soñadora, dialoga con los astros en cósmico lenguaje, sobre esta heroica villa que en alas de Pegaso, trizó su lanza de oro como el Hidalgo Andante. 455 Francisco Javier del Granado (1913-1996) ROMANCE DEL HÉROE h, general don Esteban honor y prez de la historia, canción de huayño serrano que en los charangos retoña. Tu nombre llegó a nosotros cuajado en sangre de coplas y floreció en la garganta silvestre de las palomas. Fue en esta tierra morena donde las quenas sollozan y el sol que dora las mieses canta en las tiernas mazorcas, donde tus manos forjaron aquella hueste gloriosa que socavó con sus huesos los fuertes de la Colonia. Ríos de sangre brotaron del corazón de las rocas, y el fuego del exterminio redujo a escombros las chozas. Fue ruda y larga la guerra, mas, la raigambre criolla, medró en silencio de cruces como las jarkas coposas; y cada rama fue en brazo, y cada brazo un patriota. La Virgen de las Mercedes perdió sus dedos de rosa, por restañar las heridas donde los sables se embotan, y los caudillos del pueblo fueron izados en la horca, como banderas de triunfo que en el arco iris tremolan. 456 Flor de Granado y Granado El alba segó las mieses con su guadaña de alondras, sembrando polvo de luna sobre la augusta memoria de aquellos hombres bravíos que armados de sus picotas, cavaron el horizonte para que alumbre la gloria. ¡Ay! general don Esteban, flor de charango y paloma, qué duros vientos soplaron sobre esta tierra de auroras, cuando los wauques bizarros tiñeron en sangre roja, la copa de los chilijchis que incendia el sol de Viloma. Pero jamás tu alma grande se doblegó en la derrota, y vencedor o vencido fuiste el Quijote de Aroma que acicateando a su potro que ante el nevado resopla, contra un molino de viento trizó su lanza ilusoria. Porque los hombres del valle hechos de arrullo y de roca, son fieros como el torrente que se desborda en las lomas, y altivos como las cumbres donde los cóndores moran. Las nubes se disiparon en un airón de gaviotas, prendiendo un haz de leyenda sobre las viejas casonas de la romántica villa que las retinas asoma: 457 Francisco Javier del Granado (1913-1996) con sus balcones labrados y sus callejas tortuosas; donde creciste, Aguilucho de la insurgencia criolla, enmadejando horizontes en tus pupilas indómitas. Tu espada talló en los riscos el himno de la victoria, y urgidas de primavera reflorecieron las lomas, bajo el resuello del viento que los capullos deshoja, para enflorar el sendero por donde marchan tus tropas. Porque esta patria que amamos hecha de fuego y aurora, nació a los senos frutales de las mocitas criollas, y es hija de esos guerreros tiznados en sangre y pólvora. La selva meció tu sueño con el rumor de su fronda, y destrenzó de crepúsculos su cabellera olorosa, sobre el fanal de luciérnagas donde tus restos reposan. El tiempo pasó descalzo sin dejar musgo en tu fosa, y es a través de los siglos que se agiganta tu sombra, sobre la América libre que te bendice y te invoca, como al más bravo caudillo de los que ilustra su historia. Oh, general don Esteban, espada de los patriotas, 458 Flor de Granado y Granado valluno de pura sangre tallado en fibras de roca, tu imagen de alto relieve quedó acuñada en la aurora, y hoy como ayer, en el alba, cantan campanas de gloria. 1964 ROMANCE DEL VALLE NUESTRO ROMANCE DE LA NIÑA AUSENTE ue en esta tierra valluna, cantar de sol y payhuaro, que desgrané mis romances al pie del Ande nevado, cuando surgió en mi camino, sobre los surcos preñados, aquella niña de ensueños, ¡aurora y flor de mi pago!, que deslumbró mis pupilas y puso miel en mis labios, embelleciendo mi vida como un paisaje serrano. Por ella me hice poeta, y amé en sus ojos sombreados, la lumbre de las auroras y el vuelo azul de los astros, que cantan al Ser Supremo, bajo el fanal del espacio. Fue nuestro amor un idilio de tierra ardiente y riacho, que floreció en el arrullo de los hulinchos montanos, cuando mis manos sedientas de eternidad, destrenzaron el oro de los trigales, sobre sus hombros de nardo. 459 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Sentí en su cuerpo de mieses calor de predio sembrado, piar de nido en su boca, amor de madre, en sus brazos, y acariciando en las lunas el fruto recién logrado, canté a mi valle nativo con voz de gleba y charango. Canté la agreste belleza de los paisajes serranos, la espuma de los torrentes, la sierra parda y el llano; la nieve de las montañas y el latigazo del rayo que incendia los horizontes en fulgurar de topacios. Canté las fiestas aldeanas y las faenas del agro, donde los rudos labriegos encallecieron sus manos, agavillando en las eras la mies cuajada de granos, que salpicó en las quebradas el trino de los chihuacos. Canté a las mozas de Colpa y a los varones de Ciaco, que medran en los breñales como las plantas de cacto, sorbiendo el cielo en sus ojos y la poesía en sus labios. Canté la vida del ayllu, ¡himnos de sol y trabajo! que arracimó las estrellas en el clarín de los gallos. Y hundí mis pies en los surcos como las raíces de un tacko, 460 Flor de Granado y Granado para absorber en su médula el alma del pueblo indiano, que floreció en el ramaje de las cantutas del Lago. En fin, canté los crepúsculos, el cielo azul, el regato, la lumbre de la encañada y el canto en flor de los pájaros; porque en mis venas bullía la sangre de mi terrazgo, y el madrigal de ternura que me brindaron los labios de aquella niña de ensueños, ¡aurora y flor de mi pago! Pero no quiso el destino que continuase cantando, y vi quebrarse su imagen en el cristal del remanso. La vida se me hizo triste, sentí el vacío en mis brazos, dolor de ausencia en mis ojos, sabor de hiel en mis labios. Y anonadado y doliente quedó mi ser meditando en las miserias del hombre, ¡polvo de luz y de átomo! que hizo inmortal el espíritu, en el dolor del arcano. La larva del pensamiento rasgó el capullo en mi cráneo y abrió sus alas de angustia sobre el idílico tálamo, donde ya nunca la amada me estrecharía en sus brazos, acariciando mi frente donde los sueños nidaron. 461 Francisco Javier del Granado (1913-1996) ¡Ay!, qué recuerdos evoca la vieja casa del rancho, donde mi vida fue un sueño desvanecido en sus manos, y el canto de las alondras segó su nombre en mis labios. Y desde entonces, sin rumbo, sin fe, ni amor, por los campos, huyendo voy de mí mismo como una sombra sin llanto. LAS HOGUERAS DE SAN JUAN urió el crepúsculo de oro sobre las cumbres violetas, iluminando de ensueño la dulce paz de la aldea; y el cabrilleo chispeante de las fugaces luciérnagas, prendió un collar de fogatas en su garganta morena. La noche cubrió los campos en marejadas de niebla; y desgranando en cantares la blonda mies de las eras, inflamó el viento del risco la ardiente pira de leña, que deshojó entre sus llamas el corazón de la sierra. Junto a las rústicas chozas de la familia labriega, donde florecen los cactos y los pallares se enredan al viejo molle rugoso que huele a sol y pimienta; 462 Flor de Granado y Granado los niños del rancherío triscaban cerca a la hoguera, que crepitante de leños se retorcía en la senda, hipnotizando a los astros como una inmensa culebra. Sentados junto a la lumbre, sobre unos poyos de piedra, parlaban los campesinos entre sabrosas consejas, de tiempos que se esfumaron en haz de ensueño y leyenda; mientras danzaban las indias en la cromática rueda, al son de un huayño nativo que sollozaba en las quenas. Pasado el baile, las mozas, en ruedo con las estrellas, huyeron de los gañanes que acechan su primavera; y salpicando la rosa de sus mejillas trigueñas, en claros chorros de plata cantaba el agua en sus trenzas. ¡Qué imperio ejerce en los hombres aquella noche serena, en que las fuerzas del cosmos ruedan en ronda de esferas, carbonizando los cielos al copular con la tierra! Noche de amor y de sangre que los pastores celebran con las zampoñas del risco y el arpa de la pradera, mientras el viento preludia baladas de Noche Buena. 463 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Noche de grandes silencios y de profundas ternezas, en que maduran los frutos y las cabrillas revientan. Noche de intensos dolores y jubilosas entregas, en que la oveja parida modela sobre la gleba, con el calor de su aliento, tiernos vellones de seda, que tientan entre las ubres tibiezas de vida plena. Noche de agua, y de fuego que purifica la tierra y cubre el cielo estrellado con una densa humareda, para impedir que la luna celosa de las doncellas, degüelle al santo Bautista sobre las ríspidas breñas, que Salomé ensangrentara con el rubí de su testa. Y, en esa noche propicia, de expiaciones supremas, en que las sombras nocturnas dialogan con las estrellas, San Juan pasó por el valle después de un año de ausencia, en medio del fuego sacro y el humo de las hogueras, que ciñen la serranía con una roja diadema. 464 Flor de Granado y Granado LA SIEMBRA oló el chihuaco del alba sobre las quiebras rocosas, y desgranando en gorjeos de luz, su voz jubilosa, clavó una saeta de trinos al corazón de la aurora. Celajes de ágata y oro tiñeron las banderolas, que en el testuz de los bueyes gallardamente tremolan; y descuajando de hierbas la barbechera lamosa, rasgó el vigor del arado la tierra ardiente y pletórica, que estremecida de polen se engalanó de gaviotas, para arrullar en sus vísceras el germen de las mazorcas. Polvo de sol que fecunda la Pachamama gozosa, y colma su entraña ubérrima donde la sangre retoña. Misterio azul del origen, fuerza perenne y remota que eternamente renueva la muerte en vida gloriosa. Canción de savia y simiente que el sol madura en las pomas, para nutrir con su fuego la vida que al surco asoma. Bondad de Dios, que las manos de bendiciones enflora, y con ternura materna derraman las sembradoras; 465 Francisco Javier del Granado (1913-1996) aprisionando paisajes en sus pupilas absortas, donde se yerguen las cumbres con sus penachos de sombra, y se matiza de ulalas la serranía fragosa que al valle extiende sus brazos en horizonte de auroras. Floreció el día en el predio tibio de sol y palomas, y terminada la siembra del chaupisuyo y la loma; mientras pitaban los indios y acullicaban su coca, Lucía se fue al villorrio meciendo un ánfora roja, entre sus brazos torneados y sus caderas redondas. ¡Qué olor de tierra fecunda flota en su carne morocha, propicia como el barbecho para la siembra creadora! Sangran sus labios jugosos, y bajo el ajsu, sazonan, sus senos recién combados como dos frutas pintonas. Juegan al viento sus trenzas, el río su cuerpo añora, y sus caderas repican para la noche de boda. Florencio la vio alejarse por la quebrada de Colpa, acariciando la brisa con su garganta de alondra; y ebrio de amor y deseo pensó rendirla en la fronda. 466 Flor de Granado y Granado Pero, no pudo seguirla, porque la tierra es celosa y no permite al labriego que la abandone por otra, cuando el misterio del germen desprende su fuerza cósmica, para plasmar nuevos seres en sus entrañas recónditas, por más que acechen los ojos de algún rival a la moza, y las abejas del campo ronden la flor de su boca. Pues, nadie rompe el hechizo de la telúrica diosa que en la plegaria del alba los campesinos invocan; hasta que el óvulo henchido de germen, cuaje en la cópula, y el sol proclame en los surcos su luminosa victoria. LA TRILLA n ronda por los peñascos que el agua talló en cantares, el viento robó la flauta de las torcazas del valle, y perpetuó la promesa del sol en blondos oleajes. Madura de espera y trinos la mies sintió desgajarse y el oro de los crepúsculos se derramó en los trigales. Canción de espigas y estrellas la noche sembró en el aire, y destrenzando de sombras su cabellera ondulante, 467 Francisco Javier del Granado (1913-1996) cubrió los campos dormidos bajo el tupido follaje. Amaneció el rancherío soleado de palomares, y los labriegos partieron para segar madrigales, aprisionando en sus ponchos la llijlla de los celajes y el vellocino de oro de las majadas solares. Humedecida de auroras cayó la mies palpitante, sobre la tierra olorosa que la nutrió con su sangre, y enloquecidas las hoces por el temblor de su carne, desmelenaron rastrojos y agavillaron romances. Bruñendo de oro la espalda de los vallunos jadeantes, rodó en cascada de gemas el áureo penacho de haces; y apilonada la torre de espigas crepusculares, se enroscó el sol en las eras estrangulando la tarde. Por las callejas del pueblo gimió el charango galante, y un remolino de coplas revoloteó en espirales sobre los túrgidos senos de las zagalas errantes, que enfloran de primavera su estampa de líneas gráciles. ¡Qué olor de huerto llovido tienen los muslos fugaces, 468 Flor de Granado y Granado cuando se rinde la moza como una flor de romance, y la era guarda el secreto lunado de los amantes! Otoño cuajó en el cielo la sangre de los rosales, y salpicando rocío de trinos sobre el paisaje, una alborada de pájaros se desgajó de los sauces. Gemía el viento en el bronco pututo de los menguantes; izaba el sol en las cumbres su luminoso estandarte, y atropellando la pampa como un tropel de huracanes, pasó entre nubes de tierra la caballada piafante. Ebrios de sol y guarapo gritaban los caporales, y hundiendo las roncadoras en los nerviosos ijares, alborotaron los jacos con el rebenque chasqueante. Salpicó polvo de estrellas de los lucientes herrajes, y en una tromba de espuma giraron los animales, desmenuzando las parvas en rutilar de collares. Rasgó un relámpago de oro la pajcha de agua espumante, y las imillas del ayllu en danza con los gañanes, ciñeron la era en sortija de brazos primaverales. 469 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Trillada la última curva del ruedo de gavillares, desnudó el viento la paja con las horquetas punzantes, y relumbró entre sus manos el seno de los trigales. Cargado por los nativos sobre un hualucu rampante, se irguió el apóstol Santiago capitaneando los aires, y desfilaron los indios bajo los arcos fragantes, challando la Pachamama con misteriosos rituales. Bebió la tierra en el cuenco de la encañada radiante, y el jilakata más viejo clavó una cruz de pallares, sobre la cúpula de oro cuajada de trinos de ave. Y al rudo trueno del bombo preñado de tempestades, sangró en las quenas nativas el corazón de los Andes. LA COSECHA a aurora cubre los cerros bajo un fanal de violetas. Los indios rasgan charangos alrededor de la hoguera. Frescas mocitas se escarchan como el rocío en la hierba, y del coral de sus labios vuela un enjambre de abejas. José Fernández, al moro caracoleante, sofrena, 470 Flor de Granado y Granado y airosamente desmonta entre un repique de espuelas. Juega el chimborno en sus dedos, sus botas muerden la tierra; dulces racimos de mozas pican sus manos hambrientas, y hunde el puñal de sus ojos en Flora la molinera, hija del bravo curaca y de una hulincha colpeña. Jugosa fruta del valle con trenzas de madreselva, pían sus senos caricias, sangra su boca doncella. Gloria de curvas su cuerpo, su cara dulce y trigueña, granos de quinua sus dientes, sus ojos dos uvas negras. Su carne prieta y fragante emana embrujos de siembra, y deslumbrado el mestizo la elige su delantera. El potro oliendo los muslos lanza un relincho de guerra. Herida por las tipinas cruje la panca reseca; chacmiris y tipidoras avanzan en larga hilera, como dos brazos abiertos para estrechar sementeras. Palliris y suca-sarus curvan la espalda en la gleba, buscando mazorcas de oro dormidas sobre la tierra. El huillcaparo desborda de las timpinas repletas, 471 Francisco Javier del Granado (1913-1996) hinchando enormes costales que con sus dientes golpean los huaraqueris de Arani, temibles en la pelea. Por el camino de sauces los carretones se alejan, desgarra el viento en chasquidos el flaco ijar de las bestias, y los gañanes preludian una canción de la sierra. Zumban mosquitos de lumbre, circula el sol en las venas, y los pulmones se embriagan de acres vaharadas de tierra. La gente sale a la sama, Flora en la suca se queda hilando un tierno romance hecho de amor y de espera. El jarkasiri murmura que arde la flor de la aldea, y cuchichean las indias que habrá mañaca en la hacienda. ¡Ay! que ruedo de mocitas en la casa solariega cuando enlune el nina-pilco su garganta de luciérnagas, y se cuaje en los almendros la plegaria de la tierra. El campo colma de dones las esperanzas labriegas; reboza el maíz los graneros, relumbra el trigo en las eras. Una parvada de imillas retoza por la pradera, cargando al hombro su paga dulce regalo de tierra. 472 Flor de Granado y Granado Los cerros y los caminos lucen sus ponchos de fiesta y la encañada se viste de campanillas solteras. El sol incendia en las cumbres el asta de sus saetas, y se alborotan las coplas que en el charango revuelan, mientras las mozas se cimbran en remolinos de entrega, y los mancebos del rancho barren el ala trovera. Se enflora el viento de huayñus y requebrando a la aldea, sangre de sol y paloma derrama sobre las quiebras. El mayordomo embozado en poncho de polvareda, sobre la grupa del potro rapta a la grácil mozuela, y el cielo comba su cúpula en una fragua de estrellas. SAN ISIDRO LABRADOR e emboza el cielo del ayllu en poncho de cordillera y el oro de los trigales ciega en gavilla de gemas para bruñir la corona de san Isidro, en su fiesta. Pasó la salve, en el templo chisporrotean las velas, y alborozando de júbilo el corazón de la aldea, nievan palomas de luna que el campanario aletean. 473 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Frondosa de terebintos la plazoleta jadea, bajo un torrente de chasquis rodados desde las quiebras, nudoso bordón de plata sus manos capitanean, y en las pupilas florecen la lejanía y la estrella. Asorda el aire un zumbido de bombos y camaretas; sangre de abejas exprimen las julajulas y quenas, y a las mocitas del rancho cuenta el quirquincho su pena. En raudas curvas de fuego los buscapiés serpentean por estallar en los muslos de las imillas solteras; y desflorando de un brinco las opulentas praderas, revientan toros de cohetes en luminosa reguera al olfatear en la brisa olor de ulalas doncellas. Ya las palomas del alba pican el trigo en las eras. El arco del horizonte tenso de pampas clarea y encima de los picachos el sol sus alas despliega, estrangulando en sus garras airones de cordillera. Atruena el eco un petardo que convulsiona la gleba, y a las potrancas del viento garrido pututo encela. 474 Flor de Granado y Granado Bajo el fanal de la aurora sonríe un niño a la estrella iluminando el retablo que talló el agua en la sierra, y las torcazas lo acunan en su garganta de seda. El viejo cura del pueblo, trinos de pájaro ciega en las espigas maduras y en las mazorcas morenas que engarzaron los labriegos en gavillas de luciérnagas; y bendice la semilla que a san Isidro le ofrenda el amor de los nativos enraizados en la tierra, como el molle cuyas ramas de nido, al cielo, se elevan, para que trinen los pájaros en un columpio de estrellas. Erguido sobre las andas pasa el Señor de la aldea, acariciando las nubes bajo los arcos de fiesta, que enfloraron de plegarias las mocitas altaneras con la chasca de sus ojos y la noche de sus trenzas. Callahuayos y cullacas chispeantes de lentejuelas tejen de danzas la ruta que la diablada despeja trazando en vuelo de látigos una parábola fiera. El sol que aguija las yuntas clava el arado en la gleba, 475 Francisco Javier del Granado (1913-1996) y ardiente como hembra en celo la Pachamama se entrega. Lluvia de espiga y mazorca fecunda su entraña abierta y en el testuz de los bueyes el crepúsculo llamea. Ya el sembrador de horizontes por las colinas se aleja, desgranando su rosario de gaviotas en la senda. Un resplandor de cocuyos nimba su imagen trigueña, bordado poncho de puñi sobre sus hombros flamea, y agavillando de nidos su tierna mano labriega nieva de almendros los huertos y dora de mies las eras. Ciñe su pecho una chuspa donde el arco iris se enreda, pican rocío los pájaros en sus sandalias de hierba, y el cielo escarcha en sus ojos una plegaria de estrellas. EL MUCCUY ugando con los molinos que ruedan en la quebrada canta en cantares de espuma en los rodeznos, el agua y el sol engasta brillantes en su abanico de nácar. Es mediodía, los huertos huelen a tierra mojada y en el remanso del cielo flotan airones de garza. 476 Flor de Granado y Granado Trepando la serranía por los peldaños del abra la aldea cimbra su talle de sauce, sobre la pajcha. Pica el tarajchi en sus labios panales de lachihuana, y reventona de trinos se abre a sus pies la encañada. Sangra el clavel del crepúsculo sobre su pecho de ulala, y salpicando de estrellas la acequia que en la hondonada repta como una serpiente de cascabeles de plata, la luna nieva el picacho de las agrestes montañas. Ronda el charango trovero las chozas de rubia paja, donde florece el arrullo de las palomas montanas y las mocitas del muccuy desgajan la noche clara, cascabeleando su risa como enceladas potrancas. Enardecida la tierra sueña en los brazos del agua, y el sapo cantor de estrellas toca en sordina su escala. Evacha Ulunqui, capullo de la floresta serrana, hila en su talle de chillca el huayno de las guitarras, y aprisionando en sus senos rosas de nieve y de grana, miel de panales silvestres exprime de su garganta. 477 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Riza una mano de fuego la espuma de sus enaguas, y avergonzada la imilla siente agolparse en su cara la sangre de los chilijchis que incendian las abordadas, pero, la audacia del mozo, su carne en flor avasalla y urgidos de luna nueva se pierden bajo las jarcas carbonizando los astros en sus nocturnas pestañas. ¡Qué embrujo de primavera tiene el muqueo en la pajcha cuando se rinde la arisca doncella sobre las parvas, y estremecido de polen el viento agita sus alas! ROMANCE DE LA QUEBRADA ocita de la quebrada, canción de tierra llovida, en tus pestañas de sombra quedó la noche cautiva y picotearon los huaychos las chascas de tus pupilas. El viento de la mañana meció tu talle de espiga segando lumbre de auroras en madrigal de gavillas y los chilijchis maduros sangraron en tu sonrisa. Tu planta nevó de cactos las quiebras de la alquería, 478 Flor de Granado y Granado y derramando silencio de estrellas sobre mi vida tus ojos iluminaron mi corazón de poesía. Mocita de la quebrada, ulala de agreste cima, tus pechos de espuma y fresa son dos palomas ariscas, y deslumbrado de gracia por tu belleza florida, mi corazón de labriego ¡canta a la tierra nativa! LA CHIVADA eptiembre llegó danzando la ronda con las zagalas, flotaba al viento su poncho de huayños y de antahuaras y una nina pilco de fuego de su bandurria volaba. El cielo vació su cántaro de estrellas de oro, en las charcas, y los almendros nevaron de flor y trino sus ramas. Picaron los chiruchirus el trigo de la alborada, y arracimando rocío de auroras en su garganta tendieron sobre los campos el madrigal de sus alas. Chaqueaba la honda bravía rasgando el aire en la pampa, donde la gente del rancho desgajó el alba en fogatas, 479 Francisco Javier del Granado (1913-1996) y ebrios de fuego y coraje los campesinos peleaban por disputarse el cabrito en la sangrienta chivada. Rugió el pututo del ayllu sobre las cumbres nevadas, y avasallando los riscos donde los vientos bramaban el aletazo del cóndor estremeció la montaña. Gemían las julajulas y en la fragosa quebrada brotó un capullo silvestre como las flores de ulala, iluminando de ensueño los madrigales del alba, porque en sus ojos, la noche, dejó olvidadas dos chascas. Nunca mozuela tan grácil rimo su talle en Pocoata ni los tarajchis gustaron fruta más dulce y lozana que aquellos labios jugosos de reventona granada. Pero Isabel era esquiva como taruga montana, y en vano gimió el charango rondando por la comarca la roja flor de sus senos que piaban como torcazas, sin conseguir que la hermosa doncella se doblegara madura de sol y besos sobre la hierba escarchada. 480 Flor de Granado y Granado Hasta que al fin, en el tincu, ardió de amores la ulala por un gallardo mancebo chalán de imillas serranas, que en fiero reto a los indios más bravos de Curubamba lanzó al chivato en el aire y enlazó el rayo en sus astas. Afrontó el lance otro aldeano que a la mocita trovaba, sembrando coplas de fuego bajo la noche estrellada. Y sobre el dorso desnudo de aquella hirsuta lomada que blasonó el luminoso penacho de la alborada, los hombres descoyuntaron el chivo de híspidas barbas carbonizando sus ojos como encendidas cayaras. Redobló el bombo nativo, se desgranaron las cañas, y floreció la sonrisa de la preciosa zagala, cuando el indómito Choque irguió su frente bizarra como las crestas del Tuti donde el crepúsculo sangra, y derribando al labriego que rodó herido sus plantas, segó el testuz del cabrito con la fiereza del águila. 481 Francisco Javier del Granado (1913-1996) CANCIÓN DEL COLUMPIO or los caminos del alba san Andrés llega tocando las campanas de la aurora con sus manos de milagro. El cielo pliega su túnica de estrella sobre los tarcos, y se cuajan de rocío las gargantas de los pájaros. Arisca moza, la aldea, carga en sus hombros torneados, la gavilla de horizontes que escarbaron los chihuacos, y el aguilón del Levante persigue por los barrancos, la nevada de palomas de sus senos azorados. Fosforecen de luciérnagas las pupilas del remanso, y alborea de plegarias el terroso campanario. Por la quebrada florida de enredaderas y tackos, donde ovillan las cigarras el luminar de su canto, atropellando los vientos pasa un jinete bizarro, y se derrama un relincho de polen sobre los prados. Noviembre, rindiendo imillas, luce su poncho de cactos y ebrio de lumbre de auroras siembra de coplas los ranchos. 482 Flor de Granado y Granado El corazón de la tierra florece de su charango, y el chumpi del arco iris a su cintura enroscado como una enorme serpiente, trenza el aire de relámpagos. Sutil romance de amores hila con sangre el verano, y alborozadas las mozas sienten su dulce reclamo. Ágil penacho de nubes flota al sol del meridiano, y el ceibo añoso de trinos mece a la aldea en sus brazos. Zaida, la estela del alba, ¡flor del columpio serrano!, en sus caderas repica las campanillas del agro. Pían sus senos hulinchos, sangran abejas sus labios, y airosamente se yergue para rimar con el árbol. Manos de fuego y espera toman la huasca del cabo, y la mozuela florece en la huallunca, de un salto. Bajo una lluvia de ulalas cimbra su talle de álamo, huele su boca a canciones, su cuerpo sabe a manzano, y la ardiente nina-nina de sus ojos almendrados, pica el alma de los mozos que en los muqueos del rancho, la requebraron de amores con vidalitas y huayños. 483 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Pero la imilla sonríe a Benjamin Alvarado, tallado en fibras de molle por la cuchilla de un rayo. Nunca mocita más linda vieron las tierras de Ciaco, ni ardieron tincus de sangre donde murieran más bravos, por segar con hoz de luna la sortija de sus manos. Fue aquel columpio la fiesta más luminosa del año; plenas de luz las pupilas se coagularon de campo. Cantar de arrullo y torrente la chicha de huillcaparo, se desbordó de las ánforas relampagueando topacios; y en abanico de trinos se abrieron sobre el charango, las alas de los tarajchis que desfloraron sus labios. La llijlla de la encañada anilló el sol de presagios. Rozó el columpio travieso la cresta de los picachos, crujió la rama musgosa, se destrozaron los lazos; y desgajando la copa de los chilijchis lozanos, como una flecha de fuego voló la moza al espacio, ensangrentando las rocas con el clavel de su cráneo. El viento barrió las nubes en los ojos asombrados, y abrió su cola de estrellas el pavo real del ocaso. 484 Flor de Granado y Granado LA TORMENTA ra el cuatro de diciembre, santa Bárbara doncella doblegó sobre las rocas su garganta de azucena, y el hachazo del relámpago cercenó su rubia testa salpicando con su sangre los picachos de la sierra. Tembló el valle estremecido por la voz de la tormenta que rugiente retumbaba por los llanos y las quiebras, incendiando las colinas en fulgores de luciérnagas. Rodó el fuego del torrente por el dorso de las breñas, y arrasó los sembradíos que columpian en la vega, bajo el ala cariñosa de las chozas chacareras, donde el indio soñó un día ser el dueño de la tierra. Salió el río de su cauce y bramando en la ribera, hizo trizas los reparos de las chacras lugareñas, el vallado de los huertos, los cortijos y praderas, donde pacen las vacadas y las cabras ramonean, a la sombra de los sauces que derraman su cimera florecida de gorjeos, en las tardes soñolientas. 485 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Nada pudo ni el coraje de los peones de la hacienda, que retaron a la muerte sepultados en la ciénaga, enjaulando en sus pupilas agrandadas de tragedia, el cadáver del curaca que flotaba entre la niebla. Repicaron a rebato las campanas de la aldea, y arañando las entrañas doloridas de la gleba, las mujeres y los niños escalaban por la cuesta, fustigados por el viento que gemía en la arboleda. Quedó el rancho derruido, se perdieron las cosechas, y la noche cubrió el valle con su manto de tinieblas, desgarrando en el silencio rumoroso de la sierra, el aullido de los canes y el dolor de las estrellas. LA VIRGEN DE QUILIQUILI errana Virgen del valle, silvestre flor de mi rancho, rumor de viento y espiga, canción de lluvia y charango que se escarchó en la garganta de las palomas del campo. La noche sembró de estrellas la gloria azul de tu manto, y en alba de oro y diamante brotó la aurora en tus manos. 486 Flor de Granado y Granado El viento talló tu efigie sobre los altos picachos donde las águilas vuelan en espiral de aletazos, avizorando horizontes perdidos en el espacio para engarzar en sus ojos la chispa de los relámpagos. Cantó la tierra nativa bajo tus plantas de nardo, y el cerro de Quiliquili se convirtió en el retablo donde florece tu imagen hecha de amor y milagro, alas de luz y plegaria, piar de alondra y de huaycho. Trigueña virgen del valle, señora de los nevados, cantar de risco y torrente que se desborda en los labios de las aldeanas de Muela que ascienden a tu santuario, segando albor de amancayas en los agrestes peñascos donde en las noches brumosas rezan el viento y el rayo. Escucha la voz de ruego de nuestro humilde populacho que se arrodilla a tus plantas para enflorarte las manos; y alzando al cielo tus ojos donde fulguran los astros bendice la Pachamama y el corazón del remanso para que cante la espiga y el sol fecunde el terrazgo. 487 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Bendice las barbecheras donde los indios del campo aguijonearon las yuntas hasta que sangre el ocaso, como una rosa de fuego sobre la cruz del arado. Bendice las sementeras donde germinan los granos que rasgan la entraña virgen del predio recién lameado. Y cuando el viento coplero rice de luz los payhuaros y grane en rubias mazorcas la dulce voz del chihuaco, libéralos, Madre Nuestra, del ventarrón y el guijarro. Bendice el huerto llovido que huele a flor de durazno, y granizando de azahares la copa de los naranjos sazona en frutos de oro los pensamientos del árbol. Bendice la hirsuta loma donde se aprisca el rebaño ensortijado las nubes en sus vellones nevados. Las chozas de los pastores que atisban por los peñascos, la estrella de la alborada, y el aletear de los pájaros; lluvia de sol que columpia en los trigales del pago. Bendice, en fin, Madre Nuestra, el agua, el aire y el campo; la lumbre de los hogares, y el cementerio serrano, 488 Flor de Granado y Granado donde los nuestros se fueron por un sendero muy largo a reintegrarse a la tierra y convertirse en un árbol, que alzó sus ramas al cielo para estrecharte en sus brazos, cantando el Regina coeli, ¡aurora y flor de los astros! EL OCASO DE LOS VALLES vos, que sois poeta de alto vuelo como el cóndor andino, y sentís reventar en vuestro pecho un madrigal cuajado de rocío. A vos, que sois amado de las Musas y habéis sido elegido para cantar al corazón de América, como cantó Darío, en la lira de perlas del Atlántico y en el arpa sonora del Pacífico. Os envío esta lírica paloma que arrullaba mi huerto campesino, en las tardes doradas del otoño y en las claras mañanas del estío, y ella os dirá lo mucho que os recuerda vuestro sincero amigo, que se quedó embrujado en las montañas de su país nativo, para ofrendar su canto a las estrellas en florecer de trinos. Ya que no puede hacerlo con la tierra, pulsando su charango amanecido en la ronda nocturna de las mozas que enfloraron sus labios de suspiros; porque el valle se encuentra despojado de canciones y nidos. 489 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Esta ya no es la tierra en que el Bicorne coronado de mirto, consumaba sus nupcias pastoriles en grutas de jacinto, deshojando en sus manos sempiternas los senos florecidos, y exprimiendo la miel de sus panales en suave caramillo. Este ya no es el valle en que los hombres de corazón idílico, usaban la guadaña de la luna para segar el trigo, engarzando en el oro de las mieses el fulgor de topacios vespertinos. Y vivían en rústicas cabañas como patriarcas bíblicos, rodeados de sus bueyes y carneros de blancos vellocinos que esquilaban en días consagrados a estudiar el zodíaco, observando con ojos avizores los estelares signos; el vuelo de los pájaros copleros y el rumbo de las nubes y ventiscos, que presagian los meses de bochorno o las fieras tormentas de granizo; la canción de las lluvias promisoras y el bramar de los ríos, que fecundan de limo los barbechos o arrasan los bajíos. Esta ya no es la tierra en que los hombres adoraban a Dios en el rocío, en el cántico azul de las estrellas y en la gloria del astro peregrino. Esa tierra de flor que por milagro fue aquel jirón de cielo desprendido, 490 Flor de Granado y Granado donde alzaron mis brazos con esfuerzo los alares del techo campesino, que cubrió bajo su ala protectora las tibiezas de nido, de ese alcázar de amor donde soñara cobijar a los niños, y pasar la vejez que se aproxima con sus pasos vacíos. Yo partía mi pan con los labriegos, me sentía feliz de ser su amigo, asistía a las faenas campesinas que eran fiestas de sol y regocijo; y jamás las mazorcas del granero, las saquearon a tiros, ni las parvas de oro en los alcores abrasaron en llamas los bandidos. Hoy se encuentran desiertos los poblachos, las haciendas taladas a cuchillo; y las viejas casonas solariegas, entre ruinas, sepultan su prestigio. La campana de plata del arroyo ya no canta en las aspas del molino; ni en el huerto con arcos de arrayanes, hay nevada de mirtos. Los humildes labriegos de mi valle alistados en hordas de exterminio, asolaron ciudades y villorrios, sin piedad del vecino. Y empuñaron el hacha centelleante con salvaje alarido, derribando al fulgor de los relámpagos el bosque de eucaliptos, que legara en mis años juveniles como herencia a mis hijos, sin soñar que mis sueños se esfumasen en espiras de humo fugitivo. 491 Francisco Javier del Granado (1913-1996) El barroco santuario de mi aldea, de tallados retablos de oro obrizo, que bendijo en los tiempos coloniales, con rocío de trinos, San Isidro, ya no escucha el cantar del campanario, ni la tierna plegaria de los niños, que nevaban la Pascua, de palomas, y la azul Navidad, de villancicos. Pues el hálito rojo de los bárbaros apagó la alborada de los símbolos, que irradiaron los dones del espíritu en los brazos de luz del cristianismo. Dulce bardo, los tiempos han cambiado, y retumban tormentas de pedrisco que envenenan el agua del regato y el espíritu ingenuo de los indios. ¡Ay! de aquellos perversos que sembraron el rencor entre blancos y nativos, en orgía de trágicos degüellos troncharán sus cabezas en los riscos. En el pecho del hombre hay una cueva donde duerme la fiera del instinto, y maldita la voz que la despierte ¡devorará a sus hijos! Pues la guerra civil será tremenda entre indios, criollos y mestizos, y en torrentes de sangre fratricida se ahogarán nuestros lauros epinicios, y ¡ay del pueblo! que escupa a las estrellas, rodará en el abismo. Noble poeta, estos brotes de barbarie que ensangrientan la palma y el olivo, ¿quién pudiera borrarlos en la fuente donde beben las almas el olvido? 492 Flor de Granado y Granado ¡y se elevan al cielo luminoso en un halo de auroras y zafiros! ensalzando en sus cánticos de gloria el poder del espíritu divino. Pues el alma, es átomo de lumbre del fanal del espacio desprendido, donde rueda la ronda de los astros en el ruedo del cosmos infinito, alumbrando la noche de los tiempos y el dolor de los pueblos oprimidos. Nubarrones de lágrimas y sangre se encresparon por todos los caminos, y galopa en la rosa de los vientos el monstruo apocalíptico. ¡Ay! amigo, quedaos en las playas plateadas de ese río, que despliega su causa de horizontes en soberbio abanico; hasta que Dios se apiade de nosotros y lo envíe al Ungido, que rutile en la cruz de las estrellas, sobre el valle derruido, enhebrando de amor la lid agraria, con el alma en plegaria de rocío. Y veréis florecer en alba de oro el espíritu azul de un Nuevo Siglo. 493 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1966 ENTREVISTA POR PEDRO SHIMOSE KAWAMURA SÓLO QUIERO LLEGAR AL CORAZÓN DEL PUEBLO o me siento ni más ni menos. No tengo pretensiones de ninguna índole: mi obra es — modesta, pequeña y limitada. Sólo quiero llegar al corazón del pueblo; mi mérito es ese, —nos decía este hombre a quien se estaba por rendir un homenaje público en virtud de su vida y de su obra de poeta. Bajo de estatura, delgado, sus ojos vivaces y pequeños se posaban en mí, a través de sus lentes, mientras sus manos blancas y finas se entrelazaban nerviosamente mientras conversábamos. Bajando hacia el barrio de San Jorge, en San Jorge mismo, existe un grupo de escritores… Aquí vive Porfirio Díaz Machicao, allá Marcelo Quiroga Santa Cruz, acullá Juan Quirós y, en ruta hacia San Jorge, la casa donde vivía Oscar Cerruto hasta que viajó a Montevideo. Frente a la casa de Machicao, aquí estábamos entre pinos y enredaderas. Aquí se hospeda el poeta Javier del Granado cuando visita La Paz. Calle 6 de Agosto. Verdes y enhiestos pinos regados por la luz fría de la luna otoñal. A los 53 años de edad, don Javier del Granado y Granado lleva publicados cuatro libros de poesías: Rosas pálidas, Canciones de la tierra, Cochabamba, y Romance del valle nuestro. Dentro de poco será puesto en circulación un nuevo libro suyo. Se trata de La parábola del águila. Granado pertenece a una familia ilustre por su valimiento humano y por sus servicios a la patria. No por otra cosa que encanecería a gente tonta. Entre sus parientes se cuenta el obispo de Cochabamba, don Francisco María del Granado que quizás continúe siendo, desde su tumba, el más grande 494 Flor de Granado y Granado orador de nuestra república. Su padre fue también escritor. Dejó dos obras: Ensayos literarios y Prosas. Don Javier lleva ganados tantos premios de literatura que al final de cuentas, creemos que para hablar de él y con él no hace falta recurrir al socorrido curriculum vitæ; Javier del Granado es Javier del Granado. Y punto. Hablamos pues de muchas cosas, entre esas cosas pasan los recuerdos, las anécdotas y naturalmente la referencias y los puntos de vista del poeta acerca del quehacer poético, la poesía y los poetas. —Sobre todo y ante todo, el poeta debe cantar a su tierra —nos dice don Javier. Le preguntamos cómo él concibe la poesía—. La poesía —nos responde— debe consistir en el canto de la imagen. —¿Tiene usted predilección por algún poeta en particular? —Descontando a Rubén Darío, Reisig es el que más admiro. —¿Y entre los nacionales? —Tamayo, Jaimes Freyre, Reynolds y Adela Zamudio. —¿Que opina usted del movimiento poético en Cochabamba? —Existen la vieja y la nueva generación. No voy a hablar de la vieja generación pues no puedo juzgarme a mí mismo. En cuanto a la joven, hay valores de bien ganado prestigio como Héctor Cossío y Gonzalo Vásquez Mendez. —¿Cómo juzga usted la poesía contemporánea? —Una escuela significa renovación de ideas y formas. Deja beneficios… Mas yo creo que, a la larga vamos a volver a lo clásico. —¿Cual es la situación del escritor y el artista en la sociedad boliviana? —El estado y las instituciones deberían estimular la labor del escritor y del artista en Bolivia. Vivimos en un medio aplastante. 495 Francisco Javier del Granado (1913-1996) No referimos después acerca de los pormenores de su próxima exaltación como Poeta Laureado Continental, título que le fue conferido por la Unión Internacional de Poetas Laureados, con sede en Manila. Don Javier sonríe y dice con suave acento: —No me siento ni más ni menos. Para escándalo de mis hijos reconozco que no soy nada… Siento un miedo terrible y sufro. Hablamos de él. Es decir, tratamos de seguir hablando de él, pero don Javier con toda grandeza nos lleva a otros temas. Elude toda alusión a su obra. —Soy un poeta de aldea, —recalca y agrega—, me he circunscrito a cantar a mi tierra y a mi patria. Solo quiero llegar al corazón del pueblo. Aspiración lograda por este hombre querido y respetado por su pueblo que se ve en él, que se exalta con él y que se universaliza a través del canto del poeta: «Y hundí mis pies en los surcos / como las raíces de un tacko, / para absorber en su médula, / el alma del pueblo indiano, / que floreció en el ramaje de las cantutas del Lago…» 1967 LA PARÁBOLA DEL ÁGUILA CANTO AL GRAN MARISCAL DE ZEPITA Y DEL GRAN PERÚ, DON ANDRÉS DE SANTA CRUZ EVOCACIÓN ran mariscal de Zepita, ¡gloria y honor de la patria!, fulgor de enhiesto nevado y oleaje del Titicaca, La Paz en nido de cóndores, meció tus sueños de águila, y el corazón de la América se abrió en la cruz de tu espada. 496 Flor de Granado y Granado Fue en esa puna bravía, zampoña de la altipampa, gemir de viento dolido, y ala de luz y plegaria, donde el amor de una Ñusta y el fiero orgullo de España, mezclaron sangre y estirpe en arrullar de torcazas. Tu madre pobló de ensueños la sombra de tus pestañas, y el fuego de su ternura colgó tu cuna en el alba. Los años se desgranaron como collares de chaskas, iluminando tu mente con las leyendas aimaras, y el viejo imperio del Cuzco tallado en piedra sagrada, en lumbrarada de siglos hundió su raíz en tu alma. Por eso tus pensamientos en el espacio chispeaban como luciérnagas de oro en pos de sombras fantásticas, y soñador y nostálgico vagabas por Coricancha, las ruinas de Tiahuanacu, o el lago de Manco Cápac, donde los leuques rizaron de azul y espuma sus alas. Mientras brillaba la luna sobre el cristal de sus aguas, buscando acaso en sus ondas la aureola del Mururata, que cercenó de un hondazo la furia de Pachacamaj, para ceñir tu cabeza con el airón del monarca. 497 Francisco Javier del Granado (1913-1996) El choque de las tizonas forjó el blasón de tu casta, que canta la gallardía del vencedor de Las Navas; y en campo de azur bordaron las ninfas y las oceánidas, tres bandas de oro bruñido que incendió el rayo en su flama; y al verlo el rey don Alonso, dispuso que se agregaran sus cinco dedos sangrantes sobre el broquel de tus armas. EL MANDATARIO a urbe de los virreyes que la discordia minaba, te proclamó mandatario de esa nación milenaria, donde reinaron los incas y los monarcas de España. Tu paso por esa cúspide dejó una estela tan clara, que parecía el penacho de la cimera de Palas. Después Bolivia en peligro, pidió liberes la patria, de la invasión extranjera que nuestro suelo infamara; y abandonando el embrujo de aquellas noches de plata, en que el amor florecía como una rosa encarnada, sobre los labios jugosos de esa romántica dama, —¡flor de los huertos cuzqueños!— María Francisca Cernadas; 498 Flor de Granado y Granado te hiciste cargo del mando de una república en llamas. La niebla del Illimani se levantaba en plegarias, acariciando el rosario de estrellas de la alborada, y bajo el palio de rosas que desplegó la mañana, te condujeron en hombros los pobladores aimaras, hasta el sombrío palacio donde el cabildo aguardaba, en medio del cañoneo y el vuelo de las campanas. Lloraste sobre las ruinas de la nación desolada, por las discordias civiles y el crepitar de las armas; y despejando a los cuervos que sus despojos rondaban; edificaste el Estado sobre una recia atalaya, con aletazos de genio y majestad ciudadana. Jamás ningún estadista tradujo en obra tan vasta, las concepciones geniales que en su cerebro brillaban, como lo hiciste en el tiempo que nuestro país gobernaras, poniendo rumbo a la aurora tu carabela de nácar. Surgieron bajo tu égida los socavones de plata, el campo granó de mieses, brilló el saber en las aulas, restalló el verbo político, se engrandeció nuestra patria, 499 Francisco Javier del Granado (1913-1996) y floreció la basílica de la ciudad capitana, como un milagro de piedra donde la gloria se encarna. Y en ese nido de cóndores donde crecieron tus alas, forjaste en yunque de truenos el temple de nuestra raza, que fue el orgullo de América y el faro de su esperanza. Rivalizaron tus códigos con los de Roma y de Francia, y nos legó tu gobierno lustros de paz octaviana, progreso, ciencia, cultura, honor, riquezas y fama, y el puerto azul de Cobija, ¡florón de mar y montaña! TRIUNFOS DE YANACOCHA Y SOCABAYA ornó el Perú a reclamarte, y despertaron en tu alma, los viejos sueños de gloria conque tu mente soñara. Fulguró el Lago en tus ojos como una inmensa esmeralda, y el cielo combó su cúpula sobre el remanso de plata, donde se yerguen los Andes con su cimera nevada, y arrulla el cielo en sus brazos la Virgen del Titicaca. 500 Flor de Granado y Granado Volteó la historia en los siglos el bronce de sus campanas, y en el instante supremo en que tu potro vadeaba con el destino en la grupa, las ondas del río Aullagas, desplegó el sol tus pendones sobre la tierra peruana. El presidente Orbegoso orló tu senda de palmas, y el general Blas Cerdeña, se unió a tus fuerzas en Lampa, más te acechaban las hordas del intrigante Gamarra, que enarboló en sus pendones las sombras de la emboscada. Gamarra posó en el risco de Yanacocha sus armas, y diez mil indios con hondas velaban su retaguardia; pero tus tropas de asalto flanquearon la cuesta brava, y ahogaron en sangre y fuego las baterías peruanas. ¡Qué fiera fue la contienda!, barrió el peñón la metralla, y Ballivián, en la cumbre, donde el cañón retumbaba, conquistó el albo plumaje de general, con su espada. Mandó incendiar Salaverry Cobija, con sus fragatas, y el fuego de la contienda prendió Arequipa en su flama, hinchando en olas de sangre del Huchumayu las aguas. 501 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Batió Quirós a Vivanco, con los soldados aimaras; y luego de las victorias del Gramadal y La Pampa; tus tropas, desde Apacheta, marcharon a Socabaya, para cubrir el repliegue de Ballivián y de Anglada; y en esa gélida loma donde los vientos aullaban, rugió el cañón abrasando el horizonte en sus llamas. Tus fuerzas arremetieron como un halcón en volada, y el batallón Cazadores estrujó el flanco en sus garras, trenzando de bayonetas las cimas del Paucarpata. Fue rudo y fiero el combate, relampaguearon las armas, y en marejadas de cólera, hombres y bestias chocaban. Ríos de sangre surcaron las breñas de Socabaya, y en una cruz de horizontes abrió sus brazos la pampa; cuando arrollando a los húsares, de Salaverry y Zavala, jinete en potro de fuego blandiste el rayo en tu lanza. 502 Flor de Granado y Granado LA CONFEDERACIÓN unca victorias tan grandes cantó el clarín de la fama, como los triunfos guerreros que blasonaron tus armas. Mas, consultaste a los países su voluntad soberana, para fundir los destinos del Gran Perú, en una patria, y al recibir el mandato de la asamblea de Huaura, te convertiste en caudillo de nuestra América indiana, conjuncionando un imperio hecho de genio y espada. Sobre tu carro falcado abrió la gloria sus alas, y alzando polvo de siglos con sus herrajes de plata, por las callejas de Lima pasó tu cuadriga alada. Flamearon los pabellones en cabrilleos de ágata, y en arrebatos de júbilo desbordó el pueblo en la plaza. Risas y rosas, las mozas, en los balcones segaban, y acuño el alba tu imagen en sus pupilas rasgadas. Frente al portal del palacio los granaderos formaban, desgranó el himno sus notas en un relámpago de armas; y el cuerpo legislativo en asamblea plenaria, 503 Francisco Javier del Granado (1913-1996) te proclamó ante la historia, Libertador de la patria, y protector soberano de las naciones peruanas. Veintiún cañones rugieron en llamaradas de salva, y al trono de los virreyes te llevó en triunfo la guardia. Tu genio de alto estadista trazó en parábolas de águila, una república inmensa, ¡gloria de Lima y de Charcas!; y el sol rizaba sus límites, y el mar cantaba en sus playas, tendiendo de cumbre a cumbre nuestra gloriosa oriflama. CONTIENDA DE PAUCARTPATA ero el gobierno de Chile miraba con torva saña fulgir el llautu del inca sobre tu frente combada. Por ello Diego Portales se unió al tirano del Plata, y enmarañando de intrigas la diplomacia araucana, mandó raptar los navíos que en el Callao posaban curvando el cuello de nieve como gaviotas de plata. Y en esa flota soberbia donde las olas cantaban tomó los puertos de Iquique y Arica, Blanco Encalada, y ordenó luego a sus tropas 504 Flor de Granado y Granado que en Quilca desembarcaran para iniciar la ofensiva de aquella guerra vandálica. Los chasquis te anoticiaron que el mar rugía en las playas, porque el bridón de Neptuno se encabritaba en sus aguas bajo el pesado tridente que hundió en su lomo la armada, y reforzando tu ejército con escuadrones aimaras desde La Paz hasta Poxi llegaste a marchas forzadas. Cercaron a los chilenos tus huestes en Paurcapata, y el Hado te era propicio, la lucha, estaba ganada, y los soldados de O’Connor dispuestos a la batalla desmadejaban el iris en los pendones del alba. Pero por raro designio que nuestra mente no alcanza a descifrar en la clave de las edades pasadas, en vez de hollar la cabeza del enemigo a tus plantas trocaste el lauro del triunfo por una vaga esperanza, dejando que rembarcase sus hordas, Blanco Encalada, para que el hosco adversario te hunda el puñal por la espalda y desmorone el imperio que talló en roca tu espada. 505 Francisco Javier del Granado (1913-1996) BATALLA DE YUNGAY l Gabinete chileno con su falaz diplomacia, desconoció los tratados suscritos en Paucarpata, y ordenó a Bulnes que zarpe de Valparaíso, en la armada, que desafiante, en el puerto de Ancón, clavara sus anclas. Tú no deseabas la guerra, pero empuñaste las armas, y desplazando tu ejército templando en yunque de fragua, trenzaste con sus fusiles las tres regiones geográficas donde flotó la bandera del Gran Perú, en llamaradas. Pero las tropas del Norte donde Orbegoso mandaba, arriaron tus estandartes con felonía vesánica, y luego del descalabro sufrido en Guía Portada dejaron que los chilenos tomen en Lima, la plaza. Volvieron tus divisiones a retomar sin batalla la capital de Los Reyes, que Bulnes abandonara, mas no acosaron su flanco ni destrozaron sus alas; terrible error que muy pronto repercutió en la campaña, y sepultó los ideales de unión que tu alma abrigaba. 506 Flor de Granado y Granado Empero al fin comprendiste que era ilusoria esperanza, hablar de paz con un pueblo que estrangulaba en sus garras el territorio peruano y el corazón de la patria; y quebrantando tu anhelo desenvainaste la espada, para aplastar al temible dragón que en Buin resollaba. Hinchó el tambor, las trompetas en notas de épica marcha, y entre un piafar de corceles y un centellear de corazas, se desplazaron tus tropas sobre Yungay y el río Santa. Cubrieron el Pan de Azúcar tus compañías gallardas, y en el Punyán aprestaron su artillería pesada, mientras las huestes de Herrera sobre el Ancash reflejaban en lumbrarada de auroras el fulgurar de sus lanzas, y los jinetes del bravo Morán, velaban sus alas. Rompieron fuego los húsares de Bulnes, en la mañana, y arremetieron tus filas como el turbión las barrancas, logrando hendir los dos cerros con una horrible estocada. Fue encarnizado el combate, tembló la ceja del abra, y en el fogón del crepúsculo estalló el cielo en granadas, 507 Francisco Javier del Granado (1913-1996) carbonizando los ojos de los soldados aimaras, que en el coraje de Belzu izaron nuestra oriflama. Lucharon con valentía nuestras legiones serranas, miles de indios cayeron en la sangrienta campaña, tiznados en sangre y pólvora, como espectrales fantasmas. Ardió el rubí del crepúsculo sobre las breñas crispadas, que batió el plomo graneado del Regimiento Colchagua. Murió Quirós combatiendo como un soldado de Esparta, contra las fuerzas chilenas del coronel Maturana; y al contemplar al jinete desbarrancado en la zanja, su fiel caballo limeño, irguió la testa azorada, e interrogando al ocaso con sus pupilas de brasa, lanzó un relincho de guerra que estremeció las montañas. Desgarró el viento en sollozos el corazón de la Pampa, y las estrellas del cielo se convirtieron en lágrimas, y amortajaron el campo con un sudario de escarcha. Reinó un silencio de muerte que congelaba las almas, y segó la hoz de la luna el resplandor de tu espada. 508 Flor de Granado y Granado APOTEOSIS DEL HÉROE h! vencedor de Pichincha, flor de las cumbres nevadas, ¿qué pensamientos sombríos ¡ bajo tu frente aleteaban? cuando tus ojos sondearon la sima de la desgracia, y viste que tus quimeras, ¡sueños de América indiana!, como las nubes de otoño disipó el viento en la nada. ¿Sentiste acaso en tu pecho dolor de puna y nostalgia, sabor de vértigo amargo o angustia de hombre sin patria, cuando te hirieron los dioses a golpes de ala y de zarpa? ¡Dime, qué pena tan honda te acuchillaba la entraña, cuando en las olas se hundía el real airón del Sajama, y se alejaba tu nave como una garza de nácar, rizando de espuma y nieve el mar azul en sus alas! La incomprensión de los hombres destruyó tu obra titánica, se apagó el sol del imperio sobre la sierra peruana, pero tu nombre fue el símbolo de eternidad de esta patria, que al cabo de una centuria trajo tus restos de Francia, para tallar en los Andes 509 Francisco Javier del Granado (1913-1996) tu imagen de heroica traza, montado en albo Pegaso que alza al abismo sus patas, apezuñando las rocas en su herradura lunada. Mientras oteaban los cóndores desde una cresta volcánica —donde los vientos rugían y las tormentas bramaban—, la estampa de ese guerrero que unió en su mente preclara, el corazón de dos países en el rubí de una ulala; cual si admirasen absortos al genio de las montañas, en aquel ser invisible que en los picachos rielaba, ¡midiendo con el espacio la inmensidad de sus alas! Porque en torrentes de fuego fundió en las cumbres nimbadas, la majestad y grandeza de dos naciones hermanas, en una sola república hecha de sol y plegaria; y porque en su alma indomable encarnó Dios nuestra patria, sus selvas y sus llanuras, sus valles y sus cañadas, y el verde mar del Pacífico en cuyas límpidas aguas, sobre un oleaje de perlas surcaba el cisne del alba. El viento sembró en los riscos rumor de flautas y ankaras, y al tremolar los pendones 510 Flor de Granado y Granado del Gran Perú, en la montaña, se arrodillaron los siglos y los penates aimaras, glorificando tu espíritu en la apoteosis soñada. Y el sacerdote del Inti que en el Illampu oficiaba, elevó el sol en sus manos y evocó el numen de Illapa, para sellar con tu sangre la unicidad peruviana, que se encarnó en Abaroa y el almirante del Huáscar. Gran mariscal de Zepita, cantar de gesta bizarra hijo del Ande nevado y aurora del Titicaca, resultó América estrecha para tus grandes hazañas, y como un águila en vuelo tendiste al iris tus alas, sembrando en polvo de estrellas la gloria de nuestras armas. Surcó un relámpago de oro la inmensidad planetaria y desgarrando las nubes con su carroza dorada, fustigó Marte el revuelo de los corceles del alba, y te condujo al Olimpo donde los dioses moraban. Rutiló el trono de Júpiter como una concha perlada, bajo la cruz de brillantes que iluminó la Vía Láctea, y el pavo real del espacio 511 Francisco Javier del Granado (1913-1996) que en los planetas flotaba abrió su cola de estrellas sobre la esfera terráquea. El Padre del firmamento posó en tu faz sus miradas, y levantando en el aire el rayo, el orbe y el asta, ordenó al raudo Mercurio que te calzase las cáligas. Se tiñó el cielo de rosa, vibró el clarín de la fama, y congregados en torno de una columna truncada, San Martín, Sucre y Bolívar, te recibieron con palmas; mientras danzaban las ñustas y las vestales paganas, portando en áureas patenas el cetro, el yelmo y la espada. Las sombras de tus guerreros Morán, Cerdeña y Sagárnaga, sobre una pira de estrellas amontonaron tus armas, girando como una aureola que anilla el mundo en sus llamas, y al centro Perú y Bolivia, con sus antorchas en flámula, izaron en el Empíreo la enseña confederada. La gloria ciño tu frente con su corona radiada, y esculpió Fidias en mármol tu efigie de heroica talla, jinete en potro de espuma que se encabrita y espanta, alzando al cielo sus cascos en repicar de campanas. 512 Flor de Granado y Granado 1969 DISCURSO EN MANILA I CONGRESO MUNDIAL DE POETAS l honor que me ha dispensado el excelentísimo señor presidente de la Unión Internacional de Poetas Laureados, invitándome a participar en las deliberaciones de este congreso, realizado en el maravilloso país de las leyendas orientales, donde las naves españolas irisaron en sus alas de lumbre, la espuma del océano, blasonando las islas de corales y perlas, con el glorioso nombre de Felipe II; y, al que no pude concurrir, por motivos ajenos a mi voluntad, me ha deparado el privilegio de transportarme en espíritu hasta el recinto de este sagrado partenón, donde sólo podían penetrar las deidades del Olimpo, sacudiendo de sus sandalias de cristal, el rocío de las estrellas, para inclinarse reverentes ante la diosa de la sabiduría, revestidas con el manto de la gracia y la frente nimbada de laureles; y no, simples mortales como yo, que han tenido la osadía de rozar con las alas del pensamiento, los portentosos frisos del templo de Atenea, donde flota la esencia de la divinidad que sublimiza las creaciones poéticas, para transmitiros el mensaje de solidaridad y afecto que os envían por mi intermedio los aedos de Bolivia y de la América del Sur, esos brillantes sembradores de poemas que desgranan en la quena del viento, el himno gigantesco de las cumbres andinas, formulando sus más fervientes votos por el éxito de esa magna asamblea en la que se han congregado las figuras más representativas del Parnaso universal, precedidas por el inmenso bardo don Amado Yuzón, para debatir las diversas corrientes filosóficas y literarias que aseguran el florecimiento espiritual de los pueblos, en el bello milagro de la poesía y el arte, cuya trascendental importancia significa para los destinos de la humanidad, mucho más 513 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado que los grandes descubrimientos del genio y el formidable avance de la tecnología, porque ya los poetas conquistaron la luna, siglos antes de que los astronautas dominaran el cosmos y hollaran con su planta la superficie selenita. Y es que la poesía, ilumina a la ciencia, y ocupa entre las bellas artes, el más alto sitial, ya que puede al unísono, de la sagrada Euterpe orquestar en un cántico alado, la maravillosa sinfonía del universo, que proclama la grandeza de Dios, en los espacios siderales. Ya que sabe, lo mismo que la divinidad de los pinceles embrujados diseñar el los lienzos de la aurora, las Bacanales del Ticiano o las Madonas de Rafael. Ya que logra, al igual que la deidad de los cinceles de oro, esculpir en la catedral del pensamiento, el pentélico mármol de la rapsodia helénica, que perdura en la mente, como las esculturas de Fidias, en los dorados frisos del Partenón. Ya que supo, realizar el milagro de Terpsícore, descubriendo en el vuelo de los cisnes, los secretos de la coreografía y el encanto del ritmo, para desgarrar en ondas vaporosas, los cendales de espuma que velaban con un halo de ensueño, las palpitantes formas de Salomé. Y, es que la poesía, cuyo poder abarca los límites del mundo y el dominio del espacio, consiguió avizorar los arcanos de la infinitud cósmica y el enigma del hombre, hasta sumergirse en los abismos de la metafísica, llegando a descifrar en los planetas, el misterio de la vida y la muerte, y descubrir en las manos del Supremo Hacedor, la cosmogonía y el génesis de la creación del universo, para conquistar el imperio del arte y elevarse en un vuelo de luz, a las señeras cumbres donde fulgura la belleza, engarzando en la metáfora y el tropo, las más sublimes manifestaciones del pensamiento humano. ¡Poesía!, ¡poesía!, qué inmenso es el sortilegio de su fuerza maravillosa, cuando pulsa con sus dedos de estrellas, el arpa del corazón. Incendiando la cúpula celeste con el fuego de Zeus, cincela en los cometas la épicas estrofas de Homero y de Virgilio; canta en la lira de Isaac, los idilios de la adolescencia, desgranando el trino del ruiseñor y de la alondra, en los fragantes labios de María; nos hace admirar en los sonetos del Petrarca, las ebúrneas palomas de la gracia que aleteaban en el pecho de Laura; se eleva en plegaria de luz a las místicas moradas, en los azules trenos de la doctora de Ávila; y es en la péñola del divino Manco, ala de nieve y madrigal de ensueños, encarnados en la locura heroica del Caballero Andante; se tortura de angustia, a las plantas del Dios crucificado, en los cánticos espirituales de san Juan de la Cruz; nos hace huir del mundanal ruido, en las claras estancias de fray Luis de León; es tesoro de imágenes y alborada de gloria, en Julio Herrera Reissig; amor embellecido por volutas de incienso y embrujos de pecado, en don Ramón del Valle Inclán, clarín maravilloso y rutilante, en Fernán Silva Valdez; y voz de rebeldía y de justicia, en César Vallejo. Con el genio de Dante, sepulta la esperanza en sollozos de averno y escala las esferas del paraíso, en un canto teológico de amor y eternidad; y en los líricos versos de Miguel de Unamuno, es una saeta de oro salpicada de trinos, que se clava en el pecho del Cristo de Velázquez; y con Rubén Darío, es el himno de América que retumba en los pífanos de la marcha triunfal. Y, es que la poesía, revela mejor que todas las artes, las alboradas del pensamiento y los crepúsculos del corazón; en sus dedos florecen la rosa de los vientos y el destino del mundo, su lenguaje es universal y se enraíza en el alma de todos los hombres, sus dominios rebasan la infinidad del cosmos y su poder es tan grande que blasona de estrellas los ensueños del poeta, cuando pulsa en sus trémulas manos la lira de cristal, desgarrando en relámpagos de oro las cúpulas del cielo. 514 515 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1970 ANTOLOGÍA DE LA FLOR NATURAL Flor de Granado y Granado bjetivos de alta generosidad y de sacrificio respetable. Ejemplo estupendo en un medio de pobreza irredimible. El hecho capital es que el libro está realizado con un amor a la poesía boliviana que pocos han demostrado. Su finalidad objetiva y espiritual es de innegable importancia. Libro raro, sereno, en medio de todas las antologías escritas en Bolivia por diversos autores. Esta vez el libro de poesía, exclusivamente, ha obtenido en verdad, su flor natural. Es el homenaje de un poeta a la creación de todos sus colegas, maestros en el manejo de la gaya ciencia. Como si el Parnaso se abriera a la luz de todos los días para un festival interminable de talento e inspiración. Los juegos florales son parte de su génesis. Y para ellos han sido escritos en diversas etapas de este siglo. Granado ha historiado su existencia en el gran calendario cultural de Bolivia. Y si fue conmoción de una fecha su verificativo, con el consiguiente comentario de críticos y prensa que se movía alrededor del suceso, calcúlese lo que ello constituye coleccionando en un libro de antología como el que comentamos. He aquí una lista de nombres y fechas, referentes a la Flor Natural: Emilio Finot, 1911; Gregorio Reynolds, 1913; Manuel María Muñoz (colombiano), 1914; José Eduardo Guerra, 1915; Claudio Peñaranda, 1917; Eduardo Díez de Medina, 1919; Carlos Medinaceli, 1921; Roberto Guzmán Téllez, 1923; Luis Felipe Lira Girón, 1925; Ricardo Mujía, 1925; Jaime Mendoza, 1926; Julio Antezana Vergara, 1928; Antonio José de Sainz, 1931; Nataniel Torrico y Aguirre, 1931; Raúl Otero Reiche, 1937; Gregorio Reynolds, 1938; Luis Mendizábal Santa Cruz, 1939; Enrique Kempf Mercado, 1940; Octavio Campero Echazú, 1942; Javier del Granado y Granado, 1943; Ramiro Condarco Morales, 145; Javier del Granado y Granado, 1946; Julio Ameller Ramallo, 1947; Javier del Granado y Granado, 1950; Julio Ameller Ramallo, 1951; Jaime Canelas, 1957; Wálter Arduz, 1959; Raúl Otero Reiche, 1961; Julio de la Vega, 1963; Mercedes de Heredia, 1967; Alcira Cardona Torrico, 1967, Adán Sardón, 1967. Y está hecho el servicio a la cultura. Los estudiosos podrán valerse de la lista anterior para valorar el curso lírico de la llamada Flor Natural, o sea el premio consagratorio en poesía de Bolivia. Granado ha rendido un verdadero servicio a las letras. En su libro se encuentra el texto de las obras premiadas y el espíritu se posesiona del tiempo vivido desde 1911, cuando la gaya ciencia ha emocionado a las sociedades y a las multitudes bolivianas. El verso ha sido recibido por manos maestras como las de Claudio Peñaranda, Gregorio Reynolds, o Javier del Granado y Granado, sin olvidar a Octavio Campero Echazú, o Julio de la Vega. El verso se ha criado, como planta de naturaleza delicada, en los más refinados ambientes de la sociedad boliviana, si es que aún ha de permitirse esta expresión. Se advierte que Ricardo Jaimes Freyre, por ejemplo, —uno de nuestros grandes modernistas— no intervino en las justas. Seguramente influyó en ello su ausencia del país, o simplemente un ánimo especial de inconcurrencia. Es fenómeno que se observa en otros muchos poetas. Como conclusión, ha de obtenerse una: la dedicación y seriedad con que del Granado ha incursionado en los estudios del gay saber. Se lo agradecerán todos los estudiosos de la literatura boliviana. Hemos advertido que, en los últimos estudios que se han hecho al respecto, se ha cometido omisiones. En fin… Cada autor le da a su obra la estructura que le 516 517 UNA COLECCIÓN DE POEMAS GALARDONADOS EN LOS JUEGOS FLORALES Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado conviene. Para salvar omisiones y olvidos en aquéllas, esta Antología, por ejemplo, nos pone en contacto con el pasado y las voces literarias de otras épocas. La Flor Natural tiene la virtud de mostrar a un poeta en la creación de un solo poema, el que se considera vigorizado para la justa y el premio. Y que, por ningún motivo, deja de tener su valor. Son joyas de la creación y deben quedar para el conocimiento de la obra total de los autores. Eso ha hecho, justamente, del Granado que, a su vez, es Maestro del Gay Saber. Libro agradable para los momentos en que el espíritu quiere reclinarse en la poesía inmortal. —Porfirio Díaz Machicao EL MAR 1971 TERRUÑO LA PATRIA a patria es el hogar donde nacimos, halo de Dios que el corazón hechiza, y lágrima de amor hecha sonrisa que en puñado de tierra convertimos. La patria es el ideal que engrandecimos, cripta y altar que el alma sublimiza, y olímpico blasón cuya divisa con el genio de América esculpimos. La patria es Pindo y Partenón sagrado, cantar de valle y cúspide nevada, sangre de río y bosque alucinado. Y cóndor que retando a las centellas, tiende al iris el ala desplegada, en un vuelo de luz a las estrellas. 518 oberbia catedral de espuma y hielo con naves de cristal y altares de oro, donde hundieron los incas el tesoro que enjoyaba las bóvedas del cielo. Raptó a Cobija, de su patrio suelo, el dios del rayo convertido en toro, y a Bolivia le obliga su decoro, reconquistar el mar en fiero duelo. El mar que es Prometeo encadenado al ríspido breñal de las montañas, porque el Ande, es el mar petrificado. Por eso gime en tristes caracolas y un buitre le devora sus entrañas, en olas, de sonoras, barcarolas. LA CIUDAD ella ciudad de heráldicos blasones donde la gloria de los siglos canta y el cielo azul su bóveda levanta sobre los parques, casas y torreones. En sus callejas lucen los balcones hermosas damas cuya gracia encanta. Y las heroínas de la guerra santa en la colina ostentan sus pendones. En su solar hay huertos y jardines, violetas blancas y claveles rojos, fuentes de plata y lluvia de jazmines. Rompen las aves su celeste coro y enamoradas de unos verdes ojos siembran el valle con sus trinos de oro. 519 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado COCHABAMBA MÍA el águila triunfal el alto vuelo proclama tu grandeza soberana, y en cantares de lumbre se desgrana en tus valles, la cúpula del cielo. Rasga el viento la túnica de hielo que tus cumbres soberbias engalana, y la selva magnífica sultana, abanica su talle de hembra en celo. Iza el pueblo tus bélicos pendones, y al son de pastoriles caramillos, doma, en Aroma, mil rugientes leones. Por ello asombra al universo entero, la heroica gesta de Arze, y tus caudillos, que un mundo incendian con el sol de Homero. SANTA CRUZ DE LA SIERRA intió silbar don Ñunflo en su cimera el vuelo de una saeta envenenada, y trazó con el filo de su espada un villorrio de ensueño y de quimera. Santa Cruz destrenzó su cabellera sobre su espalda de jazmín nevada, su cuerpo de paloma alborotada se cimbró en abanicos de palmera. Y la soberbia infanta del Oriente en San Lorenzo, al bosque encadenada por la raíces de su sangre ardiente, surgió como la Venus floreciente de la espuma lunar de una cascada, con su pecho de lunas en creciente. 520 ía será su flor de primavera cuando en mis brazos amanezca el día, y se cimbre su talle en mi alquería como un lirio de nieve en la pradera. De mí será su negra cabellera, su pecho erecto que mis besos pía, su pudor que se rinde a mi porfía y el repique nupcial de su cadera. Mía será su mística figura que la paloma del amor zurea, y sobre un lienzo de Rafael fulgura. Mías serán su gracia y su alegría, y por los siglos de los siglos sea en cuerpo y alma para siempre mía. EL RAPTO n el poblacho donde el alba asoma por los vergeles, plazas y callejas, hay un rumor de arrullos y consejas, y una fragancia de membrillo y poma. Nieva la luna en la rugosa loma, suspira el viento sus aladas quejas, y en el portal de columnatas viejas, pían de amor dos senos de paloma. Ronda una sombra la desierta calle, y raptando en su potro a la doncella, huye a galope hacia el fecundo valle. Tiende el galán su poncho en los trigales, y en el lecho de nácar de una estrella, se consuman fogosos esponsales. 521 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado LA CASONA LA HUERTA n la vetusta casa solariega que su blasón de espigas abrillanta, mi corazón es pájaro que canta, y ave que trina, es el amor que llega. Ríe Cupido y con las almas juega, lanzando un dardo que hasta el sol quebranta, mientras la aurora cuya gracia encanta, gime en sus brazos y al amor se entrega. ¡Ay! cuantas flores deshojó la brisa, en el vergel donde penando sueño, porque la vida es lágrima y sonrisa. Comba el hornero sus mansiones bellas, y en el portal de colonial diseño cuelga la luna su fanal de estrellas. EL RANCHO omo rosario de palomas blancas que arrullan sus polluelos en el nido, albean en el rancho alborecido, las casuchas que velan las barrancas. Las mozuelas, olímpicas potrancas, retozan en el campo amanecido, y combando su seno frutecido, las ulalas repican en sus ancas. Todo es blanco en el límpido poblado, los almendros, el lirio, la alborada, y las nubes del cielo nacarado. Los labriegos aporcan los maizales removiendo la tierra con la azada, y la luna se escarcha en los tapiales. 522 l fulgor de la eglógica quebrada donde rueda el arroyo cristalino, se reclina mi huerto campesino salpicando de flores la encañada. Su arquería de bóvedas, nevada, abre en cruz de arrayanes su camino, y en plegaria de pájaros en trino se deshoja el jazmín de la alborada. Llega Pan con su flauta floreciente y desnuda a las ninfas y doncellas que fecunda a la vera de la fuente. Ciñe Apolo su frente de laureles y pulsando su lira en las estrellas prende el cielo, en arpegio de vergeles. EL DESEO agábamos tomados de la mano bajo el cielo bruñido de cobalto, y el corazón se encabritó de un salto cuando estreché su busto soberano. Nació el amor, del fuego del verano, el dios Cupido se lanzó al asalto y derribó la roca de basalto conque lo excelso sublimó lo humano. Desnudó el sol con ala temblorosa sus senos de palomas en zureo, y el cielo azul se salpicó de rosa. Sentí su cuerpo con olor a huerta, y se posó la avispa del deseo sobre sus labios de granada abierta. 523 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado ATARDECER ORACIÓN n el viejo landó desvencijado, que rueda por la ruta polvorosa, llegamos una tarde bochornosa a la casa del rancho adormilado. Las ovejas pastaban en el prado, y el zagal con su gaita jubilosa, alegraba la fronda esplendorosa que embellece las faldas del collado. Cabalgaban las mozas en el asno, y ovillando en su rueca los celajes deshojaban las flores de durazno. Se hundió el sol en la cúpula del monte y alumbrando en el cielo los paisajes clavó un dardo de luz al horizonte. NOCHEBUENA oche de amor de paz y de esperanza, donde el amor con el dolor se aduna, y el cielo toca en su violín de luna, de un madrigal de estrellas, la romanza. Noche de fe, paloma de alabanza, que deparó a María la fortuna de que arrullara en su cantar de cuna al Niño Dios que nace en lontananza. Descifra el tiempo su áurea profecía, y es para el mundo el Ser Omnipotente, ¡aurora y flor de eterna epifanía! Los reyes magos hincan sus camellos, y florece la estrella del Oriente incendiando el pesebre en sus destellos. 524 anos señor el pan de cada día, hecho de amor, de lágrima y de trino; danos tu sangre convertida en vino y tu cuerpo en albor de eucaristía. Danos señor, tu eterna epifanía, la estrella de oro, el alba del camino, la lluvia, el sol y el huerto campesino donde florece el alma de poesía. Danos señor, la miel de los panales para endulzar las penas de la vida, que hay amor y dolores en los rosales. Danos, en fin, para la humilde fosa, un puñado de tierra humedecida donde la muerte nos convierta en rosa. MIS HERMANAS n la casa del campo solitario que mi sangrante corazón añora fue mi madre una alondra soñadora y mi padre un altivo campanario. Y en mi mente de bardo visionario, mis hermanas más bellas que la aurora, a Rafael, inspiraron, la Señora, que desgrana de estrellas su rosario. Pero la parca, que lo eterno aduna, les brindó en sus mansiones siderales, ¡gloria de azul y madrigal de luna! Pues el genio del arte es portentoso y eterniza sus obras inmortales en el palio del cielo luminoso. 525 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado MI INFANCIA LOS BUEYES ue mi infancia feliz como ninguna, pasé mis días deshojando rosas, y mis sueños de aladas mariposas volaron al esquife de la luna. Meció mi madre con amor mi cuna y embelleció mis horas luminosas, con leyendas y hazañas portentosas de héroes y santos de estelar fortuna. Fue su existencia lágrima que rueda, fulgor de cielo, cántico y plegaria, y amor que deja olor de rosaleda. Pero su muerte dardo de amargura que sumió en sombras mi alma solitaria, cavó en mi corazón su sepultura. LA POTRANCA na potranca apenas destetada me regaló mi padre cierto día, y se llenó mi vida de alegría al contemplar el cielo en su mirada. Era su paso una canción alada, y junto al san bernardo me seguía, cuando a cazar al matorral salía con el hurón y el águila amaestrada. Se tornó yegua la gentil potranca, y en las callejas de la tosca aldea, curvaba el cuello y contoneaba el anca. Prendió el ocaso su primer lucero, y alzando el remo que al compás bracea, de chispas de oro salpicó el sendero. 526 iñendo el yugo en la humillada testa andan los bueyes por el surco abierto, hay en sus ojos un dolor incierto y hondo cansancio de empinada cuesta. Nunca levantan la cerviz enhiesta cuando desbrozan el gramal desierto, porque su brío para siempre muerto, ya no fecunda la sensual floresta. Pincha el labriego a los pesados bueyes, y hunde en la tierra el patriarcal arado como en el tiempo de los viejos reyes. Bebe la yunta en el cristal sonoro, y entre sus cuernos de marfil tallado, arde la tarde, en media luna de oro. EL HATO anta el gallo, clarín de la alborada, y picoteando el trigo de la aurora, despereza a la bella ordeñadora, ¡ulala en flor y espuma de cascada! Arde el sol como roja llamarada en la ríspida cumbre voladora, y el gorjear de una alondra evocadora siembra trinos de luz en la encañada. Ramonean las vacas en el pasto, y en sus ojos de ópalo radioso, se estanca el cielo luminoso y vasto. Tiende el cóndor el ala al horizonte, y al verlo amenazante y pavoroso, lo embiste el toro y arremete al monte. 527 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado EL LANCE LA IGLESIA n la ciudad donde la vida asoma por los vergeles, templos y callejas, hay un rumor de rezos y consejas, y una fragancia de jazmín y poma. Dora la luna la cercana loma, suspira el laúd sus melodiosas quejas, y en la ventana de talladas rejas, pían de amor dos senos de paloma. Ronda el silencio otra bizarra sombra, en sus pupilas hay fulgor de aceros, y a la doncella su coraje asombra. Rosas de nieve escarchan los rosales, sangra la noche en manto de luceros y en la contienda mueren los rivales. BAJO LOS TARCOS ue bajo un tarco, en el silencio aldeano, desgarré los encajes del corpiño, y gimieron dos tórtolas de armiño en el nido de fuego de mi mano. El oro del crepúsculo serrano baño su cabellera en desaliño, sentí en su entraña fecundar un niño y ardió en mis venas el amor pagano. Sangró la flor, se derramó su aroma, mi labio ardiente estranguló un sollozo y estremeció sus muslos de paloma. Rodó una estrella de sus ojos zarcos, y abandonando el alhamí musgoso, huyó… y el cielo floreció en los tarcos. 528 n la barroca iglesia de mi aldea que recuerda los tiempos coloniales, arrullan las palomas sus nidales y el viento en las campanas aletea. El oro del crepúsculo chispea bruñendo los retablos y vitrales, y la mano de Dios en los misales la plata de la luna espolvorea. Abre al ángel sus alas a María, y preludian los pájaros en trino, de la estrella, su eterna epifanía. Desgrana el cura en salves su rosario, y a la hora del tramonto vespertino arde el sol, como una ascua de incensario. EL MOLINO mpuñando las hoces del creciente siega el sol los trigales ambarinos, y amontonan de oros vespertinos, los labriegos, las eras del poniente. Rueda en ruedo el rodezno del torrente salpicando de espuma los molinos, donde pican los pájaros sus trinos escarbando el rocío del relente. Fulge la hostia del sol en lampos de oro, y es en manos de Dios, pan milagroso, que derrama en las almas su tesoro. Canta el agua en al aspa su portento, y el molino es un trompo rumoroso donde gira el azul del firmamento. 529 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado EL HORNO ÁNGELUS ombando el cielo en olorosa tierra alza su nido el laborioso hornero, que convierte las pajas en lucero, y en miel, el barro que su pico aferra. Por eso el hombre que en su ser encierra todo el saber del universo entero, con gran acierto lo imitó al hornero, y horneó en el horno, el trigo de la sierra. Bendice Dios, la casa en que se amasa, y en el hogar hay un calor de nido, si a cada niño se le da su hogaza. Y si Natalio brinda a su familia pascual cordero y pan recién cocido, ¡canta el horno en campanas de vigilia! IDILIO PASTORIL l son del melodioso caramillo que junta los rebaños patriarcales, deja su alma el zagal, en los zarzales, y a Dios eleva un corazón sencillo. Rasga la noche el trémolo del grillo, ladra el mastín que cuida los corrales, y el Bicorne, en los verdes carrizales, tachona el cielo, a golpes de martillo. Ronda el gañán a la florida moza que rondaron en ronda las abejas, y desflora dos pétalos de rosa. Mientras la luna que anda en los repechos ordeñando su leche a las ovejas, la Vía Láctea consteló en sus pechos. 530 la hora del crepúsculo dorado en que se apaga el esplendor del día, retorna el labrador a su alquería con el perro pastor y su ganado. Tiembla de amor el cándido collado, y el arcángel Gabriel dice a María, ¡Dios te salve!, Señora y Reina mía, el Verbo en tus entrañas se ha encarnado. El rústico gañán su testa inclina y eleva su alma una oración ferviente que nieva de palomas la colina. Repica el campanario de la aldea, y refleja el espejo de la fuente el cielo que de estrellas parpadea. EL AMOR l borde de la alberca transparente donde abrevan los bíblicos rebaños, sueña una moza de floridos años y se derrama el oro del poniente. Dora el ocaso el halo de su frente, y en sus ojos románticos y huraños hay un fulgor de éxtasis extraños, dulce preludio del amor naciente. Gime una flauta en el riscal serrano, y en el silencio de la noche airosa, llega el amor que es del dolor hermano. Sueña y en sueños, con el ala leve, la rosa roja, de sus senos roza, el ruiseñor de un madrigal de nieve. 531 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado EXILIO EL CEMENTERIO el nativo solar mi ser ausente se perdió entre la muerte y el olvido, como paloma que abandona el nido y se esfuma en la bruma del poniente. Allí, dejé mi corazón ardiente, mi alquería y el huerto florecido, mis ensueños, el dogo más querido, mi terrazgo y el agua de la fuente. Desgarraron mi alma los rosales, y agostada en mi pecho la esperanza desgranose mi vida en los trigales. Repicó el campanario sus esquilas, y borrando el paisaje en lontananza se cuajaron de estrellas mis pupilas. AUSENCIA on guadaña de luna, el orto de oro segó tu vida como espiga al viento y deshojó de luz tu pensamiento en el cantar del ruiseñor canoro. Tu alma fue palma de clarín sonoro, cóndor en vuelo y ola en rompimiento; por eso, hoy, en musical memento, lloro tu ausencia y tu existencia añoro. Y al cielo clamo, mi querido amigo, mientras gime en tu hogar una paloma que amor y penas compartió contigo. Porque tu ser, infinitud o nada, fue pura esencia del divino aroma que disipó de azul la madrugada. 532 l pie de las colinas polvorosas medita el cementerio campesino, y allí, acaban los vivos, su camino, y se tornan en sombras tenebrosas. Crece hierba en los túmulos y fosas, borra el campo, el ocaso mortecino, y el alma es un ciprés cuyo destino es subir a las nubes vaporosas. Cada tumba es un ánfora sellada donde guarda la muerte su misterio, ¡gloria, ceniza, eternidad o nada! Rasgan el cielo trémulas centellas, y velando el silente cementerio pende la luna, de una cruz de estrellas. LA MUERTE y! amigo, tu muerte iluminada por el áureo crepúsculo de estío, ha lanzado tu vida como un río, ¡ en flechazos de luz, hacia la nada. Tú, que amabas la estrella y la alborada, el paisaje, las mieses, el rocío, y el torrente del trópico bravío que fecunda la selva torturada. ¿Dime, nimba tu fosa, de esperanza, esa aurora a las almas prometida, en cantares de cielo y venturanza? O si bien, en el reino del dios Hades, es la muerte, la sombra de la vida, y un abismo entre dos eternidades. 533 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1973 CARTA DESDE LA PAZ QUERIDO AMIGO Y POETA: e he seguido largamente en su hermosa trayectoria lírica. Usted es el «vate» de verdad que presentía el filósofo. El que canta porque tiene que cantar, con lira alta, estremecida con ternura, porque todo es luz y revelación en sus palabras. En este tiempo donde abundan los farsantes, los herméticos y los abstrusos, que confunden poesía con claves sibiladas, los malos epígonos de Mallarmé y de Ezra Pound, que se enredan en sus madejas intelectualoides, es una delicia volver a la pura y honda poesía, como la suya, esa que fluye como el agua del manantial, clara y sencilla, pero transida de verdad. Me explica los muchos y merecidos honores que le han venido de todos los horizontes, porque la suya es poesía eterna, rica de imágenes, limpia de ideas, como los versos de Tibulo y de Catulo que expresan nobles sentimientos y finas sensaciones. ¿Qué escojo entre sus poemas? No es lícito escoger: todos son bellos, esclarecedores. Música y pintura a la vez, pero música y pintura de línea clásica, que conmueven y convencen a la vez. El valle en sus versos vibra, su lengua armoniosa toca los corazones; paisaje y alma ganan hermosura cuando resuena la lira del poeta del Granado. Esa Canción del columpio es una joya de antología. El turpial de Cochabamba es ya el ruiseñor de Bolivia. Y con toda justicia. Gracias por la ofrenda para el espíritu; augurios para quien supo ser sólo poeta y soñador, en nuestra tierra sembrada de politiqueros y voceadores. —Fernando Diez de Medina, La Paz, 26 de junio de 1973 534 Flor de Granado y Granado 1980 VUELO DE AZORES PLEGARIA LÍRICA A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES ivina Virgen de Lourdes, Señora de los milagros, estrella de los dolientes y aurora de los inválidos, que las naciones de América bendigan tu nombre blanco, rimando la dulce fabla de los juglares de antaño; y tronos y serafines, dominaciones y santos, ensalcen con arpas de oro la gloria azul de tu manto. Mediaba el siglo XVIII bajo un fulgor de topacios, materialistas y ateos negaban lo eterno y sacro; y escarnecían, Señora, tu concepción sin pecado. Pero el augusto Pío Nono, clamó al Espíritu Santo, y en el Concilio Ecuménico proclamó al orbe cristiano, dogma de fe, de la Iglesia, tu origen inmaculado: albor de nieve y espuma, lumbre de Dios hecho cántico, que floreció en los planetas y fulguró en el espacio. Gemía el viento en las grietas del torreón almenado, guardián del viejo castillo, —mole de roca y de mármol—, que sepultó entre sus ruinas 535 Francisco Javier del Granado (1913-1996) la guerra de los Cien Años; y en una fresca mañana tensa de amor y presagio, rasgó un relámpago de oro la cima de los nevados, y reflejando la gruta de Massabielle, en el riacho, se apareció a Bernardita, tu imagen ¡flor de los astros! Botó la niña los haces de húmeda leña, en el prado, y estremecida de asombro se sumió en dulce letargo… mas, la sostuvo tu gracia, y vieron sus ojos zarcos, brillar la Mística Rosa, —cáliz del Verbo Encarnado—, que en una aureola de arcángeles, ciñen girando los astros. Tu voz sembró en sus oídos arpegios de cielo claro, que resonaron Señora, en el violín de los álamos; y embelesada de gozo volvió la santa al poblacho, y transmitió a los labriegos del paraíso, tu encargo, tierno y sublime mensaje pleno de amor y de encanto. La humilde gente del pueblo creyó el divino relato, y embelleció aquel paraje con un agreste retablo; cayó una lluvia de rosas sobre el peñón escarpado, y de las rocas musgosas fuentes de vida brotaron. 536 Flor de Granado y Granado Pero los guardias civiles vedaron a los aldeanos, colmar su sed en las linfas que bullen en el regato, y se ordenó la clausura del prodigioso sagrario, donde la Virgen Purísima abrió a la tierra sus brazos. Mas el obispo de Tarbes insigne y docto prelado, después de un largo proceso declaró cierto el milagro; pues ciegos de nacimiento vieron el cielo escarchado, y enfermos y paralíticos salieron del baño, sanos; y desde entonces, Señora, los seres atormentados, acuden todos los días a beber agua en tus manos, y el sol irisa de lágrimas las perlas de tu rosario. Por eso los peregrinos de todo el mundo cristiano, te coronaron de estrellas Reina del Trono Seráfico, y alzaron una basílica sobre el glorioso peñasco, que ostenta en una herradura los tres soberbios santuarios, con que el fervor de los pueblos honró tu nombre sagrado; y deshojando en plegarias el madrigal de su canto, desgarró el cielo de nubes la flecha del campanario. 537 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado EL LIBERTADOR JOHN F. KENNEDY l cóndor de la América está en vuelo luchando con el águila de España, y el mundo asombra su inmortal hazaña cuando liberta nuestro patrio suelo. Desgarra el héroe en vendaval de hielo la oriflama del rayo en la montaña, y como un Atlas, con grandeza extraña, trasmonta el Ande sosteniendo el cielo. Canta la gloria al lírico soldado que soñó unir América bravía, en un inmenso y poderoso Estado. Pero el coloso, que el destino abruma, al ver que su obra como el sol se hundía, «aró en el mar» …y el mar floreció espuma. EL SOLAR DEL BURRO reinta libros, pináculo de gloria, levantan a tu nombre un monumento, y como a Juan Ramón y su jumento, el solar… idealiza tu memoria. ¡Ay!, Porfirio, que tensa fue tu historia, hecha de fe y dolor de pensamiento, fuiste dueño y señor del firmamento y en Platero cabalga tu victoria. Pues el Numen que el arte sublimiza y en el cosmos los astros avizora, la belleza en tus obras eterniza. Halló tu alma en la cripta, tu tesoro, y la Virgen, estrella de la aurora, cargó en tu asno, madrigales de oro. 538 n aspas de ilusión, su lanza de oro, trizó el coloso, en símbolo idealista; amó la libertad y como artista, labró su busto en fúlgido meteoro. Clavó su esquife, el ancla del decoro, en el rugiente pecho del racista, y arrebató la esfinge belicista, del templo de cristal del mar sonoro. Hubo en su ser baluartes de firmeza, fulgor de genio, excelsitud de cumbre, cantar de paz y olímpica grandeza. Fulminó al héroe, trágica centella, y en cósmica ascensión de alas de lumbre, su alma de flor se convirtió en estrella. CECILIO GUZMÁN DE ROJAS or la magia del Ande subyugado su numen inmortal quedó suspenso, y el ala de su genio, sobre el lienzo, sublimó la epopeya del collado. Blasón en alto, conjuró al pasado, y envuelta en nubes de celeste incienso la España en flor, cual un Quijote inmenso, surgió de su pincel iluminado. Ebrio de azul como el genial Ticiano, derritió el sol en las montañas de oro y el mundo del color brotó en su mano. Pero el artista, eterno insatisfecho, quiso alcanzar el vuelo del meteoro, y ese dardo de luz, trizó su pecho. 539 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1980 DISCURSO AUNQUE LAS HORDAS DEL TERROR INTENTEN ACALLAROS ste centro de cultura, donde se agrupan los paladines del pensamiento, fue organizado al calor de los más nobles sentimientos de solidaridad intelectual y está formado por varones de recio temple y acendrado patriotismo, que acicateados por su permanente afán de superación espiritual abrazaron la moderna Caballería Andante de la prensa, para consagrarse al cultivo de las letras y la difusión de la cultura, que imponen al escritor de nuestro tiempo grandes sacrificios. El apostolado de la pluma exige al hombre el desgarramiento de su propia vida, para perpetuar las creaciones del espíritu en la fulgurante fijación de la escritura tipográfica, que encarna, en la leve fragilidad del papel, la eternidad del pensamiento humano. Y hoy que la humanidad atraviesa por un período de violentas conmociones políticas que amenazan desquiciar el fundamento de las leyes que regulan el equilibrio de la dinámica social, vientos de tempestad erizan el corazón del hombre, que se rebela contra Dios y arroja al mundo la semilla del odio, para que los pueblos cosechen el amargo fruto de la esclavitud y de la muerte. Pues, no otra cosa significa la implantación de estos principios demoledores que pretenden destruir veinte siglos de civilización cristiana, para asegurar el triunfo de las legiones bárbaras que marchan por la tierra, desgarrando fronteras, pisoteando leyes, escarneciendo instituciones, aniquilando empresas, desbaratando industrias, dinamitando imprentas, precipitando, en fin, el advenimiento de una era despótica, alumbrada por los siniestros resplandores de un sol de sangre. Más, a vosotros os toca, gallardos defensores de la colectividad, encauzar esta corriente de doctrinas desquiciadoras que socavaron los cimientos de nuestras instituciones tutelares. Pese sobre vosotros la enorme 540 Flor de Granado y Granado responsabilidad de evitar sus funestas consecuencias, porque vosotros sois los depositarios de las tradiciones del pueblo y de las esperanzas de la nación, que confió en vuestras manos la orientación de sus destinos y la naciente luz del porvenir. Y, si queréis haceros dignos de su confianza, no defraudéis los ideales de la ciudadanía y continuad la obra que hizo notables a los viejos periodistas bolivianos, que supieron esgrimir la pluma hasta teñirla en sangre de crepúsculos. Perseverad en la dura tarea de la información diaria, esclareced la verdad y rendid culto a la hidalguía, amad la libertad y defended la justicia, aunque las hordas del terror intenten acallar vuestra voz con el silencio de la tumba. 1982 CANTO AL PAISAJE DE BOLIVIA LA MONTAÑA lagela el rayo la erizada cumbre, el huracán en sus aristas choca, y arranca airado con la mano loca su helada barba de encrespado alumbre. Rueda irisado de bermeja lumbre el turbión que en cascada se disloca, y hunde a combazos la ventruda roca, para que el oro en su oquedad relumbre. Bate el cóndor tajantes cimitarras y arremetiendo al viento de la puna, estruja al rayo en sus sangrientas garras. Reverberan de nieve las pucaras, y soplando el pututo de la luna se yerguen en la cima los aimaras. 541 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado EL LAGO EL VALLE obre el terso cristal de malaquita que aprisiona el soberbio panorama, el carcaj de la aurora se derrama y el bridón de los Andes se encabrita. Su ala de nieve la leyenda agita, muerde las islas una roja llama, y de la ola el sonoro pentagrama el hachazo del viento decapita. Sofrena el sol su cuadriga en el Lago, salpicando de lumbre los neveros, y en el lomo de fuego del endriago, emergen de la bruma del pasado, la sombra de los incas y guerreros, bajo el palio de un cielo constelado. LA VICUÑA sbelta y ágil la gentil vicuña rauda atraviesa por la hirsuta loma, y en su nervioso remo de paloma, las graníticas rocas apezuña. El sol de gemas, en su disco acuña, la testa erguida que al abismo asoma, y en sus pupilas de obsidiana doma la catarata que el alfanje empuña. Su grácil cuello como un signo alarga, interrogando ansiosa a la llanura, y envuelta en el fragor de una descarga, huye veloz por el abrupto monte y se pierde rumiando su amargura, como un dardo a través del horizonte. 542 mbozado en su poncho de alborada, la lluvia de oro el sembrador apura, y el cielo escarcha la pupila oscura del buey que yergue su cerviz lunada. Bajo el radiante luminar caldeada, de agua clara, la tierra se satura, y la mano del viento en la llanura, riza de sol la glauca marejada. Cuaja el otoño las espigas de oro, y las mocitas en alada ronda vuelcan su risa en manantial sonoro. Se curva el indio y en su mano acuna de un haz de mieses la cabeza blonda, que siega la guadaña de la luna. LA CASA SOLARIEGA ordiendo la granítica quebrada se yergue la casona solariega, alba de sol, con la pupila ciega, y su techumbre de ala ensangrentada. Con rumores de espuma la cascada sus vetustas murallas enjalbega, y en luminoso tornasol despliega su cola el pavo real de la cañada. Su arquitectura colonial evoca la altiva estampa de un hidalgo huraño, que vivió preso en su cabeza loca. Un gran danés en el portal bravea, y se desborda el mugidor rebaño, atropellando la silente aldea. 543 Francisco Javier del Granado (1913-1996) EL RÍO astreando emerge del cristal de cromo, un yacaré con ojos de esmeralda, y serpentea entre la hierba gualda, bajo el fogoso luminar de plomo. Relampaguea en su quebrado lomo el polvo de oro que la orilla escalda, y un chiriguano de tostada espalda, asecha al saurio, con feroz aplomo. Rasga el ramaje su mirada oscura, y estrangulando el pomo de su daga hiere a la bestia con sin par bravura. Resuella el monstruo y de venganza hambriento, la hirviente sangre con su lengua halaga, y con su cola decapita al viento. LA SELVA on salvaje lujuria de pantera se enardece la selva en el estío, y el huracán con ímpetu bravío destrenza su olorosa cabellera. Blonda cascada de hojas reverbera sobre el ramaje trémulo y sombrío, que troncha el rayo en rudo desafío, incendiando el plumón de su cimera. Se retuerce la jungla acribillada por dos pupilas de rubí llameante que desgarran su carne alucinada. Viborea un relámpago en las huellas, el temible jaguar huye jadeante, y en su lomo chispean las estrellas. Flor de Granado y Granado 1988 VISITA PASTORAL A NUESTRO SANTÍSIMO PADRE JUAN PABLO II* imba Cristo a Juan Pablo II con el halo del monte Tabor y en cruzada de paz por el mundo siembra el trino, la estrella y la flor. Canta el alba en su lira de estrellas el rey blanco que es luz del saber, y se abrazan el cielo y la tierra en la tiara que irradia su ser. Hay en su alma grandeza de cumbre y rumor de plegaria en su voz porque el papa en los siglos esculpe la estupenda figura de Dios. Su palabra es la aurora del Verbo, su doctrina es de amor y perdón, y en el dogma proclama lo eterno que refleja la fe en la razón. Su sapiencia descifra en los astros el principio del bien y del mal, y su genio domina el espacio como en Patmos, el águila real. Surca el papa los Andes nevados bajo el iris en palio de luz, y en el valle, la selva y el llano abre al pueblo sus brazos en cruz. * Letra a tema compuesto por fieles de San Ignacio de Moxos, cuyo repertorio estuvo formado por piezas de música nativa y sacra del Barroco amazónico de los siglos XVII y XVIII. 544 545 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1992 CANTARES ELOGIO DEL IDIOMA uando el romance floreció en cantares rimando el verbo con el mar sonoro, nació un idioma de vocales de oro, y el castellano conquistó los mares. Le dan el latín sus sílabas albares, la lengua griega su ático tesoro, y el arabismo ruiseñor canoro, rumor de aljibe y trinos estelares. Mas, fue Berceo que al Olimpo sube, quien dio a la fabla que los mundos mueve, voz de campana y retumbar de nube. Y hace un milenio que el lenguaje hispano, —crisol de fuego y madrigal de nieve—, acuña el sol del pensamiento humano. EL ENCUENTRO ENTRE DOS MUNDOS oñé pulsar el arpa gigantesca de América morena, entre mis manos, para poder cantar como cantara la anunciación el ángel del milagro, cuando vi, florecer un Nuevo Mundo, del amor de la selva y el océano. Danzaba el mar en olas de esmeralda, bajo un sol fulgurante de topacios, salpicando de espuma la bahía que abrió a la costa su abanico de astros. Y en el límite azul del horizonte erguían las montañas sus picachos sosteniendo la cúpula del cielo en soberbias columnas de basalto. 546 Flor de Granado y Granado Policromos islotes de mil formas reflejaba la luz en el remanso, en traza de sirenas y delfines, blondos tritones o rugosos saurios; cubiertos por helechos y palmeras de esbelto talle y de penacho glauco, donde mezcló la orquídea sus matices con el color de pájaros fantásticos, que engarzaron el iris en su pecho, para arrullar el bosque con su cántico. Los taínos vivían a la orilla del mar sonoro, en conchas de alabastro, y enhebraban collares de alborada con las rosadas perlas de Cipango; sin que nadie turbara su retiro que veló por milenios el Endriago, hasta que al fin un siglo de epopeya dominó el mar en vuelo visionario y en un doce de octubre alucinante, don Cristóbal Colón desgarró el manto de ese mundo de luz y maravilla, conque soñara el genio castellano. Ardía el sol en llamaradas de oro, bajo el rubí sangrante del ocaso, cuando emergió cual diosa de los mares de Guanahaní, la isla del milagro; y en la quietud solemne de sus playas hechas de infinitud y cielo claro, izó Colón la enseña de Castilla ondulante de fúlgidos relámpagos, sobre el mástil en cruz de las estrellas que alumbraban un mundo legendario. Y en ondas de zafir y olas de lumbre detuvieron su vuelo los albatros, blasonando en la nieve de sus alas la espuma del Atlántico. 547 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado EL VUELO DE LOS ALBATROS CANTO A ESPAÑA Y AMÉRICA obre el lomo del mar que el viento riza tres albatros de regia envergadura con sus alas hinchadas de aventura acuchillan la tromba que se irisa. Se yergue el nauta, ungido por la brisa. Y en sus ojos floridos de locura América desnuda con ternura su seno de isla que la aurora hechiza. Y las naves en ronca algarabía surcan el mar con brazo de titanes, turbias de sal, de viento y lejanía. El genio de Colón las acaudilla y en sus velas preñadas de huracanes tremola el estandarte de Castilla. LA ESTIRPE CASTELLANA l señor de la Mancha simboliza esa estirpe de recia contextura que agiganta su ingrávida figura sobre el oleaje que las rocas triza. Traen de España al soplo de la brisa el corazón, el alma y la locura, la ciencia, el arte, el credo y la bravura de esa raza de intrépida sonrisa, que rasgó con la punta de su espada de la niebla los velos que en otrora envolvieron a América ignorada. Y al sentirse la virgen sin su manto se tiñó de rubor como la aurora, realzando con lágrimas su encanto. 548 o me erguí sobre el Ande como un águila en vuelo, para tender mis alas por encima del sol, porque rozar los astros es conquistar el cielo, salpicando de estrellas la cabeza de Dios. Vislumbré de la nave los rugientes oleajes, las llanuras intérminas y los valles en flor, el penacho de plumas de las tribus salvajes, los altivos nevados y el torrente en hervor. Enrosqué en mi cintura la serpiente del rayo arremetí molinos con mi lanza triunfal, y el bramante amazonas fecundó de un zarpazo, el ardor de la selva, en su celo estival. Contemplé deslumbrado lo sublime y divino, los caballos del viento y los cisnes del mar, y en mis labios brotaron el arrullo y el trino, la plegaria del alba y el clavel de un cantar. Y ese canto de gloria lo entoné por España, la del Cid y el Quijote, de Isabel y su arcón, por la América india, bella flor de su entraña, y las tres carabelas de Cristóbal Colón. Por la Niña, la Pinta y la Santa María, que rimaron la espuma y el azul en sus alas, y en sus velas prendieron la aurora que nacía, cavando el horizonte con la lanza de Palas. Pues el grito de ¡Tierra! fue augurio y profecía, que descifró el enigma de criptas y de altares, y anunció un Nuevo Mundo de eterna epifanía, llenando el firmamento de júbilos albares. Por la España de Córdoba, por la eterna y la grande, de Fernando el Católico, y el rey Carlos III, que tendió el arco iris de Madrid hasta el Ande, y encendió en las pupilas del mitayo, un lucero. 549 Francisco Javier del Granado (1913-1996) La del César don Carlos y Felipe II, en cuyo vasto imperio jamás se puso el sol, porque su espada de oro que dominaba el mundo fue forjada en Toledo con sangre de león. Por Pelayo el caudillo que venció en Covadonga, a las huestes de Alcama, el morisco señor, cuya noble figura como un roble se alonga, en su alcázar de ensueños, con vergeles en flor. Por Legazpi, Urdaneta, Magallanes y Elcano, que ciñeron la grácil redondez de la tierra, y estrujando sus senos de pimienta y canela, desnudaron su carne palpitante y morena, demostrando a los teólogos que no existe el arcano. Por Berceo, el gran monje que rimó el romancero, dando al habla la fabla de Virgilio y Homero, y el vocablo canoro del arábico de oro, que hizo espuma de la ola de la lengua española. Por la patria de aquellos escritores galanos que nimbaron un siglo con su áureo esplendor, dando a España el idioma de los dos soberanos don Alfonso el Rey Sabio y el manchego señor. Por la Hispania de Góngora, de Manrique y Cetina, de Teresa y Zorrilla, de fray Luis de León; que refleja el espíritu de su raza latina en los dramas de Lope y el genial Calderón. Por Granada de Lorca, —luz y alhambra de España—, por Miró y Benavente, Azorín y Galdós, Valle Inclán y Unamuno que son selva y montaña, y san Juan el mirífico, que nos lleva hasta Dios. Por Segovia y Valencia, Zaragoza y Sevilla, las de lanza ilusoria y de gesta guerrera, Por Navarra, y Toledo la del alma bravía, que navega en el Tajo de su sangre torera. Por Iberia la tierra de colosos pintores, de las Majas de Goya y el Entierro, del Greco, que en Murillo es virgíneo madrigal de colores y en Velázquez sus lanzas y la flor del espejo. 550 Flor de Granado y Granado Por la España de Albéniz, de Granados y Falla, por la esbelta manola de mantilla y peineta, que fascina de sueños los ensueños del poeta, y en la jota alborota castañuelas de plata. Por América cóndor de los grandes nevados, que rizó con sus alas las espumas del mar y embrujo al universo con sus vuelos osados, porque Mallku es monarca de la nieve lunar. Por los predios del Inti, ese dios soberano que atezó el arco de oro del creciente lunar, y lanzó nuestras vidas como un río al océano, porque el río es la Parca que nos lleva hacia el mar. Por el sacro dominio de los tahuantinsuyus, amasado en el limo de Manco el soñador, que empuñó el cetro de oro que floreció en caluyos, cuando Febo su padre, lo aclamó emperador. Por los pueblos aztecas con sus templos de plata, consagrados al culto de su dios Quetzalcóatl, que vertieron torrentes de su sangre escarlata, blasonando el incendio de la flota imperial. Por la Atenas de Artigas, y el océano Pacífico, que descubrió Balboa, caballero del mar, admirando en la testa del cacique magnífico, el plumón de arco iris del pomposo quetzal. Por Junípero Serra que fundó Capistrano, San Francisco, Los Ángeles y la bella ciudad de San Diego, y algunos oratorios aldeanos, que nevaron de luna, su argentado misal. Por el reino de Quito y el Perú milenario, por la mágica México que cantó Valle Inclán, por Haití, y Costa Rica de fulgor legendario, florecida de amores en la flauta de Pan. Por el país de Darío el divino poeta que legó a nuestra lírica las canciones más bellas, y asombrando a los siglos con su inmensa grandeza pulsó el arpa de oro y su lira de estrellas. 551 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Por Colombia y Honduras, Panamá y Venezuela que fue cuna y sepulcro de aquel genio inmortal, que venció en cien batallas, a La Serna y Pezuela, y paseó sus ejércitos bajo el Arco Triunfal. Por la perla de Antillas y el coral del Caribe que en sus senos ofrenda la ambrosía y la miel, por el héroe del Plata cuya espada suscribe la grandeza de América, en su alado corcel. Por las Santas Cruzadas y las lides marciales, que templaron el alma de la raza española, sepultando en Guernica, un tesoro de ideales, y la heroica República, que fue bomba y fue ola, que estalló entre las manos de Alcalá de Zamora. Por la España de Alcántara, de Lepanto y Granada, de Solís y Mendoza, de Cortés y Pizarro; que domó a Moctezuma y al soberbio Atahualpa, a los indios charrúas y al cacique araucano. Por la lengua y la mitra, por la toga y la espada, que alumbraron las aulas de San Marcos, en Lima, y erigieron en Charcas, que a la Audiencia sublima, un sutil y escolástico partenón de alborada. Por la fe de Loyola y el sayal franciscano, que vencieron la jungla con la cruz y el misal, y enseñaron al monte, su Evangelio cristiano, bautizando a los bárbaros con el agua lustral. Por España que es madre de las veinte naciones y la hija de Bolívar, el gran Libertador, que izó en Sumaj Orko, sus bélicos pendones, y el cerro se hizo ulala y lo arrulló de amor. Y por eso, en un vuelo de heráldicos azores, canté el descubrimiento de América bravía, y la épica leyenda de los conquistadores, que floreció en la sangre del Inti que moría, legándonos su estirpe, su lenguaje y su Dios, y a Rubén el rey mago y pontífice sumo que cantó a nuestra España con si lira canora e incensando a la América con espiras de humo repicó las campanas de la lengua sonora. 552 Flor de Granado y Granado 1992 ALFONSO REYES Y JAVIER DEL GRANADO REPRESENTANTES DEL ALMA HISPANOAMERICANA lfonso Reyes y Javier del Granado configuran una hermandad intelectual y literaria. Las características que más los acercan estilísticamente hablando son el cultivo del romance y del soneto; temáticamente, la representación de la tierra natal y de la historia nacional de ambos países. En el Romance del valle nuestro, del Granado describe la belleza del valle de Cochabamba: la montaña, la vegetación, las aves, la tierra. Personifica su región natal y le habla en «tú»; además, se coloca a si mismo con relación al valle en la última estrofa: «Y en el airón del Tunari se posó el águila blanca, que en vuelo azul de horizontes mis pensamientos proclama, avizorando en tus ojos la estrella de la alborada». En Romance de Monterrey, Reyes también describe su tierra natal, y se identifica profundamente con ella: «…y tan mi lugar nativo que no sé cómo no añado tu nombre, en el nombre mío. Monterrey, donde esto hicieres, pues en tu valle he nacido, desde aquí juro añadirme tu nombre en el apellido». Ambos poetas captaron el Atardecer en el campo; en un soneto endecasílabo del Granado dice: «En el viejo landó desvencijado, que rueda por la ruta polvorosa, llegamos una tarde bochornosa, a la casa del rancho adormilado. 553 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado Las ovejas pastaban en el prado, y el zagal con su gaita jubilosa, alegraba la fronda esplendorosa, que embellece las faldas del collado. Cabalgaban las mozas en el asno, y ovillando en su rueca los celajes deshojaban las flores del durazno. Se hundió el sol en la cúpula del monte y alumbrando en el cielo los paisajes clavó un dardo de luz al horizonte». Y Reyes en Ventana al crepúsculo y al campo, dice: «A la hora en que está muriendo el día, en regalada paz y luminosa, siento subir el ánima olorosa del verano del campo que se enfría. ¡Tarde playa del mar, constante y pía! Nave del corazón: al fin reposa. Salte, alma, como una mariposa, a temblar en la luz que se desvía. Yaces amiga, sobre la ventana, por donde nuestra lenta vida mana, hacía el ocaso, hacía la inmensidad. Y en el desvalimiento de la tarde. la dulce lumbre de tus ojos arde para consuelo de mi soledad». En Atardecer, de Granado la descripción es en tercera persona, y después del primer cuarteto, exterioriza la imagen de la tarde por medio de la presencia de personas y animales: las ovejas, el zagal, las mozas. El soneto de Reyes es en primera persona, e interioriza la imagen de la tarde, enfocando el ánimo del verano, el corazón del yo. Mientras que el soneto de Granado describe las actividades del rancho en el momento del atardecer, el de Reyes describe cómo el atardecer afecta el espíritu del individuo al reflexionar: «la tarde es como un mar en que reposa la nave de su corazón». Además el uno describe un tiempo pretérito y el otro en tiempo presente. Sin embargo, los poemas adquieren ciertas semejanzas en los tercetos. La tarde proporciona un aire de misterio: las mozas preguntan por su destino en las hojas de las flores, en Atardecer; y en Ventana…, el yo poético considera la relación entre la vida y el ocaso. Y en el último terceto de los dos, las imágenes anteriores culminan en la de la luz sobre el panorama: en el uno, es un «dardo de luz»; en el otro, «la dulce lumbre», de los ojos de la tarde personificada. La lectura de la poesía de Granado y Reyes revela la importancia que lleva para ambos de la descripción de todos los detalles que forman parte de la vida en sus tierras natales. Abunda en la obra de ambos la representación de los campesinos, el paisaje, los animales y las costumbres regionales. Como parte de esta realidad tanto Reyes como del Granado se preocupan por pintar la capacidad destructiva de la naturaleza, una verdadera amenaza a la tranquilidad y continuidad de la vida en el campo. Esta faceta de la naturaleza está manifestada de manera muy semejante en el romance de La tormenta, de Granado y el soneto Tolvanera, de Reyes. A pesar de su diferencia en forma, las imágenes representadas y la fuerza descriptiva tienen mucho de común. El poema de Granado, siendo romance, es más narrativo, y el uso del tiempo pretérito contribuye a este carácter. Cada una de las siete estrofas enfoca una perspectiva de la progresiva destrucción que se desencadena —la tormenta estremece todo el valle, arrasa los sembradíos, inmunda las praderas, ahoga al «curaca», castiga a los habitantes— hasta llegar al silencio final, la hacienda en ruinas. El soneto de Reyes es un cuadro más condensado. La acción se percibe en los verbos que dominan en la primera y última estrofas. La violencia de La tolvanera se define en la sucesión de imágenes en las frases nominales de la segunda y tercera estrofas: «tromba de embudo gris»; «disgregación de montes»; la fuerza de la naturaleza se 554 555 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado expresa en escasos pero potentes verbos: «lanza», «azuza», «embiste», «rinde», «vuela». Los verbos en La tormenta de Granado, funcionan en la misma manera: «doblegó», «cercenó», «tembló», «rodó», «arrasó». Los dos poetas describen la profundidad del terror en forma semejante. Del Granado: «tembló el valle estremecido/ por la voz de la tormenta»; Reyes: «…disgregación de montes,/ movediza prisión…» Y por último lo que dejan la tormenta y la tolvanera pasada la furia: el valle rendido en el soneto de Reyes, el valle desgarrado en el romance de Granado. «…y en el valle que todo se rinde vuela el gemido de la gente loca» (Reyes). «…y la noche cubrió el valle con su manto de tinieblas, desgarrando en el silencio rumoroso de la sierra, el aullido de los canes y el dolor de las estrellas» (del Granado). Cuando cantan a sus héroes nacionales, del Granado y Reyes muestran de nuevo semejanzas. Recurren a imágenes de la antigüedad clásica, de la guerra y de los elementos indígenas de América, para glorificar al elogio. En la tumba de Juárez, de Reyes, se levanta la figura de Benito Juárez, presidente liberal de México que instauró las Leyes de Reforma en 1859, y defendió su patria contra la intervención extranjera, bajo el imperio de Maximiliano. Es un poema largo, de rima consonante variada, donde las imágenes hacen referencia tanto al espíritu de los antiguos romanos como al del indígena mexicano. Un fragmento de la primera estrofa sirve como ejemplo y para comparación: «…Pues eres el domador de los pumas, y con tu lanza y tu escudo, vienes a oír nuestros himnos; pues con tu clave titánica grave dominas, y el ceño torvo contraes, y ahuyenta sorda tu cólera el brío de los guerreros, y grávida se hincha la tierra en volcanes a tu mandato… …¡salve, maestro del arco, por la virtud de tus flechas con que clavaste en el cielo rojas estrellas fugaces!» El poema de Reyes describe la celebración ritual del héroe, incluye elementos bélicos, como la lanza y el escudo, e imágenes de la violencia de la guerra; diviniza al elogiado y destaca la fuerza de la raza indígena. La imagen final es la del monumento: «…yérguese el héroe, gigante, bajo la lumbre del sol». Apoteosis del héroe, de Granado, desde su mismo título es la divinización del mariscal Andrés de Santa Cruz, presidente de las repúblicas peruanas, a partir de 1829. Sus imágenes, como las de Reyes incluyen la antigüedad clásica (Júpiter, Mercurio, Palas, Fídias) elementos bélicos y lo nativo de su región. Los siguientes versos, son ejemplo y material de comparación: «Mientras oteaban los cóndores desde una cresta volcánica —donde los vientos rugían y las tormentas bramaban—, la estampa de ese guerrero que unió en su mente preclara, el corazón de dos países en el rubí de una ulala… Porque en torrentes de fuego fundió en las cumbres nimbadas la majestad y grandeza de dos naciones hermanas,…». Como en el poema a Juárez, la figura del héroe se rodea del fuego y el poder del volcán, y enfatiza el carácter del guerrero. Por último acaba con la imagen del monumento al héroe, en el poema a Santa Cruz: «Y esculpió Fidias en mármol tu efigie de heroica talla, jinete en potro de espuma que se encabrita y se espanta, alzando al cielo sus cascos en repicar de campanas». 556 557 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Enorme es el rango y hondura que tiene el tema de la muerte en la poesía española. Como última comparación entre su poesía, un soneto sobre la Muerte de los amigos descubre en cada poeta la sensación de vacío ante la ausencia, y la propia mortalidad, y la obsesión por el más allá. Del Granado dice: «¡Ay! amigo, tu muerte iluminada por el áureo crepúsculo del estío, ha lanzado tu vida como un río, en flechazos de luz, hacia la nada. Tú, que amabas la estrella y la alborada, el paisaje, las mieses, el rocío, y el torrente del trópico bravío que fecunda tu selva torturada. ¿Dime, nimba tu fosa, de esperanza, esa aurora a las almas prometida, en canciones de cielo y venturanza? O si bien, en el reino del dios Hades, es la muerte, la sombra de la vida, y un abismo entre dos eternidades». Reyes dice: «De los amigos que yo más quería y en breve trecho me han abandonado, se deslizan las sombras a mi lado, escaso alivio a mi melancolía. Se confunden sus voces con la mía y me veo suspenso y desvelado en el empeño de cruzar el vado que me separa de su compañía. Cedo a la invitación embriagadora, y discurro que el tiempo se convierte y acendra un infinito cada hora. Y desbordo los límites de suerte que mi sentir la inmensidad explora y me familiarizo con la muerte». —Amanda Irwin, Universidad de Chicago 558 Flor de Granado y Granado 1992 TRADUCCIONES AL INGLÉS POEM OF THE WAR ar! War! snort the restless trumpets and, from the vibrant peace of the constellations, on colts that made the storm clouds pregnant, by the four highroads of blood and distance spectral horsemen set spiritedly off. The four horsemen are sowers of anguish who bind the heads of peoples and cultures, fraying their veins with sinew horsewhips, and, eagerly seeking mass destruction, fire the Universe with the torch of the sun. War! War! bends the Vandal's hoarse voice on an anvil of thunderclaps. The Monster opens its eye-sockets—craters in flames— and chews in its jaws of hungry bayonets Athena's effigy. Its tentacles squeeze out, with a thirst for treachery, the eyes of mothers —immense in their horizons!— sucking the juices from the heart of the planet: the blood of human beings. 559 Francisco Javier del Granado (1913-1996) The World shudders, convulsed and mad, and in a blaze of red the banners wave. Stabbing churches with incendiary bombs, the falcons unfold their stormy wings and crush in their talons the age-old earth. They bury hamlets and cities in sobs. Iron hurricanes raze the trenches. The broken skeleton crepitates in death-rattles. In the hollow eye-sockets blossom grenades. Deluded thirst sticks in the throats and armies of corpses, heroically big, plaiting with their viscera debris and footpaths, bend beneath the barbarians' cracking lead bullets. A question throbs: Attila or Antichrist…? And the blood that tinges the Side of the mountains replies: —there, lie in shadows… —There, lie in shadows —shriek the eyes of the children— the roots of the houses where a silence descended which turned the arms of mothers to graves. Europe, undermined by underground hands, bursts out like a geyser, effacing the horizon. The Monster assails the world, its talons strangle defenceless cities. 560 Flor de Granado y Granado The hunger of the peoples will scratch at the smoking furrows of the earth, which miscarried beneath the rumbling weight of the tanks. Anguished mothers will bite their arteries, squeezing their breasts out: an anaemic moon: while the wandering crow devours the carrion, scything with its wings a forest of existences which whitewashes the endless surface with skulls. In the century's cry is a shriek of anguish constricting the throat of the dying world, and in the cracked mouths is frozen this question: And what will become of man…? What of this earth of ours…? Tomorrow, when our children ask for a reply, and women stand up with their scorched breasts withered, pointing out the ruins, the cradles without smiles, the blazing cities, and all that macabre legion of ex-human beings, Will it be possible to talk of the ‹Daemon› of the ancestor, of the crouching beast that restlessly sleeps in the breast of man, bracing its sinews beneath a shower of whiplashes? The tower of silence will answer the ages. 561 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado TO CHRIST THE VILLAGE DOCTOR ow that pain is wringing the earth's heart, and a hurricane of whips is fraying our nerves, Christ! Christ! is the cry constricting the throats of millions of human beings who, hallucinating, drunk, are digging up the graves with their bleeding fingernails and squeezing out between their teeth the heart of Abel. Christ! Christ! is the cry filling the spaces and slashing the ears like a stab of trembling anguish. And the eyes seek you and the mouths cry out to you: Lord, open your horizontal arms to the earth and, grasping the curved scythe of the moon with your fingers of tears, with your fingers of tears frosted with stars, reap in our souls the corn-ear of pain. 562 he Galilean Rabbi's gentle face smiled out from his, and lit our childhood years; he freely poured the fragrance of his soul upon the humble people of the place. At night we sense his spirit's fluttering trace in Hesperus, his heart-beat on our farm, and, sprinkling moonlight like a silver dust, his hand which reaches out to us through space. St Francis and Vincent de Paul, reborn in his devoted soul, would help him reap, upon the barren crag, the prickly thorn. I've seen him by the cradle, lost in thought. His gaze would fill with stars each time he knew that Christ could never grant him what he sought. DEATH OF THE CONQUISTADOR he fierce Cacique draws taut his combat bow in treachery, beyond the bristly path, and in a warlike sacrifice his crest of feathers, like a quetzal's wing, sweeps low. The tent, lit up by torch, is topped with snow; the Captain drops down dead upon the earth, the blindfold of a moonbeam swathes his eyes and from his skull hot waves of garnet flow. A wide blue world of dreams comes tumbling down and, opening star-bright arms, the Cross keeps watch above a grave of mythical renown. The army hoists the Spanish Standard high and glory celebrates, with golden dawn and gleaming steel, his deed which will not die! 563 Francisco Javier del Granado (1913-1996) THE INCA he sacred crest and the llautu's red-wool band edge his forehead with the borla's royal fringe, and the súntur páucar with its golden globe encloses the world in his powerful right hand. Down from his shoulders a purple mantle flows, his high-thonged sandals of silky woollen thread bind the bends of his knees with their gilded plaits, and over his lithe figure the huámpar snows. From each ear there hangs a large, thick metal ring, and the golden huallca with its rainbow jewels sets on his breast, in a luminary of stars, the twelve signs of the zodiac on its string. So time stands still in its sand clock for the sun, and ceases to transform empires for a while, as soon as the voice of the Haravec sounds and Inti Raimi's solemn feast is begun. And alpacas and soft-haired guanacos bleed in Coricancha, before his august throne, as the Augur, in oblatory offering, pours on the Mother Earth the fruitful red seed. While, in their divine dance, the Ñustas unfold their wings of light and their quenas' flowering notes, and sprinkle with love in his holy domains, in a dust of legend, the hailly of gold. THE CONQUISTADORS he dust of a thousand legends, a flashing of swords, a neighing of chargers and a hurricane of lances announce the arrival of the Conquistadors, who tear the tunic of dawn in the Andes. 564 Flor de Granado y Granado Their thrust is invincible, nothing holds them back, not even the untamed courage of the haughty Charcas who smelt their shields into a luminary of arrows and crush with a slingshot cuirasses and suits of armour, plaiting with their bones the Fort of Cantumarka where the cacique Titu defends the pucaras with thirty thousand warriors who roar in the pampa to impede the passage of the Conquistadors who water with their blood the age-old land, lifting to the stars the glory of their arms! An august silence surrounds the mountains, and the mirage of the endless plain is haunted by the shadow of the dead who wander in the hazy light of the moon which snows down its winding-sheets while the raucous sorrow of the yareta sobs and the high wind whips the lonely steppe. The drums of the thunder roll in the distance and, fiercely tramping across ridges and gorges, infinite plateaux and precipitous summits, the legendary army that astounds Collasuyu with epic feats advances victorious. 565 Francisco Javier del Granado (1913-1996) The rising sun embroiders breastplates and caparisons, the snaffled horses snort, the cuirasses shine and, splashing with light snowfields and waterfalls, there flowers in their eyes the flower of Chokechaca! Plumes and standards wave in the wind and, raising a dust cloud of ages in the pampa, the centaurs gallop forward, throwing off flashes. The Indians and curacas who extend their domains from the Andes to Chiticata see them from Churuquella and, tearing the air with incendiary arrows, hem them in with a ring of tragic pincers. A golden dart transfixes the Ensign of Castile and dents the armour of the Captain of Spain who is marching at the head of his very best Lancers between the noble and haughty paladins Diego de Centeno and Gaspar de Lara; and, wounded in their pride, the ferocious Knights clasp their shields and bare their swords and to the cry of Santiago! rush to the attack and break through the diadem encircling the mountains. The mutilated land crepitates in death-rattles 566 Flor de Granado y Granado and, subduing a Kingdom that had flowered for millennia, Gonzalo Pizarro invades Chokechaca and in blood and iron crushes the heads of the Charcas. The centaurs explore the crags and the beaches, the lakes and the plains, the mountains and ravines, the fabulous rivers, the enchanted forests, the valley of Yotala and the hill of the Dragon which builds a bridge of gold from Potosí to Spain. And behind the cinnamon trees of an imaginary Country that weaves the golden legend of El Dorado, they penetrate the wild and age-old jungle and, sinking in the rapids their fragile dug-outs, return to the summits, descend to the plains and find with amazement the lands of Sapalla! —lovelier than the lovely Oriente areas, richer than the Altiplano's rich regions— and there they fuel their fever for dreams and greatness, versifying dawns in the sea-green eyes of the swarthy ñustas whose flowers deck Qhochapampa. And to the sound of the clarions of gleaming silver they proclaim the title of the Vanquisher of Charcas, who confers on the noblemen the valleys of Canata and orders Peransurez to found the White City which will show on its shield of heraldic devices: 567 Francisco Javier del Granado (1913-1996) a double-headed eagle, cawing and crowned, the hills of omen and that of sacred offering, the banner of light the Crusaders hoisted, two Attic columns and ten severed heads, and lions which, roaring, guard with their claws the embattled towers. CANATA he Golden Age was half over, bright gleams of sapphire brushed with their light the ravines and the crags, which were haloed by the cosmic grandeur of Tunari which displays on its peaks feathered crests of infinity; and Garci Ruiz was marching his way to the future, sowing broad furrows with his heart of wheat. And, seeing in space the augural signs that plot for men the courses of destiny, he felt his wings outgrowing his flight and, in search of horizons to encompass his plans, embarked on the conquest of the Promised Valley, without pikes or swords, without pitchfork or knife, and bought from the caciques Achata and Konsawana their estates, their farms and the dreaded swamp which are bounded to the north-west by the turdid shoals of the River Condorillo, to the south by Jaya Uma and by Alalay which frosts the waves of the Styx, 568 Flor de Granado y Granado and to the east by the sierras of Tatakirikiri which offers to the girls its necklaces of dew. And so he forged in Canata his hacienda and domains and dreamt of a sleep with rustic dreams. After him, other nobles in pursuit of a domain arrived in these lands of pastoral seclusion, and on an impulse worthy of a song of Virgil Rodrigo de Orellana and Captain Sanabria smelted their swords into farmers' ploughshares. And, seeing himself in a paradise of dreams he had never imagined, the noble encomendero Diego de Mejía turned into a leafy, thoughtful molle. His indomitable thrust persuaded the natives to clear the acacia groves, drain the marshes; and Martín de Rocha, diverting the Condorillo, enriched the Maica with fertilising mud. And the uncouth peasants observed, engrossed, the pools becoming covered with mantles of beryl; and the gold of the cornfields which seeds in a sheaf of trills filled the Indians' huts with tasty bread. 569 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado The ancestral homes rose at his instigation with spacious corridors and crystalline wells, displaying the lineage of the Conquistadors in carved window gratings and shields of granite; and near the great houses in Castilian style, which challenge the ages watching over their domains, the stables were raised for cows and colts, and the garden laid out with vegetables and fruit trees which frost their leaves with hail in August. Life was tranquil, customs simple, and joyful cavalcades travelled the paths, bound for the farmstead of some noble friend, and to the sound of mandolins with their melodious rhythm they would dance with the girls with their fruiting breasts, overcoming them in the fire of their amorous gusto, which fertilised Canata with the blood of mestizos. And, counting off at times their twilight nostalgias, they would wander in the shade of the sleeping garden which set their fleeting dreams with jewel-like fireflies. Or in a cheerful circle of evocative enchantment they would chatter in the light of large blazing torches; and there the silver voice of the sower of wheat, with his long, flowing beard and eyes sparkling like wine, would recount to the nobles in burning words how he saw Gonzalo Pizarro's head roll, splashing the Andean peaks with blood. And amid the harsh booming of civil wars which razed La Plata with their prophetic flight, he saw the tragic death that fate had arranged for the rebel leader Sebastian of Castile who lowered his haughty banners in anarchy. And, in Cuzco, the bonfire with reddish glows which was stirred by the rising of Francisco de Hernández, and other fine stories of times lived through which the boys would listen to the patrician relating, of this Town of limpid glories and time-honoured dominion which was founded in the lands of Canata made of sun and a madrigal of trills, on the day of the Queen of Angels in her glorious Assumption into Paradise, by Captain Geronimo de Osorio, detached from the Regiments of Flanders like a pure blue character of legend of noble bearing and excellent heart; who, hoisting the Colours of Spain on the nape of his untamed charger, bequeathed to the Town the name of Oropesa and the ducal shield of Francisco: 570 571 Francisco Javier del Granado (1913-1996) argent and azure on a chequered field, lions rampant, pearls and castles, a crown of gold, a mantling of foam, and a tall helmet-crest of silvery lustre where an angel with a flaming sword keeps watch, a golden cross and a world of sapphire, which blazon the flower of Cochabamba with the feathered crest of its magnificent history. And in the rustic village of Canata with its gardens brim-full of dew, where the blossom of the almond trees and the lilies' white prayer snow down, the Town of Oropesa was growing light beneath an awning embroidered with sapphires which frosted the last of the stars in the rivers' clear, still water; while a population of shepherds and old country nobles was praying and contemplating the symbolic timber, the sputtering wax of the candles, the text of the Holy Gospels, an enormous, bloody crucifix, and a greyhound licking the sandals of the thoughtful monk intoning liturgical songs to bless the blossoming hamlet. 572 Flor de Granado y Granado BARBA DE PADILLA astille's proud Standard flutters in low flight beneath the bell-glass of the gleaming sky and casts the dawns' medallion from a sheaf of golden grain and diamantine light. A sparkling luminary makes rainbow-bright the Valley, and Padilla, now discharged, refounds the nascent Town while spurring on his stamping warhorse like a charging knight. The centuries embroider silver fame upon the humble village, and the wind blows off the gold dust of its ancient name. And Oropesa's skin of swarthy brown takes on a valley light, an epic song, a quena's sob, a patriarch's renown. TOWN OF OROPESA he sun's red blood and rural dawnlight spill on Oropesa's noble Town to give a sparkle of bucolic loveliness whose madrigal falls, seed-like, with a trill. The neighbours, leisure-loving shepherds still, the Council's prudent firmness overcomes, and great horizons bear the luminary that lights the destinies it will fulfil. Young girls in blossom dazzle its small streets, and from carved gratings sighs and kisses chirp while in their midst the plaintive lute entreats. As lone Tunari haughtily looks down, the Southern Cross sets sapphires in the sky and tops the Bell Tower with a starry crown. 573 Francisco Javier del Granado (1913-1996) COLONIAL EVOCATION he sun shines brightly, the orchards fill with dew, and, wrapped in glowing daybreak's fleecy pink clouds, the Town of Oropesa flowers in the eyes. The lords of the land succumb to its bewitchment and forget for ever the panoplies and standards they won long ago in an epic contest. The Council is governed by the twelve Aldermen who cut the little jewels of the peasant city and give to the Bell Tower its excellence and lordliness, effacing the earthy contours of the village which ripples on the hills the gold of the cornfields and encircles its neck with necklaces of glow-worms. The bells scatter round their vociferous tongues, the towers of the Church grow white with doves, and the local ladies attend the mass, gracefully showing mantillas and back combs. The males besiege their upright fortress, and the guitar laments with love in the narrow streets, serenading night by night —the flower of their beauty!— till finally the girl gives in to their endearments and the suitor climbs in through the flowery grating. The two-horned god smiles, and in the silky quietness 574 Flor de Granado y Granado the shepherd's pipe is heard, lulling the forest to sleep. Life is an oasis of peace in the hamlet; the years slip by with smiling placidity; solemn processions, Trisagions and novenas move the pious spirit of the village. The population celebrates the vespers and feasts with salvoes, fire crackers, dancers and plays, firework set pieces, illuminations, girandoles and bonfires. They play at sortija, knucklebones and alcancía, there are fighting cocks and bulls with their horns tipped with balls, the Square is a swarm of girls and bees; and elegant knights on speedy chargers boldly destroy the cane in their career. Lamps and lanterns light the narrow streets and haughty nobles with cape and tippet visit the ancestral homes by night. The parties are enlivened by stories and tales, the young women's laughter and the playing of forfeits, by draughts and backgammon, by glasses of brandy cup, tasty preserves and steaming chocolate which the housemaids serve in small silver cups while the grandmother lights the quivering candle 575 Francisco Javier del Granado (1913-1996) whose light puts to flight the souls in torment. The masters lay down their harsh ferocity; they share with the Indians the gifts of the earth, and lend them their ploughing gear, sleep with their women and give the natives their language and beliefs, since they represent for them a human capital and the hacienda's people are part of their property. But the feverish greed for honours and riches which calcined the bones of the robust adventurer extirpates in every Mita the peasant population, and no Viceroy with his strict attitude can get carried out the wise Ordinances that King Charles V bequeathed to the stars. But the aged Spaniard who took root in the soil sows the racial seed of mestizo breeding and the new blood overflows in a sap of sunlight to give the old race luxuriance and vigour and versify the beats of America's heart. The Golden Age of the Conquistadors, who made of Canata the Town of Oropesa, is extinguished, and other breeds surface, tyrannical and wild, the dross of the remains of the old feudalism that kneads in blood and iron: man, sweat and earth. And ah! the poor Indians are caught like beasts, and their shoulders are torn by the whip of fire which cuts the flesh of the soil to shreds. 576 Flor de Granado y Granado The despots impoverish the labourers' huts, displace the Creole from duties and benefices, close to the mestizo the classrooms of the school; they scoff at the laws, they put up the taxes, and the people writhe in anguish and misery. Rumbles of a storm resound in the Town, tearing with lightning the valleys and vegas, the hills, the plains, the rivers and ravines, and there rises on the truncated column of History the cholo whose cry awakens the conscience of a people of mitayos who forgot the dawn, bending with their skulls the tragic caverns. LIBERTARIAN EPIC orging in a forge of stars the iron of their sabres, the valley men withstand ninety-six engagements, and in the midst of a war with Homeric passages they crush the fiery head of the Dragon which ground silver mountains between its jaws. The scaffold is still stained with twilights of blood which set the gleaming sky on fire with carbuncles; 577 Francisco Javier del Granado (1913-1996) and the brave guerrilla fighter Guzmán Quitón besieges the Town of Oropesa with armies from Chapare. But the noble leader Recabarren prevents the people spilling out with a roar through the streets, and submits to the Council his resignation from the command, which the popular masses award to Cabrera. Then the noble fates of this valley are ruled by the Brigadier from La Plata, Alvarez de Arenales, a Lieutenant-Governor and haughty Commander who fought Pezuela for the liberty of the Andes; but the adverse fate of Ayohuma and Vilcapugio, where Zelada lost the flower of his phalanx, destroys Belgrano's indomitable centaurs and forces the patriots to halt their advance. But the horsemen with ponchoes and short-barrelled carbines, whom Arenales' sword commanded in Oriente, battle by the side of the moon's pale archer who pierces the King's bastions in Valle Grande and triumphs in Angostura, San Pedro and Florida, which sing the epic of Santa Cruz and Warnes. The Auxiliary Forces request their help and, at the sound of the clarions that call them to Battle, the valiant Armies of the River Plate swell and, trampling hills of corpses in Sipesipe, run the enemy through with their lances couched in the midst of a gallop of neighing colts. And after this clash of historic importance 578 Flor de Granado y Granado which sank the allies in a sea of mud and blood, the valley men rise up with vigorous spirits and, wrapped in the Ensign lowered by the hurricane, enlist in the ranks of the guerrilla fighter Lanza while Rondeau, defeated, returns to Buenos Aires. The patriots proclaim the splendid epic of triumphant Tucumán, which flashed out in songs thanks to the efforts of the new Prometheus who bleeds, chained up by the deity of the Andes; but the resolute attitude of the indomitable people, who loved the light of their valley madly, wreathes the victories of Sucre and Bolívar with the glorious laurel that blossomed in their blood. The countryside is jewelled by the summer rains which set the streams and springs with gem-like glow-worms, and a group of peasants, in a memorable gesture, declares the independence of the Upper Peruvian land which defended its rights in a titanic struggle. Their proclamation shakes the crags of Tunari, the ranches and the cities rush to arms; and when the Spaniard Assúa's régime is overthrown Guzmán and then Sánchez take over the Government. Antonio José de Sucre extols the rising that gave our people the right to self-government 579 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado and awards the valley men the distinguished Cross of War, which displays in its motto of heraldic songs: «From the Country to the brave Cochabamba Legion,» who spangled their immortal dreams with glory. Then the Hero calls the historic Assembly which engraves in golden letters the venerable names of Mendez and Terrazas, Cabello and Escudero, Cabrera, Vargas, Borda, Carrasco, Paz and Tames, and on the SIXTH OF AUGUST Bolivia rises, sovereign, amid a flight of condors and long-tailed eagles. There blossoms a new era which, in blazes of gold, is radiated by a dazzling Country's birth, and Bolívar's genius rises up between the peaks, dictating his starry Laws to the Republic. Cochabamba dresses in idyllic clothing, adorns its head with myrtles and orange blossoms and awaits the arrival of the Greatest of the Great, who appears through the blossoming vegas of Pocona, covered in a mantle of glowing, fleecy clouds; his snowy horse neighs in the mountain ravines and banners of wheatfields wave at his passing. Swords and Standards gleam in the streets, the bells peal out, the kettle drums roll; and, wrapped in a halo of shining glory, the mythical soldier, with his curving brow and deep, sparkling eyes, smiles round at the maidens. The gallant horsemen of Colombia escort him and the delighted people pay him their homage. The clergy and Council bow at his passing, the soldiers present their flashing arms, and salvoes of cannons greet the undefeated one who conquered women and liberated cities. The Town is shaken with triumphal canticles, and Zeus and Minerva wreathe the Colossus who trod beneath his feet the summit of the Andes and, raising to the stars the point of his sabre, sealed in Colque Guacac the Liberty of America in the midst of a surge of waving Flags. The charioteer brandishing his whip of lightning lashes in the streets his stamping quadriga, and Bolívar's gilded carriage rolls along in state, covered by an awning of starry lights; and bees of pure gold brush with their wings the countryside's flower in prenuptial flights. Since the Genius, dazzled by the graceful Princess, shares his marriage bed in Calacala and dreams of an estate of pastoral dreams and a rustic garden with lyrical foliage which the doves and the birds' song lull to sleep. The Statesman glimpses with his visionary mind that, thanks to this people, Bolivia will be great and asks the government of Ayacucho's Hero to set in our land its Palace of diamonds, since he sees that Cochabamba, the Queen of the Valleys, is stretching her maternal arms to the Republic, and rings with the steppe the plains of the Levante, 580 581 Francisco Javier del Granado (1913-1996) the rivers, the mountains, the tropical forests, the emerald lakes and the Realm of El Dorado, which in the midst of the jungle Ñuflo de Cháves sought. And, raising to heaven his dreamy brow, he converses with the stars in cosmic language of this heroic Town which, on Pegasean wings, smashed its golden lance like the Noble Knight Errant. THE BONFIRES OF ST JOHN he golden twilight died upon the violet peaks, lighting up with dreams the sweet peace of the village; and the sparkling foam of the fleeting glow-worms lit a necklace of bonfires round its swarthy neck. Night covered the fields in tidal waves of mist and, threshing in songs the threshing-floors' blond corn, the wind on the crag fanned the blazing firewood pyre whose flames stripped the leaves from the heart of the sierra. Near the rustic huts of the peasant family, where the cactuses flower and the lima beans twine round the old, gnarled molle that smells of sun and pepper, the children of the settlement were playing by the bonfire 582 Flor de Granado y Granado which, crackling with logs, was writhing on the path and hypnotising the stars like an enormous snake. Sitting near the fire on a few stone benches, the countrymen chattered, amid racy stories, of times which now had faded in a glow of dreams and legend, while the Indian women danced in their chromatic circle to the sound of a native huayño that sobbed in the quenas. The dancing done, the girls, circling like the stars, ran away from the labourers who stalk their springtime beauty; and, splashing the rose of their golden-brown cheeks, in clear silver streams the water sang in their plaits. What a sway over men is exerted by that calm, clear night when the forces of the cosmos circle in a round of spheres, turning the heavens to charcoal in coupling with the earth! Night of love and blood that the shepherds celebrate with the panpipes of the crag and the harp of the meadow, while the wind plays preludes to Christmas Eve ballads. 583 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Night of great silences and deep tendernesses when the fruits grow ripe and the white wave-crests break. Night of intense sorrows and jubilant deliveries when the ewe, after lambing, gives shape on the ground with the heat of her breath to soft fleeces of silk which feel between the teats the warmth of full life. Night of water, and of fire which purifies the earth and covers the starry sky with a dense cloud of smoke, to prevent the moon, out of jealousy of the maidens, from beheading the holy Baptist on the hard, rough scrublands Salome was to stain with the ruby of his head. And on that propitious night of supreme expiations when the shadows of the night converse with the stars, St John passed through the Valley after one year of absence, amid the sacred fire and the smoke of the bonfires which encircle the highlands with a red diadem. 584 Flor de Granado y Granado THE STORM t was the fourth of December, St Barbara the Virgin bent over the rocks her lily-white neck, and the lightning's axe-blow cut off her blond head, splashing with her blood the peaks of the sierra. The valley trembled, shaken by the voice of the storm which resounded and roared through the plains and ravines, setting the hills alight with gleams of glow-worms. The fire of the torrent prowled along the scrublands' back and razed the sown fields which sway in the vega beneath the loving wing of the farmers' huts where the Indian dreamt of one day being the owner of the land. The river left its bed and thundered down the bank to smash the defences of the village farms, the orchards' enclosures, the farmsteads and meadows where the herds of cattle graze and the goats browse on shoots in the shade of the willows which spill out their crests blossoming with chirping on drowsy evenings. 585 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Even the courage of the labourers on the hacienda was useless as, buried in the swamp, defying the threat of death, they caged in their eyes enlarged with tragedy the corpse of the curaca which floated in the mist. The bells of the village rang out the alarm and, scratching in the sorrowful heart of the soil, the women and children climbed up the slope, lashed by the wind which moaned in the grove. The ranch was left in ruins, the crops were lost, and night covered the valley with its mantle of darkness, tearing out in the noisy silence of the sierra the howling of the dogs and the sorrow of the stars. EVOCATION reat Marshal of Zepita —our Country's glory and honour!— high, gleaming snow-capped mountain and surge on Titicaca. La Paz in a condors' nest rocked your eagle's sleep, and America's heart opened on the cross of your sword. 586 Flor de Granado y Granado It was on that wild puna, the panpipes of the altipampa, moaning of sorrowful wind and wing of light and prayer, that the love of a Ñusta and the fierce pride of Spain mixed blood and lineage in a cooing of ring-doves. Your mother peopled with dreams the shadow of your eyelashes, and the fire of her tenderness hung your cradle in the dawn. The years broke and scattered like necklaces of chaskas, lighting up your mind with the Aymara legends, and the old Empire of Cuzco, carved in holy stone, in a blaze of centuries sank its root in your soul. And so your thoughts sparkled in space like golden glow-worms behind fantastic shadows and, dreamy and nostalgic, you roamed through Coricancha, the ruins of Tiahuanaco or the Lake of Manco Capac where the leuques ruffled their wings with blue and foam; while the moon shone down on the crystal of its waters, seeking, perhaps, in its waves the halo of Mururata which Pachacamac's fury struck off with a slingshot, 587 Francisco Javier del Granado (1913-1996) to encircle your head with the Monarch's feathered crest. The epic clash of swords forged your family's escutcheon which sings of the gallantry of the Victor of the Navas; and on an azure field the nymphs and Oceanids embroidered three bars of burnished gold which the lightning set on fire with its flame; and, on seeing it, King Alonso arranged for his five bloody fingers to be added to your coat of arms. THE LEADER he capital of the Viceroys, which discord was undermining, proclaimed you leader of that age-old nation where the Incas once reigned, and the Monarchs of Spain. Your passage over that summit left a wake so bright that it looked like the plume that crested Pallas' helmet. Then Bolivia, like a pilgrim, asked you to liberate the country from the foreign invasion that disgraced our soil; and, abandoning the bewitchment of those silver nights when love blossomed forth like a deep red rose on the juicy lips 588 Flor de Granado y Granado of the flower of Cuzco's gardens —that romantic lady María Francisca Cernadas— you took over the command of a republic in flames. The mist of Illimani rose up in prayers, caressing daybreak's rosary of stars, and beneath the canopy of roses spread out by the morning the Aymara settlers took you on their shoulders to the gloomy palace where the Council was waiting amid the cannons' bombardment and the pealing of the bells. You wept over the ruins of the Nation desolated by civil discord and the crack of firearms; and, clearing away the crows that were circling its remains, you built the State on a strong watchtower with wingbeats of genius and civic majesty. Never did any statesman translate into so vast a work the genial concepts that shone in his brain as you did in the time when you governed our country, setting your caravel of mother-of-pearl on course for the dawn. The tunnels of silver gushed forth under your aegis, 589 Francisco Javier del Granado (1913-1996) the countryside seeded with crops, wisdom shone in the lecture halls, political speech crackled, our Country was enlarged and the capital city's Basilica flowered like a miracle of stone in which glory is incarnate. And in that condors' nest where your wings grew you forged on an anvil of thunderclaps the temper of our race which was the pride of America and the beacon of its hope. Your Codes rivalled those of Rome and France, and your government bequeathed us lustre of Augustan peace, progress, science, culture, honour, riches and fame, and the blue port of Cobija, fleuron of sea and mountain! Flor de Granado y Granado he honour which the Most Excellent President of the International Union of Poets Laureate has granted me in inviting me to participate in the deliberations of this Congress which takes place in the marvellous Country of oriental legends where the Spanish ships made the foam of the ocean iridesce on their wings of light, emblazoning the islands of corals and pearls with the glorious name of Philip II, and which I could not attend for reasons beyond my control, has given me the privilege of transporting myself in spirit to the precincts of this holy Parthenon which only the deities of Olympus were able to enter, shaking off from their crystal sandals the dew of the stars, to bow reverently before the goddess of wisdom, dressed in the mantle of grace and with their brows haloed with laurels; and not simple mortals such as I, who have had the audacity to brush with the wings of thought the portentous friezes of the Temple of Athena, where the essence of divinity floats which makes poetic creations sublime; to transmit to you the message of solidarity and affection which through me the Epic Poets of Bolivia and South America send you, those brilliant sowers of poems who scatter like seed in the quena of the wind the gigantic hymn of the Andean peaks, formulating their most fervent prayers for the success of that Great Assembly in which the most representative figures of the universal body of poets have congregated, presided over by the immensely distinguished bard Amado Yuzon, to debate the diverse philosophical and literary currents which ensure the spiritual flowering of the peoples in the lovely miracle of Poetry and Art, whose transcendent importance signifies much more for the destinies of humanity than the great discoveries of genius and the formidable advance of technology, for poets had already conquered the moon centuries before astronauts mastered the cosmos and trod the lunar surface with the soles of their feet. And it is a fact that Poetry illuminates Science and occupies the highest seat of honour among the Fine Arts, seeing that in unison with holy Euterpe it can orchestrate in a winged canticle the marvellous Symphony of the Universe, which proclaims the greatness of God in the starry spaces. Seeing that it knows, in the same way as the divinity of bewitched paintbrushes, how to draw on the canvases of dawn the Bacchanals of Titian or the Madonnas of Raphael. Seeing that it succeeds, equally with the deity of golden chisels, in sculpting in the cathedral of thought the Pentelic marble of the Hellenic Rhapsody, which endures in the mind like the sculptures of Phidias on 590 591 SPEECH IN MANILA Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado the gilded friezes of the Parthenon. Seeing that it knew how to perform the miracle of Terpsichore, discovering in the flight of swans the secrets of choreography and the enchantment of rhythm, to tear in vaporous waves the gauzes of foam that veiled the quivering shapes of Salome with a halo of dreams. And it is a fact that Poetry, whose power embraces the limits of the world and the domain of space, managed to probe the arcana of cosmic infinity and the riddle of man, to the point of sinking into the abysses of Metaphysics, succeeding in deciphering in the planets the mystery of life and death, and discovering in the hands of the Supreme Maker the cosmogony and the genesis of the Creation of the Universe, to conquer the Empire of Art and lift itself in a flight of light to the isolated peaks on which Beauty shines, setting like jewels in metaphor and trope the most sublime manifestations of human thought. Poetry! Poetry! how immense is the spell of its marvellous power, when it plucks the harp of the heart with its fingers of stars. Setting alight the heavenly dome with Zeus's fire, it chisels in the comets the epic strophes of Homer and Virgil; it sings to Isaac's lyre the idylls of youth, scattering like seed the trilling of the nightingale and the lark on Mary's fragrant lips; it makes us admire in the sonnets of Petrarch the ivory doves of grace that fluttered in Laura's breast; it rises in a prayer of light to the mystical abodes in the blue threnodies of the Doctor of Avila; and it is, in the quill of the divine Cripple, a wing of snow and a madrigal of dreams, incarnate in the heroic madness of the Knight Errant; it tortures itself with anguish at the feet of the crucified God in the spiritual canticles of St John of the Cross; it makes us flee from the din of the world in the bright stanzas of Brother Luis de León; it is a treasure of images and a glorious daybreak in Julio Herrera Reissig; a love beautified by spirals of incense and bewitchments of sin in Ramón del Valle Inclán; a marvellous, gleaming clarion in Fernán Silva Valdez; and a voice of rebellion and justice in César Vallejo. With the genius of Dante it buries hope in sobs of Hell and climbs to the spheres of Paradise in a theological song of love and eternity; and in the lyrical verses of Miguel de Unamuno it is a golden arrow splashed with trills which fixes itself in the breast of the Christ of Velázquez; and with Rubén Darío it is the Hymn of America which resounds in the fifes of the Triumphal March. And it is a fact that Poetry reveals better than all the Arts the daybreaks of thought and the twilights of the heart; in its fingers flower the Compass Rose and the destiny of the World, its language is universal and takes root in the souls of all men, its domains go beyond the infinity of the cosmos and its power is so great that it emblazons the dreams of the poet with stars when he plucks the crystal lyre in his tremulous hands, rending the domes of heaven with golden flashes of lightning. 592 COCHABAMBA riumphantly the eagle's soaring flight proclaims the sovereign greatness of your name, and in your valleys, from the sky's blue dome, like dropping seeds fall canticles of light. Your towering summits feel the wind's keen bite which tears the icy tunics they display; the forest, grand sultana, fans herself— a female at the mating season's height. The people hoist your banners high for war and, tamed by music from their shepherd's pipes, Aroma's thousand lions cease to roar. So all the universe will now admire how Arze's and your Chiefs' heroic deed with Homer's Sun has set a world on fire. 593 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado THE HERD DESIRE he cockerel, daybreak's clarion, crows its call and pecks the golden wheat of dawn and makes the lovely milkmaid stretch—a cactus flower in bloom, the foaming of a waterfall! The sun burns like a red and blazing ball upon the jagged, soaring mountain peak; a lark evocatively warbles trills of light around the gorge's rocky wall. The cows are browsing calmly in the field and, in their radiant, opalescent eyes, the vast bright sky is captured and revealed. The condor on the skyline spreads its wing and, charging at the awesome, threatening sight, towards the hill the bull begins to spring. MY CHILDHOOD o child was ever happier than I: all day I pulled the roses' petals off, and in my sleep, on wings of butterflies, aboard the moon's bright skiff my dreams would fly. My mother rocked me to her lullaby of love, and beautified my shining hours with tales and wondrous deeds of starry saints and heroes whose fair fortune touched the sky. Her whole existence was a tear that flows, a heavenly glow, a canticle, a prayer, a love that leaves behind a scent of rose. But when she died I felt a bitter dart which plunged my soul in shadows of despair and dug her grave within my lonely heart. 594 s, hand in hand, we set a wandering course beneath the sky of burnished cobalt blue, I squeezed her lovely bosom, and our hearts leapt up and reared, each like a prancing horse. Then love was born from summer's fiery source and Cupid, launching his divine assault, knocked down the basalt rock where the sublime lifts human souls by superhuman force. The golden sunlight trembled to expose, with its bright wing, her breasts like cooing doves'— a sight which splashed the deep blue sky with rose. Her body in my arms smelt sweet and fresh like orchards, and desire's wasp came to rest upon her lips of pomegranate flesh. LOVE girl in flowering adolescence dreams beside the limpid pool where flocks and herds come Biblically to satisfy their thirst; and from the west the gold of evening streams. The sunset gilds her haloed brow with beams of light, and in her shy, romantic eyes appears the prelude to a nascent love— an ecstasy which sweetly, strangely gleams. A flute laments upon the craggy height, and love, who is pain's brother, comes to her, conveyed upon the silent, breezy night. She dreams, and her enraptured dreaming brings a nightingale with snowy madrigals to brush her breasts' red rose with gentle wings. 595 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado BENEATH THE TARCOS EXILE eneath a tarco, village silence reigns. I tear the bodice made of flimsy lace and softly, in my fingers' nest of fire, a pair of ermine turtle-doves complains. The twilight of the mountain country stains and bathes her long, dishevelled hair with gold; I feel her womb's conception of a child and pagan love runs burning through my veins. The flower began to bleed and shed its scent, a sob was strangled by my burning lip, and through her dove-like thighs a shudder went. Then from her light blue eyes the star-drops rolled. Abandoning the mossy bench, she flees… and in the tarcos flowers of sky unfold. THE CHURCH nside my village church, where fond doves fussed and cooed their young to sleep within the nests, baroque recalled the grand colonial times and in the bells was caught the fluttering gust. The twilight, sparkling through the stained glass, thrust a burnished gold upon the altar-piece, and on the missals God's almighty hand went sprinkling moonlight like a silver dust. The angel shows to Mary open wings, and his epiphany's eternal star shines as the birds' prelusive trilling rings. And while the priest, in salves tells his beads, the evening sun, like censers' embers, burns as down behind the mountain it recedes. 596 s though a dove abandoning its nest, my being, absent from its native seat, was lost between oblivion and death and melted in the thick mist of the west. I left the heart that burned within my breast, my farmstead and my garden in full bloom, the water of the spring and all my dreams, my ploughland and the bulldog I loved best. Among the rose trees' thorns my soul was torn, and when inside my bosom hope dried up my life was shed like grain in fields of corn. The bell-tower sweetly pealed its little bell, and then the distant landscape was erased as from my eyes the stars began to well. THE LIBERATOR merica's proud condor, flying high, is struggling with Spain's eagle in the fight, and when he liberates our native soil, his deed astounds the World—and will not die. The Hero tears the thunderbolts that fly their banners in the icy mountain wind, and like an Atlas, strangely grand, he strides across the Andes, holding up the sky. Now glory sings the lyric soldier's fate who dreamt of making wild America one powerful and immense united State. But when the sad Colossus saw that, doomed, his work was sinking like the setting sun, he «ploughed the sea» …and flowers of sea-foam bloomed. 597 Francisco Javier del Granado (1913-1996) JOHN F. KENNEDY n sails of fond ideals, symbolically the bold Colossus smashed his golden lance; and from a shining meteor carved the bust of what the artist loved most—liberty. His skiff let down its anchor, decency, to fix it in the racist's roaring breast, and carried off the warlike sphinx that plagued the crystal temple of the sounding sea. The bulwarks of his being stood out strong, and from the lofty peak his genius flashed Olympian greatness and a peaceful song. Upon the hero tragic lightning showered; and cosmically, on wings of light, his soul ascended and became a star and flowered. LYRICAL PRAYER TO OUR LADY OF LOURDES ivine Virgin of Lourdes, Lady of miracles, star of the suffering and dawn of invalids, may the nations of America bless your white name, versifying the sweet speech of the minstrels of long ago; and Thrones and Seraphim, Dominions and Saints, extol with harps of gold the blue glory of your mantle. In the middle of the nineteenth century, beneath a gleam of topazes, materialists and atheists were denying the eternal and sacred; 598 Flor de Granado y Granado and they were mocking, Lady, your sinless conception. But the august Pius IX cried out to the Holy Spirit, and in the Ecumenical Council proclaimed to the Christian world as a dogma of faith of the Church your immaculate origin: a whiteness of snow and foam, the light of God made into a canticle that flowered in the planets and flashed in space. The wind was moaning in the crevices of the battlemented keep, guardian of the old castle —a mass of rock and marble— which buried beneath its ruins the Hundred Years' War; and on a fresh morning tense with love and omen, a golden flash of lightning tore the peaks of the snow-capped mountains, and, as it reflected the grotto of Massabielle in the stream, there appeared to Bernadette your image—the flower of the stars! The girl threw down her bundles of damp firewood in the meadow, and, trembling with fright, sank into a sweet torpor… but your grace sustained her, and her light blue eyes saw shining the Mystic Rose —calyx of the Word Incarnate— whom the stars, as they revolve, encircle with an aureole of archangels. 599 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Your voice sowed in her ears arpeggios of clear sky which resonated, Lady, on the violin of the poplars; and in a rapture of joy the saint returned to the poor village and passed on to the peasants your commission from Paradise, a tender and sublime message full of love and enchantment. The humble people of the village believed the divine report and embellished that place with a rustic altar-piece; a shower of roses fell on the steep crag, and from the mossy rocks springs of life burst forth. But the civil guards forbade the villagers to slake their thirst in the waters that bubble up in the pool, and the closure was ordered of the prodigious Sanctuary where the Most Blessed Virgin opened her arms to the earth. But the Bishop of Tarbes, a distinguished and learned Prelate, after a lengthy hearing declared the miracle certain; for those blind from birth saw the frosted sky, and infirm and paralysed came out of the bath sound; and since then, Lady, tormented beings 600 Flor de Granado y Granado have been coming every day to drink water from your hands, and the sun makes iridescent with tears the pearls of your rosary. That is why pilgrims from all the Christian world have crowned you with stars as Queen of the Seraphic throne and have raised a Basilica on the glorious rock, which displays in a horseshoe the three proud Sanctuaries with which the peoples' fervour honoured your sacred name; and, as in prayers they counted off the petals of the madrigal of their song, the arrow of the bell-tower tore the cloudy sky. THE ANCESTRAL HOME t bites the granite side of the ravine— the great ancestral home which proudly towers, pure white with sun, its roof with blood-red eaves, its blinded eyes behind the shutters' screen. The waterfall throws up its foam—a clean and gurgling whitewash for its ancient walls; the peacock of the gorge spreads out its tail and glistens with an iridescent sheen. Its architecture, in colonial style, recalls some haughty nobleman who lived confined in his mad head, without a smile. Inside the porch a blustering great dane bays and, pushing through the silent village streets, the lowing, trampling herd of cattle strays. 601 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado THE LAKE THE FOREST n smooth, reflective malachite appears the splendid panorama, captured there; and over it dawn pours its quiver out, the snaffled stallion of the Andes rears. As legend shakes its wing of snowy years, a red and biting flame devours the isles; the staff on which the wave's notes rise and fall the wind's decapitating axe-blow shears. The sun checks its quadriga on the Lake to splash its light on snowfields, then it leaves the fire-backed dragon in its shining wake. Emerging from the mist of time gone by, the Incas' and the warriors' shadows loom beneath the awning of a starry sky. THE MOUNTAIN he prickly summit feels the lightning's flail, the hurricane collides with its arêtes and angrily, with its mad hand, pulls out its frozen beard of bristling alum-shale. Shot through with bright-red light, the rain-filled gale rolls on, cascading down against the rock, and punches its fat belly open wide so hollows glitter gold along its trail. Like scimitars the condor's sharp wings beat and launch it in the puna's wind to crush the lightning with its bloody, taloned feet. The stone pucaras glimmer, white with snow, and on the peak the proud Aymara stand to grasp the moon's pututu which they blow. 602 pon the forest burning summer preyed and fired her with a savage panther's lust, and in a wild assault the hurricane untwisted all her long hair's fragrant braid. A thundering blond cascade of foliage played upon the trembling shade of branching trees, which lightning in its rough defiance lopped to set alight the downy crests that swayed. The writhing jungle's arms began to thresh as, boring into her, two flaming eyes of ruby tore her fascinated flesh. A flash of lightning snaked along the track and, panting hard, the dreadful jaguar showed sparkling stars across its fleeing back. THE RIVER rom crystal depths of chrome a cayman's head emerges, emerald-eyed, then its long form comes trailing snake-like through the yellow grass beneath the fiery luminary of lead. The gold dust on its rough back flashes red with heat that rises from the river bank; a Chiriguano, fierce and sun-tanned, stalks the saurian, sure that it will soon lie dead. His dark gaze tears the foliage of the trees and, squeezing tight his dagger-hilt, he strikes the beast with matchless bravery and ease. Then, hungry for revenge, the monster breathes in snorts, and while its tail beheads the wind, its tongue licks up the oozing blood which seethes. 603 Francisco Javier del Granado (1913-1996) Flor de Granado y Granado THE VICUÑA THE ENCOUNTER OF TWO WORLDS he lithe vicuña, agile in its haste, moves gracefully across the bristly ridge on cloven hooves that pound the granite rocks and pigeon's legs with powerful sinews braced. Its head, stretched over the abyss, is chased upon the sun's jewelled disk and calmly tames, in its obsidian eyes, the waterfall in whose strong grip a scimitar is placed. A question mark extended in unease, its slender neck interrogates the plain; then swiftly up the rough, steep hill it flees from shots that, crashing round it, make it start; and, ruminating bitterness, is gone across the far horizon like a dart. THE VALLEY he sower uses up the golden rain, his poncho muffles him against the dawn; the light frosts the dark eye of the ox, whose crescent neck is straightened with a strain. The water's saturating, clear streams drain through earth the beaming luminary has warmed, and lightly, with the sun, the sea-green swell is rippled by the wind's hand on the plain. With autumn's wealth each golden corn ear fills, and young girls whirl around as though on wings while like a bubbling spring their laughter spills. The Indian bends and cradles, as it sleeps, the blond head of a sheaf of ripened corn which in his gentle hand the moon's scythe reaps. 604 dreamt I was playing the giant harp of swarthy America in my hands, to sing as the Angel of Miracle once sang the Annunciation, when I saw a New World blossom forth from the love of the forest and Ocean. The sea was dancing in emerald waves beneath a sun that sparkled with topaz and splashing with foam the bay which opened its fan of stars to the coast. And on the horizon's blue edge the mountains were raising their peaks, supporting the dome of the sky on towering columns of basalt. In the peaceful water the light reflected the thousand shapes of polychrome islets which looked like sirens and dolphins, blond Tritons or wrinkled saurians, and were covered in ferns and palm trees with slender figures and sea-green plumes where the orchid blended its hues with vividly coloured, fantastic birds which set the rainbow's jewels on their breasts to lull the woods with their canticles. In alabaster shells, on the shore of the sounding sea, the Tainos lived, stringing necklaces of dawn with the rosy pearls of Cipango, and no one disturbed their seclusion over which the Dragon kept watch for millennia until finally an epic age had mastered the sea in visionary flight 605 Francisco Javier del Granado (1913-1996) and, one dazzling twelfth of October, Christopher Columbus tore the mantle off that World of light and marvel of which the Castilian genius had dreamt. The sun was burning in blazes of gold beneath the bleeding ruby of sunset, when the island of miracle, Guanahaní, emerged like a goddess out of the seas; and in the solemn calm of its beaches made of limpid sky and infinity Columbus raised the Castilian Standard which rippled with flashes of lightning on the cross-shaped mast of the stars that lit a legendary World. And in waves of sapphire and billows of light the albatrosses checked their flight to blazon the snow of their wings with arms of Atlantic foam. — Bruce Phenix, Universidad de Oxford 606 Flor de Granado y Granado 1996 JAVIER DEL GRANADO HECHO SONETO A UN GRAN POETA odo el agro, su luz y su fragancia cupieron en la arqueta de tu estro: paisaje, amor, sudor y siniestro, todo lo burilaste con prestancia. Tu pluma prócer canta la elegancia incluso del cencerro del cabestro. En lo pequeño y feble sois maestro, espiando en todo ser su resonancia. Nuestra historia, grabada a sangre y fuego, no tuvo para ti ningún secreto; la fecundó tu verso como riego. A cada ser le das su rostro neto. ¿Quién sois, con tu alfabeto solariego? Sois JAVIER DEL GRANADO HECHO SONETO. —fray Pedro de Anasagasti 607 Francisco Javier del Granado (1913-1996) 1996 CARTA DESDE BELGRADO ILUSTRÍSIMO SEÑOR DON JAVIER DEL GRANADO: uerido amigo: Esta carta no lleva fecha. Se la escribo en la atemporalidad en la que ya vive… llega hasta la otra orilla, tan lejana… y tan cercana de esa vida que compartí con usted en momentos de intensa comunión espiritual. Valoro hondamente el sentido de su amistad, reflejo íntimo de su ser, en el que cabía todo lo bello, lo digno, lo auténtico, expresado en trazos de hombre refinado y con galanura de poeta que sueña cumbres inexploradas y las transforma en llanuras accesibles. En nuestros inolvidables intercambios, le ofrecí lo poco que tenía, desde mi condición de eclesiástico en representación de la Santa Sede y como amigo cordial de su pueblo: altiplánico, valluno y oriental. De usted y de sus escritos —trozos de los cuales gravé en mi memoria por el estímulo que me daban— aprendí, no poco; y admiré algo que me impactó por siempre: el ilimitado y candente amor a su terruño. No sé aún si sus versos de altura nevada andina fueron cantos sonoros de vida: a su tierruca, a su valle y a sus gentes. O de tersa y sublime inspiración humanizada, a la «Señora del Valle Nuestro», al «Ser Omnipotente… de eterna epifanía»; o si su Musa fecunda, fue tan sólo el eco de lo hermoso cuando acaricia el alma y se hace irreprimible. Sólo sé que en ellos encontré engarzadas tantas reminiscencias de algunos de los más insignes escritores españoles que leí hace años con fruición. Don Javier, amigo en el recuerdo permanente; hombre que enalteció a las naciones hispanas —la suya la primera— que lo ha reconocido en todos sus sectores y ha perpetuado su eminente valía, erigiendo un monumento a su memoria, en su solar nativo; ¡ojalá!, que como a uno de 608 Flor de Granado y Granado los mejores hijos de su suelo, lo conviertan ahora más que antes en lo que puede y debe ser: el maestro que con su ejemplo, dignifique a la actual y futuras generaciones de Bolivia. Así, en un doble sentido, «la muerte es la aurora de otra vida». Desde la orilla que alcanza idealmente la otra. —Santos Abril y Castelló 2013 DESDE LA OTRA ORILLA SU EMINENCIA SANTOS CARDENAL ABRIL Y CASTELLÓ: uerido Santos, ¿cómo se lo digo…?, ¿pensó usted que no le contestaría?, acepte que de la región umbría la sombra alargue y dé un respingo. El entusiasta lleva a Dios consigo. En nuestra Iglesia reina la alegría y el alma afronta igual el día a día en la presencia del Señor, mi amigo. Que el joven no cuestione el celibato y se desprenda de los propios bienes. Que humilde dé las gracias en amenes y sienta vocación al clericato. Que el abnegado sacerdote obre con la imperecedera fe del pobre. —Félix Alfonso del Granado 609 Felix Alfonso del Granado (1938-) 2013 FRANZ TAMAYO Y JAVIER DEL GRANADO Flor de Granado y Granado os poemas. Dos poetas. Dos temperamentos. Rutilante, fulgurante y tempestuoso el uno. Apacible, sereno y calmo el otro… la huella de ambos en la poesía boliviana es igual de honda. Nos referimos a Franz Tamayo y Javier del Granado. Mucho se ha dicho y escrito acerca de estos dos personajes individualmente considerados, su vida y su obra han ocupado a críticos y biógrafos; pero no como hoy, que los ponemos frente a frente. Sabemos que admiraba el segundo al primero, a pesar de la gran diferencia que tenían en cuanto a su poética y a su visión del mundo se refiere, y es precisamente a ese tema que dedicamos este breve ensayo: a hacer una lectura comparativa en dos poemas que ofrecen una «filosofía de vida», un retrato personal que va más allá de la simple ars poetica de ambos autores. Franz Tamayo pintó un cuadro violentamente introspectivo en su célebre Habla Olimpio que ha pasado a ser su testimonio de vida y genio. Casi como en una «contra-poética» deliberadamente contestataria al mencionado poema, Javier del Granado escribió su Habla Canata, una sobria y apacible declaración de humildad y serenidad, que dibuja su personal visión del hombre y del poeta. Este es el poema de Tamayo: «HABLA OLYMPIO Yo fui el orgullo como se es la cumbre. Y fue mi juventud el mar que canta. ¿No surge el astro ya sobre la cumbre? ¿Por qué soy como el mar que ya no canta? No rías Mevio de mirar la cumbre. Ni escupas sobre el mar que ya no canta. Si el rayo fue no en vano fui la cumbre. Y mi silencio es más que el mar que canta». ¿Cómo dudar de que sea Franz Tamayo el que habla en este poema a través de Olympio, el rey de los dioses griegos? ¿Puede no pensarse que el poeta se vea reflejado en su poema? Más que eso: el poeta «es» su obra. Bástenos con pensar en Tamayo escribiendo estos versos, mirándose retrospectivamente desde su encierro voluntario en su casona de la calle Loayza. Él fue el orgullo y fue la cumbre. Cómo dudarlo. El orgullo rodea a Tamayo como una armadura, como la cota de malla que en uno de sus poemas aconseja ceñirse al artista euríndico. Para Bolivia Tamayo no existe, existe el orgullo tamayano. Tamayo se construye a sí mismo por encima de todo el resto de los mortales y desde allí lanza miradas despectivas al común del que nunca se ha sentido parte. Pero el orgullo, al fin de cuentas sólo lo siente uno para sí mismo; es como lo llamó Hume en su Tratado de la naturaleza humana, una pasión íntima, una pasión individual, egocéntrica, «la serie de las ideas e impresiones relacionadas de las cuales nosotros tenemos memoria y conciencia íntima», es decir, en palabras simples, el orgullo sólo se mide en relación a uno mismo «cuando la propia persona no entra en consideración no hay lugar para el orgullo y la humildad» dijo Hume. Indudablemente el orgullo de Tamayo parte de una autovaloración superlativa que le coloca por encima de todos los demás. El poeta se considera superior al resto: su «silencio es más que el mar que canta». Pero si bien, este poema ha sido considerado siempre un fiel reflejo del temperamento tamayano, y ha habido quienes lo han visto incluso como un epitafio digno de su genio, la pasión que lo motivó, a nuestro entender, más que el tan socorrido orgullo, es otra: aquella a la que Teofastro, el discípulo de Platón y Aristóteles calificaba de «vilipendio o desprecio de todos, a excepción de sí mismo»: la soberbia. La soberbia fue una característica en la vida pública de Tamayo, bástenos de ejemplo su célebre Para siempre en que aplasta sin ninguna compasión a su 610 611 UNA LECCIÓN DE ORGULLO A LA VEZ QUE DE HUMILDAD Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado admirador y biógrafo, Fernando Diez de Medina. Tamayo fue soberbio en todos los sentidos; soberbio como una obra de arquitectura que el mismo se ocupó de construir piedra por piedra, adobe por adobe con su vida y con su literatura. Soberbio en el sentido de arrogante; pero soberbio también en el sentido de grandioso, altivo, admirable y espléndido. Tamayo se erigió a sí mismo como un enorme y solitario monolito cuya sombra oscurecía los alrededores. Conocedor profundo de la obra de Tamayo, Javier del Granado discrepaba con él en su forma de concebir no solamente el quehacer poético, sino en su forma de concebir la vida y el rol del ser humano dentro del mundo. En su poema Habla Canata, que ya desde el título es una toma de posición frente al de Tamayo, nos dice: «HABLA CANATA Mi espíritu no es águila que trasmonta altanera las elevadas cumbres de la meditación. Es débil golondrina que vuela en la pradera y ensaya en los vergeles su lírica canción». Habla Canata, no la deidad griega. Habla el espíritu sencillo y pastoril. El poeta se plantea como una golondrina. Una golondrina pequeña que no sobrepasa el corto espacio de las praderas y que «ensaya en los vergeles su lírica canción». Un ave pequeña, pequeña y además, frente al águila, débil, sin una gran energía, sin grandes capacidades de alcanzar alturas y descender a enormes profundidades. A diferencia de Tamayo, del Granado no aspira a alcanzar las cumbres. No aspira a la soledad de las alturas. No desea el ojo penetrante y la vista aguzada del águila. Menos aún pretende «ser» la cumbre. Pretende simplemente «ensayar» en los vergeles, en los verdes y apacibles prados y huertos su lírica canción. El poema de Javier del Granado es toda una «toma de posición», un manifiesto poético, a diferencia del poema de Tamayo que es más bien una auto-caracterización, un retrato a brochazos de su «yo» y, finalmente, una autoafirmación frente al desprecio de los otros; de quienes en lugar de admirarle, le ignoran. Y sin embargo, el poema de Granado es una respuesta al poema de Tamayo, o mejor dicho, al poeta Tamayo: le dice que él no es un poeta/conductor, un poeta/líder, un poeta/intelectual. No busca «trasmontar las cumbres de la meditación»; pero no por eso deja de concebirse como un poeta filósofo. Profesa la filosofía de cantar (ensayar, dice él, cantos) los dones de la naturaleza, las virtudes de la naturalidad y la simpleza. No resulta difícil identificar en estos versos el llamado a la docilidad y la mansedumbre del seráfico de Asís, así como la filosofía de las bienaventuranzas que impregnan este sutil poema. El pensamiento cristiano que animaba a los antecesores de Javier del Granado se desliza inequívoco en estos versos sencillos. ¿Cómo dudar de que sea Javier del Granado el que habla en este poema a través de una humilde golondrina? Ese hombre afable, generoso, gentil, de una simpatía sólo comparable a su legendaria humildad, ese prócer de la plebe y poeta del pueblo que siempre trató con exquisitez a sus adversarios y con elegancia a aquellos que no le placían, ese espejo de virtudes cívicas, ese cristiano modélico por su respeto a los demás. Hume definía al orgullo y la humildad como pasiones. Pero no son pasiones lo que encontramos en los versos de Tamayo y del Granado. No sabemos hasta qué punto fue orgulloso Tamayo o humilde Javier del Granado, o viceversa, humilde Tamayo y orgulloso del Granado; después de todo, ¿se trata de pasiones excluyentes?, existe probablemente un punto en que el orgullo y la humildad se tocan o al menos alternan en nosotros mismos. Sin embargo, los poemas que los dos poetas escribieron son la expresión de una actitud, una actitud intelectual si se quiere, pues los dos poemas son más bien de carácter reflexivo que emotivo. Reflejan una actitud frente a la vida y en el caso de Javier del Granado frente al quehacer del 612 613 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado poeta. Modernista en la forma, Tamayo no deja der ser un poeta romántico. El poeta individualista y trágico que hace de su propia vida (o al menos la proyecta como) una tragedia romántica. La figura del poeta solitario y del poeta hombre/superior son inherentes a lo tamayano. Tamayo se concibe a sí mismo como el arquetipo del pensamiento profundo que como diría Hegel, está preparado para «aprehender en las y expresar cuanto se mueve en las profundidades de la conciencia». Por eso Tamayo se concibe a sí mismo como la cumbre. Porque según él (y citamos aquí nuevamente a Hegel), ha descendido a las «mayores profundidades en los tesoros del alma y del espíritu» y esto lo sitúa en la cumbre del pensamiento humano. Tamayo se veía pues a sí mismo como un hombre superior. Concebía la poesía como una gesta heroica, en la que el héroe, el poeta, se eleva por encima del resto de los mortales en lucha sangrienta y colosal consigo mismo. Recordemos: «Sólo en viril zozobra se ara el val píndico». Nada, por tanto, más alejado de esta poética que lo planteado por Javier del Granado. Para él, el poeta es un ser humano común y corriente, que ensaya, prueba, intenta; ni siquiera propone definitivamente su lírica canción. El quehacer del poeta no es épico en sí; no se alcanzan cúspides ni se desciende a oscuros abismos, ni se desarrollan excelsas batallas de las que el poeta emerge fundido en bronce. Se vuela apaciblemente entre los vergeles, entre el mundo externo y sensible que impresiona los sentidos y se convierte en canción. Y he aquí una mención al célebre verso de Santos Chocano: «Los gorriones se juntan en bandadas en tanto que las águilas van solas». Javier del Granado desdeña el solitario vuelo del águila que desde lo más alto presencia lo más hondo, prefiere estar entre los gorriones. Prefiere ser golondrina entre las golondrinas. Hombre entre los hombres. La postura de Javier del Granado no es improvisada en su Habla Canata. En una entrevista con Pedro Shimose postulaba: «No me siento ni más ni menos…no tengo pretensiones de ninguna índole…Mi obra es modesta, pequeña y limitada. Sólo quiero llegar al corazón del pueblo…» Javier del Granado quería llegar al corazón del pueblo y a través de este llegar al corazón del hombre. Tamayo quería llegar al corazón del hombre sumergiéndose en el corazón de Tamayo. Hemos basado nuestras apreciaciones hasta este momento en un ámbito cerrado, en un espacio «entre cuatro paredes», constituido por el texto de los poemas Habla Olympio y Habla Canata considerados en sí mismos. Hasta qué punto sus autores practicaron en su propia experiencia vital o en su experiencia poética sus postulados, está fuera del propósito de estos breves apuntes. Si coincidimos con Hume en que el orgullo y la vanidad son pasiones relacionadas con nuestra intimidad profunda, podremos colegir también que están vinculadas con nuestra percepción de nosotros mismos frente a los demás, con el cómo nos vemos y valoramos frente al otro en nuestro interior, donde podemos ser más, comparados con unos y necesariamente menos, comparados con otros. Después de todo, ¿no hay algo de vanidad en quien se declara humilde? ¿Y no hay mucho de sencillez (léase simpleza) en quien se declara la personificación del orgullo? Tamayo y Javier del Granado quisieron hacer (después de todo qué es la poesía sino un «acto de fe» como dijo alguna vez el poeta Oscar Cerruto) del orgullo y la humildad una profesión de fe. Una profesión de fe en sí mismos y por supuesto (poetas al fin y al cabo) una profesión de fe en la palabra. Ambos eligieron el vehículo de la poesía, (quizás el más deleznable para la expresión de ideas) para desnudar sus pasiones íntimas (orgullo… humildad…) en forma de versos. Quizás porque ambos sabían que la poesía no está dirigida al ámbito racional únicamente, donde sus ideas podían haber sido discutidas. El universo poético en cambio, la «verdad poética», el «yo 614 615 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado creo» del poeta es irrefutable. ¿Cómo discutirle a Tamayo que él se haya creído orgullo y cumbre? o ¿para qué refutarle a Javier del Granado su idea de que su exquisita poesía era pequeña y modesta? Al final, su poesía habla por ellos, y para las generaciones que no los conocimos personalmente, sus poemas son el único recurso sensorial que nos permite acercarnos a su experiencia vital. En todo caso, estos dos poemas tienen la riqueza de enfrentarnos a su retrato íntimo, a su propia (y no la única, sino una más) percepción de sí mismo, a cómo se veían ellos frente a los demás («el infierno es los demás» decía Sartre) frente a ese «afuera» que despierta a través de sus estímulos no siempre bondadosos y serenos, nuestras pasiones. —Máximo Pacheco Balanza 616 617 Felix Alfonso del Granado (1938-) 1968 POEMAS DEL AMOR Y DE LA MUERTE LA POESÍA Y LA MEDICINA n Occidente, la lírica ha nacido uncida al culto de la muerte. La primera colección de poemas líricos que se conoce en esta tradición es una antología (anthos: flor, logia: colección) de epitafios ateniense que resumen los hechos y virtudes del ciudadano ido. Como bálsamo o como antídoto, los poetas han escrito frente a la piedra fría de lo irremediable. Así Orfeo, el héroe lírico por excelencia del mito griego, conmueve con su canto a la naturaleza inánime que lo circunda cuando ya no puede rescatar a Eurídice del Hades. Su lira, desplazándose, anima a las piedras, pero no logrará rescatar a la amada de debajo de la tierra. Así como Cicerón —pensando en Sócrates— estimaba que el filósofo era aquel hombre virtuoso cuyo cuerpo de estudio es la muerte, una poderosa tradición, acompañada, también, por varios doctores de la Iglesia ha establecido a la poesía como remedium intellectus y al poeta humanista como «un médico para todos los hombres». La poesía, tradicionalmente, ha sido el gran argumento contra la muerte, quedando suspendida en el abismo de la fosa, ya para suplementar al héroe épico o trágico con un fama imperecedera, ya para estirar al mismo escritor más allá de sus propias cenizas y dar sentido a su fragmentación y dispersión finales en el manojo de palabras que —en la Modernidad— lo conocen por Autor. No es del todo arriesgado sostener que en lírica (más allá de la intensidad abismal del coito y de la famosa dicotomía Eros-Thanatos), el amor constituye un tropo que permite eclipsar o ritualizar eficazmente la paradoja de lo que ha dejado de ser, la instancia de lo que se ha muerto. La felicísima traducción quevediana de la elegía de Propercio, en la que el poeta mesmeriza el polvo con el veredicto de «polvo será, mas polvo enamorado» es un 618 Flor de Granado y Granado mojón apenas de este largo trayecto encantatorio que conoce, más recientemente, momentos como la meticulosa putrefacción de la carroña baudelaireana o el poema a la amada de Fernández Moreno, en el que la voz lírica se detiene celebratoriamente en los detalles más nimios y más perecederos de la amada: sus nervaduras, sus epiplones y espiroquetas. Es la palabra que, como el canto de Orfeo, se lanza a dar un soplo vital a lo que es mecánico o está fatalmente yerto. La medicina puede ser paradojalmente entendida como un avatar de la muerte. El juramento de todo legatorio de Hipócrates la invoca para negarla. Curar es denegar la muerte, y ejercer la medicina, a la vez, recordarla. Indagar en los arcanos de lo que vive es, a un tiempo, darle un nombre innumerable y puntual a las distintas máscaras de la muerte. La historia literaria conoce de médicos famosos; piénsese en Rabelais o Descartes, o en Keats, quien quiso ser médico pero se limitó a escribir poesía cuando lo atrapara la misma tuberculosis que se llevara a su madre y a su hermano y que finalmente habría de llevarlo a él. Rabelais celebró la vida, pero Asunción Silva fue a visitar a su amigo médico para que le marcara con yodo el círculo del corazón que el poeta terminó de abrirse con un balazo. Su médico le dio una medida a su muerte. 619 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado POEMA DE LA MUERTE INFARTO na ilusión pasó rasgando el tiempo, y en la negrura yerta de una noche de invierno, sentí dos manos frías sobre mi sien sombría, un murmullo de voces y gemidos que más que locos cantos parecían quejidos. Una vela que ardía trocó su luz en sombra, y era esa sombra, sombra del amor y la vida. Y la ventana vieja de la casona mía, se abrió pesadamente. Yo me hallaba confuso y el frío me mataba, mas de repente alzando mi voz acrisolada, con la negrura bruna de esa noche de sombra, pregunté quedamente si era mi dulce amada y esa sombra en la noche ya no me dijo nada. La forma se acercaba despacio a mi aposento, era una bella dama, mi luz, mi pensamiento, y sus labios reían cual pálidas violetas. Oí que aquella sombra despacio susurraba, «Yo soy tu amante, amado, que entró por la ventana. Para dormir contigo mi noche está estrellada». Vi sus pálidos muslos, reflejo de la luna, vi su vientre cautivo con su pubis de nácar, vi la albura en sus pechos, y en su forma una estatua. Se movió quedamente ingresando a mi lecho, sentí el calor divino de aquel cuerpo que mata, y bebí de sus labios fuego de amor prohibido. La amé un momento y nada cambió su faz de cera, la hice mía en la noche y ella no dijo nada. Mas sentí que su cuerpo perdía su armonía, y su carne de flores, en huesos se tornaba, y en su boca, cual rosa, la sonrisa brotaba. Era la muerte, amigos, que pernoctó conmigo, y esa noche de sombras sutil y misteriosa huía con la dama que pernoctó conmigo, aquel azul camino, fugaz, cual mi destino. 620 h! pareces el grillo de la voz tan doliente que corre sobre arena tenebrosa y desierta, catarata de voces, emociones fallidas, ¡ como trágica nota de oraciones confusas. Parece que persigues lo que nunca se alcanza y te pierdes lozana en la noche desierta. Tu conjunto armonioso de esperanzas fallidas parece que ahora alcanza la negrura del limbo. Me pareces desierta, no hay canción en tu pecho, no hay calor en tu cuerpo, ni ternura en tus labios. Eres nívea violeta de los campos perdidos, eres ángel de luces al compás de tu muerte. Ya no se escucha el timbre de tu voz melodiosa, ya no veo tus ojos y contemplo tu muerte. ¡Oh! torrente de perlas en canción desmedida, porque calla la fuente su compás de gemidos para que un cuerpo virgen se deshoje en latidos. ¡Oh! divina violeta de los campos perdidos, ayer nació tu vida, ahora llegó tu muerte, por fin cesó en tu pecho el martillo salvaje y tu blondo cabello me parece doliente, y aquel reloj que marca ese espacio de tiempo que se lo llama vida mientras llega la muerte, también se ha detenido llorando por tu suerte. Ayer vieron mis ojos nacer un cuerpo albo, y ahora esos mismos ojos contemplan negra muerte. ¡Oh! juventud tronchada, azucena de armiño, ayer con tu sonrisa como flor te ofrecías cual perfume sediento de deseos ocultos; hoy tu cuerpo sin forma yace en blanco sepulcro. 621 Felix Alfonso del Granado (1938-) ¡Oh! obstáculo de siempre que acabas con la vida, nublaste mi camino, dame también la muerte, convulsiones de espanto, galopar de sonidos, esfuerzo amargo y triste cual un final latido. ¡Oh! compulsión de rostro, ojos nublados, yertos, ¡oh! dedos encrespados cual gaviotas heridas, ¡oh! sublime obsesión de obsesiones perdidas… eras tú la esperanza de ilusiones fallidas. UN RECORRIDO POR EL ALTIPLANO oy a partir a las lejanas tierras donde el indio acrisola con la pampa forjando en llanto su canción de cuna, triste y amargo, como luz de cacto. Voy a partir donde la pampa inerte forja el paisaje azul de la quimera, que en nubes de oro y tempestad de tiempo pintan la tierra legendaria y yerta. Acicatea su cincel el maestro forjando ensueños de nevados picos, que danzando en anillos de infinito, cual espuma de puna y abatida, se alejan a la vista fugitiva remontando el recóndito paisaje del azul de ese cielo enloquecido. A lo lejos rasgando el firmamento y ocultando su vuelo entre las sombras se lanza a los abismos, cual saeta, el ave rey del viento y la quimera, y ante el impulso de sus torvas alas se sacude la tierra estremecida quedando, cual Madona dolorida, en la sombra divina del paisaje. 622 Flor de Granado y Granado Y los ojos convulsos de la fiera fijan su cruz sobre la presa loca, que inclinando su testa ante el verdugo troca en silencio su ilusión en rosa y su cuerpo en canción de despedida. Dos ojos tristes miran a lo lejos, dos ojos turbios sangran de amargura y con su sangre riegan lontananza espolvoreando nubes de oro grana, nubes que flotan en la puna agreste como polvo de estrellas esparcido. La noche cubre con paisaje yerto y en la osamenta, cual suspiro amargo, gime el cadáver del sol de oro muerto. Todo entra en calma, todo es lejanía. La noche cubre con su manto, plata, y una diadema de brillantes lunas ciñe la frente astral de altiplano. Irradia el sol y sus dorados lazos, cual serpientes, comprimen los picachos y el Illimani, cual feroz gigante, sacude airado su melena al viento. La luna en el espacio se abrillanta constelando de luz el altiplano y entre sus manos trémulas levanta la Hostia inmaculada, el gran nevado. Nada se mueve aquí, todo está en calma, hasta las diosas sueñan en la pampa, y transformando el cuerpo en lejanía se alzan altivas en la gran comarca. Y esas diosas en llamas convertidas parecen las estrellas fugitivas en el desierto cielo de la pampa. 623 Felix Alfonso del Granado (1938-) CADÁVER lgo canta en tu cuerpo sin que tú lo presientas. Algo quema a tu lado sin que jamás lo sientas. Me pareces tan fría como la serranía. Me pareces tan grande como el Ave María. Hay algo misterioso que envuelve tu figura y te vuelve tan negra, tan negra y tan sombría, que escapas a mis ojos y no te alcanzo a ver, una sonrisa basta de tus labios de fresa, para que tu mirada tan triste y tan callada se parezca a la noche de estrellas constelada. Todo me gusta, entonces, todo en ti vuelve y queda, tu mirar de llanura, tus colinas de carne, tu hermosura de diosa, tu tersura de luna. Mas al caer el día, tus labios de azucena se cierran nuevamente y en ti canta la pena. Y tu cuerpo callado donde todo se ha ido, solloza en la distancia trocándose en gemido, y tu conjunto triste como un molino de agua sigue girando solo, solo como perdido. LLUVIA lueve en mi corazón como en el campo empapando mi tierra con las gotas, gotas ardientes de un amargo llanto. En las ventanas de mi cuerpo frío corren las gotas de mi amargo llanto y al caer a la tierra ensombrecida emergen de sus huellas las estrellas forjando en el silencio melodías que asemejan tal vez un suave canto. 624 Flor de Granado y Granado Llueve en mi corazón y allí florece el recuerdo de amor de tu sonrisa y el perfume sutil de las violetas emerge de la tierra en ilusiones regadas con las de mi llanto. Llueve en mi corazón y todo es lluvia, el amor con sus goces y dulzura y la plegaria que a los cielos sube de la tierra sin fin de los pesares. ROCÍO uisiera ser rocío del relente para colmar tus ansias de ternura, quisiera ser, la fuente de agua pura, para darte de beber mi agua ardiente. Quisiera ser el Halo del poniente para nimbar de ensueños tu figura, y ser también, los brazos del torrente, para estrechar en ellos tu cintura. Quisiera ser tu vida y ser tu muerte, y fecundar tu fosa con mis huesos, porque vencí al destino con mi suerte. Pues vi en tus pechos, de combadas lomas, dos pezones piando por mis besos y una blanca nevada de palomas. XV½ e gusta cuando miras con tus ojos ausentes, me gusta cuando miras y me miras ausente. Son tus ojos dos lagos donde el amor se mece, y en tus ojos de lago donde las algas crecen veo un amor de río, siento un río de voces, torbellino callado, callado y muy sombrío. 625 Felix Alfonso del Granado (1938-) Me gusta cuando miras y me miras ausente y tus ojos se agitan y tu voz se retuerce, me gusta que me mires cuando me hallo presente porque al mirarme, miras y me buscas, ausente. POEMA DEL AMOR na mano pase sobre aquel vientre modelando sus líneas y figura, poco a poco esculpí su gracia pura llegando al fondo sacro de su fuente. Mis ansias escapaban locamente de la armonía de su cuerpo frágil y de su pubis, nívea melodía, emergían las notas de su canto. Mis deseos bajaban lentamente y con ellos su sexo palpitaba. Mas llegando al volcán de su cintura, sentí que sus dos labios me besaban, y rasgando el capullo de la vida mi mano entre sus piernas suspiraba. Era una virgen morena y dolorida, y mis dedos salvajes la violaban. Un húmedo calor de primavera emergía del fondo de su tierra y aquél néctar de virgen anhelante embriagaba de amores el ambiente. Musitaba palabras trasnochadas y sus ojos sedientos me llamaban como agua cristalina en el desierto. Y aquella virgen dulce y suplicante sería mía como yo del tiempo. Nuestros ojos de nuevo se cruzaron y anhelantes los cuerpos se buscaban. La contemplé de nuevo suavemente y sus ansias de amar me arrebataban. 626 Flor de Granado y Granado Yo estaba ciego y ella ante mis ojos se deshojó en mil pétalos de rosa. Su cuerpo se mecía tiernamente y sus olas sin fin me trastornaban. Yo era una frágil barca que bogaba y ella la mar azul que permitía en medio de borrasca tenebrosa anclar en aquél puerto majestuoso. Y al contemplar la estrella rutilante que, cual faro de amor, me socorría, caí sobre la virgen anhelante como un rayo de fuego que desgarra la recóndita gruta del pecado. Y en medio de sollozos, yo exploraba aquella selva virgen desflorada. OSAMENTA hoy mi vida se mece en osamenta al vaivén de las olas del destino, siento el dolor terrible de tu ausencia y mis ojos perdidos ya te buscan en las sombras fatales de la angustia. Hoy es distinto para mi alma triste, ya no siente el calor de tu mirada y mis dedos se encrespan tras los tuyos como buscando eternidad o nada. Nunca sufrí con otra despedida, mas hoy me encuentro anonadado y triste, siento en mi pecho un peso que me mata, y al vaivén del tiempo misterioso mi barca ya naufraga en el destino. Mis ojos están tristes, como lo está la noche. Siento flotar mi alma solitaria, que se eleva a las cumbres en plegaria. 627 Felix Alfonso del Granado (1938-) 1968 CARTA DESDE CHICAGO AMADO PAPITO: l verano se acerca a pasos gigantescos; la ciudad de Chicago, conocida por su clima frío y ventoso, exude un encanto irresistible durante el estío. Deja de ser obstinadamente monocroma: árboles negros contra el cielo gris sobre la nieve blanca. El fantasma del racismo será exorcizado algún día, al menos del desierto interior del corazón del hombre, si no para realzar los colores de la naturaleza, por gélida e insensible que parezca. Es un largo camino; es el único camino. Si otros, desde un feroz laicismo, quisieran borrar a Cristo de la tierra, nosotros pidámosle que nos arranque nuestros corazones de piedra para darnos un corazón de carne como el suyo. Queremos un corazón compasivo, y tan sensible que nos hieran en alma todas las bromas que se hacen de los afroamericanos. Lo peor de esto es la hipocresía que hay llamándolos personas ‹de color›. Los que nos llamamos blancos no somos blancos, sino pálidos más o menos tostados por el sol. La situación se encuentra tensa con el asunto del asesinato del doctor King, y de su sueño expresado de una manera tan sencilla como poética: en las calles hay disturbios e incendios, la policía y el ejército están patrullando 24 horas al día, la ciudad de Chicago aparece en un estado de guerra, se ve armamento pesado. En fin, el país del Norte está revuelto. No te preocupes por nosotros que procuramos no salir de la casa para nada. Recuerdo un dechado de sabiduría pesimista de las Sagradas Escrituras que dice: «Mejor perro vivo que león muerto», así que aplicando este refrán siempre actúo con cautela y escapo de todo momento de peligro. Con amor y sin odios, me despido. —Tu hijo, Chicago, 6 de abril de 1968. 628 Flor de Granado y Granado 1973 ABORTO YO ACUSO oberbio prosador de inmenso vuelo, maestro y señor del verso y la novela, que en la potencia de su ser revela la inmensidad de Dios y de su cielo. Pobló su mente de un grandioso anhelo el dios Apolo que sus sueños vela, y el amor a lo bello lo desvela por descorrer de la belleza el velo. El novel médico padeció en América, y en su novela Aborto, se consume, por ser creyente y de ascendencia Ibérica. Y condenando el criminal abuso, pidió que el mundo el filicidio abrume, y como Zola, exclamó «Yo acuso». —Francisco Javier del Granado 1985 EL HOLOCAUSTO A LOS DIOSES HAMBRIENTOS I ace días que no llegan más vivos y se nos acaban los muertos! —dijo el ángel de la muerte, Josef —¡ Mengele, cirujano jefe de la Gestapo en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Casi no lo escuchaba su asistente Mikołaj Nyiszko, quien estaba completamente demacrado puesto que acababa de salir de una diarrea que le duró más de tres semanas, en las que perdió más de quince kilos; se lo veía pensativo, triste, arrepentido y totalmente emaciado, su cuerpo había adquirido la lividez cadavérica con la que había llegado del campo de concentración de Treblinka, ubicado en su Polonia nativa. 629 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado Por fin había llegado el día tan esperado. Pero había llegado tarde, porque quienes lo esperaban se fueron cansados de tanto esperar o fueron gasificados. El aire estaba húmedo y parecía corroído por el tiempo, todo estaba tenso, como si fuera a explotar. El mundo no giraba; se había detenido porque los hornos del crematorio le habían quitado la fuerza para continuar girando, estaban apagados. El silencio era tan grande que lo único que se escuchaba era el gemido de los muertos que seguían dando vueltas en el campo de concentración sin querer marcharse. El un día temible campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, que hacía temblar al más valiente, hoy temblaba solo, sacudido por las bombas. Aquel lugar que fue un infierno para los presos, se estaba convirtiendo en un oasis para los muertos. Sus modernas instalaciones permitieron a los nazis asesinar y cremar fácilmente diez mil personas al día. Una inmensa explosión sacudió la pieza de la barraca donde nos encontrábamos, decenas de aviones arrojaban bombas sobre las instalaciones, el ruido ensordecedor que producían los aviones y las bombas se sumaba al de los antiaéreos, cañones y ametralladoras, produciendo un sonido aterrador. El bombardeo era cada vez más intenso y sostenido, estábamos completamente rodeados por las fuerzas del ejército ucraniano, obviamente los aliados trataban de liberar el campo y como de costumbre los alemanes lo defenderían hasta la muerte. Una vez más la orquesta que siempre salía a ahogar el lamento de los presos durante las torturas y el gemido de las víctimas al ser gasificadas, salió esta vez al patio principal con disciplina prusiana a silenciar el ruido del combate: los músicos se ubicaron en sus respectivos puestos, se encontraban impecablemente vestidos y empezaron a ejecutar en forma maestra Ein letztes Urteil stand noch aus, y lo hicieron con tanta fuerza y vigor, que su música logró silenciar el ruido del bombardeo y acallar el gemido de los muertos. —Llegaron, los huelo, los siento, la mezcla sucia, sudorienta y fétida de los rusos tiene un olor característico, mal nacidos, parecen cerdos cosacos, todos con el mismo uniforme, la misma gorra, mascando nieve, tomando vodka y fumando paja —dijo Mengele y colocándose sus pistolas al cinto, salió sin cerrar la puerta a revisar la barraca donde se encontraba el tesoro de su vida, su única gloria: las botellas de formol en las que guardaba su colección de hígados, páncreas, riñones, cerebros, testículos, ovarios, colocados en grandes repisas perfectamente alineadas, magníficamente señaladas y matemáticamente identificadas. Llegó corriendo a la barraca de ‹Genética y Eugenesia›, pero a pesar de haber corrido lo más rápido que pudo, lo ganaron las bombas: su colección se deshizo, la barraca estaba destruida, se la comían las llamas y lloró amargamente. Las bombas se llevaron el tesoro de su alma; con ella se esfumaron las evidencias concretas de sus descubrimientos científicos y se le escapaba definitivamente el Premio Nobel de Medicina —de esos pagados con dinamita—. La colección anatómica más valiosa del mundo acababa de elevarse al aire en espiras de humo, de ella ya no quedaba nada, tan solo un triste recuerdo. —Hay cosas que no se hacen, hay tesoros que se respetan, habrá que castigar severamente a los culpables; la colección que viajaba siempre conmigo, la que me acompañaba a todas partes fue criminalmente destrozada; denunciaré este hecho a todas las sociedades de investigación científica, ante los consejos directivos de las universidades, ante la Asociación Mundial de Institutos de Genética y Eugenesia, a la asamblea de sabios desocupados y por supuesto a los miembros del Premio Nobel, —y diciendo esto se dirigió a la central de la Gestapo, ataviado con las lustrosas botas de montar típicas de los SS. En ese momento vi que la visión trágica de la vida es la consecuencia de un dolor progresivo mecanizado, y por primera vez me encontré completamente solo y me 630 631 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado sumergí en el mundo subterráneo de los pensamientos hasta llegar al valle de los recuerdos y sentarme en el jardín de las ilusiones cerca del lago de los cisnes que alimentan las islas de la memoria. Después de tantos años que estuve escapando de la muerte para poder vivir, ahora en vano escapaba de la vida para poder morir. n austríaco oscuro nacido en el pueblo pequeño de Braunau quería ser artista y se dirigió a Viena, pero como no demostró talento alguno en los exámenes a los que fue sometido en la Academia de Bellas Artes, fue rechazado de la misma. Uno de los profesores que le tomaron el examen le dijo: —Usted sólo sirve para trabajar de obrero o de payaso. —Como ya había muchos payasos, tuvo que resignarse a trabajar de obrero para soportar su miserable existencia, vivió en una pensión de tercera clase y se entretenía después del trabajo hablando en los cafés y bares de la ciudad con cuanto individuo se cruzó en su camino, porque para eso sí era bueno: podía hablar por varias horas hasta que se cansasen las palabras por él vertidas, ya que él nunca se cansaba; una vez que las palabras estaban agotadas de cansancio, con la misma facilidad con la que del bolsillo se saca una baraja nueva de naipes, sacaba otra baraja de palabras para seguir hablando hasta que se cansasen de oír los que lo estaban escuchando. Hablaba de día, hablaba de tarde y se pasaba las noches hablando. Fue durante este periodo de su vida que Adolf Hitler se auto educó, devoró muchos libros y asimiló muy pocos, dichas lecturas lo enloquecieron y se lanzó al mundo en busca de castillos invisibles, metas inalcanzables, palacios construidos o destruidos por Napoleón el Grande y empezó a trizar su lanza ilusoria contra los molinos de viento, pero como en esa época los vientos eran socialistas y pertenecían al proletariado, le destrozaron no sólo su lanza sino también sus costillas; el exceso de lectura lo armó para su lucha de un anti-semitismo rayano en la locura y de un odio por los marxistas inconcebible. Al comienzo de la primera conflagración mundial, se unió de voluntario al regimiento de Baviera, pero en lugar de combatir en el frente de batalla como los soldados regulares, trabajaba arriesgando su vida de correo ambulante (al menos así lo retrataba la máquina de propaganda nazi y fascista). Como un soldado temerario, estudiaba los mapas de la zona de operaciones, memorizando los más mínimos detalles, lo que le permitía desplazarse con la inteligencia de un general y la velocidad inaudita de un galgo. Aprendió todos los secretos de la guerra —y entre los más importantes— el de pasar entre los enemigos sin ser visto, oído, olido, reconocido o baleado, ayudado por el descomunal tamaño de sus pies (corría a una velocidad de cincuenta kilómetros por hora). En sus horas libres pasaba largas conversando con los soldados en la retaguardia, donde llegaban las balas sólo en el cuerpo de los baleados y conducidos a la posta sanitaria de su regimiento. —A mí no me gustan las balas y me retiro de ellas, para ser baleado hay que tener menos inteligencia del que lo balea a uno, a mí nadie me mata. —Tanto tiempo pasó en la enfermería que acabó convirtiéndose en gran amigo y luego en asistente del joven médico de la posta sanitaria el doctor Arthur Guett que trabajaba de cirujano del Regimiento Tercero de Baviera, con el que charlaba horas enteras y con el que jugaba acaloradas partidas de ajedrez en las que prefería sacrificar un alfil o una reina a perder uno de sus caballos. Jugaba el ajedrez con movimientos de guerra: primero lanzaba sus perros para reconocer la zona, luego enviaba su aviación para bombardearla, después la atacaba con su infantería motorizada, luego ingresaban los soldados o peones a combatir cuerpo a cuerpo y finalmente 632 633 II Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado hacía su ingreso la caballería, en el que ingresaba él en forma triunfal montado siempre en su caballo blanco. No perdía de vista el menor movimiento del enemigo, hasta acorralar al rey y ganar la batalla; siempre jugaba con trebejos blancos, no le gustaban los negros ni en el tablero; después de cada victoria explicaba los movimientos que lo condujeron a la victoria y el porqué de cada jugada y se quedaba explicando su estrategia por el espacio de diecisiete horas seguidas. Los pobres que con el jugaban quedaban exhaustos, no sólo con la partida sino con la explicación, y preferían morirse de aburrimiento en el campo a tener que sostener otra nueva partida de ajedrez con él. Hitler al igual que Capablanca podía almacenar once jugadas consecutivas en su cerebro izquierdo y cuatro en el derecho. En el Ejército encontró el hogar que nunca tuvo. Pasada la contienda, alcanzó la gloria: recibió la Cruz de Bronce al Valor sin Combate. Terminada la guerra siguió trabajando en el ejército por varios años, dando charlas y convenciendo a la población de la importancia de las Fuerzas Armadas, y del importante papel de las mismas en tiempos de paz y en tiempos de guerra, como fiel defensora de la integridad territorial y de la dignidad nacional. Se unió en 1919 al Partido Alemán de Trabajadores alcanzando en pocos años la jefatura del departamento de propaganda del mismo. Era más fácil ser dirigente de los trabajadores que trabajar para los propietarios. En 1923, después de un golpe de estado fracasado en el que él no combatió pero al que sí fomentó, fue apresado, juzgado y condenado a cinco años de cárcel en Landsberg, junto a otros líderes del Partido Nacional Socialista, pero salió del presidio a los nueve meses, como si el presidio, embarazado, lo hubiese parido a tiempo. El parto fue difícil y lo parieron de nalgas; no sólo sobrevivió el parto para felicidad de algunos y la amargura de otros, sino que, durante su estadía en la cárcel, hizo gran amistad con Heinrich Himmler, quien posteriormente sería su amigo del alma. En la cárcel se la pasaba hablando, discutiendo, adoctrinando y convenciendo. Pronunciaba discursos interminables que duraban hasta cinco horas, en los que les decía a los criminales que estaban cumpliendo sus condenas: —Ustedes no son criminales, son ciudadanos decentes, son las víctimas inocentes del sistema en el que viven, los criminales verdaderos son los que los han condenado a ustedes, ustedes son buenos profesionales, son especialistas en su trabajo, ustedes son tan humanos como cualquier otra persona, son expertos en su materia y todo trabajo es digno hasta que no se pruebe lo contrario, trabajo que lamentablemente se lo aprende en la calle y los conduce a la cárcel, la única diferencia entre ustedes y los llamados buenos ciudadanos es que a ustedes no les dieron la oportunidad de educarse en las profesiones convencionales, ni la seguridad de un buen empleo. La violencia es necesaria cuando tiene una razón justificada y un fin determinado, el asesinato no debe ser castigado cuando es justificado, cuando tiene un motivo noble, cuando hace justicia y remedia los males, cuando está al servicio de las mayorías y soluciona un problema, el asesinato es inclusive loable y encomiable cuando se lo practica para salvar al país de un mal gobernante, o como un medio purificador de una raza. Todos los que los han juzgado son criminales en potencia y todos los políticos son ladrones en ciernes, cualquier hombre peca cuando se le presenta la oportunidad… Su fama fue creciendo entre los reclusos no sólo de Landsberg, sino de las otras cárceles en Alemania y todos los reos comunes abrazaron sus ideales, adoptaron su filosofía y comulgaron con sus principios, volviéndose fanáticamente hitlerianos y posteriormente activos miembros de la Gestapo y la SS. Como esta gente era criminal nata no había que enseñarle a robar, asaltar, combatir, matar, a violar, ni a torturar: sabían de su oficio, 634 635 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado sólo había que darles la oportunidad de trabajar en lo que mejor sabían. En 1925 publicó su primer y único libro titulado Mein kampf en el que puso en manifiesto su odio a la raza judía y su enérgica condena a los que firmaron la paz de Versalles en condiciones desfavorables para Alemania, a quienes acusó de ser los directamente responsables de la humillación colectiva del pueblo prusiano y se lo escuchaba repetir como disco rayado: —Estos son los traidores que permitieron a los aliados el mutilar la patria, cambiar sus fronteras, modificar el curso de sus ríos, alterar la posición de sus montañas, acortar la duración del sol en el invierno, reducir el tamaño de nuestras playas, pisotear la bandera y permitir que nuestros enemigos la apuñaleen por la espalda. Ayudados por la inflación y la recesión alemana que trajeron la desocupación y el descontento a las masas populares formando un caldo de cultivo ideal para que en él crecieran las floras bacterianas de una política de extrema derecha, su partido se llegó a imponer después de varios años de lucha gracias a que la violencia que emplearon fue superior a la utilizada por los socialistas, a los que derrotó en todos los frentes, su movimiento adquirió una fuerza incontenible y, como en las épocas de Turbo, padre de las turbulencias, sus intervenciones eran seguidas, en forma sistemática, de destrucción masiva y caos absoluto: una vez que él terminaba de hablar y sus partidarios de escuchar, las masas se desbordaban como se desbordan los ríos y arrasaban la zona por la que pasaban, la que parecía haber sido castigada por un ciclón, los vidrios se salían de las ventanas, las puertas de sus marcos, las paredes de las casas, los árboles de los jardines, las piedras de las gradas, el pasto de los prados, las losas de las veredas y los techos de los edificios públicos, mezclándose con la turba y siguiendo a su caudillo. —Nosotros cambiaremos el curso de la historia, el mapa geográfico de Europa, la distribución de los mares, la redondez de la tierra, la configuración del espacio, la dirección de las corrientes marinas y el curso de los vientos, eliminaremos el invierno, traeremos la paz honrosa para Alemania, todos sus habitantes serán dueños de las casas donde viven, los bueyes ararán solos, el trigo crecerá sin que lo siembren, el maíz se desgranará sin que lo cosechen y los molinos no necesitarán de viento para convertirlo en harina, usarán la fuerza de las aguas y el pan saldrá solo de los hornos, los peces vendrán nadando a las redes, los pescadores por único trabajo tendrán que lavarlos y venderlos ganando mucho dinero y los mercados estarán repletos de pescado fresco al alcance del pueblo, las gallinas pondrán huevos más grandes, las vacas parirán mellizos, la carne de cerdo no tendrá grasa, los vientos correrán con más fuerza, no tendremos que pagar impuestos, el correo será gratuito, todos tendrán trabajo, la comida será excelente, el vino blanco recobrará su sabor, la nieve será más blanca y los ríos volverán a ser alemanes, las dos Alemanias se juntarán de nuevo, mejorará la instrucción en las escuelas, los niños no tendrán que ir a educarse, la educación vendrá a los niños, bajará la tasa de los intereses, lloverá dicha del cielo, nos abandonará la tristeza, mejorarán las cosechas, los árboles darán más frutos, erradicaremos la pobreza, la pena será declarada ilegal y será reemplazada por la alegría, aboliremos la muerte, los cementerios se convertirán en jardines y los panteoneros en jardineros y el pan se repartirá gratis junto con los periódicos a domicilio, Alemania ya no temblará frente al mundo: el mundo temblará frente a Alemania. Confieso que nunca vi más gente en mi vida, ni semejante cantidad de fanáticos, era un caso patológico de euforia colectiva. La multitud y el fanatismo me recordaban las épocas en las que tío Pablo me llevaba de la mano al Estadio Nacional a ver los partidos de fútbol entre Polonia 636 637 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado y Alemania. La gente enardecida aplaudía al caudillo con la misma emoción con la que aplaudían a nuestra selección de fútbol cuando ingresaba a la cancha o marcaba un gol. Cuando apareció Hitler en el podio, la muchedumbre electrizada no se cansaba de repetir al unísono: —¡Heil Hitler!, —levantando su brazo derecho para saludar al jefe y futuro salvador de la república, los vítores de esa masa humana parecían el estruendo de las olas del mar cuando las estrella la tormenta contra las rocas, o el ruido de los rayos cuando azotan la tierra, el rugir de los leones en el África o el rechinar de los cañones italianos en las montañas de Abisinia, ese estruendo humano era superior al que producían los fanáticos en las tardes de toros en España, cuando Juanillo lidiaba en la plaza de Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid y el público gritaba: —¡Ole!, ¡ole! —y le concedían la cola y las dos orejas de la bestia muerta, la ovación era ensordecedora e iba a durar varios días, ya que se negaba a abandonar la plaza, quería escuchar el discurso del padre de la patria y salvador del universo y cuanto más silencio la gente le imponía, con más ruido el ruido respondía, hasta que se cansó el jefe y dijo: —Ich heil mich selbst!, —y la ovación se retiró, temerosa de la ira de aquel individuo siniestro, al que posteriormente le tendría miedo el mismo miedo. Y el silencio ingresó campante hasta ocupar la plaza, los pájaros dejaron de trinar, los perros dejaron de aullar, los gatos de maullar, los sapos de croar y los grillos enmudecieron, el silencio no sólo que ocupó la plaza, sino que se posesionó de ella y se volvió tan profundo que se podía escuchar la oración vespertina de los muertos que se confundía con la procesión de los frailes en los conventos, la confesión de las almas arrepentidas en las iglesias y la respiración del jefe, de rato en rato su tos nerviosa interrumpía el silencio imponente de la noche; luego como en procesión de Viernes Santo los sentimientos humanos ingresaron a la plaza y se sumergieron en la gente, primero ingresó la admiración y todos lo admiraron, luego vino la disciplina y todos se cuadraron, llegó la obediencia y todos lo obedecieron, luego ingresó la lealtad y le juraron fidelidad y adhesión hasta la muerte, luego ingresó el amor y desapareció el odio, ingresó la alegría y les entró hasta el alma, comenzó la fiesta y todos bailaron, luego ingresó la paz y todos se saludaron, ingresó la felicidad y todos la percibieron, después ingresaron el perdón, la verdad, la fe, la esperanza, la caridad y la luz, luego ingresó la justicia y adquirió la fisonomía del caudillo, traía los ojos vendados, bigote estilo mosca y la balanza en sus manos, ingresó la fertilidad de brazo del deseo y la gente sintió deseos ocultos, deseos tan fuertes que sólo se saciaron cuando acabaron satisfechos los unos y embarazadas las otras, luego ingresó la música y empezaron a cantar, para terminar entonando con fervor cívico el himno nacional alemán. En medio del cántico patriótico y sin que nadie se diera cuenta ingresaron también a la misma plaza, el terror, la angustia, el dolor, la agonía, la muerte, la destrucción total, la desesperación, la ofensa, el temor, la duda, las tinieblas, la tristeza, el poder absoluto, la guerra, la discordia, el pánico, la impotencia, la rabia, la lucha de razas, los insultos, la calumnia, la plaga, la peste, la falta de respeto a la persona humana, la persecución y el asesinato en masa. Cuando ingresó la euforia todos se enloquecieron, después ingresó el fanatismo y todos se contagiaron y por último ingresó el engaño y todos quedaron hipnotizados y como siempre ocurría empezó a hablar el jefe y su figura fue creciendo a medida que aumentaba la potencia de su voz, la energía de sus palabras, la solidez de su mensaje, la seguridad de sus argumentos, la firmeza de sus principios, la intensidad de sus ideas, la autoridad con que las trasmitía y la eficacia con la que las comunicaba, la gente no sólo que lo oía sino que lo entendía y veía lo que él decía: 638 639 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado —Camaradas alemanes: Hoy es el día decisivo, el día de las definiciones, el día que cambiará la historia, después de una campaña agotadora en la que he recorrido todos los confines de la patria y hablado con todos los ciudadanos sin distinción de clases, pero sí de razas, creo que la gente ha hecho conciencia de la inconsciencia con la que nos gobiernan, los que gobiernan sin encarar los males que nos aquejan, las calamidades que nos azotan, ni los problemas que nos atormentan, sin mitigar las angustias que nos consumen, el desasosiego que nos oprime, la inquietud que nos quita la calma y el disgusto que nos provoca la situación en la que nos encontramos. Pero parece que al fin el gobierno ha comprendido lo que nosotros ya sabíamos desde hace bastante tiempo, que el nacionalsocialismo es la única respuesta a todos los nuestros males. No podemos permitir que el Rin, el más alemán de nuestros ríos, corra fuera de nuestro territorio, hay que modificar nuestras fronteras, para que una vez más este río sea la columna vertebral de nuestra economía. ¡Tenemos que pelear mientras el corazón palpite en nuestro pecho y la sangre corra en nuestras venas! Los judíos se encuentran infiltrados hábilmente en el gobierno, en los sindicatos, en la prensa, en la banca, en la industria y el comercio. Los judíos están corrompiendo a nuestro pueblo, descomponiendo el ambiente, pervirtiendo a la juventud, seduciendo a nuestras niñas; los judíos controlan las casas de putas, la bolsa negra, los lugares de juego, las apuestas ilegales, el expendio de bebidas alcohólicas, las carreras de caballos, las peleas de gallos, las corridas de toros. Ellos venden pasaportes falsos, fomentan el contrabando, aumentan el precio a los artículos de primera necesidad, ocultan las mercadería para especular con ella, engañan en el peso y en el precio, hacen parir a las moscas, mezclan la leche con agua, adulteran la mantequilla, y venden chorizos sin carne. La multitud enardecida lo llevó en hombros y en hombros recorrió las calles, las avenidas, los paseos, los bulevares, los prados, las plazas y las plazuelas, subió y bajó las gradas, en hombros siguió por las carreteras, ingresó a los pueblos, visitó las villas, cruzó los ríos, subió y bajó las montañas, recorrió las provincias y los cantones, ingresó y salió de los edificios públicos y casi se sienta en la silla presidencial mucho antes del cómputo de las elecciones. Yo volví muy preocupado, aturdido, confuso y alterado, ese hombrecillo funesto, siniestro, sombrío y nefasto, me infundía temor, espanto, pavor y miedo, tenía la fuerza de un huracán y su voz parecía el juicio final. ¿Cómo un austríaco desconocido había logrado convertir a cientos de miles de alemanes normales, en alemanes fanáticos exaltados, obcecados e intolerantes dispuestos a cometer cualquier crimen, delito o atentado obedeciendo sus instrucciones? La situación era álgida, había que escapar de allí antes de que fuera demasiado tarde. En forma sistemática y cotidiana nuestros miembros pintaban la esvástica en las paredes de las casas, en las puertas de calle, en las aceras, en las calles, en las avenidas, en los edificios públicos, en la bandera nacional, en el escudo de la patria, en los puentes, en los faroles de luz, en los árboles, en los bancos, en las plazas, en los autos, en los trenes, a la entrada y a la salida de los cines, en las escuelas y los colegios, al comienzo y al final de las películas, en el río, en la lluvia, en el pecho de las golondrinas, en la cúpula del iris, así como en las nubes y en el cielo; en el campo se la pintaba en las tetas de las vacas, en la barriga de las ovejas, en la cola de los asnos y en el hocico de los perros; a la misma velocidad con la que nosotros pintábamos la esvástica, los empleados del gobierno la borraban en forma sistemática y nosotros teníamos que volverla a pintar, y para tomarles ventaja tuvimos que trabajar tanto y tan rápido que nunca más el gobierno pudo alcanzarnos, ya que esvástica que borraban, 640 641 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado esvástica que la volvíamos a pintar y empezamos a pintar tan velozmente que las pintábamos de nuevo antes de que las borren y cada vez que querían borrarlas ya estaban pintadas de nuevo como por arte de magia, tanto pintamos y despintaron que al final los miembros del gobierno se cansaron de borrar lo que nosotros pintábamos y los Ministros se resignaron a andar con la esvástica pintada en sus autos, en la puerta de sus oficinas, en la pared de sus despachos, y detrás de sus escritorios, en la cinta de las máquinas de escribir. El orgullo nacional que se había perdido en uno de los combates de la primera guerra mundial, todos los alemanes, sin distinción de clases sociales, edad o sexo, cooperaron en su búsqueda, lo buscamos en todas partes y no lo podíamos encontrar, lo buscamos en los lugares más posibles y en los lugares más imposibles, la búsqueda comenzó en la presidencia, pero en la presidencia no había orgullo nacional, recorrimos el palacio de gobierno, pero ahí no se encontraba, no estaba ni siquiera en su oficina, el orgullo nacional había abandonado sus oficinas, recorrimos los ministerios, pero tampoco allí se hallaba, ingresamos a la Cámara de Senadores y luego a la de Diputados y allí no había orgullo, los padres de la patria nos dijeron que la última vez que lo vieron fue el año 1915, acudimos a las universidades y ahí tampoco lo habían visto desde hacía varios años, lo buscamos en el Ejército, en la Marina de Guerra, en las Fuerzas Aéreas, en las casas de los militares, en las de la gente del gobierno, pensamos que se había asilado y empezamos la búsqueda desde la Nunciatura Apostólica hasta la última de las embajadas, en las casas de los ciudadanos, requisamos todo Berlín y el orgullo nacional había desaparecido para siempre, creímos que se cansó de la capital y lo seguimos en tren a las otras ciudades y pueblos chicos y no lo pudimos encontrar. En un día memorable, durante uno de sus volcánicos y acalorados discursos, con ímpetu desencadenado, visiblemente irritado y totalmente agitado, Hitler nos informó que tenía evidencia cierta acerca de lo que había pasado con el orgullo nacional, y ante una inmensa muchedumbre, con tensa y justa expectativa, nos anunció que al orgullo nacional se lo robaron los judíos. Esta revelación aumentó nuestro prestigio y el odio hacía los judíos, la gente mayor nos empezó a tomar muy en cuenta, porque dijeron un joven en estos días que se dedica a buscar nuestro orgullo perdido tiene que ser muy bueno, hoy la juventud está podrida, no les importa la patria mucho menos les va a importar el orgullo y se inscribieron al partido y pagaron sus cuotas. En su próximo discurso Hitler, con una moderación increíble, con una prudencia pocas veces vista, con un temple y valor inigualable, anunció que nos encontrábamos más cerca que nunca de recuperar para la patria el orgullo nacional perdido y dijo: —Se lo robaron los judíos y con la ayuda de los socialistas lo vendieron a los rusos. n el campo de concentración de AuschwitzBirkenau, bajo la dirección del abominable doctor Mengele, los médicos trabajaban intensamente, enfrascados en toda clase de investigaciones en las diversas ramas del saber, para adquirir más sapiencia y alcanzar la sabiduría. Laboraban en turnos de a doce horas realizando lobotomías, cordectomías, golpes eléctricos, supresiones sensoriales y mengelectomías, o sea, vivisecciones anatómicas a nivel de corteza cerebral, de los doce nervios craneales, de los órganos genitales y otros órganos del cuerpo humano; cada uno de los cirujanos estaba especializado en un nervio determinado y contaba con su propio equipo de asistentes y su mesa de disección bien equipada. Mengele se presumía una autoridad mundial en cerebro, cerebelo y los ventrículos, tiroides, mama, 642 643 III Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado testículos, trompas y ovarios. Yo era el primer asistente de Mengele y empezábamos el día con un desayuno de trabajo a las seis de la mañana, desayuno en el que se discutía el plan de operaciones para las próximas doce horas y se procedía con la distribución de cadáveres, cada equipo empezaba la faena con dedicación y principalmente consagración científica. A los seis meses de trabajo intensivo nuestro equipo médico era uno de los mejores y más completos del mundo. Un día llegaron veinticinco cadáveres de gente joven entre veinticinco a treinta años, todos hombres. Les realizamos una disección cuidadosa de la corteza cerebral y del cerebro, tratando de encontrar algún defecto común que justifique la aberración mental de un individuo que lo empuja a abrazar una forma morbosa de conducta, transformándolo en un asocial o un anti-social, hasta convertirlo en un pensador morboso o socialista, les seccionamos el cerebro, el bulbo y el cerebelo y una vez concluida la faena mandábamos los cortes a los patólogos, los patólogos prepararon las placas para analizarlas al microscopio y no pudieron encontrar nada anormal: los cerebros de los socialistas eran igual a los de los demás individuos. Al día siguiente llegaron 30 cadáveres de comunistas confesos, muertos en disturbios callejeros. Esta vez trabajamos hasta las dos de la mañana para poder completar la disección cerebral de dichos individuos y para contrariedad nuestra tampoco pudimos encontrar nada anormal, después de dos meses en los que en forma sistematizada fuimos seccionando cerebros humanos de grupos de judíos, de homosexuales, de religiosos luteranos, gitanos y demás enemigos del gobierno, no pudimos encontrar ninguna diferencia; después de recibir la misma dieta en el espacio de una semana, los cerebros de todos los que vivían en Alemania comiendo chorizo y tomando la misma cerveza eran iguales en cualquier mesa de disección; además la raza judía se mezcló tanto con la germana que era la raza con la que más se confundía, tanto así que era bien difícil saber quién era o no era judío. Nuestras conclusiones clínicas fueron entregadas a la Gestapo a través del general Heinrich Mueller quien después de leer varias veces el informe empezó a mostrar su disgusto en el semblante, sus músculos faciales se retorcían haciendo muecas y mostrando su desagrado, sus labios se contraían solos reflejando su disgusto, sus pupilas se dilataron mostrando su enojo, sus bigotes vibraban mostrando su fastidio, sus párpados se sacudían mostrando su estado de ánimo, se le saltaron los ojos demostrando su furia, la saliva le chorreaba por su boca entreabierta evidenciando su repugnancia, sus dientes castañeteaban debido a su falta de control, y se aflojaron sus esfínteres debido a su inmensurable angustia y nos meó y cagó de pies a cabeza, de palabra y obra; su ser fue indefensamente invadido por la ira, sacudido por la cólera, convulsionado por la furia, arrebatado por la rabia, molestado por la indignación, partido por el enojo, exasperado por el coraje y una vez que la adrenalina le corrió por todo el cuerpo, le estallaron sus cabellos y explotó como una granada haciendo volar la pieza. Una vez que recuperó su control, una vez que adquirió cierta calma y la placidez volvió a su desfigurado rostro tomó su bastón de mando en la mano izquierda y con él empezó a golpear la mesa con tanta violencia que partió su bastón en dos y la mesa en cuatro, al mismo tiempo comenzó a proliferar toda clase de improperios, utilizó todos sus insultos, nos afrentó y ultrajó delante de los demás miembros de nuestro grupo científico y diciendo: —Con esta clase de investigadores no podremos llegar a la meta propuesta por Himmler, no dudo de que ustedes son tan inteligentes y capaces que llegado el momento no podrían diferenciar entre el cerebro del Fuehrer y el de un rabioso perro dóberman. Dos días más tarde fuimos llamados a las oficinas principales de la Gestapo y su médico jefe nos dijo que esto 644 645 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado no podía seguir así, que él creía que habíamos fallado en nuestra investigación porque estábamos realizando disecciones en cerebros de cadáveres formalizados, en ellos el cerebro estaba más muerto que el mismo muerto y no podía hablar o sea que cualquier disección en estas circunstancias era completamente inútil, habría que utilizar para nuestras disecciones cerebros vivos, casi vivos, a medio morir o apenas muertos. —Te amo, mamá —le dije. —Mikołaj, mi pequeño Mikołaj, te extrañé tanto. —Yo también mamá, pero vamos, cuéntame de mis hermanas. —Todas se casaron, estoy llena de nietos. Una tarde a las cinco de la tarde, como en los versos de García Lorca, golpearon la puerta, cuando acudimos a ella para abrirla, varios miembros de la policía militar y de la Gestapo se hicieron presentes, venían a requisar la casa, ingresaron con sus perros, para horror de mis sobrinos que empezaron a llorar de miedo y cuanto más lloraban los niños, los perros se ponían a ladrar más fuerte, disfrutando del pavor que causaban sus ladridos y sus dientes, hasta que uno de los perros se soltó o lo soltaron y se comió a nuestro pequeño David, que tenía sólo tres años. Todos saltamos a librarlo del perro, pero pronto sentimos los golpes de la policía militar y la Gestapo sobre nuestros cuerpos, golpes que nos tumbaron al suelo bañados en sangre, hay que dejar a los perros comer en paz dijo uno de los guardias, el terror nos sacudía, una sudoración fría invadió mi cuerpo y no supe qué hacer. Nadie podía hablar, todos lloramos en silencio y dentro de nuestros cerebros, cabalgados por el jinete de la angustia, que galopa sobre la montura del Cerebelo, hasta llegar a las montañas de la Protuberancia y precipitarse en el barranco del Bulbo, jamás se borraría la escena que presenciamos. —Quién es el jefe de la casa? —Yo —respondí. —¿Cómo se llama? —Nyiszko. —Hable más fuerte, no le oigo. —Nyiszko —dije más fuerte. Y recibí un corto en el estómago. —¿Qué hace usted? —Bueno, yo soy médico. IV uando llegué a mi casa entré gritando: —¿Ya está lista la cena mamá? Mi vieja madre salió de la cocina y después de limpiarse sus cansados ojos me vio y parece que le tomó un momento convencerse, que era verdad lo que miraba, vi iluminarse su rostro, vi como la felicidad invadía su cuerpo, hasta lograr transformar su fisonomía triste cómo el invierno en una dulce y tierna como la primavera, se puso como se veía durante los contados segundos felices de su vida, radiante y bella y me miró con dulzura indescriptible, pero esta vez como el que sabe ver, con los ojos abiertos de asombro y el corazón henchido de amor. —Mi adorado Mikołaj, no puedo creer que hayas vuelto, creí que te olvidaste de tu vieja madre. Corrí a sus brazos y después de mucho tiempo volví a sentir el calor de madre, me hundí dentro de su pecho como cuando era niño y disfruté de la dulzura de sus besos, del calor de su cuerpo, de su ternura de madre, la abracé contra mí lo más fuerte que pude y sentí sus lágrimas correr sobre las mías, yo también lloré, ya no me acuerdo cuánto, pero fue tan lindo sentir esa emoción de amar y ser amado, que quise que el tiempo no pasase, entre sus brazos me sentía fuerte y protegido y una paz increíble embriagaba mi cuerpo; ante sus ojos de madre, yo sería siempre un niño. 646 647 Felix Alfonso del Granado (1938-) —¿Y que hace aquí en medio de estos cerdos judíos? —Yo también soy judío. —Me lo temía. —Vine solo de vacaciones para ver a mi madre que es viuda y a mis hermanas. Me despedí de mi madre llorando, presentía que nunca más retornaría, y jamás la volvería a ver, y parece que ella tenía el mismo presentimiento, ya que lloró igual que yo. La despedida con mis hermanas y sobrinos fue corta, una mirada en los ojos y un adiós para siempre y levantando mi maleta salí de la casa a la que nunca más volvería. Me atormentaba el hecho de no poder avisar a mi madre dónde me encontraba. Rogué a los guardas para que avisaran a mi madre dónde me hallaba, pero se negaron: —Nos está prohibido, —dijeron—, ya que si avisamos a las madres dónde se encuentran sus hijitos, no tardarán en llegar por cientos, como moscas, y permanecerán todo el día y toda la noche junto a las mallas de alambre, no se moverán de ellas de día ni de noche, saldrá el sol y las encontrará donde las había dejado la noche y llegará la noche y las encontrará de nuevo donde el sol las había dejado y así pasarán semanas, meses y años y las malditas madres seguirán pegadas a las mallas de púas como púas y por más que les demos de palos, les pasemos corriente eléctrica, que les echemos agua, que las botemos hasta Varsovia, volverán de nuevo como sólo vuelven las madres, volando como las golondrinas y a diferencia de ellas, no se irán cuando llegue el invierno, seguirán allí hasta que se les caigan los pies o se les congele el cerebro o hasta conseguir llevarse con ellas nuestra obra de mano gratuita, que son sus malditos hijos y ese negocio no es nuestro negocio, además no queremos tener publicidad adversa, ni queremos que se entere de lo que estamos haciendo un curita católico que por ahí anda y del que dicen las malas lenguas que 648 Flor de Granado y Granado nació para ser el futuro papa, porque si éste se enterara estamos liquidados, moverá los cielos y la tierra y no se detendrá hasta conseguir su libertad, o anotarnos al infierno. V elicidades, trabajo bien ejecutado es por todos admirado. — Vimos al dueño de la voz subirse a una tarima para que pudiéremos verlo, luego nos habló desde la misma. —Me llamo coronel Rudolf Hoess, soy el jefe del campo de trabajo de Auschwitz-Birkenau, a partir de este momento en que les doy la bien venida quiero advertirles que tendrán que comportarse bien, obedecer todas las órdenes de sus superiores y hacer lo que ellos les digan, cualquier acto de indisciplina o insubordinación será drásticamente castigado, no se olviden del dicho alemán que dice: pues siempre valdrá más un perro vivo y despierto que un león muerto, conviértanse todos en perros y manténganse vivos. Aquí yo soy la verdad y la vida y, por qué no decirlo, yo soy la muerte, nada ni nadie se mueve sin mi autorización, yo doy la orden para que se levanten y el permiso para que se acuesten, permiso para que coman, para que orinen, en fin permiso para vivir y permiso para morir. Hoess fue adquirido de una de las prisiones en Muñiste, donde estaba condenado a cadena perpetua por el asesinato y violación de tres mujeres y de una niña. Como era un hombre fuerte y sin escrúpulos, fue entrenado fácilmente para su puesto y aprendió rápidamente lo poco que le faltaba para ser un buen miembro de la SS y desde entonces, gracias a su valor sin límite, su sadismo increíble, su resistencia física inagotable y el placer que demostraba al torturar a sus prisioneros políticos, escaló rápidamente y 649 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado fue ascendiendo raudamente como un águila en vuelo, hasta el grado de coronel asimilado. —Hoy comenzarán con un pequeño ejercicio, ejercicio que les sentará bien, para sacarles la fatiga que llevan dentro del cuerpo. Muchos ayudantes suyos que eran judíos que cooperaban con los nazis para sobrevivir y eran llamados kapos ingresaron al campo armados de fuetes y garrotes y empezaron a inspeccionarnos cuidadosamente; cualquier cosa que les llamaba la atención los irritaba muchísimo y la víctima de su enojo caía al suelo abatida por una tormenta de palos y una lluvia de golpes, que lo dejaban inconsciente y limpio, lo bañaban con su propia sangre; cuando Hoess nos dio sus instrucciones tuvimos que realizar cien ejercicios de tenderse y levantarse, muchos no lograron llegar a 40 y fueron sádicamente maltratados, una vez que terminó el baile había en el suelo más de cincuenta heridos, los heridos fueron retirados de sus colas, como se estira a los toros después de una fiesta taurina, fuera del ruedo; sin darnos mucho tiempo a descansar, Hoess comenzó nuevamente: —Acostarse, levantarse, acostarse, levantarse, arrastrarse por el suelo, levantarse. —Hasta que el último de nosotros quedó en tierra liquidado, los SS y los kapos caminaban sobre nosotros repartiendo patadas y golpes, pero ya nada importaba, estábamos más muertos que vivos y los muertos no sienten nada. Como un trueno que viene del cielo se oyó la voz del desorbitado coronel Hoess: —El que no se levanta ya es hombre muerto. Y todos los heridos y los muertos nos levantamos, aun los que murieron días antes, porque esa voz ronca y autoritaria era mejor que el caldo de pollo que nos recetaban los viejos pediatras para restaurar nuestras fuerzas, después de una enfermedad crónica que nos dejaba completamente debilitados; al final no sabíamos si éramos los vivos o éramos los muertos, pero todos nos cuadramos y empezamos a caminar. —Los maté con mis manos a golpes y esa será la suerte del que trate de escapar, estos cuatro granujas, que no servían para nada de vivos servirán de muertos, servirán para enseñarles a permanecer vivos, de aquí no escapa nadie cabrones y si tienen alguna buena idea, primero consúltenla conmigo para que les diga si vale la pena, o no se las aconsejo —y diciendo esto, escogió a veinticuatro hombres voluntarios y se llevaron a enterrar los cuerpos, para que no se descompusieran ya que empezaron a hincharse, después de cavar una fosa común poco profunda fueron aventados como gangochos de papa al fondo de la fosa y cubiertos con tierra. La sopa caliente que nos sirvieron me pareció deliciosa, era consomé de algas verdes y papa alemana, además tuvimos dos rajas de pan integral y un buen vaso de agua; pasada la cena me fui a morir o a dormir, o lo que primero llegue. A partir de esa noche, lo único que me pertenecía era lo poco que quedaba de mi cuerpo, ya que hasta el reloj de bolsillo que traía puesto y al que quería entrañablemente por haber sido regalo de mi madre me lo quitaron porque les gustó. En seis semanas terminamos el campo, tendimos una doble malla de alambre trenzado y otra de alambre con púas, luego dos presos ingenieros les conectaron corriente eléctrica y para ver si trabajaba escogieron dos voluntarios viejos, soltándoles los perros encima; los viejos empezaron a correr como cuando eran jóvenes para acabar saltando sobre las vallas para librarse de las fauces de los canes y ese fue el último salto de sus vidas, llamado vulgarmente en el campo ‹salto mortal›, quedando completamente carbonizados. Como a uno de los perros le fallaron los frenos corrió la misma suerte, lo que produjo una profunda consternación entre los miembros de la SS y lo enterraron con todos los honores militares otorgándole después de 650 651 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado muerto la Cruz de Perro en el grado de perseguidor sublime. A partir de esa fecha se bajó el voltaje conectado a las mallas, las que en lo sucesivo podían electrocutar solo a los prisioneros y no a los perros. La nueva barraca quedó completamente separada de la nuestra; una puerta ancha permitía el fácil ingreso de un camión del ejército a las instalaciones nuevas, a los lados se erigieron dos torres de control desde donde guardas armados observaban, sin alejar la vista las veinticuatro horas del día, como premio a nuestro trabajo excelente tuvimos dos días de descanso, en los que nos preguntaron si tocábamos o no algún instrumento musical. Quedé sorprendido al enterarme de que más de cuarenta presos eran músicos consumados. Sacaron los nuevos instrumentos musicales que llegaron de Duesseldorf y la orquesta comenzó a sonar. El propio Hoess la conducía y era música para los oídos: interpretaban composiciones magníficas, sentidas e inspiradas. Las piezas que más aplausos cosecharon fueron: La última ducha, El gemido mortal, Cuerpos en pena, Ronda de almas y Aquí se acabó mi vida. Aún me encontraba durmiendo cuando una voz familiar me despertó, era Hoess, —levántese y venga —me dijo, me levanté y bañé volando y salí con él, Lombriz me condujo a la barraca de los oficiales, al comedor del jefe. Hoess se encontraba tomando un buen desayuno: chorizo, huevos revueltos con cebolla blanca, tostadas con mantequilla, jalea de naranja y café sin leche, mientras que dos presas debajo de la mesa le lavaban y masajeaban los pies. —¿Quiere desayunar conmigo? Por supuesto que acepté encantado, mientras devoraba el desayuno, él me dijo: —Sé que usted es médico y estuvo trabajando de enfermero con el doctor Mengele. —Efectivamente —contesté. —Fui informado por este que es usted un buen médico. La palabra médico me parecía distante, era médico en mi otra vida, pensé, después volví en mí y contesté: —Sí. —¿Sí qué? —me pregunto Hoess. —Sí nada —contesté… porque perdí el hilo de la conversación. —Bueno, sin entrar en detalles, a partir de hoy día, y hasta que llegue otro de Alemania, usted será médico en el campo de trabajo de Auschwitz-Birkenau —me dijo. El nombramiento me llenó de turbación de ver que yo era el escogido, si puede haber el nudo en la garganta propio de la emoción contenida en medio de tantas penas, de tantas sombras del horror. —Su primera misión será hacer exámenes pélvicos a todas las prisioneras seleccionadas para servicio doméstico y me rendirá informe personal de cada una de ellas. Tenemos una pieza de examen con su pequeña mesa quirúrgica, en la barraca y quisiera que me acompañe. Hoess me mostró la salas de espera, de consulta y la quirúrgica, estaban bien equipadas y tenían hasta máscara de éter para administrar anestesia. —Si necesita algún ayudante escoja entre los prisioneros el que más le acomode y empiece a trabajar. A las seis de la tarde espero el primer informe. Me disponía a salir cuando Hoess me dijo: —Tendrá que cambiarse de uniforme. Y me entregaron un pantalón y una camisa quirúrgica, medias, zapatos y una bata blanca, al mismo tiempo él me regaló un estetoscopio nuevo. —Mengele lo quiere mucho —me dijo,— me mandó que lo saludara. —¿Dónde está él? 652 653 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado —Hitler lo invitó a que asistiera a un consejo de ministros en Berlín y a compartir un almuerzo en el que lo condecoró con la Ritterkreuz —me dijo. A las nueve de la mañana comenzaba a ver a la primera paciente. Tenía dieciséis años, era virgen, completamente limpia, no tenía enfermedad alguna y gozaba de una salud excelente. Ese día vi sólo doce pacientes para hacer un buen trabajo; todas eran inmaculadamente vírgenes, solteras, chicas muy buenas, estudiantes de secundaria, di mi informe al jefe y él se puso muy contento. —Después de tanto tiempo voy a comer faisán —dijo. Yo no entendí el dicho, parecía un chiste alemán, no los podía entender, no entraba en onda, pero tuve que reír del chiste sin entender de qué se trataba. Al día siguiente seguí trabajando y al tercer día acabé con los exámenes y los reportes. Ya no volví más a mi barraca, fui promovido, ahora dormía con los de la SS. —Ya se tiró a la primera —me dijeron —¿Quiere ver cómo se las tira? —No —les contesté. —Bueno —me dijeron— quiera o no tendrá que ver, esta pared tiene muchos agujeros y dan directamente al dormitorio del jefe. Esa noche vi a una de mis pacientes que ingresó al dormitorio como ingresaban los presos al crematorio; se llamaba Sarah y se apellidaba Desierto, estaba horrorizada. —Vamos siéntate —le dijo el jefe—. Aquí no te pasará nada malo, ¿quieres una copa de vino, para saciar la sed de tu Desierto? —No gracias —contestó la muchacha. —¿Entonces un trago fuerte? —No gracias. —¿Leche de coco, con ron? —Tampoco, gracias. —Entonces tomarás vino —y diciendo esto sirvió dos copas y le dijo salud, la pobre muchacha estaba horrorizada pero tuvo que tomar y tomar hasta que estuvo bien cebada, este pavo está listo pensó Hoess y comenzó el asedio, la rodeó por los cuatro costados y la atacó por el flanco izquierdo, que es el más vulnerable. Sarah Desierto pretendió defenderse de los besos que Hoess le propinaba, pero no pudo, era como si el Desierto del Sahara tratara de librarse del sol que lo calienta, o del agua que la calma. Fue hábilmente seducida, admirablemente debilitada y magníficamente acosada, el viejo Zorro del campo la siguió desplumando con sus labios hasta arrancarle la última pluma que la protegía, ave desplumada, estaba lista para la olla, la siguió besando, luego la llevó a su cama y la desvistió sin aflojarle la mirada, poco a poco, una vez que la tuvo completamente desnuda, se desvistió, la muchacha lo miró con miedo, primera vez que observaba al enemigo tan de cerca, lo vio más grande y más potente, lo sintió más duro, ya no había qué hacer, estaba resignada. 654 655 VI i vida de médico adquirió un rumbo agradable. Atendía a todos los reclusos con problemas menores y empecé a estudiar los cambios que ocurrían en la actitud de los presos y de los guardias. Exactamente a los seis meses de vivir en el campo, todo el mundo cambiaba: los presos, después de sufrir tanta humillación y tortura, aceptaban su condición perruna, lamían las manos, no ponían en duda la superioridad total de los miembros de la SS y las palizas y torturas a las que eran sometidos las aceptaban. Algunos presos ya no hablaban con nadie más que consigo mismos, se los veía a veces envueltos en amenas conversaciones y otras en violentas discusiones. Caminaban como almas en pena en busca de su cuerpo, sin jamás encontrarlo, nunca Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado se dieron cuenta de que era el cuerpo el que debía tratar de buscar a su alma hasta encontrarla y para eso lo único que tenían que hacer era dirigirse a la esquina de las Almas en la plaza de los Espíritus Perdidos donde había más almas que presos en el campo, las almas pasaban las horas platicando entre ellas, esperando a que sus cuerpos vengan a recogerlas, lo cual se volvía una tarea bastante sencilla para los que aún vivían, pero los más, ya habían muerto. Los guardias paseaban por todos los rincones tratando de encontrar su conciencia que la habían perdido. Uno que otro la buscó tanto que la encontró, pero todo el que la encontró, acabó suicidándose, nadie más buscó a su conciencia y las conciencias empezaron a andar sueltas cual almas en pena, y empezaron a reunirse en la esquina de la Conciencia situada en la vereda norte de la plaza de los Espíritus Perdidos. Cada vez que llegaban prisioneros nuevos comenzaban las torturas y el abuso sistematizado hasta romperles el alma, doblarles el cuerpo, sacarles su personalidad y dejarles sus cuerpos convertidos en vegetales y sus espíritus en animales tristes. Todas las personalidades bien planchadas y correctamente numeradas eran guardadas en la barraca de la personalidad; cuando algún soldado llegaba al campo y demostraba no poseer personalidad, se sacaba una personalidad buena y limpia y se le injertaba. También los guardas nuevos venían a entrenarse en los campos, venían a aprender las técnicas más modernas y las tácticas más sofisticadas para lograr romper la resistencia humana. En otras palabras, los campos de concentración servían para proveer a la Gestapo con un laboratorio humano en los que cientos de milicianos estaban aprendiendo las técnicas más sofisticadas para mantener el orden y romper en forma efectiva la resistencia civil de la ciudadanía, hasta quitarles a los individuos su propia individualidad y convencerlos de que eran parte del montón de personas que existen pero no viven, que suman pero no cuentan. El trabajo en dichos campos permitió a los miembros de la Gestapo deshumanizarse completamente y convertirse en celosos guardianes del orden público y los colocaba al mismo nivel y grado que los perros policías. umplí mi primer año en el campo de trabajo de Auschwitz-Birkenau y soplé mi primer horno, ya que no había velas que soplar y mi torta de cumpleaños fue aderezada con crema de leche, obtenida de judías recién llegadas al campo que estaban amamantando y a falta de huevos de gallina fue enriquecida con huevos de preso macho; unos nacen con estrella y otros nacen estrellados decía mi madre y que verdad había en sus palabras: mi vida fue un conjunto de noches interminables, de amores inasequibles, de metas inadmisibles, de horas inverosímiles, de destinos imposibles, de utopías absurdas, daños irreparables y de destinos inolvidables. Una tarde de invierno mi cuerpo encontró a su conciencia. Apenas la halló tuvo miedo de suicidarse como les ocurrió a todos los anteriores que tuvieron la mala suerte de encontrarla, pero no me ocurrió nada, estuve pensando en mi madre, mis hermanas, que sería de ellas. Pasó un año triste o un triste año sin que oyera nada de ellas. —Tendrás que trabajar en forma diaria aquí —me dijo. No me animé a preguntarle qué clase de trabajo. En la puerta de la barraca gigantesca o Bunker como ellos la llamaban, que tenía seis chimeneas inmensas, rodeadas de una plaza enorme, donde se daría la bienvenida al campo de concentración a los nuevos prisioneros. En la puerta de la nueva barraca se leía claramente el signo de ‹duchas de desinfección› que estaba colocado en varios idiomas. Una vez dentro, había un cuarto inmenso con alacenas para que los prisioneros se desvistieran y dejaran en forma ordenada sus pertenencias. La ropa la colocaban dentro de unos 656 657 VII Felix Alfonso del Granado (1938-) carros especiales con veneno para piojos y pulgas, una flecha indicaba el camino del sótano donde se encontraban las duchas, en el sótano ingresamos a un cuarto inmenso donde cientos de duchas caían del techo, pero me di cuenta de que o no eran duchas de verdad o no les habían conectado las cañerías del agua, ¿qué se proponían? —Después de desvestirse ingresarán a las duchas y después de bañarse bien por cinco minutos, se vestirán y pasarán al patio número dos para que se les reparta sus viviendas y se les dé sus vitaminas, quiero decirles que hemos resuelto alimentarlos en forma balanceada para que se recuperen y se vean fuertes, si tienen alguna queja de su alimentación les ruego buscarme a mí personalmente, yo arreglaré todos sus problemas, yo les prometo que a partir de hoy día se acabarán los piojos, se morirán las pulgas, desaparecerán sus parásitos intestinales, desterraremos a las moscas, mataremos a las garrapatas, nada ni nadie perturbará su salud cuando trabajan, ni su sueño cuando descansan. La orquesta comenzó a tocar La solución final de Hoess en si húmedo y suave y al compás de ella, como en el ballet del Bolshoi, ingresaron los presos musicalmente, indiferentemente indiferentes y abandonadamente abandonados a su suerte. Se oía como cientos de uñas arañaban las paredes de madera de la barraca, en forma armónica, produciendo un ruido parecido al de las castañuelas españolas, durante la ejecución de la jota; a los cinco minutos con quince segundos terminó de ejecutar la orquesta, el conductor se dio la vuelta y recibió una ovación cerrada de los asistentes, mientras que en la cámara de gas reinaba una paz celestial, y un coro de ángeles elevándose al cielo cantaba. —No le prometí mi coronel —dijo Fritzsch—, no quedó ni un piojo vivo. —Lo felicito, fue excelente —le contesto Hoess—, he disfrutado horriblemente después de mucho tiempo, es 658 Flor de Granado y Granado formidable el poder liquidar a tres mil hijos de puta en cinco minutos con quince segundos. —Y lo más importante es que murieron hasta los piojos —volvió a recalcar Fritzsch. Tenía un nudo en mi garganta y dije —¡Oh Dios!, ¡oh Dios!, ¿cómo permites esto? VIII aquel poeta pálido de mejillas salientes, de ojos de noche y corazón de luna, leyó su última composición titulada el Poema de la guerra que electrizó a los presentes, pocos comprendieron el mensaje de aquel poema, algunos entendieron lo que esas palabras les decían, los demás las presintieron y los más las ignoraron. Una vez que declamó su poema y recibió un aplauso caluroso que casi llega a la ovación, agradeció a la concurrencia y sin ocultar su contento, bajó los estrados para pisar tierra y en pocos instantes volvió la realidad. 1989 LAS MEMORIAS DE HOLOFERNES I espués de seis años de haber gobernado la patria, beodamente alegre, con un valor inigualable, una osadía incomparable, una intrepidez incontenible y una sabiduría inentendible, el valiente entre los valientes, el valeroso entre los valerosos, el intrépido entre los intrépidos, el temerario entre los temerarios, el macho entre los machos y el general entre los generales, al enterarse de la revolución de Rendón en Potosí, suspendió las garantías constitucionales y declaró al ejército en campaña rigurosa. Y el treinta de octubre en el campo de Caja del Agua, arengó a sus tropas desde la grupa de su soberbio caballo 659 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado Holofernes y les dijo: —Dios os bendiga, compañeros de sacrificios. —Cerca de Oruro se unió a su ejército el general Quevedo con el contingente de Cochabamba. El general Rendón mandó a fabricar barricadas de calicanto, hizo abrir zanjas profundas alrededor de la ciudad y las llenó de agua, organizó la defensa de la ciudad junto a los generales Lanza y Campero, levantó al pueblo y les recordó la batalla de La Cantería del cinco de septiembre de 1865, arengándolos a matar o morir con gloria. Con semejante fortificación, comparable sólo a la Gran Muralla China, Rendón se creía seguro, pero la mitad del ejército de Melgarejo, se internó sigilosamente dentro de la ciudad, utilizando los socavones de angustia que comunicaban el Cerro Rico con la santísima catedral, decidiendo por dentro el resultado del combate, donde ardió Troya, sin necesidad de un caballo de madera. Después de ocho fuertes horas de combate el general Melgarejo ingresó victorioso en la Villa Imperial de Potosí, el veintiocho de noviembre de 187O, descalabrando al afeminado general Rendón, en un singular combate que redujo a cenizas a la heroica villa. —No bien festejaba su nueva victoria cuando fue informado, mi general, el ex coronel Morales se sublevó en La Paz el veinticuatro de noviembre. —Me lo temía, tenía que ser él, cuando se encontraba en el país me obedecía al pensamiento sin mirarme a los ojos: Sí mi general, no mi general, disculpe mi general, perdóneme mi general. Por eso es que lo mantuve lejos, exilado en el Perú, yo sabía que él y su tinterillo Corral habrían de traicionar a Bolivia, el muy valiente sólo saca la cabeza a mil kilómetros de distancia, que se prepare la tropa, a La Paz por el altiplano. Melgarejo salió inmediatamente de Potosí con un ejército diezmado del que sólo quedaron dos mil quinientos hombres mal comidos y bien heridos, y en medio de lluvias torrenciales se dirigió al sitio del alzamiento a marcha forzada, a paso fuerte y seguido, cambiando continuamente caballos frescos ubicados en lugares ocultos e ignorados, mientras tanto, el cacique Villca con cincuenta mil aimaras ingresó en combate. Durante su viaje a la ciudad del norte, su ejército fue continuamente hostigado por los aimaras; cada noche amanecían soldados degollados, los aimaras se robaban los caballos y se comían el forraje, tratando sin conseguirlo de matar al general Melgarejo, a pesar de semejante acecho nunca visto desde las épocas de la colonia, logró llegar a la ciudad del Illimani el quince de enero de 1871. El general Morales organizó a los revolucionarios o montoneros en forma semejante al de los hulanos de Prusia y los cosacos de Rusia; los revolucionarios de Zelaya avanzaron hasta Lagunillas, los de Castillo hasta Tapacarí, los de Nurguía hasta Tarata, los de Blacud hasta Paria y Chayanta, cubriendo una línea de cien leguas. El objetivo era trabajar junto a los aimaras para detener al enemigo que venía triunfante de Potosí, hacerle una guerra de recursos, e imposibilitarle cualquier movimiento estratégico. Se levantó Sucre, se sublevó Cochabamba, se sulfuró Oruro. Todos los soldados del país deberían intervenir en el combate, volvieron los derrotados del sud, se realistaron los muertos y ocuparon Tarija, ingresó armamento de Valparaíso y Tacna, para los revolucionarios. Se ubicó a la primera división en Calamarca, a la segunda en Viacha, a la tercera en Laja, a la cuarta en La Paz. Una línea de diez mil aimaras en Río Abajo, otra de diez mil en el Desaguadero, el resto a lo largo del altiplano y La Paz estaba protegida por una diadema de veinte mil aimaras armados. Al ver al ejército de Melgarejo, todas las divisiones empezaron a escapar retirándose hasta La Paz. El jefe de la guardia nacional, Aspiazu, organizó a la juventud y a la clase obrera de Belzu, los que ocuparon todos los techos, las iglesias, los edificios, los puentes y los caminos, los cerros y las montañas, el batallón segundo se colocó en San 660 661 Felix Alfonso del Granado (1938-) Flor de Granado y Granado Pedro al mando del coronel Guachalla, el batallón Omasuyos se situó en Caja del Agua al mando del coronel Vila. Los revolucionarios de Zapata se ubicaron en la Garita de Lima. Mariano el valor, dijo a Mariano el talento, escriba una carta a Corral explicándole que, «Después de pacificar el sud de la república, me encuentro en El Alto dispuesto a pacificar el norte, mas antes de que mi ejército haga prevalecer la fuerza de sus armas, en cumplimiento de los sagrados compromisos que tiene contraídos con la patria, le hago un llamado amigable para que insinúe al señor ex coronel Morales se sirva deponer las armas y, corrigiendo su equivocada actitud, me permita ingresar a la ciudad de La Paz en paz y no teniéndola que reducir a la fuerza. De lo contrario, me veré obligado a hacerle sentir una vez más el peso de la espada que combatió en Ingavi y no seré responsable de los actos y de la ferocidad del victorioso e imbatible ejército de diciembre, ni de lo que pueda ocurrir cuando esté intoxicado durante y después de celebrar la fiesta de mi victoria, dígale que no reconoceré enemigos y todos serán tratados con dignidad, en homenaje a la paz que tanto admiro y por la que tanto combato y para terminar de una vez por todas con esta pesadilla incesantemente sucesiva y frecuentemente continua, que con los nombres ignominiosos de revoluciones y alzamientos, atentan la seguridad del Estado, perturban la tranquilidad de sus habitantes y alteran el orden establecido, por el espacio siniestramente continuado de setenta y dos meses consecutivos, durante los cuales se está diezmando lo más granado de nuestro querido ejército. Con sencillez pido a usted sensatez, prudencia, moderación y juicio, y esperando que su buen sentido lo reflexione sepultando de una vez por todas sus ambiciones desmedidas, evite el dolor, la pena y el llanto, a nuestra querida Bolivia». Muñoz escribió en persona la carta y la envió mediante un parlamentario al secretario general de Estado, doctor Corral, quién leyó la carta al general Morales. Morales contestó la carta: «Al señor doctor Muñoz, secretario de Melgarejo. Muy señor mío: En respuesta al oficio de intimidación que me ha dirigido, pidiendo que en obsequio de la paz pública deponga el pueblo las armas, me permito denegar su pedido y explicarle los motivos que me han empujado a tomar esta decisión extrema. No he venido por mi propia voluntad, sino accediendo al llamado clamoroso del pueblo boliviano, para liberarlo de la tiranía del presidente Melgarejo, que abusando del poder y de la fuerza que le dan sus soldados armados, ha consumado toda clase de atropellos y hechos sangrientos, reduciendo la patria a las ruinas más espantosas. El pueblo de la ciudad de La Paz está en estado de guerra y ha jurado solemnemente convertir en cenizas todos los edificios si fuese necesario, antes de permitir el ingreso de vuestras tropas, tropas que si se animan a atacar, tendrán que pasar por sobre nuestros cadáveres. Nosotros le ofrecemos al general de diciembre las garantías necesarias para que salga del país y abandone el gobierno». Una cúpula de lágrimas condensadas en nubes cubría a la noble y aguerrida ciudad de los discordes, donde se debería llevar a cabo uno de los combates más sangrientos de nuestra historia. El Illimani, adustamente grande, observaba en silencio los acontecimientos que a la larga iban a repercutir en el destino de la patria. De la garganta del ejército de diciembre, salió como un trueno, el nombre de Melgarejo que rasgó los Andes, volando desde la ceja de El Alto hasta depositarse en el montículo de Sopocachi, como un alarido de muerte que estremeció a los habitantes y produjo escalofrío de difunto, entre los m
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