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Florilegio de una familia
Flor de Granado y Granado
UNA SELECCIÓN DE LO MÁS GRANADO DE LA LITERATURA
IMPRESIÓN CONMEMORATIVA DEL
CENTENARIO DEL NATALICIO DEL POETA.
© Editorial de la Universidad Santiago del Granado 2013
I.S.B.N. 978-0-9827802-0-6
Las traducciones al inglés se publican con el permiso del
autor, a quien pertenecen los derechos.
© Bruce Phenix 1992
Universidad Santiago del Granado
Avenida Oquendo Nro. 1080 esq. Ramón Rivero
Edificio Los Tiempos Torre II Piso 16.
Cochabamba, Bolivia
www.usdg.bo
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sta antología es la empresa concentradamente
intelectual de una familia consumada en sutiles
ciencias del verbo, el pensamiento y la imaginación.
No es un fenómeno nuevo, pues la historia literaria
nos ofrece varios ejemplos connotados de familias signadas
por una obra que destila inspiración, y poesía, y belleza: los
Séneca y los Mendoza del Viejo Mundo, con las cumbres
pirineicas como un muro contra el cielo a la espalda; los
Caro y los Lowell del Nuevo Mundo, con el horizonte
interminable y aquellos cielos que despiertan la
imaginación por frente.
Y de entre éstos, sobresalen además los Granado.
Con diversas especializaciones en el campo del escritor, son
siete personajes que llevan el mismo apellido, proveniente
del cognomen latino ‹Granatus›, oriundo de la ciudad más
antigua de Occidente, Cádiz. El primero llegó en 1780,
ejerció en la Villa Imperial de Potosí, y fecundó su saga en
Santa Cruz de la Sierra, donde aguarda el tigre,
sobrevuelan los gallinazos y se entremezclan palmeras,
mangos, plataneros y quebrachos. Y el solo tronco de su
árbol genealógico, generación tras generación, hasta sumar
dos siglos, hunde sus raíces hispanas en la América
profunda y florea nuestro acervo literario.
Santiago María del Granado (1757-1823) es un
médico ilustrado que, ya entrado el siglo XIX, recorriera
con encomiable aplomo algunos de los más remotos
dominios hispanos inoculando un brebaje milagroso contra
aquella enfermedad letal. La viruela es el azote del mundo
desde miles de años atrás. Nadie había hecho nunca nada
igual. Los naturales son vacunados de brazo a brazo para
que el fluido vacuno se mantenga fresco. Un episodio
trascendental de la medicina española, que representa un
intento de saldar la deuda histórica que los conquistadores
del siglo XVI habían contraído con la población americana.
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Florilegio de una familia
Flor de Granado y Granado
Juan Francisco del Granado (1796-1849) es un
médico transido de humanidad y eso lo hace un poeta
excelso. En el mejor sentido es un poeta romántico de la
primera mitad del siglo XIX, un poeta transparente que
busca la comunicación de sentimientos y trasciende la
estética predominante del momento. Su estatura artística
cobra plenitud con unos versos directos, conmovedores,
tiernos, que hoy pueden resultar quizá empalagosos.
Francisco María del Granado (1835-1895) es una
gloria de la Iglesia católica; obispo en plena juventud,
orador eminente llamado a púlpitos comprometidos,
paradigma de vida devota y caritativa, mordido por
inquietudes literarias que resaltan en sus escritos
eclesiásticos. Pertenece a ese grupo de religiosos que en el
siglo XIX salieron al paso de las muchas necesidades que
entonces se presentaban y a las que la Iglesia tenía que
responder en bien de la sociedad. Su oratoria brillante,
apasionada, su verbo fácil que conjugaba candor, ternura y
simpatía, el sabio manejo del matiz en la voz para subrayar
la profundidad del pensamiento, descargaron sobre el
oyente y apostaron a un despertar del letargo, al marcar con
las tintas apropiadas el gran desastre de un continente en el
trasfondo de toda una convulsa centuria de luchas
desgarradoras y de persistentes resabios anticlericales.
Félix Antonio del Granado (1873-1932) es un
auténtico quijote de la belleza, que emplea su lanza y
adarga para deshacer entuertos groseros y dignificar la
hermosura de la vida ordinaria mecida en la rectitud, que
transparenta su deseo de impedir que la Literatura con
mayúscula se vea invadida por los fantoches y otros
enmascarados que ocultan la corriente silenciosa de las
buenas letras. Probablemente la única virtud esencial de un
crítico es saber escribir. Lo cual, si no se toma como aserto
de Perogrullo, tiene más enjundia de lo que aparenta. El
crítico tiene que saber de lo que está hablando. Una de las
principales objeciones contra mucha crítica literaria es el
uso de un lenguaje oscuro, tanto en su sintaxis cuanto en
su vocabulario. Basta leer en no pocos suplementos y
secciones culturales, artículos de crítica literaria que al
buscar afanosamente la profundidad sólo se hunden en el
pantano y ofrecen al lector sartas mal hiladas de prosa
cacofónica y gerundiana excretadas sobre la blanca página.
La de Granado es, desde esta óptica, una crítica literaria
ágil y asequible, que despliega una colección de textos
diáfanos muy notable y perfectamente adecuada al
propósito que la anima. En sus ensayos literarios
demuestra una gran aptitud para distinguir el grano de la
paja, las voces de los ecos, el humo del fuego, y el libro de
segunda fila del libro perdurable. En sus magníficas y
misceláneas prosas cercanas a la viñeta, expone la emoción
y belleza que pueden encerrar la descripción de un paisaje,
las sutiles contradicciones de lo establecido, la perfección
de una intriga, la justa denuncia de lo injusto o la
desoladora constancia de lo absurdo.
Francisco Javier del Granado (1913-1996) es un
poeta de la vida como es, vida en avidez, con todos los
sentidos abrazada, incluido el sentido de la inteligencia
minuciosa, esa que palpa la vida como deletrearla. Nuestro
mayor poeta de la segunda mitad del siglo XX, de actividad
febril, de producción fecunda, para mayor prez y decoro de
nosotros, sus tardos legatarios, es un maestro pintor de
brochazos impresionantes con un pincel fosforescente en la
bóveda celeste. Una alondra piadosa que sube vertical hacia
el empíreo, cantando poemas singulares de incienso. Un
amante descarado de su tierra natal, que enseña a ver lo
invisible, borra lo aparente y muestra la esencia de las
distintas caras del país, enriquecidas con un original acento
propio, especialmente en lo que se refiere a las dimensiones
existenciales y trascendentales de su personal canto a la
tierra. Un insigne vate que entona estrofas épicas sobre la
patria historia, hechos que diluye en forma de fantásticas
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Florilegio de una familia
evocaciones. Y así bajo el encantamiento de su palabra, el
sagrado suelo patrio renueva sus leyendas.
Félix Alfonso del Granado (1938-) es un médico
que cura a las letras. Un poeta que cala hasta los huesos y
diluye hasta el amor. Una poesía igual de sensual a la de su
progenitor, pero con un lenguaje más pasional al gusto de
su época. Fecunda la novelística con producciones entre la
técnica médica y el campo de la experimentación de su
personalidad artística. Resume autenticidad hasta en el
delirio, hasta en la desmesura. Cualidad que el autor ha
consolidado aquí desacralizando aunque no abandonando
al máximo las huellas de su progenitor en aras de una
flexibilidad (aparente, al menos) lingüística y tonal capaz de
dejar que la potente carga disidente de la palabra transpire,
con pasmosa naturalidad, por los poros de la piel de un
lenguaje extraño y envolvente.
Juan Javier del Granado (1965-) es un jurista que
da muestras de un manejo exquisito del lenguaje con el fin
de convertirlo en un reflejo alucinante, maravilloso de un
pensamiento extremadamente polifacético y en ese objetivo
utiliza las herramientas de su imaginación y su talento. Un
escritor polígrafo, que confiere un relieve real a nuestra
cultura que tiene sus raíces tanto en el Viejo Continente
como en el Nuevo Mundo. Y escribo pensamiento, que no
filosofía, porque su obra trasunta el deseo de acabar con el
desparpajo de los filósofos y aprovechar la estela de los
humanistas. Un filólogo que, adentrado ya en el siglo XXI,
es capaz de abordar un reto y una labor tan sumamente
lenta como es elaborar un diccionario de la lengua española
o un proyecto de recodificación civil, realizados con rigor
científico y al mismo tiempo espíritu divulgativo.
En el libro que el lector tiene entre manos se
muestra la impresionante arboladura erudita de la literatura
de estos siete personajes. Quizá el placer de su lectura que
va rozando como una brisa las sensibilidades en flor del
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Flor de Granado y Granado
alma hasta el límite del delirio —el placer de tener en las
manos un buen libro y a través de él enriquecer
extraordinariamente nuestro destino— no sólo permita
superar la estulticia de la vida cotidiana, sino también sea
una forma de aliviar nuestro paso por este mundo de
exigencias que nos ha tocado vivir. —fray Pedro de
Anasagasti
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Florilegio de una familia
Flor de Granado y Granado
LOR DE GRANADO
GRANADO
FLORILEGIO DE UNA FAMILIA
MMXIII
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Flor de Granado y Granado
Santiago María del Granado 1757-1823
1785 CARTA SOBRE LA DESPOBLACIÓN DE AMÉRICA ......... 2 1804 ODA A LA VACUNA ................................................... 3 1806 A LA EXPEDICION ESPAÑOLA PARA PROPAGAR LA
VACUNA EN AMÉRICA..................................................... 9 1807 CARTA SOBRE LA VACUNA ...................................... 12 1808 CARTA SOBRE LA VACUNA ...................................... 14 1888 ARCHIVO DE MOXOS Y CHIQUITOS ........................... 16 1809 ARCHIVO GENERAL DE INDIAS ............................... 16 1810 EXTRACTO GENERAL DE LA EXPEDICIÓN
FILANTRÓPICA DE LA VACUNA ..................................... 72 1821 ARCHIVO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES ....... 73 Juan Francisco del Granado 1796-1849
1839 ÓVALO BLANCO ...................................................... 82 Francisco María del Granado 1835-1895
1863 EVOCACIÓN............................................................ 86 1864 SERMÓN PATRIÓTICO.............................................. 88 1866 ORACIÓN FÚNEBRE................................................ 97 1868 SERMÓN .............................................................. 105 1868 DISCURSO ............................................................ 118 1870 CARTA PASTORAL ................................................. 129 1871 DISCURSO ............................................................ 143 1877 CARTA PASTORAL ................................................. 160 1879 ORACIÓN FÚNEBRE.............................................. 167 1883 SERMÓN .............................................................. 175 1884 CARTA PASTORAL ................................................. 187 1889 DISCURSO ............................................................ 190 1894 ENTREVISTA POR CIRO BAYO Y SEGUROLA............. 200 1895 RETRATOS ............................................................ 201 Félix Antonio del Granado 1873-1932
1894 EL GÓLGOTA ........................................................ 208 1902 IN MEMORIAM ..................................................... 226 1909 FRANCISCO MARÍA DEL GRANADO ........................ 231 1909 ARTÍCULO ............................................................ 263 1914 DISCURSO EN LOURDES ....................................... 265 1915 DISCURSO ............................................................ 268 1916 DISCURSO ............................................................ 269 1917 DISCURSO ............................................................ 271 1918 DISCURSO ............................................................ 272 1918 DISCURSO ............................................................ 275 1919 DISCURSO ............................................................ 278 1921 DISCURSO ............................................................ 281 1922 DISCURSO EN ROMA ............................................. 283 1922 DISCURSO ............................................................ 287 1923 DISCURSO ............................................................ 288 1926 DISCURSO ............................................................ 290 1926 DISCURSO PATRIÓTICO ......................................... 292 1927 DISCURSO ............................................................ 294 1928 DISCURSO ............................................................ 295 1928 ENSAYOS LITERARIOS........................................... 297 1928 DISCURSO ............................................................ 335 1928 DISCURSO ............................................................ 336 1928 PROSAS ................................................................ 341 1930 CARTA.................................................................. 365 1931 DISCURSO ............................................................ 366 1932 ORACIÓN FÚNEBRE.............................................. 371 Francisco Javier del Granado 1913-1996
1939 ROSAS PÁLIDAS .................................................... 376 1941 HIMNO EUCARÍSTICO ........................................... 381 1942 DISCURSO ............................................................ 382 1945 CANCIONES DE LA TIERRA.................................... 383 1947 SANTA CRUZ DE LA SIERRA .................................. 388 1952 VÍRGENES DE LA TIERRA ..................................... 392 1952 DISCURSO DE RECEPCIÓN EN LA ACADEMIA
BOLIVIANA................................................................. 399 1959 COCHABAMBA ...................................................... 413 1964 ROMANCE DEL VALLE NUESTRO .......................... 459 1966 ENTREVISTA POR PEDRO SHIMOSE KAWAMURA .... 494 x
xi
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Flor de Granado y Granado
1967 LA PARÁBOLA DEL ÁGUILA .................................. 496 1969 DISCURSO EN MANILA ......................................... 513 1970 ANTOLOGÍA DE LA FLOR NATURAL ....................... 516 1973 CARTA DESDE LA PAZ .......................................... 534 1980 VUELO DE AZORES .............................................. 535 1980 DISCURSO ............................................................ 540 1982 CANTO AL PAISAJE DE BOLIVIA ............................ 541 1988 VISITA PASTORAL ................................................. 545 1992 CANTARES ........................................................... 546 1992 ALFONSO REYES Y JAVIER DEL GRANADO ............. 553 1992 TRADUCCIONES AL INGLÉS .................................. 559 1996 JAVIER DEL GRANADO HECHO SONETO ................. 607 1996 CARTA DESDE BELGRADO..................................... 608 2013 FRANZ TAMAYO Y JAVIER DEL GRANADO ............. 610 Félix Alfonso del Granado 19381968 POEMAS DEL AMOR Y DE LA MUERTE ................... 618 1968 CARTA DESDE CHICAGO ........................................ 628 1973 ABORTO ............................................................... 629 1985 EL HOLOCAUSTO A LOS DIOSES HAMBRIENTOS ...... 629 1989 LAS MEMORIAS DE HOLOFERNES ......................... 659 1989 LA BESTIA BORRACHA .......................................... 675 1996 DISCURSO ............................................................ 677 2004 EL RUFIÁN DE CHICAGO....................................... 678 2004 EL CARA CORTADA ............................................... 685 Juan Javier del Granado 19651989 EL TÍO HA MUERTO .............................................. 690 2001 POTOSÍ ................................................................. 694 2001 LA ANATOMÍA DE LA ALEGRÍA ............................. 705 2010 UN LIBRO DE DERECHO DEL SIGLO XVI, REFUNDIDO
PARA EL SIGLO XXI ..................................................... 726 xii
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
1785 CARTA SOBRE LA DESPOBLACIÓN DE
AMÉRICA
SEÑOR DON MIGUEL GORMAN, PROTOMÉDICO GENERAL
DE BUENOS AIRES:
uy señor mío, y amigo: Confieso a vuestra merced
que han sido muchas y variadas las calamidades
forzosas que asolaron a la humanidad; y aun así,
entre las más devastadoras, está el mal de las
viruelas, cruel y terrible azote que no perdona a nadie, algo
así como el amor que nos toca a todos. Tenemos todavía a
la vista los vacíos que hizo en casi todo el reino, cuando en
diferentes tiempos asoló este feliz país y privó a nuestro
soberano de un gran número de vasallos. Luego están los
otros males: los que son obra y gracia de todos los mortales,
que han logrado devastar las esperanzas e ilusiones de un
sinnúmero de hombres, como las guerras intestinas y
exteriores y los trabajos forzados, particularmente el
laboreo de las minas, donde los naturales mueren
sepultados vivos. La comunicación de nuestras
enfermedades a estas tierras en que no eran conocidas
eliminó la población a medida que avanzábamos por el
continente, por lo que a veces encontrábamos territorios
vacíos y pensábamos que se trataba de yermos desiertos y
despoblados. Este es un error de que no nos debemos
admitir, porque un mefítico ángel exterminador iba delante
de nosotros y la gente moría o huía. A decir a vuestra
merced verdad, habría que entregarse al recogimiento de la
oración ante la aceptación de las calamidades porque, las
más veces, somos nosotros mismos los que hacemos que
evolucionen y se enquisten. Nuestro Señor guarde a vuestra
merced los muchos años que deseo. Santa Cruz, y octubre
18 de 1785 —Santiago Granado
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Flor de Granado y Granado
1804 ODA A LA VACUNA
POEMA EN ACCIÓN DE GRACIAS
ris afortunado que las negras
nubes que oscurecían nuestro cielo
con sabias providencias ahuyentaste,
el orden, la quietud restituyendo;
órgano respetable, que al remoto
habitador de este ignorado suelo
con largueza benéfica trasmites
el influjo feliz del solio regio;
y pueda por tu medio levantarse
nuestra unánime voz al trono excelso,
donde, cual numen bienhechor, derrama
toda especie de bien sobre su imperio;
sí, Venezuela exenta del horrible
azote destructor, que, en otro tiempo
sus hijos devoraba, es quien te envía
por mi tímido labio sus acentos.
¿Venezuela? Me engaño. Cuantos moran
desde la costa donde el mar soberbio
de Magallanes brama enfurecido,
hasta el lejano polo contrapuesto;
y desde aquellas islas venturosas
que ven precipitarse al rubio Febo
sobre las ondas, hasta las opuestas
Filipinas, que ven su nacimiento,
de ternura igualmente poseídos,
sé que unirán gustosos a los ecos
de mi musa los suyos, pregonando
beneficencia tanta al universo.
Tal siempre ha sido del monarca hispano
el cuidadoso paternal desvelo
desde que las riberas de ambas Indias
la española bandera conocieron.
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Muchas regiones, bajo los auspicios
españoles produce el hondo seno
del mar; y en breve tiempo, las adornan
leyes, industrias, población, comercio.
El piloto que un tiempo las hercúleas
columnas vio con religioso miedo,
aprende nuevas rutas, y las artes
del antiguo traslada al mundo nuevo.
Este mar vasto, donde vela alguna
no vieron nunca flamear los vientos;
este mar, donde solas tantos siglos
las borrascas reinaron o el silencio,
vino a ser el canal que, trasladando
los dones de la tierra y los efectos
de la fértil industria, mil riquezas
derramó sobre entrambos hemisferios.
Un pueblo inteligente y numeroso
el lugar ocupó de los desiertos,
y los vergeles de Pomona y Flora
a las zarzas incultas sucedieron.
No más allí con sanguinarios ritos
el nombre se ultrajó del Ser Supremo,
ni las inanimadas producciones
del cincel, le usurparon nuestro incienso;
con el nombre español, por todas partes,
la luz se difundió del evangelio,
y fue con los pendones de Castilla
la cruz plantada en el indiano suelo.
Parecía completa la grande obra
de la real ternura; en lisonjero
descanso, las nacientes poblaciones
bendecían la mano de su dueño,
cuando aquel fiero azote, aquella horrible
plaga exterminadora que, del centro
de la abrasada Etiopía transmitida,
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Flor de Granado y Granado
funestó los confines europeos,
a las nuevas colonias trajo el llanto
y la desolación; en breve tiempo,
todo se daña y vicia; un gas impuro
la región misma inficionó del viento;
respirar no se pudo impunemente;
y este diáfano fluido en que elemento
de salud y existencia hallaron siempre
el hombre, el bruto, el ave y el insecto,
en cuyo seno bienhechor extrae
la planta misma diario nutrimento,
corrompiose, y en vez de dones tales,
nos trasmitió mortífero veneno.
Viéronse de repente señalados
de hedionda lepra los humanos cuerpos,
y las ciudades todas y los campos
de deformes cadáveres cubiertos.
No; la muerte a sus víctimas infaustas
jamás grabó tan horroroso sello;
jamás tan degradados de su noble
belleza primitiva, descendieron
al oscuro recinto del sepulcro,
Humanidad, tus venerables restos,
la tierra las entrañas parecía
con repugnancia abrir para esconderlos.
De la marina costa a las ciudades,
de los poblados pasa a los desiertos
la mortandad; y con fatal presteza,
devora hogares, aniquila pueblos.
El palacio igualmente que la choza
se ve de luto fúnebre cubierto;
perece con la madre el tierno niño;
con el caduco anciano, los mancebos.
Las civiles funciones se interrumpen;
el ciudadano deja los infectos
muros; nada se ve, nada se escucha,
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
sino terror, tristeza, ayes, lamentos.
¡Qué de despojos lleva ante su carro
Tisífone! ¡Qué número estupendo
de víctimas arrastran a las hoyas
la desesperación y el desaliento!
¡Cuántos a manos mueren del más duro
desamparo! Los nudos más estrechos
se rompen ya: la esposa huye al esposo,
el hijo al padre y el esclavo al dueño.
¡Qué mucho si las leyes autorizan
tan dura división!... Tristes degredos,
hablad vosotros; sed a las edades
futuras asombroso monumento,
del mayor sacrificio que las leyes
por la pública dicha prescribieron;
vosotros, que, en desorden espantoso,
mezclados presentáis helados cuerpos,
y vivientes que luchan con la Parca,
en cuyo seno oscuro, digno asiento
hallaron la miseria y los gemidos;
mal segura prisión, donde el esfuerzo
humano, encarcelar quiso el contagio,
donde es delito el santo ministerio
de la piedad, y culpa el acercarse
a recoger los últimos alientos
de un labio moribundo, donde falta
al enfermo infelice hasta el consuelo
de esperar que a los huesos de sus padres,
se junten en el túmulo sus huesos.
Tú también contemplaste horrorizada
de aquella fiera plaga los efectos;
tú, mar devoradora, donde ejercen
la tempestad y los airados Euros
imperio tan atroz, donde amenaza,
aliado con los otros tu elemento
cada instante un naufragio; entonces diste
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Flor de Granado y Granado
nuevo asunto al pavor del marinero;
entonces diste a la severa Parca
duplicados tributos. De su seno,
las apestadas naves vomitaron
asquerosos cadáveres cubiertos
de contagiosa podre. El desamparo
hizo allí más terrible, más acerbo
el mortal golpe; en vano solicita
evitar en la tierra tan funesto
azote el navegante; en vano pide
el saludable asilo de los puertos,
y reclamando va por todas partes
de la hospitalidad los santos fueros;
las asustadas costas le rechazan,
Pero corramos finalmente el velo
a tan tristes objetos, y su imagen
del polvo del olvido no saquemos,
sino para que, en cánticos perennes,
bendigan nuestros labios al Eterno,
que ya nos ve propicio, y, al gran Carlos,
de sus beneficencias instrumento.
Suprema Providencia, al fin llegaron
a tu morada los llorosos ecos
del hombre consternado, y levantaste
de su cerviz tu brazo justiciero;
admirable y pasmosa en tus recursos,
tú diste al hombre medicina, hiriendo
de contagiosa plaga los rebaños;
tú nos abriste manantiales nuevos
de salud en las llagas, y estampaste
en nuestra carne un milagroso sello
que las negras viruelas respetaron.
A tu vista, los hórridos sepulcros
cierran sus negras fauces; y sintiendo
tus influjos, vivientes nuevos brota
con abundancia inagotable el suelo.
Tú, mientras la ambición cruza las aguas
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
para llevar su nombre a los extremos
de nuestro globo, sin pavor arrostras
la cólera del mar y de los vientos,
por llevar a los pueblos más lejanos
que el sol alumbra, los favores regios,
y la carga más rica nos conduces
que jamás nuestras costas recibieron.
La agricultura ya de nuevos brazos
los beneficios siente, y a los bellos
días del siglo de oro, nos traslada;
ya no teme esta tierra que el comercio
entre sus ricos dones le conduzca
el mayor de los males europeos;
y a los bajeles extranjeros, abre
con presuroso júbilo sus puertos.
Ya no temen, en cambio de sus frutos,
llevar los labradores hasta el centro
de sus chozas pacíficas la peste,
ni el aire ciudadano les da miedo.
Ya con seguridad la madre amante
la tierna prole aprieta contra el pecho,
sin temer que le roben las viruelas
de su solicitud el caro objeto.
Ya la hermosura goza el homenaje
que el amor le tributa, sin recelo
de que el contagio destructor, ajando
sus atractivos, le arrebate el cetro.
—Andrés Bello
Flor de Granado y Granado
1806 A LA EXPEDICION ESPAÑOLA PARA
PROPAGAR LA VACUNA EN AMÉRICA*
EN LA SOLEMNE SESIÓN CELEBRADA EN HONOR DE
JENNER
irgen del mundo, América inocente!
Tú, que el preciado seno
al cielo ostentas de abundancia lleno,
¡
y de apacible juventud la frente;
tú, que a fuer de más tierna y más hermosa
entre las zonas de la madre tierra
debiste ser del Hado,
ya contra ti tan inclemente y fiero,
delicia dulce y el amor primero,
óyeme: si hubo vez en que mis ojos,
los fastos de tu historia recorriendo,
no se hinchasen de lágrimas; si pudo
mi corazón sin compasión, sin ira
tus lástimas oír, ¡ah!, que negado
eternamente a la virtud me vea,
y bárbaro y malvado,
cual los que así te destrozaron, sea.
Con sangre están escritos
en el eterno libro de la vida
esos dolientes gritos
que tu labio afligido al cielo envía.
Claman allí contra la patria mía,
y vedan estampar gloria y ventura
en el campo fatal donde hay delitos.
*
Gabriel Giraldo Jaramillo anota: «uno de los acontecimientos más
trascendentales, de más envergadura moral y de mayores alcances
humanitarios ocurridos en América durante el periodo colonial». UNA
MISIÓN DE ESPAÑA: LA EXPEDICIÓN DE LA VACUNA en BOLETÍN DE
HISTORIA Y ANTIGÜEDADES, ACADEMIA COLOMBIANA DE LA HISTORIA,
núm. 471-472 pág. 16 (1954).
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
¿No cesarán jamás? ¿No son bastantes
tres siglos infelices
de amarga expiación? Ya en estos días
no somos, no, los que a la faz del mundo
las alas de la audacia se vistieron
y por el ponto Atlántico volaron;
aquéllos que al silencio en que yacías,
sangrienta, encadenada, te arrancaron.
Los mismos ya no sois; ¿pero mi llanto
por eso ha de cesar? Yo olvidaría
el rigor de mis duros vencedores:
su atroz codicia, su inclemente saña
crimen fueron del tiempo y no de España.
Mas ¿cuándo, ¡ay, Dios!, los dolorosos males
podré olvidar que aún mísera me ahogan?
Y entre ellos... ¡Ah!, venid a contemplarme,
si el horror no os lo veda, emponzoñada
con la peste fatal que a desolarme
de sus funestas naves fue lanzada.
Como en árida mies hierro enemigo,
como sierpe que infesta y que devora,
tal su ala abrasadora
desde aquel tiempo se ensañó conmigo.
Miradla embravecerse, y cuál sepulta
allá en la estancia oculta
de la muerte, mis hijos, mis amores.
Tened, ¡ay! compasión de mi agonía,
los que os llamáis de América señores;
ved que no basta a su furor insano
una generación: ciento se traga;
y yo, expirante, yerma, a tanta plaga
demando auxilio, y le demando en vano.
Con tales quejas el Olimpo hería,
cuando en los campos de Albión natura
de la viruela hidrópica al estrago
el venturoso antídoto oponía.
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Flor de Granado y Granado
La esposa dócil del celoso toro
de este precioso don fue enriquecida,
y en las copiosas fuentes le guardaba
donde su leche cándida a raudales
dispensa a tantos alimento y vida.
Jenner lo revelaba a los mortales;
las madres desde entonces
sus hijos a su seno
sin susto de perderlos estrecharon,
desde entonces la doncella hermosa
no tembló que estragase este veneno
su tez de nieve y su color de rosa.
A tan inmenso don agradecida,
la Europa toda en ecos de alabanza
con el nombre de Jenner se recrea;
ya en su exaltación eleva altares
donde, a par de sus genios tutelares,
siglos y siglos adorar le vea.
De tanta gloria a la radiante lumbre,
en noble emulación llenando el pecho,
alzó la frente un español: —No sea,
—clamó—, que su magnánima costumbre
en tan grande ocasión mi patria olvide.
El don de la invención es de Fortuna.
Gócele allá un inglés; España ostente
su corazón espléndido y sublime,
y dé a su majestad mayor decoro,
llevando este tesoro
donde con más violencia el mal oprime.
Yo volaré, que un Numen me lo manda,
yo volaré; del férvido océano
arrostraré la furia embravecida,
y en medio de la América infestada
sabré plantar el árbol de la vida.
—Dijo; y apenas de su labio ardiente
estos ecos benéficos salieron,
11
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
cuando, tendiendo al aire el blando lino,
ya en el puerto la nave se agitaba
por dar principio a tan feliz camino.
Lanzase el argonauta a su destino.
Ondas del mar, en plácida bonanza
llevad ese depósito sagrado
por vuestro campo líquido y sereno;
de mil generaciones la esperanza
va allí, no la aneguéis; guardad el trueno,
guardad el rayo, y la fatal tormenta
al tiempo en que, dejando
aquellas playas fértiles remotas,
de vicios y oro y maldición preñadas,
vengan triunfando las soberbias flotas.
—Manuel José Quintana
1807 CARTA SOBRE LA VACUNA
SEÑOR GOBERNADOR MILITAR Y POLÍTICO DE CHIQUITOS,
DON MIGUEL FERMÍN DE RIGLOS:
iendo uno de los fines de la piadosa mente de
nuestro soberano la conservación del fluido vacuno
para la sucesiva progresión, y que logre la posteridad
este beneficio en sus dominios, y uno de los encargos
de mi comisión vaccina, instruir exactamente a las personas
que conceptúe capaces y aptas para el efecto, introduciendo
la práctica y conocimientos bastantes en sus amados
vasallos, en que se ha dignado hacer los más estrechos
encargos para que se propague esta utilidad importante y
benéfico remedio, cerciorado de la propensión de vuestra
señoría a ver cumplidas las intenciones del soberano y
beneficio de estos naturales, como lo ha manifestado la
solicitud de vuestra señoría, sus providencias acordadas
para el caso y las disposiciones, prevenciones, persuasiones
12
Flor de Granado y Granado
y órdenes, para haber logrado todo el deseado suceso, no
puedo prescindir de hacer presente a vuestra señoría que ya
me hallo en este pueblo, el sexto de la provincia, próximo a
evacuar la importa de los cuatro más remotos restantes y he
propendido aquellos piadosos fines, aún de mayor interés,
que la misma introducción y aún no he podido combinarlos
por la ineptitud de estos naturales para confiarles el
precioso hallazgo, de que no se harán cargo ni podrán
advertir todo el aprecio y atención que merece, para su
práctica y anexidades; y que no obstante que el secretario
de la provincia y administrador de la capital de San Ignacio
y el de este pueblo han adoptado con amor y esmero, siendo
el más recomendable este comedimiento, los conocimientos
para la perpetuidad, que practicarán, esto no es de ningún
modo suficiente para asegurar un negocio de tanto interés,
y en que no deben perderse los momentos oportunos de su
terminación, que no podrán unir con sus cargos, o se
perderá con las contingencias anexas a sus empleos. Mas
propongo a vuestra señoría sería muy conveniente, y lo
seguro, que cada pueblo contribuyese para dotar
competentemente un individuo, que anduviese vagando por
la provincia hecho cargo de perpetuar, conservar e instruir
en el modo y forma, hasta que ya no se recele de la pérdida
de un interés tan recomendado; y para ello si adaptase,
propongo a vuestra señoría a mi hijo el alférez don Juan
[Francisco] Granado, plenamente instruido en toda la
práctica y efectos del preservativo, que para tal caso desde
luego lo sacrifico por el bien del estado, y de la humanidad,
hasta que se radique con conocimientos y fijeza el interés
que vuestra señoría mismo ha solicitado en beneficio y
alivio de la provincia de su mando, dictándome para ello, si
fuere necesario, las órdenes que sean de su agrado y mi
procedimiento. Dios guarde a vuestra señoría muy felices
años, San Rafael, y octubre 23 de 1807 —Santiago
Granado
13
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Muy poderoso señor: Incluyo a vuestra señoría el
oficio original del facultativo don Santiago Granado, que
está acabando de vacunar los últimos pueblos de esta
provincia, en que ofrece a su hijo el alférez don Juan
[Francisco] Granado, para conservar e instruir sobre la
práctica y efectos del preservativo para que vuestra señoría
siendo servido, se sirva dar suerte a este superior tribunal lo
que tuviese por conveniente nuestro señor. Guarde a
vuestra señoría muchos años, pueblo de San Rafael, 26 de
octubre de 1807 —Miguel Fermín de Riglos.
Vista al señor fiscal. Proveyendo y rubricando el
decreto ante los señores presidente de la audiencia y oidores
de esta real audiencia y fueron jueces los señores doctores
don Antonio Boeto y don José de la Iglesia, oidores en La
Plata en 25 de noviembre de 1807 años —Manuel Sánchez
de Velasco
1808 CARTA SOBRE LA VACUNA
SEÑOR GOBERNADOR, MILITAR, Y POLÍTICO, DE LA
PROVINCIA DE MOXOS, DON PEDRO PABLO DE URQUIJO:
iendo una de mis mayores atenciones en la
expedición de la vacuna, que tengo por mi parte
completada en estas provincias, la del mando de
vuestra señoría por la considerable distancia, y lo
penoso de su internación, circunstancias de sus naturales, y
benigno notorio celo de vuestra señoría, deseoso, de
comunicar este gran beneficio que el paternal amor de
nuestro soberano ha proporcionado a sus amados vasallos,
a esos infelices necesitados, a que no es fácil arrostrar sin
una resolución de demasiada humanidad, y beneficencia,
que a mis expensas he cumplido en honor de estos
respetables objetos, y mejor servicio del estado, como el
más fiel y asiduo vasallo, en todo lo restante de estos
14
Flor de Granado y Granado
confinados dominios, participo a vuestra señoría mi
determinación, y dedicación, para que, siendo servido se
propague este interés, como lo supongo de la notoriedad de
sus procedimientos en los habitantes del gobierno de
vuestra señoría, pueda, proporcionarme el transporte
indispensable, e indios de todas edades, para que
empezados a vacunar en ésta, progresivamente se vaya
verificando en la navegación, y que al arribo a ésa pueda
propagarse de brazo a brazo, sin aventurar el suceso; tengo
yo el honor entonces de recibir las órdenes de vuestra
señoría, como ahora las espero para su puntualidad. Dios
guarde a vuestra señoría muchos años. Santa Cruz, y
septiembre 4 de 1808 —Santiago Granado
Se copia de su original, que existe en la Secretaría
de mi cargo a que remito y lo certifico, San Pedro de
Moxos, y junio 5 de 1808 —Lucas José de González,
secretario interino de gobierno
Muy poderoso señor: Por la copia de oficio que a
vuestra alteza incluyo, tendrá vuestra alteza en
conocimiento de la solicitud del facultativo en cirugía y
medicina don Santiago Granado; esperando del notorio
celo de vuestra alteza al bien de la humanidad, se delibere
lo que convenga; y caso que vuestra alteza mire este asunto
con el interés que así creo es debido hacia estos naturales,
con lo proveído por vuestra alteza notificaré al interesado.
Dios guarde la cesárea real persona de vuestra alteza los
años que la cristiandad ha menester, San Pedro de Moxos,
y junio 25 de 1809 —Pedro Pablo de Urquijo
Vista al señor fiscal con el documento que
acompaña. Proveyendo y rubricando el decreto ante los
señores presidente de la audiencia y oidores de esta real
audiencia y fueron jueces los señores doctores don José
Agustín de Uzoz y Mozi, don José Vázquez Ballesteros y
don Gaspar Remírez de Laredo y Encalada, conde de San
Xavier etcétera, oidores en la Plata en 22 de diciembre de
1809 años —Ángel Mariano Toro
15
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
1888 ARCHIVO DE MOXOS Y CHIQUITOS
VOLUMEN 35, DISPOSICIONES COMUNES 1768-1808 XXIII.
MOXOS Y CHIQUITOS
obre los trabajos que en la vacunación de los
naturales de Chiquitos en 1807, y de los de Moxos
en 1808, practicó el facultativo en medicina y
cirugía, don Santiago Granado*, en los tiempos de
los gobernadores Riglos y Urquijo.—4
—Gabriel René Moreno
1809 ARCHIVO GENERAL DE INDIAS
SEÑOR DON FRANCISCO DE VIEDMA Y NARVÁEZ, CAPITÁN
GENERAL, GOBERNADOR INTENDENTE, Y JUSTICIA MAYOR
DE ESTA PROVINCIA POR SU MAJESTAD
or cuanto, don Santiago Granado, médico titular de
esta ciudad, para su residencia formal en ella se halla
próximo de marchar a la de Santa Cruz a conducir su
familia, y que ha de transitar por los lugares de los
partidos de Mizque y Valle Grande, aprovechándome, pues,
con esta oportunidad de la pericia que tiene adquirida
dicho médico en la operación del específico remedio de la
vacunación contra el implacable y peligroso mal de las
viruelas que tanto estrago ha causado siempre en todas
edades y sexos, y principalmente en los enunciados
*
Susana María Ramírez Martín anota: «La campaña de vacunación que
[Santiago Granado] realizó fue rápidamente reconocida por el gran
número de vacunados, que ascendía a 45.311 personas. Su labor contó
con el reconocimiento del virrey de Buenos Aires [Santiago Liniers], que
elogió el trabajo realizado y le insta para que lo más rápidamente posible
pase al virreinato que él gobierna, con el objeto de sistematizar la
práctica de la vacunación en aquellos territorios». LA SALUD DEL IMPERIO:
LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA pág. 171 (2002).
16
Flor de Granado y Granado
partidos, en Santa Cruz de la Sierra, en las misiones de la
Cordillera, y en las de Moxos y Chiquitos, por lo ardiente y
húmedo de sus climas, por tanto, y en atención a los
estrechos encargos que la piedad de nuestro soberano tiene
hechos a todos los jefes de la provincias de mis domicilios
para la propagación de este importante y benéfico remedio,
aun recomendado por el sumo pontífice a todos los
prelados de la Santa Iglesia por ceder en ejecución y
práctica en conocido, imponderable beneficio de la
humanidad, comisiono para la referida vacunación al
expresado don Santiago Granado a fin de que, llevando
consigo el fluido vacuno o algunos niños inoculados,
verifique personalmente la práctica del indicado remedio
contra el mal de las viruelas en los lugares que les sean
posibles. Y para que no carezcan los otros de tan
importante beneficio, instruirá exactamente a las personas
que conceptuase capaces y aptas para dicha operación de la
inoculación, proveyendo de los instrumentos y materiales
necesarios. Y en su consecuencia ordeno y mando a los
subdelegados y demás personas sujetas a mi jurisdicción
que el enunciado Granado lo hayan y tengan por tal
comisionado de este gobierno, y que le administren todos
los auxilios que necesitase para el desempeño de su
comisión. Y a este mismo intento ruego y encargo a los
señores párrocos y reverendos padres conversores que
cooperen de su parte con el celo que es debido, exhortando
a sus feligreses sobre el experimentado bien que el paternal
amor de nuestro augusto soberano les ha solicitado. Es
dado en esta Leal y Valerosa Ciudad de Oropesa, valle de
Cochabamba a 7 junio de 1806 años, firmado de mi mano,
sellado con el de mis armas, y refrendado por el infra
escrito escribano del gobierno —Francisco de Viedma y
Narváez
Por mandado de su señoría —Francisco Ángel
Astete, escribano de Su Majestad, público, real hacienda,
gobierno, y diezmos. Aquí sellado. Vuestra señoría nombra
17
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
de comisionado al facultativo don Santiago Granado para
la vacunación contra el mal de las viruelas en los partidos y
lugares supra referidos.
MUY ILUSTRE CABILDO, JUSTICIA Y REGIMIENTO:
l médico titular de esta ciudad hace presente a
vuestra señoría hallarse comisionado por este
gobierno para la importante y recomendada
operación de la vacuna, su propagación,
conservación e instrucción en las provincias de la
intendencia, como aparece del título y nombramiento que a
vuestra señoría original acompaño, para que se sirva
reconocido y anotado, mandar devolvérmelo; y como me
hallo próximo a salir a esta importancia que aceleraré en el
modo que me sea más asequible, se me hace forzoso al
mismo tiempo comunicarle a vuestra señoría para en su
atención obtener el respectivo permiso, sin nota de
abandono de mi cargo, que tan exactamente he
desempeñado hasta el día; y sin perjuicio de él, con tal legal
y forzoso e interesante motivo, suplico se digne vuestra
señoría franquearme la que corresponde a continuación,
quedando anotado para la debida inteligencia, conforme sea
de justicia sin perjuicio y en prevención de mi
procedimiento, Cochabamba y junio 20 de 1806
—Santiago Granado
Los señores del ilustre cabildo, justicia y regimiento
de esta dicha ciudad, a saber, los que adelante irán
firmados, habiéndose congregado en esta su Sala Capitular
a tratar y conferir sobre las cosas tocantes al pro y utilidad
de la república, y estando así juntos y congregados,
acordaron lo siguiente: en este cabildo se leyó un escrito
presentado por el médico titular de esta ciudad, facultativo
don Santiago Granado, acompañado del título y comisión
liberado por el señor gobernador intendente para la
18
Flor de Granado y Granado
operación y propagación del específico de la vacuna en el
distrito de esta intendencia; y esperando hallarse próximo a
salir a su destino pide, que por este ilustre cuerpo, se le
conceda de su parte el permiso que corresponde, y se anote
para que por su ausencia no se entienda haber abandonado
su cargo. En cuya inteligencia acordaron conceder, y de
facto concedieron el permiso solicitado, y recomendaron
que poniéndose testimonio de este capítulo a continuación
de su pedimento se le entregue para su resguardo junto con
el título manifestado. Con lo cual se concluyó en este
cabildo, y los señores que asisten a él lo firmaron por ante
mí; de que doy fe. En esta Leal y Valerosa Ciudad de
Oropesa, a los 27 días del mes de junio de 1806 años
—Canals, Vidal, Domínguez Rico, Quevedo y Ruidías
Visto bueno. Así consta y parece de la cabeza,
capítulo y pie del acuerdo original de su contexto, que se
halla sentado en el libro capitular, que al presente corre, al
que me remito, Cochabamba y junio 27 de 1806 años
—Marcos Aguilar y Pérez, escribano de Su Majestad,
público y de cabildo
SEÑOR CORONEL DEL EJÉRCITO, JUEZ REAL
SUBDELEGADO:
l médico titular de la ciudad de Cochabamba hace
presente a vuestra señoría hallarse comisionado por
este gobierno para la vacunación, conservación y
propagación de este interesante beneficio a la
humanidad, recomendado por el paternal amor de nuestro
soberano, como todo aparece del título y nombramiento
que adjunto; que presento para que en virtud se sirva
vuestra señoría tomar todas aquellas providencias que su
continuo celo manifiesta en la propensión con que se
desvela en los asuntos más interesantes; y para su
ejecución, después de las diligencias que vuestra señoría se
sirva dictar y el señalamiento del día y hora que deberá ser
19
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
en la casa de vuestra señoría, para que se haga con la más
solemne recomendación y pública anotación de los
primeros individuos, que se indilgan con este interés, para
documentalmente cerciorar a las superioridades de su
efecto y forma. Se ha de dignar vuestra señoría igualmente
nombrar ciudadanos, o vecinos los demás, para que
practiquen iguales diligencias, hasta que por mi parte
gradúe la eficiente propagación, precedida la
correspondiente instrucción para su extensión y
conservación, con cuánto tuviere que advertir y anotar y
adelantar al cumplimiento de mi comisión en esta ciudad y
seguirla en los términos que se me previene. Todo lo que
espero, me comprometo, con el mayor interés y beneficio
público, y me pongo a las órdenes de vuestra señoría en
estas importancias, Santa Cruz y agosto 6 de 1806
—Santiago Granado
Vista la presente representación con el título de
referencia que la acompaña, liberado por el señor
gobernador intendente de esta provincia a favor del
facultativo don Santiago Granado, médico titular de la
ciudad de Cochabamba, en que le comisiona para que
propague en esta ciudad, y demás partidos de la
intendencia, el fluido vacuno como eficaz específico contra
el peligroso contagio de las viruelas. Y propendiendo a que
tan importante operación se efectúe con la mayor brevedad,
por lo que interesa al bien público, debía de mandar y
mando que con mi asistencia se dé principio a ella el lunes
11 del corriente a las cuatro de la tarde en la casa de mi
habitación, nombrándose como se nombra para que la
presencien y certifiquen el reconocimiento de sus resultas a
don Cosme Damián de Urtubey, a don Francisco de
Bernardo Estremadoyro, a don José Antonio Vázquez, y a
don José Anselmo Durán, poniéndose a continuación en la
forma que baste la primera diligencia y las que en el asunto
se fuesen practicando. Y para que llegue a noticia de todos,
20
Flor de Granado y Granado
y concurran a la misma hora los que necesiten de este
importante beneficio, haciéndosele saber al citado
facultativo, se publicará en la forma y lugar acostumbrado,
cuya diligencia se comete. Así lo proveo, mando y firmo yo
el coronel de reales ejércitos, don Antonio Seoane,
comandante del batallón de milicias provinciales de esta
ciudad y juez real subdelegado en ella y su partido,
actuando con testigos a falta de escribano, Santa Cruz y
agosto 7 de 1806 —Antonio Seoane de los Santos
EDICTO
or cuanto propendiendo el rey nuestro señor (que
Dios guarde) a reparar el grave daño y estrago que
causa con sus amados vasallos el implacable y
peligroso mal de las viruelas, se ha servido mandar
propáguese en todos sus dominios la operación del
específico remedio de la vacunación contra este contagio, y
el señor gobernador intendente tiene nombrado para que lo
efectúe en esta ciudad y su distrito al profesor en medicina
y cirugía doctor don Santiago Granado: lo hago notorio al
público para que todas las personas que necesiten de este
último preservativo preventivo ocurran el lunes 11 del
corriente a las cuatro de la tarde a la casa de mi habitación,
y sucesivamente en los demás días, para que el citado
facultativo se les haga en mi presencia y dé a las personas
destinadas el efecto de dicha operación. Y es hecho en la
ciudad de San Lorenzo en ocho días del mes de agosto de
1806 —Antonio Seoane de los Santos
Es copia del edicto. En la ciudad de San Lorenzo en
nueve días del mes de agosto del presente año yo, el abajo
firmado, habiendo hecho publicar en la forma y lugar
acostumbrado el auto que demuestra la anterior copia hice
saber el decreto que está por cabeza al facultativo don
Santiago Granado y demás personas que en él se previene.
21
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Y para que conste lo puse por diligencia —José Anselmo
Durán
SEÑOR CORONEL DEL EJÉRCITO, JUEZ REAL
SUBDELEGADO:
l facultativo don Santiago Granado, comisionado de
este gobierno para la importante recomendación de
la vacunación, hace presente a vuestra señoría: Por
más esfuerzo que tengo puntualizado en la
propagación de este específico tan interesante a la
humanidad y bien del Estado tan recomendado y
promovido con infatigable esmero por el señor gobernador
intendente de esta provincia, agitado por vuestra señoría y
con el mayor y más prolijo interés por mi parte, no se pudo
conseguir el fin en esta ciudad, como parece de la diligencia
de los comisionados a la presencia del efecto, y todo es
constante a vuestra señoría. En estas estrechas
circunstancias procuré por cuantos medios y arbitrios me
dictó mi razón y conocimientos, ver logrados los grandes y
útiles efectos a que anhelaba con contracción, vacunando
vacas, pero sin suceso, y procurando observar en ellas el
grano vacuno que les es peculiar, el que he notado en
varias, pero infructuosamente por haberlo advertido
desproporcionado y estando de desecación; cuando iba a
hacer los últimos ensayos y ver si se lograba la propagación,
no habiendo descuidado con el mayor empeño y esmero en
solicitar el fluido, acabo de conseguir unas costras de
verdadera vacuna que presento a vuestra señoría venidas
por el correo, y en su consecuencia sigo con mi
comprometimiento y voy a dar mi sitio en presencia de
vuestra señoría hoy mismo a su práctica, y en ella espero
tenga a bien vuestra señoría mandar, siga las mismas
prevenciones ordenadas en su auto de 7 agosto último; para
mejor metodizar la cosa, formaré un manifiesto que
22
Flor de Granado y Granado
presenciado por los comisionados dé idea de todos los
efectos y se legalice por ellos oportunamente, advirtiendo
en él lo que notasen en cuanto sea bastante al
esclarecimiento del resultado, quedando vuestra señoría en
la protección de todo, a cuyas órdenes me impongo, Santa
Cruz, y noviembre 6 de 1806 —Santiago Granado
EDICTO
tento a las dos costras vacunas que pone a la vista
conseguidas con el más exacto esmero por el
profesor doctor don Santiago Granado, comisionado
para su efecto, y hechas venir de la ciudad de La
Plata, procédase por el enunciado facultativo a la
propagación y anexidades a que se compromete. Y
siguiéndose lo prevenido en auto de 7 agosto último por lo
tocante a los comisionados; éstos no sólo presenciarán la
operación, poniendo la diligencia de lo que advirtieren
sobre el fin a que se dirige esta importancia, sino también
legalizarán el manifiesto que dicho facultativo fuese
formando, quedando esta subdelegación a franquear los
necesarios documentos que gradúe en justicia al mérito del
resultado y dedicación con que se contrae en bien del
Estado el predicho individuo. Así lo proveo, mando y firmo
yo el coronel de reales ejércitos, don Antonio Seoane,
comandante del batallón de milicias de esta ciudad y juez
real subdelegado en ella y su partido, actuando con testigos
a falta de escribano —Antonio Seoane de los Santos
CERTIFICACIONES
os comisionados nombrados certificamos que de la
operación practicada el día 6 del corriente por el
facultativo comisionado don Santiago Granado con
las dos costras vacunas hechas venir por el mismo de
la ciudad de La Plata, resultó el verdadero grano vacuno, el
23
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
que se ha propagado y va propagando con infatigable celo
del comisionado, que se dedica personalmente y sin
dispensar momento, ni reparar incomodidad en su
propagación y repetidas observaciones, con que se contrae
manifestando el interés, con que en todas ocasiones se ha
comportado a beneficio de la humanidad y del Estado. De
igual modo con su manejo, afabilidad, desinterés y
prudencia está atrayendo a todas las gentes a su beneficio,
de que todos por los efectos están satisfechos y ya se
regocijan y dan gracias por el bien que se les ha
proporcionado. Y para manifestar los efectos que hayan
resultado posteriormente vamos advirtiendo y observando
la anotación formada desde el principio por dicho
comisionado para su vista, y cerrarla con la diligencia que
corresponde, firmamos la presente en Santa Cruz y
noviembre 29 del 1806 —Cosme Damián de Urtubey,
Francisco de Bernardo Estremadoyro, José Antonio
Vázquez y José Anselmo Durán
Anotación que yo el doctor don Santiago Granado,
comisionado de este gobierno de Santa Cruz para la
propagación y anexidades del específico de la vacuna, formo
de los individuos, en quienes se va empleando esta
importancia, con expresión de sus edades, mes y día en que
se vacunan, y se manifiesta en las columnas antecedentes:
manifestación del grano, estado, y desecación, que
demuestran por vías las posteriores, y los nombres y notas
que se les advirtiese en el interior, en Santa Cruz año de
1806 —Santiago Granado
Los comisionados que han advertido la presente
anotación, y es la misma que prolijamente ha formado el
profesor comisionado de este gobierno para el interesante
fin de la vacunación que va firmada, certificamos que va
conforme con su efecto según se ha podido expresar hasta
el día, siendo la última del estado en que se hallan los
vacunados hasta el día 4 del presente inclusive. Y queda
24
Flor de Granado y Granado
dicho profesor siguiendo su propagación personalmente,
por no haber quien se pueda dedicar a este interés, sólo
acompañado de don Juan [Francisco] Granado, su hijo
mayor, para instruirlo exactamente en el modo, método y
circunstancias; llevándose este comisionado un peso
recomendable tanto en lo penoso de la tarea como en lo
contractivo de la especulación, con desatención de todos los
intereses y negocios de su subsistencia para el presente, sin
mayor gravamen al público ni a su incomodidad, pues él
mismo se la toma en buscar a los no presentados para
atraerlos a su seguridad, siendo tanto más plausible y
meritorio en cuanto el tremendo mal de las viruelas en esta
provincia se arrastra a las dos terceras partes de gentes;
debiendo la misma a la pericia de este facultativo el reparo
de otros infinitos, en que se ha dedicado sin interés alguno,
atropellando los óbices que pudieran desmayarlo. Lo mismo
que en el día se verifica, y sin reparo de hora ni intemperie
puntualiza este gran interés de Estado y de la humanidad; y
libertado a estos vasallos fugitivos de la pestilencia de la
viruela que se iba fermentando, queda todo el público
dignamente reconocido, decantando tan singular beneficio.
Y para constancia extendemos la presente en Santa Cruz, y
diciembre 11 de 1806 —Cosme Damián de Urtubey,
Francisco de Bernardo Estremadoyro, José Antonio
Vázquez, y José Anselmo Durán
SEÑOR INTENDENTE Y CAPITÁN GENERAL, DON
FRANCISCO DE VIEDMA Y NARVÁEZ:
articipo a vuestra señoría el feliz éxito que ha tenido
la comisión que vuestra señoría puso a mi cuidado
para la propagación y conservación del importante
reparo de la vacuna contra el contagioso y destructivo
mal de las viruelas, incluyendo la anotación formada hasta
el día de referencia, que manifiesta la serie y sucesos de un
buen efecto que sigo advirtiendo. Me he tomado el
25
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
imponderable trabajo de no confiar a persona alguna por
falta de sujetos de instrucción, observar a costa de las más
prolijas tareas las variedades de que es susceptible esta
importancia para que no se falsifique, y ver logrado todo en
vigor al paso que es tan recomendable y necesaria a la
Corona, en una provincia que ha sido víctima de un
accidente que la ha exterminado. Pero la eficacia infatigable
de vuestra señoría puede hacerla feliz, proporcionando la
estabilidad de este interés que no conservarán estos
infelices y rústicos vasallos, que abandonan todas sus
ocupaciones huyendo a los bosques a precaverse de la
general ruina del tremendo contagio de las viruelas que los
asedia. Para cuanto en el particular advirtiese vuestra
señoría me tiene pronto como el más deseoso instrumento
de este beneficio, sin que dispense fatiga y dedicación como
las he tenido por el espacio de 21 años en estas provincias,
siendo de beneficio y procurando la conservación sin
gravamen de sus habitantes y aun con abandono y perjuicio
de mis intereses, siéndome el mayor el servicio al Estado
sin prescindir del puntual y exacto servicio de mi rey en que
tiene destinado, quedando desde el año de 1801. Sírvase
vuestra señoría advertirme, e instruida en el posible modo,
aquí y en estas tres misiones de la provincia, la vacuna,
pasaré a Cordillera, donde parece urge el reparo. Pudiendo
esto, quizás sea algún medio eficaz para atraer el
barbarismo en solicitud del antídoto contra la plaga que los
aniquila; y para ello dícteseme vuestra señoría las
instrucciones y providencias que hallase más conformes.
Puedo asegurar a vuestra señoría, y al magnánimo corazón
del excelentísimo señor virrey, cuya vida se prospere y cuyas
memorias no deben borrarse en el reconocimiento de esta
América Meridional, que este pueblo decanta con vivo
agradecimiento la felicidad que se le ha proporcionado. Y
yo de mi parte, como exacto legado de mis superiores,
ofrezco que no se harán ilusorios las benéficas intenciones
26
Flor de Granado y Granado
de vuestra señoría en estas provincias, y tendré la
satisfacción de conservar pura la importancia y su
necesidad de que se administre. Para ello espero los
preceptos de vuestra señoría en mis sucesivos
procedimientos. Dios guarde a vuestra señoría muy felices
años, Santa Cruz y diciembre 12 de 1806
—Santiago Granado
CERTIFICACIÓN
os comisionados nombrados en vista de lo precedido
y la presente anotación firmada formalmente por el
facultativo nombrado, que es la misma y conforme
con sus efectos según hemos advertido y examinado
exactamente, certificamos que la vacunación de las 1.130
personas anotadas en la que ha practicado personalmente el
mismo comisionado don Santiago Granado, a costa de
graves tareas, infatigable celo, y que ha podido tener a la
vista para las especulaciones que ha estimado conveniente,
fuera de otras tantas o más gentes que no se han anotado.
Que hallándose la obra de tan adelantada subcomisión
hasta la vacunación del 31 inclusive de diciembre, que
igualmente que en todas está advertida; sin que por esto
haya dejado en práctica y trabajo en los días que
repetidamente ha estado viajando de la misión de San Juan
de Porongo a acabar de observar los asentados y volviendo
costa de su incomodidad a proporcionar a aquellos indios
tan gran interés de cuyas resultas tenemos las más, a ser
activas, favorables noticias. Que mientras está dicho
facultativo haciendo un ensayo en las vacas en esta misión
de Porongo a perpetuar la importancia a que se dedica
como propio un constitutivo de un ángel, queda su hijo
mayor el alférez don Juan [Francisco] Granado
entendiendo la práctica, quien se ha dedicado con esmero y
se halla exactamente instruido. Y por último los
comisionados advierten la más recomendable dedicación
27
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
que acostumbra este benéfico y desinteresado sujeto en
todos sus encargos. Siendo ésta inexplicable y lo más digna
de atención, quien manifiesta el empleo de muchas y
grandes obras de que le son debidas estas provincias y el
mayor servicio del rey y del Estado. Con lo que cerramos
estas diligencias, y para constancia firmamos la presente en
Santa Cruz, y enero 26 de 1807 —Cosme Damián de
Urtubey, Francisco de Bernardo Estremadoyro, José
Antonio Vázquez y José Anselmo Durán
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: Cerciorado de la comisión con que
vuestra merced se halla por el gobierno a
beneficio del Estado y de la humanidad en el
interesante fin de la vacuna, que la piedad de
nuestro augusto soberano ha proporcionado a sus amados
vasallos, y que vuestra merced desempeña graciosamente en
esta ciudad de Santa Cruz llevado del anhelo a que se
cumplan las piadosas reales intenciones; y atendiendo a la
suma indigencia de la feligresía este curato de San Juan de
Porongo, víctima del terrible contagio de las viruelas,
propendiendo a proporcionarles todo el bien que la
desdicha de estos neófitos exige por los más eficaces medios
con que en ellos se graben del modo que sean los propios
intereses de su subsistencia, dirijo a vuestra merced a fin
que se sirva pasar a este pueblo a la posible brevedad,
acercándome para ello el día que lo determine para
presentarle cuantos auxilios sean conducentes, debiendo
vuestra merced contar igualmente con cualesquiera
gratificaciones debidas a sus penosas tareas, y al gran
interés con que mi deseo le solicita. En cuanto vuestra
merced me advierta con cuántas órdenes fueren de su
agrado, Dios guarde a vuestra merced muchos años.
28
Flor de Granado y Granado
Misión de San Juan de Porongo, y diciembre 22 de 1806
—Bernardino Cuéllar Izaga
SEÑOR CURA Y VICARIO DE SAN JUAN DE PORONGO, DON
BERNARDINO CUÉLLAR IZAGA:
l oficio que con fecha 22 del presente acabo de
recibir de vuestra merced como cura y vicario de esta
misión de San Juan de Porongo, anhelando como
acostumbra al beneficio de su feligresía con
franqueza de mi propio interés en utilidad y ventaja de esos
infelices indios, siendo verdaderamente el principio que ha
manifestado el interés de la humanidad y del Estado en
esta provincia, y que se ha señalado en querer ver
cumplidas las piadosas intensiones del paternal amor de
nuestro soberano en el imponderable que tiene el específico
preservativo contra el destructivo contagio de las viruelas,
debo decirle que para el día 30 de este mes puede vuestra
merced despacharme los auxilios de transporte para mi
marcha, y antes, dos o tres naturales, para que vacunados
en ésta se restituyan a ése; y nos sirva el fluido más activo
para la propagación a más del que yo conservaré en estos
días, en que la gente de estas campañas se ha agolpado en
esta ciudad en solicitud de este interés. Doy a vuestra
merced las debidas gracias por su eficacia y la franqueza
con que se ofrece a todo costo en obsequio de mi comisión,
cuyo mérito no dejaré de alabarlo, pues aun que en ella no
tengo interés de sueldo, ni movimiento, los vivos deseos de
vuestra merced hacen efectivas mis recomendaciones y será
más satisfactoria mi dedicación. Puede vuestra merced ir
disponiendo su gente y en el mínimo de quien se ha
complacido en su demostración, y ruego Dios guarde a
vuestra merced muchos años, Santa Cruz, y diciembre 24
de 1806 —Santiago Granado
29
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
CERTIFICACIÓN
o el cura propio de este pueblo misión de San Juan
de Porongo certifico van conformes con lo mismo
que advertido, y que queda toda la feligresía de mi
cargo libre de la penalidad de la viruela que la
destruía, y según se ha especulado, parece, quedará en las
vacas para a los que fueren naciendo, liberándolos de tan
grave plaga. Y como la dedicación, amor a la humanidad,
desinterés, tolerancia y constancia de este facultativo para
el beneficio de estas provincias haya sido tan exacta,
laboriosa y recomendable, no puedo detenerme de
advertirlo, por hacerse acreedor su mérito y circunstancias a
las más eficaces recomendaciones que le son de pura
justicia. Y para constancia de sus efectos firmó la presente
en el mismo pueblo, febrero 9 de 1807
—Bernardino Cuéllar Izaga
NOTA SOBRE EL MODO MÁS FÁCIL Y SEGURO DE VACUNAR
s coger con la mano izquierda el brazo que se ha de
picar abrazándolo en su parte externa, e interna, y
llevándolo a la posterior cuanto sea posible, y con el
fluido en la punta del instrumento, que no es el más
cómodo, con la aguja se hace la primera impresión sobre el
cutis perpendicular, y pasándolo obligatoriamente de la
parte interna a la externa en el brazo derecho, y viceversa
en el izquierdo con medio tanto de un peso de
introducción, que sólo interese el epidermis, se trae
ligeramente a la parte inferior, formando una cuarta parte
de círculo, y elevando un poquito la punta del instrumento,
para que forme del epidermis una vejiguilla, se saca y
limpian sobre la picadura. Al sacarse el instrumento se
afloja la mano que sujeta, de mente que con las salidas, no
sea igualmente el fluido por la extensión de la parte. Y se
deben hacer las picaduras sobre las incisiones.
30
Flor de Granado y Granado
PADRE VICE PREFECTO, FRAY JOAQUÍN BELTRÁN:
abiéndome comisionado por este gobierno e
intendencia para la propagación, incidencia del
específico preservativo de la vacuna contra el grave
contagio de la viruela, cuya benéfica obra tengo
verificada gravosamente en esta ciudad y partidos, le
comunico a vuestra paternidad reverenda como al superior
de estas reducciones de Cordillera a fin de que siendo
servido, se comunique la encargada importancia a estos
neófitos, como lo supongo del notorio celo de vuestra
paternidad reverenda me lo advierta y remita a la posible
brevedad, ocho o diez naturales, que vacunados en ésta con
el fluido reciente más proporcionado a su fin, pasando yo
con ellos para sus efectos, y debiendo ser los indios de 15 a
20 años más robustos. En el particular no me mueve más
interés que el de la humanidad y del Estado, que servirá
vuestra paternidad reverenda de satisfacción y me
comunicará las órdenes que más fueran de su agrado. Dios
guarde a vuestra paternidad reverenda felices años, Santa
Cruz y enero 10 de 1807 —Santiago Granado
Respecto a no haberme contestado hasta el día al
presente, que es copia del que dirige al muy reverendo
padre comisario vice prefecto de las reducciones de la
Cordillera, sin duda por algún extravío de la
correspondencia, y hallándome dispuesto en un todo para
caminar, propendiendo a abreviar la importancia de la
vacuna, se pase por mí a practicar, empezando de la
primera reducción de Piraí, distante de esta ciudad 34
leguas, saliendo para ella sin falta alguna el día de mañana
a toda mi costa y mención, con los auxilios, cosas
necesarias para todo el efecto de mi comisión. Y para
constancia firmo esta diligencia en Santa Cruz en 23
febrero 1807 —Santiago Granado
31
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Habiendo yo el comisionado llegado hoy 26 febrero
de 1807 a esta reducción de Nuestra Señora de la Asunción
del Piraí, y encontrado en ella la contestación del muy
reverendo padre comisario fray Joaquín Beltrán de fecha 8
del mismo, detenida por falta de conductor, he tratado con
el reverendo padre fray José Blanco, conversor de dicha
reducción e impuesto de la comisión. Y a sus efectos me
aseguró haber estimulado a los indios; haciéndoles llamar
en mi presencia les exhortó y advirtió de la ventaja con que
el paternal amor de nuestro soberano se conduciría ante la
miseria del mal de las viruelas que los destruía, proveyendo
se les proporcionase el antídoto para liberarlos. A lo cual,
no obstante mis suaves y expresivas reconvenciones del
gran beneficio que se les seguía, resistieron todos los jueces
y capitanes, con lo que, y tratando con dicho reverendo
padre conversor, hemos convenido para que yo el día de
mañana viaje a la misión de Abapó a tratar con el
reverendo padre vice perfecto y dar principio desde aquella;
y entretanto exhortar a los de ésta con su mayor eficacia a
la admisión de estos neófitos, y más si desde luego creen en
el pueblo de Abapó introducida la práctica, que puede
servirles de bastante comprobante para que este medio
pueda conmoverlos, como están según la versión de que
sólo al nombre o semejanza de viruela huyen sin
convención. Y para constancia firmó esta diligencia el
expresado maestro reverendo padre conversor conmigo hoy
día en el lugar —Santiago Granado y fray José Blanco
32
Flor de Granado y Granado
CERTIFICACIONES
n este pueblo reducción de Nuestra Señora del Pilar
de la Florida, distante dos leguas del Piraí, habiendo
yo el comisionado llegado ayer 28 febrero por las
muchas aguas, y tratado con el muy reverendo padre
conversor fray Francisco Mendiola, hallándole resuelto a la
práctica y efectos de mi comisión, no obstante el tema de
los indios, se determinó a que en mi presencia fueren
reconvenidos, y verificado el 1 marzo con las justicias
quedaron satisfechos y racionalmente sujetos a las piadosas
intenciones del rey sobre que conmigo dicho reverendo
padre conversor les hizo los más estrechos encargos, como
tan propenso al bien de su feligresía. Y resolvimos que para
que más se cercioren y satisfacen del experimentado bien
que el paternal amor de nuestro soberano les
proporcionaba, vacunarse en dos muchachos del mismo
colegio, que les sirviera de comprobante y mayor estímulo a
los demás contra cualquier preocupación, que pudieran
introducirles de otros pueblos o gentes. Y de facto se
vacunaron Santiago Faregua de cerca de 30 años y Andrés
Jovichaviri como de 15 años, y posteriormente el mismo
día a instancias y diligencias del mismo reverendo padre
conversor, Marcos Farequanda como de 12 años, y según la
disposición de la gente más subordinada e inquieta y la
eficacia de mi reverendo padre conversor, logramos en este
pueblo todo el feliz éxito que se desea y se verán cumplidas
las piadosas reales intenciones a que se compromete dicho
maestro reverendo padre sin dispensar fatiga, ni yo
contracción en cualesquiera ocurrencia, cuyas diligencias se
anotarán extendiendo para ahora la presente que firmamos
en dicha reducción, día, mes y año para constancia
—Santiago Granado y fray Francisco Mendiola
Certificó yo el padre conversor de la Santísima
Trinidad de Abapó que habiendo llegado a este pueblo el
facultativo don Santiago Granado a proporcionar a sus
33
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
habitantes el nunca bastante ponderado remedio contra la
viruela, la vacuna no se pudo poner en práctica por ahora
por la incapacidad y barbarie de estos neófitos, a quienes
no se les ha podido convencer de lo útil que él les sería; y
sólo así en lo sucesivo, desentrañando por mi propia
experiencia, podrán admitir este remedio. Y para su
constancia lo firmó en ésta de la Santísima Trinidad de
Abapó hoy 9 marzo de 1807 —Santiago Granado y fray
Andrés Caro
Habiendo llegado a este pueblo hoy 9 marzo y
manifestado la comisión, ventajas, hechos prácticos
anotados y documentados, y desimpresionando no poder
causar la vacuna las muertes aunque fray Francisco Cortés,
reciente en esta misión, aseguraba haber visto en España de
donde poco tiempo hace morir varios vacunados, se
procedió por su reverenda paternidad conversor y vice
prefecto a la dirigencia de arriba, venidos todos los indios
justicias y habiéndome propasado con manifestación del
bien, ventajas, y paternal amor, tuve a bien silenciar y
determinar en vista de la anterior dirigencia pasar a
Zaipurú el día de mañana 10 con mi equipaje y vacunados
de Florida, para cuyo efecto pedí se me pasase el río
Grande inmediato al pueblo, por estar algo crecido, y de
facto se previno al gobernador por su reverenda paternidad
conversor. Y lo pongo por diligencia —Santiago Granado
El 10 de mañana ocurrió don José Manual Saldía,
comisionado por la subdelegación de Santa Cruz, con el fin
de que se vacune a su familia; pero muy secretamente, más
no hallándose en el pueblo no se verificó. Este día entendí
que los indios obraban por mucho influjo, sobre quien no
le quise reconvenir por lo estrecho de mis circunstancias,
pero futuramente en todo tiempo podré dar bastante idea
de tan bárbara oposición y sus incidencias que se me
ocultan. Era tarde, pasé el río y maliciosamente los indios
nos hubieron de ahogar y aguaron todo mi equipaje y
víveres que todo se perdió. Y para constancia extiendo la
presente —Santiago Granado
34
Flor de Granado y Granado
El 11 a la tarde después de secar algo la ropa salí
para San Rafael de Mazavi, distante 19 leguas, donde
llegué el 12 en la tarde habiendo encontrado a un
reverendo padre conversor, fray Juan Ramos, seis leguas
antes de llegar, que se iba para Abapó, quien entregó la
atenta y generosa carta del capitán comandante que se
agregará en lo que me complace. Y en Mazavi, me encontré
con el compañero fray Andrés Figueroa, quien con gusto
me recibió y rogó vacunar algunos de mañana antes de salir
a Zaipurú. Después llegó el reverendo padre conversor fray
Manuel Ruíz de Nuestra Señora de Guadalupe de Igmiri,
distante una leguas de ésta, con quien he tratado; y quedó
en que verificada la vacunación y sus efectos en Zaipurú,
exhortaría como corresponde a sus indios, entre tantos pues
por no saber no lo había hecho. Con lo que firmo esta
diligencia, en Mazavi 12 marzo de 1807
—Santiago Granado
Con motivo de haber llovido y no poder salir para
Zaipurú, yo el comisionado, viendo la buena disposición de
esta gente y eficacia en su dicho conversor, vacuné los que
se anotaran no procediendo a más por dejar fluido para
adentro hasta tenerlo reciente. Y según advierto la
contradicción y esmero, quedará en esta misión la
constancia del fluido y conservación para la posteridad por
su conversor presente a quien he dado las debidas y
correspondientes gracias por su beneficencia a la
humanidad y exactitud en lo que están del agrado del rey
—Santiago Granado
Con motivo de haber llegado el indio teniente de
este pueblo Antonio Pitaragua de conducir hasta Abapó los
infieles prisioneros que van a Cochabamba, trajo de aquella
misión una cizaña que introdujo en ésta contra el gran
interés de mi comisión y persona. Lo que advertido por el
presente reverendo padre conversor fray Andrés Figueroa
por entender algo del idioma de ellos, despachadamente lo
amonestó y amenazó. Con lo que llevándome de regocijo al
35
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Flor de Granado y Granado
ver defendidas y autorizadas las piadosas reales intenciones
y encontrado un integrismo defensor de la humanidad,
ensanchado, tomé la voz y acción que me correspondía en
obsequio de la recomendada importancia, sin los temores
que sujetaban mi energía, como se ha visto hoy que,
después de misa, se agolpó a la aplicación de dicho
reverendo padre toda la gente y justicias, ofreciéndose a la
ejecución del específico. Y en este quieto trance verifiqué la
práctica, tomando el fluido, de brazo a brazo, de un indio
que había apto de los de la Florida. Y se vacunaron 76
hombres de todas edades incluso los tres infieles y 105
mujeres de todas edades, y concluiré en éste con el reciente
cuando lo haya que ya se empiezan a manifestar las
erupciones del primer día, y son todos los vacunados 415.
Con lo que quedando este muy fiel y exacto reverendo
padre conversor a la mira de todo, he instruido
exactamente con el mayor esmero e interés. Y quedándose
con vacuna adecuada y benéfica intención, se cierran estas
diligencias hasta mi vuelta en que, no obstante, no sea ya
necesaria mi presencia por el expresado, se concluirá la
obra digna de la mayor recomendación por las constancias
que evidentes van expresadas. Y para constancia de todo y
que aún pueda esclarecerse para su efecto firma conmigo la
presente el enunciado maestro reverendo padre conversor
en esta misión de San Rafael de Mazavi y marzo 15 de
1807 —Santiago Granado y fray Andrés Figueroa
Habiendo yo el comisionado salido de Mazavi para
Zaipurú hoy 16 marzo, pasé por la misión de Agmiri, y su
reverendo padre conversor aseguró la importancia a su
gente para que cuando hubiese vacunados en Zaipurú,
aptos se trajeran a su misión para la práctica en ella.
Siguiendo mi derrote, al llegar a esta misión del Patrocinio
del Señor San José de Tacurú, su muy reverendo padre
conversor de ella fray Francisco Flaman me detuvo,
instándome con ansia practicare en su feligresía el
experimentado beneficio en que el paternal amor de
nuestro soberano había proporcionado, y que deseaba
liberar a estos sus hijos de la fatal plaga de la viruela; me
aseguró que no se resistirían, pues harían lo que su
conversor les ordene. Se esmeró en su franqueza en
obsequio de mi comisión particularizándome en los vivos
deseos de ver cumplidas todas las superiores disposiciones,
y manifestó su alma amante de la humanidad. En esta
virtud procedí gustoso y ansioso a vacunar, que lo verifiqué
todo día sin ninguna interrupción 296 personas de ambos
sexos y de todas edades, principalmente unos párvulos y
algunos infieles, quedando aún mucho. Son los vacunados
aquí 296. Y quedando poco fluido para propagar en
Zaipurú hemos resuelto con dicho muy reverendo, y digno
de la mayor recomendación, padre conversor pase a aquella
misión, y concluido el fluido para que pueda servir
sucesivamente a cuantos necesiten de este antídoto, me
venga a ésta para no sólo libertarlos a todos, sino tomar
cuanto conocimientos sean necesarios para su práctica y
conservación del fluido para lo sucesivo, y poder designar
sin error al verdadero grano preservativo, a lo que me he
comprometido y a más que fuera, viendo su anhelo y
positivos deseos, dándole las gracias por su gran eficacia y
demostraciones a nombre de la superioridades de donde
emana mi comisión. Y para constancia de lo acaecido y
practicado en esto solicité firmar esta diligencia al presente
maestro reverendo padre conversor, que lo verifica
conmigo, en esta misión de Tacurú, y marzo 17 de 1807
—Santiago Granado y fray Francisco María Flaman
Respecto a hallarme permanentemente completada
en esta cordillera mi comisión con las mayores ventajas, y
sin distancia en los benignos efectos del preservativo,
acreciendo el número de libertados hasta el día según lo
comprobado y advertido hasta la formal erupción de los
últimos a 6.713 personas de todas edades y sexos, fuera de
los vacunados desde la última diligencia por mí y el
36
37
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
encargado don Juan de Dios Rojas, quien ya en un todo se
halla instruido, advertido, y con instrumentos y materiales
necesarios franqueados por mí para todo el efecto útil y
ventajoso, que consultado con el actual comandante capitán
don José Miguel Becerra hace más proficua la importancia
que recomendable la obra para sus efectos. Se le ha liberado
título al enunciado Rojas comprometido a hacer el gran
servicio al Estado y humanidad, referente a las
circunstancias que se han previsto más conformes a la
recomendación y conservación y se le ha extendido con esta
fecha. Y habiendo quedado dicho comandante en advertir y
reparar cuanto al caso conduzca; parece que ya por mí el
día de hoy al retirarme, vertiendo lo que sea del caso en las
reducciones inmediatas del tránsito, en que el modo se
halla el interés. Y cerrando aquí con estas diligencias
cuánto va practicado y advertido para que al corriente, la
firma conmigo el encargado, en esta reducción de San
Antonio de Zaipurú el 6 abril de 1807 por hallarse el
comandante en corrida —Santiago Granado y Juan de Dios
Rojas
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: En cumplimiento de mi ministerio,
visto el oficio que vuestra merced me dirige con
fecha del 10 enero de 1807 con el objeto de
comunicar el beneficio de la vacuna a los neófitos
Chiriguanos de mi cargo, he consultado mi determinación
con los padres conversores de estas cuatro reducciones
como más adelantadas en Cristiandad y política. Y me
responden los padres que las dirigen, que por muchos años
de conversores, se hallan con mayor conocimiento de sus
naturales, que era muy conveniente se ejecutase en
beneficio tan útil y benéfico a la humanidad de estos
38
Flor de Granado y Granado
naturales, y celebramos el buen celo de los ministros de
nuestro soberano y de vuestra merced que se compromete a
las fatigas anexas a la operación vacuna gravosamente con
el único fin de favorecer a sus neófitos. Pero al presente
conocemos no poder conseguir el remitir a esta ciudad los
mozos que solicita por ser la peste de la viruela el accidente
más temible para con ellos, pues vemos que los padres y
madres desamparan a sus hijos e hijas y los dejan con un
total abandono. Mas propongo a vuestra merced que fuera
acertado el medio de vacunar a algunos avecindados en el
sitio nominado Pozuelos, que dista cuatro leguas de Piraí,
para ver si con este ejemplo podríamos conseguir, los
padres conversores, consintieran en la sobredicha operación
nuestros neófitos, para que conseguida la sanidad en éstos
consintieran los de las demás misiones en la operación de la
vacuna tan proficua para la conservación de estos naturales.
Dios guarde a vuestra merced muchos años, como se lo
apetece su atento y seguro capellán, Abapó y febrero 8 de
1807 —fray Joaquín Beltrán
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: Cerciorado de la comisión con que
vuestra merced se halla para el gobierno y
capitanía general de estas provincias, para el
importante fin de la vacuna que tanto interesa
estas misiones, y que ha arribado a las inmediaciones de
Abapó según me asegura el teniente don Isidoro Chávez,
prevengo a vuestra merced que si para el efecto de su
desempeño necesita algún auxilio, estoy pronto a
franqueárselo; le advierto que con eficacia y esmero tengo
reducido los ánimos de estas misiones cercanas, quienes
desean el arribo de vuestra merced, y los padres
conversores, lo mismo que el capitán mayor Santiago
Cunanibry, por habérselo ofrecido el 8 enero el señor
39
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
gobernador cuanto estuvo aquél en Cochabamba. Puede
vuestra merced según mi concepto acelerar su viaje a ésta
donde se logrará todo el suceso, pues me tiene a mí que lo
auxiliaré y haré que cumplan exactamente las disposiciones
de nuestro soberano rey y determinaciones a ellas
concernientes de la superioridades. Y por último en cuanto
vuestra merced conceptúe útil y necesario para el
desempeño de su importante comisión, tendrá pronto lo
que servirá a vuestra merced de satisfacción para deliberar
según prefiere, mientras ruego a Dios guarde a vuestra
merced muchos años, Zaipurú, y marzo 10 de 1807
—José Miguel Becerra
SEÑOR CAPITÁN COMANDANTE DE ESTAS FRONTERAS, DON
JOSÉ MIGUEL BECERRA:
uy señor mío: Estando ya adelantado el específico
preservativo contra el grave mal de la viruela en
que vuestra merced ha tenido la mayor parte de la
eficacia, con que antes de mi llegada dispuso los
ánimos a la práctica, y después de prevenir su victoriosa
correduría, ha estado coadyuvando a que se cumpla la
mente piadosa de nuestro soberano y superiores
providencias que les son constantes, como tan propenso al
más exacto servicio, y manifestando en éste, además de la
puntualidad, la benéfica inclinación a la humanidad y al
Estado, curso a vuestra merced a fin de que no habiendo
inconvenientes se sirva hacer venir al que sirva de
practicante en auxilio de las ocurrencias de enfermedades
en las tropas del comando para que se instruya por mí
exactamente en la práctica, efectos, conocimiento, y
conservación del específico. Pueda ser útil a la posteridad y
fines que se prevean de tan gran interés, pues aunque hay
algunos padres conversores que quisieran conservar la
importancia, y son los más adictos, según las diligencias
40
Flor de Granado y Granado
que tengo practicadas, siempre será muy conducente y
utilísimo que, con la inspección de vuestra merced y para
sus fines, se mantenga en vigor por persona de su mando, a
quien pueda ordenar y destinar a las ocurrencias, que le
pueden ayudar a sus designios cuando ya noticiosos los
enemigos, que los destruye la viruela, ocurran al sagrado
del preservativo que los liberte, lográndose así la mejor
conservación y todos los fines que vuestra merced gradué
conducentes.
Habiendo los indios de Abapó pasarme el río
Grande, que estaba bajo, se me echaron a perder todos los
víveres que tenía, y mojándome enteramente todo el
equipaje maliciosamente y exponiéndome a ahogar. Y
estando en ésta los tres indios de Florida, que advirtieron
todo el procedimiento, e igualmente para poder esclarecer
el hecho precedido, se servirá vuestra merced averiguar con
ellos exactamente cuánto de realidad hubo en el particular.
Y según resulte, ponérmelo a continuación en contestación
para que su fe informe lo que corresponda en honor,
obsequio y ventajas de mi comisión con cuántas
advertencias puedan ser útiles al mayor servicio del rey y
del Estado. Dios guarde a vuestra merced muchos años,
Zaipurú y marzo 23 de 1807 —Santiago Granado
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: En contestación al anterior que
esta mañana recibí de vuestra merced debo decirle
que inmediatamente mando baje a ésta el que
sirve de practicante don Juan de Dios Rojas, para
los fines que me anuncia, por cuanto vuestra merced estime
conveniente en el particular de su comisión, para cuyo
efecto se lo franqueó en un todo, y cuanto sea necesario a
su fin y utilidad de la obra.
41
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
He averiguado exactamente lo que vuestra merced
solicita sobre el procedimiento que sufrió en el río Grande
de Abapó. Y vienen acordes con cuanto vuestra merced
expresa, añadiendo uno de los indios de Florida que
maliciosa y advertidamente procedieron los indios, según él
mismo los oyó en el mismo medio del río, asegurando
pretendían ahogarlo para ahogar la viruela. Con cuyo
motivo habiendo vuestra merced salvado, de temor de los
que le acompañaban, se mojó todo su equipaje y perdido
enteramente cuantos víveres traía, y esto a bien librar. Y
reconvenido el mismo indio si los padres le habían
advertido el cuidado que correspondía a su persona y
circunstancias, expresó que nada sobre el particular había
oído le dijeran, añadiendo que el río no estaba de suceder
ningún fracaso, pues estaba manso. Y que todo fue muy de
caso pensado y bien dispuesto a que sucediera lo ya dicho.
Es cuanto se me ha informado, preguntando
detenidamente, y que he sentido en el alma haya vuestra
merced de sufrir tantos riesgos, injurias y pérdidas, cuando
viene a ser tan útil y autorizado por nuestro gobierno. Todo
lo que servirá a vuestra merced de pleno esclarecimiento
para los efectos que puedan convenirle con lo que queda
absuelto el de vuestra merced del día de la fecha. Dios
guarde a vuestra merced muchos años, Zaipurú y marzo 23
de 1807 —José Miguel Becerra
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: Contestando vuestra merced sobre
la solicitud para que le advierta los motivos que le
impidieron la entrada a Cabezas a su reencargada
comisión, de no decirle, que fue por advertencia
que le hizo el reverendo padre fray Francisco Mendiola
conversor de Florida, resultante de una carta que le dirige
42
Flor de Granado y Granado
el padre fray Sebastián Cuenca, conversor de Cabezas, en
que le dice que los indios de la referida misión se resistían a
admitir la vacuna y aun a interrumpir el paso al
comisionado, el que se exponía en llegar con ese fin. En
cuanto precedió, queda vuestra merced contextuado para el
esclarecimiento que le sea necesario en comprobante de sus
deberes. Dios guarde a vuestra merced muchos años,
Florida y marzo 27 de 1807 —fray Buenaventura
González
CERTIFICACIONES
abiéndose observado toda la vacuna bien
caracterizada, y no quedando ya duda alguna en la
proporción que se han guardado para su
permanencia, dejando cristal y todo al reverendo
padre fray Manuel Ruíz conversor de Zaipurú para su
seguridad y comprometimiento de conservación, y habiendo
vacunado el 5 y el 6, dos infieles párvulos que para el efecto
de su uso en los granos vacunos llevo conmigo, paré hoy
con el encargo a reducción de Tacurú, donde he encontrado
muchos granos vacunos y tan adelantada la práctica por su
muy reverendo padre conversor que ya no admite duda. Y
está igualmente comprometido a conservar la importancia
que no se duda de su eficacia y esmero, dándose en ésta la
mano con el encargado. No obstante, se vacunaron por mí
de primera vez 100 personas, fuera de otras vacunadas en
el acto por dicho muy reverendo padre y por el encargado,
quedando aún algunos para la conservación sucesiva. Con
lo que, y no estando más que proceder, se finalizan aquí las
diligencias con las advertencias anotadas y complacencia de
tan felices sucesos. Para constancia se firma por el
enunciado muy reverendo padre conversor, por el
encargado y por mí en Tacurú a 7 abril de 1807 —Santiago
Granado y fray Francisco María Flaman
43
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
En esta misión de Igmiri fueron vacunados, de
brazo a brazo y de primera, por mí 488 personas de todas
edades y sexos, con anuencia y esmero grande de su muy
reverendo padre conversor; se han observado bien
caracterizados granos. Y también, lo mismo que en otras, es
muy frecuente aparecer indistintamente varios verdaderos
granos, atribuyéndose a haber rascado las picaduras y
seguidamente las partes donde han aparecido otros. No he
advertido síntoma alguno de consideración. Y quedando
con dicho maestro reverendo padre conversor en que para
la posteridad, el encargado citará a la misma y atenderá el
mérito de su deseo con proporcionar tan gran beneficio, se
cierran las diligencias de comisión, que firma el muy
reverendo padre conversor conmigo, en Igmiri a 9 abril de
1807 —Santiago Granado y fray Manuel Ruíz
Teniéndose a la vista todo lo practicado y
hallándose en esta reducción de San Rafael de Mazavi,
donde pasé después de vacunar cumplidamente en Igmiri, a
solicitud del reverendo padre conversor, al completo de los
488 de la anterior diligencia tan perfeccionada la
importancia con el celo, esmero, beneficencia y dedicación
de sus plausibles reverendos padres conversores, que han
continuado la obra y perpetuarán el interés, sobre que se les
ha repetido las debidas gracias y quedado en darse la mano
en el particular con el encargado; se vacunaron por mí de
brazo a brazo 97 personas de todas edades y sexos que
componen el total en toda esta Cordillera, según logrado y
documentado de 7.300. Con lo que, y no advirtiéndose
cosa particular, sólo lo mismo que las demás misiones, las
erupciones iguales, fuera de las picaduras por los motivos,
según se deduce anotados, se concluyen en ésta las
diligencias de mi comisión. En nada ha sido gravosa, si
muy onerosa y costosa, por todo digno al gran interés de
Estado y de la humanidad, en que no se ha dispensado
fatiga, dedicación, esmero, penalidades e intereses por parte
44
Flor de Granado y Granado
del comisionado hasta haber lograda tan exactamente todo
el fin de las piadosas reales intenciones y jefes a ellos
propensos. Y en constancia de todo se certifica y firma la
presente final por los enunciados muy reverendo padres
conversores, por el encargado y por mí en San Rafael de
Mazavi el 12 abril de 1807 —fray Juan Antonio Ramas,
fray Anzures Figueroa, Juan de Dios Rojas y Santiago del
Granado
El 12 abril salí de Mazabi con ánimo de parar hasta
la Florida, por no exponerme a un desaire o riesgo en las
antecedentes misiones, cuyos padres conversores han
mantenido recelo sobre mi comisión. Y justamente dudé
aún de la pasada del río que está bastante crecido, por cuyo
motivo al menor riesgo se parará por mí. Y lo firmó en
dicho río, abril 13 de 1807 —Santiago Granado
Habiendo pasado el río el 13, en el tercer brazo
cayeron las mulas; se averió todo mi equipaje y víveres que
componían tres cargas, pero gustoso por haber salvado la
vida. Al llegar al último brazo encontré con un indio
llamado Mariano Cuyupi, quien me dijo que me pasaría
aquel brazo que era el peor, que él sabía tener caridad con
los españoles, pues a él lo había criado uno, que no temiese
aunque los demás no querían. De facto empezó a convocar
gente y se le resolvía hasta el último que enteramente
corrió. Me dijo ‹no quiero pasar esta viruela›, con lo que el
indio nombrado se esforzó con los pocos que había
reducido. Y me pasaron sin novedad aunque a costa de
bastante interés de aguardiente, carne y plata, que según
me hallo cerciorado, es lo corriente, e indistintamente no
siendo para esto incapaces ni bárbaros. Y de lo precedido
fue cerciorado el soldado Pablo Nadia, que habiendo
llegado lo detuve para que preguntase al dicho indio y me
impusiese de todo. Para constancia se extiende esta
diligencia en el camino del 14 abril de 1807
—Santiago Granado
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
El 15 salí a entrar a la Florida a ver el paradero de
los vacunados y su propagación, estando ya a los traídos de
Zaipurú en estado por si fuere necesario, pues el fluido que
traía todo se aguo. De facto de que a la una observé los
dichos vacunados, concluido todo el curso, pero que no se
había propagado. A las tres recordé al padre conversor y
luego fui a verlo. Mas nada me trató; se desentendió en un
todo de la vacuna. Y con ansia de mi parada, que en nada le
interrumpió, más antes abrevió, expresó no tener nada que
dar a los muchachos de mi compañía, cuyos actos presenció
Santiago Giles, mozo. Y para constancia de ésta y la
atención firma conmigo el enunciado don José Miguel
Cuéllar como que ha averiguado lo precedido y mi certeza,
en esta campaña de Piraí, y abril 15 de 1807
—Santiago Granado y José Miguel Cuéllar
SEÑOR CORONEL DEL EJÉRCITO, JUEZ REAL
SUBDELEGADO:
l profesor de medicina y cirugía, comisionado por el
gobierno para el interesante fin de la vacuna, don
Santiago Granado, ocurre a la justificación de
vuestra señoría, en la más bastante forma haciéndole
presente: Para el debido lleno de su encargo, que acaba de
practicar en la Cordillera de Chiriguanos, se le hace
indispensable dar la disposición en forma de don Valentín
de la Fuente. Por cuyo indispensable requisito pide a
vuestra señoría se sirva hacer bajar a la ciudad a este
individuo, y que bajo el debido juramento, diga, si en el
pueblo de Florida le encargué la noticia de mi llegada, a
quiénes y para qué efecto; y si esto lo verificó, con qué
personas, en qué modo, cómo se recibió, y cuántas
expresiones se contestaron en el particular, estilo, y espíritu
de proferirle, sin ocultar cuánto hubiere notado y advertido
en la materia hasta la final resolución, clara y distintamente
y con las mismas voces y términos. Y hecho devolvérseme
46
Flor de Granado y Granado
todo original para mi debido procedimiento, descargo o
advertencia; tan interesante y encargado asunto me
corresponde. Sobre que a vuestra señoría suplico acceda a
mi solicitud conforme sea de justicia, Santa Cruz, y abril
22 de 1807 —Santiago Granado
Por presentada. Y respecto de hallarme embarazado
en asuntos graves del real servicio, el capitán de infantería
don Cosme Damián de Urtubey, a quien se da la comisión
en derecho necesaria, procederá a recibir la declaración que
se solicita. Y hecho lo devolverá a la parte como lo pide. Así
lo proveo, mando y firmo yo el coronel de reales ejércitos
don Antonio Seoane, comandante del batallón de milicias
provinciales de esta ciudad y juez real subdelegado en ella y
su partido, actuando con testigos a falta de escribano
—Antonio Seoane de los Santos
En el asiento de Santa Cruz de la Sierra a 28 días
del mes de abril de 1807, ante mí, el capitán de infantería
don Cosme Damián de Urtubey, juez comisionado para
recibir la información que se solicita, pareció presente don
Valentín de la Fuente, natural de los reinos de España y
vecino de ésta, a quien le tome juramento. Lo hizo por Dios
Nuestro Señor y una señal de la cruz, bajo del cual
prometió decir verdad de lo que empiece, y le fuere
preguntando, diciéndole al tenor del asunto que antecede,
dijo: De ida para el curato de Sauces en comercio de azúcar
y otros varios efectos del país, encontró en el pueblo de la
Florida al doctor Del Granado, de quien lo está el
pedimento de uso. Y, habiendo con él conferenciado largo
tiempo, le comunicó que la misión de Piraí no había puesto
en planta su comisión, por causa de que el conversor de allí
fray José Blanco no quiso de modo alguno venir a ella,
detectando que aquellos naturales prófugos se harían a los
montes, y que por lo mismo omitió practicar las diligencias
posibles por parte suya, a efecto de que admitiese la
interesante y benéfica operación de la vacuna.
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Que después de precedido todo esto, le manifestó
una carta dirigida por el reverendo padre vice prefecto fray
Joaquín Beltrán, en contestación a la parte que le dio, sobre
el fin a que se determinaba su comisión, en la que según se
acusa, por mayor, se oponía a dicha operación. De cuyas
resueltas, y estando para proseguir su marcha, le implicó
con reiterados encargos noticieros que hubiere a los demás
padres conversores de las misiones del tránsito por donde
tenía precisamente que parar, acerca del destino que
llevaba. Y que en efecto luego que llegó a la de Cabezas,
trató con el padre fray Miguel Alonso conversor menor,
quien le respondió con acritud y mal gesto, que aquella
misión estaba dispuesta para nada de cualesquiera asuntos
o negocios que quisiese tratar el doctor don Santiago
Granado, a lo que no se replicó cosa alguna el declarante,
habiendo observado que al día siguiente bien de mañana
salió a caballo con aceleración para la de Abapó, en donde
después de pasadas 24 horas, le halló en compañía del
padre vice prefecto del conversor mayor de ella fray Andrés
Caso y de un segundo, cuyo nombre y apellido ignora. Que
en el mismo instante que arribó a dicha misión, precedidas
aquellas atenciones, que con debidas de urbanidad y
política, de pronto le salió el reverendo padre vice prefecto,
preguntándole: ‹¿Cómo le iba al doctor don Santiago
Granado con la vacuna?› A lo que él le respondió que en la
Florida había vacunado 18 personas y que no sabía si
posteriormente vacunaría otras más. Y que en esta ocasión
le hizo varias reflexiones sobre la utilidad y gran provecho
que de ella resulta haber a aquellos indios, en la que el
señor gobernador intendente estaba muy interesado por el
amor y caridad con que los miraba, recayéndoles de cierto
modo el estrago que en ellos hace el grave accidente de
viruelas, y a cuyo importante objeto había despachado al
facultativo Del Granado. A lo que le dijo el padre vice
prefecto que ignoraba la contestación que dio a dicho don
Santiago, y mirándolo con un menosprecio grande el impío
48
Flor de Granado y Granado
dicho fray Miguel Alonso, entró de afuera el padre fray
Andrés Caro, como de mano armada y diciendo con
altanería y orgullo: ‹¿Qué es eso?, ¿qué es eso?, ¿qué es
eso?› Le respondió el padre Beltrán: ‹Estamos tratando
sobre la vacunación›. A lo que volvió a decir el padre Caro:
‹¡Qué vacunación, ni qué vacunación! Si quieren vacunar,
que vayan a vacunar vacas, que no se puede en gente
porque se ganará en los montes›. Dice el declarante que le
replicó con instancia, haciéndole ver que procedía con
terquedad, en un asunto que ocupaba la atención del rey y
del señor gobernador intendente de esta provincia. Y que
por lo tanto él, como los demás padres conversores, debían
subir al púlpito a persuadir a los indios a que admitieran
aquel gran beneficio. A lo que le respondió: ‹Don Valentín,
don Valentín ya vamos a comer. Aquí no hay más rey, ni
intendente, que el padre Caso›. Con lo que se despidió el
declarante de todos ellos y prosiguió su camino hasta las
orillas del río Grande, en donde habiendo encontrado el
gobernador del pueblo a su hijo, ambos le contaron que el
padre Caso había dicho a los indios que de ninguna manera
se dejar vacunar, porque ‹don Santiago del Granado no era
Dios para hacer milagros›.
Últimamente expone el declarante que advirtió y
notó desde que puso los pies en la misión de Piraí hasta la
de Abapó, que todos los conversores de aquellas
reducciones, excluyendo al padre fray Francisco Mendiola,
estaban conspirando oponerse y hacer resistencia a que don
Santiago Granado pusiera en ejecución su comisión, por
ser ordenada ésta del gobierno. Y esto dijo en la verdad bajo
del juramento que hecho tiene en que se afirmó y ratificó.
Y siendo leída esta declaración de verbo ad verbum dijo que
estaba muy bien sentada y que no tenía que quitar ni
añadir y la firmó conmigo y testigos que se hallaron
presentes a falta de escribano público real —Cosme
Damián de Urtubey, Valentín de la Fuente y testigos
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
SEÑOR INTENDENTE GOBERNADOR Y CAPITÁN GENERAL,
DON FRANCISCO DE VIEDMA Y NARVÁEZ:
djunto incluyó a vuestra señoría testimonio legal de
las diligencias practicadas en la Cordillera de
Chiriguanaes, en desempeño de la comisión que la
benevolencia de vuestra señoría confió a mi
conocimiento y cuidado para el interesante fin de la
vacuna. Por ellas remito a vuestra inteligencia de los
sucesos y buenos efectos en los nueve pueblos de Mazavi,
vacunadas más de 12.000 personas, aunque sólo parecen
inclusos los de Florida y Pozuelos, 7.340, con las
documentadas de los progresos que se siguen, y la
conservación, propagación y perpetuidad de la importancia
que ha instruido y puede continuar muy conducente y
eficaz en atraer los infieles enemigos, con la utilidad de la
obra conservada como se evidencia y establecida como sea
más conveniente para el apoyo y brazo de vuestra señoría.
Y, por el contrario, cual de ninguna eficacia la autoridad de
su beneficencia en los pueblos más cultos que, hasta Abapó,
han resistido el imponderable bien con grave daño del
comisionado y bárbara oposición, inmediatamente dirigida
contra el gobierno y las sanas, sabias y piadosas intenciones
de vuestra señoría como lo manifiestan las diligencias
comprobadas y en su virtud esclarecidas. No puedo
prescindir, según el resultado, de manifestar a vuestra
señoría las perniciosas consecuencias contra el Estado en el
abandono, temeraria aversión y oposición a un gobierno
dirigido a las ventajas del mejor y más político
establecimiento, que déspota en el día en su manejo,
interrumpe la religión, impide los progresos y se opone al
celo, ni tampoco dejar de advertir que el estado actual de
esta ciudad puede haber esparcido en aquellos pueblos la
perjudicial cizaña, que introducida como a vuestra señoría
es constante, se halla propagada y advertida en odio del
50
Flor de Granado y Granado
gobierno y contravención de la natural y debida fuerza para
el buen orden, que nos mantiene y sujeta a la legal
avenencia contra los voluntarios excesos de la ambiciosa
propensión. Me separo, como se evidencia, de los costos
que se me han ocasionado, detrimentos, perjuicios y graves
estrechos de mi vida, que he sufrido con la mayor
tolerancia, pues todo ello lo consagro en obsequio y
sujeción a las piadosas paternales intenciones de mi
soberano por el bien del Estado y de la humanidad. Y
dedico a vuestra señoría causa moral de la gran obra,
hallándome complacido en que la imponderable ventaja se
halle vencedora, asegurada por este fiel instrumento que
resistente con esfuerzo ha logrado el fruto del anhelo de
vuestra señoría, que instruido de todo tomará las oportunas
deliberaciones y reparos que más fueren de su justificado
agrado. Dios guarde la importante vida de vuestra señoría
muy felices años, Santa Cruz y mayo 11 de 1807
—Santiago Granado
CERTIFICACIONES
legado a esta ciudad de concluir la importancia de mi
comisión vacuna en la Cordillera de Chiriguanaes, y
habiendo quedado antes pasar a ella con el cura
propio de la misión de Santa Rosa doctor don Pedro
Gutiérrez, a fin de comunicar a su pueblo este gran interés
que deseaba, inmediatamente le noticié mi llegada y
disposición al efecto de la gracia del beneficio, en
conformidad el mismo dicho señor cura bajó a esta ciudad
manifestando gran complacencia y asegurándome la
puntualidad con que se encontraría la obra sin óbice
alguno, y la satisfacción que ello tendrá por su
recomendación y ventajas. Y trayendo conmigo varios
indios vacuné hoy seis para que dieran fluido reciente en
aquélla poniéndoles de a cuatro picaduras. Y para
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Flor de Granado y Granado
constancia extiendo la presente, que firmo yo el
comisionado en Santa Cruz a 7 mayo de 1807
—Santiago Granado
Habiendo salido de Santa Cruz yo el comisionado el
13 del corriente con el expresado señor cura de la misión de
Santa Rosa, distante de esta ciudad 24 leguas de penoso
camino de aguas, llegamos hoy 14. Y dispuesta y prevenida
la gente, di principio y de brazo a brazo vacuné esa tarde
186 de todas edades y sexos. Son los vacunados del día
186. Y firmo esta diligencia en Santa Rosa, y mayo 14 de
1807 —Santiago Granado
Yo el comisionado de esta misión de Santa Rosa
con presencia y franqueza de su cura vacuné hoy en todo el
día 330 personas de todas edades y sexos y de brazo a
brazo. Son 330, y firma la presente en dicha misión a 15
mayo de 1807 —Santiago Granado
Para concluir en el presente día hizo venir dicho
señor cura el resto de gentes para proporcionarles su
beneficio, y vacuné de brazo a brazo 239 personas de todas
edades y sexos; se completó el número de 755. En este
pueblo misión de Santa Rosa en 16 mayo de 1807
—Santiago Granado
Se han vacunado este día 99 personas de todas
edades y sexos, incluso muchos de la jurisdicción de esta
misión habiendo su cura amonestado y excitado como
correspondía a la misión de tan gran ventaja, y en debido
cumplimiento a las sabias reales disposiciones ordenadas
por el gobierno; y esta tarde seis más, que son todos 870.
Se han observado los vacunados del primero y segundo día
ya en estado de erupción bien caracterizada. A ninguno se
ha puesto cubierta alguna, porque he advertido les acelera
el curso al grano y vuelve el fluido purulento en su
formación. Traté con este señor cura desde luego sobre la
conservación y perpetuidad de la obra, y me expresó que
Juan José Estrada, su sirviente, era muy hábil. Para el caso
con este motivo le he instruido práctica y exactamente en el
modo, designación, oportunidad, medios y forma para la
posteridad. Me ha franqueado este señor cura indios con
granos para cuando al efecto haya de pasar a la reducción
de Bibosi, distante de ésta 23 leguas de muy penoso
camino y de Santa Cruz 15 leguas, a la que pasaré luego
que advierta la perfección de la vacuna en el total anotado y
el completo instructivo a la conservación. Y para constancia
extiendo la presente en este pueblo misión de Santa Rosa a
17 mayo de 1807 —Santiago Granado
Se vacunaron el 18 veinticuatro personas, y se
observaron todas las reducciones de los tres primeros días
en su perfección, y las del cuarto apareciendo. No queda
gente que vacunar, sólo que vengan algunos de las
inmediaciones y los que en el tránsito se encuentre. De
manera que son todos los vacunados de éste y en este
pueblo según nombrado y presenciado por este señor cura,
890. Con lo que, y las advertencias conducentes a la
importancia y anexidades, se cierran por mí el comisionado
las presentes diligencias de su efecto, que pasarán a este
señor cura para que impresionado de su certeza se sirva
franquear a continuación la certificación que corresponda y
legalice los procedimientos para el correspondiente parte a
la superioridad. Y firmo la presente en Santa Rosa, y mayo
19 de 1807 —Santiago Granado
Yo el cura propio de este pueblo de Santa Rosa don
Pedro Gutiérrez, inspeccionadas las anteriores diligencias
que irán rubricadas, practicadas por el profesor
comisionado al gran interés de la vacuna, certifico van
conformes con lo practicado y obrado según en ellas
aparece, quedando este pueblo de mi cargo con la
satisfacción de su beneficencia que deseaba, y sobre que
plenamente se hallan cumplidas las piadosas reales
intenciones y disposiciones del gobierno a ellas propenso,
en que lo ha verificado el comisionado con contracción y
esmero en beneficio del Estado y de la humanidad sin
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53
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
inconveniente y fatiga, que nada ha dispensado al gran
beneficio de su contribución. Y para constancia de cuánto
va expresado y precedido, y que pueda obrar los efectos de
su referencia, doy la presente que firmo en este pueblo de
Santa Rosa de mi cargo, y mayo 20 de 1807
—Pedro Gutiérrez
Yo el comisionado salí de Santa Rosa después de
estar todos los granos en estado el 22. Y habiendo
vacunado en los pagos de San Miguel, Torrente, Gisenda y
Víbora llegué el 23 a la misión nueva de Bibosi, y estando
toda la gente dispuesta sin repugnancia por la eficacia de su
muy reverendo padre conversor fray Juan Hernández, que
andaba por este interés, vacuné en los dos días con gran
satisfacción y regocijo 110 personas de todas edades y sexos
únicos sin el preservativo. Y de la gente del recinto 24, que
son 130. Queda dicho muy reverendo padre conversor
como el más adicto a la humanidad y exacto de las
superiores disposiciones del Estado bastante hecho cargo
para perpetuar el interés, que aseguró conservaría. Y para
constancia firma la presente diligencia conmigo en esta
misión de San Juan Bautista de Bibosi a mayo 24 de 1807
—fray Juan Hernández y Santiago Granado
En el presente viaje se han vacunado más de 500
personas de todas edades, sexos y condiciones fuera de los
anotados, que por la improporción y no haber sujetos
presenciantes aptos no se han puesto en diligencia. Se han
advertido muchos vacunados en algunos parajes por
personas, que vista la práctica la han verificado. Y es
reconocido y confirmado no ser conveniente en esta
provincia, cubierta y envoltura alguna a las picaduras, y
entre los indios los ningunos síntomas, bañándose desde
luego y de continuo sin reserva de estado de los granos, ni
precaverse de humedad, desabrigo, calor, ni otra
intemperie, ni menos separarse de sus tareas y régimen de
alimentos y costumbres de improporción. Con lo que se
54
Flor de Granado y Granado
finaliza bien instruida mi comisión vacuna por lo respectivo
a esta provincia. Formo el cómputo verdadero del número
ínfimo de vacunados en ella, según diligencias y formales
razones, fuera de los más, sin estos requisitos en los
términos siguientes… [sigue el detalle pormenorizado].
De manera, que según se advierte son los libertados
el número de 23.242 individuos, fuera de los muchos que
instruido el método, y circunstancias se han vacunado por
curiosos, y los que habrán verificado los encargados, con
más los que se han parado sin advertir y habiéndose
observado ningún mal suceso, sin disonancia en los buenos
efectos. Y para que todo conste extiendo la presente en
Santa Cruz, y mayo 30 de 1807 —Santiago Granado
CERTIFICACIÓN
os comisionados nombrados para la asistencia e
investigaciones de la importante vacuna y
procedimiento en ella por el comisionado profesor
don Santiago Granado, en presencia de lo logrado,
reconocido y advertido de las diligencias practicadas hasta
la presente final razón firmada por el mismo, advertencias,
averiguaciones y ciertas noticias de los hechos en su razón
resultados, certificamos que cuanto va expresado es
conforme a obrado, presenciado, noticiado, encargado. Y el
número de libertados, como se manifiesta, el de 23.242,
son el apreciable beneficio que queda advertido y
reencargado. Del mismo modo el empeño de dicho profesor
es notorio; atropellando inconvenientes, venciendo
dificultades, despreciando posiciones, y contra
arremetiendo perjuicios y contratiempos, ha logrado la gran
ventaja de su inclinación y desvelo a favor de la humanidad
y el nunca ponderado beneficio del Estado en estas
provincias, víctimas del terrible contagio de la viruela. Para
ello, es innegable, ha sacrificado este fiel y exacto vasallo,
su comodidad, intereses, subsistencia, y expuesto
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
vigorosamente su vida, siéndole deudora todo esta
provincia de la más útil contracción que ha ejercitado
veintidós años con el más feliz suceso y afable conducta, sin
ningún interés, ni compensativo, sin dejar aún de hacerlo,
no obstante su encargo, pues ha sido y es el único asilo que
con la mayor humanidad y loable acierto consuela y liberta
todas las dolencias de sus habitantes en todos eventos y
circunstancias sin reparo alguno, ni perjuicio obste. Y por
último ha logrado el Estado, debido a sus asiduas
contracciones y gravosos vencimientos, la inexplicable
ventaja de su conservación en esta fronteriza provincia, que
debiendo existir la más numerosa, se halla en el día
exhausta, víctima generalmente del estrago de la común
plaga que principalmente en la indiada ha asolado su
progresión. Para constancia de todo y el descargo de
nuestro procedimiento mandado obrar en los autos de 7
agosto y 6 noviembre del año próximo pasado de 1806 por
el señor coronel juez real subdelegado, y para que pueda
franquear los legales documentos a su efecto comprobado,
damos la presente final, que firmamos en Santa Cruz a 1
junio de 1807 —Cosme Damián de Urtubey, Francisco de
Bernardo Estremadoyro, José Antonio Vázquez y José
Anselmo Durán
CERTIFICACIÓN
on Antonio Seoane de los Santos, coronel de los
reales ejércitos y comandante del batallón de
edificios provinciales de esta plaza, vecino y juez
real subdelegado de partido de ella, certifico en
la forma que más haya lugar en derecho a los señores que la
presente dieren, a donde ésta se presentare, cómo, por el
antiguo y práctico conocimiento que tengo adquirido en
este vasto partido, me consta que el epidémico y repetido
contagio de la viruela ha contribuido al numeroso gentío de
56
Flor de Granado y Granado
mi vecindad a la lastimosa ruina de disminución en la
mitad o más de sus pobladores, en el espacio de 25 ó 30
años, cuya rapidez y fatal pestilencia he visto con infinito
dolor obligar a las familias a desamparar sus moradas y
hasta hacer habitaciones en los montes, con el evidente
riesgo de perder su subsistencia en los bienes de campaña y
libranza, de que como único arbitrio se mantiene. Y porque
la clemencia de nuestro piadoso soberano ha propendido a
remediar en sus amados vasallos este accidente y mortal
veneno de la humanidad, certifico asimismo ser testigo
presencial de los progresos felices que han obrado en este
distrito las celosas providencias que ha tomado el señor
gobernador intendente don Francisco de Viedma en la
comisión de la vacuna, que se confió al profesor doctor don
Santiago Granado, quien habiendo evacuado
completamente su encargo, me ha presentado este
expediente, que comprobado plenamente tengo a la vista. Y
manifiesto los desvelos, fatigas, riesgos, gastos y peligros de
la vida, con que a su costa y mención ha conseguido, en las
dilatadas partes a que se ha conducido, inocular 23.242
personas, sin las infinitas que ha dispuesto para su
propagación en método y pericia, que promete la
extirpación de tan lamentable y perniciosa desgracia la
humanidad. Es de notar y visto con la mayor gratitud para
que las suaves y amables circunstancias del carácter que
anida a este médico, ha podido en el viaje que hizo hasta las
fronteras del barbarismo de Cordillera de Chiriguanaes,
que actualmente se hallan sobre las armas con nuestras
tropas, atraer el bando de los Isoreños, solicitando este
remedio a su temible pestilencia. Sin que por último pueda
omitir certificar que el doctor don Santiago Granado es
vasallo proficuo del Estado, pues ni este prolijo y penoso
entendimiento de su comisión, ni otras particulares y
provechosas atenciones a la subsistencia de su dilatada,
bien educada y ejemplar familia, le han estorbado a la
asistencia pública de esta vecindad, haciéndose tan visible
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
su hospitalidad y religión, que después de emprender su
personal trabajo en asistir los enfermos de todos estados y
circunstancias, sin estipendio, gasta su dinero en remediar
las necesidades públicas y secretas. Lo que en justicia debo
informar a la superioridad, y reverentemente ante el solío,
por juzgar en conciencia ser el doctor don Santiago
Granado digno de que la piedad de Su Majestad lo tenga
presente en justa recompensa de sus distinguidos servicios.
Y en fe de ello y para sus efectos doy la presente en esta
ciudad en Santa Cruz de la Sierra a los nueve días del mes
de junio de 1807 —Antonio Seoane de los Santos
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
e recibido los avisos de vuestra merced de 11 del que
se rige y testimonio que le acompaña, relativos a la
importante comisión en que se halla vuestra merced
entendiendo de la vacuna, y a sistematizar los
progresos que ha conseguido en los pueblos de la Cordillera
de Sauces con aquellos neófitos y bárbaros de Isoro,
teniendo que sufrir para ello gastos, incomodidades,
disgustos y demás que vuestra merced expresa y resulta de
dicho testimonio, de que le doy gracias por haberse
sacrificado con tanto esmero, amor y eficacia en beneficio
de la humanidad y cumplimiento de las soberanas piadosas
intenciones del rey nuestro señor y órdenes de este
gobierno, que para su más puntual observancia le tengo
comunicadas. Y quedo en hacer presente a Su Majestad tan
distinguido servicio para que su real magnificencia se digne
dispensarle las gracias, que sean de su soberano agrado.
En cuanto a la oposición que han hecho los
conversores de las reducciones de Piraí, Cabezas y Abapó,
seduciendo a sus neófitos a no administrar tan importante,
útil, benéfica introducción de la vacuna, ocasionando con
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Flor de Granado y Granado
tan perniciosa sugestión su total ruina con el temible mal
de la viruela, quedo igualmente informar a las
superioridades donde convenga para el debido remedio.
Dios guarde a vuestra merced muchos años, Cochabamba y
mayo 26 de 1807 —Francisco de Viedma y Narváez
EDICTO
l guarda mayor del río Grande: Pase a esa provincia
el facultativo don Santiago Granado. El
administrador del pueblo de San José le franqueara
los indios y las mulas que necesite para su
internación, proporcionándole todos los auxilios que estén
a su arbitrio, en atención a venir a practicar la vacunación
de estos naturales. Los administradores de los pueblos por
donde transite le franquearán todos los auxilios necesarios
con arreglo a lo prevenido en la circular de 25 julio, en que
prevengo y mando que no se escasee con alguna de cuánto
pida y necesite, con lo demás que en ellas se expresa, Santa
Anna, y julio 26 de 1807, el gobernador Miguel Fermín de
Riglos, sirva como fuera de mi letra.
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: El señor gobernador de esta
provincia con fecha 4 del que rige, me previene
remita a vuestra merced auxilios para su
transporte a dicha provincia, lo que verifico
mandado a vuestra merced ocho mulas con incluso de mi
satisfacción, un carrero, y cocinero. Deseando a más de las
órdenes con que me hallo, propender en un todo a la
benéfica e interesante obra que vuestra merced se
constituye como tan amante a la humanidad, quisiera por
mi parte proporcionar cuánto fuese conducente al mejor
beneficio de estos naturales, contando vuestra merced desde
59
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
luego para el efecto con cuánto penda de mi arbitrio en este
pueblo que administro. Y esperando sus órdenes ruego a
Dios guarde su vida muchos años como lo desea su
afectísimo, que sus manos besa. San Javier, y agosto 15 de
807 —Pedro Pablo Durán
SEÑOR ADMINISTRADOR DE ESTE PUEBLO, TENIENTE
PEDRO PABLO DURÁN:
uy señor mío: Como no ha sido bastante la gran
eficacia de vuestra merced para conseguir un solo
grano vacuno, y porque el fluido en cristales no es
infalible, como tengo advertido al extremo de
haberme hallado sin indios para que vacunados nos trajesen
con cuidado, cuando de San José me conducían, pero con la
desgracia de haberse frustrado por las repetidas crecidas en
el río Grande, no obstante, pienso despachar el día de
mañana a mi hijo don Juan [Francisco] Granado a Santa
Cruz para que lo inserte de brazo a brazo y traiga con
cuidado. Y para ello no dudo del singular ahínco con que
vuestra merced ha manifestado la mayor adicción a este
interés, como tan amante a la humanidad, me franquee
cuatro o cinco naturales para el efecto, que puedan salir
con mi hijo el día de mañana, avisándome lo que estime
conveniente advertir. Dios guarde a vuestra merced muchos
años, San Javier, y septiembre 6 de 1807
—Santiago Granado
60
Flor de Granado y Granado
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: Contextuando al de vuestra merced
con fecha de ayer 6 referente al gran trabajo que
se ha tomado en las vacunaciones que lleva
practicando en 571 personas de este pueblo de mi
cargo, el esmero y esfuerzo con que ha promovido el suceso
que deseamos, ya con las vacas, ya con repeticiones a los
vacunados para avivar su curso, según he estado notando, a
que no obstante el celo, prevenciones y ofertas, se ven
advirtiendo rascadas las erupciones que suceden tanto por
el numeroso insecto del mosquito y mariguí como por las
continuas frotaciones en la hamaca, cama de estos
naturales, y estando como vuestra merced desde luego
previó para iguales acontecimientos el fluido no tan activo
como el de brazo a brazo, para insistir en la formación del
grano, venciendo sin mayor vigor a estos accidentes, me
comunica vuestra merced la determinación que ha placido
de despachar a su hijo el alférez don Juan [Francisco
Granado], perito ya en estas materias, para que llevando
consigo a Santa Cruz cuatro o cinco de estos naturales, se
venga con ellos vacunados de brazo a brazo. Con eso
asegura vuestra merced todo el suceso que ojalá se me
hubiera advertido para haberlo yo dispuesto de antemano y
antes que vuestra merced internase, pues ya mi auxilio sólo
sirvió desde el río Grande. Desde ahora como tan amante al
beneficio de éstos, a más de las providencias con que me
hallo del gobierno, cuente vuestra merced y disponga a su
satisfacción; yo tengo dada orden y están prontos cinco
individuos listos a caminar. Con ellos dirija vuestra merced
la marcha de su hijo para las 12 del día, en que nada
faltará, todo debido al gran interés con que debemos todos
mirar el beneficio del Estado y encargos de nuestro augusto
soberano, comunicándome a más cuanto estime
conveniente y oportuno para puntualizar intenciones y
61
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
deseos. Y en el interés ruego a Dios guarde a vuestra
merced muchos años, San Javier, y septiembre 7 de 1807
—Pedro Pablo Durán
SEÑOR ADMINISTRADOR DE ESTE PUEBLO, TENIENTE
PEDRO PABLO DURÁN:
uy señor mío: Acaba de manifestarme una india
el grano vacuno intacto bien cuidado y
caracterizado, con lo que hemos logrado todo
nuestro deseo y suceso, y se han vacunado de
brazo a brazo sobre 200 personas, no defraudándonos con
la duda en su propagación. Y como es necesario cumplir
con los deberes ofrecidos en materia tan interesante puede
vuestra merced franquearle a dicha india cinco varas de
lienzo de la temporalidad, tanto prometidas para vestuario,
como debidas por gran estrecho hallazgo, que yo por mi
parte lo he logrado conforme al grado con que atiendo el
interés del Estado. Ya haré volver a mi hijo y toda la obra
se conservará en lo que pende de mí con el más viejo
esfuerzo contando con vuestra merced para cualesquiera
ocurrencia, como tan exacto y dedicado. Dios guarde a
vuestra merced muchos años, San Javier y septiembre 9 de
1807 —Santiago Granado
SEÑOR COMISIONADO PARA LA VACUNACIÓN, DON
SANTIAGO GRANADO:
uy señor mío: Tengo gratificada con las cinco
varas del lienzo de esta temporalidad a la india,
que habiendo conservado el grano vacuno intacto
lo ha manifestado hoy, y vacunándose con ella
sobre 200 personas, asegurándose con esto el cuidado de
vuestra merced y la gran importancia de su comisión, cuya
recompensa tratada por vuestra merced fue ofrecida por mí
62
Flor de Granado y Granado
al grave estrecho en que estuvimos, a más de lo que diera
vuestra merced mismo graciosamente ofreció, mi parte ha
estado franqueando la prevención y ha verificado
generosamente en dicha india.
Con lo que queda contestado el de vuestra merced
de esta fecha, dándole igualmente a nombre de mi pueblo y
de toda la provincia la enhorabuena y debidas gracias a sus
arduas tareas y contracciones, y asegurándole de nuevo mi
exactitud en cuanto vuestra merced estime conducente en
lo sucesivo. Habiendo ya cesado el motivo de la acelerada
marcha de su hijo puede vuestra merced ya mandarlo venir
comunicándome para ello y todo las órdenes que gradúe
oportunas. Dios guarde a vuestra merced muchos años, San
Javier, y septiembre nueve de 1807 —Pedro Pablo Durán
CERTIFICACIONES
on Pedro Pablo Durán, teniente de granaderos,
y administrador de este pueblo de San Javier de
la provincia de Chiquitos, certifico en cuanto
puedo y debo como, habiendo llegado el 28
pasado de agosto, el profesor comisionado para la vacuna,
doctor don Santiago Granado, ha practicado en estos
naturales con el mayor logro, sin reparar en las penosas
tareas a que se ha contraído hasta el día con el más
recomendable esfuerzo. Queda toda esta gente libertada,
gozosa del gran bien que han experimentado contra la gran
plaga que destruye, siendo éste uno de los pueblos más
azotados. Y como el cuidado y esmero de este profesor haya
sido tan exacto; su caridad, benevolencia, y franqueza, tan
singular, para que no se dude tan extraordinario
procedimiento de recomendación, extiendo la presente en
este pueblo de San Javier a 16 septiembre de 1807,
advirtiendo hace este profesor la interesante expedición sin
sueldo, ni emolumento alguno, costeado sólo por el
63
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Flor de Granado y Granado
interesado a favor del Estado y beneficio de la humanidad,
en que no se pierde oportunidad —Pedro Pablo Durán
Don José Ramón Baca, administrador de este
pueblo de la Purísima Concepción de Chiquitos, certificó
en cuanto puedo que habiendo arribado a este pueblo el
doctor don Santiago Granado, profesor comisionado el 17
septiembre del presente, a practicar el loable beneficio de la
operación vacuna para preservar a los naturales de la
desolación que han experimentado en las pestes de viruelas,
que no ha tenido refugio en tales plagas sino esperar la
muerte. Por lo que y habiéndola practicado el actual
comisionado con tan buen éxito, que han quedado todos
servidos de este tan recomendable bien. Y para que así
conste doy la presente en este pueblo, y septiembre 24 de
1807 —José Ramón Baca
Don Miguel Bonis y Zamorate, administrador de
este pueblo de San Miguel de la provincia de Chiquitos,
certifico en cuanto puedo que habiendo llegado a este
pueblo el comisionado doctor don Santiago Granado,
profesor de medicina y titular de la ciudad de Cochabamba,
el 27 del que rige, y en el mismo acto puesto en ejecución
el interesante y loable beneficio de la vacunación, a que se
ha dirigido, lo ha logrado con el más feliz éxito, sin omitir
la fatiga que ocasiona la multitud a una persona sola, que
hace la operación, quedando todo este vecindario tan
inmensamente contento que lo manifiestan en su
semblante alegre y dando infinitas gracias a Dios por
hallarse libres de las viruelas, a que por naturaleza estaban
expuestos. Y siendo cuanto en el particular hallo que decir
y certificar lo firmo en este referido pueblo en 30
septiembre de 1807 —Miguel Bonis y Zamorate
Don Juan José Moreno, administrador de este
pueblo de Santa Ana, provincia de Chiquitos, certifico en
cuanto puedo y debo decir, en mérito de verdad, que
habiendo llegado a éste el comisionado para los efectos de
la vacuna doctor don Santiago Granado, profesor de
medicina, el día 2 del que rige. Y en el mismo punto de su
llegada, puesto en ejecución el cargo interesante y beneficio
de su comisión, habiéndola hecho con indios del pueblo de
San Miguel, y Concepción, que para el efecto trajo
vacunados con grano, admitieron la gente de este pueblo
dicha operación con gran júbilo y alegría, significando éstos
que por medio de la predicha operación se hallarían
preservados del mal de las viruelas, accidente que en
tiempos pasados habiéndoles asaltado les había desolado
sus gentes, cual dio bando en el modo las amonestaciones
continuas del señor gobernador actual don Miguel Fermín
de Riglos como tan amante al bien de ellos y propenso a su
beneficio. Y en conclusión, digo que el señor comisionado
se manifestó muy constante, cariñoso, y contraído, según
natural inclinación, al Estado y bien de la humanidad,
como es constante se ha manifestado en esta provincia. Es
cuánto tengo que exponer, dando la presente en este pueblo
de Santa Ana el 6 octubre de 1807 —Juan José Moreno
Don Francisco Javier Velasco, capitán de ejército,
secretario de gobierno y administrador del pueblo capital de
San Ignacio de Chiquitos, certifico en cuanto puedo que el
doctor don Santiago Granado, profesor de medicina y
cirugía, médico titular de la ciudad de Cochabamba y
comisionado por aquel señor intendente para que en los
partidos de Santa Cruz, Cordillera y estas misiones se
propague el beneficio de la vacunación, a fin de evitar los
estragos que suelen hacer en estas partes el mal de las
viruelas. Y en la ocasión ya se había advertido en este
pueblo capital de San Ignacio en once zonas, llegó
oportunamente el mencionado doctor Del Granado el día 7
del presente mes. Desde el punto de haber apeado del
caballo, empezó a ejercitarse la vacunación con el fluido de
los vacunados que trajo consigo desde el pueblo de Santa
Ana, cuya práctica la ha ejecutado con satisfacción de estos
naturales no sólo por el beneficio que les redunda a su
64
65
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
salud, sino también por el agradable trato y afabilidad con
que hace sus operaciones. Si el mérito en el precioso
hallazgo por el célebre inglés Jenner ha sido tan aplaudido y
satisfactorio a su persona, como debido a un interés tan
singular, no ha sido menos a mi entender el extraordinario
de nuestro dedicado español Granado, que sólo movido del
gran interés del Estado y beneficio de la humanidad, a que
es tan propenso, ha proporcionado a costa de indecibles
incomodidades con notorio y generoso dispendio de sus
intereses particulares, introducir y propagar el mayor de los
descubrimientos, y mediante ellos libertar a estas provincias
tan desprotegidas como remotas, que han sabido quedar
asoladas de esta cruel plaga, que ya se tenía por haberse
principiado como llevo indicado, y mediante la vacunación
ha quedado libre de tan gran calamidad.
Igualmente no ha sido menos el celo del expresado
médico, en que la operación de la vacunar se perpetúe. Y a
este propósito y cumpliendo con los deseos piadosos del
soberano, ha enseñado prolijamente el método de vacunar,
siendo yo mismo uno de los instruidos por él para efectuar
en lo sucesivo este servicio a la humanidad. Todo lo que
siendo constante y notorio que ha efectuado el referido
doctor Del Granado en uso de su comisión, e innata
propensión al bien universal, lo certifico en obsequio de la
verdad. Y para que conste donde convenga, doy la presente
en este pueblo capital de San Ignacio en 13 octubre de
1807 —Francisco Javier Velasco
Don José Miguel Hurtado, administrador del pueblo
de San Rafael de la provincia de Chiquitos, certifico en
cuanto puedo cómo el doctor don Santiago Granado
profesor comisionado para los interesantes bienes de la
vacuna, que está desempeñando sucesivamente en esta
provincia con el más feliz éxito, llegó a éste de mi cargo el
15 del corriente e inmediatamente procedió a su práctica e
incidencias que tiene completamente satisfechos con la
66
Flor de Granado y Granado
mayor satisfacción y utilidad de estas desdichadas gentes
que humanamente y generosamente ha tratado y traído a su
beneficio. Ello es cierto, que no puede dejar de confesarse,
decantándose públicamente en las provincias que nada ha
sido el mérito del descubrimiento inglés hallado sin
solicitud, ni fatiga, equiparado con la dedicación y esmero
de nuestro nunca bien ponderado profesor de medicina
español, quien con abandono de su propia persona e
intereses se ha sacrificado y anhelado, venciendo la misma
improporción en propagar y perpetuar un interés, que se
hace inexplicable su utilidad en estas remotas provincias
deudoras de la mayor de los rescatadores a su libertador,
que no pierde oportunidad de instruir en perpetuidad para
el colmo de su humanidad, cuyas nociones exactamente me
tiene comunicadas para la continuación de la obra como
nunca bien satisfecho del beneficio del Estado. Y para que
todo conste doy la presente en este pueblo de San Rafael a
26 octubre 1807 —José Miguel Hurtado
AVISO
eñor gobernador militar y político de Chiquitos don
Miguel Fermín de Riglos, con esta fecha doy cuenta
a la Real Audiencia de la Plata del oficio de vuestra
merced de 23 octubre, con el fin de la conservación
del fluido vacuno para sus sucesiva propagación de tan útil
específico y lo aviso a vuestra merced en apoyo y
contextuación de su representación, esperando que con
buen celo continúe hasta la conclusión tan útil, importante
operación. Dios guarde a vuestra merced muchos años, San
Rafael, y octubre 25 de 1807 —Miguel Fermín de Riglos
67
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
EDICTO
los administradores de los pueblos de San José, San
Juan, Santiago y Santo Corazón: Prevengo a
Vuestras Mercedes que por disposición del tribunal
de la Real Audiencia y a pedimento de este gobierno,
el facultativo don Santiago Granado está practicando el
importante descubrimiento de la vacunación tan
importante para el género humano, el cual libra de las
viruelas confluentes y de la muerte. En todos estos pueblos
se ha practicado con mucho acierto y felicidad; debo
esperar que en ésos suceda lo mismo, quedando el beneficio
a favor de los naturales. Vuestras Mercedes dispondréis
todo lo que corresponda a que se verifique, encargando a
los naturales que no se nieguen para que no se pierda el
fluido vacuno y que corra esta circular. Dios guarde a
Vuestras Mercedes muchos años, San Rafael, y octubre 27
de 1807 —Miguel Fermín de Riglos
EDICTO
los administradores de los pueblos de San José, San
Juan, Santiago y Santo Corazón: Encargo a
Vuestras Mercedes que al profesor don Santiago
Granado lo alojen en la habitación del gobierno y le
den los auxilios necesarios para su tránsito de pueblo en
pueblo como se ha hecho en estos pueblos. Dios guarde a
Vuestras Mercedes muchos años, San Rafael, octubre 27 de
1807 —Miguel Fermín de Riglos
CERTIFICACIONES
on Andrés José de Urquieta, administrador de
temporalidades del pueblo de Santiago,
provincia de Chiquitos, certifico en cuanto el
68
Flor de Granado y Granado
derecho me permite que desde el día 5 del mes de la fecha
en que arribó a este pueblo el señor doctor don Santiago
Granado, profesor de medicina, hasta el 10 del mismo, se
ha contraído piadosamente a aplicar a todos los vecinos de
este pueblo de todas edades el remedio de la inoculación
vacuna operada por dicho señor ventajosamente por su
admirable acierto y mérito tan digno de la estimación del
rey, cuyo método deja instruido al señor cura de este
referido pueblo licenciado don Francisco Callau para su
propagación. Y para los fines que le convengan doy la
presente en Santiago el 11 noviembre de 1807 años —
Andrés José de Urquieta
Don Juan José Durán, administrador del pueblo de
Santo Corazón de Jesús, provincia de Chiquitos, certifico
en cuanto debo que habiendo llegado el doctor don
Santiago Granado, profesor comisionado para la
importancia vacuna a éste de mi cargo el día 12 del
corriente la ha verificado con feliz éxito, amor y
contracción en estos naturales, instruyendo al mismo
tiempo su práctica y conservación de que quedamos hechos
cargo para sus efectos. Y para que todo conste doy la
presente en dicho pueblo del Corazón el 16 noviembre de
1807 —Juan José Durán
Don Miguel Quiroga, administrador del pueblo de
San Juan Bautista, provincia de Chiquitos, certifico como
es debido que habiendo llegado don Juan [Francisco]
Granado a este pueblo, según lo dispuesto por el señor
comisionado para la gran importancia de la vacuna, doctor
don Santiago Granado, empezó a practicarla el día 11 del
corriente poco a poco en sus naturales, hasta que el día 20
llegó dicho señor comisionado y concluyó en todos los que
faltaban y se han hallado en este pueblo, con el mayor
amor, agrado y satisfacción, concluyendo su comisión aquí
como final pueblo de sus tareas, sin haber desmayado un
ápice en el rigor que los anima a ser tan benéficos sin
reparar intereses, despreciando incomodidad, y arrojándose
69
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
a toda clase de interperie sin desmayar, con lo que han
logrado introducir, instruir y levantar a esta provincia del
mal desolador con el preservativo, que inocente ha surtido
los mejores efectos sin incomodidad ni impedimento, según
asertivamente se anuncia de toda la provincia, y visto en
esta con la mayor satisfacción. Y para que todo conste doy
la presente, que juro y firmo en San Juan Bautista de
Chiquitos en 23 noviembre de 1807 —Miguel Quiroga
EDICTO
l guarda mayor del río Grande: Regresa a Santa
Cruz el doctor don Santiago Granado, médico
titular de la ciudad de Cochabamba, después de
haber practicado la importante obra de la
vacunación en todos los pueblos de esta provincia. No se le
pondrá embarazo en su tránsito con su correspondiente
equipaje, antes bien se la auxiliará con todo lo necesario,
sin faltarle en cosa alguna digna atención al grande servicio
que acaba de hacer al rey y a estos naturales, Santa Ana,
diciembre 1 de 1807, el gobernador Miguel Fermín de
Riglos, sirva como fuera de mi letra.
EXCELENTÍSIMO SEÑOR VIRREY DE ESTAS PROVINCIAS,
DON SANTIAGO LINIERS:
xcelentísimo señor: En cumplimiento del superior
decreto de vuestra excelencia, ha leído el
Protomedicato con la mayor complacencia el
informe justificativo que presenta don Santiago
Granado, referente a la comisión de vacunar que ha
desempeñado con tanta satisfacción de los jefes en los
respectivos distritos de Cochabamba, Santa Cruz de la
Sierra, Moxos, y Chiquitos.
70
Flor de Granado y Granado
Y a la verdad: es nada común el celo de este
benemérito profesor que, llevado de un afecto filantrópico
hacia sus semejantes, arrostró los infinitos riesgos que
debió prever en tan peligrosa comisión, no sólo por el
dilatado viaje de más de 2.000 leguas, que tuvo que andar
por caminos los más ásperos, y casi intransitables, sino aun
más por la intemperie del clima, las ningunas comodidades
que ofrecen países desiertos, habitados solamente de bestias
feroces, indios salvajes, pequeñas poblaciones de hombres
nuevamente reducidos a sociedad, y sobre todo, por las
violencias de los malévolos o preocupados que llegaron a
poner asechanza a su vida. El resultado de tan peligrosa
comisión, hecha a sus expensas y sin auxilio del real erario
ni gravamen de los pueblos beneficiados, es haber vacunado
45.311 sujetos, es decir, haber salvado la vida cuando
menos a la quinta parte de estos individuos que
necesariamente habrían sucumbido a la hidra devoradora
de la viruela, según la constante experiencia que hay en
estos países.
Por cuya razón juzga el Protomedicato que el
profesor don Santiago Granado es acreedor a que vuestra
excelencia le recomiende a Su Majestad, para que lo atienda
y premie a la proporción del mérito tan relevante ya
contraído. Que es cuanto puede informar el Protomedicato
cumpliendo con el superior decreto de vuestra excelencia,
Buenos Aires 26 octubre de 1808 —Miguel Gorman y
Agustín Eusebio Fabre
EXCELENTÍSIMO SEÑOR DON BENITO HERMIDA,
SECRETARIO DEL MINISTERIO DE GRACIA Y JUSTICIA:
xcelentísimo señor: Don Santiago Granado, médico
titular de la capital de Cochabamba, ha hecho
constar a este superior gobierno haber vacunado de
aquella provincia y los pueblos de misiones de
Moxos y Chiquitos a 45.311 individuos, a su costa sin
71
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
gravamen alguno del real erario ni de los pueblos
beneficiados, caminando para ello más de 2.000 leguas por
tránsitos ásperos, desiertos, habitados de fieras y
enfermizos y sufriendo también las violencias de los
malévolos o preocupados que llegaron a poner asechanzas a
su vida. Y considerando acreedor por tan relevante mérito
de las gracias proporcionadas que Su Majestad se digne
dispensarle, lo recomienda a vuestra excelencia
acompañando para la debida instrucción, testimonio del
expediente de la materia, a fin se sirva interponer su
poderoso influjo para la concesión de ellas. Dios guarde a
vuestra excelencia muchos años, Buenos Aires 4 julio de
1809 —Santiago Liniers
El virrey de Buenos Aires, con inclusión del
respectivo testimonio del expediente, recomienda para
premio al médico don Santiago Granado.
1810 EXTRACTO GENERAL DE LA EXPEDICIÓN
FILANTRÓPICA DE LA VACUNA
EXPEDIENTE 21. LEGAJO 1558-A
l mismo virrey de Buenos Aires don Santiago
Liniers en carta de 4 julio de 1809 recomendaba el
mérito y servicios de don Santiago Granado, médico
titular de la ciudad de Cochabamba, acompañando
testimonio de éstos, del que resultaba que en aquella
provincia y en los pueblos de misiones de Moxos y
Chiquitos [vacunó] 45.311 personas sin gravamen alguno
del erario ni de los pueblos, y a costas de grandes trabajos
en su marcha.
Se le concedieron honores de médico de [Cámara de
Su Majestad de la real] familia [y merced de título de
Castilla], y así se contestó al [nuevo] virrey en 27 abril de
1810.
72
Flor de Granado y Granado
1821 ARCHIVO DE LA PROVINCIA DE BUENOS
AIRES
BREVE ITINERARIO CIRCUNSTANCIADO DE LA EXPEDICIÓN
A LA PROVINCIA DE CHIQUITOS
anta Cruz de la Sierra, en los 17° 94 minutos de
latitud austral y 65° 42 minutos 49 segundos de
longitud occidental de París
Está situada en la gran llanada, distante de la
serranía que la divide de la provincia del Perú por la parte
más inmediata. Su paisaje alterna la campiña con el monte,
y de oeste a norte, se extiende la lomería baja.
Ciudad capital diocesana, su catedral tiene dos
dignidades de deán y arcediano, dos canonjías de
penitenciario y sector y dos prebendas con competentes
rentas. Sus edificios están poco ordenados, sin hermosura y
armonía. El traje de los habitantes aunque de mucho lujo,
principalmente en las mujeres, en nada es hermoso ni
metodizado, se las ve muy alhajadas de oro, plata, piedras y
perlas en que se depositan los caudales sin giro ni
adelantamiento. Está poblada con gente de extremado
talento que esta tierra pródiga no cesa de alumbrar, con lo
que equipara y supera a muchísimos asentamientos de
españoles, pero sin proporción ni dedicación.
No se habla otro idioma que el castellano fuera de
las misiones de su recinto. Los alimentos los toman con
desproporción: el régimen es muy desordenado e incauto.
No hay hospital ni ninguna casa de recogimiento,
monasterio, ni más que un convento.
En sus terrenos se encuentran infinitas
producciones medicinales, siendo un delicioso jardín
botánico, pero incógnito e incunable por defecto de peritos,
de que ha carecido.
73
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Habiendo sido solicitado por el actual gobernador
teniente coronel don Miguel Fermín de Riglos para
beneficio tan grande como el que proporciona el inocente
preservativo contra el destructivo mal, y removido el
impase para mi entrada el día 12 de agosto de 1807, hice
toda mi disposición y auxilios, con el fin de contar con
cuantos medios dicten la razón y las circunstancias de
aquellos naturales, y lograr los efectos que se desean.
Tengo ya todo completado y dispuesto para
emprender y esforzar la obra.
San Javier, en los 16° 14 minutos de latitud austral
y en los 65° de longitud occidental
Ha sido aniquilado este pueblo por la viruela. Es
gente advertida y dispuesta para lo que se le enseñe. Este
pueblo es de los más elevados de la provincia en lo
septentrional, aunque en lo austral se hallan sierras más
elevadas. Su temperatura es cálida y menos húmeda, de un
ardor propio de lo montuoso. Sus aguas son crecidas; sus
aires, raros, y abunda el insecto incómodo que baquetea por
todas partes.
Tiene una iglesia dotada de una estructura recia,
que desborda en adornos con mucho aseo. Su real casa
encierra habitaciones de adobes, buenas maderas y teja. Su
plaza es proporcionada; los caminos, pedregosos. Menudos
y algunos naranjos dulces hermosean al pueblo con cuatro
capillas y cuatro casas de los principales jueces, de buena
obra y techadas con tejas. Las casas de los indios son de
barro y techo de paja y una sola puerta sin ventana y sin
divisiones o recámaras; en ellas vive de continuo fuego. Sus
vestuarios son una camiseta en los hombres de lienzo sin
mangas y abierta a los lados, y calzones de lana. Entre las
mujeres, un tipoy del lienzo hasta muy abajo, que las cubre
sin mangas y todo cerrado. Sus adornos son en todas partes
cruces, medallas, anillos y sortijas; sus camas, un cuero de
vaca y su cobija de costal o alguna frazadilla.
74
Flor de Granado y Granado
Uno encuentra alguna rara vajilla. Sus alimentos,
por lo más, son la chicha del maíz fermentado, algunos
porotos, choclos, camote, yuca, algún pescado y poca carne
y queso. Hay poca sal, que escasea en la provincia y llega
del Perú, aunque en esta provincia hay dos buenas salinas
las de San Jorge y Santiago, pero poco holladas. Las
ocupaciones de estos naturales son como las dirigen bajo la
dura constitución que han conocido. Están dedicados al
cuidado de estancia, chacras de caña, huertos de hortalizas,
plátanos, papayos y verduras comunes. Y en manufacturas
de carpintería, tornería, herrería, platería y tejeduría de
algodón. Hacen toda especie de tejidos.
Pescan mucho; cazan venados y otras especies,
perdices, tortugas, y muchos animales montaraces. Tiene la
provincia, y en abundancia, tigre, leopardo, oso, jabalí y
otras varias fieras, con muchas especies de serpientes. Los
instrumentos para la labranza son escasos: algunas cañas, y
en lo demás, usan huesos y maderas. Lo mismo para las
manufacturas: están escasos y no se adelantan con la
industria. Procrean mucho: su vida es disoluta y no educan
de ningún modo los hijos. En lo moral y político nada se
advierte de adelantamiento. En este pueblo hay terciaria,
aunque en los demás es sana su constitución. Nada hay de
hospitalidad, ni noción.
Purísima Concepción, en los 16° nueve minutos de
latitud austral y en los 64° 28 minutos de longitud
occidental
Es una hermosa llanada muy ventilada, de
superiores aguas y agradable temperamento. A la entrada
está un río conocido con el nombre de Sapocó, de bastante
caudal que corre de sur a norte. Al oeste noroeste a poco
recorrido tiene este pueblo una laguna amplia y estable,
poblada por aves exóticas y rodeada de una vegetación
densa. Hay buena caza y largas lunas.
75
Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Flor de Granado y Granado
Su iglesia es una presea, con un espléndido retablo;
su casa real, de igual modo, con oficinas de mejor
estructura a la salida a la plaza. En medio del ángulo se
levanta una hermosa torre de cal y ladrillo. Su plaza, muy
igual, firme y rodeada de árboles, forma calle en los tres
frentes, con una especie de palma llamada totay.
Tiene diez naciones, cada una con su idioma
distinto, aunque todos entienden la general chiquitana. En
toda la provincia no hablan nuestro idioma, sin lo cual
nunca estarán tan amantes a la nación. Las casas, traje,
trato, vida y constitución de sus naturales, lo mismo que en
toda la provincia. Son de rápida comprensión y duermen
en hamacas colgadas en los bordes. Sus manufacturas están
adelantadas: cogen bastante cera y miel de los panales.
San Ignacio, en los 16° 20 minutos de latitud
austral y en los 63° 13 minutos de longitud occidental
Este pueblo también ha sido destruido por la
viruela. Su temperamento es templado; sus aires,
ventilados y algo raros por la inmediación de la serranía
baja. Sus aguas son buenas y abundantes, con cuatro
hermosas lagunas cerca de la población. Sus terrenos son
fértiles y bien industriados. Este pueblo capital de la
provincia es el mejor y el más adelantado. Su casa real es
esmerada, y su iglesia, suntuosa; están nuevamente
refaccionadas. Dentro de la iglesia se destaca el retablo
mayor recién restaurado, que brilla de nuevo con el mismo
esplendor que el del pan de oro que recubre las tallas.
El pueblo, del mismo modo, es nuevo, por haberse
quemado hace tres años. Sus calles son tiradas a cordel,
cuadradas, con corredores a ambos lados. Las casas son
cómodas y aseadas y están construidas de buenas y sólidas
maderas; la plaza es espaciosa y rodeada de naranjos dulces.
A lo alto corren los balcones de las habitaciones de los
jueces principales; tienen retratos en sus interiores, están
techadas de teja y construidas de excelentes maderas.
Hay fábricas de todo oficio, que son las más
aventajadas de la provincia: elaboración de tejidos, obras de
carpintería, herrería, platería y arquitectura. Y su
agricultura es singular por hallarse industriada: estos
naturales utilizan el arado, el que no se ha introducido en
otro pueblo.
Todo el recinto tiene huertas de hortalizas, árboles
frutales de los de Europa y del país; entre éstos, unos cuyas
frutas llaman los portugueses «manga», del tamaño de un
durazno, que son de las más gratas y deliciosas. De otros se
saca una resina elástica particular; de ella hacen estos
naturales sus pelotas, que rebotan con la cabeza.
Advertí que los naturales de esta provincia son
capaces y aptos para cualquier trabajo de industria.
Confeccionan los más excelentes tejidos y manufacturas de
calidad tan buena como los que pueden elaborar los
ingleses, habiendo quien les instruya. Tienen oficinas
industriales y exactas para hacer barros o lozas, que ellos en
tanda proceden a quemar y vidriar.
En el trato fui recibido con deferente urbanidad por
estos naturales, aunque carecen de las ideas propias de la
natural bien organizada libertad; más priman principios de
coacción que será difícil combinarlos para que puedan
prosperar unos terrenos y gentes dignos de toda atención.
San Rafael, en los 16° 43 minutos de latitud austral
y a los 73° de longitud occidental
Este pueblo es grande; su temperamento, cálido y
seco. Sus aguas son abundantes, pero no las mejores. Sus
aires son ventilados y puros. Todo este trecho está
compuesto por llanos, palmeras y chaparrales. Abundan
tigres y víboras. El río es abundante de pesca, los montes
de caza, los aires de aves, los árboles de frutas, los campos
de mieses, la tierra de minas, y los naturales que lo habitan
de grandes habilidades y agudos ingenios.
Su casa real es de las mejores de la provincia, con
todas sus oficinas completas; su iglesia, correspondiente, y
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Flor de Granado y Granado
en una esquina se levanta una hermosa torre de cal y
ladrillo. Su plaza es vistosa, adornada de arcos de follaje,
con colgaduras y gallardetes. Los jueces principales viven en
casas techadas con tejas.
Sus terrenos son fértiles e industriados; tiene
considerables huertas, abundantes tierras de legumbres,
hortalizas y árboles frutales.
Tiene dos naciones. El traje, trato, vida,
costumbres, bebidas, constitución y demás de los naturales,
son como en toda la provincia. Atacan muy frecuentes en
las constituciones epidémicas las calenturas sinocales.
San José, en los 17° 58 minutos de latitud austral y
a los 60° 9 minutos de longitud occidental
Este pueblo está enclavado en la ladera de una
serranía alta; a poca travesía hay unos baños calcáreos. Sus
aires son puros; su temperamento, cálido y húmedo,
proporcionado a las estaciones. El pueblo es el mayor de la
provincia. Su iglesia, de austera construcción, es
competente, con fachada de cal y piedra. La torre a la
entrada, a medio patio, es imponente; mide 30 varas de
altura. Su casa real es la más grande y magnífica de la
provincia. Desde el primer patio al frente de la iglesia, se
advierte todo el ángulo de la bóveda, con la azotea y
muchas fachadas y otras obras interiores. En la casa real
hay un huerto con árboles de tamarindos.
Sus gentes son buenas; sus circunstancias morales,
físicas y económicas, igual al resto de la provincia. Tiene
tres naciones. Es población sana e industriosa. El pueblo es
abundante de caza, pesca y frutas silvestres, que le suplen
en los años malos de cementeras.
San Miguel, en los 16° 44 minutos de latitud
austral y en los 63° 18 minutos de longitud occidental
Está en una loma de bastante amplitud, en un
terreno pedregoso. Carece de lagunas. Sus aires son raros y
destemplados. El temperamento es cálido.
Alberga una iglesia con tres naves. Su casa real está
techada de teja y edificada con buenas maderas; tiene dos
patios y un huerto, y cuenta con preciosas habitaciones.
Posee almacén, despensas, herrería, cocina y prensa. En el
primer patio a la entrada, se advierte una torre de cal y
ladrillo fastuosa, y por encima de las tapias asoman parras y
árboles frutales que dan sombra.
Se trabajan tejeduría y carpintería. Hay un horno
para fabricar azúcar con sus adherentes. En la huerta hay
tendales para la cera y un galpón para beneficiarla.
El traje, trato, talento, constitución, vida,
habitaciones y demás de sus naturales, es igual. Tiene este
pueblo ocho naciones. La gente es divertida, y advertí la
naturalidad y trascendencia de estos hombres, junto con la
gran docilidad a donde los inclinan. Tiene excelente música
y eco, enfática de tonos y alhajada de palabras, apelando en
lo vital o vivencial, a los difuminados recuerdos de épocas
felices, que llevan a querer recrear el paraíso perdido.
Santa Ana, en los 16° 30 minutos de latitud austral
y 63° dos minutos de longitud occidental
Está en una sierra ventilada, y su temperamento es
cálido y más húmedo. Sus aguas son buenas; sus terrenos,
pingües. En las inmediaciones, están situadas unas lagunas
fijas. La población es corta. Su iglesia, casa real y
habitaciones y oficinas son más reducidas, aunque de buena
estructura y materiales y en los mismos términos que los
demás pueblos.
Lo mismo con sus gentes en todas sus cualidades y
condiciones, aunque algo más versadas en su trato y modo
por la mayor comunicación con los españoles. Tiene este
pueblo tres naciones.
A dos leguas de este pueblo hay un mineral de buen
talco. A una legua en un cerro, hay una cantera de piedras
de todos colores y cristales de roca que desatan destellos.
Santiago, en los 18° 29 minutos de latitud austral y
a los 71° 46 minutos de longitud occidental
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Santiago Maria del Granado (1757-1823)
Flor de Granado y Granado
Está ubicado en la serranía y ofrece una privilegiada
vista. De aire es dable, y de temperamento, acalorado.
Bordea la frontera con indígenas bárbaros de quienes ha
sido invadido y para su custodia tiene un corto
destacamento. Es el pueblo menos numeroso y más pobre y
pensionado de la provincia. Su iglesia y casa real quedaron
informes, aunque se advierte el principio [de construcción]
que subsiste y hubiera sido magnífico. La Iglesia tiene una
fachada de cal y piedra; sus cimientos correspondientes
están techados con palmas y todo lo demás con paja.
Sus naturales son iguales en constitución, traje,
trato, vida y demás a toda la provincia. La mayor
dedicación de esta gente es a sacar mucha y buena cera.
Estando este pueblo en las serranías se advierten
claramente los minerales en muestras de tierras y quijos de
plata y oro. A medio recorrido, hay unos baños de aguas
termales. Es país muy sano.
Santo Corazón, en los 17° 54 minutos de latitud
austral y 61° de longitud occidental
Está rodeado de serranías y muy ventilado. Su
temperamento es cálido y húmedo, aunque más templado.
Sus aguas son excelentes. Su constitución es sana. Sus
terrenos son pingües, aunque bien abastecidos de
comestibles. Todo producen los naturales en abundancia y
de la mejor calidad. Tienen sus montes innúmera caza.
Su casa real e iglesia son de las más atrasadas,
reducidas y de peores materiales de la provincia. Todo está
techado con paja. Está en la frontera con Portugal y linda
con indios bárbaros y se mantiene un piquete con un
comandante y cuatro o seis supuestos soldados.
Las circunstancias de sus gentes, trajes,
habitaciones, régimen, vida, costumbres y demás, son
iguales, aunque debía de señalar que es gente de profunda
devoción y religiosidad.
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Juan Francisco del Granado (1796-1849)
1839 ÓVALO BLANCO
EL RETRATO DE MI MADRE, QUE LO TENGO CERCA DE MÍ
y! tu imagen me recuerda
de mi vida los albores,
las vistosas, gayas flores
¡
con que ornabas tú mi sien.
Yo pendiente de tu cuello
prodigábate caricias,
y apuraba las delicias
en que abunda la niñez.
Cada beso con que tierna
enjugabas, tú, mi lloro,
era para mí, un tesoro
imposible de pagar;
y dormido en tu regazo
de tu mano al suave arrullo
desafiaba con orgullo,
la fruición más ideal.
Raudas ¡ay! cruzaron, madre,
esos astros de ventura,
que irradiaban su luz pura
sobre un cielo de zafir;
y ese cielo densa nube
le robó cruel a mis ojos:
sus celajes lindos, rojos,
negros, yo tornarse vi.
Apartad, tristes recuerdos,
no turbéis mi dulce calma,
permitid que pruebe el alma
una gota de placer.
No eclipséis, llanto, mis ojos,
contemplar dejadme, ufano,
la que tengo ahora en la mano
de mi madre, imagen fiel.
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Flor de Granado y Granado
Tu retrato, madre tierna,
conservar yo te prometo,
cual un místico amuleto,
cual celeste talismán.
Él hará más soportable
de ti lejos, mi existencia,
y el rigor de cruda ausencia,
con su hechizo, templará.
A él daré mis tristes quejas,
contárele mis pesares,
oirá siempre mis cantares,
y mis preces al Señor.
Mientras llega ese momento
que con tanto ardor ansío,
en que lata junto al mío
tu amoroso corazón.
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Juan Francisco del Granado (1796-1849)
Flor de Granado y Granado
UN HIJO MÍO, O SEA DE DIOS
ijo mío, pequeñín, de
mis entrañas dulce fruto,
para nada en absoluto
abandones tú la fe.
El que trata, persevera
en un tono de constante
alegría comulgante.
Nunca deja de creer.
Es motivo de orgullo
exaltado que él te llame
y no hay quien más te ame
que este blando corazón.
Recibiste de tu padre
la cordura que atesora
la promesa redentora,
mi muchacho más precoz.
Presentaste muy temprano,
como impulso incontenible,
ya una innata e invencible
religiosa vocación.
Tan benévolo y sonriente
eres por naturaleza,
te lo digo con franqueza
para instarte con amor.
De humano contenido
eres todo un dechado
y en tu alma fue grabado
ayudar a los demás.
Regocijo que él te invoque
a vivir con dulce entrega;
es el Alfa y el Omega,
el principio y el final.
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
1863 EVOCACIÓN
A LA UNIÓN AMERICANA
uando anegada en lágrimas de duelo
América la joven sin ventura
mira empapado su virgíneo velo
con los torrentes de su sangre pura,
cuando imagina que implacable el cielo
cruel, desastroso porvenir le augura,
oye entusiasta célicos cantares
que unión le dicen, perla de los mares.
Cuando el pesar nublara su alba frente,
ciprés tornando su laurel de gloria,
porque sus hijos con furor demente
la huesa le preparan mortuoria,
porque extinguirse ya su vida siente
y ve entre sombras eclipsar su historia,
súbito enjuga su angustioso llanto
y unión, repite, con alegre canto.
Los hijos de Colón nobles y bravos
no sufrirán que la vetusta Europa
en su loca ambición domine, esclavos,
a los que cubre la anchurosa copa
del árbol de los libres. Ni en sus cabos,
que ahora amenaza la extranjera popa,
flameará jamás bandera alguna
no siendo aquella que a luchar los una.
Y tú Bolivia ¡patria idolatrada!
que alto gritaste Libertad un día,
¿olvidarás acaso enajenada
tus timbres, tu valor, tu bizarría;
la sangre de tus venas derramada
que el campo del honor regar solía?
¡Ah, no, que el nombre unión americana
tu ayer de glorias tornará en mañana!
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Flor de Granado y Granado
Dulce es mirar unidos los hermanos
la común causa defender sañudos
y la ambición de déspotas tiranos
oponer de sus pechos los escudos;
que si hay fatiga en sus lascadas manos
no la ocasionan poderosos nudos
de ignominioso cautiverio impío,
mas sí el esfuerzo de su noble brío.
¡Unión oh genio celestial, sublime
que de la cruz surgió del Nazareno!,
ven, y a tu sello divinal imprime
en el doliente lacerado seno
de la joven América, que gime
a los amagos de un poder ajeno,
ven y bendice el amoroso lazo
que une a sus hijos en fraterno abrazo.
A NUESTRO SANTÍSIMO PADRE PÍO IX
ngel de luz, que de la etérea altura
presuroso desciendes a este suelo,
para servir al triste desconsuelo,
y aliviar al cuidado, en su amargura.
Prado feliz, do crece para el cielo,
la flor de la virtud lozana y pura,
cuya gentil y esplendida hermosura,
alegre torna la mansión del duelo
que infecundo y estéril, no produce
sino cardos, espinas y malezas.
Pastor modelo, que su grey conduce
del santo paraíso en las dehesas,
¡oh! deja que mi labio te bendiga,
y al mundo todo, tus virtudes diga.
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
1864 SERMÓN PATRIÓTICO
Flor de Granado y Granado
uando los hijos de Israel acababan de sacudir el
yugo de la servidumbre egipcíaca, cuando, pasaba
la tenebrosa noche de la esclavitud, vieron rayar la
aurora de la libertad, su primer cuidado fue el de
expresar su profundo reconocimiento al Señor a cuyo
robusto brazo debían tan inmenso bien, modulando en coro
con su ínclito caudillo el sublime cántico, cuya primera
estrofa he colocado al frente de mi discurso, con el fin de
despertar en vosotros un sentimiento igual, en este día de
grandes y gloriosos recuerdos para los hijos de Cochabamba
que, animados por el noble instinto de la independencia y
cansados ya de sufrir la dominación férrea de sus antiguos
amos, dieron el grito de la libertad, cuyo potente eco se
transmitió, con rapidez eléctrica, a los demás pueblos del
Alto Perú que, después de una lucha prolongada como
heroica, vieron al fin prosternándose a sus plantas al
horrendo monstruo del despotismo y sepultando en las
ondas de su sangre, vertida a torrentes, al faraón de la
tiranía.
Nada más justo que consagrar el recuerdo de este
acontecimiento, por tantos títulos memorable, enviando
hasta el trono del Dios de los libres alegres himnos de
bendición y alabanza, los fervientes votos de nuestra
gratitud; nada más justo, sí, que celebrar, con transportes
de patriótico y religioso entusiasmo, el solemne aniversario
del catorce de septiembre de 1810, en que este leal y
valeroso pueblo se alzó denodado y heroico, a la voz de los
esclarecidos patriotas Rivero, Arce y Guzmán, para soplar
esa chispa sagrada que, desprendiéndose de las riberas del
Plata, había de formar más tarde la inapagable hoguera que
redujo a pavesas el cetro de los tiranos y, de cuyo inflamado
seno, debía de surgir espléndida y triunfante la imagen
encantadora y augusta de la libertad. En vano los
Goyeneche, los Ramírez, los Nieto y los Sánchez Chávez
desplegarán sus gastados recursos, pondrán en acción sus
reprobadas arterías, con el inicuo objeto de extinguir sus
purísimas y crecientes llamas; en vano, porque,
extendiéndose éstas con increíble celeridad al departamento
de Oruro y sus vecinas comarcas, consumirá las huestes
realistas de Piérola en los inmortales campos de Aroma,
donde la gran causa americana cosechó ¡sus primeros
laureles! ¡Allí fue donde los inermes hijos del Tunari, a las
órdenes del intrépido Arce, tuvieron el indisputable timbre
de haber descargado el primer golpe en la orgullosa cerviz
del león íbero y entonado el primer himno de triunfo!
Con todo, como el recuerdo de este suceso, si bien
grandioso y espléndido, sería por otra parte infructuoso y
estéril si no engendrara en nuestro espíritu inspiraciones
saludables y fecundadas en la práctica, he creído oportuno
aprovechar del plausible motivo que nos congrega en este
lugar santo para repetiros una palabra que hoy resuena en
todo el ámbito del Nuevo Continente: unión, palabra
mágica que, proferida en lo alto del Calvario por el
Unigénito de Dios, representa el principio destinado a
regenerar el mundo y, al que la humanidad se encamina,
como por instinto, porque prevé que en él se encierra el
anhelado secreto de sus destinos.
Esta tendencia constante a la unión universal de la
especie humana se deja sentir cada día de un modo más
pronunciado a medida que el mundo marcha por la senda
de la perfectibilidad y del progreso que se ha trazado y por
la que lo impele la benéfica mano de la providencia. Mas
por una deplorable desgracia, las pasiones, triste
patrimonio de los hijos de Adán, son una rémora
constantemente opuesta al fácil curso del carro social, un
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ANTE LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA EN MÉXICO
«Cantemus Domino, gloriose enim magnificatus est,
Equum et ascensorem eius deiecit in mare» Ex 15 21.
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
escollo contra el que vienen a estrellarse los nobles
esfuerzos de la razón, ilustrada por la religión y por la sana
filosofía. El orgullo y la ambición, que despoblaron el cielo
de una parte de sus felices moradores, son las dos
infernales arpías que han talado, a su vez, la tierra después
de anegarla en un diluvio de sangre; el orgullo y la
ambición, que armaron al hombre contra el hombre y que
hicieron al hombre esclavo de su semejante, son también
los que han armado los pueblos contra los pueblos y las
naciones entre sí.
De aquí la triste, la nunca bien deplorada necesidad
de la guerra cuya infausta historia es la de la humanidad,
desde los primeros días de su aparición sobre el globo que
ha sido en todo tiempo el sangriento teatro de la lucha
entre el derecho y la fuerza, entre la libertad y la tiranía. La
libertad —he dicho— palabra que, no obstante no ser
generalmente bien comprendida, llena de dulzura el labio
que la pronuncia y de encanto el corazón que la reclama
porque es ella el presente más valioso que recibió el hombre
de las manos de Dios, que habiéndosela otorgado la respeta
él mismo. Hablo de la libertad en su verdadero, en su más
noble sentido: de la libertad moral del individuo, regulada
por la ley divina y por las leyes de la justicia humana que
son su procedencia, libertad moral que colectivamente
constituye en su conjunto la libertad civil y política, sin la
que los hombres y las sociedades no podrían jamás arribar a
su fin ni conseguir su felicidad.
Cierta añoranza despierta recordar aquellas palabras
del obispo de Chiapas, un defensor cabal, tan vehemente
como intransigente, de la libertad, que le han ganado la
admiración de quienes no comparten sus creencias y la
veneración de aquellos otros que, admirándole también,
tenemos su mismo credo: «Libertas est res preciosior et
inæstimabilior cunctis opibus quæ populus liber habet». Ahora
bien, esta preciosa libertad, este don inestimable que
conquistaron nuestros mayores a costa de tantos, tan
penosos y heroicos sacrificios, la habemos hoy amagada en
nuestro continente por el orgullo y la ambición de la vieja
Europa; la desgraciada México la llora perdida, aunque no
sin la esperanza de recobrarla; otra república vecina y
hermana nuestra, el Perú, se agita horrorizada a la sola idea
de correr la misma suerte. En tan críticas y solemnes
circunstancias, ¿podrían los hijos de Cochabamba
permanecer tranquilos e indiferentes? ¡Ah, no! No ha
olvidado este heroico pueblo cuán cara le costó la libertad,
por la que vio en un día como éste transformarse a sus
bellas hijas en otras tantas valientes Amazonas que,
sobreponiéndose a la debilidad y delicadeza de su sexo,
cambiaron la aguja con el sable del soldado. Pero estas
escenas de valor y heroísmo no eran sino el resultado lógico
de ese espíritu de unión que animaba a nuestros padres,
espíritu que, gracias a Dios, no degenerará en sus hijos que
unidos cual afectuosos hermanos serán invencibles y,
fuertes para arrojar lejos de sus patrios lares al monstruo de
la conquista que rechazan con todas sus fuerzas.
Quizá este lenguaje pudiese pareceros extraño, y tal
vez subversivo, en los labios del sacerdote católico, del
ministro del Dios de la paz; pero, quién ignora que la
Iglesia, cuando prescribe la sumisión y la obediencia a las
potestades terrenas, habla de la sumisión y la obediencia
legítimas y que en el dogma católico jamás pudo tener
cabida la absurda doctrina de que el mero hecho engendre
nunca el derecho. Si así fuera, quedarían legitimadas las
más escandalosas usurpaciones, condenadas las resistencias
más heroicas de los pueblos abandonado el mundo al ciego
imperio de la fuerza. Sería cierto que la naciones debiesen
escuchar cruzados los brazos y con los ojos fijos en el suelo
este cruel y rudo sarcasmo. —Agachad la cerviz ante el
conquistador, sus derechos se fundan en su fuerza, vuestra
obligación en vuestra flaqueza— ¡Oh!, sería menester
entonces arrancar del espíritu humano todas las ideas de
razón y de justicia, ahogar el grito de sentido común y
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
desfoliar de nuestra historia una de sus más brillantes
páginas, aquella que nos muestra la América toda
levantándose como un solo hombre, para luchar brazo a
brazo contra sus injustos opresores hasta quebrantar y
reducir a polvo el pesado yugo que durante tres centurias
oprimió sus juveniles sienes. Sería, en fin, necesario, sería
justo, despojar a la virgen hija de Colón de sus más bellos
atavíos para entregarla maniatada y cubierta de lodo y de
ignominia al escarnio del mundo en cuyo seno se agita
¡llena de vida, belleza y juventud! ¿Y qué corazón
americano deja no se siente arder en el fuego de la más
santa indignación, al imaginar siquiera que un hecho
semejante pudiese figurar jamás en los fastos de la historia
de las naciones?
¡Ah, no! Esa independencia, comprada a tan caro
precio, será conservada y defendida con tenaz denuedo por
los hijos de los libres que harán de sus pechos una muralla
impenetrable al plomo del usurpador audaz; tendrán todo
el valor que les inspira la justicia de su causa; en su auxilio
volará el ángel custodio de la América, enviado por el Dios
de los ejércitos, de aquél que sepultó al faraón y sus huestes
en las hondas del mar, del que sostuvo, con brazo fuerte, a
Josué contra los Amonitas, a Barac, a David y a los ínclitos
macabeos contra los feroces enemigos de su querido pueblo
israelítico.
Empero, una idea siniestra cruza en este instante
mi cerebro y viene a perturbar el gozo que experimenta mi
corazón, al constituirme profeta de tan halagüeño
resultado, y no tengo inconveniente en comunicárosla. Yo
bien sé que el cielo protege la verdad y la justicia; así me lo
dice la razón; así me lo enseña la palabra revelada; en ello
me confirman mil sucesos de la historia de todos los siglos.
Pero también sé, por estos mismos irrefragables oráculos,
que el Dios de las misericordias, el Dios Bueno, el Dios
Clemente, es al propio tiempo el Dios de la eterna justicia,
y en el ejercicio de este atributo suele verter la copa de su
justa indignación sobre los pueblos cuando, encaminándose
éstos por tortuosas sendas del vicio y de la iniquidad que
Dios detesta, se apartan del Señor por su licencia, por sus
desordenes y, más que todo, por su falta de concordia y de
unión.
Sin ir muy lejos, y sin pretender eclipsar en lo más
mínimo el brillo de esa corona de gloria y de martirio que
ciñe hoy la desventurada hija de Moctezuma, ¿quién no ve
la parte que ella misma ha tenido en las desgracias que la
conturban, con las divisiones que desgarraron su seno? ¿A
quién se oculta el lastimoso estado de extenuación y
abatimiento en que cayo ese infortunado pueblo, a
consecuencia de sus discordias intestinas que le arrebataron
tantos y tan robustos brazos, que suministraron un
especioso pretexto a la intervención extranjera y, que
ofrecieron abundante pábulo a la rapacidad de las águilas
del imperio, para venir a cebar sus voraces garras en las
entrañas palpitantes de su ilustre víctima, y hasta cuándo
arderá en discordia?
Yo os confieso ingenuamente que este terrible
ejemplo me hiela de espanto toda vez que, al recordar como
hoy nuestras pasadas glorias, me pregunto cuál el fruto que
hemos recogido de la abnegación, heroísmo y bizarría que
caracterizaron a nuestros padres. Porque, aunque triste y
doloroso es confesarlo, él no ha sido tan proficuo, tan
delicioso como ellos se lo prometieron sin duda y como era
de esperarse. Libres de una dominación extraña y onerosa,
dueños del suelo que nos vio nacer, oímos bien pronto
mezclarse, en infernal armonía, los alegres cánticos de
victoria, el eco triunfal del clarín de Ayacucho con los
hondos suspiros y plañideros ayes de la hija de Bolívar que,
cual otra Rebeca, sentía con intenso y agudo dolor luchar
dentro de su seno ¡a sus propios hijos! Sí, la historia
posterior a nuestra emancipación no es sino la historia de
nuestras desavenencias, la de nuestros odios, la de nuestros
rencores. ¿Cuántas veces se ha escarchado este hermoso
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
suelo digno de mejor suerte con la sangre de nuestros
hermanos, vertida cruel y estérilmente en guerras
fratricidas que han provocado con justicia la compasión y el
escándalo de los pueblos que nos rodean? ¿Qué hay de
nuestros hermanos indios, hijos del gran Manco Cápac?
Por ellos rompieron nuestros abuelos los lazos inicuos
mediante los cuales estábamos sojuzgados a la cruel
España. Favorecidos por la providencia con todo el lujo de
la creación, dotados por el cielo con inmensos e
inapreciables tesoros de riqueza y provenir, hemos visto,
casi siempre, emplearse la mano destinada a explotarlos, o
en esgrimir el acero homicida, en fundir el plomo
destructor de nuestra propia existencia, afligiendo así los
venerados manes de nuestros abuelos, de los ilustres
mártires de la independencia americana que, si dado les
fuera sacudir el polvo del sepulcro y fijar los ojos en el
sombrío y luctuoso cuadro de nuestras disensiones
domésticas, alzarían su voz, con temeroso y sentido acento,
para decirnos: Hijos degenerados de una estirpe preclara,
¿cómo habíais olvidado así nuestro ejemplo?, ¿cómo
habíais derrochado la herencia de fraternidad y de civismo
que os legamos a fin de que, con religioso esmero, labrarais
con ella vuestra común ventura? ¡Oh, recordad que
nuestras venas se agotaron para conquistar para vosotros
esa patria de la que habíais hecho un objeto de ludibrio y de
horror! No olvidéis jamás que la discordia es el enemigo
más temible de la libertad y la siniestra precursora de la
esclavitud ¡la fuente emponzoñada de la decadencia de los
pueblos, de la ruina de las naciones!
Conciudadanos, hermanos y amigos míos, en
nombre de la religión santa de que soy ministro, en nombre
de la patria de quien somos hijos, en nombre de vuestros
más caros y preciosos intereses, yo os convoco sobre la
tumba de nuestros héroes para exhortaros, para conjuraros
a sacrificar en las aras del bien procomunal nuestras miras
egoístas, nuestras miserias personales, nuestras mezquinas
pasiones, nuestras animosidades y enconos, y nuestros
prejuicios, a fin de ofrecer a los ojos de Dios y de los
hombres el hermoso espectáculo de los hermanos unidos
como si fueran uno solo, y dispuestos a conservar y
sostener incólumes los sacrosantos dogmas de la igualdad,
fraternidad y libertad que nacidos en el Calvario vinieron
un día, cual benéficos genios, a posarse en las encumbradas
crestas de nuestros Andes; sobre ellos flamea hoy con vivos
y variadísimos colores una sola enseña, un solo pabellón, el
pabellón americano en cuyo torno se agrupan todas las
gentes del continente; borrada está la línea divisoria que las
separa ¡no tenemos hoy más patria que la América, ella nos
llama, acudamos a su voz!
Y si como nadie ignora, después de las obligaciones
que tenemos para con el Ser Supremo, no hay otras más
imperiosas ni más sagradas que aquellas que nos ligan con
esta patria, arda en nuestros corazones el divino fuego de
esa virtud tan decantada como poco ejercida: el patriotismo
por el cual todo ciudadano debe hacer uso de su libertad, en
el interés de todos y para el bien común de los asociados. Si
su interés privado se halla en oposición al interés general,
su deber le dice: Es necesario, urgente sacrificar la parte en
favor del todo, lo particular por lo general, el individuo en
beneficio de la sociedad. Mas, para esto, es menester toda la
fuerza del desinterés, todo el valor de la abnegación propia,
la voluntad generosa del deber, del bien ante todas las cosas
y a pesar de todas las cosas. He aquí lo que constituye el
verdadero patriotismo, virtud que como todas suele ofrecer
algunas dificultades en la práctica, porque ella vive de
luchas, de privaciones, de sacrificios. Ella requiere una
razón fuerte, unida a una fuerte voluntad; supone un
corazón fuerte y generoso, un alma inflexible y honrada
que antepone ante todo la verdad, el bien y la justicia.
Mas ¿dónde encontraremos el germen de tan alta
virtud? Dónde, yo os diré: en la religión divina de Jesús; sí,
esta preciosa virtud es la hija primogénita de la caridad
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
cristiana; su arquetipo nos ofrece la Iglesia católica y
Apostólica en sus primeros y florecientes días en los que los
nueve discípulos de la cruz no tenían sino una sola alma y
un solo corazón; abramos pues el nuestro a las celestes
inspiraciones de la caridad, ejerzámosla hoy en una de sus
más importantes manifestaciones, la piedad, la beneficencia
con la porción más menesterosa, desgraciada y doliente de
nuestros hermanos; será ésta una de las más puras
ovaciones con la que solemnicemos la gloriosa memoria de
este día ¡seamos verdaderos cristianos y seremos entonces
verdaderos patriotas! Y si esta debe ser en todo tiempo la
regla de nuestra conducta, ella reviste un nuevo carácter de
actualidad y de urgencia en las presentes circunstancias, en
los momentos solemnes que atravesamos, viendo como
vemos seriamente amagada la autonomía de una república
hermana, y con ella tal vez la nuestra, por la injusticia de
una nación estimulada por sórdida codicia; parece que
pretendiere beber el resto de sangre que pudo escaparse a su
voracidad en el corazón de la joven América que espió de
un modo tan espantoso el delito de haber recibido del cielo
tantos elementos de riqueza y de gloria, que pagó tan caro
los beneficios que le enrostra la España, su antigua madre,
beneficios que en la indeclinable balanza de la justicia
pesan bien poco si en el platillo opuesto se suspenden los
males de que la colmó, males cuyo germen aún no ha
desaparecido del todo entre nosotros después de cuarenta
años. Sí, no temo equivocarme al asegurar que los vicios
más dominantes que traban hoy a las naciones
sudamericanas son la funesta herencia que nos legó la
Metrópoli. Si le debemos reconocimiento por una parte,
por otra merece nuestro perdón; por ninguna nos hallamos
en el caso de abdicar nuestra dignidad de hombres libres, ni
de consentir se canonice con culpable indolencia el
latrocinio, la ambición y todo ese monstruoso conjunto de
inicuas pretensiones, encaminadas a realizar con escándalo
del mundo y mengua de la civilización ¡el terrible, el
bárbaro derecho del más fuerte!
¡Ah! esa Religión sublime, bajo cuyos auspicios
consagramos el recuerdo de este día: esa Religión sublime
que nos prescribe la unión recíproca y la defensa justa será
la estrella que guíe nuestra nave en medio de la tormenta
que oscurece con pardos nubarrones el horizonte de la
patria y cuyo sordo tronar se escucha en las ondas del
Pacífico; sus aguas serán la tumba de nuestros guerreros
antes que presenciar la horrorosa imagen de la reconquista,
asentando su tenebroso solio sobre los brillantes escombros
de la democracia. ¡Ah, no! No llegará nunca el aciago día
en que la América del Sur vea por segunda vez flamear ante
sus ojos anegados en llanto el sangriento pendón de la
tiranía, en que las ninfas de sus bosques huyan
despavoridas al aterrador León de Iberia cuyas fuerzas supo
abatir en cien combates. ¡No lo consentirá el Dios de los
libres! ante cuyo altar derramamos hoy los férvidos votos de
nuestra gratitud y a quien por siempre se tributen el honor
de la magnificencia y la gloria.
96
97
1866 ORACIÓN FÚNEBRE
PRONUNCIADA EN LAS SOLEMNES EXEQUIAS QUE EL AMOR
Y LA GRATITUD NACIONAL CONSAGRARON A LA MEMORIA
DEL GENERAL DON LEÓN GALINDO
ué esperáis de mí, señores, al verme ocupar en
este momento la tribuna sagrada? ¿Acaso
aguardáis que, poseído del espíritu de rastrera
lisonja, o dominado por el deseo pueril de
ostentar elocuencia, me permita dirigiros la palabra desde
este santo y respetable lugar? ¿Pensaréis que vengo a verter
floridas frases a fin de ocultar con ellas las humanas
flaquezas, vistiéndolas con el ropaje de mentidas virtudes?
Ah; no. Semejante propósito atraería sobre mí ya no el
¿
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
ridículo, sino la justa indignación de todo hombre sensato y
religioso. Si la mentira es una falta reprensible, en la
cátedra de verdad es una atroz blasfemia que mancilla y
profana. Y aunque el último y más indigno de los ministros
de la Iglesia, no osaría yo jamás hacerme culpable de
tamaño desacato, particularmente teniendo —como tengo y
tenéis vosotros a la vista— la imagen pavorosa de la muerte
representada en esa tumba fúnebre que con mudo pero
elocuente lenguaje nos advierte el término necesario y fatal
de la humana existencia, y el principio de ella en la
eternidad, en cuyo seno son felices los muertos que mueren
por el Señor. «Beati mortui qui in Domino moriuntur». Ap
12 13.
Y es en este número que comprendo al ilustre
finado, objeto de nuestro dolor y de nuestras oraciones este
día. Depositario de los secretos de su conciencia y testigo
presencial de sus últimas cristianas y fervientes
disposiciones en el transcurso de su larga y penosa
enfermedad, no temo equivocarme al empezar mi discurso
con las dulces y consoladoras palabras que el profeta de
Patmos oyó repetir en el cielo y nos dejó consignadas en
tan misterioso libro. No dudo que convendréis, según eso,
en que mi asunto es demasiado digno de nuestra religión
santa; si bien nos enseña a ver, en la muerte, la caducidad y
la nada de las cosas terrenas, no nos prohíbe el honrar la
memoria de nuestros hermanos siempre que éstos nos
legaran el valioso patrimonio de sus virtudes y buenos
ejemplos. Antes, por el contrario, desea y aplaude que esta
especie de recuerdos se conserven profundamente grabados
en nuestro corazón y que sirvan de norte a nuestra
conducta.
Estas sencillas reflexiones son, pues, señores, las
que me han impulsado a ocupar hoy por breves instantes
vuestra atención, con algunas ligeras pinceladas sobre la
honrosa y simpática memoria del distinguido y virtuoso
general don León Galindo, a quien la muerte ha arrebatado
hace pocos días de entre nosotros. No os diré, al hacer su
elogio, que él fue un Louis IX, un Turena, un Letier…
semejante hipérbole sería una amarga irrisión lanzada sobre
su sepulcro; pero sí podré aseguraros que fue un hombre de
honradez ejemplar, de probidad sin tacha, un verdadero
patriota y un bizarro militar que jamás empañó, con los
negros vapores del vicio, el brillo de sus insignias. Y sobre
todo, fue un fervoroso cristiano que supo purificar su alma
por la penitencia más sincera y por la más santa
resignación, circunstancia que le ha merecido la
imponderable dicha de morir con la muerte preciosa del
justo en el ósculo santo del Señor.
Contaba apenas catorce años de edad el general
Galindo cuando llegó a sus oídos el eco majestuoso del
primer grito de libertad que resonó en las playas del nuevo
continente. Dotado el joven estudiante de Santa Fe de
Bogotá de un alma naturalmente noble y ardorosa,
abandonó, al punto, las aulas del colegio y voló a buscar un
puesto en las filas del Ejército libertador, donde sentó plaza
en clase de cadete, poniendo así el pie en la florida senda
que debía recorrer, más tarde, como uno de los más leales,
entusiastas y celosos defensores de la gran causa americana.
Íntimamente persuadido de la santidad y justicia de los
principios que defendía y sintiendo arder dentro de su
esforzado pecho el fuego purísimo del amor patrio, tardó
bien poco en distinguirse y recomendarse ante sus jefes, sus
compañeros y subalternos por sus esclarecidos dotes civiles
y militares, dando inequívocas pruebas de su valor y pericia
en casi todos los hechos de armas que tuvieron lugar
durante la prolongada y sangrienta guerra de la
Independencia, a cuyo triunfo cooperó eficazmente con su
acero y con su sangre vertida de las heridas que recibió en
dos de las siete batallas campales en que fue vencedor.
Boyacá y Quito, Carabobo y Bomboná, Pichincha, Junín y
Ayacucho fueron el glorioso teatro de su denuedo en la
pelea, de su generosidad con el vencido, de su modestia
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99
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
después de la victoria. Allí, fue donde ayudó a darnos patria
y libertad, cosechando para su frente un lauro que por sí
solo es ya bastante para esculpir su nombre, con indelebles
cifras, en todo corazón republicano. Tan bizarro y heroico
comportamiento le conquistó, con justicia, los ascensos y
las condecoraciones más honoríficas, no menos que el bien
merecido título de benemérito de la patria. Hecho coronel
después de la memorable jornada de Ayacucho por el gran
mariscal que dirigió este postrer y definitivo golpe al
despotismo íbero, fue elevado por el libertador Simón
Bolívar en 1826 al rango de general de brigada de los
ejércitos de Colombia y, a los 32 años de su edad, en 1827
al de los de Bolivia por el inmortal Sucre.
Su moderación característica le impidió aceptar, un
año después, el grado de general de división, cuyo
nombramiento le fue expedido como premio a los
importantes servicios que prestó a Bolivia en clase de jefe
de Estado Mayor General de la campaña con el Perú,
motivada por la invasión del general Gamarra. Desterrado a
la República Argentina, consecuencia del ignominioso
Tratado de Piquiza, regreso al país el año [18]29 a
continuar honrando diversos cargos públicos que en
diferentes ocasiones se le confiara, distinguiéndose en todos
ellos por su rectitud, su buena fe, su integridad y su
acendrado celo patriótico.
Agobiado, en fin, por los azares de la vida pública y,
más que todo, señores, decepcionado por las
inconsecuencias de la política, cuyas amarguras saboreó
más de una vez, resolvió buscar un asilo en el hogar
doméstico, alejándose así de esa tempestuosa escena en que
las mezquinas pasiones y el egoísmo disfrazado con las más
gastadas formas, vienen con no poca frecuencia a profanar
el sagrado lugar del patriotismo, sublime virtud republicana
harto desconocida por desgracia, y reducida casi siempre a
un vano nombre destituido de toda significación práctica…
Pero apartemos, señores, los ojos de tan luctuosas
reflexiones y volvamos a mi propósito, que no ha sido, por
cierto, el de hacer la biografía pública de este esclarecido
ciudadano; tan laudable tarea estará librada a la diestra
pluma del distinguido escritor que la pondrá luego a
vuestro alcance. A mí, me incumbe particularmente
resaltaros al general Galindo bajo otro punto de vista más
análogo al carácter invisto y al sagrado lugar en que me
encuentro. Confesando, desde luego, que, a los ojos de la
fe, son altamente meritorias las virtudes públicas, como que
tienen por base los principios de la eterna justicia, quiero
que, prescindiendo por un instante de ellas, consideréis
conmigo al general Galindo como hombre particular en el
retiro de la vida privada. Quiero que me digáis: ¿No es cosa
que interesa, que asombra y edifica el encontrar una rigidez
monacal de costumbres en un joven —y en un joven
militar— en una época en que la corrupción más
desenfrenada parecía ser un título de recomendación en los
de su clase? La embriaguez, el juego y los excesos no
encontraron nunca cabida en el corazón del joven patriota,
cuya conducta sin mancilla contrastaba admirablemente
con la de muchos de sus colegas.
Si por juventud, señores, se entiende ese borrascoso
período de la vida que, envolviendo con negras nubes la
inteligencia, la precipita, vendada en los abismos del error,
si la juventud es la edad de las disipaciones, de los
desórdenes y pasatiempos, puedo deciros, fundado en
irrecusables testimonios, que el general Galindo no fue
joven jamás; fue un anciano precoz por la madurez de su
juicio y por la gravedad de su carácter. ¡Qué lección,
señores, tan bella para la juventud! La juventud no pocas
veces pretende hallar excusa, en sus extravíos, en el ardor
de los primeros años y en la violencia de las tentaciones, de
los peligros a que se ve expuesta.
Si nos proponemos, pues, buscar la explicación de
tan raro fenómeno, la encontraremos sin grande esfuerzo
en la solidez y pureza de su fe religiosa, única brújula que
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
dirige el rumbo de la conciencia y salva el corazón del
funesto naufragio de las pasiones. Efectivamente, católico
por íntima convicción, el general Galindo tuvo la dicha de
conservar incólumes sus creencias, en medio del impetuoso
torrente de la incredulidad y del filosofismo del siglo
XVIII, que arrastraban en su curso a la gran mayoría de sus
contemporáneos, como es notorio. Esta rectitud y firmeza
de sus ideas religiosas no podía, pues, menos que dar por
resultado la intachable moralidad de sus costumbres,
inaccesibles al pestilencial contagio de la relajación que lo
circundaba.
Ahí está, señores, en lo que descubro yo, el
principal mérito de este hombre: no es en el campo de la
batalla, no es coronado con los laureles de la victoria,
donde yo le admiro; es en esa otra encarnizada y noble
lucha que sostiene él, sólo armado de su fe, contra el vicio,
contra el mal ejemplo y contra sus propias pasiones. Ahí, yo
le tributó ese homenaje obligado de admiración y de respeto
que se rinde sólo a la virtud. ¡Pluguiese al cielo que en este
orden tuviera muchos émulos e imitadores!
La religión, esa brillante antorcha encendida por la
mano misma de Dios, iluminó así sus pasos, haciéndole
descubrir los escollos de la juventud, para evitarlos; las
frivolidades del mundo, para despreciarlas; los deberes del
militar, del ciudadano, del amigo, del esposo y del padre de
familia, para cumplirlos con diligente esmero. Dotado de
una razón despejada que cultivó con la frecuente lectura y
de una índole lo más bella, comprendió en toda su
extensión, y tradujo en la práctica todas las obligaciones
que su estado y su posición social impusieran. Díganlo sus
amigos a cuyo número tuve la honra de pertenecer. Dígalo
su atribulada consorte que llora sin consuelo al hombre que
supo prodigarle las más tiernas caricias, al esposo modelo
que, consagrado siempre al cumplimiento de sus deberes, le
ahorró tantos motivos de queja y de amargura. Díganlo sus
desconsolados hijos a quienes inspiró el cariño más
afectuoso, al lado del más reverencial respeto,
mostrándoles, en su bondad, su prudencia; y en la austera
severidad de las costumbres, un dechado cumplido de
virtudes domésticas y sociales. Su natural sagacidad, sus
finos y cultísimos modales, le granjearon las simpatías, la
estimación y el respeto de cuantos le conocieron, sin
exceptuar al oscuro proletario, al indigente mendigo, a
quienes no excluía de los atractivos de su amable trato y a
quienes señaló, alguna vez, un asiento de distinción en su
mesa. Pero ¿qué son, señores, todas estas cualidades ante
ese espíritu de ilustrada y sólida piedad que, habiéndole
caracterizado durante toda su vida, brilló en él con doble
luz en el largo espacio de su dolorosa enfermedad hasta el
último momento de su existencia? Yo os confieso, señores,
que toda vez que me acercaba al lecho de su prolongada
agonía, sentí arrasarse mis ojos con lágrimas de ternura
porque no podía menos que conmoverme vivamente, al
contemplar la fe, la humildad y la santa resignación de
aquel hombre cuyo fervoroso espíritu cristiano y penitente
se encuentra reflejado en estas breves palabras que, hace
poco, le escuché y cuyo tenor casi literal es retenido a causa
de la honda y patética impresión que me produjeron: —Yo
no sé —me decía— por qué es Dios tan bueno para
conmigo, siendo así que he sido uno de sus hijos más
ingratos y pecadores. Esta bondad la reconozco no
solamente en el tiempo que me ha concedido para hacer mi
confesión y premunirme de todos los auxilios de nuestra
religión santa, sino también en la prolongación de los
dolores que sufro, en cambio de los que él sufrió por mí.
Al decir esto, el llanto bañaba sus mejillas y hacía
un esfuerzo para incorporarse en el lecho y levantar los ojos
al cielo como para significarle su inmensa gratitud. Yo os
aseguro, señores, que no encuentro palabras bastantes para
expresaros las vivas y deliciosas emociones que en aquel
instante experimentaba mi corazón de cristiano y de
sacerdote, en presencia de aquel moribundo anciano, que
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
más bien que un antiguo militar parecía uno de sus
austeros solitarios del yermo, consagrados largos años a la
vida ascética y contemplativa. Su muerte ha sido el dulce y
tranquilo sueño del justo que anhela haber roto los vínculos
de la carne, para entrar en el goce de la inmortal herencia
de felicidad y de gloria, conque el Remunerador Supremo
galardona sus escogidos. Él es feliz, señores. ¿Quién podría
durarlo? Sirva esto de bálsamo al justo dolor de su desolada
familia, de la que fue el ángel tutelar, y de consuelo a sus
amigos que lamentamos su pérdida, tanto más sensible
cuanto es hoy tan reducido el número de esos hombres
modelos, reliquias preciosas del pasado cuyas lecciones y
ejemplos hacen tanta falta a la presente generación.
De ahí como, señores, en medio de los escombros de
las glorias y vanidades terrenas, hacinados en torno del
sepulcro por la mano destructora de la muerte, lo único que
real y verdaderamente subsiste es la virtud. Son las
cualidades morales del espíritu imperecedero e inmortal,
como su Divino Autor, a quien se une con los indisolubles
lazos de un amor que constituye su inagotable y eterna
bienandanza. Y tal ha sucedido (espero en la infinita
clemencia del Dios misericordioso) con el ilustre muerto
cuya memoria honramos. Mas si la inflexible justicia del
Eterno le ha conducido, antes de admitirlo en su regazo, al
lugar de la expiación, justo es que enviemos al cielo
nuestras férvidas preces, procurando abreviar en nuestros
sufragios el tiempo que aún lo separe de entrar en el goce
del Señor.
Y llegando que fuere ese momento, elevad, preclaro
patriota, vuestros ruegos y votos al Dios de los libres en
favor de esta desgraciada patria que tanto amasteis, a fin de
que, aplacada su inexorable justicia, se apiade de su
infausta suerte, alejando de ella el terrible azote de la
guerra civil que la inunda, regueros de lágrimas y sangre.
Rogadle, sí, que derrame sobre todos sus hijos el espíritu de
unión, de fraternidad y de concordia, único medio de que
alcance su anhelada ventura. Y vos, oh Dios de las
misericordias, escuchad propicio nuestras plegarias para
que vertidas, cual rocío saludable, sobre vuestro fiel siervo
lo purifiquen de las manchas de la mortal flaqueza que
pudiera impedirle contemplaros desde ahora cara a cara.
Hacedlo así, por esa sangre expiatoria y preciosa del Divino
Cordero, que vuestro ministro acaba de verter sobre el ara
santa. Y santificando nuestros humildes votos, concededle
la paz y el descanso sempiterno. Requiescat in pace.
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1868 SERMÓN
PREDICADO EN LA INAUGURACIÓN DEL TEMPLO DEL
HOSPICIO
atólicos, cuando considero que hace poco más de
ocho años, me cupo la honra de dirigiros la
palabra, en este mismo lugar, con ocasión de
haberse trazado el plano y colocándose la primera
piedra de este augusto edificio, bajo cuyas suntuosas
bóvedas nos hallamos congregados hoy; cuando traigo a la
memoria, que entonces no esperé, que ninguno de los que
asistimos a aquel acto, presenciase esta segunda solemnidad
que anuncia la casi completa coronación de una obra que,
por las circunstancias tan desfavorables en que se
emprendió, parecía imposible se finalizara en el corto
período de tiempo que ha transcurrido desde aquella fecha,
sin contar como no contaba anticipadamente con todos los
elementos necesarios para obtener su pronta conclusión.
Cuando pienso, digo, que lo que fue entonces para mí una
lisonjera pero remota ilusión es ahora una positiva y
consoladora realidad, sólo acierto a expresar las vivas y
dulces emociones, el puro y entusiasta regocijo que rebosa
mi corazón, prorrumpiendo ufano y gozoso con el
Salmista: «In domum Domini ibimus». Sal 122 1.
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
¡Bajo cualquier punto de vista, pues, que se
considere, hermanos míos, la erección de este Venerable y
hermoso santuario, encontraremos mil justas y poderosas
razones que motivan el fervoroso júbilo de que, a juzgar por
lo que en mí pasa, os supongo profundamente penetrados
al concurrir a la sagrada función con que hoy se inaugura!
Ni podía ser de otra manera, siendo así, que como nadie lo
ignora, la adquisición de un bien cualquiera que él sea,
produce necesariamente la expansión y el contento en el
alma del que lo posee. Y nosotros acabamos de adquirir un
cúmulo de bienes de todo género: como cristianos, en el
orden espiritual, el más noble, digno y elevado; como
ciudadanos en el orden moral y social, cuya mejora es de
tanta magnitud y trascendencia; y finalmente, en el orden
estético y material, como hombres amantes de la belleza
artística, del ornato y progreso industrial de nuestro país,
ventaja que si bien ocupa un puesto secundario, merece no
obstante, fijar nuestra atención.
¡Oh! Alcemos, pues, nuestros ojos al cielo, y
bendigamos humildes y reconocidos al Señor, cuya liberal y
benéfica mano nos regala tan inestimable presente.
Ofrezcámosle a porfía, nuestros más fervientes votos,
nuestros más rendidos homenajes, en acción de gracias, por
haber removido los obstáculos, facilitado los medios,
reanimado la piedad de los fieles y sostenido la loable
constancia de estos ilustres cenobitas, para haber erigido
este precioso monumento consagrado a su gloria, este
magnífico y majestuoso alcázar en que será su excelso
nombre bendecido eternamente y al que hemos acudido
ahora llenos de santa y deliciosa alegría.
¡Inmaculada y santísima Madre de la divina
Providencia! Vos bajo cuyos maternales auspicios se ha
edificado este templo para que en el more, él que habitó
nueve meses en vuestro seno purísimo; vos que tan
vivamente interesada estáis por la mayor honra y gloria de
vuestro Divino Hijo, y que con tanta solicitud y ternura
queréis y procuráis el bien de los que hemos sido rescatados
al precio infinito de su sangre; vos en fin, que en todo
tiempo voláis en auxilio del menesteroso que os invoca, no
me neguéis ahora, vuestro eficaz amparo, a fin de que yo
pueda, inculcar con fruto, en el ánimo de mis benévolos
oyentes, las breves reflexiones que me sugiere el grato
motivo que hoy aquí nos reúne. Así espero lo haréis, Madre
clementísima, pues nunca habéis desmentido que sois y
seréis siempre la fiel dispensadora de la gracia de que
fuisteis llena.
Católicos, si es un axioma psicológico que el
hombre es, como nos lo dicen de consuno, la razón y la fe,
un ser compuesto de dos sustancias tan diversas como
íntimamente unidas entre sí, a saber: el espíritu y la
materia, el alma y el cuerpo. Si es del mismo modo exacto y
evidente, que este último, por medio de los órganos de que
está dotado, es el vehículo indispensable de las percepciones
igualmente que de los sentimientos que residen en aquélla,
es a todas luces claro y comprensible, aun para el más
vulgar buen sentido, que el Culto Religioso externo y
público, es una necesidad inherente a la naturaleza
humana, que siendo la primera y la más noble de las
creaciones de Dios, si se exceptúa la creación angélica, y la
única capaz de conocerle y amarle en este mundo, no puede
sin hacerse culpable de un enorme crimen, romper los
sagrados vínculos que tan fuertemente la ligan con su
Divino y Bondadoso Hacedor. No puede, sin destruir las
condiciones esenciales de su ser, rehusarle el legítimo
tributo de adoración y amor, respeto y gratitud que Aquel
tiene derecho a exigirle ya privadamente y como a
individuo, ya colectivamente y como a sociedad.
Así se explica por qué en la cuna de todas las
naciones del orbe, sin excluir las tribus más embrutecidas y
bárbaras, encontramos ante todas cosas, un altar, y un
sacerdocio, circunstancia que con tanta razón, obligó a
decir al célebre Plutarco que hallaréis pueblos sin literatura,
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
sin leyes, sin casas, sin murallas, sin teatros, sin moneda;
pero no encontraréis jamás pueblos sin Dios, sin plegarias,
sin sacrificios; pues nunca se ha visto ni verá un pueblo
semejante, por lo que cree más fácil que exista una ciudad
edificada en el aire, que un pueblo sin religión.
Es tan sensible y palmaria esta verdad, que los
incrédulos mismos se han visto forzados a reconocerla y
confesarla innumerables veces. La Religión reducida a lo
puramente espiritual, no tardaría en verse relegada a la
región de la luna. Es pues según eso indudable, hermanos
míos, que el alma necesita de signos exteriores para
manifestar los sentimientos que abriga interiormente y muy
en especial los que se refieren a Dios, los cuales
desaparecerían fácilmente del corazón de la mayor parte de
los hombres, si no se les excitase y fomentase de continuo,
por medio de objetos materiales, que hiriendo los sentidos
corpóreos, produzcan y sostengan en ella impresiones vivas,
profundas y duraderas. He ahí expuesta y justificada, por la
simple razón natural, la existencia de ciertos lugares
particularmente destinados a la satisfacción de esta
necesidad imperiosa y al cumplimiento de este deber
sagrado del hombre con respecto al culto religioso.
Y si del terreno de la filosofía y de la historia
profana, pasamos al de la revelación Divina, hallaremos en
solemne comprobante de cuanto os llevo dicho: el mismo
Dios, así que hubo promulgado sus leyes sacrosantas sobre
la abrasada y fulgurante cumbre del Sinaí, ordena
inmediatamente a su siervo Moisés la construcción de un
tabernáculo sobre el que descienda su gloria y brille su
imponente majestad, en el que su pueblo fiel le ofrezca sus
preces, oblaciones y holocaustos. Veremos que Jacob al
despertar de su misterioso sueño, consagra al Señor el
dichoso sitio en que le plugo mostrársele: exclamando,
sobrecogido de reverencial temor, que atinaba con la casa
de Yahveh y que la puerta daba hacia el cielo, que David
concibe el designio de edificar un templo al gran Yahveh,
quien, por boca de su profeta, se lo impide, anunciándole
que semejante honra estaba reservada al pacífico Salomón,
el cual construye en efecto, apurando los recursos de la
riqueza y del arte, aquel famoso edificio, asombro de las
naciones, maravilla del mundo, en el que promete morar el
Santo por esencia, escuchar y recibir las oraciones y
ofrendas de su querido Israel.
Más tarde, llegada la dichosa plenitud de los
tiempos, el cristianismo, profundo conocedor de la
naturaleza humana, ha establecido y conservado la loable
costumbre de erigir templos y basílicas en honor del Dios
viviente, a despecho de las insensatas declamaciones de la
impiedad de todos los siglos, parodiada últimamente por el
racionalismo moderno que acusa a la Iglesia católica de
haber querido circunscribir la majestad del Altísimo en un
recinto material, de haber alejado de su compañía a Dios,
confinándolo dentro de los límites de un estrecho
tabernáculo… Cómo si la Iglesia intentara jamás encerrar
entre paredes y columnas la inmensidad Divina, cómo si
ella no enseñara al niño incipiente, en la primera hoja del
Catecismo, que Dios está en todas partes, que todo lo
penetra, todo lo ocupa, todo lo llena con su adorable
presencia. ¡Cómo si nosotros ignorásemos que la Divinidad
no ha menester de templos para sí misma cual un monarca
necesita de un palacio para la ostentación de su grandeza y
poderío, que la creación con todas sus bellezas es un átomo
fugaz y deleznable para aquél que tiene por escabel de su
trono los soles y los mundos! Cómo si no
comprendiéramos, en fin, que nosotros débiles y miserables
criaturas, somos los que necesitamos de estos lugares
consagrados a Dios, para poder nutrir y sostener nuestras
ideas y sentimientos religiosos; para auxiliar nuestra
flaqueza, elevando y poniendo en contacto nuestro espíritu
con el Autor de toda verdad y de todo bien; para exhibirnos
reunidos en su presencia, como hijos de una misma familia
a la vista de nuestro padre común, estrechando así los
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dulces vínculos de nuestra afectuosa fraternidad; para
conservar en nuestro entendimiento encendida siempre la
antorcha de la fe, y en nuestro corazón el fuego purísimo
de la virtud. Efectivamente, hermanos míos, a quién de
nosotros se oculta que por grandes, suntuosos y espléndidos
que fueran los templos que consagrásemos al Eterno, no
podrían nunca ser una mansión digna y correspondiente a
su inmensa majestad, a su excelsitud infinita. Muy
convencido de ello estaba el gran Salomón, cuando le decía:
«Ergone putandum est quod uere Deus habitet super terram?
si enim cælum, et cæli cælorum te capere non possunt, quanto
magis domus hæc, quam ædificaui?». 1 R 8 27.
¡Y para que no dudásemos jamás de la grata
complacencia con que acogió el Omnipotente tan humilde y
fervorosa oración, un fuego milagroso descendido del cielo,
consumió al punto las numerosas víctimas que cubrían el
altar, y la majestad divina llenó el recinto sagrado, bajo el
emblema de una brillante nube por la que, envueltos como
en un manto de luz los Israelitas, prorrumpieron extasiados
en alegres himnos de bendición y alabanza al Autor de
aquella maravilla! Y cuenta, hermanos míos, que aquel
templo no debía contener sino sombras y figuras: las tablas
de la ley, el maná del desierto, la vara prodigiosa de Aarón;
en sus altares de bronce no debía verterse otra sangre que la
de los animales y sus bóvedas de oro y cedro sólo habían de
resonar con el acento de los profetas. ¡Mientras que en
nuestros templos habita personalmente el Dios que dictó la
ley, en ellos se guarda el pan vivo bajado del cielo; un
pueblo de adoradores en espíritu y verdad llena las sagradas
naves, el altar está enrojecido con la sangre redentora que
borra los pecados del mundo y los ecos repiten la voz del
Soberano de los profetas! ¿Qué extraño es pues entonces,
que al penetrar en ellos, crea el hombre traspasar los
confines del mundo, para trasladarse a una región
inaccesible a los cuidados y apasiones de la vida, donde se
tranquiliza el alma, se consuela el corazón, se amortiguan
las pasiones y se despiertan esos nobilísimos sentimientos
que constituyen la alta dignidad del rey de la creación, que
reproduce en sí la viva imagen del Supremo Monarca de los
Cielos que encuentra sus delicias en morar con los hijos de
los hombres? La fuerza del hábito hace otra parte que la
mayoría de los hombres contemple, con indiferente
frialdad, el grandioso espectáculo de la naturaleza, al paso
que es muy difícil penetrar al interior de un templo, sin
sentirse poseído de un religioso respeto, de un recogimiento
santo que nos induce, con más o menos eficacia, a
humillarnos en la presencia del Señor, a concentrarnos en
nosotros mismos, a contemplar las verdades eternas cuya
saludable meditación suele ser tan olvidada por el
aturdimiento que producen los negocios y placeres
mundanales. Todos y cada uno de los objetos que allí
encontramos nos mueven a consideraciones de un orden
superior que, cayendo cual lluvia bienhechora, sobre el
terreno agostado y marchito de nuestro corazón, lo vivifica,
lo fertiliza, y hace brotar en él los gérmenes de la verdad y
del bien, de la dulce paz, del sosiego envidiable del espíritu,
el cual necesita para vivir, una atmósfera apropiada, un
alimento análogo a su naturaleza, capaz de reparar sus
fuerzas enervadas y amortecidas por el pernicioso influjo
del medio material que le rodea en el seno del mundo —del
mundo cuyo bullicio no puede dejar de aturdirnos,
hastiarnos y hacernos desear, siquiera por un instante, la
soledad y silencio del santuario— ¡Oh! ¡Es muy pesada sí,
la atmósfera que nos rodea para que no suspiremos por
gozar, alguna vez, las puras y refrigerantes brisas del cielo,
a la sombra del árbol de la vida plantado en medio de
nuestros templos que, a semejanza de esos verdes oasis que
se encuentran en los abrasadores desiertos de la Libia,
ofrecen al cristiano peregrino el agua que brota hasta la
vida eterna, para humedecer su labio desecado, para calmar
la ardiente, la inextinguible sed de lo infinito que le devora!
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¡Por eso, ellos se llaman y son verdaderamente casas
de oración! a donde aquél que, herido por el dolor, acude a
dirigir sus plegarias al Dios de todo consuelo, no puede
salir desconsolado ¡Oh!, ¡nunca, jamás, podrá salir
desconsolado el hijo que entra en la casa de su buen padre a
implorar en sus cuitas, auxilio y protección! Él lo tiene
dicho: «Petite, et dabitur uobis; quærite, et inuenietis;
pulsate, et aperietur». Lc 11 9.
Ya comprenderéis ahora, hermanos míos, por qué el
universo con toda su magnificencia, no dice al corazón lo
que la modesta iglesia de una aldea; pues en la cima de los
montes, bajo la vasta bóveda azul del firmamento, no
hallamos ni el altar, ni la cruz, ni la santa mesa, ni el
tribunal de la misericordia, y ninguno, en fin, de aquellos
símbolos tan elocuentes, tan persuasivos y conmovedores,
tan ricos de recuerdos y sobre todo de acción tan eficaz
sobre los sentidos y por consiguiente sobre el espíritu y el
corazón, entre los cuales figuran las imágenes de los santos
con las que la Iglesia católica recuerda a sus hijos la
sublime y tierna comunión que existe entre ellos y los
felices moradores de la Jerusalén celestial, les muestra a los
santos como presentes a las oraciones de la tierra; los
constituye protectores de los pueblos que edificaron con sus
virtudes a cuyas imitaciones exhorta y excita. Ella quiere
además, que veamos, en los templos materiales, una imagen
de nuestros cuerpos que son templos vivos de Dios,
purificados con el agua del bautismo, sellados con el sello
de la gracia santificante, ungidos con el óleo de los
sacramentos, iluminados con la luz del Evangelio y
destinados eternamente a una inmortalidad gloriosa, por
eso el Señor se muestra tan solícito y celoso de la santidad
de estos templos, «Nescitis quia templum Dei estis, et
Spiritus Dei habitat in uobis?». 1 Co 3 16. ¡De aquí el deber
que tenemos de limpiarlos, adornarlos y conservarlos
mediante el ejercicio de todas las virtudes, de una manera
digna del Dios que en ellos reside! Permitidme ahora que
os pregunte, hermanos míos, ¿lo hacemos así por ventura?
¡Oh!, ¡válgame Dios! ¡Cuántos hombres, como dice el
Crisóstomo, cuidan más de sus pesebres y caballerizas que
del templo de su alma! Cristianos que me escucháis,
¿queréis conservar sin mancha ese viviente santuario?
Venid con frecuencia al templo, ¡pues el hijo que huye del
hogar paterno, no podrá ser jamás buen hijo, buen esposo,
buen padre, buen hermano, buen amigo, buen ciudadano!
Almas justas, si os alejáis de este lugar santo, si vuestras
miradas os desvían de las cosas celestiales, para dirigirse a
las de la tierra, no tardaréis en ser arrebatadas por el
voraginoso torbellino de la tentación. Débiles tallos os
troncharéis al primer soplo del huracán de las pasiones.
Columnas separadas del edificio, no podréis teneros firmes
y caeréis hechas pedazos al golpe de vuestra impetuosa
caída. No olvidéis que la fuente más pura, pierde su
limpidez y trasparencia: ¡el paso de un insecto la remueve y
enturbia, el soplo del viento agita y corruga su tersa
superficie!
Y si el templo del Señor es para el justo un lugar de
sostén, de expansión y consuelo, para el pecador
arrepentido es un lugar de rehabilitación y de luz en el que
sus miradas tropiezan aquí con los tribunales sagrados,
donde movido por las exhortaciones de un director
compasivo y celoso, prometió mudar de vida y reprimir sus
viciadas propensiones: allí con el altar donde en otro
tiempo sustentó su alma con el cuerpo adorable de
Jesucristo, que murió porque él viviera; más allá, descubren
la cátedra donde no se ha cesado de distribuir el pan de la
divina palabra, ni de combatir los desórdenes y excesos de
su vida criminal, mostrándole sus fatales consecuencias,
acullá distinguen postrada de hinojos una persona virtuosa
y timorata cuya piedad la confunde y condena. ¡Todo en
fin, todo le acusa y le enrostra su negra ingratitud para con
Dios, lo cual no tarda en producir, en él, un principio de
arrepentimiento, de reforma, de justificación, viniendo
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luego la gracia a colmar el hondo abismo que abriera la
iniquidad!
Y quién no ve, católicos, la inagotable fecundidad
de este suelo sagrado para producir tan abundantes y
preciosos frutos en el orden espiritual y por consecuencia
necesaria en el orden moral y social que de aquél se
derivan? Pero aun hay más: el oro, la plata, los adornos y
preciosidades con que decoramos nuestros templos, fuera
de fomentar y dar pábulo a las creaciones de la industria y
del arte, nos hablan también a su modo, y nos dicen:
Siendo Dios el Árbitro Supremo, Creador y dispensador de
todos los bienes, obligación nuestra es ofrendarle el oro, las
riquezas y las producciones del talento y del genio,
pagándole, así, el justo tributo de todas las cosas que de su
pródiga y benéfica mano hemos recibido. Este homenaje de
gratitud y adoración es un nuevo título para merecer más y
más sus inapreciables dones.
La pompa, que el culto católico despliega en
nuestros templos, no es pues solamente un manantial
perenne y fecundo de bienes espirituales sino que además
suministra —como llevo dicho— el trabajo y la subsistencia
a un sin número de individuos y familias, en especial de la
clase proletaria cuya industria promueve y conserva con el
consumo de los variados objetos que emplea en su
esplendor y sostenimiento. Llamar, como lo han hecho
muchos que se titulan enfáticamente amigos del pueblo,
superfluas y vanas las erogaciones del culto religioso es la
más refinada crueldad contra la indigencia. La Iglesia no
piensa de este modo, y prescindiendo de que toda pompa
por espléndida que fuese, es una débil y pequeña
manifestación de la criatura al Creador; ella tiene en mira
que el pobre cuente con una casa común donde pisen sus
pies ricas alfombras, ya que le está prohibida la entrada a
los mullidos estrados de los opulentos del mundo: quiere
que el pobre se siente lado a lado del rico fastuoso y se
arrellane en los sofás con que le brinda, ya que en su
mísero albergue, no tiene los divanes orientales en que
descansan los modernos epulones. ¡Quiere que el oído del
menesteroso se recree con las melodías de la música
sagrada, ya que las puertas de los teatros y festines se han
cerrado para él y que olvide así siquiera por un instante, su
miseria, su angustia, sus privaciones y padecimientos, a fin
de que no le asalte la siniestra idea de atacar al rico en su
propiedad para proporcionarse las comodidades, ventajas y
placeres de que aquél disfruta!
Destruir las iglesias es aniquilar el culto y con él la
religión; destruir la religión es remover las bases
fundamentales de la sociedad. ¡Ah! en vez de derribar las
iglesias o disminuir su número, es preciso levantar otras
nuevas, cuantas más se construyan, menos cárceles abriréis;
pues el culto divino público, es el lazo social más poderoso
y fuerte que une a todos los miembros de la familia
humana, en la casa de su común y legítimo padre, Dios.
Decidme ahora, católicos, si hay razón bastante,
para celebrar llenos del más puro regocijo, la dedicación de
esta santa casa, que así nos va a colmar de tantos y tan
inestimables bienes, para prorrumpir estáticos de gozo y
alegría. Empero, nuestro entusiasmo y alborozo deberán ir
aun más allá, si a todo lo que llevo expuesto se añade la
consideración de que este nuevo santuario nos ofrece un
depósito de sacerdotes distinguidos por su doctrina, su
piedad y su celo por la gloria de Dios y la salvación de las
almas. Efectivamente, ¿quién de nosotros puede sin
injusticia, algo más sin ingratitud, desconocer los grandes e
importantes servicios que, con el exacto y escrupuloso
cumplimiento de su ministerio, prestan estos beneméritos
religiosos, en obsequio de la salud espiritual de los fieles?
Mas, aun cuando estas relevantes prendas no los hiciesen
acreedores a nuestra benevolencia y a nuestro respeto, sería
sobrado y poderoso título para comprometer nuestra
gratitud en favor suyo, este magnífico monumento que
atestiguará perpetuamente a la vez que la preclara piedad
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de sus principales autores, el decidido y generoso interés
que los anima hacia nosotros, que hemos visto el
infatigable tesón que han desplegado, para levantar y dar
cima a una obra que, sin su admirable constancia, sin sus
nobles esfuerzos, no habría podido llevarse a cabo, si se
atiende a la naturaleza de su construcción y a las difíciles
circunstancias del lugar y de la época en que se ha
emprendido. Y no creo que haya ninguno entre vosotros,
que no sienta y confiese esta verdad altamente honrosa para
estos dignos y laboriosos operarios de la mies evangélica.
Verdad que por sí sola, es más que suficiente para obligar
nuestra más viva y profunda gratitud hacia ellos, para
extinguir de una vez por siempre, en nuestro espíritu, las
mezquinas preocupaciones de un nacionalismo falso y mal
entendido que nos induce, frecuentemente, a desconocer y
despreciar el verdadero mérito, sólo porque él se encuentra
en individuos que no nacieron en el mismo espacio de
terreno en que nosotros nacimos. ¡Cuánta injusticia, qué
estrechez y trastorno de ideas y cuán poca nobleza de
sentimientos arguye semejante conducta! Seamos pues
justos, hermanos míos, amemos nuestra patria con un amor
sincero e ilustrado, queramos su bienestar y su progreso,
cualquiera sea la latitud de donde ellos nos vengan:
reflexión que adquiere mayor fuerza, cuando se trata del
sacerdote católico cuya patria es el mundo entero, al que
fue enviado a evangelizar, por aquél que dijo a sus
apóstoles: «Euntes… docete omnes gentes: baptizantes eos in
nomine Patris, et Filii, et Spiritus sancti». Mt 28 19
Afortunadamente y para honra de nuestra religiosa
y sensata sociedad, la gran mayoría que la constituye está
muy distante de estas pueriles y odiosas prevenciones;
dígalo sino la munificencia y liberalidad de tantas personas
que, con sus donaciones y limosnas, han contribuido a la
erección de este santo edificio hasta el estado tan lisonjero
en que se encuentra. ¡Plegue al cielo! que el número de tan
piadosos colaboradores crezca y se aumente de día en día, a
fin de que dentro de breve tiempo nos quepa la gloria de
verlo definitivamente concluido y decorado. ¡Así el pueblo
cochabambino dará un nuevo y elocuente testimonio de su
adhesión proverbial al catolicismo, y de ese espíritu
emprendedor y progresista que forma su carácter y lo
impele a acometer animoso todo cuanto pueda influir en la
mejora y engrandecimiento de su hermoso suelo, para el
que esta solemne inauguración en el año que hoy empieza,
será, no lo dudéis, un seguro presagio de prosperidad y de
ventura!
Inmortal y augusto soberano de los cielos, a cuya
gloria se consagra este venerado alcázar donde se va a
inmolar, por vez primera, la sacrosanta y purísima Víctima
del calvario, esa hostia de paz y de salud que no obstante
nuestra indignidad y pequeñez os obliga a mirarnos con
ojos de paternal clemencia, ¡aceptad pues propicio, los
votos que os hacemos, escuchad indulgente las plegarias
que os enviamos y derramad magnífico vuestras celestes
bendiciones sobre este pueblo que os confiesa, adora y
glorifica! Y si los reyes de la tierra, al tomar posesión de sus
frágiles palacios, se ostentan dadivosos y liberales con sus
súbditos, ¿cómo no os mostréis vos grande y misericordioso
en este día, en que cubierto con los velos eucarísticos,
haréis vuestra entrada solemne a este templo donde se os
tributará el culto de que sois digno? ¿Cómo no
locupletaríais nuestros corazones con las infinitas riquezas
de vuestro amor y bondad inagotables? ¿Cómo dejaríais de
compadecer nuestros males, de curar nuestras heridas y de
enjugar nuestras lágrimas…? ¡Ah! ¡no, gran Dios! Señor,
esperamos confiados los poderosos auxilios de vuestra
gracia en el tiempo y vuestra visión beatífica, vuestra gloria
perdurable en la feliz eternidad, que os deseo, en el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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1868 DISCURSO
Flor de Granado y Granado
on cuánta propiedad se aplica, hermanos míos, este
verso del Salmista a esa selecta y preciosa porción
de almas fieles que, noblemente estimuladas por el
santo deseo de la perfección evangélica, renuncian
el mundo, sus placeres e ilusiones para consagrarse
enteramente al Señor. Cuando digo mundo entiendo por
esta palabra esa insensata muchedumbre que, sumergida en
los goces y cuidados terrenales, vive en un completo olvido
de Dios y de sí misma, ignorando, mejor dicho,
desconociendo espontánea y temerariamente el fin principal
de su creación, cual si no tuviera más destino que la nada,
ni otro porvenir que el de apurar, hasta donde sea posible,
la copa del deleite. Hablo, sí, de ese mundo que renuncia
solemnemente el cristiano, al borde de la pila bautismal,
como a uno de los más peligrosos enemigos de su salvación,
de ese mundo al que, según san Agustín, se refiere el
profeta de Patmos cuando dice que no conoció al Salvador.
Es cierto que todos estamos en la obligación de
buscar, ante todas cosas, a Dios que es nuestro primer
principio y será nuestro último fin; pero, desgraciadamente
y por lo general, no cumplimos este deber sagrado porque
carecemos de resolución bastante para romper el ominoso
yugo de las pasiones que nos tiranizan y, para resistir a los
falaces halagos del mal que nos seducen. No así esas almas
que conciben y ejecutan el generoso designio de obligarse al
servicio Divino de un modo perpetuo e irrevocable; de
emplearse en levantar, noche y día, sus puras manos al cielo
a fin de atraer sobre la tierra el rocío de las celestes
bendiciones, las cuales merecen con justicia formar parte de
la dichosa y bienhadada estirpe de los que buscan, de veras,
al Señor.
¡Oh!, felicitémonos al ver multiplicarse, en nuestro
país, tan noble, tan ilustre progenie. Y tributemos humildes
gracias a la providencia, que se apresura a prodigarnos
dulcísonos consuelos mediante el ensanche del culto
religioso y de las instituciones monásticas, que oponiendo
un dique al torrente devastador del vicio, y ofreciendo
poderosos estímulos a la virtud, son un germen fecundo de
progreso y ventura para los pueblos.
Dígalo sino esta nueva comunidad que se instala
hoy, pocos meses después de la inauguración del vecino
templo, cuya importancia tuve la honra de manifestaros en
otro discurso, cumpliéndome, ahora, la de hacer una breve
apología de los institutos religiosos, con la mira de disipar,
en cuanto esté a mis alcances, ese espíritu de hostilidad y
prevención, pronunciado tenazmente contra ellos en la
calamitosa época en que vivimos.
Espero ¡Oh Virgen de las Vírgenes! que me
otorgaréis bondadosa y benigna vuestro amparo, siendo
como sois la excelsa Emperatriz de esa cándida falange que
milita bajo vuestras banderas, y en cuyo obsequio me
propongo hablar: Ave María.
Tarea ciertamente difícil y penosa es, hermanos
míos, la del ministro de la religión que se propone hacer la
apología de los conventos, a la faz de un siglo como el
presente, en el que infatuado el hombre al contemplar sus
numerosas conquistas sobre la materia, ha acabado por
someterse servilmente bajo el imperio de esa misma materia
que se gloria de dominar, con despótica soberanía. Tal es,
en efecto, lo que la historia contemporánea nos muestra,
toda vez que volvemos los ojos hacia esos países cuya
civilización y cuyos prodigiosos avances son incitadores de
nuestras aspiraciones y de nuestra envidia, lo que prueba la
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PRONUNCIADO CON MOTIVO DE LA INSTALACIÓN
SOLEMNE DEL NUEVO MONASTERIO DE CAPUCHINAS DE
JESÚS CRUCIFICADO
«Beati immaculati in uia,
Quia ambulant in lege Domini». Sal 119 1.—
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funesta disposición en que nos hallamos, de acoger sin
examen la errónea doctrina, de que la ventura de los
pueblos debe medirse por la mayor suma de bienestar
material posible, y de que por consecuencia, todo lo que no
se encamine a procurarlo, es ya que no pernicioso, estéril y
de ningún provecho, teoría que envilece y degrada al
hombre, el cual necesita, sobre todo, perfeccionar su alma
hecha a imagen de Dios, por el solícito esmero en
procurarse, con preferencia, los bienes incorruptibles y
perdurables, en cuya posesión consiste principalmente su
feliz, inmortal y glorioso destino. «Quærite», dice el
celestial Maestro, «primum regnum Dei, et iustitiam eius: et
hæc omnia adiicientur uobis» Mt 6 33, palabras que
establecen del modo más terminante y explícito, la
superioridad intrínseca del espíritu sobre la materia. No
queráis, sin embargo, que yo intente desconocer los deberes
que tenemos con relación al cuerpo, ni la moderada
solicitud en satisfacer sus exigencias y necesidades, no,
porque esto sería extravagante y absurdo, como quiera que
el hombre es un compuesto de dos sustancias, que no es
dado nunca separar completamente, sin destruir el fondo
de su naturaleza; pero sí afirmo sin temor de equivocarme:
esos mismos deberes relativos a nuestra parte animal tienen
que estar forzosamente subordinados a las leyes espirituales
y morales que figuran en primera línea, en superior escala,
so pena de abdicar ignominiosamente el cetro de monarcas
de la creación y confundirnos con las bestias que pacen la
hierba.
Por consiguiente, todo lo que conduzca a favorecer
el desarrollo y perfección del espíritu, a depurarlo de sus
manchas, a unirlo más estrechamente con su Divino Autor,
no puede menos que ser grande, digno, respetable y noble;
no puede menos que ejercer una influencia tan positiva,
como bienhechora, en nuestro corazón natural e
instintivamente amante de la grandeza, la bondad y el
heroísmo, y ¿quién osara negar que estos brillantes
caracteres distinguen a las comunidades religiosas y, en
especial, a las del bello sexo, que ofrece a los ojos atónitos
del mundo, de los ángeles, y de los hombres, el imponente,
conmovedor y sublime espectáculo de la pureza, la
abnegación y el desprendimiento en su mayor altura?
Si pues, como católicos, reconocemos por verdadero
y divino el código santo del Evangelio, no podremos jamás
zaherir ni menospreciar impunemente estas instituciones
venerables que arrancan su origen y su modo de ser de
aquella fuente purísima. Consultad sino la historia y
hallaréis, desde la aparición del cristianismo, un sinnúmero
de personas de uno y otro sexo que, alumbradas por una
luz superior, se dedican a la práctica de los consejos del
Dios hombre, con el loable fin de obtener la más alta
perfección moral asequible sobre la tierra; ni pudo ser de
otro modo, pues de lo contrario, Jesucristo habría dado al
mundo lecciones impracticables y consejos ilusorios, lo que
no se puede afirmar sin blasfemia, ¿o se dirá que, bastando
para conseguir la eterna bienaventuranza la observancia de
los preceptos, es una supererogación inconducente? Sería
eso así, si al potente impulso que diera Jesucristo a la
humanidad regenerada, si a la voz irresistible con que la
invito a copiar en sí, su imagen perfectísima, no hubiera
surgido, como por encanto, una multitud de almas
ardorosas cuyo fervor no quedase satisfecho, con el mero
cumplimiento del deber.
La suprema misión de justicia que comporta el
Derecho se cifra en constans et perpetua uoluntas ius suum
cuique tribuendi, es el ideal más acabado de la sabiduría
humana; respetar el derecho, y cumplir el deber era el grado
supremo a que pudo elevarse la filosofía gentilicia, cuyas
doctrinas no llegaban siempre ni aun a ese tipo tan vulgar.
Efectivamente, el cumplimiento universal del simple deber
sería, por sí solo, muy apetecible; mas, para que la inmensa
mayoría de los hombres se resolviese a ello, era en extremo
conveniente hacer desfilar ante sus ojos virtudes decididas a
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subir más alto, para que, estimulada por el ejemplo de una
minoría heroica, marchara con más facilidad y eficacia a su
perfección. Tal ha sucedido con el cristianismo, en cuyo
seno se ha encontrado siempre a esa generosa minoría,
caminando sobre las huellas de Jesús, conmovida por estas
palabras: «Estote… uos perfecti, sicut et Pater uester cælestis
perfectus est», Mt 5 48, dispuesta a lanzarse en su
compañía, más allá de los límites del precepto jurídico y de
las fronteras del deber, exclamando férvida y entusiasta:
—Lo bueno no es bastante, queremos lo mejor; el deber es
poca cosa, queremos el sacrificio.
Ved ahí el móvil, ved ahí el blanco de la vida
religiosa, que es, bajo este punto de vista, una causa
poderosamente aceleratriz de progreso, en el orden moral.
Pero, aun sin tener en cuenta la notable
circunstancia de que los institutos religiosos tienen, en
favor suyo, la autoridad expresa del Evangelio y la palabra
indefectible del Divino Enviado, que no puede cambiar ni
sufrir alteración alguna con el transcurso del tiempo, como
acontece con las doctrinas que proceden de la débil razón
humana; el sentido común y la sana filosofía nos dicen que
es preciso, ya que no respetarlos, dejar por lo menos de
combatirlos, de un modo innoble, injusto y sistemático
puesto que, lejos de ocasionar mal ninguno, contribuyen,
en gran manera, al sostén, dignidad, esplendor y prestigio
del imperio santo de la virtud. Y si esto es así, cómo no es
posible desconocerlo, ¿habrá cordura, sensatez y sabiduría
en condenarlos magistral y despiadadamente, en calificarlos
como rémoras invencibles del progreso, como un
anacronismo injustificable en el Siglo de las Luces? No me
podréis negar que esto es lo que se ha dicho y lo que se
repite de ordinario, por muchos de vosotros; permitidme
ahora dirigiros una pregunta: ¿no es evidente que en
nuestro siglo, más que en ningún otro, se proclama a voz
en grito la libertad, la tolerancia y el respeto a los fueros de
la conciencia? Y bien, ¿cómo canceláis ese principio tan
preconizado, tan exigentemente reclamado en la actualidad,
con la repugnancia que os inspira ver y el vivo deseo que
tenéis de impedir, si pudieseis, que una pequeña porción
del sexo devoto busque en la vida contemplativa, en el
silencioso recinto del claustro, un asilo contra los riesgos
del mundo, un medio de satisfacer las nobles y piadosas
aspiraciones de su espíritu y de su corazón?
Para eludir la fuerza de este sencillo argumento y
justificarse del merecido epíteto de inconsecuentes, han
pretendido primero los protestantes, y después sus
discípulos los modernos racionalistas, que la aversión que
profesan a los claustros nace del interés y lástima que les
inspira la suerte de esas pobres vírgenes, que, cegadas por la
alucinación y el fanatismo, cometen la bárbara imprudencia
de adoptar, de un modo perpetuo, un género de vida lleno
de inconvenientes. Se nota, desde luego, que la
imprudencia deberá consistir, especialmente, en la
perpetuidad del voto. Sentada esta premisa, será forzoso
concluir que no es lícito hacer uso de la propia libertad para
practicar de un modo estable la virtud más perfecta, ni
celebrar una alianza perenne, indisoluble entre nuestra
alma inmortal y su principio eterno, entre la criatura y el
Creador; ¡pero, qué! la elección del estado religioso, ¿no es,
por ventura, el libre ejercicio del derecho natural que todo
hombre tiene, de escoger, después de una concienzuda
deliberación, lo que juzgue más conforme a su carácter, a
sus inclinaciones, lo más conducente a su bienestar
presente y futuro, derecho que nadie le puede disputar ni
arrebatar?
La Iglesia católica ha tomado, pues hago su tutela
maternal, ese derecho, sancionando severas penas contra el
que compeliere violentamente a otro a tomar el hábito
religioso; algo más, ha prevenido, por medio de sabias y
oportunas providencias, el que nadie se imponga a sí
mismo aquel yugo, sin haber sometido antes, a duras
pruebas, su vocación: la edad que ella exige y el tiempo que
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señala para el noviciado son más que suficientes para
conocer, por experiencia, los deberes anexos a la vida
claustral. Nuestros legisladores no han encontrado
dificultad alguna en permitir que los individuos de ambos
sexos se liguen con el vínculo indisoluble del matrimonio,
en una edad mucho más temprana que la requerida para la
emisión de los votos monásticos, sin que nunca se hubiese
reprochado de imprudente semejante proceder. Y si nos
remontamos a un otro orden de ideas más elevadas,
veremos que Dios, Ser de los seres, es libre y feliz por
esencia; no obstante hallarse siempre y necesariamente fijo
en el bien, y eternamente separado del mal; ¿y es otra acaso
la tendencia del ser formado a su semejanza, toda vez, que
por un acto supremo de su libertad quiere prevenir de
antemano los veleidosos caprichos de un corazón de suyo
inconstante y rebelde? ¿De un corazón que, inútilmente
fatigado en buscar la dicha que no puede hallar en las
criaturas sobre la tierra, la busca en Dios, creándose, por su
propio albedrío, una dulce y feliz necesidad que lo
mantenga firme junto al bien y lo aparte constantemente
del mal?
Oíd a este propósito al célebre monsieur de
Chateaubriand: él dice que, en estos últimos tiempos, se ha
declamado mucho contra el voto monástico y, con todo, no
es difícil aducir en su favor poderosas razones sacadas de la
naturaleza de las cosas y de las necesidades mismas de
nuestra alma. Lo que principalmente hace al hombre
desgraciado es su propia inconstancia, y el abuso frecuente
de su libre albedrío; fluctuando de sensación en sensación,
de pensamiento en pensamiento, sus afecciones tienen la
misma movilidad que sus ideas, y éstas la misma
insubsistencia que aquéllas. Semejante situación abisma al
hombre en una congojosa inquietud de la que no puede
salir, sino cuando una fuerza superior lo liga a un objeto
sólo. Entonces se le ve arrastrar alegremente su cadena;
pues aunque infiel, aborrece no obstante la infidelidad; de
suerte que el artesano, por ejemplo, es más feliz que el rico
desocupado, por estar sujeto a un trabajo forzoso que le
quita toda ocasión de ajenos deseos y de inconstancia, y la
ley prohibitiva del divorcio ofrece menos dificultades que la
que lo permite. El voto perpetuo, es decir, la sujeción a una
regla inviolable, lejos de sumergirnos en el infortunio es,
por el contrario, una disposición favorable a nuestra
felicidad, porque tiende a escudarnos contra las ilusiones
del mundo; si ponemos en una balanza los sinsabores y
sufrimientos que acarrean las pasiones y los brevísimos
goces que procuran, veremos que el voto es, aún en la época
más florida de la juventud, un grande y efectivo bien.
Me diréis quizá que, alguna vez, se han visto
religiosas que acaban por arrepentirse de su estado, y cuya
existencia es un anticipado infierno. Convengo con
vosotros en la realidad innegable de un hecho, por fortuna,
poco frecuente; mas no es lógico deducir de aquí, nada
contrario a lo que os llevo dicho: ¡Qué! ¿en todos los
estados, en todas las condiciones de la vida, no se ven
ejemplos de arrepentimientos amarguísimos? Pretender,
pues, una garantía, a fin de que cada cual conserve la
libertad necesaria para no desesperarse, para cambiar a su
antojo de condición importaría establecer un principio tan
monstruoso como funesto que, aplicado a casos
particulares, minaría (en pocos instantes) los cimientos del
orden social. La idea sola de que este cambio fuese posible
sería bastante a excitar, con vehemencia, el deseo de
conseguirlo, y entonces veríamos a muchos esposos
abandonar su tierna prole en la orfandad y la miseria, por
haberse apoderado de sus corazones un amor extraño. ¡Oh!,
¿y quién no ve el abismo a que conduce tan inmoral y
absurda doctrina?
Aquellos que no extienden sus miradas más allá de
este mundo, que hacen consistir la felicidad en el goce de
los placeres, ventajas y comodidades que les brinda, no
conciben cómo pueda vivirse contento en el retiro, en la
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mortificación de la carne y en el ejercicio de austeras
virtudes, porque jamás saborearon las delicias de la vida
espiritual, ni bebieron nunca las purísimas aguas con que
Dios riega estos amenos jardines del catolicismo.
¿Queréis una prueba práctica de mis anteriores
asertos? Sea: muy reciente es la historia de la Revolución
francesa del pasado siglo, cuyos corifeos se propusieron
entre mil otras innovaciones sacrílegas, libertar a las
víctimas del claustro, abriendo de par en par sus puertas; ¿y
qué sucedió? ¡que comunidades enteras arrastraron los
suplicios y la muerte antes que faltar a sus sagrados votos;
que la superiora de un convento marchó, con frente serena,
acompañada de todas sus hijas al cadalso, entonando, llenas
de júbilo, las letanías de la santísima Virgen, sin que este
hermoso cántico cesase mientras la fatal guillotina no
apagó la voz de la última religiosa sacrificada! Igual escena
se repitió en España y otras naciones de Europa, donde los
revolucionarios filántropos abrieron las puertas de los
monasterios, cuyas moradoras prefirieron el abandono, el
hambre, la desnudez y la miseria a la profanación de su
santo estado.
Por otra parte, la Iglesia prudente siempre y
previsora permite, existiendo grave causa, la traslación de
una religiosa a otro monasterio, y aun la secularización, si
el motivo es en extremo urgente. ¿Dónde está pues
entonces, la dureza, la crueldad, la tiranía, de que la acusan
sus injustos adversarios?
Añado, por último, que los institutos monásticos,
lejos de ser inútiles en la actualidad, son demasiado
provechosos, no ya sólo por el benéfico influjo que ejercen
sobre la mujer, mostrándole de continuo, el tipo ideal de su
más bello y esencial adorno, el pudor; no ya sólo porque las
plegarias que desde ellos suben todos los días al trono del
Eterno desarman la justicia celeste cuya explosión provocan
a cada paso nuestras iniquidades; sino también porque
constituyen un elemento reaccionario contra el sensualismo
a que se aboga sin rebozo, por la rehabilitación de la carne
(principio tanto más temible, cuanto que se difunde por
escritores que se precian de católicos y según los cuales el
cristianismo es una excelente religión, pero que necesita
aún amoldarse a las circunstancias de la época, mitigando
su excesiva severidad con respecto a la carne, sus exigencias
y propensiones). Mas permitidme que otra vez os pregunte
con un eminente apologista: ¿No es cierto que, en vez de
reprochar al espíritu su tiranía sobre la carne, hay más bien
que echar en rostro a ésta su tenaz rebeldía contra aquél?,
¿no es indudable que si el hombre se degrada y prostituye,
no es porque sostiene con extremada firmeza el dominio del
alma, sino porque se muestra sobrado débil ante las
rebeliones del cuerpo? ¿Está acaso muy exaltado ahora el
espíritu y muy deprimida la carne? ¿Habrá, por ejemplo,
que obligar a muchos de vosotros a que moderen sus
vigilias, maceraciones y ayunos? ¿habría que arrancarles el
silicio de sobre los lomos y quitarles de la mano la
sangrienta disciplina? ¡Ah! esa sonrisa que asoma a
vuestros labios, me asegura que no hay por qué afligirse ni
temer en este orden, y que los peligros de destrucción
corporal se encuentran en el extremo opuesto, como lo
acreditan elocuentemente los hospitales, esos puntos de
reunión de todos los dolores físicos donde no hay un solo
paciente conducido allí por los rigores del ascetismo y de la
penitencia, mientras que los hay en inmenso número
llevados al lecho de la muerte, en la primavera de la vida,
por los excesos de la malicia, de la disolución y el
libertinaje.
¿Y podréis negar entonces que es sobremanera útil,
conveniente y hasta de todo punto necesario, oponer un
contrapeso a esa tendencia sensual y destructora que lo
invade todo, causando males sin cuento, al individuo, a la
familia y a la sociedad? ¿No será, por lo mismo, de suma
importancia un monasterio, que ofrezca el ejemplo del más
elevado espiritualismo, y satisfaga así una de las más
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
imperiosas necesidades que al presente sentimos y
confesamos?
¡Oh! Rasgad pues ya la opaca venda de impías e
irrazonables preocupaciones, y veréis brillar, a vuestros
ojos, el luminoso astro de la verdad católica. Guiaos por su
luz, en especial, vosotros, jóvenes cristianos, y evitaréis los
escollos de la falsa ciencia. Desnudaos de ese pedantismo
que os ridiculiza y desluce. No aventuréis jamás, vuestro
prematuro dictamen, en materias que exigen detenidos
estudios, y que están profundamente cimentadas, en el
irrecusable testimonio de aquél que no puede engañarse, ni
engañarnos.
Estas ligeras reflexiones, pueden ya suministraros,
hermanas mías, alguna idea de la alta, digna y hermosa
misión que estáis llamadas a cumplir. De vosotras depende
que este nuevo plantel de la religión seráfica florezca, por el
ejercicio de todas las virtudes, y preserve, con el aroma que
exhale, del contagio del vicio a innumerables almas. Para
ello, es preciso no olvidar, por un solo instante, que vais a
ser las esposas del Dios Crucificado, y que habiendo
voluntariamente renunciado el mundo, sus vanidades y
placeres, tenéis que reducir, como el Apóstol, vuestro
cuerpo a servidumbre, por la penitencia, la oración, el
retiro y la abstracción total de los bienes y de los afectos
terrenales. ¡Felices vosotras si, ajustando vuestra conducta
a las severas prescripciones de vuestra santa regla, consigáis
atraeros las miradas de Dios y las bendiciones de vuestros
semejantes! ¡Felices, si sabéis corresponder dignamente a la
santidad de vuestra vocación! Empero desgraciadas ¡mil
veces desgraciadas! si sustraídas materialmente del bullicio
mundanal, traéis al santuario un corazón que no esté
absolutamente vacío de todo apego inmoderado a las cosas
de la tierra, y que no palpite ansioso, ¡por las cosas
celestiales! ¡Desgraciadas, si permitís que penetre hasta
vosotras el espíritu de la disipación, de la tibieza, de la
discordia y la inobservancia de vuestras constituciones!
¡Oh!, yo me lisonjeo con la esperanza de que,
impulsadas por el vehemente anhelo de buscar en Dios
vuestra santificación y salvación, os haréis dignas de gozar
las delicias de la paz que reside en el claustro, de esa paz
rico patrimonio de las almas puras, timoratas y fieles al
Señor. Que él os bendiga y comunique profusamente su
gracia, a fin de que buscándolo solícitas en la tierra, os
incorporéis, un día, a esa cándida muchedumbre que forma
su comitiva gloriosa, en el cielo que os deseo.
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1870 CARTA PASTORAL
AL VENERABLE DEÁN Y CABILDO ECLESIÁSTICO, AL CLERO
Y FIELES DEL OBISPADO, SALUD Y PAZ EN EL SEÑOR
nstituido, sin merecimiento alguno, obispo coadjutor
del ilustrísimo y digno prelado diocesano doctor don
Rafael Salinas, por las letras apostólicas que su
santidad el romano pontífice Pío IX se ha dignado a
pedir en favor mío, a consecuencia de la presentación que,
de acuerdo con el referido ilustrísimo prelado, se sirvió
hacer de mi demeritoria persona el excelentísimo patrono
nacional*, he creído oportuno y necesario dirigir al
venerable deán y cabildo eclesiástico, al respetable clero
secular y regular, y a todos los fieles de la diócesis de
Cochabamba mi débil voz, para expresarles los contrarios
sentimientos de inquietud, temor y congoja, igualmente
que de consuelo, alegría y esperanza que abriga mi espíritu,
al considerar, por una parte, mi pequeñez e insuficiencia
*
José Quintín Mendoza afirma acerca del general Mariano Melgarejo:
«Posiblemente, el hombre de las batallas y de las orgías, mitad monstruo,
mitad héroe, no respetase a nadie en Bolivia, excepto al joven sacerdote
Granado… Se sentía orgulloso de haber elevado a la dignidad episcopal a
aquel prebendado tan venerable aún en su juventud como lo fue [san
Luis] Gonzaga, y teniendo buen conocimiento de que Granado detestaba
todos sus vicios». IN MEMORIAM pág. 139 (1902).
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
para sobrellevar el enorme peso del episcopado, y por otra
el acendrado celo y la índole altamente religiosa que
distinguen al clero y pueblo confiados a mi vigilancia y
solicitud. Esta consideración, a la vez que me anonada y
confunde, me obliga a tributar rendidas y fervientes gracias
a la divina y adorable providencia del Señor que, sin tener
en cuenta mi indignidad suma, ha querido conferirme una
misión, aunque elevada y sublime, en extremo difícil y
espinosa, bajo tan favorables y lisonjeros auspicios.
Sí, carísimos hermanos e hijos míos, yo bendigo,
lleno del más profundo reconocimiento, la bondad infinita
del gran Padre de familias que así me encomienda el
cuidado y cultivo de un terreno fértil y bien preparado, en
el que la preciosa simiente de la doctrina católica ha
producido y producirá en adelante opimos y sazonados
frutos, y que, asociándome de expertos e infatigables
colaboradores, me constituye pastor de un aprisco que
anhela ansioso el pasto saludable de la verdad evangélica,
rechazando con instintiva repugnancia e invencible
disgusto la venenosa hierba de la impiedad que causa hoy
día el malestar y la muerte de muchos pueblos infelices,
cuyos pastores lloran desolados, cual otros Jeremías, sobre
las ruinas de la cuidad santa, al ver que sus ovejas,
emponzoñadas con aquel tósigo mortífero, se extravían del
redil para entregarse indefensas e incautas a carniceros
lobos.
Que tan triste ejemplo, a la par que excite piedad y
compasión hacia aquellos desventurados hermanos
nuestros, nos sirva de estímulo para permanecer siempre
ligados con el vínculo de una sola fe, de una misma
esperanza y de una recíproca y ardiente caridad, a la firme y
robusta columna de la Iglesia católica, apostólica, romana,
en cuyo seno solamente brilla la esplendorosa antorcha que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo,
mostrándole, al través del oscuro y áspero desierto de la
vida, la única senda segura que conduce a la eterna
felicidad.
Efectivamente, el corazón se contrae de angustia,
amados hijos, y se subleva horrorizado ante ese cúmulo de
perversas doctrinas y abominables principios, que
proclamándose en alta voz por hombres que se dicen los
representantes de las ideas de las naciones más civilizadas
del mundo, constituyen la profesión de fe de la escuela
racionalista moderna, escuela lejana a la íntima profesión
del último romano: «Ut quidque intellegi potest ita aggredi
etiam intellectu oportet». Bástame para convenceros y para
justificar mi alarma y mis temores a este respecto llamar
vuestra atención sobre las siguientes frases, proferidas y
publicadas hace pocos meses, por los libres pensadores
parisienses que se adhirieron al Anticoncilio de Nápoles;
helas aquí: «Etant donné que l'idée de Dieu est l'origine et le
soutien de tout despotisme et de tout injustice et que la
RELIGION CATHOLIQUE represente la personification la plus
complète et terrible de cette idée, les libres penseurs de Paris
se voient dans l'obligation de travailler en faveur de
L'ABOLITION RAPIDE ET RADICALE du Catholicisme et son
ANEANTISSEMENT par tous les moyens compatibles avec la
justice».
Tan monstruosa y deplorable aberración de ideas y
sentimientos, último y supremo esfuerzo del orgullo,
germen funesto de la depravación angélica y de la
depravación humana, importa sin embargo, amados hijos,
un poderoso argumento ad hominem en favor de la fe que
profesamos, y cuya gloriosa apología se hace al confesar
paladinamente: fuera de la luz que el catolicismo derrama
sobra la noción de Divinidad y las consecuencias que de ella
se derivan en todo orden, no existen sino las negras y
pavorosas tinieblas del absurdo y espantoso ateísmo. He ahí
como el racionalismo moderno que hasta aquí se cubriera
con el mentido ropaje del celo religioso de que se fingía
penetrado, al asestar sus tiros a la Iglesia católica
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
adulterada y mancillada, según él, por la ignorancia y la
superstición de sus prosélitos, por la perversidad y la
ambición de sus ministros y propagandistas, he ahí como se
arranca con sus propias manos la careta de la hipocresía y
del dolo, para mostrarnos su horripilante faz en toda su
desnudez y deformidad espantosas, revelando (sin rodeos y
a las claras) sus tendencias destructoras de la idea de Dios,
y con ella de la fuente de toda verdad y de todo bien,
palabras que carecerían completamente de sentido, en la
hipótesis, por fortuna imposible, de que llegara a
extinguirse entre los hombres la noción de un Ser absoluto
de quien todo procede como de su principio, y a quien se
encamina todo, como a su último fin.
No os dejéis pues seducir con vanas y falaces
teorías. ¡Alerta!, pues, amados hijos, ¡alerta! no os
sorprendan esos misioneros de Satán, que pretenden
eclipsar con su hálito inmundo el brillo del Sol eterno que
nos alumbra y vivifica, ¡alerta! que ellos se valen de todos
los medios apropiados para esparcir sus detestadas máximas
y muy especialmente de la prensa, prostituyendo así ese
bello invento del ingenio humano, y convirtiéndolo en
inicuo resorte de sus miras subversivas de todo orden, de
toda autoridad, de todo principio, de toda virtud.
El ojo previsor y vigilante de nuestro santísimo
padre, el gran Pío IX, descubrió hace ya mucho tiempo, al
través del dorado velo con que el desarrollo de las ciencias y
de la industria cobijaba a nuestro siglo, el peligroso cáncer
que roía sus entrañas; y es para aplicarle el remedio, para
cauterizar ese cáncer que ha reunido hoy en torno suyo a
todos los obispos de la catolicidad, en esa asamblea augusta
y venerable de la que, como de un manantial purísimo,
brotaran —para difundirse por toda la superficie del
globo— las aguas purificadoras de la verdad, cuyo triunfo
será tanto más cumplido y espléndido, cuanto más rudos
son los ataques que se le dirigen, porque inmortal por su
naturaleza, no hay cuidado de que sucumba en la batalla
con el error, que lleva en sí mismo el germen de su
destrucción.
La época que atravesamos es verdaderamente de
angustia y prueba para nosotros, amados hijos, porque las
furias infernales se han conjurado con audacia inaudita
contra la Iglesia, desplegando su tenebroso poder para
aniquilarla si dado les fuera y no estuviera escrito: «…et
portæ inferi non præualebunt aduersum eam». Mt 16 18.
Entre los numerosos y malignos artificios de que hacen uso
frecuente para lograr sus depravados fines, hay uno que
consiste en presentarla como una institución añeja y
caduca, sin objeto ya en la actualidad, hostil y opuesta al
progreso individual y social ¡qué conjunto de
extravagancias y de blasfemias amados hijos! La más leve
tintura de la historia es suficiente para apreciar hasta qué
punto son erróneas y calumniosas semejantes aserciones.
¿Quién no conoce, en efecto, los grandes e inestimables
beneficios que en todo tiempo ha prodigado la Iglesia
católica al mundo que le debe esa civilización cristiana de
que tanto se gloria? ¿Quién sino esa religión divina, cuya
fiel depositaria y representante ha sido la Iglesia, disipó con
la luz de su doctrina las tinieblas del paganismo, y
desinfectó con el aroma de heroicas virtudes, la mefítica y
pestilente atmósfera que respiraban las antiguas sociedades,
trabajadas por todo linaje de vicios y excesos? ¿Quién
desmontó los bosques y cultivó los vastos eriales, que hoy
sirven de asiento a las más celebres y florecientes
poblaciones de la Europa? ¿Quién rompió las cadenas del
esclavo, elevó a la mujer al rango que hoy ocupa? ¿Quién
suavizó las costumbres feroces de los hijos del Norte,
moderó los rigores de guerra y templó los bárbaros abusos
del poder en los reyes? ¿Quién ennobleció las artes, salvó
las ciencias y las letras en la edad media? ¿Quién…? pero
sería una tarea inacabable el señalar, siquiera ligeramente,
los importantísimos servicios de que somos deudores a la
Iglesia católica, y los que sólo una ignorancia supina o una
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
incalificable ingratitud osaran negar y desconocer; sin
embargo no hay por qué extrañar lo que sucede con el
catolicismo, pues él sigue la suerte de su Divino Fundador
cuya inocente sangre pedía a voces el pueblo, en cambio de
los inmensos bienes de que lo colmara.
No habiendo podido el maléfico genio de la
impiedad coronar con el éxito sus desesperados esfuerzos
para impedir la reunión del Concilio Ecuménico Vaticano,
ha recurrido ahora a la mentira y la calumnia en sus más
cínicas manifestaciones, para infundir la desconfianza en
los gobiernos y hacer vacilar la fe de los pueblos, en orden a
las decisiones que han de emanar de aquella santa e ilustre
asamblea, salvadora de los más caros y preciosos intereses
de la religión y de la humanidad. Por desgracia, esta
estrategia luciferina parece haber surtido algún efecto en
ciertos espíritus, o demasiado superficiales, o en extremo
propensos a la incredulidad religiosa, lo que sucede
particularmente con la juventud a la que me dirijo,
exhortándola con toda la efusión de mi ternura, con todo el
interés y las simpatías que por ella abrigo, a que no
precipite jamás su dictamen en materias de suyo delicadas,
y para cuya debida apreciación se requiere un caudal
competente de conocimientos adquiridos con largos
estudios, y una imparcialidad severa y exenta del influjo de
las pasiones fogosas de la adolescencia. Sí, jóvenes amados,
hay empeño —y empeño sistematizado y tenaz— en
pervertir vuestras ideas, en arrebataros la fe de vuestros
padres, en inspiraros hacia ella aversión y repugnancia…
¡Ah! los que tal procuran son vuestros verdaderos asesinos,
vuestros más crueles y despiadados verdugos. Esas bellas
palabras —libertad y progreso— son las efímeras flores con
que cubren el puñal homicida que se quiere sepultar en
vuestra inteligencia y en vuestro corazón. Desengañaos, la
verdadera libertad y el progreso bien entendido sólo nacen y
crecen a la sombra del árbol del catolicismo: donde reside el
espíritu del Señor allí está la libertad. Sed perfectos como
lo es vuestro padre que está en los cielos. Ved que mañana
seréis vosotros los depositarios de los destinos de la patria,
¿y qué sería de ésta, entregada en manos de hombres
destituidos de creencias y sentimientos religiosos? ¿Qué
base tendrían entonces las instituciones, qué vigor las leyes,
qué estímulos la conciencia, qué garantía la justicia, qué
móvil las nobles acciones, qué apoyo las virtudes públicas y
privadas…? Lo dejo a vuestra consideración.
Otra escuela que se da el título de neocatólica, sin
atreverse a suscribir el símbolo ateísta que os he citado, y
mostrándose animada de un celo asaz sospechoso, esquiva
la nota de herejía e impiedad que justamente merece,
afirmando que sólo se propone depurar la doctrina
evangélica de los borrones con que la han oscurecido y
desfigurado los papas, obispos y sacerdotes; empero salta a
los ojos que, si el vicario de Jesucristo y los obispos que
componen la Iglesia docente hubiesen podido oscurecer y
alterar la verdadera doctrina del Evangelio, la autoridad
divina de este libro (que ellos se jactan de reconocer y
acatar) sería completamente ilusoria y falsa, como quiera
que en él se registran estas solemnes y terminantes
palabras, dirigidas por el Dios hombre a Pedro y a los
demás apóstoles, de quienes el romano pontífice y los
obispos son sucesores: «Et quodcumque ligaueris super
terram, erit ligatum et in cælis: et quodcumque solueris super
terram, erit solutum et in cælis». Mt 16 19.
¿Quién no advierte pues a primera vista que la
asistencia divina, tan explícitamente prometida y tan
fielmente prestada a la Iglesia docente, es una de las
verdades fundamentales que encierra ese mismo Evangelio
que los neocatólicos, pretenden hallarse hoy adulterado y
oscurecido? ¿Quién no ve que sin esta divina asistencia
garantizada por la indefectible promesa del Hijo de Dios, la
herejía y la impiedad filosófica que no han omitido esfuerzo
alguno para destruirla, siendo ésta una de las más
perentorias pruebas de que el catolicismo es una institución
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Flor de Granado y Granado
divina incapaz por consiguiente de ser mellada por la débil
mano del hombre? Es pues evidente que nuestra fe dejaría
de ser verdadera, desde el instante en que pudiese sufrir
alteración o cambio, siendo como es en el orden intelectual
y moral lo que los axiomas y primeros principios en las
ciencias físicas y matemáticas, inmoble, inmutable,
superior a todas las vicisitudes hijas de la falible razón
humana. ¿Qué sería del edificio, si la columna se moviese?
La Iglesia, es pues, esa firme e incontrastable columna, que
sostiene el grandioso edificio de nuestras creencias, las que
a su vez producen las virtudes más eminentes, los derechos
más sagrados y los deberes más legítimos del hombre, de la
familia y de la sociedad.
Otro de los males cuyo contagio se deja sentir de
algún tiempo a esta parte entre nosotros es, no hay por qué
disimularlo, la inconcebible temeridad con que algunos
cristianos poco advertidos se permiten palabras
irrespetuosas y hasta rechiflas y burlas saturadas de odio y
menosprecio al hablar del soberano pontífice, declarándose
abiertamente en favor de los adversarios de la Santa Sede.
Semejante conducta es en todo punto inconciliable con el
nombre y la profesión de católico, quien ante todas cosas
debe amar, venerar y defender su religión, so pena de ser
un tránsfuga de ella; ahora bien, nadie ignora que el
dictado de papa en los labios de un cristiano es sinónimo de
padre, y que en lo espiritual lo es suyo el vicario de
Jesucristo; según eso, ¿qué calificativo podrá darse a un
hijo que se rebela contra su padre, que hace causa común
con sus enemigos y perseguidores, que goza en sus
padecimientos y se aflige de sus prosperidades, que emplea,
tratándose de él, un lenguaje descomedido y osado? ¡Ah!
un tal hijo merecería indudablemente la maldición que pesó
un día sobre Caín y su generación:
«Ainsi Abel offroit en pure conscience
Sacrifices à Dieu, Caïn offroit aussi:
L'un offroit un cœ doux, l'autre un cœr endurci,
L'un fut au gré de Dieu, l'autre non agreable…»
Si a esto se agrega que el pontífice que rige hoy la
Iglesia se halla adornado de las cualidades más distinguidas
y de las más preclaras virtudes, si se reflexiona que Pío IX
es uno de esos hombres providenciales que Dios regala muy
de tarde en tarde al mundo, como un presente inestimable
y magnífico de su clemencia infinita, un pontífice cuya
magnanimidad y nobleza de espíritu, cuya justificación y
firmeza sólo igualan a la dulzura angelical de su carácter, se
tendrá la medida de la perversidad e ingratitud de esos hijos
desnaturalizados, de esos Judas que en coro con los
enemigos de su padre y maestro claman: Crucifige eum…
Crucifige eum. ¡Oh! ¿Es posible que habiendo individuos
que llevan el amor a la patria y la familia hasta un extremo
exagerado de exaltación e intolerancia, miren no sólo con
estoica indiferencia, sino con aversión y desprecio lo que
hay de más sagrado, amable y precioso en este mundo, la
religión fuente de todos los bienes y remedio de todos los
males que aquejan esta vida fugaz y transitoria, en cuyos
lóbregos y temerosos linderos no hay ni puede haber más
luz, más consuelo ni esperanza que ella? Que los que no la
conocen, que los que no han participado de sus beneficios
la desdeñen, nada tiene de extraño; pero que el que ha
abierto los ojos en su regazo maternal, el que ha sentido y
experimentado sus dulces caricias, su tierna solicitud, sus
amorosos cuidados, la rechace como a una madrastra
despótica y aborrecible, he ahí lo que no se comprende, sin
suponer una perversión lastimosa del sentimiento y del
instinto naturales.
Os dije ya que uno de los medios que con mejor
resultado suele poner en acción la impiedad en nuestros
días, para conseguir sus intentos, es la prensa periódica.
Sorprende a la verdad el descaro con que los periódicos que
se titulan liberales consignan en sus columnas las más
groseras falsedades y las mentiras más vergonzosas,
siguiendo a la letra el tan sabido consejo del corifeo de la
incredulidad del pasado siglo, Voltaire, que decía a sus
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Flor de Granado y Granado
discípulos: «Mentez, mentez avec audace puisqu'il reste
toujours quelque chose!»* Estad pues prevenidos contra ese
lazo que se os tiende, y no aceptéis a fardo cerrado todo lo
que se escribe con respecto a la Iglesia y a su augusto jefe,
suspended vuestro juicio y tomaos el trabajo de investigar la
verdad de las cosas, no precedáis en el importante negocio
de vuestra religión, como no obraríais ciertamente si se
tratara de despojárseos de vuestra honra o de vuestros
intereses temporales, no os dejéis arrastrar por el ciego
impulso de la naturaleza maleada y propensa, desde su
primitiva caída, a acoger sin examen todo lo que halaga y
secunda sus viciadas inclinaciones, y conduce a abrir ancha
puerta a la satisfacción de sus deseos criminales; porque no
lo dudéis, ese odio hidrófobo a Jesucristo y su Iglesia, parte
principalmente del corazón que se subleva a la vista de la
severa moral del Evangelio, cuyos austeros principios se
empeña en relajar a nombre de la libertad y de la tolerancia,
palabras que en labios del impío son absurdas y
contradictorias, porque mientras proclama como un
derecho sacratísimo la libertad de conciencia y la tolerancia
en materia de religión, despliega todos sus conatos y echa
mano de los recursos más inicuos para combatir el
catolicismo y violentar la conciencia de sus adeptos,
suscitando hacia ellos la animadversión y el ridículo. Todo
lo cual, no obstante, viene a corroborar cada vez más la
divinidad de los oráculos de nuestra fe sacrosanta; pues
hace diecinueve siglos que el Doctor de las naciones, san
Pablo, anunciaba con voz profética lo que, día por día, se
realiza actualmente en medio de nosotros; decía que
aparecerán falsos doctores y seudoprofetas, lobos rapaces
que devorarán a sus corderos y destrozarán el rebaño y que,
de entre vosotros mismos, surgirán hombres que prediquen
doctrinas perversas y nada enriquecedoras, para atraerse
partidarios y discípulos. Alerta pues, amados hijos, que
ellos se os darán a conocer por sus tendencias y sus obras.
Me he detenido, amados hijos, tal vez más de lo
necesario en estas reflexiones no porque me asista duda
alguna acerca de vuestra adhesión inviolable a la fe de
vuestros mayores, de lo que estoy íntima y gratamente
convencido, sino para que ellas sirvan de prevención a los
sencillos e incautos, y les hagan retirar el pie de las redes,
que con solapada astucia les preparan los injustos enemigos
de nuestra religión adorable —«Immisit enim in rete pedes
suos, in maculis ejus ambulat» Jb 18 8— ahora que con
ocasión del Concilio Ecuménico, sus dogmas y sus prácticas
son el asunto favorito de las conversaciones y el tema
obligado de todas las disputas; ahora que las cuestiones
religiosas han abandonado los liceos y las academias para
trasladarse a los salones y los estrados, resulta de aquí que
en ellas toma muchas veces parte hasta el bello sexo, no sin
grave peligro de ver naufragar su fe y el espíritu de
fervorosa piedad que lo distingue.
Y si cuando el ejército enemigo rodea una plaza, el
soldado que la custodia debe estar con el arma en mano
para defenderla, debe permanecer en vigilia incesante para
evitar una sorpresa; ¿con cuánta razón, oh, venerables
sacerdotes y hermanos míos, nosotros los centinelas de
Israel y soldados de la milicia de Cristo, no deberemos
aprestarnos, cual valerosos guerreros, a la defensa de Sión
circunvalada de amenazadoras huestes? Subamos pues a lo
alto de sus muros y torreones, y rechacemos con denodado
brío a esa temible falange que la embiste sañuda y alzado el
ariete para zapar la gran piedra, sobre la que cimentó su
Divino Constructor. Pero ¿cuál el medio más adecuado
para obtener el triunfo? Yo os lo diré: unámonos todos en
el Señor, sin cuyo auxilio trabajaremos en vano. Reanímese
nuestra fe, de suyo poderosa, para asegurarnos la victoria.
Armémonos con las armas del estudio, el retiro, el ayuno y
la oración, y más que todo, opongamos a los tiros de la
*
Gabriel René Moreno anota: «una pequeña calumnia a Voltaire
colgándole lo que nunca dijo». BIBLIOTECA BOLIVIANA, CATÁLOGO DE LA
SECCIÓN DE LIBROS Y FOLLETOS pág. 132 (1879).
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impiedad, la égida impenetrable de una vida santa, ejemplar
y fecunda en virtudes sacerdotales, tanto más necesarias
ahora, cuanto que nuestros adversarios, cerrando los ojos
para no verse a sí mismos, los tienen provistos de finos
lentes para observar nuestras más leves acciones, con el
siniestro fin de arrancar de las manchas del hombre
concebido en la iniquidad argumentos contra la Religión
inmaculada de que es ministro. No olvidemos que nuestro
divino Maestro antes de anunciar la Buena Nueva, empezó
a practicarla él mismo; preciso es pues que, a imitación
suya, nosotros sus vicegerentes sobre la tierra, sus
coadyuvadores, acreditemos la viveza de nuestra fe y
robustezcamos nuestra palabra y enseñanza, con la
regularidad de nuestra conducta y la pureza de nuestras
costumbres, para que nuestros enemigos se confundan no
teniendo mal ninguno que decir de nosotros. Implorando
para ello asiduamente el socorro de aquél cuya gracia nos
fortifica y nos hace en cierto modo omnipotentes para el
bien, según esta sentencia del Apóstol; «Qui nunc gaudeo in
passionibus prouis, et adimpleo ea, quæ desunt passionum
Christi, in carne mea pro corpore ejus, quod est Ecclesia». Col
1 24. ¡Ay del ministro que, en vez de servir de antemural a
los ataques del enemigo, se constituye en puente que le
facilita el acceso al santuario, donde penetra sacrílego,
destrozando con la misma espada al centinela traidor y el
altar de que era custodio!
Son, pues, en cierta manera reos de tamaña alevosía
aquellos sacerdotes y, en especial, los párrocos que, ya por
una incuria culpable, ya por una reprensible
condescendencia, permiten y toleran abusos condenados
por la religión entre sus feligreses, los cuales creen, quizá
sinceramente, que no hay inconveniente alguno en mezclar,
a los actos más sagrados del culto, las disipaciones, excesos
y desordenes a que se entregan con ocasión de las
festividades religiosas, convirtiéndolas en una parodia de
las saturnales del gentilismo y suministrando, sin
sospecharlo siquiera, armas a la impiedad, que toma do hay
pretexto, para escarnecer nuestras creencias y deprimir
nuestro ministerio. Doloroso pero necesario es decirlo, que
esto suele ocurrir con no rara frecuencia, particularmente
entre las gentes del pueblo y de la campiña.
Recordemos pues, hermanos míos, que siendo
nosotros la luz del mundo debemos disipar las tinieblas de
la ignorancia; y siendo la sal de la tierra, ahuyentar la
infección del vicio para poder conducir, con el doble cayado
de la palabra y del ejemplo, la cara grey de Jesucristo a los
siempre verdes y frondosos prados del Edén celestial, que
es el fin supremo de nuestra misión sobre la tierra; mas, si
así no lo hiciéramos, caerán sobre nosotros estas
formidables amenazas que nos intima el Señor: «Uæ
pastoribus, qui disperdunt et dilacerunt gregem pascuæ
meæ!» Jr 23 1.
Verdad es, que no es fácil extinguir ex abrupto
abusos inveterados en el transcurso de largos años, mas no
por eso declina la obligación imperiosa que tenemos de
trabajar paulatina pero constantemente en abolirlos,
empleando todos los medios a ello conducentes. Por
fortuna, nuestras masas se distinguen por su docilidad y
completa sumisión a la voz de sus pastores, y cuando éstos
logren persuadirlas de que no se proponen otra mira que su
mejora y bienestar temporal y eterno, no es verosímil que se
resistan a complacerlos y prestarles obediencia, toda vez
que se les exija, con sagacidad, dulzura y energía, la
renuncia de sus malos hábitos, y de sus costumbres
supersticiosas y contrarias al Evangelio; pues mientras esta
clase de la sociedad no comprenda el verdadero espíritu de
aquel Divino libro, es de todo punto imposible obtener de
ella los frutos del cristianismo en el orden moral. No
desmayéis pues, hermanos míos, en la noble tarea de
argüir, rogar, increpar e instar oportuna e importunamente,
con toda paciencia y doctrina, a efecto de establecer y
afianzar el imperio de la fe y de las virtudes entre vuestros
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
feligreses —a quienes debéis ante todas cosas el pan de la
enseñanza— sin consentir que hiera vuestros oídos la
gemebunda voz de Jeremías.
Por lo que a mí toca, no dejaré de insistir
constantemente en recomendaros, como es de mi
obligación, el cumplimiento de todos vuestros deberes
sacerdotales, esforzándome por llenarlos yo también con el
socorro divino y coadyuvado de las luces y consejos del
ilustre obispo propietario y del Vuestro Senado eclesiástico,
cuyos dignos y respetables miembros se encuentran
animados del celo más ardiente por la honra de la casa del
Señor, por el vigor de la disciplina eclesiástica y la fiel
custodia de los intereses sacratísimos de nuestra santa
religión, lo cual hará, no lo dudo, que reunidos en torno del
indigno prelado que os habla, trabajaréis de consuno en la
grande obra del aumento del Divino culto y la florescencia
de las virtudes cristianas.
Los inequívocos y reiterados testimonios de
adhesión, benevolencia y respeto, que todos vosotros, sin
distinción de clases ni condiciones, me habéis dispensado y
no cesáis de prodigarme, amados hijos, obligando cada vez
más mi gratitud, hacen que yo me prometa fundadamente
la satisfacción de mis ardentísimos votos por vuestra
ventura en el tiempo y vuestra salvación en la eternidad,
nobles objetos para cuyo logro os recomiendo, con el mayor
encarecimiento, la firmeza en la fe, la perseverancia en las
buenas obras y —muy especialmente— la caridad y el amor
recíproco, amaos sí, los unos a los otros, sin excluir a
vuestros enemigos y ofensores, teniendo presente el
mandato de Jesús: Amad a vuestros enemigos,
Enemigosniykichejta munakuychej, Uñisirinakamarux
munapxam. Disimulaos pues recíprocamente vuestras faltas,
perdonaos vuestros mutuos agravios, esforzaos finalmente
por reproducir en lo posible, entre vosotros, la bella imagen
de los primitivos fieles, de los que se dice en los Hechos
apostólicos que no tenían sino una sola alma y un sólo
corazón.
142
Y vosotros artesanos, mis tan queridos hijos,
distinguíos siempre por vuestra piedad, vuestra honradez,
vuestro amor al trabajo y vuestras buenas costumbres,
huyendo de todos los excesos que deshonran al hombre y lo
hacen aborrecible a los ojos de Dios y de sus semejantes;
educad cristianamente a vuestros hijos, inspirándoles con
vuestras lecciones y ejemplos, antipatía y horror por la
mentira, la mala fe, la infidelidad en los contratos, la
deshonestidad, la embriaguez y todos los vicios; de este
modo tendréis de vuestra parte la protección del cielo, la
estimación y confianza de vuestros conciudadanos.
Ayudadme, por último, todos vosotros, amados
hijos, a sobrellevar el enorme peso que gravita sobre mis
débiles hombros, y a corresponder a los nobles deseos y
piadosas esperanzas del venerable y digno pastor de esta
grey, que ha creído encontrar en mi humilde persona, un
sustituto que lo remplace en el arduo ejercicio del
ministerio pastoral que tan honrosamente desempeñara por
el espacio de doce años. A este fin, os pido que elevéis
vuestras asiduas y fervientes plegarias al trono del Dios
Omnipotente y misericordioso, a quien a mi vez ruego,
quiera colmaros con la abundancia de sus dones y
confirmar la bendición que de lo íntimo de su alma os
envía, vuestro amantísimo hermano y padre en Jesucristo.
1871 DISCURSO
EN LA SOLEMNIDAD DEL JUBILEO PONTIFICIO
espués que el bienaventurado príncipe de los
apóstoles trasladó su cátedra de Antioquía a
Roma, y ejerció en esta famosa metrópoli del
mundo las funciones de su apostolado supremo
durante 25 años y dos meses, ninguno de sus sucesores
desde san Lino hasta Gregorio XVI, en el largo transcurso
de más de 18 siglos, ha llegado a igualar ni exceder en el
régimen del Iglesia universal aquel periodo de tiempo. Esta
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
circunstancia notabilísima repetida con una regularidad y
constancia asombrosas, había llamado justamente la
atención de los historiadores eclesiásticos y del pueblo
católico en general, especialmente en Italia, hasta el punto
de crear una convicción tan íntima y arraigada que se creyó
casi imposible de que ningún soberano pontífice viese ya
los días de Pedro; non uidebis dies Petri.
Mas he aquí, amados hijos, que entre los singulares
caracteres que distinguen al memorable y glorioso
pontificado de nuestro santísimo padre, el gran Pío IX,
aparece la única excepción de este hecho secular en favor
suyo, pues el 16 de junio del año actual ha cerrado el
aniversario vigésimo quinto de su elevación a la sede
Pontificia. Este acontecimiento verdaderamente
extraordinario, unido a la consideración de las preclaras
virtudes y altísimos dotes que hacen de este venerable
anciano una reproducción fiel del primero de los apóstoles
—permitiéndome ver en tan misteriosa coincidencia una
especial providencia del Señor— me obliga a empezar hoy
mi discurso exclamando con el salmista: «A Domino factum
est istud et est mirabile in oculis nostris!» Sal 118 23.
En medio del horrible trastorno de los principios
fundamentales de la religión y la moral causado por las
ideas revolucionarias hijas del socialismo y de la demagogia,
cuando la sacrílega usurpación de Roma y de los estados
pontificios, con su inmundo cortejo de excesos abominables
y de horrendos crímenes, cuando la tenaz persecución
declarada al catolicismo en la persona de su primer y
Augusto jefe visible, cuando todo esto, digo, podría
escandalizar a las almas débiles y hacer vacilar su fe en las
promesas divinas, amados hijos, el Dios —que prueba su
Iglesia, pero que nunca la abandona— ostenta una
particular predilección hacia su vicario cautivo en su propio
palacio, otorgándole el extraordinario privilegio de
asemejarse al dichoso Céfas que cumplió el año vigésimo
quinto de su pontificado, preso también en la cárcel
mamertina, ofreciendo así a nuestros ojos un admirable y
maravilloso espectáculo. Este notable suceso que ha
excitado el júbilo de la catolicidad entera, es el objeto de la
presente solemnidad, que por su naturaleza misma me
induce a bosquejar a vuestra vista, aunque breve y
toscamente, el interesante cuadro del sumo pontificado
católico y sus glorias inmarcesibles. Para desempeñar,
empero, con éxito saludable mi propósito, menester será
que imploréis fervientes conmigo los socorros de la divina
gracia por la mediación eficacísima de la que fue llena de
ella desde el primer instante de su concepción inmaculada:
Ave María.
Cuando el unigénito de Dios hubo consumado la
grande obra de la redención del linaje humano mediante la
inmolación dolorosa y cruenta de su humanidad santísima
en el ara de la Cruz, y antes de volver, cargado con los
trofeos de la muerte vencida, al cielo de donde había
descendido, estableció, como sabéis, sobre la tierra una
sociedad augusta formada de sus queridos apóstoles, que
fuese la fiel depositaria de los altos poderes que él recibió
de su Eterno Padre y a cuya cabeza colocó por vice gerente
y principal representante suyo, a su amante discípulo, al
ilustre penitente, al viejo pescador de Galilea, Simón hijo
de Juan, a quien de la manera más intergiversable, solemne
y explícita lo declaró piedra fundamental de su Iglesia: Tu
es Petrus, et super hanc petram ædificabo Ecclesiam meam;
clavavario del reino de los cielos, dabo claues regni cælorum;
pastor de los corderos y de las ovejas de su redil amado,
pasce agnos meos, pasce oves meos, prometiéndole además
una asistencia eficaz y continua con cuyo auxilio su fe no
desfallecería jamás, a fin de que confirmase perpetuamente
en ella sus hermanos. «Ego rogaui pro te, o Petre, ut non
deficiat fides tua: et tu aliquando conuerses confirma fraters
tuos».Lc 22 32.
He ahí cómo el Dios hombre echó los cimientos de
ese edificio inconmovible, amados hijos, que combatido
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Flor de Granado y Granado
durante diecinueve siglos con ímpetu furibundo por las
potestades del averno conjuradas en su ruina, permanece y
permanecerá firme, robusto e incólume hasta la
consumación de los tiempos, sirviendo de esplendente faro
a los navegantes de este tumultuosos océano que se llama
mundo y, de baluarte inexpugnable de la verdad al bien, al
derecho y la justicia en la lucha que sostiene con el error, la
corrupción y el desborde de las pasiones humanas. Estas
potestades bajo las variadas formas de politeísmo en el
primer periodo, de herejía en el segundo y, por último, bajo
la de la incredulidad y el falso filosofismo, se han esforzado
y se empeñan todavía en socavar los muros de este edificio
gigantesco sostenido por la potente diestra que fijó el sol en
las inmensidades del espacio y que asentó las montañas
sobre sus bases de granito. Preciso es, pues, cerrar
voluntaria y obstinadamente los ojos para no ver, a la clara
luz de la razón y de la historia, esa mano poderosa en esta
obra, la más admirable y estupenda que puede ofrecerse a la
contemplación del hombre, la Iglesia católica, milagro
permanente que, día por día, atestigua y proclama la
divinidad de su origen, con su existencia y conservación, a
despecho de la conflagración universal de todos los
elementos físicos, intelectuales y morales que se han puesto
y se ponen en acción para destruirla. Pero entre esa
multitud de hechos prodigiosos que forman el conjunto de
su institución celestial, hay uno muy digno de notarse. Es,
la nunca interrumpida serie de los sucesores de Pedro, cuya
primacía constituye el centro de la unidad católica, el
corazón de donde parte la sangre que vivifica el cuerpo
místico de Nuestro Señor Jesucristo, que en su infinita
bondad y sabiduría quiso colocar una piedra de solidez
inquebrantable para apoyar sobre ella el conservatorio de la
doctrina evangélica que trajo al mundo, donde tan
inestimable tesoro no habría podido subsistir en beneficio
de la humanidad redimida si el mismo Divino Redentor,
confiándolo a un delegado suyo, no hubiese garantizado la
indefectible fidelidad de éste en mantenerlo siempre y por
siempre inalterable.
¿Y quién no palpa el cumplimiento de la palabra
que dio el Señor a Pedro de estar constantemente con él, en
la persona de sus sucesores, hasta el último de los días, al
contemplar esa dinastía venerada de pontífices que no
obstante estar tomados de la masa común de los mortales,
ex hominibus assumpti, han conservado solícitos, puro,
integró e ileso el sagrado depósito de la fe y de la moral
evangélica a través de tantos siglos y en medio de las más
críticas vicisitudes? ¿Quién no admira el pulso de esos
pilotos para dirigir una navecilla que, acometida
continuamente por recios huracanes, no ha variado jamás
de rumbo y ha salido victoriosa siempre del furor de las
borrascas? Sólo pues una ceguera voluntaria y pertinaz
impide, como he dicho, al hereje y al incrédulo ver en este
portentoso fenómeno la acción inmediata de un poder
sobrenatural que es su causa generadora. Si por otra parte
es cierto que hay un antagonismo lógico y necesario entre el
bien y el mal, entre la verdad y la mentira, si también es
evidente que el error y la iniquidad en sus múltiples
manifestaciones han combatido antes y combaten ahora
con encarnizado furor el papado, éste sólo hecho es más
que suficiente para demostrar a entendimientos rectos y
despreocupados que aquél es la fuente de todo bien, el foco
de toda luz, y es asilo seguro de todos los más preciosos
elementos que interesan al orden, al bienestar y a la dicha
de la sociedad humana, en el tiempo y en la eternidad.
Y lo que acabáis de oír no es una alucinante imaginaria
teoría, sino una positiva y hermosa realidad, acreditada por
el unánime testimonio de la historia. En efecto, amados
hijos, si echamos una ojeada a los tiempos heroicos de la
Iglesia primitiva, descubriremos un magnífico cuadro de
cuyo fondo se destacan majestuosas las bellísimas y
atléticas figuras de los Lino, Cleto, Clemente, Sixto,
Marcelino, Esteban y 43 más santos pontífices. Ellos
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Flor de Granado y Granado
predican al Dios único, casto, justo y misericordioso ante
los inmundos altares donde se quema incienso a todos los
vicios deificados. Proclaman y establecen la humildad en el
reino del orgullo, la pureza en el de la lujuria, la libertad
cristiana en el asiento de la tiranía. Y, en la incesante
guerra que sostienen contra el mal, soportan a pesar de su
edad avanzada los más atroces tormentos y la muerte más
cruel, estimulando con su ejemplo a ese sinnúmero de
valerosos testigos de la verdad católica, que se asocian a sus
ilustres pastores en la comunión de sus virtudes, de sus
constancias y de su martirio. Estos pontífices conservan,
bajo el suelo de Roma gentílica y en las cavidades de las
catacumbas, el fuego sagrado de la fe en la lámpara de sus
corazones, cebándola con el óleo de su propia sangre, que
cuál benéfica lluvia riega y fertiliza el campo de la naciente
Iglesia.
Pasada la época de las persecuciones a sangre y
hierro y dada la paz a la Iglesia por Constantino, el papado
continúa difundiendo, como el sol de la naturaleza, la luz,
el calor y la vida sobre el informe caos que contiene el
germen de las nuevas sociedades formadas por el
cristianismo. Los talentos, la piedad, abnegación y
patriotismo de los papas durante los siglos IV y V tienen
por testigos sus grandes obras que existen todavía. Para
saber que lo hicieron en la esfera de lo espiritual, bastará
preguntarlo a Cerinto, Basílides, Saturnino, Marción,
Novaciano y Sabelio, cuyos errores encontraron su tumba
al pie de la cátedra romana. Y en cuanto al orden temporal,
preguntémoslo a los cronistas de aquellos tiempos, y todos
ellos nos mostrarán a los cristianos acudiendo
espontáneamente ante el supremo jerarca religioso, para
dirimir bajo sus consejos y dictamen sus diferencias y
contiendas, sin que se cite un solo ejemplo del litigio
llevado entonces al tribunal de los césares. ¡Tan ciega era la
confianza que tenían en los papas, a quienes veían sostener
al débil y amparar a la viuda y tender una mano protectora
al indigente y desvalido!
El tesón infatigable, el celo y los esfuerzos de los
pontífices en los siglos VI y VII para impedir el naufragio,
salvar las reliquias de las ciencias, las artes, las leyes y las
costumbres, reparar los estragos de la barbarie, son hechos
de que ningún individuo medianamente conocedor de la
historia puede abrigar la menor duda; lo propio de, lo que
ellos mismos hicieron en el curso de los tres siglos
siguientes para morigerar el carácter, suavizar los feroces
instintos, civilizar, en fin, a los salvajes pueblos del
septentrión y para poner, en seguida, un dique a la temible
y barbarizadora invasión de los hijos de Mahoma.
Pero detengámonos un instante, carísimos hijos, a
contemplar siquiera los perfiles de algunas de esas
imponentes figuras, que una después de otra, se presentan
a bendecir a Roma y al mundo en la tribuna de la basílica
vaticana. Y veremos a Inocencio I, conteniendo sin mayor
esfuerzo la impetuosidad selvática del rudo y cruel Alarico;
a san León el grande, que dejando tras sí al Senado poseído
del pánico terror y al pueblo que lloraba de angustia y
espanto, sale al encuentro del poderoso y feroz Atila y
oponiéndole por toda arma, su débil e inerme ancianidad,
sus plateados rizos y su palabra temblorosa y llena de severa
unción, aleja al punto de los muros de Roma al azote de
Dios y a sus desalmadas huestes; a Gregorio Magno
conquistando para la fe las luces y la civilización a los
britanos; a Gregorio II salvando a Roma de los horrores del
hambre ocasionada por las inundaciones del Tíber,
rescatando a Cuma del poder de los lombardos y
convirtiendo a la fe por medio de san Bonifacio la
Alemania; a Gregorio VII arrancando con mano firme los
abusos, restableciendo con libertad apostólica la disciplina
eclesiástica, comprimiendo, en bien de las naciones, los
avances de la tiranía, y muriendo en la proscripción por
haber amado la justicia y aborrecido la iniquidad; a Pío V
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reformando la moral privada y pública con el ejemplo de las
más austeras virtudes y contribuyendo poderosamente a
debilitar el poder musulmán con la notable parte que tomó
en la famosa jornada de Lepanto; a León X dando un vuelo
extraordinario las bellas artes y legando su nombre al siglo
en que vivió; a Gregorio XIII ordenando una nueva y
importante compilación de derecho, fundando los colegios
irlandeses, alemán, griego, judaico y varios liceos para la
instrucción de la juventud de Roma, embellecida por el
mismo con suntuosos monumentos, dispensando un
beneficio inmenso al mundo con la célebre corrección del
calendario que lleva su nombre; a Sixto V que expurgó el
país de los malhechores que lo infestaban y hacían
inhabitable, reprimiendo con inflexible energía los crímenes
por lo que mereció los aplausos, la gratitud y las
felicitaciones de las demás potencias europeas que han
hecho justicia a su mérito, asegurando haber sido un papá
tal cual lo exigían las condiciones de su época y habiendo
promovido la actividad de la industria y suministrado a
Roma 27 fuentes de agua de que tanto carecía; a Benedicto
XIV que ilustró las ciencias sagradas con sus inmortales
escritos; a Clemente XIV cuyas luces, sabiduría y prudencia
lo hicieron el oráculo de su tiempo; a los Píos VI y VII cuya
constancia sobrellevó los más crueles sufrimientos, cuyo
valor incontrastable para cumplir su deber sin doblegarse
ante el amenazador y sañudo semblante del moderno
Alejandro han transmitido, envueltos en una aureola de
gloria, sus nombres a la posteridad.
Se ha querido, sin embargo, contraponer a este
glorioso catálogo, los lunares y defectos atribuidos a
algunos papas. A lo que podría responderse, que el
reducidísimo número de éstos se pierde al frente de la
inmensa ilustre mayoría de los sucesores de Pedro; y que
los mismos lunares, aparte de haber sido maliciosamente
exagerados por el espíritu irreligioso de ciertos
historiadores impíos y novelistas apasionados, lejos de
servir de arma para combatir el pontificado, son, al
contrario, un argumento contra producentem en favor de su
infalibilidad, probando de una manera invencible, ser aquél
una institución fundada y conservada por el mismo Dios.
¿No es, en efecto, una cosa humanamente inexplicable,
amados hijos, que esos papas tan perversos como se les
supone no hayan alterado en lo más mínimo el sagrado
depósito de la fe y de la moral, y que éste se haya
mantenido siempre puro al pasar por unas manos
manchadas e interesadas en adulterarlo y corromperlo?
Otra circunstancia de que la pasión y la malicia han echado
mano para oscurecer el brillo de la silla apostólica, es el
ejercicio de la soberanía temporal, por lo que no creo
inoportuno deciros algo a este respecto.
Cuando la invasión, pues, de los bárbaros del Norte
vino a sacudir las carcomidas plantas de la ciudad reina,
cuando por una especie de inspiración, un instinto, los
emperadores de occidente trasladaron su corte a las orillas
del Bósforo, entonces, el pueblo romano abandonado,
indefenso e inerme a las depredaciones y ultrajes de los
longobardos, y después de haber reclamado tenaz e
inútilmente la protección y auxilio de los césares de
Constantinopla, por conducto de los soberanos pontífices
volvió sus ojos a éstos, buscando, en su paternal y benéfica
solicitud y en el ascendiente de su augusto carácter, un
remedio a los males que sufría, confiriéndoles libre,
espontánea, gustosa y unánimemente el gobierno temporal
que los papás jamás ambicionaron y que no pudieron
rehusar sin infringir su deber de padres y pastores de su
pueblo, obedeciendo sin darse de ello cuenta a los secretos
designios de la providencia de Dios que suministraba así el
medio de asegurar más tarde, en beneficio del mundo
católico, la libertad, los prestigios e independencia de sus
vicarios sobre la tierra.
Las donaciones de Pipino y Carlomagno no hicieron
posteriormente otra cosa que ensanchar y robustecer el
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Flor de Granado y Granado
legítimo derecho que la voluntad y el libre consentimiento
de los pueblos dieron a los papas en orden al dominio civil
de sus estados, dominio del que sólo han hecho uso para
derramar todo linaje de beneficios sobre sus súbditos que
veían en ellos unos verdaderos padres, siempre cuidadosos y
solícitos para conservar la moralidad de las costumbres,
favorecer las ciencias y las artes y promover el progreso
bien entendido de sus gobernados. Dígalo los innumerables
establecimientos consagrados a la instrucción y a las obras
de beneficencia, las bibliotecas y los museos y esa multitud
de monumentos, resumen de las bellezas artísticas de todos
los siglos que han sido objeto de la admiración y aplausos
de cuantos han visitado la ciudad eterna.
¡Gran Dios! Y es a esos seres privilegiados a quienes
vos con vuestra propia mano colocasteis, cual fúlgidas
lumbreras, para que iluminasen las tenebrosas sinuosidades
de este mísero destierro que peregrinamos; es a esos genios
bienhechores a quienes vos constituisteis vuestros vice
regentes sobre la tierra que se escarnece y ataca con un
furor sólo comparable con el de aquel pueblo que colmado
de beneficios por vuestro hijo consustancial, en un
momento de desvarío ingrato, apremió a Pilatos para que
libere a Barrabas y crucifique a Cristo. Y valga la verdad,
hijos carísimos, que no significa otra cosa ese odio febril
que cristianos degenerados profesan hoy al romano
pontífice, pretendiendo con falsos e inicuos pretextos
consumar definitivamente el despojo de su soberanía
temporal, despojo al que creen que irá unido al de su
carácter de jefe supremo del catolicismo que detestan y
anhelan destruir. Ellos han abierto sus labios rebosantes de
dolo, de calumnia y de hipocresía para afirmar a la faz del
mundo (que recién empieza a conocerlos por sus obras, ex
fructibus œrum cognocetis eos) que el papa gobernaba mal
sus estados, observándose en permanecer estacionario en
medio del progreso universal. Para que conozcáis el valor
de estas imprudentes aseveraciones, me limitaré a citaros
las palabras del embajador francés monsieur de Rayneval,
quien después de un estudio detenido hecho en vista de
datos estadísticos y como testigo ocular e irrecusable de los
actos del gobierno pontificio, se expresa en estos términos:
«Mais en quoi consistent ces abus? D'est ce que je n'ai pas
encore pu découvrir. Tout au moins les faits ainsi qualifiés
sont attribuables à l'imperfection de la nature humaine, et
nous ne devons pas imposer au gouvernement la
résponsabilité des irrégularités commises par queques'uns de
ses agents secondaires».* Cuán triste es con todo, amados
hijos, ver que no faltan católicos que ya por ligereza, ya por
ignorancia, ya por espíritu de novedad se hacen eco de los
enemigos de su religión santa y repiten con enfático aplomo
que el poder temporal del papa, lejos de ser útil y necesario
a la Iglesia, es un obstáculo para su perfección. ¡Insensatos!
¿No advierten que esta afirmación temeraria implica una
flagrante negación de la divinidad de Jesucristo? Pues,
ignoran por ventura que la Iglesia, afirmando como afirma
todo lo contrario, se engañaría miserablemente y con ella,
se engañaría también o pretendiera engañarnos el mismo
Dios hombre que le prometió su indefectible asistencia.
¿Quiénes son esos nuevos y audaces reformadores que
acusan al vicario de Cristo y al Episcopado que forman con
él la Iglesia enseñante de no haber comprendido bien la
misión que recibieron del cielo o de haberla desnaturalizado
torpemente?
El pontificado libre e independiente de todo poder
extraño y hostil que entrabe su acción es la más alta
necesidad social del mundo civilizado. Oíd sino lo que a
este propósito dice un escritor contemporáneo: «¿Me
preguntáis para qué sirve el papa rey? Yo os contesto, para
lo que sirve la cabeza sobre el tronco humano. Sin cabeza,
no hay cuerpo. Sin papa, no hay Iglesia. Sin Iglesia, no hay
cristianismo». Sin papa, el mundo volvería al Estado en
que estuvo antes del que lo hubiese. Bajo una u otra forma,
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*
Raport adressé par le comte de Rayneval au ministre Waleski, le 14 mai
1856.
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
tendréis la esclavitud por base y a Nerón por rey. Sin el
papa, tendréis el mundo tal como es ahora mismo en la
China, el Tíbet y la Oceanía. El hombre ha nacido para
adorar y el que no adora al verdadero Dios, adora al falso.
No hay medias tintas. El que no adora al Dios espíritu,
adora el dios materia, al dios metal. Con el papa caen todas
las barreras protectoras de la libertad en cuyo lugar tendréis
la licencia desenfrenada, el despotismo, la opresión, el
crimen, la miseria; sólo esto significan Tiberio,
Diocleciano, Enrique VIII, Marat. Pueblos grandes o
pequeños, el papa defiende vuestra autonomía y vuestros
derechos. Nobles y ricos, el papa custodia vuestras
propiedades. Negociantes, artesanos y labradores, el papa
guarda vuestros almacenes, vuestras heredades y vuestras
chozas. De suerte que, al ver a los reyes y pueblos de
Europa atacar al papa, me imagino ver una turba de los
locos demoliendo a porfía el edificio que los abriga y que al
caer los sepultará bajo sus ruinas.
No en vano el grande e inmortal Pío IX subió al
solio pontifical bajo los más providenciales y felices
auspicios, como destinado regir la nave de la Iglesia, en una
época en que las olas de la impiedad —surgiendo del antro
tenebroso de las sociedades secretas— habían de chocar
embravecidas contra la inmoble roca del Vaticano. El
cardenal Mastay, dotado por el cielo de una inteligencia
superior y de un corazón noble y piadoso, había dado en su
brillante carrera sacerdotal y en el Episcopado los más
inequívocos testimonios de poseer en alto grado inminentes
virtudes apostólicas. Su humildad profunda, su entrañable
amor a la justicia, su proverbial mansedumbre, la
acendrada pureza de sus costumbres, sus modales llenos de
gracia y de atractivo le granjearon justamente las simpatías,
la discreción y el respeto de sus colegas del Sacro colegio
cardenalicio que casi unánimemente lo convocaron en la
silla vacante de Gregorio XVI el 16 de junio de 1846. Ese
día, el ilustre elegido derramó abundantes lágrimas,
presintiendo, sin duda, los males que aquejarían a la Iglesia
en la aciaga época que le cupo gobernarla. Ese día, la
hipocresía farisaica de los enemigos de Dios y de su Cristo
saludó con entusiastas vítores el advenimiento a la cátedra
apostólica de un papa a quien se prometían poder
adormecer con el humo de la adulación y la lisonja a fin de
llevar a cabo sin gran resistencia sus perversos planes de
expoliación, rapiña y sacrilegio. Dios, empero, que asistía a
su vicario, no permitió que cayera en las doradas redes que
los falsos liberales le tendían e hizo que apercibido de los
pérfidos manejos asumiese la imponente actitud que
demandaba la causa del catolicismo y, con ella, la de la
sociedad toda, minada horriblemente por doctrinas
perniciosas y principios, los más disolventes y antisociales.
La voz del mansísimo Pío se alzó bien pronto severa y
enérgica, para anatematizar esas doctrinas y esos principios,
cuyos naturales frutos han hecho y hacen saborear todavía
a la infortunada nación francesa su jugo acibarado.
A pesar del odio implacable contra la Santa Sede que
caracteriza los sectarios, no han podido dejar de reconocer
las inapreciables prendas personales del gran pontífice, cuya
angelical dulzura atraen en torno suyo los corazones todos,
sin excluir el del ruso cismático, el del indio gentil, el del
turco islamista, el del britano protestante. Perseguido por
sus gratuitos adversarios, ha sufrido y sufre con invicta
paciencia los ultrajes, insultos y calumnias que una prensa
asalariada y licenciosa vomita que contra él, con el siniestro
designio de engañar a los lectores incautos. ¿Pero que
pueden los infames artificios de la mentira ante el
elocuente lenguaje de los hechos que le ponen tan alto la
sabiduría, el interés, celo y asiduidad con que Pío IX ha
impulsado y favorecido el verdadero progreso de sus estados
en todo orden? ¡Y qué! Ahora, ahora mismo, ¿no está
proclamando esta verdad el clamor unísono del verdadero
pueblo romano que, sin que le arredre el bárbaro
despotismo del sacrílego usurpador, levanta angustiado el
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
grito, reclamando la administración paternal de su amado
príncipe y protestando solemnemente contra el incalificable
atentado del 20 de septiembre? ¡Ah! En vano se ha
pretendido cohonestar ese hecho criminoso con sentidos
plebiscitos compuestos en su totalidad de los partidarios del
gobierno piamontés y de hombres tomados de la hez del
populacho cuya codicia y brutales instintos se halaga de
propósito para emplearlos como un instrumento de terror y
devastación. ¿Y por qué no decirlo? ¿No es, acaso, a la faz
de todo el mundo que se cometen en Roma, bajo la
complicidad tácita de aquel gobierno, los más abominables
excesos y se infieren los más impíos ultrajes a la religión
santa del crucificado cuya imagen, colocada en el centro de
la mesa de un banquete infernal, preparado exprofeso el día
del Viernes Santo del año presente, ha servido de blanco a
los escarnios y blasfemias de esos hombres, verdadera
encarnación de Satanás, quien solamente pudo inspirarles
ese odio hidrófobo contra aquel que vino a destruir su
nefando imperio sobre el mundo, que hoy se empeña
reconquistar de nuevo?
Forzoso ciertamente, amados hijos, recurrir a una
inspiración satánica para que explicarse este lujo
monstruoso de impiedad, cuyas fatales consecuencias van
empujando las naciones europeas a la barbarie. Si no,
decidme ¿quién de vosotros no ha sentido el helarse de
horror la sangre en sus venas al saber los horrendos
crímenes perpetuados, hace pocos meses, en el primer
teatro de la civilización moderna, en la culta capital de la
Francia, bajo el letal influjo de las sociedades secretas,
sometidas todas sea que cual fuere su denominación a la
dirección suprema de la International, cuyo brazo ha sido la
de la Comuna que con serenidad espantosa ha proclamado
el ateísmo como la única religión y el más desenfrenado
libertinaje como la legítima fuente de toda moral? La
comuna de París no se ha ruborizado afirmar que es santo,
natural y lícito el matrimonio de los padres con los hijos y
los hermanos entre sí, ¡qué horror!
Y no se diga que éstas son aberraciones propias de
la miseria humana; aberraciones sí, y ¿cómo no lo fueran?
Pero, ¿qué causa reconocen? ¿Cuál el origen de donde
proceden? La impiedad no lo dudéis, la debilitación de las
creencias y de los sentimientos religiosos, siendo, como es
evidente, que de algunos años a esta parte se ha procurado
inocular en los pueblos el virus de la incredulidad y del
indiferentismo en materia de religión. La novela y el
drama, los folletines y los periódicos, empleando todas las
argucias del sofisma y adornando con los matices de la
poesía y las galas de la dicción la nauseabunda imagen del
error y del vicio, han infestado los entendimientos y
pervertido los corazones segando en ellos la fuente de la fe
y de las virtudes y preparando así insensiblemente tan
espantosos desórdenes. Y no soy yo, no es el clero
solamente, quien atribuye los horrores de París a la causa
que llevó indicada, oídselo al presidente de una comisión
nombrada del seno de la asamblea de la nación francesa
para estudiar las causas primordiales de los últimos
acontecimientos, monsieur Delpit, «L'affaiblissement du
sentiment religieux a été signalé dans votre Commission
comme une des principales causes du mal étrange qui traville
notre société».
Y después de esto, ¿habrá todavía, amados hijos,
hombres razonables y rectos en sus apreciaciones y juicios
que no confiesen con reconocimiento la justicia y el amor
más sincero a la humanidad que ha ostentado Pío IX
cuando, conocedor de la fuente emponzoñada donde
fermenta van estos gérmenes de disolución social y en
ejercicio de su deber de supremo pastor de las almas,
condenaba esas doctrinas deletéreas y prohibía severamente
la lectura de los escritos que las contenían y popularizaban?
¿Habrá aun hombres bastante ingratos y tan
lastimosamente ciegos que le acusen de oscurantista y
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
retrógrado, de enemigo de las luces y tirano de la libertad,
que confunden con el libertinaje y la licencia? ¿Habrá
todavía jóvenes incautos que se dejen seducir por los que
sistemáticamente tratan de inspirarles aversión y desprecio
al catolicismo, a la Iglesia y al papado? ¡Oh!, bizarra y
noble juventud cochabambina que me escucháis, arrojar
lejos de vos esas obras que, bajo formas científicas y
literarias, propinan el veneno del escepticismo y del
impiedad. No permitáis que nadie ose arrebataros
traidoramente el valioso tesoro de la fe que solamente
profesasteis en el bautismo. No os avergoncéis jamás de
ella, antes bien cifrad vuestra honra y gloria en adheriros
firmemente a la doctrina católica en la persona del sucesor
de Pedro que es inseparable de la verdadera Iglesia —ubi
Petrus ubi ecclesia— y habréis resuelto el problema del más
lisonjero porvenir para la familia y para la patria cuya
esperanza sois.
Empero, amados hijos, si después que Pío IX, fiel al
cometido que recibió de lo alto y órgano infalible del que es
la verdad por esencia y la bondad soberana, ha sostenido y
sostiene con mano vigorosa la única base sólida sobre la
que descansan los intereses y los destinos de la humanidad
y si después de esto, digo, el encarnizamiento de unos y la
alucinación de otros desconocen tan inmensos bienes, la
historia más tarde pronunciará su justiciero fallo
señalándole el eminente puesto que le corresponde entre los
más grandes benefactores del mundo cuyo ángel tutelar y
salvador lo ha constituido el excelso pontífice en los
calamitosos días que alcanzamos. Sí, católicos, el pontífice
de la Inmaculada, del Syllabus y del Concilio Vaticano, el
inmortal Pedro II, como lo ha llamado Roma en el
monumento que acaba de erigirle, dejará tras sí una
inmensa huella de luz que vanamente pretenden eclipsar el
hálito inmundo de la detracción y de la teofobia, cuyos
furiosos ataques son el mejor comprobante de su mérito, y
le honran tanto como honran la espuma el freno que sujeta
los peligrosos ímpetus del desbocado corcel.
Y si la terrible crisis que hoy atraviesa el papado, y
con él la Iglesia y la sociedad toda, enluta nuestros
corazones con un velo de negra tristeza, el colosal
inimaginable movimiento de todo el orbe católico —que
agrupado en derredor de la cátedra pontificia da, día por
día y con un entusiasmo siempre creciente, los más
inequívocos y elocuentes testimonios de su adhesión
decidida y sincera a la fe católica en los homenajes que
tributa al augusto prisionero del Vaticano— es un motivo
de indecible alegría, consuelo y esperanza no solamente
para los católicos fieles, sino también para todo hombre
que posea un alma recta y honrada.
Esta alegría y esperanza suben de punta al ver tan
clara la mano del Señor, «a Domino factum est istud et est
mirabile in oculis nostris», Sal 117 23, en el singularísimo,
extraordinario y admirable privilegio que ha concedido
nuestro común y amantísimo padre de ser único de sus 254
predecesores que ha visto los días de Pedro, a quien
habiéndole invitado a sus heroicas virtudes limitan su
penoso cautiverio desde donde, lleno de imperturbable
confianza en el poder divino que lo sostiene, nos exhorta a
orar incesantemente por la cesación de las tribulaciones con
que Dios prueba a su esposa amada y por la conversión de
sus injustos enemigos que, en su fatal ceguera, no ven los
formidables castigos que les amenazan.
¡Oh!, escuchemos, pues, como hijos dóciles y
obedientes, la voz de nuestro amoroso padre, y
purificándonos de toda mancha opongamos con la
profesión práctica de nuestra fe y la santidad de nuestra
vida un robusto dique a ésa torrente devastador, a ese
espantoso diluvio de males que inunda la tierra,
haciéndonos dignos de poder ser oídos por el señor cuando
dedicamos con David que regalando al olvido nuestras
iniquidades, nos consuele cuanto antes en su misericordia,
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
«ne memineris iniquitatum nostrarum antiquarum cito
anticipent nos misericordiæ tuæ», Sal 78 8. Que nos envíe el
auxilio en tan grande tribulación, auxilio que en vano
esperaríamos de los hombres, «da nobis auxilium de
tribulatione: quia uana salus hominis», Sal 107 13.
Confiemos en él, amados hijos, y seremos tan fuertes como
las montañas del Sion, «qui confidunt in Domino, sicut mons
Sion», Sal 124 1. Y después de haber visto el triunfo de la
verdad y del bien en este mundo, cantaremos el himno de la
eternal victoria de la celeste patria que os deseo, en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
on notable retraso hemos recientemente recibido de
una manera oficial la alocución que su santidad, el
pontífice reinante, dirigió el día 12 de marzo
último a los excelentísimos cardenales de la santa
Iglesia romana. Es la misma alocución que, cumpliendo la
augusta voluntad de nuestro santísimo padre, nos
apresuramos a publicar a fin de ponerla al alcance de todos
y cada uno de vosotros, nuestros amados diocesanos,
íntimamente persuadido de que la lectura de tan
importante documento velará vuestros corazones con una
nube de tristeza, al considerar la crítica y deplorable
situación en que se encuentra el dignísimo lugarteniente y
vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra, y con él, la
Iglesia toda de la que es cabeza y supremo jefe visible.
Y si antes de ahora pudo haber, entre vosotros,
quienes prestaran algún ascenso a las falaces protestas del
infortunado monarca piamontés, el cual, pretendiendo
cohonestar el sacrílego despojo y la injustificable
usurpación de la Ciudad eterna con la necesidad de
consumar la unidad italiana, ofreció todo género de
garantías al romano pontífice para el desempeño de su
poder espiritual, hoy, que los hechos ocurridos en el espacio
de siete años, desenvueltos a la faz de todo el mundo y
atestiguados por la palabra autorizada y soberana del gran
Pío IX, han venido a descorrer por completo el velo que
cubría aquellas pérfidas e insidiosas promesas, poniendo de
relieve que el fin principal de esta infernal política era
abrirse un camino fácil y seguro para zapar y destruir (si
eso fuera posible al hombre miserable) paulatinamente la
suprema autoridad espiritual y, por consiguiente, la religión
católica fundada sobre la piedra misterioso del papado, hoy
decimos, todos vosotros quedaréis plenamente convencidos
de que ese gobierno desleal ha puesto, con incalificable
audacia, su mano destructora sobre lo que hay de más
grande, de más sagrado y de más claro para nosotros:
nuestra fe religiosa y los imprescindibles derechos de
nuestra conciencia, y no podréis ya ser seducidos con
palabras vacías de verdad, nemo uos seducat inanibus uerbis,
viendo, como veis, que bajo la piel del cordero con que se
envolviera aparece, tal cual es, el lobo devorador que se
arroja sobre el rebaño de Jesucristo y comprime la garganta
del pastor encargado de su custodia.
A la luz pavorosa que despide esa serie de atentados,
tropelías y persecuciones de que tan injusta y sentidamente
se lamenta el glorioso mártir del Vaticano, todos los
hombres de buena fe —sin distinción de creencias
religiosas— han reconocido ya cuán fundados eran los
temores de Pío IX, así como la necesidad moral que, en el
presente estado del mundo y de las cosas, existe de la
soberanía temporal del sumo pontífice. Es el único medio
de garantizar la independencia de su potestad sagrada y el
expedito ejercicio de ella en el régimen del Iglesia universal,
independencia a que tiene derecho indisputable y que, si en
todo tiempo ha sido necesaria, es —si cabe— más urgente
en los luctuosos días que alcanzamos, días cuyo
advenimiento anunciaba hace 18 siglos el Apóstol de las
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1877 CARTA PASTORAL
CON MOTIVO DE LA ALOCUCIÓN PONTIFICIA
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
Gentes, cuando decía a Timoteo: «Erit enim tempus, cum
sanam doctrinam non sustinebunt, sed ad sua desideria
coaceruabunt sibi magistros, prurientes auribus, et a ueritate
quidem auditum auertent, ad fabulas autem conuertentur» 2
Tim 4 3-4, porque vendrá un tiempo en que no sufrirán la
sana doctrina sino que reunirán maestros que halaguen sus
deseos, teniendo comezón en las orejas, y apartarán los
oídos de la verdad para aplicarlos a los errores y fábulas.
En efecto, amados hijos, la época presente tan
enfáticamente apellidada «el Siglo de las Luces» está
rodeada de densas tinieblas que surgen desde el fondo de la
orgullosa y limitada Razón humana que, creyendo bastarse
a sí misma, hace inauditos esfuerzos para emanciparse de
Dios, negando ora su existencia personal, ora su
intervención sobre la humanidad, a la que pretende
iluminar y conducir por sí sola a través de este mundo, con
una insensatez semejante a la de un demente que intentara
apagar el sol para remplazarlo como una vela de cebo.
De ese espíritu de rebeldía que indujo a nuestros
primeros padres a desobedecer al Creador, queriendo, en su
necio orgullo, igualarse con él mediante el conocimiento de
la ciencia del bien y el mal, han brotado esas doctrinas tan
absurdas como perniciosas que, proclamando una libertad
ilimitada y absoluta de pensar y de obrar, conducen
fatalmente a la desorganización más completa y a la más
monstruosa perversión del individuo, de la familia y de la
sociedad. Se trata de una libertad evidentemente
malentendida y peor aplicada, pues la recta razón acorde
con la fe nos dice que la libertad, el más precioso de los
dones con que Dios enriqueciera la criatura racional,
consiste en la facultad de hacer el bien con espontaneidad y
merecimiento, a pesar de los obstáculos que para ello le
presenta el mal, cuyas funestas solicitaciones, lejos de
constituir la verdadera libertad, no son sino una
enfermedad y una flaqueza de nuestra naturaleza caída de
su primitivo estado. Porque si así no fuera, tendríamos que
devorar el espantoso absurdo de que Dios, incapaz —como
es, y no puede menos que ser— para obrar el mal, no sería
libre y vendría a reducirse a una condición inferior a la del
hombre, su hechura. ¡Dios habría dado al hombre un bien
que no poseía! Si según eso la libertad consiste en hacer lo
que se quiere, haciendo lo que se debe, todas esas libertades
que la escuela racionalista pregona y en cuya virtud
consagra el derecho de pensar, enseñar, escribir y obrar, lo
que se quiera, cómo y cuándo se quiera, estriban en un
error manifiesto. Introduciendo un lastimoso trastorno en
las ideas y en las acciones, tales libertades empujan, en
nombre del progreso, la sociedad a la barbarie, pues no de
otro modo entienden y practican la libertad las hordas
salvajes del África y de la América.
De aquí la relajación del principio de autoridad que
es la salvaguardia y el auxiliar obligado del ejercicio
legítimo de la libertad verdadera, en todas las esferas de la
actividad humana. De aquí la secularización y consiguiente
envilecimiento del matrimonio, base de la familia, rebajado
desde la altura de una institución divina hasta el nivel de
un contrato vulgar, de un verdadero concubinato
autorizado por una ley que lleva por sarcasmo nombre de
tal. De aquí… pero nos haríamos interminables, si nos
propusiéramos reseñar ese cúmulo de doctrinas tan impías,
como degradantes y disociadoras, que hoy se empeñan en
asumir el cetro en el mundo intelectual y moral sobre las
ruinas de la divina revelación y los dictados de la sana
filosofía.
Las consecuencias prácticas que de aquellos
principios lógicamente fluyen, se ven y se palpan donde
quiera que los hombres que los representan consiguen
adueñarse de los pueblos. Dígalo la Francia de la Terreur en
1793 y la de la Commune en 1871; dígalo México,
Colombia y actualmente el Ecuador… dígalo, en fin, Italia,
donde en nombre de la libertad de cultos se combate
encarnizadamente el católico; en nombre de la libertad de
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
imprenta y de enseñanza, se pretende privar a los obispos
del derecho de publicar sus escritos pastorales y se cierran
las puertas de los seminarios; en nombre de la libertad de
asociación, se arroja a las vírgenes consagradas al señor de
sus pacíficas moradas y se dispersa a los religiosos o se les
arrebata sus bienes adquiridos por los títulos más sagrados.
Y cuando una voz, eco fiel de la voz del eterno, se
alza vigorosa y potente para clamar alto… muy alto: Non
licet, non possumus, es decir, no puedo ni debo transigir
jamás con vuestras doctrinas, que entrañan la muerte no
sólo de la sociedad religiosa sino también de la civil,
entonces la injuria, la calumnia, los epítetos del
oscurantista, fanático, retrógrado llueven sobre la nevada
cabeza del inerme anciano que, en medio de su
mansedumbre y de la suavísima dulzura de su alma,
encierra tesoros de entereza apostólica y de viril energía
para anatematizar el mal y contener el desborde de esas
máximas detestables que se resumen, en último análisis, en
el más neto y puro ateísmo, disfrazado con el deslumbrante
ropaje del liberalismo moderno. Es «le libéralisme» que, en
el falso sentido que suele discernírsele, pertenece al número
de esas palabras engañosas, vanas y seductoras de que el
Apóstol nos aconseja guardarnos: «Nemo uos seducat
inanibus uerbis» Ef 5 6.
Verdad es, empero, amados hijos, que si la vista del
consternante cuadro trazado por el soberano pontífice
cubre el alma de todo hombre, no ya cristiano, sino recto y
honrado, de luto y de tristeza, frente a frente de él se alza
otro espectáculo que, por efecto mismo del contraste,
inunda el corazón de gozo, esperanza y consuelo. Este bello
y conmovedor espectáculo lo ofrece esa explosión
gigantesca de fe, de piedad y de adhesión filial e
incontrastable al sucesor de Pedro, que une, en un solo e
idéntico espíritu, a todos los miembros del Episcopado, y
conduce día por día millares de sacerdotes y fieles de toda
nacionalidad y condición, desde los más remotos confines
del globo, a la capital del cristianismo y centro de la unidad
católica, a Roma, en cuyo recinto brilla ese sol vivificante
del mundo intelectual y moral, y que, eclipsado
momentáneamente por la negra penumbra de la
tribulación, arrastra con fuerza irresistible hacia sí las
almas, las inteligencias y los corazones, dando lugar a que
otra vez más se verifique el oráculo del Divino Redentor
que, hablando de su futura crucifixión y dolorosa muerte,
decía: «Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me
ipsum», cuando yo sea levantado de la tierra (en la cruz)
todo lo atraeré en torno mío, Jn 12 32.
¡Fenómeno, amados hijos, ciertamente estupendo y
maravilloso!, un pobre y desvalido anciano, víctima de la
más ruda y cruel persecución, un monarca destronado y
desposeído violentamente de su temporal soberanía,
abandonado de todos los poderes de la tierra que advierten,
con glacial estoicismo, los atentados contra él cometidos, y
que, a pesar de todo, posee una fuerza moral que nada
puede resistir, cuyas palabras estremecen al mundo,
llenando sus enemigos de terror y despecho, a quien en una
época dominada por el apego a los bienes terrenales y por el
más refinado egoísmo se ofrecen, a porfía y con liberalidad
insólita, donativos cuantiosos y riquísimos presentes, para
testificarle amor sincero y reverencial respeto, socorrer su
augusta pobreza y protestar así contra todas las violencias,
injusticias y ultrajes de que se le ha hecho objeto. ¡Oh!,
amados hijos, preciso es cerrar obstinadamente los ojos
para no ver aquí la acción eficaz y portentosa de aquella
mano omnipotente que ahora, como siempre, sostiene y
dirige la misteriosa nave del pescador de Galilea en medio
de la deshecha borrasca… la mano de ese Dios que elige lo
más débil y flaco, según el mundo, para confundir la
fortaleza de los fuertes y que, fiel a lo que tiene prometido,
está y estará con su Iglesia hasta la consumación de los
siglos.
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
Entretanto, carísimos diocesanos, bien comprendéis
que uno de los deberes más dulces y sagrados de un buen
hijo es el de socorrer y consolar al padre angustiado,
perseguido y menesteroso; ahora bien, esta obligación, tan
instintiva e imperiosa en el orden de la naturaleza, sube de
punto en el orden sobrenatural, según el que todos los
miembros de la Iglesia militante somos verdaderos hijos
espirituales del vicario de Nuestro Señor Jesucristo. Sí: Pío
IX es nuestro padre y un padre lleno de solicitud y ternura
para con nosotros. Y a la manera que el Dios hombre se
sacrificó para redimirnos y salvarnos, él, su fiel discípulo y
digno representante, caminando sobre las huellas del
Divino Nazareno, es la gran víctima expiatoria de las
iniquidades del mundo actual, en obsequio de cuyos más
caros y trascendentales intereses, así espirituales, como
temporales, soporta con invicta constancia los dolores que
le asedian, las cadenas que le aherrojan y los golpes que le
hieren.
Hay más; notadlo bien. Y es que esa guerra
satánica, desencadenada contra él, se dirige principalmente
contra nuestra religión sacrosanta, como lo comprueban los
hechos y nos lo repite Pío IX en su sentida alocución. ¿Y
podríais permanecer indiferentes ante una situación
semejante? No; mil veces no. Estamos seguros de ello,
porque lo estamos de la firmeza de vuestra fe, de vuestra
piedad proverbial, de vuestra inconmovible adhesión a la
religión santísima de nuestros padres y de vuestra
entrañable amor a vuestro padre común, el venerado y
amabilísimo Pío IX, ese hombre providencial, cuyas
heroicas virtudes, cuya firmeza titánica en defender los
eternos fueros de la verdad, el bien y de la justicia, cuya
angelical dulzura y sublime resignación en medio del
infortunio hacen de él, la figura más noble, culminante y
simpática del siglo en que vivimos.
Es, pues, ya lo veis, amados hijos, una triste
realidad que la Iglesia de Dios padece violencia y
persecución en Italia. Y el vicario de Cristo ni goza de
libertad ni del uso expedito y pleno de su poder, hallándose
moralmente encadenado, ni más ni menos que lo estuvo su
primer predecesor, el príncipe de los apóstoles por mandato
de Herodes, en cuya ocasión toda la Iglesia primitiva oraba
sin descanso por él, hasta que, escuchando benigno el señor
las plegarias de aquellos fervorosos cristianos, envió a su
ángel para libertar al ilustre preso. Preciso es, por tanto,
que a imitación suya, vosotros, unidos a vuestros
hermanos, los católicos de todo el orbe, ahora claméis sin
cesar, de lo íntimo de vuestros corazones, purificados por la
penitencia y la práctica de todas las virtudes, al padre de las
misericordias y Dios de toda consolación para que,
abreviando el tiempo de la ruda prueba a que por nuestros
pecados ha sometido a su Iglesia, ilumine los
entendimientos y mueva los corazones de todos aquellos
desgraciados, cuyos errores y extravíos, cuya sequedad y
malicia, ocasionan tan graves males, y conceda a su
castísima esposa el anhelado triunfo y la suspirada libertad.
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1879 ORACIÓN FÚNEBRE
ANTE LA INMOLACIÓN DEL ALMIRANTE GRAU
«Quomodo cecidit potens, qui saluum faciebat populum
Israel!» 1 M 9 21.
uando con estas sentidas palabras nos refiere el
Sagrado Libro la consternación y quebranto del
pueblo de Israel al saber la trágica y heroica muerte
del valiente Macabeo, que tantas veces victorioso
había sido el genio tutelar de su nación y el salvador de su
patria, parece, señores y carísimos diocesanos, haber
descrito el amargo, sincero y profundo duelo con que dos
naciones hermanas lloran hoy sobre la tumba del ínclito
campeón que, después de poner su robusto brazo al servicio
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
de la más santa de las causas, inmola gustosa y
generosamente su vida por la salvación de aquellas.
Mas, ante todo, decidme señores, ¿por qué el
patriotismo es una grande y excelsa virtud a los ojos de la fe
cristiana? ¿es porque él no viene a ser, en último análisis,
sino una de las manifestaciones de la caridad, fórmula
suprema de la celestial doctrina del que murió en la Cruz
por la redención y la libertad del mundo, y de cuyos divinos
labios brotó un día esta inmortal sentencia: «Maiorem hac
dilectionem nemo habet, ut animam suam ponat quis pro
amicis suis», Jn 15 13? Efectivamente, si el mérito de la
abnegación propia ha de medirse por la magnitud del bien
particular que el individuo renuncia en obsequio de los
demás, y si la vida es el don más precioso y el mayor bien
natural que puede concebirse aquí abajo el heroísmo
supremo, el non plus ultra de la abnegación, consiste,
evidentemente, en la inmolación voluntaria y generosa de la
existencia, en aras del interés procomunal, y el hombre que
ha consumado un acto semejante tiene un incontestable y
legítimo derecho al honor, a la gratitud, a las bendiciones y
a la gloria que ha sabido conquistarse.
He ahí, señores, por qué, congregados hoy en este
venerado recinto, tributamos el justo homenaje de nuestras
lágrimas de admiración y reconocimiento al heroico
Contralmirante de la Escuadra aliada Perú-boliviana, don
Miguel Grau y a sus compañeros de armas que tan
gloriosamente sucumbieron en el combate naval de la bahía
de Mejillones, el día ocho del mes pasado.*
Sin haber podido disponer del tiempo suficiente
para tejer al preclaro difunto una corona fúnebre que
merezca ceñir su frente inmaculada, tengo que limitarme a
dirigiros, desde esta cátedra augusta, las breves y sencillas
reflexiones que el amor a mi patria como ciudadano y mi
alto ministerio como sacerdote me sugieren, con ocasión de
esta triste y solemne ceremonia. Cuento para ello con
vuestra indulgente y benévola atención.
No pasa mucho tiempo, señores, que con motivo de
la contienda internacional a que tan injustamente hemos
sido provocados por la República de Chile, resonó por la
vez primera en nuestros oídos el nombre del bizarro
comandante del Huáscar, arrebatando, desde luego, en pos
de sí nuestras más vivas y cordiales simpatías, porque las
relevantes prendas intelectuales y morales del experto
marino peruano, su serenidad, arrojo y pericia, la
caballerosidad e hidalguía, de que dio reiteradas pruebas,
durante el primer período de la campaña, hicieron resaltar
su imponente figura, rodeada con una aureola de virtudes
cívicas que le deparaban un asiento distinguido al lado de
Bolívar y Sucre y de los más encumbrados próceres de la
Independencia Sudamericana.
Ese nombre, desconocido aún para nosotros, había
ya merecido los entusiastas encomios de la prensa británica
que apreciando —«holding in high esteem»— con
indisputable competencia, las singulares dotes del joven
comandante de la Unión, predijo los lauros que un día
había este de cosechar para su patria, pronóstico que
empezó a realizarse en los combates del Apurímac en que
tanto sobresaliera, y cuando, después de abandonar el
honorífico puesto de capitán de un navío mercante, corrió
presuroso a ofrecer sus servicios, en clase de último
soldado, en la escuadra nacional vencedora en Abato, para
acabar de tener ahora su más fiel y exacto cumplimiento.
Íntimamente penetrado Grau de la santidad de los
deberes que su profesión le imponía, no encuentra mérito
alguno en las atrevidas y remarcables hazañas marítimas
que, atrayendo sobre él la admiración universal, le valieron
los más calurosos aplausos y las ovaciones más expresivas y
delicadas, no sólo de parte de las repúblicas aliadas, sino
aun de individuos y naciones neutrales, y confundido al
verse hecho objeto de esas manifestaciones que para las
*
8 de octubre de 1879
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
almas vulgares son un incentivo de necia vanidad, protesta
él no merecerlas, por cuanto su conducta no traspasa la
línea de sus más simples obligaciones de ciudadano. Este
solo rasgo nos descubre el rico tesoro de modestia que
abrigaba su grande alma que al través del velo de la
humildad, deja contemplar su simpática belleza.
De esta humildad y modestia fluían, como de su
más pura fuente, esa moderación de carácter y ese espíritu
de caridad que tan bien sientan a un guerrero cristiano, el
cual conociéndose ministro e instrumento de la providencia
de un Dios infinitamente bueno y misericordioso, debe
nutrir en su pecho sentimientos de humanidad y de dulzura
y que cuando las fuerzas del deber lo constituyen en la
necesidad dolorosa de destruir a las criaturas, no olvida
nunca el gran precepto del Creador que le manda amar a
sus semejantes como a sí mismo. El generoso
comportamiento de Grau con sus adversarios, en las
diferentes ocasiones en que pudo tomar respecto de ellos
severas represalias y el que ha observado con la respetable
viuda de su contendor, el comandante de la Esmeralda, es
el más clásico comprobante de la magnanimidad evangélica
de sus sentimientos, en este orden. No ignoraba él que,
como decía el sabio necrologista del gran Turena, «Il existe
un droit plus elevé et plus sacré que celui que le sort ou
l'orgeuil imposent aux faibles et malheureux et ceux qui vivent
sous la loi de Notre Seigneur Jésus-Christ doivent pardonner,
en tant qu'ils peuvent, le sang sacrifié pour le sien et bien
traîter quelques vies que l'Homme-Dieu sauvera avec sa
mort».
Como el héroe francés que he mencionado,
anhelaba solamente someter a los enemigos, no perderlos;
atacar sin arruinarlos; defenderse sin ofenderlos, y reducir
al terreno de la razón, del derecho y la justicia a aquéllos
contra quienes se veía, a pesar suyo, compelido a emplear la
violencia. Sus verdaderos enemigos no eran, como no
deben serlo para nosotros, esos hermanos nuestros,
compasivamente obcecados, sino el orgullo, la usurpación y
la injusticia.
Viose, pues, Grau en la dura precisión de aceptar y
emprender la guerra que arma el brazo del hombre contra
el hombre y le obliga a verter la sangre del hermano, la
guerra, última razón y postrer esfuerzo del derecho
atropellado; justa bella quibus necesaria, amados hijos, la
más triste y dolorosa de las exigencias sociales. Partió, en
consecuencia, a la cabeza de la Armada Naval de su patria,
de ese pueblo nobilísimo y magnánimo que movido
únicamente por la santidad de nuestra causa, no trepidó un
instante para unir su aliento al nuestro, en defensa y
salvaguardia del derecho y de la justicia. Ejemplo digno, en
verdad, de imitarse.
¡Naciones todas del nuevo y del viejo mundo! Alzad
pues también vuestra voz, para protestar muy alto contra
las violaciones del derecho representado en la causa de la
alianza Perú-boliviana, que, en este sentido, es la causa de
todos los pueblos, la causa de la humanidad, la causa
misma de Dios, origen y fuente esencial de todo derecho.
Y vos, desventurada Chile, que arrastrada por el
vértigo del error, habéis avanzado hasta los bordes de un
abismo sin fondo, implantando a despecho de la
civilización cristiana, el estandarte de la conquista sobre las
costas de una nación que ayer se afrontara generosa al
sacrificio, en defensa de vuestras libertades; hoy hacéis lo
que mañana nunca lloraréis bastante… Pensad empero,
pensad sí, en que el Dios de los Ejércitos suele a veces
consentir el momentáneo y efímero triunfo de la iniquidad,
para mejor ostentar, después, todo el peso y poderío de su
brazo justiciero.
Volvamos a nuestro héroe querido. Impulsado éste
por el vehemente anhelo de salvar la honra de su patria,
despliega una actividad, una audacia y energía que
desconcertando e infundiendo el temor a sus enemigos, no
obstante la superioridad de los elementos bélicos marítimos
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
de que disponen, les arranca la confesión y el elogio de su
sobresaliente mérito. El espíritu de ciega subordinación,
que le distinguió desde su adolescencia como estudiante en
el Convictorio Carolino de Lima, y su característico
denuedo, le hacen emprender las excursiones más
arriesgadas y desafiar los más inminentes peligros, hasta
que sorprendido por casi toda la escuadra enemiga que le
acecha y le arma una celada, reanima con su ejemplo el
valor de los dignos tripulantes y empeña un combate tan
sostenido, tan pertinaz y tan heroico, cuanto inmensamente
desigual en el que sucumbe, coronando su preciosa vida con
la muerte más gloriosa. ¡Oh!, a él y a los que con él han
perecido pueden aplicarse con rigurosa exactitud estas
frases de David, hablando del valeroso Abner: «Sed sicut
solent cadere coram filiis iniquitatis, sic corruisti». 2 S 3 34.
Cuán propiamente se ha dicho que, en esta lucha, el
vencido fue vencedor. Sí, lo fue, señores, con una victoria
moral sin comparación, más noble que la que sólo se
obtiene por la acción del número y de la fuerza bruta.
¡Oh!, ¡admiremos señores tanto heroísmo,
honremos virtud tan sublime, bendigamos memoria tan
querida y lloremos tan inmensa pérdida! Cual un bello
meteoro ígneo que, atravesando velozmente el espacio, deja
apenas contemplar su brillo fascinador, para el horizonte de
la patria netamente a nuestras miradas, así este hombre
esclarecido surge en el horizonte de la patria para esparcir
sobre ella sus plácidos y benéficos resplandores y ocultarse
después en las profundidades del sepulcro, en el momento
mismo en que su presencia constituía una de nuestras más
halagadoras esperanzas. «¡Ay! nosotros —podría ya decir
con un eminente orador— sabíamos todo lo que podíamos
esperar y no pensamos en lo que podíamos temer». La
providencia nos reservaba una desgracia mayor por sí sola,
que la pérdida de una batalla. Había de costar esta campaña
al Perú y a Bolivia una existencia que cada uno de nosotros
habría querido redimir con la suya propia.
¡Oh, Dios mío! ¿Por qué así tan prematuramente
nos le habéis arrebatado? Pero ¿qué digo?; ¡vos, Señor, sois
justo en vuestros consejos sobre los hijos de los hombres y
disponéis de los vencedores y las victorias, para cumplir
vuestros altos designios que a nosotros sólo toca adorar con
profundo silencio y recogimiento! No nos prohibís, sin
embargo, pensar que le habéis arrancado de entre los
vivientes, porque tal vez pusimos en él demasiada
confianza, habiéndonos el Apóstol dicho: «Sed ipsi in
nobismetipsis responsum mortis habuimus, ut non simus
fidentis in nobis, sed in Deo, qui suscitat mortuos». 2 Co 1 9.
Después que el espantoso azote de la guerra vino a
añadirse y como a coronar ese lúgubre conjunto de
calamidades públicas que nos afligían, vemos todavía
aumentarse las causas de nuestro ya tan prolongado
sufrimiento con la desastrosa pérdida que lamentamos. Si
pues, como cristianos católicos, estamos persuadidos de que
los males —que por permisión divina aquejan así a los
individuos como a los pueblos— son ya un castigo
expiatorio de sus prevaricaciones o ya una prueba destinada
a acrisolar sus virtudes pero que, en uno o en otro caso,
tienden siempre a encaminarnos por las sendas más seguras
al logro de nuestro último fin, mediante la práctica del
bien; esforcémonos por conjurar tan luctuosa situación
expiando nuestras culpas por la penitencia y por la más
estricta fidelidad en la observancia de los divinos
mandamientos, grabando para ello profundamente en
nuestra memoria esta infalible sentencia: «Iustitia eleuat
gentem; miseros autem facit populos peccatum». Pr 14 34.
Y si hay virtudes cuyo ejercicio nos sea más
necesario en las presentes circunstancias, para hacernos
propicio el cielo, éstas son sin duda la viril resignación en
las adversidades que él nos envía, la confianza en el poder y
clemencia del Dios de la justicia y la abnegación personal
en pro del bien común y de los intereses de la patria, por
cuya salud debemos trabajar infatigables en nuestra
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
respectiva esfera de acción, sin que nos arredre ningún
sacrificio que sea menester consumar en su obsequio.
Mas, por grande que sea la pesadumbre que nos
agobia, ella no debe conducirnos a la desesperación ni al
desaliento y antes bien, en medio de nuestra angustiosa
consternación, ha de animarnos la firme esperanza, de que
el ejército aliado y sus valerosos directores, fortalecidos con
el grandioso ejemplo de los mártires del Huáscar, y
emulando noblemente la gloria imperecedera de Grau y sus
compañeros de sacrificio, sentirán re inflamarse con doble
ardor, en sus corazones el fuego del amor patrio, para
proseguir con nuevo brío la magna obra de defender y
conservar incólumes, con la salvación de la patria, los
sacrosantos fueros del derecho y de la justicia.
Pluguiese al cielo que esa nación obcecada,
rasgando la venda de la pasión y del error que la ofuscan y
extravían dejara de ofrecer a la América y al mundo el
trascendental escándalo de una usurpación que, minando
por su base aquellos principios salvadores, pone a nuestra
patria y a nuestro noble aliado, el Perú, en la triste
necesidad de rechazar la fuerza con la fuerza y de sostener,
a todo trance, una guerra defensiva de cuyas sangrientas y
desastrosas consecuencias, Chile ¡y solo Chile! será
responsable ante Dios y ante la posteridad.
Entre tanto continuemos, amados hijos, elevando
con insistente perseverancia nuestras humildes y fervorosas
plegarias, hacia el excelso solio del Dios de las Batallas, e
imploremos su infinita misericordia sobre nuestra querida
patria y sus defensores y sobre las almas de los ilustres
muertos por cuyo eterno descanso, acabo de ofrecer sobre el
ara santa el sacrificio augusto y propiciatorio del Cordero
sin mancilla que borra los pecados del mundo.
¡Descansad en paz, ilustre víctima, porque
terminasteis vuestra vida en lucha fatigosa! Descansad en
paz, porque cumplisteis el deber, escribiendo con vuestra
sangre, sobre las ondas del océano, la más terrible sublime
protesta contra las usurpaciones. Pues bien, que esas olas
enrojecidas vayan a decir a otros hombres y a otros pueblos
vuestra heroica inmolación, para que la humanidad,
admirada, señale a vuestra historia un lugar de preferencia
en sus anales de honra y gloria para las Naciones.
¡Sí, inmortal Grau! ¡glorioso mártir del deber! ¡que
el cruento holocausto de vuestra vida en los altares de la
justicia, alcanzando la resignación y el consuelo para
vuestra digna, desolada esposa y vuestros tiernos hijos, os
asegure una palma inmarcesible, allá en la mansión
celestial, en esa patria de los justos, donde encuentran
condigno y perenne galardón todas las virtudes y todos los
sacrificios; en esa patria, donde se reservan una alegría sin
fin y una paz perpetua, a los que, como vos, amaron en la
tierra la justicia y aborrecieron la iniquidad! Requiescat in
pace.
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1883 SERMÓN
SOBRE EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
uién, carísimos diocesanos, al fijar sus miradas de
hito en hito, en el sol al mediodía, no pagaría su
temeridad?, ¿quién no sentiría, al punto,
¿
ofuscadas sus pupilas por el astro rey, cuyo intenso
y vivísimo resplandor lo dejaría sumergido en perpetua
oscuridad? Esto mismo se verifica con la débil razón del
hombre toda vez que se propone contemplar, de frente y
con audaz porfía, al Sol Divino. Es el Ente increado que
inflamó, con mirarlas, esas lumbreras colosales que
derraman la luz, el movimiento y la vida en la
inconmensurable extensión del universo. Y, sin embargo,
nadie sino él mismo ha podido descorrer ante los ojos
mortales una orilla del tupido velo que cubre su inaccesible
y adorable esencia.
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
Así y todo, yo tiemblo y me estremezco, amados
hijos, al tener que hablaros, otra vez, hoy, del gran misterio
del Dios Único y Trino, porque me parece oír resonar en
mis oídos estas conturbadoras palabras: «Scrutator est
maiestatis opprimetur a gloria», Pr 25 27. Me alienta, pero,
la persuasión de que, si bien el misterio de la Trinidad
Beatísima excede, como no puede ser de otro modo, toda
comprensión, y se sobrepone infinitamente a nuestra pobre
y limitada inteligencia, esta misma, sin embargo, concibe
con bastante claridad que aquel augusto dogma no la
contradice, por cuanto encontramos en nosotros mismos y
todos los objetos creados la imagen divina grabada en sus
obras que, como hijas del Eterno Artífice de cuya mano
brotaron, han heredado —direlo así— los rasgos
fisionómicos de su excelso Padre, «signatum est super nos
lumen uultus tui, Domine», Sal 4 7.
Será el objeto de esta breve plática manifestaros esta
verdad —a grandes pinceladas y en cuanto lo permiten los
estrechos límites de un discurso—, haciéndoos notar las
consecuencias prácticas que de ella se derivan en favor de la
humanidad, de sus más nobles intereses y gloriosos
destinos.
¡Oh Dios, tres veces santo!, que quisisteis revelaros
a los párvulos y pequeñuelos, concededme la gracia de
hablar dignamente de vuestro ser incomprensible y
adorable; a mis oyentes, la de conoceros, bendeciros y
amaros. Concededme por la intervención piísima de vuestra
inmaculada madre, querida hija y casta esposa a quien
invocamos, fervientes, diciéndola: Ave María.
Basta una mirada atenta y reflexiva sobre cualquiera
de los innumerables seres que pueblan el universo, amados
hijos, a convencernos de la impotencia radical de nuestro
entendimiento para comprender la esencia de las cosas, y la
manera íntima como funcionan las leyes naturales a que,
con pasmosa regularidad, obedecen todos los objetos cuyo
conjunto forma la armonía de la creación visible.
La física nos dirá cuál es el camino que recorren los
rayos de luz desprendidos de un foco luminoso y cuáles son
los principios invariables que rigen los fenómenos de ese
fluido utilísimo que dibuja dentro del ojo y en el diminuto
fondo de la retina, el estrellado y gigantesco pabellón del
firmamento o el inmenso paisaje de una vasta llanura con
todos sus montes, árboles, ríos y edificios. La botánica y la
química nos dirán que, por la acción combinada del calor,
de la electricidad, del agua y otros principios que obran
sobre la semilla sepultada en la tierra, aquélla germina, se
desarrolla y fructifica, multiplicándose hasta producir a
veces un 500 por uno. La ciencia, en fin, en sus variadas
ramificaciones, nos explicará enfáticamente todos los
fenómenos de la naturaleza y el modo de existir y de operar
de los seres creados sujetos a la observación de nuestros
sentidos; pero jamás pasará de aquí. Y ni el cerebro mejor
organizado, ni el más privilegiado talento, podrá nunca
comprender ni explicar cuál sea la esencia íntima de la luz y
cómo puede estamparse, sin confusión alguna, en el
microscópico espacio de la pupila de un niño. Es un cuadro
colosal por sus dimensiones y complicado por sus
numerosísimos detalles. Jamás podrá comprender ni
explicar el quomodo de una almendra de durazno, que se
pudre y descompone en el seno de la tierra, resucita dando
origen a una nueva planta, que lo reproduce con
asombrosas creces. Jamás podrá comprender ni explicar
cómo el pensamiento, de suyo inmaterial e invencible, se
exterioriza y se transmite por medio de caracteres trazados
sobre el papel o del aire que vibra al impulso comunicado
por la lengua y los labios que se mueven.
¡Ah!, ¿y quién puede negar que vivimos rodeados y
penetrados de misterios que, si no nos causan el asombro
que debieran, es solamente porque la costumbre y el hábito
nos han familiarizado con ellos, porque, como dice San
Agustín, los miramos con desdén a causa de su asiduidad y
repetición, «assiduitate uiluerunt»? Siendo, pues,
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Flor de Granado y Granado
incontestable que la esencia de las cosas creadas es, y será
siempre, incomprensible para nuestro limitado
entendimiento, ¿debe dársele pretensión más insensata que
la de querer comprender la Esencia Increada y Creadora de
todo cuanto existe, medir al Imenso y encerrar, en la
reducida cavidad del cerebro humano, al Ser Infinito, a
quien no pueden ofrecer albergue bastante los cielos de los
cielos?
Hace pocos años que, predicando en el templo de la
Compañía de Jesús de esta ciudad, el venerable religioso
fray Francisco Cabot, de santa memoria, impugnando en
su lenguaje sencillo y familiar la audacia del impío que
niega a Dios porque no puede comprenderle, decía con
festiva agudeza y candoroso donaire: «¿Cómo una cosa tan
grande, pero tan grande, ha de caber en tu cabecita tan
pequeña?» ¡Cuánta verdad expresada con tan infantil
sencillez!
Si todos los seres que han sido sometidos a nuestro
dominio son un misterio, ¿cómo extrañar que la naturaleza
del que creó y domina a esos seres, y a nosotros con ellos,
sea también misteriosa? ¿No es cierto que lo que extraño
sería, que dejara de serlo? Y, efectivamente, un Dios que
pudiese ser totalmente comprendido aquí abajo, por una
criatura finita como tal, dejaría de ser infinito, dejaría de
ser Dios. Y desde luego, el hombre, cuyo orgullo no conoce
límites, jamás se habría doblegado para reconocerle y
adorarle como a su Señor Supremo y Dueño Soberano.
¡Oh!, no opongáis la incomprensibilidad, ni lo
divino del misterio, en un asunto enteramente divino. ¿Os
detiene, acaso, el misterio del orden puramente natural? De
ningún modo. ¿Comprendéis que un grano de trigo
produzca una espiga; esta espiga, una mies? ¿Comprendéis
que el pan que se hace de él, se transforma en carne y
sangre de quien lo come? ¿Que diríais, sin embargo, de
quien por no comprender estos misterios no quisiera
sembrar ni comer?
No hay menos misterios en la naturaleza que la
religión. ¿Qué digo? No los hay menos, en las obras de
nuestra propia industria. La única diferencia consistente en
que los unos se dirigen a la satisfacción terrena de nuestros
apetitos; los otros, a su celestial reforma. Los incrédulos
son, respecto a los misterios de la fe, lo que los salvajes,
respecto a las maravillas de la civilización?
Estas consideraciones satisfacen plenamente las
exigencias de nuestra razón, la cual, ante el grandioso
espectáculo del universo, adivina fácilmente la existencia
del Supremo Artífice que lo creó. El orden maravilloso que
en él reina, las leyes que los rigen, tendientes todas al
bienestar de los seres que lo pueblan, y especialmente del
hombre, reflejan brillantemente la inmensidad, la
omnipotencia, la sabiduría y la bondad del Creador. Hasta
aquí llega la razón sin grande esfuerzo; su poder, empero,
no alcanza penetrar más allá, ni a descubrir la esencia
íntima y el modo de existir de ese Dios escondido, «uere tu
es Deus absconditus» Is 45 15. Y el hombre habría
permanecido siempre en la más absoluta ignorancia a este
respecto, si ese mismo Dios no hubiera dignado revelarle
tan augusto misterio, como enfáticamente lo ha hecho.
¿Pero, ha podido y querido hacerlo? ¡Ah!, aun
cuando esa revelación no estuviese luminosamente
comprobada con los testimonios más auténticos e
irrecusables, no nos es difícil concebir que, así como
mediante la creación nos ha manifestado sus principales
atributos, pregoneros de sus designios y pensamientos
inestables, ha podido manifestarnos también su modo de
ser y ha querido comunicarnos el secreto de su propia vida.
Si, amados hijos, por su Eterna palabra, por su Verbo
humanado, sabemos hoy, que su vida íntima consiste en
que sin dejar de ser Uno y Simplísimo, es al propio tiempo,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, «tres sunt, qui testimonium
dant in cælo: Pater, Uerbum, et Spiritus Sanctus» 1 Jn 5 7.
El Padre engendra eternamente al Hijo y le comunica la
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plenitud de su sustancia; el Hijo subsiste por esta
generación y vive de esta comunicación sustancial; el
Espíritu procedente del Padre y del Hijo, como de un
principio único, posee plenamente su misma naturaleza, su
misma Divinidad.
Mas no creáis, amados hijos, que la
incomprensibilidad de tan alto misterio nos impida
conocerlo, en cuanto nuestra débil inteligencia es capaz de
ese conocimiento, auxiliada que con las luces de la fe y con
las que nos suministran los padres, doctores y apologistas
del Iglesia, a quienes tomo por guía en las reflexiones que
paso a haceros.
En efecto, si se considera que Dios es la fuente de la
vida, y la vida misma, y que la idea de vida entraña
forzosamente la de actividad, salta a la vista que el Ser por
excelencia es esencialmente activo, siendo esto lo que la
ciencia teológica quiere significar cuando dice que Dios es
un acto puro, como lo declara espontáneamente el Salvador
con estas palabras: «Pater meus usque modo operatur, et ego
operor» Jn 5 17. No es menos fácil concebir que, siendo
infinita la actividad de Dios, la creación finita y limitada no
puede jamás satisfacerla. Necesita, por consiguiente, de un
objeto infinito que no puede encontrarle en él mismo, en el
conocimiento de sus propias infinitas perfecciones, el cual
obtiene por medio de su palabra interior, de su Verbo, y
constituye, sin menoscabo de la unidad de sustancia, una
persona distinta engendrada por él. Se llama su Hijo, su
otro yo, a quien ama infinitamente como es amado por él,
resultando de este amor mutuo del Padre y del Hijo, otro
poder viviente y personal, el Espíritu Santo.
La Trinidad no es, pues, como observa un sabio
expositor, la división ni la sucesión, sino el desarrollo y la
armonía de la unidad. Y así como cada uno de nosotros
estamos en una persona, así Dios está en tres personas. Por
incomprensible que esto sea, la razón nos dice que si así no
fuese, esto es, si en Dios no hubiese más que una sola
persona, ésta, antes de la creación de los demás seres,
habría estado desde ab æterno relegada a una completa
soledad y a una inercia absoluta, de las que no hubiera
salido sino mediante las relaciones ad extra que se procuró,
creando el universo. Son relaciones que, en semejante
hipótesis, habrían sido fatalmente necesarias y constituido
una dependencia cortadora y servil que pugna abiertamente
con las ideas de aseidad e infinidad y libertad, inseparables
de la noción de Dios, del Ser absoluto, independiente,
libérrimo y feliz en sí mismo y por sí mismo.
He aquí como la razón logra, si no comprender
cómo Dios es Único y Trino, convencerse al menos de que
así debe ser. ¿Qué hace Dios? ¿En qué se ocupa desde su
eternidad? Tal es la cuestión que se propone toda
inteligencia cándida o reflexiva, desde el niño al filósofo.
¿Cómo, en efecto, formarse una digna concepción de Dios,
si no se le concibe con suma independencia de cuanto no es
él mismo? Pero si es así, independiente, está solitario, sin
relación; por consiguiente, sin actividad, sin vida. Es
menos que la más miserable criatura. Y a decir verdad,
aquél por quien todo vive no disfruta de vida, pues si para
satisfacer su actividad, que sólo puede ser infinita, tiene
relaciones con quien quiera que sea, fuera de sí, es decir,
con algo finito, depende de estas relaciones y de un objeto
distinto de él; por lo tanto, no es independiente, no se
basta a Sí propio.
Así, pues, si es independiente, es solitario, se halla
destituido de relaciones y sin objeto de actividad, no es el
Dios viviente. Y si es el Dios viviente, pues sólo por
relaciones de actividad, cuyos términos son distintos de él
mismo, deja de ser independiente. En una y otra
concepción, no es Dios, por inactividad o por dependencia.
Tal es el círculo en que giraría eternamente la
razón, a no sacarla de él, el misterio de la Trinidad que es
el único que explica Al que todo lo explica, y Al que se halla
prendido el mundo como su raíz. Sólo la revelación
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cristiana ha venido a dar solución al gran enigma. Sienta
tanto más altamente la suma unidad de Dios, cuánto que,
en esta remota elevación, no nos lo presenta ni solitario ni
destituido de relaciones, ni sintiendo la necesidad de
relaciones exteriores, sino en sociedad, en la actividad
infinita e incesante de inteligencia y de amor, cuyos objetos
y términos están en Sí mismo y son él mismo, produciendo
eternamente toda su perfección en un Verbo que lo
personifica y acabando por medio de su amor común de
enlazar esta triple relación de vida que va eternamente y en
plenitud: del Padre al Hijo, y del uno y del otro al Espíritu
Santo, sin agotarse jamás. ¡Qué sociedad la que tiene por
foco el ser, por radiación la belleza, y por reverberación el
amor, y de la que todo lo que hay en el mundo, de ser, de
belleza y de amor, no es más que un reflejo! ¿Puede
concebir la razón, para Dios, otra sociedad esencial?
Fijaos además, queridos hijos, que la unidad en la
variedad, y viceversa, es lo que una atenta observación nos
descubre en la naturaleza toda. Efectivamente, no existe
cuerpo alguno en el universo que no nos ofrezca como
constitutivos fundamentales estas tres cosas: la sustancia en
sí misma; la forma que especifica y determina esa
sustancia; y, últimamente, las relaciones de afinidad y de
atracción que la vinculan con todos los demás seres.
Y si miramos, sobre todo, nuestra propia
naturaleza, advertiremos que, no obstante la unidad
indivisible del yo, se muestran en él tres facultades muy
distintas: el entendimiento; el pensamiento; y la voluntad.
La primera es el núcleo de donde se desprende la segunda;
la tercera procede necesariamente de ambas.
Un ejemplo nos lo hará percibir con más claridad:
imaginaos el grande y poderoso entendimiento de un santo
Tomás de Aquino, que idea y concibe la más admirable de
sus producciones, la Suma Teológica, su palabra interior, su
verbo, el hijo que nace de su mente y se encarna, por
decirlo así, en el papel, la tinta y los signos alfabéticos de
los voluminosos folios que escribió su inspirada pluma.
Considerad, después, el amor y la complacencia que en su
voluntad se ha despertado al contemplar su obra, su
pensamiento que, radiante de luz, disparará las tinieblas de
otras inteligencias menos rigurosas que la suya y
lastimosamente extraviadas por el error.
Comprenderéis ahora conmigo, sin dificultad, en
que aquella nota bellísima, producción del genio, es cosa
muy distinta de la capacidad o potencia que la ha
engendrado, siendo —con todo— inseparable de ella.
Comprenderéis, también, en que la complacencia que ha
gozado su autor es una entidad muy distinta de las dos
anteriores, a las que está, no obstante, ligada igualmente
con un vínculo indisoluble.
Sin duda, la impotencia proveniente de la
limitación propia de la criatura impide el que estos tres
poderes lleguen a formar una individualidad aparte, una
persona, como sucede en la naturaleza infinita y perfecta
del Omnipotente; pero, con todo y guardada la debida
proporción, este misterio de la trinidad humana, que
tampoco alcanzamos a comprender, nos suministra una
idea aproximada del misterio de la Trinidad Divina, a quien
plugo estampar así en el hombre su imagen adorable,
imagen que, en cierto modo, la vemos también esculpida en
la creación corpórea del hombre.
Ahora bien, amados hijos, si a estas admirables
armonías que la razón alcanza descubrir en la reverente
contemplación del sublime misterio que celebramos, se
añaden los torrentes de luz que sobre él derrama la
revelación positiva, mostrándonoslo en sus relaciones con
los otros misterios y con toda la divina economía de nuestra
religión santa, es imposible que ningún espíritu recto que
busque sinceramente la verdad no se sienta
irresistiblemente atraído y subyugado por ella. Es imposible
que ningún corazón bien dispuesto y libre de la tiranía de
aviesas pasiones no experimente la explosión de los más
vivos y profundos sentimientos de adoración, de amor y
gratitud hacia ese Dios que, ansioso de hacernos partícipes
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de su felicidad, nos creó con su poder, nos redimió con su
misericordia y nos santificó con su gracia. Es imposible, sí,
que nuestra lengua agradecida no exclamé a una con los
moradores de la Jerusalén celestial: Creemos en vos, verdad
infalible, que no podéis engañaros ni engañarnos;
esperamos en vos, centro de toda esperanza; os amamos
con todo el corazón, caridad sustancial; os veneramos y
adoramos rendidos, Ser de los seres, Dios Único y Trino.
¡Honor, virtud, bendición, alabanza y gloria se os tributen,
por los siglos de los siglos!
Con cuánta propiedad, amados hijos, el Santo
Concilio de Trento llama a este dogma la raíz de toda
nuestra justificación, «radix omnis iustificationis».
Ciertamente, sin él, no se explicaría la encarnación del
Verbo ni la consiguiente redención del linaje humano, a
que se enlazan los dogmas del pecado original, de los
premios y castigos eternos y de la gracia anexa a los
sacramentos. Con él se liga íntimamente la acción
vivificadora del Espíritu Santo, cuyos dones maravillosos
transformaron a los rudos pescadores del mar de Galilea,
en conquistadores del mundo, y la fuerza inmortal de la
verdadera Iglesia militante, guiada y asistida a través de los
siglos por ese Espíritu que la anima, la fortalece y hace de
ella una inmensa red destinada a pescar las almas para
conducirlas, al cielo a donde vivirá triunfante, una vida
gloriosa y perdurable.
Pero, cuando vemos brillar con más viveza el
augusto misterio de la Santísima Trinidad, es al considerar
al hombre separado de Dios, por la culpa que rompió las
fuertes ligaduras que le unían con él, en el feliz estado de
inocencia original. Y agobiado bajo el peso de su enorme
desventura, que había gravitado perpetuamente sobre su
cerviz, hubiese quedado el hombre desventurado, si el señor
no hubiese reanudado ese vínculo (acto que quiere expresar
la palabra «religión», cuya etimología es re ligo, o volver a
ligar lo que estuvo desligado).
¡Oh, bendita mil veces la hora en que el hombre
volvió a unirse con su Dios! Y en que habiendo sido
bautizado en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, el Padre le comunicó nuevamente la fe, el Hijo le
restituyo la esperanza y el Espíritu Santo volvió a
infundirle la caridad. Lo primero nos lo patentiza el
evangelista al decirnos que es Dios el que nos hace creer en
aquél quien envió: «Hoc est opus Dei ut credatis in eum
quem misit ille», Jn 6 29. Y si el que ha enviado a Jesús se
llama Padre, claro es que a esta primera persona debemos el
don inestimable de la fe, sin la cual es imposible agradar a
Dios, «sine fide imposibile est placere Deo» Heb 11 6. La
esperanza es el áncora segura del alma, a quien introduce
en el santuario del cielo, descorriendo a sus ojos, la espesa
cortina que oculta la divinidad. Y añade el príncipe de los
apóstoles que bendigamos al Padre que nos envió a su Hijo
para que nos regenerase y al que nos rengendró, porque él
nos ha dado la vida de la esperanza que perdimos,
«regeneravit nos in spem uiuam» 1 Pe 1 3. Por consiguiente,
la esperanza es la dádiva especial de Dios Hijo, como la
caridad lo es de Dios Espíritu Santo, según esta sentencia
del Apóstol: «Caritas Dei diffusa est in cordibus nostris per
Spiritum Sanctum qui datus est nobis» Rom 5 5.
De esta manera y al influjo vivífico de esas tres
virtudes tan propiamente llamadas teologales, el hombre
bautizado adquiere una nueva vida sobrenatural, que le
hace hijo de Dios, heredero de su gloria y participante de la
misma naturaleza divina, en Jesucristo y por Jesucristo,
«Diuinæ consortes naturæ» 2 Pe 1 4. Lo cual nos explica
satisfactoriamente porque el primer encargo del Salvador a
sus apóstoles, al constituir los heraldos de la buena nueva,
regeneradores de la humanidad caída, fue mandarlos a
bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, «docete omnes gentes baptisantes eos in nomine Patris
et Filii et Spiritus Sancti» Mt 28 19.
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
¡Oh!, conservad, carísimos diocesanos, siempre
pura, integra, incólume, la fe en ese misterio inefable por el
que fuisteis regenerados al borde de la sagrada pila
bautismal, en cuyo nombre fue ungida vuestra frente en el
crisma salutífero de la confirmación, lavadas vuestras
manchas en la piscina de la penitencia, en cuyo nombre se
otorgó al sacerdote la potestad de dispensaros los divinos
dones y se santificó la familia cristiana con la gracia
sacramental del matrimonio. Esa fe es el sostén del débil, el
consuelo del afligido, la corona del justo y la recompensa
del bienaventurado. No olvidéis, como en otra ocasión os lo
encarecía, cuán consolador será para vosotros, si
permanecéis y perseverareis en esta creencia, oír en vuestra
agonía la dulce voz del Iglesia, vuestra tierna madre, que os
crió, del Hijo que os redimió y del Espíritu Santo que os
santificó. Y que dirá al Eterno: «Licet enim peccauerit,
tamen Patrem, et Filium, et Spiritum Sanctum non negauit,
sed credidit» (oficio de los agonizantes).
Procuremos, pues, hacernos merecedores de este
consuelo y del indecible dicha de contemplar, sin nubes y
cara a cara, al Dios a Quien adoramos, tributándole
mientras peregrinamos en este mundo el homenaje de
nuestra inteligencia sometida a su infalible palabra, y de
nuestro corazón victorioso del pecado y rico de virtudes y
buenas obras.
Y vos, ¡Dios Único y Trino!, misericordia infinita,
bondad inmensa, ilustradnos, fortalecednos, amparadnos y
derramad sobre nosotros en copioso raudal vuestras
bendiciones, auxilios y gracias y haced que, invocándoos,
honrándoos y sirviéndoos en el tiempo, podamos un día
unir nuestra voz al himno inmortal de los querubines y
serafines que, plegadas las alas, rodean vuestro excelso solio
para repetir eternamente con ellos: «Sanctus sanctus
sanctus Dominus exercituum plena est omnis terra gloria
eius» Is 6 3. De esa gloria, cuya participación os deseo, en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
186
Flor de Granado y Granado
1884 CARTA PASTORAL
CARÍSIMOS HIJOS, SALUD Y PAZ EN EL SEÑOR
ncargado, a pesar de nuestra indignidad e
insuficiencia, por el Eterno Príncipe de los pastores
de suministrar a la grey, que nos ha confiado, el
pasto saludable de la doctrina evangélica, y sin otro
móvil que el vehemente anhelo de contribuir, en cuanto
esté a nuestros débiles alcances, a vuestro bien pastoral y
temporal, os dirigimos, amados hijos, nuestra palabra
espiritual en la presente ocasión, a fin de recordaros,
siquiera sea ligeramente, dos de los más sagrados deberes
anexos a vuestro glorioso carácter de cristianos, cuales son:
la respetuosa obediencia a las autoridades legítimamente
constituidas,* y el espíritu de unión y fraternidad que,
siempre y en todo tiempo, debe reinar entre vosotros, para
que en vuestra calidad de ciudadanos de una nación
católica, podáis conservar y sostener incólume el don divino
de la libertad, hija de la verdad y de la adhesión sincera y
perseverante a la infalible palabra del Hijo de Dios que nos
dice: «Si uos manseritis in sermone meo, uere discipuli mei
eritis: et cognocetis ueritatem, et ueritas liberabit uos». Jn 8
31.
Clara es, desde luego, para vosotros la obligación
que el Cuarto mandamiento del Decálogo os impone, de
honrar, lo mismo que a los padres, a los superiores
legítimos, y tampoco ignoráis que los efectos de la fuerza
son absolutamente contrarios al derecho de mandar, que
primitiva y originariamente viene de Dios: Non est potestas
*
«El joven sacerdote, don Francisco Granados… en vez de tratar temas
harto manoseados, hermana… la enseñanza cristiana con la reforma de
las costumbres; su palabra sencilla, pero llena de unción, ha logrado no
pocas veces contener el desborde del crimen en una población en que se
han relajado los principios de la moral», Manuel José Cortés, ENSAYO
SOBRE LA HISTORIA DE BOLIVIA Capítulo 7 (1861).
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
nisi a Deo Rm 13 4; no siendo posible una autoridad civil
legítima distinta de aquélla a que el pueblo se hubiese
libremente sometido en observancia de la divina ley que así
lo prescribe, en cuyo sentido, la nación es y se llama
soberana, según la doctrina del Divino salvador difundida
por sus apóstoles y luminosamente expuesta por el
admirable genio de Aquino, el angélico doctor santo
Tomás.
Si al romper el yugo de la dominación de la Corona
castellana, para constituirse en Estado independiente,
hubiese Bolivia adaptado su conducta a estas frases del
gran Apóstol de las naciones: «Liberati autem a peccato,
servi facti estis iustitiæ» Rm 6 18; nos habríamos ahorrado
el espectáculo desgarrador de tanta sangre y de tantas
lágrimas que han inundado a torrentes el suelo de la patria
¡no habríamos tenido que sufrir ese cúmulo de males que la
guerra fratricida ha hecho pesar sobre nosotros durante
medio siglo! Todo lo cual provino principalmente, no lo
dudéis, de una falsa filosofía, que llegó a generalizar la
persuasión de que siendo esencialmente la autoridad una
creación de la fuerza, era la misma fuerza dueña de
desobedecerla o destruirla, a su antojo, y sin más ley que su
voluntad. De tan absurdo y monstruoso principio fluyó,
naturalmente, la tiranía en las leyes, el espíritu de rebelión
en los gobernados, la violencia y la arbitrariedad en los
gobernantes, y el inevitable naufragio de la libertad,
combatida incesantemente por las olas del despotismo y la
anarquía.
Ahora bien, si es una verdad eterna, una ley de
Dios, la existencia de una autoridad suprema en el Estado
legítimo, claro es que obedeciéndola dentro de los límites
de lo justo, obedecemos a Dios mismo, y somos
verdaderamente libres; siguiéndose de aquí, que buscar la
libertad en el caos y el desorden de una revolución,
habiendo ella sido establecida por Dios en la armonía y el
orden de la obediencia, es caer fatalmente en los brazos de
la más ominosa esclavitud.
Al recordar, amados hijos, estas sabias y salutíferas
enseñanzas de nuestra Religión adorable, no perdáis de
vista que la base fundamental sobre que ella descansa es la
caridad, o sea el amor a Dios y al prójimo como a nosotros
mismos, y que este último amor, sin el cual es imposible el
primero, adquiere una carácter más obligatorio; por decirlo
así, si a la simple calidad de hombre y de cristiano se añade
la de ciudadano que constituye un nuevo y fuerte vínculo
de fraternidad; vínculo santo que relajan y destrozan esas
animosidades sangrientas, engendradas por el espíritu de
partido y la ciega intolerancia en asuntos políticos que,
contraído el corazón de angustia, vemos manifestarse con
motivo de la lucha electoral que hoy preocupa al país, y en
la que os conjuro y exhorto, a ejercer el derecho que la ley
os acuerda, sin odio ni animadversión hacia aquellos
conciudadanos vuestros que difieran de vosotros, en la
elección de la persona que deba encargarse del supremo
gobierno de la república, en el próximo periodo
constitucional.
Os recomiendo por último, con el más vivo
encarecimiento, la sumisión más completa a la ley, el más
profundo respeto a nuestras instituciones patrias, el amor
más sincero, práctico y constante al orden público, sin el
cual, no es posible avanzar un solo paso en el camino de la
común prosperidad y, el horror consiguiente a la anarquía y
a las revueltas, causa siniestramente fecunda de nuestro
malestar, abre un hondo abismo en que quedan sepultadas
nuestras más risueñas y halagadoras esperanzas.
Seguros de que ahora, como siempre, acogeréis con
la cristiana docilidad que os caracteriza nuestra voz
paternal y sincera, os enviamos cordialmente nuestra
bendición pastoral.
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189
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
1889 DISCURSO
INAUGURACIÓN DEL CONCILIO PROVINCIAL PLATENSE
rande es mi confusión, ilustrísimos señores y
venerables hermanos míos, al verme honrado tan
inmerecidamente, con el encargo de dirigir mi pobre
y desaliñada palabra al pueblo fiel, en este día
solemne, y con un motivo tan excepcionalmente
importante, cual es la inauguración del primer concilio
provincial, que va a celebrarse después de la fundación de la
república boliviana, cuyos intereses espirituales nos ha
confiado el Eterno Príncipe de los Pastores, Cristo Jesús,
quien ha prometido estar en medio de nosotros reunidos en
su nombre, para cuidar de su amada grey y conducirla, al
través del árido desierto de este mundo, a las fértiles e
inmarcesibles praderas del celestial paraíso.
Confuso y anonadado a vista de mi pequeñez e
insuficiencia para llenar debidamente tan difícil cometido,
me alienta sólo la esperanza de que ese Espíritu de vida que
descendiendo, en un día como éste, sobre el cenáculo de
Jerusalén, transformó a los rudos pescadores del mar de
Galilea en sapientísimos pregoneros de Nueva Ley, vendrá
en auxilio de mi debilidad y dará a mis balbucientes labios
la unción que han menester para producir el fruto
apetecible en mi creyente, ilustrado y respetable auditorio.
Bien comprendéis, desde luego, señores, que las
condiciones generales de la sociedad cristiana del siglo
decimonono, y las peculiares de la nuestra, son de
naturaleza tal que, por sí solas, bastan para persuadirnos de
la utilidad y conveniencia, y quizá no me equivocaría al
decir, la necesidad imperiosa de estas santas asambleas
nacidas con la Iglesia y destinadas a conservar y robustecer
la fe, raíz de toda justificación, a reanimar la esperanza,
prenda segura de misericordia, y a inflamar la caridad que
es el vínculo de la perfección.
190
Flor de Granado y Granado
He ahí por qué me propongo llamar hoy vuestra
benévola atención sobre el deplorable estado intelectual y
moral de una gran parte del mundo contemporáneo que,
por las tortuosas sendas de un progreso mal entendido,
corre precipitadamente hacia el abismo de una barbarie de
peor condición de aquella que vino a destruir la cruz del
Gólgota, sin que pueda ser detenido en su insensata
carrera, sino por la mano potente y bienhechora de esas tres
sublimes virtudes, brote exclusivo de la verdadera religión,
de que es depositaria y guardiana fidelísima la Iglesia
católica, apostólica y romana.
¡Oh Espíritu consolador! Enviadme un destello de
vuestra luz vivificante, para poder despertar en mis oyentes
una fe viva, una firme esperanza, y una caridad ardiente y
generosa, que los disponga a recibir la abundancia de
vuestros preciosos dones, que humildemente imploro por la
eficaz mediación de vuestra Inmaculada Esposa, la Virgen
llena de gracia.
Después de la lenta incubación de los elementos
subversivos de la fe y de la moral evangélica que, al calor de
la soberbia, la incontinencia y la ira, encarnadas en el fraile
apóstata de Wittenberg, padre de la pretendida Reforma, se
verificó en el siglo decimosexto, está fuera de duda que, a
contar de la Revolución francesa, el cuadro más horroroso y
sangriento que ofrece la historia de la humanidad, y cuyo
primer centenario se cumple en el año presente, desde el
día nefasto en que, solemne y cínicamente desconocidos los
derechos de Dios, se proclamaron los derechos absolutos
del hombre. «Against these there can be no prescription…
these admit no temperament, and no compromise: Anything
withhheld from their full demand is so much fraud and
injustice.» Está fuera de duda, repito, que una porción
considerable de la sociedad actual, se halla separada del
camino que debe conducirla, al fin temporal y eterno de su
creación.
191
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
Para convencerse de tan triste realidad basta fijar
un poco la atención en que, desde aquella fecha malhadada,
el racionalismo ateo, en sus múltiples formas y
denominaciones de naturalismo, positivismo, liberalismo,
surgiendo de los antros tenebrosos de la masonería, que lo
alienta y difunde con tenaz persistencia, ha hecho y hace
inauditos esfuerzos por debilitar y romper los estrechos
vínculos que ligan a la criatura racional, aislada y
colectivamente, con su Criador, Conservador y Redentor
Supremo, y por extinguir en la tierra la idea misma de la
Divinidad, obstáculo el más poderoso para la apoteosis o
deificación de la razón humana, que constituye su bello
ideal, su codiciado objetivo a cuyo logro se encamina
principalmente por la proclamación del falso principio
llamado libertad de cultos o indiferentismo religioso,
presentado como una de las más valiosas conquistas de la
moderna civilización, y que distando inmensamente de la
tolerancia civil —prudente, razonable y aún necesaria, en
ocasiones dadas— conduce lógicamente al ateísmo y,
abriendo ancha puerta a todas las aberraciones del
entendimiento de que son inseparables los extravíos del
corazón, aniquila la fe y zapa los cimientos de la moral
civil.
Poca penetración se necesita ciertamente, señores,
para persuadirse de que tal es el término inevitable de esa
decantada libertad que violenta y contraría en el fondo a la
naturaleza del hombre, instintivamente religioso, aun en el
estado salvaje, y porfía por separar, lo que es —de suyo—
inseparable, a saber, el orden natural del sobrenatural de
donde emana, y sin el cual no se concibe ni explica,
esforzándose por reducir la felicidad del ser humano a la
fugaz posesión y goce de los bienes y placeres puramente
terrenos y carnales que no podrán ¡ay! nunca colmar el
vacío que el alma siente y la impulsa a buscar una dicha
que no reside aquí abajo donde padece sin cesar, la
nostalgia de su destino, situado más allá de la tumba y que
no es ni puede ser otro que volver a Dios, bien absoluto y
poseerle eternamente; «Cum inhæsero tibi ex omni me,
nusquam erit mihi dolor et labor», como dice el obispo de
Hipona.
Es pues indudable, señores, que ese empeño
sistemático en impedir al hombre escuchar la voz de Dios
que resuena continuamente, así en rededor suyo, como
dentro de sí mismo, se propone desviarlo de su fin,
contrariando las más espontáneas y nobles aspiraciones de
su naturaleza, lo que no puede menos que ocasionar una
lucha terrible cuyo término en el individuo es la muerte;
pero que en la sociedad incapaz de morir hasta la
consumación de los siglos acaba por determinar un esfuerzo
extraordinario de reacción, tendiente a destruir semejante
estado anormal y violento y hacer jirones los vistosos
vendajes con que se procura cubrir sus mortales heridas,
causadas por el dorado puñal del derecho nuevo, que al
entregarla en brazos de la indiferencia religiosa, la induce a
prescindir completamente del Supremo Juez de las
conciencias, y a encerrar su moral toda en los artículos de
un Código forjado según las inspiraciones de su veleidosa
voluntad; siguiéndose de aquí, necesariamente, que las
malas pasiones no se detengan ante ningún crimen, que el
egoísmo más refinado, la explotación del hombre por el
hombre, la crueldad y la fuerza bruta, la sensualidad y la
codicia, presidan y regulen las relaciones sociales…
¿Y quién no ve, que todo esto tiende a deprimir el
mundo actual y a colocarlo en un nivel inferior al que el
antiguo mundo ocupaba, bajo el dominio a veces secular del
paganismo? Efectivamente, los filósofos gentiles se
hallaban tan persuadidos de la imposibilidad de que un
pueblo subsista sin religión, que procuraban sostener a todo
trance, la veneración y el temor respetuoso a las falsas
divinidades, en que ellos no creían, como una grande y
verdadera necesidad social. Tan clara y evidente era a los
ojos de la sabiduría pagana, la relación que existe entre lo
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
natural y lo sobrenatural, la misma que niega y desconoce
la impiedad moderna, haciendo caso omiso de la verdad
religiosa, después de diecinueve siglos de Evangelio, al que
debe el género humano toda su dignidad, su elevación y su
grandeza, por el conocimiento de su origen y del glorioso
destino que le tiene reservado ese Dios de misericordia y de
justicia que reside perpetuamente en su seno, por medio de
su legítima representante, la Iglesia católica, a cuyas sabias
y saludables enseñanzas e instituciones, calificadas de
rancias y retrógradas, se quiere contraponer los famosos
principios de 1789, atribuyéndoseles el triunfo de la
igualdad, fraternidad y libertad humanas, triunfo que
festeja actualmente, un grupo de franceses extraviados,
contra el sano criterio y la formal protesta de treinta
millones de compatriotas suyos, que forman la inmensa
mayoría de aquella noble, ilustre y simpática nación.
Permitidme, señores, repetiros lo que a este
propósito decía en la Asamblea Nacional de Chile otro
distinguido orador parlamentario: «No, ni Francia, ni
Chile, ni la humanidad deben nada a la revolución de
1789, y sólo por escarnio, ha podido decirse en esta cámara
que la libertad, la igualdad y la fraternidad no habían
nacido hasta el 14 de Julio de aquel año… ¿Cómo profanar
así el santo nombre de libertad confundiéndola con los
sacrílegos excesos de la orgía revolucionaria? ¿Cómo llamar
igualdad a la nivelación impuesta por la guillotina, al
despojo de todos en favor de uno solo, del único poder
estable y permanente entonces, el verdugo? ¡Oh!, ¡y qué
fraternidad tan dulce aquella que se anunciaba con las
terribles abrazos de Marat! No blasfememos inútilmente: la
libertad, igualdad y fraternidad nada tienen que ver con la
Revolución. Mucho antes que ella, dieciocho siglos antes, el
cristianismo, las había grabado profundamente, no sobre el
papel ni en las proclamas de un tirano ambicioso, sino en el
corazón mismo del hombre regenerado. Nada le deba
tampoco la razón, a no ser la eterna vergüenza que pesara
sobre ella. Nada las ciencias ni las letras, sino la muerte de
Messieurs Lavoisier et Chénier. Débele sí la sociedad
contemporánea esa terrible incertidumbre en que se agitan
las grandes nacionalidades del globo, esa inestabilidad de
todas las instituciones, esa inquietud, ese vértigo, que
arrastra a la humanidad a un abismo de tinieblas, cuyo
fondo no se divisa aún».
Confieso, carísimos hermanos, que la libertad se
conquista con la inmolación y el sacrificio; pero cuando se
trata de defender la libertad y se aspira al triunfo de la
conciencia sobre el poder material de la fuerza, del derecho
contra la tiranía ¡ah! esto no se hace derramando sangre
ajena, sino la suya propia, como los mártires del
cristianismo.
Sólo también por un extravío de la pasión ha
podido compararse la Revolución francesa con la gloriosa
epopeya de la Independencia americana, entre las que, en
vez de analogía, hay discordancia y contraste. Aquélla fue
una destrucción general de todas las instituciones divinas y
humanas; ésta, obra de edificación grandiosa y fecunda en
resultados, fue el nacimiento de un pueblo a la vida de la
libertad. ¡Ah, no comparemos el mayor de los crímenes con
la virtud sublime de esos hombres heroicos que dieron su
vida, por legar a sus hijos patria y hogar!
En homenaje a la verdad, debo reconocer que en
Bolivia muchos de mis colegas son perfectamente sinceros
en su entusiasmo por la Revolución; yo me lo explico,
porque han bebido en las fuentes históricas menos
autorizadas: en los libros de Blanc, de Michelet, de Quinet
y otros furibundos apologistas de aquélla. Tiempo es ya de
que llegue a su conocimiento la reacción profunda que se
ha obrado en el modo de apreciar el carácter y las
consecuencias de aquella gran catástrofe; desde Tocqueville,
el criterio histórico de Francia se ha modificado
radicalmente. No acojamos pues esas odiosas declamaciones
que ya no encuentran eco ni en su propio país, y sobre
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
todo, no hagamos causa común con la más inicua, la más
injusta y la más espantosa de las revoluciones que ha
presenciado la humanidad.
Toda inteligencia, desnuda de ideas preconcebidas y
observadora imparcial del presente estado intelectual y
moral de las sociedades, desengañada por una dolorosa
experiencia, vuelve sus ojos hacia la única tabla de
salvamento que les queda en el proceloso océano a que
fueron arrojadas: el retorno a la antigua fe abandonada y
fuente inagotable de esperanza y amor, de paz y de
consuelo. No significa otra cosa ese singular, inesperado y
maravilloso espectáculo ofrecido al mundo en el año
anterior por las fiestas jubilares de León XIII, colmado de
cuantiosas ofrendas, de tiernos y fervientes homenajes, no
ya sólo por sus fieles súbditos espirituales, sino también por
las sectas disidentes del catolicismo y hasta por los pueblos
infieles.
Ese consolante movimiento de reacción religiosa se
acentúa, en proporción a los conatos descristianizadores de
las huestes enemigas de la cruz; da de ello espléndido
testimonio en América del Sur, la república de Colombia,
al sacudir el ominoso yugo del liberalismo autoritario, que
durante 16 años pesara sobre ella. Y por lo que hace a la
Europa corroída por el cáncer mortífero de la corrupción en
sus formas más terríficas, a consecuencia de la
popularización de las malas doctrinas, la vemos inquieta y
zozobrante por volver a Dios, rompiendo las cadenas que le
impiden la comunicación con el orden sobrenatural, y
sofocan la voz del corazón que anhela lo infinito, lo
espiritual, lo eterno, lo que constituye la base primordial
del orden, la armonía, la tranquilidad y beneficio de los
individuos, de las familias y de los pueblos, dulcísimos
frutos que sólo produce, sazonados y abundantes, el árbol
del catolicismo, nutrido con la vivificadora savia de la fe, la
esperanza y la caridad…
De la fe, sí, que conteniendo los extravíos de la
razón, le traza sus naturales límites y los ensancha
maravillosamente, para hacerla penetrar, segura, en el
campo del infinito, guiada por la luminosa antorcha de la
revelación. De la esperanza que anima, alienta y alegra el
corazón humano con la infalible garantía de una dicha
completa e interminable, en cambio de la cual, son más que
llevaderos, gratos y deliciosos los transitorios sufrimientos
de la vida terrestre. De la caridad, en fin, que estrecha y
dulcifica las relaciones mutuas del hombre con su Divino
Hacedor y con sus semejantes mediante el amor más puro,
la concordia y fraternidad más perfectas. ¡Oh!, y con qué
exactitud pueden aplicarse a la religión verdadera, estas
palabras dictadas del Espíritu Santo: «Quærite… primum
regnum Dei, et iustitiam eius: et hæc omnia adiicientur uobis»
Mt 6 33 Así como a sus impugnadoras, estas otras
proféticas frases del grande Apóstol dirigidas a su discípulo
Timoteo: «Hoc autem scito, quod in nouissimis diebus
instabunt tempora periculosa: erunt homines seipsos amantes,
cupidi, elati, superbi, blasphemi… semper discentes, et
nunquam ad scientiam ueritatis peruenientes». 2 Tm 3 1-2,
7.
Y si Dios, en sus inescrutables designios y para
mayor gloria suya, permite al espíritu de las tinieblas
transformarse en ángel de luz, para negar la autoridad de
Cristo, heredero de las naciones, sobre los Estados y los
gobiernos, para vilipendiar y oprimir al pontificado y al
sacerdocio y proscribir a Jesús de las leyes, de las
costumbres y del hogar doméstico… si Dios, digo, ha
concedido un poder tan amplio a sus enemigos, ¿qué es lo
que exigirá de sus amigos y servidores? Agruparse, sin
duda, en torno de su estandarte, cuyo lema es fe, esperanza
y caridad, para sostenerlo y defenderlo, sin omitir ningún
género de sacrificio, proclamando al Dios hombre, Rey,
Señor y Soberano, de los individuos, de las familias y de las
naciones, procurando, por todos los medios legítimos que
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Flor de Granado y Granado
las leyes y las instituciones sean informadas por el espíritu
del Evangelio: que la instrucción pública, en todos sus
grados, se adapte a las enseñanzas del catolicismo; que el
matrimonio sea reconocido como verdadero y divino
sacramento; que la sepultación de los restos inanimados del
fiel creyente sea sagrada; que se implanten institutos de
beneficencia cristiana para el pueblo; que se fomenten las
publicaciones religiosas y se repriman los desbordes de la
prensa licenciosa e impía; en una palabra, que la fe, la
esperanza y la caridad, partiendo de los labios y del ejemplo
de los ministros del santuario, se difundan y arraiguen en
la mente y en el corazón de los fieles hijos de la Iglesia, la
cual, en expresión de un docto publicista, busca sin cesar el
progreso, no en las vaporosas teorías, ni en los cálculos
materiales de filósofos soñadores y utilitarios, sino en la
ejecución y cumplimiento de un gran mandato: «Estote…
uos perfecti, sicut et Pater uester cælestis perfectus est». Mt 5
48. Progreso que, armonizando todos los intereses
legítimos, es el único que puede conducir a la humanidad al
término venturoso de su viaje, pues la Iglesia, lejos de ser
—como se la calumnia— enemiga de los adelantos
modernos, los aplaude y bendice, y sólo quiere que no
sofoquen la fe antigua, que no se conviertan en idolatría de
la materia, quiere que haya, en fin, la justa continencia, el
modus in rebus, que equidista igualmente de todas las
exageraciones y de todos los peligros.
He ahí, como bien lo comprendéis, señores, el
objeto de esas respetables asambleas llamadas concilios
generales o particulares, en los que reunidos en nombre de
su Eterno Príncipe, que les prometió estar en medio de
ellos, los pastores de la grey cristiana se ocupan de proveer
al remedio de los males que la afligen o amenazan,
trabajando por conservar en toda su integridad y pureza las
verdades divinamente reveladas, por afianzar el imperio de
la moral evangé, por promover el decoro y esplendor del
culto divino, por vigorizar la disciplina eclesiástica y
levantar al clero a la altura de su augusta misión, por
corregir y extirpar los abusos e imperfecciones inherentes a
la flaqueza humana.
Y aunque, por la misericordia de Dios y dicha
nuestra, la fe católica tiene aún profundas raíces en nuestra
querida patria, donde el Estado, en cumplimiento de su
misión protectora de todos los derechos de los ciudadanos,
la reconoce y ampara; no por eso deja de sufrir el embate
del impetuoso y desecante viento de las malas doctrinas
que, soplando de afuera, ha logrado debilitarla y tal vez
extinguirla en muchas almas, especialmente en la juventud,
de suyo fácil a ser alucinada y seducida por los sofismas del
racionalismo ateo, tan halagador de las fogosas pasiones,
propias de esa edad crítica de la vida.
¡Mas, como todo don perfecto y toda dádiva óptima
baja de arriba y desciende del Padre de las luces, elevemos,
ilustrísimos señores y venerables hermanos, respetables
sacerdotes, y carísimos fieles oyentes míos, nuestras
humildes y fervorosas plegarias al cielo implorando por la
intercesión de la Inmaculada Virgen, asiento de la increada
sabiduría, los auxilios y dones del Espíritu Santo, sobre los
padres del concilio, el clero y los fieles todos de la católica
Bolivia, y a fin de que nuestros clamores tengan la eficacia
apetecible, hagamos que ellos partan de un corazón
humillado y contrito, y vayan unidos a la práctica
perseverante de todas las virtudes propias del verdadero
cristiano que vive de la fe la esperanza y la caridad!
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1894 ENTREVISTA POR CIRO BAYO Y SEGUROLA
DECLARACIONES ÍNTIMAS
—
íganos ¿cual es la cualidad que prefiere en el
hombre?
—Es la religiosidad sincera y valerosa.
—¿Cual es la cualidad que prefiere en la
mujer?
—Es la piedad sólida y práctica.
—¿Cuál es la ocupación que prefiere?
—Es la lectura.
—¿Cuál es el color que prefiere?
—Es el celeste.
—¿Y la flor que prefiere?
—Es el nardo.
—¿Cuáles son sus prosistas favoritos?
—Son fray Luis de Granada; Donoso Cortés; Gay.
—¿Y sus poetas favoritos?
—Son fray Luis de León; Núñez de Arce; Peza.
—¿Cuales son los héroes que más admira en la vida
real?
—Son los mártires cristianos y los misioneros
evangélicos.
—Por último, ¿cuál es el hecho histórico que más
admira?
—Es la permanente vitalidad de la fe… —con voz
reflexiva, añade— la subsistencia de la Iglesia católica o del
judaísmo después de perdida su nacionalidad.
200
Flor de Granado y Granado
1895 RETRATOS
COCHABAMBA
a brisa leve de perfume henchida,
cuajada de pintadas mariposas,
adormece las penas de la vida
y evoca la visiones más hermosas.
Surge, en tu seno, la elevada cresta,
que ostenta airosa su nevada frente,
y el Tunari domina la floresta,
a quien saluda el valle reverente.
Doquier brotan mil prados pintorescos,
tapizados de césped y de flores,
con naturales cuadros arabescos
formados por guijarros de colores.
Allá vienen palomas quejumbrosas,
los juguetones pájaros cantores.
Allá cantan endechas amorosas,
en su laúd, errantes trovadores.
Allá contempla el colosal océano,
inmenso mar de perennal verdura;
la selva virgen do el trabajo humano
no ha penetrado en su mansión oscura.
Allá, el cóndor que reta a la tormenta,
gemebunda la tórtola en su nido;
desbordado el torrente que revienta,
el arroyo que exhala su gemido.
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Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
NO, NO, MADRE MÍA
LA MADRE DE LA ALDEA
s ella, sí, la madre a quien adoro,
la que estampó en mi frente el primer beso,
la que con dulce, férvido embeleso
me llamaba su dicha, su tesoro.
Mas ¡ay! yo observo que tu faz, señora,
lágrimas surcan, gruesas, cristalinas.
¿Por qué lloras mi bien? ¿Es que adivinas
el triste llanto que yo vierto ahora?
Dolorosa es, oh madre, la existencia
para el que ciego por su senda avanza,
mas no para el que abriga una esperanza,
¡sabroso fruto de inmortal creencia!
Y por eso tú al pie de los altares
las horas pasas sin sentir de hinojos,
y alzas al cielo los dolientes ojos,
burlando así tus íntimos pesares.
Por eso si tu labio a Dios envía
fervorosa plegaria que murmura,
rebosa al punto celestial dulzura
la copa del dolor amarga, impía.
¿No recuerdas que, estando pequeñuelo,
enjugabas mi llanto con cariño,
diciéndome: «No llores, pobre niño,
piensa en los goces que te guarda el cielo»?
202
a imagen de ese ser que mi alma adora
con un culto de amor vivo y constante,
por quien late mi pecho, cada instante,
la imagen de mi madre, sois, señora.
En vuestro dulce, angélico, semblante
que la virtud con sus fulgores dora,
ver, me imagino, a la que triste llora
por el hijo que de ella está distante.
Por mí, que en larga, matadora ausencia
verla, otra vez, anhelo y desconfío,
pues en vos me da la providencia,
un lenitivo a mi dolor impío.
Bendigaos, del cielo, la clemencia,
como grato os bendice el labio mío.
203
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
A MI HERMANA FELICIDAD PERPETUA
A MI SOBRINO FÉLIX
o bien pudo escuchar, su tierno oído,
el nombre del Divino Nazareno
que de celeste fuego el pecho lleno
le juró sin reserva eterno amor.
Su ambición toda, su incesante anhelo
fue complacer a su Jesús amado,
ahuyentar a la sombra del pecado
y hacerse fiel esposa del Señor.
Allá en el seno del hogar querido
el ángel de paz y de consuelo
batió sus alas y el pujante vuelo
alzó a la estancia de eternal fruición.
Su esposo la llamó con dulce acento.
Una corona la mostró radiante.
Oyó su voz y le entregó al instante
su ardoroso, virgíneo corazón.
No es la pluma parcial, apasionada,
la que así traza un cuadro lisonjero.
Es la voz de un pueblo todo entero
que de la virgen cerca el ataúd.
Y en su faz cadavérica descubre
una aureola de luz que la ilumina,
una expresión angélica, divina,
¡el claro resplandor de la virtud!
204
iste, Félix, al despuntar la aurora,
sobre el límpido azul del ancho espacio
con variantes de grana y de topacio,
¿
una imagen surgir deslumbradora?
¿Y anheloso al fijar tu vista en ella,
una nube advertiste vaporosa?
¿Y que esa imagen ¡ay! no era otra cosa
que una visión tan flébil como bella?
Esa ilusión ¡ese fantasma vano!
es la felicidad, falaz quimera,
que en su pos arrebata por do quiera,
jadeante de fatiga, al pobre humano,
que después de seguirla candoroso
se detiene confuso, avergonzado,
al ver que ese fantasma lo ha burlado,
haciéndole creer que era dichoso.
La gloria, los placeres, los honores,
ensueños son que duran un momento,
áridas hojas que dispersa el viento,
del vergel de la vida, muchas flores.
Todo acaba, Félix, y desparece
al borde de la huesa funeraria;
y en medio de los escombros, solitaria,
la antorcha de la muerte resplandece.
¿0 pensaste, quizá, Félix querido,
en tus horas de cuita y de quebranto,
que hay seres que jamás el triste llanto
del dolor, en el mundo, hayan vertido?
Y te engañaste, sí, porque en la vida
todos lloraron ¡ay desde la cuna!
y a todos, más o menos, la fortuna,
su copa les brindó, de hiel henchida.
205
Francisco Maria del Granado (1835-1895)
Flor de Granado y Granado
Del dolor, el imperio, el orbe abarca,
nadie esquivó jamás su fiera saña:
llora el labriego pobre en su cabaña,
bajo el regio dosel, llora el monarca;
y si a alguno Feliz llamóle el mundo,
si envidiaron los hombres su ventura,
es porque no les dijo la amargura
que abrigaba del alma, en lo profundo.
En la tierra, Félix, tan sólo hay llanto,
sufrimiento y pesar y amargo duelo;
la ventura reside allá en el cielo,
en el seno del Ser tres veces santo.
El testimonio fiel de una conciencia
que no turbe tenaz remordimiento
es manantial perenne de contento,
¡supremo bien que halaga la existencia!
La dulce idea del deber cumplido,
la grata convicción del bien que has hecho,
harán de gozo rebosar tu pecho
y Félix sólo entonces habrás sido.
206
207
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
1894 EL GÓLGOTA
EL AMOR, QUE MUEVE EL SOL Y LAS ESTRELLAS
i la historia profana de la andante caballería luce en
sus doradas páginas los hechos o hazañas notables de
sus más valerosos héroes y guerreros y se gloria de
poseerlos, con cuánta mayor razón nosotros los
cristianos no sentiremos enorgullecidos, valerosos y llenos
de una felicidad intensa, al poder lucir en nuestra historia
el acontecimiento más trascendental del mundo, la vida de
Cristo Nazareno, que es la gloria más sublime, la estrella
más potente y el venturoso lucero del tiempo. A su solo
recuerdo se llena el alma de una vehemencia infinita hacia
ese ser sublime, luz de las generaciones, espejo de la ciencia
y ante cuya imagen el pecho más empedernido se siente
doblegado.
Si llevamos la vista al pasado y contemplamos la
edificante existencia de este divino personaje, la veremos a
través del tiempo deslizarse cual un poema heroico como
los que estudiaba Menéndez Pidal, una real epopeya en la
que se ve la alegría como fuente del bien y el dolor como
sendero al cielo.
Cristo con su ejemplo nos demostró que, lejos del
Edén perdido, no hay felicidad completa; si lo hubiese aún
sería pobre para satisfacer aquellos sentimientos nobles por
los cuales el hombre espera de una vida futura donde todo
es alegría, donde se bebe el elixir de la felicidad eterna, o
sea la contemplación del Ser Supremo para quedar
embriagado en su presencia por realizar una dulce
esperanza, donde brillan fantásticos luceros, donde la suave
brisa mueve lentamente el follaje de un alma buena.
Jesús, el maestro sempiterno, pasó su vida haciendo
bien a la humanidad; su corazón era el dulce refugio del
alma arrepentida. Con caridad infinita consolaba al pobre,
y los desechados de la fortuna, aquellos seres enfermos y
208
Flor de Granado y Granado
marchitos sin más amigo que el dolor, encontraron en su
corazón un caloroso nido, donde al son de bellas sinfonías
cantaban los pájaros del amor.
Fue sublime porque supo perdonar; el perdón es la
valerosa diadema que circunda refulgente las sienes de los
seres buenos. Si es gloriosa la actitud del héroe que vence
en la lucha habiendo tal vez dejado cuántos hogares entre
las sombras, entre congojas, sintiendo el frío de la orfandad
por la muerte del jefe de la familia, es aun más venerable
aquel que no lucha sino perdona, arroja de su alma el
mortífero veneno del rencor y echa el perfume más
exquisito en el espíritu del ser abatido, que postrado de
rodillas invoca clemencia.
El sublime mártir del Gólgota perdona, y postrado
de rodillas pide al padre eterno mayor dolor para mostrar al
hombre que el dolor fortifica: el dolor ennoblece y es el
cauterio santo por el cual se alcanza eterna recompensa.
Postrado de rodillas, digo, ora para enseñar a la humanidad
que la oración consuela, alienta y eleva el espíritu, porque
como dijo un gran pensador: «Nunca el hombre es más
grande que cuando está de rodillas».
Sus divinos hombros llevan una errante y pesada
cruz por el escabroso camino del Gólgota, y sanguinarios
verdugos ciñen su santa frente con una corona de hirientes
espinas y clavan su cuerpo en un tosco madero. Bien
podemos decir que:
Han abierto los hombres su costado,
han llagado sin fe su cuerpo santo
y el madero que fue su compañero
ha bebido las gotas de su llanto.
209
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
INVOCACIÓN
endita inspiración, sagrado fuego,
enardece mi espíritu, ilumina
los ojos de mi fe, que ardiente quiero
cantar con fuerte voz la peregrina
y trágica historia de grandeza y duelo
en que la augusta majestad divina
por un acto de amor, ¡amor sin nombre!,
subió al cadalso y regeneró al hombre.
Inspirado David, cantor profeta,
urge mi acento con perfume hebreo.
Yo quiero el grato olor de la violeta
y del blanco nardo que en tu lira veo;
quiero coger su exaltación secreta
y feliz; si colmara mi deseo,
sopar la pluma henchida de colores
en el poético cáliz de las flores.
Lengua del fuego, venerable Isaías,
armadme de tu cólera infinita;
que de mi boca las palabras frías
sean para la Roma que precita
manchó sus manos en aciagos días,
hirviente lava que voraz derrita
las urnas cinerarias de ese imperio
a quien la calda del Vesubio abraza.
Vidente augusto de cabello cano,
túnica oscura, desgarrado manto,
oh, viejo Jeremías, aún lejano
resuena tu quejido; con espanto
me atrevo a contemplar el gran océano
formado por las gotas de tu llanto.
Haz que exhale doliente y conmovido
en cada nota, lúgubre gemido.
Acudid a mi mente presurosos
gratos recuerdos de Salem hermosa,
210
Flor de Granado y Granado
derruidos monumentos, silenciosos
vetustos atalayas do reposa
en gruesos caracteres misteriosos
la historia venerada y majestuosa.
Muéstrame tus sepulcros empolvados;
que me hablen tus escombros olvidados.
Ya puedes, fantasía vaporosa
e indómita, lanzarte en raudo vuelo;
pósate en los nectarios, mariposa;
ensaya tu cantar, ave del cielo.
Llora, triste paloma quejumbrosa;
así satisfarás tu vivo anhelo.
Empieza a preludiar, oh musa mía,
tus cantares con tierna melodía.
SOMBRAS
ios puso al hombre en un hermoso huerto
de flores mil cubierto.
Dijo: no olvidarás que eres humano
vil. Por eso, te impongo mi mandato.
Recuerda a cada rato
que soy yo, tu señor, tu soberano.
Adán holló la ley y perdió el paraíso.
Dios en castigo hizo
que la tierra cubriesen los abrojos;
mas, la misericordia conmovida
como señal de paz, prenda de vida,
fijó en Adán los ojos.
Murmuró la promesa salvadora.
Pronto llegará la hora…
vendrá el Mesías redentor del hombre,
nacerá de una mujer, la mujer fuerte
que a la horrible serpiente le dé muerte.
Y grande será su nombre.
211
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Empezaron las sombras, las figuras,
inmensas esculturas.
El noble Abel es ya su imagen santa.
Sacrifícalo el odio de su hermano;
el fiero rencor insano
a la cerviz de la víctima quebranta.
El simpático Isaac al monte sube,
cual radiante querube.
Y al mandato de Abraham, la hoguera brilla.
Se inclina el hijo, va a morir ya luego,
mas un ángel del cielo,
apiadado, levanta la cuchilla.
A José, hijo de Jacob, el más querido,
por los suyos venidido,
la mujer del potifar lo condena.
Pronostica la ruina y la ventura
en la prisión oscura
a sus dos compañeros de cadena.
Melquisedec, el sacerdote austero,
es fúlgido lucero,
anuncia que ya llega la montaña
y ofrece en el altar el pan y el vino
en símil del divino
cordero que limpió la culpa humana.
Sansón el fuerte, el de cabello largo,
bebió el cáliz amargo
e hizo libre a su pueblo que gemía.
Con el templo filisteo cayeron
los que a Israel oprimieron.
Brilló de libertad el claro día.
Los profetas empiezan a anunciarle
y la tierra a esperarle.
Isaías dice que una virgen pura
será su madre; Emmanuel, su nombre.
¡Dios convertido en hombre,
oh, misterio de amor y de ternura!
212
Flor de Granado y Granado
Vislumbra Jeremías la dureza,
la corrida fiereza,
de ese pueblo colmado de favores.
Conmovido el anciano, triste, llora
y anuncia, hora tras hora,
la pronta destrucción y sus rigores.
Visionario Ezequiel doquier pregona
la futura corona
de un reinado de paz y de bonanza.
Anuncia un poder sobrehumano;
contra él luchará en vano
el césar, cuya fuerza no le alcanza.
Cuenta Daniel, una a una, las auroras
que han de ser precursoras
del día por los siglos venerado.
Las setenta semanas enumera,
y ávido el mundo espera
ver la realización de lo anunciado.
—Oh, Judá de Belén, —dice Miqueas—,
bendito siempre seas.
Tu suelo servirá de humilde cuna
al Dios inmenso convertido en un niño.
Te verá él con cariño
y la tierra envidiará tu gran fortuna.
En cada frase que David pronuncia,
muy claro nos anuncia
algún detalle de la santa vida
del esperado Rey de las naciones,
a quien los corazones
le consagran su parte más querida.
Gira la tierra y se aproxima el día
de plácida alegría.
Pálida y descarnada, la sibila
carraspea. El césar a lo que deviene
cuánto miedo le tiene…
porque entiende que su curul vacila.
213
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
El águila imperial extiende el ala
e inconsciente señala
que el tiempo llega, que es la paz predicha.
Y está Roma dormida, no despierta.
Va, descuidada e incierta,
apurando los goces de su dicha.
LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN
ermosa está la tarde. Los pájaros cantores
ensayan sus trinos. Qué dulce preludiar.
Exhalan su perfume hermosas gayas flores,
y puras como un vidrio sus ondas mueve el mar.
En Nazaret, oculta y por todos ignorada,
velando está una virgen, radiante de pudor;
María, blanca estrella del mundo, despreciada
y ansiosa, espera venga su esposo, casto amor.
De súbito la estancia muy pronto se ilumina.
La esposa mira a un ángel, tan puro cual la luz,
cubierto de un manto de seda purpurina;
Gabriel la mira y baja su nítido capuz.
Le dice: —No me temas; enviado soy del cielo.
Yo vengo a predecirte tu Santa Encarnación.
Serás la madre virgen, aurora del consuelo.
También ha sido pura, tu augusta concepción.
El ángel desaparece; sus últimos cantares,
los pájaros sonoros aún dejan escuchar.
Y brilla más que nunca la estrella de los mares.
Y canta la natura. Qué dulce preludiar.
Expide su edicto el augusto monarca,
convoca a sus pueblos, los quiere contar.
Sumisa María y el santo patriarca
sus nombres al libro ya van a apuntar.
Los pobres esposos no tienen el oro
que hermosos palacios les pueda brindar,
mas lleva María en su seno un tesoro
más grande que el cielo, más rico que el mar.
214
Flor de Granado y Granado
Recorren sus calles. Belén los recibe
y les brinda tan sólo… tan sólo un pajar.
El santo patriarca sus nombres inscribe
y se fueron a un triste paraje a posar.
Clara hermosa
bella luna
cual ninguna
relució.
Bulliciosa
la cascada
enamorada
resonó.
Se ilumina
con fulgores
de colores
el pajar.
La divina
providencia
su excelencia
ve brillar.
Sin dolores
ni amargura
blanca y pura
virginal,
cual las flores
siempre bella
como estrella
de cristal…
dio María
bello infante,
y al instante
se postró.
Su alegría
la mostraba
y al que amaba,
lo adoró.
215
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
El patriarca
conmovido
y enaltecido
lo besó.
El monarca,
pobre niño,
con cariño
lo miró.
Se escucharon
los cantares
celestiales
con unción,
y entonaron
los pastores
soñadores
su canción.
Al fulgor de una estrella que brilla
se encaminan los reyes de Oriente;
la grandeza de hinojos se humilla,
y los monarcas inclinan la frente.
A CRISTO
e destaca imponente la figura,
la más grande escultura;
el espacio y el tiempo nunca han visto
un hombre más inmenso, más coloso,
más grave y majestuoso.
Llámale el pueblo: Hijo de Dios, Cristo.
¡Oh!, qué rostro tan bello, tan sereno,
qué hermoso nazareno.
Su mirada es abismo de ternura;
se asemeja su voz al canto suave
que preludiara un ave
dolorida y oculta en la espesura.
216
Flor de Granado y Granado
Blanco nimbo de luz y de pureza
rodea su cabeza.
Sólo al verlo se dobla la rodilla.
Correcta y muy mediana es su estatura
y ciñe en su cintura
la túnica morada sin mancilla.
A su simple contacto ven los ciegos,
pues él rasga los velos
que cubrían oscuros las pupilas;
cual la flor que, ante el sol, abre su broche,
rasgábase la noche
para ver ya, con luz, playas tranquilas.
Al cruzar de este valle los desiertos,
resucita a los muertos.
Él camina en la mar embravecida,
Tiberíades, reprime sus furores;
cesan los zumbadores
vientos que la tenían conmovida.
¿Quién es este tan grande personaje
que lleva por ropaje
cuanto bien y virtud el cielo encierra?,
¿quién es éste que rompe lo pasado,
con su siglo ha chocado
y lo reta y le declara eterna guerra?
Humilde el universo le respeta,
a su paso se aquieta
la natura que indómita se agita.
Gigante pensador, gran doctrinario,
a la lid temerario,
como el rayo veloz se precipita.
Sacude los cimientos del pagano,
del viejo mundo insano;
tiembla la antigua mole conmovida.
Se derrumba el Olimpo, abajo dioses
que inmundos y feroces
caen como lepra desprendida.
217
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Él predica en el Templo y en la plaza,
y todo lo abraza
su doctrina bendita y soberana.
Trueca su ley, la espada con la idea,
y cambia la saña atea
en la más pura caridad cristiana.
La luz del Evangelio civiliza,
pues lleva por divisa
el grande estandarte del progreso.
Recién la libertad brilla en el mundo,
y cesa el caos profundo,
la anarquía, la tierra, el retroceso.
Rómpese para siempre la cadena
que al pobre esclavo apena.
La mujer, convertida en instrumento
por groseras pasiones degradada,
hoy, es regenerada;
oye el Cristo su mísero lamento.
El escriba, el esenio, el fariseo
en este dios no creo…
murmuran. ¡Qué espanto! La lucha empieza.
Con místico antifaz le hacen la guerra,
y se estremece la tierra
por tanta iniquidad, tanta bajeza.
Resuelve el Sanedrín perder al Cristo.
Tiene el dinero listo.
Ha de comprar con oro la existencia
del Justo, que condena acre y severo,
su proceder artero;
le es odiosa de ese hombre la presencia.
Es comprado el discípulo Iscariote,
malvado sacerdote.
Vende a su Maestro con horrendo beso.
Oh, qué crimen tan grande, tan monstruoso,
fétido y asqueroso,
regüeldo de Satán, negro bostezo.
218
Flor de Granado y Granado
Penetramos con paso tembloroso
y el semblante lloroso
al trágico recinto del Calvario.
Oh, Sacude-lanza, ven a mi mano,
pero mi ruego es vano,
jamás el ganso imitará al canario.
EL LUGAR DE LA CALAVERA
elancólica está la noche oscura.
Todo revela lúgubre pavura,
y no sé qué de misterio
se nota en los objetos de la tierra:
ello es que todo silencioso aterra,
como en un cementerio.
Es que el hijo de Dios ora en el huerto.
Tiene el rostro en el suelo y está cubierto
de sangre pura y fría;
—Aparta de mis manos, Padre mío,
este cáliz amargo, —¡oh, desvarío!,
murmura en su agonía.
Y baten sus ramajes convulsivos,
por el viento agitados, los olivos.
Parece que aullaba
el vecino cedrón, que antes sonoro
como silvestre pájaro canoro
sus coplas arrullaba.
La gruta de repente se ilumina
y aparece exabrupta y repentina
siniestra comitiva.
Es Judas quien preside la celada
y besa al Maestro la frente venerada
con sus labios de escriba.
219
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Lo conducen al Justo ante Pilato,
y repite la turba a cada rato:
¡Matémosle!, ¡que muera!
Hace milagros, llamase el Mesías
como si no existieran profecías,
cual si hijo de Dios fuera.
Pilatos, juez imbécil, miserable
se convierte en monstruoso y detestable,
y tiembla el poder romano,
teme el hombre que el curul le arrebate;
la conciencia le grita y, en su desate,
se lava pues la mano.
Lo flagelan al Justo. Con qué gozo
la turba manifiesta su alborozo.
Pesado como un plomo
tiene el cuerpo el Señor de los señores.
El juez, para calmar fierros furores,
muéstrale al pueblo: Ecce homo.
La turba no reprime su sangrienta
cólera, lo que a Pilato amedrenta;
salvaje le amenaza
denunciarlo ante el césar soberano
porque deja pisar con un insano
las glorias de su casa.
Tiembla el infame, su asiento se desploma.
Como juez mira en Cristo una paloma,
y el pueblo intimida.
Vacila el juez cobarde, y su sentencia
sacrifica del Justo la existencia,
oh, réprobo deicida.
Hosca, aúlla la muchedumbre
con salvaje felonía
y en su ronca gritería
exhala la podredumbre
de su infame cobardía.
220
Flor de Granado y Granado
Es un pueblo contra un hombre.
El imperio contra el Santo
causa pavura y espanto;
que a los siglos siempre asombre
esa iniquidad sin nombre.
En su bárbara locura
quiere la sangre bendita
para la alianza precita,
pues con tesón se procura
estamparse: eres cainita.
Y se prepara entretanto
ignominioso madero;
va a inmolarse el Cordero
en un cadalso de espanto,
en un patíbulo fiero.
Parte el alma de ternura,
Cristo con la cruz a cuestas,
lleno de santa dulzura;
va la calle de amargura
entre Dimas y entre Gestas.
Como un muerto que despierta
sacudiéndose el sudario
con aspecto funerario
a Salem, que está desierta,
se le presenta el Calvario.
Con el cuerpo ensangrentado
sube Jesús a la cumbre
y es en la cruz enclavado;
de la altura ha dominado
a la inmensa muchedumbre.
Mas se destaca sombría,
causando mortal tristeza
con un manto en la cabeza:
¿Quién es?, descompuesta y fría,
es la pálida María.
221
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
LA MUJER FUERTE
omo lánguida flor que el viento sopla
en la árida playa del desierto,
como lira que gime última nota
y esparce vaga su rumor incierto,
María estaba postrada de rodillas,
suplicantes las manos hacia el cielo.
Surcaba por sus vividas mejillas
amargo llanto de pesar y duelo.
Ella es la mujer… la mujer fuerte.
Es la madre de Dios, su caro hechizo,
a la horrible serpiente le dio muerte
como estaba predicho en el paraíso.
¡Hermosa virgen de pureza llena,
rosa de Jericó, casta violeta,
del huerto de Judá, blanca azucena,
bello rayo de luz, visión de poeta!
Es, oh Madre, tu historia muy hermosa,
rica en colores, de matiz variada.
Tiene la altura de la blanca rosa
mas, hoy, está de sangre salpicada.
Púdica virgen, me imagino aún verte
en el templo cubierta con tu velo.
Hoy, sufres las angustias de la muerte.
Hoy, para ti, señora, no hay consuelo.
En Belén, paroxismo de tu gloria,
radiante estás de plácida ventura.
Hoy, contemplas la escena mortuoria
que te cubre de duelo y amargura.
Ayer, en Nazaret, jugaba el niño,
tú besabas su larga cabellera.
Hoy, lo ves empolvado y sin aliño,
pendiente de una cruz, bárbara y fiera.
222
Flor de Granado y Granado
—Sé la madre del hombre, —a ti te dijo
el Gran Mártir, en medio de su tormento.
Tú, desde entonces, con amor prolijo
por todos velas, ¡oh, feliz momento!
Desde entonces, el hombre a ti te llama
en sus horas de angustia y de quebranto.
Desde entonces, tu nombre al alma inflama,
es pura inspiración y seca el llanto.
Como dulce plegaria, como aroma,
que reza el alma, que la flor exhala,
como busca su nido la paloma,
a ti, sube el corazón batiendo el ala.
Tú, refulgente estrella colocada
en el oscuro cielo de la vida,
ya no hay alma que llore abandonada
desde que tiene tu protección querida.
Entretanto, la pálida María,
revestida de grande fortaleza,
se apaga como lámpara sombría
y cubre con sus tocas la cabeza.
EL NUEVO ADÁN
e repente, se calma el alboroto;
cesa el tumulto; aquieta la canalla;
estremece la tierra un terremoto,
y un rayo ha despedido su metralla.
Se oscurece la tierra; está enlutada
y cubierta por un manto de tinieblas;
parece la creación enajenada,
y un horrido pavor todo lo puebla.
Despiden los volcanes, llamarada;
los montes, humo; los osarios, sombra.
La bóveda parece ensangrentada.
Todo entristece y todo nos asombra.
223
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
De súbito, se escucha clara y llana
la voz del Mártir, que perdón implora
por la turba canalla, por la hiena
que el cuerpo le desgarra, vil traidora.
Está seca su lengua amortiguada,
—Tengo sed, —agua imploras, oh Dios mío;
tú, que haces despeñarse la cascada,
no encuentras una gota de rocío.
—Señor, cuando estuvieres en tu reino
no te olvides de mí, —Dimas le dice;
entretanto, cual hidra del averno,
Gestas blasfema y con horror maldice.
El Cristo mira a Dimas, se estremece,
—Serás conmigo, —dícele—, en mi gloria;
—al ladrón compungido le alborece
el primer trofeo de la gran victoria.
—Ahora que marcho al reino de mi Padre
huérfano no serás, está ahí María.
Ella será, mi Juan, tu tierna madre,
tu tesoro, tu fuente de alegría.
Y se queja enseguida de abandono.
Mudo está el cielo; ni su voz le escucha,
perdido acento, lastimero tono,
brotado del fragor de horrenda lucha.
Sigue el cielo más negro y entoldado.
Con las últimas fuerzas de la vida,
postrer impulso, —Todo se ha acabado…
—exclama el Mártir, la paloma herida.
Como gota de sangre deslustrada
que incierta riela entre la niebla oscura
la lámpara del día está eclipsada
e inmenso cataclismo les augura.
El campo de las criptas solitario,
vacíos los sepulcros, ya desiertos,
como sombra aterrante hasta el Calvario,
han venido, en legión, todos los muertos.
224
Flor de Granado y Granado
Un intenso temblor la tierra agita.
Sin freno el huracán, vándalo que huye
del océano, sus aguas precipita.
¡Dios padece, o el mundo se destruye!
No arrullan las palomas quejumbrosas.
Las fieras huyen de la selva umbría.
Resuenan unas voces misteriosas
con el ronco estertor de la agonía.
La víctima, por último, así exclama:
—Encomiendo en tus manos, Padre santo,
mi espíritu inmortal. —Después derrama
la última gota de su ardiente llanto.
Un grito de dolor el orbe llena.
Ha muerto el Santo, el Justo sin mancilla.
Hombre, el Cristo ya ha roto tu cadena,
pues, dobla el Gran Mártir la rodilla.
EL TEMPLO DE PIEDRAS VIVAS
i piedra sobre piedra, —dijo el Santo—,
quedará en esta tierra deslucida
—
del Templo que no sea acometida
causando por doquier pavor y espanto.
Apenas a tres días del quebranto,
con restallido de la eterna vida,
le lavaré el cruel crimen al deicida
con las lágrimas de mi acerbo llanto.
¿Dónde está altiva Roma poderosa?
¿Por qué de imperio se tornó en contrita?
¿Por qué su decadencia lastimosa?
Incierta, vaga, como Caín, proscrita
y carga en su frente, sin pudor rugosa,
esculpido con sangre: eres cainita.
225
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
1902 IN MEMORIAM
PÁGINAS DE UNA BIOGRAFÍA INÉDITA
o se trata de una pieza literaria; jamás hice trabajo
con esa intención. Algunas palabras que evoquen
la atrayente imagen, que viertan mi sentimiento
siquiera en parte, eso lo intentaría… Ciertamente,
algo podría decir yo de verdadero sobre el fondo simpático
de esa alma.
Nuestros apartes corrían en un abandono sin
reticencias. Al transponer los umbrales de su habitación,
desaparecía la visita y nos envolvía a los dos la atmósfera
serena de una amistad que manaba de fuentes inagotables,
como lo eran la idéntica fe, privada y pública.
No departíamos con frecuencia. Aprovechaba de mis
rápidas apariciones en la familia para ir a casa del obispo;
ya fuese en su quinta de Zarco, amueblada humildemente,
pues revistas ilustradas cubrían los muros de una
habitación principal; ya fuese en su palacio de la ciudad,
decorado a retazos y luciendo en lugar preferente una u
otra estatua de yeso, a tanto el par.
Lenificase el corazón; reposan las miradas en tales
pobrezas. Respiraban con ansia en ese ambiente, sobre
todo, los que habían dejado a la puerta, remolineando, el
odio del partidarismo lugareño.
Calma y vigor comunicaban al espíritu la frente
ancha y pensadora, sombreada de tristeza, jamás coloreada
de impaciencia; la mirada de inalterable dulzura; el acento
que parecía implorar, aun cuando mandaba. Ni
desmerecían, antes realzaban esas dotes, la estatura
mediana y enhiesta, el aspecto grave, las maneras cultas, el
aire distinguido, signos reveladores de una elevada y noble
naturaleza.
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Flor de Granado y Granado
La deficiencia del menaje tenía por causa principal
lo mal servido, casi siempre rezagado y no pocas veces
usurpado de los emolumentos episcopales, cuando tocaba
ordenarlos o servirlos a pagadores de espíritu fuerte, para
quienes esa clase de egresos en el presupuesto se consideran
de inútil u onerosa aplicación.
Lo poco que entraba en caja pasaba, sin transición,
a la familia de perdido bienestar que ocultaba su desnudez;
a la trastienda del cholo menesteroso; al cuartucho de la
pobre mujer; al tugurio del miserable; a las mil manos
enflaquecidas, huesosas, crispadas que en todo barrio, en
todo pasadizo se asían del manto episcopal.
La limosna humedecida en llanto de compasión caía
siempre. ¿Pero cómo había de ser bastante? El obispo pedía
prestado. Los administradores del banco, sonriendo, le
veían presentarse, con garante o sin él. No le ponían
obstáculos; le facilitaban crédito. ¡Bien sabían dónde iba a
parar todo eso!
Todo eso lo rememoraba uno al espaciarse en esa
habitación, donde tantas cosas aparecían de fiado; pero
levantando la vista a la fisonomía del dueño, transparente
como la de un niño, otro género de consideraciones brotaba
en el ánimo.
Al sacerdote caído, le quedan el poder y la
jurisdicción; ante él nos postramos los creyentes humildes y
convencidos; le pedimos y acatamos su bendición; pero
vemos con tristeza extinguida en su frente la aureola que la
circundaba. En la de Granado brillaba con todo su fulgor el
rayo ideal del sacerdocio católico.
Pero ni su beneficencia, ni su pureza, explican
suficientemente la profundidad y extensión del sentimiento
público que le rodeó y acompaña a su memoria.
Pasan años de su muerte y en toda ocasión, siquiera
incidental, que la recuerde, vibra quejumbroso el acento del
menestral, de la revendona, del caballero de la señora, del
sacerdote: ¡Oh, nuestro obispo!
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
¡Cuántas veces, pasando por tiendas o pulperías, me
ha sorprendido la conmovida interlocución, cruzada de
paso, mitad quichua y mitad castellano, en que tomaban
parte, recordando a su obispo, compradoras y vendedoras!
¡Cuántas veces, hablando de su tata, he visto llorar a
rugosas viejecillas fustigadas de la miseria!
Semejante irradiación del alma, tan duradera
influencia del carácter, sólo se explican por una causa cuya
fuerza y altura sean excepcionales. Trato de buscarla.
Sea que pontificase, sea que asistiese a vísperas, sea
que confirmase; en cualquier práctica del culto; en el toque
del Ave María, al servirse del agua bendita, al revestirse
para los oficios, resaltaba en el señor Granado, un fondo tal
de sinceridad, un tal desprendimiento de sí para anegarse
en lo que creía y amaba, que cada uno de esos actos,
públicos y privados, sin más testigo muchas veces que su
ayudante o familiar, eran un proceso continuado de
enseñanza evangélica; causaban ese efecto que los cristianos
solemos expresar con esta palabra: ‹edificaban›.
Su mirada, su gesto, su recogimiento interior
cuando ejercía el ministerio episcopal, fuese al pie de la
mula en las estepas o en las breñas para satisfacer las ansias
del indio; fuese en los atrios de su catedral, estaban llenos
de unción.
Ese fervor mal comprendido, pudiera inducirnos a
creer que invadían el alma de Granado, disgustos,
resentimientos, indignación tal vez contra los adversarios
de su credo, contra los que insultaban su amor. Mucha era
su amargura y su oración debió alzarse casi siempre desde
la postración dolorosa; entre tanto jamás notamos en él un
signo de impaciencia contra nadie.
Muchas y muy rudas fueron las pruebas por las que
pasó la serenidad de su espíritu y el apacible nivel de su
carácter. No pocos de los que combatían en su diócesis a la
Iglesia y sus derechos, le estaban vinculados desde la
juventud. Sin ceder un paso defendía la fe y la doctrina;
pero nunca vi dibujarse en sus labios la amargura que
provocaban colegas y amigos zarandeando su silla episcopal
por todos los medios que ponían en manos de ellos su
posición oficial y la complicidad de la prensa.
Maravillábame yo de observar cómo, en lo más rudo de esas
agresiones, nombraba el obispo a sus adversarios con el
mismo acento que antes, con esa simplicidad y cariño que
trae el recuerdo de los íntimos; y eso no por cálculo sino
llanamente, al brote del sentimiento, volviéndose en
compasión a los que le maltrataban.
Estoy describiendo, sin pretenderlo, esa inefable
cualidad, resumen de virtudes, especie de totum moral, que
hace tan atractivas las voliciones humanas. Pidamos que
nos lo defina el grande orador:
«Queda algo más elevado que el deber, más
poderoso que el amor… la bondad: esa virtud que no
consulta el interés, que no espera el orden del deber; que no
ha menester se la solicite con el atractivo de lo bello; no es
el genio, ni la gloria, ni el amor los que miden la elevación
del alma; es su bondad. Ella es la que da a la fisonomía
humana su primero y más irresistible hechizo; ella, la que
nos aproxima mutuamente, ella quien pone en
comunicación los males y los bienes, y donde quiera, desde
la tierra al cielo es la gran medianera de los seres».*
Parece que no fuera capaz la criatura humana de
llevarla en todo su peso, sin desvirtuarla alguna vez.
Se ha pensado que en ocasiones, adolecía el señor
Granado de cierta debilidad manifiesta en la concesión de
licencias y gracias, a personas que no las merecían.
Pudiera ser; me explico su vacilación de afligir a
jóvenes pobres, real o aparentemente preparados, en
demanda humilde del ministerio sagrado.
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*
El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire.
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Con ligereza le censuraron de no llevar la mano
fuerte al gobierno del clero, especialmente del parroquiano.
Tengo para mí que la bondad suplía abundantemente al
rigor. Lo suplía el obispo con el ejemplo dado a su clero de
concurrir él primero a los ejercicios espirituales que se
daban cada año en un convento de franciscanos.
No olvido la escena memorable de que cierta
mañana fui testigo involuntario. Al medio de jóvenes y de
ancianos curas, venidos de las provincias, se hallaba de
ejercitante el obispo de la diócesis. Comprendo que el
valeroso y levantado jesuita Gómez de Arteche que los
dirigía, sintiese inmutada el alma ante la grande humildad
y el grande ejemplo; lo cierto es que cortando el hilo de su
discurso, alzó las manos sobre la cabeza del prelado y en
elocuente y abrupta palabra, mostró en Granado el don
providencial que no sabían agradecer como debían; les
señalo su ejemplo; rogó por su vida, mientras le hacían coro
la anhelante respiración de los jóvenes y el llanto silencioso
de los viejos.
Valía más para el buen gobierno que el clérigo
extraviado oyese la voz trémula del padre, amonestándole,
voz que subía hasta el ruego ardiente; que le viese, como
tantas veces sucedió, derribado a sus pies, implorando
volviera por su honra, por su conciencia y por su Dios.
No; no puede mantenerse ese cargo cuando se
penetra a esa batalla social, donde se dejó sentir
incontrastable la energía del prelado. Talento sintético,
conocía la eficacia de las soluciones cristianas para los
terribles problemas que el espíritu de rebelión agita en
nuestros tiempos. Sabía que al Episcopado del siglo
diecinueve le era necesaria la ciencia, al menos en sus
resultados generales y adquiridos; y que no le es dado
ignorar la extensión de la lucha en la que está llamado a
intervenir decisivamente.
—Mariano Baptista
A UN HOMBRE GRANDE
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ué merece el mortal que, siendo hermano,
rastros de un ángel en su senda imprime,
que aunque dichoso busca al ser que gime
¿
y aunque titán llama al pequeño, «hermano»?,
¿el que es alto, eminente, soberano
mas sin que a serlo la ambición le anime?,
¿el que es humilde sin ser vil, sublime
sin ser deforme y, grande sin ser vano?
No merece, sin duda, que arrogante
la voz le alabe o le alce nuestro celo
un monumento audaz que se levante
algunos pies sobre el nivel del suelo:
Merece, sí, que el mismo Dios le cante
y que su pedestal llegue hasta el cielo.
—Jaime Mendoza
1909 FRANCISCO MARÍA DEL GRANADO
NOTAS PARA SU VIDA
o creo que los vínculos de sangre y afecto que me
ligan al inolvidable obispo de Cochabamba
pudiesen inhabilitarme para bosquejar su retrato;
antes bien, tengo para mí, que muy pocos
pudieran hacerlo con mayor conocimiento. Veintidós años
de íntima compañía, han sido suficientes para observar su
espíritu en todas las circunstancias de la vida… Borroso y
torpe es el pincel y acaso mis apreciaciones no sean del todo
desapasionadas; pero, tengo la ventaja de que este trabajo
será juzgado por quienes le conocieron y que aún lloran su
muerte. El pueblo dará testimonio de que el afecto no ha
recargado el colorido del cuadro ni exagerado sus
proporciones; y estoy seguro de que no tomará a mal el que
yo, con mano cariñosa, trace estos rasgos, pequeña ofrenda
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
consagrada a la memoria del que, junto a mis padres, veló
mi cuna y con tierna solicitud dirigió mi educación. Ha
desaparecido su sombra protectora; pero, por fortuna, para
los que tenemos la felicidad de creer en el dogma de la
inmortalidad del alma, la muerte no es más que una
separación temporal, triste y dolorosa, es cierto, pero
llevadera cuando está alentada por la esperanza… Ella ha
enjugado mis lágrimas y mantiene las relaciones del
corazón al través de la distancia que me separa del alma
pura, cuyos destellos deseo que iluminen estas líneas.
Pinto este cuadro, perdonad lectores,
lo ostente engreído con amor y brío.
Dejadme engalanar con pobres flores
la imagen venerada de mi tío.
Si una obra de arte es el reflejo del temperamento
de un artista, si éste a su vez lo es de la época y de la
sociedad en que vive, es lógico el principio establecido por
el eminente crítico francés Hipólito Taine, de que para
apreciar a un artista y sus obras, es indispensable conocer el
medio en el cual se ha desarrollado y producido. Es pues
innegable que no basta, para conocer un río medir los
kilómetros que recorre en su curso. ¿Cómo apreciar el
volumen de sus aguas, la velocidad de su carrera sin
enterarse de la topografía del terreno y de la elevación de
las cordilleras cuyos deshielos alimentan su caudal? El
hombre no es un ser aislado. Miembro de la sociedad en
que vive, mantiene relaciones que lo vinculan con un
pasado de donde arranca su origen, con un presente, teatro
de su actuación y con un porvenir, futuro en el que sus
obras han de tener su correspondiente influencia. La
realización de estas leyes se la comprueba mejor cuanto más
elevada es la personalidad del individuo que motiva la
observación. Por lo expuesto, para apreciar a monseñor Del
Granado, habría que estudiar su medio, a fin de
contemplarlo encuadrado en su marco; pero, como la
sociedad y la época en que ha vivido son casi las nuestras,
muy poco habrá que decir de ella, algo de paso, guardando
las proporciones debidas a los estrechos límites de este
bosquejo.
Francisco María del Granado, hijo del ilustrísimo
señor doctor Juan Francisco del Granado y de su esposa la
señora doña María Manuela Capriles, nació en la ciudad de
Cochabamba, el 18 de agosto de 1835. Nació en una época
en que las ideas religiosas estaban profundamente
cimentadas en el pensamiento y en el corazón de todas las
clases sociales. La piedad cristiana, arraigada en las
costumbres, envolvía la educación del niño en una
atmósfera mística, llena de amor y dulzura; la vida fácil,
modelada en la sencillez patriarcal, se deslizaba
blandamente, sin las congojas con que la duda tortura las
conciencias, sin las complicaciones con que hoy un cúmulo
de ficticias necesidades devoran la fortuna y agitan la
existencia. Los primeros destellos de la razón se
presentaron en el niño para iluminar su vocación al
sacerdocio, con la claridad intensa que en los predestinados
evita las vacilaciones consiguientes a la elección de una
carrera. Creyó que había nacido para ser sacerdote y
sacerdote había de ser y así se explica cómo en su juventud
el sentimiento del amor profano no turbó jamás, ni por vía
de tentación, la inalterable paz de su alma. Nadie ha podido
señalar durante su vida la más ligera desviación en este
sentido, ni aun tratándose de legítimas y naturales
afecciones. Mal se habría avenido el egoísmo del amor con
la caridad del sacerdote que renunciándose a sí mismo, sólo
debe amar a los demás y por igual a todos…
En la ciudad de Santa Cruz, donde pasó su
infancia, el niño improvisó un altar bajo la sombra de un
naranjo y todas las mañanas, antes de ir a colegio, celebraba
la misa con la mayor devoción. Más tarde, a los doce años
de edad, predicó los sermones de feria, durante la
cuaresma, en casa de un caballero, vecino suyo, y a medida
que el orador se exhibía aumentaba la concurrencia que ya
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
no era de niños, como al principio, sino de caballeros y
señoras.
Tal fue su creciente reputación que una noche el
ilustrísimo obispo don Miguel Ángel del Prado tuvo el
deseo de escucharle y lo hizo colocándose detrás de una
puerta vidriera a fin de que el actuante no notara su
presencia. Al día siguiente el bondadoso obispo, lo mandó
llamar para premiarlo, obsequiándole la obra de Historia
universal de Anquetil-Duperron, y obligarle a que predicase
un panegírico en la capilla del colegio seminario. Esta fue
su primera presentación oficial al público y también, su
primer triunfo oratorio.
Desde la instrucción primaria hasta la facultativa,
fue brillante su carrera, coronada por los éxitos que forman
la prestigiosa reputación del intelectual, en cuya frente
resplandece la aureola del talento.
¡A la edad de catorce años, escribió, en latín, la tesis
con que su profesor debía obtener un grado universitario…!
Pero, al árbol cargado de frutos de oro, como reza el
proverbio, se le arrojan piedras. No faltaban jóvenes tan
frívolos como ineptos que, sintiéndose deprimidos por la
superioridad avasalladora de Granado, se complacían en
ridiculizar el modesto traje con que se presentaba el joven
cuyos ideales distaban mucho de ser los mezquinos que se
detienen, con morosa complacencia, en las fruslerías de la
moda. Por mucha que fuese la picazón de la envidia, sus
émulos se veían reducidos a la impotencia y sin más recurso
que el de lanzar sus epigramas contra aquel adversario que,
a sus ataques, sólo respondía con el silencio y el olvido. Si a
esta conducta se añade la virtud de la modestia que realzaba
sus méritos, se comprenderá cuán simpática se encumbraba
la noble figura del universitario, cuyo cerebro no era de
aquellos que sienten el careo del orgullo ni los vértigos de la
altura.
El año 1857 nombrado profesor, para regentar las
cátedras de Religión y Literatura, en el Colegio Nacional de
Cochabamba, empezó a ejercer el magisterio de la
enseñanza. Apenas había cumplido los veintidós años de su
edad cuando era ya el catedrático más apreciado por los
estudiantes, entre los personajes ilustres que entonces
dirigían la instrucción. Sus lecciones eran escuchadas con
el interés que despierta la palabra del maestro que sabe
amenizarlas con los recursos de su ingenio y cuya bondad
ha conseguido captarse las simpatías generales.
Concluidos sus estudios facultativos, el 4 de
diciembre del [18]58, recibió, de manos del ilustrísimo
señor Salinas, las sagradas órdenes.
Era en el altar donde se transparentaba el sacerdote.
Sus miradas, ordinariamente llenas de mansedumbre y
dulzura, tenían la apacible serenidad de las que iluminan el
rostro de los niños; pero, en presencia del misterio que
abisma, del amor que abrasa, del infinito que anonada, se
tornaban graves, reflejando, con distinta expresión, las
profundidades del pensamiento, los estremecimientos del
temor, las claridades de la esperanza. Sus pupilas dilatadas
y extáticas ascendían lentamente siguiendo la elevación de
la forma cándida que temblaba entre sus manos; de allí
descendían, para fijarse otra vez, en la púrpura del cáliz,
pero entonces sus ojos ya estaban bañados en lágrimas…
El año 1860 fue nombrado, por el Venerable
cabildo eclesiástico de Santa Cruz, vicario capitular en sede
vacante. Algunos miembros del referido Senado, no se
resignaron a sobrellevar la autoridad de un joven de
veinticinco años y protestaron contra ella, nombrando, de
su parte, otro vicario. Establecido el cisma, comenzó la
lucha en el clero, dividido en dos bandos, que sostenían a
sus respectivos vicarios. Granado, que muy a pesar suyo, y
cediendo sólo ante poderosas influencias, había aceptado el
cargo, no hacía nada de su parte para contrarrestar las
agresiones de la otra que viendo su autoridad desconocida
por la mayoría, hubo de apelar a la excomunión que fue
solicitada. Poco tiempo después se pronunció sobre el
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incidente la autoridad de Roma, cuyo fallo amparó al señor
Granado, declarando que no había incurrido en la pena
infligida.
Más tarde, vuelto de Santa Cruz y establecido en
Cochabamba, fue nombrado provisor y vicario general de la
diócesis. Las monjas carmelitas obtuvieron que aceptase el
cargo de capellán de su monasterio; y el gobierno, a
propuesta en terna presentada por el cabildo eclesiástico, lo
eligió prebendado del coro catedralicio. De estas funciones
tuvo luego que ausentarse, temporalmente, para
desempeñar la vicaría del Ejército, en la administración del
general Achá, en cuya compañía visitó las capitales de los
departamentos de Sucre, Oruro, La Paz y Potosí.
A más que realmente era joven, su complexión
delicada contribuía a acentuar los rasgos de aquella
adolescencia que contrastaba con su dignidad. Cierto día,
en la ciudad de La Paz, iba acompañado del doctor Juan de
Dios Bosque (ilustre prelado después) a corresponder con
una visita la salutación que había recibido del obispo de
aquella diócesis. En el palacio, encontrose con el deán
quien graciosamente le ofreció recomendarlo para que
obtuviese las órdenes que suponía iba a solicitar… El señor
Bosque, sonrió y dejó asombrado al deán, haciéndole notar
que hablaba con el vicario general del Ejército, canónigo
del coro de Cochabamba, etcétera
El ilustrísimo señor don Rafael Salinas, segundo
obispo de Cochabamba, conocedor de las virtudes y prendas
intelectuales del modesto capellán de carmelitas, le rogó y
le impuso que aceptase ser su coadjutor, para desempeñarlo
en el gobierno de la diócesis. Semejante propuesta encontró
poderosas resistencias en la humildad del joven sacerdote
que, violentado por la imposición del obispo primero, y por
la del pueblo después, hubo de resignarse, mal de su grado,
a los acontecimientos que, como la expresión de la voluntad
de dios, lo exaltaban al pontificado.
A la sazón, el país gemía bajo el gobierno tiránico
del general Melgarejo, cuya saña cruel y sanguinaria contra
el partido opositor ha marcado el sombrío período del
sexenio. Granado que por sus ideales políticos y sus
tradiciones de familia no estaba afiliado en él, no esperó
por un momento que el rencoroso general propiciase la
petición del obispo y del pueblo, solicitando de Roma, la
mitra, para un adversario político.
Pero, lejos de esto y contra toda previsión, el
gobierno accedió y obtuvo la dignidad episcopal. «Acaso,
dice el doctor José Quintín Mendoza, el hombre (Melgarejo)
de las batallas y de las orgías, mitad monstruo, mitad
héroe, no haya respetado en Bolivia, sino al joven sacerdote
Granado… Se enorgulleció de elevar a la dignidad
episcopal, a ese prebendado tan venerable en su juventud a
semejanza de Gonzaga, y sabiendo bien que el señor
Granado detestaba sus vicios».
Cuentan que cuando el general Melgarejo vivía
pared por medio con el señor Granado, en la plaza que hoy
lleva su nombre —sufría dicho general— viva contrariedad
no pudiendo acallar la algazara de sus festines, temeroso de
que se enterase de ellos su vecino.
El nombramiento de obispo electo fue recibido por
el pueblo con frenético entusiasmo; pero, en medio del coro
de alabanzas y bendiciones dejó escuchar su desapacible
acento la envidia. Un reducido grupo de canónigos, entre
los que figuraban algunos dignatarios, protestaron con la
destemplanza de la ambición contrariada. —¡Cómo,
—decían—, ha de encumbrarse sobre nosotros un joven que
aún no tiene servicios prestados a la Iglesia…! ¿Cómo un
excomulgado…? —(Aludían al incidente de Santa Cruz) y
por último—: ¿Cómo ha de poder desempeñar las arduas
labores del episcopado un muchacho enfermizo? —Tales
eran las causales en que fundaban su oposición…
Entonces, el pueblo de Cochabamba, se levantó para
anonadarlos bajo el peso de su indignación, ensalzando la
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humildad inalterable de la víctima. Existen en
publicaciones que debieron circular profusamente, los
documentos relativos al caso y que constituyen una
verdadera apoteosis.
El año 1867, el obispo electo fue a Lima con el
propósito de pasear y visitar a su tío paterno, el presbítero
don José Granado, capellán de un monasterio de religiosas
de aquella ciudad. A los pocos días de su llegada, conocida
ya la reputación oratoria de que gozaba, fue comprometido
por las matronas de esa capital para predicar el panegírico
de Santa Rosa. No tardó de informarse de ello su tío, y
temeroso del fracaso que en tan solemne ocasión temía para
su sobrino, trató de disuadirlo, exponiéndole que no era lo
mismo predicar en Lima que en Santa Cruz y Cochabamba;
que allí iba a perder la serenidad a la vista de una
concurrencia a la que no estaba acostumbrado; que debían
asistir cinco prelados, entre los que había distinguidos
oradores, el presidente de la república, los ministros de
Estado, el cuerpo diplomático y todas las corporaciones de
funcionarios públicos, etcétera, etcétera, y por último, le
dijo: «Tal ha de ser la turbación que sufras, que sin que
llegues a pronunciar el discurso, tendrás que bajar enfermo
del púlpito». Contraído el compromiso ya no era posible
retractar la palabra empeñada; y sin remedio llegó el 30 de
agosto en que fue preciso ir a la gran catedral. El prudente
tío, para no ser visto durante el desastre, había buscado el
fondo de un confesionario donde se cubrió por completo
corriendo la cortina. A poco que comenzó el discurso,
sorprendido por la presencia de ánimo del orador, cuya
ejecución le agradaba, empezó a descorrer el velo y sacar la
cabeza, para ver y escuchar mejor. Concluido el exordio,
creyó conveniente ocupar un asiento en el presbiterio y allá
se dirigió satisfecho, revestido de su sobrepelliz… Fue de
resonancia, casi continental, el triunfo obtenido en esa
ocasión por el sacerdote boliviano. Las matronas limeñas le
manifestaron su agradecimiento obsequiándole un valioso
pectoral y un hermoso anillo.
Durante su permanencia en esa capital, fue obligado
a presentarse en la tribuna con más frecuencia de la que
habría deseado una persona que viajaba por razones de
salud y recreo. En esa época alborotaba la juventud
universitaria el tristemente célebre Vigil, sacerdote apóstata
que, rebelado contra la autoridad del romano pontífice,
dirigía publicaciones violentas contra él y la Iglesia. Vigil
había escuchado el panegírico de Santa Rosa y prendado de
las cualidades oratorias del señor Granado, fue su
admirador y oyente asiduo. Varias visitas le hizo
manifestándole su más decidido aprecio y revelando, en sus
largas conversaciones, la cultura del hombre que sabe
guardar los debidos respetos a las opiniones ajenas.
Dos ilustres cochabambinos: don Benjamín Quiroga
y don Natalio Irigoyen, residentes a la sazón en Lima,
contribuyeron de su parte a dejar bien sentada nuestra
reputación intelectual en el Perú, distinguiéndose el
primero como orador sagrado, y el segundo, como eximio
periodista.
El 22 de junio del [18]68, don Francisco María del
Granado fue elegido obispo titular de Troade y auxiliar de
la diócesis de Cochabamba in partibus infidelium. El 30 de
noviembre del mismo año —a los treinta y tres de su
edad— recibió la consagración episcopal, en medio de las
manifestaciones sinceras del pueblo que le amaba con
entusiasmo y que le honraba con veneración. Pasada la
ceremonia, la concurrencia que acompañó al obispo a su
casa, fue impresionada por una escena verdaderamente
conmovedora. En el primer tramo de la escalera estaba de
pie, sostenida por dos señoras, una anciana cuya emoción y
cuyas lágrimas ahogaban sus palabras. Trémula y palpitante
estrechó con sus manos enflaquecidas la cabeza del hijo que
sollozaba postrado a sus pies. Al fin, la madre pudo
contener la efusión desbordante de sus afectos y repuesta
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Flor de Granado y Granado
del entorpecimiento que aquel exceso le había causado,
tomó entre las suyas las manos del obispo, en cuyo anular
puso un anillo de topacio. Aquella antigua prenda de
familia, que llamó la atención por tratarse de una joya que
había pertenecido a su abuelo —ese gran benefactor de la
humanidad que llevó la vacuna a una América apestada de
viruela— evocó recuerdos tan poéticos y tan dulces como la
querida tierra de Santa Cruz de dónde venían. Anchos
horizontes, inmensas llanuras, rumorosos bosques… Allá
bajo la sombra de los naranjos en flor, durante las horas de
la siesta, arrulladas por el canto de las aves y el blando
remecer de la hamaca, la madre recreaba los juegos del
pequeñuelo con sus cuentos y baladas. El niño quería
apoderarse del anillo y la madre le repetía siempre:
«Cuando seas obispo lo tendrás». Cumplió su promesa…
Pasados tres años (1871), el ilustrísimo señor
Salinas se retiró a Sucre, donde murió. Poco después, su
coadjutor, recibió las letras apostólicas que le preconizaron
obispo titular, propietario de esta diócesis.
Muchos años hacía que el colegio seminario estaba
clausurado. El obispo, deseando educar una juventud
católica, mediante un cuerpo docente seleccionado por él,
obtuvo, sin omitir sacrificios de ningún género, reabrir
aquel plantel organizándolo de tal suerte, que hasta su
segunda clausura, ocurrida algunos años después de la
muerte del señor Granado, ha mantenido los prestigios de
la fama que atraía a sus claustros cerca de quinientos
alumnos por año. Lo mejor y más selecto de nuestra
juventud se ha educado en el Colegio Seminario de San
Luis de Gonzaga, en cuyo profesorado figuraban
distinguidas personalidades del país, entre las que podemos
citar al doctor Mariano Baptista.
Actualmente, existe en Cochabamba un asilo de
beneficencia, donde acuden las niñas pobres en demanda de
amparo, instrucción y sustento. Esa casa fue fundada por el
ilustrísimo señor del Granado, cuya caridad ingeniosa sabía
suplir, con ventaja, las deficiencias económicas de su
exhausto tesoro. ‹Casa de las Hijas de María›, así se llamó la
ocupada por la numerosa familia que llegó a ser la suya y
que absorbía parte de sus rentas y no pequeña de sus
atenciones y desvelos, prodigados sin tasa ni medida. A la
hora del crepúsculo, en el silencio de las tardes, cuando las
cabecitas infantiles se inclinan para orar, parece que sobre
ellas flota, como sombra protectora, la imagen del ángel
tutelar que aún las cobija bajo el calor de sus alas.
Hombre de vida espiritual, conocía las excelencias
de la meditación sin la cual no es posible la perseverancia
en la virtud. Por esto, se le veía convocar al clero y
recogerse con él para hacer los ejercicios espirituales de que
tanto ha menester el sacerdote. Como él era ejercitante
también, encomendaba la dirección de las prácticas a otro
eclesiástico, cuyas pláticas escuchaba con el interés del que
desea y necesita aprender. No era extraña, por cierto, la
atención dispensada a los discursos dignos de ella; lo que sí
dejaba de causar sorpresa era la indulgencia de su criterio,
cuya bondad callaba o disimulaba los defectos de la obra
para detenerse sólo en lo que, a su juicio, merecía encomio.
A propósito, recuerdo con este motivo, la lección que mi
vanidad de adolescente recibió de su humildad: cierto día
me invitó para escuchar un sermón. Me excusé
manifestándole que el orador anunciado no era de los que
ofrecía el atractivo de alguna novedad. —¡Qué tal! —me
respondió—. Yo siempre voy a los sermones. Si a veces no
encuentro en ellos algo que aprender, en cambio, siempre
hallo materia de meditación.
Refrenó la razón mi ardiente brío;
los cuentos se trocaron en lecciones.
Cada palabra de mi santo tío
entrañaba muy serias reflexiones.
Cada cierto tiempo hacía la visita pastoral a las
parroquias de la diócesis. Caballero en una yegua pequeña y
mansa, como una pollina, salía el obispo de su palacio para
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recorrer los valles y las serranías de nuestro extenso
departamento. Bajo las alas de su sombrero de paja, con
orla y toquilla de seda verde, se podía siempre contemplar
aquella fisonomía plácida y sonriente, animada por la
dulzura de una expresión que, siendo habitual, revelaba la
pura, la santa paz de su alma. Ni una sombra en la mirada,
ni un mancha en la conciencia, casta como la de los niños,
transparente como el cristal… Los pueblos para recibirlo
decoraban los edificios de sus calles con arcos de flores y
banderas. Voces de júbilo saludaban al pastor ante cuya
diestra bendiciendo niños y ancianos se postraban con la
cabeza descubierta, con el corazón palpitante. Lentamente
avanzaba y bendecía. Bendiciendo, sobre su mansa
caballería, rodeado de una muchedumbre ávida de verle, de
escucharle, de besar sus manos, entrando al pueblo para
darle la buena nueva, para curar sus heridas y enjugar sus
lágrimas. ¿No era la imagen de su maestro entrando
también a Jerusalén para enseñar, para curar, para
bendecir?…
Cuando los sentimientos bondadosos priman en
una naturaleza, cuando llegan a dominar por completo su
sensibilidad, se observa frecuentemente que su influjo
anula en el carácter, toda energía: la pusilanimidad suele
ser la característica de las almas buenas. Raros son los
ejemplares de mansedumbre capaces de un acto de valor.
Nuestro obispo constituía una de estas excepciones. Débil
hasta la pasibilidad del cordero que marcha inerme al
sacrificio, sabía, sin embargo, retemplar su carácter, cuando
lo exigía el deber, con una entereza tal de que nadie lo
habría supuesto capaz. Su voluntad no oponía resistencia
alguna cuando se trataba de sacrificar su persona, sus
bienes, su sosiego, todo aquello en fin de que lícitamente
podía disponer en beneficio ajeno; pero, desde el momento
en que la conciencia le prescribía obrar o mantenerse firme,
era verdaderamente inflexible en sus determinaciones, por
mucho esfuerzo que le costase, por arriesgado que fuera el
lance.
En un documento cuya energía fue calificada de
temeraria, desafió las iras de Melgarejo reclamando el
derecho que tienen los obispos de formular los aranceles
parroquiales. Y el hombre que así afrontaba, con serenidad,
los peligros exponiéndose a los vejámenes de que era capaz
el tirano, en tratándose de su persona, no tenía el valor
necesario para reprimir las demasías de un canónigo que
abusando de la mansedumbre del prelado, lo mortificaba
extremando su guerra chica, hasta traspasar los límites de
lo que la tolerancia podía soportar. No es del caso recordar
su nombre, tal vez ya olvidado por muchos… Paz y perdón
para los muertos.
Amargado por las hostilidades a que me refiero,
renunció el episcopado por dos veces y en distintas
ocasiones. La primera vez informado el público, mandó
recoger del Ministerio del Culto el oficio de renuncia
mediante el delegado monseñor Arrieta.
La segunda, si merced a una reserva absoluta, pudo
llegar a manos de su santidad León XIII, en cambio, el
ilustre pontífice no la quiso aceptar, obligando
afectuosamente al obispo a que continuase en su puesto de
sacrificio, ciñendo la mita que oprimía sus sienes como una
corona de espinas…
El año 1886, monseñor Del Granado fue elegido
arzobispo de La Plata. No trepidó ni un momento para
renunciar la altísima dignidad del palio que se le ofrecía.
Su modestia, en el presente caso, estaba amparada por la
voluntad de un pueblo que no le habría dejado salir y al
cual, por otra parte, atentas las estrechas vinculaciones del
afecto, no se habría resignado a abandonarlo jamás.
Convocado a la capital de la república el Concilio
Provincial Platense, por el ilustrísimo arzobispo de la
Lloza, el año 1889, nuestro obispo concurrió a dicha
asamblea, constituida en su mayor parte por las más
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Flor de Granado y Granado
distinguidas personalidades del clero boliviano. A pesar de
que las sesiones del concilio eran privadas, la reserva no fue
tanta que el público ignorase la labor de todos y cada uno
de sus miembros. Como era de esperar, dadas las
condiciones excepcionales del obispo de Cochabamba, su
actuación en los debates estuvo marcada por la huella
luminosa, que señala el paso de los espíritus superiores.
Fueron trascendentales las reformas introducidas por sus
iniciativas, sancionadas como leyes por el respetable
Senado que supo apreciarlas. Cuando llegó a Sucre la
noticia de su arribo, la culta Capital se esmeró para recibir
dignamente a su huésped. Todas las clases sociales, sin
distinción alguna, se dieron cita en la calle por la que debía
entrar el obispo quien, en previsión de manifestaciones que
herían profundamente su humildad, retardó su ingreso,
esperando en el camino que cerrase por completo la noche.
A eso de las ocho fue sorprendido en los extramuros de la
ciudad por la masa compacta del pueblo que había tenido la
paciencia de esperarle hasta esa hora. A la luz de las
lámparas se veían los balcones decorados, repletos de
caballeros y señoras. Avanzadas unas cuadras, tuvo que
apearse el obispo para seguir a pie en compañía del
Metropolitano y del clero hasta su alojamiento. Al día
siguiente y los posteriores se sucedieron, bajo todas formas,
las manifestaciones de aprecio y respeto con que a porfía, la
simpática sociedad de Sucre obsequió al prelado, cuya
gratitud recordaba frecuentemente tan bondadosa acogida.
El 9 de junio del citado año, se instaló el concilio
con la solemnidad debida. Ofició la misa pontificada el
arzobispo, acompañado de los obispos de Cochabamba y
Santa Cruz. En las amplias bóvedas del templo resonaron
los acordes majestuosos de la orquesta que rompió el
silencio con los versículos del himnos Ueni, creator spiritus.
¡Sublime deprecación!, un rayo de luz para que ilumine la
mente, una palpitación de amor para que inflame el
corazón… Resplandecía el altar con las luces de los cirios
que herían el oro y la plata bruñidos del tabernáculo, con
los reflejos policromos de la pedrería que realzaba los
sagrados paramentos. Acaso la hermosa basílica
metropolitana no haya vuelto a contener más selecta y
numerosa concurrencia que la que en esa ocasión se agrupó
bajo sus tres espaciosas naves, ni haya ofrecido otra vez tan
imponente aspecto. En medio del general recogimiento el
clero formado en dos filas, abrió paso al orador encargado
del discurso inaugural de las sesiones del concilio. El
obispo de Cochabamba ocupó la tribuna.
Aún parece que le tengo delante. Revestido de su
cauda roja, brillando en el pecho y en la mano la cruz y el
anillo de iridiscentes piedras. Baja la estatura, amplia la
frente, simpático y noble el conjunto. ¡Cuánta majestad y
dulzura en el rostro!, ¡cuánta profundidad y luz en las
pupilas!
Sus miradas sabían reflejar todas las emociones del
alma, como su voz sonora y vibrante, capaz de todos los
acentos de la pasión, sea que estalle con el fragor del
trueno, sea que arrulle con la suavidad del sentimiento; y
todo él, transfigurado y luminoso, por la radiación vivísima
del pensamiento, por la intensa emoción del corazón.
Empezó a hablar el orador y su palabra fue el toque
de silencio que extinguió por completo los rumores que la
ansiedad esparcía en el auditorio cuya impaciencia se tornó
en una atención casi extática. En el discurso, a propósito
del tema desarrollado, trató de la Revolución francesa
condenando, por cierto como no puede menos que hacerlo
un criterio sano y equilibrado, las doctrinas ateizantes y
desmoralizadoras, los excesos monstruosos e injustificables
que caracterizan aquella época histórica. Juzgó el orador los
acontecimientos con la misma severidad que años después
lo hizo el eminente historiador Hipólito Taine, altísima
gloria de los críticos franceses y a quien nadie podrá tachar
de ortodoxo. Casi como aquél, cuyas opiniones coincidieron
con las suyas —sin conocerlas por cierto— descorrió el velo
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de oro recamado de vistosa pedrería para exhibir el
cocodrilo ante las muchedumbres que se detienen en los
atrios del templo ofreciendo al ídolo el incienso de un culto
tan fervoroso como indebido.
Los estrechos límites de un discurso no permitían
establecer las distinciones que en obras de otro género sería
justo reclamar para apreciar mejor los acontecimientos bajo
su triple faz, social, política y religiosa. Colocado el orador
por un momento ante la Francia del [17]89, apenas pudo
contemplar en su conjunto, sin poder detenerse en los
detalles, aquel cuadro que se destaca como una mancha de
sangre en las lejanías de un horizonte entenebrecido.
Creyente, sacerdote y artista, dejó rebosar los
sentimientos de su alma con ardorosa efusión; fulminó el
rayo de la reprobación histórica con la vehemencia de un
espíritu indignado, con la elocuencia de un orador
conmovido. Terminado el discurso, las opiniones se
uniformaron reconociendo el mérito indiscutible del
orador, pero hubo discrepancia en cuanto a la apreciación
de sus ideas. La América, órgano periodístico de un
reducido grupo radical, censuró las del ilustrísimo señor
Granado con tal destemplanza que justamente mereció la
censura de la prensa nacional. «No se imagine, monseñor»,
decía el Diario, «venir a plantar en Sucre la bandera
triunfante que ha enarbolado en Cochabamba… Hombre
de mucho talento, pero implacablemente fanático». Pocos
meses después se debatió en el Congreso el proyecto de
trasladar la capital de la república a la ciudad de La Paz, y
el obispo de Cochabamba, como los otros residentes en
Sucre, suscribió la protesta a que dio lugar el referido
proyecto. Entonces, lo más selecto de la sociedad le hizo
una manifestación cuyo carácter y proporciones
significaron algo más que un voto de gratitud: la protesta
del vecindario contra los ataques de La América.
La vida humana se compone de grandes
acontecimientos y de pequeños sucesos, siendo raros los
primeros y demasiado frecuentes los segundos: son éstos,
sin duda, lo que mejor conducen a la etografía de un
temperamento. Descaminado andaría el escritor que
proponiéndose hacer la etopeya de una persona sólo
anotara las acciones brillantes por las que se ha distinguido
omitiendo, por insustanciales, los detalles ordinarios de su
vida; ese retrato a más de ser incompleto, sería tal vez
inexacto.
Por otra parte, nadie ignora que los triunfos más
celebrados, muchas veces no son debidos a los esfuerzos de
la voluntad que los procura mediante sacrificios meritorios,
sino a la casualidad, que, en ocasiones, combina un
conjunto de circunstancias felices que los determinan. Son,
pues, los detalles ordinarios de la vida, las minucias que
pasan inadvertidas para el mismo sujeto, que reflejando su
espíritu en todos los momentos de su existencia, lejos de la
expectación pública, donde las miradas indiscretas no
impiden lo natural y espontáneo, los que mejor lo
manifiestan y caracterizan.
Las batallas de Austerlitz y Marengo, descartadas de
los episodios íntimos de su héroe, revelan el genio militar
de Napoleón. Por ellas conocemos al soldado; pero estamos
distantes de conocer al hombre, de quien mucho podrá
revelarnos un solo incidente, con ser tan nimio. Cuentan
que el grande hombre, en Nuestra Señora de París, cuando
recibía sobre su frente la unción de los reyes y ceñía sus
sienes con la corona de los emperadores, dio un codazo a su
hermano murmurando quedo a sus oídos: «¿Qué diría
nuestro padre si me viese ahora?»…
Feliz yo si consigo agrupar con tino y acertada
selección algunos rasgos y episodios de la vida de nuestro
obispo; feliz si a pesar de la torpe y borrosa pluma, surge la
imagen querida.
Hijo de una familia acomodada, disponía de las
rentas que sus padres le enviaban de Santa Cruz, para
procurarle una subsistencia cuyo rango estuviese
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proporcionado a su fortuna, y esto fuera de los
emolumentos de que él gozaba en Cochabamba, donde su
familia le suponía convenientemente instalado, en la casa
que para su habitación se había adquirido. Grande fue la
sorpresa de su padre al ser informado, por un amigo, de las
estrecheces económicas que padecía el canónigo Granado.
Vivía en una habitación reducida, cubierta apenas de una
tira de alfombra, con un mal catre de fierro, una mesa y
pocas sillas. Más tarde, su palacio episcopal, distaba mucho
de corresponder a su enfático nombre. El menaje de la casa
era de aquellos que en otras no se usaban porque la moda
los había mandado recoger. Los muros de las habitaciones
principales —como describe Baptista— «estaban decorados,
fuera de uno que otro cuadro, obsequiando por algún
amigo, con revistas ilustradas, y sobre las mesas se exhibían
estatuas de yeso a tanto el par»… ¿Y qué era de sus
rentas?… Escuchemos al doctor Baptista: «Lo poco que
entraba en caja pasaba, sin transición a la familia de
perdido bienestar, que ocultaba su desnudez; a la trastienda
del cholo menesteroso; al cuartucho de la pobre mujer; al
tugurio del miserable; a las mil manos enflaquecidas,
huesosas, crispadas que en todo barrio, en todo pasadizo, se
asían del manto episcopal… La limosna humedecida en
llanto de compasión caía siempre». Caía inagotable, caía sin
cesar… A decir verdad nunca tuvo dinero. El que recibía
pasaba sin detenerse en sus manos a las del pobre y cuando
la caja no contenía nada, empezaba a desalojar los armarios
de ropa, a empeñar su firma en los bancos, a pignorar sus
anillos. Con la sonrisa en los labios escuchaba las cariñosas
reflexiones de su tía, la señora doña Rita Ponce de León,
quien de encontrar las cómodas frecuentemente vacías tenía
que recurrir a las tiendas para que el sobrino cambiase de
vestido.
Su largueza no se detenía ni ante las prendas de
familia, objetos sagrados que el afecto conserva con la
veneración de los recuerdos. Una vez, no teniendo dinero
que dar se deshizo de un reloj de oro que por ser obsequio
de su madre tenía, para él, inmenso valor. El reloj no fue
remplazado ni por otro de bajo precio. Para medir, en el
púlpito, la duración de sus discursos lo tomaba prestado de
uno de sus familiares.
Refiere monseñor Primo Arrieta, en la magnífica
oración fúnebre con que ha honrado la memoria de nuestro
obispo, uno de los ingeniosos recursos de que
acostumbraba valerse para aliviar las necesidades de la
miseria. Un día de aquellos en que el hambre y la peste
(1879) desolaban nuestros campos y ciudades, el prelado
fue detenido, a las puertas del lazareto que acababa de
visitar, por un campesino que alargó la mano pidiéndole
una limosna. En vano buscó una moneda que darle, pero,
en cambio, se despojó de uno de los guantes que llevaba y
lo dejó caer en las manos del mendigo… El guante fue
rescatado por la caridad pública y devuelto a su primitivo
dueño.
San Francisco de Sales solía exclamar: «Cuando se
incendia la casa se arrojan los muebles por las ventanas».
La caridad que abrasaba el corazón de nuestro obispo era
comparable a un incendio cuyas llamas le obligaban a
arrojar todo lo que el edificio contenía. Cuando se ha
conseguido salir de sí mismo, destruyendo el egoísmo que
aísla al individuo apegándole a la exclusiva posesión de los
bienes, cuando el fuego sagrado ha consumido las bajas
pasiones purificando el alma de la escoria de sus
concupiscencias, rotas así sus terrenas ligaduras, quedan
abiertas las puertas de la munificencia sin que obstáculo
alguno se oponga a los generosos impulsos del alma libre
para desenvolverse dentro del amor infinito. Pero la
renuncia que de sus bienes hacía nuestro obispo, en
beneficio de los pobres, por encomiable que sea, sólo lo
habría hecho digno de las consideraciones debidas a los
filántropos, mas no de la veneración sagrada de que fue
objeto durante su vida y de la que hoy, transformada en
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piadoso culto, goza su memoria. Esto sólo se explica
considerando que su desprendimiento no estaba limitado a
la filantropía, cuyos mayores sacrificios jamás podrán ser
comparables con los que, a diario, impone la caridad
cristiana, resplandor divino, de donde arranca su origen, a
diferencia de la otra virtud que nace del amor del hombre
para el hombre, esto es, del principio de la simpatía que
como todo lo humano, participa de las imperfecciones de su
naturaleza. Sólo es dado a la caridad cristiana pedir y
obtener, por amor de Dios, el sacrificio de la persona
frecuentemente realizado no una sola vez y de golpe,
merced a momentáneo entusiasmo, sino la inmolación
lenta, verificada día a día, momento a momento y esto
durante los años de una existencia prolongada… Bien la
define San Pablo: «Dulce, sufrida, bienhechora, sin
envidia; no es precipitada, soberbia ni ambiciosa; no piensa
mal, no busca sus intereses ni se irrita; ama la verdad y la
justicia; a todo se acomoda, todo lo espera y todo lo
soporta…» y es la piedra angular sobre la que reposa el
cristianismo y es, según el mismo Apóstol, «la plenitud de
la Ley». Ésta era la caridad de nuestro obispo, el origen de
todas sus virtudes, la llama interior que le hacía luminoso y
transparente.
Todas las horas del día y las que eran necesarias de
la noche, el obispo estaba, sin reserva alguna, a disposición
del que quisiera ocuparlo: bautizar un niño, confirmar un
diftérico, asistir a un agonizante, procurar una
reconciliación. El joven que deseaba bendecir su amor, la
madre que no podía conseguir la corrección de su hijo, la
familia que se desorganizaba porque la justicia no había
alcanzado a establecer la paz en su seno; todos… todos, sin
excepción, iban a ver al obispo dispuesto siempre a
satisfacer las necesidades posibles sin excusar su salud, su
sosiego ni su dinero. Con suma propiedad el doctor José
Quintín Mendoza dijo de él: «Fue un banco de expósito de
dolores y de emisión de consuelos». Y en medio de tanta
bondad, lo que más comprometía la gratitud de sus
favorecidos, era que los beneficios prodigados no eran de
aquellos que suelen pesar creando una obligación para el
que los recibe. No, nada semejante a eso. Al contrario, él
parecía más bien el deudor agradecido que abonaba su
deuda.
Otra de las virtudes que caracterizan al que como a
Bossuet podemos llamar, «el gran prelado», y que han
contribuido a enaltecer sus merecimientos, es la humildad,
practicada por él, desde su más tierna infancia, con tanta
sencillez que sería difícil averiguar si esta virtud, como su
pureza, era el fruto espontáneo de un temperamento
privilegiado o el producto de secretos y penosos esfuerzos.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, el pobre concepto
que de su persona tenía —manifestado en todos los actos
de su vida— revelaba la inconsciencia del individuo que
ignora su propio mérito, y esto a pesar de las tentadoras
alabanzas que se le prodigaban con tanta persistencia y
entusiasmo que eran capaces de envanecer al hombre más
modesto. La ira, la soberbia, la impureza, semejantes a
reptiles ponzoñosos, estaban a sus pies, aplastados por la
planta de aquel varón egregio, que había nacido
invulnerable como el héroe de la fábula o que había
conseguido reducirlos a la impotencia.
Cuentan de un orador sagrado (el jesuita
Lacordaire, si la memoria no me engaña) que, después de
recibir los aplausos con que eran celebrados sus discursos,
se encerraba en su celda con el lego del convento, y tendido
en el suelo, ordenaba a su compañero que lo hollase como a
polvo: —Pisa, —le decía—, con tus sandalias, pisa a este
fraile que es polvo vil y que no debe enorgullecerse…
—Nuestro obispo después de sus triunfos oratorios, no
necesitaba sentir la presión de las plantas de su familiar
para persuadirse de que no era un ser extraordinario; lejos
de tales tentaciones, estaba tan naturalmente rebajado ante
sí que, en su concepto, los homenajes que recibía, no eran
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tributados a él, sino al obispo, personalidad distinta de la
suya.
Su humildad manifestada en la afabilidad de su
trato, exquisitamente culto, no distinguía categorías
sociales de ningún género: la misma sonrisa, la misma
compostura para recibir al pobre obrero que al encumbrado
personaje, y tanto éste como aquél, salían prendados de la
mansedumbre del prelado, cuyo solo aspecto ya despertaba
la más profunda simpatía.
Si me propusiera comparar a nuestro obispo con
algún santo, no vacilaría en hacerlo con san Francisco de
Sales. Por las semejanzas que se notan: a primera vista se
comprende que el ilustre obispo de Ginebra sirvió de
modelo al nuestro, cuyo género de santidad, como la de
aquél, no presenta el aspecto de sombrío rigorismo que
suele caracterizar la fisonomía de otros santos. Nuestro
obispo, como su dechado, era alegre y franco, abierto a
todas las comunicaciones, dispuesto siempre a toda honesta
expansión. Hacía como dicen los biógrafos de san
Francisco, la virtud simpática y fácil, asequible para todos,
sea cual fuere su posición social y sus consiguientes
ocupaciones. Nada de melancolías ni tristezas, de
maceraciones ni escrúpulos. El cumplimiento de la Ley de
Dios, la práctica de los consejos evangélicos, y todo con paz
y santa alegría. Saint-Beuve, al hablar de san Francisco
dice: «Era dulce, pacífico, inalterable, derramaba el azúcar
y la miel». ¡Cuánta suavidad y dulzura, cuánta piedad y
mansedumbre había en monseñor Granado!
Como el santo obispo de Ginebra, solía sazonar
frecuentemente sus conversaciones con la sal de su ingenio
agudo y ocurrente. He oído referir la respuesta que en
cierta ocasión había dado a una dama que, dudando de la
existencia del infierno, pretendía que el obispo la
persuadiese de su efectividad. Hizo la joven tantos alardes
de libre pensamiento y tantas falsas inquietudes expuso,
que el prelado creyó conveniente evitar la discusión
limitándose a aconsejarle que dejara de torturar su ánimo,
reservando la demostración para cuando ella fuese allá, que,
en cuyo caso, ya no le sería posible abrigar ninguna duda.
Digna ocurrencia, respuesta digna de san Francisco de
Sales.
La política boliviana, desde la fundación de la
república hasta la organización del partido liberal, se ha
desarrollado caracterizada por lo que a principios religiosos
se refiere, por una nota de altísima importancia, de
inmenso valor: la unidad de creencias, la identidad de fe. El
dogma católico reconocido y acatado por todos los partidos,
sean cuales fueren sus ideales políticos, era el lazo de unión
que agrupaba a todos los miembros de la familia boliviana
en torno de una creencia, como el principio de nacionalidad
congrega a todos los asociados alrededor de una sola
bandera. Por la primera vez en Bolivia, como
oportunamente observó el doctor Baptista en sus notables
Correspondencias del Viernes, el jefe del partido liberal y
candidato a la presidencia de la república, general don
Eliodoro Camacho, fue el que, en su programa de gobierno,
tocó la cuestión religiosa. El referido documento contenía
proposiciones que directa o indirectamente atacaban el
dogma católico. Entonces, el ilustrísimo señor Granado,
que abrigaba simpatías personales por el benemérito
general, le hizo escribir una carta, con un amigo suyo,
insinuándole el pensamiento de que modificase su
tendencioso programa en todo aquello que fuese contrario a
las doctrinas y enseñanzas de la Iglesia; que de hacerlo así,
obtendría el apoyo del elemento católico para el triunfo de
su candidatura. La negativa del general fue rotunda: —Son
las ideas de mi partido y no las puedo modificar
—respondió. Por cierto que semejante ratificación
importaba aceptar la lucha que se había provocado. El
obispo, cediendo a los dictados de su conciencia, que le
trazaba la línea de conducta que debía seguir, se vio en la
precisión, mal de su grado, de tomar parte activa en la
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política militante, ejerciendo de su parte, las legítimas
influencias de que podía disponer para el triunfo en las
luchas electorales, del Partido Constitucional, que tomó el
nombre de Conservador. Cabe recordar aquí la observación
que tantas veces, en son de reproche, ha sido formulada
contra la actuación política del obispo: ¿Es lícito al
sacerdote, ministro de caridad y paz, enarbolar la bandera
de las discordias políticas? Yo creo que sí. Y no es pequeño
el número de los que opinan, con mucho acierto, en mi
concepto, que el ejercicio de los derechos políticos que la
ley acuerda al sacerdote, como a todo ciudadano, se
impone, en determinadas ocasiones, no ya sólo como un
derecho, cuyo concepto siempre es facultativo, sino como
un deber sagrado e ineludible.
Desde luego, en el presente caso, no debe perderse
de vista que no fue el obispo quien promovió la discordia
religiosa. Ella fue suscitada, como se tiene dicho, por el
referido programa que «envolvió la cuestión religiosa en la
cuestión política» según lo demostró el doctor Baptista, en
sus citadas Correspondencias. Creada la situación el obispo,
en su carácter de tal, y como ciudadano católico, se vio
obligado a aceptarla.
No se oculta a la penetración del lector que atentas
sólo las conveniencias humanas, preferible habría sido para
el prelado mantener una neutralidad que, garantizando su
sosiego, conservase incólume su popularidad, tanto más
cuanto que carecía del aliciente de todo beneficio personal.
Pero, si se considera que son los colegios electorales los que
con su voto constituyen los poderes del Estado, aquellos
que dictan y aplican las leyes, favorables o adversas, para
los intereses de la Iglesia, se justificará la intervención
directa y activa del sacerdote en política, máxime si se tiene
al frente un partido cuyos propósitos manifiestos son
marcadamente hostiles. Exigir prescindencia del sacerdote
en este caso, es como pretender inacción en el individuo
cuya casa está amenazada por el incendio. Dejarse estar
cuando el edificio cruje, cuando se siente el soplo
inflamado de las llamas… eso es irracional, inconcebible.
El obispo publicó varias pastorales anunciando el
peligro a su grey, y sus temores de carácter profético; se
han realizado pocos años después, en forma de leyes
sancionadas por congresos donde la acción de uno que otro
representante ortodoxo ha sido anulada por una mayoría
contraria. El obispo había tenido razón. Sus predicciones
están literalmente cumplidas.
Dan testimonio elocuente de ello, las heridas
frescas, sangrantes aún, abiertas en el seno de la Iglesia
aherrojada y perseguida. Mas ¡cuántas amarguras y
decepciones hubo de costarle el cumplimiento de tan
penosos deberes! Turbas infames fueron lanzadas a las
puertas del palacio episcopal para ultrajar al «Morado»,
como le llamó entre sus hipos alcohólicos, la canalla soez…
Excusado es añadir, atenta la bondad de la víctima que,
cuando la policía intervenía en su amparo, el obispo
imploraba, hasta conseguir, la libertad de sus enemigos.
El difícil gobierno eclesiástico de la diócesis era
desempeñado por el prelado con la consagración y la
sagacidad que requieren las delicadas funciones del cargo.
Su administración, como todos los actos de su vida, está
caracterizada por la bondad que obtiene más fácilmente
imponer el principio de autoridad, no haciéndola pesar
como una humillación para el inferior, sino más bien como
la cariñosa y noble protección de la paternidad. Su regla de
conducta estaba trazada sobre aquella máxima tan
frecuentemente repetida por san Francisco de Sales: «Más
moscas se cazan con una gota de miel que con un barril de
vinagre». La aplicación de este principio, con ser tan sabio y
prudente, dio sin embargo origen a que muchos censurasen
el régimen establecido. Se decía: —El obispo es débil,
excesivamente bueno —y —El clero necesita mano fuerte y
el que lo dirige, no la tiene. —Tengo para mí, que este
cargo, lejos de constituir un reproche, encierra toda una
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alabanza. Aquéllos que en la autoridad exigen mano fuerte
revelan no conocer la naturaleza humana, sumisa siempre a
la corrección bondadosa, rebelde siempre a la represión
áspera… En cuanto a teorías penales, con venia del lector,
he de invocar, no la autoridad de un tratadista de la
materia sino la de un profundo conocedor del corazón
humano, la de Víctor Hugo, en su maravillosa creación de
Juan Valjean, degenerado por los rigores de la ley,
embrutecido por la crueldad del castigo y levantado del
fondo de su postración moral, noblemente regenerado por
la mansedumbre evangélica de monseñor Bienvenido. Por
cierto que, con ese recuerdo, no pretendo decir que la
disciplina eclesiástica tenga algo de malo o censurable. Dios
me libre de semejante despropósito. Simplemente quiero
repetir un pensamiento del citado escritor que deseaba ver
siempre «una lágrima en los ojos de la ley», compasión para
el caído, benignidad en la aplicación de la pena para que
ésta cumpla mejor su misión regeneradora. Aquellos
espíritus inflexibles y rigorosos no debieran olvidar jamás
que Jesús no arrojó a Magdalena ni mandó lapidar a la
mujer adúltera.
Responsabilizar al prelado por las faltas cometidas
por uno que otro mal sacerdote, sin hacer extensivo el cargo
—como que no se acostumbra— contra las cortes de
justicia ni los protomedicatos porque no faltan malos
abogados ni malos médicos, es cometer una injusticia, y
ésta sube de punto, si se considera que al obispo no se le
procuran los recursos necesarios para la educación del clero
mediante la creación de seminarios modelos en los que, sin
duda, se conseguiría mejorar notablemente su cultura
intelectual y moral. Por lo demás, pretender la
impecabilidad en el sacerdote es tan absurdo como exigir
que el obispo forme hombres de una masa que por
desgracia aún no es conocida.
Nuestro obispo, en presencia del sacerdote caído, no
estallaba en imprecaciones de asombro. Comprendía que tal
dureza sólo podía sonrojar, despechar tal vez, pero, no
corregir. Con la mirada baja, con la voz apagada, casi
sollozante, reflexionaba, imploraba, sin herir, sin ofender.
Sin duda que en esos momentos tenía presente la
exclamación del Salmista: «¿Qué podías esperar de mí?…
He sido concebido en pecado y tengo funesta propensión al
mal».
Monseñor Granado figura en la Lira boliviana,
colección seleccionada de las composiciones de varios
poetas nacionales, entre los que está merecidamente
colocado, para honra y gloria de nuestra literatura patria.
En verdad que los pocos trabajos suyos insertados en el
referido libro no bastan para dar a conocer al poeta de
vigorosa inspiración, cuyos divinos arranques, cuyas
brillantes imágenes, han de buscarse más bien en sus
producciones oratorias. Escribía versos —me refiero a la
época en que pude formarme concepto de él— casi con la
misma ligereza con que redactaba sus cartas, abusando de
ese modo, de la admirable facilidad que tenía para rimar
sus pensamientos. Con tal procedimiento no era posible
que sus estrofas fuesen, como la de otros artistas,
verdaderas obras de orfebrería, deslumbrantes por el
paciente trabajo de la lima que pule y abrillanta. Con todo,
en ellas vive y palpita el poeta y sus menos inspiradas,
revelan siempre al literato correcto. La afición, por regla
general, suele ser seguro síntoma de disposición. Por
mucha que sea la inconsciencia del individuo acerca de sus
aptitudes, no deja por eso de sentir la inclinación impulsora
que le obliga, insistentemente, a ejercitar las facultades
cuyo mayor desarrollo se impone en la economía general.
Esta observación reza con nuestro obispo quien consagró
particular y deferente culto a las bellas letras, objeto de los
ensueños de su juventud, labor incesante de su vida, regalo
de sus horas de sosiego. La poesía corrió por sus venas
desde muy pequeño, una afición heredada de su padre. Era
adolescente cuando empezó a escribir sus primeros versos y
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257
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
a representar como actor dramático en compañía de otros
jóvenes aficionados al teatro. Este último ejercicio le sirvió
de conveniente preparación para el púlpito donde se
manifestaba como el artista posesionado de los recursos de
la declamación y de la mímica. Dotado de una sensibilidad
exquisita que le permitía percibir las más delicadas
impresiones, de una imaginación combinadora que las
concertaba con primoroso gusto, llevaba, en el corazón y en
la mente, la divina llama donde se fundió su alma de
orador y poeta.
En su lira, como dice de la suya Chocano, «cabían
todos los sonidos como en un rayo de luz todos los
colores». Sea que cante las magnificencias simbólicas del
templo católico, sea que ensalce los beneficios de la unión
americana, ora evoque conmovido a la hermana muerta,
ora, en fin, hiera festivo la nota cómica con agradable
sonrisa. Con igual gallardía sabía pulsar las cuerdas del
plurísono instrumento, y la estrofa, si bien, como tengo
dicho, no tiene la fuerza ni el colorido intenso de los
períodos de su prosa oratoria, salía en cambio, al correr de
su pluma, blanda y armoniosa. Las poesías festivas a que he
hecho referencia no llegaron a ser conocidas sino por el
reducido círculo de sus íntimos amigos, excepción hecha de
una sátira contra el baile que compuso por insinuación del
ilustrísimo señor del Prado. Las demás composiciones de
esta índole fueron provocadas por la musa festiva de don
Benjamín Blanco con quien, y otros distinguidos
intelectuales de la época, asistía a la tertulia de las señoras
Ponce de León, en cuyos salones, pasaban gratísimas
veladas. En ellas se formaron dos bandos que reñían
divertidas batallas hiriéndose con los pinchazos, de espina
de rosa, de sus ingeniosos epigramas.
Poseyendo nuestro obispo la lengua latina a la edad
de cuatro años, como queda referido, era natural que
llegara a adquirir la elegancia y el gusto que acabó por
confirmar la versación que en la materia le reconocían los
peritos. El estudio de este idioma le sirvió para los que
posteriormente hizo de la lengua castellana. Sus aficiones
literarias lo familiarizaron con los poetas latinos y los
escritores españoles, no siendo tampoco escaso el número
de literatos franceses e italianos que leía en su propio
idioma. Dados estos antecedentes que significan esmerada
cultura, un ingenio como el suyo no podía menos que
descollar en la ciencia y en el arte literario cuyos
abundantes recursos, al par que revestían de galanas formas
su pensamiento, daban lustre y esplendor a su estilo,
dechado de pureza, corrección y sencillez.
La fama de santidad dispensada al varón evangélico,
por todos los que admiran sus grandes virtudes así como su
reputación oratoria, han sido consagradas por la opinión
unánime.
Tal vez algún día se organice el proceso canónico
que ponga de manifiesto los grados de perfección que
alcanzó su espíritu.* Pero, si la fama de sus virtudes debe
ser comprobada para llevar el sello de la Iglesia, en cambio,
la relativa a la de su elocuencia ostenta ya el sello de la
sanción definitiva.
En la tribuna sagrada, surge la gran figura del
prelado envuelta por los resplandores de la santidad y la
elocuencia, de la bondad y la pureza. Su palabra inspirada
vibró bajo las bóvedas del templo, con la augusta majestad
de la verdad, con el seductor ropaje de la retórica, con las
galas y atavíos de la poesía y la ática corrección de la forma,
irreprochable y nítida. Alma de artista y de creyente, tesoro
de bondades, luminosa inteligencia, sabía remontar su
vuelo hasta las encumbradas cimas del dogma y descender
desde allí, henchido de unción y de piedad, para
tranquilizar las inquietudes del espíritu y restañar las
heridas de los corazones sangrantes.
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259
*
Ya está avanzado el proceso de canonización.
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
La oratoria se define por los tratadistas como el arte
de convencer y conmover. Esta definición supone dos
operaciones: la de razonar y la de herir el sentimiento,
dirigiéndose, en el primer caso, a la mente, y en el segundo,
al corazón. De aquí surgen también dos entidades distintas:
el lógico y el artista, esto es, el científico y el poeta. No se
concibe, pues, al lógico desprovisto de verdad, que es la
ciencia, como no es posible concebir tampoco al artista sin
el temperamento y las visiones del poeta. El orador, para
ser tal, ha de reunir en sí y de manera inseparable las
cualidades mencionadas sin cuya concurrencia, bien podrá
ser un razonador más o menos hábil, pero, de ninguna
manera un orador como el arte lo requiere. El don de la
oratoria es un privilegio raro. La naturaleza no lo prodiga y
lo reserva con tan prudente economía, que se consideran
felices los pueblos en cuyo seno brota el genio que ilumina
las oscuridades del pensamiento con las irradiaciones de su
luz. Monseñor Del Granado pertenecía al reducido grupo
de estos seres privilegiados. Dotado de una inteligencia
poderosa, esmeradamente cultivada, llegó a adquirir una
ilustración tan vasta que le permitía dominar los
conocimientos generales fuera de los especiales que
constituían al teólogo. Sus altas dotes, sometidas a severa
disciplina, ofrecían el concierto que proviene del equilibrio
de todas ellas, sin que la imaginación del artista deprima ni
menoscabe las funciones reflexivas del pensador.
Posesionado de las materias que trataba, por intrincadas
que fuesen, sabía exponerlas con tal lucidez que su
comprensión no era difícil para ninguno de los que le
escuchaban. Su razonamiento vigoroso, sea que indujera o
dedujera, tenía una precisión lógica irrefutable.
Las inteligencias mediocres se ven obligadas a
detenerse en la contemplación superficial y exterior de las
cosas. Por grande que sea su esfuerzo, no alcanzan a
penetrar la sombra con que su natural limitación les
intercepta el paso. No así las inteligencias superiores; a
medida que remontan su vuelo a mayor altura, cuanto más
ahondan y penetran en las profundidades misteriosas del
abismo, tanto más espacio y claridad encuentran. Nuestro
orador, sin esfuerzo ni fatiga, dejándose guiar sólo por las
intuiciones del pensamiento, llegaba a descubrir nuevos
horizontes, puntos de observación ignorados, desde donde
conducía a su auditorio a la divina contemplación de lo
sublime y de lo bello. Pero, al orador no le basta señalar lo
sublime ni lo bello, es preciso que lo sepa sentir.
Sentir la grandeza de lo maravilloso hasta el
desfallecimiento, sentir el deleite de lo bello hasta el
éxtasis. Sentir, saber sentir la emoción estética.
Conmoverse con ella tan profundamente que al trasmitirla
viva, palpitante y temblorosa, escuche en el latido de los
corazones que le rodean, el ritmo acelerado de su propio
corazón… Tal era la elocuencia arrebatadora de monseñor
Del Granado. No era posible escucharle sin dejar de
participar los sentimientos que agitaban su alma de poeta,
su temperamento de artista. Su palabra conmovía hasta
excitar el sistema nervioso y producir las impresiones que
deseaba obtener del auditorio sobre el que alcanzaba el más
absoluto dominio. Era preciso rendir la voluntad ante la
persuasión impuesta por la verdad lógicamente demostrada,
ante el mágico hechizo del canto de aquel cisne de divina
inspiración. Su elocuencia ha sido más de una vez
comparada a la de Bossuet por la elevación del pensamiento
y la magnificencia de la forma; y en verdad, que si se
tratara de hacer un estudio comparativo, no sería tal vez
difícil encontrar en las concepciones y arranques de nuestro
orador, rasgos que nos recuerdan las atrevidas ascensiones
del águila de Meaux, la grandeza de Lacordaire, la elegancia
de Fenelón, la melancólica poesía del padre Félix o la
elocuencia del Crisóstomo (que admiraba). Pero, un trabajo
de esta índole, no sería posible sin ofrecer al lector los
documentos que comprueben las semejanzas, teniendo a la
vista la colección de sus obras oratorias.
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Cabe detenerse un momento aquí, para responder a
la posible interrogación del lector: ¿Estas líneas obedecen al
propósito de esbozar la fisonomía del prelado o de cantarle
un himnos inspirado por el afecto?
¿Dónde están las sombras del cuadro? ¿Cuáles las
imperfecciones inherentes al hombre? ¿Se han referido sólo
las excelencias guardando piadoso silencio sobre todo lo
que pudiera constituir mancha o tilde por lo menos? Con el
corazón en la mano, invocando toda la sinceridad de que
me creo capaz, sin incurrir en la necia temeridad de atribuir
acierto a mis apreciaciones, debo decir que la ilustre
personalidad del obispo es una de esas excepcionales, que
por rara disposición de la providencia, ofrecen el conjunto
de tantas virtudes y cualidades, de tanta luz y esplendor,
que su brillo impide descubrir en ellas, fuera de sus
naturales limitaciones, cosa alguna digna de reproche y
censura. Por lo demás, creo haber respondido a las dos
únicas observaciones que se han formulado contra él:
relativa la primera a la debilidad de su carácter, la segunda
a su intervención política.
La vida y la muerte de nuestro obispo ha sido
sintetizada por el malogrado escritor don Adrián Aneiva, en
un pensamiento digno del mármol: «Vivió para el corazón y
el corazón le dio la muerte». Un día, 23 de septiembre de
1895, regresó el prelado de su visita pastoral, hecha a la
provincia de Tapacarí, regresó padeciendo otra vez la
afección cardiaca que cinco años antes puso en peligro su
vida. Las fuerzas del corazón estaban agotadas. Era natural
el cansancio del órgano que había sufrido y trabajado tanto.
La depresión debía ser proporcional al enorme gasto de
energías. Al día siguiente de su llegada, celebró la misa, por
última vez, en el templo de Santa Teresa que era su
predilecto. La noche del 24 volvió el ataque al corazón.
Durante los intervalos en que cedían la angustia y el dolor,
se escuchaba la oración fervorosa del enfermo: In te,
Domine, speraui non confundar in æternum: in iustitia tua
libera me, et eripe me… El 25 comprendió que era el último
de su vida. No sintió turbación alguna en presencia de la
muerte. La recibió con la serenidad de los justos para
quienes el terrible trance no es la sumersión tenebrosa que
aterra, sino la ascensión luminosa que glorifica. Después de
recibir el viático dirigió una alocución. Una vez más habló
el orador, que cerca de cuarenta años había ocupado la
tribuna y fue para exhortar al clero, insinuándole el
cumplimiento de sus sagrados deberes. Él así acabó de
cumplir los suyos.
A prima noche sintió que la muerte iba a descargar
su golpe y en el momento supremo, dando testimonio de la
fidelidad con que sabía cumplir la voluntad de Dios, mandó
que lo incorporasen en el lecho y puesto de rodillas, dejó
volar su alma… Cayó la gentil palmera, sombra del
peregrino, refugio de las aves. El huracán destrozó sus
ramas, arrojó sus nidos. ¡Pobres avecillas! Calló para
siempre, el divino cisne… Ya no agitan el lago azul sus alas
blancas.
Pero, en la inmensidad de los cielos ¡ha surgido una
nueva estrella, inmortal y esplendorosa aparición!
rquímedes pedía un punto de apoyo fuera de la
tierra para suspender el globo con una palanca.
Guttenberg fue el constructor de ella. La prensa es
la poderosa palanca de las sociedades modernas.
En la época actual, la hoja periodística ha tomado
más preponderancia que el libro; todos leen una hoja pero
pocos estudian un libro. De aquí se sigue la importancia del
halado mensajero que se multiplica como luminosa
bandada de pájaros, que llevando luz en las alas la difunden
en el gabinete del sabio como en la boardilla del obrero.
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1909 ARTÍCULO
EL PERIODISTA
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
El periodismo es un ministerio sagrado, su
sacerdote es el periodista; grave es su responsabilidad. A la
manera como el sacerdote se unge y purifica para ofrecer el
sacrificio, así el periodista tiene que ungirse para hablar al
pueblo. ¿Cuál es esa unción? La pureza moral del lenguaje,
la decente compostura de la frase, que son las que han de
formar el ropaje blanco de las ideas que ha de emitir; éstas
han de ser la expresión de la verdad, de la justicia y del
bien.
El periodista es el conductor del coche social de un
pueblo: tiene que encarrilar la opinión pública por el
camino real de la verdad, señalar los escollos y hacer luz.
Desgraciadamente el periodismo está viciado, y se
estremece uno al considerar que muchos de los
innumerables periódicos que se editan en la república han
de ir a las manos de la joven para desgarrar en su alma los
blancos velos del pudor y sembrar la duda en el joven y
arrancar la fe del corazón del obrero.
Trasnochado el periodista, salido de la orgía con los
inmundos vapores de la bacanal de donde acaba de venir a
la oficina del periódico que redacta, arroja flores al pícaro
que le da una propina y ensalza con cínico descaro la
vergüenza del comprador de su pluma. Su lenguaje
desmesurado repugna, y su injusticia subleva, miente y
calumnia; vocero de la pasión, jamás se inspira en la
justicia y manosea con brutal torpeza lo más santo, y se
introduce en las alcobas y profana el santuario de los
hogares, sembrando la discordia en las familias y el rencor
en los bandos políticos.
El mal es grave. ¿Cuál será su remedio? Al mal con
el bien, a la sombra con la luz; fundar buenos periódicos,
desprestigiar los malos, regenerar la opinión que ya está tan
maleada que no hallo gusto en la lectura de un diario.
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Flor de Granado y Granado
1914 DISCURSO EN LOURDES
CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DEL DECIMOSEXTO
CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
lamado a tomar parte en la clausura de este congreso
que se inició el pasado miércoles, he aceptado
gustoso la invitación que debo a la gentileza de su
eminencia Genaro Cardenal Granito Pignatelli,
príncipe de Belmonte. La he aceptado porque me depara la
oportunidad de manifestar mi adhesión a los acuerdos de
esta asamblea, a la par que mis sentimientos religiosos.
En los tiempos que alcanzamos se impone, como
una necesidad social, ostentar las creencias, hacer noble y
generoso alarde de los dogmas que se profesan, de las
esperanzas que se alientan, de los latidos íntimos que
palpitan en el corazón, en las profundidades misteriosas del
alma, en medio del recogimiento silencioso de sus
potencias, bajo el influjo del amor, disponiéndolo a la
generosidad y permitiendo al alma elevarse por encima de
lo inmediato y orientarse hacia la contemplación. Se trata,
en definitiva, de un medio para mantener el vigor
espiritual, la armonía y el orden del alma.
Creo, señores, en Cristo, hijo unigénito del Eterno
Padre, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, en el
seno virginal de María. Creo en él porque creo en Dios, a
cuyo conocimiento me elevo en virtud del principio de
causalidad que rige todos los fenómenos. Creo que Cristo
es Dios porque su divinidad está comprobada por su
admirable doctrina y la santidad infinita de su vida. Afirmo
que, si se admite la existencia de Dios, es preciso reconocer
que Jesucristo lo es.
Creo que Cristo es Dios porque desde la cruz
impetró el perdón para sus verdugos. Creo porque instituyó
el sacramento de la eucaristía, limitando con él, por un acto
de amor —como observa san Agustín—, el mismo poder de
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Dios. ¿Acaso al elevarse la forma cándida, entre nubes de
incienso, bajo la bóveda de nuestros templos no sentís, al
descorrer con la mente los místicos velos, la presencia del
Infinito? ¿No habéis visto hasta esfumarse la blancura de la
hostia bajo la radiación luminosa le la Belleza Absoluta que
se ostenta soberana con todos los esplendores de su gloria?
Vuestro corazón palpita, vuestros ojos se llenan de
lágrimas: habéis visto a Dios.
Creo que Cristo es Dios porque su religión es la de
la esperanza.
¿Qué sería del hombre si, en sus horas de
quebranto, no viniese a confortar su espíritu el aliento de la
esperanza? En el seno de la sombra hay vibraciones de luz,
calor en el hielo, rayos de esperanza disueltos en la
amargura de las lágrimas. Dice el poeta: «A la manera como
la pupila se dilata en la oscuridad y acaba por encontrar
luz, mi alma se dilata en el sufrimiento y acaba por
encontrar a Dios». Plugo a la bondad infinita crear el sol de
la esperanza, para templar con su calor los rigores del
cierzo que entumece los miembros, que paraliza el corazón.
De los labios de Jesús brota la esperanza: «Ora y
espera», nos dice. «Lázaro, levántate del sepulcro de tus
miserias; sacude el sudario de tus aflicciones; rompe las
ligaduras que te aprisionan y ven; ven hacía a mí, que soy
el camino, la resurrección y la vida».
Creo que Cristo es Dios porque su religión es la del
amor, santificado por la pureza, ungido por la inocencia o
transfigurado por el dolor.
En alas del amor se eleva el corazón sobre todas las
miserias humanas para contemplarlas, desde la serenidad
de su bienaventuranza, con piedad y dulzura; por eso
perdona, por eso consuela. Las almas abrazadas por el amor
divino son castas, misericordiosas y buenas; como Jesús, no
desdeñan al fariseo, absuelven a la adúltera y lloran sobre
las ruinas de la felicidad ajena. La caridad, cuando mira,
bendice; cuando habla, conforta; cuando suspira, nos
salpica de lágrimas el corazón.
El amor es más grande y poderoso que el
pensamiento; por eso Pascal afirma: «el corazón tiene
razones que la razón no comprende». Por eso se atribuye la
obra de la creación del Universo al pensamiento de Dios y
la institución de la eucaristía al triunfo del amor en el
corazón de Dios.
El amor es más poderoso que la muerte; por eso se
dice que la venció en la Cruz, perpetuando la vida en el
viril de la custodia. El amor en el cielo se llama
bienaventuranza; en la tierra, cristianismo; bondad, en los
hombres; poesía, en la naturaleza; inspiración, en el
pensamiento; fuerza, en el corazón.
Creo que Cristo es Dios porque sus doctrinas son
«la luz del mundo y la sal de la tierra».
¿Qué fue de la humanidad antes de la predicación
del evangelio? Se destaca enhiesta la cruz en la cima del
Gólgota, separando las dos grandes eras de la historia: el
paganismo bárbaro, con sus doctrinas absurdas, con sus
ritos monstruosos, sus costumbres licenciosas; el
cristianismo austero, con sus dogmas racionales, con su
moral divina.
Cayeron los ídolos; sus templos están derruidos y
desiertos. Pasaron los fundadores de religiones nuevas;
pasan, uno tras otro, los sistemas filosóficos. Todo se
trasforma o muere. Sólo Cristo quede en pie: su imperio es
inmortal, su reinado eterno, sus dogmas inmutables. Cristo
vive y reina: vive en el corazón por el amor, reina en el
pensamiento por la verdad.
Creo que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana
es la única depositaría de la verdad revelada; al aceptar sus
enseñanzas, satisfago las más nobles necesidades de mi
pensamiento y de mi corazón.
¿Qué sería de mí si no pudiese elevar mi alma, en
alas de plegaria, al cielo de mis esperanzas? Prometeo
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
encadenado a la roca de la duda, maldeciría, como Job, la
hora en que se dijo que fui concebido. Pero no, gracias a
Dios, conservo incólume la fe de mis mayores; la conservo
como el recuerdo sagrado de la memoria de los seres
queridos, de aquellos que junto con la vida me
transmitieron sus creencias, cendales de su pensamiento,
pedazos de su corazón.
1915 DISCURSO
EN LA INAUGURACIÓN DEL ORFANATORIO DE TARATA
elebramos la inauguración del edificio que acaba de
bendecirse. Llama y busca a los huérfanos para
prodigarles los cuidados de la familia y el calor de
los afectos, redimiéndolos de los padecimientos de
la miseria y de las degradaciones del vicio.
Uno de los espectáculos más conmovedores de la
vida es el de la niñez desamparada: el huérfano arrobado al
arroyo, cubierto de harapos, enflaquecido por el hambre.
¡Pobre niño! Si la mano del interés lo recoge, es
sólo para explotar sus servicios, abusando de su situación.
Lo cobija y lo sustenta; pero, el pedazo de pan está
humedecido de lágrimas y el mísero cuerpo, cubierto de
cicatrices. Tras largos años de rudo trabajo, abandona la
casa del amo, como el presidiario su cárcel: pervertida el
alma, atrofiada la inteligencia, rencoroso el corazón.
Recoger al niño para satisfacer sus necesidades
físicas y morales, educar su voluntad, ilustrar su
inteligencia, prepararlo para una vida santificada por la
oración y el trabajo, hacer de él un hombre útil para la
sociedad y la familia, es la obra que se propone llevar a
cabo el ilustre y meritísimo guardián del Colegio de San
José de Tarata, Fray Francisco Pierini, cooperado por los
religiosos de su convento; suya fue la iniciativa, suya es la
obra.
268
Flor de Granado y Granado
Afirma un pensador que abrir una escuela equivale
a cerrar una cárcel. Así lo creo: esta casa evitará la
construcción de un presidio. Y nada más justo que por ello
manifestemos nuestro reconocimiento a su fundador y sus
nobles colaboradores, porque los pueblos que no saben
agradecer los beneficios recibidos, no son dignos de ellos.
Mas no debemos ahora limitarnos sólo a expresar
estos sentimientos; eso apenas importaría cumplir un deber
a medias, es necesario que de nuestra parte reciba esta casa,
el impulso que reclama para su conclusión; y sobre todo,
debemos esforzarnos por procurarle la renta que asegure la
subsistencia de los huérfanos acogidos. Para obtenerla,
solicitemos la colaboración de los poderes públicos y
depositemos en sus arcas el óbolo que nuestros recursos lo
permitan, seguros de que nuestra obra será recompensada
por quien supo ensalzar el donativo hecho al templo, por la
viuda de que nos habla el Evangelio.
Señores, hay monedas que se trasforman en
lágrimas y plegarias, plegaria y lágrima que ascienden a los
cielos como la oración de los niños, como las bendiciones
de la gratitud.
1916 DISCURSO
EN LA ENTREGA DE UN ÁLBUM AL DOCTOR ABBOTT
LAWRENCE LOWELL
n grupo de distinguidos caballeros me ha
comisionado entregaros este álbum, que contiene
sus firmas, estampadas al pié de la leyenda que
expresa la gratitud que os deben, por los beneficios
que a la sociedad reporta vuestra consagración asidua al
cumplimiento abnegado del ministerio por la paz.
La justicia no sólo debe depositar sus laureles sobre
las tumbas que guardan los despojos de los varones
egregios; también ella debe tejer guirnaldas para coronar la
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
frente pensadora de los espíritus superiores, de aquellos a
quienes un corazón grande y generoso infunde la vida del
sentimiento.
Si es bueno honrar la memoria de los que fueron,
no es menos necesario enaltecer el mérito de los que viven.
El reconocimiento, con sus recompensas, contribuye a la
formación de los grandes caracteres; alienta al sabio,
conforta al héroe, anima a la mártir, así como la injusticia,
con sus olvidos y desdenes, con sus postergaciones y
hostilidades, abate el entusiasmo, debilita las fuerzas y
acaba por extinguir toda energía. ¡Cuántos ingenios
atrofiados, cuánta energía en reposo!
Señores, no es aislada, sin duda, la ocasión de
juzgar al orador de vasta cultura y encumbrado vuelo; basta
dejar constancia de que la unción de su palabra ha obtenido
orientar muchas inteligencias extraviadas entre las sombras
de la duda y las desviaciones de la conciencia.
Si los muros del templo tuviesen palabra, nos
referirían la historia de muchos corazones arrepentidos, de
muchas tempestades anticipadas en los profundos senos del
alma atribulada: cuántas lágrimas vertidas a los pies del
crucifijo, cuántos suspiros exhalados bajo el silencio de la
bóvedas sagradas.
No puede tocar el hombre público de día y de noche
todas las desdichas, todas las indigencias, sin tener sobre sí
mismo un poco de esta santa miseria, como el polvo del
trabajo. Vuestro manto, magnífico y excelentísimo señor
rector, está cubierto de ese polvo porque practicáis la
hermosa virtud de la caridad; vuestra peregrinación,
señalada por la luminosa estela que ha de perdurar como la
honda huella que de su paso dejan la bondad, la constancia
y el sacrificio.
Para concluir debo expresar mi complacencia por la
manifestación de que sois digno objeto. La conceptúa como
la recompensa debida al mérito que se abre paso entre las
aclamaciones de una sociedad que lo reconoce y aplaude.
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Flor de Granado y Granado
1917 DISCURSO
EN LA INAUGURACIÓN DEL FERROCARRIL ORUROCOCHABAMBA
abéis venido, dignos jóvenes, para celebrar con
nosotros el más feliz y trascendental acontecimiento
cuyo recuerdo se ha de grabar, con caracteres de oro,
en les páginas de bronce de los anales históricos del
departamento de Cochabamba, porque si en el trascurso de
los tiempos hay algo digno de conservarse en la memoria,
son los hechos que determinan las grandes evoluciones del
progreso.
Asistimos a un momento histórico, a uno de esos
que marcan época, fijando los hitos que cierran una era y
abren otra. El ingreso de la locomotora al país importa la
adquisición del mayor elemento de desarrollo industrial
apetecible y afianza un proceso que venía incubándose
desde el siglo XIX y que, al presente, es engranaje
fundamental de la actual economía. La locomotora,
jadeante y crepitosa, ha detenido su triunfal carrera en las
faldas de la colina de los recuerdos heroicos. En Sucre
irgue su tallo y extiende sus ramos el árbol de la libertad y
hoy, a sus plantas, asienta sus ruedas el carro del progreso,
manifestando que la libertad política fija sus bases en la
independencia económica.
Ha sonado la hora solemne del progreso.
Cochabamba, la hermosa hija del Tunari, como las vírgenes
de los antiguos tiempos, ha ceñido su frente con las más
hermosas flores de sus jardines: ha rizado sus cabellos de
oro con las esencias que destilan el jazmín, la rosa y los
azahares de sus umbrosas vegas. Cubierta de fulgentes
joyas, abandona su lecho para entonar himnos de gloria a la
vida fecunda cuyo poderoso aliento conmueve sus entrañas.
Rasgando las densas brumas de una larga noche,
surge de oriente, entre los resplandores de la aurora, el
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
astro brillante del nuevo día. Pueblo, levántate y anda,
sacude tus miembros entorpecidos por la inacción, extiende
y despereza tus músculos atrofiados, vigoriza y entona tu
organismo exangüe. Levántate y anda, alta la frente,
erguido el talle, fijos los ojos en el porvenir grandioso que
la providencia te depara.
¡Canta, oh pueblo!, canta himnos gloriosos a la vida
fecunda, al trabajo creador y a la libertad redentora.
Ensalza las victorias del genio que acorta las distancias, que
suprime el tiempo, que encadena el rayo, que surca los
mares y que los aires hiende. Canta con entusiasmo y amor,
porque ha llegado el día de tu redención, que es el de tu
mayor gloria.
Levántate y anda. Conquista la riqueza porque la
libertad sin ella no es acción ni fuerza. La ignorancia y la
esclavitud son las compañeras inseparables de la miseria.
Los pequeños horizontes deforman el espíritu porque lo
deprimen; los amplios contribuyen a su mayor desarrollo
porque lo dilatan.
Bienvenidos seáis, nobles hijos de Oruro, vasto
taller de trabajo, emporio de comercio, solar de hidalguía,
cuna de bravos patriotas y de ilustres pensadores. Para
vosotros sean todas las flores de los quermes de esta tierra,
el aura embalsamada de sus valles y la gratitud de sus hijos.
espiritual reconozco, cuya infalibilidad acato y ante cuya
majestad soberana me inclino, como súbdito suyo,
presentándole mis armas blazonadas por la cruz, a
semejanza de los antiguos caballeros que ostentaban sus
empresas y preseas, grabadas en el acero bruñido de sus
armas.
Al considerar la institución del pontificado cabe
siempre repetir la observación, tanta veces formulada por
todos los espíritus serenos y desapasionados que estudian la
historia, inquiriendo las causas determinantes de los
acontecimientos humanos. Cabe interrogar a la razón: ¿por
qué todas las instituciones, las dinastías, las leyes, las
costumbres, las ideas, la ciencia, los seres y las cosas pasan
y desaparecen dejando apenas el recuerdo de su existencia
más o menos efímera, todo muere, se destruye y perece,
menos la institución del pontificado, la eterna dinastía de
Pedro, el humilde pescador de Galilea, sobre cuya sede se
han sucedido ya, doscientos sesenta y cinco pontífices?
¡Hemos vivido veinte siglos de imperio! Y desde las
cimas del Vaticano continúa el bienaventurado príncipe de
los apóstoles, sereno y dulce, contemplando la sucesión de
las edades que, como olas tumultuosas, se estrellan contra
su trono y van a morir a las plantas del coloso, fijo, noble y
brillante, como el sol en torno del cual giran los astros y
bajo cuyos rayos destruye la muerte y alienta la vida.Todo
pasa, según el poeta, «como las nubes, como las naves,
como las sombras»; todo, menos el monarca eterno.
La explicación de este fenómeno, único en la
historia, sólo podemos encontrarla en el origen divino de la
institución del pontificado. Su fundador no es como
pretende Renán, sólo el mayor de los filósofos y el más
amable de los hombres: Cristo es Dios. Así lo manifiestan
sus doctrinas, lo comprueban sus obras y lo ratifica la
duración eterna de su Iglesia: la sucesión no interrumpida
de sus pontífices.
1918 DISCURSO
EN UNA MANIFESTACIÓN OFRECIDA AL EXCELENTÍSIMO
SEÑOR INTERNUNCIO RODOLFO CAROLI
nvitado por el ilustrísimo señor Francisco Pierini,
obispo de Cochabamba, para tomar parte en esta
función, celebrada en homenaje al ilustre huésped que
nos honra con su presencia, aprovecho la oportunidad
que se me ofrece para tributar público testimonio de mi
adhesión al romano pontífice, cuya suprema autoridad
272
273
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Por ventura, ésta es una de esas verdades que, para
su demostración, no ha menester de los procedimientos
ordinarios de toda prueba. La proclaman la humanidad e
historia, y la atestiguan los sentidos. ¿No basta acaso abrir
los ojos para contemplar a Benedicto XV en la sede
inmortal y gloriosa de Pedro?
Es y debía ser eterna la religión que ha creado la fe,
para suplir las deficiencias de la inteligencia, y aumentar,
como se ha dicho, su poder visual, necesario para esclarecer
los misterios que nos rodean. Es y debía ser inmortal la
religión de la esperanza, porque mientras el hombre exista
sobre la tierra, tiene que alentar los desfallecimientos de su
alma. ¡Gracias a Dios!, es imperecedera la religión de la
caridad; ella no ha de desaparecer con la última lágrima que
enjugue, con el último pedazo de pan que sustente, con la
palabra del consuelo final que prodigue; no, ella ha de
perdurar sin fin, porque la caridad es la lumbre de los
cielos, la bienaventuranza de la gloria, el amor de Dios.
El desborde impetuoso de una ola de impiedad irrumpió los
campos de Europa, destrozó la sagrada imagen de Cristo,
tronchó las flores de los místicos jardines y esparció la
desolación en la heredad del Señor. El fuego, el hierro y la
sangre purifican ahora la tierra profanada por tantos
crímenes. Fundidas las sociedades en el crisol del
sufrimiento, hoy surgen, regeneradas por el dolor, a la
nueva vida religiosa, a la fe de Cristo.
Las miradas suplicantes de las multitudes ávidas de
consuelo, se dirigen al Vaticano implorando la paz, el
perdón y la misericordia. Y allí, está el vicario de Cristo,
«postrado de hinojos, como Moisés sobre la montaña, con
los brazos elevados en ademán de ruego», implorando la
clemencia para la humanidad gimiente y destrozada.
Señores, puestos de pie, saludemos en la persona de
su enviado, al único monarca de la tierra que llena de
significado profundo y de paz la existencia, al rey blanco, al
pontífice máximo.
274
Flor de Granado y Granado
1918 DISCURSO
EN LA INAUGURACIÓN DE TRABAJOS DEL HOSPICIO DE
NIÑOS
a importancia del asunto, lo selecto de la
concurrencia y el alto rango de las nobles damas que
delegan su representación, imponían la necesidad de
elegir la persona que debidamente pudiese
desempeñar tan honroso cometido; pero, ya que sin
merecimientos para ello, he sido designado, sólo me toca
agradecer el favor y escusar mis deficiencia, invocando la
bondad de los generosos sentimientos de quienes ante
vosotros me envían.
Por fortuna, existen en el seno de nuestra sociedad,
numerosas familias organizadas sobre la base de los
principios del Evangelio, hogares en los que la caridad
establece relaciones verdaderamente afectuosas entre el amo
y el sirviente; pero, en cambio existen otros, donde la
prevención moral de los sentimientos ha llegado a segar,
por completo, las fuentes de la piedad y la simpatía, de la
conmiseración y el amor.
Al amparo de nuestra leyes, existe la trata de niños:
bajo la forma de locación de servicio, el padre alquila los
del hijo, amo que abona por ellos una suma de dinero,
consumándose en el fondo, una verdadera compraventa,
repugnante y monstruosa.
El padre vende la salud, la libertad y el bienestar del
niño, su derecho al desarrollo físico moral e intelectual, a
los juegos y distracciones propios de la infancia. En suma,
una parte de aquel conjunto de atributos inherentes a la
personalidad humana, necesarios para la buena
conservación del individuo y el normal desenvolvimiento de
la vida, precisamente en la edad en que el hombre, libre de
275
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
pesadumbre y cuidados, se entrega a las expansiones de la
alegría de vivir.
El pequeño esclavo adquirido, con una suma
inferior al importe de una bestia, pasa a poder del
propietario, en cuya casa permanece hasta su mayoridad, si
la muerte no se encarga de su manumisión. Cubierto de
harapos, rapado como el presidiario que no tiene derecho a
la compostura, al decoro ni al nombre, desaparece el suyo,
sustituido por algún apodo denigrante. El niño padece un
viacrucis, esa vía dolorosa que de acuerdo con el Evangelio
siguió Cristo en su camino a la crucifixión. Triste y
macilento, deformado por el raquitismo o los golpes
brutales, que imprimen su huella indeleble, soporta, con la
pasividad del hábito adquirido, todo género de ultrajes y
martirios, tormentos aplicados con el refinamiento de una
crueldad inconcebible, sin derecho a la queja, a la
confidencia que alivia, a la revelación que acaso pudiera
salvarle. Y si juega, si rompe la vajilla, si roba para
satisfacer el hambre, si consigue burlar la vigilancia y huye,
será sometido a las penas del látigo y del fuego.
El criminal que acomete de frente o hiere a
mansalva, afronta los peligros de su temeridad: bien la
víctima responde a su agresión, bien la justicia se encarga
de reparar el atentado. Pero, ¿qué diremos de ese género de
criminales cobardes que sacian sus instintos feroces,
ensañándose contra la debilidad desprovista de defensa?
Hay crímenes, señores, que claman venganza, que provocan
la ira de Dios y que están marcados con el tremendo
estigma de su maldición eterna. ¡Ay! del que oprime al
niño, ¡ay! del que abusa de su impotencia, ¡ay! del que
ocasiona las lágrimas a ése; diremos con el Evangelio:
«más le valdría no haber nacido».
Nuestras damas, profundamente impresionadas con
los horrores de esta esclavitud, dispuestas siempre a toda
generosa empresa, han obtenido el local y los fondos
necesarios para comenzar la construcción del hospicio,
refugio de la niñez oprimida y doliente. Pero, para
completar su obra, la sociedad tiene que obtener la
abolición de la ley civil que permite al padre alquilar los
servicios de su hijo menor y la de la ley penal que concede
al amo la facultad de castigarlo, dando origen a los abusos
de que la prensa diaria se encarga de informarnos.
Sí, la sociedad tiene que pedir la supresión de esas
disposiciones y la sanción de otra que prohíba contratar los
servicios de personas menores de dieciocho años, edad
antes del cual, el individuo no está aún capacitado para la
defensa.
Pero, ¿el hecho de que algunos niños sean
maltratados podrá establecer la conveniencia de que se
prive a los demás gozar de la protección que les dispensan
las familias buenas? Es preciso confesar la verdad: la mayor
parte de los menores destinados al servicio doméstico son
desgraciados, no sólo por su condición sino por la dureza y
ferocidad con que se les trata y castiga. Y como las leyes no
se dictan para las excepciones, surge de aquí la necesidad de
poner término a sus infortunios, adoptando medidas que
garanticen sus derechos, por mucho que ellas encuentren
resistencia en los intereses contrariados.
Convendrá que la sociedad recoja en su hospicio a
los niños oprimidos por la severidad de sus amos, para
emplearlos en trabajos adecuados a su edad y condiciones,
cuidando de satisfacer sus necesidades, procurándoles la
mayor cultura posible. Del hospicio, unos podrán pasar al
orfanatorio y otros a la casa de la providencia, cumplidos
que sean los requisitos, que deberá establecer una
reglamentación especial.
En países más felices y adelantados que el nuestro,
existen sociedades protectoras de animales que impiden los
actos de crueldad y barbarie que suelen ejercerse con ellos;
es pues llegado el momento de que nosotros emancipemos
al niño, amparando su infancia, dejándole desarrollarse
libremente, sustrayéndolo del régimen del látigo
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277
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
envilecedor, de los maltratos denigrantes, de la tiranía
embrutecedora.
Si encontráis irrealizables y deficientes los medios
indicados para la redención del niño, dignaos, señores,
aconsejar otros, cuya eficacia asegure la realización del ideal
que nos proponemos; pero, guardaos de las disquisiciones
infructuosas, de la crítica estéril, porque las lágrimas del
huérfano no se discuten, se las enjuga.
De una vez, hagamos que en Bolivia, la supresión
de la esclavitud sea una hermosa realidad y no la letra
muerta de un código empolvado.
Colocada la primera piedra del hospicio de niños,
sobre él, recaigan las bendiciones del cielo, para que la
felicidad sea también una realidad y no la ficción del
ensueño que, según la inspirada frase del poeta: «Desciende
a besar la frente de los niños grises, sólo cuando cierran sus
parpados dolientes».
Juzgo que, para completar su programa, debiera
consignar entre sus tópicos el de la capacitación profesional
de la mujer, cuya actividad, entre nosotros, está limitada al
desempeño de cargos cuya retribución no satisface las
necesidades de la vida. A esto debe propender, para
establecer la base de su independencia económica, fuente de
prosperidad y desarrollo, de civilización y cultura.
No hemos de detenernos a considerar el debatido
problema de la igualdad psíquica de varón y de la mujer o
la superioridad de éste sobre aquélla; para nuestro
propósito, basta tener presente que la mujer es un ser
inteligente y noble, por la elevación de su espíritu, por la
bondad de su alma, por la sensibilidad de su naturaleza y la
dulzura de su carácter. De paso, sólo anotaremos la
inexactitud del concepto que se tiene acerca de lo que en
tono compasivo se llama su debilidad; se la aprecia así, sin
tener en cuenta los datos suministrados por la observación,
que demuestra lo contrario. Su alma está templada en la
fragua de las resistencias heroicas: madre, está sometida a
los padecimientos consiguientes a la maternidad, que pesa
sobre ella con el rigor de la maldición bíblica, alumbra a sus
hijos con el dolor de sus entrañas desgarradas; su
resistencia para el padecimiento físico es admirada en los
pabellones operatorios, donde el espanto abate la voluntad
y rinde el ánimo; en los campos de batalla, dan testimonio
de su valor, acciones que por sí solas bastan para constituir
la gloria de un héroe; su fortaleza moral se revela en los
sufrimientos cotidianos de la vida, sobrellevados por ella
con resignación y paciencia: viuda, extenuada por el
sufrimiento, bajo sus tocas descoloridas, pálida y exangüe,
pero valerosa y firme, trabaja, lucha, y en su caso, mendiga
para sustentar a sus hijos.
Su poder intelectual está plenamente comprobado
por el brillo de los ingenios que se han distinguido en el
cultivo de las ciencias, de las letras y las artes, habiendo
alcanzado su fama, la eterna consagración de la gloria; no
1919 DISCURSO
EN UNA VELADA
n selecto grupo de señoritas se ha organizado con el
generoso propósito de fomentar y proteger el trabajo
de las obreras, abandonadas hoy a los azares y
contingencias de la suerte, porque si bien la ley
garantiza su retribución, en cambio, no lo procura ni
incrementa, como lo requieren las necesidades de la época.
El trabajo, impuesto por la naturaleza como ley de
conservación y de desenvolvimiento, obliga a todos los
seres, según sus aptitudes y capacidad; sea que se lo
considere como un deber o un derecho, tiene que ser
procurado con la solicitud de las necesidades
imprescindibles, establecido con sujeción a los preceptos de
la higiene y garantizando la efectividad de su remuneración
equitativa.
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
obstante, prejuicios establecidos hacen que sólo se la
considere capacitada para la maternidad y los cuidados
domésticos; esto, dentro del matrimonio, fuera de él,
celebrando los encantos de su belleza, se la coloca en la
categoría de los seres frágiles, delicados y hermosos: flores,
pájaros, mujeres…
Pero, éstas no son, no pueden ser, sus únicas
finalidades: La vida no se reduce a la conservación de la
especie y la contemplación de la belleza; sus fines son
múltiples y amplios; para todos ellos es apta la mujer.
Confinarla sólo al hogar importa desconocer sus
disposiciones, aprisionar el ave, con las alas rotas.
Si bien el matrimonio implica, para ella, la solución
del problema de la vida, que encuentra en él la satisfacción
de sus necesidades morales como el empleo de sus energías
físicas, dado el caso que las intelectuales también
encuentran también la suya, será preciso observar que no
todas abrazan ese estado y que no es pequeño el número de
las que por falta de vocación u otros motivos permanecen
fuera de él. Entonces, para ellas, habrá siempre que
reclamar su capacitación profesional, como medio de
subsistencia o siquiera sea de simple cultura intelectual.
La inactividad de la mujer determina la atrofia de su
organismo, impidiéndole adquirir la plenitud de los
desarrollos vigorosos y sanos; causa la paralización de
fuerzas productoras, el estancamiento de la vida, la muerte,
en suma, de todos los gérmenes de prosperidad. Se siente
una especie de repulsión contra las mujeres que tratan de
cultivar sus aficiones literarias, ultrajándolas con epítetos
despectivos. ¿Hasta cuándo consideraremos a la mujer
como aquel ser compasible de «cabellos largos y
entendimiento corto», de que nos habla Schopenhauer?
Es pues llegado el caso de redimir a la mujer de la
esclavitud a que se encuentra sometida. Si es una
inteligencia, si es una voluntad, ¿por qué no desenvolver
estas energías en beneficio social y suyo? Si es débil, si es
frágil, ¿por qué no dotarla de los medios que le permitan
280
Flor de Granado y Granado
luchar por la vida, con las ventajas del varón? ¿Ha de
perdurar eternamente su minoridad, sometida a las
restricciones establecidas por la ley y los perjuicios?
1921 DISCURSO
EN LA INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO AL SANTO
a erección del monumento que acabáis de descubrir,
importa un acto de justicia tributado al mérito así
como revela la bondad de los sentimientos del
pueblo. Lo primero queda recompensado con la
satisfacción de la conciencia que aprueba el deber
cumplido; lo segundo reclama la expresión de la gratitud de
la familia del ilustre prelado que concurre a la apoteosis de
su memoria.
Vengo a manifestarla al pueblo de Cochabamba y
las personas que han contribuido con sus óbolos para la
realización de la estatua en Roma por el notable artista
Pedro Pieraino, que no sólo representa la glorificación de
un hombre, sino que constituye el monumento que acredita
la cultura de un pueblo y el florecimiento de una época.
Recibid señores, vuelvo a repetir, el testimonio de
reconocimiento de mi familia y el mío, ofrecido con la
gratitud del corazón desbordante de emociones.
Sobre su pedestal de granito, se asienta y yergue la
augusta imagen del «muerto inmortal», una de las más
eminentes personalidades de la América Latina, gloria de la
Iglesia y de su patria, esplendor del pensamiento y de la
elocuencia sagrada, dechado esclarecido de las más excelsas
virtudes del hombre y del sacerdote católico. Ahí están, en
la serenidad inmutable del bronce, representadas las
facciones que caracterizaron la elevación de su espíritu y la
bondad inmensa de su gran corazón.
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Dos son los monumentos que labró durante su vida:
el augusto templo de la caridad y la brillante tribuna de la
elocuencia.
¿Quién de los que le conocieron y trataron no le
recuerda con la ternura que inspiraba su bondad
inagotable? Los episodios de sus actos de caridad, aureolan
su memoria con la leyenda tradicional de sus virtudes.
Reparte su patrimonio entre los pobres, agota sus
recursos diarios, compromete su crédito; se despoja de sus
vestidos, sin reservar ni los que constituyen el paramento
episcopal; y así como distribuye sus bienes, su salud y sus
energías, reparte los jirones de su alma y los pedazos de su
corazón en la dulzura de su palabra y en la bondad de sus
consuelos.
¿Quién de los que le escucharon en la tribuna ha
olvidado la elocuencia de su palabra inspirada? La elevación
genial de su pensamiento, revestido de brillantes imágenes,
brotaba de sus labios con el ímpetu de la cascada que se
despeña y corre entre copos de irisada espuma; imprecaba
Moisés, estallaba Isaías, cantaba David… y el auditorio, por
asociación de ideas y recuerdos evocaba a Bossuet y
Lacordaine, a Monsanbré y a Didón.
Pasó a la gloria. Ahí está el bronce que ha de
eternizar el recuerdo del hijo ilustre de Cochabamba. Ahí
está el bronce sagrado inmortalizando una de las
personalidades grandes que pueden contemplar las
generaciones venideras.
¡Gloria inmaculada, serena y fúlgida! Trasparente
como el cristal, límpida como la conciencia pura. Ni una
mancha, ni una sombra que eclipse el brillo del astro, en la
paz bienaventurada de su augusta serenidad.
¡Varón excelso!, ya que la muerte selló tus labios de
orador y poeta, ya que no puedes dejar escuchar tu voz para
agradecer al pueblo, a quien tanto amaste, desde la misión
de los justos, donde moras, extiende tu mano y bendice y
sea para él la bendición como para ti, la inmortalidad.
1922 DISCURSO EN ROMA
nvitado para tomar parte en el acto de clausura de este
congreso por su santidad el pontífice reinante, vengo a
dar, como vosotros, público testimonio de mi sentir,
fortalecido por mis convicciones filosóficas, por mis
creencias religiosas y los sentimientos de mi corazón, donde
mantengo incólume la fe de mis mayores: luz de mi
pensamiento, fuente inagotable de mis consuelos y
esperanzas.
Vengo a rendir el homenaje debido al Ser Supremo,
con un acto de adoración que no dejará de serlo por la
pequeñez de quien lo tributa, ya que a la Bondad Infinita
plugo permitir que la hoja, perdida en la inmensidad del
bosque, que la gota de agua, confundida en los senos
insondables del océano, publiquen su grandeza, cantando
sus glorias. Con mayor razón al hombre le está concedido
hacerlo, tomando parte en el concierto de los mundos,
uniendo su voz al coro de alabanzas y bendiciones de los
ángeles, de los astros, de las fuentes y de las flores. Pero,
mi voz jamás llegará a reproducir las notas armoniosas del
himno gigantesco, ni mi inteligencia alcanzará a remontar
su vuelo a las elevadas cumbres de la meditación de las
cuales se columbra y aclara la soberana visión del Infinito.
Mi impotencia limita sus aspiraciones a pedir, repitiendo
las palabras del poeta: «Que mis pensamientos pobres y
vulgares sean verdaderas plegarias», férvida oración que al
brotar de los labios, canta en el salmo, palpita en la
lágrima, se prosterna en la adoración.
De las páginas del Evangelio surge la imagen de
Jesús rodeada de los resplandores de su divinidad, como el
sol bajo el azul del cielo; entre los reflejos del nácar y los
incendios de la púrpura, surge y se levanta dominando el
282
283
CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DEL VIGESIMOSEXTO
CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
tiempo, la eternidad y el espacio, para enseñorearse en las
cimas del pensamiento y en los abismos del corazón.
Simbolizado por los patriarcas, anunciado por los
profetas, nace del seno virginal de María, en el portal de
Belén, donde acuden los pastores advertidos por los ángeles
y también los reyes, con la ofrenda del oro para el monarca,
de la mirra para el hombre y del incienso para Dios. Y sobre
la riza del establo, bajo la lumbre de la estrella misteriosa,
al través de la fragilidad humana, del niño que sonríe y
llora, brilla la soberana majestad de la omnipotencia.
Disputando en el templo con los doctores de la ley,
predicando su doctrina en las orillas del lago, en las faldas y
en la cima de la montaña, esparciendo la semilla fecunda de
sus enseñanzas, fijando las bases definitivas sobre las que
debía asentarse la sociedad moderna, resucitando a Lázaro,
perdonando a la adultera, dando vista a los ciegos y
movimiento a los paralíticos; trasfigurado en la labor,
gimiente en el huerto de los olivos de Getsemaní, muerto
en la cruz, ascendido a los cielos, sentado a la diestra del
Padre, Cristo es Dios. Si no lo fuera, preciso sería concluir
con la afirmación negativa de un filósofo: «Si Cristo no es
Dios, Dios no existe».
Pero, su divinidad nunca se manifestó con mayor
esplendor, como místicos y teólogos observan, que en la
última cena, celebrada con sus apóstoles cuando el fuego
que trajo del cielo, para inflamar la tierra, abrasó su
corazón en las llamas del amor hasta fundirlo en el misterio
blanco y resplandeciente de la hostia. Consagrada bajo los
místicos velos del sacramento, desapareció como el campo
de nieve, en la trasparencia de la onda, como el oro de las
espigas, en la blancura del pan, para que su humanidad y
divinidad perdurasen sobre el viril de la custodia.
Ahí está la victima de las propiciaciones y del amor
cuya magnitud llegó, según la expresión «casi sacrílega» y
sublime de san Agustín, a limitar su omnipotencia misma,
incapacitada ya para siempre de mayores desprendimientos
ni de más altas demostraciones de aquel poder
incomprensiblemente aniquilado por virtud y eficacia del
amor. Ante el Infinito, plega la inteligencia sus alas
abatidas por su grandeza para reconcentrarse en el
recogimiento de la adoración.
Guiados por la razón y la fe, nos elevamos hasta el
dogma para aceptarlo. La inteligencia, como se ha dicho, se
detiene en las puertas del santuario. Cabe decir: en la
demostración racional de los sólidos fundamentos sobre los
que la fe reposa, traspuestos sus dinteles, ella se encarga de
introducirnos al sagrado recinto, para procurarnos la más
clara visión del misterio.
Pero, ¿qué es la fe? La observación se encarga de
manifestarnos su naturaleza, revelándola como una
verdadera potencia del alma, tan clara, tan real y tan
legítima como la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad,
sean cuales fueren por cierto sus orientaciones. De suerte
que, si es justo afirmar que el hombre es un ser racional, no
lo será menos, so presentir que también lo es creyente, y tal
vez más que pensante, según las sabias e irrefutables
demostraciones del célebre sociólogo Gustavo Lebón.
Deplorando la indiferencia religiosa, dijo el poeta:
«Está lejos, muy lejos la mística orilla de la que el barco se
aleja». Evidentemente, en el fervor de los pasados siglos se
ha mitigado; pero, de esto a afirmar que los progresos de la
ciencia han concluido con ella, no es exacto. La razón, la
verdad, la justicia, como todos los principios
fundamentales, son inconmovibles y han de perdurar a
través de los tiempos. Las apreciaciones de los hombres
varían, como se suceden las olas del mar, sin que sus ondas
se alteren. Unos a otros se sustituyen los sistemas
filosóficos y las escuelas literarias; no por eso cambian ni se
modifican la verdad ni la belleza.
Pretender destruir la fe, bajo la promesa de
remplazar las creencias con demostraciones científicas,
equivale a extinguir la llama de las más nobles energías
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285
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
humanas, para precipitar la inteligencia en las sombras de
la duda y los abismos de la desesperación, sin alcanzar a
colmar sus aspiraciones.
La inteligencia no se detiene satisfecha ante las
demostraciones experimentales; tiene hambre y sed de algo
más que la verdad expuesta y comprobada, incapaz por sí
sola de llenar los vacíos misteriosos e insondables del alma
porque, diremos con Pascal: «El corazón, tiene razones que
la razón no comprende». Sí, no las comprende; pero, sabe
que aspira a la eterna posesión del Infinito.
Nosotros creemos porque tenemos necesidad de
creer; pero, no con la fe que admite sin examen sus
fundamentos, sino más bien conducidos a ella por las luces
de la razón que las acepta y aprueba. Hace veinte siglos que
la humanidad analiza y debate el dogma eucarístico y hace
veinte siglos, que se prosterna ante el misterio y adora a
Jesús sacramentado.
Creemos y amamos nuestra fe, aprendida de los
labios de nuestros padres en el regazo materno bajo la dulce
y santa paz de nuestros hogares cristianos: la fe que para
nosotros significa luz y esperanza, refugio y consuelo, en
las tormentas de la vida; la fe que con tanta propiedad ha
sido comparada a la estrella solitaria que guía al viajero
extraviado; la fe cuyo símbolo supremo es para nosotros la
Sagrada Forma donde vive Jesús aprisionado por les redes
del amor, exaltado a la santidad del sacramento, a la
sublimidad inefable de lo infinito y al esplendor de la
gloria, ¡toda luz, todo amor, todo fuego!
286
Flor de Granado y Granado
1922 DISCURSO
EN LA FIESTA DEL MAESTRO
a escuela es la prolongación del hogar; el maestro, el
continuador de los cuidados paternales que extiende
sus alas cariñosas sobre el hijo para proseguir la
educación iniciada en la niñez, bajo una nueva
forma, pero siempre bajo la sombra protectora de los
afectos que avivan y mantienen el calor del nido.
El maestro, como el artista enamorado del mármol,
comienza su obra creadora de labor cotidiana y paciente:
desbasta y esculpe, modela sus formas, perfila sus líneas,
bruñe y suaviza sus contornos, hasta conseguir que surja la
personalidad definitiva del hombre.
¡Glorioso y modesto obrero!, con cuánta propiedad
ha sido comparado al soldado anónimo que gana la batalla.
Como la suya, su figura pasa inadvertida, pobre y borrosa,
entre la multitud indiferente que no se detiene para
inclinarse ante ella.
Rendido por la lucha, cae en el campo seguro de
que, sobre su tumba, no se elevará un monumento, ni acaso
una leyenda, que recuerde sus servicios ni su nombre.
Mas esto no es justo, ni adecuado, ni razonable. La
consagración de un día del año, para honrar al maestro, es
un paso dado en el terreno de las reparaciones debidas. A
ello propendemos ahora, para levantar en alto la dignidad
de su carrera profesional, ya que sus funciones son de un
orden superior y trascendental. Proclamemos los derechos
del maestro, aboguemos por ellos a fin de rodearlo de
respetos y consideraciones; pidamos que procúresele una
retribución que responda a las necesidades de la vida y le
asegure la tranquilidad de un retiro sin miserias,
persuadidos de que, mientras estas condiciones no sean una
realidad, no podremos exigir que nuestros catedráticos sean
verdaderos eruditos, como lo son los de aquellos centros
287
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
donde el estímulo, procurando la competencia, acaba por
formar al sabio.
Pero, si es justo reclamar sus derechos, justo es
también exigir de ellos el severo cumplimiento de sus
deberes, advirtiéndoles que su profesión constituye un
verdadero sacerdocio, que ha de ser desempeñado con la
más alta probidad y preparación posible, atentas las
gravísimas responsabilidades que comprometen su
conciencia ante Dios y la sociedad.
Los padres de familia han depositado en sus manos
el valioso tesoro del corazón y la inteligencia de sus hijos y
¡ay! del maestro cuya moralidad y cuya labor no
correspondan a la noble misión de formar la sociedad,
encausando su marcha hacia las orientaciones que
conducen a la posesión de la verdad y a la práctica del
derecho, del bien y la justicia.
¡Honor y gloria al artífice de las almas y al obrero
del pensamiento!
viajeros. Y al contemplar que se alejan de la orilla, radiantes
de gozo, trémulos de emoción, acariciados por la frescura
de la brisa, bajo los rayos de un sol naciente, sentimos subir
al corazón la onda tibia de las grandes simpatías y de los
afectos profundos, para decirles con ellos: sed felices, sed
dichosos.
La felicidad —ningún concepto más complejo y
relativo que el suyo— ¿será posible alcanzarla en nuestro
paso por este valle de lágrimas, donde la lucha es la
condición indispensable de la vida y donde vivir es sufrir?
Todos acudimos presurosos a beber las aguas cristalinas de
su mágica fuente. Mas se ha observado que lo hacemos
siempre en un vaso roto: al aproximarlo a los labios, se ha
escurrido su última gota. Eso es cierto; pero, existe siempre
una felicidad relativa y posible: la tranquilidad de la
conciencia honrada, la satisfacción del deber cumplido.
Sed felices, sed dichosos. Sedlo, tanto como lo
permitan las limitaciones de la naturaleza, que son las que
enturbian las claras fuentes de la vida, removiendo su
légamo salobre. La sed se aproxima a la fuente, la razón a la
verdad, el ideal a la belleza y el corazón del hombre a la
mujer. Sí, se aproxima a ella para transfigurarse por el
amor, compartir sus alegrías, endulzar sus amarguras,
completar su existencia trunca, fecundar su vida estéril,
porque la mujer buena es corona de gloria, rayo de luz,
lumbre de esperanza. Hija, esposa o madre, es la bondad, la
abnegación, el sacrificio. La mujer es el amor y el amor es
la vida.
Doctor Siles, habéis descubierto la brillante estrella
de una constelación, habéis extraído el oro virgen de la
montaña y una de las más hermosas perlas del mar.
Señores, brindemos esta copa porque la felicidad sea para
ellos una hermosa realidad.
1923 DISCURSO
EN UN BANQUETE OFRECIDO AL DOCTOR HERNANDO
SILES REYES
sistimos, señores, a una partida: hemos venido a
despedir al amigo que se embarca en el proceloso
mar de la vida, con rumbo a la felicidad. Lo espera
en el barco, cubierta de blancos velos, coronada de
mirtos y de azahares su joven prometida. Allí está con la
gracia y la dulzura de su habitual modestia, iluminada por
el resplandor de sus virtudes, que son las más preciosas
joyas de su nupcial corona.
Sereno está el cielo y azules las hondas. En los
confines del horizonte se diseñan las formas vaporosas y
gráciles de la mágica diosa de los ensueños juveniles: la
felicidad, en pos de la cual, han de partir nuestros jóvenes
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
os centros intelectuales, cumpliendo el grato deber
de asociarse a los festejos, se han dignado
dispensarme la honra inmerecida de su delegación,
para expresar su pensamiento, henchido de
profundos e inefables sentimientos, y dejar escuchar su
palabra, cálida y vibrante. Pensamiento y verbo, luz y
armonía; irradiaciones de la mente, estremecimientos del
alma, latidos del corazón…
Pero, ¿dónde encontrar al poeta digno de esta
empresa? Recorrí mi huerto para buscarlo, y encontré
marchitas sus flores, calladas sus aves y sus fuentes, el
follaje mustio, mi alma aterida y mi corazón sangrante.
Si en cualquier parte la coronación de un poeta
constituye un acontecimiento extraordinario, digno de
celebrarse con el mayor esplendor posible, entre nosotros,
reviste mayores proporciones, atenta la circunstancia de ser
la primera vez que se realiza, para exaltar los
merecimientos del ingenio, con el supremo realce de la
gloria.
Es ella la que hoy, enalteciendo a la mujer, ciñe con
las ramas del laurel simbólico la frente pensadora de un
espíritu superior, dotado de la visión beatífica de la belleza,
del excelso son de la poesía, cifra y compendio de todas las
artes, suprema floración y armonía del corazón y del
pensamiento.
No ha mucho, antes del benéfico cambio de las
corrientes del criterio, en este orden de apreciaciones, la
mujer, entre nosotros, estaba consagrada por completo a las
labores domésticas del hogar; impedida por la limitación de
su cultura, la tradición y las costumbres, para toda
actividad científica o literaria, no osaba salir de la mansa
servidumbre y la apacible reclusión de la casa. Bajo este
ambiente, surgió nuestra poetisa, cediendo al poderoso
impulso de una fuerza superior a su voluntad y al medio.
Crujían sin duda las ramas, se desgajaban y caían; pero el
ave cantaba y era preciso escucharla. Cantaba y era tan
hermosa su voz, que el bosque se estremecía de placer, se
columpiaban las flores y las mariposas, en el blando regazo
de las auroras perfumadas de la brisa.
Soledad era el seudónimo de la alondra. Era una
rosa de aquellas que, por los azares de la casualidad, nace
en el páramo, agobiada por los cardos del contorno y las
malezas del yermo. Soledad del alma, silencio de la vida,
mutismo de las cosas, indiferencia de los seres, hostilidad
del medio. Soledad, inspirada alondra: ¡Canta, canta!
Los tiempos pasan; el mérito se impone y la fama
vuela. La crisálida rompió su capullo y revestida de
brillantes alas, Adela Zamudio ostentó el poder de su
talento poético y las regias galas de su inspiración fecunda.
Su coronación no sólo importa un acto de justicia,
discernido al mérito, sino la debida elevación de la mujer al
rango que por derecho le corresponde. La dulce compañera
del hombre, la que comparte con él, soportando con más
valor y resignación los sufrimientos de la vida, es también
acreedora a sus triunfos y glorificaciones.
Bolivia corona por primera vez a un poeta y este
poeta es una dama, cuyo renombre ha conseguido alcanzar
resonancias enaltecedoras para su patria. Es por eso que el
excelentísimo señor presidente de la república, acompañado
de los altos dignatarios de Estado, se ha trasladado de la
sede del gobierno, para tributar personalmente este altísimo
homenaje nacional a nuestra insigne poetisa, una mujer
sensible que ha dedicado su vida al arte y a la promoción de
la cultura. Y ella misma una poetisa de calidades muy
excelsas, muy altas.
Pueblo, honra y ama al poeta; ámalo porque con sus
manos desgarradas, heridas por los espinos del camino,
recoge la dorada espiga y amasa el pan; porque con sus pies
sangrantes desciende a las profundas cisternas en pos del
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1926 DISCURSO
EN LA CORONACIÓN DE LA POETISA ADELA ZAMUDIO
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
agua con que escancia el ánfora; ámalo porque así sacia tu
hambre de belleza y apacigua tu sed de ideal. Ámalo porque
sus cantos mitigan tus dolores. Ámalo porque te aparta de
la dura realidad de las cosas, de las miserias de la vida, que
atormentan tu pensamiento y estrujan tu corazón; ámalo
porque con sus alas te remontas a las altas cumbres para
espaciar tus miradas, en la luminosa extensión del infinito.
serlo, la suprema razón, en los tiempos antiguos y
modernos.
El fuerte domina al débil, que se le rinde impotente;
los pueblos inermes son la víctima paciente de la tiranía
armada de los fuertes; el ciudadano desprovisto de recursos
es el ludibrio del que dispone de ellos.
Pero, ¿dónde encontrar la fuerza? El concepto
moderno nos indica: en la riqueza. Y es preciso crearla y
adquirirla en la fuente del progreso. Cabe ensalzar, con
épico acento, el poder de la inteligencia, el triunfo de la
constancia y el valor del esfuerzo. Habría que concertar los
sones del martillo que doblega, sobre el yunque, la
resistencia del hierro, del barreno que perfora la roca, del
hacha que desgaja y troncha, de la garlopa que desbasta y
del vapor que pita. La cascada que precipitada desde las
altas cimas, sus ondas espumosas y rugientes, con la salvaje
libertad de la montaña, ha sido encauzada para transformar
su fuerza en la corriente que impulsa el carro, con
velocidad vertiginosa, y en la luz que brilla en la oscuridad
de la noche, con resplandores de sol.
Grande fue la obra de nuestros padres, que a costa
de cruentos sacrificios, nos legaron una patria libre e
independiente; pero esta obra, a pesar de su trascendental
importancia, con su magnitud asombrosa, quedó hasta
cierto punto incompleta, porque la libertad, para ser
efectiva, debe estar apoyada y garantizada por la fuerza, y la
fuerza, ya sabéis señores, que en otros términos se llama
riqueza. Hoy más que nunca hay que explorar y establecer
nuevas formas de crear riqueza para la sociedad.
Ése es, hoy, el verdadero desafío de Bolivia: avanzar
hacia el futuro, y no recrearse en el pasado. El mundo es de
aquéllos que remontan los cursos de agua hasta sus
mismísimas fuentes y no de aquéllos que se dejan arrastrar
por la corriente.
1926 DISCURSO PATRIÓTICO
LIBERTAD Y RIQUEZA
uestro proceso histórico manifiesta que la libertad
aún no ha descendido de su alto solio para
encarnarse en la realidad de la vida, como el astro
que brilla en las lejanías del cielo, sin dejarnos
sentir el calor de sus rayos.
¿Hemos alcanzado la libertad que nos propusimos o
no hemos hecho otra cosa que desmejorar nuestra
situación? ¿Podemos sostener honradamente que la
libertad, reconocida y proclamada por la Constitución
Política del Estado, se traduce en la realidad de los hechos?
¿Qué responde la conciencia en su fuera interno?
La libertad para nosotros es apenas el don temporal
recibido de la rectitud de los pocos gobiernos respetuosos
que algunas veces pasan por el escenario histórico,
honrando la administración de su periodo. Brilla, como
aquellos rayos de sol que, en los días brumosos, suelen
rasgar momentáneamente la nube, para eclipsarse luego en
la espesura de su sombra. Ella aún no ha llegado a
encarnarse en la conciencia nacional: no es la célula de los
tejidos que constituyen nuestra carne; no es la medula de
nuestros huesos; no es el aliento viril de nuestro espíritu;
todavía no es más que, diré con un ilustre pensador,
«acento académico o eco callejero».
La libertad no llega a ser efectiva sino cuando está
garantizada por la fuerza, y la fuerza es, aunque no debiera
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
1927 DISCURSO
Flor de Granado y Granado
1928 DISCURSO
EN HOMENAJE AL DOCTOR WILLIAM MILLER COLLIER
EN LA CREACIÓN DE LA BIBLIOTECA BOLIVIANA
onrado con la representación del Supremo
Gobierno, me cabe la complacencia de daros su
bienvenida, celebrando vuestro feliz arribo a esta
ciudad, que os reconoce por su huésped ilustre.
Sensible que vuestra permanencia en esta oportunidad sea
breve, tanto que no nos permite ofreceros las
manifestaciones debidas al ilustre embajador de uno de los
estados más poderosos del mundo, el que en su patria
dirigió una de sus universidades y el que representó a su
gobierno en calidad de ministro plenipotenciario acreditado
ante la corona de España.
Bienvenido seáis a este país que aprecia al vuestro
con la admiración que produce la fuerza trasformada en
grandeza, la elevación en poderío, la magnitud en asombro.
Vuestra visita a Bolivia importa su mayor aproximación a
los Estados Unidos de Norteamérica, con la que mantiene
cordiales relaciones, promovidas por el intercambio
intelectual que se inicia y el comercial que está establecido.
Al alejaros de mi patria, llevad las impresiones de simpatía
que habéis recibido en los distintos centros de la República;
que los rumores y los ecos de vuestra peregrinación
perduren en vuestra memoria, con el recuerdo de los
nuevos horizontes y de los países de esta sección de la
América Meridional que acabáis de recorrer y de la que me
habéis comunicado vuestras impresiones.
Señores, agradeciendo la benevolencia con que os
habéis dignado concurrir a mi invitación, os suplico
brindéis conmigo esta copa, por la ventura personal del
excelentísimo señor embajador que nos honra con su
presencia.
gradezco profundamente la manifestación que os
dignáis ofrecerme de parte de la casa editora de los
señores Flores y San Román, con motivo de haberse
aprobado, por el Supremo Gobierno, su propuesta
para la edición de la Biblioteca Boliviana.
El pensamiento, como acabáis de indicarlo, nacido
de la iniciativa fecunda del honorable senador por el
departamento de Chuquisaca doctor don Hernando Siles,
quien presentó el proyecto a la Convención reunida el año
1920.
Los grandes pensamientos, las sugestiones que
responden a satisfacer las necesidades sentidas, son
semejantes a la simiente depositada en el surco:
permanecen en él, hasta ponerse en contacto con los
elementos necesarios para su desarrollo, y tocados por el
rayo de sol, germinan con la exuberancia de la vida
aprisionada que rompe sus envolturas para la ostentación
de su fuerza.
La obra de nuestros escritores nacionales se
encuentra dispersa en diarios y revistas de existencia
efímera, de suerte que puede asegurarse que ella subsista.
El pensamiento de reunir esas hojas sueltas, perdidas en los
anaqueles empolvados de algún bibliófilo, importa una
verdadera creación.
Contrista y abruma el espíritu considerar que se
encienda la luz para que se apague en el vacío, que se
produzca la armonía para que expire en el silencio. Era,
pues, preciso organizar la biblioteca para impulsar la
cultura nacional y su manifestación en el extranjero a fin
de no sufrir el bochorno consiguiente a las arenosas
absolutas. Es por esto que hoy, el autor de la feliz iniciativa
ha tenido la satisfacción de coronarla gloriosamente,
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
expidiendo la resolución suprema que aprueba la propuesta
de los señores Flores y San Román, que vinculan el nombre
de su prestigiosa casa, a una obra cuyo recuerdo ha de
perdurar en la memoria agradecida de las generaciones
futuras. En ella, sólo me ha cabido la honra de prestarle el
apoyo de mi modesta colaboración, acogiéndola con el
entusiasmo de que era digna.
En esta oportunidad aludís, señores, a mi labor
literaria y me ofrecéis las consideraciones del aprecio
dispensada a ella por el selecto grupo de intelectuales que se
han dignado congregarse en honor mío. Me sorprende y
anonada esta noble y generosa actitud. Nunca me creí
acreedor a la demostración que recibo: ningún antecedente
me autorizaba a esperarla. Mi labor en el Ministerio de
Instrucción ha sido inapreciable a falta de competencia y
sólo he podido ofrecer al país el contingente de mi buena
voluntad y la rectitud de mis propósitos, para corresponder
a la confianza con que se digna honrarme el excelentísimo
señor presidente de la república. Por otra parte, mi obra
literaria es pobre: apenas he podido cultivar mis aficiones
en ese orden.
Al recibir esta demostración de aprecio que me
enaltece, no debo tomarla como la consagración de
merecimientos que no existen, sino como la noble
expresión del estímulo que conforta el espíritu y alienta la
voluntad para proseguir la carrera. Comprendéis la
necesidad del impulso y la recompensa, lo funesto de la
indiferencia y del olvido. Lo primero levanta y ennoblece;
lo segundo abate y destruye.
Hay pensadores que meditan irradiando luz y
poetas que cantan como las aves en la soledad de la selva;
sus luces se apagan y sus notas expiran sin eco. Éste es un
solo paso, que como máximo se va a ralentizar un poco. La
vida con el vigoroso florecimiento de todas sus energías; la
muerte con el silencio de la cesación de todos los rumores.
Vosotros os detenéis a la vera del camino, para
reflexionar con el que piensa y para escuchar las armonías
del que canta; por eso, siempre tendréis a vuestro lado
poetas y pensadores.
No me quejo de mi tierra, donde siempre he
recibido homenajes que no los merecía; me refiero a otros
centros y a otros hombres, donde la indiferencia extingue el
canto en preludio, y en flor, el pensamiento naciente para
que la nivelación aplanadora establezca la mediocridad.
Señores, os invito a brindar esta copa por el autor
de la iniciativa de la creación de la Biblioteca Boliviana, y a
sus distinguidos colaboradores, los señores Flores y San
Román, a quienes, como a todos vosotros, vuelvo a
agradecer este significativo agasajo.
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1928 ENSAYOS LITERARIOS
CRIMEN Y CASTIGO
s el título de la célebre novela del ilustre escritor
ruso Fedoro Dostoyewski. Su denominación
corresponde exactamente al sombrío drama
desarrollado en sus páginas, impresionantes y
dolorosas.
Los conceptos de crimen y castigo son correlativos;
existen entre ellos las forzosas relaciones que vinculan la
causa con el efecto, el antecedente con la consecuencia
lógica, inflexible, inmutable.
Raskolnikof comete un doble asesinato: victima a la
prestamista Alena Ivanovna y a Isabel, hermana menor de
ésta. No importa que los actos delictuosos se hayan
consumado bajo el influjo de las sugestiones morbosas de
un cerebro desequilibrado; los hechos, por muchas y
atendibles que sean sus circunstancias atenuantes, son
punibles y reclaman la expiación consiguiente,
proporcionada a la magnitud del delito.
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Sobre este eje gira la acción y se desarrolla el drama,
bajo el cielo nebuloso de San Petersburgo, en medio de una
atmósfera saturada de humo de tabaco y vahos de
aguardiente. Sus personajes se mueven en boardillas
infectas, privadas de luz y de sol; parecen reptiles que se
arrastran en la humedad de sus escondrijos. Los muebles
desvencijados por el uso gimen, los harapos se quejan, la
miseria, por todas partes, la horrible miseria, solloza,
protesta y se retuerce entre los gritos del dolor y las
convulsiones de la desesperación.
Raskolnikof, protagonista del drama, sirve a su
autor para hacer el admirable estudio psicológico de uno de
los criminales de Lombroso.
Es el caso de un joven enfermo, sobreexcitado por
las privaciones de la pobreza, ávido de satisfacer sus
necesidades y las de su familia, compuesta de su madre y de
su hermana Advotia Romanovna. Se ve obligado a
abandonar sus estudios jurídicos y llega a persuadirse de
que es lícito suprimir todo lo que constituye un obstáculo
en los caminos de la vida. Piensa que Napoleón, para
realizar sus conquistas, ha segado muchas existencias y que
por ello ningún tribunal le ha condenado a castigo alguno.
Él ¿por qué no había de victimar a una anciana
cuya vida era no sólo estéril sino perjudicial?…
Se condena a los impotentes, a los vencidos, al paso
que se aclama y corona el esfuerzo victorioso de las
voluntades enérgicas, sea cual fuere la moralidad de sus
actos. Partiendo de este falso concepto, siente la obsesión
del crimen, que lucha con las resistencias de su naturaleza
bondadosa y de su inteligencia cultivada. Nada más
angustioso que esta lucha. En las sombras de su cerebro
enfermo luce a momentos un rayo de luz cuya claridad no
tarda en extinguirse, envuelta por la obscuridad que todo lo
borra y entenebrece. La fijeza del pensamiento en una sola
idea, como las miradas de un maníaco dirigidas a un sólo
punto, acabó por trastornar el equilibrio de sus facultades,
y presa su alma de vacilaciones, sobresaltos, incertidumbre
y duda, penetra en las brumas del delirio. Sufre antes de
cometer el crimen y sufre, después, mucho más.
El dolor excesivo, como los licores fuertes, perturba
la razón. El joven apuró hasta sus heces la copa del trágico
elíxir y se puso ebrio, borracho, esta es la palabra gráfica
con que se pudiera manifestar el estado lamentable de su
espíritu conturbado.
Por último, denuncia él mismo sus delitos. Mató
por robar; pero, no robó; esto es, no dispuso, en beneficio
suyo, los objetos sustraídos. Mató por matar y nada más.
Al lado de este drama y relacionándose con él, se
desenvuelve el de la familia de Marmeladof, dipsómano
incurable, esposo de Catalina Ivanovna. Sonia, hija del
primer matrimonio, del citado personaje, para procurar el
sustento a sus padres y hermanos se ve obligada, por las
circunstancias, a tomar el billete amarillo.
Pálida, delgada, graciosa y buena, hace la impresión
de un rayo de luz disuelto en el fango… Raskolnikof había
costeado, sin otro móvil que el de hacer el bien, los
funerales del padre de la joven, quien tenía este motivo de
gratitud para él.
Son de una belleza conmovedora las páginas que
contienen la descripción de la noche aquella en que el
asesino ávido de expansión, revela, a la joven, trémulo y
desvanecido, su crimen.
A la luz mortecina de una vela que parpadeaba, en
un mal candelero de bronce, nace el amor, mudo, intenso,
grandioso. No hay palabras, miradas intencionadas ni
sonrisas; sólo se perciben los temblores de la piedad, las
efusiones silenciosas del sentimiento, las lágrimas de la
conmiseración. Hay un momento en que el joven se postra
a los pies de la prostituta; pero no es ante ella, como lo
declara, sino ante el sufrimiento humano, simbolizado en
esa criatura, por esa víctima de las crueldades de su suerte.
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
¿Por qué Sonia es simpática? ¿Puede una ramera
serlo?… En el presente caso creo que sí; y me fundo para
afirmarlo en las observaciones que acerca del concepto de lo
bello hace el inteligente crítico don Manuel de La Revilla,
quien afirma, como no podía menos que hacerlo, que la
belleza es siempre relativa (se entiende preterición hecha de
la absoluta) por encontrarse, en la naturaleza,
constantemente limitada por lo feo. Un objeto es hermoso
cuando el elemento negativo, lo feo, es menor que el
positivo, lo bello. Ahora bien, en el caso concreto, los
elementos simpáticos en la naturaleza de Sonia son
muchos, y mayores que los repulsivos, reducidos a uno
solo: la prostitución que, en tratándose de Sonia, pierde
gran parte de su carácter abominable y odioso, porque ella
obedece no a la perversión del alma, que conserva su
virginidad, sino más bien al generoso propósito de procurar
el sustento a una familia torturada por el hambre. Algo
más: el sacrificio de la carne, la inmolación de la víctima,
constituyen, más bien, un elemento estético, que revela la
belleza moral de la mártir.
Hay martirios puros, hay martirios santos, aquellos
cuya aureola puede brillar a la luz del día, bajo los rayos del
sol meridiano; pero hay otros vergonzosos que tienen que
excusarse de las miradas del público, y éstos, tal vez por la
misma circunstancia, tienen un doble mérito.
Apelo al testimonio de las mujeres honradas; ellas
me dirán que están dispuestas a sufrir todos los tormentos
imaginables antes que consentir sea empañado el cristal de
su pureza. Esto manifiesta la magnitud del sacrificio y por
consiguiente su mérito inmenso y su belleza singular. Pero,
se dirá: ¿por qué no buscar el sustento en el trabajo
honrado? ¿El fin acaso puede justificar los medios? Ya lo
sé; así es; pero, trabajar supone la condición de tener los
elementos necesarios para hacerlo: instrucción, técnica,
aptitudes, capital, etcétera, etcétera, recursos que no cabe
suponer se encontrasen al alcance de una pobre muchacha,
no diré educada, sino crecida bajo las impresiones de los
cintarazos de su madrastra y los hipos alcohólicos de su
padre… Con lo dicho no pretendo, en manera alguna,
justificar la prostitución; no hay disculpa que la haga
tolerable, dentro de los preceptos de la moral, ni accidente
alguno que pueda transformarla en elemento estético. Lo
malo en sí y por sí mismo, como observa el citado crítico,
es deforme, porque implica perturbación, trastorno y no
puede ser bello; pero, aquí surge la observación: ¿por qué
Sonia es simpática?… Porque su belleza no proviene de la
corrupción de la carne sino de las prendas morales que
adornan su espíritu. Por eso decía yo, al hablar de Sonia,
que ella hace la impresión de un rayo de luz, que aun desde
el fango irradia su claridad. Fango es la mísera carne
vendida; luz, y hermosa luz, es la bondad inagotable, la
fidelidad ejemplar, la rectitud asombrosa de su alma tan
buena como atribulada, tan digna después de su
regeneración, como paciente durante su martirio. Ella
acepta el oprobio por asegurar el sustento a su familia, ella
aconseja al joven que ama que denuncie su crimen y lo
expíe con valor; ella, por último, le acompaña a Siberia y
participa moralmente con él, las torturas de la prisión, las
humillaciones de la cadena… Su falta, atenuada por tantas
circunstancias, se destaca en el fondo del cuadro sólo como
un punto borroso, como sombra tenue que se desvanece y
esfuma entre rayos de luz.
Reanudando el relato: muerto Marmeladof, su
esposa Catalina acaba por perder completamente el juicio.
Expulsada de la casa que ocupaba, por falta del pago de
alquileres y otros disgustos habidos con la propietaria, se
propone mantener a sus hijos implorando la caridad
pública. Es trágico el aspecto de aquel grupo de figuras
escuálidas presidido por la loca que canta y obliga a bailar a
sus pequeñuelos llamando la atención pública, en las calles,
a fin de obtener unos mendrugos de pan.
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
¡Pobre loca! Canta y tose; la tisis devora sus
pulmones, el hambre le produce calambres. Nunca es más
sombrío y aterrante el sufrimiento que cuando estalla en
carcajadas.
Fuera de los protagonistas del drama hay otros
personajes que sólo descubren sus siluetas; pero, no por
éste son menos interesantes ni dejan de revelar la potencia
creadora del gran poeta trágico a cuyo conjuro surgen
animados de vida inmortal.
El autor no ha querido finalizar su obra con ningún
desenlace, Raskolnikof queda en el presidio de Siberia
cerca del cual se instala Sonia para velar por él. Se
comprende que la expiación purificará al delincuente,
regenerándole, y que ambos proseguirán el camino de la
vida, sea siempre con rumbo a los desiertos helados o tal
vez hacia el hermoso valle de Cachemira…
El conjunto de la obra pertenece a ese género
literario, tan propiamente denominado por Leopoldo Alas,
«lo bello doloroso». Sí, es lo bello doloroso, y tanto que,
produce la penosa impresión de una pesadilla prolongada,
de aquellas angustiosas cuyo recuerdo no deja de
amedrentar por mucho que se haya desvanecido ya la
ficción del ensueño.
La belleza de la obra no es de aquellas que se debe a
su exhortación retórica; ella no existe —me refiero a la
versión española— la belleza, decía, resulta del mérito real
de sus personajes que, como el oro virgen, pesan y valen sin
que el artista se haya esmerado en los primores de la forma.
Crimen y castigo es una flor siberiana, trágica como
el alma de su autor, triste como la desolación de las estepas
heladas, sombría como su brumoso cielo.
EL AMOR DE LOS AMORES
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u lectura deja profundas impresiones en el ánimo
atento a los ideales que la informan, a los problemas
que entraña y al deleite que procuran los primores de
su forma ática, galana, exquisitamente correcta.
La personalidad literaria de su autor es singular,
única tal vez en nuestros días. Descendiente de los grandes
escritores que ilustraron el siglo de oro de las letras
castellanas, ostenta como ellos su noble y característico
sello, de elevación en el pensamiento, de bondad en el
corazón, de belleza clásica en la forma. Para escribir sus
libros ha descolgado, de su espetera, la péñola que
Cervantes dejó consagrada por su genio y sin profanarla
traza con ella páginas dignas de figurar, en mi concepto,
sin desdoro y menoscabo alguno, al lado de las que nos
dejaron fray Luis de León y de Granada, la doctora de Avila
y san Juan de la Cruz, dechados inmortales cuyas
excelencias ha conseguido asimilárselas, al extremo de
hacerlas suyas, tan suyas como propias. De aquí la pureza
irreprochable de su estilo, la propiedad de su frase, la
elegancia de sus giros castizos y armoniosos. De aquí el
grato aroma de flores secas, conservadas en arcas preciosas
de sándalo y cedro; de aquí su acendrada ortodoxia, su
ardentísima fe, su mística unción.
Empieza el novelista, en el primer capítulo de su
obra, por dar cuenta de los personajes que han de intervenir
en ella. Me parece innecesaria, y aun perjudicial, esa
información previa. ¿Para qué esbozar siluetas cuando ha
de pintarse de cuerpo entero? ¿Para qué disminuir el
interés que despierta lo ignorado cuando se tiene que
descorrer, en su debida oportunidad, el velo de los
misterios presentidos?… Esta circunstancia en otra novela,
que no fuese de Ricardo León, habría bastado para dejar
caer el libro de la manos del lector; pero, tal es la excelencia
de la obra, tanta la importancia de su forma clásica que
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
nada impide proseguir la lectura cuyo interés sube de punto
en el capítulo donde el poeta ensalza las glorias de Castilla,
cuna de héroes y de santos; tierra de landas yermas, de
rocas calcinadas, secas y polvorosas; pero, fecunda en
bellezas para sus hijos que saben descubrirlas en la
desolación de sus páramos, en el silencio de sus soledades,
en la eterna quietud de sus llanuras…
Felipe, hijo de Pelayo Crespo, muchos años ausente
de la casa paterna, se restituyó a ella, tan exhausto de
bienes como cargado de vicios. Faltando poco al término de
su jornada hizo la casualidad de que se encontrase con
Isabel, su hermana menor, acompañada de Tasarín,
simpático mozo, sirviente de Pelayo y, más tarde, esposo de
Isabel. Son rasgos de mano maestra los que describen la
caída de la tarde, el cansancio del viajero, el encuentro de
los dos hermanos, el espanto de la niña ante aquel hombre
híspido, de recia complexión, de fea catadura y repulsivo
aspecto… Pelayo Crespo, antiguo condiscípulo de don
Fernando Villalaz y Samaniego, vivía en un huerto
próximo al castillo de éste, su amigo y benefactor, quien,
así como cedió graciosamente las rentas de la referida
heredad a Pelayo, quiso también favorecer a su hijo,
nombrándole su secretario, no sin haber luchado, hasta
vencer la tenaz oposición de su esposa, la linda castellana
Juanita Flores de Villalaz.
Juanita, cuyo espíritu no se remontaba «más allá de
la altura de las plumas de su sombrero», según se refiere,
era incapaz de elevarse hasta la encumbrada cima del amor
de Dios y del prójimo, sentimientos por los cuales su esposo
don Fernando era capaz de todos los sacrificios
imaginables. Vanidosa y mundana, las riquezas, según su
criterio, no debían servir para otra cosa que no fuese realzar
las ostentaciones de su opulencia. Así recibió a Felipe con
sumo desagrado, tanto porque esto significaba erogación
cuanto porque le infundía repugnancia su desagradable
figura. Eran inútiles las exhortaciones de don Fernando
que le decía: «Haz el bien complaciéndote en él; hazlo como
la noria rechinando»… Poco tiempo después de su
matrimonio el señor de Villalaz, víctima de una amaurosis,
había cegado por completo. Semejante desgracia, lejos de
alterar el concierto de su carácter, sólo sirvió para
dulcificarlo, haciéndole más bondadoso, más paciente, más
resignado. La práctica constante del bien, el ejercicio
cotidiano de las virtudes cristianas, encendieron sobre su
cabeza cana, para iluminar las facciones de su rostro
exangüe, los rayos de la aureola de los santos.
Entretanto, se desarrollaba en torno suyo uno de
esos dramas pasionales en los que, invertido el orden
natural de las cosas, surgen los más extraños contrastes, las
más inexplicables aberraciones: un acto de valor de parte de
Felipe, basta para rendir las resistencias de la señora del
Castillo, y de las entrañas del odio nace un amor funesto,
ponzoñoso como el fruto de un árbol maldito. El caso no es
raro, y bien merece que Ricardo León no se limitase a
manifestarlo, describiendo sus consecuencias. Para dar más
importancia a la obra era necesario estudiar el proceso
psicológico de esa pasión; había que dividir ambos
corazones para revelar los secretos de sus más recónditos
repliegues.
Villalaz milagrosa y súbitamente recobra la vista; la
recobra para ver en las facciones del hijo que creía ser suyo
los rasgos repulsivos de la fisonomía de Felipe… Los
culpables huyen; y también don Fernando abandona el
Castillo, cediendo su propiedad, como la de todos los
bienes de su cuantiosa fortuna, para la fundación de un
convento y su distribución entre los pobres. Y aquí
empiezan las locuras de la Cruz de este nuevo caballero de
Cristo, inflamado por las llamas del amor divino, por las de
aquel sol que se ha introducido en su alma para derretirle el
corazón y las entrañas…
Cubierto de una larga túnica, ceñida por una cuerda
a la cintura, destocada la cabeza, descalzos los pies, bajo el
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Flor de Granado y Granado
nombre de Fermín de la Miseria, como en otros tiempos, el
de la Triste Figura, se lanza por esos campos de Dios en
busca de santas aventuras. ¡Qué semejanza la de los dos
caballeros!… Ambos pretenden establecer, sobre la faz de la
tierra, el imperio de la verdad, de la justicia y del bien;
ambos combaten por la gloria y los dos incomprendidos
provocan la hilaridad de los necios que se burlan de ellos, la
cólera de los malvados que los hieren, escarnecen y
vilipendian; y así bajo una lluvia de piedras, maltrechos y
peor heridos dan con sus miembros quebrantados en
fétidos calabozos y en jaulas de fieras. Es así como la
humanidad recompensa a estos locos sublimes, a estos
divinos soñadores por sus grandes hazañas, por sus
gloriosas empresas, por sus encumbrados ideales… Y la
augusta figura del Caballero de la Miseria, espiando faltas
ajenas, sufriendo las penurias del hambre y de la sed,
recorriendo poblados y desiertos, seco y enjuto de carnes,
inflamado por los rayos del amor de los amores, predicando
la caridad y amando a todos más que a sí mismo, evoca el
recuerdo de las virtudes excelsas del Pobrecillo de Asís, de
san Juan de Dios, de san Francisco Javier, del padre
Damián y otros egregios varones, modelos de perfección
cristiana y altísimas glorias de la humanidad.
Es dos veces milenario el problema de las locuras de
la Cruz. El interés que despierta su discusión no se agota
porque es de aquellos que emanan de las enseñanzas del
Evangelio a las que quiso Dios infundirles la inmortalidad
propia de su divino pensamiento. Considerémosle, siquiera
sea brevemente, ya que nuestro autor nos invita a ello con
el héroe de su novela.
Mártires de los circos y de las catacumbas,
moradores solitarios del desierto, austeros cenobitas,
heroicas hermanas de la Caridad, vírgenes enclaustradas,
misioneros de todas las órdenes religiosas, almas grandes,
almas justas, almas buenas, ¡reveladnos la fuerza
extraordinaria que os impulsa al sacrificio, la que templa
vuestros dolores, la que os hace deleitable el martirio!…
Vosotros para quienes la existencia es una lucha incesante,
la vida un sufrimiento continuo, la muerte el triunfo
supremo demostradnos la cordura de las locuras de la Cruz.
El excesivo desarrollo de una de las facultades
intelectuales causa la depresión de las demás y ocasiona,
inevitablemente, cierto grado de desequilibrio que no puede
menos que alterar su concierto. Lo propio sucede con las
grandes pasiones: la que predomina, al reconcentrar en sí
todas las energías del espíritu, destruye su armonía y
determina la anormalidad del sujeto. De ese predominio
puede decirse lo que de lo bello afirma un tratadista: «Lo
bello se transforma en lo Sublime cuando su grandeza
rompe la armonía de sus formas por no caber en ellas»…
Las grandes pasiones son grandes locuras; sí, locuras; pero
sublimes.
Si la palabra locura no fuera irreverente me
animaría a emplearla para calificar con ella el amor
inconcebible que determina la encarnación del Verbo y la
crucifixión de Jesús, incesantemente renovada sobre el ara
de los altares…
Aquél que de esta suerte extrema su amor, ¿no será
digno de todos los amores? Así lo han comprendido los
santos y los héroes del cristianismo sin excepción alguna. Y
bien vistas las cosas, ¿a qué se reducen esas locuras?… A
despojarse de los bienes propios para satisfacer las
necesidades ajenas; renunciar las comodidades, despreciar
los halagos de la fortuna; velar junto al lecho de los
enfermos, aliviar sus dolores, enjugar sus lágrimas;
perdonar las injurias; soportar las afrentas; reprimir las
concupiscencias; sofrenar el orgullo; extinguir la vanidad;
amar, amar a todos; amar tanto que las llamas de la
hoguera del amor consuman las escorias de las
imperfecciones humanas y acendren el oro de la virtud
hasta que el alma brille iluminada con resplandores
seráficos. ¿Estas son locuras?… Las son para los que no
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creen en la vida futura; para los que niegan la existencia de
Dios y del alma; para aquellos cuyo misión en este mundo
debe reducirse a gozar porque fuera de él, no hay nada.
Pero, no juzgan lo mismo los que creen y afirman lo
contrario; éstos, a su vez, sintetizando su pensamiento
responden a aquéllos: «Si santo no soy loco debo de ser»…
El Caballero de la Miseria, después de recorrer
ciudades, villas y cortijos se metió de fraile; ciñendo el
cordón de la orden seráfica, tomó el nombre de Francisco
de Jesús. Dados sus antecedentes fácil es suponer cómo y
cuánto redoblaría sus penitencias y mortificaciones para
santificarse más, si aún era posible, en su nuevo estado.
Muy pronto llegó a esa perfección evangélica en que la
personalidad del individuo desaparece bajo el influjo de la
plenitud de la Caridad, de tal suerte que el alma ya no vive
en sí sino el Amado en ella. Cupio dissolui et esse cum
Christo: Francisco de Jesús, como San Pablo, se disolvió en
Cristo. Cierto día le llamaron para que confesase a un
enfermo en el lazareto de leprosos. Bajo la horrible
podredumbre de unos miembros desechos, de una masa de
carne supurante y fétida reconoció, profundamente
deformadas, las facciones de Felipe Crespo… ¡Escuchó la
relación de sus crímenes; besó su frente carcomida y le
cerró amorosamente los ojos! ¡Oh!, ¡amor de los amores!,
más poderoso que el odio, más intenso que la vida, más
recio que la muerte! Poco después fray Francisco partió de
misionero al Oriente.
Pero, en el castillo del señor de Villalaz no todos los
días son brumosos ni es tanta la aridez de sus tierras que
no florezcan en ellas albos jazmines y encarnadas rosas.
Impresión de matas floridas, de yerbas húmedas;
exhalaciones de bosque y búcaro; rumores de alas, tibiezas
de nido, todo eso hay en los amores de Isabel y Tasarín.
Dos almas puras, dos corazones buenos que se aproximan y
juntan hasta fundirse en la suprema unidad del amor, lejos
del mundanal ruido, en la soledad de los campos, en el
silencio del huerto, bajo la paz de los cielos.
El estilo para el literato tiene toda la importancia
que el colorido para el pintor. Saben los críticos que basta
una pincelada para apreciar el talento del artista que la fijó
en el lienzo, porque en ella se refleja su alma, con las
emociones del momento, bajo la modalidad permanente de
su ser.
El pintor se vale de la línea, del color, de la luz y de
la sombra; el literato no dispone de otro medio que el de la
palabra para dar vida a sus creaciones; pero, la palabra en
sus labios o bajo los puntos de su pluma es también línea,
color, luz y sombra; susurro, armonía, tempestad; rayo que
estalla, huracán que brama: sublime manifestación del
pensamiento, esplendorosa revelación del alma.
Ricardo León es de esos artistas que persuadidos de
la importancia de la forma la aman y se apasionan de ella;
por eso sus obras son casi perfectas; y aunque su fondo no
ofreciese interés alguno, bastaría la hermosura de su forma
para asegurarles la inmortalidad de lo bello. De ellas se
puede decir sin hipérbole: «No dejarán de ser leídas
mientras se hable la lengua castellana». Su estilo —y aquí
repetido lo que él afirma del de Menéndez y Pelayo— «es el
paño de oro que se pliega dócilmente sobre las graciosas
curvas de sus castizos pensamientos». Verdadero paño de
oro, recamado de perlas y piedras preciosas, iridiscentes, de
policromos reflejos, abrillantados por la divina luz de su
inspiración poética.
Ricardo León es poeta y vuelvo a repetir sus
palabras aplicándoselas, de aquellos que «cruzan la vida
derrochando el corazón» porque le tienen henchido de
lágrimas.
La lectura de sus obras deja en los labios el sabor de
los vinos añejos, exprimidos de los racimos de aquellas
cepas cuyos jugos generosos escanciaban en copas de plata
labrada los maestros españoles del siglo de oro. Amante de
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lo pasado busca su inspiración en los nobles y grandes
ideales que informaron la España religiosa y caballeresca: la
de Carlos V y Felipe II.
En pleno siglo XX, condenando el naturalismo,
inspirado por la filosofía positivista, y el decadentismo
literario —lastimosa expresión de un período de
perversiones intelectuales— se presenta con la gentil
apostura de los trovadores de la edad media, ostentando,
come glorioso escudo en su lira, el símbolo cristiano,
rodeado de los blasones de su ingenio. Canta las glorias de
su Dios y de su patria con el acento de las convicciones
firmes y de los grandes amores; su lira tiene cuerdas
arrancadas de las que pulsaron los poetas místicos de su
tierra; gusta de las sombras de los templos góticos; y los
dogmas y el culto sagrado tienen para él tesoros inagotables
de dulce y santa inspiración. Ama las viejas ciudades, los
castillos abandonados, sus rejas silenciosas, y al conjuro
mágico de su voz surgen los hidalgos de regia estirpe,
indómito valor y luciente armadura…
Ricardo León es psicólogo; pero, no de aquellos que
profundizan y apuran el análisis hasta descubrir los
misterios del alma, revelando las relaciones de causa a
efecto que rigen sus fenómenos, sino sólo a la manera de
los buenos novelistas.
En conclusión: Amor de los amores es un libro que
consagra la gloria de su autor; honra a su ilustre patria y
revela los tesoros de su hermosa lengua.
o me propongo emitir un juicio acerca de la novela
de Enrique Rodríguez Larreta, cuyo título sirve de
epígrafe a estas líneas; mi propósito se reduce a
manifestar la impresión que me ha causado uno
de los episodios de la obra, que será sin duda de los mejores
que hayan salido de la pluma del ilustre escritor argentino.
De paso, deseo también tocar un problema de sumo
interés para psicólogos y literatos, ya que su estudio
incumbe a unos y otros; digo, indicarlo y nada más, porque
mi escasa preparación no ha de permitirme otra cosa,
dejando su solución a otros ingenios dignos de él. Me
refiero a la inconsciencia del genio, tema que ha sugerido
interesantes observaciones a don Manuel de la Revilla, en el
estudio que hace de la creación del Quijote.
Rodríguez Larreta, ha descrito de mano maestra y
con primoroso estilo, la época histórica de Felipe II. Ella
sirve de marco a don Ramiro, protagonista de la novela, así
como a los otros personajes que viven y se desenvuelven,
despertando, en el lector, el recuerdo del famoso monarca,
sombrío y grande como el Escorial, monumento que
simboliza su espíritu, mezcla de sombra y de luz, execrado
por unos, ensalzado por otros; pero siempre admirado de
todos.
¿La reconstrucción del período histórico ha sido
perfecta?… ¿La evocación artística tan completa que deje
en la retina las imágenes coloridas de las personas y las
cosas descritas?…
Dejo que el lector del libro declare sus impresiones;
de mi sólo sé decir que a Felipe II me lo presentó
Fábraquer, en sus Misterios del Escorial; y que después
sólo he visto retratos suyos.
Entre los personajes de la novela figura Casilda,
criada de don Ramiro. Emerge su silueta, descuidada por el
autor, como una de esas obras de segundo orden,
destinadas a llenar los espacios vacíos de un cuadro. Sin
claros perfiles ni contornos definidos, parece que su
creación sólo ha obedecido a la necesidad de añadir un
episodio al drama, con el propósito de buscar la variedad y
evitar la monotonía. También se puede suponer que el
novelista, al introducirlo quiso dar a su obra un carácter de
mayor realidad, describiendo la vida con sus detalles y
minucias, compuesta, de lo pequeño y lo grande. Deduzco
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LA GLORIA DE DON RAMIRO
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Flor de Granado y Granado
que el autor no ha tenido otros móviles, porque la
intención se revela por el descuido con que presenta esta
figura.
¿Quién no repara en el mayor o menor interés que
un pintor manifiesta al delinear las distintas figuras de su
cuadro?… ¿Acaso no se perciben las emociones del alma,
las temblores del pulso que cincela o colora? Ya es la
claridad de una alborada, la luz de unos ojos, lo gris de un
paisaje, lo que indica la predilección de un artista
enamorado de su ideal, el que luego se descubre,
destacándose como la impresión dominante del cuadro.
Rodríguez Larreta se ha propuesto pintar, como lo
dice, una época histórica, ésta es la finalidad de su obra y
no otra. Creo yo que el éxito ha coronado sus esfuerzos; lo
prueba el justo renombre de su libro prócer. Dicho sea esto
sin que ello se oponga a algunas salvedades y reparos que la
crítica pueda anotar, por aquello de que no hay obra
humana perfecta, exenta de errores y deficiencias.
Voy a mi propósito: Casilda se enamora de don
Ramiro y siente por él una de esas pasiones tan grandes
como calladas. Espía sus pasos, escudriña sus miradas,
tiembla en su presencia, conteniendo sus estremecimientos;
el eco de su voz, el ruido de sus pasos la conmueven
profundamente; pero, ¿cómo revelar su amor? ¿Cómo fijar
sus ojos, preñados de tempestad, en las frías e indiferentes
pupilas del amo?… Y aquí se desarrolla un drama pasional,
no descrito por el autor, sino más bien visto por el lector, al
través de los velos del silencio… Amor imposible, callado
amor; llama comprimida, volcán cubierto con la nieve de
una indiferencia estudiada. Poesía del silencio: ¿cuántas
emociones duermen en tu seno, como las notas calladas en
las cuerdas del arpa del poeta de las rimas, esperando la
mano de nieve que las arranque y desgrane? ¿Cuánta vida
palpita, cuántas ternuras se estremecen, cuántas ideas
pliegan sus alas bajo tu manto, como las crisálidas en su
capullo, sin que para ellas llegue la primavera que rompa su
envoltura y las impulse a volar?…
Casilda sigue al amo, ávida de verlo y servirle. Don
Ramiro pretende retribuir su fidelidad y atenciones, con
dinero; ella rehúsa la dádiva ultrajante; y el amo absorto en
las incidentes de su azarosa existencia, nada ve, nada
escucha ni comprende. Se embarca para América; ha
partido la nave que lo conduce. Ella, abatida bajo el peso de
su infortunio, de bruces sobre una roca, ve alejarse la
esperanza… Se siente su respiración anhelosa; se nota el
parpadeo de una llama interior que se extingue con la
lentitud de una agonía prolongada y dolorosa… Las
grandes tristezas suelen producir misteriosos encantos. La
imaginación, para intensificar la nota poética de ese
cuadro, se complace en contemplar a la joven, mísero
despojo de voraz incendio, bajo las sombras melancólicas de
un crepúsculo que esfuma sus celajes con los rayos
mortecinos de un sol poniente. Se hunde el astro, se apaga
la esperanza… Repito: en la obra nada más poético ni
emocionante que aquella mujer de pálido rostro, enjutos
ojos y extraviadas miradas.
Volviendo al asunto indicado, cabe interrogarse: ¿en
las creaciones del genio, fuera del plan concebido, hay
algunas inconscientes? El citado señor de la Revilla
sostiene que sí; pero, acaso ¿no se le podría objetar que
dichas obras, al parecer frutos espontáneos de la casualidad,
son más bien exquisitas flores cultivadas por las manos de
un artista primoroso que, al descuido y con cuidado, ha
sabido trazar, sin propósito aparente, las líneas, cuya sabia
combinación, han producido el efecto que se propuso?
Ahora, si se acepta la inconsciencia, surge otra
interrogación, y es la relativa a sus grados: ¿dónde
comienza y acaba este ofuscamiento brillante de la
conciencia, este eclipse luminoso del criterio? Dejemos la
palabra a quienes puedan solucionar el problema de la
inconsciencia y el de sus grados. A mí me parece que la
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figura de Casilda ha surgido de la paleta de su autor al
conjuro de uno de sus genios, no invocados por él, para la
creación de su obra; y que ha correspondido noblemente al
agravio, iluminando con las luces más vivas y los más
delicados colores, el cuadro relegado a un lugar secundario,
en la galería de sus hermosos lienzos.
cazaba conejos, sin que fuesen suficientes para detenerlo,
las descargas de los guardas.
El Mosco tiene una hija: Feliciana, linda muchacha,
que sabe realzar su belleza con el tocado sencillo de las
obreras de taller. Ella guisaba los perniles y conejos que su
padre invitaba a Maltrana, en las frecuentes reuniones de
su casa, a las que el joven asistía para matar el hambre, la
eterna compañera de su vida miserable y arrastrada
Cierto día de Carnaval, en que las muchachas del
barrio se disfrazaron, Maltrana encuentra a Feliciana. La
joven alentada por el antifaz, y por unos sorbos de vino que
había tomado, creyendo no ser reconocida, le revela su
amor: —Soy amiga de Feliciana, —le dice—, tú no te fijas
en ella; nunca has detenido tus miradas en sus ojos;
orgulloso, sin duda pretendes a alguna señorona de Madrid;
tal vez algunas cómicas se disputan tus amores y no reparas
en la modesta obrera que tu quiere… —Isidro se dio cuenta
y de súbito estalló en él la pasión.
Esta es, sin duda, la escena más interesante del
drama por la observación profunda y sagaz del pudor
femenino que disimula sus sentimientos para revelarlos,
después, en la primera oportunidad que se le presenta.
La joven acaba por abandonar a su padre y se retira
con Isidro a vivir en casa del hermano Vicente, personaje
cómico, introducido en la novela como un desahogo
antirreligioso del autor, destinado a ridiculizar,
presentando antipáticas a las personas piadosas que, si en
ocasiones no prestan beneficios, como éste, que favorecía a
los jóvenes, por lo menos, no causan daño, virtud negativa
que, por sí sola, importa para la sociedad un beneficio
positivo.
La feliz pareja bebe la copa de los placeres hasta
concluir el licor escanciado. Con sus últimas gotas, esto es,
con las últimas pesetas, concluye el breve período de su
dicha y comienza la triste peregrinación de la miseria,
sufrida en todos sus dolorosos detalles.
LA HORDA
u lectura entristece el espíritu agobiado por la
pesadumbre de tanta miseria, oprimido por el
espectáculo de la carne lacerada, gemebunda,
cubierta de harapos.
¡Los pobres sufren! El hambre, el frío, la desnudez,
la boardilla infecta, las privaciones transformadas en dolor,
la falta de dinero tejiendo la trama de la vida, de las
existencias desgraciadas.
El eterno problema del pauperismo planteado como
la interrogación dirigida a los pensadores de todos los
siglos, a los hombres de corazón de todas las épocas…
Isidro Maltrana, hijo de un obrero, recogido por la
bondad de una dama y educado pare ejercer profesiones
liberales, pierde a su benefactora, y arrojado de la casa, por
los herederos de aquélla, se echa a vagar por las calles de
Madrid, en busca de trabajo y sustento. Frecuenta hoteles,
círculos literarios, redacciones de periódicos y apenas si
consigue pasar la noche tendido en un sofá o en cama
prestada de su padrastro, cuando éste la abandona por las
mañanas, para ir al trabajo.
Ligado a la clase estudiantil y a la plebe de los
arrabales es popularísimo y simpático para todos, por la
vivacidad de su ingenio y la bondad de su carácter suave y
acomodaticio. Entre sus amigos figura el Mosco, obrero
que para satisfacer sus gustos sibaríticos, solía algunas
noches internarse furtivamente al bosque real, donde
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Flor de Granado y Granado
La simpática muchacha que, apoyada en el brazo de
Maltrana, paseaba su belleza por las calles de Madrid, se
cierra deformada por el embarazo, en la pequeña vivienda
donde trabaja, durante el día y gran parte de la noche,
emballenando corsés, a fin de ganar unos mendrugos de
pan, insuficientes para los dos.
Cuánta resignación, cuánta ternura cabe en el
corazón de la joven obrera que privada de calor y sustento,
como las flores de aire y sol, languidece y decae tristemente,
hasta que muere en el hospital, de donde su cadáver,
destrozado por el bisturí, es conducido a la fosa común…
Ni lápida ni flores sobre su tumba…
La figura de Isidro Maltrana, ampliada por el autor
en sus Argonautas, tiene toda la realidad de la vida: el calor
de la sangre en circulación, la elasticidad de los músculos
en movimiento, el vivaz centelleo de la inteligencia
animada. Y así desfilan, por las páginas de la novela, todos
los personajes de ella, magistralmente caracterizados por las
pinceladas del eximio artista que, sobre otros, no menos
grandes que él, y algunos indiscutiblemente superiores,
tiene la cualidad de no ser pesado y farragoso. Fácil y
ameno, siempre interesante, obliga a sus lectores a no dejar,
sin desagrado, la lectura de sus obras, y basta conocerle una
para procurarse las demás.
Blasco Ibañez, como muchos pensadores, se detiene
ante la horda famélica que discurre por los caminos de la
vida, llena de miserias, resignada unas veces y amenazante
otras, en pos de un pedazo de pan, del jirón de tela, del
bienestar apetecido y rudamente solicitado. Se detiene,
como los que han pretendido solucionar el problema del
hambre, se detiene y nada más, para contemplar el desfile
doloroso.
¡Es tan antiguo el mal! ¡tan profundas sus raíces,
tan difícil su remedio!
La desigual distribución de la fortuna radica en la
desigualdad de las aptitudes humanas: unos son fuertes,
débiles otros; unos trabajan u otros no; éste ahorra, aquél
dilapida; y todos anhelan satisfacer sus necesidades y todos
tienen derecho a desear la felicidad.
¿Cuántos sistemas si han imaginado para
generalizar el bienestar de los hombres? Gruesos
volúmenes contienen la exposición de sus teorías, erigidas
en sistema, y todas ellas resultan impotentes e ineficaces,
siendo muchas funestas y peligrosas.
Los progresos de la ciencia, el perfeccionamiento de
los elementos de producción, ¿conseguirán resolver el
problema?… Mucho ha avanzado la humanidad en sus
descubrimientos; se han abaratado los productos de la
industria, se han facilitado muchas satisfacciones; pero, la
Miseria, aterradora persiste, acaso más cruel y apremiante
cada día, por el refinamiento mismo de las costumbres, por
efecto y como consecuencia del progreso.
Entonces, ¿dónde levantar los ojos; dónde dirigir
las miradas? León XIII, en una de sus luminosas Encíclicas
indica, si no la solución del problema, el medio de
atemperar el mal, aconsejando las prácticas de la caridad:
dé el rico, al pobre, lo superfluo de sus bienes.
¡Oh!, si los ideales evangélicos fuesen una realidad,
encarnándose en las costumbres sociales, como sucedía
entre los primitivos cristianos, la situación de las clases
menesterosas mejoraría: sus angustias, sus dolores, estarían
mitigados por la resignación. El lujo deslumbrante no
ultrajaría los andrajos de la miseria ni el exceso de riqueza
provocaría la cólera armada del proletario, cuyas protestas
levantan hoy el puñal homicida y encienden la bomba
destructora.
La represión del lujo aumentaría el ahorro
destinado para la distribución proporcional del sustento
ente los pobres, suprimiendo el rico lo superfluo,
limitándose a satisfacer las necesidades ordinarias de la
vida, sin los complicados refinamientos del sibaritismo.
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Pero, los ideales evangélicos son tan grandes; están
colocados a tanta altura y es tan pobre y baja la naturaleza
humana, tan mezquinos y estrechos los intereses que la
mueven y agitan, que su vuelo apenas sí se levanta rozando
la tierra.
Mas, es preciso reaccionar y marchar con valor para
proseguir la ascensión, fijas las miradas en la lumbre
inextinguible del astro que a veinte siglos ilumina al mundo
con los eternos resplandores de la verdad. Sigámosle,
acercándonos, en cuanto el ideal pueda convertirse en
realidad, seguros de que no andaremos entre tinieblas.
Sigámosle, aproximándonos tanto a él, que
podamos comprender mejor el profundo sentido de sus
doctrinas, para consolar a las muchedumbres desoladas,
repitiéndoles sus palabras: ¡Bienaventurados los que
sufren!
l tema es complejo y delicado: se trata de establecer,
en los dominios del arte, la línea divisoria entre lo
lícito y lo ilícito, entre lo moral y lo inmoral; ella es
tan delgada y sutil que hay momentos en que se
esfuma, dejando la impresión de que ha desaparecido; pero,
partiendo de principios fijos, siempre se podrá trazarla con
precisión y firmeza.
¿Cuándo será moral el desnudo y cuándo inmoral lo
semidesnudo y lo cubierto?…
Sin la pretensión del acierto ni el propósito de
llegar a las últimas conclusiones del problema, he de
limitarme a desflorarlo, declarando estar siempre dispuesto
a modificar mis opiniones, si contrarias fuesen a las
enseñanzas de la Iglesia católica, depositaria y maestra
infalible de la verdad.
Kant, el ilustre filósofo de Koenigsburgo sostiene
que el concepto de lo bello entraña el de una finalidad sin
fin; esto es, la independencia absoluta de otros, de cuya
concurrencia no ha menester para subsistir por si mismo
con vida y desenvolvimiento propios. Según el principio
sentado, el arte no puede ni debe ser docente, puesto que
no persigue el propósito de ninguna enseñanza, la
exposición o defensa de ninguna doctrina; el arte sólo debe
propender a encarnar la belleza en sus obras y con ello ha
cumplido su misión. El ruiseñor que busca en la espesura
del bosque, la soledad y el silencio de la noche para
desgranar las dulcísonas notas de su garganta, ante la
apacible claridad de los rayos de la luna, nada enseña,
ninguna finalidad se propone: canta porque canta, y al
cantar realiza lo bello, y su obra está completa.
Lo bello no es lo útil, lo necesario, ni puede
confundirse con lo verdadero, lo justo y lo bueno. Lo bello
se basta, sobra y excede a sí mismo. Por lo expuesto, el arte
expresión natural de lo bello, nada tiene que ver con la
moral, que es el código razonado y severo de las
costumbres. Al artista sólo hay que preguntarle si su obra
es o no bella y nada más porque, ya hemos visto que no es
filósofo, expositor, científico, sociólogo ni sabio: el artista
sólo es artista.
Todo esto es evidente, casi diríamos axiomático e
indiscutible dentro de los conceptos emitidos, porque si las
artes han de estar destinadas al magisterio de la enseñanza,
será preciso suprimir la Didáctica, por innecesaria; pero
con el inconveniente insuperable de que las primeras jamás
podrán servir de medio, como la segunda, para la difusión
amplia y sistemática de los conocimientos.
La independencia no significa inconexión; aquella
manifiesta la posibilidad de la existencia propia al par que
ésta, en su sentido afirmativo, denota el enlace necesario de
las ideas, su contacto, sus analogías y afinidades, como lo
expresa la palabra.
Los grandes principios, como todas las ideas, por
simples que se los considere, se encuentran siempre
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EL ARTE Y LA MORAL
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íntimamente vinculados por relaciones tan necesarias como
inevitables, de tal suerte que, la manifestación de los unos
compromete y afecta la de los otros.
Lo simple es la última expresión de lo complejo. «Lo
sencillo», dice Guyau, «puede tan sólo significar un grado
superior en la elaboración de lo complejo: es la fina gota de
agua que cae de la nube y que ha necesitado para formarse
todas las profundidades del cielo y del mar». Esa pequeña
gota de cristal es el resultado de la larga gestación de un
conjunto de elementos cuyo proceso se ha condensado en la
simplicidad y transparencia de su pequeñez…
Las nociones más simples, como la gota de
referencia, están constituidas por otras de cuya naturaleza y
condiciones participan; así la de lo justo entraña los
conceptos de lo bueno y de lo verdadero; no se puede
concebir lo justo malo, lo justo falso: la justicia, para ser
tal, ha de ser verdadera y buena.
El arte para revelar la belleza, extrayéndola del
fondo del concepto que ha de encarnarse en la materialidad
de la obra, ha menester de la verdad y de la bondad,
requisitos sin los cuales será imposible su existencia misma.
Desde el momento en que el artista prescinda de la
verdad, su obra dejará de ser bella; podrá serlo en los
detalles de la ejecución, siempre que éstos no se aparten de
la realidad, que es la verdad, pero, no en su conjunto, cuya
falsedad determinará lo absurdo y antiestético de la obra.
Cabe repetir el manido ejemplo: un pintor no podrá
representar una naranja pendiente de un tallo de trigo;
pueden estar maravillosamente figurados el fruto y el
sustentáculo, separadamente considerados; pero, el
conjunto resultará, repetimos, absurdo por inverosímil. Lo
mismo se puede afirmar de las obras literarias y de otras, en
las que los desbordes de la imaginación desenfrenada
producen engendros verdaderamente deformes.
Acabamos de ver que el artista no puede alterar la
verdad; ahora demostraremos que tampoco puede
prescindir de la bondad, esto es, de la moralidad en sus
obras.
¿Puede lo inmoral ser bello?… La interrogación da
lugar a respuestas contradictorias; lo afirman unos, lo
niegan otros. Pero, ante todo, sepamos lo que es inmortal.
¿Será el desnudo en la pintura, en la escultura, en la
relación cruda y descarnada de los hechos malos y
pecaminosos?…
La desnudez en sí, considerada como la revelación
de la naturaleza sin velos, no lo es: Dios hizo desnudo al
hombre y vio que su obra era buena. Dice Taine: «El
cuerpo desnudo es casto como todas las verdades antiguas;
lo que hace la desnudez impúdica es la oposición de la vida
del cuerpo y la del alma. Estando el primero rebajado y
despreciado no se atreve a mostrar ni su acción ni sus
órganos; se les oculta; el hombre sólo debe parecer
espíritu»…
La desnudez, desprovista de malicia es casta:
mientras Adán y Eva se conservaron en estado de gracia no
se dieron cuenta de que estaban desnudos; lo notaron
después de haber delinquido.
Resulta inconcebible suponer que las obras del
Creador fuesen malas: Eva, en el paraíso terrenal, desnuda
como salió de las manos de Dios, ¿no fue casta como la luz
y pura como los ángeles?… Contemplad la castidad del
desnudo en todas las grandes obras del arte, en la blancura
del mármol, en el colorido del lienzo, en las hermosas
creaciones del genio que esculpe con la pluma, como el
artista que, con el cincel, arranca las palpitaciones de la
vida, de la dureza del bronce y de la roca, para la
inmortalidad de la gloria.
Si el desnudo no es inmoral ¿dónde está entonces la
inmoralidad?… Un aforismo latino la manifiesta: Quidquid
agant homines, intentio iudicat omnes. Toda obra humana
debe ser juzgada por la intención con que se ejecuta. De
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suerte que, la inmoralidad está en la intención perversa con
que se la realiza.
En materia de moral, la intención constituye la base
de las acciones humanas y la regla de criterio para
apreciarlas; es por eso que, la moral se ha sintetizado en
esta suprema regla de conducta: «Obra conforme a tu
conciencia»; el que obra de acuerdo con ella procede bien.
Es, pues, en la intención deshonesta del artista
donde vamos a encontrar la inmoralidad de su obra. Velada
o desnuda, cuando tiene por objeto incitar al vicio,
provocar la sensualidad, complaciéndose en ella, con el
deleite propio del pecado, es mala a todas luces, inmoral sin
género de duda. La intención se descubre a primera vista;
basta un rasgo, una línea, el ligero temblor del pulso que se
nota en el colorido, en la frase, para revelarla. Así, ¿acaso
hay cosa más sutil y expresiva que la mirada?… Hay ojos
ingenuos y dulces cuyas miradas revelan la castidad y
transparencia del alma, como hay otros que manifiestan las
deformidades de la lujuria que las enciende.
Contra el desnudo en el arte, se objeta por algunos
que, si éste no es malo en sí, lo es en cambio por los
sentimientos innobles que su contemplación pudiese
despertar.
¡Conciencias timoratas, dignas del más profundo
respeto, permitidme discrepar de vuestra opinión!
Los dominios del arte son tan extensos como los del
pensamiento, los de la voluntad y la naturaleza; lo son,
pero, siempre dentro del concepto de lo relativo, como la
limitación racional y necesaria de todo lo creado. Lícito es
al artista remontar su vuelo bajo todos los horizontes,
recorrer la inmensa profundidad de los cielos, descender a
los abismos del corazón y de la conciencia, reproducir los
objetos de la naturaleza transfigurándolos con la
iluminación creadora del genio, lícito le es a condición de
someter su libertad a los principios restrictivos y
reguladores de la verdad y la moral. En este sentido, no es
ni será mala la reproducción artística de las formas
humanas como la manifestación casta y sencilla de la
naturaleza velada por la gracia del pudor.
La gracia del pudor, esto es, la honestidad del
pensamiento y de la intención que no persigue otro
propósito que el de la satisfacción, noble y desinteresada
del sentimiento estético.
En cuanto a las impresiones que la contemplación
del desnudo pudiese originar dependen sin duda del
temperamento del observador; si éste es normal, como el
que corresponde a toda persona que pudiese estar
clasificada en la categoría que Hipócrates designaba con la
locución de mens sana in corpore sano, aquéllas no podrán
menos que ser nobles y elevadas; pero, si se trata de
naturalezas pervertidas o de organismos enfermos, la
cuestión es distinta y penetra de lleno al dominio de la
patología interna. Estos observadores no podrán entrar a la
Basílica de San Pedro en Roma ni mucho menos al Museo
Vaticano, donde tantas maravillas del arte se contemplan;
no por consideración a ellos vamos a destrozar la Venus de
Médicis ni el Apolo de Belvedere.
¿Puede lo inmoral ser bello? Esto es: ¿puede lo
malo ser bello?… Aquí tenemos otro concepto que
esclarecer y precisar. ¿Qué es el mal? La filosofía nos dice:
«El mal es lo contrario a la naturaleza de las cosas, como
negación parcial y relativa de su fin y destino que es el
bien». Donde quiera que vemos perturbado el orden,
impugnada la ley, extraviado el desarrollo natural de las
cosas, decimos que existe el mal, no como algo inherente a
los objetos mismos, sino como una relación falsa, torcida e
inadecuada de su naturaleza con su desarrollo. La índole
del mal es relativamente negativa de la naturaleza de las
cosas; cuántos atributos se pretende referir al mal otros
tantos son negativos en la relación, lo inadecuado, lo
inoportuno, lo desordenado, lo contrario a la naturaleza, lo
que se opone y lo niega.
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De suerte que el mal, implica los conceptos de
perversión, de trastorno, de disconformidad del hecho con
las leyes de su naturaleza; de desproporción, de
irregularidad y otros de igual índole, al paso que la noción
de lo bello significa lo contrario: armonía, proporción,
serenidad y equilibrio. Esto por lo que se refiere a los
elementos componentes; ahora si se consideran sus efectos,
se verá también que son contrapuestos, verdaderamente
antitéticos: lo primero provoca el desagrado al par que lo
segundo la satisfacción; cabe decir: el placer y el dolor, la
luz y la sombra. ¿Puede lo inmoral ser bello? Si el mal
importa la perturbación del orden, la ruptura del equilibrio,
el desconcierto de la armonía, lo deforme, lo repugnante y
feo ¿cómo podrá ser jamás lo bello? No debe perderse de
vista que lo feo es apenas «la negación parcial y relativa, el
límite necesario y constante de lo bello»; entre tanto que el
mal es lo contrario del bien, lo directamente opuesto a él.
El mal no es pues una simple limitación del bien sino su
negación misma, rotunda y concluyente; así el mal, con
relación a la verdad, constituye el error; a la salud, la
enfermedad; a la opulencia, la miseria.
El mal en sí mismo, no es ni puede ser bello; hay
entre ambos conceptos el principio de contradicción
metafísico: una cosa no puede ser y no ser al mismo
tiempo; a es b; c no es b; a no puede ser c, como la lógica lo
enseña.
Pero, ¿no es verdad que entre las producciones del
ingenio, en el orden literario, en lo pictórico y escultural
existen obras que representan o simbolizan el mal, escenas,
esculturas y cuadros de profunda inmoralidad y de
innegable belleza?… No es cierto que lo malo, constituye el
tema favorito del arte, por ser, como justamente se ha
observado, el venero fecundo de fácil y lucrativa
explotación? Séame permitido recordar, por vía de
digresión, el cargo que Enrique Laser, autor de Nuestra
Señora de Lourdes, formuló contra Emilio Zola, a quien le
dijo: el río caudaloso de su literatura arrastra muchas
pepitas de oro entre el fango de su corriente…
Prescindiendo de las pepitas, podemos pues afirmar
que los grandes y pequeños artistas, casi en su mayor parte,
escogen para sus obras, el tema favorito de las pasiones
humanas, cuya grandeza, aunque monstruosa y deforme, da
brillo y relieve a sus producciones. ¿A quién dejará de
causar vivo interés el estudio del corazón humano bajo el
aspecto patológico de sus desviaciones morales?… El
incesto, el adulterio, los celos, la cólera, la soberbia, la
venganza, todos los extravíos de la voluntad, todas las
declinaciones de la moral, precisamente elevados a su más
alta potencia, pues que obras de arte que se proponen
ensalzar la virtud no despiertan el interés que las otras, por
la sencilla razón de que las buenas costumbres son
apacibles y carecen del paisaje, bajo la serenidad de un cielo
despejado, la quietud de la atmósfera, el sosiego de los
campos, la paz de la naturaleza, ofrecen el espectáculo de
una belleza estática, apacible y dulce como la tranquilidad
de la conciencia del justo a diferencia de la agitación de las
olas de un mar tempestuoso que escupe a las nubes los
espumarajos de su cólera, del rayo que hiende, del huracán
que brama, de la catarata que se precipita y de la
inundación que devasta.
De lo expuesto, ¿deduciremos que lo malo, que lo
inmoral, es y puede ser lo bello? No, de ninguna manera.
Serán elementos estéticos la fuerza, el colorido, el brillo, la
gracia de los accidentes de que puede estar rodeado el mal,
la ejecución primorosa bajo la cual se lo represente, mas no,
en sí, puesto que desprovisto de estas cualidades, despojado
del ropaje luminoso del arte, sólo quedará lo deforme, lo
monstruoso, lo repugnante, lo antiestético, en suma.
Esta doctrina, la expone el eminente crítico don
Manuel de La Revilla, valiéndose de tres ejemplos que la
compendian y demuestran ampliamente. «Podrá, dice,
objetarse que el arte ofrece a cada paso representaciones del
mal que tienen gran valor estético; pero, en casos tales, no
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es el mal, en sí mismo, lo que es bello, sino las cualidades
buenas que lo acompañan. Así el Satanás de Milton, el
Mefistófeles de Goethe, el don Juan Tenorio de Tirso y de
Zorilla, no producen emoción estética por sus cualidades
perversas, sino por las cualidades buenas que les
acompañan, como la arrogancia y valentía del primero, el
ingenio del segundo y el caballeresco arrojo del tercero. En
cambio, cuando el mal se presenta en toda su desnudez y
sin cualidad buena que lo compense, es siempre repulsivo…
En ocasiones también, la fuerza y la grandeza del mal
produce efecto estético, no por el mal mismo, sino por la
energía con que aparece, siendo repugnante cuando es bajo
y mezquino. Un ratero cobarde, un usurero vil, nunca
pueden inspirar otra cosa que repugnancia; un criminal de
la talla de Macbeth, causa efecto estético».
La belleza y la inmoralidad, por más que se ostenten
unidas, como son dos conceptos esencialmente antitéticos,
jamás llegarán a compenetrarse hasta confundirse en la
unidad del ser, como la aleación de los metales no podrá
determinar la desaparición de las cualidades peculiares de
cada uno a pesar de la licuación que los funde y del
enfriamiento que los solidifica: el oro y el cobre ligados en
una pieza siempre podrán ser separados y distinguidos para
tornarlos a su estado primitivo.
¿Será lícito representar lo malo para moralizar y
corregir?… Los antiguos acostumbraban exhibir los beodos
para que la repugnancia del cuadro retrajese del vicio; y
«En la tragedia griega, el coro, que encarnaba la razón
humana, definía la ejemplaridad de los sucesos abominables
que el espectador iba contemplando». Este es un caso en el
que pudiera sostenerse, que el fin justifica los medios.
Siendo laudable la intención, sus consecuencias deberán
serlo; pero, a condición de que el cuadro impúdico esté de
tal suerte figurado, que lejos de incitar al vicio, inspire
horror. Nada más moralizador que una clínica de
enfermedades secretas para aleccionar a la juventud
incauta; su contemplación le será tal vez más provechosa
que la lectura de algunos capítulos de moral.
También se trata de justificar las producciones
inmorales y los cuadros criminosos, manifestando que con
ellos se desahogan las malas pasiones, sin llegar a la
comisión material del acto delictuoso. Esto, en nuestro
concepto, lejos de mejorar los instintos reversos del sujeto,
contribuirá a empeorarlos, manteniendo su obsesión
enfermiza, provocando la autosugestión personal y
colectiva, como sucede con la efusión de sangre en los
circos, con la riña salvaje de gallos: la vista de la sangre
enardece a las multitudes que sienten la extraña delectación
de la lucha que desgarra, tortura y atormenta para concluir
trágicamente con la vida: el placer del dolor, el goce
homicida del filo de la navaja.
¿No son las malas novelas, las comedias lascivas, el
biógrafo obsceno los que eficazmente contribuyen a
determinar la criminalidad, cuyas proporciones lejos de
disminuir aumentan fomentadas por la sugestión de ese
seudoarte que se encarga de remover el bajo fondo de los
instintos, que sin ser provocados, no se desarrollarían con
la fecundidad de las vegetaciones viciosas? Es innegable
que el sentimiento de imitación es uno de los más
poderosos impulsores de la acción: se imita lo bueno y con
más satisfacción lo malo. Cuentan que la representación de
Los bandidos de Schiller determinó el vandalaje de la
juventud aristocrática de su época; la dramática
desesperación de Lord Byron ejerció una influencia tal que
fue numeroso el grupo de sus imitadores; la exhibición de
las funciones acrobáticas de un circo, convierte en
gimnastas a todos los niños que pagan el tributo de la
imitación con los golpes que sufren. ¿Y qué otra cosa
significa la moda cuyo imperativo es superior al de las
reflexiones que la prudencia económica sugiere y a las sanas
doctrinas de la moral que amonesta? Refiere el padre
Coloma, en su bella novela Pequeñeces, que una marquesa,
por distracción se puso guantes de arbitrario color. Pues en
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las reuniones siguientes resultó obligatorio el usarlos en tal
forma. ¡Oh!, si la moral tuviese la fuerza impositiva de la
moda, las costumbres habrían mejorado notablemente.
El arte es una actividad de carácter esencialmente
social: el artista siente la imperiosa necesidad de la
comunicación, por eso vierte sus concepciones y las
exterioriza; casi no se concibe la existencia de un creador
solitario, incomunicado y que pudiese dedicarse al trabajo
si estuviese persuadido de que sus obras han de ser
eternamente ignoradas.
Desde el momento en que la concepción estética
toma formas sensibles, su manifestación entra de lleno en
el campo de la sociabilidad, cabe decir en los dominios de la
moral y el Derecho por sus consecuencias inevitables, por
su poderosa influencia, por sus vastas proyecciones en el
desenvolvimiento individual y social.
Mientras el pensamiento del artista no se revela y
permanece reservado, sólo su conciencia podrá estar
capacitada para juzgarlo; pero, desde el momento en que se
exterioriza, la sociedad podrá en todo momento
residenciarlo, ejerciendo el legítimo derecho que tiene de
velar por la moralidad, como sobre toda manifestación
intelectual o material.
Si bien, el arte no es docente, en cambio no por esto
deja de ejercer la influencia propia del concepto que emana
de la representación sensible de la idea encarnada en la
obra; sea con propósito preconcebido o sin él, expone unas
veces sus pensamientos (el arte docente) o ellos se
desprenden de la naturaleza misma de sus obras creadas, en
este último caso, sólo para procurar la emoción estética (el
arte por el arte, el arte por la belleza). De todas maneras y
en ambos casos, directa o indirectamente, ejerce la
influencia consiguiente a la expresión de todo pensamiento
como a la manifestación de todo sentimiento. De aquí
proviene la misión educadora del arte cuyas orientaciones
deben ser cuidadosamente dirigidas. Desde luego, la
contemplación de la belleza ennoblece y purifica el espíritu,
elevándolo de la materialidad de las cosas hacia las
idealidades del alma. Cansados del tráfago cotidiano de la
vida, ahítos de satisfacciones materiales, quebrantados por
el dolor, lastimados por la miseria, sentimos la necesidad de
transportarnos hacia arriba, hacia la serena región del ideal
para espaciar las miradas y dilatar el corazón, comprimido,
en la beatífica contemplación de la belleza. Desprendidos de
la tierra, flotando en la serenidad azul de los ilimitados
horizontes del ensueño, nos sentimos más buenos,
purificados por la lumbre del foco luminoso que nos
esclarece y transparenta.
El arte, considerado como elemento de acción es
una de las más poderosas fuerzas directrices de la dinámica
social: eran los poetas los que, en la antigüedad, levantaban
con sus cantos los muros de las ciudades, como lo recuerda
Menéndez y Pelayo; y son los oradores los que ayer, como
hoy, enardeciendo con el brillo de sus imágenes y la
elocuencia de sus palabras, arrastran las multitudes y las
precipitan en la violencia de las más arriesgadas empresas.
¿No es la música la que predispone el ánimo, ora
encendiendo el ardor patriótico, ora los entusiasmos de la
alegría, las dulzuras de la tristeza y las emociones del
llanto? ¿No es la danza la que mediante la suavidad
acompasada del movimiento, la tensión de los músculos, la
variedad de las figuras, la gracia, el donaire, la armonía del
conjunto, la que entusiasma los festines y anima las
reuniones? ¿Qué mundo de ideas y qué conjunto de
sentimientos no despierta la contemplación del mármol, del
bronce y del lienzo donde el artista ha vertido la luminosa
inspiración de su mente, lo más delicado y sutil de su alma,
la tibia y generosa sangre de sus venas, en medio de las
arrebatos de la creación que obligaron a Miguel Ángel a
golpear la estatua de Moisés porque los ojos que le miraban
no le veían, trémulo y palpitante, entre lumbradas de luz y
estremecimiento de emoción? Y ¿qué diremos de la poesía
épica, lírica y dramática? ¿Hasta dónde llega la influencia
de estos grandes elementos de acción social? Sea que el
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poeta épico se inspire en la contemplación de la naturaleza
y sus maravillosas leyes, sea que narre los grandes
acontecimientos de la historia, ora se remonte con Beatriz
al cielo o descienda con Virgilio, a las profundidades del
abismo, sumergido —hasta desaparecer de la escena— en la
meditación de lo grandioso, para confundirse con ello, en
una especie de éxtasis o arrobamiento panteístico; sea que
el bardo lírico, apartando sus miradas del mundo exterior,
las reconcentre en los recónditos senos de la conciencia
para revelarnos sus estados, en la magnífica explosión de
sus cantos; sea que el dramático traslade los conflictos de la
vida a la escena, con la realidad de la existencia de las
personajes que simbolizan las pasiones, bajo cuyo influjo se
mueven y agitan los hombres, los poderosos acentos de su
canto, siempre tendrán la fuerza suficiente para seducir el
corazón humano y determinar sus voliciones.
Sobre los géneros poéticos indicados y otros que no
es del caso mencionar, existe uno cuya trascendental
importancia merece detenida consideración: me refiero a la
Novela. Sus orígenes se remontan sin duda a los del género
humano; nacido en forma de cuento o leyenda de carácter
maravilloso, lo encontramos en todos los pueblos
primitivos y perdura hasta hoy en su forma nativa,
adaptándose, es cierto, a las modalidades del tiempo, para
recrear la imaginación popular y la infantil, como lo
observa el señor de La Revilla. Este género, en la época
moderna, ha sufrido una transformación verdaderamente
trascendental, pues resume en sí a todos los que
constituyen las bellas artes: poesía épica, lírica, dramática,
histórica, didáctica, caben dentro de su amplio marco; y
también la oratoria, la pintura, la estatuaria y diríamos la
música, refiriéndose a las cadencias de la forma y a las
armonías concertadas de la frase transformada en nota.
Dentro de sus dominios, se expande el alma con la
amplitud de sus facultades y emociones, la vida con el
intenso drama de sus conflictos pasionales; la filosofía con
todas sus disquisiciones, la ciencia con todos sus
problemas. Es por eso que justamente se ha notado que su
influencia es mayor que la del drama a pesar de no ser
representado sin referido; y a esta observación se ha
añadido, la de la persistencia de su influjo, debido a la
paulatina infiltración de las ideas que propaga, mediante la
asimilación metódica de que es objeto. Aún pudiéramos
agregar otra consideración que manifiesta su mayor
importancia: no son hoy, por desgracia, muchos los que se
consagran al estudio meditado de los problemas sociales; la
gran mayoría no lee obras científicas, que demandan
tiempo y desahogo económico que lo permita; pero, en
cambio todos devoran la novela, compañera inseparable de
las horas de ocio y esparcimiento espiritual, bajo la forma
más seductora del arte. En sus páginas se debate todo
cuanto pudiere interesar a la inteligencia y al corazón,
ávidos de luz y de emociones.
Nada tendríamos que decir de la buena novela sino
fuese recomendarla como elemento de puro deleite o de
instructiva y provechosa lectura; pero, en cambio, vamos a
meditar unos momentos sobre la desastrosa influencia de la
mala, venenosa fuente de corrupción social.
Muchas veces nos hemos preguntado, pensando
acerca del problema social de la inmoralidad, si ésta fue
mayor en las épocas remotas de las ciudades malditas, de
que nos hablan las Sagradas Escrituras: de Babilonia, de
Grecia y Roma a que aluden los historiadores profanos; o si
en nuestros días es menor la degradación moral de los
pueblos, por efecto de la cultura y civilización alcanzados.
Francamente, encontramos difícil la repuesta… Lo cierto es
que como lo enseña el dogma católico, perdido el estado de
gracia primitivo, la humanidad lleva en sí el germen del
mal, en lucha constante con el principio del bien, otorgado
en virtud de la gracia, concedida a todo hombre, según el
evangelista san Juan.
Estamos, pues, siempre frente a la dolorosa realidad
del mal y obligados a combatirlo por todos los medios
posibles, invocando la ley moral, por lo que a la
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transgresión y sus resultados se refiere, y los cánones de la
estética que lo proscriben de sus dominios.
Entre las diversas escuelas literarias que se disputan
los dominios del arte, se ha distinguido, en lo pornográfico,
la naturalista, bajo la autoridad de Emilio Zola y de otros
escritores de celebrada reputación.
Zola ha concretado sus teorías en la siguiente
fórmula: «El arte es la naturaleza vista al través de un
temperamento», esto es, la realidad en las representaciones,
expresando la emoción estética, con la sincera originalidad
del que la observa. La fórmula, nos parece irreprochable;
pero, en la práctica, la visión del artista ha resultado
incompleta; sucedió a Zola y sus secuaces, lo que al gran
novelista Henri Barbusse que describe en su novela El
Infierno, a uno de sus personajes, observando por el agujero
de un tabique lo que pasa en la habitación inmediata, que
siendo de alquiler, recibía toda clase de pasajeros. Las
dimensiones de la perforación no eran sino las precisas para
que pudiese ver el ojo colocado en ella; sus investigaciones
anotadas constituyen toda la novela. Pero, ¿qué es lo que
vio el observador? una serie de inquilinos que por horas o
días se alojaban en la pieza sin otro propósito que el de la
inmoralidad… Al concluir la lectura queda una impresión
dominante: la humanidad es mala; todos los hombres son
corrompidos… Pero, ¿es así la humanidad? Sí, así debe
parecer, si sólo se la mira al través de un agujero. Rómpase,
pues, el agujero; mejor, ábranse las ventanas para dominar
todo el paisaje y no reducir la visión a fin de que, siendo
completa, no sólo se presenten los malos sino también los
buenos, que los hay muchos. Zola, como Barbusse y los
naturalistas, observan la sociedad y la vida por el agujero de
su prejuicio, para ver el mal en todas partes.
Lo feo, lo deforme caben dentro del arte; se explica
su legitimidad para establecer el contraste y determinar el
relieve; así las sombras y la obscuridad son necesarias para
hacer resaltar la claridad de la luz; pero resulta que los
naturalistas eligen ex profeso, lo inmoral, lo soez, lo vulgar,
lo malo, en suma, como elemento estético. Atacados de una
especie de cacofagia moral, hozan y revuelven cuanta
podredumbre encuentran, para temer la íntima satisfacción
de Zola de «mostrar y poner de realce la bestia humana». El
hombre, para estos cerebros verdaderamente extraviados,
no es otra cosa que el instinto genésico a cuyo servicio
deben concurrir todas sus facultades y potencias, como la
ciencia, como las artes y cuanto en la naturaleza existe. —
Hay que cebar la bestia humana despertando todas sus
concupiscencias, satisfaciendo todos sus apetitos hasta que
miserablemente reviente —dicen.
Pero, esto no es el arte, no puede serlo. La belleza
es uno de los más hermosos atributos de la Divinidad,
reflejada en sus obras y como tal dotada de una virtud
purificadora. ¿Hasta dónde llegarán los extremos de las
inteligencias desorbitadas? ¿Cuál será el límite final que las
detenga?… Al lado de la escuela naturalista tenemos otra,
la del esteticismo, que han creado un arte no ya
dependiente o independiente de la moral sino abiertamente
contrario a todos sus principios y enseñanzas: «En el arte
esteticista, dice Ramón Pérez de Ayala, lo inmoral se
impone por virtud de una selección y por razón de su
belleza, con que se asienta un género de superioridad a
favor de ciertas acciones inmorales, con daño de otras
acciones morales. Es decir, que ciertas obras de arte
esteticista son deliberadamente inmorales». El mismo autor
añade que «sostienen que la vida, en sí misma, no es sino
fealdad y torpeza», continúa: «Salomé, refiriéndose a la
obra de Oscar Wilde, se supone que es una figura bella sólo
a causa de su rara perversidad». De esta suerte, tenemos la
inmoralidad proclamada como el canon fundamental de la
estética: sólo es bello lo que es malo, lo que es inmoral y
deforme. De este principio participan muchos escritores de
la escuela modernista, cuya complacencia con lo grotesco,
con lo monstruoso, lo vulgar y lo absurdo raya en los
límites de lo inverosímil; oigamos a Lautréamont que dice:
«Soñé que había entrado en el cuerpo de un puerco, que no
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me era fácil salir y, que enlodaba mis cerdas en los
pantanos más fangosos. ¿Era ello como una recompensa?
Objeto de mis deseos: ¡No pertenecer más a la humanidad!
Así interpretaba yo, experimentando una profunda alegría.
Por fin había llegado el día en que yo me había convertido
en un puerco. No quedaba en mí la menor partícula de
divinidad: supe elevar mi alma hasta la excesiva altura de
esta voluptuosidad».
El arte, cuando se aparta de los eternos principios
de la verdad y de la moral, cuando desconoce los
fundamentales de la estética, se entrega a todos los
extravíos y desafueros de la locura, para producir Las flores
del mal, bajo la inspiración del ajenjo. ¡Baudelaire! Pero no
sólo tenemos que admirar los extravíos de la razón y de la
imaginación sino que también vamos a ver los del gusto:
Baudelaire encontraba deleitosa la música producida por
los maullidos de un gato al que había colgado de la cola, en
la ventana de su dormitorio, donde el animal pasó la noche
arañando desesperadamente los vidrios, y para este esteta,
maestro de los modernistas, eran gratos los olores
provenientes de la putrefacción de los cuerpos. ¡Verlaine,
Mallarmé, Rimbaud! Otro de la misma escuela dice a su
amada: «Eres bella como un grano de luz en el pico de un
loro». Eso de la brisa azul, la sonrisa color topacio, el
perfume doliente, los horizontes bermejos y los deseos
ponientes, es muy frecuente en la escuela modernista
íntimamente vinculada bajo ciertos aspectos con la
naturalista.
Por lo que hace a la pintura, el extravío no es
menor: frecuentes son los casos en los que se impone la
necesidad de rotular los cuadros para comprender el
concepto que su autor se propuso expresar.
La inmoralidad cunde y se propaga; empeoran las
costumbres sociales bajo el amparo de la impunidad que
tolera la infernal propaganda del arte sicalíptico, que llega
hasta nosotros como el turbio rebalse de otros centros,
donde la moral independiente ha acallado por completo la
voz de la conciencia y ha cancelado el respeto debido a la
dignidad humana, envilecida hasta la más profunda
abyección.
Las Sagradas Escrituras, registran pasajes que
manifiestan que la perversión de las costumbres fue
siempre severamente castigada: el diluvio universal que
inundó la tierra y la lluvia de fuego que redujo a escombros
la Pentápolis, se repiten hoy, bajo diferente forma:
contemplad el doloroso espectáculo de los lazaretos, donde
la carne enferma gime y sangra; contemplad las pavorosas
escenas de la guerra, donde el fuego purificador desciende,
como sobre las ciudades nefandas, para abrasarlas en el
incendio de sus llamas. Pero, la prostitución del arte nunca
engendra la belleza, porque su degeneración es deforme y
repugnante; la belleza es honesta, casta y pura, y aunque el
artista que le da la forma sensible que la revela, no se
proponga otra finalidad que la suya propia, la belleza por su
virtud inmanente, siempre será —según el hermoso
concepto de Plotino— el resplandor de la verdad y del bien.
sta biblioteca representa los esfuerzos de la voluntad
de un hombre consagrado al cultivo de las letras, su
amor y su entusiasmo por ellas; es el fruto de la
labor paciente que a diario adquiere un libro, busca
el folleto y la revista, recolecta el manuscrito y el autógrafo
raro; revela, en suma, la psicología y el temperamento del
bibliófilo, noblemente apasionado por las ciencias y las
artes, por la tradición y la historia, por lo antiguo y por lo
nuevo, que cristaliza el pensamiento humano en la
admirable sencillez del libro, cuya grandeza supera, según
el hermoso concepto de Víctor Hugo, al de las grandes
construcciones arquitectónicas de los pasados tiempos. En
verdad, que el pequeño libro De imitatione Christi de
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1928 DISCURSO
ENTREGANDO LA BIBLIOTECA JOSÉ ROSENDO GUTIÉRREZ
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Kempis y el reducido volumen de los Pensées de Pascal,
ofrecen sin duda una grandeza más asombrosa que las
pirámides de Egipto, y las catedrales góticas de la Edad
Media, que van cediendo lentamente a la acción destructora
del tiempo, cuyo poder no alcanza a destruir ni a empañar
siquiera el brillo del pensamiento encarnado en la hoja de
papel, que el viento lleva.
as facultades intelectuales y morales que constituyen
el espíritu humano crean, como condición de
desarrollo y casi dinamos de subsistencia propia, una
serie de necesidades que es preciso satisfacer, como
el hambre y la sed, mediante las cuales el organismo
demanda los elementos que aseguran su conservación. Así,
la fe ha menester del dogma, la inteligencia de la verdad, la
memoria del recuerdo, la voluntad de la acción, la
sensibilidad del afecto y la imaginación de la belleza.
Es, pues, de orden imperioso, la necesidad que exige
la satisfacción de las emociones estéticas, tanto que al
hombre no le bastan las que a cada paso le ofrece la
naturaleza, y por eso recurre al arte para multiplicarlas
indefinidamente, desplazándose por los tejados y los
tránsitos inesperados de ese reino encantado de la
literatura, en el que confluyen la reflexión y una
sensibilidad impar. Por eso, hoy vivimos un momento
trascendental, con este solemne acto en el cual
inauguramos nuestra academia, correspondiente de la Real
Academia Española, que aportará un espacio para potenciar
la creación literaria y un reducto para el apego a lo legítimo
y propio en el uso de nuestra lengua, y para que nuestros
escritores cimenten el preclaro legado de sus obras entre los
innumerables jóvenes que en cada generación se inician en
la lectura.
La aurora que abre sus pétalos de nácar, como la
flor del día, entre reflejos de ópalo y rosa, la púrpura y el
oro de la tarde que esfuma sus claridades en los tonos
desvaídos de la sombra, la esmeralda de los prados, el zafiro
de las montañas y el azul de los lagos, no bastan al hombre.
Por eso plasma las bellezas de la creación en la hoja de
papel, que fija y aprisiona las formas, revelando las
emociones que agitaron el alma del escritor, como el órgano
que reproduce los rumores de la brisa en el follaje, el
gemido del viento y el retumbar del trueno.
El vulgo, diremos con Ledesma Navarro, compara al
escritor con la cigarra de la fábula que canta, mientras la
hormiga laboriosa trabaja; lo asemeja sin tener en cuenta
que el hombre más que de pan se sustenta de verdad y
belleza. Bajo los rayos abrasadores del sol canta la cigarra,
en la calma luminosa del paisaje, desgranando sus notas
metálicas, mientras el escritor, reclinado en el árbol, sueña
y da pábulo a sus dorados ensueños.
El escritor es algo más que la cigarra de las siestas
estivales, es el inspirado vidente que se adelanta al tiempo
fijando sus miradas en lo porvenir para escudriñar sus
misterios; es el obrero activo que modela el alma de la
sociedad, elevando su espíritu a la contemplación de la
belleza cuyos resplandores ennoblecen, purificando la
conciencia y dulcificando el carácter; es el orador cuyo
acento enciende la llama del fervor cívico, retempla el valor
del ciudadano y arma el brazo del soldado; hoy como ayer,
el escritor crea y destruye, edifica y derriba con el mágico
poder de su palabra.
Entre las bellas artes, la que enseñorea su dominio
sobre todas, reduciendo la variedad de sus manifestaciones
a la unidad de su esencia, es la escritura, luz y sombra,
forma y color, armonía y expresión, música y canto,
movimiento y vida, animados por el verbo que revela las
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1928 DISCURSO
EN EL ACTO DE INAUGURACIÓN DE LA
ACADEMIA BOLIVIANA
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
concepciones del pensamiento y las profundidades de la
conciencia.
El sabio descubre la verdad; el escritor crea la
belleza. La primera suele ser relativa, esto es transitoria; la
segunda es perdurable y como tal, eterna. Sólo al escritor le
está acordado el poder de arrancar del caos los maravillosos
mundos de su creación. En su paleta aprisiona los
polícromos temblores del iris, los estremecimientos
cambiantes de la onda y el caprichoso vuelo de las
golondrinas; de su lira brotan las dulcísimas armonías de
todos los cantos; y su pensamiento, luminoso y sutil,
descubre al través de la vulgaridad de las cosas, la recóndita
hermosura de los seres.
Talla y esculpe las portentosas figuras que encarnan
la vida con los relieves de una realidad imponderable; sus
obras alcanzan la inmortalidad a través de las vicisitudes
del tiempo, impotente ante ella, como la muerte misma.
¿Acaso han perdido su vigor, su animación y lozanía
Hamlet y Ofelia, Otelo y Desdémona, Paolo y Francesca?
Como tiene observado la crítica, y la experiencia personal lo
manifiesta, Margarita sigue deshojando, con sus dedos de
nieve, los pétalos de sus blancas flores; el doctor Fausto,
continúa insomne y febril, bajo las miradas caliginosas de
Mefistófeles. Don Quijote, enjuto, avellanado y grave,
cubierto de todas sus armas, poblada la fantasía de
princesas, endriagos y gigantes, seguido de su escudero,
socarrón y bellaco, continúa recorriendo los yermos y
abrasados campos de Castilla. Y Rocinante y Rucio
avanzan, sin detener su marcha, a través de los siglos,
provocando la meditación y la risa de los espectadores que
los ven alejarse entre el polvo del camino.
En las noches de luna, cuando el astro boga en la
claridad azul del espacio, escuchamos los acordes de la
serenata de Schubert que solloza sus trenos en las vibrantes
cuerdas del violín; percibimos el rumor que los besos de
Romeo a Julieta con el canto de la alondra que separa sus
labios.
La literatura, la más encumbrada manifestación del
pensamiento, se vale de símbolos y de imágenes para
revelar cuánto es capaz de concebir la mente y de sentir el
corazón.
Así, el poeta lírico nos revela su mundo interior,
lleno de luces y de sombras, ora sereno y diáfano, ora
luminoso y sombrío; sus dudas, sus temores, sus congojas,
las elevaciones del amor que resplandece, los impulsos de la
cólera y la execración que estallan, hasta romper, con su
violencia, las cuerdas trémulas de su lira transformada en
tempestad. Sereno, si se eleva en alas de la contemplación
mística, arrulla sus amores como la tórtola que gime
solitaria en su nido, sedienta de luz, aterida de frío,
nostálgica y triste: es santa Teresa de Jesús que vibra, san
Juan de la Cruz que arde y se consume abrasado en las
llamas de su propio incendio. Es Jacinto Verdaguer y
Santaló que canta al son de las suavísimas notas de su laúd
doliente. Si sus amores son humanos, ilumina la imagen de
la pálida virgen de sus ensueños con la suave claridad de las
estrellas; así contempla a Beatriz el Dante, a Laura el
Petrarca y Jorge Isaac a María, la blonda niña esfumada en
las tristezas de los crepúsculos del Cauca, desvanecida en
las lejanías del horizonte, como el apagado rumor de sus
ondas quedas.
El poeta épico, absorto en la contemplación de lo
grandioso y sublime, desaparece ante su majestad como la
gota de agua en el océano, para confundirse en la
inmensidad del piélago; y ya no es la gota la que canta sino
el mar el que entona el himno soberano de sus olas
bullidoras y espumantes. Es Milton que al son de las
poderosas cuerdas de su lira canta la rebelión del ángel
prescito, la felicidad inefable de Adán y Eva en la gloria del
Paraíso, fecundado por las aguas del Tigris y del Éufrates;
canta con lastimero acento, la destrucción de la dicha
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
originada por la pérfida serpiente. Es el Dante que
desciende los tenebrosos círculos del infierno para
contemplar el horror de las llamas sempiternas; es el mismo
que atraviesa los llanos y asciende las cimas abrasadas del
purgatorio, para remontarse a la beatitud de la gloria.
El dramaturgo, dotado de la doble visión
introspectiva y externa, enfoca sus extraordinarias
facultades al estudio de la vida humana, para transfundirla,
palpitante y cálida, a los personajes que anima con el
aliento soberano de su genio. Ya no se vale sólo de la
palabra que describe o narra sino que a imagen y semejanza
del Divino Artista, extrae la arcilla del seno de la tierra,
modela la figura y le infunde el soplo milagroso de la vida,
que se revela con la plenitud de sus manifestaciones. Es
Esquilo, el visionario de Eleusis, comparado por su vigor
con Miguel Ángel, el que canta, con una elevación cuyas
notas no han podido extinguir los siglos, los padecimientos
de Prometeo encadenado a la roca. Es Sófocles que hace
atribular a Edipo ciego guiado por la mano piadosa de su
hija Antígona. Es el conde de Oxford, sin pretensiones,
asumiendo su oficio desde el anonimato que sacude e
impulsa la lanza, clavándola en el ángulo sublime, el que
arma con el puñal de los celos la mano negra de Otelo para
rasgar la azucena del pecho de Desdémona. Son Lope de
Vega, Calderón de la Barca, Dostoyewski, Ibsen y los
numerosos creadores de todas las épocas y de todas las
latitudes del globo, que constituyen la esplendorosa
constelación del genio.
Felicito a los demás académicos fundadores aquí
representados por el entusiasmo y el rigor con que
realizaron su trabajo; agradezco, al tiempo, la ayuda que la
casa madre prestó a Bolivia, a cuyos miembros de número
animó a continuar en su generoso empeño que convierte a
los hispanoamericanos en condóminos del gran flujo del
habla española.
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Flor de Granado y Granado
1928 PROSAS
LA SAMARITANA
ra ya cerca la hora de sexta. Bajo un cielo sin nubes
brillaba el sol incandescente. La atmósfera inmóvil,
semejante en su quietud a las aguas estancadas del
Mar Muerto, dificultaba la respiración; y el reflejo de
la luz en el llano y las colinas hería los ojos. En el fondo del
valle, sombreado por un sicómoro, elevaba su brocal de
piedra la fuente de Jacob, a donde se dirigió una joven de
tipo samaritano, llevando su ánfora sobre el hombro, con la
gracia y el abandono con que lo hacían las sichemitas.
Provista de agua, se detuvo a descansar…
Al través de su fisonomía serena, de aquellos ojos
brillantes y soñadores, no se podía descubrir su alma
enferma; al contrario, todo revelaba en ella la dulce paz de
una existencia dichosa.
El canto de las aves en las ramas del árbol, los
reflejos de la fuente, la quietud del paisaje embargaron su
atención por completo, tanto que no advirtió la presencia
de Jesús, que se había detenido para pedirle de beber. Su
sorpresa se transformó en asombro al notar que era galileo
el varón que le hablaba. ¿Cómo un galileo iba a pedir agua
a una samaritana? ¿Acaso el uno no adoraba a Dios en
Jerusalén y la otra en Garizim? ¿Qué de común podía
haber entre dos pueblos separados por el odio? La
samaritana le negó el agua; entonces, Jesús le dijo: —Si
supieras tú quién te la pide, se la pedirías a él. —El pozo es
profundo, y no tienes con qué sacarla ¿cómo me la ofreces?
—Yo soy el agua viva y quien bebe de mi fuente no vuelve a
tener sed. —Señor, dádmela entonces… —Cayó de sus ojos
la venda y sus miradas se fijaron en una visión
deslumbrante: la felicidad se le presentó como el agua cuyas
ondas irisadas huían de las multitudes sedientas que se
agolpaban a ella para beber con hidrópica ansiedad. Tras
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
largos esfuerzos y prolongada lucha, algunos alcanzaban la
fuente; pero el agua lejos de mitigar su sed, no hacía más
que avivarla, sin conseguir refrescar siquiera la sequedad
abrasadora de sus labios marchitos.
Formando contraste con este cuadro, vio descender
del corazón de Jesús, una corriente de aguas vivas…
¡Cuánta suavidad y cadencia en el blando murmullo de sus
ondas y cuán pocas ¡ay! las almas sedientas de verdad y paz
que, como palomas blancas, venían a mitigar su sed!
on el pensamiento recogido en la meditación,
penetremos en el cenáculo, para contemplar a
Jesús, rodeado de sus discípulos, celebrando la
última pascua, en la que por vez postrera iba a
departir con aquellos a quienes tanto había amado.
Penetremos en el santo recinto con el corazón abierto, para
todas las efusiones del sentimiento, que en esta hora, única
en el decurso de los tiempos, por la sublimidad de los
misterios en ella celebrados, ha de romper sus diques como
la fuente que al surgir del seno de la roca, desgaja el granito
para inundar con sus ondas a borbotones los campos
yermos y los fértiles prados. Penetramos como las
potestades angélicas, ante el trono del Altísimo, velado el
rostro e inflamado el corazón. Plegue la inteligencia sus
alas y calle la razón, para que el alma extática escuche los
acentos conmovidos del amor.
Jesús, como atinadamente observa un filósofo
cristiano, durante su vida no gustó de manifestar la
grandeza de su poder, con actos extraordinarios que
revelasen su divinidad, sino cuando la compasión y el amor
se lo imponían de modo inevitable. A partir de la
conversión del agua en vino, en las bodas de Canaán, todos
sus milagros tenían siempre por objeto aliviar las miserias y
satisfacer las necesidades. Se conmueve ante las lágrimas de
la viuda de Naím y resucita el cadáver de su hijo.
Compadece a la mujer adúltera, perdona a la pecadora,
multiplica los panes y los peces; da vista a los ciegos,
movimiento a los paralíticos, limpia los leprosos y cura a la
mujer que llena de fe toca la orla de su manto. Llora
amargamente ante la ciudad deicida como sobre la tumba
de Lázaro…
Todas sus doctrinas se reducen a enseñar el amor, el
perdón, la misericordia, la caridad. «Amaos los unos a los
otros», les dice a sus discípulos, «amaos como os amo yo». Y
temeroso de que olviden sus enseñanzas en el cenáculo,
vuelve a insistir, repitiéndoles el mismo precepto, bajo la
forma de un mandamiento nuevo.
Si la vida de Jesús no fue otra cosa que la
manifestación del amor en todos sus actos, era consiguiente
que el último de ellos, como la coronación de su obra, fuese
también otro acto de amor, digno de su grandeza.
Quiso, pues, su omnipotencia soberana, que esta
manifestación fuese tan grande, que llegase por sí sola, a
limitar —como observa San Agustín— ¡el mismo poder de
Dios! El, con ser quien es, no podrá en lo sucesivo hacer
más de lo que hizo.
Tomó el pan, levantó los ojos al cielo y vuelto en sí,
notó que la forma cándida temblaba en sus manos;
trémulo, conmovido hasta el fondo de su alma, volvió a
fijar sus miradas en el pan y pronunció las palabras que
operan la transustanciación: «Este es mi cuerpo»… ¡Ese es
su cuerpo! Bendijo en seguida el vino y vertió en el cáliz la
última gota de su sangre: «Esta es mi sangre»… ¡Esa es su
sangre!
Sus padecimientos habían de producir la
reconciliación del hombre culpable con Dios. El dolor era,
en este concepto, la manifestación del amor. ¿Por qué no
perpetuarlo? ¿Por qué iba a terminar su martirio en el
Calvario? ¿Por qué esa cabeza coronada de espinas, ese
corazón destrozado por la lanza, esas manos, esos pies
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LA ÚLTIMA CENA
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
taladrados por los clavos, ese cuerpo flagelado, esos
miembros desgarrados y sangrantes, iban a ser
embalsamados con mirra, envueltos en un sudario para
descansar en la paz del sepulcro?
Si desde que nació desamparado en un pesebre, sin
más abrigo que la paja rizada por las bestias, no tuvo
durante su vida, donde reclinar la cabeza; si ni en la hora
de su agonía, dispuso de otro lecho que del madero
infamante de una cruz, ¿por qué, repito, iba a buscar el
descanso en la paz de la muerte? Para no encontrarlo, y
manifestar de este modo, que amó a los suyos, hasta el fin,
de la cima del Calvario, pasó al recogimiento del
tabernáculo. Allí está, sobre el viril de la custodia, nueva y
perpetuamente crucificado; expuesto a los ultrajes de la
ingratitud, a las explosiones del odio, a los denuestos de la
blasfemia, que se levanta iracunda para arrojarle los
espumarajos de su cólera salvaje.
Allí está, bajo los velos cándidos del sacramento,
dulce, resignado, tranquilo, prosiguiendo su obra de amor,
hasta la consumación de los siglos.
Allí está, con los brazos abiertos a todas las horas, para
recibir al hijo pródigo, perdonar a la pecadora arrepentida y
bendecir a los niños.
Allí está, como el sol, iluminando con sus rayos
esplendorosos las oscuridades del pensamiento y las
tinieblas del corazón. Allí está, silencioso y absorto,
anonadado en la infinitud del amor. ¡Cuán pocos son los
que se aproximan a él! Nada hiere tanto como la ingratitud
que desdeña y olvida, que desprecia y pasa; pero el amor es
más grande que la indiferencia y el odio; más grande que el
mal y cuánto existe, porque el amor es Dios.
ARPA DEL POETA TORNAD A MIS MANOS
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omo el viajero que se sienta bajo la fronda de un
árbol, en la llanura abrasada por los rayos del sol,
me detengo a la sombra de mis recuerdos, para
refrescar el alma sedienta de ilusiones y el corazón
de ensueños.
Vuelve el árbol deshojando a recobrar sus perdidas
galas; otra vez la savia, al circular por sus vasos, hincha y
lustra la yemas que se abren en verdes hojas; y las aves
confinadas por el invierno, tornan desde lejanas playas, a
colgar sus nidos en las ramas que abandonaron, para seguir
cantando.
Volved también a mí, recuerdos acariciados de mi
juventud distante, venid a besar mi frente abatida y a
reanimar mi corazón cansado. ¡Acércate, rodeada de suave
claridad ¡oh! dulce compañera de mi vida! Mírame, otra
vez, con ojos brillantes y apasionados; déjame acariciar tus
cabellos, déjame oprimir tus manos. Háblame al oído,
bajito, tan quedo, que yo sólo pueda escucharte. Háblame,
quiero que me repitas aquellas palabras entrecortadas e
incoherentes, que trémulo de emoción te oía, cuando con la
mirada baja y las mejillas encendidas, como rosas
encarnadas, solías reclinarte en mi hombro, bajo la sombra
de los sauces.
Volved dulces mañanas, brillantes días, estrelladas
noches, sosegada quietud de los campos. Arpa del poeta,
tornad a mis manos. Recuerdos que reposáis en mi
corazón, como palomas blancas en su nido, desplegad
vuestras alas, para que las acaricie con mis besos; y a tú
¡oh! dulce niña, ven otra vez, a reclinar tu cabeza sobre mi
pecho; déjame besar tu frente pura, déjame oprimir tus
manos, tus manos de azucena y rosa. Ven, ven a soñar
conmigo, bajo la sombra de nuestros antiguos sauces.
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
VIOLETAS BLANCAS
Mas ¡ay!, su existencia fue breve, como la de
aquellas flores efímeras, de que nos habla el poeta: pasó
como la onda cadenciosa y murmurante, se desvaneció
como el efluvio sutil y vaporoso…
Años después, volví al lugar. Encontré descolorido
el paisaje, los árboles cubiertos de polvo, crecidas las yerbas
y todo silencioso y mustio.
Próximo a la desierta casa, me senté sobre una
piedra y en el cielo y en mi alma, comenzó el crepúsculo:
lentamente se hundía el sol; su luz mortecina cubrió de
pálidos matices los picachos azules de la sierra; los últimos
reflejos del astro esfumaron el oro de sus rayos en las
nubes, y el cielo tomó un aspecto triste, tan triste como mis
recuerdos.
Me causan profunda melancolía las caídas de la
tarde: la luz que poco a poco mitiga su intensidad, las flores
que pliegan su broche, las aves y las mariposas que huyen
de la sombra vaga, para buscar, más bien, la oscuridad
profunda de las grutas.
La brisa me trajo el aroma de las violetas del huerto
y con él, los recuerdos de Lucía, la hermosa niña de mis
ensueños juveniles, la cándida flor, cuya frescura, no ha
conseguido marchitar el tiempo.
onocía mi predilección por ellas y se esmeraba en
cultivarlas: blancas, lilas y azules crecían bajo los
arrayanes y durazneros de su huerto,
embalsamando el ambiente, con la suavidad de su
aroma.
En la falda de la colina, dominando el valle, entre
molinos y chozas de labriegos, se destacaba la casa de
Lucía, pintada toda de blanco.
De lo alto, por una acequia, abierta en la peña,
descendía una cascada de ondas espumantes y bullidoras,
dando movimiento a los rodeznos y vida a las cementeras
que se extendían al pie de la colina, cubierta de algarrobos y
zarzales.
Una senda agreste conducía a la casa de
construcción colonial: la capilla, su campanario, los muros
formados de tapias superpuestas, sobre las que trepaban
enredaderas cubiertas de vistosas flores.
La belleza del paisaje resultaba de los contrastes: la
serranía agreste, el valle ubérrimo, las rojas camelias del
jardín y los pajonales erizados del cerro.
Puesto el sol, con la brisa de la tarde, los naranjos y
los habares en flor exhalaban el delicioso aroma de los
huertos húmedos; y en las copas de los árboles, cantaban
los pájaros y arrullaban las palomas: himnos vespertino de
los campos, treno del crepúsculo…
Allí la conocí y la amé. La grana de las auroras
encendió sus mejillas y el azul purísimo del cielo se
reflejaba en sus pupilas. Su voz tenía la dulzura de un
arrullo y la suavidad de una caricia. Su inteligencia se
revelaba en las manifestaciones de su sensibilidad exquisita;
había gracia y encantos en la naturaleza privilegiada de
aquella niña, que se aproximaba a la juventud, con la
sencilla ingenuidad de aquellas almas, cuya infancia se
prolonga al través del tiempo y de la vida.
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EN LA PAZ DE LOS CAMPOS
l sol ha tramontado las cimas de la cordillera y
esfuma sus últimos rayos en las lejanías del
horizonte. Pían las avecillas en sus nidos; susurra la
brisa en los árboles; murmuran las fuentes. De la
tierra ensombrecida, se eleva a los cielos la dulce oración de
la tarde.
El ganado se recoge a sus apriscos, ahíto de olorosas
yerbas, entre nubes de polvo.
347
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Los naranjos y limoneros cubiertos de azahares, las
madreselvas y los jazmines floridos, exhalan sus más gratos
aromas.
Bandadas de gaviotas cruzan el espacio, buscando el
abrigo de las rocas, donde están sus nidos. Alguna que otra
golondrina retrasada, se aleja también entre las espirales de
su inquieto vuelo.
El alma absorta en la contemplación del paisaje,
recogida en el silencio de su meditación profunda, escucha
la soledad sonora del poeta: es la hora de las dulces
evocaciones…
Con la velocidad del pensamiento, recorre los
periodos de su existencia, deteniéndose en las sinuosidades
y los recodos del camino; ora se dilata, ora se contrae, para
refugiarse luego, bajo la sombra acariciadora de sus
recuerdos queridos.
Mortecina claridad de lejanos resplandores, voces
que sollozan; ecos apagados que gimen; dulcísonas notas
que se desgranan del arpa del corazón, en el silencio de la
tarde, en el misterio de la sombra, bajo el influjo de la paz
de los campos.
No hay fuentes que murmuren, flores que sonrían,
aves que canten. Abruma la soledad, oprime el silencio y
quema el sol…
Sobre una roca, pensativo y taciturno, con los ojos
cerrados y las alas plegadas, el cuervo de Poe medita.
Y del sol y del páramo, de la soledad y el silencio,
surgen las notas pausadas, lentas y graves de un himno que
se extingue como la luz, en las sombras de la tarde.
ACUARELA
ominando el paisaje, en una extensa llanura,
yergue su copa un árbol solitario. Diría Gautier,
que se levanta como un pensamiento triste, en
la monótona uniformidad del páramo, apenas
cubiertos de escasos matorrales, empolvados por el viento,
marchitos y secos.
Brilla el sol bajo el azul luminoso de un cielo sin
manchas. Sus rayos abrazadores reflejados por la superficie
blanquecina y tersa del terreno, chispean incandescentes,
inflamando la pesada y bochornosa atmósfera.
348
LA LÁMINA
l contemplar una lámina, se revela incompleta la
imagen femenina. Al lado de la mariposa debiera
estar representado el león, porque la mujer es
inteligencia y fortaleza, pensamiento y corazón.
Bien que lo primero pueda simbolizarse en la
mariposa, «casta flor del aire», porque como es la dulce
compañera del hombre, vaporosa, sutil y delicada se deja
llevar de la fantasía, vuela de flor en flor, empapando sus
alas en los efluvios de todas las ilusiones, de todos los
sueños de la vida. Pero lo segundo ha menester del león: en
las horas graves de la vida, aunque con los ojos empañados
por las lágrimas, la mujer sabe resistir todas las tormentas,
si estallaren, con la fortaleza del soberano de las selvas.
Ni la abultada lista de diosas que pueblan las
mitologías más diversas ha podido borrar la más significada
imagen de fortaleza con la que nos marcó la primera mujer.
El imperio de Eva comenzó y concluyó a la sombra del
árbol del bien y del mal. En su «no» proverbial congregó el
poder de la voluntad, el inicio de la memoria y la capacidad
de crear: dones que, por sobre la mítica perdida del Edén,
otorgaban la gracia de un camino liberador para hacer
soportables la enfermedad, el envejecimiento y la muerte.
De esa mezcla de temeridad y lucha por subsistir surgió el
brote de la cultura y, con ella, una empecinada repetición
349
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
en la costumbre de supeditar lo femenil a las imposiciones
viriles para adueñarse de una sola dirección del destino.
En este sentido es asombroso como, de la
Antigüedad a nuestros días, ha persistido una
representación similar de la imagen femenina, a pesar de
que los acomodos urbanos, políticos y laborales exigen su
directa colaboración en tareas que se tenían privativas de
los varones. Aunque las tentativas de equipararse en
derechos al hombre hayan sido cambiantes y múltiples en el
curso de siglos y aun de milenios, podría decirse que hasta
el siglo XX no cobrarían fuerza los movimientos femeninos
en Occidente y que en la actualidad, al despuntar de una
era incierta, la suma de logros se encaminan hacia la
formación de estructuras inimaginables que habrán de
derivar en otras maneras de organización familiar, civil y
comunitaria no necesariamente mejores o peores a las que
nos precedieron, aunque si inexploradas y hasta cierto
punto esperanzadoras.
esculturales de aquella, que más que mujer, parecía una
diosa. Aquellos ojos negros, profundos como las tinieblas
que envolvían la ciudad de los misterios, sombreados por
crespas pestañas; aquellos labios rojos como la flor del
granado. Ampos de nieve, azucenas deshechas, rosas de
apagado tinte sus mejillas y su cuello; pequeños los pies,
delgados y flexibles los dedos de las manos, irisados por los
cambiantes del zafiro, el ópalo y la esmeralda de sus anillos
y aquel rostro de divina expresión, realzado por el ébano de
su negra cabellera. Aquella mujer, en fin, que a Miguel
Ángel, habría servido de tipo para modelar la diosa del
pudor, encendió sin pretenderlo ella, una pasión, que en
Sexto, se tornó en vil apetito… El infame, dejó pasar los
días y pretextando ser portador de noticias de Colatino
ausente, se hospedó en casa de Lucrecia.
En altas horas de la noche penetra al dormitorio,
contempla una vez más, a la luz velada de un quinqué, a la
hermosa mujer, cuya sosegada respiración revela el
tranquilo abandono con que duermen los niños y los justos:
ni una sombra en su frente pura, ni una contracción en sus
labios castos…
—Lucrecia, Lucrecia, —murmura Sexto—, sé que
tu virtud no cederá a mis deseos, pero, si gritas, este puñal
te rasgará el corazón, en seguida mataré al más hermoso de
tus esclavos y contaré que habiéndolos sorprendido en
flagrante delito, vengué a Colatino. Ten presente que no
sólo te arrebataré la vida, sino algo más, el honor.
Difícil será encontrar colores para pintar la santa
cólera, la protesta impotente de la dignidad ultrajada.
Cedió la debilidad de las fuerzas físicas ante la agresión
brutal; pero, el alma virgen no manchó su pureza.
Un mensajero enviado por Lucrecia, hizo venir a su
padre y a Colatino. Refirioles el hecho e hizoles jurar
venganza: —No debe vivir una mujer manchada, la tumba
debe velar su vergüenza y el esposo castigar la afrenta.
LUCRECIA
a tramontado el sol las colinas que circundan el
valle. A la luz indecisa del crepúsculo, se ha
sucedido la noche con sus sombras y misterios; a
merced de las luces del vivac, se destaca en el
campamento del ejército romano, que sitia la ciudad de
Árdea, la tienda de Sexto, hijo de Tarquino, y en ella, se
disputa con calor sobre cuál de las esposas de los
concurrentes, es más virtuosa. Colatino allí presente,
propone sorprenderlas en el mismo momento, y así en
alegre cabalgata parten los jóvenes patricios sobre la ciudad.
Fueron halladas unas en el baile, otras en el tocador
y sólo Lucrecia, la hermosa esposa de Colatino, hilaba
rodeada de sus esclavas la lana destinada a la túnica de su
esposo. La noble matrona ofreció una cena a sus huéspedes,
durante la cual, Sexto pudo contemplar las formas
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351
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Trémula y encendida de cólera, sin que pudieran
evitarlo, Lucrecia se quitó la vida… Una lágrima de
satisfacción rodó por sus mejillas, para confundirse con la
sangre que brotaba del noble pecho.
La virtud pagana inmoló a su víctima sobre el ara de
los sacrificios cruentos; pero se juró la venganza y se
cometió un suicidio. Pocos dolores laceran tan
profundamente como la violación. El daño infringido
horada y destroza la moral de la víctima de tal manera que
sólo la muerte, de uno mismo o del violador, es el único
antídoto capaz de menguar el horror de la herida.
La observación de este fenómeno inusitado clama a
viva voz contra la cultura del silencio y contra la
transformación del observador en cómplice inconsciente.
ra popular y generalmente querida, Juanita, la buena
costurera, vaciada en los antiguos moldes de la
mujer cochabambina. Humilde, bondadosa y
honrada, merecía las consideraciones del aprecio de
cuantos la conocían y trataban. Vestía de negro, falda con
cola, enaguas almidonadas y jubón plegado. Llevaba una
escarcela de cuero, pendiente de la cintura, provista de un
pañuelo de algodón listado, de una caja de rapé, y a mayor
abultamiento, nunca le faltaba el paquete de cigarrillos, que
torcía a menudo, escatimando un poco de cada uno, ahorro
que le permitía fumar algunos más. Al través del calzado
gastado por el uso y de los codos deshilachados del jubón,
se notaba la camisa y las medias blancas y limpias; el aseo
esmerado de su persona, la daba ese olorcillo pobre y
simpático del agua y del jabón.
A pesar de sus canas y de las arrugas de la piel
suelta, y con faltarle parte de la dentadura, se podían
distinguir aún los rasgos de una fisonomía atrayente,
hermosa, sin duda, en los buenos tiempos de su mocedad
lejana y así se explica cómo la buena mujer cedió a las
tentaciones del mundo, del demonio y de la carne. Amargo
fruto de sus desvíos, fue la hija que tantas lágrimas le costó.
Expulsada del hogar paterno, tuvo que sufrir los
rigores de la deshonra, del hambre y del trabajo, tenaz e
insuficiente para satisfacer sus necesidades. Dura fue la
transición de la medianía a la suma pobreza: largos los días
sin lumbre, las noches sin luz.
Con la pequeñuela en brazos, de casa de una amiga
a la de otra. ¡Qué amargo es el pan ajeno! ¡Oh, si siempre
la salud estuviese buena! Nunca pudo recordar, sin que los
sollozos anudaran su garganta, las enfermedades de la niña
y las suyas, aquellas que la obligaban a guardar cama en el
hospital. En la época a que me refiero, la severa educación
española, hacía del padre de familia, un juez inexorable, sin
corazón y sin entrañas. Eran inútiles los ruegos de la hija
culpable, ineficaces las insinuaciones del confesor, estériles
las súplicas de los amigos. —Ha deshonrado mi casa, —dijo
el padre—, y no volverá a mancharla, entrando en ella. —Y
así, casi desheredada por las mejoras de tercio y quinto, con
que los hermanos fueron beneficiados, no pudo la
desgraciada asistir a los últimos momentos de la vida de su
padre, cuyo sueño adusto ni la muerte consiguió dulcificar.
Con su cortísimo haber y algo que los hermanos le
dieron, compró una modestísima vivienda, que luego fue
amoblada con el deshecho de los trastos de la casa paterna.
Pasada la tempestad y las horas de angustia, empezó a
suavizársele la vida. Cuando las casas le cerraron sus
puertas, el templo le ofrecía abiertas las suyas. Bien sabía
que el Señor no desdeña a los pecadores; que había
perdonado a la adúltera y que era el Padre de las
misericordias, el Padre del hijo pródigo. A él volvió con la
frente humillada por el arrepentimiento y el corazón
dilatado por la esperanza. Él la perdonaría, él la recibiría: él
la recibió. Todas las mañanas, a la hora del alba, asistía a la
primera misa. ¡Oh!, ¡y qué encantos tenía para ella el
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LA COSTURERA
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
templo! La aurora con sus reflejos de nácar y rosa, asomaba
por las altas ojivas, bañando de suave claridad las naves
majestuosas del templo, en cuyos altares palidecían y
temblaban los cirios encendidos. El dulce piar de las
golondrinas que se posaban en las comisas; la voz del
sacerdote que oficiaba, el humo del incienso, la hostia
blanca y la sangre redentora… y de allá, del fondo del
santuario, una voz que resonaba en lo íntimo de su alma:
«Venid a mí, los que estáis cargados, los que gemís bajo el
peso de las aflicciones, que yo os aliviaré»… ¡Cuán
sosegada volvía a su casa, para despertar a la niña y poner
el desayuno en el brasero. Al calor del carbón que
chisporroteaba, hervía el chocolate exhalando su aroma
confortante.
Hecha la reparación y lavada la niña, tomaban
madre e hija camino del trabajo… Recoser la ropa, zurcir
las medias, cortar y coser vestidos para las señoras o la
servidumbre, eso era todo y así, de casa en casa, recorría su
larga clientela, confinada en las habitaciones interiores
donde se le servía comida.
Pasaba el tiempo con sus días uniformes; pero, la
tierra no gira en vano sobre su eje ni las estaciones se
suceden, sin traer los cambios consiguientes a la revolución
de los astros: al invierno desolado y triste le sigue la alegre
primavera, vistiendo de verdes hojas las desnudas ramas y
de vistosas flores los henchidos tallos… La crisálida
rompió, a su vez, el tegumento que la cubría y extendió sus
brillantes alas a las caricias de la brisa y a los besos del sol.
Secretas y angustiosas luchas sostenía la madre
consigo misma. Quería que la hija no se diera cuenta de
que la juventud había llegado para ella. —Que no lo
advierta la niña; cuidado que el espejo le revele su belleza…
—¡Vano empeño! Pues, la naturaleza se encargó de
manifestárselo, acentuando sus formas, con aquellas líneas
que, según Víctor Hugo, enloquecen a los poetas y
desesperan a los pintores, porque no pueden trasladarlas al
lienzo.
Crecieron sus pestañas crespas, velando sus ojos
negros; los cabellos le cubrieron los hombros con sus rizos
de seda; sus mejillas tomaron a la suave coloración de las
rosas silvestres; las curvas de su talle realzaron su gallarda
figura, con los encantos de una juventud floreciente.
La bondad de su carácter, su agradable trato y suma
discreción, le habían conquistado simpatías, en las casas
que frecuentaba con su madre y así, ambas recibían
cariñosa acogida, sin que ésta, permitiera a la joven,
ingresar al salón ni departir con las visitas de la familia.
Siempre confinada por los límites infranqueables del
medio, que constituye aquello que se llama esfera social.
Sonriente y amable se encargaba de peinar a las
señoritas, de aderezar sus trajes con la prolijidad y el buen
gusto de las artistas de la cinta y de la aguja, sin que el lujo
deslumbrante suscitara en ella, la envidia ni el rencor, que
nacen de las privaciones impuestas. Pensaba en que podía
lucir, vestida como sus amiguitas, en las reuniones que
contemplaba detrás de las vidrieras; pero, estos
pensamientos, sólo la conducían al deseo honesto y justo de
lo lícito y a establecer las comparaciones inevitables que
marcan los contrastes.
Sus ojos no habían sido los únicos que notaban lo
pobre de su indumentaria, sin que ella, se diera cuenta,
habían otros que estaban fijos y mortificados con la
apreciación de las diferencias. Eran los de Jorge, hijo de
una de las señoras, en cuya casa solía pasar largas
temporadas. El joven se daba modos para introducirse en la
habitación de trabajo, sin apartar las miradas del rostro
encantador de la niña, que no tardó mucho en notar la
pasión naciente, cuya llama acabó por inflamar su corazón.
—¿Por qué me mira así?, está más atento que de ordinario
—se decía en las horas de insomnio, que empezaron a ser
frecuentes en ella.
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Cierto día Jorge le obsequió un ramito de jazmines,
que lo recibió con las manos trémulas y las mejillas
encendidas. —Me hace usted mucho favor; lo conservaré en
su nombre. —Y el ramito fue cuidadosamente disecado en
las páginas de un libro. Ella fatigó su imaginación para
corresponder al obsequio y acabó por bordar un pañuelo de
seda con las iniciales del joven.
A la sazón alborotaba al público una famosa
compañía de zarzuela. Jorge había asistido a varias
representaciones, en compañía de su familia; pero, la
muchacha no podía ir a teatro y esto lo mortificaba. Su
contrariedad subía de punto, toda vez que sus hermanas
ponderaban los méritos de los actores, en presencia de la
joven, que escuchaba silenciosa las relaciones del drama.
Una vez se atrevió a insinuarse con sus hermanas para que
la invitaran; pero, ellas se encogieron de hombros,
escandalizándose. ¿Ellas habían de ir a teatro con ella? Su
hermano estaba loco. El joven enrojeció de cólera; pero,
calló.
Un conjunto de detalles y circunstancias que en una
y otra forma suelen acompañar al período del noviazgo y
enturbiar los encantos del amor, comenzaron a oprimir a
Jorge, en cuyo rostro descolorido y meditabunda expresión,
se podía notar el sufrimiento que le ocasionaban. Las
minucias de la vida, para los ojos del amor, se transforman
en montañas: quisiera el joven, enviarle valiosas joyas,
hermosos muebles, costosos vestidos; pero, ¿cómo ultrajar
su miseria? Ella, por otra parte, sería incapaz de recibirlos.
Sus madres no tardaron en saber lo que sucedía; a
la pobre le pareció aquello un sacrilegio, a la rica una
desvergüenza. Pero, los prejuicios del orgullo, que separa a
la humanidad en clases sociales, son en ocasiones,
impotentes para alterar la marcha de los sentimientos que
han trazado su curso: el amor aproxima, nivela y funde en
su crisol las almas, como la Tierra que allega diferentes
elementos, para que de su seno surja la maravillosa unidad
de la flor.
LA FIESTA DE LA FLOR
iajeros dichosos, vosotros cuya senda está cubierta
de blando césped, orilladas de árboles, que os
brindan sus frutos y la frescura de su sombra,
deteneos a contemplar las muchedumbres
macilentas que pasan silenciosas por vuestro lado,
ocultando sus harapos y reprimiendo sus lágrimas. Fijad
vuestras miradas en sus pupilas sin brillo, en sus labios sin
sonrisas, en sus miembros deformados por la miseria, en
sus pies descalzos y sangrantes. Niños sin abrigos, pálidos y
tristes, mujeres desgraciadas de rostros exangües, varones
rendidos bajo el peso de su infortunio; energías agotadas,
esperanzas desvanecidas.
Seres felices, vosotros cuyas necesidades se
satisfacen sin esfuerzos ni dolores, considerad los
padecimientos del hambre, las aflicciones de la pobreza, los
desalientos de la impotencia; abrid vuestros corazones; dad
paso a la efusión de sus sentimientos generosos; dejad
correr sus dulces raudales para que sus ondas humedezcan
los campos yermos…
¡Miseria vergonzante! La pobreza, como toda
desnudez, tiene sus pudores; oculta sus llagas, cubre sus
úlceras, velándolas con la sonrisa que se esfuerza por
disimular su desasosiego interior. Los grandes dolores no
tienen más expresión que la del silencio. ¡Cuántas notas
dolientes se desgranan de su gama infinita; para
escucharlas es preciso ahogar la ruidosa alegría de los
festines! Así, como nos detenemos sobrecogidos, con la
plegaria en los labios, ante la majestad sombría de las
tumbas, detengámonos también ante el silencio de la
miseria, para cubrirla con el manto de nuestra piedad, sin
que nuestras miradas indiscretas sorprendan el recato de
sus ocultas lacerías.
El mendigo que implora, tiene sin duda, la
expansión de la queja que alivia, como todo desahogo; pero,
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
el que cierra sus labios comprimidos por la dignidad, el que
sin odios, sin envidia y sin rencores, sufre resignado las
privaciones y las tristezas de su abandono, es el que
reclama, con más justo título, la conmiseración ajena.
la abatida frente y con acento conmovedor exclama —una
limosna en nombre de Dios— Escuchad en seguida la
destemplada voz del portero, empleado de un amo sin
corazón, que lo arroja a la calle a vagar incierto. El anciano,
con tembloroso paso, se aleja, se aleja y llora. Gotas de
helado llanto surcan su rugosa mejilla ¡llanto funerario,
gotas mortales! acaso cada gota se convierte en un mundo
de plomo que pesará sobre el corazón avaro.
Mirad otro cuadro aun más sombrío. ¿Veis a esa
joven pálida, sin hogar, sin nombre acaso? ¡Miradla!
Juventud triste, aurora oscura, el pudor cubre su demacrada
belleza. ¡Cándida paloma expuesta a los azares del ave que
ha perdido el árbol y el nido! ¡Pobre niña!, sus labios no
fueron humedecidos por el beso paterno, su madre no
arrulló jamás su blando sueño… Siente la aspereza del
suelo, el rigor del frío, las fatigas del hambre.
Sentamos un principio en el orden social; lo
sentamos sólo para implorar el movimiento de las fibras
sensibles del corazón, que nos obliga a partir el pan con el
menesteroso. Ya no se puede tolerar un mundo en el que
viven al lado el magnate y el miserable, menesterosos
carentes incluso de lo esencial y gente que despilfarra sin
recato aquello que otros necesitan desesperadamente.
EL MENDIGO
l universo es un ¡espléndido cuadro! Admiremos en
él la grandeza de sus rasgos, la variedad de sus
matices, la simetría de sus perfiles, la armonía de
sus notas, lo simbólico de sus imágenes, lo
misterioso de sus arcanos, lo profundo de sus verdades.
Ante esta visión esplendorosa, el trémulo labio del hombre
anonadado es claro: ¡sublime! Esto es lo que pudiéramos
llamar con Víctor Hugo: «Himno de la pequeñez al
infinito».
Y entre las existencias del universo, la nota que más
en alto se levanta es sin duda el hombre, eterno himno a la
grandeza de su Autor; el hombre, simpática figura que
erguida se destaca en medio del cuadro, llamado no sin
fundamento microcosmos, mundo en pequeño, compendio
de lo grande. Empero, el hombre, en medio de sus nimbos
de luz, en medio del fulgor de sus mil facetas, presenta
funerarias sombras, oscuras manchas, perfiles crueles… ¡Se
nos presenta el Rey de la Creación cubierto de míseros
andrajos! Detengamos nuestras miradas en esa faz sombría,
en ese doloroso eclipse, que llamamos —¡Miseria!
—Veamos al mendigo, contemplemos al miserable.
¡Mirad!, ¡mirad! ese anciano de noble y abatida
frente, solitario peregrino en un valle de dolor. Cada arruga
en su frente parece ser el sepulcro de una ilusión muerta,
de una esperanza segada en flor. La decepción, la amargura,
dan a su rostro, una sombra de profunda melancolía. Un
artista habría trasladado esta figura al lienzo para
enseñarnos la imagen del dolor. Toca el viejo, con
mesurado golpe, la puerta de un magnate, inclina al suelo
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LA CARIDAD EJERCIDA POR LA MUJER
a caridad es el corazón que se contrae y dilata
impulsando las ondas de la piedad que se condensan
en la lagrima, que florecen en el pensamiento y que
se revelan en la palabra; es la que brota del fondo del
alma para arrancarse el corazón y entregarlo trémulo y
palpitante. Nadie ha definido a la caridad de modo más
preciso ni completo que san Pablo, quién nos dice de ella:
«Es el amor desinteresado, puesto en acción». ¿Cuál es su
fundamento? Lo encontramos en el fondo de la naturaleza
humana, en la simpatía, en la benevolencia, que sentimos
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
por los seres y las cosas. Pero, la caridad práctica,
encarnada en los actos cotidianos de la vida, hecha
substancia, carne y hueso, medula y esencia, no la vamos a
encontrar ni en la simpatía, que es relativa y tornadiza, ni
en el principio abstracto y metafísico del imperativo
absoluto de Kant; la encontraremos fija, inmutable, nítida y
clara, en el Decálogo: «Ama a tu prójimo, por amor de
Dios, como a ti mismo». La caridad cristiana, tan distinta
de la filantropía, no consiente en privarse de un objeto para
satisfacer la necesidad ajena, sino en darse a sí mismo, y en
decir y hacer, como Jesús: «Tomad, ésta es mi carne; bebed,
ésta es mi sangre».
La caridad desprendida del seno de Dios, debiendo
vivir en la tierra, entre la naturaleza y los hombres, buscó
para encarnarse la más noble y graciosa de las formas, la
mujer, en cuyo pecho se abren y florecen las rosas del amor:
pálidas como los lirios, blancas como la nieve, rojas como la
púrpura de los holocaustos cruentos. Pálidas, blancas y
rosas, nacidas del corazón, sustentadas por la savia de su
sangre, animadas por el aliento de su vida.
La caridad es una virtud que se adapta a los medios
y al tiempo, tomando los caracteres y modalidades de cada
temperamento y de cada época. Es contemplativa con
María, que deja a su hermana Marta los cuidados materiales
de la vida porque ella sólo se satisface con ver, amar y
adorar. Es mística con santa Teresa, elevándose a las más
altas regiones de la contemplación seráfica y del puro amor,
noble y desinteresado. Subyugada por su grandeza, estalla
en el grito de la estrofa que conocéis:
«Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero».
Ama, sin que a ello la obligue el temor de los suplicios
eternos ni la esperanza de la gloria; siente el peso
abrumador del tiempo porque retarda la posesión del
Amado, y llama en su ayuda a la muerte:
«Ven, muerte, tan escondida
que no te sienta venir,
porque el placer de morir
no me vuelva a dar la vida».
Y se cierne en el azul y asciende como la paloma a su nido.
Y a medida, que asciende, su vuelo adquiere la rauda
velocidad y el poderoso aliento del águila que se remonta de
las estrellas más allá, hasta que nuestras miradas atónitas
apenas alcanzan a contemplar un punto, que se esfuma en
la trasparencia del espacio.
Con Juana de Arco, viste la férrea armadura del
guerrero, que oprime los delicados miembros de la heroica
doncella de Orleans; empuña el arma y alentada por el
impulso de un valor sobrehumano, lucha en los campos de
batalla; recibe heridas y se consume en las llamas de una
hoguera, diré con san Alfonso: «Como el cirio en el altar»,
en el amor de los amores.
La caridad, puesta en acción, multiplica sus formas
no pudiendo contener la desbordante efusión de sus
sentimientos, en los reducidos límites de la unidad; las
multiplica creando instituciones de beneficencia, donde
quiera que el símbolo cristiano agente su base y extienda
sus brazos: en los campos de batalla, bajo la cruz roja de las
ambulancias, son manos de azucena y rosa las que restañan
las heridas sangrantes; en los hospitales, las que sin temor
de manchar su blancura, en infectas exudaciones, se posan
blandamente; en los asilos de expósitos, las que mesen y
arrullan a los niños.
Son jóvenes las que estrechan contra su pecho el
cuerpecito tembloroso para infundirle el calor del seno
materno; son labios femeninos las que besan la frente da la
niñas, en las tristeza de los hospicios. Es bajo la bondad de
sus miradas que nace el consuelo y brota la esperanza.
Son siervas de María las que acuden a los hogares
para compartir los sufrimientos de la familia, cuando la
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Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
enfermedad aqueja. De sus labios fluye la palabra que
alienta, «con la fortaleza de su propia debilidad».
Parodiando al poeta que dice: «Los seres son
opacos, amarlos es volverlos trasparentes», bajo cierto
concepto, podemos repetir: son oscuros pero, iluminados
por los rayos de la caridad, adquieren la virtud de la
trasparencia que se torna en luminosa, cuando la mujer
proyecta sobre ella la lumbre de la bondad de los
sentimientos de corazón. He aquí porque la caridad ejercida
por ella ostenta el sello de una belleza especial, más suave,
más dulce, más humana.
La caridad es una y simple en su esencia; pero,
repito a través de la naturaleza femenina, se trasforma
como rayo de luz en el cristal del prisma, fenómeno que se
opera no solo en el orden moral sino también en el
intelectual y físico, comprobado por la locución vulgar que
lo afirma: «Pensar como mujer, sentir, querer como mujer».
De aquí que ella constituya el encanto de la vida, la
plenitud del hogar, la nota vibrante y alegre de la
naturaleza. Para concluir esta observación, ligeramente
anotada, señalaremos la índole especial de los sentimientos
que inspira: el hijo ama a su padre y a su madre; se exaltan
en el primero, los sentimientos de respeto y veneración y en
el segundo, los de la ternura y la gratitud a pesar de que
ambos, junto con la vida, le ofrecieron por igual, el calor de
sus afectos, su alma, su corazón y su sangre. El padre lo
amó como hombre y la madre como mujer; he aquí la
diferencia.
Se concibe la mujer sin talento; pero, jamás sin
bondad, sería ésta desnaturalizada. Por su naturaleza es
sensible y delicada. Ama lo bello y practica el bien porque
está hecha de bondad y belleza, de ensueño de luz y de
armonía.
La amada preguntó al poeta: —Qué es la poesía? —
El poeta contestó: —La poesía… eres tú. —Como el cantor
de las Rimas inmortales podemos también decir: Mujer,
mujer: la caridad eres tú.
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PENSAMIENTOS
ntre los conceptos que informan la mente y los
sentimientos que alientan el corazón, surge,
enseñoreando su dominio, como el astro que se
levanta en el horizonte irradiando sus resplandores,
la fe: luz en el cerebro, poder en la voluntad, fuerza en la
acción.
La fe, no es el resultado de las imposiciones del
dogma, como se imaginan los espíritus superficiales. Sus
fundamentos reposan en el fondo mismo de la naturaleza
humana: La inteligencia no satisface sus aspiraciones con la
simple demostración de los fenómenos; a la imaginación no
le bastan las impresiones de los sentidos ni al corazón los
afectos creados por las relaciones de la sangre o los vínculos
de la simpatía.
Existe en el hombre una fuerza poderosa que
remonta su espíritu a esferas de un orden superior a
aquéllas, donde sólo su puede ascender en alas de la fe.
No nos basta pensar; no es suficiente sentir. Nos es
necesario creer, para colmar el eterno vacío que dejan las
aspiraciones defraudadas por la realidad.
Creemos, porque nos es necesario creer. La fe, acaso
no sea el resultado del libre juego de las facultades del
alma, sino más bien, el de una potencia especial, distinta de
las demás, puesto que, a ella nos conducen, no las
demostraciones de la razón ni las imposiciones de la
voluntad, sino un conjunto de fuerzas misteriosas a que
ningún espíritu se sustrae. El que cree no creer, se engaña,
porque la fe es el hombre.
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
LA MUERTE
a muerte es un fenómeno tan natural como la vida;
su consecuencia necesaria, su término indefectible.
Nacer, morir, es la ley. Pero, cuánta diferencia de lo
primero a lo segundo. Nacer es la iluminación de la
aurora que rasga las sombras de la noche para alumbrar el
día; morir es la declinación del astro, en el crepúsculo de la
tarde y en las tinieblas de la noche. Nacer es la luz de la
esperanza que surge en la floración del ensueño; morir es la
dolorosa realidad que deshoja los pétalos de aquella
espléndida flor de luz u de ilusión, para arrojarla deshecha
al seno de la tierra.
Esperanza, desconsuelo, lágrimas y sufrimientos;
contraste de luz y de sombra, de sonrisas y sollozos;
energías del entusiasmo, desfallecimientos de la fuerza,
elevaciones del alma, dolorosa postración del espíritu. Así
es la vida. Con razón se la simboliza en una corona de rosas
y de espinas; sobre ellas tiemblan irisadas gotas de rocío y
de sangre. Así es la vida; tomémosla como la expresión de
la voluntad suprema de su Autor, acatando la bondad de
sus designios, sin pretender escrutar los profundos senos de
la Infinita Sabiduría, que rige el admirable concierto del
universo, sin esa epifanía como fogonazo en la que el
enigma se abre por un instante y se muestra desprovisto de
las luces que ciegan y de las sombras que atemorizan.
Si se concreta la consigna universal Puluum eris et
puluum reuerteris, no es precisamente una condena, sino
una fatalidad, siendo condición natural de la existencia:
todo lo que comienza tiene un fin. La inmortalidad terrena,
la permanencia física sin límite, verdaderamente no es cosa
de este mundo. Somos los humanos, carne, sangre, huesos
y pensamiento. Con la muerte, la carne se pudre, la sangre
se seca, los huesos se desmoronan. Y queda sólo el
pensamiento, remontando los siglos.
364
Flor de Granado y Granado
1930 CARTA
MI JAVIERITO:
l cumplirse hoy el cuarto aniversario de la muerte de
tu mamá, en la antigua capilla colonial de la
hacienda, se ha celebrado una misa por ella. El once
de este mes será también el quinto aniversario de la
muerte de tu hermana Elena; debo suponer que tú y
Antonio le oirán siquiera una misa. Aquí, se celebrará otra
por ella. Mandaré celebrar un trientanario de misas para
cada una. No nos queda otra cosa que cumplir estos
sagrados deberes para los seres amados ausentes; sobre
todo, por lo que podemos de nosotros dar, nos corresponde
observar una conducta que pueda ser un sufragio por ellas.
El cristiano debe tener presente que, de día y de
noche, las miradas del señor están viendo y observando
nuestros pensamientos y acciones. El ojo del Señor está
siempre abierto y atento, por eso uno debe repetirse a
menudo esta verdad: «Dios me ve». No hay pensamientos,
ni deseos, ni acciones recónditas, ocultas para él. Él nos ve,
y nos pedirá estrecha cuenta hasta de las palabras ociosas,
como nos dicen las Sagradas Escrituras. Es preciso huir del
pecado y de las ocasiones que pudiesen inducirnos a él.
Es preciso meditar en estas palabras del Evangelio:
«¿De qué te sirve ganar el mundo entero con sus riquezas
de oro, plata, joyas, si pierdes tu alma?» Sólo se gana la
vida «perdiéndola», por el amor y al servicio a los demás.
Espero que me des cuenta del estado de tus
estudios; debes suponer que estoy preocupado con el buen
éxito de tus exámenes y me traerás la calificación que
obtengas sobre cada materia. Si tú trabajas yendo a colegio,
yo trabajo esperando ansioso el fruto y resultados de este
trabajo y es natural mi preocupación. Así que concluyas con
don Luis Taborga, podrás servirte a repasar todo lo que no
necesita profesor.
365
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Te extraño mucho. Me anunciarás el día exacto de
tu venida a ésta, para hacerte esperar en Arani.
Te mando un verso para que lo aprendas de
memoria: es uno de los mejores que conozco.
—Tu papá, Colpa-Ciaco, 7 de octubre de 1930
1931 DISCURSO
MANTENEDOR DE LOS JUEGOS FLORALES
l espíritu propende a elevarse a lo infinito mediante
un esfuerzo de propia superación; las limitaciones de
la naturaleza, al contrariar sus anhelos, determinan
el dolor que, al decir de un ilustre filósofo, es la
conciencia que tenemos de una imperfección, como el
placer, la certidumbre de lo contrario. El dolor, al dejarnos
sentir nuestras miserias, se encarga de impulsarnos a
procurar la perfección, y para que su aliento no se debilite o
destruya, la naturaleza ha dispuesto que ésta, como la
felicidad, a la que el hombre aspira, jamás se encuentren
cumplidas. Lo mismo se puede afirmar de la belleza
objetiva, asegurando con Rousseau que «lo bello es, lo que
no es», porque la realidad nos la ofrece limitada por los
defectos que nos inducen a concebir algo mejor que lo que
se ve.
Ni la perfección, ni la belleza, ni la felicidad
consumadas, nunca las encontraremos sino dentro del
concepto de lo relativo, y sin que por ello dejemos de ir
siempre en pos de su brillante espejismo, tras la gota de
agua que refrigere, tras el rayo de luz que esclarezca la
sombra.
El origen del arte radica no sólo, como se pudiera
suponer, en la propensión innata de reproducir las
imágenes que impresionan nuestros sentidos, sino y sobre
todo, en la aspiración a lo ideal, en el anhelo de perfección,
estimulado por el placer de obtenerla, mejorando los seres y
366
Flor de Granado y Granado
las cosas, proyectando sobre ellas «la divina luz que las
transfigure y glorifique».
Afirma Janet que «el ideal es la perfección de cada
cosa según su género, la armonía de la idea con su forma, la
unión de lo invisible con lo visible», y añade «que la
necesidad de lo bello ideal, se desprende de las
imperfecciones de lo real».
Existe, pues, en el fondo de la naturaleza humana
una fuerza que incesantemente la conduce a su
perfeccionamiento, cabe decir, la acción del progreso, cuya
historia es la del hombre, al través del tiempo y del espacio:
los primeros hombres buscaron la protección del árbol y de
la gruta contra las inclemencias del tiempo y, notando que
éstas no satisfacían debidamente su objeto, construyeron la
primera cabaña. Si comparamos la morada primitiva del
hombre con las magnificencias de la arquitectura suntuaria,
la zampoña agreste con la maravillosa orquestación del
órgano, y los rasgos imperfectos de los primeros diseños
rupestres con los admirables lienzos de Rafael y de
Rembrandt, podremos apreciar el camino recorrido por el
genio creador del arte; veremos lo bello ideal,
desprendiéndose de las imperfecciones de lo real, para
mejorar cada cosa, según su naturaleza. De aquí se deduce
la trascendental importancia de la extensión y cultivo del
arte, de aquí el justo aprecio que en todo tiempo, ha
dispensado la humanidad a los seres privilegiados que
llamamos artistas y cuya misión altamente civilizadora y
cultural no se reduce a sentir y procurar el puro deleite de
la contemplación de lo bello sino a perfeccionar la
naturaleza humana, dilatando los dominios del
pensamiento, espiritualizando la sensibilidad y
ennobleciendo todas sus facultades.
El artista, como se sabe, al concebir y realizar su
obra, no persigue ninguna finalidad docente, como la flor
que abre su corola y exhala sus aromas, como el rayo de luz
que se refleja en la superficie temblorosa del lago azul.
367
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Crea, porque tiene la necesidad de crear; si dejara de
hacerlo, la llama interior que alienta su genio, acabaría por
consumir su propia existencia. El genio es una fuerza, y
como tal estalla en la magnificencia de sus admirables
concepciones, con la circunstancia de que, durante el
proceso creador, la inconsciencia suele embargar las
facultades discursivas del artista que, si bien concibió el
plan de su obra, concluye por ejecutarla sin darse cuenta de
ello, en un estado de transporte o arrebato, que acaba por
los desfallecimientos del deliquio.
Nada enseña la flor que ostenta su belleza, nada el
pálido rayo de luna que se refleja en el silencio de la noche
estrellada; pero ¡cuántas emociones despierta, cuántos
ensueños provoca!
La contemplación de una obra de arte, al conmover
profundamente el espíritu, produce transportes, vibraciones
y estremecimientos, semejantes a los del arco que hiere las
cuerdas del instrumento sonoro.
El arte sugiere, revelando mucho más de lo que la
realidad manifiesta. Hay retratos que al fijar la fisonomía
de una persona, trasladan al lienzo, con la animación y el
calor de la vida, el carácter, el temperamento, la
inteligencia o el genio, reflejados con la mayor o menor
intensidad de la luz que resplandece en sus miradas.
Es un pequeño cuadro que representa a una niña de
pueblo, pobremente vestida; las telas que la cubren han
perdido su brillo, adquiriendo las tonalidades desvaídas de
lo incoloro. La mantilla que cubre su cabeza deja ver las
crenchas de sus cabellos lacios; su fisonomía, pálida y
descolorida, revela todas las miserias que agobian su
adolescencia. Sus ojos grandes, bajo la sombra de sus largas
pestañas, reflejan la honda tristeza de los crepúsculos de su
alma, oprimida por todas las privaciones. Su juventud,
semejante a aquellas flores que, por falta de sol y de luz, no
alcanzan a abrir sus corola y se marchitan en la sombra, es
tan pálida como sus mejillas exangües, tan triste como sus
ojos negros… Su alma tiene la desolación del desierto, de
los arenales abrasados, donde jamás florecen las rosas del
ensueño ni canta el amor, ¡el himno de la esperanza! Al
través de sus miradas, se descubren la bondad y la dulzura:
la bondad que se resigna y bendice, la dulzura que se
apiada, fraternizando con el dolor ajeno.
La cultura intelectual de las naciones, el
florecimiento o la decadencia de los periodos de su
evolución, siempre se podrá apreciar por la calidad de sus
artistas. Grecia, en el mundo antiguo, fulgura con los
resplandores inextinguibles de un astro de primera
magnitud, por el genio que alentó la obra prodigiosa de sus
pensadores y artistas. Es cierto que el filósofo investiga la
verdad; pero, ésta, en último análisis, según la gráfica
expresión de Menéndez y Pelayo, «se confunde con la
belleza, sobre la sagrada cumbre de la especulación
ontológica». El científico y el sabio son también artistas a
su modo y diremos grandes artistas: Newton no fue poeta;
pero su obra es la suprema armonía de los cielos.
Pasada la última Guerra Europea, no son acaso las
corrientes filosóficas y literarias las que nos demuestran el
triunfal renacimiento del idealismo cristiano, que surge
como la aspiración del arte que, según Guyau, se esfuerza
por elevarse al cielo, en oposición al otro, que pretende
volver a la tierra, para sepultarse en ella, «sin comprender
que la contradicción es tan convencional como la del nadir
y del cenit, colocados ambos en la prolongación de la
misma línea que, al atravesar el globo, acaba siempre por
encontrar el cielo».
El arte revela, mejor que la ciencia, el concepto de
las ideas y los sentimientos, encarnándolos en la floración
de la metáfora y en la belleza del símbolo: Tántalo,
condenado al suplicio de ver correr el agua, sin poder
mitigar con ella la sed que le devora, ¿no es la imagen más
impresionante del deseo encadenado por la impotencia?
¿Acaso el eterno vacío del corazón humano, nunca
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369
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
satisfecho en sus aspiraciones y anhelando siempre, ha
podido ser mejor simbolizado que por el tonel sin fondo de
las Danaides? ¿Cuándo el dolor encontró más acabada
expresión que la imagen de Prometeo, devorado por el
cuervo que desgarra sus entrañas y en Laoconte torturado
por la ferocidad de las serpientes? ¿Quién no admira la
majestad, la grandeza y la fuerza en Il Mosè de Miguel
Ángel y en Le Penseur de Rodin? ¿Cuánta armonía, cuánta
gracia y hermosura en la Venus de Milo y en el Apolo de
Belvedere? Anonada y sobrecoge la presencia sensible de «lo
infinito que rebasa», bajo las bóvedas del templo gótico, en
la elevación de las columnas y en el recogimiento de la luz
misteriosa que se filtra al través de sus cristales
deslustrados.
¿Habéis descendido con el Dante a las
profundidades del Infierno, para contemplar el suplicio de
los réprobos, condenados al fuego eterno, en la mansión
sombría de donde, según el poeta florentino, se alejó para
siempre la esperanza? Y cuando el amor empieza a
encender su llama, como la aurora sus primeras claridades,
¿no habéis sentido la ternura que ablanda el corazón hasta
humedecer de lágrimas los ojos, al detener vuestro
pensamiento anhelante, en la dulce imagen de Graziella,
inmortalizada por el genio de Lamartine? ¿No habéis
sentido los estremecimientos del pudor que enrojeció las
mejillas de María, al ser sorprendida, en el huerto del
Cauca, con los pies desnudos y las flores, recogidas para el
poeta que cantó su belleza?
El arte, al encarnar en sus obras las pasiones y los
sentimientos, ha creado seres cuya vitalidad asombrosa
triunfa sobre la acción destructora del tiempo,
¡demostrando que la vida es más poderosa que la muerte!
¿Por ventura, están olvidados o descriptos los personajes
creados por el genio que alcanzó a infundirles la vida? Si el
arte crea la inmortalidad que perdura en el mármol, en el
lienzo, en el drama y la novela, es preciso reconocer su
innegable superioridad sobre toda otra disciplina científica,
a pesar de la trascendental importancia de las últimas,
atenta la naturaleza de la satisfacciones y beneficios que
procura: el sabio descubre la verdad, el artista la intuye y
engendra la vida.
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371
1932 ORACIÓN FÚNEBRE
ANTE EL FÉRETRO DEL POETA MAN CÉSPED
ejó de existir el poeta: se apagó la luz de su
pensamiento y se extinguieron las armonías de
su palabra. Amó la naturaleza y cantó su
hermosura con el acento apasionado de la
inspiración intensa que hacía vibrar las cuerdas de su lira.
Oficiaba su culto con el fervoroso recogimiento del
sacerdote ante la majestad del ara, bajo la luz temblorosa de
las estrellas, atento a los misteriosos rumores de la noche,
el susurro de la brisa y el murmurio de la fuente. La aurora,
al iluminar con sus resplandores el nuevo día, le procuraba
el sustento cotidiano de su alma: la visión de la belleza
encarnada en la magnificencia del paisaje, en las doradas
lejanías del horizonte y en las vibraciones del espejismo que
agita la quietud luminosa de las llanuras; el río con el
eterno resbalar de sus ondas, el fruto con la dulzura de sus
mieles y el ave con los trinos de cristal de su garganta en la
sonora soledad del bosque.
Creía en Dios, adorándole en la belleza de sus
obras, y este culto dio origen a la creencia tan generalmente
admitida, de su panteísmo filosófico.
Man Césped fue muy reflexivo, para no poder
distinguir el efecto de la causa, y muy sincero creyente,
para poder contradecir el credo religioso que profesaba.
Si la naturaleza fuese dios, y si Dios no fuese sino
la unidad del universo, como pretenden los que tal
aberración sostienen, un árbol, como parte integrante de su
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
ser, sería también la divinidad. Y contemplaríamos el
extraño espectáculo de un dios que se agosta y seca herido
por el rayo, de un dios que se descompone y muere, de un
dios que, transformado en polvo, circula al través del
tiempo y del espacio.
¿Cómo concebir racionalmente que la naturaleza se
hubiese criado asimismo? ¿Cómo suponer la existencia de
un efecto, prescindiendo de la causa que lo generó? Para
esto, sería necesario sostener, y sobre todo probar, que la
nada origina el ser. Para asignar los atributos de lo absoluto
a lo relativo, sería preciso despojarse de la razón, atropellar
los fueros de la verdad, proclamar el absurdo como la base
fundamental del pensamiento.
Considerar panteísta a Man Césped, es
sencillamente inferir un ultraje a su inteligencia; profanar
la memoria del católico, cuyas convicciones religiosas tuvo
a honra profesar y sostener durante su vida. Tan evidente
es esto, que cuando sintió la proximidad de la muerte, al
trasladarse de su casa para ser atendido en el hospital,
mandó colocar sobre la cabecera de su lecho, la imagen del
varón seráfico de sus predilecciones, Francisco de Asís;
como buen cristiano solicitó y recibió de manos del
esclarecido orador, reverendo padre Samuel Gurruchaga, la
absolución que purifica el alma para elevarla al seno de
Dios. No ha mucho, refería un amigo suyo que cierto día
estuvo en su casa, para contemplar las hermosas flores de
su jardín; de ellas seleccionó las mejores y al ofrecérselas,
dada la familiaridad de sus relaciones, le preguntó para
quién estarían destinadas. Céspedes respondió: —Para mi
dolorosa…
Lo que se ha dado en llamar su panteísmo, no fue
otra cosa que la manifestación de su espíritu
profundamente religioso, de su alma mística, diremos a su
modo según las naturales orientaciones de su sensibilidad
exquisita, la que al cristalizarse en la poesía de sus
bellísimos trabajos no atendía al rigor lógico de los
conceptos filosóficos, dentro de la precisión técnica de las
escuelas, sino a la galanura y musicalidad de sus primores
literarios. A propósito: recuerdo que un eximio crítico, al
juzgar a un poeta, afirmaba que a los artistas de este
género, no había que pedirles cuenta de sus ideas, sino de
la belleza y perfección de sus obras. Tomamos la aserción
en el sentido de que no cabe juzgar a la artista con el
mismo rigor que al filósofo.
Céspedes fue un pensador, pero artista sobre todo;
así, si algo se hubo deslizado en sus trabajos que diese lugar
a pensar en el panteísmo, eso debe considerarse más bien
como la efusión mística del alma del poeta que dejaba
correr sus inspiraciones, con la libertad del agua que rebosa
de la fuente.
Decíamos que Céspedes fue místico, y lo diremos,
con el mismo criterio, no precisamente en el sentido
teológico de la palabra, sino más bien por su amor
entrañable a la naturaleza, por su fervoroso entusiasmo,
por la compenetración íntima de su alma con las bellezas de
la creación en las que veía, como todos admiramos los
resplandores de la Sabiduría Divina reflejados en las
maravillosas obras de su infinito y sapientísimo poder. De
aquí su actitud estática ante la gota de roció que tiembla
estremecida por el viento, ante el rayo de luna que platea la
superficie del lago, ante el oro esplendoroso del sol que
enciende los celajes de la tarde.
Amaba la naturaleza, como el dulce cantor de las
«florecillas» y de las golondrinas de caprichoso vuelo, con la
suavidad que consiguió rendir la ferocidad del hermano
lobo.
Su amor a la naturaleza fue para él la meditación
que transporta y la oración que purifica y eleva en alas de la
plegaria.
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373
Felix Antonio del Granado (1873-1932)
Flor de Granado y Granado
Así se explica la bondad de su alma y la
mansedumbre de su carácter. De ahí brotaba el manantial
de la caridad, cuyas ondas fecundaban los campos yermos,
cubiertos hoy por la floración de la gratitud que ha
deshojado sobre su tumba, rosas henchidas de aromas,
rosas salpicadas de lágrimas, rosas que simbolizan la
plegaria y el recuerdo que ha de perdurar del corazón cuyos
latidos se encarnaban en la armonía de sus cantos y en la
bondad de sus obras.
Perdurará la memoria de Céspedes, por la elevación
de su pensamiento, por la profunda y delicada inspiración
de su alma y, sobre todo, por la belleza de su corazón.
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Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1939 ROSAS PÁLIDAS*
A LA ORILLA DEL PIRAÍ
EL ARROYO DE AGUAS CLARAS Y CANTARINAS
h! fuente bullidora
en tu seno fecundo,
su sed aplaca el mundo
¡
sediento de verdad;
de ti nace el arroyo
de agua cristalina,
que baja cantarina,
de la montaña azul.
Y en su corriente arrastra
la blanca flor de ulala
con que el monte se engalana
como en día nupcial,
para esperar la aurora
que surge esplendorosa,
matizando de rosa
el bello amanecer.
Bañad, bañad la entraña
de nuestra madre tierra
que en su senos encierra
inagotable miel;
cubrid de verde manto
los campos y los huertos
que están hoy tan desiertos,
como mi corazón.
*
Flor de Granado y Granado
o sé qué atractivo
tienes ¡oh morena!
no son tus mejillas
de tez de azucena,
sin embargo, hay algo
que me gusta en ti.
No sé si tus ojos
negros y profundos,
que al mirar cautivan
en pocos segundos,
o quizás tus frescos
labios de rubí.
O tal vez tu talle
de esbelta palmera,
o el ébano oscuro
de tu cabellera,
pero hay algo dulce,
que me gusta en ti.
HABLA CANATA
i espíritu no es águila que trasmonta altanera
las elevadas cumbres de la meditación.
Es débil golondrina que vuela en la pradera
y ensaya en los vergeles su lírica canción.
En el inconfundible estilo de Juan Francisco del Granado
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377
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
ACARICIANDO UNA GUITARRA LÁNGUIDA
¡CHIS!
ncierras en tus notas
la lírica armonía
que al gran Gardel hacía
llorar y estremecer.
Y en las noches parecen
tus notas esparcidas
aladas sinfonías
y besos de mujer.
En ti viven recuerdos
que lloré por muertos
y que tan solamente
en tus cuerdas dormían,
esperando que el hada
de los dedos de rosa
con su voz melodiosa
los conjure y despierte.
Guitarra, cuando escucho
tus dulces armonías,
añoro aquellos días
de paz y bendición,
en que, junto a la amada,
melancólica y bella,
contemplaba en el cielo
derramar a una estrella
sobre las mustias flores
sus lágrimas de amor.
Y siento la nostalgia
de lo que está distante.
Y de mis ojos rueda
la lágrima brillante
sobre la sepultura
de mi primer amor.
Gemid, gemid, guitarra,
que arrulla entre tus notas
un ave de alas rotas
llamado corazón.
378
ejad que el niño duerma
de la inocencia el sueño,
que el ángel del ensueño
sus pupilas cerró.
Guardad, madres, silencio,
y el índice en los labios
velad, cual centinelas,
su sueño virginal.
Que el alma de los niños
es una blanca rosa;
y su espíritu, esencia
sutil y vaporosa…
que todo lo perfuma,
que todo lo sonrosa.
Conservad la pureza
de su limpia conciencia;
que no hay flor más preciada
que la de la inocencia.
Mantened la ignorancia
de su espíritu puro,
e interponed entre ellos
y el mal, un alto muro;
que son ellos felices
porque todo lo ignoran,
aun las propios venturas
que en su pecho atesoran.
CONSAGRACIÓN
eñor, a vos los ángeles consagran su inocencia;
su lumbre, las estrellas; su canto, el ruiseñor;
las fuentes, su murmullo; las flores, su fragancia.
Y yo… en mi pecho, un trono de esperanza y amor.
379
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
EVOCACIÓN
odo evoca en mi mente tu memoria…
Te siento en el perfume de la flor.
Cuando canta en la noche un cantaor,
contemplo tu espíritu en la gloria.
Tu aliento aspiro en la fragante brisa.
Tu amor me arroba en el melifluo arrullo.
Tu voz la fuente imita en su murmullo.
Tu pureza la nieve simboliza.
Veo en la estrella tu pupila ardiente.
Cuando enciende su luz el pensamiento,
siento tu mano acariciar mi frente.
Tus lágrimas contemplo en el rocío.
Y al oír en el eco tus suspiros,
siento en mi corazón nostalgia y frío.
EL SUEÑO DEL OLVIDO
orazón, ¿por qué gimes en mi pecho,
como gime en el ceibo la paloma
cuando a su nido con amor se asoma
y lo contempla con dolor deshecho?
¿Por qué no dejas de latir siquiera
unos instantes en el pecho mío?,
¿por qué, si en su regazo sientes frío,
no te vas a las ramas de otra vera?
¿Y dejas que el arcángel del ensueño
con sus alas me cierre las pupilas?
Déjame descansar, que tengo sueño.
Quiero soñar el sueño del olvido,
que olvidar es soñar. Guarda silencio…
Y déjame dormir, ¡tanto he sufrido!
380
Flor de Granado y Granado
1941 HIMNO EUCARÍSTICO
HOSANNA
adiante faro, vierte tu lumbre
sobre este siglo sin Dios ni ley.
El mundo muere de incertidumbre,
¡salva a los pueblos Supremo Rey!
Hostia divina, fuente de ensueño,
hondo misterio de inmenso amor,
donde se oculta dulce y pequeño,
en su grandeza, Nuestro Señor.
Cuerpo de Cristo, iris de alianza,
pan luminoso de redención,
la fe que es germen de la esperanza,
refleja el dogma de la razón.
Y el pensamiento, de vuelo leve,
pliega sus alas al concebir
que a Dios encierra la hostia de nieve
en la custodia de oro y zafir.
En vano el hombre desesperado
busca en la ciencia su salvación,
cuando en la llaga de su costado
Jesús le muestra su corazón.
Surge la Iglesia del mar sonoro,
planta en la sierra la santa cruz,
y sobre el cáliz del bosque de oro,
alza el prelado la hostia de luz.
381
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1942 DISCURSO
AL SER INVESTIDO HIJO PREDILECTO DE LA PROVINCIA DE
ARANI EL DOCTOR VÍCTOR PAZ ESTENSSORO
nmerecidamente honrado para representar al gran
pueblo de Arani en esta brillante ceremonia de
trascendental importancia, me es imposible señores
dirigiros la palabra sin traducir la más profunda
emoción que estremece mi espíritu al presenciar este acto
de estricta justicia, en que la primera autoridad de la
comuna otorga el máximo galardón cívico al ilustre prócer
señor doctor don Víctor Paz Estenssoro, declarándolo hijo
predilecto.
No es mi propósito, señores, trazar el boceto de su
múltiple personalidad; hay figuras como la del doctor Paz
Estenssoro, que para fijarlas en el lienzo, sería necesario
sopar la pluma en la sangre del iris o en la hirviente
espuma de las cataratas que ruedan al abismo.
Me reduciré simplemente a rendir mi más fervoroso
homenaje al insigne patricio, y en su persona al gran
pueblo de Arani, cuna de los más tiernos recuerdos de mi
infancia. Tierra de heroísmos y de acendradas tradiciones
que guarda las grandezas del pasado, en la solemne
majestad de su templo, donde flota el alma legendaria de la
raza, arrullada por los rumores del viento y el místico
tañido de las campanas de plata que sacuden, como diría el
poeta, «sus alas de paloma» para despertar los sentimientos
dormidos en el fondo del corazón. Tierra fragante de los
verdes molles y las doradas jarcas, que levantan al cielo sus
brazos cargados de canciones y nidos. Tierra fecunda y
pródiga, donde despliega el sol su abanico de brillantes,
izando de lumbre los torrentes y derramando el oro del
crepúsculo sobre la abierta rosa de sus valles.
Tierra de promisión, yo te saludo. Pueblo de Arani,
yo te saludo en tu hijo predilecto. Y confío en tus grandes
382
Flor de Granado y Granado
destinos porque sé que tus hijos son capaces de las grandes
empresas, porque sé que tus jóvenes derramaron su sangre
en gloriosa epopeya y encendieron con el fuego de sus
pupilas el relampaguear de las bayonetas, desplegando las
alas de su espíritu en vuelo al porvenir.
Y hoy que la provincia conmemora y canta el
grandioso aniversario de sus fastos históricos, he querido
aunar mi voz a la de todos mis conciudadanos, para que
con las pupilas escarchadas de paisaje, echemos a vuelo las
rojas campanas del corazón en un himno de gloria por
Arani.
En representación del pueblo y a nombre de su
digna autoridad, os entrego este pergamino que contiene la
ordenanza que os declara hijo predilecto de la provincia de
Arani.
1945 CANCIONES DE LA TIERRA
POEMA DE LA GUERRA
uerra!, ¡guerra!
resoplan las túrbidas trompetas
y de la paz vibrante
de las constelaciones,
en potros que preñaron las nubes de tormenta,
por los cuatro caminos de sangre y lejanía
fogosamente parten jinetes espectrales.
Son los cuatro jinetes
sembradores de angustia
que agavillan la testa de pueblos
y culturas,
desflecando sus venas con rebenques de nervio,
y ansiosos de exterminio
incendian con la antorcha del sol el universo.
383
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
¡Guerra!, ¡guerra!
combea
sobre un yunque de truenos
la ronca voz del vándalo.
El monstruo
abre sus órbitas de cráteres en llamas
y tritura en sus fauces
de hambrientas bayonetas,
la efigie de Atenea
Exprimen sus tentáculos
sedientos de perfidia,
los ojos de las madres
¡inmensos de horizontes!
sorbiéndole al planeta los jugos de su entraña:
la sangre de los hombres.
El mundo se estremece
convulsionado y loco,
y en roja llamarada tremolan las banderas.
Apuñalando templos con bombas incendiarias,
despliegan los halcones sus alas de tormenta
y estrujan en sus garras
la tierra milenaria.
Sepultan en sollozos villorrios y ciudades.
Arrasan huracanes de hierro
las trincheras.
Crepita la osamenta quebrada
en estertores.
En las órbitas huecas florecen
las granadas.
La sed alucinada
se clava en las gargantas
y huestes de cadáveres heroicamente grandes,
trenzando
con sus vísceras
escombros y senderos,
se curvan bajo el plomo chasqueante de los bárbaros.
384
Flor de Granado y Granado
Palpita una pregunta:
¿Atila o Anticristo…?
Y la sangre que tiñe el flanco de los montes,
responde:
—Son una sombra…
—Son una sombra —claman los ojos
de los niños—
las raíces de las casas
donde bajó el silencio
que convirtió en sepulcros los brazos de las madres.
Europa socavada
por manos subterráneas
revienta como un géiser borrando el horizonte.
El Monstruo embiste al mundo,
sus garras estrangulan ciudades indefensas.
El hambre de los pueblos,
arañará los surcos humeantes
de la tierra,
que abortó bajo el peso rugiente de los tanques.
Las madres angustiadas
morderán sus arterias,
exprimiendo sus senos: una luna de anemia:
mientras el cuervo errante
devora las carroñas,
segando con sus alas un bosque de existencias,
que enjalbega de cráneos la superficie intérmina.
En el grito del siglo hay un clamor de angustia,
que estruja la garganta
del mundo agonizante,
y en las bocas partidas se hiela
esta pregunta:
¿Y qué será del hombre…?
¿Qué de la tierra nuestra…?
Mañana cuando pidan respuesta
nuestros hijos,
y se yergan mujeres con los senos quemados
385
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
señalando las ruinas,
las cunas sin sonrisas,
las ciudades llameantes,
y toda esa macabra legión de los ex hombres,
¿Será posible hablarles del «Daimon»,
del ancestro,
de la bestia que duerme agazapada y turbia
en el pecho del hombre,
enjaulando sus nervios bajo un chorro de látigos?
La torre del silencio
responderá a los siglos.
A CRISTO
oy que el dolor retuerce la entraña
de la tierra,
y un huracán de látigos desfleca nuestros nervios,
¡Cristo!, ¡Cristo!
es el grito que estruja las gargantas
de millones de hombres,
que alucinados y ebrios
socavan con sus uñas sangrantes, los sepulcros
y exprimen en sus dientes
el corazón
de Abel.
¡Cristo!, ¡Cristo!
es el grito
que llena los espacios
y que rasga los oídos
como una puñalada de estremecida angustia.
Y los ojos te buscan y las bocas te claman:
Señor,
abre a la tierra tus brazos de horizonte
y empuñando la curva guadaña de la luna,
con tus dedos de lágrimas,
con tus dedos de lágrimas escarchados de estrellas,
cosecha en nuestras almas la espiga del dolor.
386
Flor de Granado y Granado
EL MÉDICO DE LA ALDEA
omo el dulce rabí de Galilea,
con la sonrisa iluminó la infancia,
y derramó de su alma la fragancia
sobre la humilde gente de la aldea.
Su espíritu en el Héspero aletea,
su corazón palpita en nuestra estancia,
y su mano a través de la distancia
la plata de la luna espolvorea.
San Vicente de Paul y san Francisco
transmigraron a su alma consagrada
a cosechar espinas en el risco.
Junto a la cuna meditar lo he visto.
Se cuajaba de estrellas su mirada
cuando pedía lo imposible a Cristo.
HOMBRE DEL TRÓPICO
uan Francisco Velarde, en tu figura
reflorece la estirpe castellana,
y un murmullo de crótalos desgrana
por las selvas, tu indómita bravura.
El incendio solar de la llanura
el vuelo de tu espíritu enlozana,
y en tu pluma de punta toledana
la sangre del crepúsculo fulgura.
Blandió tu brazo el combo del torrente
y quedó una luciérnaga cautiva
sobre la roja fragua de tu frente.
Y en soberbias parábolas de lumbre,
tu pensamiento de águila nativa
de un aletazo cercenó la cumbre.
387
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
1947 SANTA CRUZ DE LA SIERRA
ANCLADO EN LA SELVA VIRGEN
olumbra su pupila irreverente
el porvenir de América bravía
en las entrañas de la selva umbría
y en los brazos de lumbre del naciente.
Arremete con ímpetu potente
y arrollando la altiva Amazonía
forja en yunque de abismos, su ataujía
bajo el combo sonoro del torrente.
Vencedor de la jungla y el destino,
cual nuevo prometeo, roba al cielo
el fuego en que retuerce su camino.
Y así, llega a regiones ignoradas
donde el águila sable pierde el vuelo
porque siente sus alas destrozadas.
LA LEYENDA DE EL DORADO
ajo el ardiente luminar del trópico,
como el hidalgo Caballero Andante,
jinete en ilusorio rocinante,
sueña don Ñuflo con un país utópico.
En la pupila azul de un lago hipnótico,
ve una ciudad de mármol relumbrante,
almenas de ónix, fuentes de brillante,
y aves canoras de plumaje exótico.
Ve al augusto Paitití en su palacio,
y a caimanes con ojos de esmeralda,
custodiando sus puertas de topacio.
Turba su mente el colosal tesoro,
y en los oleajes de la fronda gualda,
el sol incendia la Leyenda de Oro.
388
LA LLAVE DE RUBÍES
onmovido el sublime visionario
besa la ardiente tierra perfumada
y enjaulando la tiara en su mirada
quema su corazón en incendiario.
Del Cuzco en el espléndido santuario
agoniza la lámpara sagrada,
como vestal que muere desangrada
a las plantas de un dios imaginario.
Tenochtitlan celosa de su gloria
inclina los penachos carmesíes,
mas Tlatelolco aguza su memoria.
Y un nuevo sol alumbra el continente,
y con su mágica llave de rubíes
abre las puertas de oro del Oriente.
LA CONTIENDA
n soberano gesto de bravura
despedaza el airón de real plumaje,
y borra a latigazos el tatuaje
del cacique de exótica figura.
Chispea en la selvática espesura
la nocturna pupila del salvaje,
que desafía fuera del boscaje
la muerte con indómita locura.
No se oye en la lucha ni un gemido,
sino un rumor de huesos que crepita
y de saetas el vuelo estremecido.
Rosas de sangre brotan en la senda,
y el brazo que la selva decapita,
sobre mil cráneos levantó su tienda.
389
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
FUNDACIÓN DE LA CIUDAD
RUMBO A MOXOS
uflo de Cháves con su lanza fiera,
desgajó el bosque en lampos de alborada,
y al pie del monte floreció nimbada
de trinos de oro, la ciudad señera.
Mas, su linaje que al Guapay venciera,
dio a Santa Cruz por señorial morada,
de Grigotá, la tierra iluminada,
que amó al cacique y lo volvió palmera.
Surgió la diosa del Piraí sonoro,
y alba de espuma y de jazmín fragante,
trenzó de sol su cabellera de oro.
Bordó la luna en su condal emblema:
tres cruces áureas, un león rampante,
y ebúrnea torre en un palmar de gema.
FECUNDACIÓN
or la angustia del germen torturada,
se entregó con lujuria de pantera,
mordiendo estremecida, la faz fiera,
del capitán de barba azafranada,
Y en los brazos del trópico estrujada
su carne de fragante adormidera,
floreció como roja primavera
bajo el peso de Febo, calcinada.
Y la ardiente cantárida del sexo,
ebria de sangre, palpitó en la herida
del misterioso término convexo.
Gimió la hembra, estremecida y loca,
en el supremo goce de la vida.
Y una bermeja flor se abrió en su boca.
390
l neblí de su espíritu presiente
que el futuro de América bullía,
en la zona selvática y bravía
que fecunda el bramido del torrente.
Y en el frágil esquife del creciente
los zarpazos de espuma desafía,
mientras viola en la inmensa lejanía,
un sol rojo, las pampas del Oriente.
Quema el aire del trópico salvaje,
y es un mar ondulante la llanura,
que cercena los yelmos con su oleaje.
Muere el astro en la cúpula del monte,
y en el lecho de perlas que fulgura,
fuga el río en flechazos de horizonte.
MUERTE DEL CONQUISTADOR
eroz y aleve, tras la hirsuta senda,
tesa el cacique su arco de combate,
y como el ala del quetzal se bate
su airón de plumas, en guerrera ofrenda.
Fulgura el hacha en la nevada tienda,
sobre la tierra el capitán se abate,
bulle su cráneo en olas de granate,
y un haz de luna sus pupilas venda.
Un mundo azul de ensueños se derrumba,
y abre la cruz sus brazos de lucero
para velar el mito de su tumba.
Iza la hueste el gonfalón de España
y en alba de oro y rutilar de acero,
¡canta la gloria su inmortal hazaña!
391
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1952 VÍRGENES DE LA TIERRA
LA VIRGEN DE COTOCA
eñora de nuestro llano,
rumor de jichi y cascada,
que siegas flores silvestres
en haces de madrugada,
deja latir en tus manos
hechas de sol y plegaria
el corazón de esta tierra
que se deshoja a tus plantas,
para rendir sus cantares
a tu belleza lozana.
Señora de nuestro llano,
canción de tierra soleada,
tu voz cuajó de ternura
la lumbre de las cabañas
y estremeciendo la selva
donde sollozan las cañas
surgió tu efigie de ensueño
sobre las copas lejanas,
tallada por el arrullo
de las palomas torcazas.
Y en el airón del jorori
se posó el águila blanca,
que en vuelo azul de horizontes
mis pensamientos proclama,
avizorando en tus ojos
la estrella de la alborada.
392
Flor de Granado y Granado
LA VIRGEN DEL LAGO
eñora del Collasuyu,
cantar de luz y presagio,
plegaria del Titicaca
y aurora de los nevados,
Francisco Tito Yupanqui
talló tu efigie en los astros,
arremasando el Chucuito
y el Chililaya, en tu mano,
copo de luna y de rosa,
cáliz de amor y milagro,
donde picaron rocío,
en trino de oro, los pájaros.
Y en esa cósmica bahía
hecha de cielo y remanso,
cuenco de sol y esmeraldas
donde entra el Lago cantando
y abre su cauda de espuma
en abanico irisado,
se prosternaron las cumbres
ante la flor del incario,
hostia de amor y pureza
que Dios consagra en sus labios.
Pero los indios aimaras
de la quebrada y el llano,
que disputaban linderos
a latigazos de rayo,
alzaron el estandarte
del primer mártir cristiano,
san Sebastián, el discípulo
del gran apóstol de Tarso,
contra el pendón de la Virgen,
candela y ñusta del Lago,
que amaban los aransayas
más que su propio terrazgo,
393
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
y ensangrentando los ayllus
a cuchilladas y hondazos
hincharon su odio en el bronco
pututo de los barrancos.
Mas, para asombro del risco,
cesó la guerra en el páramo
curvando el domo del cielo
sobre el espejo del Lago,
y arrepentidas las hordas
de Churutupa, el osado,
te ungieron con Viracocha,
patrona del campanario.
Pues vieron que descendías,
Señora, del cielo claro
como una lluvia de ulalas
sobre los campos helados,
sembrando el surco de trinos
y los repechos de pasto,
para que granen las mieses
y multiplique el rebaño.
Se enroscó el sol en Tiquina
a la cintura del Lago,
volteando el arco del iris
para enlazar los nevados,
y absortos ante la imagen
que iluminó los espacios
con una vela en la diestra
y el Niño Dios en el brazo,
se hincaron los urinsayas
en el peñasco sagrado,
donde inmolaba las nubes
el viento del altiplano,
desempolvando milenios
en Tiahuanaco y el Lago
para ofrendar a los dioses
sangre de llama y guanaco,
394
Flor de Granado y Granado
mientras el cura Montoro
y los labriegos del agro
te conducían en andas
por el sendero de cactos
a la vetusta capilla
del legendario poblacho
llamado Copac Cahuana
desde los tiempos de Manco,
que acuñó el sol del imperio
en la esmeralda del Lago,
cuando sus balsas de nácar
se deslizaban volando
de la isla de Mama Quilla
al templo del Inti sacro,
como bandada de cisnes
que en el cristal del remanso
rizan sus alas de espuma
en eucarístico canto.
Por eso, el conde de Lemus,
virrey insigne y preclaro,
que vio a la Virgen morena
en un humilde retablo
hecho de rústicos leños
por el fervor campechano,
mandó a Francisco Sigüenza
edificar el santuario
que iluminado de lienzos
y de murales fantásticos
alza sus cúpulas de oro
en capiteles de acanto
y abre sus góticas naves
sobre una cruz de relámpagos.
Y en esa inmensa basílica,
gloria del arte cristiano,
poema de fe y esperanza,
tallado en jade y en mármol,
395
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
que exhorna el regio templete
con su gran pórtico alado,
donde sostienen los ángeles
el palio azul del espacio,
cantando el Ave María
en los oleajes del Lago,
fue entronizada tu efigie
entre sollozos y salmos
por el abad del convento
fray Marcelino Belato,
que con el oro del Inti
bordó el tisú de tu manto.
Y, desde entonces, Señora,
llegaron a tu sagrario
millares de peregrinos
con una estrella en la mano,
venidos desde las selvas,
los valles y el altiplano,
para llorar a tus plantas
sus penas y sus pecados,
y cuando entornan la vista
y encuentran tus ojos zarcos
se enredan en tus pestañas
donde rutilan los astros
porque parece, Señora,
que los siguieras mirando.
Y cuando escuchan el Ángelus
en voces del campanario
que clama por los dolientes
en la oración del milagro,
despiertan de aquel ensueño,
y en ese instante soñado
brota el amor en sus almas,
sangra la quena en sus labios
y estalla en lágrimas de oro
su corazón de charango.
396
Flor de Granado y Granado
Brilló la rosa de nieve
bajo el fanal del espacio
estremeciendo la América
con el fulgor de sus rayos,
y las naciones del orbe
honraron el templo santo
de aquella Virgen indiana
que acuna el Lago en sus brazos
y enviaron para su culto
joyeles y relicarios,
pues Calderón de la Barca
puso tu nombre en sus labios,
y con su lira de perlas
canto tu gloria el Atlántico.
Por ello, se desvivieron
los franciscanos descalzos
en custodiar los tesoros
del fabuloso santuario,
que otrora los agustinos
celosamente guardaron,
bruñendo de oro el encaje
de los altares sagrados
y el gran retablo barroco
labrado en cedro y topacio
que ostenta en lampos de plata
la flama del tabernáculo,
y el pedestal de la gloria
en alba de lirios blancos
donde se posa la Virgen
en el esquife lunado
que flota sobre las ondas
del milagroso regato.
397
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
La cruz que escarcha los cielos
abrió en tu tiara sus brazos
y cuando el padre Priwasser
trajo el celeste mandato
de consagrarte Señora
coya del país legendario
que salpicó a las estrellas
el oro del Chuquiago,
el firmamento y la tierra
se unieron en tu regazo
y la cuadriga del Ande
se encabritó sobre el Lago.
Flameó en las torres del alba
el pabellón boliviano,
y alzando lumbre de estrellas
sobre los riscos nevados,
colgó en la tea del Inti
la estela del centenario.
Y en ese día de gracia
pleno de luz y de encanto,
en que te adoran los ángeles
girando en halo de cánticos,
el presidente Saavedra
te coronó en el santuario
donde florece tu imagen,
alba de luna y de nardo,
sobre los crínes de espuma
de los marinos pegasos,
prendiendo el cielo de estrellas
con el candil de la mano
para que alumbre la ruta
de nuestro efímero paso
por esta vida terrena,
polvo de sol y relámpago,
que eternizó de esperanza
la aurora de tus milagros.
398
Flor de Granado y Granado
1952 DISCURSO DE RECEPCIÓN EN LA ACADEMIA
BOLIVIANA
SEÑOR MINISTRO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA,
EXCELENTÍSIMOS EMBAJADORES Y MINISTROS,
SEÑORAS Y SEÑORES:
l celebrar esta ciudad de La Paz la fecha de su
fundación, ha querido la Academia Boliviana
realzarla con esta recepción de su nuevo individuo
de número, no fuese sino porque el nombre del don
Miguel de Cervantes Saavedra ligado está a la tradición de
esta ínclita urbe, donde, a pedido de él, pudo haber tenido
ella la altísima honra de albergarle en su seno, pues
aspiraba el egregio escritor a un cargo gubernativo, cuando
la dominación hispánica, en esta denodada ciudad.
De haberse realizado el deseo del divino manco, su genio
habría encendido nuestros focos de luz, de sapiencia, de
ancestral cultura en aulas y cenáculos; y aquel su
resplandor de astro sin eclipse iluminar pudo el
pensamiento boliviano a través de muchas generaciones en
goce de tamaño privilegio. El solo recordar que ese fuese un
anhelo de Cervantes pone el rótulo brillante en el pórtico
de este solar andino que es una cuna de visionarios y
quijotes, como antes lo fuera de collas y aymaras tintos en
bronce.
Incorporamos hoy a nuestra academia
correspondiente de la Real Española uno de los más
valiosos elementos de la intelectualidad de Cochabamba,
don Javier del Granado y Granado, a su vez vinculado de
mil modos, incluso por lazos de sangre en su caso, con
aquel otro varón legítimamente digno de veneración
universal y gloria que ilustró el Siglo de Oro español con
sus producciones maravillosas, tan emuladas como
inimitables, el dramaturgo y poeta don Pedro Calderón de
la Barca. Viene el nuevo académico desde la tierra ubérrima
399
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
de varones esclarecidos —pensadores, novelistas, oradores,
escritores y poetas—, como Mariano Baptista, Ricardo
Terrazas, Natalio Aguirre, Adela Zamudio y Manuel
Céspedes, a remozar los escaños de esta institución donde
somos más los que pedimos remplazo que los que aportan
savia nueva para realizar labor intensa en provecho de las
letras indoespañolas.
Bienvenido sea el escultor de la prosa y el verso
cincelados, a este cenáculo que se honra contarle en su
seno, dignísimo hijo de aquel notable escritor y hombre
público ilustrísimo señor doctor don Félix del Granado,
académico que también fuese y alto representante del
hermano departamento en cuyas vegas florecen talentos
esclarecidos, a la par que de sus floridos vergeles surgen
pensamientos y laureles que renombre dieron y dan a la
perínclita villa de Oropesa.
Y aquí podría poner punto al exordio, para no
retardar el deleite de oir al nuevo miembro de número, mas
debo antes expresar que la Real Academia Española en
loable concierto con las demás similares representantes hoy
en la comisión permanente que en México funciona, se
preocupa de ampliar y dar brillo al idioma incluyendo
nuevas voces en su diccionario, iniciativa de las mismas
academias americanas. A su vez, esa misma comisión
permanente viene desarrollando activísima labor, de
óptimos frutos, en la trabajosa faena de acrecentar el léxico,
sin restar precisión y pureza al lenguaje.
Para no quedar a la zaga del movimiento renovador,
ha de sernos preciso realizar de parte nuestra, empeño en
coadyuvar a esta obra trascendental en pro de la cultura
hispanoamericana. Enriquecer, pulir el idioma, es hacerlo
diáfano, como expresión cabal del pensamiento. Si es éste
el más noble atributo humano, la voz que lo refleje debe ser
copia fiel de aquel don que ennoblece al hombre, elevándole
por sobre todo aquello que es material y efímero.
Tuvo el pensamiento, en todas las épocas y través de
todas las mutaciones, las voces y plumas que lo tradujesen,
pero nuestro idioma cupo la gloria de que en él se
expresaron los genios de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de
Molina, Calderón y tantos otros, astros del ingenio que nos
legara la lengua de Castilla como preciado tesoro de una
raza y un destino excelsos.
Cuán noble herencia, señoras y señores, ésta de
llevar encendida en nuestros labios la llama de lumbre
espiritual que nos acerca y eleva por la augusta majestad del
pensamiento, de la sublimidad, al prodigio de la luz que
enciende y anima todo lo creado, preservándola por lo
mismo, como la más pura tradición que el genio hispano
legara a los descendientes de esforzadas razas milenarias.
Escuchemos, ahora, los armoniosos sones de la
inspirada lira del poeta, con los que el artífice abre las
puertas del Parnaso y pasa a ocupar, por derecho propio,
un asiento en el paraninfo de las letras bolivianas.
—Eduardo Diez de Medina, 20 de octubre de 1952
400
FIGURAS LITERARIAS DEL SOLAR HISPANO QUE
FLORECIERON EN BOLIVIA
alo de sol y gloria soberana,
es para mí, preclaros escritores,
incorporarme al haz de pensadores,
que irradia al mundo la cultura hispana.
Fragua de luz la lengua castellana
funde en crisol de cósmicos fulgores,
el trino azul de alados ruiseñores
que rizan de oro la dicción indiana.
Y permitid lingüistas puritanos,
que el bardo os hable con acento leve,
de un luminar de estetas bolivianos.
Floridos gajos del troncal de España,
que dan al verbo limpidez de nieve,
voz de tormenta y lumbre de montaña.
401
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
GREGORIO REYNOLDS
ADELA ZAMUDIO
aimes Freyre, Lugones y Chocano,
le armaron caballero del ensueño,
y Rubén, a su alado clavileño,
lo enjaezó con luciérnagas de llano.
Tañó la flauta como dios pagano,
y al pie del Ande, con gigante empeño,
nimbó de luna en un vellón sedeño,
la adusta majestad del altiplano.
Cantó su verbo al trópico bravío
y en luminoso vuelo de horizontes,
hinchó de fuego el aluvión del río.
Sangró su pecho en madrigal sonoro,
y en Redención, ardió sobre los montes,
su pensamiento como un astro de oro.
CASTO ROJAS
angre de sol y flama de nevado
dan a su nombre singular relumbre;
y hay en su ser elevación de cumbre,
y hondura azul de mar alborotado.
Cóndor de luz su pensamiento alado,
vuela hacia Dios en espiral de lumbre,
y engarza en frases de augural vislumbre,
el rutilar del cielo constelado.
Recios ensayos y semblanzas de oro
dan a su pluma irisación de gema,
y claridad de manantial sonoro.
Por eso el Numen que los riscos dora,
su busto acuña, como regio emblema,
en luminoso medallón de aurora.
402
a lira de oro de los dioses canta
al níveo cisne que en la azul ribera
tendió su ala en ascensión cimera
de infinitud y creación triunfante.
Su laúd de plata, que pulsara Dante,
rimó de auroras la celeste esfera,
y en florecer de elevación señera
surgió Quo uadis, su obra rutilante.
Hubo en sus poemas de fulgor eterno
nieve de cumbre, excelsitud, belleza,
cantar de gloria y látigo de averno.
Por eso el genio que le abrió el Parnaso
nimbó su ser de clásica grandeza,
y de laureles coronó su ocaso.
NATANIEL AGUIRRE
omba un geiser de estrellas la techumbre,
la cruz del sur se escarcha en su armadura
y el áureo yelmo de Sólon fulgura
sobre su cráneo, floración de cumbre.
En fragua de volcanes, sin herrumbre
forja de mitos, nuestra gloria pura,
y a través de los siglos aún perdura
Juan de la Rosa, tempestad de lumbre,
valle florido, lágrima y abismo
donde hierve la sangre del torrente,
irisada de mágico espejismo.
Cobra su imagen singular relieve,
y el águila del sol que arde en su frente
cuaja de estrellas el airón de nieve.
403
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
LUIS TABORGA
MANUEL FRONTAURA ARGANDOÑA
on áurea pluma de escritor galano
bruñó de sol la nieve de la cumbre
y describió con honda reciedumbre
el alma ibera y el poblacho indiano.
La placidez del existir serrano
colmó su ser de diáfana vislumbre,
y en alba de oro y madrigal de lumbre
Tierra morena floreció en su mano.
Cuentos y estampas de sabor nativo,
coplas que rondan el florido seno,
tincus de sangre, y el patrón altivo,
dan vida al texto que entreabrió sus alas
sobre este valle montañoso y pleno,
hecho de mies y luminar de ulalas.
PORFIRIO DÍAZ MACHICAO
e cúpula de azur y ala de sueño
alza a Minerva un templo soberano
y en su Ateneo, como Dios pagano,
reposa Reynolds, en fanal de ensueño.
Águila en vuelo, el escritor paceño
desgarró en Quilco el corazón humano,
y en Bestia emocional, su ser ufano
prendió en el alba un luminar trigueño.
Rizó de luna el Mamoré sonoro,
y de Teresa de Jesús, prendado,
talló en su efigie todo el Siglo de Oro.
Forjó La sierpe en un volcán de lumbre.
Y ante las hordas del cacique alzado,
cantó a La Paz, en tempestad de cumbre.
404
ribuno regio y escritor brillante,
águila real del Potosí de argento,
que noveló el trágico alzamiento
del Precursor con pluma de diamante.
La sangre en flor del Caballero Andante
caldeó su ser, con nuestro drama cruento,
y arremetiendo un molinar de viento
trizó su lanza en actitud rampante.
Hubo en voz algo de mirto y yedra,
amor al bien, Cantar de los cantares,
y noche triste en la Ciudad de piedra.
Después, su genio sublimó la historia
y floreció en un haz de luminares
El dictador, que consagró su gloria.
FERNANDO RAMÍREZ VELARDE
ajo las jarcas de sutil aroma
tañó en el valle la silvestre caña,
y en los repechos que el ocaso baña
le abrió al amor sus alas de paloma.
Su brazo audaz que los ventiscos doma,
volteó la comba de oro en la montaña,
y desgarrando su rocosa entraña
plasmó la vida que a la muerte asoma.
Su pensamiento que atisbó el arcano
pintó en su obra palpitante y mustia,
de honda miseria del vivir humano,
y hundió sus raíces en la sierra calva,
hasta llegar al Socavón de angustia
donde el minero se olvidó del alba.
405
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
AUGUSTO GUZMÁN
ue en ese pueblo serrano
que se encabrita en las quiebras
para escalar las colinas
que el sol cuajó de luciérnagas,
iluminando el encanto
de sus callejas desiertas,
donde en las noches de luna
solloza el alma yungueña;
que para honor de Bolivia
y el pensamiento de América,
Augusto Guzmán, el lírico,
sintió esa angustia secreta
conque los dioses torturan
el corazón de los poetas.
Y deslumbrado de gracia
por la belleza suprema,
cantó el embrujo del trópico
que el oro verde refleja,
soñando con las pupilas
de una mujer hechicera,
¡paloma y flor de cañada!,
hecha de luz y de vega,
que abrió sus alas de fuego
para arrullar sus ideas,
lampos de sol que fulguran
sobre las cumbres señeras
donde se eleva su espíritu
para atisbar las estrellas,
logrando en Sima fecunda,
plasmar la vida yungueña:
intenso drama del hombre
y el luminar de la selva.
406
Flor de Granado y Granado
La roja espada de Marte
quemó la jungla chaqueña,
que desgarró en los manglares
nuestra gloriosa bandera;
y el escritor, prisionero,
robando sangre a sus venas,
trazó con pluma de cóndor
la historia de nuestra tierra,
hecha de grandes hazañas
y de pequeñas miserias.
Evocación emotiva
de aquella estéril tragedia
que deshojó en las picadas
el corazón de la selva.
Clangor de sones dolientes,
sed que devora las venas,
dolor de pueblo caído,
gemir de viento y arena.
Sombra de sombras ausentes
que sepultó la contienda,
y un día resucitaron
con Prisionero de guerra.
Luego, su mente creadora,
historió en forma somera,
las tradiciones indígenas
y el alba de nuestras letras,
el florecer del ensueño
y el oro de la leyenda,
para enjuiciarlas en su obra
Historia de la novela,
donde chispea el ingenio
de nuestra raza de estetas.
407
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Años después, mensajero
de paz, tornó a las riberas
del Paraguay, y su pluma
esbozó en forma estupenda
la lucha de los jesuitas
y el redentor de la gleba,
fray Bernardino de Cárdenas,
¡canto de luz y quimera!,
flor de las cumbres nevadas
que el Chuquiagu refleja.
Bíblico Kolla mitrado,
que surcó el Ande y la selva,
por redimir a los indios
con su palabra evangélica,
hasta que al fin, agobiado,
dobló su augusta cabeza
como magnolia de nieve,
sobre su pecho de asceta.
Y ante el grandioso escenario
de las montañas soberbias
que rasgan el firmamento
con sus picachos de niebla,
su genio sintió el conjuro
de las edades pretéritas,
y al descifrar el enigma
de aquellos hombres de piedra
que medran en el silencio
de las planicies intérminas,
cantó el dolor del aimara,
con voz de augur y tormenta,
estremeciendo a los siglos
con la sangrienta epopeya
del inca Tupaj Katari
que por romper sus cadenas,
desgarró su alma en el bronco
pututo de la insurgencia.
408
Flor de Granado y Granado
Después, El Cristo viviente
se encarnó en su alma serena,
y alzó en sus manos la aurora
para alumbrar la conciencia
del soñador y el filósofo,
que en este libro revela
haber captado el espíritu
del cristianismo en esencia,
y el luminoso sentido
de las palabras eternas,
que en siete rosas de sangre
deshojó el maestro en la tierra,
abriendo al orbe sus brazos
desde un madero de estrellas.
Y luego, en vuelo de cumbres,
tendió sus alas inmensas,
para trazar con los astros
la curva azul del cometa
que iluminó el horizonte
de nuestra historia sangrienta,
maravillando a los pueblos
con su brillante elocuencia;
y dio a la estampa Baptista,
su obra inmortal y cimera,
cantar de bronce sonoro,
dulzura de sangre quechua,
rugir de chusma y torrente,
lumbre de sol y belleza,
que floreció en el espíritu
del pensador y el esteta,
blasón y luz del idioma,
y gloria y prez de las letras.
409
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
SEÑOR DIRECTOR, SEÑOR MINISTRO DE INSTRUCCIÓN,
EXCELENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO,
SEÑORES Y SEÑORAS:
Hoy, que don Javier del Granado y Granado ocupa
asiento académico, expreso que es merecedor de su sitial
por sus valiosas obras Rosas pálidas, Canciones de la tierra,
Santa Cruz de la Sierra y otras, fuera de ser gallardo
vencedor en justas literarias, tanto que mereció en Lima el
Premio Sudamericano de Poesía «César Vallejo» y la
Medalla de Oro del Sol de los Incas por su composición
Romance de la Pachamama y el Inti Raymi, hasta que en
1950, para mayor prez literaria, obtuvo por cuarta vez la
flor natural, el laurel de oro y la banda del gay saber, con su
poema Canciones del Hombre y de la Tierra. Qué sellos
mejores para lucir en una academia, al que se aduna el
discurso que habéis escuchado, compuesto en brillantes
sonetos y una silva, ‹rimas amicales› que él llama
modestamente y que yo siento con ellas consagra de modo
generoso a figuras representativas de nuestra nacional
cultura.
En verso debía responder a su bello discurso de
orden. Qué añadiré en prosa falta de retóricas galas, a no
ser que el cabal elogio de su autor es toda su obra y por ella
lo felicitamos cordialmente.
Eso sí, en este solemne acto, no quiero privarme del
placer de manifestar que acredita la distinguida prosapia de
nuestro bardo el magistral y reverente estudio del ilustre
académico y estatista doctor don Casto Rojas acerca del
venerable siervo de Dios, excelentísimo y reverendísimo
señor doctor Francisco María del Granado, obispo de
Cochabamba y arzobispo de La Plata y su epitafio, estudio
en una parte del cual emocionadamente se lee:
«De la elocuencia excepcional de este santo que,
desgraciadamente, no ha llegado a nosotros sino en pálidos
fragmentos sin el calor y el gesto de la frase vocalizada,
hizo uno de sus panegiristas esta bella y justa síntesis:
‹Tenía la voz de trueno de Mirabeau, la lógica de Bossuet,
el estilo florido de Lamartine y la erudición del padre
Ventura›».
sta Academia Boliviana de la Lengua, años ha, me
enalteció señalándole la silla del esclarecido poeta
ilustrísimo señor doctor don Félix Antonio del
Granado para tomar posesión de mi plaza de
número. Ahora, por singular suerte mía, me designa para
dar la bienvenida al hijo del poeta.
Entonces, expresé: «Y tanto más me honran los
señores académicos cuanto me señalan la silla que ocupó
don Félix Antonio del Granado, de nobiliaria cuna, no por
el título de Castilla, que también, sino porque sus
progenitores dedicaron su obra y su vida al
engrandecimiento de la cultura y al beneficio de la
humanidad… aquel distinguido hombre público,
gobernador intelectual de la juventud y caballero de la cruz,
que en su libro Prosas nos edifica con transparentes
enseñanzas evangélicas, florecidas a la contemplación de la
naturaleza con un mirar parecido a la del santo de Asís; y
en sotos similares por los que el alma de san Juan de la
Cruz buscó al Amado, de quien, a la ansiosa pregunta de
radioso poeta, las criaturas le responden que:
‹Mil gracias derramando
paso por estos sotos con presura
y, yéndolos mirando,
con sólo su figura
vestidos los dejó de su hermosura›».
El misticismo de don Félix del Granado es sincero y por
ello alcanza a la altura azul de la serenidad.
Si Prosas es la revelación nítida de su creencia,
Ensayos literarios, que es más bien crítica enjundiosa, lo es
de su erudición, y en ambos libros, que son sus mejores,
predomina la pulcra forma.
410
411
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Prosigue el doctor Rojas: «A su talento privilegiado
unía una vida consagrada a aliviar las miserias morales y
materiales de su pueblo. Su bolsa, pequeñita y nunca
colmada, hallábase siempre abierta para los más
desfavorecidos, pobres e indígenas».
Cuando murió el sacerdote cuyo obra es digna de
los honores de la canonización, el pueblo en masa y las
altas clases sociales rindieron el tributo de su admiración y
gratitud, declarándolo en un duelo espontáneo varias
semanas.
En otro pasaje, que es acertado comentario de
métrica, cita el mencionado epitafio que bordó el inspirado
poeta Benjamín Blanco, que fue docto y magnífico rector
de la Universidad Mayor de San Simón. Estamos frente a
la evocadora lápida de mármol de Carrara del santo y
conmovidos buscamos este resplancendiente cuarteto:
«Sublime caridad brilló en su pecho,
en su palabra celestial doctrina;
fue para su virtud el mundo estrecho
y alzó su vuelo a la mansión divina».
Javier del Granado ingresa en mocedad en esta
academia correspondiente de la Española, como Ricardo
León, el gran poeta y noble maestro, por su ejemplar obra
El amor de los amores, ingresó en la real sala de letras que
limpia, fija y da esplendor, y cual él, seguramente, dice al
ocupar su silla:
«A reinar, fortuna, vamos;
no me despiertes, si duermo,
y si es verdad, no me duermas.
Mas, sea verdad o sueño,
obrar bien es lo que importa.
Si fuere verdad, por serlo;
si no, por ganar amigos
para cuando despertemos».
Y sin despertar del sueño poético reinará en el
plácido reino que es el de la fe y los libros… —Abel
Alarcón, 20 de octubre de 1952
412
Flor de Granado y Granado
1959 COCHABAMBA
EL INCA
l llautu rojo y el airón sagrado
orlan su frente con la borla regia,
y el súntur páucar con su globo de oro,
encierra el orbe en su potente diestra.
Flota en sus hombros purpurino manto,
el huámpar nieva su figura esbelta,
y altas ojotas de sedeño caito,
ciñen sus corvas con doradas trenzas.
Recias argollas de su oreja penden,
y el áureo huallca de irisadas gemas,
los doce signos del zodíaco engarza
sobre su pecho en luminar de estrellas.
Por eso el tiempo que transforma imperios,
detiene el sol en su reloj de arena,
cuando la voz del haravico inicia
del Inti Raymi la solemne fiesta.
Y en Coricancha, ante su augusto solio,
vierte el augur en oblación de ofrenda,
sangre de alpaca y de guanaco tierno,
germen fecundo de la Madre Tierra.
Mientras las ñustas en divina danza,
de alas de luz y florecer de quenas,
siembran de amor en sus dominios sacros,
el haylli de oro, en polvo de leyenda.
LOS CONQUISTADORES
olvo de mil leyendas,
relampaguear de espadas
relincho de corceles
y un huracán de lanzas,
anuncian el arribo de los conquistadores,
que rasgan en los Andes la túnica del alba.
413
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Su empuje es invencible,
no los detiene nada,
ni la bravura indómita
de los soberbios charcas
que funden sus escudos en luminar de saetas,
y aplastan
de un hondazo
corazas
y armaduras,
trenzando con sus huesos el Fuerte Cantumarca,
donde el cacique Titu
defiende las pucaras
con treinta mil guerreros
que rugen en la pampa,
para impedir el paso de los conquistadores
que riegan con su sangre la tierra milenaria,
¡alzando a las estrellas
la gloria de sus armas!
Un augusto silencio
circunda las montañas,
y embruja el espejismo de la planicie intérmina
la sombra de los muertos que vagan en la vaga
claridad de la luna,
que nieva sus mortajas,
mientras solloza el ronco dolor de la yareta
y el ventarrón flagela la estepa solitaria.
Retumban los tambores del trueno
en lontananza,
y hollando con fiereza
cuchillas y gargantas,
mesetas infinitas
y cumbres escarpadas,
avanza victoriosa
la hueste legendaria
que asombra al Collasuyu
con épicas hazañas.
414
Flor de Granado y Granado
Recama el sol naciente
lorigas y gualdrapas,
resoplan los bridones,
fulguran las corazas,
y salpicando en lumbre
neveros y cascadas,
florece en las pupilas
¡la flor de Choquechaca!
Tremolan en el viento penachos y estandartes,
y alzando polvareda de siglos en la pampa,
galopan los centauros
que arrojan llamaradas.
Los ven del Churuquella
los indios y curacas
que extienden sus dominios
del Ande al Chiticata,
y desgarrando el aire
con flechas incendiarias,
los cercan en un aro
de trágicas tenazas.
Traspasa un dardo de oro
la enseña castellana,
y mella la armadura del capitán
de España
que marcha a la cabeza
de sus mejores lanzas,
en medio de los nobles y altivos paladines
don Diego de Centeno y don Gaspar de Lara;
y heridos en su orgullo los fieros caballeros,
embrazan sus escudos, desnudan sus espadas,
y al grito de ¡Santiago!
se lanzan
al asalto,
y rompen la diadema que ciñe las montañas.
415
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Crepita en estertores
la tierra mutilada,
y avasallando un reino que floreció en milenios,
irrumpe don Gonzalo Pizarro, en Choquechaca,
y aplasta en sangre y hierro
la testa de los charcas.
Exploran los centauros
los riscos y las playas,
los lagos, las llanuras, los montes
y quebradas,
los ríos fabulosos, los bosques encantados,
el valle de Yotala,
y del cerro del Endriago
que tiende un puente de oro de Potosí hasta España.
Y en pos de los canelos de un país imaginario
que teje la leyenda dorada
de El Dorado,
se internan en la jungla salvaje y milenaria,
y hundiendo en las cachuelas
sus frágiles piraguas,
retornan a las cumbres, descienden a los llanos,
y encuentran con asombro ¡las tierras de Sapalla!,
más bellas que las bellas comarcas orientales,
más ricas que las ricas regiones altiplánicas,
y allí, colman su fiebre de ensueños y grandezas,
rimando las auroras en las pupilas glaucas
de las morenas ñustas
que enfloran Qhochapampa.
Y al son
de los clarines de rutilante plata,
pregonan la proclama del vencedor
de Charcas,
que otorga a los hidalgos
los valles de Canata,
y ordena a Peransurez
fundar la Ciudad Blanca
416
Flor de Granado y Granado
que ostentará en su escudo de heráldicos blasones:
un águila bicéfala, gaznante y coronada,
los cerros del presagio
y el de la ofrenda sacra,
el gonfalón de lumbre que izaron los cruzados,
dos áticas columnas, diez testas degolladas,
y leones que rugientes
custodian con sus zarpas las torres almenadas.
CANATA
ediaba el Siglo de Oro,
fulgores de zafiro
rizaban con su lumbre
las quiebras y los riscos,
nimbados por la cósmica grandeza del Tunari,
que ostenta en sus picachos airones de infinito;
y Garci Ruiz
marchaba camino
del futuro,
sembrando en anchos surcos su corazón de trigo.
Y al ver
en el espacio los augurales signos
que trazan a los hombres
las rutas del destino
sintió crecer sus alas más grandes que su vuelo,
y en busca de horizontes que abarquen sus designios,
lanzose a la conquista
del valle prometido,
sin picas ni tizonas,
sin horca ni cuchillo,
comprando a los caciques Achata y Konsawana,
sus predios, sus casales y el aguazal temido,
que lindan al noroeste
las túrbidas rompientes del río Condorillo,
al sur el Jaya Uma
y el Alalay que escarcha las ondas del Estigio,
417
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
y el este con las sierras del Tatakirikiri
que ofrenda a las zagalas collares de roció.
Y así, forjó en Canata
su hacienda y sus dominios,
soñando con un sueño
de ensueños campesinos.
Tras él, otros hidalgos
en pos de señorío,
llegaron a estas tierras de pastoril
retiro,
y en un arranque
digno
de un canto
de Virgilio,
Rodrigo de Orellana y el capitán Sanabria,
fundieron sus espadas en rejas de cultivo.
Y al verse
en un paraíso
de ensueños
nunca vistos,
el noble encomendero don Diego de Mejía,
se convirtió en un molle frondoso y pensativo.
Su empuje indomeñable
logró que los nativos,
desmonten los tuscales, desequen los pantanos;
y don Martín de Rocha, desviando el Condorillo,
enriqueció la Maica
con fecundante limo.
Y absortos contemplaron
los rudos campesinos
cubrirse los charcales
con mantos de berilo;
y el oro de las mieses
que grana en haz de trinos,
colmó de pan sabroso
las chozas de los indios.
418
Flor de Granado y Granado
Surgieron a su impulso las casas solariegas,
con amplios corredores y aljibes cristalinos;
que ostentan la prosapia de los conquistadores,
en rejas cinceladas y escudos de granito;
y junto a las casonas
de estilo
castellano,
que retan a los siglos
velando
sus dominios,
se alzaron
los establos de vacas y potrillos,
y el huerto de legumbres y de árboles frutales
que escarchan en agosto, sus frondas de granizo.
La vida era tranquila,
los hábitos sencillos,
y alegres cabalgatas
cruzaban los caminos,
con rumbo
a la alquería de algún hidalgo amigo,
y al son de las bandurrias
de melodioso ritmo,
danzaban con las mozas
de senos frutecidos,
rindiéndolas
al fuego de su amoroso brío,
que fecundó Canata
con sangre de mestizos.
Y a veces desgranando nostalgias de crepúsculo,
vagaban a la sombra del huerto adormecido,
que engarza de cocuyos
los sueños fugitivos.
O en ruedo campechano
de embrujo evocativo,
parlaban a la lumbre
de hachones encendidos;
419
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
y allí
la voz de plata del sembrador de trigo,
de luenga barba
y ojos chispeantes como el vino
contaba a los hidalgos,
con verbo enardecido,
que vio rodar la testa de Gonzalo Pizarro,
salpicando de sangre los picachos andinos.
Y entre el bronco
estampido
de las guerras civiles
que asolaron La Plata con su vuelo fatídico,
vio la trágica muerte
que dispuso el destino,
al rebelde
caudillo
Sebastián de Castilla,
que abatió en la anarquía sus pendones altivos.
Y en el Cuzco,
la hoguera de fulgores rojizos,
que atizó el alzamiento de Francisco de Hernández;
y otras bellas historias de los tiempos vividos,
que escuchaban los mozos
relatar al patricio,
de esta villa de límpidos blasones
y rancio señorío,
que fundara en las tierras de Canata
hechas de sol y madrigal de trinos;
el día de la Reina de los Ángeles
en su asunción gloriosa al paraíso;
el capitán Gerónimo de Osorio,
de los Tercios de Flandres desprendido
como azul personaje de leyenda,
de noble porte y corazón florido;
que enarbolando el pabellón de España
sobre el testuz de su corcel bravío
420
Flor de Granado y Granado
legó a la villa el nombre de Oropesa
y el escudo condal de don Francisco:
plata y azur en campo jaquelado,
leones rampantes, perlas y castillos,
corona de oro, lambrequín de espuma,
y alta cimera de argentado brillo,
do vela un ángel de llameante espada,
una áurea cruz y un mundo de zafiro,
que blasonan la flor de Cochabamba
con el airón de su historial magnífico
Y en la rústica aldea de Canata
con sus huertos cuajados de rocío,
donde nieva la flor de los almendros
y la blanca plegaria de los lirios
alboreaba la villa de Oropesa
bajo un palio bordado de zafiros,
que escarchaba las últimas estrellas
en el claro remanso de los ríos;
mientras oraba un pueblo de pastores
y de viejos hidalgos campesinos,
contemplando el simbólico madero,
el chispear de los cirios,
el texto de los Santos Evangelios,
un enorme y sangrante crucifijo;
y un lebrel que lamía las sandalias
del fraile pensativo,
que entonaba litúrgicos cantares
bendiciendo el villorrio florecido.
421
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
BARBA DE PADILLA
EVOCACIÓN COLONIAL
ajo el fanal del cielo rutilante,
tremola el estandarte de Castilla,
y en medallón de auroras agavilla,
oro de mies y lumbre de diamante.
Irisa el valle un luminar chispeante
y el Licenciado Barba de Padilla,
funda de nuevo la naciente villa,
arremetiendo su corcel piafante.
Los siglos bordan su historial de argento,
sobre el poblacho cuyo viejo nombre
es polvo de oro que se lleva el viento.
Dando a Oropesa la de tez morena,
lumbre de valle, patriarcal renombre,
cantar de gesta y sollozar de quena.
VILLA DE OROPESA
angre de sol y albores campesinos
dan a la hidalga villa de Oropesa,
un rutilar de eglógica belleza
que se desgrana en madrigal de trinos.
El ocio pastoril de los vecinos,
vence el cabildo con sagaz firmeza,
y aflora en horizontes de grandeza
el luminar que alumbra sus destinos.
Mozas en flor deslumbran sus callejas,
y entre un piar de besos y suspiros,
gime el laúd en las talladas rejas.
Vela el Tunari altivo y solitario,
y constelando el cielo de zafiros,
la Cruz del Sur corona el campanario.
422
ulgura el sol,
las huertas
se cuajan de rocío,
y envuelta
en los celajes del alba rutilante,
florece en las pupilas la villa de Oropesa.
Sucumben a su embrujo
los amos de la tierra,
y olvidan para siempre panoplias y estandartes
que antaño conquistaron en épica contienda.
Gobiernan el cabildo los doce regidores
que esculpen los joyeles de la ciudad labriega,
y dan al campanario prestancia y señorío,
borrando los terrosos contornos de la aldea,
que riza en las colinas el oro de las mieses
y ciñe en su garganta collares de luciérnagas.
Desgranan las campanas
su lengua vocinglera,
albean de palomas
las torres de la Iglesia,
y asisten a la misa
las damas lugareñas,
luciendo con donaire
mantillas y peinetas.
Asedian los varones
su erecta fortaleza,
y gime la guitarra
de amor en las callejas,
rondando noche a noche,
¡la flor de su belleza!
hasta que al fin se rinde la moza a sus requiebros,
y escala el pretendiente por la florida reja.
423
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Sonríe el dios bicorne
y en la quietud sedeña
se escucha el caramillo
que arrulla la floresta.
La vida es un remanso de paz en el villorrio;
los años se deslizan con placidez risueña;
solemnes procesiones,
trisagios y novenas,
conmueven el espíritu
piadoso de la aldea.
Celebra el vecindario
las vísperas y fiestas,
con salvas, camaretas,
danzantes y comedias,
castillos, luminarias,
girándulas y hogueras.
Se juega a la sortija, la taba y la alcancía,
hay toros embolados y gallos de pelea,
la plaza es un enjambre
de mozas y de abejas;
y airosos caballeros en rápidos corceles
destrozan con denuedo la caña, en su carrera.
Mecheros y faroles
alumbran las callejas,
y altivos hijosdalgo de capa y esclavina,
visitan por la noche las casas solariegas.
Animan las tertulias
leyendas y consejas,
la risa de las jóvenes
y el juego de las prendas,
las damas, el chaquete,
las copas de mistela,
sabrosas confituras y humeante chocolate,
que en jícaras de plata convidan las doncellas;
424
Flor de Granado y Granado
mientras la abuela enciende
la trémula candela
que ahuyenta con su lumbre
las ánimas en pena.
Deponen los patrones
su ríspida fiereza;
comparten con los indios
los dones de la tierra,
les prestan sus aperos,
se ayuntan con sus hembras,
y dan a los nativos
su idioma y sus creencias,
pues ellos representan un capital humano
y es parte de sus bienes la gente de la hacienda.
Mas la febril codicia
de honores y riquezas,
que calcinó los huesos del recio aventurero,
extirpa en cada mita la población labriega,
sin que virrey alguno
con su actitud severa,
consiga que se cumplan las sabias ordenanzas
que el rey don Carlos V, legara a las estrellas.
Pero el hispano añoso
que se enraizó en la gleba,
derrama la simiente racial del mestizaje
y se desborda en savia de sol la sangre nueva,
que dio a la vieja raza vigor y lozanía,
rimando los latidos del corazón de América.
Se extingue el Siglo de Oro de los conquistadores
que hicieron de Canata la villa de Oropesa,
y afloran otras castas
tiránicas y fieras,
escorias de los restos del viejo feudalismo
que amasa en sangre y hierro: hombre, sudor y tierra.
425
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Y ¡ay! de los pobres indios
tenidos como bestias,
desgarra sus espaldas el látigo de fuego
que despedaza en flecos la carne de la gleba.
Los déspotas
esquilman las chozas chacareras,
desplazan al criollo
de cargos y prebendas,
clausuran al mestizo
las aulas de la escuela;
se burlan de las leyes,
recargan las gabelas,
y el pueblo se retuerce
de angustia y de miseria.
Retumban en la villa
rugidos de tormenta
que rasgan de relámpagos
los valles y las vegas,
los montes, las llanuras,
los ríos y las quiebras,
y surge en la truncada columna de la historia,
el cholo que de un grito despierta la conciencia,
de un pueblo de mitayos que se olvidó del alba,
combando con su cráneo las trágicas cavernas.
INSURRECCIÓN MESTIZA
iñendo con su sangre
los ríos y las lomas,
los valles, los bajíos,
Carasa y Capinota,
Arani, Sipesipe,
Tapacarí y Pocona;
se alzaron los mestizos al grito del platero
Calatayud, que al pueblo la rebelión pregona,
mientras flamea al iris
su enseña luminosa.
426
Flor de Granado y Granado
Y apenas
abandonan
la villa de Oropesa,
las tropas
que pidiera Benero de Balero;
para imponer al pueblo gabelas ominosas
que pesan en sus hombros
como aplastante roca;
se congregó en la plaza
la plebe tumultuosa,
rugiente como oleaje
que el huracán azota.
¡Viva el rey!,
¡muera el guampo! gritaban los ilotas,
y en busca de Rivera
que la ciudad desola;
desarman al cabildo,
saquean las casonas,
y asaltan con fiereza
la cárcel española,
rompiendo en mil pedazos
la trágica picota.
Y sólo se apacigua
la chusma revoltosa
que con furor sangriento la hidalga villa
asola,
cuando los frailes salen
en procesión devota,
llevando en andas de oro
la efigie milagrosa
de la morena Virgen que con amor
deshoja,
en pétalos
de lirio, las perlas de la aurora.
427
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Florece en los picachos
el alba de oro y rosa,
y al son de las campanas
que tocan
a rebato,
el pueblo se alza en armas y el enemigo afronta,
y corta en cien picadas las rutas de Jayhuaycu,
que asedian con bravura las huestes españolas.
Jacinto Cuba
arenga con ímpetu a su escolta
y embiste a los rebeldes
a golpes de tizona,
pues callan los trabucos
de pedernal y pólvora,
y están acorraladas
sus abatidas tropas,
que diezman los villanos en la colina
histórica,
sembrando de cadáveres
las removidas fosas.
Y el 30 de noviembre del 730,
derrota
el cholo alzado
las fuerzas opresoras,
y anuncia en los clarines
del alba su victoria.
Temiendo el cura Urquiza
que las plebeyas hordas
perturben con sus armas la paz del campanario,
convoca
a los priores y frailes de convento
a un cónclave que aplaque las nubes borrascosas;
y en medio de un murmullo de salmos y exorcismos
conduce bajo palio la célica custodia.
428
Flor de Granado y Granado
Se inclinan a su paso
las turbas vencedoras,
y en el cuartel rebelde
el viejo cura exhorta,
al bravo cebecilla
con verba admonitora,
que si retiene el alto
comando de las tropas,
extienda hacia el cabildo
su diestra protectora,
y deje
a los hidalgos capitular con honra;
pues criollos y mestizos son brotes de ese tronco
que el árbol de la estirpe cobija con su sombra.
Y al ver
que el cura eleva con manos temblorosas,
bajo el azul espacio
la sacrosanta forma
que nieva las colinas
en alba de palomas,
sobre la tierra madre, Calatayud
se postra,
pidiendo al Ser Supremo
que consolide su obra.
Y con el guión de plata
frente a las huestes cholas,
preside fervoroso
la procesión gloriosa,
que deja
en las callejas de la ciudad absorta,
un halo de plegarias,
de lágrimas y rosas.
De allí,
pasa al cabildo donde el alcalde invoca
los nobles sentimientos
de su alma generosa.
429
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
E impone a los vencidos las capitulaciones
que abrogan la injusticia reinante en la Colonia,
y borran privilegios y odiosas distinciones
de castas nobiliarias sobre la estirpe chola,
que derramó en la lucha
su sangre valerosa,
por defender
la causa más justa de la historia.
Rodeado por los miembros del nuevo ayuntamiento
que aclama enardecida la chusma victoriosa,
asoma a las tribunas el ídolo plebeyo
y arenga al vecindario con voz conciliadora.
Ostenta entre sus manos en símbolo de mando
bastón de puño de oro con argentadas borlas,
y en uso del mandato
que otorga la victoria,
designa a su compadre Rodríguez y Carrasco
corregidor del pueblo que conquistó la gloria.
Pues el reptil
se enrosca
en la Imperial
Corona,
y con sutil astucia
la rebelión traiciona:
negocia con la Audiencia, se vende al Virreinato,
y troncha
a puñaladas
la vida promisoria,
del mártir de la plebe,
que es gloria de la historia;
y ensangrentando el cenit del siglo XVIII,
pendula en la colina su testa redentora.
EL GOBERNADOR VIEDMA
430
esgarra en la campiña crepúsculos
albares,
el sol del valle nuestro
con dardos de diamante,
y el oro de las mieses
que cuaja en los trigales
engarza
de topacio en la lumbre del paisaje.
La villa
es un infante que sueña en los sauces,
y ostenta su belleza
con señorial desgaire,
buscando en los vergeles
la miel de los panales
o el élitro
sonoro que vibra en el aire,
mientras esparce en cánticos
las notas augurales
que anuncian
a Francisco de Viedma y de Narváez,
gobernador preclaro
de nuestro fértil valle.
Soberbio visionario
de ensueños estelares
que dio a la vieja villa
la flor de los rosales
e impuso a sus blasones la noble ejecutoria
del rey Carlos III, que Dios bendiga y guarde,
pues confirió al villorio
los títulos reales:
«de Leal y Valerosa Ciudad de Cochabamba»;
y le donó una fuente de perlas y cristales,
431
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
porque su noble
sangre
se derramó
a raudales,
ahogando los pututos de la insurgencia aimara
que estremeció las cumbres y desgarró los aires
cuando Túpac Catari
cercó con cien mil indios la capital del Ande.
Francisco Viedma,
ilustre patricio y gobernante,
con genio de estadista y austeridad
de fraile,
organizó el inmenso distrito
de estos valles,
desde la ardiente vega
de Mizque alucinante,
que abrió sus parasoles
de fúlgido follaje
y abanicó el ensueño de una ciudad
galante,
hasta las altas cumbres
de la quebrada de Arque,
donde los ríos
ruedan con ímpetu salvaje.
Y pese a que la mita
sepulta entre sus fauces
sangrantes caravanas de muchedumbre indiana,
se yergue Cochabamba, magnífica y radiante;
y ciñe con ternura
sus brazos maternales,
a casas y cabañas
de la ciudad campante
de miles de plebeyos
e hidalgos personajes.
432
Flor de Granado y Granado
Que gracias al esfuerzo
del viejo navegante,
que amaba a nuestra tierra
como sus patrios lares,
vivieron una vida
de holganzas patriarcales,
gozando las delicias
de un clima incomparable,
la chicha con frutillas,
la humita y el picante,
en rústicas moradas
o en casas señoriales,
que exornan las callejas,
las plazas y los parques
donde los templos comban sus cúpulas de nácar
y albean de palomas las torres conventuales.
Y cuando el lobo
aullante
del 804
clavó sobre los campos sus garras infernales,
y segó con su aliento
campiñas y ciudades,
rebaños y alquerías,
sembrados y hontanares,
Francisco Viedma
el grande
patriarca
de estos valles,
que ilustra con su nombre
los fastos coloniales,
se irguió como él seráfico de Asís,
y en los celajes,
detuvo con su diestra
la espada de los ángeles
que siembran en la tierra, la mortandad
y el hambre.
433
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Por eso Cochabamba
que vio en su gobernante
al hombre que forjara
con manos paternales
en más de cinco lustros,
¡la flor de las ciudades!
consagra
a don Francisco de Viedma y de Narváez
la cruz del campanario
y el corazón del valle.
REVOLUCIÓN DE COCHABAMBA
undiendo
en una fragua
de lumbres
escolásticas
el verbo de Aristóteles y de Tomás de Aquino,
se yergue Chuquisaca, doctísima y preclara,
y siembra
el Collasuyu de ideas libertarias.
Y cuando el explosivo tenor de los libelos
pregona que las águilas
de Napoleón el Grande,
tendieron victoriosas sus alas sobre España;
emergen los togados del Aula Carolina,
y enardeciendo al pueblo con voz iluminada,
deponen a Pizarro
del solio de los Charcas.
Sacude la revuelta las vértebras del Ande,
desgarra la tormenta las cumbres escarpadas,
y el 16 de julio del 809
La Paz
repite el grito de ¡guerra a los tiranos!
y atiza las hogueras del sol en sus montañas.
434
Flor de Granado y Granado
Tremola en el espacio la enseña de la gloria
y estrujan los halcones de mayo entre sus garras,
las márgenes
ubérrimas del Río de la Plata,
las cumbres fabulosas
del rico Collque Guacac,
las quiebras que rugiente socava el Chuquiagu,
las selvas orientales donde la vida canta,
y el valle del milagro donde alboreó
la patria,
que el setecientos treinta,
Calatayud soñara,
soñando como sueñan
las soñadoras almas
que atisban en lo etéreo
la claridad del alba.
Florece
en los espíritus la sangre derramada,
y luego de un período
de ochenta años de calma,
retoman los vallunos
sus herrumbrosas armas;
y al son de los clarines de Juan José Castelli,
que arrastra en sus corceles los vientos de la pampa;
irrumpen de la villa
de San Felipe de Austria,
las huestes aguerridas
que envió Gonzales Prada,
gobernador
del regio solar de Cochabamba,
al mando de Rivero, Melchor Guzmán y Arze,
para extinguir el fuego que abraza la altipampa,
y hundir entre osamentas
el alzamiento aimara
del fiero Titichoka,
que aterra con sus hordas la puna solitaria.
435
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Y en pos de los ideales
de libertad y patria
que propaló en el valle,
la voz de los patriarcas
Canelas, Ferrufino,
Carrasco y Antezana,
retornan los paisanos
por riscos y quebradas,
con rumbo
hacia el hidalgo villorrio de Tarata,
donde madura el genio de don Esteban Arze,
en recio plan de guerra la insurrección armada,
que proyectó en Oruro, Francisco del Rivero,
el precursor insigne de la naciente patria.
Concilios nocherniegos
preparan la asonada,
el aire huele a pólvora,
la villa es una fragua,
y al irradiar el día 14 de septiembre,
desborda en un torrente la fuerza de las masas,
y estalla en los espíritus
la rebelión sagrada.
Asordan el villorrio
tambores y campanas,
y al son de las trompetas
que rugen ¡a las armas!
Guzmán Quitón
asalta
la guarnecida
plaza.
Reducen los patriotas
cuarteles y atalayas,
y al formidable empuje de intrépidos jinetes
que arrollan con sus lanzas
trincheras y estandartes,
Francisco del Rivero y el héroe de Tarata,
derriban el gobierno
436
Flor de Granado y Granado
del vacilante Prada,
y tallan con su sable
la efigie de la patria.
Se agita el pueblo
en olas de hirviente marejada,
y en un cabildo pleno de históricos sucesos,
proclama
los principios
de libertad y patria,
que propugnó el tribuno
Cornelio de Saavedra,
hinchando de huracanes
el anchuroso Plata.
¡Viva
la patria!
exclama la gente enardecida,
y entre un rumor de triunfo y un luminar de salvas,
proclama a don Francisco, gobernador supremo,
y otorga a don Esteban, la comandancia de armas.
Rivero
asume el mando con mente visionaria,
y exalta a las estrellas
el nombre de la patria,
que funde en la leyenda
la gloria de su espada.
Acatan los patriotas la junta de gobierno
que rige los destinos del Río de la Plata,
y envían las legiones del capitán Foronda,
a deponer el régimen de Nieto, en Chuquisaca;
pues temen que las tropas del visorrey de Lima,
desgarren de un zarpazo la gesta libertaria.
Ilustran el cabildo varones del renombre
de Tames y Canelas, Montero y Antezana,
y el mando de la guerra
blasonan con sus armas:
Faustino de Irigoyen,
Guzmán, Laredo, Arriaga,
437
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Carrillo, Allende, Vía,
Assúa y Balderrama.
Tremolan en la villa
banderas desplegadas,
fulgura el sol poniente,
la brisa ríe y canta.
Se raja en San Francisco
la histórica campana;
y el verbo enardecido del capellán Oquendo,
desgrana en la tribuna con elocuencia mágica,
como una espiga de oro
su canto a Cochabamba.
VICTORIA DE AROMA
ún vibran
en el aire
los épicos
cantares
escritos con la sangre del corazón
del valle,
y el brigadier Rivero
preclaro gobernante,
contiene a Goyeneche que ronda el altiplano
para asaltar de un golpe las arcas coloniales;
y envía un regimiento compuesto de jinetes,
al mando del gallardo guerrero Esteban Arze,
que ingresa en las callejas de San Felipe de Austria,
donde Barrón en gesto de intrépido coraje,
reconoció a la junta
que rige Buenos Aires,
y alzó en el áureo mástil de su ilusoria lanza,
la enseña de la patria que ondea en los celajes.
Oruro abre sus brazos de hierro a los patriotas
que asoman a la puna con ímpetus marciales,
y agranda sus legiones de gente montonera
438
Flor de Granado y Granado
con bravos artilleros e indómitos infantes,
que a la orden de un puñado
de heroicos capitanes,
despliegan su bandera de lumbre en Caracollo,
midiendo con su gloria la inmensidad del Ande.
Desgárrase en Panduro
la niebla alucinante,
y emergen los picachos del soberano Illampu
que eleva al infinito sus cumbres siderales,
donde los dioses tienden
su clámide flotante,
y lanzan al espacio
su cósmico mensaje.
Ordena el gran caudillo
que acampen
en Aroma,
los hombres que violaron la estepa inmensurable,
templados por el ronco rugir de la tormenta
y el látigo del viento que brama en los pajales.
Mas al mediar el día 14 de noviembre,
vislúmbranse
a lo lejos
en orden de combate,
las fuerzas enemigas
del comandante
Piérola,
que marchan empuñando sus armas cabrilleantes.
Desgranan los clarines
su cántico vibrante,
y el genio levantisco
del héroe de los valles
se yergue en la llanura
como un peñón del Ande,
y arenga a los bizarros paisanos de septiembre,
con épicos acentos de rústico lenguaje.
439
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
¡Viva la patria!
exclama la tropa delirante,
y en medio del rugiente tronar de los cañones
que siembran la altipampa de heridos y cadáveres,
hostiga con fiereza las líneas enemigas,
reptando sobre un blondo plumón de pajonales.
Desnuda
Esteban Arze
su luminoso
sable,
y hundiendo las espuelas
en su corcel piafante,
asalta con bravura
los últimos baluartes,
seguido de una escolta de altivos guerrilleros
que blanden
sus macanas
con ímpetu salvaje;
mientras las carronadas del capitán Unzueta,
abaten
en la pampa
los estandartes reales,
y la caballería
que arrolla a los infantes,
al mando del bravío
Guzmán de los Guzmanes,
persigue a los realistas que fugan derrotados
y clava en sus entrañas su lanza fulgurante.
La fama que fustiga
su cuadriga jadeante,
anuncia en la Gaceta
que el paladín del valle,
constela de luceros
su espada de diamante,
y forja en los relámpagos la efigie de la patria,
que surge en la soberbia columna de los Andes.
440
Flor de Granado y Granado
Deslumbra la victoria
del Caballero Andante,
y se alzan contra España
los pueblos orientales,
las vegas de Tarija, el rey del Illimani,
la blanca y soñadora ciudad de los cantares,
y la opulenta Villa
de escudos imperiales,
que deshojó en Suipacha
las rosas de su sangre,
para enflorar el triunfo de Juan José Castelli,
que floreció en las manos del soñador Nogales.
Celebra Cochabamba
con líricos cantares,
la espléndida epopeya del vencedor de Aroma
y tienden las campanas sus alas sobre el valle,
grabando en el espacio
con signos estelares,
el nombre legendario
de don Esteban Arze.
DERROTA DE AMIRAYA
encidos
por la fuerza
telúrica del valle
retornan a la gleba
los bravos vencedores
que esculpen en las cumbres de Aroma su epopeya;
sin que el carácter férreo de don Esteban Arze,
consiga retenerlos sobre la puna gélida,
para cubrir la marcha de la legión platense,
y proclamar triunfante la libertad de América.
Pero el insigne prócer Francisco del Rivero,
atiza con su aliento la fragua de la guerra,
fundiendo en sangre y hierro las armas de la patria
que vela Don Quijote bajo un fanal de estrellas.
441
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Reclaman los paisanos
su puesto en las trincheras,
y el ínclito patricio
que avanza por la estepa,
hostiga al enemigo
por riscos y laderas,
despliega regimientos sobre La Paz y Charcas,
protege los ejércitos del Plata con sus fuerzas;
y luego del ataque de Cosme del Castillo,
que asalta con fiereza
Machaca y Pasacona;
captura en Chiquiraya las bélicas enseñas,
y triza en aspas de oro
su lanza de quimera.
Mas el adverso sino de los paganos dioses
que rigen con su égida la tempestuosa guerra,
confiere los laureles de Marte, a Goyeneche,
que en Guaqui despedaza la división pampera.
Pues la deidad olímpica que abandonó a Castelli,
se entrega
a los realistas
cual veleidosa hembra,
y gira en el espacio
sobre su alada rueda.
Rivero
el gran caudillo de la épica contienda,
que amara su terruño con mística
pureza,
rechaza con orgullo
los cargos y prebendas,
que el hombre de «tres caras»,
en vano le ofreciera,
si logra
que la villa doblegue su cabeza
bajo el dorado yugo del rey Fernando VII;
y desplegando al viento su fúlgida bandera,
retorna a Cochabamba,
442
Flor de Granado y Granado
y heroicamente ofrenda
su vida y su fortuna por defender la patria,
forjada en los cantares de la leyenda homérica.
Secundan los patriotas
su espléndida
proclama,
y abierto el ancho surco que la simiente espera,
se dan como semilla
para sembrar la tierra;
y al mando del caudillo, Guzmán, Vélez y Arze,
desfilan por las quiebras
de Tapacarí y Arque,
que ciñen en sus brazos las cumbres altaneras.
Empero los realistas
trasmontan en hilera,
los riscos del Tunari y el abra de Tres Cruces
que elevan sus picachos a la región etérea;
desconcertante hazaña
de insólita estrategia
que obliga a nuestras fuerzas a desplegar sus alas,
y proteger los flancos de la llanura inmensa
que abarca Sipesipe y el cuenco de Amiraya,
donde los rioplatenses y los vallunos mezclan
su sangre en los torrentes de Vinto y de Viloma,
que braman fecundando bucólicas praderas.
Relinchan los corceles,
resoplan las trompetas,
y reventando el seno de las colinas rojas,
retumban los cañones en la florida sierra;
mientras que de las cumbres
como un torrente ruedan
millares de dragones y enormes granaderos,
de los de lanza en ristre y enhiestas bayonetas,
que arrollan en la pampa
las tropas montoneras.
Combaten los vallunos
como acosadas fieras,
y luchan con bravura
443
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
por defender su tierra,
pero el trece de agosto del 811,
reduce el fuego a escombros las rústicas aldeas,
y abrasa entre sus llamas
los predios y las huertas,
devora los maizales, destruye los graneros,
y enciende en las colinas fogatas de luciérnagas.
Crepita el molle añoso
donde las vides trepan,
y eleva hacia las nubes sus brazos suplicantes,
sin que la santa Virgen de las Mercedes pueda
alzar sobre los muertos su mano bendiciente,
pues, tronchan de un balazo, sus dedos de azucena.
Desgarra
el aire un grito de rebelión suprema,
y aplastan los realistas
las últimas trincheras,
prendiendo a fogonazos
la bóveda de estrellas.
GESTA HEROICA
espués
de las derrotas de Guaqui y Amiraya
que cubren de sepulcros
la tierra torturada,
retira Goyeneche
su bárbara amenaza
de reducir a escombros
la villa temeraria.
Y restaurado el sacro poder del rey Fernando,
despliega en alboradas
de lumbre el estandarte
que guía la ofensiva del Río de la Plata,
y parte con sus huestes a la ciudad de Ibáñez,
sin extinguir el fuego de la insurrecta plaza
donde envainó Rivero su espada fulgurante
444
Flor de Granado y Granado
por redimir al pueblo de la hecatombe trágica
pues sueña aún desligarnos de Lima y Buenos Aires
y proclamar al mundo la independencia patria.
Mas don Esteban Arze que se asiló en el Caine
recluta montoneros de Cliza y de Tarata,
y asalta el 29
de octubre, Cochabamba
e impone a los realistas Allende y Santiesteban
que arríen de las torres el gonfalón de España.
Exaltan los platenses
el triunfo de sus armas,
y el viejo virreinato
responde a su llamada,
forjando en yunque de oro la espalda de Belgrano
que arranca
de un pedazo del cielo su bandera
y engarza
en sus blasones
los soles de la pampa.
Eligen los patriotas la junta de gobierno
que rige con firmeza Mariano de Antezana;
que esculpen sus decretos
en láminas de plata,
don Pedro de Quiroga, Vidal, Arriaga y Cano,
que legan al villorrio su péñola y su espada.
Mientras el héroe máximo
principia en la altipampa
la guerra de guerrillas
que libertó la patria;
pues salva escaramuzas
en San Felipe de Austria,
en Agua de Castilla,
Quirquiave, Caripuyu y el pueblo de Chayanta,
que rinden los pendones
al choque de su lanza,
y evocan las figuras de Herrera y Costa Rica,
Revollo y otros hombres esclarecida fama.
445
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Pero esta guerra chica y heroicamente grande,
que exprime gota a gota la sangre de la patria,
obliga don Esteban a retornar al valle
y demandar al pueblo su inmolación en masa.
Pues Goyeneche, al verse burlado en sus propósitos
de avasallar
las ricas
provincias de La Plata,
resuelve enfurecido
volver a Cochabamba
y exterminar la estirpe
del pueblo de Canata,
que osara en raro gesto de indómita fiereza
alzarse desafiante contra el poder de España,
y ordena que concentren sus fuerzas en el valle,
las férreas guarniciones de Potosí y de Charcas,
las huestes de Lombera, de Husi y de Revuelta,
que anegan en torrentes de sangre las cañadas.
Comienza el bravo conde
su trágica campaña
y entre un crujir de huesos
trizados a metralla,
subyuga los villorrios de Mizque y de Pocona,
sus vegas ardorosos y sus colinas glaucas;
y manda que fusilan decenas de patriotas,
que bruñen con los senos las rocas escarpadas.
Dispone Esteban Arze de cuatro mil paisanos
armados de mosquetes, lanzones y macanas,
que tercian sobre el hombro su poncho de celajes,
y marchan animosos a defender la patria,
venteando al enemigo
por cerros y quebradas.
Mas, como los realistas no asedian Vilavila,
levantan los patriotas su tienda en Sacabamba,
y parten en columna con rumbo hacia Pocona,
posando en Paredones, y el totoral de Vacas,
que engarza los remansos del cielo en Azulqocha
donde los leuques rizan la espuma de sus alas.
446
Flor de Granado y Granado
Pero al dejar el llano
para escalar
la sierra
que anilla en su garganta
las vegas de Pocona,
tropiezan con las tropas de la vanguardia
de Imas,
que estruja en la tenaza
de hierro
de sus armas
las pampas erizadas del hosco Quehuiñal,
y obliga a los patriotas a presentar batalla
sobre una abrupta loma
ventosa y desolada,
que arrasa a cañonazos el vencedor de Guaqui,
albeando de osamentas la frígida altipampa,
que fecundó en cantares
la sangre de la patria.
Irrumpen los jinetes el cañadón de Arani,
que mece entre sus brazos trigales y cabañas;
y asolan los poblachos
de Cliza y de Punata,
porque la hidalga villa
de Muela, en lucha brava,
degüella una patrulla que desfloró doncellas,
cuajando en sus entrañas la maldición satánica.
Avanzan al galope las huestes invasoras,
y el torvo arequipeño de mente sanguinaria
ordena que sus hordas
demuelan en Tarata
la casa solariega de don Esteban Arze,
que el fuego crepitante retuerce en sus llamas.
Arde en ocaso de oro
la alcoba solitaria,
donde forjó el caudillo
los sueños de la patria;
y en medio de las ruinas, su casco renegrido,
447
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
se aferra como un águila
sobre el peñón crispado
velando el valle heroico con sus abiertas alas.
LA CORONILLA
esgarran las heroínas
su túnica de lágrimas
y en medio de un tumulto
preñado de amenazas,
discute el vecindario las capitulaciones
propuestas por Oquendo, Zenteno y Antezana,
en el cabildo abierto
que sesionó en la plaza,
los días 25 y 26 de mayo.
Pero el vecino Vela y el orador Terrazas,
inducen a las cholas
a requerir las armas,
y el pueblo enardecido se lanza a los cuarteles,
y arrastra a la colina cañones y granadas,
sin que el ilustre prócer
Mariano de Antezana
consiga con sus ruegos
calmar a la poblada,
que ruge en las callejas
como una fiera brava,
que el cazador
acosa, pisando sus entrañas.
Asoma el enemigo
que asecha en lontananza,
y al ver que reverberan sus yelmos rutilantes
bruñendo los cristales del río Tamborada,
se yerguen los vallunos sobre el peñón sagrado,
dispuestos a la muerte por defender su patria,
y el escuadrón bizarro de don Esteban Arze,
despliega en la llanura la gloria de sus lanzas.
448
Flor de Granado y Granado
Embiste Goyeneche, las faldas del collado,
que acunan en sus brazos las sendas de Caraza,
Ramírez, por el flanco, desgarra Caracota,
y el comandante Imas, asola con su espada,
La Chimba y el poblacho de San Joaquín de Itocta,
ciñendo las tres cimas de la colina sacra,
donde solloza el alma de un pueblo atormentado,
que asombra al continente con su inmortal hazaña.
Revientan los cañones de estaño en mil pedazos,
se engarzan de fulgores las rocas solitarias,
atruenan los fusiles,
florecen las granadas;
combaten las heroínas
con fiebre de espartanas,
mordiendo bayonetas
en su impotente rabia,
y el pueblo embravecido no ceja en la contienda
hasta que muere el último soldado de la patria,
izando en los peñascos su corazón de fuego,
que estalla el 27, como una roja ulala.
Retoman los cusqueños
la villa ensangrentada,
saquean sin reparo
las tiendas y las casas;
y el fiero conde ingresa por las estrechas calles,
seguido de una escolta salvaje y temeraria,
en medio de Domínguez y el asesor Cañete
que atiza sin escrúpulos su anhelo de venganza.
Despeja Goyeneche
las esquina de la plaza,
y al ver entre el hipante rumor del populacho
que fuga enloquecido de la hórrida matanza,
vagar bajo los pórticos
como una sombra vaga,
la sombre acusadora
del regidor de Charcas,
449
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
que busca en el santuario de la matriz, refugio,
lo hiere con el filo de su llameante espada,
y hundiendo las espuelas al potro encabritado,
penetra en el recinto de luz y de plegaria,
que velan los arcángeles
del cielo con sus alas.
Después dicta un diabólico decreto de Amnistía,
en homenaje al corpus y al paternal monarca,
mas sólo es la redada que el sádico Cañete
tejiera como tejen su urdimbre las arañas,
para enredar en ella puñados de patriotas
que cuelgan como un péndulo de la horca ensangrentada;
y así, mueren Lozano, Padilla, Ferrufino,
Quiroga, Gandarillas, Ascuy, Luján, Zapata,
y otra legión egregia de altivos paladines
que ilustran con su nombre columnas historiadas.
Descubre Goyeneche
la pista de Antezana,
caudillo de las grandes hazañas de este pueblo,
donde los vientos rugen y la tormenta brama;
y ordena que lo arrastren del claustro recoleto,
cargado de cadenas y grillos, a la plaza.
Pero el patricio
avanza
serenamente grande,
y escala
con hombría
las gradas
del cadalso,
que cubren con su gloria las soñadoras almas,
de insignes personajes y epónimos guerreros
que fueron inmolados en hecatombe bárbara;
y alzando a Dios,
su frente nimbada
de luceros,
exclama:
450
Flor de Granado y Granado
con voz ronca de amor,
¡viva la patria!
Retumban los disparos
en la oquedad serrana,
y el brazo vengativo del coronel Lombera,
que tiñe de rubíes el puño de su espada,
levanta en la picota
la testa de Antezana.
Chispean en el cielo
luciérnagas de plata,
y albea la colina como una calavera,
sonriendo a las estrellas con una mueca trágica.
EPOPEYA LIBERTARIA
orjando en fragua de astros,
el hierro de sus sables,
sostienen los vallunos
noventa y seis combates,
y en medio de una guerra
de homéricos pasajes,
aplastan la cabeza de fuego del Endriago
que trituró montañas de plata entre sus fauces.
Aún tiñen el cadalso
crepúsculos de sangre,
que incendian de carbúnculos
el cielo rutilante;
y el bravo guerrillero Guzmán Quitón asedia
la villa de Oropesa, con huestes del Chapare.
Mas el hidalgo prócer Recabarren evita
que el pueblo se desborde rugiente por las calles;
y envía ante el cabildo la dimisión del mando,
que otorgan a Cabrera las masas populares.
Después rige
los nobles destinos de este valle,
el brigadier
451
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
platense, Álvarez de Arenales,
gobernador teniente
y altivo comandante,
que disputó a Pezuela,
la libertad del Ande;
pero el destino adverso de Ayohuma y Vilcapugio,
donde perdió Zelada la flor de su falange,
destruye a los indómitos centauros de Belgrano
y obliga a los patriotas a detener su avance.
Empero los jinetes de poncho y tercerola,
que comandó en Oriente la espada de Arenales,
batallan junto al pálido flechero de la luna,
que hiende los bastiones del rey en Valle Grande;
y vence en la Angostura, San Pedro y la Florida
que cantan la epopeya de Santa Cruz y Warnes.
Demandan su concurso
las fuerzas auxiliares,
y al son de los clarines
que llaman al combate,
engrosan los bizarros ejércitos del Plata,
y hollando en Sipesipe colinas de cadáveres,
traspasan con sus lanzas enristre al enemigo,
en medio de un galope de potros relinchantes.
Y luego de este choque
de históricos alcances,
que hundiera a los aliados
en mar de lodo y sangre,
se yerguen los vallunos
con ánimo pujante
y envueltos en la enseña
que el huracán abate,
se alistan en las filas del guerrillero Lanza,
mientras Rondeau retorna vencido a Buenos Aires.
452
Flor de Granado y Granado
Proclaman los patriotas
del Tucumán, triunfante,
la espléndida epopeya
que fulguró en cantares,
merced a los esfuerzos del nuevo Prometeo,
que sangra encadenado por la deidad del Ande;
mas la actitud resuelta
del pueblo indomeñable,
que amara con delirio
la lumbre de su valle,
corona las victorias de Sucre y de Bolívar,
con el laurel glorioso que floreció en su sangre.
Enjoyan
el paisaje
las lluvias
estivales,
que engarzan de luciérnagas arroyos y fontanas,
y un grupo de paisanos en gesta memorable,
declara independiente la tierra alto peruana,
que defendió sus fueros en lucha de titanes.
Sacude su proclama los riscos del Tunari,
se lanzan a las armas los ranchos y ciudades;
y al derrumbarse el régimen del español Assúa,
asumen el gobierno, Guzmán y luego Sánchez.
Ensalza José Antonio de Sucre el alzamiento
que diera a nuestro pueblo derecho a gobernarse,
y otorga a los vallunos la insigne Cruz de Guerra,
que ostenta en su leyenda de heráldicos cantares:
«La patria, a la bravía legión de Cochabamba»,
que consteló de gloria sus sueños inmortales.
Después convoca el héroe la histórica asamblea,
que graba en letras de oro los nombres venerables
de Méndez y Terrazas, Cabello y Escudero,
Cabrera, Vargas, Borda, Carrasco, Paz y Tames
y el SEIS DE AGOSTO surge Bolivia soberana,
entre un volar de cóndores y de águilas caudales.
453
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Florece una era nueva que en lumbraradas de oro,
irradia el nacimiento de un país alucinante,
y el genio de Bolívar se yergue entre las cumbres,
dictando a la república sus leyes estelares.
Se vista Cochabamba
de idílico ropaje,
adorna su cabeza
de mirtos y de azahares;
y espera la llegada
del grande entre los grandes,
que asoma por las vegas floridas de Pocona,
cubierto por un manto de fúlgidos celajes;
relincha su caballo de nieve en las quebradas,
y ondean a su paso banderas de trigales.
Rutilan
en las calles,
espadas
y estandartes,
repican las campanas,
redoblan los timbales;
y envuelto en una aureola
de gloria fulgurante,
sonríe a las doncellas el mítico soldado,
de comba frente y ojos profundos y chispeantes.
Lo escoltan los gallardos jinetes de Colombia
y el pueblo alborozado le rinde su homenaje.
El clero y el cabildo se inclinan a su paso,
presentan los soldados sus armas centelleantes,
y salvas de cañones saludan al invicto
que conquistó mujeres y libertó ciudades.
La villa se estremece
de cánticos triunfales,
y Zeus y Minerva coronan al coloso
que holló bajo sus plantas la cima de los Andes,
454
Flor de Granado y Granado
y alzando a las estrellas
la punta de su sable,
selló en el Colque Guacac la libertad de América,
en medio de un oleaje de enseñas tremolantes.
El auriga que blande su tralla de relámpagos
fustiga en las callejas su cuadriga piafante,
y rueda la dorada carroza de Bolívar,
cubierta por un palio de lumbres siderales;
y rizan con sus alas la flor de la campiña
abejas de oro obrizo en vuelos prenupciales.
Pues deslumbrado el genio, por la princesa grácil,
comparte
en Calacala su lecho epitalámico,
soñando con un predio de ensueños pastorales,
y un huerto campesino
de lírico follaje,
que arrullen las palomas
y el canto de las aves.
Vislumbra el estadista con mente visionaria
que gracias a este pueblo, Bolivia será grande,
y pide que el gobierno del héroe de Ayacucho,
constele en nuestra tierra su alcázar de diamantes,
pues ve que Cochabamba
la reina de los valles,
extiende a la república
sus brazos maternales,
y anilla con la estepa
los llanos del Levante,
los ríos, las montañas,
los bosques tropicales,
los lagos de esmeralda y el reino de El Dorado,
que en medio de la jungla buscó Ñuflo de Chaves.
Y, levantando al cielo su frente soñadora,
dialoga con los astros en cósmico lenguaje,
sobre esta heroica villa que en alas de Pegaso,
trizó su lanza de oro como el Hidalgo Andante.
455
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
ROMANCE DEL HÉROE
h, general don Esteban
honor y prez de la historia,
canción de huayño serrano
que en los charangos retoña.
Tu nombre llegó a nosotros
cuajado en sangre de coplas
y floreció en la garganta
silvestre de las palomas.
Fue en esta tierra morena
donde las quenas sollozan
y el sol que dora las mieses
canta en las tiernas mazorcas,
donde tus manos forjaron
aquella hueste gloriosa
que socavó con sus huesos
los fuertes de la Colonia.
Ríos de sangre brotaron
del corazón de las rocas,
y el fuego del exterminio
redujo a escombros las chozas.
Fue ruda y larga la guerra,
mas, la raigambre criolla,
medró en silencio de cruces
como las jarkas coposas;
y cada rama fue en brazo,
y cada brazo un patriota.
La Virgen de las Mercedes
perdió sus dedos de rosa,
por restañar las heridas
donde los sables se embotan,
y los caudillos del pueblo
fueron izados en la horca,
como banderas de triunfo
que en el arco iris tremolan.
456
Flor de Granado y Granado
El alba segó las mieses
con su guadaña de alondras,
sembrando polvo de luna
sobre la augusta memoria
de aquellos hombres bravíos
que armados de sus picotas,
cavaron el horizonte
para que alumbre la gloria.
¡Ay! general don Esteban,
flor de charango y paloma,
qué duros vientos soplaron
sobre esta tierra de auroras,
cuando los wauques bizarros
tiñeron en sangre roja,
la copa de los chilijchis
que incendia el sol de Viloma.
Pero jamás tu alma grande
se doblegó en la derrota,
y vencedor o vencido
fuiste el Quijote de Aroma
que acicateando a su potro
que ante el nevado resopla,
contra un molino de viento
trizó su lanza ilusoria.
Porque los hombres del valle
hechos de arrullo y de roca,
son fieros como el torrente
que se desborda en las lomas,
y altivos como las cumbres
donde los cóndores moran.
Las nubes se disiparon
en un airón de gaviotas,
prendiendo un haz de leyenda
sobre las viejas casonas
de la romántica villa
que las retinas asoma:
457
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
con sus balcones labrados
y sus callejas tortuosas;
donde creciste, Aguilucho
de la insurgencia criolla,
enmadejando horizontes
en tus pupilas indómitas.
Tu espada talló en los riscos
el himno de la victoria,
y urgidas de primavera
reflorecieron las lomas,
bajo el resuello del viento
que los capullos deshoja,
para enflorar el sendero
por donde marchan tus tropas.
Porque esta patria que amamos
hecha de fuego y aurora,
nació a los senos frutales
de las mocitas criollas,
y es hija de esos guerreros
tiznados en sangre y pólvora.
La selva meció tu sueño
con el rumor de su fronda,
y destrenzó de crepúsculos
su cabellera olorosa,
sobre el fanal de luciérnagas
donde tus restos reposan.
El tiempo pasó descalzo
sin dejar musgo en tu fosa,
y es a través de los siglos
que se agiganta tu sombra,
sobre la América libre
que te bendice y te invoca,
como al más bravo caudillo
de los que ilustra su historia.
Oh, general don Esteban,
espada de los patriotas,
458
Flor de Granado y Granado
valluno de pura sangre
tallado en fibras de roca,
tu imagen de alto relieve
quedó acuñada en la aurora,
y hoy como ayer, en el alba,
cantan campanas de gloria.
1964 ROMANCE DEL VALLE NUESTRO
ROMANCE DE LA NIÑA AUSENTE
ue en esta tierra valluna,
cantar de sol y payhuaro,
que desgrané mis romances
al pie del Ande nevado,
cuando surgió en mi camino,
sobre los surcos preñados,
aquella niña de ensueños,
¡aurora y flor de mi pago!,
que deslumbró mis pupilas
y puso miel en mis labios,
embelleciendo mi vida
como un paisaje serrano.
Por ella me hice poeta,
y amé en sus ojos sombreados,
la lumbre de las auroras
y el vuelo azul de los astros,
que cantan al Ser Supremo,
bajo el fanal del espacio.
Fue nuestro amor un idilio
de tierra ardiente y riacho,
que floreció en el arrullo
de los hulinchos montanos,
cuando mis manos sedientas
de eternidad, destrenzaron
el oro de los trigales,
sobre sus hombros de nardo.
459
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Sentí en su cuerpo de mieses
calor de predio sembrado,
piar de nido en su boca,
amor de madre, en sus brazos,
y acariciando en las lunas
el fruto recién logrado,
canté a mi valle nativo
con voz de gleba y charango.
Canté la agreste belleza
de los paisajes serranos,
la espuma de los torrentes,
la sierra parda y el llano;
la nieve de las montañas
y el latigazo del rayo
que incendia los horizontes
en fulgurar de topacios.
Canté las fiestas aldeanas
y las faenas del agro,
donde los rudos labriegos
encallecieron sus manos,
agavillando en las eras
la mies cuajada de granos,
que salpicó en las quebradas
el trino de los chihuacos.
Canté a las mozas de Colpa
y a los varones de Ciaco,
que medran en los breñales
como las plantas de cacto,
sorbiendo el cielo en sus ojos
y la poesía en sus labios.
Canté la vida del ayllu,
¡himnos de sol y trabajo!
que arracimó las estrellas
en el clarín de los gallos.
Y hundí mis pies en los surcos
como las raíces de un tacko,
460
Flor de Granado y Granado
para absorber en su médula
el alma del pueblo indiano,
que floreció en el ramaje
de las cantutas del Lago.
En fin, canté los crepúsculos,
el cielo azul, el regato,
la lumbre de la encañada
y el canto en flor de los pájaros;
porque en mis venas bullía
la sangre de mi terrazgo,
y el madrigal de ternura
que me brindaron los labios
de aquella niña de ensueños,
¡aurora y flor de mi pago!
Pero no quiso el destino
que continuase cantando,
y vi quebrarse su imagen
en el cristal del remanso.
La vida se me hizo triste,
sentí el vacío en mis brazos,
dolor de ausencia en mis ojos,
sabor de hiel en mis labios.
Y anonadado y doliente
quedó mi ser meditando
en las miserias del hombre,
¡polvo de luz y de átomo!
que hizo inmortal el espíritu,
en el dolor del arcano.
La larva del pensamiento
rasgó el capullo en mi cráneo
y abrió sus alas de angustia
sobre el idílico tálamo,
donde ya nunca la amada
me estrecharía en sus brazos,
acariciando mi frente
donde los sueños nidaron.
461
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
¡Ay!, qué recuerdos evoca
la vieja casa del rancho,
donde mi vida fue un sueño
desvanecido en sus manos,
y el canto de las alondras
segó su nombre en mis labios.
Y desde entonces, sin rumbo,
sin fe, ni amor, por los campos,
huyendo voy de mí mismo
como una sombra sin llanto.
LAS HOGUERAS DE SAN JUAN
urió el crepúsculo de oro
sobre las cumbres violetas,
iluminando de ensueño
la dulce paz de la aldea;
y el cabrilleo chispeante
de las fugaces luciérnagas,
prendió un collar de fogatas
en su garganta morena.
La noche cubrió los campos
en marejadas de niebla;
y desgranando en cantares
la blonda mies de las eras,
inflamó el viento del risco
la ardiente pira de leña,
que deshojó entre sus llamas
el corazón de la sierra.
Junto a las rústicas chozas
de la familia labriega,
donde florecen los cactos
y los pallares se enredan
al viejo molle rugoso
que huele a sol y pimienta;
462
Flor de Granado y Granado
los niños del rancherío
triscaban cerca a la hoguera,
que crepitante de leños
se retorcía en la senda,
hipnotizando a los astros
como una inmensa culebra.
Sentados junto a la lumbre,
sobre unos poyos de piedra,
parlaban los campesinos
entre sabrosas consejas,
de tiempos que se esfumaron
en haz de ensueño y leyenda;
mientras danzaban las indias
en la cromática rueda,
al son de un huayño nativo
que sollozaba en las quenas.
Pasado el baile, las mozas,
en ruedo con las estrellas,
huyeron de los gañanes
que acechan su primavera;
y salpicando la rosa
de sus mejillas trigueñas,
en claros chorros de plata
cantaba el agua en sus trenzas.
¡Qué imperio ejerce en los hombres
aquella noche serena,
en que las fuerzas del cosmos
ruedan en ronda de esferas,
carbonizando los cielos
al copular con la tierra!
Noche de amor y de sangre
que los pastores celebran
con las zampoñas del risco
y el arpa de la pradera,
mientras el viento preludia
baladas de Noche Buena.
463
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Noche de grandes silencios
y de profundas ternezas,
en que maduran los frutos
y las cabrillas revientan.
Noche de intensos dolores
y jubilosas entregas,
en que la oveja parida
modela sobre la gleba,
con el calor de su aliento,
tiernos vellones de seda,
que tientan entre las ubres
tibiezas de vida plena.
Noche de agua, y de fuego
que purifica la tierra
y cubre el cielo estrellado
con una densa humareda,
para impedir que la luna
celosa de las doncellas,
degüelle al santo Bautista
sobre las ríspidas breñas,
que Salomé ensangrentara
con el rubí de su testa.
Y, en esa noche propicia,
de expiaciones supremas,
en que las sombras nocturnas
dialogan con las estrellas,
San Juan pasó por el valle
después de un año de ausencia,
en medio del fuego sacro
y el humo de las hogueras,
que ciñen la serranía
con una roja diadema.
464
Flor de Granado y Granado
LA SIEMBRA
oló el chihuaco del alba
sobre las quiebras rocosas,
y desgranando en gorjeos
de luz, su voz jubilosa,
clavó una saeta de trinos
al corazón de la aurora.
Celajes de ágata y oro
tiñeron las banderolas,
que en el testuz de los bueyes
gallardamente tremolan;
y descuajando de hierbas
la barbechera lamosa,
rasgó el vigor del arado
la tierra ardiente y pletórica,
que estremecida de polen
se engalanó de gaviotas,
para arrullar en sus vísceras
el germen de las mazorcas.
Polvo de sol que fecunda
la Pachamama gozosa,
y colma su entraña ubérrima
donde la sangre retoña.
Misterio azul del origen,
fuerza perenne y remota
que eternamente renueva
la muerte en vida gloriosa.
Canción de savia y simiente
que el sol madura en las pomas,
para nutrir con su fuego
la vida que al surco asoma.
Bondad de Dios, que las manos
de bendiciones enflora,
y con ternura materna
derraman las sembradoras;
465
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
aprisionando paisajes
en sus pupilas absortas,
donde se yerguen las cumbres
con sus penachos de sombra,
y se matiza de ulalas
la serranía fragosa
que al valle extiende sus brazos
en horizonte de auroras.
Floreció el día en el predio
tibio de sol y palomas,
y terminada la siembra
del chaupisuyo y la loma;
mientras pitaban los indios
y acullicaban su coca,
Lucía se fue al villorrio
meciendo un ánfora roja,
entre sus brazos torneados
y sus caderas redondas.
¡Qué olor de tierra fecunda
flota en su carne morocha,
propicia como el barbecho
para la siembra creadora!
Sangran sus labios jugosos,
y bajo el ajsu, sazonan,
sus senos recién combados
como dos frutas pintonas.
Juegan al viento sus trenzas,
el río su cuerpo añora,
y sus caderas repican
para la noche de boda.
Florencio la vio alejarse
por la quebrada de Colpa,
acariciando la brisa
con su garganta de alondra;
y ebrio de amor y deseo
pensó rendirla en la fronda.
466
Flor de Granado y Granado
Pero, no pudo seguirla,
porque la tierra es celosa
y no permite al labriego
que la abandone por otra,
cuando el misterio del germen
desprende su fuerza cósmica,
para plasmar nuevos seres
en sus entrañas recónditas,
por más que acechen los ojos
de algún rival a la moza,
y las abejas del campo
ronden la flor de su boca.
Pues, nadie rompe el hechizo
de la telúrica diosa
que en la plegaria del alba
los campesinos invocan;
hasta que el óvulo henchido
de germen, cuaje en la cópula,
y el sol proclame en los surcos
su luminosa victoria.
LA TRILLA
n ronda por los peñascos
que el agua talló en cantares,
el viento robó la flauta
de las torcazas del valle,
y perpetuó la promesa
del sol en blondos oleajes.
Madura de espera y trinos
la mies sintió desgajarse
y el oro de los crepúsculos
se derramó en los trigales.
Canción de espigas y estrellas
la noche sembró en el aire,
y destrenzando de sombras
su cabellera ondulante,
467
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
cubrió los campos dormidos
bajo el tupido follaje.
Amaneció el rancherío
soleado de palomares,
y los labriegos partieron
para segar madrigales,
aprisionando en sus ponchos
la llijlla de los celajes
y el vellocino de oro
de las majadas solares.
Humedecida de auroras
cayó la mies palpitante,
sobre la tierra olorosa
que la nutrió con su sangre,
y enloquecidas las hoces
por el temblor de su carne,
desmelenaron rastrojos
y agavillaron romances.
Bruñendo de oro la espalda
de los vallunos jadeantes,
rodó en cascada de gemas
el áureo penacho de haces;
y apilonada la torre
de espigas crepusculares,
se enroscó el sol en las eras
estrangulando la tarde.
Por las callejas del pueblo
gimió el charango galante,
y un remolino de coplas
revoloteó en espirales
sobre los túrgidos senos
de las zagalas errantes,
que enfloran de primavera
su estampa de líneas gráciles.
¡Qué olor de huerto llovido
tienen los muslos fugaces,
468
Flor de Granado y Granado
cuando se rinde la moza
como una flor de romance,
y la era guarda el secreto
lunado de los amantes!
Otoño cuajó en el cielo
la sangre de los rosales,
y salpicando rocío
de trinos sobre el paisaje,
una alborada de pájaros
se desgajó de los sauces.
Gemía el viento en el bronco
pututo de los menguantes;
izaba el sol en las cumbres
su luminoso estandarte,
y atropellando la pampa
como un tropel de huracanes,
pasó entre nubes de tierra
la caballada piafante.
Ebrios de sol y guarapo
gritaban los caporales,
y hundiendo las roncadoras
en los nerviosos ijares,
alborotaron los jacos
con el rebenque chasqueante.
Salpicó polvo de estrellas
de los lucientes herrajes,
y en una tromba de espuma
giraron los animales,
desmenuzando las parvas
en rutilar de collares.
Rasgó un relámpago de oro
la pajcha de agua espumante,
y las imillas del ayllu
en danza con los gañanes,
ciñeron la era en sortija
de brazos primaverales.
469
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Trillada la última curva
del ruedo de gavillares,
desnudó el viento la paja
con las horquetas punzantes,
y relumbró entre sus manos
el seno de los trigales.
Cargado por los nativos
sobre un hualucu rampante,
se irguió el apóstol Santiago
capitaneando los aires,
y desfilaron los indios
bajo los arcos fragantes,
challando la Pachamama
con misteriosos rituales.
Bebió la tierra en el cuenco
de la encañada radiante,
y el jilakata más viejo
clavó una cruz de pallares,
sobre la cúpula de oro
cuajada de trinos de ave.
Y al rudo trueno del bombo
preñado de tempestades,
sangró en las quenas nativas
el corazón de los Andes.
LA COSECHA
a aurora cubre los cerros
bajo un fanal de violetas.
Los indios rasgan charangos
alrededor de la hoguera.
Frescas mocitas se escarchan
como el rocío en la hierba,
y del coral de sus labios
vuela un enjambre de abejas.
José Fernández, al moro
caracoleante, sofrena,
470
Flor de Granado y Granado
y airosamente desmonta
entre un repique de espuelas.
Juega el chimborno en sus dedos,
sus botas muerden la tierra;
dulces racimos de mozas
pican sus manos hambrientas,
y hunde el puñal de sus ojos
en Flora la molinera,
hija del bravo curaca
y de una hulincha colpeña.
Jugosa fruta del valle
con trenzas de madreselva,
pían sus senos caricias,
sangra su boca doncella.
Gloria de curvas su cuerpo,
su cara dulce y trigueña,
granos de quinua sus dientes,
sus ojos dos uvas negras.
Su carne prieta y fragante
emana embrujos de siembra,
y deslumbrado el mestizo
la elige su delantera.
El potro oliendo los muslos
lanza un relincho de guerra.
Herida por las tipinas
cruje la panca reseca;
chacmiris y tipidoras
avanzan en larga hilera,
como dos brazos abiertos
para estrechar sementeras.
Palliris y suca-sarus
curvan la espalda en la gleba,
buscando mazorcas de oro
dormidas sobre la tierra.
El huillcaparo desborda
de las timpinas repletas,
471
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
hinchando enormes costales
que con sus dientes golpean
los huaraqueris de Arani,
temibles en la pelea.
Por el camino de sauces
los carretones se alejan,
desgarra el viento en chasquidos
el flaco ijar de las bestias,
y los gañanes preludian
una canción de la sierra.
Zumban mosquitos de lumbre,
circula el sol en las venas,
y los pulmones se embriagan
de acres vaharadas de tierra.
La gente sale a la sama,
Flora en la suca se queda
hilando un tierno romance
hecho de amor y de espera.
El jarkasiri murmura
que arde la flor de la aldea,
y cuchichean las indias
que habrá mañaca en la hacienda.
¡Ay! que ruedo de mocitas
en la casa solariega
cuando enlune el nina-pilco
su garganta de luciérnagas,
y se cuaje en los almendros
la plegaria de la tierra.
El campo colma de dones
las esperanzas labriegas;
reboza el maíz los graneros,
relumbra el trigo en las eras.
Una parvada de imillas
retoza por la pradera,
cargando al hombro su paga
dulce regalo de tierra.
472
Flor de Granado y Granado
Los cerros y los caminos
lucen sus ponchos de fiesta
y la encañada se viste
de campanillas solteras.
El sol incendia en las cumbres
el asta de sus saetas,
y se alborotan las coplas
que en el charango revuelan,
mientras las mozas se cimbran
en remolinos de entrega,
y los mancebos del rancho
barren el ala trovera.
Se enflora el viento de huayñus
y requebrando a la aldea,
sangre de sol y paloma
derrama sobre las quiebras.
El mayordomo embozado
en poncho de polvareda,
sobre la grupa del potro
rapta a la grácil mozuela,
y el cielo comba su cúpula
en una fragua de estrellas.
SAN ISIDRO LABRADOR
e emboza el cielo del ayllu
en poncho de cordillera
y el oro de los trigales
ciega en gavilla de gemas
para bruñir la corona
de san Isidro, en su fiesta.
Pasó la salve, en el templo
chisporrotean las velas,
y alborozando de júbilo
el corazón de la aldea,
nievan palomas de luna
que el campanario aletean.
473
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Frondosa de terebintos
la plazoleta jadea,
bajo un torrente de chasquis
rodados desde las quiebras,
nudoso bordón de plata
sus manos capitanean,
y en las pupilas florecen
la lejanía y la estrella.
Asorda el aire un zumbido
de bombos y camaretas;
sangre de abejas exprimen
las julajulas y quenas,
y a las mocitas del rancho
cuenta el quirquincho su pena.
En raudas curvas de fuego
los buscapiés serpentean
por estallar en los muslos
de las imillas solteras;
y desflorando de un brinco
las opulentas praderas,
revientan toros de cohetes
en luminosa reguera
al olfatear en la brisa
olor de ulalas doncellas.
Ya las palomas del alba
pican el trigo en las eras.
El arco del horizonte
tenso de pampas clarea
y encima de los picachos
el sol sus alas despliega,
estrangulando en sus garras
airones de cordillera.
Atruena el eco un petardo
que convulsiona la gleba,
y a las potrancas del viento
garrido pututo encela.
474
Flor de Granado y Granado
Bajo el fanal de la aurora
sonríe un niño a la estrella
iluminando el retablo
que talló el agua en la sierra,
y las torcazas lo acunan
en su garganta de seda.
El viejo cura del pueblo,
trinos de pájaro ciega
en las espigas maduras
y en las mazorcas morenas
que engarzaron los labriegos
en gavillas de luciérnagas;
y bendice la semilla
que a san Isidro le ofrenda
el amor de los nativos
enraizados en la tierra,
como el molle cuyas ramas
de nido, al cielo, se elevan,
para que trinen los pájaros
en un columpio de estrellas.
Erguido sobre las andas
pasa el Señor de la aldea,
acariciando las nubes
bajo los arcos de fiesta,
que enfloraron de plegarias
las mocitas altaneras
con la chasca de sus ojos
y la noche de sus trenzas.
Callahuayos y cullacas
chispeantes de lentejuelas
tejen de danzas la ruta
que la diablada despeja
trazando en vuelo de látigos
una parábola fiera.
El sol que aguija las yuntas
clava el arado en la gleba,
475
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
y ardiente como hembra en celo
la Pachamama se entrega.
Lluvia de espiga y mazorca
fecunda su entraña abierta
y en el testuz de los bueyes
el crepúsculo llamea.
Ya el sembrador de horizontes
por las colinas se aleja,
desgranando su rosario
de gaviotas en la senda.
Un resplandor de cocuyos
nimba su imagen trigueña,
bordado poncho de puñi
sobre sus hombros flamea,
y agavillando de nidos
su tierna mano labriega
nieva de almendros los huertos
y dora de mies las eras.
Ciñe su pecho una chuspa
donde el arco iris se enreda,
pican rocío los pájaros
en sus sandalias de hierba,
y el cielo escarcha en sus ojos
una plegaria de estrellas.
EL MUCCUY
ugando con los molinos
que ruedan en la quebrada
canta en cantares de espuma
en los rodeznos, el agua
y el sol engasta brillantes
en su abanico de nácar.
Es mediodía, los huertos
huelen a tierra mojada
y en el remanso del cielo
flotan airones de garza.
476
Flor de Granado y Granado
Trepando la serranía
por los peldaños del abra
la aldea cimbra su talle
de sauce, sobre la pajcha.
Pica el tarajchi en sus labios
panales de lachihuana,
y reventona de trinos
se abre a sus pies la encañada.
Sangra el clavel del crepúsculo
sobre su pecho de ulala,
y salpicando de estrellas
la acequia que en la hondonada
repta como una serpiente
de cascabeles de plata,
la luna nieva el picacho
de las agrestes montañas.
Ronda el charango trovero
las chozas de rubia paja,
donde florece el arrullo
de las palomas montanas
y las mocitas del muccuy
desgajan la noche clara,
cascabeleando su risa
como enceladas potrancas.
Enardecida la tierra
sueña en los brazos del agua,
y el sapo cantor de estrellas
toca en sordina su escala.
Evacha Ulunqui, capullo
de la floresta serrana,
hila en su talle de chillca
el huayno de las guitarras,
y aprisionando en sus senos
rosas de nieve y de grana,
miel de panales silvestres
exprime de su garganta.
477
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Riza una mano de fuego
la espuma de sus enaguas,
y avergonzada la imilla
siente agolparse en su cara
la sangre de los chilijchis
que incendian las abordadas,
pero, la audacia del mozo,
su carne en flor avasalla
y urgidos de luna nueva
se pierden bajo las jarcas
carbonizando los astros
en sus nocturnas pestañas.
¡Qué embrujo de primavera
tiene el muqueo en la pajcha
cuando se rinde la arisca
doncella sobre las parvas,
y estremecido de polen
el viento agita sus alas!
ROMANCE DE LA QUEBRADA
ocita de la quebrada,
canción de tierra llovida,
en tus pestañas de sombra
quedó la noche cautiva
y picotearon los huaychos
las chascas de tus pupilas.
El viento de la mañana
meció tu talle de espiga
segando lumbre de auroras
en madrigal de gavillas
y los chilijchis maduros
sangraron en tu sonrisa.
Tu planta nevó de cactos
las quiebras de la alquería,
478
Flor de Granado y Granado
y derramando silencio
de estrellas sobre mi vida
tus ojos iluminaron
mi corazón de poesía.
Mocita de la quebrada,
ulala de agreste cima,
tus pechos de espuma y fresa
son dos palomas ariscas,
y deslumbrado de gracia
por tu belleza florida,
mi corazón de labriego
¡canta a la tierra nativa!
LA CHIVADA
eptiembre llegó danzando
la ronda con las zagalas,
flotaba al viento su poncho
de huayños y de antahuaras
y una nina pilco de fuego
de su bandurria volaba.
El cielo vació su cántaro
de estrellas de oro, en las charcas,
y los almendros nevaron
de flor y trino sus ramas.
Picaron los chiruchirus
el trigo de la alborada,
y arracimando rocío
de auroras en su garganta
tendieron sobre los campos
el madrigal de sus alas.
Chaqueaba la honda bravía
rasgando el aire en la pampa,
donde la gente del rancho
desgajó el alba en fogatas,
479
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
y ebrios de fuego y coraje
los campesinos peleaban
por disputarse el cabrito
en la sangrienta chivada.
Rugió el pututo del ayllu
sobre las cumbres nevadas,
y avasallando los riscos
donde los vientos bramaban
el aletazo del cóndor
estremeció la montaña.
Gemían las julajulas
y en la fragosa quebrada
brotó un capullo silvestre
como las flores de ulala,
iluminando de ensueño
los madrigales del alba,
porque en sus ojos, la noche,
dejó olvidadas dos chascas.
Nunca mozuela tan grácil
rimo su talle en Pocoata
ni los tarajchis gustaron
fruta más dulce y lozana
que aquellos labios jugosos
de reventona granada.
Pero Isabel era esquiva
como taruga montana,
y en vano gimió el charango
rondando por la comarca
la roja flor de sus senos
que piaban como torcazas,
sin conseguir que la hermosa
doncella se doblegara
madura de sol y besos
sobre la hierba escarchada.
480
Flor de Granado y Granado
Hasta que al fin, en el tincu,
ardió de amores la ulala
por un gallardo mancebo
chalán de imillas serranas,
que en fiero reto a los indios
más bravos de Curubamba
lanzó al chivato en el aire
y enlazó el rayo en sus astas.
Afrontó el lance otro aldeano
que a la mocita trovaba,
sembrando coplas de fuego
bajo la noche estrellada.
Y sobre el dorso desnudo
de aquella hirsuta lomada
que blasonó el luminoso
penacho de la alborada,
los hombres descoyuntaron
el chivo de híspidas barbas
carbonizando sus ojos
como encendidas cayaras.
Redobló el bombo nativo,
se desgranaron las cañas,
y floreció la sonrisa
de la preciosa zagala,
cuando el indómito Choque
irguió su frente bizarra
como las crestas del Tuti
donde el crepúsculo sangra,
y derribando al labriego
que rodó herido sus plantas,
segó el testuz del cabrito
con la fiereza del águila.
481
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
CANCIÓN DEL COLUMPIO
or los caminos del alba
san Andrés llega tocando
las campanas de la aurora
con sus manos de milagro.
El cielo pliega su túnica
de estrella sobre los tarcos,
y se cuajan de rocío
las gargantas de los pájaros.
Arisca moza, la aldea,
carga en sus hombros torneados,
la gavilla de horizontes
que escarbaron los chihuacos,
y el aguilón del Levante
persigue por los barrancos,
la nevada de palomas
de sus senos azorados.
Fosforecen de luciérnagas
las pupilas del remanso,
y alborea de plegarias
el terroso campanario.
Por la quebrada florida
de enredaderas y tackos,
donde ovillan las cigarras
el luminar de su canto,
atropellando los vientos
pasa un jinete bizarro,
y se derrama un relincho
de polen sobre los prados.
Noviembre, rindiendo imillas,
luce su poncho de cactos
y ebrio de lumbre de auroras
siembra de coplas los ranchos.
482
Flor de Granado y Granado
El corazón de la tierra
florece de su charango,
y el chumpi del arco iris
a su cintura enroscado
como una enorme serpiente,
trenza el aire de relámpagos.
Sutil romance de amores
hila con sangre el verano,
y alborozadas las mozas
sienten su dulce reclamo.
Ágil penacho de nubes
flota al sol del meridiano,
y el ceibo añoso de trinos
mece a la aldea en sus brazos.
Zaida, la estela del alba,
¡flor del columpio serrano!,
en sus caderas repica
las campanillas del agro.
Pían sus senos hulinchos,
sangran abejas sus labios,
y airosamente se yergue
para rimar con el árbol.
Manos de fuego y espera
toman la huasca del cabo,
y la mozuela florece
en la huallunca, de un salto.
Bajo una lluvia de ulalas
cimbra su talle de álamo,
huele su boca a canciones,
su cuerpo sabe a manzano,
y la ardiente nina-nina
de sus ojos almendrados,
pica el alma de los mozos
que en los muqueos del rancho,
la requebraron de amores
con vidalitas y huayños.
483
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Pero la imilla sonríe
a Benjamin Alvarado,
tallado en fibras de molle
por la cuchilla de un rayo.
Nunca mocita más linda
vieron las tierras de Ciaco,
ni ardieron tincus de sangre
donde murieran más bravos,
por segar con hoz de luna
la sortija de sus manos.
Fue aquel columpio la fiesta
más luminosa del año;
plenas de luz las pupilas
se coagularon de campo.
Cantar de arrullo y torrente
la chicha de huillcaparo,
se desbordó de las ánforas
relampagueando topacios;
y en abanico de trinos
se abrieron sobre el charango,
las alas de los tarajchis
que desfloraron sus labios.
La llijlla de la encañada
anilló el sol de presagios.
Rozó el columpio travieso
la cresta de los picachos,
crujió la rama musgosa,
se destrozaron los lazos;
y desgajando la copa
de los chilijchis lozanos,
como una flecha de fuego
voló la moza al espacio,
ensangrentando las rocas
con el clavel de su cráneo.
El viento barrió las nubes
en los ojos asombrados,
y abrió su cola de estrellas
el pavo real del ocaso.
484
Flor de Granado y Granado
LA TORMENTA
ra el cuatro de diciembre,
santa Bárbara doncella
doblegó sobre las rocas
su garganta de azucena,
y el hachazo del relámpago
cercenó su rubia testa
salpicando con su sangre
los picachos de la sierra.
Tembló el valle estremecido
por la voz de la tormenta
que rugiente retumbaba
por los llanos y las quiebras,
incendiando las colinas
en fulgores de luciérnagas.
Rodó el fuego del torrente
por el dorso de las breñas,
y arrasó los sembradíos
que columpian en la vega,
bajo el ala cariñosa
de las chozas chacareras,
donde el indio soñó un día
ser el dueño de la tierra.
Salió el río de su cauce
y bramando en la ribera,
hizo trizas los reparos
de las chacras lugareñas,
el vallado de los huertos,
los cortijos y praderas,
donde pacen las vacadas
y las cabras ramonean,
a la sombra de los sauces
que derraman su cimera
florecida de gorjeos,
en las tardes soñolientas.
485
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Nada pudo ni el coraje
de los peones de la hacienda,
que retaron a la muerte
sepultados en la ciénaga,
enjaulando en sus pupilas
agrandadas de tragedia,
el cadáver del curaca
que flotaba entre la niebla.
Repicaron a rebato
las campanas de la aldea,
y arañando las entrañas
doloridas de la gleba,
las mujeres y los niños
escalaban por la cuesta,
fustigados por el viento
que gemía en la arboleda.
Quedó el rancho derruido,
se perdieron las cosechas,
y la noche cubrió el valle
con su manto de tinieblas,
desgarrando en el silencio
rumoroso de la sierra,
el aullido de los canes
y el dolor de las estrellas.
LA VIRGEN DE QUILIQUILI
errana Virgen del valle,
silvestre flor de mi rancho,
rumor de viento y espiga,
canción de lluvia y charango
que se escarchó en la garganta
de las palomas del campo.
La noche sembró de estrellas
la gloria azul de tu manto,
y en alba de oro y diamante
brotó la aurora en tus manos.
486
Flor de Granado y Granado
El viento talló tu efigie
sobre los altos picachos
donde las águilas vuelan
en espiral de aletazos,
avizorando horizontes
perdidos en el espacio
para engarzar en sus ojos
la chispa de los relámpagos.
Cantó la tierra nativa
bajo tus plantas de nardo,
y el cerro de Quiliquili
se convirtió en el retablo
donde florece tu imagen
hecha de amor y milagro,
alas de luz y plegaria,
piar de alondra y de huaycho.
Trigueña virgen del valle,
señora de los nevados,
cantar de risco y torrente
que se desborda en los labios
de las aldeanas de Muela
que ascienden a tu santuario,
segando albor de amancayas
en los agrestes peñascos
donde en las noches brumosas
rezan el viento y el rayo.
Escucha la voz de ruego
de nuestro humilde populacho
que se arrodilla a tus plantas
para enflorarte las manos;
y alzando al cielo tus ojos
donde fulguran los astros
bendice la Pachamama
y el corazón del remanso
para que cante la espiga
y el sol fecunde el terrazgo.
487
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Bendice las barbecheras
donde los indios del campo
aguijonearon las yuntas
hasta que sangre el ocaso,
como una rosa de fuego
sobre la cruz del arado.
Bendice las sementeras
donde germinan los granos
que rasgan la entraña virgen
del predio recién lameado.
Y cuando el viento coplero
rice de luz los payhuaros
y grane en rubias mazorcas
la dulce voz del chihuaco,
libéralos, Madre Nuestra,
del ventarrón y el guijarro.
Bendice el huerto llovido
que huele a flor de durazno,
y granizando de azahares
la copa de los naranjos
sazona en frutos de oro
los pensamientos del árbol.
Bendice la hirsuta loma
donde se aprisca el rebaño
ensortijado las nubes
en sus vellones nevados.
Las chozas de los pastores
que atisban por los peñascos,
la estrella de la alborada,
y el aletear de los pájaros;
lluvia de sol que columpia
en los trigales del pago.
Bendice, en fin, Madre Nuestra,
el agua, el aire y el campo;
la lumbre de los hogares,
y el cementerio serrano,
488
Flor de Granado y Granado
donde los nuestros se fueron
por un sendero muy largo
a reintegrarse a la tierra
y convertirse en un árbol,
que alzó sus ramas al cielo
para estrecharte en sus brazos,
cantando el Regina coeli,
¡aurora y flor de los astros!
EL OCASO DE LOS VALLES
vos, que sois poeta de alto vuelo
como el cóndor andino,
y sentís reventar en vuestro pecho
un madrigal cuajado de rocío.
A vos, que sois amado de las Musas
y habéis sido elegido
para cantar al corazón de América,
como cantó Darío,
en la lira de perlas del Atlántico
y en el arpa sonora del Pacífico.
Os envío esta lírica paloma
que arrullaba mi huerto campesino,
en las tardes doradas del otoño
y en las claras mañanas del estío,
y ella os dirá lo mucho que os recuerda
vuestro sincero amigo,
que se quedó embrujado en las montañas
de su país nativo,
para ofrendar su canto a las estrellas
en florecer de trinos.
Ya que no puede hacerlo con la tierra,
pulsando su charango amanecido
en la ronda nocturna de las mozas
que enfloraron sus labios de suspiros;
porque el valle se encuentra despojado
de canciones y nidos.
489
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Esta ya no es la tierra en que el Bicorne
coronado de mirto,
consumaba sus nupcias pastoriles
en grutas de jacinto,
deshojando en sus manos sempiternas
los senos florecidos,
y exprimiendo la miel de sus panales
en suave caramillo.
Este ya no es el valle en que los hombres
de corazón idílico,
usaban la guadaña de la luna
para segar el trigo,
engarzando en el oro de las mieses
el fulgor de topacios vespertinos.
Y vivían en rústicas cabañas
como patriarcas bíblicos,
rodeados de sus bueyes y carneros
de blancos vellocinos
que esquilaban en días consagrados
a estudiar el zodíaco,
observando con ojos avizores
los estelares signos;
el vuelo de los pájaros copleros
y el rumbo de las nubes y ventiscos,
que presagian los meses de bochorno
o las fieras tormentas de granizo;
la canción de las lluvias promisoras
y el bramar de los ríos,
que fecundan de limo los barbechos
o arrasan los bajíos.
Esta ya no es la tierra en que los hombres
adoraban a Dios en el rocío,
en el cántico azul de las estrellas
y en la gloria del astro peregrino.
Esa tierra de flor que por milagro
fue aquel jirón de cielo desprendido,
490
Flor de Granado y Granado
donde alzaron mis brazos con esfuerzo
los alares del techo campesino,
que cubrió bajo su ala protectora
las tibiezas de nido,
de ese alcázar de amor donde soñara
cobijar a los niños,
y pasar la vejez que se aproxima
con sus pasos vacíos.
Yo partía mi pan con los labriegos,
me sentía feliz de ser su amigo,
asistía a las faenas campesinas
que eran fiestas de sol y regocijo;
y jamás las mazorcas del granero,
las saquearon a tiros,
ni las parvas de oro en los alcores
abrasaron en llamas los bandidos.
Hoy se encuentran desiertos los poblachos,
las haciendas taladas a cuchillo;
y las viejas casonas solariegas,
entre ruinas, sepultan su prestigio.
La campana de plata del arroyo
ya no canta en las aspas del molino;
ni en el huerto con arcos de arrayanes,
hay nevada de mirtos.
Los humildes labriegos de mi valle
alistados en hordas de exterminio,
asolaron ciudades y villorrios,
sin piedad del vecino.
Y empuñaron el hacha centelleante
con salvaje alarido,
derribando al fulgor de los relámpagos
el bosque de eucaliptos,
que legara en mis años juveniles
como herencia a mis hijos,
sin soñar que mis sueños se esfumasen
en espiras de humo fugitivo.
491
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
El barroco santuario de mi aldea,
de tallados retablos de oro obrizo,
que bendijo en los tiempos coloniales,
con rocío de trinos, San Isidro,
ya no escucha el cantar del campanario,
ni la tierna plegaria de los niños,
que nevaban la Pascua, de palomas,
y la azul Navidad, de villancicos.
Pues el hálito rojo de los bárbaros
apagó la alborada de los símbolos,
que irradiaron los dones del espíritu
en los brazos de luz del cristianismo.
Dulce bardo, los tiempos han cambiado,
y retumban tormentas de pedrisco
que envenenan el agua del regato
y el espíritu ingenuo de los indios.
¡Ay! de aquellos perversos que sembraron
el rencor entre blancos y nativos,
en orgía de trágicos degüellos
troncharán sus cabezas en los riscos.
En el pecho del hombre hay una cueva
donde duerme la fiera del instinto,
y maldita la voz que la despierte
¡devorará a sus hijos!
Pues la guerra civil será tremenda
entre indios, criollos y mestizos,
y en torrentes de sangre fratricida
se ahogarán nuestros lauros epinicios,
y ¡ay del pueblo! que escupa a las estrellas,
rodará en el abismo.
Noble poeta, estos brotes de barbarie
que ensangrientan la palma y el olivo,
¿quién pudiera borrarlos en la fuente
donde beben las almas el olvido?
492
Flor de Granado y Granado
¡y se elevan al cielo luminoso
en un halo de auroras y zafiros!
ensalzando en sus cánticos de gloria
el poder del espíritu divino.
Pues el alma, es átomo de lumbre
del fanal del espacio desprendido,
donde rueda la ronda de los astros
en el ruedo del cosmos infinito,
alumbrando la noche de los tiempos
y el dolor de los pueblos oprimidos.
Nubarrones de lágrimas y sangre
se encresparon por todos los caminos,
y galopa en la rosa de los vientos
el monstruo apocalíptico.
¡Ay! amigo, quedaos en las playas
plateadas de ese río,
que despliega su causa de horizontes
en soberbio abanico;
hasta que Dios se apiade de nosotros
y lo envíe al Ungido,
que rutile en la cruz de las estrellas,
sobre el valle derruido,
enhebrando de amor la lid agraria,
con el alma en plegaria de rocío.
Y veréis florecer en alba de oro
el espíritu azul de un Nuevo Siglo.
493
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1966 ENTREVISTA POR PEDRO SHIMOSE
KAWAMURA
SÓLO QUIERO LLEGAR AL CORAZÓN DEL PUEBLO
o me siento ni más ni menos. No tengo
pretensiones de ninguna índole: mi obra es
—
modesta, pequeña y limitada. Sólo quiero
llegar al corazón del pueblo; mi mérito es ese,
—nos decía este hombre a quien se estaba por rendir un
homenaje público en virtud de su vida y de su obra de
poeta.
Bajo de estatura, delgado, sus ojos vivaces y
pequeños se posaban en mí, a través de sus lentes, mientras
sus manos blancas y finas se entrelazaban nerviosamente
mientras conversábamos.
Bajando hacia el barrio de San Jorge, en San Jorge
mismo, existe un grupo de escritores… Aquí vive Porfirio
Díaz Machicao, allá Marcelo Quiroga Santa Cruz, acullá
Juan Quirós y, en ruta hacia San Jorge, la casa donde vivía
Oscar Cerruto hasta que viajó a Montevideo. Frente a la
casa de Machicao, aquí estábamos entre pinos y
enredaderas. Aquí se hospeda el poeta Javier del Granado
cuando visita La Paz. Calle 6 de Agosto. Verdes y enhiestos
pinos regados por la luz fría de la luna otoñal.
A los 53 años de edad, don Javier del Granado y
Granado lleva publicados cuatro libros de poesías: Rosas
pálidas, Canciones de la tierra, Cochabamba, y Romance del
valle nuestro. Dentro de poco será puesto en circulación un
nuevo libro suyo. Se trata de La parábola del águila.
Granado pertenece a una familia ilustre por su valimiento
humano y por sus servicios a la patria. No por otra cosa que
encanecería a gente tonta. Entre sus parientes se cuenta el
obispo de Cochabamba, don Francisco María del Granado
que quizás continúe siendo, desde su tumba, el más grande
494
Flor de Granado y Granado
orador de nuestra república. Su padre fue también escritor.
Dejó dos obras: Ensayos literarios y Prosas.
Don Javier lleva ganados tantos premios de
literatura que al final de cuentas, creemos que para hablar
de él y con él no hace falta recurrir al socorrido curriculum
vitæ; Javier del Granado es Javier del Granado. Y punto.
Hablamos pues de muchas cosas, entre esas cosas
pasan los recuerdos, las anécdotas y naturalmente la
referencias y los puntos de vista del poeta acerca del
quehacer poético, la poesía y los poetas.
—Sobre todo y ante todo, el poeta debe cantar a su
tierra —nos dice don Javier. Le preguntamos cómo él
concibe la poesía—. La poesía —nos responde— debe
consistir en el canto de la imagen.
—¿Tiene usted predilección por algún poeta en
particular?
—Descontando a Rubén Darío, Reisig es el que más
admiro.
—¿Y entre los nacionales?
—Tamayo, Jaimes Freyre, Reynolds y Adela
Zamudio.
—¿Que opina usted del movimiento poético en
Cochabamba?
—Existen la vieja y la nueva generación. No voy a
hablar de la vieja generación pues no puedo juzgarme a mí
mismo. En cuanto a la joven, hay valores de bien ganado
prestigio como Héctor Cossío y Gonzalo Vásquez Mendez.
—¿Cómo juzga usted la poesía contemporánea?
—Una escuela significa renovación de ideas y
formas. Deja beneficios… Mas yo creo que, a la larga vamos
a volver a lo clásico.
—¿Cual es la situación del escritor y el artista en la
sociedad boliviana?
—El estado y las instituciones deberían estimular la
labor del escritor y del artista en Bolivia. Vivimos en un
medio aplastante.
495
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
No referimos después acerca de los pormenores de
su próxima exaltación como Poeta Laureado Continental,
título que le fue conferido por la Unión Internacional de
Poetas Laureados, con sede en Manila. Don Javier sonríe y
dice con suave acento: —No me siento ni más ni menos.
Para escándalo de mis hijos reconozco que no soy nada…
Siento un miedo terrible y sufro.
Hablamos de él. Es decir, tratamos de seguir
hablando de él, pero don Javier con toda grandeza nos lleva
a otros temas. Elude toda alusión a su obra. —Soy un
poeta de aldea, —recalca y agrega—, me he circunscrito a
cantar a mi tierra y a mi patria. Solo quiero llegar al
corazón del pueblo.
Aspiración lograda por este hombre querido y
respetado por su pueblo que se ve en él, que se exalta con él
y que se universaliza a través del canto del poeta: «Y hundí
mis pies en los surcos / como las raíces de un tacko, / para
absorber en su médula, / el alma del pueblo indiano, / que
floreció en el ramaje de las cantutas del Lago…»
1967 LA PARÁBOLA DEL ÁGUILA
CANTO AL GRAN MARISCAL DE ZEPITA Y DEL GRAN PERÚ,
DON ANDRÉS DE SANTA CRUZ
EVOCACIÓN
ran mariscal de Zepita,
¡gloria y honor de la patria!,
fulgor de enhiesto nevado
y oleaje del Titicaca,
La Paz en nido de cóndores,
meció tus sueños de águila,
y el corazón de la América
se abrió en la cruz de tu espada.
496
Flor de Granado y Granado
Fue en esa puna bravía,
zampoña de la altipampa,
gemir de viento dolido,
y ala de luz y plegaria,
donde el amor de una Ñusta
y el fiero orgullo de España,
mezclaron sangre y estirpe
en arrullar de torcazas.
Tu madre pobló de ensueños
la sombra de tus pestañas,
y el fuego de su ternura
colgó tu cuna en el alba.
Los años se desgranaron
como collares de chaskas,
iluminando tu mente
con las leyendas aimaras,
y el viejo imperio del Cuzco
tallado en piedra sagrada,
en lumbrarada de siglos
hundió su raíz en tu alma.
Por eso tus pensamientos
en el espacio chispeaban
como luciérnagas de oro
en pos de sombras fantásticas,
y soñador y nostálgico
vagabas por Coricancha,
las ruinas de Tiahuanacu,
o el lago de Manco Cápac,
donde los leuques rizaron
de azul y espuma sus alas.
Mientras brillaba la luna
sobre el cristal de sus aguas,
buscando acaso en sus ondas
la aureola del Mururata,
que cercenó de un hondazo
la furia de Pachacamaj,
para ceñir tu cabeza
con el airón del monarca.
497
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
El choque de las tizonas
forjó el blasón de tu casta,
que canta la gallardía
del vencedor de Las Navas;
y en campo de azur bordaron
las ninfas y las oceánidas,
tres bandas de oro bruñido
que incendió el rayo en su flama;
y al verlo el rey don Alonso,
dispuso que se agregaran
sus cinco dedos sangrantes
sobre el broquel de tus armas.
EL MANDATARIO
a urbe de los virreyes
que la discordia minaba,
te proclamó mandatario
de esa nación milenaria,
donde reinaron los incas
y los monarcas de España.
Tu paso por esa cúspide
dejó una estela tan clara,
que parecía el penacho
de la cimera de Palas.
Después Bolivia en peligro,
pidió liberes la patria,
de la invasión extranjera
que nuestro suelo infamara;
y abandonando el embrujo
de aquellas noches de plata,
en que el amor florecía
como una rosa encarnada,
sobre los labios jugosos
de esa romántica dama,
—¡flor de los huertos cuzqueños!—
María Francisca Cernadas;
498
Flor de Granado y Granado
te hiciste cargo del mando
de una república en llamas.
La niebla del Illimani
se levantaba en plegarias,
acariciando el rosario
de estrellas de la alborada,
y bajo el palio de rosas
que desplegó la mañana,
te condujeron en hombros
los pobladores aimaras,
hasta el sombrío palacio
donde el cabildo aguardaba,
en medio del cañoneo
y el vuelo de las campanas.
Lloraste sobre las ruinas
de la nación desolada,
por las discordias civiles
y el crepitar de las armas;
y despejando a los cuervos
que sus despojos rondaban;
edificaste el Estado
sobre una recia atalaya,
con aletazos de genio
y majestad ciudadana.
Jamás ningún estadista
tradujo en obra tan vasta,
las concepciones geniales
que en su cerebro brillaban,
como lo hiciste en el tiempo
que nuestro país gobernaras,
poniendo rumbo a la aurora
tu carabela de nácar.
Surgieron bajo tu égida
los socavones de plata,
el campo granó de mieses,
brilló el saber en las aulas,
restalló el verbo político,
se engrandeció nuestra patria,
499
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
y floreció la basílica
de la ciudad capitana,
como un milagro de piedra
donde la gloria se encarna.
Y en ese nido de cóndores
donde crecieron tus alas,
forjaste en yunque de truenos
el temple de nuestra raza,
que fue el orgullo de América
y el faro de su esperanza.
Rivalizaron tus códigos
con los de Roma y de Francia,
y nos legó tu gobierno
lustros de paz octaviana,
progreso, ciencia, cultura,
honor, riquezas y fama,
y el puerto azul de Cobija,
¡florón de mar y montaña!
TRIUNFOS DE YANACOCHA Y SOCABAYA
ornó el Perú a reclamarte,
y despertaron en tu alma,
los viejos sueños de gloria
conque tu mente soñara.
Fulguró el Lago en tus ojos
como una inmensa esmeralda,
y el cielo combó su cúpula
sobre el remanso de plata,
donde se yerguen los Andes
con su cimera nevada,
y arrulla el cielo en sus brazos
la Virgen del Titicaca.
500
Flor de Granado y Granado
Volteó la historia en los siglos
el bronce de sus campanas,
y en el instante supremo
en que tu potro vadeaba
con el destino en la grupa,
las ondas del río Aullagas,
desplegó el sol tus pendones
sobre la tierra peruana.
El presidente Orbegoso
orló tu senda de palmas,
y el general Blas Cerdeña,
se unió a tus fuerzas en Lampa,
más te acechaban las hordas
del intrigante Gamarra,
que enarboló en sus pendones
las sombras de la emboscada.
Gamarra posó en el risco
de Yanacocha sus armas,
y diez mil indios con hondas
velaban su retaguardia;
pero tus tropas de asalto
flanquearon la cuesta brava,
y ahogaron en sangre y fuego
las baterías peruanas.
¡Qué fiera fue la contienda!,
barrió el peñón la metralla,
y Ballivián, en la cumbre,
donde el cañón retumbaba,
conquistó el albo plumaje
de general, con su espada.
Mandó incendiar Salaverry
Cobija, con sus fragatas,
y el fuego de la contienda
prendió Arequipa en su flama,
hinchando en olas de sangre
del Huchumayu las aguas.
501
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Batió Quirós a Vivanco,
con los soldados aimaras;
y luego de las victorias
del Gramadal y La Pampa;
tus tropas, desde Apacheta,
marcharon a Socabaya,
para cubrir el repliegue
de Ballivián y de Anglada;
y en esa gélida loma
donde los vientos aullaban,
rugió el cañón abrasando
el horizonte en sus llamas.
Tus fuerzas arremetieron
como un halcón en volada,
y el batallón Cazadores
estrujó el flanco en sus garras,
trenzando de bayonetas
las cimas del Paucarpata.
Fue rudo y fiero el combate,
relampaguearon las armas,
y en marejadas de cólera,
hombres y bestias chocaban.
Ríos de sangre surcaron
las breñas de Socabaya,
y en una cruz de horizontes
abrió sus brazos la pampa;
cuando arrollando a los húsares,
de Salaverry y Zavala,
jinete en potro de fuego
blandiste el rayo en tu lanza.
502
Flor de Granado y Granado
LA CONFEDERACIÓN
unca victorias tan grandes
cantó el clarín de la fama,
como los triunfos guerreros
que blasonaron tus armas.
Mas, consultaste a los países
su voluntad soberana,
para fundir los destinos
del Gran Perú, en una patria,
y al recibir el mandato
de la asamblea de Huaura,
te convertiste en caudillo
de nuestra América indiana,
conjuncionando un imperio
hecho de genio y espada.
Sobre tu carro falcado
abrió la gloria sus alas,
y alzando polvo de siglos
con sus herrajes de plata,
por las callejas de Lima
pasó tu cuadriga alada.
Flamearon los pabellones
en cabrilleos de ágata,
y en arrebatos de júbilo
desbordó el pueblo en la plaza.
Risas y rosas, las mozas,
en los balcones segaban,
y acuño el alba tu imagen
en sus pupilas rasgadas.
Frente al portal del palacio
los granaderos formaban,
desgranó el himno sus notas
en un relámpago de armas;
y el cuerpo legislativo
en asamblea plenaria,
503
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
te proclamó ante la historia,
Libertador de la patria,
y protector soberano
de las naciones peruanas.
Veintiún cañones rugieron
en llamaradas de salva,
y al trono de los virreyes
te llevó en triunfo la guardia.
Tu genio de alto estadista
trazó en parábolas de águila,
una república inmensa,
¡gloria de Lima y de Charcas!;
y el sol rizaba sus límites,
y el mar cantaba en sus playas,
tendiendo de cumbre a cumbre
nuestra gloriosa oriflama.
CONTIENDA DE PAUCARTPATA
ero el gobierno de Chile
miraba con torva saña
fulgir el llautu del inca
sobre tu frente combada.
Por ello Diego Portales
se unió al tirano del Plata,
y enmarañando de intrigas
la diplomacia araucana,
mandó raptar los navíos
que en el Callao posaban
curvando el cuello de nieve
como gaviotas de plata.
Y en esa flota soberbia
donde las olas cantaban
tomó los puertos de Iquique
y Arica, Blanco Encalada,
y ordenó luego a sus tropas
504
Flor de Granado y Granado
que en Quilca desembarcaran
para iniciar la ofensiva
de aquella guerra vandálica.
Los chasquis te anoticiaron
que el mar rugía en las playas,
porque el bridón de Neptuno
se encabritaba en sus aguas
bajo el pesado tridente
que hundió en su lomo la armada,
y reforzando tu ejército
con escuadrones aimaras
desde La Paz hasta Poxi
llegaste a marchas forzadas.
Cercaron a los chilenos
tus huestes en Paurcapata,
y el Hado te era propicio,
la lucha, estaba ganada,
y los soldados de O’Connor
dispuestos a la batalla
desmadejaban el iris
en los pendones del alba.
Pero por raro designio
que nuestra mente no alcanza
a descifrar en la clave
de las edades pasadas,
en vez de hollar la cabeza
del enemigo a tus plantas
trocaste el lauro del triunfo
por una vaga esperanza,
dejando que rembarcase
sus hordas, Blanco Encalada,
para que el hosco adversario
te hunda el puñal por la espalda
y desmorone el imperio
que talló en roca tu espada.
505
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
BATALLA DE YUNGAY
l Gabinete chileno
con su falaz diplomacia,
desconoció los tratados
suscritos en Paucarpata,
y ordenó a Bulnes que zarpe
de Valparaíso, en la armada,
que desafiante, en el puerto
de Ancón, clavara sus anclas.
Tú no deseabas la guerra,
pero empuñaste las armas,
y desplazando tu ejército
templando en yunque de fragua,
trenzaste con sus fusiles
las tres regiones geográficas
donde flotó la bandera
del Gran Perú, en llamaradas.
Pero las tropas del Norte
donde Orbegoso mandaba,
arriaron tus estandartes
con felonía vesánica,
y luego del descalabro
sufrido en Guía Portada
dejaron que los chilenos
tomen en Lima, la plaza.
Volvieron tus divisiones
a retomar sin batalla
la capital de Los Reyes,
que Bulnes abandonara,
mas no acosaron su flanco
ni destrozaron sus alas;
terrible error que muy pronto
repercutió en la campaña,
y sepultó los ideales
de unión que tu alma abrigaba.
506
Flor de Granado y Granado
Empero al fin comprendiste
que era ilusoria esperanza,
hablar de paz con un pueblo
que estrangulaba en sus garras
el territorio peruano
y el corazón de la patria;
y quebrantando tu anhelo
desenvainaste la espada,
para aplastar al temible
dragón que en Buin resollaba.
Hinchó el tambor, las trompetas
en notas de épica marcha,
y entre un piafar de corceles
y un centellear de corazas,
se desplazaron tus tropas
sobre Yungay y el río Santa.
Cubrieron el Pan de Azúcar
tus compañías gallardas,
y en el Punyán aprestaron
su artillería pesada,
mientras las huestes de Herrera
sobre el Ancash reflejaban
en lumbrarada de auroras
el fulgurar de sus lanzas,
y los jinetes del bravo
Morán, velaban sus alas.
Rompieron fuego los húsares
de Bulnes, en la mañana,
y arremetieron tus filas
como el turbión las barrancas,
logrando hendir los dos cerros
con una horrible estocada.
Fue encarnizado el combate,
tembló la ceja del abra,
y en el fogón del crepúsculo
estalló el cielo en granadas,
507
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
carbonizando los ojos
de los soldados aimaras,
que en el coraje de Belzu
izaron nuestra oriflama.
Lucharon con valentía
nuestras legiones serranas,
miles de indios cayeron
en la sangrienta campaña,
tiznados en sangre y pólvora,
como espectrales fantasmas.
Ardió el rubí del crepúsculo
sobre las breñas crispadas,
que batió el plomo graneado
del Regimiento Colchagua.
Murió Quirós combatiendo
como un soldado de Esparta,
contra las fuerzas chilenas
del coronel Maturana;
y al contemplar al jinete
desbarrancado en la zanja,
su fiel caballo limeño,
irguió la testa azorada,
e interrogando al ocaso
con sus pupilas de brasa,
lanzó un relincho de guerra
que estremeció las montañas.
Desgarró el viento en sollozos
el corazón de la Pampa,
y las estrellas del cielo
se convirtieron en lágrimas,
y amortajaron el campo
con un sudario de escarcha.
Reinó un silencio de muerte
que congelaba las almas,
y segó la hoz de la luna
el resplandor de tu espada.
508
Flor de Granado y Granado
APOTEOSIS DEL HÉROE
h! vencedor de Pichincha,
flor de las cumbres nevadas,
¿qué pensamientos sombríos
¡
bajo tu frente aleteaban?
cuando tus ojos sondearon
la sima de la desgracia,
y viste que tus quimeras,
¡sueños de América indiana!,
como las nubes de otoño
disipó el viento en la nada.
¿Sentiste acaso en tu pecho
dolor de puna y nostalgia,
sabor de vértigo amargo
o angustia de hombre sin patria,
cuando te hirieron los dioses
a golpes de ala y de zarpa?
¡Dime, qué pena tan honda
te acuchillaba la entraña,
cuando en las olas se hundía
el real airón del Sajama,
y se alejaba tu nave
como una garza de nácar,
rizando de espuma y nieve
el mar azul en sus alas!
La incomprensión de los hombres
destruyó tu obra titánica,
se apagó el sol del imperio
sobre la sierra peruana,
pero tu nombre fue el símbolo
de eternidad de esta patria,
que al cabo de una centuria
trajo tus restos de Francia,
para tallar en los Andes
509
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
tu imagen de heroica traza,
montado en albo Pegaso
que alza al abismo sus patas,
apezuñando las rocas
en su herradura lunada.
Mientras oteaban los cóndores
desde una cresta volcánica
—donde los vientos rugían
y las tormentas bramaban—,
la estampa de ese guerrero
que unió en su mente preclara,
el corazón de dos países
en el rubí de una ulala;
cual si admirasen absortos
al genio de las montañas,
en aquel ser invisible
que en los picachos rielaba,
¡midiendo con el espacio
la inmensidad de sus alas!
Porque en torrentes de fuego
fundió en las cumbres nimbadas,
la majestad y grandeza
de dos naciones hermanas,
en una sola república
hecha de sol y plegaria;
y porque en su alma indomable
encarnó Dios nuestra patria,
sus selvas y sus llanuras,
sus valles y sus cañadas,
y el verde mar del Pacífico
en cuyas límpidas aguas,
sobre un oleaje de perlas
surcaba el cisne del alba.
El viento sembró en los riscos
rumor de flautas y ankaras,
y al tremolar los pendones
510
Flor de Granado y Granado
del Gran Perú, en la montaña,
se arrodillaron los siglos
y los penates aimaras,
glorificando tu espíritu
en la apoteosis soñada.
Y el sacerdote del Inti
que en el Illampu oficiaba,
elevó el sol en sus manos
y evocó el numen de Illapa,
para sellar con tu sangre
la unicidad peruviana,
que se encarnó en Abaroa
y el almirante del Huáscar.
Gran mariscal de Zepita,
cantar de gesta bizarra
hijo del Ande nevado
y aurora del Titicaca,
resultó América estrecha
para tus grandes hazañas,
y como un águila en vuelo
tendiste al iris tus alas,
sembrando en polvo de estrellas
la gloria de nuestras armas.
Surcó un relámpago de oro
la inmensidad planetaria
y desgarrando las nubes
con su carroza dorada,
fustigó Marte el revuelo
de los corceles del alba,
y te condujo al Olimpo
donde los dioses moraban.
Rutiló el trono de Júpiter
como una concha perlada,
bajo la cruz de brillantes
que iluminó la Vía Láctea,
y el pavo real del espacio
511
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
que en los planetas flotaba
abrió su cola de estrellas
sobre la esfera terráquea.
El Padre del firmamento
posó en tu faz sus miradas,
y levantando en el aire
el rayo, el orbe y el asta,
ordenó al raudo Mercurio
que te calzase las cáligas.
Se tiñó el cielo de rosa,
vibró el clarín de la fama,
y congregados en torno
de una columna truncada,
San Martín, Sucre y Bolívar,
te recibieron con palmas;
mientras danzaban las ñustas
y las vestales paganas,
portando en áureas patenas
el cetro, el yelmo y la espada.
Las sombras de tus guerreros
Morán, Cerdeña y Sagárnaga,
sobre una pira de estrellas
amontonaron tus armas,
girando como una aureola
que anilla el mundo en sus llamas,
y al centro Perú y Bolivia,
con sus antorchas en flámula,
izaron en el Empíreo
la enseña confederada.
La gloria ciño tu frente
con su corona radiada,
y esculpió Fidias en mármol
tu efigie de heroica talla,
jinete en potro de espuma
que se encabrita y espanta,
alzando al cielo sus cascos
en repicar de campanas.
512
Flor de Granado y Granado
1969 DISCURSO EN MANILA
I CONGRESO MUNDIAL DE POETAS
l honor que me ha dispensado el excelentísimo señor
presidente de la Unión Internacional de Poetas
Laureados, invitándome a participar en las
deliberaciones de este congreso, realizado en el
maravilloso país de las leyendas orientales, donde las naves
españolas irisaron en sus alas de lumbre, la espuma del
océano, blasonando las islas de corales y perlas, con el
glorioso nombre de Felipe II; y, al que no pude concurrir,
por motivos ajenos a mi voluntad, me ha deparado el
privilegio de transportarme en espíritu hasta el recinto de
este sagrado partenón, donde sólo podían penetrar las
deidades del Olimpo, sacudiendo de sus sandalias de cristal,
el rocío de las estrellas, para inclinarse reverentes ante la
diosa de la sabiduría, revestidas con el manto de la gracia y
la frente nimbada de laureles; y no, simples mortales como
yo, que han tenido la osadía de rozar con las alas del
pensamiento, los portentosos frisos del templo de Atenea,
donde flota la esencia de la divinidad que sublimiza las
creaciones poéticas, para transmitiros el mensaje de
solidaridad y afecto que os envían por mi intermedio los
aedos de Bolivia y de la América del Sur, esos brillantes
sembradores de poemas que desgranan en la quena del
viento, el himno gigantesco de las cumbres andinas,
formulando sus más fervientes votos por el éxito de esa
magna asamblea en la que se han congregado las figuras
más representativas del Parnaso universal, precedidas por el
inmenso bardo don Amado Yuzón, para debatir las diversas
corrientes filosóficas y literarias que aseguran el
florecimiento espiritual de los pueblos, en el bello milagro
de la poesía y el arte, cuya trascendental importancia
significa para los destinos de la humanidad, mucho más
513
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
que los grandes descubrimientos del genio y el formidable
avance de la tecnología, porque ya los poetas conquistaron
la luna, siglos antes de que los astronautas dominaran el
cosmos y hollaran con su planta la superficie selenita.
Y es que la poesía, ilumina a la ciencia, y ocupa
entre las bellas artes, el más alto sitial, ya que puede al
unísono, de la sagrada Euterpe orquestar en un cántico
alado, la maravillosa sinfonía del universo, que proclama la
grandeza de Dios, en los espacios siderales. Ya que sabe, lo
mismo que la divinidad de los pinceles embrujados diseñar
el los lienzos de la aurora, las Bacanales del Ticiano o las
Madonas de Rafael. Ya que logra, al igual que la deidad de
los cinceles de oro, esculpir en la catedral del pensamiento,
el pentélico mármol de la rapsodia helénica, que perdura en
la mente, como las esculturas de Fidias, en los dorados
frisos del Partenón. Ya que supo, realizar el milagro de
Terpsícore, descubriendo en el vuelo de los cisnes, los
secretos de la coreografía y el encanto del ritmo, para
desgarrar en ondas vaporosas, los cendales de espuma que
velaban con un halo de ensueño, las palpitantes formas de
Salomé.
Y, es que la poesía, cuyo poder abarca los límites del
mundo y el dominio del espacio, consiguió avizorar los
arcanos de la infinitud cósmica y el enigma del hombre,
hasta sumergirse en los abismos de la metafísica, llegando a
descifrar en los planetas, el misterio de la vida y la muerte,
y descubrir en las manos del Supremo Hacedor, la
cosmogonía y el génesis de la creación del universo, para
conquistar el imperio del arte y elevarse en un vuelo de luz,
a las señeras cumbres donde fulgura la belleza, engarzando
en la metáfora y el tropo, las más sublimes manifestaciones
del pensamiento humano.
¡Poesía!, ¡poesía!, qué inmenso es el sortilegio de su
fuerza maravillosa, cuando pulsa con sus dedos de estrellas,
el arpa del corazón.
Incendiando la cúpula celeste con el fuego de Zeus,
cincela en los cometas la épicas estrofas de Homero y de
Virgilio; canta en la lira de Isaac, los idilios de la
adolescencia, desgranando el trino del ruiseñor y de la
alondra, en los fragantes labios de María; nos hace admirar
en los sonetos del Petrarca, las ebúrneas palomas de la
gracia que aleteaban en el pecho de Laura; se eleva en
plegaria de luz a las místicas moradas, en los azules trenos
de la doctora de Ávila; y es en la péñola del divino Manco,
ala de nieve y madrigal de ensueños, encarnados en la
locura heroica del Caballero Andante; se tortura de
angustia, a las plantas del Dios crucificado, en los cánticos
espirituales de san Juan de la Cruz; nos hace huir del
mundanal ruido, en las claras estancias de fray Luis de
León; es tesoro de imágenes y alborada de gloria, en Julio
Herrera Reissig; amor embellecido por volutas de incienso y
embrujos de pecado, en don Ramón del Valle Inclán, clarín
maravilloso y rutilante, en Fernán Silva Valdez; y voz de
rebeldía y de justicia, en César Vallejo.
Con el genio de Dante, sepulta la esperanza en
sollozos de averno y escala las esferas del paraíso, en un
canto teológico de amor y eternidad; y en los líricos versos
de Miguel de Unamuno, es una saeta de oro salpicada de
trinos, que se clava en el pecho del Cristo de Velázquez; y
con Rubén Darío, es el himno de América que retumba en
los pífanos de la marcha triunfal.
Y, es que la poesía, revela mejor que todas las artes,
las alboradas del pensamiento y los crepúsculos del
corazón; en sus dedos florecen la rosa de los vientos y el
destino del mundo, su lenguaje es universal y se enraíza en
el alma de todos los hombres, sus dominios rebasan la
infinidad del cosmos y su poder es tan grande que blasona
de estrellas los ensueños del poeta, cuando pulsa en sus
trémulas manos la lira de cristal, desgarrando en
relámpagos de oro las cúpulas del cielo.
514
515
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1970 ANTOLOGÍA DE LA FLOR NATURAL
Flor de Granado y Granado
bjetivos de alta generosidad y de sacrificio respetable.
Ejemplo estupendo en un medio de pobreza
irredimible. El hecho capital es que el libro está
realizado con un amor a la poesía boliviana que
pocos han demostrado. Su finalidad objetiva y espiritual es
de innegable importancia. Libro raro, sereno, en medio de
todas las antologías escritas en Bolivia por diversos autores.
Esta vez el libro de poesía, exclusivamente, ha obtenido en
verdad, su flor natural. Es el homenaje de un poeta a la
creación de todos sus colegas, maestros en el manejo de la
gaya ciencia. Como si el Parnaso se abriera a la luz de todos
los días para un festival interminable de talento e
inspiración.
Los juegos florales son parte de su génesis. Y para
ellos han sido escritos en diversas etapas de este siglo.
Granado ha historiado su existencia en el gran calendario
cultural de Bolivia. Y si fue conmoción de una fecha su
verificativo, con el consiguiente comentario de críticos y
prensa que se movía alrededor del suceso, calcúlese lo que
ello constituye coleccionando en un libro de antología como
el que comentamos.
He aquí una lista de nombres y fechas, referentes a
la Flor Natural: Emilio Finot, 1911; Gregorio Reynolds,
1913; Manuel María Muñoz (colombiano), 1914; José
Eduardo Guerra, 1915; Claudio Peñaranda, 1917;
Eduardo Díez de Medina, 1919; Carlos Medinaceli, 1921;
Roberto Guzmán Téllez, 1923; Luis Felipe Lira Girón,
1925; Ricardo Mujía, 1925; Jaime Mendoza, 1926; Julio
Antezana Vergara, 1928; Antonio José de Sainz, 1931;
Nataniel Torrico y Aguirre, 1931; Raúl Otero Reiche,
1937; Gregorio Reynolds, 1938; Luis Mendizábal Santa
Cruz, 1939; Enrique Kempf Mercado, 1940; Octavio
Campero Echazú, 1942; Javier del Granado y Granado,
1943; Ramiro Condarco Morales, 145; Javier del Granado
y Granado, 1946; Julio Ameller Ramallo, 1947; Javier del
Granado y Granado, 1950; Julio Ameller Ramallo, 1951;
Jaime Canelas, 1957; Wálter Arduz, 1959; Raúl Otero
Reiche, 1961; Julio de la Vega, 1963; Mercedes de
Heredia, 1967; Alcira Cardona Torrico, 1967, Adán
Sardón, 1967.
Y está hecho el servicio a la cultura. Los estudiosos
podrán valerse de la lista anterior para valorar el curso
lírico de la llamada Flor Natural, o sea el premio
consagratorio en poesía de Bolivia. Granado ha rendido un
verdadero servicio a las letras.
En su libro se encuentra el texto de las obras
premiadas y el espíritu se posesiona del tiempo vivido desde
1911, cuando la gaya ciencia ha emocionado a las
sociedades y a las multitudes bolivianas. El verso ha sido
recibido por manos maestras como las de Claudio
Peñaranda, Gregorio Reynolds, o Javier del Granado y
Granado, sin olvidar a Octavio Campero Echazú, o Julio de
la Vega. El verso se ha criado, como planta de naturaleza
delicada, en los más refinados ambientes de la sociedad
boliviana, si es que aún ha de permitirse esta expresión. Se
advierte que Ricardo Jaimes Freyre, por ejemplo, —uno de
nuestros grandes modernistas— no intervino en las justas.
Seguramente influyó en ello su ausencia del país, o
simplemente un ánimo especial de inconcurrencia. Es
fenómeno que se observa en otros muchos poetas.
Como conclusión, ha de obtenerse una: la
dedicación y seriedad con que del Granado ha incursionado
en los estudios del gay saber. Se lo agradecerán todos los
estudiosos de la literatura boliviana.
Hemos advertido que, en los últimos estudios que
se han hecho al respecto, se ha cometido omisiones. En
fin… Cada autor le da a su obra la estructura que le
516
517
UNA COLECCIÓN DE POEMAS GALARDONADOS EN LOS
JUEGOS FLORALES
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
conviene. Para salvar omisiones y olvidos en aquéllas, esta
Antología, por ejemplo, nos pone en contacto con el pasado
y las voces literarias de otras épocas. La Flor Natural tiene
la virtud de mostrar a un poeta en la creación de un solo
poema, el que se considera vigorizado para la justa y el
premio. Y que, por ningún motivo, deja de tener su valor.
Son joyas de la creación y deben quedar para el
conocimiento de la obra total de los autores.
Eso ha hecho, justamente, del Granado que, a su
vez, es Maestro del Gay Saber. Libro agradable para los
momentos en que el espíritu quiere reclinarse en la poesía
inmortal. —Porfirio Díaz Machicao
EL MAR
1971 TERRUÑO
LA PATRIA
a patria es el hogar donde nacimos,
halo de Dios que el corazón hechiza,
y lágrima de amor hecha sonrisa
que en puñado de tierra convertimos.
La patria es el ideal que engrandecimos,
cripta y altar que el alma sublimiza,
y olímpico blasón cuya divisa
con el genio de América esculpimos.
La patria es Pindo y Partenón sagrado,
cantar de valle y cúspide nevada,
sangre de río y bosque alucinado.
Y cóndor que retando a las centellas,
tiende al iris el ala desplegada,
en un vuelo de luz a las estrellas.
518
oberbia catedral de espuma y hielo
con naves de cristal y altares de oro,
donde hundieron los incas el tesoro
que enjoyaba las bóvedas del cielo.
Raptó a Cobija, de su patrio suelo,
el dios del rayo convertido en toro,
y a Bolivia le obliga su decoro,
reconquistar el mar en fiero duelo.
El mar que es Prometeo encadenado
al ríspido breñal de las montañas,
porque el Ande, es el mar petrificado.
Por eso gime en tristes caracolas
y un buitre le devora sus entrañas,
en olas, de sonoras, barcarolas.
LA CIUDAD
ella ciudad de heráldicos blasones
donde la gloria de los siglos canta
y el cielo azul su bóveda levanta
sobre los parques, casas y torreones.
En sus callejas lucen los balcones
hermosas damas cuya gracia encanta.
Y las heroínas de la guerra santa
en la colina ostentan sus pendones.
En su solar hay huertos y jardines,
violetas blancas y claveles rojos,
fuentes de plata y lluvia de jazmines.
Rompen las aves su celeste coro
y enamoradas de unos verdes ojos
siembran el valle con sus trinos de oro.
519
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
COCHABAMBA
MÍA
el águila triunfal el alto vuelo
proclama tu grandeza soberana,
y en cantares de lumbre se desgrana
en tus valles, la cúpula del cielo.
Rasga el viento la túnica de hielo
que tus cumbres soberbias engalana,
y la selva magnífica sultana,
abanica su talle de hembra en celo.
Iza el pueblo tus bélicos pendones,
y al son de pastoriles caramillos,
doma, en Aroma, mil rugientes leones.
Por ello asombra al universo entero,
la heroica gesta de Arze, y tus caudillos,
que un mundo incendian con el sol de Homero.
SANTA CRUZ DE LA SIERRA
intió silbar don Ñunflo en su cimera
el vuelo de una saeta envenenada,
y trazó con el filo de su espada
un villorrio de ensueño y de quimera.
Santa Cruz destrenzó su cabellera
sobre su espalda de jazmín nevada,
su cuerpo de paloma alborotada
se cimbró en abanicos de palmera.
Y la soberbia infanta del Oriente
en San Lorenzo, al bosque encadenada
por la raíces de su sangre ardiente,
surgió como la Venus floreciente
de la espuma lunar de una cascada,
con su pecho de lunas en creciente.
520
ía será su flor de primavera
cuando en mis brazos amanezca el día,
y se cimbre su talle en mi alquería
como un lirio de nieve en la pradera.
De mí será su negra cabellera,
su pecho erecto que mis besos pía,
su pudor que se rinde a mi porfía
y el repique nupcial de su cadera.
Mía será su mística figura
que la paloma del amor zurea,
y sobre un lienzo de Rafael fulgura.
Mías serán su gracia y su alegría,
y por los siglos de los siglos sea
en cuerpo y alma para siempre mía.
EL RAPTO
n el poblacho donde el alba asoma
por los vergeles, plazas y callejas,
hay un rumor de arrullos y consejas,
y una fragancia de membrillo y poma.
Nieva la luna en la rugosa loma,
suspira el viento sus aladas quejas,
y en el portal de columnatas viejas,
pían de amor dos senos de paloma.
Ronda una sombra la desierta calle,
y raptando en su potro a la doncella,
huye a galope hacia el fecundo valle.
Tiende el galán su poncho en los trigales,
y en el lecho de nácar de una estrella,
se consuman fogosos esponsales.
521
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
LA CASONA
LA HUERTA
n la vetusta casa solariega
que su blasón de espigas abrillanta,
mi corazón es pájaro que canta,
y ave que trina, es el amor que llega.
Ríe Cupido y con las almas juega,
lanzando un dardo que hasta el sol quebranta,
mientras la aurora cuya gracia encanta,
gime en sus brazos y al amor se entrega.
¡Ay! cuantas flores deshojó la brisa,
en el vergel donde penando sueño,
porque la vida es lágrima y sonrisa.
Comba el hornero sus mansiones bellas,
y en el portal de colonial diseño
cuelga la luna su fanal de estrellas.
EL RANCHO
omo rosario de palomas blancas
que arrullan sus polluelos en el nido,
albean en el rancho alborecido,
las casuchas que velan las barrancas.
Las mozuelas, olímpicas potrancas,
retozan en el campo amanecido,
y combando su seno frutecido,
las ulalas repican en sus ancas.
Todo es blanco en el límpido poblado,
los almendros, el lirio, la alborada,
y las nubes del cielo nacarado.
Los labriegos aporcan los maizales
removiendo la tierra con la azada,
y la luna se escarcha en los tapiales.
522
l fulgor de la eglógica quebrada
donde rueda el arroyo cristalino,
se reclina mi huerto campesino
salpicando de flores la encañada.
Su arquería de bóvedas, nevada,
abre en cruz de arrayanes su camino,
y en plegaria de pájaros en trino
se deshoja el jazmín de la alborada.
Llega Pan con su flauta floreciente
y desnuda a las ninfas y doncellas
que fecunda a la vera de la fuente.
Ciñe Apolo su frente de laureles
y pulsando su lira en las estrellas
prende el cielo, en arpegio de vergeles.
EL DESEO
agábamos tomados de la mano
bajo el cielo bruñido de cobalto,
y el corazón se encabritó de un salto
cuando estreché su busto soberano.
Nació el amor, del fuego del verano,
el dios Cupido se lanzó al asalto
y derribó la roca de basalto
conque lo excelso sublimó lo humano.
Desnudó el sol con ala temblorosa
sus senos de palomas en zureo,
y el cielo azul se salpicó de rosa.
Sentí su cuerpo con olor a huerta,
y se posó la avispa del deseo
sobre sus labios de granada abierta.
523
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
ATARDECER
ORACIÓN
n el viejo landó desvencijado,
que rueda por la ruta polvorosa,
llegamos una tarde bochornosa
a la casa del rancho adormilado.
Las ovejas pastaban en el prado,
y el zagal con su gaita jubilosa,
alegraba la fronda esplendorosa
que embellece las faldas del collado.
Cabalgaban las mozas en el asno,
y ovillando en su rueca los celajes
deshojaban las flores de durazno.
Se hundió el sol en la cúpula del monte
y alumbrando en el cielo los paisajes
clavó un dardo de luz al horizonte.
NOCHEBUENA
oche de amor de paz y de esperanza,
donde el amor con el dolor se aduna,
y el cielo toca en su violín de luna,
de un madrigal de estrellas, la romanza.
Noche de fe, paloma de alabanza,
que deparó a María la fortuna
de que arrullara en su cantar de cuna
al Niño Dios que nace en lontananza.
Descifra el tiempo su áurea profecía,
y es para el mundo el Ser Omnipotente,
¡aurora y flor de eterna epifanía!
Los reyes magos hincan sus camellos,
y florece la estrella del Oriente
incendiando el pesebre en sus destellos.
524
anos señor el pan de cada día,
hecho de amor, de lágrima y de trino;
danos tu sangre convertida en vino
y tu cuerpo en albor de eucaristía.
Danos señor, tu eterna epifanía,
la estrella de oro, el alba del camino,
la lluvia, el sol y el huerto campesino
donde florece el alma de poesía.
Danos señor, la miel de los panales
para endulzar las penas de la vida,
que hay amor y dolores en los rosales.
Danos, en fin, para la humilde fosa,
un puñado de tierra humedecida
donde la muerte nos convierta en rosa.
MIS HERMANAS
n la casa del campo solitario
que mi sangrante corazón añora
fue mi madre una alondra soñadora
y mi padre un altivo campanario.
Y en mi mente de bardo visionario,
mis hermanas más bellas que la aurora,
a Rafael, inspiraron, la Señora,
que desgrana de estrellas su rosario.
Pero la parca, que lo eterno aduna,
les brindó en sus mansiones siderales,
¡gloria de azul y madrigal de luna!
Pues el genio del arte es portentoso
y eterniza sus obras inmortales
en el palio del cielo luminoso.
525
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
MI INFANCIA
LOS BUEYES
ue mi infancia feliz como ninguna,
pasé mis días deshojando rosas,
y mis sueños de aladas mariposas
volaron al esquife de la luna.
Meció mi madre con amor mi cuna
y embelleció mis horas luminosas,
con leyendas y hazañas portentosas
de héroes y santos de estelar fortuna.
Fue su existencia lágrima que rueda,
fulgor de cielo, cántico y plegaria,
y amor que deja olor de rosaleda.
Pero su muerte dardo de amargura
que sumió en sombras mi alma solitaria,
cavó en mi corazón su sepultura.
LA POTRANCA
na potranca apenas destetada
me regaló mi padre cierto día,
y se llenó mi vida de alegría
al contemplar el cielo en su mirada.
Era su paso una canción alada,
y junto al san bernardo me seguía,
cuando a cazar al matorral salía
con el hurón y el águila amaestrada.
Se tornó yegua la gentil potranca,
y en las callejas de la tosca aldea,
curvaba el cuello y contoneaba el anca.
Prendió el ocaso su primer lucero,
y alzando el remo que al compás bracea,
de chispas de oro salpicó el sendero.
526
iñendo el yugo en la humillada testa
andan los bueyes por el surco abierto,
hay en sus ojos un dolor incierto
y hondo cansancio de empinada cuesta.
Nunca levantan la cerviz enhiesta
cuando desbrozan el gramal desierto,
porque su brío para siempre muerto,
ya no fecunda la sensual floresta.
Pincha el labriego a los pesados bueyes,
y hunde en la tierra el patriarcal arado
como en el tiempo de los viejos reyes.
Bebe la yunta en el cristal sonoro,
y entre sus cuernos de marfil tallado,
arde la tarde, en media luna de oro.
EL HATO
anta el gallo, clarín de la alborada,
y picoteando el trigo de la aurora,
despereza a la bella ordeñadora,
¡ulala en flor y espuma de cascada!
Arde el sol como roja llamarada
en la ríspida cumbre voladora,
y el gorjear de una alondra evocadora
siembra trinos de luz en la encañada.
Ramonean las vacas en el pasto,
y en sus ojos de ópalo radioso,
se estanca el cielo luminoso y vasto.
Tiende el cóndor el ala al horizonte,
y al verlo amenazante y pavoroso,
lo embiste el toro y arremete al monte.
527
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
EL LANCE
LA IGLESIA
n la ciudad donde la vida asoma
por los vergeles, templos y callejas,
hay un rumor de rezos y consejas,
y una fragancia de jazmín y poma.
Dora la luna la cercana loma,
suspira el laúd sus melodiosas quejas,
y en la ventana de talladas rejas,
pían de amor dos senos de paloma.
Ronda el silencio otra bizarra sombra,
en sus pupilas hay fulgor de aceros,
y a la doncella su coraje asombra.
Rosas de nieve escarchan los rosales,
sangra la noche en manto de luceros
y en la contienda mueren los rivales.
BAJO LOS TARCOS
ue bajo un tarco, en el silencio aldeano,
desgarré los encajes del corpiño,
y gimieron dos tórtolas de armiño
en el nido de fuego de mi mano.
El oro del crepúsculo serrano
baño su cabellera en desaliño,
sentí en su entraña fecundar un niño
y ardió en mis venas el amor pagano.
Sangró la flor, se derramó su aroma,
mi labio ardiente estranguló un sollozo
y estremeció sus muslos de paloma.
Rodó una estrella de sus ojos zarcos,
y abandonando el alhamí musgoso,
huyó… y el cielo floreció en los tarcos.
528
n la barroca iglesia de mi aldea
que recuerda los tiempos coloniales,
arrullan las palomas sus nidales
y el viento en las campanas aletea.
El oro del crepúsculo chispea
bruñendo los retablos y vitrales,
y la mano de Dios en los misales
la plata de la luna espolvorea.
Abre al ángel sus alas a María,
y preludian los pájaros en trino,
de la estrella, su eterna epifanía.
Desgrana el cura en salves su rosario,
y a la hora del tramonto vespertino
arde el sol, como una ascua de incensario.
EL MOLINO
mpuñando las hoces del creciente
siega el sol los trigales ambarinos,
y amontonan de oros vespertinos,
los labriegos, las eras del poniente.
Rueda en ruedo el rodezno del torrente
salpicando de espuma los molinos,
donde pican los pájaros sus trinos
escarbando el rocío del relente.
Fulge la hostia del sol en lampos de oro,
y es en manos de Dios, pan milagroso,
que derrama en las almas su tesoro.
Canta el agua en al aspa su portento,
y el molino es un trompo rumoroso
donde gira el azul del firmamento.
529
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
EL HORNO
ÁNGELUS
ombando el cielo en olorosa tierra
alza su nido el laborioso hornero,
que convierte las pajas en lucero,
y en miel, el barro que su pico aferra.
Por eso el hombre que en su ser encierra
todo el saber del universo entero,
con gran acierto lo imitó al hornero,
y horneó en el horno, el trigo de la sierra.
Bendice Dios, la casa en que se amasa,
y en el hogar hay un calor de nido,
si a cada niño se le da su hogaza.
Y si Natalio brinda a su familia
pascual cordero y pan recién cocido,
¡canta el horno en campanas de vigilia!
IDILIO PASTORIL
l son del melodioso caramillo
que junta los rebaños patriarcales,
deja su alma el zagal, en los zarzales,
y a Dios eleva un corazón sencillo.
Rasga la noche el trémolo del grillo,
ladra el mastín que cuida los corrales,
y el Bicorne, en los verdes carrizales,
tachona el cielo, a golpes de martillo.
Ronda el gañán a la florida moza
que rondaron en ronda las abejas,
y desflora dos pétalos de rosa.
Mientras la luna que anda en los repechos
ordeñando su leche a las ovejas,
la Vía Láctea consteló en sus pechos.
530
la hora del crepúsculo dorado
en que se apaga el esplendor del día,
retorna el labrador a su alquería
con el perro pastor y su ganado.
Tiembla de amor el cándido collado,
y el arcángel Gabriel dice a María,
¡Dios te salve!, Señora y Reina mía,
el Verbo en tus entrañas se ha encarnado.
El rústico gañán su testa inclina
y eleva su alma una oración ferviente
que nieva de palomas la colina.
Repica el campanario de la aldea,
y refleja el espejo de la fuente
el cielo que de estrellas parpadea.
EL AMOR
l borde de la alberca transparente
donde abrevan los bíblicos rebaños,
sueña una moza de floridos años
y se derrama el oro del poniente.
Dora el ocaso el halo de su frente,
y en sus ojos románticos y huraños
hay un fulgor de éxtasis extraños,
dulce preludio del amor naciente.
Gime una flauta en el riscal serrano,
y en el silencio de la noche airosa,
llega el amor que es del dolor hermano.
Sueña y en sueños, con el ala leve,
la rosa roja, de sus senos roza,
el ruiseñor de un madrigal de nieve.
531
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
EXILIO
EL CEMENTERIO
el nativo solar mi ser ausente
se perdió entre la muerte y el olvido,
como paloma que abandona el nido
y se esfuma en la bruma del poniente.
Allí, dejé mi corazón ardiente,
mi alquería y el huerto florecido,
mis ensueños, el dogo más querido,
mi terrazgo y el agua de la fuente.
Desgarraron mi alma los rosales,
y agostada en mi pecho la esperanza
desgranose mi vida en los trigales.
Repicó el campanario sus esquilas,
y borrando el paisaje en lontananza
se cuajaron de estrellas mis pupilas.
AUSENCIA
on guadaña de luna, el orto de oro
segó tu vida como espiga al viento
y deshojó de luz tu pensamiento
en el cantar del ruiseñor canoro.
Tu alma fue palma de clarín sonoro,
cóndor en vuelo y ola en rompimiento;
por eso, hoy, en musical memento,
lloro tu ausencia y tu existencia añoro.
Y al cielo clamo, mi querido amigo,
mientras gime en tu hogar una paloma
que amor y penas compartió contigo.
Porque tu ser, infinitud o nada,
fue pura esencia del divino aroma
que disipó de azul la madrugada.
532
l pie de las colinas polvorosas
medita el cementerio campesino,
y allí, acaban los vivos, su camino,
y se tornan en sombras tenebrosas.
Crece hierba en los túmulos y fosas,
borra el campo, el ocaso mortecino,
y el alma es un ciprés cuyo destino
es subir a las nubes vaporosas.
Cada tumba es un ánfora sellada
donde guarda la muerte su misterio,
¡gloria, ceniza, eternidad o nada!
Rasgan el cielo trémulas centellas,
y velando el silente cementerio
pende la luna, de una cruz de estrellas.
LA MUERTE
y! amigo, tu muerte iluminada
por el áureo crepúsculo de estío,
ha lanzado tu vida como un río,
¡
en flechazos de luz, hacia la nada.
Tú, que amabas la estrella y la alborada,
el paisaje, las mieses, el rocío,
y el torrente del trópico bravío
que fecunda la selva torturada.
¿Dime, nimba tu fosa, de esperanza,
esa aurora a las almas prometida,
en cantares de cielo y venturanza?
O si bien, en el reino del dios Hades,
es la muerte, la sombra de la vida,
y un abismo entre dos eternidades.
533
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1973 CARTA DESDE LA PAZ
QUERIDO AMIGO Y POETA:
e he seguido largamente en su hermosa trayectoria
lírica. Usted es el «vate» de verdad que presentía el
filósofo. El que canta porque tiene que cantar, con
lira alta, estremecida con ternura, porque todo es luz
y revelación en sus palabras.
En este tiempo donde abundan los farsantes, los
herméticos y los abstrusos, que confunden poesía con
claves sibiladas, los malos epígonos de Mallarmé y de Ezra
Pound, que se enredan en sus madejas intelectualoides, es
una delicia volver a la pura y honda poesía, como la suya,
esa que fluye como el agua del manantial, clara y sencilla,
pero transida de verdad. Me explica los muchos y merecidos
honores que le han venido de todos los horizontes, porque
la suya es poesía eterna, rica de imágenes, limpia de ideas,
como los versos de Tibulo y de Catulo que expresan nobles
sentimientos y finas sensaciones.
¿Qué escojo entre sus poemas? No es lícito escoger:
todos son bellos, esclarecedores. Música y pintura a la vez,
pero música y pintura de línea clásica, que conmueven y
convencen a la vez. El valle en sus versos vibra, su lengua
armoniosa toca los corazones; paisaje y alma ganan
hermosura cuando resuena la lira del poeta del Granado.
Esa Canción del columpio es una joya de antología. El
turpial de Cochabamba es ya el ruiseñor de Bolivia. Y con
toda justicia.
Gracias por la ofrenda para el espíritu; augurios
para quien supo ser sólo poeta y soñador, en nuestra tierra
sembrada de politiqueros y voceadores. —Fernando Diez de
Medina, La Paz, 26 de junio de 1973
534
Flor de Granado y Granado
1980 VUELO DE AZORES
PLEGARIA LÍRICA A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES
ivina Virgen de Lourdes,
Señora de los milagros,
estrella de los dolientes
y aurora de los inválidos,
que las naciones de América
bendigan tu nombre blanco,
rimando la dulce fabla
de los juglares de antaño;
y tronos y serafines,
dominaciones y santos,
ensalcen con arpas de oro
la gloria azul de tu manto.
Mediaba el siglo XVIII
bajo un fulgor de topacios,
materialistas y ateos
negaban lo eterno y sacro;
y escarnecían, Señora,
tu concepción sin pecado.
Pero el augusto Pío Nono,
clamó al Espíritu Santo,
y en el Concilio Ecuménico
proclamó al orbe cristiano,
dogma de fe, de la Iglesia,
tu origen inmaculado:
albor de nieve y espuma,
lumbre de Dios hecho cántico,
que floreció en los planetas
y fulguró en el espacio.
Gemía el viento en las grietas
del torreón almenado,
guardián del viejo castillo,
—mole de roca y de mármol—,
que sepultó entre sus ruinas
535
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
la guerra de los Cien Años;
y en una fresca mañana
tensa de amor y presagio,
rasgó un relámpago de oro
la cima de los nevados,
y reflejando la gruta
de Massabielle, en el riacho,
se apareció a Bernardita,
tu imagen ¡flor de los astros!
Botó la niña los haces
de húmeda leña, en el prado,
y estremecida de asombro
se sumió en dulce letargo…
mas, la sostuvo tu gracia,
y vieron sus ojos zarcos,
brillar la Mística Rosa,
—cáliz del Verbo Encarnado—,
que en una aureola de arcángeles,
ciñen girando los astros.
Tu voz sembró en sus oídos
arpegios de cielo claro,
que resonaron Señora,
en el violín de los álamos;
y embelesada de gozo
volvió la santa al poblacho,
y transmitió a los labriegos
del paraíso, tu encargo,
tierno y sublime mensaje
pleno de amor y de encanto.
La humilde gente del pueblo
creyó el divino relato,
y embelleció aquel paraje
con un agreste retablo;
cayó una lluvia de rosas
sobre el peñón escarpado,
y de las rocas musgosas
fuentes de vida brotaron.
536
Flor de Granado y Granado
Pero los guardias civiles
vedaron a los aldeanos,
colmar su sed en las linfas
que bullen en el regato,
y se ordenó la clausura
del prodigioso sagrario,
donde la Virgen Purísima
abrió a la tierra sus brazos.
Mas el obispo de Tarbes
insigne y docto prelado,
después de un largo proceso
declaró cierto el milagro;
pues ciegos de nacimiento
vieron el cielo escarchado,
y enfermos y paralíticos
salieron del baño, sanos;
y desde entonces, Señora,
los seres atormentados,
acuden todos los días
a beber agua en tus manos,
y el sol irisa de lágrimas
las perlas de tu rosario.
Por eso los peregrinos
de todo el mundo cristiano,
te coronaron de estrellas
Reina del Trono Seráfico,
y alzaron una basílica
sobre el glorioso peñasco,
que ostenta en una herradura
los tres soberbios santuarios,
con que el fervor de los pueblos
honró tu nombre sagrado;
y deshojando en plegarias
el madrigal de su canto,
desgarró el cielo de nubes
la flecha del campanario.
537
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
EL LIBERTADOR
JOHN F. KENNEDY
l cóndor de la América está en vuelo
luchando con el águila de España,
y el mundo asombra su inmortal hazaña
cuando liberta nuestro patrio suelo.
Desgarra el héroe en vendaval de hielo
la oriflama del rayo en la montaña,
y como un Atlas, con grandeza extraña,
trasmonta el Ande sosteniendo el cielo.
Canta la gloria al lírico soldado
que soñó unir América bravía,
en un inmenso y poderoso Estado.
Pero el coloso, que el destino abruma,
al ver que su obra como el sol se hundía,
«aró en el mar» …y el mar floreció espuma.
EL SOLAR DEL BURRO
reinta libros, pináculo de gloria,
levantan a tu nombre un monumento,
y como a Juan Ramón y su jumento,
el solar… idealiza tu memoria.
¡Ay!, Porfirio, que tensa fue tu historia,
hecha de fe y dolor de pensamiento,
fuiste dueño y señor del firmamento
y en Platero cabalga tu victoria.
Pues el Numen que el arte sublimiza
y en el cosmos los astros avizora,
la belleza en tus obras eterniza.
Halló tu alma en la cripta, tu tesoro,
y la Virgen, estrella de la aurora,
cargó en tu asno, madrigales de oro.
538
n aspas de ilusión, su lanza de oro,
trizó el coloso, en símbolo idealista;
amó la libertad y como artista,
labró su busto en fúlgido meteoro.
Clavó su esquife, el ancla del decoro,
en el rugiente pecho del racista,
y arrebató la esfinge belicista,
del templo de cristal del mar sonoro.
Hubo en su ser baluartes de firmeza,
fulgor de genio, excelsitud de cumbre,
cantar de paz y olímpica grandeza.
Fulminó al héroe, trágica centella,
y en cósmica ascensión de alas de lumbre,
su alma de flor se convirtió en estrella.
CECILIO GUZMÁN DE ROJAS
or la magia del Ande subyugado
su numen inmortal quedó suspenso,
y el ala de su genio, sobre el lienzo,
sublimó la epopeya del collado.
Blasón en alto, conjuró al pasado,
y envuelta en nubes de celeste incienso
la España en flor, cual un Quijote inmenso,
surgió de su pincel iluminado.
Ebrio de azul como el genial Ticiano,
derritió el sol en las montañas de oro
y el mundo del color brotó en su mano.
Pero el artista, eterno insatisfecho,
quiso alcanzar el vuelo del meteoro,
y ese dardo de luz, trizó su pecho.
539
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1980 DISCURSO
AUNQUE LAS HORDAS DEL TERROR INTENTEN ACALLAROS
ste centro de cultura, donde se agrupan los paladines
del pensamiento, fue organizado al calor de los más
nobles sentimientos de solidaridad intelectual y está
formado por varones de recio temple y acendrado
patriotismo, que acicateados por su permanente afán de
superación espiritual abrazaron la moderna Caballería
Andante de la prensa, para consagrarse al cultivo de las
letras y la difusión de la cultura, que imponen al escritor de
nuestro tiempo grandes sacrificios. El apostolado de la
pluma exige al hombre el desgarramiento de su propia vida,
para perpetuar las creaciones del espíritu en la fulgurante
fijación de la escritura tipográfica, que encarna, en la leve
fragilidad del papel, la eternidad del pensamiento humano.
Y hoy que la humanidad atraviesa por un período de
violentas conmociones políticas que amenazan desquiciar el
fundamento de las leyes que regulan el equilibrio de la
dinámica social, vientos de tempestad erizan el corazón del
hombre, que se rebela contra Dios y arroja al mundo la
semilla del odio, para que los pueblos cosechen el amargo
fruto de la esclavitud y de la muerte. Pues, no otra cosa
significa la implantación de estos principios demoledores
que pretenden destruir veinte siglos de civilización
cristiana, para asegurar el triunfo de las legiones bárbaras
que marchan por la tierra, desgarrando fronteras,
pisoteando leyes, escarneciendo instituciones, aniquilando
empresas, desbaratando industrias, dinamitando imprentas,
precipitando, en fin, el advenimiento de una era despótica,
alumbrada por los siniestros resplandores de un sol de
sangre. Más, a vosotros os toca, gallardos defensores de la
colectividad, encauzar esta corriente de doctrinas
desquiciadoras que socavaron los cimientos de nuestras
instituciones tutelares. Pese sobre vosotros la enorme
540
Flor de Granado y Granado
responsabilidad de evitar sus funestas consecuencias,
porque vosotros sois los depositarios de las tradiciones del
pueblo y de las esperanzas de la nación, que confió en
vuestras manos la orientación de sus destinos y la naciente
luz del porvenir. Y, si queréis haceros dignos de su
confianza, no defraudéis los ideales de la ciudadanía y
continuad la obra que hizo notables a los viejos periodistas
bolivianos, que supieron esgrimir la pluma hasta teñirla en
sangre de crepúsculos. Perseverad en la dura tarea de la
información diaria, esclareced la verdad y rendid culto a la
hidalguía, amad la libertad y defended la justicia, aunque
las hordas del terror intenten acallar vuestra voz con el
silencio de la tumba.
1982 CANTO AL PAISAJE DE BOLIVIA
LA MONTAÑA
lagela el rayo la erizada cumbre,
el huracán en sus aristas choca,
y arranca airado con la mano loca
su helada barba de encrespado alumbre.
Rueda irisado de bermeja lumbre
el turbión que en cascada se disloca,
y hunde a combazos la ventruda roca,
para que el oro en su oquedad relumbre.
Bate el cóndor tajantes cimitarras
y arremetiendo al viento de la puna,
estruja al rayo en sus sangrientas garras.
Reverberan de nieve las pucaras,
y soplando el pututo de la luna
se yerguen en la cima los aimaras.
541
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
EL LAGO
EL VALLE
obre el terso cristal de malaquita
que aprisiona el soberbio panorama,
el carcaj de la aurora se derrama
y el bridón de los Andes se encabrita.
Su ala de nieve la leyenda agita,
muerde las islas una roja llama,
y de la ola el sonoro pentagrama
el hachazo del viento decapita.
Sofrena el sol su cuadriga en el Lago,
salpicando de lumbre los neveros,
y en el lomo de fuego del endriago,
emergen de la bruma del pasado,
la sombra de los incas y guerreros,
bajo el palio de un cielo constelado.
LA VICUÑA
sbelta y ágil la gentil vicuña
rauda atraviesa por la hirsuta loma,
y en su nervioso remo de paloma,
las graníticas rocas apezuña.
El sol de gemas, en su disco acuña,
la testa erguida que al abismo asoma,
y en sus pupilas de obsidiana doma
la catarata que el alfanje empuña.
Su grácil cuello como un signo alarga,
interrogando ansiosa a la llanura,
y envuelta en el fragor de una descarga,
huye veloz por el abrupto monte
y se pierde rumiando su amargura,
como un dardo a través del horizonte.
542
mbozado en su poncho de alborada,
la lluvia de oro el sembrador apura,
y el cielo escarcha la pupila oscura
del buey que yergue su cerviz lunada.
Bajo el radiante luminar caldeada,
de agua clara, la tierra se satura,
y la mano del viento en la llanura,
riza de sol la glauca marejada.
Cuaja el otoño las espigas de oro,
y las mocitas en alada ronda
vuelcan su risa en manantial sonoro.
Se curva el indio y en su mano acuna
de un haz de mieses la cabeza blonda,
que siega la guadaña de la luna.
LA CASA SOLARIEGA
ordiendo la granítica quebrada
se yergue la casona solariega,
alba de sol, con la pupila ciega,
y su techumbre de ala ensangrentada.
Con rumores de espuma la cascada
sus vetustas murallas enjalbega,
y en luminoso tornasol despliega
su cola el pavo real de la cañada.
Su arquitectura colonial evoca
la altiva estampa de un hidalgo huraño,
que vivió preso en su cabeza loca.
Un gran danés en el portal bravea,
y se desborda el mugidor rebaño,
atropellando la silente aldea.
543
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
EL RÍO
astreando emerge del cristal de cromo,
un yacaré con ojos de esmeralda,
y serpentea entre la hierba gualda,
bajo el fogoso luminar de plomo.
Relampaguea en su quebrado lomo
el polvo de oro que la orilla escalda,
y un chiriguano de tostada espalda,
asecha al saurio, con feroz aplomo.
Rasga el ramaje su mirada oscura,
y estrangulando el pomo de su daga
hiere a la bestia con sin par bravura.
Resuella el monstruo y de venganza hambriento,
la hirviente sangre con su lengua halaga,
y con su cola decapita al viento.
LA SELVA
on salvaje lujuria de pantera
se enardece la selva en el estío,
y el huracán con ímpetu bravío
destrenza su olorosa cabellera.
Blonda cascada de hojas reverbera
sobre el ramaje trémulo y sombrío,
que troncha el rayo en rudo desafío,
incendiando el plumón de su cimera.
Se retuerce la jungla acribillada
por dos pupilas de rubí llameante
que desgarran su carne alucinada.
Viborea un relámpago en las huellas,
el temible jaguar huye jadeante,
y en su lomo chispean las estrellas.
Flor de Granado y Granado
1988 VISITA PASTORAL
A NUESTRO SANTÍSIMO PADRE JUAN PABLO II*
imba Cristo a Juan Pablo II
con el halo del monte Tabor
y en cruzada de paz por el mundo
siembra el trino, la estrella y la flor.
Canta el alba en su lira de estrellas
el rey blanco que es luz del saber,
y se abrazan el cielo y la tierra
en la tiara que irradia su ser.
Hay en su alma grandeza de cumbre
y rumor de plegaria en su voz
porque el papa en los siglos esculpe
la estupenda figura de Dios.
Su palabra es la aurora del Verbo,
su doctrina es de amor y perdón,
y en el dogma proclama lo eterno
que refleja la fe en la razón.
Su sapiencia descifra en los astros
el principio del bien y del mal,
y su genio domina el espacio
como en Patmos, el águila real.
Surca el papa los Andes nevados
bajo el iris en palio de luz,
y en el valle, la selva y el llano
abre al pueblo sus brazos en cruz.
*
Letra a tema compuesto por fieles de San Ignacio de Moxos, cuyo
repertorio estuvo formado por piezas de música nativa y sacra del
Barroco amazónico de los siglos XVII y XVIII.
544
545
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1992 CANTARES
ELOGIO DEL IDIOMA
uando el romance floreció en cantares
rimando el verbo con el mar sonoro,
nació un idioma de vocales de oro,
y el castellano conquistó los mares.
Le dan el latín sus sílabas albares,
la lengua griega su ático tesoro,
y el arabismo ruiseñor canoro,
rumor de aljibe y trinos estelares.
Mas, fue Berceo que al Olimpo sube,
quien dio a la fabla que los mundos mueve,
voz de campana y retumbar de nube.
Y hace un milenio que el lenguaje hispano,
—crisol de fuego y madrigal de nieve—,
acuña el sol del pensamiento humano.
EL ENCUENTRO ENTRE DOS MUNDOS
oñé pulsar el arpa gigantesca
de América morena, entre mis manos,
para poder cantar como cantara
la anunciación el ángel del milagro,
cuando vi, florecer un Nuevo Mundo,
del amor de la selva y el océano.
Danzaba el mar en olas de esmeralda,
bajo un sol fulgurante de topacios,
salpicando de espuma la bahía
que abrió a la costa su abanico de astros.
Y en el límite azul del horizonte
erguían las montañas sus picachos
sosteniendo la cúpula del cielo
en soberbias columnas de basalto.
546
Flor de Granado y Granado
Policromos islotes de mil formas
reflejaba la luz en el remanso,
en traza de sirenas y delfines,
blondos tritones o rugosos saurios;
cubiertos por helechos y palmeras
de esbelto talle y de penacho glauco,
donde mezcló la orquídea sus matices
con el color de pájaros fantásticos,
que engarzaron el iris en su pecho,
para arrullar el bosque con su cántico.
Los taínos vivían a la orilla
del mar sonoro, en conchas de alabastro,
y enhebraban collares de alborada
con las rosadas perlas de Cipango;
sin que nadie turbara su retiro
que veló por milenios el Endriago,
hasta que al fin un siglo de epopeya
dominó el mar en vuelo visionario
y en un doce de octubre alucinante,
don Cristóbal Colón desgarró el manto
de ese mundo de luz y maravilla,
conque soñara el genio castellano.
Ardía el sol en llamaradas de oro,
bajo el rubí sangrante del ocaso,
cuando emergió cual diosa de los mares
de Guanahaní, la isla del milagro;
y en la quietud solemne de sus playas
hechas de infinitud y cielo claro,
izó Colón la enseña de Castilla
ondulante de fúlgidos relámpagos,
sobre el mástil en cruz de las estrellas
que alumbraban un mundo legendario.
Y en ondas de zafir y olas de lumbre
detuvieron su vuelo los albatros,
blasonando en la nieve de sus alas
la espuma del Atlántico.
547
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
EL VUELO DE LOS ALBATROS
CANTO A ESPAÑA Y AMÉRICA
obre el lomo del mar que el viento riza
tres albatros de regia envergadura
con sus alas hinchadas de aventura
acuchillan la tromba que se irisa.
Se yergue el nauta, ungido por la brisa.
Y en sus ojos floridos de locura
América desnuda con ternura
su seno de isla que la aurora hechiza.
Y las naves en ronca algarabía
surcan el mar con brazo de titanes,
turbias de sal, de viento y lejanía.
El genio de Colón las acaudilla
y en sus velas preñadas de huracanes
tremola el estandarte de Castilla.
LA ESTIRPE CASTELLANA
l señor de la Mancha simboliza
esa estirpe de recia contextura
que agiganta su ingrávida figura
sobre el oleaje que las rocas triza.
Traen de España al soplo de la brisa
el corazón, el alma y la locura,
la ciencia, el arte, el credo y la bravura
de esa raza de intrépida sonrisa,
que rasgó con la punta de su espada
de la niebla los velos que en otrora
envolvieron a América ignorada.
Y al sentirse la virgen sin su manto
se tiñó de rubor como la aurora,
realzando con lágrimas su encanto.
548
o me erguí sobre el Ande como un águila en vuelo,
para tender mis alas por encima del sol,
porque rozar los astros es conquistar el cielo,
salpicando de estrellas la cabeza de Dios.
Vislumbré de la nave los rugientes oleajes,
las llanuras intérminas y los valles en flor,
el penacho de plumas de las tribus salvajes,
los altivos nevados y el torrente en hervor.
Enrosqué en mi cintura la serpiente del rayo
arremetí molinos con mi lanza triunfal,
y el bramante amazonas fecundó de un zarpazo,
el ardor de la selva, en su celo estival.
Contemplé deslumbrado lo sublime y divino,
los caballos del viento y los cisnes del mar,
y en mis labios brotaron el arrullo y el trino,
la plegaria del alba y el clavel de un cantar.
Y ese canto de gloria lo entoné por España,
la del Cid y el Quijote, de Isabel y su arcón,
por la América india, bella flor de su entraña,
y las tres carabelas de Cristóbal Colón.
Por la Niña, la Pinta y la Santa María,
que rimaron la espuma y el azul en sus alas,
y en sus velas prendieron la aurora que nacía,
cavando el horizonte con la lanza de Palas.
Pues el grito de ¡Tierra! fue augurio y profecía,
que descifró el enigma de criptas y de altares,
y anunció un Nuevo Mundo de eterna epifanía,
llenando el firmamento de júbilos albares.
Por la España de Córdoba, por la eterna y la grande,
de Fernando el Católico, y el rey Carlos III,
que tendió el arco iris de Madrid hasta el Ande,
y encendió en las pupilas del mitayo, un lucero.
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Francisco Javier del Granado (1913-1996)
La del César don Carlos y Felipe II,
en cuyo vasto imperio jamás se puso el sol,
porque su espada de oro que dominaba el mundo
fue forjada en Toledo con sangre de león.
Por Pelayo el caudillo que venció en Covadonga,
a las huestes de Alcama, el morisco señor,
cuya noble figura como un roble se alonga,
en su alcázar de ensueños, con vergeles en flor.
Por Legazpi, Urdaneta, Magallanes y Elcano,
que ciñeron la grácil redondez de la tierra,
y estrujando sus senos de pimienta y canela,
desnudaron su carne palpitante y morena,
demostrando a los teólogos que no existe el arcano.
Por Berceo, el gran monje que rimó el romancero,
dando al habla la fabla de Virgilio y Homero,
y el vocablo canoro del arábico de oro,
que hizo espuma de la ola de la lengua española.
Por la patria de aquellos escritores galanos
que nimbaron un siglo con su áureo esplendor,
dando a España el idioma de los dos soberanos
don Alfonso el Rey Sabio y el manchego señor.
Por la Hispania de Góngora, de Manrique y Cetina,
de Teresa y Zorrilla, de fray Luis de León;
que refleja el espíritu de su raza latina
en los dramas de Lope y el genial Calderón.
Por Granada de Lorca, —luz y alhambra de España—,
por Miró y Benavente, Azorín y Galdós,
Valle Inclán y Unamuno que son selva y montaña,
y san Juan el mirífico, que nos lleva hasta Dios.
Por Segovia y Valencia, Zaragoza y Sevilla,
las de lanza ilusoria y de gesta guerrera,
Por Navarra, y Toledo la del alma bravía,
que navega en el Tajo de su sangre torera.
Por Iberia la tierra de colosos pintores,
de las Majas de Goya y el Entierro, del Greco,
que en Murillo es virgíneo madrigal de colores
y en Velázquez sus lanzas y la flor del espejo.
550
Flor de Granado y Granado
Por la España de Albéniz, de Granados y Falla,
por la esbelta manola de mantilla y peineta,
que fascina de sueños los ensueños del poeta,
y en la jota alborota castañuelas de plata.
Por América cóndor de los grandes nevados,
que rizó con sus alas las espumas del mar
y embrujo al universo con sus vuelos osados,
porque Mallku es monarca de la nieve lunar.
Por los predios del Inti, ese dios soberano
que atezó el arco de oro del creciente lunar,
y lanzó nuestras vidas como un río al océano,
porque el río es la Parca que nos lleva hacia el mar.
Por el sacro dominio de los tahuantinsuyus,
amasado en el limo de Manco el soñador,
que empuñó el cetro de oro que floreció en caluyos,
cuando Febo su padre, lo aclamó emperador.
Por los pueblos aztecas con sus templos de plata,
consagrados al culto de su dios Quetzalcóatl,
que vertieron torrentes de su sangre escarlata,
blasonando el incendio de la flota imperial.
Por la Atenas de Artigas, y el océano Pacífico,
que descubrió Balboa, caballero del mar,
admirando en la testa del cacique magnífico,
el plumón de arco iris del pomposo quetzal.
Por Junípero Serra que fundó Capistrano,
San Francisco, Los Ángeles y la bella ciudad
de San Diego, y algunos oratorios aldeanos,
que nevaron de luna, su argentado misal.
Por el reino de Quito y el Perú milenario,
por la mágica México que cantó Valle Inclán,
por Haití, y Costa Rica de fulgor legendario,
florecida de amores en la flauta de Pan.
Por el país de Darío el divino poeta
que legó a nuestra lírica las canciones más bellas,
y asombrando a los siglos con su inmensa grandeza
pulsó el arpa de oro y su lira de estrellas.
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Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Por Colombia y Honduras, Panamá y Venezuela
que fue cuna y sepulcro de aquel genio inmortal,
que venció en cien batallas, a La Serna y Pezuela,
y paseó sus ejércitos bajo el Arco Triunfal.
Por la perla de Antillas y el coral del Caribe
que en sus senos ofrenda la ambrosía y la miel,
por el héroe del Plata cuya espada suscribe
la grandeza de América, en su alado corcel.
Por las Santas Cruzadas y las lides marciales,
que templaron el alma de la raza española,
sepultando en Guernica, un tesoro de ideales,
y la heroica República, que fue bomba y fue ola,
que estalló entre las manos de Alcalá de Zamora.
Por la España de Alcántara, de Lepanto y Granada,
de Solís y Mendoza, de Cortés y Pizarro;
que domó a Moctezuma y al soberbio Atahualpa,
a los indios charrúas y al cacique araucano.
Por la lengua y la mitra, por la toga y la espada,
que alumbraron las aulas de San Marcos, en Lima,
y erigieron en Charcas, que a la Audiencia sublima,
un sutil y escolástico partenón de alborada.
Por la fe de Loyola y el sayal franciscano,
que vencieron la jungla con la cruz y el misal,
y enseñaron al monte, su Evangelio cristiano,
bautizando a los bárbaros con el agua lustral.
Por España que es madre de las veinte naciones
y la hija de Bolívar, el gran Libertador,
que izó en Sumaj Orko, sus bélicos pendones,
y el cerro se hizo ulala y lo arrulló de amor.
Y por eso, en un vuelo de heráldicos azores,
canté el descubrimiento de América bravía,
y la épica leyenda de los conquistadores,
que floreció en la sangre del Inti que moría,
legándonos su estirpe, su lenguaje y su Dios,
y a Rubén el rey mago y pontífice sumo
que cantó a nuestra España con si lira canora
e incensando a la América con espiras de humo
repicó las campanas de la lengua sonora.
552
Flor de Granado y Granado
1992 ALFONSO REYES Y JAVIER DEL GRANADO
REPRESENTANTES DEL ALMA HISPANOAMERICANA
lfonso Reyes y Javier del Granado configuran una
hermandad intelectual y literaria. Las características
que más los acercan estilísticamente hablando son el
cultivo del romance y del soneto; temáticamente, la
representación de la tierra natal y de la historia nacional de
ambos países. En el Romance del valle nuestro, del Granado
describe la belleza del valle de Cochabamba: la montaña, la
vegetación, las aves, la tierra. Personifica su región natal y
le habla en «tú»; además, se coloca a si mismo con relación
al valle en la última estrofa:
«Y en el airón del Tunari
se posó el águila blanca,
que en vuelo azul de horizontes
mis pensamientos proclama,
avizorando en tus ojos
la estrella de la alborada».
En Romance de Monterrey, Reyes también describe
su tierra natal, y se identifica profundamente con ella:
«…y tan mi lugar nativo
que no sé cómo no añado
tu nombre, en el nombre mío.
Monterrey, donde esto hicieres,
pues en tu valle he nacido,
desde aquí juro añadirme
tu nombre en el apellido».
Ambos poetas captaron el Atardecer en el campo; en
un soneto endecasílabo del Granado dice:
«En el viejo landó desvencijado,
que rueda por la ruta polvorosa,
llegamos una tarde bochornosa,
a la casa del rancho adormilado.
553
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
Las ovejas pastaban en el prado,
y el zagal con su gaita jubilosa,
alegraba la fronda esplendorosa,
que embellece las faldas del collado.
Cabalgaban las mozas en el asno,
y ovillando en su rueca los celajes
deshojaban las flores del durazno.
Se hundió el sol en la cúpula del monte
y alumbrando en el cielo los paisajes
clavó un dardo de luz al horizonte».
Y Reyes en Ventana al crepúsculo y al campo, dice:
«A la hora en que está muriendo el día,
en regalada paz y luminosa,
siento subir el ánima olorosa
del verano del campo que se enfría.
¡Tarde playa del mar, constante y pía!
Nave del corazón: al fin reposa.
Salte, alma, como una mariposa,
a temblar en la luz que se desvía.
Yaces amiga, sobre la ventana,
por donde nuestra lenta vida mana,
hacía el ocaso, hacía la inmensidad.
Y en el desvalimiento de la tarde.
la dulce lumbre de tus ojos arde
para consuelo de mi soledad».
En Atardecer, de Granado la descripción es en
tercera persona, y después del primer cuarteto, exterioriza
la imagen de la tarde por medio de la presencia de personas
y animales: las ovejas, el zagal, las mozas. El soneto de
Reyes es en primera persona, e interioriza la imagen de la
tarde, enfocando el ánimo del verano, el corazón del yo.
Mientras que el soneto de Granado describe las actividades
del rancho en el momento del atardecer, el de Reyes
describe cómo el atardecer afecta el espíritu del individuo al
reflexionar: «la tarde es como un mar en que reposa la nave
de su corazón». Además el uno describe un tiempo pretérito
y el otro en tiempo presente. Sin embargo, los poemas
adquieren ciertas semejanzas en los tercetos. La tarde
proporciona un aire de misterio: las mozas preguntan por
su destino en las hojas de las flores, en Atardecer; y en
Ventana…, el yo poético considera la relación entre la vida
y el ocaso. Y en el último terceto de los dos, las imágenes
anteriores culminan en la de la luz sobre el panorama: en el
uno, es un «dardo de luz»; en el otro, «la dulce lumbre», de
los ojos de la tarde personificada.
La lectura de la poesía de Granado y Reyes revela la
importancia que lleva para ambos de la descripción de
todos los detalles que forman parte de la vida en sus tierras
natales. Abunda en la obra de ambos la representación de
los campesinos, el paisaje, los animales y las costumbres
regionales. Como parte de esta realidad tanto Reyes como
del Granado se preocupan por pintar la capacidad
destructiva de la naturaleza, una verdadera amenaza a la
tranquilidad y continuidad de la vida en el campo. Esta
faceta de la naturaleza está manifestada de manera muy
semejante en el romance de La tormenta, de Granado y el
soneto Tolvanera, de Reyes.
A pesar de su diferencia en forma, las imágenes
representadas y la fuerza descriptiva tienen mucho de
común. El poema de Granado, siendo romance, es más
narrativo, y el uso del tiempo pretérito contribuye a este
carácter. Cada una de las siete estrofas enfoca una
perspectiva de la progresiva destrucción que se desencadena
—la tormenta estremece todo el valle, arrasa los
sembradíos, inmunda las praderas, ahoga al «curaca»,
castiga a los habitantes— hasta llegar al silencio final, la
hacienda en ruinas.
El soneto de Reyes es un cuadro más condensado.
La acción se percibe en los verbos que dominan en la
primera y última estrofas. La violencia de La tolvanera se
define en la sucesión de imágenes en las frases nominales
de la segunda y tercera estrofas: «tromba de embudo gris»;
«disgregación de montes»; la fuerza de la naturaleza se
554
555
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
expresa en escasos pero potentes verbos: «lanza», «azuza»,
«embiste», «rinde», «vuela». Los verbos en La tormenta de
Granado, funcionan en la misma manera: «doblegó»,
«cercenó», «tembló», «rodó», «arrasó». Los dos poetas
describen la profundidad del terror en forma semejante.
Del Granado: «tembló el valle estremecido/ por la voz de la
tormenta»; Reyes: «…disgregación de montes,/ movediza
prisión…» Y por último lo que dejan la tormenta y la
tolvanera pasada la furia: el valle rendido en el soneto de
Reyes, el valle desgarrado en el romance de Granado.
«…y en el valle que todo se rinde
vuela el gemido de la gente loca» (Reyes).
«…y la noche cubrió el valle
con su manto de tinieblas,
desgarrando en el silencio
rumoroso de la sierra,
el aullido de los canes
y el dolor de las estrellas» (del Granado).
Cuando cantan a sus héroes nacionales, del
Granado y Reyes muestran de nuevo semejanzas. Recurren
a imágenes de la antigüedad clásica, de la guerra y de los
elementos indígenas de América, para glorificar al elogio.
En la tumba de Juárez, de Reyes, se levanta la figura de
Benito Juárez, presidente liberal de México que instauró las
Leyes de Reforma en 1859, y defendió su patria contra la
intervención extranjera, bajo el imperio de Maximiliano. Es
un poema largo, de rima consonante variada, donde las
imágenes hacen referencia tanto al espíritu de los antiguos
romanos como al del indígena mexicano. Un fragmento de
la primera estrofa sirve como ejemplo y para comparación:
«…Pues eres
el domador de los pumas, y con tu lanza y tu escudo,
vienes a oír nuestros himnos; pues con tu clave titánica
grave dominas, y el ceño torvo contraes, y ahuyenta
sorda tu cólera el brío de los guerreros, y grávida
se hincha la tierra en volcanes a tu mandato…
…¡salve, maestro del arco, por la virtud de tus flechas
con que clavaste en el cielo rojas estrellas fugaces!»
El poema de Reyes describe la celebración ritual del
héroe, incluye elementos bélicos, como la lanza y el escudo,
e imágenes de la violencia de la guerra; diviniza al elogiado
y destaca la fuerza de la raza indígena. La imagen final es la
del monumento: «…yérguese el héroe, gigante, bajo la
lumbre del sol».
Apoteosis del héroe, de Granado, desde su mismo
título es la divinización del mariscal Andrés de Santa Cruz,
presidente de las repúblicas peruanas, a partir de 1829. Sus
imágenes, como las de Reyes incluyen la antigüedad clásica
(Júpiter, Mercurio, Palas, Fídias) elementos bélicos y lo
nativo de su región. Los siguientes versos, son ejemplo y
material de comparación:
«Mientras oteaban los cóndores
desde una cresta volcánica
—donde los vientos rugían
y las tormentas bramaban—,
la estampa de ese guerrero
que unió en su mente preclara,
el corazón de dos países
en el rubí de una ulala…
Porque en torrentes de fuego
fundió en las cumbres nimbadas
la majestad y grandeza
de dos naciones hermanas,…».
Como en el poema a Juárez, la figura del héroe se
rodea del fuego y el poder del volcán, y enfatiza el carácter
del guerrero. Por último acaba con la imagen del
monumento al héroe, en el poema a Santa Cruz:
«Y esculpió Fidias en mármol
tu efigie de heroica talla,
jinete en potro de espuma
que se encabrita y se espanta,
alzando al cielo sus cascos
en repicar de campanas».
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Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Enorme es el rango y hondura que tiene el tema de
la muerte en la poesía española. Como última comparación
entre su poesía, un soneto sobre la Muerte de los amigos
descubre en cada poeta la sensación de vacío ante la
ausencia, y la propia mortalidad, y la obsesión por el más
allá.
Del Granado dice:
«¡Ay! amigo, tu muerte iluminada
por el áureo crepúsculo del estío,
ha lanzado tu vida como un río,
en flechazos de luz, hacia la nada.
Tú, que amabas la estrella y la alborada,
el paisaje, las mieses, el rocío,
y el torrente del trópico bravío
que fecunda tu selva torturada.
¿Dime, nimba tu fosa, de esperanza,
esa aurora a las almas prometida,
en canciones de cielo y venturanza?
O si bien, en el reino del dios Hades,
es la muerte, la sombra de la vida,
y un abismo entre dos eternidades».
Reyes dice:
«De los amigos que yo más quería
y en breve trecho me han abandonado,
se deslizan las sombras a mi lado,
escaso alivio a mi melancolía.
Se confunden sus voces con la mía
y me veo suspenso y desvelado
en el empeño de cruzar el vado
que me separa de su compañía.
Cedo a la invitación embriagadora,
y discurro que el tiempo se convierte
y acendra un infinito cada hora.
Y desbordo los límites de suerte
que mi sentir la inmensidad explora
y me familiarizo con la muerte».
—Amanda Irwin, Universidad de Chicago
558
Flor de Granado y Granado
1992 TRADUCCIONES AL INGLÉS
POEM OF THE WAR
ar! War!
snort the restless trumpets
and, from the vibrant peace
of the constellations,
on colts that made the storm clouds pregnant,
by the four highroads of blood and distance
spectral horsemen set spiritedly off.
The four horsemen
are sowers of anguish
who bind the heads of peoples
and cultures,
fraying their veins with sinew horsewhips,
and, eagerly seeking mass destruction,
fire the Universe with the torch of the sun.
War! War!
bends
the Vandal's hoarse voice
on an anvil of thunderclaps.
The Monster
opens its eye-sockets—craters in flames—
and chews in its jaws
of hungry bayonets
Athena's effigy.
Its tentacles squeeze out,
with a thirst for treachery,
the eyes of mothers
—immense in their horizons!—
sucking the juices from the heart of the planet:
the blood of human beings.
559
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
The World shudders,
convulsed and mad,
and in a blaze of red the banners wave.
Stabbing churches with incendiary bombs,
the falcons unfold their stormy wings
and crush in their talons
the age-old earth.
They bury hamlets and cities in sobs.
Iron hurricanes raze
the trenches.
The broken skeleton crepitates
in death-rattles.
In the hollow eye-sockets blossom
grenades.
Deluded thirst
sticks in the throats
and armies of corpses, heroically big,
plaiting
with their viscera
debris and footpaths,
bend beneath the barbarians' cracking lead bullets.
A question throbs:
Attila or Antichrist…?
And the blood that tinges the Side of the mountains
replies:
—there, lie in shadows…
—There, lie in shadows —shriek the eyes
of the children—
the roots of the houses
where a silence descended
which turned the arms of mothers to graves.
Europe, undermined
by underground hands,
bursts out like a geyser, effacing the horizon.
The Monster assails the world,
its talons strangle defenceless cities.
560
Flor de Granado y Granado
The hunger of the peoples
will scratch at the smoking furrows
of the earth,
which miscarried beneath the rumbling weight of the tanks.
Anguished mothers
will bite their arteries,
squeezing their breasts out: an anaemic moon:
while the wandering crow
devours the carrion,
scything with its wings a forest of existences
which whitewashes the endless surface with skulls.
In the century's cry is a shriek of anguish
constricting the throat of the dying world,
and in the cracked mouths is frozen
this question:
And what will become of man…?
What of this earth of ours…?
Tomorrow, when our children
ask for a reply,
and women stand up with their scorched breasts withered,
pointing out the ruins,
the cradles without smiles,
the blazing cities,
and all that macabre legion of ex-human beings,
Will it be possible to talk of the ‹Daemon›
of the ancestor,
of the crouching beast that restlessly sleeps
in the breast of man,
bracing its sinews beneath a shower of whiplashes?
The tower of silence
will answer the ages.
561
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
TO CHRIST
THE VILLAGE DOCTOR
ow that pain is wringing the earth's
heart,
and a hurricane of whips is fraying our nerves,
Christ! Christ!
is the cry constricting the throats
of millions of human beings
who, hallucinating, drunk,
are digging up the graves with their bleeding fingernails
and squeezing out between their teeth
the heart
of Abel.
Christ! Christ!
is the cry
filling the spaces
and slashing the ears
like a stab of trembling anguish.
And the eyes seek you and the mouths cry out to you:
Lord,
open your horizontal arms to the earth
and, grasping the curved scythe of the moon
with your fingers of tears,
with your fingers of tears frosted with stars,
reap in our souls the corn-ear of pain.
562
he Galilean Rabbi's gentle face
smiled out from his, and lit our childhood years;
he freely poured the fragrance of his soul
upon the humble people of the place.
At night we sense his spirit's fluttering trace
in Hesperus, his heart-beat on our farm,
and, sprinkling moonlight like a silver dust,
his hand which reaches out to us through space.
St Francis and Vincent de Paul, reborn
in his devoted soul, would help him reap,
upon the barren crag, the prickly thorn.
I've seen him by the cradle, lost in thought.
His gaze would fill with stars each time he knew
that Christ could never grant him what he sought.
DEATH OF THE CONQUISTADOR
he fierce Cacique draws taut his combat bow
in treachery, beyond the bristly path,
and in a warlike sacrifice his crest
of feathers, like a quetzal's wing, sweeps low.
The tent, lit up by torch, is topped with snow;
the Captain drops down dead upon the earth,
the blindfold of a moonbeam swathes his eyes
and from his skull hot waves of garnet flow.
A wide blue world of dreams comes tumbling down
and, opening star-bright arms, the Cross keeps watch
above a grave of mythical renown.
The army hoists the Spanish Standard high
and glory celebrates, with golden dawn
and gleaming steel, his deed which will not die!
563
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
THE INCA
he sacred crest and the llautu's red-wool band
edge his forehead with the borla's royal fringe,
and the súntur páucar with its golden globe
encloses the world in his powerful right hand.
Down from his shoulders a purple mantle flows,
his high-thonged sandals of silky woollen thread
bind the bends of his knees with their gilded plaits,
and over his lithe figure the huámpar snows.
From each ear there hangs a large, thick metal ring,
and the golden huallca with its rainbow jewels
sets on his breast, in a luminary of stars,
the twelve signs of the zodiac on its string.
So time stands still in its sand clock for the sun,
and ceases to transform empires for a while,
as soon as the voice of the Haravec sounds
and Inti Raimi's solemn feast is begun.
And alpacas and soft-haired guanacos bleed
in Coricancha, before his august throne,
as the Augur, in oblatory offering,
pours on the Mother Earth the fruitful red seed.
While, in their divine dance, the Ñustas unfold
their wings of light and their quenas' flowering notes,
and sprinkle with love in his holy domains,
in a dust of legend, the hailly of gold.
THE CONQUISTADORS
he dust of a thousand legends,
a flashing of swords,
a neighing of chargers
and a hurricane of lances
announce the arrival of the Conquistadors,
who tear the tunic of dawn in the Andes.
564
Flor de Granado y Granado
Their thrust is invincible,
nothing holds them back,
not even the untamed courage
of the haughty Charcas
who smelt their shields into a luminary of arrows
and crush
with a slingshot
cuirasses
and suits of armour,
plaiting with their bones the Fort of Cantumarka
where the cacique Titu
defends the pucaras
with thirty thousand warriors
who roar in the pampa
to impede the passage of the Conquistadors
who water with their blood the age-old land,
lifting to the stars
the glory of their arms!
An august silence
surrounds the mountains,
and the mirage of the endless plain is haunted
by the shadow of the dead
who wander in the hazy
light of the moon
which snows down its winding-sheets
while the raucous sorrow of the yareta sobs
and the high wind whips the lonely steppe.
The drums of the thunder roll
in the distance
and, fiercely tramping
across ridges and gorges,
infinite plateaux
and precipitous summits,
the legendary army
that astounds Collasuyu
with epic feats
advances victorious.
565
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
The rising sun embroiders
breastplates and caparisons,
the snaffled horses snort,
the cuirasses shine
and, splashing with light
snowfields and waterfalls,
there flowers in their eyes
the flower of Chokechaca!
Plumes and standards wave in the wind
and, raising a dust cloud of ages in the pampa,
the centaurs gallop forward,
throwing off flashes.
The Indians and curacas
who extend their domains
from the Andes to Chiticata
see them from Churuquella
and, tearing the air
with incendiary arrows,
hem them in with a ring
of tragic pincers.
A golden dart transfixes
the Ensign of Castile
and dents the armour of the Captain
of Spain
who is marching at the head
of his very best Lancers
between the noble and haughty paladins
Diego de Centeno and Gaspar de Lara;
and, wounded in their pride, the ferocious Knights
clasp their shields and bare their swords
and to the cry of Santiago!
rush
to the attack
and break through the diadem encircling the mountains.
The mutilated land
crepitates in death-rattles
566
Flor de Granado y Granado
and, subduing a Kingdom that had flowered for millennia,
Gonzalo Pizarro invades Chokechaca
and in blood and iron crushes
the heads of the Charcas.
The centaurs explore
the crags and the beaches,
the lakes and the plains, the mountains
and ravines,
the fabulous rivers, the enchanted forests,
the valley of Yotala
and the hill of the Dragon
which builds a bridge of gold from Potosí to Spain.
And behind the cinnamon trees
of an imaginary Country
that weaves the golden legend
of El Dorado,
they penetrate the wild and age-old jungle
and, sinking in the rapids
their fragile dug-outs,
return to the summits, descend to the plains
and find with amazement the lands of Sapalla!
—lovelier than the lovely Oriente areas,
richer than the Altiplano's rich regions—
and there they fuel their fever for dreams and greatness,
versifying dawns in the sea-green eyes
of the swarthy ñustas
whose flowers deck Qhochapampa.
And to the sound
of the clarions of gleaming silver
they proclaim the title of the Vanquisher
of Charcas,
who confers on the noblemen
the valleys of Canata
and orders Peransurez
to found the White City
which will show on its shield of heraldic devices:
567
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
a double-headed eagle, cawing and crowned,
the hills of omen
and that of sacred offering,
the banner of light the Crusaders hoisted,
two Attic columns and ten severed heads,
and lions which, roaring,
guard with their claws the embattled towers.
CANATA
he Golden Age was half over,
bright gleams of sapphire
brushed with their light
the ravines and the crags,
which were haloed by the cosmic grandeur of Tunari
which displays on its peaks feathered crests of infinity;
and Garci Ruiz
was marching his way
to the future,
sowing broad furrows with his heart of wheat.
And, seeing
in space the augural signs
that plot for men
the courses of destiny,
he felt his wings outgrowing his flight
and, in search of horizons to encompass his plans,
embarked on the conquest
of the Promised Valley,
without pikes or swords,
without pitchfork or knife,
and bought from the caciques Achata and Konsawana
their estates, their farms and the dreaded swamp
which are bounded to the north-west
by the turdid shoals of the River Condorillo,
to the south by Jaya Uma
and by Alalay which frosts the waves of the Styx,
568
Flor de Granado y Granado
and to the east by the sierras of Tatakirikiri
which offers to the girls its necklaces of dew.
And so he forged in Canata
his hacienda and domains
and dreamt of a sleep
with rustic dreams.
After him, other nobles
in pursuit of a domain
arrived in these lands of pastoral
seclusion,
and on an impulse
worthy
of a song
of Virgil
Rodrigo de Orellana and Captain Sanabria
smelted their swords into farmers' ploughshares.
And, seeing himself
in a paradise
of dreams
he had never imagined,
the noble encomendero Diego de Mejía
turned into a leafy, thoughtful molle.
His indomitable thrust
persuaded the natives
to clear the acacia groves, drain the marshes;
and Martín de Rocha, diverting the Condorillo,
enriched the Maica
with fertilising mud.
And the uncouth peasants
observed, engrossed,
the pools becoming covered
with mantles of beryl;
and the gold of the cornfields
which seeds in a sheaf of trills
filled the Indians' huts
with tasty bread.
569
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
The ancestral homes rose at his instigation
with spacious corridors and crystalline wells,
displaying the lineage of the Conquistadors
in carved window gratings and shields of granite;
and near the great houses
in Castilian style,
which challenge the ages
watching over
their domains,
the stables were raised
for cows and colts,
and the garden laid out with vegetables and fruit trees
which frost their leaves with hail in August.
Life was tranquil,
customs simple,
and joyful cavalcades
travelled the paths,
bound
for the farmstead of some noble friend,
and to the sound of mandolins
with their melodious rhythm
they would dance with the girls
with their fruiting breasts,
overcoming them
in the fire of their amorous gusto,
which fertilised Canata
with the blood of mestizos.
And, counting off at times their twilight nostalgias,
they would wander in the shade of the sleeping garden
which set their fleeting dreams
with jewel-like fireflies.
Or in a cheerful circle of evocative enchantment
they would chatter in the light
of large blazing torches;
and there
the silver voice of the sower of wheat,
with his long, flowing beard
and eyes sparkling like wine,
would recount to the nobles
in burning words
how he saw Gonzalo Pizarro's head roll,
splashing the Andean peaks with blood.
And amid the harsh
booming
of civil wars
which razed La Plata with their prophetic flight,
he saw the tragic death
that fate had arranged
for the rebel
leader
Sebastian of Castile
who lowered his haughty banners in anarchy.
And, in Cuzco,
the bonfire with reddish glows
which was stirred by the rising of Francisco de Hernández,
and other fine stories of times lived through
which the boys would listen
to the patrician relating,
of this Town of limpid glories
and time-honoured dominion
which was founded in the lands of Canata
made of sun and a madrigal of trills,
on the day of the Queen of Angels
in her glorious Assumption into Paradise,
by Captain Geronimo de Osorio,
detached from the Regiments of Flanders
like a pure blue character of legend
of noble bearing and excellent heart;
who, hoisting the Colours of Spain
on the nape of his untamed charger,
bequeathed to the Town the name of Oropesa
and the ducal shield of Francisco:
570
571
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
argent and azure on a chequered field,
lions rampant, pearls and castles,
a crown of gold, a mantling of foam,
and a tall helmet-crest of silvery lustre
where an angel with a flaming sword keeps watch,
a golden cross and a world of sapphire,
which blazon the flower of Cochabamba
with the feathered crest of its magnificent history.
And in the rustic village of Canata
with its gardens brim-full of dew,
where the blossom of the almond trees
and the lilies' white prayer snow down,
the Town of Oropesa was growing light
beneath an awning embroidered with sapphires
which frosted the last of the stars
in the rivers' clear, still water;
while a population of shepherds
and old country nobles was praying
and contemplating the symbolic timber,
the sputtering wax of the candles,
the text of the Holy Gospels,
an enormous, bloody crucifix,
and a greyhound licking the sandals
of the thoughtful monk
intoning liturgical songs
to bless the blossoming hamlet.
572
Flor de Granado y Granado
BARBA DE PADILLA
astille's proud Standard flutters in low flight
beneath the bell-glass of the gleaming sky
and casts the dawns' medallion from a sheaf
of golden grain and diamantine light.
A sparkling luminary makes rainbow-bright
the Valley, and Padilla, now discharged,
refounds the nascent Town while spurring on
his stamping warhorse like a charging knight.
The centuries embroider silver fame
upon the humble village, and the wind
blows off the gold dust of its ancient name.
And Oropesa's skin of swarthy brown
takes on a valley light, an epic song,
a quena's sob, a patriarch's renown.
TOWN OF OROPESA
he sun's red blood and rural dawnlight spill
on Oropesa's noble Town to give
a sparkle of bucolic loveliness
whose madrigal falls, seed-like, with a trill.
The neighbours, leisure-loving shepherds still,
the Council's prudent firmness overcomes,
and great horizons bear the luminary
that lights the destinies it will fulfil.
Young girls in blossom dazzle its small streets,
and from carved gratings sighs and kisses chirp
while in their midst the plaintive lute entreats.
As lone Tunari haughtily looks down,
the Southern Cross sets sapphires in the sky
and tops the Bell Tower with a starry crown.
573
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
COLONIAL EVOCATION
he sun shines brightly,
the orchards
fill with dew,
and, wrapped
in glowing daybreak's fleecy pink clouds,
the Town of Oropesa flowers in the eyes.
The lords of the land
succumb to its bewitchment
and forget for ever the panoplies and standards
they won long ago in an epic contest.
The Council is governed by the twelve Aldermen
who cut the little jewels of the peasant city
and give to the Bell Tower its excellence and lordliness,
effacing the earthy contours of the village
which ripples on the hills the gold of the cornfields
and encircles its neck with necklaces of glow-worms.
The bells scatter round
their vociferous tongues,
the towers of the Church
grow white with doves,
and the local ladies
attend the mass,
gracefully showing mantillas
and back combs.
The males besiege
their upright fortress,
and the guitar laments with love
in the narrow streets,
serenading night by night
—the flower of their beauty!—
till finally the girl gives in to their endearments
and the suitor climbs in through the flowery grating.
The two-horned god smiles,
and in the silky quietness
574
Flor de Granado y Granado
the shepherd's pipe is heard,
lulling the forest to sleep.
Life is an oasis of peace in the hamlet;
the years slip by with smiling placidity;
solemn processions,
Trisagions and novenas
move the pious
spirit of the village.
The population celebrates
the vespers and feasts
with salvoes,
fire crackers,
dancers
and plays,
firework set pieces, illuminations,
girandoles and bonfires.
They play at sortija, knucklebones and alcancía,
there are fighting cocks and bulls with their horns tipped
with balls,
the Square is a swarm
of girls and bees;
and elegant knights on speedy chargers
boldly destroy the cane in their career.
Lamps and lanterns
light the narrow streets
and haughty nobles with cape and tippet
visit the ancestral homes by night.
The parties are enlivened
by stories and tales,
the young women's laughter
and the playing of forfeits,
by draughts and backgammon,
by glasses of brandy cup,
tasty preserves and steaming chocolate
which the housemaids serve in small silver cups
while the grandmother lights
the quivering candle
575
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
whose light puts to flight
the souls in torment.
The masters lay down
their harsh ferocity;
they share with the Indians
the gifts of the earth,
and lend them their ploughing gear,
sleep with their women
and give the natives
their language and beliefs,
since they represent for them a human capital
and the hacienda's people are part of their property.
But the feverish greed
for honours and riches
which calcined the bones of the robust adventurer
extirpates in every Mita the peasant population,
and no Viceroy
with his strict attitude
can get carried out the wise Ordinances
that King Charles V bequeathed to the stars.
But the aged Spaniard
who took root in the soil
sows the racial seed of mestizo breeding
and the new blood overflows in a sap of sunlight
to give the old race luxuriance and vigour
and versify the beats of America's heart.
The Golden Age of the Conquistadors, who made
of Canata the Town of Oropesa, is extinguished,
and other breeds surface,
tyrannical and wild,
the dross of the remains of the old feudalism
that kneads in blood and iron: man, sweat and earth.
And ah! the poor Indians
are caught like beasts,
and their shoulders are torn by the whip of fire
which cuts the flesh of the soil to shreds.
576
Flor de Granado y Granado
The despots
impoverish the labourers' huts,
displace the Creole
from duties and benefices,
close to the mestizo
the classrooms of the school;
they scoff at the laws,
they put up the taxes,
and the people writhe
in anguish and misery.
Rumbles of a storm
resound in the Town,
tearing with lightning
the valleys and vegas,
the hills, the plains,
the rivers and ravines,
and there rises on the truncated column of History
the cholo whose cry awakens the conscience
of a people of mitayos who forgot the dawn,
bending with their skulls the tragic caverns.
LIBERTARIAN EPIC
orging in a forge of stars
the iron of their sabres,
the valley men withstand
ninety-six engagements,
and in the midst of a war
with Homeric passages
they crush the fiery head of the Dragon
which ground silver mountains between its jaws.
The scaffold is still stained
with twilights of blood
which set the gleaming sky
on fire with carbuncles;
577
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
and the brave guerrilla fighter Guzmán Quitón besieges
the Town of Oropesa with armies from Chapare.
But the noble leader Recabarren prevents
the people spilling out with a roar through the streets,
and submits to the Council his resignation from the
command,
which the popular masses award to Cabrera.
Then the noble fates
of this valley are ruled
by the Brigadier
from La Plata, Alvarez de Arenales,
a Lieutenant-Governor
and haughty Commander
who fought Pezuela
for the liberty of the Andes;
but the adverse fate of Ayohuma and Vilcapugio,
where Zelada lost the flower of his phalanx,
destroys Belgrano's indomitable centaurs
and forces the patriots to halt their advance.
But the horsemen with ponchoes
and short-barrelled carbines,
whom Arenales' sword commanded in Oriente,
battle by the side of the moon's pale archer
who pierces the King's bastions in Valle Grande
and triumphs in Angostura, San Pedro and Florida,
which sing the epic of Santa Cruz and Warnes.
The Auxiliary Forces
request their help
and, at the sound of the clarions
that call them to Battle,
the valiant Armies of the River Plate swell
and, trampling hills of corpses in Sipesipe,
run the enemy through with their lances couched
in the midst of a gallop of neighing colts.
And after this clash
of historic importance
578
Flor de Granado y Granado
which sank the allies
in a sea of mud and blood,
the valley men rise up
with vigorous spirits
and, wrapped in the Ensign
lowered by the hurricane,
enlist in the ranks of the guerrilla fighter Lanza
while Rondeau, defeated, returns to Buenos Aires.
The patriots proclaim
the splendid epic
of triumphant Tucumán,
which flashed out in songs
thanks to the efforts of the new Prometheus
who bleeds, chained up by the deity of the Andes;
but the resolute attitude
of the indomitable people,
who loved the light
of their valley madly,
wreathes the victories of Sucre and Bolívar
with the glorious laurel that blossomed in their blood.
The countryside
is jewelled
by the summer
rains
which set the streams and springs
with gem-like glow-worms,
and a group of peasants, in a memorable gesture,
declares the independence of the Upper Peruvian land
which defended its rights in a titanic struggle.
Their proclamation shakes the crags of Tunari,
the ranches and the cities rush to arms;
and when the Spaniard Assúa's régime is overthrown
Guzmán and then Sánchez take over the Government.
Antonio José de Sucre extols the rising
that gave our people the right to self-government
579
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
and awards the valley men the distinguished Cross of War,
which displays in its motto of heraldic songs:
«From the Country to the brave Cochabamba Legion,»
who spangled their immortal dreams with glory.
Then the Hero calls the historic Assembly
which engraves in golden letters the venerable names
of Mendez and Terrazas, Cabello and Escudero,
Cabrera, Vargas, Borda, Carrasco, Paz and Tames,
and on the SIXTH OF AUGUST Bolivia rises, sovereign,
amid a flight of condors and long-tailed eagles.
There blossoms a new era which, in blazes of gold,
is radiated by a dazzling Country's birth,
and Bolívar's genius rises up between the peaks,
dictating his starry Laws to the Republic.
Cochabamba dresses
in idyllic clothing,
adorns its head
with myrtles and orange blossoms
and awaits the arrival
of the Greatest of the Great,
who appears through the blossoming vegas of Pocona,
covered in a mantle of glowing, fleecy clouds;
his snowy horse neighs in the mountain ravines
and banners of wheatfields wave at his passing.
Swords
and Standards
gleam
in the streets,
the bells peal out,
the kettle drums roll;
and, wrapped in a halo
of shining glory,
the mythical soldier, with his curving brow
and deep, sparkling eyes, smiles round at the maidens.
The gallant horsemen of Colombia escort him
and the delighted people pay him their homage.
The clergy and Council bow at his passing,
the soldiers present their flashing arms,
and salvoes of cannons greet the undefeated one
who conquered women and liberated cities.
The Town is shaken
with triumphal canticles,
and Zeus and Minerva wreathe the Colossus
who trod beneath his feet the summit of the Andes
and, raising to the stars
the point of his sabre,
sealed in Colque Guacac the Liberty of America
in the midst of a surge of waving Flags.
The charioteer brandishing his whip of lightning
lashes in the streets his stamping quadriga,
and Bolívar's gilded carriage rolls along in state,
covered by an awning of starry lights;
and bees of pure gold brush with their wings
the countryside's flower in prenuptial flights.
Since the Genius, dazzled by the graceful Princess,
shares
his marriage bed in Calacala
and dreams of an estate of pastoral dreams
and a rustic garden
with lyrical foliage
which the doves and the birds' song
lull to sleep.
The Statesman glimpses with his visionary mind
that, thanks to this people, Bolivia will be great
and asks the government of Ayacucho's Hero
to set in our land its Palace of diamonds,
since he sees that Cochabamba,
the Queen of the Valleys,
is stretching her maternal arms
to the Republic,
and rings with the steppe
the plains of the Levante,
580
581
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
the rivers, the mountains,
the tropical forests,
the emerald lakes and the Realm of El Dorado,
which in the midst of the jungle Ñuflo de Cháves sought.
And, raising to heaven his dreamy brow,
he converses with the stars in cosmic language
of this heroic Town which, on Pegasean wings,
smashed its golden lance like the Noble Knight Errant.
THE BONFIRES OF ST JOHN
he golden twilight died
upon the violet peaks,
lighting up with dreams
the sweet peace of the village;
and the sparkling foam
of the fleeting glow-worms
lit a necklace of bonfires
round its swarthy neck.
Night covered the fields
in tidal waves of mist
and, threshing in songs
the threshing-floors' blond corn,
the wind on the crag
fanned the blazing firewood pyre
whose flames stripped the leaves
from the heart of the sierra.
Near the rustic huts
of the peasant family,
where the cactuses flower
and the lima beans twine
round the old, gnarled molle
that smells of sun and pepper,
the children of the settlement
were playing by the bonfire
582
Flor de Granado y Granado
which, crackling with logs,
was writhing on the path
and hypnotising the stars
like an enormous snake.
Sitting near the fire
on a few stone benches,
the countrymen chattered,
amid racy stories,
of times which now had faded
in a glow of dreams and legend,
while the Indian women danced
in their chromatic circle
to the sound of a native huayño
that sobbed in the quenas.
The dancing done, the girls,
circling like the stars,
ran away from the labourers
who stalk their springtime beauty;
and, splashing the rose
of their golden-brown cheeks,
in clear silver streams
the water sang in their plaits.
What a sway over men is exerted
by that calm, clear night
when the forces of the cosmos
circle in a round of spheres,
turning the heavens to charcoal
in coupling with the earth!
Night of love and blood
that the shepherds celebrate
with the panpipes of the crag
and the harp of the meadow,
while the wind plays preludes
to Christmas Eve ballads.
583
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Night of great silences
and deep tendernesses
when the fruits grow ripe
and the white wave-crests break.
Night of intense sorrows
and jubilant deliveries
when the ewe, after lambing,
gives shape on the ground
with the heat of her breath
to soft fleeces of silk
which feel between the teats
the warmth of full life.
Night of water, and of fire
which purifies the earth
and covers the starry sky
with a dense cloud of smoke,
to prevent the moon,
out of jealousy of the maidens,
from beheading the holy Baptist
on the hard, rough scrublands
Salome was to stain
with the ruby of his head.
And on that propitious night
of supreme expiations
when the shadows of the night
converse with the stars,
St John passed through the Valley
after one year of absence,
amid the sacred fire
and the smoke of the bonfires
which encircle the highlands
with a red diadem.
584
Flor de Granado y Granado
THE STORM
t was the fourth of December,
St Barbara the Virgin
bent over the rocks
her lily-white neck,
and the lightning's axe-blow
cut off her blond head,
splashing with her blood
the peaks of the sierra.
The valley trembled, shaken
by the voice of the storm
which resounded and roared
through the plains and ravines,
setting the hills alight
with gleams of glow-worms.
The fire of the torrent prowled
along the scrublands' back
and razed the sown fields
which sway in the vega
beneath the loving wing
of the farmers' huts
where the Indian dreamt of one day
being the owner of the land.
The river left its bed
and thundered down the bank
to smash the defences
of the village farms,
the orchards' enclosures,
the farmsteads and meadows
where the herds of cattle graze
and the goats browse on shoots
in the shade of the willows
which spill out their crests
blossoming with chirping
on drowsy evenings.
585
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Even the courage of the labourers
on the hacienda was useless
as, buried in the swamp,
defying the threat of death,
they caged in their eyes
enlarged with tragedy
the corpse of the curaca
which floated in the mist.
The bells of the village
rang out the alarm
and, scratching in the sorrowful
heart of the soil,
the women and children
climbed up the slope,
lashed by the wind
which moaned in the grove.
The ranch was left in ruins,
the crops were lost,
and night covered the valley
with its mantle of darkness,
tearing out in the noisy
silence of the sierra
the howling of the dogs
and the sorrow of the stars.
EVOCATION
reat Marshal of Zepita
—our Country's glory and honour!—
high, gleaming snow-capped mountain
and surge on Titicaca.
La Paz in a condors' nest
rocked your eagle's sleep,
and America's heart
opened on the cross of your sword.
586
Flor de Granado y Granado
It was on that wild puna,
the panpipes of the altipampa,
moaning of sorrowful wind
and wing of light and prayer,
that the love of a Ñusta
and the fierce pride of Spain
mixed blood and lineage
in a cooing of ring-doves.
Your mother peopled with dreams
the shadow of your eyelashes,
and the fire of her tenderness
hung your cradle in the dawn.
The years broke and scattered
like necklaces of chaskas,
lighting up your mind
with the Aymara legends,
and the old Empire of Cuzco,
carved in holy stone,
in a blaze of centuries
sank its root in your soul.
And so your thoughts
sparkled in space
like golden glow-worms
behind fantastic shadows
and, dreamy and nostalgic,
you roamed through Coricancha,
the ruins of Tiahuanaco
or the Lake of Manco Capac
where the leuques ruffled
their wings with blue and foam;
while the moon shone down
on the crystal of its waters,
seeking, perhaps, in its waves
the halo of Mururata
which Pachacamac's fury
struck off with a slingshot,
587
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
to encircle your head
with the Monarch's feathered crest.
The epic clash of swords
forged your family's escutcheon
which sings of the gallantry
of the Victor of the Navas;
and on an azure field the nymphs
and Oceanids embroidered
three bars of burnished gold
which the lightning set on fire with its flame;
and, on seeing it, King Alonso
arranged for his five
bloody fingers to be added
to your coat of arms.
THE LEADER
he capital of the Viceroys,
which discord was undermining,
proclaimed you leader
of that age-old nation
where the Incas once reigned,
and the Monarchs of Spain.
Your passage over that summit
left a wake so bright
that it looked like the plume
that crested Pallas' helmet.
Then Bolivia, like a pilgrim,
asked you to liberate the country
from the foreign invasion
that disgraced our soil;
and, abandoning the bewitchment
of those silver nights
when love blossomed forth
like a deep red rose
on the juicy lips
588
Flor de Granado y Granado
of the flower of Cuzco's gardens
—that romantic lady
María Francisca Cernadas—
you took over the command
of a republic in flames.
The mist of Illimani
rose up in prayers,
caressing daybreak's rosary of stars,
and beneath the canopy of roses
spread out by the morning
the Aymara settlers
took you on their shoulders
to the gloomy palace
where the Council was waiting
amid the cannons' bombardment
and the pealing of the bells.
You wept over the ruins
of the Nation desolated
by civil discord
and the crack of firearms;
and, clearing away the crows
that were circling its remains,
you built the State
on a strong watchtower
with wingbeats of genius
and civic majesty.
Never did any statesman
translate into so vast a work
the genial concepts
that shone in his brain
as you did in the time
when you governed our country,
setting your caravel of mother-of-pearl
on course for the dawn.
The tunnels of silver
gushed forth under your aegis,
589
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
the countryside seeded with crops,
wisdom shone in the lecture halls,
political speech crackled,
our Country was enlarged
and the capital city's
Basilica flowered
like a miracle of stone
in which glory is incarnate.
And in that condors' nest
where your wings grew
you forged on an anvil of thunderclaps
the temper of our race
which was the pride of America
and the beacon of its hope.
Your Codes rivalled
those of Rome and France,
and your government bequeathed us
lustre of Augustan peace,
progress, science, culture,
honour, riches and fame,
and the blue port of Cobija,
fleuron of sea and mountain!
Flor de Granado y Granado
he honour which the Most Excellent President of
the International Union of Poets Laureate has
granted me in inviting me to participate in the
deliberations of this Congress which takes place in
the marvellous Country of oriental legends where the
Spanish ships made the foam of the ocean iridesce on their
wings of light, emblazoning the islands of corals and pearls
with the glorious name of Philip II, and which I could not
attend for reasons beyond my control, has given me the
privilege of transporting myself in spirit to the precincts of
this holy Parthenon which only the deities of Olympus
were able to enter, shaking off from their crystal sandals
the dew of the stars, to bow reverently before the goddess
of wisdom, dressed in the mantle of grace and with their
brows haloed with laurels; and not simple mortals such as
I, who have had the audacity to brush with the wings of
thought the portentous friezes of the Temple of Athena,
where the essence of divinity floats which makes poetic
creations sublime; to transmit to you the message of
solidarity and affection which through me the Epic Poets
of Bolivia and South America send you, those brilliant
sowers of poems who scatter like seed in the quena of the
wind the gigantic hymn of the Andean peaks, formulating
their most fervent prayers for the success of that Great
Assembly in which the most representative figures of the
universal body of poets have congregated, presided over by
the immensely distinguished bard Amado Yuzon, to debate
the diverse philosophical and literary currents which ensure
the spiritual flowering of the peoples in the lovely miracle
of Poetry and Art, whose transcendent importance signifies
much more for the destinies of humanity than the great
discoveries of genius and the formidable advance of
technology, for poets had already conquered the moon
centuries before astronauts mastered the cosmos and trod
the lunar surface with the soles of their feet.
And it is a fact that Poetry illuminates Science and
occupies the highest seat of honour among the Fine Arts,
seeing that in unison with holy Euterpe it can orchestrate
in a winged canticle the marvellous Symphony of the
Universe, which proclaims the greatness of God in the
starry spaces. Seeing that it knows, in the same way as the
divinity of bewitched paintbrushes, how to draw on the
canvases of dawn the Bacchanals of Titian or the
Madonnas of Raphael. Seeing that it succeeds, equally with
the deity of golden chisels, in sculpting in the cathedral of
thought the Pentelic marble of the Hellenic Rhapsody,
which endures in the mind like the sculptures of Phidias on
590
591
SPEECH IN MANILA
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
the gilded friezes of the Parthenon. Seeing that it knew
how to perform the miracle of Terpsichore, discovering in
the flight of swans the secrets of choreography and the
enchantment of rhythm, to tear in vaporous waves the
gauzes of foam that veiled the quivering shapes of Salome
with a halo of dreams.
And it is a fact that Poetry, whose power embraces
the limits of the world and the domain of space, managed
to probe the arcana of cosmic infinity and the riddle of
man, to the point of sinking into the abysses of
Metaphysics, succeeding in deciphering in the planets the
mystery of life and death, and discovering in the hands of
the Supreme Maker the cosmogony and the genesis of the
Creation of the Universe, to conquer the Empire of Art
and lift itself in a flight of light to the isolated peaks on
which Beauty shines, setting like jewels in metaphor and
trope the most sublime manifestations of human thought.
Poetry! Poetry! how immense is the spell of its
marvellous power, when it plucks the harp of the heart
with its fingers of stars. Setting alight the heavenly dome
with Zeus's fire, it chisels in the comets the epic strophes of
Homer and Virgil; it sings to Isaac's lyre the idylls of
youth, scattering like seed the trilling of the nightingale
and the lark on Mary's fragrant lips; it makes us admire in
the sonnets of Petrarch the ivory doves of grace that
fluttered in Laura's breast; it rises in a prayer of light to the
mystical abodes in the blue threnodies of the Doctor of
Avila; and it is, in the quill of the divine Cripple, a wing of
snow and a madrigal of dreams, incarnate in the heroic
madness of the Knight Errant; it tortures itself with
anguish at the feet of the crucified God in the spiritual
canticles of St John of the Cross; it makes us flee from the
din of the world in the bright stanzas of Brother Luis de
León; it is a treasure of images and a glorious daybreak in
Julio Herrera Reissig; a love beautified by spirals of incense
and bewitchments of sin in Ramón del Valle Inclán; a
marvellous, gleaming clarion in Fernán Silva Valdez; and a
voice of rebellion and justice in César Vallejo.
With the genius of Dante it buries hope in sobs of
Hell and climbs to the spheres of Paradise in a theological
song of love and eternity; and in the lyrical verses of
Miguel de Unamuno it is a golden arrow splashed with
trills which fixes itself in the breast of the Christ of
Velázquez; and with Rubén Darío it is the Hymn of
America which resounds in the fifes of the Triumphal
March.
And it is a fact that Poetry reveals better than all
the Arts the daybreaks of thought and the twilights of the
heart; in its fingers flower the Compass Rose and the
destiny of the World, its language is universal and takes
root in the souls of all men, its domains go beyond the
infinity of the cosmos and its power is so great that it
emblazons the dreams of the poet with stars when he
plucks the crystal lyre in his tremulous hands, rending the
domes of heaven with golden flashes of lightning.
592
COCHABAMBA
riumphantly the eagle's soaring flight
proclaims the sovereign greatness of your name,
and in your valleys, from the sky's blue dome,
like dropping seeds fall canticles of light.
Your towering summits feel the wind's keen bite
which tears the icy tunics they display;
the forest, grand sultana, fans herself—
a female at the mating season's height.
The people hoist your banners high for war
and, tamed by music from their shepherd's pipes,
Aroma's thousand lions cease to roar.
So all the universe will now admire
how Arze's and your Chiefs' heroic deed
with Homer's Sun has set a world on fire.
593
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
THE HERD
DESIRE
he cockerel, daybreak's clarion, crows its call
and pecks the golden wheat of dawn and makes
the lovely milkmaid stretch—a cactus flower
in bloom, the foaming of a waterfall!
The sun burns like a red and blazing ball
upon the jagged, soaring mountain peak;
a lark evocatively warbles trills
of light around the gorge's rocky wall.
The cows are browsing calmly in the field
and, in their radiant, opalescent eyes,
the vast bright sky is captured and revealed.
The condor on the skyline spreads its wing
and, charging at the awesome, threatening sight,
towards the hill the bull begins to spring.
MY CHILDHOOD
o child was ever happier than I:
all day I pulled the roses' petals off,
and in my sleep, on wings of butterflies,
aboard the moon's bright skiff my dreams would fly.
My mother rocked me to her lullaby
of love, and beautified my shining hours
with tales and wondrous deeds of starry saints
and heroes whose fair fortune touched the sky.
Her whole existence was a tear that flows,
a heavenly glow, a canticle, a prayer,
a love that leaves behind a scent of rose.
But when she died I felt a bitter dart
which plunged my soul in shadows of despair
and dug her grave within my lonely heart.
594
s, hand in hand, we set a wandering course
beneath the sky of burnished cobalt blue,
I squeezed her lovely bosom, and our hearts
leapt up and reared, each like a prancing horse.
Then love was born from summer's fiery source
and Cupid, launching his divine assault,
knocked down the basalt rock where the sublime
lifts human souls by superhuman force.
The golden sunlight trembled to expose,
with its bright wing, her breasts like cooing doves'—
a sight which splashed the deep blue sky with rose.
Her body in my arms smelt sweet and fresh
like orchards, and desire's wasp came to rest
upon her lips of pomegranate flesh.
LOVE
girl in flowering adolescence dreams
beside the limpid pool where flocks and herds
come Biblically to satisfy their thirst;
and from the west the gold of evening streams.
The sunset gilds her haloed brow with beams
of light, and in her shy, romantic eyes
appears the prelude to a nascent love—
an ecstasy which sweetly, strangely gleams.
A flute laments upon the craggy height,
and love, who is pain's brother, comes to her,
conveyed upon the silent, breezy night.
She dreams, and her enraptured dreaming brings
a nightingale with snowy madrigals
to brush her breasts' red rose with gentle wings.
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Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
BENEATH THE TARCOS
EXILE
eneath a tarco, village silence reigns.
I tear the bodice made of flimsy lace
and softly, in my fingers' nest of fire,
a pair of ermine turtle-doves complains.
The twilight of the mountain country stains
and bathes her long, dishevelled hair with gold;
I feel her womb's conception of a child
and pagan love runs burning through my veins.
The flower began to bleed and shed its scent,
a sob was strangled by my burning lip,
and through her dove-like thighs a shudder went.
Then from her light blue eyes the star-drops rolled.
Abandoning the mossy bench, she flees…
and in the tarcos flowers of sky unfold.
THE CHURCH
nside my village church, where fond doves fussed
and cooed their young to sleep within the nests,
baroque recalled the grand colonial times
and in the bells was caught the fluttering gust.
The twilight, sparkling through the stained glass, thrust
a burnished gold upon the altar-piece,
and on the missals God's almighty hand
went sprinkling moonlight like a silver dust.
The angel shows to Mary open wings,
and his epiphany's eternal star
shines as the birds' prelusive trilling rings.
And while the priest, in salves tells his beads,
the evening sun, like censers' embers, burns
as down behind the mountain it recedes.
596
s though a dove abandoning its nest,
my being, absent from its native seat,
was lost between oblivion and death
and melted in the thick mist of the west.
I left the heart that burned within my breast,
my farmstead and my garden in full bloom,
the water of the spring and all my dreams,
my ploughland and the bulldog I loved best.
Among the rose trees' thorns my soul was torn,
and when inside my bosom hope dried up
my life was shed like grain in fields of corn.
The bell-tower sweetly pealed its little bell,
and then the distant landscape was erased
as from my eyes the stars began to well.
THE LIBERATOR
merica's proud condor, flying high,
is struggling with Spain's eagle in the fight,
and when he liberates our native soil,
his deed astounds the World—and will not die.
The Hero tears the thunderbolts that fly
their banners in the icy mountain wind,
and like an Atlas, strangely grand, he strides
across the Andes, holding up the sky.
Now glory sings the lyric soldier's fate
who dreamt of making wild America
one powerful and immense united State.
But when the sad Colossus saw that, doomed,
his work was sinking like the setting sun,
he «ploughed the sea» …and flowers of sea-foam bloomed.
597
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
JOHN F. KENNEDY
n sails of fond ideals, symbolically
the bold Colossus smashed his golden lance;
and from a shining meteor carved the bust
of what the artist loved most—liberty.
His skiff let down its anchor, decency,
to fix it in the racist's roaring breast,
and carried off the warlike sphinx that plagued
the crystal temple of the sounding sea.
The bulwarks of his being stood out strong,
and from the lofty peak his genius flashed
Olympian greatness and a peaceful song.
Upon the hero tragic lightning showered;
and cosmically, on wings of light, his soul
ascended and became a star and flowered.
LYRICAL PRAYER TO OUR LADY OF LOURDES
ivine Virgin of Lourdes,
Lady of miracles,
star of the suffering
and dawn of invalids,
may the nations of America
bless your white name,
versifying the sweet speech
of the minstrels of long ago;
and Thrones and Seraphim,
Dominions and Saints,
extol with harps of gold
the blue glory of your mantle.
In the middle of the nineteenth century,
beneath a gleam of topazes,
materialists and atheists
were denying the eternal and sacred;
598
Flor de Granado y Granado
and they were mocking, Lady,
your sinless conception.
But the august Pius IX
cried out to the Holy Spirit,
and in the Ecumenical Council
proclaimed to the Christian world
as a dogma of faith of the Church
your immaculate origin:
a whiteness of snow and foam,
the light of God made into a canticle
that flowered in the planets
and flashed in space.
The wind was moaning in the crevices
of the battlemented keep,
guardian of the old castle
—a mass of rock and marble—
which buried beneath its ruins
the Hundred Years' War;
and on a fresh morning
tense with love and omen,
a golden flash of lightning tore
the peaks of the snow-capped mountains,
and, as it reflected the grotto
of Massabielle in the stream,
there appeared to Bernadette
your image—the flower of the stars!
The girl threw down her bundles
of damp firewood in the meadow,
and, trembling with fright,
sank into a sweet torpor…
but your grace sustained her,
and her light blue eyes saw shining
the Mystic Rose
—calyx of the Word Incarnate—
whom the stars, as they revolve,
encircle with an aureole of archangels.
599
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Your voice sowed in her ears
arpeggios of clear sky
which resonated, Lady,
on the violin of the poplars;
and in a rapture of joy
the saint returned to the poor village
and passed on to the peasants
your commission from Paradise,
a tender and sublime message
full of love and enchantment.
The humble people of the village
believed the divine report
and embellished that place
with a rustic altar-piece;
a shower of roses fell
on the steep crag,
and from the mossy rocks
springs of life burst forth.
But the civil guards
forbade the villagers
to slake their thirst in the waters
that bubble up in the pool,
and the closure was ordered
of the prodigious Sanctuary
where the Most Blessed Virgin
opened her arms to the earth.
But the Bishop of Tarbes,
a distinguished and learned Prelate,
after a lengthy hearing
declared the miracle certain;
for those blind from birth
saw the frosted sky,
and infirm and paralysed
came out of the bath sound;
and since then, Lady,
tormented beings
600
Flor de Granado y Granado
have been coming every day
to drink water from your hands,
and the sun makes iridescent with tears
the pearls of your rosary.
That is why pilgrims
from all the Christian world
have crowned you with stars
as Queen of the Seraphic throne
and have raised a Basilica
on the glorious rock,
which displays in a horseshoe
the three proud Sanctuaries
with which the peoples' fervour
honoured your sacred name;
and, as in prayers they counted off the petals
of the madrigal of their song,
the arrow of the bell-tower
tore the cloudy sky.
THE ANCESTRAL HOME
t bites the granite side of the ravine—
the great ancestral home which proudly towers,
pure white with sun, its roof with blood-red eaves,
its blinded eyes behind the shutters' screen.
The waterfall throws up its foam—a clean
and gurgling whitewash for its ancient walls;
the peacock of the gorge spreads out its tail
and glistens with an iridescent sheen.
Its architecture, in colonial style,
recalls some haughty nobleman who lived
confined in his mad head, without a smile.
Inside the porch a blustering great dane bays
and, pushing through the silent village streets,
the lowing, trampling herd of cattle strays.
601
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
THE LAKE
THE FOREST
n smooth, reflective malachite appears
the splendid panorama, captured there;
and over it dawn pours its quiver out,
the snaffled stallion of the Andes rears.
As legend shakes its wing of snowy years,
a red and biting flame devours the isles;
the staff on which the wave's notes rise and fall
the wind's decapitating axe-blow shears.
The sun checks its quadriga on the Lake
to splash its light on snowfields, then it leaves
the fire-backed dragon in its shining wake.
Emerging from the mist of time gone by,
the Incas' and the warriors' shadows loom
beneath the awning of a starry sky.
THE MOUNTAIN
he prickly summit feels the lightning's flail,
the hurricane collides with its arêtes
and angrily, with its mad hand, pulls out
its frozen beard of bristling alum-shale.
Shot through with bright-red light, the rain-filled gale
rolls on, cascading down against the rock,
and punches its fat belly open wide
so hollows glitter gold along its trail.
Like scimitars the condor's sharp wings beat
and launch it in the puna's wind to crush
the lightning with its bloody, taloned feet.
The stone pucaras glimmer, white with snow,
and on the peak the proud Aymara stand
to grasp the moon's pututu which they blow.
602
pon the forest burning summer preyed
and fired her with a savage panther's lust,
and in a wild assault the hurricane
untwisted all her long hair's fragrant braid.
A thundering blond cascade of foliage played
upon the trembling shade of branching trees,
which lightning in its rough defiance lopped
to set alight the downy crests that swayed.
The writhing jungle's arms began to thresh
as, boring into her, two flaming eyes
of ruby tore her fascinated flesh.
A flash of lightning snaked along the track
and, panting hard, the dreadful jaguar
showed sparkling stars across its fleeing back.
THE RIVER
rom crystal depths of chrome a cayman's head
emerges, emerald-eyed, then its long form
comes trailing snake-like through the yellow grass
beneath the fiery luminary of lead.
The gold dust on its rough back flashes red
with heat that rises from the river bank;
a Chiriguano, fierce and sun-tanned, stalks
the saurian, sure that it will soon lie dead.
His dark gaze tears the foliage of the trees
and, squeezing tight his dagger-hilt, he strikes
the beast with matchless bravery and ease.
Then, hungry for revenge, the monster breathes
in snorts, and while its tail beheads the wind,
its tongue licks up the oozing blood which seethes.
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Francisco Javier del Granado (1913-1996)
Flor de Granado y Granado
THE VICUÑA
THE ENCOUNTER OF TWO WORLDS
he lithe vicuña, agile in its haste,
moves gracefully across the bristly ridge
on cloven hooves that pound the granite rocks
and pigeon's legs with powerful sinews braced.
Its head, stretched over the abyss, is chased
upon the sun's jewelled disk and calmly tames,
in its obsidian eyes, the waterfall
in whose strong grip a scimitar is placed.
A question mark extended in unease,
its slender neck interrogates the plain;
then swiftly up the rough, steep hill it flees
from shots that, crashing round it, make it start;
and, ruminating bitterness, is gone
across the far horizon like a dart.
THE VALLEY
he sower uses up the golden rain,
his poncho muffles him against the dawn;
the light frosts the dark eye of the ox,
whose crescent neck is straightened with a strain.
The water's saturating, clear streams drain
through earth the beaming luminary has warmed,
and lightly, with the sun, the sea-green swell
is rippled by the wind's hand on the plain.
With autumn's wealth each golden corn ear fills,
and young girls whirl around as though on wings
while like a bubbling spring their laughter spills.
The Indian bends and cradles, as it sleeps,
the blond head of a sheaf of ripened corn
which in his gentle hand the moon's scythe reaps.
604
dreamt I was playing the giant harp
of swarthy America in my hands,
to sing as the Angel of Miracle
once sang the Annunciation,
when I saw a New World blossom forth
from the love of the forest and Ocean.
The sea was dancing in emerald waves
beneath a sun that sparkled with topaz
and splashing with foam the bay
which opened its fan of stars to the coast.
And on the horizon's blue edge
the mountains were raising their peaks,
supporting the dome of the sky
on towering columns of basalt.
In the peaceful water the light reflected
the thousand shapes of polychrome islets
which looked like sirens and dolphins,
blond Tritons or wrinkled saurians,
and were covered in ferns and palm trees
with slender figures and sea-green plumes
where the orchid blended its hues
with vividly coloured, fantastic birds
which set the rainbow's jewels on their breasts
to lull the woods with their canticles.
In alabaster shells, on the shore
of the sounding sea, the Tainos lived,
stringing necklaces of dawn
with the rosy pearls of Cipango,
and no one disturbed their seclusion
over which the Dragon kept watch for millennia
until finally an epic age
had mastered the sea in visionary flight
605
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
and, one dazzling twelfth of October,
Christopher Columbus tore the mantle
off that World of light and marvel
of which the Castilian genius had dreamt.
The sun was burning in blazes of gold
beneath the bleeding ruby of sunset,
when the island of miracle, Guanahaní,
emerged like a goddess out of the seas;
and in the solemn calm of its beaches
made of limpid sky and infinity
Columbus raised the Castilian Standard
which rippled with flashes of lightning
on the cross-shaped mast of the stars
that lit a legendary World.
And in waves of sapphire and billows of light
the albatrosses checked their flight
to blazon the snow of their wings
with arms of Atlantic foam.
— Bruce Phenix, Universidad de Oxford
606
Flor de Granado y Granado
1996 JAVIER DEL GRANADO HECHO SONETO
A UN GRAN POETA
odo el agro, su luz y su fragancia
cupieron en la arqueta de tu estro:
paisaje, amor, sudor y siniestro,
todo lo burilaste con prestancia.
Tu pluma prócer canta la elegancia
incluso del cencerro del cabestro.
En lo pequeño y feble sois maestro,
espiando en todo ser su resonancia.
Nuestra historia, grabada a sangre y fuego,
no tuvo para ti ningún secreto;
la fecundó tu verso como riego.
A cada ser le das su rostro neto.
¿Quién sois, con tu alfabeto solariego?
Sois JAVIER DEL GRANADO HECHO SONETO.
—fray Pedro de Anasagasti
607
Francisco Javier del Granado (1913-1996)
1996 CARTA DESDE BELGRADO
ILUSTRÍSIMO SEÑOR DON JAVIER DEL GRANADO:
uerido amigo: Esta carta no lleva fecha. Se la
escribo en la atemporalidad en la que ya vive… llega
hasta la otra orilla, tan lejana… y tan cercana de esa
vida que compartí con usted en momentos de
intensa comunión espiritual.
Valoro hondamente el sentido de su amistad, reflejo
íntimo de su ser, en el que cabía todo lo bello, lo digno, lo
auténtico, expresado en trazos de hombre refinado y con
galanura de poeta que sueña cumbres inexploradas y las
transforma en llanuras accesibles.
En nuestros inolvidables intercambios, le ofrecí lo
poco que tenía, desde mi condición de eclesiástico en
representación de la Santa Sede y como amigo cordial de su
pueblo: altiplánico, valluno y oriental.
De usted y de sus escritos —trozos de los cuales
gravé en mi memoria por el estímulo que me daban—
aprendí, no poco; y admiré algo que me impactó por
siempre: el ilimitado y candente amor a su terruño.
No sé aún si sus versos de altura nevada andina
fueron cantos sonoros de vida: a su tierruca, a su valle y a
sus gentes. O de tersa y sublime inspiración humanizada, a
la «Señora del Valle Nuestro», al «Ser Omnipotente… de
eterna epifanía»; o si su Musa fecunda, fue tan sólo el eco
de lo hermoso cuando acaricia el alma y se hace
irreprimible. Sólo sé que en ellos encontré engarzadas
tantas reminiscencias de algunos de los más insignes
escritores españoles que leí hace años con fruición.
Don Javier, amigo en el recuerdo permanente;
hombre que enalteció a las naciones hispanas —la suya la
primera— que lo ha reconocido en todos sus sectores y ha
perpetuado su eminente valía, erigiendo un monumento a
su memoria, en su solar nativo; ¡ojalá!, que como a uno de
608
Flor de Granado y Granado
los mejores hijos de su suelo, lo conviertan ahora más que
antes en lo que puede y debe ser: el maestro que con su
ejemplo, dignifique a la actual y futuras generaciones de
Bolivia. Así, en un doble sentido, «la muerte es la aurora de
otra vida».
Desde la orilla que alcanza idealmente la otra.
—Santos Abril y Castelló
2013 DESDE LA OTRA ORILLA
SU EMINENCIA SANTOS CARDENAL ABRIL Y CASTELLÓ:
uerido Santos, ¿cómo se lo digo…?,
¿pensó usted que no le contestaría?,
acepte que de la región umbría
la sombra alargue y dé un respingo.
El entusiasta lleva a Dios consigo.
En nuestra Iglesia reina la alegría
y el alma afronta igual el día a día
en la presencia del Señor, mi amigo.
Que el joven no cuestione el celibato
y se desprenda de los propios bienes.
Que humilde dé las gracias en amenes
y sienta vocación al clericato.
Que el abnegado sacerdote obre
con la imperecedera fe del pobre.
—Félix Alfonso del Granado
609
Felix Alfonso del Granado (1938-)
2013 FRANZ TAMAYO Y JAVIER DEL GRANADO
Flor de Granado y Granado
os poemas. Dos poetas. Dos temperamentos.
Rutilante, fulgurante y tempestuoso el uno.
Apacible, sereno y calmo el otro… la huella de
ambos en la poesía boliviana es igual de honda.
Nos referimos a Franz Tamayo y Javier del Granado.
Mucho se ha dicho y escrito acerca de estos dos personajes
individualmente considerados, su vida y su obra han
ocupado a críticos y biógrafos; pero no como hoy, que los
ponemos frente a frente. Sabemos que admiraba el segundo
al primero, a pesar de la gran diferencia que tenían en
cuanto a su poética y a su visión del mundo se refiere, y es
precisamente a ese tema que dedicamos este breve ensayo: a
hacer una lectura comparativa en dos poemas que ofrecen
una «filosofía de vida», un retrato personal que va más allá
de la simple ars poetica de ambos autores. Franz Tamayo
pintó un cuadro violentamente introspectivo en su célebre
Habla Olimpio que ha pasado a ser su testimonio de vida y
genio. Casi como en una «contra-poética» deliberadamente
contestataria al mencionado poema, Javier del Granado
escribió su Habla Canata, una sobria y apacible declaración
de humildad y serenidad, que dibuja su personal visión del
hombre y del poeta.
Este es el poema de Tamayo:
«HABLA OLYMPIO
Yo fui el orgullo como se es la cumbre.
Y fue mi juventud el mar que canta.
¿No surge el astro ya sobre la cumbre?
¿Por qué soy como el mar que ya no canta?
No rías Mevio de mirar la cumbre.
Ni escupas sobre el mar que ya no canta.
Si el rayo fue no en vano fui la cumbre.
Y mi silencio es más que el mar que canta».
¿Cómo dudar de que sea Franz Tamayo el que
habla en este poema a través de Olympio, el rey de los
dioses griegos? ¿Puede no pensarse que el poeta se vea
reflejado en su poema? Más que eso: el poeta «es» su obra.
Bástenos con pensar en Tamayo escribiendo estos versos,
mirándose retrospectivamente desde su encierro voluntario
en su casona de la calle Loayza. Él fue el orgullo y fue la
cumbre. Cómo dudarlo. El orgullo rodea a Tamayo como
una armadura, como la cota de malla que en uno de sus
poemas aconseja ceñirse al artista euríndico. Para Bolivia
Tamayo no existe, existe el orgullo tamayano. Tamayo se
construye a sí mismo por encima de todo el resto de los
mortales y desde allí lanza miradas despectivas al común
del que nunca se ha sentido parte. Pero el orgullo, al fin de
cuentas sólo lo siente uno para sí mismo; es como lo llamó
Hume en su Tratado de la naturaleza humana, una pasión
íntima, una pasión individual, egocéntrica, «la serie de las
ideas e impresiones relacionadas de las cuales nosotros
tenemos memoria y conciencia íntima», es decir, en
palabras simples, el orgullo sólo se mide en relación a uno
mismo «cuando la propia persona no entra en
consideración no hay lugar para el orgullo y la humildad»
dijo Hume. Indudablemente el orgullo de Tamayo parte de
una autovaloración superlativa que le coloca por encima de
todos los demás. El poeta se considera superior al resto: su
«silencio es más que el mar que canta».
Pero si bien, este poema ha sido considerado
siempre un fiel reflejo del temperamento tamayano, y ha
habido quienes lo han visto incluso como un epitafio digno
de su genio, la pasión que lo motivó, a nuestro entender,
más que el tan socorrido orgullo, es otra: aquella a la que
Teofastro, el discípulo de Platón y Aristóteles calificaba de
«vilipendio o desprecio de todos, a excepción de sí mismo»:
la soberbia. La soberbia fue una característica en la vida
pública de Tamayo, bástenos de ejemplo su célebre Para
siempre en que aplasta sin ninguna compasión a su
610
611
UNA LECCIÓN DE ORGULLO A LA VEZ QUE DE HUMILDAD
Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
admirador y biógrafo, Fernando Diez de Medina. Tamayo
fue soberbio en todos los sentidos; soberbio como una obra
de arquitectura que el mismo se ocupó de construir piedra
por piedra, adobe por adobe con su vida y con su literatura.
Soberbio en el sentido de arrogante; pero soberbio también
en el sentido de grandioso, altivo, admirable y espléndido.
Tamayo se erigió a sí mismo como un enorme y solitario
monolito cuya sombra oscurecía los alrededores.
Conocedor profundo de la obra de Tamayo, Javier
del Granado discrepaba con él en su forma de concebir no
solamente el quehacer poético, sino en su forma de
concebir la vida y el rol del ser humano dentro del mundo.
En su poema Habla Canata, que ya desde el título es una
toma de posición frente al de Tamayo, nos dice:
«HABLA CANATA
Mi espíritu no es águila que trasmonta altanera
las elevadas cumbres de la meditación.
Es débil golondrina que vuela en la pradera
y ensaya en los vergeles su lírica canción».
Habla Canata, no la deidad griega. Habla el espíritu
sencillo y pastoril. El poeta se plantea como una
golondrina. Una golondrina pequeña que no sobrepasa el
corto espacio de las praderas y que «ensaya en los vergeles
su lírica canción». Un ave pequeña, pequeña y además,
frente al águila, débil, sin una gran energía, sin grandes
capacidades de alcanzar alturas y descender a enormes
profundidades. A diferencia de Tamayo, del Granado no
aspira a alcanzar las cumbres. No aspira a la soledad de las
alturas. No desea el ojo penetrante y la vista aguzada del
águila. Menos aún pretende «ser» la cumbre. Pretende
simplemente «ensayar» en los vergeles, en los verdes y
apacibles prados y huertos su lírica canción.
El poema de Javier del Granado es toda una «toma
de posición», un manifiesto poético, a diferencia del poema
de Tamayo que es más bien una auto-caracterización, un
retrato a brochazos de su «yo» y, finalmente, una
autoafirmación frente al desprecio de los otros; de quienes
en lugar de admirarle, le ignoran. Y sin embargo, el poema
de Granado es una respuesta al poema de Tamayo, o mejor
dicho, al poeta Tamayo: le dice que él no es un
poeta/conductor, un poeta/líder, un poeta/intelectual. No
busca «trasmontar las cumbres de la meditación»; pero no
por eso deja de concebirse como un poeta filósofo. Profesa
la filosofía de cantar (ensayar, dice él, cantos) los dones de
la naturaleza, las virtudes de la naturalidad y la simpleza.
No resulta difícil identificar en estos versos el llamado a la
docilidad y la mansedumbre del seráfico de Asís, así como
la filosofía de las bienaventuranzas que impregnan este
sutil poema. El pensamiento cristiano que animaba a los
antecesores de Javier del Granado se desliza inequívoco en
estos versos sencillos.
¿Cómo dudar de que sea Javier del Granado el que
habla en este poema a través de una humilde golondrina?
Ese hombre afable, generoso, gentil, de una simpatía sólo
comparable a su legendaria humildad, ese prócer de la plebe
y poeta del pueblo que siempre trató con exquisitez a sus
adversarios y con elegancia a aquellos que no le placían, ese
espejo de virtudes cívicas, ese cristiano modélico por su
respeto a los demás.
Hume definía al orgullo y la humildad como
pasiones. Pero no son pasiones lo que encontramos en los
versos de Tamayo y del Granado. No sabemos hasta qué
punto fue orgulloso Tamayo o humilde Javier del Granado,
o viceversa, humilde Tamayo y orgulloso del Granado;
después de todo, ¿se trata de pasiones excluyentes?, existe
probablemente un punto en que el orgullo y la humildad se
tocan o al menos alternan en nosotros mismos. Sin
embargo, los poemas que los dos poetas escribieron son la
expresión de una actitud, una actitud intelectual si se
quiere, pues los dos poemas son más bien de carácter
reflexivo que emotivo. Reflejan una actitud frente a la vida
y en el caso de Javier del Granado frente al quehacer del
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
poeta. Modernista en la forma, Tamayo no deja der ser un
poeta romántico. El poeta individualista y trágico que hace
de su propia vida (o al menos la proyecta como) una
tragedia romántica. La figura del poeta solitario y del poeta
hombre/superior son inherentes a lo tamayano. Tamayo se
concibe a sí mismo como el arquetipo del pensamiento
profundo que como diría Hegel, está preparado para
«aprehender en las y expresar cuanto se mueve en las
profundidades de la conciencia». Por eso Tamayo se
concibe a sí mismo como la cumbre. Porque según él (y
citamos aquí nuevamente a Hegel), ha descendido a las
«mayores profundidades en los tesoros del alma y del
espíritu» y esto lo sitúa en la cumbre del pensamiento
humano. Tamayo se veía pues a sí mismo como un hombre
superior. Concebía la poesía como una gesta heroica, en la
que el héroe, el poeta, se eleva por encima del resto de los
mortales en lucha sangrienta y colosal consigo mismo.
Recordemos: «Sólo en viril zozobra se ara el val píndico».
Nada, por tanto, más alejado de esta poética que lo
planteado por Javier del Granado. Para él, el poeta es un
ser humano común y corriente, que ensaya, prueba,
intenta; ni siquiera propone definitivamente su lírica
canción. El quehacer del poeta no es épico en sí; no se
alcanzan cúspides ni se desciende a oscuros abismos, ni se
desarrollan excelsas batallas de las que el poeta emerge
fundido en bronce. Se vuela apaciblemente entre los
vergeles, entre el mundo externo y sensible que impresiona
los sentidos y se convierte en canción. Y he aquí una
mención al célebre verso de Santos Chocano: «Los
gorriones se juntan en bandadas en tanto que las águilas
van solas». Javier del Granado desdeña el solitario vuelo del
águila que desde lo más alto presencia lo más hondo,
prefiere estar entre los gorriones. Prefiere ser golondrina
entre las golondrinas. Hombre entre los hombres. La
postura de Javier del Granado no es improvisada en su
Habla Canata. En una entrevista con Pedro Shimose
postulaba: «No me siento ni más ni menos…no tengo
pretensiones de ninguna índole…Mi obra es modesta,
pequeña y limitada. Sólo quiero llegar al corazón del
pueblo…» Javier del Granado quería llegar al corazón del
pueblo y a través de este llegar al corazón del hombre.
Tamayo quería llegar al corazón del hombre sumergiéndose
en el corazón de Tamayo.
Hemos basado nuestras apreciaciones hasta este
momento en un ámbito cerrado, en un espacio «entre
cuatro paredes», constituido por el texto de los poemas
Habla Olympio y Habla Canata considerados en sí mismos.
Hasta qué punto sus autores practicaron en su propia
experiencia vital o en su experiencia poética sus postulados,
está fuera del propósito de estos breves apuntes. Si
coincidimos con Hume en que el orgullo y la vanidad son
pasiones relacionadas con nuestra intimidad profunda,
podremos colegir también que están vinculadas con nuestra
percepción de nosotros mismos frente a los demás, con el
cómo nos vemos y valoramos frente al otro en nuestro
interior, donde podemos ser más, comparados con unos y
necesariamente menos, comparados con otros. Después de
todo, ¿no hay algo de vanidad en quien se declara humilde?
¿Y no hay mucho de sencillez (léase simpleza) en quien se
declara la personificación del orgullo?
Tamayo y Javier del Granado quisieron hacer
(después de todo qué es la poesía sino un «acto de fe» como
dijo alguna vez el poeta Oscar Cerruto) del orgullo y la
humildad una profesión de fe. Una profesión de fe en sí
mismos y por supuesto (poetas al fin y al cabo) una
profesión de fe en la palabra. Ambos eligieron el vehículo
de la poesía, (quizás el más deleznable para la expresión de
ideas) para desnudar sus pasiones íntimas (orgullo…
humildad…) en forma de versos. Quizás porque ambos
sabían que la poesía no está dirigida al ámbito racional
únicamente, donde sus ideas podían haber sido discutidas.
El universo poético en cambio, la «verdad poética», el «yo
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Flor de Granado y Granado
creo» del poeta es irrefutable. ¿Cómo discutirle a Tamayo
que él se haya creído orgullo y cumbre? o ¿para qué
refutarle a Javier del Granado su idea de que su exquisita
poesía era pequeña y modesta?
Al final, su poesía habla por ellos, y para las
generaciones que no los conocimos personalmente, sus
poemas son el único recurso sensorial que nos permite
acercarnos a su experiencia vital. En todo caso, estos dos
poemas tienen la riqueza de enfrentarnos a su retrato
íntimo, a su propia (y no la única, sino una más)
percepción de sí mismo, a cómo se veían ellos frente a los
demás («el infierno es los demás» decía Sartre) frente a ese
«afuera» que despierta a través de sus estímulos no siempre
bondadosos y serenos, nuestras pasiones. —Máximo
Pacheco Balanza
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1968 POEMAS DEL AMOR Y DE LA MUERTE
LA POESÍA Y LA MEDICINA
n Occidente, la lírica ha nacido uncida al culto de la
muerte. La primera colección de poemas líricos que
se conoce en esta tradición es una antología (anthos:
flor, logia: colección) de epitafios ateniense que
resumen los hechos y virtudes del ciudadano ido. Como
bálsamo o como antídoto, los poetas han escrito frente a la
piedra fría de lo irremediable. Así Orfeo, el héroe lírico por
excelencia del mito griego, conmueve con su canto a la
naturaleza inánime que lo circunda cuando ya no puede
rescatar a Eurídice del Hades. Su lira, desplazándose,
anima a las piedras, pero no logrará rescatar a la amada de
debajo de la tierra.
Así como Cicerón —pensando en Sócrates—
estimaba que el filósofo era aquel hombre virtuoso cuyo
cuerpo de estudio es la muerte, una poderosa tradición,
acompañada, también, por varios doctores de la Iglesia ha
establecido a la poesía como remedium intellectus y al poeta
humanista como «un médico para todos los hombres». La
poesía, tradicionalmente, ha sido el gran argumento contra
la muerte, quedando suspendida en el abismo de la fosa, ya
para suplementar al héroe épico o trágico con un fama
imperecedera, ya para estirar al mismo escritor más allá de
sus propias cenizas y dar sentido a su fragmentación y
dispersión finales en el manojo de palabras que —en la
Modernidad— lo conocen por Autor.
No es del todo arriesgado sostener que en lírica
(más allá de la intensidad abismal del coito y de la famosa
dicotomía Eros-Thanatos), el amor constituye un tropo que
permite eclipsar o ritualizar eficazmente la paradoja de lo
que ha dejado de ser, la instancia de lo que se ha muerto.
La felicísima traducción quevediana de la elegía de
Propercio, en la que el poeta mesmeriza el polvo con el
veredicto de «polvo será, mas polvo enamorado» es un
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Flor de Granado y Granado
mojón apenas de este largo trayecto encantatorio que
conoce, más recientemente, momentos como la meticulosa
putrefacción de la carroña baudelaireana o el poema a la
amada de Fernández Moreno, en el que la voz lírica se
detiene celebratoriamente en los detalles más nimios y más
perecederos de la amada: sus nervaduras, sus epiplones y
espiroquetas. Es la palabra que, como el canto de Orfeo, se
lanza a dar un soplo vital a lo que es mecánico o está
fatalmente yerto.
La medicina puede ser paradojalmente entendida
como un avatar de la muerte. El juramento de todo
legatorio de Hipócrates la invoca para negarla. Curar es
denegar la muerte, y ejercer la medicina, a la vez,
recordarla. Indagar en los arcanos de lo que vive es, a un
tiempo, darle un nombre innumerable y puntual a las
distintas máscaras de la muerte. La historia literaria conoce
de médicos famosos; piénsese en Rabelais o Descartes, o en
Keats, quien quiso ser médico pero se limitó a escribir
poesía cuando lo atrapara la misma tuberculosis que se
llevara a su madre y a su hermano y que finalmente habría
de llevarlo a él. Rabelais celebró la vida, pero Asunción
Silva fue a visitar a su amigo médico para que le marcara
con yodo el círculo del corazón que el poeta terminó de
abrirse con un balazo. Su médico le dio una medida a su
muerte.
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
POEMA DE LA MUERTE
INFARTO
na ilusión pasó rasgando el tiempo,
y en la negrura yerta de una noche de invierno,
sentí dos manos frías sobre mi sien sombría,
un murmullo de voces y gemidos
que más que locos cantos parecían quejidos.
Una vela que ardía trocó su luz en sombra,
y era esa sombra, sombra del amor y la vida.
Y la ventana vieja de la casona mía, se abrió pesadamente.
Yo me hallaba confuso y el frío me mataba,
mas de repente alzando mi voz acrisolada,
con la negrura bruna de esa noche de sombra,
pregunté quedamente si era mi dulce amada
y esa sombra en la noche ya no me dijo nada.
La forma se acercaba despacio a mi aposento,
era una bella dama, mi luz, mi pensamiento,
y sus labios reían cual pálidas violetas.
Oí que aquella sombra despacio susurraba,
«Yo soy tu amante, amado, que entró por la ventana.
Para dormir contigo mi noche está estrellada».
Vi sus pálidos muslos, reflejo de la luna,
vi su vientre cautivo con su pubis de nácar,
vi la albura en sus pechos, y en su forma una estatua.
Se movió quedamente ingresando a mi lecho,
sentí el calor divino de aquel cuerpo que mata,
y bebí de sus labios fuego de amor prohibido.
La amé un momento y nada cambió su faz de cera,
la hice mía en la noche y ella no dijo nada.
Mas sentí que su cuerpo perdía su armonía,
y su carne de flores, en huesos se tornaba,
y en su boca, cual rosa, la sonrisa brotaba.
Era la muerte, amigos, que pernoctó conmigo,
y esa noche de sombras sutil y misteriosa
huía con la dama que pernoctó conmigo,
aquel azul camino, fugaz, cual mi destino.
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h! pareces el grillo de la voz tan doliente
que corre sobre arena tenebrosa y desierta,
catarata de voces, emociones fallidas,
¡
como trágica nota de oraciones confusas.
Parece que persigues lo que nunca se alcanza
y te pierdes lozana en la noche desierta.
Tu conjunto armonioso de esperanzas fallidas
parece que ahora alcanza la negrura del limbo.
Me pareces desierta, no hay canción en tu pecho,
no hay calor en tu cuerpo, ni ternura en tus labios.
Eres nívea violeta de los campos perdidos,
eres ángel de luces al compás de tu muerte.
Ya no se escucha el timbre de tu voz melodiosa,
ya no veo tus ojos y contemplo tu muerte.
¡Oh! torrente de perlas en canción desmedida,
porque calla la fuente su compás de gemidos
para que un cuerpo virgen se deshoje en latidos.
¡Oh! divina violeta de los campos perdidos,
ayer nació tu vida, ahora llegó tu muerte,
por fin cesó en tu pecho el martillo salvaje
y tu blondo cabello me parece doliente,
y aquel reloj que marca ese espacio de tiempo
que se lo llama vida mientras llega la muerte,
también se ha detenido llorando por tu suerte.
Ayer vieron mis ojos nacer un cuerpo albo,
y ahora esos mismos ojos contemplan negra muerte.
¡Oh! juventud tronchada, azucena de armiño,
ayer con tu sonrisa como flor te ofrecías
cual perfume sediento de deseos ocultos;
hoy tu cuerpo sin forma yace en blanco sepulcro.
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
¡Oh! obstáculo de siempre que acabas con la vida,
nublaste mi camino, dame también la muerte,
convulsiones de espanto, galopar de sonidos,
esfuerzo amargo y triste cual un final latido.
¡Oh! compulsión de rostro, ojos nublados, yertos,
¡oh! dedos encrespados cual gaviotas heridas,
¡oh! sublime obsesión de obsesiones perdidas…
eras tú la esperanza de ilusiones fallidas.
UN RECORRIDO POR EL ALTIPLANO
oy a partir a las lejanas tierras
donde el indio acrisola con la pampa
forjando en llanto su canción de cuna,
triste y amargo, como luz de cacto.
Voy a partir donde la pampa inerte
forja el paisaje azul de la quimera,
que en nubes de oro y tempestad de tiempo
pintan la tierra legendaria y yerta.
Acicatea su cincel el maestro
forjando ensueños de nevados picos,
que danzando en anillos de infinito,
cual espuma de puna y abatida,
se alejan a la vista fugitiva
remontando el recóndito paisaje
del azul de ese cielo enloquecido.
A lo lejos rasgando el firmamento
y ocultando su vuelo entre las sombras
se lanza a los abismos, cual saeta,
el ave rey del viento y la quimera,
y ante el impulso de sus torvas alas
se sacude la tierra estremecida
quedando, cual Madona dolorida,
en la sombra divina del paisaje.
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Flor de Granado y Granado
Y los ojos convulsos de la fiera
fijan su cruz sobre la presa loca,
que inclinando su testa ante el verdugo
troca en silencio su ilusión en rosa
y su cuerpo en canción de despedida.
Dos ojos tristes miran a lo lejos,
dos ojos turbios sangran de amargura
y con su sangre riegan lontananza
espolvoreando nubes de oro grana,
nubes que flotan en la puna agreste
como polvo de estrellas esparcido.
La noche cubre con paisaje yerto
y en la osamenta, cual suspiro amargo,
gime el cadáver del sol de oro muerto.
Todo entra en calma, todo es lejanía.
La noche cubre con su manto, plata,
y una diadema de brillantes lunas
ciñe la frente astral de altiplano.
Irradia el sol y sus dorados lazos,
cual serpientes, comprimen los picachos
y el Illimani, cual feroz gigante,
sacude airado su melena al viento.
La luna en el espacio se abrillanta
constelando de luz el altiplano
y entre sus manos trémulas levanta
la Hostia inmaculada, el gran nevado.
Nada se mueve aquí, todo está en calma,
hasta las diosas sueñan en la pampa,
y transformando el cuerpo en lejanía
se alzan altivas en la gran comarca.
Y esas diosas en llamas convertidas
parecen las estrellas fugitivas
en el desierto cielo de la pampa.
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
CADÁVER
lgo canta en tu cuerpo sin que tú lo presientas.
Algo quema a tu lado sin que jamás lo sientas.
Me pareces tan fría como la serranía.
Me pareces tan grande como el Ave María.
Hay algo misterioso que envuelve tu figura
y te vuelve tan negra, tan negra y tan sombría,
que escapas a mis ojos y no te alcanzo a ver,
una sonrisa basta de tus labios de fresa,
para que tu mirada tan triste y tan callada
se parezca a la noche de estrellas constelada.
Todo me gusta, entonces, todo en ti vuelve y queda,
tu mirar de llanura, tus colinas de carne,
tu hermosura de diosa, tu tersura de luna.
Mas al caer el día, tus labios de azucena
se cierran nuevamente y en ti canta la pena.
Y tu cuerpo callado donde todo se ha ido,
solloza en la distancia trocándose en gemido,
y tu conjunto triste como un molino de agua
sigue girando solo, solo como perdido.
LLUVIA
lueve en mi corazón como en el campo
empapando mi tierra con las gotas,
gotas ardientes de un amargo llanto.
En las ventanas de mi cuerpo frío
corren las gotas de mi amargo llanto
y al caer a la tierra ensombrecida
emergen de sus huellas las estrellas
forjando en el silencio melodías
que asemejan tal vez un suave canto.
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Flor de Granado y Granado
Llueve en mi corazón y allí florece
el recuerdo de amor de tu sonrisa
y el perfume sutil de las violetas
emerge de la tierra en ilusiones
regadas con las de mi llanto.
Llueve en mi corazón y todo es lluvia,
el amor con sus goces y dulzura
y la plegaria que a los cielos sube
de la tierra sin fin de los pesares.
ROCÍO
uisiera ser rocío del relente
para colmar tus ansias de ternura,
quisiera ser, la fuente de agua pura,
para darte de beber mi agua ardiente.
Quisiera ser el Halo del poniente
para nimbar de ensueños tu figura,
y ser también, los brazos del torrente,
para estrechar en ellos tu cintura.
Quisiera ser tu vida y ser tu muerte,
y fecundar tu fosa con mis huesos,
porque vencí al destino con mi suerte.
Pues vi en tus pechos, de combadas lomas,
dos pezones piando por mis besos
y una blanca nevada de palomas.
XV½
e gusta cuando miras con tus ojos ausentes,
me gusta cuando miras y me miras ausente.
Son tus ojos dos lagos donde el amor se mece,
y en tus ojos de lago donde las algas crecen
veo un amor de río, siento un río de voces,
torbellino callado, callado y muy sombrío.
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Me gusta cuando miras y me miras ausente
y tus ojos se agitan y tu voz se retuerce,
me gusta que me mires cuando me hallo presente
porque al mirarme, miras y me buscas, ausente.
POEMA DEL AMOR
na mano pase sobre aquel vientre
modelando sus líneas y figura,
poco a poco esculpí su gracia pura
llegando al fondo sacro de su fuente.
Mis ansias escapaban locamente
de la armonía de su cuerpo frágil
y de su pubis, nívea melodía,
emergían las notas de su canto.
Mis deseos bajaban lentamente
y con ellos su sexo palpitaba.
Mas llegando al volcán de su cintura,
sentí que sus dos labios me besaban,
y rasgando el capullo de la vida
mi mano entre sus piernas suspiraba.
Era una virgen morena y dolorida,
y mis dedos salvajes la violaban.
Un húmedo calor de primavera
emergía del fondo de su tierra
y aquél néctar de virgen anhelante
embriagaba de amores el ambiente.
Musitaba palabras trasnochadas
y sus ojos sedientos me llamaban
como agua cristalina en el desierto.
Y aquella virgen dulce y suplicante
sería mía como yo del tiempo.
Nuestros ojos de nuevo se cruzaron
y anhelantes los cuerpos se buscaban.
La contemplé de nuevo suavemente
y sus ansias de amar me arrebataban.
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Flor de Granado y Granado
Yo estaba ciego y ella ante mis ojos
se deshojó en mil pétalos de rosa.
Su cuerpo se mecía tiernamente
y sus olas sin fin me trastornaban.
Yo era una frágil barca que bogaba
y ella la mar azul que permitía
en medio de borrasca tenebrosa
anclar en aquél puerto majestuoso.
Y al contemplar la estrella rutilante
que, cual faro de amor, me socorría,
caí sobre la virgen anhelante
como un rayo de fuego que desgarra
la recóndita gruta del pecado.
Y en medio de sollozos, yo exploraba
aquella selva virgen desflorada.
OSAMENTA
hoy mi vida se mece en osamenta
al vaivén de las olas del destino,
siento el dolor terrible de tu ausencia
y mis ojos perdidos ya te buscan
en las sombras fatales de la angustia.
Hoy es distinto para mi alma triste,
ya no siente el calor de tu mirada
y mis dedos se encrespan tras los tuyos
como buscando eternidad o nada.
Nunca sufrí con otra despedida,
mas hoy me encuentro anonadado y triste,
siento en mi pecho un peso que me mata,
y al vaivén del tiempo misterioso
mi barca ya naufraga en el destino.
Mis ojos están tristes, como lo está la noche.
Siento flotar mi alma solitaria,
que se eleva a las cumbres en plegaria.
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
1968 CARTA DESDE CHICAGO
AMADO PAPITO:
l verano se acerca a pasos gigantescos; la ciudad de
Chicago, conocida por su clima frío y ventoso, exude
un encanto irresistible durante el estío. Deja de ser
obstinadamente monocroma: árboles negros contra
el cielo gris sobre la nieve blanca.
El fantasma del racismo será exorcizado algún día,
al menos del desierto interior del corazón del hombre, si no
para realzar los colores de la naturaleza, por gélida e
insensible que parezca. Es un largo camino; es el único
camino. Si otros, desde un feroz laicismo, quisieran borrar
a Cristo de la tierra, nosotros pidámosle que nos arranque
nuestros corazones de piedra para darnos un corazón de
carne como el suyo. Queremos un corazón compasivo, y
tan sensible que nos hieran en alma todas las bromas que se
hacen de los afroamericanos. Lo peor de esto es la
hipocresía que hay llamándolos personas ‹de color›. Los que
nos llamamos blancos no somos blancos, sino pálidos más o
menos tostados por el sol.
La situación se encuentra tensa con el asunto del
asesinato del doctor King, y de su sueño expresado de una
manera tan sencilla como poética: en las calles hay
disturbios e incendios, la policía y el ejército están
patrullando 24 horas al día, la ciudad de Chicago aparece
en un estado de guerra, se ve armamento pesado. En fin, el
país del Norte está revuelto. No te preocupes por nosotros
que procuramos no salir de la casa para nada. Recuerdo un
dechado de sabiduría pesimista de las Sagradas Escrituras
que dice: «Mejor perro vivo que león muerto», así que
aplicando este refrán siempre actúo con cautela y escapo de
todo momento de peligro.
Con amor y sin odios, me despido.
—Tu hijo, Chicago, 6 de abril de 1968.
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Flor de Granado y Granado
1973 ABORTO
YO ACUSO
oberbio prosador de inmenso vuelo,
maestro y señor del verso y la novela,
que en la potencia de su ser revela
la inmensidad de Dios y de su cielo.
Pobló su mente de un grandioso anhelo
el dios Apolo que sus sueños vela,
y el amor a lo bello lo desvela
por descorrer de la belleza el velo.
El novel médico padeció en América,
y en su novela Aborto, se consume,
por ser creyente y de ascendencia Ibérica.
Y condenando el criminal abuso,
pidió que el mundo el filicidio abrume,
y como Zola, exclamó «Yo acuso».
—Francisco Javier del Granado
1985 EL HOLOCAUSTO A LOS DIOSES
HAMBRIENTOS
I
ace días que no llegan más vivos y se nos acaban
los muertos! —dijo el ángel de la muerte, Josef
—¡
Mengele, cirujano jefe de la Gestapo en el campo
de concentración de Auschwitz-Birkenau. Casi
no lo escuchaba su asistente Mikołaj Nyiszko, quien estaba
completamente demacrado puesto que acababa de salir de
una diarrea que le duró más de tres semanas, en las que
perdió más de quince kilos; se lo veía pensativo, triste,
arrepentido y totalmente emaciado, su cuerpo había
adquirido la lividez cadavérica con la que había llegado del
campo de concentración de Treblinka, ubicado en su
Polonia nativa.
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
Por fin había llegado el día tan esperado. Pero había
llegado tarde, porque quienes lo esperaban se fueron
cansados de tanto esperar o fueron gasificados. El aire
estaba húmedo y parecía corroído por el tiempo, todo
estaba tenso, como si fuera a explotar. El mundo no giraba;
se había detenido porque los hornos del crematorio le
habían quitado la fuerza para continuar girando, estaban
apagados. El silencio era tan grande que lo único que se
escuchaba era el gemido de los muertos que seguían dando
vueltas en el campo de concentración sin querer marcharse.
El un día temible campo de concentración de
Auschwitz-Birkenau, que hacía temblar al más valiente,
hoy temblaba solo, sacudido por las bombas. Aquel lugar
que fue un infierno para los presos, se estaba convirtiendo
en un oasis para los muertos. Sus modernas instalaciones
permitieron a los nazis asesinar y cremar fácilmente diez
mil personas al día. Una inmensa explosión sacudió la
pieza de la barraca donde nos encontrábamos, decenas de
aviones arrojaban bombas sobre las instalaciones, el ruido
ensordecedor que producían los aviones y las bombas se
sumaba al de los antiaéreos, cañones y ametralladoras,
produciendo un sonido aterrador. El bombardeo era cada
vez más intenso y sostenido, estábamos completamente
rodeados por las fuerzas del ejército ucraniano, obviamente
los aliados trataban de liberar el campo y como de
costumbre los alemanes lo defenderían hasta la muerte.
Una vez más la orquesta que siempre salía a ahogar el
lamento de los presos durante las torturas y el gemido de
las víctimas al ser gasificadas, salió esta vez al patio
principal con disciplina prusiana a silenciar el ruido del
combate: los músicos se ubicaron en sus respectivos
puestos, se encontraban impecablemente vestidos y
empezaron a ejecutar en forma maestra Ein letztes Urteil
stand noch aus, y lo hicieron con tanta fuerza y vigor, que
su música logró silenciar el ruido del bombardeo y acallar el
gemido de los muertos.
—Llegaron, los huelo, los siento, la mezcla sucia,
sudorienta y fétida de los rusos tiene un olor característico,
mal nacidos, parecen cerdos cosacos, todos con el mismo
uniforme, la misma gorra, mascando nieve, tomando vodka
y fumando paja —dijo Mengele y colocándose sus pistolas
al cinto, salió sin cerrar la puerta a revisar la barraca donde
se encontraba el tesoro de su vida, su única gloria: las
botellas de formol en las que guardaba su colección de
hígados, páncreas, riñones, cerebros, testículos, ovarios,
colocados en grandes repisas perfectamente alineadas,
magníficamente señaladas y matemáticamente
identificadas. Llegó corriendo a la barraca de ‹Genética y
Eugenesia›, pero a pesar de haber corrido lo más rápido que
pudo, lo ganaron las bombas: su colección se deshizo, la
barraca estaba destruida, se la comían las llamas y lloró
amargamente. Las bombas se llevaron el tesoro de su alma;
con ella se esfumaron las evidencias concretas de sus
descubrimientos científicos y se le escapaba definitivamente
el Premio Nobel de Medicina —de esos pagados con
dinamita—. La colección anatómica más valiosa del mundo
acababa de elevarse al aire en espiras de humo, de ella ya no
quedaba nada, tan solo un triste recuerdo.
—Hay cosas que no se hacen, hay tesoros que se
respetan, habrá que castigar severamente a los culpables; la
colección que viajaba siempre conmigo, la que me
acompañaba a todas partes fue criminalmente destrozada;
denunciaré este hecho a todas las sociedades de
investigación científica, ante los consejos directivos de las
universidades, ante la Asociación Mundial de Institutos de
Genética y Eugenesia, a la asamblea de sabios desocupados
y por supuesto a los miembros del Premio Nobel, —y
diciendo esto se dirigió a la central de la Gestapo, ataviado
con las lustrosas botas de montar típicas de los SS.
En ese momento vi que la visión trágica de la vida
es la consecuencia de un dolor progresivo mecanizado, y
por primera vez me encontré completamente solo y me
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
sumergí en el mundo subterráneo de los pensamientos
hasta llegar al valle de los recuerdos y sentarme en el jardín
de las ilusiones cerca del lago de los cisnes que alimentan
las islas de la memoria. Después de tantos años que estuve
escapando de la muerte para poder vivir, ahora en vano
escapaba de la vida para poder morir.
n austríaco oscuro nacido en el pueblo pequeño de
Braunau quería ser artista y se dirigió a Viena, pero
como no demostró talento alguno en los exámenes a
los que fue sometido en la Academia de Bellas Artes,
fue rechazado de la misma. Uno de los profesores que le
tomaron el examen le dijo: —Usted sólo sirve para trabajar
de obrero o de payaso. —Como ya había muchos payasos,
tuvo que resignarse a trabajar de obrero para soportar su
miserable existencia, vivió en una pensión de tercera clase y
se entretenía después del trabajo hablando en los cafés y
bares de la ciudad con cuanto individuo se cruzó en su
camino, porque para eso sí era bueno: podía hablar por
varias horas hasta que se cansasen las palabras por él
vertidas, ya que él nunca se cansaba; una vez que las
palabras estaban agotadas de cansancio, con la misma
facilidad con la que del bolsillo se saca una baraja nueva de
naipes, sacaba otra baraja de palabras para seguir hablando
hasta que se cansasen de oír los que lo estaban escuchando.
Hablaba de día, hablaba de tarde y se pasaba las noches
hablando.
Fue durante este periodo de su vida que Adolf
Hitler se auto educó, devoró muchos libros y asimiló muy
pocos, dichas lecturas lo enloquecieron y se lanzó al mundo
en busca de castillos invisibles, metas inalcanzables,
palacios construidos o destruidos por Napoleón el Grande y
empezó a trizar su lanza ilusoria contra los molinos de
viento, pero como en esa época los vientos eran socialistas y
pertenecían al proletariado, le destrozaron no sólo su lanza
sino también sus costillas; el exceso de lectura lo armó para
su lucha de un anti-semitismo rayano en la locura y de un
odio por los marxistas inconcebible.
Al comienzo de la primera conflagración mundial,
se unió de voluntario al regimiento de Baviera, pero en
lugar de combatir en el frente de batalla como los soldados
regulares, trabajaba arriesgando su vida de correo
ambulante (al menos así lo retrataba la máquina de
propaganda nazi y fascista). Como un soldado temerario,
estudiaba los mapas de la zona de operaciones,
memorizando los más mínimos detalles, lo que le permitía
desplazarse con la inteligencia de un general y la velocidad
inaudita de un galgo. Aprendió todos los secretos de la
guerra —y entre los más importantes— el de pasar entre los
enemigos sin ser visto, oído, olido, reconocido o baleado,
ayudado por el descomunal tamaño de sus pies (corría a
una velocidad de cincuenta kilómetros por hora). En sus
horas libres pasaba largas conversando con los soldados en
la retaguardia, donde llegaban las balas sólo en el cuerpo de
los baleados y conducidos a la posta sanitaria de su
regimiento.
—A mí no me gustan las balas y me retiro de ellas,
para ser baleado hay que tener menos inteligencia del que
lo balea a uno, a mí nadie me mata. —Tanto tiempo pasó
en la enfermería que acabó convirtiéndose en gran amigo y
luego en asistente del joven médico de la posta sanitaria el
doctor Arthur Guett que trabajaba de cirujano del
Regimiento Tercero de Baviera, con el que charlaba horas
enteras y con el que jugaba acaloradas partidas de ajedrez
en las que prefería sacrificar un alfil o una reina a perder
uno de sus caballos. Jugaba el ajedrez con movimientos de
guerra: primero lanzaba sus perros para reconocer la zona,
luego enviaba su aviación para bombardearla, después la
atacaba con su infantería motorizada, luego ingresaban los
soldados o peones a combatir cuerpo a cuerpo y finalmente
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II
Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
hacía su ingreso la caballería, en el que ingresaba él en
forma triunfal montado siempre en su caballo blanco. No
perdía de vista el menor movimiento del enemigo, hasta
acorralar al rey y ganar la batalla; siempre jugaba con
trebejos blancos, no le gustaban los negros ni en el tablero;
después de cada victoria explicaba los movimientos que lo
condujeron a la victoria y el porqué de cada jugada y se
quedaba explicando su estrategia por el espacio de diecisiete
horas seguidas. Los pobres que con el jugaban quedaban
exhaustos, no sólo con la partida sino con la explicación, y
preferían morirse de aburrimiento en el campo a tener que
sostener otra nueva partida de ajedrez con él. Hitler al igual
que Capablanca podía almacenar once jugadas consecutivas
en su cerebro izquierdo y cuatro en el derecho.
En el Ejército encontró el hogar que nunca tuvo.
Pasada la contienda, alcanzó la gloria: recibió la Cruz de
Bronce al Valor sin Combate. Terminada la guerra siguió
trabajando en el ejército por varios años, dando charlas y
convenciendo a la población de la importancia de las
Fuerzas Armadas, y del importante papel de las mismas en
tiempos de paz y en tiempos de guerra, como fiel defensora
de la integridad territorial y de la dignidad nacional.
Se unió en 1919 al Partido Alemán de Trabajadores
alcanzando en pocos años la jefatura del departamento de
propaganda del mismo. Era más fácil ser dirigente de los
trabajadores que trabajar para los propietarios. En 1923,
después de un golpe de estado fracasado en el que él no
combatió pero al que sí fomentó, fue apresado, juzgado y
condenado a cinco años de cárcel en Landsberg, junto a
otros líderes del Partido Nacional Socialista, pero salió del
presidio a los nueve meses, como si el presidio,
embarazado, lo hubiese parido a tiempo. El parto fue difícil
y lo parieron de nalgas; no sólo sobrevivió el parto para
felicidad de algunos y la amargura de otros, sino que,
durante su estadía en la cárcel, hizo gran amistad con
Heinrich Himmler, quien posteriormente sería su amigo
del alma. En la cárcel se la pasaba hablando, discutiendo,
adoctrinando y convenciendo. Pronunciaba discursos
interminables que duraban hasta cinco horas, en los que les
decía a los criminales que estaban cumpliendo sus
condenas:
—Ustedes no son criminales, son ciudadanos
decentes, son las víctimas inocentes del sistema en el que
viven, los criminales verdaderos son los que los han
condenado a ustedes, ustedes son buenos profesionales, son
especialistas en su trabajo, ustedes son tan humanos como
cualquier otra persona, son expertos en su materia y todo
trabajo es digno hasta que no se pruebe lo contrario,
trabajo que lamentablemente se lo aprende en la calle y los
conduce a la cárcel, la única diferencia entre ustedes y los
llamados buenos ciudadanos es que a ustedes no les dieron
la oportunidad de educarse en las profesiones
convencionales, ni la seguridad de un buen empleo. La
violencia es necesaria cuando tiene una razón justificada y
un fin determinado, el asesinato no debe ser castigado
cuando es justificado, cuando tiene un motivo noble,
cuando hace justicia y remedia los males, cuando está al
servicio de las mayorías y soluciona un problema, el
asesinato es inclusive loable y encomiable cuando se lo
practica para salvar al país de un mal gobernante, o como
un medio purificador de una raza. Todos los que los han
juzgado son criminales en potencia y todos los políticos son
ladrones en ciernes, cualquier hombre peca cuando se le
presenta la oportunidad…
Su fama fue creciendo entre los reclusos no sólo de
Landsberg, sino de las otras cárceles en Alemania y todos
los reos comunes abrazaron sus ideales, adoptaron su
filosofía y comulgaron con sus principios, volviéndose
fanáticamente hitlerianos y posteriormente activos
miembros de la Gestapo y la SS. Como esta gente era
criminal nata no había que enseñarle a robar, asaltar,
combatir, matar, a violar, ni a torturar: sabían de su oficio,
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
sólo había que darles la oportunidad de trabajar en lo que
mejor sabían.
En 1925 publicó su primer y único libro titulado
Mein kampf en el que puso en manifiesto su odio a la raza
judía y su enérgica condena a los que firmaron la paz de
Versalles en condiciones desfavorables para Alemania, a
quienes acusó de ser los directamente responsables de la
humillación colectiva del pueblo prusiano y se lo escuchaba
repetir como disco rayado: —Estos son los traidores que
permitieron a los aliados el mutilar la patria, cambiar sus
fronteras, modificar el curso de sus ríos, alterar la posición
de sus montañas, acortar la duración del sol en el invierno,
reducir el tamaño de nuestras playas, pisotear la bandera y
permitir que nuestros enemigos la apuñaleen por la
espalda.
Ayudados por la inflación y la recesión alemana que
trajeron la desocupación y el descontento a las masas
populares formando un caldo de cultivo ideal para que en él
crecieran las floras bacterianas de una política de extrema
derecha, su partido se llegó a imponer después de varios
años de lucha gracias a que la violencia que emplearon fue
superior a la utilizada por los socialistas, a los que derrotó
en todos los frentes, su movimiento adquirió una fuerza
incontenible y, como en las épocas de Turbo, padre de las
turbulencias, sus intervenciones eran seguidas, en forma
sistemática, de destrucción masiva y caos absoluto: una vez
que él terminaba de hablar y sus partidarios de escuchar,
las masas se desbordaban como se desbordan los ríos y
arrasaban la zona por la que pasaban, la que parecía haber
sido castigada por un ciclón, los vidrios se salían de las
ventanas, las puertas de sus marcos, las paredes de las
casas, los árboles de los jardines, las piedras de las gradas,
el pasto de los prados, las losas de las veredas y los techos
de los edificios públicos, mezclándose con la turba y
siguiendo a su caudillo.
—Nosotros cambiaremos el curso de la historia, el
mapa geográfico de Europa, la distribución de los mares, la
redondez de la tierra, la configuración del espacio, la
dirección de las corrientes marinas y el curso de los vientos,
eliminaremos el invierno, traeremos la paz honrosa para
Alemania, todos sus habitantes serán dueños de las casas
donde viven, los bueyes ararán solos, el trigo crecerá sin
que lo siembren, el maíz se desgranará sin que lo cosechen
y los molinos no necesitarán de viento para convertirlo en
harina, usarán la fuerza de las aguas y el pan saldrá solo de
los hornos, los peces vendrán nadando a las redes, los
pescadores por único trabajo tendrán que lavarlos y
venderlos ganando mucho dinero y los mercados estarán
repletos de pescado fresco al alcance del pueblo, las gallinas
pondrán huevos más grandes, las vacas parirán mellizos, la
carne de cerdo no tendrá grasa, los vientos correrán con
más fuerza, no tendremos que pagar impuestos, el correo
será gratuito, todos tendrán trabajo, la comida será
excelente, el vino blanco recobrará su sabor, la nieve será
más blanca y los ríos volverán a ser alemanes, las dos
Alemanias se juntarán de nuevo, mejorará la instrucción en
las escuelas, los niños no tendrán que ir a educarse, la
educación vendrá a los niños, bajará la tasa de los intereses,
lloverá dicha del cielo, nos abandonará la tristeza,
mejorarán las cosechas, los árboles darán más frutos,
erradicaremos la pobreza, la pena será declarada ilegal y
será reemplazada por la alegría, aboliremos la muerte, los
cementerios se convertirán en jardines y los panteoneros en
jardineros y el pan se repartirá gratis junto con los
periódicos a domicilio, Alemania ya no temblará frente al
mundo: el mundo temblará frente a Alemania.
Confieso que nunca vi más gente en mi vida, ni
semejante cantidad de fanáticos, era un caso patológico de
euforia colectiva. La multitud y el fanatismo me recordaban
las épocas en las que tío Pablo me llevaba de la mano al
Estadio Nacional a ver los partidos de fútbol entre Polonia
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Flor de Granado y Granado
y Alemania. La gente enardecida aplaudía al caudillo con la
misma emoción con la que aplaudían a nuestra selección de
fútbol cuando ingresaba a la cancha o marcaba un gol.
Cuando apareció Hitler en el podio, la
muchedumbre electrizada no se cansaba de repetir al
unísono: —¡Heil Hitler!, —levantando su brazo derecho
para saludar al jefe y futuro salvador de la república, los
vítores de esa masa humana parecían el estruendo de las
olas del mar cuando las estrella la tormenta contra las
rocas, o el ruido de los rayos cuando azotan la tierra, el
rugir de los leones en el África o el rechinar de los cañones
italianos en las montañas de Abisinia, ese estruendo
humano era superior al que producían los fanáticos en las
tardes de toros en España, cuando Juanillo lidiaba en la
plaza de Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid y el
público gritaba: —¡Ole!, ¡ole! —y le concedían la cola y las
dos orejas de la bestia muerta, la ovación era ensordecedora
e iba a durar varios días, ya que se negaba a abandonar la
plaza, quería escuchar el discurso del padre de la patria y
salvador del universo y cuanto más silencio la gente le
imponía, con más ruido el ruido respondía, hasta que se
cansó el jefe y dijo:
—Ich heil mich selbst!, —y la ovación se retiró,
temerosa de la ira de aquel individuo siniestro, al que
posteriormente le tendría miedo el mismo miedo. Y el
silencio ingresó campante hasta ocupar la plaza, los pájaros
dejaron de trinar, los perros dejaron de aullar, los gatos de
maullar, los sapos de croar y los grillos enmudecieron, el
silencio no sólo que ocupó la plaza, sino que se posesionó
de ella y se volvió tan profundo que se podía escuchar la
oración vespertina de los muertos que se confundía con la
procesión de los frailes en los conventos, la confesión de las
almas arrepentidas en las iglesias y la respiración del jefe,
de rato en rato su tos nerviosa interrumpía el silencio
imponente de la noche; luego como en procesión de
Viernes Santo los sentimientos humanos ingresaron a la
plaza y se sumergieron en la gente, primero ingresó la
admiración y todos lo admiraron, luego vino la disciplina y
todos se cuadraron, llegó la obediencia y todos lo
obedecieron, luego ingresó la lealtad y le juraron fidelidad y
adhesión hasta la muerte, luego ingresó el amor y
desapareció el odio, ingresó la alegría y les entró hasta el
alma, comenzó la fiesta y todos bailaron, luego ingresó la
paz y todos se saludaron, ingresó la felicidad y todos la
percibieron, después ingresaron el perdón, la verdad, la fe,
la esperanza, la caridad y la luz, luego ingresó la justicia y
adquirió la fisonomía del caudillo, traía los ojos vendados,
bigote estilo mosca y la balanza en sus manos, ingresó la
fertilidad de brazo del deseo y la gente sintió deseos
ocultos, deseos tan fuertes que sólo se saciaron cuando
acabaron satisfechos los unos y embarazadas las otras,
luego ingresó la música y empezaron a cantar, para
terminar entonando con fervor cívico el himno nacional
alemán. En medio del cántico patriótico y sin que nadie se
diera cuenta ingresaron también a la misma plaza, el terror,
la angustia, el dolor, la agonía, la muerte, la destrucción
total, la desesperación, la ofensa, el temor, la duda, las
tinieblas, la tristeza, el poder absoluto, la guerra, la
discordia, el pánico, la impotencia, la rabia, la lucha de
razas, los insultos, la calumnia, la plaga, la peste, la falta de
respeto a la persona humana, la persecución y el asesinato
en masa. Cuando ingresó la euforia todos se enloquecieron,
después ingresó el fanatismo y todos se contagiaron y por
último ingresó el engaño y todos quedaron hipnotizados y
como siempre ocurría empezó a hablar el jefe y su figura
fue creciendo a medida que aumentaba la potencia de su
voz, la energía de sus palabras, la solidez de su mensaje, la
seguridad de sus argumentos, la firmeza de sus principios,
la intensidad de sus ideas, la autoridad con que las
trasmitía y la eficacia con la que las comunicaba, la gente
no sólo que lo oía sino que lo entendía y veía lo que él
decía:
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Flor de Granado y Granado
—Camaradas alemanes: Hoy es el día decisivo, el
día de las definiciones, el día que cambiará la historia,
después de una campaña agotadora en la que he recorrido
todos los confines de la patria y hablado con todos los
ciudadanos sin distinción de clases, pero sí de razas, creo
que la gente ha hecho conciencia de la inconsciencia con la
que nos gobiernan, los que gobiernan sin encarar los males
que nos aquejan, las calamidades que nos azotan, ni los
problemas que nos atormentan, sin mitigar las angustias
que nos consumen, el desasosiego que nos oprime, la
inquietud que nos quita la calma y el disgusto que nos
provoca la situación en la que nos encontramos. Pero
parece que al fin el gobierno ha comprendido lo que
nosotros ya sabíamos desde hace bastante tiempo, que el
nacionalsocialismo es la única respuesta a todos los
nuestros males. No podemos permitir que el Rin, el más
alemán de nuestros ríos, corra fuera de nuestro territorio,
hay que modificar nuestras fronteras, para que una vez más
este río sea la columna vertebral de nuestra economía.
¡Tenemos que pelear mientras el corazón palpite en nuestro
pecho y la sangre corra en nuestras venas! Los judíos se
encuentran infiltrados hábilmente en el gobierno, en los
sindicatos, en la prensa, en la banca, en la industria y el
comercio. Los judíos están corrompiendo a nuestro pueblo,
descomponiendo el ambiente, pervirtiendo a la juventud,
seduciendo a nuestras niñas; los judíos controlan las casas
de putas, la bolsa negra, los lugares de juego, las apuestas
ilegales, el expendio de bebidas alcohólicas, las carreras de
caballos, las peleas de gallos, las corridas de toros. Ellos
venden pasaportes falsos, fomentan el contrabando,
aumentan el precio a los artículos de primera necesidad,
ocultan las mercadería para especular con ella, engañan en
el peso y en el precio, hacen parir a las moscas, mezclan la
leche con agua, adulteran la mantequilla, y venden chorizos
sin carne.
La multitud enardecida lo llevó en hombros y en
hombros recorrió las calles, las avenidas, los paseos, los
bulevares, los prados, las plazas y las plazuelas, subió y bajó
las gradas, en hombros siguió por las carreteras, ingresó a
los pueblos, visitó las villas, cruzó los ríos, subió y bajó las
montañas, recorrió las provincias y los cantones, ingresó y
salió de los edificios públicos y casi se sienta en la silla
presidencial mucho antes del cómputo de las elecciones. Yo
volví muy preocupado, aturdido, confuso y alterado, ese
hombrecillo funesto, siniestro, sombrío y nefasto, me
infundía temor, espanto, pavor y miedo, tenía la fuerza de
un huracán y su voz parecía el juicio final. ¿Cómo un
austríaco desconocido había logrado convertir a cientos de
miles de alemanes normales, en alemanes fanáticos
exaltados, obcecados e intolerantes dispuestos a cometer
cualquier crimen, delito o atentado obedeciendo sus
instrucciones? La situación era álgida, había que escapar de
allí antes de que fuera demasiado tarde.
En forma sistemática y cotidiana nuestros
miembros pintaban la esvástica en las paredes de las casas,
en las puertas de calle, en las aceras, en las calles, en las
avenidas, en los edificios públicos, en la bandera nacional,
en el escudo de la patria, en los puentes, en los faroles de
luz, en los árboles, en los bancos, en las plazas, en los
autos, en los trenes, a la entrada y a la salida de los cines,
en las escuelas y los colegios, al comienzo y al final de las
películas, en el río, en la lluvia, en el pecho de las
golondrinas, en la cúpula del iris, así como en las nubes y
en el cielo; en el campo se la pintaba en las tetas de las
vacas, en la barriga de las ovejas, en la cola de los asnos y
en el hocico de los perros; a la misma velocidad con la que
nosotros pintábamos la esvástica, los empleados del
gobierno la borraban en forma sistemática y nosotros
teníamos que volverla a pintar, y para tomarles ventaja
tuvimos que trabajar tanto y tan rápido que nunca más el
gobierno pudo alcanzarnos, ya que esvástica que borraban,
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
esvástica que la volvíamos a pintar y empezamos a pintar
tan velozmente que las pintábamos de nuevo antes de que
las borren y cada vez que querían borrarlas ya estaban
pintadas de nuevo como por arte de magia, tanto pintamos
y despintaron que al final los miembros del gobierno se
cansaron de borrar lo que nosotros pintábamos y los
Ministros se resignaron a andar con la esvástica pintada en
sus autos, en la puerta de sus oficinas, en la pared de sus
despachos, y detrás de sus escritorios, en la cinta de las
máquinas de escribir.
El orgullo nacional que se había perdido en uno de
los combates de la primera guerra mundial, todos los
alemanes, sin distinción de clases sociales, edad o sexo,
cooperaron en su búsqueda, lo buscamos en todas partes y
no lo podíamos encontrar, lo buscamos en los lugares más
posibles y en los lugares más imposibles, la búsqueda
comenzó en la presidencia, pero en la presidencia no había
orgullo nacional, recorrimos el palacio de gobierno, pero
ahí no se encontraba, no estaba ni siquiera en su oficina, el
orgullo nacional había abandonado sus oficinas, recorrimos
los ministerios, pero tampoco allí se hallaba, ingresamos a
la Cámara de Senadores y luego a la de Diputados y allí no
había orgullo, los padres de la patria nos dijeron que la
última vez que lo vieron fue el año 1915, acudimos a las
universidades y ahí tampoco lo habían visto desde hacía
varios años, lo buscamos en el Ejército, en la Marina de
Guerra, en las Fuerzas Aéreas, en las casas de los militares,
en las de la gente del gobierno, pensamos que se había
asilado y empezamos la búsqueda desde la Nunciatura
Apostólica hasta la última de las embajadas, en las casas de
los ciudadanos, requisamos todo Berlín y el orgullo
nacional había desaparecido para siempre, creímos que se
cansó de la capital y lo seguimos en tren a las otras
ciudades y pueblos chicos y no lo pudimos encontrar. En
un día memorable, durante uno de sus volcánicos y
acalorados discursos, con ímpetu desencadenado,
visiblemente irritado y totalmente agitado, Hitler nos
informó que tenía evidencia cierta acerca de lo que había
pasado con el orgullo nacional, y ante una inmensa
muchedumbre, con tensa y justa expectativa, nos anunció
que al orgullo nacional se lo robaron los judíos. Esta
revelación aumentó nuestro prestigio y el odio hacía los
judíos, la gente mayor nos empezó a tomar muy en cuenta,
porque dijeron un joven en estos días que se dedica a
buscar nuestro orgullo perdido tiene que ser muy bueno,
hoy la juventud está podrida, no les importa la patria
mucho menos les va a importar el orgullo y se inscribieron
al partido y pagaron sus cuotas. En su próximo discurso
Hitler, con una moderación increíble, con una prudencia
pocas veces vista, con un temple y valor inigualable,
anunció que nos encontrábamos más cerca que nunca de
recuperar para la patria el orgullo nacional perdido y dijo:
—Se lo robaron los judíos y con la ayuda de los socialistas
lo vendieron a los rusos.
n el campo de concentración de AuschwitzBirkenau, bajo la dirección del abominable doctor
Mengele, los médicos trabajaban intensamente,
enfrascados en toda clase de investigaciones en las
diversas ramas del saber, para adquirir más sapiencia y
alcanzar la sabiduría. Laboraban en turnos de a doce horas
realizando lobotomías, cordectomías, golpes eléctricos,
supresiones sensoriales y mengelectomías, o sea,
vivisecciones anatómicas a nivel de corteza cerebral, de los
doce nervios craneales, de los órganos genitales y otros
órganos del cuerpo humano; cada uno de los cirujanos
estaba especializado en un nervio determinado y contaba
con su propio equipo de asistentes y su mesa de disección
bien equipada. Mengele se presumía una autoridad mundial
en cerebro, cerebelo y los ventrículos, tiroides, mama,
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III
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Flor de Granado y Granado
testículos, trompas y ovarios. Yo era el primer asistente de
Mengele y empezábamos el día con un desayuno de trabajo
a las seis de la mañana, desayuno en el que se discutía el
plan de operaciones para las próximas doce horas y se
procedía con la distribución de cadáveres, cada equipo
empezaba la faena con dedicación y principalmente
consagración científica. A los seis meses de trabajo
intensivo nuestro equipo médico era uno de los mejores y
más completos del mundo.
Un día llegaron veinticinco cadáveres de gente joven
entre veinticinco a treinta años, todos hombres. Les
realizamos una disección cuidadosa de la corteza cerebral y
del cerebro, tratando de encontrar algún defecto común que
justifique la aberración mental de un individuo que lo
empuja a abrazar una forma morbosa de conducta,
transformándolo en un asocial o un anti-social, hasta
convertirlo en un pensador morboso o socialista, les
seccionamos el cerebro, el bulbo y el cerebelo y una vez
concluida la faena mandábamos los cortes a los patólogos,
los patólogos prepararon las placas para analizarlas al
microscopio y no pudieron encontrar nada anormal: los
cerebros de los socialistas eran igual a los de los demás
individuos. Al día siguiente llegaron 30 cadáveres de
comunistas confesos, muertos en disturbios callejeros. Esta
vez trabajamos hasta las dos de la mañana para poder
completar la disección cerebral de dichos individuos y para
contrariedad nuestra tampoco pudimos encontrar nada
anormal, después de dos meses en los que en forma
sistematizada fuimos seccionando cerebros humanos de
grupos de judíos, de homosexuales, de religiosos luteranos,
gitanos y demás enemigos del gobierno, no pudimos
encontrar ninguna diferencia; después de recibir la misma
dieta en el espacio de una semana, los cerebros de todos los
que vivían en Alemania comiendo chorizo y tomando la
misma cerveza eran iguales en cualquier mesa de disección;
además la raza judía se mezcló tanto con la germana que
era la raza con la que más se confundía, tanto así que era
bien difícil saber quién era o no era judío. Nuestras
conclusiones clínicas fueron entregadas a la Gestapo a
través del general Heinrich Mueller quien después de leer
varias veces el informe empezó a mostrar su disgusto en el
semblante, sus músculos faciales se retorcían haciendo
muecas y mostrando su desagrado, sus labios se contraían
solos reflejando su disgusto, sus pupilas se dilataron
mostrando su enojo, sus bigotes vibraban mostrando su
fastidio, sus párpados se sacudían mostrando su estado de
ánimo, se le saltaron los ojos demostrando su furia, la
saliva le chorreaba por su boca entreabierta evidenciando su
repugnancia, sus dientes castañeteaban debido a su falta de
control, y se aflojaron sus esfínteres debido a su
inmensurable angustia y nos meó y cagó de pies a cabeza,
de palabra y obra; su ser fue indefensamente invadido por
la ira, sacudido por la cólera, convulsionado por la furia,
arrebatado por la rabia, molestado por la indignación,
partido por el enojo, exasperado por el coraje y una vez que
la adrenalina le corrió por todo el cuerpo, le estallaron sus
cabellos y explotó como una granada haciendo volar la
pieza. Una vez que recuperó su control, una vez que
adquirió cierta calma y la placidez volvió a su desfigurado
rostro tomó su bastón de mando en la mano izquierda y
con él empezó a golpear la mesa con tanta violencia que
partió su bastón en dos y la mesa en cuatro, al mismo
tiempo comenzó a proliferar toda clase de improperios,
utilizó todos sus insultos, nos afrentó y ultrajó delante de
los demás miembros de nuestro grupo científico y diciendo:
—Con esta clase de investigadores no podremos llegar a la
meta propuesta por Himmler, no dudo de que ustedes son
tan inteligentes y capaces que llegado el momento no
podrían diferenciar entre el cerebro del Fuehrer y el de un
rabioso perro dóberman.
Dos días más tarde fuimos llamados a las oficinas
principales de la Gestapo y su médico jefe nos dijo que esto
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
no podía seguir así, que él creía que habíamos fallado en
nuestra investigación porque estábamos realizando
disecciones en cerebros de cadáveres formalizados, en ellos
el cerebro estaba más muerto que el mismo muerto y no
podía hablar o sea que cualquier disección en estas
circunstancias era completamente inútil, habría que utilizar
para nuestras disecciones cerebros vivos, casi vivos, a medio
morir o apenas muertos.
—Te amo, mamá —le dije.
—Mikołaj, mi pequeño Mikołaj, te extrañé tanto.
—Yo también mamá, pero vamos, cuéntame de mis
hermanas.
—Todas se casaron, estoy llena de nietos.
Una tarde a las cinco de la tarde, como en los versos
de García Lorca, golpearon la puerta, cuando acudimos a
ella para abrirla, varios miembros de la policía militar y de
la Gestapo se hicieron presentes, venían a requisar la casa,
ingresaron con sus perros, para horror de mis sobrinos que
empezaron a llorar de miedo y cuanto más lloraban los
niños, los perros se ponían a ladrar más fuerte, disfrutando
del pavor que causaban sus ladridos y sus dientes, hasta que
uno de los perros se soltó o lo soltaron y se comió a nuestro
pequeño David, que tenía sólo tres años. Todos saltamos a
librarlo del perro, pero pronto sentimos los golpes de la
policía militar y la Gestapo sobre nuestros cuerpos, golpes
que nos tumbaron al suelo bañados en sangre, hay que
dejar a los perros comer en paz dijo uno de los guardias, el
terror nos sacudía, una sudoración fría invadió mi cuerpo y
no supe qué hacer. Nadie podía hablar, todos lloramos en
silencio y dentro de nuestros cerebros, cabalgados por el
jinete de la angustia, que galopa sobre la montura del
Cerebelo, hasta llegar a las montañas de la Protuberancia y
precipitarse en el barranco del Bulbo, jamás se borraría la
escena que presenciamos.
—Quién es el jefe de la casa?
—Yo —respondí.
—¿Cómo se llama?
—Nyiszko.
—Hable más fuerte, no le oigo.
—Nyiszko —dije más fuerte.
Y recibí un corto en el estómago.
—¿Qué hace usted?
—Bueno, yo soy médico.
IV
uando llegué a mi casa entré gritando:
—¿Ya está lista la cena mamá?
Mi vieja madre salió de la cocina y después de
limpiarse sus cansados ojos me vio y parece que le
tomó un momento convencerse, que era verdad lo que
miraba, vi iluminarse su rostro, vi como la felicidad invadía
su cuerpo, hasta lograr transformar su fisonomía triste
cómo el invierno en una dulce y tierna como la primavera,
se puso como se veía durante los contados segundos felices
de su vida, radiante y bella y me miró con dulzura
indescriptible, pero esta vez como el que sabe ver, con los
ojos abiertos de asombro y el corazón henchido de amor.
—Mi adorado Mikołaj, no puedo creer que hayas
vuelto, creí que te olvidaste de tu vieja madre.
Corrí a sus brazos y después de mucho tiempo volví
a sentir el calor de madre, me hundí dentro de su pecho
como cuando era niño y disfruté de la dulzura de sus besos,
del calor de su cuerpo, de su ternura de madre, la abracé
contra mí lo más fuerte que pude y sentí sus lágrimas
correr sobre las mías, yo también lloré, ya no me acuerdo
cuánto, pero fue tan lindo sentir esa emoción de amar y ser
amado, que quise que el tiempo no pasase, entre sus brazos
me sentía fuerte y protegido y una paz increíble embriagaba
mi cuerpo; ante sus ojos de madre, yo sería siempre un
niño.
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
—¿Y que hace aquí en medio de estos cerdos
judíos?
—Yo también soy judío.
—Me lo temía.
—Vine solo de vacaciones para ver a mi madre que
es viuda y a mis hermanas.
Me despedí de mi madre llorando, presentía que
nunca más retornaría, y jamás la volvería a ver, y parece
que ella tenía el mismo presentimiento, ya que lloró igual
que yo. La despedida con mis hermanas y sobrinos fue
corta, una mirada en los ojos y un adiós para siempre y
levantando mi maleta salí de la casa a la que nunca más
volvería.
Me atormentaba el hecho de no poder avisar a mi
madre dónde me encontraba. Rogué a los guardas para que
avisaran a mi madre dónde me hallaba, pero se negaron:
—Nos está prohibido, —dijeron—, ya que si avisamos a las
madres dónde se encuentran sus hijitos, no tardarán en
llegar por cientos, como moscas, y permanecerán todo el
día y toda la noche junto a las mallas de alambre, no se
moverán de ellas de día ni de noche, saldrá el sol y las
encontrará donde las había dejado la noche y llegará la
noche y las encontrará de nuevo donde el sol las había
dejado y así pasarán semanas, meses y años y las malditas
madres seguirán pegadas a las mallas de púas como púas y
por más que les demos de palos, les pasemos corriente
eléctrica, que les echemos agua, que las botemos hasta
Varsovia, volverán de nuevo como sólo vuelven las madres,
volando como las golondrinas y a diferencia de ellas, no se
irán cuando llegue el invierno, seguirán allí hasta que se les
caigan los pies o se les congele el cerebro o hasta conseguir
llevarse con ellas nuestra obra de mano gratuita, que son
sus malditos hijos y ese negocio no es nuestro negocio,
además no queremos tener publicidad adversa, ni queremos
que se entere de lo que estamos haciendo un curita católico
que por ahí anda y del que dicen las malas lenguas que
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Flor de Granado y Granado
nació para ser el futuro papa, porque si éste se enterara
estamos liquidados, moverá los cielos y la tierra y no se
detendrá hasta conseguir su libertad, o anotarnos al
infierno.
V
elicidades, trabajo bien ejecutado es por todos
admirado.
—
Vimos al dueño de la voz subirse a una tarima
para que pudiéremos verlo, luego nos habló
desde la misma.
—Me llamo coronel Rudolf Hoess, soy el jefe del
campo de trabajo de Auschwitz-Birkenau, a partir de este
momento en que les doy la bien venida quiero advertirles
que tendrán que comportarse bien, obedecer todas las
órdenes de sus superiores y hacer lo que ellos les digan,
cualquier acto de indisciplina o insubordinación será
drásticamente castigado, no se olviden del dicho alemán
que dice: pues siempre valdrá más un perro vivo y despierto
que un león muerto, conviértanse todos en perros y
manténganse vivos. Aquí yo soy la verdad y la vida y, por
qué no decirlo, yo soy la muerte, nada ni nadie se mueve
sin mi autorización, yo doy la orden para que se levanten y
el permiso para que se acuesten, permiso para que coman,
para que orinen, en fin permiso para vivir y permiso para
morir.
Hoess fue adquirido de una de las prisiones en
Muñiste, donde estaba condenado a cadena perpetua por el
asesinato y violación de tres mujeres y de una niña. Como
era un hombre fuerte y sin escrúpulos, fue entrenado
fácilmente para su puesto y aprendió rápidamente lo poco
que le faltaba para ser un buen miembro de la SS y desde
entonces, gracias a su valor sin límite, su sadismo increíble,
su resistencia física inagotable y el placer que demostraba al
torturar a sus prisioneros políticos, escaló rápidamente y
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
fue ascendiendo raudamente como un águila en vuelo,
hasta el grado de coronel asimilado.
—Hoy comenzarán con un pequeño ejercicio,
ejercicio que les sentará bien, para sacarles la fatiga que
llevan dentro del cuerpo.
Muchos ayudantes suyos que eran judíos que
cooperaban con los nazis para sobrevivir y eran llamados
kapos ingresaron al campo armados de fuetes y garrotes y
empezaron a inspeccionarnos cuidadosamente; cualquier
cosa que les llamaba la atención los irritaba muchísimo y la
víctima de su enojo caía al suelo abatida por una tormenta
de palos y una lluvia de golpes, que lo dejaban inconsciente
y limpio, lo bañaban con su propia sangre; cuando Hoess
nos dio sus instrucciones tuvimos que realizar cien
ejercicios de tenderse y levantarse, muchos no lograron
llegar a 40 y fueron sádicamente maltratados, una vez que
terminó el baile había en el suelo más de cincuenta heridos,
los heridos fueron retirados de sus colas, como se estira a
los toros después de una fiesta taurina, fuera del ruedo; sin
darnos mucho tiempo a descansar, Hoess comenzó
nuevamente:
—Acostarse, levantarse, acostarse, levantarse,
arrastrarse por el suelo, levantarse. —Hasta que el último
de nosotros quedó en tierra liquidado, los SS y los kapos
caminaban sobre nosotros repartiendo patadas y golpes,
pero ya nada importaba, estábamos más muertos que vivos
y los muertos no sienten nada. Como un trueno que viene
del cielo se oyó la voz del desorbitado coronel Hoess:
—El que no se levanta ya es hombre muerto.
Y todos los heridos y los muertos nos levantamos,
aun los que murieron días antes, porque esa voz ronca y
autoritaria era mejor que el caldo de pollo que nos
recetaban los viejos pediatras para restaurar nuestras
fuerzas, después de una enfermedad crónica que nos dejaba
completamente debilitados; al final no sabíamos si éramos
los vivos o éramos los muertos, pero todos nos cuadramos y
empezamos a caminar.
—Los maté con mis manos a golpes y esa será la
suerte del que trate de escapar, estos cuatro granujas, que
no servían para nada de vivos servirán de muertos, servirán
para enseñarles a permanecer vivos, de aquí no escapa
nadie cabrones y si tienen alguna buena idea, primero
consúltenla conmigo para que les diga si vale la pena, o no
se las aconsejo —y diciendo esto, escogió a veinticuatro
hombres voluntarios y se llevaron a enterrar los cuerpos,
para que no se descompusieran ya que empezaron a
hincharse, después de cavar una fosa común poco profunda
fueron aventados como gangochos de papa al fondo de la
fosa y cubiertos con tierra.
La sopa caliente que nos sirvieron me pareció
deliciosa, era consomé de algas verdes y papa alemana,
además tuvimos dos rajas de pan integral y un buen vaso de
agua; pasada la cena me fui a morir o a dormir, o lo que
primero llegue. A partir de esa noche, lo único que me
pertenecía era lo poco que quedaba de mi cuerpo, ya que
hasta el reloj de bolsillo que traía puesto y al que quería
entrañablemente por haber sido regalo de mi madre me lo
quitaron porque les gustó.
En seis semanas terminamos el campo, tendimos
una doble malla de alambre trenzado y otra de alambre con
púas, luego dos presos ingenieros les conectaron corriente
eléctrica y para ver si trabajaba escogieron dos voluntarios
viejos, soltándoles los perros encima; los viejos empezaron
a correr como cuando eran jóvenes para acabar saltando
sobre las vallas para librarse de las fauces de los canes y ese
fue el último salto de sus vidas, llamado vulgarmente en el
campo ‹salto mortal›, quedando completamente
carbonizados. Como a uno de los perros le fallaron los
frenos corrió la misma suerte, lo que produjo una profunda
consternación entre los miembros de la SS y lo enterraron
con todos los honores militares otorgándole después de
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
muerto la Cruz de Perro en el grado de perseguidor
sublime. A partir de esa fecha se bajó el voltaje conectado a
las mallas, las que en lo sucesivo podían electrocutar solo a
los prisioneros y no a los perros.
La nueva barraca quedó completamente separada de
la nuestra; una puerta ancha permitía el fácil ingreso de un
camión del ejército a las instalaciones nuevas, a los lados se
erigieron dos torres de control desde donde guardas
armados observaban, sin alejar la vista las veinticuatro
horas del día, como premio a nuestro trabajo excelente
tuvimos dos días de descanso, en los que nos preguntaron
si tocábamos o no algún instrumento musical. Quedé
sorprendido al enterarme de que más de cuarenta presos
eran músicos consumados. Sacaron los nuevos
instrumentos musicales que llegaron de Duesseldorf y la
orquesta comenzó a sonar. El propio Hoess la conducía y
era música para los oídos: interpretaban composiciones
magníficas, sentidas e inspiradas. Las piezas que más
aplausos cosecharon fueron: La última ducha, El gemido
mortal, Cuerpos en pena, Ronda de almas y Aquí se acabó mi
vida.
Aún me encontraba durmiendo cuando una voz
familiar me despertó, era Hoess, —levántese y venga —me
dijo, me levanté y bañé volando y salí con él, Lombriz me
condujo a la barraca de los oficiales, al comedor del jefe.
Hoess se encontraba tomando un buen desayuno: chorizo,
huevos revueltos con cebolla blanca, tostadas con
mantequilla, jalea de naranja y café sin leche, mientras que
dos presas debajo de la mesa le lavaban y masajeaban los
pies.
—¿Quiere desayunar conmigo?
Por supuesto que acepté encantado, mientras
devoraba el desayuno, él me dijo:
—Sé que usted es médico y estuvo trabajando de
enfermero con el doctor Mengele.
—Efectivamente —contesté.
—Fui informado por este que es usted un buen
médico.
La palabra médico me parecía distante, era médico
en mi otra vida, pensé, después volví en mí y contesté:
—Sí.
—¿Sí qué? —me pregunto Hoess.
—Sí nada —contesté… porque perdí el hilo de la
conversación.
—Bueno, sin entrar en detalles, a partir de hoy día,
y hasta que llegue otro de Alemania, usted será médico en
el campo de trabajo de Auschwitz-Birkenau —me dijo.
El nombramiento me llenó de turbación de ver que
yo era el escogido, si puede haber el nudo en la garganta
propio de la emoción contenida en medio de tantas penas,
de tantas sombras del horror.
—Su primera misión será hacer exámenes pélvicos a
todas las prisioneras seleccionadas para servicio doméstico y
me rendirá informe personal de cada una de ellas. Tenemos
una pieza de examen con su pequeña mesa quirúrgica, en la
barraca y quisiera que me acompañe.
Hoess me mostró la salas de espera, de consulta y la
quirúrgica, estaban bien equipadas y tenían hasta máscara
de éter para administrar anestesia.
—Si necesita algún ayudante escoja entre los
prisioneros el que más le acomode y empiece a trabajar. A
las seis de la tarde espero el primer informe.
Me disponía a salir cuando Hoess me dijo:
—Tendrá que cambiarse de uniforme.
Y me entregaron un pantalón y una camisa
quirúrgica, medias, zapatos y una bata blanca, al mismo
tiempo él me regaló un estetoscopio nuevo.
—Mengele lo quiere mucho —me dijo,— me mandó
que lo saludara.
—¿Dónde está él?
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
—Hitler lo invitó a que asistiera a un consejo de
ministros en Berlín y a compartir un almuerzo en el que lo
condecoró con la Ritterkreuz —me dijo.
A las nueve de la mañana comenzaba a ver a la
primera paciente. Tenía dieciséis años, era virgen,
completamente limpia, no tenía enfermedad alguna y
gozaba de una salud excelente. Ese día vi sólo doce
pacientes para hacer un buen trabajo; todas eran
inmaculadamente vírgenes, solteras, chicas muy buenas,
estudiantes de secundaria, di mi informe al jefe y él se puso
muy contento.
—Después de tanto tiempo voy a comer faisán
—dijo.
Yo no entendí el dicho, parecía un chiste alemán,
no los podía entender, no entraba en onda, pero tuve que
reír del chiste sin entender de qué se trataba. Al día
siguiente seguí trabajando y al tercer día acabé con los
exámenes y los reportes. Ya no volví más a mi barraca, fui
promovido, ahora dormía con los de la SS.
—Ya se tiró a la primera —me dijeron
—¿Quiere ver cómo se las tira?
—No —les contesté.
—Bueno —me dijeron— quiera o no tendrá que
ver, esta pared tiene muchos agujeros y dan directamente al
dormitorio del jefe.
Esa noche vi a una de mis pacientes que ingresó al
dormitorio como ingresaban los presos al crematorio; se
llamaba Sarah y se apellidaba Desierto, estaba horrorizada.
—Vamos siéntate —le dijo el jefe—. Aquí no te
pasará nada malo, ¿quieres una copa de vino, para saciar la
sed de tu Desierto?
—No gracias —contestó la muchacha.
—¿Entonces un trago fuerte?
—No gracias.
—¿Leche de coco, con ron?
—Tampoco, gracias.
—Entonces tomarás vino —y diciendo esto sirvió
dos copas y le dijo salud, la pobre muchacha estaba
horrorizada pero tuvo que tomar y tomar hasta que estuvo
bien cebada, este pavo está listo pensó Hoess y comenzó el
asedio, la rodeó por los cuatro costados y la atacó por el
flanco izquierdo, que es el más vulnerable. Sarah Desierto
pretendió defenderse de los besos que Hoess le propinaba,
pero no pudo, era como si el Desierto del Sahara tratara de
librarse del sol que lo calienta, o del agua que la calma. Fue
hábilmente seducida, admirablemente debilitada y
magníficamente acosada, el viejo Zorro del campo la siguió
desplumando con sus labios hasta arrancarle la última
pluma que la protegía, ave desplumada, estaba lista para la
olla, la siguió besando, luego la llevó a su cama y la
desvistió sin aflojarle la mirada, poco a poco, una vez que la
tuvo completamente desnuda, se desvistió, la muchacha lo
miró con miedo, primera vez que observaba al enemigo tan
de cerca, lo vio más grande y más potente, lo sintió más
duro, ya no había qué hacer, estaba resignada.
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VI
i vida de médico adquirió un rumbo agradable.
Atendía a todos los reclusos con problemas
menores y empecé a estudiar los cambios que
ocurrían en la actitud de los presos y de los
guardias. Exactamente a los seis meses de vivir en el
campo, todo el mundo cambiaba: los presos, después de
sufrir tanta humillación y tortura, aceptaban su condición
perruna, lamían las manos, no ponían en duda la
superioridad total de los miembros de la SS y las palizas y
torturas a las que eran sometidos las aceptaban. Algunos
presos ya no hablaban con nadie más que consigo mismos,
se los veía a veces envueltos en amenas conversaciones y
otras en violentas discusiones. Caminaban como almas en
pena en busca de su cuerpo, sin jamás encontrarlo, nunca
Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
se dieron cuenta de que era el cuerpo el que debía tratar de
buscar a su alma hasta encontrarla y para eso lo único que
tenían que hacer era dirigirse a la esquina de las Almas en
la plaza de los Espíritus Perdidos donde había más almas
que presos en el campo, las almas pasaban las horas
platicando entre ellas, esperando a que sus cuerpos vengan
a recogerlas, lo cual se volvía una tarea bastante sencilla
para los que aún vivían, pero los más, ya habían muerto.
Los guardias paseaban por todos los rincones
tratando de encontrar su conciencia que la habían perdido.
Uno que otro la buscó tanto que la encontró, pero todo el
que la encontró, acabó suicidándose, nadie más buscó a su
conciencia y las conciencias empezaron a andar sueltas cual
almas en pena, y empezaron a reunirse en la esquina de la
Conciencia situada en la vereda norte de la plaza de los
Espíritus Perdidos. Cada vez que llegaban prisioneros
nuevos comenzaban las torturas y el abuso sistematizado
hasta romperles el alma, doblarles el cuerpo, sacarles su
personalidad y dejarles sus cuerpos convertidos en vegetales
y sus espíritus en animales tristes. Todas las personalidades
bien planchadas y correctamente numeradas eran guardadas
en la barraca de la personalidad; cuando algún soldado
llegaba al campo y demostraba no poseer personalidad, se
sacaba una personalidad buena y limpia y se le injertaba.
También los guardas nuevos venían a entrenarse en los
campos, venían a aprender las técnicas más modernas y las
tácticas más sofisticadas para lograr romper la resistencia
humana. En otras palabras, los campos de concentración
servían para proveer a la Gestapo con un laboratorio
humano en los que cientos de milicianos estaban
aprendiendo las técnicas más sofisticadas para mantener el
orden y romper en forma efectiva la resistencia civil de la
ciudadanía, hasta quitarles a los individuos su propia
individualidad y convencerlos de que eran parte del montón
de personas que existen pero no viven, que suman pero no
cuentan. El trabajo en dichos campos permitió a los
miembros de la Gestapo deshumanizarse completamente y
convertirse en celosos guardianes del orden público y los
colocaba al mismo nivel y grado que los perros policías.
umplí mi primer año en el campo de trabajo de
Auschwitz-Birkenau y soplé mi primer horno, ya
que no había velas que soplar y mi torta de
cumpleaños fue aderezada con crema de leche,
obtenida de judías recién llegadas al campo que estaban
amamantando y a falta de huevos de gallina fue enriquecida
con huevos de preso macho; unos nacen con estrella y otros
nacen estrellados decía mi madre y que verdad había en sus
palabras: mi vida fue un conjunto de noches interminables,
de amores inasequibles, de metas inadmisibles, de horas
inverosímiles, de destinos imposibles, de utopías absurdas,
daños irreparables y de destinos inolvidables. Una tarde de
invierno mi cuerpo encontró a su conciencia. Apenas la
halló tuvo miedo de suicidarse como les ocurrió a todos los
anteriores que tuvieron la mala suerte de encontrarla, pero
no me ocurrió nada, estuve pensando en mi madre, mis
hermanas, que sería de ellas. Pasó un año triste o un triste
año sin que oyera nada de ellas.
—Tendrás que trabajar en forma diaria aquí —me
dijo.
No me animé a preguntarle qué clase de trabajo. En
la puerta de la barraca gigantesca o Bunker como ellos la
llamaban, que tenía seis chimeneas inmensas, rodeadas de
una plaza enorme, donde se daría la bienvenida al campo
de concentración a los nuevos prisioneros. En la puerta de
la nueva barraca se leía claramente el signo de ‹duchas de
desinfección› que estaba colocado en varios idiomas. Una
vez dentro, había un cuarto inmenso con alacenas para que
los prisioneros se desvistieran y dejaran en forma ordenada
sus pertenencias. La ropa la colocaban dentro de unos
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VII
Felix Alfonso del Granado (1938-)
carros especiales con veneno para piojos y pulgas, una
flecha indicaba el camino del sótano donde se encontraban
las duchas, en el sótano ingresamos a un cuarto inmenso
donde cientos de duchas caían del techo, pero me di cuenta
de que o no eran duchas de verdad o no les habían
conectado las cañerías del agua, ¿qué se proponían?
—Después de desvestirse ingresarán a las duchas y
después de bañarse bien por cinco minutos, se vestirán y
pasarán al patio número dos para que se les reparta sus
viviendas y se les dé sus vitaminas, quiero decirles que
hemos resuelto alimentarlos en forma balanceada para que
se recuperen y se vean fuertes, si tienen alguna queja de su
alimentación les ruego buscarme a mí personalmente, yo
arreglaré todos sus problemas, yo les prometo que a partir
de hoy día se acabarán los piojos, se morirán las pulgas,
desaparecerán sus parásitos intestinales, desterraremos a las
moscas, mataremos a las garrapatas, nada ni nadie
perturbará su salud cuando trabajan, ni su sueño cuando
descansan.
La orquesta comenzó a tocar La solución final de
Hoess en si húmedo y suave y al compás de ella, como en el
ballet del Bolshoi, ingresaron los presos musicalmente,
indiferentemente indiferentes y abandonadamente
abandonados a su suerte.
Se oía como cientos de uñas arañaban las paredes
de madera de la barraca, en forma armónica, produciendo
un ruido parecido al de las castañuelas españolas, durante
la ejecución de la jota; a los cinco minutos con quince
segundos terminó de ejecutar la orquesta, el conductor se
dio la vuelta y recibió una ovación cerrada de los asistentes,
mientras que en la cámara de gas reinaba una paz celestial,
y un coro de ángeles elevándose al cielo cantaba.
—No le prometí mi coronel —dijo Fritzsch—, no
quedó ni un piojo vivo.
—Lo felicito, fue excelente —le contesto Hoess—,
he disfrutado horriblemente después de mucho tiempo, es
658
Flor de Granado y Granado
formidable el poder liquidar a tres mil hijos de puta en
cinco minutos con quince segundos.
—Y lo más importante es que murieron hasta los
piojos —volvió a recalcar Fritzsch.
Tenía un nudo en mi garganta y dije —¡Oh Dios!,
¡oh Dios!, ¿cómo permites esto?
VIII
aquel poeta pálido de mejillas salientes, de ojos de
noche y corazón de luna, leyó su última composición
titulada el Poema de la guerra que electrizó a los
presentes, pocos comprendieron el mensaje de aquel
poema, algunos entendieron lo que esas palabras les decían,
los demás las presintieron y los más las ignoraron. Una vez
que declamó su poema y recibió un aplauso caluroso que
casi llega a la ovación, agradeció a la concurrencia y sin
ocultar su contento, bajó los estrados para pisar tierra y en
pocos instantes volvió la realidad.
1989 LAS MEMORIAS DE HOLOFERNES
I
espués de seis años de haber gobernado la
patria, beodamente alegre, con un valor
inigualable, una osadía incomparable, una
intrepidez incontenible y una sabiduría
inentendible, el valiente entre los valientes, el valeroso
entre los valerosos, el intrépido entre los intrépidos, el
temerario entre los temerarios, el macho entre los machos y
el general entre los generales, al enterarse de la revolución
de Rendón en Potosí, suspendió las garantías
constitucionales y declaró al ejército en campaña rigurosa.
Y el treinta de octubre en el campo de Caja del Agua,
arengó a sus tropas desde la grupa de su soberbio caballo
659
Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
Holofernes y les dijo: —Dios os bendiga, compañeros de
sacrificios. —Cerca de Oruro se unió a su ejército el general
Quevedo con el contingente de Cochabamba. El general
Rendón mandó a fabricar barricadas de calicanto, hizo
abrir zanjas profundas alrededor de la ciudad y las llenó de
agua, organizó la defensa de la ciudad junto a los generales
Lanza y Campero, levantó al pueblo y les recordó la batalla
de La Cantería del cinco de septiembre de 1865,
arengándolos a matar o morir con gloria.
Con semejante fortificación, comparable sólo a la
Gran Muralla China, Rendón se creía seguro, pero la mitad
del ejército de Melgarejo, se internó sigilosamente dentro
de la ciudad, utilizando los socavones de angustia que
comunicaban el Cerro Rico con la santísima catedral,
decidiendo por dentro el resultado del combate, donde
ardió Troya, sin necesidad de un caballo de madera.
Después de ocho fuertes horas de combate el general
Melgarejo ingresó victorioso en la Villa Imperial de Potosí,
el veintiocho de noviembre de 187O, descalabrando al
afeminado general Rendón, en un singular combate que
redujo a cenizas a la heroica villa.
—No bien festejaba su nueva victoria cuando fue
informado, mi general, el ex coronel Morales se sublevó en
La Paz el veinticuatro de noviembre.
—Me lo temía, tenía que ser él, cuando se
encontraba en el país me obedecía al pensamiento sin
mirarme a los ojos: Sí mi general, no mi general, disculpe mi
general, perdóneme mi general. Por eso es que lo mantuve
lejos, exilado en el Perú, yo sabía que él y su tinterillo
Corral habrían de traicionar a Bolivia, el muy valiente sólo
saca la cabeza a mil kilómetros de distancia, que se prepare
la tropa, a La Paz por el altiplano.
Melgarejo salió inmediatamente de Potosí con un
ejército diezmado del que sólo quedaron dos mil quinientos
hombres mal comidos y bien heridos, y en medio de lluvias
torrenciales se dirigió al sitio del alzamiento a marcha
forzada, a paso fuerte y seguido, cambiando continuamente
caballos frescos ubicados en lugares ocultos e ignorados,
mientras tanto, el cacique Villca con cincuenta mil aimaras
ingresó en combate. Durante su viaje a la ciudad del norte,
su ejército fue continuamente hostigado por los aimaras;
cada noche amanecían soldados degollados, los aimaras se
robaban los caballos y se comían el forraje, tratando sin
conseguirlo de matar al general Melgarejo, a pesar de
semejante acecho nunca visto desde las épocas de la
colonia, logró llegar a la ciudad del Illimani el quince de
enero de 1871. El general Morales organizó a los
revolucionarios o montoneros en forma semejante al de los
hulanos de Prusia y los cosacos de Rusia; los
revolucionarios de Zelaya avanzaron hasta Lagunillas, los
de Castillo hasta Tapacarí, los de Nurguía hasta Tarata, los
de Blacud hasta Paria y Chayanta, cubriendo una línea de
cien leguas. El objetivo era trabajar junto a los aimaras para
detener al enemigo que venía triunfante de Potosí, hacerle
una guerra de recursos, e imposibilitarle cualquier
movimiento estratégico. Se levantó Sucre, se sublevó
Cochabamba, se sulfuró Oruro. Todos los soldados del país
deberían intervenir en el combate, volvieron los derrotados
del sud, se realistaron los muertos y ocuparon Tarija,
ingresó armamento de Valparaíso y Tacna, para los
revolucionarios. Se ubicó a la primera división en
Calamarca, a la segunda en Viacha, a la tercera en Laja, a la
cuarta en La Paz. Una línea de diez mil aimaras en Río
Abajo, otra de diez mil en el Desaguadero, el resto a lo
largo del altiplano y La Paz estaba protegida por una
diadema de veinte mil aimaras armados.
Al ver al ejército de Melgarejo, todas las divisiones
empezaron a escapar retirándose hasta La Paz. El jefe de la
guardia nacional, Aspiazu, organizó a la juventud y a la
clase obrera de Belzu, los que ocuparon todos los techos,
las iglesias, los edificios, los puentes y los caminos, los
cerros y las montañas, el batallón segundo se colocó en San
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Felix Alfonso del Granado (1938-)
Flor de Granado y Granado
Pedro al mando del coronel Guachalla, el batallón
Omasuyos se situó en Caja del Agua al mando del coronel
Vila. Los revolucionarios de Zapata se ubicaron en la
Garita de Lima.
Mariano el valor, dijo a Mariano el talento, escriba
una carta a Corral explicándole que, «Después de pacificar
el sud de la república, me encuentro en El Alto dispuesto a
pacificar el norte, mas antes de que mi ejército haga
prevalecer la fuerza de sus armas, en cumplimiento de los
sagrados compromisos que tiene contraídos con la patria, le
hago un llamado amigable para que insinúe al señor ex
coronel Morales se sirva deponer las armas y, corrigiendo
su equivocada actitud, me permita ingresar a la ciudad de
La Paz en paz y no teniéndola que reducir a la fuerza. De lo
contrario, me veré obligado a hacerle sentir una vez más el
peso de la espada que combatió en Ingavi y no seré
responsable de los actos y de la ferocidad del victorioso e
imbatible ejército de diciembre, ni de lo que pueda ocurrir
cuando esté intoxicado durante y después de celebrar la
fiesta de mi victoria, dígale que no reconoceré enemigos y
todos serán tratados con dignidad, en homenaje a la paz
que tanto admiro y por la que tanto combato y para
terminar de una vez por todas con esta pesadilla
incesantemente sucesiva y frecuentemente continua, que
con los nombres ignominiosos de revoluciones y
alzamientos, atentan la seguridad del Estado, perturban la
tranquilidad de sus habitantes y alteran el orden
establecido, por el espacio siniestramente continuado de
setenta y dos meses consecutivos, durante los cuales se está
diezmando lo más granado de nuestro querido ejército. Con
sencillez pido a usted sensatez, prudencia, moderación y
juicio, y esperando que su buen sentido lo reflexione
sepultando de una vez por todas sus ambiciones
desmedidas, evite el dolor, la pena y el llanto, a nuestra
querida Bolivia».
Muñoz escribió en persona la carta y la envió
mediante un parlamentario al secretario general de Estado,
doctor Corral, quién leyó la carta al general Morales.
Morales contestó la carta: «Al señor doctor Muñoz,
secretario de Melgarejo. Muy señor mío: En respuesta al
oficio de intimidación que me ha dirigido, pidiendo que en
obsequio de la paz pública deponga el pueblo las armas, me
permito denegar su pedido y explicarle los motivos que me
han empujado a tomar esta decisión extrema. No he venido
por mi propia voluntad, sino accediendo al llamado
clamoroso del pueblo boliviano, para liberarlo de la tiranía
del presidente Melgarejo, que abusando del poder y de la
fuerza que le dan sus soldados armados, ha consumado
toda clase de atropellos y hechos sangrientos, reduciendo la
patria a las ruinas más espantosas. El pueblo de la ciudad
de La Paz está en estado de guerra y ha jurado
solemnemente convertir en cenizas todos los edificios si
fuese necesario, antes de permitir el ingreso de vuestras
tropas, tropas que si se animan a atacar, tendrán que pasar
por sobre nuestros cadáveres. Nosotros le ofrecemos al
general de diciembre las garantías necesarias para que salga
del país y abandone el gobierno».
Una cúpula de lágrimas condensadas en nubes
cubría a la noble y aguerrida ciudad de los discordes, donde
se debería llevar a cabo uno de los combates más
sangrientos de nuestra historia. El Illimani, adustamente
grande, observaba en silencio los acontecimientos que a la
larga iban a repercutir en el destino de la patria. De la
garganta del ejército de diciembre, salió como un trueno, el
nombre de Melgarejo que rasgó los Andes, volando desde la
ceja de El Alto hasta depositarse en el montículo de
Sopocachi, como un alarido de muerte que estremeció a los
habitantes y produjo escalofrío de difunto, entre los
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