la revolución social que nos amenaza

Antología de Manifiestos políticos argentinos 1890-1956 / Leandro N. Alem ... [et.al.] ;
edición a cargo de Mariana Casullo y Diego Caramés ; con prólogo de Teresa Parodi y
Ricardo Forster. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ministerio de Cultura de
la Nación. Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional , 2014.
520 p. ; 20x28 cm.
ISBN 978-987-3772-04-7
1. Historia Política Argentina. I. Alem, Leandro N. II. Casullo, Mariana, ed. lit. III. Caramés, Diego, ed. lit. IV. Parodi, Teresa, prolog. V. Forster, Ricardo, prolog.
CDD 320.982
Dirección del proyecto
Matías Bruera y Gabriel D. Lerman
Coordinación de la edición
Mariana Casullo
Consejo Asesor
Diego Caramés, Matías Farías y Adriana Petra
Edición y guión
Mariana Casullo y Diego Caramés en colaboración
con Matías Farías y Adriana Petra
Diseño de tapa y de interior
Carlos Fernández
Corrección
Juan Martín Rosso
Belén Domínguez
2014 - Ministerio de Cultura
2015 - Reimpresión - Ministerio de Cultura - Ministerio de Educación
ISBN 978-987-3772-04-7
ISBN obra completa 978-987-3772-38-2
IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Autoridades
Nacionales
Presidenta de la Nación
Cristina Fernández de Kirchner
Vicepresidente de la Nación
Amado Boudou
Jefe de Gabinete de Ministros
Aníbal Fernández
Ministerio
de Cultura
Ministra de Cultura
Teresa Parodi
Jefa de Gabinete
Verónica Fiorito
Secretario de Coordinación Estratégica
para el Pensamiento Nacional
Ricardo Forster
Director Nacional de Pensamiento
Argentino y Latinoamericano
Matías Bruera
Director de Asuntos Académicos
y Políticas Regionales
Francisco “Teté” Romero
Ministerio
de Educación
Ministro de Educación
Alberto E. Sileoni
Secretario de Educación
Jaime Perczyk
Jefe de Gabinete
Pablo Urquiza
Subsecretario de Equidad y
Calidad Educativa
Gabriel Brener
Director Nacional de Políticas
Socioeducativas
Alejandro Garay
ÍNDICE
Palabras previas, por Teresa Parodi
Prólogo, por Ricardo Forster
Presentación, por el Consejo Asesor y editores
13
15
19
1890
Trabajadores. Compañeras. Compañeros: ¡Salud!
Somos la escoria de la sociedad
Tapa del periódico Vorwärts
Manifiesto de la Junta Revolucionaria en 1890
Discurso de Leandro N. Alem en el Acto en el Frontón
Fotografía de la Revolución del Parque
25
32
33
34
38
39
1896-1897
Primer Manifiesto Electoral del Partido Socialista
Logo de La Sociedad Luz
Declaración de principios y Programa mínimo del Partido Socialista
La voz de la mujer anarquista
Tapa del periódico socialista La Vanguardia Proclama de trabajadores de la madera llamando a una huelga por las 8 horas
La fiesta del proletariado, por Leopoldo Lugones
Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova Testamento político de Leandro N. Alem
43
45
46
48
49
50
52
53
54
1901-1902
I Congreso Obrero del 25 de mayo de 1901
Huelga general de 1902 El Senado de la Nación debate la Ley de Residencia El peligro yanqui, por Manuel Ugarte
Tapa del periódico anarquista La Protesta Humana
El Destierro (fragmento), por Julio Camba 57
59
68
72
77
78
1904
81
84
Fotografía de una manifestación de la FORA
87
Declaración de la UIA
88
Fotografía de manifestación por jornada de 8 horas
90
Primer discurso como diputado de Alfredo L. Palacios
91
Conclusiones del Informe sobre el estado de las clases obreras, por Juan Bialet Massé 94
Tapa del folleto de Reglamentación del trabajo femenino y de niños 104
Resoluciones del IV Congreso de la FOA
Pacto de solidaridad 1909-1912
Proclama de la UGT, la FORA y sociedades obreras en la Semana Roja de 1909
Fotografía de la represión durante la Semana Roja
1909 – Radowitzky – 1917, por Emilio López Arango
Fotografía de Simón Radowitzky
Asalto a La Protesta (crónica)
Himno argentino versión anarquista Discurso de José Figueroa Alcorta en conmemoración del Centenario Fotografía de los festejos del Centenario Oración patriótica de monseñor Miguel de Andrea
La restauración nacionalista (selección), por Ricardo Rojas
Grito de Alcorta Fotografía del Grito de Alcorta Manifiesto de la UCR sobre las elecciones de 1912 Juan B. Justo y la polémica con el socialista italiano Enrico Ferri 107
108
109
110
111
113
114
118
119
121
128
133
134
140
1914-1916
Manifiesto de la UCR al pueblo de la República antes
de las elecciones de abril de 1916
Discurso de Hipólito Yrigoyen en la asunción de la presidencia de la Nación Polémica entre Hipólito Yrigoyen y Pedro C. Molina Si el pueblo pensara más, por Joaquin V. González Fotografía de las elecciones de 1916 Fotografía de asunción del presidente Hipólito Yrigoyen Crónica de la asunción de Hipólito Yrigoyen por el embajador de España
151
152
153
166
170
170
171
El suicidio de los bárbaros, por José Ingenieros Mi beligerancia (prólogo), por Leopoldo Lugones En favor de la neutralidad, por Belisario Roldán
Peregrinación a las ruinas, por Roberto J. Payró
172
174
178
181
1917-1919
La Revolución de Rusia, por Enrique del Valle Iberlucea 191
¡Rusia!, por Misha 194
La revolución rusa y su influencia moral, por Severo Bruno
Nuestro Congreso: el Partido Socialista frente a la Primera Guerra Mundial Poemas “Rusia” y “Guardia Roja”, de Jorge Luis Borges
Significación histórica del maximalismo, por José Ingenieros La revolución social que nos amenaza, por monseñor Zenón Bustos y Ferreyra
Tribuna proletaria, de Abraham Vigo
Mala sed, de Adolfo Bellocq Manifiesto Liminar, 1918
196
198
200
201
208
209
209
210
Discurso de Deodoro Roca en la clausura del primer Congreso
Nacional Universitario
214
Discurso de Alejandro Korn, primer decano electo con el voto estudiantil
216
Fotografía de la Reforma Universitaria de 1918 219
Manifiesto de la revista Martín Fierro 220
Manifiesto de la FORA sobre la Semana Trágica, 1919 222
El pueblo está para la revolución (crónica) 223
Fotografías de la Semana Trágica
224
1921-1924
La masacre de La Forestal: denuncia en la legislatura de Santa Fe
No es un problema de policía
¿Hay que armarse?, por Doricio Tacuara
Fotografías de La Forestal
La Patagonia rebelde (fragmento), por Osvaldo Bayer Fotografía del acto del 1° de Mayo de 1921 en Puerto Santa Cruz
Masacre de Napalpí, diario Heraldo del Norte
Fotografía del campo de la Reducción de Napalpí
En el Chaco y norte de Santa Fe los indios sublevados continúan
cometiendo desmanes, diario La Nación Fotografía de hacendados del Chaco, 1924
227
231
232
235
236
249
250
250
251
252
Discurso de Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica
Prédica de la “Gran Campaña de Pacificación Social”
253
255
1930-1932
Manifiesto de los 44
Manifiesto de la Junta Provisional, presidida por José F. Uriburu
Proclama del presidente de facto José F. Uriburu
261
263
265
Acordada que legitima el Gobierno Provisional de la Nación
encabezado por José F. Uriburu
La dificultad de la revolución, por Rodolfo Irazusta Fotografías del golpe de Estado de septiembre de 1930 El comicio cerrado Debate entre Matías Sánchez Sorondo y Alfredo L. Palacios sobre la tortura Discurso del presidente de la FUA Aguafuerte Balconeando la Revolución, por Roberto Arlt Aguafuerte Orejeando la Revolución, por Roberto Arlt
267
269
270
271
273
277
279
281
1934-1937
285
Los ferrocarriles, factor primordial de la independencia nacional 288
América y su petróleo 293
Prólogo de J. L. Borges a El paso de los libres de Arturo Jauretche 294
Tapa de la primera edición de El paso de los libres 295
Lisandro de la Torre y el escándalo de las carnes: discurso en el Senado
296
La oligarquía en el gobierno, por Rodolfo y Julio Irazusta
299
Declaración de la Confederación General del Trabajo (7 de febrero de 1936) 306
Las brigadas de choque, por Raúl González Tuñón
308
Manifestación, de Antonio Berni
316
Manifiesto de la fundación de FORJA (fragmentos) 1943-1944
Documento GOU: “Situación interna”
Proclama de las Fuerzas Armadas luego de la “Revolución de junio”
Discurso de Perón en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires 319
325
327
Fotografía del Gral. Pedro P. Ramírez en la toma de mando
La obra social que desarrolla el Coronel Perón, por Manuel Gálvez
Fotografía de la proclama de junio de 1943
Nuestra actitud ante el desastre, por Oliverio Girondo
Fotografía de las tropas pasando por avenida Leandro N. Alem
Declaración AIAPE a favor de la Unión Democrática
Volantes de Argentina Libre/Antinazi Son memorias (selección) de Tulio Halperín Donghi 338
339
341
342
349
350
351
352
1945-1946
Discurso de Juan Domingo Perón del 17 de octubre de 1945
Declaración de FORJA frente al 17 de octubre de 1945
Actas de la reunión del 16 de octubre de la CGT (fragmentos) El subsuelo de la patria sublevada, por Raúl Scalabrini Ortiz
Fotografías del 17 de octubre
Al 17 de octubre, por Leopoldo Marechal
Mujeres de la Villa Guillermina en contra de Perón
Fotografías de El Malón de la Paz El Partido Socialista y el 17 de octubre de 1945
Manifiesto de los Tres Manifiesto en apoyo al embajador norteamericano Braden
Sobre el peronismo y la situación política argentina (fragmento),
por Victorio Codovilla
Fotografía de la “Marcha de la Constitución y la Libertad”
Escritores argentinos definen su posición cívica democrática (Manifiesto) Volantes antiperonistas
El mito gaucho (selección), por Carlos Astrada Muerte y transfiguración de Martín Fierro (selección),
por Ezequiel Martínez Estrada
361
364
365
376
377
378
379
381
382
383
391
392
394
395
398
399
404
1947-1949
Reynaldo Pastor contra el voto femenino 409
412
Feministas y la ley del voto femenino de 1947 • Entrevista a Alicia Moreau de Justo (fragmento) • Un grave contrasentido, por Alicia Moreau de Justo Fotografía de Julieta Lanteri
413
414
415
Eva Perón anuncia la ley del voto femenino 13.010
Fotografías de las elecciones de 1951
Testimonio de doña María, activista sindical de Berisso
416
417
Discurso de apertura de J. D. Perón de las Sesiones
Constitución de la Nación Argentina de 1949: capítulos III y IV
424
432
Informe de la Comisión revisora de la Constitución (fragmentos),
por Arturo E. Sampay
Ilustración de la Constitución de la Nación Argentina de 1949
Lebensohn y las dos tradiciones argentinas
Fotografía de J. D. Perón jurando la Constitución de 1949
437
446
447
449
de la Asamblea Constituyente
1951-1956
Discurso de Eva Perón en el Cabildo Abierto
Mi mensaje, de Eva Perón (fragmento)
Fotografía del funeral de Eva Perón Eva Perón en la hoguera, por Leónidas Lamborghini (selección)
Fotografía del funeral de Eva Perón Acción Católica de Córdoba (antiperonistas)
Actualidad de Echeverría (selección)
453
456
462
463
466
467
468
Proclama del general Eduardo Lonardi contra el gobierno
constitucional de J. D. Perón
Adhesión de la UCR al golpe de Estado del general Lonardi
471
473
Proclama de los generales J.J. Valle y R. Tanco al frente
del Movimiento de Recuperación Nacional
Estrategia de la lucha por la liberación nacional y
la justicia social, por Arturo Jauretche
Carta abierta de Ernesto Sabato a Mario Amadeo, 1956
La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo,
por Gino Germani (fragmento)
La tarea desmitificadora, por Américo Ghioldi Fotografías tras el bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de septiembre de 1955
Carta del “Che” Guevara a su madre tras el golpe de Estado a Perón
Carta del general Juan José Valle al general Pedro E. Aramburu
Aventura y revolución peronista, por Juan José Sebreli
Eva Perón y la mamá de Juanito en su último paseo, de Daniel Santoro
474
475
482
486
496
499
500
501
503
515
Palabras previas
por Teresa Parodi
13
Esta etapa de profundas transformaciones sociales nos vuelve protagonistas de un momento histórico desde el cual podemos avanzar en áreas que por primera vez encuentran
espacio en la agenda pública.
Abrir ámbitos de discusión que permiten recuperar la verdadera potencia de las palabras como portadoras de sentido y constructoras de identidades compartidas es una señal
de que podemos confluir en un proyecto común en el que las diferencias conviven y construyen diálogos propios de la práctica democrática.
Este primer tomo de Manifiestos políticos argentinos, que abarca el período de 1890 a
1956, reúne por vez primera documentos que constituyen insumos imprescindibles para
pensar la Argentina desde la enorme diversidad de sus tradiciones culturales.
La compilación de los principales discursos, textos y proclamas fundantes de las corrientes políticas argentinas y de los manifiestos que dieron origen a episodios populares
emblemáticos constituyen una verdadera puesta en valor de la historia del lenguaje político argentino.
Estos textos de nuestra Argentina moderna presentan diversas maneras de decir, de
referirse al conflicto social, a la lucha por el poder, al litigio por la igualdad desde un amplio
espectro de tradiciones intelectuales que constituyen verdaderas genealogías de nuestro
presente y de los debates, sueños e ideales actuales. Repensar la cultura política es una manera de reivindicarla como herramienta indispensable para expresar los reclamos, la alegría
y la dignidad de un pueblo que ha sabido resignificarla con mucho esfuerzo.
Desde el Ministerio de Cultura bregamos por ampliar los recursos para la participación
plena de todos los argentinos y argentinas en la vida cultural de nuestro país. Estamos convencidos de que necesitamos valorar el ejercicio de la palabra como instrumento primordial
de expresión de un pueblo que puede reconocerse a sí mismo como constructor activo y
legítimo de una democracia capaz de amparar lo plural y lo diverso.
Teresa Parodi
Ministra de Cultura
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Palabras previas
por Alberto Sileoni
El Ministerio de Educación de la Nación ha considerado que la Antología de manifiestos políticos
argentinos (1890-2010), editada en tres tomos por el Ministerio de Cultura de la Nación, por sus
valores históricos y pedagógicos, integre el acervo bibliográfico de los Institutos de Formación
Docente de todo el país.
Este conjunto de documentos del pasado argentino, seleccionados y editados con un sólido criterio profesional, constituye un aporte invalorable para el conocimiento, el estudio y la
reflexión sobre el acontecer histórico y sobre sus protagonistas.
El manifiesto, en tanto expresión política, literaria o cultural de intervención en la vida
social, tiene una larga y compleja historia, difícil de reducir a algún soporte determinado o a
algún formato particular de enunciación. La selección que aquí se presenta da cuenta de esa
diversidad y, lo que es aún más relevante, nos coloca frente a una amplia variedad de perspectivas políticas, sociales y estéticas, permitiendo así que podamos conocer, de primera mano,
el pensamiento de diferentes actores, individuales o colectivos, que han actuado a lo largo de
la historia argentina.
En nuestro país, y acompañando a los movimientos sociales y políticos revolucionarios de
fines del siglo xix, la producción de manifiestos se constituyó en un modo habitual de intervención para los diversos grupos y facciones que buscaban movilizar la conciencia pública,
en el marco de la progresiva ampliación del universo de lectores, por efecto de las leyes de
educación pública. Estas proclamas, más allá del texto o la imagen que busca impactar la realidad inmediata a la que se dirigen, contienen dos elementos que, a nuestro juicio, las hacen
particularmente interesantes.
En primer lugar, la evocación de la gestualidad que acompañó su producción y la reconstrucción de las formas materiales en que estas ideas fueron inscritas, reproducidas y, sobre
todo, receptadas por sus contemporáneos. En segundo término, los manifiestos nos convocan
a que ese pasado del cual estas reliquias nos hablan vuelva a estar vivo entre nosotros, para
que podamos interrogarlo con las preguntas del presente.
Esa posibilidad de dialogar con la historia desde el presente es lo que la hace viva, lo que
le da sentido, lo que le sacude el polvo de los años y, sobre todo, la hace humana.
El manifiesto, como texto en acción, bien puede ser leído como la mecha que enciende el
acontecimiento e incluso como una antorcha que ilumina todo un período –pensemos, entre
otros ejemplos, en el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, o en las páginas fundacionales de F.O.R.J.A.–; sin embargo, no agota su eficacia en el tiempo corto de la historia, que
es donde emerge con toda su vitalidad. Por el contrario, cada uno de estos documentos sigue
interpelando a cada presente y abriendo nuevos caminos a la interpretación del pasado.
Recuperar, entonces, estos pedazos del pasado, sirve para ponerlos frente a nuevos hombres y mujeres que tienen diferentes preguntas que las que dominaban aquellas épocas que
los vieron nacer. Esa es la tarea pedagógica a la que esta magnífica antología nos invita: promover en nuestros docentes una renovada mirada acerca de nuestra historia y hacer que su
enseñanza no se circunscriba a la repetición acrítica de un canon heredado.
Por supuesto que la selección de materiales que aquí se presentan no es azarosa y mucho menos inocente: nos internamos en el pasado con la mirada ideológica del presente que
representamos.
Muchos documentos aquí reproducidos son largamente conocidos, otros menos y algunos constituirán piezas novedosas y extrañas. Del inmenso repositorio que el pasado nos
ofrece, tomamos aquello que consideramos relevante, e incluso, en algún caso, por sobre la
relevancia que sus contemporáneos le dieron. Poner en circulación estos textos, imágenes
e intervenciones intelectuales, al aumentar la cantidad y sobre todo la variedad de fuentes
disponibles para su acceso inmediato, debería constituir un antídoto contra los peligros que
siempre acechan al trabajo histórico y a su enseñanza, entre ellos la interpretación forzada
de los documentos y el anacronismo. Cuanto más ampliemos el horizonte documental que
ponemos a disposición de nuestros jóvenes, más haremos para construir una educación de
calidad en el campo de las ciencias sociales e históricas. Estos volúmenes constituyen un
invalorable aporte en este sentido.
Como bien queda expresado en las palabras introductorias de Ricardo Forster, se trata de
un libro-herramienta que nos invita a saber más de nosotros mismos, de las preguntas que
hoy podemos hacerle a la historia argentina, preguntas nuevas, sin duda, cargadas de un sentido de libertad, justicia y solidaridad renovado, cargadas, por fin, de futuro.
Alberto Sileoni
Ministro de Educación
15
16
Prólogo
por Ricardo Forster
1. El pasado, el presente y el futuro no son simples formas verbales que nos sirven para
describir la temporalidad de una acción; son, a su vez, los núcleos de un antiguo litigio que
atraviesa la vida social allí donde los relatos que le dan sentido a nuestra travesía por el tiempo surgen de las distintas maneras, muchas veces antagónicas, de entender lo que nos ha
pasado, lo que nos está pasando y lo que nos puede llegar a pasar. Así como no hay una mirada
histórica neutra tampoco hay una intervención sobre los sucesos del presente que pueda ser
despojada de su intencionalidad. Todo relato supone, lo diga o no, lo sepa o no, una elección y
un recorte que redefine nuestra comprensión del pasado y nuestra imaginaria aproximación
hacia el futuro. Una antigua batalla por el sentido atraviesa la vida histórica y se corresponde
con la puja por la hegemonía cultural (derechas e izquierdas, y sus intelectuales, siempre lo
han sabido). No hay proyecto de nación sin un relato que le imprima a su itinerario un desde
dónde y un hacia dónde.
El problema no pasa por aceptar o no este mecanismo cuasi literario sino por creer que
el relato todo lo puede ante una realidad que nada tiene que ver con lo que ese mismo relato
señala como supuestamente verdadero. No hay proyecto que se sostenga sólo y exclusivamente amplificando, a los cuatro vientos, una ficción histórica o una virtualidad que nada
tiene que ver con la materialidad de la vida real. Es absurdo pretender sostener un modelo
de país a través de una fábula, por más brillante que esta pueda ser, expuesta a los ojos
de la opinión pública sin ningún correlato con la realidad y sin haber provocado cambios
sustanciales en la sociedad. El relato puede darle espesura y sentido a una etapa histórica
y habilitar los complejos y muchas veces enigmáticos mecanismos capaces de promover la
empatía entre un proyecto político y amplios sectores populares, pero lo que no puede hacer
es inventar aquello que no existe ni darle entidad verídica a lo que sale de la galera del mago.
En todo caso, cada época busca encontrar el pasado que le resulta más verosímil y, políticamente hablando, más pertinente para sus necesidades y sus disputas.
Diversas, antagónicas, conflictivas, concluyentes y litigiosas han sido las tradiciones político-intelectuales que se desplegaron a lo largo de ese itinerario que, en este volumen, arranca
en 1890 y llega hasta 1956, ambas fechas que suponen giros y rupturas muy significativas en
el interior de nuestra historia. Relatos nacidos de distintas canteras filosóficas e ideológicas
que buscaron imprimirle sus sellos al país a través de muy distintas concepciones políticas,
sociales, económicas y culturales. Algunas alcanzaron a marcar largos períodos de esa historia, otras se constituyeron como oposición pero dejaron su impronta y sus herencias. Tratar de
comprender mejor nuestro presente, sus vicisitudes y sus conflictos, sus logros y sus dificultades descifrando las genealogías de nuestros sueños e ideales constituye un modo genuino
de romper simplificaciones al uso. Tal vez por eso imaginamos que sería oportuno recobrar
las diversas voces y escrituras que se agolparon en las luchas políticas de un país, el nuestro,
siempre atravesado por intensidades y diferencias que no se han saldado.
2. La realidad histórica, se sabe, es objeto de permanentes y desencontradas interpretaciones.
Litigios interminables han recorrido, y lo seguirán haciendo, la travesía de nuestro país, exacerbándose, esos conflictos, en aquellas épocas en que la problemática del pasado escapa de
los límites de la vida académica para estallar, con toda su riqueza y virulencia, en el seno de un
presente atravesado por nuevos desafíos que impiden, precisamente, que el relato de la historia,
aquello que tiene que ver con las marcas decisorias y con las opacidades del comienzo (que se
vuelve “origen” cuando adviene un relato legitimador poderosamente establecido en la escena
nacional), se refugie en la calma del gabinete de trabajo del historiador. Señalar las diferencias
y las rupturas, hacer eje en las continuidades o en las discontinuidades, establecer ciertas genealogías en detrimento de otras, priorizar tal acontecimiento para resaltar el peso específico
de tal o cual decisión, imprimirle a la voluntad de un dirigente un sesgo excepcional o reducirlo a
una suerte de equivalencia que lo vuelve intercambiable con otros personajes de su tiempo son,
como el lector comprenderá, algunos de los ejes de estos debates interminables que han jalonado la historia argentina (y universal, para utilizar un viejo concepto hegeliano ya en desuso).
Cuando esos debates se circunscriben a un período demasiado cercano al presente, la dilucidación de su “verdad histórica” constituye un complejo y grave acontecimiento político que poco
y nada tiene que ver con el concepto de “objetividad” y, mucho menos, con el de “neutralidad”.
La potencia de lo acontecido, su materialidad –que es algo más que lenguaje aunque siempre lo
siga siendo cuando se vuelve objeto de interpretación–, no proviene, como si fuese un maestro
de la prestidigitación o un soñador de ficciones, de la imaginación del historiador pero, y de eso
también se trata, su manera de citarlo, su subjetividad interpretativa y los condicionamientos de
su propia realidad, se ponen en juego alterando lo que ya ha sido irremediablemente colocado en
el interior de la disputa por el relato. Pero así como no hay hermenéutica virtuosamente objetiva
tampoco existe algo así como una realidad cristalina ni mucho menos procesos históricos en
estado de pureza y alejados del barro de la vida. Trabajar con un material que responde a diferentes concepciones y perspectivas de país y de sociedad, internarse por la selva de documentos liminares y de debates que hicieron época, rescatar proclamas sepultadas en los archivos,
recuperar los programas políticos de fuerzas muchas veces antagónicas constituye un desafío
que hemos acometido con la convicción de abarcar al más amplio espectro de esas tradiciones
político-ideológicas que han ido dejando sus marcas sobre el cuerpo del país y que, de diferentes
maneras, persisten en nuestros lenguajes actuales y en nuestros litigios.
Siguiendo esta perspectiva que hace del pasado un territorio de múltiples interpretaciones que no puede dejar de señalar la injerencia del presente y de sus conflictividades político-ideológicas a la hora de intentar dar cuenta de él y de sus diversidades, es que hemos
abordado la elaboración de este libro de manifiestos políticos recorriendo la totalidad de las
tradiciones políticas que se han expresado en nuestra travesía como nación. Autonomistas,
anarquistas, socialistas, liberales, radicales, comunistas, conservadores, peronistas, nacionalistas de derecha y de izquierda, católicos, sindicalistas desfilan a través de sus manifiestos, proclamas y debates intelectuales a lo largo de estas páginas que intentan contribuir a
una visión plural y compleja de ese vasto mundo que, siguiendo una selección que también
constituye materia de controversia, les permitirá a los lectores descubrir y recuperar la diversidad de esas tradiciones.
3. Se trata de la memoria y de sus usos. Un viaje laberíntico en el que los márgenes se desdibujan y la bruma invade la comarca que recorremos; como si el itinerario que seguimos
eligiese caprichosamente el camino. Pero también se trata de las astucias del olvido, de todas
aquellas estrategias montadas para reescribir la historia. Mapa en mano nos lanzamos hacia
un territorio previamente cartografiado en el que esperamos encontrar aquello que no venga
17
18
a cuestionar la biografía que nos supimos construir. El arte de la memoria supone la utilización recurrente, y a veces obsesiva, del bisturí del olvido. ¿Acaso no es necesario olvidar para
recordar? ¿No ejercemos la tiranía de la memoria como un subterfugio para desplazar hacia
lo evanescente aquello que nos interpela y nos conmueve? ¿Reivindicar la memoria no es un
modo de seguir tejiendo en el telar del olvido? ¿Podemos recordar?
Preguntas esenciales que involucran los modos de narrar un tiempo ido, que atraviesan
con intensidad la percepción del pasado vuelto, a la vez, ficción, densidad material e interpretación. Porque de eso se trata. El pasado regresa como ficción e interpretación, como
una querella que disputa la supuesta “verdad” de tal o cual comprensión. Su presencia-ausencia es convocada desde la lengua de la narración y en esa convocatoria ordenamos los
claroscuros de nuestra biografía, la volvemos a escribir y le damos una nueva existencia
que, lo sepamos o no, lo digamos o no, siempre constituye una política y se sostiene en una
determinada matriz teórica e ideológica. Como individuos y como sociedad estamos permanentemente escribiéndonos, es decir, borrando y volviendo a narrar, hasta encontrar la
historia que nos acomoda, aquella que nos permite vivir con el pasado sin experimentar el
insoportable sufrimiento de lo vivido, de aquello que hicimos o dejamos de hacer.
La ética de la memoria se construye como fortaleza de un presente que asume, o suele
asumir, dos estrategias opuestas y complementarias: el rechazo del pasado recordado como
tiempo aciago, o su reivindicación como tiempo ejemplar y heroico; ambas narraciones oscurecen la historia o la llevan hacia el campo de una ficción en la que los acontecimientos y
las acciones se despliegan como parte de una estrategia. Aquello que se silencia regresa por
caminos oscuros, impensados, caminos que nos vuelven a conducir, pese a nosotros, hacia
esas comarcas que ya no deseamos experimentar como propias. Comarcas carcomidas por
los desgarramientos que las ficciones de la historia han ido generando a partir de la necesidad, siempre recurrente, de tener que dar cuenta, de no poder, aunque lo deseemos fervientemente, vivir instalados en el hoy absoluto; como si una culpa secreta nos impidiese dejar en
paz ese otro tiempo del que preferimos no hablar pero del que siempre estamos hablando a
través de nuestras negaciones. Al hablar silenciamos lo inoportuno; al intentar construir lo que
fue, desvelamos, sin quererlo, los fantasmas que invaden la fragilidad de una memoria que al
fallar recuerda. Por eso, y no estamos haciendo teoría de la historia, todo viaje hacia lo acontecido involucra una puesta en cuestión del punto actual de partida; sólo alcanzamos a mirar
lo que la atalaya de nuestro presente nos permite contemplar, o, también, sólo miramos lo que
queremos ver, lo que nuestra época y nuestras necesidades nos exigen que veamos.
La ingenuidad, o la mala conciencia, nos ofrecen sus narraciones como si en ellas pudiéramos captar la esencia destilada del pasado, de un pasado que puede ser interrogado hasta
la extenuación por el saber de una mirada distanciada, incontaminada, curada de las viejas
pestes. Desapasionamiento de la mirada que viaja hacia el ayer destituyendo los derechos de
ese otro tiempo en el que lo experimentado se vuelve materia ajena, extranjera de nuestras
propias acciones. Metamorfosis del pasado que se adapta, mejor dicho, que es adaptado a
las demandas oscurecedoras y fetichizantes del presente. Volvemos para destituir; es decir,
el regreso es ya una estrategia del olvido. No hacemos historia, la inventamos para adaptarla
a nuestras necesidades y a nuestras virtudes. En esa reescritura, lo que desaparece es el
sufrimiento de los que vivieron con sus cuerpos, de aquellos cuyas voces se cerraron con el
plegamiento de su época, que fueron tragados por la vorágine de su tiempo y que perdieron la
oportunidad de establecer las líneas de sus biografías. Su historia encuentra otra narración: se
trata nuevamente de la ejemplaridad heroica o del despojamiento desapasionado y racional.
Una historia epopéyica que monta su estrategia narrativa en la producción sistemática de mitos, de acciones ejemplares en las que los actores cobran la dimensión de lo puro; una historia
para purificar la memoria de los muertos, una forma de la santificación que disuelve la tragedia
en epopeya. Otra historia (que puede ser de rechazo o de interpretación despojada y objetiva,
una historia que parte de la premisa de la necesidad de cortar los hilos entre el hoy y el ayer
en términos de presencia conmovedora) que elige, por lo general, la atalaya de la buena conciencia, ese sitio desde el cual mirar sacándose de encima las tramas profundas que lo ligan,
también, con aquella experiencia. No deja de ser inquietante que descubramos hilos secretos
que nos unen con esos otros tiempos y que el pasado, sus tradiciones, siga insistiendo, a veces
por caminos extraños, en nuestra actualidad. Manifiestos políticos argentinos es una contribución para que recuperemos, en el debate contemporáneo, aquellos otros textos, manifiestos e
ideas que nos vertebraron desde sus acuerdos y sus antagonismos.
No es necesario haber vivido una determinada historia para sentir, en nuestras palabras
y en nuestras concepciones, la presencia de lo efectivamente desarrollado en aquel tiempo.
El martirio, o el despojo de la condición trágica de toda experiencia histórica: en la Argentina
hemos optado por alguna de estas dos versiones, como si el peso de una historia doblemente
silenciada nos exigiese permanentemente tener que oscurecer sus contradicciones oscureciendo nuestras relaciones con ella. Opacamiento de la mirada que reduplica el inexorable
opacamiento del ayer. Vamos al pasado para destituir sus derechos, no para ejercer el duro
trabajo de interrogarlo/nos; nuestra visita se asemeja o a la del devoto que se postra ante el
santo en la iglesia o a la del visitante de un museo que contempla desde la frialdad y la ajenidad aquello que también, aunque lo niegue, lo involucró y lo involucra. La historia argentina,
especialmente la reciente, la que hoy amenaza con volverse efeméride, corre el riesgo de la
santificación o del museo. Santificación de un pasado que derrama sobre las miserias contemporáneas la luz de los ideales incontaminados, rememoración mitologizante que impide un
abordaje crítico y sin contemplaciones de aquellas experiencias y de aquellas conductas que
marcaron a fuego a las distintas generaciones y que contribuyeron, no sólo a la elaboración
de un relato fabuloso, sino a nuestras actuales carencias. Pero también visita al pasado para
encontrar las marcas de nuestras propias concepciones y legados.
Es por eso que nuestro esfuerzo al seleccionar los materiales que componen estos Manifiestos políticos argentinos tuvo como objetivo central eludir la tentación de la mirada sesgada,
de la ortodoxia doctrinaria, del dogmatismo y, también, de la ceguera que muchas veces nace
de la intolerancia principista. Buscamos rescatar escrituras y discursos, textos y programas,
intervenciones intelectuales y octavillas de batalla, dejando que los diversos ríos de las tradiciones políticas argentinas fluyeran por las páginas de un libro-herramienta que nació a partir
de la idea de constituir un instrumento capaz de reunir una diversidad que, por lo general,
siempre se ha mantenido separada. En nuestro ánimo, que tiene que ver con el espíritu de la
Secretaría a mi cargo, siempre estuvo, y así se trabajó, la intención de reunir lo que las duras
batallas políticas han separado, no imaginando una imposible reconciliación entre corrientes
que nada tienen en común, sino como un fresco de la riqueza política e intelectual argentina.
Ricardo Forster
Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional
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Presentación
por el Consejo Asesor y editores
Esta Antología de manifiestos políticos argentinos reúne importantes documentos de la vida
política y cultural argentina entre 1890 y 1956. Su objetivo no es ofrecer un inventario exhaustivo ni una interpretación global del período, sino reinscribir en el presente algunas “marcas”
significativas de nuestra historia que contribuyan al actual debate público.
Estas “marcas” se dejan leer a lo largo de toda la obra a través de materiales bien diversos,
organizados en tres tipos diferentes de registros: manifiestos (que incluyen también proclamas
y discursos públicos), intervenciones intelectuales (que se expresan en debates, polémicas, editoriales de diarios y de revistas) y artefactos culturales (que abarcan desde pinturas e imágenes
de cuadros, folletos y fotografías, hasta poemas, crónicas y cartas, pasando también por testimonios y memorias). Ciertamente, en esta antología los manifiestos tienen un lugar destacado,
puesto que en torno a ellos se organizan las distintas secuencias temporales o escenas que
componen el libro. Ellos nos revelan la constitución de un sujeto individual o colectivo que se
politiza con un gesto que es al mismo tiempo de compromiso y de ruptura con su situación, a la
vez que remiten a una temporalidad histórica en conflicto, ya que intentan reunir en la misma
práctica de su escritura el tiempo acuciante de la intervención política con el tiempo “lógico”
de la argumentación de ideas; y finalmente, los manifiestos incluidos aquí nos permiten captar
la tensión entre un sujeto que se identifica con la “novedad” histórica pero que, para hacerlo,
debe recurrir en buena medida a lenguajes políticos ya disponibles. Zona de condensación de
múltiples tensiones, esta antología es a su modo un homenaje a un género –el de los manifiestos– que, para intervenir en su tiempo, buscó decir y a la vez transformar la nación.
Algunas importantes polémicas políticas e intelectuales del período también forman parte
decisiva de esta antología. En ocasiones, los debates son recreados entre los actores involucrados; en otros casos, la polémica aparece representada a través de un documento que
nombra a los interlocutores e ideas en pugna. Las polémicas seleccionadas tuvieron lugar en
distintos espacios institucionales estatales, pero también en revistas y ensayos clásicos de
este período. A veces en diálogo directo con los manifiestos, otras por la vía de una estrategia
de intervención más oblicua respecto de la agenda dominante, las polémicas aquí recuperadas
apuntan a recrear algunos fragmentos de la vida intelectual argentina, sobre todo aquellas
cifradas en las figuras del duelo político y las batallas de ideas.
Finalmente, los artefactos culturales, a su modo, dan testimonio directo o alusivo de algunos de los acontecimientos sobre los cuales se pronuncian los manifiestos o las polémicas.
En algunos casos, estos objetos constituyen una huella con el suficiente poder evocativo como
para renombrar aquello que se quiere designar en un determinado contexto de la vida política
y cultural argentina; en otros, cuando entre la producción del material y el acontecimiento al
que refiere media un lapso significativo de tiempo –como las memorias de Halperín Donghi
sobre el golpe de Estado de 1943 o el poema de Leónidas Lamborghini sobre Eva Perón–, es la
capacidad de resignificación, de habilitar nuevas aproximaciones a un hecho o a una figura, lo
que la inclusión de determinado “artefacto” viene a iluminar.
Como dijimos, la “gramática” que conforma esta antología (manifiestos, intervenciones y
artefactos) no tiene pretensiones de exhaustividad, aun cuando reúne un corpus documental
significativo. Tampoco busca establecer periodizaciones destinadas a consagrar teleológica-
mente una interpretación acabada de la historia argentina; de hecho, rehúsa explícitamente
a hacerlo para organizarse a partir de secuencias históricas signadas por un acontecimiento
político que las memorias colectivas siguen preservando –como la Revolución del Parque,
algunos momentos decisivos en la historia de la organización de las clases trabajadoras en
la Argentina, el surgimiento del peronismo, etc.–, junto con otros acontecimientos –como la
masacre de Napalpí, por ejemplo– que resultaron invisibilizados y por los que hoy distintos
actores luchan para que sean reconocidos como parte de las memorias colectivas. En este
sentido, quienes trabajamos en la selección y edición del material entendemos que el lector
tiene el poder de reconstruir esta antología de diversas maneras, por ejemplo, ubicando nuevos documentos aquí no mencionados, deshaciendo las secuencias históricas y generando
otras, etc. Si ello ocurriera, en buena medida el propósito de la antología estaría cumplido, ya
que, como hemos dicho, su objetivo es propiciar nuevos “encuentros” (encuentros conflictivos,
como los que signan la vida democrática) entre historia y política. Todo proyecto que busque
la renovación cultural y política de una nación resultará enriquecido a través del cruce entre
pasado y presente.
Por último, si bien la selección no busca ningún tipo de estrategia tendiente a “esclarecer”
al lector, sí está articulada sobre una serie de temas de interés o “manchas temáticas” que le
confieren una impronta y que recorren los diferentes objetos del libro. En primer lugar, una
marcada preocupación por incluir aquellos materiales en que puede leerse la articulación
del conflicto político y de la conflictividad social, como es el caso, por citar un ejemplo, de la
inclusión de muchos documentos provenientes de la cultura obrera urbana de la Argentina
de fines del siglo xix y principios del xx. En segundo lugar, es reconocible en la Antología la
invitación al lector a detenerse en documentos representativos de distintas culturas políticas
argentinas, sin entender por ello un concepto uniforme y acabado de estas, sino más bien lo
contrario, como lo muestra la publicación de la primera parte de la polémica que acontece al
interior del radicalismo entre Pedro Molina e Hipólito Yrigoyen. En tercer lugar, entre los debates intelectuales no es menor el espacio que ocupa la querella por la identidad nacional entre
el Centenario y el surgimiento del peronismo, pasando por el latinoamericanismo, el reformismo universitario, el antifascismo, hasta llegar a las polémicas abiertas por el golpe de 1955.
En cuarto lugar, esta compilación también se detiene en determinados discursos emitidos en
sedes con capacidad de asumir decisiones públicas y vinculantes, para mostrar los alcances,
pero también los límites –en ocasiones trágicos–, de la autoconciencia pública institucional
argentina, como lo prueba la publicación aquí del aval de la Corte al golpe de Estado de 1930
o la discusión en esta misma década entre Alfredo Palacios y Matías Sánchez Sorondo sobre
la tortura. Finalmente, si bien esta obra recoge intervenciones de políticos, escritores, ensayistas, periodistas, poetas, etc., dedica un espacio importante a esos “intelectuales colectivos”
que son las organizaciones y movimientos sociales, los partidos políticos e incluso las revistas
culturales y políticas.
Este libro condensa un importante trabajo de recopilación de documentos muy diversos
y por ello agradecemos a los colegas e instituciones que nos facilitaron el acceso a distintos
archivos. Tenemos un reconocimiento especial para Eugenia Sik y Juliana Turull, del Centro
de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (CeDInCI), y Cecilia
Sagol, del portal Educ.ar del Ministerio de Educación de la Nación. También estamos en deuda
con Florencia Ubertalli, por facilitarnos material de la Biblioteca Nacional, y con los trabajado-
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res de la Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina y del Departamento de Fotografía del
Archivo General de la Nación.
Asimismo, queremos agradecer a Héctor Palomino y a Gabriel Vommaro, con quienes
discutimos los criterios formales y algunos de los contenidos de esta antología; y también
a Alejandro Jasinski, quien nos compartió parte del material de su investigación sobre la masacre de La Forestal.
Por último, agradecemos a algunos compañeros y compañeras que nos ayudaron en
distintas etapas de la elaboración del libro: Francisco “Teté” Romero, Silvia Robles, Lucía
Ulanovsky, Nicolás Sticotti y Violeta Rosemberg.
Diego Caramés, Mariana Casullo, Matías Farías y Adriana Petra
1890
Hacia 1889 la Argentina vive las convulsiones de una prolongada crisis económica. Ese mismo año, desde el Viejo continente
llegan las noticias de la fundación de la Segunda Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores). En su congreso
inaugural en París, los trabajadores argentinos estarán representados en la figura de Wilhelm Liebknecht, un socialista enviado
por el Club Vorwärts desde nuestro país. Este club, fundado por
socialistas alemanes pocos años atrás, tendrá un lugar significativo y se contará entre las primeras asociaciones que trabajarán activamente en la organización del incipiente movimiento
obrero argentino.
Otra asociación de militantes activos, la Unión Cívica de la
Juventud, inaugura en diciembre de 1889 un club cívico con un
mitin organizado en el Teatro Iris. Discuten, entre otras cosas,
la grave situación económica y política que atraviesa el país y las
formas de resistir al “régimen de Juárez”. Pocos meses después, en
abril de 1890, la Unión Cívica –partido que dará lugar al año
siguiente a la Unión Cívica Radical– hace su aparición en la
política argentina encabezando la insurrección conocida como
Revolución del Parque.
1890
“Trabajadores. Compañeras.
Compañeros: ¡Salud! Viva
el primero de mayo: día de
fiesta obrera universal”
1º de mayo de 1890. Manifiesto convocando a la primera celebración del
Día Internacional de los Trabajadores realizada en Buenos Aires. La iniciativa es impulsada por el Club Vorwärts.
A todos los trabajadores de la República Argentina:
¡1° de Mayo de 1890!
¡Trabajadores!
Compañeras: Compañeros: ¡Salud!
¡Viva el primero de Mayo: día de fiesta obrera universal!
Reunidos en el Congreso de París el año pasado los representantes de los obreros
de diferentes países resolvieron fijar el primero de Mayo de 1890 como fiesta universal
de obreros, con el objeto de iniciar de nuevo y con mayor impulso y energía, en campo
ampliado y armónica unión de todos los países, esto es, en fraternidad internacional, la
propaganda en pro de la emancipación social.
¡Viva el primero de Mayo! Pues este día la unión fraternal, fundada por los pocos
de aquel Congreso, se debe aprobar por las masas de millones de todos los países para
que a esta fecha de confederación conmemorada y renovada cada año, vuele por cima
de los postes de límites de los países y naciones con un eco de millones y en los idiomas
de todos los pueblos el ¡alerta! internacional de las masas obreras: ¡Proletarios de todos
los países, uníos!
Es esta la primera y grande importancia de la fiesta obrera del primero de Mayo de
1890, a cuya solemnidad os invitamos con esta hoja a todos los trabajadores y compañeras en la lucha por la emancipación.
Compañeros y compañeras: para indicar a este movimiento internacional un camino recto y seguro al fin común, nuestros representantes en el Congreso de París han
marcado ciertos puntos del programa, los cuales se deben tomar en consideración con
particularidad para el proceder práctico e inmediato.
En realidad, esas resoluciones son tan importantes que, aun publicadas ellas en el
anterior manifiesto, nos parece conveniente, o más de urgente necesidad de proponérselas otra vez a los trabajadores, tanto más por deber ellas servir como fundamento para
los primeros pasos positivos que las clases obreras de esta república quieran hacer en la
lucha práctica de su emancipación.
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He aquí las resoluciones del congreso obrero de París:
El Congreso resuelve y reconoce como de absoluta necesidad:
1° Crear leyes protectoras y efectivas sobre el trabajo para todos los países, con producción moderna. Para fundamento de lo mismo considera el Congreso:
a. Limitación de la jornada de trabajo a un máximum de ocho horas para los
adultos.
b. Prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años y reducción de
la jornada para los jóvenes de ambos sexos de 14 a 18 años.
c. Abolición del trabajo de noche, exceptuando ciertos ramos de industria cuya
naturaleza exige un funcionamiento no interrumpido.
d. Prohibición del trabajo de la mujer en todos los ramos de industria que afecten con particularidad al organismo femenino.
e. Abolición del trabajo de noche de la mujer y de los obreros menores de 18 años.
f. Descanso no interrumpido de treinta y seis horas, por lo menos cada semana, para todos los trabajadores.
g. Prohibición de cierto género de industrias y de ciertos sistemas de fabricación perjudiciales a la salud de los trabajadores.
h. Supresión del trabajo a destajo y por subasta;
i. Inspección minuciosa de talleres y fábricas por delegados remunerados por el
Estado: elegidos, al menos la mitad, por los mismos trabajadores.
2° El Congreso reconoce y declara que es preciso fijar todas estas medidas por leyes o
acuerdos internacionales, y pide a la clase obrera de todos los países del mundo el
iniciar, por los medios que les sean posibles, estas protecciones y de velarlas.
3° Fuera de esto, el Congreso declara: es obligación de todos los trabajadores declarar
y admitir a las obreras como compañeras, con los mismos derechos, haciendo valer
para ellas la divisa: Lo mismo por la misma actividad.
4° Para lograr esto, el Congreso considera necesaria la organización de la clase obrera en
todas las formas, como medio de conseguir sus pretensiones y para obtener la emancipación de la clase obrera, para lo cual reclama: La entera libertad de coalición y conciliación.
Trabajadores: como veis, todas estas resoluciones tienen por objeto, no los fines últimos,
sino los próximos de nuestras aspiraciones: disminuir la miseria social, mejorar nuestra suerte dura; resoluciones que se han tomado, sin duda, en la persuasión de que la emancipación
social definitiva, por su dependencia de la evolución de la sociedad, de la inteligencia de
las masas y de las fuerzas de nuestros adversarios capitalistas, precisará aún bastante tiempo
de preparación y lucha, y de que el mejoramiento de la situación del proletario significa
además una fortificación para la lucha y una garantía para la victoria definitiva.
El Congreso obrero de París exhorta a los trabajadores de todos los países a pedir
de sus respectivos gobiernos leyes protectoras al trabajo, fundando su proposición en el
inmenso desarrollo de la protección capitalista y de la explotación, miseria y degeneración del proletariado, que son las consecuencias inmediatas y naturales de la primera.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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La justicia y oportunidad de estas demandas son tan evidentes que hasta los jefes de
los mismos adversarios se ven en la necesidad de reconocerlas públicamente y de tentar
por su parte a mejorarlas.
Este hecho significativo prueba hasta la evidencia la justicia y legitimidad de las
quejas y demandas del mundo obrero en la actualidad.
Extendiendo de día en día la protección capitalista su régimen en todas las regiones,
viene a hacer igualmente siempre más universal la miseria en las masas obreras.
Sólo este motivo bastaría para que también nosotros, los obreros de las repúblicas
del Plata, hagamos las resoluciones del Congreso de París como nuestras propias.
A ello nos induce aun más la situación actual de este país, tan penosa, en medio de
la cual la clase obrera está labrando, viviendo y sufriendo.
Ante el llamamiento del Congreso de París, ante el animoso ejemplo de los trabajadores de todos los países civilizados, en vista del creciente régimen capitalista, que
cada día también a nosotros nos está amenazando más con su explotación y ruina, en
vista, pues, de nuestra situación siempre más dura y triste, ¿hay que titubear en elevar
nuestra protesta contra estas miserias de que somos víctimas y nuestra voz en demanda
de nuestros derechos y de la protección de las leyes para nosotros?
Si al fin y al cabo hoy nosotros, las masas del proletariado, levantamos nuestra
voz por millares reclamando leyes protectoras a los trabajadores, cual hombres que
tienen aún un granito de amor a la justicia en su pecho, ¿puede negarse la legitimidad
a nuestras demandas, a las quejas de estas clases más pobres, más explotadas y sin el
mínimo amparo?
Por centenares se presentan los especuladores, los industriales, los grandes propietarios y estancieros y vienen continuamente a golpear las puertas del Congreso
Nacional: los unos para pedir impuestos protectores; los otros subvenciones, garantías, leyes o decretos de toda clase en su favor. Todo el mundo, todas las clases de la
población: empleados, profesores y literatos, especuladores y comerciantes, industriales y agricultores, todos, todos han golpeado esas puertas y vuelven atendidos y
remunerados por leyes especiales en su protección, y por subvenciones y garantías en
sinnúmero de millones.
Únicamente nosotros, el pueblo trabajador, que vive de su pequeño jornal y tanto
sufre de miseria, nos quedamos hasta ahora mudos y quietos con humilde modestia.
Si al fin, ahora oprimidos por el duro yugo hasta besar el suelo, levantamos nuestro
grito de dolor y angustia pidiendo ayuda y protección, ¿no estamos en nuestro derecho?
¿No se encontrará la suprema autoridad del país en el deber de oírnos y de atender
nuestra voz, nuestras peticiones?
Los pobres inmigrantes, careciendo de todos los medios de subsistencia, desconociendo las circunstancias del país, hasta el idioma, se encuentran expuestos, sin amparo
y sin protección a tal explotación, en gran parte vergonzosa y desenfrenada, que raras
veces se ve en otra parte del mundo.
Respecto al salario, al tiempo del trabajo, a los accidentes, a los talleres y habitaciones antihigiénicas, a la falsificación de nuestros alimentos, quedamos completamente
abandonados a la explotación sin límite, en realidad y prácticamente abandonados por
la ley, la justicia y la autoridad.
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La crisis actual del país ha agravado y empeorado en mucho la situación de todas las
clases sociales, pero en ninguna en grado tan sensible y desastroso como en las obreras
que viven únicamente de su trabajo diario.
En medio de esta situación, el pueblo trabajador de la República Argentina levanta
por primera vez su voz potente, compuesta de millares de desheredados, en demanda
de la protección legislativa al trabajo y a los obreros.
Siguiendo el ejemplo de los obreros de los demás países, donde el proletariado está
organizándose para su propia defensa, es también nuestra voluntad y deber dirigirnos
a la suprema autoridad del país exponiendo al mismo tiempo ante la nación entera, en
forma debida y legal, nuestras quejas y nuestras demandas.
A este fin, el 30 de marzo último una asamblea internacional de los obreros de Buenos Aires resolvió, después de una extensa discusión, invitar a todos los trabajadores de
la República Argentina a la petición que se hará al Congreso Nacional en demanda de
una serie de leyes protectoras a la clase obrera.
Estas leyes deben fundarse sobre las resoluciones del Congreso obrero de París, ya
mencionadas como base. Además, esta legislación protectora tiene que extenderse a todos los puntos en que las circunstancias particulares del país demandan necesariamente
el influjo protector de las leyes.
Basta una mirada en la vida real de las clases obreras para convencerse nuestros legisladores de la legitimidad de nuestras demandas y de la urgente necesidad de tales resoluciones.
Pedimos una jornada determinada por la ley, para impedir que el trabajador se
arruine física e intelectualmente en edad temprana, debido a un duro trabajo de 11,
12, 13 y más horas.
Pedimos la prohibición del trabajo de los niños en las fábricas, para que no degeneren sus tiernos cuerpos, tengan tiempo de crecer y desarrollarse en las escuelas sus
inteligencias, sus corazones y sus almas, en una palabra: para que crezcan y lleguen a ser
ciudadanos robustos y valientes.
Pedimos la prohibición del trabajo de mujeres en todos los ramos antihigiénicos,
para evitar que la futura generación sea anémica por el germen de achaque que se infiltra ya en el vientre de la madre.
Pedimos un día de descanso por semana, protegido por la ley, para proporcionar al
pobre trabajador algunas horas de desahogo, las cuales reclaman el mismo sentimiento
como un derecho hasta para los seres irracionales; reclamamos este descanso para que el
pobre trabajador tenga por lo menos algunas horas para dedicarlas a su querida esposa,
hijos o padres en el hogar doméstico, impidiendo así la descomposición, la ruina y degeneración de la familia, que es el fundamento de toda sociedad natural.
¿Tales proposiciones podrá rechazar un gobierno que desee un pueblo valiente para
el trabajo, una juventud sana y bien desarrollada en su inteligencia, una familia moralmente robusta, cual plantel de todas las virtudes cívicas?
¡Imposible!
Por consecuencia pedimos: una jornada normal determinada en su máximum por
la ley; prohibición del trabajo de los niños en las fábricas y ejecución práctica de la ley
obligatoria de instrucción pública; prohibición del trabajo de la mujer en los ramos de
industria perjudiciales a su organismo, y prohibición del trabajo los domingos.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Estas demandas están en armonía con las de los obreros de todos los países civilizados. Y si reclaman los gobernantes de este estado republicano para su patria un puesto
entre las naciones civilizadas, entonces no podrán tratar con menos seriedad y atención
que aquellos otros gobiernos, en parte hasta monárquicos, las grandes cuestiones de
cultura que aquí les proponemos para resolverlas.
Además, consta en qué peligro permanente se encuentra la población obrera de
esta capital por el estado completamente antihigiénico de las habitaciones; peligro
ya demostrado por las mismas memorias oficiales. La misma suerte corren gran
parte de nuestros talleres, cuyas instalaciones se burlan de toda regla de salubridad,
amenazando y perjudicando continuamente la salud de los trabajadores e imposibilitándoles en caso de accidentes, de incendio, a toda salvación posible. Y lo
mismo sucede con la vergonzosa y criminal falsificación de los alimentos, que se ha
aumentado en tan enorme escala a causa de la crisis actual y de encarecimiento de
todos los artículos.
¡Prueban todo esto las memorias oficiales; prueba esto una sola inspección de los
conventillos y talleres; lo prueba la estadística de fallecimientos y lo prueba con horrible
evidencia la enorme mortalidad de los niños!
Pues bien, ¿cómo podrán los gobernantes del país que gastan anualmente millones
de pesos del erario público para traer inmigrantes, dejar en olvido y sin atención nuestras quejas sobre circunstancias que están causando anualmente a miles de habitantes
obreros una muerte natural?
¡Imposible!
Por lo tanto pedimos: inspección sanitaria y enérgica de las habitaciones y talleres,
vigilancia rigurosa sobre las bebidas y demás alimentos, ¡arresto y multas a los vergonzosos envenenadores, no al inocente consumidor!
Innumerables son los accidentes que ocurren cada año en este país: en ferrocarriles,
construcciones y empresas de todas clases, debidos en gran parte a la negligencia y avaricia criminal de los propietarios, a la de los contratistas y al descuido y corruptibilidad
de los inspectores. Contra tales escandalosos abusos quedan completamente impotentes los trabajadores que caen en ellos víctimas, con sus vidas y sus familias expuestas
entonces a la más triste miseria.
Y estos escándalos, la enorme culpabilidad, de una parte, y de otra la desgracia, ¿podrá mirarlos cruzado de brazos con toda indiferencia un Estado que debe sus riquezas y
cifra un gran porvenir del esfuerzo de los tan abandonados trabajadores?
¡Imposible!
Y si fuese posible esto, no lo es para nosotros los obreros. Queremos defender nuestra existencia y queremos también jueces que nos protejan con la ley nuestra vida y
nuestra familia.
Por lo tanto pedimos: el seguro obligatorio para los obreros contra los accidentes, a
expensas de los empresarios y del Estado.
Pedimos, además, leyes protectoras, no que sean letra muerta en los Códigos, sino
eficaces y reales en la práctica; y pedimos a la par que justas leyes, justos jueces: raros,
en verdad, para los trabajadores de este país, sin duda porque nunca han sufrido la mala
suerte de ser burlados en sus salarios por los patrones.
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También son raros los obreros que en estos casos han alcanzado una intervención eficaz de la justicia. Los lentos, largos y costosos procedimientos de nuestros
Tribunales no están al alcance del pobre trabajador; de manera que no encuentra
protección alguna ni aun en sus más justas quejas contra sus patrones, opresores,
ricos e influyentes.
En la gran República Argentina, país tan celebrado cual Eldorado del trabajador,
¿cómo en realidad no hay justicia ni jueces para los pioneros de la riqueza, de la cultura
y de la civilización, ni protección de las leyes para los obreros? Si el Gobierno quiere
salvar la honra del país, tiene que dar a los trabajadores una justicia verdadera, pronta,
eficaz y barata, cuando no gratuita.
Por esto pedimos tribunales especiales compuestos no tan sólo de jurisconsultos,
sino que también de árbitros de la clase obrera y de los patrones, los cuales se dediquen
a la solución de todas las cuestiones entre obreros y patrones. Para esta clase de pleitos
no deben causarse costas de ninguna clase a los procesantes, como sucede en otros países de los más civilizados.
Estamos en un país republicano cuya Constitución escrita garantiza a todos sus habitantes completa libertad de conciencia, de educación, de prensa y de reunión. En una palabra: todos los derechos y libertades que concede la democracia moderna a sus ciudadanos.
Invocando estas garantías y el espíritu de los generosos legisladores que redactarán
los sagrados renglones de esa suprema Ley de la nación, exigimos también los trabajadores, para nuestras opiniones y nuestros intereses, las mismas libertades y derechos
que nos pertenecen como hombres y ciudadanos libres: leyes que no se pueden estropear ni robar sin destruir aquel mismo fundamento del Estado en su entera esencia y
sin despedazar la suprema ley sagrada en su autoridad.
Trabajadores: es, pues, un deber poner en juego todos los resortes que estén a nuestro alcance para que la Constitución de la República venga a ser un hecho para nosotros. Exijamos ante todo la libertad de nuestras opiniones, la libertad de nuestras aspiraciones y propaganda para mejorar nuestra situación y exijamos las mismas garantías
para la persona del obrero como para la de cualquier ciudadano.
Trabajadores, compañeros: estas son las ideas y los pedidos que pensamos proponer
al Congreso Nacional en forma de petición; estas son las calamidades que pedimos
subsanar a la suprema autoridad del país; esta es la protección que exigimos del Estado,
a cuyas expensas contribuimos en gran escala nosotros, la masa de la clase obrera. Estas
son las resoluciones que nos deben servir como el próximo fin de nuestra propaganda,
por cuya realización lucharemos sin tregua ni descanso hasta la victoria.
Este, trabajadores de la República Argentina, será nuestro programa, nuestro propósito para la gran festividad universal del 1° de Mayo.
¿Qué es lo que pedimos? ¿Es algo injusto, algo imposible, algo irrealizable? No.
Son justos estos pedidos. Pues bien: unámonos todos, todos, sin que falte uno solo,
en un acto unánime de unión, fraternidad, solidaridad para la mejora de nuestra dura
suerte, para adelantar en el camino de nuestra emancipación.
Cual sea la suerte de nuestra petición ante el Congreso, ella será una demostración
franca y enérgica del pueblo trabajador de esta República, un grito potente dado en el
momento de mayor sufrimiento y de menor amparo y esperanza.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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“Ante todo –dijo un gran hombre, ilustre campeón por la causa del proletario–,
ante todo, obreros, es necesario esto: que constatéis que lleváis cadenas y las sentís; por
esto tenéis que mostrar el deseo de ser librados de ellas. Si esto no hacéis, somos impotentes. Si dejáis sacar con mentiras vuestros grillos, u os olvidáis tanto que las negáis
vosotros mismos, en una palabra: si os abandonáis a vosotros mismos, seréis abandonados, y con razón, de Dios y del mundo entero.”
Compañeros: unámonos al fin, levantemos en masa nuestra voz, manifestemos que
estamos arrastrando grillos y cadenas y que las sentimos. Hagamos evidente ante todo
el mundo que estamos oprimidos, explotados, sin amparo y sin protección de las leyes.
Liguémonos como hombres pidiendo nuestros derechos, y como tales veréis cómo al
fin, tarde o temprano, nos oirán, tratándonos con los debidos respetos.
Esta petición a la cual os invitamos a todos los trabajadores de la República, a
aprobar y firmar con su nombre en los respectivos pliegos, dirigida en tal manera por
millares de habitantes a la suprema autoridad del país, debe ser el primer paso eficaz
en la unión de nuestras fuerzas, en la ilustración de nuestras inteligencias y en la conquista de los derechos, de la posición política y social que merecemos como obreros y
ciudadanos.
¡Viva el 1° de Mayo de 1890!
¡Viva la Emancipación Social!
Orden de la festividad
1. El Comité Internacional en Buenos Aires invita a todos los trabajadores de la República a que festejen, en cuanto les sea posible, la festividad del día 1° de Mayo de 1890.
2. Se celebrará un meeting obrero internacional, en el que se discutirán las ideas
del Manifiesto y creación de una Asociación Obrera Regional Argentina, el cual se
anunciará por medio de la prensa diaria y carteles, indicando la hora y el local para
el meeting.
Fuente: “Movimiento obrero y socialista”, en Almanaque del trabajo 1918, Buenos Aires, s/d, pp. 188-194.
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SOMOS LA
ESCORIA DE LA
SOCIEDAD
N
osotros somos los vagabundos, los
malhechores, la canalla, la escoria de
la sociedad, el sublimado corrosivo de
la organización actual. Aborrecemos el pasado porque es la causa del presente, odiamos
el presente porque no es otra cosa que la imitación más intensa y más feroz del pasado.
No tenemos estados de servicios que presentar, ni tenemos heridas que ostentar ni sufrimientos que explicar, pues no tenemos intención ni voluntad de impresionar a los ánimos
débiles o cándidos. Somos hombres como los
demás, sea cual fuere el país, raza o idioma
que pertenezcan. Reconocemos que nuestro
organismo tiene necesidades propias como
tienen los otros, y que por lo tanto las queremos explicar y satisfacer, y por esta causa
queremos ser libres.
La libertad, hecho relativo por la igualdad.
La libertad y la igualdad, hechos posibles y explicados por la solidaridad. Esta solidaridad,
hecho necesario por la libertad y la igualdad.
Esta es nuestra trinidad. Siendo esta la
piedra angular de la civilización del futuro
–verdadera civilización porque tendrá la misma densidad en la periferia como en el centro–, una civilización real porque cada centro
en su turno será perfecto. Ninguna jerarquía,
autoridad ni explotación, acá cada cual con
18 de mayo de 1890. Editorial del primer número del periódico anarquista
El perseguido (1890-1897), escrito por
Rafael Roca. Este periódico agrupa
al sector individualista-antiorganizador, que por esos años hegemoniza las adhesiones de los anarquistas
de Buenos Aires. Ya a mediados de la
década, con la llegada de importantes
anarquistas españoles como Antonio
Pellicer Paraire o José Prat, cobrará impulso la fracción organizadora,
que se nucleará en torno al periódico
La Protesta Humana (1897).
su propio cerebro, grande o pequeño que sea,
pero cerebros de alquilar, ninguno.
La estimación y el reconocimiento para
el que quiera deben ser libres, mentó verdadero, no aparente. Sentimientos naturales y
no hipócritas. Para conseguir nuestro objeto,
rechazamos toda reserva, todo oportunismo,
y nos declaramos abiertamente revolucionarios, es decir, promotor y ejecutor de todo
acto que pueda tener efecto en desplomar el
edificio del orden constituido.
Nuestra divisa es la de los malhechores.
Fuente: Julio Godio, El movimiento obrero argentino
(1870-1910), Buenos Aires, Legasa, 1987.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890
CeDInCI
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El Club Vorwärts, cuyo nombre original es Verein Vorwärts, que traducido del alemán equivale a Club
Adelante, es una de las primeras y más importantes agrupaciones socialistas en el país. Fundado en
enero de 1882 por un grupo de inmigrantes alemanes, tiene por finalidad difundir en la Argentina las
ideas del socialismo conforme al programa del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). El 2 de
octubre de 1886 comienza, bajo la dirección de Adolf Uhle, la publicación de su órgano de prensa, de
nombre Vorwärts, escrito en alemán y español.
1890 - 1956
1890
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Manifiesto de la Junta
Revolucionaria en 1890
Publicado el 26 de julio de 1890. La Junta Revolucionaria está integrada por
Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Mariano Goyena,
Juan José Romero, Lucio V. López.
Al pueblo:
El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país. Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin
justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir
la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito del que nos pediría
cuenta la opinión nacional. Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre;
ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración
pública regular; consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de
nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reacción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo del
gobierno propio y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la
República; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con
la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida
y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria
dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante
el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad
a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer
los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería
consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al
gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria, porque hasta los
extranjeros podrían pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido
a nosotros bajo los auspicios de una Constitución, que los ciudadanos hemos jurado y
cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad
a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino.
La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los
desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual.
El país entero está fuera de quicio, desde la capital hasta Jujuy. Las instituciones libres han desaparecido de todas partes; no hay república, no hay sistema federal, no hay
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890
gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se
ha convertido en industria lucrativa.
El presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo
la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo, y con una falta de
dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración,
la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las
ganancias fáciles e ilícitas; ha envilecido la administración del Estado, obligando a los
funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas
y privadas, prodigando favores que representan millones.
Él mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocios ha mercado con la
nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin
haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la Constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años
de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se
exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes
que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos
y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte
o de lujo, ha llegado a la donación de bienes territoriales que el pueblo ha denunciado
como la remuneración de favores oficiales.
Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio. Su clientela le ha imitado; sujetos
sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los bancos del Estado, se han
apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos
y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.
En el orden político ha suprimido el sistema representativo, hasta constituir un
Congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el
modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva.
El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo
rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de
gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una
jornada de sangre fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; ha habido elección de gobernador que no ha sido otra cosa que un
simple acto de comercio.
Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato
resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien; hoy día es un aduar; la sociedad
sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos de Bustos y Quiroga. Las demás
provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del Norte, ha
sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al presidente, Santiago y Corrientes, La
Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una nación libre.
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En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por
días. Se han hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis
los sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores
y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de
los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin
revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones. La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convertido sin necesidad en títulos a oro, aumentando
inconsideradamente las obligaciones del país con el extranjero; se han entregado a la
especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta
de los fondos públicos de los Bancos garantidos, y hoy día la nación no tiene una sola
moneda metálica y está obligada al servicio en oro de más de ochenta millones de
títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la nación para disminuir
la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las
obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre,
el pueblo únicamente ve que ha sido atado por medio siglo al yugo de una compañía
extranjera que le va a vender la salud a precio de oro; los bancos garantidos se han
desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con treinta y cinco millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre
de bonos hipotecarios, pero que son verdadero papel moneda, porque tienen fuerza
cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro;
y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra
historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un
nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el
caudal del Estado.
Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la nación ha sufrido está muy lejos
de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado
contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la
hará un día y requerirá su castigo, no para calmar propósitos de venganza personal,
sino para consagrar un ejemplo y para dejar constancia de que no se puede gobernar la
República sin responsabilidad y sin honor.
Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de
bien de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de las provincias
oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción
y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren
los sacrificios que demande.
El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u
hombre público alguno. No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890
en el mando; lo derrocamos porque no existe en la forma constitucional, lo derrocamos
para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de
advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente
nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires, que fiel a sus
tradiciones reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban
anhelosas todas las provincias argentinas.
El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan
para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como
siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la Constitución, la garantía
sólida de la paz y de la libertad de la República. La Constitución es la ley suprema de
la nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin
prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no sería un ciudadano armado de un
pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un déspota.
El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama,
con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y
han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es
la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la patria está en peligro de perecer y
porque es necesario salvarla de la catástrofe.
Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz.
Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas. El período de la revolución será
transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice
constitucionalmente. El Gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera
que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada.
El elegido para el mando supremo de la nación será el ciudadano que cuente con
mayoría de sufragios en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente
ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos.
Por la Junta Revolucionaria
Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del
Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 121-125.
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DISCURSO
DE LEANDRO
N. ALEM EN
EL ACTO EN EL
FRONTÓN
U
na vibración profunda conmueve todas mis fibras patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico
en la heroica ciudad de Buenos Aires.
Sí, señores; una felicitación al pueblo de
las nobles tradiciones, que ha cumplido en
hora tan infausta sus sagrados deberes. No
es solamente el ejercicio de un derecho, no es
solamente el cumplimiento de un deber cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de
nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad abatida; es algo más todavía, señores:
es el grito de ultratumba, es la voz alzada de
nuestros beneméritos mayores que nos piden
cuenta del sagrado testamento cuyo cumplimiento nos encomendaron.
La vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel
moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política es
un pueblo corrompido y en decadencia, o es
víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones, que llámeseles como esta, populares, o llámeseles
partidos políticos, son las que desenvuelven
la personalidad del ciudadano, le dan conciencia de su derecho y el sentimiento de la
solidaridad en los destinos comunes.
Los grandes pueblos, Inglaterra, los Estados Unidos, Francia, son grandes por estas
luchas activas, por este roce de opiniones, por
este disentimiento perpetuo, que es la ley de la
democracia. Son esas luchas, esas nobles rivalidades de los partidos, las que engendran las
El 13 de abril de 1890 se celebra
en el Frontón de Buenos Aires un
importante mitin de la flamante
Unión Cívica. En él se conforma
su Comité General de la capital y
se elige a Leandro N. Alem para
presidir la Junta Ejecutiva.
buenas instituciones, las depuran en la discusión, las mejoran con reformas saludables y las
vigorizan con entusiasmos generosos que nacen al calor de las fuerzas viriles de un pueblo. Pero la vida política no puede hacerse sino
donde hay libertad y donde impera una Constitución. ¿Y podemos comparar nuestra situación desgraciada con la de los pueblos que
acabo de citar? Situación gravísima no sólo
por los males internos, sino por aquellos que
pudieran afectar el honor nacional cuya fibra
se debilita. Yo preguntaría: en una emergencia
delicada, ¿qué podría hacer un pueblo enervado, abatido, sin el dominio de sus destinos y
entregado a gobernantes tan pequeños?
Cuando el ciudadano participa de las impresiones de la vida política, se identifica con la patria: la ama profundamente, se glorifica con su
gloria, llora con sus desastres y se siente obligado a defenderla porque en ella cifra las más
nobles aspiraciones. Pero, ¿se entiende entre
nosotros así, desde algún tiempo a esta parte? Ya habéis visto los duros epítetos que los
órganos del gobierno han arrojado sobre esta
manifestación. Se ríen de los derechos políticos, de las elevadas doctrinas, de los grandes
ideales, befan a los líricos, a los retardatarios
que vienen con sus disidencias de opinión a
entorpecer el progreso del país. ¡Bárbaros!
Como si en los rayos de la luz pudieran venir
envueltas la esterilidad y la muerte. Y ¿qué
política es la que hacen ellos? El gobierno no
hace otra cosa que echar la culpa a la oposición de lo malo que sucede en el país. Y ¿qué
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1890
mo se puede salir con la frente altiva, con la
estimación de los ciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con
los bolsillos livianos (…).
Tenemos que afrontar la lucha con fe, con
decisión. Era una vergüenza, un oprobio lo que
pasaba entre nosotros; todas nuestras glorias
estaban eclipsadas; nuestras nobles tradiciones, olvidadas; nuestro culto, bastardeado;
nuestro templo empezaba a desplomarse, y
ya parecía que íbamos resignados a inclinar
la cerviz al yugo infame y ruinoso; apenas si
algunos nos sonrojábamos de tanto oprobio.
Hoy ya todo cambia; este es un augurio de que
vamos a reconquistar nuestras libertades, y
vamos a ser dignos hijos de los que fundaron
las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República
posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca
del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 114-116.
AGN
hacen estos sabios economistas? Muy sabios
en la economía privada, para enriquecerse
ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya veis
la desastrosa situación a que nos han traído. Es inútil, como decía en otra ocasión: no
nos salvaremos con proyectos, ni con cambios
de ministros; y expresándose en una frase vulgar: “¡Esto no tiene vuelta!” No hay, no puede haber buenas finanzas,
donde no hay buena política. Buena política
quiere decir respeto a los derechos; buena política quiere decir aplicación recta y correcta de
las rentas públicas; buena política quiere decir
protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos
del poder; buena política quiere decir exclusión
de favoritos y de emisiones clandestinas.
Pero para hacer esta buena política se necesitan grandes móviles, se necesita buena
fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en
una palabra, patriotismo. Pero con patriotis-
Insurrección cívico-militar producida el 26 de julio de 1890 conocida como Revolución del Parque.
1890 - 1956
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1896 - 1897
El Partido Socialista Argentino fue uno de los actores políticos
más importantes de la Argentina desde su fundación a fines
del siglo xix, y su órgano de prensa, La Vanguardia, una de las
experiencias de periodismo político obrero más longevas y significativas. En 1896, el Partido Socialista se presenta a elecciones
por primera vez en su historia, al mismo tiempo que hace pública su “Declaración de principios y programa mínimo”, dando
forma a una identidad política que lo acompañará por años.
En el ámbito de las izquierdas, el anarquismo se mantiene alejado de las lides electorales pero ocupa un lugar fundamental
en la conformación del naciente movimiento obrero argentino,
aunque no solamente. La interpelación libertaria es asumida
también por las mujeres, en una experiencia combativa y urticante como fue el periódico La Voz de la Mujer. Los intelectuales tampoco están ajenos al clima de contestación generalizada, modernización y profundos cambios culturales, políticos
y económicos que ofreció el período del novecientos. Los jóvenes
José Ingenieros y Leopoldo Lugones editan el periódico socialista
revolucionario La Montaña, donde arremeten contra el “mundo burgués” desde una clave que cruza socialismo y modernismo
estético, mundo intelectual y cuestión obrera. Por su parte, la
UCR, después del fallido segundo levantamiento insurreccional
de 1893, sufre divisiones internas –la principal, entre dos de sus
figuras más representativas, Alem e Yrigoyen. El primer día de
julio de 1896, el parlamentario y político radical Leandro N.
Alem, ideólogo de la Revolución del Parque, decide poner fin
a su vida dejando como testimonio una carta pública que se
conocerá como su testamento político.
1896 - 1897
Primer Manifiesto Electoral
del Partido Socialista
Publicado el 29 de febrero de 1896. El 8 de marzo de 1896 el Partido Socialista se presenta a elecciones por primera vez en la historia del país. Se trata
de la renovación de la mitad de la Cámara de Diputados de la Nación. Los candidatos socialistas son Juan B. Justo, Juan Schaefer, Adrián Patroni, Germán
Avé Lallemant y Gabriel Abad. Al pueblo
Trabajadores y ciudadanos:
Una clase rica, inepta y rapaz, oprime y explota al pueblo argentino. Los señores
dueños de la tierra, de las haciendas, de las fábricas, de los medios de transporte, del
capital en todas sus formas, hacen sufrir a la clase trabajadora y desposeída todo el
peso de sus privilegios, agravado por el de su ignorancia y su codicia; y esta expoliación será cada día más bárbara y más cruel si el pueblo no se da cuenta de ella y no
se prepara a resistirla.
Hasta ahora, la clase rica o burguesía ha tenido en sus manos el gobierno del país.
Roquistas, mitristas, yrigoyenistas y alemistas son todos lo mismo. Si se pelean
entre ellos es por apetitos de mando, por motivo de odio o de simpatía personal,
por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un programa, ni por una idea.
Bien lo demuestra en cada una de esas agrupaciones el triste cuadro de sus disensiones internas.
Si el pueblo entra todavía por algo en esa farsa política, lo hace ofuscado por las
frases de charlatanes de oficio, o vendiendo vergonzosamente su voto por una miserable paga.
Todos los partidos de la clase rica argentina son uno solo cuando se trata de aumentar los beneficios del capital a costa del pueblo trabajador, aunque sea estúpidamente, y
comprometiendo el desarrollo general del país.
Inundando el país de papel moneda, han determinado la suba del oro, con la que
ha subido enormemente el precio de los productos, y han bajado otro tanto los salarios.
Han acaparado las tierras públicas, desalojado de ellas a los primitivos pobladores, los
únicos con derecho a ocuparlas. No han sabido atraer la inmigración elevando la situación de la clase trabajadora, pero con los dineros del pueblo han costeado una inmigración artificial, destinada a disminuir aún más la recompensa del trabajo.
Y para completar este bárbaro sistema de explotación, quitan al hombre laborioso
en forma de impuestos de consumo, de impuestos internos y de impuestos de aduana,
una gran parte de lo poco que gana. Un trabajador paga tanto impuesto por alimentarse y vestirse como un estanciero por ser dueño de una legua de campo.
1890 - 1956
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1896 - 1897
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Así es como a través de la crisis, de los grandes robos sin castigo, de las revoluciones,
de los fraudes y de las quiebras bancarias que se han tragado los modestos ahorros del
pueblo, el país ha llegado al momento actual en que una opinión verdadera y genuinamente popular empieza a manifestarse.
Fundamentalmente distinto de los otros partidos, el Partido Socialista Obrero no
dice luchar por puro patriotismo, sino por sus intereses legítimos; no pretende representar los intereses de todo el mundo, sino los del pueblo trabajador, contra la clase
capitalista opresora y parásita; no hace creer al pueblo que puede llegar al bienestar y la
libertad de un momento a otro, pero le asegura el triunfo si se decide a una lucha perseverante y tenaz; no espera nada del fraude ni de la violencia, pero todo de la inteligencia
y de la educación populares.
El desarrollo de la agricultura, de la industria y del comercio, que cada día se hacen
en mayor escala, tiene que conducirnos necesariamente a la propiedad colectiva de los
medios de producción y de cambio. El pueblo no será libre, no disfrutará del producto
de su trabajo, mientras no sea dueño de los medios con que lo hace. El Partido Socialista quiere la nacionalización de los medios de producción, lo que en la República Argentina será excepcionalmente fácil, porque la propiedad de la tierra está ya concentrada
en muy pocas manos.
Mientras esa nacionalización no se realice, el suelo argentino sólo será una ficción
usada por la clase gobernante para infundir interesadamente al pueblo un falso sentimiento de patriotismo.
Entre tanto queremos desde ya mejorar la situación de la clase trabajadora, y a ese
fin presentamos un programa de reformas concretas, de inmediata aplicación práctica,
que es la mejor respuesta a los que nos tachan de visionarios y utopistas.
El Partido Socialista Obrero sostiene la jornada legal de ocho horas, la prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años, y el salario igual para las
mujeres y los hombres cuando hagan un trabajo igual, medidas tendientes a mantener el precio de la mano de obra, a asegurar a los trabajadores el reposo necesario,
a moderar la infame explotación de que son víctimas las mujeres, y a hacer posible
la educación de los niños.
El Partido Socialista pide la abolición de todas las gabelas, llamadas impuestos indirectos, que pesan sobre el pueblo. Pide que los gastos del Estado salgan de las cajas de
los capitalistas, en forma de impuesto directo sobre la renta.
Pide que se establezca por la ley la responsabilidad de los patrones en los accidentes
del trabajo, para que las víctimas de esos accidentes no tengan que pedir limosna, ni
dejen sus familias en la miseria, como premio de sus esfuerzos.
Pide la instrucción laica y obligatoria para todos los niños hasta cumplir los catorce años.
Como reformas políticas, el Partido Socialista lucha por el sufragio universal y la representación de las minorías, en todas las elecciones nacionales, provinciales y municipales.
Quiere la separación de la Iglesia y del Estado, en homenaje a la libertad de conciencia, y para no privar a los católicos del gusto de costear ellos solos el culto en que
ellos solos creen.
Tales son las reformas inmediatas más importantes por que combate nuestro partido.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1896 - 1897
Ellas bastan para mostrar que los diputados socialistas no irán nunca al Congreso
como los de otros partidos con carta blanca para hacer lo que más les plazca. Verdaderos
delegados del pueblo, ellos irán con mandato imperativo a sostener ideas bien determinadas, cuya realización es de la mayor importancia para todos los que trabajan.
Trabajadores y ciudadanos: por primera vez en la República, el Partido Socialista se
presenta en la lucha electoral y reclama vuestros sufragios. Vais a dar la medida de vuestra
capacidad política con la acogida que hagáis a nuestros candidatos y nuestro programa.
Desechad toda opinión preconcebida, meditad sobre vuestros intereses bien entendidos, elevaos a la dignidad de hombres independientes, y en las elecciones del 8 de
marzo votaréis por los candidatos socialistas.
CeDInCI
Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, 29 de febrero de 1896.
“Educar al soberano”
Domingo F. Sarmiento.
Logo de la Sociedad Luz. Universidad
Popular Socialista en Argentina, fundada en 1899.
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DECLARACIÓN
DE PRINCIPIOS
Y PROGRAMA
MÍNIMO DEL
PARTIDO
SOCIALISTA
El 28 y 29 de junio de 1896,
un grupo de delegados de
agrupaciones socialistas
y gremiales se reúne en
el local de la agrupación
alemana Vorwärts y aprueba
la Declaración de Principios y
Programa Mínimo que funda
en nuestro país la acción
política independiente de la
clase obrera.
Declaración de principios
Que, por consiguiente, o la clase obrera
permanece inerte y es cada día más esclavizada, o se levanta para defender desde ya sus
intereses inmediatos y preparar su emancipación del yugo capitalista.
Que no sólo la existencia material de
la clase trabajadora exige que ella entre en
acción, sino también los altos principios de
derecho y justicia, incompatibles con el actual
orden de cosas.
Que la libertad económica, base de toda
otra libertad, no será alcanzada mientras los
trabajadores no sean dueños de los medios
de producción.
Que la evolución económica determina la
formación de organismos de producción y de
cambio cada vez más grandes, en que grandes masas de trabajadores se habitúan a la
división del trabajo y a la cooperación.
Que así, al mismo tiempo que se aleja
para los trabajadores toda posibilidad de propiedad privada de sus medios de trabajo, se
forman los elementos materiales y las ideas
necesarias para subsistir al actual régimen
capitalista con una sociedad en que la propiedad de los medios de producción sea colectiva o social, en que cada uno sea dueño del
producto de su trabajo, y a la anarquía económica y al bajo egoísmo de la actualidad sucedan una organización científica de la producción y una elevada moral social.
El Partido Socialista, representado por sus
delegados reunidos en Congreso, afirma:
Que la clase trabajadora es oprimida y
explotada por la clase capitalista gobernante.
Que esta, dueña como es de los medios de
producción, y disponiendo de todas las fuerzas del Estado para defender sus privilegios,
se apropia la mayor parte de lo que producen
los trabajadores y les deja sólo lo que necesitan para poder seguir sirviendo en la producción. Que por eso, mientras una minoría
de parásitos vive en el lujo y la holgazanería,
los que trabajan están siempre en la inseguridad y en la escasez, y muy comúnmente en
la miseria.
En la República Argentina, a pesar de la
gran extensión de tierra inexplotada, la apropiación individual de todo el suelo del país
ha establecido de lleno las condiciones de la
sociedad capitalista.
Que estas condiciones están agravadas
por la ineptitud y rapacidad de la clase rica, y
por la ignorancia del pueblo.
Que la clase rica, mientras conserve su
libertad de acción, no hará sino explotar cada
día más a los trabajadores, en lo que la ayuden la aplicación de las máquinas y la concentración de la riqueza.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1896 - 1897
Que esta revolución, resistida por la clase
privilegiada, puede ser llevada a cabo por la
fuerza del proletariado organizado.
Que mientras la burguesía respete los
actuales derechos políticos y los amplíe por
medio del sufragio universal, el uso de estos
derechos y la organización de resistencia de
la clase trabajadora serán los medios de agitación, propaganda y mejoramiento que servirán para preparar esa fuerza.
Que por este camino el proletario podrá
llegar al poder político, constituirá esa fuerza,
y se formará una conciencia de clase que
le servirá para practicar con resultado otro
método de acción cuando las circunstancias
lo hagan conveniente.
Por tanto: el Partido Socialista llama al
pueblo trabajador a alistarse en sus filas de
partido de clase, y desarrollar sus fuerzas
y preparar su emancipación sosteniendo el
siguiente programa mínimo.
Programa mínimo
• Jornada de 8 horas para los adultos, de 6
para los jóvenes de 14 a 18 años y prohibición del trabajo industrial de los menores de 14 años. Descanso obligatorio de 36
horas continuas por semana.
• A igualdad de producción, igualdad de retribución para los obreros de ambos sexos.
• Reglamentación higiénica del trabajo industrial, limitación del trabajo nocturno a los
casos indispensables, prohibición del trabajo de las mujeres en lo que haga peligrar
la maternidad y ataque la moralidad.
• Creación de comisiones inspectoras de las
fábricas y de las habitaciones, nombradas
por los obreros y pagadas por el Estado.
• Creación de tribunales, nombrados mitad
por los obreros, mitad por los patrones, para
solucionar las diferencias entre unos y otros.
• Responsabilidad de los patrones en los
accidentes del trabajo.
• Abolición de los impuestos, y especialmente los de consumo y de aduana.
• Impuesto directo y progresivo sobre la
renta.
• Extinción gradual del papel moneda y, en
general, todas las medidas tendentes a
valorizarlo y a darle un valor estable.
• Reconocimiento legal de las asociaciones
obreras.
• Supresión de todo fomento artificial de la
inmigración.
• Abolición de las leyes de conchabo, vagancia, etc.
• Instrucción laica y obligatoria para todos
los niños hasta 14 años, estando a cargo
del Estado, en los casos en que sea necesario, la manutención de los educandos.
• Sufragio universal para todas las elecciones nacionales, provinciales y municipales.
Voto secreto.
• Autonomía municipal.
• Jurados elegidos por el pueblo para toda
clase de delitos.
• Separación de la Iglesia y el Estado.
Supresión de las prerrogativas del clero y
devolución al Estado de los bienes cedidos
por este al clero.
• Supresión del ejército permanente y armamento general del pueblo.
• Revocabilidad de los representantes electos, en caso de no cumplir el mandato de
sus electores.
• Abolición de la pena de muerte.
• Reconocimiento de los derechos de ciudadanos a los extranjeros que tengan un año
de residencia en el país.
Fuente: Celso Ramón Lorenzo, Manual de historia constitucional argentina 3, Rosario, Editorial Juris, 2000, pp. 28-29.
1890 - 1956
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1896 - 1897
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LA VOZ DE
LA MUJER
ANARQUISTA
Nuestros propósitos
Compañeros y compañeras, ¡salud!
Y bien: hastiadas ya de tanto y tanto llanto y
miseria; hastiadas del eterno y desconsolador
cuadro que nos ofrecen nuestros desgraciados
hijos, los tiernos pedazos de nuestro corazón;
hastiadas de pedir y suplicar, de ser el juguete,
el objeto de los placeres de nuestros infa­mes
explotadores o de viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y
exigir, exigir decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida.
Largas veladas de trabajo y padeci­mientos,
negros y horrorosos días sin pan han pesado
sobre nosotras, y ha sido necesario que sintiésemos el grito seco y desgarrante de nuestros
hambrientos hijos, para que hastiadas ya de
tanta miseria y padecimiento, nos decidiésemos a dejar oír nuestra voz, no ya en forma de
lamento ni supli­cante querella, sino en vibrante y enérgica demanda. Todo es de todos.
Hasta ayer hemos suplicado a un Dios, a una
virgen u otro santo no menos imaginario el uno
que el otro, y cuando llenas de confianza hemos
acudido a pedir un mendrugo para nuestros hijos, ¿sabéis lo que hemos hallado? La mirada
lasciva y lujuriosa del que, anhelando cambiar
de conti­nuo el objeto de sus impuros placeres, nos ofrecía con insinuante y artera voz un
cambio, un negocio, un billete de banco con que
tapar la desnudez de nuestro cuerpo, sin más
obligación que la de prestarles el mismo.
Marchamos más adelante, siempre confiadas y con la esperanza puesta en Dios y en los
cielos, y después de ha­ber tropezado y caído
por no mirar por donde caminábamos mientras fijába­mos nuestra anhelante mirada en los
Editorial del primer número
de La Voz de la Mujer, periódico
comunista anárquico.
cielos, ¿sabéis lo que encontramos? Lascivia y
brutal impureza, corrupción y cieno y una nueva
ocasión de ven­der nuestros flacos y macilentos
cuer­pos. Volvimos atrás nuestros ojos, ¡se­cos sí,
muy secos ya!, y allá, a lo lejos, en lontananza,
casi vimos a nuestros hijos, pálidos, débiles y
enfermizos… y la brisa, caliginosa ya, nos traía
la eter­na melodía del pan. ¡Mamá, pan por Dios!
Y entonces comprendimos por qué se cae… por
qué se mata y por qué se roba (léase expropia).
Y fue entonces también, que desco­nocimos
a ese Dios y comprendimos cuán falsa es su
existencia; en suma, que no existe.
Fue entonces que compadecimos a nuestras
caídas y desgraciadas compa­ñeras. Entonces
quisimos romper con todas las preocupaciones
y absurdas trabas, con esta cadena impía cuyos
eslabones son más gruesos que nues­tros cuerpos. Comprendimos que te­níamos un enemigo
poderoso en la so­ciedad actual y fue entonces
también que, mirando a nuestro alrededor, vimos muchos de nuestros compañeros luchando
contra la tal sociedad; y co­mo comprendimos
que ese era tam­bién nuestro enemigo, decidimos ir con ellos en contra del común enemi­go,
mas como no queríamos depender de nadie,
alzamos nosotras también un jirón del rojo estandarte; salimos a la lucha… sin Dios y sin jefe.
He aquí, queridas compañeras, el porqué
de nuestro periódico, no nues­tro, sino de todos, y he aquí, también, por qué nos declaramos comunistas anárquicas proclamando el
dere­cho a la vida, o sea, igualdad y libertad.
La Redacción
Fuente: La Voz de la Mujer (1896-1897), edición facsimilar, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2002.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1896 - 1897
CeDInCI
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1º de mayo de 1897: tapa del periódico socialista La Vanguardia, fundado por Juan B. Justo en 1894.
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Proclama de trabajadores de
la madera llamando a una
huelga por las 8 horas
Publicado el 7 de septiembre de 1896. Volante redactado por las comisiones
en huelga de los sindicatos de carpinteros, muebleros, silleros y torneros del
puerto de la ciudad de Buenos Aires.
A todos los obreros carpinteros, muebleros, silleros, torneros, carpinteros del puerto
y demás trabajadores en el ramo de maderas.
Compañeros:
Como todos sabréis, el gremio de trabajadores en madera se ha levantado en huelga
en demanda de las 8 horas de trabajo y la abolición del trabajo a destajo.
En contra de lo que han dicho creer algunos, la ocasión no puede ser más oportuna,
puesto que en la actualidad, nuestro gremio atraviesa por un período de abundante
trabajo y por lo tanto, es cuando los patrones precisan más que ninguna otra época de
nuestros brazos.
Demostremos a nuestros patrones por una vez tan siquiera, que no estamos dispuestos a ser por más tiempo máquinas de trabajo desde que aparece el sol hasta que se
pone, sino que somos hombres, que somos seres humanos, que queremos dedicar parte
de nuestra vida a disfrutar de los goces que la naturaleza nos ofrece, al mismo tiempo
que demostraremos también a todos los trabajadores que luchan por mejorar su miserable situación, que también nosotros, aunque bastante tarde, hemos levantado nuestra
humillada cerviz en busca de nuestras reivindicaciones.
En estas favorables circunstancias, pues, el gremio de trabajadores en madera reunido en asamblea ha declarado la huelga total del ramo.
Mas nuestros astutos patrones como el egoísta usurero que ve peligrar el interés
sobre su renta, han buscado el medio (aunque sin lograrlo) de que este gran movimiento fracasara.
A tal efecto, se amistaron con la comisión directiva de la presente sociedad de carpinteros, combinando una reunión de trabajadores en madera en la que sólo los capataces de los talleres y los aprendices, con raras excepciones, tuvieron entrada.
La prueba de ello es que a más de 200 obreros carpinteros, algunos de ellos
socios, se les impidió la entrada y cuando no bastó la fuerza de aquella ilustre comisión, la policía llamada a propósito por uno de los miembros de la comisión, se
encargó de lo demás.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1896 - 1897
Con una asamblea pues, compuesta en la forma que hemos indicado, esto es, de
capataces, aprendices e individuos que seguramente viven de todo menos de trabajar
la madera, el resultado de la votación sobre si debía adherirse la pretendida sociedad
a la huelga, era de prever, negativo, máxime cuando no convenía indisponerse con los
patrones porque en ello mediaban intereses particulares.
A pesar de todos los chanchullos y coacciones ejercidos por la honorable comisión
negando la palabra aun a los mismos socios, la idea de la huelga fue defendida por una
gran minoría que bien puede decirse representaba la opinión de los verdaderos trabajadores en madera, de los que sufrimos lo excesivo de la jornada de trabajo, de los que
somos víctimas de la desenfrenada explotación que reporta el trabajo a destajo.
Compañeros, trabajadores del ramo de madera: al dirigiros el presente manifiesto,
lo hacemos para poneros al corriente de los beneficios que nos puede reportar la práctica de ciertos procedimientos, que podrán ser muy políticos, pero muy poco obreros.
Así pues, os invitamos una vez más a que abandonéis el trabajo para uniros a vuestros compañeros de huelga.
Nuestra dignidad está empeñada: si esta huelga se pierde será por nuestro indiferentismo, por nuestra falta de energía, por nuestra imbecilidad, por nuestra estupidez.
Tened presente que si esto sucede, los patrones se ensañarán como carnívoras fieras
en nosotros y el poco respeto que aún se nos guarda en los talleres, se convertirá en
sarcástico escarnio de nuestra cobardía.
Compañeros: arrollemos a esas falsas comisiones que también saben acomodarse
con nuestros explotadores, su denigrante proceder nos dará derecho a ello.
¡A la huelga!
¡Abandonad el taller los que todavía concurrís al trabajo y la victoria es nuestra!
¡Vivan las ocho horas! ¡Abajo el trabajo a destajo! ¡Viva la huelga!
Compañeros: se os invita a la gran reunión que tendrá lugar el domingo 13 de
septiembre, a las 2 de la tarde, en el jardín “Colonia Italiana” antes “Nogantino”,
Cuyo 1526.
Las Comisiones de Huelga
Fuente: Ricardo Falcón, El mundo del trabajo urbano (1890-1914), Biblioteca Política Argentina, nº153, Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1986.
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LA FIESTA DEL
PROLETARIADO
POR LEOPOLDO LUGONES
L
a Canalla tiene sus días domin­gos. He
aquí uno.
Estamos ya tan distantes de la reli­gión
vieja, que hemos debido crearnos nuevos
días de fiesta. No tenemos campanas para
inaugurar estos días, ni flores para adornarlos, ni música para festejarlos. No hay día más
triste que el domingo de un pueblo esclavo.
Sin embargo, hay algo de inmensa­mente
hermoso en este día de los oprimidos: la
Esperanza.
Harapientos, encallecidos, usados, extenuados, remendados, enfermos, parecemos
un montón de jaulas des­
vencijadas, y que
dentro de cada una hubiera un león. ¡Gran
goce para el león es ver que está desvencijándose su jaula!
¡La Esperanza! He aquí nuestra Pascua
de Resurrección. Cada uno de nosotros sabe
que es depositario de una partícula de aurora. Sabe que de su miseria emerge como
un árbol amenazador la Reivindicación. Sabe
que algo le duele, y quiere que no le duela.
Sabe que la fuerza de una cadena se mide
por el grado de resignación de la víctima que
la aguanta.
Y bien: es por esto que va a haber Revolución. Nosotros, que sufrimos del dolor de
la servidumbre, hemos procla­mado la Libertad. ¡Queremos derribar nuestra cárcel, toda!
Queremos que desaparezca el orden social
que es nuestra cárcel. Y nuestra aspiración va
desde el granero a la academia.
Nuestra protesta no es pura cues­tión de
panadería, no es sólo un grupo de hambrientos. Es el clamor de pro­testa contra todas las
La Montaña es un periódico de
intelectuales y universitarios
socialistas que aparece el 1º de
abril de 1897, dirigido y redactado
por José Ingenieros y Leopoldo
Lugones.
esclavitudes, es una apertura de horizontes
para todas las esperanzas. Estar desnudo no
signi­fica siempre estar desvestido. ¡Noso­tros
lo que no queremos es estar des­nudos!
Gran cuestión, sin duda, la econó­
mica,
base de todo el movimiento so­cial. Protestamos de la tiranía econó­mica, protestamos,
pero quedan otras tiranías. Y protestamos
también con­tra esas tiranías. Por eso es hoy
más que nunca grande la protesta contra los
amos y los serviles, hecha sola­mente por los
servidores: como quien dice el Porvenir llamando a juicio al Pasado.
Protestamos de todo el orden social existente: de la República, que es el Paraíso de
los mediocres y de los serviles; de la Religión que ahorca las al­mas para pacificarlas (¡y cuán pacífi­cas se quedan en efecto:
no se mueven más!); del Ejército que es una
cueva de esclavitud donde vale más el hoci­
co que la boca, y donde está permitido ser
asesino y ladrón, a trueque de con­vertirse en
imbécil; de la Patria, supre­mamente falsa y
mala, porque es hija legítima del militarismo; del Estado que es la maquinaria de tortura bajo cuya presión debemos moldearnos
co­mo las fichas de una casa de juego; de la
Familia que es el poste de la esclavitud de
la mujer y la fuente inagotable de la prostitución. Contra todas esas mayúsculas del
convencionalismo so­cial, contra todas esas
cadenas protes­tamos nosotros que somos
los encade­nados.
Y esa es la verdadera significación del movimiento que en este día se ha­ce sentir a la
faz de todos los pueblos; no tan sólo la jor-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1896 - 1897
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Fuente: Leopoldo Lugones, “La fiesta del proletariado”,
La Montaña, Periódico Socialista Revolucionario, n° 3, 1897,
edición facsimilar, Bernal, Universidad de Quilmes, 1996.
Museo Nacional de Bellas Artes
nada reivindicatoria del trabajo sino el grito
de guerra de los oprimidos; no solamente la
queja de los dolientes, sino la amenaza de los
fuertes; no ya el razonamiento pa­cífico de los
peticionantes, sino el re­clamo imperioso de
los enemigos; no ya la demostración de los
elementos de labor sino la ostentación de los
re­gimientos de la Reivindicación; no ya la lírica expresión de un canon de jus­ticia, sino el
programa máximo de la Revolución.
Y por eso es como si la luz de una lámpara
hubiera sido reemplazada por el Sol. Como si
dentro del tubo de nuestra lámpara en vez de
una mecha estuviera ardiendo ahora un astro.
Hemos guardado la mecha. La mecha ha de
servir para otras cosas.
Estamos, pues, en el día domingo de la
Canalla. Y la demostración de que la Cosa se
acerca, es que los otros no saben en qué día
están: creen estar en el día primero de mayo
de 1897.
Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova, presentada en 1894 en el segundo Salón del Ateneo en
Buenos Aires.
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1896 - 1897
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El 1° de julio de 1896 se suicida en Buenos Aires Leandro N. Alem, dejando
una carta “para publicar” a sus colaboradores, en la que atribuía su acción a
la traición de su partido: su testamento político.
He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil
y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!
He luchado de una manera indecible en los últimos tiempos; pero mis
fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña… ¡y
la montaña me aplastó!
He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir
de un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado… ¡y para vivir estéril, inútil
y deprimido, es preferible morir!
¡Entrego decorosa y dignamente todo lo que me queda: mi última sangre,
el resto de mi vida!
Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado
mi alma, los móviles, las causas y los propósitos de mi acción y de mi lucha en
general, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este
respecto, será una desgracia que yo ya no podré ni sentir ni remediar.
Ahí están mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde
muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo el que me dicta estas palabras, ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución.
Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido
que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado
y reflexionado en un solemne recogimiento.
Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble
causa he luchado constantemente.
En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente
en acción en bien de la patria. Esta es mi idea, este es mi sentimiento, esta es
mi convicción arraigada, sin ofender a nadie. Yo mismo he dado el primer
impulso, y, sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas,
necesariamente mortales.
¡Adelante los que quedan!
¡Ah, cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado
ciertas causas y ciertos factores!
¡No importa! Todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las
nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra.
¡Deben consumarla!
Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca
del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, p. 219.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1901 - 1902
Los primeros años del siglo xx son de intensa agitación proletaria, con huelgas que se multiplican en todos los gremios de la
Argentina. Esta conflictividad acelera una idea que se venía
macerando en distintos sectores del socialismo y del anarquismo:
la de una central sindical que unifique y fortalezca la lucha de
la clase obrera en su conjunto, idea que cobrará cuerpo hacia
mayo de 1901 con la conformación de la FOA (Federación
Obrera Argentina).
Esta conflictividad también es percibida por los sectores
dominantes con creciente preocupación. A pocos meses de transcurrir el segundo gobierno de J. A. Roca (1898-1904), la UIA,
de reciente conformación, junto con sectores terratenientes,
demandarán medidas más activas al gobierno para controlar la
situación. Estas demandas son recogidas por el senador Miguel
Cané, por cuya iniciativa se sanciona la ley Nº 4.144, conocida
como Ley de Residencia. Esta ley habilitará al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio previo y será utilizada por sucesivos gobiernos argentinos para reprimir la organización sindical
de los trabajadores, expulsando principalmente a anarquistas,
socialistas y activistas obreros en general.
1901 - 1902
I Congreso Obrero del
25 de mayo de 1901
En mayo de 1901 se funda la Federación Obrera Argentina (FOA), que nuclea a
diversos gremios y sociedades obreras, en su mayoría anarquistas y socialistas. En su primer congreso establece una declaración donde sienta posición
respecto de algunas cuestiones fundamentales que en ese momento son objeto de debate dentro de la clase trabajadora.
Principales acuerdos, declaraciones y resoluciones
Descanso dominical
El 1° Congreso Obrero Argentino declara que es preciso un día de descanso después
de seis de trabajo y que le es igual que este descanso sea en domingo como en jueves o
cualquier otro día.
Arbitraje
La FOA, afirmando la necesidad de esperar solamente de la solidaridad de los trabajadores la con­quista integral de sus derechos, se reserva en algunos casos, el derecho
de resolver los conflictos económicos entre el Capital y el Trabajo, en el juicio arbitral,
aceptando sólo personas que presenten serias garantías de respeto para los intereses de
la clase obrera.
Legislación del trabajo
El 1° Congreso declara que es necesario promover una enérgica agitación para obtener que los patro­nes sean responsables en los accidentes del trabajo: la prohibición
del trabajo a las mujeres en lo que pue­da constituir un peligro para la maternidad o un
ata­que a la moral; la prohibición del trabajo en los me­nores de 11 años.
Considerando el Congreso que la ley es siempre adoptada en favor de los capitalistas y la pueden elu­dir, resuelve que los obreros deben esperar todo de su conciencia
y unión, rechazando el recurrir a los poderes públicos para obtener cualquier mejora.
Huelga general
La Federación Obrera Argentina, reconociendo que la huelga general debe ser la
base suprema de la lucha económica entre el Capital y el Trabajo, afirma la necesidad
de propagar entre los trabajadores la idea que la abstención general del trabajo es el
desafío a la burguesía imperante, cuando se demuestra la oportunidad de promoverla
con probabilidades de éxito.
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1° de Mayo
La FOA proclama la abstención general de los trabajadores en el 1° de Mayo como
alta protesta contra la explotación capitalista y afirmación solemne de las reivindicaciones del proletariado.
Al clausurarse, declara:
El 1° Congreso Obrero celebrado en la República Argentina al clausurar sus sesiones, saluda al proleta­riado universal que lucha por su emancipación, se so­lidariza con
sus esfuerzos y hace votos por la redención del género humano por medio de la Revolución Social.
Fuente: Edgardo J. Bilsky, La F.O.R.A. y el movimiento obrero, 1900-1910, tomo II, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1985, pp. 191-194. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1901 - 1902
Huelga general de 1902
Declaración del Partido Socialista Argentino mediante su principal órgano
de difusión, el periódico La Vanguardia, donde se explica la postura partidaria frente a una huelga lanzada en noviembre de ese año, primero por el
gremio de peones de las Barracas y Mercado Central de Frutos y a la que
luego se sumarán varios gremios más. Asimismo, dejan allí expresada su
posición crítica frente a la recientemente sancionada Ley de Residencia.
La Vanguardia. Órgano central del Partido Socialista Argentino
Buenos Aires, 29 de noviembre de 1902
El Partido Socialista Argentino ha resuelto dirigir la palabra al pueblo para explicar
el origen y naturaleza de la reciente huelga y la actitud que ha asumido en presencia de
la misma.
El punto de partida del movimiento huelguista lo constituyeron las justísimas
reclamaciones de un gremio modesto y laborioso que con su actividad está vinculado a una de las fuentes económicas más ricas del país. Ese gremio es el de peones de
las barracas y Mercado Central de Frutos que desde hace más de un año viene luchando para mejorar las condiciones tristísimas e inhumanas en que se encuentra.
En efecto: hasta fines del año pasado la situación de este gremio no podía ser más
deplorable: trabajaban más de 14 horas diarias en faenas pesadísimas y ganaban un
salario insuficiente. Gracias a la iniciativa y ayuda de algunos compañeros del Centro Socialista de Barracas al Sur, pudo reunirse a los trabajadores de este gremio en
una sociedad de resistencia, la cual, apenas constituida, obtuvo el primer triunfo,
consiguiendo para sus asociados una reducción de las horas de trabajo y un ligero
aumento del salario.
Estas ventajas, reclamadas en un momento oportuno y obtenidas gracias a la unión
de estos obreros, fueron bien pronto mermadas por la avaricia ilimitada y la inconsecuencia de los patrones. Por esta razón la joven y poderosa sociedad vióse obligada a
iniciar de nuevo algunas gestiones, y al efecto, en el mes de octubre del corriente año,
dirigió una nota a la Cámara Mercantil para que por su intermedio comunicara a los
propietarios de Barracas, Mercado Central de Frutos, Exportadores, etc., las siguientes
mejoras que solicitaba para los trabajadores del gremio:
1º Abolición del trabajo por un tanto y a destajo.
2° Cuatro pesos diarios como mínimum para los peones del Mercado y las Barracas.
3° Nueve horas de trabajo diario.
4º Dos pesos y medio de salario diario para los menores de quince años.
5° Reconocimiento de la sociedad por los patrones.
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Estas proposiciones aparecen con una justicia evidente para todo aquel que quiera
meditarlas serenamente. Una jornada de nueve horas de un trabajo tan pesado como
es el que realizan estos hombres, representa como gasto de energía muscular más de
16 horas de trabajo de otros gremios. El jornal de 4 pesos con el que hacen tantos aspavientos los señores exportadores y consignatarios, representa bien poca cosa cuando
sólo se le gana en ciertas épocas del año. Las proposiciones hechas por la Sociedad Trabajadores de las Barracas y Mercado Central de Frutos a los patrones, no sólo no fueron
atendidas sino que esos señores se negaron terminantemente a entrar en negociaciones
con la Sociedad. Semejante conducta obligó a los obreros a tomar una medida extrema
y el domingo 16 del corriente, reunidos en asamblea, resolvieron abandonar el trabajo
con la intención de no reanudarlo hasta tanto los patrones atendieran y otorgaran las
mejoras solicitadas.
Como se ve, la huelga de los barraqueros estaba determinada por causas justísimas,
y una vez declarada contó con la simpatía de todos los gremios y de la opinión pública, y habría triunfado completamente si el Gobierno, con su actitud improcedente y
parcialísima, no hubiera pretendido ahogarla suministrando a los patrones peonada y
tropa del Estado, para reemplazar a los obreros en huelga.
Para contrarrestar la acción del Gobierno, dos gremios afines a los barraqueros resolvieron declararse en huelga. Esos gremios fueron el de estibadores y el de carreros,
sin cuya actividad resultaba completamente inútil el apoyo que el Gobierno había
prestado al capital para hacer fracasar la huelga de los barraqueros. La huelga de los
estibadores y carreros fue un acto inteligente de verdadera solidaridad práctica, que
mereció la aprobación y la simpatía de todos aquellos que se interesan por el movimiento obrero, y este acto de inteligente solidaridad habría asegurado el triunfo de
los barraqueros, si nuevas causas de perturbación y de desquicio no hubieran venido
a desbaratar todo el movimiento.
Por una parte, en las esferas del Gobierno, arreciaban los rumores que atribuían al
Poder Ejecutivo la intención de sancionar una ley de residencia, decretar el estado de
sitio y adoptar otras medidas igualmente bárbaras y absurdas. Estos rumores, muy fundados como se verá después, tuvieron la virtud de exasperar enormemente los ánimos
y de agravar la situación.
Por otra parte, las federaciones Obrera Argentina, de Estibadores y de Rodados,
creyendo que iban a poner al Gobierno en la necesidad de renunciar a los proyectos
bárbaros que acariaba, lanzaron, con fecha 20 de noviembre, un enérgico manifiesto
incitando a la huelga general.
En presencia de estos sucesos, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista resolvió
intervenir en el asunto a fin de obtener que tanto el Gobierno como las federaciones
obreras mencionadas abandonaran el camino extraviado en que se habían colocado.
Para este efecto, en su sesión del 22 de noviembre, nombró una comisión, compuesta
de los compañeros Eneas Arienti, Francisco Cúneo y Celindo Castro, para que se apersonara al presidente de la república y le hiciera presente lo que sigue:
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1901 - 1902
1º Necesidad de que el Gobierno desautorice los rumores que han circulado atribuyéndole el propósito de dictar una ley de residencia y decretar el estado de sitio; rumores que han exasperado el ánimo de los trabajadores, impulsándolos a generalizar
el movimiento huelguista.
2º Necesidad de que el Gobierno retire las tropas que ha puesto en reemplazo de los
huelguistas, a fin de que el conflicto surgido sea resuelto exclusivamente por patrones y obreros.
3º Necesidad de que el Gobierno se penetre de la justicia que asiste a los cargadores de
frutos en sus reclamaciones y que comprenda que la huelga de los estibadores y conductores de carros responde al propósito de asegurar el éxito de dichas reclamaciones.
Esta resolución fue tomada en la tarde del 22, y antes de que la comisión pudiera
apersonarse al presidente de la república, el Congreso sancionó, a las 12 de la noche de
ese mismo día, la ley sobre residencia. A pesar de esto, el Comité Ejecutivo del Partido
Socialista insistió en el propósito de entrevistar al presidente, pensando que la palabra
autorizada y sincera de esa comisión había de influir favorablemente en la marcha de
los acontecimientos.
El Comité Ejecutivo del Partido Socialista participaba de la indignación que había
causado en la clase trabajadora la actitud parcialísima del Gobierno y la sanción de
esa infame ley de residencia. El Comité Ejecutivo consideraba indispensable que la
clase trabajadora realizara un acto, esencialmente político, para protestar y obtener la
derogación de la mencionada ley. Pero el Comité Ejecutivo del Partido Socialista no
podía, ni debía estimular, ni apoyar una huelga general que se hacía estallar para asustar
al Gobierno, y que se mantenía después que el Gobierno había sancionado la ley de
residencia. Si el Gobierno había cometido la brutalidad de sancionar esa infame ley
cuando la huelga general se había iniciado, era lógico suponer que ese mismo Gobierno
no la revocaría y que aplastaría brutalmente el movimiento, con toda la fuerza de que
dispone aún la burguesía imperante.
Los compañeros que componían la comisión emplearon todo el día del domingo
22 en hacer viajes repetidos a la casa del presidente, y a pesar de haberle dejado una tarjeta en la mañana de ese mismo día solicitando una entrevista, no pudieron obtenerla.
En vista de esto, el Comité Ejecutivo tuvo que renunciar al propósito de influir sobre
el Gobierno y resolvió definir claramente su actitud, cosa que hizo, publicando en los
diarios de la mañana del lunes 24, las siguientes declaraciones:
1º El Partido Socialista apoyará moral y materialmente la huelga de los peones del
Mercado Central de Frutos por considerarla justísima y oportuna, y apoyará también la huelga que para asegurar el éxito de la de los primeros han declarado los
estibadores y los conductores de carros.
2º Protestar contra la conducta del Gobierno, que en lugar de observar una actitud
prescindente pretende reemplazar a los obreros en huelga con soldados y marineros.
3º Deplora la actitud asumida por algunos gremios al declararse en huelga por simple
espíritu de solidaridad hacia los barraqueros, estibadores y carreros, actitud que fue
determinada por la propaganda anarquista y que es contraproducente, por cuanto
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la mejor manera de sostener la huelga de los gremios mencionados y cooperar a su
triunfo, sería la de que los gremios restantes continuasen trabajando para entregar a
los huelguistas una parte de sus salarios.
4º Deplora la actitud descomedida del presidente de la república, quien se ha negado
a recibir una delegación de este comité, que debía hacerle conocer las verdaderas
causas del movimiento huelguista y los medios de solucionarlo.
5º Condenar enérgicamente la ley de residencia sancionada por el Congreso argentino
con inusitada celeridad e inspirada únicamente en el propósito de aniquilar el movimiento obrero en la Argentina, por cuya razón organizará una manifestación de
protesta contra dicha ley, que tendrá lugar el martes 25 del corriente.
6º Lanzará un manifiesto explicando al pueblo lo que hay de verdad en el actual movimiento huelguista y la actitud observada por el Partido Socialista Argentino.
En presencia de la ley de residencia, el Partido Socialista vio aparecer su más terrible
enemigo, porque si bien es cierto que esa ley parece haber sido sancionada bajo la presión de elementos turbulentos, no es menos cierto que ella tendrá su mejor aplicación
en los agentes inteligentes y eficaces del movimiento obrero argentino. La ley de residencia no es un freno provisorio para sofocar los ímpetus desordenados e intermitentes
de los fanáticos de la violencia; es un torniquete definitivamente incorporado al bagaje
opresivo del Gobierno, para aniquilar la obra eficaz, la única que socava los cimientos
de la burguesía y realiza la revolución insensible del proletariado, la obra consciente,
razonada, fruto de la inteligencia y exenta de las reacciones tumultuosas de un sentimiento mal dirigido.
Y es por esta razón que el Partido Socialista se apresuró a organizar la protesta que
exigía una ley semejante, y al efecto se dirigió al Comité de la Federación Obrera Argentina y al Comité de Propaganda Gremial, invitándolos a organizar una grandiosa
manifestación en contra de la mencionada ley; he aquí la nota dirigida al Comité de la
Federación Obrera Argentina:
Buenos Aires, noviembre 23 de 1902.
Al Comité de la Federación Obrera Argentina
Compañeros: la ley que acaba de sancionar el Congreso Argentino es un golpe
mortal dado a la organización obrera de este país. En presencia de este enorme peligro para la causa de los trabajadores, es necesario que todas las fuerzas obreras se
aúnen en el propósito común de realizar una formidable manifestación de protesta
contra esa ley infame que no tiene precedentes en ningún país de la Tierra.
En frente del peligro común, tenemos que deponer todos los antagonismos para
salvar a nuestros propagandistas extranjeros –que son los más numerosos– de una
persecución que se inicia para aniquilar la obra que nos ha costado tantos esfuerzos
y sacrificios.
En consecuencia, hemos resuelto organizar una grandiosa manifestación de protesta contra la mencionada ley, que se realizará el martes 25 del corriente, a la hora
que se publicará oportunamente. Pedimos a ese Comité que se sirva designar un
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compañero para que haga uso de la palabra en el acto mencionado y le pedimos
también que nos acompañe a hacer la mayor propaganda para que en ese día todos
los obreros de Buenos Aires, sin excepción, abandonen el trabajo y asistan a esa manifestación indicada.
Con esta fecha enviamos al Comité de Propaganda Gremial pidiéndole su concurso en el mismo sentido. Os pedimos una resolución y respuesta rápida, pues de la
celeridad con que procedamos depende en gran parte el éxito de la manifestación.
Os saludamos cordialmente.
Por el C. E. del Partido Socialista Argentino.
N. Repetto, Secretario General
(…)
*****
El estado de sitio y el Partido Socialista
La situación de fuerza creada por el Gobierno no alcanza a ahogar la protesta que
se levanta del fondo de nuestros pechos. Si el Gobierno pretende sofocar nuestra voz y
atar nuestras manos con esa brutal imposición de la fuerza que se llama estado de sitio,
nosotros encontramos aliento suficiente para lanzar al rostro del Gobierno un puñado
de verdades que, como angustioso nudo, aprietan nuestra garganta.
No es posible callar cuando se pretende amordazarnos de una manera tan brutal e
injusta. La protesta airada surge espontánea y la idea se afianza, porque se retemplan los
espíritus que la sustentan y defienden.
En medio del espantoso caos de los últimos días, creado por la actitud inepta del
Gobierno y la fantasía revolucionaria de los anarquistas, se destacó la actitud serena,
resuelta y sensata del Partido Socialista Argentino. Al febril y atropellado desconcierto
del Gobierno, a la calentura roja de los fanáticos de la violencia, el Partido Socialista
supo aplicar una oportuna ducha de buen sentido. Y si la ducha no surtió todo el efecto
que de ella se esperaba, en cambio el Partido Socialista conquistó numerosas simpatías
al revelarse como partido de pensamiento, de orden y de progreso.
La ley de residencia y el estado de sitio no fueron sancionados con el propósito exclusivo ni principal de imponer silencio a los vocingleros de la turbulencia anárquica.
Esas leyes fueron calculadas para impedir la realización de dos actos importantísimos,
que significaban la incorporación definitiva del Partido Socialista a las luchas comunales y el triunfo de las reivindicaciones de los trabajadores agrícolas.
Las acciones desordenadas, inconscientes y tumultuosas de los obreros pueden ocasionar algunas molestias al Gobierno, pero este no se alarma por ellas porque puede
siempre aniquilarlas con toda facilidad. El Gobierno se alarma cuando ve venir hacia él
a los trabajadores en actitud pacífica, conscientes de sus derechos y capaces de ejercitarlos, provistos de esa eficacísima arma legal que se llama voto.
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Las manifestaciones turbulentas de los obreros se sofocan con la fuerza de las armas,
y no cuentan con la simpatía de la opinión. En cambio, el ejercicio ordenado y metódico
del sufragio es una práctica que inspira a los gobiernos respeto creciente y que es generalmente considerada como una de las conquistas más fecundas y honrosas de la democracia.
El Partido Socialista Argentino se aprestaba a hacer su debut en las elecciones
municipales que tendrán lugar en la provincia de Buenos Aires el domingo 30 del
corriente. Los centros socialistas de San Nicolás y Baradero habían preparado sus
elementos con la anticipación debida, y era tan sustancial su programa y tan recomendables sus candidatos, que los más pesimistas se veían obligados a pronosticar un
triunfo parcial.
El estado de sitio ha venido a desbaratar completamente los trabajos de nuestros
compañeros de Baradero y San Nicolás, por lo que se verán obligados a abandonar
el campo a los burgueses de las respectivas localidades. El comisario de Baradero
aprovechó la coyuntura que le ofrecía el estado de sitio para arrestar a diez de nuestros compañeros más activos y para clausurar el Centro Cosmopolita de Trabajadores. En estas condiciones los compañeros de Baradero no podrán presentarse a las
elecciones y si lo hacen será con pocas probabilidades de triunfo. Los compañeros
de San Nicolás no han sido tan maltratados como los de Baradero, pero como ya
han sido notificados de que si se presentan a las elecciones les meterán balas es
probable que los caciques nicoleños quieran ahorrarse esta última molestia encarcelando preventivamente a nuestros compañeros. Para eso tienen los comisarios de
campaña el estado de sitio.
Otra de las obras que se aprestaba a llevar a cabo el Partido Socialista Argentino era
la de realizar una agitación entre los trabajadores agrícolas en la época que precede a la
cosecha. Esta agitación debía tener por objeto divulgar entre los trabajadores del campo las resoluciones tomadas en el Congreso de trabajadores del campo que se realizó
en Pergamino a mediados del corriente año. Según esas resoluciones, los trabajadores
agrícolas, y especialmente los de las trilladoras, debían ponerse de acuerdo para exigir
de los patrones o empresarios una serie de mejoras relativas a los salarios, condiciones
de trabajo, alimentación, trato, etc.
El estado de sitio viene también a desbaratar este proyecto, que había sido de
fácil realización y de excelentes resultados. ¿Quién se atreve a salir al campo para
dar conferencias, si la libertad y la vida están a la merced de los señores comisarios?
¿Dónde y cómo pueden reunirse los trabajadores para cambiar y uniformar ideas
respecto de las condiciones que han de presentar a sus patrones? Estamos convencidos de que muchos comisarios de campaña aprovecharán del estado de sitio
para imponer a los trabajadores las condiciones que deseen los patrones. La falta
de garantías constitucionales puede ser motivo de que algunos patrones impongan
salarios risibles. ¡Qué caro vamos a pagar el descomunal bochinche que acaban de
armar los anarquistas bonaerenses!
Cuando se trataba de justificar ante el público la adopción de medidas tan extremas, como son la ley de residencia y el estado de sitio, el Gobierno hacía referencia a
los elementos que desquiciaban a la clase trabajadora inculcándole ideas subversivas.
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Pero cuando las leyes fueron sancionadas, el Gobierno se apresuró a aplicarlas con mayor ensañamiento, no a los elementos desjuiciados y subversivos, sino a los que minan
realmente sus cimientos con la acción reflexiva, ordenada y creciente. Y vimos que las
cárceles se abrían para infinidad de compañeros nuestros, cuya participación en los
recientes sucesos había consistido en condenar franca y enérgicamente los excesos a que
era conducido el pueblo, por la acción combinada de los anarquistas, del Gobierno y de
la masa. Para que quede constancia de los primeros atropellos y abusos que se cometieron con nosotros, ahí va una lista que será, con el tiempo, un documento de esta época.
Buenos Aires –Han sido arrestados los compañeros Cúneo, Montagnoli, López, Lemos
y Ceriani, y la policía ha ordenado la captura de muchos más. Todos los centros
socialistas han sido clausurados. Se ha prohibido la publicación de los periódicos
socialistas La Vanguardia y La Luz y el local de este último ha sido saqueado.
La Plata –Ha sido arrestado el compañero Alfredo J. Torcelli enviado a la capital federal
con la nota de sujeto peligroso. Los compañeros Meyer González, Torcelli (C.),
Bolano, Tetamanti y Arrascaeta tienen un vigilante a la puerta de sus respectivos
domicilios.
Ensenada –El martes fueron arrestados y enviados a la capital federal una treintena de
estibadores, entre los que se encuentran los compañeros Marsullo, Muro y Saurelli.
Rauch –El compañero Luis Boffi fue arrestado el lunes cuando terminaba una conferencia ante numeroso público. Fue trasladado a la capital federal, y en el cuartel de
bomberos le sacaron las esposas que le habían colocado en Rauch.
Baradero –Ocho compañeros, entre los que se encuentran Bosio, Solari y Alvarado
fueron prendidos por el comisario Stagnaro y enviados a La Plata con esta infame
nota para Solari: propagandista de Baradero, Zárate y Campana. Se ha clausurado
el C.-C. de T.
Rosario –Los compañeros Ballerini (C.), Leoni, Ciattino y Feeselman han tenido que
tomar precauciones para no caer en las garras policiales.
¡Abajo el estado de… barbarie!
La Vanguardia debe circular profusamente y para ello es necesario que los socialistas se interesen en distribuirla entre los amigos, los indiferentes y los adversarios,
pudiendo obtener todos los compañeros ejemplares para propaganda. Es bueno que
amigos y enemigos nos juzguen después de conocernos. Ese debe ser el lema.
Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, del 19 al 23 de noviembre de 1902.
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La Protesta Humana. Periódico anarquista
Buenos Aires, 15 de noviembre de 1902
Las huelgas y la autoridad
El papel repugnante que están representando las autoridades de la provincia con
motivo de las huelgas de Campana y Zárate pone de manifiesto una vez más la parcialidad con que proceden los agentes del Estado cuando los trabajadores, usando de su
razón y de su derecho, se disponen a defender sus intereses por los únicos medios que
la ley, hecha por y para la burguesía, les concede: la asociación y la huelga.
Apenas iniciado el movimiento obrero en esas dos poblaciones, hemos visto enseguida a la
autoridad arrastrarse a los pies de los capitalistas causantes del conflicto por su imbécil orgullo
y su egoísmo, y proceder a la represión de los trabajadores sin informarse, ni saber, ni querer
conocer si esos esclavos del trabajo son exigentes o justos al pedir se aumenten sus jornales con
unos míseros centavos, o si sus explotadores son una recua de miserables que proceden como
negreros al negarlos, no obstante haber amasado su fortuna colosal con sudor de pobres.
La autoridad, cuya misión según dicen es proteger al débil y garantizar el derecho de
todos, la vemos una vez más en esta clase de conflictos concurrir con sus fusiles a sostener a
los fuertes y poderosos contra las reclamaciones siempre cortas de los débiles y oprimidos.
Lo que sucede en Zárate y Campana es inaudito y vergonzoso para un país libre. Han
pensado los obreros pedir algo de lo mucho que diariamente se les roba, se han puesto en
huelga para conseguirlo, y la autoridad, lejos de indagar de qué parte estaba la razón y la
justicia, se ha puesto enseguida al lado del capital, y de golpe y porrazo llenado de fuerza
armada ambas poblaciones, pronta a terminar hasta con el último de esos obreros que
cometen el horrendo delito de pensar en no morirse de hambre y de fatiga.
Y eso lo que parece se ha propuesto conseguir el Gobierno con sus factores de fuerza ya
que no pueden conseguirlo las empresas explotadoras del frigorífico y de la fábrica de papel.
¿Pero es que acaso el obrero trabajando, produciendo para enriquecer a esas empresas de bandidos de guante blanco tiene la obligación de morirse de hambre?
¿Es que el obrero no tiene derecho a exigir a cambio de la fuerza muscular que vende junto con su sangre y su vida el precio que le da la gana?
¿Acaso esos obreros huelguistas de Zárate y Campana no tienen razón de exigir a
las empresas de negreros a las cuales enriquecen, que su mísero sueldo sea aumentado
en una miseria más?
No la tienen para los capitalistas y no deben tenerla para el Gobierno que asocia su
fuerza a la del capital y se presenta como una potencia invencible contra la débil organización de los obreros.
Pero estos deben indicar a ambos enemigos que sí la tienen, y que si hoy se les desatiende, que si a sus humildes peticiones se contesta con la befa y el escarnio, y que si
a sus demostraciones pacíficas se les responde con la violación de sus derechos, con el
atropello y los fusiles, ellos, los trabajadores, deben demostrar que, si no hoy, mañana,
poseerán elementos suficientes para hacer entrar en razón a capitalistas y gobernantes.
Si los capitalistas desoyen las peticiones, por justas que sean, si la autoridad cierra
los centros obreros, si disuelve las organizaciones por medio de sus esbirros, si manda
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sus escuadrones contra las manifestaciones pacíficas y si la huelga y el boicot y todos los
medios pacíficos y legales fracasan hundidos por la arbitrariedad, los trabajadores harán
saber que todo eso no les asusta puesto que poseen un medio de lucha para vencer a la
burguesía superior a todos los nombrados y este es: la huelga general.
Desde Campana
12 de noviembre.
Compañeros de La Protesta Humana:
Aquí la policía sigue cometiendo abusos.
Llevaron varios compañeros presos por el único delito de pasear por la calle. Pararse
en una esquina dos o tres obreros es causa de amenazas y atropellos. Los esbirros armados hasta los dientes ostentan insolentemente su fuerza. Anoche llegaron 25 soldados
que se dice van a trabajar al frigorífico. Mejor; ¡ya verán lo que son estos explotadores
de pobres que vienen a defender!
A la Sociedad de Estibadores le robaron la bandera que tenía izada, un sargento y
varios bandidos a sus órdenes. Posible es que se les condecore.
Reina solidaridad inmensa entre los obreros, que se hallan exasperados por tanta
brutalidad como aquí impera.
Anoche hubo reunión en el Centro Obrero de Zárate, asistiendo a ella más de quinientas personas entre hombres y mujeres. Hablaron los compañeros Troitiño y Garfagnini de la Federación Obrera, y la compañera Virginia Bolten de Rosario. El mayor
entusiasmo embargaba los corazones. Todos los gremios, inclusive la fábrica de papel,
están allí en huelga, menos el frigorífico.
Para vergüenza de nuestros explotadores voy a hacer públicos estos datos:
En la fábrica de papel trabajan más de 70 muchachas menores de 15 años que ganan 50 centavos diarios por 10 horas y media de trabajo.
En la clasificación del papel que mandan de esa extraído de las basuras, se emplean
criaturas de corta edad, y se les retribuye con el espléndido sueldo de 35 centavos cada
día. Esta labor es sucia, repugnante y antihigiénica. El total de los obreros de la fábrica
es de 350 personas, de las cuales 150 son mujeres. Piden las 8 horas. Hay escuadrillas de
adultos que trabajan alternativamente 6 horas, con otras tantas de descanso día y noche.
Ya veis cómo se enriquecen nuestros amos. No se dirá que nos quejamos de vicio.
En Campana, el foco de la huelga es el frigorífico, donde se ocupan unos 700 obreros
que ganan de 2 a 3 pesos por día. Piden 50 centavos de aumento. ¡La ruina de la compañía!
Hoy lanzamos un manifiesto denunciando los abusos de que somos víctimas y pidiendo a todos los trabajadores unión y solidaridad.
Poco podremos o triunfaremos.
Vuestro y de la R.S.
Fuente: La Protesta Humana, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1902.
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EL SENADO
DE LA NACIÓN
DEBATE LA LEY
DE RESIDENCIA
Intervención del senador Pérez
Se trata de una ley eminentemente política, de una ley de excepción y de prevención,
destinada a evitar que ciertos elemen­
tos
extraños vengan a turbar el orden público, a comprometer la seguridad nacional; y
digo que es una ley eminentemente política,
porque no puede ser de otra manera, desde
que se trata de tomar medidas ejecutivas,
de carácter policial, para salvar la tranqui­
lidad social, comprometida por movimientos
esencialmente sub­versivos; que no son los
movimientos tranquilos del obrero trabajador, ni del extranjero honrado, que buscan
en la huelga el medio de satisfacer justos
anhelos; sino agitaciones violentas, ex­cesos
y perturbaciones producidas por determinados individuos que viven dentro de la masa
trabajadora para explotarla, abusando así
de la hospitalidad generosa que les brinda
este país, donde el extranjero goza de tantas
franquicias y disfruta de tanta libertad.
No se trata de dictar una ley contra las
huelgas, cosa que jamás habría pasado por
En la mañana del 22 de noviembre
de 1902, el presidente Julio
Argentino Roca envía al Senado el
proyecto de Ley de Residencia, el
cual es aprobado en menos de dos
horas en sesión extraordinaria,
y esa misma noche, el Poder
Ejecutivo sanciona la ley. Estos
son los tramos de algunas
intervenciones en aquel debate.
La primera, del senador por
la provincia de Jujuy Domingo
Pérez, en su calidad de miembro
informante de la Comisión de
Negocios Constitucionales;
la segunda, del senador por
Corrientes Manuel F. Mantilla.
mi mente proponer, porque ellas pueden
ser saludables para resolver en un momento dado, en circunstancias especiales, esos
graves problemas sociales, que se traducen
en esa lucha entre el capital y el trabajo; se
trata de evitar los abusos, de prevenir hechos
criminales que se producen a la sombra de
la huelga; se trata de salvar a la sociedad de
esos estallidos anár­quicos que comprometen tan graves intereses en un país debidamente constituido.
Entonces, es natural que el Poder Ejecutivo esté armado de esta ley de defensa para
conjurar esos peligros, asegurando en todo
tiempo la tranquilidad y el bienestar de la
comunidad.
Todas las naciones, señor Presidente, están armadas de esta facultad; y los países,
como Norteamérica, que tienen institu­ciones
análogas a las nuestras, y que son un modelo
de libertad, se han pronunciado ya por el órgano de sus poderes judiciales en el sentido
de establecer la doctrina, de que esta facultad
debe ser privativa y debe ser ejercitada por el
Poder Ejecutivo.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Conferirla al Poder Judicial, cuyos procedimientos lentos, cuyas tramitaciones morosas, pueden hacer ineficaz la acción de esta
ley, sería simplemente buscar un remedio
muy tardío para curar un mal que es necesario atacar rápidamente.
Las circunstancias son graves; todos los
señores senadores conocen lo que pasa en
este momento en la Capital, lo que amenaza suceder en el resto de la República. Este
movimiento de huelga, sin duda promovido
por agitadores que explotan la buena fe de
los gremios trabajadores, tiende a tomar proporciones tan graves, señor Presidente, que
puede llegar a comprometer todas las ma­
nifestaciones de la vida comercial, industrial
y económica de la Nación.
El comercio está sufriendo serios inconvenientes con esta huel­
ga; la cosecha
misma, señor Presidente, que representa
la riqueza nacional, que tantas esperanzas
despierta para mejorar nuestro estado financiero; la misma renta de aduana comprometida; todo, todo esto está amenazado,
señor Presidente.
¿Por qué? ¿Porque el elemento obrero,
el obrero honesto y trabajador, conscientemente se levanta para impedir todo tráfico,
para impedir que se haga la cosecha, para
evitar por medios vio­lentos que trabaje el
que quiere trabajar? No, señor Presidente;
es porque hay, en el seno de ese elemento
sano y útil, explotadores que viven de esta
agitación; porque hay verdaderos empresarios de huelgas. Y es preciso decirlo bien
alto –lo digo sin miedo– que viven de esta
industria criminal, ocupados en impulsar estas olea­das de hombres a excesos que son
la negación del derecho y de la libertad que
invocan para proceder así. Agrupaciones de
hombres que las más de las veces ceden a
las amenazas con que se les intimida.
Intervención del senador Mantilla
De improviso no es posible hablar con suficiencia completa, con el acopio de conocimientos y la madurez de juicio que han
menester problemas de la naturaleza de los
comprendidos en el proyecto. La ley belga sobre expulsión de extranjeros, de las últimas y
mejores dadas en Europa, fue discutida, me
parece, cerca de un mes; concurriendo a los
debates lo más granado del Parlamento y
oyóse en él, y también fuera de él, el máximum –si es permitido decir– de la sabiduría
de los hombres de Estado de aquel país. Nosotros tratamos este proyecto sobre tablas,
im­provisando; la misma Comisión que le despacha declara espontá­neamente que no está
habilitada para informar con la extensión
y madurez que habría deseado. Es natural,
pues, mi situación desventajosa para exponer
con amplitud mi tesis.
El momento no es propicio a una cuestión
tan grave como la promovida. Las medidas de
excepción, las leyes de esta índole, deben ser
estudiadas con espíritu absolutamente sereno y no tra­tadas y despachadas a la ligera,
bajo la presión de circunstancias intranquilas
y violentas, que la mayor parte de las veces
perturban la serenidad indispensable del juicio y precipitan al error.
(…)
La Comisión de Negocios Constitucionales, se me antoja, im­pelida por una situación
transitoria, que declara grave, encuentra ahora hacedero y fácil lo que antes le pareciera
difícil y com­prometedor, puesto que se pronuncia, con ligeras variaciones, por el proyecto del señor senador Cané; el Gobierno, a su
vez, deses­tima de hecho su proyecto y ampara el que antes desaprobó.
Aquellos antecedentes demuestran la gravedad de la cuestión planteada y evidencian
que mi juicio sobre la manera de estudiarla
es el mismo prudente de antes de la Comisión
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de Negocios Constitucionales y del Gobierno.
Correspondería, pues, según ellos, no precipitarnos a improvisar. Pero, no es esta la opinión del Senado, y me someto a ella.
Esta es una ley política de excepción –nos
decía el señor senador miembro informante.
¿Por qué ley de excepción, la que debe ser
permanente y normal? Sobre todo, ¿por qué
ley política?
El mismo señor senador agregaba: porque es de defensa contra un peligro público,
que consiste en la acción de empresarios de
huelgas, perturbadores de la tranquilidad de
los trabajadores.
Me explico y acepto el propósito de sancionar una ley de defensa pública, de defensa
social, de naturaleza permanente, que consulte los intereses generales de la Nación
y se armonice con los miliarios puestos en
nuestra Constitución para que esta sea realmente efectiva en sus grandes fines; pero no
comprendo, no es posible, una ley política de
excepción sobre los extranjeros.
Reconozco que el derecho de expulsar a
los extranjeros deriva de la soberanía nacional; que el ejercicio de él debe responder a
la selección de los elementos extraños; que
el Congreso tiene atri­
buciones para hacer
efectivo dicho derecho en defensa del orden
público o del orden social, procediendo contra los perturbadores de ellos. Pero de estos
principios no surge, no es lógico deducir, que
tengamos que otorgar al Poder Ejecutivo las
facultades extra­ordinarias consignadas en el
proyecto, que son de las expresamente prohibidas por la Constitución. Esa concesión no
se hará jamás con el voto consciente de este
senador por Corrientes.
No ha menester el Poder Ejecutivo de una
ley agraviante para defender a la sociedad,
para mantener el orden público. Si la conmoción perturbadora que ha esbozado el señor
senador por Jujuy se parece en los hechos a
alguno de los cuadros de la Divina Comedia,
venga el Gobierno con el pedido del estado de
sitio, que es procedimiento constitucional de
defensa, seguro de que será atendido. La ley
no producirá la desaparición de las huelgas,
que alarman, porque, según lo ha manifestado
el señor miembro in­formante, no se da contra
ellas. No es, pues, necesaria hoy; no responde,
pues, a la defensa social ahora requerida.
Como ley de defensa permanente, para
todos los tiempos, el proyecto choca con los
principios, libertades, garantías y derechos
establecidos por la Constitución, al amparo
de los cuales está abierta la República a todos
los hombres de la Tierra.
(…)
Entiendo que el Gobierno y los tribunales,
la policía sola disponen de medios suficientes para contener las irregularidades del día.
Más facultades al primero, y estas hirientes
al mecanismo de nuestras instituciones, extraordinarias, me parece innecesario, inconstitucional y peligroso.
Nuestro Poder Ejecutivo, como todos los
de Sudamérica, posee atribuciones y facultades mayores que el Presidente de Francia y
el Rey de Inglaterra; las extralimitaciones (de
toda la vida) las aumentan. El contrapeso de
ellas es la división de los poderes del Estado.
Esta barrera caerá ahora entregando al departamento judiciario, y él será omnipotente.
Más tarde nos arrepentiremos de haber violentado tan profundamente nuestro equilibrado régimen político.
Yo no tengo miedo a los extravíos de la
libertad, porque los beneficios de ella son
siempre grandes y reparadores; pero, sí, recelo constantemente de los abusos del poder,
sobre todo en Sudamérica, donde hay inclinación al poco respeto de la ley. La pre­visión de
los constituyentes argentinos amparó bien a
la libertad poniendo muy lejos del Poder Ejecutivo la aplicación de las leyes por mano de
la justicia. Cuando veo que esto se olvida, me
alarmo y resisto.
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No pesa en mi espíritu la circunstancia o
antecedente de que las facultades conferidas por el proyecto al Poder Ejecutivo están
concedidas a los de la misma naturaleza en
los países europeos; porque las condiciones
políticas y sociales de la Europa son completamente diversas de las nuestras. En esta
materia, lo regular en Francia, en Italia, en
Alemania, no lo es en la República Argentina.
(…)
Las leyes sobre expulsión de extranjeros,
que responden a un estado político y legal
distinto del nuestro, no son aplicables aquí
donde los extranjeros y los argentinos tienen
garantías, derechos y tribunales iguales, de
los que constitucionalmente no pueden ser
privados los primeros.
(…)
Con lo dicho y cuanto pudiera agregar,
no defiendo a los extranjeros bandidos a
quienes se refería el señor senador. Tomo la
denominación extranjero en abstracto o general, y digo: el que ha venido a la República
Argentina atraído por la Constitución, bajo el
amparo de las garantías que ella acuerda, y
está sometido a las leyes comunes que protegen a los habitantes, tiene derecho indiscutible para no ser entregado al capricho del
Poder Ejecutivo, por medio de una ley política de excepción.
El extranjero culpable, el perturbador del
orden público per­tenece a la justicia como el
argentino de la misma condición.
¿Por qué quitárselo y entregarlo al Gobierno, para un castigo, cuando el último “no
puede ejercer funciones judiciales”? Vamos
rápidamente olvidando la seriedad de los contrapesos de los po­deres, la separación sabia
de sus funciones propias, y caminamos hacia
un orden de vida diametralmente opuesto al
de la Cons­titución.
Más que de los huelguistas debemos preocuparnos de no in­currir en el olvido señalado. Contra los huelguistas están la po­licía, el
Gobierno, los jueces, las leyes penales, que no
imagino son impotentes; contra las desviaciones de los principios consti­tucionales nada
hay, una vez producidas.
Fuente: Carlos Sánchez Viamonte, Biografía de una ley
antiargentina, Buenos Aires, NEAR, 1956, pp. 31-41.
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EL PELIGRO
YANQUI
POR MANUEL UGARTE
H
ay optimistas que se niegan a admitir la posibilidad de un choque de
in­tereses entre la América anglosajona y la latina. Según ellos, las repúblicas
sudamericanas no tienen nada que temer y
a pesar de lo ocurrido en Cuba, persisten en
afirmar que los Estados Unidos son la mejor
garantía de nuestra independencia. El carácter latino que por ser demasiado entusiasta y
vio­lento, sólo percibe a menudo lo inmediato,
no cree más que en los peligros inminentes y
se desinteresa de los relativamente lejanos,
olvidando que en el estado actual las naciones están obligadas a observarse sin reposo
porque todas preparan, aun a siglos de distancia, su destino. Pero sea lo que fuese, es
curioso conocer la opinión de los europeos
sobre este asunto.
Después de la intervención
norteamericana en Cuba en 1898,
Manuel Ugarte decide viajar a
los Estados Unidos. Este viaje
constituye un punto de inflexión
en su vida. A partir de allí, el
escritor y diplomático argentino
realiza una fuerte denuncia a la
política imperialista de ese país,
que se enmarca en un contexto
de repudio a la intervención
norteamericana en la isla por parte
de intelectuales tan disímiles
como Groussac, Rubén Darío y
Rodó. A su vez, esta denuncia
del “peligro yanqui” habilita,
por contraste, una indagación
respecto de la identidad cultural
de “nuestra América”. En octubre
y noviembre de 1901 aparecen
en el diario El País de Buenos
Aires los dos primeros artículos
antiimperialistas de Ugarte: “El
peligro yanqui” y “La defensa
latina”.
Los diarios de Francia, por lo pronto, no
ven el porvenir con tanta con­fianza. Le Matin
decía días pasados, a propósito de la anunciada intervención en el conflicto de Venezuela
con Colombia: “Los ciudadanos de la América
del Norte tienen en el rico arsenal de su lenguaje una palabra de la cual se sirven frecuentemente no sólo en sus conversaciones particulares, sino tam­bién en las diplomáticas; es la
palabra grabbing que sólo puede ser tradu­cida
por ‘expoliación’”. No sería imposible que este
asunto se terminara por un land grabbing y que
aquí o allá, hubiera un territorio usurpado. Es
quizás por eso que Alemania, Francia y otras
naciones siguen con tanta aten­ción los sucesos que se desarrollan alrededor del istmo.
Suponen que los Estados Unidos sólo esperan
un pretexto para intervenir en esa región so-
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ñando renovar lo que hicieron en México. Basta
un poco de memoria para convencerse de que
su política tiende a hacer de la América Latina una de­pendencia y extender su dominación
en zonas graduadas que se van ensan­chando,
primero, con la fuerza comercial, después con
la política y por último con las armas. Nadie
ha olvidado que el territorio mexicano de Texas
pasó a poder de los Estados Unidos después
de una guerra injusta. A las provincias de Chihuahua y Sonora les cabrá dentro de poco la
misma suerte y si alguna duda quedara aún
sobre tales proyectos se encargaría de desvanecerla el ar­tículo publicado hace pocos días
en el New York Herald de París. Entre otras
declaraciones hace la siguiente: “Una nación
de ochenta millones de habi­tantes no puede
admitir que su supremacía en América sea
impunemente comprometida. Sus intereses
económicos y políticos deben ser defendidos,
aun contra los consejos de una diplomacia de
ruleta. Los Estados Unidos pueden emprender
la obra de pacificación con la confianza absoluta de que es el derecho innato de la raza
anglosajona. Deben imponer la paz al territo­
rio sobre el cual tienen una autoridad moral y
proteger sus intereses econó­micos y políticos
a la vez contra la anarquía y contra toda inmiscusión eu­ropea”.
Sin caer en el alarmismo, se puede analizar una situación que presenta peligros innegables. El escritor venezolano César Zumeta
lo decía en un fo­lleto, un tanto exagerado y
meridional, pero exacto en el fondo: “Sólo una
gran energía y una perseverancia ejemplar
puede salvar a la América del Sur de un protectorado norteamericano”. Quizás fuera esto
un poco más difícil de lo que algunos creen,
pero aun cuando fuera imposible es juicioso
tratar de contrarrestar la influencia creciente
de la gran república norteamericana, poniendo obstáculos en su marcha hacia el sur, porque si aguardamos a que la amenaza esté en
la frontera, ya no será tiempo de evitarla. El
razonamiento infantil de que para llegar hasta nosotros tendría el coloso que atravesar
toda la América, es un sofístico engaño que
además del egoísmo regional que de­nuncia,
contiene otros males. Si vemos que las repúblicas hermanas van ca­yendo lenta y paulatinamente bajo la dominación o influencia de
una nación poderosa, ¿aguardaremos para
defendernos que la agresión sea personal?
¿Cómo suponer que la invasión se detendrá
al llegar a nuestras fronteras? La prudencia
más elemental aconsejaría hacer causa común con el primer ata­cado. Somos débiles y
sólo podemos mantenernos apoyándonos los
unos sobre los otros. La única defensa de los
quince gemelos contra la rapacidad de los
hombres, es la solidaridad.
Sobre todo en el caso presente del que
hay que desechar toda hipótesis de lucha armada. Las conquistas modernas difieren de
las antiguas, en que sólo se sancionan por
medio de las armas cuando ya están realizadas económica o políticamente. Toda usurpación material viene precedida y preparada
por un largo período de infiltración o hegemonía industrial capitalista o de cos­tumbres
que roe la armadura nacional, al propio tiempo que aumenta el pres­tigio del futuro invasor. De suerte que, cuando el país que busca
la expansión, se decide a apropiarse de una
manera oficial de una región que ya domina
moral y efectivamente, sólo tiene que pretextar la protección de sus inte­reses económicos
(como en Texas o en Cuba) para consagrar su
triunfo por medio de una ocupación militar en
un país que ya está preparado para recibirle.
Por eso que al hablar del peligro yanqui no
debemos imaginarnos una agresión inmediata y brutal que sería hoy por hoy imposible,
sino un trabajo paulatino de invasión comercial y moral que se iría acreciendo con las
conquistas sucesivas y que irradiará, cada
vez con mayor intensidad, desde la frontera
en marcha hacia nosotros. Nuestra situación
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geográfica, en el extre­mo sur del continente,
nos pone momentáneamente al abrigo, pero
cada vez que una nueva región cae en poder
del conquistador, le tenemos más cerca. Es un
mar que viene ganando terreno. La América
Central es actualmente un frágil rompeolas.
De no organizarse diques y obras de defensa,
acabará por sumergirnos.
Los que han viajado por la América del
Norte saben que en Nueva York se habla abiertamente de unificar la América bajo la bandera de Washington. No es que el pueblo de los
Estados Unidos abrigue malos sentimientos
con­tra los americanos de otro origen, sino que
el partido que gobierna se ha hecho una plataforma del “imperialismo”. De haber triunfado
Bryan, no tendríamos quizá que lamentar el
protectorado de Cuba, ni las masacres de Filipinas. Pero los asuntos públicos están en manos de una aristocracia del dinero formada por
grandes especuladores que organizan trusts y
exigen nuevas comarcas donde extender su
actividad. De ahí el deseo de expansión. Según
ellos, es un crimen que nuestras riquezas naturales permanezcan inexplotadas a causa de
la pereza y falta de iniciativa que nos suponen.
Juzgan de toda la América Latina por lo que
han podido observar de Guatemala o en Honduras. Se atribuyen cierto derecho fraternal de
protección que disi­mula la conquista. Y no hay
probabilidad que tal política cambie, o tal par­
tido sea suplantado por otro, porque a fuerza
de dominar y triunfar se ha arraigado en el
país esa manera de ver hasta el punto de darle
su fisonomía y convertirse en su bandera. El
conflicto entre Venezuela y Colombia, que ha
sido fomentado, según los diarios de París y
Londres, por los Estados Unidos, es una prueba. El telégrafo nos anuncia diariamente que
la América del Norte está dispuesta a intervenir para proteger sus intereses y asegurar
la libre circulación alrededor del istmo, basándose en viejos tratados que le abandonan
cierto rol equívoco de vigilancia y de arbitraje.
¿Se prepara la ree­dición de lo que ocurrió en
Cuba, Filipinas y Hawai? La maniobra es co­
nocida. Consiste en espolear las querellas de
partido o las rebeldías naturales y provocar
grandes luchas o disturbios que les permitan
intervenir después, con el fin aparente de restablecer el orden en países que tienen fama de
in­gobernables. La política interior de algunos
Estados de Centroamérica parece hoy dirigida
indirectamente por el gobierno de Washington.
La falta de ca­pitales y de audacia industrial ha
hecho que las minas, las grandes empresas
agrícolas y los ferrocarriles caigan en manos
de empresas yanquis. Ese es quizá el origen
del protectorado oculto que aquella nación
ejerce. Cuando un gobernante quiere sacudir
la tutela, como el Gral. Castro en Venezuela o
el presidente Heroux en Santo Domingo, nunca falta una revolución más o menos espontánea que lo derroca o una guerra exterior que
pone en peligro su jerarquía. Hasta la política
de México que por ser uno de los Estados más
importantes de la América Latina parecería
a cubierto de tales inmiscusiones, recibe su
inspiración del norte. Sólo el extremo sur del
continente está ileso. Y aun en nuestra región,
donde los intereses industriales y comercia­
les de Europa hacen imposible un acaparamiento, han ensayado los Estados Unidos una
manera de debilitarnos. Utilizando la viveza
de carácter y la susceptibilidad nativas han
creado o fomentado una atmósfera de mutua
des­confianza u hostilidad que paraliza nuestro
empuje. La guerra peruano-chilena y el antagonismo entre la Argentina y Chile son quizá el
producto de una hábil política subterránea dirigida a impedir una solidaridad y una entente
que pudieran echar por tierra los ambiciosos
planes de expansión. Y como esta suposición
parece aventurada es justo apoyarla con algunos datos precisos.
Hace poco más de un año apareció un
folleto que hizo alguna sensación. Trataba
de la cuestión peruano-chilena y traía la
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firma de un peruano de origen yanqui, el
señor Garland. Merece ser recordado porque arroja alguna luz sobre la política de los
Estados Unidos. La idea fundamental del
panfleto era que el Perú, amenazado por
Chile y expuesto a perder una nueva porción de territorio, debía buscar el apoyo de
la República del Norte. Y más grave aún que
esta primera afirmación, eran los motivos
que daba para enunciarla. Después de mencionar la protección indirecta prestada por
los Estados Uni­dos al Perú durante la guerra del Pacífico, recordaba que aquella nación ha resuelto “no permitir conquistas en
suelo americano”. (El derecho de con­quista
es un atentado pero lo es tanto cuando lo
emplean los Estados Unidos, como cuando
lo emplea Chile y mal puede resolver no
permitir conquistas una nación que acaba
de realizar algunas.) En otros párrafos hacía el señor Garland un cuadro terrible de
los grandes imperios que se acumulan en
Europa y aseguraba que dentro de poco, la
independencia de América del Sur estaría
amenazada, insinuando que sólo podía salvarla el apoyo de los Es­tados Unidos. (Así
se nos ofusca con un peligro falso mientras
nos escamo­tean el verdadero.)
Todo el esfuerzo del señor Garland tendía
a espolear el resentimiento de los peruanos,
recordándoles la indemnización y asegurándoles que la conquis­ta continuaría comiéndoles territorios hasta borrarlos del mapa. Y
para convencerlos les pintaba el interés que
los yanquis se toman por nuestra libertad y
les ponderaba las grandes instituciones democráticas que rigen a aquel pueblo.
Para imponer respeto añadía: “Los Estados Unidos, con sus sesenta y cinco millones
de habitantes y su inmenso poder comercial
y político, acre­
centado considerablemente
después de su guerra con España, son ahora
el ár­bitro de los destinos americanos”. Y después de proclamar que “es hacia Washington
hacia donde debemos dirigir las miradas”, citaba las ocasiones en que la América del Norte ha defendido a los países del sur contra las
agresiones de Europa.
El folleto del señor Garland fue una prueba del extravío a que pueden llevarnos las
querellas internacionales. También es cierto
que siendo el autor del panfleto de origen norteamericano, no es de extrañar que tratase de
con­ciliar los intereses de su patria con los de
la segunda. Pero, en conjunto, su trabajo ofrece una prueba de la peligrosa hegemonía que
los Estados Unidos quieren agravar y el deseo
de hacer pie en territorio sudamericano, para
ocu­par, a favor de un desacuerdo entre dos
repúblicas, un punto cualquiera que serviría
de base de operaciones.
Por otra parte, en junio del año pasado se
publicó en un diario bonaeren­se un artículo
fechado en Chile, de un corresponsal especial que después de examinar el problema
peruano-chileno y de halagar a la Argentina
haciéndole entrever las ventajas que de él podría sacar, hablaba de guerra entre Chile y Estados Unidos y de protectorado de esta nación
sobre el Perú. “La América del Norte –decía
el articulista– aceptará la zona que el Perú le
ofrezca y el protectorado que solicita, desde
que uno y otro no causan gasto de sangre ni
de dinero, desde que más necesitan una estación carbonera y un campo de ensayos industriales y comerciales en Sudamérica que
cualquier colonia en Asia”. Chile, a pesar de
que Perú y Bolivia “no caben en uno de sus
zapatos” conoce la opinión de uno de los almirantes americanos que declaró que “la mitad de la escuadra empleada en Cuba tendría
para tres horas en acabar con la vencedora
de Huascar”.
Esta correspondencia era quizá lo que se
llama en Francia un globo de en­sayo destinado
a explorar las corrientes de la atmósfera. Pero
de todos modos es un síntoma. Quizá hay algunos sudamericanos sinceros que desalenta-
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dos por las continuas reyertas y las luchas interiores, soñarían en normalizar nues­tra vida
facilitando la realización de un protectorado
decoroso. Pero es in­comprensible que, a pesar
de los desengaños recientes, sigan creyendo
en la primera interpretación de la doctrina de
Monroe. Y está de más decir que juegan con
armas muy peligrosas. Nuestros enemigos de
mañana no serán Chile ni el Brasil, ni ninguna
nación sudamericana, sino los Estados Unidos.
Hace pocos días decía Charles Boss en Le Rappel: “Vamos a asistir a la re­ducción de las repúblicas latinas del sur en regiones sometidas
al protectorado de Washington. La América del
Norte va a encargarse de hacer de policía en
la América Central, va a examinar la situación
y no lo dudemos va a descu­brir que el derecho está del lado de Colombia, cuyos intereses
tomará en sus manos y colocará a Colombia
‘bajo su protección’”. Paul Adam sostenía al día
siguiente en Le Journal: “Los yanquis acechan
esperando el momento para la intervención. Es
la amenaza. Un poco de tiempo más y los acorazados del tío Jonathan desembarcarán las
milicias de la Unión sobre esos territorios empapados en sangre latina. La suerte de estas
repúblicas es ser conquistadas por las fuerzas
del norte”. El poder comercial de los Estados
Unidos es tan formidable que hasta las mismas naciones europeas se saben amenazadas
por él. Un solo trust, la Standard Oil, acaba de
hacerse dueño de cuatro empresas de ferrocarriles en México sobre cinco y de todas las
líneas de vapores y gran parte de las minas.
Cuando un buen número de las riquezas de un
país están en manos de una empresa extranjera, la autonomía nacional se debilita. Y de la
dominación comercial a la dominación completa, sólo hay la distancia de un pretexto.
Lejos de buscar o tolerar la injerencia
de los Estados Unidos en nuestras querellas
regionales, correspondería evitarlas y combatirlas, formando con todas las repúblicas
igualmente amenazadas una masa impene-
trable a sus pretensiones. Sería un cálculo
infantil suponer que la desaparición o la de­
rrota de uno o varios países sudamericanos
podrían favorecer a los demás. Por la brecha
abierta se desbordaría la invasión como un
mar que rompe las vallas.
Hasta los espíritus elevados que no atribuyen gran importancia a las fron­teras y sueñan
una completa reconciliación de los hombres
deben tender a combatir en la América Latina
la influencia creciente de la sajona. Karl Marx
ha proclamado la confusión de los países y
las razas, pero no el sometimien­to de unas a
otras. Además, asistir a la suplantación con
indiferencia sería retrogradar en nuestra lenta marcha hacia la progresiva emancipación
del hombre. El estado social que se combate
ha alcanzado en los Estados Unidos mayor
solidez y vigor que en otros países. La minoría
dirigente tiene allí ten­dencias más exclusivistas y dominadoras que en ninguna otra parte.
Con el feudalismo industrial que somete una
provincia a la voluntad de un hombre, se nos
exportaría además, el prejuicio de las “razas
inferiores”. Tendríamos hoteles para hombres
de color y empresas capitalistas implacables.
Hasta con­siderada desde este punto de vista
puramente ideológico, la aventura sería perniciosa. Si la unificación de los hombres debe
hacerse, que se haga por desmigajamiento
y no por acumulación. Los grandes imperios
son la negación de la libertad.
Vista desde Francia, la situación de las
dos Américas es esa. Pero la pros­peridad invasora de los Estados Unidos no es un peligro irremediable. Y en la opinión de muchos
la América Latina puede defenderse. En otro
artículo trataremos de decir cómo.
Fuente: Manuel Ugarte, “El peligro yanqui”, La nación
latinoamericana, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, 1978,
pp. 65-70.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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CeDInCI
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15 de noviembre de 1902: tapa del periódico anarquista La Protesta Humana (luego, La Protesta),
fundado en 1897.
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El escritor y humorista español Julio Camba es uno de los primeros expulsados por la Ley de Residencia. Describió la huelga de 1902 y su propia experiencia en un texto autobiográfico llamado “El Destierro” (El Cuento Semanal,
Madrid, 1907).
Así ha descrito Julio Camba el ambiente de la huelga general en la ciudad de Buenos Aires:
La huelga fue terrible. Imagináos una gran ciudad, una gran ciudad
cosmopolita, industrial, moderna; una gran ciudad cuyo cielo se halla turbado constantemente por el humo de las fábricas y por la voz de las sirenas
que anuncian a los buques entrantes o que llaman al trabajo a los obreros;
una gran ciudad, en fin, que es como una gran máquina funcionando al
agua y al fuego; como una gran máquina compuesta de muchas máquinas
pequeñas y en donde todo gira, todo chirría, todo palpita y se estremece
sin cesar. Imagináos esta gran ciudad como esta gran máquina y, acostumbrados al movimiento y al ruido, ved que de pronto la máquina se para
en seco. Tal sucedió en Buenos Aires. No rodaba un coche, no giraba una
grúa, no gemía el pito de una fábrica; las altas chimeneas se elevan al cielo
rígidas y siniestras; arriba no había humo y abajo no había brasa. Y el alma
misma de la población, el alma inquieta, nerviosa y alegre del monstruo se
llenó de frío y de espanto (“El Destierro”, p. 44).
En el transcurso de la huelga se produjeron incidentes entre los huelguistas y los rompehuelgas
y las fuerzas del orden. Cuenta Camba que en el puerto un oficial mandó a los soldados que
dispararan contra un grupo de propagandistas de la huelga, pero se negaron. Se escriben manifiestos para enardecer el espíritu de la multitud –recuerda Camba, uno de los autores– y se
imprimen panfletos en hojas sueltas que se fijan clandestinamente en paredes (p. 45).
Fuente: Fragmento de “El Destierro”, de Julio Camba, en Gonzalo Zaragoza, Anarquismo argentino, Madrid, De la
Torre, 1996, p. 351.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904
Hacia finales de enero de 1904, pocos días después de publicarse
el decreto del Poder Ejecutivo que le encomienda la tarea, Bialet
Massé, hombre de confianza del ministro del Interior, Joaquín
V. González, se lanza a recorrer el amplio territorio nacional
con el fin de relevar las condiciones de vida de los trabajadores
de la Argentina. De su informe se espera que salga un material
que sirva para la confección de un Código Nacional de Trabajo.
Con esta iniciativa, el ministro González espera intervenir en
la conflictividad social –agudizada en los primeros años del
nuevo siglo–, y pretende hacerlo de un modo más comprensivo
que la modalidad represiva que también alienta el gobierno
de Julio A. Roca, como lo demuestra la Ley de Residencia, sancionada dos años antes. Esta última modalidad es denunciada
por Alfredo Palacios, que en su primer discurso como diputado
se manifiesta contra la fuerte represión policial sufrida por los
trabajadores en el acto conmemorativo del 1° de Mayo.
Las discusiones sobre cómo actuar en este horizonte de conflictos y lucha de intereses que atraviesan al conjunto social
también se expresan en las propias organizaciones de los trabajadores. Estas vicisitudes se pueden ver en las sucesivas escisiones
y transformaciones que sufre la Federación Obrera Argentina
(FOA) en los primeros años del siglo xx, y que tiene como motor
las discusiones entre socialistas y anarquistas respecto de cómo
posicionarse ante la posibilidad de una nueva Ley de Trabajo.
1904
Resoluciones del IV Congreso
de la FOA
En 1902, a poco más de un año de fundarse, la FOA se divide en dos, por una parte la Unión General de Trabajadores (UGT), de orientación socialista, y por otra,
la Federación Obrera Argentina, dominada por los anarquistas. En su IV Congreso de 1904, la FOA cambia su nombre por Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Allí, los anarquistas se manifiestan en contra del proyecto de Ley
Nacional de Trabajo impulsado por el ministro Joaquín V. González, posición que
también adoptan los sindicalistas revolucionarios. Los socialistas, sin embargo,
presentan mayores matices, pues rechazan los aspectos más regimentadores y
contrarios a la organización obrera, pero se muestran receptivos a los aspectos
del proyecto que suponían un avance en materia de legislación laboral.
4° Congreso Obrero – Julio de 1904
Malos tratamientos en los hospitales y colegios
El 4° Congreso de la FOA, considerando que todos los hospitales y colegios están monopolizados por los parciales del Capital, y que los primeros se basan en una vergonzosa
especulación capitalista y los segundos no tienen más efecto que desviar el progreso intelectual, este Congreso declara que por lo que respecta a los hospitales para combatirlos se
propague la solidaridad de todos a fin de evitar tengamos que recurrir a asilos del Estado
y lo que respecta a los colegios se procure la constitución de escuelas obreras sostenidas
por las sociedades de resistencia. Al mismo tiempo recomienda a todos los obreros hagan
público por todos los medios, todo hecho relacionado con dichos abusos.
Trabajo nocturno
El 4° Congreso ratifica lo resuelto por el 2° respecto al gremio de panaderos.
En cuanto a los demás gremios se les recomienda una activa propaganda a fin de
impedir el trabajo nocturno a los menores de 14 años, como también a todos los gremios cuyos servicios no sean indispensables a la necesidad pública.
Trabajo a destajo
El 4° Congreso recomienda desterrar en absoluto en campos, fábricas y talleres el
trabajo a destajo, porque entiende que esta forma de trabajo es perjudicial tanto a los que
lo ejecutan, como a los demás trabajadores; para estos por ser arrojados al paro forzoso
al faltarles en qué emplear sus brazos y para aquellos porque impulsados por el egoísmo,
realizan doble labor de la que sus energías físicas le permiten, acelerando su muerte y contribuyendo directamente a la degeneración y deformación de la especie humana.
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1904
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Descanso dominical
El 4° Congreso reconoce la conveniencia que habría en que los gremios conquistaran esta mejora y la Federación apoyara a los gremios que lo intenten, siempre que no
afecten ningún servicio de necesidad social.
Accidentes del trabajo
El 4° Congreso aconseja a las sociedades gremiales, procuren la contratación anticipada con el patrón o contratista, responsabilizándolos de los accidentes que ocurran.
Boicot a los vigilantes
Considerando el cuerpo de policía un baluarte de defensa de la prepotencia capitalista y que su principal objeto es detener el avance emancipador de los obreros; considerando que sus componentes son hermanos de miseria y que sólo por ignorancia se
prestan a ser instrumentos de los maquiavelismos del Estado, este Congreso acuerda se
haga una activa propaganda en el hogar de los mismos, con folletos o individualmente
a fin de hacerles conciencia y hacerles desertar de las filas mercenarias que los esclaviza
en aras del capitalismo.
Actitud de la Federación ante un conflicto político
La FOA debe abstenerse de tomar parte en los conflictos políticos armados, hasta
tanto pueda realizar por su cuenta un movimiento reivindicador que devuelva a los
trabajadores el usufructo íntegro de su libertad económica, base de toda libertad.
Ley de residencia
El 4° Congreso declara: que para combatir la ley de residencia es necesario hacer
una intensa agitación tanto en la república como en el exterior por medio de periódicos y conferencias públicas, considerando necesaria una gira por los países europeos
que más corriente inmigratoria tienen con este, para dar a conocer a los trabajadores
europeos la infame situación que les crea esta ley; recomendando también a todos los
trabajadores que hagan conocer a sus familias radicadas en Europa, los abusos que la
policía comete al amparo de esta ley.
Medios de lucha
El Congreso recomienda que las huelgas parciales sean lo más revolucionarias posible para que sirva de educación revolucionaria y de prólogo para una Huelga General
que puede ser motivada por un hecho que conmueva a la clase trabajadora y que la
FOA debe de apoyar.
El 4° Congreso declara que la resistencia consiste en la más amplia concepción revolucionaria de los trabajadores, para hacerse respetar en los avances de la prepotencia
capitalista prescindiendo por completo de la ayuda pecuniaria.
Además reconoce que los carros y tráfico en general es un elemento necesario para
los futuros movimientos reivindicadores.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904
Ley nacional de trabajo
El 4° Congreso de la FOA rechaza el proyecto de ley nacional de trabajo por considerarla perniciosa para la clase trabajadora, porque lleva en el fondo el premeditado
propósito de destruir nuestra actual organización. Llegando, si es preciso, en caso de
ser promulgada, a la Huelga General para obligar a los poderes públicos a derogarla.
Diario obrero
El 4° Congreso reconociendo la necesidad de un diario obrero, acuerda apoyar resueltamente a La Protesta, porque llena cumplidamente las necesidades y aspiraciones
de la clase trabajadora. En caso de que La Protesta –lo que no esperamos– llegase a
desaparecer o las necesidades de la propaganda así le reclame, el Consejo Federal estudiará la mejor forma de que el diario obrero vuelva a salir a luz.
Incremento de la maquinaria
El Congreso reconoce como factor eficiente del progreso y bienestar humano el
colosal desarrollo de la mecánica, pero recomienda a la clase trabajadora el estudio y
organización de sus fuerzas para llegar en breve plazo a la expropiación de los instrumentos de producción, los cuales acaparados hoy por el capitalismo, son causa de la
miseria reinante, pero entregados a los productores serán el más grande auxiliar de los
mismos y los creadores de la gran riqueza social.
Moralización y emancipación de la mujer
El 4° Congreso declara que para combatir la prostitución sería necesario extirpar sus
raíces profundamente arraigadas en la presente sociedad y para ello sería indispensable
concluir con la misma, pero comprendiendo que para ir disminuyendo el mal es preciso que se eleve la intelectualidad femenina, siendo imposible encontrar otro remedio,
y esta elevación intelectual sería la senda marcada que nos conducirá a su completa
desaparición conjuntamente con las desigualdades sociales, base de la prostitución.
Intromisión de los poderes públicos en los conflictos entre el Capital y Trabajo
El Congreso resuelve aconsejar a las sociedades se coloquen en la mayor brevedad
posible en condiciones de hacer respetar la clase trabajadora, su libertad violada por las
autoridades en su descarada intromisión en favor del capitalismo.
Clausura
El 4° Congreso de la FOA al clausurar sus sesiones, declara que no puede olvidar
a los compañeros que padecen en las cárceles la tiranía gubernamental y dedica a los
presos un cariñoso saludo, proponiéndose los delegados llevar al seno de sus respectivas sociedades la decisión adoptada de trabajar por los medios más prácticos hasta
conseguir su excarcelación; además saluda al proletariado universal y hace votos por su
pronta emancipación.
Fuente: FORA, Acuerdos, resoluciones y declaraciones. Congresos celebrados por la Federación Obrera Regional Argentina
desde 1901 a 1906, Buenos Aires, Consejo Federal, 1908.
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Pacto de solidaridad
Si en el IV Congreso de 1904 la FOA cambia su nombre por Federación
Obrera Regional Argentina (FORA), expresando así sus principios solidaristas e internacionalistas, un año después, en su V Congreso, la FORA declara su adhesión a los principios del comunismo anárquico a través del
llamado “Pacto de solidaridad”.
Considerando: que el desenvolvimiento científico tiende, cada vez más, a economizar los esfuerzos del hombre para producir lo necesario para la satisfacción de sus
necesidades, que esta misma abundancia de producción desaloja a los trabajadores
del taller, de la mina, de la fábrica y del campo, convirtiéndolos en intermediarios,
y haciendo con este aumento de asalariados improductivos, cada vez más difícil su
vida; que todo hombre requiere para su sustento cierto nú­mero de artículos indispensables y por consiguiente, necesita dedicar una cantidad determinada de tiempo
a esta producción, como lo proclama la justicia más elemental; que esta sociedad
lleva en su seno el ger­men de su destrucción en el desequilibrio perenne en­tre las
necesidades creadas por el progreso mismo y los medios de satisfacerlas, desequilibrio
que produce las continuas rebeliones que en forma de huelgas pre­senciamos; que el
descubrimiento de un nuevo instru­mento de riqueza y la perfección de los mismos
lleva la miseria a miles de hogares, cuando la razón nos dice que a mayor facilidad de
producción debiera corresponder un mejoramiento general de la vida de los pueblos,
que este fenómeno contradictorio demues­tra la viciosa constitución social presente;
que esta constitución viciosa es causa de guerras intestinas, crí­menes, degeneraciones,
perturbando el concepto am­plio que de la humanidad nos han dado los pensado­res
más modernos basándose en la observación y la inducción científica de los fenómenos sociales; que esta transformación económica tiene que reflejarse también en
todas las instituciones; que la evolución histórica se hace en el sentido de la libertad
individual: que esta es indispensable para que la libertad social sea un hecho; que
esta libertad no se pierde sindicándose con los demás productores, antes bien se aumenta por la intensidad y extensión que adquiere la potencia del individuo; que el
hombre es sociable y por consiguiente la libertad de cada uno no se limita por la de
otro, según el concepto burgués, sino que la de cada uno se complementa con la de
los demás; que las leyes codificadas e impositivas deben convertirse en constatación
de leyes científicas vividas de hecho por los pueblos y gestadas y elaboradas por el
pueblo mismo en su continua aspiración hacia lo mejor, cuan­do se haya verificado
la transformación económica que destruya los antagonismos de clase que convierten
hoy al hombre en lobo del hombre y funde un pueblo de productores libres para que
al fin el siervo y el señor, el aristócrata y el plebeyo, el burgués y el proletario, el amo
y el esclavo, que con sus diferencias han en­sangrentado la historia, se abracen al fin
bajo la sola denominación de hermanos.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904
El IV Congreso de la Federación Obrera Argentina declara que esta debe dirigir
todos sus esfuerzos a conseguir la completa emancipación del proletariado, creando
sociedades de resistencia, federaciones de oficio afines, federaciones locales, consolidando la nacio­nal para que así, procediendo de lo simple a lo com­puesto, ampliando
los horizontes estrechos en que hasta hoy han vivido los productores, dándose a estos
más pan, más pensamiento, más vida, podamos formar con los explotados de todas
las naciones la gran confe­deración de todos los productores de la tierra, y así solidarizados podamos marchar, firmes y decididos, a la conquista de la emancipación
económica social.
Organización de la clase obrera de la república en sociedades de oficio.
Constituir con estas sociedades obreras las Fe­deraciones de oficio y oficios similares.
Las localidades formarán Federaciones locales; las provincias, Federaciones comarcales; las naciones, Federaciones Regionales; y el mundo entero, una Federación internacional, con un Centro de Relaciones u Oficina, para cada Federación mayor o menor
dentro de estas colectividades.
Lo mismo en la Oficina Central que se nom­bre para los efectos de relación y de
lucha que los organismos que representan las Federaciones de oficio u oficios similares, a la par que serán absolutamente autónomos en su vida interior y de relación, sus
indi­viduos no ejercerán autoridad alguna, y podrán ser sustituidos en todo tiempo
por el voto de la mayoría de las sociedades federadas reunidas por congresos o por
voluntad de las sociedades federadas expresada por medio de sus respectivas Federaciones Locales y de oficio.
En toda localidad donde haya constituidas so­ciedades adheridas a la Federación
Obrera Regional Argentina, ellas entre sí se podrán declarar en libre pacto local.
Sentados estos principios, base fundamental de nuestra organización, se procederá a
la constitución de las Federaciones locales, sobre las bases de las ya existentes.
La oficina de la Federación Obrera Regional Argentina, o sea, el Consejo Federal, constará de nueve individuos, los cuales se repartirán los cargos en la forma que
tengan por conveniente. Además formarán parte de la Oficina Central, o Consejo
Federal, un de­legado por cada Federación local, los cuales tendrán el carácter de secretarios corresponsales, con voz y voto, y deberán entenderse directamente con el
Con­sejo Federal.
Todas las sociedades que componen esta Fede­ración se comprometen a practicar
entre sí, la más completa solidaridad moral y material, haciendo todos los esfuerzos
y sacrificios que las circunstancias exijan, a fin de que los trabajadores salgan siempre
victoriosos en las luchas que provoque la burguesía y en las demandas del proletariado.
Para que la solidaridad sea eficaz en todas las luchas que emprendan las Sociedades Federadas siem­pre que sea posible deben consultar a sus respectivas Federaciones,
a fin de saber con exactitud, los medios o recursos con que cuentan las sociedades
que la forman.
La sociedad es libre y autónoma en el seno de la Federación Local; libre y autónoma
en el seno de la Federación Comarcal; libre y autónoma en la Fe­deración Regional.
Las sociedades, las Federaciones locales, las Federaciones de oficio o de oficios similares y las Fe­deraciones comarcales, en virtud de su autonomía, se administrarán de la
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manera y la forma que crean más conveniente, y tomarán y pondrán en práctica todos
los acuerdos que consideren necesarios para conseguir el objeto que se propongan.
Como cada sociedad tiene el derecho de ini­ciativa en el seno de su Federación respectiva, todos y cada uno de sus socios tienen el deber moral de proponer lo que crean
conveniente, lo cual una vez aceptado por su respectiva Federación deberá esta ponerlo
en conocimiento del Consejo Federal para que este a su vez lo ponga en conocimiento
de todas las sociedades y Federaciones adheridas, y lo lleven a la práctica todas las que
lo acepten.
Los Congresos sucesivos serán ordinarios y ex­traordinarios. Estos se celebrarán
siempre que los convoquen la mayoría de las Sociedades pactantes, por sus Federaciones respectivas, las cuales Federaciones comunicarán su voluntad al Consejo Federal
para los efectos materiales de la convocatoria.
Para los primeros se fijará la fecha en la sesión de cada Congreso.
En cuanto al lugar de reunión, lo fijará la mayo­ría de las sociedades pactantes, para
lo cual serán consultadas por el Consejo Federal con dos meses de anticipación a la
fecha acordada por el anterior Congreso, si se trata de los ordinarios.
Los delegados podrán ostentar en los Congre­sos, todas cuantas representaciones les
sean conferidas por sociedades de resistencia, conferidas en forma, pe­ro sólo tendrán un
voto cuando se trate de asuntos de carácter interno del Congreso.
Para los de carácter general tendrán tantos votos como representaciones.
Para ser admitido como delegado al Congreso será necesario que el representante
acredite su condi­ción de socio en alguna de las sociedades adheridas a este pacto, y no
ejercer o haber ejercido cargo alguno político, entendiéndose por tales los de diputa­dos,
concejales, empleados superiores de la adminis­tración, etc.
Los acuerdos de este Congreso que sean revo­cados por la mayoría de las sociedades
pactantes, serán cumplidos por todas las federadas ahora, y las que en lo sucesivo se
adhieran.
En cada Congreso se determinará la localidad en que ha de residir el Consejo Federal, y la cuota que deberán abonar las sociedades adheridas, para la pro­paganda,
organización y edición del periódico oficial.
Este pacto de solidaridad es reformable en to­do tiempo por los Congresos o por el
voto de la ma­yoría de las Sociedades Federadas: pero la Federación pactada es indisoluble mientras existan dos sociedades que mantengan este pacto.
Fuente: FORA, Acuerdos, resoluciones y declaraciones. Congresos celebrados por la Federación Obrera Regional Argentina
desde 1901 a 1906, Buenos Aires, Consejo Federal, 1908, pp. 27-28.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Huelga general: asamblea de los conductores de carros en el Salón José Verdi en el barrio de La Boca,
enero de 1904.
Manifestación de la FORA.
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Declaración de la Unión
Industrial Argentina (UIA)
La Unión Industrial Argentina, fundada en febrero de 1887 con el objetivo
de representar los grandes intereses industriales, desde sus inicios estuvo ligada a los sectores tradicionales y de elite. Su confrontación con
los intereses de la pequeña y mediana industria provocó la renuncia de
varios socios, algunos de los cuales impulsaron cámaras y asociaciones
por sector. Esta sangría llevó a la dirigencia a impulsar una reforma de los
estatutos, y desde 1904 modificó su tipo de asociación individual y aceptó
el ingreso de representantes por cámara. En ese contexto, la UIA también
manifiesta su rechazo al proyecto de Ley Nacional del Trabajo impulsado
por Joaquín V. González, aunque por razones diferentes a las esgrimidas
por el movimiento obrero.
La jornada de ocho horas.
Las tituladas sociedades obreras de resistencia
Buenos Aires, 1º de diciembre de 1904
A.S.E. el señor ministro del Interior
Excelentísimo señor:
La Unión Indus­trial Argentina, con motivo de las huelgas que perturban actualmente a varios importantes gremios industriales, ha resuelto dirigirse a V. E.,
haciéndole una exposición de las causas principales de este estado de cosas, para que
V. E. pueda tener en cuenta la opinión de los patrones al arbitrar los medios por los
cuales el superior gobierno, dentro de su esfera de acción, ha de procurar evitar en lo
sucesivo la repetición de estas situaciones anormales.
El pedido principal de los obreros, la jornada de ocho horas, no puede ser acor­
dada de una manera uniforme por todas las industrias, por ra­zones elementales
de índole económica que no es posible contra­riar. La disminución de las horas de
trabajo ocasiona, como consecuencia inmediata, una disminución de la producción
y un aumento en el costo de la producción, pues no disminuyendo los gastos generales de los establecimientos y exigiendo los obreros que los salarios por la jornada
de ocho horas sean por lo menos iguales y en muchos ramos superiores a los que
se perciben por las jornadas de nueve y diez horas, queda recargado el costo de la
mano de obra en un 20% como mínimum. Los industriales no pueden aumentar
proporcionalmente los precios de venta de sus artículos, porque estos precios están
reglados por diversos fac­tores ajenos a su influencia y principalmente por la competencia de los artículos similares extranjeros, cuyos precios de venta la industria local
no debe exceder, ni siquiera igualar, para poder subsistir. Existe, pues, un límite,
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904
que para numerosos artículos ha sido ya alcanzado a causa de las concesiones anteriormente he­chas a los obreros y que a los industriales no les es posible fran­quear.
Por otra parte, hay ya escasez de personal obrero. El mejoramiento de la situación
económica del país ha determinado un aumento considerable de trabajo en todas
las fábricas y ta­lleres, y como ese mejoramiento se ha producido en cierto modo
bruscamente, no ha dado tiempo al aumento proporcional del personal obrero.
Para que muchos talleres y fábricas pudieran conceder las ocho horas de trabajo y
cumplir los compromisos de venta contraídos en general con plazos fijos para la
entrega, ga­rantizados por fuertes multas, sería, pues, necesario que hicieran venir
personal del extranjero, personal que no tardaría en quedar desocupado, porque,
cumplidos esos compromisos, deberían cerrarse las fábricas por no poder ya competir con la industria extranjera, dado el recargo que la disminución de las horas de
trabajo y el aumento de los salarios habría originado en el costo de la producción,
sin contar con que cualquier crisis, que en este país sobrevienen y desaparecen en
forma casi imprevista y repen­tina, daría lugar a que la mayor parte de los obreros
existentes, aumentados por los que se habrían hecho venir, quedaran sin trabajo,
ocasionando los trastornos consiguientes.
Los salarios, cuyo aumento solici­tan también los obreros en proporciones que
varían desde un 10 hasta un 100 por ciento, son ya mucho más altos que en
Europa, aun teniendo en cuenta la proporción del mayor costo de vida que en
Europa, debido a la carestía de los alquileres y a la de los artículos de consumo,
como la carne, el pan, etc. El aumento de los salarios no puede ser indefinido y,
sobre todo, no puede producirse por saltos bruscos, como lo pretenden los obreros, que no tienen para nada en cuenta los factores económicos que intervienen
en estos problemas. Por lo demás, la situación de los obre­ros industriales en la
República es incomparablemente mejor que en Europa, como lo comprueba la
fuerte proporción de estos obre­ros que llegan entre los inmigrantes. Los que hablan de miseria en nuestro elemento obrero, o no lo conocen, o deliberadamente
se dedican a hacer literatura impresionista. Desgraciadamente, los poderes públicos, solicitados por otras preocupaciones, no han hecho hasta ahora un estudio
especial de estas cuestiones, oyendo también la opinión de los centros de capital.
Los estudios sobre al respecto existen, o son incompletos, o son parciales, como
que sus autores, movidos por prejuicios de escuela, y deseando ante todo defender
sus teorías económicas y sociales, lo han visto y reflejado todo a través del prisma
de esas teorías (…).
Creemos deber llamar muy particularmente la atención de V. E. sobre un punto
que consideramos de capital importancia. Nos referimos a los agitadores profesionales, que desde un tiempo a esta parte abundan en la República, elemento ex­
tranjero eminentemente nocivo y cuya influencia es eficacísima por la libertad de
acción casi absoluta de que disfruta. En general, operan por medio de las tituladas
sociedades obreras de resistencia, agrupaciones anónimas, sin personería jurídica
ni res­ponsabilidad de ninguna especie y que por esta razón no tienen inconveniente en recurrir a los procedimientos menos lícitos para imponer sus resoluciones.
Es pretensión constante de estas titu­ladas sociedades obreras, hacerse reconocer
oficialmente por los patrones, y han llegado últimamente a prohibir que se tome
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otro personal que el que ellas mismas suministren “bajo pena” (textual) de un levantamiento en los establecimientos, o de un boicot, se­gún los casos, y obligan a
los obreros por medio de la intimidación a afiliarse a ellas y a acatar sus decisiones.
Esto, excelentísimo señor, ha tomado ya todos los caracteres de una verdadera tiranía, tanto para los patrones como para los mismos obreros, y de una tiranía de
la peor especie, anónima e irresponsable, que es urgente que los poderes públicos
hagan desaparecer, sometiendo a esas tituladas sociedades a una reglamentación y
a un contralor especiales (…).
Alfredo Demarchi, presidente
Julio L. Montarón, subsecretario
Fuente: Unión Industrial Argentina, Cuestiones obreras, Buenos Aires, Imprenta y Litografía La Buenos Aires, 1905, pp. 3-6.
Manifestación obrera por la jornada laboral de 8 horas en Rosario.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1904
Primer discurso como diputado
de Alfredo L. Palacios
El 9 de mayo de 1904, con motivo de la represión policial a las manifestaciones obreras del 1º de Mayo de ese mismo año, el militante socialista Alfredo
L. Palacios estrena su banca de legislador con un firme discurso en contra
de la repudiada Ley de Residencia.
Era mi ardiente deseo, que en la primera sesión de esta Cámara se trajera la expresión
de agravios de la gente proletaria, que dando un alto ejemplo de civismo, me ha enviado
hasta esta banca cuya posesión trae aparejada un sinnúmero de responsabilidades. (…)
Pero antes permítaseme que exprese al solo objeto de desvanecer prevenciones, que
a pesar de mi presencia constante en las asambleas tumultuarias donde siento las palpitaciones generosas del pueblo desde la tribuna de las arengas, que a pesar de mis
afinidades marcadas con la plebe sufriente, como representante que soy de un partido
cuyos principios están basados en las inducciones positivas de la ciencia, vengo con el
espíritu sereno, sin sectarismos que empequeñecen, sin odios que mi doctrina repudia,
y firmemente convencido de que es necesario hacer primar sobre las ardorosidades
juveniles de mi espíritu, el razonamiento frío que me exige mi Partido, y que es indispensable en este recinto cuando se debaten cuestiones trascendentales para mi pueblo.
(¡Muy bien! Aplausos.)
He dicho que traía los agravios de la gente trabajadora, y toda la Honorable Cámara sabe perfectamente que me refiero a los acontecimientos luctuosos del 1º de
Mayo, día nefasto, porque ha corrido sangre proletaria por las calles de la Capital.
Era la gran fiesta del trabajo; en todos los talleres del mundo reinaba el silencio; la
máquina, ese esclavo de acero que un régimen económico que se va ha convertido en
el implacable enemigo del proletario, no rugía, el silbato estaba mudo y el horno estaba apagado. La clase laboriosa, la masa poseedora de la fuerza de trabajo se exhibía,
estaba de fiesta, cruzaba las calles. Disidencias más o menos fundamentales habían
dividido a la clase laboriosa; de ahí esas dos manifestaciones distintas que se vieron en
la ciudad, una dirigida y organizada por la Unión General de Trabajadores, y la otra
por la Federación Obrera. Estaba dividida desgraciadamente la masa trabajadora,
pero, a pesar de eso, señores diputados, un mismo sentimiento y una misma acción
las impulsaban. Todos los obreros que parecía que debieran ser los doblegados, los
vencidos, los caídos, iban como triunfadores, el paso firme, la frente alta, los ojos
llenos de ideal, como si despidieran claridades infinitas. Es que ellos afirmaban que
el trabajo debe ser redimido, para que no sea el trabajo maldito, ese trabajo que trae
como secuela el robo, la miseria, la prostitución, la “carne barata de las mujerzuelas
pálidas”, como ha dicho el maestro Zola. (…)
La manifestación dirigida y organizada por la Unión General de Trabajadores fue
un verdadero acto imponente, en el cual ni el más leve, ni el más insignificante choque
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se produjo. En la de la Federación Obrera, señor presidente, iban posiblemente algunos
hombres exaltados, cuya presencia no es posible impedir en cualquier manifestación,
máxime cuando ella está formada de veinte o treinta mil personas, pero lo que sí es
necesario afirmar, es que ese hecho no podía nunca justificar una represión excesiva por
parte de la Policía.
No es fácil que la provocación haya partido de la clase trabajadora, por la sencilla
razón de que esos obreros habían incorporado a sus columnas las mujeres y los niños,
que es lo único que constituye alegría en esos hogares, donde muchas veces falta pan, y
donde muchas veces hace frío.
Pero admitamos, quiero conceder que la provocación haya partido de la Federación
Obrera, que haya partido de la manifestación de los trabajadores; aun en ese caso, no
es posible dejar de reconocer que la represión ha sido excesiva. Se ha hecho una verdadera carnicería con los obreros que iban en esa manifestación. ¡Se les ha fusilado por la
espalda, señor presidente!
(…) De la sala del Dr. Decoud tengo otro [certificado médico] en el cual consta que
Menotí Bonfiglioli, calderero, está herido en la espalda; que Antonio Lencio, estibador,
está herido en la parte posterior del muslo; que Adela Fernández, una pobre madre que
llevaba un niño en sus brazos, está también herida en la parte posterior del cuello. Y
en la sala del Dr. Aráoz Alfaro, donde hay una niñita de tres años, también he podido
constatar que la herida es en la espalda.
Es decir, señor presidente, que se ha fusilado a traición a la clase proletaria que no iba
a provocar a la policía, que iba a hacer afirmación de sus principios y que iba a protestar
contra todas las tiranías en el orden intelectual, material y moral. (Aplausos en la barra.)
Presidente: Prevengo a la barra que el reglamento prohíbe toda clase de manifestaciones, y que estoy decidido a hacerlo cumplir si reincide en ellas.
Palacios: Desgraciadamente, señor presidente, este no es un hecho aislado, es
simplemente un eslabón de la interminable cadena de atentados policiales que se vienen cometiendo en esta Capital, y especialmente por la intervención de un escuadrón
de granaderos que el pueblo ha llamado “de cosacos” y que da la alta nota del desprecio por el pueblo dentro de la institución que enfáticamente se llama guardadora
del orden público.
(…) Yo, señor presidente, he presenciado el 1º de mayo un espectáculo que era
harto desgarrador. Después del atropello cometido por la policía, los obreros se dispersaron en distintas direcciones; luego, cuando volvieron del asombro, trataron de concentrarse, y se concentraron; levantaron a un muerto, lo envolvieron en una bandera
roja que hacía un momento flameaba como símbolo de paz y ahora parecía símbolo de
venganza, lo colocaron en una angarilla, lo llevaron en procesión y todo el pueblo, de
los balcones, de las aceras, se descubría en señal de duelo y de protesta contra el atropello policial. Y entonces he visto cómo esos obreros iban amontonando odios y rencores
en su corazón, y cómo esos labios que hacía un momento cantaban hossannas y entonaban himnos a la emancipación humana, eran los mismos labios que ahora lanzaban
imprecaciones terribles, que laceraban el alma. (…)
Pero aún hay más, señor presidente. La policía ha seguido extralimitándose en sus
funciones: no se ha concretado a atropellar al pueblo, sino que, invocando órdenes del
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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ministro del Interior ha cerrado locales obreros. Más, señor presidente: ha impedido
manifestaciones que tenían objetivos perfectamente pacíficos. Tengo aquí una lista de
todos los locales que se han cerrado el día 1º de mayo, alegando, como excusa, los acontecimientos que se habían producido en la vía pública: la fiesta que tenía proyectada la
Unión General Femenina, a beneficio de los niños pobres, fue suspendida; se ordenó
la clausura del Centro Socialista de La Boca y se colocó un vigilante en el patio de la
casa de inquilinato donde se encuentra el Centro, vigilante que fue retirado después
de la protesta que formuló ante la comisaría el dueño de la casa que he mencionado;
se ordenó la clausura de la Sociedad de Estibadores; la Sociedad de Carreros, que hace
poco fue asaltada por un piquete, fue también clausurada; y además de todo esto, fue
también clausurado el local de la Federación Obrera.
(…) Cinco días después de los acontecimientos luctuosos del 1º de mayo, el Centro
Socialista de La Boca resolvió hacer una manifestación que acompañara a su diputado
para entregarlo a las tareas legislativas. Esa manifestación ha sido suspendida. (…)
Bien, señor presidente; en vista de todos estos hechos, yo creo que ha llegado el
momento de que la Cámara, que ha inaugurado sus sesiones con un hermoso acto de
libertad, que no ha permitido que se viole la Constitución por un precepto reglamentario “en plena barbarie”, según la expresión de un diputado, que no ha permitido que
se extorsione la conciencia, tiene la obligación de llamar al ministro del Interior para
que dé explicaciones respecto a los acontecimientos producidos para que explique la
intervención de la policía en los acontecimientos del 1º de mayo, y al mismo tiempo
diga en virtud de qué facultad ha restringido el derecho de reunión, impidiendo la manifestación socialista que se tenía proyectada para acompañarme hasta el Parlamento.
(¡Muy bien! ¡Muy bien!)
Fuente: Víctor O. García Costa, Alfredo L. Palacios, socialismo argentino y para la Argentina, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1986.
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CONCLUSIONES
DEL INFORME
SOBRE EL
ESTADO DE LAS
CLASES OBRERAS
POR JUAN BIALET MASSÉ
1. Necesidad de la ley reglamentaria. - 2. La
ración mínima. - 3. Los accidentes del trabajo. - 4. El descanso dominical, la jornada
comercial y las multas. - 5. En Cuyo suceden hechos parecidos a los de Tucumán. - 6.
Necesidad de la instrucción práctica y de
la educación del carácter. - 7. Necesidad
de fomentar el patriotismo. - 8. Efecto producido por la publicación del proyecto de
ley del trabajo. - 9. No hay la noción clara
del fundamento fisiológico de la cuestión.
- 10. Necesidad de la reglamentación total
y armónica. - 11. Necesidad de procurar diversiones al pueblo trabajador.
1. Los hechos expuestos en el presente informe confirman las conclusiones para la ley del
primero que tuve el honor de presentar a V. E.,
algunas de las cuales puede decirse que han
pasado por el crisol de la experiencia.
Había dicho a V. E. que la indolencia, la
rutina, el maltrato que, en general, se daba al
obrero en Tucumán, habían de producir algunas huelgas, que sacudieran la indiferencia
de la mayoría de los patrones. La primera ya
se ha producido, y si ella no ha ido más adelante en sus efectos inmediatos, he expuesto
las causas que a mi ver lo han impedido.
La huelga pasó sin actos violentos ni desórdenes, gracias a la actitud de las autorida-
En 1904, el abogado y médico
catalán Juan Bialet Massé releva
bajo el encargo de Joaquín V.
González –ministro del Interior
durante la presidencia de Julio
Argentino Roca– la condición
laboral y la población obrera en
la Argentina en el Informe sobre
el estado de las clases obreras. Este
informe resultará un insumo
significativo del proyecto de Ley
Nacional del Trabajo impulsado
por Joaquín V. González.
des y del señor Patroni, que le dieron el tono
de transacción pacífica, y tuvo la virtud de
despertar del letargo en que vivían los dueños de la mayoría de los ingenios.
Mucho temo que pasada la cosecha, que
ofrece tan pingües utilidades, pase también
el deseo de remediar, o mejor, el convencimiento de la necesidad de hacerlo; pero en el
pecado irá la penitencia. Junto al cereal está
el obraje, y la huelga que amenaza a Tucumán
no hay poder público que pueda evitarla.
O viene la ley reglamentando la jornada,
los descansos y estableciendo el arbitraje, o
los patrones organizan el trabajo racionalmente y hacen conocer por todos los medios
de publicidad esa organización y las garantías aprenderán por los registros de caja.
En Cuyo pueden suplir con el extranjero
barato o caro; pero en Tucumán el criollo es
insustituible.
De todos modos, por efecto de esta huelga, la concentración y la asociación obrera
han tomado gran impulso en Tucumán.
2. El hecho también ha puesto en evidencia la
necesidad de preocuparse formalmente de la
alimentación del obrero.
Alguien me ha criticado que me haya ocupado de la ración mínima para otra cosa que
para fijar el jornal mínimo.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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La educación del obrero criollo, para que
no precise la ración en sustancia, sin que la
familia y el mismo sientan la miseria, está
muy lejana; y si se trata de su interés y del de
las industrias, es tan necesario ocuparse de
este asunto como de la medida de seguridad
más importante; y en los establecimientos de
Campana, en los que no hay dónde proveerse,
la ración es inevitable.
De todos modos, es el seguro de la alimentación de la familia; es bueno y debe hacerse.
3. Los hechos que llamarán sin duda alguna
la atención de V. E. son los relativos a los accidentes del trabajo. Todos los patrones que
tienen la noción del deber, dan la asistencia
y el jornal; la iniquidad del medio jornal de
las leyes inglesa y francesa, no ha entrado en
nuestras costumbres, y aun los patrones que
no se creen obligados para con sus obreros
a más que al pago del jornal, o no dan nada,
o dan el salario y asistencia; el medio salario
carece de sentido.
Los contratos de seguros, que se extienden rápidamente, tampoco entran por las cicaterías y miserias de Europa; comprenden la
asistencia y el jornal, y la indemnización total
es por 1.000 jornales; que es mucho más extenso que el europeo y más racional.
¿Por qué vendría la ley a modificar irracionalmente costumbres tan equitativas en vez
de fomentarlas?
4. El trabajo de la mujer y del niño se explotan
con igual intensidad en Cuyo que en el resto
de la República, y acaso más en la época de
las cosechas.
El descanso dominical es un anhelo en
esas provincias; aquellas manifestaciones de
los panaderos del Paraná, del comercio de todas partes, de que se sienten esclavos del negocio, de que no pueden entenderse entre sí,
se repiten en San Luis, Mendoza y San Juan;
en todas partes.
Apenas si hacen excepción algunos almaceneros al por menor que lucran con el vicio
del pobre, y algunas empresas que estrujan
a sus operarios; los demás no discrepan en
pedir que la ley los ampare contra sus celos,
rivalidades y codicia.
Esto no es argentino, es universal. España
acaba de darse la ley del descanso dominical.
Los que protestan, los que hacen meetings y
gritan fuerte que se ataca a la libertad, son
los taberneros, que no quieren renunciar a
enriquecerse explotando y fomentando el
vicio del pobre; son los toreros, que no se
resignan a perder el aplauso de los proletarios en ese espectáculo, que no puede dejar
de ser reprobado por la civilización, aunque
sea una sublime y heroica barbaridad, aunque sea menos bárbara que el box, y el del
domador de fieras que concluye siempre por
ser devorado por ellas ante el público; ya no
es de nuestro tiempo, ni de los sentimientos
generales que dominan.
Lo mismo puede decirse de esa jornada comercial que empieza a las 7 a.m. o antes para
concluir a las 10 p.m. o después; que no aumenta en un centavo las transacciones, que denota
siempre un desorden social y doméstico.
Ha bastado en Buenos Aires y el Rosario
que algunas casas importantes cerraran a las
7 p.m. para que las que quedan abiertas permanezcan solitarias. ¿Qué señora de Buenos
Aires, que no sea una cursi, dejaría para la noche hacer sus compras?
Las multas patronales son en Cuyo desconocidas en el comercio privado; sólo las he
encontrado en la Germania y en las empresas
de ferrocarriles, y merece la pena de evitar
que se propague tan pernicioso abuso.
5. En Cuyo se nota la misma ignorancia patronal que en el resto de la República; pero
además son allí muy raras las personas que
se dan cuenta de lo que es la cuestión social,
ni siquiera de lo que es el obrero como ins-
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trumento del trabajo; sin embargo, algunos
movimientos de huelga ocurridos en las tres
provincias y el éxodo de los obreros hacia el
Litoral debiera haberles llamado la atención.
Al doctor Arata le ha bastado un solo viaje
para darse cuenta de ese estado, y para ver el
remedio que allí puede aplicarse, sin el cual,
aunque en menor escala que en Tucumán, la
industria vinícola está seriamente amenazada.
¿Lo oirán?
6. La rutina que lleva a todos los hombres de
una comarca a emprender todos los mismos
cultivos, las mismas industrias, son el efecto más inmediato de los malos sistemas de
enseñanza; de esos métodos que quiebran
el carácter, y enseñan a pensar con cabeza
ajena, atando toda iniciativa propia, en vez de
desarrollar y alentar las propias calidades;
de ahí salen esos agricultores que siembran
trigo y maíz, plantan caña o viña por la sola y
única razón de que al vecino le ha ido bien, y
una vez que la planta da porque la naturaleza
es generosa, se ha llegado a la meta; no hay
por qué ocuparse de nada más, ni de estudiar
suelo, semillas, plantas, enfermedades y degeneraciones; de eso se debe ocupar el Gobierno, encargado de proteger la producción
y de pensar por todos y para todos.
No hay verdadero peón agrícola; el inmigrante, aunque se llame agricultor, es simplemente bracero, toma el arado y la sembradora como lo ha visto hacer en la primera
chacra en que se conchabó y sigue la rutina,
y si trae alguna idea, si ha sido agricultor, se
empeña en que aquí se ha de hacer como en
su país de origen, y que no es él el que debe
adaptarse al país, sino que es el país el que ha
de reformarse a su gusto. Ahí tiene V. E. lo que
sucede en Cuyo con las viñas, como ha sucedido y sucede en el Litoral con los cereales.
No se tiene en cuenta que el inmigrante no
es lo selecto de su país, no es el propietario
que tiene su pasar en la pequeña propiedad
que heredó de sus padres, y que la cuida y
hace producir para mantener a sus hijos, sino
el bracero que el exceso de población y las escaseces de retribución hacen salir en busca
de una vida mejor. Los que estando bien vienen a buscar el modo de hacer rápida fortuna son los menos, las excepciones; y yo encuentro hasta ridícula la pretensión de que la
inmigración ha de ser seleccionada, lo mejor,
porque nadie se desprende para el vecino de
lo mejor de su casa, que procura conservarlo
y guardarlo para sí.
El hecho continental desde el Canadá y
los Estados Unidos hasta Chile y la República Argentina, es que el inmigrante viene más
pobre que el reñícola, y que es inferior a este,
al menos porque no conoce el país y tiene que
adaptarse, y se adapta, no siguiendo antes
de establecerse un curso de agricultura, sino
conchabándose para ganar la vida, o si ha
traído con qué comprar el lote imitando a su
vecino, porque no tiene otro criterio.
En Europa apenas hace algunos años que
se están introduciendo las máquinas agrícolas que aquí son corrientes.
La gran ventaja y la única ventaja que tiene el inmigrante es el hábito de ahorro; pero
este mismo lo dirige mal; las facilidades de
adquirir, en vez de llevarlo a la variedad de
cultivos que le harían bastarse a sí mismo,
que le darían trabajo todo el año, le llevan
a la extensión, a las grandes zonas. No olvidaré nunca la satisfacción suprema con
que me dijo un italiano: “Yo soy propietario
de más del doble del terreno que posee el
Rey de Italia”.
Ese colono aprende a arar y a sembrar trigo, y de ahí no pasa; no cultiva una cebolla
porque no sabe; mientras en el Interior, aun
en las antiguas reducciones, hay muchos que
saben y hacen, viviendo una vida mezquina,
que podrían ser grandes elementos de progreso para el país sirviendo de ejemplos vivos
de enseñanza práctica.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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En tal sentido he hablado en mi informe
anterior de colonias criollas en Santa Fe y
Córdoba, para sacar a esos criollos de los
rincones en que viven; no para crearles un
hogar, que generalmente ya tienen, sino para
mejorárselo y para que sirvan de ejemplo,
para que induzcan al agricultor, que hoy pierde la mitad de su tiempo, a que lo aproveche
en ocupaciones productivas, procurando el
arraigo en cada comarca de las gentes necesarias para satisfacer las necesidades de la
producción, dándole así bases estables.
Así veo pensar al doctor Arata, al doctor
Ramos Mejía, al doctor Gallegos y a todos
cuantos se dan cuenta del estado del país y
buscan su remedio con amor, ajenos a miras
personales y políticas.
7. Pero no basta dar instrucción práctica y
educar el carácter, es necesario de todo punto elevar el patriotismo; la depresión de este
sentimiento es manifiesta; muchas causas
concurren a debilitarlo. No hace muchos días
decía un diario de esta capital, y por cierto no
en son de crítica, que en las calles de esta ciudad cosmopolita los trajes más abigarrados
no llamaban la atención de nadie; sólo el traje
criollo era chocante y ridículo.
En ese mismo diario, para ponderar un acto
de injusticia, se decía: “Es un acto de justicia
criolla”; y todos los días y a cada rato, los desaciertos de la política, los abusos electorales, los
desmanes policiales, todo lo malo no encuentra
calificativo más aplastante que el de criollo.
Los vicios no son malos por sí mismos en
lo que tienen de común en la humanidad, sino
en lo que tienen de criollo. Los miembros de
una nacionalidad se reúnen y se embriagan:
eso está en sus costumbres, nada tiene de
particular; pero se embriaga un criollo el sábado, ese es vicio criollo. Pululan por las calles cientos y miles de inmigrantes llenos de
robustez y de salud implorando la caridad pública, en vez de ir a trabajar a las colonias que
los llaman; se explica como un inconveniente
de la inmigración; no quieren ir a lo desconocido; pero si entre esos miles hay uno por
ciento de criollos, es intolerable, este pueblo
no tiene remedio, debe desaparecer víctima
de la ociosidad y de los vicios.
Esto lo oye, lo lee y lo ve todos los días el
criollo, y lo que es peor, como lo he hecho notar
en muchos capítulos de este informe, cuando
en verdad es superior en calidad y fuerza, se le
paga menos por su trabajo porque es criollo;
así como no es posible que una mujer, aunque
haga más y mejor trabajo que un hombre gane
tanto como este, no es posible que el criollo
gane tanto o más que el extranjero; su nacionalidad es una causa deprimente.
¿Es así como se eleva el carácter de los
pueblos y se los estimula? Esto lo que produce es el menosprecio de sí y de lo propio; y no
puede apreciar a los demás quien no tiene el
aprecio de sí y de lo suyo.
El amor de la humanidad, la fraternidad
universal, no pueden existir sino como una sobreextensión del amor en la unidad elemental,
en la familia. ¿Cómo amará la tierra entera y la
considerará como la patria de todos los hombres, quien no tiene un especial y concentrado
amor al suelo que dio la materia para formar
sus huesos y sus carnes? ¿Cómo podrá decir
que ama fraternalmente a todos los hombres
quien no tiene la idea del amor y de la solidaridad de los que nacieron del mismo seno?
¿Cómo se extenderá lo que no existe?
Esas fraternidades preconizadas por los
que las utilizan de inmediato, a cambio de una
reciprocidad que no se hará efectiva nunca,
tienen todos los ribetes de una explotación
más o menos hábil, pero no son sinceras.
Y en verdad cada hombre lleva ese amor
encarnado, a pesar de todo lo que el mismo
quiera hacer para contradecirlo. En Tucumán
como en Buenos Aires, en Mendoza como en
el Rosario, después de uno de esos discursos
que a fuerza de repetirse se han hecho ya tan
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comunes y necesarios, he tomado anarquistas catalanes, los más fanáticos, ya enfermos,
y les he hecho ver los defectos o vicios que allí
se padecen. La enfermedad hace alto: Barcelona es el paraíso de la Tierra, la ciudad ideal,
el obrero catalán es el primero del mundo;
el anarquista italiano, por enfermo que esté,
por más que quiera destruir medio mundo,
¡ma l’Italia e bella! para el otro, la civilización
y el progreso humano no pueden existir sin la
Francia; y el inglés no es anarquista, porque
el mundo es suyo, y todo lo que no es inglés
no tiene más derecho que el honor de dejarse
explotar por los ingleses.
Nada diré del poder corruptor de las grandes empresas, ni tampoco del que labra su
fortuna contando por los pesos que acumula
los días que le faltan para dar la vuelta; y sería largo detallar tantas causas como concurren a enervar el patriotismo, sin el cual no
hay pueblo grande posible.
Hay, pues, que elevar ese sentimiento, dignificar al criollo, crearle el alto aprecio de sí
mismo, para que aprecie y respete a los que
vienen. Nadie puede creer que se le ha de tratar en una casa, por más que sea el día del
convite, mejor que a los de la casa misma.
La letra de la Constitución es hacer partícipe a los hombres de toda la Tierra del bienestar del pueblo argentino; supone que es
ese el objeto primordial del gobierno: crearlo
para participarlo.
Y no me cabe la menor duda: la mejor propaganda, el mejor llamado para el extranjero,
es el bienestar del hijo del país.
8. He tratado de darme cuenta del efecto producido por la publicación del proyecto de ley nacional del trabajo, tanto en los que, careciendo
de los conocimientos necesarios para juzgarla,
no tienen sobre ella más criterio que sus miras
personales, sus prejuicios y sus rutinas, como
en los pocos que son capaces de un estudio serio, con el criterio de la justicia y de la ciencia; y
como en los que encuentran, que buena o mala,
la ley vendría a quitarles los medios de explotar el trabajo del hombre en las circunstancias
que puedan aprovechar, y la rechazan sin querer ni tomar conocimiento de ella.
Un distinguido profesor de finanzas, que
ha hecho un estudio detallado de la ley y de
este informe, a pesar de pertenecer a la escuela economista neta, me refiero al distinguido doctor don Félix T. Garzón, no encuentra
sino pequeños detalles que corregir en la ley,
y en materia de accidentes del trabajo acepta
como justo lo proyectado por V. E., con excepción de las multas patronales, y encuentra
que es excesivo lo que yo creo justo en algunos detalles; pero en lo que difiere esencialmente es en la naturaleza del contrato;
él cree que es de locación, que esta palabra
expresa la idea propia, pues la de conchabo
equivale a la asociación más que a la compra
de un trabajo o de un esfuerzo.
El doctor Garzón, que es un hombre esencialmente bondadoso, y, por lo tanto, no puede
dejar de sentir los sufrimientos de las clases
obreras y la necesidad de remediarlos, está imbuido de ideas de la escuela economista, ha sido
muchos años abogado de ferrocarriles y teme
por el capital, sin el cual para él no hay vida industrial posible, y sobre todo cree imposible, lo
afirma categóricamente, que el obrero venga a
revestir el carácter de socio del capitalista.
En una palabra, el doctor Garzón no se da
cuenta de que si todos los capitales desaparecieran el trabajo los volvería a crear otra
vez, mientras que si se pudieran unir todos
los trabajadores y hacer una huelga general
de un solo mes, los capitalistas se encontrarían como el Narciso de la fábula, tendrían
que comer oro, o tierra, o carbón.
Pero la verdad es que fatalmente el hombre es sociable, fatalmente, por más que griten
todas las escuelas y quieran hacer del capital
y del trabajo dos elementos antagónicos: ellos
son y serán concurrentes, y el principio cris-
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tiano como el principio democrático son tendencias que no permiten sacar de la ruta ascendente por la que la humanidad va hacia su
destino; los más son y valen más que los menos, porque individualmente, para la ley y para
la moral, todos son iguales, y no caben distinciones que no vengan del propio mérito. El trabajo creó el capital, y es justo que por lo menos
tome el rango que la paternidad le asigna.
He hecho esta referencia porque se trata
de un estudioso sincero y leal, que por su posición en la enseñanza y en la política tiene un
gran peso en la cuestión.
Al inaugurarse la feria de la Sociedad
Rural Argentina en Palermo, en el presente
mes, su distinguido presidente, el doctor don
Ezequiel Ramos Mejía, pronunció el discurso
de apertura. En él viene a hacer la exposición
sintética del socialismo de la tierra, anticolectivista, todo entero.
Pocos días distante, el señor Van Prae
pronuncia una conferencia en el Colegio del
Salvador de esta capital, en completa conformidad con este orden de ideas; llegando a la
conclusión de que estas reformas se imponen para todo hombre, cualesquiera que sean
las ideas religiosas que profese.
Mi conferencia en la Universidad de Córdoba, y el modo como fue acogida, así por los
universitarios como por la prensa de todos
los colores, indican que ello flota en la atmósfera, que en nuestro mundo intelectual son
ideas que están latentes y que se despiertan
con poco esfuerzo.
He dicho y repetido que en los ingenios
tucumanos no hay resistencias serias ni importantes, y las pocas que hay no lo son por
la cosa en sí, sino por el celo y la rivalidad que
impera entre los industriales.
El señor Gobernador, en el mensaje de
apertura de las cámaras legislativas, en estos
mismos días, no ha podido menos de presentarles la cuestión, y es lástima que las divisiones políticas esterilicen tan buenas iniciativas.
“Recordará V. E. que por un acto de profunda previsión, que os hizo el más alto honor,
derogasteis en mi gobierno anterior aquella
famosa ley de conchabos, ley de verdadera
esclavitud, que dictada en su tiempo con las
mejores intenciones, se convirtió en un instrumento cruel de servidumbre para todos
los trabajadores en general.
”Recuerdo que con aquel motivo se alarmaron las fábricas, creyendo comprometida
su situación en sus fundamentos; los hechos
demostraron posteriormente lo que era ya
sabido en el mundo del trabajo: que el trabajo
libre es más económico y proficuo que el trabajo servil, aparte de que aquella ley repugnaba a nuestras instituciones democráticas
como atentatoria a la dignidad humana.
”Hace años que la cuestión obrera se agita
en el seno del mundo civilizado, conmoviendo
los intereses económicos de todas las naciones, y ha venido a golpear también las puertas del Litoral argentino en formas tan graves
que motivan hoy las preocupaciones de nuestros hombres de Estado.
”Es por eso que en mensajes anteriores llamé la atención de los industriales de la Provincia sobre la necesidad de prever la solución de
este problema, verdadero peligro ad portas.
”Al fin se hizo sentir este año el primer
conflicto entre una fábrica de Cruz Alta y sus
peonadas, en el que intervino la policía en la
forma que cumplía a su deber, según los reglamentos que la rigen.
”Los hechos sirvieron de bandera política a
algunos diarios locales, que clamaron contra
la acción del gobierno, auspiciando con sus
correspondencias a la prensa de la Capital el
envío de un representante de la Unión General de Trabajadores, para que levantase en el
terreno una información de los hechos producidos, que debía servir de cabeza de proceso
en el Congreso argentino contra un gobierno
inicuo que negaba a los obreros el derecho de
reunión pacífica. Vosotros sabéis lo demás.
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Promovidas por este enviado produjéronse varias reuniones de obreros en Cruz Alta y otros
puntos, amenazando generalizarse en toda la
Provincia, en las que la policía se concretó a
garantir en absoluto, como siempre, el derecho
de reunión de cualquier carácter, limitándose
a exigir el cumplimiento de las disposiciones
que la reglamentan, y que no fuesen una amenaza contra las fábricas u otros intereses. De
estas reuniones pacíficas resultó la huelga
general en Cruz Alta, hecho gravísimo, puesto
que los ingenios estaban en cosecha.
”En este estado de cosas, los fabricantes
y el representante de los obreros buscaron
una solución conciliadora con el concurso
del Gobernador de la Provincia, y el conflicto
se resolvió, ensayando el consejo de conciliación proyectado en la ley nacional del trabajo, y la huelga desapareció en cuarenta y
ocho horas.
”Sin embargo, piensa, y es de mi deber
declararlo que esta no es sino una solución
transitoria; que el peligro de futuros conflictos
subsiste, y que corresponde a los interesados
y al Estado procurar una armonía estable entre los intereses de las fábricas, plantadores
y obreros”.
Ideas muy parecidas encontré en el señor
Gobernador de Santa Fe y muchas otras autoridades.
En Cuyo, aparte del establecimiento del
señor Uriburu en San Juan, en verdad no hay
ideas buenas ni malas; la cuestión no ha sido
estudiada.
Pero si se tomara individualmente la gran
masa de la población argentina, cada uno
encuentra bueno lo general; pero en ciertos
detalles que les afectan particularmente, se
siente, aunque no se entienda por qué, la necesidad de esta legislación.
Por lo que hace a la masa obrera, fuera de
las ciudades, no tiene tampoco nociones de la
cosa, pero las percibe pronto, y es una masa
maleable y amoldable, como acaso no hay
otro pueblo en mejores circunstancias para
hacer de él un gran pueblo obrero.
9. Sin embargo, el número de hombres del
país que se dan cuenta de la cuestión en sus
verdaderos términos fisiológicos, económicos y políticos, son muy pocos, y menos los
que alcanzan a ver lo productivo de las concesiones hechas al trabajador.
La inmensa mayoría patronal sólo entiende esa aritmética burda que hace ahorrar sobre el pasto del caballo, haciéndolo trabajar
más de lo que da como aparato mecánico, y
son muchos los que creen que un movimiento
que nace del estado de adelanto científico del
mundo moderno puede contenerse con medidas de fuerza.
Es admirable ver y oír cómo se tratan estos asuntos, todas las astucias y argumentos
que se hacen para extraviarlos de sus cauces
naturales, en vez de afrontarlos lealmente y
con decisión patriótica.
No es extraño que así suceda aquí, cuando en
las naciones más adelantadas se ven tratar con
argumentos de patanes y represiones brutales,
dentro de los partidos mismos que se llaman a
sí mismos defensores de las clases obreras.
La noción fisiológica del trabajo y del descanso no entra todavía ni en el común de los
médicos mismos, pareciendo reservada a la
aristocracia de la ciencia. En nuestra época
de vulgarización, esta parte de la ciencia permanece todavía en las alturas, entre nubes.
No ha muchos días que un muy distinguido
médico me decía que el descanso dominical
no podía adoptarse sin que previamente se
estableciesen instituciones que hicieran ocupar al obrero en sentidos determinados.
La idea fundamental de romper por lo
menos veinticuatro horas la orientación de
las células nerviosas, mantenidas en tensión
durante las seis jornadas, dejando una fatiga
remanente, que no alcanza a remediar el descanso diario, ni ha llegado a entrar en los ele-
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mentos que se toman de la cuestión, ni mucho menos la relación del gasto de energías
con la alimentación que las produce.
¡Cosa admirable! ¡Los que darían al traste
con todas las libertades y volverían al siglo
xvi como a un ideal celeste, encuentran que la
legislación obrera es atentatoria a la libertad!
La brutalidad quiere que estas cuestiones
sean una cuestión pura y simple de fuerza;
los unos quieren fusilar ideas; en cambio, los
obreros entienden que pueden imponer sus
derechos a garrotazos.
Y esto invade hasta el partido que parecía destinado a presidir en el mundo entero
la evolución, y se decide por la revolución violenta en el congreso último de Ámsterdam,
sin más que tres votos en contra: el de los dos
delegados argentinos y el de Jaurés.
Es decir, que una cuestión altamente científica y económica, no encuentra solución sino
en la fuerza bruta, ni más ni menos que entre
lobos que se disputan la presa.
¿Debemos desalentarnos por esto? De
ninguna manera; al contrario, seguir luchando siempre en el terreno pacífico de las ideas;
sobre todo los que habitamos este suelo, cubiertos con el manto de su Constitución.
10. No estaba vedado a este país, en que tuvo
su cuna en la época colonial la perfecta legislación obrera que podía pretenderse en
aquellos tiempos, que tratara la cuestión en
su conjunto armónico y científico; y cualesquiera que sean los juicios críticos de detalle
que puedan hacerse a la obra de V. E., nadie
podrá desconocer que por primera vez se ha
hecho algo que obedece a un plan metódico y
racional, armonizando todos los detalles.
Ciertamente en Europa las leyes del trabajo han nacido dispersas, unas tras de las
otras, siempre como concesiones arrancadas
por la fuerza, después de muchas lágrimas y
desventuras; nunca, es preciso repetirlo bien
alto, nunca como resultados de la convicción
científica ni del espíritu de justicia, y así son
los resultados.
Con todos sus pujos socialistas, el gobierno francés no ha podido evitar que el obrero
viva en perpetuo malestar, sin que pase un día
en que no haya uno o más gremios en huelga,
y huelgas formidables, ruinosas, como la de
Marsella, que aún no acaba, y antes de que
concluya otras aparecen.
¿Por qué? Porque socialistas y burgueses
marchan impulsados por el cosquilleo del
malestar bajo el peso de las injusticias, de lo
arbitrario y de la fuerza; y ya están empezando a ver claro; ya ven que las relaciones del
trabajo requieren una legislación de conjunto,
armónica, y no hay ni puede haber armonía
en lo que es incompleto y deficiente.
Es en vano que se quiera eludir la intervención del obrero en la formación de los reglamentos del trabajo, en los tribunales que
han de decidir las contiendas; la personería
del obrero ha conquistado su lugar, y tiene
forzosamente que dársele. Es en vano que se
quiera procurar la división maquiavélica del
obrero fabril, haciendo de él una clase privilegiada y aristocrática, por lo tanto; ni los
obreros artesanos aceptan esa distinción, ni
la sana razón la admite; los obreros agrícolas
son muchos más, ellos producen las materias
primas de las industrias, y el servicio doméstico complementario de la vida es tan noble y
tan importante como cualquier otro.
Del ingeniero al albañil, del médico al enfermero, del gerente de un banco a su portero, del ministro al sereno de la aduana, todos los servicios son trabajo para y por otro,
aunque guarden la subordinación y la escala
relativa que la naturaleza y los fines establecen fatalmente, y el proletariado de levita va
siendo ya tan grande y tan importante como
el de chaqueta, pidiendo a la ley el amparo
igual que a todos debe. No se trata de clases
sociales, es una mentira, una mistificación; se
trata del trabajo de todas las clases en las re-
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laciones entre los que lo prestan y los que lo
adquieren u ordenan.
Hay en este contrato, involucrados por la
fuerza de las cosas, la existencia humana
misma, el porvenir de las razas, la grandeza
de los pueblos, y mal que pese a quienquiera,
la solución se impone, el progreso de las ciencias y de las artes lo requieren; nadie tiene la
fuerza suficiente para evitarlo.
Entre nosotros el olvido de las leyes tradicionales, acaso la repulsión en masa que
de ellas ha querido hacerse, pero que no se
puede, de aquellas que son la expresión de
las necesidades fisiológicas del hombre en la
modalidad de suelo, clima y costumbres, nos
ha llegado a formar la convicción de que podemos pasar al acaso de los sucesos, de que
las riquezas naturales del suelo suplen a todo
y son motivo bastante para atraer la inmigración en masa; pero al mismo tiempo que la
experiencia va demostrando que tal cosa no
es cierta, se siente que, aun cuando con caracteres más pacíficos y menos tumultuosos, los
mismos fenómenos de Europa se reproducen,
las huelgas crecen y la inmigración no viene.
El Congreso no ha tenido a bien ocuparse
este año de la ley del trabajo, ¿quién sabe si
no ha sido para bien?
Las huelgas pasadas y presentes no han
tenido ni tienen quien decida equitativamente
entre las pretensiones de obreros y patrones;
la que se prepara para la próxima cosecha,
con síntomas formidables, amenazando pérdidas mayores que la pasada, está produciendo el despertamiento del instinto de la
conservación, que se manifiesta por la concesión de mejoras antes de que los hechos se
produzcan.
Pero de seguro las concesiones van a
reducirse a los salarios, y acaso algún poco
en la jornada; las demás se acallarán por lo
pronto; la mujer y el niño seguirán siendo
víctimas de la codicia, muchos accidentes no
serán indemnizados; pero volverán con más
fuerza luego, para demostrar que no basta ni
la buena voluntad de obreros y patrones, que
es necesaria la legislación total y los medios
de hacerla efectiva, dando a las aspiraciones
legítimas del obrero el arbitraje como medio
pacífico y legal de llenarlas.
Así como no bastan en materia civil y comercial la buena fe ni la buena voluntad de las
partes para llenar las relaciones entre ellas,
porque intervienen las pasiones y los errores
sinceros, así tampoco en las relaciones del
trabajo pueden suplir las partes los dictados
de la razón, de la ciencia y del derecho.
Mirar la cuestión como una lucha de fuerza entre clases, y no como una cuestión de
ciencia y de justicia, absoluta y general, es
absurdo, tanto como si se quisiera encarar la
patria potestad como una lucha entre padres
e hijos, o la calidad de la cosa vendida como
una lucha de clases productoras y clases comerciales.
No se trata tampoco de una ley administrativa y transitoria, sino de reglas que arrancan de los principios fundamentales del derecho y de las ciencias antropológicas, porque
afectan a lo más interesante para el hombre:
su actividad, su libertad, su personalidad misma y su bienestar.
No se trata, en fin, de dispensar favores,
de hacer caridad a los proletarios, sino de
dar a cada uno lo que corresponde en justicia, y de ello resulta un beneficio para todos.
El día en que el vencedor dejó de comerse al
vencido y lo hizo su esclavo, renunció a unos
pocos kilos de carne, pero aprovechó su trabajo por toda la vida; y si en algo entró en
la legislación obrera de Indias el sentimiento humanitario, es indudable que su objeto
principal fue la conservación del brazo que a
todos enriquecía.
Los Estados Unidos prueban que donde
mejor vive el obrero, allí la producción engrandece y los ricos son más ricos que en
otra parte cualquiera.
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¿Por qué esta Nación, que tiene tantos e incomparables medios de riqueza, no daría al
mundo el ejemplo de la mejor legislación obrera?
¡Cuánto más valdría que todas las agencias de propaganda!
11. Una observación general en el país, aunque
ella no sea objeto de la ley del trabajo, es la despreocupación de las autoridades públicas respecto de las diversiones del pueblo trabajador.
La acción civilizadora del teatro no cabe
discutirla, ni tampoco la fuerte impresión que
produce en las clases menos cultas, con mayor energía que en las más elevadas, porque
aquellas separan poco lo que hay de ficticio y
de real en la escena. Todo es vivo y existente
para el pueblo que va al teatro, y la iluminación, lo bien vestido que allí se va, el silencio y
la compostura, contribuyen a dar más vivacidad a las impresiones, que perduran a través
del sueño que sigue a la representación.
Ya dije al tratar de Entre Ríos lo que vi en el
teatro del Paraná, y como medio de propaganda y de educación creo que vale más una representación de teatro que cien discursos, y la
acción suavizadora de las costumbres, la elevación de sentimientos que produce la música
en acción no puede ser por nada substituida.
Pues bien, las clases obreras de la República están excluidas de estos goces y de esta
acción civilizadora; porque no puede decirse
que llene la necesidad el teatro chico y por
secciones que está a su alcance en Buenos
Aires, ni por su índole, ni por su extensión llena semejantes fines.
Desde los egipcios y griegos a los romanos, desde los señores feudales a las sociedades modernas, todos los pueblos bien
organizados se han preocupado de las diversiones del pueblo como una necesidad, como
una función del Estado. Desgraciadamente
nada se ha hecho entre nosotros sobre esto,
y antes bien, las diversiones en que el pueblo
desarrollaba su destreza, como la sortija y las
carreras, decaen cada día más, no quedándole sino la taba y la pulpería como recurso, y el
bailecito que fomenta su vicio.
Entiendo que podría mejorarse mucho si
las municipalidades obligaran a las empresas
a precios muy bajos para las localidades de
paraíso y una mitad de la cazuela, dejándoles
la libertad de precios en las demás, sobre todo
para aquellas que ocupan en los teatros los
que van allí más por ostentación de sus trajes y joyas, o por puro placer, pues tienen otros
cien medios de ilustrarse. Ni gobiernos ni municipalidades debieran conceder subvenciones, ni contratar arriendos sin esa condición.
Además, las fiestas patrias y patronales,
las inauguraciones, se hacen para las clases
elevadas, y hay ciudades en que ni siquiera
fuegos artificiales se queman. Sin embargo,
el 95 por 100 de lo que se gasta y de que el
pueblo no goza, es él quien lo paga, sin que se
piense en darle conciertos al aire libre u otras
diversiones que lo solacen y liguen al movimiento general. Si se le da algo directamente,
es siempre la carne con cuero y la empanada,
que hablan al estómago y jamás a su espíritu.
Las sociedades corales, que han sido un
medio tan poderoso de civilización en Europa,
aquí serían de muy fácil creación, dada la afición natural a la música.
Ya dije cómo las leyes coloniales habían
estimulado esa tendencia del indígena a la
música, cómo en Tucumán una banda modelo
da tan buenos resultados. Estos son los medios más seguros de sacar al obrero de las
tabernas.
Repito que esto no es de la ley del trabajo;
pero es de la ley del patriotismo, y todos deben tender a darle lo que le corresponde.
Saludo a V. E. con mi mayor consideración.
Fuente: Juan Bialet Massé, Informe sobre el estado de las
clases obreras, vol. II, La Plata, Ministerio de Trabajo de
la Provincia de Buenos Aires, 2010, pp. 443-458.
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CeDInCI
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Tapa del folleto de Reglamentación del trabajo femenino y de niños, Centro Socialista Femenino, 1907.
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1909 - 1912
Avanzada la primera década del nuevo siglo, la conflictividad social,
antes que cesar, se multiplica tanto en su intensidad como en los
alcances de nuevas geografías. Si la “semana roja”, que comienza con
la represión –devenida masacre– de trabajadores que conmemoraban
el 1° de Mayo en Plaza Lorea, da cuenta del agravamiento de esa
conflictividad en el universo urbano, la rebelión agraria de pequeños
y medianos arrendatarios que estalla en un pueblo del sur de Santa
Fe en junio de 1912 –que pasará a la historia como el “Grito de
Alcorta”– es un indicador de cómo las luchas y los antagonismos se
desplazan también al mundo rural. A pesar de los fastos, las recepciones de grandes personalidades mundiales y la gran cantidad de actividades, la mirada autocomplaciente de las élites gobernantes durante
los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo no pueden ocultar lo evidente: la celebración se realiza bajo el “estado de sitio” decretado por el presidente Figueroa Alcorta.
Sin embargo, las alianzas y consensos dentro de esas élites son
menos estables y duraderos de lo que aparentan. Las fisuras entre los
sectores “conservadores” del Partido Autonomista Nacional (PAN) y
la “línea modernista”, encabezada por Carlos Pellegrini, Roque Sáenz
Peña y Figueroa Alcorta, entre otros, dará lugar a la sanción de la Ley
8.871, mejor conocida como “Ley Sáenz Peña”, en virtud de que el
presidente homónimo fue su principal impulsor. Esta ley, que establecía el voto universal, secreto y obligatorio (para los ciudadanos argentinos varones), traerá importantes consecuencias en el mapa político
de la época, entre las que se cuentan el retorno del radicalismo a las
lides electorales de la Argentina.
1909 - 1912
Proclama de la Unión General
de Trabajadores (UGT), la FORA
y diversas sociedades obreras
en la Semana Roja de 1909
Esta proclama es una convocatoria a una huelga general en repudio a la brutal represión de los actos del 1º de Mayo en Plaza Lorea (a pocos metros del
Congreso de la Nación). El ataque contra los obreros fue comandado por el jefe
de policía Ramón L. Falcón y dejó un saldo de decenas de muertos y heridos.
Trabajadores:
Otra vez la horda de asesinos instituidos en guardianes del orden burgués ha cumplido su misión: la sangre de nuestros hermanos ha sido derramada de nuevo… ¡El
propósito criminal, cobarde, bien deliberado de nuestros enemigos, de nuevo se afirma
sobre la matanza del pueblo obrero, pretendiendo ahogar con el crimen nuestros anhelos, nuestras obras revolucionarias, nuestro gesto libertario!
¡Es el signo de los tiempos burgueses: el asesinato colectivo!
La cobardía, la traición, la muerte, el último estertor sanguinario y miserable, todas
las pasiones decadentes; eso constituye la expresión típica del alma que palpita en las
clases explotadoras.
¡Incapaces de crear la vida, se afirman sobre el mundo de la muerte, acechando en
la celada traidora, la vida nueva que nosotros gestamos en nuestro esfuerzo doloroso y
tenaz por conquistar la libertad!
¡Ya lo tenemos experimentado, ya debe haber penetrado bien en lo hondo del espíritu obrero: que nuestros enemigos eternamente sólo contestarán a cada acto de nuestra
labor emancipadora con la hecatombe de la Comuna de París, con las horcas de Chicago, con las infamias de Montjuich, con las matanzas de los nuestros en la gran Patria
Argentina!
Y bien, camaradas, ¡por favor no haya miedo! ¡Si nuestra libertad sólo puede ser
posible a través de esos sacrificios, armémonos de todos los corajes y persistamos en
nuestra jornada marchando sobre los cadáveres y la sangre de los nuestros!
¡La violencia, la rabia impotente, el golpe asesino de nuestros enemigos no pueden
ser contestados con la resignación y la retirada de las masas proletarias!
Al contrario, que un grito unánime de ira y de venganza azote la sociedad de los
tiranos. Que a su saña criminal responda el pueblo obrero insistiendo en la lucha con
todos los impulsos trágicos y valientes, con todo el arremeter heroico que las circunstancias demandan y que merece el premio de nuestra libertad.
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1909 - 1912
¡A la brecha, pues, trabajadores! ¡Por la venganza de los caídos, por nuestra dignidad
y por nuestro porvenir!
¡De nuevo a la lucha, trabajadores, más decididos y más pujantes que nunca!
Camaradas:
En este grito y en este propósito firme, espontánea y unánimemente las distintas
instituciones obreras que suscriben han acordado las siguientes resoluciones:
1º Declarar la huelga general por tiempo indeterminado a partir del lunes 3 y hasta
tanto no se consiga la libertad de los compañeros detenidos y la apertura de los
locales obreros.
2º Aconsejar muy insistentemente a todos los obreros que a fin de garantizar el mejor
éxito del movimiento se preocupen de vigilar los talleres y fábricas respectivas, impidiendo de todas las maneras la concurrencia al trabajo de un solo operario.
Fuente: Antonio López, La FORA en el movimiento obrero, Buenos Aires, Editorial Tupac, 1998.
AGN
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La represión durante el acto del 1º de Mayo de 1909 convocado en Plaza Lorea deja decenas de
muertos y heridos.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912
1909RADOWITZKY
-1917
POR EMILIO LÓPEZ ARANGO
U
n año más. Han transcurrido ya ocho
años desde aquel día, un 14 de noviembre como hoy, en que Radowitzky,
erigiéndose en juez intérprete de la justicia
popular, armó su brazo para vengar el ultraje
inferido al pueblo por aquel asesino uniformado que se llamó Falcón.
Entre los fragmentos de la bomba potente,
se revolcó la hiena que tanto placer experimentara viendo brotar la sangre de los cuerpos que, en la masacre del 1° de mayo de
1909, quedaron tendidos sobre la gran avenida. Y fue quizás en ese momento supremo,
que comprendió él, brutal y prepotente jefe de
la horda policíaca, que había una justicia más
equitativa, más compensadora, que no estaba
legislada, codificada, ajustada a las prescripciones de la ley absurda y convencional.
Todo el pueblo aprobó el acto justiciero de Radowitzky. La ley quiso amordazar
las bocas que gritaban, estrangular en las
gargantas las palabras de aprobación, y en
cualquier reunión de trabajadores que se comentaba el hecho, no faltaba el alcahuete, el
[ilegible] policíaco que denunciara a los apologistas del crimen que tenía en suspenso a
la canalla dorada que había aterrorizado a
los esbirros que oficiaban de gobernantes en
esa República supeditada al poder de un Figueroa Alcorta reaccionario y brutal que había implantado el terror negro, dando carta
El 14 de noviembre de 1909,
Simón Radowitzky, un joven
activista de origen ucraniano,
asesina al comisario Ramón L.
Falcón al atacarlo exitosamente
con una bomba en el cruce de las
avenidas Callao y Quintana. En
noviembre de 1917 el anarquista
Emilio López Arango conmemora
y reivindica ese acto en la primera
página de La Protesta.
blanca a la policía para que diera caña a los
anarquistas.
Vergüenza causa recordar aquellos días y
los que siguieron a la memorable fecha. La historia argentina tiene una página sangrienta, un
folio bochornoso, escrita por los (…) que hicieron
del poder el más ignominioso baluarte de sus
odios. El glorioso centenario de la Independencia de esta nación culminó la era de la barbarie: la canalla dorada pudo, mientras festejaban
con banquetes, desfiles y funciones de gala la
independencia argentina, asaltar los locales y
diarios obreros mientras las estrofas del himno argentino, “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”,
se entremezclaban con los gritos salvajes de
“¡Muera el extranjero! ¡Mueran los anarquistas!”.
¡Avergonzaos, argentinos! El delirio patriótico se exacerbó con el miedo, el terror
que a la cobarde burguesía causaban las
ideas innovadoras. Temblaron los prepotentes ante el tribunal de la conciencia popular, y en cada encrucijada les parecía ver
un Radowitzky dispuesto a arrojar la bomba
vengadora… ¡Y los cobardes aterrorizados
fueron fieras, donde los instintos bestiales
presidían todas sus acciones!
En el mármol perpetuaron la ignominia,
queriendo en el arte sintetizar la infamia. Un
monumento grotesco exhibe la figura simiesca del bruto. Y para mayor escarnio se dice es
erigido en “desagravio a la cultura nacional”.
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El presidio, el helado calabozo, huérfano
de aire y de luz, sirve de alojamiento al mártir
que cometió el horrendo crimen de vengar al
pueblo. La sociedad hipócrita y convencional
condenó al noble y generoso Radowitzky a una
lenta agonía, descargando sobre él la justicia
histórica su sanción infame. El mármol de la
estatua enrojecerá de vergüenza y las eternas
nieves de Ushuaia reflejarán en su blancura la
noble figura del presidiario. ¡Enrojeceos vosotros, argentinos, mientras en el blanco azul de
vuestro cielo aletea el bochorno!
Ningún homenaje mejor que recordar al
compañero que en el cautiverio purga su gran
culpa, la culpa de haber recogido en su corazón el inmenso dolor del pueblo, vengando el
ultraje inferido por los descamisados por el
polizonte Falcón, eliminando al responsable
de la masacre de mayo, del cobarde asesinato
perpetrado en plena vía pública sin que de los
potentados partiera una sola voz de reproche.
Su retrato de presidiario honra hoy las columnas de La Protesta, de este diario que es
palestra de las ideas anarquistas, que son sus
ideas, las ideas que le dan valor para seguir
soportando la vida odiosa del presidio.
¡Salud, hermano: los anarquistas, al recordarte hoy, a ocho años del día que sacrificaste
tu libertad por la causa del pueblo doliente,
te enviamos nuestro fraternal saludo a la vez
que anatematizamos a los verdugos que gozan torturándote, que sienten vesánico placer
al ensañarse en tu cuerpo de rebelde!
Fuente: Emilio López Arango, La Protesta, Buenos Aires,
14 de noviembre de 1917.
Simón Radowitzky, 1935. Salvadora Medina Onrubia, anarquista, escritora y esposa del director del
diario Crítica, Natalio Botana, fue una de las más
firmes defensoras de la liberación de Radowitzky,
quien permaneció en la cárcel de Ushuaia hasta
1930, cuando fue indultado y obligado al destierro. En Montevideo, es llevado a la cárcel nuevamente, esta vez en el penal de la Isla de Flores,
desde donde le escribe a su amiga Salvadora.
Fuente: Fondo Salvadora Medina
Onrubia/CeDInCI. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912
ASALTO A
LA PROTESTA
Tras el asesinato de Ramón L.
Falcón, la represión se ensaña con
el movimiento anarquista,
con sus periódicos y con los
sindicatos adheridos a la FORA.
En el contexto de los festejos
del Centenario, ante la posible
declaración de una huelga general
por parte de los trabajadores y la
declaración del estado de sitio, un
grupo de jóvenes de clases altas
decide asaltar locales y perseguir
a los militantes adheridos a dicha
federación obrera. Aquí la crónica
de los acontecimientos publicada
días después por el periódico.
Día 14. Asaltos en las calles
los bomberos que habían acudido de antemano al mando del Comandante Armesto
–¿a qué habrían acudido los tales bomberos?– mientras la policía permanecía impasible y sonriente.
Las turbas de “estudiantes” y patoteros
de café, que durante todo el día habían paseado por las calles cantando como ener­
gúmenos las estrofas del Himno Nacional y
apaleando a los transeúntes ignorantes de
lo que pasaba, se habían reconcentrado en
los alrededores del edificio de La Protesta
–diario anarquista de la mañana– y a las 8
de la noche se encontraban reunidas unas
mil personas, que aumentaban de vez en vez
con grupitos procedentes de los principales
clubs sociales.
La turba se agitaba cada vez más violen­ta.
Los gritos de “abajo la anarquía”, “mueran los
gringos” se hacían cada vez más nutridos.
De pronto llegan varios automóviles car­
gados de jovenzuelos conduciendo teas incendiarias y numerosas latas de nafta. Los
manifestantes se arremolinaron alrededor
del edificio abandonado –horas antes ha­bía
sido clausurado y sellado por la justi­cia– y
después, en un segundo, vertigino­samente
se lanzaron contra las puertas, ar­
mados
muchos de ellos con las mismas ha­chas de
Incendio de La Protesta
Fue cosa de segundos. Una columna de
humo blanco ascendió en la atmósfera calma hacia los cielos azules… y tras de ella
las rojas llamaradas que cruzaron en breve
todo el espacio. Era como si se hu­biese conseguido una formidable victoria, como si se
hubiese dado muerte a algún monstruo fabuloso desolador de pueblos. “La chusma
paqueta” bailaba y cantaba alrededor de la
inmensa hoguera que iba reduciendo a cenizas la imprenta de aquel diario, instalada
a costa de miles de esfuer­zos y de lágrimas
obreras.
–¡Se quemó! ¡Hemos vengado a Falcón!
–¡Se quemó! ¡La Protesta se quemó!
Y era como si se hubiera muerto una bestia fabulosa.
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Asalto a La Vanguardia
En los locales obreros
–¡A La Vanguardia!
Cuando ya no quedaba sino el rescoldo
de la hoguera, la muchedumbre sintió que
sus deseos de exterminio y de destrucción
no estaban saciados aún. –¡A La Vanguardia! –fue el grito de orden. Los más “razonables” quisieron contenerla. La Vanguardia no
era anarquista y además habíase declarado
abiertamente en contra de la Huelga General
del Centenario… Pero no hubo forma de detener aquella masa inconsciente y corajuda de
impunidad.
Cincuenta soldados del Escuadrón de Se­
guridad y otros tantos bomberos estaban
apostados frente al edificio de este diario y
bajo su custodia fueron totalmente destrui­
dos las maquinarias, las bibliotecas, los ar­
chivos. Allí se le oyó al Comandante Armesto
incitar a los incendiarios, diciendo “adelante,
muchachos, que yo también soy argentino”;
pero allí también fue dado pre­senciar la primera reacción pública contra el vandalismo
patriótico. Numerosas seño­ras y niñas asomadas a los balcones in­creparon duramente
a los asaltantes, que faltos de todo respeto a
la vida y a la dignidad ajenas pretendían completar con un incendio su labor destructora…
–¡A “La Batalla”! ¡A Méjico! ¡A Barra­cas!
–gritaban ahora los energúmenos, agi­tando
triunfalmente banderas, libros, do­cumentos,
retratos, todo lo que habían po­dido robar de
los locales asaltados.
En el local obrero, sito en Méjico 2070, se
renovaron las proezas narradas anteriormente. Empezaba la obra de destrucción, cuando
un vigilante ajeno a los sucesos que se desarrollaban hizo dos disparos al aire con intención de intimidar al grupo de manifestantes,
cuya procedencia era desconocida para él.
Se produjo una confusión espanto­sa; en la
fuga los revólveres donados por la Hípica se
descargaban en todas direcciones. “¡Sálvese
quien pueda!” era el grito de orden…
Inmediatamente acudió la policía en bus­
ca de los “anarquistas” que debían haber causado aquel desorden; pero como no se encontró ningún herido, se pensó que aque­llo había
sido una muchachada…
Después de dos horas de deliberación
inicióse nuevamente el asalto, hasta que las
puertas del local abandonado cedieron, per­
mitiendo la irrupción de los bárbaros.
Bibliotecas, archivos, periódicos, todo fue
quemado en plena calle.
Fuente: La Protesta, Buenos Aires, noviembre de 1909.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Letra con que los anarquistas cantaban el himno nacional al iniciar sus actos
a principios del siglo xx.
Recitado
Oíd mortales el grito sagrado
de anarquía y solidaridad.
Oíd el ruido de bombas que estallan
en defensa de la libertad.
El obrero que sufre, proclama
la anarquía del mundo a través,
coronada su sien de laureles,
y a sus plantas rendido el burgués.
El vil clero a la cara te escupe
y el que manda te aplique su ley.
Y el burgués tu sudor te arrebata
y te matan la patria y el rey.
Viva, viva la anarquía,
viva el pueblo productor.
Libertad, igualdad y armonía,
arte, paz, justicia y amor.
Recitado
Pero así como luchan por la redención social,
los anarquistas no olvidan la parte cultural:
diarios, libros, conjuntos filo dramáticos,
revistas culturales.
E introducen una novedad:
El payador anarquista
que, cantando,
lleva sus ideas hasta el rincón
más olvidado de la Argentina.
Fuente: Osvaldo Bayer, Los anarquistas expropiadores, Buenos Aires, Tierra del Sur, 2004.
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Discurso de Figueroa Alcorta
en los festejos del Centenario
25 de mayo de 1910. Discurso del presidente José Figueroa Alcorta en el acto
de colocación de la piedra fundamental del monumento a la Revolución de
Mayo de 1810.
Señores:
La dirección superior que rige la evolución de las cosas humanas y vela sobre el
destino de los pueblos ha prodigado sus auspicios misteriosos a la gloria del denuedo
argentino por la libertad americana, estableciendo las bases de la soberanía internacional del Continente.
¡Ningún hecho más grande entre los que ha producido uno de los más grandes
siglos de la historia!
El punto de partida del esfuerzo emancipador precede a la inspiración ardiente
del estallido mismo, viene de orígenes más templados y serenos, y tiene formación
sedimentaria en anhelos y aspiraciones colectivas que agitaban el ambiente moral del
mundo civilizado, trascendiendo a todos los ámbitos con poderosa repercusión. Ha de
ser, pues, para esos ideales de sublime grandeza que han presidido la redención política
de los pueblos, nuestro homenaje más alto en esa hora de las rememoraciones históricas
y de la cívica expansión del regocijo público.
Obra del sentimiento y de la acción popular, el esfuerzo por nuestra independencia, que
fue en los hechos un drama intenso y glorioso, y es en las elevadas consagraciones del derecho el imperio del credo democrático, corresponde al pueblo argentino el primer galardón
de la penosa jornada en la que conquistó con su sangre y su heroísmo, el escenario donde
ganaría más tarde con su actividad y su inteligencia las batallas del trabajo y la civilización.
Considérese entretanto, que en la trama de la gran epopeya se destacan entre resplandores y sombras, dominando la escena heroica los precursores y los próceres, que
encauzaron las corrientes del impetuoso movimiento y dieron orientación y modalidad
positiva a la idea redentora; y al evocarlos en este día que es todo de ellos, porque ellos
fueron la encarnación viviente de la Patria, elevemos el espíritu hacia las inspiraciones
de la verdad y la justicia, y rindamos a sus virtudes y sacrificios el tributo de veneración
con que la posteridad los consagra inmortales en la historia.
Honor, pues, a los grandes principios morales y políticos tutelares de la libertad
y del derecho humano, que infundieron en el espíritu argentino el ideal de la patria
soberana; honor a la acción cívica de un pueblo que se mostró tan digno de los viriles antecedentes de su raza, como de la suprema legitimidad de sus anhelos; honor,
en fin, a los próceres ilustres que fueron en la inspiración y en los hechos actores
eminentes del histórico drama y ofrendaron en el altar de la patria el holocausto del
heroísmo y de la gloria.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Señores:
La noche tres veces secular que sucedió a los resplandores de la conquista, gravitó
sobre el continente sudamericano como un manto aislador y esterilizante, destinado a
impedir la germinación de las ideas de progreso moral o político, y a dar estabilidad, en
consecuencia, a la dominación colonial establecida.
Una conjunción de circunstancias fortuitas estimulaba la subsistencia de aquel predominio de la inercia sistemaza [sic]: época de crisis universal determinada por múltiples factores, tenía su campo de adaptación más fecundo en la entonces lejana factoría,
aislada, desierta, inculta, a donde no alcanzaban sino apagados por el tiempo, la distancia y la fiscalización restrictiva, los ecos del mundo civilizado.
Aquella estagnación prolongada debía producir fatalmente los efectos y resultados
que le son inherentes, y de ahí que a la esterilidad y penuria en lo material y económico,
correspondiese en el mismo grado la depresión moral que bastardea los atributos de la
raza, que anula los sentimientos de cohesión social, que suprime el ideal colectivo al
libre ejercicio de la propia soberanía.
No es que la colonización española hiciera al respecto ni más ni menos que los demás predominios conquistadores de aquellos tiempos; y no para atenuar el rigorismo
extremo de la madre, que en dignísima representación recibe hoy el hijo con emoción
cariñosa en el hogar engrandecido, sino para ser fieles a la verdad histórica, debemos
considerar que los errores aludidos fueron productos del ambiente mundial de una
época caracterizada por los principios y tendencias que han resistido en luchas seculares
el advenimiento de las nuevas ideas.
Pudo ser otra, en verdad, la actuación gubernativa de la Metrópoli en el régimen
político de los estados que fundara su genio y su vigor; pero debió ser aquella, para
corresponder a la inflexible lógica de las leyes históricas, y acaso para justificación providencial anticipada de ulteriores reivindicaciones en nombre de la libertad.
La aptitud de expansión de las ideas, superior a toda coerción material, por grande
que sea el poder que la determine, abatió en nuestro caso todas las barreras; y el aislamiento, la inacción y el desierto, resultaron en definitiva antemurales ineficaces a la
propagación del verbo augusto que consagró la soberanía política de Sud América.
No hay en los anales de la evolución histórica de las naciones un hecho trascendental preparado, en sus orígenes y antecedentes, con caracteres más acentuados que el movimiento libertador de Mayo, a tal punto que, si en vez del lógico desenvolvimiento de
las acciones humanas, hubiéramos de admitir la intervención de secretos designios en
el régimen de la historia, diríamos que aquella influencia misteriosa formó el encadenamiento de los sucesos, colocando eslabones sucesivos en los principios proclamados
por la Revolución francesa, en el esfuerzo heroico de la reconquista de Buenos Aires, en
la dominación napoleónica de la madre patria, y en las mil circunstancias de múltiple
carácter que modelaron la conformación espiritual y material de la gran epopeya.
Inconexa y sin virtualidad todavía bien definida, existía ya, sin embargo, una opinión pública, que asumiendo la dirección inicial de los acontecimientos, constituiría
luego el alma y el brazo de la magna empresa; y fue en ejercicio del cometido de esa
fuerza colectiva que los patriotas de Mayo desconocieron la existencia del poder origi-
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nario del Virreinato substituido por autoridad extranjera, y proclamaron la decisión de
reasumir nuestro derecho y echar las bases del gobierno del pueblo que aspiraba a ser
libre y soberano.
Lo que fue nuestra revolución como acción militar, como actuación a la vez institucional y guerrera, como esfuerzo decisivo en los debates preliminares y en las contiendas de hecho, está consignado en anales que proclaman la nobleza y el heroísmo
de dos pueblos: fue el choque de dos gallardías cumpliendo bravamente sus respectivos
destinos, en jornadas guerreras tan gloriosas como las que más honran la abnegación de
un pueblo y el valor de una raza; fue la lucha potente y decidida de principios políticos
divergentes, que debatieron su predominio lo mismo en los cabildos y juntas deliberantes, que en los campos de batalla; fue al mismo tiempo resultado y antecedentes, acción
y dirección, impulso inmediato y actuación directa y principal en el desarrollo de los
sucesos que fundaron la independencia de los pueblos del Continente. Y cuando al término de la cruzada gloriosa, pudo su influencia indirecta en el régimen político de las
nuevas naciones, suscitar desacuerdos y recelos, mantuvo incólumes los fundamentos
de su prestigio, replegando su acción y consagrándola a consolidar en la patria la obra
institucional emprendida con el vigor de las grandes inspiraciones. Altiva y noble como su credo, la revolución de 1810 no impulsó su acción en acto
alguno del arduo proceso, al calor de pasiones y de sentimientos que no correspondieran a la grandeza de la causa; el odio, el rencor, la animosidad enconada de la guerra,
no estuvieron en la índole ni en los hechos de aquellas campañas y combates que definieron destinos superiores sin desgarrar íntimas vinculaciones: de ahí que al término
del lance viril y caballeresco, florezcan lozanos en el campo de la contienda los afectos
perdurables entre los actores de aquel intenso drama de la historia hispanoamericana.
Realizada la obra de la emancipación por el triunfo de los ejércitos patriotas, que de
Tupiza a Ayacucho se cubrieron de gloria sin amenguarla de sus contenedores, y antes
bien, confirmando las nobles cualidades de la estirpe, se inició para la nueva entidad incorporada al concierto de las naciones, el período más delicado y penoso: el de los primeros
pasos en el escenario de la vida libre, el de adaptación de nuevos estatutos políticos, el de
organización del régimen interno en sus bases fundamentales del gobierno institucional
y administrativo, el del ensayo, en fin, vacilante y medroso unas veces, y otras decidido
y violento, pero siempre eventual en los medios, e incierto y precario en los resultados.
El soldado de los ejércitos libertadores, instituido tribuno y gobernante, en una
democracia embrionaria, en un medio ambiente semicaótico, sin otro bagaje que sus
prestigiosos militares y su amor a la libertad, emprendió la obra de la organización civil
y política, sin orientaciones definidas, desprovisto de los principales factores morales
del gobierno propio, apremiado a todas las soluciones, abocado a todos los peligros, inclusive el del naufragio mismo, en el desquicio y en la inercia, de lo que había fundado
la gloria y el denuedo.
En tales circunstancias, el problema se planteó, en el conjunto de sus complicaciones, superior a los medios de solución, y a medida que avanzó desprestigiada y maltrecha la actuación de los denominados gobiernos iniciales, fue condensándose aquel
residuo sedimentoso de errores y de contiendas banderizas, hasta constituir la atmósfera vital del caudillismo, que fue a la vez causa y efecto, antecedentes y consecuencia de
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912
la anarquía política, de la guerra civil, del despotismo cruento, de la crisis moral más
intensa que un país haya sufrido en el proceso de su evolución orgánica.
No armoniza con el medio ambiente de esta hora de patrióticas gratulatorias, el
cuadro de aquel eclipse sombrío que detuvo en un largo espasmo de dolor y de amargura, el desarrollo de las aptitudes morales y materiales del país. Bástenos considerar
que también hemos triunfado –y Dios ha de permitir que sea para siempre jamás– de
aquella dura prueba, que fue en los hechos el crisol depurador de nuestras instituciones
orgánicas; y hoy luce el sol de la libertad civil y política, el inmanente sol de Mayo,
símbolo argentino de su credo y de su afán generoso por los ideales superiores de justicia y civilización; y hoy están abiertos al legítimo anhelo positivo y a las expansiones
elevadas del espíritu, el vasto dominio territorial, hospitalario y fecundo, y el horizonte
ilimitado del pensamiento y de la idea, donde se modelan todas las manifestaciones del
ansia infinita por la felicidad humana.
Ascendemos la cima con el ánimo fuerte y el paso a la vez acelerado y firme. Nos
apremian poderosos impulsos, que están en nosotros mismos, en nuestra conformación
moral y física, en las instituciones libres, en el suelo fecundo, en el clima benigno, en
la amplitud generosa de la vasta heredad, en el robusto batallar afanoso de una estirpe
nueva que se forma por selección de energías cultivadas en terreno propicio, sin amenguar la esencia de la cimiente originaria.
En plena labor, en intensa faena de múltiple expansión en todos los órdenes de la
vida colectiva, acaso pudiéramos afirmar que nos sorprende la declinación de la primera jornada secular de actuación soberana, y el advenimiento de una nueva centuria a
recorrer en el camino sin término. Y suspensa un instante la tarea, para contemplarla,
vuelta la mirada hacia el ocaso, se admira y se bendice el pasado, génesis de dolor y de
heroísmo, de sacrificios y de gloria, que forjó en los principios de libertad y de justicia el
pedestal de la Patria; mientras la orientación opuesta señala en la aurora de la era nueva,
la obra actual consolidada y engrandecida en el porvenir por el esfuerzo de las generaciones sucesivas, acrecentadas y felices en la paz del trabajo, en la armonía del derecho
y la justicia, en la solidaridad del ideal y de la acción, en la vinculación imperecedera de
los destinos comunes y de los anhelos superiores.
Alienta y fecundiza esta obra, que se manifiesta destinada a corresponder en sus
resultados finales a la grandeza de sus orígenes, el tributo de vigorosa energía impulsada
en progresión creciente de todas las naciones del orbe, en hombres e instituciones que
buscan la radicación que les corresponde en la rotación incesante del progreso. De ahí
el singularizado homenaje que debemos a los principios de redención humana que
tienen por base la libertad y la justicia, que enaltecen el concepto del bien y la noción
de la vida, que orientan los espíritus en el ritual del deber, que levantan los prestigios
al nivel de los merecimientos, que estrechan en un vínculo fuerte de armonía y de paz
a los hombres y a los pueblos, aproximándolos al ideal de la fraternidad imperecedera.
Y bien, señores: en la representación simbólica que ha de dar la gráfica exteriorización del concepto modelado por la inspiración artística, el monumento que aquí consagramos a la conmemoración de nuestra emancipación política, tendrá el múltiple significado histórico que lo determina. Representará para nosotros y para nuestros sucesores
en el porvenir, aquel esfuerzo heroico, impulsión soberana, arranque de energía genial,
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que decidió en un instante supremo de los destinos de la América Española; evocará el
proceso evolutivo del país y del pueblo argentino, con sus afanes y quebrantos por la
conquista de sus ideales y el desenvolvimiento de sus aptitudes orgánicas; y constituirá
a la vez un símbolo y un exponente de gratitud y de esperanza, de veneración y de
estímulo –de gratitud y veneración por el virtuoso heroísmo que nos dio patria–, de
estímulo y esperanza para las generaciones sucesivas que perpetúen en los siglos la altiva
tradición de Mayo, donde se inician los antecedentes históricos de nuestra incorporación al concierto de los pueblos libres.
Elevemos, entretanto, el corazón y el pensamiento a la excelsitud de las inspiraciones grandes, y confiemos al auspicio del Dios de las Naciones, como voto supremo de
esta hora, la grandeza de la Patria, la paz de los pueblos, la felicidad común.
Fuente: SEDICI, Repositorio Institucional de la UNLP. Disponible en http://sedici.unlp.edu.ar/handle/ 10915/21481.
AGN
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El presidente José Figueroa Alcorta y la Infanta Isabel de Borbón se dirigen al Tedeum en la Catedral
Metropolitana durante los festejos del Centenario argentino.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Oración patriótica de monseñor
Miguel de Andrea
El 2 de junio de 1910, monseñor Miguel de Andrea pronuncia una “oración
patriótica” de acción de gracias por el éxito de las fiestas del Centenario.
El obispo será nombrado dos años después como director de los Círculos
de Obreros Católicos, desde donde mantendrá una fuerte prédica y participación a favor de la acción social de la Iglesia católica, disputando con
los distintos partidos y agrupaciones de izquierda la influencia sobre la
clase trabajadora.
Es muy cierto, señores, que han merecido bien de la Patria, todos cuantos han tenido la misión de cooperar al éxito de nuestro centenario. (…)
Algo muy extraordinario ha pasado, señores, por el alma nacional. Algunos días
atrás, la conciencia de todos era asaltada de amargas inquietudes. Vivíamos en un ambiente de indecisión. Un hálito helado congelaba en nuestras venas el naciente entusiasmo, inoculándonos los gérmenes de un espasmo indefinido. Dudábamos del éxito:
la indecisión, madre del desaliento, era lo que respirábamos en la atmósfera. Los hijos
de las tinieblas, sintiéndose por unos momentos dueños casi absolutos del terreno, creyeron llegada ya su hora: extremaron los recursos, llegaron a los excesos, ¡nos hirieron
en la mitad del alma! Señores, yo no puedo agradecer el crimen. Pero siento tentaciones
de exclamar, ante el recuerdo de aquellas siniestras amenazas: “¡Feliz provocación!” (…)
Se había pretendido relegar a la oscuridad nuestra bandera: y nuestra bandera salió
y salió llevando por pedestal el pecho de los niños y el corazón de las mujeres, porque
se quiso hacer gala del valor, venciendo con la debilidad: y la bandera se enarboló sobre
nuestras casas, como sobre otras tantas ciudadelas del sentimiento patrio y como si
esto no bastase cincuenta mil manos viriles la enarbolaron haciéndola flamear sobre las
anchas avenidas, de suerte que por algunas horas pudimos hacernos la ilusión de que la
amplitud celeste y blanca de los cielos había abandonado las alturas en que se extiende,
para bajar a envolver entre sus pliegues y venir a besar el suelo de la Patria. (…)
Hemos arrojado los cimientos del templo de nuestra grandeza, son magníficos, son
hermosos, pero nos hallamos casi al principio de la gigante obra y debemos continuarla
en forma tal que los que tengan la dicha de celebrar la nueva centuria, tengan también
la de colocar sobre su cúpula la bandera. Estamos por lo tanto en el deber de alejar toda
causa de rémora. (…)
Ya lo habéis comprendido, señores: me refiero a la prédica malsana de las doctrinas
disolventes que vienen minando los sólidos principios de nuestra civilización. Yo no
temo hablar, señores, temería más bien callar, porque con ello haría traición a mi Patria
y a mi conciencia. El que no se siente con el valor necesario para denunciar al enemigo,
no sólo es un cobarde, sino también un cómplice. (…)
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Así os hablo también ahora y sé que responderéis, haciendo desaparecer de nuestro suelo hasta el vestigio de aquellos que alientan la esperanza de imponernos alguna
tiranía. La juventud ha respondido ya a ese llamado noble de la Patria: ha sido la
primera porque es la que menos puede contener los entusiasmos. Pero no debe ser
la única. La Patria espera la respuesta en primera fila de todos los que sois, bajo su
amparo, la encarnación de algún poder. (…) Y yo quisiera, señores, disponer en esta
circunstancia memorable, de bastante autoridad para levantar mi débil voz y pediros
en nombre de la Iglesia, la eterna aliada de la Patria, que como último tributo de
vuestro reconocimiento a los Divinos favores, formuléis el voto de no atacar jamás
su religión. Economizad en adelante esas preciosas energías para aplicarlas allí donde
imperiosamente se reclaman. (…)
Seamos francos, señores, se puede disputar y aun si queréis, atacar a la verdad, porque desgraciadamente está abandonada en la Tierra a las disputas de los hombres; pero
nunca se puede disputar, ni jamás es lícito atacar a la virtud. Brilla esta de una manera
tal que no deja resquicio alguno a la injusticia ni a la tiranía y aun cuando el cristianismo no mereciese todo vuestro respeto a título de verdad, lo merecería a título de
virtud. No lo ataquéis pues, y cuando de ello sintáis tentaciones, pensad que cada uno
de los ataques que dirijáis contra sus verdades y sus principios, contra sus prácticas y
su moral, será un nuevo golpe que descargaréis sobre los cimientos mismos del edificio
social en que descansáis: y lo que es más todavía, pensad que si os empeñáis en conmover las columnas del templo, seréis quizá los primeros en quedar aplastados debajo de
sus escombros. No nos ataquéis pues, puedo repetiros aun en nombre del patriotismo,
de ese patriotismo que habéis visto surgir del corazón mismo de la Iglesia, como de la
semilla surge la planta y como de la planta surge la flor. Esas preciosas energías que tan
sin razón se dirigirían en contra de nosotros, aplicadlas resueltamente a contrarrestar la
influencia demoledora de las doctrinas disolventes, cuya falta absoluta de razón de ser
acabamos de ver una vez más en la gloriosa semana tan llena de gloria como fecunda
en beneficios. (…)
He aquí, señores, el precioso lema que os dejo como recuerdo íntimo de mis palabras de hoy: “Dios y Patria”.
He dicho.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo
IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 183-184.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1909 - 1912
LA
RESTAURACIÓN
NACIONALISTA
POR RICARDO ROJAS
Capítulo I
Teoría de los estudios históricos
3. Objeto de la Historia en las escuelas
Constantemente se ha considerado que la
Historia sirve para sugerir el patrio­tismo.
Tanto se ha exagerado sobre ello que se ha
llegado a desmonetizar el ideal pa­triótico falsificando con frecuencia la verdad histórica.
Los viejos libros de pedagogía y los estudios
más recientes –realizados durante el vivo debate actual de estas cuestiones– abundan en
la ratificación de ese pensamiento.
En 1897 se preguntó a los candidatos al bachillerato moderno en Francia: “¿Qué fin debe
tener la enseñanza de la historia?”. Y el ochenta
por ciento contes­tó: “Promover el patriotismo”.
En los Estados Unidos, los autores del conocido Informe de los siete dan estas conclusiones de su encuesta en algunos estados:
Nevada: “Encender el fuego del patriotismo y
alimentarlo constantemente”. Colorado: “Desarrollar el patrio­tismo”. Carolina del Norte: “Hacer de nuestros niños verdaderos patriotas”.
En Alemania esa tendencia se exagera
más aún. Si la invasión napoleónica des­pertó
en 1808 el sentimiento de la nacionalidad y
sacudió a su sociedad corrom­pida, el impulso
idealista de sus filósofos tuvo raíces históricas.
Los festejos del Centenario
promueven reflexiones
sobre la identidad nacional.
En 1909, Ricardo Rojas publica
La restauración nacionalista,
exhortando a los argentinos a
estudiar su pasado seriamente
y a enseñarlo a toda la juventud.
En los siguientes fragmentos
el lector puede apreciar las
ideas de las que se sirve Rojas
para caracterizar la identidad
nacional.
Se recordó a la re­mota Germania, y se dijo que
el pueblo alemán tenía en el mundo el destino
de salvar la civilización europea, equilibrando
y completando la obra de los pueblos meridionales. El pueblo que no había cedido a la ocupación romana y que había invadido el imperio
decrépito, debía resistir ahora el cesarismo y
el sensualismo latinos, renacientes en Francia
y en Napoleón. La lección histórica de Jena y
Tilsitt, enseñada imperialmente en sus escuelas, los condujo a Sedán. El recuerdo histórico
de Sedán continúa alimentando el prestigio
de la casa prusiana y de la Prusia vencedora.
El Hohenzollern emperador ha dicho en 1889
dirigiéndose al Rector de la Universidad de
Gotinga: “Yo creo que es precisamente por el
estudio de la Historia como debe ser iniciado
el pueblo en los elementos que han elabo­rado
su fuerza. Cuanto más asiduamente se enseñe
al pueblo la Historia más to­mará conciencia
de su situación y será educado en la unidad de
grandes ideales y para grandes acciones. Espero que en los años siguientes el estudio de la
Historia cobre aún más importancia que hasta
el presente”. Y desde luego ha llegado a cobrarlo, alcanzando el patriotismo en Alemania
a asumir formas idólatras y antropomórficas.
Hoy es en aquel país, gracias a la educación
histórica, una poderosa religión primitiva.
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Las opiniones son unánimes al respecto;
y la práctica del sistema ha dado ex­celentes
resultados en algunas naciones. Pero a fin
de no extraviar el camino, ne­cesitamos definir en qué debe consistir ese patriotismo y
cómo debe servirlo la Historia sin traicionar
a la verdad, ni caer en la innoble patriotería.
Cifro en esta parte de mi Informe la creencia
de una concepción fundamental, y me permito re­clamar sobre ella la meditación de
los educadores.
El patriotismo, definido de una manera
primaria, es el sentimiento que nos mueve a
amar y servir a la Patria.
La patria es originariamente un territorio,
pero a él se suman nuevos valores económicos y morales, en tanto los pueblos se alejan
de la barbarie y crecen en ci­vilización. Por
consiguiente, a medida que el hombre se civilice, ha de ser un sen­timiento que se razone.
Su elemento objetivo, la tierra, varía también.
Puede ser la pampa ilimitada, poseída en
común por la tribu, tierra de siem­bra o tierra
de pecoreos, que a los ojos del indio triste tiene por límites la aurora y la tarde.
Puede ser el recinto amurallado de la ciudad antigua, la terra patria donde duermen
los restos de los antepasados, donde arde la
llama de las aras do­mésticas, donde el ciudadano se sabe libre, a la sombra de las divinidades tute­lares.
Puede ser, y acaso lo será algún día, toda
la tierra, toda la humanidad, como la quieren
los destructores de las patrias actuales, los
imaginadores de ciudades futuras.
En sus formas actuales, la patria se circunscribe a los límites de la Nación, con cuya
concepción política se confunde. El desear
una patria más amplia y una hu­
manidad
más fraternal, no me impide decir que la idea
moderna de nación es ge­nerosa; que las naciones ya constituidas van haciéndose cada
día más homogé­neas y fuertes; que aun por
mucho tiempo, la historia de los continentes
nuevos será la formación de nuevas nacionalidades; y que la unidad del espíritu humano y
la obra solidaria de la civilización aconsejan,
precisamente, no destruirlas, sino crearlas
y fortalecerlas. Una literatura plebeya y una
filosofía egoísta, que disi­mulaba bajo manto
de filantropía su regresión hacia los instintos
más oscuros, ha causado algún daño, en estos últimos tiempos, a la idea de patriotismo.
El in­
noble veneno, profusamente difundido
en los libros baratos por ávidos editores, ha
contaminado a las turbas ignaras y a la adolescencia impresionable. Y ha sido una de
las aberraciones democráticas de nuestro
tiempo y de nuestro país, que la obra de alta
y peligrosa filosofía circulase en volúmenes
económicos, más ase­quible que el libro nacional o que los manuales de escuela. Por
eso se hace nece­sario proclamar de nuevo la
afirmación de los viejos ideales románticos,
y decir que, en las condiciones actuales de
la vida, esa fórmula contraria a la patria, im­
plica sustituir el grupo humano concreto por
una humanidad en abstracto que no se sabría
cómo servir. En su doble carácter de esperanza y de irrealidad, esa pa­tria futura se parece
tanto a la patria celestial de los místicos, que
permite como ella eludir la acción realmente filantrópica y efectiva, cargando todas las
ventajas en favor del egoísta, que ni siquiera
tiene, como los secuaces de la otra, la corona
angustiosa del ascetismo.
Y si la patria de ahora es la nación, veamos qué valores ella suma a la tierra, su elemento originario, habiendo dicho que en tanto
el hombre se civilice, su pa­triotismo ha de ser
un sentimiento que se razone. El móvil primordial de la de­fensa se enriquecerá, pues,
con la agregación de nuevos valores, según la
medida de su propia civilización.
En efecto, el patriotismo es, en sus formas elementales, instinto puro. Mani­fiéstase,
casi exclusivamente, cuando lucha con invasores extranjeros. Los indios de la pampa,
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guerreando por su territorio, mostraron un
patriotismo elemental, pues sólo defendían
el suelo que los sustentaba y las hembras en
que perpetuaban su raza: en suma, los instintos radicales de la conservación personal
y de la con­servación específica. No sé que a
esa resistencia se mezclaran supersticiones
re­ligiosas sobre el invasor. En todo caso, ese
no era su núcleo, por eso llamo a ese estado
el del patriotismo instintivo.
Cuando los pueblos se instalaron en la ciudad antigua, el patriotismo avanzó un grado en
su evolución. La terra patria era, en definitiva,
la tierra de los padres, el suelo santificado por
sus tumbas. Esto comportaba una estrecha
solidaridad con las generaciones anteriores, y
era la continuidad del esfuerzo. El patriotismo
se ejercitaba diariamente, en la práctica de las
instituciones o del culto. Manifes­tábase, pues,
sin necesidad de la guerra, y cuando esta, se
defendía la ciudad y sus campos, no sólo por
instinto de conservación, sino también por
solidaridad con sus dioses y temor a la esclavitud, consecuencia forzosa de la derrota.
Agregábanse a la tierra y al instinto, valores
éticos y económicos, y a este período llámole
del patriotismo religioso.
En la actualidad, la patria es un territorio
extenso, la fraternidad de varias “ciudades”
en la nación. Contiene la emoción del paisaje,
el amor al pueblo natal, el hogar y la tumba
de la familia. Une a sus habitantes una lengua
o una tradición común. En caso de peligro nacional, defiéndese en la guerra lo mismo que
los in­dios o los antiguos defendían. Pero el
nuestro es, sobre todo, un patriotismo que se
ejerce en la paz, no sólo por ser la guerra menos frecuente en nuestra época, sino por ser
en la paz cuando elaboramos los nuevos valores estéticos, intelec­tuales y económicos, que
hacen más grande a la nación. El patriotismo
ejercítase así, en los tiempos normales, por
la creación de nuevas obras que acrecienten
el patrimonio nacional, por la solidaridad con
todas las comarcas del territorio común, por
la devoción a los intereses colectivos, cuyo
órgano principal es el Es­tado, todo lo cual
constituye el civismo. Cuando esos nuevos valores agréganse a la tierra, el sentimiento que
los crea y los defiende, llega al período que
llamo del patriotismo político.
Hénos ya en el momento en que el patriotismo se razona mejor. El hombre sale del
egoísmo primitivo, para entrar en un egoaltruismo fecundo. Sintiéndose demasiado transitorio, busca un objeto a sus esfuerzos, y les
da por objeto la na­ción que ha de sobrevivirlo.
Sucesor de los antepasados, conserva el patrimonio que ellos le legaran, y confía en que
después de su muerte, otras generaciones
continuarán su esfuerzo en una labor solidaria.
Si en lugar de conservar sola­mente, hubiese
acrecentado ese patrimonio y su obra, intelectual o política, hubiera alcanzado magnitudes
heroicas, aguardará sobrevivir, con póstuma
vida en la memoria de su pueblo. En medio de
una humanidad tan heterogénea y tan inmensa, mitigue el hombre su orgullo, pues ni su
inteligencia es tan grande para preocuparla, ni
su brazo tan fuerte para servirla toda entera.
Confórmese en su filantropía con los hombres
que le son más afines, y espere en su ambición
la gloria que sólo ellos pueden darle. La fama
o la gratitud universales sólo la han merecido
ciertos seres de excepción, para quienes no se
hacen la moral ni las leyes, y a veces les han
venido en añadidura de un esfuerzo patriótico.
Y si al otro, ese para quien hablo, las luces de
su espíritu lo levantasen sobre el pobre gañán
de los campos, esta fórmula de patriotismo
tiene la ventaja de que su definición política es
sólo la limitación del esfuerzo político; vale decir, todas las formas de la acción, sin que eso
excluya la solidaridad intelectual con los otros
hombres que, más allá de las propias fronteras, plasman la belleza en los mismos mármoles, buscan la verdad en una misma ciencia, o
vierten su pensamiento en un mismo idioma.
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Esa concepción moderna del patriotismo,
que tiene por base territorial y po­lítica la nación, es lo que llamo el nacionalismo.
Y puesto que la ciudad definía el patriotismo para los antiguos, veamos ahora qué definiría el nacionalismo en su sentido patriótico,
para los hombres modernos.
La nacionalidad debe ser la conciencia de
una personalidad colectiva. La personalidad
individual tiene por bases la cenestesia, o conciencia de un cuerpo in­dividuo, y la memoria,
o conciencia de un yo constante. Al fallar cualquiera de estos dos elementos, debilítase la
conciencia, llegándose hasta los casos de dos
yo sucesivos y de cuerpos físicos deformes o
dobles. Así la conciencia de nacionali­dad en
los individuos debe formarse: por la conciencia
de su territorio y la soli­daridad cívica, que son
la cenestesia colectiva, y por la conciencia de
una tradición continua y de una lengua común,
que la perpetúa, lo cual es la memoria colectiva.
Pueblo en que estos conocimientos fallan, es
pueblo en que la conciencia pa­triótica existe
debilitada o deforme.
He ahí el fin de la Historia: contribuir a
formar esa conciencia por los elemen­tos de
tradición que a ambas las constituyen. En tal
sentido, el fin de la Historia en la enseñanza
es el patriotismo, el cual, así definido, es muy
diverso de la patriote­ría o el fetichismo de los
héroes militares. La historia propia y el estudio de la len­gua del país darían la conciencia
del pasado tradicional, o sea del “yo colectivo”;
la geografía y la instrucción moral darían la
conciencia de la solidaridad cívica y del territorio, o sea la cenestesia de que hablé: y con
esas cuatro disciplinas la es­cuela contribuiría
a definir la conciencia nacional y a razonar sistemáticamente el patriotismo verdadero y fecundo. Para ello la Historia no necesitaría deformarse: bastaríale presentar los sucesos en
la desnudez de la verdad. Los desastres merecidos de la patria, los bandidos triunfantes, las
épocas aciagas, las falsas glorifica­ciones, todo
habría que contárselo a la juventud. En este
afán por descubrir y decir lo verdadero, iría
por otra parte implícita una admirable lección
de moral. La lec­ción de patriotismo fincaría, de
por sí, en el solo hecho de pensar en el pasado
y en el destino del propio país y de la civilización.
Y como se preferiría en la enseñanza los elementos populares, recónditos, de la tradición y
de la raza, para hacer ver cómo la nación se ha
formado y cómo es en la actualidad, quedaría
un margen para la historia biográfica y dramática, en la cual, tratándose de la nuestra, no
habrían de faltarnos, a fe mía, algunas figuras
ejemplares para ofrecerlas a la juventud.
Capítulo VI
La enseñanza histórica en nuestro
país
8. El nacionalismo de Sarmiento
Es acaso esta la vez primera que vamos a preguntarnos quiénes éramos cuando nos llamaron americanos y quiénes cuando argentinos
nos llamamos.
¿Somos europeos? ¡Tantas caras cobrizas
nos desmienten!
¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de
nuestras blondas damas nos dan acaso la única
respuesta.
¿Mixtos? Nadie quiere serlo, y hay millares
que ni americanos ni argentinos querrían ser
llamados.
¿Somos Nación? ¿Nación sin amalgama de
materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento?
¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo,
bueno es darse cuenta de ello.
Ejerce tan poderosa influencia el medio en
que vivimos los seres animados, que a la aptitud misma para soportarlo se atribuyen las aptitudes de raza, es­pecies, y aun de género.
Así empezaba Sarmiento su Conflictos
de las razas, libro caótico como su es­píritu y
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americano como él; y esa era la teoría que desarrolló, acaso con dema­siadas seguridades
científicas que lo llevaron a errores; pero animado de un se­guro instinto nacionalista que
no se oscureció en su vida sino a ratos, y sólo
en páginas fragmentarias.
Bajo su propaganda cosmopolizante, Alberdi organizador, Sarmiento edu­cador, Mitre
biógrafo de los Héroes, defendieron siempre
el espíritu nacional constituido por la emoción
del paisaje nativo y por la tradición hispanoamericana que llegó a sus formas políticas en la
guerra de la Independencia. El viejo bravo que
guardó en los Recuerdos el aroma patriarcal de
la colonia; que encerró en el Facundo el genio
trágico de nuestra pampa en guerra y de la ciudad en despo­tismo; que entregó en Argirópolis
el sueño de la organización civil y la cultura;
al­canzó en el crepúsculo de su vida declinante, siguiendo en avatares sucesivos el curso
de nuestra vida nacional, a vislumbrar en los
Conflictos el problema moral que comenzaba
para el espíritu argentino. Incipiente el problema y ya en el ocaso su mente genial, no logró
ni plantearlo ni resolverlo; pero quizá vibraba
una pro­funda angustia cívica en aquella pregunta postrera: “¿Argentinos? Desde cuándo y
hasta dónde, bueno es darse cuenta de ello”.
Antes de que la respuesta pueda ruborizarnos, apresurémonos a templar de nuevo la
fibra argentina y vigorizar sus núcleos tradicionales. No sigamos ten­tando a la muerte con
nuestro cosmopolitismo sin historia y nuestra
escuela sin patria. Si lealmente queremos una
educación nacional, no nos extraviemos, como
nuestros predecesores de 1890, en la cuestión
de las ciencias y del latín. No nos suicidemos
en el principio europeo de la libertad de enseñanza. Para restau­rar el espíritu nacional, en
medio de esta sociedad donde se ahoga, salvemos la escuela argentina, ante el clero exótico,
ante el oro exótico, ante el poblador exótico,
ante el libro también exótico, y ante la prensa
que refleja nuestra vida exótica sin conducirla,
pues el criterio con que los propios periódicos
se realizan, carece aquí también de espíritu
nacional. Predomina en ellos el propósito de
granjería y de cosmopolitismo. Lo que fue sacerdocio y tribuna, es hoy empresa y pregón
de la merca. Ponen un cuidado excesivo en el
mantenimiento de la paz exterior y del orden
interno, aun a costa de los principios más altos,
para salvar los dividendos de capitalistas británicos, o evitar la censura quimérica de una
Europa que nos ignora. Dos planas de anuncios de servicio reflejan en ellas la inmigración
famélica que congestiona la Ciudad. Diez páginas de avisos comer­ciales reflejan nuestra
anormal vida económica de especulaciones y
remates. Dos planas de colaboración europea
frecuentemente inferior a la propia y mejor
pa­gada que esta, denuncia la superstición que
rendimos a ciertos nombres ex­tranjeros. Diez
columnas de cablegramas, con noticias cuya
importancia dura veinticuatro horas, publican
aquí sucesos de aldeas italianas y rusas, tan
minu­ciosas y sin trascendencia, que apenas
si se publican allá en sus periódicos lo­cales.
Varias columnas de crónica social, que suele
ser, en extensión e inocuidad, ni más ni menos
que en los periódicos de Madrid su larga crónica de toros, es­timulan la vanidad femenina,
continuando la deliciosa educación del Sacre
Cœur que Ellas reciben. Una página de carreras satisface la curiosidad de las muchedumbres que en la ciudad viven para ellas y dan
a un caballo o a su jockey la admiración que
otros pueblos dispensan a su gran poeta o a su
primer trágico. Retratos frecuentes, del obispo
de Burdeos o del sobrino de un hermano del
Emperador de Austria, que murieron la noche
anterior en Austria o en Burdeos, ocu­pan el sitio que corresponde al hombre admirado por
la humanidad o al servi­dor del país, que muere
olvidado en un rincón de provincias, sin retrato
ni necrología metropolitanas. Quedan sólo las
columnas restantes para los in­tereses nacionales; y eso es lo que constituye nuestra pren-
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sa, sin contar la revista que a fin de año publica
el número almanaque, profuso de fotografías
extranjeras, y por única producción americana,
cincuenta páginas de mediocre litera­tura pedidas expresamente a los escritores de Europa.
El cuadro no es ha­lagüeño, sin duda; pero no
he querido omitir sus detalles, porque aparte de ser un reflejo de nuestra vida actual, el
periódico, y como él la revista y el libro, son
la continuación de la escuela, interesándonos,
por consiguiente, la obra de edu­cación o de extravío que ellos realizan en la sociedad.
La parte que nuestro mal sistema de educación, demasiado europeo, haya tenido en
la formación de tal ambiente, es grande, sin
duda; pero no es exclusiva. Causas geográficas, étnicas y económicas han colaborado con
ella. Estas últimas han sido a la vez motivo
de nuestros errores pedagógicos. Nuestra
enseñanza fue producto de ese ambiente;
pero ahora, ante los extremos a que el error
ha llegado, dentro y fuera de la educación, debemos reaccionar a fin de transformar la es­
cuela en hogar de la Ciudadanía.
Tal pensamiento cree contener la fórmula
concreta de la educación nacional que venimos reclamando ha tantos años y que una vieja inquietud sentimental bus­caba por caminos
extraviados. Y una vez que para servir ese ideal
hayamos restau­rado la enseñanza de la Historia, la Geografía y el Idioma, deberemos unirlas
en un solo cuerpo de Doctrina Moral.
Me ha parecido, al estudiar la educación de
los países visitados, que se podría definir en
cada uno de ellos ciertos núcleos espirituales
que los caracterizan. En Inglaterra, cultívase la
personalidad y se hace reposar la conducta en
las san­ciones religiosas de la conciencia, más
que en las sanciones externas del orden social.
En Francia, cultívase la libertad de la crítica y
se prepara al ciudadano para una democracia
francesa, banderiza en el orden interno, pero
generosa en su historia de trascendencia universal. Alemania cultiva sus alemanes, en la
extraña mezcla de metafísica y de imperialismo que constituye lo singular de su espíritu,
encauzando en disciplinas militares las aptitudes con que cada uno contribuye a la victoria
del ideal germánico. Italia, vibrante en la fuerza y la gloria de su tradición, cultiva la unidad
cronológica de las sucesivas civilizaciones
que han florecido en su suelo, pero consuma
la unidad política, preparando a sus hijos para
una nueva civilización italiana.
Acaso cada uno de esos núcleos espirituales sean, más que puntos de partida, consecuencias de la raza homogénea y del pasado
remoto. Careciendo nosotros de estos elementos, nos equivocaríamos al adoptar cualesquiera de ellos por delibe­ración. Esas naciones
preexisten espiritualmente, y subordinan a su
espíritu sus instituciones. En ellas el pueblo
ha sido anterior a la nación. La peculiaridad
de nuestra historia, desconcertante para cualquier estadista, consiste, por el contrario, en
que constituida la nación, esperamos todavía
poblar el desierto y crear el alma de un pueblo.
Este es nuestro problema más urgente. A él
debemos subordinar nuestra educación.
Saber si hemos de preferir las disciplinas
morales de los ingleses, las disci­plinas intelectualistas de los franceses o las disciplinas militares de los alemanes, acaso sea imposible, por
ser aún prematuro. Cualquiera de las tres realiza sus fines cuando brota del espíritu de una
raza. Tratándose del actual espíritu ar­gentino,
que no ha revelado hasta ahora ninguna aptitud
metafísica y que tiene una historia de desórdenes, las disciplinas alemanas difícilmente podrían adoptarse. Descendientes de españoles,
de indios y de europeos meridionales, somos
sensuales y realistas. Somos individualistas e
intelectualistas además, de ahí que acaso nos
conviniera, como ideal realizable, algo que participase de las disciplinas francesas y británicas a la vez. Pero, como antes dije, todo esto es
prematuro. Quizá fuera mejor librarlo al tiempo y a la experiencia de los profesores, practi­
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cando, entre tanto, una educación integral, de la
inteligencia, de la sensibilidad y del carácter.
Nuestro fin, por ahora, debe ser el crear
una comunidad de ideas nacionales entre todos los argentinos, completando con ello la caracterización nacional que ya realiza de por sí
la influencia del territorio. La anarquía que hoy
nos aflige ha de ser pasajera. Débese a la inmigración asaz numerosa y a los vicios de nuestra educación. Pero el inmigrante europeo de
hoy es como el de la época colonial: vuelve a su
tierra o muere en la nuestra; es algo que pasa.
Lo que perdura de él es su hijo y la descendencia de sus hijos; y estos, criollos hoy como en
tiempos de la independencia, tienen ese matiz
común que impóneles el ambiente americano.
En cuanto a la educación, esperemos que sus
vicios, ya señalados, han de subsanarse, por
una intensificación de los estudios nacionales,
pues conocer nuestro territorio, la vida de las
generaciones anteriores que en él lucharon y
cultivar el idioma histórico de un continente, es
ya tener una pauta más cierta para el fu­turo.
No constituyen una nación, por cierto, muchedumbres cosmopolitas cosechando su
trigo en la llanura que trabajaron sin amor.
La nación es además la comunidad de esos
hombres en la emoción del mismo territorio,
en el culto de las mismas tradi­ciones, en el
acento de la misma lengua, en el esfuerzo de
los mismos destinos. Y puesto que la propia
fatalidad de nuestro origen nos condenaba a
necesitar del brazo ajeno para labrar nuestra
riqueza, todo nos conminaba a la cultura de
nuestro patri­monio espiritual. Tal debió ser la
preocupación moral de nuestra enseñanza,
cuando apenas fundada, vimos iniciarse en el
país la venal anarquía cosmopolita. Autorizábanos a ello, el ejemplo extraño y las propias
necesidades. Y siendo la emoción del propio
territorio, la tradición de la propia raza, la persistencia del idioma propio y las normas civiles del propio ambiente, elementos vitales de
nacionalidad, aban­donamos esas cuatro dis-
ciplinas a la bandería del manual extranjero
y a la ciencia de la lección rutinaria, dejando
que la Geografía, la Historia, la Gramática, la
Moral, que respectivamente corresponden a
aquellas en la enseñanza, se redujeran a ejer­
cicio mecánico, sin las sugestiones estéticas,
políticas y religiosas que deben vitalizar esos
estudios. Nuestro sistema falló también, según lo he demostrado, a causa del vacío enciclopedismo y la simiesca manía de imitación,
que nos llevara a estériles es­tudios universales, en detrimento de una fecunda educación
nacional. Así se explica que estén saliendo de
nuestras escuelas argentinos sin conciencia
de su territorio, sin ideales de solidaridad histórica, sin devoción por los intereses colectivos, sin interés por la obra de sus escritores.
Ante semejante desastre, y en presencia
de la escuela nacional de otros países, que
capítulos anteriores han procurado describir,
he comprendido hasta qué peli­grosos extremos falta a nuestra enseñanza el verdadero
sentido de la educación nacional. Si naciones
fundadas en pueblos homogéneos y tradición de siglos, lejos de abandonarla, tienden
a fortificar la escuela propia según lo expone
mi en­cuesta, esto es tanto más necesario en
naciones jóvenes y pueblos de inmigración. Al
pretender fundar la nuestra en una teoría de
la enseñanza histórica y las hu­manidades modernas, creo haber encontrado el verdadero
camino, abandonando la interminable cuestión de las humanidades antiguas, más europea que ameri­cana, para pedir a la Historia y
la Filosofía una disciplina moral en el orden
político, y en el pedagógico una conciliación
de las letras y de las ciencias, cansadas de
disputar sobre el latín, campo entre nosotros
de estériles y artifi­ciosas discusiones.
Fuente: Ricardo Rojas, capítulo I, punto 3: “Objeto de la Historia en las escuelas” y capítulo VI, punto 8: “El nacionalismo de Sarmiento”, en La restauración nacionalista, La Plata,
UNIPE, Editorial Universitaria, 2010, pp. 59-63 y 216-220.
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Grito de Alcorta
La huelga agraria que el 25 de junio de 1912 estalla en la ciudad de Alcorta,
provincia de Santa Fe, marca la irrupción de los chacareros en la política nacional del siglo xx al dar origen a su organización gremial representativa: la
Federación Agraria Argentina. En el año del 75º aniversario del Grito, don Antonio Diecidue, uno de sus dirigentes, condensó su historia en un libro. Lo que
sigue son los prolegómenos y el manifiesto de la fundación de la Federación.
En Bigand estalló el primer explosivo
Ocurrió en la tarde del 15 de junio de 1912. En la plaza del pueblo de Bigand se
reunieron alrededor de mil personas. Allí estaban los agricultores y los hombres del
pueblo en un gran mi­tin, donde se iban a tratar los problemas de los chacareros, especialmente en lo concerniente a los arrendamientos y plazo de los contratos.
Ocupó la tribuna el joven agricultor Luis J. Fontana, quien, en una magnífica improvisación, trató la afligente situación de los agricultores y fustigó la avaricia de los terratenientes lo­cales, terminando su enérgica arenga con un “¡viva la huelga!”, palabras
que fueron recibidas por la multitud con delirantes gritos de aprobación y repitiendo:
“¡A la huelga, a la huelga!”
Se había roto el primer eslabón de una larga cadena que venía oprimiendo al agricultor desde hacía más de medio si­glo.
Restablecida la calma, aquella multitud se transformó en asamblea deliberativa,
bajo la presidencia de don Manuel Márquez.
Se hizo un examen de la situación imperante en el campo y se resolvió solicitar a los
dueños de tierra, una rebaja en los arrenda­mientos y las aparcerías; disponer del 6 por
ciento de la misma en forma gratuita, destinada al pastoreo de los animales de trabajo;
libertad de trillar con la máquina que más conviniera al agricultor; que cesaran los
desalojos y se hicieran por escrito los nuevos con­tratos. También se resolvió dirigir un
petitorio en tal sentido a cada propietario y darles un plazo de 15 días para que contestaran. De no obtenerse una respuesta favorable, quedaría declarada una huelga general.
Para atender las tramitaciones con los propietarios y mante­ner el estado de alerta,
se nombró una comisión especial, inte­grada por las siguientes personas: Ramón Avilés
(Presidente); Luis J. Fontana (Secretario); Vocales: Manuel Márquez, Tomás Boretto,
Evaristo Franchini, Juan Lescano, Miguel Telesco, Cruz Palau y Felipe Hernández. Por
último se resolvió realizar una nueva asamblea pública el día 30 de junio, para informar
sobre las gestiones realizadas y tomar resoluciones definitivas.
El principal terrateniente, Víctor Bigand, al ser notificado por la comisión de gestiones, contestó a sus colonos por intermedio de una carta abierta que publicó en el
diario La Capital de Ro­sario. Entre otras cosas les decía en la carta “que no aceptaba
imposiciones, pero que estaba dispuesto a tratar el pliego de condiciones, fijando el día
3 de julio de 1912 para celebrar una reunión conjunta”.
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Según opinión de Antonio Diecidue, y aunque en apariencia po­dría considerarse
como un detalle sin importancia, en mérito a la ver­dad, se deja constancia que en el
acto del 15 de junio en Bigand, como en los posteriores, la conducta del comisario de
policía de di­cha localidad, señor Jacinto J. Moreno, fue muy correcta, compar­tiendo la
jornada con toda simpatía hacia la causa de los agricultores.
Alcorta, aprestos para la jornada del 25 de junio
Los agricultores de Alcorta actuaban aceleradamente, reali­zando una acción que
abarcó toda la zona y adyacencias. Se había formado una comisión especial presidida
por don Francis­co Bulzani y que integraban los agricultores Menegildo Gasparini y
Francisco Peruggini. El día 17 de junio se realizó la primera asamblea, para dar forma
concreta a la campaña que venían efectuando y para establecer las condiciones básicas
a fijarse en el petitorio que se elevaría a los dueños de campo y a los subarrendadores.
El acto se llevó a cabo en el local de la Sociedad Italiana, bajo la presidencia de Bulzani.
Las deliberaciones de la asamblea fueron importantes. Se puso de manifiesto la unánime decisión de exigir a los propieta­rios, rebaja de los arrendamientos y un contrato
escrito por cua­tro años de duración como mínimo y mayor libertad de acción.
Se fijó la fecha del 25 de junio para la realización de una nue­va asamblea, invitando
a asistir a la misma a los propietarios y a los subarrendadores de tierra. Se confeccionó
un acta contenien­do las causas principales que habían provocado la afligente si­tuación
de los agricultores, consignando a la vez, el propósito de mantenerse unidos y disciplinados, por ser la única manera de vencer la resistencia de los locadores.
El diario La Capital de Rosario, con fecha 19 de junio, hizo un extenso comentario
sobre esta asamblea; con fecha 22 de junio, anunció, con el título Mitin de agricultores la asamblea del día 25. El mismo diario, en su edición del 24 de junio, volvió
so­bre el tema diciendo: “Consideramos al problema agrario muy gra­ve y opinamos que
debe resolverse sobre el tapete de la realidad”.
La acción de los agricultores de Bigand y Alcorta había, por fin, llegado a interesar
al periodismo hasta alarmarlo, frente a la decisión de los hombres de campo, de paralizar las labores, de­clarando la huelga en señal de protesta y como medio de defen­sa de
sus derechos a una vida digna.
Diarios de la Capital Federal también se ocuparon de este tema.
Se estaba produciendo en el país, al menos, una toma de conciencia sobre el aterrador problema de la familia agraria y se advertía a los poderes públicos que pusieran
remedio al mal. (…)
25 de junio de 1912. “Grito de Alcorta”
El paciente, metódico y eficiente trabajo de persuasión de los dirigentes, dio sus óptimos frutos en la jornada del 25 de junio de 1912, en la gran asamblea de Alcorta, donde
se reunieron más de dos mil personas. En una carta escrita por don Nazareno Lucantoni,
que actuó en aquellas jornadas, decía: “Los agriculto­res de las colonias La Adela y La Sepultura formaban una caravana de sulkys que cubría tres kilómetros del camino”.
Además de los agricultores se hicieron presentes nutridos núcleos de productores de
las colonias pertenecientes a los veci­nos distritos de Bombal, Bigand, Casilda, Fuentes,
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Chabás y Paz. En esta última localidad actuaba el Cura Párroco Pascual Netri, hermano del sacerdote José Netri, de Alcorta. Ambos te­nían mucho predicamento entre los
colonos y, desde el comien­zo, proporcionaron consejos prudentes.
El Dr. Francisco Netri viajó desde la ciudad de Rosario, acompañado por un grupo
de periodistas, siendo recibido en la estación por los miembros de la comisión organizadora y más de mil agricultores que vivaban su nombre y aplaudían su presencia con
ferviente entusiasmo.
De inmediato se trasladaron al salón de la Sociedad Italiana en cuyo lugar la concurrencia superaba las dos mil personas.
Iniciación de la asamblea
Con una sala colmada al máximo de su capacidad, se dio comienzo al acto, sin
mayores preámbulos, previas improvisadas palabras de don Francisco Bulzani, en su
calidad de presidente de la Comisión constituida. Con respecto a la presencia del
abogado Francisco Netri, dijo que participaba en calidad de ase­sor, servicios que se
le habían solicitado en previsión de que los propietarios de campo asistieran acompañados por sus respecti­vos consejeros. Se resolvió iniciar las deliberaciones con la
total ausencia de dueños de campos y de los subarrendadores, quie­nes habían sido
especialmente invitados.
En los primeros momentos se escucharon severas manifes­taciones, condenando la
actitud de los terratenientes y los inter­mediarios expoliadores.
Como fidedigna e histórica memoria de aquel evento, nada mejor que transcribir los principales conceptos de un periodista que presenció la asamblea y escribió la
crónica de los actos, en el diario La Capital de Rosario, del día 26 de junio de 1912 y
que decía: “Se ha celebrado ayer en Alcorta la importante asam­blea de colonos de ese
Departamento, en el cual, después de varias incidencias, entróse a tratar de lleno una
cuestión de or­den económica, de suyo eminentemente compleja y delicada, pero que
fue abordada con serenidad y tino por los manifestan­tes, reduciéndola a los términos
sintéticos de un principio ele­mental realizable prácticamente y cuya base reside en un
fenó­meno de independencia moral del trabajador de la tierra, que traería por consecuencia su mejoramiento económico. El colono se siente dueño absoluto de sus actos
y se resiste a ejecutarlos bajo el imperio de contratos que restringen su liber­tad individual; se siente dueño absoluto de su trabajo y quiere per­cibir sus frutos. Es el principio
latente del socialismo agrario de los antiguos romanos, el que alienta sus protestas,
airadas si se quie­re, pero que están exentas de los modernos sectarismos. Con la intuición perfecta de sus derechos y sus deberes, piden antes que todo, que una vez pagados
los arrendamientos de sus cosechas que le dan derecho a cultivar las tierras ajenas, se
les reconozca su soberanía absoluta para disfrutar del rendimiento de sus cose­chas sin
obligaciones posteriores, que no sean precisamente las que una razón de conveniencias
entre patrones y colonos, acon­seje. Ayer han declarado la huelga en forma oficial los
agricultores de Alcorta, y al atraerse la simpatía y la adhesión de otras colonias circunvecinas, han planteado el primer jalón de un proyecto de resurgimientos individuales, en
el terreno donde se agitan los es­fuerzos colectivos de una pléyade de hombres, rudos de
trabajo y sanos de alma, incontaminados por los resabios y refinamientos de los granMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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des centros urbanos, hasta los cuales llega, periódica­mente, a través de las leyendas de
nuestras grandezas, el grano abundante que los trigales rinden bajo el sudor fecundo de
un mi­llón o dos de honradas frentes. El aspecto era imponente, pues aquella gran masa
de hom­bres acostumbrados a empuñar el arado, convertida en asamblea deliberativa,
causaba una impresión casi exótica y semejante en algo a las que producen en el ánimo
del observador, los grandes concursos populares en que se debaten cuestiones ideológicas, de índole política o doctrinaria, en pro del resurgimiento de las colectividades
conscientes de sus derechos”.
Deliberación y conclusiones
Después de un breve cuarto intermedio para almorzar, los asambleístas continuaron las deliberaciones hasta las cinco de la tarde. El tema básico fue la discusión de
un nuevo contrato de arrendamiento, en base al proyecto elaborado por la comisión
or­ganizadora con el asesoramiento del doctor Netri. Hechas algunas modificaciones,
surgidas en la asamblea y debidamente discutidas y aprobadas, el proyecto de contrato
de arrendamiento y aparcería a sostenerse ante los propietarios, en sus partes esenciales,
con­tenía las siguientes condiciones básicas:
1º Contrato escrito y por un plazo mínimo de cuatro años.
2º Arrendamientos y aparcerías: en el primer sistema, pagar un máximo de $ 25.00
por cada cuadra y por año, con pagos se­mestrales; en aparcerías, abonar el 25 por
ciento de la producción puesta en parva y troje y como salga.
3º Absoluta libertad de: trillar y desgranar con la máquina que el locatario disponga;
vender, comprar, asegurar sus semente­ras, donde más le convenga al agricultor.
4º Derecho de disponer gratuitamente del 6 por ciento del área total de tierra, destinada al pastoreo de los animales de tra­bajo y vacas lecheras.
5º Suspensión inmediata de todo juicio de desalojo y formal compromiso de no tomar
represalias por la actitud de resis­tencia de los agricultores en la presente emergencia.
Declaración de la huelga
Aprobadas las condiciones contractuales fijadas y ante la manifiesta actitud de los
locadores, al no contestar las solicitudes cursadas por los agricultores pidiendo la formalización de un nuevo contrato de locación, más equitativo en cuanto concernía a los
derechos del agricultor y ajustado a los valores reales de los cereales y oleaginosos y a
los costos de producción, la asam­blea, por unanimidad, resolvió declarar la huelga por
tiempo in­determinado, con la expresa declaración de invitar al resto de los agricultores
del país a plegarse a la misma y hacer un movimien­to nacional.
Comisión de huelga
Para integrarla, fueron designados los agricultores: Francis­co Bulzani, como presidente; y como vocales, Francisco Peruggini, José Digiari, Alberto Abruccese, Menegildo Gasparini, Damiano Orfinetti, Luis Ricovelli, Domingo Giampaulo y Francis­co
Capdevila, con facultades de extender su acción a los lugares –fuera del distrito de
Alcorta– donde los agricultores pidieran colaboración.
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Netri: asesor general
El doctor Francisco Netri fue designado asesor general de todo el movimiento de
huelga, además de prestar sus servicios profesionales al conjunto de agricultores plegados a aquel even­to.
La jornada del 25 de junio de 1912 fue algo más que una asamblea agraria;
constituyó un impor­tante e histórico acontecimiento nacional; por sus positivos e inmediatos resultados y por sus proyecciones, en los múltiples aspectos
sociales del quehacer agrario del país. Declarada la huelga en alcorta, se echaron de inmediato las bases para organizar el gremio y uniformar sus aspiraciones, en una permanente acción sindical agraria evolucionista y constructiva.
El manifiesto
Federación Agraria Argentina: Al pueblo de la República Ar­gentina.
Constituida solemnemente la Federación Agraria Argentina, aprobados sus estatutos en la memorable y democrática Asam­blea del día 15 de agosto, fecha que
deberá esculpirse con caracteres de oro en los anales del progreso del gran Pueblo
Ar­gentino; nombradas las autoridades de la misma, estas entien­den cumplir un deber
ineludible, iniciando su misión de orden y justicia lanzando este manifiesto al pueblo
de la República, manifiesto que es un trasunto fiel de los propósitos que animan a las
referidas autoridades en momentos tan angustiosos y críticos para la economía nacional, que aún hoy, aunque atenuado por el buen sentir de los demás, sigue reclamando
el concurso de todos los habitantes de buena voluntad para hallar en plazo breve y
pe­rentorio, la fórmula que conduzca a la más rápida solución del conflicto.
Por las razones expuestas, el Comité que tengo el honor de presidir se dirige, no
solamente a sus adherentes sino también a las autoridades nacionales y provinciales,
a los terratenientes, a los intermediarios, a la prensa, a los ciudadanos honestos o
in­fluyentes, de todos solicita el concurso liberal y desinteresado que demanda la producción agrícola nacional amenazada y el estado precario e insostenible de los que
riegan con el sudor de su frente la tierra argentina, destinada a cumplir, según los
augurios de los grandes estadistas, Alberdi, Rivadavia, Sarmien­to, un rol de primer
orden en el progreso mundial, progreso del que ya podemos enorgullecernos y considerar como el punto ini­cial de una grandeza sobre la que se basamenta el progreso
glo­rioso de la Patria Argentina.
A fin de destruir perjuicios y versiones interesadas en torcer el verdadero significado
de la Federación Agraria Argentina, en nombre de la misma y de los millares de colonos
que representa, declaramos:
1º Que no existe espíritu de odio y de hostilidad contra te­rratenientes e intermediarios.
2º Que la lucha iniciada y a proseguir inspírase solamente en las conveniencias mutuas
de humanidad y de justicia.
3º Que la intransigencia no es posible ni aconsejable ante los intereses colectivos e
individuales en pugna mucho más cuanto que afectan hondamente a la riqueza
nacional en general y en particular a la de las regiones en disidencia.
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4º Que el sectarismo, sea cual fuere, no tendrá influencias de ningún género en las
deliberaciones del Comité Central Direc­tivo, ni en ninguno de los actos de la Federación Agraria Argentina.
5º Que las autoridades de la Federación Agraria Argentina, lejos de cuanto en contra
se ha dicho, hállanse dispuestas a de­mostrar el mayor grado de cultura y sensatez y
a aconsejar en todo momento y ocasión la transacción honrosa, que no sea lesiva
para ninguna de las partes contendientes, contribuyendo de este modo a solucionar
el actual conflicto con la mayor rapidez y justicia.
6º Que el Comité Central de la Federación Agraria Argenti­na hállase dispuesto también, tanto por el espíritu de justicia que lo anima, tanto por mandato imperioso de
los estatutos aproba­dos, a realizar todos los esfuerzos imaginables para conseguir los
propósitos que se persiguen y que, a posteriori, redundarán en beneficios de todos.
Por lo tanto: en nombre del Comité Central Directivo que presido, hago un sincero y
cordial llamamiento a todos los hom­bres de buena voluntad, a los propietarios, explotadores
de la tierra, intermediarios, y simples voluntarios de nuestra causa, para que cada uno en la
medida de sus fuerzas y posibilidades, depo­niendo toda actitud de intransigencia y concertando arreglos hon­rosos y justos con los colonos que aún no han podido conseguir mejoras,
imitando con ello, el encomiable ejemplo de los que, dando una prueba de patriotismo y
justicia, no han tenido inconveniente en escuchar las reclamaciones de los oprimidos, ense­
ñando el camino que ha de conducir a la normalización del esta­do actual de las cosas y a la
terminación del conflicto latente, aspiración lógica de la Federación Agraria Argentina.
Antonio Noguera, Presidente;
Alejandro Segura, Secretario;
Dr. Francisco Netri, Asesor Letrado
AGN
Fuente: Federación Agraria Argentina, El grito de Alcorta. Antecedentes, causas y consecuencias, Rosario, 1995,
pp. 34-42 y 82-85.
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Manifiesto de la Unión Cívica
Radical sobre las elecciones
de 1912
La Ley Sáenz Peña o Ley 8.871, sancionada en 1912, establece el voto universal, secreto y obligatorio, exclusivo para ciudadanos argentinos varones,
nativos o naturalizados. Esta reforma en la legislación electoral inaugura un
clima general de democratización y modernización de la política argentina. La
Unión Cívica Radical pone entonces fin a su política de abstención electoral.
Al Pueblo de la República
El Comité Nacional, ante la jubilosa esperanza de alcanzar por la paz, bajo los
auspicios del derecho electoral, las reivindicaciones morales y políticas, ha sancionado
una nueva reorganización general, con carácter de la más amplia convocatoria pública.
Dadas las perspectivas que así se diseñan y que no obstante demandarán siempre
grandes esfuerzos, la Unión Cívica Radical se dirige a todos los argentinos, incitándolos
a incorporarse, para robustecer la acción de sus austeros principios, en pos de los superiores objetivos que encendieran su fe en la vasta y azarosa obra.
Esos esfuerzos que supieron mantener y avivar el calor del espíritu nacional, reconcentrado bajo una enseña de noble y altiva resistencia, no decayendo jamás en la
perseverante demanda, han traído como lógica resultancia derivativa, el comienzo hacia
la realidad, de los grandes y justos anhelos, profanados por los gobiernos rebeldes a las
consagraciones legales y a los comicios honorables y garantidos, por cuyo medio únicamente es posible el imperio de la verdad institucional y la morigeración de las prácticas
subvertidas en el orden político.
Impulsada siempre por las más patrióticas sugerencias y en mérito a la causa reparadora, la Unión Cívica Radical incita a concurrir a todos los ciudadanos que animados
de un espíritu de perfeccionamiento moral y político, quieran solidarizarse con la ímproba pero honrosa tarea a que desde un cuarto de siglo está consagrada.
Los hechos que ha producido, exclusivos por su alta índole cívica en los anales políticos de la nación, desde los comienzos de su vida y en su prolongada lucha, hablan con
demasiada elocuencia a la compenetración de los espíritus sanos, que fijan su visión en
los destinos de la república y piensan que no puede haber sendero más recto y seguro
para el advenimiento de la justicia en el ejercicio de los derechos y libertades, que la
unidad efectiva en el ideal del pueblo y del gobierno, plasmada en la solemne aspiración
que significa la realidad de la democracia y de la patria constituida.
Corresponde, pues, a los dignos hijos de la nación, engrosar con sus filas, para llevar
a la cima la eminente obra definitiva de la reducción nacional.
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La Unión Cívica Radical plenamente vencedora en los principios que sustentara
desde su constitución, y triunfante en los comicios que hasta ahora se han abierto
legalmente por su impertérrita demanda y su vigoroso impulso, aspira como siempre
para la soberanía argentina los beneficios que ha alcanzado en la inflexible fórmula de
las condignas exigencias, blasonada por el ejercicio de la ciudadanía y la integridad
con que se acentuó su constancia, en igual grado que su resistencia, a los regímenes de
sojuzgamiento imperantes.
En consecuencia, llama a todos los que se sientan con las energías cívicas suficientes
para llevar a término la trascendental obra que fijara los caracteres legítimos de los gobiernos y los rumbos definitivos de la república.
La Unión Cívica Radical surgió al embate poderoso de la opinión para derribar el
predominio que en hora fatal se apoderó de los destinos del país, avasallando sus atributos y prerrogativas más sagradas.
A su sombra se congregaron las valentías indomables que han esplendido en su
historia y el pueblo argentino concurrió en todos sus exponentes, con las únicas excepciones del egoísmo, la prevalencia y el negociado.
Y así como la patria naciente se homologó en el propósito de la independencia y en
el ideal de las propias reivindicaciones, a su turno se agrupó nuevamente, unificada en
la Unión Cívica Radical.
Organismo del pueblo y para el pueblo, sus filas se nutrieron de sus filas, sus huestes se formaron de sus huestes, y cuando su bandera se alzó en la protesta armada, o se
desplegó en el atrio, a su sombra gloriosa se le vio siempre con todos los prestigios de
sus heroicas tradiciones.
Movimientos de tal naturaleza se han sucedido indefectiblemente en el mundo, en
análogas situaciones, recogiéndose y acallándose las tendencias y juicios singulares, para
confundirse en la reacción inevitable y fecunda en que se agitan las naciones en trances
anormales, cuando los gobiernos, derribando todo lo constituido, en el ansia insaciable
y torpe de perpetuarse en las situaciones usurpadas, han violado los sólidos fundamentos de la moral y la justicia, posponiendo el interés propio al bien común y haciendo de
los cargos, públicos puestos de aprovechamiento y de lucro.
Sociedades trabajadas por tan hondas perturbaciones han sentido reavivada la savia
de su virilidad, los imperativos del deber y los mandatos del honor.
Cuando estas luchas se empeñan contra los que han olvidado las glorias y han
renegado de las grandezas de la patria, el esfuerzo que se requiere para llevar a término empresa tan ardua es mucho más cruento, porque contra el enemigo extraño no
caben ni disensiones ni excusas, que hay que soportar cuando se combate dentro de
la propia nacionalidad.
Servirá de ejemplo luminoso el concepto en que se ha planteado y se viene resolviendo una contienda de tan magnas proporciones, sin que nada haya rozado la limpidez de sus idealidades.
El estudio psicológico que analiza las acciones humanas, discernirá el mérito que
entraña consolidación tan fundamental, sin haber empleado en el fatigoso recorrido
un solo recurso que no fuera el de la dignidad, un solo medio que no lo dictara el más
acendrado patriotismo.
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La Unión Cívica Radical ha llenado la escena de la resistencia nacional y la ha culminado, conforme con la lógica de los sucesos y de los acontecimientos, exteriorizando
a la nación en un orden tan superior, que nunca se vieron causas más austeras y denodadamente defendidas. Ha bregado instruyendo y dando ejemplos de estímulo y alientos
incomparables, cumpliendo la misión grande y noble de realizar la absoluta solidaridad
de la patria con el pasado y el porvenir, sin que consiguiera desviarla el aturdidor movimiento de los halagos ni la influencia fascinadora del medio ambiente.
Desde el llano resistió a todos los gobiernos marcando con caracteres fijos y acentos
irreductibles la senda que correspondía emprender para conseguir el restablecimiento
moral e institucional de la república.
Ha combatido del mismo modo que ha hablado y escrito, y ha hablado y escrito del
mismo modo que ha combatido las ventajas y beneficios de los gobiernos y renunciado
a todo bienestar, para afrontar riesgos y sufrimientos, agresiones y persecuciones implacables, como diatribas y maldades de todo genero, sin que nada haya podido doblegar
su inflexibilidad ni sus virtudes, tan eminentes que no han tenido nunca modelo superior. La sublimidad del deber patrio, la ciencia política y la experimentación fundamental, son las que han inspirado una conducta tan elevada como absolutamente íntegra.
Es la expresión más relevante del espíritu humano el espectáculo moral de una fuerza que va derecho a su fin, el más justo y el más demostrativo del progreso de las sociedades, acentuándolo y caracterizándolo en cada jalón que fija en su constante avanzar.
Los acontecimientos que reparan, transforman y orientan la marcha de la humanidad hacia su perfeccionamiento, sólo se realizan impulsados por profundas inspiraciones, por análogos medios y por iguales sentimientos, porque tanto en los objetivos,
como en los móviles y manera de ejercerlos, deben estar consignadas las calidades apropiadas que los harán eficientes y perdurables.
Las acciones justas y generosas producen siempre soluciones condignas, cuando
se mantienen con altura y se realizan con lealtad, y son ellas las que han levantado el
templo común de la justicia universal.
Es así que la obra de la Unión Cívica Radical simboliza el genio argentino, la irradiación de su espíritu y la demostración de sus decisiones superiores.
Solemnemente convocada por la majestad de la nación para restaurarla en sus inmanentes facultades, a ello se encaminó impertérrita, y dejará cumplido el mandato y
plenamente justificado su fundamento.
Merced a sus gloriosas inmolaciones, la nación se verá libremente congregada en
aptitud de pronunciar su voluntad soberana, y entonces no serán posibles ya los atentados de los gobiernos, ni necesarias las revoluciones de los pueblos, porque se habrá
inaugurado la época feliz de la legalidad común.
Son esos los verdaderos términos del programa de las redenciones, célebres en los
anales del mundo porque resolvieron los problemas fundamentales de la soberanía de
las naciones y abrieron amplios horizontes a la humanidad.
La Unión Cívica Radical es la única representación pública que ha batallado con
ese carácter, sin modificación ni retraimiento alguno, resistiendo las influencias dominantes y ejerciendo frente a ellas una extraordinaria acción, en viva protesta contra todo
cuanto se opone o perturba la marcha regular de la nación.
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Ha guardado completa fidelidad a la revolución, cuyos principios fueron constantemente iluminados y acentuados por la luz de sus altas concepciones y de sus rectas actitudes, repudiando los acuerdos y connivencias, como la participación en los gobiernos
y en los falsos comicios, porque todo hubiera sido igualmente indigno.
Esa es la misión de la Unión Cívica Radical, no la de aprovechar los desconciertos
que soporta el país, sino de librarlo de ellos y coronar la grandiosa obra de su redención.
El fin reclamaba la ofrenda de tan caudales esfuerzos y vicisitudes, desde que restaurar la autoridad moral y reconquistar las instituciones absorbidas por un absolutismo
sin reatos ni escrúpulos, ha sido siempre una de las empresas más difíciles y arduas, en
la vida de las naciones.
Por eso su misión será considerada la más grande y benéfica, llena de honor y de
perdurables enseñanzas, que, unida a las tradiciones de la patria brillará en sus anales,
salvándola en el presente y presidiendo el movimiento de transformación y de progreso
que vendrá en pos de tan gloriosa revolución y de tan infinitas consagraciones.
Siendo la Unión Cívica Radical la expresión genuina de la nacionalidad en sus más
sagrados anhelos y aspiraciones, deben identificarse con ella todas las actividades y reunirse siempre bajo su bandera todos los ciudadanos bien intencionados, aumentando
sus filas indefinitivamente hasta vencer cuantos obstáculos se opongan a libertar la
república de tantos vejámenes y opresiones.
Para alcanzar esos resultados, no habrá que desviarse por ninguna consideración, de
la conciencia suprema del deber y de la razón superior del derecho, porque son las reacciones virtualmente ciertas las únicas que terminarán con un régimen de absolutismo
en su aplicación y de oprobio en sus beneficios.
Cuando se llega a un período de decadencia y declinaciones tan intensas, afianzado
en el usufructo de la riqueza nacional, no se sale de ese estado de los propios elementos,
sino por un cambio de medios y de factores; de lo contrario, las perversiones desbordándose cada vez ante la impunidad alejarán indefinidamente la solución.
Basta analizar la magnitud de las subversiones y de los daños originados bajo las aspiraciones engañosas de una vida de falso progreso, que han inferido los más profundos
agravios, para comprender que los gobiernos absorbidos en las logrerías y estrechados
por su propia incapacidad, no se levantarán nunca por sí mismos a las idealidades superiores, y se opondrán siempre a la reacción cierta y verdadera, que no se concibe sino
bajo los auspicios de la autoridad moral y del ejercicio legal de las instituciones.
La reparación debe ser necesariamente fundamental, nacional en sus caracteres y radical en sus procedimientos. Sólo así responderá a la razón que la impone, al concepto
irreductible con que ha sido planteada y a las esperanzas supremas del pueblo argentino.
De otra manera la magna obra degeneraría con todos los derivados, rehusando a la
nación el tributo y homenaje que le es debido, sombreando de nuevo sus horizontes
que empezarán a esclarecer –y entonces ya no habría que esperar otra acción regeneradora que la de los designios prevalentes, en vez de llevar a la circulación de la vida
nacional la savia vigorosa de la más fecunda y benéfica restauración.
Las reacciones definitivamente saludables son las que llevan en sí el principio vital que repara las causas, sobreponiéndose a las influencias mórbidas. Es preciso, ante
todo, permanecer fieles a los atributos morales que inspiraron a los fundadores de la
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nacionalidad y a los constituyentes de la organización política, y es deber de razón y
de conciencia resistir cuanto viola esas consagraciones. Son las altas idealidades las que
cimientan la grandeza superior de las naciones, y su vida política se ve conducida a su
mejoramiento incesante si las generaciones que sucesivamente comparten la acción le
imprimen ese carácter.
Las aspiraciones que no tienen otro miraje que la ocupación de los gobiernos, son
siempre facciosas y fatales para el bien público, y al fin mueren execradas, mientras que
aquellas viven en sus obras ilustres.
Todos los derechos y libertades serán ilusorios y contingentes, mientras no estén
aseguradas por la autoridad de la nación, por el ejercicio de las instituciones y por el
legítimo funcionamiento de sus gobiernos. Su estabilidad y mayor suma de garantías
deben ser el pensamiento constante de una nación esencial y constitutivamente democrática, en la que todos tienen derechos incontestables a la igualdad legal.
La república debe, por fin, encaminar su suerte combatida en tan dilatado tiempo
por el más desastroso desconcierto. Sus males tienen que desaparecer al cuidado de la
más legítima representación, utilizando todas las fuerzas vivas para solucionar en paz y
decorosamente el problema de su reconstitución política.
Cuando hayan desaparecido todos los gobiernos basados en las usurpaciones,
y se levanten los legítimos cimentados por la opinión, se extinguirán con aquellos
las últimas sombras de las corrupciones, perversiones y desdoros y aparecerán con
estos los resplandores de una nueva época, cuyo cambio será visible desde sus comienzos mismos.
Reorganizada la república sobre la más completa representación, los gobiernos ejercerán sus funciones con eximia autoridad y con el aplauso público, porque la veneración que profesan los pueblos a las magistraturas legítimas influye poderosamente en el
realce de su investidura y en el respeto que se les tributa.
Así quedará terminada una lucha sin igual, una obra sellada con los prestigios de su
designio grandioso, en idealidades altamente generosas y emancipadoras, caracterizadas
por la más absoluta solidaridad nacional, en el ejercicio de sus cardinales prerrogativas.
La Unión Cívica Radical, que simboliza las grandezas de la nación, en sus obras
inmortales, frente a las calamidades de los gobiernos en la más inaudita sucesión de
delitos de Estado y de crímenes comunes, habrá finalizado su cometido dejando gloriosamente cumplidos los fundamentos de su convocatoria, en el monumento cívico más
grandioso de que haya sido capaz el espíritu humano.
Así resuelto, el problema fundamental, dejando abierto el más amplio escenario a
los justos anhelos y a las aspiraciones legítimas, llegará entonces la hora de que en los
certámenes públicos de todo orden, emergentes del ejercicio de la vida institucional, en
diversidad de acciones y actividades, pero en unidad de miras y de sentimientos hacia
el bien general, concurran con sus programas de tendencias partidarias y singulares los
sistemas, principios y doctrinas, que comprenden los juicios de la razón humana.
El poder y la prosperidad de la nación, dirigida por el voto y el concurso de todos,
causará el asombro y la admiración del mundo; y no sólo colmará el bienestar de los
que en ella habiten, sino de cuantos quieran venir a labrar honestamente, bajo los auspicios del pueblo argentino, su patrimonio, su porvenir y su felicidad.
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La emigración se detendrá para dar paso a la inmigración, y las empresas, los capitales e intereses extranjeros, sabrán que ya no gravita sobre ellos, ni las trabas culpables
ni la coparticipación dolosa.
La república por tan largo tiempo ausente del mundo en lo que constituye y culmina su personalidad; en contradicción con las eminentes dignidades de sus luminosas
tradiciones se mostrará de nuevo por un gran acontecimiento político de las más vastas
proyecciones, reasumiendo en su verdadero concepto y en la unidad vigorosa de su
acción, todos los factores y elementos de la vida argentina para elevarla al primer rango
de las nacionalidades.
Así libre y poderosa, retomará la marcha hacia sus inconmensurables destinos; ¡pero
los profundos menoscabos morales y físicos que se le han inferido, no serán reparados
en los siglos de los siglos!
Por eso, en otra hora solemne, la Unión Cívica Radical ha dicho: “Que ante la
magnitud de esos crímenes, de esa fatalidad sin reparo, sus causantes son más que reos
de esa patria, son todo y no son nada, porque en presencia de la enormidad del agravio,
sus responsabilidades son un sarcasmo, sus protestas de generación una blasfemia, y el
progreso de que blasonan una iniquidad”.
Igual condenación merecen los que al amparo del funesto acuerdo, traicionaron
deberes patrióticos en cambio de posiciones oficiales, y malograron la reivindicación
cuando estaba ya a punto de conseguirse. Nunca pensamiento más poderoso penetró
en causa más santa, llevando a los unos a solidarizarse en la obra oprobiosa, e imponiendo a los otros el deber de la actitud inquebrantable en que hasta el presente se
mantienen defendiendo causa tan sagrada.
Ha existido un concepto tan cabal y absoluto de la obra a realizarse, de los esfuerzos
y sacrificios que ella demandará en su trayectoria gloriosa, que todas las calidades del
pueblo argentino se congregaron en la altiva demanda.
Al par que los civiles, el ejército y la marina, en sus representaciones más brillantes
y heroicas, han seguido la senda que marcaba el supremo deber, exponiendo porvenir,
carrera, tranquilidad y la vida misma, afrontando expatriaciones, cárceles y las más dolorosas contingencias de sus valentías y de sus abnegaciones.
Esos generosos y denodados argentinos que con la fortaleza de su carácter y de su
ejemplo han levantado bien alto a la nación, que el despotismo, la turpitud y la depravación gubernamental desconceptuaron desde su seno hasta todos los centros del
mundo, tan ilustres y dignos ciudadanos, vivirán en las páginas que corresponden a los
más prominentes acontecimientos de la patria.
Al concluir esta exposición de juicios y de sentimientos, la Unión Cívica Radical
renueva sus votos por la presentación de la obra y se ratifica en todos sus términos.
Buenos Aires, agosto 30 de 1912
Horacio A. Varela, Secretario - José Camilo Crotto, Presidente
Fuente: Rubén Bortnik, Yrigoyen y el primer movimiento, Biblioteca Política Argentina, nº 258, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1989.
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JUAN B. JUSTO
Y LA POLÉMICA
CON EL
SOCIALISTA
ITALIANO
ENRICO FERRI
Partido Socialista Argentino
Antes de venir a la Argentina yo conocía, a
grandes rasgos, al Partido Socialista de aquí,
por haberme hablado de él el amigo Ugarte
en París, durante el congreso socialista internacional, y porque el doctor Palacios me
había mandado a Italia cartas y después discursos parlamentarios.
Llegado a Buenos Aires, viniéronme a
saludar varios socialis­tas (a quienes había
ya escrito que no venía aquí para dar confe­
rencias socialistas, porque me parecía que,
después de 15 años de sacrificios dados al
Partido y al proletariado en Italia y en Europa,
tenía el derecho de proveer a las necesidades
de mi familia).
El 26 de octubre de 1908, el
criminólogo y político socialista
italiano Enrico Ferri, de visita en
el país, dicta una conferencia en
el Teatro Victoria de Buenos Aires.
Allí expone el argumento de que en
un país sin desarrollo industrial y,
en consecuencia, sin proletariado,
como era la Argentina, la existencia
de un partido socialista no tenía
razón de ser. Juan B. Justo,
principal dirigente y teórico del
socialismo argentino, refuta sus
dichos en el mismo acto y a lo largo
de una polémica que se extenderá
en numerosos escritos. Enfrentado
a una disputa de interpretación
de los textos de Karl Marx, Justo
ensaya un sistemático análisis
sobre la viabilidad del socialismo
en países periféricos. Estos
escritos serán editados en 1909
por el Comité Ejecutivo del Partido
Socialista y reeditados en 1915 por
Librería y Editorial La Vanguardia.
Yo los acogí fraternalmente, y al doctor
Justo y al doctor Pa­lacios di abiertamente mi
pensamiento sobre el Partido Socialista Argentino –que está conforme con el de otros
socialistas de Europa, miembros del “Bureau
Socialiste International”, el cual se ha ocupado de este punto, modificando el criterio de
votación en los congresos internacionales,
siendo absurdo que el Partido Socialista de
la Argentina tuviera igualdad de votos con el
partido, por ejem­plo, de Alemania.
Y por eso se introdujo el criterio del voto
proporcional. El doc­tor Justo me dijo que mi
opinión le parecía equivocada. Yo le con­testé
que observaría bien los hechos, en estos tres
meses, y después confirmaría o modificaría
mi opinión.
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No tuve más el placer de verme con el
doctor Justo en las va­rias veces que me encontré con socialistas argentinos en el hotel y
en las oficinas de La Vanguardia.
Los socialistas me pidieron una conferencia a total beneficio de La Vanguardia, a lo que
accedí de todo corazón. Y así di la con­ferencia
en el teatro Victoria, en la cual yo terminé con
mis obser­vaciones sobre el Partido Socialista
en la Argentina, porque los hechos me habían
confirmado en mi convicción.
Que estas opiniones mías no gusten ahora
a los socialistas ar­gentinos (pero no a todos,
porque sé que alguno de ellos, y de los más
conocidos, es también de mi misma opinión)
me disgusta también a mí.
Pero eso no podía impedirme decir todo
mi pensamiento, porque los métodos jesuíticos no pueden ser los de un hombre moderno.
Yo pienso que los socialistas en la Argentina cumplen obra no sólo simpática y admirable por su coraje y su honradez política, sino
también útil al país, porque constituyen el
único partido que tiene un programa de cosas
y de ideas y no de personas. Y esto dije también en el teatro Victoria.
Pero pienso (y esto es el “abecé” de la
sociología y del socialismo científico), que el
Partido Socialista es, o debe ser, el producto
natural del país en donde se forma. Aquí en
cambio me parece que el Partido Socialista
es importado por los socialistas de Europa
que inmigran a la Argentina, e imitado por
los argentinos al traducir los libros y folletos
socialistas de Europa. Pero las condiciones
económico-sociales de la Argentina, que se
encuentra en la fase agropecuaria (aunque
técnica), son tales, que hubieran evidentemente impedido a Carlos Marx escribir aquí
El Capital que él ha desti­lado con su genio del
industrialismo inglés. El “proletariado” es un
producto de la máquina a vapor. Y sólo con el
proletariado nace el Partido Socialista, que es
la fase evolutiva del primitivo Partido Obrero.
Así, en Italia, las provincias meridionales,
que están en la fase agropecuaria, tienen un
Partido Socialista debilísimo, mientras que las
provincias septentrionales, que están en la fase
industrial, han pasado del “proletariado obrero”
al “partido socialista”, que es allí muy fuerte. Así
podría decir, en Europa, de la Suiza, etc.
El ejemplo de la Nueva Zelandia, que el
doctor Justo recogió en el teatro Victoria,
confirma esta observación elemental. Allí no
existe industrialismo mecánico, en el sentido
real de la palabra, y allí existe un partido obrero que hasta ha llegado al gobierno, pero no
existe un partido socialista.
Pero, se dirá, en la Argentina existe un
Partido Socialista. ¿Cómo entonces negar su
razón de ser?
He respondido ya en el teatro Victoria al
doctor Justo con la doctrina de la “suplencia cerebral”, según la cual algunas circun­voluciones
cerebrales substituyen en el trabajo psíquico las
específicas circunvoluciones enfermas o desaparecidas, como para el lenguaje, la circunvolución de Broca –y puedo añadir ahora otra comparación, menos científica, pero más popular.
Alguna vez suelo pedir en el restaurante
un guiso de “liebre”. Y como en Europa las
liebres son raras y caras, los mozos traen en
lugar de guiso de liebre uno de conejo. Ahora
bien, a mí no me desagrada el conejo, pero me
desagrada que el mozo crea que soy tan “tonto” como para pasarlo por “liebre”. Y entonces
llamo al mozo y le digo: “Usted dice que esto
es guiso de liebre, pero le advierto que yo sé
bien que esto no es sino guiso de conejo; lo
como lo mis­mo con gusto, solamente deseo
que sepa usted que yo sé lo que como”.
Y bien; lo mismo sucede con el Partido Socialista Argentino. Se llama “partido socialista”, pero no es sino un “partido obrero” en su
programa económico (8 horas, salarios altos,
huelgas, tra­bajo de las mujeres y de los niños),
y es un “partido radical” (en el sentido europeo
de la palabra) en su programa político.
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Los radicales argentinos forman un partido del… mundo de la luna. Tienen un programa negativo (la abstención de la lucha polí­
tica) y uno positivo (la revolución… con relativo
militarismo), y por eso falta aquí un partido
radical positivo como existe en Francia (Clemenceau) y en Italia (Sacchi).
Los socialistas argentinos cumplen la función específica de este partido radical que falta.
Hacen obra simpática y útil, y por eso,
como dije en el Victoria, han merecido justamente las simpatías públicas.
Pero esto, si es bello y meritorio, ¡no es
socialismo!
Partido y doctrina socialista sin propiedad
colectiva es un absurdo. Y me maravilló muchísimo oír en el Victoria de labios del doctor
Justo que esto de la propiedad colectiva es un
dogma no inseparable de la doctrina socialista.
Ahora bien: yo pienso –y esto es la parte
siempre viva del marxismo– que sin propiedad colectiva no hay doctrina socialista.
Sin propiedad colectiva habrá un guiso
de conejo, o también de gato, ¡pero no ciertamente un guiso de liebre!
Cuando un país tiene todavía “tierras públicas” por individualizar, y por eso no está
todavía en la fase industrial, es absurdo decir
que aquí pueda existir un partido socialista
que debe estar compuesto de proletariado
(industrial y agrícola).
Aquí existe la agricultura técnica. Pero
los medieros o pequeños propietarios no
son socialistas. Pueden serlo los braceros
(“peones”); pero estos son en gran parte inconscientes o “golondrinas”, que es imposible moral y materialmente organizar en un
partido socialista.
Y los muchos obreros industriales que viven en Buenos Aires, no bastan para cambiar
el carácter de la condición económica de la
República Argentina, que está en la fase agropecuaria. Ellos son en realidad “trade-unionistas”… que son bien distintos de los socialistas.
Son estas mis ideas sobre el Partido Socialista Argentino, fruto de observaciones positivas y serenas.
Y lo he dicho y lo escribo con agrado
mientras dentro de una hora deberé tomar
el vapor, porque para un hombre que tiene
conciencia socialista, el primer deber es el de
decir la verdad (o lo que a él le parezca la verdad, porque ningún hombre es infalible), de­
cir la verdad siempre, sobre todo, para todos,
contra todos.
Los socialistas argentinos sienten ahora
el gusto amargo de mis observaciones, pero
después se persuadirán, porque los hechos
son más fuertes que los prejuicios o que las
ilusiones.
En cuanto a mí, estoy habituado en toda mi
vida a pensar y a decir cosas que chocan con
los hábitos mentales de adversarios y amigos.
Pero estoy también acostumbrado a ver
que el tiempo ha ve­nido muchas veces a darme la razón.
Enrico Ferri
El profesor Ferri y el Partido
Socialista Argentino
Cinco horas después de desembarcar en Buenos Aires, el pro­fesor Ferri, espontáneamente,
sin que le planteáramos la cuestión, nos decía que el socialismo en este país es una “flor
artificial”. Asom­brados de un juicio semejante,
lanzado de improviso entre una consulta al
empresario de su gira por una entrevista con
el redactor de un diario oficial, dijimos al profesor Ferri que tal era la opinión de la burguesía criolla, pero que en él sentaba mejor reservarla para cuando hubiera conocido algo del
país y nuestro partido. Ferri se puso entonces
de pie, y nos dijo solemnemente: “Hablo como
sociólogo, como hombre de ciencia”.
Pasaron tres meses, durante los cuales el
sociólogo buscó el aplauso de la prensa rica,
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admiró el lujo de Buenos Aires, fue re­cibido por
lo más granado de la oligarquía y la más alta
burocra­cia, oyó de los labios de un ministro el
relato de la revuelta que lo había llevado al gobierno, cerró los ojos ante el insensato fraude
electoral dirigido por sus amables huéspedes
el presidente de la república y el jefe de policía,
recibió el homenaje de universidades parásitas, anduvo mucho en ferrocarril, dio en todas
partes confe­rencias miscelánicas, ganó dinero
y evitó en lo posible todo con­tacto con el pueblo. Y después de esa vertiginosa gira, que ha
puesto a prueba su simpática voz y su gran
talento verbal, el profesor Ferri ha confirmado
su sentencia de la primera hora: el socialismo
argentino no tiene razón de ser.
Para un observador imparcial y sobrio
de juicio, este país ofre­ce el cuadro singular de una sociedad moderna, íntimamente
vinculada al mercado universal, y cuya vida
política está en manos de partidos políticos sin equivalentes ni afines en la política
de ningún otro país moderno. Agrupaciones efímeras, sin programas ni principios,
ni más objetivo que el triunfo personal del
momento, los partidos de la política criolla,
pasada la frontera, carecen de todo sentido. Pregúntese en la Asunción qué es un
“autonomista” ar­gentino, y será tan difícil
obtener una respuesta como nos sería darla si nos preguntaran qué es un “colorado”
paraguayo. Basta a veces pasar de una provincia a otra para que esas denominaciones
ficticias pierdan todo significado. ¿Qué es
en Corrientes un “conservador” de Buenos
Aires? ¿Qué es en Buenos Aires un “liberal”
correntino? Frente a ese caos de facciones
y camarillas, cuya única palabra de orden y
único vinculo interno es el nombre del condottiere que las guía al asalto de los puestos públicos, ha apare­cido y se desarrolla el
Partido Socialista, que, sin excluir a nadie
de su seno, se presenta ante todo como la
organización política de la clase más nu-
merosa de la población, la de los trabajadores asala­riados. Representa una corriente
de opinión, extendida por el mundo entero
civilizado; está en relación regular con los
partidos afines extranjeros; sus costumbres son las de la democracia moderna;
tiene centros organizados en los principales puntos del país; es la única agrupación
política de vida progresiva y permanente
que sostiene un programa, celebra grandes
asambleas y vota, despre­ciando por igual la
inercia de la mayoría de los electores y las
malas artes del gobierno. Es, en una palabra, para el observador sobrio e imparcial,
el único partido que existe. Pues para el
profesor Ferri, inconmovible en su preconcepto, es el único que no tiene razón de ser.
Así, aquel famoso profesor de medicina, al
en­contrar sano y bueno a un paciente cuya
muerte próxima había pronosticado, le dijo
con aplomo académico: “¡Usted está muerto para la ciencia!”.
En lugar de admirar en nuestro desarrollo la fecundidad de la idea socialista, capaz
de inspirar al pueblo una acción buena e
inteligente bajo todos los climas y en condiciones históricas relativamente distintas,
en lugar de ampliar su propio concepto del
Socialismo bajo la influencia de lo que aquí
pensamos y hacemos, el profesor Ferri, con
una ciencia de pacotilla, viene a decirnos:
aquí no hay gran proletariado industrial, luego no puede haber Socialismo.
No tenemos una industria como la de Inglaterra, donde escri­bió Marx El Capital; pero
el último capítulo de este libro, titu­lado “La
teoría moderna de la colonización”, expone y
prevé con exactitud admirable lo que hace la
“clase” gobernante para crear rápidamente
un proletariado en países como este.
No traen para eso los gobiernos de los
países coloniales má­quinas a vapor. Aunque
lo diga el profesor Ferri, el proletariado no
es un producto de esta. Apareció y se desa-
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rrolló en Europa varios siglos antes de que
se generalizara el motor inventado por Watt,
y alimentó de brazos en el siglo xvii la manufactura capitalista, y después las fábricas
movidas por la fuerza hidráulica. El proletariado resultó de la disolución de la sociedad feudal, de la clausura por los convenios
de la reforma religiosa, del desalojo de los
campesinos por la transformación del dominio feudal de la tierra en propiedad privada estricta de los señores, por la usurpación
de las tierras comunales, por la venta de los
bienes de la Iglesia. Como relación política y
jurídica de coerción, la de proletario y burgués fue en su principio obra del despojo
violento, de leyes inicuas, no del progreso
técnico. La máquina a vapor ha venido después a acelerar en el siglo xix la mecanización de la industria toda y la desaparición
del antiguo artesano, a acercar y confundir
a los pueblos revolucionando los transportes, a impul­sar el aumento de la productividad del trabajo.
Y al expandirse el capital en el siglo xix,
junto con la po­blación europea, a vastas tierras vírgenes despobladas, se planteó para la
clase gobernante un problema nuevo: ¿cómo
crear en las colonias la clase de trabajadores
asalariados necesaria para la explotación capitalista? ¿Cómo improvisar un proletariado
donde la abundancia de tierras libres y abiertas al cultivo permite a cada recién llegado
convertirse en un productor autónomo? Se
había visto a un capitalista desembarcar en
Australia con un cargamento de proletarios
europeos y un capital en provisiones y útiles
de tra­bajo, inclusive varias máquinas a vapor,
y quedarse al día siguien­te sólo con su “capital”, sin la ayuda siquiera de su sirviente.
El problema se resolvió teórica y prácticamente con lo que sus autores llamaron
la “colonización sistemática”, y que ha sido
realmente la implantación sistemática en
estos países de la sociedad capitalista, la
colonización capitalista sistemática. Consiste en impedir a los trabajadores el acceso
inmediato a las tierras libres, declarándolas
de propiedad del Estado, y asignándoles un
precio bastante alto para que los trabajadores no puedan desde luego pagarlo. Necesita entonces el productor manual trabajar
como asalariado, por lo menos el tiempo
preciso para ahorrar el precio arbitrariamente fijado a la tierra, especie de rescate
que paga para redimirse de su situación
de proletario. Y con el dinero así obtenido,
el Estado se encarga de buscarle reemplazante, fomentando la inmigración, el arribo
de nuevos brazos serviles. En las colonias
latinoamerica­nas, la clase trabajadora, formada en gran parte por mestizos e indígenas, fue desde un principio excluida de la
propiedad del suelo, adjudicado a los señores en grandes mercedes reales. Y desde que el progreso técnico-económico del
mundo ha empezado a repercutir también
aquí, la clase gobernante practica instintivamente, sin teo­ría alguna, sin más guía
que sus apetitos de lucro inmediato y fá­cil,
la colonización capitalista sistemática. Con
circunstancias agravantes, porque no sólo
acapara la propiedad del suelo todavía sin
cultivo, y, por cuenta del Estado, provee de
brazos a los empresarios, sino que, para intensificar la explotación del trabajador, recurre a procedimientos medioevales, como
el envilecimiento de la moneda, y a un sistema de impuestos sólo comparable con la
gabela y la capitación de la antigua Francia.
De esta manera se ha formado en este país
una clase proletaria, numerosa relativamente
a la población, que trabaja en la producción
agropecuaria, en gran parte mecanizada; en
los veintitantos mil kilómetros de vías férreas;
en el movimiento de carga de los puertos, de
los más activos del mundo; en la construcción
de las nacientes ciudades; en los frigoríficos,
en las bodegas, en los talleres, en las fábricas.
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Y a esa masa proletaria se agrega cada año de
1/6 a 1/4 de millón de inmigrantes.
Como muy exactamente dice el profesor
Ferri, los peones de este país son en su mayor
parte inconscientes. ¿Serán mejor tratados
por eso? ¿Están por eso más cerca de hacerse propietarios? ¿No es la inconsciencia de
los peones un motivo más para que los trabajadores conscientes redoblen la agitación?
¿Sería más normal y más rápida la evolución
histórica de este país, si dejáramos crecer el
proletariado sumido en la superstición de la
propiedad y de la autoridad?
Nos habla el profesor Ferri de los peones “golondrinas”. Y ese mismo ejército proletario de reserva, que cada año cruza los
mares para trabajar en los miles de trilladoras a vapor que funcionan ca­da verano en
este país, ¿no es la mejor prueba de que la
agricultura argentina es a tal punto capitalista y está en tal grado vinculada a la economía mundial, que ya no puede engendrar
las ideas políticas de los viejos pueblos de
campesinos propietarios? Nos habla el pro­
fesor Ferri de que hay todavía aquí “tierras
públicas a individualizar”. ¿Se ha preguntado cómo se hace esa individualización? ¿Ha
encontrado aquí algún pioneer, como los
que, armados de un hacha y un arado, se
han posesionado del suelo norteamericano,
para hacer cada uno su hogar y su chacra,
no sólo reconocidos, sino favorecidos por la
ley en su propiedad?
Nos asegura que los medieros y los pequeños propietarios, tan escasos estos últimos entre nosotros, no son socialistas. ¿Lo
serán más los millones de pequeños propietarios europeos, partidarios, des­de luego,
de los derechos de aduana sobre los granos
y las carnes de América, derechos que el
partido obrero quiere abolir? Si la situación
agraria ofrece dificultades a la doctrina socialista, ellas son indudablemente mayores
en Europa que aquí.
¿Qué quiere decir el profesor Ferri cuando objeta al socialismo argentino que estamos aún en “la fase agropecuaria”? ¿Acaso
que la agricultura va a desaparecer para que
advenga lo que él llama socialismo? ¿O que
la sociedad comunista europea, ya próxima
a establecerse, tratará mano a mano con el
presidente Figueroa Alcorta, como jefe de
esta oligarquía de terratenientes, el cambio
de los granos, las carnes, las lanas y los cueros argentinos por los productos de la industria de aquella cooperativa continental?
Toda la exposición de Ferri está impregnada de un dogmatismo estrecho, que le ha
impedido comprender las objeciones más
fundamentales, si no es que las ha entendido
mal por no conocer la lengua. Yo no he dicho
que la propiedad colectiva sea un dogma separable de la doctrina socialista. Yo también
pienso que sin la propiedad colectiva –es
decir, sin la hipótesis de la futura propiedad
colectiva– no hay doctrina socialista. Pero
esa hipótesis, tan fundada y tan simpática,
no es fecunda sino en cuanto nos condu­ce
a prepararnos para la propiedad colectiva,
a realizar desde ya el colectivismo posible,
capacitando a la clase trabajadora para la
cooperación libre y la acción política. Y este
es el método socialista, tan superior a ella
en trascendencia histórica como la técnica y
la experimentación modernas respecto de la
teoría del éter.
Por eso la parte más viva del marxismo
no es la hipótesis de la futura propiedad colectiva, sino la práctica de la lucha de clases,
moderna y actual. Ferri cree lo contrario, y
de ahí su distinción trivial entre partido obrero y partido socialista, cuando hace sesenta
años, en su inmortal manifiesto comunista,
Marx y Engels decían ya lo siguiente: “¿En
qué relación están los comunistas para con
los proletarios en general? Los comunistas
no son un partido especial frente a los otros
partidos obreros. No tienen interés alguno
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distinto de los intereses del proletariado en
general. No establecen ningún principio especial según el cual quieren modelar el movimiento proletario. Los comunistas se distinguen de los otros partidos proletarios sólo
en que, por una parte, en las distintas luchas
nacionales de los proletarios, proclaman y
hacen valer los intereses del proletariado
entero, independientes de la nacionalidad, y
por otra, en que representan siempre el interés del movimiento entero en las diferentes etapas de la lucha entre proletariado y
burguesía. Los comunistas son, pues, prácticamente la parte más decidida y propulsiva
de los partidos obreros de todos los países;
antes que la restante masa del proletariado,
tienen la visión teórica de las condiciones, la
marcha y los resultados generales del movimiento proletario”.
Hablé de Nueva Zelandia en el teatro Victoria para mostrar que la idea de la propiedad
colectiva encuentra aplicación en ese país, en
el proceso mismo de la “individualización” de
las tierras públicas. Se las entrega al dominio privado con limitaciones de tiempo y con
beneficio para el estado del incremento de su
valor. Ferri dice que no hay en aquel país un
partido socialista, sino un partido obrero. En
realidad, el partido neozelandés, cuya gran
obra social van a estudiar de todas partes,
y Metin ha descrito como “el socialismo sin
doctrina”, se llama partido progresista (Progressive Party), y cuenta indudablemente con
la gran mayoría del voto obrero. Es en Australia donde hay un partido llamado obrero
(Labor Party), que ha llegado ya alguna vez al
gobierno, y propicia la misma política agraria,
de tal manera las teorías modernas sobre la
propiedad se imponen en la política práctica
de esos países coloniales, donde los creadores de toda una legislación nueva no hablan
para nada de socialismo. Hacen socialismo,
pero no se llaman socialistas, y Ferri dice por
esto que no lo son. Nosotros queremos hacer
socialismo, y nos titulamos socialistas, y Ferri
dice que no debemos llamarnos así.
Nos explicamos que el profesor Ferri esté
ajeno a lo que sucede en países tan distantes
en todo sentido del suyo, en los cuales asistimos a la formación de clases enteras de nuevos propietarios que, porque son nuevos, están
tocados por el espíritu socialista, y, dígalo o no
la ley escrita, saben que su derecho de propiedad es condicional, relativo, prescriptible.
Pero la incapacidad, tal vez momentánea,
del profesor Ferri para el método socialista,
vale decir, para la obra socialista, se evidencia
cuando él afirma que el alza de los salarios
conseguida por la acción gremial se acompaña de una elevación de los precios, error
propagado por los apologistas del capital
para desorientar la acción obrera, y desautorizado por la estadística del último siglo,
tanto en Europa como para América. La Vanguardia del 19 de mayo de 1906 publicó un
diagrama norteamericano, de fuente oficial,
que mostraba cómo el alza de los salarios y
el acortamiento de la jornada han coincidido
en las últimas décadas con la baja de los precios. Otros gráficos expuestos en la sección
de Economía Social de la Exposición de París
de 1900, como resumen de las investigaciones de todo el siglo xix, indican que durante
este el costo de la vida subió de -46 a <56,
mientras que los salarios en dinero subieron
da 45 a <105, es decir, que casi se duplicaron
los salarios reales.
Habla el profesor Ferri con una ligereza estupenda de nuestro programa mínimo.
Encuentra que nuestras aspiraciones del
momento, las ocho horas, etc., son muy poca
cosa. Le contestaremos con las palabras de
Carlos Marx en el discurso inaugural de la Internacional: “Y por eso la ley de las diez horas
fue no sólo un gran éxito práctico: fue el triunfo de un principio”.
No sabemos si es por las circunstancias peculiares de su viaje a Sud América, pero el pro-
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fesor Ferri parece mirar al Socialismo como
una promesa, como una creencia y, por otra
parte, como una fórmula, como un teorema.
Para nosotros, el Socialismo es la acción
en bien del pueblo trabajador, ante todo la
acción del mismo pueblo trabajador en su
propio bien, y, para no equivocarse, en su
bien mensurable. Chocan entre sí las doctrinas y las escuelas, y aun dentro del Partido Socialista internacional hay opiniones
tan distintas como la de Ferri y la nuestra.
Contar, pues, en el haber del pueblo un rótulo
de partido, sería tan expuesto a error como
contar sus esperanzas.
Se ha de medir el resultado de la acción
socialista, no por el número de los que se
titulan tales, sino por la elevación material,
intelectual y moral del pueblo, determinada
por esa acción y registrada por la estadística. Y en este movimiento histórico, que sujeta a un contralor tan severo la realización de
sus fines positivos, intervienen, junto con las
necesidades fisiológicas del pueblo, los más
altos ideales.
El conferenciante que ha hablado en Buenos Aires “de Jesús al Socialismo” ante un
auditorio mundano, si ha visto en Jesús el
hombre y no el dios, si ha presentado el Socialismo como una nueva psicología colectiva,
y no como una nueva Ciudad del Sol, debería
ser el primero en comprender la propagación
de los nuevos ideales en estos países.
No nos basta la declaración de los derechos del hombre, hecha por los revolucionarios burgueses del siglo xviii. También aquí
aquella pomposa fórmula nos resulta rancia
y vana. En nuestra evolución técnica-económica nacional, la tahona y las corporaciones
cerradas de gremio han tenido menos papel que en la de Europa. Nunca llegará tal
vez la mayor parte de nuestro suelo a estar
dividido, como el de Francia, en fracciones
de menos de 40 hectáreas. Así también es
infinitamente probable que en nuestra evo-
lución política no hay lugar para el partido
radical a la francoitaliana que nos receta el
señor Ferri.
Si todavía no lo viéramos en este mismo país, el cuadro de los grandes pueblos
modernos, con la centralización industrial,
la acu­
mulación de inmensas riquezas en
pocas manos, los monopolios, las crisis y la
lucha de clases, nos señalaría nuestro propio porvenir. Y los ideales no se adoptan por
temporada, como alquilamos una casa, previendo el plazo en que vamos a desocuparla.
Necesaria­mente, se apoderan de nosotros
los más universales, los más eter­nos que
somos capaces de sentir. He aquí, pues, el
ideal socialista propagándose entre nosotros, obreros numerosos que roban horas
al sueño y sacrifican sus recursos precarios
a la emancipación de su clase; mujeres que
abandonan el confesionario para acudir a la
conferencia o al mitin; hombres de ciencia
que encuentran en la obra social, humilde y
obscura, un campo incomparable de estudio
y experimentación; artistas que buscan su
inspiración en el drama inmenso de la vida
del pueblo; algún patrón tal vez que aspira
a hacer de sus obreros sus discípulos y asociados; algún propietario que hace de sus
privilegios un bien social; todo un partido
que acu­sa y amenaza a los explotadores y
prepotentes. ¿No encuentra a todo esto explicación o disculpa el profesor Ferri siquiera en nues­tra “latinidad”? Explíquese el retardo y la lentitud del desarrollo del Partido
Socialista en Inglaterra, donde Marx escribió
El Capi­tal, y comprenderá entonces mejor
la precocidad del Partido So­cialista en este
país, donde “no hubiera podido escribirlo”.
Ha sido tan grande el estupor causado
en algunos excelentes com­pañeros por las
palabras de Ferri sobre el socialismo argentino, que consideran su viaje a estas tierras
como una desgracia. Aparte de alguna ligera mortificación de amor propio de par-
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tido, no encuentro en su visita sino ventajas.
Desde luego, la de haberlo conocido personalmente. Al ver de cerca a este eminente
miembro del Par­tido Socialista, tiene que
haberse fortificado nuestra convicción de
que lo más firme y genuino del Socialismo
está en la conciencia y la capacidad de la
masa del pueblo. Hay hombres de grandes
he­chos y de grandes ideas; pero con harta
frecuencia la admiración por su obra degenera en una superstición por sus personas
o por sus fórmulas. Difícil se hace entonces
distinguir entre la grande acción y el gesto
artificioso, entre la idea grande y el sofisma
pe­dantesco. Sólo están a cubierto de esa
superstición y de este engaño los hombres
estimulados a la acción constructiva por un
sentimiento intenso.
Ferri cree haber desautorizado el Socialismo en este país. Lo habrá robustecido, si
reconocemos las medias verdades contenidas en sus temerarias afirmaciones.
Dice que desempeñamos la función de un
partido radical a la europea; pongamos entonces mayor empeño en llevar a su madurez
de juicio a los radicales doctrinarios que haya
en el país, hagámosles sentir y comprender
que su puesto está en nuestras filas.
Presenta como un obstáculo al Socialismo
la actual economía agrícola argentina; dediquemos, pues, mayor esfuerzo a la política
agraria, que ha de acelerar la evolución técnico-económica del país, y también su evolución política, enrolando en nuestro par­tido a
los trabajadores del campo.
Nos excomulga Ferri, por fin, en nombre
de la doctrina. Sea ello para nosotros una
inmunización más contra la tendencia anquilosante de la doctrina. Clasifiquemos los
hechos conocidos, es­cudriñemos lo que nos
auguran, cultivemos la teoría que ha de iluminar nuestra marcha hacia el porvenir. Pero
esa doctrina, obra nuestra, no la dejemos
cristalizarse en boca de los charlatanes y de
los epígonos, para que no se sobreponga a
nosotros. Infundámosle siempre nueva vida,
preñándola constantemente de hechos nuevos, haciéndola recibir en su seno todas las
nuevas realidades, para que no degenere en
un nuevo evangelio. ¡Que al prolongarse y extenderse nuestro movimiento y adquirir nuevas modalidades, se ensanche y enriquezca
nuestra doctrina; que crezca eternamente, a
diferencia de los credos, momificados apenas
dados a luz! Y con todo eso nuestro partido
será más grande, más fuerte, más socialista.
Juan B. Justo
Fuente: Juan B. Justo, La realización del socialismo, Buenos Aires, Editorial La Vanguardia, 1947, pp. 236-249.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1914 - 1916
El estallido de la Primera Guerra Mundial resulta uno de los acontecimientos más traumáticos del siglo xx: todas las promesas civilizatorias –el progreso, la paz y el bienestar perpetuos– se derrumban
para siempre, y las décadas siguientes se organizarán bajo su impacto
y sus secuelas. Para José Ingenieros, como para muchos otros hombres
y mujeres de su generación, la Gran Guerra representa “el principio de otra era humana” y posibilita una reconsideración del legado
europeo y una reapertura de los debates sobre la nacionalidad. La
lejanía del teatro de operaciones no impidió que los trágicos sucesos
europeos tuvieran un impacto inmediato en la Argentina, tanto a
nivel económico como político e intelectual. El Estado argentino,
primero bajo la administración conservadora de Victorino de la Plaza y luego bajo el gobierno radical, adoptó una postura neutralista,
aunque la opinión pública se debatió entre una gran mayoría “aliadófila” y algunos sectores “germanófilos” y pacifistas. El 2 de abril de
1916, en las primeras elecciones celebradas bajo el amparo de la Ley
de voto secreto y obligatorio, es elegido presidente Hipólito Yrigoyen,
por la Unión Cívica Radical. Su asunción, seis meses después, será
un “espectáculo popular extraordinario”, como lo definió el entonces
embajador español en la Argentina, y causó los primeros disgustos
a las élites tradicionales, que comenzaron a desandar un balance
amargo sobre el proceso de democratización y el ingreso de las masas
a la vida pública. El particular liderazgo ejercido por Yrigoyen fue
objeto de impugnación en las filas de su propio partido, donde algunos criticaron su “conducción personalista” varios años antes de que
fuera elegido presidente de la Nación.
1914 - 1916
Manifiesto de la Unión
Cívica Radical al pueblo de
la República antes de las
elecciones de abril de 1916
A comienzos de abril de 1916 la Argentina se prepara para elegir por primera
vez al presidente de la Nación utilizando el sistema de voto secreto y obligatorio
para todos los hombres mayores de 18 años, establecido por la Ley Sáenz Peña. La solemnidad de estos momentos reclama nuevamente la palabra serena con que
la Unión Cívica Radical ha hablado al sentimiento público en horas intensas y únicas
para la Patria. Su voz cobró siempre valor de sinceridad, como que es el eco de los acentos íntimos de la Nación. Por ella y para ella se planteó la reclamación más imponente
que haya jamás vinculado con solidaridades tan altas, a los hijos de esta tierra.
La Unión Cívica Radical es la Nación misma, bregando hace veintiséis años para
libertarse de gobernantes usurpadores y regresivos. Es la Nación misma, y por serlo,
caben dentro de ella todos los que luchan por los elevados ideales que animan sus
propósitos y consagran sus triunfos definitivos. Es la Nación misma, que interviene
directamente en la lucha cívica, con el propósito de constituir un gobierno plasmado a
imagen y semejanza de sus bases constitutivas, principios e idealidades. (…)
No es, por consiguiente, un partido político que reclama sufragios para sí mismo; es
el sentimiento argentino que, ahora como antes y como siempre, invoca su tradición de
honor y de denuedo, y despliega su bandera intacta, para que a la sombra de ella se agrupe
nuevamente la dignidad argentina, que no puede, que no debe, sufrir más menoscabos.
El país quiere una profunda renovación de sus valores éticos, una reconstitución fundamental de su estructura moral y material, vaciadas en el molde de las virtudes originarias. Es, pues, el actual momento histórico, de la más trascendental expectativa. O el país
vence al régimen y restaura toda su autoridad moral y el ejercicio verdadero de su soberanía, o el régimen burla nuevamente al país, y este continúa bajo su predominio y en un estado de mayor perturbación e incertidumbre. De modo que, en la contienda electoral del
2 de abril, se juegan los destinos de la Nación, y es en ese concepto que la Unión Cívica
Radical incita a todos los argentinos al sagrado cumplimiento de sus deberes ciudadanos.
Buenos Aires, marzo 30 de 1916.
José Camilo Crotto, presidente;
David Luna y Luis Álvaro Prado, secretarios
Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo
IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, p. 342.
1890 - 1956
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Discurso de Hipólito
Yrigoyen en la asunción de
la presidencia de la Nación
El 2 de abril de 1916 se realiza en la Argentina la primera elección presidencial con la nueva modalidad establecida por la Ley Sáenz Peña. El triunfo de
la UCR es contundente: alcanza el 46% de los votos, contra el 21% del PAN.
El 12 de octubre de ese mismo año, día en que asume su cargo, el candidato
radical Hipólito Yrigoyen pronuncia su primer discurso como presidente.
Ante la evidencia de estas horas supremas y decisivas, el pensamiento se repliega a
contemplar el apostolado que laboró tramo a tramo, la consagración plena de la obra
reparadora. En la fe y en la virtud de su vasta irradiación se cruzaron muchas angustias; pasaron años de absorbentes fatigas y de inevitables incertidumbres, escrutando y
afrontando lo que había de rebelde o de inmodelable a la eficacia de sus justas finalidades. Así estuvo como el alucinado misterioso que los refractarios motejaron de una
devoción incomprendida, ostentándose siempre sin mirar hacia atrás, soportando impertérrito las acritudes del destino, irreductiblemente identificado con la Patria misma,
serena auscultadora de sus anhelos e intérprete fiel de sus imperiosas reivindicaciones. Y
hoy estamos ante la efectividad gloriosa de tan enorme jornada y el encanto soñador se
transformó en la realidad que nos hace sentir la magnífica verdad de la Patria, dejando
por fin de mirarnos peregrinos en su propio seno.
(…)
Justo es, entonces, que esta resurrección que pareciera imposible, llene de intenso regocijo el espíritu nacional que asumiera todas las contingencias de tan cruenta jornada, como
si un dictado superior hubiera dispuesto que se fundiese en la más indestructible solidaridad.
Asumir la contienda reparadora, desde el llano a la cumbre renunciando a todas
las posiciones y resguardos del medio ambiente, para remontar la abrupta montaña a
pura orientación de pensamiento, a puro vigor de virtudes y a pura entereza de carácter, y llegar a la cima pasando por sobre las murallas de todos los poderes oficiales y las
conjuraciones conniventes, es empresa que no conciben los mediocres ni alcanzan los
pigmeos y que ni siquiera comprendieron los grandes ni afrontaron los poderosos. Tan
magnas concepciones fueron idealizadas por el genio de la Revolución, sentidas por el
alma nacional y cumplidas con admirable excelsitud en una trayectoria de sucesos y de
acontecimientos en que culminaron todas las glorias de la Patria.
Hipólito Yrigoyen
Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo
IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, p. 354.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1914 - 1916
LA POLÉMICA
ENTRE HIPÓLITO
YRIGOYEN Y
PEDRO C. MOLINA
Renuncia del doctor Pedro C. Molina
Salto, julio 15 de 1909
Señor doctor Eleodoro Fierro
(Vicepresidente en ejercicio del Comité
Central de la Unión Cívica Radical)
Distinguido compatriota:
Tengo el agrado de dirigirme a usted con
el objeto de elevar mi renuncia indeclinable
del cargo de miembro de ese comité, con que
fui honrado por la Convención de esa capital, en abril próximo pasado, y a manifestarle, para que se sirva tomar nota de ello, que
he resuelto, de modo irrevocable, separarme
también del Partido Radical, en cuyas filas he
militado durante diecinueve años.
La causa a que obedece esta decisión es
la siguiente: un hecho reciente, del que muchos acaso no se habrán dado cuenta, ha venido a confirmar una duda que hace tiempo
trabajaba mi espíritu en silencio. Me atormentaba la incertidumbre de si los principios de libertad y justicia que yo he profesa-
Hacia 1909, el entonces destacado
miembro de la Unión Cívica Radical
Pedro C. Molina renuncia al Comité
Central y se separa del radicalismo
por el rumbo que a su parecer
comienza a tomar el partido e,
implícitamente, por el carácter
discrecional (o “personalista”,
como será nombrado pocos años
después) de la conducción de
H. Yrigoyen. Este le responde
vehementemente con una extensa
carta publicada en el diario La
Verdad, que será acompañada a su
vez por nuevas respuestas, dando
lugar a una de las tantas polémicas
públicas que signan al partido
radical desde su fundación.
do, enseñado y difundido en toda su pureza,
en mi larga vida militante, serían con­fesados
por los miembros militantes intelectuales
superiores del partido. Más de una vez me he
hecho a mí mismo esta pregunta: si la bandera económica y política de estos dirigentes
es la mía, ¿por qué no lo declararán? Y si no
es, ¿qué ideas fundamentales de gobierno
llevarán al poder? En uno de mis últimos dis­
cursos políticos, provocando una aclaración
a este respecto, decíales: “Convengo que en
el régimen personalista implantado en este
país, no tenga como se afir­ma otro correctivo que el de la revolución, el de la fuerza,
puesto que es también con la fuerza que se
nos desaloja del comicio, pero una revolución sin una gran bandera de principios, no
es un remedio: es otro crimen de la misma
especie de los que caracterizan la acción del
oficialismo. ¿Qué habrá ganado el país con
una revolución aun triunfante, si el partido revolucionario no pudiera ofrecerle otra
cosa que ‘buenas intenciones y propó­sitos
honestos’, como los del gobierno radical de
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San Luis, que ha resultado un deplorable
fracaso?” Así concebía los objetivos del Partido Radical, de la Revolu­ción y del gobierno.
Y la ilusión de que mis correligionarios dirigentes compar­tían conmigo estas ideas, me
retenía entre sus filas, si bien –debo decirlo
con franqueza– con la natural desconfianza
sugerida por la tenaz reserva a este respecto de mis colegas.
En esta situación de espíritu, decía, se ha
producido un hecho asaz demos­trativo de que
mis temores no eran infundados. En el segundo número de La República, órgano oficial del
Partido Radical, escrito por los intelectuales
de la metrópoli, bajo los auspicios y la alta
dirección de las autoridades del partido, se
acaba de condenar en términos categóricos
y expresos, la libertad de cambios, uno de los
derechos más sagrados e inalienables del
hombre, derecho confisca­do entre nosotros
hace muchos años por el régimen dictatorial
que combatimos y que el gobierno del doctor
Figueroa Alcorta, contrastando con la práctica de todos sus procederes y haciéndose
acreedor al más efusivo aplauso, ha reivindi­
cado en estos días, en el tratado comercial
con Chile, en favor de los consumido­res de
vinos nacionales.
El órgano del Partido Radical, no obstante
la declaración de su primer núme­ro de que
“viene a servir la causa de la reparación nacional, allegando su con­curso al de los ciudadanos que luchan por llevar un alivio a los
males que ago­bian al país”, sostiene en su
segundo número que “aquel tratado, en cuanto acuerda franquicia a los vinos chilenos,
no obstante su liberalismo simpático como
principio general, es inoportuno en este caso,
porque favorece expresa­mente un producto
extranjero, con perjuicio inmediato de una industria nacio­nal que merece ser amparada”. Y
más adelante: “Que la habilidad de nuestra diplomacia servirá una vez más a intereses extraños, dañando enormemente los nuestros”.
Afirmar la institución del proteccionismo
económico es negar implícitamente la entidad del derecho y sancionar el monstruoso
enunciado –ya puesto en prác­tica por todas
nuestras administraciones públicas– de que
lo conocido con ese nombre tiene otra realidad que el beneplácito y el arbitrio del que
manda. En mi tesis, derecho sería la facultad
de todo consumidor de vino para comprarlo
don­de más le convenga.
En la tesis de los directores de La República, no es así; los consumidores de vinos nacionales son una propiedad de los viñateros
de Mendoza y de San Juan, a semejanza de
los paisanos de la Polonia rusa afectados a la
tierra; les han sido adjudicados para que hagan negocios con sus vinos y mantengan su
industria próspera, y no deben desvincularse
de esta sujeción.
Otro argumento: Cuyo y Tucumán, según
La República, necesitan protección para sus
productos, porque carecen de todo otro recurso; el capital empleado es demasiado importante para que se exponga a un fracaso
después de haber in­corporado a la riqueza
nacional un magnífico elemento de progreso.
Se podrá objetar que el derecho no depende de estos elementos de número, de
progreso, de necesidad y que en todo caso,
si dependiera de ellos, el respeto de los intereses morales y materiales de seis millones de consumidores debería primar sobre
el de los fabricantes de vino y azúcar, desde
que los seres racionales no han sido creados
para alimentar industrias, sino al revés: las
industrias para alimentar a los seres racionales; pero no es mi ánimo refutar ni discutir
estos sofismas, harto conocidos; quiero simplemente dejar constancia de que el crite­rio
con que La República juzga el proteccionismo
económico es el que el oficialismo imperante
aplica diariamente en el orden político, en el
administrativo, en el financiero y económico
y el que, en suma, determina el régimen del
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1914 - 1916
personalismo o el del favor que excluye el
del derecho y la justicia en toda la República.
Si hoy es inoportuno para el Partido Radical
reconocer y consagrar la liber­tad de los cambios, porque afectaría privilegios establecidos,
mañana lo sería también suprimir todos los
odiosos favores en que el discrecionalismo oficialista ha distribuido los beneficios del poder,
las pensiones, los subsidios, los em­pleos, las
obras públicas innecesarias, toda la larga serie
de negotiums y canonjías de variada especie
que las clases gobernantes se han adjudicado
a expensas del sufrido servaje que trabaja la
tierra y que produce el trigo, la carne, el im­
puesto; siempre habría capitales comprometidos, progresos de por medio, in­dustrias nacionales amenazadas, que pondrían, como los
viñateros de Cuyo, el grito en el cielo a fin de
conservar este estado de cosas tan proficuo a
sus intereses y negocios.
¡No! Yo no puedo prestar mi concurso,
por insignificante que él sea, a un partido
que piense de este modo, si, como es natural
creerlo, La República, su órgano en la prensa,
refleja sus opiniones oficiales. La única tabla
de salvación en el gran naufragio de instituciones y hombres que presenta en este momento la República es, como lo he afirmado
muchas veces, el liberalismo leal y since­
ramente practicado.
Él es la doctrina de la justicia y del derecho: negarlo y substituirlo con su antípoda,
el privilegio, es conspirar contra el salvataje;
confesarlo y aplicarlo, es ofrecer al país los
elementos de la salvación.
Debía a mis distinguidos amigos políticos
esta explicación en homenaje al respeto y afecto que les profeso y les merezco, y al separarme definitivamente de sus filas para quedarme en la vida privada con la desesperanza de
ver realizados mis ideales, pero también con
la seguridad de no haberlos traicionado jamás,
les renuevo mis votos por el éxito y el acierto
de sus varoniles y patrióticos esfuerzos.
Rogando al señor presidente quiera llevar
a conocimiento del H. Comité esta renuncia,
soy, con mi consideración más distinguida, su
atento y S. S.
Pedro C. Molina
Primera carta de Hipólito Yrigoyen a
Pedro C. Molina, publicada en el suplemento diario La Verdad de La Plata, 21 de octubre de 1909
Buenos Aires, septiembre de 1909
Señor doctor Pedro C. Molina
Distinguido doctor:
Recién restablecido de mi salud, acabo de
enterarme bien de su resolución con todas
sus incidencias, abandonando el único sendero para la reparación de la República.
No me ha sorprendido, dada su actuación
y teniendo presente que sobre la adversidad
del 4 de febrero propuso usted la disolución
del Partido, pero sí los motivos en que la excusa y la forma en que lo ha hecho.
Se fue usted por una futilidad, sin dejar ni
un acento de cordialidad ni un eco de cortesía, y en seguida cayendo en el desatino de
todas las apostasías, incurre en apreciaciones tan extrañas a su modelación caballeresca, que difícil me ha sido convencerme de
que sean suyas.
Podía yo haber guardado el deliberado silencio que he tenido siempre para todas las
conversiones, porque demasiado sé que la
fragilidad y la inconsisten­cia son debilidades
que, cuando aparecen, no se detienen ya, y se
explica que también busquen sus justificaciones, por más que nunca las encontrarán; pero
apartándome de ese juicio, el recuerdo de que
es mía la culpa de haberlo traído a las filas de
la opinión, desde el republicanismo, me induce a expresarle mi sentida protesta por todo.
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Según sus publicaciones, se dice que la
Unión Cívica Radical sostendrá el candidato
del gobierno; pero no cree usted por algunas circunstancias, cuando todo el deber de
verdad y de respeto la marcaba, tanto más
que usted mismo exteriorizaba esa insidia,
rechazarla, no por suposiciones, sino por los
funda­mentos que constituyen la razón de ser
y los procedimientos invariables y abso­lutos
de ese movimiento.
Ante tan musitada actitud, que no me imaginé de su parte, y sólo cuando no se encuadra en nuestras reglas de conducta, permítame que me haga cargo de ella, para replicarle
como surge de todo mi ser, pero sin agravio
alguno. Sí, doctor, ponga ante nosotros todos
los honores acumulados, y más pronto de lo
que lo haya hecho, de una [sic] puntapié se lo
arrojaremos.
En la extremada degeneración por que pasa
el país, muchas aberraciones se verán todavía,
entre las que se ha confundido usted; pero lo
que no se verá jamás es que en nuestras frentes llegue a rendirse o abatirse siquiera en lo
mínimo, la enseña más sagrada que pueblo alguno de la tierra se haya dado para redimir la
afrenta que lo ha difamado ante el mundo, le
ha cerrado sus horizontes y lo tiene expuesto
a todos los desastres, enseña a la que hemos
consagrado la plenitud de la vida y la integridad de nuestra existencia.
¡El día que aquello pudiera suceder, que
Dios nos fulmine y la Patria nos execre!
Sí, porque los que subyugan y detentan a
las sociedades en su marcha pro­gresiva llevan el sello del eterno delito; y los que abjuran
de su fe redentora, son los Judas malogradores de las más justas y santas inspiraciones.
Era usted el correligionario que más obligado estaba a todos los merecimien­tos hacia
el Partido y sus hombres, porque ha tenido
incongruencias de todo orden y disparidades
de todo género, que aun me complazco en no
consignarlas, y no sólo se le han tolerado, sino
que hasta se ha cohonestado aparentemente
con ellas, guardándole siempre los mejores
comedimientos, las mayores distin­
ciones y
las más amplias generosidades.
Se aleja cuando por todas partes repercuten las vibraciones del sentimiento nacional,
que por medio de sus delegaciones llegara
hasta el altar de la Patria, a renovar sus votos
de honor y de austeridad ciudadana en aras
de su redención.
Deja su puesto cuando la conjuración oficial tramada desde el primer día, acometiendo
y arrasando desaforadamente con todo lo que
ha creído y cree necesario a su plan, se descubre reproduciéndose con procederes tan indignos y temerarios que me quedo absorto de
que los consienta, y no estalle todo el pue­blo
argentino arrojando para siempre de su seno
tamañas felonías contra la majestad soberana
de la Nación.
Procede usted así porque un diario escrito
por los radicales ha dado cabida a una tesis
económica distinta de la que sostiene el suyo.
Si fuera posible admitir que ese giro tomara la vital preocupación que desde hace
treinta años viene conmoviendo a la República, absorbiendo en su defensa todas las
fuerzas morales, intelectuales y reales, en la
expresión de sus más puras y vigorosas energías, entonces sí que habría llegado la hora
de despertar de su suerte, porque la Unión
Cívica Radical, que es la genuina encarnación, se descalificaría por sí misma. Sería una
derogación de principios, de su pensa­miento
puramente genérico e institucional y una desviación de la línea recta que tanta autoridad le
ha dado en la República.
Pero no es ni será así: el problema está
planteado e impreso en el alma nacio­nal, tal
como surgió, y nada ni nadie lo modificará
en su concepto ni lo detendrá en su solución radical.
Nunca una Nación soportó más duros
golpes, pero tampoco el esfuerzo hu­mano
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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hizo más grandes sacrificios para resistirlos; ni hubo mayores transgre­siones a las
leyes que rigen las sociedades, pero tampoco mejores comprensio­nes de deberes para
combatirlas; ni causas más graves determinaron la acción general, ni oposición alguna
estuvo a más altura para repararlas, que las
de ese movimiento.
¿No sabe usted que del principio democrático del sistema republicano y del régimen federal, de ese vasto monumento científico ideado por el saber humano, bajo cuyos auspicios
y enseñanzas tienden a llenar su cometido
todas las socie­dades libres, no queda ya en la
nuestra más que la tradición y su leyenda?
Adoptado desde la aurora de la independencia por la nacionalidad argentina y cimentado después de cincuenta años de cruentas
vicisitudes, de dolorosas alternativas y de inquietudes, todo ha sido derribado y se posa
sobre sus ruinas el más disoluto predominio
de que haya de consumir, dilapidar y usurpar… no tiene más miraje que el peculado y
la logrería, sea lo que fuere, pase lo que pase
y suceda lo que suceda, con tal que haya que
consumir, dilapidar y usurpar… ¡Sumido y
abyecto hasta la vileza dentro de su imperio,
como procaz y agresivo con la opinión pública
y vandálico en todas las formas, gravita sobre
la Nación, en vorágine devastadora de la más
nefasta fatalidad!
Todo se ha concusado y subvertido, respirando relajación y desconcierto; todo sentimiento de respeto, de bien y de justicia ha
sido profanado.
Tan hondos trastornos políticos y morales no sólo producen múltiples males y dejan irreparables lesiones, sino que amenazan mayores peligros, sobre los que detengo
la pluma; pero que evidenciaría en tribunal
de fuero interno paten­tizando su magnitud y
sus consecuencias.
Los sucesos dirán o el porvenir decidirá,
pero al menos no debo ocultar que los signos
de la época y las señales del tiempo, me hacen
prever siniestras sonoridades de catástrofe.
Los pueblos que así sufren padecen en
toda su estructura y no hay legalidad para
nada, ni principios ni reglas, sino los que imponen a su albedrío la denomi­nación que subordina todo a sus conveniencias.
Cuando tan audaz y persistentemente se
avasallan las facultades sobre que reposan
las funciones políticas, ese inicuo proceder
de gobiernos que cifran su estabilidad en
la conculcación de todo lo constituido, en la
violación de las leyes y en la defraudación de
los intereses públicos, ese poderío lleva en
sí el germen de todas las descomposiciones,
quienes quieran que sean los que lo dirijan,
y el incentivo de las espurias ambiciones lo
arrastrará a todos los extremos.
La situación irredimible por sí misma y las
esperanzas al respecto, quedarán siempre
desvanecidas. Por el contrario, cada tregua
que se haga y cada hipóte­sis en que se confíe,
distanciará la hora de la reparación, dejando
tras de sí mayores perturbaciones. Los perversores de los pueblos nunca transformaron
su acción en regeneradora; millares de veces
lo prometieron, y tantas otras fue­ron conversos al bien general. Es natural que así suceda,
porque no puede sin­ceramente sostenerse la
posibilidad de transiciones tan acentuadas, ni
el cam­bio de condiciones tan distintas.
Las acciones humanas se manifiestan según los factores psicológicos que las determinan y no germinan sino aquellas que le dieron
vida. La escuela que se aprende, o el ejemplo
que se recibe, es el mismo que se propaga.
Los actos y los hechos que se dejan consumar, es de rigurosa exactitud que se produzcan, y el ambiente en que se vive es el
que satura la existencia. El delito no repara
ni condena, sino en su provecho e infiriendo
mayores lesiones y, por lo tanto, cuantas ilusiones se forjen sobre la probabilidad de mejoras por los gobiernos actuales, serán vanas
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y fomentarán la reincidencia. Basta recor­dar
la enorme conglomeración de atentados, renovados siempre con más impudicia, para
comprender cuán insensato es suponer que
los causantes así empe­dernidos sean reaccionarios. Ellos podrán modificar, pero en un
ambiente totalmente distinto, porque como
sucede en las decadencias inveteradas, están
inconscientes y enervadas para toda purificación de hábitos y más para remontarse a las
esferas inmanentes del bien público.
Con la tendencia a olvidar el pasado, porque a todos conviene, desde que contados
son los que no tienen participación en el punto de partida o en los sucesivos, con el dominio del poder y sus atracciones, en recursos,
elementos y medios de todo orden y con la
impunidad por delante, nadie puede dudar de
lo que seguirá siendo y de la posteridad que
nos depara.
Por nuestra parte, seremos siempre severos con el crimen venturoso, y jamás acordaremos sanción legal a lo que originariamente no lo tuviere, ni en nuestras manos se
romperá la unidad de la historia en todos sus
juicios. No porque ten­gamos prevenciones
contra nadie, que nunca hemos podido sentir, pero sí, increpaciones para todos y absoluta rebelión con cuanto daña a la República
y la detiene en el camino de regeneración y
vida nueva.
Sólo los mentecatos y los malvados pueden ignorar o hacerse los desentendidos para
comprender hasta dónde hayan penetrado
las raíces de la depravación de esta progresiva “crisis de progreso”.
La corrupción continuará avanzando y todo
irá precipitándose mientras haya pendiente,
porque los discípulos aventajarán consecutivamente a sus maestros y los hechos verdaderamente portentosos anuncian sin ambigüedad
cuál será el fin de esa batahola infernal.
Hace treinta años que recíprocamente se
imputan las responsabilidades en que igual-
mente han incurrido y cometen la sarcástica
ironía de referirse a ellas en las asonadas que
alternativamente se hacen, concluyendo para
convertirse en juez el que tiene la fuerza, al
cual los que ayer lo desdeñaban se le rinden
hoy, y lo repudiarán mañana, para prosternarse ante el nuevo omnipotente.
Es un proceso que lleva entre sus entrañas el germen productor de todas las perversiones. Un hacinamiento en que se confunden
gobiernos, grupos y hom­bres, con denominaciones de Acuerdos, Paralelas, Uniones
Provinciales, Repu­blicanos, Partidos Unidos,
Liberales, Autonomistas, Coalicionistas, Conservadores, Unión Nacional y tantas otras
buscando en figuraciones y desfiguraciones
encubrir sus delincuencias y hacer prevalecer sus móviles utilitarios, variando por momentos, según las mejores ventajas y oportunidades para la posesión o participación en
los gobiernos.
Una algazara de aplausos y reproches, de
elogios y censuras, de acome­timientos como
el de las más incoherentes alianzas; pero que
en realidad son fenómenos naturales, porque
persiguiendo los mismos propósitos están
dispues­tos a todas las cambiantes para conseguirlos.
Todo, todo eso causa un estado morboso
incurable por sí mismo, tan infec­cioso que
cada vez se esparcirá más ocasionando a la
República los perjuicios consiguientes, y por
fin quedará sepultado en la fosa común de
esta época con la lápida del oprobio.
Pero a su frente, con el lema de la Unión
Cívica Radical, perdurará una pirámide de
proyecciones tan luminosas y de perspectivas tan vastas, como su propia idealización
levantada por las más caras consagraciones del espíritu y el alma, de la frente y el
pecho de la personificación humana y sobre
su cúspide la razón, la justicia y el derecho,
como antorcha permanente de la civilización
argentina.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Tal es la síntesis de esta crisis moral y
política, a la que seguirán crisis económicas, porque esa es una de sus fatales consecutivas. Para honor y bien de la Nación, se
caracteriza en el más opuesto antagonismo
contra las fuerzas destructoras por las creaciones reparadoras. Así debía ser, porque si la
resisten­cia no tuviese ese carácter, habría demostrado que los gobiernos eran apropia­dos
y lógicos a la Nación, y ambas entidades, situación y oposición, hubieran merecido igual
juicio y caído en el mismo nivel de depresión
y de desdoro.
Y bien, derrumbadas todas las instituciones, como deshechas las organiza­ciones accesorias y sobre ellas las más profundas e
invasoras prostituciones, ¿cuál es el valor y el
significado que ese caos tiene ante los principios y leyes que rigen a la humanidad?
No deje usted deslizar su pensamiento en
impresiones movedizas y pasaje­ras, acuda a
las fuentes de los conocimientos, a la historia, a la filosofía, a las ciencias; que son el
alma máter de las sociedades, y todas ellas
le dirán de la manera más concluyente que
en ese estado no puede haber otro sentimiento y otra aspiración que la de la salvación de la República.
Si así lo comprendió el deber argentino a
los diez años, a los treinta de pro­gresión infamante, ¡cuán imperioso y sagrado no será!
Ahí tiene usted el programa de la Unión
Cívica Radical y debe ser el de todo ciudadano
que tenga sangre en las venas, patriotismo en
el pecho y pundonor en la frente.
Apenas necesito decir que lo ha mantenido tan incólume, con tan virtual capacidad
y elevación, con integridades tales, como no
hay otro caso en la vida.
Lo cumple y lo realizará, fiel, serena y valerosamente, no por los reprobados medios
de compartir con el delito, a pretexto de extinguirlo o de penarlo, simu­lando actuaciones
políticas para determinar soluciones regre-
sivas, porque eso sería agregar a la estigma
de unos la de todos, y a la ignominia de los
gobiernos la de los pueblos.
Pero sí por los decorosos medios concordantes con los fines, por el despren­dimiento
de todos los ideales y beneficios propios en
holocausto al bien público y con el tributo de
todas las abnegaciones ante el sagrario de
la Patria, para restaurarla en toda la supremacía de su ser, al concierto del mundo por
la reasunción de su autoridad moral, por el
restablecimiento de todo su organismo y por
la generalización del trabajo, ¡fuente de todos
los bienes y símbolo de todas las dignidades!
Esa es la posición que imponen la ciencia y la experiencia, la razón y la conciencia,
y todo cuanto ilumina al espíritu humano. La
Unión Cívica Radical la asume impertérritamente, afrontándola en todas las consecuencias; porque en tan honorable actitud
no sólo son sus enemigos los gobiernos, sino
también todas las profanaciones colectivas
o individuales que quisieran verla abdicar o
claudicar, para sin control y sin justicia pública, sin reparo alguno, lanzarse a todos los
aprovechamientos con el convencionalismo y
la tolerancia conjunta.
Sí, eso es lo que corresponde a los solemnes deberes de la República, y el único camino
para libertarla, arrancándola de las garras de
sus malhechores y tránsfugas; lo demás, todo
lo demás es mentira, es deshonra y es especulación, entregándola indefensa a todas las
traficaciones y sin resguardo a las suspica­
cias de toda especie que crecientemente la
circundan, amparadas y estimuladas por su
desmedro y desgobierno.
En tal situación, tampoco se conciben ni
se justifican las tendencias partida­rias, ni las
propensiones singulares; porque deben callar
esos intereses, vol­viendo todos sobre los de
la Nación, antes de que sea demasiado tarde
para evitar el peso de una mayor calamidad
y lamentarla recién cuando ya no hay reme-
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dio; ni pueden desenvolverse sino sometiéndose para participar de la con­cupiscencia o
gastándose estérilmente en las acciones aisladas y substrayéndose a las que obran en
sentido general.
Son tan ciertas esas proposiciones, que
todos los ciudadanos que no profe­san el credo de la Unión Cívica Radical contribuyen,
directa o indirectamente, en una forma o en
otra, a afianzar el régimen imperante y se hacen causantes como los mismos autores.
Habiéndose congregado ese movimiento para fines generales y comunes y siendo
cada vez más definido en sus objetivos, no
sólo son compatibles en su seno todas las
creencias en que se diversifican y sintetizan las actividades sociales, sino que le dan
y le imprimen su verdadera significación.
La denomi­nación de “Unión Cívica” expresa
su origen, y el agregado “Radical” es el vivo
anatema de las atroces felonías de que ha
sido víctima dentro de su propia entidad, haciéndole malograr acciones ya decididas en
su favor y obligándola a prolongar su azarosa vida, multiplicándole sus calcificaciones e
infiriendo a la Patria muchos más sensibles
y grandes males que aquellos que motivaron
su convocatoria.
Su causa es la de la Nación misma y su
representación, la del poder público. Así será
juzgado y así pasará a la historia como fundamento cardinal y resumen entero de la heroica resistencia que el pueblo argentino hiciera
a la más odiosa de las imposiciones; porque
no tiene ni una sola atenuante, y sí todas, todas las agravantes.
¡Es sublime la majestad de su misión, y
a ella entrega sus fervores infinitos! Por eso
perdura su obra y son poderosos sus esfuerzos, se robustece y vivifica constantemente
en las puras corrientes de la opinión; es la
escuela y el punto de mira de las sucesivas
generaciones y hasta el ensueño de los niños
y el santua­rio cívico de los hogares.
Precisamente, uno de los inmensos bienes que ha hecho, y que bastaría para su
eterna culminación, es haber consolidado la
unión nacional y su identifica­ción orgánica
de tal modo que ya nadie podrá explotar la
criminal perfidia que tanta sangre argentina
ha hecho verter; porque la solidaridad está
definitiva­mente consolidada, no por las bacanales victoriosas contra ella misma, sí por
los infortunios y las desventuras, por los esfuerzos y los sacrificios, en unísono pen­sar y
sentir, en una sola alma: la de la Patria, y en
un solo espíritu: ¡el de Dios!
Las convicciones partidarias, cualesquiera que hubieran sido, no habrían llegado a tan
esforzadas pruebas y hubiesen sucumbido a
los fuertes y repetidos contrastes que parecen aleccionar a los pueblos, imponiéndoles
penosas tribu­laciones antes de reconquistar
lo que por culpable negligencia perdieron.
Hemos sufrido dolorosos desgarramientos, que han lacerado nuestros pe­chos y nos
han dejado imborrables impresiones; pero
sin un instante de vacila­ción o incertidumbre,
erguidos siempre por el deber, estamos en
su senda cada vez más fuertes, y templados
hasta por la misma adversidad que se cierne
sobre nosotros y que al fin será la precursora
de todas las prosperidades.
Es un espectáculo interesante ante propios y extraños y digno de la mayor admiración, el de esa fuerza que, desprovista de toda
función de gobierno y alentada tan sólo por
el espíritu público, persiste desde hace veinte años con absoluta abnegación. Sostiene
la más cruenta oposición que se conozca, y
apar­tando de sí todas las compensaciones y
aceptando todos los sinsabores, hace de esto
su sólido punto de apoyo.
Inaccesible a todas las seducciones, prefiere ante[s] las inexorables persecu­ciones,
agresiones, abusos y desamparos.
Jamás un movimiento de opinión ha ocupado la escena con más suma de calidades ni
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mayores desprendimientos ni más intensos
sacrificios. Será una fi­gura histórica de imperecederas irradiaciones tanto más fulgurantes, cuanto que su obra es eminentemente
nacional, perseguida con el más acendrado
desinterés, y a impulsos de los más generosos afanes y de los más nobles sentimientos.
¡Hemos luchado imperturbables y perseverantes con el emblema del honor, de la justicia
y de las instituciones, y guiados por su credo
y abrazados a la bandera de la Patria, hemos
consagrado nuestra vida, reposo, bienestar y
patri­monio, renunciando mil veces y siempre a
todos los halagos, a trueque de las más crueles proscripciones e inmolaciones!
Esa lucha no sólo es con los adueñados de
los poderes que tienen subyuga­dos y sometidos a su servicio todos los resortes oficiales,
sino también a despe­cho de sus aliados, las
malevolencias, diatribas, infidencias, perfidias, defeccio­nes, deslealtad y traiciones, que
son exponentes de la degradación reinante;
más los indiferentes, apáticos, parasitarios y
decrépitos, y aun esa masa de gente rendida a los éxitos y egoísta a las contiendas que
no sean mercenarias, con aplausos a todos
los triunfadores y fustigaciones a todos los
infortunados, álbumes para los que suben y
censura para los que bajan. Contra toda esa
parte, en fin, de la humanidad que nace muerta a la vida moral y del espíritu, a la que tiene
que sobrellevar a cuestas la que llenando su
cometido, conforme con los designios de la
Providencia, forma y reforma las sociedades,
reconsti­tuyendo el mundo y perfeccionando
el Universo sobre la base inmutable de la libertad y de la justicia.
Hemos ido sucesivamente a la acción armada y muchas otras a los comicios difundiendo en la próspera, como en la adversa
suerte, enseñanzas benéficas en todo sentido, y después de veinte años de continuo batallar, no tenemos la más leve sombra en la
trayectoria tan luminosa que viene siempre a
nuestra mente a manera de brisa fortificante
en tan ruda y profunda labor.
En todos los momentos, desde los primordiales, hasta los más trascendenta­
les,
así como en las prisiones, confinamientos,
expatriaciones, tropelías y cruel­dades que se
nos han hecho sufrir, hemos dejado también
la estela indeleble de la elevada conducta y
correcta cultura.
Nunca hemos deseado mal a nadie, porque no está en nuestra índole, ni tenemos un
solo latido que nos mueva a ello; nuestros
actos llevan, solamente, los ardores del firme
cumplimiento de deberes y del recto ejercicio
de derechos, fuera de cuya órbita no se puede legalmente pretender que vivamos, y si la
fuerza ciega, torpe y criminosa nos oprime,
no por eso nos hará desistir.
No dañamos intereses ni pretensiones legítimas ni buscamos posiciones, a todas las que
hemos declinado siempre, porque lejos, muy
lejos de ser legiona­rios de nadie, ni de bandería alguna, somos legionarios de la sacrosanta
causa por que nos debatimos en bien de todos,
desde que es por y para la Patria.
Relevantes inspiraciones y justísimos anhelos de reparación, es lo que anima e induce a
ese movimiento; y potente en sus fuerzas y en
el principio que las ha producido, permanece
invulnerable en ellas, siendo la imagen fiel de
todo cuan­to de altivo ha palpado la Nación en
estos treinta años.
La clarísima visión con que ha previsto
y seguido los acontecimientos, te­niendo en
ellos las notas más altas, serenas y dignas,
así como su probidad y alejamientos de todas
las menguas y supercherías. Se levanta y se
mantiene arriba de todas las brumas y estrechas miras en la más pura atmósfera del patriotismo, simbolizando la grandeza moral de
la Nación, sus verdaderas ener­gías y el juicio
que presidirá sus destinos.
Que los espíritus que estudian las acciones humanas a través de los arcanos de la
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existencia para grabar sus caracteres esenciales, digan cuánto hay de genio, de virtud
y de fortaleza, en esa obra guiada por las
más augustas concep­ciones, coronada por
las mayores austeridades y santificada por
todas las con­sagraciones.
Ha dado un ejemplo tan notable en las
lides, por las libertades y derechos humanos, que difícilmente será superado, y no hay
en sus anales otro cometido encuadrado en
principios y reglas tan uniformes y con gentilezas, hidalguías y nobilidades llevadas a
tal grado.
Sobre esa cumbre de gloriosas rutas hacia
todas las ascensiones, es que usted ha blasfemado; y de los artífices, sus compatricios
y correligionarios es que usted ha renegado.
Maldiga, entonces, a la Patria misma; porque
no es posi­ble concebir mayor identidad.
Si las demostraciones infalibles de los
espíritus selectos y las almas selectas, son
la inteligencia, el carácter, la lealtad, la integridad y la abnegación, busque usted en todo
el orbe y no encontrará mayor perfección ni
obra más acabada.
Ha sido y será fecunda su acción atacando
el mal en todas sus proporciones.
¡Cuánto bien ha hecho a la República y qué
hubiera sido de ella, sin esa colosal resistencia que se ha sobrepuesto a todo!
El día en que por cualquier circunstancia
desapareciese antes de alcanzar la solución,
la fatalidad habría llegado a su último término, y la República, dege­nerada, rodaría al descrédito y a la ruina, en el torbellino del desquicio y la rapacería, perdiendo su tradicional
filiación para tomar la que le deparasen los
accidentes y los eventos de la vida.
¡Pero no creo que haya poder humano
que consiga esa declinación, porque su credo no viene de la sugestión de nadie, ni de
influencia alguna, sino del profundo convencimiento de la Nación, que en contraste en
todo con la inepti­tud de los gobiernos, ha
revelado en la contienda preparaciones y
capacidades para resolver los más vitales
problemas, y parece haber jurado ante Dios
y ante sí misma, su reivindicación radical y
su redención suprema!
Así lo ha probado en toda su marcha y
desenvolvimiento, y así lo ha compro­
bado,
guardando la más glacial indiferencia a los
ciudadanos, aun los más re­presentativos y
de mayor figuración pública, que defeccionaron o se apartaron de sus principios y de su
programa. Sin embargo, si aquella suposición
llegara a ser una realidad, óigalo bien y téngalo por seguro, que no volverá usted a ver
otra Unión Cívica Radical.
Ella constituye una de esas exteriorizaciones públicas de aspiraciones mora­
les
que distingue a los movimientos bienhechores de la humanidad, y que, como mandatos
providenciales, se condensa sólo de tiempo
en tiempo, y en torrentes de luz y armonía,
difunden grandes bienes, sean creadores, reconstituyentes o restauradores.
Nunca emergen de la acción militante ni
de la trillada vida, y menos de las contaminaciones, sino de los acentuados recogimientos,
en los que se forma el justo y levantado criterio libre de todo prejuicio, y se acumulan las
fuerzas mo­rales y reales, que venciendo todos los obstáculos, concluyen por implantar
transiciones superiores bajo el calor de los
rayos de un sol más puro y confor­tante, despertando a las sociedades mayores energías
y entusiasmos y abriéndoles nuevas vías en
la continuación de sus progresos.
La Nación tiene que salir de la situación
que atraviesa sin más dilación ni omisión, ni
otra consideración que la que le incumbe en
el concierto general, y si así no lo hiciera, no
se justificaría en el presente ni en el futuro.
Los problemas de la vida no adquieren
legitimidad por el punto donde se dilucidan,
sino por la justicia que los asiste, y equivalen
aquí como en el centro más importante del
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mundo, y la experiencia enseña que las naciones son juzga­das, ante todo, con arreglo a
la conducta que observan y al respeto que a sí
mismas se guardan.
Demasiado conocemos las armonías universales, y bien sabemos que cuan­do unos
pueblos se detienen o retroceden, los demás
reciben también los refle­jos de su sombra, así
como cuando avanzan imperturbables, también les llegan los resplandores de su luz.
De hombres y sociedades sobrias y virtuosas se hacen pueblos libres y focos de
civilización; pero de hombres y sociedades a
quienes domina el libertinaje y el desenfreno
de goces materiales, no se harán sino conglomerados expuestos a todas las contingencias
y descomposiciones.
Los estados que se corrompen, dicen los
pensadores del mundo, se purifi­can únicamente recurriendo a los principios que los
hicieron originariamente grandes.
Así es como se han salvado en todos los
tiempos, volviendo a la aplicación de esos
principios o entrando al régimen de las instituciones; y los que no lo han hecho, han
concluido por perder su personalidad, quedar
atrofiados o vivir devorados por la anarquía y
el desorden, teniendo que soportar las más
amargas lecciones externas.
¡Así también, los estadistas que dieron
tranquilidad y sosiego a los pueblos, por el
ejercicio de sus libertades, están perennemente bendecidos en la memoria de las sucesiones de la vida, mientras aquellos que
lo contrarrestaron, viven también, pero en la
eterna maldición!
La reivindicación se hace cada vez más
sentida, porque la demolición y la destrucción
avanzan, agotando en su provecho y salvaguardia las fuentes y las riquezas de la Nación.
La situación es la misma en su origen y
punto de vista, pero sorprendente­mente reagravada de renovación en renovación y de
día en día; ¡porque no hay nada tan funesto y
pernicioso como la impunidad en el abuso y la
irresponsabi­lidad en definitiva!
No obstante, y a pesar de tener a su servicio todos los gobiernos y sus extensas ramificaciones, más las facciones aventureras que
merodean en tor­no de ellos, la prensa asalariada, mercantil y desleal a la fe y a la gratitud
pública, y las oposiciones, que siendo sólo por
explosión, apenas de las llamas, concluyen
siempre por tomar asiento en el banquete de
los triunfos contra la Patria; con todo eso, no
tienen nada sino lo que detentan y depredan
y sintien­do la trepidación constante de su caída, contenida hasta ahora por la traición y la
fatalidad, que son las pruebas más grandes
por las que tienen que pasar los movimientos regeneradores de la humanidad, viven poniendo en juego todos los medios que creen
apropiados para conservarse, por infames y
criminales que sean.
Pero la ley de la historia se cumplirá por
las inspiraciones supremas y por las concepciones levantadas y austeras de los que la interpretan sin la menor des­orientación en la
ruta verdadera de su destino.
Podrán retardar esa caída, imponiendo
cada vez más sacrificios, pero al fin se precipitarán obedeciendo a la lógica ineludible,
desde que su base es absolu­tamente falsa y
atentatoria: así se estremecieron y se desplomaron en el trans­curso de la vida todas las
congéneres.
Habrían cesado ante las causas o no hubieran existido nunca si el Ejército de mar y
de tierra, leal a su misión y a su investidura,
no siendo obediente a cualquier reo y profano
mandón, inconsciente de las responsabilidades por la impunidad que ampararon aquellas gloriosas insignias, fuera custodia de la
soberanía nacional, respetando la Constitución y las leyes que fundamentan su tradición, su progreso y su civilización.
El día que eso suceda se acabarán los
atentados y delitos políticos, la Repú­blica re-
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montará su vuelo hacia sus inconmensurables horizontes.
Más que siempre, debemos alzar la bandera redentora, cualesquiera que sean los jalones que aún nos resten colocar.
No lo hacemos contra nadie personalmente, sino contra todos y para todos, animados
tan sólo del culto fervoroso por el bien imperecedero de la Patria, cada vez más comprometida en los inevitables problemas que la
variedad de relaciones en que se desenvuelve
la vida va creando, y de cuya solución depende la prosecución de sus destinos, efectuada
en el presente con todos los daños y los riesgos según la moralidad y la capacidad de los
que la tienen aprisionada.
Sabemos bien la condensación de esfuerzos que la obra demanda, y lo veni­mos
experimentando; pero por magna que sea su
realización, debemos sobrellevarla con desdén, con todas sus mortificaciones; porque
tenemos el deber de ser hombres de bien y
ciudadanos probos, y si todo se doblega a las
eficiencias del poder, más imperioso aún es el
de permanecer inquebrantables desdeñando
los halagos y sobreponiéndonos a todos los
embates, para cuidar el honor nacional y formar y acentuar su carácter.
Permanezcamos serenos y magnánimos
en medio de los desastres, probando siempre
tanta entereza y convicción en la adversidad,
como generosidad y tem­planza en la victoria,
y así habremos asistido y contribuido decisivamente a la gloria y engrandecimiento de la
República, fijando la más luminosa memoria
para la humanidad.
Los acontecimientos humanos enseñan
en su constante sucesión, que lo que triunfa
después de todo es la virtud, la integridad y
el patriotismo.
Cuando podamos asistir a un orden de
cosas enteramente nuevo, respecto del que
acabamos de pasar, se podrá entonces apreciar bien, la importancia de esa transición, y
los mismos que la resisten la aplaudirán ante
la realidad de sus inmensos y saludables beneficios para todos.
Es indispensable luchar en todas partes,
pero no parcialmente, sino en com­pleta unidad de acción y en la forma conducente para
llegar hasta el origen y el fondo de donde el
mal procede. Las mejores intenciones, siendo inadecuadas e insuficientes, no harán más
que preparar mayores inconvenientes, y así lo
com­prueban los años corridos.
Hay que reconocer las causas con plena
lealtad ciudadana y con toda deci­sión y eficacia buscar la reparación de tan deplorable,
alarmante y vergonzoso estado, porque las
tentativas para orillar las dificultades, servirán nada más que para aumentar los odios
del elemento opuesto.
No es el caso de mejorar los efectos de las
causas, sino de extirpar las causas para que
no se produzcan los efectos.
La manera de alcanzar los bienes como de
conjurar los males, es siempre igual, y debe
ser conforme a la naturaleza de ellos.
Nunca ningún esfuerzo bien dirigido y encaminado ha dejado de ser fructífe­ro, y siempre ha dado al hombre y a las sociedades mayor conciencia de sí mismos.
No debemos esperar que nos impelan
apremiantes necesidades, ni tener que ir
detrás de los sucesos, sino delante de ellos,
para llevarlos por los cauces correspondientes, como han hecho todas las sociedades sabias y previsoras.
El absolutismo se opondrá siempre a las
medidas que tiendan a anular los factores
con que opera y usufructúa, y será contraproducente toda aspiración a infundir un sentido
vital y orgánico, sin el advenimiento de la vida
moral e institucional.
Lo esencial es reconquistar ese carácter
constitucional, fundamento de la legitimidad
de todos los poderes y que ha sido a tal punto desnaturalizado, que los gobernantes pro-
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ceden nada más que por su exclusiva cuenta
y propio interés.
Es indispensable entonces recuperar el
mecanismo electoral, legalmente ejer­
cido,
bajo los principios democráticos, con lo que la
paz y el orden público serán perdurables, extinguiéndose desde luego los vicios actuales.
La República dejará de ser el gobierno de
un hombre, de círculos o de fac­ciones, que
no son sino despojos y absorciones contra
la igualdad política, y hacen ilusorias todas
las libertades y derechos; será el gobierno
de la voluntad popular por medio de partidos o de corporaciones con el confortante
y vivificante prestigio de llevar simultáneamente a su seno todas las representaciones
de la opinión.
A conseguir ese resultado, a preparar esa
escena y a abrir ese certamen, deben concurrir en unidad de acción todos los ciudadanos
que no miren a la Patria con indiferencia; y
esa será la primicia de la ansiada redención
que fe­cundará todos los bienes.
Terminaré ya, porque me he extendido
mucho más de lo que me había pro­puesto,
aunque seguiría departiendo, si estuviera usted a mi lado, por más que estos temas se los
he inculcado en nuestras conversaciones, no
habiendo tenido usted, sino palabras de asentimiento y conformidad.
¡Ha incurrido usted en una inexplicable
ligereza al juzgar a la Unión Cívica Radical;
y ha demostrado no haber tenido comunidad alguna en sus esfuerzos y sacrificios
que tanto vinculan, y ni siquiera respeto por
sus calvarios!
No concibo cómo habiendo formado su
personalidad al calor de ese movimiento, al
apartarse por cualquier motivo propio, se
pretenda en vano vituperarlo cuando más
laudable sería reconocerle noblemente sus
enseñanzas y sus orientaciones.
Ha sido usted muy injusto, muy inconsiderado y muy ingrato.
Comprendo que ya no nos veremos juntos
laborando el bien común, y si así tenía que
ser, mejor era que no hubiera sido nunca.
Me resta dejar constancia de que todo
cuanto digo son aserciones políticas, sin la
menor intención ofensiva, porque no tengo en
mi ánimo sino el deseo de conservarle mi estimación personal.
No hago más que evidenciar que hay un
juicio público supremo, y ojalá que así hubiera
una razón de Estado superior. ¡El día en que
esos dos atributos se identifiquen por el ejercicio de la soberanía, el mundo se asombrará
de la gran­deza argentina!
¡Esa es la obra de la Unión Cívica Radical,
y esa será su solución, con todos los esplendores de su genio!
Lo saluda muy atentamente.
Hipólito Yrigoyen
Fuente: La polémica entre Hipólito Yrigoyen y Pedro
C. Molina, en Hipólito Yrigoyen. Pueblo y gobierno, vol. 1,
Buenos Aires, Raigal, pp. 113-116 y 118-142.
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SI EL PUEBLO
PENSARA MÁS
POR JOAQUÍN V. GONZÁLEZ
E
l 27 de julio último, el primer ministro
de la Gran Bretaña, hijo del país de Gales, asistió a un servicio religioso en la
iglesia galense de la Great Castle Street, circuito de Oxford, y de acuerdo con una costumbre tan humana de esa religión, hizo en ella
una alocución, en la cual fueron aludidos tópicos del mayor interés universal, y por cierto
que no había de faltar el relativo a las enseñanzas y filosofía de la guerra y de la victoria.
Un orador precedente había sugerido la
observación sobre un hecho derivado de aquel
inmenso sacudimiento ocurrido en la vida y la
conciencia del pueblo inglés –que desde entonces la gente estaba dándose “a pensar más”.
“Y esto está muy bien –agregó el primer
ministro–, y yo no temo a ningún pueblo que
piensa. Es la acción sin pensamiento lo que
debemos temer. No me preocupa del ‘cuanto
piensa’, y no me importa gran cosa tampoco ‘en qué piensa’ porque sé que cuando se
piensa, la verdad aparecerá siempre al fin. No
debéis inquietaros de un pueblo que piensa…
sólo aquellos que tienen intereses creados de
carácter indefendible o impuros, opresores,
injustos, esos, esos solamente necesitan temer a los que piensan”.
Y nos ha llamado hondamente la atención
esta inusitada manera de hablar en asuntos
públicos, por boca de gobernantes modernos. Tenía que ser uno de raza anglosajona,
como es angloamericana la raza de Woodrow
Wilson, para tomar una de las más altas y
prestigiosas cátedras del mundo como propia para evangelizar a su pueblo, a su época,
a la humanidad entera. Así se explican sus
El 10 de septiembre de 1920
Joaquín V. González escribe para
La Prensa un célebre artículo
que da cuenta de su acre mirada
sobre los primeros años de la
experiencia democrática que
vive la Argentina desde 1916.
sermones laicos titulados “On being human”
y “When a man comes to himself”, el uno de
1916, el otro anterior, pero reeditados durante
la preparación espiritual de la guerra, y así se
comprende, cómo el pueblo norteamericano,
comprendiendo el pensamiento de su mentira, decidió la entrada en la guerra de Europa, no obstante su tradicional aislamiento.
Pero Wilson habló, sin duda, con el alma de
Washington, y este lo absolvió del pecado de
intervención en gracia del ideal democrático
amenazado. Y el pueblo entró en sí mismo,
alzó el corazón a la altura del momento político y “humano”; y tuvo el mundo suspenso de
su acción y desde entonces su alma es parte
del alma del mundo.
Había hallado el orador galense que sus
compatriotas también habían despertado, al
pensar más sobre sí mismos; y este despertar
venía del contacto eucarístico de la sangre del
sacrificio en unión de otros, por causa, no sólo
suya, sino de muchos; y su alma se sintió levantada, fortalecida, iluminada por inspiraciones concurrentes; una gran condensación de
fuerza moral sostuvo a unos y otros, y un florecimiento de amor fue el secreto de la victoria.
Apenas un hombre, o una multitud de hombres se dan a reflexionar sobre lo que les toca
hacer en su medio social, comienzan a valorarse a sí mismos, siguen por comprender a sus
semejantes y acaban por ver la verdad de su
destino: el cual es solidario; y el descubrimiento de sí mismos consiste en ver al fin que una
ley de amor rige la “vida” del mundo; y que el
odio, siendo ansia egoísta de dominar, vencer
y erigir la fuerza bruta o la voluntad individual
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sobre las demás, es fuerza de disociación, de
separación, de aislamiento y de muerte.
La democracia es un modo de gobierno
que consiste en pensar para obrar en conjunto, en corporación, en coordinación; la
esencia de la soberanía no es individual sino
colectiva; el mandato de gobierno que surge
del sufragio primario del soberano es un acto
consciente de voluntad colectiva; por eso una
agrupación social o política que no delibera
por sí misma, que no piensa para exteriorizar
su mandato soberano –sufragio, ley– no es
una democracia, sino un instrumento de ajenas voluntades, una herramienta para forzar
las cerraduras del poder, un arma de dominación ilegítima, o sea, de despotismo.
Para que un pueblo sea una democracia
tiene que ser un pueblo capaz de entrar en
sí mismo, pensar y descubrir sus propias calidades, escrutar su propio querer, desear y
sentir. Mientras no llegue a este grado será,
en el mejor de los casos, un menor, un incapaz, un aprendiz, un aspirante a soberano, un
pupilo bajo tutela, un soberano bajo regencia.
Esta no concluye con la mayor edad de tiempo, sino con la mayor edad de conciencia o
de pensamiento. Entre tanto, sus intereses
se hallarán en manos extrañas, en poder
de voluntades substitutivas, las que pueden
ser honestas, como pueden ser desleales y
egoístas. Ni siquiera su responsabilidad como
mandatarios es efectiva, porque la incapacidad está en el mandante.
Los actos políticos de esta masa en preparación de soberanía, se vuelven meras convenciones, fórmulas, simulaciones y engaños,
destinados a mantener la integridad del patrimonio político mientras la minoridad subsiste. Esa masa no es una democracia, porque
no tiene una voluntad propia; sus impulsos y
caprichos, o sus antojos y rebeldías, son considerados como de niños, y sus tutores o regentes llegan hasta encerrarlo, maniatarlo y
hasta castigarlo como a un loco.
Si se trata de elegir sus gobiernos, las
leyes, simples normas aparentes, funcionan
como mecanismos averiados, a voluntad del
que las maneja, quien las remienda, las altera, las substituye, las violenta y acaba por
prescindir de ellas por fastidiosas, porque no
responden a la necesidad real de las cosas de
la vida. Los intereses y los vínculos que ellas
crean entre los hombres, se substituyen a los
dictados libres de una voluntad informe; la
necesidad es el móvil del voto personal, y no
un concepto de la función pública; la dependencia, la subordinación, la disciplina facticia
del grupo, asociación o partido, se sobrepone
a la disciplina consciente de un pensamiento
o una inspiración social conjunta; la elección
no es, entonces, un acto de soberanía, sino
un hecho de servidumbre; el soberano de hecho reemplaza al soberano de derecho; y la
investidura del poder público es obra de un
“caucus” o de un complot, en cuyo seno puede
imperar la incapacidad, la audacia, la intriga,
la perfidia o la maldad de un solo hombre.
Cuando un pueblo es una democracia de
verdad, piensa por sí mismo, y no delega su facultad sino con plena deliberación. Darle el poder democrático antes de saber pensar, es hacer el mal a sabiendas, porque importa poner la
máquina en manos de un niño; es entregar ese
pueblo a la voracidad de las bajas pasiones de
los caudillos sin responsabilidad ni escrúpulos;
es poner la suerte colectiva al azar de un juego
innoble de trampas, obstáculos, casualidades o
golpes de audacia incalculables e imprevisibles.
Y así ha visto Sudamérica y ha visto a las veces
nuestro país el gobierno en el borde del naufragio definitivo, a merced de tiranuelos incultos y
bárbaros, o de prestidigitadores o taumaturgos
que lo escamoteaban y usufructuaban hasta ceder a la fuerza o la astucia superiores. Y
cuando se ha salvado de ellos, y ha hecho andar hacia adelante el carro de su destino, ha
sido cuando hombres superiores, substituyendo su propia y personal inspiración a la de una
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conciencia ausente de un pueblo analfabeto y
barbarizado por la ociosidad y la consiguiente
miseria; o cuando la escuela planteada a costa
de energías y la educación ambiente han ido engrosando la élite culta de la sociedad superior,
y esta fue irradiando su acción hacia las capas
populares inferiores en orden de capacidad.
Un analfabeto y salvaje no piensa, por más
que el roce con gente culta le dé cierto barniz y entrenamiento empírico y superficial.
Dejado solo con su ser mental, no se elevará
en reflexiones ideales sino en cálculos de mejoramiento material, de goces sensuales o de
satisfacciones egoístas y vindicativas, o agresivas. El odio parece ser el sedimento natural
de la ignorancia; a medida que la facultad de
conocer se va aclarando en la conciencia informe, va calentando el corazón, y un calor y un
perfume de amor comienza a sentirse en los
impulsos ingénitos del neófito. Entonces empieza a desarrollarse en él, como el embrión
de una flor, la aptitud de pensar, de reflexionar,
de meditar, y es entonces cuando principia a
darse cuenta que es parte de un todo social,
una molécula de un organismo, un átomo de la
vida colectiva de su especie y del mundo.
Si fuese de este lugar, y no lo hubiéramos
hecho ya en otras oportunidades, enunciaríamos aquí una síntesis histórica de los casos
en que nuestro pueblo ha obrado sin pensar,
sin impulso propio; y sólo con la inercia de una
masa ciega que no pudo ser desviada de su senda o pendiente de error por causa de la inclinación bruta de su peso bruto; y hoy, a pesar de lo
mucho que ha prosperado en educación, por la
escuela, por el roce, por la experiencia y “por los
poros”, según una feliz expresión extraña, todavía está muy lejos de haber llegado al punto de
su evolución en el cual le sea posible el pensar
colectivo, el obrar con ese pensamiento, y el realizar su ideal, que, si acaso se halla en bosquejo,
duerme en el fondo como en una nebulosa.
Si nuestro pueblo pensara, o si pensara
más, no habría llegado él mismo al estado de
inquietud, de zozobra, de temores innominados
que hoy lo domina, hasta el grado de aparecer
ignorando la misma gravedad de las cosas
que por su mano se han realizado, o no darse
cuenta de que se invoca su soberana voluntad,
o se interpreta su pensar hermético, como en
el caso de los reyes niños, cuya majestad embrionaria encabeza todas las órdenes o pragmáticas de la regencia. Él ha servido de masa
muerta para modelar un colegio electoral de
segunda mano, de cuyo seno ha surgido una
fórmula presidencial por los votos de la mayoría, y el término sobreviviente se substrae
en absoluto a su vínculo de dependencia de su
origen soberano, y proclama un plebiscito, y en
su nombre deroga la Constitución, repudia medio siglo de tradición gubernativa y electoral,
asume una dictadura de hecho, y el soberano
sigue dormido o ausente, o insensible, a tamaña usurpación de poderes que él no ha conferido ni en hipótesis, ni menos en voluntad.
Si nuestro pueblo pensara más, si fuera
más pueblo, en el sentido étnico y espiritual de
la palabra, se habría preocupado de defender
la integridad de sus propios elementos constitutivos; no habría dejado consolidarse y substituirse a su propia entidad pensante y sensitiva, un núcleo prácticamente superior, más
activo, más consciente, más combativo, más
tendencioso; el cual, originario o contagiado, o
saturado de ideas, intereses y pasiones ajenas
al carácter y modalidades nativos, ha llegado
a encender aquí una nueva revolución, una
nueva causa de rencillas y odios intestinos,
hasta crear un estado permanente de guerra
social, exótica, violenta y desligada de todo
lazo de solidaridad o parentesco con la levadura orgánica de nuestra nacionalidad, con las
aspiraciones e ideales de fraternidad universal
proclamados en la Constitución Argentina, y
adoptados por el sentir de la masa nacional.
Es que, en realidad, nuestro pueblo no es una
democracia; porque no hay en él una cohesión,
una armonía, una compenetración, una concien-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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cia colectiva completa; será una democracia en
formación, pero no lo es en definitiva; porque si
lo fuera, no obraría como una voluntad en perpetua delegación, o por influencias extrañas a
su inspiración propia, o a sus genuinos y bien
claros intereses morales y materiales. Y no le
hacemos ofensa ni agravio –como a cierta gente, cuyo honor parece consistir en no reconocer
defectos ni imperfecciones–, si le decimos que
él no piensa, que no delibera antes de obrar, y
que se deja disciplinar por razones o móviles
ajenos a sus verdaderos destinos e ideales de
vida nacional. No lo ofendemos ni agraviamos,
como no creyeron ofender ni agraviar al pueblo
inglés los oradores de la Welsh Church, el 27 de
julio, cuando le dijeron que su maquinaria social
había fracasado. El primer ministro, en el discurso citado al comienzo de estas líneas, dijo
que no era la máquina la que había fracasado,
sino su espíritu. “Lo vi así en la guerra. Hubo una
máquina perfecta en Alemania, y era tan perfecta que marchaba exactamente como ella imaginó que lo haría, hasta que chocó con dificultades
que ninguna maquinaria encontraría, hasta que
dio contra algo que no era maquinaria sino espíritu. La falta no estaba en la máquina: la falta
estaba en que no había un espíritu en el pueblo.”
Alemania, con ser una disciplina perfecta, resultado de una labor científica, de una
homogenización de conciencia y de voluntad,
no era tampoco una democracia, porque le
faltó además del espíritu, la libertad esencial
que le da vida y razón de ser. El puro y ciego mecanismo chocó con la corriente cálida
de un sentimiento y de un ideal armonizado
de los demás pueblos del occidente europeo
y americano, y aquella maquinaria férrea sin
espíritu, se estrelló contra una inmensa nube
condensada de emoción de un ideal supremo
común a una civilización, perdió el rumbo, la
energía inicial, la fuerza operativa. Esa gente
que formaba tales ejércitos no pensó suficientemente en su acción; obedecía a un interés y
a una pasión extraña, que no era la del alma
de cada uno convertido en unidad forzosa de
un mecanismo. El espíritu estaba fuera de la
masa y ese espíritu no era el del fondo de la
nación alemana, sino de un círculo estrecho,
de un usurpador legal de su soberanía.
Lección tremenda para todos los pueblos
que se organizan sobre modelos institucionales de libertad y democracia, sin pensar que las
formas no son la conciencia, que los nombres
no son la esencia, que las palabras son sólo
ruidos vanos cuando no revisten la substancia
que expresan, y que la verdadera fuerza, la invencible, es la que resulta de la fusión de todos
los elementos en el crisol de la verdad, con el
fundente del espíritu. La maquinaria, aunque
haya sido ideada y concluida y movida por una
inteligencia, no engendra por sí misma un espíritu, sino un movimiento mecánico y ciego:
mientras que el espíritu, la pasión del ideal, la
unción de una inspiración altruista y humana
crea la maquinaria, engendra en generación
maravillosa todos sus propios instrumentos de
acción y de éxito, y con el impulso de la libertad
vuela siempre más alto que las fórmulas mecánicas más perfectas. Si la nación británica
ha dado en pensar más que antes de la guerra,
realizará milagros portentosos de grandeza
moral; fundirá en una sola alma todas las diferencias regionales, o las sintonizará con su
propio ideal, y actos de belleza sorprendentes
surgirán cada día de su inspiración colectiva.
Ya redimió a la cautiva Palestina de los romanos y de los turcos; ya devolvió a Grecia su
antiguo patrimonio racial e histórico; el Egipto
del misterio, de la ciencia y de la mística expansiva, que las milenarias pirámides atestiguan todavía, es otra vez libre bajo la égida de
la grandeza británica.
¡Oh, si nuestro pueblo pudiera y quisiera
pensar!
Fuente: Joaquín V. González, en Estudios Constitucionales, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, Juan Roldán y
Cía.,1930, pp. 165-176.
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Llegada de las urnas a la Legislatura para el recuento de votos.
El presidente Hipólito Yrigoyen escoltado por el pueblo se dirige a la Casa Rosada después de haber
prestado juramento.
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Crónica de la asunción de Hipólito Yrigoyen relatada por Pablo del Soler y Guardiola,
entonces embajador de España en el país, aparecida en el diario La Época.
A las dos de la tarde va a jurar ante la asamblea de congresales su lealtad al cargo que
le toca desempeñar. Lo hace protocolarmente en todo sentido; no se aparta del ritual de
práctica ni por las palabras ni por el atuendo, aunque impresiona su porte solemne y
distinguido al par que noble y bondadoso, al punto que sus propios enemigos no pueden
menos que rendirse en el aplauso la sincera anuencia de sus juicios. Terminado el acto de
juramento el Presidente se dirige a la Casa de Gobierno (…) el embajador de España
en la Argentina, doctor, asistió en representación de su patria y desde las columnas del
diario La Época, describió en esta forma:
En mi carrera diplomática he asistido a celebraciones famosas en diferentes cortes europeas; he presenciado la ascensión de un presidente en
Francia y de un rey de Inglaterra; he visto muchos espectáculos populares
extraordinarios por su número y su entusiasmo. Pero no recuerdo nada
comparable a esa escena magistral de un mandatario que se entrega en
brazos de su pueblo, conducido entre los vaivenes de la muchedumbre
electrizada, al alto sitial de la primera magistratura de su patria.
Ya me había impresionado fuertemente el aspecto del hemiciclo de los
diputados, con sus bancas totalmente ocupadas por los representantes del
pueblo, vestidos de rigurosa etiqueta, entremezclados con los embajadores
y ministros extranjeros, cuyos brillantes uniformes y variadas condecoraciones producían deslumbrador efecto, desbordantes los pasillos laterales
hasta formar un friso estupendo de oro, piedras, plumas y metales titilantes; repletas las galerías superiores de damas lujosamente ataviadas y de
centenares de hombres suspensos ante el magnífico espectáculo…
Pero todo ello había de ser pálido ante la realidad de la plaza inmensa, del océano humano enloquecido de alegría; del hombre presidente
entregado en cuerpo y alma a las expresiones de su pueblo, sin guardias,
sin ejército, sin polizontes.
Yo había visto desfiles rígidos, por entre una doble fila de bayonetas, a
respetable distancia del pueblo, cual si se temiera su proximidad.
Tuve a manera de un deslumbramiento… ¿Sabes cuál fue mi impulso,
extranjero como soy en la Argentina? Correr también, confundirme entre
la muchedumbre, gritar con ella, aproximarme al nuevo mandatario y vivarlo, vivarlo en un irreprimible impulso de admiración surgida desde el
fondo de mi alma…
En aquel instante, señores, no se sonrían ustedes, fui un radical, tan
radical como los que cubrieron durante algunas horas las grandes arterias
de la metrópoli inmensa…
Fuente: José Landa, Hipólito Yrigoyen visto por uno de sus médicos, Buenos Aires, Editorial Propulsión, 1958,
pp. 336-337.
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Durante la Primera Guerra Mundial la Argentina adopta una política exterior
neutralista. Esta decisión del gobierno desata intensos debates y movilizaciones que abarcan a amplios sectores de la sociedad. A partir de 1917 se
delinean dos campos enfrentados en la opinión pública: los partidarios del
mantenimiento de la neutralidad y quienes impulsan la ruptura de relaciones
diplomáticas con Alemania. Esta toma de partido involucra distintas definiciones del nacionalismo y de su vinculación con valores universales como
la libertad y la democracia, así como la postulación de diferentes relaciones
con Europa y América. Entre los intelectuales rupturistas, se encuentran
Leopoldo Lugones y José Ingenieros. Entre los neutralistas, donde se destaca la figura del presidente Yrigoyen, se ubica también el poeta, dramaturgo y
diputado radical Belisario Roldán.
EL SUICIDIO DE
LOS BÁRBAROS
POR JOSÉ INGENIEROS
L
a civilización feudal, imperante en las
naciones bárbaras de Europa, ha re suelto suicidarse, arrojándose al abismo de la guerra. Este fragor de batallas parece un tañido secular de campanas funerarias.
Un pasado, pletórico de violencia y de superstición, entra ya en convulsiones agónicas.
Tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo sus héroes; quedan en la historia. Tuvo sus ideales;
se cumplieron.
Esta crisis marcará el principio de otra
era humana. Dos grandes orientaciones
pugnaron desde el Renacimiento. Durante
cuatro siglos la casta feudal, sobreviviente
en la Europa política, siguió levantando ejércitos y carcomiendo naciones, perpetuando
la tiranía de los violentos; la minoría pensante e innovadora, a duras penas respetada, sembró escuelas y fundó universidades, esparciendo cimientos de solidaridad
humana. Por cuatro centurias ha vencido
la primera. Príncipes, teólogos, cortesanos,
En septiembre de 1914, a
poco de comenzar la
Primera Guerra Mundial,
José Ingenieros reflexiona
sobre la naturaleza y
consecuencias del conflicto.
han pesado más que filósofos, sabios y trabajadores. Las fuerzas malsanas oprimieron a las fuerzas morales.
Ahora el destino inicia la revancha del espíritu nuevo sobre la barbarie enloquecida. La
vieja Europa feudal ha decidido morir como
todos los desesperados: por el suicidio.
La actual hecatombe es un puente hacia el
porvenir. Conviene que el estrago sea absoluto para que el suicidio no resulte una tentativa frustrada. Es necesario que la civilización
feudal muera del todo exterminada irreparablemente. ¡Que nunca vuelvan a matarse los
hijos con las armas pagadas con el sudor de
sus padres!
Una nueva moral entrará a regir los destinos del mundo. Sean cuales fueren las naciones vencedoras, las fuerzas malsanas quedarán aniquiladas. Hasta hoy fue la violencia
el cartabón de las hegemonías políticas y
económicas; sobre la carroña del imperialismo se impondrá otra moral y los valores
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éticos se medirán por su justicia. En las horas de total descalabro esta sola sobrevive,
siempre inmortal…
Aniquiladas entre sí las huestes bárbaras, dos fuerzas aparecen como núcleo de la
civilización futura y con ellas se forjarán las
naciones del mañana: el trabajo y la cultura.
Cada nación será la solidaridad colectiva de
todos sus ciudadanos, movidos por intereses
e ideales comunes. En el porvenir, hacer patria significará armonizar las aspiraciones de
los que trabajan y de los que piensan bajo un
mismo retazo de cielo.
Las patrias bárbaras las hicieron soldados
y las bautizaron con sangre; las patrias morales las harán los maestros sin más arma
que el abecedario. Surja una escuela en vez
de cada cuartel, aumentando la capacidad
de todos los hombres para la función útil que
desempeñen en beneficio común. El mérito y
la gloria rodearán a los que sirvan a su pueblo
en las artes de la paz; nunca a los que osen
llevarlo a la guerra y a la desolación.
Hombres jóvenes, pueblos nuevos: saludad el suicidio del mundo feudal, deseando que sea definitiva la catástrofe. Si creéis
en alguna divinidad, pedidle que anonade al
monstruo cuyos tentáculos han consumido
durante siglos las savias mejores de la especie humana.
Frente a los escombros del pasado suicida se levantarán ideales nuevos que habiliten
para luchas futuras, propicias a toda fecunda
emulación creadora.
No basta poseer surcos generosos; es menester fecundarlos con amor y sólo se amará
el trabajo cuando se recojan integralmente
sus frutos. Pero tenemos algo más noble,
que espera la semilla de todo hermoso ideal:
una tradición de luz y esperanza. Los arquetipos de nuestra historia espiritual fueron
tres maestrescuelas: Sarmiento, el pensador
combativo; Ameghino, el sabio revelador; Almafuerte, el poeta apostólico.
Mientras rueda el ocaso del mundo de la
violencia militar y de la intriga diplomática
inspirémonos en sus nombres para prepararnos al advenimiento de una nueva era;
procuremos ser grandes por la dignificación
del trabajo y por el desarrollo de las fuerzas
morales. Y para no ser los últimos, emprendamos con fe apasionada nuestra elevación
colectiva mediante el único esfuerzo que deja
rastro en la historia de las razas: la renovación de nuestros ideales en consonancia con
los sentimientos de justicia que mañana resplandecerán en el horizonte.
Fuente: José Ingenieros, “El suicidio de los bárbaros”, en
Los tiempos nuevos, Buenos Aires, Losada, 1961.
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PRÓLOGO A
MI BELIGERANCIA
POR LEOPOLDO LUGONES
H
e creído que la eficacia con que algunos de mis escritos contribuyeron a
esclarecer en este país el concepto
de nuestra posición y de nuestros deberes
ante la guerra, duraría más si coleccionaba
yo aquellas páginas; pues, aunque su relativo
mérito dependiera en gran parte de la oportunidad circunstancial, uno mayor y permanente asignaríamos, de suyo, los principios de
ver­dad y de honor en ellas expuestos.
Las potencias de opresión realizan una
doble campaña: la militar en las zonas de
guerra y la mental por doquier. Pues, como
esta lucha constituye, ante todo, un problema espiritual, así concierne a la humanidad
entera; siendo, precisamente, los más interesados en materializarlo, bajo el concepto de
una guerra defensiva, como tantas que hubo,
quienes le dieron aquella trascendencia con
su propaganda.
Esta labor germánica, que constituye una
prueba más de menosprecio al resto de la
especie humana, con suponerla cré­dula de
patraña tan vil, consiste en sostener que los
imperios centrales fueron agredidos por una
coalición que Inglaterra di­rigía. Ellos no habrían hecho otra cosa que adelantarse con
previsión al peligro, consistiendo su modesta
En 1920 Leopoldo Lugones
publica Mi beligerancia, un libro de
panfletos doctrinarios que lo aleja
cada vez más del joven socialista
que fue. En este texto se deja leer
la tensión entre la constatación de
que la civilización, tras la guerra,
ya no puede mantenerse idéntica
a sí misma y los esfuerzos por
seguir filiando a la Argentina
dentro del Occidente que el propio
Lugones había caracterizado en El
payador (1916) como el “linaje de
Hércules”: una Europa ni cristiana
ni mucho menos socialista.
aspiración en conservar el territorio, y en que
las cosas vuelvan a su estado anterior, como
si nada hubiera pasado.
Semejante política empieza con la derrota del Marne; pero, antes de esto, seguros
los imperios de un triunfo cuya prepa­ración
no habían intentado ocultar, y que abarcaba
todos los dominios del alma y de la materia,
“pangermanizadas”, por decirlo así, nada disimularon su carácter de agresores.
No produjeron las pruebas de aquella coalición que debía atacarlos en ese momento,
justificando, así, la “guerra preventiva”. No las
produjeron entonces ni después; de suerte
que esto es una mera afirmación, desmentida
por el hecho de la agresión misma. En cambio, declararon que los tratados son retazos
de papel, que la necesidad no reconoce ley,
y que, invadiendo a Bélgica, violaban el derecho: propósitos tan agre­sores, que constituyen todo un padrón de barbarie.
Al propio tiempo, pudo comprobarse por las
resultas, que los países de la pretendida coalición no estaban preparados; correspondiendo
a Inglaterra, su presunto jefe, la máxima de­
ficiencia. Tratándose de pelear con las dos primeras potencias militares del mundo, semejante imprevisión era inadmisible. Se dirá que lo
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explicaba la incapacidad militar de dichas naciones. Pero, Inglaterra, la más descuidada, precisamente, se ha encargado de probar lo contrario
con asombrosa prontitud. La misma intención de
agredir, atribuida a los adversarios ac­tuales del
bloque teutón, resulta, pues, insostenible.
Por otra parte, después de declarar el imperio alemán con la palabra no contradicha
de su canciller, que, invadiendo a Bélgica, violaba el derecho, pero que debía hacerlo como
una suprema necesidad, pretendió haber tenido razón para efectuarlo, en ciertos compromisos de Bélgica con Inglaterra, según los
cuales aquella nación resultaba violando su
propia neutralidad. Mas tampoco produjo la
prueba del caso, agregando, así, la calumnia
al crimen. Este procedimiento ha caracterizado siempre la hipocresía de los déspotas. Era
el sistema predilecto de la Inquisición; y así
como cubrió de imborrable oprobio a la España de los Austrias, ha impuesto eterno baldón
a la Ale­mania de los Hohenzollern.
Europa iba a la guerra por exageración de
su militarismo. La paradoja cuartelaria que
pretende asegurar la paz con la preparación
para la guerra, habíase vuelto insostenible, y
el lector verá más adelante cómo lo tenía yo
anunciado. Pero quien mantenía el sistema en
crecimiento indefinido era el im­perio alemán,
que así determinaba el armamento de toda
Europa. Su diplomacia hacía fracasar sin remisión cualquier in­tento de suprimirlo o limitarlo.
Sus créditos militares ob­tenían la unanimidad
del parlamento. Y no podía ser de otro modo.
“La industria nacional de Prusia es la guerra”,
había dicho Mirabeau. Cuando Prusia realizó la
unidad alemana, lo hizo convirtiendo en cómplices de semejante “industria” a to­dos los estados de la confederación. La prenda de unión
fue una presa: la Alsacia-Lorena, que por eso
es llamada “tierra de imperio”, y que resulta,
así, el verdadero vínculo federal.
Semejante modo de constituir la patria
era el mismo de la antigua barbarie prolonga-
da de esta suerte en el militarismo alemán. El
mismo de todas las “unidades” germánicas.
Nada, pues, más distinto de nuestro
concepto, en cuya vir­tud la patria reconoce como fundamento una necesidad moral,
que es la justicia: el concepto greco-latino,
ante el cual afirma una inmoralidad el fundamento de la patria germánica. Esto es lo
que, desde el fondo de la historia, llaman los
hombres idealidad y materialismo, civilización y barbarie.
Con ello, también, el germanismo, lejos de
ser, como lo pretende una filosofía superficial,
causa de vigor para los pue­blos greco-latinos
que lo adoptan por voluntad o lo soportan por
conquista, los conduce a la ruina y a la barbarie. Es el germen maléfico, por su antagonismo substancial con la cons­titución moral e
histórica de los pueblos greco-latinos. Recor­
demos lo que sus dos germanizaciones, la de
los visigodos y la de los Austrias, produjéronle
a España: fenómeno digno de mención, puesto que concierne directamente a nuestra raza.
Negra barbarie, caracterizada por la crueldad
brutal y la vio­lación de los tratados, es lo que
sustituyen a la decadente mo­licie de Roma, los
bárbaros del Norte; y al propio tiempo, una debilidad tal, que bastan doce mil musulmanes
para conquistar la Península. Análogos resultados con Carlos V y los sucesi­vos Felipes: la
muerte de la libertad foral, la inquisición, el
funesto delirio del Imperio Cristiano, el odio del
mundo entero, la derrota y la decadencia.
Algo, pues, más importante, si cabe, que el
propio amor a la libertad, nos mueve a tomar
en esta contienda el partido de los aliados:
nuestra constitución histórica, para la cual el
germanismo es amenaza de muerte.
Porque, aun suponiendo que el bloque teutón triunfara: las naciones vencidas quedarían
ahí, tan desmedradas como se quiera; pero
quedarían. Tarde o temprano, nuestro tempera­
mento, nuestros vínculos de todo género, nuestra misma situa­ción geográfica, hacia ellas nos
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inclinarían. No en vano tene­mos sangre española que ya va promediando con la italiana, cultura francesa, instituciones sajonas…
Fantástica, igualmente, la suposición de
quienes creen que el triunfo alemán, equilibrando la potencia de Inglaterra, nos garantiría indirectamente contra pretendidos posibles abusos de esta última nación. En tales
casos, los fuertes, lejos de estorbarse entre
sí, fácilmente se unen contra el débil. Así lo
hizo ya Alemania en América cuando la intervención a Venezuela en 1902, bombardeando
los fuertes de Puerto Cabello y el Cas­tillo de
San Carlos, y echando a pique un velero mercante cuya tripulación abandonó en un bote,
sin darle más que diez minutos de plazo; con
lo cual se ahogaron algunos hombres.
Esto, para no hablar de la inmoralidad y
la estupidez que comporta ser germanófilo
después de lo ocurrido con Bélgica y con Servia. La admiración de tales crímenes tiene el
mismo origen que la pasión histérica de ciertas degeneradas por los grandes asesinos. Es
una mezcla de prostitución sentimental y de
siniestra pedantería.
Tampoco es admisible que las cosas puedan quedar lo mismo. Esto solamente lo llegan a concebir los militaristas teutones y los
socialistas, con su famosa proposición: paz
sin anexiones ni indemnizaciones. O de otro
modo: impunidad del criminal que nunca
dejó de serles irresistiblemente simpático y
preferi­ble a la víctima.
Pero, cualquiera que fuese el resultado de
la guerra, las cosas no quedarán como antes.
Ahora mismo, no son ya lo que fueron. Los
poderes de la antigua legalidad, incluso las
dipu­taciones socialistas, son cáscaras vacías.
La guerra ha servido para definir por las preferencias suscitadas, el verdadero ca­rácter
de las doctrinas que practicaban, a su vez, la
industria del humanitarismo. Así la neutralidad del Papa, la decisión germanófila del socialismo en todo punto del globo donde pue­de
manifestarla libremente y traicionar con ello
a la libertad, cuyo lenocinio ha desempeñado
como una rama del pangermanismo.
El lector hallará más adelante, en una correspondencia de 1913 a La Nación, titulada
La Europa de Hierro, esta frase terminante: “El
socialismo será militarista mañana”.
Tratábase de los créditos militares votados al emperador alemán. Y ello adquiría muy
significativo carácter, puesto que siendo el
Reichstag un cuerpo revisor del presupuesto,
a título prácticamente consultivo y nada más,
pues no lo inicia ni forma, la teorización pacifista resulta en él tan cómoda como inofen­
siva. En cambio, y por lo mismo, toda declaración de ese gé­nero, redobla su importancia
como expresión moral, puesto que otra cosa
no es. Lo que los socialistas aceptaban, pues,
al votar los créditos militares, era la doctrina
del militarismo alemán. Se dirá que los socialistas lo efectuaban como patriotas alema­
nes, no como socialistas. Pero el socialismo
es internacional y antipatriota.
La guerra ha evidenciado, entre tantas cosas, que este as­pecto de la doctrina era para
la exportación, y con el objeto de debilitar a
los pueblos, súbditos o enemigos presuntos,
ante el militarismo alemán: traición que constituye la índole política del bárbaro. Así, en la
agresión germánica, el socialismo ha desempeñado un papel más repugnante que el de
los mismos espías. Y al ser aquella una jugada que sus autores suponían inevitablemente
triunfal, el germanófilo apareció por doquier
bajo la máscara del sectario.
Todo esto ha sido menester verlo venir,
estudiarlo, comprenderlo, resistirlo, desbaratarlo a cañonazos de luz en su piel de lobo
taimado. La conspiración contra la libertad,
codi­ciaba el mundo; y se ha debido disputarle
el mundo, plantándole, a cada milla, un soldado de la patria o de la verdad.
He aquí por qué tiene este libro el título
que lleva.
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Ah, la gente que con anónima benevolencia
y piadoso cuidado de mi pundonor, me aconseja partir a Francia como voluntario, o me reprocha que no me quedara en Londres a combatir por Bélgica, no sabe cuánta confianza me
infunde para seguir desempeñando aquí el
deber que me he impuesto. Porque, conforme
a mi inveterada costumbre, yo soy el autor de
mi deber, de mi beligerancia y de mi estrategia.
Mi amor a la libertad y a las naciones mártires
o heroicas que padecen por ella, es cosa mía.
Tan mía, que más de una vez he estado en público desacuerdo con los individuos, los funcionarios, la prensa de esos países. Yo me hago
mi ley, me la doy y me la quito. Si tengo alguna
autoridad moral, de eso me viene. Y mi trabajo
me cuesta. Me lo enseñó el pájaro que se vuela
al ama­necer, en ayunas, pero cantando…
Necesito decir dos cosas aún.
Al recorrer estas páginas, he notado con
regocijo que no hay en ellas una sola expresión de odio contra las naciones. Si el lector
halla más adelante, en unos versos, palabras violentas, observe que es por razón de
propiedad, pues aquellos hacen hablar a los
verdugos y a las víctimas de Bélgica. El ideal
de concordia humana, el ideal americano, que
también comprende a los enemigos de la libertad, desconoce el odio, porque su­prime
la iniquidad y la servidumbre. Fácilmente se
verá por lo que sigue, que eso fue anterior a
la guerra y que la guerra no pudo modificarlo.
No falta la expresión de reconocimien­to a los
méritos del pueblo alemán, ni la denuncia del
sistema con que sus déspotas lo engañaban.
Mi beligerancia es una posición que, en plena
paz material, tenía ya tomada ante el dogma
de obedien­cia. Pues –y esta es la otra cosa
que quiero decir– aquella actitud hallábase
definida por un concepto histórico que el lec­
tor verá formulado en un comentario de 1912
sobre la guerra de los Balcanes. Para mí, el
presente cataclismo es el desenlace de una
civilización. Y así se explica, también, racio-
nalmente, el acierto con que me fue dado preverlo: circunstancia que men­ciono a título de
comprobación para mi teoría histórica.
Esta consiste en sostener que el cristianismo, una de las tantas religiones destinadas a
divinizar, para eternizarlo, el dogma asiático
de la obediencia, o derecho divino, o principio de autoridad, interrumpió con su triunfo
la evolución del pa­ganismo greco-latino hacia
la libertad plenaria que es, de suyo, la libertad individual: fracaso que había comenzado
con la introducción del cesarismo oriental en
Roma, y con la orientalización despótica de
los generales de Alejandro.
La civilización europea, de la cual formamos parte, habría consistido en una perpetua lucha de la libertad pagana con el dogma asiático de la obediencia, que tomó a los
bárbaros del Norte como instrumento político
para subyugar, destruyéndolo, al mundo romano; y esto es lo que iría determinando la
catástrofe actual cuyo desenlace creo favorable al ideal latino, porque su preparación
ha consistido –al menos desde la Re­volución
Francesa– en sucesivos recobros de ese mismo ideal. Ellos comportan ya un triunfo moral
en el mundo entero; de suerte que su magnitud excede infinitamente la de aquellas resurrecciones análogas que tuvieron por teatro a
la Francia revo­lucionaria y a la Provenza de
los albigenses. La insurrección emancipadora
de las Américas fue uno de esos episodios, y
he aquí la primera razón histórica de nuestro
papel en la contien­da actual.
Por esto publico algunas de las numerosas corresponden­cias que envié desde Europa a la prensa argentina, principal­mente a
La Nación, durante los años de 1912, 1913 y
1914. Lo que vino después de iniciada la guerra, se comenta por sí solo. Y lo que tenga de
interesante lo dirá el amable lector.
Fuente: Leopoldo Lugones, “Prólogo”, en Mi beligerancia,
Buenos Aires, Otero y García, 1917 , pp. 5-11.
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EN FAVOR DE LA
NEUTRALIDAD
POR BELISARIO ROLDÁN
En la Plaza de Mayo
Los manifestantes siguieron vito­reando a la
neutralidad y dando gri­tos de “Abajo la guerra”.
También se oyeron, con el conocido estribillo
de “Ay, ay, ay”, estas palabras: “Los que quieran
que haya guerra, que se va­yan a su tierra”.
Cuando los manifestantes pasaron frente
a nuestra casa coreaban el Himno Nacional y
varias secciones de la columna se detuvieron
y prorrum­pieron en aplausos.
Una vez que los manifestantes hu­bieron
llegado a la Plaza de Mayo, se formaron varias
tribunas y hablaron el doctor Belisario Roldán
y los jóve­nes Alberto Grassi y Gutiérrez Diez.
El doctor Roldán, a duras penas, debido a las
aglomeraciones, pudo lle­gar, cerca de las 11,
hasta una tribu­na situada frente a la Casa de
Gobier­no; y un núcleo numeroso de manifestantes, al verlo, lo llevó en andas hasta aquel sitio.
Damos en seguida algunos párra­
fos del
discurso del doctor Roldán, que fue interrumpido muchas veces por los aplausos de la multitud que rodea­ba la tribuna. Muy poca parte
Los neutralistas tienen entre
sus adalides al prestigioso
poeta, dramaturgo y diputado
radical Belisario Roldán, autor
de un discurso que opera a modo
de documento liminar de los
partidarios de la neutralidad,
donde sostiene que involucrar al
país en la guerra es “una aventura
quijotesca que la propia patria del
Quijote ha sabido eludir hasta la
fecha”. Este es un tramo de su
discurso dentro de una crónica
más vasta de una manifestación
pública en favor de la neutralidad
de nuestro país en la guerra,
organizada a iniciativa de la Liga
Patriótica Argentina, que publicó
el diario La Prensa.
del público pudo escuchar íntegramente la pieza oratoria, porque lo interrumpían los trozos
musicales ejecutados por distintas bandas.
Empezó diciendo, el doctor Roldán:
Si hay alguna acritud en mis pala­bras, cúlpese de ello, lo confieso, más que al calor de la
improvisación in­evitable, a la vehemencia con
que llego a esta tribuna, desde la cual me es
dado contemplar una imponente palpitación del
alma nacional. Los que creían que bastaba un
par de clarina­das retóricas para conseguir que
la República se echase en la hoguera –sin ignorar cuál ha sido la suerte de los pueblos chicos
envueltos en la tragedia–; los que juzgaban fácil
meter al país en una aventura quijotesca que la
propia patria del Quijote ha sabido eludir hasta la fecha, habrán de detenerse asombrados
ante esta repentina vibración de la conciencia
pública, que congrega en un mismo sitio y en un
mismo anhelo a hombres de todos los partidos,
de todas las edades y actividades, de todos los
credos políticos y religiosos, al punto de que por
primera vez parecen confundirse en una misma
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armonía soli­daria el himno de la República y la
canción de los Trabajadores, a los cuales saludo desde aquí en nombre del coincidente amor
infinito a la paz de los hombres en la tierra.
Habré de hablar alto y claro. La República Argentina necesita, desde luego, evitar el
ridículo. Un país de la América española, que
se declarase en estos momentos en estado
de guerra con los imperios centrales o con
los aliados, se habría caído de bruces en el
campo de la opereta. La neutrali­dad, con ser
un sinónimo de abstención, nos queda grande. Ni aun eso podemos ser; somos menos
que neu­trales, mal que nos pese. No somos,
no podemos ser sino espectadores pa­sivos de
la gran tragedia, y apenas si nos estaría permitida una rogativa, por otra parte inútil, “ad
petendam pacem”. Hablar del efecto moral
que produciría el quebrantamiento de nuestra
neutralidad es una cosa ino­cente. Las fuerzas
morales –resulta necesario decirlo– caducan
como gra­vitaciones efectivas cuando tiene la
palabra la boca negra y redonda de los cañones. ¿Se quiere mayor fuerza moral que la que
emerge de la Bélgi­ca mártir? ¿Se quiere mayor fuerza moral que la que irradia la Francia,
heroica y arrasada? ¿Y alcanzan, por ventura,
esas enormes fuerzas mora­les a modificar el
curso de los acon­tecimientos? ¿Qué valor tendría, en­tonces, el inofensivo gestito bélico que
nos aconsejan algunos exaltados? Sostener
la conveniencia de inmiscuirnos en la guerra,
cuando se tiene el convencimiento absoluto de
no pesar un adarme en la balanza de la guerra
misma, ni desde el punto de vista de la impresión moral –fuerza caduca– ni desde el punto
de vista del poder material –fuerza ausente–
es adoptar una actitud que pide a gritos un comentario musical de Offenbach.
Amemos, enhorabuena, a la Francia.
Es nuestra madre espiritual. Amemos a
nuestras hermanas latinas; ello no debe impedirnos la facultad de admi­rar a la Alemania.
Aplaudamos tam­bién, si se quiere, la actividad
de Nor­te América, que en nombre de una repentina repulsión por la guerra, in­terviene en ella
después de haberla fomentado, con pingües beneficios; pe­ro que no se oscurezca la conciencia argentina. Se habla de justicia, de de­recho
de gentes, del uso excesivo de la fuerza bruta…
Cuando el embaja­
dor de Alemania presentó
sus creden­ciales ante el gobierno argentino en
ocasión de las fiestas centenarias, di­jo en un
discurso admirable de con­creción y austeridad:
“No sé si Alemania ha dado motivos para ser
amada por los argentinos; pero afirmo que
no ha dado motivo alguno para no serlo”. Así
habló en­tonces el embajador alemán y dijo la
verdad. Ahora no hay sino un hecho nuevo: el
hundimiento de un velero que no tenía de argentino sino la matrícula, matrícula, por otra
parte, per­teneciente a un país que carece de
ma­rina mercante. No tenemos razón al­guna
para creer que nuestra reclama­ción ante el gobierno teutón, será desoída; nada nos autoriza
a pensar que no vendrá a su tiempo la reparación contigua y es ya notorio que Ale­mania
ha ofrecido someter el caso a la única forma
de solución que la Ar­gentina ha preconizado
hasta aquí: el arbitraje. Entretanto, ¿podríamos
de­cir de todos los beligerantes aquello que dijo
von der Goltz de Alemania? Ha llegado, repito,
el momento de ha­blar claro. Recuerde la juventud ar­gentina que un día del año 1833, una
fragata de guerra fondeó su ancla en aguas
argentinas, en unas islas que formaban parte
integrante del territo­rio nacional. Sepa la juventud que en el mástil de esa nave ondeaba la
ban­dera inglesa y que esas islas se llaman Las
Malvinas. Recuerde la juventud que la tripulación de ese barco bajó a tierra, derrocó “manu
militari”, a un ciudadano argentino que ejercía
las funciones de gobernador de ese peda­zo
de suelo nuestro, arrió la bandera nacional y
puso en su lugar el pabe­llón de la Gran Bretaña. Sepa la ju­ventud, que cuando el entonces
minis­tro nuestro en Londres, Manuel More­
no, formuló ante la corona su protesta por el
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atropello inaudito, atribuyéndolo a un error del
comandante de aquel barco, recibió por toda
respuesta esta respuesta: “El comandante del
‘Clío’ ha procedido en virtud de órdenes del almirantazgo inglés”. Sepa la juven­tud argentina
que esas islas nos fue­ron robadas después
de una posesión no contestada de cincuenta
y nueve años, y que nuestra protesta, periódi­
camente repetida, no ha conseguido alterar la
flema de los usurpadores. Sepa, en fin, la juventud argentina que el despojo se consumó
así, de esta manera bestial, en nombre de esa
mis­ma fuerza bruta que arranca ahora gemidos tan profundos a los vencedo­res del pueblo
boer. Sepa también la juventud argentina (no
voy hablar de hechos pasados, sino de cosas
contem­poráneas) que reiterados telegramas
procedentes de Londres y publicados en los
grandes diarios de esta capital, hace muy
pocos días, insinúan la con­veniencia que hay
para nuestro país en prestar a Inglaterra, a
cambio de títulos cuyo valor está supeditado a
la contingencia enorme del triunfo o la derrota,
los trescientos diez y seis mi­llones que guardamos en la Caja de Conversión… Sepa asimismo esa ju­ventud que si cometiéramos el error
imperdonable de abandonar la neutralidad,
esa insinuación telegráfica se podría convertir
en una reclamación perentoria de los aliados
más fuertes, y pagaríamos con la extracción
de to­da nuestra reserva metálica el honor harto discutible de incorporarnos en calidad de
comparsas de última fila a una contienda de
intereses ajenos.
¡No! Nosotros no tenemos sino una política: la de la paz. Nos está impues­ta por la razón física de nuestra pequeñez material y por
la no menos fulminante de nuestra aspiración
al respeto de todos cuando el cañón ha­ya dicho
la última palabra. La guerra cambiará la faz del
mapa; y la única manera de no exponernos a
caer bajo las señales del lápiz del vencedor, la
única manera de no exponernos a ser girados
como capital de toma y daca en algún congre-
so futuro de liquida­dores de la guerra, es estarnos quietos y ocuparnos en cultivar nuestra
tie­rra mientras las civilizaciones superio­res se
despedazan… Esa es, por otra parte, la política
de nuestras tradi­ciones y la que nos impone el
evan­gelio articulado de nuestra democra­cia; no
olvidemos que la Constitución Nacional, en su
preámbulo, que seme­ja un pórtico por lo abierto
y un arco de gloria por lo alto, nos está pidien­do
a gritos solidaridad para “todos los hombres del
mundo” sin distingos de razas ni regiones.
Así habla un hijo de la República, de cara al
conflicto y de cara al pue­blo soberano, en la plaza histórica de la libertad y al amor de la pirámide propicia. Si se lo tachara de germanófilo,
a él, cuya vida entera, malgrado su modestia, es
una palpitación pro­funda de amor a la República, él se li­mitaría, por toda respuesta, a mostrar
su libreta de enrolamiento en el ejér­cito argentino. He terminado por hoy.
Fuente: La Prensa, Buenos Aires, miércoles 25 de abril
de 1917.
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Radicado en Europa desde 1907, Roberto J. Payró envía y publica en el diario
La Nación sus observaciones sobre las gentes, costumbres y acontecimientos
sociales y políticos de la época en sus “Cartas informativas” y “Visiones y
lecturas”. Ya iniciada la Primera Guerra Mundial, Payró se vuelve corresponsal
de guerra para ese mismo periódico. La siguiente es una crónica registrada
en su diario de un recorrido en automóvil por la región comprendida entre
Bruselas, Amberes y Lovaina luego de la toma de Amberes por Alemania. La
misma se publica entre los días 4 y 6 de diciembre de 1914.
Peregrinación a las ruinas
1
[Publicado el 4 de diciembre de 1914]
Gegen Belgien mit Wut
Gegen Frankreich mit Mut.
(A los belgas con furor y
a los franceses con valor.)
Pocos días después de la toma de Amberes, un amigo, que sería indis­creto señalar por el momento, consiguió un permiso de la autoridad ale­mana para recorrer en automóvil, acompañado por varias personas, la región comprendida entre
Bruselas, Amberes y Lovaina, con facultad de detenerse donde quisiera. Uno de
los pasajeros iba a ser afortunada­mente yo, y digo afortunadamente, por mucho
que fuera a visitar el tea­tro de una inmensa catástrofe, porque hasta entonces me
había sido imposible realizar en toda su amplitud mi misión periodística, y mi
vieja sangre de repórter me hervía en las venas, como allá en la juventud.
Salimos de Bruselas muy de mañana, cuando la ciudad, condenada a la inacción, dormía o parecía dormir aún, con sus calles desiertas y sus puertas cerradas;
el automóvil corría pues sin tropiezo, como en una carretera, en el centro mismo,
que hasta hace poco presentaba durante las horas matutinas, a causa de los mercados y la afluencia provinciana, un cuadro de animación casi febril.
Pero no habíamos salido aún de la ciudad cuando ya los centinelas alemanes apostados en las grandes arterias nos habían detenido repetidas veces para
examinar nuestros papeles con minuciosidad escrupulosa, mientras sus ojos recelosos nos escudriñaban como si quisieran penetrarnos hasta el fondo del alma.
Cuando mi hijo mayor, que iba en el pescante para presentar los pasaportes, les
hablaba en alemán, se dulcificaban al punto, pues los invasores consideran que
el conocimiento de su lengua es una prueba de simpatía, si no de connivencia.
Pasamos Schaerbeck que no ha sufrido nada; Flembeck, indemne también;
Vilvorde, algunas de cuyas casas presentan anchas heridas abiertas por los cañonazos y en cuyas calles suelen verse huellas semiborradas de las trincheras en
que se había combatido semanas antes.
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Eppeghem fue la primera población que encontramos destruida en nuestro camino. Las casas se mantenían aún en pie, pero la mayoría sin techos, con enormes
boquetes en las paredes, las puertas descerrajadas, las ventanas rotas, los vidrios
hechos añicos, los muebles desvencijados y amontonados en el interior, abierto a
todo viento. Algunas habían ardido desde el sótano al granero, y no caían no sé
por qué milagro de equilibrio de sus muros ennegrecidos y calcinados. No se veía
un alma. No se oía un rumor. Era la soledad de una ruina antigua, sin belleza, y
el corazón comenzó a oprimírsenos ante ese primer cuadro de la guerra moderna.
Pero esto no es nada todavía. Después de la aldea de Lempst, destruida
como Eppeghem, llegamos a Malinas.
Entramos en la bonita y plácida ciudad arzobispal, tantas veces visi­tada en
tiempos mejores, por calles mudas y desiertas, cuyas casas abrían sus puertas y ventanas como grandes bocas que intentaran en vano lan­zar un clamor. Los vidrios
habían caído hechos pedazos por las vibracio­nes del cañón, las puertas estaban
destrozadas a culatazos, las paredes llenas de cicatrices del granizo de las ametralladoras, medio derrumba­das por los cañonazos, ahumadas por el incendio.
Algo más adelante, los escombros retirados a ambos lados de la calle dejaban estrecho paso al automóvil, que amenazaban las fachadas bam­boleantes de
las casas, prontas a caer sobre nosotros.
Pero nuestro dolor rayó en la estupefacción cuando llegamos al cen­tro de
la ciudad. La catedral se mantenía aún en pie, pero ¡en qué esta­do! El techo
era un harnero, los muros habían sido perforados de parte a parte por enormes
proyectiles, la torre presentaba un boquete lamenta­ble, una herida al parecer
mortal, las magníficas vidrieras de colores habían caído pulverizadas, y en las
altas ojivas sólo quedaban las arma­zones de alambre que antes sostuvieran
aquellos espléndidos cuadros hechos con luz… Una bomba, como por burla,
había hundido en el centro del templo la tumba de un noble antiguo, sepultándolo así dos veces… El interior de la catedral era un desconsuelo, la penumbra
mística de otrora, tamizada por las vidrieras multicolores, había dado su lugar
a una claridad cruda y fría, que entraba a torrentes por el techo derrumbado
y quemado, por los ventanales abiertos, por los disformes agujeros de las granadas… Todo parecía polvoriento, miserable, muerto, y el magnífico púlpito de
madera esculpida resultaba un grotesco aparato de feria.
Una guardia alemana estaba a la puerta y grupos de soldados cruzaban sus
naves sonoras con gran ruido de botas y de armas; varios obreros preparaban alguna reparación urgente, para evitar posibles derrumbamientos; uno que otro vecino
asomaba curioso, como con miedo, siguiendo nuestros pasos, pero sin atreverse a
entrar en el vasto templo, que parecía más grande aún, así desmantelado.
Salimos… El espectáculo que nos aguardaba era más siniestro aún. El antiquísimo Hôtel de Ville, joya del arte gótico del siglo xii, convertido en museo comunal,
ostentaba anchas heridas en su viejo frontispicio historiado, en sus torrecillas, en sus
muros laterales. Más lejos, el centro de la ciudad, tan lleno de carácter con sus fachadas escalera de estilo flamenco, habían desaparecido, no era ya literalmente más que
un montón de escombros del que surgían algunas paredes y una que otra casa des-
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ventrada, en cuyos pisos superpuestos y abiertos a todas las miradas se veían muebles,
colgaduras, camas y cunas, juguetes de niño y herramientas de trabajo. El maniquí
forrado en tela roja de una modista parecía un cadáver bañado en sangre…
No se reconocían los barrios centrales sino por uno que otro indicio, una
fachada en pie, una muestra caída, un letrero a medio quemar. El frontispicio
Renacimiento de la iglesia desafectada de San Nicolás convertida en hotel de
ventas (casa de remates) indicaba sólo el sitio de la arcaica plazuela, tan peculiar. La infeliz Malinas había sido bombardeada repetidas veces y no quedaba
de ella nada de lo verdaderamente característico si no es el carrillón, hoy mudo.
En sus calles se encontraban apenas unos cuantos transeúntes, volviendo después de la fuga y bus­cando sus casas en medio de los escombros…
Dejamos atrás aquella desolación y avanzamos entre ruinas, monta­ñas de
cascote, piedras calcinadas, no sin tener antes que exhibir sin tregua los pasaportes, examinados con ojo avizor por los soldados alema­nes, todos ellos de la
infantería de marina. El único monótono comenta­rio que se nos escapaba era:
“¡Qué horror! ¡Qué horror!”, y sin embargo habíamos llegado harto tarde para
encontrar aquellas ruinas sembra­das de cadáveres destrozados. No veíamos más
que la materialidad exterior de aquella catástrofe provocada por la mano y ¡ay!
la inteligencia del hombre.
Cruzamos luego la aldea de Whaelen, sin detenernos. Estaba destruida también, los mismos graciosos bosquecillos que la circundaban habían desaparecido, así
como las cabañas y las granjas de los alrededores, derribadas para despejar el campo
de tiro del fuerte. Sólo una “villa” de estilo alemán –el mismo estilo del pabellón de
Alemania en la exposición de Bruselas de 1910, salvo que el techo de aquella es de
paja– se mantenía en pie, sana y salva, como un sarcasmo y un desafío.
El fuerte de Whaelen se veía como una excrecencia arenosa del terreno,
amarilleando a lo lejos, con la bandera prusiana al viento sobre una de sus
cúpulas. No pudimos acercarnos a él porque las guardias lo impedían. Todas
las inmediaciones estaban cubiertas con espesos laberintos de alambre de púa,
agudas estacas clavadas en el suelo para impedir el paso de la caballería, zanjas, trincheras, abrigos. A cierta distancia, el agua de la inundación brillaba
como un espejo turbio bajo la luz ceni­cienta del cielo. Una ancha tierra de
labor estaba materialmente arada por los cañones del fuerte, en una extensión
de varias hectáreas, con surcos circulares de más de un metro de profundidad,
diríase un mapa en relieve de la luna.
Sobre la aldea no insisto: estaba arrasada, sin un solo ser viviente. También es cierto que no hubiera encontrado en dónde refugiarse… Muchas casas
se habían enterrado en sus propios sótanos, quién sabe si sepultando con ellas
a sus desdichados habitantes, pues todos han buscado asilo en los subterráneos.
Waerloos, algo más lejos, estaba destruido también. En cambio Contich y
Vieux-Dieu, en las inmediaciones de Amberes, no habían sufrido nada.
Entrar en Amberes fue como entrar en un cementerio donde durmie­sen tan
sólo muertos ya olvidados. Sus calles, siempre llenas de una multitud atareada,
cruzadas vertiginosamente por carros, automóviles, carruajes y tranvías, eran
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un desierto, que sólo animaban dramática­mente de rato en rato grupos de
oficiales o patrullas de soldados alema­nes. Las puertas de la estación eran otras
tantas trincheras, y por entre las bolsas de tierra asomaba el cuello una negra
ametralladora, amena­zando las calles. El jardín zoológico, cuyas fieras fueron
muertas cuando el bombardeo, por temor de que, escapando, agravaran la
catástrofe, es­taba convertido en ambulancias de la Cruz Roja. En el puerto, los
vapo­res y veleros amarrados semejaban flotantes cadáveres de buques, los muelles estaban atestados de carros abandonados, las vías férreas lle­nas de vagones,
y en ninguna parte nadie, nadie.
La mayoría de las casas de comercio, tanto en el centro como en los suburbios, estaba cerrada, y en las de familia no se veía un alma. Es que casi
la totalidad de la población huyó, parte antes del bombardeo, el res­to cuando
las primeras bombas comenzaron a hacer estragos, cayeron sobre el palacio de
justicia, incendiaron manzanas enteras, y sembraron aun más el pánico que
la muerte. Sólo en Holanda, el número de refugia­dos procedentes del norte de
Bélgica se calcula por unos en seiscientos o setecientos mil, por otros en cerca de
un millón. Un médico amigo mío, a quien fui a ver en Amberes, me recibió en
la puerta, nervioso, excusándose:
–Estoy curando a un herido, sin asistente, sin enfermero. Mis sir­vientes se
han ido y no tengo con quién reemplazarlos. Yo mismo debo asear y arreglar
la casa, dar de comer a los animales, atender a la puer­ta. ¡Es una vida infernal! Y esto dura, esto dura. De veras que no sé cómo hacer con mi clientela,
mis atenciones, mi casa… Discúlpeme, querido amigo, si es que no puede
ayudarme a entablillar al paciente, que me espera en un grito y que tiene el
brazo hecho astillas…
Víctimas, en una u otra forma, de la toma de Amberes, cuyo bombar­deo
empezó en la noche del 7 de octubre y duró treinta y seis horas, es decir hasta la
mañana del 9. Las fuerzas belgas se habían retirado en buen orden de la plaza
y la ciudad estaba indefensa.
2
[Publicado el 5 de diciembre de 1914]
Como la población había huido, las desgracias personales fueron pocas,
pero un destino fatal quiso que entre las víctimas cayera el can­ciller de nuestro
consulado, M. Lemaire, en las circunstancias que ya he tenido oportunidad
de referir. Retirado el ejército, e incapaces los fuertes restantes de oponerse al
ataque de los enemigos, inútil era de­jar que se destruyera completamente la
ciudad, así es que, a falta de otros funcionarios, pues los mismos consejeros municipales habían es­capado al bombardeo, el burgomaestre De Vos, acompañado
por nuestro cónsul general, señor Augusto Belín Sarmiento, y por los cónsules
generales de Estados Unidos y de España, salió en automóvil, dirigiéndose hacia las líneas alemanas, el 9 de octubre por la mañana, bajo las bombas que
cruzaban el cielo en todas direcciones. Difícil les fue entenderse con el oficial
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de alta graduación, un general, según creo, que los recibió, pues ninguno de
los parlamentarios hablaba el alemán, y el jefe en cuestión ignoraba el francés.
Con todo, el bombardeo cesó, que era lo importante, y los alemanes entraron en
Amberes desierta, aquel mismo día.
Para precaverse contra toda posible sorpresa, los alemanes enviaron adelante
una docena de grandes ómnibus automóviles cargados de soldados, que entraron
por la Puerta de Malinas. Más tarde siguieron algunos contingentes de importancia, pero el grueso de las fuerzas no entró sino al día siguiente. El general von
Schulz, gobernador militar de Amberes, y el almirante von Schroeder, rodeados
por sus estados mayores, pasaron revista en la plaza de Weir, delante del palacio
real, a sesenta mil hombres, cuyo desfile duró cinco horas. Cada regimiento iba
con su banda de música a la cabeza. Detrás de la artillería de campaña y las
ametralladoras pasaron primero la caballería, los coraceros con sus cascos y corazas de acero, los húsares, los hulanos con sus largas lanzas adornadas con la
banderola prusiana, enseguida las compañías de desembarco, los fusileros de marina y, por último, la infantería bávara, con uniforme azul oscuro, la infantería
sajona, con uniforme celeste, los austríacos, con uniforme gris plata.
La ocupación alemana era completa.
Esta dolorosa rendición resultaba inevitable. La guerra actual ha venido
a demostrar la ineficacia de las fortalezas para resistir a la gruesa artillería
moderna. En cuanto el enemigo logra emplazar sus cañones, el fuerte aparentemente más inexpugnable cae hecho polvo, y no hay cúpula de acero, por bien
templado que esté, que no salte como una granada bajo los proyectiles de 42.
Es lo que ha ocurrido con las fortificaciones de Amberes, cuyo sitio duró apenas
doce días (desde el 25 de septiembre), es decir, el tiempo que tardaron los alemanes en colocar sobre plataformas de cemento sus formidables piezas.
El único medio de defender la plaza era impedir la colocación de los cañones
por medio de continuos ataques del ejército de campaña; pero estos no se hicieron
o no tuvieron la eficacia deseada. Primero cayó el fuerte de Waelhen, enseguida
el de Wavre-Sainte-Catherine, por último el de Lierre: el ancho boquete abierto
así, tan vasto que su parte central estaba completamente al abrigo del fuego de
los fuertes restantes, permitía a las piezas alemanas bombardear con toda impunidad la ciudad misma, como lo hicieron durante treinta y seis horas mortales,
una eternidad para los pocos habitantes que quedaban en Amberes. El tiro contra
los fuertes era extraordinariamente seguro, aunque las grandes piezas alemanas
estuvieran emplazadas a doce kilómetros de distancia. Los alemanes conocían
aquellas obras en todos sus detalles, tenían planos al milésimo de la región, levantados por su propio estado mayor, y aun se asegura que en los sitios adecuados para
instalar sus tremendas baterías existían construidas desde mucho tiempo atrás las
plataformas de cemento necesarias para sostener los cañones que de otro modo a
cada disparo se enterrarían en el suelo.
Tan a fondo conocían el terreno, que el primer tiro contra el fuerte de Lierre
cayó solamente cien metros más allá de la cúpula principal, el segundo quince
o veinte metros antes de llegar a ella y el tercero dio en pleno blanco dejándola
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instantáneamente inútil. El proyectil –se­gún los datos de nuestro attaché militar, coronel Bravo, que ha tenido oportunidad de ver sus efectos– atravesó un
terraplén de siete metros de tierra apisonada, un cinturón de cemento de dos
metros de espesor, y el blindaje de acero templado, grueso de 45 centímetros. Estalló en el interior de la cúpula, poniendo fuera de servicio a la artillería, y aun
tuvo fuerza para hacer saltar con uno de sus cascos un fragmento de la cúpula
del lado opuesto a su entrada. Esto último –dice nuestro coronel– lo afirmó el
oficial alemán que nos acompañaba; pero a mí me parece que debe tratarse de
otro proyectil. La primera parte de sus estragos, en efecto, es ya bastante para
demostrar que nada puede resistir a semejante empuje.
El tiro era dirigido desde varios puestos de observación, instalado uno de
ellos en la torre de la catedral de Malinas, y consistentes otros en globos cautivos
y aeroplanos. Como ya dije, la única salvación hubiera consistido en escaramuzas y ataques capaces de impedir la colocación de las piezas; pero según se
ve, en el campo de batalla los combates de infantería han sido poco frecuentes
y de muy escasa importancia, pues no queda huella alguna de ellos ni en las
trincheras ni sobre el terreno.
Volviendo a Amberes, agregaré que los zeppelines hicieron en ella po­cos
estragos, lo mismo que los aeroplanos. Según las impresiones recogi­das hasta
este momento, parece que los aparatos aéreos: globos, aeropla­nos y dirigibles,
no han prestado los servicios que se esperaba de ellos, si no es en la observación de las líneas enemigas; como medio de ataque, lo que han realizado es
relativamente insignificante. Veremos más tarde, cuando los estados mayores
puedan hablar.
Después de almorzar –el pan, sea dicho de paso, escaseaba como en Bruselas, y, lo que es peor, no teníamos agua potable, pues los alemanes habían
cortado los conductos de aprovisionamiento para impedir que se apagaran los
incendios producidos por sus bombas y apresurar así la rendición de la plaza–,
después de almorzar, repito, recorrimos de nuevo la ciudad desierta, para ver
las ruinas, cuya enumeración no haré. Los de Amberes creen, naturalmente,
que los estragos son formidables, pero para nosotros, que acabábamos de contemplar los escombros de Waelhen, de Malinas, aquello era apenas un arañazo
sin importancia. Un arañazo, sin embargo, que vale millones.
Y, siguiendo nuestra dolorosa peregrinación pasamos rápidamente por
Holken, Vilyck y Vieux-Dieu, que no habían sufrido nada; numerosos campesinos, empujando sus carretas o arreando sus vaquitas, parecían volver al hogar; por dos veces encontramos ancianos valetudinarios, un viejo venerable y un
paralítico, llevados en carretillas de mano por sus hijos o sus nietos… Poco más
lejos, Bouchons estaba destruido, y Lierre totalmente arrasado. Puede decirse
que Lierre no se alza dos metros del suelo, que no es más que un montón de escombros, pues las pocas fachadas bamboleantes que surgen de entre ellos caerán
inevitablemente al primer viento fuerte, completando así la nivelación alema­
na, la obra destructora más perfecta de que tenga noticia el humano saber. El
terremoto es menos implacable, pues suele dejar en pie las cabañas humildes,
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si no los grandes monumentos. Afortunadamente, la linda y antiquísima torre
del Hôtel de Ville de Lierre está indemne, por milagro…
En el río quedaban restos de los puentes de barcas construidos por los alemanes, y en sus aguas se veían algunas embarcaciones a pique, cadáveres flotantes
de caballos, residuos de toda especie. Lo atravesamos sobre un puente de madera,
improvisado por los ingenieros alemanes en sustitución del puente de mampostería volado por los defensores de la ciudad, y seguimos largo rato, lentamente,
entre escombros y paredes negras, más lamentables, más opresores que nunca.
Entre el casquijo entreveíanse de vez en cuando uniformes belgas abandonados
por los guardias cívicos, que antes de huir se disfrazaban de particulares, pues los
alemanes amenazaban con tratarlos como francotiradores, no reconociendo su beligerancia, y someterlos a la ley de la guerra, que en este caso sería el fusilamiento.
Una buena flamenca se acercó con una alcuza en la mano a pedirnos un
poco de bencina, probablemente para su lámpara. Apenas teníamos la suficiente para el viaje, pero en cambio le ofrecimos algunas monedas que rehusó con
altivez y cortesía. ¿Dónde habitaba? ¿En qué rincón olvi­dado por la catástrofe
pasaba su vida de miseria, sin víveres, sin abrigo? ¿Cuál iba a ser su suerte?…
Y como otras tantas visiones de espanto pasaron luego ante nuestros ojos
los restos informes de Koningshoyet, de Heyst-on-deu-Berg, de Boisschot, de
Beggynendyck, de Aerschot, escenarios de batallas, de bombar­deos, de incendios, de saqueos, de matanzas. ¿Cómo describirlos? ¿Cómo variar la monótona
repetición de las mismas palabras: ruinas, escombros, montones de ruinas, hacinamiento de escombros?…
Nuestros ojos espantados tuvieron un descanso mientras pasábamos por los
lugarejos de Gelrode, Wissemael y Wilsele, que no han sufrido nada. Antes ya
habíamos visto algún campesino flamenco, insensible y terco probablemente,
heroico y clarividente quizá, arando su campo para las nuevas cosechas… Y
el paisaje es el dulce, el cambiante paisaje de Bélgica, que acaricia los ojos…
Algo más lejos fuimos detenidos a cada paso para pedirnos los pasaportes;
los centinelas alemanes se mostraban de una extraordinaria severidad, como si
temieran un ataque. Es que estábamos a las puertas de Lovaina… de lo que
fue Lovaina, mejor dicho.
Todo el interesante barrio central de la vieja ciudad había desaparecido o
poco menos, destruido por el cañoneo, el bombardeo, el incendio, y en medio
de las casas arrasadas que lo formaban, a modo de pedestal, un montículo de
ruinas se erguía íntegro sin un arañazo, como para demos­trar que aquel desastre había sido no sólo voluntario, sino inteligente­mente dirigido, el espléndido
Hôtel de Ville, recién restaurado, con as­pecto de joya nueva, libre por primera
vez de sus andamios desde hace larguísimo tiempo, triunfante con su pueblo de
estatuas, frente a la vieja catedral de San Pedro, casi totalmente derrumbada,
junto a la biblioteca de la universidad, quemada con todos sus tesoros impresos
y manuscri­tos, y dominando la ciudad borrada del mapa.
Nunca habíamos visto el Hôtel de Ville, esculpido de arriba abajo como
uno de esos relicarios góticos en forma de arquilla, cincelados en plata, que se
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guardan religiosamente en los armarios de las viejas igle­sias, o encerrados no
menos herméticamente en las vidrieras de los museos, bajo la avizora vigilancia
del guardián, nunca lo habíamos visto, digo, en todo su esplendor, en toda su
integridad, y su belleza quizá harto delicada y preciosa era una terrible antítesis, así unida a la ca­tástrofe…
3
[Publicado el 6 de diciembre de 1914]
…La vida se reanudaba, entretanto en Lovaina, con un ritmo lento y doloroso. Los escombros eran apartados a ambos lados para dejar paso en las que fueron
calles; algunos obreros trabajaban encarnizadamente sacando de los sótanos el
carbón enterrado, porque el combustible esca­sea mucho en toda Bélgica, a causa
de la paralización de las hulleras y más aún de la falta total de comunicaciones.
Innumerables centinelas alemanes custodiaban las entradas y salidas de aquel
laberinto de vigas a medio quemar, escaleras de hierro retorcidas por el fuego,
lienzos de pared derrumbados de una sola pieza, piedras, muebles destrozados…
Algunos mendigos –pocos– tendían la mano y pedían limosna como si se lamentaran. La mayor parte de los vecinos que recorrían las ruinas o se agrupaban en
los sitios despejados tenían las más extrañas vestimentas compuestas de piezas
distintas, tomadas al azar en los trances de la fuga, y por la calle de la estación,
frecuentada hace poco por una muchedumbre alegre y bulliciosa compuesta en su
mayoría de estudiantes, y en la que no faltaban los vestidos parisienses, no veíamos sino lamentables sombras, cubiertas casi de harapos… Y la luz grisácea de la
tarde, más vaga cada vez, agregaba a toda aquella tristeza una tristeza nueva y
general, como si las cenizas a que Lovaina ha quedado reducida subieran hasta
el cielo y lo empañaran todo, llevando en cada átomo el clamor de la víctima.
Y con una sensación de angustia, volvimos silenciosos a Bruselas, como salía
Dante a contemplar las estrellas para reaccionar contra el horror de los infiernos.
…Pocos días después de esta peregrinación a las ruinas más próxi­mas a
Bruselas, conseguí salir para Holanda, con el objeto de ponerme ¡al fin! en
contacto con La Nación.
Desde las inmediaciones hasta lo que fue Visé, sobre la frontera ho­landesa, pasando por Lieja, cuyos alrededores han sido asolados, mis ojos vieron otros muchos
cuadros de horror. Pero no me quedan ánimos para evocarlos ahora. Sólo acierto a
repetir que Bélgica es una inmensa ruina, un campo de desolación, y que nunca,
nunca, volverá a ser lo que ha sido, por bien que se le compense su heroico sacrificio, por mucho que sus laboriosos hijos se esfuercen por curar sus heridas.
Será otra, más moderna, más rica sin duda, pero ya no será la que conocí y amé
antes de la brutal agresión, antes del salvaje ensañamiento de sus amigos de ayer.
Fuente: Roberto J. Payró, Corresponsal de guerra, Buenos Aires, Biblos, 2009, pp. 711-718.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
La revolución rusa tendrá una considerable influencia en la sociedad
argentina, no sólo entre las formaciones militantes de la izquierda
y del movimiento obrero sino también en un variado arco de la
intelectualidad y de la política del país, que por entonces estrena un
primer gobierno elegido por sufragio universal, secreto y obligatorio
para los ciudadanos argentinos varones.
Al interior del socialismo y el anarquismo se multiplican los
debates en torno de las posibilidades reales de una revolución en
Latinoamérica. Esta atmósfera revolucionaria se hace sentir también entre grupos universitarios, y dejará su huella cuando en junio
de 1918 estudiantes cordobeses lleven a cabo una reforma universitaria que se extenderá luego a las demás universidades del país y de
América Latina.
Por otro lado, la crisis económica de posguerra comienza a repercutir en la Argentina. Al igual que en otros sectores, la disminución
de los insumos importados ocasionada por la guerra ha provocado en
la industria metalúrgica una merma importante en su producción.
En diciembre de 1918 comienza una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos; los obreros piden la reincorporación
de trabajadores despedidos, la jornada de ocho horas de trabajo y
una mejora en sus salarios, entre otros reclamos. La huelga pronto
se convierte en un conflicto sindical generalizado al que se suma el
accionar violento de rompehuelgas, grupos nacionalistas de ultraderecha y la policía, lo que termina con centenares de trabajadores
muertos y heridos. Estos acontecimientos pasarán a la historia como
la Semana Trágica.
1917 - 1919
La Revolución de Rusia
18 de marzo de 1917. Enrique del Valle Iberlucea, abogado, periodista y primer senador socialista de América, publica en el periódico La Vanguardia una
serie de editoriales sobre el proceso revolucionario en Rusia. A los pocos
días de la llamada“revolución de febrero”, Iberlucea manifiesta que el proceso ruso se transformará, por imperio de las circunstancias, en una revolución socialista y profunda.
El zarismo ha dejado de existir, iniciándose una nueva era en la historia de Rusia,
y acaso en la historia del mundo. Ha caído una dinastía secular, que gobernó siempre
autocráticamente, imponiéndose por el crimen y el terror. Ha sido barrida por la revolución, iniciada en el primer cuarto del siglo xix, continuada después por la acción de
heroicos apóstoles de la libertad aun en las horas más siniestras del despotismo, y la cual
triunfa por un momento a principios de esta centuria para ceder luego ante la negra
reacción y la represión sangrienta, hasta que, al cabo de dos lustros, habría de conseguir
una brillante victoria, gracias a la decisión, la firmeza y el coraje del pueblo.
Una revolución no es un movimiento súbito, y es algo más que un movimiento armado. Ha de ser la resultante de causas profundas y de numerosos factores, que existen
y actúan desde tiempo atrás y que en un momento inesperado, cuando han alcanzado la
plenitud de su desarrollo, dan lugar a un estallido ruidoso y violento. Acontecimientos de
este género revisten una importancia trascendental, pues impulsan el desenvolvimiento
progresivo de la civilización y aseguran el imperio de la libertad, libertad que sólo hubiera
sido una ilusoria aspiración de los hombres sin las grandes revoluciones de la historia.
La revolución rusa será para nuestros tiempos lo que la revolución francesa para los
tiempos modernos. Esta acabó con el antiguo régimen al proclamar los derechos del
hombre; suprimió la división de la sociedad en órdenes o categorías; destruyó los privilegios del clero y la nobleza; afirmó el gobierno sobre la base de la soberanía nacional y
escribió en los códigos fundamentales la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y las
cargas públicas. Pero la revolución de 1789 aseguró sobre todo el poder de la burguesía,
adueñada de la riqueza, inteligente y poderosa, más sometida a la arbitrariedad real y
colocada en un rango inferior a los órdenes privilegiados de la antigua sociedad. Aunque
la clase trabajadora resultó también favorecida por el movimiento revolucionario, por
cuanto pudo gozar de las libertades civiles y políticas vencida la reacción después de otras
revoluciones –entre las que no fue la menos fecunda la del 18 de marzo de 1871, cuyo
aniversario conmemoramos hoy–, continuó sujeta a la dominación económica del tercer
estado, que llegó a serlo todo, mientras aquella era nada en la sociedad capitalista.
En este momento histórico los pueblos aspiran no sólo al goce pleno de los derechos
civiles y de las libertades políticas, sino también a la conquista de la igualdad económica. Nada de extraño sería entonces que la revolución rusa iniciase un nuevo período
histórico, el cual habría de caracterizarse por la emancipación social del trabajo. En
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Rusia podría originarse la revolución socialista, destinada a crear una nueva organización social fundada en los principios de la justicia económica, sin la cual es imposible
la existencia real de la libertad individual, ya sea esta civil o política. Las condiciones
actuales del mundo, transformado por la terrible conflagración europea, hacen posible
el triunfo de una tendencia social, de una organización colectivista del trabajo y la industria, que hasta ayer se consideraba una vana utopía.
El espíritu de la humanidad se dirige hoy hacia el antiguo imperio de los zares.
Se comprende que el triunfo de la revolución moscovita importará el advenimiento
de un nuevo régimen social, donde no existirá el contraste de la riqueza y la miseria,
porque la propiedad será un derecho real de los productores, que gozarán todos del
bienestar necesario. Ha llegado la hora soñada por los apóstoles de la democracia
eslava, quienes tuvieron la intuición de que su patria emprendería la primera –debido a sus instituciones y tradiciones colectivistas y al espíritu socialista del pueblo
ruso– obra gigantesca de la revolución moderna, que removería desde los cimientos
el edificio de la sociedad burguesa.
Sería un grave error suponer que la revolución rusa es un puro movimiento político,
y que ha obedecido al simple deseo de concluir con la influencia alemana. Sin desconocer la importancia de este factor, que decidirá a Rusia a llevar la guerra hasta el fin y a
mantener la unión de los aliados, no pueden atribuirse los grandes acontecimientos de
aquella nación a una causa única. Hay en Rusia una serie de cuestiones –sociales, económicas, políticas, morales, religiosas–, planteadas desde tiempo atrás, que reclamaban una
solución revolucionaria. El cambio del sistema político, la substitución de la autocracia
por la monarquía constitucional y parlamentaria, o por la república –con ser tan grande
y extraordinario– no resolvería por sí solo los magnos problemas planteados en términos
irreductibles. Sólo podría conseguirlo una revolución a la vez política y económica.
Así lo entenderán los autores del movimiento revolucionario. Los obreros no podrían conformarse, en verdad, con la sola conquista del régimen representativo. Si bien
el gobierno provisional ha anunciado que su política se basará, entre otros principios,
en las libertades fundamentales –de prensa, de palabra, de asociación y de reunión–,
los trabajadores estarán dispuestos a obtener garantías para el reconocimiento de sus
derechos económicos. El mismo gobierno ha anunciado la abolición de los privilegios
sociales y religiosos, lo cual es un feliz augurio para el proletariado, tanto más cuanto
que del ministerio revolucionario forma parte un diputado socialista.
La revolución necesitará para triunfar por completo del apoyo decidido de los paisanos, que constituyen la mayoría de la población rusa. Su condición social y económica
rayaba casi en la servidumbre, no obstante el ucase de emancipación de Alejandro II. La
cuestión agraria es el problema capital de Rusia; no se resolvió por la entrega de tierras
señoriales y de la corona a los aldeanos; no ha podido ser resuelta tampoco por la acción
del Banco de los paisanos. La revolución solamente podrá darle una solución radical.
La dará, de seguro, siguiendo los principios de la primera revolución, durante la cual se
modificaron las condiciones de la propiedad territorial en varias provincias rusas. Así lo
reclamarán los representantes de los partidos laborista y socialista, continuando la política
emprendida en la primera y la segunda Duma. Y aun los demócratas constitucionales –o
sea, el partido de los “cadetes”–, que tanta participación han tenido en el movimiento reMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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volucionario, se inclinarán a la misma solución, posiblemente, ampliando su programa de
expropiación forzosa, de distribución de tierras, con el cual llegaron a la Duma de 1906.
La revolución irá hacia adelante porque es la obra inteligente del pueblo ruso. A
pesar de la ignorancia en que la autocracia mantuvo a los mujiks, estos tienen conciencia de sus derechos, como lo demostraron enviando dos centenas de diputados a la
Duma de 1907. Los diputados “trabajistas”, según se les llamó, sostuvieron entonces
un programa agrario de tendencia revolucionaria y se acercaron íntimamente a los representantes de los partidos socialistas. Otro tanto puede decirse de la inteligencia de
los obreros, quienes iniciaron con las grandes huelgas el movimiento revolucionario de
1905, como ha sucedido también en esta ocasión. La triste jornada del 22 de enero de
aquel año, en que la muchedumbre proletaria fue masacrada delante del palacio imperial, apartó para siempre a los obreros rusos del lado del zar, “el pequeño padre”. Y después de las masacres de Petrograd y de Moscú y de los horrores de las “bandas negras”,
los obreros continuaron dispuestos a convertirse de nuevo en soldados de la revolución
en la primera ocasión favorable, levantándose para derribar a la sanguinaria autocracia.
Cuando Nicolás II –más afortunado que Luis XVI, pues irá a purgar en el destierro
sus culpas y sus crímenes, en compañía de una María Antonieta alemana–, cuando el
zar todopoderoso, creyéndose ungido por el derecho divino de un inmenso poder político y religioso, disolvió la segunda Duma y modificó la ley electoral, para obtener una
Duma “introuvable” –remedo de una asamblea parlamentaria, en la cual los representantes de la clase de los propietarios rurales se mostrarían dispuestos a inclinarse siempre ante su omnímoda autoridad–, no sospechó, sin duda, que en el transcurso de diez
años debería abdicar su corona –la corona de los Romanoff– ante otra asamblea que
representaría la voluntad del pueblo. Continuaba latente aquella revolución ahogada en
mares de sangre, y habría de resurgir –más poderosa que antes, invencible ahora– para
derrocar al orgulloso autócrata y destruir la rapaz e inepta burocracia, estableciendo la
soberanía popular sobre la base del sufragio universal.
El socialismo democrático de América ve en la victoria del pueblo ruso el triunfo
del proletariado internacional; hace votos por que la revolución renueve la vida de la
Rusia libertada de la tiranía zarista a la sombra de la bandera roja, triunfadora en los recientes combates; se inclina ante las tumbas de millares de mártires que perecieron en la
horca, como Pestel y Ryleyef, los jefes de la revolución republicana de 1825, o murieron
en las estepas de Siberia, en las minas de los montes Urales o en las sombrías fortalezas,
cual la de San Pedro y San Pablo, o gimieron largos años en el entierro, como Herzen
y Bakounine; y ante el triunfo de la nueva democracia, envía un saludo fraternal a los
vencedores en las cruentas jornadas revolucionarias y repite la frase de Goethe –cuando contempla la victoria de los descamisados de Francia en las alturas de Valmy–, que
Carducci tradujera en verso magnífico:
…Al mondo oggi da questo
Luogo incomincia la novella storia.
Enrique del Valle Iberlucea
Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, 18 de marzo de 1917.
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¡Rusia!
La Protesta, 13 de noviembre de 1917. Las noticias que llegan desde Europa referidas a los sucesos que tienen lugar en Rusia suscitan la pronta adhesión del
anarquismo local. El maximalismo es leído en clave vanguardista y se constituye
en el modelo de la revolución.
Con la expropiación del poder burgués por el proletariado consciente, quedó terminada en Rusia la Revolución Social, estableciéndose la anhelada emancipación económica, política y social. Nuestro ferviente saludo a los hermanos de Rusia.
Habíamos suspendido temporalmente nuestra campaña por falta de noticias, más o
menos importantes, respecto de la revolución en Rusia.
Verdad es que adivinábamos los grandiosos acontecimientos de estos últimos días
–epílogo de la Revolución Social– pero nos abstuvimos en anunciarlos pensando que
sería mejor dejar primero hablar a los hechos.
Hoy, ya acaecidos los hechos trascendentales y entregados al paladar de la voraz crítica burguesa, tomamos la pluma para imponernos, como hemos hecho ya otras veces,
con la verdad, a la pérfida interpretación que los interesados en conservar la infamia
aún imperante en el resto del orbe pueden dar a los últimos sucesos.
Al mismo tiempo, nos guía esta vez el afán de saludar desde este lejano rincón del
universo, a los bravos, a los nobles, a los valientes compañeros que allá en Rusia supieron con gallardía y buena táctica dar un término irrevocable al oprobioso régimen
capitalista, en el cual se traficaba impunemente con el dolor, las lágrimas, el sudor y la
sangre de miles de generaciones pasadas.
¡Hurra! ¡Mil veces hurra!
Que las llamas del magnífico incendio que se extiende allá en Rusia, haciendo cenizas toda la crápula turba capitalista, dando así vida a la humana “República del Trabajo”, propague el fuego sagrado por todo el resto del globo.
Como mejor expresión de nuestra alegría, como más expresivo homenaje, como
más cordial saludo a los compañeros de Rusia que triunfaron después de una lucha
gigantesca, dando un maravilloso ejemplo al mundo, nosotros haremos una exposición
clara y sucinta de lo que son los llamados maximalistas.
Nos place creer que obrando así evitaremos, por lo menos entre los compañeros anarquistas, las equívocas interpretaciones que muchos dan a la revolución actual de Rusia.
Los maximalistas
En uno de los últimos congresos –de los cuales ya hemos hablado en números anteriores de La Protesta–, los partidos populares dieron el más acertado, el más grandioso paso hacia la Revolución Social.
Allá, en los agitados años del 1902 hasta el 1905, en el seno de los partidos Social-Demócrata y Social-Revolucionario, como también entre la gran colectividad comunista-anarquista de Rusia, se dejó sentir la urgente necesidad de constituir algo así
como una fuerza titánica, que con un programa de máxima aspiración, programa que
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satisfaría por completo a todo aquel noble ser humano que anhelaba una era libre para
toda la humana especie, podría vencer y jamás ser vencido.
En el mencionado congreso libertario se hizo la coalición, no aquella bochornosa y
entorpecedora coalición entre los partidarios de la supresión completa del nefasto régimen de explotación y los sostenedores del mismo, no. La coalición, la poderosa alianza
que se había sellado con fraternal respeto mutuo, fue entre los más rebeldes, los más
altivos, los más validos miembros de los dos partidos más influyentes entre la cuestión
social (Social-Demócrata y Social-Revolucionario) junto con los compañeros nuestros
(comunistas-anarquistas).
De modo que todas las fuerzas combativas: la inmensa mayoría del partido Social-Revolucionario, la gran minoría del partido Social-Demócrata, partidarios estos
últimos de Lenin (admiradores de la chispa revolucionaria, los “Iskrevzi”), y los comunistas-anarquistas, se habían entonces coaligado en un sólido, en un férreo block de resistencia y más que de resistencia de reconquista (expropiación colectiva) del bienestar
económico, político y social.
Se redactó y fue unánimemente aprobado un programa llamado máximo. De aquel
histórico momento surgieron los primeros libertarios llamados maximalistas.
Nosotros no creemos necesario exponer aquí punto por punto todo el programa
máximo, primero, porque quizás muchos de estos puntos tendrán que ser reformados
hoy al ponerlos en práctica, y segundo, porque tenemos la plena convicción de que este
trabajo nos ahorraría el telégrafo que sirve a la prensa calumniadora (burguesa), pues
al paso que van las cosas de Rusia, el telégrafo mencionado tendrá que hablar, quiera o
no, y esto será el mejor exponente del programa maximalista.
Fieles a nuestra táctica, dejaremos primero hablar a los hechos.
Sin embargo, en este supremo momento, cabe citar por lo menos las principales
aspiraciones de los compañeros maximalistas, aspiraciones estas que dentro y fuera de
Rusia han sido pesadilla horrible de la clase parasitaria.
He aquí lo principal del programa que triunfó en Rusia:
1. República del Trabajo
2. La socialización completa de todas las fábricas, talleres, usinas, ferrocarriles,
instrumentos del trabajo, etcétera.
3. La tierra y maquinaria debe ser entregada al pueblo que la trabaja.
4. Nacionalización del Fisco.
Como lema y arma, los maximalistas aceptaron el terror en masa (Masovoi Terror), o sea, “La liberación del pueblo debe ser obra del pueblo mismo”.
Hablando más claramente, todo esto significa en buen castellano: la dictadura
del pueblo –los “Soviet” (consejos) de Delegados de Obreros y Soldados– y por consiguiente, la expropiación colectiva de todo: desde la tierra y la maquinaria hasta
el poder gubernativo.
Misha
Fuente: La Protesta, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1917.
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La revolución rusa y su
influencia moral
La Protesta, 17 de febrero de 1918. Un rasgo inicial de las lecturas de la revolución rusa entre las filas libertarias argentinas consiste en ubicarla como
momento culminante de un multisecular proceso de lucha por la emancipación.
I
La obra emancipadora de los maximalistas rusos marca un jalón insuperable hasta
hoy día en la historia universal de los pueblos, haciendo palidecer los rojizos resplandores de la Revolución francesa de 1789.
Los revolucionarios franceses, al guillotinar a Luis XVI, no mataron a un hombre,
sino que aplastaron con él al sistema monárquico –donde la nobleza y el clero gozaban
de prerrogativas ilimitadas sobre la plebe– para suplantarlo por el sistema democrático
republicano.
Del gobierno de la nobleza y del clero, encarnado en la persona del rey, pasaron
al gobierno constitucional burgués, representado por un presidente electivo. Como
la revolución fue obra de la burguesía para derrotar a su enemiga la nobleza, al salir
triunfante no modificó en nada la condición miserable del pueblo, dejando en pie al
igual que antes las prerrogativas, la opresión y la explotación, bajo el rimbombante
título de “Democracia republicana”: gobierno del pueblo por el pueblo… sólo de
nombre. En cambio, la revolución rusa, tal cual se lleva a cabo en la actualidad, es el
aplastamiento total del régimen estatal por el gobierno de sí mismo. Es la anulación
de todos los privilegios y de las diferencias económicas y de castas sociales.
II
Para que la revolución rusa, o mejor dicho, la obra emancipadora del maximalismo
ruso sea un hecho, necesita el apoyo solidario del proletariado mundial, o por lo menos,
el de otras naciones más; de lo contrario, no pasará de ser una intentona que sucumbirá bajo la presión de los gobiernos de las otras naciones y del mismo pueblo ruso por
incapacidad moral-intelectual para gobernarse por sí mismo, cayendo siempre bajo el
dominio del régimen estatal.
Si la revolución rusa fuera secundada por las minorías de las demás naciones, aunque el pueblo no esté capacitado para gobernarse por sí mismo, en cambio bajo la dirección inteligente de personas capacitadas se llegaría por etapas sucesivas, en un breve
tiempo, al fin soñado.
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III
Triunfante o no, la revolución rusa ejercerá sobre el proletariado mundial una saludable influencia que los hará reaccionar en un tiempo no muy lejano, a pesar de todas
las medidas previsoras que tomen los gobiernos para contrarrestar sus efectos.
Lo que podría ser obra de hoy, habrá que esperar hasta mañana, máxime teniendo
en cuenta la postración moral en que quedarán sumidos los pueblos beligerantes al
terminarse la guerra, pero en cualquier forma la chispa rusa ha provocado el devastador
pero purificante incendio de la mundial revolución social.
IV
Las fuerzas revolucionarias del continente americano deberían efectuar a la brevedad posible un congreso para confeccionar un programa máximo y establecer la
forma de provocar simultáneamente la revolución en todo el continente. Y las minorías de cada región constituirse en un solo block bajo la dirección inteligente de
un comité secreto, subordinándose en tal forma los subcomités, que nunca puede
saberse de dónde parte la dirección.
Activar la propaganda para que el pueblo vaya comprendiendo la necesidad que tiene de lanzarse a la revuelta para conquistar de una vez todos sus derechos. Y si es necesario, constituir agrupaciones bien organizadas, pero con el mayor secreto posible, para
dedicarse a la expropiación inteligente con el fin de recaudar fondos para la compra de
materiales explosivos. Pero, para llevar a cabo lo expuesto, es necesario ante todo que
los compañeros se despojen del prurito de la supremacía y del amor propio, porque las
acciones tanto valen siendo un simple soldado, como siendo un jefe.
Cuando de corazón se defiende una causa noble, jamás se busca la distinción, sólo
basta la satisfacción del deber cumplido.
Urge, pues, si es que realmente deseamos emanciparnos, que adoptemos una actitud
bien definida los anarquistas de esta región, actitud que traduzca en hechos nuestras
aspiraciones.
Severo Bruno
Fuente: La Protesta, Buenos Aires, 17 de febrero de 1918.
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NUESTRO
CONGRESO
P
odemos declararnos satisfechos de
los resultados del Congreso. Superando los cálculos y las previsiones más
optimistas, tanto por el número de representantes como por las deliberaciones, el que
fuera Congreso de expulsados ha merecido
cambiar ese nombre por el de I Congreso del
Partido Socialista Internacional.
Nos sentimos satisfechos, tan satisfechos
como cuando se sabe haber cumplido un deber
amargo y aliviado el peso de una grave responsabilidad. En este caso, la amargura se transforma en confianza, y es lo que nos sucede.
La casi unanimidad con que fue votada
la constitución del Partido Socialista Internacional demuestra la perfecta unidad de
pensamiento que preludia la unidad perfecta en la acción. Las discusiones serenas,
elevadas, amplias, sin presiones ni subterfugios indignos entre socialistas nos califican como núcleo disciplinado y consciente,
sin duda alguna.
El congreso de expulsados es, en ese sentido, la negación más rotunda del calificativo
Uno de los saldos del debate
interno que el Partido Socialista
desarrolla en el Congreso
Extraordinario de abril de 1917,
que tiene entre sus núcleos de
discusión la posición frente a
la Gran Guerra y la situación en
Rusia, es el alejamiento de algunos
de sus miembros más destacados,
como Victorio Codovilla, Rodolfo
Schmidt, José Grosso, José
Fernando Penelón, Juan Greco y
Rodolfo Ghioldi, entre otros. Este
grupo, más afín a las banderas
del internacionalismo proletario,
funda el Partido Socialista
Internacional, que poco después,
a comienzos de 1918, dará lugar al
Partido Comunista.
de anarquizantes y disolventes con que se ha
pretendido gratificarnos.
Prueba de ello es la discusión sobre participación en las elecciones próximas. Ha sido
el asunto más discutido en el Congreso, aunque en el fondo todos estábamos de acuerdo. Al constituir un partido y aceptar la lucha
electoral como un medio de la acción socialista, era consecuencia intervenir en los próximos comicios. Por eso, también en este caso
la perfecta unidad de pensamiento existía.
¿Y qué podía argüirse en contra? ¿Que recién nos organizábamos y que parecía que
hiciéramos lo que tantos partidos que surgen
en vísperas electorales? No, nuestra situación
es especial; no nos hemos separado del viejo
partido, sino que se nos ha expulsado, obligándonos a constituir una nueva entidad a los
dos meses del acto electoral, como lo hubiésemos constituido a distancia de años.
¿Que podía tildársenos de ambiciosos y
otras lindezas por el estilo? ¡Débil argumento
si es que puede serlo! Es cualidad de los ambiciosos acomodarse a todas las situaciones en
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que puedan servir el interés de su ambición. Si
tal hubiese sido nuestro propósito, nos hubiéramos inclinado del lado del más fuerte, como
tantos lo hacen en el viejo Partido. Y sería hasta falta de carácter recoger este argumento.
Todos los que actúan en política y en especial
los que más activan, son tratados de ambiciosos, etc., por los adversarios, cuando no se
tiene otra razón. ¿Será motivo este para detenernos en medio del camino? Además, ¿evitaríamos con ello el calificativo? Luchando en el
viejo Partido por nuestra interpretación de las
ideas socialistas, se nos combatía tratándonos
de ambiciosos; para expulsarnos se dijo: “son
unos ambiciosos”; no debe extrañarnos que
al constituir un nuevo partido se nos repita el
mismo estribillo. Sólo hay un medio de evitarlo: es el de retirarse de toda actividad, dejando
el campo libre a los que realmente son ambiciosos y ambiciosos de la peor especie. ¿Tenemos el derecho de desertar de las filas de
nuestra clase cuando es más ardua la lucha?
No; dejemos al tiempo y a los hechos que se
encarguen de decir cuál es nuestra ambición.
No son esas razones, por cierto, las que
se han hecho valer en el Congreso. Son razones de circunstancias, razones de momento.
¿Podemos afrontar una agitación electoral intensa sin contar con recursos? ¿No sería más
conveniente destinar los escasos centavos
que los obreros afiliados puedan proporcionar a otros fines? Son estos los argumentos
debatidos en el Congreso.
Y a ellos contestaban los defensores de la
intervención: la haremos en la medida de nuestras fuerzas, sin descuidar ninguno de los medios que puedan contribuir a la difusión y progreso de las ideas y de las fuerzas socialistas.
No pedimos nosotros este acto electoral; se nos
presenta y debemos afrontarlo. No podríamos
votar a ninguna fracción burguesa, ni votar la
lista del viejo Partido –partido estilo radical europeo por su acción– en momentos de guerra
cuando sus representantes han votado la rup-
tura de relaciones y el Partido indirectamente
los aprueba. No podríamos abstenernos, ya
que reconocemos la utilidad de ese medio de
lucha. Cabe, pues, hacer una lista de afirmación
que lleve a los comicios la expresión de nuestra decidida oposición a la guerra y de nuestra
solidaridad con el proletariado universal que
lucha por el establecimiento de una sociedad
socialista, vilipendiado en estos momentos por
la burguesía y los que con ella se solidarizan.
Este es el carácter de la resolución del
Congreso, y esta debe ser la norma de conducta de cada uno de los centros adheridos.
Numerosa o no, lleva en sí esa afirmación el
carácter de fuerza invencible por ser la expresión del presente más cercano al porvenir.
Y así, una a una, todas las resoluciones del
Congreso indican consecuencia en las ideas,
convicciones ya formadas que duplicarán
las etapas normales en la vida de un partido
como el nuestro. Es un acto que no desmerece del mejor Congreso que ha podido celebrar
el viejo Partido Socialista.
Consecuencia de él, surge a la vida activa
el Partido Socialista Internacional. Su título
no indica sólo la característica de su constitución, sino también el fundamento de su propia
acción de clase, que va más allá de los límites
de las fronteras, al ser el reflejo en esta división política de la obra del proletariado universal contra sus explotadores.
El núcleo que le ha dado vida podrá brillar
por su juventud, como indicaran algunas crónicas de la prensa diaria. Pero en el trabajo
la vida es más intensa y más corta; la edad
se duplica. Y en cambio es patrimonio de la
juventud el tener menos arraigados los prejuicios que la tradición deja. Recordemos lo
que decía Renan al penetrar en la academia
francesa: “Eso que he escrito es lo que he observado en mi juventud, en la plenitud de mis
fuerzas y cuando ningún pensamiento interesado podía obscurecer mi vista; si mañana,
impulsado por un achaque de vejez, alguna
1890 - 1956
199
1917 - 1919
debilidad física o moral podría hacerme decir
lo contrario, no debéis creerme”.
Estas palabras, sin ser las textuales de
Renan, expresan su pensamiento. En consideración de ellas disculpamos a los viejos,
pero afirmamos, en plena juventud y con la
experiencia del trabajo que lo que el Congreso
ha hecho, ha sido necesario hacerlo en bien
del socialismo que iba perdiendo su lozanía y
su fuerza de clase al contacto del tiempo.
Y lo que el Congreso hizo fue constituir el
Partido Socialista Internacional que llama al
proletariado a sus filas, para luchar por su
emancipación.
Fuente: La Internacional, Buenos Aires, 23 de enero de 1918.
CeDInCI
200
Poemas “Rusia” y “Guardia Roja”, de Jorge Luis Borges, en la revista Cuasimodo, de orientación anarcobolchevique. Los poemas aparecieron en los números de diciembre de 1921.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
SIGNIFICACIÓN
HISTÓRICA DEL
MAXIMALISMO
POR JOSÉ INGENIEROS
D
esde hace medio siglo oíanse en el
mundo grandes voces augurales de
una palingenesia social que aspiraba a elevar entre los hombres el nivel de la
Justicia. Los principios sem­brados por la Revolución francesa germinaban con lozanía y
sus resonancias eran cada vez más gratas a
los espíritus libres; en cien formas distintas,
en los talleres y en las cá­tedras, en los parlamentos y en las barrica­das, signos inequívocos anunciaban la forma­ción de una nueva
conciencia moral en la humanidad.
El horizonte reverberaba luces rojizas,
par­padeantes de tiempo en tiempo; parecían
preliminares de aurora a los idealistas que
acariciaban un ensueño y a los oprimidos en
quienes hervía una esperanza.
Frente a ellos, estrechaba sus filas la legión
del miedo. Los viejos rutinarios y los jóvenes
domesticados confiaban en que un riguroso
militarismo sería dique eficaz a la ascendente
marea de la democracia y esperaban que una
fervorosa regresión al misticismo envenena­
ría en sus fuentes la ideología emancipadora.
Los servidores de los intereses creados
cre­yeron ver en el militarismo un baluarte
con­tra los derechos nuevos y en la superstición el antídoto de los nacientes ideales. Y
cada vez que el murmullo de la democracia
se tornaba clamor, para defender una libertad
El 22 de noviembre de 1918 José
Ingenieros diserta en el Teatro
Nuevo sobre la significación
histórica de la revolución rusa.
En este discurso, tal vez uno de
los más famosos, Ingenieros
acusa el enorme impacto que
los acontecimientos en Rusia
tuvieron alrededor del mundo
y lo relaciona con los ideales
de la Reforma Universitaria
de 1918 y el antiimperialismo
latinoamericano.
o exigir una justicia, sus enemigos acentuaban su adhesión a la espada y a la cruz, como
si ellas fueran los talismanes con que el Derecho Divino pediría conjurar el advenimiento
de la Soberanía Popular.
Los gobiernos más fuertes conspiraban
con­tra la paz, minados por sus respectivas
castas militares. En vano, durante cuatro décadas, los hombres de estudio daban el alerta
a los gobernantes, asegurando que el gran
resulta­do histórico de una guerra europea sería una crisis del proceso revolucionario cuyos sínto­mas eran visibles. Había comenzado
ya una transformación de las instituciones
políticas, de las relaciones económicas, de
los ideales éticos, cuyo sentido era imposible
ignorar. No podían precisarse su programa
y sus mé­todos para cuando llegase la hora
crítica; pero se consideraba evidente que, en
su con­junto, haría efectivas las más radicales
aspi­raciones de “las izquierdas”, variamente
formuladas en cada país.
Nadie dudaba de ello tres días antes de co­
menzar el drama histórico cuyo primer acto
ha terminado con el fusilamiento del Czar y
con la abdicación del Káiser, los hombres más
representativos del absolutismo feudal. Pero
esa convicción –no lo ocultemos– fue olvi­dada
tres días después de encenderse la gue­rra. La
humareda de los combates cegó a casi todos,
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a los sabios lo mismo que a los igno­rantes;
los instintos del hombre primitivo apagaron
toda luz de la razón. Pocos recor­daron lo que
hasta la víspera había sido su espantajo o su
esperanza: la revolución inevitable, espantajo para los que tenían privi­legios que perder,
esperanza para los que tenían derechos que
reivindicar.
La tesis olvidada
Pocos, muy pocos en el mundo, pudieron sustraerse a la ebriedad general y osaron re­petir
su creencia, no turbada por las circuns­tancias.
Algunas semanas después de comen­zar la tragedia, mientras los ejércitos teutó­nicos arrasaban el suelo de Bélgica y corrían sobre París,
publicamos en la más difundida de nuestras
revistas un artículo, “El suicidio de los bárbaros”, que otras cien reprodujeron; cuatro años
después, necesitamos repetir sus textuales
palabras, pues son la premisa ne­cesaria para
juzgar serenamente la significa­ción histórica
del movimiento maximalista: “La civilización
feudal, imperante en las naciones bárbaras de
Europa, se prepara a suicidarse. Este fragor de
batallas parece un tañido secular de campana
funeraria. Un pa­sado, pletórico de violencia y
de superstición, entra ya en convulsiones agónicas. Tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo
sus héroes; que­dan en la historia. Tuvo sus
ideales; se cum­plieron.
”Esta crisis marca el principio de otra era
humana. Dos grandes orientaciones pugnaron desde el Renacimiento. Durante cuatro
siglos el alma feudal, sobreviviente en la
Europa política, siguió levantando ejércitos y
carcomiendo naciones, perpetuando la tiranía
de los violentos…
”Ahora el destino inicia la revancha veni­
dera de la Justicia sobre el Privilegio. La vieja
Europa feudal ha decidido morir como todos
los desesperados: por el suicidio.
”La actual hecatombe del pasado es un
puente hacia el porvenir. Conviene que el es­
trago sea absoluto para que el suicidio no
resulte una tentativa frustrada. Es necesario que la civilización feudal muera del todo,
ex­
terminada irreparablemente. ¡Que nunca
vuelvan a matarse los hijos con las armas pagadas con el sudor de sus padres!
”Una nueva moral entrará a regir los des­
tinos del mundo. Sean cuales fueren las na­
ciones vencedoras, la barbarie militarista quedará aniquilada. Hasta hoy fue la Violen­cia el
cartabón de las hegemonías políticas; so­bre
la carroña del feudalismo suicida se im­pondrá
otra moral y los valores éticos se me­dirán por
su Justicia. En las horas de total descalabro
esta sola sobrevive, siempre in­mortal…
”Aniquiladas las huestes bárbaras en esta
conflagración abismática, dos fuerzas aparecen como núcleos de la civilización futura, y
con ellas se forjarán las naciones de mañana: el Trabajo y la Cultura. Cada nación será
la solidaria colectiva de todos los que piensan
y trabajan bajo un mismo cielo, movidos por
intereses e ideales comunes…
”¡Hombres jóvenes y raza nueva!: salu­dad
el suicidio del mundo feudal, con votos fervientes para que sea definitiva la catás­trofe…
”Frente a los escombros del pasado suici­
da levantaremos ideales nuevos que nos
habi­liten para luchas futuras, propicias a toda
fecunda emulación creadora”.
No recordamos estas palabras porque ellas
sean proféticas ni originales. Reflejan la creencia más difundida durante medio siglo, la que
ningún hombre de pensamiento debió olvidar
ni callar: la guerra marcaba el cre­púsculo de
un régimen y después de ella amanecería para
la humanidad un nuevo or­den social…
Siguieron las batallas un mes y otro mes,
un año y otro año. Las gentes más pacifistas
perdían la cabeza, tomaban partido por uno u
otro bando contendiente, mirando la victo­ria
militar como la finalidad histórica de la guerra. Momento hubo en que el corazón es­tuvo
a punto de imponernos sus razones: cuando
nos indignó la inmolación de Bélgica, cuando
nos conmovió la firmeza de Francia.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
La cuestión era otra, sin embargo, hasta
ese momento. Los ases de la guerra eran las
dos naciones imperialistas: Alemania e Ingla­
terra, apoyadas por los cómplices más ver­
gonzosos, el Austria de los Habsburgos y la
Rusia de los Romanoff. Si Francia no hubie­ra
estado en lucha, ninguna conciencia demo­
crática habría vacilado un minuto en desear el
inmediato exterminio de los cuatro impe­rios
combatientes, sin distinción. Se equiva­lían, uno
a uno: Alemania a Inglaterra, Austria a Rusia.
Significación moral de la guerra
La opinión pública del mundo entero co­menzó
a ser corrompida por las potencias imperialistas; no hubo gran ciudad que no sin­tiera la
epidemia del espionaje y la infección de los
gacetines mercenarios, al tiempo que Alemania parecía triunfar en tierra e Ingla­terra comenzaba a dominar los mares.
La guerra, hasta ese momento, carecía de
ideales. Era guerra en su sencillez materia­
lista, guerra entre imperios, guerra entre
castas, guerra de comerciantes, guerra para
vender y para dominar.
De pronto, a principios de 1917, algunos
sucesos fundamentales dieron una bandera
ideológica a las naciones aliadas y la guerra adquirió un sentido moral. La revolución
rusa libró a Francia de la deshonrosa complicidad de una siniestra autocracia; el Presidente Wilson tomó partido en la contienda
formu­lando un loable programa de principios
de­mocráticos, dentro de los cuales podía ampararse el régimen socialista de Kerensky; to­
das las naciones aliadas dieron participación
en el gobierno a representantes de las más
radicales izquierdas democráticas.
Fue un momento decisivo. Incidencias har­
to notorias plantearon para los sudamerica­
nos el problema de adherir a la causa aliada o de mantener la neutralidad. Un escritor
jus­tamente admirado –cuyo nombre no deseo complicar en esta conferencia– publicó
su artículo decisivo: “Neutralidad imposible”.
Sus razones nos parecieron excelentes y no
vaci­lamos en adherir a su actitud, en palabras
que no se apartaban de nuestra primitiva convicción: “Enemigos como él del despotismo y
del dogmatismo, en todas sus formas, amamos co­mo él la Justicia y la Democracia: las
vemos en el nuevo Derecho político y social
afirmado por las revoluciones norteamericana y fran­cesa, las vemos en los gobiernos que
en las últimas décadas han regido los destinos de la Francia, las vemos representadas
en los mi­nisterios de Bélgica e Italia, las vemos reali­zando la revolución social en Rusia,
y las ve­mos consagradas en la declaración
del Presi­dente de los Estados Unidos.
”Al reiterar, sin reservas, nuestra adhe­
sión a los ideales de filosofía política y social
que en esta hora reivindican las aliados de
Francia, reafirmamos nuestra habitual re­
probación a todas las violencias que tienen
por condición el absolutismo de los gobiernos, y por instrumentos la insania militarista
y el misticismo supersticioso. No creeríamos
total­
mente estériles los pavorosos horrores de es­ta guerra –ya que no hay parto sin
sangre y sin dolor– si después de ella los
pueblos civilizados se vieran libres de todas
las instituciones feudales que radican en el
Derecho Divino, reiteradamente invocado por
los mo­narcas de los imperios centrales –y
se en­caminasen hacia una práctica deal de
las ins­tituciones cimentadas en la Soberanía
Popu­lar, conforme al pensamiento más difundido entre las naciones aliadas”.
Principios bien definidos determinaron
nuestra simpatía por los aliados; basta refle­
xionar sobre ellos para comprender que no
podíamos mezclarnos en actos públicos
rea­
lizados por personas que demostraban
análo­
gas simpatías, pero las fundaban en
princi­pios absolutamente distintos.
Ello pudo advertirse con motivo de la me­
morable revolución que en Rusia puso fin al
gobierno despótico de los czares. Desde ese
momento hubo dos clases de aliados en el
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mundo. Algunos, que anhelábamos el triunfo
de la democracia y de la libertad, celebramos
jubilosamente la emancipación de cien millo­
nes de hombres del más tiránico feudalismo
de los tiempos modernos, viendo en ello un
primer paso hacia la victoria final de nuestra
causa; otros, que sólo anhelaban el triunfo
militar de los gobiernos, comenzaron a deni­
grar a los revolucionarios, no vacilando en
calumniarlos como serviles instrumentos del
imperialismo alemán. Algunos fanáticos hu­bo
que osaron llamarlos traidores y vendi­dos…
¿Nada significaba para ellos que la bandera roja flameara en las antiguas residencias
de los déspotas?… ¿No comprendían que el
pueblo, en uso de su soberanía, acaba­ba de
aniquilar a uno de los más conspicuos representantes del derecho divino?… Per­donemos a
los necios difamadores, solamente culpables
de ignorancia; perdonémoslos, hoy que los
sucesos permiten hacer justicia a la revolución, aunque la miserable calumnia si­gue envenenando los cables militarizados. Los que
hemos seguido con ecuanimidad el proceso
revolucionario ruso sentimos desde el primer
día consolidarse las creencias ad­quiridas por
el estudio: con el fin de la gue­rra las naciones
civilizadas entrarían al pre­visto período crítico
de la revolución social.
La revolución rusa
Fuerza es reconocer que el primer gobierno de la Rusia libre se caracterizó por cierta
ineptitud revolucionaria. Pretendía seguir recibiendo el apoyo de gobiernos aliados que no
tenían su mismo concepto doctrinario de la
finalidad del conflicto; el Presidente Wilson,
dicho sea en su honor, fue el único que se solidarizó con ellos, afirmando que, más allá de
sus fines militares, la guerra debía tener generosas proyecciones democráticas.
En Rusia todo era inseguro. El grupo mi­
litarista, que había engañado al mismo Czar y
contribuido a encender la mecha de la gue­rra,
conservaba su libertad de acción y manejaba
millones; su influjo era suficiente pa­ra intentar la restauración del régimen caí­do y buscaba descaradamente la complicidad de los
gobiernos aliados para ahogar en su cuna a
la democracia naciente.
Kerensky empezó a comprometer la revo­
lución con sus vacilaciones; olvidó que en
ciertos momentos críticos todo el que con­
temporiza sirve a la causa de sus enemigos
y no a la propia; temió usar los medios enér­
gicos que las circunstancias imponían, asumiendo con entereza las responsabilidades
de la gran hora histórica. ¿Está derribado el
despotismo mientras viven los déspotas y sus
parciales conspiran para restaurarlo?
No condenamos por ello a Kerensky; fue
útil para la revolución en el primer momento, pero habría sido funesta su permanencia
en el gobierno. No olvidamos que análogas
va­cilaciones había mostrado con su dinastía la Revolución francesa; y entonces, como
aho­ra, fue necesario que ella se desligase de
sus elementos indecisos, para que el antiguo
régimen fuese mortalmente herido en la per­
sona de sus simbólicos representantes.
El vuelco decisivo ocurrió en Rusia a prin­
cipios de 1918. La fracción radical de los partidos revolucionarios comprendió que era
peligroso seguir caminos oblicuos; desalojó
del gobierno al partido que ya estorbaba, sa­
crificó la vana ilusión de combatir contra los
ejércitos teutónicos y se contrajo a reorganizar democráticamente los diversos pueblos
avasallados por el czarismo.
Wilson y Kerensky habían dado a la de­
mocracia un programa “minimalista”, más
parecido a una concesión que a un reclamo.
Lenin y Trotsky creyeron que la oportunidad
imponía formular sus aspiraciones máximas,
lo que hizo dar al movimiento el nombre de
“maximalismo”.
La actitud que asumieron frente a él los
gobiernos beligerantes fue lógica. Los alia­dos
se inclinaron a mirarlo como una lisa y llana
defección militar; los germanos, mili­tarmente
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
beneficiados por el suceso, lo vieron con discutible agrado, sospechando que el es­píritu
revolucionario podría contagiarse a sus propios pueblos.
Desde ese momento, día a día, las agencias telegráficas comenzaron a injuriar la revolución que había destruido el despotismo
de los zares y buscaba dificultosamente un
nuevo estado de equilibrio, no muy fácil de
encontrar en pocos días, después de tan brus­
ca sacudida. El cable se hinchaba a cada hora
con noticias terroríficas que los gobiernos
in­teresados difundían por el mundo, presen­
tando a los maximalistas como una banda de
malvados e insensatos.
Se habló del terror. ¿Qué terror? ¿El de los
czares, que habían asesinado en las cár­celes
y en Siberia a millones de ciudadanos que
amaban la libertad, o el de los maximalistas,
que fusilaron unos cuantos centenares de domésticos que conspiraban para volverlos a la
esclavitud?
Hemos tenido en nuestras manos periódi­
cos rusos opositores al movimiento maximalista, pues son esos los únicos que deja cir­
cular la censura aliada; sólo nos sorprende en
ellos la libertad con que lo critican, real­mente
inexplicable si reinara el terror que mienten
los cables. Hay una verdad que es necesario
afirmar, porque callarla equivaldría a mentir:
comparando la revolución rusa con sus congéneres, ella se caracteriza hasta aho­ra por
la dulzura de sus procedimientos, casi angelicales frente a los de la gloriosa Revo­lución
francesa, cuyos beneficios disfruta­
mos sin
recordar la mucha sangre que costó.
No pretendemos sugerir que la crisis
maximalista se efectuó con pelucas empolvadas, como una tertulia de cortesanos: sería,
indu­
dablemente, exagerado. Pero, sí, sorprende que sus únicas víctimas, según los
diarios ru­sos que ponen el grito en el cielo,
hayan sido una familia de autócratas, diez o
veinte obis­pos, cuatro docenas de jefes militares y va­rios cientos de burócratas, espías
y cosacos, en cifras apenas apreciables en
un imperio de tantos millones de habitantes.
Son más víctimas, sin duda, que las de esa
incruenta revolución estudiantil que acaba de
triunfar en Córdoba; pero convengamos en
que no es lo mismo desalojar a una docena
de sabios solemnes que demoler una siniestra tiranía secular.
(…)
Las aspiraciones maximalistas
Sin mucho don profético puede preverse que
ahora vendrá lo que desde antes de la guerra se miraba como su consecuencia: una
transformación profunda de las instituciones
en todos los países europeos y en los que vi­
ven en relación con ellos. Eso, solamente eso,
merece el nombre de Revolución Social –con
mayúsculas– y no los pasajeros desór­denes y
violencias que la acompañarán.
El resultado final será un bien para la hu­
manidad, como el de la precedente Revolu­
ción francesa; pero muchos de sus episodios serán, sin duda, desagradables en el
momen­
to de ocurrir. Las revoluciones se
parecen en esto a ciertas medicinas, al aceite de castor pongamos por caso; en el acto
de tomarlo produce disgusto o náuseas, pero
después obra bienes muy grandes sobre el
organismo, depurándolo de sus residuos inútiles o no­civos.
El momento histórico actual es de los que
se producen una vez en cada siglo, determi­
nando una actitud general favorable a toda
iniciativa renovadora: el maximalismo es la
aspiración a realizar el máximum de reformas
posibles dentro de cada sociedad, teniendo en
cuenta sus condiciones particulares. No puede
concretarse en una fórmula única, siendo una
actitud más bien que un programa. ¿No es
legítimo pensar que las naciones civilizadas
querrán ensayar las innovaciones discutidas
desde hace medio siglo? ¿Muchas de ellas no
se han ensayado ya en estos años de guerra,
sin que nadie piense volver atrás? ¿Qué me­
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jor oportunidad para efectuar tan generoso
experimento? Lejos de inspirarnos el menor
recelo, el maximalismo debe mirarse como
un desarrollo integral del minimalismo democrático enunciado por Wilson.
Conocemos la objeción de los espíritus tímidos; hace varios meses que la escuchamos.
Dicen que el maximalismo se propone sim­
plemente matar y saquear a todos los que tie­
nen algo, en beneficio de los que no tienen nada,
como ciertos conservadores españoles que todavía llaman a la república la reparti­dora y a sus
partidarios la canalla, sin sospe­char que recibirán sus beneficios mucho antes de lo que creen…
No caeremos en la paradoja de afirmar que
la revolución social a que asistimos tiene por
objeto favorecer a los ricos contra los po­bres.
Creemos, en cambio, que las aspira­ciones maximalistas serán muy distintas en cada país, tanto
en sus métodos como en sus fines. Nos parece
natural, por ejemplo, que se nacionalicen los inmensos latifundios de Rusia, pero creemos que
ese problema no se planteará en Suiza o en Bélgica, donde la propiedad agraria está muy subdividida en manos de los mismos que la trabajan.
Concebimos la nacionalización de las industrias
que emplean millares de obreros, pero no la de
pequeñas industrias individuales o domésti­cas.
Nos explicamos la libertad de las Iglesias dentro
de los Estados cuando por su organiza­ción ellas
no constituyan un peligro social, pero creemos
probable en otros casos la na­cionalización de
todas las Iglesias y su con­tralor uniforme por
el Estado. Encontramos posible que en pueblos
muy civilizados los municipios sean la célula
fundamental de federaciones libres, pero en villorrios atrasa­dos y rutinarios el cambio de régimen sólo podrá ser establecido bajo el legítimo
influjo de los más adelantados y progresistas.
Esos ejemplos, harto fáciles de compren­
der, nos permiten fijar este concepto general: las aspiraciones maximalistas serán
necesaria­
mente distintas en cada país, en
cada región, en cada municipio, adaptándose
a su ambien­te físico, a sus fuentes de produc-
ción, a su nivel de cultura y aun a la particular
psico­logía de sus habitantes.
No habrá un maximalismo uniforme y
uni­
versal, sino tantos programas maximalistas cuantos son los núcleos sociológicos
que reci­ban el benéfico influjo de la presente
revolu­ción social.
Expansión en América
¿Qué interés tienen estas reflexiones para los
habitantes de América? Si aquí no ha habido
guerra –se dirá–, no hay razón pa­ra desear
o temer que nos alcance la revolu­ción social
que es su consecuencia.
Quien tal dice ignora la historia, carece de
conciencia histórica, olvida que todos los movimientos políticos y sociales europeos han
repercutido en América, en proporción exacta
de ese grado de europeización que suele llamarse civilización. Es indudable que los indios
residentes entre los Andes y las fuentes del
Amazonas no sentirán los resultados de la
guerra; probablemente ignoran que ha existido
una guerra europea, en el supuesto improbable de que conozcan la existencia de Europa.
Pero en todos los países que han nacido de
colonizaciones europeas, desde Alaska hasta
el estrecho magallánico, lo que en Europa suceda tendrá un eco, tanto más grande cuan­
to mayor sea su nivel de civilización. Nuestro
destino, ineludible, como decía Sarmien­to, es
“nivelarnos con Europa”; y la expe­riencia del
último siglo demuestra que allá no ha aparecido un invento mecánico, una ley política, una
doctrina filosófica, sin que haya tenido aplicación o resonancia en este continente. Mientras
en Europa se desen­vuelve la actual revolución
social ya iniciada, aquí participaremos de sus
inquietudes pri­mero y de sus beneficios después. Inquietudes mientras se subviertan las
instituciones exis­tentes para probar otras nuevas; beneficios cuando por simple selección
natural se arrai­guen las útiles y desaparezcan
las nocivas. La experiencia social no pide consejo a los con­servadores espantadizos ni pres-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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ta oído a los optimistas ilusos; en cada lugar y
tiempo se realiza todo lo necesario y fracasa
todo lo im­posible. ¿No sería absurdo cortar las
alas, anticipadamente, a los idealistas que pidan lo más? ¿Si sólo consiguieran lo menos,
no sería en bien de todos los que anhelan un
aumento de Justicia en la humanidad?
Los resultados benéficos de esta gran crisis histórica dependerán en cada pueblo, de la
intensidad con que se definan en su concien­
cia colectiva las aspiraciones maximalistas.
Y esa conciencia sólo puede formarse en
una parte de la sociedad, en los jóvenes, en
los innovadores, en los oprimidos, pues son
ellos la minoría pensante y actuante de toda
socie­dad, los únicos capaces de comprender
y amar el porvenir. ¿Exagerarán sus ideales
o sus aspiraciones? Seguramente; ¿no es in­
dispensable que las exageren para compensar el peso muerto que representan los viejos, los rutinarios y los satisfechos?
¿Cómo vendrá?
Algunos curiosos desearán, sin duda, saber
de qué manera se desenvolverá esta revolu­
ción social en que todos somos actores o tes­
tigos. La respuesta, naturalmente hipotéti­ca,
obliga a precisar el término básico de la pregunta. Una revolución social es un largo proceso histórico, compuesto de preparativos,
resistencias, crisis, reacciones, después de
las cuales se llega a un estado de equilibrio
dis­tinto del precedente.
La revolución a que asistimos ha comenza­
do hace muchos años; la guerra la ha hecho
entrar en el período crítico; seguirán mu­chos
impulsos y restauraciones; de todo ello, dentro de uno o veinte años, según los paí­ses,
resultará un nuevo régimen democrático que
oscilará entre los ideales minimalistas enunciados por Wilson y los ideales maximalistas
formulados por los revolucionarios rusos.
Si los hombres fueran ilustrados y razona­
bles, sería muy bonito que se pusieran de
acuerdo para navegar juntos en favor de la
corriente, con buena voluntad y corazón optimista, decididos a ir tan lejos como se pue­da,
en bien de todos. Esa hipótesis, con ser agradable, nos parece la más absurda.
No lo es tanto pensar que algunos gobier­
nos inteligentes, entre los muchos que se tur­
narán con frecuencia en cada país, podrán
dar saludables golpes de timón y poner la
proa hacia el puerto feliz de las aspiraciones
legítimas, pensando más en construir el por­
venir que en defender el pasado.
Donde eso no ocurra, la transformación se
hará irregularmente, por conmociones como
producto de choques, con violencias inevita­
bles y represiones crueles; los excesos de los
revolucionarios y de los restauradores deter­
minarán una resultante final, que realizará,
aproximadamente, el máximum posible de las
aspiraciones que tenga cada pueblo al comenzar la fase crítica de su cielo revolucionario.
¿Qué hacer, pues, frente a las aspiraciones
maximalistas? Depende. Los que tengan an­
helo de más Justicia, para ellos o para sus hijos, pueden saludarlas con simpatía; los que
no crean que pueden beneficiarles, deben
recibirlas sin miedo. Eso es lo esencial: ser
optimistas y no temer lo inevitable. Cuando
llegue, en la medida que deba llegar, sólo causará daños graves a los que pretendan tor­cer
el curso de la historia y a los espantadi­zos;
la rutina hará víctimas, porque es causa de
miedo, y el miedo ha engendrado los ma­yores
males de que tiene memoria la huma­nidad.
El desarrollo de esta revolución no incomo­
dará a quienes la esperen como la cosa más
natural, anticipándose a ella, preparándola,
como expertos navegantes que ajustan las
ve­las al ritmo del viento, recordando las pala­
bras de Máximo Gorki: “Sólo son hombres los
que se atreven a mirar de frente el Sol”.
Noviembre de 1918
Fuente: José Ingenieros, Significación histórica del maximalismo, Montevideo, Claudio García Editor, 1918, pp. 5-29.
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LA REVOLUCIÓN
SOCIAL QUE
NOS AMENAZA
N
oviembre 24. Hoy ha hecho pública el
obispo monseñor Bustos la carta que,
acerca de “La revolución social que
nos amenaza”, dirige al pueblo de Córdoba.
Sus párrafos son motivo de comentarios vivamente encontrados. Entre los más notables
destácanse los pasajes siguientes, que van,
como puede verse, dirigidos contra el maximalismo. En especial, hablando de los elementos “disolventes” dice:
Tonificados por los diversos núcleos de anarquismo, nihilismo, liberalismo, logias masónicas
y socialismo, con quienes están en convivencia
y abundan en el país, se agrupará con una sola
palabra y continuarán la tarea agresora, para ir
contra la causa católica. El maximalismo europeo transportará sus huestes o las formará de
todos estos elementos del país y las incorporará
al movimiento, poniendo en juego ejecutivo del
mismo plan y abriendo nuevas escuelas de este
género, multiplicará los apóstoles y los libros
que difundan las enseñanzas mejor ensayadas
del arte de insubordinar y rebelar las masas
contra el trono y el altar, los cuales una vez abatidos, echarán por tierra la civilización cristiana,
cediendo su puesto a la anarquía imperante. En
tales condiciones, la autoridad ha perdido el estribo más firme que la sustenta con su origen
divino, el respeto, no la reverencia. Habiendo desaparecido de la conciencia del pueblo la justicia
y el derecho, dejan desamparada a la propiedad
individual, el derecho natural, deja de comunicar
base firme ligada al derecho positivo de la legislación. La libertad, la igualdad y la fraternidad
Pastoral contra el maximalismo
emitida por el obispo de Córdoba,
monseñor Zenón Bustos y
Ferreyra, en noviembre de 1918.
empiezan a ser nombres vanos, desprovistos de
verdad, como la larva de la crisálida que ha volado; aquella máxima tan luminosa del Evangelio
que hace comprender hasta al más simple de los
hombres, lo que estos deben dar y esperar de los
demás (…): “Haced a los otros lo que quisierais
que los otros hicieran con vosotros mismos”, que
tan inmensamente ha alumbrado la marcha de
los estados cristianos que la cultivaron, también
habrá desaparecido.
Dice luego:
No llegó a hollar el territorio germánico la
planta de un solo soldado extranjero pero el imperio cae y se derrumba por la fuerza venenosa del maximalismo que traía prósperas en sus
entrañas, sin que sus trenes artillados con que
destruyó fortalezas y ciudades, pudieran servirle
de defensa. Los ensayos rusos del maximalismo
permiten descubrir que le guía el propósito dominante de destronar las testas coronadas que
aún quedan, que las repúblicas sean gobernadas
por el consejo de los bajos fondos del proletariado y reemplazar por el comunismo la propiedad
privada. Tiene labor con qué perturbar el sueño
de todos los soberanos.
Después de otros largos considerandos parecidos, dirígese a los fieles en estos términos:
Entrad, por lo tanto, desde luego a prevenir las medidas salvadoras del soberano bien
de vuestra fe religiosa, aumentando en vuestra práctica los recursos al divino crucificado,
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
con la oración, la comunión, la asistencia al
santo sacrificio de la misa, la mortificación, el
ayuno y otras privaciones en este tiempo de
advenimiento. Entrando por la moderación de
los trajes, reduciendo la frecuencia a las representaciones del teatro y del cinematógrafo, renunciando en absoluto a las inmoralida-
des, preparados con estas medidas, preparáis
también la conjuración de los males. Ellos son
arma y victoria.
Fuente: “La revolución social que nos amenaza”, en La
Nación, Buenos Aires, 25 de enero de 1918.
Museo Nacional de Bellas Artes
Alrededor de 1920 surgen Los Artistas del Pueblo, pequeño grupo formado por José Arato, Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hebequer, Agustín
Riganelli y Abraham Vigo. Es uno de los primeros grupos artísticos simpatizantes de la revolución rusa.
Mala sed, Adolfo Bellocq,
de la serie Los Proverbios, s/d,
Aguafuerte 68 x 49,5 cm.
Tribuna proletaria, Abraham
Vigo, de la serie Luchas
proletarias, 1937, Aguafuerte,
42,5 x 32,5 cm.
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Manifiesto Liminar, 1918
Se conoce por Reforma Universitaria de 1918 al movimiento estudiantil que se
inicia en junio de ese año en la Universidad Nacional de Córdoba, liderado por
Deodoro Roca y otros dirigentes estudiantiles, y que se extiende luego a las demás universidades del país y de América Latina. La Reforma Universitaria da origen a una amplia tendencia del activismo estudiantil, integrada por agrupaciones
de diversas vertientes ideológicas, que se definen como reformistas. Entre sus
principios se encuentran la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión
universitaria, la periodicidad de las cátedras y los concursos de oposición.
La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América:
Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba – 1918
Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno
siglo xx nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos
para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las
libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo
advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían
ensoberbecido y porque era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los
mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y –lo que
es peor aún– el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron
la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas
sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa
o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus
puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en
su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a
mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios
no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.
Nuestro régimen universitario –aun el más reciente– es anacrónico. Está fundado
sobre una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario.
Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La
Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio
radica principalmente en los estudiantes. El concepto de Autoridad que corresponde
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios,
no sólo puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la substancia misma de
los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino
sugiriendo y amando: enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que
enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda
la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de
una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es,
en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de Ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros
trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los
gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que
reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del
látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única
actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro
concepto de Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve
para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia.
Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por el Dr. José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el
mal era más afligente de lo que imaginábamos y que los antiguos privilegios disimulaban un estado de avanzada descomposición. La reforma Matienzo no ha inaugurado
una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una casta de profesores.
Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un inesperado
apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos,
pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se
nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado
a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el
destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención
espiritual de las juventudes americanas, nuestra única recompensa, pues sabemos que
nuestras verdades lo son –y dolorosas– de todo el continente. Que en nuestro país una
ley –se dice–, la de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos. Pues a reformar la ley, que
nuestra salud moral los está exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha
tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios
maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que
ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus
determinaciones. En adelante sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de alma, los creadores de verdad, de belleza y de bien.
La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este
grave problema a la consideración del país y de sus hombres representativos.
Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de
elección rectoral, aclara singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer
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al país y América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto
electoral verificado el 15 de junio. El confesar los ideales y principios que mueven a la
juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y
levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En
la Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desórdenes;
se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha
de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para que se vea cuanta vergüenza nos sacó a la cara la cobardía y la
perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos
íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón
sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en
presencia de la miseria moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse
con las apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales.
El espectáculo que ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos
en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin
recordar la adhesión públicamente empeñada, en el compromiso de honor contraído por
los intereses de la Universidad. Otros –los más–, en nombre del sentimiento religioso y
bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!) Se había obtenido una reforma liberal
mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y
de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra, los jesuitas
habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad.
Consentirla habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la suma de represión, de la ignorancia y del vicio.
Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza
del dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la
sanción jurídica, empotrarse en la Ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad
fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del Salón de Actos y
arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que es
cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio Salón de
Actos de la Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo
pupitre rectoral la declaración de la huelga indefinida.
En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en
una sola sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una
de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos sin temor de ser rectificados,
que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de esta universidad.
La juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres
ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docenMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
te, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio
de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de
que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de “hoy para ti,
mañana para mí” corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la Universidad apartada de la Ciencia y de las disciplinas modernas.
Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el
espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los
dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración
del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia. Fue entonces cuando la oscura
Universidad Mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante
el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa
revolución y el régimen cayó a nuestros golpes.
Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos
entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios.
No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, o al
juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la
Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: “Prefiero antes de renunciar
que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes”. Palabras llenas de piedad y amor,
de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos
estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por
la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la
juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria! Recojamos la lección,
compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud
de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero
carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un
agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada
de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no
puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su Federación, saluda a los
compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.
21 de junio de 1918
Enrique F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidente.
Gumersindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante,
Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R.
Biagosch, Ángel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende,
Ernesto Garzón
Fuente: Néstor Kohan, Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999.
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PRIMER
CONGRESO
NACIONAL
UNIVERSITARIO
S
eñores Congresales:
Reivindico el honor de ser camarada
vuestro. (…)
Pertenecemos a esta misma generación
que podríamos llamar “la de 1914”, y cuya
pavorosa responsabilidad alumbra el incendio de Europa. La anterior se adoctrinó en el
ansia poco escrupulosa de la riqueza, en la
codicia miope, en la superficialidad cargada
de hombros, en la vulgaridad plebeya, en el
desdén por la obra desinteresada, en las direcciones del agropecuarismo cerrado o de la
burocracia apacible y mediocrizante. (…)
Entonces, se alzaron altas las voces. Recuerdo la de Rojas: lamentación formidable,
grave reclamo para dar contenido americano
y para infundirle carácter, espíritu, fuerza interior y propia al alma nacional; para darnos
conciencia orgánica de pueblo. El centenario
del año 10 vino a proporcionarle razón. Aquella no fue la alegría de un pueblo sano bajo el
sol de su fiesta. Fue un tumulto babélico; una
cosa triste, violenta, oscura.
El Estado, rastacuero, fue quien nos dio
la fiesta. Es que existía una verdadera solución de continuidad entre aquella democracia romántica y esta plutocracia extremadamente sórdida. Nuestro crecimiento no era el
resultado de una expansión orgánica de las
fuerzas, sino la consecuencia de un simple
agregado molecular, no desarrollo, y sí yuxtaposición. Habíamos perdido la conciencia de
la personalidad. (…)
Dos cosas –en América y, por consiguiente,
entre nosotros– faltaban: hombres y hombres
Discurso del dirigente estudiantil
Deodoro Roca en la sesión de
clausura del Primer Congreso
Nacional de Estudiantes
Universitarios, en Córdoba,
el 31 de julio de 1918.
americanos. Durante el coloniaje fuimos materia de explotación; se vivía sólo para dar a la
riqueza ajena el mayor rendimiento. En nombre de ese objetivo se sacrificó la vida autóctona, con razas y civilizaciones; lo que no se
destruyó en nombre del Trono se aniquiló en
nombre de la Cruz. Las hazañosas empresas
de ambas instituciones –la civil y la religiosa– fueron coherentes. Después, con escasas
diferencias, hemos seguido siendo lo mismo:
materia de explotación. Se vive sin otro ideal,
se está siempre de paso y quien se queda lo
admite con mansa resignación. Es esta la posición tensa de la casi totalidad del extranjero
y esa tensión se propaga por contagio imitativo a los mismos hijos del país. De consiguiente, erramos por nuestras cosas, sin la libertad
y sin el desinterés y sin “el amor de amar”
que nos permita comprenderlas. Andamos
entonces, por la tierra de América, sin vivir
en ella. Las nuevas generaciones empiezan a
vivir en América, a preocuparse por nuestros
problemas, a interesarse por el conocimiento
menudo de todas las fuerzas que nos agitan y
nos limitan, a renegar de literaturas exóticas,
a medir su propio dolor, a suprimir los obstáculos que se oponen a la expansión de la vida
en esta tierra, a poner alegría en la casa, con
la salud y con la gloria de su propio corazón.
Esto no significa, por cierto, que nos cerremos a la sugestión de la cultura que nos viene
de otros continentes. Significa sólo que debemos abrirnos a la comprensión de lo nuestro.
Señores: la tarea de una verdadera democracia no consiste en crear el mito del pueblo
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
como expresión tumultuaria y omnipotente.
La existencia de la plebe y en general la de
toda la masa amorfa de ciudadanos está indicando, desde luego, que no hay democracia.
Se suprime la plebe tallándola en hombres. A eso va la democracia. Hasta ahora –dice Gasset– la democracia aseguró la
igualdad de derechos para lo que en todos los
hombres hay de igual. Ahora se siente la misma urgencia en legislar, en legitimar lo que
hay de desigual entre los hombres.
¡Crear hombres y hombres americanos
es la más recia imposición de esta hora! (…)
Por vuestros pensamientos pasa, silencioso
casi, el porvenir de la civilización del país.
Nada menos que eso, está en vuestras manos, amigos míos.
En primer término, el soplo democrático
bien entendido. Por todas las cláusulas circula su fuerza. En segundo lugar, la necesidad de ponerse en contacto con el dolor y
la ignorancia del pueblo, ya sea abriéndole
las puertas de la Universidad o desbordándola sobre él. Así, al espíritu de la nación lo
hará el espíritu de la Universidad. Al espíritu
del estudiante, lo hará la práctica de la investigación, en el ejercicio de la libertad, se
levantará en el “stadium”, en “el auditorium”,
en las “fraternidades” de la futura república
universitaria. En la nueva organización democrática no cabrán los mediocres con su
magisterio irrisorio. No se les concibe. En los
gimnasios de la antigua Grecia, Platón pasaba dialogando con Sócrates.
Naturalmente, la universidad con que soñamos no podrá estar en las ciudades. Sin
embargo, acaso todas las ciudades del futuro sean universitarias; en tal sentido las aspiraciones regionales han hallado una justa
sanción. Educados en el espectáculo fecundo de la solidaridad en la ciencia y en la vida;
en los juegos olímpicos, en la alegría sana;
en el amor a las bellas ideas; en el ejercicio
que aconsejaba James: ser sistemáticamen-
te heroicos en las pequeñas cosas no necesarias de todos los días; y por sobre todo, en
el afán –sin emulación egoísta– de sobrepasarse a sí mismos, insaciables de saber, inquietos de ser, en medio de la cordialidad de
los hombres.
Señores Congresales: No nos desalentemos. Vienen –estoy seguro– días de porfiados
obstáculos. Nuestros males, por otra parte,
se han derivado siempre de nuestro modo
poco vigoroso de afrontar la vida. Ni siquiera hemos aprendido a ser pacientes, ya que
sabemos que la paciencia sonríe a la tristeza
y que “la misma esperanza deja de ser felicidad cuando la impaciencia la acompaña”. No
importa que nada se consiga en lo exterior si
por dentro hemos conseguido mejorarnos. Si
la jornada se hace áspera no faltarán sueños
que alimentar; recordemos para el alivio del
camino las mejores canciones, y pensemos
otra vez en Ruskin para decir: ningún sendero
que lleva a ciencia buena está enteramente
bordeado de lirios y césped; siempre hay que
ganar rudas pendientes.
Fuente: Néstor Kohan, Deodoro Roca, el hereje, Buenos
Aires, Biblos, 1999.
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ALEJANDRO
KORN, PRIMER
DECANO ELECTO
CON EL VOTO
ESTUDIANTIL
C
omporta el puesto que me discierne el
voto de los profesores y alumnos una
alta distinción, y al aceptarla no puedo
menos de exteriorizar mi gra­titud, que, por
igual, se extiende a quienes con espontáneo
y juvenil im­pulso primero pronunciaron mi
nombre, como a aquellos que renunciaron a
justos reparos para prestigiarle con su alta
autoridad. Y es para mí, doc­tor García, excepcional satisfacción escuchar la bienvenida de
labios de personalidad tan autorizada, cuya
palabra, siempre mesurada y gentil, sabe entretejer a sus intencionados giros la cálida expresión del afecto y de la sinceridad.
No he de ocultar, sin embargo, que en este
instante, a pesar de este am­biente placentero,
más que la sensación del halago, prevalece en
mi ánimo la sensación de la responsabilidad
que asumo, la duda propia del hombre nuevo llamado a continuar la obra de tan dignos
antecesores. Porque si bien sin fingido apocamiento, también sin alarde contemplo los deberes que impone esta remoción inesperada
de las autoridades universitarias, las causas
múltiples y complejas que interrumpieron la
marcha normal y los problemas que diseña el
porvenir. Por un feliz concurso de circunstan­
cias, la prudencia, señor Interventor, la acción
concorde de profesores y alumnos ha clausurado con rapidez este episodio, no sin dar
un ejemplo de unión y de cordura. Me conforta este espíritu de circunspecta sensatez; él
justifica la intervención de los estudiantes en
Discurso de asunción del
primer decano reformista
de la Facultad de Filosofía y
Letras de Buenos Aires.
el gobierno de las casas y aleja todo recelo
sobre la eficacia de la avanzada reforma que
ensayamos.
Su primer fruto es un Consejo Directivo
habilitado para satisfacer todas las aspiraciones legítimas.
Ha sido un acto de la más elemental justicia haber mantenido la pro­bada colaboración de los hombres, que, previsores, fundaron esta casa en tiempos nada propicios,
la dirigieron con amplitud de criterio y con
per­severancia abnegada superaron las dificultades de la naciente y poco arrai­gada institución. No sin complacencia volvemos una
mirada retrospectiva sobre el desarrollo de
esta Facultad; su importancia y su misión fue
negada en los comienzos, pero lentamente se
poblaron sus aulas, se cumplió el cuadro de
su enseñanza, se convirtió en centro destinado a la difusión de las ideas y ya estos muros son estrechos para albergar junto a las
aulas las colecciones etnológicas del museo,
la creciente riqueza de su biblioteca, nuestra
valiente sección histórica y la geográfica encaminada a idéntico desarrollo, creaciones
todas que honran a sus iniciadores.
En buena hora se incorporan al Consejo
fuerzas nuevas, exponentes representativos
de nuestra vida intelectual, cuyo renombre
ha salvado los lindes patrios; vienen ellos a
su propio hogar, era su ausencia la que extra­
ñábamos, no nos sorprende su llegada. Luego, compañeros hoy, quienes ayer nomás
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
frecuentaban nuestras clases, arrojarán a
la controversia académica la voz de nuestra
juventud, el eco de sus anhelos, el reflejo de
sus impacien­cias, la gallarda entereza de sus
desplantes. Y por primera vez en nuestro grave cónclave pondrá su nota amable la mujer;
viene a ocupar en la casa de Rivadavia el bien
ganado sitio y bien la representa la distinguida gra­duada que honra nuestra Facultad.
Así llegaremos de los rumbos más opuestos de la vida a sentarnos en torno de la mesa
del Consejo, distintos en años, en experiencia y
saber, separados por hondas divergencias, pero
mancomunados en el culto de los más altos intereses humanos, con igual libertad de espíritu, dispuestos a hacer de esta casa el centro,
el foco de un intenso movimiento intelectual, a
conquistarle la preeminencia en el organismo
universitario, a extender su influencia sobre las
más altas inspiraciones de la vida nacional. La
abriremos al aire y a la luz, a todos cuantos representan talento y ciencia, a cuantos invistan
autoridad moral, y tan sólo la mediocridad quedará proscripta de nuestra cátedra.
No debemos considerar estos movimientos que han venido a perturbar el tranquilo
ambiente universitario como hechos aislados o fortuitos. Des­pués de lenta gestación,
se han insinuado en su punto, han estallado
en otros y han repercutido en todos, hasta
imponerse con la implacable coer­ción de las
fuerzas que surgen en su hora histórica. Debemos vincularlos, no a causas ocasionales o
transitorias, sino a la razón fundamental que
las informa. No debemos apreciarlos, según
sus rasgos humanos, tal vez exce­sivamente
humanos, sino según la finalidad que los rige.
Son en realidad, la expresión aún inorgánica,
vaga, quizá desorientada, de la honda inquietud que estremece el alma de las generaciones nuevas. Algún estrépito había de ocasionar el crujir de los viejos moldes.
No son estos movimientos sino un incidente dentro de otros más am­plios, que, a su
vez, reflejan grandes corrientes universales,
pues nosotros somos una parte solidaria de
la humanidad. Dondequiera que escrutemos
al campo de la actividad mental, hallamos sus
huellas, en la producción lite­raria, en la obra
artística, en el anhelo de nuevas soluciones
para los viejos problemas del pensamiento y
de la organización social. No es fácil para un
contemporáneo señalar la quietud, pero si intentamos contemplar el momen­to actual y su
proyección histórica, tal vez logremos entrever la solución.
Hay en la evolución de las ideas un movimiento rítmico, en virtud del cual toda época nueva ofrece un carácter opuesto a la que
precede. ¿Y cuál, preguntemos, fue el carácter
saliente de la última, que hoy se desvanece
en el pasado? Ningún extraño lo anunció en
sus albores; fue un pensador genuinamente
nacional el que nos dio la clave de los, para él,
tiempos veni­deros, al revelar el carácter económico de los problemas sociales y políticos.
La doctrina de Alberdi la hemos vivido hasta
agotarla, hasta exagerar y pervertir, hasta subordinar toda actividad a un interés económico. E hicimos bien; esa fue la ley del siglo y
realizóse la obra nacional más urgente.
Mas el proceso histórico no se interrumpe,
todo principio extremado engendra su contrario, un nuevo ritmo sobreviene, su significado
es otro: hay valores superiores a los económicos. No los ignorábamos, ese era el secreto de
esta casa, en la cual no hay una sola cátedra
donde se enseñe el arte de hacer dinero. Por
fin, nuestra hora llega. Nos inclinamos, pero
para despedirnos de la gran época de los
procesos económicos y técnicos; qué grande
fue, con una grandeza comparable sólo a la
grandeza de la catástrofe en que se hunde.
No negamos, cómo habríamos de negar, la
necesidad del desarrollo económico, pero lo
aceptamos solamente como un medio, como
el limo fecundo donde ha de germinar una
alta cultura, a la vez humana y nacional.
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Y el nuevo orden surge con anhelos de justicia, de belleza y de paz; con ideales éticos,
estéticos y sociales. Allá se realizarán en su
medida; noso­tros habitamos los dominios de
la teoría, muy conscientes, empero, de que
ella forja las armas decisivas, de que los conceptos abstractos más sutiles se concretan
como piedras para lapidar la estolidez reacia.
Con su trabazón lógica, casi escolástica, ha
poco aún se imponía aquel sistema que, apoyado en las ciencias naturales, hacía del hombre una enti­dad pasiva, modelado por fuerzas
ajenas a su albedrío, irresponsable hasta de
sus propios actos, aprisionado sin remedio en
el nexo causal de la heren­cia y del ambiente; la
libertad era una hipótesis, el bien, el éxito, la razón de la existencia oscura e insondable. Para
sus dudas y sus ansias quedábale al hombre
o la resignación estoica o el consuelo falaz de
la superstición, pues como la naturaleza, que
entiende interpretar, esta doctrina es amoral
y sin finalidad. Y he aquí que vuelven ahora a
postularse ideales, queremos ser dueños de
nuestros destinos, superar el determinismo
mecánico de las leyes físicas, el automatismo inconsciente de los instintos, conquistar
nuestra liber­tad moral y encaminar el gran
proceso en su ascensión sin fin hacia los eternos arquetipos. El hombre reclama los fueros
de su personalidad, la capacidad de la acción
espontánea, como si volviera a animarle aquel
nus poiétikon, la razón activa y creadora, que el
viejo Aristóteles juzgaba el tim­bre más alto de
la especie humana. No quiero amenguar con
una considera­ción escéptica el gran esfuerzo
de ambas posiciones, ni quiero fallar en la contienda; mis alumnos saben que jamás desde la
cátedra he dogmatizado y con igual fervor les
he expuesto a Platón y a Lucrecio Caro. Pero el
gran debate está trabado, formidable, en todos
los espíritus; no cabe simular la indiferencia y,
fuera de duda, puede afirmarse que la necesidad de una solución ética se impone a unos y a
otros. Como en los tiempos remotos en que el
discípulo de Sócrates pensaba las utopías de
su república, el ideal se resume en la misma
palabra: Justicia, que para Platón era la síntesis de la tríada ética. Justicia queremos como
norma de nuestra conducta: justicia social,
justicia entre las gentes de distinta estirpe.
Llegue alguna vez el día sereno en que no la
confundamos con el grito desaforado de nuestras pasio­nes ni con el reclamo mezquino de
nuestros intereses.
Como en cada mónada, según Leibniz,
se refleja a su modo el universo íntegro, así
también en los acontecimientos aislados se
reflejan las ideas directrices de la época. Conocerlas es poseer la razón de los hechos; no
es lo mismo contemplar las cosas desde la
cumbre o con el ojo desorbitado del batracio,
detenido ante el plinto de una columna cuyo
erguido fuste no sospecha.
No sería suficiente por eso ahondar nuestro criterio filosófico e histó­rico, ni contemplar
las ciencias con la educación de nuestra sensibilidad estética, si no nos dispusiéramos al
mismo tiempo a encuadrar la vida den­tro de la
integridad moral de nuestro carácter. Toca, por
cierto, a la Uni­versidad no descuidar esta faz de
su misión, y la acaba de tener presente al suprimir –por fin– la tradicional tutela de las trabas
reglamentarias con las cuales pretendía mecanizar la vida del estudiante. No desconozcamos su alcance. Esta innovación emancipadora
no es un alivio para nadie; ella dignifica la vida
universitaria, pues despertará en profesores y
alumnos la conciencia de su responsabilidad.
La falta de coacción externa obliga a suplirla con la disciplina espontánea. Esta reforma
por fuerza ha de intensi­ficar la seriedad de las
pruebas finales y desde luego impondrá al estudiante mayor contracción y sobre todo el autodominio de su voluntad. La libertad es un bien
para los fuertes, para muchos será un escollo.
Pero esto no es un mal; conviene que la selección se verifique, que si la ineptitud está de más
en la cátedra, tampoco hace falta en las bancas.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
terminar los cursos, tratemos de aprovecharlos. La meta que perseguimos no se alcanza
con improvisaciones ni con impulsos irregu­
lares; ella exige el cumplimiento metódico de
la tarea del día, la concentra­ción del espíritu
sobre los deberes inmediatos.
Y antes de separarnos levantemos la mente al ideal más alto que cada uno de nosotros,
con nombre diverso, venera en el fondo de su
conciencia, y hermanados en el afecto a esta
causa, en el propósito de honrarla, formu­
lemos un voto por el éxito de la Reforma Universitaria, por la gestión acer­tada del Consejo
Directivo, y también por la del más modesto
de todos, la del nuevo Decano.
Fuente: La reforma universitaria (1918-1930), Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 131-134.
AGN
La misma coparticipación de los alumnos
en la designación de las auto­ridades universitarias es un hecho que impone los deberes
correlativos. Es menester ejercerlo con ecuanimidad, convencidos que la evolución lenta de
las ideas y de los hombres no puede precipitarse más allá de cierto límite. Y permítanme
los alumnos que con la autoridad que ellos
mismos me han dado, les haga una advertencia: tras de las nuevas ordenanzas ha aparecido, como por generación espontánea, el tipo
de docente empeñado en captarse la benevolencia del estudiante con la frase lisonjera que
explota sus flaque­zas. Ese es el enemigo. No
ha de mediar displicencia entre el profesor y
los alumnos; bien poco vale el saber sin la bondad, pero el maestro ha de ser severo, que no
educa a niños sino a hombres.
Y ahora, señores, con doble ahínco, retornemos al trabajo; pocos días nos quedan de
Reforma Universitaria de 1918. Toma de la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
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1917 - 1919
220
La revista Martín Fierro, eje de reunión del grupo de Florida, un agrupamiento
informal de artistas de vanguardia de la Argentina durante las décadas de
1920 y 1930, se funda en febrero de 1924. Oliverio Girondo, uno de sus
integrantes, escribe el “Manifiesto”, publicado en el cuarto número de la
revista, el día 15 de mayo de 1924.
Manifiesto de Martín Fierro
Frente a la impermeabilidad hipopotámica del “honorable público”.
Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que
momifica cuanto toca.
Frente al recetario que inspira las elucubraciones de nuestros más “bellos”
espíritus y a la afición al anacronismo y al mimetismo que demuestran.
Frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual, hinchando valores falsos que al primer pinchazo se desinflan como
chanchitos.
Frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de
las bibliotecas.
Y sobre todo, frente al pavoroso temor de equivocarse que paraliza el mismo
ímpetu de la juventud, más anquilosada que cualquier burócrata jubilado:
Martín Fierro siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar
a cuantos sean capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una nueva
sensibilidad y de una nueva comprensión, que, al ponernos de acuerdo con nosotros mismos, nos descubre panoramas insospechados y nuevos medios y formas
de expresión.
Martín Fierro acepta las consecuencias y las responsabilidades de localizarse, porque sabe que de ello depende su salud. Instruido de sus antecedentes,
de su anatomía, del meridiano en que camina: consulta el barómetro, el calendario, antes de salir a la calle a vivirla con sus nervios y con su mentalidad
de hoy.
Martín fierro sabe que “todo es nuevo bajo el sol” si todo se mira con unas
pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo.
Martín Fierro se encuentra, por eso, más a gusto, en un transatlántico
moderno que en un palacio renacentista, y sostiene que un buen Hispano-Suiza es una obra de arte muchísimo más perfecta que una silla de manos de la
época de Luis XV.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
Martín Fierro ve una posibilidad arquitectónica en un baúl “Innovation”, una lección de síntesis en un “marconigrama”, una organización mental
en una “rotativa”, sin que esto le impida poseer –como las mejores familias– un
álbum de retratos, que hojea, de vez en cuando, para descubrirse al través de
un antepasado… o reírse de su cuello y de su corbata.
Martín Fierro cree en la importancia del aporte intelectual de América,
previo tijeretazo a todo cordón umbilical. Acentuar y generalizar, a las demás
manifestaciones intelectuales, el movimiento de independencia iniciado, en el
idioma, por Rubén Darío, no significa, empero, finjamos desconocer que todas
las mañanas nos servimos de un dentífrico sueco, de unas toallas de Francia y
de un jabón inglés.
Martín Fierro tiene fe en nuestra fonética, en nuestra visión, en nuestros
modales, en nuestro oído, en nuestra capacidad digestiva y de asimilación.
Martín Fierro artista se refriega los ojos a cada instante para arrancar
las telarañas que tejen de continuo: el hábito y la costumbre. ¡Entregar a cada
nuevo amor una nueva virginidad, y que los excesos de cada día sean distintos
a los excesos de ayer y de mañana! ¡Esta es para él la verdadera santidad del
creador!… ¡Hay pocos santos!
Martín Fierro crítico sabe que una locomotora no es comparable a una
manzana y el hecho de que todo el mundo compare una locomotora a una
manzana y algunos opten por la locomotora, otros por la manzana, rectifica
para él, la sospecha de que hay muchos más negros de lo que se cree. Negro el
que exclama ¡colosal! y cree haberlo dicho todo. Negro el que necesita encandilarse con lo coruscante y no está satisfecho si no lo encandila lo coruscante.
Negro el que tiene las manos achatadas como platillos de balanza y lo sopesa
todo y todo lo juzga por el peso. ¡Hay tantos negros!…
Martín Fierro sólo aprecia a los negros y a los blancos que son realmente
negros o blancos y no pretenden en lo más mínimo cambiar de color.
¿Simpatiza Ud. con Martín Fierro?
¡Colabore Ud. en Martín Fierro!
¡Suscríbase Ud. a Martín Fierro!
Fuente: Revista Martín Fierro, Buenos Aires, 15 de mayo de 1924, pp. 1-2.
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Manifiesto de la FORA sobre
la Semana Trágica
En diciembre de 1918 comienza una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro
Vasena e Hijos. La huelga pronto se convierte en un conflicto sindical generalizado que termina con 700 muertos y cerca de 4.000 heridos, y pasa a la historia con
el nombre de Semana Trágica.
10 de enero de 1919
Consejo Federal de la FORA del 5º Congreso
Reunido este Consejo con representantes de todas las sociedades federadas y autónomas resuelve:
Proseguir el movimiento huelguístico como acto de protesta contra los crímenes del
Estado consumados en el día de ayer y anteayer.
Fijar un verdadero objetivo al movimiento, el cual es pedir la excarcelación de todos
los presos por cuestiones sociales.
Conseguir la libertad de Radowitzky y Barrera, que en estos momentos puede hacerse, ya que Radowitzky es el vengador de los caídos en la masacre de 1909 y sintetiza
una aspiración superior.
Desmiente categóricamente las afirmaciones hechas por la titulada FORA del 9°
Congreso, que hasta el miércoles a la noche, sólo “protestó moralmente”, sin ordenar
ningún paro. La única que lo hizo fue esta Federación.
En consecuencia, la huelga sigue por tiempo indeterminado. A las iras populares no
es posible ponerles plazo; hacerlo es traicionar al pueblo que lucha. Se hace un llamamiento a la acción.
¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga general revolucionaria!
El Consejo Federal
Fuente: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina,
Buenos Aires, Libros de Anarres, 2005.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1917 - 1919
EL PUEBLO
ESTÁ PARA LA
REVOLUCIÓN
E
Crónica del periódico La Protesta
sobre la huelga y posterior
represión a trabajadores
durante la Semana Trágica,
9 de enero de 1919.
l pueblo está para la revolución. Lo ha
demostrado ayer al hacer causa común con los huelguistas de los talleres
Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y
barrios suburbanos. Ni un solo proletario traicionó la causa de sus hermanos de dolor.
Entre los diversos incidentes desarrollados
en la tarde de ayer, citamos los que siguen:
El auto del jefe de policía fue incendiado
en San Juan y 24 de Noviembre. Los talleres
Vasena fueron incendiados por la muchedumbre. En la manifestación a la Chacarita,
fue desarmado un oficial de policía. En San
Juan y Matheu fue asaltada y desvalijada una
armería. En Prudan y Cochabamba se levantó una barricada con carros y tranvías dados
vuelta, ayudando a los obreros 15 marinos. En
Boedo y Carlos Calvo fue asaltada otra armería. Las estaciones del Anglo, Caridad, Central y Jorge Newbery paralizaron por completo. En Córdoba y Salguero los huelguistas
dieron vuelta a un tranvía, a otro en Boedo e
Independencia y en Rioja y Belgrano a otro.
Hay otra infinidad de tranvías abandonados
en medio de las calles, y las calles en los
barrios de Rioja y San Juan se atestaron de
gente del pueblo. 200.000 obreros y obreras
acompañaron el cortejo fúnebre con demostraciones hostiles al gobierno y a la policía.
Los manifestantes obligaron a las ambulancias de la asistencia pública a llevar banderita roja, impidiendo que se llevara en una
de ellas a un oficial de policía herido. En la
calle Corrientes, entre Yatay y Lambaré, a las
4 de la tarde, quemaron completamente dos
coches de la compañía Lacroze. Se arrojaron
los cables al suelo. Aquí también un soldado
colaboró con el pueblo, después de tirar la
chaquetilla. En la esquina de Corrientes y Río
de Janeiro se cambiaron varios tiros entre los
bomberos y el pueblo, logrando ponerlos en
fuga, refugiándose en las estaciones Lacroze,
Corrientes y Medrano. Por la calle Rivadavia
el pueblo marcha armado con revólveres, escopetas y máuseres. En Cochabamba y Rioja
fue volcada una chata cargada de mercadería
y repartida esta entre el pueblo. En las calles
San Juan y 24 de Noviembre, un grupo de
obreros atajó e incendió el automóvil del comisario de la sección 20ª. Todas las puertas
del comercio están cerradas. Los ánimos se
encuentran excitadísimos. En Rioja y Cochabamba un oficial de policía, en un tumulto,
recibió una puñalada bastante grave. Estalló
un petardo en el subterráneo en la estación
Once, quedando el tráfico interrumpido completamente. Un automóvil de bomberos fue
incendiado en la calle San Juan. Los bomberos entregaron las armas a los obreros sin
ninguna resistencia. La policía tira con balas
dum-dum, Buenos Aires se ha convertido en
un campo de batalla. Sigue el cortejo fúnebre
rumbo a la Chacarita. Los incidentes se repiten con harta frecuencia.
Fuente: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y
trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la
Argentina, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2005.
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Comienzo del incendio en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena e Hijos.
AGN
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AGN
1917 - 1919
El 9 de enero, miles de manifestantes marchan de la calle Corrientes al Cementerio de la Chacarita
para enterrar a los obreros muertos por la represión.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
La política económica del primer gobierno de Hipólito
Yrigoyen estuvo signada por las consecuencias globales de la
Primera Guerra Mundial. Si las naciones en guerra demandaban algunos productos baratos –como alimentos–, cuyas exportaciones crecieron sensiblemente durante el período 1914-1920,
las importaciones de manufacturas industriales mermaron en
forma considerable. En este contexto, el gobierno radical impulsa
algunas leyes con un sesgo favorable a la clase obrera, como la
ley de organización gremial, el descanso dominical y el salario
mínimo, entre otras. Sin embargo, el agravamiento de la situación a partir de la posguerra, que causa un deterioro en grandes sectores de la actividad económica, sumado al crecimiento
significativo que experimentan los gremios en esos años, motiva
numerosas huelgas a lo largo y ancho del país. Esta situación
tiene como contraparte una marcada resistencia entre los dueños
de las estancias, grandes talleres, ingenios y fábricas, que ven a la
organización sindical más como una cuestión policial que como
tensiones de intereses y derechos. No pocos de los litigios sociales del período tenderán a resolverse bajo esta última lógica, en
especial a partir de la intervención creciente de las “fuerzas de
seguridad” del Estado, y de la tristemente célebre Liga Patriótica
Argentina, asociación de ultraderecha que se conforma como
fuerza de choque contra las organizaciones obreras. Las represiones policiales y militares en el Chaco santafesino contra las
huelgas de trabajadores de la fábrica inglesa La Forestal, contra
la Sociedad Obrera de Río Gallegos en la Patagonia entre 1919
y 1921, como así también la matanza de 200 indígenas de las
etnias qom y mocoví a manos de la policía chaqueña y grupos de
estancieros de 1924 son ejemplos demasiado elocuentes de cuál
es el saldo que arroja esta forma de comprensión e intervención
en la conflictividad social propia de la época.
1921 - 1924
La masacre de La Forestal:
denuncia en la legislatura
santafesina
El ciclo huelguístico que comienza a mediados de 1918 en territorio de La Forestal, en el Chaco santafesino, culminará casi tres años más tarde en una de
las peores masacres de la historia del país. Los trabajadores de las fábricas
de tanino, ferrocarriles, puertos y obrajes se organizan por primera vez, y eso
resulta inaceptable para la empresa británica. De la mano del gobierno provincial del radical Enrique Mosca, la compañía corta de cuajo la experiencia
sindical. La Gendarmería Volante, creada oficialmente pero financiada por La
Forestal, junto con el cierre de fábricas por dos años, son los medios de la
feroz estrategia empresarial. La Vanguardia se anima entonces a estimar la
cifra de víctimas en 500 o 600. En mayo de 1921, el diputado provincial por
Vera, Belisario Salvadores, lleva al recinto legislativo una encendida y extensa
denuncia de la masacre, y aprovecha para describir detalladamente los abusos generales del “coloso”. Busca crear una comisión investigadora y exige la
interpelación al gobierno provincial.
Señor Presidente, es llegado el momento en que me sea factible dar forma a una
honda preocupación de mi espíritu, que hace tiempo fue agitado intensamente por la
revelación de los hechos que he de relatar, inspirado en una única finalidad: justicia.
Justicia para que con ella se ampare una parte considerable de los intereses de la
provincia; justicia para que se mantenga siempre incólume la soberanía de este pueblo;
justicia para una de las zonas más ricas de Santa Fe que se devasta y aniquila caprichosamente; justicia para los millares de obreros que vagan misérrimos, perseguidos sin
tregua por aquellos a cuyo enriquecimiento cooperaron por el grave delito de haber regado con el sudor de sus frentes la misma tierra que sus abuelos regaron con su sangre;
¡justicia, señor presidente, justicia para aquellos que en su afán desenfrenado de lucro,
no quisieron ni respetar los principios más sagrados que consagra nuestra Carta Magna!
Después que los rieles del ferrocarril Santa Fe, desarrollándose rumbo al norte, han
transpuesto los lindes del departamento San Justo y avanzado algo en pleno departamento San Justo y avanzado algo en pleno departamento Vera, en las proximidades
ya de Calchaquí, a derecha e izquierda, los campos parecen amurallados por dos fajas
negruzcas que a medida que se adelante, en sinuosidades caprichosas, ora se aproximan
a la vía, ora se apartan, hasta que cerca ya de Margarita, las dos fajas laterales se unen;
a esta altura ha sido menester hendir la espesura para que el riel pudiera avanzar. Es la
selva del Norte, es la vanguardia del bosque milenario (…) Es el “Chaco” Santafesino
(…) Esa región ha sido llamada muchas veces con sobrada razón, el Potosí de Santa Fe.
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El bosque encerraba riquezas incalculables, todavía sus despojos podrían bastar para
hacer la fortuna de los habitantes de aquellos parajes. La naturaleza dotó a la tierra de
sus mejores y más preciados dones y la tierra ofrendó a la selva hasta el último de sus
átomos fertilizantes. Por eso la selva fue rica, por eso lo son todavía sus despojos, pero
también por eso su devastación y su destrucción constante empobrece gradualmente la
región y por eso cuando ellas hayan sido completas –lo que no tardará en producirse si
no se recurre a una explotación inteligente y metodiza– la Jauja de ayer se habrá transformado en un desierto estéril y sombrío, sólo propicio para las fieras y para tal cual
elemento maleante alzado contra la ley y contra la sociedad.
(…)
Yo he oído, señor presidente, en este recinto, en la sesión del 31 de julio del año
pasado, la palabra de mi distinguido colega el señor diputado por Caseros, condenando
los actos que él repudiaba inquisitoriales de la jefatura política de Rosario; yo he escuchado la relación minuciosa de los sistemas de tormento empleados en esa repartición
con delincuentes y criminales para obligarlos a declarar, he auscultado el sentir de la
H. Cámara en su resolución unánime para que se esclarecieran los hechos y llegando
con ella a esta conclusión: “Si el diputado interpelante no ha sido inducido en error
por declaraciones tendenciosas y apasionadas de las presuntas víctimas, se constatará
una serie de delitos graves que deberán reprimirse con tanta mayor severidad, cuanto
que su comisión parecía imposible dada la organización (…) de nuestra sociedad. Y sin
embargo, señor presidente, en esa fecha La Forestal Lda., por intermedio de su tropa no
uniformada a las órdenes de Sandoval y de su gendarmería volante, iniciaba la cruzada
más salvaje que registran los anales del crimen.
La masa obrera, acicateada por la miseria y el hambre, había sacudido su docilidad
musulmana y mirado de frente al opresor para reclamarle una equitativa compensación
a sus sacrificios; fue lo suficiente, el señor feudal airado, lanzó sobre sus infelices obreros
sus huestes ebrias del alcohol, sedientas de sangre, sedientas de lujuría innoble, sedientas de saqueo, sedientas de exterminio y la obra nefanda comenzó.
La nota roja, el terror. ¿Dónde están Eusebio Sandoval, Blanco, Molina, Romero
(Pucú), Alfonsín, Gómez, González, Nicasio Gómez, Antonia Lugo, Concepción Galarza de Gómez, Liberata de Barrios y veinte o treinta o sabe Dios, cuántos más? Y me
refiero solamente a Guillermina, donde la campaña no fue tan cruenta. ¡Ah! Señores
diputados, duermen el sueño eterno en sus tumbas prematuras y cobardemente abiertas
por los asesinos a sueldo de La Forestal.
He de relatar algunos hechos y no todos para no entorpecer la acción de la justicia;
porque habéis de permitirme conserve todavía la ilusión de que ella existe en la patria,
porque si nuestros jueces no son jueces, confío que sabrá de reemplazarlos la Honorable
Cámara y en su efecto, el pueblo de la República.
Antonia Lugo. De catorce años de edad. Vivía con la madre en Guillermina donde
esta explotaba un expendio de bebidas. Un día, llegaron a su casa dos gendarmes, los
que después de algunas libaciones que se negaron pagar, requirieron de amores a la
dueña de casa. Desahuciados, pretendieron obtener por la fuerza lo que no pudieron
conseguir de grado. Asieron a la pobre mujer que se debatió desesperadamente pidiendo socorro, irritados la estrujaban y propinaban golpes, cuando Antonia, atraída por
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
el ruido y los gritos de la madre, corrió en su defensa. Rogó, imploró, llorando que no
la golpearan más; los bandidos, lejos de escuchar sus ruegos, la apartaron brutalmente
para poner fin a la resistencia. Antonia, desesperada ante lo desigual de la lucha, en
un sublime gesto de amor filial, ataca fieramente. Muchas veces cayó a impulso de las
brutales sacudidas y otras tantas volvió a incorporarse asiendo a los verdugos con sus
manos crispadas. Las fuerzas se agotaban y el jadeo de la madre casi desnuda ya demostraba que la lucha iba a terminar. Antonia, en el paroxismo de la desesperación, arroja al
rostro de uno de los asaltantes una botella que había recogido del suelo. El bandido da
un paso atrás, desenfunda un revólver y profiriendo una imprecación lo descarga sobre
la valiente muchacha que cae fulminada para no levantarse más.
Señores diputados, quiero creer que en lo que voy a añadir pueda haber exageración
por parte de los declarantes. ¡¡Se me ha asegurado que sobre el cadáver ensangrentado
de la abnegada hija, la madre fue violada por los salvajes asesinos!!
(…)
Podría hablar, señores diputados, describiendo el suplicio de Leónidas Miranda,
Villordo, Ifraín, Juan de Dios Altamirano, Gregorio Saravia, Silvio Medina, Marcos
Lezcano, Félix Rolón, Victoriano Vera, Miranda, Lorenzo, Coche, Escobar, José Silva,
etc., etc. Pero ello implicaría hacer interminable este capítulo y por otra parte menos
incompleta mi exposición, porque las víctimas son tantas que no me ha sido posible en
mi breve gira conseguir el detalle minucioso y prolijo que es indispensable. Y digo así,
señor presidente, porque tengo el convencimiento de que tanta sangre, tanto dolor, de
que tanto ultraje no han de quedar impunes; de que se han de esclarecer desde el primero hasta el último de los bárbaros delitos cometidos en el norte de Santa Fe, contra
la masa obrera, para ahogar en sangre, señor, la justa aspiración del proletariado, y porque tengo también el convencimiento de la hora suprema de la justicia plena y amplia;
tanto, que haga temblar a los bandidos, maguer se parapeten detrás de las formidables
montañas de oro del coloso.
No bastaban, señores diputados, los tributos al hambre, a la miseria, al dolor, al tormento y a la muerte a que habían sido obligados los pobres obreros de La Forestal; era
necesario todavía completar la obra cerrándola con un broche de oro al estilo neroniano.
Era necesario, señores diputados, que todas estas inicuas crueldades tuvieran un
epílogo más cruel y más salvaje si cabe, y aquellos hombres indignos del nombre de
tales, superaron a las fieras en su acción de exterminio. Los tigres y las hienas, cuando
han saciado su sed de sangre, se recogen sobre sí mismos para luego ir, con paso tardo,
a refugiarse en sus guaridas ignoradas.
Pero las fieras del norte se recogieron sobre sí mismas un instante para inventar
algo más diabólico aún de lo que habían producido. Y entonces, señor Presidente, a la
matanza y al tormento sucedió el incendio. Más de cien humildes viviendas levantadas
a fuerzas de sudores y sacrificios por los obreros de la empresa, fueron por esta misma,
entregadas a la voracidad de las llamas, y no se crea que se gastaron mayores contemplaciones, ¡qué habían de considerarse los derechos a la propiedad, si se contaba con la
pasividad e inercia culpable de la policía!
En la casi totalidad de los casos, mientras uno de los incendiarios anunciaba al dueño de casa que su población iba a ser destruida, los otros iniciaban la tarea prendiendo
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fuego a los techos. Las pobres gentes salvaban lo que podían de su precario ajuar; la
inmensa mayoría contrariamente a lo que sostiene La Forestal Lda. no fue indemnizada
de los destrozos y perjuicios que se le originaron.
Tengo aquí sobre mi pupitre, una interminable serie de denuncias firmadas por las
víctimas (…) y cada una de esas denuncias, señores diputados, es un grito de dolor,
es un lamento tanto más elocuente cuanto que ni siquiera se nota en ellos una sola
palabra de odio. Yo no quiero, ni debo pensar siquiera, que la hecatombe haya podido
engendrar en el corazón de las víctimas, sentimientos de venganza. Creo, señores diputados, que a pesar de todo, entre las sencillas gentes del norte, sigue imperando el alma
inmensamente generosa de nuestros paisanos de siempre, cuya proscripción gradual va
restando una de las más genuinas y honrosas características de nuestra nacionalidad.
Pero estas denuncias han de servir, deben servir de cabeza de proceso para que algún
día se abran las puertas de la cárcel a los incendiarios, a los asesinos, a los verdugos,
¡maguer el poder de La Forestal!
Cuando tuve el honor de incorporarme a esta H.C. expuse mi convencimiento de
que “todo legislador, por el solo hecho de serlo, contraía un compromiso moral ineludible semejante a aquel que contraían los griegos al prestar el juramento de los ‘efebos’
que los obligaba a morir sin haber dejado su patria más grande de lo que la encontraron
al nacer”.
Y por esta razón es que entrego a la H. Cámara las diversas cuestiones sobre que
ha versado esta extensa exposición con absoluta confianza, y por ello es que seguro de
obtenerla, demando justicia. ¡Justicia, claman las lágrimas silenciosas de las madres
doloridas! ¡Justicia, claman las esposas y las hermanas abandonadas! ¡Justicia, gritan los
inocentes huérfanos que vagan desnudos y hambrientos por el bosque! ¡Justicia, repiten
los ámbitos! ¡Señores diputados, por la patria y nuestro honor! ¡Justicia!
He terminado. (Aplausos en las bancas y en la barra.)
Fuente: Belisario Salvadores, en Cámara de Diputados de Santa Fe, Diario de sesiones, período extraordinario y ordinario,
31 de marzo a 22 de diciembre de 1921, tomo III, pp. 238-304. Aportado por los historiadores David Quarin y César
Ramírez, citado en Alejandro Jasinski, Revuelta obrera y masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresarial en
tiempos de Yrigoyen, Buenos Aires, Biblos, 2013.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
NO ES UN
PROBLEMA DE
POLICÍA
E
Editorial publicado en el diario
Santa Fe, que bajo el eslogan “Dice
siempre una injusticia y proclama
equidad” denuncia los abusos de
La Forestal y respalda sin vacilar
el derecho de los trabajadores a
organizarse sindicalmente y a
obtener las demandas que exigen.
s un problema social, lo que hay en el
norte. Las declaraciones claras y rotundas que nos han hecho los obreros detenidos y hemos publicado anteayer, demuestran claramente que el llamado “conflicto del
norte”, no existe sino como un grave problema
social, que está llamando a la puerta de los
estadistas para que lo estudien y resuelvan.
Ese pueblo de trabajadores, arrojado hacia
las selvas con sus familias, vagando de bosque en bosque y de árbol en árbol en busca del
abrigo y del techo perdido en los núcleos de
población donde vivía, en torno de las fábricas
está reclamando, no la boca de los fusiles como
erróneamente se ha hecho, sino una mano firme de gobernante que lo socorra, que lo hable,
ausculte sus dolores y sus aspiraciones y trate
de darle el trabajo y el techo que le falta en esta
hora de angustiosa y desesperada situación.
No es el momento de paños tibios, ni de
soluciones a medias; es la hora de los pensares hondos y de los trabajos definitivos.
A esos obreros hay que reunirlos y darles
tierra, y elementos para que trabajen, siquiera
sea en el Chaco, donde ellos y todos cuantos
conocen tales regiones, saben que la hay en
abundancia y fertilísima. Si se hace algo así,
se les lleva donde pueden trabajar y se les
establece en forma conveniente para ellos y
para el país, se habrá encontrado la solución
equitativa, la única aceptable en la actualidad.
Porque no hay que equivocarse –como nos
decían nuestros informantes–; los obreros ni
quieren, ni tienen por qué andar a tiros con los
policías, ni por qué guarecerse en los montes
si pudieran vivir como han vivido siempre, trabajando en los centros poblados, si están en
los bosques y juegan sus vidas a cada paso, es
porque los obligan, es porque La Forestal los
ha expulsado de sus tierras y les ha quemado
los humildísimos ranchos donde vivían.
¿Qué hacer ante esta iniquidad cometida
con ellos? Retirarse, huir hasta donde les ha
sido posible, tal vez con el alma hecha pedazos, al verse proscriptos en su propia tierra.
A esos criollos, la patria los llama todos los
años para que vayan a servir bajo banderas,
para decirles que deben morir por su paño si el
caso llega y les inculca el orgullo de la nacionalidad. Desgraciadamente, esa patria, tan querida
y tan repetida, no se acuerda en la hora de los
dolores que aquellos ex soldados que vistieron
orgullosos el uniforme nacional, quedan ahora
huyendo, corridos por una empresa extranjera,
perseguidos por los agentes del gobierno puestos a disposición de esa empresa, rotosos, hambrientos, como parias, como cimarrones.
Tal los hechos, tal la realidad que algunos
no ven o no quieren ver.
Seis o siete mil hombres, dispersos por
los bosques, algunos con sus famiilas, ¿es o
no un gravísimo problema social?
Estúdienlo los hombres de gobierno, abran
los ojos y no se engañen, no se dejen engañar
con espejismos. Ese es su deber.
Fuente: Diario Santa Fe, 20 de febrero de 1921, en Alejandro Jasinski, Revuelta obrera y masacre en La Forestal.
Sindicalización y violencia empresarial en tiempos de
Yrigoyen, Buenos Aires, Biblos, 2013.
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¿HAY QUE
ARMARSE?
POR DORICIO TACUARA
N
o nos alarma que la clase capitalista
y el Estado tomen medidas defensivas y procuren conservar sus privilegios económico-políticos apelando a uñas
y dientes. Es su deber, bien que discutible
desde el punto de vista humano. Pero como
el agudo y agrio conflicto de las clases no
sabe de sentimentalismos, hay que descartar por completo el aspecto “humano” de la
cuestión. Estamos en guerra abierta. Guerra de guerrillas, pero tenaz y sin tregua. El
capitalismo tiene en sus manos las riendas
del Estado, aunque otra cosa quieran hacer
creer a los trabajadores los gobernantes que
se imaginan colocados en un plano superior
y como viviendo ajenos a los antagonismos
de clase. Los gobernantes “neutrales” son un
mito. No pasa día sin que la evidencia de este
aserto salte a la vista de los menos perspicaces. Mejor que nadie, esa verdad axiomática la siente el proletariado, en especial modo
cuando plantea reivindicaciones al capitalismo y aparecen las fuerzas del Estado para
Editorial publicado en La
Organización Obrera. La FORA está
en su momento de mayor auge
cuando se acerca, a través de
los ferroviarios y marítimos, al
Chaco santafesino. Sin embargo,
hacia comienzos de 1921, el
crecimiento exponencial de la
Federación Obrera había producido
profundas grietas hacia el interior
de la organización, y cuando se
produjo el lockout y la masacre, sus
prescripciones no hacían mella en
la estrategia patronal. Era el tiempo
de la “reacción capitalista”. Los
obreros anarquistas, que hasta
entonces habían quedado relegados
en la organización gremial, vuelven
a hacer valer su prédica.
custodiar la propiedad privada y defender
la libertad… de traición, con el hipócrita pretexto de que los huelguistas no ataquen la
“libertad de trabajo”. En circunstancias de
hecho cuando las dos fuerzas sociales históricas –hombres productores y capitalistas
explotadores– se entrechocan, en seguida
se ve a dónde va a parar el “neutralismo”
del gobierno: pone sus fuerzas armadas del
ejército y la policía al servicio de los capitalistas, verdaderos amos de la sociedad. Es
esto tan evidente, que es obvio insistir. Nunca se da el caso, por ejemplo –¡y cómo va a
darse!– de que el ejército o la policía carguen
contra los capitalistas en los incontables casos en que provocan a los obreros declarándoles el lockout para obligarlos a renunciar
a conquistas realizadas, o cuando arman el
brazo asesino de mercenarios a sueldo que
lanzan contra los trabajadores conscientes y
altivos. Al contrario, en tales casos, “disimula” y si los patrones, creyendo que el lockout ha debilitado a los obreros se deciden a
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reabrir sus fábricas para atraer (…), presto
pone fuerzas armadas al servicio de aquellos para… defender la libertad de traición.
¿La experiencia larga y penosa, no dice
eso con una elocuencia reveladora? ¿Se quiere una prueba más del “neutralismo” gubernamental? Ahí va una noticia que los diarios
capitalistas publicaron ufanamente, sin que
el gobierno no se haya sentido herido en su
“neutralismo” ni se haya creído atacado en
su “autoridad”: “La comisión de defensa de la
Liga Patriótica Argentina ha combinado con
las sociedades de tiro la forma de organizar
torneos que adiestren a los adherentes en el
tiro rápido de revólver sobre blancos móviles”.
¿Qué sorprende más en esta noticia, de
carácter francamente sedicioso: la cínica impudicia de los liguistas o la sugerente “tolerancia” perfectamente neutral, se entiende,
del gobierno? Ni una ni otra deben sorprendernos. Las dos actitudes están en el orden
lógico de las cosas: estamos en guerra. Eso
es todo. Claro que en este caso la “neutralidad” del gobierno resulta ser un signo de
impotencia y de sometimiento incondicional
a los criminales designios de la Asociación
capitalista mafiosa, dicha del “trabajo”, que
maneja a los liguistas y les paga con prodigalidad. Pero no deja de ser “natural”: hemos
dicho que el verdadero gobierno lo constituyen los señores capitalistas explotadores, en
su mayor parte de origen extranjero, y el gobierno que sabe que la “defensa de la patria”
radica, ante todo, en la defensa de los privilegios económicos que aquellos detentan, no
vacila en prestar su anuencia hasta a actos y
proclamas abiertamente sediciosos como la
que motiva este artículo.
La Liga, en conclusión, ha establecido convenios con “sociedades de tiro” para adiestrar
a los “patriotas” –mediante sueldo– que forman en sus filas, “en el tiro sobre blancos
móviles”, o dicho en términos explícitos, sobre
huelguistas y militantes obreros.
Está dicho clarito, sin eufemismos. Y no
es ahora que las gastan así los liguistas. Se
iniciaron como guardias pretorianas del capitalismo en la sangrienta semana de enero
de 1919.
Al producirse el conflicto en Las Palmas
(Chaco Austral) enviaron armas y municiones.
Cierto que el tiro les falló y llevaron la peor
parte. En Bartolomé Mitre y otros puntos les
ocurrió tres cuartos de lo mismo. Quizá esto
haya pensado el mulato que los dirige –siendo este dirigido, a su vez, y pagado por los
capitalistas “patriotas” que se reparten las
abundantes y fáciles ganancias lejos de la
“amada patria” –que necesitaban adiestrarse
“en el tiro rápido sobre blancos móviles”.
No nos corresponde a los obreros discutir
si es o deja de ser una institución “legal” la
Liga Patriótica Argentina ni entrar a averiguar
si es para defender a la “patria” que quiere
“adiestrar” a sus adherentes en el “tiro rápido
sobre blancos móviles”. Harto sabemos que
no se trata de eso. Basta preguntarse cuándo
y cómo actúan los secuaces de la Liga: en las
huelgas y contra los huelguistas.
En consecuencia, no se trata de “salvar” a la “patria” de ningún peligro: se trata
pura y simplemente de asegurar fabulosas
ganancias al capitalismo y de prolongar su
existencia como clase dominante. El Estado –aunque sea “neutral”– está para eso;
pero los capitalistas no se sienten seguros
y han dado vida –que para esto les sobra el
dinero– a la “guardia blanca” dominándola o
haciéndola pasar por “patriota”. Para su sostenimiento, las cajas fuertes se abren de par
en par. En estas condiciones, no faltan mercenarios que hagan el oficio de defensores
de la “patria”, que viene a ser los privilegios
del capitalismo, sea “criollo” o extranjero. La
“patria” no está amenazada. Nadie, ni el más
extraordinario reformador, se aventuraría
a proponer el traslado de la Argentina, por
ejemplo, a la gran China.
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Las huelgas no afectan esa abstracción
sin sentido real. Hieren los privilegios económicos y políticos de la clase dominante y tienden a darle al productor la preponderancia, el
bienestar y la libertad a que tienen derecho,
desde que son la base sillar de la sociedad
humana. La huelga, entonces, es el más poderoso y activo elemento del progreso: eleva la
conjunción social y moral de la clase obrera;
desarrolla en ella sentimiento de responsabilidad; crea aptitudes y fomenta la solidaridad
de clase. En una palabra: construye –con las
acciones concurrentes o derivadas que le son
propias– un mundo donde no habrá clases ni
privilegios que mantengan y aviven la guerra
entre las mismas.
Es, pues, contra los anhelos de bienestar
y libertad que defienden y hacen triunfar con
sus huelgas los trabajadores que se levanta
la famosa Liga. Contra esa aspiración, que es
progreso, se adiestrarán los sicarios del capitalismo “en el tiro rápido sobre blancos móviles”.
¿Qué corresponde hacer a los trabajadores frente a tales propósitos criminales, públicamente confesados? En la pregunta va
contenida la respuesta: defenderse; y no ha
de ser con discursos.
Ahora bien: ¿consideran sensato los “autonomistas” y los otros, emperrarse en seguir
malgastando sus fuerzas en el aislamiento impotente que resulta de la desvinculación con
los demás trabajadores? ¿No consideran aún
llegado el momento de cerrar filas en torno de
la FORA? ¿Creen que cuando tantos y tan bien
armados enemigos acechan a la clase obrera
para destruir sus organismos de clase y privarla de esos elementos naturales de defensa
es todavía necesario discutir bizantinamente
“principios” o “prácticas”?
La FORA es una potencia por el número
de trabajadores que la componen. Pero sería
una fuerza incontrastable si todos los sindicatos dispersos se incorporaran a ella para
formar el bloque indestructible que constituya una valla infranqueable en la cual se estrellen todos los sicarios del capitalismo.
Hoy más que ayer, el deber irrenunciable
es este: incorporarse a la Federación Obrera
Regional Argentina.
Fuente: Doricio Tacuara, La organización obrera, 4 de diciembre de 1920, en Alejandro Jasinski, Revuelta obrera y
masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresarial en tiempos de Yrigoyen, Buenos Aires, Biblos, 2013.
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La Forestal, empresa inglesa de explotación del quebracho colorado y de tanino en el Chaco Austral.
El cortado, traslado y descortezado de cada tronco de quebracho se realizaba en forma manual.
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En La Patagonia rebelde, Osvaldo Bayer sintetiza el tema central que había
desarrollado en Los vengadores de la Patagonia trágica, ambos publicados en
distintos momentos de la década del 70. Este clásico histórico-testimonial
relata los hechos que sacudieron el sur argentino entre los años 1920-1922:
la génesis y desarrollo del movimiento huelguístico-reivindicativo de orientación anarcosindicalista, las negociaciones con los estancieros y los representantes del Estado, y la terrible represión que causó casi un millar y medio
de víctimas entre los trabajadores sureños. Lo que sigue son algunos fragmentos del capítulo III del libro, llamado “La aurora de los rotos”.
Con Antonio Soto como secretario, la Sociedad Obrera de Río Gallegos
recibirá un gran impulso. Se adquirirá una imprenta, se editará el periódico 1°
de Mayo y saldrán delegados hacia el interior, hacia las estancias, a explicar
qué es la organización obrera y qué es la lucha por las reivindicaciones sociales.
Estos delegados manejarán los nombres de Proudhon, Bakunin, Kropotkin,
Malatesta. Todos tenían una base ideológica anarquista y no dejaban de poner
como ejemplo la revolución rusa de octubre.
Es realmente curioso –¿y por qué no emocionante?– constatar el hecho de
que en aquella lejana Río Gallegos de apenas 4.000 habitantes –aislada por las
distancias de todas las grandes urbes, a miles de kilómetros de aquella caldera
de rebeliones que era la Europa de los años veinte– flameaba la roja bandera
en un localcito donde se agrupaba la esperanza de los desposeídos. Es increíble
cómo esos hombres, sin dirigentes avezados, casi todos sin sentido organizativo,
quisieran o pusieran voluntad para no perder el paso apresurado que había
impuesto la revolución rusa al proletariado.
Y todo es tan curioso como el episodio que ahora se aproxima y que será
un factor desencadenante. En septiembre de 1920, la Sociedad Obrera de Río
Gallegos solicita permiso a la policía para llevar a cabo un homenaje a Francisco Ferrer, el pedagogo catalán padre de la educación racionalista, fusilado
once años antes en los fosos del castillo de Montjuich. Un acto que avergonzó a
la humanidad y que fue inspirado por la parte más conservadora de la Iglesia
Católica que influyó en Alfonso XII para así terminar con un hombre que enseñaba con la razón a destruir mitos y, por sobre todo, a oponerse al oscurantismo
religioso y a la irracionalidad del militarismo.
El acto está programado para el 1° de octubre. Días antes la Sociedad
Obrera distribuye volantes por la ciudad y entre las peonadas de las estancias.
Reproducimos el texto de esos volantes porque dice más que cualquier interpretación posterior de los hechos:
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Sociedad Obrera de Río Gallegos 1909 - 13 de octubre – 1920
Al pueblo
Once años hace que el mundo entero sintióse conmovido en
este día. Once años que el más cobarde, el más alevoso atentado
contra la Libertad de Pensamiento fue llevado a cabo en el mil veces
maldito Castillo de Montjuich (Barcelona).
Francisco Ferrer, el fundador de la Escuela Moderna, el que
enseñaba a la infancia el camino de la luz, fue cobardemente fusilado por esos tartufos que en nombre de Cristo cometen toda clase
de infamias. Pero Francisco Ferrer vivirá eternamente en nuestros
corazones y estaremos dispuestos siempre a escupirles en la cara el
crimen que cometieron.
¡Gloria a los mártires de la Libertad Humana!
¡Gloria a Francisco Ferrer!
Trabajadores del campo: tenéis el deber de concurrir todos al
pueblo el 1° de octubre y así rendiréis un justo homenaje al mártir
de la Libertad Francisco Ferrer cobardemente fusilado el 13 de octubre de 1909.
El 28 de septiembre, el jefe de policía Diego Ritchie niega el permiso para
el acto. Los obreros no se achican y sin pensarlo mucho declaran una huelga
general de 48 horas. Y no eran sólo palabras. Leamos lo que dice Amador V.
González de ese paro:
El día 30 de septiembre amaneció la ciudad en estado de sitio.
A pesar de no haber motivos para adoptar tales medidas ni haberse decretado la ley marcial, no se permitía el estacionamiento de
peatones en las calles ni puertas, un derroche de fuerza armada
hacía gala de sus máuseres por la población, y algunos autos cargados de guardiacárceles armados de carabinas ponían la alarma
en los pacíficos espíritus del vecindario de norte a sur, como si de
un sitio de guerra se tratase. El día 1 se colocaron centinelas armados en el local de la Sociedad Obrera y a medida que cualquier
transeúnte quería pasar por la calle en que la Sociedad estaba situada, se le obligaba a hacer alto y cambiar de dirección. Se clausuró la secretaría de la Sociedad Obrera, el domicilio particular
del secretario y del tesorero; ¿en virtud de qué ley? La Sociedad
Obrera dispuso como medida previa la suspensión de los actos
a realizar y dio a la huelga general carácter de permanente hasta
tanto las autoridades competentes no reconocieran el error en que
incurría la jefatura de policía al oponerse con medidas extremas a
una conmemoración pacífica y de orden.
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El enfrentamiento se hacía a cara de perro. La gobernación y la policía
con la fuerza, los proletarios con la huelga, con ese poderoso medio que es la
desobediencia civil.
A la ofensiva de Correa Falcón, los obreros le salen al paso recurriendo a
sus amigos Borrero y Viñas. Concurren al estudio de abogado que el primero
tiene con el doctor Juan Carlos Beherán y allí se redacta un recurso de amparo
contra la prohibición del acto.
En la presentación ante la justicia hacen gala de un argumento bastante
original. Dicen que
reclaman por la prohibición de una manifestación programada
para hoy –1° de octubre de 1920– en conmemoración del aniversario del fusilamiento de Francisco Ferrer a quien los creyentes de la
religión del trabajo consideran como mártir de la libertad y como
símbolo de las ideas, con el mismo derecho que los creyentes de
la religión católica rinden homenaje a San Francisco de Asís o a la
doncella de Orleáns, en la actualidad Santa Juana de Arco por haber sido recientemente beatificada, con el mismo derecho con que
los creyentes de la religión mahometana rinden homenaje a Mahoma, con el mismo derecho con que los creyentes de la religión del
patriotismo rinden también su tributo de admiración a los héroes
de las reconquistas, independencias y emancipaciones.
El recurso es presentado a las tres de la tarde ante el juez Viñas, quien de
inmediato da traslado de las actuaciones al comisario Ritchie para que informe
los motivos de la prohibición. Y le comunica que “ha habilitado el juzgado en
horas inhábiles” como haciéndole saber que la respuesta debe ser inmediata.
Los argumentos de cuartel que usa el comisario Ritchie para fundamentar
la prohibición son de una incongruencia demoledora:
Al prohibir el meeting a celebrarse hoy esta jefatura ha entendido que el homenaje a la memoria de una persona conceptuada
mártir de sus ideas avanzadas –vulgo anarquista–, puesto que universalmente Francisco Ferrer es clasificado como un exaltado en
la causa disolvente de la organización social contemporánea, de
tal manera que el homenaje proyectado lleva el sello de la impracticabilidad inherente a esta clase de manifestaciones reprimidas
por la ley de orden social. Por otra parte, señor juez, se trata en el
fondo de una protesta contra un fusilamiento realizado por una
nación extranjera que legal o ilegal no nos corresponde juzgar
por razones elementales de cortesía internacional; juzgamiento
en que no puede complicarse la autoridad constituida, siquiera
sea otorgando un permiso para que se discutan actos inapelables
de la justicia española. Además, en ese acto no van involucrados
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intereses respetables como serían sin duda el mejoramiento de la
clase trabajadora. La filiación del meeting es netamente política y
ajena a nuestro medio ambiente.
Viñas no se acobarda: además de revocar la decisión del comisario se mete
con las ideas demostrando un espíritu racional y de respeto al pensamiento de
los demás. Dice:
desde hace tiempo, la ley de seguridad social ha sido materia
de discusiones judiciales y en muchos casos se ha fallado por
la falta de conocimientos de nuestra historia pública y social
decidiendo pronunciamientos a todas luces infundados. El volante repartido por los obreros sólo hace presente que se conmemorará el fusilamiento de la persona indicada señalándose
solamente que este fue el fundador de la escuela moderna y nada
más. En ese volante no se hace indicación a tendencia política
alguna que encierre la concepción ácrata o anarquista, por cierto
reciente en la historia de las ideas y más reciente aún por sus
consecuencias en la historia de los hechos. No sólo en el vulgo
el concepto científico del ácrata o anarquista, sus teorías y la
naturaleza de sus atentados es todavía harto vago y discrepante
sino también en los mismos sociólogos y jurisconsultos. Cuando estas fundamentales dudas se presentan a la justicia esta se
halla en el deber de impedir la restricción de la libertad amplia
de reunión concedida por la carta fundamental.
Al leer este fallo, hay que hacerle justicia a Viñas. Era evidente que tenía
una sensibilidad especial. Era realmente insólito y arriesgado firmar un fallo
así en defensa de un acto obrero y, más insólito todavía, de homenaje a Ferrer,
en aquellas regiones cuyos resortes manejaban los poderosos y un año apenas
después de la Semana Trágica, cuando la caza libre del obrero revolucionario
fue deber para todo argentino bien nacido. (…)
La situación se agrava. El paro se va extendiendo al campo como una mancha de aceite. La Sociedad Obrera envía a las estancias este manifiesto:
Compañeros del campo. Salud. La policía de esta ha detenido a
un grupo de obreros a quienes se niega a poner en libertad a pesar de
haberlo ordenado el juez letrado. Tal arbitrariedad nos ha obligado a
decretar y continuar el paro general, por cuya razón os invitamos a
dejar el trabajo y venir a esta capital como acto de solidaridad y hasta
que nuestros compañeros recobren la libertad. Os saluda,
la comisión
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La huelga se pone brava para el gobierno de Santa Cruz. La policía se
mueve mucho y actúa con energía. Grupo de obreros que ve por la calle lo
disuelve y, al que se resiste, palo. A todo chileno sospechoso se lo corre más allá
de la ciudad. Al tenerse noticias de que hay un grupo de paisanos reunidos en
el hotel “Castilla” se lo allana y se los identifica, no mezquinándose el garrote.
Además, a todos los boliches que prestan refugio o permiten reuniones de chilenos venidos del campo, se los allana y se cita o “demora” a sus propietarios en la
comisaría. Se produce así la solidaridad de los comerciantes minoristas con los
obreros, evidentemente para ponerse en contra de los grandes almacenes de los
Menéndez Behety y otras sociedades anónimas.
Correa Falcón tiene 27 detenidos. Pero sabe que no puede tirar mucho el
lazo y, tácticamente, deja en libertad a unos cuantos, pero manteniendo siempre a aquellos cuya libertad había sido ordenada por Viñas.
La libertad parcial del grupo es celebrada por la Sociedad Obrera como un
triunfo. De allí el manifiesto que, a pesar de la policía, corre de mano en mano
entre la peonada y los pobretes:
A los obreros:
Compañeros: nuestro triunfo se avecina a pasos agigantados.
Ya han sido puestos en libertad quince de los compañeros presos.
Quedan aún doce, de ellos ocho son los que el señor gobernador
interino y secretario de la Sociedad Rural, alzándose contra las leyes, se niega a poner en libertad, desobedeciendo hasta las órdenes
terminantes e imperativas del Poder Ejecutivo Nacional. Pero ya
llegará su hora y la justicia triunfará por sobre el capricho.
La huelga continúa lo mismo que el boicot, ni una ni otro cesarán mientras no estén en libertad todos nuestros compañeros.
Se pretende hacer de nuestra justa actitud una cuestión de nacionalidades. Compañeros, rechacen semejante absurdo porque los
obreros no ven un enemigo en aquel que no sea un connacional,
sino una víctima del capital que todo lo corrompe y lo avasalla. Los
hombres, sean donde sean nacidos, somos todos iguales y por eso
no puede haber entre nosotros diferencia de nacionalidades.
Adelante, pues, hasta conseguir nuestro justiciero triunfo. Permanezcamos unidos que esto nos hará vencer las dificultades que
nuestros enemigos nos crean.
La comisión de huelga
Pero Correa Falcón prosigue con sus golpes tácticos. El próximo será lanzado contra la imprenta “El Antártico”, donde los obreros imprimen sus volantes.
La policía simula un acto provocativo –dirán que desde la imprenta descargaron armas contra una patrulla policial– para allanar el local, se detiene a los
presentes y se destruye todo el material propagandístico.
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Súbditos españoles denunciarán ante el Ministerio del Interior, mediante
telegramas, que “la policía atropella al pueblo en las veredas dándoles rebencazos”. La misma denuncia será respaldada por el diario El Orden de Deseado,
señalando que “la policía cometió desmanes y atropellos con los obreros, a los
que apaleó provocando estos actos irritación pública”.
Luego de muchas idas y venidas, el gobierno nacional dará la razón al juez
Viñas y le dará la orden a Correa Falcón de liberar a todos los presos sindicales.
El 29 de octubre salen todos, menos dos.
La Sociedad Obrera celebra el hecho pero ordena continuar el paro general.
Quedan presos todavía los compañeros Muñoz y Traba –dice en
un volante–, ambos alevosamente apaleados y heridos por la policía
y en la cárcel han permanecido encerrados en inmundos calabozos
con el fin de ocultar sus verdugos el brutal e incalificable atropello. Pues bien, mientras estos compañeros continúen detenidos la
huelga seguirá sin desmayos. Por tanto, compañeros, os rogamos
que procuremos hacer cesar las faenas del campo haciendo llegar
estas resoluciones hasta las estancias. El triunfo es nuestro porque a
nosotros nos acompaña la razón, fuerza que se impone pese a quien
pese. Nuestros enemigos caerán por el solo peso de sus crímenes
como cae la fruta podrida del árbol que la crió y sustentó.
La acción será todo un éxito: el 1° de noviembre quedarán libres todos
los detenidos.
El último acto de este agitado preámbulo a la espartaqueada que iniciará la Sociedad Obrera será el atentado que sufrirá el secretario general,
Antonio Soto. Ocurrirá el 3 de noviembre de 1920. Soto marchaba en
dirección a la Barraca Amberense para hablar con el delegado obrero de
allí, cuando de un zaguán, de improviso, salió una figura emponchada
que rápidamente le tiró una puñalada al corazón. La punta del cuchillo
le atravesó la ropa y fue a dar en el reloj que Soto llevaba en el bolsillo izquierdo de su abrigo. Soto cayó al suelo del golpe e hizo ademán de sacar un
arma. El atacante huyó a toda carrera. Soto resultó con algunos rasguños
en el pecho, pero salvó la vida.
Los que enviaron al asesino pensaron bien. Sabían que eliminado Soto el
movimiento obrero santacruceño quedaba como descabezado.
La Sociedad Obrera había ganado en cuanto a la libertad de los presos.
Pero ahora venía la lucha por las reivindicaciones. Los trabajadores, en la huelga, habían demostrado disciplina, espíritu de sacrificio y una evidente conciencia gremial. Había que aprovechar todo esto y la circunstancia de que muchos
trabajadores del campo se encontraban en la ciudad.
Dos son los pedidos de mejoras que presenta la organización obrera: pliego
de condiciones para los peones de campo y mejoras monetarias para los empleados de comercio. En eso Antonio Soto demuestra su gran talento de organiza-
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ción. Despacha emisarios al campo, mantiene reuniones a toda hora, arenga
a los recién llegados, dirige asambleas diarias y hace reuniones de activistas
preparándolos rudimentariamente en el abecé sindical.
Al no aceptarse las reivindicaciones presentadas, se declara la huelga en la
ciudad y en el campo.
En ese noviembre de 1920, el gobernador Correa Falcón verá que todo se
le está yendo de las manos. La huelga del campo se extiende por todo el territorio santacruceño. En la ciudad de Gallegos no se trabaja, los puertos están
paralizados. Entre los estancieros hay un creciente malestar. La paralización
de las tareas rurales trae el peligro de la pérdida de la parición ovejuna. Pero
no hay forma de solucionar el problema. Más palo les pega Correa Falcón,
más se soliviantan los trabajadores. “En los primeros días de la huelga –informa La Unión– había más de doscientas personas desconocidas en el pueblo que vagaban desorientadas por las calles mirando azoradamente a todo el
mundo sin saber lo que pasa. En la actualidad hay más de quinientas.” Son
los peones rurales que han bajado ante el llamado de la Sociedad Obrera.
Entre los patrones, hijos de patrones y altos empleados, se constituye una
guardia ciudadana que como primera medida presta servicios en la cárcel local “por el orden y el afianzamiento de los valores morales”, como sostendrá el
periódico mencionado.
Pero ni la Liga Patriótica ni la Sociedad Rural ni la Liga del Comercio y
la Industria ni la guardia ciudadana ni el propio gobernador Correa Falcón
pueden solucionar la huelga. Por eso, buscan a los dirigentes sindicales para
arreglar la cosa.
El 6 de noviembre los tres estancieros que representan a los hacendados,
Ibón Noya, Miguel Grigera y Rodolfo Suárez, informan a la población que
no han llegado a un arreglo con la comisión obrera de la Federación. Y hacen
público el siguiente manifiesto:
Al pueblo de Río Gallegos y a los obreros del campo: No obstante las difíciles circunstancias por que se atraviesa como lógica
consecuencia de la paralización de los mercados de carnes y lana
en el mundo, los que suscriben, hacendados de la zona sud del río
Santa Cruz, en asamblea resuelven:
1. Tratar directamente con el personal de sus respectivas estancias.
2. Establecer como sueldo mínimo para sus obreros cien pesos
mensuales moneda nacional argentina, y comida.
3. Los sueldos que superen a esta suma serán convenidos entre patrones y obreros de común acuerdo y según el puesto que cada
uno desempeñe.
4. Tratar de mejorar paulatinamente las condiciones de comida e
higiene en los locales que ellos ocupen.
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Ya el primer punto es totalmente inaceptable para los trabajadores. Los patrones han decidido desconocer a la organización obrera. La situación se pone
más tensa aún. Soto no conoce el campo y por eso debe confiar en gente que
no es muy trigo limpio pero que tiene una decisión a toda prueba. En efecto,
los hombres que fueron líderes del movimiento rural, en esta primera huelga,
muy poco tenían de dirigentes gremiales: el “68” y “El Toscano”. El primero, ex
presidiario de Ushuaia, donde llevaba el 68 como número de penado. De allí
su apelativo. El segundo también había tenido mucho que ver con la justicia y
era un aventurero increíble. Los dos: italianos. El “68” se llamaba José Aicardi.
Era consumado jinete, igual que “El Toscano”, y más bien parecían gauchazos
que gringos italianos.
“El Toscano” se llamaba Alfredo Fonte, de 33 años de edad, y había venido
al país a los tres años; de profesión era carrero. Dos argentinos los secundaban:
Bartolo Díaz (conocido por “el paisano Díaz”), y Florentino Cuello (llamado
el “gaucho Cuello”). Los dos eran más bien tipos de avería, levantiscos; allí
donde había pelea, allí estaban. Los dos tenían gran mérito: eran los que más
chilotes han afiliado para el sindicato. Les cobraban doce pesos por un año y los
“federaban” dándoles la papeleta por la cual constaba que ya eran federados.
Eran tipos muy populares en todas las estancias y conocían el territorio como la
palma de la mano.
El gaucho Cuello era entrerriano, del Diamante, donde había nacido en
1884. Allí en su tierra, en 1912, tajeó a uno –parece que las lesiones fueron
muy graves–, lo que le valió cinco años de cárcel en Río Gallegos. En 1917 recuperó la libertad y allí se quedó. Cuando se inició la huelga estaba trabajando
en la estancia “Tapi-Aike”.
A estos cuatro cabecillas se debe en gran parte el paro total del trabajo en
las estancias del sur de Santa Cruz. El que mandaba allí indudablemente era
ese personaje misterioso que fue el “68”. Junto a ellos estaba un chileno, Lorenzo Cárdenas, hombre bravo, de gran decisión y sangre fría. Completaban
el grupo dirigente el alemán anarquista Franz Lorenz; Francisco Aguilera,
paraguayo; Federico Villard Peyré, anarquista francés, delegado del personal
de la estancia “La Anita” de los Menéndez Behety; los norteamericanos Carlos Hantke (también se hacía llamar Charles Manning), Charles Middleton
(fácilmente identificable porque llevaba dientes de oro) y Frank Cross; el ruso
anarquista Juan Vlasko; los escoceses Alex McLeod y Jack Gunn; un negro
portugués de apellido Cantrill; el carretero oriental, Ángel Rodríguez, alias
“Palomilla”, de buena estampa; John Johnston, norteamericano; José Grana,
español; etcétera.
Esta será la columna general que irá tomando estancia por estancia, llevándose de rehenes a propietarios, administradores y capataces y engrosando sus
filas con las peonadas.
Todo estaba paralizado desde el río Santa Cruz al sur. El diario La Unión
comenta el clima de tensión que reina, señalando el 18 de noviembre:
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Con el paro de los trabajos en todas las estancias y con la actitud
de los estancieros ante la Federación queda planteado un nuevo y trascendental problema. De su pronta solución depende la salvación de
los intereses económicos del territorio y en especial, los de las poblaciones; ¿qué sería de Río Gallegos si no pudiera faenar el frigorífico?
¿Qué harían los estancieros con el exceso de cerca de medio millón de
animales que no podrían vender? Puerto Natales, en Chile, tampoco
faenará. Ya los establecimientos ganaderos han sufrido grandes pérdidas por el abandono que hicieron los peones en épocas de parición.
Serán los ganaderos quienes darán un paso adelante para encontrar una
solución al conflicto. El 17 de noviembre hacen una nueva proposición a los
obreros. Esta vez incluirán esta cláusula:
Reconocer la entidad Sociedad Obrera de Río Gallegos como la
única de los obreros, facultándola únicamente para que por conducto
de sus representantes visite una vez por mes nuestros establecimientos entrevistándose en esas oportunidades con el dueño o administrador a efecto de tomar razón de las quejas que tuvieran del personal, y
asimismo para que se comuniquen con sus asociados.
Al día siguiente, gran expectativa en el pueblo. No cabe un alfiler en el
local de la Sociedad Obrera. Se analizará punto por punto el ofrecimiento de
los ganaderos para, a la postre, rechazarlo de plano. El convenio debe ser claro,
las cláusulas no tienen que dejar lugar a duda, no se pueden aprobar puntos
que sólo contienen generalidades. Y de allí saldrá la contrapropuesta obrera,
que firmará Antonio Soto, concebida en los siguientes puntos:
Convenio de Capital y Trabajo
que para mutua ayuda y sostenimiento, y para dignificación de todos,
celebran los estancieros de la zona sur del río Santa Cruz y los obreros
del campo representados por la Sociedad Obrera de Oficios Varios de
Río Gallegos, conforme a las cláusulas y condiciones siguientes:
Primera: Los estancieros se obligan a mejorar a la mayor brevedad posible dentro de los términos prudenciales, que las circunstancias locales y regionales impongan, las condiciones de comodidad e higiene de sus trabajadores, consistentes en lo siguiente:
a) En cada pieza de cuatro metros por cuatro no dormirán más hombres que tres, debiendo hacerlo en cama o catres, con colchón, aboliendo los camarotes. Las piezas serán bien ventiladas y desinfectadas
cada ocho días. En cada pieza habrá un lavatorio y agua abundante
donde se puedan higienizar los trabajadores después de la tarea.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
b) La luz será por cuenta del patrón, debiendo entregarse a cada
trabajador un paquete de velas mensualmente. En cada sala de
reunión debe haber una estufa, una lámpara y bancos por cuenta del patrón;
c) el sábado a la tarde será única y exclusivamente para lavarse la
ropa los peones, y en caso de excepción será otro día de la semana;
d) la comida se compondrá de tres platos cada una contando la
sopa; postre y café, té o mate;
e) el colchón y cama serán por cuenta del patrón y la ropa por
cuenta del obrero;
f ) en caso de fuerte ventarrón o lluvia no se trabajará a la intemperie exceptuando casos de urgencia reconocida por ambas partes;
g) cada puesto o estancia debe tener un botiquín de auxilio con
instrucciones en castellano;
h) el patrón queda obligado a devolver al punto de donde lo trajo
al trabajador que despida o no necesite.
Segunda: Los estancieros se obligan a pagar a sus obreros un
sueldo mínimo de cien pesos moneda nacional y comida, no rebajando ninguno de los sueldos que en la actualidad excedan de
esa suma y dejando a su libre arbitrio el aumento en la proporción
que consideren conveniente y siempre en relación a la capacidad y
mérito del trabajador. Asimismo se obligan a poner un ayudante de
cocinero que tenga que trabajar para un número de personas comprendido entre 10 y 20; dos ayudantes entre 20 y 40 y además un
panadero, si excedieran en este número. Los peones mensuales que
tengan que conducir un arreo fuera del establecimiento cobrarán
sobre el sueldo mensual 12 pesos por día con caballos de la estancia,
y los arreadores no mensuales, 20 pesos por día utilizando caballos
propios. Los campañistas mensuales cobrarán 20 pesos por cada
potro que amansen, y los no mensuales, 30 pesos.
Tercera: Los estancieros se obligan a poner en cada puesto un
ovejero o más, según la importancia de aquel, estableciendo una
inspección bisemanal para que atienda a las necesidades del o de los
ocupantes prefiriéndose en lo sucesivo para dichos cargos a los que
tengan familia, a los cuales se les dará ciertas ventajas en relación al
número de hijos, creyendo en esta forma fomentar el aumento de
la población y el engrandecimiento del país.
Cuarta: Los estancieros se obligan a reconocer y de hecho reconocen a la Sociedad Obrera de Río Gallegos como una entidad
representativa de los obreros, y aceptan la designación en cada
una de las estancias de un delegado que servirá de intermediario
en las relaciones de patrones con la Sociedad Obrera, y que estará
autorizado para resolver con carácter provisorio las cuestiones de
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urgencia que afecten tanto a los derechos y deberes del obrero
como del patrón.
Quinta: Los estancieros procurarán en lo posible que todos sus
obreros sean federados, pero no se comprometen a obligarlos ni a
tomarlos solamente federados.
Sexta: La Sociedad se obliga a su vez a levantar el paro actual
del campo volviendo los trabajadores a sus respectivas faenas inmediatamente después de firmarse este convenio.
Séptima: La Sociedad Obrera se compromete aprobar con la
urgencia del caso los reglamentos e instrucciones a que sus afederados deberán sujetarse tendientes a la mejor armonía del capital y
trabajo, bases fundamentales de la sociedad actual, inculcando por
medio de folletos, conferencias y conversaciones en el espíritu de
sus asociados las ideas de orden, laboriosidad, respetos mutuos que
nadie debe olvidar.
Octava: Este convenio regirá desde el 1° de noviembre reintegrándose al trabajo todo el personal abonando los haberes de los
días de paro y sin que haya represalias por ninguna de ambas partes.
Ante la respuesta obrera, los hacendados responden que “en vista del desacuerdo producido y habiendo extremado nuestras facultades, damos por terminada la misión que se nos confió”.
Nuevamente quedaban rotas las negociaciones. Si analizamos el petitorio
obrero vamos a obtener varias conclusiones acerca de la verdadera situación del
obrero rural en la Patagonia.
El sistema de los “camarotes” no sólo se encontraba en la Patagonia sino en
muchos lugares del país. Eran “costumbres” en la vida de campo. Los galpones
en que vivían los peones –especialmente en estancias chicas– servían también
para guardar los trastos viejos o como depósitos de máquinas. El menú consistente sólo en carne de capón –con los consiguientes perjuicios para la salud del
trabajador– se sigue sosteniendo aún hoy en casi todas las estancias patagónicas.
Las habitaciones para los peones, en muchos casos, siguen siendo las mismas
que hace medio siglo. Pero lo que más ha conspirado contra el progreso de la
Patagonia –y eso sí es un reproche que se puede hacer sin cometer errores– es
la falta de humanidad en el trato hacia el hombre. Y la falta de mentalidad
en cuenta a que la principal riqueza de la tierra es, precisamente, el hombre.
Tanto en aquel entonces como hoy, sólo se toma a peones u ovejeros solteros. El
estanciero no quiere familias –salvo el caso del “matrimonio”, como lo llaman,
en donde ella limpia la casa de los patrones y él es cocinero– y en general todo
el personal sigue siendo soltero. El hombre vive entonces de lunes a sábado en la
estancia y el domingo se va al pueblo vecino para gastarse todo lo que tiene en
el boliche, alcoholizándose, o en el lupanar. Fue una economía mal entendida
la del estanciero. El hombre de campo se hizo trashumante, nada lo ataba al
lugar, se iba donde más le pagaban o donde mejor se sentía.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
Por eso, la cláusula tercera del pliego de condiciones es verdaderamente sabia
cuando pide que para puesteros se prefiera a los que tengan familia, “a los cuales
se les dará ciertas ventajas en relación al número de hijos, creyendo en esta forma
fomentar el aumento de la población y el engrandecimiento del país”. Lástima;
nada de esto se cumplió y todo se ahogó en sangre y en la razón de los fusiles.
En general el petitorio obrero no era exagerado, y ya veremos que los mismos
estancieros lo reconocieron al aceptarlo en gran parte. Sobre los móviles puramente reformistas del petitorio habla la cláusula séptima donde la Sociedad
Obrera se “compromete a dictar las instrucciones a que sus federados deberán
sujetarse, tendientes a la mejor armonía del capital y el trabajo…”.
Aquí se ve claramente la mano de Borrero y tal vez la de Viñas. Decimos
esto porque mientras estuvo Borrero de asesor de la Sociedad Obrera siempre
quísose demostrar que no se trataba de extremistas; y de Viñas, porque eso de “la
armonía del capital y el trabajo” deja a las claras una mentalidad yrigoyenista,
repetida luego en el peronismo.
Por supuesto, esa armonía quedará destrozada a tiros y crucificada en los
postes de los interminables alambrados patagónicos.
Pero más que el convenio, el manifiesto obrero denominado Al mundo
civilizado, con que se acompañó el pliego de condiciones, demostrará que la
Sociedad Obrera buscaba con afán un camino reivindicativo, sí, pero absolutamente exento de todo matiz revolucionario. Dice así:
Al mundo civilizado
El paro general del campo ha sido decretado; este será total,
absoluto; desde la fecha no se realizará ninguna de las faenas, incluyendo las de acarreo y transporte, relacionada con los trabajos de
explotación de ganadería, única fuente de recursos en el territorio.
Ignóranse todavía cuáles puedan ser las consecuencias de este
paro y las proporciones que pueda alcanzar, más aún si se tiene en
cuenta que los trabajadores del pueblo están firmemente dispuestos
a secundar con todas sus energías la actitud de sus compañeros del
campo, solidarizándose con ellos en justa reciprocidad y apoyándolos en sus más que justas y legítimas aspiraciones.
Por ello, y en previsión de ulteriores acontecimientos, así como
de futuras eventualidades, la Sociedad Obrera de Río Gallegos quiere descargar a sus componentes de toda responsabilidad, haciendo
recaer esta sobre los estancieros de la zona Sur del río Santa Cruz,
quienes, con la excepción honrosa de los señores Clark Hermanos y
Benjamín Gómez, están demostrando, o la más supina ignorancia, o
la maldad más refinada, junto con absoluta carencia de sentimientos
de humanidad y altruismo y de ideas de justicia y equidad al pretender seguir tratando a sus obreros asalariados en la forma brutal en que
hasta hoy lo hicieron, confundiéndolos con los hombres de la gleba
y de la esclavitud, y convirtiéndolos en nuevo producto de mercados
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repugnantes, en los que la cotización del mulo, del carnero y del caballo, ya que hoy por hoy los estancieros consideran que un hombre
se sustituye por otro sin costo alguno y en cambio cualquiera de los
irracionales mencionados se sustituye por otro que cuesta una determinada suma a pagar, lo cual es para ellos más doloroso que sentir la
pérdida de un semejante o acompañar a una familia en su desgracia.
Es vergonzoso tener que hacer tales manifestaciones en pleno siglo
xx, pero como ellas son verdades al alcance de cualquiera que visite
las estancias del territorio, aun las más próximas al pueblo de Río
Gallegos, es de todo punto necesario hacerlas como las hacemos para
todo el que se considere hombre civilizado, dejando que el oprobio y
la vergüenza de ellas caigan sobre sus causantes.
Y para que no se diga que en estas afirmaciones hay exageración
alguna, hagamos la historia de lo ocurrido.
Iniciadas gestiones de arreglo entre trabajadores y estancieros,
aquellos pasaron un pliego de condiciones con fecha 1° de noviembre, al que los estancieros, tras muchas vueltas, revueltas y circunloquios, contestaron diez y seis días después.
Consecuentes los obreros con sus deseos de armonizar intereses,
consultando la conveniencia de todos, estudiaron la propuesta de
los estancieros, rebajaron sus pretensiones y, en definitiva, redactaron el convenio de trabajo y capital que a continuación se transcribe. –Aquí transcribían el pliego firmado por Antonio Soto.–
El manifiesto termina diciendo que la cláusula octava es
humana de toda humanidad, santa y sublime, que al exigir que por
ninguna de ambas partes se ejerciten represalias no hace sino poner
en práctica el más grande de los preceptos, el de amarse los unos a
los otros, olvidando rencores, abandonando odios, dejando de lado
las malas intenciones.
Por último hace un llamamiento:
Trabajadores:
Hoy más que nunca debemos demostrar nuestra inquebrantable voluntad de dignificarnos y ser en la moderna sociedad considerados como los más eficientes factores del progreso y de la civilización, uniendo para ello todas nuestras fuerzas, no dando un
paso atrás y defendiendo con tesón nuestros derechos desconocidos
y vulnerados; cuando veamos un compañero tímido o vacilante,
no lo precipitemos con reproches ni amenazas, antes al contrario,
procuremos robustecerlo, ayudarlo, levantarle el espíritu y ofrecerle
los brazos fraternales y afectuosos de sus compañeros de desgracia.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
Hoy más que nunca debemos demostrar nuestra cultura y educación, de las que tantas y tan definitivas pruebas se han venido
dando, dejando de un lado las violencias, no ejercitando coacciones, no usando ni abusando de la fuerza: quede esta como último
síntoma de falta de conciencia y de derechos para los patrones, los
que, como es público y notorio y en la actualidad sucede, en cuanto
son objeto de alguna justa petición por parte de los obreros, creen
divisar un alucinante espectro y recurren de inmediato a las bayonetas, fusiles y uniformes; no han de estar muy seguros de la justicia
de su causa cuando a tales procedimientos apelan.
Opongámosle a la fuerza de sus armas la fuerza de nuestros
razonamientos, la limpieza de nuestros procederes, la honradez de
nuestras acciones, y el triunfo será nuestro. La comisión.
Este manifiesto obrero lo dice todo de por sí. Les habla a los obreros del
“amaos los unos a los otros” y deja la fuerza de las “bayonetas, fusiles y uniformes” a los patrones, que, por supuesto, la usarán, y ¡cómo! Cuando al subcomisario Micheri se le tuerza el sable de tanto darle a los chilotes, que le hablen
nomás del “amaos los unos a los otros”, y cuando Varela se plante bien y empiece
a meterle plomo a toda esa informe masa de rotos, sáquenle a relucir el “opongámosle la fuerza de nuestros razonamientos”.
AGN
Fuente: Osvaldo Bayer, La Patagonia rebelde, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985, pp. 52-73.
Acto del 1º de Mayo de 1921 en Puerto Santa Cruz.
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La Masacre de Napalpí es el nombre con el que se conoce la matanza de alrededor de 200 indígenas de las etnias qom y mocoví a manos de la policía
chaqueña y grupos de estancieros, acaecida el 19 de julio de 1924, en la
Colonia Aborigen Napalpí.
La Reducción Aborigen de Napalpí (a 120 kilómetros de Resistencia) era un espacio de sometimiento donde los indígenas eran obligados a trabajar en condiciones de
semiesclavitud y carecían de los derechos que poseía el resto de la población. En julio de
1924, los indígenas qom y mocoví se declaran en huelga. Denuncian los maltratos y la
explotación de los terratenientes y planean marchar a los ingenios azucareros de Salta
y Jujuy. Pero el gobernador Fernando Centeno les prohibió abandonar Chaco y, ante
la persistencia indígena, ordena la represión. El argumento oficial para justificar esta
represión es una supuesta “sublevación” indígena.
El 19 de julio a la mañana, 130 policías y civiles (enviados por grandes estancieros) rodean a los grupos en huelga y disparan con rifles durante 45 minutos. Matan
a hombres y mujeres, ancianos y niños. La prensa de la época repitió el discurso del gobierno u omitió el hecho. Pero hubo excepciones. El primer registro que se encuentra de esta historia, aparece publicado en la edición extraordinaria del diario de la época: Heraldo del Norte, de junio de 1925. Describe
en 60 páginas, de la siguiente forma lo ocurrido en Napalpí la mañana del 19 de julio:
Cuando la policía se vio segura avanzó en jauría hacia los toldos y
aquello fue espantosa escena que repugna narrar. Indio que se hallase con
vida, sin respetar sexo ni edad, era ultimado, acribillándosele a balazos o
a machetazos. Parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar
a todos los que se hallaron presente en la carnicería del 19 de julio, para
que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la
Cámara de Diputados. La caza del indio continuó por parte de la policía.
Había que exterminar… a todos. Durante un mes –nos dice uno de los
conocedores de la tragedia– se persiguió a los indígenas que pudieran escapar con vida, a los que se les mataba en donde se les encontraba y hasta
para no dejar rastro, se les quemaba (Fuente: Heraldo del Norte, edición
extraordinaria, año IX, n° 652, 27/06/1925, Napalpí IV, p. 51).
“Estos son los indios
que quedaron en la
Reducción de Napalpí
en Quitilipi, después de
haber solicitado
a la comisión Honoraria
de Reducción que se les
diera de comer, y que
no se les dio. Quitilipi,
enero 4 de 1920”.
J. M. Bernal.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
El sábado 19 de julio de 1924, el diario La Nación publica su propia versión de
los sucesos que acontecen en el Chaco.
En el Chaco y norte de Santa Fe los indios
sublevados continúan cometiendo desmanes
Los pobladores abandonan las colonias y se refugian con sus familias
en los centros urbanos, por hallarse estos bajo la protección de las
autoridades.
Realizarse hoy una exploración aérea
Resistencia (Chaco), 18. – Los indios sublevados continúan cometiendo
tropelías en la campaña. Anteayer asesinaron cerca de Machagay al poblador
D. Silvano Ravaza.
Corre el rumor de que han sido asesinados el hacendado D. Roberto Roberts, antiguo poblador de aquel mismo punto, y un hijo suyo.
En el lote 24, jurisdicción de Haumonia, se liberó un combate entre los
indios y los vecinos, que ha durado una hora.
Varias comisiones policiales salieron para Machagay, Haumonia y Oetling. Hoy salieron nuevos refuerzos para el primer punto. La alarma persiste,
habiendo abandonado la mayoría de los pobladores sus viviendas y bienes,
trayendo sus familias a los centros urbanos.
Las medidas adoptadas por el Gobierno local han producido una impresión
de alivio, aunque es evidente que la Policía no podrá dominar a los indígenas,
cuya actitud es abiertamente agresiva y sólo respetan las vidas con la condición
de que se les deje robar, carnear y arrear a su albedrío.
Asegúrase que la tercera división del Ejército enviará dos escuadrones de
caballería.
Mañana el piloto sargento Esquivel y el alumno piloto Juan Browitz, que
tiene su estancia en aquella zona, saldrán en un aeroplano para efectuar un reconocimiento con objeto de establecer la posición de la concentración indígena
y la magnitud de esta.
Quilipi (Chaco), 18. El alzamiento de los indígenas aún no fue dominado. Ayer se sintieron fuertes descargas de armas de fuego. Son cuatro
los pobladores asesinados y entre los indios debe haber también un número
regular de muertos.
En estos momentos, las 9 horas, incendian tres estancias, cuyos pobladores
se resisten.Causa verdadera angustia que los Poderes Públicos no presten atención
a la situación desesperante creada y no ayuden a un grupo de hombres que deben defender sus vidas, mientras que la cosecha de algodón se pierde por falta de
brazos. Anoche se reunió el pueblo en pleno para considerar la situación, resolviéndose enviar telegramas al presidente de la República, Cámara de Comercio
del Chaco y Sociedad Rural.
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Las tropas anunciadas –telefoneó el gobernador– que no llegaron, desfraudándose así las esperanzas.
Presidente De la Plaza (Chaco), 18. Cunden noticias alarmantes sobre
el levantamiento de indios, esperándose su avance de un momento para otro
sobre este pueblo.
Villa Ana, 18. La sublevación de los indios de la Reducción de Napalpí
continúa amenazando a la población de la zona Norte de este departamento.
Han sido atacados varios vecinos, registrándose numerosos asesinatos. El pueblo
está alarmadísimo.
Villa Ana, 18. Los indios de la Reducción de Napalpí sublevados se internan en la Provincia de Santa Fe, alarmando a las poblaciones del Norte.
Encuéntranse a veinticinco leguas de este pueblo.
La Policía provincial y la Policía fronteriza salen a su encuentro.
Se reclutaron cien hombres que se han concentrado en Guillermina, Ocampo y Villa Ana.
La Sociedad Forestal proporciona hombres y caballada. Reina gran intranquilidad.
Las Toscas, 18. Comunican de Resistencia que los indios sublevados y armados se dirigen hacia La Sabana, asesinando y saqueando.
Santa Fe, 18. Se hacen públicos nuevos detalles sobre la sublevación de indígenas en la zona del Chaco, provocando la preocupación de los vecindarios de esa zona.
El Gobierno provincial dispuso que la Policía montada destacada en Villa
Ana (departamento Obligado) se traslade a Los Amores, población del departamento Vera, con el fin de que siga con atención los sucesos que se desarrollan
en el Territorio del Chaco.
Fuente: La Nación, Buenos Aires, 19 de julio de 1924.
Ibero-AmerikanischesInstitute, Berlín
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“Avión contra levantamiento indígena”, 1924, de Robert Lehmann-Nitsche.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
Discurso de Manuel Carlés,
fundador de la Liga Patriótica,
en 1922
El ciclo de huelgas y protestas obreras que desembocó fatalmente en la Semana
Trágica despierta la alarma de ciertos sectores sociales medios y altos que ven
con estupor el riesgo de una “conspiración maximalista” en el país. Al principio,
estos grupos se organizan bajo la forma de comandos civiles armados que junto
con la policía recorren las calles ejerciendo el terror y la violencia sobre inmigrantes, huelguistas y agrupaciones obreras. En 1919 se reunirán formalmente en
torno a la Liga Patriótica Argentina, organización fundada por Manuel Carlés, de
alcance nacional y de un agudo carácter conservador, nacionalista y reaccionario.
La crisis universal fue pasajera en la República Argentina, porque la cultura de sus
habitantes y su prosperidad económica se sobrepusieron a las pasiones de los exaltados.
(…) Nuestro país no padece ninguna enfermedad crónica, sólo siente una fiebre
transitoria. Su estado de salud se evidencia en la extensión territorial suficiente, en sus
instituciones liberales, en su humanitarismo cordial, en su economía rica, por lo que
resulta el trabajo abundante, la industria próspera, la familia sana y numerosa, el Estado ordenado con su justicia inteligente, su policía moderada, es decir, la salud pública
manifiesta en el Estado que protege la vida sensible y fomenta el perfeccionismo moral
de la sociedad. (Prolongados aplausos.)
¿Qué pasa sin embargo? El fenómeno histórico de transición de un período a otro en
la evolución de los países jóvenes. El efecto de la imitación que lucha con el resultado de
la tradición. La imitación, que como tendencia trae la inmigración, luchando por variar
la entraña del espíritu de tradición de la raza, fundadora de la nacionalidad. La tradición,
que es la suma de conocimientos depurados en la vida de un pueblo y transmitidos de
generación en generación en esta tierra, manifestóse en el orden económico fundado en el
trabajo igualitario del campo; en el orden jurídico representado por la ley en fórmulas de
equidad y clemencia más que de justicia; en el orden constitucional o moral de un gobierno patriarcal, fundado sobre la adhesión al jefe; en el orden moral, fundado en el honor
defendido con sangre y en el pudor de la mujer, en la tradición estética del buen gusto y de
la gracia; en la tradición metafísica de la espiritualización de los conceptos y en la tradición
científica, fundada en el ideal de saber, tan característico de nuestro pueblo. Desde el tiempo de las asambleas patricias, nuestra civilización se mostró, sin embargo, partidaria de la
imitación internacional necesaria, la que se funda en las verdades científicas, en el bienestar
económico, en el altruismo y en la solidaridad de la conciencia moderna. (Aplausos.)
El país soporta en este momento los efectos de la inmigración intermedia del ochenta
al mil novecientos. Esa vino para conquistar y el conquistador funda en sí el pasado, no
admite la tradición local, quiere anticipar el futuro, construye sin cimentar y su obra es
efímera, porque su acción es transitoria. Revoluciona y se inspira en sí misma, no en lo
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que ve y le rodea; imita aquí lo que deja allá y procura que el de acá, su familia, su amigo,
su cliente siga su imitación. Por efecto de esa tendencia imitativa se procuró imitar, no
lo que es, sino lo que parece, no el fondo, sino las formas, no el espíritu, sino las modas.
(…) “¡No! ¡Basta!”, nos dijimos en un instante, los buenos argentinos. El que se sienta capaz de defender su hidalguía, venga con nosotros; el que tenga fe para averiguar la
verdad y proclamarla sin temor, venga con nosotros; el que quiera pensar contra todo lo
malo y todos los males, el que tenga en su corazón un altar para la patria y un latido de
amor a la gloria, venga a formar la Liga Patriótica Argentina. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)
¡Sí! Desde ese día hemos cumplido el juramento de no consentir que el crimen encubierto con motes sonoros de falso humanitarismo se enseñoree en las universidades, en las
escuelas, en las plazas, en los campos y talleres de la república, sin que aparezca la mano
fuerte que lo desenmascare; desde ese día pudimos pronunciar la palabra que el esnobismo había proscrito de los labios débiles para enseñarles lo que sólo se aprende en el país
del dolor y del miedo: al gemido “soviets” respondamos con el grito “patria”. (¡Muy bien!)
Hay ideas descaradamente populares como la antipatía al fuerte, a la autoridad, al
patrón y, en los últimos tiempos, a la virtud del ahorro, de la previsión y de la templanza; por consiguiente, hay que decidirse a decir las verdades que “no son literalmente
populares”, como la disciplina del trabajo, la subordinación al jefe, el hábito de respeto
y la moderación en la conducta. (…)
¿Cuál es el problema actual? La respuesta será dada por este Congreso de Trabajadores que se ha reunido para proclamar afirmaciones: para afirmar nuestro derecho,
para afirmar nuestros intereses, para afirmar nuestra nacionalidad. Afirmar los derechos
dentro del “Estado”, bajo la “democracia” ya que fuera de ese mundo sólido se halla el
anarquismo con sus negaciones, el sindicalismo con sus exclusiones, el socialismo con
sus ambigüedades. Nuestra democracia debe ser consciente para que realice el bien,
debe ser inteligente para que encuentre la verdad, debe ser disciplinada dentro del orden y del respeto. Para ello necesitamos conocernos y conocer el ambiente para acomodarnos a él: necesitamos bastarnos para ser fuertes y libres, base de la propia dignidad;
necesitamos gobernarnos con ecuanimidad y sabiduría. (Prolongados aplausos.)
El desarrollo económico realizado en los últimos treinta años evidencia la eficacia del
régimen de la economía nacional, sobre la base del trabajo considerado como la norma
ética de la raza argentina. “Afirmar nuestros intereses”, significa, pues, armonizar el trabajo y el capital. Debemos trabajar en paz con orden y seguridad dentro de las garantías
constitucionales que aseguren a todos el fruto del trabajo: debemos perfeccionar la técnica, adiestrar el brazo y nutrir la mente para multiplicar el producto, ahorrar el esfuerzo
y perfeccionar la obra; debemos dignificar al artífice, obrero o peón, para que ocupe el
puesto social que le corresponde según sus méritos como colaborador en la riqueza social.
(…) Hay que defender también el centro, la clase media formada por los más numerosos, los empleados, comerciantes al menudeo, los productores minoristas, etc. Constituye
el equilibrio y dará el triunfo al lado donde se incline, como en todas las resoluciones. Si
se lo abandona se inclinará a la resistencia, a la rebelión. (Grandes aplausos.)
Reunidos en un haz, el trabajador, el capitalista, el empleado o burgués, se formará
la verdadera democracia económica en paz y en orden.
Fuente: María Silvia Ospital, Inmigración y nacionalismo: La Liga Patriótica y la Asociación del Trabajo (1910-1930),
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1994.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1921 - 1924
PRÉDICA DE
LA “GRAN
CAMPAÑA DE
PACIFICACIÓN
SOCIAL”
M
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Discurso de monseñor
De Andrea sobre el conflicto
social a comienzos del siglo xx
pronunciado el 16 de abril de 1922.
i palabra va a versar según me lo piden, sobre algo concerniente al estado social contemporáneo, a este
malestar, a esta inquietud, a este estado casi
permanente de luchas sociales. Algunos dicen, como exponía yo, que el malestar social
es debido a las desigualdades de orden económico existente.
Basta un brevísimo análisis para darse
cuenta de que esta causa puede contribuir,
puede ser un factor, pero no es la causa suficiente para explicar por sí sola el malestar
social contemporáneo. Estudiando la historia de la humanidad vemos que en todos los
pueblos han existido siempre pobres y ricos,
vemos que en todos esos pueblos esas riquezas han venido perpetuándose en virtud de la
herencia, que todos esos pueblos han admitido de hecho la existencia de la desigualdad
económica entre los hombres por la sencilla
razón de que debían admitir la desigualdad
intelectual y física. (…)
¡Oh! El mal está mucho más hondo. Hay
que dirigir una mirada mucho más profunda
a la esencia misma del organismo humano. ¿Será entonces también la causa de orden moral? ¿Será el veneno de la ambición?
Ya nos vamos acercando a la verdad. Y aun
todavía no aparece completa. La ambición
verdadera supone que el hombre cree tener
derecho a algo que actualmente no posee.
Por lo tanto, la ambición capaz de engendrar
la lucha social es aquella que se funda en
el concepto que se tiene del propio derecho
y del deber ajeno. Depende, por lo tanto, del
concepto que el hombre tiene formado de la
vida, depende del concepto que tiene formado
de la naturaleza humana.
De consiguiente, la ambición capaz de engendrar la lucha social no es simplemente la
envidia, no nace simplemente en el corazón,
en la voluntad, no; nace en la inteligencia, es
decir, en la región donde se forman los conceptos del hombre. Naturalmente si vosotros
creéis en vuestro origen y destino ultraterrenos, si estáis convencidos de que en este
mundo es imposible llegar a satisfacer todas
las aspiraciones, pero que un mundo ulterior
os está reservado para que satisfagáis en él
la sed infinita de felicidad que os devora el
alma, si estáis convencido de que no es vuestra conciencia el único juez de vuestros actos, sino que sobre ella hay un juez supremo
de las conciencias, ante el cual no tiene nada
que ver el cohecho ni el valimiento personal,
entonces vosotros en bien de la comunidad
cederéis más de una vez vuestro estricto derecho y seréis bastante indulgentes muchas
veces, en la exigencia de los deberes que ligan a los otros hombres a vuestra persona.
Mas si rechazáis todas esas creencias del
alma, del orden moral, entonces, necesariamente, sentiréis la necesidad de satisfacer
todas vuestras aspiraciones en esta vida,
para que vuestra vida no resulte incompleta, y aspiraréis a la dicha, os lanzaréis hacia
ella, y siempre que otra persona os oponga
su derecho, esos dos derechos, el vuestro, a
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vuestra dicha y el de vuestro contrario a la
suya, entrarán inmediatamente en conflicto,
tratarán de dominarse el uno sobre el otro
y estallará, necesariamente, la lucha, tanto
más terrible y tanto más tenaz, cuanto que
ambos combatientes se considerarán fundados sobre igual derecho.
Ahora bien, consideremos otro orden de
cosas; es evidente que si en una sociedad hay
hombres de iguales condiciones económicas
y de situaciones sociales semejantes, esa semejanza los unirá para la defensa y el desarrollo de sus intereses comunes.
Ahora bien, suponed que en esa misma
sociedad, y ello es la realidad de lo que está
pasando, hay hombres que venden su trabajo
y hombres que lo compran, hombres que cobran su salario y hombres que lo pagan, hombres que ejercen en la producción un papel
intelectual y dirigente y hombres que ejecutan
una función manual y subordinada. Y entonces
veréis vosotros cómo automáticamente esos
hombres se van separando y se van polarizando alrededor de sus intereses comunes.
Y ¿qué tendremos después? Tendremos lo siguiente: la suma de las ambiciones individuales de los hombres que dan, pero que aspiran
siempre a dar lo menos posible, formará de un
lado lo que algunos denominan la burguesía;
y la suma de las ambiciones individuales de
los hombres que reciben y que aspiran a recibir siempre lo más posible, formará de otro
lado, aquello que denominan el proletariado. Y
así surgen de las entrañas de la sociedad, las
desigualdades económicas, más inevitables,
porque son más naturales que las antiguas
castas privilegiadas, y tanto más activas en
la defensa de sus derechos, cuanto más frecuentes son los motivos de roce, y, entonces,
formados esos dos grandes ejércitos, ¿cómo
admirarnos de sus primeros encuentros y de
sus primeras luchas? Luchas tan terribles algunas de ellas, que un sociólogo moderno ha
podido denominarlas “canibalismo social”.
Ahora bueno es que nos preocupemos del
remedio del mal, de este malestar, del cual
sentimos, a veces, algunos paréntesis saludables, pero que no deben servir para ilusionarnos respecto de la conquista de una pacificación definitiva. Así como para la explicación
del mal hay varios sistemas, así también para
proporcionar el remedio y dar la solución, hay
varias alternativas. Poco me entretendré en
seguir a los filósofos. Seguiré directamente a
mi Maestro, Cristo. (…)
Yo creo que vosotros, cristianos, vais a
gozar, como he gozado yo cuando he podido
descubrir todas las maravillas que se encierran en aquellas páginas admirables del
Evangelio que vulgarmente conocemos, con
bastante superficialidad, con la simple denominación de los panes y de los peces. Jesús
ya ha hecho el examen de todos los sistemas
incompletos y va a proponer, con el ejemplo
y la palabra, el suyo, humano y divino a la
vez. Lo primero que hace, después de haber
atraído sobre sí la mirada de las turbas famélicas y las miradas de los discípulos que
proponen soluciones, como ahora concentra
las miradas del mundo, lo primero que hace,
es levantar sus ojos divinos al cielo. ¡Al cielo! En la solución del problema deben entrar
también factores morales: deben colaborar
las virtudes y estas no brotan de abajo, de
la materia, como el azúcar o el vitriolo, sino
de arriba, de Dios. Para establecer el equilibrio de los factores económicos se necesita
el reinado de dos virtudes, virtud de justicia
y de caridad. (…)
He dicho justicia y caridad y a propósito
dije primero justicia y luego caridad. Porque debo rechazar la inculpación infundada y pueril que nos hacen los adversarios,
cuando nos dicen que nosotros predicamos
la caridad con detrimento de la justicia. ¡Qué
error! ¡La caridad es un detrimento de la
justicia! ¡Pero si nosotros sostenemos que
es imposible la caridad sin el previo reinado
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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de la justicia! ¿Cómo puede pretender hacer
caridad, el que empieza por faltar a la justicia? Justicia, justicia social, en el verdadero
sentido de la palabra, y luego caridad para
hacer efectivos los sacrificios que ello comporta. Justicia, pues, y caridad, y no habléis
tampoco, diría a nuestros adversarios, contra la caridad, porque indicáis que no la conocéis; confundís la caridad con la limosna.
La limosna puede ser el fruto de la caridad,
pero no es la caridad. (…) Y ahora, como dije,
puede Jesús multiplicar. ¿Multiplicar, qué?
Porque Jesús con la misma facilidad podía
multiplicar, puesto que era Dios, unas cosas
u otras, unos elementos u otros; levanta la
diestra que crea y que conserva, que fecunda
y vivifica, que desarrolla y que transfigura;
levanta la diestra y bendice. ¿Acaso las monedas? Pudo bendecirlas también, porque
era Dios, pero no bendijo las monedas. (…)
No bendijo, pues, Jesucristo ese valor convencional que se presta a tantos abusos,
cuando equivoca su fin, y que va dejando un
reguero de sangre en el mundo, como las
monedas arrojadas por Judas. Bendijo el
pan, el trabajo, el fruto honorable y regenerante del trabajo humano. Bendijo el trabajo. ¡Qué hermoso simbolismo! Dios bendice
el trabajo honrado y venerable de los hombres, y por eso bendijo el pan y lo multiplicó,
multiplicando las riquezas legítimas. Y como
primero había depositado el germen de la
Justicia y de la Caridad en el rico cristiano,
vino el momento de la distribución equitativa de las reservas de las riquezas y toda la
turba se alimentó sin que el rico padeciera
detrimento, porque se recogió el sobrante y
era mucho más de lo que antes poseía. Justicia y Caridad, pues, para que mediante ellas
se llegue a la distribución equitativa de los
beneficios en el mundo. He ahí la grande y la
única solución cristiana. A ella tendemos, a
ella vamos decididamente.
257
Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino,
tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 187-190.
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1930 - 1932
La experiencia de una democracia ampliada, con sufragio
secreto, universal y obligatorio (para ciudadanos argentinos
varones) dura menos de dos décadas. Con el golpe de Estado que
lleva adelante el general José Félix Uriburu el 6 de septiembre
de 1930 contra el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen,
los sectores conservadores, con el apoyo de diversas franjas de la
sociedad civil, deciden poner fin a esa experiencia y retomar
la conducción política del país –conducción que mantendrán
durante más de diez años mediante la práctica sistemática del
autoproclamado “fraude patriótico”. La cobertura legal que
aporta la Corte Suprema de la Nación mediante la Acordada
del 10 de septiembre, donde reconoce la legitimidad del gobierno
emergente del golpe militar, sienta un precedente relevante para
los sucesivos golpes de Estado que interrumpirán diversos procesos democráticos durante las siguientes cuatro décadas. En una
serie de crónicas escritas para el diario El Mundo –que luego se
publican como Aguafuertes porteñas–, Roberto Arlt describe el
clima enrarecido, los discursos a favor y en contra del golpe, y
las sensaciones contradictorias que recoge en las calles de Buenos
Aires durante esas jornadas de conmoción política.
A menos de un año del golpe de Estado, en abril de 1931,
el radicalismo se impone en las elecciones para gobernador de
la provincia de Buenos Aires. El gobierno de facto del general
Uriburu desconoce el resultado y proscribe a diversos candidatos que el radicalismo propone para la elección presidencial
de noviembre. Frente a estos sucesos, la Unión Cívica Radical
publica un manifiesto –“El comicio cerrado”–, donde caracteriza la situación como la vuelta de una oligarquía antipopular
ya caduca, y declara su posición abstencionista.
1930 - 1932
Manifiesto de los 44
El 9 de agosto de 1930, los diputados y senadores nacionales del Partido Socialista Independiente, de la Unión Provincial de Salta y de los partidos Conservador de Buenos Aires, Autonomista de Corrientes y Liberal de Tucumán y San Luis
hacen pública una declaración conocida como “Manifiesto de los 44”, en la cual
responsabilizan al gobierno de Yrigoyen por la crisis institucional y económica
que atraviesa el país.
Tal como informamos en nuestra edición de ayer, un núcleo de senadores y diputados de la oposición firmó ayer un importante documento público, en el que se compromete a un definido programa de acción frente a los actos del gobierno nacional. Ese
documento constituye la decidida acción cívica, que comenzará a ponerse en práctica
inmediatamente.
He aquí el contenido del manifiesto publicado ayer:
Reunidos los senadores y diputados firmantes para cambiar ideas sobre la grave
situación por que atraviesa la República y considerando:
Que el sistema de gobierno republicano, representativo y federal de nuestra
Constitución ha sido anulado en los hechos por el Poder Ejecutivo, cuya voluntad arbitraria y despótica es hoy la única norma que rige el manejo de los
asuntos públicos;
Que el poder ejecutivo ha subvertido y desnaturalizado el régimen de las autonomías provinciales y ha violado la ley de instrucción primaria, la ley de instrucción secundaria, las leyes orgánicas del ejército y de la armada, la ley de
contabilidad, la ley de obras públicas, la ley electoral, la ley orgánica del Banco de
la Nación, la ley que gobierna el funcionamiento de la Caja de Conversión, la ley
reglamentaria de los ferrocarriles, la ley que estatuye la jornada de ocho horas, la
ley de presupuesto, las leyes orgánicas de justicia y las convenciones internacionales
aceptadas por el país;
Que los dineros públicos se despilfarran sin más criterio que el capricho del
Presidente y las conveniencias electorales del partido oficialista, precisamente en momentos en que merman los recursos fiscales y el contribuyente sufre las tribulaciones
propias de un malestar económico en vías de acentuación;
Que mientras el país tropieza con dificultades cada vez mayores para la colocación de sus productos en el exterior, el Poder Ejecutivo abandona, con negligencia
inexplicable, la gestión pública relacionada con los intereses agrarios;
Que a la crisis institucional se ha agregado una grave crisis económica producida
por la desvalorización de nuestro signo monetario, la falta de una obra positiva de
gobierno y la desconfianza general que provoca la desorbitación manifiesta de los
actos del Poder Ejecutivo;
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Que es urgente denunciar y cambiar este estado de cosas por una acción parlamentaria y popular concordante, enérgica y patriótica, de todos los hombres que
quieran salvar las instituciones democráticas argentinas y evitar la ruina del país,
sin que ello importe perseguir fines electorales, abdicar de los respectivos credos partidistas, o constituir conglomerados políticos artificiosos;
Resuelven, en consecuencia:
1º Coordinar en las Cámaras la acción parlamentaria, para exigir al Poder Ejecutivo el cumplimiento de la Constitución Nacional, la correcta inversión de los
dineros públicos y la fiel aplicación de las leyes orgánicas fundamentales;
2º Coordinar, asimismo, la acción opositora fuera de las Cámaras, en todos los distritos, para difundir en el pueblo y ante el electorado de los respectivos partidos,
el conocimiento de los actos ilegales del Poder Ejecutivo y del oficialismo, y crear
un espíritu cívico de resistencia a esos abusos y desmanes;
3º Proyectar un plan de acción encaminado al logro de los propósitos enunciados,
y, en caso necesario, solicitar y admitir la adhesión de todos los ciudadanos que
quieran para la República un gobierno constitucional y democrático y deseen
prestar hasta lograrlo, su esfuerzo sano y desinteresado.
Buenos Aires, agosto 9 de 1930. (…)
Estos 41 legisladores nacionales pertenecen a los siguientes partidos: Unión Provincial de Salta; Liberal de Tucumán; Demócrata de Córdoba; Liberal de San Luis;
Conservador de Buenos Aires; Autonomista de Corrientes y Socialista Independiente
de la Capital.
Fuente: La Prensa, Buenos Aires, 10 de agosto de 1930, en Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República
verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 472-473.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
Manifiesto de la Junta Provisional
El 6 de septiembre de 1930, el general José Félix Uriburu, apoyado por distintos sectores de la sociedad civil, encabeza un golpe de Estado que derroca al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen. Luego del golpe se
establece una dictadura militar, la primera de una serie que se extenderá
durante buena parte del siglo xx argentino, hasta la última y más funesta de
todas, que dará inicio el 24 de marzo de 1976.
La Junta Provisional presidida por el general José Félix Uriburu dirigió un manifiesto al pueblo:
Respondiendo al clamor del pueblo y con el patriótico apoyo del Ejército y de la
Armada, hemos asumido el Gobierno de la Nación.
Exponentes de orden y educados en el respeto de las leyes y de las instituciones, hemos
asistido atónitos al proceso de desquiciamiento que ha sufrido el país en los últimos años.
Hemos aguardado serenamente con la esperanza de una reacción salvadora, pero
ante la angustiosa realidad que presenta al país al borde del caos y de la ruina, asumimos
ante él la responsabilidad de evitar su derrumbe definitivo.
La inercia y la corrupción administrativa, la ausencia de justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y financiera, el favoritismo deprimente como sistema burocrático, la politiquería como tarea primordial de
gobierno, la acción destructora y denigrante en el Ejército y en la Armada, el descrédito
internacional logrado por la jactancia en el desprecio por las leyes y por las actitudes y
las expresiones reveladoras de una incultura agresiva, la exaltación de lo subalterno, el
abuso, el atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas un pálido reflejo de
lo que ha tenido que soportar el país.
Al apelar a la fuerza para libertar a la Nación de este régimen ominoso, lo hacemos
inspirados en un alto y generoso ideal. Los hechos, por otra parte, demostrarán que no
nos guía otro propósito que el bien de la Nación.
La participación en el gobierno de eminentes ciudadanos cuya colaboración hemos
requerido atendiendo exclusivamente a sus méritos y virtudes evidencia en primer término
que las fuerzas armadas, con el apoyo moral de la masa de la opinión, después de haber liberado a la Nación de la ignominia, ocupan de nuevo su lugar sin ambiciones de predominio.
Debe entenderse, sin embargo, bien claramente que, para asegurar el orden y la
normalidad, el gobierno provisorio procederá con prudencia pero con una inquebrantable energía, porque el país ha sufrido demasiado para que el sacrificio sea estéril.
Ajeno en absoluto a todo sentimiento de encono o de venganza, tratará el gobierno
provisorio de respetar todas las libertades, pero reprimirá sin contemplación cualquier
intento que tenga por fin estimular, insinuar o incitar a la regresión.
La medida de la libertad queda, pues, librada al espíritu patriótico de los ciudadanos y al buen sentido de los habitantes del país.
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No nos anima ni nos mueve ningún interés político, no hemos contraído compromisos con partidos o tendencias. Estamos por lo tanto colocados en un plano superior
y por encima de toda finalidad subalterna y dispuestos a trabajar con todos los hombres
de buena voluntad que aspiren al engrandecimiento de la patria. Tenemos fundadas
razones para admitir que el desengaño de los que se han dejado tentar con promesas
de dádivas personales (que ha sido la forma de corromper las conciencias para obtener
sanciones plebiscitarias) es definitivo.
El gobierno provisorio, inspirado en el bien público y evidenciando los patrióticos
sentimientos que lo animan, proclama su respeto a la Constitución y a las leyes fundamentales vigentes y su anhelo de volver cuanto antes a la normalidad, ofreciendo a
la opinión pública las garantías absolutas, a fin de que a la brevedad posible pueda la
Nación, en comicios libres, elegir sus nuevos y legítimos representantes. Además, los
miembros del gobierno provisorio contraen ante el país el compromiso de honor de
no presentar ni aceptar el auspicio de su candidatura a la presidencia de la República.
Será también aspiración del gobierno provisorio devolver la tranquilidad a la sociedad argentina, hondamente perturbada por la política de odios, favoritismos y exclusiones, fomentada tenazmente por el régimen depuesto, de modo que en las próximas
contiendas electorales predomine el elevado espíritu de concordia y de respeto por las
ideas del adversario que son tradicionales a la cultura y a la hidalguía argentinas.
El gobierno provisorio interpreta el sentimiento unánime de la masa de opinión que
le acompaña al agradecer en esta emergencia a la prensa seria del país el servicio que ha
prestado a la causa de la República, al mantener latente por una propaganda patriótica
y bien inspirada, el espíritu cívico de la Nación y provocar la reacción popular contra
los desmanes de sus gobernantes. Confía que con el mismo acierto, sabrá interpretar en
el futuro el papel esencial que le deparen los acontecimientos, a fin de encauzar hacia
los mismos elevados objetivos los esfuerzos cívicos de la opinión nacional.
La indispensable disolución del actual Parlamento obedece a razones demasiado
notorias para que sea necesario explicarlas. La acción de una mayoría sumisa y servil ha
esterilizado la labor del Congreso y ha rebajado la dignidad de esa elevada representación pública. Las voces de la oposición que se han alzado en defensa de los principios de
orden y de altivez en una y otra Cámara han sido impotentes para levantar a la mayoría
de su postración moral y para devolver al cuerpo de que formaban parte el decoro y el
respeto definitivamente perdidos ante la opinión.
Invocamos, pues, en esta hora solemne, el nombre de la Patria y la memoria de los
próceres que impusieron a las futuras generaciones el sagrado deber de engrandecerla; y
en alto la bandera, hacemos un llamado a todos los corazones argentinos, para que nos
ayuden a cumplir este mandato con honor.
Buenos Aires, 6 de septiembre de 1930
Teniente general Uriburu
Comandante en Jefe del Ejército y presidente del gobierno provisorio
Fuente: La Prensa, Buenos Aires, 7 de septiembre de 1930.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
Proclama del presidente
de facto José F. Uriburu
1º de octubre de 1930. Uriburu ordena la publicación de una proclama donde
expone su crítica radical a los partidos políticos y presenta su proyecto de reformas constitucionales en pos de la instauración de un sistema corporativista.
Las categóricas e intergiversables declaraciones formuladas en el manifiesto que hicimos público el mismo día de la Revolución, el solemne juramento prestado, y las
manifestaciones oficiales formuladas el día 8 de septiembre, parecían hacer innecesario
ratificar de inmediato el pensamiento que anima al gobierno provisional en la obra de
reconstrucción que ha emprendido. Pero la explicable impaciencia de determinadas
agrupaciones políticas, y sobre todo, el hecho de que se invoquen compromisos que
no hemos contraído y palabras que no hemos pronunciado, nos deciden a romper el
silencio y a interrumpir, por un instante, la primera y más urgente de las tareas que el
país reclama: la reorganización de la administración pública.
(…) Los partidos políticos que hicieron digna oposición al sistema depuesto, y cuya
contribución eficaz para formar el ambiente revolucionario merece el aplauso público,
han participado en el movimiento por acción de presencia de sus “leaders”, sin ningún
compromiso que los vinculase a los ejecutores de la Revolución, como no fuera la seguridad de que estos respetarían en su acción de gobierno la Constitución y las leyes; de
que mantendrían, en materia electoral, absoluta prescindencia, y de que se someterían,
en todos los casos, a la voluntad nacional, manifestada por intermedio de sus legítimos
representantes.
Esos mismos partidos, si bien han conseguido agrupar en un momento dado un
importante núcleo de ciudadanos solidarizados en un propósito común de repudio al
partido gobernante, no constituyen toda la opinión nacional. Desaparecido, por otra
parte, el móvil que decidió a millares de ciudadanos a dar su voto en favor de las únicas agrupaciones que podían disputar el triunfo al partido oficial, es necesario saber si
están dispuestos a mantener una adhesión que puede contrariar ahora ideas, principios
y programas que no pesaban sustancialmente si se los oponía al objetivo fundamental.
(…) No consideramos perfectas ni intangibles ni la Constitución ni las leyes fundamentales vigentes, pero declaramos que ellas no pueden ser reformadas sino por los
medios que la misma Constitución señala. Creemos que es necesario, interpretando
aspiraciones hechas públicas desde hace largos años por parlamentarios, hombres de
gobierno, asociaciones representativas de grandes y diversos intereses, que la Constitución sea reformada, de manera que haga posible la armonización del régimen tributario
de la Nación y de las provincias, la autonomía efectiva de los estados federales, el funcionamiento automático del Congreso, la independencia del Poder Judicial, entregándole el nombramiento y la remoción de los jueces, y el perfeccionamiento del régimen
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electoral, de suerte que él pueda contemplar las necesidades sociales, las fuerzas vivas
de la Nación. (…) Cuando los representantes del pueblo dejen de ser meramente representantes de comités políticos y ocupen las bancas del Congreso obreros, ganaderos,
agricultores, profesionales, industriales, etc., la democracia habrá llegado a ser entre
nosotros algo más que una bella palabra.
Pero será el Congreso elegido por la ley Sáenz Peña vigente quien declarará la necesidad y extensión de la reforma, de acuerdo con lo preceptuado por el artículo 30
de la Constitución Nacional. El gobierno provisional acatará todas las resoluciones del
Congreso porque lo considerará el depositario de la soberanía nacional.
(…) Creemos, en consecuencia, que es un deber patriótico ineludible para la opinión independiente que no está inscripta en los partidos políticos, agruparse en esta
hora alrededor de ellos o formar una nueva fuerza nacional para elegir en primer término, y mediante el sistema electoral vigente, el Congreso, ante quien el Gobierno pueda
someter los proyectos de reformas institucionales que afiancen los propósitos que han
guiado a la Revolución.
Los que hablan, pues, de actitudes antidemocráticas, de la perpetuación del gobierno provisional, de preferencias para tal o cual fracción política, infieren un agravio
gratuito a quienes no necesitan reiterar compromisos de honor contraídos espontáneamente ante la Nación, porque han probado ya que son capaces de jugar su vida y su
tranquilidad por el bien de la Patria, y porque nada buscan ni nada quieren, como no
sea menester el respeto de sus conciudadanos.
A las fuerzas políticas, pues, a los ciudadanos independientes, a los trabajadores, a
los capitalistas, a los industriales, a los comerciantes y a todos los habitantes del país
que deseen el engrandecimiento de la Nación van dirigidas estas palabras, que reflejan
el pensamiento del gobierno provisional.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino,
tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
Acordada que legitima
el Gobierno Provisional
de la Nación encabezado
por José F. Uriburu
El 10 de septiembre de 1930, la Corte Suprema de Justicia de la Nación
dicta una Acordada donde reconoce y legitima el gobierno de facto nacido
del golpe militar del 6 de septiembre de ese mismo año, marcando con ello
un hito en la historia institucional argentina.
En Buenos Aires, a diez días de septiembre de mil novecientos treinta, reunidos
en acuerdo extraordinario los señores ministros de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, doctores D. José Figueroa Alcorta, D. Roberto Repetto, D. Ricardo Guido
Lavalle, D. Antonio Sagarna y el señor Procurador General de la Nación, doctor
Horacio Rodríguez Larreta, con el fin de tomar en consideración la comunicación
dirigida por el señor presidente del Poder Ejecutivo Provisional, teniente general D.
José F. Uriburu, haciendo saber a esta Corte la constitución de un gobierno provisional para la Nación, dijeron:
1º Que la susodicha comunicación pone en conocimiento oficial de esta Corte Suprema la constitución de un gobierno provisional emanado de la revolución triunfante
de 6 de septiembre del corriente año.
2º Que ese gobierno se encuentra en posesión de las fuerzas militares y policiales necesarias para asegurar la paz y el orden de la Nación, y por consiguiente para proteger
la libertad, la vida y la propiedad de las personas, y ha declarado, además, en actos
públicos, que mantendrá la supremacía de la Constitución y de las leyes fundamentales del país, en el ejercicio del poder.
Que tales antecedentes caracterizan, sin duda, un gobierno de hecho en cuanto a
su constitución, y de cuya naturaleza participan los funcionarios que lo integran actualmente o que se designen en lo sucesivo con todas las consecuencias de la doctrina
de los gobiernos “de facto” respecto de la posibilidad de realizar válidamente los actos
necesarios para el cumplimiento de los fines perseguidos por él.
Que esta Corte ha declarado, respecto de los funcionarios de hecho, “que la doctrina constitucional e internacional se uniforma en el sentido de dar validez a sus
actos, cualquiera que pueda ser el vicio o deficiencia de sus nombramientos o de su
elección, fundándose en razones de policía y de necesidad y con el fin de mantener
protegido al público y a los individuos cuyos intereses puedan ser afectados, ya que
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no les sería posible a estos últimos realizar investigaciones ni discutir la legalidad de
las designaciones de funcionarios que se hallan en aparente posesión de sus poderes y
funciones” –Constantineau, “Public Officers and the Facto Doctrine”, Fallos: tomo
148, página 303.
Que el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país es, pues, un gobierno de facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con todo éxito por las
personas en cuanto ejercita la función administrativa y policial derivada de su posesión
de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social.
Que ello no obstante, si normalizada la situación, en el desenvolvimiento de la
acción del gobierno “de facto”, los funcionarios que lo integran desconocieran las
garantías individuales o las de la propiedad u otras de las aseguradas por la Constitución, la Administración de Justicia encargada de hacer cumplir esta las restablecería
en las mismas condiciones y con el mismo alcance que lo habría hecho con el Poder
Ejecutivo de derecho.
Y esta última conclusión, impuesta por la propia organización del Poder Judicial,
se halla confirmada en el caso por las declaraciones del gobierno provisional, que al
asumir el cargo se ha apresurado a prestar el juramento de cumplir y hacer cumplir la
Constitución y las leyes fundamentales de la Nación, decisión que comporta la consecuencia de hallarse dispuesto a prestar el auxilio de la fuerza de que dispone para
obtener el cumplimiento de las sentencias judiciales.
En mérito de estas consideraciones, el Tribunal resolvió acusar recibo al gobierno
provisional en el día de la comunicación de referencia mediante el envío de la nota
acordada, ordenando se publicase y registrase en el libro correspondiente, firmando por
ante mí de que doy fe.
Firmados: J. Figueroa Alcorta, Roberto Repetto,
R. Guido Lavalle, Antonio Sagarna; Horacio Rodríguez Larreta.
Raúl Giménez Videla, secretario.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo
V, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 12-13.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
LA DIFICULTAD
DE LA
REVOLUCIÓN
En junio de 1930, pocos meses
antes del golpe de Estado que
encabezará José F. Uriburu,
Rodolfo Irazusta insta a que las
Fuerzas Armadas interrumpan el
ciclo democrático.
POR RODOLFO IRAZUSTA
T
iempo hace ya que se habla de una
posible revolución para derrocar el gobierno del señor Yrigoyen. Los atropellos y desconsideraciones tenidas por este al
ejército, prometieron a los opositores exaltados una reacción violenta y patriótica. Se dijo
en ciertos momentos que había conspiración
o conspiraciones y la celosa nerviosidad del
gobierno pareció, y aún parece, confirmar
esos rumores. Hay, sin embargo, la sensación
de que todo movimiento armado es difícil, si
no imposible.
La dificultad consiste precisamente en la
orientación del movimiento. Nadie duda de la
necesidad de aliviar al país del desastroso gobierno democrático que soporta, y que comenzando por arruinar sus finanzas terminará por
precipitarlo en el caos de la revolución social.
Sobre lo que hay graves disensiones es sobre
el objeto de un posible pronunciamiento militar.
Pretender, como lo pretenden algunos
grupos opositores, que se haga una revuelta
para permitirles ganar las elecciones, sería
sencillamente un crimen. De la elección proviene el mal gobierno que sufrimos y de ella
no pueden salir sino sucesivos descalabros
que darán cuenta de la República. Por otra
parte, eso sería dividir el Ejército, que es de la
Nación, en grupos facciosos correspondientes a los partidos políticos. ¡Peor el remedio
que la enfermedad! (…)
Acudir a la fuerza, reclamar la intervención del Ejército en las actuales circunstancias, es perfectamente legítimo. Pero, si esa
intervención no significa otra cosa que la re-
novación y continuación de la farsa electoral,
será mejor que no ocurra.
El país puede confiar en sus ejércitos de
mar y tierra, pues son quizá las únicas instituciones del Estado que la podredumbre de
este no ha podido descomponer. Se puede
confiar en los militares porque su carácter y
su formación constituyen el valor más sólido
con que cuenta nuestra sociedad.
Y estas circunstancias agravarían una
intervención insuficiente que permitiera la
continuación de la política usufructuaria demoliberal.
Que asuma el Ejército todos los poderes
del Estado, en buena hora. Pero que sea por
lo menos para plantear, después, una depuración profunda de los vicios colectivos, la reorganización nacional.
Fuente: La Nueva República, n° 51, Buenos Aires,
28 de junio de 1930.
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AGN
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AGN
5 de septiembre de 1930: una manifestación de protesta contra el gobierno de Yrigoyen es interceptada
por la policía.
Un sector de la ciudadanía sale a manifestar su apoyo al general José F. Uriburu.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
El comicio cerrado
Ante el llamado a elecciones por parte del gobierno de facto del general
José Félix Uriburu, el 27 de octubre de 1931 la Unión Cívica Radical declara
la abstención y publica un manifiesto redactado por Ricardo Rojas al que
denominan “El comicio cerrado”.
El gobierno de hecho ha comunicado a la Unión Cívica Radical que efectuará
las próximas elecciones de noviembre con la prescindencia de la Ley, para darse
un sucesor por medio de la fuerza. No significa otra cosa la nota que, en nombre
del Poder Ejecutivo, firma el señor ministro del Interior, al contestar la que esta
Mesa le enviara pidiendo comicios limpios para elegir autoridades legales. Al negar
la derogación de decretos violatorios de las garantías cívicas, el gobierno cierra el
comicio a nuestro partido.
Necesitamos, pues, explicar a la Nación lo que significa para las instituciones este
acto insólito. (…)
Desde el 6 de septiembre de 1930, el gobierno de hecho empezó a descender por
una pendiente que está protocolizada en decretos, comunicaciones y discursos que la
historia recogerá como documentos excepcionales de la evolución argentina. (…)
Mas ahora, después de la nota del señor ministro del Interior, hemos llegado al
momento en que el gobierno de hecho, arrinconado por la fuerza civil del radicalismo,
rehúye el combate en el terreno de la razón pública y de las instituciones patrias, despojándose del manto de ficción legal con que durante un año se cubriera.
Eso es, precisamente, lo que la Unión Cívica Radical necesitaba para mostrar al
pueblo argentino, en toda su horrible desnudez, la verdad de la hora política en que
vivimos, y para que los demás partidos y todos los ciudadanos sepan a qué especie de
elecciones se los convoca. (…) Nada hay en ello que demuestre respeto al espíritu ni a
la letra de la Constitución, a todo lo que fue el ideal del pueblo argentino durante el
siglo de contiendas por la democracia.
(…) No es la tradición de Mayo y de la Constituyente, no es en los paladines militares de la magna epopeya, no es en el pensamiento civil de Moreno, de Echeverría, de
Alberdi, de Sarmiento, de Sáenz Peña en donde se hallan los hontanares de las fuerzas
regresivas predominantes en la Argentina oficialista de hoy.
(…) La libertad de sufragio conquistada por la Unión Cívica Radical para el pueblo argentino, desalojó del gobierno a una oligarquía ya caduca. La nueva Argentina,
que llegó al gobierno con la Unión Cívica Radical, impuso orientaciones populares,
que hirieron otros intereses de casta o de gremio solidarizados hoy con la resucitada
oligarquía.
Los sucesos del 6 de septiembre han conducido a sus autores de la agresión contra
el partido que los venció en lucha real, a una agresión contra el pueblo y sus instituciones civiles.
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El espíritu del radicalismo, que es el espíritu de Mayo y de la Constituyente, palpita
no sólo en la reforma electoral, contra la oligarquía política, sino también en la reforma
universitaria, contra la oligarquía doctoral, y en la reforma obrera, contra la oligarquía
económica. Esas tres fuerzas reaccionarias, de filiación exótica o anacrónica, son las que
se han unido contra la Unión Cívica Radical, apoyándose en prejuicios virreinales y en
ambiciones entorchadas. Las líneas están así tendidas, y el pueblo lo sabe.
Por eso la Unión Cívica Radical se siente hoy más fuerte que nunca; fortaleza del
número para el comicio del que se la excluye y fortaleza del espíritu para la historia de
la que nadie podrá excluirla.
Los hombres libres y los partidos que se dicen democráticos, se hallan en una encrucijada decisiva; o se pondrán a nuestro lado para defender los derechos del pueblo,
o se resignarán a participar en una parodia. (…)
En la iniquidad que denunciamos, el radicalismo se exalta y purifica como un leño
en la llama. La prueba a que se nos somete es nuestra justificación ante la historia.
La Unión Cívica Radical no vive de anécdotas electorales ni de días burocráticos,
sino de ideales heroicos y de lustros históricos. Nuestro es el porvenir, porque la juventud y el pueblo están con nosotros.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo V,
Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 69-70.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
DEBATE SOBRE
LA TORTURA
Senador Sánchez Sorondo: ¿Quién puede
creer lealmente que el general Uriburu, que
los hombres que lo hemos acompañado en
su gobierno, tengamos alma de torturadores? ¿Acaso somos desconocidos en nuestro propio país? ¿Acaso venimos de tierras
extrañas o expelidos por el bajo fondo, expelidos con el odio al semejante, hecho de
hambre, de envidia, de humillación social, de
rencores ancestrales, extravasado en nuestras venas? No, señor. Todos tenemos una
limpia tradición de familia que conservar
para nuestros hijos. Nuestra vida pública y
privada, y hasta nuestros sentimientos, se
desenvuelven bajo el contralor de amigos y
enemigos. ¿De dónde habríamos sacado la
conciencia tenebrosa de criminales, para ordenar a sangre fría atrocidades semejantes?
¿De la ambición? ¿Del miedo? Los hechos
están ahí que prueban que no hemos tenido
la una, ni sentido lo otro. (…)
Senador Palacios: Señores senadores, señor presidente: yo no hubiera promovido
este debate. Es exacto que el 20 de enero
(…), yo tenía el deber de afirmar aquí, para
no rehuir ninguna responsabilidad, que en
la Penitenciaría Nacional se había torturado
a un general de la Nación. Cuando el señor
senador lo negó agregué: “Aquí está la documentación; puedo probarlo en el acto”, y el
señor senador calló.
Pasaron muchos días; se hizo público el
asunto de las torturas; los diarios expresaron,
produciendo una verdadera conmoción en el
El 28 de marzo de 1932 los
senadores Matías Sánchez
Sorondo y Alfredo L. Palacios
se enfrentan en el Senado de
la Nación por denuncias sobre
torturas durante el gobierno
de facto del general José Félix
Uriburu.
espíritu popular, que en la cárcel de la calle
Las Heras, había hombres que tenían como
Macbeth el alma llena de escorpiones.
La situación angustiosa del país exigía
que nos eleváramos sobre nuestras pasiones
para dar solución al grave problema económico y financiero. Pero el señor senador no
lo ha querido y me veo arrastrado al debate.
(…) Felizmente he venido con todos los papeles, y ya van a ver los señores senadores
cómo se derrumba el castillo de naipes que
ha construido el señor senador.
(…) Libertad, del viernes 12 de marzo de
1932 (vaya esto en compensación a la carta
que ha leído el señor senador por Buenos
Aires) expresa que se ha descubierto que un
alto funcionario policial, en cuyo testimonio
se ha basado el señor senador, era el jefe de
una banda de ladrones y extorsionistas. (…)
Libertad, órgano del Partido Socialista Independiente, agrega estas palabras, que yo no
hubiera leído jamás si no se hubiesen pronunciado las del señor senador…
Señor Sánchez Sorondo: ¡Pero lo ha traído!
Señor Palacios: “La banda dirigida por el comisario Vaccaro, que tenía su cuartel general
en la imprenta de la calle Entre Ríos, había
proyectado la ofensiva general de extorsión y
de amenazas contra las personas que participaron en la acusación sobre torturas o pudieron intervenir en el sentido de castigar a
adversarios y culpables. El plan dirigido contra Crítica y el asesinato que habían proyec-
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tado contra Natalio Botana los miembros de
la banda que presidía el comisario inspector
Vaccaro, comprendía otros propósitos: realizar una campaña de difamación contra el senador Palacios, contra el profesor Peco, contra el doctor Carlés y contra el ministro del
Interior, doctor Melo, a fin de presionar en su
espíritu, creyendo que de esa manera atemorizaría a esas personalidades”.
Pero el señor senador por Buenos Aires,
que, siendo ministro de la dictadura, ordenó
mi prisión, sabe que ni el señor Vaccaro, ni el
señor senador, ni ningún hombre es capaz de
atemorizarme… El señor senador ha echado
sombras sobre la valentía del señor general
Baldassarre. “Protestó con toda corrección y
pidió un vaso de agua.” Y eso ha permitido una
sonrisa irónica de los señores senadores respecto de un hombre que en nuestro ejército
viste el uniforme de general y ostenta laureles en su quepí. El señor senador, en cambio,
hace alarde de su valentía, porque formó parte de la columna que fue a tomar una casa
desocupada: la Casa Rosada. (Aplausos.)
En la Penitenciaría Nacional había una
sala de tormentos y por más que haya sonreído al enunciarlo, el señor senador, existió
la silla, existió el “tacho”, así como todas las
invenciones diabólicas de ese espíritu miserable que hoy está encarcelado por habérsele
descubierto que era el jefe de una banda de
extorsionistas y el eje principal alrededor del
cual giraba todo el movimiento policial de la
dictadura. Voy a probarlo.
El señor senador se ha ocupado, en primer término, del general Baldassarre; yo tengo un gran respeto por este militar. No puedo
admitir que sea cobarde.
El señor senador nos ha leído declaraciones de algunos torturados en las que expresan que han sido bien tratados; pero esas
declaraciones se han hecho en la misma Penitenciaría e inmediatamente después de las
torturas. Yo le pregunto al señor senador y a
cualquier hombre, por mayor entereza que
tenga, así sea un general del ejército argentino, yo le pregunto, si es capaz de no firmar
esa declaración, excepto en el caso de ser un
héroe, después de que le han torcido los testículos produciéndole una orquitis traumática…
Señor Sánchez Sorondo: No es exacto, señor senador. Yo no puedo dejar esa impresión
en el Senado. Las declaraciones que yo he leído son ratificaciones.
Señor Palacios: Ratificaciones durante la
dictadura.
Señor Sánchez Sorondo: Naturalmente.
(Risas.)
Señor Palacios: Estas declaraciones que yo
traigo fueron hechas, pocas durante la dictadura; muchas después de la dictadura, porque no hay héroes sino por excepción.
(…) Los médicos detenidos –aquí están
las declaraciones de los doctores Bugni y Talens– expresan a qué torturados curaron en
sus propias celdas. ¡La confabulación, señor
senador, sería monstruosa!
Señor Sánchez Sorondo: No percibe el señor senador lo incomprensible de esa declaración…
Señor Palacios: ¡Incomprensible es todo lo
que ha leído el señor senador!
Señor Sánchez Sorondo: Es que no es posible que los médicos detenidos curaran a vista
y paciencia de las autoridades de la Penitenciaría. ¿No hay médicos allí?
Señor Palacios: Permítame, señor senador.
Las palabras que he leído son del jefe de la
sección Penal, teniente coronel Fernández, el
espíritu bueno dentro de aquella casa.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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(…) El teniente Antonio López, dice: “Señor
senador nacional doctor Alfredo L. Palacios.
Cumplo con el deber de dirigirme a usted para
declarar, a su pedido, en la investigación que
ha iniciado sobre las torturas infligidas a militares y civiles en la Penitenciaría Nacional.
Tengo el honor de ser oficial del Ejército Argentino y pertenezco al Regimiento 2 de Infantería, siendo mi edad de 23 años. Me incorporé
a la revolución con el entusiasmo propio de mi
juventud y con la convicción de que aquella se
realizaba para salvar a la patria. Desgraciadamente lo que he presenciado y lo que he oído
durante los días inciertos del año 1931, me
han demostrado que estamos frente a la más
honda perturbación de los sentimientos y a la
dolorosa comprobación de perversiones morales, que si cundieran en el ejército serían de
consecuencias irreparables. Relataré a usted
con toda fidelidad lo que sé.
”Después del 6 de septiembre mi regimiento enviaba un destacamento a la Penitenciaría Nacional bajo el comando de un subteniente. Mis camaradas, los jóvenes oficiales
que desempeñaron esa función en la cárcel,
me expresaron en distintas oportunidades
que habían oído decir que en la Penitenciaría
se producían hechos que constituían una vergüenza para nuestra dignidad de argentinos.
Se referían a tormentos aplicados a oficiales
del ejército y a civiles.
”Uno de esos camaradas me pidió que
fuera yo al mando del destacamento para ver
si conseguía confirmar esos rumores. (…) Allí
se me enseñó un aparato que según se me
dijo había servido para torcer los testículos
de los torturados; una prensa que se utilizaba
para apretar los dedos; un cinturón de cuero
con el que se hacía presión en el cuerpo y al
que llamaban camisa de fuerza, etcétera.
”Regresé al cuartel y puse en conocimiento
de mi jefe el teniente coronel Santos V. Rossi lo
que había visto (…). Estas expresiones mías y
de los camaradas llegaron a conocimiento del
teniente coronel Molina, quien por intermedio
del teniente coronel Rossi me manifestó su
desagrado.
”Me creería indigno de pertenecer al ejército de mi patria si amparara con mi silencio una
situación de vergüenza y de ignominia. Saludo
al señor senador muy atentamente, Antonio I.
López, teniente Regimiento 2 de Infantería”.
Extractado de la carta dirigida por el teniente primero Carlos Toranzo Montero: “Volviendo a mi relato, aquí no terminó mi martirio, pues esa misma noche se me conducía
más o menos a las 21:30 horas al despacho
del director, profusamente iluminado, donde
se encontraban reunidos varios funcionarios
entre los que reconocí al teniente coronel
Juan Bautista Molina, secretario y brazo derecho del general Uriburu; al coronel Pilotto,
jefe de la policía de la Capital; al subprefecto
general doctor David Uriburu; al teniente coronel Jacobo Parker, jefe del Regimiento Primero de Caballería; dos taquígrafos, además
de tres o cuatro personas, cuya fisonomía he
olvidado por el estado de inferioridad mental
en que me encontraba. El teniente coronel
Molina me hizo sentar en un sofá, junto al
doctor Uriburu.
“Ahí, entre las miradas de los asistentes
y el repiquetear de los lápices de los taquígrafos que tomaban la versión de mis declaraciones, el teniente coronel Molina hizo el
interrogatorio más insidioso e inhumano que
se pueda imaginar, cuajado de vejámenes y
amenazas.
“La forma de tomarme pretendía sorprender e impresionarme para que yo, arrastrado
por su verba alocada y deshilvanada, entrara
en contradicciones que pudieran comprometerme. Me hacía preguntas capciosas, buscaba desorientarme con afirmaciones rotundas,
de pretendidas relaciones mías con personas sospechadas, para sacarme de mentira
verdad, y cuando creía que estaba a punto
de tener éxito, miraba de soslayo y con aire
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triunfante, lleno de amor propio, satisfecho, a
los circunstantes, ante los que quería exhibir
lo que él creía su sagacidad y habilidad inteligentísima para hacer interrogatorios. Insultó
a mi padre, diciendo que no tenía honor y que
era un traidor a la patria, aliado de la chusma
y de los radicales, contra los que se desató en
improperios incontenibles. Mencionaba, entre
otros personajes, al doctor Adolfo Güemes
como un delincuente y quería hacerme declarar, a toda costa, que él había inducido a mi
padre a una contrarrevolución.
“Sobre este tema parafraseó durante
media hora, sin resultado. A todo esto, yo
estaba profundamente abatido, materialmente tirado en el sillón, con mis facultades
mentales semiembotadas, exhausto por el
enorme desgaste que había significado la
declaración de la tarde, lo que explica mis
incoherencias, entre continuos arrebatos
nerviosos. Me quejé a él de que me habían
torturado, no haciéndome el menor caso y
demostrándome claramente que las torturas y procedimientos puestos en práctica
obedecían a órdenes del gobierno.
“Mi estado era lamentable y la más elemental humanidad hubiera exigido suspender este interrogatorio atroz. A pesar de mi
desesperación y en la certidumbre de que en
esa forma no sacaría nada de mí, cambió de
táctica y tuvo la cobardía de representar una
infame comedia, brutal refinamiento de un
alma perversa; luego de hablar al oído a uno
de los presentes se acercó a mí y me increpó
en forma solemne que mi padre había sido
capturado en San Justo y lo traían en viaje a la
cárcel, exhortándome en tono hipócrita y dulzón, disfrazado de consejo, que refiriera todo
lo que supiera del movimiento contrarrevolucionario, porque había desaparecido el motivo central para esconder nada, puesto que las
pruebas que se habían acumulado contra él
bastaban para condenarlo culpable en un juicio sumarísimo, aunque yo persistiera en mi
negativa, haciéndome entrever la posibilidad
de que podría ser sometido a la ley marcial
y que, no pudiéndolo salvar, debía tratar de
salvarme yo, declarando todo lo que supiera,
ya que así lograría salir en libertad y disminuir la desgracia de mi familia. Enterrándose
más en su hipocresía, me llamó aparte, confesándose mi amigo, a espaldas de los otros,
y me aconsejó que pensara en mi madre, a la
que él quería ayudar en toda forma, porque le
causaba lástima su tristísima situación y deseaba, a toda costa, devolverle al hijo ante la
desgracia de perder al esposo.
“Dada mi inferioridad mental y física completa del momento y la forma en que se hizo
la ‘mise-en-scène’, le creí la detención de mi
padre, lo que me desesperó aún más, exacerbando mi martirio, pues no dudaba que se le
aplicarían las torturas más horribles y que
luego se le fusilaría en base de declaraciones fraguadas, como las que se me querían
arrancar. También se me agregó, por si esto
no bastaba y aunque parezca mentira tanto
ensañamiento, que mi hermano, el cadete,
había sido apresado y había declarado. Como
mi hermano no tenía nada que declarar, porque, sencillamente, no sabía nada de nada y
eso me constaba, deduje que se le había torturado atrozmente y obligado, sin duda, a firmar cualquier impostura.
“Mi mente afiebrada, casi rayana en la locura, se imaginaba las escenas más horripilantes y veía la desgracia de mi familia, exagerada y llevada al máximo. Es inenarrable
mi estado en ese instante y puedo asegurar,
sinceramente, que esta sesión de tortura moral fue mucho más dolorosa que la física, sufrida horas antes”.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, La República imposible
(1930-1945), Biblioteca del Pensamiento Argentino,
tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 110-114.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
DISCURSO DEL
PRESIDENTE DE
LA FEDERACIÓN
UNIVERSITARIA
ARGENTINA
L
os aplausos que me tributan los recojo
para la institución que presido, que luchó en contra de la dictadura. Sin embargo, no somos héroes ni fuimos los únicos;
fuimos una forma de la lucha, nada más pero
nada menos.
Hace hoy justamente un año y medio que
perdimos nuestra independencia como Nación, para pasar después de un desfile militar
a ser una factoría americana: hace un año y
medio que cosas que debieron ser dichas en
voz alta eran sólo susurros pronunciados en
el tálamo, por temor al espionaje organizado
o a la delación del amigo infiel.
Hace año y medio que cada hombre era
una angustia en marcha, cada mujer un sollozo contenido; no fuera que el ruido del
llanto perturbara la paz del neurótico incurable que pedía olvido. Hace año y medio que
pedir pan era un delito y los humildes ni gemir podían siquiera; para ellos era la celda
que achicharra.
Hace año y medio que de la Casa Rosada
una voz enronquecida por no sé qué vicios,
repetía: “Yo soy el camino”, y por el atajo se
deslizaron los miembros del alto tribunal que
cual nuevo sanedrín dejaron colgada en el
perchero de la antesala su varonía.
“Yo soy la luz”, y la luz se desparramó
a chorros sobre la madera, el petróleo, la
yerba; “yo soy la verdad”, y para pregonarla
En diciembre de 1930, la
Universidad de Buenos Aires
es intervenida y comienza
una persecución sistemática a
los reformistas del 18. El 7 de
diciembre de 1932, el presidente
de la FUA, Eduardo Howard,
es detenido y deportado tras
pronunciar un crítico discurso
contra el gobierno de facto de
Uriburu en el Luna Park.
tengo arcángeles barbilindos, que forman legión y que incesantes nos repetían: “no protesten, no les conviene”.
“Soy la vida” (un poco ulcerada), y tengo
juglares extranjeros y nacionales que me
canten, no como el juglar de Berceo cobrando
un vino, sino cobrando en dinero sonante.
Pero se alza hoy sobre nosotros un interrogante angustioso: ¿hemos entrado ya a
la pretendida normalidad? Estoy seguro que
desde su casa me está escuchando S.E. el
presidente. Para él van dirigidas estas preguntas: ¿qué espera el gobierno para disolver
la Legión Cívica? Quinientos jóvenes acaudillados por dos o tres elementos del hampa e
instruidos por militares de enjundia cuartelera, no deben perturbar la vida de un pueblo
laborioso. Temor al hitlerismo; como si no se
supiera que esta idea en el jefe, no es sino un
apetito senil de última hora, y en la masa “vanos cantos de coplas de guerra”.
¿Qué se espera para hacer volver al país a
los obreros del Chaco seguramente prontuariados como rufianes?
¿Qué se espera para darle a la Universidad lo que ella necesita y pide? Cuando nos
endilgaron esa intervención de un boxeador
semianalfabeto, tuvo la virtud de desquiciarlo todo, allí donde quizá no todo marchaba en
perfecto orden, pero donde había un desorden fructífero.
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Ayudados por el gobierno “de facto” se
nos encarceló y expulsó con decretos donde
se nos hacía aparecer como facinerosos. Hizo
callar la prensa para que no pudiéramos defendernos los que teníamos sobre Nazar la
superioridad de nuestra unidad de conducta.
Y la prensa grande no sólo obedeció la
consigna, sino que se dedicó a mentir e intrigar, olvidándose que era más responsable
cuanto más grande.
¿Qué espera el gobierno para dar su palabra condenatoria sobre el crimen de la “Fronda”? Se ha detenido a algunos pobres infelices,
mientras los verdaderos culpables lograron
esconderse a tiempo y eludir responsabilidades. Y debe decirse por último la palabra oficial
sobre las torturas. Siempre se torturó en nuestras cárceles, especialmente a los hombres de
ideas: ¡ojalá el movimiento actual de protesta
sirva para abolir esa práctica!
¿Qué se espera para decir qué es nuestra
“justicia”? Ya sabemos todos cómo se han
comportado los jueces durante el gobierno de
“facto”. Nada faltó, desde la indignidad de la
Corte, hasta esa Cámara del Crimen que dictó,
sin que se lo pidieran, una acordada declarando bien separados a tres jueces de Instrucción e interpretando como quiso el tirano el
artículo 23 de la Constitución Nacional.
¿Qué espera el Gobierno para separar a
ese fiscal que acaba de entonar una loa al crimen oficializado?
Queremos limpiar la justicia. Promoveremos desde la institución que presido un
amplio pedido de juicio político; y hemos de
poner en la picota pública a cada uno de sus
componentes, y ya se sabe que somos como
las huríes: que llegamos a donde nadie llega
y vemos donde nadie sabe ver.
Queremos que se nos diga, ante este parlamento, que se quiere trabajar aunque no lo
creemos.
Si el gobierno nos lo dice, nos encargaremos de limpiar el campo de las malezas que
crecieron durante un año y medio. Nos sentimos con fuerza para ello, pues desde que nos
acompaña la opinión pública nos sentimos
tres veces más fuertes.
Y le decimos al gobierno que hay fuego en
el rastrojo, que no se le incendie el pajonal.
Para finalizar, un saludo cordial a los muchachitos del Colegio Nacional, que sufrieron,
de pantalón corto, las penurias de Villa Devoto y Orden Político.
Fuente: Ricardo Romero, La lucha continúa: el movimiento estudiantil argentino en el siglo xx, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1998.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
Hacia 1930 Roberto Arlt se desempeña como redactor del diario El Mundo.
Desde allí seguirá los acontecimientos que se desencadenan a partir del
golpe de Estado del 6 de septiembre contra Yrigoyen. En una serie de
crónicas –que se publicarán luego como Aguafuertes porteñas– describirá
los signos, discursos y acciones tensas y contradictorias que circulan por
las calles de Buenos Aires en esas jornadas aciagas.
Balconeando la Revolución
En el tranvía un coso le dice a otro:
–Yo también estuve en el tiroteo.
Bajó el tipo y en un montón de gente, veo a otro ciudadano que le copa la
banca a un charlatán diciendo: “Yo también estuve en el tiroteo” –de manera
que hoy, mañana y pasado, vaya usted a donde vaya, escuchará esta semiheroica declaración: “Yo también estuve en el tiroteo”, y al final de cuentas, resulta
que todos hemos estado en el tiroteo… y esto son macanas…
Incluso algunos manifiestan, con una de esas convicciones que son la consecuencia de la mula, que “el tiroteo los impresionó algo”; pero nada más que
algo. ¡Madre mía! Y yo, que también estuve en el tiroteo, juro que he visto caras
de julepe y expresiones de terror que hubieran interesado fotogénicamente al
más ciego director de escena.
Los que corrieron
Indudablemente, para rajar todos somos buenos, y estos días ha habido fulanos
que sin grupo le gambetearon a la muerte que andaba suelta y bravosa por esas
calles del diablo. El terror a las balas perdidas y el tableteo de las ametralladoras y el chasquido seco de las pistolas automáticas y la gente que tiraba con lo
que tenía a mano, ha puesto ruedas en todos los pies; y en cuanto se escuchaba
el estallido de algún neumático, se percibía a los ciudadanos que “piantaban”
vertiginosamente, mientras los negocios tomaban como primera providencia, el
cerrar las puertas y bajar las cortinas metálicas.
Hubo algo luego que fue más impresionante, y eran los caballos sueltos en
la tarde del sábado. Ahora, como tiroteo, posiblemente uno de los más temibles,
fueron el del sábado a la mañana frente a La Época y a la tarde en el Congreso. El monumento que hay en la plaza estaba negro de gente. Pues al sonar los
primeros tiros en la superficie gris de la calzada, se veía correr a muchos individuos. Alguno caía y no se levantaba, y en pocos minutos la calle Rivadavia se
vio sembrada de caballos muertos. Junto al cañón 75 (yo creía que era de 90)
había un caballo negro y rojizo que se desangraba despacito.
Flores y balazos
Esta revolución ha sido macanuda porque no tenía intervalos espaciados, donde
los participantes pasaban bruscamente de un extremo a otro. Por ejemplo, en el
recorrido de la calle Callao efectuado el sábado por los cadetes, todo iba en la
gloria pues en los balcones muchachas de todas las edades y matices pigmentarios,
arrojaban chocolatines, bombones, ramitos de violetas y de claveles. En la esquina
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de Callao y Sarmiento o Cangallo (no recuerdo bien) estaba don Manuel Güiraldes. La embajada peruana estaba embanderada como en día de fiesta, y lo que
menos podía sospecharse era la rociada de balazos que nos esperaba en Callao y
Rivadavia. En fin, aquello era un paseo, una revolución sin ser revolución; todas
las muchachas batían las manos y lo único que faltaba era una orquesta para ponerse a bailar. La agresión que como se dice, partió del Molino, no tiene nombre.
En los barrios
Desde temprano anduve recorriendo la ciudad, y tuve la suerte de poder meterme en un camión que traía tropa. Pues al paso de los soldados que venían de
Flores y que cortaron luego por Caballito Norte, no fue un camino de soledad,
de miedo o de indiferencia, sino que, en todas partes, estallaban aplausos, y la
gente se metía entre los soldados como si hiciera mucho tiempo que estuviera
familiarizada con esta naturaleza de movimiento.
Particulares comedidos compraban bebestibles, y venían luego a repartir la
botellería de bebidas sin alcohol entre la muchachada que se zarandeaba en los
camiones gritando: “¡Cuidado con el seguro!” (se refería al seguro del fusil que
boca arriba podía descargarse en cualquier golpe brusco o imprudente).
Pero los que estaban de fiesta, sin grupo, eran los chicos que al paso seguían
a la tropa. Se veía a las señoras asomarse a las puertas de las casas, gritándoles
a los pebetes que se volvieran; pero estos, haciendo caso omiso a la ley marcial
del pesto materno, seguían con los perros y un palo el desfile.
Sensación de fiesta
En realidad, si esta revolución tuvo algo de tal, fue cuando se produjeron los
choques frente a La Época y a la tarde en el Molino. Suprimiendo las persecuciones policiales y las barbaridades de gente que no se daba cuenta qué
catástrofe podían provocar, el panorama popular era de regocijo y de fiesta. Era
realmente cosa de decir: “Tutti contenti”. La población había subido a las azoteas; los aeroplanos describían círculos sobre la ciudad y numerosas personas se
dirigían al centro “para mirar la revolución”. Y es que, si algo puede afirmarse
de la población porteña, es lo siguiente:
Somos o constituimos el pueblo más balconeador del planeta. Sin grupo.
No nos afligimos por nada. No nos impresiona nada. Y si no, tres horas después
de un recio tiroteo, basta recordar el sábado a la noche la Avenida de Mayo.
Familias con las pebetas tomadas de las manos caminaban despaciosamente,
observando las escasas ruinas producidas por el movimiento. Señoritas en compañía de sus novios, miraban la hoguera que había frente al Molino hecha con
mercadería del café. Automóviles con chapas de todos los parajes de la República hacían cola, uno tras otro, moviéndose despacio por la rua. Lo único que
faltaban eran serpentinas. En serio. Serpentinas y caretas. Y el orgullo con que
la gente miraba a sus prójimos parecía decir:
–Bueno: ahora nosotros también tenemos nuestra revolución.
8 de septiembre de 1930
Fuente: Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas: cultura y política, Buenos Aires, Losada, 1992, pp. 145-148.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1930 - 1932
Orejeando la Revolución
¡La pucha que es jabonera la gente!
En cuanto terminé de engullir un bife a caballo, o de caballo, salí a la rua
y ahí nomás me atajó el restaurantero de la media cuadra a pedirme datos:
–¿Así que estalló la revolución?
–Pero ¿usted cree eso? –y salí rajando para tomar un colectivo. Y en la
esquina, mientras hacía tiempo, carpetié a unos venerables ancianos que en cabeza se habían venido con los “fiyos” para ver si por Rivadavia veían avanzar
la revolución. Y me dije:
–Esta gente creerá que la revolución, como en carnaval, sale disfrazada
vaya a saber de qué…
Macanudos momentos
Son momentos macanudos. Sin grupos. Se viven unos minutos que valen en
vento lo que pesan en la historia patria. La gente espera acontecimientos notables con la sonrisa en los labios. Por la noche, el centro, poco después que había
corrido la noticia de la declaración de estado de sitio, las calles del centro, digo,
estaban llenas de pebetas que cruzaban heroicamente mirando asombradas
tanto acumulamiento de peatones.
Con un doctor en química, el señor Celsi, y el vicepresidente del centro de
estudiantes de Farmacia, cruzamos la Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada.
Habían desaparecido los colectivos; algunos cosacos cruzaban la plaza encima
de sus matungos que más querían pastar que cargar sobre el público; y allí
había algo así como el vacío que deja una ametralladora al barrer en abanico.
La casa de gobierno cerrada como un inquilinato clausurado por la municipalidad porque los techos o las cloacas no están en ordenanza, era el punto de
mira de varias zanahorias que decían:
–Ahí adentro están las ametralladoras.
Plantamos y nos metimos por Rivadavia.
Prudencia comercial
No me cansaré de alabar o de admirar la prudencia de los traficantes, de los
bolicheros, incluso de los lustrabotas, pues hasta el último reo que la labura de
refaccionador tarrero, había clausurado el zaguán, temeroso de una biaba. A
la altura de Carlos Pellegrini habían cerrado el tráfico. Reculamos y nos metimos en el Tortoni. Todas las mesas ocupadas. Le dije al químico amigo:
–Vea, este es un café ideal para meter la mula, pues se entra por Avenida y
se sale por Rivadavia o viceversa.
Las mesas estaban llenas de tiras que carpetiaban un drama imposible.
Salimos, y entonces observamos que todos los balcones estaban llenos de gente
que esperaban panorama de un tiroteo barato.
Redacción del diario
Escribo nerviosamente, tratando de acaparar impresiones que se piantan fugitivas entre los campanilleos telefónicos que baten rumores. Todo el mundo está en
su puesto. Se esperan noticias oficiales que no llegan. Los rumores llueven cada
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dos minutos. Las tropas se sublevan, no se sublevan… No se sabe ni medio. No
se sabe. El teléfono que llama y los redactores con jeta de misterio, le chimentan
a uno, a las doce de la noche, que el estado de sitio ha sido declarado. Luego,
otro llamado. Han encanado a un fotógrafo. A dos fotógrafos. Nuevamente
la campanilla. Todas las cabezas se levantan. Hay noticias espeluznantes. ¡La
revolución está sofocada! ¡Sofocariola!…
He venido por la calle, y he visto autos ocupados de pesquisas correr a
vendedores de diarios y secuestrarles la edición de Crítica. Los pebetes rajaban;
luego se detenían y les sacaban el diario. Nada más. Las calles están desiertas.
Se tiene una impresión extraña, y digo que tengo una impresión extraña porque cuando salí eran las nueve y media y en las vías se observaba esa lustrosa
soledad que pulimenta el julepe, las fachadas iluminadas al soslayo por faroles
y las puertas bien cerradas, como diciendo:
–Y ahora, que se hunda el planeta.
Hacia el diario
Me encontré con otro redactor que, por Río de Janeiro, iba hacia el diario.
–¿Qué hacés?
–Y voy, che, no sea que esta noche nos asalten en son de pesto… no me
gustaría no estar.
–Tenés razón… hay que estar…
Hemos seguido caminando con aire de conspiradores. Sabemos perfectamente que no nos va a ocurrir ni medio, pero es agradable hacerse la ilusión de
que pueden encarcelarlo a uno. Es agradable y anecdótico. Le presta a la vida
cierta impresión novelesca.
Otro llamado telefónico. Grita un redactor:
–¡Ha sido secuestrada la edición de La Fronda!
Nos miramos todos con cara de noche de San Bartolomé. Y nos decimos:
–Mirá si se arma la gorda.
El director salta:
–No se arma nada, a trabajar, muchachos… Para el presidente del directorio de la empresa ¡macanudo! Esto se mueve. Ha desaparecido la monotonía
esgunfiadora del cotidiano práctico. No se sabe nada de nada, y eso es suficiente
para amenizar la vida.
9 de septiembre de 1930
Fuente: Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas: cultura y política, Buenos Aires, Losada, 1992, pp. 148-151.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1934 - 1937
Como un intento de moderar el impacto de las políticas proteccionistas que Inglaterra viene instrumentando desde comienzos de la década del 30, y para equilibrar la golpeada balanza
comercial del país, el vicepresidente Julio A. Roca (hijo) encabeza una comisión que en octubre de 1932 se dirige a negociar
con el principal socio comercial de la Argentina. El 1° de mayo
del año siguiente, estas negociaciones concluyen con la firma
del tratado de comercio Roca-Runciman, mediante el cual la
Argentina concede amplios beneficios y protecciones a las empresas inglesas a cambio de una módica cuota de exportación de
carnes hacia ese país. Al año siguiente, los hermanos Julio y
Rodolfo Irazusta publicarán La Argentina y el imperialismo
británico, libro que consagrará a aquel pacto como el punto
culminante de la defección de las élites dirigentes a favor de una
minoría oligárquica. Desde otro espectro ideológico, en 1935 el
senador por Santa Fe Lisandro de la Torre también posará su
mirada crítica sobre esas élites. En una serie de intervenciones
en el Senado de la Nación acusa públicamente por fraude y
evasión impositiva al frigorífico Anglo con pruebas que comprometen directamente al ministro de Economía, Federico Pinedo,
y al de Hacienda, Luis Duhau.
El cuadro crítico de la clase política argentina no deja
indemne al partido radical, que en su Convención de 1935
decide levantar su abstención para participar en las elecciones.
Contra esa decisión, leída como gesto de conformidad hacia el
régimen fraudulento de los conservadores, en junio de 1935 un
grupo de radicales disidentes fundan la Fuerza de Orientación
Radical de la Joven Argentina (FORJA). Esta formación político-intelectual, de cuño yrigoyenista, realizará una serie de
investigaciones sobre cuestiones estructurales de la economía y
la política del país, que tendrán una marcada influencia en las
generaciones políticas siguientes.
1934 - 1937
Manifiesto de la fundación
de FORJA
Fragmentos de la Declaración aprobada en la asamblea constituyente de la
Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina del 29 de junio de 1935.
Somos una Argentina Colonial: queremos ser una Argentina Libre.
La Asamblea Constituyente de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, considerando:
1º Que el proceso histórico argentino en particular y lati­noamericano en general revelan
la existencia de una lucha per­manente del pueblo en procura de su Soberanía Popular,
para la realización de los fines emancipadores de la Revolución ame­ricana, contra las
oligarquías como agentes de los imperialismos en su penetración económica, política
y cultural, que se oponen al total cumplimiento de los destinos de América.
2º Que la Unión Cívica Radical ha sido desde su origen la fuerza continuadora de esa lucha por el imperio de la Soberanía Popular y la realización de sus fines emancipadores.
3º Que el actual recrudecimiento de los obstáculos opuestos al ejercicio de la voluntad popular corresponde a una mayor agudización de la realidad colonial, económica y cultural del país.
Declara:
1º Que la tarea de la nueva emancipación sólo puede realizarse por la acción de los pueblos;
2º Que corresponde a la Unión Cívica Radical ser el ins­trumento de esa tarea, consumando hasta su totalidad la obra truncada por la desaparición de Hipólito Yrigoyen;
3º Que para ello es necesario en el orden interno del Partido, dotarlo de un estatuto
que, estableciendo el voto directo del afiliado auténtico y cotizante, asegure la soberanía del pueblo radical, y en orden externo, precisar las causas del enfeudamiento
argentino al privilegio de los monopolios extranjeros, proponer las soluciones reivindicadoras y adoptar una táctica y los métodos de lucha adecuados a la naturaleza
de los obstáculos que se oponen a la realización de los destinos nacionales.
4º Que es imprescindible luchar dentro del Partido, para que este recobre la línea de
principismo e intransigencia que lo caracterizó desde sus orígenes, única forma de
cumplir inco­rruptiblemente los ideales que le dieron vida y determinan su perduración histórica al servicio de la Nación Argentina.
Dentro de estos conceptos y tales fines, la Fuerza de Orientación Radical de la Joven
Argentina, FORJA, abre sus puertas a todos los radicales y particularmente a los jóvenes que aspiren a intervenir en la construcción de la Argentina grande y libre soñada
por Hipólito Yrigoyen.
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- Por el radicalismo a la soberanía popular.
- Por la soberanía nacional a la emancipación del pueblo argentino.
Preámbulo
La Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina, FORJA, conforme a la misión que se ha impuesto, está en la necesidad de plantear a la consideración de los
radicales de toda la República, cuál es la situación creada a la Unión Cívica Radical,
por los actos de sus direcciones, que tienden a destruirla por el abandono de los ideales
que le dieron origen, y por el debilitamiento progresivo de los valores morales que han
definido al movimiento histórico del radicalismo.
Desde el 6 de septiembre de 1930, las oligarquías gobernantes desarrollan un plan
sistemático para aniquilar la soberanía del pueblo, transfiriendo a grupos de especuladores, el goce de los bienes de la Nación, sin hallar resistencia efectiva en los llamados
partidos opositores que, aprovechando la abstención radical, fueron a compartir posiciones con el pretexto de defender, desde ellas, los derechos populares.
Ninguna desilusión hemos sufrido al verles arrastrados por el camino de su destino
común con los gobernantes, porque, como ellos, han entrado en el manejo del Estado,
sin contar con la ver­dadera voluntad del pueblo.
En cambio, hemos alentado, durante los últimos años, la creencia de que las direcciones de la Unión Cívica Radical fueran, como debían ser, el centro de la defensa
indeclinable de los intereses de la soberanía nacional; y hemos secundado, con favor,
todos los esfuerzos de liberación que ellas auspiciaron o condujeron.
Después, esas direcciones han abandonado sus deberes, al propiciar la salida de la
abstención en que se mantuvo la austera protesta del pueblo soberano contra todo lo
que se hacía, sin derecho, en su nombre. Y, de renuncio en renuncio, esas di­recciones
han llegado a ser fomentadoras de resignaciones y acomodamientos.
No sin amargura hemos visto también a algunos de los que fueron, con nosotros
y más señaladamente que nosotros, sostenedores de la soberanía popular hasta el 2 de
enero de 1935, dejar sus ideales de redención nacional, para tomar la senda de unos
comicios susceptibles de conducir a la disociación de la Unión Cívica Radical.
Esta no ha de destruirse, sin embargo. El intento de los que aspiran a emplear su
inmensa fuerza colectiva como una fuerza ciega, para llegar a fines opuestos a las aspiraciones del pueblo radical, de realizar una vida nacional solidaria y digna, de trabajo y
de justicia, no puede seguir ya su camino sin que, del mismo seno de la Unión Cívica
Radical, surja el empeño cons­ciente de defenderla.
Hemos agotado ya toda esperanza de que los autores de errores y desviaciones reiteradas escuchen nuestras reflexiones, nuestras instancias, nuestras súplicas, nuestras advertencias. Deploramos que las autoridades de la Unión Cívica Radical, con el pretexto
de conseguir la soberanía política del pueblo, estén colaborando con las oligarquías
económicas entregadas al capi­talismo extranjero.
No podemos apartarnos también nosotros del imperativo de nuestra conciencia cívica, que nos exige obrar urgentemente ante los males que afligen a la Nación, porque
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1934 - 1937
afligen a la Unión Cívica Radical. Pues todo riesgo de desintegración moral de la Nación
Argentina sería insignificante si la Unión Cívica Radical estuviera en su entereza moral
como custodia del patrimonio de la República, porque ella sabría poner, por sus propios
medios, la reparación y el freno necesario a los daños sucedidos y a los que se avecinan.
Por lo cual, a fin de mantener la vida y unidad plenaria de la Unión Cívica Radical,
en la cual FORJA ha nacido y vivirá, debemos llamar, como llamamos, a todos los radicales, a trabajar por la rehabilitación de sus cuerpos representativos.
Se ha de ilustrar concretamente el criterio de todos, con la revelación de los hechos
y expectativas que definen el actual momento de la vida nacional, y para ello se citará
nombres de personas y Estados, sin los cuales la exposición de nuestra causa perdería
la claridad necesaria para servir al juicio público. No nos mueve hacia esas personas y
naciones, prevención ni desafecto.
FORJA, al denunciar el carácter de la gestión del actual gobierno y la ineficacia de
sus oposiciones parlamentarias, acusa a las autoridades de la Unión Cívica Radical, por
mantener silencio ante la gravedad de los siguientes problemas:
1.Creación del Banco Central de la República y del Instituto Movilizador
de Inversiones Bancarias.
2.Preparativos para la Coordinación de Transportes.
3.Creación de Juntas Reguladoras de distintas ramas de industria y comercio.
4.Unificación de Impuestos Internos.
5.Tratado de Londres.
6.Sacrificios económicos impuestos al pueblo en beneficio del capitalismo extranjero.
7.Régimen de cambios.
8.Política petrolífera.
9.Intervenciones militares arbitrarias.
10. Restricciones a la libertad de opinión.
11. Arbitrios discrecionales en el manejo de las rentas públicas.
12. Sujeción de la enseñanza a organizaciones extranjeras.
13. Incorporación a la Liga de las Naciones.
14. Supresión de las relaciones con Rusia.
15. Investigaciones parlamentarias sobre armamentos y comercio de carnes.
16. El crimen del Senado.
17. Aplicación de censuras previas a la expresión de las ideas.
18. Desviaciones de la justicia contra la libertad individual.
Todos los aspectos de la vida nacional que se pasa a examinar demuestran que ya
se ha impuesto a la República una tiranía económica, ejercida en beneficio propio por
capitalistas extranjeros a quienes se ha dado derechos y bienes de la Nación Argentina;
y que, por las facultades extraordinarias que este congreso y los jueces han dado al Gobierno Nacional y por la supresión de derechos individuales, se ha echado las bases para
establecer de inmediato una dictadura política que asegure y consolide aquella tiranía.
Fuente: Arturo Jauretche, FORJA y la década infame, Buenos Aires, Corregidor, 2011, pp. 83-86.
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En el plano periodístico, los miembros de FORJA publican una serie de Cuadernos como instrumento para la opinión pública, como un medio partidario
para debatir la línea política dentro de la Unión Cívica Radical y también como
un ámbito para la divulgación de investigaciones. Los Cuadernos denuncian
la estructura dependiente de la economía y la política argentinas y esbozan
un programa de desarrollo nacional autónomo mediante el control de sectores estratégicos como el transporte y la energía.
LOS
FERROCARRILES,
FACTOR
PRIMORDIAL
DE LA
INDEPENDENCIA
NACIONAL
A
los estudiantes de derecho se les
enseña que los ferroca­
rriles son
elementos técnicos de la economía
nacional, que son estudiados en la Facultad
de Ingeniería. A los estudiantes de ingeniería se les enseña que la primordialidad
de un sistema ferroviario son sus rieles,
las pendientes máximas con que han sido
tendidos, sus locomotoras, sus viaductos
y aun la ingenuidad teórica de tarifas que
sólo llenan funciones matemáticas. Pero a
nadie se le dice que las redes ferroviarias
constituyen la estructura fundamental de
una nación. A nadie se le dice que el ferrocarril –el instrumento de progreso más
eficaz que se creó durante el siglo pasado–
es el arma de dominación y sojuzgamiento más insidiosa y letal porque atenaza y
paraliza los núcleos vitales de una nación.
Si se mira el mapa de la República, la vasta
extensión aparece como parcelada bajo una
Conferencia de Raúl Scalabrini
Ortiz en La Plata, 1937.
intrincada red de líneas férreas que forman
una malla muy semejante a una tela de araña.
Esa impresión visual es una representación
muy exacta de la verdad. La República Argentina es una inmensa mosca que está atrapada
e inmovilizada en las redes de la dominación
ferro­viaria inglesa.
Vamos a disipar con la brevedad a que
obliga una confe­rencia, una leyenda que coarta muchos esfuerzos y somete de antemano
con un falso sentido de equidad a muchos
ánimos enérgicos y honrados. Esa leyenda
es la de los capitales ingleses invertidos en
la Argentina.
Económica y financieramente, la República
Argentina es un país capitalista. El capitalismo es un sistema distributivo y nominativo que ofrece algunas ventajas y algunos
inconve­nientes. Puede afirmarse que en la
República Argentina no existe el régimen capitalista sino en cuanto el régimen capitalista
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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beneficia los intereses de la Gran Bretaña. A
nadie se le ocurrirá hablar de los capitales
invertidos en las estancias argentinas y de
la imperiosa necesidad de defenderlos. Ni de
los capitales invertidos por un chacarero o
por un pequeño comer­ciante argentino. En la
Argentina no hay más capitales genuinos que
los capitales británicos. Ahora bien, el capital
no es más que energía humana acumulada
y dirigida. Los capitales británicos son el resultado de la capitalización a favor de la Gran
Bretaña de la energía y de la laboriosidad de
los ciudadanos argentinos y de la riqueza natural del suelo que habitan.
Antes de analizar aunque sea someramente el origen y for­mación de los capitales
ferroviarios ingleses, voy a trazar un ejemplo
que facilite la comprensión de Uds. Voy a utilizar para ello uno de los poquísimos capitales
argentinos, el capital de YPF.
YPF tiene actualmente un capital de 350
millones de pesos. ¿De dónde salió ese capital? ¿Fueron aportes del Gobierno Nacional?
¿Fue el producto de suscripciones de acciones levantadas en el país o en el extranjero?
No, señores. Ese capital salió de los mismos
pozos de petróleo. Fue el producto de connubio de la riqueza petrolífera del subsuelo
argentino y del trabajo de sus ciudadanos. El
único aporte recibido del Gobierno Nacional
fueron en total ocho millones de pesos. Exactamente, 8.655.240 pesos papel.
Supongamos que en lugar de explotar
por su propia cuenta, el Gobierno hubiera cedido la explotación a una empresa extranjera
en las mismas condiciones de liberalidad en
que concedió las explotaciones ferroviarias,
es decir, inhibiéndose a sí mismo de toda fiscalización en la contabilidad interna de las
empresas.
La empresa concesionaria hubiera invertido, cuando mucho, esos mismos ocho millones de pesos en las instalaciones originarias.
Del producto de la explotación anual hubiera
obtenido una suma suficiente para repartir un
buen interés al capital pri­mitivo y un cuantioso sobrante que se hubiera depositado en los
bancos de Londres y que se hubiera disimulado en los libros –si hubiera sido preciso disimularlo–, abultando los gastos e inscribiendo
ventas fraguadas a bajo precio. Poco después,
la empresa hubiera emitido nuevas series
de acciones para intensificar la producción
y mejorar sus servicios, que los accionistas
hubieran suscrito con esos mismos fondos
remanentes depositados a la orden de la empresa. En una palabra, se hubiera regalado a
los accionistas cantidades proporcionales de
nuevas acciones u obligaciones y el dinero
que salió de aquí, aquí hubiera vuelto como
capital inglés o norteamericano invertido en
la Argentina, y actualmente se nos diría que
la explotación del petróleo sólo fue posible
merced a la liberalidad, a la magnanimidad
y a la con­fianza que depositaron en nosotros
los capitalistas que invir­tieron 350 millones
confiados en nuestro porvenir.
YPF capitaliza anualmente entre reservas
ordinarias y extraordinarias, fondos de previsión y seguros y ganancias netas alrededor
de 30 millones de pesos, que utiliza, generalmente, en ampliar su flota, en mejorar y aumentar sus plantas de desti­lación y en extender sus agencias de venta y comercialización.
¿Cuánto hubiera capitalizado anualmente de
ser empresa inglesa o norteamericana? Imposible calcularlo porque no debemos olvidar
que la tendencia de YPF fue el abaratamiento de los combustibles. La nafta que llegó a
costar $0,36 el litro se vende hoy libre de impuestos a la mitad, a $0,18 el litro.
Esa desastrosa operación que pudo pasar con nuestro petróleo y que quizá pase,
porque no está lejano el día en que alejada
la Standard Oil, junto con los otros capitales
norteame­ricanos, YPF caiga bajo el contralor
absoluto de la Shell Mex, es lo que ha pasado
con los ferrocarriles ingleses. No se piense
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que la industria petrolífera es más fructífera
que la industria ferroviaria. Al contrario. En la
explotación petrolífera hay mucho de aleatorio, muchos quebrantos, muchos pozos inútiles, mucho dinero tirado en exploraciones. En
el ferrocarril se anda sobre seguro, porque la
productividad de una zona se estudia a con­
ciencia con anterioridad.
El primer ferrocarril argentino nace oficialmente el 1º de enero de 1854, fecha de
la ley provincial que acuerda concesión a un
grupo de ciudadanos porteños para construir una línea desde la ciudad de Buenos
Aires al oeste.
El acta de concesión, verdadera partida
de nacimiento, se sella el 25 de febrero de
1854 y lleva las firmas del gobernador y de
los principales integrantes de la sociedad
constructora, casi todos comerciantes de la
ciudad. El Ferrocarril Oeste había nacido. La
inauguración se lleva a cabo el 30 de agosto
de 1857.
El Gobierno de la provincia toma a su cargo este ferrocarril el 26 de diciembre de 1862
y desde ese momento el Ferrocarril del Oeste, salvados los primeros pasos titubeantes,
comienza a ser un verdadero orgullo nacional. Se lo cita en todos los documentos, se
lo exhibe en todas las exposiciones como un
ejemplo de la capacidad constructora y administrativa de los argentinos.
En 1869 el Ferrocarril Oeste es una institución consolidada. El éxito y su optimismo
consiguiente alteran un poco la sagaz prudencia de sus directores. Ya no hay fragosidad
que los amilane. Se creen capaces de todo. La
confianza en sí mismo es el estado afectivo
más pernicioso para el hombre. La energía
premiada da intrepidez y voluntad de ejecutar
proyectos más grandes. En algunos círculos
se comenta la posibilidad de expropiar la línea del Ferrocarril del Sur, que ha inaugurado
su primer ramal a Chascomús, con beneficios
superiores a todo cálculo, pero el directorio
del Ferrocarril Oeste es partidario de insistir
en el rumbo inicial, ampliando simplemente
los horizontes. La ley del 18 de noviembre de
1868 ordena, así, terminantemente, prolongar las vías del Ferrocarril Oeste hasta la Cordillera de los Andes “buscando –dice la ley– el
paso de la Cordillera para ligar los océanos
Atlántico y Pacífico…” y se votan 80 millones
para alcanzar tan alejado propósito con una
línea que pase por Bragado.
El éxito turba, evidentemente. Se olvida
que todo gasto superfluo o prescindible como
un ferrocarril anticipado a la necesidad de
tenerlo es lastre que todo el país deberá soportar a sus expensas para siempre. Mas no
critiquemos demasiado esa imprevisión: una
noble idea la apuntalaba, el país entero la hubiera aprovechado. Era un saludable arrebato, un contagioso brío juvenil que ojalá el país
hubiera conservado. Con grandes ideales por
espejismo acicateador se realizan, muchas
veces, inmediatas cosas útiles e imprescindibles. El Ferrocarril Oeste husmea de lejos
la Cordillera de los Andes, que se yergue allí,
por poniente a mil kilómetros de distancia y
sus rieles van mientras tanto, poblando las
llanuras del Oeste de la provincia: Mercedes,
Chivilcoy, Bragado, Nueve de Julio, Pehuajó,
Trenque Lauquen serán las grandes etapas
de esa marcha que sólo la traición de lesa patria interrumpirá.
El Ferrocarril Oeste, caja de ahorros de
la provincia, comienza a cotizarse como un
bien de más aprecio casi que sus mismas
tierras mostrencas. Los capitales invertidos
suman en 1868, 98 millones de pesos; en
1869, 102 millones de pesos papel. Los rendimientos netos, demostrativos de su excelente administración son: en 1869, el 7,75%,
en 1870, el 9,7%.
Resumamos. El 25 de junio de 1887 se
inaugura el tramo de acceso a Nueve de Julio.
El 20 de diciembre de 1882 se abre al servicio la estación monumental del Once de Sep-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1934 - 1937
tiembre, la misma que existe hoy. La única
estación de cabecera digna de ese nombre
que hubo en la Capital Federal hasta 1910. El
13 de abril de 1890 la línea toca el límite provincial de Trenque Lauquen a 445 kilómetros
de la ciudad de Buenos Aires. Sus ramales
abrazan la zona más rica de la provincia y en
su conjunto, la línea troncal y ramales miden
más de 1.100 kilómetros de longitud.
Los rendimientos netos se resumen a
continuación:
Rendimiento neto del ferrocarril En 1875................................... 7,11%
En 1876................................... 8,64%
En 1877................................... 8,94%
En 1878................................... 7,14%
En 1879................................... 8,12%
En 1880................................... 7,93%
En 1881................................... 9,05%
En 1882................................... 9,32%
En 1883................................... 7,64%
En 1884................................... 7,00%
En 1885................................... 5,42%
Estas son cifras oficiales extraídas de las
memorias anuales del ferrocarril. Estas cifras
no traducen la extraordinaria holgura del ferrocarril, primero porque no se dice que las
tarifas del Ferrocarril Oeste eran muy inferiores a las de los ferrocarriles ingleses y en segundo lugar porque los ramales nuevos gravan la cuenta capital sin aportar casi tráfico y
son peso muerto en los primeros años, como
es lógico. ¡Con cuánta razón decía el ingeniero Brian, en la Memoria de 1883: “La empresa
del Ferrocarril Oeste no sólo presta servicios
de la mayor impor­tancia, sino que rinde pingües ganancias, siendo en conse­cuencia, un
elemento poderoso del país y una fuente de
renta provincial de la mayor importancia”!
En 1888 el Ferrocarril Oeste figura entre
los principales de la República. Es el que en
relación a la longitud de sus vías cuenta con
mayor cantidad de material rodante y de tracción. Sobre 580 locomotoras que en total ruedan en todas las empresas del país, el Ferrocarril Oeste posee 94, el Central Argentino 38,
el Rosario y Buenos Aires 60, el Pacífico 43.
Sobre 14.448 vagones de carga, el Oeste
posee 2.788; el Central Argentino, 1.511; el
Pacífico, 492; el Sur, 3.426.
El equipo técnico del Ferrocarril Oeste superaba, como se ve, a las empresas rivales
inglesas que concluirían absorbiéndolo.
Este ferrocarril fue enajenado a un sindicato inglés en 1889, en condiciones ignominiosas. La operación es clara y muy pro­
vechosa, para los ingleses, se entiende. La
Western Railway compró los 1.052 kilómetros
de vías del Ferrocarril Oeste con sus estaciones, talleres y servicios anexos. El valor de su
compra es de 8.114.920 libras esterlinas.
La mayor parte de esa suma es cancelada
por Western Railway tomando a su cargo tres
empréstitos de la provincia por un total de
4.955.380 libras, que pagará tranquilamente
en 33 años, con el uno por ciento de amortización anual y que por lo tanto no exige ningún
desembolso inmediato.
Al contado, la Western Railway debe abonar la diferencia, o sea, 3.179.540 libras, la
mitad a 180 días y la otra mitad en letras o
pagarés. Pero al tomar posesión del Ferrocarril Oeste la compañía Western Railway vende
la mitad de la extensión ferro­viaria que ha adquirido a los ferrocarriles Central Argentino,
Sud y Ensenada, un millón de libras esterlinas for promotion, para promover el negocio.
Ese millón de libras para corrupción. Esa venta se realiza en libras 3.292.763 y es abonada con títulos y debentures, que pueden ser
descontados en Londres a no menos del 90%
de su valor nominal. La suma que la Western
Railway debe abonar en efectivo al Gobierno
Provincial es, pues, el resultado de vender la
mitad de las líneas que le ha comprado al mismo Gobierno. La Western Railway no necesi-
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tó dinero contante y sonante para realizar la
operación. Un menes­teroso cualquiera pudo
realizar operación análoga. El impe­rialismo
inglés ha perfeccionado con esa maniobra su
ins­trumento de dominación, cerró todas las
vías de acceso al puerto de Buenos Aires, que
son ahora enteramente inglesas, eliminó un
peligroso competidor e hizo desaparecer un
punto de refe­rencia que los argentinos podían
tener en materia de ferroca­rriles productivos.
Los que quedan en poder de los argentinos
atraviesan eriales y fueron trazados con fines
políticos y de unidad nacional y sirven para
demostrar a los argentinos con sus déficits,
que ellos no saben administrar ferrocarriles.
¡Y toda esa magnífica operación fue ejecutada
sin necesidad de arriesgar un solo centavo!
Eso no quiere decir que la Western Railway
confiese carecer de capital.
Al contrario. El capital que dicen haber
invertido en la República Argentina en 1893
es de 9.897.830 libras, es decir, más de 100
millones de pesos papel, que el pueblo argentino servirá según los años en el 6 o el 7%
anual, aunque ese capital es un capital imaginario, inexistente.
¿Quieren saber Uds. por qué se vendió el
Oeste? El mensaje del Gobierno lo dice textualmente: “Porque el favor acordado a los
productores de la zona que recorre la línea
del estado, se traduce en una injusticia notoria desde que perjudica a los pro­ductores
de las demás zonas que no pueden competir
en precios con los que tienen menor flete”. Es
decir, se vende el Oeste, porque tenía tarifas
más bajas que los ferrocarriles ingleses. No
se asombren Uds. Por las mismas razones
está por enajenarse actualmente el Ferrocarril Provincial. La segunda razón dada por
el Gobierno es la de que el ferrocarril es un
arma política, y aquellos politiqueros querían
ser generosos con el adversario y no utilizar
el ferrocarril en su contra.
Fuente: Volante, 1937, Cuadernos de FORJA, en Arturo
Jauretche, FORJA y la década infame, Buenos Aires,
Corregidor, 2011, pp. 91-100.
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AMÉRICA Y
SU PETRÓLEO
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“L
a riqueza de la tierra, como la del subsuelo mineral de la República, no puede
ser objeto de otras explotaciones que
las de la Nación misma”, dijo Yrigoyen en el
mensaje al gobernador de Santiago del Estero, de enero 7 de 1930. En él ratificaba su
propósito de defender el patrimonio de la
Nación Argentina contenido en los mensajes
al Congreso Nacional, de septiembre 23 de
1919 y octubre 22 de 1929, propi­ciando la
nacionalización del petróleo y el monopolio
de su explotación por el Estado.
FORJA, al solidarizarse con el Gobierno de
México por dicho acto, de gran relieve americano, destaca la falta de defensa del patrimonio de la Nación Argentina, debida al apogeo
entregador de la oligarquía dominante y la
complicidad y cobardía de los dirigentes de
los partidos políticos.
Sólo la Unión Cívica Radical, reintegrada
a sus fines morales y emancipadores, por órgano de una dirección efecti­vamente radical,
tal como propicia FORJA podrá realizar la
función histórica de salvar al país.
El motín de septiembre producto del soborno de oligarcas y pretendidos radicales
por los petroleros imperialistas, derrotó a
Yrigoyen para enajenar nuestra riqueza. Esta
enajenación comienza por impedir la Ley de
Petróleo que lo reivindicaba para la República, y prosigue con la promulgación de todo un
sistema de pretendidas leyes que son hoy un
verdadero estatuto de coloniaje.
El Gobierno revolucionario de México
cumpliendo los propósitos de la Constitución
de 1917, acaba de resolver la nacionalización
de los yacimientos de petróleo expropiando
los pertenecientes a las empresas extranjeras.
Fuente: Arturo Jauretche, FORJA y la década infame,
Buenos Aires, Corregidor, 2011, pp. 91-100.
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En los últimos días de 1933, una columna despareja de militantes radicales y paisanos cruza el río Uruguay desde territorio brasileño y toma
la ciudad de Paso de los Libres. Arturo Jauretche –partícipe del levantamiento– relata esos hechos en un largo poema de tono gauchesco. Si bien
aquellos acontecimientos, como el propio poema de Jauretche, han sido
escasamente revisitados, suele recordarse la célebre pluma borgeana
que prologa la obra.
Prólogo de Borges a El paso de los libres,
de Jauretche (1934)
La patriada (que no se debe confundir con el cuartelazo, prudente operación comercial de éxito seguro) es uno de los pocos rasgos decentes de la odiosa
historia de América. Si fracasa, le dicen chirinada –y casi nunca deja de fracasar. En el benigno ayer, el estanciero le prestaba sus peones (y alguna vez su
vida o la de sus hijos) con esperanza razonable de triunfo, si no de olvido y
postergación; ahora el ferrocarril, los aeroplanos, el chismoso telégrafo y la ametralladora versátil, aseguran el pronto desempeño de la expedición punitiva y la
vindicación del Orden. En la patriada actual, cabe decir que está descontado
el fracaso: un fracaso amargado por la irrisión. Sus hombres corren el albur de
la muerte, de una muerte que será decretada insignificante. La muerte, siéndolo todo, es nada: también los amenazan el destierro, la escasez, la caricatura
y el régimen carcelario. Afrontarlos, demanda un coraje particular. El fracaso
previsto y verosímil borra los contactos de la patriada con las operaciones militares de orden común, sólo atentas a la victoria, y la aproxima al duelo, que
excluye enteramente las ideas de ganar o perder –sin que ello importe tolerar
la menor negligencia, o escatimar coraje. Ya lo dice Jauretche, en una de sus
estrofas más firmes:
En cambio murió Ramón
jugando a risa la herida:
siendo grande la ocasión
lo de menos es la vida.
Recordemos que ese Ramón Hernández murió de veras y que el poeta que
labró más tarde la estrofa compartió con el hombre que murió esa madrugada
y esa batalla. El hecho, en sí, es patético. Yo pienso en los corteses cantores de
Islandia y de Noruega, diestros en artes de piratería también; yo pienso en
el capitán Hilario Ascasubi “cantando y combatiendo los tiranos del Río de
la Plata”. No en vano he mencionado ese nombre. El paso de los libres está
en la tradición de Ascasubi –y del también conspirador José Hernández. La
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adecuación de la manera de esos poetas al episodio actual es tan feliz que no
delata el menor esfuerzo. La tradición, que para muchos es una traba, ha sido
un instrumento venturoso para Jauretche. Le ha permitido realizar obra viva,
obra que el tiempo cuidará de no preterir, obra que merecerá –yo lo creo– la
amistad de las guitarras y de los hombres.
Jorge Luis Borges
Salto Oriental, noviembre 22 de 1934
Fuente: Jorge Luis Borges, “Prólogo”, en Arturo Jauretche, El paso de los libres, Buenos Aires, Corregidor, 2009.
El paso de los libres.
Relato gaucho de la última
revolución radical,
Arturo Jauretche, prólogo
de Jorge Luis Borges,
Editorial La Boina Blanca,
1ª edición, 1934.
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Lisandro de la Torre y el
escándalo de las carnes
Discurso de Lisandro de la Torre en el Senado de la Nación en el que denuncia el
negociado de los frigoríficos en 1935. A continuación, se reproduce un fragmento
de la Sesión de la Cámara de Senadores del 27 de junio de 1935, donde tras sus
acusaciones, De la Torre anticipa todo tipo de artimañas por parte de los ministros comprometidos, e incluso manifiesta su preocupación de que la discusión
pueda “desviarse hacia el terreno de los gauchos malos”.
Sr. Lisandro de la Torre: El Senado de la Nación descorre el velo de la política que
ha sometido a la ganadería argentina al interés del capitalismo extranjero. El Senado,
emanación de las instituciones republicanas y democráticas que rigen en la Nación,
instituciones que los reaccionarios desprestigian, dejaría de existir en el momento en
que prevalecieran sus tendencias.
Es interesante, entonces, rastrear el papel de los elementos reaccionarios en este
proceso revelador de la prepotencia de los intereses extranjeros sobre los intereses nacionales, y es fácil hacerlo al encontrar jefes del fascismo y de la reacción entre el elenco de
los frigoríficos y al comprobar que la más escandalosa de las ventajas clandestinas de los
frigoríficos –el regalo de un 25% de divisas– ha sido obra de la dictadura que soportó
la República. (¡Muy bien!, en las galerías.)
El Senado trata de reparar como puede los daños causados por el nacionalismo
frigorífico. (Risas.)
Voy a terminar y espero ahora las réplicas. Preveo que no corresponderán a la naturaleza del informe que he producido. Habrá sido severo para el Poder Ejecutivo y para
dos de sus ministros, pero ha sido objetivo y preciso y se ha mantenido rigurosamente
dentro de la cuestión.
Temo ver repetirse la táctica habitual en los que no se resignan en confesar su derrota; la de salirse del tema, abandonando los puntos principales y magnificando los
accesorios; preveo en el ministro de Hacienda, sobre todo, incursiones desorbitadas por
todos los campos del mundo, menos por los que han sido explorados por la investigación y espero también la tentativa de desnaturalizar mi actitud, presentando los hechos
claros y graves que he expuesto con sencillez, bajo el aspecto de agrias explosiones de
una pasión incontenida.
No he usado palabras que fueran más lejos que el significado real de los hechos, ni he
empleado calificativos que excedieran a los exigidos por la naturaleza de las infracciones.
Estoy aquí para examinar las refutaciones que se intenten y deseo hacerlo con tranquilidad; pero si a falta de explicaciones encuentro que dos ministros, definitivamente
juzgados y definitivamente condenados por la opinión nacional, consideran que un
debate de esta naturaleza y de esta trascendencia puede desviarse hacia el terreno de los
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gauchos malos (risas), me cuadraré también en ese terreno, dispuesto a seguirlos adonde quieran ir. (¡Muy bien!, en las galerías.) Si el espectáculo, en ese supuesto, resultara
desagradable e inferior, quiero que se sepa quiénes lo provocan y qué clase de Poder
Ejecutivo tiene la Nación. (Aplausos en las galerías.)
Sr. Presidente (Bruchmann): Prevengo a la barra que están prohibidas las manifestaciones.
Sr. ministro de Hacienda: Pido la palabra.
Sr. De la Torre: El ministro de Hacienda se adelanta a pedir la palabra y deseando
que no suceda lo que preveo y que abandone esta vez el recurso gastado de las teorizaciones abstrusas y de las citas inacabables de autores de todos los países (…) Ante
todo, el ministro de Hacienda está sentado en esa banca para responder a una sencilla
pregunta: ¿por qué no ha dicho la verdad a la Comisión Investigadora en lo que le ha
preguntado? Eso no se contesta con citas de economistas escandinavos. (Risas.) (…)
Preveo, también, que no dejará de usarse el argumento de la delicada situación
de nuestro comercio de carnes con Inglaterra y de las negociaciones iniciadas bajo
difíciles auspicios para reclamar silencio y conformidad con el monopolio británico
y yanqui. Sólo los grandes estadistas de la Casa Rosada están habilitados, a juicio
de ellos mismos, para defender inteligentemente los altos intereses nacionales, aun
cuando se haya visto ya cómo los defienden. Hay que dejarlos obrar. Son los depositarios de secretos misteriosos. Ellos velan sobre la Nación y sobre los frigoríficos
del pool con igual amor.
Fuera de toda duda hay un gran motivo de preocupación a causa de las negociaciones que se han iniciado con Inglaterra, sin que la representación argentina en Londres
tenga instrucciones que inspiren confianza. Hasta ahora las instrucciones han consistido siempre en ceder y por ese camino ya se sabe adónde se va. Los dominios británicos
envían a Londres sus primeros ministros y el Gobierno argentino envía al señor Fernández, de la casa Agar Cross.
Además, el Gobierno argentino hace una confusión inadmisible al identificar al
Imperio Británico con los frigoríficos. Nuestros estadistas sostienen que no es posible
reducir ni en un 1% la cuota de exportación de Armour o de Swift, sin inferir un agravio al pabellón británico. Y eso no es así.
Gran Bretaña es una entidad política independiente de los frigoríficos y no está
obligada a sentir lesionado su honor porque Swift, Armour o Vestey dejen de disponer
del monopolio de las carnes argentinas. Recién el día en que bajo la dirección de un
gobierno más inteligente que el actual, de un gobierno que admitiera el concepto de
que hay algo más que hacer que divertirse, se modificara el sistema interno de despojo
que han establecido los frigoríficos en nuestro país, recién entonces se encontrarían los
argentinos en condiciones de tratar con Inglaterra sobre otras bases que las actuales, con
ventajas para ambos países.
Debemos tratar con Inglaterra en términos cordiales, de igual a igual, como tratan
las naciones soberanas: podemos y debemos ofrecerle a Inglaterra amplias ventajas, pero
si no son apreciadas y si nos pretende tratar como a una factoría, podemos y debemos
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tomar represalias. Hay que concluir con las humillaciones e injusticias prevalentes en la
actualidad, y hay que exigir que la carne argentina entre a Inglaterra importada por argentinos, como el carbón de Cardiff entra a la Argentina importado por ingleses. (¡Muy
bien!, en las galerías.) Y si no puede entrar lo uno, que no entre lo otro. Sólo así adquirirían sentido las palabras profundamente equivocadas que pronunció el señor miembro
informante de la mayoría de la comisión cuando dijo que uno de los saldos mejores
de esta investigación es haber demostrado que somos algo más que una simple factoría
para el comercio de carnes, que somos una nación organizada jurídica y políticamente.
Recorro los resultados de la investigación y no encuentro, francamente, de dónde ha
sacado esos honrosos saldos el señor miembro informante. (…) La investigación, si
algo pone en evidencia, es que en el comercio de carnes somos no ya una factoría, sino
la última factoría del mundo, puesto que Inglaterra no se ha permitido imponer ni a
sus colonias de África y de Oceanía la humillación que le ha impuesto a la Argentina,
la humillación de que sus habitantes declinen en los mercaderes de Chicago el derecho
de comerciar con el más valioso producto de su suelo. El Convenio de Londres ha
ajustado sus cláusulas en lo referente al comercio de carnes al apetito de los negociantes
extranjeros, en desmedro de la producción nacional, y en cambio los pactos de Ottawa
subordinan el apetito de los negociantes al interés de los dominios británicos.
Hemos oído más de una vez al ministro de Agricultura erguirse en su banca y exclamar: “Yo, señor presidente, tengo un profundo sentimiento nacional”. Le hemos
oído también al Presidente de la República decirlo. No basta decirlo; hay que probarlo.
Y cuando un gobierno como el actual permite que los argentinos sean descalificados
y reemplazados por los extranjeros, cuando escamotea la ínfima cuota del 11%, persiguiendo el propósito deliberado de no dársela a entidades argentinas, cuando pone
sus esfuerzos, sus prebendas, sus dádivas y sus infracciones a las leyes al servicio del
monopolio extranjero, podrá decir lo que quiera, pero no ha mostrado sentimientos
nacionalistas.
He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos en las galerías.)
Fuente: Raúl Larra, Obras de Lisandro de la Torre, tomo II, Buenos Aires, Editorial Hemisferio, 1952, pp. 226-233.
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LA OLIGARQUÍA
EN EL GOBIERNO
POR RODOLFO
Y JULIO IRAZUSTA
L
a materia de estos capítulos exigiría
un volumen. Pero el libro a que damos fin con ellos quedaría inconcluso
sin una historia, por resumida que sea, de la
oligarquía. Los errores cometidos por la misión Roca y por la cancillería argentina, son
tan enormes que no se pueden explicar por
la simple ecuación personal. Fuerzas mayores que la incapacidad intelectual o moral
han gravitado sobre los actuales dirigentes
y agentes de nuestra diplomacia, moviendo sus inteligencias a la palabra errónea,
sus voluntades a la solución catastrófica.
Personas que el consenso universal tiene
por capaces no pueden haber tan mal representado al país sino por una causa que
las trasciende. Esa causa es la historia de
la oligarquía.
Sin esa historia, los finos modales del
doctor Roca harían de él un buen diplomático; los conocimientos técnicos del doc-
En 1934 se publica uno de los libros
fundacionales del revisionismo
histórico argentino: La Argentina
y el imperialismo británico, libro
con el que los hermanos Irazusta
logran consolidar su prestigio
intelectual y ampliar su auditorio
al capitalizar el descontento
provocado por la firma del
tratado Roca-Runciman y el
rechazo que las mayorías sienten
hacia la única beneficiaria de
este: la “oligarquía”. Desde
un nacionalismo con impronta
católica, en la tercera parte de este
libro, “Historia de la oligarquía
argentina”, los autores se
sumergen en el siglo xix argentino
para reivindicar la figura de Juan
Manuel de Rosas en detrimento
de las ideas rivadavianas y
sarmientinas.
tor Saavedra Lamas harían de él un buen
amanuense de Relaciones Exteriores. Con
esa historia, necesitaban un talento que no
tienen para servir a nuestro país como es
debido. Si los “hombres serios, asesorados
por los mejores expertos de que podía disponer el país” (como dijo el diputado Cárcano), si esos hombres concluyeron los pactos
angloargentinos de 1933, quiere decir que
la capacidad no es decisiva en la política.
Mucho más que la simple capacidad y aun
que el talento lo es la posición. La posición
de nuestros recientes negociadores estaba
determinada por la historia.
Dijimos en su lugar que nuestras objeciones al empleo de los oligarcas en la diplomacia no eran de principio. Tampoco lo son
al régimen en sí. Nuestras objeciones son en
ambos casos históricas. Porque, como hay
oligarquías benéficas, las hay perniciosas. Y
si las de Roma, Venecia e Inglaterra hicieron
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la grandeza de esos países, las de Grecia, por
ejemplo, facilitaron la dominación romana en
la clásica península.
Si la asociación oficial de la oligarquía
con el pueblo argentino es posterior a 1852,
el período más importante de su historia es
el de su formación anterior a aquella fecha.
Aquella asociación de medio siglo le ha permitido remedar la apariencia de una tradición
nacional. La historia de su formación en el
extranjero le restituye su verdadero carácter,
totalmente opuesto a dicha apariencia.
En cuanto es posible fijar con precisión
el nacimiento de los seres morales, la oligarquía argentina vio la luz el 7 de febrero
de 1826. Ese día, las diferencias existentes
desde el 25 de Mayo en el viejo partido que
había hecho la revolución, se definieron en
una escisión irreconciliable. Una de sus dos
fracciones se apoderó del gobierno por una
conjuración de asamblea, un verdadero golpe de Estado. Las circunstancias injustificables en que se realizara la operación hicieron de sus autores un grupo de cómplices,
en vez de correligionarios. Y esa complicidad
era un mal comienzo para una tradición que
estaba destinada, luego de una expiación de
cinco lustros, a regir el país durante más de
medio siglo.
El 7 de febrero de 1826 los rivadavianos
exaltaban a su jefe a la presidencia de la República. Para comprender todo el significado
de ese hecho se precisa no sólo considerarlo
en relación con las circunstancias bien determinadas de aquel momento, sino también
remontarse a los antecedentes de Rivadavia.
Este pertenecía, dentro del partido metropolitano cuyos hombres se habían turnado en
el gobierno a partir del 25 de Mayo, a la fracción que podría llamarse del progreso, en
oposición a la que podría llamarse de la independencia. El principio de esta era “patriotismo sobre todo”; el de aquella, “habilidad o
riqueza”. Admitamos que motivos persona-
les movieron a López (el del “Himno”), que
llega a hablar de revolución y contrarrevolución, a establecer aquella nomenclatura de
los partidos argentinos de 1810 a 1830. Los
hechos la confirman. Ya antes de preponderar en la dirección política del país, Rivadavia
se había señalado por la mayor importancia
que daba al régimen interno sobre el problema de la soberanía. En comunidad de ideas
con Manuel José García, Rivadavia estaba
dispuesto a aceptar un príncipe extranjero,
el protectorado de un país exótico o la vuelta a la Colonia, con tal de conservar ciertas
libertades de orden civil y económico que le
parecían más importantes que la existencia
política de la Nación. Después de 1820 se
hizo más claro su propósito. Frente a la invasión portuguesa en la Banda Oriental procurada por su camarada García, mostró absoluta indiferencia, fue sordo a los clamores
de auxilio formulados por el Cabildo de Montevideo. Para la guerra de la independencia,
aún inconclusa, rehusó sistemáticamente el
aporte pecuniario de Buenos Aires, mientras
dilapidaba el dinero en obras edilicias de una
inconsciencia que San Martín satirizó con
justísima acrimonia. Y fueron sus partidarios los que en el congreso de 1825 hicieron
abandono de nuestros derechos al territorio
comprendido en la antigua presidencia de
Charcas, sin exigir compensación alguna, sin
tomar ningún recaudo contra ulteriores conflictos de frontera.
Rivadavia consideró siempre errónea la
política de expansión adoptada el 25 de Mayo.
Para él, la revolución debía restringirse para
cobrar eficacia, puesto que la extensión del
país y el estado de los espíritus no permitían
comenzar de inmediato el progreso en todas
partes. Reduciéndolo a la capital, se fortalecería el núcleo progresista que había de
ejemplarizar al resto de América. Instituciones perfectas, no una gran Nación, era lo que
él trataba de fundar.
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Su reformismo era bastante retrógrado.
Se emparentaba menos con el de los jacobinos, casi contemporáneos suyos, que con
el de los alumbrados, pertenecientes a las
generaciones anteriores. Cuando ya había
pasado Napoleón, Rivadavia estaba en Carlos III. Este monarca, cuya política nos toca
tan de cerca, permitió la primera experiencia
moderna de la implantación de la ideología
a la cosa pública. Los hombres de que se rodeó, un grupo de aristócratas poseídos por
el espíritu del siglo xviii, inquieto y escéptico,
transformaron al Estado que fuera paladín
de la Iglesia, en el primer Estado anticlerical
de Occidente. Aranda, Floridablanca, Patino,
fueron los gestores de la expulsión de los
jesuitas, expulsión que tanto interesaba a la
masonería británica y al gobierno portugués,
cuya secular ambición de llegar hasta el
Plata hallaba el mayor obstáculo en las Misiones de la Compañía. La iniciación de esa
política de ideas coincide con el abandono
de la política de prestigio. Su complemento
en el terreno económico es la reforma preconizada por Jovellanos, otro de los grandes
alumbrados, consistente en dar a la agricultura preferencia sobre la industria fabril.
Con lo cual España abandonó la lucha por el
predominio comercial en América, que en
adelante había de ganar poco a poco su rival
Inglaterra. Las ideas que informan la política de Carlos III (cuyo reinado se consideró
como una época de progreso esplendoroso)
procedían de naciones enemigas de España.
No es extraño que el torpe injerto secara el
árbol de su imperio. Aquellos hombres cultísimos, que habían impuesto despóticamente
el progreso, provocaron la ruina de su patria.
La declinación del poderío español facilitó
la emancipación de los pueblos americanos
que se hallaban bajo su dependencia. Y los
argentinos deberíamos agradecer a quienes
la provocaron, si ellos mismos no hubiesen
sembrado la semilla de los desastres que
acompañaron a nuestra independencia. En
el proceso de esta, Rivadavia fue de los primeros que adoptaron conscientemente la
política de abandono en que habían caído
inconscientemente los cultísimos asesores
de Carlos III.
Esa filiación es la única que puede explicar su modalidad espiritual. Los alumbrados
planeaban reformas sin calcular sus contragolpes políticos, y cuando los percibían, sin
tenerlos en cuenta. Los jacobinos eran tan
reformistas como los alumbrados, pero no
se detenían ante las inconsecuencias para
enmendar a tientas los desastres causados
por sus reformas. A su modo, los jacobinos
eran patriotas sobre todo. Los alumbrados
no. Y Rivadavia como los alumbrados. Su característica más notable es la impermeabilidad a las lecciones de la experiencia. Desde el principio inoportuna, su conducta fue
rectilínea hasta el fin. Los obstáculos que la
realidad le oponía lo hacían caer; pero él no
se desviaba de su camino.
El primer fracaso de la política principista
antes que patriótica no comprometió su nombre tanto como el de García, el procurador de
la invasión portuguesa. La abdicación directorial, causa de disgregación del país como la
de Carlos IV lo había sido del Imperio, tenía
la aprobación de Rivadavia. Pero no estaba
unida a su nombre. Lejos de perjudicarle,
permitióle realizar la ansiada experiencia al
amparo del localismo subsiguiente a la caída
de Pueyrredón.
La Arcadia feliz que Rivadavia intentó realizar de 1821 a 1824 no tenía nada de
original. Los alumbrados habían convertido
al país más árido de Europa en productor y
exportador de materias alimenticias. Nada
semejante en el servil imitador criollo. En vez
de transformar radicalmente la economía del
país, pero en sentido contrario al de los alumbrados (como aquí lo exigía oscuramente la
reacción popular) el progresismo despótico
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de Rivadavia consistió en acentuar el sistema de sus modelos. Adornar el entrepuerto
comercial que habían hecho de Buenos Aires
las reformas de Carlos III, y abandonar el interior del país a su triste suerte, tal la obra
económica de Rivadavia.
Con la misma finalidad que en el terreno
económico siguió las huellas del liberalismo
en el terreno espiritual. Sin detenerse a considerar que el momento no era el más oportuno, pues la independencia nacional no estaba
consolidada, ni establecida la posesión del territorio ocupado por los infieles ni garantizada la seguridad interior, Rivadavia se dedica
a reformar la religión del país, descuidando
aquellos problemas que involucraban la existencia misma del Estado. Con esa política no
sólo atentaba a las reglas del buen sentido;
prevenía contra sí a la opinión del país que
ambicionaba mandar desde una magistratura suprema. Esa torpeza no sería de las que
menos contribuyeron a impedirle conservarse en el poder cuando su famosa presidencia.
Al final de ese período la indiada se había
corrido hasta Quilmes. El invasor de la Banda
Oriental presionaba sobre las provincias del
litoral. La independencia se consumaba sin
participación de Buenos Aires, es decir, del
pueblo que tan gloriosamente la había empezado. El control de la política americana escapaba de las manos a que correspondía por
derecho propio.
Rivadavia no salió del gobierno en 1824
tan desairadamente como lo merecía. Pero
la nueva administración señaló un cambio
de rumbo en la política propiamente dicha,
es decir, de fronteras, y una escisión en el
partido ministerial. Las Heras activó la guerra contra los indios y empezó la preparación
de un ejército destinado a operar en la Banda Oriental en el momento oportuno. Ahora
bien, lejos de resignarse a dejar el gobierno
en poder de aquellos que parecían más a
tono con las circunstancias, los rivadavianos
se aprestaron a reconquistarlo por cualquier
medio. Y así lo hicieron el 7 de febrero de
1826 del modo ilegítimo que dijimos al principio de este capítulo.
En el hecho, el escándalo consistió en
que fueran los pacifistas a pesar de todo, los
partidarios del renunciamiento a la integridad territorial, los enemigos declarados de
la guerra nacional, los autores de la guerra
religiosa, quienes tomaron el poder cuando el
país estaba empeñado en su primera lucha
extranjera, y no podía volverse atrás sin incalculable desmedro de su interés y de su honor.
Era como si en 1914, en Francia, el gabinete
de unión nacional, en vez de constituirse bajo
el signo de los patriotas, hubiera quedado
bajo la presidencia de Jaurés, partidario de la
huelga general frente al enemigo.
En derecho, el escándalo consistió en que
hombres a quienes la moral y la ley no se les
caían de la boca, violaran tan descaradamente
a ambas. Crear el Poder Ejecutivo permanente
antes de constituir al país era flagrante violación de la ley fundamental del Congreso. Persuadir a los porteños a quienes algunas provincias habían confiado sus representaciones,
que traicionaran los intereses de aquellas, era
el colmo de la deslealtad.
Con todo, la creación del Ejecutivo nacional era una operación oportuna, si se piensa
que el momento de unión patriótica era el
más propicio para restaurar el Estado. Una
vez triunfante en la frontera oriental, el Estado podía terminar fácilmente su organización al amparo del prestigio y la fuerza de un
ejército victorioso. Lo que no podía ser más
inoportuno era la sustitución de Las Heras,
perfectamente a la altura de las circunstancias, por Rivadavia, hombre de partido, sin antecedentes de negociador, hábil en el terreno
institucional, pero sin aptitudes de organizador militar. En aquellas circunstancias el gobierno era la materia de Las Heras, y no era la
de Rivadavia. Sus propios antecedentes en la
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política constitucional del país no lo indicaban
al último para hacer triunfar la maniobra que
intentaron sus partidarios. No teniendo la ley
de su parte, el hombre que por cuatro años
había obstaculizado la reunión del Congreso,
que en 1821 había ridiculizado las pretensiones de los aspirantes a una magistratura
suprema, estaba en malas condiciones para
hacerse aceptar en ella.
Un político verdadero podía vencer esos
inconvenientes. ¿Lo era Rivadavia? Antes
de alegar el resultado, que dice lo contrario,
analicemos su conducta. Rivadavia no quería el gobierno para sacar al país de las dificultades en que se hallaba, por los medios
que requerían esas dificultades, sino para
continuar su obra de literatura institucional,
para seguir progresando en el papel, aunque retrogradando en la realidad. En un país
cuyo localismo él había contribuido a acentuar, donde el ascendiente personal, basado
en la superioridad del individuo sobre sus
semejantes del modo más elemental: fuerza, destreza, prudencia, simpatía; donde las
condiciones físicas: lentitud de las comunicaciones, aislamiento de muchos distritos,
etcétera, hacían dificultosa la difusión de
una popularidad nacional, Rivadavia supuso
fácilmente asequible la creación de condiciones diametralmente opuestas. Antes de
conseguirlo se puso a trabajar como si la
autoridad impersonal fuese un hecho. Un
congreso de doctores para aplicar en el país
las leyes de Londres o Berlín, llegadas en
las últimas gacetas; un presidente de toga,
falto de toda popularidad; el gobierno ideal
a plumazos, cuando la espada era el primer
instrumento del gobierno.
Rivadavia poseía notables cualidades
de índole civil. Su pretensión de dejarle al
país un corpus institucional era justificada.
En sí, los decretos del “Registro oficial” que
llevan su firma, son de lo mejor que su época podía ofrecernos. Entristece reflexionar
que los decretos del famoso ministerio eran
contemporáneos de la ocupación portuguesa en la Banda Oriental y la última faz de
la lucha por la independencia, de las cuales
Rivadavia hizo abstracción. Pero los de la
Presidencia revelan una desesperada tozudez. De 1826 a 1827, su literatura, considerada en relación con las circunstancias
exteriores e interiores, resulta de una mediocridad repugnante.
No es todo. Las dificultades internas se las
creó él mismo. Mientras estuvo Las Heras, las
provincias contribuyeron a la guerra con una
generosidad reveladora del sentimiento nacional unánime. No es seguro que no siguieran contribuyendo al producirse la sustitución de Las Heras por Rivadavia si este no las
provoca. Lo cierto es que Rivadavia provocó a
las provincias.
El golpe de mano con que Lamadrid se
apoderó del gobierno de Tucumán con las
fuerzas reclutadas para el ejército nacional
de la Banda Oriental, había sido un acto preliminar de la maniobra que exaltó a Rivadavia
a la presidencia. La mayoría rivadaviana del
Congreso no acordó a Las Heras el castigo
solicitado por este de su desleal servidor. El
presidente apoyó con dinero y armas la Liga
del Norte constituida por Lamadrid. Las amenazas proferidas contra los caudillos provinciales en cartas cambiadas entre Lamadrid
y los agentes del Ejecutivo nacional fueron
interceptadas, circularon de una parte amenazada a otra. Y el país ardió.
Los despilfarros edilicios o culturales, la
provocación de la guerra civil, no eran los
medios de apoyar sólidamente la acción exterior. El ejército formado por Las Heras era
el mejor que había conocido el continente.
Pero convenía mejorarlo aun más, dada la
importancia del enemigo. Sus triunfos fueron brillantes. Pero el gobierno le había quitado los medios de explotar debidamente la
victoria. La lucha civil provocada por él no
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le permitió a Rivadavia mandar a la Banda
Oriental los dos mil infantes con que el general en jefe se comprometía a decidir la guerra en el terreno donde ella se desarrollaba
después de Ituzaingó.
Los errores de Rivadavia no pararon ahí;
pensaba en la paz. Escuchaba consejos de
paz al mismo tiempo que se colocaba torpemente en situación de no poder ganar la guerra. El “amigo” inglés, lord Ponsonby, ministro
de S.M.B. en el Plata, y que no hacía más que
transmitir las ideas de su gobierno, sugería
solucionar el conflicto argentino-brasileño
erigiendo en la Banda Oriental un Estado independiente. A Inglaterra le interesaba debilitar el Estado poseedor de las ricas tierras que
baña el Plata; explotar a dos Estados débiles
es más fácil que explotar a uno solo. El desquite de 1806/7 era a ese precio.
La sugestión del inglés fue tomando
cuerpo a medida que nuestras tropas redoblaban sus éxitos. Desde el punto de vista
nacional el ilogismo era tremendo. Pues la
independencia uruguaya hubiera sido admisible como transacción entre la fuerza del
Brasil y el derecho de la Argentina, no cuando nosotros teníamos a la vez el derecho y
la fuerza. Pero desde el punto de vista rivadaviano la solución era lógica. Si la riqueza era lo primero, la guerra civil que había
entorpecido la vigorosa prosecución de la
guerra extranjera había sido necesaria para
el afianzamiento del régimen comercial. Si
no se podía llevar de frente la guerra extranjera y la guerra civil, la opción por esta
última era impuesta por el principio del sistema rivadaviano. La tenacidad con que se
asía al poder cuando su conservación le era
más difícil, la inconsciencia con que identificaba su persona con el orden y la oposición
con la anarquía, la obcecación que lo llevaba a preferir la deshonra y la amputación
de la patria al abandono de la lucha por sus
principios, son de una perfecta consecuen-
cia con las circunstancias en que llegara al
poder un año antes. La idea de la independencia oriental, proveniente del gobierno
inglés, debía parecerle de una adecuación
irresistible. La colaboración inglesa era pieza maestra de su sistema. Cartas suyas a
los hermanos Hullet, de Londres, anteriores a la creación del Ejecutivo permanente,
harían creer que las concesiones de Minas
fueron la causa primera de la aventura presidencial. Su embajada de 1824/26 a Inglaterra desató ese torrente de especulaciones que nos ha dejado pulidos guijarros en
bellas narraciones de viajes de los agentes
comerciales británicos. Sus compromisos
con el extranjero coincidían demasiado con
su concepción de la política argentina para
que la guerra, accidente imprevisto que había perturbado sus madurados planes, no le
pareciera evitable a cualquier precio, sobre
todo el que indicaba Inglaterra.
Por su inoportunidad, por la personalidad
del negociador, la misión García nos puso en
peores condiciones de las en que estábamos.
Dio al Emperador una noción de nuestras dificultades internas más exacta de la que podía tener por conjetura o fuentes de segunda mano. El carácter de fachada de nuestra
ventaja militar era reconocido por los interesados en ocultarlo. La personalidad de
García representaba la invasión portuguesa,
es decir, la devolución de la Banda Oriental
al Imperio. Rivadavia no podía ignorar que
su comisionado era hombre tan sistemático como él ni hasta dónde son capaces de
llegar los ideólogos para dar realidad a sus
quimeras. Pero si renunció después, ¿por
qué no renunció antes de mandar al Janeiro
a García? Si sólo vio la enormidad de la política oriental en que desde antes comulgaba
con García, al sentir la unánime reacción del
pueblo, y hasta del ejército, frente a la convención celebrada por sus correligionarios,
su ceguera lo inhabilitaba para los intereses
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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partidarios lo mismo que para la gestión de
los intereses nacionales.
Esa montaña de errores, que nuestra historia ha escamoteado en parte, debió aparecer a los contemporáneos en una perspectiva
muy similar a la en que hemos tratado de presentarla. Los “inmensos males” causados por
Rivadavia y sus satélites, no le constaban sólo
a O’Higgins, como se lo escribía San Martín en
1829, sino a todo el mundo. Por la forma en
que se encaramaron al poder, y por la inaudita torpeza con que lo ejercieron, aquellos
hombres quedaban en una postura irremediable. Eran los más ambiciosos, se creían los
mejores (en cierto sentido con fundamento) y
habían fracasado como nadie antes que ellos,
de un modo que les cerraba herméticamente el porvenir. Sus antiguos correligionarios
los abandonaban. No, eso no era posible. El
cielo y la tierra se equivocaban, pero ellos tenían razón. Lejos de aceptar su triste suerte,
o disponerse a modificarla con el tiempo, el
arrepentimiento y la expiación, se aprestaron
con diabólica tozudez a reanudar la lucha por
cualquier medio. La marca infamante que la
opinión les aplicara como a rebaño sarnoso,
era para ellos un signo de distinción. En vez
de disgregarse a la soledad de la penitencia,
estrecharon las filas en un haz de reincidentes. La complicidad en el error, había dado nacimiento al núcleo originario de la oligarquía.
La complicidad en el crimen había de robustecerlo y acrecentarlo.
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Fuente: Julio y Rodolfo Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico, Buenos Aires, Independencia, 1982,
pp. 137-148.
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Confederación General del
Trabajo (7 de febrero de 1936)
Declaración de la Confederación General del Trabajo sobre la autonomía del
movimiento obrero en 1936.
La autonomía del movimiento obrero
La historia de la organización obrera en la Argentina está menos labrada por sus
luchas contra el capitalismo, por una empeñosa acción metódica encaminada a levantar el plano de existencia material de la clase, por lo general obra de resoluciones
inorgánicas a base de sentimiento y de coraje apagados al día siguiente de la victoria,
que por una acción tesonera, siempre renovada, en la conquista y el mantenimiento
de la independencia de sus directivas sindicales. Se prefirió una vida orgánica exangüe, sin reflejo en la masa trabajadora, sacrificando con ello la posible colocación
preponderante de una organización sindical fuerte en la marcha progresiva de la economía nacional, sin perder ninguna de sus oportunidades, las que sólo el capitalismo
aprovechó, a sufrir que los sindicatos cayesen en la órbita de ideologías extrañas en
perjuicio de la propia nacida de su misma entraña, al calor de los combates por conquistas inmediatas.
¿Fue conseguida esta individualidad, este desprendimiento de toda influencia exterior?
¿Se mueven hoy los sindicatos en vista exclusivamente de sus planes propios?
¿Cumplen su cometido natural o, por lo menos, intentan cumplirlo, de ser las
tropas de asalto de la clase trabajadora contra las trincheras capitalistas, guiadas por su
exclusiva inspiración?
Tendiendo la vista por el campo sindical, la respuesta puede ser sólo afirmativa.
Los grandes sindicatos que actúan en el actual momento se guían por esta norma,
bien marcada en la conciencia de sus mayorías determinantes, sin que sus componentes abdiquen de ninguna manera de sus inclinaciones particulares respecto de
escuelas ideológicas y partidos políticos que asignan en sus programas acciones resolutorias favorables a los problemas que la organización sindical plantea diariamente
al capitalismo.
Y este carácter de independencia no significa, ni debe significar, sólo una desvinculación material de “sectas y partidos”, según la letra de estatutos que, hasta ayer, reputaban indispensable asentar este clisé ideológico en su declaración de principios, sino
también del mismo grupo que en fuerza de estimular ese carácter amenazaba con el
peligro de convertirlo en dogma de un sectarismo exclusivista: se hizo necesario asimismo el extrañamiento de los métodos y reglas conducentes al establecimiento de aquella
independencia. Logrado el objetivo, sobraron los medios de conseguirlo.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Terminado el edificio, se destruye el andamiaje y se aleja a albañiles y maestranza,
que no pueden ser necesarios si al mismo tiempo no se ocupan en deteriorar lo construido. Una nueva etapa se abría a la marcha de la organización proletaria.
La primera organización de envergadura que se estableció con el nuevo criterio
de independencia, sin premisas, fue la Unión Ferroviaria. Su progreso rápido sobre
los viejos planteles de juventud retardada, favorecido por la inexistencia de controversias en su seno, alcanzando, en un lustro, una perfección orgánica hasta entonces
desconocida, demostró la bondad del nuevo método de bases sindicales neutralistas y
tolerantes, y evidenció la capacidad discernitiva y la autoridad moral adquiridas por
la clase obrera nuestra, para la creación de organismos sindicales autónomos sin prescripciones prescindentes ni proscripciones en materia de ideología y de política. Evidenció la seguridad de no poder ya ser desnaturalizado su criterio de clase ni desviada
en sus fines sociales porque afronte los problemas en todos sus aspectos, sean económicos o políticos; la seguridad de su poder absorbente, que asimila y transforma en el
sentido de su genio todos los valores morales que le llegan del exterior; la seguridad
de que los partidos políticos y los hombres de partido en sus líneas de acción paralelas
o tangenciales respecto del movimiento obrero, no pueden hacer más que contribuir
a resolver sus problemas y a cimentar sus conquistas en el plano de la legislación.
Fuente: CGT, nº 95, 7 de febrero de 1936, en Tulio Halperín Donghi, La República imposible (1930-1945), Biblioteca
del Pensamiento Argentino, tomo V, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 310-311.
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A poco de aparecer publicada esta poesía –en 1933– en la revista que él
dirige, Contra, Raúl González Tuñón es encarcelado y alojado por varios
días en el subsuelo del Palacio de Tribunales. Como dirá más tarde el propio González Tuñón, “el violento poema fue escrito en uno de los peores
momentos de la historia argentina”. Con un nervio crítico-afirmativo, cuya
poética se apropia de las marcas del género manifiesto, “Las brigadas
de choque” es una intervención que viene a discutir en el terreno mismo
de las vanguardias literarias de los años 20. Si bien, como dirá el propio
escritor, en este poema “continúa vigente el aire civil del versolibrismo
ejercitado en la etapa martinfierrista”, no es menos cierto su carácter disruptivo, en tanto reubica y jerarquiza a la política en la ecuación que vincula a esta con la práctica artística y los intelectuales.
Las brigadas de choque
por Raúl González Tuñón
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Quevedo
I
Primero fue la toma de la tierra por la hembra y por el varón.
Después vino la tristeza de la civilización.
Primero fue el campo libre, el cielo libre, la libre unión.
Después las malas leyes del hombre que hicieron las malas leyes de dios.
Hoy, como el cura loco de Kent, me pregunto yo:
“Cuando Eva hilaba y Adán araba ¿quién era el amo?”
II
No pretendo realizar tan sólo el poema político.
No pretendo que mis camaradas sigan por ese camino.
Que cada cual cultive en su intimidad el dios que quiera.
Pero reclamo de cada uno la actitud revolucionaria frente a la vida,
pero reclamo el puño cerrado frente a la burguesía.
He reconquistado el fervor y tengo algo que decir:
se llama brigadas de choque a las vanguardias lúcidas
de los obreros especializados en la URSS,
nombre caro a nuestro espíritu.
Formemos nosotros, cerca ya del Alba motinera,
las Brigadas de Choque de la Poesía.
Demos a la dialéctica materialista el vuelo lírico de nuestra fantasía.
¡Especialicémonos en el romanticismo de la Revolución!
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1934 - 1937
III
Mi voz para cantar y para gritar mi voz,
mi voz para degollarse en las veletas enloquecidas.
Mi voz para aullar, mi voz para subir –única, digna enredadera–
y asustar a los burgueses desprevenidos por la boca de los albañiles.
Mi voz para decir el antipoema
en la esquina de las fábricas,
a la salida de las costureras,
en las puertas falsas de los teatros,
en los fondos de los talleres,
en las poternas de la civilización burguesa,
el gran castillo vacilante.
Los Movierones ahogan también rugidos, ladridos
-ocultan las manifestaciones apaleadas
-los nazis violando a las hijas de los judíos
-los policemen atajando la marcha de los tejedores
-la Generalidad cargando sobre los sindicalistas
-la gendarmería rodeando de cinturones de fuego a los
socios del John Reed Club
y los gases lacrimógenos de la policía de Buenos Aires
disolviendo los mitines en los portones
de los frigoríficos extranjeros.
¿Y Nicolás Repetto? –Bien, gracias.
¿Y José Nicolás Matienzo? –Cuidando la Constitución,
como si la Constitución fuera una hembra.
Sí, la Constitución se halla en estado de descomposición
y nosotros, únicamente nosotros, los comunistas,
legítimamente nos reímos de esa Constitución burguesa
y de la democracia burguesa.
Pero no de la democracia que proclamamos,
porque nosotros queremos la dictadura
pero la dictadura que asegure la verdadera libertad de mañana.
IV
Nosotros contra la democracia burguesa
Contra
Contra la demagogia burguesa
contra la pedagogía burguesa
contra la academia burguesa
contra
contra
contra el fascismo, superexpresión
del capitalismo desesperado.
Contra la masturbación poética.
Contra los famosos salvadores de América
–Palacios, Vasconcellos, Haya de la Torre–
contra
contra
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contra las ligas patrióticas y las inútiles
sociedades de autores, escritores, envenenadores.
Contra los que pintan cuadros para los burgueses.
Contra los que escriben libros para los burgueses.
Contra
Contra
Contra las putas espías de Orden Político.
V
Contra los social fascistas tipo Federico Pinedo.
Contra el radicalismo embaucador de masas
–fuente de fascismo–,
dopado por el incienso de vagas palabras.
¡Ellos! Los metralleros de Santa Cruz.
Contra
Contra
Nosotros contra la moral tipo La Prensa
–el elefante enfermo de la Avenida de Mayo–
y el largo bostezo de sus editoriales.
Contra las sedicentes obras de tesis.
Contra la teosofía, onanismo del espíritu.
Contra el anarquismo sensiblero y claudicador.
Contra el clericalismo.
Contra
contra
contra el criollismo a ultranza y sin matices,
contra el folklore pueril y falso,
contra el francesismo servil,
contra las visitas tipo Keyserling, Morand, Ortega.
Contra
contra los becados
contra los niños prodigios del confusionismo canalla
de South America.
VI
¡Contemos a los niños la historia de Lenin!
Contra la vedette,
contra los mesías y los supuestos héroes
y toda la roña burguesa
-agiotistas
-rentistas
-especuladores
-caudillos
-plumíferos
-gendarmes
-jueces
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-abogados
-intelectuales
La muerte del obrero Hevia pasó inadvertida para vosotros.
Ni siquiera entregasteis el cadáver mutilado a la familia.
Un centenar de policías siguió al coche que llevaba la caja de pino.
¡Os ofrecemos nuestros cadáveres!
Sobre nuestros cadáveres los camaradas de mañana construirán la nueva Argentina
en el alba motinera de obreros, soldados, marineros,
campesinos, poetas y artistas.
¡Os regalamos todo!
¡No leáis nuestros libros!
¡Al carajo con vuestra comprensión y vuestra generosidad!
Nosotros estamos de vuelta al pueblo,
ávidos de dialéctica materialista.
En una sociedad sin clases será posible el sueño,
lo abstracto, la intimidad con lo inverosímil y lo inventado,
con dios y con los otros mundos…
Nosotros estamos de vuelta al pueblo
y oímos las detonaciones que mañana
estremecerán las paredes.
¡Guerra a la clase dominante!
Dictadura para asegurar la libertad,
el trabajo liberador,
la máquina redimida,
la comodidad,
la dignidad,
el club,
la libre unión de los enamorados
y el arte puro de una sociedad sin clases.
VII
Otros amigos tomaron otros rumbos.
El tiempo espera.
Todo yo soy actitudes pero ningún orgullo me maltrata
y tengo algo de muchedumbre cuando canto
y cuando grito.
Voy a meterme en las grandes mareas de los cines
y las fábricas y los subterráneos.
Lamento no haber sido lo que se dice
un “subversivo auténtico”.
Lamento no haber perdido tantos años
en los periódicos
aunque les agradezco los aviones, los barcos y los trenes que me dieron.
Vuelvo a la vida que me reconoce,
el hambre y el sueño son mis viejos amigos.
A devorar los libros afiebrados
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en las vigilias del invierno
y por las mañanas
a recorrer los parques y las plazas
y contar las chimeneas
y llenarme del vasto olor del pueblo,
del vasto rumor del pueblo.
Una columna de pueblo viene hacia mí:
llevan carteles alusivos y cantan La Internacional.
¡Arriba los pobres del mundo,
de pie los esclavos sin pan!
El viejo canto me reconoce
y yo voy con mis hermanos.
Son las 3 de la tarde de un 1° de Mayo,
hoy cumple años nuestro viejo dolor.
No, hoy no es un día de fiesta,
pero hemos aprendido a cantar,
y después de los cantos vendrán las balas.
VIII
Esta es la canción del Plan de los Cinco Años.
Lenin lo dejó trazado junto a su gorra oscura
y su tabaquera.
El lienzo rojo de su memoria.
Desde octubre de 1928 comenzó a extenderse a las campanas
de la inmensa Rusia,
saliendo de las grandes ciudades en donde ya existía generosa
un nivel de dolor y de cultura.
Expropiando las posesiones de los ricos agricultores
y repartiendo entre todos la veterana tierra
y recogiendo los frutos para todos.
Era el primer gran paso hacia la conquista
del comunismo de Lenin.
Después nos ocuparemos de dios.
Ahora nos interesa combatir su política.
(Este no es un poema, es casi una experiencia.)
Las colonias agrícolas comunistas reemplazan a los grandes
y a los pequeños feudos burgueses.
Ya no hay que levantar catedrales,
mucho fervor gastado.
Ahora hay que levantar usinas,
mucho fervor por gastar.
¡Abajo la inteligencia burguesa!
Es tiempo de ocuparse del hombre.
Nicolás Lenin ha muerto y su herencia es el Volga.
Y el Kara
el Duina
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el Onega
el Péchora
el Vístula
el Ural
el Don.
Una herencia de ríos.
Nicolás Lenin ha muerto y su herencia es el Cáucaso.
Y los Urales
las mesetas del Valdai
las colinas del Volga.
Nicolás Lenin ha muerto y su herencia es el cobre.
Y el hierro
la hulla
el petróleo
el oro.
Pero sobre todo su herencia es la tierra,
humana, tierna, fecunda.
Nuestro nacimiento, nuestra vida,
nuestra sepultura,
nuestra resurrección.
He aquí la Canción del Plan de los Cinco Años.
IX
Devoraba las noticias del día con el sándwich de milanesa:
las consecuencias del temblor que duró treinta segundos
son funestas para una vasta región.
Durante la noche pareció estacionario
el nivel de las aguas del Sena.
400 obreros sepultados en un túnel.
Las viudas lloran en la boca del día.
Casas, puentes, vías férreas, desaparecieron a causa del terremoto.
Se asegura que Blucher es un militar organizador de gran estilo.
Queremos la repartición de la tierra,
desconocemos la propiedad privada y la ley de herencia
y desde ahora todo aquel que no trabaje no comerá.
Los agentes secretos de seis potencias burguesas
se han arrojado al río Moscowa.
Un día existieron Cartago y Babilonia
y un día fue poderoso el Egipto.
Los mercaderes venecianos llegaban hasta Persia
y los persas atravesaban los canales.
Los fenicios navegaban trocando estatuillas de barro
por montones de trigo.
¡Los desacreditados fenicios que llevaron a Grecia
la preocupación del arte!
Catón repitió veinte veces en Roma: ¡Destruid Cartago!
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Tenemos que destruir. El grito se repite en la historia.
Pero los camaradas de Moscú han abierto otro camino
y la historia se desvía.
Les habían prohibido el aceite y la lámpara,
la tinta y la palabra
y ellos vencieron.
Sólo es bello el horizonte cuando recorta miles de camisas obreras.
Existen Buenos Aires y San Pablo y sus hombres comienzan a ver.
Yo presiento la marcha sobre Europa de un Ejército Rojo.
Pausa sobre el teatro de marionetas de Ginebra,
sobre Berlín
que engorda y envilece.
Horcas afiladas están meditando
junto a un horizonte de humo y de sangre.
Cristo signa, en la estridencia de las usinas,
a la última cruz, final e inexorable.
X
No importa que yo ame los puertos y los circos
y la dorada y alevosa flor de la aventura
y el vino y las rosas y la guerra.
Como Ernesto Psichari yo amo la guerra,
pero la guerra que trae la Revolución.
¿Sabes ya que los cuervos vuelan sobre los valles anunciando la peste?
Yo había visto algunos dibujados en los afiches de las ciudades.
Había un niño olfateando la sangre de la guerra,
de la guerra que trajo la Revolución.
–“Pour les français dans les territoires ocupees”–
colocados especialmente por la Legislación.
Los cuervos eran los alemanes.
¡Oh, amigos, y cómo es de tranquilo el vuelo de los cuervos!
¡Qué serenidad bajo la campana del cielo!
Mas cuando se acercan sus picos son horribles,
sus ojos asquerosos y sus garras tremendas.
Los socialdemócratas, los ultraclericales, los “nacionalistas”,
tienen también el vuelo de los cuervos.
Cerca de ellos hay que destrozarlos con un tiro de escopeta,
porque ellos anuncian y provocan la peste en la tierra.
XI
Hablemos de esta ciudad sucia como su río.
Aquí todo está prohibido.
A la vuelta de la esquina nos deja solos y en su cuadrilátero aburrido
prevalece la absurda confitura del Pasaje Barolo
y la mentalidad seminarista de José Luis Cantilo.
Buenos Aires no vale la pena que le cante ni siquiera versos airados.
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1934 - 1937
Siempre se quedará con los Zuviría, los Capdevilla y los Obligado.
Esta ciudad me ha llamado canalla y vicioso porque quise darle color.
Porque anduve por ahí desparramando mi indudable fervor,
porque bajé la luna hasta sus calles para alumbrarlas mejor.
Porque a la compañía de las horteras prefería la de vagos y atorrantes.
Porque a veces anduve con un traje rotoso y estragué mi estómago en
el sórdido Puchero Misterioso.
Esta ciudad fustigada en sus flancos por la Legión Cívica y
el Klan Radical.
Esta ciudad de Yrigoyen y Uriburu, que nunca ha dado
un bandido perfecto ni un gran poeta.
Esta ciudad cuyos bienes apestan a escribanos públicos,
a mujeres sin capacidad de pecado.
Esta ciudad que todavía respeta un título de abogado.
Ciudad de bebedores de agua.
De donde Barret emigró con asco, en donde O´Neill tuvo hambre
y sueño,
en donde Güiraldes fue escarnecido y Calou murió malogrado,
Payró incomprendido, Emilio Becher agotado y Carriego empequeñecido
y en cuya Universidad, esquina pedagógica de la vulgaridad,
se gesta una runfla de rastas y logreros y patoteros grandilocuentes
que después van a llenar la Pampa de alambradas y alcahuetes.
XII
No tenemos nada, no hemos construido,
nada fue posible en este campamento podrido.
Hemos quedado solos
con un montón de versos,
angustiosos o perversos
porque la leche de Buenos Aires fue así de mala.
Sucia como su río,
agria como su alma.
El tango actual es una cobardía.
Sombrío, ronco, gangoso
–“oliendo a china en zapatilla y macho perezoso”–.
Es pesimista, compasivo y trágico.
Es un ángel oscuro que pudo haber volado.
Le falta a Buenos Aires la Tercera Fundación.
La que vendrá con la Revolución.
¡Preparémonos para tirar!
Contra los museos,
las universidades,
la prensa de paquidermo,
la radiotelefonía, la academia,
el teatro y el deporte burgueses.
Preparémonos para tirar
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y acertar esta vez.
Contra en la casa
contra en el mar
contra en la calle
contra en el bar
contra en la montaña.
Para abatir al imperialismo.
Por una conciencia revolucionaria.
Y aquí nosotros contra la histeria fascista,
contra el socialismo tibio,
contra la confusión Radical,
contra
contra
estar contra
sistemáticamente contra
contra
contra.
¡Yo arrojo este poema violento y quebrado
contra el rostro de la burguesía!
Fuente: Néstor Kohan (comp.), La Rosa Blindada, una pasión de los 60, Buenos Aires, La Rosa Blindada Editorial,
1999, pp. 109-119.
Manifestación, de Antonio Berni, 1934.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1943 - 1944
El golpe de Estado de junio de 1943 reconfigura las tensiones del
mapa político, que tienden a polarizarse de manera creciente.
Por un lado, la oposición al golpe –donde se cuentan socialistas
y comunistas, entre otros– interpreta el nuevo acontecimiento
siguiendo un eje de lectura que replicará poco después con el surgimiento del peronismo: el antagonismo entre fascismo y antifascismo. Por otro lado, la autoproclamada “revolución”, encabezada por Arturo Rawson y Pedro Ramírez, se hace en nombre de
ideas asociadas con el nacionalismo conservador, e incluso reaccionario, que había ganado protagonismo en la década del 30.
De sus filas emerge la figura del coronel Juan Domingo Perón,
quien se dirige a obreros y empresarios anunciando la necesidad
de implementar importantes reformas sociales. Este nuevo discurso, que acompaña una serie de reformas que impulsa Perón
desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, y que mejoran la calidad de vida de los trabajadores, se inscribirá en una
dinámica política cambiante, que dará lugar a lo que hasta allí
parecía impensado: que la “revolución nacionalista” deviniera
en una “revolución social”.
1943 - 1944
GOU. “Situación interna”
El Grupo de Oficiales Unidos (GOU) fue una logia militar creada en febrero
de 1943, que tuvo a Juan Domingo Perón entre sus miembros fundadores.
Consumado el golpe del 4 de junio que destituye al gobierno conservador
de Ramón Castillo, las fuerzas armadas entran en un período de disputas
internas que termina con el GOU, y sus posturas nacionalistas y neutralistas, ejerciendo el control político del movimiento revolucionario y con
Perón como figura central del proyecto que se extiende hasta las elecciones de 1946.
Hasta este momento y de acuerdo con elementos de juicio disponibles, la situación
interna se presenta comprendida por los siguientes acontecimientos:
1. Situación política
a) La Concordancia. (Demócratas Nacionales y Antipersonalistas) han llegado a la fórmula “Patrón Costas-Iriondo”, impuesta por la convención del Partido (senador
Suárez Lagos). Aceptada por una parte de las fuerzas conservadoras. Resistida por
otra parte de ellas y por la mayoría de las fuerzas independientes. Combatida por
una gran parte de los nacionalistas.
Es de hacer notar que esta fórmula está apoyada por la banca internacional, los
diarios y las fuerzas extranjeras que actúan en defensa de intereses extraños a los del
país. A pesar de ser la oponente natural de la “Unión Democrática” no es combatida
abiertamente por los elementos directivos que a esta la componen, lo que infiere
que entre los políticos existen puntos de coincidencia o finalidades ocultas que pueden ser coincidentes. Sin embargo, esta fórmula tiene la más franca oposición entre
el pueblo mismo, sea de cualquier tendencia que fuere.
Se considera que esta fórmula en las elecciones necesitará hacer uso del fraude electoral para triunfar. En ese sentido se descarta que el Gobierno apoyará esta fórmula que
es considerada como producto de sus propias inspiraciones y de su “media palabra”.
b) La Unión Democrática Argentina: no ha llegado aún a la total unificación material,
ni menos aún a fórmula alguna. Se prevé que puede ser, de acuerdo con la tesis radical, “Pueyrredón-Molinas” o, de acuerdo a la línea socialista, “Pueyrredón-Saavedra
Lamas” u otra.
Esta agrupación, pese a su nominación disimulada, es el “Frente Popular” con
otro nombre. En ese concepto agrupa, con tendencia netamente izquierdista, a las
fuerzas comunistas, socialistas, gremiales, demócratas progresistas, radicales, etc.
Su unión obedece a presiones extrañas, originadas y mantenidas desde el exterior, financiadas con abundante dinero extranjero y vigiladas y propulsadas por los
agentes propios que actúan en nuestros medios al servicio de países extranjeros.
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1943 - 1944
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Se trata de una agrupación netamente revolucionaria que pretende reeditar el
panorama rojo de España, donde las fuerzas moderadas caen finalmente, para ser
instrumentos de los comunistas.
Dentro del Partido Radical, hoy profundamente dividido en dos tendencias,
existe una gran fracción que comparte con los comunistas, socialistas, demócratas
progresistas, y gremialistas la doctrina roja importada desde el Komitern de URSS,
con los dictados de programas de extensión de la 3a. Internacional de Moscú.
c) Los nacionalistas: que en los momentos actuales constituyen las fuerzas más puras y
con mayor espiritualismo dentro del panorama político argentino. Se encuentran divididos en fracciones, aunque ya se han realizado gestiones para producir su unidad;
debe preverse que los acontecimientos de prueba los encontrará unidos y solidarios.
Como una forma de demostrar su repudio a la fórmula Demócrata Nacional, se
presentarían a las elecciones presidenciales con fórmula propia (Scasso-Pertiné). Ello
restaría, sin duda, un gran porcentaje de votos a la fórmula conservadora. No sería
tampoco improbable que, en el sentido nacionalista, tal fórmula diera una sorpresa,
ya que podría ser votada por numerosos independientes. Tales circunstancias han sido
ya apreciadas por los dirigentes visibles y ocultos de las grandes agrupaciones en lucha.
d) Todas las demás fracciones políticas, orgánicas o inorgánicas, se agrupan por afinidad de ideas o intereses, a una de las tres grandes agrupaciones ya mencionadas.
Las fuerzas extrañas a los intereses y conveniencias del país han obrado con
evidente acierto, para anular toda posible reacción de las verdaderas fuerzas nacionales. Los políticos que en una forma u otra sirven a esos intereses foráneos han
sido comprados y, como consecuencia de ello, la ficción representativa, que siempre
ha respondido a los oscuros designios del comité, hoy se encuentra en manos de los
verdaderos enemigos del país.
Es indudable que, cualquiera de las dos grandes tendencias que venciera en las
elecciones, satisfaría los designios de las fuerzas que hoy se mueven ocultamente detrás
de intereses inconfesables de la traición. Estas fuerzas ocultas maniobran, dirigidas
desde afuera, absolutamente sincronizadas y coordinadas con los acontecimientos de la
política internacional, produciendo hechos que la propaganda se encarga de explotar,
presionando las clases dirigentes y encauzando así las grandes corrientes de la opinión.
De esta manera, el país no puede esperar solución alguna dentro de los recursos
legales a disposición. El resultado de las elecciones no será en caso alguno beneficioso para él. El pueblo no será tampoco quien elija su propio destino, sino que será
llevado hacia el abismo por los políticos corrompidos y vendidos al enemigo. La ley
ha pasado a ser el instrumento que los políticos ponen en acción para servir sus propios intereses personales en perjuicio del Estado, y el pueblo conoce perfectamente
este hecho y sabe, a conciencia, que él no elige sus gobernantes.
El hombre de la calle anhela ya terminar este estado de cosas, cualquiera sea la
solución que se busque al problema. Algunos desean que el Ejército se haga cargo
de la situación, otros encaran el asunto por el lado nacionalista, otros por el comunismo y los demás se desentienden de todo mientras puedan vivir.
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2. La situación social
En tanto los capitalistas hacen su agosto, los intermediarios explotan al productor y
al consumidor, los grandes terratenientes se enriquecen a costa del sudor del campesino, los grandes empleados y acomodados de la burocracia disfrutan sus buenos sueldos
sin pensar sino en que esta situación dure y el gobernante se cruza de brazos ante el
aparente panorama de bienestar; los pobres no comen, ni se calzan ni visten conforme
a sus necesidades.
Las ciudades y los campos están poblados de lamentaciones que nadie oye; el productor estrangulado por el acaparador, el obrero explotado por el patrón y el consumidor literalmente robado por el comerciante. Tal es el panorama. El político al servicio
del acaparador, de las compañías extranjeras y del comerciante judío y explotador desconsiderado, mediante la paga correspondiente.
La solución está precisamente en la supresión del intermediario político, social y económico. Para lo cual es necesario que el Estado se convierta en órgano regulador de la riqueza, director de la política y armonizador social. Ello implica la desaparición del político profesional, la anulación del negociante acaparador y la extirpación del agitador social.
Todo ello da lugar a que en el país existan las tendencias actuales: los comunistas
y afines que buscan la solución por sus sistemas conocidos y de triste experiencia; los
nacionalistas por la argentinización espiritual, la recuperación nacional y la implantación de nuevos sistemas de administración y distribución de la riqueza. Finalmente,
los políticos que, defendiendo su situación, propugnan el estado de cosas existente en
apoyo de sus conveniencias personales.
Detrás de todo esto el pueblo que se divide en estas tres direcciones, siguiendo también lo que considera su conveniencia personal, mientras nadie piensa en el país que, al
final, es quien con su solución dará la solución de todos.
Sin embargo, se puede asegurar que en los momentos actuales la gente del pueblo
tiene una gran desilusión de los que hasta hoy fueron sus dirigentes (socialistas, gremialistas, dirigentes obreros, etc.) y se encauzan en otras corrientes, independientes o bien
políticas o bien nacionalistas. Mientras los socialistas han perdido su antiguo auge, han
adquirido preponderancia los comunistas y los nacionalistas.
3. La situación interna
Con la situación política metida en un callejón sin salida que satisfaga las mínimas aspiraciones; con una situación social difícil, aun dentro del aparente panorama
de bienestar, con la clase dirigente desconceptuada y desprestigiada, con los políticos
comprobadamente delincuentes, la situación interna no puede ser más desconsoladora.
Nada puede encararse ni en lo interno ni en lo externo, mientras subsista este estado
de cosas. La falta de capacidad y de honestidad de los hombres de la actual generación,
imposibilita encarar toda solución dentro de un encauzamiento normal y racional.
Sólo queda el recurso de un sacudimiento violento que permita descargar al país del
remanente de tanta infamia.
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Se impone una solución político-interna de extraordinaria revolución sobre los valores morales, intelectuales y materiales. Se impone una solución social que ponga a tono la
extraordinaria riqueza de los menos con la no menos extraordinaria pobreza de los más.
Pero el que encare la solución de estos problemas no ha de errar, ni fracasar, porque
ello representaría el caos y el cataclismo de la nación y de la nacionalidad.
Actualmente buscan la solución
El Frente Popular (Unión Democrática Argentina) por la revolución social del tipo
comunista; para lo cual por intermedio del socialismo amarillo, que hace de personero
del comunismo, se ha tratado de atraer al radicalismo, a la acostumbrada celada del
frente único. Como en los demás casos el radicalismo ha entrado en la combinación
y será el instrumento cuantitativo, mientras los comunistas se reservan para ser, en el
momento oportuno, la dirección cualitativa del movimiento. Para ello, por cuerdas
separadas, el comunismo ha preparado un plan completo de sabotaje organizado; una
huelga general violenta y agresiva con grupos provocadores y de protección perfectamente organizados; la acción directa con grupos de choque bien organizados y comandados. Por otra parte, como campaña pasiva, ha procurado la penetración en el Ejército
de células entre los suboficiales y soldados, así como también en la marina y la policía.
Esta campaña ha llegado a punto tal que los dirigentes y agitadores manifiestan a sus
grupos que no hay que temer al Ejército ni a las otras fuerzas porque están intensa y eficientemente trabajadas. La interrupción de todas las comunicaciones, los transportes,
la energía eléctrica (luz y fuerza), el agua y demás servicios públicos la consideran asegurada, desde el momento en que ello se propongan. Cuentan con la ayuda económica, de propaganda, de armas y elementos de lucha, que les proporcionan los agentes a
sueldo de algunas embajadas y de organismos comunistas con sede en Montevideo. Los
vehículos serán también utilizados en gran escala para la lucha. El programa comienza
con la huelga, que si es reprimida violentamente pondrá a los obreros frente al gobierno
y procurará la unanimidad con que hoy no se cuenta. A ello seguirá una intensa agitación de todo orden y finalmente se desencadenará la lucha activa. Si el Frente Popular
pierde las elecciones, con el pretexto del fraude, se conseguirá la participación activa del
Partido Radical, Socialista, Demócrata Progresista, etc., en la lucha activa.
Si se llega al gobierno, la revolución será hecha “desde arriba” por el mismo método
seguido en España, pero subsanando los errores allí cometidos.
Para la lucha activa poseen un plan completo, ya sea para operar, como para anular
la acción del Ejército.
El Nacionalismo: también encara la solución de los problemas por medios más o
menos revolucionarios. Existen dos tendencias: una que cree conveniente llegar a contar con gran cantidad de adherentes a su doctrina y buscar por medios legales el poder
(Movimiento de Renovación); otra, que considera necesario llegar al gobierno a corto
plazo, para lo cual es necesario imponer la revolución y no la evolución (Unión Nacionalista Argentina). Estas fuerzas no están preparadas para un movimiento revolucionario en forma racional. Son todos revolucionarios en potencia, pero parece que esperan
la acción del Ejército, contra el cual no desean actuar.
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1943 - 1944
Se puede considerar que en caso de movimiento comunista estas fuerzas estarán incondicionalmente al servicio del Ejército. Otro tanto ocurrirá en caso de movimientos
revolucionarios políticos de cualquier orden. Son fuerzas de orden, mientras no se trate
de sus propias aspiraciones.
Dentro del Ejército, se vive el problema de la hora y no hay cuartel u oficina donde
no se hable y se vivan las inquietudes espirituales que hoy polarizan la casi totalidad de
las voluntades.
Los oficiales jóvenes son partidarios de actuar sin más y están listos para “salir en
cualquier momento”. Sin embargo, desconocen la real situación y no cuentan con
los demás acontecimientos que, ligados a la situación interna, la influencian marcadamente. Este estado de ánimo es halagüeño y promisor; los oficiales jóvenes deben
pensar siempre así.
Los jefes no participan, en general, del entusiasmo de los oficiales y consultan demasiado las posibilidades favorables y desfavorables que pueden intervenir en la solución de este problema. Aunque desconocen la real situación, se inclinan por soluciones
más suaves que ellos no ven. Otros se desentienden de estos problemas esperando la solución del tiempo, que “todo lo resuelve”. Algunos jefes, afortunadamente, mantienen
el entusiasmo de la juventud sin desmedro para la sensatez que les da su experiencia.
Hasta ahora sólo la Obra de Unificación había pensado en estas soluciones, porque
las cadenas y los “separatistas individuales” no se ocupan sino de personas o de grupos
de personas. Pero parece que nuestro ejemplo ha cundido y hoy, según informaciones,
existen tres movimientos en marcha:
- uno, dirigido por un General, que busca reunir los Jefes y Oficiales que creen necesario plegarse a las presiones foráneas y romper las relaciones, para lo cual presionarán oportunamente;
- otro, que hace resistencia pasiva o solapada, a todo esfuerzo que pretenda imponer
soluciones por el Ejército. Propugna la defensa del actual estado de cosas, pero con
ruptura de relaciones con el Eje;
- otro que, según informes, está dirigido por varios Generales, que buscarán la solución
tomando el gobierno a corto plazo, para entregarlo a una Junta Militar inicialmente.
Hasta los momentos actuales ninguna de estas cuestiones parece haber sido encarada seriamente. Por otra parte se trata de informaciones más o menos seguras.
Entre tanto las fuerzas ocultas, movidas desde el exterior, han invadido literalmente
el país en todas sus partes. Hoy se mueven agentes extranjeros de toda clase y toda actividad, encargados del sabotaje contra el Estado. Estos son ayudados por parte de los
habitantes que bien pagados trabajan desde la sombra o abiertamente en favor del país
o países interesados en penetrarnos.
Tales agentes tienen dos finalidades en su acción:
- una a corto plazo: crear una situación interna tal que obligue al país a incorporarse
a la guerra, aportando todo lo que pueda ser susceptible de sumar al esfuerzo bélico
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aliado. Preparar también y financiar la campaña política presidencial en forma de
asegurar que el próximo presidente sea de tendencia rupturista;
- una a largo plazo, que prepare en la mejor forma la penetración económica y política
de nuestro territorio, en forma de asegurar una explotación integral de la posguerra.
En ambas son ayudados desde el exterior por la acción de las respectivas cancillerías
que actúan coordinadas en su acción con la de sus agentes adelantados con pretextos de
misiones de estudio, buena vecindad, turistas, etc.
Este ejército de espías y agentes extranjeros, coligados con los habitantes (políticos
vendidos, diarios, judíos, personal de empresas extranjeras, etc.) trabajan actualmente
en dos direcciones: apoyan a la fórmula Patrón Costas-Iriondo y, por otro lado, actúan
activamente en la preparación del Frente Popular cuyas actividades están financiadas
por ellos. Preparan así un éxito reaseguro.
Todas las agrupaciones formadas con rótulos clásicos de “Acción Argentina”, “Defensa de los Pueblos Libres”, socorros de diversos tipos, etc., son financiados por agentes extranjeros y ayudados por la acción de los comunistas mediante las suscripciones y
colectas de diversos tipos.
En resumen, el país entero se encuentra penetrado y lo que es peor, parte del país
mismo (especialmente el elemento político directivo pago) está al servicio de quien nos
penetra. Por esa razón se ha visto en los últimos tiempos que los políticos han rivalizado
en la tarea de viajar a ciertos países y recibir órdenes del extranjero.
Todo ello unido a la presión ya abiertamente agresiva de ciertos países, que crea
una atmósfera política internacional inaguantable, ha llevado a nuestro Gobierno a la
necesidad de contemplar este problema en forma seriamente objetiva. En ese sentido
no sería difícil que se declarara el “estado de emergencia” y se tomara una actitud francamente en contra de tales presiones.
Fuente: Robert A. Potasch, Perón y el GOU. Los documentos de una logia secreta, compilación, introducción y comentarios de Robert A. Potasch, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, pp. 198-209, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las
masas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, pp. 3-9.
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1943 - 1944
Proclama de las Fuerzas
Armadas luego de la
“revolución de junio”
El 4 de junio de 1943 las Fuerzas Armadas derrocan al gobierno de Ramón
Castillo, cerrando el ciclo de la restauración conservadora iniciado con otro
golpe, el de 1930. La posibilidad de abandonar el neutralismo ante la guerra
–que en Europa pronto terminaría con la derrota del nazismo– y la continuidad
de las prácticas políticas fraudulentas y venales aglutina a los diversos sectores de las fuerzas armadas para consumar la llamada “revolución de junio”,
que desde un comienzo adopta un carácter marcadamente anticomunista y
reactivo frente a las organizaciones obreras.
Proclama
4 de junio de 1943
Al pueblo de la República Argentina:
Las Fuerzas Armadas de la Nación, fieles y celosas guardianas del honor y tradiciones de la patria, como asimismo del bienestar, los derechos y libertades del pueblo
argentino, han venido observando, silenciosa pero muy atentamente, las actividades y
el desempeño de las autoridades superiores de la Nación.
Ha sido ingrata y dolorosa la comprobación. Se han defraudado las esperanzas de los
argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción.
Se ha llevado al pueblo al escepticismo y a la postración moral, desvinculándolo de
la cosa pública, explotada en beneficio de siniestros personajes movidos por la más vil
de las pasiones.
Dichas fuerzas, conscientes de la responsabilidad que asumen ante la historia y ante
su pueblo cuyo clamor ha llegado hasta los cuarteles, deciden cumplir con el deber de
esta hora que les impone salir en defensa de los sagrados intereses de la Patria.
La defensa de tales intereses impondrá la abnegación de muchos, porque no hay
gloria sin sacrificio.
Propugnamos la honradez administrativa, la unión de todos los argentinos, el castigo de los culpables y la restitución al Estado de todos los bienes mal habidos.
Sostenemos nuestras instituciones y nuestras leyes, persuadidos de que no son ellas
sino los hombres quienes han delinquido en su aplicación.
Anhelamos firmemente la unidad del pueblo argentino, porque el Ejército de la
patria, que es el pueblo mismo, luchará por la solución de sus problemas y la restitución
de derechos y garantías conculcados.
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Lucharemos por mantener una real e integral soberanía de la Nación; por cumplir
firmemente el mandato imperativo de su tradición histórica; por hacer efectiva una absoluta, verdadera y leal unión y colaboración americana y cumplimiento de los pactos
y compromisos internacionales.
Declaramos que cada uno de los militares, llevados por las circunstancias a la función pública, se comprometen bajo su honor:
- A trabajar honrada e incansablemente en la defensa del honor, del bienestar, de la
libertad, de los derechos y de los intereses de los argentinos;
- A renunciar a todo pago o emolumento que no sea el que por su jerarquía y grado
le corresponde en el Ejército;
- A ser inflexibles en el desempeño de la función pública, asegurando la equidad y
la justicia de los procedimientos;
- A reprimir de la manera más enérgica, entregando a la justicia no sólo al que cometa un acto doloso en perjuicio del Estado, sino también a todo el que, directa
o indirectamente, se preste a ello;
- A aceptar la carga pública con desinterés y obrar en ella sólo inspirados en el bien
y la prosperidad de la patria.
Fuente: José María Rosa, Historia argentina, orígenes de la Argentina contemporánea, Buenos Aires, editorial Oriente, s/f.
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1943 - 1944
Discurso de Perón en la Bolsa
de Comercio de Buenos Aires
El 25 de agosto de 1944, el por entonces secretario de Trabajo y Previsión dirige un discurso a los principales empresarios del país, discurso que, por las
singulares definiciones que brinda en torno a las relaciones entre el Estado, el
trabajo y el capital, será discutido largamente tanto por los defensores como
por los detractores del peronismo.
Señores:
En primer término, agradezco la oportunidad que me brinda la Cámara de Comercio para exponer algunos asuntos que conciernen en forma directa a la Secretaría
de Trabajo y Previsión. Al hacerlo no he querido escribir cuanto voy a exponer, a fin
de animar esta conversación, descartando la lasitud natural de las lecturas, para buscar
una mayor comprensión y facilitar un entendimiento entre los intereses que juegan en
el orden social, que la Secretaría de Trabajo y Previsión está encarando. En ese sentido
me trae hasta aquí un sentimiento leal y una absoluta sinceridad.
Mis palabras, si no están calificadas por grandes conocimientos, lo están, en cambio, por una absoluta sinceridad y un patriotismo totalmente desinteresado que puede
descartar cualquier mala comprensión de todo cuanto voy a decir.
La Secretaría de Trabajo y Previsión entiende que la política social de un país comprende integralmente todo lo humano con relación a los diversos factores del bienestar
general. Siendo así, muchos, posiblemente equivocados sobre todo cuanto yo he dicho
en el orden social, se han permitido calificarme de distintas maneras. Yo he interpretado
cada una de estas calificaciones; las he sopesado y he llegado a esta conclusión: de un
lado, me han dicho que soy nazi, de otro lado han sostenido que soy comunista; todo
lo que me da la verdadera certidumbre de que estoy colocado en el perfecto equilibrio
que busco en la acción que desarrollo en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Pienso que el problema social se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y
capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se
vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el
cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre
frágil, y ese es el peligro que viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría
de Trabajo y Previsión.
El Estado moderno evoluciona cada día más en su gobierno para entender que este
es un problema social. Esa es la enseñanza del mundo. Vemos una evolución permanente en todas las agrupaciones humanas, que desde cincuenta años hasta el presente
vienen acelerando de una manera absoluta e inflexible hacia una evolución social de la
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humanidad que antes no había sido conocida. Cerrar los ojos a esa realidad, es esconder
la cabeza dejando el cuerpo afuera, como hacen los avestruces de la pampa.
Es necesario reaccionar contra toda miopía psicológica; penetrar los problemas; irlos a resolver de frente. Los hombres que no hayan aprendido a decir siempre la verdad
y a encarar la vida de frente, suelen tener sorpresas desagradables. Nosotros, afirmados
sobre tales premisas, buscamos soluciones, soluciones argentinas para el panorama argentino y para el futuro argentino, que es el que más interesa al gobierno.
Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo
que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo.
Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a
producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de
Massini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer
esa lucha inútil, que como toda lucha no produce sino destrucción de valores.
Sería largo y quizás inútil por conocidas, que comentásemos aquí esas doctrinas,
como las del cristianismo liberal o como las del cristianismo democrático que encierra
doctrinas más o menos parecidas; pero viendo el panorama inútil, sería suficiente pensar que si seguimos en esta lucha en que la humanidad ha visto empeñadas sus fuerzas
productoras, hemos de llegar a una crisis que fatalmente se ha de producir, como ya se
ha producido en otros países, con mayor o menor violencia. Pero no hemos de esperar
que ese ejemplo tengamos que sentirlo, en carne propia, bien que esa experiencia suele
ser el maestro de los necios. Es mejor tomar la experiencia en la carne ajena y en este
sentido, tenemos ya una larga experiencia.
El abandono por el Estado de una dirección racional de una política social, cualquiera que ella sea, es sin duda el peor argumento porque es el desgobierno y la disociación paulatina y progresiva de las fuerzas productoras de la Nación. En mi concepto,
esa ha sido la política seguida hasta ahora. El Estado, en gran parte, se había desentendido del problema social, en lo que él tiene de trascendente, para solucionar superficialmente los conflictos y problemas parciales. Es así que el panorama de la política
social seguida representa una serie de enmiendas colocadas alrededor de alguna ley, que
por no haber resultado orgánicamente la columna vertebral de esa política social, se ha
resuelto parcialmente el problema, dejando el resto totalmente sin solución.
Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso,
porque la masa más peligrosa, sin duda, es la inorgánica.
La experiencia moderna demuestra que las masas obreras mejor organizadas son,
sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes. La falta
de una política social bien determinada ha llevado a formar en nuestro país esa masa
amorfa. Los dirigentes son, sin duda, un factor fundamental que aquí ha sido también
totalmente descuidado. El pueblo por sí no cuenta con dirigentes. Y yo llamo a la reflexión de los señores para que piensen en manos de quiénes estaban las masas obreras
argentinas, y cuál podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se
encontraba en manos de comunistas, que no tenían ni siquiera la condición de ser argentinos, sino importados, sostenidos y pagados desde el exterior.
Esas masas inorgánicas, abandonadas, sin una cultura general, sin una cultura política, eran un medio de cultivo para esos agitadores profesionales extranjeros. Para
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hacer desaparecer de la masa ese grave peligro, no existen más que tres caminos, o tres
soluciones: primero, engañar a las masas con promesas o con la esperanza de leyes que
vendrán, pero que nunca llegan; segundo, someterlas por la fuerza; pero estas dos soluciones, señores, llevan a posponer los problemas, jamás a resolverlos.
Hay una sola forma de resolver el problema de la agitación de las masas, y ella es la
verdadera justicia social en la medida de todo aquello que sea posible a la riqueza de su
país y a su propia economía, ya que el bienestar de las clases dirigentes y de las clases
obreras está siempre en razón directa de la economía nacional. Ir más allá es marchar
hacia un cataclismo económico; quedarse muy acá es marchar hacia un cataclismo
social; y hoy, esos dos extremos, por dar mucho o por no dar nada, como todos los
extremos, se juntan y es para el país, en cualquiera de los dos casos, la ruina absoluta.
No deseo fatigar a los señores con una exposición doctrinaria sobre todas estas
cuestiones que conocen mejor que yo. He querido solamente presentar, diremos así,
una concepción teórica de conjunto, para analizar a la luz de esas verdades que todos
conocemos, la situación en el campo obrero en el momento en que la Revolución del
4 de Junio se producía.
Las fuerzas obreras estaban formadas en sindicatos en forma más o menos inorgánica. El personal que prestaba servicios en las fábricas, alguno estaba afiliado a los
sindicatos, y otro no lo estaba; pero muchos sindicatos contaban con un 40 por ciento
de dirigentes comunistas o comunizantes.
A los tres meses de producirse la Revolución, nosotros, que observamos vigilantes el
panorama obrero, tropezamos con la primera amenaza, consistente en una huelga general
revolucionaria. El Ministerio de Guerra, que había obtenido su información por intermedio de su servicio secreto, fue el que tomó en forma directa la onda, la fijó más o menos,
estudió el panorama, y cuando pensó en llegar a una solución, estábamos a tres o cuatro
días de esa huelga que debía producirse irremisiblemente. Reunimos los dirigentes, como
aficionados, ya que no teníamos ningún carácter oficial. Hablamos con ellos; los hombres
estaban decididos. Esto representaba no un peligro, pero sí una posibilidad de tener que
luchar. Indudablemente eso repugna siempre al espíritu el tener que salir a pelear en la
calle con el pueblo, cosa que solamente se hace cuando no hay más remedio y cuando la
gente quiere realmente la guerra civil. Cuando ello ocurre, no hay más remedio que llegar
a ella; y entonces la lucha es la suprema razón de la disociación.
Pero este caso pudo posponerse por una semana, lo que nos dio la posibilidad de
accionar en forma directa sobre otros sindicatos que no estaban de acuerdo, sino por
presión, porque sabemos bien que los dirigentes rojos trabajan a las masas, no sólo
por persuasión, sino más por intimidación. En esas condiciones nos fue posible tomar el panorama obrero y elevarlo; pero, indudablemente, el Departamento de Trabajo demostró en esa oportunidad no ser el organismo necesario para actuar, porque
los obreros no querían ir al Departamento de Trabajo de esa época, que había perdido
delante de ellos todo su prestigio como organismo estatal, ya que en la solución de
sus propios problemas, ellos no encontraron nunca el apoyo decidido y eficaz que
tenía la obligación de prestar a los trabajadores. Por eso, con un organismo desprestigiado, no solamente se perjudica a la clase trabajadora, sino que él es germen del
levantamiento de la masa, que en ninguna parte se encuentra escuchada, compren-
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dida y favorecida. Eso me dio la idea de formar un verdadero organismo estatal con
prestigio, obtenido a base de buena fe, de leal colaboración y cooperación, de apoyo
humano y justo a la clase obrera, para que respetado, y consolidado su prestigio en
las masas obreras, pudiera ser un organismo que encauzara el movimiento sindical
argentino en una dirección; lo organizase o hiciese de esta masa anárquica, una masa
organizada, que procediese racionalmente, de acuerdo con las directivas del Estado.
Esa fue la finalidad que, como piedra fundamental, sirvió para levantar sobre ella la
Secretaría de Trabajo y Previsión.
Para evitar que ella cayese nuevamente en el mal anterior, en esa burocracia estática
que hace ineficaces casi todas las organizaciones estatales, porque están siempre 5 kilómetros detrás del movimiento, organizamos sobre esa burocracia un brazo activo que
se llamó Acción Social Directa, que va a la calle, toma el problema, lo trae y lo resuelve
en el acto; y en tres días se tiene establecido un acuerdo entre patrones y obreros, el
que después se protocoliza en pocas horas, en un convenio que firman ambas partes de
acuerdo, y se pasa a ejecución.
Esa sería para el porvenir la base de experiencia, que es la unión real, la base empírica sobre la cual había de conformarse en el futuro un verdadero código de trabajo,
al contrario de aquellos que se decidieron siempre por emplear el método idealista
e hicieron códigos de trabajo, muchos de los cuales no fueron leídos más que por el
autor y algunos de sus familiares, pero que en el campo real de las actividades del
trabajo no tuvieron nunca aplicación en ningún caso. Hombres de excelente voluntad como el doctor Joaquín V. González, de extraordinario talento, escribieron una
admirable obra que no ha sido aplicada jamás, porque es un método ideal. Nosotros
vamos por el camino inverso; vamos a establecer tantos convenios bilaterales, tantos
convenios con comisiones paritarias de patrones y obreros, que no den racionalmente lo que cada uno quiere y puede dar en ese sentido de transacción que se hace en
las mesas de las comisiones de la Secretaría de Trabajo y Previsión, para llegar a un
punto de apoyo sobre el cual moveremos en el futuro todas las actividades del trabajo
argentino.
Nosotros, señores, vamos trabajando sobre un sentido constructivo, que podrá ser
lento, que podrá equivocarse, pero que se realizará, al contrario de todas las teorizaciones imaginarias que nunca se realizaron. Es así que la Secretaría de Trabajo y Previsión
propició desde el principio un sindicalismo gremial.
Sobre esta cuestión del sindicalismo existen prejuicios de los más arraigados, pero que
no resisten al menor análisis. Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. Ello me hace recordar a esos chicos que para hacerlos dormir a la noche, les hablan
del “hombre de la bolsa” y que luego, cuando tienen treinta años, si les nombran “el
hombre de la bolsa”, se dan vuelta asustados, aun cuando saben que ese hombre no existe.
Con el sindicalismo pasa lo mismo. Hay personas que por un arraigado y viejo
prejuicio, se asustan de él; y lo que es más notable, hay algunos patrones que se oponen
a que sus obreros estén sindicalizados, aunque ellos, desde el punto de vista patronal,
forman sindicatos patronales.
Es grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón.
En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga
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que luchar con sus obreros, que su sociedad patronal que lo representa luche con la
sociedad obrera que representa al gremio. En síntesis, es el medio para que lleguen a
un acuerdo, no a una lucha.
Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente,
las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde
una misma altura con las fuerzas patronales, lo que analizado es de una absoluta
justicia. A nadie se le puede negar el derecho de asociarse lícitamente para defender
sus bienes colectivos o individuales: ni al patrón, ni al obrero. Y el Estado está en la
obligación de defender una asociación como la otra, porque le conviene tener fuerzas orgánicas que puede controlar y que puede dirigir; y no fuerzas inorgánicas que
escapan a su dirección y a su control. Por eso nosotros hemos propiciado desde allí
un sindicalismo, pero un verdadero sindicalismo gremial. No queremos que los sindicatos estén divididos en fracciones políticas, porque lo peligroso es, casualmente,
el sindicalismo político. Sindicatos que están compuestos por socialistas, comunistas
y otras agrupaciones terminan por subordinarse al grupo más activo y más fuerte. Y
un sindicato donde cuenta con hombres buenos y trabajadores va a caer en manos de
los que no lo son: hombres que formando un conjunto aisladamente, no comulgarían
con esas ideas anárquicas. De ahí que es necesario que todos comprendan que estas
cuestiones, aun cuando algunos consideran al sindicalismo una mala palabra, en su
finalidad, son siempre buenas, porque evita, casualmente, los problemas creados y
que son siempre artificiales.
Por cada huelga producida naturalmente, hay cinco producidas artificialmente, y
ellas lo son por masas heteróditas, que tienen dirigentes que no responden a la propia
masa. En permitir y aun en obligar a los gremios a formar sindicatos, radica la posibilidad de que los audaces que medran a sus expensas puedan apoderarse de la masa y
obren en su nombre en defensa de intereses siempre inconfesables.
Antes de entrar en el tema, me he de referir a otra de las cuestiones. Se ha dicho que
en la Secretaría de Trabajo y Previsión hemos perjudicado a tales o cuales fuerzas. La Secretaría de Trabajo y Previsión responde a una concepción que expuse desde el primer
momento; en aquella no se produce ningún acuerdo, ningún arreglo por presión, sino
por transacción entre obreros y patrones. Nosotros no hemos llegado a establecer ningún decreto, ninguna resolución que no haya sido perfectamente aceptada en nuestras
mesas por obreros y patrones. Ya hemos realizado más de cien convenios colectivos, respecto de los cuales no puede haber un solo patrón ni un solo obrero que pueda sostener
con justicia que nosotros no hemos consultado y llegado a esos convenios y acuerdos,
por transacciones bilaterales entre ellos, arregladas por nosotros que ocupamos la cabecera para evitar que intercambien palabras y discusiones inoportunas. Nosotros allí,
haciendo de verdaderos jueces salomónicos, ayudamos la transacción: unos dicen diez
centavos; otros solicitan veinte centavos; porque el patrón siempre quiere dar menos y
el obrero siempre pide más.
Muchos de los señores que están aquí habrán asistido a nuestro trabajo. En ese
sentido, vamos realizando una justicia distributiva y evitando que esto que puede ser
un negocio transaccional, se transforme en una huelga con tiros, y en tantas cosas
desagradables.
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Lo que yo puedo decir es que desde que la Secretaría de Trabajo y Previsión se halla
en funcionamiento, no se ha producido en el país ninguna huelga duradera, ni ninguna ha resistido más de cuarenta y ocho horas y, excepcionalmente, alguna de ellas ha
durado varios días. Eso en casi ocho meses de trabajo. Hacia esa finalidad marcha la
Secretaría de Trabajo y Previsión.
Creo, señores, que en cuanto se refiere a su acción, la Secretaría de Trabajo y Previsión
no puede presentar ningún inconveniente, ni para el capital ni para el trabajo. Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva
del Estado, que también cuenta con esos convenios, porque es indudable que no hay que
olvidar que el Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene también allí su
parte que defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro.
Cuando fuera necesario salvar el bien común a expensas del mal de algún otro,
creo que ningún hombre de gobierno puede apartarse de eso que representa para mí la
conveniencia y la justicia del Estado.
Bien, señores. No he de decir que la Secretaría de Trabajo y Previsión se encuentra
en este momento en un lecho de rosas, pero sí puedo asegurarles que mediante una
captación progresiva de las masas, que consideran a aquella casa como la propia, ha
acarreado al bien social muchas conquistas y muchas victorias. Creo más: estimo que el
futuro será cada vez mejor por los beneficios incalculables que la organización gremial
va a dar al país para su orden interno, para su progreso y para su bienestar general.
Yo invitaría a los señores a que reflexionen –como ya lo he hecho anteanoche, cuando se susurraba que iban a producirse desórdenes en la calle– acerca de cuál habría sido
el espectáculo de estos días, si hace ocho meses no hubiéramos pensado en buscar una
solución a esa desorbitación natural de las masas. Probablemente habría sido otro. La
Secretaría de Trabajo y Previsión ha ido a investigar cuántos obreros había detenidos,
y puedo afirmar que sin su creación, no hubiéramos tenido la enorme satisfacción de
saber que entre todos esos detenidos existe solamente un obrero, perteneciente al sindicato de la construcción. Ningún otro obrero ha sido detenido por los incidentes y
desórdenes callejeros.
No sé si seré optimista, como son optimistas todos los padres con sus hijos, pero
sabemos nosotros muy bien que hasta ahora la Secretaría de Trabajo y Previsión ha
llenado una función de gran eficacia para la tranquilidad pública.
Pueden venir días de agitación. La Argentina es un país que no está en la estratosfera; sino que está viviendo una vida de relación; de manera que las ideologías que aquí
se discuten, no se decidirán en la República Argentina, sino que ya se están decidiendo
en los campos europeos; y esa influencia será tan grande para el futuro que la veremos
crecer progresivamente hasta producir hechos decisivos que pueden ir desde el grito de
“Viva Esto” y “Viva lo Otro” hasta la guerra civil.
Está en manos de nosotros hacer que la situación termine antes de llegar a ese extremo, en el cual todos los argentinos tendrán algo que perder, pérdida que será directamente proporcional con lo que cada uno posea: el que tenga mucho lo perderá todo; y
el que no tenga nada, no perderá. Y como los que no tienen nada son muchos más que
los que tienen mucho, el problema presenta en este momento un punto de crisis tan
grave como pocos pueden concebir.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1943 - 1944
El mundo está viviendo un drama cuyo primer acto, 1914-1918, lo hemos vivido
casi todos nosotros; hemos vivido también el segundo acto, a cuya terminación asistimos; pero nadie puede decir si después de este acto continúa el epílogo o si vendrá un
tercer acto que prolongará quién sabe aún por cuánto tiempo este drama de la humanidad. Lo que la República Argentina necesita es entrar bien colocada en ese epílogo
que puede producirse ya, o que si no se produce y se entrara en un tercer acto, exigirá
estar aún mejor preparada.
Vivimos épocas de decisiones, y quien no esté decidido a afrontarlas, sucumbirá
irremisiblemente.
¿Cuál es el problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre todos los
demás? Un cataclismo social en la República Argentina haría inútil cualquier posesión
de bien, porque sabemos –y la experiencia de España es bien concluyente y gráfica a
este respecto– que con ese cataclismo social los valores se pierden totalmente y, en el
mejor de los casos, lo que cambia pasa a otras manos que las que eran inicialmente
poseedoras; vale decir que los hombres, después de un hecho de esa naturaleza, han de
pensar que todo se ha perdido. Si así sucede, ojalá se pierda todo, menos el honor.
Es indudable que siendo la tranquilidad social la base sobre la cual ha de dilucidarse
cualquier problema, un objetivo inmediato del Gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país, evitando por todos los medios un posible cataclismo de esta naturaleza, ya que si él se produjera, de nada valdrían las riquezas acumuladas, los bienes
poseídos, los campos, ni los ganados. Sobre esto, señores, es inútil, totalmente inútil
teorizar; hay que ir a soluciones realistas: primero, solucionar este problema; luego
pensaremos en los otros, porque fallar en esta solución, representa fallar integralmente
para el país.
Dentro de este objetivo, fundamental e inmediato, que la Secretaría de Trabajo y
Previsión persigue, radica la posibilidad de evitar el cataclismo social que es probable,
no imposible. Basta conocer cuál es el momento actual que viven las masas obreras
argentinas, para darse cuenta si ese cataclismo es o no probable. La terminación de la
guerra agudizará de una manera extraordinaria ese problema, y América será, sin duda,
el juego de intereses tan poderosos como no lo han sido en la historia ningún país de
este lado del Ecuador antes de ahora.
El capitalismo en el mundo ha sufrido durante esta guerra, en este segundo acto
del drama, un golpe decisivo. El resultado de la guerra 1914-1918 fue la desaparición
de un gran país europeo como capitalista: Rusia. Pero engendró en nuevas doctrinas
más o menos parecidas a las doctrinas rusas otros países que fueron hacia la supresión
del capitalismo. En esta guerra, el país capitalista por excelencia quedará como un
país deudor en el mundo, probablemente, mientras que toda la Europa entrará dentro del anticapitalismo panruso. Esto es lo que ya se puede ir viendo, y diría que no es
nuevo ni es tampoco de los comunistas, sino que es muy anterior a ellos. En América
quedarán países capitalistas, pero en lo que concierne a la República Argentina, sería
necesario echar una mirada de circunvalación para darse cuenta de que su periferia
presenta las mismas condiciones rosadas que tenía nuestro país. Chile es un país que
ya tiene, como nosotros, un comunismo de acción de hace años; en Bolivia, a los
indios de las minas parece les ha prendido el comunismo como viruela, según dicen
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los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido contrario al nuestro; Uruguay,
con el “camarada” Orlof, que está en este momento trabajando activamente; Brasil,
con su enorme riqueza, me temo que al terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y
entonces pienso cuál será la situación de la República Argentina al terminar la guerra,
cuando dentro de nuestro territorio se produzca una paralización y probablemente
una desocupación extraordinaria; mientras desde el exterior se filtre dinero, hombres
e ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal, y dentro de
nuestra organización del trabajo.
Creo que no se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta de cuáles pueden ser
las proyecciones, y de cuáles pueden ser las situaciones que tengamos todavía que enfrentar en un futuro muy próximo. Por lo pronto, presentaré un solo ejemplo para que
nos demos cuenta en forma más o menos gráfica de cuál es la situación de la República
Argentina en ese sentido.
Yo he estado en España poco después de la guerra civil y conozco mi país después
de haber hecho muchos viajes por su territorio. Los obreros españoles, inmediatamente
antes de la guerra civil, ganaban salarios superiores, en su término medio general, a los
que se perciben actualmente en la República Argentina; no hay que olvidarse de que
en nuestro territorio hay hombres que ganaban 20 centavos diarios; no pocos que ganaban doce pesos por mes; y no pocos, también, que no pasaban de treinta pesos por
mes, mientras los industriales y productores españoles ganaban el 30 o 40 por ciento.
Nosotros tenemos en este momento –¡Dios sea loado, ello ocurra por muchos años!–
industriales que pueden ganar hasta el 1.000 por ciento. En España se explicó la guerra
civil. ¿Qué no se explicaría aquí si nuestras masas de criollos no fuesen todo lo buenas,
obedientes y sufridas que son?
He presentado el problema de España antes de referirme al problema argentino. La
posguerra traerá, indefectiblemente, una agitación de las masas, por causas naturales;
una lógica paralización, desocupación, etcétera, que combinadas producen empobrecimiento paulatino. Esas serán las causas naturales de una agitación de las masas, pero
aparte de estas causas naturales, existirán también numerosas causas artificiales, como
ser: la penetración ideológica, que nosotros hemos tratado en gran parte de atenuar;
dinero abundante para agitar, que sabemos circula ya desde hace tiempo en el país, y
sobre cuyas pistas estamos perfectamente bien orientados; un resurgimiento del comunismo adormecido, que pulula como todas las enfermedades endémicas dentro de las
masas; y que volverá, indudablemente, a resurgir con la posguerra, cuando los factores
naturales se hagan presentes.
En la Secretaría de Trabajo y Previsión ya funciona el Consejo de posguerra, que está
preparando un plan para evitar, suprimir, o atenuar los efectos, factores naturales de la
agitación; y que actúa también como medida de gobierno para suprimir y atenuar los
factores artificiales; pero todo ello no sería suficientemente eficaz, si nosotros no fuéramos
directamente hacia la supresión de las causas que producen la agitación como efecto.
Es indudable que en el campo de las ideologías extremas, existe un plan que está
dentro de las mismas masas trabajadoras; que así como nosotros luchamos por proscribir de ellas ideologías extremas, ellas luchan por mantenerse dentro del organismo
de trabajo argentino. Hay algunos sindicatos indecisos, que esperan para acometer su
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1943 - 1944
acción al medio, que llegue a formarse; hay también células adormecidas dentro del organismo que se mantienen para resurgir en el momento en que sea necesario producir
la agitación de las masas.
Existen agentes de provocación que actúan dentro de las masas provocando todo
lo que sea desorden; y además de eso, cooperando activamente, existen agentes de
provocación política que suman sus efectos a los de agentes de provocación roja,
constituyendo todos ellos coadyuvantes a las verdaderas causas de agitación natural
de las masas. Esos son los verdaderos enemigos a quienes habrá que hacer frente en
la posguerra, con sistemas que deberán ser tan efectivos y radicales como las circunstancias lo impongan. Si la lucha es tranquila, los medios serán tranquilos; si la lucha
es violenta, los medios de supresión serán también violentos. El Estado no tiene nada
que temer cuando tiene en sus manos los instrumentos necesarios para terminar con
esta clase de agitación artificial; pero, señores, es necesario persuadirse de que desde
ya debemos ir encarando la solución de este problema de una manera segura. Para
ello es necesario un seguro y reaseguro. Si no, estaremos siempre expuestos a fracasar.
Este remedio es suprimir las causas de la agitación: la injusticia social. Es necesario
dar a los obreros lo que estos merecen por su trabajo y lo que necesitan para vivir dignamente, a lo que ningún hombre de buenos sentimientos puede oponerse, pasando
a ser este más un problema humano y cristiano que legal. Es necesario saber dar un
30 por ciento a tiempo que perder todo a posteriori.
Este es el dilema que plantea esta clase de problemas. Suprimidas las causas, se suprimirán en gran parte los efectos; pero las masas pueden aún exigir más allá de lo que
en justicia les corresponde, porque la avaricia humana en los grandes y en los chicos no
tiene medidas ni límite.
Para evitar que las masas que han recibido la justicia social necesaria y lógica no
vayan en sus pretensiones más allá, el primer remedio es la organización de esas masas
para que, formando organismos responsables, organismos lógicos y racionales, bien dirigidos, que no vayan tras la injusticia, porque el sentido común de las masas orgánicas
termina por imponerse a las pretensiones exageradas de algunos de sus hombres. Ese
sería el seguro, la organización de las masas. Ya el Estado organizaría el reaseguro, que es
la autoridad necesaria para que cuando esté en su lugar nadie pueda salirse de él, porque
el organismo estatal tiene el instrumento que, si es necesario, por la fuerza ponga las
cosas en su quicio y no permita que salgan de su cauce.
Esa es la solución integral que el Estado encara en este momento para la solución
del problema social.
Se ha dicho, señores, que soy un enemigo de los capitales, y si ustedes observan lo
que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo,
porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales,
de los comerciantes, es la defensa misma del Estado. Sé que ni las corrientes comerciales
han de modificarse bruscamente, ni se ha de atacar en forma alguna al capital, que, con
el trabajo, forma un verdadero cuerpo humano, donde sus miembros han de trabajar
en armonía para evitar la destrucción del propio cuerpo.
Siendo así, desde que tomé la primera resolución de la Secretaría de Trabajo y
Previsión, establecí clara e incontrovertiblemente que esta casa habría de defender
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los intereses de los obreros, y habría de respetar los capitales, y que en ningún caso se
tomaría una resolución unilateral y sin consultar los diversos intereses, y sin que los
hombres interesados tuvieran el derecho de defender lo suyo en la mesa donde se dilucidarían los conflictos obreros. Así lo he cumplido desde que estoy allí y lo seguiré
cumpliendo mientras esté.
También he defendido siempre la necesidad de la unión de todos los argentinos,
y cuando digo todos los argentinos, digo todos los hombres que hayan nacido aquí y
que se encuentren ligados a este país por vínculos de afecto o de ciudadanía. Buscamos esa unión porque entendemos que cualquier disociación, por insignificante que
sea, que se produzca dentro del país, será un factor negativo para las soluciones del
futuro; y si esa disociación tiene grandes caracteres, y este pueblo no se une, él será
el autor de su propia desgracia, porque es indudable, señores, que si seguimos jugando a los bandos terminaremos por pelear, y es indudable también, que en esa pelea
ninguno tendrá qué ganar sino todos tendrán qué perder, y es evidente que en este
momento se está jugando con fuego. Lo saben ustedes, lo sé yo y lo sabe todo el país.
Nosotros somos hombres profesionales de la lucha, somos hombres educados para
luchar, y pueden tener ustedes la seguridad más absoluta de que si somos provocados
a esa lucha, iremos a ella con la decisión de no perderla. Por eso digo que antes de
embarcar al país en aventuras de esta naturaleza, conviene hacer un llamado a todos
los argentinos de buena voluntad, para que se unan, para que dejen de lado rencores
de cualquier naturaleza, a fin de salvar a la Nación, cuyo destino futuro no está tan
salvaguardado como muchos piensan, porque las disensiones internas, provocadas o
no provocadas, pueden llevarnos a conflictos que serán siempre graves, y en esto, los
hombres no cuentan; cuenta solamente el país.
Con este espíritu, señores, he venido hasta aquí. Como secretario de Trabajo y
Previsión he querido proponer a los señores que representan a las asociaciones más
caracterizadas de las fuerzas vivas, dos cuestiones. El Estado está realizando una obra
social que será cada día más intensa; eso le ha ganado la voluntad de la clase trabajadora, con una intensidad que muchos de los señores quizá desconozcan, pero yo, que
viajo permanentemente y que hablo continuamente con los obreros, estoy en condiciones de afirmar que es de una absoluta solidaridad con todo cuanto realizamos.
Pero lo que sigue primando en las clases trabajadoras es un odio bastante marcado
hacia sus patrones. Lo puede afirmar, y mejor que yo lo podría decir, mi director
de Acción Social Directa, que es quien trata los conflictos. Existe un encono muy
grande; no sé si será justificado, o si simplemente será provocado, pero el hecho es
que existe. Contra esto no hay más que una sola manera de proceder: si el Estado es
el que realiza la obra social, él es quien se gana la voluntad de los trabajadores; pero
si los propios patrones realizan su propia obra social, serán ellos quienes se ganen el
cariño, el respeto y la consideración de sus propios trabajadores. Muchas veces me
dicen: “¡Cuidado, mi coronel, que me altera la disciplina!”.
Yo estoy hecho en la disciplina. Hace treinta y cinco años que ejercito y hago
ejercitar la disciplina, y durante ellos he aprendido que la disciplina tiene una base
fundamental: la justicia. Y que nadie conserva ni impone disciplina si no ha impuesto
primero la justicia. Por eso creo que si yo fuera dueño de una fábrica, no me costaría
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1943 - 1944
ganarme el afecto de mis obreros con una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces ello se logra con el médico que va a la casa de un obrero que tiene un hijo
enfermo, con un pequeño regalo en un día particular; el patrón que pasa y palmea
amablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando, así como nosotros lo
hacemos con nuestros soldados. Para que los obreros sean más eficaces han de ser
manejados con el corazón. El hombre es más sensible al comando cuando el comando va hacia el corazón, que cuando va hacia la cabeza. También los obreros pueden
ser dirigidos así. Sólo es necesario que los hombres que tienen obreros a sus órdenes
lleguen hasta ellos por esas vías, para dominarlos, para hacerlos verdaderos colaboradores y cooperadores, como se hace en muchas partes de Europa que he visitado,
en que el patrón de la fábrica, o el Estado, cuando este es el dueño, a fin de año, en
lugar de dar un aguinaldo, les da una acción de la fábrica. De esa manera, un hombre
que lleva treinta años de servicios tiene treinta acciones de la fábrica, se siente patrón,
se sacrifica, ya no le interesan las horas de trabajo. Para llegar a esto hay cincuenta
mil caminos. Es necesario modernizar la conducción de los obreros de la fábrica. Si
ese fenómeno, si ese milagro lo realizamos, será mucho más fácil para el Gobierno
hacer justicia social: es decir, la justicia social de todos, la que corresponde al Estado,
y este la encarará y resolverá por sus medios o por la colaboración que sea necesaria;
pero eso no desliga al patrón de que haga en su propia dependencia obra social. Hay
muchas fábricas que lo han hecho, pero hay muchas otras que no.
Lo que pediría es que en lo posible se intensifique esta obra rápidamente, con
medios efectivos y eficaces, cooperando con nosotros, asociándose con el Estado, si
quieren los patrones, para construir viviendas, instalar servicios médicos, dar al hombre
lo que necesita. Un obrero necesita su sueldo para comer, habitar y vestirse. Lo demás
debe dárselo el Estado. Y si el patrón es tan bueno que se lo dé, entonces este comenzará
a ganarse el cariño de su propio obrero; pero si él no le da sino su salario, el obrero no
le va a dar tampoco nada más que las ocho horas de trabajo.
Creo que ha llegado, no en la Argentina sino en el mundo, el momento de cambiar
los sistemas y tomar otros más humanos, que aseguren la tranquilidad futura de las
fábricas, de los talleres, de las oficinas y del Estado. Esto es lo primero que yo deseo
pedir, y luego, para colaborar conmigo en la Secretaría de Trabajo y Previsión, pido una
segunda cosa: que se designe una comisión que represente con un hombre a cada una
de las actividades, para que pueda colaborar con nosotros en la misma forma en que
colaboran los obreros.
Con nosotros funcionará en la casa la Confederación General del Trabajo, y no tendremos ningún inconveniente; cuando queramos que los gremios equis o zeta procedan
bien o darles nuestros consejos, nosotros se lo transmitiremos por su comando natural;
le diremos a la Confederación General: hay que hacer tal cosa por tal gremio, y ellos
se encargarán de hacerlo. Les garantizo que son disciplinados, y tienen buena voluntad
para hacer las cosas.
Si nosotros contáramos con la representación patronal en la Secretaría de Trabajo
y Previsión para que cuando haya conflictos de cualquier orden la llamáramos, nuestra
tarea estaría aliviada. No queremos, en casos de conflicto de una fábrica, molestar a
toda la sociedad industrial para interesarla en este caso. Teniendo un órgano en la casa
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lo consideraríamos: y aquel defendería los intereses patronales, así como la Confederación defiende los intereses obreros.
Son las dos únicas cosas que les pido. Con ese organismo, que si ustedes tienen
voluntad de designar para que tome contacto con la Secretaría de Trabajo y Previsión,
nosotros estructuraremos un plan de conjunto sobre lo que va a hacer el Estado y lo que
va a hacer cada uno de los miembros del capital que poseen, a sus órdenes, servidores y
trabajadores. Entonces veremos cómo en conjunto podríamos presentar al Estado una
solución que, beneficiándoles, beneficie a todos los demás.
Entonces yo dejo a vuestra consideración estas dos propuestas: primero, una obra
social de colaboración en cada taller, en cada fábrica, o en cada oficina, más humana
que ninguna otra cosa; segundo, el nombramiento de una comisión compuesta por los
señores para que pueda trabajar con nosotros, para ver si en conjunto, entendiéndonos
bien, colaborando sincera y lealmente, llegamos a realizar una obra que en el futuro
tenga algo que agradecernos.
Fuente: Juan D. Perón, El pueblo quiere saber de qué se trata, Buenos Aires, 1944, en Bajo el signo de las masas (19431973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, Documentos, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 42-54.
AGN
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El general Pedro Pablo Ramírez, en el centro, durante la toma de mando. A la izquierda, el general
Edelmiro Farrell.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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LA OBRA
SOCIAL QUE
DESARROLLA
EL CORONEL
PERÓN
Artículo publicado en el diario
católico El Pueblo que Juan D.
Perón incluirá como prólogo de
su libro El pueblo quiere saber de
qué se trata.
POR MANUEL GÁLVEZ
S
oy uno de los pocos argentinos que
pueden elogiar a los gobernantes con
la conciencia tranquila. Nadie, salvo
que no me conozca o que sea un perverso,
puede creer que lo hago por adulación. A nada
aspiro, y por dos razones: una sordera terrible,
que me impediría desempeñar cargo alguno, y
mis trabajos literarios e históricos que no me
permiten perder el tiempo. Es un lugar común
en el ambiente literario que soy el único escritor que sólo he querido ser escritor. Otros
fueron, o son, universitarios, o periodistas, o
políticos. Mi única ambición terrena es vivir lo
suficiente para escribir los quince libros que
aún me falta escribir.
Esto establecido, diré que voy a elogiar entusiastamente al coronel Perón por su obra
social. No lo conozco ni siquiera de vista. No
he tenido el placer de estrechar su mano.
Tampoco conozco a amigos suyos. Mi opinión
sobre él y su obra, que daré con toda serenidad, es la opinión de un ferviente patriota.
Es también la opinión de quien, desde
su adolescencia, ha sentido agudamente la
justicia social. Fui a los veinte años tolstoiano y después simpaticé con otras doctrinas
revolucionarias. No me llevaron a ellas ni el
esnobismo, ni el propósito de llamar la atención, ni la envidia, ni la venganza. Fui hacia
ellas empujado por una honda piedad hacia
los proletarios y hacia todos los que sufrían
por la injusticia social. ¡Tiempos brutales para
aquellos! He visto con mis ojos cargar a la policía montada y dejar en la calle muertos y heridos, sólo porque eran huelguistas que iban
en manifestación. Esto sucedía en los años en
que gobernaba Roca.
En 1913, a principios del año, publiqué un
libro titulado La inseguridad de la vida obrera. Es una obra muy documentada sobre el
paro forzoso. Tres años atrás, al partir para
Europa, el gobierno me designó delegado a
una conferencia que iba a celebrarse en París sobre ese grave mal. No tenía obligación
de presentar ese informe de 436 páginas,
pero el asunto me apasionó. Ni un centavo
me pagó el gobierno por mi labor. Pero, publicada en uno de los boletines del Departamento de Trabajo, obtuvo repercusión. El
doctor Justo, jefe del Partido Socialista, me
citó en el Congreso y dos proyectos sobre
agencias de colocación oficiales o bolsas de
trabajo, basados en mi libro, fueron presentados a la Cámara de Diputados: uno del socialista Alfredo L. Palacios, que leyó varios
párrafos míos, y otro de los diputados católicos Bas y Cafferata.
Hace cuarenta, treinta años, las palabras
“justicia social” tenían un sentido revolucionario. Ni los gobernantes, ni los ricos, se interesaban por los sufrimientos del pueblo que
trabaja. Debo exceptuar a Joaquín V. Gonzá-
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lez, que en 1903, siendo ministro del Interior
–¡ministro de Roca!– presentó al Congreso un
proyecto de ley del trabajo, que nunca fue siquiera considerado por las Cámaras.
Todo cambió con el advenimiento de Yrigoyen al poder. Sea que lo hiciese con espíritu harto sentimental o paternal, y que en su
obra no hubiese contenido alguno, el hecho
es que, por primera vez, un presidente argentino demostraba amor al pueblo. Él también propuso una ley del trabajo, ciertamente notable, y que tampoco trató el Congreso.
Yo ignoraba la obra de Yrigoyen en favor del
obrero y del desheredado en general, cuando
pensé en escribir su biografía. Al enterarme
de lo que hizo, y que ahora nos parece poco,
lo admiré de veras.
He traído a colación estos recuerdos, algunos de carácter personal, porque deseo que
los lectores que sólo me juzgan como novelista o literato sepan que no hablo de cosas que
ignoro, sino de asuntos que estudié y conozco.
En diversos libros he mostrado cómo siento
las inquietudes y padecimientos del pueblo.
La Revolución del 4 de Junio significa,
para los proletarios, y en cuanto proletarios,
el más grandioso acontecimiento imaginable.
Y dentro de la revolución de junio, nada tan
maravilloso para esos hombres como la obra
del coronel Perón.
Es enorme cuanto ya se ha hecho, y no voy
a enumerarlo aquí. Basta con recordar los
beneficios que han logrado en pocos meses
numerosos gremios obreros. Los mismos trabajadores lo han dicho, y de modo elocuente.
Otras obras se han comenzado y han de realizarse. Y todo esto, ¿se habría logrado si existiese el Congreso? Jamás. No hay hombres
más egoístas, más sensuales, que buena parte de nuestros politiqueros. La clase proletaria debe abrir los ojos. Lo que no consiguieron
Joaquín V. González ni Hipólito Yrigoyen, porque las Cámaras no consideraron siquiera las
grandes leyes obreras que proponían, lo van
dando al pueblo, mediante decretos rápidamente puestos en práctica, los hombres que
nos gobiernan desde el 4 de junio.
El coronel Perón es un nuevo Yrigoyen.
Pero además de la grandeza de corazón, tiene
méritos que no tuvo Yrigoyen: una actividad
asombrosa, la despreocupación de la politiquería, el don de la palabra y un sentido panorámico y profundo de la cuestión obrera. Y a
esos dones, podemos agregar la suerte de no
tener un Congreso de egoístas y politiqueros
que lo obstaculice.
Veo al coronel Perón como a un hombre
providencial. Creo que las masas –que ya
lo adoran– así lo van comprendiendo, con
su formidable instinto. Es un conductor de
hombres, un caudillo y un gobernante de excepción. Aquí donde tanto faltan los hombres
de gobierno, pues la verdad es que ningún
partido tiene hoy una gran figura, la aparición inesperada de este soldado que posee
la intuición maravillosa de lo que el pueblo
necesita, es un acontecimiento trascendental. Quiera Dios inspirarle siempre, guiarle
por el buen camino, para bien de la patria y
del pueblo.
Ningún gobernante de esta tierra ha dicho jamás palabras tan bellas, tan penetradas de humanidad, como las que pronuncia
con frecuencia el coronel Perón. Nadie habla como él de la justicia social. Yo he leído
con emoción muchos de sus párrafos. En
Rosario dijo: “Queremos que desaparezca
de nuestro país la explotación del hombre
por el hombre, y que, cuando ese problema
desaparezca, igualemos un poco las clases
sociales para que no haya, como he dicho ya,
en este país, hombres demasiado pobres ni
hombres demasiado ricos”. Y en este mismo
estupendo discurso declaró que, para él, la
justicia superior a las demás justicias era la
justicia social.
Las palabras y la obra del coronel Perón
colman mis esperanzas de que ha de orga-
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perder uno solo de sus privilegios, y calumniarán y mentirán y pretenderán burlarse,
como ya empiezan a hacerlo, con sus estúpidos chistes. Pero todos los patriotas y todo
el pueblo estaremos con este gobierno, que
defiende con tanta energía y coraje los fueros
de la soberanía, en el orden externo; y en el
interno, la justicia social.
Fuente: Manuel Gálvez, “La obra social que desarrolla el
coronel Perón”, en El Pueblo, 13 de agosto de 1944.
AGN
nizarse en esta patria un mundo mejor. Sí,
no debe haber hombres demasiado ricos ni
demasiado pobres. Las grandes fortunas
son tan injustas como las grandes pobrezas.
Todos somos iguales ante la muerte y ante
Dios, pero también debemos serlo, dentro de
lo posible, en las realidades de la vida. Las
palabras del coronel Perón son verdaderamente cristianas, patrióticas y salvadoras. No
obstante, habrá que luchar para establecer la
justicia social como él la quiere. Los poderosos, las empresas capitalistas, los ricos, los
serviles ante toda riqueza, los hombres sin
corazón y hasta algún gobierno extranjero, se
han de oponer a nuestra justicia social. Las
clases privilegiadas no se conformarán con
Los generales Arturo Rawson y Edelmiro Farrell saludan a la multitud en Plaza de Mayo el día del golpe de
Estado, 4 de junio de 1943.
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NUESTRA
ACTITUD ANTE
EL DESASTRE
POR OLIVERIO GIRONDO
Nuestra actitud ante el desastre (I)
Es inútil saber que las exigencias del momento
son tan apremiantes y angustiosas que nos imponen un tono muy distinto al que nos agrada
y nos es habitual. De nada vale reconocer que
el plano especulativo, en que siempre hemos
pretendido situarnos, reclama un cierto alejamiento y que resulta imposible aproximarnos
demasiado a lo contingente y a lo inmediato,
sin traicionarnos, en cierta forma, a nosotros
mismos. Podemos haber denunciado alguna
vez los riesgos que ofrece una participación
activa de los intelectuales en política y experimentar una repulsión congénita por las anteojeras y los dogmatismos que ella exige. Llega
la hora en que, a pesar de todos los escrúpulos
y todos los reparos, nos consideramos en la
obligación ineludible de pronunciar, humilde
aunque perentoriamente, nuestra palabra.
No es que hayamos adquirido una candorosa ingenuidad, ni que nos habite la petulancia que se requeriría para atribuirle a nuestra
voz una repercusión ilimitada. Se trata, simplemente, de que la vida nos ha ido empujando, poco a poco, hasta llevarnos contra la pared, y que lo cotidiano posee una importancia
tan dramática que sólo consiente colocar el
acento en lo vital.
Las concesiones a que nos condena esta
actitud no han de impedir todos los malos en-
Con este título el poeta Oliverio
Girondo publica en 1940 un
folleto que reúne tres textos de
marcado tono político. Frente
al espectáculo de una Europa
sumergida en los horrores de
la guerra y el nazismo, Girondo
contrapone un programa
nacionalista como vía de
liberación para la Argentina y
América Latina.
tendidos imaginables. Hoy, más que nunca, el
lector se halla dispuesto a comprender, únicamente, lo que pueda agradarle o le convenga,
aunque apechuguemos con el énfasis de las
simplificaciones más esquemáticas y nos ruborice el empleo de una forma sin personalidad y sin relieve. El riesgo de que nos tome
entre sus dedos, como a un insecto, para clavarnos un alfiler con la primera etiqueta que le
venga a mano, no aminora nuestro empeño en
disipar, dentro de nuestros medios, la confusión que nos rodea, desde que no podemos liberarnos de otro modo de una responsabilidad
que seremos los únicos en atribuirnos, pero
que no deja, por eso, de ser menos real y menos
angustiosa.
Nuestra actitud ante el desastre (II)
Nuestro profundo hartazgo por Europa nos
impulsó, hace ya varios años, a sugerir la
conveniencia de dirigirle un saludo expresivo
y recogernos, momentáneamente, dentro del
propio cascarón. Justificaban este retraimiento malhumorado –entre muchas razones– dos
apremios gemelos: el de impedir que nos contagiara el odio que la carcome y el de palpar
la topografía de nuestro cerebro y de nuestro
suelo, hasta hallarnos en condiciones de cumplir, con dignidad, nuestro destino.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1943 - 1944
Desde entonces, los acontecimientos europeos han fortalecido esa actitud. A la angustia que nos procuraba el temor de que
Europa volviese a precipitarse en la catástrofe, ha sucedido la pesadumbre –¡y la indignación!– de verla nuevamente arrasada por el
odio y la sordidez, para asistir ahora, cada día,
a una nueva traición y a un nuevo crimen.
Este espectáculo depresivo ha ido encalmando, poco a poco, el entusiasmo de la
gente. Si hasta ayer se encontraban personas cuya adhesión a Europa las hubiera llevado a “plagiar el desastre”, hoy cada cual
comienza a comprender, de acuerdo con su
sensibilidad olfativa, que urge apartarse de
ella antes de que llegue a un estado de completa descomposición.
Por saludable –y llena de esperanzas– que
nos parezca esta reacción, hemos de convenir que provoca un desconcierto enorme entre nosotros.
Acostumbrados a vivir bajo la fascinación
de lo europeo, la mayoría es incapaz de comprender las posibilidades que ella implica,
y en vez de aprovecharla para entregarse a
un prolijo examen de conciencia, vive tan absorbida por todo lo que sucede del otro lado
del Atlántico, que cuando no demuestra una
impavidez de pescado ante los estragos que
provoca la usura entre nosotros, adopta costumbres de avestruz ante el peligro que representa la organización nazi en el país.
No ha de pasar mucho tiempo, sin embargo, antes de que ese alejamiento nos obligue
a admitir que, por muchos riesgos que presenten, las circunstancias no pueden ser más
propicias para resolver nuestros problemas y
enfrentarnos, de una manera auténtica, con
nuestra realidad.
A lo primero que nos obligaría esta confrontación es a reconocer que el hecho de
formar parte de la cultura occidental nos
impide permanecer indiferentes ante los
riesgos que la amenazan, y que si América,
como todo lo deja suponer, tuviese que sobrellevar la doble responsabilidad de preservarla de una posible destrucción y enriquecerla con nuevos aportes, no podríamos
eludir esa responsabilidad sin traicionarnos
a nosotros mismos.
De nada vale saber, desde hace tiempo, lo
que sucede en Europa, y percibir que su decrepitud le ha impedido adaptarse a las exigencias
del mundo moderno. De nada vale comprender
que su derrumbe se debe, más que nada, a que
el capitalismo ha corrompido su conciencia y
sus instituciones. Por muchos reproches que
Europa se merezca, no se puede olvidar que
detrás de la mezquindad de los intereses en
lucha se debaten ciertos principios a los cuales nos sería imposible renunciar.
Ensoberbecidas por una mística que se
basa en una absurda superioridad racial, o en
el advenimiento de un utópico paraíso proletario, las tiranías más despóticas y regresivas
privan al ser humano de toda libertad y rebajan la dignidad de la persona hasta obligarla a
prosternarse ante la mentira y el terror.
Si en vez de las normas morales que nos
rigen, y que el hombre ha conquistado penosamente a través de los siglos, nos propusieran
otras que las contraviniesen pero que fueran
constructivas, ningún espíritu libre se rehusaría a examinarlas con imparcialidad. Las que
se pretende imponer poseen, en cambio, un
carácter tan negativo, que ni siquiera ofrecen
una posibilidad de convivencia entre los individuos y los pueblos. Pues no contentas con
convertir al hombre en uno de los múltiples
engranajes de la máquina bélica, exaltan las
ventajas de la rapiña y de la violencia, o se valen de los pretextos más fútiles para esclavizar
a los pueblos por medio de la infiltración artera, del atropello brutal y despiadado.
Ya no se trata, por lo tanto, de salvaguardar únicamente los fundamentos esenciales
en que se basa la cultura. Ha llegado la hora
de arrostrar los peligros que acechan nuestra
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propia existencia y defenderla junto con los
principios que constituyen nuestra razón de
ser como individuos y como nación.
Si hasta hace poco algunos pretendían
que los intereses de la cultura reclamaban
de nosotros una defensa más activa (aunque
reconocieran que ir a batirse por ella donde
se la combate, en vez de cubrirnos de gloria
nos hubiera cubierto de ridículo), después de
lo ocurrido en los países subyugados y conocer los medios de que las dictaduras se han
servido para implantar su hegemonía, nadie
puede dudar de que la única posibilidad que
nos queda es defenderla, y defendernos, desde nuestro propio suelo y desde América.
No se requiere, por desgracia, más que
mirar alrededor, para advertir que, en la actualidad, no sólo carecemos de los elementos
que exige esa defensa, sino hasta del espíritu
que ha de animarla.
Desvinculado del continente, sin una trabazón íntima que lo unifique, el país no ha alcanzado su madurez, debido, más que nada, a una
politiquería ratonil y a una casta que, con escasas excepciones, se ha preocupado, principalmente, de entregarlo al extranjero. Nada tiene
de extraño, por lo tanto, que el descreimiento
más absoluto haya abotagado su sensibilidad
y que sean tan pocos los que se compenetren
de sus problemas y se conmuevan por todos
los males que lo aquejan.
En estas condiciones, es demasiado fácil vislumbrar el porvenir que nos espera si
persistimos en ocuparnos, únicamente, de
nuestros intereses personales y, adormecidos por una vida muelle y sin aristas, continuamos demostrando tanta incapacidad de
fervor y de sacrificio como hemos demostrado hasta el presente.
El sacudimiento que estremece a Europa repercute en nosotros con tal intensidad,
que puede vaticinarse, sin embargo, un clima muy propicio a un verdadero despertar,
siempre que se logre que la opinión pública
se agrupe en torno de un propósito que la
vigorice y la cohesione.
La condición esencial de una idea de esta
naturaleza, no sólo consiste en que nadie deje
de captarla, sino en que aliente los ideales
más puros de la colectividad, tanto como sus
ambiciones más legítimas, pues toda iniciativa que olvidara estas últimas fracasaría por
hallarse apoyada en algo inmaterial.
Es por esta razón que los problemas que
plantean nuestros intereses nacionales debieran encararse por todo movimiento que
aspire a una verdadera unión nacional, puesto
que constituye la única forma de lograrla, y el
único medio de contar con los elementos que
reclama la defensa de nuestra integridad y de
todo lo que ella significa. No basta, por lo tanto, denunciar la existencia de la organización
nazi entre nosotros, ni delatar los peligros muy
reales que ella entraña. Hay que eludir toda solución fragmentaria y convencernos de que el
momento es tan grave que no permite ningún
escamoteo. Hay que comprender, sobre todo,
que no existe otra manera de combatirla, ni de
aunar la opinión pública del país, que indicarle
que ha llegado el momento de liberarnos, de
una vez por todas, de la opresión económica,
casi secular, que nos asfixia.
Antes de adquirir una cabal conciencia de
nuestros intereses vitales y de plantear esos
problemas con un espíritu argentino, no será
posible la aparición de un movimiento nacional; no decimos nacionalista, sino nacional.
Mientras la economía del país se encuentre, en su mayor parte, en manos extranjeras
y todos los servicios públicos no nos pertenezcan, resultará ilusorio defendernos del atropello exterior o erguirnos ante cualquier amenaza de traición dentro del país, pues aunque no
dudamos de la decisión con que los afrontaríamos, llegado el caso, es innegable que un pueblo que posee una economía colonial, a más de
hallarse inerme, se encuentra a merced de las
peores influencias.
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1943 - 1944
Sin esta determinación viril y esta conciencia de nuestra madurez, jamás alcanzaremos
nuestra mayoría de edad, ni conseguiremos
apartarnos de la molicie que nos corrompe y
nos expone a caer bajo una opresión tan ignominiosa como la que soportan, en estos momentos, la mayoría de los pueblos de Europa.
Si nos “adueñáramos”, en cambio, de nuestro propio suelo, e intimáramos con nuestra
tierra, nos encontraríamos en condiciones de
afrontar esos riesgos con la certidumbre de
que el país nos respondería y sabría repelerlos con eficacia.
Hay que tener presente, por lo demás, que
si aconteciera la calamidad de que Alemania
saliese victoriosa de la contienda, nos invadiría, económicamente, desde el primer momento, y que sea cual fuese el resultado de la
guerra, nuestras relaciones con Europa han
de ser muy distintas a las actuales, debido
a las transformaciones político-económicas
que ya ha sufrido y ha de sufrir en el futuro, y
a que la lucha la dejará en tal estado de postración que, necesariamente, ha de valerse de
métodos mucho más extorsivos que los que
emplea en la actualidad.
Aunque parezca increíble, y aunque lo
sea, esta evidencia no aminora, en lo más
mínimo, el terror casi místico que provoca en
algunos la posibilidad de que se aprovechen
estos momentos para lograr nuestra completa autonomía.
Los pretextos con que se pretende invalidarla no sólo parten de cuantos poseen motivos demasiado personales para considerarla,
con toda razón, una catástrofe; los invocan
hasta quienes confieren a los principios un
supremo valor y consideran que la estrictez
de las normas morales que rigen su conducta
debieran ser las mismas que guiasen las relaciones entre los pueblos.
No se necesita, sin embargo, una enorme
penetración para advertir que, dadas las diferencias sustanciales que existen entre la
moral pública y la privada, la aplicación actual
de ese anhelo a la vida internacional resultaría utópica hasta la insensatez. La historia de
todos los pueblos –y hasta la nuestra– es tan
aleccionadora a este respecto, que al describir
las circunstancias de que unos pueblos se han
valido para aprovecharse de la debilidad de los
otros, demuestra que un país capaz de sentir
por ello algún escrúpulo evidenciaría tal ineptitud para la vida de relación que se hallaría,
fatalmente, condenado a desaparecer.
A la par de estos ideólogos –ciudadanos
del mundo y de utopía– otros comprenden
que desde el punto de vista de la acción, esta
finalidad resulta absolutamente inatacable,
pero sienten un resquemor tan enorme ante
los malos entendidos que pueda ocasionar,
que no trepidan un solo segundo en rechazarla. De nada vale que hayan dejado de creer
en la patraña de que el capitalismo extranjero
merece una gratitud eterna por su generoso
desinterés, y que sepan que, no contento con
esquilmarnos, ha trabado, en cierta forma,
nuestro desenvolvimiento y ha pervertido la
conciencia pública del país. El solo hecho de
que la propaganda alemana afirme esa verdad y la utilice con propósitos inconfesables,
es suficiente para que dejen de invocarla y
no vean que su hostilidad hacia toda influencia nazista los coloca en la única actitud que
permite, al proclamarla, no despertar ningún
recelo en la opinión.
Sin confundir la organización nazi en el
país con los simples partidarios de Alemania,
ni suponer que estos últimos fueran capaces
de entregarnos al extranjero, es evidente que,
desde el momento que pretenden implantar un
régimen similar entre nosotros, favorecen, inconscientemente, las actividades de esa organización y pierden la autoridad que se requiere
para exigir nuestra independencia económica.
El concepto impreciso que la opinión pueda tener sobre lo que significa democracia,
y la apatía que demuestra por la manera en
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que ella se ejerce entre nosotros, no le impide ver, con toda claridad, que la implantación
de cualquier sistema totalitario presupone
la pérdida de ciertas libertades esenciales, y
que la sola influencia de algunos de ellos bastaría para sustituir un régimen de explotación
por otro que, no satisfecho con trasquilarnos,
nos transformaría en un dócil rebaño.
Unidos por ese temor y por la urgencia de
ser completamente libres e independientes,
comprenderíamos que sólo después de haber
alcanzado esa finalidad, nos hallaríamos en
condiciones de introducir todas las reformas
que las necesidades nos aconsejan, sin caer,
una vez más, en el error de imitar lo que nos
es extraño y no se aviene con nuestra manera
de ser y con nuestros ideales. La abnegación
que ello reclama nos apartaría de la chatura
moral que nos disgrega y de la vergüenza de
comprobar que, además de explotarnos, Europa nos desprestigia o nos ignora; y es por
eso que, aunque tuviésemos que atravesar
uno de los períodos más críticos de nuestra
historia debiéramos afrontarlo, pues los sacrificios que nos imponga serán mil veces
preferibles a continuar viviendo en la falsedad y el relumbrón de una riqueza que ha dejado, en gran parte, de pertenecernos.
No ha de creerse, por lo demás, que las
repercusiones que originaría un cambio tan
fundamental en nuestra economía, no se mitigarían si estudiáramos un plan de conjunto
y por etapas, sobre el cual sólo puede esperarse de nosotros que arriesguemos algunas
ideas generales.
Ante todo conviene establecer que, sean
cuales fuesen los procedimientos a adoptarse, no se necesitaría recurrir a una incautación inescrupulosa de bienes ajenos ni,
mucho menos, cometer un atropello con las
personas que los administran. Dentro de la
más estricta legalidad y sin hacer distingos
de nacionalidades, bastaría con que se nos
enajenasen, a largo plazo, y a su valor real (el
cual es muy distinto al contabilizado), todas
las empresas de interés público y que, poco
a poco, adquiriésemos el control de ciertas
fuentes de riqueza y de una parte del intercambio nacional.
La circunstancia de que algunas empresas extranjeras, tanto como los países de que
depende, pudieran beneficiarse con esa enajenación, no debiera impedirnos nacionalizarlas, pues –como acontece con los Ferrocarriles– además de exigirlo la defensa nacional, lo
reclama nuestro desenvolvimiento económico,
dirigido, preferentemente, según las conveniencias de esas empresas, en vez de serlo por
las verdaderas necesidades del país.
Esto demostraría que nuestro anhelo de
emancipación no responde a un bajo instinto
de codicia, sino a la necesidad impostergable
de expresar nuestra personalidad, ya que es
inconcebible la existencia de un espíritu propio en un organismo que no nos pertenece.
De ahí, que, para lograrla, no debiéramos trepidar en comprometer nuestro propio bienestar y hasta el de varias generaciones, aunque
no existe ninguna clase de motivos para llegar a tal extremo.
La quijotesca puntillosidad con que hemos cumplido siempre los servicios de nuestra deuda externa nos permitiría entregar en
pago títulos que tuviesen la doble garantía del
Estado y de las empresas que se expropien,
ya que ninguna de ellas podría objetar ese
procedimiento sin exponerse a que se emplearan otros menos considerados.
Tampoco creemos que fuesen insalvables
los problemas técnicos que presenta la explotación de esas empresas, por mucho empeño que hayan puesto los representantes de
los intereses extranjeros y cuantos medran a
su costa en desprestigiarnos en tal sentido.
La prosperidad de los Ferrocarriles del Estado y de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales
bastaría para desvirtuar esa leyenda, si no
pudiéramos invocar otros ejemplos (como el
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antiguo Ferrocarril Oeste y el Central Norte)
que demuestran nuestra competencia técnica
y nuestra honestidad como administradores,
siempre que hemos evitado la influencia corruptora de la política.
Mucho más arduo que superar estas dificultades resultaría obtener el nuevo equilibrio económico que corresponda y aminorar
las consecuencias de las represalias a que se
nos pudiera someter.
Si en el orden interno tendríamos que ocuparnos, desde el primer momento, de que las
diversas regiones del país entraran en un contacto mucho más íntimo que el actual, para hallarnos en condiciones de fomentar, por todos
los medios, su riqueza, en el externo deberíamos intensificar nuestro intercambio económico con los países latinoamericanos para
abastecernos de muchas materias primas que
Europa nos impone, y suministrarles todos los
productos que necesitan y cuyos precios ahora
dependen de los mercados europeos.
Mientras el continente no recupere la cohesión que poseía durante la colonia y que ha ido
perdiendo, un poco por desidia, y mucho más
por influencias extrañas, nos hallaremos en
pésimas condiciones para tratar con Europa
y –lo que es más grave todavía– careceremos de la autoridad que reclaman nuestras
negociaciones con los Estados Unidos, de los
cuales tendremos que proveernos de cuanto
necesiten nuestras industrias y nuestra defensa, a pesar de que el espíritu y los métodos
expansionistas de su política justifiquen todas
las precauciones y todos los recelos.
En cuanto a las posibles represalias que
se nos podrían infligir, tampoco debe suponerse que nos hallamos tan indefensos
como parece. Si Europa ha tenido y tendrá
que contar con nosotros durante la contienda, cuando sobrevenga la paz nos necesitará
angustiosa e imprescindiblemente. De haber
logrado para ese entonces nuestra entera
emancipación, seríamos nosotros quienes
impusiéramos condiciones, y aunque nunca debiéramos abusar de ese privilegio, podríamos recordárselo, llegado el caso, como
también que la suspensión del servicio de
nuestra deuda la privaría de una entrada
equivalente a una buena parte de nuestro
presupuesto.
Sólo un exceso de candor atribuiría a estas medidas la virtud mágica de evitar que un
cambio tan fundamental en nuestra economía dejase de introducir en ella las transformaciones que deben esperarse y que consideramos necesarias.
Envanecidos por el hecho de figurar entre
los grandes países exportadores, hemos permitido que Europa falsee, por medio del halago
y del soborno, el ritmo de nuestro desarrollo,
hasta llegar a preocuparnos de sus necesidades muchísimo más que de las nuestras.
De ahí que la riqueza minera del país se halle
todavía inexplotada, y que nuestras primitivas
industrias locales hayan desaparecido. De ahí
que un centralismo absorbente justifique los
anacrónicos resentimientos regionales y, lo
que es mucho más grave e indignante, que en
vez de aumentar nuestra capacidad de consumo, se permita que en el interior la gente
se desnutra y degenere.
El reajuste que exige ese desquiciamiento
nos obligaría a desembarazarnos de cuanto
lo entorpezca, tanto como a prepararnos a
soportar todas las privaciones que nos impusiera. Hoy, más que nunca, los pueblos deben
hallarse dispuestos a rebajar su nivel de vida
si desean, realmente, conservar su libertad,
y la nuestra ha de costarnos, cuando menos,
renunciar a lo superfluo, ya que contamos
con todo lo esencial.
Este retorno a lo que somos, a lo entrañable de nuestra tierra y de nosotros mismos,
nunca podría llevarnos a tapiar, definitivamente, las ventanas que dan al exterior, pues,
en realidad, no tiene otro sentido que el que
posee toda convalecencia. Inmediatamente
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que entráramos en contacto con cuanto nos
rodea, nos sentiríamos renovados y no transcurriría mucho tiempo sin que retornáramos
a la “actitud de brazos abiertos que hemos tenido y debemos tener siempre”, pero con una
sola diferencia: la de conocer, de un modo tan
profundo, lo que deseamos, que nadie podría
imponernos su voluntad.
La indiferencia con que hemos contemplado hasta ahora esos problemas y la impasibilidad de quienes debieran percibir que no
admiten ninguna dilación, ha hecho que mucha gente se persuada de que es demasiado
tarde para esperar que se solucionen dentro
de la normalidad.
No cabe duda de que hemos perdido mucho tiempo y que pronto va a terminar un año
en que los minutos han contado por semanas.
Ello no debe hacernos olvidar que, para ser
fecundo y perdurable, todo movimiento ha de
apoyarse en la opinión, y que existe un número tal de malos entendidos que cualquier
gesto de impaciencia nos precipitaría en un
verdadero caos, cuando las transformaciones
del mundo nos obligan a tomar, resueltamente, nuestro destino entre las manos.
Dado el ritmo que han adquirido los acontecimientos mundiales, es comprensible que
esta posibilidad pueda parecer lejana, y hasta
es probable que lo sea. Esto no autoriza a desconocer que ella ha alcanzado, poco a poco,
un cierto grado de madurez. Hasta quienes
usufructúan del orden aparente en que vivimos se muestran cada día más intranquilos
al percibir que, paulatinamente, todas las clases sociales van adquiriendo conciencia de lo
que acontece en el país. Apremiados por las
circunstancias, mucho más que por el profundo convencimiento de que deben apoyarse entre sí, los pueblos de América parecen
cada vez más dispuestos a abandonar su aislamiento suicida, mientras aquí y allá surgen
grupos inconexos que pueden disentir en las
teorías, pero que, en realidad, sólo esperan
al hombre capaz de convencerlos de que ha
llegado la hora de olvidar toda preocupación
extranjera para ocuparnos de nuestros problemas y ser, de una vez por todas, nada más
que argentinos.
La autenticidad de ese clamor alcanzaría
una repercusión tan honda en el país, que no
sólo permitiría diagnosticar la causa de toda
sordera; fortalecería la autoridad de quienes
tendrán que solucionar esos problemas, al
concederles la libertad de acción que necesitan y que sólo les otorgaría un movimiento
esencialmente nacional.
Sin este apoyo liberador y coercitivo, sería
tan ilusorio pretender que se lograra nuestra
emancipación, como esperar que el ejército
cumpliera su cometido antes de proveerlo de
los recursos que requiere y que debiéramos
proporcionarle, aunque tuviésemos que recurrir a un empréstito, de carácter más o menos
forzoso, destinado a la defensa nacional.
Una vez alcanzada nuestra completa autonomía, y sólo entonces, nos hallaríamos capacitados para introducir todas las reformas
que reclaman nuestras instituciones, con pleno conocimiento de las necesidades del país.
Felizmente, nuestra democracia es tan
dúctil y tan maleable, que para amoldarla a
nuestra realidad no tendríamos más que escuchar las enseñanzas de nuestra topografía
y de nuestra historia, pues no hay motivos
para que deje de desarrollarse con vigor, si
en vez de trasplantar sistemas que nunca se
arraigarían en nuestro suelo, nos ocupáramos de preservarla de todos los “ismos” y las
corrupciones que la infectan.
La magnífica realidad del país recobrado
nos revelaría, al poco tiempo, que nuestros
problemas no son muy difíciles de resolver y
que, al hacerlo, quizá solucionaríamos otros
de una importancia trascendental. Junto con
las naciones latinoamericanas poseemos el
privilegio de ser los únicos pueblos que, perteneciendo a la cultura occidental, se hallan
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1943 - 1944
Lo que sucede en el mundo nos obliga a
despojarnos del pudor que merecen las grandes palabras y los grandes designios. Sin jactancias postizas, ni falsas humildades, hemos
de reconocer que el destino nos impone la
tarea de completar la obra de los hombres de
Mayo y lograr nuestra verdadera emancipación: la del espíritu y la del suelo, pues, de lo
contrario, nunca seremos nada.
Hace más de un siglo nos tocó señalar el
camino. ¿Esperaremos esta vez que otros se
adelanten, como todo lo deja suponer? ¿Nos
encontraremos en tal estado de decaimiento
y disgregación que no seamos capaces de defender lo que significamos y podríamos significar en lo futuro?
La Historia dirá si hemos sabido cumplir
con nuestro deber.
Fuente: “Nuestra actitud ante el desastre”, en Jorge
Schwartz, Homenaje a Girondo, Buenos Aires, Corregidor,
1987, pp. 74-87.
AGN
en condiciones de eludir los trastornos que
conmueven al mundo desde hace medio siglo, debido a que nuestro capitalismo es tan
postizo y embrionario que bastaría aminorar
la codicia de propios y extraños para que cada
cual tuviera el pedazo de tierra que prodiga la
anchura providencial de nuestro suelo.
Mucho más privilegiados, en este sentido,
que los Estados Unidos, a causa de nuestro
retardo evolutivo, nos encontramos ante tantos caminos que no sería imposible descubrir
el que nos alejase de la iniquidad acumulada
por la hipertrofia del sistema capitalista, para
conducirnos a una concepción jurídica y social que concediera a la existencia un sentido
más amplio y más dichoso.
Por muy alto e inaccesible que nos parezca, no debiéramos titubear, ni un solo instante, en atribuirnos tal destino. Todo gran pueblo ha necesitado un ideal para llegar a serlo.
Pero ahora nos reclaman otras urgencias
y a ellas debemos entregarnos por entero.
Tropas pasando por la avenida Leandro N. Alem en dirección a la Casa Rosada, el 4 de junio de 1943.
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Declaración de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE) frente al golpe de Estado de 1943. Una de las organizaciones principales del amplio “movimiento antifascista argentino”, la AIAPE es fundada en
1935 por iniciativa de Aníbal Ponce y a lo largo de su trayectoria se mantiene
cercana a la órbita del Partido Comunista Argentino. Edita dos revistas, Unidad
y Nueva Gaceta, congregando a un amplio grupo de intelectuales e iniciativas
culturales en todo el país. Es clausurada de modo definitivo en 1943.
La AIAPE (Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores),
frente a los sucesos acontecidos en el país como consecuencia del movimiento militar del 4 de junio, considera que la absoluta orfandad en que rodó el régimen
de vergüenza depuesto es demostrativa de la capacidad de reacción de la opinión
nacional, a la que pretendió humillarse reiteradamente por medio del discrecionalismo arbitrario del estado de sitio. En estas circunstancias, la AIAPE renueva
su fe en las fuerzas morales del pueblo argentino, las que deben ser encauzadas
definitivamente hacia la reconquista de la libertad. Somerset Maugham, el escritor británico, ha dicho que “si una nación pone algo por encima de la libertad,
perderá su libertad, y si por ironía ese algo fuese dinero o comodidad, también los
perderá”. Que ese reproche no nos alcance. El pueblo argentino –y ese es su signo
distintivo ante la historia– siempre afirmó su derecho a la libertad auténtica
como acto primordial colocado por encima de todas las otras condiciones materiales de la existencia. En ello reside, precisamente, su fuerza moral.
Entiende la AIAPE, por lo tanto, que el pueblo, tantas veces invocado, no
puede ser ausente en el proceso de la reconstrucción nacional. Por ser la “fuente
de toda soberanía” tiene una misión fundamental en la obra de reencauzar definitivamente a la Nación en las formas constitucionales burladas, falsificadas o
escarnecidas por una oligarquía de sospechosa vecindad nazista. Entendemos, por
ello, que la lucha efectiva contra la oligarquía depuesta sólo podrá conducirse a
términos válidos si se obtiene la vigencia plena de la Constitución y si el país –superando una experiencia cercana que pudo cubrirlo de oprobio– cumple fielmente los compromisos contraídos con los demás países de América, de acuerdo con
esa tradición internacional de la Argentina que en tiempos no demasiado lejanos
nos confirió perfiles monitores en el continente. En el cumplimiento de ambos
propósitos fundamentales –respeto estricto de la Constitución y solidaridad activa
con los pueblos que luchan por la democracia, según las obligaciones emergentes
de los pactos de Río de Janeiro– la AIAPE ha venido señalando su actuación del
último período, limitada y hostigada por un gobierno divorciado de la opinión
popular. Frente a las nuevas circunstancias por que atraviesa el país, refirma el
lema que define su razón de ser: defensa de la cultura dentro de la libertad.
Fuente: AIAPE, Nueva Gaceta, nº 24, Buenos Aires, 15 de junio de 1943.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Volantes
antiperonistas.
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El historiador Tulio Halperín Donghi, testigo presencial, relata los cambios
que se producen en el entorno de la cultura tras el golpe militar de 1943, ofreciendo secuencias, intenciones, atmósferas y pasiones propias de la época.
El episodio reflejaba a su manera un rasgo de la realidad argentina de
ese momento que es difícil entender desde la actual. Hace poco leí un estudio
acerca de la etapa inicial del gobierno militar instalado en 1943 que describe
la reacción al ejercicio de oscurecimiento de la ciudad en preparación para un
posible bombardeo aéreo como una de mudo terror ante las perspectivas que
abría una iniciativa como esa cuando provenía de gobernantes formados en
la doctrina de la guerra total, y aunque hoy puede parecer del todo verosímil
que así fuera vivida esa novedosa experiencia, recuerdo demasiado bien qué
placentero encontramos en esa noche deliciosamente tibia mezclarnos entre la
muchedumbre que caminaba las calles despojadas de tráfico e iluminadas sólo
por la luna, y también con qué gusto apenas terminó el ejercicio nos sumamos a
los parlanchines parroquianos que llenaron el local de la confitería del Águila.
Esa actitud íntimamente despreocupada, que retrospectivamente parece reflejar
una no sé si feliz o deplorable inconsciencia, tenía con todo su razón de ser:
aunque desde 1930 la Argentina había navegado a la deriva, por debajo de
las heridas sólo a medias cicatrizadas que le habían sido infligidas desde entonces podía todavía palparse la sólida estructura de un país que había sido
construido para los siglos, y por esa razón las anomalías y los rasgos patológicos
cuya presencia se hacía cada vez más evidente podían aún ser vistos como otras
tantas islas dispersas en un mar quizá demasiado tranquilo, en el que seguía
reinando una normalidad sin duda cada vez más mediocre y rutinaria pero
aun así tranquilizadora.
La confianza en que pese a la acumulación de signos en contrario la Argentina sabría una vez más salir del paso sólo se vio sacudida cuando el régimen
militar comenzó a introducir con ritmo cada vez más vertiginoso novedades
que sugerían que los gobernantes surgidos en junio no sólo habían decidido llevar a su momento resolutivo la ya crónica crisis política argentina, sino que se
disponían a resolverla en términos que justificarían con creces las dudas acerca
del futuro que hasta entonces esa confianza había terminado siempre por disipar. El tránsito de la confianza a la alarma alcanzó su decisivo punto de inflexión en octubre de 1943, después de que un grupo de figuras públicas, que en
una entrevista con el general Ramírez le habían manifestado su preocupación
ante el rumbo cada vez más inequívocamente autoritario por el que avanzaba
su gobierno, volcaron esa misma preocupación –tal como su entrevistado les
había sugerido– en un manifiesto favorable a un rápido retorno al régimen
democrático prescripto por la Constitución y a una línea de política exterior
basada en los principios de solidaridad americana que el régimen militar había proclamado suyos al tomar el poder. Si –como parece razonable suponer– al
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alentar esa iniciativa el presidente Ramírez había contado con que la ruidosa
entrada en escena de un vasto sector del que todavía no era conocido como el
establishment pondría coto al avance de los sectores más decididamente autoritarios dentro del ejército, que parecían cada vez más inclinados a desplazarlo
del poder, su cálculo se iba a revelar catastróficamente errado; mientras la
respuesta oficial, que invitaba a los firmantes del manifiesto a expiar en silencio su falta de lealtad para con el país, reflejaba en términos cuya deliberada
brutalidad eliminaba toda posibilidad de equívocos el triunfo de los puntos de
vista del sector al que acababa de desafiar, él mismo no pudo evitar poner su
firma al pie del decreto de cesantía de quienes entre esos firmantes desempeñaban cargos en dependencias del Estado.
Las consecuencias inmediatas nos tocaron muy de cerca –en nuestro entorno más cercano tanto Roberto Giusti como Francisco y José Luis Romero y Jorge
Romero Brest se contaron entre los cesantes– y, aunque su impacto material se
iba a revelar bastante más leve de lo que habíamos temido (las víctimas de la
medida que no estaban en posición de acogerse a los que el lenguaje burocrático
sigue llamando “beneficios de la jubilación”, y que entonces merecían aún ser
descritos en esos términos, iban a descubrir de inmediato que reemplazar los
ingresos que acababan de serles arrebatados era empresa mucho menos ardua de
lo que habían imaginado), era difícil no reconocer en el episodio un anuncio de
la inminencia de otros peores. Papá decidió entonces acogerse también él a una
jubilación que, siendo en su caso anticipada en tres años, trajo consigo un sensible recorte en sus ingresos, a la vez que introdujo un cambio radical en sus rutinas de vida, en las que la parte dedicada a la enseñanza, que tanto le gustaba,
quedó reducida al dictado del curso de latín que conservó en el Instituto Libre.
En uno y otro aspecto vinieron a tomar su lugar trabajos editoriales; primero
fue un manual de latín para juristas, del que sólo alcanzó a completar un volumen de adagios jurídicos latinos que iba a encontrar amplio uso en juzgados
y estudios de abogados, y muy pronto luego, cuando el latín fue introducido en
el currículum de las escuelas secundarias, dos cursos de gramática y ejercicios de
ese idioma que le encargó la editorial Estrada, a los que se agregó la traducción
de los escritos latinos de Descartes para la biblioteca filosófica que dirigía en
Losada Francisco Romero. Pero el proyecto que iba a ocuparlo con más gusto
sería la traducción, también para Losada, de la Historia de la Literatura Italiana de Francesco de Sanctis, a la que contribuyó más que mamá, y el placer
que encontró en esa tarea debió mucho sin duda a la instintiva afinidad entre
su modo de ver el mundo y el que se despliega en esa historia de una nación a
través de su literatura inspirada en la misma fe a la vez nacional y democrática
que en una generación anterior había hallado en Francia expresión más grandiosa en la obra de Michelet.
Pero en lo inmediato pesaba más que cualquier consideración sobre lo ganado y perdido en esa reorientación de actividades el hecho de que esta no había sido fruto de una decisión espontánea, sino respuesta a un clima que todo
sugería destinado a tornarse cada vez más hostil. Pronto esos presagios sombríos
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se vieron confirmados por los tres decretos promulgados simultáneamente en el
último día de 1943, que disolvían los partidos políticos, introducían la enseñanza religiosa en el ciclo primario y secundario de la enseñanza oficial y agravaban las restricciones que ya limitaban la libertad de prensa. Todo auguraba
entonces que 1944 iba a ser el año en que el catolicismo integral, que había
venido ganando espacio e influencia por más de dos décadas, lanzaría un esfuerzo decisivo destinado a reorientar bajo su signo a la entera vida nacional.
(…)
El desventurado rector intentó finalmente romper ese cerco silencioso convocando a una reunión al entero cuerpo docente, en la que se susurraba que
se proponía pedirle un voto de apoyo; como era ya costumbre, nos habíamos
enterado de antemano de la convocatoria y esa tarde el veredón de la calle
Bolívar se llenó de alumnos del turno matutino curiosos de conocer el desenlace de esa jornada decisiva. Nuestras expectativas se vieron satisfechas por
la aparición en el portal del Colegio del rector, escoltado por el ordenanza de
su oficina, cargado este último con una masa considerable de papeles. Ambos
avanzaron hasta el cordón de la vereda, a la espera de un taxi, pero como
esta se prolongara, el ordenanza depositó su carga en el suelo privando de
su compañía al doctor Sepich, quien, rodeado de una multitud de escolares,
siguió a la espera del taxi providencial que finalmente vino a rescatarlo de
nuestra siempre silenciosa compañía. Sólo al día siguiente nos enteramos de
cómo se había alcanzado ese desenlace: el rector estaba apenas comenzando
su alocución al cuerpo de profesores cuando irrumpió en el salón de actos el
profesor Ricardo Caillet-Bois, vicedirector del Colegio, para comunicar a la
audiencia que el decreto de cesantía del que era portador había puesto fin a
la gestión de quien la había convocado.
La restauración del orden jerárquico puesto en suspenso durante ella no
necesitó siquiera ser explícitamente proclamada para caer sobre nosotros con el
peso de una losa de cemento: al entrar por primera vez en el edificio luego de
la partida de la autoridad intrusa nos bastó con encontrarnos con los mismos
celadores hasta la víspera tan sistemáticamente indulgentes con nuestras transgresiones a las normas vigentes escrutando nuestras solapas para cerciorarse de
que habían desaparecido de ellas los prohibidos distintivos para advertir que
había vuelto a reinar en el Colegio una normalidad que comenzábamos a
preguntarnos por qué habíamos ansiado ver restaurada. No hubo entonces ruidosas celebraciones de la victoria alcanzada sobre quien había osado turbarla
–no sólo estábamos demasiado deprimidos para ello, sino acabábamos de descubrir que no serían ya toleradas– y la única mención del episodio cerrado en
la víspera provino de nuestro profesor de lógica, Carlos Astrada, quien a través
de sus numerosas reorientaciones político-ideológicas había conservado intacto el virulento anticlericalismo característico del sector liberal del patriciado
cordobés del que provenía, y ella no pudo ser más concisa: al entrar en clase se
limitó a decir, en tono apenas audible, sic transit gloria mundi, y las risas que
celebraron esa frase oportuna no hubieran podido tampoco ser más discretas.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1943 - 1944
Mientras en el Colegio la tentativa de refundarlo bajo el signo del humanismo criollo había encontrado ya su fin ignominioso antes de concluido el
año lectivo, al finalizar este el Instituto del Profesorado tenía aún a su frente
a Jordán Bruno Genta, quien en 1943 había fracasado ruidosamente en un
prematuro intento de gobernar bajo ese signo a la Universidad Nacional del
Litoral, en el que había puesto un celo más intemperante de lo que consideró
aceptable el régimen surgido de la revolución de junio en una etapa en que
aún no había definido del todo su rumbo. Al año siguiente todo sugería que
ese mismo régimen, después de superar sus titubeos iniciales, estaba decidido
a avalar plenamente la gestión que podía esperarse de ese fervoroso cruzado
de la causa del catolicismo integral, y así parecía también anticiparlo el
traslado a establecimientos secundarios de tres de los profesores del Instituto
(Juan Mantovani, Abraham Rosenvasser y Sansón Rascovsky), dispuesto por
el ministro Baldrich invocando razones de mejor servicio simultáneamente
con la designación del nuevo rector.
Si en mi recuerdo el proceso vivido en el Instituto del Profesorado se diferencia tan nítidamente del que paralelamente tuvo por teatro al Colegio, ello
se debe sin duda en parte a que mientras a este lo viví como integrante del
estamento estudiantil, a aquel lo conocí a través de la visión madurada en el
claustro de profesores (así, debo atribuir a ese diferente ángulo de visión que
mientras en mi memoria la melancólica partida del doctor Sepich ha quedado
grabada como un inesperado coup de théâtre, tuve un conocimiento anticipado de las modalidades que iba a revestir el episodio final de la apenas menos
efímera gestión del profesor Genta como rector del Profesorado). Pero entre
ambos procesos había otra diferencia que no dependía del ángulo desde el cual
se los contemplara: mientras la tentativa de refundar el Colegio bajo el signo
del integralismo católico no podía sino entrar en inmediato conflicto con otro
legado tradicional que ocupaba un lugar central en la orgullosa imagen que
la institución tenía de sí misma, en el Profesorado se hubiera buscado en vano
una lealtad institucional de intensidad comparable a la que se sabía cimentada
en una tradición que, aunque quizá (como tantas otras) había sido inventada
más bien que recibida en herencia, lo había sido en todo caso a lo largo de casi
un siglo contando para ello con las contribuciones de algunas de las mejores
mentes argentinas. Eso hizo que, aunque la gestión de Genta compartía plenamente la inspiración católico-integrista de la de Sepich, en el Profesorado
las divisiones que ella suscitó reflejaran opuestas tomas de posición referidas al
presente más bien que al pasado; era esa la razón que hizo posible que mientras
en el Colegio Diego Luis Molinari multiplicaba los gestos destinados a marcar
distancias con la gestión de este, en los actos públicos celebrados en el Profesorado se lo viera más de una vez entre los escasos profesores que rodeaban a aquel
en el estrado.
Otra consecuencia del contexto tan distinto en que una y otra institución
debió avanzar la tentativa de regenerar a ambas bajo signo integrista fue que
en el Profesorado las vicisitudes de la guerra en curso repercutían con una fuer-
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za que no alcanzaba a hacerse sentir en el Colegio. Así, mientras revolviendo en
mi memoria no puedo establecer si el eclipse de Sepich fue anterior o posterior
a la fecha de la liberación de París, en el Profesorado ese acontecimiento, que
además de eliminar aun para los más distraídos cualquier duda acerca de cuál
sería el desenlace del inmenso conflicto sugería que este estaba más cercano de
lo que en efecto iba a ocurrir, hizo que la presencia de Genta a su frente pasase
súbitamente a ser vista no como una fatalidad sino como una anomalía cada
vez menos soportable.
Él mismo pareció advertir cómo la casi unanimidad con que el cuerpo de
profesores seguía rehuyéndolo debía ahora menos al temor suscitado en el momento de su designación por el recuerdo de sus pasadas hazañas que a una hostilidad que sólo esperaba una ocasión favorable para expresarse de modo más
directo, y –aplicando quizás una lección aprendida durante su etapa leninista– buscó contrarrestarla persuadiendo a las masas a las que aspiraba a ganar
para su causa que esta había sabido ya hacer suyas las concretas demandas de
quienes permanecían sordos a su mensaje. Convocó al efecto una reunión del
entero cuerpo docente de la casa en la que –como nos contó luego mi madre– en
lugar de abrir sus palabras, como era habitual en sus alocuciones, citando la
sentencia de Heráclito que proclama que en el comienzo fue la guerra, entró
directamente en materia haciendo saber a sus oyentes que hacía tiempo que lo
preocupaba que, siendo ellos docentes de una institución de enseñanza superior, fuesen remunerados al mismo modesto nivel de los de enseñanza media, y
luego de describir las gestiones que se preparaba a iniciar para obtener que esas
remuneraciones fuesen inmediatamente dobladas, terminó rogándoles que le
indicaran si las hallaban adecuadas o podían sugerir otras más eficaces.
Por un momento la audiencia pareció dispuesta a mantener su silencio,
y mamá se preparaba a vivir una escena como las que abundaban en las películas de Hollywood ambientadas en la Europa ocupada que solíamos ver
en Punta del Este, en que ni las amenazas ni las demagógicas promesas de
los voceros del vencedor lograban arrancar a sus interlocutores de una hosca
y sombría mudez, cuando don Emilio Ravignani, acaso exasperado ante la
total ineptitud de las estrategias anunciadas por el orador, rompió ese silencio
para indicarle a qué funcionarios del Ministerio de Instrucción Pública y del
de Hacienda le era indispensable ganar para su proyecto si es que quería que
este llegara a buen puerto. Lejos de molestarse al recibir instrucciones sin duda
más precisas de lo que había anticipado, Genta repuso invitándolo a que lo
acompañase personalmente en esas gestiones, dotándolas así de un aval que facilitaría enormemente su éxito. Según mamá, sólo en ese momento el veterano
parlamentario comprendió que su entusiasmo lo había llevado demasiado lejos,
y cerró el diálogo con algunas lacónicas evasivas. Del tema tocado en esa reunión de profesores nada volvió a oírse durante la gestión de Genta, y el anuncio
que hizo en ella fue visto como un manotón de ahogado, inspirado por la conciencia de que su posición era cada vez más precaria. Pero el tiempo pasaba, y
su presencia al frente del Instituto, aunque aparecía cada vez más anacrónica,
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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amenazaba prolongarse indefinidamente en ausencia de una crisis resolutiva
que no se adivinaba de dónde podía provenir.
Sin duda, ya antes de que terminara 1944 nos había llegado de una alta
fuente una sugestión precisa acerca de cómo desencadenar esa crisis resolutiva,
pero no se sabía hasta qué punto prestarle fe. Ocurre que el doctor Rómulo
Martini, que había sido profesor de latín de mis padres en la Facultad, y ya
jubilado seguía interesándose por los destinos del sistema educativo argentino,
compartía su dentista con el entonces coronel Perón, y había decidido usar la
oportunidad que ello le brindaba para mantener a este suficientemente informado acerca de la alarmante situación creada en el Profesorado por las
arbitrariedades de Genta. Luego de un par de sesiones en las que el facultativo trató extensamente el tema, Perón le repuso que entendía perfectamente
las razones que lo llevaban a insistir en él, pero que personalmente no podía
hacer nada para modificar una situación en efecto deplorable, de la que por
otra parte estaba ya enterado, a lo que agregó que quienes a su juicio sí podían
hacer más de lo que parecían advertir eran los mismos que habían buscado
alertarlo sobre ella, y sugirió como ejemplo que si lograban que la ceremonia de
apertura del próximo año lectivo fuese interrumpida por algunos estudiantes de
la Universidad del Litoral venidos a denunciar la pasada gestión de Genta al
frente de ella, y eso diera lugar a un tumulto de proporciones, sería inevitable
una intervención del Instituto por las autoridades del Ministerio que pondría
fin al entero episodio, para concluir señalando que, en caso de producirse ese
oportuno incidente, él estaba en condiciones de prometer que la policía llegaría
al teatro de los hechos con dos horas de retraso.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, Son memorias, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008, pp. 120-121 y 126-130.
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El surgimiento del peronismo representó un momento bisagra en
la historia argentina. En esta secuencia histórica es posible apreciar, entre otros fenómenos, algunos de los efectos de tal acontecimiento, por ejemplo, los realineamientos que se producen en
la cultura obrera y sindical (como dejan ver los intensos debates
que se producen en la CGT el día previo al 17 de octubre respecto de la posición que debía adoptar la central obrera), y la
reconfiguración del mapa político, en particular, el modo en que
el radicalismo y los partidos de izquierda se ven obligados a definirse en relación con el nuevo movimiento popular que conduce
Perón. Asimismo, se pueden leer algunos conflictos que cobraron
visibilidad en aquel período –como el Malón de la Paz– y hasta
el impacto que generó el peronismo en la cultura letrada, a través de la reinterpretación del “mito gaucho”. La alianza entre
un grueso de las clases trabajadoras y Perón provocaría entonces
enormes transformaciones en la cultura política y en la sociedad
argentinas, a tal punto que no es exagerado decir que, a partir
del 17 de octubre de 1945, ya nada sería igual que antes. 1945 - 1946
Perón, discurso del 17 de
octubre de 1945
Discurso de Juan D. Perón desde el balcón de la Casa de Gobierno en Plaza
de Mayo pronunciado el 17 de octubre de 1945 ante una gran movilización
obrera y sindical que había exigido –y conseguido– su liberación. Este día se
conoce como Día de la Lealtad.
Trabajadores: hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres
honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador
argentino. Hoy a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del ejército. Con ello, he renunciado voluntariamente al más insigne honor
a que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Lo
he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al
servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo, pues, el sagrado y honroso uniforme que me entregó la patria para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa
sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza del país.
Con esto doy mi abrazo final a esa institución, que es el puntal de la patria: el ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa inmensa, que representa la síntesis
de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo
argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra
madre, al que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria, el mismo pueblo que en
esta histórica plaza, pidió frente al Cabildo que se respetara su voluntad y su derecho.
Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda someter a esta masa grandiosa en sentimiento y en número. Esta es la
verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha a pie durante
horas para llegar a pedir a sus funcionarios que cumplan con el deber de respetar sus
auténticos derechos.
(“¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”)
Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una
enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia
de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Nación.
Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo por el que
yo sacrificaba mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy
los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien no lo traiciona. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa
sudorosa, estrecharla profundamente a todos contra mi corazón, como lo podría
hacer con mi madre.
Desde esta hora, que será histórica para la República, que sea el coronel Perón el
vínculo de unión que haga indestructible la hermandad entre el pueblo, el ejército y la
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policía. Que sea esta unión eterna e infinita, para que este pueblo crezca en esa unidad
espiritual de las verdaderas y auténticas fuerzas de la nacionalidad y del orden, que esa
unidad sea indestructible e infinita para que nuestro pueblo no solamente posea la felicidad, sino también para defenderla dignamente. Esa unidad la sentimos los verdaderos
patriotas, porque amar a la patria no es amar sus campos y sus casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato
formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, en número que pasa del
medio millón, está indicando al mundo su grandeza espiritual y material.
(“¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”)
¿Preguntan ustedes dónde estuve? Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil
veces por ustedes… No quiero terminar sin enviar un recuerdo cariñoso y fraternal
a nuestros hermanos del interior, que se mueven y palpitan al unísono con nuestros
corazones en todas las extensiones de la patria. A ellos, que representan el dolor de la
tierra, vaya nuestro cariño, nuestro recuerdo y nuestra promesa de que en el futuro
hemos de trabajar a sol y a sombra para que sean menos desgraciados y puedan disfrutar mejor de la vida.
Y ahora, como siempre, de vuestro secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro por ver coronada la obra que es la ambición de mi vida,
la expresión de mi anhelo de que todos los trabajadores sean un poquito más felices.
(“¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”)
Señores: ante tanta insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden
cuestiones que yo ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar,
no merecen ser queridos ni respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por
ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo.
Ha llegado el momento del consejo. Trabajadores: únanse; sean más hermanos que
nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse en esta hermosa tierra
la unidad de todos los argentinos. Diariamente iremos incorporando a esta enorme
masa en movimiento a todos los díscolos y descontentos, para que, junto con nosotros,
se confundan en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes.
Pido, también, a todos los trabajadores que reciban con cariño mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que han tenido por este humilde hombre que les
habla. Por eso, les dije hace un momento que los abrazaba como abrazaría a mi madre,
porque ustedes han tenido por mí los mismos pensamientos y los mismos dolores que
mi pobre vieja habrá sufrido estos días. Confiemos en que los días que vengan sean de
paz y de construcción para el país. Mantengan la tranquilidad con que siempre han
esperado aun las mejoras que nunca llegaban. Tengamos fe en el porvenir y en que
las nuevas autoridades han de encaminar la nave del Estado hacia los destinos que
aspiramos todos nosotros, simples ciudadanos a su servicio. Sé que se han anunciado
movimientos obreros. En este momento ya no existe ninguna causa para ello. Por eso
les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo. Y por esta
única vez, ya que nunca lo pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido
que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien y
de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la patria.
(“¡Mañana es San Perón! ¡Mañana es San Perón!”)
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He dejado deliberadamente para lo último, el recomendarles que al abandonar esta
magnífica asamblea, lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que ustedes, obreros,
tienen el deber de proteger aquí y en la vida a las numerosas mujeres obreras que aquí
están. Finalmente, les pido que tengan presente que necesito un descanso, que me
tomaré en Chubut, para reponer fuerzas y volver a luchar codo con codo con ustedes,
hasta quedar exhausto, si es preciso.
Y ahora, para compensar los días de sufrimiento que he vivido, yo quiero pedirles
que se queden en esta plaza, quince minutos más, para llevar en mi retina el espectáculo
grandioso que ofrece el pueblo desde aquí.
Fuente: Norberto Galasso, Perón, Vol. I, Buenos Aires, Colihue, 2005.
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Declaración de FORJA frente
al 17 de octubre de 1945
Ante el acontecimiento que significa el 17 de octubre de 1945, como surgimiento de un nuevo movimiento popular conducido por el coronel Perón, y
frente a la posición antagónica que asume el Comité Nacional de la UCR respecto de ese movimiento, FORJA se autodisuelve para acompañar a las “masas trabajadoras” peronistas.
Frente a los momentos en que vive el país, la UCR (FORJA) dio a conocer una
declaración en la que fija su posición. La misma expresa lo siguiente:
La Junta Nacional de FORJA en presencia de la agitación oligárquica promovida
por las fuerzas de la reacción en convivencia con las izquierdas extranjerizantes y de
la inquietud reinante entre los trabajadores ante el riesgo de una restauración de los
sistemas de opresión económica y de dominación imperialista establecidos desde el 6
de septiembre de 1930 por la misma confabulación de intereses e ideologías, declara:
1º Que en el debate planteado en el seno de la opinión está perfectamente deslindado
el campo entre la oligarquía y el pueblo, cualquiera sean las banderas momentáneas
que se agiten y que en consecuencia y en cumplimiento de su deber, argentino y
radical, expresa su decidido apoyo a las masas trabajadoras que organizan la defensa
de sus conquistas sociales.
2º Que como se expresa en la declaración de principios de FORJA, sancionada en el
acto de su fundación el 29 de junio de 1935, en la lucha del pueblo contra la oligarquía como agente de las dominaciones extranjeras, corresponde a la Unión Cívica
Radical asumir la dirección de la lucha.
3º Que el Comité Nacional de facto que se atribuye la representación de la UCR se
ha pasado al campo de la oligarquía al desoír la opinión y las orientaciones de las
figuras representativas del radicalismo yrigoyenista.
4º Que frente a la vacancia de la conducción partidaria, es deber de esos hombres
representativos el asumirla para que esta sea expresión clara del pensamiento revolucionario de Yrigoyen en el que encuentran solución integral las inquietudes actuales
del pueblo argentino, sintetizadas en patria, pan y poder al pueblo.
Octubre 17 de 1945, Buenos Aires.
Por la Junta Nacional de FORJA
(Fdo.) Arturo M. Jauretche, presidente;
Francisco J. Capelli, secretario general
Fuente: Arturo Jauretche, FORJA y la década infame, Buenos Aires, Peña Lillo, 1976, pp. 175-176.
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Actas de la reunión del 16 de
octubre de la CGT
En estas actas se recogen los debates de aquella jornada decisiva: si debía
disponerse o no la huelga general y también sobre la conveniencia de hacerlo en reclamo de la libertad de Perón o simplemente en defensa de las
conquistas obtenidas. Triunfa esta última moción y el nombre de Perón no
aparece en la resolución y petitorio que los dirigentes gremiales llevan a
Edelmiro Farrell y a Amaro Ávalos el 17 de octubre. Lo que sigue son los
fragmentos más significativos de aquella sesión.
En Buenos Aires, a los 16 días del mes de octubre de 1945:
Reúnese el Comité Central Confederal de la Confederación General del Trabajo
en sesión extraordinaria con asistencia de sus miembros compañeros Aniceto Alpuy,
Néstor Álvarez, Bruno Arpesella, Antonio F. Andreotti, Florencio Blanco, Ramón Bustamante, Dorindo Carballido, Julio Caprara, Cecilio Conditi, Nicolás D’Alesio, Libertario Ferrari, José Griffo, Pablo Larrosa, Ramiro Lombardia, Mateo Píccolo, Benigno
Pérez, Juan José Perazzolo, Anuncio S. Parrilli, Bartolomé Pautasso, Antonio Platas,
Silverio Pontieri, José Manso, José R. Méndez, Anselmo Malvicini, Felipe Nazca, Jorge
Nigrelli, Eduardo Alberto Seijo y Ramón W. Tejada.
Ausentes con aviso: Nicolás Campos, Juan Cresta, Alejandro Protti, Juan B. Ugazio, Benito Borja Céliz, Juan Céspedes, Demetrio Figueiras, José María Freyre, Juan
Carlos Rodríguez, José V. Tesorieri, Celestino Valdez, José Lebonatto.
Siendo las 19.45 horas:
Silverio Pontieri (Secretario General) (UF) (Declara abierta la sesión. Expresando que el cuerpo se reúne en sesión extraordinaria a los efectos de considerar la situación por que atraviesa el país y la resolución adoptada por la Comisión Administrativa
en su última reunión en el sentido de aconsejar al Comité Central la declaración de la
huelga general en todo el país por el término y fecha que este cuerpo fije, como medida
defensiva de las Conquistas Sociales amenazadas por la reacción de la oligarquía y el
capitalismo.) A los efectos de que los compañeros del Comité Central tengan un
concepto claro de la situación que atravesamos (…) es conveniente referir otra vez
el informe que ayer dimos a la Comisión Administrativa en nombre del Secretariado. En realidad no corresponde efectuar una relación de los hechos que se han venido produciendo últimamente en el país, los que han culminado con la renuncia
del coronel Perón y su posterior detención y confinamiento en la isla Martín García. Como todos ustedes saben, los trabajadores se sintieron justamente alarmados
por estas cosas, porque ellas a su vez venían acompañadas de distintas medidas de
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represalias que los patrones más reaccionarios estaban tomando contra sus obreros
y las organizaciones sindicales.
Así, por ejemplo, fueron numerosos los industriales que se negaron a cumplir el
decreto del Gobierno Nacional, que estipula el pago de salarios dobles el 12 de octubre
declarado feriado nacional. También se había anunciado a numerosos personales obreros, la negativa de otorgarles las vacaciones anuales ya prometidas con anterioridad,
y por sobre todas las cosas los patrones hacían una ostentación abusiva de su poder,
proclamando a todos los vientos que la obra de justicia social desarrollada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión sería arrasada por la nueva situación.
Inmediatamente de producidos estos hechos, nosotros nos reunimos y en forma paulatina fuimos recibiendo los informes de las distintas organizaciones afiliadas, tanto de la
capital como del interior, informes que nos daban cuenta que la clase obrera se encontraba extremadamente alarmada por la forma en que se venía presentando la campaña de
reacción patronal. Ante esta situación quisimos conocer el pensamiento de los hombres
de gobierno, para lo cual entrevistamos al actual ministro de Guerra, General Ávalos, al
que planteamos las inquietudes… En esta oportunidad hicimos notar al señor ministro
nuestro punto de vista sobre el problema y le participamos nuestra decisión de luchar en
defensa de las conquistas sociales obtenidas. También le expusimos que la clase obrera de
nuestro país se sentía justamente alarmada por la detención del coronel Perón y por su internamiento en la isla Martín García, por cuanto los trabajadores relacionaban la campaña
de reacción patronal contra las conquistas sociales con la detención y con las medidas que
se tomaban precisamente contra el hombre que en razón de su desempeño en la función de
gobierno había posibilitado la obtención de esas conquistas. Expresamos que únicamente
la libertad inmediata del coronel Perón traería tranquilidad a los hogares obreros y a la
familia argentina. El general Ávalos nos contestó que el coronel Perón no estaba detenido,
sino que había sido puesto bajo custodia para su propia seguridad pues el gobierno tenía
informes de que algunos exaltados querían matarlo, lo que sería una desgracia para el país.
En consecuencia, nos concretó que el coronel no está detenido. De paso nos dijo
que el clima de la isla Martín García le había afectado la salud, con lo que confirmó los
rumores circulantes en el sentido de que se encontraba enfermo.
En cuanto a las conquistas sociales, expresó en forma categórica que las mismas
serían respetadas y que se procuraría mejorarlas en lo posible.
Antes de finalizar la entrevista le hicimos notar que deseábamos conversar con el
señor presidente de la Nación, General Farrell, para conocer su opinión sobre el problema. De inmediato el general Ávalos accedió a nuestra solicitud y tomó las disposiciones
para que la entrevista se realizara, cosa que hicimos esta mañana… En esta ocasión, el
general Ávalos nos dijo que el nuevo secretario de Trabajo y Previsión, señor Fentanes,
deseaba conversar con nosotros. (…) Fuimos a la Secretaría de Trabajo y Previsión. (…)
El mencionado funcionario (…) nos expresó que (…) estimaba imprescindible necesidad que los trabajadores se informasen que las conquistas sociales no corrían peligro
y que las mismas serían respetadas y aun ampliadas en lo posible. Nos dijo también
que a su juicio era contraproducente cualquier movimiento de huelga que se hiciera, y
que los trabajadores debían actuar con cautela porque teníamos que reconocer que la
oligarquía había dado un paso hacia adelante.
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En forma general eso fue lo que informamos ayer a la Comisión Administrativa, y
en base a lo cual esta, después de estudiar la situación general que atraviesa el país y la
creciente inquietud de los trabajadores por los hechos que están ocurriendo, resolvió
solicitar y enviar al Comité Central Confederal la declaración de la huelga general.
Ahora bien, en la mañana de hoy se realizó la audiencia que nos fijara el señor presidente de la Nación, General de brigada Farrell, la que se realizó en presencia del general
Ávalos, y del secretario de Aeronáutica, brigadier Sustaita.
Cuando llevamos al general Farrell la inquietud de los trabajadores argentinos,
él nos dijo que no nos preocupásemos, que todo se arreglaría bien, y que la Secretaría de Trabajo y Previsión seguiría siendo lo que había sido mientras estuvo el coronel Perón y que todas las conquistas serían mantenidas y los convenios suscriptos
tendrían que ser respetados por los patrones. Nos pidió que le diésemos un plazo
de tiempo hasta tanto la situación aclarase mejor, y que mientras tanto el ejército
seguiría sosteniendo las conquistas obreras. Entonces le dijimos que la clase trabajadora estaba seriamente preocupada por la forma en que se anunciaba que sería
integrado el gabinete nacional, con figuras todas representativas de la oligarquía,
tradicional enemiga de los trabajadores, razón por la cual estos miraban con desconfianza los trabajos que se hacían en ese sentido. Los nombres que se anuncian
como posibles de formar parte del gabinete son todos representantes conspicuos de
la oligarquía reaccionaria y setembrina.
Le informamos que los trabajadores estábamos contra la entrega del Gobierno a la
Corte Suprema de Justicia, y que en último término preferiríamos que se nombrase un
ministerio exclusivamente militar cuya misión sería preparar el terreno para la normalización constitucional, mediante la realización de elecciones libres con todas las garantías.
Le planteamos también al general Farrell nuestras serias preocupaciones que
eran la de todos los trabajadores por la detención del coronel Perón y por el estado
de su salud, que sabíamos afectada. Le dijimos que ya algunos gremios en forma
total o parcial habían salido a la calle pidiendo su inmediata libertad, y que si no se
accedía a este reclamo popular podrían venir momentos muy difíciles para el país.
La clase obrera, dijimos, tiene el temor de que se haga víctima al coronel Perón de
algún mal juego. Nos refirmaron tanto el general Farrell, como Ávalos, y Sustaita,
que ellos eran los mejores amigos del coronel Perón y que se preocupaban por su
suerte tanto como nosotros. Para tranquilizar a los trabajadores expresaron que el
gobierno piensa dar un comunicado de prensa en el que en forma clara se dirá que
el coronel Perón no está detenido. Nos refirmaron repetidamente que las conquistas obreras serían respetadas.
En términos generales esa fue la conversación que tuvimos esta mañana con el general Farrell. (…)
Este es el informe que nosotros tenemos que dar a ustedes con respecto a las gestiones que hemos cumplido en torno a la situación actual, y que está originada en los
hechos que todos conocen y que se vienen produciendo desde el día 8.
La Comisión Administrativa, después de considerar extensamente la situación, resolvió aconsejar la declaración de huelga general en todo el país, por el tiempo y en la
fecha que el Comité Confederal estime oportuno.
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Antonio Andreotti (UOM): (…) En la reunión de la Comisión Administrativa se
dijo que no había motivos para la declaración de la huelga general, cuando vemos que
todas las conquistas que hemos obtenido están en grave peligro.
(…)
S. Pontieri: Manifiesta que (…) ayer, después de haber resuelto aconsejar la declaración de huelga general se realizó una reunión de representantes de las organizaciones
afiliadas de la Capital Federal y pueblos circunvecinos, a la que también asistieron
representantes de las organizaciones gremiales autónomas, donde se resolvió por unanimidad secundar las medidas que adopte la Central Obrera. Nosotros adoptamos la
resolución de aconsejar la declaración de huelga general respondiendo al clamor de la
calle, en la que ya se encuentran millares de trabajadores de todo el país.
Bruno Arpesella (UT): Da la circunstancia de que fui yo el compañero que ayer
mocionó la declaración de huelga general ad-referendum de lo que resolviera el Comité
Central Confederal, y debo decir que el criterio que sostuve ayer en la reunión de la
Comisión Administrativa lo mantengo totalmente hoy. Los acontecimientos sucedidos
hoy me dan la razón, y es necesario que la Confederación General del Trabajo adopte
una determinación o medida de fuerza para contrarrestar la acción que están desarrollando los enemigos de la clase trabajadora. Hace falta que se declare un paro general
por un tiempo determinado, el que será no contra el gobierno sino contra la reacción
de la clase capitalista. La clase patronal ha declarado la guerra al coronel Perón, no por
Perón mismo, sino por lo que Perón hace por los trabajadores, a los que ha otorgado las
mejoras que venían reclamando y les ha dado otras que ni siquiera las soñaban, como el
estatuto del peón y otras más. La clase capitalista aquí y en el mundo entero (…) quiere
volver a la situación de injusticia de antes… Tenemos que decirles y demostrarles a los
capitalistas que si ellos han dado un paso hacia adelante nosotros no daremos uno solo
atrás y que al contrario seguiremos adelante. Por eso, la Confederación General del Trabajo tiene la obligación moral de dirigir este movimiento defensivo de los trabajadores,
porque es la Central Mayoritaria y la más prestigiosa. El pueblo trabajador argentino
está alterado porque teme que se le quite lo poco que últimamente conquistó. Yo estoy
y sostengo la moción formulada ayer en la reunión de la Comisión Administrativa.
(…)
Néstor Álvarez (UT): (…) La clase trabajadora está justamente alarmada porque
teme y ve en peligro todas las conquistas sociales obtenidas. (…) Creo que no hace
falta extenderse demasiado en cuanto a los motivos determinantes de la resolución
en virtud de la cual aconsejamos la declaración de huelga general al Comité Central
Confederal, ya que estos motivos están en el ánimo y el conocimiento de todos Uds.;
pero hay que dejar bien establecido que la Confederación General del Trabajo, por
razones de principio, no puede declarar la huelga general solicitando la libertad del
coronel Perón. Tenemos una gran deuda de gratitud con él, pero nuestros principios
son lo que orientan al movimiento obrero. La CGT no puede pedir en forma directa
la libertad de Perón, pero nuestra resolución ha sido motivada por la emoción amMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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biente. Si hemos de declarar la huelga general tendrá que serlo en defensa de nuestras
conquistas y para parar la reacción patronal. (…) Corresponde que analicemos las
cosas de forma que la resolución que adoptemos tenga un sello de mesura y responsabilidad… La CGT no puede aparecer como saliendo a la calle en defensa del coronel
Perón. Eso sería enajenar el futuro de la Central Obrera. Si resolvemos declarar la
huelga, repito que tendrá que decirse bien claro que ello es en defensa de las conquistas obreras amenazadas por la reacción capitalista, caso contrario demostraremos que
nuestra vida terminó cuando terminó Perón.
A. Andreotti: Yo quiero declarar que nosotros estamos solicitando la libertad
del coronel Perón, que es un hombre que se ha jugado todo, su carrera y su vida
por los trabajadores. No defendemos a un político demagógico sino a quien nos ha
dado todas las conquistas que tenemos. Al pedir su libertad estamos defendiendo las
mejoras obtenidas.
Ramón W. Tejada (UF): (…) Por mucho que demos vuelta al asunto, si hemos de
declarar la huelga general ella será por la libertad del coronel; por más que esgrimamos
otros argumentos este es el punto básico de nuestra actitud, o para mejor decir, de la
clase obrera. Hay un sentimiento muy profundo entre los trabajadores por causa de la
detención del coronel Perón, especialmente en el interior del país, porque el coronel
Perón ha sido el único que ha hecho justicia a las aspiraciones obreras concretándolas
en las conquistas que ahora están amenazadas. Si la CGT pide y gestiona la libertad del
coronel Perón, no vulnerará los principios sindicales, porque podemos decir ahora que
el coronel Perón es uno de los nuestros, porque se ha acercado a la clase obrera para
defenderla. En esta situación especial, creo que nada perdería el movimiento obrero al
encarar en forma enérgica las gestiones por la inmediata libertad del coronel Perón y
al contrario creo que ello la prestigiaría ante la inmensa mayoría del pueblo, que comprende que el coronel es el hombre que lo jugó todo en defensa de los intereses obreros,
inclusive su propia carrera. Muy pocos son los que en nuestro país conocen la forma
en que vivían los trabajadores, especialmente en el interior, donde algunos obreros ganaban salarios ínfimos, obreros adultos con $50 al mes, suma que no les alcanzaba ni
para comer. Es por eso que la obra cumplida por el coronel Perón en el interior tiene un
carácter profundamente revolucionario que ha penetrado en el corazón de los hombres
de trabajo. Quisiera que Uds. conociesen el estado de ánimo de esos trabajadores al saber que el coronel Perón ha sido detenido. Un 70% de los jóvenes en el interior del país
no sirve para el servicio militar. Pese a que la tierra es rica la gente se estaba muriendo
de hambre. (…) Creo que la Confederación General del Trabajo debe adoptar alguna
medida enérgica para gestionar la libertad del coronel Perón.
Ramón Bustamante (Sindicato de la carne de Rosario): El coronel Perón no
sólo está en el corazón de los obreros sino que también en el de todo el pueblo honrado. Si este cuerpo no resuelve la huelga general les puedo asegurar que será impotente
para contener la huelga que se producirá lo mismo por el estado emotivo de los trabajadores. Es decir que nosotros no dirigiremos este movimiento, con los consiguientes
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perjuicios que esta situación pueda ocasionar a la clase obrera y al país porque sería un
movimiento inorgánico. Acabo de tener una comunicación telefónica con carácter de
urgente desde Rosario, donde se me ha inquirido en forma enérgica cuál es la posición
de la Central Obrera… Les aseguro sin ánimo de presionarlos, que si aquí no se vota
la huelga, en Rosario se irá al paro general lo mismo. Todos estamos de acuerdo en que
el coronel Perón es el numen de los trabajadores. Reconozco que no podemos declarar una huelga general en todo el país solicitando únicamente la libertad del coronel,
pero nadie puede negar que lo que sobra son motivos para la declaración de huelga,
por todos los problemas y conflictos obreros que no tienen solución en razón de tropezarse con la cerrada intransigencia capitalista, que ahora en el poder nos amenaza
directamente. Tenemos que defender al coronel Perón, y según nos ha declarado el
compañero Secretario General, ya lo estamos defendiendo, de acuerdo a lo que expuso
la delegación confederal que visitó al señor Presidente de la Nación al participarle las
inquietudes y preocupaciones de la Central Obrera y de los trabajadores por la suerte
del coronel. Nosotros, con la declaración de huelga, pondremos un dique de contención a la reacción capitalista.
(…)
B. Arpesella: Creo que la resolución adoptada por la Comisión Administrativa es
bien clara… Esta resolvió aconsejar la huelga general y eso es lo que tenemos que tratar.
Ahora corresponde que el Comité Confederal diga si vamos o no a la huelga en forma
concreta porque todo el país está esperando nuestra resolución. El compañero Valdez,
que no está presente, (…) nos dijo en la reunión de la Comisión Administrativa cuál
era la posición de los trabajadores de todo el norte del país, que en la mayoría de las
zonas están [en] huelga. Hemos escuchado al compañero Bustamante que nos trae la
posición del movimiento obrero de Rosario. Entonces, esos informes con los que tenemos de otras provincias nos dan los elementos de juicio para que resolvamos en forma
concreta qué hay que hacer. No se trata aquí de que votemos una huelga en principio
sino que tomemos una resolución en firme. La clase obrera muchas veces se ha jugado
por la libertad de sus hombres detenidos, y la posición del coronel Perón es la de un
trabajador que dio a sus compañeros todo lo que pudo y todo lo sacrificó. Perón solo
ganó más conquistas para los trabajadores que estos en 100 años de lucha, con lo que
nosotros nos ahorramos muchos sacrificios y energías. Si muchas veces nos jugamos por
un hombre, ¿por qué no vamos a jugarnos por la libertad del coronel Perón? Nosotros
tenemos el deber moral de defenderlo.
José Manso (UF): Voy a discrepar con la opinión de los compañeros que han hablado
hasta ahora… (…) Por un lado nos dicen (…) que Perón no está detenido sino que
está custodiado en resguardo de su propia seguridad, a la vez que se nos asegura que las
conquistas sociales serán respetadas. Si la delegación que fue a ver al Presidente recibió
seguridad de que las conquistas serán respetadas y que el coronel no está detenido, me
parece que bajo ningún concepto podemos nosotros declarar la huelga general por
cuanto los motivos han desaparecido, y no vaya a ser que atropellando a degüello como
queremos hacer con la declaración de huelga, en vez de favorecer perjudiquemos al coMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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ronel Perón. De tal manera, yo sospecho que con esta huelga favoreceríamos a la clase
capitalista y no a los trabajadores. Tampoco sabemos si todo el ejército está de acuerdo
con el cambio de gobierno. Es por todo esto, compañeros, que yo propongo que el
Comité Central Confederal se mantenga reunido en sesión permanente a la expectativa
de los acontecimientos. Si el gobierno no cumple la promesa de respetar las conquistas
obreras y el gabinete no es de nuestra confianza, entonces habrá llegado el momento de
declarar la huelga general.
Ramiro Lombardi (UT): (…) La Comisión Administrativa ha declarado la huelga
general en principio y trae su resolución al Comité Central para que este la apruebe o
desapruebe. Mi opinión es que dado que las circunstancias que motivaron la resolución
de la Comisión Administrativa no han desaparecido, el Comité Central debe aprobar la
declaración de huelga general y tomar las disposiciones necesarias para asegurar su éxito. Estoy de acuerdo en que conviene cuidar ciertos detalles, por lo que, si declaramos
la huelga, ella será en defensa de las conquistas obreras. (…) Dicen algunos compañeros que por el momento no conviene declarar la huelga por cuanto las gestiones que
realiza el secretariado están bien encaminadas y que el gobierno ha prometido respetar
las conquistas obreras. De esto yo digo que la huelga tiene que ser declarada lo mismo
para advertir a los capitalistas y al gobierno que estamos dispuestos, lo que sí se puede
hacer es no fijar fecha.
Benigno Pérez (Ayudante de Casa): (…) Hay que reconocer honestamente que
el coronel Perón está hoy en esta situación por el solo hecho de haber defendido a
los trabajadores, y en los 35 años que estoy en el país ha sido la primera vez que he
visto que un hombre se jugó todo por los trabajadores. Yo hago moción de que se
emplace al gobierno para que ponga en libertad al coronel Perón y para que nos dé
garantía de que será respetada la libertad del mismo y las conquistas que obtuvimos.
Los obreros de todo el país están con los ojos puestos en la CGT y piden que esta
defienda al coronel, y si no lo hacemos estos nos perderán la confianza, especialmente
los del interior del país.
Juan José Perazzolo (UF): Las explicaciones dadas por el Secretario General respecto
de las entrevistas sostenidas con el Presidente de la Nación y señor ministro de Guerra,
nos dicen que (…) las conquistas obreras serían respetadas y mantenidas, y que algunas
serían mejoradas en lo posible. También se aclaró la situación del coronel, por lo que a
mi juicio prácticamente no hay motivos para tomar esa medida extrema que tanto exigen algunos compañeros. (…) A mí también me consternó la noticia de que el coronel
Perón estaba detenido (…), pero cuando vine a la organización a la que pertenezco y
tomé contacto con mis compañeros y estos me informaron cuál era la situación real,
empecé a reflexionar que no era conveniente adoptar actitudes apresuradas sobre un
problema que ya está en vías de solución. Me parece que lo mejor que podemos hacer
es pasar hoy a cuarto intermedio hasta mañana y dar amplia publicidad de que estamos
reunidos. Con esto crearemos la guerra de nervios. En concreto mi posición es que la
CGT por ahora no debe declarar la huelga general.
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José Méndez (Federación Obrera del Vestido): (…) Yo tengo la posición de mi
gremio, el que está a favor de la huelga general… Lo mejor es que abreviemos y pasemos a votar, pues si bien es cierto que la discusión es buena no es menos cierto que si
seguimos en este tren toda la noche estaremos deliberando y como siempre, nunca la
CGT tomará una resolución a tiempo. Aquí nadie habló de hacer la huelga contra el
gobierno sino contra la reacción del capitalismo y en defensa de las conquistas obreras.
Mi sindicato está porque se declare la huelga general por el término de 48 horas, y en lo
demás coincidimos con lo expresado por el compañero Néstor Álvarez en el sentido de
que no puede ser el motivo pedir la libertad del coronel Perón porque eso está contra
los principios sindicales. Nosotros no queremos hacer una revolución, sino que simplemente queremos defender las conquistas obtenidas. Las mismas obreras costureras me
han traído el informe de que los patrones les dicen que se acabó el coronel Perón y las
conquistas obreras, por lo tanto defendiendo nuestras conquistas en forma indirecta,
defenderemos a Perón, que es la única forma en que podemos hacerlo. (…) Propongo
que a partir de las 0.01 horas del día jueves se declare un paro general en todo el país
por el término de 48 horas, para demostrar a la clase capitalista nuestra fuerza…
Bartolomé Pautasso: (…) Ya tenemos la palabra del gobierno en el sentido de que
las conquistas serán respetadas. (…) No veo la urgencia en que adoptemos una medida
de fuerza, más bien conviene seguir de cerca los acontecimientos y luego recién resolver
lo que corresponda… Actualmente carecemos de razones para declarar el movimiento
de huelga. Lo que nosotros tenemos que hacer es evitar que el gobierno sea entregado
a la Corte y que no nos sean arrebatadas las conquistas, y eso lo conquistaremos reforzando la posición de las actuales autoridades. Por todo eso no estoy de acuerdo en que
se declare la huelga general. (…)
Julio Caprara (UF): (…) El problema se reduce a dos aspectos. El 1°) a la libertad
del coronel Perón y el 2°) a la defensa de las conquistas obreras. (…) Yo les pediría a los
compañeros del secretariado que gestionen de inmediato una entrevista para ir a visitar
al coronel Perón, y luego sabremos si realmente está en libertad o no. (…) Si mañana
los hechos nos demuestran que realmente nos encontramos frente a una campaña de
reacción patronal, yo seré el primero en votar la declaración de huelga general. (…)
Anselmo Malvicini (UF): (…) Todo el problema gira en torno a la libertad del coronel
Perón, y al respecto se puede decir hoy categóricamente que la situación ha cambiado en
forma terminante, y por eso yo también he cambiado de posición, y reconozco que declarar la huelga general en estos momentos sería de resultados desastrosos para los trabajadores porque pondríamos al gobierno en contra nuestra. Las palabras que las autoridades han
dicho a la Delegación de la Central Obrera y a la Comisión Directiva de la Unión Ferroviaria dan seguridad al respecto. Nosotros estamos solidarizados con el coronel Perón, pero
no podemos declarar la huelga ahora que sabemos que él no está detenido sino resguardado para su propia salud. En general yo apoyo totalmente los conceptos expresados por el
compañero Caprara y la moción que hizo en el sentido de que se nombre una delegación
para que visite al coronel Perón y le presente los saludos en nombre de la Central Obrera.
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Jorge Nigrelli (Federación de Obreros Cerveceros): (…) Me parece acertado
que una delegación confederal trate de visitar al coronel Perón, pero creo que esa Comisión debe ser lo más amplia posible y deberá cumplir su cometido dentro de la mayor
brevedad. Y luego nos reunimos nuevamente para resolver lo que corresponda.
Cecilio Conditi (ATE): Estos no son momentos de discutir sino de resolver lo que
tenemos que hacer en defensa de nuestras conquistas que pese a todo lo que se diga,
están amenazadas por la reacción patronal. (…) Nosotros tenemos que decir con toda
claridad que pedimos la libertad del coronel y para defender nuestras conquistas. No
estamos ya en situación de creer en promesas, la clase trabajadora exige ahora algo más
que promesas, ella quiere hechos concretos. La clase obrera nos apoya actualmente pero
mañana se mofarán de nosotros si la defraudamos en esta ocasión. (…) Yo apoyo la declaración de huelga, que será en defensa de las conquistas obreras y contra la oligarquía.
(…)
Anuncio Parrilli: Yo (…) he cambiado de opinión y reconozco que por el momento
no conviene la declaración de huelga… Este concepto me ha sido reforzado con el informe que ha dado el compañero Secretario General, que nos dice que el coronel Perón
ya está en libertad y que se encuentra internado en el Hospital Militar curándose de la
enfermedad que le aqueja. Apoyo al compañero Caprara en la moción que ha hecho y
yo le haría un agregado… en el sentido de que se vea al señor Presidente de la Nación
con el Comité Confederal en Pleno, para expresarle nuestro deseo de que el gobierno
sea integrado por militares y que no sea entregado a la Corte Suprema.
R. Bustamante: Apoyo la moción del compañero Parrilli.
Eduardo Alberto Seijo (maderero): Propongo que se cierre el debate, con lista de
oradores.
Se aprueba el cierre del debate por unanimidad.
Nicolás D’Alesio (Sindicato del Vidrio): En las primeras efervescencias, la mayoría de los trabajadores de Avellaneda fueron a la huelga y al salir a la calle se les disolvió
con gases lacrimógenos. Después quisieron venir al Centro y tampoco se les permitió
pues se levantaron los puentes del Riachuelo.
Aniceto Alpuy (ATE): Lo que pasa es que hay compañeros (…) que están embarcando a todo el movimiento obrero en una posición suicida en defensa de sus intereses
personales y eso no puede ser. (…) Sorprende la insistencia de ciertos compañeros en
querer que declaremos la huelga general a toda costa, y esto me hace pensar en lo que
dije ayer, que aquí lo que pasa es que lo que se viene cumpliendo son directivas políticas que nada tienen que hacer con nosotros. (…) Estoy de acuerdo con la moción del
compañero Caprara en el sentido de que se visite al coronel Perón.
(…)
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S. Pontieri: Formula algunas consideraciones con respecto a lo expresado por los
compañeros en el curso del debate y dice que en su poder hay dos mociones, una que
es presentada en conjunto por los compañeros Caprara, Perazzolo, Parrilli y Manso
que dice lo siguiente: “El Comité Central Confederal, resuelve: 1° El Secretariado
visitará al coronel Perón, llevando el saludo de la Confederación General del Trabajo.
2° El Secretariado gestionará ante el señor Presidente de la Nación una audiencia
conjunta con el señor ministro de Guerra y Marina para el Comité Central en pleno,
llevando los puntos siguientes: (a) Mantenimiento de las conquistas obtenidas; (b)
no entregar el gobierno a la Corte Suprema de la Nación; (c) concretar las violaciones
a los decretos del Superior Gobierno emanadas de la Secretaría de Trabajo y Previsión; (d) participación activa en los diferendos de la actualidad pública; (e) declaración pública del Poder Ejecutivo de esta entrevista. 3° Mantener al Comité Central
Confederal en sesión permanente.
Por su parte el compañero Andreotti, con el apoyo del compañero Seijo, Ferrari,
Píccolo y Conditi, han hecho llegar la siguiente moción: “La Confederación General
del Trabajo, resuelve: En defensa de las conquistas obtenidas y las por obtener y considerando que estas se hallan en peligro ante la toma del poder por las fuerzas del capital
y la oligarquía, declara un Paro General en todo el país por el término de 24 horas, el
que se hará efectivo a partir del día jueves a las cero horas”.
(…)
Los que estén por la moción del compañero Caprara se expedirán en contra de
la declaración de la huelga general y los que estén por la del compañero Andreotti lo
harán a favor.
Se vota nominalmente y lo hacen en contra de la declaración de huelga general los
siguientes compañeros: Aniceto Alpuy, Florencio Blanco, Julio Caprara, José Griffo,
Juan José Perazzolo, Anuncio V. Parrilli, Bartolomé Pautasso, Silverio Pontieri, José
Manso, Anselmo Malvicini y Ramón W. Tejada.
En favor de la declaración de huelga general: Néstor Álvarez, Bruno Arpesella, Antonio F. Andreotti, Ramón Bustamante, Dorindo Carballido, Cecilio Conditi, Nicolás
D’Alesio, Libertario Ferrari, Pablo Larrosa, Ramiro Lombardi, Mateo Píccolo, Benigno
Pérez, José R. Méndez, Felipe Nazca, Jorge Nigrelli, y Eduardo Alberto Seijo.
S. Pontieri: Por 16 votos contra 11 queda declarada la huelga general por 24 horas a
partir de la hora cero del día jueves 18.
Voy a hacer un pedido a los compañeros que han presentado la moción de huelga
general, en el sentido de que dejen a cargo del secretariado en un breve cuarto intermedio, la redacción definitiva de la declaración pública que haremos notificando la
resolución que adoptamos.
Por unanimidad se pasa a un breve cuarto intermedio para que el secretariado efectúe la redacción. Reanudada la sesión este presenta la siguiente redacción que es aprobada por unanimidad:
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“El Comité Central de la Confederación General del Trabajo declara la Huelga General de los trabajadores en todo el país por 24 horas para el día jueves 18 de octubre
desde las 0.00 horas hasta las 24 horas del mismo día, para expresar el pensamiento de
la clase obrera en este momento excepcional que vive el país y por las siguientes razones:
1º Contra la entrega del Gobierno a la Suprema Corte y contra todo Gabinete de la
Oligarquía.
2º Formación de un Gobierno que sea una garantía de Democracia y Libertad para el
país y que consulte la opinión de las organizaciones sindicales de trabajadores.
3º Realización de elecciones libres en la fecha fijada.
4º Levantamiento del estado de sitio. Por la libertad de todos los presos civiles y militares que se hayan distinguido por sus claras y firmes convicciones democráticas y
por su identificación con las causas obreras.
5º Mantenimiento de las conquistas sociales y ampliación de las mismas. Aplicación
de la Reglamentación de las Asociaciones Profesionales.
6º Que se termine de firmar de inmediato el Decreto-Ley sobre aumentos de sueldos
y jornales, salario mínimo básico y móvil y participación en las ganancias, y que se
resuelva el problema agrario mediante el reparto de la tierra al que la trabaja y el
cumplimiento integral del Estatuto del Peón.”
S. Pontieri: No habiendo nada más se pasa a cuarto intermedio. Queda el cuerpo
reunido en sesión permanente.
Son las 23.45 hs.
Fuente: Perón y el 17 de octubre, Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación, 2002.
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EL SUBSUELO
DE LA PATRIA
SUBLEVADA
POR RAÚL SCALABRINI ORTIZ
V
enían de las Usinas de Puerto Norte, de
los talleres de Chacarita y Villa Crespo,
de las manufacturas de San Martín y
Vicente López, de las fundiciones y acerías del
Riachuelo, de las hilanderías de Barrancas.
Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora.
Hermanados en el mismo grito y en la misma
fe, iban el peón de tambo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de
automóviles, el tejedor, la hilandera y el peón.
Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el
cimiento básico de la Nación que asomaba
por primera vez en su tosca desnudez original, como asoman las épocas pretéritas de la
tierra en la conmoción del terremoto.
Era el substrato de nuestra idiosincrasia y
de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordial sin reatos y sin disimulos. Era el nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de ganas y matices humanos,
aglutinados por el mismo estremecimiento y
el mismo impulso, sostenidos por una misma
verdad que una sola palabra traducía: Perón
(…). Por inusitado ensalmo, junto a mí, yo mismo dentro, encarnado en una muchedumbre
Raúl Scalabrini Ortiz es para esta
época un prestigioso escritor e
intelectual que había formado
parte de la revolución radical
yrigoyenista de enero de 1933, y
había colaborado activamente
con FORJA, con la cual, sin
embargo, había roto en 1943 por
el apoyo que esa fuerza supo dar
al levantamiento de junio de
1943. En este texto recuerda de
forma épica la jornada del 17 de
octubre, cuando el peronismo, ese
gran movimiento de masas en el
que confluyen diferentes fuerzas
políticas y sociales, irrumpe en la
escena política argentina.
clamorosa de varios cientos de miles de almas
conglomeradas en un solo ser unívoco, aislado de sí mismo, rodeado por la animadversión
de los soberbios de la fortuna, del poder y del
saber, enriquecido por las delegaciones impalpables del trabajo de las selvas, de los cañaverales y de las praderas (…), traduciendo en
la firme voz conjunta su voluntad de grandeza,
consumiendo en la misma llama los cansancios y los desalientos personales, el espíritu
de la tierra se erguía vibrando sobre la plaza
de nuestros libertadores, pleno en la confirmación de su existencia… Ahora el milagro
estaba cumplido. La sustancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo,
estaba allí presente, afirmando su derecho a
implantar por sí mismo la visión del mundo
que le dicta su espíritu desnudo de tradiciones,
de orgullos sanguíneos, de vanidades sociales,
familiares o intelectuales. Estaba allí desnudo
y solo, como la chispa de un suspiro.
Aquellas multitudes que salvaron a Perón
del cautiverio (…) eran las mismas multitudes
que asistieron recogidas por el dolor al entierro
de Hipólito Yrigoyen (…). Son las mismas multitudes argentinas armadas de un poderoso ins-
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zaba y resumía. (…) Por allí, alguien, un sencillo
magnífico, gritó con voz estentórea: “¡Aquí comienza la rebelión de los pueblos oprimidos!”.
Yo regué con una lágrima viril esas palabras para que no se marchitaran nunca. [Borradores en poder de su esposa sobre el 17 de
octubre de 1945].
Fuente: Fermín Chávez, La jornada del 17 de octubre por
cuarenta y cinco autores, Buenos Aires, Corregidor, 1996.
AGN
tinto de orientación político e histórico que desde 1810 obran inspiradas por los más nobles
ideales cuando confían en el conductor que las
guía (…). Escuché las conversaciones de varios
criollos y las arengas de oradores improvisados.
No encontré a nadie que se acordara de sus problemas personales. Eran hombres sin necesidades: inmunes al cansancio, al hambre y a la sed
(…). Él [Perón] intérprete fiel y libre de ataduras
y compromisos. (…) Estaban dispuestos a luchar
por él y por los ideales propios que él simboli-
AGN
17 de octubre
de 1945. Día
de la Lealtad.
Una multitud
de trabajadores
se movilizan en
forma espontánea
hacia la Plaza de
Mayo para reclamar la libertad
del coronel Juan
Domingo Perón.
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Leopoldo Marechal, poeta y escritor, autor de Adán Buenosayres, una de las
más importantes novelas de la literatura argentina, declara públicamente
su adhesión al peronismo. Este gesto le vale el repudio de gran parte del
campo intelectual que, enfrentado al peronismo, dejará caer sobre la figura
de Marechal una “proscripción intelectual” tácita.
Al 17 de octubre
Era el pueblo de Mayo quien sufría,
no ya el rigor de un odio forastero,
sino la vergonzosa tiranía
del olvido, la incuria y el dinero.
El mismo pueblo que ganara un día
su libertad al filo del acero
tanteaba el porvenir, y en su agonía
le hablaban sólo el Río y el Pampero.
De pronto alzó la frente y se hizo rayo
(¡era en Octubre y parecía Mayo!),
y conquistó sus nuevas primaveras.
El mismo pueblo fue y otra victoria.
Y, como ayer, enamoró a la Gloria,
¡y Juan y Eva Perón fueron banderas!
Leopoldo Marechal
Fuente: Fermín Chávez, La jornada del 17 de octubre por cuarenta y cinco autores, Buenos Aires, Corregidor, 1996.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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En los pueblos de La Forestal, muchos obreros que habían participado
de las experiencias sindicales lideradas por los comunistas en los años
treinta, ahora seguían al coronel Juan Domingo Perón. Otros siguieron organizando el Partido Comunista y confluyeron con socialistas y radicales
en la experiencia de la Unión Democrática. Hacia 1946, en el momento
crucial de las elecciones presidenciales, las vicisitudes políticas producen paradojas históricas: los obreros comunistas y sus mujeres llaman a
votar por quien veinticinco años atrás había sido uno de los máximos responsables de la masacre de 1921, el radical Enrique Mosca, quien entonces había firmado el decreto que creaba la Gendarmería Volante y la ponía
al servicio de La Forestal para infundir el terror en el Chaco santafesino,
y ahora representaba la “libertad” y la “democracia” frente al “naziperonismo”. Un volante redactado por la Comisión de Mujeres Democráticas de
Villa Guillermina, antes de las elecciones de febrero de 1946, ilustra este
escenario particular.
Las mujeres democráticas y proletarias de este pueblo que han resuelto
agruparse en torno a una consigna del momento, que es la de luchar hasta
vencer o morir, por intermedio de su Comisión Provisoria, se dirigen a todas
las mujeres de su clase y de las demás capas sociales que se inspiran en las mismas tendencias democráticas que nosotras alimentamos, para expresarles por
qué debemos unirnos en estas horas inciertas para nuestra patria argentina y
para nuestros hijos.
Sabemos bien que el nazismo está especulando en nuestra patria con las
mejores tradiciones de lucha del proletariado. Sabemos bien que el nazismo
promete mejorar el nivel de vida del pueblo trabajador y lo lleva a un nivel
cada vez más bajo. Sabemos bien que mediante la concesión de algunas
mejoras, por las cuales los trabajadores han bregado durante años y años,
pretende obtener su apoyo, al mismo tiempo que destruye las auténticas
organizaciones y crea sindicatos fascistas a los cuales los obliga a adherirse.
Sabemos que a los obreros les promete destruir el capital y a los capitalistas
les asegura que defenderá sus bienes. Pero el fascismo representa los intereses
más reaccionarios del imperialismo. Es la más tremenda explotación de las
masas, a las cuales se acerca con una demagogia anticapitalista, explotando
el odio de los trabajadores hacia la rapacidad de los trusts o de los consorcios financieros.
Destruido en Europa nos amenaza a nosotros directamente. Nuestra Patria
es el foco de irradiación del nazismo para toda América y el coronel retirado
Juan D. Perón es el encargado de llevar adelante sus planes.
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Mujeres proletarias:
Mujeres democráticas:
“¡Zapatillas sí, cultura no!” es nazismo. “¡Haga patria, mate un estudiante!” es nazismo. “¡Abajo la Universidad!” es nazismo. “¡Mueran los judíos!” es nazismo.
En la lucha que el pueblo viene librando por la libertad de nuestra Gran
Patria Argentina, tenemos la responsabilidad de contribuir junto al pueblo en
la defensa del régimen democrático. En esta lucha por destruir el naziperonismo que pretende echar raíces en nuestro suelo, las mujeres estamos presentes,
porque sabemos que el naziperonismo quiere la guerra civil, quiere destruir
nuestros hogares, convertir nuestros hijos en carne de cañón.
Mujeres del pueblo:
Nosotras debemos odiar todo eso. Debemos odiarlo con toda la fuerza de
nuestro corazón. Debemos odiar profundamente el nazismo. Y debemos odiarlo
con la conciencia de lo que puede significar para nuestro futuro.
Madres del pueblo:
La mujer constituye un puntal vigoroso en la lucha por la democracia. Las
madres del pueblo tenemos la intuición tremenda de lo que quiere hacer el coronel Juan D. Perón. Unámonos, porque es evidente para todos, que sólo con la
unión impediremos que Perón nos arrastre a la guerra civil. Aunemos nuestra
voluntad para evitar que nuestra Patria caiga en las garras del naziperonismo,
contra el cual lucha todo el pueblo argentino.
La fórmula Tamborini-Mosca es la fórmula de la victoria, de la esperanza. Procuremos su triunfo. Esta es la fórmula del pueblo para derrotar al
nazismo encabezado por el coronel retirado Juan D. Perón. Ella es la única que
nos salvará de la guerra civil, trabajemos todas por su triunfo.
¡Viva la libertad de todos los argentinos!
¡Viva la Unión Democrática!
Comisión de Mujeres Democráticas
Fuente: Comisión de Mujeres Democráticas, volante difundido en Villa Guillermina (Santa Fe), aportado por el historiador David Quarin, del archivo personal de José Bernabé Vargas.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1945 - 1946
AGN
AGN
El Malón de la Paz fue una marcha de pueblos del noroeste argentino en
demanda de la restitución de sus tierras. El 15 de mayo de 1946, 174 kollas
salieron de Abra Pampa (Jujuy) hacia la Ciudad de Buenos Aires, con la
intención de presentar sus reclamos al presidente Juan D. Perón. Luego de
recorrer cerca de dos mil kilómetros, los marchantes entraron a la Ciudad
el 3 de agosto de 1946.
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El Partido Socialista y el 17 de
octubre de 1945
Declaración del Partido Socialista sobre el apoyo de los trabajadores y sindicatos a Juan D. Perón publicado el 17 de octubre de 1945. Desde el principio,
el Partido Socialista adoptará una clara posición opositora al peronismo, al
que interpretará como una versión autóctona del fascismo.
Presuntas organizaciones obreras y elementos hasta ahora al servicio de los planes
políticos del ex vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión,
intentan una huelga revolucionaria para obtener la libertad del funcionario depuesto y
su retorno a los cargos desempeñados.
En las actuales circunstancias oculta una finalidad antidemocrática y dictatorial
cualquier agitación que procure rehabilitar al principal responsable de la situación a
que ha sido conducida la República, por la ambición desmedida y la tenacidad de quienes suponíanse con derechos para sojuzgar la libre manifestación política y social del
pueblo argentino. El alejamiento del mencionado funcionario no debe importar una
amenaza para las mejoras materiales que se hayan decretado, ni es aceptable que se haga
bandera de lucha de un personaje cuya actuación equívoca y corrupta, ha perseguido
en primer término la domesticación del movimiento gremial y la captación venal, de
aprovechados dirigentes cómplices de sus maniobras electorales.
Fuente: Daniel Rodríguez Lamas, Rawson / Ramírez / Farrell, Biblioteca Política Argentina, nº 41, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1945 - 1946
Manifiesto de los Tres
El 18 de diciembre de 1946 los representantes del radicalismo intransigente en la Junta Nacional de la Unión Cívica Radical, Crisólogo Larralde,
Arturo Frondizi y Antonio Sobral, publican un documento en el que exponen
públicamente la naturaleza del conflicto interno de la Unión Cívica Radical.
El derecho de opinar, que es irrenunciable en una democracia, se transforma en al­
gunos casos, en un deber cuyo cumplimiento no puede eludirse. Es la situación en que
nos encontramos como miembros de la Junta Nacional Ejecutiva, frente a los proble­
mas que afectan a la vida y al destino mismo de la Unión Cívica Radical.
Definiciones fundamentales
No puede entrarse a considerar ningún problema que afecte a la Unión Cívica Ra­
dical, sin fijar previamente la filiación y significado del radicalismo dentro del proceso
de nuestra historia. No podría ser de otra manera, porque vive la República la hora de
la decisión de su destino; porque vive nuestro pueblo un trance dramático de su histo­
ria y porque el mundo asiste al final de la crisis de un sistema que desestimó al hombre
como plenitud de vida.
Coincidiendo con la crisis de la cultura del pasado siglo, pero interpretando su rec­
tificación y dándole sentido a su voluntad histórica, surge en nuestro país como apre­ciación
de su voluntad política, la Unión Cívica Radical. Ella trae, porque es su sustan­cia misma, el
mensaje de un pueblo en el querer de su realización. Acusando la angustia del tiempo y el
drama vivo de la nacionalidad, hace su entrada en la historia. Al surgir, denuncia su linaje
con el federalismo popular derrotado por las oligarquías y se define, como una afirmación,
contra todo lo que niega lo popular y nacional: la “conciliación” y el “acuerdo”. Desde ese
momento habrá que buscar en lo histórico la materia social que regulará la UCR. Esta
fuerza política, además, es una superación del positivismo y la concepción material de la
política. Es, por lo mismo, un planteo ético para la cons­trucción de lo argentino.
Porque la Unión Cívica Radical no es propiamente un partido en el concepto mili­
tante, es una conjunción de fuerzas emergentes de la opinión nacional, nacidas y soli­
darizadas al calor de reivindicaciones públicas. Por eso dice Yrigoyen: “Nuestra misión
no es la ocupación de los gobiernos, sino la reparación cardinal del origen y sistema
de ellos, como el único medio para restablecer la moralidad política, las instituciones
de la República y el bienestar general. Las aspiraciones que no tienen otro objeto que
la ocupación de los gobiernos, son siempre facciosas y fatales para el bien público y al
fin mueren execradas, mientras que las idealidades sinceras viven en sus obras ilustres”.
Y deja precisado el humanismo revolucionario de la Unión Cívica Radical al decir:
“Ca­da vez es más imperioso hacer del ejercicio cívico una religión política, un fuero
inmu­ne, al abrigo de toda contaminación, hasta dejar bien cimentadas las prerrogativas
ina­lienables e imprescriptibles de la nacionalidad”. Aquí está su raíz y su función en la
política del país. Yrigoyen será su símbolo y su realizador.
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La base de la doctrina radical es la concepción del hombre como ser libre y la li­
bertad como exigencia fundamental de toda organización política. Pero, en esta lucha
por la libertad, tanto del hombre como de la Nación, es preciso enfrentar privilegios
de orden cultural y económico, representados por grupos nacionales e internacionales.
Misión del radicalismo
La tarea del radicalismo es, pues, labor de emancipación. Emancipación espiritual,
política, económica del hombre y del país, lo que quiere decir lucha contra toda forma
de oligarquía nacional o extranjera cuyos representantes se encuentran tanto en el go­
bierno como en algunos sectores de la oposición. En la actualidad, la emancipación pue­
de concretarse en una reforma educacional, en la reforma agraria, en la nacionalización
de los servicios públicos, en el reconocimiento de la personería de los trabajadores, etc.
Mañana podrá concretarse en otras afirmaciones sustanciales. Lo importante no es dis­
cutir estas expresiones concretas; debe quedar claro que la misión del radicalismo en la
vida argentina no puede ser defender forma alguna del privilegio, sino servir los inte­reses
del pueblo. Por eso no nos alarman las transformaciones sociales que respetan la libertad
del hombre, ya que, como fuerza revolucionaria, la Unión Cívica Radical está al frente de
toda transformación. En ese problema de fondo no puede cederse. “La re­paración debe
ser necesariamente fundamental: nacional en su forma y radical en sus procedimientos.”
La revolución social argentina queda así planteada, promovida y formulada por
la Unión Cívica Radical. Su primera presidencia –1916– desencadena el suceso revo­
lucionario en todos sus órdenes y en la acción del gobierno afirma su auténtico senti­do.
Democratización de la vida cívica del país en todos sus aspectos que es el rescate de lo
popular, y recuperación económica de lo nacional que es el rescate de nuestra so­beranía.
No nos detendremos en la acción de su gobierno, pero sí debemos afirmar que ella
mantuvo una armónica unidad con el sentido revolucionario que interpretó la Unión
Cí­vica Radical. Yrigoyen la realizó en la acción práctica y constructiva del gobierno.
Re­volución social ética y gobierno en magnífica identificación. Pero, desgraciadamente, ese concepto revolucionario de la acción gubernativa quedó luego interrumpido
por cau­sas que la historia juzgará. Sólo diremos que las divergencias que ha tenido se
refieren al diferente concepto de lo radical y a una distinta apreciación sobre el sentido,
signifi­cado y misión de esta fuerza cívica.
Para la mejor comprensión del momento político que vive el país y el radicalismo,
es preciso, sin embargo, remontarse a los acontecimientos producidos en el año 1930,
en que hombres que representan las ideas e intereses de las viejas oligarquías argenti­nas
y de los capitales foráneos procuraron suprimir las instituciones democráticas.
El fracaso de las milicias militarizadas llevó a esos poderosos intereses a implantar
en todo el país gobiernos fraudulentos. Se inició así un largo proceso de falseamiento
de las instituciones sin abandonar desde luego el propósito de suprimirlas en definitiva,
cuando la ocasión fuera propicia.
Cuando los gobiernos del fraude ni nacional ni internacional representaban garan­tía
de estabilidad, se produce el movimiento militar del 4 de junio de 1943, que muchos
saludaron como la terminación de la crisis política y moral argentina, sin comprender
que era la culminación de ese proceso de crisis. Las formas de la violencia totalitaria
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1945 - 1946
se desataron sobre el país impulsadas por grupos perfectamente caracterizados, pero la
re­sistencia nacional y la evolución de los acontecimientos bélicos europeos produjeron
una serie de oscilaciones en la conducción, hasta que, en un alarde de propaganda po­
lítica, la supresión de las libertades fue acompañada de la concesión de algunos bene­
ficios que venían reclamando los trabajadores y de la promesa de una justicia social y
económica amplísima.
Los trece años de fraude y corrupción política imposibilitaron la tarea del radica­
lismo y dentro del radicalismo imposibilitaron la tarea de quienes pretendían recuperar
el sentido de lo radical. Es ese proceso de fraude y de corrupción general en que vivía
el país el que explica los grandes déficits de la dirección radical, las fallas doctrinarias y
las deficiencias de conducta.
El pronunciamiento del 4 de junio y la acción posterior que desarrolla, no encuen­
tran al radicalismo tal cual fue en su pasado y tal cual será en el porvenir. Encuentra
un enorme conglomerado de masa ciudadana sin fe en los cuadros dirigentes porque
había sido mal conducida muchas veces y defraudada muchas más. La dictadura de
“junio” se encargó de impedir, por la vía de la disolución de los partidos, que la tarea de
recons­trucción del radicalismo fuera realizada, pues, para sus fines electorales, necesitaba de­mostrar que esa fuerza cívica no existía como tal. La Unión Cívica Radical, por las
ra­zones expresadas, no retomó su sentido revolucionario, perdiendo la dirección de las
masas porque equivoca su ruta de lo popular. Lo que sucede en el proceso electoral del
24 de febrero es demasiado reciente para que necesite comentarios. Discrepamos en esa
oportunidad con los procedimientos internos utilizados, porque el extravío llevaba a un
olvido de lo radical, pero formamos en la columna, porque, si bien somos intransigen­
tes, nuestra primera intransigencia es frente a toda forma de despotismo.
Situación actual
El gobierno que resulta consagrado en las elecciones del 24 de febrero lleva seis
me­ses de acción y ya puede ser caracterizado por sus actos. Demuestra que no interpreta el sentido revolucionario que promovió, planteó y empezó a realizar la Unión
Cívica Ra­dical como dirección del pueblo argentino. Revolución y gobierno son,
otra vez, expre­siones irreductibles contrarias. Están amenazadas las instituciones democráticas, la li­bertad de prensa, la libertad de asociación, el derecho de reunión, las
atribuciones del Parlamento. Se están suprimiendo los últimos restos del federalismo
y de los municipios. Se aspira a que los argentinos dediquen su vida a lo intrascendente, entregando el mane­jo de todo lo sustancial, a un gobierno que pensará y sentirá por la Nación toda.
Mientras tanto, la bandera de recuperación económica nacional, que fue el motivo
central de propaganda, ha sido arriada. La negativa a expropiar la CADE, el negocio de
los teléfonos y el acuerdo británico no son más que etapas de una política de entrega a
los intereses económicos extranjeros que se viene realizando en forma acelerada desde
1930. La justicia social se está reduciendo a aumentos nominales de salarios, que no
al­canzan para cubrir el creciente aumento del costo de la vida, mientras algunos grupos
de capitalistas privilegiados se están enriqueciendo, amparados por un mal entendido
intervencionismo de Estado.
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No se realizará la prometida reforma agraria ni ningún cambio económico funda­
mental porque sectores del privilegio mantienen el manejo del país; la Universidad,
pa­ra la cual el gobierno proyecta una legislación antidemocrática y de sometimiento,
ha sido avasallada por un ciego reaccionarismo que hace caer confundidos a algunos re­
presentantes de la Universidad oligárquica, antirreformista y antipopular, con maestros
esclarecidos que honran a la cátedra y al país y que no exhiben ni una sola complicidad
o vinculación con los gobiernos surgidos del fraude. Esto acompañado por un gran cre­
cimiento de los aparatos represivos del Estado, dedicados a perseguir a todos los que no
se sometan incondicionalmente o no guarden un prudente silencio.
Por todo eso, la Unión Cívica Radical debe retomar su filiación revolucionaria pa­ra
reencauzar y realizar las reivindicaciones políticas y sociales del pueblo.
Seis meses de vida radical
Una de las comprobaciones más dolorosas del resultado de las elecciones del 24 de
febrero es que parte de la masa radical votó por el candidato que sostenía la dictadura.
El hecho de que los votos de esos radicales hayan sido compensados en parte por votos
de ciudadanos que jamás acompañaron al radicalismo, agrava la crisis del partido.
El radicalismo enfrentó la lucha electoral sobre la base de una reorganización im­
provisada, después de casi dos años en que toda actividad cívica estuvo prohibida.
No es hora de realizar el juzgamiento de los errores y debilidades de los que tuvie­ron
a su cargo la dirección partidaria, pero sí cabe afirmar que la principal de las cau­sas de
la crisis en que vive el país es no encontrar a la Unión Cívica Radical organiza­da como
fuerza política dentro de su sentido y dirección ya expresada. Pero si nos está excusado
juzgar el pasado, no se nos podría perdonar ninguna omisión para que esta ta­rea sea
cumplida en el futuro. El enfrentamiento de la realidad política argentina y la pretensión de ser reencauzada por el radicalismo, no podrá lograrse con el espíritu, con los
temas y con los esquemas racionales que manejó en la última elección nacional. Más
que un cambio de hombres, es un cambio de registro temático y de un sistema de ideas
y sentimientos que no han sabido interpretar la voluntad popular, porque significó des­
de tiempo atrás la desviación de lo radical.
Cuando se conoce el resultado electoral del 24 de febrero, se produce una gran agi­
tación interna, reclamando la renuncia del Comité Nacional, que es aceptada por una convención cuya mayoría está integrada por hombres que habían decidido las orienta­ciones
que cumplió el Comité Nacional y que, por tanto, con relación a las orientacio­nes, tenían
una responsabilidad aún mayor. Se olvidó que si la presencia del Comité Na­cional obstaculiza la tarea a cumplir, igual o mayor obstáculo resultaba de la subsistencia de las autoridades de distrito. El pueblo radical ha considerado que la dualidad de cri­terio en aceptar
la renuncia del Comité Nacional y mantener los demás organismos eje­cutivos, se debe al
propósito de algunos de esos organismos de distrito de dirigir la pró­xima reorganización.
Integración de la Junta Nacional Ejecutiva
Para salvar las dificultades internas que se debían enfrentar, se produjo el desplaza­
miento del Comité Nacional, pero se conservaron cuidadosamente los puestos de man­
do efectivo. Después de designar la Junta Nacional Ejecutiva de siete miembros, con
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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funciones de Comité Nacional, para llevar a cabo la reorganización integral del parti­do,
se pasó a cuarto intermedio hasta el 10 de octubre.
Aceptamos las designaciones contrariando íntimas convicciones espirituales y la opi­
nión de muchos de nuestros correligionarios, en un supremo esfuerzo esperanzado de que
los hombres que tuvieron la dirección partidaria comprendieran la gravedad del momen­
to y resignaran sus posiciones. Todo fue en vano. La Junta no pudo cumplir su cometido
porque fue trabada en su acción desde afuera de la misma por grupos de dirigentes que
se niegan a abandonar sus posiciones. Conviene, pues, hacer una historia de lo ocurrido.
Caducidad de los Organismos de Distrito
Desde la primera reunión de la Junta y para responder a las grandes esperanzas
que había despertado en el pueblo radical, planteamos la necesidad de que la misma
asu­miera la efectividad de la tarea de reorganización, a fin de que esta no pudiera ser
difi­cultada por ninguno de los organismos de distrito. Para no hacer diferenciaciones
entre uno y otro distrito pedimos que se resolviera la caducidad de todos los organismos eje­cutivos sin distinciones pero atendiendo al criterio de la mayoría de la Junta
se inicia­ron trámites para obtener que las autoridades ofrecieran sus renuncias. Estas
gestiones privadas tuvieron buen resultado, pues muchos de los distritos –sin distinción
de ten­dencias– hicieron saber que estaban dispuestos a entregar las renuncias.
Frente a estas solicitaciones, no sucedió lo mismo con la Capital Federal y provin­
cia de Buenos Aires, que, desde el primer momento, eludieron tomar la actitud que las
circunstancias exigían.
Definición política de la Junta
El primer documento de la Junta implicó una definición política general y un
com­promiso sobre la forma en que se haría la reorganización. Desde el momento
en que la Junta dio por unanimidad ese documento, los intereses creados de algunos
grupos de di­rigentes armaron la resistencia contra la misma. El documento era un
desahucio defini­tivo para quienes pudieran estar planeando en la sombra concomitancias con el oficialis­mo o con las fuerzas del régimen, pero era también un desahucio para quienes creían que una vez más la acción reorganizadora en el radicalismo se
limitaría a la tarea mecánica de inscribir nombres con el único propósito de movilizarlos en una elección interna.
Mientras tanto, la inquietud del pueblo radical siguió en aumento. Al propósito
de renunciar de algunos distritos y a las manifestaciones individuales, se le agregaron
he­chos de una gran significación: así un caracterizado grupo de diputados nacionales
pi­dió a la Junta que decretara la caducidad de todos los organismos.
La Junta consideró las dificultades de hecho existentes y la mayoría declaró que
ca­recía de facultades para decretar la caducidad, por lo que resolvió pedir a la Conven­
ción que se le concedieran facultades para designar juntas reorganizadoras. Dicha reso­
lución no pudo ser suscripta por nosotros en virtud de haber sostenido que la Junta
debía declarar que no existía posibilidad alguna de reorganización integral de la Unión
Cívi­ca Radical sin la caducidad de todos los organismos de distrito para que la Junta
asu­miera la tarea por medio de sus comisiones. La discrepancia no fue total, sino par-
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cial en virtud de que estuvimos absolutamente de acuerdo en que la Junta ratificara los
con­ceptos generales sobre el sentido de la reconstrucción interna y afirmara su derecho
a intervenir los distritos en caso de conflicto. Como la mesa directiva de la Convención
no había cumplido la decisión del propio cuerpo de volver a reunirse el 11 de octubre,
la propia mayoría de la Junta, previendo una política de postergación fijó un plazo de
treinta días para que el alto cuerpo partidario se reuniera. No obstante ello, la mesa di­
rectiva de la Convención convoca al cuerpo para el 10 de enero para iniciar una discu­
sión que seguirá postergando indefinidamente la tarea de reconstrucción interna que el
radicalismo todo, espera se realice.
Alcance de la divergencia radical
Por todo lo que dejamos expresado se infiere fácilmente que las divergencias que
existen en el radicalismo y todas las trabas que se han puesto a la Junta no se deben
a aspectos formales ni de carácter personal. Encierran profundas cuestiones de fondo
que hacen a la misión del radicalismo en la vida argentina. Por eso la reorganización es
un problema de profundidad que se hinca en la raíz misma de la función histórica del
ra­dicalismo. Las autoridades de algunos de los distritos, no comprendiendo este signifi­
cado, se niegan a renunciar, creyendo que son planteos de primacía o de sustitución de
hombres. Se invoca la necesidad de luchar contra el oficialismo, como si esa lucha no
pudiera ser realizada sin la presencia de muchos de los que desprestigiaron la acción de
la Unión Cívica Radical, y sin advertir, acaso, que al darse las claras definiciones de lo
radical, automáticamente se adquiere el sentido de oposición a todo lo que –como el
actual gobierno– sea contrario a lo definido como radical.
Resistencia a la renovación
Quienes se aferran a sus cargos arguyen, para oponerse a la caducidad, que proce­
diendo así evitarán que el gobierno se apodere del radicalismo. Se trata, solamente, de
una argucia, porque el apoderamiento del radicalismo por un gobierno jamás podrá
realizarse por vía de una ley ni por la conquista de dirigentes. El radicalismo es una
fuer­za esencialmente popular, y el único que puede evitar las divisiones, la disgregación
o la entrega es el propio pueblo radical.
Si las autoridades de distrito se mantienen en sus posiciones, podrán gravitar sobre
la reorganización, evitando que los núcleos de los cuales son expresiones pierdan las
elecciones internas. No es casual que la resistencia a la renuncia provenga fundamentalmente de distritos en los cuales los sectores oficialistas internos están amenazados por el
voto de los afiliados radicales. Aquella conducta acusa una incomprensión del momento político que vive el país y de la verdadera función del radicalismo. Posición que no se
ajusta a la reclamación radical dentro del drama vivo de la nacionalidad.
Pero frente a los pequeños grupos de dirigentes que se resisten a toda renovación,
se encuentra una gran parte del pueblo radical que quiere que la Unión Cívica Radical
recobre su jerarquía de fuerza revolucionaria, de libertad política y de justicia social y que
asuman su dirección conductores que, nutriéndose en sus grandes orientaciones, sean una
garantía de realización de los ideales que proclaman. Como parte del pueblo que es, no
acepta desempeñar función conservadora ni quiere defender los intereses de ningún gruMANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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po de privilegio nacional o extranjero. Quiere ese pueblo una Unión Cívi­ca Radical como
en sus mejores horas, la que no temía a las transformaciones socia­les y económicas, sino
que las planteaba, promovía y realizaba dentro del amplio con­cepto de la democracia.
Esos radicales piden la caducidad de los organismos de distrito para que el pueblo llegue
a nuestros registros y pueda en su oportunidad expresar li­bremente y podamos todos, por
la vía democrática del voto, resolver sobre el destino del radicalismo.
La unidad radical
A pesar de lo expresado, nadie tema por la unidad radical, si se entiende por uni­
dad la unión de los hombres del inmenso pueblo radical en el respeto a la doctrina y
a la conducta. En consecuencia nuestra posición no es divisionista. El divisionismo
im­porta siempre una posición negativa y lo radical no se hace de negaciones. Hemos
de­fendido y defenderemos la unidad conceptual del radicalismo como única forma y
exi­gencia de la recuperación democrática del país y de la realización de la justicia social
que propugna, pero no podrá haber unidad si no es sobre bases radicales, de respeto
in­transigente de la doctrina y la consiguiente fidelidad a la conducta.
¿Qué hacer?
En esta hora tan llena de dificultades, pero tan plena de posibilidades, cada corre­
ligionario tiene la obligación de hacer conocer su criterio y de actuar conforme a su
pro­pia inspiración. El radicalismo, como instrumento de la democracia argentina, será
cons­truido de la manera y con la eficacia que cada radical sea capaz de hacer.
A todos los radicales se nos vienen ofreciendo desde hace tiempo tres grandes ca­minos.
Los hombres cansados de la lucha tienen abierta la ruta hacia las posiciones guber­
nativas que les ofrece el oficialismo. Oficialismo al que condenamos, no por la simple
razón de no ser un gobierno surgido de nuestras filas, sino porque representa una ten­
tativa de estructuración orgánica de un régimen enemigo de las libertades esenciales
de la persona y porque no representa en el orden económico y social progreso alguno
de fondo, ya que responde a los mismos intereses antipopulares y antinacionales de los
go­biernos posteriores al 6 de septiembre de 1930.
Existen otros radicales que, si bien mantienen su lucha frente al gobierno, parece
que sienten flaquear sus fuerzas para continuar manteniendo la integridad del progra­
ma radical de reparación moral, política y económica. Se llega así a la política fácil del
acuerdo, que suma votos en proporción directa a la renuncia de principios. El radicalis­
mo, de fuerza de construcción nacional, se reduce a asumir el papel de recolector de
opositores, vengan de donde vinieran, y de aprovechador mecánico de los desconcier­tos
oficialistas. El radicalismo no ha sido, ni será jamás, un simple partido de oposición,
puesto que, como se ha dicho, tiene sentido de construcción de la nacionalidad. Los
errores oficialistas o el apoyo de los opositores son simples contingencias que no pue­
den servir de argumento para un radical que busque orientación.
Frente a estos caminos del error, los radicales deben mantener en forma intransi­
gente, la totalidad de las reivindicaciones que acuerdan función histórica al partido.
Se estará así a cubierto de toda desviación o concomitancia con el oficialismo y de los
pe­ligros de que la Unión Cívica Radical se transforme en fuerza de choque del régimen
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conservador o de intereses extranjeros. El radicalismo es un cauce abierto para que to­
dos los hombres libres trabajen por la patria; pero lo que no podrá admitirse es que sea
manejado conforme a inspiraciones que no responden a la esencia que le ha dado vida.
El radicalismo debe decidirse definitivamente a ser lo que debe ser o a no ser nada, por­
que puede ocurrirle algo peor que ser nada: transformarse en una fuerza antirradical.
Este gran quehacer de la reestructuración partidaria para colocar a la Unión Cívica
Radical en condiciones de encauzar la vida de la Nación, y de realizar la revolución so­
cial que ha promovido, planteado y que aún no encontró su adecuada realización, nos
exige espíritu de sacrificio, de renunciamiento y devoción por las cosas del país.
Nuestra tarea es inmensa. Por eso este manifiesto es también un llamado y una convocación a todos los radicales que estén dispuestos a entregarse a esta tarea para poner
a la Unión Cívica Radical en la función política de nuestra historia.
Nuestra posición
Esta es la posición que hemos defendido y continuaremos defendiendo desde la
Jun­ta Nacional Ejecutiva. Para que el pueblo radical la conozca, hacemos esta definición que es a la vez programa, en la vida interna del partido de la acción recuperativa
de lo radical:
- Recuperación de los grandes principios y reivindicaciones radicales de emancipación popular y nacional.
- Afirmación de la Unión Cívica Radical como fuerza revolucionara para realizar la
justicia social que exige el pueblo de la Nación.
- Intensa tarea de esclarecimiento público sobre la base de esas reivindicaciones en todos sus aspectos: institucionales, económicos, sociales y culturales, para poner en evidencia el peligro en que vive el país: continuar bajo la política del actual gobierno, que
no interpreta ningún sentido revolucionario auténtico del pueblo argentino o caer en
el régimen de la oligarquía fraudulenta que gobernó hasta el 4 de junio de 1943.
- Caducidad de todas las autoridades de distrito, para que la reorganización pue­da
hacerse desde abajo con un limpio sentido democrático y con la participación de la
juventud, las mujeres y los obreros.
- Obligatoriedad del voto y representación de las minorías, principios que, estando consagrados en la Carta Orgánica, han sido reiteradamente violados en algunos distritos.
- Régimen de asambleas de afiliados para que sean estos los que resuelvan la orientación del radicalismo y para que juzguen la forma en que sus representantes han
servido los intereses del partido y del país.
Buenos Aires, diciembre 18 de 1946
Crisólogo F. Larralde - Antonio Sobral - Arturo Frondizi
Fuente: “Raíz”, julio de 1947, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento
Argentino, tomo VI, pp.152-161.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1945 - 1946
MANIFIESTO
EN APOYO AL
EMBAJADOR
NORTEAMERICANO
BRADEN
En las elecciones de febrero de
1946 el amplio frente antiperonista
se nuclea en torno a la Unión
Democrática, de la que participan la
UCR, el Partido Socialista, el Partido
Demócrata Progresista y el Partido
Comunista. Desde el principio, esta
coalición evalúa la figura de Perón
bajo el prisma del antifascismo. La
insólita participación del embajador
norteamericano Spruille Braden en
la campaña electoral, terminará en
una denuncia pública de Perón en su
contra, como instigador y organizador
de la oposición, y en una frase que
hará historia: Braden o Perón. La
actividad proselitista de Braden recibe
el apoyo de amplios sectores políticos
e intelectuales a través de actos y
manifiestos públicos.
Una declaración
Un manifiesto
Inmediatamente, reunió el embajador estadounidense a los periodistas a quienes hizo
entrega de la siguiente declaración:
Subscripta por personas representativas de
los más diversos círculos metropolitanos, se
dio a la publicidad la siguiente declaración:
La campaña recientemente promovida en
contra de mi país y de mi persona es de creer
que haya sido instigada por elementos nazis extranjeros totalmente ajenos al verdadero y noble
sentir del pueblo argentino. Lo creo así por dos
razones: primero, porque los métodos seguidos
en esa campaña son típicamente nazis; segundo,
porque de un pueblo tan hidalgo como el argentino no puede esperarse que agravie y calumnie
a una persona a quien dispensa su hospitalidad,
sea esta persona el representante diplomático
de un país amigo o cualquier otra persona.
No tengo palabras con que expresar mi
gratitud por las espontáneas, extraordinarias
e inolvidables pruebas de afecto que durante
todo el curso de mi viaje por la provincia de
Santa Fe, y ahora, a mi llegada a Buenos Aires,
he recibido del pueblo argentino, del verdadero
y gran pueblo argentino.
Ese homenaje de afecto, dirigido principalmente a mi país, en estos momentos en que sus
mejores hijos vierten su sangre en defensa de
la libertad y la democracia, demuestra una vez
más la innata caballerosidad del pueblo de la
Argentina y su honda devoción por los ideales
de fraternidad interamericana.
Hemos contemplado con inquietud y con clara
conciencia de su significado, el acto que acaba de
realizarse por un titulado Comité Gremial Americano “en memoria” de las víctimas de la catástrofe ocurrida en las minas de cobre El Teniente, de
Sewell, Chile. Interpretamos bien el sentido que se
ha querido darle, tanto en lo que se refiere a los
Estados Unidos de Norteamérica como a quien
aquí los representa; y no es otro que continuar
sembrando la discordia y la desconfianza, la agresividad y el odio; no es otro que ensayar y repetir
lo que en Europa llevó adelante con éxito, hasta su
derrota militar, la pandilla de Hitler.
La democracia argentina cree en la democracia de los Estados Unidos de Norteamérica –cuyo
ejemplo admira– y cree en la evolución feliz de
una política interamericana. (…)
Que el pueblo de los Estados Unidos tenga
la más absoluta certidumbre de que el pueblo
argentino no comparte ni la intención (…) ni el
desafío que se han manifestado en ese hecho
–pequeño en sus proporciones, pero alarmante
como síntoma–, sino que, por el contrario, está
animado del más fuerte, del más leal y del más
efectivo espíritu de cooperación para el ordenamiento democrático de América y del mundo.
Fuente: La Razón, Buenos Aires, 23-26 de julio de 1946.
1890 - 1956
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1945 - 1946
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SOBRE EL
PERONISMO Y
LA SITUACIÓN
POLÍTICA
ARGENTINA
Q
ué opina usted de la política social
del coronel Perón? ¿Tiende, efectivamente, a producir grandes transformaciones en el orden económico y político del país? ¿Las estima prematuras, mal
aplicadas, o como una mera iniciación del
inevitable desenvolvimiento social que deberá afrontar el país?
Los que desconocen el modo de operar
de los “ideólogos” fascistas se confunden y
desorientan ante el despliegue de demagogia social de que hacen alarde y creen que,
efectivamente, se proponen dar solución a
los problemas que plantean. Pero no es así.
La característica de los movimientos fascistas es la de agitar problemas candentes
de orden económico, político y social, cuya
solución reclaman las masas populares y
presentarse ante ellas, como si estuvieran
luchando por solucionarlos. Pese a su demagogia “antioligárquica”, “anticapitalista” y
“antimonopolista” la política social del coronel Perón es muy superficial y en nada afecta a la estructura económica del país en su
base actual, y en cuanto al régimen político
que se propone imponer, es el mismo que
desean las fuerzas reaccionarias de la oligarquía criolla aliada a los monopolios extranjeros con el fin de poder explotar más
intensamente aún en su beneficio a las masas obreras y campesinas y a las riquezas
del país. Con su chantaje “anticapitalista”, lo
que se proponen Perón y compañía es uti-
Fragmento de una entrevista
al dirigente político comunista
Victorio Codovilla sobre la política
social del peronismo.
lizar el aparato estatal para presionar sobre los grandes terratenientes, capitalistas
y monopolios extranjeros para coparticipar
en la explotación del pueblo y las riquezas
nacionales.
Los problemas económicos y sociales que
agitan demagógicamente los peronistas son
en gran parte reales, pero sólo pueden ser
solucionados en relación estrecha con los
problemas políticos. Y, estos problemas, no
serán los nazi-peronistas, responsables de
su organización, los que podrán resolverlos,
sino un gobierno democrático y progresista
elegido libremente por el pueblo y que cuente
con la confianza y el apoyo del mismo. Sólo
así se podrá contar con un gobierno estable
capaz de realizar las grandes transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales que necesita el país para cerrar el período
reaccionario y profascista iniciado en 1930 e
impulsar a la nación por la senda del progreso, la libertad y el bienestar social.
Por consiguiente, las pretendidas reformas “sociales” peronianas no son ni “prematuras” ni “mal aplicadas”, sino que no son
tales; son recursos demagógicos con vistas a
ganarse el apoyo de una parte de las masas
populares y paralizar la acción de los restantes, haciéndoles pequeñas concesiones de carácter económico-social, con el fin de que no
se opongan a sus planes de conquista total del
poder, y luego, desde él realizar la misma política catastrófica que realizaron los fascistas
de otros países.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1945 - 1946
La demagogia fascista, y esa es la demagogia peroniana, no puede producir nunca
transformaciones de orden económico y político de tipo progresista. La prueba está en lo
acaecido en los países de Europa dominados
por el fascismo. La demagogia social de Mussolini y de Hitler sólo depararon privaciones,
miseria y hambre para sus pueblos y a través
de la guerra de agresión llevaron a sus países
a la catástrofe.
Como el odio contra el fascismo es muy
intenso en las masas populares, el peronismo, adaptándose a la situación política internacional y nacional, caracterizada por el
ascenso democrático, trata de presentarse
como “demócrata” y trata de usurpar las tradiciones populares del radicalismo para hacer pasar de contrabando su mercadería fascista. Pero su doble juego está cada día más
en descubierto.
Sin embargo, parte de los obreros y empleados siguen a Perón, pues lo creen defensor de sus intereses.
Efectivamente, así es. Después de conquistado el poder, Perón y su camarilla desencadenaron una represión brutal contra
los dirigentes de las organizaciones sindicales existentes y disolvieron los sindicatos cuyos afiliados no se plegaban a los
propósitos nazi-peronianos. Luego, con el
fin de atraerse a los obreros y empleados,
desencadenaron su demagogia social e impusieron algunos aumentos de salarios y de
sueldos, sancionaron el Estatuto del Peón,
etc. De ese modo, con la demagogia social y
la violencia trataron de impedir que los sindicatos independientes pudieran dirigir los
movimientos reivindicativos de las masas.
Pero casi simultáneamente con esos “aumentos” de sueldos y salarios se produjo
el aumento desproporcionado de precios
de los artículos de primera necesidad –ali-
mentación, vestido y vivienda–, el aumento
de las tarifas del transporte y de las cargas
impositivas en general, lo que vino a liquidar los pocos beneficios concedidos últimamente. Impidiendo, mediante la represión,
que los dirigentes de los sindicatos independientes pudieran organizar la lucha por
las reivindicaciones de los obreros, se presentaron ante los mismos como los únicos
defensores de sus intereses. Además, la demagogia peroniana fue favorecida también
por ciertos patrones que aún declarándose
democráticos y progresistas hostigaron y
hostigan aún a los obreros que se organizan en sindicatos independientes y se oponen a todo entendimiento con ellos para
mejorar los salarios de los trabajadores de
su empresa.
Esto explica por qué en la famosa “huelga” del 18 de octubre, organizada por la Secretaría de Trabajo y Previsión con el apoyo
de la policía y la acción de las bandas armadas nazi-peronistas, participaron también
ciertos núcleos de obreros, especialmente
elementos jóvenes y mujeres que habían
sido incorporados a la producción en estos
últimos años y que provenían en su mayor
parte del campo. Estos, a quienes p