MI TESTIMONIO SOBRE ABEL RODRÍGUEZ Jaime Niño Díez Ex Ministro de Educación Nacional He tenido la fortuna de dedicar mi vida profesional de casi 45 años a la educación de los colombianos. Durante ella y a pesar de las precariedades, desigualdades y múltiples limitaciones institucionales y de recursos de nuestra educación, he conocido a no pocos hombres y mujeres de diversas edades, condición socioeconómica y formación que no vacilaría en calificar como extraordinarios por su calidad humana, capacidad de servicio y realizaciones en favor de la educación de sus semejantes. Muchos eran líderes comunales en sus barrios o veredas trabajando sin tregua por la educación de sus niñas y niños; otros eran líderes estudiantiles y juveniles buscando una educación mejor para vencer las injusticias, la miseria y el dolor de tantas gentes a su alrededor; un buen número eran maestros que habían hecho de la educación y de su profesión docente la causa de su vida y de sus luchas; otros cuantos eran empresarios decididos a apoyar la educación para la formación de capital humano y como agente civilizador en una sociedad destrozada por los conflictos y la violencia; igualmente, no pocos eran intelectuales e investigadores que, con no pocas dificultades, le hacían seguimiento a la educación y sus problemas para contribuir a sus soluciones y al diseño de políticas públicas. Aprendí mucho de ellos, de sus experiencias pero también de su sencillez, de su alegría y de su tenacidad para persistir en sus empeños por la educación. Pero la virtud más importante, común a todos ellos y que constituye su principal lección, fue la verticalidad y transparencia de sus convicciones en materia de educación. El maestro Abel Rodríguez Céspedes, como lo llaman sus colegas, es uno de ellos y quien más ha despertado mi admiración. Comenzó como maestro en la primaria rural y pronto se convirtió en líder nacional de los maestros del país. En la década de los años 70 condujo al magisterio a una de sus mayores conquistas: el Estatuto Docente que estableció por primera vez la carrera de maestro y su régimen laboral; en la década de los años 80 convocó a los maestros a reflexionar sobre su disciplina profesional y organizó con ellos el Movimiento Pedagógico Nacional que durante esos años produjo desde todos los rincones del país cientos de debates y ponencias orientadas a mejorar la educación; en la década de los 90 fue electo miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 y canalizó a los debates de la Asamblea las muy diversas propuestas que hicieron llegar un inmenso número de personas, participantes del Movimiento Pedagógico, dando origen a los mandatos educativos de la Nueva Carta Política. Así, el Movimiento Pedagógico impulsado por el maestro Abel hizo posible el actual “constitucionalismo educativo”, la Ley General de Educación de 1994, desarrollada a partir de la Constitución y el primer Plan Decenal de Educación 1996-2005, ordenado por dicha Ley y en el cual se consagró el Proyecto Educativo Nacional, constitutivos todos de la más grande reforma educativa del siglo XX en Colombia. Precisamente, al iniciar mis labores como Vice-Ministro de Educación en julio de 1996, el maestro Abel Rodríguez Céspedes quien había estado trabajado intensamente en la formulación del Plan Decenal de Educación, era designado por la Ministra, Doctora Olga Duque de Ospina, como Gerente Nacional de dicho Plan. Posteriormente, cuando asumí como Ministro de Educación en diciembre de 1996, el maestro Abel continuó como Gerente del Plan Decenal de Educación y luego como Vice-Ministro de Educación, hasta la terminación del período en agosto de 1998. En los programas y proyectos que realizamos con el maestro Abel Rodríguez Céspedes en el Ministerio de Educación por cerca de 2 años y en particular en aquellos que él dirigió o en los que tuvo o participó en la ordenación del gasto, no le observé ninguna disposición a desperdiciar los recursos oficiales, a hacer gastos suntuarios o innecesarios y menos aún a darles una destinación indebida. Por eso nunca, ni durante nuestra gestión ni después, debió responder a investigación alguna que le hicieran los órganos de control. Lo observé siempre como un trabajador serio y acucioso, muy comprometido con la suerte de la educación pública, de los niños y jóvenes, de los padres de familia y de sus maestros, preocupado por llegar con los proyectos al mayor número posible de beneficiarios y sin el menor ánimo de utilizar sus posiciones para obtener ventajas personales. Coherente con esto pude apreciar que era una persona de recursos modestos, sin ostentaciones ni lujos en su vida personal y familiar. Reconozco que su obra en la Secretaría de Educación fue formidable. Entre muchos logros que el espacio no me permite referir, destaco la innovación de programas como el subsidio a la asistencia escolar para combatir la deserción de miles de adolescentes, la ampliación de la alimentación escolar para varios cien miles de niños, el establecimiento de la gratuidad escolar desde el preescolar hasta el grado 11, el mejoramiento de los resultados de los bachilleres de colegios públicos en los exámenes del ICFES, la transformación del equipamiento y de la infraestructura escolar de la educación pública en Bogotá, en el momento en que los estudios mostraban el agotamiento de la ampliación de cupos en las instalaciones existentes en la ciudad, además de su absoluta precariedad, inseguridad y estado ruinoso que, por supuesto, no ofrecían las condiciones mínimas para una educación de calidad, y la reversión de la progresiva pérdida de autoestima profesional en los maestros y directivos de los colegios públicos, alentados y exigidos a responder a estos esfuerzos con una mejor educación para 1 millón de niños y jóvenes de la Capital. No puedo menos que deplorar las graves acusaciones de que ha sido objeto el maestro Abel Rodríguez Céspedes. Pero estoy seguro que él demostrará su inocencia como lo hace ya y en forma contundente en su escrito: “EN DEFENSA PROPIA”. Espero que brille la Justicia para él y que se oriente a encontrar a los verdaderos culpables que han puesto en entredicho el esfuerzo más importante de las últimas décadas por la educación del país y de la capital. Espero que así sea porque no puede mancillarse el nombre de quien por casi 40 años se ha empeñado como ninguno otro en transformar la educación para millones de familias, de niños, niñas y jóvenes de escasos recursos; y porque nuestros maestros, tan necesitados de reconocimiento social y revalorización, lo han tenido, con justicia, como su ejemplo y guía. Jaime Niño Díez Ex Ministro de Educación Nacional CC. 17.136.404
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