08 LECTURA DOMINGO 07 DE FEBRERO DE 2016 juventud rebelde ¡Qué gente, caballero, pero qué gente! (II y final) ¡Le zumba el merequetén! Sobre las esencias de ser y sentir cubano, en cualquier parte del orbe, exploró el último concurso de nuestra columna La Tecla del Duende, que este mes cumple 15 años de fundada. Hoy les ofrecemos otro manojo de historias, para ahondar en emociones, chispazos y despistes de los que poblamos este caimán rebelde. YO SABÍA QUE TÚ ERAS... AÑO 2000. 2:00 p.m. aproximadamente. Me encontraba trabajando como jurado de la Fipresci en el Festival de Cine de Moscú. Una tarde decidí salir por mi cuenta (sin guía ni traductora) hasta las tiendas de juguetes para comprar un mono de peluche para mi nietecito; ese fue su único pedido. Observaba detenidamente una amplia variedad en una vidriera cuando se me acercó en aquella desolada calle un joven negro con aspecto de etíope. Alto, delgado, elegante, con un traje azul oscuro satinado. Se paró cerca de mí y yo me aparté ante la presencia del desconocido. Él me dio tiempo y luego intentó un nuevo acercamiento. Su rostro negro mate no mostraba ningún tipo de expresión. Esquivé nuevamente su presencia, pero en esta oportunidad traté de tomar distancia por si se acercaba nuevamente no dejarme tomar desprevenido. Ya había escuchado una gran cantidad de historias de lo que estaba pasando en esos días en Rusia. Me paré a un costado de la vidriera para ver un mono grande que se exhibía y el trajeado se acercó nuevamente. Parece que notó mi postura defensiva y acometió sin virar el rostro hacia mí. Justo a mi lado para poder ser escuchado. Entre dientes, sin mirarme y muy serio dijo: — ¿Qué bolá, asere? Lo miré. Sonreí. Se me tiró arriba como si me conociera de toda una vida y me abrazó diciendo: — ¡Yo sabía que tú eras cubano! Lamentablemente no recuerdo su nombre. Estaba con sus hijos y su esposa de paseo. No vivía en Moscú. Supe que era natural de Matanzas y se había quedado en la URSS cuando fue como estudiante, porque el clima le hacía muy bien para su salud de asmático crónico. Me habló de la xenofobia donde vivía; de cómo habían cambiado las cosas… de tantas cosas en unos breves 40 minutos, y nos despedimos con otro fuerte abrazo… (Juan Ramírez Martínez, Granma) EL TACO Y EL BÉISBOL TAMBIÉN CUMPLIERON SU MISIÓN Finalizaba el año 1975, la noticia sorprendió a algunos, a otros nos entusiasmó: Cuba estaba apoyando militarmente en África a la República Popular de Angola para salvar su Revolución contra una componenda internacional de grupos de poder, de la derecha interna y, sobre todo, de las tropas regulares de Sudáfrica; se pretendía aplastar la joven revolución mediante la invasión directa. El ejemplo del Che y sus compañeros dejó en una buena parte de los jóvenes cubanos deseos de participar en una misión internacionalista de combate. En mi caso ya había firmado la disposición de ayudar a los vietnamitas, pero era muy joven, no me tuvieron en cuenta. Esta vez logré enrolarme en el Comité Militar de Plaza presentándome voluntariamente. Pertenecía a la Reserva, pero mi unidad no estaba en planes de movilización; me aceptaron sin discusión, y fui a parar a la Unidad de Artillería terrestre de los cañones 130 mm, que a la sazón se completaban plantillas allí de manera priorizada por cuanto los sudafricanos tenían unos cañones similares, de 140 mm, de largo alcance… El 10 de enero del 1976 aterrizamos en Luanda; en horas de la tarde ya estaban allí unidades de cubanos preservando el aeropuerto, el puerto, y se combatía en el norte contra el FNLA de Holden Roberto y las tropas de Mobuto; en el centro y en el sur contra la Unita de Savimbi y los sudafricanos; había tiroteos en la ciudad, se detenía a miembros de esos grupos y de mercenarios europeos, la ciudad estaba en poder de las Fapla, existía confusión entre los ciudadanos, pero la unidad y moral alta junto a las Fapla. Nosotros, en la mayoría muy jóvenes, impresionados con todo el ajetreo del movimiento de tropas y armas, de la entrega del fusil (…), el ponernos el uniforme esa misma noche, las formaciones por pelotones o dotaciones, el proceso de creación de la UJC y el PCC en tiempo de guerra, la entrega de misiones para la defensa del campamento, todo era muy rápido... Nos alojamos en uno de los campamentos que habían sido del ejército portugués en Luanda, solo esperábamos el armamento pesado para iniciar la gran ofensiva, pero aún demoraba unos días, quizá semanas. Mientras, cumplíamos diferentes misiones por el día, los entrenamientos, guardias, arme y desarme, limpieza de armamento, cuartel, cuidando el puerto, entre muchas más. Nos impresionó mucho de los angolanos, cómo a las seis de la tarde, al sonar las sirenas, la ciudad se detenía durante un minuto al bajar el pabellón nacional, todos se detenían con respeto, quienes viajaban en autos, motos y camiones se bajaban, se paraban en atención hasta sonar de nuevo las sirenas. Nosotros hacíamos lo mismo con gran respeto, no se movían ni las moscas. Por otra parte, nos estábamos conociendo, comenzaba la llamada hermandad de la guerra, lo cual es cierto y muy sagrado: nos apoyábamos, nos ayudábamos, nos cuidábamos y así fue durante toda la misión. Sin embargo, como buenos cubanos comenzaba la intranquilidad y el aburrimiento. Al tercer día en el país y tras los primeros momentos de asombro y expectativas, surgió una forma de «matar» el tiempo de las tardes (…), y fue cuando se introdujo el béisbol en Angola, pues comenzamos a jugar al taco, forma simple de batear y fildear sin guantes y sin bate (eso otro llegaría un tiempo después). Para los africanos, parados en las cercas, era todo un espectáculo vernos con un palo y un corcho o un pedazo de madera (moldeado con cuchilla por nosotros mismos), batear y correr para atrapar un corcho. Organizamos un campeonato interno con equipos de cuatro hombres, y las cercas, desde donde los angolanos nos observaban con curiosidad, eran el límite de los jonrones. Entre gritos y aplausos no nos dábamos cuenta de que estábamos entregándoles solidaridad y uno de los símbolos culturales más importantes de la cubanía... Unos días después comenzaba la ofensiva de las Fapla al sur del país, momento importante para la victoria, pero también comenzaba el traslado del taco y la pelota (a la mano), actividades que fuimos mostrándoles (…) a lo largo de todo el sur del país: Alto Hama, Huambo, Lubango, Hoque, Viriambundo, Cama... No fueron pocos los niños angolanos que comenzaban a imitarnos con sus palos como bates y los corchos como pelotas; después, con la llegada de guantes y los bates confeccionados por nosotros, se iniciaba la construcción de los terrenos de béisbol (…) y los angolanos disfrutaban nuestra alegría y nuestro deporte nacional. Haciendo justicia, al escribir la historia de la Operación Carlota para la liberación de Angola, se debe incluir este hecho históricodeportivo-internacionalista: la entrada del béisbol en Angola en todas sus variantes (taco,chapita,a la mano y normal,con guantes y bate; al suave y al duro). Mucho nos ayudó a cumplir con la Misión de combate este detalle de cubanía deportiva. (Pedro Borrego Salado, La Habana). FIDEL Seis de la mañana y me apresto a tomar la calle; son poco más de diez cuadras para llegar al SRI, la Sala de Rehabilitación Integral que nuestro Comandante Hugo Chávez creó con la ayuda inconmensurable del amado pueblo cubano, que nos ha enviado a sus extraordinarios médicos para sanar a un pueblo por más de cinco décadas adolorido en cuerpo y alma. Llego, la cola no es larga, apenas siete viejitos y Mirabel están antes que yo. Me siento en el siguiente puesto libre y saludo. Mirabel me mira y pregunta por mi madre, le respondo que ha mejorado inmensamente con las mágicas manos de su prometido, el gran Fidel. En este punto del relato me detengo en la sucesión cronológica para indicarles a mis pacientes lectores que Mirabel es la sobrina de Magda, una viejecita que al resbalar en la calle se dislocó su hombro izquierdo y ha necesitado rehabilitación por casi ya dos meses; Mirabel viene muy de temprano a agarrar puesto para su tía, mismo caso que el mío, ya que es mi vieja madre de 80 años quien necesita rehabilitación en su brazo derecho. Y al igual que Mirabel, también llego temprano para tomar puesto por mi madre y así no hacerla madrugar. También quiero acotar, antes de proseguir el relato, que Mirabel se enamoró perdidamente de uno de los fisioterapeutas cubanos de nombre Fidel, y están próximos a casarse. juventud rebelde DOMINGO 07 DE FEBRERO DE 2016 LECTURA 09 Entra Fidel a la sala, viene a saludar a su prometida y posteriormente me saluda. Se retira, ya que debe preparar las salas para la rehabilitación de los cientos de viejitos que encontraron en esa milagrosa misión bolivariana de Barrio Adentro una panacea para lograr solventar sus casi milenarias dolencias. Entra a la sala Marcelo, un viejo chavista que necesita rehabilitación en un tobillo y me pregunta por mi muy escuálida madre —aclaro que el término «escuálido» en mi país, Venezuela, es utilizado para nombrar a un opositor visceral a nuestra amada Revolución—, le respondo que no ha de tardar en llegar, ya que casi son las siete (…). Marcelo me escruta con socarrona mirada y lanza al vuelo su habitual frase diaria: «Cómo ha de sufrir esa señora que tanto odia a la Revolución y a los cubanos (...)». En eso entra mi madre a la sala, se hace el silencio, Marcelo intuye el suceso y voltea. Mi madre lo mira con ira y lo señala para sentenciar: «Con Fidel no te metas, ese muchacho es un santo». Reímos todos los de la sala y Marcelo toma asiento. Se inicia la danza de los adoloridos viejitos para buscar el alivio en las foráneas manos que aquí con amor los ayudan. Termina la sesión de mi madre, Fidel la acompaña hasta la puerta y la despide con un beso. Vamos juntos de regreso a la casa, después de preguntarle hasta el más mínimo detalle de su rehabilitación y de sus actuales dolores, me mira a los ojos y dice: «Creo que los cubanos no son tan malos como parecen...». Ya para terminar la historia, Mirabel y Fidel se casaron —mi madre hasta un regalo de bodas les dio—. Ambos regresaron a Cuba, ya que el periodo de ayuda de él expiró. Y si bien mi madre aún es una recalcitrante escuálida y odia a muerte a la Revolución tanto Bolivariana como Cubana, cuando oye el nombre de Fidel, una dulce sonrisa se dibuja en su cansado rostro. (Alfredo Domínguez Fernández, Venezuela) Pero Nidia tenía una idea fija en la cabeza: traérselo a México para presumirlo a todas nuestras amigas. Muy buena idea para Ernesto y, luego de algunos meses, pésima para Nidia, quien con celos crecientes descubrió que algunas de sus amigas también pensaban que había sido una excelente idea. Como era de esperarse, Nidia no fue la única de mis amigas que disfrutó con los atractivos escondidos de Ernesto. El tiempo pasó y la relación se deterioró. El matrimonio no duró más de dos años y la separación llegó. Ernesto deambuló por varios trabajos, desde cargador en un negocio de materiales de construcción hasta mesero en uno de los bares populares de nuestro rumbo. Hasta que una noche, en el bar, a los del grupo de música se les ocurrió tocar algo de son cubano. No faltaron las alusiones al verdadero cubano que viajaba entre mesa y mesa haciendo la delicia de las miradas femeninas con sus pantalones blancos entallados. Y cuando le preguntaron si quería tocar con la banda, él tuvo que contestar con una verdad al parecer dolorosa (...): Ernesto no sabía tocar ningún instrumento. O al menos eso creía hasta esa noche. Inútil fue negarse a toda la concurrencia que aseguraba al unísono que los cubanos traen el ritmo en la sangre. Ernesto tuvo que subir al escenario, y para evitar un ridículo de proporciones épicas, pidió la conga. Está de más decir lo que sucedió después: Ernesto descubrió su talento musical innato. Y Cuautitlán Izcalli, el municipio donde vivo, descubrió al primer músico cubano en vivo de una calidad incomparable. Hoy el bar ha cambiado hasta de nombre. Ahora se llama Malanga Habanera. (Alexandro Arana Ontiveros, México) UNA CIUDAD ENTRE SONRISAS Y LÁGRIMAS Viví cinco años en Moscú en la década del 80 del pasado siglo con mis hijos y mi esposo. La imagen que nos construimos los jóvenes en los primeros años de la Revolución de la sociedad soviética era la de una sociedad ideal, capaz de brindar al hombre todos los beneficios de salud, de educación y de otras esferas de la vida, en la que todos estaban comprometidos con la construcción del socialismo y en la que,como dice la letra de la Internacional,el hombre del hombre es hermano. Pero el Moscú de entonces no era exactamente así... La película Moscú no cree en lágrimas retrata a la perfección la sociedad que me recibió en el año 1982 cuando llegué a esa ciudad. En ella se presentan los logros y beneficios sociales de la antigua Unión Soviética y a la vez la crudeza de su Naturaleza, las diferencias sociales existentes y la corrupción presente en algunos de sus funcionarios. En ella aparecen las oportunidades para el estudio y la superación que tenían los obreros y las posibilidades reales de ascender con esfuerzo y dedicación, pero también se manifiesta la emigración de grandes masas a la capital buscando otras ventajas; se muestra la convivencia en los albergues para obreros y estudiantes y su difícil régimen de vida, con las «comandantes» bien rígidas a diferencia de las nobles «tías» cubanas de las becas de esa época. Se siente la personalidad del ruso y su carácter marcado por el clima, por las duras condiciones de asedio que han vivido en medio de la Europa occidental, y la entrega solidaria de recursos humanos y materiales a otros países. En Moscú nunca faltan los lugares para disfrutar y aprender y mi familia hizo muy buen uso de esa posibilidad. Todos los domingos visitábamos uno de sus grandes parques, el de la Cultura, el Sokolnik, el Ismailovo, la BDNJ, siempre en Metro, que es como mejor se llega a todos los rincones en esa ciudad. El paseo por el Metro constituye de por sí una visita a una hermosa galería con grandes obras de arte. Mis hijos, que estudiaban en escuelas rusas, visitaban como parte de su plan de estudio los museos y luego nos obligaban a nosotros, sus padres, a conocerlos. Así visitamos la casa de Pushkin, conocimos las joyas de los zares y estuvimos en la casa donde Lenin pasó sus últimos días y de donde salió su cadáver. Estuvimos en la ciudad de Sagorsk, en el único museo de juguetes de madera del país y donde se fabrican las matrioshkas. Un paseo obligado para todos los cubanos que desde la Isla llegaban, era al Kremlin y a la Plaza Roja, con su cola incluida para ver a Lenin. En Moscú aprendí que la blanca y hermosa nieve que se describe en los cuentos, solo existe en los bosques de abedules donde la gente va a esquiar y a descansar, pero en la ciudad esta se convierte en un fanguito insoportable y sucio que se pega a las botas y prácticamente no te deja caminar. Aprendí también de la capacidad de la mujer rusa de ¿ALGO QUE DECLARAR? La entrevistadora de la embajada parecía no creer que yo me estaba pagando el pasaje para ir a Francia. —¿A qué se dedica usted aquí en Cuba? —Yo soy vendedor de discos. Claro, yo no quería hacerle el cuento de la buena pipa; que si mi mamá, que si mis amigos, que si frito fue y mal se cocinó. Así, otra vez volvió ella a cuestionar por qué iba yo a Europa a participar en un taller de transformación institucional siendo cuentapropista; y aunque declaré que yo era psicólogo y que hacía un trabajo voluntario en Cuba con el Foro Internacional para la Innovación Social, su rostro expresó un alto grado de desconfianza. Fue necesaria la intervención directa del director del taller para que la embajada pusiera un cuño en mi pasaporte que me dio una alegría similar a cuando fundimos la placa de mi casa. En el avión busqué primero un poco de intercambio en vivo con mis compañeros de fila. Mi primer intento se vio frustrado con respuestas secas como: «francés», «oui», y finalmente unos audífonos terminaron con cualquier progresión de charla. A mi derecha una muchacha se mostró más interesada en mi presencia… pero un joven rubio y macizo a su lado frenó mi cubaneo. Siete horas de películas, música y ensueños transcurrieron. Ya con los pies por reventar, y obstinado del nivel de artificialidad de la nave, me quité los zapatos, y fue entonces cuando me tocaron el hombro y escuché casi en secreto: —¿Eres cubano? Se trataba de la muchacha; tan cubana, solitaria y ávida de diálogo como yo. Conversamos y reímos mucho. En dos cortas horas me declaró sus intenciones con el viaje, sus temores y algunos de sus sueños. Una vez superado el trauma me conduje por unos pasillos largos y rápidos, con aceleradores en el piso y, casi intuitivamente, me monté en un tren que me llevó hasta otro sistema de pasillos y carteles. Todos caminaban velozmente sin mirar para los lados, como si se tratara en Cuba de un ejercicio Meteoro con una rigurosa visita del nivel provincial. De pronto, como si hubieran leído en mi cara: «de Contramaestre», un policía me señaló, y yo comprendí al instante que ese no era el tipo de intercambio que buscaba. —Vous avez quelque chose a declarer? —¿Anjá? —Do you have something to declare? —¿Declaration? —dije como si comprendiera. —¿Algo que declarar? —concluyó él. —Ah… sí, cómo no... Que regreso el día siete —dije con orgullo. —Abra su equipaje, por favor. (José Martínez Ortega, La Habana). enamorarse con vehemencia y pasión, de ser fiel a toda costa y entregarse, sin pedir nada a cambio, al hombre que quiere. En el final de la película Moscú no cree en lágrimas la protagonista, una humildísima obrera de otra región que llegó a ser una alta y honesta funcionaria, después de muchos encuentros y desencuentros a lo largo de años se encuentra con su hombre, y aunque él no se había portado muy bien con ella, con una profunda y tierna mirada (...), le dice: «Yo te he esperado por tanto tiempo»… expresando un perdón sin límite. Así son ellas. Recuerdo que describí la película ante mis compañeros en la clase de ruso en la Academia de Ciencias de la URSS, donde realizaba mis estudios de doctorado. Cuando pensé que había terminado me dijo la profesora: —Gilda ¿y Ud. cree que ella actuó bien? Recuerdo que le dije: —Irina Maksovna (así se llamaba mi profesora), si Ud. conociera a las mujeres cubanas no me haría esa pregunta. Y no respondí. Ella sonrió y aceptó mi callada por respuesta. Salí bien. A pesar de los más de 30 años transcurridos, con frecuencia, cuando me preguntan si me gustó vivir en Moscú, antes de responder respiro profundo, miro a mi interlocutor fijamente y le digo: claro que sí, fue una linda e interesante experiencia, aunque te aseguro que Moscú es una ciudad que te enseña a reír, pero también te hace llorar. (Gilda Vega Cruz, La Habana). EL RITMO EN LA SANGRE Mi amiga Nidia quiso casarse con un cubano desde siempre. Decía que había algo que no podía explicar que hacía que le fascinaran esos negros de piel y corazón lleno de ritmo y sabor. Al fin de algún tiempo, se embarcó hacia la Isla y allá conoció a Ernesto: un hombre delgado, sonriente y con los atractivos antes descritos. Y algunos otros que nunca se atrevió a describir entre las risitas morbosas que soltaba cada vez que se hablaba de sus noches de pasión. juventud rebelde Bares habaneros CIRO BIANCHI ROSS [email protected] EN estos días tocó a este escribidor compartir con un grupo de embajadores del ron Havana Club. Se llama así a los representantes de la prestigiosa marca en los países donde residen; gente joven, afable, comunicativa y, desde luego, muy receptiva a la historia y las novedades de la industria y el producto que representan. Este escribidor debía guiarlos en un recorrido que comenzó a mediodía en el Floridita y terminó, tarde en la tarde, en el bar Vista al Golfo del Hotel Nacional de Cuba, luego de haber pasado por Sloppy Joe’s, Bodeguita del Medio y Dos Hermanos. Cada uno de esos establecimientos recibió a los visitantes con un coctel. Vista al Golfo con el coctel Nacional y Sloppy con Cuba Libre, mientras que Bodeguita del Medio y Floridita con el Mojito y el Daiquirí, que es de imaginar. Dos Hermanos ofreció el Havana Special. Curiosamente, en la cena con la que se clausuró el encuentro y que tuvo lugar en el Museo del Ron, el Havana Special fue también el coctel de bienvenida. UN TREN SOBRE LAS OLAS Para quien esto escribe fue una sorpresa constatar la vigencia de ese trago que algunos llaman el Manhattan cubano, y que el cronista suponía olvidado ya en la preferencia y el paladar de los bebedores, aunque se reitera en la carta-menú de muchos bares no estatales. Una mezcla cuya invención se atribuye a Constantino Ribalaigua, barman catalán radicado en la capital cubana, que se inspiró en una línea de transporte de pasajeros y mercancías que hacía el recorrido Nueva York-Cayo Hueso-La Habana-Nueva York. Desde esa ciudad, el tren demoraba dos días en llegar a Cayo Hueso, donde un servicio de ferry-boats, en una travesía de diez horas, transportaba los vagones hasta La Habana. Esa ruta se conoció con el nombre de The Havana Special y posibilitó que Cuba la aprovechara para reafirmarse como importante suministrador del mercado norteamericano. Cruzar el mar sentado cómodamente en un vagón de ferrocarril que antes avanzó sobre la cumbre angosta de una montaña de coral, parece cosa de hadas. Como las hadas no existen, solo un hombre como el multimillonario Henry Flagler fue capaz de una empresa como esa que extendió la vía férrea hasta Miami y desde allí, de isleta en isleta, la llevó hasta Cayo Hueso para conectar así con Cuba, el resto del Caribe y el Canal de Panamá. El camino de hierro se acometió con acero y cemento de Alemania y maderas cubanas. Requirió de siete años de ingente labor. Por largos períodos hasta 4 000 hombres laboraron allí de manera simultánea. Tres ciclones —uno, con 200 trabajadores muertos— entorpecieron la construcción. No serían los meteoros el único inconveniente. El primero de los ingenieros que asumió el proyecto enloqueció sobre los arrecifes, y el que prosiguió la tarea y la llevó a término, nunca más pudo volver a trabajar en lo suyo. De cualquier manera, el 22 de enero de 1912, con la llegada a Cayo Hueso del primer tren procedente de Miami, Flagler hacía realidad su sueño, y ese mismo día embarcaba hacia La Habana a fin de promover su ruta sobre los cayos. Veintitrés años después, el 2 de septiembre de 1935, un huracán de categoría cinco destruyó parcialmente la infraestructura ferroviaria. Los propietarios de The Havana Special vendieron lo que quedó al estado de Florida. Parte de esas ruinas son todavía visibles. Sobre partes de ellas se erigió la red de carreteras que, desde 1938, une entre sí los cayos floridanos y los enlaza con la península. Desde entonces los ferry no transportaron vagones de ferrocarril. Prosiguieron su línea de pasajes y carga general y dieron a los viajeros de ambos lados la oportunidad de visitar la orilla contraria con su propio automóvil. El ferry de Cayo Hueso se interrumpió después de 1959. Hoy, a consecuencia del bloqueo impuesto a Cuba por Washington, el Havana Special es solo el coctel creado por Constantino Ribalaigua, mientras que en el Cayo un busto de Flagler recuerda la historia de su famoso ferrocarril. TAMBIÉN EN LAS NOVELAS Todo eso expliqué, en el bar Dos Hermanos, a los embajadores de Havana Club. Ese establecimiento se ubica frente al muelle de The Havana Special y abrió sus puertas en 1892, lo que lo hace uno de los bares más antiguos de la capital cubana. Se caracterizó por su larga barra de madera dura, incompleta desde que le cercenaron un pedazo a fin de emplazarlo en uno de los bares del hotel Moka, en Las Terrazas. Aun así, sigue siendo larga. El poeta español Federico García Lorca frecuentó el Dos Hermanos durante su estancia cubana de 1930, y por allí estuvieron asimismo, entre otros, Alejo Carpentier y Enrique Serpa, autor de novelas como Contrabando y La trampa, y de un cuento antológico, Aletas de tiburón. Y, por supuesto, el inevitable Hemingway, que en la festinada opinión de algunos deambuló por todos los bares y cantinas habaneros, aunque centró su preferencia en el Floridita. En Dos Hermanos, «con pasos torpes que lo conducían a una pequeña pero satisfactoria libertad», entró una tarde Andrés, el protagonista de Fiebre de caballos (1988), la novela inicial de Leonardo Padura. Al comienzo bebió lentamente su trago amargo y se dedicó a estudiar a la gente hasta que la cuarta o quinta cerveza lo dejó sin movimientos y empezó a ver neblinosos y deformes a los que lo rodeaban, como si estuviera viendo una película filmada con un grotesco ángulo ancho. Floridita fue hasta 1959 el bar más famoso de la ciudad, pero Sloppy Joe’s fue siempre el de más ventas. Supuse que el Sloppy Joe’s de Cayo Hueso antecedió a este de la esquina de Zulueta y Ánimas, en La Habana. Error. El Sloppy habanero se anticipó en 16 años al del lado de allá, que se inauguró en 1934 y tres años después se instalaba en la calle Duval, ubicación que todavía mantiene, mientras que otro bar llamado Capitán Tony ocupaba el espacio que el Sloppy original dejaba libre. Capitán Tony no tiene la animación del Sloppy ni su hechizo, pero allí se da una situación insólita: DOMINGO 07 DE FEBRERO DE 2016 muchas de las mujeres que lo visitan se despojan del ajustador y lo cuelgan en las tendederas que cruzan el salón. Si Padura fijó el bar Dos Hermanos en la literatura, y Hemingway el Floridita en Islas en el golfo, el inglés Graham Greene, aficionado al ron añejo e inventor de cocteles diabólicos, inmortalizó el Sloppy —y también al hotel Sevilla— en su novela Nuestro hombre en La Habana, llevada además al cine. Un detalle interesante aporta una guía de 1954 publicada en Estados Unidos que facilitaba a turistas norteamericanos su visita a la Isla: Sloppy Joe’s era frecuentado por visitantes estadounidenses, no por los norteamericanos residentes. La colonia norteamericana en La Habana prefería el bar Mis amigos, en 7ma. y 42, Miramar. Floridita tuvo fluctuaciones con relación a sus parroquianos. La mayoría de ellos era de origen norteamericano hasta el inicio de la II Guerra Mundial. Durante la conflagración bélica se llenó de cubanos. Los norteamericanos no podían venir a causa de la guerra y los cubanos no podían salir. Finalizada la guerra, nacionales y visitantes disfrutaron juntos su Daiquirí, que figura en la lista de diez grandes cocteles del mundo. En 1937, el corresponsal en La Habana de la agencia norteamericana AP dedica una crónica a Constantino Ribalaigua. Refiere que un grupo de amigos conversaba sobre béisbol en uno de los bares del Hotel Nacional cuando uno de ellos preguntó sobre quién podría considerarse el mejor cantinero cubano. Constantino Ribalaigua respondió el barman que los atendía, aunque la pregunta no le estaba dirigida expresamente. De inmediato, refiere el periodista, uno de los del grupo telefoneó al Sloppy y a Prado 86 y también a los bares de los hoteles Plaza y Sevilla, muy famosos en la época. Obtuvo la misma respuesta. El reportero visitó a Constantino en Floridita y quedó maravillado. Confesó el barman que sus mejores cocteles eran Daiquirí, Presidente y Pepín Rivero, inspirado en el director-propietario del Diario de la Marina. El escribidor, que tiene en su archivo las fórmulas de más de 300 cocteles recogidas en bares y cantinas de toda la Isla, no ha podido ver la receta de ese último coctel. No aparece en el recetario del Floridita que Constantino publicó en 1939, cuando el señor Rivero todavía vivía. Por cierto, en ese coctelario se consigna la fórmula de un Daiquirí elaborado expresamente con Havana Club. UNA INCÓGNITA Si es posible precisar el origen de muchos cocteles y mencionar a sus creadores por su nombre, el Cuba Libre queda en el misterio. Todavía a fines del siglo XIX no se conocía en Cuba la palabra coctel. La ginebra superaba al ron en el LECTURA 11 gusto de los bebedores y se hablaba de compuestos, achampanados y meneados. La intervención militar norteamericana puso una nota de modernidad en los bares cubanos, y ron, refresco de cola y hielo hicieron una mezcla de campeonato. Cesó el coloniaje español, la Isla quedó bajo la égida de Estados Unidos y nació una república mediatizada. Pero la gente, con una buena dosis de ingenuidad, levantaba su vaso y decía: Cuba Libre. En 1902 surgía el bar La Florida que, con el tiempo, pasó a ser el Floridita, y existían ya entonces el American Club, que quebró y reabrió después y la cantina que daba servicio a las tropas norteamericanas destacadas en el campamento de Columbia. Existía, como ya se dijo, el Dos Hermanos. Se habla, asimismo, de un bar Americano, que el escribidor no ha podido localizar, si es que existió. En cualquiera de ellos pudo surgir el Cuba Libre. La Bodeguita del Medio entusiasmó a los visitantes. Su fundador, Ángel Martínez, repetía que a los 12 años de edad su padre lo condenó a cadena perpetua detrás de un mostrador. En 1942 compró el establecimiento que entonces se llamaba La Complaciente y que no era más que una bodega de barrio. Allí su esposa Armenia comenzó a cocinar para unos pocos clientes, entre ellos Felito Ayón, un animal de la noche habanera que se vincula, como impresor, a hitos imprescindibles de la poesía cubana, como la Elegía a Jesús Menéndez, de Nicolás Guillén con dibujos de Carlos Enríquez. Felito, que tenía su negocio en la misma cuadra de lo que se llamaba ya La Casa Martínez, decía a sus clientes: «Si no estoy en la imprenta, búscame en la bodega, una bodeguita que está en el medio de la calle». De ahí surgió La Bodeguita del Medio, algo tan obvio que a nadie se le ocurrió antes. Así se llama este establecimiento desde el 26 de abril de 1950. Martínez terminó desembarazándose de los víveres y licores habituales en las bodegas y puso unas pocas mesas en el reducido espacio de que disponía, creció la fama de la cocina de Armenia, reforzada luego por las manos prodigiosas de «La China» Silvia Torres, y los mojitos, que adquirieron allí carta de ciudadanía internacional, hicieron el resto. Por allí ha pasado todo el mundo, es un decir. Al igual que por el bar Vista al Golfo del Hotel Nacional, donde los embajadores del ron Havana Club, con el coctel que lleva el nombre del establecimiento hotelero en la mano, pudieron apreciar la extensa galería de fotos de famosos que adornan las paredes; clientes todos de la instalación. Los invitados recorrieron La Habana en coches tirados por caballos, bicitaxis y grandes carrones convertibles. La noche final, después de la cena, les regaló una experiencia memorable: pudieron participar en un maridaje entre un Cohíba siglo VI y el ron Unión de Havana Club. Una combinación perfecta.
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