2 Fotografías: Cortesía Teatro Tespys Crónica Alma de perro, Pervertimiento, Volpone y Bodas de plata son algunas de las obras montadas por Tespys. Eliana Castro Gaviria [email protected] E ra 1974. En una casa antigua y de grandes jardines, Carlos Mario Betancur –cuando todavía era Carlos Mario, tenía cinco años y el pelo ni siquiera le llegaba a los hombros– hacía obras de títeres con su hermana todas las tardes después del colegio. —¿Te acordás? –le dice a Aleyda, que tiene unos treinta centímetros menos de estatura que Carlos–. Los hacíamos con medias y en las ventanas de la casa, que parecían un teatrino. Contábamos las mismas historias de siempre: Caperucita, Pulgarcito o las historias de la casa, porque decían que en la casa había fantasmas. Ya nadie sabe quién es Carlos Mario Betancur en El Carmen de Viboral, ese pueblo de calles empedradas y planas a una hora exacta de Medellín. Todo el mundo, por el contrario, sabe quién es Kamber: ese jovencito de ojos azules –lo más parecido a un Andrés Caicedo en estos tiempos, joven aunque pasen los años, como eterno– que con otro montón de mechudos, algo raros, devoradores de libros, tiene un grupo de teatro que parece haber existido desde siempre. Es 2014, cuarenta años después. El último de los salones de una casa, que pareciera menos antigua de lo que es, está lleno de fotografías de todas las épocas y tamaños, de obras de teatro, de personajes que se besan, abrazan, pelean. En uno de los rincones hay una cantidad de vestidos para señoritas de comienzo de siglo XX, pantalones para hombres cincuentones, telas brillantes y de paño. La casa fue, durante mucho tiempo, la Normal de Señoritas de este pueblo conservador, como todos los de este lado del departamento. En aquella época estaba custodiada por rejas, tenía dos patios en los que las señoritas recibían indicaciones y un aula múltiple con un escenario de madera en la que se celebraban eucaristías y actos cívicos; tenía, por demás, los pisos siempre impecables y silenciosos. Hasta que una tarde, un monito recién llegado de la ciudad se presentó y le pidió a la Madre Superiora un salón, cualquiera, podría ser ese de allá, en el segundo piso, en el rincón de la derecha, para ensayar dos veces por semana con un grupo de teatro que recién nacía. Nunca más el piso de esta casa volvió a parecer el mismo: ni impecable ni silencioso. Primero, un salón para Tespys; luego, otro salón para el Club de Jóvenes; después, la música. Así que el Municipio terminó por comprar la casa y fusionó la Normal con la Institución Educativa Fray Julio Tobón, en otra sede. No. 72 Febrero de 2015 Hacer teatro con las entrañas, a como dé lugar. Hacer teatro a pesar de las dificultades. Desde un pueblo conservador como muchos del Oriente antioqueño, Tespys demuestra que se puede hacer un teatro diferente, radical. Y ahí están desde hace veinticinco años. Hoy, que llueve, la casa es muy distinta. Tiene más salones, tiene un gran jardín en todo el centro y un par de bancas para los visitantes, un cafetín, un museo y una sala de lectura. Tiene, ante todo, una sala de teatro, con luces y escenario, y siete bancas de madera para espectadores. “Fue un día después de clase, en cuarto de primaria. Salimos temprano y me subí a un murito porque los de bachillerato estaban viendo una obra de teatro. Ahí supe que yo quería hacer lo mismo; me fui para la casa y les propuse a mi hermana y a un vecino que montáramos esa obra, justo era Volpone, y la escribí como más o menos la tenía en la cabeza. Así empezamos, jugando como niños”, dice Carlos Mario, Kamber por un juego de palabras de su nombre. Más de 200 actores, 48 obras de teatro, tres giras internacionales, un Festival Internacional de Teatro, una Escuela de Teatro, una Red de Teatro del Oriente antioqueño, otra de El Carmen de Viboral, La Carreta del Teatro. “La vida nunca ha sido fácil para nadie en ningún momento”, dice Argiro, actor, director y profesor de Tespys, “y si uno se quedara a esperar que fuera fácil pues no haría nada”. Los comienzos de los noventa no fueron fáciles en El Carmen de Viboral: el gran desplome de la industria local, la cerámica, y el contrapunteo con la loza china, el desempleo. En medio de todo esto la cuestión era sobrevivir, producir, comprar y vender, negociar. ¿Hacer teatro? ¿Teatro? Eso era un embeleco de los días de colegio. Kamber había vuelto de estudiar en un seminario italiano de Medellín, tenía catorce años y culminaría el bachillerato en el Colegio Nocturno. Apenas regresó a su pueblo y como no obtuvo ni siquiera un papel secundario en alguna de las obras del grupo de teatro que tenía el colegio, decidió montar su grupo de teatro. “Durante las vacaciones, diciembre del 87, ensaya- mos Sin voz pero con alma para estrenarnos justo el Día del Idioma en el colegio. Hacíamos obras incipientes, muy de protesta, con unas dramaturgias muy pichurritas. Teníamos ganas era de contar historias y crear personajes. Ese mismo año vinimos donde las monjitas, porque esta casa era una normal de señoritas, les pedimos que nos prestaran un salón, y nos quedamos hasta que se fundó esta casa”. Buscaron la T de teatro en el diccionario y en la misma página encontraron un nombre sonoro, corto y, por ende, bueno: Tespis, primer actor griego. Fue en esa misma época cuando entre los límites entre Rionegro, La Ceja y El Carmen de Viboral hubo una Escuela de Oficios y Artes. Hasta allá iban los primos, Kamber y Fredy, porque el primero ya había convencido al segundo de que escuchara esto, Pink Floyd, The Wall, leyera lo otro, y ahora estaban en una tertulia literaria que dictaba Javier Naranjo –un tipo que sonaba mucho por esos días por el lanzamiento de un libro, Casa de las estrellas–. Como era obvio, el sueño de la Escuela duró poco más de un par de años. Cuando terminó, a Javier le pidieron que coordinara el Club de Jóvenes de El Carmen, una propuesta de una oenegé europea –Ason– que apadrinaba niños y jóvenes de escasos recursos. “Nos reuníamos dos o tres veces a la semana, era una voluntad de comunicar, con el cuerpo, con la palabra, teníamos hasta un cuarto oscuro y escribíamos mucho; a ese grupo empezaron a llegar los de Tespys, que ya llevaban un par de años haciendo teatro”, recuerda Javier. Entonces, entre el Club de Jóvenes liderado por Javier, y Tespys con Kamber, algo estalló. ¿Se imaginan? Un grupo de mechudos leyendo poesía, que apagaban las luces a las siete de la noche y prendían antorchas en esa casa tan grande, que salían por el pueblo y pintaban murales a mediodía. Y no, no eran días fáciles en El Carmen, y nadie sabía muy bien por qué se reunían todos esos jovencitos en aquella casa. Fue cuando empezaron a escucharse los sermones en la iglesia, en el periódico del pueblo y en esa Sociedad de Mejoras Públicas, rezandera y conservadora: ¿Qué 3 hacen esos muchachos a las ocho de la noche? ¿Por qué apagan las luces? ¿Qué es lo que recitan? El Club de Jóvenes, que después se llamó Savia Taller, no resistió el paso del tiempo. Pero Javier, que ya conocía el pueblo, que era gran amigo del poeta José Manuel Arango, amigo de Tespys y del pueblo, asumió la dirección de la Casa de la Cultura que ya no volvería a ser la misma casa muerta, inhabitable. “Ellos lo saben, a mí no me gusta el teatro… Pero hicimos todo lo que nos fue posible…”. A Tespys llegaron casi todos por la misma imagen: la de una casa que no era la misma durante una época del año, de la que salían zanqueros, magos, hombres que echaban fuego por la boca. Todo era distinto, tenía color, tenía luces, tenía alma. “Este fue uno de los pequeños rebeldes”, dice Isabel –amiga de la casa, carmelitana de corazón, periodista de la Universidad del Quindío– mientras señala a Fredy. Fredy tiene una gata, Amarilla. Lo primero que hizo en Tespys fue quemar hojas de eucalipto en una cubeta para una obra que se llamaba Lágrimas de cerveza. Luego manejó luces, fue estatua y más tarde participó en casi veinte montajes: Fredy fue actor de Tespys por veinticinco años, el más antiguo hasta hace un año cuando dijo ya no más. “Una vez, en un ejercicio, Kamber nos preguntó cómo representaríamos el momento de nuestro nacimiento. Esa fue mi razón para quedarme porque nacer es una experiencia que queda en nuestra intuición, que es muy corporal y que cada quien representa diferente. ¿Qué es actuar? ¿Expresar mis sentimientos o los del personaje? El cuento de actuar lo vine a entender casi que al tiempo de retirarme de Tespys: hay que tener cierta dosis de demencia para estar en los zapatos de otro”. A Argiro siempre le pareció todo lo contrario, que se podía emocionar, sí, pero “yo nunca he pensado que estoy metido en otro ni nada de esas vainas. Estoy, simplemente, disponiendo el cuerpo para ser otro”. Argiro es ingeniero agrónomo, pero cualquiera que ve las plantas que hay en su casa podría pensar de todo, menos que es ingeniero agrónomo. Le gusta cantar, lo hacía en casi todos los homenajes de colegio hace treinta años. Cuando en 1990 llegó la convocatoria en el colegio para hacer teatro, no lo dudó porque “tenía urgencia de estar en un escenario, y el teatro era eso: la posibilidad de que me vieran y escucharan muchos”. Pasaron 22 años para que su mamá lo volviera a ver actuar. La primera vez que lo vio representar un personaje fue en Fantasmas tristes, una obra que Kamber había escrito sobre el pensamiento y la libertad. Nunca más volvió. “Eran obras muy oscuras para un pueblo de los noventa. Antes no más venían los amigos de uno, de vez en cuando los papás de otros compañe- ros y los del Club de Jóvenes; ya es muy distinto”. Todos llegan al cafetín, piden su tinto y se sientan a ver pasar los días: a leer, a payasear, a esperar los ensayos, a revisar las redes sociales del grupo. A contar todo lo que han visto en años y años de estar en la casa. Aleyda siempre estuvo al lado de Kamber. Incluso hoy, veinticinco años después, está. Ya no como actriz sino como administradora del grupo. Tiene un sueño frustrado: montar en zancos; lo intentó durante el primer Gesto Noble, con tarros, pero no pudo. En su familia son seis hermanos, cuatro contagiados por el teatro: un hermano mayor que vive en Italia; Flor, la hermana mayor, que en algún momento terminó, empíricamente, diseñando los vestuarios del grupo; ella y Kamber que los arrastró a todos, hasta a un par de sobrinos. “Al comienzo éramos muchas mujeres, pero apenas íbamos creciendo se salían casi todas. A mí me dejaban viajar a veredas y a pueblos por Kamber, esa confianza se la ganó él que soñaba y materializaba cosas. Las obras de Tespys siempre han sido raras, no eran comedia ni costumbristas, aunque también teníamos algo de lo que era el pueblo por esos años”. Desde hace veintiún años, en la tercera semana de julio, el teatro se hace fiesta en las calles de El Carmen de Viboral. Desde el barrio Ospina hasta el parque principal. Los primeros jovencitos de Tespys, que no tenían más de quince años, sabían que, además de representar, querían pregonar el teatro, compartirlo, aprender de la mano de otros, crecer juntos. Por eso, en 1993 organizaron el primer festival carmelitano de teatro. Las primeras entradas valían 300 pesos y el primer afiche costó 100. Al siguiente año, obviamente, no hubo, y al siguiente tampoco. Pero Kamber, que había estudiado Filosofía, comenzó a conocer todo el cuento del teatro en Medellín, a hacerse de amigos, a participar en el Festival Nacional de Teatro y a involucrar gente que amara de veras el teatro. Entonces, después de mil batallas, de años en los que sí y otros en los que no, nació El Gesto Noble en 1999. —Si usted le pregunta a cualquier carmelitano cuáles son las fiestas del pueblo le van a hablar de dos: la de la Virgen de El Carmen y El Gesto Noble —dice Javier Naranjo. Más de 200 actores han pasado por Tespys, las generaciones de las generaciones. Unos que se van, otros que regresan y otros que se quedan como fantasmas de un cuento que no va a terminar. Una tarde, hace cinco años, Santiago y Julián –los más jovencitos– iban rumbo a Medellín a montar en zancos y a echar fuego por la boca. “¿Ustedes quieren tirar fuego por la boca? ¿Hacer malabares, montar en zancos? Montemos una comparsa”, les dijo Kamber, y así terminaron participando de la comparsa que año tras año abre El Gesto Noble. El Teatro Tespys ha realizado giras internacionales en países como Italia, en donde presentaron la obra Fausto. “El teatro tiene tantas posibilidades, tantos caminos. Cuando montamos Epitafio, por ejemplo, nosotros no sabíamos ni qué era un epitafio, teníamos como catorce años, y tuvimos que leer mucho sobre epitafios. Uno aprende todo el tiempo, por eso me quedé, porque teatro era saber todo el tiempo”, dice Santiago. De los que llaman segunda generación está Carlos Soto, también ojiclaro y alto, pero no mechudo. Hace veinte años, la mamá de Carlos era vecina de la de Kamber y el niño veía salir de esa otra casa zanqueros, gente muy bien vestida y maquillada, hombres raros. Quince años después entró a ver una obra de teatro durante un Gesto Noble, O Marinheiro del Teatro Matacandelas, “y yo dije: quiero hacer eso, estremecer y estremecerme hasta el tuétano”. Carlos llegó en uno de los momentos más críticos de Tespys, cuando Kamber decidió aceptar la dirección de la Casa de la Cultura después de nueve años de trabajo de Javier. “Fueron cinco años de Kamber lejos del grupo, y hubo un retroceso: porque nadie es actor de academia. Tenemos, sí, mucho escenario, talleres, pero ninguno es actor de academia y eso generaba que el director fuera más vital. Como yo apenas estaba arrancando, quería hacer teatro con o sin Kamber, y empecé con su apoyo el remontaje de Galería del amor. Sin ser muy pretenciosos, nos ha tocado aprender de todo, desde el manejo de las luces hasta la escritura y dirección”. Casi todos, como Tustús –Elkin– y Gabrielito –Gabriel–, empezaron manejando luces y escenografías. Todos tuvieron un paso por la Escuela de Teatro que en esos años coordinaba Tespys. “Tespys le debe mucho a El Carmen, es nuestro hogar, nuestro territorio, nuestra fuente de inspiración. Sería bueno que el pueblo también le agradeciera al grupo la terquedad, la persistencia y el amor por un oficio, porque esto pudo haber desaparecido antes de tomar forma”, dice Gabriel. Viajar, ir de un lado a otro, entre el polvo y la tierra de los camiones en plena madrugada, hasta en los aviones y los barcos de los últimos años: “Una vez, por ejemplo, en los cañones del río Melcocho hubo un error en la programación y nos tocó empezar la obra tardísimo. Allá no hay energía eléctrica y la obra duraba casi dos horas; apenas oscureció, la gente encendió lámparas y empezó a iluminar a cada personaje. Eso fue muy lindo”, dice Santiago. Y así, como esta, hay anécdotas por montones, y cada una es más querida por unos que por otros. Anécdotas muy inocentes de hace veinte años, como la primera vez que Fredy fue a Caicedo con El Monte calvo y su personaje era un hombre cojo. Cuando acabó la función, un tipo corrió a tocarle la pierna: “Con que tenés ahí el pie amarrado, sinvergüenza. Mucho pillo”. O Argiro que todavía recuerda la vez que en Galería del amor a la actriz se le caía un libro y el actor debía recogérselo, pero uno de los campesinos se adelantó y le dijo: “Tranquila, mamacita”. El teatro es teatro porque cada función es diferente; si no fuera así, sería cine. En canchas de fútbol, salones comunales, colegios, en dónde no se habrán presentado. Aunque, dice Elkin que el peor de los escenarios fue en Italia, más exactamente en Verona, cuando presentaron Fausto en un bote de madera que todo el tiempo se movía. A Italia fueron más de un mes, cuarenta días con sus noches, llegaron porque una poeta, Dacha Marichini, los conoció durante un recital del Festival de Poesía de Medellín en el pueblo. Con el apoyo de la Gobernación, el Ministerio de Cultura y la Administración Municipal de El Carmen, consiguieron los tiquetes que era lo único que necesitaban para pasearse cuarenta días por siete festivales de Italia. A Brasil llegaron por el grupo de teatro La Candelaria, de Bogotá, que hace más de diez años es invitado fiel de El Gesto Noble. Junto a una docena de grupos latinoamericanos montaron una de las escenas de El Quijote en la versión del maestro Santiago García. Y están, por supuesto, los viajes internos: porque, bien dice Gabriel, la vida es un escenario donde todo el tiempo suceden conflictos. “Nuestra obra más importante es ser grupo, y estar más de 25 años, obviamente con gente que se va y vuelve. Lo artístico se aprende, pero ser capaces de estar juntos creando es más importante. A Tespys lo conocen y es porque hemos hecho cosas. Saben quiénes somos, saben que hacemos un festival con cariño. Ganamos becas de creación desde la provincia, premios nacionales y tenemos una sala concertada. Que al profeta no le creen en su tierra, no; nosotros tenemos temporadas casi todo el año, y por lo general hay mínimo 25 personas por función. Eso es muy raro. Los grupos que vienen de Medellín dicen cómo hacen, aquí siempre hay gente; gente de aquí”. —Y también juntábamos camas, cogíamos las sábanas de mi mamá y las amarrábamos con cabuya, invitábamos a papá y a mamá. Y, ¿te acordás?: les dábamos aguadepanela con leche —le responde Aleyda a Kamber antes de que él vuelva a recordar la historia de Tespys. Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 4 Editorial Comité editorial: Patricia Nieto Nieto, Jorge Alonso Sierra, Luis Carlos Hincapié, Raúl Osorio Vargas, Jaime Andrés Peralta Agudelo, Elvia Elena Acevedo Moreno, Gonzalo Medina Pérez, Natalia Botero. Dirección: Juan Camilo Jaramillo Acevedo. Coordinación editorial: Daniela Jiménez González, Juan Diego Posada, Diego Zambrano Benavides. Redacción: Eliana Castro Gaviria, Alejandro González Ochoa, Katalina Vásquez Guzmán, Natalia Maya, Gonzalo Medina P., Estefanía Carvajal Restrepo, César Alzate Vargas, Felipe Ramírez, Óscar Iván Montoya Loaiza, Stiven Ríos Vanegas, Jessica Mileidy Agudelo Cano, Daniela Jiménez González, Yeison Sanchez, José Andrés Rubiano, Juan Daniel Rubiano, Diego Zambrano Benavides, Juan Diego Posada, Nicolás Navas González, Cristian Peña, John Jairo Hernández, Yonatan Rodríguez Álvarez. Corrección de estilo: Alba Rocío Rojas. Diseño: Cristina Montoya Ramírez. Fotografía: Katalina Vásquez Guzmán, Estefanía Carvajal Restrepo, Juan Fernando Mejía, Luigi Baquero, Juan Pablo González, Diego Zambrano Benavides, Nicolás Navas González. Ilustración: Tobías, Cristina Montoya Ramírez. Caricatura: Moly. Portada: David Estrada Larrañeta/Bluephoto. Impresión: La Patria, Manizales. Circulación: 10.000 ejemplares. Director TV: Jorge Alonso Sierra. Director Radio: Luis Carlos Hincapié. Director Digital: Wálter Arias. Director Especiales: David Santos Gómez. Universidad de Antioquia. Rector: Alberto Uribe Correa. Decano Facultad de Comunicaciones: David Hernández García. Jefa Departamento de Comunicación Social: Deisy García Franco. Las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia. Universidad de Antioquia, Bloque 12, oficina 122. delaurbe.udea.edu.co, [email protected], [email protected], www.facebook.com/sistemadelaurbe, www.twitter.com/delaurbe Teléfono: 219 59 12 FACULTAD DE COMUNICACIONES Ciudad Universitaria-Calle 67 N° 53-108 Medellín - Colombia Número 72 Febrero de 2015 No. 72 Febrero de 2015 El posconflicto: ¿negación del conflicto y la democracia? E l proceso de diálogos que desde hace dos años se adelanta en La Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos Calderón y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -Farc-, de por sí le da vida a una figura de dimensiones políticas, comunicacionales, culturales y económicas como es la Opinión Pública. De ello se deriva una serie de fenómenos, presentes y futuros, que constituyen un decisivo llamado de atención a los periodistas, los medios de comunicación, la academia y los diferentes sectores gremiales que se agrupan bajo la denominación de sociedad civil. En primer lugar, cuando relacionamos proceso de diálogo y opinión pública estamos significando que se trata de un acontecimiento en el que se concitan, al mismo tiempo, intereses de carácter privado y colectivo. De allí que surjan posturas que conciban a su manera lo privado y lo público, buscando enderezar uno y otro ámbito, dentro de las conversaciones y hasta donde sea posible, en la dirección que le resulte más favorable a cada una de las partes. Surge en este punto un primer interrogante: ¿es posible conciliar los distintos intereses y avanzar hacia unos acuerdos que satisfagan a unos y a otros, buscando abrirle paso desde ya a una sociedad justa y democrática? El gobierno del periodista Juan Manuel Santos Calderón, consciente de que se genera opinión pública a través de temas y propuestas, echando mano, por supuesto, del lenguaje y de la acogida de que él goza en los medios de comunicación, ha ido legitimando un constructo político y comunicacional denominado posconflicto. Con esta figura, Santos Calderón ha logrado permear el sentir y la comprensión del común de los medios sobre el futuro inmediato del proceso de paz. Porque la expresión posconflicto deja entrever que con los acuerdos desaparecerá el confl icto, en sentido genérico, para concluir que vendrá una arcadia de hermandad en donde no habrá diferencias ni conflictos. Opinión No estoy muerto, sigo en el Facebook Alejandro González Ochoa [email protected] S on muchas las razones por las que se puede señalar que las redes sociales son un simulacro de la existencia. ¿Qué pasa cuando se trata de la muerte? En las redes sociales, los perfiles de la gente que se muere permanecen activos con toda la información que allí consignaron en vida, y los usuarios que siguen vivos pueden consultarlos, incluso agregarles información. Así, por ejemplo, el perfil de Facebook de alguien que se muere sigue recibiendo mensajes de todo tipo. Por razones diferentes, los familiares del difunto pueden solicitar a los administradores de la red social el acceso a la cuenta. Pensando en toda la información consignada, y en si esta tiene algún valor para la posteridad, ¿es el uso de las redes sociales una experiencia que permite cierta preservación de diferentes rasgos de los individuos que las usan? Porque los sitios como Facebook van mucho más allá del alcance de un álbum fotográfico o de un diario personal, y pueden conservar videos de la persona, audios de su voz, consideraciones escritas sobre algún tema, etc. Más aún si el usuario que ha muerto fue muy activo en el uso de la red social y dejó un amplio cúmulo de publicaciones que testimonian una porción de su experiencia vital. En un sitio con tanto alcance como Facebook, la cantidad de perfiles de personas fallecidas puede ser gigante. En 2012, gracias a un informe que fue difundido por el diario La Razón, de España, se hablaba de que dicha red social tenía 30 millones de usuarios muertos. Ahora Facebook ofrece perfiles conmemorativos. Y esta situación va más lejos. El informe referido, titulado Cloud generation, también habla sobre la falta de regulación y la necesidad de elaborar testamentos en los que Dejémoslo en claro: el conflicto es inherente a cualquier sociedad, al punto de que mientras los conflictos se manifiesten y resuelvan con mayor libertad y transparencia, estaremos ante un ordenamiento social mucho más democrático y participativo. Y en esa exigencia, los periodistas y los medios tenemos una responsabilidad fundamental mediante el tratamiento serio e independiente de la información, el cual implica un trabajo explicativo e interpretativo del diario acontecer, paso previo de cualquier decisión política. Un factor que limita dicha madurez es el lenguaje, sobre todo cuando se trata de un lenguaje que periodistas y medios toman prestado, por ejemplo, de la fuente gubernamental, cuando no de sectores que son enemigos declarados del proceso de reconciliación, como sucede en esta oportunidad. Esos lenguajes son los que han invadido el que es propio de medios y periodistas, quienes acríticamente han incorporado a su práctica la denominación posconflicto, cuando no es que acuden a términos discriminatorios como terroristas, asesinos, asesinatos, dados de baja, violadores de los diálogos; o defienden, por principio, a alguna de las fuentes, sin pensar que los periodistas tenemos nuestro propio lenguaje, el mismo que nos permite estar en capacidad de abordar y narrar la realidad en forma independiente, o ser conscientes y responsables sobre cuándo y cómo se debe informar, como también cuándo se contribuye al proceso de diálogos y de defensa de la vida, dejando de informar sobre ciertos hechos. Estas últimas posturas informativas implican también una posición ética, si tenemos en cuenta que el ejercicio periodístico como tal –y mucho más en el contexto de unas conversaciones de paz– debe servir para algo más que el lucimiento del periodista y del propio medio. Más aún, si tenemos en cuenta el poder político y económico que ejercen hoy los medios de comunicación –lo cual los lleva a ser algo más que medios–, es necesario emplazarlos y llamarlos a comprometerse con las tareas democratizadoras que poco a poco se decantan con el avance de los diálogos y con el consiguiente matiz que va adquiriendo la fase siguiente, la que se ha dado en llamar el posconflicto. ¿Y la academia? ¿Estará en capacidad de consolidar la formación de los reporteros, editores, incluso directores, presentes y futuros, todos ellos atravesados por el ineludible e inaplazable reto de entregarles a la sociedad y a los medios los intelectuales de la información que nos ayuden a entender y desentrañar la complejidad histórica de una realidad llamada Colombia, esa que, una vez más, y en palabras de Gabriel García Márquez, se está dando una nueva oportunidad sobre la Tierra? se dé cuenta de actividades digitales. Por más ridículo que pueda parecer para quienes afirman que la vida está en la realidad, el uso de las redes sociales -hoy día- hace parte de las experiencias vitales y reales de los individuos que las usan. Publicar en ellas es una actividad vital. Esto pasa, según Pierre Levy, porque “gracias a las técnicas de comunicación y telepresencia podemos estar a la vez aquí y allá”. Es un simulacro de existencia dentro de la misma existencia que se convirtió en otro de los medios para virtualizar al individuo parcialmente. Pero ¿qué se preserva en realidad mientras la cuenta del que ha muerto sigue activa? ¿Si alguien se viera abocado a escribir una biografía sobre algún usuario de redes sociales que ha muerto, tendría suficiente material con la información consignada en sus cuentas? Hay que aclarar que existen diferentes soportes que sirven para preservar, con mayor duración, aspectos de la existencia del individuo y, mirados globalmente, de la humanidad: las fotos, los libros, los videos, etc. Estos formatos ya no solo existen a través de un soporte físico: ahora son creados digitalmente, o son digitalizados, y muchas veces subidos a la web; otros, permanecen en discos de memoria personales. En este exhibicionismo a través de dichos servicios web, en esta necesidad, en este impulso primario de publicar por publicar, de estar activo y presente en las múltiples actualizaciones de estado o en las avalanchas de trinos, también podría darse un modo de la “continuidad bilógica virtual” que propone Pierre Levy en el libro ¿Qué es la virtualidad? ¿Pero qué tipo de cosas publicamos para la posteridad? De todos modos, frente a la existencia de los seres humanos, ya Schopenhauer sentenció: “La individualidad de la mayoría de los hombres es tan miserable y tan insignificante, que nada pierden con la muerte. Lo que en ellos puede aún tener algún valor, es decir, los rasgos generales de la humanidad, eso subsiste en los demás hombres. A la humanidad y no al individuo es a quien se le puede asegurar la duración”. Si en el futuro, con los apropiados avances tecnológicos, alguien quisiera revivirnos a través de lo que dejamos en las redes sociales, como lo propone el capítulo titulado “Be Right Back” de la serie The Black Mirror, ese ejercicio, ese simulacro, presentaría a un individuo incompleto. Ya fue escrito párrafos atrás: las redes sociales son un simulacro de la existencia; lo que se publica en estas no es todo lo que somos ni todo lo que hemos vivido. 5 Caricatura Gracias, maestro El periodista y profesor Gonzalo Medina Pérez, conocido por sus crónicas de guerra y de fútbol, ha marcado la formación de muchos estudiantes de la Facultad de Comunicaciones. Hoy, cuando se jubila, lo despedimos con gratitud. Sus estudiantes, al igual que el mismo Medina, esperamos que mantenga una vinculación con la Universidad de Antioquia y podamos verlo en los pasillos tomando tinto y charlando con colegas presentes y futuros. Gonzalo, quien ingresó a la Universidad en 1973 como estudiante de Ciencias de la Comunicación, prefiere pensar que no culmina, sino que transforma un lazo que no pretende romper. Nosotros los estudiantes, desde las aulas de clase, los pasillos y las cafeterías le decimos: ¡Gracias! Los indignados de la red ¿Lo recuerdan? 43 estudiantes desaparecidos en México. ¿Lo recuerdan? 12 periodistas del semanario francés Charlie Hebdo asesinados. ¿Lo recuerdan? Cientos de personas masacradas en Nigeria. ¿Lo recuerdan? Varios casos de ataques con ácido a mujeres en Colombia. En una sociedad donde hay que renovar a diario el estado en Facebook y tuitear a cada rato, la indignación se esfuma con los “me gusta” de la publicación de ayer. La muerte del artista Opinión Mirarnos desde adentro Redacción De La Urbe [email protected] L os 15 años del pregrado en Periodismo de la Universidad de Antioquia y del Sistema Informativo De La Urbe fueron la oportunidad para reunir a reporteros y editores frente a la reflexión sobre el oficio del periodismo y el papel que juega la academia. Una jornada que unió periodistas y separó criterios. Aquí, algunas ideas del encuentro. El trabajo del reportero Yamit Palacio (periodista de RCN televisión): Es paradójico que tengamos tan mal periodismo cuando hay más medios de comunicación, más facultades de comunicación y, cada vez, más organismos que defienden la libertad de prensa. Según el Ministerio del Trabajo, se han creado en los últimos 18 meses en Colombia 500 y pico de sindicatos, y quisiera preguntar: ¿cuántos de ellos son de periodistas? Ninguno, porque a los periodistas no se nos permite sindicalizarnos, eso es visto con sospecha. Entonces, el peor periodismo que se hace es cuando más medios hay, más facultades hay y más instituciones que defienden la libertad de prensa. Henry Chávez (gerente de Telemellín): La primera sala de redacción a la que yo llegué era como una notaría: la sala de redacción de RCN Radio. Quedaba en la calle San Juan y parecía una oficina notarial, con los puestos de los periodistas unos enfrente de otros. Nos tocó la época de la fuga de Pablo Escobar de la Catedral y eso significaba –en una época sin Internet ni celular, ni siquiera beeper–, hacer Periodismo, y lo digo con el mayor respeto. Es que hoy en las salas de redacción remplazamos las fuentes por Twitter, remplazamos las llamadas por Facebook, remplazamos el contraste de las fuentes por la lectura de las redes sociales o los otros medios. Antes nos tocaba hacer periodismo de verdad, y no hay nada que remplace la posibilidad del periodista en el lugar de los hechos. Jorge Iván Posada (periodista de El Colombiano): No hay una sola manera de hacer periodismo. Si uno quiere ser un gran reportero, un gran cronista, un gran investigador, un gran editor, uno debe pasar por los medios pequeños y grandes; no creer que uno sale de la universidad y “cae parado”, que inmediatamente el jefe le debe a uno porque escribió una crónica en su trabajo de grado, o porque recibió tantas felicitaciones, o porque fue una tesis meritoria, no. El mundo real no funciona así. El mundo real es de ser cargaladrillos y trabajar día a día, constante como una hormiga, hasta adquirir esas cualidades tan importantes: el olfato para una noticia, saber dónde está la noticia, saber titular, cómo se hace una entradilla, cómo se hace un lead, cómo se hace una pirámide invertida, cómo cruzar bases de datos, por qué es importante ir a una rueda de prensa, crear una red de fuentes y de colegas, la importancia de estar en el lugar de la noticia, de contrastar la información, de verificar la información, de saber que si lo dice Caracol no quiere decir que sea cierto o lo que circula en las redes sociales tampoco quiere decir que sea cierto. Periodismo y academia Juan Carlos Iragorri (director de Sala de Prensa, de NTN 24): Benjamin Bradlee, periodista conocido por las publicaciones de los Papeles del Pentágono y los artículos del escándalo Watergate, me decía: “Yo creo que las facultades no sirven para nada, yo puedo enseñar periodismo en 20 minutos. Si yo me pongo acá en 20 minutos a explicarles cómo se hace una entrevista, pues ustedes aprenden a hacerla, lo que yo no les puedo enseñar es a desconfiar de todo, a ser escépticos, eso es algo que ustedes tienen en la cabeza. Si no lo tienen no van a ser buenos periodistas nunca”. Periodismo universitario Carlos Mario Correa (periodista, escritor y docente de la Universidad Eafit): Lo que es importante destacar de los periódicos universitarios es que, en efecto, corresponden muy bien a una idea de García Márquez, cuando se preguntaba cómo formar a los periodistas. Y es que así como a los pilotos se les forma en un simulador de vuelo, para que en la vida real sepan sortear las adversidades, también los periódicos universitarios cumplen esa función: se les brinda a los estudiantes todas las posibilidades del proceso editorial para que en la vida profesional sepan sortear las turbulencias del trabajo, cosa que es muy difícil de enseñar en un tablero. Maryluz Vallejo (periodista y docente de la Universidad Javeriana): Estos medios son importantes para formar en la humildad y en la constancia, en la perseverancia. Porque es muy bonito hacer una crónica saliendo a la calle un día, pero otra cosa es hacer un reportaje en el que incluso se puede llegar a tener que instaurar un derecho de petición, o que las fuentes te cierren la puerta en la cara. Es una tarea más dispendiosa que puede aburrir a muchos, pero que sirve para poner a prueba a los estudiantes. Es como un filtro en donde uno se da cuenta de quiénes, en realidad, van a publicar. Por el hecho de ser estudiantes no quiere decir que puedan equivocarse; se trata de equiparar a estos medios con los otros medios que son serios y rigurosos. Ese hombre robusto y de rasgos fuertes, pobres, indígenas, no era tan hombre. Bajo su pañoleta constante y vistosa, y su apariencia de señora de cualquier esquina, se hacía explícita la rabiosa sensibilidad de una de las mejores plumas de nuestra América. Lemebel, Pedrito Lemebel, era absurdamente latinoamericano, penetrante en sus ideales, conmovedor en sus relatos, flexible en sus posibilidades estéticas. Su garganta ya no podía musitar alaridos, pero su voz era la llama ardiente de una obra bellamente dedicada a la contemplación profunda de la compleja y mezquina condición humana. Truman Capote dijo alguna vez: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. Lemebel era eso y mucho más: todo un artista. Paz en su tumba y convulsión para esta “triste y cueca” vida que nos queda sin él. La era Uribe ¿Será el fin de la era Uribe? Y no nos referimos al de mano firme, el Innombrable, sino al de aquí: Alberto Uribe, rector de la Universidad de Antioquia. El Consejo Superior Universitario fijó para el 24 de febrero de 2015 la designación del nuevo rector de la Alma Máter para el periodo estatutario de tres años. De volver a ganar, Alberto Uribe ajustaría cinco periodos consecutivos en la rectoría: una permanencia mal vista por algunos sectores de la universidad, que critican ese interés, muy propio de cierto expresidente, por mantenerse en el puesto y no permitir otros aires de mando. Para otros sectores, sin embargo, es la oportunidad de dar continuidad a ciertos procesos. Ya se sabrá. Como en las telenovelas El movimiento Compromiso Ciudadano (inexistente hoy) se transformó en el caballo de batalla de Sergio Fajardo y su “nueva” política, que hoy ve en peligro su caudal electoral debido a la división y el problemita entre Federico Gutiérrez y Alonso Salazar, quienes buscan la Alcaldía de Medellín a como dé lugar. Suponemos que Salazar quiere dejarse crecer el pelo para poder adecuarse más a la figura de Fajardo, mientras Federico trata de volverse más verde y de quitarse la U de la frente. En términos generales, esa es la pelea: uno fue del Partido de la U y ahora tiene aliados en las fuerzas fajardistas, y el otro, luego de su inhabilidad, volvió a casa y encontró remplazo sentado en su silla. Hay que ver cómo los “renovadores” políticos también pelean por el poder, como si fuese una telenovela de las de antes. ¡Qué orgullo! Egresados y estudiantes de la Facultad de Comunicaciones resultaron ganadores en diferentes convocatorias. Durante la última versión del Premio Nacional Simón Bolívar de Periodismo, la estudiante María Isabel Naranjo Restrepo fue ganadora en la categoría Entrevista en Periodismo Escrito con su trabajo Reportero sin rostro, una entrevista al periodista Fabio Castillo. El egresado Jorge Iván Caraballo Cordovez ganó con El poeta que vino del sur, un perfil sobre el poeta Horacio Benavides, en la categoría ‘Becas al Periodismo Joven de Periodismo escrito’. Por otro lado, entre más de 130 propuestas, el egresado Víctor Casas Mendoza recibió el Premio Fundación El Nogal “Los jóvenes y la reconciliación”, en la categoría ‘Propuestas e ideas de paz’, con el trabajo De memoria, un archivo digital que registrará información sobre las producciones cinematográficas del conflicto armado colombiano. Y desde las subregiones, Antonio José Rodríguez Marenco, coordinador de la Emisora Cultural en Andes, resultó ganador del Premio de Periodismo Regional “El país contado desde las regiones”, de Semana y el Grupo Argos, en la categoría de ‘Mejor aporte original a la radio’, con su trabajo Roxana, el travesti del resguardo, testimonios de valentía y algo de vergüenza. Estos reconocimientos nos llenan de orgullo. Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 6 Cómic No. 72 Febrero de 2015 7 Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 8 Crónica P astor Alape, integrante del Secretariado de las Farc, salió de Cuba en noviembre pasado de manera tan extraordinaria como llegó. Para sacar un guerrillero de la selva llega primero el mensaje. Papeleo del ahora integrante de la Delegación de Paz fariana, intervención del Comité Internacional de la Cruz Roja y más papeleos ordenados por el mismo Presidente. Todos de acuerdo, arriba el helicóptero. O los helicópteros, para bordear bases militares, cruzar el azul Caribe y aterrizar, ya sin órdenes de captura, en La Habana, Cuba. El que llega, sea comandante, combatiente o ideólogo, encuentra un confortable nido en las casas de descanso –lujosas, frescas y con servidumbre– que ocupa la delegación rebelde, que suma ya más de treinta cabezas. En el mismo sector, conocido como El Laguito, se aloja la delegación de negociadores colombianos, que se cruza con los guerrillos solo en salones de ese rincón habanero pensado para diplomáticos, así como en el Palacio de Convenciones (Palco). Este último es el recinto para la realización de cada ciclo –ya van 31– y es ahí donde la prensa logra las imágenes de los Diálogos de Paz que le dan la vuelta al mundo: señores vestidos con guayabera que se bajan de las camionetas blancas, caminan lento, agitando la mano para las cámaras, junto a mujeres calzadas con chanclas o portando mochilas indígenas –las guerrilleras–; o entaconadas, con celular y bolsos costosos en la mano –las asesoras, plenipotenciarias o comunicadoras del Gobierno–. Éstas y sus camarógrafos fueron quienes, después de un mes de oscuridad en la pequeña Presidencia de Colombia en el Hotel Palco, abrieron la puerta y encendieron las luces cuando liberaron al general Alzate y Santos ordenó a su delegación que regresara a la isla el 1 de diciembre pasado. Un mes y medio atrás, Alape había llegado a Cuba tras la visita de las primeras víctimas, la instalación de la Comisión Histórica del Conflicto y del primer encuentro de oficiales militares con los rebeldes alzados en armas. Su participación en las negociaciones, según se dijo en los medios, es decisiva, en especial cuando se abrió la discusión sobre el cese al fuego y el desescalamiento del conflicto. A finales de noviembre, en medio del suspenso por el secuestro del general Rubén Darío Alzate –que puso en jaque el proceso de paz–, Alape se dio la voladita hasta la patria para coordinar la liberación del oficial. Ahí fue cuando se tomó con éste, su rehén, la foto del abrazo, quizá la más reveladora y polémica, humana, militar y política a la vez, en dos años que suman ya los Diálogos de Paz en Cuba. Los que estábamos en La Habana no supimos de la salida del comandante antioqueño hacia las selvas chocoanas sino hasta que lo vimos en Telesur. Me refiero a los periodistas que, mientras el proceso de paz estuvo congelado, ya no éramos decenas como en los últimos ciclos de 2014, sino apenas cinco corresponsales colombianos: un flaco araucano, fresco y simpático, con atuendos juveniles color pastel, que trabajaba en la radio; un bogotanísimo que se echaba polvo y se quejaba de todo rogándole al Universo que lo devolviera pronto a su capital natal; el zorro viejo de Jorge Botero que –de “mochos” y gorra– no se había perdido casi ningún ciclo; un cincuentón ya casi del todo peliblanco de origen paisa y preguntas cortas que salía en nuestra tele; y yo, periodista independiente reporteando para medios argentinos y una web colombiana. Camila Cienfuegos, de la Comisión de Prensa, era el puente de nosotros en la delegación de la guerrilla. Apenas volvió Alape de la selva, Telesur coordinó con ella una entrevista con el comandante. Por razones de “confianza”, la exclusiva la tenía, casi siempre, esa cadena internacional. En uno de los carros oficiales –blancos y altos, tipo van– que transportan la guerrillerada, el comandante antioqueño se retiraba del lugar favorito para las notas de televisión –el túnel del Palacio de Convenciones donde se lee en letras grandes y azules “Diálogos de Paz”– cuando, a toda velocidad, se le adelantó un auto pequeño y viejo con tres hombres a bordo. Al atravesar el auto, obligaron a la van oficial a detenerse. Del auto clásico se bajaron dos hombres armados de cámara y micrófono, exigiéndole a Alape que hiciera lo mismo. El conductor, cubano, rogaba como nosotros por el pronto reinicio de los diálogos. Y mientras volvía la cotidianidad, se prestó como buen piloto a la hazaña propuesta por el jefe, el canoso curtido reportero de política, quien movido por el afán de la noticia se atrevió a interceptar al jefe del Bloque Magdalena Medio. Mientras estuvieron congelados los Diálogo de Paz, los días, además de estar escasos de agenda, eran fríos: No. 72 Febrero de 2014 El ciclo que no fue El secuestro del general Rubén Darío Alzate, en noviembre pasado, puso en jaque el proceso de paz entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno colombiano. Fueron momentos de tensión que bien pudieron llevarse al traste dos años de diálogos. En esta crónica desde La Habana, detalles sobre cómo se vivieron aquellos días desde la sede misma de las negociaciones. Fotografía: Katalina Vásquez Guzmán Katalina Vásquez Guzmán [email protected] El secuestro del general Rubén Darío Alzate, el cabo Jorge Rodríguez y la abogada Gloria Urrego, ocurridos el pasado 16 de noviembre en el corregimiento de Las Mercedes, en Chocó, fueron el motivo de la suspensión temporal de los diálogos de paz. llovía y venteaba y había que salir de chaqueta por las calles habaneras. Como las Farc no emitían declaraciones cada mañana, como acostumbran en tiempos de diálogo, la persecución de los reporteros a los guerrillos se puso más intensa. En esa mañana gris, en plena calle, Alape le concedió, entonces, dos preguntas al reportero, no sin antes señalarle que había sido agresivo, a lo que el ahora diplomático reportero se excusó con mucha altura. Camila estaba sorprendida por los métodos de su compatriota quien, además, llamó al súper bogotano del canal rival para avisarle lo que pensaba hacer. Entre el pequeño grupo de periodistas colombianos, en este ciclo que no fue, nadie quería chiviar a nadie. O, al menos, el acuerdo fue que cualquier anuncio de novedad o declaración era para todos. En la noche, cuando el drama del general Alzate llegaba a su capítulo final y el tipo se aprestaba a salir de los chequeos médicos y demás para regresar a casa, un jefe guerrillero caminaba por el lobby del Hotel Palco donde se hospedaba la mayoría de corresponsales. Ahí los esperábamos, cada tarde, a ver qué declaración se daba. “Periodistas, ¿ya saben la última noticia?”, nos preguntó el tipo a lo lejos. “¿Qué fue?”, le dijeron los más ágiles que ya estaban frente a él con micrófonos y grabadoras en mano. “Que la mujer del General está vendiendo la cama”, dijo antes de carcajearse. Varias noches después, cuando la delegación del Gobierno pasó por La Habana en una rápida reunión sin cámaras y acordó con las Farc reiniciar el diálogo el 11 de diciembre, los periodistas nos tomábamos unas cervezas, ya sin prisa ni suspenso, en la cafetería del mismo hotel. Nos fuimos juntando con algunos guerrillos sentados en la mesa de al lado, y nos contaron del aplaudido regreso de Alape a las casas de El Laguito. Aprovechándose de su visita a la patria, el temido comandante extrajo de la selva un botín apetecido: panela ( y areparina. Aunque el sancocho no les faltaba porque, de andar la capital cubana, los guerrillos ya sabían dónde conseguir la papa, la yuca y hasta la carne de vaca tan escasa en esta isla, pero no habían conseguido con qué hacer aguapanela. En la cómoda libertad, a los rebeldes les hacían falta las largas caminatas esquivando bombardeos, y extrañaban tanto el monte como el fusil, el peso del fusil sobre el hombro y la mente. “¿Y es verdad que a algunos de ustedes no les gusta usar la cama?”, preguntó, ya entrado en confianza, el araucano de la radio nacional. “Hombre, el colchón y yo sí nos entendemos muy bien, pero hay camaradas que prefieren quitárselo y dormir sobre las tablas, o algotros lo bajan mejor pa’l piso como pa’ sentirse mejor, no sé”, respondió un rebelde recién llegado a los Diálogos de Paz, agitando sus manos grandes y brazos gruesos envueltos en un traje deportivo. “Lo que sí es que tengo que caminar mucho, y todos madrugamos como siempre. Catatumbo se levanta a las cuatro de la mañana, y en la pieza donde estoy yo a las seis ya no queda nadie en la cama”. “O el cambuche”, agrego yo en mi cuaderno de notas saboteado por los colegas que, ya cogidos por la cerveza, me pedían que dejara de escribir. “Pero si yo estoy es grabando”, les respondía en chiste. Y entonces los guerrilleros, con cara de sabuesos, metían la mano bajo las mesas buscando artefactos secretos. A mí me daba risa. Un colega que se pasó al whisky les decía que tranquilos, compas, que nada de nervios, que éramos apenas humildes periodistas esperando ya el regreso a una sala de redacción. “Le parece poco –decía otro insurgente presente–, con lo que dicen los medios se destruye o se construye un imperio. Es que, con todo respeto, los medios privados son mucha basura, y los periodistas hablan mucha mierda”, se quejó el negro grandote. Yo no contuve mi carcajada, mientras los otros arrugaron la cara. Los hombres se pararon de la mesa, uno pidió la cuenta y yo me puse a pedir números telefónicos. ) Mientras estuvieron congelados los Diálogo de Paz, los días, además de estar escasos de agenda, eran fríos: llovía y venteaba y había que salir de chaqueta por las calles habaneras. Fotografía: Katalina Vásquez Guzmán Análisis El conflicto armado colombiano, los diálogos de paz y los posibles escenarios de posconflicto representan retos al cubrimiento realizado por periodistas. El papel de los periodistas en el cubrimiento del conflicto armado y los procesos de paz. Reflexiones más allá de la coyuntura ¿Cómo se ha hecho el cubrimiento del conflicto armado colombiano y de los procesos de paz que se han adelantado en el país? ¿Cuáles son los desafíos que la degradación del conflicto y la construcción de la paz le imponen al periodismo colombiano? Son preguntas que, ahora más que nunca, siguen estando a la orden del día. Natalia Maya [email protected] En la carrera en que andan los periodistas debe haber un minuto de silencio para reflexionar sobre la enorme responsabilidad que tienen. Gabriel García Márquez U n universitario le pidió alguna vez ayuda al periodista Javier Darío Restrepo para su tesis sobre la situación de los corresponsales de guerra en el país. El maestro de ética periodística decidió responderle sus inquietudes a través de una carta: en ésta le contó cómo durante las guerras ‘la verdad se da de baja’. Le narró que en Macaravita (Santander), el 7 de junio de 1990 una patrulla militar le dio muerte a once hombres y luego fusiló la verdad justificando la acción como respuesta a un ataque de la columna Efraín Pabón del Ejército de Liberación Nacional (ELN). El reconocido maestro de ética periodística le escribió al estudiante que “a los reporteros que cubrieron esa información y que habían encontrado datos sospechosos se les planteó, sin embargo, el dilema de estar con la institución representativa de la patria, su Ejército Nacional, o de parecer que apoyaban a la subversión. Quizás por eso publicaron, a pesar suyo, la versión militar; pero un tribunal superior, alertado por algunas publicaciones y denuncias, investigó y encontró que la patrulla, al comprobar que los muertos no eran guerrilleros sino campesinos, les había cambiado la ropa y, vestidos como guerrilleros, les había puesto armas en las manos”. Diez años después, en el 2000, una historia similar tuvo lugar en Pueblorrico (Antioquia). Esta vez la periodista Marta Ruiz es quien la recuerda para ejemplificar en su texto, Los periodistas y sus dilemas (2002), cómo en Colombia la noticia existe solo si una fuente oficial la corrobora. También involucrando al ELN, el Ejército Nacional de Colombia publicó un boletín en el que señalaba a este grupo guerrillero como responsable de la muerte de ocho niños. Según la Cuarta Brigada, el episodio se dio por un enfrentamiento de sus tropas con los subversivos. La noticia era de tal magnitud -cuenta Marta Ruiz- que todos los reporteros querían hacer presencia en el lugar de los hechos. “Una vez allí encontraron otra versión de los acontecimientos: los niños habían muerto porque los soldados del Ejército colombiano los confundieron y dispararon. La nueva versión empezó a recorrer las salas de redacción de algunos medios nacionales, que no les dieron crédito a sus corresponsales que estaban en el lugar de los hechos porque los altos mandos militares mantenían su versión. Solo después de que una cadena de radio presentó la noticia, los demás medios se atrevieron a considerar esta versión como posible”. Estos relatos que narran Restrepo y Ruiz dan cuenta de algunas de las responsabilidades y los dilemas que el prolongado y degradado conflicto armado interno les impone a los periodistas colombianos. La presión de la institucionalidad para que se haga periodismo ‘patriótico’ y se desconozca la voz de los insurgentes -caso Macaravita-, y las dificultades que enfrentan muchos reporteros para llegar al lugar de los hechos por su cuenta y confrontar la información, sin la guía y custodia de alguno de los actores armados -caso Pueblorrico-, son apenas dos de los numerosos dilemas a los que se enfrentan los periodistas cuando se preguntan por el deber ser de su profesión en un país marcado por una confrontación armada irregular. A estos cues- 9 tionamientos se suman además las demandas de una sociedad que se mueve entre el péndulo de la guerra y de la paz y que espera de sus medios y de sus reporteros una labor que trascienda por mucho el horizonte informativo. Tras el anuncio del presidente Juan Manuel Santos sobre la firma del ‘Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera’ con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), en agosto de 2012, muchos periodistas y académicos asumieron la tarea de repasar los anteriores intentos de paz con los grupos insurgentes del país. La sombra del fracaso del Caguán (Caquetá) fue inevitable y se convirtió en el referente obligado. Una de las reflexiones más importantes tenía que ver con el papel cumplido por los medios de comunicación. Al respecto, la periodista Constanza Vieira escribió en el portal de noticias periodismohumano.com que cuando los negociadores del gobierno y de la guerrilla se preguntaron cuáles eran los obstáculos para firmar la paz en Colombia, “concluyeron, entre otros puntos, que los medios de comunicación de este país habían satanizado la misma palabra paz”. A partir del anuncio de Santos y de la instalación oficial de la mesa de conversaciones en Oslo, Noruega, comenzaron a adelantarse numerosas conferencias, talleres y encuentros organizados por diversos sectores del país para debatir sobre cuál debería ser el papel de los medios de comunicación y de los periodistas en el cubrimiento del actual proceso de paz. Este tipo de debates –que además incluyen la pregunta por el deber ser del periodismo en la cobertura informativa del conflicto–, han tenido lugar en el país desde los primeros intentos de negociación con los grupos insurgentes. ¿Cómo se ha hecho el cubrimiento del conflicto armado colombiano y de los procesos de paz que se han adelantado en el país? ¿Cuáles son los desafíos que la degradación del conflicto y la construcción de la paz le imponen al periodismo colombiano? ¿Qué implicaciones ha tenido para los periodistas informar sobre procesos de negociación en medio del conflicto? ¿Informar sobre la paz y los escenarios de posconflicto implica retos diferenciados para los reporteros? ¿El periodista debe tomar partido por las víctimas del conflicto? ¿Cuál es el deber del periodismo en la construcción de la memoria histórica del país? ¿Qué papel le corresponde a las facultades de comunicación y a las empresas informativas en la cualificación de los periodistas para que respondan éticamente a las exigencias que impone el cubrimiento del conflicto armado y los temas de la paz? Los anteriores interrogantes han guiado muchos debates que, en general, se han caracterizado por seguir tres tendencias: la primera consiste en hacer una evaluación crítica de cómo ha sido el cubrimiento de ciertos hechos de relevancia histórica dentro del conflicto -principalmente intentos de negociación entre los gobiernos y los grupos armados ilegales de la época-; la segunda se basa en la pregunta por los retos y dilemas que deben enfrentar los periodistas en medio de la guerra, la transición a la paz y el posconflicto, y apunta a que el horizonte ético es contribuir a la búsqueda y construcción de paz en el país; y la tercera invita a los profesionales de la información a asumir las consecuencias de las equivocaciones en sus cubrimientos y a replantear sus métodos para lograr una mayor comprensión del conflicto entre los ciudadanos. En los últimos años, debido a los procesos de Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR) de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y de la expedición de leyes como la 975 de julio de 2005 (Ley de Justicia y Paz), la discusión se ha concentrado en la responsabilidad de los periodistas y los medios en la construcción de futuros escenarios de posconflicto en Colombia, siendo fundamentales las preguntas por el compromiso con las víctimas y con la construcción de la memoria histórica. La existencia de iniciativas como Plataforma de Periodismo y, en su momento, de agremiaciones de periodistas como la Corporación Medios para la Paz y el Proyecto Antonio Nariño -integrado por la Asociación de Diarios de Colombia (Andiarios), la Fundación Friedrich Ebert Stiftung en Colombia (Fescol), la Fundación Social, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)-, ha sido fundamental para alimentar estas discusiones, tomarle el pulso al estado de la libertad de prensa en el país y fomentar y visibilizar las propuestas dirigidas a cualificar a los periodistas que ejercen su labor en contextos de confrontación armada. Este texto hace parte del trabajo de grado en Periodismo Papel de los medios de comunicación y los periodistas en el cubrimiento del conflicto armado y los temas de la paz. Asesor: Gonzalo Medina P. Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 10 Análisis Gonzalo Medina P. [email protected] El placer que se busca al leer es el placer de pensar Émile Faguet (La Roche-sur-Yon, 1847; París, 1916) C ada vez que miraban a los ojos -cuando eran capaces de ello- a cada uno de los 43 muchachos normalistas, los asesinos estaban cobrándoles la historia de rebeldía que ha caracterizado al estado mexicano de Guerrero. Vicente Guerrero Saldaña fue un combativo insurgente y, a la vez, caudillo durante la guerra de independencia de los mexicanos respecto de los españoles. Guerrero Saldaña fue el segundo presidente de México y, su apellido, le dio nombre al estado que se creó el 27 de octubre de 1849. El espíritu rebelde del estado de Guerrero también lo encarnaron los Yopes, una tribu que nunca permitió ser sometida por los Aztecas, aunque luego, en 1553, fue conquistada por los españoles. Al finalizar la primera década de la Conquista, los españoles lograron sofocar dos rebeliones indígenas: una en Costa Grande, en los astilleros de Zacatula, y otra en San Luis Acatlán, en la Costa Chica, en donde los Yopes buscaron recuperar su independencia y destruyeron el pueblo y mataron a un importante número de españoles. Hoy, la rebeldía de los guerrerenses, hecha rabia e indignación, se expresa en las movilizaciones, la denuncia pública nacional e internacional y los ataques contra sedes estatales, caso del Palacio de la Gobernación y del edificio del Congreso, por considerar que, al lado de los paramilitares y narcotraficantes, el Estado es uno de los responsables del secuestro y desaparición de los 43 jóvenes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Los hechos, para que recordemos, sucedieron el 26 de septiembre del 2014, en el poblado de Iguala de la Independencia. En el dialecto náhuatl, Ayotzinapa significa río de calabacitas. Este no fue el primer caso de hechos violentos cometidos contra los combativos alumnos de Ayotzinapa. El 12 de diciembre de 2011, estudiantes de la Escuela Normal Rural de esa población se trasladaron a Chilpancingo de Los Bravo, capital del estado de Guerrero, para reclamar la reparación de las instalaciones del plantel, el aumento de presupuesto y el incremento de plazas en el sector de la educación para el 100 por ciento de sus egresados. Ese día, los manifestantes bloquearon la denominada Autopista del Sol y tuvieron enfrentamientos con la policía. Como resultado, murieron por disparos policiales los estudiantes Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, lo mismo que el empleado de una estación de gasolina, quien sufrió quemaduras al tratar de apagar el incendio de dos bombas dispensadoras de combustible; incendio causado, al parecer, por los manifestantes. Un año después, el mismo día, cerca de 1.500 personas, entre familiares y estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, adelantaron una marcha pacífica en memoria de los muchachos asesinados y a la vez para exigirles a las autoridades el debido castigo de los responsables materiales y políticos de los asesinatos. A pesar de las recomendaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el gobierno de Guerrero hizo caso omiso de las mismas. La consigna: ¡desaparecer! Carlos, tal el nombre con el que se dio a conocer, es uno de los sobrevivientes de la desaparición de los 43 normalistas el 26 de septiembre de 2014; contó a sus compañeros de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, que “íbamos más de 80 en un camión y al pasar por el centro de Iguala, fuimos interceptados por policías municipales, quienes no escucharon nuestras razones de que sólo íbamos a botear1 para obtener dinero para cubrir nuestras jornadas de observación y prácticas de cultivos, en respuesta empezaron a dispararnos”. Carlos amplió su testimonio: “Vi caer a mi compañero Aldo Gutiérrez Solano, por un impacto de bala en la cabeza. Con impotencia tratamos de auxiliarlo mientras los policías se llevaban a otros normalistas, a quienes subieron a culetazos a las patrullas. Sobreviví al correr y ocultarme tras las llantas de un auto (...)”, dijo. ( Guerrero: una herida abierta Han pasado cuatro meses desde la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, México. A pesar del interés del Estado por cerrar el caso y darlos por muertos, los padres siguen exigiendo respuestas y condenas a los responsables. Mientras tanto el dolor, ese que debería igualarnos como latinoamericanos, sigue ahí. Un grupo de ilustradores mexicanos conforman un movimiento que busca mantener presentes a los 43 normalistas desaparecidos, mostrar la indignación por medio del arte y exigir respuestas. Y ante estudiantes de la Facultad de Estudios Superiores (FES) de la UNAM, el joven normalista aseguró que desconocían que el edil2 de Iguala y su esposa tenían nexos con el crimen organizado; “quien siempre lo supo es Ángel Aguirre”, gobernador de Guerrero, afirmó Carlos. Este se refiere al entonces alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y su esposa, María de los Ángeles Pineda, quienes después fueron capturados en Iztapalapa, Distrito Federal, acusados de homicidio, tentativa de homicidio y desaparición forzada de los 43 alumnos normalistas de Ayotzinapa. El 22 de octubre, el Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, señaló, con plena seguridad y satisfacción, a Abarca y su esposa como autores intelectuales del homicidio de seis personas y la desaparición de los 43 estudiantes. ) “Podrían mandar a todo el ejército mexicano y de todas formas no serviría, por la manera en que están haciendo las cosas. Porque están simulando la búsqueda, nada más”. No. 72 Febrero de 2015 El peligro de leer Las presiones nacionales e internacionales contra la justicia y el gobierno nacional mexicano, con Enrique Peña Nieto a la cabeza, han venido aumentando, siempre en demanda de una clara, pronta y eficaz investigación que identifique a los verdaderos autores materiales e intelectuales de la oprobiosa desaparición de los 43 muchachos de Ayotzinapa, algo inaceptable en un país que se reclama civilizado y que, a través de su historia, ha sobresalido por su espíritu solidario y hospitalario para con las víctimas de otras guerras, comenzando por la Guerra Civil de España y los conflictos armados de distintos países centroamericanos. Consideramos que es en esta exigencia en donde se produce el punto de quiebre del manejo dado a la crisis por el gobierno de Peña Nieto y de la propia justicia mexicana. De una parte, ha sobresalido el predominio de los lugares comunes del Presidente de la República al declarar en público que “hallaremos y aplicaremos todo el peso de la ley a los culpables”, como también “es un esfuerzo compartido de todo el Estado mexicano, que claramente ve en esto una señal para ir al fondo y combatir también a fondo la impunidad”. De igual modo, la otrora seguridad manifestada 11 por el Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, cuando acusó al exedil de Iguala, y a su esposa, por la desaparición de los 43 muchachos y los seis homicidios ocurridos en el mismo procedimiento policial, comenzó a desplomarse ante las presiones nacionales e internacionales. La única frase que atinó a pronunciar frente a los reclamos de los padres de familia para que hubiera una mayor gestión frente a la desaparición de los 43 estudiantes, fue reveladora: “Ya estoy cansado de tantos regaños (destacado nuestro), de que me estén reclamando que no hago bien mi trabajo, a pesar de que tengo mil 900 policías y 10 mil del ejército trabajando en la búsqueda”. Los padres de familia respondieron a su manera: “Podrían mandar a todo el ejército mexicano y de todas formas no serviría, por la manera en que están haciendo las cosas. Porque están simulando la búsqueda, nada más. ¿Y por qué decimos que es una búsqueda simulada? Porque suben al cerro, echan un vistazo y se regresan. Ni siquiera están usando tecnologías sofisticadas con las que se cuenta para rastrear”. El Procurador trató luego de encubrir su evidente e inoportuna declaración y declaró que lo que quiso decir fue: “Estoy cansado de tanta violencia”. Aparecieron luego en escena varios policías y sicarios, presuntamente detenidos por las autoridades judiciales, quienes se declararon culpables de la desaparición, asesinato y descuartizamiento de los cuerpos de los 43 estudiantes. Los medios de comunicación hicieron un completo despliegue con los testimonios de los señalados criminales, varios de ellos visitando el supuesto lugar en donde sucedió la masacre y explicando hasta el más mínimo detalle sobre cómo ocurrió dicha matanza. La poca credibilidad que merecieron tales confesiones, y que los exámenes de ADN practicados por expertos no fueran confluyentes, muy pronto llevaron a desechar la hipótesis de los hallazgos de los mismos. Y mientras esto ocurría, el presidente Enrique Peña Nieto viajaba a China y dejaba al país sumido en una creciente pérdida de institucionalidad, sobre todo producto del desprestigio de las Fuerzas Armadas, coludidas cada vez más con los carteles de la droga. No queda claro si el viaje fue por un compromiso gubernamental o, por el contrario, fue la oportunidad para sacarle el cuerpo a un problema complejo que involucra la responsabilidad del Estado. A modo de reflexión, consignamos dos planteamientos de intelectuales mexicanos sobre lo que sigue ocurriendo en Ayotzinapa, en el combativo estado de Guerrero; y escribimos en presente porque, a pesar de que el Estado una vez más los dé por muertos, para los padres los 43 jóvenes siguen desaparecidos y se constituyen en un reto a la dignidad humana, esa que es capaz de protestar a cualquier precio contra la arbitrariedad: “Como tantas veces antes desde 1968, asistimos a una acción conjunta, coludida, de agentes del Estado y escuadrones de la muerte, cuya misión es desaparecer lo disfuncional al actual régimen de dominación. La figura de la desaparición, como instrumento y modalidad represiva del poder instituido, no es un exceso de grupos fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente que, entre otras funciones, persigue la diseminación del terror”3. “La cultura de la letra ha sido un desafío en una zona que dirime discrepancias a balazos. En los años sesenta del siglo XX, dos terceras partes de los pobladores de Guerrero eran analfabetas. La Normal de Ayotzinapa surgió para mitigar ese rezago, pero no pudo ser ajena a males mayores: la desigualdad social, el poder de los caciques, la corrupción del gobierno local, la represión como única respuesta al descontento, la impunidad policíaca y la creciente injerencia del narcotráfico”4. ¿Acaso cuando el joven aprende a leer la realidad, la única respuesta posible es el terror estatal? Mexicanismo consistente en acudir a la solidaridad pública para adelantar una actividad de beneficio colectivo. 2 Dentro de nuestra terminología político-administrativa, es el equivalente al alcalde municipal. 3 Fazio, Carlos. “Ayotzinapa: terror clasista”. En: La Jornada. 13 oct. 2014. 4 Villoro, Juan. “Yo sé leer: Vida y muerte en Guerrero”. En: El País. 30 oct. 2014. 1 Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 12 Especiales La iglesia que mira hacia la calle equivocada Antes, cuando no ostentaba el nombre de la gran batalla boliviana, la Calle de la Amargura era custodiada por cuatro santos de piedra que, erguidos, están parados día y noche en la cúpula de la Parroquia San José desde hace más de 100 años. Hoy, Ayacucho no es más que una calle empolvada por las obras del tranvía y los santos -¿será San José?, ¿será otro santo?- están custodiando la calle equivocada: a sus espaldas, los ladrones hacen y deshacen en la Avenida Oriental, que apenas cobró importancia a partir de 1973, cuando se inició su ampliación. En el mismo terreno donde hoy están San José y la Virgen del Perpetuo Socorro, había, en 1720, una pequeña capilla consagrada a San Lorenzo, el mártir romano que murió en una parrilla el 10 de agosto del año 258, cuando Roma aún era una ciudad pagana y el gran imperio de Europa. Pero como el grandísimo imperio romano cayó en la ruina, también lo hizo la capillita de San Lorenzo: a mediados del siglo XIX era un sucio y abandonado templo de una provincia en medio de montañas. Virgencita sola y triste La madre del Perpetuo Socorro está en decadencia, sin un solo fiel, sin una sola veladora; pobre virgen: todas las miradas se las lleva el Cristo que está a la entrada, y por ahí derecho se lleva también todas las monedas de los feligreses que las echan en una urna para que se encienda la veladora electrónica. Sabrá Dios si la luz roja de un bombillo hace tantos milagros como la llama viva de una vela de esperma y mecha. Mientras tanto la Virgen, sola y triste, espera a que alguien le encienda al menos un bombillito. Será que ya no la quieren: será que los hombres de hoy las prefieren putas. Los hombres de antes, en cambio, las preferían castas y puras. Por allá en 1847, cuando el señorísimo obispo de Antioquia, Juan de la Cruz Gómez Plata, ordenó que se derribara el templo de San Lorenzo y en su lugar se construyera un templo a San José, que fue confiado a los padres jesuitas -antes de que los echaran de Colombia como a unos perros- , por allá las mujeres bajaban por la Calle de la Amargura llorando a sus muertos, y ni un tobillo se les veía bajo las faldas. Los fervorosos Son siempre un grupo de diez. Se quedan cinco, siete, ocho minutos mirando absortos la cara de San José que sobre un trono se sienta, impasible, como soberano de los hombres. Las cabezas inclinadas unos 45 grados hacia arriba del horizonte; ni un pestañeo, ni un titubeo, ni un cambio de peso de la pierna izquierda a la derecha, ni de la derecha a la izquierda. A algunos los labios se les mueven, inconscientemente, delatando el ritmo de sus oraciones. De pronto, uno de los cristianos se echa la bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y sale del templo sin mirar para atrás. Algún otro no tarda en ocupar su puesto frente al santo milagroso. El patrón de la iglesia, San José de Nazaret, es conocido como el santo silencioso y quizás porque siempre ha recibido con sumisión y prudencia las decisiones tomadas por otros. Hace más de 2000 mil años es el padre putativo de Jesucristo y en 1847 adoptó la comunidad que hasta ese año eran fieles de San Lorenzo, pero que, gracias al Arzobispo Juan de la Cruz Gómez Plata, le tocó aceptar. Virgencita, San José, Cristo bendito, que consiga pa’l arriendo del mes Esta iglesia se está quedando vieja, como Suiza y Suecia. Los feligreses tendrán en promedio, digamos, unos 57 años. Traje sastre hecho a la medida, bastón y zapatos ortopédicos. Los jóvenes o ya no necesitan favores o se los están pidiendo al diablo, porque es que a eso se viene a la iglesia: a rogarle a una figurilla de yeso que consiga pa’l arriendo de este mes. Se demoraron 45 años construyendo la iglesia. La terminaron en 1892 cuando Félix Pereira, jesuita y arquitecto, finalmente diseñó la cara frontal. El asunto con la demora del templo fue que en 1850 el general José Hilario López decretó la expulsión de los jesuitas, y estos salieron huyendo por el Oriente en menos de dos días. Los jesuitas tuvieron que dejar el templo a medio hacer, con solo techo y paredes: lo suficiente para que los cristianos se resguardaran de la lluvia. ¿Si duermo en la iglesia sueño con los angelitos? Su madre le pidió que la acompañara a rezar a la iglesia y ella no tuvo más remedio. Se sentó en la banca, descalzó sus pies morenos y sobre la cabeza se puso un trapito blanco para impedir que la luz también blanca de las lámparas interrumpiera su sueño. Cuando su madre terminó las oraciones, le hizo señas a la somnolienta hija adolescente y ella, tras quitarse de encima el trapito blanco, solo espiró un bostezo tan grande como dicen que es el amor de Dios. San José se ha convertido en el patrono de los carpinteros, emigrantes, viajeros y de los niños por nacer. Es el “patrono de la buena muerte” por atribuirle haber muerto en brazos de Jesús y María. Hoy ve desde su trono cómo se transforma la ciudad: cómo mueren y nacen, cómo llegan y cómo se van, cómo suben a las Comunas 8 y 9 por la calle Ayacucho. Y pronto verá pasar la innovación de esta ciudad, de santos y pecadores, hecha con vagones del tranvía. Son 13 las Iglesias ubicadas en La Candelaria y que sobrevi Las camanduleras Son tres. Rezan maratónicamente, todas al unísono: “Santa María, Santa de mi devoción, ruega por nosotros los pecadores, amén”. La efectividad del rezo consiste en la repetición: como el pianista que debe repetir una y otra vez la misma pieza hasta que cada nota suene en el momento que le corresponde: “Santa María, Santa de mi devoción, ruega por nosotros los pecadores, amén”. Si se repite una sola vez, la oración no sirve para nada: o la virgen es sorda o es negligente. Total, solo escucha a los que rezan sin cansancio. Suenan las campanillas. Justo antes de que empiece la misa, las tres señoras vestidas de sastre se dan la bendición y salen sonrientes de la iglesia: están listas para las olimpíadas de la camándula. Pecado mortal Primero se levantó ella -muchacha joven y por joven bonita- del confesionario donde estaba hincada de rodillas. Luego salió el cura de su escondite, sin sotana, ni estola, ni cíngulo. Tenía las mejillas coloradas y los ojos brillantes. Apenas salió del confesionario, el cura se tropezó y dejó caer su sombrilla negra. Los feligreses, al escuchar el estruendo, voltearon a mirar. Una sonrisa tímida se escapó de ese rostro obligado a la castidad de las emociones. Luego, sin vacilar, salió tras la muchacha joven, que por joven bonita. Caminaron ambos, uno detrás del otro, como un par de transeúntes que casualmente van por el mismo camino. Iglesia de La Candelaria, la primera parroquia que tuvo la ciudad. No. 72 Febrero de 2015 Estefanía Carvajal Restrepo [email protected] En la Villa de La Candelaria, las c 13 campanas siguen sonando, pero el casino y la misa; entre la puta Iglesia San Antonio, situada al costado occidental del Parque de San Antonio. 13 Amamantando Cuando el par de mujeres dejan un silencio en la conversación, se alcanza a oír el succionar de las bocas de los bebés. Ambas se cubren las tetas –y por ahí derecho la cabeza de los párvulos– con cobijas gruesas de lana que desentonan con el calor infernal del centro de Medellín. Una vez ambos bebés terminan de mamar, uno cinco minutos antes que el otro, las mujeres guardan sus senos entre las camisas de licra que dejan en evidencia un abdomen pasado de kilos, se levantan de la banca de madera oscura y salen de la apacible iglesia de La Candelaria al convulsionado Parque Berrío. Olor que embelesa Fotografía: Estefanía Carvajal Restrepo Al entrar a la iglesia, el feligrés debe erguir su postura. No es hora de misa: en cambio sí de confesión. Al lado del confesionario, los pecadores hacen fila, mientras se babean por escuchar los secretos más íntimos del confesado, y más aún se saborean con la penitencia que el cura de estola verde ha de imponerles a los que se han portado mal. Es una lástima que las confesiones se cuenten en susurros y no a viva voz, y que el ruido de las lijas y los taladros haga eco en el techo altísimo de la casa de Dios. Esperemos a que terminen las reparaciones en La Candelaria antes de que los gamines descubran que el olor de la pintura blanca tiene un efecto similar al del sacol. Los soñadores No es claro si es por la hora (tres de la tarde, barriga llena, modorra después del almuerzo), o por lo monótonos que se vuelven los rezos después del quinto “Dios te salve reina y madre”, “Padre nuestro que estás en los cielos”. Seguros estamos, eso sí, de que las bancas de madera, aparentemente inmunes a las vicisitudes del tiempo, son un lecho poco cómodo. Aun así uno, dos, tres hombres; cuatro, cinco, seis mujeres, ya van llegando al quinto sueño. O tal vez es que les guste dormir en la iglesia para soñar con los angelitos. iven a los cambios del sector. campanas de las 13 iglesias sonaban cada hora, cada cuarto y cada muerto. Un siglo después, en el centro de Medellín, las o el ruido del tráfico opaca su eco. Los órganos de tubo cantan cada vez con menos frecuencia y los feligreses vacilan entre a y el confesionario. En Medellín, la línea que divide a lo sagrado de lo profano es más estrecha que la puerta del templo. Iglesia de San José, ubicada en la esquina entre la Avenida Oriental y Ayacucho Iglesia San Ignacio, construida en 1803. Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 14 Especiales Mejor el silencio A la Catedral Metropolitana casi todos llegan solos, y los que no están solos no murmuran palabra alguna. Cualquier susurro podría delatarlos: las paredes de ladrillos no temen responder a los chismorreos con su eco de ultratumba. Hasta el vuelo de una mosca, hasta la fricción de unas zapatillas de goma, se escuchan como estruendos a todo lo largo y ancho de la nave más grande de la ciudad. Por eso, cuando el cura reza el rosario, nadie responde a sus avemarías. Imperialismo Como si no fuese suficiente con el hambre de Colombia, con su miseria, con sus niños desnutridos, con sus indígenas despreciados, con sus mujeres aporreadas por la mano dura del sexismo, con sus viejos abandonados, con sus desplazados, sus torturados, sus secuestrados, sus falsos positivos y sus muertos; como si no fuera suficiente con la sangre que ha derramado nuestro pueblo, con sus campos minados y sus cementerios copados a reventar; como si no fueran suficientes nuestros propios problemas, el cura le ofrece el rosario a la sangre derramada antaño por los indios Piel Roja de Norte de América. Ahora, los obreros del tercer mundo debemos rezar para redimir las culpas de los gringos. Sobre la raza “Recordemos el continente de Asia. Recordemos el color de la raza que allí nació”. Y lo dice el sacerdote en su sermón aún después de que los científicos de todo el mundo refutaran la idea de las razas (blanca, amarilla y negra), aún después de sabernos mestizos, hijos de la Tierra, cristianos de todos los colores; aún después de que se aceptó, en los tribunales internacionales, que hablar de “raza” es una forma de discriminación. Seguro al cura también le vendieron el cuento de la superioridad de la “raza antioqueña”. Son un grupo por ahí de veinte. Todos altos, esbeltos, rubios, blancos, zarcos, en resumidas cuentas: bellos, o eso dice la televisión. También hay dos chinos, o japoneses, ¡vaya usted a saber! Cruzan por la puerta principal, la que está al frente de la fuente y de espaldas a Bolívar, o Bolívar de culos a la iglesia, ¡vaya usted a saber! Dan dos o tres pasos, ponen sus cámaras en alto –la tenemos levantada hacia el Señor–, disparan dos o tres veces el obturador, luego miran unos instantes el alto techo de la Catedral Metropolitana de Medellín, cuchichean entre ellos un par de palabras en un idioma ininteligible, dan dos o tres pasos hacia atrás y vuelven a salir al parque en el que Bolívar, de espaldas a la iglesia, monta su caballo. Ninguno se da la bendición y ninguno pasa de la primera columna de ladrillo macizo, ni los monos ni los chinos. En las tierras de las que vienen no les han hablado de Dios, ¡vaya usted a saber!, porque los avemarías y los padrenuestros los ahuyentaron como el agua asusta al gato. Pulcritud Pasa el dedo pulgar de la mano derecha por su frente pecosa, de arriba abajo, de derecha a izquierda. Se toma su tiempo. Los años, que se delatan en sus pocos cabellos canos, le han enseñado el poder de la paciencia. Luego en la boca la misma operación: de arriba abajo, de izquierda a derecha. Luego su pecho: el mismo movimiento de los omoplatos al ombligo, de tetilla a tetilla. Cuando termina la señal de la santa cruz y se está dando la bendición (otra cruz pero grandota y con las yemas de los 4 dedos más largos), ya están por la mitad del Evangelio. Saca un pañuelo blanco del bolsillo trasero de su pantalón marrón de prenses, limpia cincuenta centímetros al extremo de la banca, se sienta en la madera recién lustrada por su pañuelo y recuesta sus tenis New Balance negros sobre el reclinatorio. No. 72 Febrero de 2015 Fotografía: Estefanía Carvajal Restrepo Visitantes En la Catedral Metropolitana es donde se reúne la mayor cantidad de fieles de la ciudad. Cristian Peña [email protected] San Antonio no da novios Desde los años de las abuelas, las costumbres populares aconsejaban pedirle a San Antonio con mucha devoción para poder conseguir pareja; muchos le esconden al niño que tiene entre sus manos, otros lo entierran en materas boca abajo o le atan un lazo tratando de castigarlo por no haber encontrado el amor de su vida. En 1946, el Papa Pío XII lo proclamó como el “Doctor de la Iglesia” y, desde ese entonces, su fama ha recorrido pueblos y localidades de todo el mundo recibiendo la Evangelización y ayudando a las personas a sanar ese mal llamado soltería o beatez. Pero al San Antonio de Medellín, al parecer, no le gusta ir juntando gente, y menos cuando en su propia iglesia solo hay una estatua de no más de un metro de alto con unas pocas placas de mármol que le agradecen sus favores. Este San Antonio es diferente, quizás está cansado de que el amor en estos tiempo sea tan pequeño como su imagen, o dure tan poco como las misas de su capilla que, en menos de una hora, se celebran dos. Ya San Antonio no da novios, ya los matrimonios en esta iglesia no se celebran, solo bautizos cada sábado a las 9 de la mañana. John Jairo Hernández [email protected] Fisgones católicos “Podéis ir en paz”. Apenas el reloj marcaba las 11 de la mañana, pero ya los feligreses de la Veracruz habían recibido la comunión. Los hombres, y las pocas mujeres que asistieron, salían del templo dejando en sus bancas el pecado mortal y encaminándose al quehacer del día. Mientras tanto, cuatro hombres se acercaron a la puerta lateral, se sentaron y, pocos minutos después, comenzó el espectáculo. Un culo, dos culos, tres culos. Pasaban las mujeres perseguidas por ocho ojos impertinentes que las desvestían con las miradas, que las apreciaban una y otra vez. Ellos, libres de pecado, tras la exoneración de la ceremonia, alimentaron su deseo, hasta que, uno a uno, salieron por esa misma puerta y se unieron al paisaje. Rompe esquemas El sacerdote ya había comenzado la ceremonia, pero poco a poco seguían llegando los hombres y se sentaban en las últimas bancas de la iglesia. El encuentro con Dios era mayoritariamente masculino y las pocas mujeres estaban en las primeras filas, hasta que una dama con una niña tomada de la mano rompió el esquema, entró por el lugar en el que estaban los hombres y se sentó entre ellos. Concentrada en lo suyo se dedicó a la oración, mientras su hija, aún sentada, fue la que recibió las miradas fisgonas que rodearon a su madre durante la misa de 10 a.m. en la iglesia de la Veracruz. 15 Libros Humo de medianoche Todas las hojas son del viento (Fragmento) Felipe Ramírez [email protected] Durante dos años, con paciencia, pasión y rigor, el joven cronista Felipe Ramírez estuvo detrás del humo que une a los protagonistas de su libro. Gracias a esto, logró una colección de perfiles acerca de la vida íntima de una generación unida por la marihuana. Periodismo desde lo simple y lo profundo. Otros usos de la zanahoria en el siglo XXI Seis muchachos deambulan por las noches de un pueblo ubicado en las altiplanicies de los Andes colombianos. Si los miráramos desde afuera pensaríamos que no tienen presente y dudaríamos de sus posibilidades para el futuro; acaso los consideraríamos unas sombras que expelen humo y los dejaríamos ir de nuestra memoria. El narrador de Humo de medianoche nos los devela como lo que son: jóvenes de intenso presente y vibrante futuro, unos que por ahora tienen el destino enredado en la marihuana, pero que por lo mismo gozan de una existencia plena de imágenes, pensamientos, sensaciones. Ideas. Con los cinco sentidos de un periodista que además es escritor, Felipe Ramírez Valencia les insufla vida a las sombras y las convierte para nosotros en personajes. No es una prosa potente. Es, en cambio, una prosa bella, puesta al servicio de la verdad; en ello estriba su fuerza. Es, como indica el deber ser del periodismo, una escritura sólidamente fundamentada en lo que Norman Sims, teórico del periodismo literario estadounidense, denomina la inmersión. Felipe estuvo ahí. Conoció a sus personajes, compartió sus sueños y desesperanzas, cultivó por ellos un auténtico afecto; con respeto, amor, rigor, tomó nota de sus vivencias, con sapiencia trasladó la esencia de esos muchachos al universo de la palabra escrita. —¿No me va a hacer preguntas? —me pregunta, igual que a él uno de sus personajes en una de las crónicas. El propósito de la visita era asomarme al mundo de Felipe, el autor de esta serie de relatos que he leído con tanta emoción desde los borradores iniciales. Quería conocer in situ sus ideas sobre el periodismo, la literatura, el pueblo, las fuentes, los personajes, la gente. Quería también convertirme en un testigo presencial del lugar que sirve de escenario a esas seis historias y corroborar o derribar mis prejuicios. Muchas pinceladas traza el narrador de Humo de medianoche para describir los múltiples rostros de Marinilla. Tengo a la mano esta que me fascina por su sencillez y contundencia, del día 72 de Hamilt (el relato que más me gusta del libro, lo confieso): “Olor de ciudad. De ciudad no, más bien de pueblo. Huele a nubes, a polvo húmedo, a calles mojadas con historia confusa”. —La música, la literatura y el cine son las tres artes que más me apasionan —comenta Felipe, y el que lea este libro entenderá la contundencia de sus gustos. Lo segundo que buscamos por todo el pueblo es una revueltería que esté abierta a estas horas. Y preciso la encontramos en el marco de casas del TAL, al fondo, detrás de donde estaría la concha acústica si este lugar hubiera sido un teatro al aire libre. Él nos ha contado, a mí, a la escritora y a la fotógrafa que nos acompañan, que alguno de ellos le enseñó a armar una pipa con la punta de una zanahoria para desvararse cuando no tuviera a mano los adminículos necesarios. Trae, por supuesto, algunas briznas de ganjah que le obsequió otro de sus personajes, el que la cultiva en el solar de su casa: no podríamos abandonar la noche sin mínimamente alzar el vuelo. Fotografía: Cortesía Festicine Antioquia César Alzate Vargas [email protected] Felipe Ramírez: roquero, cervecero y solitario. Su libro, más allá de una apología a la droga, es un viaje al interior de seis jóvenes unidos por gustos comunes y en un mismo escenario, Marinilla. El anfitrión consigue en la tienda una zanahoria grande, gorda, erecta y apetitosa como para Bugs Bunny, y el revueltero le presta además un cuchillo. Atraviesa el mar de muchachitos y viene a nosotros. Con destreza corta la punta y moldea la pipa. Cada uno enciende su pedacito, aspira, enciende, aspira, se quema, se eleva, y cuando en pocos segundos mi mente se desdobla descubro que algunos de los pubertos no hablan con sus amigos, no ven a nadie, tienen los ojos puestos en su mundo interior. Me doy cuenta de que para muchas personas la marihuana es como el muro de la isla prisión que relata Bioy Casares en esa novela, Plan de evasión. Los reclusos pasan la vida como hipnotizados mirando el muro y el narrador poco a poco va descubriendo que en las manchas existe un patrón de imágenes que los llevan en mente, ya que no en cuerpo, a los paisajes más hermosos de la Tierra. Los prisioneros se niegan a dejar la prisión. Igual que los marihuanos, pienso de pronto. Para muchos, la yerba funciona como un perfecto plan de evasión. Tiene que ocurrir, desde luego: acabamos comiéndonos la zanahoria. Soy uno de los reclusos de Bioy Casares y mi viaje es interior. Despedazo la zanahoria con mis dientes y noto cómo se hace una masa de piedrecitas jugosas y dulzonas en mi boca. Rumio durante largo rato y luego trago. Siento los fragmentos despeñarse esófago abajo hasta el abismo profundo de mi estómago, los siento desaparecer en las insondables simas de mi entraña. Casi soy capaz de percibir cómo allí se descomponen en sus elementos esenciales, las vitaminas y todo eso, y soy feliz. Tal cosa, creo, es la come-trapo (munchis, en el idioma tosco de los bogotanos): no un hambre desmesurada que despiertan los componentes secretos de la cannabis, sino el ansia de probar las sensaciones que pueden percibirse con los sentidos activados en los recodos más ocultos del organismo. El vuelo es un enloquecido viaje por el adentro y el afuera del cuerpo, en el que los sentidos se alternan para mostrarnos diversas facetas del universo más bien desconocidas por la cotidianidad. ¿Cuántas personas alrededor del mundo se estarán fumando un porro al mismo tiempo que yo? Eso pienso que piensa Daniel. Levanto la vista. Desde esta colina veo a seis. Seis colinos —por lo menos en el perímetro que me permite la vista— es la respuesta incompleta a una pregunta que nunca me ha hecho. Así que me esfuerzo un poco e imagino. Si somos siete mil millones de habitantes en todo el mundo, y si dijéramos, solo por especular, que una de cada cincuenta personas se fuma un porrito con cierta regularidad, eso serían, según la calculadora de mi celular, ciento cuarenta millones de trabados. Casi toda Rusia envuelta en humo verde. Pero estamos siendo exagerados, y no una de cada cincuenta personas es marihuanera. Creo. Así que digamos que nos encanta la especulación, tanto como al mundo el cannabis, y que una de cada cien parece una escala más real: eso nos da setenta millones de personas. Ningún país en Suramérica, excepto Brasil, tiene una cantidad de habitantes mayor a setenta millones. Eso es mucho humo, mucha traba y mucho fracaso en la lucha contra la ilegalidad. Dejemos la especulación a un lado y la escala del cien a uno. Remitámonos a los estudios. Según el más reciente Informe Mundial Sobre Drogas de la ONU, el promedio de consumo de cannabis en el planeta, en una población entre los quince y sesenta y cuatro años, es aproximadamente doscientos millones de personas: casi todos los habitantes de Brasil carburando al tiempo —en ese país, según la ONU, el diez por ciento de la población consume cannabis; igual cantidad en Norteamérica, Nigeria, Egipto, Francia, España y Australia—. Aun más humo, más traba y más fracaso de la política prohibicionista. Entonces en este preciso instante, Dani, muchas personas te acompañan en la quema y la traba, mientras crecen los moños que se fumará el mundo durante las próximas semanas. * Dani y yo estamos en Medellín. A esta hora —seis de la tarde—, la ciudad huele a marihuana: en el centro por sus más de cien plazas de vicio, en la universidad, tanto en la de Antioquia como en la Nacional, en Carlos E., en el Parque del Periodista, en el estadio porque hay partido del verde, allá arriba en las montañas y acá debajo de los árboles; y, sobre todo, en el B. A. Así le dice Dani y para allá vamos. —¿El B. A.? —Sí, el Barrio Antioquia. Vamos a mercar. —¿Seguro que no nos bajan de la ciclas? —Relájese, papito, que antes allá lo cuidan a uno, ¿no ve que somos la clientela? Y nos metemos en un laberinto de calles y combos que nos miran. Todos son iguales: las calles y los combos. —Parce, y si se supone que todos tienen y venden, ¿por qué no le comprás al próximo combo de la derecha? —Hay una cosa que se llama fidelidad. —Tan fiel el pela’o. —Marica, es que entre ellos se respetan los clientes. Es una manera de conservar la paz. Además el producto nítido que a mí me gusta, me lo venden allí barato. Sigue el laberinto y siguen los pedalazos. Solo no sería capaz de salir de acá. —¿Qué vas a comprar? ¿Cripa? —Polen de crespa. Aunque acá le dicen porro. —¿Y así no le dicen a la marihuana normal? —Ya le dicen crespa, por lo menos a la cripa. —¿Y si es pangola? —La gente la pide como regular —lo dice con pronunciación en inglés: régular, si no es en inglés por lo menos con el acento marcado en la e—. A la próxima volteamos a la izquierda y llegamos. —Hablalo —le dice el jíbaro. Y Dani le habla. Fragmento de la portada del libro. Ilustración: Tobías Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 16 Perfil solo un francotirador que ataca a mansalva y que no deja títere con cabeza. También sabe admirar y reconocer el talento de otros escritores y artistas. En su panteón personal están Cesare Pavese, Jorge Luis Borges, Søren Kierkegaard, Samuel Beckett, Franz Kafka. Entre los colombianos admira profundamente a Rafael Chaparro Madiedo, el malogrado autor de Opio en las nubes, al que considera un autor de vanguardia, con una potente imaginación y un lenguaje vigoroso: “Opio en las nubes es un libro muy chévere. Es una novela dulce, creada por una mente gentil, por una persona bien educada, con finura. No puedo decir que Chaparro Madiedo fue mi amigo ni que me dolió personalmente su muerte, porque nunca lo conocí; sin embargo, Opio en las nubes es un libro especial, que tiene resonancias muy bacanas de iconos y referentes generacionales. Lo leí, lo aprecio y lo recomiendo”. Óscar Iván Montoya Loaiza [email protected] Un perdedor con fortuna Efraim Medina Reyes creció en Getsemaní, un barrio cartagenero habitado por camajanes, músicos, timadores y mujeres de mala índole. En medio de las mayores estrecheces económicas, y un ambiente canallesco, logró sobrevivir y hacerse fuerte. Su mayor deseo de niño se concretaba en ser como Bruce Lee, el karateca más famoso de todos los tiempos, que saltaba como una pantera y que pateaba traseros como ninguno. Por su mente no pasaba ser escritor o músico, facetas en las que posteriormente se destacó. La escritura la asumía como una especie de diversión destinada a entretener a sus amigos, y la música, como el acompañante ideal de rumbas y conquistas. Después de estudiar un poco de Medicina y otro tanto de Economía, carreras en las que, como apenas es obvio, nunca se destacó, comenzó a escribir una serie de relatos que serían reunidos en Cinema Árbol, su debut en la literatura, con el que obtuvo un Premio Nacional de Literatura Colcultura (1995). En este primer trabajo se asoman y definen sus temáticas y, sobre todo, un estilo en el que se entremezclan el cine, el sexo, la música rock, las palabras de grueso calibre y su fascinación por los marginales, aunque él mismo no se considera uno de ellos: “Yo no soy un marginal. Los marginales son los otros. Ellos viven encerrados en sus munditos ridículos, al margen, en su pobre realidad, en sus intereses y ambiciones. Lo que yo he creado en mis libros es un espacio donde no se juega bajo esas reglas, en donde no existe esa dinámica perversa”. Luego de Cinema Árbol vino Érase No. 72 Febrero de 2015 Fotografía: Juan Fernando Mejía N o tiene escamas en la piel ni ojos saltones. Tampoco se arrastra por el suelo, pero cuando desata su lengua, es más peligroso que un dragón de Komodo. Es Efraim Medina Reyes, escritor cartagenero residente en Italia, creador de piezas literarias tan inolvidables como Cinema Árbol y otros cuentos, y Érase una vez el amor pero tuve que matarlo. Desafortunadamente, más que por su obra, es reconocido en el ámbito cultural por las feroces diatribas que cada tanto lanza contra Héctor Abad Faciolince, Mario Mendoza, Santiago Gamboa o Jorge Franco, a los que señala como escritores mediocres y faltos de imaginación. Sin embargo, detrás de ese rol desacralizador que cumple a la perfección, existe un creador con un universo propio, humorístico, con una fuerza que se pone de manifiesto en obras como Érase una vez el amor pero tuve que matarlo: “Me llaman Rep —diminutivo de reptil— desde que recuerdo. Mido seis pies y peso ochenta y un kilos (como los cowboys de Marcial Lafuente Estefanía), tengo ojos negros y hundidos como agujeros de escopeta a punto de disparar, la boca sensual y una verga de 25 centímetros en los días calurosos. No soy eyaculador precoz ni suelo tener mal aliento, me gusta cortarme las uñas hasta hacerlas sangrar, tengo huellas de acné en la cara y en el culo, unos dientes fuertes y el olor natural de mi piel es fascinante. Para la eficaz e inolvidable sacudida que toda mujer sueña, soy el tipo indicado. También me destaco bebiendo”. Su prosa ha sido comparada con la del maestro del realismo sucio, Charles Bukowski; también, con la de Fernando Vallejo y con la del iconoclasta por excelencia: José María Vargas Vila. A todos ellos les reconoce sus méritos; no obstante, afirma sentir más afinidad por escritores como Juan Carlos Onetti, Heinrich Böll o Truman Capote, a los que considera sus verdaderos maestros. El escritor cartagenero Efraim Medina Reyes es autor de reconocidos libros como Cinema Árbol y Érase una vez el amor pero tuve que matarlo. “Nadie que me haya conocido puede decir que no lo decepcioné”, propone Efraim Medina Reyes para su epitafio. Un escritor que puede generar odios o amores con la misma intensidad. Pero, difícilmente, indiferencia. una vez el amor pero tuve que matarlo, Técnicas de masturbación entre Batman y Robin y Sexualidad de la Pantera Rosa, la trilogía con la que se consagró como uno de los escritores de culto del nuevo siglo, especialmente entre los jóvenes, que se identificaron con su prosa fresca, cargada de improperios y, por momentos, con un salvaje vuelo poético. Esta resonancia en los medios culturales se tradujo en ventas astronómicas y, como una reacción contraria, también le ganó la maledicencia de muchos que lo tachaban de insubstancial y plagiario, y que miraban impotentes cómo su prestigio subía como la espuma mientras sus carreras iban en declive. Nada que pretenda ser real merece respeto A pesar de asociarlo constantemente con el realismo sucio de Charles Bukowski, Raymond Carver o John Fante, Efraim Medina se considera un escritor imaginativo, por instantes fantástico. De acuerdo con sus propias palabras, nunca se interesó por la realidad, y los datos y fechas que aprendió sobre Bolívar, Santander y la historia de Colombia las asimiló porque era inevitable y, en cierta forma, porque estaba indefenso ante las andanadas de maestros y mayores. Por lo mismo, afirma no encontrar nada interesante en sus contemporáneos— entre ellos Jorge Franco, Santiago Gamboa, Mario Mendoza— porque son esclavos de una realidad que es pobre, inútil y restringida, como lo afirma uno de los personajes de Lo que todavía no sabes del pez hielo: “Ir lo más rápido posible les basta y no les tiembla el pulso a la hora de definirse realistas. Me habría gustado ser como ellos, pero jamás tuve interés en los hechos o los alimentos empacados al vacío. No quiero ser real. La realidad —y todavía alcanzo a percibirla— es lúgubre, inexpresiva y descuidada como una tumba sin nombre. Ser veloz o lento me da igual, mi ritmo ideal es el que me procuran los detalles, por eso mis historias no son uniformes, saltan, se atascan y tiene rayas”. Pero Efraim Medina Reyes no es Esas criaturas que van por ahí Después de la notoriedad obtenida con su famosa trilogía, Efraim Medina se establece en Italia, en donde recupera algo de la privacidad sacrificada en Colombia. Allí escribe De pistoleros, putas y dementes, un libro de poemas, y Lo que todavía no sabes sobre el pez hielo, una novela en un registro diferente a sus libros anteriores, más introspectiva y reposada, con otras claves y atmósferas. Ya sus personajes no atacan a diestra y siniestra, tampoco hacen constante apología a la vida descarriada ni se vanaglorian de los centímetros de largo de su miembro viril, sino que se adentran en territorios tan poco frívolos como la enfermedad, el desamor, la soledad. Adquieren una profundidad que no poseían en Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, Técnicas de masturbación entre Batman y Robin y Sexualidad de la Pantera Rosa, aunque, también es cierto, pierden parte del vigor y el desenfado que brillaba en estas obras. Adicionalmente, parte de su tiempo se lo dedica a su grupo de rock 7 Torpes Band y a algunas colaboraciones en revistas y prestigiosas publicaciones. Tiene en mente dos novelas que serían el complemento a su trilogía, una especie de precuela y continuación. Una de ellas lleva el nombre de La mejor cosa que nunca tendrás y, la otra, Todos los errores, que vendrán a engrosar el universo de este autor único en el panorama de la literatura colombiana, amado por los jóvenes y los noveles escritores, y detestado a muerte por las vacas sagradas del establecimiento literario. Efraim Medina es un escritor carismático, con un estilo propio y una lengua mortífera que es, a la vez, su gloria y su maldición, pues son muchos los amantes de la literatura que han esquivado sus obras pensando, de seguro, que todo se resume en desplantes, insultos y provocaciones. Pero, más allá de esta fachada deliberadamente construida, hay un artista con un fino humor, con un talento indudable, con una dedicación y un encanto que muchos de los que dicen odiarlo quisieran para sí. Es un provocador en el pleno sentido de la palabra, que sacudió el ambiente acartonado y falsamente trascendental de las letras colombianas, y que continúa imperturbable por un camino que desbrozaron artistas tan malcriados y legendarios como Arthur Rimbaud, Jim Morrison o Charles Bukowski: “No me voy a incluir con ellos porque sería un desatino, pero es innegable que en todas las épocas hay criaturas que están en el mundo para ser la conciencia activa, sincera y punzante de la sociedad. Ellos son tan puros, tan poco contaminados por la humanidad y sus bajezas, que el día que al menos uno de ellos ya no esté, no valdrá la pena vivir la vida. Si estos pocos personajes fueran eliminados de tajo, el mundo sería una mierda”. Crónica 17 Los chamanes sabían en dónde estaba el oro Chamanes, brujas y curanderos, hombres y mujeres que ven más allá de los sueños. Una de sus oraciones, a tiempo, puede salvar vidas. Historias del Medio San Juan chocoano. Stiven Ríos Vanegas [email protected] “Se oía una cosa trastornando por debajo de la tierra pero no se veía nada. Sonaba cu, cu, cu, cu, cu”. Abad Murillo Mosquera, 2012 Ilustración: Cristina Montoya Ramírez E n la región del Medio San Juan chocoano, conformada por los municipios cercanos a la cuenca de la zona media del río San Juan (Istmina, Condoto, Medio San Juan, Unión Panamericana y Nóvita), Manuel Ceferino es el curandero de picaduras de culebra más conocido; hace sus tratamientos con yerbas y diferentes elementos de la naturaleza, combinados con “secretos” y oraciones. Los “secretos” son las invocaciones para entrar en contacto con los espíritus, quienes unen el mundo espiritual y material para cumplir determinado fin. Antiguamente, es bien conocido, había curanderos para todas las enfermedades, como también existían “brujos” para hacer el mal. A las personas con esos conocimientos, se les llama “chamanes”, “oficiantes” o “curanderos”. Sus aprendizajes son obtenidos de los saberes indígenas y de los conocimientos africanos, utilizados para curar enfermedades y hacer protecciones. A su vez, “brujos”, “zánganos” o “chinangos” son las denominaciones que se les da a quienes involucran aspectos mágicos en sus prácticas de protección o agresión frente al bienestar humano. En su mayoría, son hombres los que se dedican a las artes de interpretar a la naturaleza y a portar el conocimiento ancestral. El brujo pacta su poder con las entidades sobrenaturales, “familiares” o “aliados”. A través de una manifestación del diablo, se “obtiene un familiar”, quien también es llamado “el enemigo” o “el malo”. Como el poder del mal no es de este mundo y es inalcanzable para el hombre, este último puede aprehender solo un fragmento. Los brujos y curanderos debieron mantenerse ocultos por la persecución de la Inquisición española; la selva fue su principal templo y el lugar sagrado donde pudieron esconderse y mejorar sus habilidades. Para los curanderos negros, la selva se les parecía al espacio que abandonaron en África y de allí obtenían los objetos necesarios para comunicarse con sus dioses. Los esclavos negros se vieron obligados a inventar, descubrir y utilizar las palabras empleadas por los esclavizadores para renombrar lo que los rodeaba y no perder el contacto con los espíritus contenidos en ellos. Además de utilizar las hierbas con fines medicinales, fue necesaria la comunicación con los seres sobrenaturales a través de “la palabra”, como expresión sagrada que está presente en todos los actos de la vida religiosa y, de un modo especial, en las “plegarias”. El carácter de la palabra se convirtió en “secreto” y existían dos tipos: los “secretos divinos”, unidos a las invocaciones y a las peticiones a los santos, y los “secretos humanos”, alejados de lo sagrado, y de los que se alimentaban los brujos y los curanderos para lograr sus propósitos. Como en el campo la gente no sabía leer ni escribir, los secretos se enseñaban verbalmente. Cuando un curandero o brujo tenía muchos años y estaba por morirse, elegía a un discípulo, casi siempre un miembro de la familia, y a través de la palabra lo instruía con sus conocimientos y le enseñaba el oficio para poder descansar en paz. José Ángel Palacio es el nieto más apreciado por su abuelo Manuel Ceferino. Por esa relación tan estrecha, su abuelo insistió en hacerlo su sucesor: curandero de mordeduras de culebra. José Ángel no quiso aprender porque “quienes saben esas cosas a veces tienen dificultad para morirse o desaparecen y nadie más los consigue o se pudren y todavía están vivos. Esas son las personas que tienen pactos con el diablo”. Manuel Ceferino tiene 108 años y aún no ha podido descansar. A veces contrataban a los chamanes porque “toda actividad tiene que tener lo que en Chocó llaman chispa, es decir, conocimiento de lo que se va a hacer”. En la época de la Colonia, los “señores de mina y cuadrilla” de la gobernación del Chocó adquirían como “bien preciado” curanderos negros que les solventaran la atención en salud de las personas adscritas a los “Reales de minas”. Sin importar la edad, el precio con el que se tasaba a esos esclavos en las transacciones comerciales era más alto del fijado para cualquier otro cautivo. También hubo esclavos que por la práctica médica lograron su libertad, ya fuera comprándola con los pagos recibidos por sus servicios o la concesión de la carta de “ahorro y libertad” por parte de algún amo agradecido por los cuidados brindados a él o a algún familiar. En los sueños se revela dónde está el oro Así como hay chamanes para curar enfermedades, también los hay para encontrar el oro. A veces, a través de los sueños se les revelan dónde y cómo buscar el metal. Cuando se contratan para el trabajo en un entable minero, ayudan con sus predicciones para saber a qué hora va a llover y cuándo va a crecer el río para salir en busca del metal. Por los años 70, Jorge Perea regresó de Antioquia a Condoto para acompañar a su abuela. Por esos días, a la casa fue una señora de mucha fama por su conocimiento de las ciencias ocultas, a quien le decían “La Pobreza”. Era una mujer que conocía muy bien la zona. En sueños podía ver metales, enfermedades y desgracias. “Una bruja, una de las brujas que sí sabía volar y de las que sí tenía conocimiento, no de las chismosas”, recuerda Jorge. En su visita, “La Pobreza” le anunció a Jorge de un depósito muy rico en oro y platino que vio en un sueño. Le dijo que cuando fuera a buscar ese metal, en el lugar debía hacer un “hoyo” (la minería de hoyo implica la construcción de un túnel vertical o un pozo ancho para alcanzar el suelo rico en minerales que se encuentra en la profundidad por las filtraciones del agua de los ríos). Mientras haría la excavación se encontraría con dos “peñas” (rocas duras, se supone que no hay más metales después de allí), la una “carrancha” –su textura es corrugada– y la otra lisa. Debajo de las dos peñas estaría una “hoya” que en la mitad tendría más de una tonelada de metal. Pero debía tener cuidado porque, extrañamente, en su sueño la otra mitad de la “hoya” estaba llena de sangre. “La Pobreza” murió a los días. Jorge visitó a su discípula, a quien le decían la “Vieja Pacha”, y le preguntó por los sueños de su antecesora. La mujer ratificó el lugar donde estaba el metal y en dónde debía excavar. Casualmente, Miguelina Mosquera, su tía, había conseguido una motobomba para extraer agua, secar los pozos y buscar los metales. Con la idea de buscar oro, Miguelina le prestó la motobomba y Jorge, en el pueblo, con dificultad, armó una cuadrilla de doce hombres para el trabajo. Cuando llegaron al lugar anunciado por las brujas, comenzaron la excavación; a ocho metros de profundidad se encontraron un tronco enterrado que aún conservaba las raíces y las ramas. El madero medía alrededor de 25 metros de largo y hubo que detener el trabajo mientras se destrozaba y se sacaba. Sin importar la oscuridad de la noche, la exploración por el depósito continuó. El siguiente obstáculo fueron tres trozos de “peña”, sobrepuestos, uno encima del otro. Cada pieza medía aproximadamente 10 metros de ancho por 30 de largo. Los trabajadores destrozaron todos los bloques, que resultaron ser peñas falsas. Eran bloques compactos de arena sin nada de piedra. Debajo de las peñas falsas había “diluvio”, maderos enterrados de la época de “la gran inundación”, generalmente utilizados para hacer artesanías. Algunos maderos estaban conservados y petrificados y el resto estaban blandos. Jorge se metió al “hoyo”. Calculaba encontrar una excavación de dos metros de diámetro por uno y medio de profundidad, cargada con 10 toneladas de material para clasificar y sacar al menos una tonelada de metal. Allí se encontró las dos peñas que “La Pobreza” había vaticinado, una “carrancha” y otra lisa. Esa misma noche, mientras Jorge descendía en la excavación, Graciela, conocida como la “Maestra Gache”, tuvo una visión en la que los trabajadores esperaban a Jorge con machetes. Como Jorge estaba solo, cuando subiera con el oro –en caso de que apareciera el metal– “le daban machete”. La “Maestra Gache” se despertó y pasó el resto de la noche orando para que el oro se corriera, es decir, como dentro del pensamiento negro el oro tiene voluntad propia, para que se desplazara según su libre albedrío y no le pasara nada a Jorge. La “hoya” apareció. Estaba debajo de las dos peñas como había dicho “La Pobreza” y su sucesora. Pero el material no estaba. Había arena cernida. La arena fina había desaparecido con el metal y la más gruesa estaba en el “hoyo” con un grano de platino que pesó un gramo. No se encontró nada más. Tras el incidente, Jorge les dijo a los mineros “aquí no hay más nada que hacer”. Ellos, decepcionados, se fueron. “Brujas embusteras”, pensaba Jorge mientras tomaba rumbo a Mojico, una comunidad de Santa Ana en la que se quedó sacando algo de metal. Fragmento adaptado del trabajo de grado en Periodismo En la tierra del oro los cuerpos son negros: transformación sociocultural de las comunidades negras dedicadas a la extracción de oro y platino en la región del Medio San Juan chocoano, con la mecanización de la actividad minera. Asesor: Jaime Andrés Peralta Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 18 Maestros del periodismo Alonso Salazar, exalcalde de Medellín y autor de obras como No nacimos pa’ semilla (1990) y La parábola de Pablo (2001), se desprende de la política y en un “acto de comunión” –como él define las entrevistas– habla de miedos, manías, errores y anécdotas en su labor periodística. Fotografía: Luigi Baquero “La escritura es la mejor terapia” El periodista Alonso Salazar Jaramillo es autor de libros como No nacimos pa’ Semilla y Profeta en el Desierto. Vida y Muerte de Luis Carlos Galán. Jessica Mileidy Agudelo Cano [email protected] U na cachiporra hizo que Alonso Salazar Jaramillo estudiara periodismo y no derecho o antropología, después de abandonar la medicina veterinaria. Y no se arrepiente: además de buscar historias, quería saber cómo narrarlas. Desde los primeros semestres en la Universidad de Antioquia, a mediados de la década del ochenta, Salazar se dedicó al trabajo comunitario en la zona nororiental de Medellín. Allí encontró las historias con las que más tarde revelaría un reciente fenómeno de violencia entre pandillas de la ciudad, las vidas de muchos jovencitos sin futuro. Se considera más alumno que profesor. Alonso, periodista, es reconocido por su intensidad en el trabajo: pasó cinco años detrás de la figura de Pablo Escobar, ha rastreado la delincuencia juvenil de las comunas y, también, la vida de las mujeres de nuestra guerra. En 2003 ganó el Premio Planeta de Periodismo por su libro Profeta en el desierto sobre la vida de Luis Carlos Galán. Con ocho libros publicados, dice que se entrega a los proyectos con alma, vida y corazón. En los primeros y en los últimos días de 2014, Alonso Salazar, el político, fue noticia. Después de tres años, el Consejo de Estado tumbó el fallo que le había impuesto la Procuraduría General y que lo inhabilitaba por doce años para ejercer cargos públicos. “A veces la vida tarda en dar la recompensa, pero luego viene, generosa, y nos regala las razones que motivan nuestra lucha”, dijo en aquel marzo. Ahora, se sabe, volverá a la política, camino que este caldense de 54 años recorre desde hace diez años. Sin embargo, cuando le preguntan, dice que es periodista y escritor. Antes del periodismo, usted adelantó estudios en medicina veterinaria, ¿qué le hizo llegar al periodismo? Querer saber escribir. Yo inicié medicina veterinaria pensando que por mis orígenes campesinos podría gustarme, pero finalmente me encontré bastante perdido. Era muy fanático de la lectura, los periódicos, las revistas, la radio. En el momento en que tuve que pensar otra vez qué quería estudiar, elegí el periodismo y creo que acerté. ¿Qué opina del periodismo de academia? Tuve la fortuna de tener allí buenos profesores. Todos los conocimientos van adquiriendo un nivel de formalización y eso es muy importante porque así es posible difundirlos. Sin embargo, no solo en el periodismo sino en cualquier área, la gente puede tener la misma o mejor formación sin pasar por la universidad. Con seguridad que, en una empresa de energía, hay obreros de veinte o treinta años de experiencia que saben más que un ingeniero recién llegado. No hay que complejizarse mucho con eso. Lo importante es que haya periodismo, y haya buen periodismo. ¿Qué entiende usted por buen periodismo? Cada vez es más compleja esa definición. En primer lugar, un periodismo bien hecho desde el punto de vista técnico, en cualquiera de los géneros que se utilice. Y segundo, un periodismo que sea pertinente, que atienda a unas preocupaciones sociales. A veces se le pide al periodista respuestas, pero esa no es su labor: la labor del periodista es interrogarse frente a la realidad y compartir esos interrogantes con la sociedad. No. 72 Febrero de 2015 ¿Cree que el periodismo cumple con esa labor? A veces. Para algunos medios resulta más rentable el sensacionalismo que la seriedad, por decirlo de alguna manera. Formar buenos medios, hacer buen periodismo, implica también formar buenos lectores, buenos televidentes, buenos radioescuchas y esa es una lucha permanente. En general, los medios en Colombia se han dado a la idea fácil de acoplarse a la dinámica de consumo y hace falta que haya medios que estén interesados en mantener audiencias más críticas. ¿Qué tiene para decirnos a quienes apenas nos iniciamos en el periodismo? Hay que quitarse muchos prejuicios. Para investigar bien hay que tratar de entender cosas que suceden, superar obviedades, evitar lugares comunes. Hay que mirar el paisaje, tener la capacidad de describirlo, de describir a las personas, sus maneras de ser, sus riquezas culturales, sus bondades, sus perversidades, pero siempre con mucho oído y con el ojo abierto. El periodismo es mucho más eficiente cuando está hecho así que cuando está hecho como una proclama. ¿Le gustaría regresar a algún medio? Mis trabajos por ser de índole investigativa demandan mucho más tiempo. Yo no tengo el carácter para el tema de la noticia diaria y no creo que eso sea bueno o malo, eso es una vocación que se tiene o no se tiene. Tuve esa lección de trabajar en un noticiero local, El Mundo televisión con Marta Lucía Gutiérrez, y trabajar para un noticiero nacional en la época en la que el periodismo aquí era perseguir muertos e ir a preguntarle al doliente qué sentía. ¿A cuál periodista admira? Durante mucho tiempo fui muy juicioso leyendo la obra de Germán Castro Caycedo, porque él fue de los primeros en salirse de la sala de redacción y caminar el país. Él cumplía ese mandamiento que después le escuché a Juan José Hoyos, quien fue mi maestro en la Universidad de Antioquia: el periodismo es un viaje a pie. Ambos nos han mostrado un país que no se conocía. En otros aspectos, he disfrutado leer a Gay Talese, Truman Capote, Kapuscinski y Alma Guillermoprieto. ¿Pueden combinarse el periodismo y la política? Es muy difícil, tienen dos objetivos muy diferentes: la política es la manera de relacionarse en torno a lo público, implica hasta al que se declara apolítico; busca la resolución de problemas, generar esperanza y posibilidades de cambios. Quienes les reclaman a los periodistas que sean relacionistas públicos de la ciudad o del país, no saben qué es el periodismo. El periodismo está para contar historias. Y las historias a veces pueden ser esplendorosas y hacer sonreír, o pueden ser muy dolorosas, y entonces ya nadie sonreirá, pero eso también es periodismo. Quizá lo único en que coinciden lo uno y lo otro es en el acercamiento con la gente. ¿Cuáles son sus métodos? Los convencionales de la investigación: revisiones exhaustivas de prensa y fichaje de la misma, libros, fuentes testimoniales. En fin, una historia de periodismo es muy amplia, y lo que se propone el periodista, al final, es saber más que cualquiera de los otros porque cada uno ha vivido una realidad parcial. El periodista retoma todas esas realidades y trata de ensamblarlas. ¿Qué fue lo que más extrañó del periodismo mientras ejercía como alcalde? Todo: el trabajo de campo, escribir. Creo que la escritura es la mejor terapia. Uno no puede escribir temas de fondo teniendo que atender al mismo tiempo cinco o más cosas a lo largo del día. Escribir es también un estado mental. Hay gente que es prodigiosa, trabaja y después escribe, pero digamos que los grandes escritores se han reventado para evitar trabajar porque esa condición de libertad y disponibilidad de tiempo es imprescindible. En el transcurso de su profesión, ¿cuál ha sido el error más grande que ha cometido? Asignar el atentado del parque de San Antonio a las milicias bolivarianas. Estaba orientado, sí, pero hice una afirmación muy precisa y fue un gran error. Ellos no fueron responsables. Una buena parte de la posibilidad de ser amenazado es la manera irresponsable en que se hace periodismo. ¿Cómo lidiar con ese tipo de errores? Hay que admitir: me equivoqué. El error más grande en el periodismo es la mentira, y hay que corregirlo. Yo lo corregí. ¿Cuál recuerda como su aprendizaje más importante en la carrera? Yo creo que, definitivamente, el tema de narrar bien. Tratar de ser un buen narrador fue el aprendizaje y el desafío. ¿Y sus manías a la hora de escribir? Sigo siendo un adicto al café, ¿quién no? Procuro trabajar en horarios de obrero diurno. Y ahora que hay Internet, mi vicio es estar verificando datos. Soy relativamente desordenado en las primeras etapas, me preocupo más por la información y luego vuelvo sobre la misma buscando que esté mejor escrita. ¿A qué se está dedicando en estos momentos? A hacer un trabajo sobre el paramilitarismo. Una de mis preguntas base es: ¿Por qué nuestra sociedad ha sido tan propensa a producir protagonistas de violencia? No basta con hablar de ‘Tirofijo’ y más tarde de ‘Castaño’, eso no surge de la nada; surge de las sociedades. En su labor periodística, ¿cómo logra sacar a los entrevistados de su zona de confort? En las investigaciones nunca me propongo revelar chivas, no busco secretos judiciales, busco mucho más. La persona se revela en la medida en que es capaz de narrar su cotidianidad. Eso no sucede en una entrevista o dos: es en una sucesión de entrevistas donde uno puede construir un mundo a confianza. Es muy útil encontrar fotografías del entrevistado, frecuentar los lugares que él frecuenta y otros que generen la posibilidad del acercamiento. ¿A qué le tiene miedo en el periodismo? A no ser capaz de contar bien las cosas, a jugar con estereotipos, a no aportar algo al entendimiento sobre lo que escribo. Por último, ¿cuál es su mantra a la hora de hacer periodismo? Yo se lo escuché a Alfredo Molano en una charla: “Hay que aprenderse muy bien los métodos y hay que olvidar muy bien los métodos”. Es parecido a lo que dice Kapuscinski, para hacer periodismo hay que salir a la calle y activar los sentidos. Estar despiertos. Reseñas 19 El laboratorio de los aprendices Daniela Jiménez González [email protected] L a prensa diaria de los grandes medios de comunicación, sometida al acelerado curso de los acontecimientos y al auge de las redes sociales, no permite a sus periodistas comprender ni narrar a profundidad lo que está sucediendo, dado el entorno laboral en el que se encuentran, limitados por la inmediatez que exige la noticia y en donde priman las entrevistas apresuradas. Ante esta pérdida de interés por contar historias, los estudiantes reporteros de los programas de Comunicación social y/o Periodismo del país encuentran en un género como la crónica, a veces relegada en los medios masivos de comunicación, una posibilidad para recorrer las ciudades, vivir los hechos y humanizar las noticias al acercarse a los personajes, algo que solo es posible por el entusiasmo, la pasión y el tiempo que estos cronistas universitarios invierten en investigar a fondo. Hoy, cuando el periodismo universitario con sus periódicos y revistas cobra un lugar privilegiado dentro de la amplia oferta de medios informativos, una antología que recopile el trabajo de los estudiantes, aprendices de cronistas, resulta un acierto en el ámbito del estudio y la promoción de la imagen que estos periodistas en formación presentan del mundo. Así, el libro Aprendiz de cronista: periodismo narrativo universitario en Colombia 1999-2013 es el producto de las investigaciones y de la experiencia como docente del periodista Carlos Mario Correa Soto, quien seleccionó 66 crónicas de 20 medios universitarios, escritas por estudiantes entre octubre de 1999 a septiembre de 2013. Esta antología contiene, además, dos estudios preliminares en los que el autor, apoyado en testimonios de otros periodistas y en sus propias conclusiones, pre- senta una muestra de las características y temáticas abordadas por la crónica universitaria colombiana, así como un amplio contexto de la crónica, en una apuesta por definir un género tan complejo. Sin embargo, el interés de los periódicos y revistas universitarias por la crónica, antes que centrarse en un problema de definiciones, como el mismo autor lo afirma, consiste en brindar herramientas para que los estudiantes reporteros, potenciales narradores, encuentren en la ciudad un laboratorio de prácticas en donde puedan experimentar en las maneras de narrar una sociedad de contrastes. En un intento por agrupar en categorías las crónicas que componen la antología, Correa define doce temas recurrentes; uno de los más reiterados es el de la violencia, sus manifestaciones y actores. La variedad de temas ofrece al lector la oportunidad de encontrar un retrato de las ciudades y sus conflictos, de la pobreza o la delincuencia, así como de la cotidianidad de sus habitantes y los oficios del rebusque. Incluso, la urbe también es retratada por los aprendices de cronistas por medio de la música, en donde las historias se permean de ritmo y de fragmentos de canciones. Esta obra es recomendada, por un lado, a quienes busquen referentes o estudios de los aspectos formales de la crónica contemporánea universitaria, y por el otro, a lectores que quieran acercarse a nuevas formas narrativas y a un ejercicio de construcción de memoria del país. Esta antología no pierde vigencia y sus historias dan cuenta de la época en la que vivieron los cronistas, muchos de ellos ya ganadores de premios de periodismo. El libro es un intento por enfrentarse al paso del tiempo y mantener en el presente historias que, de no ser por la crónica, corren el riesgo de olvidarse, tal y como afirma Carlos Mario Correa: “La crónica es la gran urna en la que se aloja la memoria de la humanidad que ha sido narrada. Sigue siendo en su esencia, tiempo. Tiempo relatado y tiempo que se intenta recobrar”. Correa Soto, Carlos Mario (2014). Aprendiz de cronista: Periodismo narrativo universitario en Colombia 1999-2013. Medellín: Fondo Editorial Universidad Eafit. 482 p. El poder y el miedo en Irán Yeison Sanchez [email protected] R Kapuscinski, Ryszard (1982). El Sha o la desmesura del poder. Barcelona: Anagrama, 180 p. yszard Kapuscinski se encuentra en un hotel de Teherán. Su cuarto está desordenado: fotografías, grabaciones, notas, cintas de película, documentos, trastos. Es en medio de este desorden donde él está cómodo. Pronto se marchará de Irán, pero antes debe organizar la habitación. Es de noche y el hotel se encuentra cerrado, siempre, mientras se escucha el eco de una balacera, allá afuera. Sin encontrar a alguien con quien conversar, pues no habla persa y quienes están allí no dominan bien el inglés, Kapuscinski se encierra en su habitación y escucha las grabaciones, observa detenidamente las fotografías, lee las notas y los documentos. Es 1979, año en el que el último Sha de Irán deja el trono. Sha es el título oficial del soberano de Irán o de la antigua Persia. En 1982, este periodista publica el libro El Sha o la desmesura del poder, en el cual, a partir de su experiencia en Irán y lo que obtuvo allí mientras reporteaba, narra los años en el poder de Reza Khan y su hijo, Mohammed Reza Pahlevi, como monarcas de este país. Además, habla sobre cómo la ambición de poder (de ambos individuos), de dominio y de dinero, reprimió a los iraníes de tal forma que lo convirtió en un pueblo con miedo, cada vez más pobre y hambriento. La primera parte del libro es una reconstrucción de la historia de Irán en los años en los que los últimos dos Shas ejercen el poder. Para esto, el periodista se vale de un recurso muy particular: toma una foto, la describe y luego cuenta la historia detrás de ella, viajando entre el pasado, el presente y el futuro desde el momento en el que fue tomada. La primera parte está, entonces, narrada entre trece fotos, ocho notas, dos libros, un casete y un artículo de un periódico de Teherán. Los testimonios que recoge Kapuscinski hablan de masacres y más masacres, de torturas, de cómo la élite del Sha se enriquecía más y más y de cómo el pueblo se llenaba aún más, pero de hambre, pobreza y miedo. En la segunda parte del libro, Kapuscinski reflexiona. Ya no hay fotografías ni notas. Si bien cuenta cómo cae la monarquía-dictadura del Sha, cuáles errores comete, qué lo llevó a dejar el trono, se ve más como un ejemplo para tratar sobre asuntos como el poder y el miedo. Un poder que en Irán y en todo lugar va de aquí para allá, que corrompe, que no sabe cómo acomodarse para ser ejercido con responsabilidad, con equidad. Y en cuanto al miedo, “un depredador cruel y voraz que vive dentro de nosotros. Nunca permite que lo olvidemos. Continuamente nos paraliza y nos tortura. No cesa de exigir alimento, siempre debemos saciar su hambre. Nosotros mismos nos cuidamos de que coma sólo de lo mejor. Sus platos favoritos se componen de chismes siniestros, de malas noticias, de pensamientos aterradores y de imágenes de pesadilla”. El miedo, tan humano y tan presente en todos, vivió en Irán, dominante, durante el tiempo en que Reza Khan y su hijo subieron al trono, tomaron el poder y lo ejercieron en contra del pueblo, que veía cómo era arrinconado en las calles y luego era abaleado por el ejército. Irán es sólo un ejemplo, un caso de los tantos que se han presentado en el mundo, en donde la opresión, el poder descarnado y violento y el miedo dominan a la población. Por Latinoamérica pasaron regímenes similares: Somoza en Nicaragua, Videla en Argentina, Pinochet en Chile, Rojas Pinilla en Colombia. Masacres, venta del país a extranjeros, pobreza en la sociedad, impunidad por doquier. El Sha o la desmesura del poder no solo habla de un lugar, sino de un régimen totalitario, de cómo una dictadura destruye a un país, lo desangra, lo enflaquece, le roba, lo asesina. Una historia que también se ha vivido aquí y que deja una huella imborrable en la memoria del pueblo. Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 20 Crónica Se dice que Andes es el pueblo más metalero de Antioquia. Y no nos referimos a la industria metalúrgica, sino a ese ritmo oscuro hijo del rock. En esta crónica, un viaje desde adentro a esa música de ultratumba en medio de montañas y de café. José Andrés Rubiano [email protected] Juan Daniel Rubiano [email protected] “ ¡Satanás nos guía!”, grito que se escuchaba al interior de un pasillo tan oscuro como una tumba. Transcurría 2007 y era la primera vez que asistía a un concierto de Metal. Todas mis ideas y percepciones estaban ahora mezcladas con una especie de miedo y curiosidad por saber qué era lo que ocurría allí dentro. Una creciente pasión por este tipo de música me había llevado a estar ahí, a mis 16 años, parado en frente del pasillo de Baco-Bar, y no podía permitir que la cobardía me impidiera adentrarme en el lugar. Así que pasé las palmas de mis manos por el pantalón para secarme el sudor y me dispuse a entrar. Adentro todo era casi místico; al fondo las cabezas se movían al ritmo de los sonidos de una banda local. Gritos, ritmos rápidos de batería y guitarras distorsionadas se mezclaban con el retrato de una virgen con la señal de ‘Prohibido’ por delante, que colgaba de una de las paredes del bar. Al comienzo del concierto me sentí intimidado, las caras me eran desconocidas y eran reiteradas las miradas cargadas de recelo. Observé de nuevo el rostro de esa virgen, noté que mis manos ya no sudaban y pronto olvidé que era un ‘intruso’. Y así, sin más, me dejé llevar por la fuerza del sonido y la mística oscura que envolvía todo el lugar. La barra del bar era circular. En ésta se destapaba una cantidad abundante de cervezas; las tapas iban cayendo al suelo con la misma intensidad con la que mermaba la cordura de los asistentes al concierto. El escenario era un espacio pequeño y a nivel del público. Por momentos el cabello largo de los asistentes rozaba en los mástiles de las guitarras de los músicos, de esos guerreros andinos que ejecutaban un sonido crudo, oscuro y misterioso del que alguien lejano a estas tierras nunca se hubiera imaginado. Entre sudores, luces rojas y movimientos de cabeza, la noche se acercaba a la madrugada y, en la misma medida en que el tiempo avanzaba, la música se iba diluyendo hasta desaparecer. Historias vestidas de negro Para escribir acerca de Metal en Andes es necesario comenzar por ‘Los Restrepo’, pues el género llegó a estas montañas gracias a la pasión musical de estos hermanos con este apellido tan antioqueño como la bandeja paisa o la arepa; o, si se quiere, tan antioqueño como No. 72 Febrero de 2015 ( ) Una creciente pasión por este tipo de música me había llevado a estar ahí, a mis 16 años, parado en frente del pasillo de Baco-Bar, y no podía permitir que la cobardía me impidiera adentrarme en el lugar. la conocida expresión “a mover esas putas cabezas” de Alex Oquendo, vocalista de Masacre. Y es que en una época cuando la juventud andina se divertía escuchando las canciones románticas de Camilo Sesto al salir de la misa de las siete de la noche, Elkin, Héctor, Jorge y Juancho Restrepo irrumpían en la tranquilidad de la plaza principal al pasearse vestidos con gabanes negros, portando en sus manos una colección musical de casetes y al hombro una grabadora de pilas. Ellos, ante la mirada juzgante de una sociedad conservadora, dejaban que las canciones de Deep Purple, Black Sabbath y Led Zeppelin sonaran para el deleite de sus oídos y el movimiento de sus cabezas. Eran años en los que el sonido del Metal se confundía entre casas coloniales, tazas de café y una creciente identidad nadaísta que trajo consigo la muerte del poeta Gonzalo Arango, nacido en Andes, pues es usual que aquí, como en todo Colombia, los personajes adquieran valor solo cuando alcanzan la muerte. Transcurriría cierta cantidad de tiempo para que en estas Fotografía: Juan Pablo González Alex Ramírez, guitarrista de Muladar. Fotografía: Juan Pablo González Los sonidos del en las tierras de la nada Anthagonic en concierto. Febrero de 2009. 21 Música de cañerías Han pasado siete años y estoy de nuevo en la puerta a la espera de ingresar a un concierto. Esta vez no hay pasillo, el evento tendrá lugar en ‘Sinforoso-Bar’. No siento ese miedo de algunos años atrás; los rostros, en su gran mayoría, me son familiares y entre sonrisas y charlas se pasean de mano en mano algunas cervezas. Ahora soy yo quien mira con recelo a ciertos jóvenes que nunca antes había visto en un concierto. ¡No puedo evitarlo!, el Metal no es un género fácil de digerir y para formar parte de éste es necesario sentirse marginado y excluido, casi como una especie de prueba, pues de lo contrario no podrían entender la magia y el poder que poseen estos oscuros sonidos. Alguna vez Bukowski, uno de los escritores más malditos, escribió algo que tituló Música de Cañerías. Tal vez esas líneas puedan tener relación con el Metal y, mejor aún, con las características de los rostros de quienes esperan para ingresar al concierto: caras cansadas, miradas inexpresivas y colores tan pálidos y fúnebres como la misma muerte. Cuerpos cargados de una energía reprimida que solo los sonidos del Metal sabe liberar, espíritus marginados y alejados de formalismos sociales. Posiblemente esa sea una parte de la mística de un género que se hizo para pocos, lo más parecido a una ceremonia, un ritual, una reunión en ( la que la música es la protagonista y la encargada de mantener unida a una escena que es única en el Suroeste antioqueño. Al avanzar en la fila estoy dentro del bar. Como de costumbre, ‘Los Restrepo’, que ya rondan los 50 años, están en primera fila; junto a ellos, casi en orden cronológico, se ubican los personajes que forman parte de la escena, o de la ‘Legión del mal’, como ellos mismos se han denominado. El sonido de una banda local inicia el espectáculo, la canción tiene por nombre Funeral. Las luces rojas del escenario son el complemento a este sonido que bien parece provenir de ultratumba. Me dejo llevar por la música y espero que esos ‘intrusos’ que habitan el lugar hagan lo mismo que yo, y que pronto comprendan la magia de entender, escuchar, sentir y vivir el Metal que se produce en estas montañas cargadas de un café, del que tomamos la pasilla, y de edificios suntuosos que son propiedad de unos pocos. ) Y así, sin más, me dejé llevar por la fuerza del sonido y la mística oscura que envolvía todo el lugar. Fotografía: José Andrés Rubiano tierras se comenzara a hacer Metal. ‘Los Restrepo’ tuvieron que esperar hasta 1995 para que algunos de sus coterráneos, bajo el nombre de Avatar, comenzaran a construir una historia musical que se ha visto cargada de una constante conformación y disolución de grupos, de los cuales hoy pocos están vigentes, pero que intentan conservar un sonido característico desarrollado a partir de la influencia de los grandes exponentes del género en Medellín. Bandas como Avatar, Thor, Anthagonic, Santo Grial, Arkana, Horus, The Warriors y Muladar. Una escena metalera que tiene más de veinte años, pionera en la región. Agrupaciones que han aportado a la generación de cierta identidad musical y que con su trabajo han enriquecido la historia de un género que se niega a morir en estas tierras cafeteras. El Metal en Andes ha sido esa mancha negra en la sociedad que escandalizó. Tal vez el hecho de estar marginados y juzgados llevó a que los metaleros andinos se conservaran y se apropiaran de espacios que ahora solo quedan en el recuerdo de unos pocos. Un sitio puntual: Baco-Bar, lugar que fue la casa de los amantes del Metal en el municipio y un sitio insignia en conciertos y eventos metaleros; además, llegó a convertirse en una especie de ‘atractivo turístico’ para los amantes del género a lo largo y ancho del país. Ahora, es un bar extinto, por razones que bien no comprendo. Hoy en día, ese pasillo es la entrada al refugio de cientos de registros, folios y actas de notaría que, tal vez y solo tal vez, sean testigos de noches de historias y susurros de Metal. En Andes, el Metal es una mezcla entre la historia, el cambio social e ideológico de un pueblo con molestas pretensiones citadinas y la perseverancia de unos pocos por no dejar morir un sonido que, mal o bien, se ha constituido en la zona. Han sido notables las acciones de ciertos personajes para que la escena, aunque débil, continúe en pie: ‘El Zambo’, ‘Chino’, ‘Tavo Saldarriaga’, Elkin Gallego, Fredy Zapata, Diego ‘La Rana’, Wilder Tirado, Julio Sánchez, Pablo González, Henry Fernández, Juan Vera, Alex Ramírez y los ya famosos ‘Restrepo’. Otro referente es Walter Cano, quien en letras se encargó de plasmar las realidades metaleras andinas mediante la producción de su revista “Abismo Social”, producto que en solo dos volúmenes evidenció el panorama musical que transcurría en el municipio. El Metal es un movimiento musical que se ha mantenido en el olvido de las administraciones municipales, han desconocido que la mayor parte del tiempo los grupos tienen que enfrentarse a la carencia de recursos y medios. Irónicamente, son los mismos gobiernos locales los que se lucran y se enorgullecen públicamente de los logros que alcanzan las bandas locales. Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 22 Crónica Fotografía: Diego Zambrano Benavides El templo del rock paisa En el mundo hay varias construcciones similares al Teatro Carlos Vieco como el Camp de Mart, en Tarragona, o el Teatro al Aire Libre del Regent’s Park, en Londres. Diego Zambrano Benavides [email protected] A l compositor Carlos Vieco Ortiz se le recuerda como un hombre modesto y sumamente tímido, un tipo de monosílabos que encontró en la composición musical su canal de expresión con el mundo. Prolífico como pocos, escribió más de dos mil obras, pocas de ellas grabadas, la gran mayoría inéditas. Un hombre con una amplia trayectoria en la escena musical que tuvo como maestros a Gonzalo Vidal –autor del Himno Antioqueño–, a Jesús Arriola y Eusebio Ochoa. Más que su figura, Carlos Vieco es un nombre que taladra en la memoria de generaciones y generaciones de rockeros cada vez que suben por los caminos del Cerro Nutibara. En la zona boscosa del Cerro, como un coliseo romano partido por la mitad, con sus graderías en media luna para 3.800 espectadores y una tarima en la parte baja que remplaza las arenas de espectáculos, se levanta un pequeño teatro al aire libre en Medellín. El teatro fue inaugurado en 1984, obra del arquitecto Óscar Mesa. Sin carpas que cubran a los espectadores, ni una fachada ostentosa, ni grandes acabados, tiene un cercado que reduce el acceso a dos porterías: una, por la parte alta detrás de las graderías, y otra, al costado izquierdo del escenario que va a dar directamente a uno de los parqueaderos del cerro; posee veintiún escalones en forma de arco –sin asientos– y unos camerinos bastante sobrios. Cada año se realizan en este recinto, tan cálido pero complejo en su acústica, los conciertos de Ciudad Altavoz y el Concierto de la Juventud; en junio se celebra el Festival Internacional de Poesía, y en agosto, el escenario acoge a los amantes de la música popular en el tradicional Festival de la Tusa y el Despecho, de la Feria de las Flores. Arrinconados en el Carlos Vieco La historia del rock en el icónico teatro fue una auténtica batalla, y no precisamente una Batalla de las Bandas, el nombre del evento que se organizó por primera vez en 1987. “En el primer concierto de Kraken en el Carlos Vieco, varios punkeros y metaleros se pusieron de acuerdo para hacerse sentir y atacar a la banda. Alcanzamos a interpretar solo cinco canciones y, como grupo, decidimos terminar nuestra participación y no seguir en el evento; nos bajamos de la tarima y decidimos no entrar en conflicto con la gente”, relata Elkin Ramírez, vocalista y fundador de Kraken. Para aquella época, Medellín estaba sumida en una ola de violencia a causa del narcotráfico y las brechas sociales; esos intereses y conflictos de clases llegaron a la escena musical. Dos años antes, ya se habían presentado desórdenes similares cuando el concierto se organizó en la Plaza de Toros La Macarena. La discrepancia de distintos grupos de rockeros acerca de la movida underground o comercial del rock fue lo que desató la disputa que, según Román González, exintegrante de Juanita Dientes Verdes, desembocó en la destrucción de varios instrumentos musicales y el deterioro de espacios como el Carlos Vieco. Sin embargo, el escenario le abrió las puertas a una gran cantidad de bandas en la ciudad en un momento donde no habían espacios para realizar eventos de gran convocatoria. A finales de la década de los No. 72 Febrero de 2015 Hace 30 años, entre los bosques del Cerro Nutibara, se inauguró el Teatro al Aire Libre Carlos Vieco. Por décadas, esta media luna ha albergado a cientos de mechudos, calvos, con crestas, amantes del rock que buscan un sitio en las graderías donde poguear o escuchar a las bandas. Esta es la historia de un escenario que cada vez le queda más chico a la ciudad. 80 y principios de los 90, después del breve cierre del teatro por los desmanes del 87, el Carlos Vieco resurgió: de las presentaciones en garajes o en calles que reunían a unos pocos centenares, las bandas empezaron a tocar frente a las más de tres mil personas que asistieron desde ese momento y en adelante al teatro. Sebastián Regino, vocalista del grupo Johnie All Stars, recuerda que en los primeros años del Carlos Vieco –en los cuales el escenario contaba incluso con sillas– asistió a importantes conciertos de grandes bandas como Neus o Ekhymosis. “El Carlos Vieco no se construyó para ser un templo rockero, pero le aportó mucho a la escena del rock de Medellín: es un escenario que, sin querer, logró hacer parte y dejar huella en la historia del rock de la ciudad”, afirma Regino. Lo cierto es que el Carlos Vieco no es un lugar adecuado para hacer rock, se convirtió en el rinconcito del rock paisa no habiendo más. Para Elkin Ramírez, la ciudad más innovadora del mundo no tiene un escenario construido y apropiado para hacer música en vivo. Ningún género, de hecho, ha encontrado un espacio apropiado y con las condiciones óptimas de acústica. Otros escenarios que sirven para malograr los que podrían ser grandes conciertos en la ciudad son el Coliseo de la Universidad Pontificia Bolivariana y la Plaza de Toros La Macarena; ninguno con la infraestructura de sonido adecuada. El Cincuentenario o el Polideportivo Sur de Envigado son canchas que facilitan la presentación de artistas musicales con amplio poder de convocatoria, y ni siquiera son idóneos para tener una experiencia en la que el músico se sienta a gusto tocando y el público disfrute de un recital impecable. Cuando el público no llena el aforo total del Carlos Vieco, por ejemplo, las ondas de sonido de los amplificadores rebotan contra el muro de cemento de las graderías, y al ser un espacio al aire libre se genera una retroalimentación incómoda tanto para los artistas como para los asistentes. El escenario tampoco permite las manifestaciones propias de los rockeros como el pogo: las graderías no fueron diseñadas para contener toda la energía con la que el público vive los conciertos. Aun así, por años, limitados por el espacio, cada quien encuentra la forma de ir hacia el centro de la concha, organizar un círculo y sumarse a la masa humana que empuja y se golpea a la velocidad de las canciones. En uno de los conciertos de Johnie All Stars, “un pelado se tiró un slam y no lo recibió nadie, entonces cayó al piso. Cuando yo me di cuenta, estaba tratando desesperadamente de subirse otra vez a la tarima para que lo auxiliaran. Y en ese momento que logró subir, alguien de seguridad lo vio y lo volvieron a tirar. Y mientras él iba cayéndose, le señalaba el brazo que se le había quebrado”, cuenta Regino. Falta de escenarios El público suele culpar con facilidad a los organizadores por la calidad del sonido de sus eventos. Ocesa Colombia, por ejemplo, ha recibido numerosas críticas a través de sus canales de comunicación por incidentes que nada tienen que ver con la logística y con los equipos que se usan en los conciertos. Con pocas excepciones como los teatros Metropolitano, Pablo Tobón Uribe y el de la Universidad de Medellín, recintos diseñados para brindar una óptima calidad de sonido pero con una capacidad de aforo reducida, en Medellín no hay dónde realizar un buen concierto ni de rock, ni de salsa, ni de nada. En Colombia, en general, no existen escenarios que hayan sido construidos de la mano de un arquitecto y un ingeniero de sonido, así que la calidad de los conciertos depende de un lleno en las localidades y de exhaustivas pruebas técnicas. En Bogotá, el Parque Simón Bolívar y el Coliseo cubierto El Campín sufren las mismas precariedades que la gran mayoría de escenarios en el país. La alternativa son los estadios, pero los organizadores reciben todas las críticas por parte de la industria del fútbol. Solo Valledupar, con la construcción del Parque de la Leyenda Vallenata en 2004, cuenta con un centro para realizar eventos de gran convocatoria. El escenario tiene una capacidad de 40.000 espectadores, fue construido y pensando para ofrecer música en vivo. Lo que engrandece al Carlos Vieco Con tantos problemas de acústica y de espacio, el Carlos Vieco sigue considerándose un templo del rock. Las bandas más célebres del rock de la ciudad han tocado en el escenario: Kraken, Ekhymosis, Carbure, Bajo Tierra, Perseo, Mojiganga, Masacre, Tenebrarum, y algunas internacionales como Attaque 77, Carajo, No te va a gustar y Cadena Perpetua. Existen varios espacios míticos para el rock en el mundo, muchos de ellos tampoco fueron pensados como escenarios musicales; sin embargo, los artistas han sabido forjar su nombre en ellos. Así pasó en Argentina con La Perla del Once y la movida del rock nacional de este país; o The Crocodile, bar en Seattle donde se destacaron los primeros grupos de grunge de la ciudad; o The Cavern Club, en Liverpool, donde tocó una desconocida banda llamada The Quarrymen, que más tarde pasaría a ser conocida como The Beatles. A Medellín le hace falta un escenario que no sea una cancha, una porción de tierra, un coliseo o una plaza de toros cubierta, donde se pueda disfrutar de un espectáculo sin preocuparse por dañar la gramilla o por llenarse de lodo. Un sitio donde el músico no corra riesgos por la reverberación del sonido y donde los amantes del rock puedan escuchar sin defectos la calidad de la música de sus bandas. Mientras eso ocurre, el Carlos Vieco seguirá siendo ese pequeño rincón que conserva infinidad de historias del rock local. 23 Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia 24 Fotografía Fotografías: Nicolás Navas González El grito del muro Nicolás Navas González [email protected] L os murales son la preservación de una idea o de una forma de pensar. La construcción de una imagen que es pintada en un muro se basa en el símbolo, y es la representación colectiva de algo. La muerte de Jaime Garzón, por ejemplo, significó más que el fallecimiento de un ser humano a manos de la violencia y la intolerancia; simbólicamente, se convirtió en un ataque directo a las nuevas ideas y vulneró una “libertad de expresión” que venía naciendo a finales de los años noventa. La imagen de este hombre trigueño se convirtió en un imaginario colectivo de libertad, expresión y, en algunos casos, rebelión de las ideas. Plasmar una idea en un muro no es solo pintar de forma aleatoria. Es un conjunto de intenciones comunicativas que llevan a decisiones como dónde y qué pintar para llegar, de la forma más efectiva, al espectador. Los murales no solo representan, también transgreden ideas. Son formas de mostrar inconformismo. Si se trata de demostrar la existencia de ideologías opositoras, quizá la respuesta está en los muros. Crear un mural, pintar en un lugar prohibido, transgredir la ley para comunicar una idea, no solo es un medio de comunicación: es un desahogo, un recuerdo, una expresión. Para algunos, es necesario para recordar a sus muertos; para otros, es mostrar historias y no permitir que el tiempo los deje en el olvido. No. 72 Febrero de 2015
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